Aproximación a la teoría de la responsabilidad del Estado desde la teoría filosófico
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Aproximación a la teoría de la responsabilidad del Estado desde la teoría filosófico
política del Contractualismo
Por Jonathan Orozco
Dentro del estudio de la responsabilidad del Estado, se hace siempre necesaria la
auscultación de las diferentes teorías y contextos históricos que pudieron definirla en la
disciplina autónoma que actualmente se encuentra erigida.
Al examinar los textos de algunos autores colombianos en el estudio de la materia
de la responsabilidad del Estado1, se percibe que en el punto de la evolución histórica de
esta disciplina, nada dicen acerca del papel, contribución o consecuencia que pudo traer
para la responsabilidad del Estado el Contractualismo como teoría explicativa del
surgimiento del mismo. La teoría de la responsabilidad estatal, bebe en sus primeras
aproximaciones de la responsabilidad entre particulares, sin embargo ¿en qué momento
esa responsabilidad pudo radicarse en el ente estatal? ¿Qué factores, teorías o contextos
históricos permitieron hablar de una responsabilidad del Estado a favor de sus asociados?
Y es ahí entonces cuando el contractualismo toma importancia en el estudio de la
disciplina, pues ¿Dónde más buscar las raíces de la responsabilidad estatal si no en el
surgimiento del mismo Estado?
Es por ello que a continuación se tratará de hacer una aproximación a esta teoría, y
en especial a sus tres principales representantes, con el fin de identificar puntos en sus
estudios y disertaciones que podrían justificar o dar origen a una responsabilidad el Estado
por sus actuaciones frente a los particulares, entendidas aquellas, claro, tanto en el
aspecto positivo como negativo.
En un primer momento, se realizará una breve exposición sobre la teoría
contractualista con un fin meramente contextualizador, para luego pasar a examinar los
tres autores seleccionados y sus respectivas obras a partir de una estrategia de análisis
que más adelante se explicará. Los autores escogidos fueron: Thomas Hobbes, con su obra
Leviatan; John Locke, con el Segundo tratado sobre el gobierno civil; y finalmente se
1 Por ejemplo: Luis Felipe Botero Aristizabal (2007) con su obra Responsabilidad patrimonial del legislador;
Enrique Gil Botero (2013) con su obra Responsabilidad extracontractual del Estado; Ramiro Saavedra (2005) con La responsabilidad extracontractual de la administración pública.
analiza la obra El contrato social de Rousseau. Por último, claro, se extraerán algunas
conclusiones sobre la reflexión.
El contractualismo
El contractualismo es una teoría filosófico política que intenta explicar el surgimiento de la
sociedad y del Estado. A pesar de los diferentes matices dados por los autores
contractualistas, la idea fundamental de la teoría dice que la sociedad y el Estado
surgieron producto de un pacto, contrato o acuerdo entre los “hombres” con el fin de
establecer una sociedad civil que les permitiera convivir sin destruirse a sí mismos. Para
ello, los “hombres” hacían entrega de algunos de sus derechos, o parte de ellos, para
constituir ese cuerpo civil o institucional que se encargaría de regular la vida en sociedad y
expedir las normas o leyes que los individuos debían respetar.
Como se dijo anteriormente, el contractualismo no es uniforme y aunque es
posible encontrar en los autores características comunes como un estado de
incertidumbre e inseguridad que no permite al individuo desarrollar su vida y su libertad,
la existencia de un pacto o acuerdo para asociarse y dar origen a un cuerpo superior a
todo individuo; también se encuentran diferencias al momento de determinar cuáles son
los derechos que ceden y conservan los individuos, cuál es la forma de ese cuerpo
superior, cuáles son los limites de ese ente supremo, etc.
En el contexto de la Europa medieval e incluso hasta el siglo XVII, las monarquías
basaban su poder en un origen divino, erigiendo al monarca como un legítimo
representante de Dios en la tierra. Así, la trasgresión a las normas u órdenes dictadas por
el soberano no solo se consideraban como tales, sino también como un pecado, de allí
que la ley del monarca, y su persona misma, gozara de las características propias de la
divinidad tales como la perfección, la inmutabilidad, la intemporalidad, el obedecimiento
sumiso, entre otras.
