Algunas pistas para construir una ontología neoconceptual

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NEOCONCEPTUALISMO

Ensayos

Felipe Cussen Carlos Almonte

Alan MellerEditores

Ediciones Sarak

2014

© Neoconceptualismo. Ensayos

© Felipe Cussen, Carlos Almonte, Alan Meller

Reg. Prop. Int. Nº 247954

I.S.B.N. 978-956-358-352-6

Diseño de portada: Dos Disparos

Diagramación: Alan Meller

Traducción contraportada: Edoardo Avio

Derechos Reservados

Primera Edición

Sarak Editions

Delhi, 2014

ÍNDICE

Nota de los editores

Orígenes

Por una estética neoconceptual. MATEO GOYCOLEA

Fue inventado antiguo. Neoconceptualismo y escritura. MARTÍN CINZANO

Nuevos conceptos aproximativos a Secuestro y Origen. RAMÓN OYARZÚN

Algunas pistas para construir una ontología Neoconceptual. SOLEDAD CHÁVEZ

El plagio del plagio. CARLOS SOTO ROMÁN

Neoconceptualismo y el (no) Ser. ALAN MELLER

Límites

Reflexiones y balbuceos en torno al Neoconceptualismo. VALENTINA MONTERO

“Robar es natural” [uno]. SERGIO CARUMAN

“Robar es natural” [dos]. SERGIO CARUMAN

Sin pies ni cabeza: Anamorfosis Neoconceptual. DAVID WALLACE

Apuntes móviles sobre puntos fijos: entre Neoconceptualismo y escritura conceptual. RICCARDO BOGLIONE

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NOTA DE LOS EDITORES

En el año 1996, Carlos Almonte y Alan Meller fundan el

neoconceptualismo literario. En el año 2001 publican en India el

primer compendio de cuentos, poemas y manifiestos creados

con dicha técnica, es decir, a partir de textos ajenos: No escribimos

con nuestras palabras. Tomamos prestadas otras ya escritas. Recombinamos

la escritura del pasado para crear obras nuevas.

El presente libro recoge las respuestas críticas y creativas

de académicos y escritores frente al neoconceptualismo. El

último capítulo, Iluminaciones II, es una extensión del capítulo

homónimo del libro anterior; una recopilación de citas referidas

al robo, el plagio y la intertextualidad.

Aplicaciones

A través del Neoconceptualismo (y lo que Alicia encontró allí). CARLOS ALMONTE

El cielo te adora. LUZ MARÍA ASTUDILLO

Armar textos con frases de otros. NATALIA FIGUEROA

Señas

Una los puntos. FELIPE CUSSEN

Iluminaciones II

Reseña de Autores

Colofón

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Literariamente, la pregunta Quién escribe, Qué hace un

escritor, Quién es un escritor, Cuál es su oficio, evidentemente es circular

al desembocar en el abismo insalvable de la indeterminación del

origen de la escritura y más allá (hacia el habla y la semiosis). En

otras palabras, la pregunta por el lenguaje y su hacedor, el

narrador justo y sabio. Escritor, como palabra de clase, denota a

quienes se ocupan de la escritura. Extensivamente escritor es

quien escribe, todos los que han escrito o escriben, también los

que descifran y confieren sentido a lo escrito. Los escritores en

general se clasifican de diversas maneras que no vale la pena

nombrar. Intensivamente, escritor es, al menos, quien pueda

escribir. Es decir, quien tiene la facultad de producir textos. Pues

bien, si cualquiera puede escribir, más evidentemente hoy,

cuando escribir es casi accesorio pudiéndose cortar y pegar

textos infinitamente para formar narrativas, el sentido de ser

escritor se refleja más bien en los fines y principios que persigan

aquellas narrativas. La proliferación del ensayo como género es una

evidencia de esta dimensión ética de la narración. La ideología

que permea cualquier ensayo es la racionalidad crítica y analítica

que sostiene la idea de progreso y bienestar humanos como una

búsqueda natural e irrenunciable. Podemos distinguir varias

clases de ética que estarían abarcadas dentro de la racionalidad

pero el tema es más simple y directo: ¿puede la literatura hacerse

más allá de los límites de un proyecto humano -por muy molesto

que sea el concepto- “antropocéntrico”? ¿Es posible una

literatura que pertenezca a los seres vivos, al planeta, al sistema

solar, al universo? El neoconceptualismo se ha dado como límites éticos, al

menos, los textos de la tradición humana, pero bien podría ser que su proyecto se vea extra-limitado al poco reflexionar sobre su condición.

