Patrones de distribución de felinos silvestres en el trópico seco del Centro-Occidente de México
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Actas Jornadas del Departamento de Sociología
Universidad Nacional de La Plata – diciembre 2014
¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la
cultura en las áreas silvestres desde la perspectiva del
feminismo ecológico
Micaela Anzoátegui (FaHCE-IdIHCS-CINIG-UNLP)
Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con
un panorama complejo respecto a las cuestiones
ambientales, que debe ser entendido como parte de una
crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían
las prácticas del mundo occidental.
En este trabajo nos centraremos en las relaciones
problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la
perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en
el orden simbólico patriarcal existen conexiones
importantes entre la dominación y explotación de las
mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y
dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura
sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas
que tienen un origen moderno y pueden ser analizadas desde
esta perspectiva.
Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de
pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que
conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la
que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo
es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan
mutuamente y son el telón de fondo del modo de
relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario
un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad
y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.
Palabras clave: ecofeminismo, residuos culturales,
naturaleza, ciudad, impacto antrópico
1. La producción intelectual del espacio
1.1 Introducción a la problemática
Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con
un panorama complejo respecto a las cuestiones
ambientales, que debe ser entendido como parte de una
crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían
las prácticas del mundo occidental.
En este trabajo nos centraremos en las relaciones
problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la
perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en
el orden simbólico patriarcal existen conexiones
importantes entre la dominación y explotación de las
mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y
dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura
sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas
que tienen un origen moderno. Es decir, buscamos dar cuenta
de algunos de los aspectos ideológicos que subyacen al modo
de producción de las sociedades capitalistas occidentales,
y que se han vuelto cada vez más problemáticos,
considerando el panorama político-ecológico de cara al
nuevo siglo.
Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de
pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que
conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la
que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo
es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan
mutuamente y son el telón de fondo del modo de
relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario
un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad
y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.
Desde la filosofía podemos afirmar que antes de una
operación concreta a nivel social encontramos la ocurrencia
de una operación simbólica que habilita o legitima la
potencial emergencia de la concreta. De esta manera,
diversos discursos epocales respecto al urbanismo y su
relación con la naturaleza tuvieron incidencias en
prácticas y creencias sobre el orden del espacio y sus
usos, determinando maneras de abordar la creación o
expansión de centros urbanos. Las formas ideológicas de una
sociedad dada determina la categorización, distribución,
parcelamiento y uso del espacio, en estrecha relación al
lenguaje (entendido como forma de vida, siguiendo a
Wittgentein) y el discurso social hegemónico propio de cada
época dependiente de estructuras políticas, económicas y
culturales (Angenot, XX).
Asi, los discursos en torno a un tópico tienen la función
de legitimar ciertas maneras de su abordaje práctico –en
lugar de otras alternativas–, además de suponer
consecuencias prácticas. No es menor comprender que en
sociedades como las nuestras, fuertemente patriarcales y
androcéntricas, no tengan alguna incidencia respecto a la
dupla urbanismo-naturaleza, partiendo de la dicotomía
Cultura/Naturaleza como pares excluyentes propios y
constitutivos del pensamiento occidental. Esa será la
lectura propuesta en el presente trabajo. El
antropocentrismo que encierra la idea de hombre desvincuado
de la naturaleza de hecho, puede ser entendido en ultima
instancia, como androcentrismo.
