Bhutan. El dragón sale de su cueva
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Bhutan. El dragón sale de su cueva
Santiago Lazcano
“Ladies and gentlemen, at the left you can see the highest peaks in the world”. Las
cabezas se giran hacia las ventanillas de la parte izquierda del avión y mientras el
comandante va desgranando los nombres de los gigantes: Everest, Makhalu,
Kanchenjunga... aparece ante los ojos un imponente panorama. De entre un denso mar
de nubes y acariciadas por los débiles rayos de un sol vespertino surgen las inmensas
moles de más de 8.000 metros que dominan nuestro planeta. Poco a poco la aeronave va
descendiendo y acercándose cada vez más peligrosamente a las verdes y ondulantes
colinas del oeste bhutanés hasta que con una vertiginosa maniobra se introduce
finalmente en un estrecho valle para tomar tierra en Paro, único aeropuerto de la Tierra
del Dragón.
Para quien llega a Bhutan por aire desde Kathmandú y por si quedaban dudas
ésta es la primera señal de que entra en un país himalayo. Y también el aperitivo de una
serie inagotable de maravillas a conocer en este cada vez menos desconocido reino de
los confines del Himalaya.
Nada más poner el pie en tierra bhutanesa, incluso en el pequeño aeropuerto
construido en estilo tradicional, uno se ve inmerso en un paisaje de verdes montañas y
pequeñas casas blancas diseminadas por las colinas. Una estampa que casi nunca
abandona al visitante en este país cuya mayor aglomeración -Thimphu, la capital- ronda
los 40.000 habitantes. De igual modo transcurre poco tiempo antes de que el recién
llegado tope con el primer dzong, también omnipresentes en Bhutan. Estas grandes
fortalezas dominan los valles y albergan habitualmente las administraciones de cada
distrito.
Dejando a la derecha el Rinpung Dzong y el bello puente de madera que atraviesa el río
Paro para dar acceso al fuerte, se llega a la tercera población del país. Paro es poco más
que un pueblo grande apiñado a los lados de la calle principal. Los bhutaneses
deambulan por sus abundantes comercios vestidos con el traje tradicional: el gho. Este
consiste en una especie de bata que puede ser de diferentes colores y que se asemeja a la
vestimenta tibetana. Ellas visten el equivalente femenino: la kira. El gobierno está
preocupado por salvaguardar la identidad bhutanesa de la influencia occidental, y obliga
a todos los ciudadanos a vestir el gho y la kira en todos los lugares públicos hasta las 18
horas. En Paro la cercanía del aeropuerto ha favorecido el desarrollo y las nuevas
costumbres, y es fácil ver jóvenes usando móviles y calzando deportivas americanas
bajo sus ghos. El nivel de coches es también alto para la media nacional.
Pero si este lugar es hoy puerta de entrada de la modernidad, ha sido siempre un
referente en la historia religiosa bhutanesa. Bhután es el único país del mundo cuya
religión oficial es el budismo mahayana, y esto se hace presente a los ojos extranjeros
desde la primera toma de contacto con su paisaje. En Paro, como en todo su territorio,
son abundantes los templos y monasterios así como los chorten: pequeños monumentos
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a modo de pagoda que habitualmente contienen reliquias de santos y grandes lamas.
Estos chortens son comunes también en Tíbet y otras partes del Himalaya, y jalonan los
caminos y puertos de montaña, además de encontrarse en las entradas de los pueblos e
incluso en los escasos cascos urbanos.
A la entrada de Kyichu Lakhang, uno de los templos más antiguos de Bhutan,
Tshering, Pema y Sonam venden manzanas al visitante entre risas y juegos. Les
pregunto sus nombres y cada uno compite por dejar claro el suyo en alegre griterío. La
palabra “Spain” no significa nada para ellos pero sí les suena “France”; así que opto por un “near France” para situar mi procedencia. Me explican que entregan parte de las ganancias a sus padres y que consiguen también un dinerillo extra para ellos. Les dejo
entre chanzas provocadas por la sonoridad de mi extraño nombre, y paso al interior
donde varios devotos hacen girar sus molinillos de oración y se postran ante la estatua
del Buda Sakyamuni. Me sorprende ver al hombre que está al cuidado del templo
ataviado con un chándal de la selección italiana de futbol, y pienso en el furor desatado
en todo el país por la victoria de la selección de Bhutan sobre la de la isla de Monserrat
en partido celebrado en Thimphu para escapar de la última posición del ranking de la
FIFA.