ALGUNAS PISTAS PARA CONSTRUIR UNA ONTOLOGÍA NEOCONCEPTUAL

SOLEDAD CHÁVEZ FAJARDO

¿Ilocuciones? ¿Perlocuciones? ¿Verdad?

Porque la verdad es en esencia libertad, por eso el hombre histórico, por el dejar ser al ente, puede también no dejar ser al ente lo que es y cómo es. Entonces el ente se encubre y altera. La apariencia cobra poder. Por ella sale a luz la no-esencia de la verdad.

Heidegger, Ser, verdad y fundamento

Aquella “declaración de doctrinas, propósitos o

programas”, como entiende el diccionario académico lo que es

un manifiesto, se concreta en un movimiento escriturario como lo

es el neoconceptualismo y su sección destinada, justamente, a

este tipo de textos. Se podría afirmar que un movimiento

artístico, con un programa adjunto a una praxis clara, o no,

requiere de una serie de accionares necesarios para determinarse

como tal. En ello, el neoconceptualismo no se ha quedado atrás;

si bien su praxis perfomática es nula, la escritural es satisfactoria.

Las declaraciones de doctrinas, propósitos y programas se

plasman en los siete manifiestos y en cada uno de ellos se puede

apreciar las diferentes presentaciones discursivas en la que estos

solían aparecer, illo tempore, en plena eclosión vanguardista. De

esta forma, el discurso neoconceptualista se resuelve como una

continuidad de la literatura moderna; también como un acto de

homenaje a esta; igualmente como una burla, un accionar irónico

o directamente un sarcasmo hacia esta; así como todas estas

intenciones juntas, simultáneamente, en un solo acto de habla. Tanto en una secuencia previamente enumerada como

en una narración, los manifiestos neoconceptualistas presentan,

también definen y, de esta forma, circunscriben lo que se

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entiende por este movimiento y lo que debiera hacer un autor si

se acoge a estas reglas del juego. Nos interesa sobremanera

aquellos manifiestos en donde no se aplica la técnica

neoconceptual es decir, cuando “no” se lleva a cabo el canon

aleatorio y, por lo tanto, podemos apreciar la voz directa de sus

creadores: lo que ellos, como entidad autorial, monológica y

reguladora, quieren adoctrinar, proponer y programar. En estos

m a n i f i e s t o s , “ L a s s i e t e r e g l a s c o h e r e n t e s ” ,

“Sobredeterminaciónhiperintertextual”, “La traición

traicionada” y “íåïêïíóåðôçáëéóìï”, con sus enumeraciones

(hasta “La traición traicionada” podría considerarse una suerte

de conteo) son, en rigor, los discursos que nos convocan en el

presente ensayo. Es decir, aquellos textos donde vemos aflorar al

sujeto de la enunciación, contra todo pronóstico y dogma

neoconceptual y donde podemos dar cuenta de sus intenciones

comunicativas. Estas intenciones se relacionan directamente con

los actos ilocucionarios austinianos. En efecto, al enunciar un

manifiesto, al “llevar a cabo un acto al decir algo” (1962: 144) se

puede comprobar la presencia, directa o indirecta, de ciertos

verbos ilocutivos, tales como prohibir, deber ser o admitir, entre

otros, los que tienen “una cierta fuerza convencional” (1962:

153). El desafío en la dinámica de la lectura de un manifiesto es el

proceso de resolución de, justamente, este acto ilocutivo, en

donde se debe lograr la comprensión del significado, su

aprehensión (1962: 161-162) y, en el caso de los manifiestos

neoconceptuales, de estos textos doctrinarios y programáticos.

