¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la cultura en las áreas silvestres desde...

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Actas Jornadas del Departamento de Sociología Universidad Nacional de La Plata – diciembre 2014 ¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la cultura en las áreas silvestres desde la perspectiva del feminismo ecológico Micaela Anzoátegui (FaHCE-IdIHCS-CINIG-UNLP) [email protected] Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con un panorama complejo respecto a las cuestiones ambientales, que debe ser entendido como parte de una crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían las prácticas del mundo occidental. En este trabajo nos centraremos en las relaciones problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en el orden simbólico patriarcal existen conexiones importantes entre la dominación y explotación de las mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas que tienen un origen moderno y pueden ser analizadas desde esta perspectiva. Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo

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Actas Jornadas del Departamento de Sociología

Universidad Nacional de La Plata – diciembre 2014

¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la

cultura en las áreas silvestres desde la perspectiva del

feminismo ecológico

Micaela Anzoátegui (FaHCE-IdIHCS-CINIG-UNLP)

[email protected]

Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con

un panorama complejo respecto a las cuestiones

ambientales, que debe ser entendido como parte de una

crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían

las prácticas del mundo occidental.

En este trabajo nos centraremos en las relaciones

problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la

perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en

el orden simbólico patriarcal existen conexiones

importantes entre la dominación y explotación de las

mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y

dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura

sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas

que tienen un origen moderno y pueden ser analizadas desde

esta perspectiva.

Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de

pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que

conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la

que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo

es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan

mutuamente y son el telón de fondo del modo de

relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario

un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad

y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.

Palabras clave: ecofeminismo, residuos culturales,

naturaleza, ciudad, impacto antrópico

1. La producción intelectual del espacio

1.1 Introducción a la problemática

Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con

un panorama complejo respecto a las cuestiones

ambientales, que debe ser entendido como parte de una

crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían

las prácticas del mundo occidental.

En este trabajo nos centraremos en las relaciones

problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la

perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en

el orden simbólico patriarcal existen conexiones

importantes entre la dominación y explotación de las

mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y

dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura

sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas

que tienen un origen moderno. Es decir, buscamos dar cuenta

de algunos de los aspectos ideológicos que subyacen al modo

de producción de las sociedades capitalistas occidentales,

y que se han vuelto cada vez más problemáticos,

considerando el panorama político-ecológico de cara al

nuevo siglo.

Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de

pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que

conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la

que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo

es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan

mutuamente y son el telón de fondo del modo de

relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario

un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad

y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.

Desde la filosofía podemos afirmar que antes de una

operación concreta a nivel social encontramos la ocurrencia

de una operación simbólica que habilita o legitima la

potencial emergencia de la concreta. De esta manera,

diversos discursos epocales respecto al urbanismo y su

relación con la naturaleza tuvieron incidencias en

prácticas y creencias sobre el orden del espacio y sus

usos, determinando maneras de abordar la creación o

expansión de centros urbanos. Las formas ideológicas de una

sociedad dada determina la categorización, distribución,

parcelamiento y uso del espacio, en estrecha relación al

lenguaje (entendido como forma de vida, siguiendo a

Wittgentein) y el discurso social hegemónico propio de cada

época dependiente de estructuras políticas, económicas y

culturales (Angenot, XX).

Asi, los discursos en torno a un tópico tienen la función

de legitimar ciertas maneras de su abordaje práctico –en

lugar de otras alternativas–, además de suponer

consecuencias prácticas. No es menor comprender que en

sociedades como las nuestras, fuertemente patriarcales y

androcéntricas, no tengan alguna incidencia respecto a la

dupla urbanismo-naturaleza, partiendo de la dicotomía

Cultura/Naturaleza como pares excluyentes propios y

constitutivos del pensamiento occidental. Esa será la

lectura propuesta en el presente trabajo. El

antropocentrismo que encierra la idea de hombre desvincuado

de la naturaleza de hecho, puede ser entendido en ultima

instancia, como androcentrismo.

