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Coloquio de Mónaco
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Diario del Psicoanálisis del Niño.
Coloquio de Mónaco
Traducción: Prof. Walter Pérez.
Trascripción: Lic. Gustavo Cedrés.
(Artículo sin corregir)
“Todos los efectos de la violencia no pueden debilitar la verdad y no sirven sino
para aumentarla más. Todas las luces de la verdad nada pueden para detener
la violencia y no hacen sino exacerbarla.”
Pascal
Duodécima Carta
André Green
Fuentes, avances, fines y objetivos de la
violencia.
Si bien habría que congratularse de que por fin un
coloquio de Psicoanálisis sea consagrado a la violencia, no
se debería pasar por alto el hecho de que llega muy tarde.
En todo caso, después que el Presidente de la nación más
poderosa del mundo ha declarado abiertamente que la
violencia ha alcanzado un grado insoportable en el país que
gobierna- nótese bien- el país más rico, más poderoso del
mundo, el más violento; es necesario suponer que sus
habitantes no se benefician equitativamente del poder y la
riqueza. Se puede deducir de ello que el poder y la riqueza
desigualmente repartidos, suponen la explotación de los
otros, por aquellos que poseen y dirigen a los más débiles
y a los más desposeídos. La fuerza contra los poseedores,
brinda un instrumento para obtener lo que no se puede
obtener de otro modo. Se verá entonces desarrollar un
frente de violencia en todas sus formas. La violencia se
transforma en el modo de vida obligado para aumentar su
poder, y para no sucumbir en la miseria extrema. Mediante
la autorización de la venta libre de armas de fuego – en
defensa de la libertad- se legaliza la vuelta a la ley de
la selva.
Hablamos de criminalidad- es decir de violencia social-
problema que no concierne al Psicoanálisis sino
lateralmente. Pocos son los que siguen el ejemplo de Claude
Balier, quien ha tenido la oportunidad de estudiarla en los
medios carcelarios. Los que están interesados en la
delincuencia juvenil como Winnicott, no han tratado en
materia de violencia, sino delitos más que los que se ven
en los hombres en el transcurso de sus vidas. ¿No hay que
horrorizarse por la muerte de un bebé de dos años y medio
en manos de dos niños?. No hay límite a lo inhumano.
Una colección de hechos extremos nunca ha permitido
explicar lo que vuelve lo impensable, posible.
En un nivel político, caso de la guerra entre naciones o
etnias, nos encontramos confrontados a una violencia
“normal”, puesto que resulta ser efecto de individuos
actuando dentro de un marco legal formulado por los
gobernantes que regulan las conductas de los combatientes,
exigiéndoles que pongan en marcha todo lo que la guerra
moderna puede implicar en daños mortales extremos:
bombardeos a la población civil, hospitales, colectividades
de niños, etc. La lista es tan extensa como larga es la de
los países que se han librado o se libran de condenar los
crímenes de guerra, por no decir contra la humanidad.
De todo ello el Psicoanálisis no puede decir que esté
directamente implicado, lo cual probablemente explique su
prolongado silencio al respecto. Pero es esto también lo
que implica una limitación del interés de una teoría que
sobre estos puntos ha guardado un prudente silencio; si los
psicoanalistas se abstienen de pronunciarse sobre estos
importantes hechos, y se apoltronan en sus sillones,
juntándose con un grupo que no pretende más que un saber
restringido a la práctica limitada del análisis, incapaces
de ir más allá de su saber.
Estas no son sino las formas más escandalosas de la
violencia individual y colectiva; cómo olvidar el papel del
deporte, que de noble ejercicio de los griegos reunidos en
Olimpia en los períodos de paz, para aquilatar la capacidad
de asociar al cuerpo sano un espíritu sano, se ha
transformado en un ejercicio chovinista, show- espectáculo,
en el cual todos los medios son buenos, comprendidos el
fraude y la agresión de los adversarios para lograr la
victoria. Donde la corrupción puede volverse la regla,
donde ganar –no importa a qué precio- justifica todas las
ilegalidades para obtener el título ofrecido, y las
ventajas materiales a él asociadas.
Se puede sostener que entre la aproximación
psicoanalítica y estas manifestaciones de violencia
ostensible, hay demasiados factores intermedios que escapan
al análisis.
