ACERCA DE DIOS

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DIEGO SEREBRENNIK

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ACERCA DE DIOS

DIEGO SEREBRENNIK

Copyright © 2010 Diego Serebrennik

All rights reserved.

ISBN: 1475039514 ISBN-13: 978-1475039511

A mi familia.

CONTENIDO

INTRODUCCION 1 ACERCA DE DIOS

EL SISTEMA 2 LA CONTRADICCIÓN 4 LA CATARSIS 6 DIOS 7 LA MUERTE 10 EL AMOR 10 El DESEO 12 LA CIENCIA 14 EL TIEMPO 17 EL CONOCIMIENTO 18 LA CREACIÓN 19 LOS SUEÑOS 20 FE, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN 21 EL MAL 23 LA ELECCIÓN 24 UNA REFLEXIÓN 26

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EL DESTINO Y LA LIBERTAD EN LA LITERATURA

GILGAMESH 28 HOMERO: 31 La Ilíada - La Odisea

TRAGEDIAS GRIEGAS: 36 Edipo Rey - Antígona - Ifigenia Medea - Orestes - Prometeo

EL REY ARTURO 41 LAS MIL Y UNA NOCHES 43 LA DIVINA COMEDIA 44

SHAKESPEARE: 47 Hamlet - Rey Lear - Macbeth Romeo y Julieta - Sueño de una noche de verano - Otelo - La tempestad

DON QUIJOTE 56 LA VIDA ES SUEÑO 58 FAUSTO 60 CRIMEN Y CASTIGO 62 LA METAMORFOSIS 65 A PUERTA CERRADA 67 ESPERANDO A GODOT 68

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INTRODUCCION

Este libro habla de Dios. Trata de que hablar de Dios es imposible, por definición.

Por definición, tampoco puedo saber si lo que digo es cierto ya que no es posible demostrar nada sobre Dios. De esto también trata el libro.

Muchos argumentos que menciono son muy conocidos, pero aquí están enmarcados en el contexto de Dios.

El libro trata también acerca de cómo Dios permite sobreponerse a las encrucijadas trágicas en la vida. La problemática está resuelta desde el principio: El pensamiento nos eleva y también nos lleva a caídas trágicas de las cuales sólo Dios puede salvarnos, ya que está más allá del pensamiento.

Comento finalmente textos clásicos de la literatura, como ejemplos que ayudan a la identificación.

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EL SISTEMA

Todo lo que un ser humano puede pensar es función de sus necesidades. Estas son las premisas a partir de las cuales construimos todo el encadenamiento lógico de nuestro pensamiento. A nuestras necesidades las vivimos como premisas absolutas, porque son la medida de todo lo que pensamos. Si las satisfacemos nos sentimos bien y, si no las satisfacemos nos sentimos mal. Como estas necesidades son las premisas que generan todo nuestro pensamiento, no las podemos pensar.

Llamemos sistema de pensamiento a todo aquello que una persona puede llegar a pensar en función de una necesidad. Una persona puede tener varias necesidades, que pueden ser contradictorias en mayor o menor medida, las cuales generan a su vez sus distintos sistemas de pensamientos. Todos los sistemas de pensamiento de una persona constituyen lo que podemos llamar su sistema de pensamiento total. Asimismo podemos decir que los sistemas de pensamiento de un grupo conforman un sistema de pensamiento grupal, que a su vez, está determinado por las necesidades de ese grupo.

Los sistemas de pensamiento son interpretaciones de la realidad y sus objetivos son satisfacer las necesidades que los generan. De este modo, la realidad es siempre interpretada en función de una premisa que es una necesidad no conocida como tal. El pensamiento que surge de esta

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interpretación es el sistema. Dicho pensamiento es una simplificación de la realidad, filtrada por el criterio que cada necesidad en particular impone.

Cuando una persona realiza una acción dentro de su sistema –o sea que esa acción es pensable, y por lo tanto justificable, por esa persona-, ésta considera que esa acción es algo bueno, ya que tiende a satisfacer su necesidad. Cuando realizamos una acción por fuera de nuestro sistema, consideramos que esto es malo, pues entra en conflicto con nuestra necesidad. Al hacer algo que va en contra de nuestra necesidad sentimos culpa. Así, el sistema de pensamiento es también un sistema de valores, pues genera toda nuestra percepción del bien y del mal.

Lo mismo sucede con cualquier hecho que se oponga a nuestro sistema, aunque no sea realizado por uno mismo: Este hecho lo consideramos malo porque va en contra de la propia necesidad. Y todo hecho que ocurre dentro del propio sistema es considerado bueno, porque satisface nuestra necesidad.

La percepción de que existen cosas y hechos fuera de nuestro sistema de pensamiento que hacen peligrar nuestra necesidad, produce lo que llamamos miedo. Es por definición, el miedo a lo desconocido. Es desconocido porque al estar fuera de nuestro sistema no lo podemos pensar.

Si realizamos una acción fuera de nuestro sistema y no la reconocemos como mala, es decir, si no nos arrepentimos de haberla realizado, estamos invalidando nuestra propia necesidad, o sea, estamos contradiciendo nuestro sistema de valores. Esto es vivido como la nada. Es una pérdida de referencia, no sabemos qué es bueno ni qué es malo: nuestros sistemas chocan entre sí en una contradicción.

A toda acción realizada dentro del propio sistema, uno puede pensarla, volverla lógica, entenderla, justificarla. Los hechos externos al propio sistema no pueden ser pensados, por definición, ya que el pensamiento es el sistema.

Si pudiéramos pensar nuestra premisa, ya no sería nuestra premisa, porque estaría comprendida por un sistema de pensamiento cuya premisa es otra. Por definición, nunca podemos pensar nuestra premisa, ya que es la que genera el pensamiento.

La premisa, a pesar de ser relativa al sistema que ella genera, es vivida como un absoluto ya que ella es la necesidad que genera el sistema y la medida de todo lo que pensamos. Los males, también a pesar de ser

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relativos a nuestros sistemas de pensamiento, los vivimos como absolutos ya que invalidan todo nuestro pensamiento.

No hay razonamiento alguno que pueda convencer a alguien de que algo que está fuera de su sistema de pensamiento es bueno para él: esto es el prejuicio: Juzgar algo que no es pensable. El hecho de vivenciar nuestra premisa como una realidad absoluta, genera un prejuicio frente a todo lo que se opone a ella. Todo lo que se opone a la premisa del propio sistema resulta demoníaco, es decir, un mal vivido como absoluto, que en realidad no lo es, ya que es relativo al sistema que nuestra necesidad ha creado. A su vez, la premisa del sistema, al ser vivida por nosotros como un bien absoluto –que en realidad no lo es, ya que es relativo al sistema que hemos creado-, podemos definirla como un ídolo, siendo la contra-cara de lo demoníaco.

Si partimos de una determinada premisa para pensar, siempre llegaremos a ella. Por ejemplo: si partimos de la premisa de que el mundo es bueno, siempre que nos enfrentemos con un mal trataremos de entenderlo como un bien o una oportunidad para hacer el bien; en cambio, si partimos de la premisa de que el mundo es malo, todo nos demostrará que es malo. Así, la premisa es lo que determina el pensamiento y, también, es su objetivo. Por eso el pensamiento es vicioso y se repite a sí mismo, porque parte de lo mismo a lo que aspira, y sólo sale de estos ciclos si cambia la necesidad.

LA CONTRADICCIÓN

Hay dos formas de enfrentar una contradicción: Una consiste en elegir una necesidad y renunciar a la otra: ello implica culpa y miedo por abandonar una de las necesidades y dolor por no satisfacerla. Esto es elegir y se puede hacer a voluntad.

La otra forma es trascender las dos necesidades en contradicción: ello implica crear una necesidad que explique y abarque a las dos necesidades que tenemos en conflicto. Es decir, crear un sistema que incluya a los dos sistemas en contradicción y que los vuelva coherentes entre sí. Para esto, primero hay que renunciar a las premisas en conflicto y no tomarlas como absolutas sino como relativas a la nueva premisa que explicará a ambas.

Si logramos trascender ambos sistemas en conflicto, podremos pensar a ambas premisas de la contradicción y evaluar en qué momento y

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condiciones cada una de ellas es buena o es mala, pues ya no son absolutos que hay que tomar o dejar. Podemos tomar lo mejor de cada sistema y crear un sistema superior que abarque a ambos. En esto consiste la creación, que en realidad es un descubrimiento de una realidad superior que explica la anterior y que será nuestro nuevo absoluto.

Pero este segundo camino para enfrentar las contradicciones no podemos hacerlo a voluntad, ya que no podemos pensar las premisas de nuestro pensamiento y por lo tanto no podemos renunciar a ellas concientemente. Nunca son conscientes hasta que un cambio en nuestra necesidad hace que dejen de ser premisas y que, por lo tanto, dejen de ser vividas como un absoluto. Por este motivo uno puede entender su pasado, pero nunca su presente.

Cuando los sistemas de pensamiento tienden a englobarse entre sí, hay una tendencia a la unidad de la personalidad. Cuando se superponen parcialmente, aparece la neurosis. Cuando están muy separados, se tiende a la locura.

En los casos extremos la contradicción de nuestras necesidades se nos vuelve trágica. En la tragedia uno tiene que elegir entre la muerte y la nada, entre perder la vida o perder aquello que le da sentido a la vida. Las dos necesidades que guían al hombre, vivir más y vivir con sentido (es decir, con una idea de lo que es bueno y lo que es malo), encuentran en el caso de la tragedia una oposición extrema.

La realidad es que la vida y el sentido de la vida son imposibles una sin el otro. El sentido de la vida de un hombre está dado por su sistema total, por su cosmovisión, por su sistema de valores que explica el universo, por todo lo que puede llegar a pensar. Por ejemplo, el hombre moderno, al no tener un sistema que le explique la totalidad de la realidad, raramente cae en la tragedia, pero al vivir basado en sistemas poco integrados, vive en la neurosis, la vida tiene poco sentido. El hombre que tiene un sistema que le da sentido a su vida tiene más probabilidad de que encuentre un límite impuesto por la realidad a este sistema.

Si para resolver la contradicción trágica un hombre renuncia a la vida en nombre de su sistema, se convierte en lo que podemos llamar un héroe trágico. Si, en cambio, renuncia a su sistema para seguir viviendo, cae en el vacío, en la falta de sentido y su pensamiento se descalabra.

Para trascender la contradicción trágica y no caer en ella, deberíamos acudir a la necesidad que trasciende todas las necesidades, a aquella

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necesidad que realmente justifique nuestra vida y, al mismo tiempo, nos dé la vida.

Deberíamos renunciar a las premisas que generan todo nuestro pensamiento y regirnos por el sistema que trasciende a todos los sistemas, el cual es la realidad misma sin ningún sistema que la interprete, es decir, sin ningún pensamiento. Y por ello no puede tener un nombre, ya que si algo tiene un nombre implica que ese algo ya es pensado.

LA CATARSIS

Cuando dos necesidades en conflicto trágico nos han llevado al punto ciego de la desesperación, ocurre la renuncia a estas necesidades parciales. La nada (nada de sistema de referencia para vivir) o el todo (la percepción directa sin interpretación), no importa cómo lo llamemos, se ha revelado como la necesidad absoluta más allá de cualquier pensamiento. Ha ocurrido la iluminación de la catarsis, donde esa realidad absoluta se nos hace evidente como una sensación de contacto con lo divino.

Se han roto todos los sistemas y la realidad en sí, absoluta, sin pensamiento que la explique, se ha hecho evidente ante nosotros. Se ha mostrado el verdadero motivo, la verdadera premisa universal: el porque sí. La realidad nos ha hecho vivenciar que no existen premisas válidas y que ella es imposible de demostrar y de interpretar con ningún pensamiento, ya que no se sustenta sobre nada, sino únicamente sobre sí misma. Que no hay premisas que permitan pensarla y que existe porque sí.

Regirnos por la necesidad total es justificar la vida con lo que verdaderamente la justifica, con la necesidad de lo que existe, y nada más. Justificar o darle sentido a nuestra vida con una necesidad particular, poniéndole nombre o imagen, pensamiento, idea o sistema, es el origen del mal y esto es inevitable. El mal existe porque hay un pensamiento que interpreta los hechos. El mal y el bien existen y los percibimos porque hay un sistema de pensamiento en nosotros que permite que haya un adentro del sistema (el bien) y un afuera (el mal).

Si no hubiera pensamiento, lo que llamamos mal sería sólo una vivencia natural negativa, pero sin una demanda interna de justicia. Esa demanda interna de justicia es lo que genera la vivencia del mal y ocurre debido a que justificamos nuestra vida con algo –un pensamiento basado en una premisa

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relativa a nuestras necesidades - que realmente no la justifica. Lo que realmente la justifica, lo que le da sentido y lo que la hace existir, es algo que es de verdad absoluto. Lo mismo ocurre con el bien: la satisfacción de la demanda interna de justicia creada por el sistema de pensamiento hace que percibamos el bien. En resumen, el hecho de pensar hace que exista y que percibamos el bien y el mal.

DIOS

Sabemos que no hay forma de definir a Dios y que no podemos decir nada de Él. Nuestro sistema, que es vivido como absoluto por nosotros ocupa el lugar de Dios, el único que puede ser realmente absoluto. Sólo podemos transcender nuestro sistema de pensamiento a través de una relación viva con Él.

Lo podemos llegar a percibir como la Necesidad que trasciende todas las necesidades y que justifica todo lo que existe o como el sistema que es la realidad misma, sin sistema que la explique, sin contexto. Pero nunca llegaremos a ponerle un nombre o asignarle un concepto que sirva, porque todo nombre, incluso la palabra Dios, es relativo a nuestro pensamiento.

Cuando una contradicción se resuelve en la catarsis y tenemos la percepción de contacto con lo divino, cuando tenemos la vivencia de que el universo no es entendible por definición pero sabemos que nos contiene, es un ejemplo de como se nos presenta Dios.

Cuando la realidad se nos impone en la catarsis, nuestro pensamiento se desarma. Allí percibimos que también nuestro pensamiento está hecho de la misma materia innombrable que el universo. Por lo cual, inversamente – y ésta es la inversión de fe – el resto del universo está hecho de la misma materia innombrable que nuestro pensamiento y ya no nos sentimos extraños en el cosmos. Tenemos la vivencia de un sentido inexpresable, de una comunión a la que preferimos no ponerle palabras.

Al sentirnos contenidos nos volvemos sujetos de un Sujeto universal que nos abarca. Sino, nos percibimos como objetos y nos sentimos separados del universo y que la vida no tiene sentido. Aquello que nos contiene como personas es Dios. Ninguna idea ni objeto, ni siquiera la negación de algo, puede completar al hombre. Al vivenciarlo, se hace evidente que tiene todo lo que tenemos y que podemos relacionarnos y hablar con Él.

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Por eso es personal, porque puede contener a nuestras personas. Si nos relacionamos con el mundo o con Dios como un objeto, terminamos vivenciándonos a nosotros mismos como un objeto. En realidad en el absoluto no hay diferencia entre lo personal y lo no personal.

Dios trasciende lo vivo, lo inerte y lo consciente y, por eso, puede abarcar sin fronteras la vida, los objetos y la conciencia. Trasciende la contradicción entre existencia y esencia y cualquier par de conceptos que se opongan. Trasciende la libertad y el destino, el texto y la interpretación, la trascendencia y la inmanencia, el bien y el mal. Trasciende la verdad, porque una verdad es nombrable y trasciende el amor, porque el amor es parte de la realidad. Y no se puede decir si existe o no existe, porque transciende la existencia.

Dios no puede tener nombre ni imagen porque lo que se idolatra es una cosmovisión, un sistema de pensamiento. Dios es Dios y no puede decirse nada de Él porque no se sabe nada de Él. No tratemos de entenderlo, porque por definición, Dios no es algo que se entienda.

Al trascender todas las contradicciones puede abarcar la contradicción trágica en la que se oponen nuestra vida y el sentido que le damos a ella. Cuando uno no conoce y ni puede pensar el camino para trascender una encrucijada, ponernos en contacto con el Dios vivo nos revela su Necesidad que trasciende a las necesidades en conflicto.

La solución de la encrucijada trágica nunca es pensable – porque está más allá de nuestro sistema de pensamiento – y sólo Aquel a quien llamamos Dios puede mostrárnosla, haciendo que aceptemos la nueva realidad. Esto se llama revelación. Ponernos en contacto con Dios nos permite ponernos en contacto con lo que está más allá de nuestro sistema de pensamiento, de su premisa y de sus círculos viciosos. Por eso Dios nos permite apartarnos de nuestros vicios y trascender la tragedia.

El sacrificio, el acto sacro en que nos transformamos, consiste en renunciar a las necesidades como absolutos y en buscar el verdadero absoluto. Dios nos otorga, a diferencia de los ídolos, además del beneficio del sacrificio, el mismo objeto que le sacrificamos. Esto se ve ejemplificado en el sacrificio de Isaac, en el cual Abraham no sólo recibe la bendición de Dios por haber cumplido con lo que le pidió, sino que, además, su hijo –objeto del sacrificio - es salvado y devuelto a Abraham. Nuestras necesidades, después de transcendida la contradicción, nos son devueltas

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como pensables, como relativas, como un posible manejable. Así como Abraham recibe de vuelta a su hijo después de haber renunciado a él.

La naturaleza está formada por sistemas que cumplen su ciclo, como así también la historia de los pueblos, los individuos, las ideas, es decir, como todos los sistemas. Todo organismo, cuerpo, objeto o idea que esté organizado constituye un sistema. Cuando un sistema deja de ser necesario y ya cumplió su ciclo, desaparece. Los ciclos simplemente ocurren porque los sistemas por definición son limitados. Aceptar su desaparición es el bien. Querer perdurar o querer que ocurran antes de lo necesario provoca el mal.

El sacrificio permite romper los ciclos de destino. El cumplimiento del destino es el momento en que el ídolo muestra su cara de demonio. Cuando lo que creíamos un bien absoluto se nos muestra como un mal absoluto. Y también lo opuesto: cuando lo que creíamos un mal absoluto se nos revela como un bien absoluto.

Dios nos permite ser libres del destino al permitirnos escapar a los determinismos que nos condicionan a través de nuestro pensamiento. Al justificarnos con algo que no sea Dios (y es imposible no hacerlo), constantemente nos estamos enfrentando con una realidad que desafía nuestra forma de ver el mundo y que nos dice internamente que estamos equivocados. Si llevamos la justificación parcial de nuestras vidas hasta las últimas consecuencias, nos encontraremos con nuestro destino trágico. Allí, Dios puede liberarnos, si lo reconocemos como lo único que puede justificar nuestras vidas.

En el encuentro con Dios los sistemas se suspenden y se puede volver a elegir. En realidad, es Dios quien elige. Es una fuerza que nos mueve sin que experimentemos ninguna duda. Es una suspensión de la causalidad, resolviendo y disolviendo la paradoja de Akiba de que “Todo está escrito pero la libertad nos fue dada”.

Así, al ponerse uno en contacto con Dios, el equilibrio y la responsabilidad son posibles. Hay equilibrio con respecto a algo: a Dios. Sin Dios, el equilibrio tiene como sistema de referencia otro equilibrio, algo creado, un blanco móvil, lo cual da lugar a los círculos viciosos.

Sin Dios no hay responsabilidad de última instancia: Siempre hay una justificación, una excusa, una excepción, alguien a quien adjudicarle la responsabilidad de toda nuestra vida: ese es nuestro ídolo. Y la vida es una queja constante, sin solución, porque nos quejamos de lo mismo que nos justifica, nuestro ídolo-demonio.

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No hay palabras que puedan describir la experiencia de Dios, porque Él creó y contiene todas las palabras en todos los idiomas. Por eso mismo, entiende y contiene todas las lenguas, nuestros pensamientos, sonidos y gestos.