Como sabemos, si bien a lo largo de la historia humana han
existido diferentes enclaves urbanos en distintas culturas,
las formaciones urbanas de las que hoy heredamos las
ciudades contemporáneas, comienzan a surgir en la
transición hacia la modernidad, con los cambios que generan
las nuevas dinámicas económicas y el ascenso de la
burguesía, e implican un cambio drástico respecto a la
manera de pensar el espacio precedente. Tal como señala
Fernández Duran:
El despliegue de la forma metrópoli iba a tenerdiferentes clases de impactos. A nivel local lospodríamos caracterizar de dos tipos. Por un lado,sobre el territorio en el que tiene lugar esedespliegue, y por otro, sobre la misma ciudad apartir de la cual se activa el crecimientometropolitano (…). La metrópoli en su crecimiento
engulle los diversos lugares del territorio frutode un diálogo de siglos entre los seres humanos yla naturaleza, que expresan la cultura territorialo espacial de larga duración. Distinta en cadaparte del mundo, y dependiente también de lascaracterísticas socio-políticas, culturales,climáticas, bióticas y paisajistas. Al deglutir yalterar los lugares sobre los que se despliega, lametrópoli rompe la relación con la historia y acabacon la memoria que se almacena en el territorio.Quiebra pues el lazo cultura local-naturaleza,arrasando formas territoriales de mayor complejidadlocal, identidad y sostenibilidad. La metrópoli,por tanto, se asienta sobre un nuevo territoriobruscamente alterado y artificializado, pero ya nodepende de él, como la ciudad histórica para suabastecimiento diario, sino que su funcionamientovital viene garantizado por recursos alimenticios,materiales y energéticos de territorios cada díamás lejanos, aparte de por capitales y personascrecientemente foráneos. De esta forma, la “SegundaPiel” (o antropósfera) que se desarrolla sobre lanaturaleza (o “Primera Piel”) desde el neolítico,da un salto cualitativo de gigante con la apariciónde la forma metrópoli, rompiendo amarras con losvínculos que ligaban la ciudad histórica alterritorio, que ya se habían visto fuertementealterados con la “ciudad industrial” del XIX(Fernández Duran, 2008:25).
La distinción entre ciudad y espacios naturales, entonces,
supone también una operación de demarcación y limite que
debe ser analizada en términos de dominio y jerarquía.
1.2 Espacios naturales feminizados y espacios urbanos
masculinizados
El hombre moderno cree que todo es vistoy dominado por su ojo. Pero ella, laMujer Naturaleza, esconde su poder en lanoche, en una penumbra del tiempo. Donde
el ojo del hombre no ve. No puede ver lafuerza destructora que ella siempreoculta, y que desata cuando pretendensometerla. (Hudson, 2005)
Las ciudades occidentales contemporáneas son herederas de
la modernidad europea, que emerge como una nueva
cosmovisión con consecuencias patentes hasta nuestros días.
La manera de pensar el espacio urbano y su relación con los
espacios naturales en nuestra sociedad reciben su mayor
influencia en ese período (Shiva, 1998; Merchant, 1983).
Debemos distinguir, de primero, las nociones de “ambiente”
y de “naturaleza”. Medio ambiente es una noción acuñada
recientemente, en el último tercio del s. XX, proveniente
del inglés enviroment, para dar cuenta del medio en que se
mueve el ser humano, el más próximo, y la necesidad de
realizar acciones de remediación y cuidado sobre este, a
consecuencia de la contaminación y modo de vida moderno. En
cambio, “naturaleza” implica el todo natural, autoregulado
y de lógica propia, que excede a lo humano y esta por fuera
de él, pero a la vez lo incluye en tanto ser vivo. La
naturaleza fue, más bien, durante muchos siglos una especie
de externalidad holista, atemorizante y misteriosa, que se
encontraba cuando el hombre se adentraba más allá de los
lugares familiares e intervenidos por la acción humana
(Federovisky, 2011).
Asi, las mujeres fueron asociadas a la naturaleza -de
manera ancestral y en diferentes culturas-,
identificándolas con la corporalidad, la animalidad, la
irracionalidad y la emotividad, conformando finalmente un
ideologema (Angenot, 2010) que inscribe a ambas en el
espacio simbólico y legitima su dominación en base a una
jerarquización imaginaria. Esta jerarquía se basa en una
serie de dicotomías excluyentes -Hombre vs. Animal, Mente
vs. Cuerpo, Varón vs. Mujer, Cultura vs. Naturaleza, Razón
vs. Emoción- que la modernidad filosófica no solo retoma si
no que también acentúa. Las mujeres aparecen siempre
relacionadas al segundo de los términos del par dicotómico
y los varones al primero, que es considerado de mayor
valor. Esto permite, dicho rápidamente, una legitimación de
la intrumentalización: aquello ontológicamente superior
debe dominar a aquello ontológicamente inferior.
