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Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático: Impacto en la Memoria
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Abuso Sexual y Trastorno por Estrés Postraumático:Impacto en la Memoria
María Jesús Barros, Carole Bull, Macarena Domingo
Resumen: Diversos investigadores han estudiado las consecuencias que se
producen en personas abusadas sexualmente, las cuales alteran su
funcionamiento general. Es común que tiempo después del abuso se
produzca trastorno por estrés post traumático (TEPT), el cual hace que
se revivan los sentimientos y sensaciones experimentadas durante el
suceso traumático, impidiendo que estas pacientes superen el trauma y
sigan normalmente con sus vidas. Existen evidencias tanto a favor como
en contra de que este trastorno conduce a amnesia. El presente artículo
explica los síntomas del TEPT, junto a las condiciones pre-mórbidas que
lo anticipan. Luego, se señalan las principales características del
abuso sexual, sus consecuencias, las condiciones que generalmente lo
acompañan y los factores de riesgo que conducen a él. Posteriormente se
describirán las dos principales posturas sobre el recuerdo del trauma,
las evidencias que apoyan a cada una y las áreas neurobiológicas
asociadas. Por último se establecerán tratamientos para el abuso sexual
y el TEPT.
Trastorno por estrés postraumático
Síntomas
El trastorno por estrés postraumático posee una
prevalencia que oscila entre el 1 y el 14%, dependiendo de
la población en que se estudie (APA, 1995)
La característica principal del trastorno por estrés post
traumático (TEPT) es la aparición de síntomas
característicos luego de la exposición a un evento
estresante y extremadamente traumático, tal como una
agresión sexual y física. Este trastorno puede iniciarse a
cualquier edad, incluso durante la infancia (APA, 1995).
Se ha observado que el sujeto responde al evento
estresante con temor, desesperanza u horror intenso (APA,
1995).
En el caso de los niños, estas respuestas pueden
expresarse en comportamientos desestructurados o agitados.
Se ha visto que los acontecimientos traumáticos de carácter
sexual en los menores pueden incluir experiencias sexuales
inapropiadas para la edad aun en ausencia de violencia o
daño reales (APA, 1995).
Uno de los síntomas del TEPT es que el evento traumático
es reexperimentado persistentemente a través de recuerdos
del acontecimiento recurrentes e intrusos; sueños de
carácter recurrente sobre el acontecimiento y actuaciones o
sensaciones de que el acontecimiento traumático está
ocurriendo (APA, 1995; McNally, 2006), lo que se puede dar
por medio de ilusiones, sensaciones, alucinaciones y/o
episodios disociativos de flashback. La reexperimentación
se puede dar además por un malestar psicológico intenso y
respuestas fisiológicas, al exponerse a estímulos internos
o externos que simbolizan o recuerdan algún aspecto del
acontecimiento traumático (APA, 1995)
La reexperimentación sensorial es un rasgo especialmente
dramático del TEPT, aunque es menos frecuentes que los
pensamientos intrusos sobre el trauma (McNally, 2006).
Según McNally (2006) las cogniciones intrusas que se dan
sobre el trauma son expresables por medio del lenguaje, e
incluyen descripciones narrativas del trauma y una
evaluación meta-cognitiva del significado de los síntomas
del TEPT. Sin embargo, Van del Kolk (1998) plantea que
éstas ocurren en un estado mental en el cual las víctimas
no pueden articular lo que están sintiendo y pensando (Van
Der Kolk, 1998).
Por otro lado, otro de los síntomas que se observa es una
evitación persistente de los estímulos asociados al trauma,
por medio del esfuerzo de evitar pensamientos,
sentimientos, conversaciones, actividades, lugares y
personas asociadas al suceso traumático. Además se aprecia
una incapacidad para recordar un aspecto importante del
trauma, es decir, puede haber una amnesia total de un
aspecto puntual del acontecimiento (APA, 1995).
Se ha observado que este trastorno puede llegar a ser más
grave o duradero cuando el agente estresante es obra de
otros seres humanos, por ejemplo violaciones, asaltos,
entre otros. Además, se puede dar un aumento de la
probabilidad de presentar este trastorno si el agente
estresante es muy intenso o se encuentra cerca físicamente.
También se ha visto que cuando la situación estresante es
de carácter interpersonal (por ejemplo, abuso sexual)
pueden aparecer síntomas, tales como: afectación del
equilibrio afectivo; comportamiento impulsivo y
autodestructivo; síntomas disociativos; molestias
somáticas; sentimientos de inutilidad, vergüenza,
desesperación o desesperanza; sensación de perjuicio
permanente; pérdida de creencias anteriores; hostilidad;
retraimiento social; sensación de peligro constante;
deterioro de las relaciones con los demás, y alteración de
las características de personalidad previas (APA, 1995).
Kubany, Hills & Owens (2003) destacan el rol del
autodiálogo negativo en el TEPT. Tal autodiálogo es del
tipo “no valgo para nada”, o “que tonta fui”. Éste puede
funcionar como un autocastigo y deteriorar el bienestar de
la víctima. Tales diálogos harían que los recuerdos del
trauma no pierdan su capacidad de evocar dolor psicológico
y adquirirían propiedades de estímulos condicionados, los
cuales al asociarse con imágenes y recuerdos del trauma,
contribuirían a bloquear el proceso natural de extinción
emocional.
Factores que influyen en la aparición del TEPT
Hay personas, que a pesar de haber vivido un trauma no
desarrollan los síntomas del TEPT. Algunos estudios
demuestran que hay algunos factores que influyen en la
aparición de este trastorno, tal como la calidad del apoyo
social, los antecedentes familiares, las experiencias
durante la etapa infantil, los rasgos de personalidad y los
trastornos mentales preexistentes. Aunque este trastorno
también puede aparecer en individuos sin ningún factor
predisponente, sobre todo si el acontecimiento es
extremadamente traumático (APA, 1995).
Por otro lado, se han observado signos neurobiológicos
suaves dos veces más comunes en pacientes con TEPT, los que
incluyen datos en la niñez tales como Déficit atencional,
problemas para aprender a caminar y hablar, entre otros
(Gurvits, Gilbertson, Lasko & Tarhan, 2000). Estas
anormalidades cognitivas pueden constituir un factor de
riesgo de desarrollar TEPT en personas que han vivido un
trauma (McNally, 2006).