Si nos volvemos sobre las formas imaginarias de violencia,
vehiculizados sobretodo por el cine o la literatura erótica
y policial, el psicoanálisis estaría más allá de su campo
específico de acción. Ya no se puede dejar de verificar la
irrupción e invasión de la cultura popular por estas
manifestaciones de masa. Con el imaginario, el
psicoanálisis se encuentra directamente requerido, puesto
que el universo fantasmático se despliega aquí libremente.
Pero aún aquí el silencio cubre todo aquello que está fuera
de la cura.
He considerado que este Coloquio llega muy fuera de
tiempo, pero la responsabilidad que me ha sido conferida,
de la cual no desconozco su aspecto peligroso y honorífico
por el hecho que constituye el epílogo de nuestros debates,
me coloca en la situación del que se hace esperar llegando
último. Esta posición me exige que les proponga ir más allá
de los aspectos parciales y singulares de la violencia, ya
sean clínicos o teóricos. Me siento en el deber de
presentarles una concepción que se sitúa en un nivel de
generalidad tal que nos permita aprehender la violencia no
solamente como fenómeno sino como rasgo constitutivo de la
condición humana, de forma que se vuelva inteligible,
aclarando sus aspectos fundamentales y consecuencias. No
disimularé mi propósito; este queda con el título dado a
esta exposición, un claro hecho que me propongo defender
actualizando la teoría de Freud sobre la pulsión de muerte.
Expresión de la Violencia.
La violencia siempre ha estado presente en las
manifestaciones culturales desde que estas han podido
presentarse como un modelo válido del pensamiento, del
lenguaje, de la representación. Antes de invocar “Edipo
Rey”- ya sea en su forma completa como abreviada- hablaré
siguiendo a Jackie Pigeaud, de las pasiones de Medea y
Fedra, de las locuras de Heracles, de Ayax, de Agavé, a
las cuales agregaré una serie de venganzas ininterrumpidas
que signa la casa de Atreo y sus descendientes, de la cuál
la Orestíada nos muestra su última fase.
No faltará la tragedia del período Isabelino, Titus
Andronicus, Macbeth, Lear y Otelo de Shakespeare, las
tragedias de Marlowe que hacen de la violencia un tema
privilegiado. Destaquemos que estas obras lejos de tener
origen en un clima hostil y de violencia, vienen a la luz
del seno de civilizaciones brillantes, que por otra parte
han sido puntos señeros de la cultura europea.
La civilización no puede ignorar la barbarie que habita en
ella y que evoca a través de sus mitos y la historia
mítica; permite contemplar esta violencia –aún disfrutarla-
a condición de pensarla estética y filosóficamente. La
historia ha deshilvanado frecuentemente el hilo
ininterrumpido de la violencia de las sociedades más
evolucionadas, así como de las más primitivas.
Pensemos en Gilles de Rais y Sade, que detentan el título
de especialistas. Quiero mencionar a los filósofos de la
sospecha: Nietzsche, Marx y Freud, para destacar que se
elabora en ellos, por primera vez, las teorías de la
violencia, con diferentes interpretaciones, pero
reconociéndola plenamente como tal. Podemos agregar aún –
entre nosotros- la obra de Georges Bataille. Es de destacar
que estos tres pensadores hayan precedido por poco tiempo
la realización del genocidio judío, que estimo sin
precedentes en la historia de la humanidad y que significó
una mutación en la civilización occidental. Ninguno de
estos tres pensadores han sido testigos de ello.
Es a Freud que me referiré, sobrepasando el punto de
vista clínico, superando la separación entre el punto de
vista individual y colectivo. Si los primeros argumentos de
Freud para defender la idea de la pulsión de muerte son
extraídos a partir de su experiencia individual: el juego
del niño, las neurosis traumáticas y la transferencia.
Vemos después que se apoya en la Psicología Social
(“Malestar en la Cultura”) y volver a continuación sobre
las manifestaciones en la cura. Defenderé la idea de que la
concepción psicoanalítica de la violencia va más allá de la
acepción habitual de este término.
La violencia definida como un estado de hecho que pertenece
a la naturaleza, es sinónimo de una fuerza en acto, de un
carácter extenso y excesivo que se despliega sin
orientación particular e irrumpe en el medio en el cual se
ha manifestado. Es necesario retener aquí que este
enraizamiento en la naturaleza es el producto de una
intensificación, de una proyección que secciona el aspecto
habitual de los fenómenos. Definición impersonal de la
fuerza actuante, relacionándose topográficamente en forma
natural, sea puramente física, animal o humana; aquí se
conjuga la tempestad, el ataque sorpresa del tigre, la
fiebre palúdica.
