Educação para os Media em Portugal: Experiências, Actores e Contextos
"«Corazones depravados» y «capataces de colegio». Relaciones entre inspectores y estudiantes...
Transcript of "«Corazones depravados» y «capataces de colegio». Relaciones entre inspectores y estudiantes...
His
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ria
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cia
l d
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ed
uca
ció
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hil
ena
192
“CORAZONES DEPRAVADOS”
Y “CAPATACES DE COLEGIO
”.
Relaciones entre in
specto
res y
estu
diante
s como acto
res de la vida
escolar en la enseñanza secundaria
chilena (c.1880-c
.1920)1
Pa
blo
To
ro
Bla
nc
o2
1. INTRODUCCIÓ
N:
EL LIC
EO, E
SCENARIO
COTID
IANO DE RELACIO
NES
ASIM
ÉTRIC
AS, CONFLIC
TOS Y EMOCIO
NES
Los relatos tradicionales acerca del desarrollo histórico del sistema edu-
cacional chilen
o han
dado cuen
ta frecuen
temen
te de la marcada brecha
existente durante el siglo XIX entre la precaria en
señan
za primaria orien
-tada hacia el m
undo popular, concebida como habilitan
te en destrezas
bá
sica
s de lectoescritura y herramienta de moralización y control social
y, en sus an
típod
as, la mejor finan
ciada educación
secundaria, entendida
como un sistema uniforme de form
ación para los grupos privilegiados de
1. Este texto es producto del Proyecto Fondecyt de Iniciación
nº11090036 (2009-2011), titu-
lado “Definiendo a una juventud: Liceos, textos escolares, opinión pública en la definición
del sujeto juvenil en Chile (c.1870-c.192
0)”, del cual el autor fue investigador responsable.
Deseo agradecer la colaboración brindada por Paula Lara Arancibia, licen
ciada en
Historia
por la Universidad Alberto Hurtado, ayu
dan
te de investigación en ese proyecto.
2. Doctor en
Historia. In
vestigador departamento de historia Universidad Alberto Hurtado.
Correo electrónico: ptoro@uah
urtado.cl
193
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
la sociedad (L
abarca, 1939). En dicho contexto la educación secundaria
pública habría sido ideada y expandida en
estrecho vínculo con
las tareas
de generación de cuadros conductores del orden
republicano, idea que se
presentaba periódicam
ente a los estudiantes a través de un discurso de
iden
tidad colectiva expresado, entre otros recursos, m
ediante cerem
o-
nias públicas de premiación. En ellas, especialm
ente en las del In
stituto
Nacional, fue frecuen
te el tópico del Liceo como acompañ
ante propicio
del desarrollo repu
blican
o en
cuanto a o
rden
y p
rog
reso político, así com
o también la idea de la juventud licean
a como depositaria del futuro de la
Nación. Tales lugares comunes aparecían consisten
temen
te en las cere-
monias de distribución de premios qu
e se realizaban
de modo solemne.
Así, por ejem
plo, en 1853 el académ
ico Ram
ón Briseño daba testim
onio
de este discurso al señ
alar que el In
stituto Nacional operaba como “mo-
delo de todos los Colegios de la República, los cuales vienen
a ser como
otros tantos resortes que concurren
al m
ismo efecto en el m
ovim
iento
general de la máquina social” (Briseño, 1853: 295). Este tipo de alusiones
se repitieron a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, acogien
do na-
turalm
ente é
nfa
sis
pro
pio
s d
e ca
da
co
yu
ntu
ra, y man
tuvieron la noción
de esa form
ación ju
venil como propedéutico de lo público, tal como se
dejaba ver en
las palabras qu
e los jóvenes egresados del Liceo de Talca
escucharon
en su despedida del plantel en 1890: “el Liceo es una repú
blica
en m
iniatura, d
onde los pequeñ
os ciudadan
os aprenden
a conocer los
deberes que en
la sociedad le incumbirán”3. V
arias d
éca
da
s m
ás
tard
e,
en u
n c
on
tex
to d
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ema
nd
as
pro
pia
s d
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n p
roce
so d
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emo
cra
tiza
ció
n
y en
medio de una crisis política y educacional, todavía este concepto
de una elite form
ada mediante el estudio de las human
idades en el liceo
segu
ía ten
iendo alguna presencia, lo
que se trasunta en las palabras de
Enriqu
e Molina en
1933 al defen
der esa función tradicional señ
alan
do
que “cualqu
iera que sea la orien
tación predominan
te que se le señ
ale a
la educación secundaria, el delta de este río es la elite” (M
olina, 1933: 8).
Com
plem
entariam
ente a la idea de la edu
cación
secundaria como crisol
repu
blican
o, noción que po
dría ser parcialm
ente plausible si se considera
la proveniencia de segm
entos sign
ificativos de los cuadros dirigen
tes
del aparato estatal en la alborada del siglo XX, se ha sosten
ido que ella
habría cumplido el papel de forja para los sectores medios. No obstan
te,
3. Documen
tos relativos a la solemne distribución de premios a los alumnos del Liceo
de Talca, el 7 de octubre de 1890, p
residida por el señ
or Intenden
te de la provincia, don
Víctor Prieto Valdés.
His
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ena
194
ya a mediados del siglo XX había emergido una crítica consisten
te a esta
idea, entendiendo
que la enseñan
za secundaria no tuvo, salvo excepcion
es
muy notables, realm
ente el papel de promotora del cam
bio social. A
sí,
por ejem
plo, en 1964 César de León enfatizaba qu
e la extracción social
predominan
te en los liceos del siglo XIX era ya de sectores medios y
privilegiados (De León, 1964). E
ste an
teceden
te m
erece ser tomado en
cuen
ta de cara al propósito medular de estas páginas, que tien
e qu
e ver
con bosquejar aspectos de las relaciones existen
tes en
tre estudiantes e
inspectores como actores de la vida escolar en
liceos públicos hacia fines
del siglo XIX e in
icios del XX. A
sí, una cierta consisten
cia común de los
grupos escolarizados en
los liceos pudo servir como telón de fondo para
el contraste de episodios de convivencia conflictiva, en
algunos casos
bastante violenta, en
tre actores de distinta raigambre social. En ello
precisamen
te el vínculo problemático entre estudiantes e inspectores,
como se verá m
ás adelan
te, algo tuvo de testim
onial.
Otro anteceden
te gen
eral del sistema escolar secundario que vale la
pen
a considerar es qu
e la enseñan
za pública, representada por el liceo,
tuvo una índole cen
tralizada, uniform
e, urban
a, elitista y claram
ente
orien
tada hacia la educación universitaria (Perl, 2012). Esas característi-
cas homogeneizadoras ciertamen
te configu
raron un escen
ario propicio
para el desarrollo de relaciones interpersonales en el liceo marcadas por
tenden
cias norm
alizadoras, las qu
e se hallaban
orien
tadas a fo
rmar un
mod
elo de person
a basado en
cán
ones universalistas tomados de mod
elos
de países eu
ropeos (Francia, Aleman
ia, Inglaterra), en combinaciones
distintas de acuerdo al ámbito y tiempo específico de su aplicación. En
este contexto es qu
e se in
serta uno de los problemas que es recogido en
este texto: la progresiva toma de razón respecto a las singu
laridades del
actor estudiantil en tan
to sujeto marcado por una índole etaria. En este
sentido es que dejam
os con
stan
cia de la necesidad de integrar en el relato
historiográfico (y, sobre todo, en el d
e la historia de la educación) la di-
men
sión
de la edad com
o factor con
stitutivo de los actores involucrados.