Como sabemos, si bien a lo largo de la historia humana han

existido diferentes enclaves urbanos en distintas culturas,

las formaciones urbanas de las que hoy heredamos las

ciudades contemporáneas, comienzan a surgir en la

transición hacia la modernidad, con los cambios que generan

las nuevas dinámicas económicas y el ascenso de la

burguesía, e implican un cambio drástico respecto a la

manera de pensar el espacio precedente. Tal como señala

Fernández Duran:

El despliegue de la forma metrópoli iba a tenerdiferentes clases de impactos. A nivel local lospodríamos caracterizar de dos tipos. Por un lado,sobre el territorio en el que tiene lugar esedespliegue, y por otro, sobre la misma ciudad apartir de la cual se activa el crecimientometropolitano (…). La metrópoli en su crecimiento

engulle los diversos lugares del territorio frutode un diálogo de siglos entre los seres humanos yla naturaleza, que expresan la cultura territorialo espacial de larga duración. Distinta en cadaparte del mundo, y dependiente también de lascaracterísticas socio-políticas, culturales,climáticas, bióticas y paisajistas. Al deglutir yalterar los lugares sobre los que se despliega, lametrópoli rompe la relación con la historia y acabacon la memoria que se almacena en el territorio.Quiebra pues el lazo cultura local-naturaleza,arrasando formas territoriales de mayor complejidadlocal, identidad y sostenibilidad. La metrópoli,por tanto, se asienta sobre un nuevo territoriobruscamente alterado y artificializado, pero ya nodepende de él, como la ciudad histórica para suabastecimiento diario, sino que su funcionamientovital viene garantizado por recursos alimenticios,materiales y energéticos de territorios cada díamás lejanos, aparte de por capitales y personascrecientemente foráneos. De esta forma, la “SegundaPiel” (o antropósfera) que se desarrolla sobre lanaturaleza (o “Primera Piel”) desde el neolítico,da un salto cualitativo de gigante con la apariciónde la forma metrópoli, rompiendo amarras con losvínculos que ligaban la ciudad histórica alterritorio, que ya se habían visto fuertementealterados con la “ciudad industrial” del XIX(Fernández Duran, 2008:25).

La distinción entre ciudad y espacios naturales, entonces,

supone también una operación de demarcación y limite que

debe ser analizada en términos de dominio y jerarquía.

1.2 Espacios naturales feminizados y espacios urbanos

masculinizados

El hombre moderno cree que todo es vistoy dominado por su ojo. Pero ella, laMujer Naturaleza, esconde su poder en lanoche, en una penumbra del tiempo. Donde

el ojo del hombre no ve. No puede ver lafuerza destructora que ella siempreoculta, y que desata cuando pretendensometerla. (Hudson, 2005)

Las ciudades occidentales contemporáneas son herederas de

la modernidad europea, que emerge como una nueva

cosmovisión con consecuencias patentes hasta nuestros días.

La manera de pensar el espacio urbano y su relación con los

espacios naturales en nuestra sociedad reciben su mayor

influencia en ese período (Shiva, 1998; Merchant, 1983).

Debemos distinguir, de primero, las nociones de “ambiente”

y de “naturaleza”. Medio ambiente es una noción acuñada

recientemente, en el último tercio del s. XX, proveniente

del inglés enviroment, para dar cuenta del medio en que se

mueve el ser humano, el más próximo, y la necesidad de

realizar acciones de remediación y cuidado sobre este, a

consecuencia de la contaminación y modo de vida moderno. En

cambio, “naturaleza” implica el todo natural, autoregulado

y de lógica propia, que excede a lo humano y esta por fuera

de él, pero a la vez lo incluye en tanto ser vivo. La

naturaleza fue, más bien, durante muchos siglos una especie

de externalidad holista, atemorizante y misteriosa, que se

encontraba cuando el hombre se adentraba más allá de los

lugares familiares e intervenidos por la acción humana

(Federovisky, 2011).

