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LA GUERRE ET SES TRACES

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LA GUERRE ET SES TRACES

- AUSONIUS ÉDITIONS -— Mémoires 37 —

LA GUERRE ET SES TRACESConflits et sociétés en Hispanie

à l’époque de la conquête romaine (IIIe-Ier s. a.C.)

textes réunis par

François Cadiou & Milagros Navarro Caballero

— Bordeaux 2014 —

Notice catalographiqueCadiou, F. et M. Navarro Caballero (2014) :La guerre et ses traces. Conflits et sociétés en Hispanie à l’époque de la conquête romaine (IIIe-Ier s. a.C.), Ausonius Mémoires 37, Bordeaux.

Mots-clé : péninsule Ibérique ; provinces romaines ; époque républicaine ; guerre ; conquête romaine ; archéologie militaire ; camps romains ; numismatique ; armée romaine ; épigraphie.

AUSONIUSMaison de l’ArchéologieUniversité de Bordeaux - MontaigneF - 33607 Pessac Cedexhttp://ausoniuseditions.u-bordeaux-montaigne.fr

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juin 2014

Arqueología de la conquista del Norte peninsular. Nuevas interpretaciones sobre las campañas del 26-25 a.C.1

Ángel Morillo Cerdán

– La guerre et ses traces, p. 133 à 148

1I NTRODUCCIÓN

La nueva política militar augustea de fronteras estables a lo largo de las que se disponen las unidades militares se inaugura en Hispania debido a razones estrictamente geoestratégicas 2. El norte de la Península Ibérica constituía un territorio independiente dentro de los límites geográficos del Imperio. Este debió ser uno de los motivos principales por los que Augusto decide acometer el sometimiento de los pueblos cántabros y astures que remata el largo proceso de conquista de Hispania 3. La crítica histórica actual ha apuntado otros móviles complementarios, como el mero afán propagandístico por parte del emperador o el interés por los recursos auríferos que guardaba el subsuelo de la región astur. A lo largo de casi diez años, entre el 29 y el 19 a.C., el ejército romano se verá envuelto en una larga serie de operaciones y escaramuzas, conocidas como guerras cántabras (bellum Cantabricum), en las que tomaron parte el propio Augusto y alguno de sus mejores generales como M. Agrippa.

La parquedad de las fuentes clásicas sobre este periodo ha dado lugar a muy diferentes interpretaciones por parte de los historiadores ya desde el siglo XVIII 4. Desde comienzos del siglo XX se ha generado una encendida polémica con amplias repercusiones hasta nuestros días. El problema principal de estas interpretaciones residía en la escasez de evidencias arqueológicas de las guerras cántabras. Hace tan sólo quince años apuntábamos la ausencia de recintos militares que pudiéramos atribuir con certeza a este periodo 5. No obstante, durante los últimos años se han producido progresos muy significativos, que constituyen una de las mayores novedades de la arqueología militar hispana en su conjunto. El panorama sobre la estrategia de conquista del territorio de cántabros y astures por parte del ejército romano está cambiando rápidamente. Sin embargo, aún subsisten numerosas incógnitas: cronología, identificación tipológica y funcionalidad específica de cada yacimiento militar romano, y evidencias arqueológicas de la respuesta indígena ante la agresión exterior 6.

LA POLÉMICA HISTORIOGRÁFICA CONTEMPORÁNEA El periodo de las guerras cántabras se ha visto muy afectado por la llamada arqueología “filológica”, encaminada a

identificar campamentos de este periodo con los textos grecolatinos en la mano. La excavación propiamente dicha tenía una importancia secundaria, destinada a confirmar la atribución erudita del “arqueólogo” 7. En los casos más extremos, se llegaba a “forzar” la identificación arqueológica de algunos hallazgos a fin de “encajarlos” dentro de la particular lectura de las fuentes realizada por cada investigador. Este planteamiento, practicado entre otros por Schulten, se aplicó principalmente a los campamentos del periodo republicano, pero también a la conquista de cántabros y astures.

1. Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigacion : Campamentos y militares en Hispania (HAR2011-24095), cuyo Investigador Principal es Angel Morillo y del proyecto La Guerre et ses Traces. ANR-Institut Ausonius, CNRS-Université Bordeaux 3, dirigé par M. Navarro Caballero.

2. Morillo 2009, 239-240.3. Id. 2002b, 68.4. Flórez 1768.5. Morillo 1996, 72.6. Morillo & Fernández Ochoa 2003, 446.7. Morillo 1993, 381.

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En el caso de las guerras cántabras, subsisten diferentes relatos sobre los acontecimientos 8. Partiendo de dichos textos, las primeras aproximaciones modernas sobre este conflicto fueron realizadas por investigadores anglosajones 9, pronto continuadas por una monografía de Schulten (1943). Los intentos de interpretación a partir de los datos de los textos y la toponímia han continuado hasta los años ochenta 10. La exposición realizada en 1981 sobre el Bimilenario de la conquista de cántabros y astures se hace eco de esta misma visión historiográfica y de la geografía ficticia creada respecto a la conquista de los pueblos del Norte 11.

Las escasas evidencias arqueológicas que se conocían acerca de los asentamientos militares romanos del periodo de la conquista contribuían a este tendencia de buscar en los relatos de los textos las herramientas para localizar sobre el terreno los escenarios de la conquista. Se empleaba asimismo de forma desmedida la toponimia y la onomástica, sin tener en consideración sus limitaciones 12. La reconstrucción histórica con base textual y onomástica de los escenarios de la conquista del Norte peninsular ha afectado principalmente a las campañas del 26-25 a.C., que contaron con la presencia del propio Augusto.