Fren
te a una práctica de an
álisis histórico que, en términos generales,
solamente de mod
o paulatino ha concedido prim
acía a factores crecientes
en complejidad (partien
do desde la realidad material de las coorden
adas
de clase y sigu
iendo lu
ego con la nacionalidad, la etnia o el gén
ero), la
especificidad de las edades amerita ser reconocida e integrada al relato4.
4. Una visión esquem
ática del problema de las edades como asunto para la historiografía
195
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
En una cierta consonan
cia con el registro de un proyecto exp
lícita-
men
te pen
sado como constructor de un orden
homogéneo, basado en la
distinción norm
alizadora entre atraso y progreso, montado sobre el par
polar barbarie-civilización y la opo
sición
emoción-razón
, la historiografía
atenta al desarrollo de la enseñan
za secundaria du
rante los últim
os lustros
del siglo XIX y la primera parte del XX parece haber tendido durante dé-
cadas a acoplarse a esa lógica de an
álisis. D
e esta man
era es que aspectos
íntimos, propios de la cotidianeidad de la vida escolar, inspiraron men
or
interés qu
e las form
ulacion
es del pen
samiento pedagógico de la época en
estudio. Del mismo mod
o es que los escenarios de con
flicto protagonizados
por los actores presentes en
los liceos recibieron atención esporádica, lo
que pod
ría ser entendido consideran
do su escaso peso relativo, en térm
i-nos de número, en el conjunto de la población escolarizada, debido a su
condición de elite. Pese a dicha singu
laridad (o, quizás, precisamente por
ella), consideram
os qu
e la enseñan
za secundaria podría servir como un
terren
o de estudio para problematizar asuntos tales como las relaciones
entre distintos agen
tes de la vida escolar. Por ello es qu
e se sostiene en
estas páginas que el escen
ario del liceo público es, a través del período
propuesto, un nicho en el qu
e sería posible encontrar testimonios de
conflicto entre jóvenes estudiantes e inspectores (asunto que, a primera
vista, podría parecer pueril y anecdótico) y qu
e tales tensiones serían
representativas de diferen
cias sociales existen
tes. De la misma man
era,
la transición en las form
as de relación entre tales actores daría pábulo
para una primera mirada a la vida escolar desde el ámbito de la historia
de las em
ociones
5 .En relación con lo anterior, es necesario reconocer que el cam
po
historiográfico cobijado bajo el rótulo de ‘historia de las em
ociones’ no
ha presentado m
ayores avan
ces todavía en el caso chilen
o en lo que a
historia de la educación concierne. En términos generales, aqu
ella ten
-den
cia ha tenido sus desarrollos más im
portan
tes en
el contexto amplio
de la historia cultural anglosajona, siendo heredera de un tronco común
recien
te se aborda someram
ente en nuestro texto “Desórden
es y ju
egos de chapas en la
plaza: estudiantes, espacio público y juventud (San
Fernan
do, c.1870-c.1900)” (Toro, 2012).
5. Recuperamos en estas páginas y siguientes algunos aspectos de esta descripción
sob
re los
cambios en las concepciones sob
re las em
ociones juveniles y el interés qu
e ellas concitaban,
los qu
e se encuen
tran
en nuestro estudio “Close to
you: building tutorials relationships at
the Liceo in
Chile in the long 19th cen
tury”, Ja
hrb
uch
fü
r H
isto
risc
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Bil
du
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un
g,
ban
d 18 (Toro, 2012).
His
to
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so
cia
l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
196
de intereses qu
e se derivan
de la atención prestada a las experiencias
subjetivas de los individuos, por una parte, y a la construcción social de
modelos de expresión de tales subjetividades (Matt, 2012: 117-118). De
tal modo, un concepto que nutrió las primeras etapas de investigación
histórica en esta área es la noción de
emo
cio
no
log
ía, la cual puede ser
entendida como un conjunto de estándares emocionales colectivos en
los qu
e agen
tes sociales e instituciones promueven
o prohíben
ciertos
tipos de em
ociones o, al contrario, otras les son in
diferen
tes (Stearns y
Stearns, 1985: 813). Esa herramienta conceptual claramen
te responde a
la preocupación propia de una primera etapa en
el d
esarrollo del com-
promiso historiográfico con las em
ociones en el pasado de la educación,
que se puede en
tender como in
scrita en el área de los problemas de los
estudios de
gu
ber
na
men
tali
da
d, o sea, centrad
a en
las dim
ensiones
norm
ativas de acuerdo a la tradición in
stalada por Michel Foucault
6. Es
precisamen
te este aspecto el que se intenta vislumbrar, en la medida del
carácter ensayístico de este texto, en las secciones siguientes.
Si se ha presentado, en apurada síntesis, un pan
orama de rasgos
generales del sistema de en
señan
za pública secundaria que da como
resultado un entorno norm
alizador, marcado por la uniform
idad, jerár-
quico y escasam
ente orien
tado hacia la consideración de las diferen
cias
y la subjetividad (etaria y emocional) de sus actores, sosten
emos qu
e se configu
ra la necesidad de abrir cauces, aunqu
e sean
iniciales y no
todavía suficien
temen
te documen
tados, para la atención
historiográfica
sobre las asim
etrías existen
tes al in
terior de estos sistem
as de aparen
te
homogeneidad. E
n ese sen
tido, adem
ás, ya hechas algunas precisiones
teóricas, es qu
e pu
ede desplegarse el análisis propu
esto a con
tinuación, el
que se estructura en dos partes principales: en primer lugar, se presenta
una mirada sucinta sobre ciertos aspectos conflictivos de las relaciones
entre estudiantes e inspectores, no siendo in
frecuen
te que tales episo-
dios polémicos representen roces derivados de cercan
ía o lejanía social
y estilos de relación basados en
la coerción y legitimados en
un discurso
homogeneizador. Por otra parte, en un segundo apartado se presenta un
breve pan
orama sobre ciertas directrices, tan
to teóricas como prácticas,
6. Para una visión gen
eral sobre el campo tem
ático de la historia de las em
ociones en el
contexto de la historiografía de la educación, es útil la consulta del artículo de Noah Sobe:
“Researching em
otion and affect in th
e history of education
”, H
isto
ry o
f E
du
cati
on
: Jo
urn
al
of
the
His
tory
of
Ed
uca
tio
n S
oci
ety. L
a caracterización sobre esta etapa se encuen
tra en
pp.691-692.
197
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
que, con mayor o men
or im
pacto, ten
dieron a modificar las bases de las
relaciones entre inspectores y estudiantes y a reconfigu
rar la naturaleza
de aquellos en
atención a la de éstos, fen
ómen
o que se produjo a partir
de trán
sitos en
las
emo
cio
no
log
ías prevalecien
tes en
la enseñan
za de la
juventud en el espacio del liceo.