Los varones, en cambio, tienen como lugar privilegiado la
esfera pública, los centros donde se desarrollan los
intercambios políticos, comerciales, tecnológicos y
epistemológicos. La noción de ciudadanía se vincula al
espacio del ciudadano, que ha estado marcado como lugar
propiamente masculino, en confrontación con el espacio
privado. Celia Amorós describe una esfera como el lugar de
los iguales y la otra esfera como el lugar de las
idénticas: la individualidad se configura respecto al grupo
que se reconoce como “sujetos del contrato social”, el
espacio de los iguales en el que se reconoce y promociona
la individualidad dentro del espacio público. El espacio
privado en cambio, aparece como el lugar del ser social
negado, aquel donde no hay discernimiento de individuos ni
sujetos, constituyendo el espacio de las idénticas, espacio
caracterizado fundamentalmente por lo accidental, el
espacio doméstico como accidente necesario para la existencia
de la vida pública (Amorós, 1987).
Lo urbano enmarcado dentro de las ideas de racionalidad y
cultura androcéntrica invisibiliza que el trabajo de
reproducción dado en la esfera doméstica, también se
realiza en las ciudades y es el sostén de las actividades
productivas. De manera que se genera una feminización de
ciertos espacios que están asociados a la reproducción de
las condiciones de vida, tales como los espacios domésticos
y las áreas naturales donde se desarrolla el mundo
silvestre. Es importante destacar la operación de
invisibilizacion y explotación de los servicios de
reproducción de las condiciones de vida realizados por las
mujeres y por la naturaleza (en este caso, los servicios
ambientales, respecto de la vida humana). La fantasía
moderna del individuo autónomo y la fantasía de
independencia humana (Hamilton, 2011) respecto de la
naturaleza dan la pauta de la inversión ideológica que se
produce en el periodo.
A su vez, animalización y feminización también convergen
funcionalmente para la instrumentalización y posterior
trato de objeto hacia los espacios naturales, de la misma
manera que sucede con las mujeres, legitimando su
dominación por un ser “racional” entendido como “superior”
(Shiva, 1998). Se trata de una operación ideológica propia
del discurso social para reforzar la hegemonía y su
invisibilización, y posee una lógica propia (Angenot,
2010). Tal como señala Femenías
(…) El mundo del discurso es el mundo de las
asimetrías simbólicas, cuyas reglas arbitrarias
evitan la posibilidad de identificar “los hechos”
con su descripción, a la vez que abren el espacio
de la “lucha por las resignificaciones”, nunca
epistemológicamente neutras (Femenías, 2009:344)
1.3 Los espacios naturales como frontera y vacio
La expansión de las fronteras que se da especialmente en la
modernidad, con el desarrollo de la ciencia y la técnica,
junto con el expansionismo europeo, implicó un cambio en el
modo de percibir los espacios naturales, conceptualizados
como lugar de lo temible y lo sacro a lo cognoscible y
controlable (Merchant, 1987). El dualismo Progreso vs.
Atraso, Historia vs. Prehistoria y Civilización vs.
Barbarie se vuelven cada vez más hegemónicos para pensar la
relación entre ciudad y naturaleza. Bajo esta lógica, por
ejemplo, desde el pensamiento europeo urbanocéntrico, entre
mediados y fines del XIX y principios del XX intelectuales
argentinos como Sarmiento o Zeballos reivindican y
reproducen estos enclaves discursivos y los proyectan sobre
la naturaleza y los pueblos originarios: la operación
ideológica de demarcación de una frontera-límite y un
vacio en el espacio natural del orden de lo salvaje y lo temible.
