Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático: Impacto en la Memoria

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Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático: Impacto en la Memoria María Jesús Barros, Carole Bull, Macarena Domingo Resumen: Diversos investigadores han estudiado las consecuencias que se producen en personas abusadas sexualmente, las cuales alteran su funcionamiento general. Es común que tiempo después del abuso se produzca trastorno por estrés post traumático (TEPT), el cual hace que se revivan los sentimientos y sensaciones experimentadas durante el suceso traumático, impidiendo que estas pacientes superen el trauma y sigan normalmente con sus vidas. Existen evidencias tanto a favor como en contra de que este trastorno conduce a amnesia. El presente artículo explica los síntomas del TEPT, junto a las condiciones pre-mórbidas que lo anticipan. Luego, se señalan las principales características del abuso sexual, sus consecuencias, las condiciones que generalmente lo acompañan y los factores de riesgo que conducen a él. Posteriormente se describirán las dos principales posturas sobre el recuerdo del trauma, las evidencias que apoyan a cada una y las áreas neurobiológicas asociadas. Por último se establecerán tratamientos para el abuso sexual y el TEPT. Trastorno por estrés postraumático Síntomas El trastorno por estrés postraumático posee una prevalencia que oscila entre el 1 y el 14%, dependiendo de la población en que se estudie (APA, 1995) La característica principal del trastorno por estrés post traumático (TEPT) es la aparición de síntomas característicos luego de la exposición a un evento estresante y extremadamente traumático, tal como una agresión sexual y física. Este trastorno puede iniciarse a cualquier edad, incluso durante la infancia (APA, 1995).

Transcript of Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático: Impacto en la Memoria

Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático:Impacto en la Memoria

María Jesús Barros, Carole Bull, Macarena Domingo

Resumen: Diversos investigadores han estudiado las consecuencias que se

producen en personas abusadas sexualmente, las cuales alteran su

funcionamiento general. Es común que tiempo después del abuso se

produzca trastorno por estrés post traumático (TEPT), el cual hace que

se revivan los sentimientos y sensaciones experimentadas durante el

suceso traumático, impidiendo que estas pacientes superen el trauma y

sigan normalmente con sus vidas. Existen evidencias tanto a favor como

en contra de que este trastorno conduce a amnesia. El presente artículo

explica los síntomas del TEPT, junto a las condiciones pre-mórbidas que

lo anticipan. Luego, se señalan las principales características del

abuso sexual, sus consecuencias, las condiciones que generalmente lo

acompañan y los factores de riesgo que conducen a él. Posteriormente se

describirán las dos principales posturas sobre el recuerdo del trauma,

las evidencias que apoyan a cada una y las áreas neurobiológicas

asociadas. Por último se establecerán tratamientos para el abuso sexual

y el TEPT.

Trastorno por estrés postraumático

Síntomas

El trastorno por estrés postraumático posee una

prevalencia que oscila entre el 1 y el 14%, dependiendo de

la población en que se estudie (APA, 1995)

La característica principal del trastorno por estrés post

traumático (TEPT) es la aparición de síntomas

característicos luego de la exposición a un evento

estresante y extremadamente traumático, tal como una

agresión sexual y física. Este trastorno puede iniciarse a

cualquier edad, incluso durante la infancia (APA, 1995).

Se ha observado que el sujeto responde al evento

estresante con temor, desesperanza u horror intenso (APA,

1995).

En el caso de los niños, estas respuestas pueden

expresarse en comportamientos desestructurados o agitados.

Se ha visto que los acontecimientos traumáticos de carácter

sexual en los menores pueden incluir experiencias sexuales

inapropiadas para la edad aun en ausencia de violencia o

daño reales (APA, 1995).

Uno de los síntomas del TEPT es que el evento traumático

es reexperimentado persistentemente a través de recuerdos

del acontecimiento recurrentes e intrusos; sueños de

carácter recurrente sobre el acontecimiento y actuaciones o

sensaciones de que el acontecimiento traumático está

ocurriendo (APA, 1995; McNally, 2006), lo que se puede dar

por medio de ilusiones, sensaciones, alucinaciones y/o

episodios disociativos de flashback. La reexperimentación

se puede dar además por un malestar psicológico intenso y

respuestas fisiológicas, al exponerse a estímulos internos

o externos que simbolizan o recuerdan algún aspecto del

acontecimiento traumático (APA, 1995)

La reexperimentación sensorial es un rasgo especialmente

dramático del TEPT, aunque es menos frecuentes que los

pensamientos intrusos sobre el trauma (McNally, 2006).

Según McNally (2006) las cogniciones intrusas que se dan

sobre el trauma son expresables por medio del lenguaje, e

incluyen descripciones narrativas del trauma y una

evaluación meta-cognitiva del significado de los síntomas

del TEPT. Sin embargo, Van del Kolk (1998) plantea que

éstas ocurren en un estado mental en el cual las víctimas

no pueden articular lo que están sintiendo y pensando (Van

Der Kolk, 1998).

Por otro lado, otro de los síntomas que se observa es una

evitación persistente de los estímulos asociados al trauma,

por medio del esfuerzo de evitar pensamientos,

sentimientos, conversaciones, actividades, lugares y

personas asociadas al suceso traumático. Además se aprecia

una incapacidad para recordar un aspecto importante del

trauma, es decir, puede haber una amnesia total de un

aspecto puntual del acontecimiento (APA, 1995).

Se ha observado que este trastorno puede llegar a ser más

grave o duradero cuando el agente estresante es obra de

otros seres humanos, por ejemplo violaciones, asaltos,

entre otros. Además, se puede dar un aumento de la

probabilidad de presentar este trastorno si el agente

estresante es muy intenso o se encuentra cerca físicamente.

También se ha visto que cuando la situación estresante es

de carácter interpersonal (por ejemplo, abuso sexual)

pueden aparecer síntomas, tales como: afectación del

equilibrio afectivo; comportamiento impulsivo y

autodestructivo; síntomas disociativos; molestias

somáticas; sentimientos de inutilidad, vergüenza,

desesperación o desesperanza; sensación de perjuicio

permanente; pérdida de creencias anteriores; hostilidad;

retraimiento social; sensación de peligro constante;

deterioro de las relaciones con los demás, y alteración de

las características de personalidad previas (APA, 1995).

Kubany, Hills & Owens (2003) destacan el rol del

autodiálogo negativo en el TEPT. Tal autodiálogo es del

tipo “no valgo para nada”, o “que tonta fui”. Éste puede

funcionar como un autocastigo y deteriorar el bienestar de

la víctima. Tales diálogos harían que los recuerdos del

trauma no pierdan su capacidad de evocar dolor psicológico

y adquirirían propiedades de estímulos condicionados, los

cuales al asociarse con imágenes y recuerdos del trauma,

contribuirían a bloquear el proceso natural de extinción

emocional.

Factores que influyen en la aparición del TEPT

Hay personas, que a pesar de haber vivido un trauma no

desarrollan los síntomas del TEPT. Algunos estudios

demuestran que hay algunos factores que influyen en la

aparición de este trastorno, tal como la calidad del apoyo

social, los antecedentes familiares, las experiencias

durante la etapa infantil, los rasgos de personalidad y los

trastornos mentales preexistentes. Aunque este trastorno

también puede aparecer en individuos sin ningún factor

predisponente, sobre todo si el acontecimiento es

extremadamente traumático (APA, 1995).

Por otro lado, se han observado signos neurobiológicos

suaves dos veces más comunes en pacientes con TEPT, los que

incluyen datos en la niñez tales como Déficit atencional,

problemas para aprender a caminar y hablar, entre otros

(Gurvits, Gilbertson, Lasko & Tarhan, 2000). Estas

anormalidades cognitivas pueden constituir un factor de

riesgo de desarrollar TEPT en personas que han vivido un

trauma (McNally, 2006).

Otro factor que influencia en el desarrollo de los

síntomas del TEPT luego de la exposición a un trauma es la

inteligencia. Breslau, lucía & Alvarado (2006) realizaron

un estudio longitudinal de una muestra seleccionada

aleatoriamente de niños de 6 años, los cuales fueron

estudiados hasta los 17 años. Los jóvenes de 6 años con un

CI mayor a 115 tenían menos riesgo de exponerse a eventos

traumáticos, de tener traumas sin un asalto y de tener

síntomas de TEPT. Por esto concluye que un alto CI es un

factor protector para el desarrollo de este trastorno.