Sin embargo la concepción antropomórfica domina. Uno de los
más viejo dioses es el de la tormenta, y la evocación del
dinosaurio devastador fascina a nuestros niños y la
enfermedad creó el fantasma macabro del Rey de los Aulnes,
que probablemente sea una Reina.
Es en el aspecto intersubjetivo que la dimensión humana
toma toda su amplitud. No es que esté ausente el reino
animal. Las luchas por el territorio y la posesión de las
hembras proporcionan escenas de una elocuencia que nos
lleva a cuestionar la transposición humana de estos
combates, a veces de puro prestigio. Veremos que la
especificidad humana comprende más que esto;
desarrollaremos un poco esta forma intersubjetiva.
Ella enfrenta dos sujetos, dos seres con un querer agonal
opuesto, que van a desplegar todos los recursos y
potenciales de su físico y moral, tanto su fuerza como su
astucia. Psicológicamente la violencia propiamente dicha es
la fuerza bruta aplicada para someter a alguien. Se hará a
veces la distinción entre necesario apremio y abuso. Es
frecuente que una escena de este género provoque un proceso
ciego donde el fin del apremio o la sumisión es alcanzado y
sobrepasado.
Un tercer espectador interviene en la escena para detener
este riesgo de muerte posible. La muerte puede ser también
el fin de la operación para eliminar toda posibilidad de
retorno de la situación.
La violencia está aquí en acto, su objetivo es el
sometimiento del otro; utiliza medios para sojuzgar la
voluntad del adversario sin temor de llegar a la agresión,
la brutalidad, la tortura. Es entonces que se destaca el
deseo de control y dominio que supone la violencia. No se
debería subestimar la dimensión de placer que se atribuye
al deseo de constreñir. Este puede estar menos ligado al
hecho de hacer sufrir que al de dominar. Se sabe que el
lenguaje erótico opone relativamente el placer a la
dominación, lo que no es verdadero sino parcialmente.
Pienso que si se quiere hablar de un deseo de satisfacción
que, con la dominación pueda concluir en un orgasmo sexual,
esto obligaría a pensar en un goce narcisista.
Si se piensa ahora en la violación cuando cesa de ser
un acto que se aplica en relación a un individuo, ello toma
un sentido más general. Su práctica masiva es una vieja
tradición guerrera. Cuando una ciudad era conquistada, la
violación de las mujeres desde las impúberes hasta las
ancianas, así como también de los hombres, no se limitaba a
dar cuenta de un placer, sino también de un deseo de
humillación del vencido para marcar en su intimidad
psíquica el estigma de la infamia de la derrota.
Llama la atención que se diga de quien muere por efecto de
un rayo, que ha muerto de muerte natural, y de quien muere
por un golpe de puño se habla de muerte violenta.
Esto es correcto pues indica que la violencia es concebida
solamente como humana.
Se ha manejado la idea de que la fuerza -“vis”- tenga una
vinculación con “vir”: el hombre; pero ello no es seguro.
Cuando nos sumergimos en el estudio semántico, la
ambigüedad aparece. Se dirá así que la violencia es
expresión de una fuerza abusiva excesiva, fuera de lo
común, y que el ser violento es aquel que actúa y se
expresa sin limitaciones, sin contención, simplemente. En
definitiva, la fuerza es a la vez la forma destrabada de la
acción que nada ni nadie detiene, y la movilización de
recursos insospechados en estado normal, no violento. Si
buscamos ahora limitar el nivel puramente humano de todo
esto se descubrirán sobretodo dos características.
Primeramente, la violencia va a desvincularse del acto,
será reconocida a pesar de ella; se hablará así de la
violencia de un sentimiento, de un deseo, de una pasión. La
realidad psicológica tiene la particularidad de reconocer
la violencia independientemente de su puesta en acto.
El deseo de constreñir cede lugar a aquel que hace
participar los afectos violentos o imponerlos: - Si te
amo, ¿cómo puedes tú no amarme?.
- Si me has amado, ¿cómo puedes dejar de amarme?.
- Yo te he amado siempre, ¿cómo puedes someterme al hecho
de que ames a otro?.
Destaquemos que estamos tratando emociones que son acción,
es decir, movimientos tendientes a la acción. El intelecto
se definirá por su “frialdad”, su calma, su control por la
razón, pero esto no es más que una apariencia pues el
intelecto es también un enclave donde se enfrentan
intereses, pasiones, y el deseo de someter a los
contrincantes que piensan de otra manera; pero esto no es
todavía esencial.