A partir de comienzos de los años ochenta es evidente que esta vía de análisis sobre los acontecimientos de las guerras cántabras se había agotado. Desde este momento se recogen en diferentes publicaciones todas las hipótesis de trabajo disponibles sobre los acontecimientos de los años 26-19 a.C. 13

En los últimos años, a partir del descubrimiento de los primeros campamentos de campaña en territorio cántabro y astur, hemos asistido a la aparición de visiones extremadamente críticas y revisionistas respecto a la historiografía tradicional 14. Otros estudios plantean la necesidad de un mayor equilibrio entre la información arqueológica disponible y el papel de apoyo o contrapunto que deben desempeñar las fuentes literarias 15.

LAS FUENTES ESCRITAS

El principal problema con el que se ha encontrado la historiografía tradicional para abordar la conquista del norte peninsular ha sido la escasez e imprecisión de los datos contenidos en las fuentes. Perdido el relato de Tito Livio, el historiador oficial del nuevo régimen instaurado por Augusto, las fuentes clásicas conservadas sobre la conquista de cántabros y astures, inspiradas sin duda en éste, ofrecen poco más que algunos datos inconexos y a menudo contradictorios sobre el desarrollo y los diferentes escenarios de las operaciones militares 16. Los relatos de Estrabón, Dión Casio, Floro y Orosio guardan silencio sobre aspectos básicos para el conocimiento de la estrategia romana de conquista, como la identidad de las legiones desplazadas al Norte de Hispania en cada fase. Se muestran desesperadamente confusos sobre la cronología de las campañas y los campos de batalla. Por no hablar de la ubicación de los acantonamientos militares romanos, donde se hace patente una vez más el desinterés de la mayoría de los historiadores grecolatinos por las tácticas militares 17 A diferencia de otras grandes campañas militares (conquista de las Galias y Germania, guerra civil del 68-69 p.C., guerra judaica), en el caso de las guerras cántabras el silencio de las fuentes se convierte en la principal dificultad para reconstruir la historia militar romana, los lugares de procedencia de los efectivos, sus movimientos y traslados, las vías a través de las que se efectuaron los desplazamientos, los cometidos concretos encargados a cada unidad o las circunstancias de su victoria o derrota en la batalla 18.

Las evidencias epigráficas, fuente de información complementaria de enorme interés, no nos sirven para conocer la procedencia y el movimiento de unidades sobre el terreno 19. Una de las limitaciones más evidentes de esta fuente es precisamente que, en el contexto de campañas militares como las llevadas a cabo contra cántabros y astures, los testimonios epigráficos son lógicamente muy escasos.

8. Str. 3; D.C. 41-44; Flor. 2.33.46-60; Oros. 6.21.9. Magie 1920; Syme, 1934.10. Schmitthenner 1962; Brancati 1963; González Echegaray 1966; Syme 1970; Roldán 1974; Rodríguez Colmenero 1979; Solana 1981; Tranoy

1981; Martino 1982.11. VV. AA. 1981.12. Ramírez Sádaba 1999.13. Van den Eynde 1985; Fernández Ochoa 1990; 1995; Fernández Ochoa & Morillo 1999, 31-4; Teja 1999.14. Gutiérrez Cuenca & Hierro Garate 2001.15. Orejas 1999; Morillo 2002b, 71-77; 2005b, 166-168; 2008 et 2008b.16. Morillo 2002b, 68.17. Id. 1993, 379-80.18. Id. 2005b, 19.19. Id. 2005b, 20.

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Antes de plantear la renovación conceptual que han supuesto los hallazgos arqueológicos de las últimas décadas debemos abordar una cuestión básica, desde el punto de vista metodológico: ¿qué aportan las fuentes sobre las guerras cántabras? O mejor aún: ¿qué datos, entre aquellos aportados por los textos grecolatinos, podemos tomar como punto de partida incuestionable para la reconstrucción histórica y arqueológica? Pocos en realidad. Veamos a continuación cuáles son:

– Por lo que se refiere al ámbito geográfico, parece claro que el frente enemigo contra el que Roma dirige sus fuerzas está compuesto por los cántabros y los astures. Dichas tribus habitaban un territorio de transición que se extendía desde las orillas del mar hasta las llanuras de la Meseta Norte, definido por la presencia de las montañas cantábricas. El propio silencio de las fuentes, avalado por los testimonios arqueológicos (posible campamento en Lugo), confirma que el territorio de los galaicos no se vio involucrado de forma directa en la contienda, desempeñando si acaso un papel de retaguardia durante el conflicto 20.

– Desde el punto de vista cronológico, se distinguen dos fases principales: una primera fase, durante los años 26-25 a.C., correspondiendo al año 26 el asalto al territorio cántabro, que contó con la presencia de Augusto, y al siguiente año la conquista de los astures por parte de Publius Carisius, gobernador de la Hispania ulterior; una segunda fase en el año 19 a.C., que concluiría con el sometimiento definitivo de los cántabros por parte de M. Agrippa. Entre ambos momentos se suceden otros episodios menores de confrontación que no hay que olvidar.

– La campaña del 26 a.C. es la narrada con mayor detenimiento. Es la única donde los relatos informan sobre la estrategia militar seguida. El Princeps en persona asumió el mando del ejército de la Hispania citerior, encargado del sometimiento de los cántabros. Instaló su campamento base apud Segisama (junto a Segisama), ciudad de los turmogos en la zona de la Meseta Norte ya controlada por Roma y atacó a los indígenas con un sistema de doble tenaza combinada. Por un lado, un ataque terrestre desde el campamento base en tres columnas, una central y dos por los flancos; por otro, una intervención marítima desde el Cantábrico para cortar la retirada a los cántabros y aprovisionar a su propio ejército 21.

