El hombre ya no es la medida de todas las cosas

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CAPíTULO 1 EL HOMBRE YA NO ES LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS l. EL ANTROPOCENTRISMO MORAL EN PELIGRO Hace ya veintiséis siglos lanzó Protágoras de Abde- ra, el primero en llamarse a mismo sofista, la céle- bre afirmación de que el hombre es la medida de to- das las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son. No pretendía con ello en modo alguno asegurar, como recientemente se le ha atribuido, que el hombre como tal es el cen- tro del universo moral, sino hacer profesión de relati- vismo al declarar que las cosas y los valores son como los captan cada hombre y cada pueblo, que no pode- mos decir de las cosas y los valores sino lo que nos pa- rece que son y lo que nos parece que valen. Tenga o no razón Protágoras, que yo creo que no la tiene, lo bien cierto es que algunos autores y movi- mientos han desvirtuado sus palabras, tomando la pro- fesión ele relativismo como una profesión de antropo- centrismo, como la diáfana expresión de un paradigma que sitúa al hombre en el centro del universo y relega a los demás seres 1 Craso error que conviene adarar 23

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CAPíTULO 1 EL HOMBRE YA NO ES LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS

l. EL ANTROPOCENTRISMO MORAL EN PELIGRO

Hace ya veintiséis siglos lanzó Protágoras de Abde-ra, el primero en llamarse a sí mismo sofista, la céle-bre afirmación de que el hombre es la medida de to-das las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son. No pretendía con ello en modo alguno asegurar, como recientemente se le ha atribuido, que el hombre como tal es el cen-tro del universo moral, sino hacer profesión de relati-vismo al declarar que las cosas y los valores son como los captan cada hombre y cada pueblo, que no pode-mos decir de las cosas y los valores sino lo que nos pa-rece que son y lo que nos parece que valen.

Tenga o no razón Protágoras, que yo creo que no la tiene, lo bien cierto es que algunos autores y movi-mientos han desvirtuado sus palabras, tomando la pro-fesión ele relativismo como una profesión de antropo-centrismo, como la diáfana expresión de un paradigma que sitúa al hombre en el centro del universo y relega a los demás seres1• Craso error que conviene adarar

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desde el comienzo, y no sólo por poner a Protágoras en el sitio en el que él quería estar, que no tiene ningu-na relación con la doctrina que sitúa al hombre en el centro de la consideración moral, sino también por dejar bien claro que esa doctrina -el llamado <<antro-pocentrismo»- es todo menos relativista. Y es ella la i' que en los últimos tiempos se ha convertido en blanco :• de un buen número de críticas.

efecto, en el último tercio del siglo x.x este pa-radtgma antropocéntrico ha despertado la enemiga ¡: de un de movimientos sociales, a los que n acompañan algunos intelectuales, que se niegan a te- t ner al hombre como centro moral y político del uni- ,. verso. Lo cual iría a la línea de flotación de la ética i; moderna porque, como hemos comentado, a pesar de la gran cantidad de debates que tienen lugar acer- !i

de estos asuntos, hay una clave a la que resulta difí-etl renunciar sin arrojar por la borda la concepción ética y política que Occidente ha ido forjando de sí mismo, y es la afirmación de la dignidad humana y de la necesidad, por tanto, de apostar por la defen- r; sa de los derechos humanos. · .

Ciertamente, dilucidar qué se entiende por digni- ¡¡ dad, derechos o persona no es tarea fácil, pero existe ¡¡ un amplio consenso en aceptar la afirmación kantiana de que los seres humanos son personas, que son fines en sí mismos, no valiosos para otras cosas y, por lo tan-to, no se les debe utilizar exclusivamente para satisfa- i cer necesidades comerciales o afectivas. A este tipo de seres -. las personas- es imposible entonces ínter-cambiarlos por equivalentes que realizarían la misma función, porque no tiene:

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equivalente. Por eso no se :¡

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les puede un precio y es preciso reconocer que en el campo del valor lo que tienen es dignidad.