No escapa a nuestra atención
que ricos campo
s de análisis quedan fu
era
de los límites de esta m
irada monográfica, que adolece de un eviden
te
sesgo de género a propósito de las fuen
tes consultadas y lo
s espacios a
los qu
e se ha dirigido la mirada escrutadora. D
ebido a la opción tomada
perm
anece el misterio sobre la enseñanza secundaria privada, un territorio
que avizoramos qu
e dispone de un suelo fértil y provechoso en térm
inos
testim
oniales para la época que se aborda en
estas páginas. D
el m
ismo
modo, resulta vedado, debido al cam
po escogido, el riquísim
o potencial
que vislumbram
os nos brindaría una mirada sobre la enseñan
za femenina,
tanto en su m
odalidad religiosa como fiscal, esta últim
a em
ergente en
el últim
o cuarto del siglo XIX. Por todas las consideraciones anteriores
es que estas páginas deben
ser comprendidas con la in
dulgen
cia qu
e es
necesario brindar a un texto qu
e no puede ostentar tantas certezas com
o las dudas que, por su ín
dole especulativa, abundan
en él.
2. C
ONFLIC
TOS Y VID
AS COMPARTID
AS:
DIM
ENSIO
NES SOCIALES DE LA RELACIÓ
N
ENTRE ALUMNOS E INSPECTORES
Durante el primer m
edio siglo de funcionam
iento de la red
de liceos
públicos no fue frecuen
te que se presentara una definición precisa res-
pecto a las competen
cias y requisitos qu
e debían ten
er lo
s inspectores
a cargo de los estudiantes, ya sea tanto en el caso de establecimientos
con sistema de internado como de aquellos qu
e solamen
te atendían a
los jóvenes aprendices durante la jornada escolar regu
lar. Si bien exis-
tieron definiciones reglamen
tarias que individualizaron la función de
inspectoría y recogieron y elevaron a la estatura de norm
a la práctica
frecuen
te de em
plear a estudiantes de cursos mayores como cen
tinelas
y gu
ías de sus compañ
eros más jóvenes, el papel de inspección no pare-
cía estar dotado inicialm
ente de exigen
cias de calificación profesional
que im
plicaran especial cuidado. Varios de los reglam
entos escolares
que fueron form
alizán
dose hacia las décadas de 1840
y 1850 como, por
ejem
plo, el del Liceo de Valdivia (publicado en octubre de 1845), esta-
His
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l d
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198
blecían
que “un alumno con el título de inspector, bajo las órden
es del
rector y nombrado por él, vigilará sobre todos los alumnos mientras
estén en el colegio”
7 . Es interesante considerar que esta primera etapa
de funciones de inspectoría en
cargadas a estudiantes, usualmen
te como
algo característico de los añ
os de organ
ización inicial de los estableci-
mientos secundarios provinciales, mostraba la precariedad gen
eral de
la conform
ación del cuerpo docente de los liceos y, por otra parte, ponía
en jaqu
e las posibilidades de control y norm
alización sobre lo
s jóvenes
educandos. Así, por ejem
plo, en un in
form
e del rector del liceo de Con-
cepción, a mediados de 1855, se planteaba qu
e era necesario reform
ular
la política de admisión de estudiantes al in
ternado, ya qu
e: “[…] resulta
que los inspectores no son respetados si es qu
e los jóvenes a quienes
man
dan
son de su m
isma edad y pertenecen
a una misma esfera como
estudiantes […]”
8 . Sem
ejan
zas, tan
to en términos etarios como sociales,
generaban
, por lo visto, impo
rtantes desafíos a la posibilidad de establecer
una distancia em
ocional y norm
ativa, y de im
poner el respeto necesario
para la m
antención del orden
.Es pertinente hacer notar que la vigilan
cia ejercida entre iguales, tanto
en térm
inos de edad com
o de condición social, fue sien
do crecientemente
percibida como inconveniente por raciocinios de distinta í
nd
ole. Una
de las razones por las qu
e se consideraba negativa esa práctica era lo
que se apreciaba como una inevitable alternativa en
tre dos situaciones
disfuncionales de cara a propósitos de norm
alización y moralización de
los jóvenes estudiantes: por una parte, la cercanía y eventual com
plicidad
entre alumnos e inspectores podría ser un man
to protector para ocultar
ante los ojos adultos la comisión de actos reprobables desde la lógica
disciplinaria, situaciones tales como ju
egos de azar, ingesta de bebidas
alcohólicas o exp
resion
es de afecto sexual entre pares; por otro lado, si el
cuidado de los jóvenes de cursos mayores llegaba a ser capaz de cumplir
con la vigilancia en
comen
dada, no estaba a la altura, sin embargo, de
hacerse cargo de la tarea de constituir un foco verdaderam
ente educador
para los estudiantes dada la in
experiencia y juventud de sus centinelas
circunstan
ciales. Este últim
o punto respecto a la fu
nción de inspectoría
habría de qu
edar in
satisfecho durante las décadas siguientes, pese a los
7. “Reglamen
to del Liceo de Valdivia”, A
na
les
de
la
Un
ive
rsid
ad
de
Ch
ile, (de aq
uí en
ad
elan
te AUCH), San
tiago 1845: 31.
8. Carta del rector Fran
cisco Fierro, 16 de julio de 1855, s.n.p., Archivo Nacional, Fondo
Intenden
cia de Concepción, volumen
49, 1854-55.
199
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
cambios qu
e comen
zaron a producirse ya en la segunda mitad del siglo
XIX. A
sí, u
n clamor pedagógico de parte de las autoridades a cargo de
los liceos (difícil de dim
ensionar en su exten
sión y profundidad) fue
expan
diéndose a diversa velocidad y exp
resándose en discursos y me-
morias de rectores: la función de inspectoría no podía quedar reducida
meram
ente a un ejercicio de vigilancia, sino que debía ser un veh
ículo
de ed
ucación entendida como m
oralización. Testimonio de ello eran
las palabras del rector del Instituto Nacional quien, en su m
emoria de
1847, consideraba necesario relevar la función de los inspectores de los
estudiantes internos, pues serían estos quienes tendrían
la mejor opción
de “[…] p
enetrar a fondo las inclinaciones de los alumnos, de combatir
por los medios más seguros las qu
e son perniciosas, fomen
tar las de una
tenden
cia saludable […
]”9 .
Conform
e pasaba el tiempo, buen
a parte de estas necesidades for-
mativas detectadas en 1847 segu
ían sin ser totalm
ente satisfech
as en
los liceos. Las hab
ilidades requeridas para una ap
ropiada función de
inspector difícilmen
te serían llevadas a cabo por muchachos inexpertos
o por aven
tureros en
busca de un empleo tem
poral. Pese a situaciones
específicas en las qu
e se valoraba positivamen
te las habilidades de es-
tudiantes de cursos mayores para tratar con acierto a sus compañ
eros y
someterlos apropiadam
ente a la in
spección y m
oralización, el ten
or de
las ob
servaciones era más bien crítico. U
na de aquellas men
os frecuentes
valoraciones favorables de los estudiantes mayores como inspectores
provien
e de los recuerdos de Bernardo Ossan
dón
, estudiante del liceo de
La Seren
a hacia 1862, quien señ
ala qu
e los estudiantes de cursos mayores
“dispo
nían de la fu
erza moral necesaria para hacer im
poner sus man
datos
y sabían hacerse respetar y estim
ar de los alumnos” (Ossan
dón
, 1921: 28).