Otro factor que influencia en el desarrollo de los
síntomas del TEPT luego de la exposición a un trauma es la
inteligencia. Breslau, lucía & Alvarado (2006) realizaron
un estudio longitudinal de una muestra seleccionada
aleatoriamente de niños de 6 años, los cuales fueron
estudiados hasta los 17 años. Los jóvenes de 6 años con un
CI mayor a 115 tenían menos riesgo de exponerse a eventos
traumáticos, de tener traumas sin un asalto y de tener
síntomas de TEPT. Por esto concluye que un alto CI es un
factor protector para el desarrollo de este trastorno.
Por último, también se ha comprobado que la disociación
tiene un papel especialmente relevante en el pronóstico del
TEPT (Putnam, 1997). Los individuos que disocian en el
curso del acontecimiento traumático o inmediatamente
después de éste, corren mayor riesgo de desarrollar un TEPT
(Marmar, Weiss, Schlenger, Fairbank, Jordan, Kulka y Hough,
1994; Koopman, Classen y Spiegel, 1994; Saxe, Stoddard,
Hall, Charla, López, Sheridan, King D., King L. y Yehuda,
2005). Además, existen otras respuestas, diferentes de la
disociación, tales como la ansiedad, el estilo de apego
evitativo, las estrategias de afrontamiento, el apoyo
social, etc. que pronostican el desarrollo de un futuro
TEPT, ya que influyen en el funcionamiento psicológico e
interpersonal y por lo tanto en la adaptación de las
víctimas (Kaplow, Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe, 2005;
Shapiro y Levendosky, 1999; Tremblay, Hebert y Piche,
1999). Se ha visto que los niños tienen una mayor
probabilidad de manifestar conductas de evitación al
revelarse los hechos, sobretodo los más pequeños (Kaplow,
et al, 2005). Es probable que esto se explique debido a la
menor capacidad lingüística y de identificación emocional
de los niños pequeños, lo que dificultaría la expresión de
sus pensamientos y sentimientos (Peterson, 1989). Sin
embargo, según Kaplow Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe (2005),
la disociación fue el factor predictivo más potente de los
síntomas del TEPT. A si mismo, se ha teorizado que la
disociación previene la expresión explícita de las
emociones y cogniciones asociadas al trauma, lo que
conduciría a un procesamiento insuficiente del trauma, a
más síntomas de reexperimentación y, por consiguiente, a
síntomas más graves del TEPT (Amir, Stafford, Freshman y
Foa, 1998; Pennebaker, 1993).
Abuso sexual
El Ministerio de Salud Chile (2004), define el abuso o
violencia sexual como una actividad sexual involuntaria,
forzada mediante la violencia física o por cualquier forma
de coerción, agresión o abuso. Su práctica implica una
relación de sometimiento en la cual la víctima ha rechazado
el acto sexual o en que no ha tenido capacidad de
consentir, especialmente en el caso de niños pequeños. En
el caso de los niños, es toda aproximación sexual, ya que
éste no se encuentra en condiciones de comprender y son
inapropiadas para su desarrollo psicosexual. El abuso
sexual también implica la actividad sexual inducida
aprovechándose de una situación de superioridad dada la
particular condición de la víctima, por trastorno o
deficiencia mental o por dependencia económica, laboral,
desamparo, inexperiencia o ignorancia. A sí mismo, el
SENAME (2004) plantea que se habla de abuso sexual cuando
un adulto utiliza el chantaje, la seducción, las amenazas
y/o la manipulación sicológica para implicar a un niño(a)
en actividades sexuales o erotizadas de cualquier índole
(insinuaciones, caricias, exhibicionismo, voyeurismo,
masturbación, sexo oral, penetración oral o vaginal, entre
otros).
Los estudios a nivel internacional muestran que entre el
7 y 36% de las mujeres y entre el 3 y 29% de los hombres
reconocen haber sufrido abuso sexual en la infancia
(Finkelhor, 1994). Por otro lado, el SENAME (2004) publicó
en el año 2001 que el 45.6% de los niños bajo su protección
habían sido víctimas de abuso sexual y maltrato infantil.
Según Beltrán (2007), existen pocas publicaciones acerca
de los factores de riesgo del abuso sexual en menores,
debido a la gran cantidad de investigaciones sobre sus
consecuencias. Sin embargo, en la revisión documental
realizada por Beltrán (2007) sobre investigaciones
publicadas entre 1995 y 2005, se mencionan algunas
características que se consideran factores de riesgo del
abuso sexual: (1) factores externos o del contexto del
menor y (2) factores internos o características personales.
Los primeros incluyen los factores propios del núcleo
familiar, factores sociodemográficos, características de
comunicación, comportamiento de ambos padres, historia
familiar de las madres de las víctimas y características
del abuso. Los factores internos serían características
físicas del menor, características psicológicas o
cognitivas y los factores propios de la biología humana al
momento de ejercer control y poder sobre la víctima. En
general, algunos factores externos de riesgo son: (a)
estructura familiar caótica: dificultades en las relaciones
interpersonales, discusiones familiares que incluyen tanto
agresiones verbales como físicas y dificultad en las
relaciones entre los miembros de la familia; (b) violencia
o conflicto marital; (c) abuso de alcohol o drogas de los
padres y (d) historia de abuso sexual de las madres.
Por otro lado, Leifer, Kilbane, Jacobsen y Grossman
(2004) encontraron que un factor de riesgo importante del
abuso sexual es la transmisión generacional del abuso de
madre a hijo(a). Las madres de niños abusados reportaron
mayores historias de abuso en la infancia, relaciones menos
positivas con sus madres, presencia de múltiples padrastros
o compañeros sexuales de sus madres y mayor presencia de
violencia doméstica que las madres de niños no abusados.
Según el Ministerio de Salud (2004), el abuso o violencia
sexual puede producir tanto daños físicos de riesgo vital
como daños psicológicos o psiquiátricos acompañados de
temor, angustia, hostilidad, rabia, culpa, vergüenza,
estado disociativo transitorio, etc. A sí mismo, Ramos-
Lira, Saldívar-Hernández, Medina-Mora, Rojas-Guiot y
Villatoro-Velásquez (1998), plantean que hay tanto efectos
inmediatos como a largo plazo del abuso sexual. Entre los
inmediatos, se encuentran el miedo al daño y a la muerte,
la ansiedad y la depresión, mientras que se calcula que, a
largo plazo, un quinto de las personas que sufrieron abuso
sexual infantil exhibirán alguna patología severa, con
conductas autodestructivas, somatización, desajustes
sexuales, depresión y abuso de drogas. Sin embargo, según
Kendall-Tackett, Williams y Finkelhor (1993), el impacto
del abuso sexual es altamente variable, ya que si bien
algunos niños muestran reacciones adversas con
sintomatología psiquiátrica, otros no presentan efectos
negativos inmediatos.