LA MUERTE

La muerte está fuera de nuestro sistema y por eso nos produce miedo. Si nuestra justificación es la vida, la muerte aparecerá como el demonio del ídolo vida, invalidándolo y produciéndonos la sensación de que la vida es absurda. Y, a su vez, nos trae el deseo de matarnos para no tener que convivir con la idea de que toda la vida es un camino hacia un destino sin sentido: la muerte.

Como siempre, para destruir un demonio o un prejuicio, hay que destruir su ídolo trascendiéndolos. Tenemos que encontrar aquello que creemos bueno y que es la otra cara de la moneda de lo que nos hace mal. Tenemos que destruir a ambos falsos absolutos.

Dios explica el enfrentamiento vida-muerte: la muerte, en lugar de ser un absurdo o una tragedia, es aceptada como la terminación de nuestro sistema. Como todo lo que existe, cumplimos con la necesidad que nos creó, cambiando la realidad y creando a la vez una realidad nueva para la cual ya no somos necesarios, no importa cuanto hayamos vivido, si muchísimos años o unos pocos segundos. Así se cumplen los ciclos.

EL AMOR

El motivo de la existencia es el porque sí. No podría tener otro motivo porque sino ese motivo debería estar fuera de la existencia y entonces no existiría. Se nos hace evidente cuando amamos. Sentimos una fuerza incontenible que nos mueve porque sí, sin razones, para la cual sabemos que no necesitamos explicación alguna para creer en ella. Porque además, realmente no tiene explicación ya que no es algo relacionado con el explicar. Y cuando nos enfrentamos a la nada, lo único que nos queda es el porque sí. Es aquello con que Dios nos recoge en la caída, aquello que nos hace maravillarnos ante el hecho de que haya existencia y de que uno es parte de

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ella, cuando no encontramos nada para justificarla. Al rescatarnos de la nada nos crea de nuevo. Esto es el amor y por eso se dice que Dios crea el mundo con el amor.

No hay causa para la existencia. Si la hubiera, ella existiría y sería parte de la existencia, no pudiendo ser su causa. Pero la existencia está y, por lo tanto, lo único que podemos llamar causa de la existencia es un “porque sí”, o sea ella misma. Es ese porque sí que percibimos cuando sentimos aquello que llamamos amor, cuando no hay ningún razonamiento ni duda que nos desvíe de lo que tenemos que hacer y nos sentimos absolutamente seguros de nuestro acto y de que a través de él nos sentimos más nosotros mismos que en ninguna otra situación. No hay duda, porque es premisa de todo nuestro pensamiento. Si pudiésemos pensarlo, podríamos dudar.

Cuando ante un hecho que nos produce daño atacando nuestro sistema, en lugar de hacer justicia o vengarnos, podemos perdonar, actuar con piedad, con amor, porque sí, sin justificación ni explicación ni objetivo ulterior, estamos creando un mundo nuevo. Estamos abriendo nuestro sistema y el del otro que nos daña. De este modo, evitamos la tragedia de los ciclos de venganza y aprovechamos la oportunidad de crear que nos da el ciclo del destino al cumplirse.

La piedad transciende y explica la fuente del mal y no debe confundirse con el miedo o la indiferencia que parecen perdonar pero sólo se ocultan del mal. La piedad es una nueva comprensión dada por Dios al no vengarnos contra un hecho que nos afecta. Nos da la oportunidad de buscar a Dios y de ampliar nuestro sistema. Allí comprendemos nuevamente.

La piedad no tiene motivos, uno debe aplicarla porque sí, sin razonamiento previo y por ello nos permite crecer y entender algo nuevo. Al aceptar el determinismo propio, se comprende el del otro y no se los considera como un absoluto a ninguno de los dos. Esto evita los ciclos de destrucción y permite seguir construyendo. La tragedia abre una oportunidad para entender y para crear un mundo nuevo, una nueva forma de ver las cosas generada cuando dos sistemas en conflicto se trascienden en vez de colapsar. Así, el camino a la felicidad puede no tener fin. La felicidad surge cuando se unen deber y placer, y ello tiene lugar en Dios.

Sin Dios, el otro se convierte en un ídolo. Las personas son distintas de manera absoluta, está cada una en una encrucijada del universo absolutamente diferente, en una situación existencial absolutamente distinta.

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Sólo me puedo entender y lograr empatía real con el otro si me reconozco parte de lo único que nos abarca y explica a ambos: Dios.

En las relaciones entre hombre y mujer, cuando aparece el deseo sexual de absoluto, Dios nos permite no quedar atrapado en el otro como en un ídolo y no caer en la decepción o el ridículo. Si uno va por Dios, encontrará al otro como un posible.

En cada ser hay un yo que se siente como absoluto a sí mismo, más allá de las características de cada ser. No lo podemos percibir al absoluto del otro ya que cada uno de nosotros se percibe como absoluto a sí mismo. Acercarse a esa percepción es el camino de la comunión, de la empatía, de la felicidad, del dejar de justificarse y compararse frente al otro. Ese absoluto propio –el mismo que nos impide ver el absoluto del otro-, por ser absoluto, es percibido en forma idéntica por cada ser. La percepción del absoluto propio es lo que nos iguala, lo que hace posible la identificación y la empatía. Es la parte de Dios que está en cada uno y es lo que al conectarse a pesar de uno mismo, permite el amor entre los seres.

De ahí que las religiones resalten la piedad y el amor, incluso al enemigo. Al tener empatía con el otro hace que el otro tenga empatía con uno y por lo tanto no nos dañe. Al generarle empatía, lo rescatamos. No sólo deja al otro libre de ser él mismo sin controlarlo sino que reconoce al otro como un absoluto. Eso lo vuelve libre y por lo tanto al ser libre no desea hacer daño.

Esta empatía no es escuchar físicamente lo que dice el otro, ni mirarlo, ni darle tiempo solamente: es estar frente al absoluto del otro, no como una experiencia, sino como la realidad suprema, de la cual uno generalmente vive escondido por lo abrumador: El absoluto del otro choca con el propio, del que uno no puede escapar ya que por más que uno dé lugar al otro, lo está haciendo desde uno.

El DESEO

Las premisas de los sistemas son, a su vez, sus excepciones ya que son la única parte de nuestro sistema que no podemos pensar, debido a que el sistema se basa en ellas. Como es una premisa, no conocemos sus determinantes y, por eso mismo, nos determina y nos sentimos atrapados por un destino o un determinismo.

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Por esto, sin Dios, todo deseo lleva a una frustración intrínseca, ya que el contenido último del deseo es el logro absoluto, cuando en realidad el absoluto es lo que percibimos de nosotros mismos. Por eso al amar sentimos que podemos ser nosotros mismos.

Uno puede pensar al deseo como algo acotado, pero en lo más íntimo y primario, lo mueve un logro ciego del absoluto. Y como el objeto del deseo siempre es algo no absoluto, hay una inevitable decepción. El objeto del deseo es determinado y, por lo tanto, si nos aferramos a ellos, estaremos determinados y dominados por ellos y expuestos a la caída al creer, pensar o sentir que nos otorgarán el absoluto.

Los deseos nos permiten sobrevivir y, en general, si los cumplimos somos más felices que si no los cumplimos. Pero la ilusión de absoluto está en el contenido del deseo, generando un anticlímax cuando vemos que ese contenido no se cumple. Así, frente a la posibilidad de alcanzar lo que uno desea pueden ocurrir dos cosas:

1- Que uno se engañe a sí mismo haciendo lo posible para no alcanzar el objeto del deseo, creyendo que uno trata de alcanzarlo. Siempre encontramos excusas y justificaciones para no alcanzar el ídolo. Esto es la contradicción interna. Alcanzar el ídolo sería insoportable, porque lo que justifica nuestra vida se vería como un objeto no absoluto y determinado: uno se quedaría en la falta absoluta de sentido. Es la definición de frustración. En este caso es preferible la frustración a alcanzar el ídolo. Así, el individuo se va consumiendo detrás de un sueño que él mismo no se permite realizar.

2- Que uno alcance el ídolo y se decepcione. El hombre se siente ridiculizado, burlado, por creer que el objeto del deseo era un absoluto que justificaba su vida cuando, en realidad, se mostró como algo relativo y determinado. Es la definición del ridículo. Es el intento del asalto al cielo, de querer lograr el absoluto por asalto.

Cuando identificamos a la necesidad de absoluto con Dios, nos damos cuenta que Dios está con nosotros con sólo desearlo y que es el único objeto real del deseo. Es donde el deseo y la necesidad, donde el placer y el deber se unen. Dios es lo único que nos satisface sin decepción ni frustración. Porque nos justificamos con Dios que, a su vez, justifica todo lo que existe.

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Con Él el logro es seguro porque el logro es Él. Así, toda la moralidad consiste, en última instancia, en evitar las caídas provocadas por las falsas ilusiones de los ídolos en ausencia de Dios.

Querer demostrar que uno ha hecho suficientes méritos con Dios a través de los logros o éxitos que uno tiene en la vida es caer en el mismo error. Pedir a Dios un logro es poner el logro por encima de Dios y es lo que provoca la sensación de vacío del logro: el fracaso en el sentido más íntimo y absoluto. El sentido de la vida es Dios, no es el logro ni el éxito.

Esto no implica para nada que el pensamiento, los valores y los deseos sean malos. Los hay mejores y peores para nosotros según la situación. Lo que nos genera la percepción del mal es tener la vivencia de confundir pensamiento con realidad, sistema con absoluto. Y esto es inevitable. Aplicar la voluntad para acercarse al absoluto es como agregar leña al fuego, es una huída hacia adelante. Sólo se resuelve con Dios.

Dios está más cerca de nosotros que el propio pensamiento y que todo lo que podemos percibir. Dios limpia la mente y evita confundirse con los pensamientos ya que, en última instancia, Él decide.

Estar con Dios se logra con sólo desearlo. No hay nada más fácil en la existencia que estar en contacto con Dios. Por otro lado, es imposible vivir constantemente en Dios, uno oscila latiendo entre Dios y no-Dios. Así como es imposible no tener ídolos ni sistema de pensamiento, porque somos limitados, porque no somos Dios.

LA CIENCIA

Del mismo modo que la excepción de un sistema es su premisa, se sabe que un paradigma científico (un sistema) es reemplazado por otro superior al ser trascendidas sus premisas. La ciencia, en el sentido estricto, aquello que es demostrable, explicable y predecible, se basa en axiomas que son sus premisas indemostrables, por lo cual la base de la ciencia no es científica.

Debido a esto la ciencia no puede ser perfecta: no puede explicar toda la existencia, porque, para hacerlo, debería renunciar a las premisas en las cuales se basa y que la limitan y entonces dejaría de existir.

En última instancia, cada cosa es igual a sí misma en un determinado instante y absolutamente diferente al resto. En el absoluto es imposible

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reproducir, generalizar, medir ni predecir nada. La ley de la regularidad es una generalización. En última instancia, nada es igual a nada. No existe el número porque todo es único. Sólo se cuentan categorías, pero las categorías son des-agregables hasta el infinito y, por lo tanto, en el absoluto no existen. El conocimiento consiste en simplificaciones y agregados que nos permiten convivir mejor con la realidad en el terreno de lo posible.

Cuando se enuncia una ley general, se considera que esta puede fallar, porque puede haber factores que son constantes en todas las mediciones y que, por eso, no se pueden detectar y así pueden aparecer factores inesperados invalidando esa ley y exigiendo una adaptación. Este factor es impensable porque, justamente, está fuera de nuestro sistema de pensamiento científico y es el que lo va a invalidar. Aparece como un factor prejuicio o demonio que se opone a nuestro ídolo: la ley que asumimos como universal a fines prácticos pero que, en realidad, no lo es. Al ser aceptado el nuevo factor y ampliar el sistema, cambia la forma de ver el mundo.

Los sistemas científicos que nos permiten conocer el mundo siguen la misma lógica que nuestros sistemas de pensamiento. Están hechos de nuestro pensamiento. Dios, en última instancia, es la única ley. Él explica lo que a nuestros ojos es casualidad o azar. A nuestros ojos, lo que entendemos lo vemos como necesario y ordenado, y lo que no entendemos lo vemos como azaroso y caótico. Según donde ubiquemos nuestra mirada en cada momento, percibiremos un orden y un azar distintos, por eso en ciertas situaciones existenciales encontramos explicación para algo y en otras situaciones perdemos esa explicación de la mente. A los ojos de Dios todo es necesario y todo, a su vez, es azar: a sus ojos, la diferencia entre estas palabras pierden sentido.

No hay punto fijo desde donde se pueda medir o valorar el resto de las cosas. En última instancia, no puede haber leyes absolutas. Todo es relativo con respecto a Dios, Él es la única medida y significado del cosmos. Todas las demás mediciones se anulan entre sí como círculos viciosos, como las palabras se definen entre ellas haciendo imposible una definición absoluta. Sin Dios todo es relativo, Dios da sentido en cada momento a las cosas, es el único absoluto y lo único que permite medir las cosas.

Esto significa que no hay axioma posible que sea válido en el absoluto y que no puede haber una ley general del universo, salvo Dios mismo. Dios es el punto de apoyo que pedía Arquímedes, y no encontraba, para mover el

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cosmos. Es la zarza ardiente que no se apaga nunca y el motor del movimiento perpetuo.

Para Él no hay entropía, por eso nos regenera cuando caemos en la nada más absoluta. El universo no puede evolucionar siempre hacia el desorden porque sino no existiría un orden previo desde el cual desordenarse. La evolución es la contra-cara de la entropía.

Los sistemas se explican siempre a sí mismos buscando interminablemente justificarse sin poder hacerlo. Explican sus excepciones en base a sí mismos, a sus propias reglas, diciendo que estas excepciones no se adaptan porque no cumplen con su regla, lo cual es un razonamiento contradictorio. Son las propias reglas de cualquier sistema las que generan la existencia de sus excepciones.

Demostrar algo es hacer que ese algo sea referido a un sistema. Así como la ciencia se basa en demostraciones haciendo que un hecho encaje en sus teorías, Dios no puede ser demostrado ni negado porque está fuera de cualquier sistema. Como la existencia de Dios no es demostrable por definición, no tiene sentido decir si Dios existe o no: existir no es una categoría aplicable a Dios. Así como es imposible conocer sus atributos y no tiene sentido ponerle adjetivos.

El universo – por su parte – no puede ser explicado totalmente, porque para explicarlo no debería haber premisas generalizadoras que acoten los campos de explicación y, sin premisas, no hay explicación ni pensamiento posible. No puede haber un origen temporal de la existencia, porque cualquier causa está en la existencia. No puede haber una razón de la existencia, porque todas las razones están en la existencia. Dios no es la causa o razón original. Tal cosa no puede existir. Dios no es una causa o razón, Dios es Dios.

La racionalidad tiende a explicar el mundo mediante sistemas dialécticos, pero estos son sólo simplificaciones conceptuales para poder entender. En última instancia, las categorías se desintegran, y no son dos, son infinitas. La realidad es absoluta, pero como el absoluto es inentendible necesitamos crear premisas que dividan el mundo en dos realidades que discuten entre sí, un “adentro” y un “afuera”, para comprenderlo en partes. Pero esto es sólo una simplificación de la realidad.

En última instancia, las diferencias explicativas dependen del sistema de observación y encontramos contradicciones tanto en la ciencia como en la vida, debido a que hay distintos sistemas desde los que se observa y es no

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existe por definición un sistema neutro del todo. Así la física cuántica cuando quiere llegar al límite del concepto del espacio, deja de ser determinista y no puede medir.

Lo mismo podemos decir de la política: Los argumentos de la izquierda contra la derecha son argumentos que se justifican en el sistema de la izquierda. Y los argumentos de la derecha se justifican en la derecha. Jamás podrán entenderse porque discuten desde sistemas distintos y no es posible crear un sistema absoluto que los abarque. Sólo Dios puede volverlos relativos: Si tengo dos manos, puedo elegir cuál usar en cada momento al trascenderlas en Dios, no necesito elegir por una sola. Si tengo dos alas puedo tener un equilibrio para volar.

EL TIEMPO

Tampoco la ley de causa y efecto es de validez universal. Tanto lo anterior puede provocar lo posterior como lo posterior generar lo anterior. Desde los ojos de la eternidad, todo es. El tiempo y el espacio son palabras y percepciones que tratan de capturar algo que en el absoluto no es explicable. Cada cambio es único en sí mismo y se lo puede desagregar hasta que deje de ser percibido como un cambio.

Medir es comparar dos sistemas, y la ilusión de medir el tiempo, nos crea ansiedad. Pensar el futuro y el pasado nos crea la sensación de no existir, de no estar viviendo el presente. Es la misma ansiedad e infelicidad que nos genera el no encontrar un punto fijo en el universo para movernos en la vida, que es lo mismo que desear el absoluto y buscarlo en algo.

Dios hace que el tiempo deje de ser una carga y una carrera hacia la muerte para convertirse en un aliado. La aceptación de Dios nos hace andar de la mano con el tiempo, traiga lo que traiga. Nada podrá venir, ni aun la muerte, que nos quite el sentido de la vida. Con Dios, todos los acontecimientos significan y lo que buscamos lo tenemos aquí y ahora.

Cuando hay ídolos uno asciende y luego cae por ellos, creándose ciclos en el tiempo. En la cima del ciclo tememos caer y estando abajo tememos no alcanzar el ídolo, sin el cual nuestra vida pierde sentido. Cuando un hombre acepta que todo significa Dios, recién entonces puede liberarse del ídolo que le impide cambiar para adaptarse a las cambiantes necesidades.

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EL CONOCIMIENTO

Si uno sigue el conocimiento por el conocimiento mismo, lo convertirá en un ídolo y caerá por él. La sabiduría no es Dios. La verdad no es Dios. Para no caer, el hombre debe buscar a Dios y no la sabiduría o la verdad por sí mismas, ya que ambas se basan en sistemas. En términos absolutos, todo juicio antes del juicio final – si podemos hablar de algo así - es un prejuicio. Nunca podemos emitir un juicio absoluto. En Dios, la razón y la fe no encuentran contradicción última. La teología, termina impidiendo el acercamiento a Dios.

La ciencia es válida en su contexto tanto como los otros tipos de conocimiento, ninguno de los cuales es universal, aunque algunos son más que los otros. Convivimos con todos ellos y nos hacen ser lo que somos. Lo que nos lleva al error es tomar a algunos de ellos inconcientemente como absolutos. Dios nos permite poner a cada uno en su lugar.

Conocer es relacionar algo con un pensamiento. Pero no existe garantía en la existencia que pueda decir que la relación entre una realidad y un pensamiento es absolutamente correcta, es decir, que se está pensando bien. Ya vimos que toda demostración es relativa a un sistema que, a su vez, es relativo. Y toda evidencia es una premisa que, también, es relativa a su percepción. Dios es la única garantía del conocimiento ya que todo significa Él. Sin un para qué, sin una premisa, sin significar, no hay pensamiento. Como todo significa Dios, Dios permite que haya un pensamiento manejable y es la única garantía última del conocimiento. Así el conocimiento pasa a ser relativo a Dios y no algo absoluto para nosotros.

Nuestra percepción y nuestro pensamiento hacen que veamos como determinadas a las cosas y a las ideas y, por lo tanto, se puede hacer ciencia con ellas; aunque – como dijimos – en el absoluto no hay determinismo ni ciencia. Sólo podemos hacer ciencia con aquello que está determinado, por eso no se puede hacer ciencia con la existencia como un todo.

Los seres vivos que tienen algo de conciencia, se hallan algo más libres del determinismo por el hecho de poder conocer en parte ese mismo determinismo. Por lo cual es más complejo conocer, explicar y predecir su conducta que la de los objetos sin conciencia.

Los seres humanos se hallan aún más libres del determinismo al poder conocerlo mucho más y poder actuar ante aquello que saben que los

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determina; por eso es mucho más difícil predecir el comportamiento humano que el animal y el de los objetos y no se puede hacer una ciencia exacta con ello.