Asi, las mujeres fueron asociadas a la naturaleza -de

manera ancestral y en diferentes culturas-,

identificándolas con la corporalidad, la animalidad, la

irracionalidad y la emotividad, conformando finalmente un

ideologema (Angenot, 2010) que inscribe a ambas en el

espacio simbólico y legitima su dominación en base a una

jerarquización imaginaria. Esta jerarquía se basa en una

serie de dicotomías excluyentes -Hombre vs. Animal, Mente

vs. Cuerpo, Varón vs. Mujer, Cultura vs. Naturaleza, Razón

vs. Emoción- que la modernidad filosófica no solo retoma si

no que también acentúa. Las mujeres aparecen siempre

relacionadas al segundo de los términos del par dicotómico

y los varones al primero, que es considerado de mayor

valor. Esto permite, dicho rápidamente, una legitimación de

la intrumentalización: aquello ontológicamente superior

debe dominar a aquello ontológicamente inferior.

Los varones, en cambio, tienen como lugar privilegiado la

esfera pública, los centros donde se desarrollan los

intercambios políticos, comerciales, tecnológicos y

epistemológicos. La noción de ciudadanía se vincula al

espacio del ciudadano, que ha estado marcado como lugar

propiamente masculino, en confrontación con el espacio

privado. Celia Amorós describe una esfera como el lugar de

los iguales y la otra esfera como el lugar de las

idénticas: la individualidad se configura respecto al grupo

que se reconoce como “sujetos del contrato social”, el

espacio de los iguales en el que se reconoce y promociona

la individualidad dentro del espacio público. El espacio

privado en cambio, aparece como el lugar del ser social

negado, aquel donde no hay discernimiento de individuos ni

sujetos, constituyendo el espacio de las idénticas, espacio

caracterizado fundamentalmente por lo accidental, el

espacio doméstico como accidente necesario para la existencia

de la vida pública (Amorós, 1987).

Lo urbano enmarcado dentro de las ideas de racionalidad y

cultura androcéntrica invisibiliza que el trabajo de

reproducción dado en la esfera doméstica, también se

realiza en las ciudades y es el sostén de las actividades

productivas. De manera que se genera una feminización de

ciertos espacios que están asociados a la reproducción de

las condiciones de vida, tales como los espacios domésticos

y las áreas naturales donde se desarrolla el mundo

silvestre. Es importante destacar la operación de

invisibilizacion y explotación de los servicios de

reproducción de las condiciones de vida realizados por las

mujeres y por la naturaleza (en este caso, los servicios

ambientales, respecto de la vida humana). La fantasía

moderna del individuo autónomo y la fantasía de

independencia humana (Hamilton, 2011) respecto de la

naturaleza dan la pauta de la inversión ideológica que se

produce en el periodo.

A su vez, animalización y feminización también convergen

funcionalmente para la instrumentalización y posterior

trato de objeto hacia los espacios naturales, de la misma

manera que sucede con las mujeres, legitimando su

dominación por un ser “racional” entendido como “superior”

(Shiva, 1998). Se trata de una operación ideológica propia

del discurso social para reforzar la hegemonía y su

invisibilización, y posee una lógica propia (Angenot,

2010). Tal como señala Femenías

(…) El mundo del discurso es el mundo de las

asimetrías simbólicas, cuyas reglas arbitrarias

evitan la posibilidad de identificar “los hechos”

con su descripción, a la vez que abren el espacio

de la “lucha por las resignificaciones”, nunca

epistemológicamente neutras (Femenías, 2009:344)

1.3 Los espacios naturales como frontera y vacio

La expansión de las fronteras que se da especialmente en la

modernidad, con el desarrollo de la ciencia y la técnica,

junto con el expansionismo europeo, implicó un cambio en el

modo de percibir los espacios naturales, conceptualizados

como lugar de lo temible y lo sacro a lo cognoscible y

controlable (Merchant, 1987). El dualismo Progreso vs.

Atraso, Historia vs. Prehistoria y Civilización vs.

Barbarie se vuelven cada vez más hegemónicos para pensar la

relación entre ciudad y naturaleza. Bajo esta lógica, por

ejemplo, desde el pensamiento europeo urbanocéntrico, entre

mediados y fines del XIX y principios del XX intelectuales

argentinos como Sarmiento o Zeballos reivindican y

reproducen estos enclaves discursivos y los proyectan sobre

la naturaleza y los pueblos originarios: la operación

ideológica de demarcación de una frontera-límite y un

vacio en el espacio natural del orden de lo salvaje y lo temible.