Por otro lado, en un estudio desarrollado por Kaplow,
Kenneth, Amaya-Jackson y Saxe (2005), se vio que los
síntomas que se miden en el momento de revelarse los abusos
sexuales son vías directas para desarrollar, en un futuro,
los síntomas del TEPT. Por otro lado, Kendall-Tackett,
Williams y Finkelhor (1993) han descubierto que los niños
que han sido abusados sexualmente pueden exhibir más
síntomas que los niños que no han sido abusados, tales como
problemas conductuales, miedos, baja autoestima y más
frecuentemente TEPT y conducta sexualizada. Además, ellos
han planteado que el TEPT es la manifestación principal del
trauma psicológico causado por los abusos sexuales, debido
a la elevada frecuencia de este trastorno y de los síntomas
que lo acompañan en los niños que sufrieron abusos versus
los que no han sufrido abuso. Según ellos, si bien el TEPT
es relativamente común en los niños abusados, ésta no es
una reacción universal.
Sánchez y Martín (2007), realizaron un análisis de 198
casos de abuso sexual evaluados entre los años 1998 y 2001
en España. Los casos recogidos incluyen a 250 niños
supuestas víctimas, 198 figuras cuidadoras, 350 sospechas
de abuso y 277 supuestos ofensores.
Se observó que el 70% de los 250 menores supuestas
víctimas de abuso sexual fue víctima de abuso sexual
intrafamiliar, lo cual coincide con el porcentaje entregado
por el Ministerio de Salud de Chile (1998) y con lo
planteado por Beltrán (2007). Por otra parte, observaron
una proporción de abuso sexual de 2.52 niñas por cada niño,
lo que coincide con lo dicho por Beltrán (2007). Ella
plantea que a pesar que ha aumentado la prevalencia de
abuso sexual en hombres, las tasas de abuso sexual aún
siguen siendo más altas en mujeres. Según ella, esto podría
deberse entre otras cosas, a la mayor tendencia de las
mujeres a denunciar el delito sexual, a la cultura del
“machismo” que coloca a la mujer en situación de sumisión,
al ejercicio del poder masculino, a las características
femeninas que hacen a las mujeres más vulnerables ante los
ojos masculinos, lo que se correlaciona con el hecho de que
la mayoría de los abusadores son hombres, según lo
planteado por Sánchez y Martín (2007).
Más de la mitad de los niños (58.8%) tenían menos de 10
años y el rango de edad que más frecuentemente fue derivado
para el estudio era el de 4 a 6 años. La edad media de los
niños fue de 8.8 años. Casi la mitad (48.0%) tenían
antecedentes o presencia de otros maltratos asociados y en
un poco más de uno de cada cuatro, el supuesto abuso se
inició antes de los 6 años. Por otra parte, algo menos de
uno de cada cuatro niños presentaba ausentismo escolar y
algo más de uno de cada diez presentaba déficit físico o
psíquico (Sánchez y Martín, 2007).
Por otro lado, se observó que en los 198 casos de abuso
sexual, predomina claramente la estructura familiar
biparental (69.7%). El porcentaje de parejas en disputa, es
decir, con algún conflicto legal, económico o emocional en
el momento de la exploración del niño, es elevado (22.2%).
Casi la mitad de las familias presentaron problemas de
violencia doméstica (47%) y estarían en el nivel
socioeconómico desfavorecido (48%) (Sánchez y Martín,
2007).
De 198 cuidadores, aproximadamente la mitad (49.2%) no
tiene ningún tipo de estudios o sólo los estudios primarios
y uno de cada tres (30.3%) pasaba mucho tiempo fuera del
hogar. Una de cada cuatro presentaba consumo abusivo de
sustancias, especialmente alcohol y la misma proporción
presentaba algún déficit o trastorno físico o psíquico.
Casi la mitad de entre las que se conoció el dato,
presentaron antecedentes de maltrato (47%) y de éstas la
mitad tenían antecedentes de victimización sexual. Por otro
lado, en 319 sospechas de abuso sexual, la actitud de apoyo
al niño ocurrió en 145 casos (45.5%), apoyo al supuesto
ofensor en 61 (19.1%), ambivalencia en 54 (16.9%), no
procedía en 26 (8.2%) y no se conoció el dato en 33 (10.3%)
(Sánchez y Martín, 2007).
La relación de parentesco entre el ofensor y el niño que
más destaca es la de figura paterna biológica en 117 casos
(33.8%), lo que coincide con lo planteado por Beltrán
(2007). La conducta abusiva más frecuente, casi para la
mitad de los niños, fueron los tocamientos en genitales y
en 235 (67.9%) sospechas hubo revelación del abuso por
parte del niño. La duración del abuso de forma larga o
crónica (superior a los tres meses o un año
respectivamente) fue la más frecuente. En una de cada tres
sospechas el acceso del supuesto ofensor al niño es alto
(74.6%). El método preferido por el ofensor para controlar
la conducta del niño es la seducción o el soborno (33.2%).
En casi la mitad de los casos, los abusos se produjeron en
el domicilio del ofensor (Sánchez y Martín, 2007).
Se recogieron datos relativos a 277 supuestos ofensores
sexuales, de los cuales 220 (80.6%) supuestamente abusaron
cada uno de un único niño del estudio, mientras que 43
(15.8%) de dos niños y 10 (3.7%) de más de dos. Además, en
32 (11.7%) de ellos hubo constancia de denuncia o sospecha
fundada de agresiones o abusos sexuales previos a otros
niños. Es importante resaltar que 5 (1.8%) ofensores fueron
niños que también eran supuestas víctimas en el estudio. La
mayoría de los ofensores fueron hombres (92.3%) entre 18 y
40 años (38.5%), con preferencia por el modo de actuación
individual (67.8%) y no hubo diferencias importantes en
cuanto al estado civil casado, separado o divorciado.
Además, se vio que en ellos predominaba el consumo de
drogas o alcohol (Sánchez y Martín, 2007).
El recuerdo del trauma
Diversos estudios han mostrado la gran complejidad que
poseen los sistemas de memoria de cada individuo. Estos
sistemas poseen múltiples componentes, y la mayoría de
ellos no son totalmente concientes para los individuos.