Podemos decir que aquellas entidades que los hombres concebían como Dioses eran más libres aún del determinismo, aunque no libres en absoluto. Por último, Dios es absolutamente libre del determinismo y por eso disuelve la diferencia entre libertad y determinismo, entre conciencia y objeto. El hombre, al descubrir a Dios, busca aliarse con Él para ser más libre.

No hay concepto que sea universal en el absoluto. Como no hay libertad absoluta, ni mal absoluto. Hay ideas más universales que otras, como hay personas más libres que otras frente a una determinada situación, o cosas peores que otras para uno. Sabemos que una ley universal implicaría el determinismo total y una nula libertad y si así fuese no tendríamos conciencia.

Sin Dios el pensamiento y el conocimiento nos controlarían. Con Dios, podemos convivir con el pensamiento, trascendiéndolo, no atándonos a él.

LA CREACIÓN

Cuando dos sistemas en contradicción son trascendidos por otro sistema, tiene lugar la creación. El misterio de la creación es el misterio de Dios, por ello es inmanejable, y sólo lo podemos aceptar. La creación es aceptación de una realidad que hasta ahora no habíamos podido asumir, es una rendición a la necesidad.

Cuando los sistemas de un hombre se rompen sumiéndolo en la nada, éste da el primer paso para una nueva creación. La realidad le impone un nuevo sistema con la fuerza de la necesidad. Recién entonces puede entender a partir de ese vacío experimentado en su conciencia, que la vida tiene un sentido inalcanzable con el conocimiento, por definición, al que sólo podemos aceptar y al que nada podemos imponer. De este modo, podemos apreciar que la realidad se explica por ella misma y que no es interpretable en última instancia.

Crear, en este caso, significa algo inefable y diferente a lo que entendemos por creación comúnmente. La creación divina no es lo mismo que la creación que ocurre en el tiempo y el espacio, aunque la palabra sea la

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misma. Una está relacionada con la renovación que surge al desaparecer los sistemas, la otra está relacionada con el espacio y el tiempo.

Sentido es dirección. No es posible conocer la dirección del pensamiento desde el interior del pensamiento ni la dirección de la vida desde el interior de la vida. Se lo percibe como una fuerza superior a todo y se lo acepta. No es posible conocer el sentido de la vida, a Dios, porque no es algo que esté relacionado con el conocer. Solamente es posible aceptarlo.

LOS SUEÑOS

El no poder dejar de querer algo y no poder nunca alcanzarlo o el laberinto interminable del que no se puede salir provienen de la ilusión del logro. Con Dios cesa este fantasma porque se invierte la situación: el mundo transcurre en Dios y si Dios está en uno, el mundo transcurre en uno y no hay laberinto del cual sea necesario salir ni deseo que sea indispensable alcanzar. Esta inversión es lo que llamamos fe.

El sueño de caer en el abismo implica que no hay de qué agarrarse, no hay en qué creer. Toda creencia es un círculo vicioso, son sistemas que se justifican a sí mismos, y no hay frente a qué hacerse responsable en última instancia. Sólo podemos responder cuando es una voz absoluta que nos llama, sino siempre dudaremos ente los distintos reclamos que nos hace la existencia.

Los sueños de violencia, en los que uno se siente sometido por entero a las fuerzas de la naturaleza, sin poder transcenderla, implican la falta de Dios, que hace que los sistemas colapsen entre sí, porque no hay equilibrio respecto a un absoluto.

El sueño y la vivencia de ser engañado, burlado o expuesto: Es lo que ocurre con los ídolos cuando tratamos de atraparlos. Es el intento de asalto al cielo.

El sueño y la vivencia de sentirse inferiores o superiores: Siempre miramos y juzgamos y nos sentimos mirados y juzgados. Nadie nos mira desde arriba o desde abajo si es a Él a Quien buscamos.

La sensación y el sueño del caos, la imposibilidad de edificar el conocimiento: No hay fundamento unificador sobre el cual construir sin Dios. El hombre siempre sabe infinitamente menos de lo que cree saber.

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La sensación de querer y no poder entender la vida: Es el determinismo. Uno está determinado por algo que uno no entiende, por su premisa, por su ídolo, por la contra-cara de aquello que cree que justifica su vida, a lo cual le está pagando el precio trágico de justificarla.

FE, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN

La fe es una inversión que acepta que toda idea en nuestra mente depende de Dios y no a la inversa. La fe permite que Dios conteste las preguntas que puso en nuestra mente. Cuando no entendemos algo, le preguntamos a Dios y Él nos contestará a su manera. El hecho de aceptar que Él es el que nos otorgó esa pregunta, permite que Él nos responda. Estas son las preguntas que realmente podremos respondernos.

La fe invierte la percepción: hace que el universo, la existencia y el tiempo transcurran en uno y no uno en ellos. Por ello puede mover cualquier cosa. Si uno está en Dios, uno se encuentra en el punto de apoyo del universo y el resto se mueve alrededor de uno.

En la filosofía se argumentó mucho acerca de si hay un allí afuera real o si todo es construcción de nuestros sentidos, de nuestra cultura, de nuestro pensamiento o del lenguaje. Esto no importa ni tiene solución porque no hay manera de eliminar el yo en la percepción. Todas son posibles miradas desde distintas premisas o sistemas.

Llega un momento en que lo que hay que resolver es infinitamente más pequeño y sutil que la capacidad de resolución de la mirada y no hay instrumento que lo mida, porque no hay con qué medir el absoluto. Nunca vamos a saber qué es Dios, pero no porque esté oculto sino porque no tiene nada que ver con el saber: nuestros instrumentos de percepción y nuestro pensamiento se volatilizan. El saber, la razón, son una parte de la realidad, una creación de Dios y no lo pueden explicar. Lo único que podemos hacer con Dios es vivir con Él.

No podemos saber acerca de nada en el absoluto: saber es un acto que relaciona realidad y pensamiento y ambos son partes de una dinámica en la que están envueltos e interactúan entre sí constantemente, no son una relación absoluta. El pensamiento no es neutro, no es algo que esté separado de la realidad y cada vez que pensamos ejercemos una acción diferente. Lo único que podemos saber en el absoluto es Dios, aunque no lo

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podamos pensar: es un saber de nuestro ser, no de nuestro pensamiento. La palabra saber es la misma en ambos casos, pero aluden a cosas distintas.

Anteriormente mencioné cómo el desviarse de Dios lleva a caídas. Es siempre el Dios con el cual se vive, no el Dios del cual se piensa o del cual se habla. Esto último es idolatría basada en la idea de Dios. Tampoco deben confundirse las religiones con Dios. La religión puede acercarnos o alejarnos de Dios. Funciona como cualquier otro sistema, tal como una filosofía o una cosmovisión o las cosas o ideas que dan sentido a nuestra vida. Los hay mejores y peores para nuestras necesidades, los hay bien y mal usados. Pero nada reemplaza al Dios que es el sentido y el objetivo de la vida. Muchas cosas pueden dar sentidos parciales a nuestra vida, sólo Dios le da un sentido absoluto.

Las religiones coinciden en describir los ciclos de ilusión y desilusión. Dios permite evitar considerar que el mundo es una ilusión que hay que superar o una experiencia transitoria hacia una vida verdadera sin ciclos después de la muerte. La suspensión en Dios nos introduce en el sentido en esta vida. No importa si hay otra vida o no. Dios podría hacer que a veces la haya y a veces no la haya, que a veces sea espiritual y otras terrenal, podría cambiarlo a voluntad. Nada de eso es relevante ni posible de saber si es cierto. Lo importante es Dios.

Dios da sentido al pensamiento y a la acción, a la variedad y al conocimiento. Sin Él, ciertamente el mundo es una ilusión, y el pensamiento y la propia voluntad una trampa irónica sin fin.

No tiene sentido en última instancia decir cómo actúa Dios ni qué leyes gobiernan el ser y la existencia, como intenta hacer la filosofía. Las leyes mismas son creadas. Dios hace lo que quiere y puede deshacer las leyes y dogmas y reformar constantemente cualquier tipo de mediación. Por ejemplo, no tiene sentido discutir si es trascendente o inmanente, porque si en un momento quiere ser inmanente y en otro trascendente, puede hacerlo.

Esto que escribo no es filosofía ni teología. Ambas realizan generalizaciones y utilizan categorías para comprender. No trato de entender qué o cómo es el universo o el hombre, ni cómo es Dios, ni proponer un sistema. Porque Dios hace lo que quiere y es Quien quiere. Y cada sistema es un corte en la realidad que, a su vez, es parte de Dios. Las religiones y las filosofías son lícitas dentro de sus límites como lo son otros sistemas y son válidos intentos de mejorar nuestra relación con la realidad, algunos mejores que otros.

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Las religiones y las filosofías no son lo mismo que Dios, no pueden juzgarse a sí mismas: no se puede ser juez y parte, no tiene sentido demostrar que sus premisas son válidas porque cumplen con sus premisas. No hay contradicción entre Dios y la filosofía, por definición, ya que Dios es inexplicable y la filosofía busca explicar. Cualquiera que quiera explicar algo de Dios encontrará contradicciones entre ambos.

No tiene importancia como llamemos a la experiencia de Dios. No importa si se agradece o se pide, son dos caras de la misma moneda. No importa si se lo busca adentro o afuera. No importa como se lo llame, ni qué ideas e imágenes derivan de la experiencia con El. No importa qué nombre se le ha puesto ni qué tradición o metafísica lo explica. Las tradiciones sirven al hombre, pero no son Dios. Dios las puede cambiar a gusto. En última instancia es inexpresable y disuelve todas las diferencias y equivalencias. Dios es sólo Dios.

EL MAL

Dios no creó el universo para servir al hombre. Sólo nos pueden servir si servimos a Dios. Sólo Dios sabe para qué o por qué o cómo hizo el universo. El objetivo del hombre y del universo mismo es Dios y sólo Él sabe Quién es. Sólo tiene sentido vivir para Dios, porque Él es el verdadero sentido. Todos los demás sentidos no abarcan la demanda total de una persona en la existencia.

Como mencioné anteriormente, la percepción del mal surge de justificar la propia vida con algo que no sea Dios. ¿Por qué entonces, necesitamos ídolos que nos den identidad, que nos hagan sentir únicos, especiales? Porque realmente somos únicos, pero es imposible que alguien o uno mismo lo reconozca porque, para reconocerlo, debería o deberíamos comprendernos. Nadie, ni nosotros mismos, puede realmente comprendernos porque no puede abarcarnos. Tener la ilusión de que alguien puede es idolatría. No tenerla es imposible.

Esta ilusión nos da fuerza, nos une a otros, nos organiza el sentido de la vida. Pero nunca nos comprenderá totalmente. Sólo Dios, creador de todo, puede entendernos y darnos nuestra identidad verdadera, constantemente cambiante y única, incognoscible, inmanejable e indefinible. Sólo Dios nos

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hace sentir únicos a partir de ser verdaderamente únicos, y no el reflejo de otros o de algo.

La existencia del ídolo deriva del poder pensar, pero es imposible evitar hacerlo a voluntad. En el Génesis, el hombre es echado del paraíso por comer del árbol del conocimiento. El hecho de haber sido creado como hombre también creó su contradicción correspondiente, tal como ocurre con todo lo que existe, debido a que es limitado, como todo sistema.

Su grado de pensamiento, aquello que lo distingue del mundo natural, es lo que lo separa de Dios. En el hombre el pensamiento es su naturaleza. El mismo hecho de pensar es lo que crea su bendición, su acercamiento a Dios al hacerlo más libre, y su maldición, por querer llegar a la ilusión que el pensamiento crea y no poder llegar nunca. Existir nos separa.

En esto consiste la fuente del bien y del mal. Un ser vivo - supuestamente no pensante -puede ser destruido por otro ser, pero al no pensar, no hay vivencia del mal como una disrupción del mundo, como una injusticia fundamental. ¿Por qué lo percibimos como un mal y no como un ataque natural al que estamos normalmente expuestos?: Porque destruye nuestro sistema de pensamiento que es el que usamos para justificar nuestra vida.

En las religiones relacionadas con el hinduismo la suspensión del pensamiento es un medio para liberarse del laberinto del conocimiento y del bien y el mal. En la narración de Adán y Eva ocurre lo mismo: el conocimiento del bien y del mal nos lleva a la caída. Ambas tradiciones aluden a lo mismo.

LA ELECCIÓN

La decisión de Abraham, haya existido o no, de irse de la casa de su padre y fundar un pueblo es una aceptación de lo que Dios le manda en ese momento. Por eso el pueblo de Abraham es un pueblo creado históricamente en la conciencia de ese pueblo, por decisión humana y no “naturalmente” como ocurre en general. Dios impone y Abraham acepta, hay una relación.

El pueblo sabe para qué existe y sabe qué va a ser de él. El destino que elige – vivir para Dios – es el único destino que se puede elegir: ser libre del destino. Los otros destinos no se pueden elegir, nos eligen a nosotros. Es la

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aceptación del destino absoluto de toda la Creación: Dios mismo, que es donde el destino se vuelve libertad. Esto hará que sobreviva a los determinismos históricos manteniendo su razón de ser, es decir, Dios. Elegir a Dios es lo mismo que ser elegido por Dios: Él hace que lo elijamos. Por eso la progenie de Abraham, los elegidos por Dios, es cualquier ser que elija a Dios. El descubrimiento de Dios es una superación del hombre, es el descubrimiento de que la realidad última es absoluta e inefable, y por eso única, y por eso lo contiene como persona entera.

Abraham es hecho padre de pueblos luego del sacrificio de Isaac. Es importante que Abraham no sepa por qué Dios le exige este sacrificio. La Biblia tampoco lo dice. Porque la razón de Dios transciende el pensamiento, por definición. No hay razones, es el porque sí. Esto es fundamental. Y, por esto, también es fundamental la aceptación incondicional de Abraham para que el sacrificio se cumpla, especialmente cuando no sabe por qué lo debe hacer. Si lo supiese sería un sacrificio a un Dios pagano a fin de que le dé algo a cambio. Dios es El Que Es, es el fin de las preguntas y de las razones.

La historia humana surge de la percepción del cambio, lo cual hizo que el hombre se sienta vulnerable y quiera perdurar y dejar testimonio de su vida. ¿Cuál es el cambio? La creación por el hombre de un artificio que, a su vez, legitima que se creen otros artificios. Esto provoca un choque con la concepción de la unidad y eternidad del mundo, ya que rompe la visión de que todo se repite cíclicamente, de la eternidad. Un hombre introduce la civilización con el cambio generado por él, lo cual, a su vez, le genera ansiedad y temor y necesidad de producir nuevos cambios para perdurar.

La solución al conflicto ciclo-cambio la tiene Dios al hacer de ambos una sola cosa inefable. No se puede saber cuál es el límite entre lo que cambia y lo que no cambia, de lo que debe y no debe cambiar, sólo Dios lo puede saber. Como no se puede saber la definición de una palabra, sólo Dios puede saberlo. El hombre que crea saberlo provocará un conflicto entre estas fuerzas en su persona. Porque todo saber legitima otro saber que lo abarca. La única creación posible es aquella que es necesaria. Ella misma cambiará el mundo y generará la necesidad de nuevas creaciones que la dejarán atrás.

Hay un momento para razonar y un momento para no hacerlo. Sólo Dios sabe en cada momento cuál es el lugar de la razón y cuál el de la sinrazón. Así como la razón debe operar dentro de su ámbito posible, lo mismo ocurre con las elecciones. A veces tienen sentido y otras no. Sólo Dios sabe cuándo tienen sentido.

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UNA REFLEXIÓN

Este hablar de Dios podría hacerse empleando otras palabras, ideas, imágenes, premisas, etc. y continuaría aludiendo a Dios. Usé mucho ciertas palabras como “premisa, sistema, ídolo, necesidad, libertad, destino, absoluto, Dios”. Podría haber usado otras. Menciono el camino que conocí.

Aplicaré esto que dije a este texto que escribí: una visión universal es imposible de demostrar. Ello se debe a que para demostrar algo, se requiere un sistema al cual referirlo y, como todos los sistemas son relativos a premisas que son una parte de la realidad, ningún sistema puede servir para medir o describir totalmente la realidad. La conciencia es un sistema de referencia, de medida, de demostración. La verdad absoluta es imposible de demostrar porque la conciencia que la observa por el mero hecho de observarla, la está afectando. La conciencia pertenece al mismo absoluto que quiere conocer. Querer conocer la propia conciencia es como intentar que un ojo se mire a sí mismo.

Si trato de ver esto que describo en este texto dentro de mi propia realidad no lo lograré, no puedo operar sobre la vida tratando de aplicarlo. Nunca veré mis ciclos ni mis ídolos, ya que, por definición, uno es ciego a las premisas que los determinan. Sólo el Dios vivo, que contiene a nuestro ser como personas, puede llevarnos a la realidad que se encuentra más allá de las palabras y que, entre otras cosas, incluye las palabras. Vivir aplicando el sistema descripto en este libro es crear otro ídolo, un reduccionismo más.

Empecé este texto escribiendo que “Todo lo que un ser humano puede llegar a pensar es función de sus necesidades”. Esta frase es una premisa. Sin premisa no hay texto. Y si hay premisa y texto, no hay validez universal, como con todo lo creado.

¿Por qué escribo esto, entonces? Algo en mí desea que el lector experimente a Dios y lo que se produce cuando esto ocurre, y al mismo tiempo, percibo en mí que es algo que sólo Dios puede hacer. Esta contradicción en mí es esencial. Estoy tratando de escribir algo que por definición es inefable y de describir algo que es imposible de hacer.

En mi experiencia personal, una vez me tuve que enfrentar con un ciclo de destino: Al cumplirse sentí que tenía un grado de libertad que nunca había experimentado antes y que podía elegir de nuevo algo que me justificara. Pero algo me dijo que no eligiera, que aquello que eligiera sería

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mi nuevo ciclo de destino y yo no quería ser determinado por un nuevo destino. El único que podía liberarme de elegir era Aquel que me decía constantemente que no eligiera. Elegir a Dios era la única forma de no elegir.

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EL DESTINO Y LA LIBERTAD EN LA LITERATURA

En esta sección voy a ir describiendo cómo lo expresado en la sección anterior se puede observar en ciertos clásicos de la literatura universal y en la Biblia. Tomé estos ejemplos ya que llegan a lo íntimo de los ciclos humanos, algo que con ejemplos de la historia no podríamos llegar a ver.

Elegí los principales clásicos de la literatura ya que el tiempo los ha indicado como aquellos con los que los hombres se han podido identificar más profundamente y por lo tanto describen mejor lo que les ocurre.

Por último, no busco justificar lo escrito en la sección anterior con estos clásicos. Sólo quiero tomarlos como ejemplos para aclarar mejor lo que quise decir.

GILGAMESH

Gilgamesh va a realizar una serie de proezas. Gilgamesh vence a Jumbaba, pero al hacerlo no se apiada de él y lo mata. El dios Enlil se enoja porque Gilgamesh no se apiadó, cuando podía haberlo hecho, y le dice que siempre lo acompañará el fuego. Este fuego es la furia de la culpa, la misma furia que persigue a Orestes, el vengador, para castigarlo.

El hombre que se venga es presa de la furia debido a la acción vacía que ha cometido. Ha actuado y no ha podido satisfacerse, se siente engañado, puesto en ridículo. Gilgamesh podría haber sido piadoso con Jumbaba y no lo fue. La fuerza que tenía Jumbaba hubiera pasado a Gilgamesh si éste lo hubiera redimido. Pero matarlo no implica vencerlo realmente; al matar a Jumbaba no ha superado ni vencido lo que sentía por él y lo que volverá a sentir ante cualquier otro ser que posea sus fuerzas. Y el dios Enlil le ha

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dado ahora las fuerzas de Jumbaba al bárbaro, al león, al desierto y a la furiosa hija de Ereshkigal (el infierno); ésta es realmente una furia de la culpa que caerá sobre Gilgamesh como venganza.