El dilema recae en la siguiente reflexión: ¿hay un acto perlocutivo

después de la lectura de un manifiesto? Es decir, ¿se producen

ciertas consecuencias o efectos sobre los sentimientos, pensamientos o acciones

de un lector que acaba de leer un manifiesto, parafraseando a Austin? La

intención al redactar un texto de este tipo, fuera de presentar un

proyecto estético, un intento de definición o un plan de acción de

un movimiento es, justamente, producir ciertos efectos, como

convencer, persuadir, “e incluso, digamos, sorprender o

confundir”, asevera Austin (1962: 153), en una afirmación

acertada para un tipo de recepción de un texto estético. Son los

Ensayos / 31

propósitos, según Van Dijk, es decir, el: “estado o suceso que

queremos o deseamos causar con o a través de nuestra acción”

(1978: 85). En relación con los lectores neoconceptuales y sus

posibles respuestas perlocutivas, fuera de la necesidad imperiosa

de dar cuenta de un rastreo cercano al de las teorías de la

recepción de antaño y actuales, surgen nuevas preguntas en

relación con lo que sucede con la perlocutividad de un texto que

busca, justamente, una reacción a su accionar. ¿Qué sucede con la

lectura de un manifiesto neoconceptual? ¿Se logra la sorpresa, la

confusión o el deseo de aplicar la técnica propuesta? ¿O es que,

acaso, hemos sido irremediablemente y contra todo pronóstico

“neoconceptuales” a lo largo de nuestros procesos de formación

escritural y eso es lo que, justamente, intenta mostrar esta

propuesta escritural? Lo más probable es que el movimiento y sus

preceptos se acomoden a los axiomas de los tiempos actuales y

por ello la lectura de los manifiestos solo nos informe y, en

algunos casos, sorprenda. Sin embargo, la lectura nos constata de

algo, de una realidad, de una situación. Nosotros,

perlocutivamente, afirmamos y nos conformamos, como

reacción muy de estos tiempos con esta verificación.

Ciertamente, creemos que el interés de esta constatación radica

(o nuestro interés, o lo que nos llamó la atención) en la

explicitación que se hace de la crisis del concepto de verdad. En

donde enunciados como “La enunciación de lo fatal también es

fatal, o no es. En este sentido, es un discurso cuya verdad se ha

retirado” (79); “El neoconceptualismo deforma la verdad con

mayor habilidad que cualquier otra expresión artística porque su

única fuente es el artificio” (80) o “VII. Todo texto siempre fue

falso” (86), nos muestran que el neoconceptualismo basa sus

premisas en que no hay verdad en la escritura. Sin embargo y como

suele suceder cuando este concepto se presenta en algún discurso

de tipo literario y cuando nos viene el prurito socrático es

necesario examinar lo se entiende por verdad en este caso. Según la

tradición presocrática, pensamos en Parménides, no es que exista

una “verdad”, sino lo permanente, que es lo que se entiende por

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verdadero frente lo cambiante, que sería lo no verdadero, lo

ilusorio, la apariencia. En otras palabras, no propiamente lo falso,

sino lo aparentemente verdadero sin serlo en verdad:

las vías que solas ver como vías de búsqueda cabe: la una, la de que es y que no puede ser que no sea, es ruta de fe y de fiar (pues la verdad la acompaña); la otra, la de que no es y que ha de ser que no sea, ésa te aviso es senda de toda fe desviada: que lo que no es ni podrás conocerlo (eso nunca se alcanza) ni en ello pensar (Parménides 1981: 190)

Desde la óptica parmenideana, solo se accede a la verdad por

medio de la razón. ¿Qué sucede cuando en un discurso la verdad

se ha retirado? ¿Acaso hay una crisis epistemológica donde no se

puede acceder a ella, a su comprensión, a su aprehensión? O bien

estamos ante esa senda no verdadera la de lo ilusorio, la apariencia, a

la cual se accede por medio de los sentidos. Aquella donde “Todo

se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho”, en palabras de

Macedonio Hernández (epígrafe que inaugura, justamente, el

libro) y de la cual, aparentemente, no nos percatamos de ella. He

aquí donde cabe la pertinencia del concepto de -ëÞèåéá manejada

por Heidegger (1927: 239-250, 1968: 70-83), en donde lo

verdadero, ese “descubrimiento del ser” y, sobre todo, de la

libertad, se halla oculto por la apariencia. Heidegger, toma esta

concepción y la sitúa en un estado crítico del ser humano. Es el

hombre, en su estado de degradación, quien la encubre, algo que

siempre ha sucedido: “El ocultamiento del ente en su totalidad, la

auténtica no-verdad, es más antigua que cualquier revelación de

este o de aquel ente” (1968: 75), cita que nos vuelve a remitir a

Macedonio Fernández y también al fragmento de Parménides

(“el Dasein ya está siempre en la verdad y en la no-verdad”,

Heidegger 1927: 243). He aquí esta ausencia de verdad en un

texto, en todo texto, en toda la tradición textual, producto de esta

degradación, algo que el neoconceptualismo, pareciera, se

refocilara en mostrar y dar cuenta, de manera ilocutiva y nosotros,

lectores de un siglo XXI, acordes, asentimos y nos conformamos,

muy perlocutivamente.