Cada una de las funciones de la memoria parece operar
independientemente de las otras (Van Der Kolk, 1998).
Lo que una persona recuerde depende de un esquema mental
existente. Una vez que un pequeño trozo de información se
integre en esquemas mentales existentes no podrá más ser
accedido como una entidad separada e inmutada, y será
distorsionado tanto por experiencias asociadas como por
estados emocionales al momento de recordar (Van Der Kolk,
1998).
Se ha observado que los recuerdos traumáticos no siguen
las nociones básicas sobre la naturaleza de la memoria, ya
que ésta siempre es un proceso constructivo, es
primariamente declarativa, es presentada en la conciencia
de un modo continuo e ininterrumpido y siempre se
desintegra en cuanto a su exactitud a través del tiempo
(Van Der Kolk, 1998).
Sin embargo, los recuerdos traumáticos son almacenados de
forma diferente que los recuerdos de eventos ordinarios,
quizás por una alteración en la atención, o porque la
excitación emocional extrema interfiere con funciones de la
memoria del hipocampo (Van Der Kolk, 1998).
Un siglo de estudios sobre recuerdos traumáticos muestran
que las representaciones semánticas coexisten con
impresiones sensoriales y que, a diferencia de narrativas
del trauma, estas experiencias sensoriales usualmente se
mantienen estables a través del tiempo, inalteradas por
otras experiencias de la vida y regresarían con una viveza
como si la experiencia estuviera pasando otra vez, al ser
gatilladas por algún estímulo del ambiente. El sujeto no
tendría la capacidad de articular los sentimientos y
pensamientos sobre ésta (Van Der Kolk, 1998).
Tipos de memoria
La literatura clasifica dos tipos de memoria, la memoria
declarativa, la cual es explícita y la memoria no
declarativa, la cual es implícita (Van Der kolk, 1998;
Levine, 2006).
La declarativa se refiere a la memoria conciente para
hechos y eventos. Ésta está ubicada en el lóbulo temporal,
específicamente en el hipocampo y en la corteza (Squire,
Stark & Clark, 2004, LeDoux, 2002).
La memoria implícita se refiere a la expresión del
conocimiento que fue adquirido en un episodio anterior, a
través de un hecho que no hace referencia explícita o
conciente a tal episodio de aprendizaje (Ferreras, 1998).
Esto quiere decir, que este tipo de memoria no requiere
recolecciones intencionales o concientes (Schacter, 1987,
Levine, 2006, Ferreras, 1998).
Un tipo de memoria implícita es la memoria procedural, la
cual es utilizada para aprender la mayoría de las
actividades físicas (caminar, manejar, etc.) por medio de
un aprendizaje instintivo de ensayo y error. Ésta almacena
los conocimientos y acciones que están relacionadas con el
“como hacer algo” y una vez consolidada es automática
(Ferreras, 1998). La memoria procedural es formada en
estructuras involuntarias en el Cerebelo y el Ganglio Basal
(Levine, 2006).
Las diferencias que hay entre la memoria declarativa y la
memoria procedimental son que la primera es más flexible,
ya que se manifiesta en muchas situaciones; es más
moldeable y se activa lentamente. En cambio la memoria
procedural se vincula a una situación específica, es más
rígida y es más rápida (Ferreras, 1998).
Levine (2006) y Schacter (1987) plantean que el trauma es
una forma de memoria implícita. Este recuerdo es
profundamente inconciente, y es la base de las huellas del
trauma en el cuerpo y en la mente (Levine, 2006).
Las relaciones entre la memoria implícita y explícita de
una experiencia es una dinámica importante para la
resolución del trauma (Levine, 2006).
Amnesia versus recuerdo
1. Amnesia
En alrededor de 100 años ha habido numerosas
descripciones de pacientes que sufren de amnesia debido a
una experiencia traumática, en donde la disociación en la
amnesia es fácilmente detectada (Van Der Kolk, 1998).
Van der Kolk (1998) señala que cuando las personas son
traumatizadas se les estrecha la conciencia por lo que sólo
se fijan en los detalles perceptuales centrales de lo que
pasa. Esto a veces evoluciona en una completa amnesia de la
experiencia.
Por otro lado, Carvajal (2002) señala que en el TEPT es
posible que aparezca amnesia, junto con una memoria
emocional fuertemente consolidada.
La amnesia tiene que ver con el mecanismo de defensa de
la represión. Éste mecanismo tiene dos significados
diferentes. Algunos autores plantean que es un mecanismo
que hace que las personas posean dificultades para
recordar. Mientras que otros plantean que la represión es
el olvido total del abuso sexual, ya que este evento es
sacado fuera de la conciencia (Loftus, Polonsky &
Fullilove, 1994).
Loftus y colaboradores (1994), observaron que de 57
mujeres abusadas sexualmente en la niñez, un 19% reportó
haber olvidado su abuso por un periodo de tiempo y más
tarde recuperaron la memoria; un 12% reportó que recordaban
sólo partes de su abuso y un 69% que siempre recordaron el
abuso. Las mujeres que siempre recordaron el abuso (81%)
reportaron mayor claridad en la memoria, con imágenes más
detalladas. Además dijeron haber experimentado una mayor
intensidad de sentimientos cuando el abuso sucedió.
De la muestra, un 31% presentaría represión parcial,
según la primera definición planteada anteriormente. Sin
embargo, de acuerdo a la segunda definición sólo un 19%
tuvo represión (Loftus, et al, 1994).
Por otro lado, Williams (1994), realizó un estudio con
129 mujeres que poseían una historia documentada de abuso
sexual en la niñez. Estas mujeres fueron entrevistadas y un
38% de las mujeres no recordó el abuso reportado 17 años
antes. Fue más probable que las mujeres que eran más
jóvenes en el tiempo en que fueron abusadas y las mujeres
que fueron víctimas de alguien conocido, no recordaran su
abuso.
Otro estudio realizado por Ward & Carroll (1997), utilizó
el modelo de monitoreo de la realidad propuesto por Jonhson
y Raye (1981), el cual plantea que el recuerdo posee
información de dos fuentes: 1) Una externa, que se obtiene
de procesos perceptuales y 2) una interna, a través del
razonamiento, imaginación y pensamiento. La decisión de si
la información almacenada es de fuente externa o interna es
el monitoreo de la realidad.