Gilgamesh ha matado cuando no era necesario. Ha “dado un salto” sobre su premisa y se ha salido del sistema. De este modo, ha cometido un acto que le produce culpa y miedo. El mal para él sigue libre, porque ha matado al enemigo y no lo ha redimido. No ha superado internamente el conflicto. Enlil llama a Gilgamesh toro salvaje que saquea la montaña. Gilgamesh se ha dado cuenta de su caída.

Ishtar, la diosa de la fecundidad y del amor le hace ofertas amorosas y de poder pero Gilgamesh se rehúsa. Él busca ahora la eternidad y sabe que Ishtar destroza a sus amantes abandonándolos en la miseria. Piensa que para buscar y encontrar la eternidad no debe entregarse a nada ni a nadie. Todos los amantes de Ishtar fueron sometidos, quedando melancólicos, sin fuerzas ni libertad. Entregaron su alma al amor y la perdieron. Dividieron el mundo en dos (entre su amor y el resto) y el mundo dejó de tener explicación para ellos.

Entonces, Ishtar amenaza a Gilgamesh con hacer renacer a los muertos. Gilgamesh está rebelándose contra los ciclos de lo que nace y muere, quiere la inmortalidad, la libertad solar sin ciclos, y esto amenaza a Ishtar, la diosa lunar de los ciclos de la fertilidad. Ishtar amenaza con su suicidio triunfal y mártir: que se acaben los ciclos al haber sólo muerte. No habrá ciclos pero, tampoco, inmortalidad, ni vida.

Ante esta guerra, Am, dios del cielo, intercede y le entrega a Ishtar el toro celeste que luchará contra aquel que desea la inmortalidad. Gilgamesh vence al toro celeste con lo cual se libera de los ciclos. Ya ha caído y comprendido la vanidad de los ciclos y entonces puede superarlos. Ha vencido a la bestia en él; ahora es un hombre en todo el sentido de la palabra.

Einkidu, su amigo íntimo, castró al toro celeste después de la victoria. Ishtar y las sacerdotisas se lamentan por el toro. Einkidu es la parte mortal de Gilgamesh. En la muerte de Jumbaba no había separación entre Gilgamesh y Einkidu, ya que Gilgamesh lo llevaba en sí mismo. Ahora que Gilgamesh ha vencido los ciclos, su amigo terrenal es el que castra al toro. Einkidu es la parte vengadora de Gilgamesh, la que tiene que morir para que Gilgamesh se vuelva eterno, en otras palabras, para que pueda redimir y, por lo tanto, construir eternamente.

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En un mundo de venganza, el bien y el mal no avanzan el uno sobre el otro. En un mundo piadoso, el bien puede crecer al redimir al mal. Esto hace posible la civilización como crecimiento constante, como un círculo virtuoso que supera los círculos viciosos de la venganza. Einkidu, el vengativo, es poco prudente, no escucha a los ancianos. Por el mero hecho de verlo, Gilgamesh empieza a liberarse de él. Einkidu va a morir porque Gilgamesh ya no lo necesita. Ha trascendido la necesidad de venganza.

Es la creación del hombre. A lo largo del año el hombre realiza acciones malas y, de este modo, Einkidu va apareciendo en la civilización. A fin de año, Einkidu es destruido como un animal de sacrificio. Es la hora del arrepentimiento. Einkidu se llevará los males con su muerte. El hombre llorará por la muerte de una parte suya, como Gilgamesh, desgarrado, llora por la muerte de su amigo Einkidu. Es decir, llora por la muerte de una parte de sí mismo que ama: el sufrimiento es terrible. Siente que él mismo se muere pero es sólo una parte de él.

Para continuar viviendo, esta parte debe morir; de otro modo, la civilización caería cada vez más en una cadena de venganzas. Se cierra el ciclo anual. Entonces, luego de un verdadero arrepentimiento por el mal cometido, por aquello inevitable que tienen los hombres de animal sin dios, puede resurgir una verdadera esperanza de seguir que es la esperanza de la creación.

El aprendizaje de la superación de los ciclos de venganza entonces se vuelve posible y el sentido de la vida dentro de la civilización, más allá de los ciclos de vida y muerte, se vuelve recuperable. El bien del otro puede ser mi bien. La civilización puede tener un fin más poderoso que las fuerzas cíclicas naturales y ser el camino del hombre. Esta regeneración, este arrepentimiento y aprendizaje, permite seguir el desarrollo en las encrucijadas.

Einkidu va a morir. Maldice al cazador que lo atrapó y a la prostituta sagrada. El hombre animal maldice al pensamiento que lo sacó del paraíso animal y mató su parte animal. Para él, el pensamiento es una trampa caza-bobos. Lleva sólo a la muerte, no sirve para nada. Él vivía tranquilo en la naturaleza. El animal que no piensa no necesita relacionarse con dioses, está en contacto directo con ellos. El deseo sexual, en este caso el deseo de la mujer, lo lleva a crear artificios de la razón y lo hace caer en la trampa de la civilización y del pensamiento, en los ciclos de vida y muerte. Eso dice Einkidu. Pero luego se arrepiente de maldecir a la cortesana. Ella no es la culpable, ella es necesaria hasta para Einkidu.

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Einkidu fue introducido en la civilización mediante ardides. La civilización es una trampa. Es paradójica: sin pecado no hay civilización, por ello se necesita de Einkidu, del deseo. Pero sin la destrucción del pecado y el arrepentimiento verdadero y doloroso, que lleva a pensar que nunca más se pecará, la civilización no puede avanzar. Ésta es la trampa en la que cae Einkidu al no estar dispuesto a un verdadero arrepentimiento. Gilgamesh hace posible la continuidad, evitará la tragedia.

Cuando Einkidu está por morir, Gilgamesh dice: "¡Sufrir! ¡La vida no tiene otro sentido! Morir: ése es el destino de todos los hombres”. Va a morir una parte suya, aunque Gilgamesh siente que todo él va a morir. Es el momento anterior a la catarsis, el punto ciego, donde no se ve la salida y donde los que sucumben a la desesperación caen en la tragedia.

Sólo queda el sufrimiento. Como dice Beckett en Final de partida: “Llora, entonces está vivo”. El sufrimiento en ese momento se vuelve el fundamento de la vida y lo abarca todo. Es el momento del arrepentimiento, en el que se sacrifica una parte de sí mismo. El momento de las grandes caídas, en el que todo es negro. Son los terribles dolores de parto, en donde no se puede dar marcha atrás. Luego vendrá el nacimiento, una luz nunca antes vista, un nuevo mundo y la posibilidad de seguir sin mirar atrás.

HOMERO

La Ilíada

Aquiles es tomado del talón por su madre para bañarlo en aguas que lo vuelven invulnerable. Sólo su talón es vulnerable, porque precisamente de ahí es de donde lo tomó su madre. El talón representa la premisa de su sistema de invulnerabilidad y, por lo tanto, su excepción. El talón hizo posible que el resto de su cuerpo fuera bañado en aguas que lo volvieron invulnerable y por lo tanto el talón lo hará caer. El talón hizo posible que sea quien es y, sin embargo, hará que él no sea nada.

Otro talón importante en la literatura es el de Esaú, del cual se aferró Jacob para poder salir del vientre de su madre como segundo mellizo. El mismo nombre de Jacob alude al talón. Jacob es un hombre débil que debe recurrir a engaños para llevar a cabo sus objetivos. Engaña a su hermano y a su padre con la ayuda de su madre (igual que Aquiles que, también, fue ayudado por su madre). Su premisa de vida es el talón de su hermano. Y

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Jacob deberá pagarle un precio muy alto a su hermano a cambio de lo que le quitó.

Jacob nació gracias a Esaú al aferrarse de su talón y luego le quitó la primogenitura y la bendición de su padre Isaac. Pero en la víspera de su encuentro con Esaú, luego de un destierro de 20 años, Jacob lucha con el ángel (con su alma, con Dios). Jacob va a enfrentarse con su propio destino, con su hermano de cuyo talón se aferró al nacer. Aquí Jacob se descubre a sí mismo por primera vez. Se ve cara a cara a sí mismo, como cualquier hombre que debe enfrentarse a su destino. El combate con el ángel es un combate paradójico. Nadie vence a nadie. Pero Jacob dice que ha vencido, que ha luchado cara a cara con Dios y que ha vencido.

Jacob ha visto que la única victoria que existe es que uno y su contrincante encuentren un camino que es bueno y trascendente para ambos. La única forma de vencer es hallar ese punto donde el enemigo se vuelve amigo. Y el ángel lo hiere en la cadera. La herida significa que, aunque haya vencido y llegado a un equilibrio, ese equilibrio no es eterno. Jacob sigue siendo humano y falible. Se ha convertido en Israel, pero es aún tan humano como cualquiera. Continúa ciego ante el destino, como cualquier humano, pero ya lo sabe y por eso acepta a Dios. No tiene nada garantizado, pero sabe que si sigue a Dios, irá por el buen camino.

Ahora debe enfrentar su destino. Jacob le debe la vida a Esaú y se la devuelve. Se pone en sus manos antes de que Esaú le diga nada. Esto es lo que hace que Esaú sea redimido y que no se vengue: el haber percibido el verdadero arrepentimiento de Jacob al ponerse en sus manos sintiendo que ya no hay peligro. Entonces se abrazan. Parece el abrazo entre Segismundo y su padre en La vida es sueño de Calderón de la Barca.

Segismundo va a vengarse de su padre que le ha quitado la oportunidad de vivir, encerrándolo. Está escrito que Segismundo va a vencerlo, pero esa victoria, que el padre cree humillación, resulta una redención. Segismundo la cumple, pero lo perdona porque percibe la buena intención de su padre, a pesar del error que éste cometió, tal como Esaú había percibido la buena intención de Jacob. El padre de Segismundo, por querer escapar al destino de que su hijo lo venciera, lo encierra. Éste, luego de una serie de peripecias, se escapa y lo vence. Pero esta victoria, gracias al arrepentimiento del padre (como el de Jacob) permite convertir el destino en libertad, transcendiéndolo. Convierte un destino anunciado, que aparecía como malo – la derrota del padre por el hijo – en algo bueno: la reconciliación y la redención de ambos.

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El perdón verdadero, otorgado a partir de un nuevo entendimiento, rige en última instancia para Jacob y Segismundo. En ambos casos Dios juega el papel esencial: la iluminación más allá de los ciclos de venganza.

Los héroes de Homero son vengativos. Héctor mata a Patroclo y Aquiles venga a Patroclo matando a Héctor. Luego Héctor será vengado con la muerte de Aquiles por su hermano Paris. Los héroes sucumben a las venganzas. Aquiles mata a Héctor y esta acción, que le hace alcanzar su premisa de ser héroe, se vuelve en contra del ejecutor. Aquiles ha matado, entonces debe morir, se lo ha dicho el hado: si ejecuta su venganza, morirá, y vivirá si no la ejecuta. Pero Aquiles prefiere la venganza, le resulta insoportable no hacerlo. Si no ejecuta la venganza dejaría de ser héroe y todo su sistema –aquello que lo justifica y da sentido a su vida, aquello por lo cual murió Patroclo, aquello por lo cual se enfrentó a Agamenón encolerizado, aquello por lo cual su madre lo tomó del talón para hacerlo invulnerable, la propia identidad de Aquiles – se derrumbaría.

Pero al vengarse, al matar a Héctor renunciando a su cólera con Agamenón, todo se le vuelve vacío. Ser héroe parece algo ridículo: su amigo ha muerto y su cólera ante el rey quedó mal justificada. Su pensamiento perdió sustento, ya no puede ser un héroe. Sigue luchando sin ganas, sin sentido. Entonces, Héctor será vengado. Aquiles será herido en el talón, en su premisa, en la excepción que justifica la regla.

La pira funeraria de Patroclo parece albergar la fuerza de toda la Ilíada. Allí se va a decidir el destino del héroe. Él mismo lo va a decidir a sabiendas. Han ocurrido muchos hechos heroicos pero, de repente, un hecho no heroico – el funeral de Patroclo – se vuelve crucial para Aquiles. Lo que se hizo debe ser destruido; lo que ocurrió una vez, volverá a ocurrir. Es la ley de la naturaleza.

Es la tragedia del orgullo. Está protegido por los dioses más poderosos pero, a causa de esta superioridad, su maldición es su propio orgullo. Se cree con derecho a la cólera. Esto trae la muerte de su amigo, la venganza y su propia muerte como consecuencia de haberse vengado. Aquiles ha puesto su imagen heroica por encima del bien, ha entrado en cólera y esto será compensado por un mal. Se hará justicia.

Homero repite varias veces esta frase en el poema: “El necio conoce el mal sólo cuando ya está hecho”. Habla a todos los hombres. Pero una vez que el mal ha ocurrido, Aquiles acepta su destino: se hace cargo de su decisión y de su muerte. Allí da la primera muestra de un conocimiento

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trascendente: devuelve el cadáver de Héctor a Príamo, lo cual antes no quería hacer. Sobrelleva el mal estoicamente. Aquiles acepta el destino, lo cual le da dignidad, pero no lo libera. Sólo el sacrificar la imagen que tiene de sí mismo a Dios (a un Dios que desconoce) lo liberaría tanto de la muerte y como de la indignidad.

La Odisea

El gran vencedor de la Ilíada será Ulises, un héroe del pensamiento y la sabiduría. Ulises tendrá su castigo, su regreso desventurado. Debe caer muy bajo y convertirse en mendigo, ver cómo otros hombres seducen a su mujer y cómo su casa ha sido pisoteada. Él se ha metido subrepticiamente en casa de los troyanos, mediante engaños. Y, luego, tendrá que sufrir en carne propia el mismo atropello cuando otros hombres invadan su casa.

En la Odisea, el corazón del poema está en la escena en la que Ulises ocupa el lugar del mendigo. En una historia de aventuras, el alma de ésta se halla en un episodio que no es de aventuras. Ulises aprende que las ropas nada significan. Tuvo que convertirse en mendigo para aprender qué es un hombre. Puede vestir de rey o de mendigo pero sigue siendo un hombre si sus ropas responden a la necesidad. Cuando ha llegado al otro extremo – como cuando Aquiles presenció el funeral de su amigo – se convierte en hombre, desnudo ante sí mismo. Nada de lo que haga o pueda ser lo justifica y, así y todo, aprende que tiene derecho a la justicia y que los derechos son los mismos para el rey y para el mendigo.

Esto es fácil de pensar, pero debe ser vivido para entender realmente en qué consiste ese derecho. Ulises se ha arrastrado en tierra como un mendigo y los pretendientes no ven a través de las apariencias. No entienden cómo un mendigo puede ser tan ingenioso y al confiarse en sus vestiduras, dejan de ser prudentes en cuanto a cómo tratarlo. Los insensatos que sólo ven las apariencias, se irritan cuando alguien que, según ellos no merece nada, puede más que ellos. La justificación de los pretendientes es puesta en juego. Han hecho un ídolo de las apariencias.

Ulises, el hombre de los engaños, en su viaje de regreso sufre por causa de los engañadores. Debe pagar: el cíclope que devora a sus compañeros, Circe, las sirenas, Escila y Caribdis, Calipso. El cíclope representa la bestia que llevamos dentro y que debe ser vencida, tal como el toro celeste en Gilgamesh. Sus compañeros devorados por el cíclope son castigados como Einkidu, la parte más animal del héroe que debe morir. El cíclope, como

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símbolo de lo bestial, es fácilmente vencido con lo más elemental de lo humano: el engaño que surge de la habilidad del pensamiento.

Escila y Caribdis simbolizan el paso donde el héroe debe hallar el justo medio, la trascendencia de la contradicción, el equilibrio entre los dos males. No es la mitad, es la trascendencia. Allí morirán más acompañantes suyos. Es un equivalente al cruce del Mar Rojo por Moisés: allí, los que son guiados por Dios atraviesan las aguas y los que no creen sucumben entre las aguas que los encierran. Es la trascendencia superando la contradicción de dos sistemas, no es un tercer sistema en el medio de los otros dos sistemas en contradicción.

Las sirenas encarnan la seducción de la belleza, una seducción vacía pues son mujeres sin sexo, lo cual representa el ridículo de la decepción. Ulises quiere oír su hermoso canto, pero para hacerlo se ata al palo mayor de su barco, a su eje, su alma, que es como Dios que guía. Esto le permite escuchar sin caer. Si no estuviese atado a su eje, más allá de su voluntad, lo matarían igual que a cualquier hombre. El eje es lo no cambiante solar que libera de morir por causa de los ciclos sexuales. Es Dios que libera de ser utilizado para la fertilidad, de ser devorado por el sexo opuesto, de ser vuelto a la madre tierra para abonar el futuro.

Circe, la hechicera, representa los artificios, las especulaciones, la seducción inteligente, a la cual el héroe no se debe entregar para mantener libre su conciencia y permanecer dueño de sí mismo.

La ninfa Calipso, que lo tiene atrapado en su gruta y lo quiere por esposo, representa, como Ishtar en la epopeya de Gilgamesh, los ciclos de fertilidad, de la vida y de la muerte. Ulises no acepta casarse con ella como, tampoco, Gilgamesh aceptó casarse con Ishtar. Hay algo más poderoso que los beneficios que otorgan el casarse con una diosa (Calipso le ofrece inmortalidad y juventud eterna), y es la necesidad.

Es que Ulises ha asumido su destino. Acepta que debe pagar. Aliado a Atenea, la sabiduría, sabe que no debe oponer resistencia a su destino, el cual se cumple. Todos sus hombres que gozaron de los beneficios de su engaño a los troyanos han sido destruidos y él debe pasar por terribles trances tardando diez años más en volver a su hogar. Ya lleva veinte sin ver a su mujer a quien acosan los pretendientes. El engaño parece perseguir al engañador.

Pero Ulises no opone su orgullo a la necesidad. De niño fue herido en el Parnaso y allí conoció la debilidad, la misma herida que marcó a Jacob en su

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combate con el ángel. Esta misma herida que le ocasiona un peligro mortal es aquella por la que luego es reconocido en su hogar, la que lo salva. Así es como Ulises apela a su templanza al ser insultado por los pretendientes cuando éstos lo creen un mendigo. Un héroe orgulloso no lo hubiera tolerado y lo habría echado todo a perder. Su ídolo – el engaño, la astucia – ha mostrado la otra cara: los pretendientes. Ulises sufre en carne propia al engaño que él ha perpetrado a los troyanos. Pero ya que acepta el sufrimiento, cuando la rueda se dé vuelta, vencerá.

Si debe ser mendigo, aunque humillante, lo asumirá, porque será para su bien. No opone el orgullo a la necesidad. La diosa de la sabiduría lo protege. Su sabiduría, en última instancia, no consiste en su capacidad de engañar sino en la de aceptar el destino.

Ulises se dejó llevar por el deseo de la guerra de Troya, esa guerra que ganó con la especulación y el engaño y que fue la venganza del rapto de Helena, algo que realmente no le importaba a Ulises. Este, como todos los reyes aqueos, excepto Menéalo, fue a Troya más por deseo de conquista que por necesidad. Allí estuvo combatiendo diez años para lograr la victoria, debiendo pagar luego con diez años más sin poder volver a su hogar. Una victoria que no le valió nada porque perdió todo en el viaje de vuelta, incluso sus compañeros, más el tiempo restado a su familia y a su reino.

Aliarse con la diosa de la sabiduría lo llevó por un camino donde ganó sabiduría, aunque dejó en él la vida, tal como Salomón que padeció por querer ganar la sabiduría, que, como sabemos, tiene dos caras.

TRAGEDIAS GRIEGAS

Edipo Rey

Es el caso del hombre que cae en manos del destino al querer escapar de él, dictando su propia condena. El mecanismo es claro: Edipo está ciego frente a la verdad y lo pagará con una ceguera real. Edipo condena a los que dicen la verdad. Su destino manifiesto – que habría de matar a su padre y casarse con su madre – es lo que puso en movimiento a su padre y marcó la premisa de su vida.