Frente a cualquier visión mercantilista, que preten-da convertir en mercancías a todos los seres, de for-ma que todos sean intercambiables por un precio, hay algunos ele ellos que tienen dignidad y por eso no se les puede intercambiar por precio alguno. De ello se sigue entonces que no se les debe instrumen-talizar ni dañar, pero también que se les debe empo-derar. El hombre es fin limitativo para el hombre (<<no dañar>>) y a la vez fin positivo (<<SÍ empoderar»). Los llamados <<derechos humanos» no hacen sino ir pun-tualizando qué capacidades de los seres humanos tie-nen que verse protegidas y empoderadas para llevar adelante una vida digna.

Como es obvio, estas afirmaciones éticas tienen sus inne!lables consecuencias en el mundo ele la política,

sobre la base del reconocimiento de la digni-dad humana se sustentan no sólo la legitimidad de los derechos humanos, sino también el derecho a formar parte como ciudadano de una comunidad política. Que los seres autónomos tienen dignidad es una afirmación que cobra sustancia cuando va concretándose, como así ha sido a lo largo ele la historia, en unos derechos a los que se denomina <<humanos», pero también cuan-do se les reconoce la capacidad de firmar un contrato por el que se constituyen como ciudadanos de una co-munidad política, en la que tienen que asumir deberes y están legitimados para reclamar derechos.

Sin embargo, en el último tercio del siglo pasado, un conjunto de movimientos sociales parece poner en cuestión el valor central de estas afirmaciones. Aun-

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que esos movimientos son diferentes entre sí, parece en principio que todos ellos convienen en afirmar que el hombre ya no es en exclusiva el centro de la vida moral y de la comunidad política, que hay otros seres que aspiran a ser beneficiarios y protagonistas de ese mundo moral y político que es posible por la libertad.

En efecto, los años setenta del siglo xx fueron su-mamente fecundos en la gestación de nuevas ideas y realidades, muchas de las cuales provenían de los nue-vos movimientos sociales. No se trataba ya de los bien conocidos movimientos de clase, que pretenden ga-narle el pulso a la historia y convertirse en la clase universal, sino de movimientos interclasistas, preocu-pados por los derechos de grupos muy determinados o por problemas muy concretos. Feministas, ecolo-gistas y movimientos de liberación animal han veni-do siendo los más activos. Y parece que todos ellos coinciden en atribuir buena parte de los males pre-sentes al paradigma antropocéntrico, al que en reite-radas ocasiones se identifica con el varón-céntrico y con el logocéntrico, con el que sitúa en el nivel más elevado de la jerarquía moral, política y cultural a los varones y a la capacidad de razonar.

Según esta última interpretación, el mundo de las actitudes, las conductas y los valores se divide en dos graneles lotes, uno ele los cuales cabe en suerte a los varones y el otro a las mujeres. Los varones adul-tos aprecian sobre todo la capacidad de razonar, las conductas competitivas, los comportamientos estra-tégicos y agresivos, se afanan por conquistar su auto-nomía y, si hay una virtud que les interesa, es la justi-

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cia. Las mujeres, por el contrario, valoran sobre todo el sentimiento, la capacidad de amar, el cuidado ele las redes sociales y ele los seres vulnerables. Su virtud predilecta sería entonces_ el cuidado ele aquellos que le están encomendados. E ti ca ele la justicia y ética del cuidado, ejercicio ele la razón y ejercicio del sentimien-to parecen caracterizar, respectivamente, el mundo del varón y el ele la mujer. Y como son los varones los que se han apropiado del poder público, sea político o cultural, son sus valores los que han ido impreg-nando una vida pública que por ello se encuentra en bancarrota.

Precisamente por eso los nuevos movimientos so-ciales anunciaron en los años setenta del siglo pasado que la hora del cambio había llegado. Si el varón-cen-trismo y el logocentrismo resultaron ser un fracaso, era preciso ensayar actitudes, comportamientos y valo-res inéditos. Era preciso sustituir la visión masculina por la femenina, la ética de la razón por la del senti-miento, la de la justicia y la autonomía por la ética del cuidado de la tierra, de los seres vivos o de los anima-les la exiuencia de derechos por la asunción de res-, o ponsabilidacles. Un nuevo paradigma apuntaba, aun-que resultaba difícil darle un nombre positivo, es decir, un nombre que no se limitara a expresarse con un <<anti», en este caso <<anti-antropocentrismo>>.

Y resultaba difícil, creo yo, porque era imposible. Los movimientos sociales de los que venimos hablando, además de gozar de un innegable pluralismo interno en cada caso, tenían y tienen metas distintas, que en muchas ocasiones les llevan a entrar en conflicto en-tre sí.