Tshering, Pema y Sonam a la entrada del Kyichu Lhakhang
Pero el mayor atractivo del valle de Paro es sin duda el magnífico monasterio de
Taktsang, “el nido del tigre”. Esculpido en una pared rocosa y desafiando un impresionante precipicio, el monasterio se yergue por encima del frondoso bosque que
desemboca en el valle. Asciendo lentamente entre pinos y tras doblar un recodo me doy
de bruces con un sonriente lama que descansa y dos jóvenes monjes que le acompañan.
Me ofrecen una taza de te extraído de un termo y en amigable conversación el lama
reflexiona sobre una inevitable costumbre occidental: “siempre estáis preocupados por fotografiarlo todo, pero la foto no es importante; lo realmente importante es sentir el
momento. Pensaís que podeis capturar las situaciones y los paisajes fotografiándolos,
pero en realidad los vaciáis de sentido”. Según me informa más tarde nuestro guía he
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compartido una taza de te con un lama que es también uno de los gomchen (personas
dedicadas a la meditación) más respetados y venerados en el país. Esto me hace
recordar al gran maestro indio que extendió el budismo en Bhutan en el siglo VIII -
Guru Rinpoche o Padmashambhava-, que llegó hasta aquí desde Singye Dzong, en el
nordeste del país, a lomos de un tigre volador para retirarse a meditar en una cueva
durante tres meses. Otros grandes santos del panteón budista como los tibetanos
Milarepa y Thangtong Gyalpo visitaron también el lugar.
Monasterio de Taktsang
Entre dos mundos
De Paro a Thimphu hay unas dos horas de zigzagueante carretera transitada
sobre todo por camiones. En Chuzom (cruce de caminos vigilado por tres chortens de
estilo bhutanés, tibetano y ladakhi) se une con la ruta que viene de Phuntsholing, en la
frontera india. Esta carretera se construyó con ayuda india en los años 60, y fue
consecuencia directa de la posición política en que quedaba Bhutan tras la invasión
china de su vecino del norte. Tíbet, culturalmente tan similar a Bhutan y referencia
espiritual para su hermano pequeño del sur, fue subsumido en la inmensa masa china.
Los bhutaneses temieron correr la misma suerte y volvieron la mirada hacia India. El
rey Jigme Dorji Wangchuck (padre del actual monarca y considerado el creador del
Bhutan moderno) promovió la creación de la primera carretera del país que uniría la
nueva capital -Thimphu- con la frontera india.
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Camión en Chuzom
Thimphu es una ciudad en crecimiento. Chencho, uno de nuestros dos jóvenes
guías nativos comenta el problema cada vez más acuciante de la vivienda. Muchos
muchachos prometedores de las aldeas emigran a la capital en busca de un mejor
porvenir y atraídos por las comodidades del mundo moderno, que desde que en 2000 se
autorizó por primera vez la televisión por cable y comenzaron las emisiones del Bhutan
Broadcasting Service (BBS) llegan con más facilidad a los ojos de los bhutaneses.