– La conquista del territorio astur, llevada a cabo en el año 25 por P. Carisius, plantea muchas más incógnitas. El ataque principal debió tener lugar desde la Gallaecia costera, como demuestran las evidencias cada vez más numerosas en esta zona sobre la existencia de una base de operaciones en la región de Braga. Una vez consolidada la posición en la comarca del Bierzo y la Meseta y superado un asalto sorpresa astur que culminó con la toma del oppidum de Lancia, las fuerzas romanas debieron penetrar en el territorio montañoso en dirección al Cantábrico.

– Otra cuestión que debemos tener presente es la práctica imposibilidad de identificar los yacimientos indígenas documentados a través de la arqueología con los asedios y batallas mencionados en las fuentes clásicas. Se mencionan sólo tres en Cantabria (Bergida, mons Vindius, Aracillum) y dos en el caso de Asturia (Lancia, mons Medullius). El propio carácter de la evidencia arqueológica, además de la confusión que arrojan los diferentes relatos sobre la conquista, hace muy compleja esta identificación, por lo que difícilmente se podrán reconocer los escenarios de los relatos históricos con emplazamientos concretos documentados arqueológicamente. Las únicas evidencias en este sentido son las similitudes fonéticas con topónimos actuales (p. e. Medullius > Médulas; Aracillum > Aradillos, etc.) 22.

– Los textos guardan silencio sobre la identidad de los cuerpos militares que participaron en las diferentes fases de la guerra. La epigrafía y la numismática confirman la presencia de siete legiones para el periodo inmediatamente posterior: I Augusta?, II Augusta, IIII Macedonica, V Alaudae, VI Victrix, X Gemina y IX Hispana, además de un número indeterminado de cuerpos auxiliares. Salvo la IIII Macedonica, que debió llegar a Hispania para la campaña de Agrippa del 19 a.C. 23, el resto intervino en las campañas del 26-25 a.C.

20. Morillo 2002b, 71.21. Id. 2006, 37.22. Ramírez 1999; 2008, 103.23. Morillo 2000, 610.

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LAS CAMPAÑAS DEL 26-25 A.C. LA RECONSTRUCCIÓN A PARTIR DE LAS NUEVAS EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS FRENTE A LAS INTERPRETACIONES BASADAS EN LAS FUENTES CLÁSICAS

Problemas arqueológicos y metodológicosNo cabe duda que la ausencia de prospecciones sistemáticas hasta hace pocos años ha sido responsable de la

escasez de documentación arqueológica sobre las guerras cántabras 24. Pero existen además diversas razones objetivas que justifican hasta cierto punto este retraso. En primer lugar, debemos considerar el carácter de la evidencia arqueológica en campamentos del periodo de las guerras cántabras, que depende en buena medida del propio comportamiento del ejército romano en campaña. Las tropas se desplazan rápidamente de un escenario a otro siguiendo las necesidades de la guerra, por lo que la mayor parte de sus establecimientos debían ser temporales, ocupados durante un espacio de tiempo muy corto y construidos en madera y tierra, estructuras que dejan pocos huellas visibles en el terreno. Su ajuar material es muy limitado y en su mayoría transportable 25. El avituallamiento del ejército romano en sus campañas contra cántabros y astures debió revestir además especial dificultad, teniendo en cuenta la geografía regional y el alejamiento de los centros productores y de las grandes vías de comunicación marítimo-terrestres 26. La posibilidad real de documentar, tanto estructuras constructivas como materiales, se ve en principio seriamente limitada.

Por otra parte, algunos de los grandes campamentos legionarios, como Herrera de Pisuerga, se encuentran bajo ciudades actuales, que han alterado las evidencias arqueológicas a veces de forma irrecuperable, lo que dificulta su reconocimiento. No debemos olvidar además que las características geográficas y climáticas del Norte de España, donde predominan los suelos rocosos y grandes oscilaciones térmicas, no facilitan la conservación ni la identificación posterior de recintos militares en madera y tierra 27.

Otras limitaciones al conocimiento arqueológico derivan del retraso español en el campo de la arqueología militar romana. El resultado más visible ha sido el desconocimiento hasta finales de los años ochenta del modelo de implantación militar de época augustea y julioclaudia en Hispania, que ha llevado a buscar recintos rectangulares “canónicos” de forma indiscriminada, sin plantearse siquiera que los campamentos no adoptan esta planta hasta mediados del siglo I p.C. 28 De hecho todavía hoy en día, a pesar del avance experimentado, seguimos encontrándonos con problemas de orden práctico, como la necesidad de acuñar una terminología nueva en castellano para realidades arqueológicas hasta ahora sin documentar en nuestro país como los murus caespiticius.

A la vista de estas dificultades, la identificación de los primeros recintos militares del periodo augusteo, concretamente de las grandes fortalezas legionarias estables situadas al sur de la Cordillera Cantábrica (Herrera de Pisuerga, Astorga y León), se ha hecho en muchas ocasiones tomando como base el análisis del registro arqueológico más antiguo de estos asentamientos, buscando elementos indiscutiblemente militares (TSI, Vogelkopflampen y lucernas de volutas de los tipos más antiguos, elementos metálicos típicos del ajuar militar, monedas de tipo militar como las emisiones con caetra, etc.) 29. La comparación con los materiales arqueológicos de los acantonamientos más antiguos de la frontera septentrional (Dangstetten, Haltern, Oberaden, Vetera, etc.) ha tenido una importancia fundamental. Por lo general, la identificación de estructuras tiene lugar a partir de la definición previa del carácter militar de un asentamiento. Más adelante, el concurso de la prospección sistemática ha sido crucial para identificar los campamentos de campaña, cuyo escaso ajuar material debe datarse por comparación con el registro arqueológico de los campamentos legionarios citados anteriormente.

24. Gutiérrez Cuenca & Hierro Gárate 2001, 82.25. Morillo 2002b, 71-72.26. Id. 2006, 37-38.27. Morillo & García Marcos 2002, 780.28. Morillo 2002b, 73.29. Id. 1996, 79-80.