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Es verdad que, para dar por muerto al antropocen-trismo moral, resulta muy persuasivo contar la histo-ria de la ética y la política occidentales como lo hacen un buen número de animalistas y algunos ecologis-tas. El relato empezaría con un «nosotros>> que cada vez se ha .ido haciendo más inclusivo, lo cual es cier-to, pero a su juicio debería proseguir aumentando su capacidad de inclusión hasta abarcar a los animales e incluso a la naturaleza. El primer «nosotros» sería el de la Atenas clásica, cuando pertenecen a la comuni-dad política sólo los varones adultos, cuyos ascen-dientes forman parte también de la comunidad y son libres. El resto -mujeres, niños, esclavos y metecos-no son ciudadanos de la comunidad política, no for-man parte de ese primer círculo del «nosotros, los ciudadanos atenienses», sino que son los excluidos. Sucesivas revoluciones van obligando a ensanchar ese círculo del «nosotros» para incluir en primer lugar a los esclavos, una revolución que dura siglos, después a las mujeres y más tarde a los negros.

Los nuevos movimientos feministas prolongarían la tarea llevada a cabo por aquellas primeras mujeres que estuvieron dispuestas a dar su vida por lograr la emanci-pación femenina; la marcha de Martín Luther King cul-minaría las revoluciones reivindicativas de los negros, y en ese mismo siglo x.x surgirían como un nuevo clamor las exigencias de los ecologistas y de los movimientos de liberación animal. Desde su perspectiva, no sólo las mu-jeres y los negros, sino también los animales no huma-nos y la naturaleza en su conjunto deberían formar par-te de ese' «nosotros» que merece consideración moral y que debe formar parte de las comun.idades políticas.

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Es ésta una historia que se repite en los escritos de · 1· tas y de al!nmos ecoloaistas, y que resulta per-amma IS o o· . . .

suasiva por simplista. Sin embargo, las Sim_rhficano-nes didácticas pueden ser engañosas, y conVIen? cuidado, porque lo que resulta por ta puede ser falso. Introducir en el mismo saco rei-vindicaciones tan distintas como las que plantea cada uno de estos grupos acaba peijudicando a todos ellos. Por eso es importante distinguir.

2. FEMINISMO: UN MUNDO PLURAL

En realidad, el modelo al men?s de palabra, incluye también a las muJeres como SUJe-tos de derechos a los que corresponden deberes, tan-to morales como jurídicos y políticos. Las _al menos de palabra, merecen la misma moral que los varones y son de las dades políticas, o no lo son, en las mismas condiCIO-nes que los varones. .

Claro que a lo largo de la historia_ de Ocndente existido una escandalosa incoherencia entre las teonas filosóficas y las realizaciones de la entre unas doctrinas que en realidad se ve1an obligadas a re-conocer el mismo valor moral a las mujeres que a los varones y, sin embargo, buscaban para in-cluir una gradación insostenible. Los ejemplos suce-den en obras tan diferentes como las de Maqmavelo, Hume, Kant, Hegel o Nietzsche, por poner ejemplo de doctrinas bien diversas, llegando a considerar a las mujeres en la Ilustración únicamente como ciudada-

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nas pasivas, Y no como ciudadanas activas. La lucha de ]a Ilustración, una ética de !ajusticia Y la autono-por el voto, las reivindicaciones familiares y laborales mía, basada en derechos y deberes. Con este reparto se van recogiendo paulatinamente en los trabajos de de papeles, una <<feminización» del mundo consistí-los feminismos del siglo xx y en los correspondientes ría en un aumento de la preocupación por los vulne-movimientos sociales. f rabies, del cuidado de los débiles, como sería el caso

En el momento actual esa igualdad, que se reco- f de los animales y la naturaleza. Feminismo, animalis-noce de palabra, no se ha encarnado realmente en ¡:. mo y ecologismo estarían muy cercanos. Como si la muchos lugares de la tierra, sobre todo en los países r ética del cuidado fuera la de feministas, animalistas y en desarrollo, y queda pendiente de realización en .: ecologistas, y la de la justicia y la autonomía, por con-algunas esferas de la vida social en el mundo desarro- tra, la del varón-centrismo. Hado. para que se encarne esa igualdad ll Sin embargo, como la misma Gilligan reconocía, en los paises es un imperativo moral y políti- , justicia y cuidado no constituyen el núcleo de dos éti-co contemdo en el reconocimiento de los derechos t casdiferentes, unaasignadaalosvaronesyotra,alasmu-humanos, no es un añadido externo. jeres. Son dos voces rrwrales complementarias, sin las que