La violencia es el centro de una encrucijada asociativa
más rica. Los sinónimos ocupan un vasto territorio, donde
se mezclan los más positivos (energía, ardor, arrebato,
impetuosidad), con los más negativos (cólera,
desorganización, demencia, desmesura, furia, vehemencia,
virulencia, etc.).
En Psicoanálisis la violencia está también en el medio de
un entramado de nociones que exigen distinguirlas; las
evocadas más frecuentemente son la agresividad, el odio, el
dominio, el imperio, la violación. Al final se
identificará, fundándose en las raíces indoeuropeas,
violencia y vida (Bergeret), o en una inspiración diferente
: violencia y destrucción. Me reservo para volver sobre
esto después.
Si buscase lo que caracteriza específicamente como humana a
la violencia, diría que su negatividad.
No hablo aquí de los antónimos: la calma, la suavidad, la
paz, la no- violencia; este término forjado como si ninguna
palabra fuera capaz de designar por sí misma lo contrario a
la violencia, sino del modo reflexivo de la violencia: yo
me violento, me hago violencia, no solamente para forzarme
– como el lenguaje lo indica- sino para constreñirme a mí
mismo: castigarme, volcar esta violencia sobre mí,
sacrificarme. ¿Cuáles son los sentidos y la naturaleza de
esta inversión?. En “A propósito de la causalidad psíquica”
de 1946, Lacan estableció entre “el yo primordial como
esencialmente alienado, y el sacrificio primitivo como
esencialmente suicida”, una relación donde se reconoce la
estructura fundamental de la locura.1
La pregunta fundamental que Freud nos presenta y que nos
separa es esta: “Esta violencia ejercida por el sujeto
sobre sí mismo, ¿es esencialmente primitiva, intrínseca o1 Lacan, “A propósito de la Causalidad Psíquica”, 1946, 14, Pág. 187.
no es más que uno de los destinos posibles de esta fuerza
actuante que se ejerce también sobre el mundo y sobre el
otro?”. Me limitaré por el momento a una indicación.
Si es verdad que este autoaniquilamiento encuentra su
origen en el ser humano, la fuerza que lo anima es
imperceptible como tal, ninguna aprehensión directa me la
puede revelar. No deja de ser un escándalo para el espíritu
que ella sea en efecto impensable. Es de todo punto de
vista una especulación en la cual el papel esencial es
remediar las insuficiencias de una teoría de la agresividad
dirigida hacia afuera.
Todas las circunstancias nos llevan a tener que
reflexionar sobre ello, sin embargo, sin que por ello
sucumbamos al argumento muchas veces sostenido de que una
pulsión de muerte nos exime de nuestra responsabilidad
terapéutica, desde que todo poderosa, nada podemos contra
ella.
No creo que sea suficiente sostener que la pulsión de
muerte es un mito para resolver el problema, ni quiero
terminar en forma negativa. Revindico el lugar de esta
forma de violencia llevada sin peligro, sin el menor
contacto o daño, por la declaración de su inexistencia, a
perjudicar a un objeto de reflexión. Reducirlo a la nada,
ignorándolo, volviéndolo sutil, ectoplasmático - dicen los
pacientes- , es una forma de muerte perfecta que lleva a
más de uno a desaparecer.
Proceder con una eficacia absoluta para alcanzar el objeto
de transferencia, excluyéndolo de sí.
Freud y la Violencia
Cuando Einstein sometió a Freud en 1933, el estudio de
las relaciones entre derecho y fuerza- la expresión suena
muy bien en alemán “Recht und Matcht”- Freud, renunciando a
la eufonía, le corrige prefiriendo una palabra que designa
también el poder, la violencia, que a sus ojos es más
apropiada por radical. Es la única vez que en su obra
utilizará este término. Así violencia y guerra en su
pensamiento están asociadas como forma extrema de recurso a
la fuerza para la solución de conflictos.
La violencia en efecto no es más que la conclusión de todo
conflicto cuando otra salida no puede ser encontrada.
La violencia supone pues una diferencia entre dos o más
partes donde una de ellas, imponiendo su punto de vista o
reivindicación a la otra, la priva del medio de hacer
triunfar el suyo y la somete recurriendo, lo más
frecuentemente, a medios de intimidación, de dominación
física y de destrucción. Este sería el núcleo básico, pero
sería erróneo creer que las cosas suceden así tan
fácilmente.