El concepto de frontera puede comprenderse como
institución o construcción histórico-política,
especialmente respecto a la idea tan difundida de de que
las ciudades y los entornos naturales son espacios
diferentes per se:
Cuando decimos que las fronteras son instituciones,queremos señalar evidentemente que no existen enninguna parte ni han existido jamás “fronterasnaturales”, ese gran mito de la política exteriorde los Estados-naciones. Todo aquí es histórico,hasta la misma configuración lineal de lasfronteras trazadas sobre los mapas y, en la medidade lo posible, marcado sobre el terreno: es elresultado de una construcción estatal que haconfundido el ejercicio del poder soberano con ladeterminación recíproca de los territorios (…).Pero hay que dar un paso más. Si las fronteras soninstituidas, deben asimismo ser consideradas comoinstituciones-límites, ellas representan un caso extremode la institución, esencialmente antinómico. Puestoque, en principio al menos, será necesario que semantengan estables mientras que todas las otrasinstituciones se transforman, será necesario queden al Estado la posibilidad de controlar losmovimientos y las actividades de los ciudadanos sinser ellas mismas objeto de ningún control.(Balibar, 2005:92)
La naturaleza silvestre es entendida como espacio límite,
complejo a la vez que vacío, carente, que debe ser dominado
por el hombre blanco, culto, europeo, urbano que trae la
ciencia y la técnica a tierras inhóspitas. Esto significa
la incorporación de estas tierras “improductivas” al
modelo de producción capitalista y la proyección sobre el
pastizal, la selva o el monte de ciudades, pueblos, campos
y, por supuesto, pobladores aptos para llenar esa
incompletitud, que antes de ser un vacio geográfico o
poblacional, es económico.
Este proceso supuso a nivel cultural, asimismo, la
consolidación imaginaria y discursiva de la naturaleza como
un límite o frontera respecto de la metrópolis. La cultura,
para desarrollarse, debe dominar los espacios naturales.
Tal como describe Guillermo Enrique Hudson:
Es duro vivir en el seno de una Naturaleza indomadao sometida a medias, pero hay en ello unamaravillosa fascinación. Desde nuestro confortablehogar en Inglaterra, la naturaleza nos parece unapaciente trabajadora, obedeciendo siempre sinquejarse, sin rebelarse nunca y sin murmurar contrael hombre que le impone sus tareas; asi puedecumplir la labor asignada, aunque algunas veces lasfuerzas le fallen. ¡Qué extraño resulta ver a estaNaturaleza, insensible e inmutable, transformadamás allá de los mares en una cosa inconstante ycaprichosa, difícil de gobernar; una hermosa ycruel ondina que maravilla por su originalidad yque parece más amable cuanto más nos atormenta. Unser que tan pronto ríe como llora, tirano y esclavoalternativamente, desbaratando hoy el trabajo deayer o realizando mañana, contenta, más de lo quese espera de ella, y que, de repente, frenética,hunde sus dientes malignos en la mano del que lagolpea o la acaricia. (…)A veces es presa del furor que le causan lasíndignidades a que la sujeta el hombre podando susplantas, levantando su suelo blando, pisoteando susflores y sus hierbas. Entonces adopta su más negroy terrible aspecto, no una mujer hermosa que en sufuria no tiene en cuenta su belleza, arranca deraíz los más nobles árboles y levanta la tierraesparciéndola por las alturas y dándole al cielo untinte aún más sombrío. Y como no considerasuficientemente la oscuridad para aterrorizarnos,inflama el poderoso caos que ha creado cruzándolo
con latigazos de fuego, mientras el suelo essacudido con sus coléricos truenos. (Hudson, 2005)1
El avance civilizatorio, el avance de la frontera, la
disputa por el límite, la incorporación de tierras ociosas
a la producción, implica la subyugación de la naturaleza
femenina bajo el dominio masculino. Simultáneamente, bajo
el sino del movimiento museístico de fines del XIX,
comenzará a pensarse la creación de áreas naturales
protegidas. Desde las ciudades y en función de objetivos
económicos políticos y culturales, se parcelará la
naturaleza a disposición del capital.
La función de estos espacios naturales protegidos será -al
igual que la función de los museos-, por un lado construir
una narrativa y mostrar aquello que fue dejado atrás: el
pasado prehistórico que inaugura la historia argentina; y, por
otro, resguardar ciertos objetos, recursos y espacios como
patrimonio nacional.