Pese al caso recién señ
alado, en gen
eral las condiciones supuestas
para qu
e se cumpliera la exp
ectativa de form
ación intelectual y m
oral
de los ed
ucandos al cuidad
o de sus inspectores eran
prácticam
ente
inviables. Numerosas den
uncias de escándalos por conductas atrabilia-
rias y violentas de inspectores poblaron las páginas de los volúmen
es
que recolectaban
inform
aciones sobre la marcha administrativa de los
liceos. Frente a ello era necesario disponer de funcionarios dotados de
características qu
e, desde la perspectiva de época, difícilmen
te se logra-
rían
sin cumplir con los requ
isitos atribuidos a los grupos rectores de
9. Mem
oria del Rector del In
stituto Nacional, 10 de julio de 1847, A
UC
H, Santiago, 1847, p.334.
His
to
ria
so
cia
l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
200
la sociedad. A
lgo de esta necesidad puede en
contrarse en las dem
andas
que form
ulaba Marcos Flavio Latapiat, Rector del Liceo de Los Ángeles,
cuan
do señ
alaba al M
inistro de Instrucción en m
ayo de 1890 que
“a las
condiciones de decen
cia y de un poco de ilustración, se debe agregar la
honorabilidad i buen
as costumbres, tan
necesarias para conservar el
orden
i ser respetados por los alumnos”
10. A
gregaba qu
e lo escaso de las
rentas asignadas para los inspectores en
los presupuestos de educación
impedía hallar inspectores qu
e pudieran poseer tales atributos.
Pese al reconocimiento respecto a la im
portan
cia de la fu
nción de los
inspectores, graduada por su cumplimiento en régim
en de internado y
externado, eran escasas las esperan
zas de pod
er con
tar con personal pre-
parado para cumplir con sem
ejan
tes expectativas, como se ha apreciado
recién
. Las ren
tas con que estaban
dotadas las plazas de inspector eran
bastante m
odestas. En la mem
oria de 1847 recientemen
te referida, el
rector del principal establecimiento secundario del país den
unciaba qu
e la labor de inspectoría era reputada como “un destino muy subalterno y
de poca im
portan
cia, y así es qu
e apen
as se le mira como una escala para
llegar a la primera grada del profesorado”
11. N
o habría gran
des cam
bios en
esas desmedradas condiciones en las décadas siguientes, si se considera
los testim
onios de otros rectores respecto a las dificultades pecuniarias
por las qu
e debían atravesar quienes asumían plazas de inspección
en los
liceos a lo largo del país. Un ejemplo de ello se en
cuen
tra en
la carta del
preocupado rector del Liceo de Linares al m
inistro de Instrucción Públi-
ca, fechada el 10 de febrero de 1884, en que inform
aba qu
e el in
spector
recibía $30
0 como sueldo m
ensual en contraste con lo
s $2
00 que reci-
bían algunos profesores qu
e sólo hacían tres horas de clase a la sem
ana.
Numerosa tinta y papel fu
eron
gastado
s a través de décadas en inform
es
y solicitudes a las autoridades cen
trales para clam
ar por mejoras en
las
remuneraciones de los inspectores de los liceos. M
irado en su conjunto
el pan
orama de la segunda mitad del siglo XIX, las condiciones econó-
micas de su desem
peñ
o no parecen
haber exp
erim
entado una radical
mejora, percepción que se hace explícita en testimonios, ya hacia fines
del siglo, como el del rector del liceo de Antofagasta, Liborio M
anterola.
En su mem
oria correspon
diente a 1895, denunciaba qu
e los sueldos de los
profesores eran
bajos y los precios de vivien
da y alim
entos en
la ciudad
10. M
emoria del M
inistro de Justicia, C
ulto e Instrucción Pública 1890, p.302.
11. M
emoria del Rector del Instituto, A
UCH, p.334.
201
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
nortina eran
muy elevados, pese a lo cual los docentes pod
ían arreglárse-
las pues ejercían profesiones liberales u otras labores compatibles con la
docen
cia, pero “no sucede lo mismo a un inspector, que debe ocupar todo
el día en el liceo”1
2 . Por lo m
ismo, fue frecuen
te durante buen
a parte de
la segunda mitad del siglo XIX una crónica inestabilidad laboral en esta
función. Sucedía que ser inspector se convertía en una labor de paso, un
trán
sito hacia mejores posibilidades. Ello explica, a su vez, la dificultad de
pod
er reclutar a personas con
algún grado de preparación
que estuvieran
dispuestas a perman
ecer durante un período prolongado desem
peñ
ando
un puesto de trabajo a veces ingrato, exigente y mal remunerado. In
cluso
a los segm
entos algo más privilegiados den
tro de este cam
po laboral las
cosas no se les daban
nada de fáciles, condición por lo dem
ás gen
érica
del m
agisterio. El caso del inspector general del Liceo de Valparaíso es
ilustrativo: cuan
do le resultaba posible asumía, por estricta conveniencia
monetaria, las clases de los profesores qu
e no asistían, pese a no tener la
preparación necesaria. Interpelado por el Visitador de Liceos, Leonidas
Ban
deras Le Brun, respecto a porqu
é lo hacía, pese a los malos resultados
logrados con sus alumnos, respondía: “porque estoy em
bromado y si así
no fuera, ¿cree usted que yo m
e dedicaría a aman
sar a estos potrillos
chúcaros?”(Guzm
án, 1964, p. 14).
La pobre dotación de los salarios para esta función den
tro de los
liceos fue un factor qu
e, en el ú
ltim
o tercio del siglo XIX, condujo a una
aparente suerte de segm
entación
social al interior de los cuerpo
s docentes
en los planteles de en
señan
za secundaria. Varios factores contribuyeron
a este proceso. U
no de ellos fue la progresiva desaparición de la práctica
de em
plear estudiantes del mismo establecimiento como in
spectores al
cuidado de los alumnos. Cada vez se hizo m
ás esporádica esa situación
dadas sus numerosas inconveniencias. Por ende, el tutelaje entre iguales se
debilitó como figu
ra al interior de patios y salas de los liceos. Otro factor
coadyu
vante para esta situación fue el escaso horizonte profesional que
involucraba la función de inspectoría. Ello derivó en un contraste entre
los privilegiados estudiantes y sus vigilantes.
Un testim
onio respecto a desaven
encias sociales entre estudiantes e
inspectores puede en
contrarse en los recuerdos del ya citado Leonardo
Guzm
án, qu
ien, rescatan
do imágen
es de su paso como estudiante por
12. M
emoria del Rector del Liceo de Antofagasta, p.47, Archivo Nacional, Fondo Ministerio
de Educación (en adelan
te ANME), volumen
1088, 1895.