Esta manera de concebir el poder, dejaba poco margen de protesta ante la
arbitrariedad y despotismo, dado que hacía intangible para los mortales el poder divino de
los reyes.
No obstante, con el advenimiento de la teoría contractualista, el poder del Estado
es bajado del cielo a la tierra a través del acuerdo, pacto o contrato que celebran los
hombres en común, para dar nacimiento a ese ente superior que se encargará de
gobernarlos y evitar la aniquilación del hombre por el hombre.
Concebir que el poder proviniera de los mismos hombres y no de Dios, constituyó
el cambio de paradigma que dio al traste con las monarquías absolutistas que dominaban
en Europa y que anteponían sus actos y juicios como designios de Dios, extrayendo las
preguntas sobre el poder de cualquier discusión terrenal que se pretendiera hacer. Así
mismo, y por primera vez, el individuo pudo hacer frente al poder absoluto de los reyes,
quienes consideraban sus prerrogativas por encima de cualquier otro hombre u
organización. Al decir de Franco y Gongora (2001) “Esta idea de garantizar los derechos
individuales contra el abuso de poder tiene su raíz en la visión contractualista de la
sociedad, esgrimida por varios teóricos liberales que abrieron la discusión sobre las
relaciones de poder.” (p. 14)
De allí que en el contexto de las monarquías absolutas o ancient regime fuera
imposible hablar de algún tipo de derecho del “hombre” frente al soberano o Estado, lo
cual apenas se vino a abrir espacio en una teoría contractualista como la que a
continuación se expone.
Examen y análisis de las obras contractualistas
Para empezar a disertar sobre las inquietudes planteadas en la introducción de este texto,
se quiso en primera medida identificar exactamente la esencia de aquellas inquietudes y
establecer una estrategia de búsqueda y análisis que permitiera abordar de mejor manera
los textos consultados y enfocarlos a la auscultación de los cuestionamientos.
Para constituir esa estrategia se escogieron dos categorías de búsqueda y análisis
que podrían ayudar a determinar aquellos puntos en que los textos hacen referencia a
responsabilidad del Estado o República (o soberano) o por lo menos a gérmenes de esta.
Aquellas dos categorías escogidas fueron: (i) los fines y (ii) los límites del Estado. Se
escogieron estas dos categorías porque si se examina con cuidado es posible llegar a la
conclusión de que tantos los fines como los límites del Estado, actualmente, son
generadores de responsabilidad. Ambos elementos implican compromisos para con los
ciudadanos, pues los fines exigen del Estado su ejecución, mientras los limites exigen su
no realización. En ambos casos podría predicarse la generación de consecuencias ya sea
por no cumplir con los fines o por propasarse en los límites. Ahora, que estas
consecuencias puedan llamarse responsabilidad y desprender consiguientemente
obligaciones de reparación o algo similar, ya es un análisis que se debe hacer más
detenidamente después de identificar estas categorías, que se proponen, al interior de los
textos.
Es por ello que a continuación se hará un rastreo y análisis de esas dos categorías
en las obras de Thomas Hobbes, John Locke y Rousseau, principales exponentes de la
teoría contractualista, con el fin de evidenciar hasta qué punto, en la creación de sus
teorías, estos autores dieron cimientos o fundamentación a una responsabilidad del
Estado para con sus asociados.