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Nuevas evidencias arqueológicas: recintos militares romanos Durante los últimos veinte años se ha experimentado una renovación total de los planteamientos teóricos y

metodológicos. Asimismo se ha registrado un salto cualitativo en el conocimiento. Los datos arqueológicos permiten avanzar en la elaboración de un nuevo mapa de la conquista, esta vez basado en informaciones estrictamente científicas, obtenidas a través de la prospección y la excavación.

Las evidencias arqueológicas pueden clasificarse en dos grupos perfectamente definidos: por una parte, los restos vinculados a la presencia romana. Dentro de este apartado se encontrarían diversos tipos de recintos militares romanos relacionados con enfrentamientos directos y con la ocupación y control del territorio enemigo: campamentos y fuertes de campaña, bases legionarias destinadas a funciones de aprovisionamiento y descanso de las tropas, situadas al sur del espacio geográfico habitado por las tribus independientes, así como fuertes destinados a la vigilancia una vez concluido el conflicto y las operaciones bélicas, sin olvidarnos de las vías militares. Asimismo, debemos considerar los materiales romanos descontextualizados contemporáneos a la guerra, que nos indican claramente una presencia foránea muy temprana, vinculada tal vez a las campañas o a un momento inmediatamente posterior, aunque sus lugares de hallazgo no estén tipificados claramente como asentamientos romanos o indígenas. Un segundo grupo de evidencias, por ahora mucho más reducido, correspondería precisamente a los testimonios de las campañas militares en contextos culturales indígenas: castros abandonados, asediados o reocupados, además de ocultaciones de moneda de plata prerromana u objetos preciosos. Es preciso combinar la información derivada del análisis de ambos grupos de testimonios de una forma equilibrada e integrada, sin dejar atrás la datación. Para aclarar estas cuestiones de diacronía estratigráfica resulta imprescindible dar a conocer la cronología completa de los asentamientos 30. Ello posibilitaría realmente conocer la interacción entre los yacimientos indígenas y romanos.

Comenzaremos por los testimonios arqueológicos de época romana. El campamento-base establecido por Augusto apud Segisama en el 26 a.C. 31, sigue siendo desconocido desde el punto de vista arqueológico. Tradicionalmente se ha querido situar en Sasamón (Burgos) 32, localidad cuyo nombre deriva del latín Segisamo. Por el momento, no han aparecido en dicha localidad restos materiales que avalen una presencia militar augustea 33. Ya planteamos incluso que las citas textuales tal vez se referían a algún asentamiento de menor entidad a cierta distancia de la ciudad turmoga, tal vez Herrera de Pisuerga 34. Sin embargo, hace un par de años se han dado a conocer a través de la fotografía aérea dos nuevos recintos militares en las cercanías de Sasamón 35, uno de los cuales parece ser de forma poligonal y de grandes dimensiones, lo que podría corresponder a un campamento augusteo.

La presencia de un campamento legionario augusteo bajo la actual localidad de Herrera de Pisuerga (Palencia) hoy en día está perfectamente constatada. Dicho campamento debió ser fundado por la legio IIII Macedonica entre el 20/15 a.C. a juzgar por los datos arqueológicos. Ciertos restos cerámicos podrían incluso adelantar la cronología del acantonamiento de Herrera hasta el 25/20 a.C., haciéndole tal vez coincidir con las primeras campañas contra los cántabros 36. Los datos disponibles hoy en día son demasiado escuetos como para aceptar un acantonamiento militar coetáneo a la campaña del 26 a.C. y perteneciente a otra unidad militar, en un momento en que la Legión IIII no había todavía sido destinada a la Península Ibérica. Sin embargo, ésta hubiera sido una actuación cargada de lógica, teniendo en cuenta la cercanía de esta región al escenario de las primeras campañas del bellum Cantabricum y la importancia de su posición estratégica, junto al río Pisuerga, la principal vía de penetración hacia el interior de la Cordillera y el mar y a escasos kilómetros de la frontera meridional de los cántabros 37.

Tampoco ha sido posible identificar por el momento los tres campamentos-base romanos situados junto al río Astura (Esla), que fueron atacados por los astures en la primavera del 25 a.C. gracias a la traición de los Brigaecini 38.

30. Morillo & Fernández Ochoa 2003, 446 y 2005, 168.31. Flor. 2.33.48; Oros. 6.21.3.32. Abásolo 1975, 127-132.33. Abásolo & García 1993, passim.34. Morillo 1991, 161; 1993, 391.35. Didierjean & Abásolo 2007, 418.36. Pérez González 1989; Morillo 2000; Morillo et al. 2006, 316.37. Morillo 2000, 617.38. Flor., 2.33.55.

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El descubrimiento de diversos recintos militares de campaña claramente adscribibles al bellum Cantabricum ha propiciado una renovación arqueológica sin precedentes en el conocimiento de las campañas augusteas del 26-25 a.C. En 1996, E. Peralta identificó un campo de operaciones militares compuesto por un campamento legionario y un castellum romanos en el interior del territorio cántabro, en la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica, controlando el camino natural que lleva desde el interior hacia la costa. Los recintos se encuentran situados en plena zona montañosa, en laderas con un gran desnivel, y se disponen en torno a un importante castro indígena, denominado La Espina del Gallego (Anievas-Arenas de Iguña-Corvera de Toranzo, Cantabria), donde Peralta identifica un posible barracón romano construido tras la toma del castro, donde apareció un tesorillo de denarios republicanos. Configuran un auténtico asedio en torno a dicho oppidum, que recuerda las obras de fortificación que rodean a Alesia. El más importante es el campamento legionario de Cildá (Arenas de Iguña-Corvera de Toranzo, Cantabria), de unas 25 ha y de tendencia regular, adaptado a las laderas del monte y rodeado de varias líneas de fortificación. Presenta doble foso de perfil en “V” (fossa fastigata) y un terraplén interno de tierra con núcleo interno de grandes piedras. El recinto cuenta asimismo con varias puertas en clavícula y titulum. Conserva huellas de vías interiores, así como de los posibles principia. A poca distancia se sitúa el castellum de El Cantón (Arenas de Iguña-Molledo, Cantabria), de dimensiones mucho más reducidas y de forma ovalada, con un agger defensivo y puertas en clauicula 39.