Por último, también se ha comprobado que la disociación

tiene un papel especialmente relevante en el pronóstico del

TEPT (Putnam, 1997). Los individuos que disocian en el

curso del acontecimiento traumático o inmediatamente

después de éste, corren mayor riesgo de desarrollar un TEPT

(Marmar, Weiss, Schlenger, Fairbank, Jordan, Kulka y Hough,

1994; Koopman, Classen y Spiegel, 1994; Saxe, Stoddard,

Hall, Charla, López, Sheridan, King D., King L. y Yehuda,

2005). Además, existen otras respuestas, diferentes de la

disociación, tales como la ansiedad, el estilo de apego

evitativo, las estrategias de afrontamiento, el apoyo

social, etc. que pronostican el desarrollo de un futuro

TEPT, ya que influyen en el funcionamiento psicológico e

interpersonal y por lo tanto en la adaptación de las

víctimas (Kaplow, Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe, 2005;

Shapiro y Levendosky, 1999; Tremblay, Hebert y Piche,

1999). Se ha visto que los niños tienen una mayor

probabilidad de manifestar conductas de evitación al

revelarse los hechos, sobretodo los más pequeños (Kaplow,

et al, 2005). Es probable que esto se explique debido a la

menor capacidad lingüística y de identificación emocional

de los niños pequeños, lo que dificultaría la expresión de

sus pensamientos y sentimientos (Peterson, 1989). Sin

embargo, según Kaplow Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe (2005),

la disociación fue el factor predictivo más potente de los

síntomas del TEPT. A si mismo, se ha teorizado que la

disociación previene la expresión explícita de las

emociones y cogniciones asociadas al trauma, lo que

conduciría a un procesamiento insuficiente del trauma, a

más síntomas de reexperimentación y, por consiguiente, a

síntomas más graves del TEPT (Amir, Stafford, Freshman y

Foa, 1998; Pennebaker, 1993).

Abuso sexual

El Ministerio de Salud Chile (2004), define el abuso o

violencia sexual como una actividad sexual involuntaria,

forzada mediante la violencia física o por cualquier forma

de coerción, agresión o abuso. Su práctica implica una

relación de sometimiento en la cual la víctima ha rechazado

el acto sexual o en que no ha tenido capacidad de

consentir, especialmente en el caso de niños pequeños. En

el caso de los niños, es toda aproximación sexual, ya que

éste no se encuentra en condiciones de comprender y son

inapropiadas para su desarrollo psicosexual. El abuso

sexual también implica la actividad sexual inducida

aprovechándose de una situación de superioridad dada la

particular condición de la víctima, por trastorno o

deficiencia mental o por dependencia económica, laboral,

desamparo, inexperiencia o ignorancia. A sí mismo, el

SENAME (2004) plantea que se habla de abuso sexual cuando

un adulto utiliza el chantaje, la seducción, las amenazas

y/o la manipulación sicológica para implicar a un niño(a)

en actividades sexuales o erotizadas de cualquier índole

(insinuaciones, caricias, exhibicionismo, voyeurismo,

masturbación, sexo oral, penetración oral o vaginal, entre

otros).

Los estudios a nivel internacional muestran que entre el

7 y 36% de las mujeres y entre el 3 y 29% de los hombres

reconocen haber sufrido abuso sexual en la infancia

(Finkelhor, 1994). Por otro lado, el SENAME (2004) publicó

en el año 2001 que el 45.6% de los niños bajo su protección

habían sido víctimas de abuso sexual y maltrato infantil.

Según Beltrán (2007), existen pocas publicaciones acerca

de los factores de riesgo del abuso sexual en menores,

debido a la gran cantidad de investigaciones sobre sus

consecuencias. Sin embargo, en la revisión documental

realizada por Beltrán (2007) sobre investigaciones

publicadas entre 1995 y 2005, se mencionan algunas

características que se consideran factores de riesgo del

abuso sexual: (1) factores externos o del contexto del

menor y (2) factores internos o características personales.

Los primeros incluyen los factores propios del núcleo

familiar, factores sociodemográficos, características de

comunicación, comportamiento de ambos padres, historia

familiar de las madres de las víctimas y características

del abuso. Los factores internos serían características

físicas del menor, características psicológicas o

cognitivas y los factores propios de la biología humana al

momento de ejercer control y poder sobre la víctima. En

general, algunos factores externos de riesgo son: (a)

estructura familiar caótica: dificultades en las relaciones

interpersonales, discusiones familiares que incluyen tanto

agresiones verbales como físicas y dificultad en las

relaciones entre los miembros de la familia; (b) violencia

o conflicto marital; (c) abuso de alcohol o drogas de los

padres y (d) historia de abuso sexual de las madres.

Por otro lado, Leifer, Kilbane, Jacobsen y Grossman

(2004) encontraron que un factor de riesgo importante del

abuso sexual es la transmisión generacional del abuso de

madre a hijo(a). Las madres de niños abusados reportaron

mayores historias de abuso en la infancia, relaciones menos

positivas con sus madres, presencia de múltiples padrastros

o compañeros sexuales de sus madres y mayor presencia de

violencia doméstica que las madres de niños no abusados.

Según el Ministerio de Salud (2004), el abuso o violencia

sexual puede producir tanto daños físicos de riesgo vital

como daños psicológicos o psiquiátricos acompañados de

temor, angustia, hostilidad, rabia, culpa, vergüenza,

estado disociativo transitorio, etc. A sí mismo, Ramos-

Lira, Saldívar-Hernández, Medina-Mora, Rojas-Guiot y

Villatoro-Velásquez (1998), plantean que hay tanto efectos

inmediatos como a largo plazo del abuso sexual. Entre los

inmediatos, se encuentran el miedo al daño y a la muerte,

la ansiedad y la depresión, mientras que se calcula que, a

largo plazo, un quinto de las personas que sufrieron abuso

sexual infantil exhibirán alguna patología severa, con

conductas autodestructivas, somatización, desajustes

sexuales, depresión y abuso de drogas. Sin embargo, según

Kendall-Tackett, Williams y Finkelhor (1993), el impacto

del abuso sexual es altamente variable, ya que si bien

algunos niños muestran reacciones adversas con

sintomatología psiquiátrica, otros no presentan efectos

negativos inmediatos.

Por otro lado, en un estudio desarrollado por Kaplow,

Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe (2005), se vio que los

síntomas que se miden en el momento de revelarse los abusos

sexuales son vías directas para desarrollar, en un futuro,

los síntomas del TEPT. Por otro lado, Kendall-Tackett,

Williams y Finkelhor (1993) han descubierto que los niños

que han sido abusados sexualmente pueden exhibir más

síntomas que los niños que no han sido abusados, tales como

problemas conductuales, miedos, baja autoestima y más

frecuentemente TEPT y conducta sexualizada. Además, ellos

han planteado que el TEPT es la manifestación principal del

trauma psicológico causado por los abusos sexuales, debido

a la elevada frecuencia de este trastorno y de los síntomas

que lo acompañan en los niños que sufrieron abusos versus

los que no han sufrido abuso. Según ellos, si bien el TEPT

es relativamente común en los niños abusados, ésta no es

una reacción universal.

Sánchez y Martín (2007), realizaron un análisis de 198

casos de abuso sexual evaluados entre los años 1998 y 2001

en España. Los casos recogidos incluyen a 250 niños

supuestas víctimas, 198 figuras cuidadoras, 350 sospechas

de abuso y 277 supuestos ofensores.

Se observó que el 70% de los 250 menores supuestas

víctimas de abuso sexual fue víctima de abuso sexual

intrafamiliar, lo cual coincide con el porcentaje entregado

por el Ministerio de Salud de Chile (1998) y con lo

planteado por Beltrán (2007). Por otra parte, observaron

una proporción de abuso sexual de 2.52 niñas por cada niño,

lo que coincide con lo dicho por Beltrán (2007). Ella

plantea que a pesar que ha aumentado la prevalencia de

abuso sexual en hombres, las tasas de abuso sexual aún

siguen siendo más altas en mujeres. Según ella, esto podría

deberse entre otras cosas, a la mayor tendencia de las

mujeres a denunciar el delito sexual, a la cultura del

“machismo” que coloca a la mujer en situación de sumisión,

al ejercicio del poder masculino, a las características

femeninas que hacen a las mujeres más vulnerables ante los

ojos masculinos, lo que se correlaciona con el hecho de que

la mayoría de los abusadores son hombres, según lo

planteado por Sánchez y Martín (2007).

Más de la mitad de los niños (58.8%) tenían menos de 10

años y el rango de edad que más frecuentemente fue derivado

para el estudio era el de 4 a 6 años. La edad media de los

niños fue de 8.8 años. Casi la mitad (48.0%) tenían

antecedentes o presencia de otros maltratos asociados y en

un poco más de uno de cada cuatro, el supuesto abuso se

inició antes de los 6 años. Por otra parte, algo menos de

uno de cada cuatro niños presentaba ausentismo escolar y

algo más de uno de cada diez presentaba déficit físico o

psíquico (Sánchez y Martín, 2007).

Por otro lado, se observó que en los 198 casos de abuso

sexual, predomina claramente la estructura familiar

biparental (69.7%). El porcentaje de parejas en disputa, es

decir, con algún conflicto legal, económico o emocional en

el momento de la exploración del niño, es elevado (22.2%).

Casi la mitad de las familias presentaron problemas de

violencia doméstica (47%) y estarían en el nivel

socioeconómico desfavorecido (48%) (Sánchez y Martín,

2007).

De 198 cuidadores, aproximadamente la mitad (49.2%) no

tiene ningún tipo de estudios o sólo los estudios primarios

y uno de cada tres (30.3%) pasaba mucho tiempo fuera del

hogar. Una de cada cuatro presentaba consumo abusivo de

sustancias, especialmente alcohol y la misma proporción

presentaba algún déficit o trastorno físico o psíquico.