Se obtuvo una muestra de 31 mujeres que fueron abusadas
sexualmente cinco años atrás. De la muestra, 25 mujeres
habían experimentado abuso sexual infantil y siete mujeres
habían experimentado un abuso sexual en la adultez (Ward &
Carroll, 1997).
Ellas describieron cómo sabían si cuatro diferentes
acontecimientos autobiográficos (experiencia de abuso
sexual, otra experiencia traumática no relacionada, una
ocasión social y un evento imaginado) habían sucedido o no
(Ward & Carroll, 1997).
Los resultados demostraron que las experiencias de abuso
sexual elicitaban un único perfil de respuesta de monitoreo
de la realidad, al compararlo con los otros recuerdos (Ward
& Carroll, 1997).
Se apreció que los recuerdos del abuso sexual pueden ser
más vívidos que otros recuerdos. Por otro lado, se observan
menos recuerdos de apoyo contextual, los cuales son
definidos como acontecimientos subsecuentes o precedentes
que apoyan el recuerdo, por ejemplo, “luego le conté a mi
madre lo sucedido”, lo cual podría ser explicado por la
naturaleza secreta de la mayoría de los abusos sexuales, lo
que reduce la probabilidad de encontrar eventos o
conversaciones que confirmen el abuso (Ward & Carroll,
1997).
Además, se encontraron más respuestas de razonamiento
psicológico, las cuales se definen como suposiciones
psicológicas sobre el proceso de recuperación del recuerdo,
por ejemplo “si siento miedo por ir al lugar donde ocurrió
el abuso es porque el evento sucedió”, esto se puede
explicar porque estas personas poseían niveles más altos de
amnesia, lo que se midió preguntando ¿ha existido un
periodo de un año o más en que no pudo recordar el abuso?,
lo que se apreció en mayores niveles mientras más joven era
la persona (61%) (Ward & Carroll, 1997).
Los autores plantearon la hipótesis de que la
reexperimentación emocional puede causar pérdida de los
detalles perceptuales de los recuerdos del abuso, lo cual
no se cumplió en el caso de los recuerdos autobiográficos a
largo plazo en este estudio (Ward & Carroll, 1997).
La narrativa del trauma
Hace 83 años, Janet planteó que las personas, al estar
muy alteradas, no pueden transformar sus recuerdos en
narrativas neutras (recuerdos narrativos). A pesar de esto,
los sujetos se mantienen confrontados con la situación
difícil. Esto deriva en una “fobia de la memoria” que
previene la integración o síntesis de los eventos
traumáticos y saca los recuerdos traumáticos de la
conciencia. Las huellas del trauma en la memoria persisten
en “ideas fijas no concientes” que no pueden ser eliminadas
sin que sean traducidas en una narrativa personal. Estas
huellas continúan siendo intrusivas como percepciones
terroríficas, preocupaciones obsesivas y re-
experimentaciones somáticas.
Lo anterior se explica debido a que la excitación
emocional o afectiva, que se vive durante el trauma,
interfiere con el apropiado procesamiento de la información
y su posterior almacenamiento en narrativas coherentes de
memoria explícita. Sin embargo, a pesar de esto, no se
interfiere la memoria implícita, ya que estas personas
saben la valencia emocional del estímulo y están concientes
de las percepciones asociadas. A pesar de esto, no son
capaces de articular las razones de sus sentimientos o
conductas. Los recuerdos traumáticos son disociados de la
conciencia y son guardados como percepciones sensoriales,
rumiaciones obsesivas, entre otros. (En Van Der Kolk,
1998).
Por otro lado, Levine (2006) señala que el origen del
trauma se explica por fallas en neutralizar los
procedimientos implícitos que el organismo ejecuta, cuando
es expuesto a grandes montos de estrés o daño. Estas
fallas, junto con no lograr recuperar la homeostasis, están
en la base de los síntomas maladaptativos y debilitantes
del trauma.
Él plantea que los animales, incluyendo a los humanos,
tienden a responder, ante amenazas y daños, ejecutando
acciones de bases biológicas inconcientes que preparan al
organismo para enfrentar la amenaza y lograr defenderse. La
estructura del trauma, incluyendo la activación,
disociación, etc. están basadas en conductas adaptativas de
supervivencia. Todas las respuestas somáticas coordinadas
ante el evento amenazante son formas en que el cuerpo se
protege y se defiende. Cuando estas respuestas para
defenderse y orientarse son abrumadoras aparece el trauma
(Levine, 2006).
Los cuerpos de las personas traumatizadas muestran de
forma instantánea sus intentos no exitosos de defenderse a
ellos mismos ante amenazas o daños. Debido a la experiencia
abrumadora que ellos vivieron, la ejecución normal de sus
respuestas ante la amenaza fue truncada. De esta forma, el
trauma es fundamentalmente una fuerte activación de
respuestas biológicas incompletas ante una amenaza, la cual
se mantiene en el tiempo. Por ejemplo, cuando el individuo
no es capaz de completar acciones apropiadas y descargar la
tremenda energía generada por el evento estresante, se
produce un feedback aferente hacia el tronco encéfalo,
generado por esta respuesta autonómica-neuromuscular
incompleta, que mantiene un estado agudo y luego una
excitación crónica y disfunción en el sistema nervioso
central. Esto haría muy difícil el buen funcionamiento
(Levine, 2006).
Los residuos que quedan de estas respuestas incompletas
son las bases del recuerdo traumático. El trauma no es
recordado de una forma explícita y conciente; es codificado
como procedimientos implícitos basados en reacciones
biológicas de supervivencia. Estos procedimientos no
requieren ser recordados explícitamente, sino que requieren
ser completados e integrados. La compulsión de muchas
personas traumatizadas de intentar recordar es un error
debido a la urgencia profunda de completar las respuestas
altamente cargadas que fueron abortadas o truncadas cuando
fueron sobrepasadas. Este es un factor significativo de las
génesis de los “falsos recuerdos” (Levine, 2006).
Debido al intento de racionalizar las respuestas
incompletas altamente activadas para sobrevivir, la gente
traumatizada usualmente crea historias explícitas que
encajan con su experiencia interna. Estos recuerdos pueden
ser “exactos” solo en el sentido de que son “metáforas”
para lo que está almacenado implícitamente. Muchos
sobrevivientes necesitan “explicaciones” para sus estados
internos que los perturban (Levine, 2006).