Thomas Hobbes: El Leviatán
En Hobbes no es difícil identificar el fin para el cual se instituyó el Estado y es así como, en
sus mismos términos, dice él que:
La causa final, meta, o designio de los hombres (…) al introducir entre ellos esa restricción
de la vida en republicas es cuidar de su propia preservación y conseguir una vida más
dichosa; esto es, arrancarse de esa miserable situación de guerra…” (Hobbes, 1980: 263)
De manera que: “La misión del soberano (ya sea un monarca o una asamblea) consiste en el fin
para el que le fue encomendado el poder soberano, es decir, procurar la seguridad del pueblo…”
(p. 407) (Negritas fuera del original)
¿Pero qué se entiende por seguridad del pueblo? Siguiendo la obra de Hobbes se
puede decir que seguridad, para él, implica que el Estado debe procurar que ningún
hombre dañe a otro en su vida y sus posesiones, es decir, el Estado debe evitar que
cualquier hombre irrespete las leyes del cuerpo social y vuelva de nuevo al estado de
guerra anterior al pacto, estado que para Hobbes es aquel “…en que los hombres viven sin
un poder común que les obliguen a todos al respeto…” (p. 224 y 225) y en el que solo
existe “…miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria,
pobre, desagradable, brutal y corta” (p. 225)
El infierno del estado de guerra está dado por la inseguridad, la zozobra e
incertidumbre constante, donde ninguna industria, trabajo, familia ni hombre puede
progresar; el fin del Estado para Hobbes es evitar que cualquier hombre se atreva a
generar de nuevo ese estado de cosas.
Parece entonces que la labor del soberano se limita solo a garantizar la seguridad.
Hobbes hace también mención a un deber que tiene el soberano de educar al pueblo,
pero no en el sentido de educarlo para el desarrollo de las potencialidades humanas, sino
una mera labor de adoctrinamiento para el mantenimiento del stutus quo y la
supervivencia del Estado.
Al analizar algún tipo de limite o responsabilidad del soberano frente a sus
súbditos, Hobbes dice que
… puesto que todo súbdito es por esta institución autor de todas las acciones y juicios del
soberano instituido, nada de lo hecho por él podrá ser injuria para ninguno de sus
súbditos, ni debe ser acusado por ninguno de injusticia. (p. 271)
Y agrega más adelante que
… por esta institución de una república, todo hombre particular es autor de todo cuanto el
soberano hace y, en consecuencia, quien se quejase de injuria de su soberano se quejaría
de algo hecho por él mismo…” (p. 272)
De lo anterior resulta que la única responsabilidad del Estado en Hobbes se reduce
a la garantía de la seguridad, mas resulta irresponsable frente a cualquier perjuicio que
sufran los individuos por actos del Soberano.
Si bien Hobbes ya deja por sentado que no es posible que la Republica le haga injusticia a
los súbditos, es importante exponer el concepto de justicia para este autor, dado que en
su razonamiento logra tocar muchos puntos que interesan en la construcción de una
teoría de la responsabilidad, en principio solo aplicable entre particulares, pero que puede
servir de análisis para atribuir responsabilidad al Estado.
Dice Hobbes que la justicia
…es la voluntad constante de dar a cada uno lo suyo, y, por tanto, allí donde no hay suyo,
esto es, propiedad, no hay injusticia, y allí donde no se haya erigido poder coercitivo, esto
es, donde no hay Republica, no hay propiedad, por tener todo hombre derechos a toda
cosa (p. 241)
Y más adelante agrega que “…la injusticia como conducta es la disposición o aptitud para
hacer daño (…) pero la injusticia de un acto (es decir, el perjuicio) supone que una persona
en concreto ha sido perjudicada” (p. 245)
De lo anterior se puede colegir que solo después de ese gran acuerdo o contrato es
cuando se puede hablar de justicia o injusticia, entendida la primera como el respeto por
la propiedad y la segunda como el daño o perjuicio a un hombre y sus bienes. Es decir, con
el pacto nace el concepto de daño entre particulares, concepto fundamental en la
configuración de cualquier teoría de la responsabilidad. Y si justicia es respetar los pactos
e injusticia irrespetarlos ¿no podría hablarse de injusticia o perjuicio cuando el Leviatán no
logra cumplir el fin para el cual se llevó a cabo el pacto, esto es, preservar la vida y los
bienes del hombre?
John Locke: Segundo tratado sobre el gobierno civil
Para Locke, el fin de la sociedad política es proteger propiedad, además que, dice, no hay
ni puede subsistir sociedad política alguna sin tener en si misma el poder de protegerla
(Locke, 1995: 102). Sin embargo, para Locke la propiedad se compone no solo de los
bienes materiales sino también de la vida y la libertad. Para este autor, pues, el Estado
debe salvaguardar la vida, la libertad y la fortuna de los asociados, y ese deber no es otra
cosa que una obligación a su cargo.