El concepto de frontera puede comprenderse como

institución o construcción histórico-política,

especialmente respecto a la idea tan difundida de de que

las ciudades y los entornos naturales son espacios

diferentes per se:

Cuando decimos que las fronteras son instituciones,queremos señalar evidentemente que no existen enninguna parte ni han existido jamás “fronterasnaturales”, ese gran mito de la política exteriorde los Estados-naciones. Todo aquí es histórico,hasta la misma configuración lineal de lasfronteras trazadas sobre los mapas y, en la medidade lo posible, marcado sobre el terreno: es elresultado de una construcción estatal que haconfundido el ejercicio del poder soberano con ladeterminación recíproca de los territorios (…).Pero hay que dar un paso más. Si las fronteras soninstituidas, deben asimismo ser consideradas comoinstituciones-límites, ellas representan un caso extremode la institución, esencialmente antinómico. Puestoque, en principio al menos, será necesario que semantengan estables mientras que todas las otrasinstituciones se transforman, será necesario queden al Estado la posibilidad de controlar losmovimientos y las actividades de los ciudadanos sinser ellas mismas objeto de ningún control.(Balibar, 2005:92)

La naturaleza silvestre es entendida como espacio límite,

complejo a la vez que vacío, carente, que debe ser dominado

por el hombre blanco, culto, europeo, urbano que trae la

ciencia y la técnica a tierras inhóspitas. Esto significa

la incorporación de estas tierras “improductivas” al

modelo de producción capitalista y la proyección sobre el

pastizal, la selva o el monte de ciudades, pueblos, campos

y, por supuesto, pobladores aptos para llenar esa

incompletitud, que antes de ser un vacio geográfico o

poblacional, es económico.

Este proceso supuso a nivel cultural, asimismo, la

consolidación imaginaria y discursiva de la naturaleza como

un límite o frontera respecto de la metrópolis. La cultura,

para desarrollarse, debe dominar los espacios naturales.

Tal como describe Guillermo Enrique Hudson:

Es duro vivir en el seno de una Naturaleza indomadao sometida a medias, pero hay en ello unamaravillosa fascinación. Desde nuestro confortablehogar en Inglaterra, la naturaleza nos parece unapaciente trabajadora, obedeciendo siempre sinquejarse, sin rebelarse nunca y sin murmurar contrael hombre que le impone sus tareas; asi puedecumplir la labor asignada, aunque algunas veces lasfuerzas le fallen. ¡Qué extraño resulta ver a estaNaturaleza, insensible e inmutable, transformadamás allá de los mares en una cosa inconstante ycaprichosa, difícil de gobernar; una hermosa ycruel ondina que maravilla por su originalidad yque parece más amable cuanto más nos atormenta. Unser que tan pronto ríe como llora, tirano y esclavoalternativamente, desbaratando hoy el trabajo deayer o realizando mañana, contenta, más de lo quese espera de ella, y que, de repente, frenética,hunde sus dientes malignos en la mano del que lagolpea o la acaricia. (…)A veces es presa del furor que le causan lasíndignidades a que la sujeta el hombre podando susplantas, levantando su suelo blando, pisoteando susflores y sus hierbas. Entonces adopta su más negroy terrible aspecto, no una mujer hermosa que en sufuria no tiene en cuenta su belleza, arranca deraíz los más nobles árboles y levanta la tierraesparciéndola por las alturas y dándole al cielo untinte aún más sombrío. Y como no considerasuficientemente la oscuridad para aterrorizarnos,inflama el poderoso caos que ha creado cruzándolo

con latigazos de fuego, mientras el suelo essacudido con sus coléricos truenos. (Hudson, 2005)1

El avance civilizatorio, el avance de la frontera, la

disputa por el límite, la incorporación de tierras ociosas

a la producción, implica la subyugación de la naturaleza

femenina bajo el dominio masculino. Simultáneamente, bajo

el sino del movimiento museístico de fines del XIX,

comenzará a pensarse la creación de áreas naturales

protegidas. Desde las ciudades y en función de objetivos

económicos políticos y culturales, se parcelará la

naturaleza a disposición del capital.