De donde se sigue que si los animalistas acusan al . ; no sobrevive con bien la ética moderna. Mujeres Y va-modelo antropocéntrico de incurrir en <<especismo», '' rones, poderes públicos y privados deberían intent:.'1r en conceder primacía moral y jurídica a la especie que ]as gentes pudieran hacer su vida de forma autóno-homo sapzens sobre las demás, el feminismo queda tan maya la vez cuidar de su vulnerabilidad, si es que real-tocado por las críticas de los animalistas como el mas- r-· mente quieren ser justos. Sin distribución de papeles, culinismo. Y no ayuda nada a esclarecer las cuestio- i sin dejar a unos colectivos la preocupación por la auto-nes diseñar un presunto nuevo paradigma ético en el r nomía y a otros, la' responsabilidad por lo vulnerable. que coincidirían feministas, ecologistas y animalistas, Por eso, el feminismo de la igualdad, con toda le-como se ha hecho en ocasiones. R gitimidad, exige derechos que el paradigma ilustra-

paradigma tendría en su raíz aquella distinción P, do reconocía de palabra a varones y mujeres. Exige que hizo Caro! Gi!ligan entre una ética <<masculina» presencia en la vida pública y respeto a su dignidad centrada ;n el y en los valores de justicia ; en la vida privada, en pie de igualdad con los varo-autonomm, y una etica <<femenina», que se preocupa nes'. Lo urgente es reconocer y hacer efectivos los de-por las redes sociales sin las que los individuos malvi- rechos de las mujeres en la vida t

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ven Y perecen, y que tiene por virtudes esenciales el t los de las mujeres que viven en paises en esarro o y cuidado 'de vulnerable, la responsabilidad por ¡0 il ven tan mermadas sus posibilidades vitales. que nos ha Sido encomendado2. Esta ética del cuida- Por lo que se refiere a la pertenencia a la cómuni-do tendría que sustituir a la ética masculina, propia dad política, las mujeres, como debe ser, en buen nú-

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Cynthia Cruz Cortés

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mero de países forman parte de ella y son protago-nistas y beneficiarias de las obligaciones políticas. El .i reto, el urgente reto, consiste en este caso en exten- K der este a_ todos los y a todos los nive-les de la VIda socml. Pero defender los derechos de las mujeres no significa cambiar el paradigma, sino re- Jl conocer y poner por obra que las mujeres tienen tan-ta dignidad como los varones, que nadie está autori-zado a instrumentalizarlas sin hacer dejación de su calidad ética y política.

3. DEL ANTROPOCENTRISMO AL BIOCENTRISMO

Los movimientos ecologistas, por su parte, compo-nen también un mundo muy heterogéneo. Algunos se contentan con exigir un desarrollo sostenible en nues-tra relación con la naturaleza, para beneficiar a las ge-neraciones futuras, o al menos para no perjudicarlas, entendiendo por <<desarrollo sostenible» el intento de compatibilizar la producción de alimentos con la con-servación de los ecosistemas, como única forma de asegurar la supervivencia y el bienestar de las genera-ciones futuras. Otros, por el contrario, van más allá.

En este sentido, resulta muy provechosa la distin-ción que Henry J. McCloskey introduce en el seno de las éticas que se ocupan expresamente de la cues-tión ecológica entre tres posiciones, a las que más tarde Matthias Kettner denominará, respectivamente, or-todoxa, reformista y revisionista4•

La primera de ellas, la ortodoxa, entiende que no es necesario elaborar una nueva ética para abordar

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los problemas ecológicos, sino que basta con las tra-dicionales, siempre que se configuren como éticas de la responsabilidad, conscientes de que lo que ocu-rre en la naturaleza se debe también a acciones hu-manas y que, por tanto, los seres humanos son res-ponsables de prevenir y controlar sus actuaciones para evitar daños irreversibles, que a menudo son impre-visibles. El concepto de responsabilidad es el centro, y se amplía a lo no intencionado, que puede llevar a la extinción de las especies, a la destrucción de bos-ques y distintos recursos naturales y a la destrucción del ecosistema. Una ética responsable debe tener en cuenta las consecuencias de las acciones, tanto las in-tencionadas como las no intencionadas, para el eco-sistema, para los países en desarrollo y para las gene-raciones futuras.