Siguiendo la postura de Marc Angenot, esta
conceptualización se encuentra en relación a la hegemonía
discursiva que posee Zeballos como encarnación de un
enunciador legítimo, con la capacidad de hablar sobre la
alteridad social determinada en confrontación con él mismo,
en tanto sujeto dominante:
1 Para un análisis más detallado de este y otros pasajes y de lametáfora mujer-naturaleza: Nuñez, Paula “Los límites de losocial: naturaleza, jerarquía y teoría de género”, PolémicasFeministas, Facultad de Filosofía y Humanidades de la UniversidadNacional de Córdoba, 2011.
A la vez, las descripciones acerca de la naturaleza-mujer,
como tópico recurrente tienen una doble función. Por una
parte, demarcar un “nosotros/otros”, es decir, mostrar que
los espacios naturales y sus habitantes naturales son
distintos a un “nosotros” varón, blanco, moderno,
urbanocéntrico, europeizante, portador de la civilización,
la cultura, el conocimiento, el sentimiento patrio y El
Progreso, comprendido como inevitable. A cada cual, se le
dará un destino preciso tras la subyugación: la naturaleza
será parcelada en el interior de las ciudades (plazas,
parquizaciones, jardines, etc) o será delimitada en
reservas naturales; las poblaciones indígenas irán a los
museos, los zoológicos humanos de Europa y, en ciertos
casos, a las reservas indígenas dispuestas por el Estado
Nacional. Por otra parte, justificar la dominación hacia
todo lo concebido como más cercano a la naturaleza,
mostrando que debe realizarse mediante la fuerza, porque la
naturaleza salvaje es resistente, astuta, feroz, vengativa
y, por esta misma razón, tiene la capacidad de destruir los
avances del hombre civilizado en corto tiempo.
Entonces, las ideas de feminización de la naturaleza,
prehistoria y salvajismo convergen funcionalmente a fin de
lograr la instrumentalización y posterior trato de objeto,
tanto de la naturaleza como de sus pobladores originarios.2
Tal como indica Angenot, esta operación ideológica de2 Este tema lo desarrollo especialmente en El intelectual, el desierto, el"otro" : Un análisis de Viaje al país de los araucanos de Estanislao Zeballos,disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/30514
validación por analogía propia del discurso social, para
reforzar la hegemonía y su invisibilidad no es casual:
La hegemonía resulta de una presión lógica a que
lleva a armonizar, a hacer co-pensables diversos
ideologemas provenientes de lugares diferentes y
que no tienen las mismas funciones: si para una
doxa determinada lo que se dice de los criminales,
de los alcohólicos, de las mujeres, de los negros,
de los obreros y de otros salvajes termina por
adoptar un aire de familia, se debe a que tales
enunciados se vuelven más eficaces mediante la
validación por analogía. (Angenot, 2010: 43)
2. La producción material del espacio
Ahora, nos interesaría centrarnos en cómo estos discursos
que configuran ideológicamnete el espacio, tienen
consecuencias de índole práctica, es decir, traen efectos o
configuran el espacio materialmente.
Los efectos de las actividades antrópicas urbanas sobre la
naturaleza y el medio ambiente son variados, de diferente
escala, intensidad e impacto, y actualmente podemos afirmar
que se dan de manera globalizada. Tal como señala Balibar:
[Consideraré] los procesos que tengan simultáneamenteun aspecto técnico y un aspecto natural, y que pruebanque la tierra se transformó, con su medio ambienteinmediato y la vida que lo ocupa, en un solo “sistema”donde los flujos de información, de energía y de
materia influyen los unos sobre los otros. Se dirá quedesde un punto de vista puramente físico un tal sistemanatural y técnico siempre existió. Es verdad, con ladiferencia de que los procesos “técnicos” sonactualmente de la misma magnitud que los procesosnaturales, y que existen efectos acumulados deintervención técnica que, de manera perceptible paratodos, alteran el medio de vida de la especie humana otransforman sus condiciones de existencia naturales. Dela misma manera que existen procesos biotécnicos queinfluyen sobre la vida de la especie humana (y otrasespecies). (…) La idea de “mundialización”, queconcierne no sólo a la existencia a escala de toda latierra de un sistema de comunicación electrónica, pormedio del cual todo individuo está puesto en relaciónvirtualmente con cualquier otro según canalescontrolados o no, sino también a la toma de concienciasobre la gravedad de los problemas ecológicos yfinalmente de las transformaciones de la biosfera.(Balibar, 2005:89)
Si bien no es posible concebir la actividad de ningún
organismo sin que genere algún tipo de consecuencias sobre
su medio, comprendemos que la dimensión cultural del hombre
genera un impacto que debe ser analizado especialmente.