Concretamente, en el capítulo sobre los fines de la sociedad política y del gobierno,
dice Locke que
… quien quiera que ostente el supremo poder legislativo en un Estado, está obligado a
gobernar según lo que dicten las leyes establecidas, promulgadas y conocidas por el
pueblo, y a resolver los pleitos de acuerdo con dichas leyes, y a emplear la fuerza de la
comunidad, exclusivamente, para que esas leyes se ejecuten dentro del país; y si se trata
de relaciones con el extranjero, debe impedir o castigar las injurias que vengan de afuera,
y proteger a la comunidad contra incursiones e invasiones. (p. 137)
De lo anterior podemos decantar varias obligaciones del Estado frente a la sociedad
civil:
a. A gobernar y castigar solo conforme a las leyes promulgadas, es decir, una suerte
de principio de legalidad. Todo acto del soberano no autorizado por una ley genera
obligaciones frente a los súbditos.
b. A ejecutar lo que dicen las leyes. Es decir, la sociedad tiene derecho a exigirle al
Estado que cumpla y ejecute las leyes dictadas.
c. A proteger a los súbditos no solo de agresiones internas, sino frente a agresiones
externas de otros Estados.
Si se repara con cuidado, Locke habla de un poder supremo que es el Legislativo, pues
para este autor aunque el poder se encuentra divido, los demás poderes deben
subordinarse a este (p. 140 y 155). Sin embargo, el poder que ostenta el Legislativo debe
someterse por lo menos a cuatro límites que enumera en el capítulo XI Del alcance del
poder Legislativo:
1. “No puede ser ejercido absoluta y arbitrariamente sobre las fortunas y las vidas del
pueblo…”, pues “… está limitado a procurar el bien público de la sociedad (…) y por
lo tanto, jamás puede tener el derecho de destruir, esclavizar o empobrecer
premeditamente a los súbditos” (p. 142).
2. “… sea cual fuere la forma que adopte un Estado, el poder supremo debe gobernar
según las leyes declaradas y aprobadas, y no mediante dictados extemporáneos y
resoluciones arbitrarias” (p. 145)
3. “… el poder supremo no puede apoderarse de parte alguna de la propiedad de un
hombre, sin el consentimiento de este”. (p. 146)
4. “… la legislatura no puede transferir a nadie el poder de hacer las leyes” (p. 148)
Al existir límites se puede hablar entonces de la obligación de no transgredirlos,
obligación que se tiene frente a los asociados. Si bien es difícil hablar de un derecho de
reparación y de acción de los súbditos con el fin de buscar una suerte de resarcimiento o
retaliación ocasionados por esa extralimitación del poder del soberano, el concepto de
propiedad para Locke, y en especial el de propiedad privada, como la piedra angular y fin
mismo del gobierno civil, permiten suponer que no se establecen límites para que, luego
de rebasarlos, no se generen consecuencias de ello.
A pesar de que estas consecuencias no sean precisamente reparadoras, y mucho
menos frente a un individuo determinado, el contar con límites y obligaciones para el
soberano fundadas en la ley, la ley terrenal, hacen que cada vez sea más factible acercarse
al concepto de responsabilidades a cargo del Estado.
Rousseau
Para este autor, el fin del soberano es un poco más abstracto a diferencia de Locke y
Hobbes, pues habla indistintamente de nociones como “la utilidad pública” o el “bien
común”. De allí es difícil derivar una suerte de obligación concreta frente a los ciudadanos,
y más cuando claramente afirma que el soberano no tiene ningún tipo de responsabilidad
con respecto a los asociados utilizando un argumento muy similar al de Hobbes. Dice
Rousseau (2000) que
… el soberano, solo formado por los particulares, no puede ni debe tener intereses
contrarios a los de ellos. Por consiguiente, el poder soberano no tiene necesidad de
ninguna garantía ante sus súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a
todos sus miembros…” (p. 26 y 27).