Un hombre que se justifica con algo, caerá por ese algo. Aquello de lo que vive lo matará. El hombre que maldice algo es porque precisamente ese algo le está diciendo una verdad que le resulta intolerable: que su propia justificación es relativa, que no sirve como tal. La existencia de un hombre

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exitoso que no posee esa justificación le resultará intolerable y, la existencia de un hombre que la posee y no es exitoso, también le resultará intolerable. Ambos son un espejo de una falsa justificación. Un hombre que maldice se está maldiciendo a sí mismo.

El enigma que resuelve Edipo es la puerta de entrada al núcleo de su destino. Edipo salva a la ciudad de un mal, resolviendo un enigma. La respuesta al enigma que le plantea la esfinge es “el hombre”. En realidad, los enigmas que vale la pena resolver se resuelven solos porque siempre hablan de aquel a quien se le plantea el enigma, la respuesta es siempre uno mismo.

Así ocurre en el caso de Turandot, en que Calaf encuentra las respuestas a los tres enigmas dentro de sí mismo, porque aluden a lo que lo llevó a enfrentarse con dichos enigmas: su amor por Turandot. La última respuesta, la que lo lleva a la victoria, es la propia Turandot. La esfinge – un ser mitad hombre y mitad bestia – le pregunta a Edipo por su identidad. Al reconocerse a sí mismo mitad bestia y mitad hombre, se libera de la bestia y se vuelve un hombre. Entonces, puede liberar a la ciudad y ser rey.

Edipo atraviesa distintas encrucijadas: mata a su padre, resuelve el enigma, encuentra a su madre y se enfrenta finalmente a la peste que invade Tebas. El mismo motivo por el cual se convirtió en rey – matar a su padre y casarse con su madre – es lo que ahora está generando la peste, haciéndolo caer a ciegas, condenándose a sí mismo sin saber. Edipo ha caído al ver que él era el culpable de su propio destino. Ha violado sus creencias más profundas y esto lo ubica en la nada, la vida ha perdido sentido. Mira a la nada cara a cara, preso de su propia condena que, de tan deslumbrante, lo ciega. Ya no hay nada que ver en el mundo, todo es igual, la vida no tiene sentido. Es hora de quitarse la vista. Edipo acepta su destino y por eso no muere.

Antígona

Es una tragedia que plantea la elección entre la vida y el sentido de la vida, en la cual Antígona elige este último. Debe elegir entre abdicar a su sistema o morir por él. Las leyes divinas en las que ella cree se oponen a las leyes humanas. Éstos son los dos sistemas en pugna.

La ruptura del sistema sagrado de Antígona hace que la vida no tenga sentido para ella. Prefiere morir. Creón se ha puesto en contra de uno de los actos fundamentales de la civilización: hacer desaparecer (en este caso enterrar) a los muertos. El hacer desparecer a los muertos enterrándolos o quemándolos hace más soportable la vida. No ver como se descomponen

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los cuerpos mantiene la ilusión de la ausencia de muerte y permite mantener la ilusión – el sentido – de construir una civilización día a día. Permite olvidar los ciclos. Pero olvidar esto tiene el precio de la alienación de la civilización, de convertirla en un ídolo. El hombre se olvida que es un animal, parte de la naturaleza. Sin la civilización dada por los dioses, la vida pierde sentido para Antígona.

Es similar a lo que ocurre con Edipo donde el incesto con la madre y el asesinato del padre transgreden esas prohibiciones que hacen posible la civilización. En ambos casos, no soporta la ruptura de las reglas, porque no hay fundamentos más allá de éstas.

Antígona debe elegir entre perder su cosmovisión o perder la vida y prefiere esto último. Sin su cosmovisión, enloquecería en la nada. Decide morir mártir y que su muerte signifique algo. El Dios trascendente monoteísta hubiera permitido que renuncie a un significado menor que Él (una regla) y que continuara viviendo y manteniendo su justificación y su dignidad.

Ifigenia

Se puede establecer un paralelo con el sacrificio de Isaac. Ifigenia va a ser sacrificada por su padre Agamenón. Es la única manera de que los dioses liberen los vientos para que las naves partan a Troya. Al contrario de lo que ocurre en el sacrificio de Isaac, aquí no hay trascendencia, hay sólo un intercambio. Ifigenia no se salva. En ambos casos los dioses se satisfacen y el acto sagrado se cumple; pero a Ifigenia la rescata una diosa y su mundo la pierde. Isaac sigue vivo con su padre en el mundo real. En el sacrificio de Ifigenia se entrega un bien a cambio de otro bien. Para partir a la guerra, debe sacrificarse una muchacha virgen, símbolo de inocencia, lo contrario de la guerra. Es un acto de intercambio de bienes como todos los sacrificios paganos o idólatras.

En el sacrificio de Isaac, Abraham debe elegir entre Dios y su hijo. Pero ese Dios también es el creador de su hijo. Ese Dios, al ser elegido, no sólo otorga el beneficio del sacrificio (la bendición de Abraham) sino que, también, devuelve el objeto sacrificado (Isaac). Porque Isaac también es hijo de Dios. Al elegir a Dios, Abraham está eligiendo las dos partes. Es un sacrificio trascendente. El Dios trascendente da solución a la vida en la tierra.

Es importante que Abraham no sepa por qué Dios le exige el sacrificio de Isaac. La Biblia tampoco lo dice. Porque la razón de Dios transciende el

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pensamiento, por definición. No hay razones. Es el porque sí. Esto es fundamental. Y, por esto, también es fundamental la aceptación incondicional de Abraham para que el sacrificio se cumpla. Dios es El Que Es, es el fin de las causas y de las preguntas. A diferencia de esto, el sacrificio de Ifigenia tiene un propósito práctico, se sabe por qué se la sacrifica - por un hecho de este mundo - e Ifigenia se pierde para este mundo. El de Isaac no lo tiene y, por eso, él se salva y regresa con su padre.

Para Abraham, su hijo es su justificación y es su creación. El sacrificio de Isaac representa el hecho de que Dios le pide a un hombre que no se justifique con su propia creación, de la cual los hombres siempre se enorgullecen. Al elegir a Dios, su hijo – también dado por Dios – sigue teniendo vida y sentido. Si hubiese elegido a su hijo, la vida hubiera perdido sentido porque hubiera negado a su Dios y por lo tanto su hijo también hubiera perdido sentido. En este caso, hubiera perdido ambas cosas. El Dios trascendente, omnipotente, nos da el beneficio del sacrificio y a su vez nos devuelve lo que le sacrificamos, sin preguntar por qué.

Medea

En el ciclo de Medea, ésta traiciona a su hombre-padre y luego es traicionada por su hombre-esposo. Al abandonar a su padre y escapar con Jasón, lo dejó sin hija y, luego, se queda sin hijos por su propia mano, a causa del engaño de su esposo. Da el salto hacia su premisa (con la traición a su padre a favor de su esposo) y la vida pierde sentido. Al igual que Hamlet, hace justicia por su propia mano, intenta un asalto al cielo y lo paga con el vacío (la traición de su esposo).

Ella antepone el deseo a la ley escapándose de su padre y yéndose con un hombre que hace lo mismo con ella. Ella se enamora de Jasón porque percibe en ese hombre un mecanismo compatible con el de ella: la audacia de la traición. Ambos han negado la moral que es la base de la civilización. Sus hijos morirán. No podrán construir sobre la inmoralidad, fuera de un sistema. Ha roto una puerta que ya no puede cerrar.

La premisa de Medea, la que la hizo dejar su casa y su moral y la que le da sentido a su vida, es el matrimonio con Jasón y los hijos que tuvo con él. Jasón, ambicionando poder, busca otra esposa, y Medea se venga matando a sus propios hijos. La premisa de ella es la misma que la de Jasón, la única forma de destruirlo es destruirse. Si ella cae, él caerá con ella, y ambos caen al vacío del cierre del ciclo.

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Orestes

En la Orestíada, nuevamente Atenea, con su sabiduría, tal como hizo con Ulises, libera a Orestes del destino destructor y la venganza. La cadena de asesinatos y venganzas debe acabar para que no se destruya todo. La justicia debe encontrar piedad en algún momento. La historia se ha agotado: la civilización ve que no puede seguir existiendo tras tantos ciclos de deseo y destrucción. Llegó la hora necesaria del perdón y del arrepentimiento. La ley lo libera del destino y las furias se convierten en benefactoras.

Al cesar la furia de Orestes, el perdón es posible. La justificación de Orestes es como la de Hamlet: vengar a su padre. Pero Orestes se salvará de la culpa del asesinato porque ha entrado en la ley. Quiere imponer la moral (vengar a su padre) rompiendo la moral (matar a su madre por su propia cuenta). Se sale del sistema y lo acosan las furias de la culpa. Sin embargo, como Ulises, se somete al juicio trascendente de Atenea, acepta su destino y se salva.

El aprendizaje sirve para el futuro – tal como le ocurre a Ulises –, pero no hay limpieza del pasado. A diferencia del Dios único que devuelve el presente pero, también, el pasado transformado. Es el significado que da Dante al río Leteo, en su último arrepentimiento y purificación, que hace olvidar el mal y al río Eunoe, que hace recordar el bien realizado.

Prometeo

Ha habido un asalto al cielo: Prometeo ha robado el fuego de los dioses para dárselo a los hombres, Jesús ha traído el cielo a la tierra para los hombres y Adán ha comido el fruto del bien y del mal para toda su descendencia. En todos los casos hay una condena: El encadenamiento, la cruz y la expulsión del Paraíso.

El sistema de pensamiento es el que Adán comió del árbol del bien y del mal, abandonando el árbol de la vida. Los humanos creyeron que con el pensamiento iban a ser como dioses. Su deseo era ser inmortales. Es la paradoja del ser humano. Antes vivían en paz porque no sabían de su muerte. No morían, eran con el cosmos, no había conciencia del tiempo. Pero el pensamiento que da poder y construye civilización viene con la conciencia, la vivencia de la mortalidad y el deseo inevitable de ser inmortal, que antes no estaban presentes.

Los hombres deseamos no morir, pero es un deseo inalcanzable. Para dejar de desearlo, deberíamos quedarnos sin sistema de pensamiento. Pero

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la idea de no tener pensamiento y quedarse en la nada nos causa horror: es el horror sagrado. Ya no sabrían qué es bueno ni malo, su superioridad sobre la naturaleza perdería sentido. Es nuestro orgullo de no ser animales, nuestra justificación como seres humanos.

Buda también habla de esto en su suspensión del pensamiento. Estamos constantemente en esta encrucijada eterna. Para lograr el objetivo de todo el pensamiento debemos dejar de pensar.

Prometeo está encadenado en la roca más alta, en el pensamiento que parece la cumbre del hombre. Pero es solitaria, vacía e inútil. El águila de la culpa viene permanentemente a comerle las entrañas, que cada día vuelven a crecerle, como la esperanza. Son los ciclos de culpa y expiación. Es el precio del conocimiento. Es el ciclo de la esperanza y la decepción, que se suceden indefectiblemente al desear. La vida sin Dios se vuelve una ilusión.

¿Por qué el titán Prometeo les dio el fuego a los hombres y por qué Dios puso el árbol del bien y del mal en el Edén? Son parte intrínseca de la creación del hombre como ser pensante. Se le da el poder de pensar y su precio.

EL REY ARTURO

Camelot nace y muere gracias a la magia. Ésta aparece con Merlín y con la dama del lago que le otorga a Arturo la espada que lo vuelve invencible. Una vez que éste ha logrado erigir Camelot gracias a la magia, una vez casado con Ginebra, el encantamiento empieza a desvanecerse: Merlín se retira, Excalibur no lo salvará de la caída, Ginebra se enamora de Lancelot. Es la decepción que sobreviene al haber logrado la premisa. El cumplimiento del ciclo.

El ciclo se mueve por el deseo de Arturo de traer el cielo a la tierra, de convertir en realidad su sueño de justicia e igualdad entre los hombres. El sueño de la mesa redonda es el del paraíso en la tierra. En este caso, la premisa, poderosa como la fuerza que crea y mueve al mundo, que encanta y atrae a Arturo ciegamente, es el amor. Aquí no hay Dios. Aquí hay amor por una mujer y por una idea. Es la magia del amor. Y esto se derrumba. Así como el amor se sobrepone a las leyes, no hay ley que lo sostenga cuando cae. Sólo Dios puede hacerlo, por trascenderlo.

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La caída de Camelot es inevitable: lo elevó la magia y lo pierde la magia. Lo elevó un enamoramiento y lo pierde un enamoramiento. Lo elevó un sueño y se desvanece como un sueño.

Lancelot, al haber engañado a Arturo con Ginebra, debido a la impureza de su corazón, no puede hallar el Santo Grial. Para hallarlo se debe amar más allá de cualquier enamoramiento, se debe ser un caballero de Dios.

Sin embargo, un joven nacido en el seno de la caída encontrará el Santo Grial. Es Sir Galahad, la parte que sobrevivirá al ciclo. Es el alma que aparece cuando las apariencias se destruyen. Nace del pecador Lancelot, como el Yin que surge del Yang, o como Judas surge de Jesús y, que por eso mismo, éste lo predice como traidor: porque lo ve dentro de sí mismo naciendo como el opuesto necesario. Algo se ganó, a pesar de que aparentemente se perdió todo. Sir Galahad es la luz que trasciende la tragedia, la iluminación posterior a la catarsis, el alma que supera la caída.

Otra historia dentro del ciclo es la de Tristán e Isolda, paradigma del enamoramiento. Otra vez la magia (en una bebida) los arrebata y el enamoramiento destruye nuevamente la fidelidad conyugal, tal como ocurre con Arturo. Ellos encarnarán siempre un amor imposible y paradójico, porque lograrlo les acarreará decepción.

Si con el amor se crea el mundo y, por lo tanto las leyes del mundo, cuando hay enamoramiento se siente derecho a romper las leyes. El error de concepción reside en que hay algo más allá del amor y más fuerte que éste: Dios. Al enamoramiento sólo es posible sostenerlo con Dios. Dios permite mantener una distancia entre los enamorados que hace que no colapsen ni que se alejen demasiado. Dios es como el filamento de la lámpara que une y separa los polos y hace posible la luz que crean mediante su diferencia. La aceptación de la diferencia absoluta entre seres humanos es necesaria para el amor y sólo es posible con Dios.

Dios permite que el amor surja y se sostenga en la diferencia y no en el enamoramiento por el gusto de estar enamorado, que es un sistema cerrado. Dios hace posible que haya amor en un sistema abierto. Y, por lo tanto, permite la fertilidad, es decir, que se vuelva a crear el mundo antes de que los sistemas de los cuerpos cedan al envejecimiento.

Creer que el amor no falla es un error, el único que no falla es Dios. No se puede construir el mundo llevado por los sentimientos sin encauzarlos en Dios. Los sentimientos tienen su legitimidad, tanto como las ideas, en su momento y su lugar. Pero sin Dios, son una idolatría volátil. La pasión, tal

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como lo dice la palabra, es estar pasivo frente a algo. Sin Dios, ese algo es nuestro ídolo; y nosotros estamos pasivos, presos frente al ídolo. Dios permite estar activo frente a lo creado, porque nos permite relativizar las pasiones por las cosas creadas. Es el único que hace posible respetar las leyes de la vida y amar simultáneamente.

LAS MIL Y UNA NOCHES

Scherezade cuenta y el califa, que está amarrado al ídolo de la mujer, porque debido a los celos de la suya decidió matarlas a todas, descubre al Dios infinito en ella. Esta historia plantea una temática inversa a la habitual. Generalmente, un hombre que cree ver el absoluto en un ídolo termina cayendo. Aquí, un hombre que ve a un demonio termina viendo a Dios en él, que deja de ser demonio para convertirse en mujer y esposa y engendrar un hijo. Scherezade redime al califa.

La historia infinita de Scherezade libera al califa de su encierro en su círculo vicioso. Las historias que cuenta también son ciclos que, al hilvanarse uno con otro, se van transcendiendo y permiten que la cabeza del califa se abra al infinito. Aquí, los espejos infinitos de Borges encuentran a quien da la luz para que éstos se iluminen y sean espejos. Aquí, no importa que los laberintos de cuentos dentro de otros cuentos sean laberintos, puesto que no buscamos la salida ya que la creación es nuestra casa y Dios la ha creado. Sin Dios, la creación es un laberinto sin solución porque carece de sentido. Con Dios, el mundo no es vivido como un laberinto.

El califa queda embelesado con los cuentos, ya que no puede quedar embelesado por una mujer después de que la suya lo engañara. Pero luego de transcurridas mil y una noches, se da cuenta de que todos los cuentos provienen de un lugar que los crea y que hace que sea imposible dejar de escucharlos. Ese lugar es Scherezade. Ella es la iluminación: ya no miramos – como los niños – la mano que apunta al cielo, sino al cielo mismo. Ya no miramos la creación, sino al creador. Ya no miramos los cuentos sino el alma que los cuenta y nos redime. Ya no miramos al profeta ni al salvador ni al maestro ni al mesías ni al libro ni al iluminado, miramos a Dios.

Scherezade funciona como el alma que el califa no tiene. Ya no ve en ella a un ídolo como veía a su esposa antes del engaño, ni a un demonio como veía a todas las mujeres después del engaño, sino que ve a una mujer.

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Los cuentos se van trascendiendo a sí mismos, envolviéndose. Funcionan salvando la vida de Scherezade y el alma del califa porque responden a una necesidad (la necesidad de salvación de Scherezade y del califa) y no a un deseo (el deseo de amor).

LA DIVINA COMEDIA – DANTE

Dante descenderá hasta lo más profundo y luego se elevará hasta lo más alto. Lo guía el amor a Dios, que conoció en los ojos de Beatriz. Dante la deseaba y sufrió una caída cuando ella murió. Ante la imposibilidad de alcanzar su deseo, recurre a lo único que le queda para seguir dándole sentido a su vida: Dios. Para Dante, el amor de Beatriz es el reflejo del amor divino. Para librarse de la prisión del amor de Beatriz debe elevarse tan alto como ella, debe llegar él mismo a Dios.

Pero, para ello, primero deberá verse a sí mismo cara a cara, reconocer sus pecados. Deberá purgarlos uno por uno, arrepentirse verdaderamente de sus valores malogrados. Deberá enfrentar sus sueños y fantasías y superar su vacío.

El viaje empieza cuando Dante está perdido. Perdió la inocencia, y aunque pueda superar la violencia (el león) y la incontinencia (la pantera), no puede con el engaño (la loba). Los dos primeros son la bestia que él puede controlar, como hombre racional y social que es, pero el engaño es el vicio del hombre pensante, el precio de la civilización. El engaño surge cuando uno se rige sólo por la razón y su juego vicioso de espejos. Es la caída de Adán que ha comido del árbol del conocimiento.

Dante debe enfrentarse con lo peor que tiene adentro. El Infierno. No alcanza con saber que existe. Para superarlo, hay que descender y atravesarlo. El dolor y la angustia son grandes pero el deseo de alcanzar a Dios le sirve de guía. El sufrimiento tiene sentido, un sentido de superación hacia Dios y, entonces, los demonios lo dejan seguir adelante. Un demonio es un deseo al que uno se entregó. Confiando en Dios, se lo puede trascender. Éste es el sentido de los círculos del Infierno. Cada uno es un deseo.

Dante debe enfrentarse con todos los pecados básicos que atormentan al hombre. Debe verlos dentro de él: la indiferencia, la incredulidad, la lujuria, la gula, la avaricia, la prodigalidad, la violencia contra el prójimo, contra uno,

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contra Dios, contra la naturaleza, la ira, los engaños, la seducción, la adulación, el comercio con cosas de Dios, el deseo de predecir el futuro (en lugar de la entrega), la hipocresía de doble corazón, el robo, la falsificación, el orgullo, los malos consejos con fines interesados, la siembra de la discordia y, el peor de todos, la traición.