His
to
ria
so
cia
l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
202
el Liceo de Valparaíso entre 1902 y 1907, presenta un relato poblado de
patetismo respecto a uno de sus inspectores. En un escen
ario m
arcado
por la alegría de juegos y pullas juveniles contra algu
nos de los adultos
(de los cu
ales resultab
an exentos aquellos profesores ad
mirad
os por
su saber y calidad personal y tam
bién lo
s temidos por su rigurosidad y
ceño adusto), era frecuen
te ver m
erodeando por los patios del liceo a la
deprimente figura de un inspector “bajo, delgado, vestido de ob
scuro lus-
troso (era muy pobre), triste, con párpados irritados y marcas de viruela,
por lo que lo apodábam
os ‘El Pije Po
lilla’ […
]” (Guzm
án, 1964: 15). A
su
vez, los estudiantes del Liceo de La Serena, hacia in
icios de la década de
1880
, hostilizaban
a uno de sus inspectores
“[…] m
uy mal querido entre
la muchachada, que despectivamen
te y aludiendo a sus toscas facciones
había bautizado con el apo
do de Nariz de Pelotón, quizás para consonarlo
con otro epíteto de mayor y más ordinario calibre […
]” (M
arín, 1933: 428).
Por los mismos añ
os en
que los estudiantes porteñ
os hacían burlas
sobre el d
esmedrado “Pije Po
lilla”, sus camaradas en Talca las em
pren-
dían contra otro in
spector. Según el testimonio de Mariano Latorre, un
verdadero trashumante del sistema educacion
al chilen
o de fines del siglo
XIX e in
icios del XX, la disciplina en
el establecimiento bajo lo
s meses
finales del rectorado de Gonzalo Cruz era bastante débil. Estudiantes
internos qu
e huían de sus dorm
itorios en
las noches para ir a casas de
remolien
da, frecu
entes rencillas y conflictos ab
undab
an en el liceo
talquino. Para en
fren
tar la situación, el inspector general decidió traer
a un nuevo inspector de internos, apellidado Quijada. “Era un hombre
alto, de ojos achinados y de expresión dura. Le faltaba el brazo derecho
y la man
ga fláccida estaba siem
pre metida en
el bolsillo de la chaqueta”
(Latorre, 1952: 432-433). O
n Q
uij
ola, como fu
e rápidam
ente apodado por
los traviesos jóvenes, n
o había lo
grado completar sus estudios y, como
tantos otros inspectores de la época, no tenía fo
rmación suficien
te para
enfrentar las tareas encomen
dadas. Las humillacion
es de los estudiantes
hacia él (“algún muchacho decidido se colaba en
el dorm
itorio y le anu-
daba las sában
as con apretados nudos ciegos o sem
braban
de picapica
almohadas y colchas” [Latorre, 1952: 432-433]) daban
fe de una distancia
en que se m
ezclaba el sarcasm
o, m
uchas veces con un fondo clasista, y
la picardía de los jóvenes sometidos a la norm
alización escolar.
No obstan
te los reman
entes de esas situaciones conflictivas, que no
habrían
de cejar en
el futuro, es sign
ificativo considerar que la función
de inspectoría se vio ben
eficiada gracias al proceso gen
eral de profe-
sionalización de la función docente para el nivel secundario, la qu
e fue
203
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
impulsada consisten
temen
te desde la década de 1880
y que tradicio-
nalmen
te ha sido asociada a la reform
a pedagógica de matriz alem
ana.
En ese contexto es que la fundación del Instituto Ped
agógico gen
eró
un contexto de avan
ces relevantes para qu
e las políticas de educación
consideraran
con m
ayor nivel de exigen
cia las funciones propias de los
inspectores de liceos, pese a qu
e ello no redundara inmediatamen
te en
una tran
sform
ación sustan
cial de su desem
peñ
o práctico ni de su esm
i-rriada condición finan
ciera. Así, por ejem
plo, en su sesión del 4 de abril
de 1892
, el Consejo de Instrucción Pública recomen
daba a los rectores
de los liceos que debían encomen
dar la función de inspectores a los
mismos profesores de cada establecimiento. E
sta iniciativa oficial tuvo
pronto im
pacto en
los establecimientos secundarios, de acuerdo a lo que
los testim
onios señalan
. De esta m
anera es que en
1892 se anunciaba la
supresión de la figura de los inspectores en
el liceo de Chillán, lo que
era concebido como un importan
te paso para adecuar la organ
ización
escolar a las tenden
cias pedagógicas en boga: “algo así com
o si dejáram
os
suprimido el sistema policial de nuestra en
señan
za”1
3 . Esfuerzos seme-
jantes se desarrollaron en otros establecimientos, como, por ejem
plo, el
liceo de Valparaíso. E
n el plantel porteñ
o su rector definió en 1894, en
acuerdo con el consejo de profesores, la eliminación de los inspectores
y el traspaso de sus funciones a la figu
ra de los
ord
ina
ria
tos, o sea, la
tran
sferen
cia de respon
sabilidades propiamen
te educativas a profesores
que, desde ah
í en adelan
te, velarían por un régim
en de relaciones m
ás
form
ativas que punitivas con lo
s estudiantes y sosten
drían
el contacto
con las familias de los alumnos (Eliz, 1912: 117).
El án
imo reform
ista que se exp
resaba en
medidas como las recién
señaladas tu
vo una prolongación mucho más intensa ya en
los primeros
lustros del siglo XX. N
uevas influen
cias educacionales, junto con el for-
talecimiento de espacios académ
ico-gremiales de reflexión pedagógica,
como la Asociación de Educación Nacional fundada en
1904, dieron el
pie suficien
te para qu
e se sostuviera un análisis m
ucho m
ás complejo
respecto al con
junto de problemas relacion
ados con
la disciplina escolar,
la form
ación del carácter juvenil y los nuevos desafíos de la normalización
y moralización que debía cumplir la enseñan
za secundaria. A
bundaron
cuestion
amientos respecto a la base de las relacion
es entre inspectores y
estudiantes, a la vez que también se levantaron opiniones acerca del tipo
13. M
emo
ria
del
Min
istr
o d
e Ju
stic
ia, C
ult
o e
In
stru
cció
n P
úb
lica 1892, p.115.
His
to
ria
so
cia
l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
204
de personal que efectivamen
te desem
peñ
aba esta labor en
los liceos. En
el Congreso Nacional de Enseñan
za Pública de 1902, por ejem
plo, u
na
de las inqu
ietudes que an
imó el d
ebate al respecto fue el hecho de qu
e segu
ía siendo un cam
po laboral asumido por
“personas m
uy jóvenes,
sin preparación pedagógica de ningu
na especie, qu
e miran
su empleo
como cosa tran
sitoria […] y que no encuen
tran
, por otra parte, en el des-
empeñ
o de su ingrata misión ningú
n alicien
te […
]” (Mac-M
ahon, 1904:
76). Esta observación crítica apuntaba tanto a los liceos qu
e contaban
solamen
te con estudiantes externos, como tam
bién a lo
s qu
e contaban
con internados. Sobre estos últim
os, existía una negativa percepción
respecto a las prácticas disciplinarias y su escaso valor form
ativo. De
esta m
anera, uno de los expositores en
el Congreso señ
alaba qu
e era
necesario introducir cambios en
la labor de los inspectores de los liceos,
en cuya práctica había predominado históricamen
te en los internados
un estilo de disciplina casi militar y que “la dureza con que segú
n ella se
trataba a los educandos i la falta de simpatía, por decirlo así, que existía
entre los alumnos i sus inspectores, puede ser la de qu
e se les reunía en
agrupaciones dem
asiado numerosas […]” (Lam
as, 1904: 195). L
a obser-
vación planteaba la necesidad de adecuar la supervisión form
ativa y la
normalización de los jóvenes estudiantes a grupo
s más man
ejables, lo que
validaba la dim
ensión educacional de los profesores jefes en
detrimen
to
de la figura tradicional de los inspectores.