Casi la mitad de entre las que se conoció el dato,

presentaron antecedentes de maltrato (47%) y de éstas la

mitad tenían antecedentes de victimización sexual. Por otro

lado, en 319 sospechas de abuso sexual, la actitud de apoyo

al niño ocurrió en 145 casos (45.5%), apoyo al supuesto

ofensor en 61 (19.1%), ambivalencia en 54 (16.9%), no

procedía en 26 (8.2%) y no se conoció el dato en 33 (10.3%)

(Sánchez y Martín, 2007).

La relación de parentesco entre el ofensor y el niño que

más destaca es la de figura paterna biológica en 117 casos

(33.8%), lo que coincide con lo planteado por Beltrán

(2007). La conducta abusiva más frecuente, casi para la

mitad de los niños, fueron los tocamientos en genitales y

en 235 (67.9%) sospechas hubo revelación del abuso por

parte del niño. La duración del abuso de forma larga o

crónica (superior a los tres meses o un año

respectivamente) fue la más frecuente. En una de cada tres

sospechas el acceso del supuesto ofensor al niño es alto

(74.6%). El método preferido por el ofensor para controlar

la conducta del niño es la seducción o el soborno (33.2%).

En casi la mitad de los casos, los abusos se produjeron en

el domicilio del ofensor (Sánchez y Martín, 2007).

Se recogieron datos relativos a 277 supuestos ofensores

sexuales, de los cuales 220 (80.6%) supuestamente abusaron

cada uno de un único niño del estudio, mientras que 43

(15.8%) de dos niños y 10 (3.7%) de más de dos. Además, en

32 (11.7%) de ellos hubo constancia de denuncia o sospecha

fundada de agresiones o abusos sexuales previos a otros

niños. Es importante resaltar que 5 (1.8%) ofensores fueron

niños que también eran supuestas víctimas en el estudio. La

mayoría de los ofensores fueron hombres (92.3%) entre 18 y

40 años (38.5%), con preferencia por el modo de actuación

individual (67.8%) y no hubo diferencias importantes en

cuanto al estado civil casado, separado o divorciado.

Además, se vio que en ellos predominaba el consumo de

drogas o alcohol (Sánchez y Martín, 2007).

El recuerdo del trauma

Diversos estudios han mostrado la gran complejidad que

poseen los sistemas de memoria de cada individuo. Estos

sistemas poseen múltiples componentes, y la mayoría de

ellos no son totalmente concientes para los individuos.

Cada una de las funciones de la memoria parece operar

independientemente de las otras (Van Der Kolk, 1998).

Lo que una persona recuerde depende de un esquema mental

existente. Una vez que un pequeño trozo de información se

integre en esquemas mentales existentes no podrá más ser

accedido como una entidad separada e inmutada, y será

distorsionado tanto por experiencias asociadas como por

estados emocionales al momento de recordar (Van Der Kolk,

1998).

Se ha observado que los recuerdos traumáticos no siguen

las nociones básicas sobre la naturaleza de la memoria, ya

que ésta siempre es un proceso constructivo, es

primariamente declarativa, es presentada en la conciencia

de un modo continuo e ininterrumpido y siempre se

desintegra en cuanto a su exactitud a través del tiempo

(Van Der Kolk, 1998).

Sin embargo, los recuerdos traumáticos son almacenados de

forma diferente que los recuerdos de eventos ordinarios,

quizás por una alteración en la atención, o porque la

excitación emocional extrema interfiere con funciones de la

memoria del hipocampo (Van Der Kolk, 1998).

Un siglo de estudios sobre recuerdos traumáticos muestran

que las representaciones semánticas coexisten con

impresiones sensoriales y que, a diferencia de narrativas

del trauma, estas experiencias sensoriales usualmente se

mantienen estables a través del tiempo, inalteradas por

otras experiencias de la vida y regresarían con una viveza

como si la experiencia estuviera pasando otra vez, al ser

gatilladas por algún estímulo del ambiente. El sujeto no

tendría la capacidad de articular los sentimientos y

pensamientos sobre ésta (Van Der Kolk, 1998).

Tipos de memoria

La literatura clasifica dos tipos de memoria, la memoria

declarativa, la cual es explícita y la memoria no

declarativa, la cual es implícita (Van Der kolk, 1998;

Levine, 2006).

La declarativa se refiere a la memoria conciente para

hechos y eventos. Ésta está ubicada en el lóbulo temporal,

específicamente en el hipocampo y en la corteza (Squire,

Stark & Clark, 2004, LeDoux, 2002).

La memoria implícita se refiere a la expresión del

conocimiento que fue adquirido en un episodio anterior, a

través de un hecho que no hace referencia explícita o

conciente a tal episodio de aprendizaje (Ferreras, 1998).

Esto quiere decir, que este tipo de memoria no requiere

recolecciones intencionales o concientes (Schacter, 1987,

Levine, 2006, Ferreras, 1998).

Un tipo de memoria implícita es la memoria procedural, la

cual es utilizada para aprender la mayoría de las

actividades físicas (caminar, manejar, etc.) por medio de

un aprendizaje instintivo de ensayo y error. Ésta almacena

los conocimientos y acciones que están relacionadas con el

“como hacer algo” y una vez consolidada es automática

(Ferreras, 1998). La memoria procedural es formada en

estructuras involuntarias en el Cerebelo y el Ganglio Basal

(Levine, 2006).

Las diferencias que hay entre la memoria declarativa y la

memoria procedimental son que la primera es más flexible,

ya que se manifiesta en muchas situaciones; es más

moldeable y se activa lentamente. En cambio la memoria

procedural se vincula a una situación específica, es más

rígida y es más rápida (Ferreras, 1998).

Levine (2006) y Schacter (1987) plantean que el trauma es

una forma de memoria implícita. Este recuerdo es

profundamente inconciente, y es la base de las huellas del

trauma en el cuerpo y en la mente (Levine, 2006).

Las relaciones entre la memoria implícita y explícita de

una experiencia es una dinámica importante para la

resolución del trauma (Levine, 2006).

Amnesia versus recuerdo

1. Amnesia

En alrededor de 100 años ha habido numerosas

descripciones de pacientes que sufren de amnesia debido a

una experiencia traumática, en donde la disociación en la

amnesia es fácilmente detectada (Van Der Kolk, 1998).

Van der Kolk (1998) señala que cuando las personas son

traumatizadas se les estrecha la conciencia por lo que sólo

se fijan en los detalles perceptuales centrales de lo que

pasa. Esto a veces evoluciona en una completa amnesia de la

experiencia.

Por otro lado, Carvajal (2002) señala que en el TEPT es

posible que aparezca amnesia, junto con una memoria

emocional fuertemente consolidada.

La amnesia tiene que ver con el mecanismo de defensa de

la represión. Éste mecanismo tiene dos significados

diferentes. Algunos autores plantean que es un mecanismo

que hace que las personas posean dificultades para

recordar. Mientras que otros plantean que la represión es

el olvido total del abuso sexual, ya que este evento es

sacado fuera de la conciencia (Loftus, Polonsky &

Fullilove, 1994).

Loftus y colaboradores (1994), observaron que de 57

mujeres abusadas sexualmente en la niñez, un 19% reportó

haber olvidado su abuso por un periodo de tiempo y más

tarde recuperaron la memoria; un 12% reportó que recordaban

sólo partes de su abuso y un 69% que siempre recordaron el

abuso. Las mujeres que siempre recordaron el abuso (81%)

reportaron mayor claridad en la memoria, con imágenes más

detalladas. Además dijeron haber experimentado una mayor

intensidad de sentimientos cuando el abuso sucedió.

De la muestra, un 31% presentaría represión parcial,

según la primera definición planteada anteriormente. Sin

embargo, de acuerdo a la segunda definición sólo un 19%

tuvo represión (Loftus, et al, 1994).

Por otro lado, Williams (1994), realizó un estudio con

129 mujeres que poseían una historia documentada de abuso

sexual en la niñez. Estas mujeres fueron entrevistadas y un

38% de las mujeres no recordó el abuso reportado 17 años

antes. Fue más probable que las mujeres que eran más

jóvenes en el tiempo en que fueron abusadas y las mujeres

que fueron víctimas de alguien conocido, no recordaran su

abuso.

Otro estudio realizado por Ward & Carroll (1997), utilizó

el modelo de monitoreo de la realidad propuesto por Jonhson

y Raye (1981), el cual plantea que el recuerdo posee

información de dos fuentes: 1) Una externa, que se obtiene

de procesos perceptuales y 2) una interna, a través del

razonamiento, imaginación y pensamiento. La decisión de si

la información almacenada es de fuente externa o interna es

el monitoreo de la realidad.

Se obtuvo una muestra de 31 mujeres que fueron abusadas

sexualmente cinco años atrás. De la muestra, 25 mujeres

habían experimentado abuso sexual infantil y siete mujeres

habían experimentado un abuso sexual en la adultez (Ward &

Carroll, 1997).

Ellas describieron cómo sabían si cuatro diferentes

acontecimientos autobiográficos (experiencia de abuso

sexual, otra experiencia traumática no relacionada, una

ocasión social y un evento imaginado) habían sucedido o no

(Ward & Carroll, 1997).