De un nuevo concepto

Las intuiciones sin conceptos son ciegas y los conceptos sin intuiciones son vacíos.

Kant, Crítica a la razón pura

El nombre conceptus latino, esa 'idea que forma el

entendimiento' o 'el pensamiento formulado en enunciados', que

hallamos en Corominas o en el DRAE entró a mediados del siglo

XV en nuestra lengua, a través de crónicas y romances, como un

derivado del transitivo concipere, la acción de “contener, imaginar,

captar, concebir, comprender” con la mente una idea, una forma.

La importancia del concepto se pone de relieve, ya, en Aristóteles

(cfr. Cassirer 1953: 3-9), quien lo entiende como un universal que

define o determina la naturaleza de una entidad. Según esta

lógica, el concepto sería un órgano de conocimiento de la

realidad, ya que las formas en que esta se distribuye corresponden

a los conceptos que la mente forja. De esta manera, la ambiciosa

propuesta de un nuevo tratamiento del concepto (¿De creación?

¿De obra literaria? ¿De entender la obra literaria?) el

neoconceptualismo, implicaría una suerte de renovación del

entendimiento (una nueva epistemología) en relación con el

objeto estético. En esto radica la originalidad neoconceptual: en

la instalación de un nuevo paradigma del objeto literario. En su

Crítica a la razón pura (cfr. 1978: 92-93), Kant afirma que el

conocimiento surge cuando los conceptos pueden aplicarse a un

material que está dado en las intuiciones, proceso que se genera

gracias al entendimiento. Estas intuiciones, desde la óptica

kantiana, se entienden: “en tanto que el objeto nos es dado. Pero

éste, por su parte, solo nos puede ser dado si afecta de alguna

manera a nuestro siquismo” (1978: 65, A19). De esta forma, sería

la intuición kantiana la que juega un rol fundamental dentro de la

dinámica neoconceptual, del momento que la afección de la que

habla el filósofo, implica la recepción estética, la elección y

posterior selección, es decir, la organización del canon

Neoconceptualismo / 32 Ensayos / 33

Uso, usos, significados, paratextos

No inquirir por la significación; inquirir por el uso.

Wittgenstein, Investigaciones filosóficas

Los paratextos, enunciados que, de alguna forma, aseguran la

presencia y recepción de una obra, también aportan una serie de

claves para esta suerte de hermenéutica neoconceptual que

intentamos llevar a cabo. Podría redactarse un estudio que solo

analizara los paratextos como para confirmar la riqueza y

originalidad de estos en neoconceptualismo (piénsese, por ejemplo,

en la referencia a Lost Highway de David Lynch o la contracubierta

en sánscrito, entre tantos otros), sin embargo nos quedaremos

con la cita que enmarca la primera parte del libro (El jardín del

plagio, texto que entrega las claves de la historia del movimiento),

solo para dar cuenta de una de las dinámicas neoconceptuales que

vienen, de alguna forma, a graficar el tratamiento del texto. Es el

caso del diálogo entre el huevo Humpty Dumpty (popular

personaje infantil anglosajón) y Alicia, cuya génesis es explicar el

intrincado (y adelantado, las cosas como son) poema

“Jabberwocky” que Carroll incluye en Alicia a través del espejo:

Cuando yo empleo una palabra insistió HumptyDumpty en tono desdeñoso, significa lo que yo quiero que signifique… ¡ni más ni menos! La cuestión está en saber objetó Alicia si usted “puede” conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión está en saber declaró Humpty Dumpty quién manda aquí… ¡si ellas o yo! (Alicia a través del espejo, cap. VI)

La significación ha tenido diversos tratamientos y

aproximaciones que van de lo filosófico, pasando por lo lógico, lo

lingüístico hasta llegar a lo semiótico, por solo mencionar las

instancias más habituales y socorridas. Encontramos desde la

clásica postura aristotélica, donde la significación se entiende

neoconceptual o, en otras palabras, el “escoger” los textos literarios

(cfr. Las siete reglas coherentes) que formarán parte de este canon.