Hace poco más de una década desde la ciencia se acuñó el
término antropoceno.
El término fue acuñado por el ecólogo Eugene F. Stoermer en
los ’80 para dar cuenta del impacto y la evidencia de las
actividades humanas sobre el planeta. Posteriormente fue
popularizado por Paul Crutzen, Premio Nobel de Química
sobre estudios atmosféricos. Asi, desde esta perspectiva
crítica se señala que la actual era geológica podría
denominarse era antropocena, a causa del impacto sostenido a
nivel global sobre los ecosistemas que viene
desarrollándose –especialmente– desde la Revolución
Industrial. No obstante, según explica, es en el siglo XX
cuando el panorama se vuelve aún más crítico: el uso de
combustible fósil en una escala cada vez mayor, las nuevas
tecnologías, el crecimiento poblacional mundial sostenido y
acelerado, el desarrollo de la biotecnología, la
contaminación y los efectos notorios en la capa de ozono y
en el clima. Los desechos que estamos generando,
fundamentalmente producen un cambio en la biología y la
geología del planeta, estimándose que sus efectos
persistirán entre tres mil a cincuenta mil años (Crutzen,
2006:13-18).
Consideremos algunas cifras: la producción industrial
mundial se multiplicó por más de 50 a lo largo del siglo
XX; el grado de urbanización en todo el planeta pasó del
15% de la población a principios de siglo a casi el 50% a
fines del mismo; a la vez la población mundial se
multiplicó por cuatro y el número de metrópolis millonarias
por 40; la agricultura industrializada se volvió masiva,
cuando era prácticamente nula a principios de siglo; el
transporte motorizado se dispara también a fines de siglo,
junto con la construcción a gran escala de
infraestructuras. Esto fue posible por un flujo energético
en constante ascenso, especialmente de tipo no renovable,
que se multiplicó casi veinte veces a lo largo del siglo, a
pesar de las mejoras alcanzadas en la eficiencia de su uso
(Fernández Durán, 2010:6):
Los impactos de dicho metabolismo sobre labiosfera, como resultado de los inputs biofísicosdemandados, y los outputs igualmente biofísicosgenerados, han ido fuertemente in crescendo a lolargo de este periodo histórico, además con efectosacumulativos; pues una de las característicasprincipales del metabolismo del sistema urbano-agro-industrial es la apertura de los ciclos deutilización de materiales, separados en “recursos”(los inputs biofísicos) y “residuos” (outputsbiofísicos), que en la naturaleza se cierran en símismos.” (Fernández Durán, 2010:6)
Las denuncias que se realizan desde la década del 70 por
parte de la ecología política adquieren cada vez mayor
dramatismo a fines del siglo XX: los tiempos y las escalas
del presente momento histórico, en que se manejan estos
inputs y outputs, no permiten muchas veces que los sistemas
naturales sean capaces de asimilar los impactos. Es decir,
ponen en juego la capacidad misma de resiliencia de los
ecosistemas. Si un ecosistema se encuentra fuertemente
degradado, fragmentado, intervenido, pierde la capacidad de
amortiguar las presiones de los elementos disruptivos y,
finalmente, se desintegra.
De esta manera, encontramos un quiebre: en la naturaleza no
hay cosas tales como “recursos” o “residuos” en el sentido
en que lo comprendemos desde una visión cultural y
económica. Al contrario, todo funciona como un sistema
interrelacionado: lo que es un residuo para un organismo,
resultado de su metabolismo, es un recurso para otro,
cerrándose los ciclos biofísicos que mantienen, hacen
evolucionar y complejizan los ecosistemas y, en definitiva,
la vida (Fernández Durán, 2010:7).