Levine (2006) plantea el ejemplo de que para un niño, una
cirugía aterradora puede ser experimentada de una forma muy
similar a un abuso sexual. Esto lo observó en clientes que
reportaron haber sido abusados sexualmente en la niñez.
Señaló que en muchos casos estaban en lo correcto, sin
embargo muchos de estos clientes crearon interpretaciones
que parecían explicar sus síntomas, pero que, de hecho,
habían sido traumatizados por un procedimiento quirúrgico a
muy temprana edad.
Esto demostraría que recordar un evento traumático
explícitamente no es altamente significativo para que la
persona sane, ya que el trauma es implícito. Lo que es
importante en la resolución del trauma es lograr completar
las respuestas incompletas ante las amenazas y la
subsiguiente descarga de la energía que fue movilizada para
sobrevivir. Cuando la memoria implícita (procedural) es
activada y completada somáticamente, se puede construir una
narrativa explícita, no al revés. De este modo, los
sobrevivientes del abuso pueden comenzar a recordar y así
ellos pueden empezar a integrar la experiencia implícita en
narrativas coherentes concientes. Estas historias no son ni
verdaderas, ni falsas y contienen un balance de elementos.
Algunos de estos elementos son exactos, otros son estados
simbólicos emocionales, mientras que la función primaria de
los otros es promover el proceso de sanación (Levine,
2006).
Por otro lado, Van der Kolk (1998) señala que cuando las
personas abusadas hacen conciente más y más elementos de la
experiencia traumática es posible que construyan una
narrativa que explica que les ocurrió. Este proceso de
construcción de una narrativa de los elementos sensoriales
disparados de una experiencia no es poco similar con la
construcción automática de una narrativa en condiciones
normales. Sin embargo, en esta última los elementos
sensoriales de la experiencia no son registradas de forma
separada de la conciencia y son integradas automáticamente
en una narrativa personal. Esto en los niños resulta más
difícil porque ellos tienen menor capacidad mental para
construir una narrativa coherente de los eventos
traumáticos.
Áreas del cerebro involucradas en las alteraciones de la memoria
Se ha observado que los traumas y estresores a largo
plazo pueden causar alteraciones en el funcionamiento de
las estructuras neuroanatómicas y de las redes neuronales
en el sistema nervioso central (O’Donnell, Hegadorenb y
Coupland, 2004).
La incapacidad de construir una narrativa se puede
observar a nivel cerebral. Un estudio en que se realizó una
tomografía de emisión de positrón (PET) fue utilizado para
medir fluidez sanguínea (FS) normalizada en regiones del
cerebro de 16 mujeres con historias de abuso sexual en la
niñez: 8 con TEPT y 8 sin TEPT. En condiciones de
imaginería los participantes recordaron e imaginaron
eventos traumáticos y eventos neutrales autobiográficos. Se
encontró una disminución, en los pacientes con TEPT, de la
FS en el giro inferior frontal izquierdo lo que corresponde
a la porción anterior del área de Brocca. Estas
disminuciones son consistentes con la disminución del
procesamiento lingüístico durante la recolección de los
eventos traumáticos, versus los eventos neutrales (Shin,
McNally, Kosslyn, Thompson, et al, 1999). Lo anterior
muestra la tendencia de personas traumatizadas a
experimentar emociones como estados físicos, más que
experiencias verbalmente codificadas (Van der Kolk, 1998).
Por otra parte, pacientes con TEPT muestran anormalidades
significativas del sistema límbico, lo que provee un
comienzo para la comprensión del almacenamiento de la
memoria y problemas de la recuperación. Se ha visto una
disminución del volumen del hipocampo, una activación
anormal de la amígdala y sus estructuras relacionadas, una
anormal lateralización y una disminución de la actividad
del área de Brocca cuando los pacientes eran inducidos a
reexperimentar el trauma. Se plantea que la severidad del
TEPT está directamente relacionada con la disminución del
volumen del hipocampo (Van der Kolk, 1998).
Carvajal (2002) señala que el trauma podría alterar la
capacidad del organismo para formar secuencias de
representaciones, lo que conduciría a un recuerdo
fragmentado del evento. Esto puede ser explicado por la
liberación de hormonas del estrés (noradrenalina y
cortisol) que afectan la fortaleza de la consolidación de
la memoria a largo plazo (Van der Kolk, 1998).
Dificultades en el recuerdo en general
Se han visto anormalidades en regiones del cerebro de la
gente con TEPT que son importantes en el funcionamiento de
la memoria (Isaac, Cushway, Jones, 2006).
En un estudio efectuado por Henderson, Hargreaves,
Gregory & Williams (2002) se observó que mujeres que
reportaron haber sido abusadas sexualmente tenían
significativamente menos recuerdos autobiográficos
específicos, que personas que no fueron abusadas. Esto
sugiere que el abuso en la niñez se asocia con déficit en
el procesamiento cognitivo. Este estilo de memoria podría
contribuir a tener una vulnerabilidad psicológica en la
adultez, tal como inhabilidad para resolver problemas.
Van der Kolk (1998) plantea que la combinación de lagunas
mentales autobiográficas junto con la continua dependencia
de la disociación hace que estas personas posean
dificultades para reconstruir un evento preciso de su
pasado y de su realidad actual. La combinación de falta de
memoria autobiográfica, disociación continua y de esquemas
significativos que incluyen victimización, falta de ayuda,
etc. hace que estos individuos sean vulnerables a la
sugestión y a la construcción de explicaciones para los
afectos relacionados al trauma que pueden tener poca
relación con las realidades actuales de sus vidas.
Una nueva postura sobre el recuerdo en personas
traumatizadas
McNally (2007a) plantea que la evidencia que poseen
algunos investigadores de que un porcentaje pequeño de
personas traumatizadas son incapaces de recordar su trauma
(debido a la represión) tendría explicaciones más
evidentes.
En primer lugar, señala que los olvidos de la vida diaria
no son amnesia disociativa del trauma. Se ha descubierto
que las personas con TEPT tienen dificultades para recordar
información diaria no relacionada con el episodio
traumático (Isaac, et al, 2006, Henderson, et al, 2002, Van
Der Kolk, 1998). Muchas veces los investigadores
malinterpretar esta evidencia asociándola con amnesia del
recuerdo (Brown & Sheflin, 1999, en McNally, 2007a). Pero
esto no tiene nada que ver con olvidar el trauma en sí. Por
otro lado, las recolecciones intrusivas del trauma pueden
interferir con el funcionamiento de la memoria de la vida
diaria, pero estos problemas de la memoria que se
desarrollan luego del trauma no deben ser asociados con
amnesia del trauma (McNally, 2003, 2007a).