Asimismo, ya lograda la síntesis entre intuición y entendimiento,

el concepto se presenta como un marco, donde encaja la

experiencia posible. Esta noción kantiana de concepto, exitosa

dentro de la epistemología moderna (ha derivado en marco

conceptual o paradigma), se fija en la praxis neoconceptual:

“Cualquier cosa que está adecuadamente enmarcada se convierte

en un objeto artístico. Esto hace del marco una entidad

determinable cuyas cualidades pueden aislarse” (80). Habría, por

lo tanto, una dinámica absolutamente kantiana dentro del

proceso neoconceptual: “El proceso de encuadre es inevitable, y

el concepto de un objeto estético, al igual que la constitución de

una estética, dependen de él” (80), en donde lo inevitable es,

justamente, esa constitución de un nuevo concepto, del cual se

insiste en ese encuadre arbitrario e ineludible: “El encuadre

puede verse como una maquinación, una imposición

interpretativa que restringe un objeto mediante el

establecimiento de límites, pero el proceso de encuadre, como ya

se dijo, es inevitable” (80). Pfänder, en su distinción de conceptos

de objeto, especif ica una idea clave dentro del

neoconceptualismo si entendemos el texto neoconceptual como

un concepto de objeto, el objeto literario: la diferencia entre el

objeto, tal como es diseñado por el concepto y el objeto tal como

es en sí mismo (cfr. Pfänder 1938: 154), es decir, el objeto literario

producto de la praxis neoconceptual y el objeto literario como

referente, el canon propiamente tal sin ningún tipo de

manipulación neoconceptual. De alguna forma, en el proceso de

articular un concepto, el objeto literario, se activa la propuesta

neoconceptual, es decir, la presentación (y esperable difusión) de

un nuevo concepto de lo que es la obra literaria. De alguna forma,

la tesis de Pfänder respecto a la distinción entre concepto y

objeto: “lo que forma el contenido del concepto no son los

objetos mismos a que se refiere, ni algo inherente a estos objetos”

(Pfänder: 157), vendría a ser la que toma el concepto, el

neoconcepto en esa praxis que se describe en los manifiestos.

Neoconceptualismo / 34 Ensayos / 35

como sentido y, en muchos casos, como la base del tratamiento

del concepto; pasando por la fregeana, que ve en la significación

la connotación de un término o la husserliana, en donde se la

entiende como lo que es expresado como núcleo idéntico en

multitud de vivencias individuales diferentes; así como el

tratamiento lógico, sobre todo el de la Escuela de Oxford, en

donde se la trata como la relación con algo significado por una

expresión. Como vemos, dentro del lenguaje convencional, la

significación suele congregar más que fragmentar, fragmentación

que promueve Humpty Dumpty en la cita. Para poder ilustrar lo

que enfatiza este huevo parlante (y lo que propone el

neoconceptualismo, por extensión) lo podemos vincular, a

manera de juego de oposiciones y espejos, con el tratamiento que

Husserl le da a la significación claro ejemplo de óptica moderna

en donde la significación de algo, llamémoslo X, no es ni el

objeto denotado por X ni el acto de pensar X, sino una entidad

que se llama, justamente, “la significación de X”. Esta entidad,

producto de una “unidad de juicio y, por lo tanto, en su totalidad,

tiene un correlato objetivo aparente, una situación objetiva

unitaria” (Husserl 1913: 234) enfatizamos las citas para demostrar

las divergencias con el Neoconcpetualismo, en este caso se

manifiesta en una “regularidad ideal (…) y comprende (…) todos

los juicios del mismo contenido y aun todos los juicios de la

misma 'forma', como tales” (íbid.). Esta regularidad es la que llega

a la conciencia del sujeto y es la que construye la significación en

una expresión, una significación que se entiende como una

función actual de conocimiento, por lo que “adquiere “claridad y

distinción” y se confirma como “exacta”, “realmente”