Retengamos por el momento el hecho de que Freud
desarrollará su argumentación, según la cual los hombres
habrán de encontrar un medio de oponer a la ventaja física
del más fuerte: la unión. Así la coalición basada en la
unión de fuerzas, puede oponerse eficazmente a la
superioridad física de uno sólo. Para ser plenamente eficaz
es necesario todavía que la unión que hace la fuerza sea
estable, que resista a tiempo a las pruebas. De aquí la
idea de ley, de instituciones encargadas de elaborarla y de
hacerla respetar evitando la vuelta posible de una fuerza
nueva, conquistadora por medio de la violencia.
Como es de actualidad, la transferencia de la soberanía a
una unidad supranacional, la unión de estados, sin una
fuerza que sea capaz de hacer respetar las decisiones, deja
el campo libre a la violencia.
Traducido en términos psicoanalíticos: la fuerza de
movilización del Eros es el único medio de oponerse a la
violencia de las pulsiones de destrucción, o mejor: es más
difícil unirse que destruirse. Nada de idealismo aquí, en
el seno de una comunidad - como dice el humorista- si todos
son iguales, algunos son más iguales que otros. Estos
tienden a considerar así que su status los coloca por
encima de la ley; si no lo dicen en voz alta lo piensan
soterradamente, pero sí actúan silenciosamente en este
sentido.
En contrapartida, los que no pertenecen a las clases
dirigentes, luchan por mayor poder hasta que la ley termina
por reconocerlos.
Estas consideraciones que Freud nos presenta, tienen un
carácter no solamente descriptivo con un trasfondo
analítico – en los sentidos general y específico del
término- sino que tienen un valor simbólico también. Nos
recuerda que no deberíamos hablar de la violencia de una
manera estática y congelada, y que la reflexión más
elemental nos invita a considerar las cosas de una manera
dinámica y dialéctica: violencia entre términos
antagonistas y conflictos exteriores uno a otros, o
violencia conflictual al interior de cada uno de los
términos; violencia en los conflictos de interés y
violencia en los conflictos de opinión o de ideas (las
guerras de religión), violencia en relación a la
constitución física o poder conferido por las armas, y en
fin fuera de la ley y violencia legalizada.
Como se ve, el problema de la violencia como avatar del
conflicto hace aparecer un gran número de oposiciones sobre
diversos planos.
La más importante es aquella que Freud revela en relación
al dilema del vencedor, o bien señor del juego, y estar
definitivamente a cubierto de una nueva discusión de su
supremacía: o le es necesario matar al adversario, lo que
exige el sacrificio de la fuerza de trabajo en su beneficio
y para su goce; o bien para aprovechar su victoria ha
avasallado al vencido para aumentar su capacidad de placer.
Entonces le resulta necesario aceptar el riesgo de ver la
reversión de la situación y sufrir a su vez la ley del
vencido vuelto vencedor.
Leyendo “Warum Krieg”, no se puede dejar de ser conmovido
por la manera como piensa Freud, es decir por el modo como
su pensamiento es guiado por la aplicación de la teoría de
las pulsiones.
Por ejemplo, en la oposición entre la creación de
situaciones cada vez más importantes, digamos la guerra,
para asegurar la paz y la prosperidad, y por la
interpretación de los destrozos de la guerra como
manifestaciones de la pulsión de muerte. Intrincación y
desintrincación están en acto sobre la escena del mundo así
como Freud las ve en funcionamiento en el sujeto.
Prueba indirecta de las ambiciones muy extendidas de la
teorización.
Sin embargo, señalemos bien a la luz de su afirmación que
una comunidad está bajo el impacto de dos causas: la fuerza
acuciante de la violencia y los lazos emocionales entre sus
miembros. Freud se esfuerza de usar con Einstein un
lenguaje comprensible evitando toda la jerga
psicoanalítica, pero aquí precisa claramente que la
identificación es el término técnico apropiado para
designar esos lazos emocionales. Este punto es de gran
importancia, nos hace comprender a “contrario sensu” que la
fuerza utilizada contra un adversario para constreñirlo,
supone una no intervención del lazo emocional
identificatorio.