Finalmente, ve a Lucifer, la negrura que uno tiene adentro que niega todo, que no quiere ser, que, orgullosa, dice “yo, es mío, soy especial, lo merezco". El eterno miedoso que no es capaz de dejar fluir el universo en su alma, viviendo a la defensiva, excusándose de todo. Los otros se engañaban con sus pecados, con ellos disimulaban su egoísmo. Lucifer, poderoso, inteligente, maligno, dice “yo” porque sí, como el Calígula de Camus, que asume su maldad. Es el porque sí de la existencia invertido.

El guía será Virgilio. En esta zona le resulta posible entender al hombre sabio sin fe, cómo un pecado – que es un autoengaño – lleva al castigo que, en realidad, es un auto-castigo. La ley del talión es una ley natural, es la ley de los ciclos y del aprendizaje: el objeto al que le entregamos nuestra vida es el que nos hará caer. El poeta Virgilio es el guía de Dante. La razón especulativa fue fácil presa de la loba del engaño. Virgilio se deja guiar por su visión de poeta – más libre que la especulación racional – y, de este modo, Dante puede escapar de la loba.

Dante y Virgilio avanzan por los círculos del Infierno. Cada círculo es un ciclo de visión del mal que anida dentro de nosotros. El llanto de Dante al observar las penas de los condenados no es gratuito: él mismo está pasando por las pruebas de fuego de cada círculo; él mismo está viviendo los males de su propia alma. Al avanzar invocando a Dios, los muros de piedra de los pecados se van volviendo muros de papel. La caída no es tal, el vértigo del mal es como el de un abismo que no existe, cuando Dios lo ayuda a sobreponerse a los abismos aparentes.

Los pecados de incontinencia y violencia pueden dominarse por medio de la conciencia. Pero los pecados de engaño tienen lugar en la misma conciencia, en la misma arma que nos ayuda a combatir los pecados más simples. Por eso mismo son los más difíciles de expiar y, también, los círculos más profundos. El espanto es indescriptible porque trasciende la conciencia. Si uno se identifica con la conciencia, al traicionarla uno no existe, uno no es nadie.

Dante dice que está dispuesto a correr todos los avatares de la fortuna con tal de que su conciencia no le remuerda. Él ha caído y ha visto que la

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vida no tiene sentido para él si no remonta todo el camino. El único camino es ir hacia Dios, donde podrá superar el amor que siente por Beatriz sin traicionarlo. De nuevo el Dios trascendente devuelve el objeto del deseo que se le sacrifica. Dante sacrifica el amor terrenal de Beatriz y la recibe posible, como parte del amor divino.

En el Purgatorio encuentra ciclos de dolor y satisfacción, donde muere una parte de Dante y sobrevive la más pura. Hay frases clave que describen todo el proceso: “Los errores son las dificultades que ofrece la vida purificativa”. “Es preferible equivocarse al abrir la puerta que tenerla cerrada”. “Quien mira para atrás vuelve a salir”. Mirar para atrás significa quedarse en el sistema y no estar abierto a Dios. Es especular a ver si las cosas van bien, si encajan en nuestro sistema y no actuar de buena fe en Dios. Es querer medir la realidad con el propio sistema.

Es lo que le ocurre a la mujer de Lot cuando se convierte en una estatua de sal al mirar hacia atrás y a Orfeo cuando, al salir del Hades se tienta con mirar hacia atrás a Eurídice, no pudiendo sacarla del reino de los muertos. Mirar para atrás es equivalente al opuesto de predecir el futuro, porque nos quita la libertad de estar abiertos a Dios. Hay otro descenso al Hades, el de Hércules. Él puede regresar exitoso ya que su descenso no es a causa de un deseo como el de Orfeo, sino el de un deber, una necesidad. Cuando nos mueve la necesidad, no miramos hacia atrás, no hay manera, no medimos si vale la pena avanzar. Esta es la definición de necesidad. Si lo estamos midiendo, si estamos especulando, es un deseo.

Después de cada purgación un ángel lo confirma. El ángel es la aparición del alma, la aparición del alma es el ángel, no importa cómo lo llamemos. O la luz luego de la catarsis. Al enfrentar en sí mismo el mismo mal por el cual fueron condenados los personajes que ve en el Infierno y en el Purgatorio, Dante se va convirtiendo en un hombre capaz de juzgar y entender a otros y, por lo tanto, de perdonar. Puede perdonar verdaderamente porque ha comprendido los males que observa. Perdonar no es un favor que se le hace a otro, perdonar es comprender un mal. Si uno no puede perdonar, es porque no ha superado verdaderamente ese mal en uno.

Al entrar al Paraíso ve símbolos y personajes santos. Dante se está convirtiendo en un hombre digno de estar en el Paraíso. Beatriz lo recibe en la entrada. Sin embargo, él todavía no puede mirarla a los ojos pues ella está en un círculo más alto.

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Debido a esto Dante siente vergüenza frente a Beatriz y ella le explica su propia historia. Es un juicio. Dante se arrepiente, llora y se avergüenza. Ella lo obliga a mirarla a los ojos y él siente más dolor aún. “La ortiga del arrepentimiento me punzó tanto que de todas las cosas mortales, la que más me desvió de su amor fue la más odiosa”. Cuando las palabras de Beatriz le explican el porqué de su desvío, lo que parecía lo mejor se convierte en lo peor. Su justificación – el amor terrenal de Dante que lo acercaba a Beatriz – se vuelve demoníaca, la causa de su caída. Es la hora del destino de Dante.

Luego del arrepentimiento, hasta ella misma es redimida, la liberación de uno libera a los dos. Ya no quema, ella misma le dice que ya puede mirarla a los ojos y sostener su sonrisa sin avergonzarse.

La sonrisa de Beatriz es el perdón final, la liberación del alma de Dante. Dante puede ver en sí mismo aquello que la volvía a Beatriz tan maravillosa. Ella ya no es un ídolo para Dante sino ella misma. Dante explica la caridad: “Dios es el principio y el fin de todos los amores, grandes y pequeños, porque todo lo que se ama, se ama en cuanto es reflejo de su Creador”.

Dante ha aprendido a amar a partir de Dios, es libre del enamoramiento que fracasa, del enamoramiento de autocomplacencia. Asimismo, está liberado de caer en un ensueño donde el mundo está dividido entre el motivo del ensueño y el resto que lo desafía. Ya no tiene fantasías al respecto, las ve dentro de sí con claridad, conoce su significado. Es un hombre lleno del amor de Dios, el creador de los pequeños amores de cada día. Dante finalmente ya no ve su pensamiento, ve algo indescriptible.

SHAKESPEARE

Hamlet

Vengar a su padre, hacer justicia, es la premisa que mueve a Hamlet. Si la justicia es un absoluto para él, perecerá con ella. No puede verla como una herramienta del mundo y la necesita para justificarse a sí mismo. Hacer justicia se hace como un bien, como se construye una casa para protegerse de la intemperie, no como un imperativo ciego. Para él es un absoluto justificar su vida como un héroe justiciero y, entonces, al lograrlo morirá. El imperativo de justicia determina todo su pensamiento.

Cuando haga la justicia que lo justifica, dará un salto hacia su premisa absoluta, asaltará el cielo. En esta historia, no importa si su tío es culpable. Lo importante es que Hamlet tratará de aferrarse a su absoluto y esto

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siempre trae la caída. Para hacerlo, necesita matar a quien cree culpable y a los que se ponen en su camino – sean culpables o no –, y la contra-cara de esta acción es su propia muerte. Cuando asalte su cielo, su pensamiento se desarmará ya que depende de ese cielo, de su premisa. Al desarmarse su pensamiento, se desarmará él mismo y, al tratar de matar, se expondrá totalmente y morirá. Se ha cerrado su pensamiento, su sistema, su absoluto, su ciclo: “lo demás es silencio”. Lo demás no importa, lo que sigue a su muerte, y ya no puede generar pensamientos porque no tiene nada que ver con su ídolo, que ha caído.

Es el caso opuesto al de Ulises quien, cuando ataca a los pretendientes, conoce la medida de la justicia. Ulises ya ha caído, ha pagado sus errores, se ha vuelto sabio. Hamlet aún no. Es un príncipe que idolatra a su padre, quien a su vez ha convertido a su hijo en un intelectual alejado del mundo real. Sus libros lo han llevado a idealizar la justicia. No ha hecho el camino paso a paso, ha empezado desde lo más alto y con la mayor inocencia: creer en su pensamiento. Todavía confunde el mapa con el territorio.

Para Hamlet, ser es ser alguien importante y existir, es ser un justiciero. Es la única forma de ser que él imagina. No ser es no ser su idea. El hombre sin Dios necesita ideas para tener una identidad. Hamlet duda entre cumplir su premisa y vivir como un rey (tal como él imagina que su padre fue rey) y no cumplirla y vivir como un desgraciado, vivir sin sentido, que es como morir o soñar en un caos. Ni siquiera morir es un consuelo o un descanso –“tal vez nos espere algo peor en el más allá”– porque su mente percibe el absoluto en cumplir o no cumplir su premisa, no en morir o no morir. Si morir fuera un absoluto sería un consuelo.

Hamlet duda porque lo mueve un deseo y no la necesidad. Hamlet no debe lanzarse a cumplir su premisa ni negarse a ella. No debe decidir si ser o no ser. “El destino lo llama”, como dice él, pero él no debe acudir. Debe esperar a encontrase con el destino cuando este llegue a su alma, donde él es él y donde el destino debe resolverse. Sino, lo enfrentará enajenado.

Sólo se anima a matar a su tío cuando él mismo ya ha sido asesinado, cuando todo está perdido, cuando su vida ya no puede ser justificada con el heroísmo, puesto que no hay vida que justificar. Recién entonces podrá matar de frente.

Hamlet quiere convertir en realidad su sueño de hacer justicia y por lo tanto la realidad se le vuelve un sueño, caótico e inmanejable como todo sueño. Para existir, él cree que debe ser un héroe como imagina que fue su

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padre. Por eso su padre es un fantasma: ya que éste es la premisa que lo motiva. Si él actúa y fracasa, sentirá que nunca habrá existido y, por eso, no actúa, porque presiente el ridículo. Y, por eso, tampoco puede quedarse sin actuar, porque tampoco existiría, presintiendo la frustración.

En la obra no tiene importancia si es cierto que su tío mató a su padre, importa ver como Hamlet cae en su propio ciclo trágico, más allá de cómo hayan sido los hechos. La realidad es mirada con los ojos de Hamlet y no hay solución para ella sin su mirada.

“La conciencia hace de nosotros unos cobardes”. La valentía consiste en superar el pensamiento. La conciencia de Dios nos vuelve valientes. Por el mismo motivo que Hamlet no elige el "no ser" y no se mata, Vladimir y Estragón, en Esperando a Godot, no se matan colgándose del árbol, a pesar de tanto deliberarlo y desearlo. Su absoluto es otro – Godot – pero no la muerte. La idea de la muerte no los libera de la infinita insatisfacción de no cumplir su absoluto y, por este motivo, no es solución en la mente de ellos. Por eso teme encontrar los mismos problemas en el más allá: porque no percibe nada más allá de su sistema de pensamiento.

La vida se le vuelve un sueño. Para él nada vale porque lo que justifica toda su vida no puede realizarse. Entonces, todo es ironía, un juego sin reglas. Hamlet se ríe de todo porque todo se ríe de él. El ciclo de los ídolos es una ironía, como el juego del barril y la zanahoria del burro: Cuando más se trata de lograrlo, más se aleja, porque está atado a uno, porque el problema está en uno. Esto es la ironía.

Hamlet siente que todo lo persigue, que todos pueden estar actuando en su contra y, por eso, él urde una actuación en contra de su tío, pensando que así, con las mismas armas, descubrirá la actuación de los demás en contra de él. Él actuará con ironía con los que él cree que se ríen de él haciendo que su vida sea una ironía. Él siente que el universo entero está en su contra. Él siente esto porque su mente tiene una estructura irónica, porque su inconsciente sabe que lo que justifica su vida no se puede cumplir.

Ofelia se contagia de Hamlet porque cree sus pensamientos. Los pensamientos y las justificaciones se contagian. Hamlet siente que todo el mundo está en su contra. Esto es cierto, porque él quiere que el mundo quepa en su esquema, y el mundo se resiste. Sólo Horacio parece acompañarlo.

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Horacio tiene el mismo nombre que el poeta latino Horacio, que alababa la vida sencilla. Horacio tiene un halo de renuncia y un sentimiento moral. Horacio acompaña a Hamlet a pesar de no entenderlo y Hamlet lo tiene como su único apoyo verdadero. Horacio es el único de los personajes principales que no muere. Pareciera que mira más allá de las palabras y por eso sobrevive al “resto es silencio”.

Rey Lear

El Rey Lear sueña con descansar. Y decide hacerlo legando el poder a sus hijas. De este modo, al tratar de convertir en realidad su mejor sueño, lo que convierte en realidad es su contra-cara: su peor pesadilla. No se puede ser el rey sin ser el rey. El rey sin poder es devorado por los que tienen el poder. Lear cree que el problema es que sus hijas no son dignas de confiar. Sin embargo el problema es que él es un irresponsable. En el intento de lograr su sueño no vio la realidad: sus hijas mayores no son confiables y su hija menor sí lo es. Todo lo contrario de lo que él creía.

Lo tremendamente doloroso es que el mismo Lear provoca el engaño: El les pide a sus hijas que lo alaben como prueba de amor. Las mayores se aprovechan y lo alaban. La menor, que lo ama, no quiere jugar con eso. El mismo se condena sin saberlo, como Edipo.

Lear cree, a la inversa de Ulises, que la investidura hace al rey. Ulises triunfa porque él es rey aun vestido de mendigo. Lear cae porque él ha dejado de ser rey aunque siga ostentando el título. Lear creía que él tenía ganado el título de rey, que lo tenía por naturaleza. Nadie es naturalmente rey, sino hombre. Ulises sabe esto pero no así los pretendientes cuando él se viste de mendigo para engañarlos.

La justificación de Lear es ser rey y quiere probar que él merece serlo aun cuando no lo es. Se cree dueño de una virtud especial. Cuando Lear renuncia para cumplir su sueño (hace el asalto al cielo), al cumplir su premisa se queda sin ella. El mundo se vuelve en su contra, porque todo lo que lo justificó durante toda su vida falla. Culpa a sus hijas. El mundo parece una locura, pero la locura es creer en su premisa, en su justificación.

Lear no parece haber ganado su lugar como rey, sino que éste le hubiera tocado en suerte. La suerte tiene su precio. De otro modo, al haber hecho el camino recto, sabría cómo se construye el poder y cómo se lo destruye. Benefició a sus hijas malvadas y perjudicó a la buena. Y a la hora del destino, el mundo se le invierte: malos y buenos cambian de rol. Lear no aprende, continúa como antes y mueren todos. Al cumplirse el ciclo ya no

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queda justicia sino desolación, un inmenso desastre causado por una pequeña torpeza de alguien en el poder que buscó justificar la vida con la realeza sin saber que la realeza no justifica la vida. La torpeza es pequeña, pero con una sola gota se puede cumplir un destino inmenso.

Como dice Calderón en la Vida es sueño: todos sueñan lo que son, incluso el rey. Todos al salir del gran teatro del mundo, tanto el loco como el rey, deben devolver sus ropas. La Arcadia está en el alma, y el solo hecho de ser rey no permite entrar. Lear cree que la moral es hacer méritos. Como Raskolnikov, cree que por ser especial está por encima de la ley. Lo que los hace sentir tan especiales es su premisa para justificar su vida. No hay premio: la moral es ganarse el derecho a sí mismo.

Recordemos el Eclesiástico 33-20: “Ni a tu hijo, ni a tu mujer, ni a tu hermano, ni a tu amigo des poder sobre ti en toda tu vida, ni entregues a otro tus bienes, no sea que, arrepentido, tengas que pedirles a ellos. Mientras en ti haya aliento de vida, no te entregues a nadie; porque mejor es que te rueguen tus hijos, que no verte en manos de ellos. En todo lo que haces sé el dueño”.

Shakespeare dice: “Al que usa el pulgar donde debería usar el corazón le saldrá un callo y se quedará sin casa”. Para Lear todo significa su propia pérdida. Cuando uno está amarrado a un ídolo no puede ver más allá: el corazón – lo que une a Dios – no funciona, y el pulgar – el cuerpo sin Dios – actúa erróneamente, ya que tiene la ilusión de que el problema es material.

Macbeth

El detonante del ciclo es análogo al de Edipo y al de La Vida es Sueño: a Macbeth le anuncian el futuro y él toma una decisión en función de ese anuncio, tal como hace Layo, el padre de Edipo. Ese anuncio es su premisa. Por eso Dios prohíbe la adivinanza del futuro: la imagen adivinada crea en el hombre un ídolo que, como todas las premisas, funciona como una auto-profecía porque la premisa también es el objetivo del sistema en el cual se cree. Y ello anula toda relación con Dios. Dicha relación es lo que da al hombre una relación de libertad con lo creado. Atarse a una profecía elimina esta relación y vuelve al hombre esclavo de aquella. Así, el mero hecho de creer en ella hace que actúe para cumplirla.

Aunque se cumpla una profecía temida (como la de humillar al propio padre en La Vida es Sueño) podemos, gracias a Dios, convertir lo malo en bueno, y hacer que esa humillación se convierta en un bien. Con Dios el destino se vuelve libertad: nuestro destino es Dios, que es Quien nos libera.

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Aquiles es víctima de la profecía de que va a morir en la guerra de Troya, pero la acepta con todas sus consecuencias. Ni Edipo ni Macbeth aceptan sus consecuencias. Cuando nos anuncian un destino, tanto si huimos de él (como Edipo) como si lo provocamos (como Macbeth) caeremos en él. Un paso más avanzado es la dignidad de aceptarlo y caer (como Aquiles). Segismundo lo trasciende, el destino ocurre, inimaginablemente para bien. La predicción puede ser cierta o no, no importa, lo importante es actuar bien; no importa el logro sin Dios.

Puede ser cierto que la premisa que nos justifica y mueve en un determinado momento tienda a un destino tan claro que pueda ser anunciado. Es lo que sucede en Macbeth, apenas las brujas le anuncian que será rey. Las brujas tienen razón, quien se confunde es Macbeth, quien cree que ser rey será bueno para él, que es algo deseable en sí mismo. Es la actitud que toman los padres de Segismundo y de Edipo en función de la predicción de que sus hijos los vencerán: prejuzgan y, por eso caen.

Esto implica algo más: El deseo del padre acerca de cómo quiere que sea su hijo, y el presentimiento de que su hijo no será lo que él desea. Pero Layo muere a manos de Edipo y Edipo cae en la tragedia cuando se cierra el ciclo. Basilio, el padre de Segismundo, es redimido por éste gracias a Dios. Abraham deja que Dios elija el destino de su hijo Isaac, aunque se trate de cometer filicidio. La profecía de Dios, aunque parezca la más horrenda, será siempre liberadora.

Segismundo trasciende la predicción: se encomienda a Dios no importa lo que pase. Sea verdadera o falsa la predicción. Haga lo que haga, lo hará por Dios, que lo guiará hacia el bien y está más allá de todos sus actos. Esto le hace trascender los anuncios. Macbeth acepta su premisa de ser rey anunciada por las brujas. Para lograrlo debe asaltar el cielo rompiendo su sistema. Entonces, mata al rey, pero lo hace con culpa y miedo porque no halla justificación, ya que se salió de su sistema en donde ser rey es premisa y excepción.

Quiere ser rey para justificar su vida, pero al ser rey su vida no se justifica. El sentido que quería darle no es tal. Rompió su sistema y ahora su vida ya no tiene sentido. El sentido, por definición, es para cumplir una necesidad. Sólo tendría sentido aceptando el cargo de rey como un deber para un fin superior. No es el caso.