A ambos recintos añade Peralta un tercer campamento, aguas abajo de los anteriores y en el extremo septentrional de la cordal que separa los valles del Besaya y Pas, el llamado Campo de las Cercas (Puente Riesgo-San Felices de Buelna, Cantabria). A juzgar por sus dimensiones (18 ha), en este caso también nos encontraríamos también ante un campamento legionario, con sistema de agger y puertas en clavícula, una de ellas con titulum 40. Dichos recintos debieron construirse durante las campañas militares destinadas a someter a los indígenas transmontanos y alcanzar la costa cantábrica.

Recientemente se han detectado restos de nuevos establecimientos militares en la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica. Muy cerca de la frontera meridional de las tribus cántabras, en el yacimiento de El Castillejo (Pomar de Valdivia, Palencia), situado en las proximidades de Monte Bernorio, Peralta identifica unos probables castra legionarios de unas 10 ha, con planta rectangular, puertas en clavícula y sistema de agger. Este mismo investigador apunta la existencia de un nuevo fuerte romano en el cerro de la Muela (Sotoscueva, Burgos), en este caso un posible castellum de unas 2 ha, situado en una península defendida por un doble agger de tierra y piedra y una puerta protegida por una estructura con forma de clauicula 41. En la Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), se encuentra un nuevo sistema de asedio de un castro indígena, formado por un campamento de 5, 9 ha y dos castella. En los tres recintos se observan las características estructuras defensivas de agger y puertas en clauicula 42 (fig. 1) 43. Otras estructuras militares romanas se han identificado en Cotero del Medio y Cotero de Marojo (Luena y Molledo, Cantabria) 44. En la actualidad continúan las prospecciones al norte de las provincias de Burgos y Palencia, que están proporcionando nuevos yacimientos militares romanos.

Se conoce desde hace poco tiempo el lugar denominado El Cincho (Población de Yuso, Cantabria), junto al embalse del Ebro. Se trata de un nuevo recinto legionario de planta regularizada de unas 25 ha, defendido por un terraplén y un doble foso en V. El campamento controla el paso de acceso a la cordal que desciende hacia el Cantábrico donde se han localizado los campamentos de asedio de La Espina del Gallego 45. Muy cerca, en La Poza (Campoo de Enmedio, Cantabria), se han encontrado dos recintos militares rectangulares superpuestos, el más antiguo de los cuales, de unas 7 ha y protegido con una estructura de agger, podría corresponder al periodo de las guerras cántabras 46.

El campamento del Castichu de La Carisa (Lena, Asturias), también dotado de sistema de agger con fossae duplices 47, situado junto al paso montañoso natural de La Carisa, constituye un nuevo ejemplo, en este caso en el territorio astur (fig. 2 y 3). El hallazgo de una moneda acuñada en Emerita por P. Carisius tras la fundación de la ciudad en el 25 a.C. una vez

39. Peralta 1999a; 1999b; 2000, 273-282; 2001; 2002a; Póo et al. 2010a; 2010b.40. Peralta 2000; 2002b, 236-238; Póo et al. 2010c.41. Peralta 2001, 174-178; 2002, 227-230; 2006, 535-543.42. Id. 2006, 524-535.43. Salvo indicación contraria, los clichés han sido realizados por A. Morillo. Proyecto: La Guerre et ses Traces. ANR-Institut Ausonius,

CNRS-Université Bordeaux 3, dir. M. Navarro Caballero.44. Peralta et al. 2000; Póo et al. 2010d.45. García Alonso 2002 y 2006; Morillo & Gómez Barreiro 2006.46. Abásolo & García 1993, passim.47. Camino et al., 2005.

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concluida la campaña astur de ese año. ha planteado la relación de este recinto militar con la campaña del 23-22 a.C. de Carisio contra los astures nuevamente sublevados. Se ha propuesto la identificación de un nuevo recinto de este tipo en Moyapán (Asturias) 48. Por el momento estos serían los únicos testimonios militares romanos confirmados de la campaña contra los astures. A través de los vuelos que hemos realizado con F. Didierjean, se ha identificado otro posible asentamiento de este tipo confirmado por las recientes intervenciones de E. Martín Hernández y J. Camino. Situado a escasos kilómetros de La Carisa, el denominado Collá Propinde.

A pesar de la polémica que se generó sobre esta cuestión en la investigación española, no cabe duda sobre la identificación de los yacimientos documentados como recintos militares romanos. Las estructuras constructivas documentadas (fosos, terraplenes, entradas en clauicula, titula) se enmarcan perfectamente dentro de la tipología y las dimensiones canónicas romanas, al igual que la planimetría de estos recintos, semejante a otros augusteos ubicados en la frontera septentrional del Imperio.

48. González Álvarez et al. 2008.

| Fig. 1. Campamento principal romano del asedio de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia).*

| Fig. 2. Campamento de Monte Curriechos o La Carisa (Lena, Asturias). | Fig. 3. Campamento de Monte Curriechos o La Carisa (Lena, Asturias) y panorámica general de la via Carisa desde el Sur.

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Los materiales procedentes de este conjunto de castra y castella son casi exclusivamente metálicos, ya que han sido recuperados en prospección arqueológica mediante detectores de metales. Es lo que cabe esperar de campamentos de campaña, a veces con ocupaciones muy cortas. Junto a acuñaciones tardorrepublicanas y augusteas, nos encontramos ante un interesante conjunto de militaria: puntas de flecha, puntas de pila y pila catapultaria, fíbulas tipo Alesia, proyectiles de honda, además de las abundantes tachuelas de caligae, clavijas de tienda y elementos poco habituales (contera de un estandarte, groma) 49 (fig. 4).