En segundo lugar, McNally (2003, 2007a), plantea que la
amnesia orgánica no es una amnesia traumática disociativa,
es decir, no se debe confundir un daño en el cerebro de la
persona al vivenciar un trauma, con amnesia traumática.
Por otro lado, señala que la amnesia psicogenética no es
amnesia. Este síndrome aparece algunas veces luego de que
la persona ha experimentado un evento estresante,
usualmente mundano, por ejemplo: una desilusión amorosa. La
amnesia psicogénica involucra pérdida completa de la
memoria, incluyendo la propia identidad. Afortunadamente
solo dura algunas semanas y remite sin intervención
terapéutica Ésta no puede confundirse con una inhabilidad
selectiva para recordar un recuerdo traumático específico
(McNally, 2003, 2007a).
En cuarto lugar, la codificación incompleta no es amnesia
traumática disociativa. La APA (1995) señala que el TEPT
presenta una inhabilidad para recordar una parte importante
del trauma. McNally (2003, 2007a) plantea que este criterio
es ambiguo. Esta ambigüedad se da debido a que no todos los
aspectos de una experiencia, incluyendo la traumática, es
codificada por la memoria. En condiciones de despertares
emocionales intensos las personas tienden a enfocar su
atención en los aspectos centrales del evento a expensas de
aspectos periféricos. Si los sobrevivientes no pueden
recordar un aspecto del trauma, puede ser porque nunca lo
codificaron en primer lugar. Por ejemplo, se ha observado
que sujetos asaltados con pistolas, muchas veces no pueden
recordar la cara del asaltante, sin embargo, esto no se da
porque tengan amnesia, sino porque su atención estaba
fijada en la pistola y nunca codificaron la cara del
sujeto. De acuerdo a esto, la codificación incompleta no
debe ser confundida con amnesia disociativa del trauma.
McNally (2003, 2007a) además señala que la no revelación
no es amnesia disociativa del recuerdo. Es decir si una
víctima de abuso no reconoce este episodio, no se puede
saber si no pueden recordar el abuso o simplemente están
reacios a revelar su abuso a un extraño. En un estudio,
investigadores recontactaron a personas que no revelaron su
abuso durante una entrevista previa y observaron que
ninguno de ellos había olvidado este suceso. Por muchas
razones (por ejemplo les cayó mal el entrevistador), cada
participante no quiso reconocer su maltrato. Por esto, si
algunas personas fallan en revelar un abuso, no se puede
asumir automáticamente que no es capaz de recordar (Della
Femina, Yeager & Lewis, 1990, en McNally, 2007a).
Otro suceso que ocurre usualmente es que se confunde la
amnesia de la niñez con la amnesia traumática disociativa.
Se sabe que las personas pueden recordar poco de sus vidas
antes de los 4 o 5 años. Esto se da debido a los cambios
neurocognitivos en la capacidad del lenguaje y maduración
cerebral, que hacen muy difícil recordar eventos
codificados durante sus años preescolares (McNally, 2007a).
De acuerdo a esto, si un niño no recuerda eventos
traumáticos de la infancia, como lo observó Ward & Carroll
(1997) y Williams (1994), no se puede asumir que esta
inaccesibilidad es debido a amnesia disociativa del trauma.
Debido a la amnesia de la niñez, casi todos los eventos de
estos años se perderán para siempre (McNally, 2007a).
Otro punto que plantea McNally (2003, 2007a) es que la
disociación durante el trauma no es lo mismo que no ser
capaz de recordar el trauma más adelante. La disociación se
entiende de diversas maneras. Esta puede causar la
sensación de estar desconectado del propio cuerpo
(despersonalización), desrealización, la sensación de que
el tiempo va más lento, parálisis emocional, inhabilidad de
recordar partes del trauma, y la habilidad de recordar muy
bien el trauma (por ejemplo flashbacks). Sin embargo, la
despersonalización no previene que el sobreviviente no
recuerde el trauma más adelante.
Por último, McNally (2003, 2007a) plantea que el error
más común realizado por los investigadores de la amnesia es
confundir el no pensar en algo por un largo tiempo con una
inhabilidad para recordar.
En el estudio descrito anteriormente, realizado por Ward
y Carroll (1997), se observó que buscaban evidencia de
amnesia del recuerdo preguntando a los participantes si
hubo algún tiempo en que no pudieron recordar el abuso.
Hubo un gran porcentaje de personas que respondieron
afirmativamente a esta pregunta, lo que fue interpretado
como amnesia del recuerdo. Sin embargo, McNally (2007a)
señala que en estos casos, si ellos bloquearon los
recuerdos del abuso no había razón para que intentaran
recuperar estos recuerdos. Él agrega que lo más probable es
que las personas interpretaron que la pregunta quería decir
si hubo algún tiempo en que no pensaron sobre el abuso.
Pero, no pensar sobre el abuso no es lo mismo que no poder
recordarlo. Por otro lado, si los terapeutas creían que los
pacientes usualmente experimentan amnesia traumática
disociativa, entonces con una o dos preguntas no sería
posible desbloquear estos recuerdos. Además, si estos
autores postulan que recordar los eventos del abuso son
vitales para que el paciente se sane, podrían tener el
riesgo de crear falsos recuerdos (McNally, 2007a).
Una tercera postura del recuerdo del abuso sexual
Durante varios años se han descrito dos polos sobre el
recuerdo del abuso sexual: 1) la del recuerdo reprimido, y
2) la del recuerdo falso. Ya se ha explicado la primera
postura. En cuanto a la postura del recuerdo falso se
plantea que la repetición y el despertar emocional deberían
fortalecer la memoria. Esto deriva en que si alguien dice
que ha recordado eventos traumáticos olvidados,
especialmente en el contexto de terapia, entonces la
recuperación sería falsa. Si se asume que el abuso sexual
es un trauma terrorífico, entonces los mecanismos bien
establecidos del recuerdo deberían hacer la amnesia
difícil, o más bien imposible (McNally, 2007a).
Una postura intermedia planteada por McNally (2007a,
2007b) explica que si una persona es abusada en la niñez no
posee la capacidad de comprender esta experiencia poco
placentera, ya que no posee un marco conceptual sobre ello.