La función de estos espacios naturales protegidos será -al

igual que la función de los museos-, por un lado construir

una narrativa y mostrar aquello que fue dejado atrás: el

pasado prehistórico que inaugura la historia argentina; y, por

otro, resguardar ciertos objetos, recursos y espacios como

patrimonio nacional.

Siguiendo la postura de Marc Angenot, esta

conceptualización se encuentra en relación a la hegemonía

discursiva que posee Zeballos como encarnación de un

enunciador legítimo, con la capacidad de hablar sobre la

alteridad social determinada en confrontación con él mismo,

en tanto sujeto dominante:

1 Para un análisis más detallado de este y otros pasajes y de lametáfora mujer-naturaleza: Nuñez, Paula “Los límites de losocial: naturaleza, jerarquía y teoría de género”, PolémicasFeministas, Facultad de Filosofía y Humanidades de la UniversidadNacional de Córdoba, 2011.

A la vez, las descripciones acerca de la naturaleza-mujer,

como tópico recurrente tienen una doble función. Por una

parte, demarcar un “nosotros/otros”, es decir, mostrar que

los espacios naturales y sus habitantes naturales son

distintos a un “nosotros” varón, blanco, moderno,

urbanocéntrico, europeizante, portador de la civilización,

la cultura, el conocimiento, el sentimiento patrio y El

Progreso, comprendido como inevitable. A cada cual, se le

dará un destino preciso tras la subyugación: la naturaleza

será parcelada en el interior de las ciudades (plazas,

parquizaciones, jardines, etc) o será delimitada en

reservas naturales; las poblaciones indígenas irán a los

museos, los zoológicos humanos de Europa y, en ciertos

casos, a las reservas indígenas dispuestas por el Estado

Nacional. Por otra parte, justificar la dominación hacia

todo lo concebido como más cercano a la naturaleza,

mostrando que debe realizarse mediante la fuerza, porque la

naturaleza salvaje es resistente, astuta, feroz, vengativa

y, por esta misma razón, tiene la capacidad de destruir los

avances del hombre civilizado en corto tiempo.

Entonces, las ideas de feminización de la naturaleza,

prehistoria y salvajismo convergen funcionalmente a fin de

lograr la instrumentalización y posterior trato de objeto,

tanto de la naturaleza como de sus pobladores originarios.2

Tal como indica Angenot, esta operación ideológica de2 Este tema lo desarrollo especialmente en El intelectual, el desierto, el"otro" : Un análisis de Viaje al país de los araucanos de Estanislao Zeballos,disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/30514

validación por analogía propia del discurso social, para

reforzar la hegemonía y su invisibilidad no es casual:

La hegemonía resulta de una presión lógica a que

lleva a armonizar, a hacer co-pensables diversos

ideologemas provenientes de lugares diferentes y

que no tienen las mismas funciones: si para una

doxa determinada lo que se dice de los criminales,

de los alcohólicos, de las mujeres, de los negros,

de los obreros y de otros salvajes termina por

adoptar un aire de familia, se debe a que tales

enunciados se vuelven más eficaces mediante la

validación por analogía. (Angenot, 2010: 43)

2. La producción material del espacio

Ahora, nos interesaría centrarnos en cómo estos discursos

que configuran ideológicamnete el espacio, tienen

consecuencias de índole práctica, es decir, traen efectos o

configuran el espacio materialmente.

Los efectos de las actividades antrópicas urbanas sobre la

naturaleza y el medio ambiente son variados, de diferente

escala, intensidad e impacto, y actualmente podemos afirmar

que se dan de manera globalizada. Tal como señala Balibar:

[Consideraré] los procesos que tengan simultáneamenteun aspecto técnico y un aspecto natural, y que pruebanque la tierra se transformó, con su medio ambienteinmediato y la vida que lo ocupa, en un solo “sistema”donde los flujos de información, de energía y de

materia influyen los unos sobre los otros. Se dirá quedesde un punto de vista puramente físico un tal sistemanatural y técnico siempre existió. Es verdad, con ladiferencia de que los procesos “técnicos” sonactualmente de la misma magnitud que los procesosnaturales, y que existen efectos acumulados deintervención técnica que, de manera perceptible paratodos, alteran el medio de vida de la especie humana otransforman sus condiciones de existencia naturales. Dela misma manera que existen procesos biotécnicos queinfluyen sobre la vida de la especie humana (y otrasespecies). (…) La idea de “mundialización”, queconcierne no sólo a la existencia a escala de toda latierra de un sistema de comunicación electrónica, pormedio del cual todo individuo está puesto en relaciónvirtualmente con cualquier otro según canalescontrolados o no, sino también a la toma de concienciasobre la gravedad de los problemas ecológicos yfinalmente de las transformaciones de la biosfera.(Balibar, 2005:89)