Los resultados demostraron que las experiencias de abuso

sexual elicitaban un único perfil de respuesta de monitoreo

de la realidad, al compararlo con los otros recuerdos (Ward

& Carroll, 1997).

Se apreció que los recuerdos del abuso sexual pueden ser

más vívidos que otros recuerdos. Por otro lado, se observan

menos recuerdos de apoyo contextual, los cuales son

definidos como acontecimientos subsecuentes o precedentes

que apoyan el recuerdo, por ejemplo, “luego le conté a mi

madre lo sucedido”, lo cual podría ser explicado por la

naturaleza secreta de la mayoría de los abusos sexuales, lo

que reduce la probabilidad de encontrar eventos o

conversaciones que confirmen el abuso (Ward & Carroll,

1997).

Además, se encontraron más respuestas de razonamiento

psicológico, las cuales se definen como suposiciones

psicológicas sobre el proceso de recuperación del recuerdo,

por ejemplo “si siento miedo por ir al lugar donde ocurrió

el abuso es porque el evento sucedió”, esto se puede

explicar porque estas personas poseían niveles más altos de

amnesia, lo que se midió preguntando ¿ha existido un

periodo de un año o más en que no pudo recordar el abuso?,

lo que se apreció en mayores niveles mientras más joven era

la persona (61%) (Ward & Carroll, 1997).

Los autores plantearon la hipótesis de que la

reexperimentación emocional puede causar pérdida de los

detalles perceptuales de los recuerdos del abuso, lo cual

no se cumplió en el caso de los recuerdos autobiográficos a

largo plazo en este estudio (Ward & Carroll, 1997).

La narrativa del trauma

Hace 83 años, Janet planteó que las personas, al estar

muy alteradas, no pueden transformar sus recuerdos en

narrativas neutras (recuerdos narrativos). A pesar de esto,

los sujetos se mantienen confrontados con la situación

difícil. Esto deriva en una “fobia de la memoria” que

previene la integración o síntesis de los eventos

traumáticos y saca los recuerdos traumáticos de la

conciencia. Las huellas del trauma en la memoria persisten

en “ideas fijas no concientes” que no pueden ser eliminadas

sin que sean traducidas en una narrativa personal. Estas

huellas continúan siendo intrusivas como percepciones

terroríficas, preocupaciones obsesivas y re-

experimentaciones somáticas.

Lo anterior se explica debido a que la excitación

emocional o afectiva, que se vive durante el trauma,

interfiere con el apropiado procesamiento de la información

y su posterior almacenamiento en narrativas coherentes de

memoria explícita. Sin embargo, a pesar de esto, no se

interfiere la memoria implícita, ya que estas personas

saben la valencia emocional del estímulo y están concientes

de las percepciones asociadas. A pesar de esto, no son

capaces de articular las razones de sus sentimientos o

conductas. Los recuerdos traumáticos son disociados de la

conciencia y son guardados como percepciones sensoriales,

rumiaciones obsesivas, entre otros. (En Van Der Kolk,

1998).

Por otro lado, Levine (2006) señala que el origen del

trauma se explica por fallas en neutralizar los

procedimientos implícitos que el organismo ejecuta, cuando

es expuesto a grandes montos de estrés o daño. Estas

fallas, junto con no lograr recuperar la homeostasis, están

en la base de los síntomas maladaptativos y debilitantes

del trauma.

Él plantea que los animales, incluyendo a los humanos,

tienden a responder, ante amenazas y daños, ejecutando

acciones de bases biológicas inconcientes que preparan al

organismo para enfrentar la amenaza y lograr defenderse. La

estructura del trauma, incluyendo la activación,

disociación, etc. están basadas en conductas adaptativas de

supervivencia. Todas las respuestas somáticas coordinadas

ante el evento amenazante son formas en que el cuerpo se

protege y se defiende. Cuando estas respuestas para

defenderse y orientarse son abrumadoras aparece el trauma

(Levine, 2006).

Los cuerpos de las personas traumatizadas muestran de

forma instantánea sus intentos no exitosos de defenderse a

ellos mismos ante amenazas o daños. Debido a la experiencia

abrumadora que ellos vivieron, la ejecución normal de sus

respuestas ante la amenaza fue truncada. De esta forma, el

trauma es fundamentalmente una fuerte activación de

respuestas biológicas incompletas ante una amenaza, la cual

se mantiene en el tiempo. Por ejemplo, cuando el individuo

no es capaz de completar acciones apropiadas y descargar la

tremenda energía generada por el evento estresante, se

produce un feedback aferente hacia el tronco encéfalo,

generado por esta respuesta autonómica-neuromuscular

incompleta, que mantiene un estado agudo y luego una

excitación crónica y disfunción en el sistema nervioso

central. Esto haría muy difícil el buen funcionamiento

(Levine, 2006).

Los residuos que quedan de estas respuestas incompletas

son las bases del recuerdo traumático. El trauma no es

recordado de una forma explícita y conciente; es codificado

como procedimientos implícitos basados en reacciones

biológicas de supervivencia. Estos procedimientos no

requieren ser recordados explícitamente, sino que requieren

ser completados e integrados. La compulsión de muchas

personas traumatizadas de intentar recordar es un error

debido a la urgencia profunda de completar las respuestas

altamente cargadas que fueron abortadas o truncadas cuando

fueron sobrepasadas. Este es un factor significativo de las

génesis de los “falsos recuerdos” (Levine, 2006).

Debido al intento de racionalizar las respuestas

incompletas altamente activadas para sobrevivir, la gente

traumatizada usualmente crea historias explícitas que

encajan con su experiencia interna. Estos recuerdos pueden

ser “exactos” solo en el sentido de que son “metáforas”

para lo que está almacenado implícitamente. Muchos

sobrevivientes necesitan “explicaciones” para sus estados

internos que los perturban (Levine, 2006).

Levine (2006) plantea el ejemplo de que para un niño, una

cirugía aterradora puede ser experimentada de una forma muy

similar a un abuso sexual. Esto lo observó en clientes que

reportaron haber sido abusados sexualmente en la niñez.

Señaló que en muchos casos estaban en lo correcto, sin

embargo muchos de estos clientes crearon interpretaciones

que parecían explicar sus síntomas, pero que, de hecho,

habían sido traumatizados por un procedimiento quirúrgico a

muy temprana edad.

Esto demostraría que recordar un evento traumático

explícitamente no es altamente significativo para que la

persona sane, ya que el trauma es implícito. Lo que es

importante en la resolución del trauma es lograr completar

las respuestas incompletas ante las amenazas y la

subsiguiente descarga de la energía que fue movilizada para

sobrevivir. Cuando la memoria implícita (procedural) es

activada y completada somáticamente, se puede construir una

narrativa explícita, no al revés. De este modo, los

sobrevivientes del abuso pueden comenzar a recordar y así

ellos pueden empezar a integrar la experiencia implícita en

narrativas coherentes concientes. Estas historias no son ni

verdaderas, ni falsas y contienen un balance de elementos.

Algunos de estos elementos son exactos, otros son estados

simbólicos emocionales, mientras que la función primaria de

los otros es promover el proceso de sanación (Levine,

2006).

Por otro lado, Van der Kolk (1998) señala que cuando las

personas abusadas hacen conciente más y más elementos de la

experiencia traumática es posible que construyan una

narrativa que explica que les ocurrió. Este proceso de

construcción de una narrativa de los elementos sensoriales

disparados de una experiencia no es poco similar con la

construcción automática de una narrativa en condiciones

normales. Sin embargo, en esta última los elementos

sensoriales de la experiencia no son registradas de forma

separada de la conciencia y son integradas automáticamente

en una narrativa personal. Esto en los niños resulta más

difícil porque ellos tienen menor capacidad mental para

construir una narrativa coherente de los eventos

traumáticos.

Áreas del cerebro involucradas en las alteraciones de la memoria

Se ha observado que los traumas y estresores a largo

plazo pueden causar alteraciones en el funcionamiento de

las estructuras neuroanatómicas y de las redes neuronales

en el sistema nervioso central (O’Donnell, Hegadorenb y

Coupland, 2004).

La incapacidad de construir una narrativa se puede

observar a nivel cerebral. Un estudio en que se realizó una

tomografía de emisión de positrón (PET) fue utilizado para

medir fluidez sanguínea (FS) normalizada en regiones del

cerebro de 16 mujeres con historias de abuso sexual en la

niñez: 8 con TEPT y 8 sin TEPT. En condiciones de

imaginería los participantes recordaron e imaginaron

eventos traumáticos y eventos neutrales autobiográficos. Se

encontró una disminución, en los pacientes con TEPT, de la

FS en el giro inferior frontal izquierdo lo que corresponde

a la porción anterior del área de Brocca. Estas

disminuciones son consistentes con la disminución del

procesamiento lingüístico durante la recolección de los

eventos traumáticos, versus los eventos neutrales (Shin,

McNally, Kosslyn, Thompson, et al, 1999). Lo anterior

muestra la tendencia de personas traumatizadas a

experimentar emociones como estados físicos, más que

experiencias verbalmente codificadas (Van der Kolk, 1998).