Es en esta ciudad donde se capta mejor que en ningún otro lugar la irrupción de
la globalización (¿o deberíamos llamarla “occidentalización”?), y el choque entre dos mundos: uno que viene y otro que se va. Aquí se encuentra el gran símbolo del poder
tradicional, el inmenso Trashi Chhoe Dzong o palacio real, desde donde el 4º Rey
Dragón o Druk Gyalpo rige los destinos de su pueblo, y que es a su vez residencia
estival de la cabeza de la iglesia bhutanesa: el Je Khenpo. En la capital se hallan
también importantes centros religiosos como el Changangkha Lhakhang o el Memorial
Corten, que atraen a gente de muchos lugares. Pero para los bhutaneses Thimphu es
sobre todo sinónimo de modernidad. En sus calles pueden oírse todas la lenguas del país
y los numerosos jóvenes que se instalan en ella experimentan un nuevo estilo de vida en
el que las rígidas constricciones sociales de la aldea desaparecen. En Norzim Lam, su
calle principal, uno puede comprar multitud de artefactos modernos que son
difícilmente adquiribles en otras poblaciones: videos, cámaras fotográficas, arcos de
titanio, gafas de sol, móviles, libros en inglés y otros muchos productos. Allí está
también el único cine de Bhutan donde se proyectan blandengues melodramas de
producción india. Hay también edificios de tres plantas, karaokes y una discoteca, un
elitista club de golf, y con diferencia el mayor nivel de tráfico rodado del país. En
Thimphu, por haber hay hasta una capilla donde acuden los escasos católicos del país.
“No tenemos sacerdote, pero vamos allí a rezar todos los domingos” me cuenta Peter, uno de los -según él- 24 católicos de Bhutan. Hay un jesuita bhutanés pero vive en
Darjeeling, al otro lado de la frontera y sólo vuelve a casa a pasar la Navidad, y a
celebrar una única misa anual que “nos hace muy felices”.
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Trashi Chhoe Dzong (el palacio real)
Felicidad Nacional Bruta
Bhutan está cambiando pero el gobierno, escarmentado por los errores de
algunos de sus vecinos como Nepal, quiere ser quien marque un ritmo de desarrollo que
le permita preservar al tiempo su rica herencia religiosa y cultural. Así el rey actual,
Jigme Singye Wangchuck, se declara más interesado en aumentar la “Felicidad Nacional Bruta” que el Producto Nacional Bruto. Es pronto para saber si Bhutan conseguirá dosificar el vendaval de cambios que asoman una vez que se entreabre la
puerta, pero el aparente ansia de la juventud urbana por consumir la modernidad quizá
sea algo engañoso. A mis pesquisas sobre qué significa la religión para él, Jambay -que
intercambia mensajes con sus ligues a través de su móvil, viste camiseta americana bajo
su gho, acude habitualmente a la discoteca y fuma furtivamente cigarrillos indios- me
responde muy serio: “la religión es lo más importante en mi vida; pero simplemente no soy como mi abuelo”.
Al este de Thimphu pronto aparece el primer paso, el Dochu la. Como todos los
pasos de montaña en el mundo tibetano se halla repleto de lungtas o pequeños
banderines de colores con inscripciones de mantras budistas. Tras pasar el monumento
de 108 chortens que rinde homenaje a la abuela del rey recientemente fallecida, bajamos
hacia Wangdi Phodrang dejando atrás varios grupos de trabajadores indios y nepalíes
que se afanan por afianzar la siempre inestable carretera. Estos trabajadores, los únicos
pobres reales que encuentro en Bhutan, viven en humildísimas casetas a los lados del
camino y poseen poco más que un plástico para resguardarse de la lluvía. Sus muchos
vástagos con bendita inocencia corretean por el asfalto sonrientes, y reclaman la
atención del occidental con alegre griterío y estruendosas risas.
A las puertas del dzong de Wangdi, levantado sobre un promontorio que domina
el valle, nos encontramos con una competición de tiro al arco: el deporte nacional
bhutanés. Es día festivo y los participantes visten sus mejores galas. Se dividen en dos
equipos y antes de lanzar la flecha cada tirador efectúa una corta danza acompañada con
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cánticos de ánimo y autoalabanza, que a veces son contestados por sus contrincantes. Si
la flecha alcanza finalmente la diana -a una distancia de 140 metros- otra nueva danza
tiene lugar para celebrarlo. La fiesta, como todas en Bhutan, termina con cantos, bailes
y bebida.