Entre algunos de los impactos antrópicos consecuencia de
las actividades urbanas, encontramos la disposición final
de los residuos, la expansión inmobiliaria y el deterioro
de las áreas naturales protegidas. Así, el modo de pensar
el espacio urbano y el espacio natural, sigue la lógica de
ocupación y utilización moderna, anacrónica, pero
paradógicamente, en plena vigencia.
Tan solo en el área metropolitana de Buenos Aires se
calcula la producción de alrededor de 6000 millones de
toneladas anuales de basura, proveniente de sus 14
millones de habitantes (datos CEAMSE, 12/12/13). En la
mayoría de las localidades no existe un plan formal y
efectivo de separación en origen y reciclado de materiales
reutilizables. Desde la década del 70 en nuestro país, se
emplea el relleno sanitario como forma de disposición final
de los residuos domiciliarios. Este tipo de complejos se
encuentran ubicados en áreas naturales que, por ese
entonces, se consideraban de poco valor: márgenes costeros
y humedales. Actualmente, los rellenos sanitarios son
cuestionados severamente por las consecuencias en el
ambiente y en las poblaciones humanas. En efecto, al
descomponerse los residuos liberan un liquido, denominado
lixiviado, y gases altamente tóxicos, que afectan a las
napas de agua, las aguas superficiales y el aire y generan
diversas enfermedades en las poblaciones cercanas.
A la vez, se urbanizan zonas que deberían preservarse por
los servicios ambientales que prestan a la sociedad, como
márgenes de ríos, humedales, lagunas, zonas bajas, zonas de
cobertura boscosa, etc. Este es el caso de los proyectos de
mega-emprendimientos inmobiliarios y barrios cerrados para
urbanizar áreas de alto valor estético y ecológico que la
ciudad aun no tenía integradas o no les daba un uso
efectivo, como es el caso de las tierras fiscales (Pintos y
Narodowsky, 2012). Algunas consecuencias de estos
proyectos, son la modificación de suelos y canales,
interfiriendo en el proceso natural de sedimentación y
ciclos hidrológicos, así como también en la biodiversidad
local. Los discursos políticos que dan sostén a estas
modificaciones abruptas de los espacios silvestres siguen
apoyándose en las dicotomías excluyentes mencionadas, y
apelan especialmente a la idea de espacio natural como
frontera respecto a la ciudad, vacio a completarse y
naturaleza temible que debe ser dominada para hacerla
accesible al hombre urbano.
Las Áreas Naturales Protegidas tienen una serie de
problemáticas constantes vinculadas a la ciudad y a los
modos de producción ideológica del espacio que
desarrollamos anteriormente. Si bien suele pensarse que los
espacios naturales de este tipo se encuentran “fuera de la
ciudad”, ciertamente se encuentran dentro del mismo espacio
geográfico y los mismos ambientes. Y, efectivamente, el
espacio natural antecede el desarrollo urbano, de manera
que están interrelacionados dinámicamente más de lo que
suele suponerse.