Por otra parte, pacientes con TEPT muestran anormalidades

significativas del sistema límbico, lo que provee un

comienzo para la comprensión del almacenamiento de la

memoria y problemas de la recuperación. Se ha visto una

disminución del volumen del hipocampo, una activación

anormal de la amígdala y sus estructuras relacionadas, una

anormal lateralización y una disminución de la actividad

del área de Brocca cuando los pacientes eran inducidos a

reexperimentar el trauma. Se plantea que la severidad del

TEPT está directamente relacionada con la disminución del

volumen del hipocampo (Van der Kolk, 1998).

Carvajal (2002) señala que el trauma podría alterar la

capacidad del organismo para formar secuencias de

representaciones, lo que conduciría a un recuerdo

fragmentado del evento. Esto puede ser explicado por la

liberación de hormonas del estrés (noradrenalina y

cortisol) que afectan la fortaleza de la consolidación de

la memoria a largo plazo (Van der Kolk, 1998).

Dificultades en el recuerdo en general

Se han visto anormalidades en regiones del cerebro de la

gente con TEPT que son importantes en el funcionamiento de

la memoria (Isaac, Cushway, Jones, 2006).

En un estudio efectuado por Henderson, Hargreaves,

Gregory & Williams (2002) se observó que mujeres que

reportaron haber sido abusadas sexualmente tenían

significativamente menos recuerdos autobiográficos

específicos, que personas que no fueron abusadas. Esto

sugiere que el abuso en la niñez se asocia con déficit en

el procesamiento cognitivo. Este estilo de memoria podría

contribuir a tener una vulnerabilidad psicológica en la

adultez, tal como inhabilidad para resolver problemas.

Van der Kolk (1998) plantea que la combinación de lagunas

mentales autobiográficas junto con la continua dependencia

de la disociación hace que estas personas posean

dificultades para reconstruir un evento preciso de su

pasado y de su realidad actual. La combinación de falta de

memoria autobiográfica, disociación continua y de esquemas

significativos que incluyen victimización, falta de ayuda,

etc. hace que estos individuos sean vulnerables a la

sugestión y a la construcción de explicaciones para los

afectos relacionados al trauma que pueden tener poca

relación con las realidades actuales de sus vidas.

Una nueva postura sobre el recuerdo en personas

traumatizadas

McNally (2007a) plantea que la evidencia que poseen

algunos investigadores de que un porcentaje pequeño de

personas traumatizadas son incapaces de recordar su trauma

(debido a la represión) tendría explicaciones más

evidentes.

En primer lugar, señala que los olvidos de la vida diaria

no son amnesia disociativa del trauma. Se ha descubierto

que las personas con TEPT tienen dificultades para recordar

información diaria no relacionada con el episodio

traumático (Isaac, et al, 2006, Henderson, et al, 2002, Van

Der Kolk, 1998). Muchas veces los investigadores

malinterpretar esta evidencia asociándola con amnesia del

recuerdo (Brown & Sheflin, 1999, en McNally, 2007a). Pero

esto no tiene nada que ver con olvidar el trauma en sí. Por

otro lado, las recolecciones intrusivas del trauma pueden

interferir con el funcionamiento de la memoria de la vida

diaria, pero estos problemas de la memoria que se

desarrollan luego del trauma no deben ser asociados con

amnesia del trauma (McNally, 2003, 2007a).

En segundo lugar, McNally (2003, 2007a), plantea que la

amnesia orgánica no es una amnesia traumática disociativa,

es decir, no se debe confundir un daño en el cerebro de la

persona al vivenciar un trauma, con amnesia traumática.

Por otro lado, señala que la amnesia psicogenética no es

amnesia. Este síndrome aparece algunas veces luego de que

la persona ha experimentado un evento estresante,

usualmente mundano, por ejemplo: una desilusión amorosa. La

amnesia psicogénica involucra pérdida completa de la

memoria, incluyendo la propia identidad. Afortunadamente

solo dura algunas semanas y remite sin intervención

terapéutica Ésta no puede confundirse con una inhabilidad

selectiva para recordar un recuerdo traumático específico

(McNally, 2003, 2007a).

En cuarto lugar, la codificación incompleta no es amnesia

traumática disociativa. La APA (1995) señala que el TEPT

presenta una inhabilidad para recordar una parte importante

del trauma. McNally (2003, 2007a) plantea que este criterio

es ambiguo. Esta ambigüedad se da debido a que no todos los

aspectos de una experiencia, incluyendo la traumática, es

codificada por la memoria. En condiciones de despertares

emocionales intensos las personas tienden a enfocar su

atención en los aspectos centrales del evento a expensas de

aspectos periféricos. Si los sobrevivientes no pueden

recordar un aspecto del trauma, puede ser porque nunca lo

codificaron en primer lugar. Por ejemplo, se ha observado

que sujetos asaltados con pistolas, muchas veces no pueden

recordar la cara del asaltante, sin embargo, esto no se da

porque tengan amnesia, sino porque su atención estaba

fijada en la pistola y nunca codificaron la cara del

sujeto. De acuerdo a esto, la codificación incompleta no

debe ser confundida con amnesia disociativa del trauma.

McNally (2003, 2007a) además señala que la no revelación

no es amnesia disociativa del recuerdo. Es decir si una

víctima de abuso no reconoce este episodio, no se puede

saber si no pueden recordar el abuso o simplemente están

reacios a revelar su abuso a un extraño. En un estudio,

investigadores recontactaron a personas que no revelaron su

abuso durante una entrevista previa y observaron que

ninguno de ellos había olvidado este suceso. Por muchas

razones (por ejemplo les cayó mal el entrevistador), cada

participante no quiso reconocer su maltrato. Por esto, si

algunas personas fallan en revelar un abuso, no se puede

asumir automáticamente que no es capaz de recordar (Della

Femina, Yeager & Lewis, 1990, en McNally, 2007a).

Otro suceso que ocurre usualmente es que se confunde la

amnesia de la niñez con la amnesia traumática disociativa.

Se sabe que las personas pueden recordar poco de sus vidas

antes de los 4 o 5 años. Esto se da debido a los cambios

neurocognitivos en la capacidad del lenguaje y maduración

cerebral, que hacen muy difícil recordar eventos

codificados durante sus años preescolares (McNally, 2007a).

De acuerdo a esto, si un niño no recuerda eventos

traumáticos de la infancia, como lo observó Ward & Carroll

(1997) y Williams (1994), no se puede asumir que esta

inaccesibilidad es debido a amnesia disociativa del trauma.

Debido a la amnesia de la niñez, casi todos los eventos de

estos años se perderán para siempre (McNally, 2007a).

Otro punto que plantea McNally (2003, 2007a) es que la

disociación durante el trauma no es lo mismo que no ser

capaz de recordar el trauma más adelante. La disociación se

entiende de diversas maneras. Esta puede causar la

sensación de estar desconectado del propio cuerpo

(despersonalización), desrealización, la sensación de que

el tiempo va más lento, parálisis emocional, inhabilidad de

recordar partes del trauma, y la habilidad de recordar muy

bien el trauma (por ejemplo flashbacks). Sin embargo, la

despersonalización no previene que el sobreviviente no

recuerde el trauma más adelante.

Por último, McNally (2003, 2007a) plantea que el error

más común realizado por los investigadores de la amnesia es

confundir el no pensar en algo por un largo tiempo con una

inhabilidad para recordar.

En el estudio descrito anteriormente, realizado por Ward

y Carroll (1997), se observó que buscaban evidencia de

amnesia del recuerdo preguntando a los participantes si

hubo algún tiempo en que no pudieron recordar el abuso.

Hubo un gran porcentaje de personas que respondieron

afirmativamente a esta pregunta, lo que fue interpretado

como amnesia del recuerdo. Sin embargo, McNally (2007a)

señala que en estos casos, si ellos bloquearon los

recuerdos del abuso no había razón para que intentaran

recuperar estos recuerdos. Él agrega que lo más probable es

que las personas interpretaron que la pregunta quería decir

si hubo algún tiempo en que no pensaron sobre el abuso.

Pero, no pensar sobre el abuso no es lo mismo que no poder

recordarlo. Por otro lado, si los terapeutas creían que los

pacientes usualmente experimentan amnesia traumática

disociativa, entonces con una o dos preguntas no sería

posible desbloquear estos recuerdos. Además, si estos

autores postulan que recordar los eventos del abuso son

vitales para que el paciente se sane, podrían tener el

riesgo de crear falsos recuerdos (McNally, 2007a).

Una tercera postura del recuerdo del abuso sexual

Durante varios años se han descrito dos polos sobre el

recuerdo del abuso sexual: 1) la del recuerdo reprimido, y

2) la del recuerdo falso. Ya se ha explicado la primera

postura. En cuanto a la postura del recuerdo falso se

plantea que la repetición y el despertar emocional deberían

fortalecer la memoria. Esto deriva en que si alguien dice

que ha recordado eventos traumáticos olvidados,

especialmente en el contexto de terapia, entonces la

recuperación sería falsa. Si se asume que el abuso sexual

es un trauma terrorífico, entonces los mecanismos bien

establecidos del recuerdo deberían hacer la amnesia

difícil, o más bien imposible (McNally, 2007a).