Una cascada de acontecimientos psíquicos se suceden: mi
adversario no es de los míos, pertenece a los otros. En
tanto que otro, no tengo ningún lazo afectivo con él, dicho
de otra manera: es un extraño. Puedo ejercer mi violencia
sobre él y aún matarlo sin problema, pues la ausencia del
lazo identificatorio hará que él y sólo él sea quien sufra
y muera.
Si fuera de los míos, su muerte significaría la muerte de
nuestra relación, de la cual necesariamente y al menos en
parte sería la muerte de una parte de mí mismo. Aquí morirá
solo sin identificación, no tendré ningún motivo de hacer
duelo por él. Extraño, no se me parece; extraño absoluto no
es un ser humano, se vuelve menos que un objeto, una cosa.
Es necesario que así sea, pues si le concedo el status de
tener una vinculación emocional conmigo se volvería mi
igual, mi hermano. Matarlo sería matarme a mí mismo, al
menos parcialmente; la guerra sería imposible y aquel de
los dos incapaz de aniquilar la identificación, será
candidato para la derrota y sufriría la dominación del
otro.
Esto es lo que demuestra claramente el film de Spielgerg,
“La lista de Schindler”. Los nazis que matan judíos escapan
a la responsabilidad de la culpa, como lo demostraron las
investigaciones y procesos de la post- guerra. Por el
contrario, Schindler después de haber explotado a los
judíos para sus fines personales y habiendo escogido
beneficiarse así, alcanza sus objetivos; se vuelve rico
trabajando para estos nazis que matan judíos. Pero habiendo
decidido defender sus vidas de modo de asegurar la mano de
obra, se relaciona con ellos y termina por ser alcanzado
por la culpabilidad, por el hecho del surgimiento de los
lazos afectivos en el modo de la identificación. Estos
obreros considerados primariamente como robots, auxiliares
de la máquina, mientras Schindler se volvía rico, terminan
después siendo seres humanos. He aquí que Schindler
renuncia a ser rico, pierde su fortuna.
Después de la guerra fracasará también en la tarea de hacer
dinero.
La sinonimia que va de suyo entre identificación y
lazos emocionales amerita una precisión. Cuando se trata
aquí de lazos emocionales, es claro que se trata de lazos
de simpatía en el sentido etimológico del término. Sin
embargo, recordemos que la identificación es una de las
vicisitudes del deseo. Es una forma de renuncia a la
satisfacción directa o una apropiación del deseo del otro
complementario al mío.
Me identifico con lo que no soy yo, metiéndome en el lugar
del otro, sea para gozar, sea para experimentar su goce en
su lugar (o mejor de mi lugar), sea para limitar mi goce
teniendo en cuenta lo que el otro es.
El Eros está fuertemente objetalizado, sea que el placer
del objeto viene a completar el del sujeto, sea al
contrario, que compartir con él su sufrimiento viene, si
fuera el caso, a limitar el mío. El ejercicio constreñido
de la fuerza actúa inversamente : no es el goce del otro
que complementa el mío sino su sufrimiento que enriquece mi
goce.
Aún más, la ausencia de identificación en el sufrimiento
del otro significa la supresión del lazo emocional
vinculante, el cual pone freno al libre ejercicio no
solamente de mi deseo sino también de mi voluntad.
Cualquiera que sea la forma en la cual la violencia se
exprese, se puede siempre identificar clara u oscuramente
un funcionamiento pulsional activado como librador de
manifestaciones violentas.
Se ha visto sucesivamente en el caso de la
autoconservación, el basamento matricial original
(presexual, presádico), el narcisismo (pulsiones del yo),
el sadomasoquismo, el amor- odio, la exterminación
(pulsiones destructivas y egosintónicas).
Solamente la violencia silenciosa de la enfermedad mortal
(llamada psicosomática) y las expresiones de la función
desobjetalizante dejan aquí adivinar la pulsión detrás de
su mudez o su negatividad. Tendremos la ocasión de retomar
este tema.
La violencia debe ser concebida como bajo el ángulo de
la fuerza. Más exactamente una fuerza sorda, constante,
hecha presión en el seno del psiquismo para obtener su
satisfacción. Esta puede ir de la simple supervivencia a la
exigencia imperiosa de su goce. En la base del
funcionamiento pulsional, el conflicto entre fuerzas
opuestas (conflicto entre pulsiones), entre la fuerza
pulsional y el yo (en oposición entre el principio de
placer y el de realidad), entre instancias (entre el ello
como representante de pulsiones y el yo, entre el ello y el
superyo). Ello y pulsiones son sinónimos, buscan ciegamente
la satisfacción.