ejecutable” (Husserl 1913: 255). Según Husserl, cuando falta la

posibilidad o la verdad en una expresión en donde la significación

es entendida como ese “siempre lo mismo” husserliano y no el

“significa lo que yo quiero que signifique” que propone Humpty

Dumpty no puede realizarse más que simbólicamente, que es lo

que encontramos en la praxis neoconceptual. Sin embargo,

insiste Husserl, sea una expresión verdadera o no verdadera, lo

que se da es, justamente, la significación y, además, una expresión

con sinsentido si no hay equivalencia con la objetividad de la

expresión (¿Acaso no es de esto que habla Humpty Dumpty con

Alicia, acerca de la significación de “Jabberwocky”?). Preguntas

inevitables, como si se genera la significación y el sinsentido

simultáneamente dentro de una obra neoconceptual, al estilo de

las vanguardias del siglo pasado; o, mejor, si se da en el

neoconceptualismo una significación y una nueva verdad dentro

de los niveles estéticos, la cual sería, dentro de la óptica moderna,

un sinsentido y un nuevo sentido dentro de las lecturas actuales,

son preguntas inevitables al analizar este paratexto. No resulta extraño relacionar las reflexiones de Humpty

Dumpty con los planteamientos del último Wittgenstein, para

quien la noción de significación, más que aclarar el lenguaje, lo

rodea de una suerte de niebla (Wittgenstein 1953: 5).

Wittgenstein sugiere que antes de internarse en la naturaleza de

los significados, habría que darle una importancia a los usos e

indagar cómo estos funcionan, ya que los usos, desde la óptica de

las Investigaciones filosóficas, serían fundamentales, justamente, en el

funcionamiento del lenguaje. Hay que precisar que en este caso

uso lo es el del concepto (una vez más), no del nombre y en donde la

significación de 'X' no se halla en parte alguna, porque toda

significación de 'X' puede reducirse a un uso del término 'X'. Es

decir, hay solo usos de 'X' o, dicho de otro modo, las expresiones

son usadas en diferentes contextos y por ello hay una pluralidad

de usos. Los usos, por lo tanto, son variados y, por extensión, no

habría un lenguaje, sino varios lenguajes o formas de vida, como lo

que trata de explicarle Humpty Dumpty a Alicia en relación con

el poema “Jabberwocky”. Es la idea wittgensteiniana del juego del

lenguaje, en donde solo se puede entender una palabra si se sabe

cómo esta funciona y cómo se usa dentro de uno de estos tantos

juegos. Por lo tanto, para entender un lenguaje solo habría que

Neoconceptualismo / 36 Ensayos / 37

comprender cómo funciona y, en síntesis, para entender un texto

y, posteriormente, neoconceptualizarlo, habría que comprender

cómo este funciona. En palabras de Wittgenstein, solo al

desprenderse de esa niebla (el velo, lo oculto, una vez más), se

podrá comprender el carácter básico del lenguaje, así como su

multiplicidad y, más aún, su propuesta va más mucho allá:

“Pretendo significar que esta pieza del juego se llama 'rey', no este

determinado trozo de madera que señalo” (Wittgenstein 1953:

53). He aquí la multiplicidad de lenguajes y, por extensión, la

modalidad que opera, justamente, en la praxis neoconceptual: las

mismas expresiones descontextualizadas y vueltas a actualizar

para su función estética dentro de un nuevo concepto. Uso, juego

de lenguaje y una nueva forma de tratar la significación.

Un nuevo lenguaje

Juguetes de niños las creencias humanas.

Heráclito, Razón común

Una de las pretensiones de mayor alcance dentro de la

poética neoconceptualista es aquella que busca “la manera de

crear un lenguaje” (10), propuesta de la cual solo se especifican

más que algunos retazos, por lo que no quedan tan claros ni los

planteamientos ni directrices de tan magno proyecto. Tampoco

es una novedad este tipo de intenciones dentro de la tradición de -

ismos; baste recordar las conocidas propuestas dadaístas y

surrealistas, para emparentar al neoconceptualismo dentro de

esta tradición vanguardista, la cual no hace más que dar cuenta de

la crisis del logos dentro de la historia occidental. No

pretendemos aquí presentar un intento de hermenéutica de este

“nuevo lenguaje” neoconceptualista, a partir de las pistas que se

nos entregan en los textos. Más bien pretendemos insistir en la

idea de que la crisis en la visión, tratamiento y percepción del

lenguaje ha sido un tema recurrente, sobre todo dentro de los

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discursos lingüístico-filosóficos. Sin embargo, más que