Una postura intermedia planteada por McNally (2007a,

2007b) explica que si una persona es abusada en la niñez no

posee la capacidad de comprender esta experiencia poco

placentera, ya que no posee un marco conceptual sobre ello.

Más adelante, cuando el sujeto comience a comprender tales

episodios de abuso sexual experimentaría un gran impacto

emocional que podría provocarle los síntomas del TEPT.

Debido a que las/los sobrevivientes de abuso sexual no

entendieron el evento cuando les sucedió, no piensan sobre

esta experiencia por muchos años. Por otro lado, este

olvido ordinario fue reforzado por la ausencia de

recordatorios (por ejemplo el abusador se fue lejos). Esto

derivará en que cuando esta persona crezca va a ser capaz

de recolectar estímulos que le gatillen las experiencias

olvidadas sobre el abuso desde la perspectiva de un adulto.

Debido a que el evento no fue comprendido cuando ocurrió y

no fue experimentado como traumático, no se necesitan

mecanismos disociativos especiales para explicar porqué la

persona no pensó sobre eso durante mucho tiempo. Con esto

McNally concluye que una recuperación del recuerdo no

implicaría un recuerdo traumático previamente reprimido.

Evidencias en contra de las alteraciones cerebrales producidas por el TEPT

Diversos estudios plantean que las hormonas producidas

por el trauma causan atrofias en ciertas áreas de la

memoria, tal como el Hipocampo. Sin embargo en un estudio

con 17 pares de gemelos monocigotos se vio que tanto los

pacientes con TEPT como su gemelo sano y no expuesto al

trauma, poseían el volumen del hipocampo más pequeño, lo

que indicaría que el trauma no produce una atrofia en el

hipocampo y que éste al ser más pequeño reflejaría una

vulnerabilidad genética o constitucional para desarrollar

TEPT en las personas expuestas a un trauma (Gilbertson,

Shenton, Ciszewski, Kyoto, Lasko, Orr & Pitman, 2002).

Por otro lado, según McNally (2003) el cortisol alto en

los pacientes con TEPT no es mantenido por periodos largos

de tiempo, por lo que no sería posible que provoquen

atrofia en el hipocampo. Se ha observado que bajos periodos

de niveles altos de cortisol son adaptativos, en cuanto a

que moviliza a la persona hacia el escape o la pelea. Sólo

si estos altos niveles se mantienen a través de los años

puede provocar daños.

Evidencias que apoyan que no hay amnesia disociativa del recuerdo

McNally, Clancy, Barret y Parker (2004), realizaron un

estudio para saber si las personas que han olvidado su

abuso sexual, poseen una mayor habilidad de inhibición de

esos recuerdos perturbadores. Para ello, tomaron una

muestra de 150 adultos, 108 mujeres y 42 hombres, y los

distribuyeron en cuatro grupos: (1) recuerdo continuo:

siempre recordaron su abuso sexual, (2) recuerdo

recuperado: recordaron su abuso después de haberlo olvidado

por años, (3) recuerdo reprimido: no recordaron su abuso,

pero creían que habían sido abusados y (4) control: no

tuvieron abuso sexual en la niñez. Se les leyeron dos

listas, cada una con 10 palabras positivas y 10

relacionadas con trauma y posteriormente, se les pidió que

recordaran las palabras.

Se observó que todos los grupos recuperaron más palabras

traumáticas, que positivas. Contrario a lo que se creía,

ningún grupo que reportó haber olvidado su abuso (por

represión o recuperación) exhibió mayor olvido de las

palabras relacionadas al trauma, en comparación de las

positivas. Se supone que una persona que bloquea recuerdos

del abuso debería fácilmente poder bloquear una experiencia

que provoca menos contenido emocional, tal como una palabra

relacionada en un experimento. Sin embargo, eso no se vio

en este estudio (McNally et al., 2004; McNally, 2007a,

2001).

Si los sobrevivientes del abuso no exhiben una habilidad

superior para olvidar meras palabras relacionadas con

trauma, igualmente, uno podría cuestionar su habilidad para

olvidar recuerdos autobiográficos relacionados con trauma

(McNally, 2001)

Se puede concluir que las personas sexualmente abusadas

en la niñez no poseen una habilidad superior para olvidar

claves del trauma. Sin embargo, los métodos de olvido

directo utilizados en este estudio, no pueden determinar si

las personas fueron realmente abusadas o si olvidaron su

abuso (McNally et al., 2004).

A pesar de lo anterior, McNally (2007a) señala que quizás

las personas pierden su capacidad de olvidar material

relacionado al abuso una vez que los recuerdos del abuso

autobiográfico han regresado.

Por otro lado, Clancy, Schacter, McNally, Pitman (2000)

estudiaron el falso reconocimiento (error de creer que se

han encontrado ítems originales) en 57 mujeres distribuidas

en los cuatro grupos anteriormente nombrados: grupo de

recuerdo recuperado, grupo de recuerdo reprimido, grupo de

recuerdo continuo y grupo control.

Se descubrió que aquellas que habían recuperado el

recuerdo de su abuso eran más propensas a tener falsos

reconocimientos que los otros grupos. Además, las mujeres

que recuperaron el recuerdo y las que lo reprimieron

mostraron una mayor reducción en el falso reconocimiento a

través de las pruebas del estudio que los otros sujetos, lo

que quizás refleja cambios estratégicos en el rendimiento.

A sí mismo, los investigadores Porter & Peace (2007)

realizaron un estudio en donde 49 sujetos describieron sus

recuerdos de un trauma reciente y una experiencia emocional

positiva. Luego de 3,45 a 5 años se volvió a entrevistar a

29 de los 49 sujetos. Los resultados indican que los

recuerdos traumáticos fueron altamente consistentes a

través del tiempo al compararlos con los recuerdos

positivos. La calidad de la viveza y componentes

sensoriales disminuyeron marcadamente en los recuerdos

positivos y se mantuvieron sin cambio en los recuerdos

traumáticos. La severidad de los síntomas traumáticos

disminuyó a través del tiempo por lo que no se relacionan

con la consistencia de la memoria.

Para saber si la amnesia traumática se produce en todos

los casos o no, McNally (2001) ha conducido una serie de

estudios en los cuatro grupos previamente nombrados.

Observó que algunos individuos exhiben síntomas de

aflicción psicológica y se caracterizan por obtener

puntajes elevados en medidas de disociación y absorción.

Esto puede reflejar una propensión a reprimir recuerdos

traumáticos, propensión a crear recuerdos falsos de trauma

o una consecuencia del abuso mismo (asumiendo que éste

realmente ocurrió).

Por otro lado, según McNally, Clancy, Barrett y Parker

(2005a), las personas que reportan recuerdos reprimidos o

recuperados de abuso sexual infantil pueden tener déficit

en el monitoreo de la realidad. Las personas con pobres

habilidades de monitoreo de la realidad pueden tener

dificultades para distinguir recuerdos de experiencias

previas de aquellos recuerdos de experiencias que fueron

meramente imaginadas (McNally, et al., 2005a). De hecho,

algunas personas que creen tener recuerdos reprimidos de

abuso, llegan a esa conclusión después de experimentar

pesadillas, imágenes visuales o sensaciones corporales que

ellos interpretan como fragmentos perceptuales-sensoriales

de recuerdos sepultados de un trauma temprano. La hipótesis

sobre los déficit en el monitoreo de la realidad implica

que la gente que reporta recuerdos reprimidos y recuperados

son especialmente propensos a interpretar ciertas

experiencias habituales (por ejemplo, imágenes o sueños)

como recuerdos de eventos reales.

Usando métodos de detección de señales, McNally et al.

(2005a) encontraron que adultos que reportaron recuerdos

reprimidos o recuperados de abuso sexual infantil fueron

menos capaces de discriminar entre palabras que han visto y

palabras que han imaginado ver, que los adultos que

reportaron nunca haber olvidado su abuso sexual y adultos

que no reportaron historia de abuso. Estos resultados

podrían confirmar la “perspectiva del recuerdo falso”. Sin

embargo, el déficit relativo en la habilidad para

discriminar percepciones de imágenes fue evidente sólo en

algunos test.

De acuerdo con la teoría del trauma con traición (Freyd,

1994), un adulto sobreviviente de abuso sexual infantil

(ASI) que fue acosado por sus cuidadores (por ejemplo, el

padre) está especialmente propenso a disociar (“reprimir”)

sus recuerdos del abuso. Incapaces de escapar físicamente

de los abusadores, aprenden a escapar mentalmente, de ese

modo atenúan el impacto emocional negativo de lo que está

ocurriendo. Esta manera de codificar los episodios de

abuso, puede resultar en una amnesia traumática disociativa

(Terr, 1991 en McNally 2007).