Y para acabar de fulminar cualquier viso de garantía, afirma Rousseau que dado
que “…ni el príncipe está por encima de las leyes, ya que él es miembro del Estado;
tampoco la ley puede ser injusta, pues nadie es injusto consigo mismo…” (p. 60)
De allí se deriva que difícilmente pueda invocarse una responsabilidad al soberano
por concepto de daños sufridos por un ciudadano, pues la lógica de la voluntad general, y
de que la voluntad de un individuo es a la vez ella, haría que se cayera en contradicciones
como el autoafligimiento de daño, obligaciones frente a sí mismo o la alegación de la
propia culpa, principio, este último, que es rechazado rotundamente por las nociones más
elementales del Derecho.
Esto parece erradicar de tajo cualquier posibilidad de afirmar que el soberano
pueda ser responsable frente a sus súbditos, pues, como se dijo, este soberano gobierna
en nombre de la voluntad general y tal voluntad es equivalente a la de los mismos
ciudadanos que formaron el contrato social.
Sin embargo, el mismo Rousseau, siguiendo la estructura lógica de su voluntad
general, afirma que
… el pacto social establece entre los ciudadanos una igualdad tal que todos se
comprometen bajo las mismas condiciones, y deben gozar todos de los mismos derechos.
(…)
Se observa entonces que el poder soberano, absoluto en todo, sagrado en todo, inviolable
en todo como es, no rebasa y no puede rebasar los límites de las convenciones generales,
y que todo hombre puede disponer plenamente de aquello que estos convenios le han
dejado de sus bienes y de su libertad. De modo que el soberano nunca tiene el derecho
de cargar a un súbdito más que a otro, porque entonces el asunto se vuelve particular y
el poder ya no es competente. (negritas fuera del original) (p. 52)
Significa entonces que si la voluntad general no da cabida a contradicciones,
aquella voluntad que se aparta de la general si puede dar lugar a equivocaciones y en ese
sentido a obligaciones. Cuando el poder no actúa conforme a la voluntad general sino que
se particulariza, rompe con la igualdad que cobija a todos los asociados y se puede afirmar
entonces que genera un germen de responsabilidad, por lo menos frente a la sociedad.
Además de lo anterior, si se lee con cuidado la ultima parte del texto citado, es
posible evidenciar allí la esencia del principio de “igualdad ante las cargas públicas”, que
se ha convertido en un clásico de la responsabilidad del Estado en Francia y en los demás
países que han bebido de sus doctrinas.
Obsérvese de nuevo: “De modo que el soberano nunca tiene el derecho de cargar a
un súbdito más que a otro, porque entonces el asunto se vuelve particular y el poder ya no
es competente” (p. 52)
Pareciera que Duguit (1926) hubiese trascrito esta misma sentencia con otras
palabras cuando, acerca de la responsabilidad del legislador, afirmó que:
Los gobernantes, que tienen por misión esencial asegurar la organización y el
funcionamiento de las reglas de los servicios públicos, pueden siempre, y hasta deben
modificar las reglas del servicio para mejorarle; pueden y deben, aun cuando el servicio
esté concedido y sea su ley una ley-convención. Pero si estas modificaciones tienen por
consecuencia imponer cargas particularmente pesadas a uno o varios individuos, la caja
colectiva debe repararle… (Citado por Botero, 2007: 15) (negritas fuera del original)
Conclusiones
1. Si bien, en general ningún autor trata sobre responsabilidades del Estado o del
Soberano frente a los súbditos, es posible, a partir del análisis de los fines y los
límites que los autores le atribuyen al gobierno civil, derivar algunas obligaciones
que sin duda pueden constituirse en gérmenes de responsabilidad del Estado
frente a los particulares.
2. Todos los autores analizados fundan el poder del soberano en el poder cedido por
cada individuo al momento de llevar a cabo el pacto, contrato o acuerdo inicial que
le da origen al Estado. Dado el contexto de monarquías absolutas europeas, que
fundaban su poder en una delegación divina, el traslado que realiza la teoría
contractualista de ese poder, al pasarlo del cielo a la tierra, se convierte en un
cambio de paradigma que permite obtener una tangibilidad del poder del
Soberano que antes no se tenía. Inclusive el primer tratado sobre el gobierno civil
de Locke, es una refutación a la teoría del derecho divino de los reyes, y sobre este
presupuesto es que escribe su segundo tratado.