compartir reflexiones centradas en la crisis del lenguaje dentro

de los espacios modernos (tema manido del que ya hacía

referencia, de manera descarnada, Nietzsche en El origen de la

tragedia), lo sensato es trasladarnos hasta las primeras cavilaciones

que den cuenta de esta inestabilidad -las heracliteanas- y las

reflexiones, a nuestro juicio, más sensatas, a partir de estas

cavilaciones -las garcíacalvianas- y así establecer un diálogo con

las aspiraciones neoconceptuales. Como en muchas de las

traducciones de Heráclito, García Calvo (2006) opta por traducir

ëüãïò -vertido, generalmente, como “palabra”, “expresión”,

“pensamiento”, “concepto”, “discurso”, “habla”, “verbo”,

“razón” o “inteligencia”, entre tantas- por razón. Sensato

proceder, ya que este ëüãïò deriva del verbo ëÝãåéí, el cual, en

primera instancia, significa “recoger”, “reunir” y, en sana

metáfora, ese “recogerse” o “unirse” las palabras al hablar o leer,

es decir, en una actividad razonada. En estos espacios se obtiene,

por lo tanto, la significación, el discurso y lo dicho, algo propio

del hombre, por lo que la afirmación heracliteana de “Común es a

todos el pensar” (García Calvo 2006: 37) viene a perfilar una

actividad -la lingüística- que, desde que se empieza a filosofar,

está constantemente en crisis. Los fragmentos conservados de

Heráclito reflejan que el sabio no se guardaba su vehemencia al

momento de dar cuenta del estado de la cuestión, por ello afirma

que los hombres no entienden este ëüãïò (“Los hombres, malos

litigantes en juicio de verdades, no sabiendo ellos oír ni tampoco

hablar”, García Calvo 2006: 67). La preocupación por la inteligibilidad o no del ëüãïò,

desde una óptica pragmática, se extiende a la comprensión de los

unos con los otros, algo que los sofistas ya tomaban como base y

razón de ser del lenguaje. Habermas, por ejemplo, en su tesis de la

acción comunicativa, determina que la comunicación es aquel

proceso que, fuera de tener por finalidad este entendimiento

lingüístico, está, además, motivado por un acuerdo racional entre

los miembros de una comunidad (la racionalidad una vez más).

De alguna forma, la propuesta de Habermas se basa en las

rupturas de estos acuerdos y su tesis de la acción comunicativa,

claramente idealista, va, justamente, por esta vía: la de intentar

mostrar qué proceso comunicativo sería el idóneo (proceso, claro

está, difícil de lograr). Este tipo de problemática -la de la

incomunicación por una falta de acuerdo racional entre los

hablantes- fuera de ser uno de los fundamentos en la reflexión

crítica del lenguaje, no es más que el reflejo de la contradicción

misma que se genera con el ëüãïò, algo que Heráclito ya daba

cuenta: “Por lo cual hay que seguir a lo público: pues común es el

que es público. Pero, siendo la razón común, viven los más como

teniendo un pensamiento privado suyo” (García Calvo 2006: 41).

Esta contradicción García Calvo la resuelve con la idea de “estar

fuera/estar dentro” de la razón, en donde, al estar dentro, está en

todas partes (en todas las razones) y en cada acto de habla; así

como está en la gramática (sincrónica y diacrónica) de cada una

de todas las lenguas (presentándose como gramática general); o

lo está, cómo no, en la relación entre un referente y su proceso

lingüístico, algo determinante dentro de la configuración de la

realidad. Al mismo tiempo, al estar fuera, ninguna frase, ni frases,

ni discursos proferidos en un acto de habla se entenderá como

“la” lengua; así como ningún hablante es el “puro” representante

de la lengua que habla (“desde el momento en que no soy

puramente YO que dice “Yo”, sino uno entre otros” García

Calvo 2006: 123) y en ninguna de las razones puede estar “la”

razón, ya que se enfrentan y contradicen (“Piénsese en las

palabras de uno mismo o en las palabras de cualquier otro ser

vivo o muerto. Pronto se percatará uno de que las palabras no

pertenecen a nadie. Las palabras tienen una vida propia”, 89).

Esta contradicción genera, inevitablemente, que las personas,

para comunicarse, se guíen por un principio de no contradicción,

exitoso o no, que es el que busca, en su idealidad, Habermas.