En esta línea se situará ese Principio de Precau-ción que la Unión Europea prescribe en el uso de las biotecnologías. Nacido en la década de los setenta del siglo JL'< con el fin de situar el medio ambiente en el centro de las políticas públicas, su idea está presen-te en la Declaración final de la Conferencia de Esto-colmo sobre el Medio Ambiente Humano (1972), y como principio de políticas públicas en el ámbito internacional se expresa en el principio 15 de la De-claración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desa-rrollo también llamada <<Carta de los Derechos de la

' Tierra>>. Aunque es posible ofrecer una gran canti-dad de definiciones del principio, es muy adecuada la de Zaccai y Missa: <<El principio de precaución con-siste en no esperar al elemento de la prueba absoluta de una relación de causa a efecto cuando elementos

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suficientemente serios incitan a pensar que una sustan-cia o una actividad cualquiera podrían tener conse-cuencias dañinas irreversibles para la salud o para el medio ambiente y, por lo tanto, no son sostenibles>>5.

El contenido de la idea ele precaución se va confi-gurando como una actitud de responsabilidad, que exige precaución en la gestión ele recursos que po-drían tener consecuencias perversas, y desde esa acti-tud que forma parte ele un éthos, ele un carácter, sur-gen distintas medidas, como principios ele derecho positivo, orientaciones éticas, declaraciones, códigos ele conducta, que permiten encarnar la responsabili-dad en las instituciones desde el punto ele vista preci-sado por el enfoque ele la precaución.

La segunda perspectiva en el caso ele las éticas que se ocupan de la cuestión ecológica propone añadir a la ética tradicional los valores del medio ambiente y los deberes hacia él. Por ejemplo, atribuir derechos morales y legales a los organismos vivos.

La tercera posición es la que podríamos llamar <<re-visionista>>, porque exige un cambio de paradigma, invita a pasar del antropocentrismo al biocentrismé Desde su perspectiva, la vida merece respeto y reverencia con independencia ele la valoración humana, es en sí valiosa, la naturaleza tiene que ser respetada por de-recho propio, y ele ahí que sea preciso ampliar los miembros ele la comunidad moral e incluir a todos los elementos ele la naturaleza formando una cmnuni-dad biótica, ele la que formen parte el suelo, el agua, las plantas y las especies animales. Una Ética ele la Tierra, como la que propone Alelo Leopolcl, sugiere que cada ser humano forme parte ele su comunidad

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política y también ele la comunidad biótica. Con ello el marco ele interpretación ético cambia radicalmen-te, y será correcto aquello que tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza ele la comunidad biótica, e incorrecto, lo que tiende a lo contrario7•

La razón ele fondo es que la naturaleza no existe para ser usada y disfrutada por el hombre, no tiene un <<valor instrumental>>, sino que es valiosa en sí mis-ma, con independencia de las valoraciones humanas. Los fenómenos naturales son objeto ele admiración y respeto, y por eso el marco de las éticas interpersona-les debe ampliarse e integrar las relaciones con los animales, las plantas, los seres inanimados y las gene-raciones futuras. No se trata de educar a los jóvenes para que sean conscientes ele sus deberes con respec-to a la naturaleza, sino ele que se sientan inclinados a respetarla por su valor mismo, por la alegría y el gozo que produce salvaguardar aquello a lo que se tiene un aprecio profi.mdo. Las personas, entonces, esta-rán dispuestas a defender su «yo ecológico» y no sólo su «yo social», y se ocuparán de la Tierra por inclina-ción natural, y no sólo por deber moral8.

Todo ello comporta un auténtico cambio ele pa-radigma, que exige transitar de las éticas de dere-chos y deberes, nacidas de un contrato entre igua-les, a una ética de la responsabilidad y del cuidado ele la Tierra.