3. En general, se puede predicar que el Estado siguió siendo irresponsable ante sus
súbditos, sin embargo, el cambio en la fuente de la soberanía, al pasar ésta de Dios
a los mismos hombres, permitió un avance en la constitución de límites y
obligaciones del gobernante para con el gobernado, estructurando las primeras
bases de lo que luego daría lugar a la responsabilidad estatal.
4. Por primera vez el hombre, en su individualidad, pudo ser alguien frente al poder
Estatal. El ser titular de las leyes de la naturaleza o de la razón, inalienables y
previas al pacto y al Estado mismo, le dio la posibilidad de enfrentar al Estado, en
su omnipotencia, para proteger sus derechos. Esto se ve en especial en Locke
tomando como clave el derecho de propiedad (vida, libertad y bienes).
Reflexión
Si se miran los dos pasajes trascritos de las obras de Hobbes y de Rousseau, es posible
entrever como hacen referencia expresa y tajante, casi en los mismos términos, a que el
Estado o Republica no será en ningún caso responsable frente a sus asociados. Resulta
sumamente sospechosa esa prescripción fulminante de que el Estado jamás podrá ser
injusto con sus súbditos. Por ello, analizando esas ideas en el contexto en que los autores
las expresaron, es posible intentar una explicación de las razones de estas referencias tan
prevenidas a posibles equivocaciones del Estado, soberano o Republica.
Los escritos de Hobbes y Rousseau tenían como fin justificar y legitimar la existencia de un
ente superior a cualquier individuo, con el fin no solo de que no se mataran a sí mismos
sino también de que pudieran emprender una vida dichosa en sociedad, incluso avanzar
como organismo colectivo. Para ello, y esto especialmente marcado en Hobbes, era
necesario crear un poder supremo omnipotente, impermeable e incuestionable, que fuera
lo suficientemente capaz de garantizar la seguridad que necesita la vida en sociedad.
Pienso que si de entrada los contractualistas empezaban a plantear responsabilidades a
cargo del Estado producto de sus equivocaciones, extralimitaciones, o como se quieran
llamar, esto sería un gran inconveniente con el fin que se planteaban lograr.
Hoy día no es difícil plantear y aceptar que el Estado se equivoca, que comete
extralimitaciones, que genera daños, que actúa deliberadamente, etcétera, porque hoy
tenemos unas instituciones nacionales e internacionales tan desarrolladas que impiden si
quiera imaginar un estado de guerra o naturaleza al que hacían referencia los autores
contractualistas. Me atrevería a decir que ellos pensaban algo como “o es un Estado
fuerte o es el estado de guerra”. Muchas veces a una problemática se le enfrenta con su
extremo, y decir que el Estado iba a ser el supremo detentador del monopolio de la
fuerza, la suma de las voluntades, el protector de todos los individuos, pero que a su vez
podía equivocarse, era arriesgarse a que se rompiera ese manto de superioridad, de
omnipotencia, de siempre justo y que, consecuentemente, fuera cuestionado e incluso
desmontado.
Por eso que es posible explicar cómo se pueden encontrar referencias implícitas a
obligaciones derivadas de fines y limites, pero a la vez referencias expresas a la
inexistencia de cualquier tipo de responsabilidad.
Referencias
- Botero, L. (2007). Responsabilidad patrimonial del legislador. Bogotá: Legis.
- Gongora, M. y Franco, P. (2001). La responsabilidad del Estado legislador en los
eventos de las sentencias moduladas. Tesis. Disponible en:
http://www.javeriana.edu.co/biblos/tesis/derecho/dere2/Tesis43.pdf
- Hobbes, T. (1980). Leviatán. Madrid: Editora Nacional.
- Locke, J. (1995). Segundo tratado sobre el gobierno civil. Madrid: Atalaya.
- Rousseau, J. (2000). El contrato social. Bogotá: Panamericana.