Una década despu
és, en el con
texto del Con
greso de Educación
Secun-
daria de 1912, al ser con
sultados profesores secundarios po
r su percepción
respecto a las condiciones que se debería exigir a los inspectores en
los
Liceos, las respuestas más frecuentes fueron
que debieran ser profesores
y poseer “buen
a conducta funcionaria y cultura pedagógica”1
4 . Comen
-zaba a cerrarse, a lo men
os en
el d
iscurso, el h
orizonte de posibilidades
de supervivencia del rol del inspector de liceo como un individuo no
profesionalizado, caren
te de form
ación pedagógica, reclutado sim
ple-
mente por sus habilidades represivas del estudiantado a su cargo. D
e una
u otra man
era ya no sería tolerable, en el rango de las intenciones y el
sentido común de los actores involucrados, que se pudiera calificar con
justicia y apego a la realidad a los inspectores de un liceo fiscal de ser
“capataces de colegio”, como lo destacaba, desde una mirada crítica, en
14. “Investigación pedagógica entre el profesorado”, en C
on
gre
so N
aci
on
al
de
En
señ
an
za
Sec
un
da
ria, 103.
205
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
1894 un Visitador de Liceos al in
speccionar el h
istóricamen
te polémico
liceo de San Fernan
do1
5 . Com
o se verá a continuación, las con
diciones de
posibilidad para sosten
er un tipo de inspección basado en las premisas
de la vigilan
cia férrea y el frecuen
te recurso del castigo ya estaban
en
crisis al aproximarse el p
aís a las conmem
oraciones de un siglo de vida
indepen
diente.
3. T
RÁNSITOS EDUCACIO
NALES Y SUS CORRELATOS
EN LOS ACTORES DEL LIC
EO: D
E GUARDIANES DEL
CAUTIV
ERIO
A ESCRUTADORES DEL ALMA JUVENIL
Los
cap
ata
ces
de
cole
gio, q
ue eran
objeto de la crítica del Visitador de
Liceos en
1894, estaban
destinados, si n
o a desaparecer, al m
enos a ser
conden
ados por el sentido común de docentes y autoridades educacion
a-les, actores cada vez más atentos a las modificaciones que las disciplinas
del cam
po pedagógico se en
contraban
impulsan
do en el paso de un siglo
a otro. Una pasajera reflexión respecto a las velocidades a las que las
prácticas cotidianas cam
biarían
, del m
ismo m
odo que la m
agnitud que
tendrían
tales variaciones, nos remite a la necesidad de recordar que
el sedim
ento de los usos y costumbres es, a diferen
cia de la fluidez del
discurso escrito y la definición ideológica y erudita, un cam
po de tran
s-form
ación len
to, irregular, un terreno en que se apozan perman
encias
de la rutina y destellos de las innovaciones y los cambios persegu
idos
por las políticas ed
ucacionales. Las m
odificaciones administrativas y
las voluntades políticas gu
ían y enmarcan la realidad escolar, pero no la
construyen a su entera voluntad, tan
to hoy como ayer.
Consideran
do lo anterior, es posible, creem
os, establecer un puen
te
de sign
ificados en
tre una tran
sform
ación que puede en
tenderse como
un producto norm
ativo (la necesidad de profesionalizar un ámbito de
desem
peño, el de los inspectores de liceo) y un proceso subyacente de más
amplio espectro: las tran
sformaciones en lo que hem
os querido entender
(con
un uso bastante laxo del con
cepto) com
o la e
mo
cio
no
log
ía vigente en
los liceos durante buen
a parte del siglo XIX. C
on ello se qu
iere apuntar
selectivam
ente a algunos aspectos del repertorio de expectativas, normas
y prohibiciones emocionales presentes en
las relaciones entre adultos
15. Inform
e de inspección al Liceo de San Fernan
do del Visitador de Liceos, s/f, p.5, f.15
y ss. A
NME, Volumen
1049, Liceos de Aconcagu
a a Ren
go, inform
e de visitadores 1894.
His
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ria
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l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
206
y jóvenes estudiantes en
el ámbito de la enseñan
za secundaria pública.
Sien
do un horizonte tem
ático singu
larm
ente amplio, se ha optado por
hacer posible un in
tento superficial desde la historia de las em
ociones,
aplicando la atención en el encuen
tro, no siempre exento de polémica y
ribetes violentos, entre inspectores y jóvenes estudiantes.
Como se advertía en los párrafos introductorios, la primera perspec-
tiva que asomó en el desarrollo de la historia de las em
ociones tuvo que
ver con lo
s aspectos norm
ativos, usualmen
te detectados en
el len
guaje
propio de códigos conductuales prescritos. Una muestra de ello podría
ser considerada, por ejem
plo, el estudio de las regu
laciones de niños y
jóvenes a través de las form
as de la etiqu
eta y la urban
idad
16. E
n tan
to
este enfoqu
e se domicilia en el terreno norm
ativo es qu
e suele presentar
algu
nas limitan
tes qu
e vale la pen
a tener en cuen
ta. U
na de ellas es que
necesariamen
te refleja un sesgo desde el punto de vista de los actores
involucrados: es la voz regu
ladora (exp
resada en
códigos, reglamen
tos,
literatura de consejo, m
anuales o reflexiones psicológicas sobre el joven
) la que tien
e la palab
ra. Qued
an solamen
te reflejadas borrosamen
te,
usualmen
te enmudecidas, las perspectivas de los destinatarios de la
regu
lación conductual y emocional, d
el m
ismo m
odo que el nivel de la
exp
erie
nci
a no logra hacerse visible. C
on to
do, es un paso introductorio
necesario (au
nqu
e insuficien
te) en
el cam
ino a comprender de man
era
plausible estructuras de relaciones emocionales entre actores en
un
espacio como el que se ha abordado en estas páginas.
Contempladas las prevenciones recién exp
uestas, es viable dar un
vistazo pan
orámico a dos o tres momen
tos y fenómen
os que fueron
modifican
do las relaciones entre inspectores y estudiantes (y, sobre
todo, las exp
ectativas al respecto). Si era plausible que (m
ás allá de la
ironía) los inspectores fueran
tradicionalmen
te considerados
cap
ata
ces
de
cole
gio, ello escondía, en algún punto de la transform
ación a la qu
e nos referimos, trazos de verdad (fáctica) y de ideal (program
ático). Esto
sign
ifica qu
e en
el mote con el qu
e se quería ridiculizar o den
unciar a
una form
a de inspección en los liceos concurría una práctica a erradicar
(castigos, autoritarism
o, escasez de herramientas de comprensión m
ás
compleja sobre la realidad de los estudiantes) y un modelo por construir
(atención pedagógica, comprensión de lo juvenil como una realidad con
sus propias características).