Si bien no es posible concebir la actividad de ningún

organismo sin que genere algún tipo de consecuencias sobre

su medio, comprendemos que la dimensión cultural del hombre

genera un impacto que debe ser analizado especialmente.

Hace poco más de una década desde la ciencia se acuñó el

término antropoceno.

El término fue acuñado por el ecólogo Eugene F. Stoermer en

los ’80 para dar cuenta del impacto y la evidencia de las

actividades humanas sobre el planeta. Posteriormente fue

popularizado por Paul Crutzen, Premio Nobel de Química

sobre estudios atmosféricos. Asi, desde esta perspectiva

crítica se señala que la actual era geológica podría

denominarse era antropocena, a causa del impacto sostenido a

nivel global sobre los ecosistemas que viene

desarrollándose –especialmente– desde la Revolución

Industrial. No obstante, según explica, es en el siglo XX

cuando el panorama se vuelve aún más crítico: el uso de

combustible fósil en una escala cada vez mayor, las nuevas

tecnologías, el crecimiento poblacional mundial sostenido y

acelerado, el desarrollo de la biotecnología, la

contaminación y los efectos notorios en la capa de ozono y

en el clima. Los desechos que estamos generando,

fundamentalmente producen un cambio en la biología y la

geología del planeta, estimándose que sus efectos

persistirán entre tres mil a cincuenta mil años (Crutzen,

2006:13-18).

Consideremos algunas cifras: la producción industrial

mundial se multiplicó por más de 50 a lo largo del siglo

XX; el grado de urbanización en todo el planeta pasó del

15% de la población a principios de siglo a casi el 50% a

fines del mismo; a la vez la población mundial se

multiplicó por cuatro y el número de metrópolis millonarias

por 40; la agricultura industrializada se volvió masiva,

cuando era prácticamente nula a principios de siglo; el

transporte motorizado se dispara también a fines de siglo,

junto con la construcción a gran escala de

infraestructuras. Esto fue posible por un flujo energético

en constante ascenso, especialmente de tipo no renovable,

que se multiplicó casi veinte veces a lo largo del siglo, a

pesar de las mejoras alcanzadas en la eficiencia de su uso

(Fernández Durán, 2010:6):

Los impactos de dicho metabolismo sobre labiosfera, como resultado de los inputs biofísicosdemandados, y los outputs igualmente biofísicosgenerados, han ido fuertemente in crescendo a lolargo de este periodo histórico, además con efectosacumulativos; pues una de las característicasprincipales del metabolismo del sistema urbano-agro-industrial es la apertura de los ciclos deutilización de materiales, separados en “recursos”(los inputs biofísicos) y “residuos” (outputsbiofísicos), que en la naturaleza se cierran en símismos.” (Fernández Durán, 2010:6)

Las denuncias que se realizan desde la década del 70 por

parte de la ecología política adquieren cada vez mayor

dramatismo a fines del siglo XX: los tiempos y las escalas

del presente momento histórico, en que se manejan estos

inputs y outputs, no permiten muchas veces que los sistemas

naturales sean capaces de asimilar los impactos. Es decir,

ponen en juego la capacidad misma de resiliencia de los

ecosistemas. Si un ecosistema se encuentra fuertemente

degradado, fragmentado, intervenido, pierde la capacidad de

amortiguar las presiones de los elementos disruptivos y,

finalmente, se desintegra.

De esta manera, encontramos un quiebre: en la naturaleza no

hay cosas tales como “recursos” o “residuos” en el sentido

en que lo comprendemos desde una visión cultural y

económica. Al contrario, todo funciona como un sistema

interrelacionado: lo que es un residuo para un organismo,

resultado de su metabolismo, es un recurso para otro,

cerrándose los ciclos biofísicos que mantienen, hacen

evolucionar y complejizan los ecosistemas y, en definitiva,

la vida (Fernández Durán, 2010:7).