A pesar del indudable avance que han supuesto estas novedades en el campo de la arqueología de las guerras cántabras, aún está pendiente una publicación sistemática de las estructuras constructivas y materiales de estos enclaves militares. Además, es necesaria una interpretación rigurosa de los mismos que despeje las incógnitas sobre su cronología, identificación tipológica y funcionalidad específica en cada caso 50 Es preciso aclarar la secuencia ocupacional de estos asentamientos. Algunas evidencias numismáticas apuntan hacia reocupaciones de algunos acantonamientos posteriores a la campaña del 26 a.C. 51 Podemos encontrarnos ante recintos de la campaña del 19 a.C. o con los campamentos o fuertes ulteriores para el control y la vigilancia del territorio recién conquistado. Asimismo, es preciso reflexionar sobre la interpretación de algunos establecimientos como campamentos legionarios, cuando sus dimensiones no corresponden al modelo canónico 52.

Evidencias arqueológicas de la respuesta indígenaPor lo que se refiere a la respuesta indígena a la agresión romana, antes de presentar los resultados arqueológicos, es

preciso apuntar la necesidad de desterrar la tradición filológica en esta cuestión. Seguimos moviéndonos entre dos paradigmas: el mediterraneocentrista, que considera a los pobladores de estos territorios como “bárbaros”, esto es, alejados de los parámetros culturales del mundo mediterráneo y el paradigma indigenista, de claro origen marxista, que reivindica la idiosincrasia de estos pueblos hasta tal punto que habrían superado sin apenas cambios en sus patrones culturales esenciales la romanización, llegando hasta época medieval casi “puros” y sin apenas haber sufrido aculturación 53.

49. Fernández Ibáñez 2007, 404-407; Peralta 2007.50. Fernández Ochoa & Morillo 2002, 271; Morillo & Fernández Ochoa 2003, 446.51. Id. 2005, 168.52. Morillo 2008a, 115.53. Fernández Ochoa & Morillo 1999, 26; 2002; 2007.

| Fig. 4. Puntas de flechas romanas procedentes de la cara exterior de la muralla del oppidum de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) (según Peralta 2006, fig. 2).

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La primera dificultad deriva de la propia definición del enemigo a batir por el Estado romano 54. Partiendo de la visión que proporcionan las fuentes, siempre se había considerado que los pueblos contra los que se enfrenta Augusto constituían una unidad cultural y política 55. Bajo la aparente homogeneidad que encierra la denominación “cántabros” y “astures”, se esconde una realidad sociocultural compleja, propia de un territorio muy diferente desde el punto de vista geográfico y sometido durante el I Milenio a estímulos culturales de raíz, intensidad y procedencia diversa 56. El progresivo conocimiento del registro arqueológico de los asentamientos indígenas, independientemente de una celtiberización creciente y de distinto grado según las zonas, arroja serias dudas sobre el grado de cohesión cultural que existía entre los diferentes grupos que habitaban la Cantabria histórica. La heterogeneidad cultural de estos grupos hace muy difícil aceptar su colaboración política y su participación conjunta en una gran coalición frente a Roma. Con los datos arqueológicos disponibles no se puede seguir manteniendo la visión tradicional del choque entre dos ejércitos, uno romano ofensivo y otro indígena que defiende toda la Cantabria histórica en su conjunto, cuya línea de retaguardia sería precisamente la franja costera. De hecho, la propia alusión a la guerra de guerrillas, a la que se refieren los autores grecolatinos como una de las principales dificultades a la que deben enfrentarse los conquistadores en el Norte peninsular, confirmaría la desestructuración política de los grupos humanos que habitaban este ámbito geográfico 57.

La compartimentación espacial del territorio cántabro y astur, y su más que probable falta de unidad en la respuesta ante la agresión de la potencia colonizadora, permite pensar que la estrategia militar aplicada por Roma fue muy diferente a la que la tradición historiográfica transmite habitualmente. Lejos de enfrentarse con pueblos políticamente estructurado, debe hacer frente a diferentes grupos humanos que habitan en un medio natural que dificulta los contactos, con diferentes niveles de organización socioeconómica y cultural y, por lo tanto, con intereses muy diversos y, a menudo, divergentes. La actitud de las elites dirigentes de estos grupos frente a Roma fluctuará entre el enfrentamiento directo y el colaboracionismo. Algunos indicios apuntan a que ciertas comunidades optaron por esta vía, tanto entre los astures como entre los cántabros. En el ámbito astur, la comprobada existencia de pactos con las comunidades indígenas en un momento muy temprano, como el que acabamos de conocer procedente de los alrededores de Bembibre, datado el 14 a.C. 58 confirma la existencia de contactos políticos con los pueblos contendientes durante la guerra, y tal vez incluso antes. Roma empleó la diplomacia allí donde resultaba más útil que la fuerza para imponer su autoridad. Asimismo es bien conocida la referencia de las fuentes a la traición de los brigaecinos 59 durante la campaña astur. Dicha “traición” parece pivotar sobre algún arreglo pacífico con dicha comunidad con Roma frente al resto de los astures. Con toda seguridad, Roma contó con aliados fiables también entre los pueblos cántabros. Ya hace algunos años apuntamos el posible papel desempeñado en este sentido por los sámanos, que habitaban en el oriente de la actual Cantabria 60.