Estas exigencias de la <<Ecología Profunda» no coin-ciden con las del feminismo de la igualdad, como es obvio. Pero tampoco coinciden con las reivindicacio-nes de los movimientos de liberación animal. De he-cho, no se refieren sólo a los seres que tienen capacidad

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.. ' 1 ¡ i ' ' de sufrir, como hará el utilitarismo, sino al conjunto ¡

de la naturaleza; ni tampoco limitan su preocupación ¡ a los seres capaces de experimentar la vida, como ha- t: rán los animalistas que defienden el valor interno de ese tipo de seres, sino que extienden la responsabili-dad humana a la naturaleza en su conjunto e invitan f: a adoptar un paradigma biocé-ntrico. Desde esa pers- Y,

pectiva, no se trata tanto de exigir derechos y debe- f res, como hacen los animalistas, que es afán propio l de la ética moderna, sino de entrar en la ética de la p, responsabi_lidad cuidado. Y, hecho, animalis-1 tas como Smger cnt:J.can al ecolog:tsmo por conserva-.

por querer conservar la naturaleza tal como ¡¡ esta, vez de exigir una de la ética ilus-trada, mcluyendo en ella a los ammales. . ,¡

Como comentaré más tarde, no creo que esa in-clusión de los animales en el círculo del «nosotros>> sea posible, ni que tenga que ver con una ampliación de la ética ilustrada en modo alguno. Por otra parte, tampoco hace falta incluir en el «nosotros>> a seres E que no forman parte de ese pronombre de la prime- H ra persona del plural para exigir que no se les maltra-te, aunque puedan Los.sujetos ¡ morales no t:J.enen por que comcidir con los objetos de obligaciones morales. " Pero regresando al tema de este apartado, pro moto-res de un nuevo paradigma son, pues, por el momento g los defensores de la ecología profunda y las ecofemi-nistas, más por «eCO>> que por feministas. Ese nuevo paradigma sería el biocéntrico, muy próximo en rea- l lidad a esa ética de la «reverencia por la vida» que J: propugnaba Albert Schweitzer.

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Ahora bien, como en este libro tenemos que ele-gir un solo problema, nos vamos a centrar en el asun-to de los animales.

4. LIBERACIÓN ANIMAL: ¿EL PARADIGMA ILUSTRADO?

Bregar por la liberación animal no es lo mismo que trabajar por la emancipación de las mujeres, que per-tenecen a la especie humana, o promover el cuidado de la naturaleza, la reverencia por la vida. Exigir la igualdad de mujeres y varones es una reivindicación que hunde sus raíces en el paradigma antropocéntri-co, y, en lo que hace a la Ecología Profunda, al bio-centrismo, incluye a los animales en el conjunto de seres que deben ser cuidados, pero no sólo porque tienen capacidad de sufrir, como diría el utilitarismo, ni porque son capaces de experimentar una vida, en la línea de Tom Regan, o porque gozan de unas capa-cidades básicas para llevar adelante una vida buena, atendiendo al enfoque de las capacidades que defien-de en este caso Martha Nussbaum. La Ecología Pro-funda es biocéntrica y quiere cuidar de los animales porque toda vida tiene un valor interno.

Ésta es la razón por la que, como hemos comenta-do, alguno de los adalides de la liberación animal, como es el caso de Peter Singer, entiende que el eco-logismo es conservador, porque trata de conservar la naturaleza tal como está, mientras que los defensores de los animales son progresistas. Según Singer, los animalistas son ilustrados porque no pretenden sino ampliar la ética ilustrada, que exige derechos para

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los seres humanos, exigiéndolos también para todos los seres son_iguales en cuanto que tienen capacidad de su_fnr. El Circulo del «nosotros» se amplía, pero no a la VIda en sino a todos los que son pre- 1

1guales, es decir, a los animales, porque f tienen capacidad de sentir; o porque, por decirlo con ¡ Tom Regan, tienen capacidad de experimentar una 1 vida; o siguiendo a Martha Nussbaum, porque son or- Í

vivos dotados de capacidades para llevar i una VIda buena, que a su vez pueden sentir. f

Sin embargo, entender la ética animalista como una prolongación del paradigma ético de la Ilustra- 1 ción sólo tendría sentido si no hubiera habido más R ética ilustrada que la utilitarista, porque las otras dos 1 posiciones animalistas mencionadas nada tienen que · (·.·.· .• • ver con la Ilustración. O si hubiera habido varias pro-