Macbeth empieza a matar a todos los que pueden oponérsele y siempre cree que alguien le falta para estar tranquilo. Y no está tranquilo porque ha

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roto su sistema, porque cree que ya debería haber llegado al absoluto y no puede percibirlo. Así funciona la culpa. Macbeth dice que la vida es una historia llena de furia y sin sentido contada por un loco. Lo es para él que ha roto el sistema. Ésta es una magnífica descripción del vacío.

Romeo y Julieta

Son tiempos de peste. Es más evidente que nunca que se puede morir en cualquier momento. El enamoramiento es más probable cuando no pareciera haber por qué vivir, da una sensación de salvación, de sentido de la vida aunque la vida se pierda.

No puede haber un motivo para la creación del mundo: ese motivo sería parte del mundo y no la razón de su creación. El mundo no tiene razón, existe porque sí. El mismo porque sí que sentimos cuando sentimos eso que llamamos amor, eso que nos atrae para crear nuestra descendencia, un mundo nuevo. Por eso cuando lo asignamos sólo a otra persona estamos viviendo una ilusión, volviéndola nuestro ídolo. Y por ello sobreviene la desilusión del enamoramiento al conocer su otra cara. La desilusión es tan infinita como la ilusión. Se creía haber ganado el mundo y su sentido y ahora se cree haberlo perdido, lo cual puede llevar a la muerte, ya que se siente que el mundo no tiene sentido.

El enamorado jamás podrá describir a su amante, no lo podrá pensar, porque es su ídolo. Lo que hace posible el enamoramiento es la unión de voluntades para salvarse mutuamente, dos ídolos. Por ello los celos nos llevan al grado de cometer un crimen: se pierde el mundo al perder la fuerza que lo creó. Por ello la angustia constante de perder al enamorado. El enamoramiento trae los celos, porque lo que nos hizo ganar un mundo nos lo puede hacer perder debido a un simple capricho del otro. Es lo que tiene de cielo y de infierno el estar enamorado. Por eso a veces se prefiere la muerte antes que perder lo que creemos que es el sentido del universo.

Pero, como dijimos anteriormente, Dios no es amor, Dios es Dios. Al creer en Dios el amor es posible porque es relativo a Él y no un absoluto. Al sacrificarle nuestro amor nos lo devuelve abierto y libre, no trágico.

Romeo y Julieta se enamoran en medio de la peste y de la guerra entre sus familias. El amor le da sentido a sus vidas y dejan atrás todos los sistemas, los valores y convenciones sociales que se les oponen y que resultan tonterías comparadas con lo que sienten. Han creado un adentro y un afuera, han dividido tajantemente el mundo en dos. Han puesto el amor por encima de la unidad de la vida y el amor se lo cobra con sus vidas.

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Sueño de una noche de verano

Aquí se describe el enamoramiento, la despersonalización de la seducción al convertirse en cualquier cosa para ganar ese supuesto cielo, la mascarada que exige, la ceguera al punto tal de enamorarse de un burro. El amor lo mueve todo, hasta los pensamientos, los sentidos, el alma, la virtud. Jugar con amor es jugar con la vida y la muerte. Cuando uno ama ve a su amante hermoso. Realmente lo es. Ésa es la definición de belleza.

Puck es el duende del amor que se mete donde quiere, atravesando las barreras sociales y las leyes y se burla de todo. Todos serán arrastrados por esta fuerza que quema al que toca. No es posible ser indiferente a la fuerza que nos creó. El amor caótico no conoce reglas, llega a la traición, al bestialismo, al gusto por el sufrimiento ajeno, al deseo de matar y morir por celos.

Puck es inatrapable. Al que trate de dominar el amor la vida se le volverá caótica como un sueño, insostenible. Shakespeare dice aquí que estamos hechos del mismo material que los sueños. Así es: los sueños están hechos de nosotros. Y lo mismo que mueve nuestros sueños es lo que mueve nuestra vigilia: nuestro sistema. Sólo Dios nos despierta y le da una medida a la vida, relativizando vigilia y sueño.

Otelo

Podemos pensar esta obra en negro y blanco, con lo que significan estos colores en la cultura occidental, donde fue escrita la obra. Otelo es un extranjero en Venecia, y aunque sea un hombre de poder y prestigio, sigue siendo un extranjero –esa es su premisa - que siente su extrañeza al sistema social, el cual para él tiene un ídolo –Desdémona- y un demonio – Yago-. Otelo, el negro, elige como esposa a la mujer más blanca para poder blanquearse. Pero sigue siendo negro y la culpa a ella. Desdémona nunca podrá blanquear a Otelo. Por eso la mata. Éstos son los motivos de los celos. El quiere salvarse con su esposa – lo cual es imposible – y entonces le echará la culpa de su propio fracaso.

Eso es lo que lo vuelve totalmente vulnerable al juego de Yago. Y sentirá celos de cualquier cosa pues el mínimo alejamiento significa la pérdida de la salvación. Para Otelo significa un complot de engaño: “por algo será que no me salva”. Es mejor matarla que seguir viviendo esta tortura. Otelo se justificó con Desdémona y la puso por encima de la vida, y, entonces, la vida se la cobró.

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Los celos son inevitables cuando alguien quiere tomar nuestro lugar ante nuestro ídolo. Un ídolo es limitado y nuestro deseo no puede ser satisfecho por él, aunque esto nos haga ilusionarnos de que así es. Su energía es limitada, y va a uno o al otro. Sólo Dios, cuya energía es ilimitada, puede hacernos sentir únicos frente a otro único, ya que es Quien creó a ambos permitiendo, entonces, liberarnos de los celos.

La tempestad

Desde el principio Próspero sabe qué es lo que debe hacer: va a hacer justicia sin vengarse, restaurará el orden y luego renunciará. Por algo se llama Próspero.

Próspero ha caído en desgracia y se ha refugiado en su isla con su genio. Ha pasado casi una vida desde su caída. Quiere la restitución del orden pero no lo vive como un absoluto. Tiene un poder y sabe lo que debe hacer con él. Lo utilizará para un fin justo y, una vez conjurado el mal – ese mismo mal que lo hizo refugiarse en la isla y desarrollar su poder –, devolverá el poder renunciando a él. Si no renuncia luego de cumplir su ciclo, el poder se le volverá en contra. El sentido de la obra es la renuncia.

Próspero es sabio. Sabe que para redimir a un enemigo primero hay que hacerlo encontrarse consigo mismo. Sus enemigos le han quitado su lugar y él les hará sentir que de nada les valió, haciendo que ellos y sus hijos estén perdidos en una isla desierta, en la nada. Próspero se juega su destino y esto le da seguridad y fuerza, sabe qué es lo que está en juego. Y, además, no se justifica con el juego, por eso le sale bien.

Próspero cayó por justificarse con la magia, por la cual perdió su lugar. Esto lo entendió en el destierro. Por eso sólo la renuncia a la magia puede devolverle su lugar en la sociedad de los hombres. No hay otra forma. Para volver a ocupar su sitio, no puede vengarse, debe hacer justicia y, si hay arrepentimiento, perdonar. Y él sabe cómo hacer que se arrepientan por medio de su magia. Y si lo sabe, no puede dejar de hacerlo, no puede especular con esto, porque no se salvaría. La venganza le hubiera traído vacío. La venganza surge al creer que el problema reside sólo en el otro, por eso no redime. Ésos son los casos en los que uno no valdría nada sin su enemigo.

Próspero quiere ser sólo un hombre, esto es lo único que puede hacer feliz a un hombre. No quiere ser más un mago. La magia de Dios sólo funciona si hay una verdadera necesidad. Lo cierto es que sabe que ha llegado el momento de renunciar porque sino, la magia lo dejará a él.

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Próspero no quiere permanecer para siempre en la isla desierta del genio. Ariel, su genio, es liberado. No quiere quedar fijado a tener que demostrar que es un genio. Que el genio vaya donde quiera, para eso están los genios. Prospero hizo lo que tenía que hacer y renunció. Ahora espera que el mundo lo perdone. El mundo siempre perdona cuando un hombre es sólo un hombre.

Ésta es la última y gran enseñanza que nos deja Shakespeare en sus obras dramáticas. Próspero es Shakespeare renunciando a su genio en su última obra.

DON QUIJOTE - CERVANTES

Don Quijote y Sancho son dos personajes opuestos, no sólo en el físico sino en su actitud hacia la realidad. El final “trágico”, el clímax de la historia ocurre cuando ante la muerte inminente de Don Quijote, él y Sancho se transforman. Ya no son amo y siervo, se les ha caído la máscara, ahora son dos hombres. Ambos tuvieron que pasar por el ridículo de la revelación de la locura de Don Quijote y de que Sancho lo haya seguido. Ahora, todo se ha invertido y Sancho lo invita a convertirse en pastor y a cometer más locuras, que son lo que le da sentido a su vida. Don Quijote dice que no, aunque pudiera seguir viviendo no lo haría, pues comprende que todo lo que hizo fue una locura.

El círculo se ha cerrado. Toda la aventura idealista era una justificación de Don Quijote y, cuando va a morir luego de su derrota, ya no hay vida que justificar y la verdad se le revela. Sancho ha incorporado parte del idealismo de Don Quijote y, éste, parte del realismo de Sancho y los han integrado a su ser. Ahora son dos hombres completos mirándose cara a cara. Ya no son un rol, son hombres y pueden ser libres uno respecto del otro.

Don Quijote ya no necesita hacerse el sabio ni el héroe delante de Sancho ni de nadie. Sancho ya no necesita hacerse el bruto delante de Don Quijote ni de nadie. Hay dos hombres que saben lo que han hecho y el valor de su acción.

Don Quijote toma una idea y la quiere imponer en su vida para darle sentido. El mundo ideal con el que uno se justifica, anula el presente vivo. La elección de Don Quijote es de entrega y grandeza, tal como él imagina la

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caballería. Pero habla de cosas que no ocurren en la realidad, que no tienen entidad, palabras que se deshacen y en las cuales únicamente él cree.

La pregunta que induce a formularse Don Quijote es la misma que uno se formula ante Hamlet: "¿Es o se hace?" Es la confusión que reina donde no hay Dios. La vida parece un sueño. Este sueño concluye al final de la obra cuando Don Quijote y Sancho ya saben quienes son. Despiertan cuando la vida de Don Quijote está acabándose. El sueño resultó imposible para Don Quijote que muere y valora el realismo que le transmite Sancho, mientras que éste admite que el sueño de Don Quijote tiene un sentido: lo bueno se ha vuelto malo y viceversa, para cada uno de ellos.

El destino se está cumpliendo. Realismo e idealismo se muestran como las dos caras de una polaridad irrenunciable al hombre y que no deben ser asumidas por separado como absolutos. De otro modo, para poder andar por la vida, el realista debe atarse al sueño de un loco, y el idealista debe contar con un realista que lo ayude a andar por la tierra. Ahora, ambos conceptos son parte de una realidad que los abarca.

Como dice Shakespeare, estamos hechos del mismo material que los sueños. El personaje del sueño de Don Quijote se ha vuelto una máscara que, finalmente se le pegó a la cara y ya no distingue quién es él y quién la máscara. La certidumbre de su muerte le despega la máscara y puede verse como hombre. Lo mismo ocurre con Sancho.

Don Quijote caerá por lo mismo que se elevó: encontró su destino en el seno de su ideal y, avergonzado de su locura por justificarse, morirá. Quiso ser humilde y encontró que, ante todo, había sido pedante al hacerse el gran caballero. Lo que creía un ideal perfecto se vuelve la causa de su caída moral. Pero, finalmente, hay un perdón; tal como dice Segismundo, la vida puede o no ser un sueño, no importa, sólo hay que actuar bien. Y, de este modo, llega su arrepentimiento y la paz consigo mismo.

Don Quijote no era un hombre completo, pero, luego de la caída, lo es. Ha vivido el ensueño de la caballería, de un enamoramiento que, ahora, se ha convertido en amor. Don Quijote dice que ya no necesita estar enamorado para amar.

Abraham era todo dar e Isaac todo recibir. Luego del sacrificio se convierten en hombres completos, ya no representan sus respectivos roles. Ahora, Abraham ha recibido de Isaac la oferta de su propia vida en sacrificio. Ahora, ya no son sólo padre e hijo, uno para el otro, son hombres.

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Lo mismo se aplica a las distintas polaridades de la vida: si tengo dos manos, una derecha y una izquierda ¿por qué amputarme una mano si puedo elegir cuál usar en cada momento? ¿Por qué tomar un único rol si puedo ser un hombre que elige qué rol quiere? ¿Por qué volar con una sola ala si puedo volar con ambas? Si tomo al toro por uno de los dos cuernos me volteará. Si lo tomo por ambos, podré utilizar su fuerza, como hacían las sacerdotisas de Creta. Dios permite evitar estos ídolos.

LA VIDA ES SUEÑO – CALDERÓN DE LA BARCA

Ejemplifica el destino trascendido. Un padre y un hijo se convierten en hombres, como Abraham e Isaac. Muestra cómo Basilio encuentra su destino al querer escapar de él, tal como en la tragedia de Edipo. La vivencia de que la vida es sueño, tal como en Hamlet y en Don Quijote. La trascendencia del destino trágico, como en el encuentro de Jacob y Esaú. Y el despertar que, en palabras de Segismundo, consiste en saber que en la vida, sea sueño o vigilia, Dios es Dios y hay que obrar bien.

El obrar bien de Don Quijote y de Segismundo, incluso sin saber si están o no en un sueño, los lleva a “ganar amigos para la otra vida”, como dice Calderón. Esto significa que al despertar es perdonado y los hombres, a pesar de su locura y de creerse algo especial aún lo aman. El despertar transcurre en esta vida, esto lo aclara Segismundo.

Cuando muere la máscara de uno, uno siente que se muere una parte propia, como sucede con Einkidu, la parte mortal de Gilgamesh, bestial y vengativo, o como Segismundo al comienzo de La Vida es Sueño. El dolor nos trasciende. Somos dolor.

Segismundo despierta cuando es capaz de perdonar a su enemigo, en este caso, su padre. Para perdonar debe estar claro lo ocurrido. El padre de Segismundo reconoce su error: al querer escapar del destino anunciado, lo provocó, dañando a su hijo. No entendió que el mismo anuncio del futuro fue el disparador para que el futuro temido se cumpliera. Actuó como el padre de Edipo y como Macbeth, dejándose llevar por una profecía.

Aquí hay un hijo encerrado en una torre tal como un hombre suele estar encerrado en una máscara. Basilio, el padre, sufre del mal de rey como Lear: cree que él es un rey antes que un hombre, ésa es su máscara. Encierra a su hijo para que no lo derrote, como le fue anunciado, como hace Layo al

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mandar matar a Edipo. La prisión y máscara de Segismundo es reflejo y consecuencia de la prisión y máscara de su padre. Si no hubiera existido la máscara de Basilio, éste no hubiera encerrado a su hijo. Así se heredan los ciclos y sus premisas.

Basilio no sabe que para ser rey primero debe ser un hombre, respetando las leyes naturales de los hombres. Si no se identifica como hombre no puede percibir ni respetar las leyes naturales dentro de sí mismo. No lo hace: encierra a su hijo sin que haya cometido ningún delito.

Basilio duda y libera a Segismundo, para probarlo como persona. La ilusión del sistema de Basilio hace que éste ignore que las pruebas no existen en la vida real, no se pueden aislar las condiciones de la prueba, cada momento es único y absoluto. En el absoluto rige el principio de incertidumbre: La mirada desvirtúa el experimento. Sólo se puede creer en una prueba si ocurre dentro de un sistema cerrado, y en la realidad no existen los sistemas cerrados. El mero hecho de probar condiciona la actitud de los participantes en la prueba y hace que ésta pierda su valor probatorio. Segismundo se enfurece y se convierte verdaderamente en un peligro, por lo cual Basilio lo vuelve a encerrar y cree confirmar su pensamiento sobre la profecía.

Entonces Segismundo desespera y despierta: ya no especula, no importa cuál es la vigilia y cuál el sueño, si la torre o la corte, él quiere salir de la torre y hacer lo que debe. Ya no hay espacio para la duda en la mente de Segismundo que decide enfrentar a su padre. El pueblo se pone de su lado. Un rey que se justifica con ser rey siempre va a tener el encono de su pueblo. A diferencia de Ulises, un rey que se sabe hombre, sin la máscara de rey, lo que hace que éste sea querido por su pueblo.

Segismundo vence a su padre con la seguridad sin par que da el despertar, y su padre es derrotado por la inseguridad en sí mismo que proviene de actuar con culpa. Entonces, Segismundo puede cumplir y, a su vez, trascender el oráculo. Ocurre lo anunciado: el hijo derrota al padre pero, también, al perdonarlo, libera a su padre de su equivocación.

La venganza hubiese convertido a Segismundo en alguien igual a su padre. Basilio se arrepiente y recibe el perdón. Su derrota a manos de su hijo no tenía el contenido terrible que él imaginaba sino que lo ha liberado de su máscara ilusoria de rey. Ambos, padre e hijo, ya no son personajes y se han convertido en hombres.

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Lo que tiene de sueño la vida es que aquello que creímos que íbamos a alcanzar con el logro no lo lograremos jamás, ya que nunca encontraremos aquello que nos justifica realmente, excepto en Dios. Esta vivencia es equivalente a los sueños de impotencia en donde tratamos de llegar a algo y nunca llegamos; o caemos y nunca terminamos de caer hasta despertar (como le ocurre a Don Quijote justo antes de morir); o uno es burlado y no sabe por qué (uno es burlado por la premisa que es la excepción que nunca alcanza); o uno es perseguido, o está perdido sin fin en el laberinto del universo.

Estos sueños reflejan la frustración de vivir en un sistema que nunca cumple su premisa, como una justificación que nunca se alcanza. Es la sensación de absurdo de la existencia, o de no existir, o de que la vida parece un sueño, un caos.

Como en el Proceso de Kafka, Segismundo estaba condenado sin que supiera por qué. Sin Dios, el Proceso de Kafka no tiene salida. Es un infierno, como el encierro de A Puerta Cerrada de Sartre, como la espera sin fin de Esperando a Godot de Beckett, como los laberintos sin salida, los sueños dentro de sueños y los juegos de espejos de Borges; como el día abismal de un tiempo siempre relativo y sin medida del Ulises de Joyce y como la confusión infinita de la torre de Babel.

Todas son la misma pesadilla, la del hombre sin Dios. Ese es el Infierno. No hay medida última sin Dios, todo se vuelve relativo respecto de una medida que, a su vez, debe ser medida por otra cosa: es el círculo vicioso de las definiciones que, en última instancia, se definen entre sí. Es el aire enrarecido de la auto-confirmación. De todos ellos, el único que se libera por medio de Dios es Segismundo.

FAUSTO – GOETHE

Fausto se decepciona de todo: del estudio y, entonces, busca la sensualidad; de la sensualidad y busca el poder; del poder y busca la gloria; de la gloria y busca la belleza; de la belleza y busca la acción. Los logros están constantemente vacíos de sentido. Vive guiado por su deseo. Persigue sus sueños, pero los sueños se desvanecen al querer atraparlos.

No hay catarsis ni caída. Fausto nunca está satisfecho y Goethe quiere decirnos con esto que ésa es la condición humana que hay que asumir: la

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acción continua. La historia de Fausto carece de pathos. Asumir la impotencia es un juego de palabras. Nuestra impotencia ante Dios no es algo que se pueda asumir, ya que ella es absoluta frente a Su omnipotencia. Asumir es aceptar y ganar poder con la aceptación, se asume siempre una premisa sobre la cual construir. No podemos asumir a Dios ya que el poder siempre es de Él.

Su salvación celestial al final de la obra parece forzada. No logra ser libre en la tierra. El final no resulta creíble. Parece más bien una concesión porque lo que sería un final realista – la perdición a medias en la nada de Fausto – era algo que Goethe parecía no poder enfrentar.