Haciendo pruebas en estudiantes universitarios, DePrince

y Freyd (2004) encontraron que aquellos que puntearon alto

en los cuestionarios de disociación, exhibieron déficit de

memoria para palabras relacionadas con trauma cuando las

vieron en condiciones de atención dividida. Dicha teoría,

implica que los sobrevivientes de ASI desarrollan

habilidades superiores para desviar la atención de las

señales relacionadas con el trauma, entonces se altera el

posterior recuerdo de tales señales. Replicando el

procedimiento de dichos autores, McNally, Ristuccia y

Perlman (2005) probaron el déficit de recordar las palabras

referidas a trauma en comparación con palabras neutras en

adultos que reportaron recuerdos continuos o recuperados de

ASI versus adultos que niegan historia de ASI. Un déficit

para recordar palabras referidas a trauma bajo una atención

dividida fue esperado en el grupo de recuerdo recuperado.

Los resultados fueron inconsistentes con esta predicción,

ya que los tres grupos exhibieron mayor recuerdo de las

palabras referidas a trauma que las palabras neutras,

independiente de las condiciones de la codificación. Sin

embargo, McNally et al. (2005) no pretendieron probar

óptimamente la teoría del trauma con traición de Freyd

(1994), ya que ninguno de sus participantes reportó abuso

sexual por parte de un cuidador.

A sí mismo, otro experimento de McNally, Clancy, Barrett,

& Parker, (2004) no ha apoyado la hipótesis de que adultos

sobrevivientes de abuso poseen una habilidad superior para

inhibir la recuperación de palabras referidas a trauma que

han codificado o para desviar la atención de palabras

amenazantes y que por lo tanto, están impedidos de recordar

esas palabras. Además, estas habilidades superiores para

olvidar las señales del trauma no han sido detectadas ni

siquiera entre aquellas personas que deberían ser más

propensas a tener esas habilidades (personas que reportan

tener recuerdos reprimidos y personas que reportan tener

recuerdos recuperados).

A pesar de que el experimento de DePrince y Freyd (2004)

se inspiró en la teoría del trauma con traición, ni su

experiencia ni la de McNally, Ristuccia y Perlman (2005b)

proporcionan una prueba óptima para esa teoría. Para

probarla óptimamente, los investigadores necesitarían

reclutar adultos sobrevivientes de ASI que hayan sido

abusados por los cuidadores y que además, hayan olvidado

sus abusos por muchos años y que después lo hayan recordado

en la adultez (McNally, et al, 2005b).

Por otra parte, McNally (2007b) realizó una crítica

empírica y conceptual de esta teoría del trauma con

traición. Él plantea que los datos de estudios que apoyan

la teoría, han estado abiertos a interpretaciones

alternativas, mientras que otros estudios no han probado

ningún sustento a la teoría. Además, no hay evidencia

convincente acerca del hecho que los niños son incapaces de

recordar sus abusos (desarrollar una verdadera amnesia)

poco después de sus acosos. También, incluso si los niños

abusados por sus cuidadores tienen miedo a la interrupción

de la cercanía con el delincuente, aquello no es razón para

asumir que ellos deben desarrollar amnesia de sus abusos;

ellos pueden mantener la relación simplemente por el hecho

de no revelar el abuso.

La teoría del trauma con traición plantea que los niños

abusados por los cuidadores, desarrollan “amnesia

traumática” (Freyd, 1994) de sus abusos, para que la

conciencia de ello no afecte sus conductas de dependencia

con el cuidador y, así, no se pongan en peligro sus vidas.

Según McNally (2007b), hay varios problemas con esta idea:

(1) Freyd (1994) hipotetizó que la habilidad para detectar

traición puede ser desplazada por objetivos mayores de

sobrevivencia. Según ella, podría ser realmente peligroso

para el niño, no poder reprimir esta habilidad de detectar

la traición. Sin embargo, Freyd se refería a supervivencia

literal (física). Por lo tanto, no es claro como el niño

podría “morir” o no sobrevivir, ¿cómo podría ser realmente

peligroso para un niño el saber que está siendo sexualmente

abusado? (2) No existe una razón para suponer que el niño

tiene necesariamente que desarrollar amnesia de su abuso

para mantener la relación con el cuidador. De hecho, para

ello, los niños necesitan omitir el abuso, no olvidarlo. La

divulgación pública del abuso, no el recuerdo accesible de

éste, es lo que amenazaría la relación. (3) De acuerdo con

la teoría del trauma con traición, los niños abusados

dependen de los abusadores para estar adecuadamente

alimentados, vestidos y cobijados y por esa razón, tienden

a mantener la relación con el cuidador a través de la

amnesia. De hecho, la necesidad de preservación de esa

relación es precisamente lo que explica el por qué las

víctimas están, teóricamente, motivadas a bloquear los

recuerdos de la conducta incestuosa de sus cuidadores.

Pero, ¿son realmente proveedores fiables los abusadores?

(4) La teoría del trauma con traición está diseñada para

explicar por qué algunos pueden desarrollar amnesia acerca

del hecho que han sido sexualmente abusados por un

cuidador. Sin embargo, no está claro si aquellos que dejan

de pensar sobre sus abusos por muchos años fueron realmente

incapaces de recordar que fue lo que ocurrió, así es la

inhabilidad para recordar que cuenta como amnesia.

McNally (2007b) plantea otra explicación acerca del por

qué alguien que fue acosado sexualmente (incluyendo por un

cuidador) no puede pensar acerca del abuso por muchos años

y sólo lo puede recordar más tarde en la vida. Primero, si

el abuso no fue violento se disminuye la oportunidad de

contarlo como algo traumatizante. Como las emociones

intensas tienden a fortalecer la memoria, la ausencia de

ellas podría ser un factor que lleve a interpretarlo como

un evento menos intrusivo. Segundo, como se dijo

anteriormente, si el niño fue muy pequeño cuando fue

abusado, pudo no haber alcanzado a entender la traición o

su naturaleza sexual hasta después de haber recordado el

abuso años más tarde (McNally, 2007a, McNally, 2007b). Sin

embargo, niños más grandes son mucho más propensos a saber

qué es lo que ocurre, pero también pueden ser menos

propensos a olvidarlo, incluso aunque puedan temer revelar

el abuso, no por temor por sus vidas, sino por miedo a la

separación de la familia por causa de que el padre abusador

vaya a prisión. Esos niños pueden tratar activamente de no

pensar sobre el abuso para sacarlo de la mente, lo cual no

requiere postular un mecanismo disociativo como lo hace

Freyd (1994). Por otro lado, si bien el abuso sexual

siempre es moralmente reprochable, puede no involucrar

terror y amenaza para la vida y, por tanto, no considerarse

como un trauma en el sentido estricto de la palabra. El

abuso sexual por parte de los cuidadores siempre involucra

traición, pero la traición per se puede no tener nada que

ver con el por qué el abuso fue olvidado (McNally, 2007b).

Tratamientos

Spitzer & Myers (2006) investigaron el impacto de

medidas de funcionamiento en mujeres que tuvieron abuso

sexual en la infancia, al mismo tiempo en que se estaban

realizando una terapia. Estas medidas de funcionamiento

consistían en cinco ítems relacionados con la calidad que

tenían estas mujeres en cuanto a las relaciones con otros

significativos, la salud física, el trabajo, la sensación

de bienestar y la autoestima.

Ellos examinaron si el trabajo que se hacia en la memoria

era experimentado como beneficioso o perjudicial al

compararlo con las medidas de funcionamiento de mujeres que

estaban en terapia según el grado de recuperación de

detalles gráficos del abuso. Los autores plantearon la

hipótesis de que los clientes cuyas terapias involucraban

un mayor énfasis en recuperar los detalles del abuso

reportarían un menor funcionamiento durante y luego de su

terapia, al compararlos con clientes cuyas terapias tenían

menor énfasis en la recuperación de detalles del abuso

(Spitzer & Myers, 2006).

El estudio constaba de 59 mujeres mayores de 20 años que

fueron divididas en dos grupos: las que pasaron más tiempo

recuperando detalles gráficos del abuso sexual en su

terapia (19) versus las que pasaron menos tiempo en esto.

Luego de sus terapias se les entregó a estas mujeres un

cuestionario que medía el tipo de recuerdos que tenían las

participantes antes de comenzar la terapia; el

funcionamiento de ellas en cinco áreas antes, durante y

después de la terapia; el impacto de trabajar sobre

recuerdos del abuso sexual en el funcionamiento de los

participantes; si les sirvió el tipo de terapia

experimentada y que creencias tenían las participantes

sobre qué era importante curar luego de un abuso sexual

(Spitzer & Myers, 2006).

Los recuerdos visuales explícitos, fuertes flashback de

sentimientos, flashbacks de sensaciones físicas, imágenes

visuales desconectadas y pesadillas fueron disminuyendo a

medida que pasaba la terapia. En cuanto a los recuerdos que

siempre se recordaban, pero que no los etiquetaron como

abuso hasta después y los recuerdos recuperados, fueron más

experimentados durante la terapia, que antes y después de

ésta (Spitzer & Myers, 2006).

También se vio que en muchas participantes la terapia

estuvo asociada con una disminución de la prevalencia de

muchos tipos de recuerdos del abuso. Un 59% de las

participantes consiguió recuperar nuevos recuerdos del

abuso durante su terapia. Por otro lado un 84% de las

mujeres que pusieron énfasis en recuperar detalles del

abuso, tuvieron más recuerdos de éste durante la terapia,

comparado con un 48% de mujeres que pusieron menos énfasis

en la recuperación. Un significativo porcentaje de las

mujeres del grupo de recuperación informaron que por medio

de una hipnosis se hicieron regresiones para recordar

detalles del abuso y que sus terapeutas las animaron a

recordar detalles del abuso en terapia (Spitzer & Myers,

2006).