En este proceso, los romanos actuaron muchas veces por vía interpuesta, captando a los jefes locales mediante pactos para extender su autoridad entre el resto de la población. Durante toda la conquista romana de Hispania, los episodios de traición de individuos y ciudades a las alianzas preestablecidas, la ruptura de tratados, la defección de oppida, la desorganización de las tribus en sus respuestas, las luchas fratricidas en el seno de las propias comunidades y de las asambleas entre los partidarios de Roma y sus oponentes lo ejemplifican muy bien. Pero esta vía de relación “diplomática” con Roma no implica que no existieran en otros casos choques frontales entre ambos bandos, demostrados en asedios y batallas campales.

Los datos arqueológicos que se van conociendo confirman estas diferencias de comportamiento entre unas y otras comunidades. Tal y como apuntó Orejas para el territorio astur meridional, no podemos hablar de una respuesta única, sino de múltiples resultados desde el punto de vista arqueológico, que van desde la reorganización coyuntural del poblamiento, destrucciones, abandonos forzados o pacíficos de castros, hasta la continuidad de la ocupación de algunos núcleos preexistentes 61. Todo ello debe ocultar las distintas respuestas políticas de estos grupos ante Roma: el choque frontal con algunas tribus que daría lugar a auténticos asedios o batallas campales, la guerra de guerrillas y la retirada indígena hacia lugares menos accesibles en busca de refugio, el sometimiento pacífico por vía de pactos o por la simple fuerza de los

54. Id. 2003, 443-444.55. Peralta 2000, 77, n. 458.56. Fernández Ochoa & Morillo 1999, 28.57. Morillo 2008a, 116-117.58. Sánchez Palencia & Mangas 2000; Grau & Hoyas 2001.59. Flor. 2.33.5560. Morillo & Fernández Ochoa 2003, 444.61. Sánchez-Palencia et al. 1990; Orejas 1999, 30-31.

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acontecimientos, grupos que se mantendrán en los mismos oppida, etc. Por otra parte, en un momento tan temprano resulta muy difícil determinar si el abandono o la amortización de la facies prerromana en los castros, de lo que vamos conociendo numerosos ejemplos tanto al norte como al sur de la cordillera, tiene como motivación inmediata el desarrollo de las campañas militares de conquista, o bien se produce como consecuencia de la paulatina transformación de estructuras en la que se ve inmerso el territorio tras su completa pacificación 62 (fig. 5-8).

Sin duda las evidencias más fáciles de valorar dentro de toda esta casuística son los oppida asediados. Tal y como hemos apuntado en el apartado anterior, los trabajos de prospección realizados durante los últimos años han permitido conocer algunos yacimientos atacados y destruidos por el ejército romano, como la Espina del Gallego, castro para el que se ha propuesto incluso una supuesta identificación con el Aracellium asaltado por las armas romanas 63 Sistemas de asedio se han constatado en otros fuertes oppida de la zona meridional como La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia) y Monte Bernorio, frente al que se dispondría el campamento de El Castillejo (Pomar de Valdivia, Palencia) 64 (fig. 9).

De cualquier forma, el impacto de la conquista no se traduce en signos de violencia generalizada en los asentamientos cántabros y astures. Por lo tanto, es lícito pensar en una ocupación en su mayor parte pacífica, que se traduce más en un control territorial que en una acción violenta destinada a someter por la fuerza a unos pueblos libres e imponer de raíz nuevas normas y modos de vida romanos.

Otro aspecto que es preciso valorar es la ausencia de testimonios arqueológicos o textuales en la vertiente oceánica de la cordillera Cantábrica. Es preciso aclarar si estamos ante un problema de documentación arqueológica o si este aparente vacío documental se debe como se ha apuntado a un poblamiento indígena más débil y disperso de esta región costera, provocado por las diferentes condiciones físicas y climatológicas. No cabe duda que esta incógnita se despejará durante los próximos años.

Hacia una nueva geografía de la conquista: la guerra y sus movimientos tácticos De cualquier forma, gracias a estas nuevas evidencias, podemos ya aproximarnos de una forma más rigurosa a la

estrategia de conquista del territorio cántabro y astur en los años 26-25 a.C. (fig. 10). Teniendo en cuenta la posición geográfica del campamento base en Sasamón, es más que probable que de las tres columnas armadas que penetraron en el territorio cántabro según las fuentes, la central lo hiciera remontando el valle del río Pisuerga, la principal vía de comunicación entre la Meseta y las montañas cantábricas (fig. 11). La columna occidental remontaría el valle del Carrión hacia las elevaciones montañosas de los Picos de Europa, donde se ha localizado tradicionalmente el mons Vindius citado por las fuentes. Por su parte, la columna oriental debió rodear el territorio cántabro para penetrar al este del mismo remontando el río Ebro. Los hallazgos arqueológicos permiten hoy en día sostener esta hipótesis con datos científicos. Al norte del Ebro, las tropas romanas penetraron en la vertiente costera por la Sierra del Escudo. Dentro de la estrategia augustea de dominio de los territorios transmontanos el modus operandi parece ser el avance sobre las máximas elevaciones de las cordales que penetran profundamente en el territorio enemigo, descendiendo rápidamente hacia la franja costera 65. La cordal que separa los valles del Besaya y Luena-Toranzo parece concentrar el principal esfuerzo bélico del potente ejército romano. Dichas elevaciones ofrecen al ejército romano la ventaja táctica de situar al enemigo, cuyos principales asentamientos parecen encontrarse precisamente en estas cordales, siempre en posición más desventajosa, en alturas iguales o más bajas. Por otra parte el avance en altura permite el control visual absoluto del territorio circundante.