Entre algunos de los impactos antrópicos consecuencia de

las actividades urbanas, encontramos la disposición final

de los residuos, la expansión inmobiliaria y el deterioro

de las áreas naturales protegidas. Así, el modo de pensar

el espacio urbano y el espacio natural, sigue la lógica de

ocupación y utilización moderna, anacrónica, pero

paradógicamente, en plena vigencia.

Tan solo en el área metropolitana de Buenos Aires se

calcula la producción de alrededor de 6000 millones de

toneladas anuales de basura, proveniente de sus 14

millones de habitantes (datos CEAMSE, 12/12/13). En la

mayoría de las localidades no existe un plan formal y

efectivo de separación en origen y reciclado de materiales

reutilizables. Desde la década del 70 en nuestro país, se

emplea el relleno sanitario como forma de disposición final

de los residuos domiciliarios. Este tipo de complejos se

encuentran ubicados en áreas naturales que, por ese

entonces, se consideraban de poco valor: márgenes costeros

y humedales. Actualmente, los rellenos sanitarios son

cuestionados severamente por las consecuencias en el

ambiente y en las poblaciones humanas. En efecto, al

descomponerse los residuos liberan un liquido, denominado

lixiviado, y gases altamente tóxicos, que afectan a las

napas de agua, las aguas superficiales y el aire y generan

diversas enfermedades en las poblaciones cercanas.

A la vez, se urbanizan zonas que deberían preservarse por

los servicios ambientales que prestan a la sociedad, como

márgenes de ríos, humedales, lagunas, zonas bajas, zonas de

cobertura boscosa, etc. Este es el caso de los proyectos de

mega-emprendimientos inmobiliarios y barrios cerrados para

urbanizar áreas de alto valor estético y ecológico que la

ciudad aun no tenía integradas o no les daba un uso

efectivo, como es el caso de las tierras fiscales (Pintos y

Narodowsky, 2012). Algunas consecuencias de estos

proyectos, son la modificación de suelos y canales,

interfiriendo en el proceso natural de sedimentación y

ciclos hidrológicos, así como también en la biodiversidad

local. Los discursos políticos que dan sostén a estas

modificaciones abruptas de los espacios silvestres siguen

apoyándose en las dicotomías excluyentes mencionadas, y

apelan especialmente a la idea de espacio natural como

frontera respecto a la ciudad, vacio a completarse y

naturaleza temible que debe ser dominada para hacerla

accesible al hombre urbano.

Las Áreas Naturales Protegidas tienen una serie de

problemáticas constantes vinculadas a la ciudad y a los

modos de producción ideológica del espacio que

desarrollamos anteriormente. Si bien suele pensarse que los

espacios naturales de este tipo se encuentran “fuera de la

ciudad”, ciertamente se encuentran dentro del mismo espacio

geográfico y los mismos ambientes. Y, efectivamente, el

espacio natural antecede el desarrollo urbano, de manera

que están interrelacionados dinámicamente más de lo que

suele suponerse.

Entre sus problemáticas se cuentan el constante peligro de

ser utilizadas para fines incompatibles (depósito de

residuos, barrios cerrados u otro tipo de urbanización,

etc), pese a contar con protección legal. No obstante,

quiero mencionar otros dos tipos de problemáticas, pero en

el mismo orden de cosas, para dar cuenta de a qué nos

estamos refiriendo. Aunque un espacio natural protegido no

se encuentre en peligro de hecho, sufre de todas maneras

diferentes impactos producto de la cultura. Uno de los más

visibles es la contaminación por lo que llamaremos

“residuos culturales”, los residuos producto de las

actividades humanas. Podemos decir, sencillamente, que la

cultura en su aspecto material comprende los elementos que

el hombre produce. La cultura material puede dividirse en

dos instancias: una de producción, que implica el diseño,

la fabricación y la puesta en circulación, a través de la

cual los objetos son generados e ingresados al mercado;