Esto llevo a la hipótesis de que el énfasis de las

participantes de este estudio de trabajar en su memoria

para recuperar detalles del abuso, condujeron a una mayor

recuperación de los recuerdos (Spitzer & Myers, 2006).

Se observó que un 48% de las participantes que

pertenecían al grupo de menor recuperación reportaron haber

recuperado recuerdos del abuso, lo que sugiere que a veces

otros factores, en vez de sólo enfocarse en recuperar la

memoria, contribuyen a recordar detalles del abuso (Spitzer

& Myers, 2006).

Los resultados revelaban que aquellas mujeres que

utilizaron más tiempo recuperando recuerdos del abuso

tuvieron un puntaje de funcionamiento significativamente

más bajo antes y durante la terapia, pero que no cambio

significativamente luego de la terapia. También se vio que

ambos grupos luego de la terapia funcionaron en un alto

nivel. Se observó además que las terapias que ponían

énfasis en recuperar más recuerdos del abuso hicieron que

las participantes tuvieran más recuerdos del abuso durante

la terapia. Finalmente se observo que había más

probabilidad de que las clientas participaran en hipnosis y

que fueran animadas por los terapeutas a recordar detalles

del abuso (Spitzer & Myers, 2006).

Al recuperar los detalles del abuso, las pacientes

reportaron un impacto negativo en su funcionamiento durante

la terapia. Sin embargo, luego de la terapia reportaron que

la recuperación tuvo un impacto positivo en su

funcionamiento. Esto sugirió que las participantes creían

que recordar temporalmente detalles del abuso impide con su

buen funcionamiento (Spitzer & Myers, 2006).

Las participantes pasaron un tiempo más significativo en

tratar de entender el abuso, y encontraron que este enfoque

es el que más las ayudaba a mejorarse y seguir con sus

vidas. Esto sugirió que recuperar los detalles gráficos del

abuso no estaba involucrado solamente en las mejoras del

funcionamiento que se había visto de la pre a la post

terapia. Las técnicas que los sujetos consideraron como

menos importantes fueron revivir las experiencias del

abuso, recuperar las imágenes del trauma o los detalles de

este. Se vio que era posible que la recuperación de los

detalles del abuso pudiera actuar como un catalizador para

otros procesos sanadores que fueron altamente puntuados por

las participantes, tales como, encontrar mayor aceptación,

significado y entendimiento del abuso. Según las pacientes

estas técnicas nombradas anteriormente fueron las más

importantes en promover la mejoría (Spitzer & Myers, 2006).

Por otro lado, Pantesco (2005) plantea que el TEPT

secundario a un abuso sexual, es clínicamente más

complicado debido al aumento de las deficiencias

lingüísticas en sus registros del abuso, lo que explicaría

dificultades consecuentes de poder verbalizar en terapia.

Se sugiere que durante un proceso terapéutico, los

recuerdos disociados sean recordados e integrados en

memoria narrativa (May, 1995).

William (2006) plantea que el poder nombrar el evento y

conectarlo con una nueva historia, la sanación en el

contexto de la relación terapéutica y el descubrimiento de

la naturaleza de la memoria implícita, han sido vitales

para la mejoría de la víctima.

En cuanto al TEPT, se realizó un estudio donde

relacionaron las características y los contenidos que

tienen los recuerdos intrusivos en el TEPT; y los cambios

que se sufren con la presencia de un tratamiento (Speckens,

Ehlers, Hackmann, & Clark, 2004).

Se ha observado que las re-experimentaciones intrusivas

de recuerdos de eventos traumáticos son el núcleo de los

síntomas del TEPT (Speckens, et al, 2004).

Los autores evaluaron las características y contenidos

de los recuerdos intrusivos de 22 pacientes (12 mujeres y

10 hombres entre 20 y 64 años) que desarrollaron TEPT,

luego de haber vivenciado un acontecimiento traumático, tal

como un asalto, un accidente de auto, entre otros.

El objeto de este estudio era observar los cambios que

tuvieron estos pacientes en el curso de un tratamiento

cognitivo conductual (Speckens, et al, 2004).

Los diferentes recuerdos intrusivos que sufrían estos

pacientes eran muy pocos y les sucedían de forma invariable

y repetitiva. Estos recuerdos producían distrés y tenían

contenidos perceptuales vívidos que ellos sentían en el

“aquí y el ahora” (Speckens, et al, 2004).

Para la realización del estudio se aplicó una entrevista

semi-estructurada luego de que empezaran un tratamiento

cognitivo conductual. Ésta evaluaba la frecuencia de las

vivencias, las asociaciones que causaban distrés, el grado

de “conocimientos” y los contenidos para cada recuerdo

intrusivo (Speckens, et al, 2004).

Antes del tratamiento y durante cada semana del

tratamiento se les pedía a los pacientes que completaran

escalas de evaluación para cada recuerdo intrusivo, también

debían incluir cualquier intrusión que podía surgir en el

curso del trabajo (Speckens, et al, 2004).

En cuanto al tratamiento cognitivo conductual, la primera

sesión implicaba una discusión sobre los síntomas y los

objetivos que tenia el paciente. Se realizaba una pequeña

descripción sobre el evento traumático y una evaluación

sobre los factores que mantenían el trastorno (Speckens, et

al, 2004).

Por otro lado, se utilizaron imaginerías y narrativas

escritas para reconstruir el evento traumático y para

identificar los peores momentos de éste. Durante el

tratamiento, la información que se actualizaba era

identificada e incorporada en la memoria por vía verbal o

por técnicas de imaginería. Junto con esto se vio que la

información que era actualizada representaba información

que se volvía disponible para el paciente luego del trauma

y de las secuelas que éste había dejado. Además, los

pacientes obtuvieron nuevas conclusiones que se daban como

resultado de la reestructuración cognitiva (Speckens, et

al, 2004).

Los pacientes recibieron entre 6 a 20 sesiones de terapia

con una duración de 90 minutos cada una (Speckens, et al,

2004).

Se observó que hablar sólo acerca de las intrusiones, no

trajo un cambio en la frecuencia de éstas, ni en el distrés

asociado (Speckens, et al, 2004).

La mayoría de las intrusiones fueron descritas

principalmente como experiencias sensoriales,

específicamente se observó que la gran mayoría de los

recuerdos intrusivos incluían sensaciones visuales o

corporales. Las sensaciones que eran auditivas eran

experienciadas durante la mitad de las intrusiones. Por

otro lado las sensaciones de sabores y olores eran las

menos comunes. Solo un 17% de los recuerdos intrusivos eran

sobre los peores momentos del trauma (Speckens, et al,

2004).

Gracias al tratamiento se observó que el distrés y los

recuerdos intrusivos disminuyeron gradualmente. Con esto se

puedo decir que las intrusiones parecían desvanecerse más

que suspenderse abruptamente (Speckens, et al, 2004).

Discusión

Se ha observado que ambas posturas sobre la naturaleza

del recuerdo del abuso sexual tienen argumentos válidos

para apoyar sus teorías. Desde el punto de vista de la

amnesia del recuerdo es interesante la postura de que el

recuerdo sólo se almacena de manera implícita, lo que

impide que las víctimas puedan verbalizar lo que les

ocurrió (Levine, 2006; Van der Kolk, 1998), pudiendo

derivar en una completa amnesia del recuerdo (Van der Kolk,

1998). Esto se explica debido a los residuos que quedan de

las respuestas fisiológicas que no pudieron ser

descargadas, las que serán las bases del recuerdo

traumático. Por esto, es codificado como procedimientos

implícitos basados en reacciones biológicas de

supervivencia (Levine, 2006).

Por otro lado, McNally (2003, 2007a) propone que los

recuerdos del evento traumático nunca son olvidados, sino

que aquellos que proponen la amnesia del recuerdo

malinterpretan los resultados de sus estudios. Las

equivocaciones más comunes incluyen confundir los olvidos

de la vida diaria que se desarrolla después del trauma con

inhabilidad de recordar el trauma mismo; confundir la

desgana de revelar el trauma con una inhabilidad de

recordar; confundir la falla de codificar todos los

aspectos de la experiencia traumática con la inhabilidad de

recordar aquella con que fue traumatizado; y confundir no

pensar sobre algo por un largo tiempo con una inhabilidad

de recordar. Además señala que cuando se vivencia un abuso

sexual a muy temprana edad, la persona no posee la

capacidad para entender lo que sucede, por lo que no piensa

sobre el suceso por mucho tiempo. Sin embargo, cuando logra

entender lo sucedido lo recuerda, pero esto no significa

que haya tenido una amnesia del abuso (McNally, 2003,

2007a, 2007b).

McNally realizó diversos estudios que apoyan estas ideas.

Por último, se requieren más investigaciones con respecto

a este tema para poder dilucidar la controversia surgida

por las dos posturas anteriores.

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