éticas ilustradas, como es.el caso, pero se hu-biera impuesto la utilitarista como fundamento filo-sófico de la ética cívica presente hasta nuestros días t que es la que sustenta la Declaración Universal de

Humanos de 1948. Pero no es esto lo que ha su- f cedido en modo alguno. Si recordamos, el Preámbulo .¡ de la Declaración empieza con las siguientes palabras:

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en por base el reconocimiento de la dig-

mdad mtnnseca y de los derechos iguales e inaliena-bles de todos los miembros de la familia humana [ ... ]

Y, una vez concluido el Preámbulo, la Asamblea General de las Naciones Unidas pasa a proclamar la Declaración, cuyo artículo 1 dice así:

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Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

La dignidad humana es el fundamento de esos de-rechos, no la utilidad que se puede seguir de ellos. Los derechos son exigencias de la dignidad, no re-cursos, instrumentos de los que se extrae utilidad. Esos derechos reciben el nombre de «humanos», porque se extienden a todo ser humano por el hecho de serlo, no por ser miembro de alguna comunidad política y, por lo tanto, se entienden como <<anterio-res>> a la formación de las comunidades políticas. De donde se sigue que esas comunidades no pueden permitirse violarlos sin caer bajo mínimos de huma-nidad: no se negocia con ellos, no se les puede some-ter a un cálculo de utilidades.

Desde la perspectiva de la Declaración, ninguna co-munidad está legitimada para quitar la vida a un ser humano al que se considera peligroso por evitar des-gracias mayores. Y el razonamiento para llegar a esa conclusión no consiste en recurrir a estadísticas para averiguar si la experiencia demuestra que quitar la vida a los delincuentes o a los enfermos mentales peli-grosos no tiene por consecuencia una disminución de la delincuencia y de los males que acarrea. El razona-miento consiste en recordar que cualquier ser huma-no tiene dignidad y nadie tiene derecho a privarle de la vida. Recurrimos a los derechos como cartas de triun-fo, como diría Dworkin, no como recursos útiles.

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1 ¡ ¡ f ¡ t Por eso, no es el utilitarismo la ética ilustrada que ¡

sirve de base racional a la ética cívica que se ha im-puesto en declaraciones y documentos, sino la afirma- r ción de la dignidad humana, que tan bien respalda la j ética kantiana y también esa ética del reconocimiento recíproco de la dignidad y la vulnerabilidad, que es la ¡ ética de la razón cordial. ¡

Claro que cabe argüir que ésa es la conciencia mo-ral social presente en nuestros días, pero debería cambiar hacia algo distinto. Que la Declaración Uni-versal de Derechos del Animal de 1977 e iniciativas como el Proyecto Gran Simio caminan en esa direc-ción, aunque como dicen sus defensores, más en el camino de la aspiración que en el de la descripción. Y justamente en el presente libro queremos tratar acerca de si ese cambio es moral y políticamente ne-cesario o si no lo es. Pero aclarando desde el comien-zo que una ética animalista no prolonga el proyecto ilustrado de hacer justicia a los iguales, porque no hay igualdad moralmente relevante entre los seres cuya escala empieza en la ameba y alcanza hasta el ser humano. Esto es, sin embargo, lo que pretende el animalismo.

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WÍTULO 2 EL MOVIMIENTO ANIMALISTA

l. Los MOVIMIENTOS DE LIBERACIÓN ANIMAL

Al abordar un asunto es conveniente recordar su historia, siquiera sea brevemente, porque al fin y al cabo la razón humana es histórica y conocer cómo ha ido gestándose una cuestión y llegando a nuestros días ayuda a comprender las razones y motivos que han ido cuajando para apoyarla o denigrada, razo-nes y motivos que son ya recursos para argumentar hoy a favor o en coritra.

La primera generación del movimiento actual en defensa ele los animales surge en el Reino Unido, en la década ele los sesenta del siglo xx, cuando algu-nos miembros de la Liga contra los Deportes Crueles se comprometieron a sabotear la caza con perros. En 1963 surgió la Asociación ele Saboteadores de la Caza como una organización separada, y en 1964 Ruth Harrison publicó Animals Machines, donde hablaba de las granjas factoría. En 1967 Peter Roberts, due-ño ele una granja, funda la organización Compassion in Wor!d Farming1.

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