16. H
emos analizado brevemente aspectos de este asunto en nuestro estudio “Dim
ension
es
de la con
fección de una juventud virtuosa: man
uales de urban
idad en Chile (c.1840-c.1900):
man
uales de urban
idad en Chile (c.1840-c.1900)”. Toro, 2012.
207
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
Durante buen
a parte del siglo XIX, el p
apel que supuestamen
te de-
bían cumplir los inspectores (sobre todos los qu
e se desem
peñ
aban
en
liceos con sistema de internado) era profundam
ente dem
andan
te, desde
el punto de vista del discurso. Adem
ás de la tradicional asociación entre
su figu
ra y la vigilan
cia de los jóvenes a su cargo, se asumía que deberían
cumplir con propósitos educacionales de más amplio ran
go. Lo que nos
interesa perfilar en
estos párrafos es una dialéctica qu
e se teje, a lo largo
del siglo y muy marcadam
ente en el paso hacia el X
X, entre los cambios
respecto a las funciones y perfil de ese cargo y las modificaciones que se
van tejien
do sobre el objeto mismo de su trabajo: los jóvenes educandos.
Variaciones en los supuestos sobre la naturaleza juvenil (empujadas por
los aportes de las disciplinas pedagógicas y la pau
latina recepción de
la psicología como cam
po de estudio durante el últim
o tercio del XIX)
fueron cercando las posibilidades prácticas de qu
e la labor (supuesta)
de los inspectores pudiera seguir siendo la misma qu
e correspondía a
una etapa en
que represión, vigilancia y moralización se en
contraban
inextricablemen
te enlazadas con la id
ea de educación.
Lo que es im
portante rescatar de estas mod
ificaciones, de cara al pro-
blema de la emocionología qu
e hem
os intentado relevar, es qu
e nuevas
imágen
es respecto a la iden
tidad y naturaleza ju
venil implicaron giros
impo
rtantes respecto a la explicación
de las conductas de los estudiantes,
a la vez que llevaron a los adultos a su cargo a plantearse un conjunto
de tareas que requ
erían de herramientas mucho más sofisticadas que la
mera vigilancia y la tutoría distante. Si era viable que tradicionalmen
te
los inspectores se com
portaran com
o ca
pa
tace
s d
e co
leg
io (en el con
texto
de un sistema secundario con personal ayu
no de form
ación profesional
pedagógica y nociones básicas de psicología), ello obedecía a que sus
categorías de comprensión de lo juvenil estaban
basadas más en códigos
norm
ativos de matriz moral que en
postulados de base psicológica. A
sí
se puede en
tender, por ejem
plo, que las herramientas explicativas de los
adultos respecto a las esporádicas asonadas escolares de desorden
los
llevaran
a comprenderlas como fruto de la m
aldad que habitaba en
los
“depravados corazones” de los estudiantes, como sosten
ían en reu
nión
profesores e inspectores del liceo de Concepción al an
alizar un m
otín
escolar acaecido en ese plantel en
18591
7 . Esa realidad conceptual es la
17. C
opia del acta de Sesión Extraordinaria del Consejo de Profesores del Liceo de Concep-
ción, C
oncepción, 14 de septiem
bre de 1859, p.64 Archivo nacional, Fondo In
tenden
cia de
Concepción, volumen
476, Liceo de Concepción 1857-1875.
His
to
ria
so
cia
l d
e la
ed
uca
ció
n c
hil
ena
208
que sería sometida a perman
ente erosión durante la segunda parte del
siglo XIX y quedaría profundam
ente debilitada ya al iniciarse el siglo
XX (al m
enos en
el nivel del discu
rso declarado y constituido como
sistem
a de creencias o sen
tido común). Su derrumbe (discursivo) n
atu-
ralm
ente no es posible de asim
ilar totalm
ente a su impacto en el nivel
de la práctica ni en
el inasible ámbito de las convicciones internas y
motivaciones de los actores. Sin embargo, lo que es im
portan
te señ
alar
es que la pérdida de legitimidad de la conden
a moral a la ju
ventud (al
nivel de las fundam
entaciones para la relación entre adultos y jóvenes
en el liceo) y su reem
plazo por un enfoqu
e de base psicológica tu
vo com
o resultado la rearticulación de aspectos de la emocionología existente en
los establecimientos secundarios. Esto im
plicó que el talante emocional
desde el cual los adultos (profesores e inspectores) debían in
terpretar a
sus tutelados se tran
sform
ó de modo im
portan
te (insistim
os: en el n
ivel
discursivo-norm
ativo). Este proceso de cambio es el que im
plica que la
función de inspección no desaparezca del escen
ario escolar, pero sí que
sea reconfigu
rada y qu
e parte im
portan
te de sus exigen
tes (y poco cum-
plidas) misiones anteriores se transfirieran a un nuevo agente surgido
de los án
imos reform
istas durante la década de 1890: el p
rofesor jefe.
En párrafos anteriores se señalaban
algunos aspectos de la reform
a de
funciones de los inspectores escolares, a propósito de las influen
cias de
la época de reform
a educacional que se m
asificó en el p
aís en
el ú
ltim
o cuarto del siglo XIX. En ese contexto es qu
e se produjo la transferen
cia
de funciones desde los tradicionales inspectores a los nuevos profesores
jefes. Ciertam
ente es im
portante señ
alar que este proceso no parece haber
tenido homogeneidad en el conjunto del sistema escolar, a la vez que es
necesario considerar que sus efectos prácticos (m
anifestados en
la exp
e-rien
cia escolar) son m
ás difíciles de rastrear que su ámbito declarativo.
Muestra de lo que subyacía com
o cambio conceptual a esta tran
sformación
administrativa es lo que sucedía en 1895 en
el liceo de Chillán. A
llí se
tomaba la decisión de establecer profesores jefes, siguiendo el mod
elo de
la enseñan
za secundaria aleman
a. Se nombró un profesor jefe por cada
curso “para llegar a form
ar una idea cabal de las tenden
cias y carácter
de cada cual” (Tondreau
, 1918: 465), quien debía emplear m
edios para
conocer más en profundidad a sus estudiantes, tales como excursiones
escolares campestres, las que cada curso debería realizar dos o tres veces
al año. Se hacía así eviden
te el lazo entre función administrativa y pro-
pósito pedagógico que articula nuevas rutinas emocionales, empujando
al profesor hacia una aten
ción de la subjetividad de sus estudiantes.
209
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
Numerosas referencias educacionales estuvieron en la base de las
tran
sform
aciones en la concepción de las relaciones entre adultos res-
ponsables y jóvenes estudiantes en
los liceos hacia fines del siglo XIX.