Es el hombre moderno en la semi-locura, en la neurosis de la ansiedad sin fin, que está más completamente asumido como algo trágico y sin solución, con todo su peso, por Kafka, Joyce y Beckett, hombres absolutamente modernos. Fausto tiene puesta la máscara del héroe medieval, pero no lo es. Es moderno, pero no lo asume tanto como para llegar al vacío y al absurdo. Es la época de la dolorosa transición a la modernidad.

Imbuido del deseo romántico quiere convertir los sueños en realidad. Como el Don Juan romántico de Zorrilla, Fausto se salva a último momento. Muy distinto del Don Juan de Tirso de Molina que no se salva y es un personaje trágico, mucho más creíble y real. Fausto y el Don Juan romántico viven sin satisfacción, son máscaras del deseo y nunca se salvan ni se convierten en hombres en la vida.

Fausto y Don Juan especulan con dejarse llevar por el deseo pensando que al final se salvarán: “Cuán largo me lo fiáis” repite Don Juan. Confían en extender el crédito para divertirse hasta la hora de su muerte, ya que especulan con el arrepentimiento o la salvación del último momento. La única salvación sobrevendría gracias a una verdadera caída, que ellos no experimentan y que, en cambio, sí experimenta Raskolnikov, por ejemplo.

Dante quizás hubiese colocado a Fausto entre los tristes ignaros: los que no fueron nada. Tiene buenas intenciones, pero no logra nada. En Fausto se habla del cielo, pero no se lo siente. Es como hablar de Dios: No conduce a nada.

Fausto es un ser ansioso que no goza de lo que tiene, es una máquina de desear y de no satisfacerse con nada y que, además, sabe lo que le pasa y no puede hacer nada al respecto. Mefistófeles es como Godot para Vladimir y Estragón, nunca termina de revelar su secreto. En realidad, ambos engañan:

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no hay secreto alguno. La espera de Godot y el deseo interminable de Fausto, ambos son el infierno en sí mismos.

En Fausto no está la catarsis que podría perdonarlo y salvarlo como a Don Quijote, a Hamlet y a Raskolnikov. Fausto quiere ser una solución clásica para el hombre moderno, siendo lo mismo que hace Goethe al proponerlo (y proponerse) como modelo y solución de la modernidad, en los inicios de ésta. Pero es un híbrido. La modernidad implica el cambio y la insatisfacción constantes. El mismo Goethe lo dice: ¿Cómo puede lograrse satisfacción en la insatisfacción? Es sólo un juego de palabras. Camus asume con más claridad en el Mito de Sísifo esta condena sin Dios de la insatisfacción eterna.

En Crimen y castigo llegamos a tener compasión de un asesino que mata para probar una teoría. En cambio, no se siente compasión, ni admiración, por un hombre como Fausto que causa algún daño para ser feliz. Es que no hay caída para la elevación de Fausto, no hay humanización, no encuentra su medida.

Fausto es salvado al morirse, luego de una vida de insatisfacción. Esto no es una solución para la vida. Es el sueño de una vida futura, una simple fantasía.

Goethe lo plantea como el egoísmo útil tratando, de este modo, de encontrarle salvación a la modernidad. Fausto quiere un pueblo libre trabajando en libertad, pero no lo logra. Suena triste, como si el misterio de la existencia pudiera reducirse a una buena organización o al éxito político o económico. Fausto quiere ganarle terreno al mar porque lo angustia la vanidad de las mareas. La modernidad es lícita; la razón, la ciencia y la industria del hombre son lícitas, pero son vacías sin el Dios vivo. Como la vanidad de las mareas que van y vienen.

CRIMEN Y CASTIGO – DOSTOIEVSKY

Raskolnikov, al matar, dio el salto hacia su premisa. Quiere existir, quiere ser especial, quiere demostrar una teoría, quiere emular a Napoleón a quien ve por encima de las leyes. Raskolnikov, cargado de idealismo romántico, coloca las ideas por encima de todo. Se ha salido del sistema, es la hora de la culpa que lo volverá loco. Él no mató por matar, mató para demostrar algo y no demostró nada.

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En la vida no se puede demostrar nada; cada acto es absoluto, porque es único y cada contexto, en su situación existencial, es absolutamente distinto de los otros. Es lo que ocurre con la prueba de Segismundo: no hay manera de probar nada. O hay buena fe, y no se busca probar nada o no hay buena fe, y se busca andar probando todo lo que existe, siendo seguro el fracaso, ya que no hay prueba posible. Probar en la vida es mirar para atrás, como Orfeo y la mujer de Lot. El mismo intento de probar cambia las condiciones del experimento. No hay dos actos comparables.

Raskolnikov racionalizó que mataba para salvar a su hermana pero, en realidad, mataba para demostrar su teoría que lo justifica. Si realmente lo hubiese hecho para salvar a su hermana, no hubiera caído de manera trascendente, hubiera sido sólo una historia de enredos policiales.

Raskolnikov quería matar para ser, pero logra lo contrario: siente que existe menos de lo que existía antes y ha cometido con los otros lo que él odiaba que cometieran con él: una injusticia. Se odia a sí mismo. El mecanismo parece similar al de Meursault en El Extranjero de Camus, que quiere matar para existir. Raskolnikov es un marginado instruido y moralista que necesita existir y busca razones teóricas que justifiquen su acción.

El extranjero es un marginado existencial por definición, es extranjero en la vida. Su acto no tiene justificaciones salvo el deseo que asume y que tiene la fuerza de una decisión tomada no importa sus consecuencias, como la de Aquiles. El extranjero pone su necesidad de sentir que existe por encima de la vida y logra existir a cambio de morir, como así también el Calígula de Camus.

Raskolnikov ha caído del todo, porque todo él se ha engañado. Se entregará, es la única forma de salvarse a sí mismo: pagar las culpas. A diferencia de los personajes de Camus, que no se engañan, Raskolnikov cae porque se engañó a sí mismo, pero es redimido por el mismo motivo. Los personajes de Camus no se redimen, se queman en su hoguera como un leño sin conciencia, no parecen humanos. Como Macbeth. “¿Qué queda de humano en un mundo sin sentido?” es la pregunta de Camus. Nada. Raskolnikov aprenderá que es especial a los ojos de Dios sólo por ser él mismo, tan único como cada hombre.

Un hombre que se justifica por sentirse especial no podrá entregarse a nadie, porque su justificación invalida la del otro. No puede tener comunión. Sólo una justificación común puede hacer que los hombres se sientan unidos y perciban la confianza que los une con el otro. Así se

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construye la soledad, con una justificación personal. Es lo que le pasa a Raskolnikov. Y de eso se libera al caer y ser rescatado por Sonia.

Un enemigo común que pone en peligro la vida o la razón de ser de un grupo de personas, hace que éstas se unan porque todos asumen una justificación común: destruir a dicho enemigo. Pero cuando cesa esa guerra, no hay paz si no hay una justificación común. Ése es el sentido de la paz de Dios: una paz entre los hombres y de cada uno consigo mismo al sentirse completos en Dios. La paz de Dios es esta justificación común en Dios, esta comunión o empatía. No la ausencia de guerra. No habrá guerra si hay empatía.

La única justificación posible que una a los hombres en una paz que les dé satisfacción es Dios: inefable, inentendible, indemostrable, creador de todo y de todos los hombres. Dios por encima de cualquier religión y cualquier cosa, idea, texto o deseo que diferencie a los hombres.

Un hombre es redimido por encima de las religiones cuando las transciende con Dios. Las religiones son intentos de acercarse a Dios, pero no son Dios. La contracara negativa de las religiones es que pueden convertirse en una idolatría cuando se justifican con la idea de Dios, y no sirven al Dios vivo por encima de ellas mismas. Se justifican a sí mismas con explicaciones de su propio sistema, son juez y parte. Es el fanatismo que invierte a Dios en un demonio y a las religiones, creadas como lo que debería unir el universo, en aquello que lo divide.

Raskolnikov cree que la ley se ha creado para que la sociedad no entre en caos y que alguien que la comprende está por encima de ella. Y por eso estudia derecho. Es el error platónico de creer que la idea es algo superior en sí mismo. Es la que da el derecho ilusorio a los filósofos de la República de ponerse por encima de la ley y mandar como si tuvieran poder propio. Platón cree que los filósofos, por tener mejores ideas, pueden guiar mejor a los pueblos. Las ideas también tienen dos caras, aun la idea máxima innombrable e invisible es creada, no son Dios, no están vivas.

Pero Raskolnikov se equivoca, estamos hechos de ley, es imposible ponerse por encima de ella. Y las leyes de los hombres deben buscar – en una tarea imposible e incesante, aunque necesaria – interpretar en cada situación las leyes de las que estamos hechos y cómo se plasman en cada momento: Los ciclos de justicia y redención que nos impone Dios en cada situación concreta. Éste es el problema que enfrenta a Antígona con Creón y que trae decadencia a los pueblos cuando ambas leyes se divorcian.

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La ley sirve tanto para contener a los hombres como para hacerlos felices. Estamos hechos de huesos duros y carne blanda. Una sola de las dos caras acarreará la caída, ambas la iluminación. Si creemos que conociendo la ley estamos por encima de ella, la pondremos a prueba y caeremos, tal como Raskolnikov y Edipo. Cuando se reconoce el derecho que iguala a los hombres, recién entonces uno puede verlo en sí mismo y ser todo un hombre, sólo un hombre.

Raskolnikov ha caído y ha visto, se ha entregado y arrepentido. Sonia ha bajado al Infierno con él. Fue su guía para que pudiera salir como Virgilio y Beatriz lo fueron para Dante.

LA METAMORFOSIS – KAFKA

Un hombre es usado y se deja usar por su familia, a quien él mantiene. Gregorio no se anima a enfrentar esta situación pues toda su relación familiar entraría en riesgo, rompiéndose, además, su máscara de hombre bueno de la que él vive. Esto le ocurre porque está usando a los otros para alimentar su imagen de bueno. No le ocurre por la convicción de hacer un bien. Es su sueño y su máscara, su alienación. Y por eso se siente usado, está atrapado en un círculo vicioso de hacer el bien y nunca ser reconocido.

Es la premisa de Gregorio, la cual éste no abandona ni aun transformado en insecto (lo extraño), y por eso la situación evolucionará hasta la caída. Gregorio espera el reconocimiento de su imagen de bueno, cosa que nunca obtendrá, aunque se lo digan. Que Gregorio finalmente fuera reconocido como bueno significaría en su mente haberse convertido en un ser superior, el cual sería servido por los demás, usándolos. Los demás perciben esto y son parte de este mecanismo de utilización del otro, cuyo objetivo es cumplir su premisa. Por este motivo es imposible que cedan al reconocimiento.

Gregorio tampoco podría soportar el hecho de ser reconocido porque llegaría a su premisa y se enfrentaría con lo bueno y lo malo que implica el ser reconocido. Cualquier halago lo haría avergonzarse y sentiría que se lo dicen a otro y no a él, o que está dirigido a algo suyo que él no reconoce como propio. La vergüenza y el orgullo son las dos caras de un mismo ídolo.

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La situación no tiene salida y Gregorio encuentra lo contrario de lo que está buscando, tal como suele ocurrir con los destinos. Como no logra lo que busca, cada vez se siente más exigido y menos reconocido. Gregorio se siente cada vez más un extraño frente el mundo, siente que no existe. Está preso de su ídolo-demonio. La vivencia del extranjero de Camus y de la marginalidad especial de Raskolnikov crece paulatinamente en él.

La ciudad y el mundo anónimo en que se mueve le alimentan esta sensación. En el mundo que describe Kafka no se ven seres humanos sino máscaras, roles, funciones, palabras, deberes, méritos. Las personas son valoradas únicamente por su función, por sus resultados. Gregorio se ha metamorfoseado en su máscara, ésta es la verdadera metamorfosis. La ciudad y el mundo son anónimos si somos una máscara. Los percibimos como alienantes cuando nos alienamos en nuestra premisa.

El insecto en que se transforma puede ser una metáfora de aquello completamente extraño al hombre, tan extraño, tan externo al sistema, que produce asco. No es fundamental su significado, como tampoco es fundamental quién es Godot ni quién mató al padre de Hamlet. Es el peso de lo demoníaco: dentro de él hay un ser absolutamente primitivo, indomable, peligroso, asqueante, extraño que, paradójicamente, le exige ser bueno a toda costa y al cual él no puede dominar. Y ese ser es él mismo que ya se ha transformado en su máscara. No hay nadie detrás de la máscara. Ésa es su metamorfosis.

Entregarse al deseo de poder es introducir un extraño que nos domina en nuestro propio interior. Ya no podemos decidir, puesto que el dueño de las decisiones es el deseo de poder que hemos elegido. Ese deseo no lleva a ningún logro propio: sólo continúa alimentando al deseo, no a nosotros. Así es como estamos servidos en bandeja para ser usados por los demás, pues ellos perciben que alimentando al monstruo que llevamos dentro, pueden seguir usándonos. Los demás también son vistos como alienados a través de la máscara de un ser alienado.

No sólo nuestro deseo sino nuestro propio cuerpo nos resultan extraños. Nos quedamos sin amigos, sin ley, sin paz, sin amor, sin humanidad, porque el deseo no distingue nada. Pero también nuestro cuerpo es nuestro enemigo, porque es una limitación al deseo. Y hasta podemos castigarlo.

La transformación de Gregorio alude a este proceso, un proceso que no parece asombrar al que está involucrado en él, porque es inconsciente, pero que espanta a los demás. Cuando dos hombres tienen distintas

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justificaciones, cada uno es percibido por el otro como si no fuera un humano, como un insecto, digno de ser aplastado, provocador de asco, no puede existir la empatía. Es un enemigo mortal, alguien que pone en tela de juicio el fundamento de mi existencia, aquello que le da sentido a mi vida, a mi sistema de pensamiento.

Las obras de Kafka describen este círculo vicioso infernal con la imaginería de la impotencia de una pesadilla. Y la aplica a las relaciones personales (La Metamorfosis, Las Cartas al Padre) y a la burocracia, que es la contra-cara demoníaca del ídolo de la Nación-Estado impersonal que, en la época de Kafka, se consolida en el mundo como modelo de gobierno y de poder (El Proceso, El Castillo).

Kafka muestra este permanente ciclo irónico de la vida – que es lo que genera la ironía en la mente de la gente – no con un tono irónico sino con una visión de profunda tristeza, porque sabe que no hay esperanza de salir de esta pesadilla apelando a la ironía. No se superará nunca la visión irónica del mundo con la ironía, sino con Dios.

A PUERTA CERRADA - SARTRE

Inés, Estelle y Garcin están en el infierno mutuo. Cada uno es premisa de los otros, cuya mirada los hará existir. No importa si es una mirada positiva o negativa, lo importante es que los hará existir. En realidad, la mirada del otro no nos hace existir, existimos sin ella. Pero nos hace sentir que existimos. El precio a pagar es que hay que aceptar ser determinado por el otro quien, de este modo, se convierte en un ídolo. Un otro que jamás nos comprenderá ni aceptará del todo, porque es otro.

Ni la mirada del otro – como dice Sartre –, ni el pensamiento – como dice Descartes –, pueden justificarme. Sólo Dios, que ha creado al pensamiento, al otro y a mí, puede hacer que exista. La mirada del otro y el pensamiento nos pueden hacer sentir que existimos, pero esto es justamente lo que atrae de los vicios: nos hacen sentir más vivos. Si vamos tras ellos, al tiempo nos decepcionamos y nos hacen sentir muertos. Es el infierno que describe Sartre.

No se pueden escapar de este círculo infernal ya que sienten que existen por los otros y no por el mero hecho de existir. Como dice Beckett en Esperando a Godot: ¿Para qué hablan? ¿No les alcanza con existir? Vladimir

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y Estragón necesitan hablar de sí mismos para justificarse infinitamente sin llegar a hacerlo. No soportan irse ni quedarse: su ídolo los quema en la misma medida en que los justifica. Tampoco pueden matarse, porque el dilema no es muerte o vida y el suicidio no resolvería su premisa. El otro sin Dios es un ídolo-demonio y el infierno es eso: el desagarro sin fin. Dios pone al otro en su lugar.

Las justificaciones de los tres personajes son divergentes aunque la justificación de uno sea precisamente el otro que los atrae o repele. Por más que lo intenten, jamás habrá comunicación si los principios y fines últimos son distintos. Porque toda palabra y gesto serán interpretados en base a una premisa distinta y tendrán un significado y un sentido distinto para cada uno. Aunque hablen el mismo idioma no podrán entenderse: Eso es Babel. Sólo Dios puede comunicarlos y rescatarlos del infierno. Sólo Dios puede volver relativos y pensables sus deseos e ideas.

La pregunta de “por qué hay ser y no hay nada” no tiene respuesta, porque la pregunta no tiene sentido: No hay razón, no hay un por qué para el ser, ya que si la hubiera ésta sería parte del ser y no podría ser su razón. Nada se puede decir del ser, la ontología no tiene sentido ¿Por qué el hombre se hace esta pregunta? Se la hace cuanto siente que pierde el sentido de la vida, cuando la justifica con algo que no puede justificarla. Eso lo aliena y le hace sentir que no existe. Es inevitable sentirlo. Eso les pasa a Inés, Estelle y Garcin que tratan de sentir que existen a través del otro y eso convierte a los otros en ídolos o demonios. La indiferencia los mataría, les harán sentir que no existen. Sólo Dios puede salvarlos de dejar de existir por la indiferencia.

ESPERANDO A GODOT – BECKETT

Vladimir y Estragón tienen una justificación para vivir: Godot. Aquí se aborda el tema del tiempo que no tiene sentido mientras no se alcance el ídolo. De la relación entre personas y de cómo intentan inútilmente sentir que existen estando juntos. De los méritos que nunca logran alcanzar el ídolo. Del sentir que no se existe mientras éste no llega.

Esperar es una condena sin sentido donde no hay nada que hacer ni elegir porque no se existe sin el ídolo. La condena es el aburrimiento eterno. Se habla del estar servido en bandeja al esperar al ídolo. Del no poder

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lograrlo y no poder dejar de desearlo. De que aunque uno sepa la situación en que está, no se puede hacer nada para salir de esa situación, ya que no se trata de saber, porque todo el pensamiento está determinado por el ídolo.

Que no hay solución final ni conclusión. Que matarse para salir de esta situación insoportable – como se plantean Vladimir, Estragón y Hamlet – no tiene sentido, porque la premisa que les hace la vida imposible es la misma que les genera temor a la muerte.

La obra habla de la inutilidad del hacer para existir (del Fausto de Goethe): Comienza con “No hay nada que hacer”, que se refiere no sólo a lo que le pasa en ese momento a Estragón, sino también al sentido de toda la obra.

Y también habla del inútil "pienso, luego existo", llevado al extremo por Lucky, porque nada logran con pensar. Ambos juegan a hacer, a decir y a pensar cosas para tratar de pasar el tiempo. No hay solución para ellos en la filosofía, pues están incompletos de un ser vivo.

En Esperando a Godot, vemos a quienes quieren existir a través de algo y no lo logran, a pesar de que realmente existen. El tiempo es un hueco a llenar y por lo tanto una herida abierta y eterna como la de Prometeo. La obra nos hace sentir que transcurre en un marco vacío. Así es siempre, fuera del sistema de uno no se percibe nada.

Ellos no tienen derechos porque le han entregado todo a su ídolo. Y ningún mérito lo puede traer, porque el ídolo está atado a ellos a una distancia inalcanzable, ya que es una ilusión creada por ellos mismos. Y sólo Dios puede salvarlos.

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SOBRE EL AUTOR

Diego Serebrennik. Nació en Buenos Aires, Argentina, el 5 de junio de 1956.

Está casado y tiene 2 hijos. Este libro fue escrito entre 1984 y 2012.

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