Lacan, radicalizando la situación, dice el goce, otro tipo
de “más allá del principio de placer”, para obtenerlo
pueden arrasar con su pasaje la totalidad a la manera de un
ciclón. Los obstáculos no las detienen. Cuando la violencia
del ello o de las pulsiones se enfrenta a la
identificación, con las restricciones exigidas por el yo
por ejemplo, la voz de éste queda reducida al silencio.
Así, toda pulsión es directa o potencialmente
violenta. ¿Qué es lo que modifica este estado de hecho?.
Por una parte, cuando interviene un objeto protector, su
respuesta puede atemperar esta violencia, volverla
asimilable y fecunda (la capacidad de ensoñación de la
madre) aun cuando la pulsión no sea satisfecha.
La palabra en la cura desempeña este papel, porque influye
sobre las pulsiones, porque reconoce el sujeto y oye su
pregunta más allá de la pulsión. En contrapartida cuando la
pulsión no es satisfecha ni reconocida, ni determinada;
cuando no se le opone más que represión venida desde afuera
(bien diferente al rechazo que se elabora interiormente),
la violencia se exacerba. Es la agresividad ligada a la
frustración que vuelve a la violencia sorda y ciega porque
la pulsión ha quedado sin respuesta: el objeto no la ha
entendido ni reconocido así satisfaciéndola aún menos.
Sin embargo la violencia no siempre nace de la frustración,
puede nacer también de la impotencia. No solamente de la
impotencia de satisfacerse, sino de la impotencia frente a
la violencia de sí misma que ha hecho nacer, el yo como un
aprendiz de brujo que no es capaz de controlar lo que ha
desencadenado.
¿En qué se transforma bajo estas condiciones las
pulsiones de destrucción?.
Es necesario aquí manejar disquisiciones teóricas.
Sostendré que las pulsiones de destrucción están en
latencia. Toda acción que consista en tomar bajo cuidado a
un niño o a un sujeto adulto gracias a los cuidados de
parientes y responsables, tiene por fin esencial
relacionarse con la destructividad. Pero, ¿qué quiere decir
relacionarse?. Quiere decir antes que nada dar un sentido,
vinculándolo a la manifestación de un sujeto que puede
apropiárselo.
Está sometido a la potencialidad de la violencia, pero
reemplaza sus formas desorganizativas por otras más
moderadas a fin de no cortar la vinculación con un objeto
susceptible de reconocimiento y de comprensión, aún cuando
éste no pueda aportar la satisfacción requerida y
frustrada. Relacionar es pues reunir intrapsíquicamente e
intersubjetivamente. Pero lo que ha sido relacionado no
hace desaparecer el poder desorganizador desrelacionante.
Este es solamente acunado, dormido, invitado a soñar. No ha
sido neutralizado, solamente derivado, atenuado, diferido.
Campo de la Violencia.
¿Es necesario seguir a Freud y restringir el campo de
la violencia a estas soluciones extremas?. Se nota que el
vocabulario psicoanalítico no hacía hasta el momento casi
uso de este término. En su caso, la agresividad, el odio,
eran invocados con mayor frecuencia. Es a Jean Bergeret que
se le debe la valorización de este concepto, la violencia,
que no está presente más que una sola vez en la obra de
Freud. Comúnmente se refiere a la destructividad.
Pregunta: ¿es necesario diferenciar el contenido de lo que
hay detrás de cada uno de estos términos?. O es necesario
reunificarlos en una concepción de conjunto, solución que
adopta Freud en referencia a las pulsiones de muerte o
destrucción?
Optaré por una solución intermedia.
Por una parte proponiendo distinguir
diversos tipos de violencia.
Por otra parte, relacionándolas con nociones
emparentadas que ya consideramos
(agresividad, odio, etc.), en una concepción
de conjunto con las que tendremos su
relación con el impulso de muerte.
Tomar el riesgo de describir diversos tipos de violencia
implica correr el riesgo de ver disolverse la esencia de la
violencia en la nebulosa de la diversidad. A la inversa, se
puede dar el caso de omisión de algunos aspectos e ignorar
las diferencias. Sin desconocer estas limitaciones,
proseguimos.
1. La violencia al servicio de la
Autoconservación.
Es la violencia absoluta. ¿Es necesario recordarlo?. Para
sobrevivir es necesario matar, y para matar la violencia