Se ha polemizado ampliam
ente respecto de si la in
fluen
cia alem
ana, en
el contexto de la reform
a educacional representada en
la fundación del
Instituto Pedagógico en
1889, fu
e un factor retardatario de estos cambios
y legitimador de prácticas disciplinarias autoritarias. En este sentido,
es célebre la in
stalación en el imaginario de la discusión pedagógica de
fines del XIX de la id
ea del e
mb
ruja
mie
nto
ale
má
n, p
erspectiva crítica
difundida por el educacionista Eduardo de la Barra. E
ste vitriólico au-
tor den
unciaba las prácticas represivas de profesores alem
anes en los
establecimientos representativos de esa reform
a, como, por ejem
plo, el
Liceo de Aplicación. A
llí, asegu
raba de la Barra, a lo
s estudiantes se les
trataba a golpes y palos (De la Barra, 1899: 33). M
ás
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eda claro es que los
ánim
os reform
istas en
el cam
po
de las relaciones entre profesores y estudiantes fueron gan
ando terren
o consisten
temen
te, alimen
tados por distintas tenden
cias, pero cobijados
por un cierto ánim
o común. Resumen
de la nueva perspectiva puede ser
la declaración de Eugenio M
aría de Hostos, rector del Liceo de Chillán
en 1889, quien sintetizaba el espíritu global de estas modificaciones al
conceptualizarlas como “un paso im
portan
te del régim
en del rigor a la
disciplina de la ben
evolencia” (T
ondreau
, 1917: 1467)
.
Fue el tránsito desde el rigor a la ben
evolencia, usando los térm
inos
del célebre edu
cado
r po
rtorriqu
eño, lo que condu
jo a las tran
sformaciones
que se han
caracterizado sintéticamen
te en los párrafos an
teriores. Si se
indicaba an
teriorm
ente que la función de los inspectores merecía cada
vez mayores críticas y escasa ben
evolencia en
los foros educacionales
form
ales de inicios del siglo XX, sucedía al contrario con la emergente
noción de profesor jefe, que se supo
nía com
o un ro
l que debía ser asumido
por personas que pudieran estudiar la psicología del estudiante. Pero ese
conocimiento in
strumen
tal n
o sería suficien
te, de acuerdo a las nuevas
tendencias pedagógicas en la alborada del nuevo siglo, ya qu
e era necesaria
una tran
sform
ación en las dim
ensiones sen
timen
tales de las relaciones
interpersonales. En ello, es sign
ificativo enfatizarlo, estaba involucrado
un giro im
portan
te en las exigen
cias emocionales que era posible hacer
a los actores de la vida escolar. Numerosos textos reflexionaron sobre
estas nuevas tareas qu
e se les imponían a los profesores. Un ejemplo
señero de este emergente sen
tido común se en
cuen
tra en
las palabras
His
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e la
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uca
ció
n c
hil
ena
210
de Luis Galdam
es, uno de los principales representantes de las primeras
camadas de profesores form
ados al amparo de la reform
a educacional
y el Instituto Ped
agógico. Sintetizaba esta nueva disposición emotiva
indican
do que era necesario usar la persuasión y el afecto y “an
tes qu
e la palabra, la sonrisa” (Galdam
es, 1913: 280
).
4. R
EFLEXIO
NES FIN
ALES
Tras esta sucinta pan
orámica de algu
nas de las tran
sform
aciones en el
papel de los inspectores en
los liceos durante la últim
a parte del siglo
XIX e in
icios del XX, cabe hacer algunas consideraciones de naturaleza
necesariamen
te provisoria. El án
imo gen
eral de estas líneas ha sido
introducir una discusión que vincule un problema histórico adminis-
trativo u organ
izacional (a saber: las transform
aciones de la función de
los inspectores en
los establecimiento secundarios) con un cam
bio de
naturaleza bastante m
ás compleja y difícil de asir: el tránsito desde un
régimen
emocional o e
mo
cio
no
log
ía, que inducía a la consideración de
una naturaleza juvenil en base a supuestos derivados de codificaciones
morales, antes qu
e a observaciones construidas desde criterios cien
tí-
ficos, hacia uno basado en el esfuerzo por comprender la singu
laridad
de lo juvenil. C
omplemen
tariam
ente, ese tránsito tam
bién significó un
nuevo repertorio de exigen
cias para los adultos en
cargados de la for-
mación de los estudiantes, en la medida qu
e los im
pelió a desarrollar
necesariamen
te disposiciones emocionales que les permitieran captar
aspectos de la subjetividad de sus tutelados. Sem
ejan
te exigencia reba-
saba los límites de funcion
amiento en los qu
e se había encuadrado tanto
la figura tradicional de docente como la de inspector. En este sentido,
vale la pen
a recordar que durante largas décadas la en
señan
za en los
liceos tuvo como eje principal (si no exclusivo) el dominio de los con-
tenidos a im
partir, lo
que hizo posible la compatibilidad de facto entre
carreras liberales y docencia secundaria, lazo que tendió a ser disuelto
a propósito del desarrollo de la profesionalización tras la fundación del
Instituto Pedagógico en 1889. Fue este conjunto de nuevas exigencias el
que desgajó del dom
inio de los inspectores un amplio campo de accion
es
form
ativas que ellos no pod
ían satisfacer, en la medida qu
e reprodujeran
las características precedentes de su desem
peño: la desaparecida práctica
de ser reclutados en
tre los estudiantes de cursos superiores o la in
sufi-
cien
te praxis (principalmen
te cen
trada en
la represión) de personas que
211
“Cora
zones
depra
vados”
y “ca
pata
ces
de c
olegio
”
se desem
peñ
aban
en un entorno que les era ajen
o, tan
to socialmen
te
como en términos de propósitos más complejos qu
e la m
era vigilancia,
así como tam
bién en relación a exp
ectativas laborales qu
e fueran
más
vinculantes qu
e el sim
ple papel de plataform
a momen
tánea de em
pleo
a la espera de mejores horizontes.
Los
cap
ata
ces
de
cole
gio
fueron conden
ados, a lo m
enos desde el
nivel del discurso, a desaparecer. N
o obstan
te, es necesario reiterar qu
e las prácticas superan
, con porfiada astucia, a la voluntad hecha recta
norm
ativa pedagógica o voluntarioso propósito gremial. Así, restos de
esa an
tigu
a naturaleza quedaron adheridos a las nuevas fo
rmas que ad-
quirió la fu
nción
de inspectoría ya en el siglo XX. Tam
bién puede decirse
lo m
ismo respecto a las atribuciones y naturalizaciones, usualmen
te
negativas, respecto de la conducta juvenil. L
a im
agen
conden
atoria de
esos
cora
zon
es d
epra
vad
os, vestida bajo nuevos ropajes discursivos, ha
tendido a emerger y sumergirse, alternativam
ente, a lo largo de las déca-
das siguientes al período que hem
os visitado en estas páginas. Instalar,
pues, la pregu
nta sobre las em
ociones subyacentes o que acompañ
an y
legitiman
form
as de relación
en un entorno tan significativam
ente intenso
en térm
inos de convivencia, como ciertam
ente es el espacio escolar hoy
y ayer, parece ser un acto de conocimiento que cobra pleno sen
tido para
iluminar, desde un ángu
lo complemen
tario, zonas desapercibidas de la
realidad histórica de la educación chilen
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