Entre sus problemáticas se cuentan el constante peligro de
ser utilizadas para fines incompatibles (depósito de
residuos, barrios cerrados u otro tipo de urbanización,
etc), pese a contar con protección legal. No obstante,
quiero mencionar otros dos tipos de problemáticas, pero en
el mismo orden de cosas, para dar cuenta de a qué nos
estamos refiriendo. Aunque un espacio natural protegido no
se encuentre en peligro de hecho, sufre de todas maneras
diferentes impactos producto de la cultura. Uno de los más
visibles es la contaminación por lo que llamaremos
“residuos culturales”, los residuos producto de las
actividades humanas. Podemos decir, sencillamente, que la
cultura en su aspecto material comprende los elementos que
el hombre produce. La cultura material puede dividirse en
dos instancias: una de producción, que implica el diseño,
la fabricación y la puesta en circulación, a través de la
cual los objetos son generados e ingresados al mercado;
otra de consumo, en la que los objetos son adquiridos,
usados y posteriormente desechados. Las cosas producidas,
utilizadas y descartadas que se depositan eventualmente –de
manera voluntaria e involuntaria- en las áreas naturales,
representan la cultura material de las ciudades. De esta
manera, se produce una contaminación por objetos plásticos,
principalmente desde los causes de agua que arrastran y
depositan, junto con el sedimento, botellas, envoltorios,
juguetes, herramientas, artículos domésticos, etc. que
provienen de los desagües pluviales, de basurales a cielo
abierto o asentamientos humanos cercanos. Sin olvidar que
la instancia de producción de los objetos de la vida
moderna, genera la descarga de agentes tóxicos provenientes
de industrias en los cuerpos de agua. Esto implica un
impacto sobre diversas especies de flora y fauna, y,
especialmente, la introducción de tóxicos en las redes
tróficas a partir del ciclo del agua. Del mismo modo, los
agroquímicos, una vez depositados en los cultivos, también
impregnan la tierra y se dispersan llegando a los acuíferos
subterráneos, lagunas, napas, ríos y arroyos, viajando
largas distancias desde su punto de origen (Malpartita,
2001) y así mismo ingresan a las redes tróficas.
El otro tipo de fenómeno a considerar, al que queremos
referirnos como forma de impacto cultural es la
colonización de especies de flora y fauna exótica. En
nuestro país, se introducen numerosas especies europeas,
asiáticas, africanas y norteamericanas, y de diversas
ecoregiones del país, tanto vegetales como animales, a
partir del uso ornamental o el mascotismo respectivamente.
Estas especies, si no fuera por el tráfico global humano,
no podrían desplazarse en semejantes distancias espacio-
temporales. En el lugar de destino, sin competidores,
pueden ocupar los nichos ecológicos de las nativas,
impactando sobre los ecosistemas a causa de su escasa
relevancia ecológica en comparación con las especies
propias de esa determinada ecoregión, en compleja
interdependencia en términos de desarrollo evolutivo.
Las cuestiones enumeradas, si bien no fueron exhaustivas,
dan cuenta del profundo cambio que está implicando la
cultura humana para la biósfera y la creciente preocupación
por las derivas cada vez más dramáticas que conlleva.
Seguramente, muchas de estas derivas aun no han
manifestado o no hemos visto plenamente sus consecuencias,
aun asi, desde las que distintas corrientes de pensamiento
contemporáneo se comprende el corazón del conflicto.
Conclusiones
En el presente trabajo, desde un enfoque problemático,
quisimos vislumbrar algunos enclaves para pensar cómo nos
encontramos, a principios del siglo XXI, con una crisis
ecológica de origen antrópico, consecuencia de los modos de
abordar el mundo propios de nuestra cultura. Esta crisis
ecológica de escala mundial es en realidad una crisis
civilizatoria, producto especialmente del imaginario
moderno. Por un lado, señalamos algunos enclaves
ideológicos para abordar la temática, desde la perspectiva
crítica del ecofeminismo. Así, desarrollamos la idea de
naturaleza femenina y ciudad masculina, como forma de
comprender la conflictividad entre espacios naturales y
espacios urbanos, junto con la aplicación de la idea de
frontera y vació como modos de apropiación del espacio a
fin de justificar su dominación y explotación. Por otro,
mostramos algunas consecuencias concretas (rellenos
sanitarios, avance inmobiliario, degradación de las áreas
naturales protegidas) que pueden comprenderse bajo la
noción de residuos culturales e impacto cultural,
analizando previamente la noción de resiliencia
ecosistémica en vinculación al circuito de generación de
los objetos que comprenden la cultura material, entre otras
cuestiones.
Por último, nos parece necesario seguir revisando los
discursos y prácticas que desembocaron en la actual crisis
ecológica/civilizatoria y se perpetúan incansablemente, de
manera anacrónica y aun pese al conocimiento disponible
acerca de los impactos que genera la cultura en el mundo
natural, del que no estamos escindidos. La pregunta
fundamental es qué hacer ahora. La tarea de
deslegitimización de este paradigma es más que compleja,
pero es la tarea heredada de cara al nuevo siglo, junto con
la pregunta por la acción.
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