¿Cuál es el problema con el lenguaje y los hombres, entonces?

¿Cuál sería la incomodidad de los neoconceptualistas con el

lenguaje? Pues que esta contradicción suele no ser superada o

detectada, algo que ya señalaba Heráclito, como podemos ver en

el fragmento anteriormente citado y, producto de esto, se

generan malos entendidos dentro de lo vernacular o

insatisfacciones dentro del logos poetikos. En el caso que ahora

nos convoca, el resultado crítico de esta contradicción sería la

búsqueda incesante de un nuevo lenguaje, como proponen los

neoconceptualistas o el reflejo de la crisis a partir de críticas

consabidas: “un rasgo constitutivo del neoconceptualismo

consiste en el debilitamiento, tanto de nuestras relaciones con

la historia oficial, como de las nuevas formas de nuestra

temporalidad privada” (78), algo que deriva en las modalidades

discursivas ya instaladas dentro de las vanguardias artísticas de

la primera mitad del siglo XX: “cuya estructura esquizofrénica

determina nuevas modalidades de relaciones sintácticas o

sintagmáticas en las artes predominantemente temporales”

(78), o bien, en reflexiones las cuales, junto con recordarnos

algún cuento borgiano o alguna novela pigliana, nos

rememoran, además, la noción de producto lingüístico de Karl

Bühler:

Describirlo en todo su detalle no ha de ser ciertamente imposible. Pero harían falta tantas palabras, tantos flujos de sílabas, frases y cláusulas subordinadas, que las palabras se arrastrarían siempre a merced de lo que sucede y, mucho después de que todo desplazamiento hubiera cesado y cada uno de los testigos se hubiera dispersado, la voz que describe ese movimiento seguiría hablando, sola, oída por nadie, naufragada en el silencio y la penumbra de cuatro muros. (Neoconceptualismo, 82)

En donde las dinámicas de desvinculación entre productor y

producto forman parte de una de sus condiciones necesarias

(“El producto como obra del hombre requiere siempre estar

separado de su crecimiento e independizado” 1934: 103). Por

la misma razón no suena tan descabellada una de las pocas

caracterizaciones que los neoconceptualistas proponen para

cambiar el lenguaje:

La descripción de las acrobacias verbales es tan detallada que en algunos casos llega a ocupar diez páginas enteras,

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pero tal vez la mejor manera de explicar este proceso sea observando el resultado final de los ejemplos más simples: el descubrimiento de un lenguaje con el que se pueda vivir. (83)

La búsqueda de un lenguaje con el que se pueda vivir nos deja, inevitablemente, insatisfechos, ya que no se nos entregan las diferencias específicas, las caracterizaciones y las minucias de un lenguaje con estas características, tampoco -y poniéndonos quisquillosos- de lo que se entiende por ese poder vivir. Algo de esto podemos discernir, descifrar y determinar en un acto arbitrario, aunque no sea nuestro deseo expreso, del momento que desistimos de la hermenéutica en esta ambiciosa propuesta pero, de la cual, del momento que estamos aquí, escribiendo algunas pistas para una ontología neoconceptual (¿acaso no es eso una hermenéutica, también?), extendemos, arrojamos y demarcamos, en estas páginas.

A modo de colofón

Esto -cada una de estas secciones, cada una de las reflexiones y, sobre todo, la reflexión última- no es más que una forma ruin de dar a entender que la problemática (la del lenguaje, la de la verdad, la del texto, la de la falsedad, la de la realidad) se subentiende y que las respuestas están dadas en cada una de las líneas de los nuevos textos neoconceptuales (los cuales no fueron tocados en estas pistas del presente ensayo) y que los malestares e inquietudes están allí, expresados, de una nueva forma, con una nueva metodología pero, al mismo tiempo, el problema ha estado siempre y el desánimo que puede provocar el análisis descarnado de un Heráclito al proferir su: “De cuantos he oído razones, ninguno llega hasta tanto como para reconocer que lo inteligente está separado de las cosas todas” (García Calvo 2006: 122) logra, al mismo tiempo, alegrarnos para evitar, en acto contradictorio, a toda costa, su veredicto duro contra la Humanidad, sobre todo la que intenta, desde siempre, por siempre, doblarle la mano a la insensatez con una que otra producción textual, sea del tipo que sea.

BIBLIOGRAFÍA

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