Arqueros en Wangdi Phodrang
El Bhutan profundo
Dejando a nuestra diestra el ordenado pueblo de Rinchengang nos dirigimos a
las Montañas Negras, subcordillera que separa el Bhutan occidental del central. En
Nobding algunas mujeres con aspecto tibetano y niños con medallones de Guru
Rinpoche y el Dalai Lama miran con curiosidad a los recién llegados. Ante la pregunta
para salir de dudas “¿Tibet o Bhutan?” los chiquillos gritan al unísono. “Tibet, Tibet!” Hay un pequeño porcentaje de refugiados tibetanos en Bhután y se dedican
principalmente a regentar pequeños comercios y restaurantes. Pasado el paso Pele la
entramos en un bosque de hoja perenne y la humedad se hace más densa. Aquí habita un
pueblo semi-nómada que pastorea rebaños de ovejas y yaks en la parte alta del valle.
Seguimos descendiendo y tras pasar varias aldeas nos detenemos junto a un espumoso
río para contemplar el chorten de Cendebji, uno de los pocos de estilo nepalí en
Bhutan, que está enmarcado en un bello paisaje. Continuamos hacia el este y al fin tras
salir de una curva divisamos al fondo la imponente fortaleza de Trongsa.
A pesar de estar situado a 2120 metros de altitud, el Trongsa Dzong se halla
rodeado de una exuberante vegetación reputada entre otras cosas por dar cobijo a
multitud de sanguijuelas así como a no pocas serpientes venenosas. Observándolo desde
la distancia dominar altivamente el valle del Mangde chu entiendo por qué Ugyen
Wangchuck, bisabuelo del actual rey, eligió este lugar para iniciar el proceso de
conquista y unificación de Bhutan que conduciría finalmente a la instauración de la
monarquía y le convertiría en el primer Druk Gyalpo en 1907. Incluso hoy la
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importancia de Trongsa para la institución se refleja en el título que corresponde al
heredero al trono: Trongsa Penlop o Gobernador de Trongsa. Con el alba me levanto
para regalarme los ojos con un hermoso espectáculo. Desde la balconada de mi caseta-
hotel que se descuelga en una altura muy superior a la del dzong, sigo con la mirada el
avance de los primeros rayos de sol que desde el este penetran por el valle e implacables
van liberando de oscuridad sus tupidas laderas hasta alcanzar el Ta Dzong o torre vigía
y los dorados tejados de la fortaleza. Pero es verano, y eso en el Himalaya significa
monzón y humedad. Así que pronto mi gozo se desvanece y mi estampa de ensueño se
ve amenazada por densas nubes que, blancas como la leche, pugnan con el astro rey por
su espacio y acaban por arrebatarle la parcela que les corresponde.
Nubes matutinas en Trongsa Dzong
Ya abajo, la inmensidad del fuerte apabulla y empequeñece las figuras humanas
que se pasean por todos los lados envueltas en sus coloridas vestimentas. En su interior
uno creería encontrarse en una ciudadela del medioevo. Largos pasillos que hacen la
función de calles lo atraviesan y pequeños corredores conducen a innumerables salas y
aposentos: la corte judicial, las oficinas del jefe de distrito, las dependencias de los
monjes y sus numerosas capillas, plazas empedradas y miradores hacia ambas vertientes
del valle; todo ello acompañado de abundantes muestras de pintura y escultura budista y
de un fino trabajo arquitectónico en madera.
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Monje en el interior de Trongsa Dzong
Saliendo de Trongsa hacia el Yutong la lamento no disponer de más tiempo para visitar
los brumosos bosques que dejamos a nuestra derecha. Ocultos bajo su manto verde se
esconden los Monpas, pueblo aborigen que se considera como la población originaria de
Bhutan antes de que los hoy predominantes Ngalongs, Bumthaps y Sharchops llegaran
procedentes de Tíbet y otros lugares. Teóricamente los Monpas fueron convertidos por
Guru Rimpoche al budismo, pero incluso hoy en día en sus creencias y rituales se
encuentra un alto porcentaje de animismo y bon, (la antigua religión pre-budista de
Tíbet).