Por lo que se refiere a la problemática mención que alude al desembarco, con fines militares o de avituallamiento, de una escuadra procedente de los puertos aquitanos, la llamada classis Aquitanica, en algún punto de la costa durante el bellum Cantabricum 66, por el momento los restos arqueológicos no avalan esta temprana presencia romana en ninguno de los enclaves cantábricos hasta ahora constatados, aunque no cabe duda de que un desembarco ocasional no tendría que haber dejado testimonios materiales o constructivos visibles 67. Dicho desembarco pudo haberse realizado en la bahía

62. Fernández Ochoa & Morillo 1999, 37; 2003.63. Peralta 1999b.64. Id. 2006, 543.65. Peralta 2006, 544.66. Mencionada en Str. 3.4.18; Flor. 2.33.46 y 2.33.46; Oros. 6.21.4.67. Morillo & Fernández Ochoa 2003, 444-445; Morillo 2002b, 74-75.

ARQUEOLOGÍA DE LA CONQUISTA DEL NORTE PENINSULAR. NUEVAS INTERPRETACIONES SOBRE LAS CAMPAÑAS DEL 26-25 A.C. – 143Éléments  sous  droit  d’auteur  -­  ©  Ausonius  Éditions  juillet  2014 | Fig. 6. Oppidum prerromano y ciuitas romana de Baedunia

(San Martín de Torres, León).

| Fig. 7. Posible oppidum prerromano en Los Castillos (Llanos de Alba, La Robla).

| Fig. 9. Asedio romano de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia).

| Fig. 8. Peña Amaya (Sotresgudo, Burgos).

| Fig. 5. Oppidum prerromano y ciudad romana de Lancia (Villasabariego, León).

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| Fig. 10. Las guerras cántabras (26-25 a.C). Hallazgos arqueológicos y reconstrucción de las campañas (según Morillo 2009).

| Fig. 11. Las guerras cántabras (26-25 a.C). Hallazgos arqueológicos y reconstrucción de las campañas. Detalle del territorio cántabro (según Morillo 2009).

| Fig. 12. Las guerras cántabras (26-25 a.C). Hallazgos arqueológicos y reconstrucción de las campañas. Detalle del frente astur (según Morillo 2009).

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de Santander, el mejor puerto natural de todo el litoral, hacia donde se dirigiría el ejército romano en su descenso hacia la costa 68. Pero no se pueden descartar otros puntos de la costa como el antiguo Portus (S)Amanum (Castro Urdiales), habitado al parecer por aliados de Roma.

La conquista del territorio de los astures en el 25 a.C. plantea mayores incógnitas. Por una parte, era un espacio geográfico más complejo y diversificado que el de los cántabros, comprendido entre el mar Cantábrico, la Gallaecia, al Oeste, y los pueblos meseteños dominados por Roma, al Sur. Precisamente la frontera meridional, sin ningún obstáculo geográfico visible, resulta difícil de definir, por lo que es más que probable que, al igual que en el territorio cántabro, la vertiente sur de la cordillera Cantábrica y la oriental de los Montes de León, que dividían el territorio astur por la mitad, se convirtieran de facto en la auténtica frontera para las armas romanas. Por otro lado, los testimonios arqueológicos de la conquista son todavía muy escasos, lo que no permite reconstruir sólidamente la táctica empleada por Roma.

El ataque romano debió partir del territorio galaico, tal y como avalan los numerosos testimonios de presencia militar romana en la ruta desde el Mediodía peninsular hacia la región donde más tarde se fundarán las ciudades de Bracara Augusta y Lucus Augusti. En el caso de Bracara nos referimos, entre otras evidencias, a la abundante moneta militaris con reverso de caetra acuñada con ocasión de las guerras cántabras que se reparte por la región 69 Recientes excavaciones apuntan a la existencia de una fase inicial de carácter militar durante las guerras cántabras en Lucus, avalada principalmente por la abundante presencia de monedas del mismo tipo. Dicho campamento habría sido ocupado por la legio VI Victrix 70. Sin embargo, carecemos por el momento de estructuras constructivas campamentales y las evidencias materiales son contradictorias 71.

El gobernador de la Hispania ulterior, P. Carisius, se encontraba al frente de las tropas occidentales. La penetración hacia la Meseta debió realizarse desde el Norte del actual territorio portugués o tal vez con tropas llegadas desde el ejército de la provincia Citerior con Augusto (fig. 12). De cualquier manera, el control del territorio se estructuró en varias fases. Una debió afectar a El Bierzo, territorio rodeado de montañas donde tal vez debemos situar el asedio del mons Medullius. Tal vez fue objeto de un ataque en tenaza combinada desde la Meseta y las bases militares en territorio galaico. En un segundo momento, debieron someterse los principales oppida de la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica, como Lancia. Finalmente, desde la propia Meseta, se penetró hacia la franja marítima a través de la llamada via de la Carisa, el principal camino natural de comunicación entre ambos espacios. Probablemente se empleó algún otro paso natural como el de la Mesa. Y no podemos descartar una participación de tropas estacionadas en el territorio galaico en la conquista del litoral astur, ya que las comunicaciones naturales son muy fáciles.

Tanto en el caso de las tribus cántabras como en el de las astures, resulta sumamente complejo correlacionar determinados yacimientos constatados desde el punto de vista arqueológico con las referencias de las fuentes a asedios concretos. Posiblemente jamás podamos identificar con certeza el escenario del mons Medullius o el mons Vindius, por poner tan sólo un ejemplo. Dichos lugares no han dejado ninguna evidencia epigráfica contemporánea a las guerras. Y no podemos olvidar que la denominación romana puede no responder a la indígena, sino a una interpretatio fonética por parte del conquistador. Buscar huellas de dichos lugares en la toponimia actual puede no llevarnos a ninguna conclusión verosímil.

68. Peralta 2004, 95.69. Torres 1979; Pérez González et al. 1995, 204-205; Cf. Centeno 1988.70. Rodríguez Colmenero 1996.71. Morillo 2002b, 76.

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148 – ÁNGEL MORILLO CERDÁNÉléments  sous  droit  d’auteur  -­  ©  Ausonius  Éditions  juillet  2014

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