otra de consumo, en la que los objetos son adquiridos,

usados y posteriormente desechados. Las cosas producidas,

utilizadas y descartadas que se depositan eventualmente –de

manera voluntaria e involuntaria- en las áreas naturales,

representan la cultura material de las ciudades. De esta

manera, se produce una contaminación por objetos plásticos,

principalmente desde los causes de agua que arrastran y

depositan, junto con el sedimento, botellas, envoltorios,

juguetes, herramientas, artículos domésticos, etc. que

provienen de los desagües pluviales, de basurales a cielo

abierto o asentamientos humanos cercanos. Sin olvidar que

la instancia de producción de los objetos de la vida

moderna, genera la descarga de agentes tóxicos provenientes

de industrias en los cuerpos de agua. Esto implica un

impacto sobre diversas especies de flora y fauna, y,

especialmente, la introducción de tóxicos en las redes

tróficas a partir del ciclo del agua. Del mismo modo, los

agroquímicos, una vez depositados en los cultivos, también

impregnan la tierra y se dispersan llegando a los acuíferos

subterráneos, lagunas, napas, ríos y arroyos, viajando

largas distancias desde su punto de origen (Malpartita,

2001) y así mismo ingresan a las redes tróficas.

El otro tipo de fenómeno a considerar, al que queremos

referirnos como forma de impacto cultural es la

colonización de especies de flora y fauna exótica. En

nuestro país, se introducen numerosas especies europeas,

asiáticas, africanas y norteamericanas, y de diversas

ecoregiones del país, tanto vegetales como animales, a

partir del uso ornamental o el mascotismo respectivamente.

Estas especies, si no fuera por el tráfico global humano,

no podrían desplazarse en semejantes distancias espacio-

temporales. En el lugar de destino, sin competidores,

pueden ocupar los nichos ecológicos de las nativas,

impactando sobre los ecosistemas a causa de su escasa

relevancia ecológica en comparación con las especies

propias de esa determinada ecoregión, en compleja

interdependencia en términos de desarrollo evolutivo.

Las cuestiones enumeradas, si bien no fueron exhaustivas,

dan cuenta del profundo cambio que está implicando la

cultura humana para la biósfera y la creciente preocupación

por las derivas cada vez más dramáticas que conlleva.

Seguramente, muchas de estas derivas aun no han

manifestado o no hemos visto plenamente sus consecuencias,

aun asi, desde las que distintas corrientes de pensamiento

contemporáneo se comprende el corazón del conflicto.

Conclusiones

En el presente trabajo, desde un enfoque problemático,

quisimos vislumbrar algunos enclaves para pensar cómo nos

encontramos, a principios del siglo XXI, con una crisis

ecológica de origen antrópico, consecuencia de los modos de

abordar el mundo propios de nuestra cultura. Esta crisis

ecológica de escala mundial es en realidad una crisis

civilizatoria, producto especialmente del imaginario

moderno. Por un lado, señalamos algunos enclaves

ideológicos para abordar la temática, desde la perspectiva

crítica del ecofeminismo. Así, desarrollamos la idea de

naturaleza femenina y ciudad masculina, como forma de

comprender la conflictividad entre espacios naturales y

espacios urbanos, junto con la aplicación de la idea de

frontera y vació como modos de apropiación del espacio a

fin de justificar su dominación y explotación. Por otro,

mostramos algunas consecuencias concretas (rellenos

sanitarios, avance inmobiliario, degradación de las áreas

naturales protegidas) que pueden comprenderse bajo la

noción de residuos culturales e impacto cultural,

analizando previamente la noción de resiliencia

ecosistémica en vinculación al circuito de generación de

los objetos que comprenden la cultura material, entre otras

cuestiones.

Por último, nos parece necesario seguir revisando los

discursos y prácticas que desembocaron en la actual crisis

ecológica/civilizatoria y se perpetúan incansablemente, de

manera anacrónica y aun pese al conocimiento disponible

acerca de los impactos que genera la cultura en el mundo

natural, del que no estamos escindidos. La pregunta

fundamental es qué hacer ahora. La tarea de

deslegitimización de este paradigma es más que compleja,

pero es la tarea heredada de cara al nuevo siglo, junto con

la pregunta por la acción.

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