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Corazon espiritual
Tras el Yutong la (3425 m.) entramos en Bumthang, corazón espiritual del país y
también conocido como “la Suíza de Bhutan”. Tras pasar un cartel que advierte que la venta de tabaco está prohibida en Bumthang –prohibición que recientemente ha sido
extendida a todo el país- descendemos por el valle de Chhume y observo algunos
hombres pastoreando a sus rebaños de ovejas, actividad mayoritaria en esta zona. En
Zugney hay una una tienda que vende souvenirs y objetos de artesanía y otra contigua
especializada en yatra. La yatra es el tejido de lana confeccionado a mano con los
detallados y coloridos diseños específicos de Bumthang. Una adolescente trabaja al pie
del telar mientras un puñado de niños revolotean alborotando la escena.
Niños en Zugney
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Sentados en el tejado de su casa tres hermanos contemplan a los forasteros. Más
tarde y ya en el suelo Dechen -la mayor- me habla del colegio y me cuenta que las
clases se imparten más o menos al 50% en Dzongkha (la lengua oficial de Bhutan) y en
inglés, como certifica su libro de matemáticas -que me enseña orgullosa- confeccionado
por la UNESCO en la lengua de Shakespeare.
Dechen con sus hermanos en el tejado de su casa
En Jakar, principal centro comercial y capital de Bumthang, el bazar de una sola
calle rebosa de actividad. Bhutaneses, indios y refugiados tibetanos entran y salen de
sus muchas tiendas mientras los niños se entretienes pegándole a un balón y
escondiéndose ente los camiones y todoterrenos japoneses aparcados. Pero si por algo
es famoso Bumthang es por sus muchos templos y lugares sagrados, amen de ser la
cuna del santo y descubridor de textos sagrados más famoso de la historia bhutanesa:
Pema Lingpa. En Jampa Lhakhang gracias a los buenos oficios de nuestros guías se nos
permite presenciar una puja (ceremonia budista) que los monjes ofician con devoción y
solemnidad. Bajo una fina llovizna subimos las escaleras del de nuevo impresionante
Jakar Dzong. Tras recorrer la elegante combinación de piedra y madera que esconde el
interior de la “fortaleza del pájaro blanco” un brillante arcoiris nos despide a la salida,
antes de emprender camino al templo de Kurje. Me adelanto y entro en Kurje recibido
por una jauría de lo que a mis ojos parecen perros salvajes. Pronto mi temor desaparece
al ver los rostros divertidos de los muchos monjes que se encuentran en el patio. En el
interior bellas pinturas y thankas ricamente decoradas obsequian al visitante. Cuando
atravieso de vuelta la puerta custodiada por una desdentada anciana que vende amuletos
budistas, una sensación agridulce se apodera de mi. El tiempo se acaba y Kurje es el
final de la senda. Más allá, hacia Tíbet, quedan las tierras altas del norte, dominio de
curtidos nómadas y del temido migoi, nombre por el que los butaneses conocen al
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abominable hombre de las nieves. Y el casi nunca visitado este, tierra de sharchops que
se extiende hasta los territorios tribales del Arunachal Pradesh indio.
Interior del Jakar Dzong
Desandamos el camino, no sin parar para visitar el cálido valle de Punakha,
único lugar de Bhutan donde su templado clima permite dos cosechas de arroz anuales.
Las paredes de su magnífico dzong conocieron los lujosos regalos entregados en las
coronaciones de los tres reyes anteriores por emisarios venidos de todas partes, incluido
de la lejana Inglaterra. Ya en Paro, a los pies del avión que me conduce de vuelta a la
realidad, pienso en todas las emociones vividas y deseo de corazón que esta tierra en
tantos aspectos privilegiada, consiga incorporar las ventajas materiales del progreso sin
que la humanidad se vea privada de su milenaria cultura, por desgracia ya en extinción
en el propio Tíbet y en otros lugares del Himalaya.