Más adelante, cuando el sujeto comience a comprender tales
episodios de abuso sexual experimentaría un gran impacto
emocional que podría provocarle los síntomas del TEPT.
Debido a que las/los sobrevivientes de abuso sexual no
entendieron el evento cuando les sucedió, no piensan sobre
esta experiencia por muchos años. Por otro lado, este
olvido ordinario fue reforzado por la ausencia de
recordatorios (por ejemplo el abusador se fue lejos). Esto
derivará en que cuando esta persona crezca va a ser capaz
de recolectar estímulos que le gatillen las experiencias
olvidadas sobre el abuso desde la perspectiva de un adulto.
Debido a que el evento no fue comprendido cuando ocurrió y
no fue experimentado como traumático, no se necesitan
mecanismos disociativos especiales para explicar porqué la
persona no pensó sobre eso durante mucho tiempo. Con esto
McNally concluye que una recuperación del recuerdo no
implicaría un recuerdo traumático previamente reprimido.
Evidencias en contra de las alteraciones cerebrales producidas por el TEPT
Diversos estudios plantean que las hormonas producidas
por el trauma causan atrofias en ciertas áreas de la
memoria, tal como el Hipocampo. Sin embargo en un estudio
con 17 pares de gemelos monocigotos se vio que tanto los
pacientes con TEPT como su gemelo sano y no expuesto al
trauma, poseían el volumen del hipocampo más pequeño, lo
que indicaría que el trauma no produce una atrofia en el
hipocampo y que éste al ser más pequeño reflejaría una
vulnerabilidad genética o constitucional para desarrollar
TEPT en las personas expuestas a un trauma (Gilbertson,
Shenton, Ciszewski, Kyoto, Lasko, Orr & Pitman, 2002).
Por otro lado, según McNally (2003) el cortisol alto en
los pacientes con TEPT no es mantenido por periodos largos
de tiempo, por lo que no sería posible que provoquen
atrofia en el hipocampo. Se ha observado que bajos periodos
de niveles altos de cortisol son adaptativos, en cuanto a
que moviliza a la persona hacia el escape o la pelea. Sólo
si estos altos niveles se mantienen a través de los años
puede provocar daños.
Evidencias que apoyan que no hay amnesia disociativa del recuerdo
McNally, Clancy, Barret y Parker (2004), realizaron un
estudio para saber si las personas que han olvidado su
abuso sexual, poseen una mayor habilidad de inhibición de
esos recuerdos perturbadores. Para ello, tomaron una
muestra de 150 adultos, 108 mujeres y 42 hombres, y los
distribuyeron en cuatro grupos: (1) recuerdo continuo:
siempre recordaron su abuso sexual, (2) recuerdo
recuperado: recordaron su abuso después de haberlo olvidado
por años, (3) recuerdo reprimido: no recordaron su abuso,
pero creían que habían sido abusados y (4) control: no
tuvieron abuso sexual en la niñez. Se les leyeron dos
listas, cada una con 10 palabras positivas y 10
relacionadas con trauma y posteriormente, se les pidió que
recordaran las palabras.
Se observó que todos los grupos recuperaron más palabras
traumáticas, que positivas. Contrario a lo que se creía,
ningún grupo que reportó haber olvidado su abuso (por
represión o recuperación) exhibió mayor olvido de las
palabras relacionadas al trauma, en comparación de las
positivas. Se supone que una persona que bloquea recuerdos
del abuso debería fácilmente poder bloquear una experiencia
que provoca menos contenido emocional, tal como una palabra
relacionada en un experimento. Sin embargo, eso no se vio
en este estudio (McNally et al., 2004; McNally, 2007a,
2001).
Si los sobrevivientes del abuso no exhiben una habilidad
superior para olvidar meras palabras relacionadas con
trauma, igualmente, uno podría cuestionar su habilidad para
olvidar recuerdos autobiográficos relacionados con trauma
(McNally, 2001)
Se puede concluir que las personas sexualmente abusadas
en la niñez no poseen una habilidad superior para olvidar
claves del trauma. Sin embargo, los métodos de olvido
directo utilizados en este estudio, no pueden determinar si
las personas fueron realmente abusadas o si olvidaron su
abuso (McNally et al., 2004).
A pesar de lo anterior, McNally (2007a) señala que quizás
las personas pierden su capacidad de olvidar material
relacionado al abuso una vez que los recuerdos del abuso
autobiográfico han regresado.
Por otro lado, Clancy, Schacter, McNally, Pitman (2000)
estudiaron el falso reconocimiento (error de creer que se
han encontrado ítems originales) en 57 mujeres distribuidas
en los cuatro grupos anteriormente nombrados: grupo de
recuerdo recuperado, grupo de recuerdo reprimido, grupo de
recuerdo continuo y grupo control.
Se descubrió que aquellas que habían recuperado el
recuerdo de su abuso eran más propensas a tener falsos
reconocimientos que los otros grupos. Además, las mujeres
que recuperaron el recuerdo y las que lo reprimieron
mostraron una mayor reducción en el falso reconocimiento a
través de las pruebas del estudio que los otros sujetos, lo
que quizás refleja cambios estratégicos en el rendimiento.
A sí mismo, los investigadores Porter & Peace (2007)
realizaron un estudio en donde 49 sujetos describieron sus
recuerdos de un trauma reciente y una experiencia emocional
positiva. Luego de 3,45 a 5 años se volvió a entrevistar a
29 de los 49 sujetos. Los resultados indican que los
recuerdos traumáticos fueron altamente consistentes a
través del tiempo al compararlos con los recuerdos
positivos. La calidad de la viveza y componentes
sensoriales disminuyeron marcadamente en los recuerdos
positivos y se mantuvieron sin cambio en los recuerdos
traumáticos. La severidad de los síntomas traumáticos
disminuyó a través del tiempo por lo que no se relacionan
con la consistencia de la memoria.
Para saber si la amnesia traumática se produce en todos
los casos o no, McNally (2001) ha conducido una serie de
estudios en los cuatro grupos previamente nombrados.
Observó que algunos individuos exhiben síntomas de
aflicción psicológica y se caracterizan por obtener
puntajes elevados en medidas de disociación y absorción.
Esto puede reflejar una propensión a reprimir recuerdos
traumáticos, propensión a crear recuerdos falsos de trauma
o una consecuencia del abuso mismo (asumiendo que éste
realmente ocurrió).
Por otro lado, según McNally, Clancy, Barrett y Parker
(2005a), las personas que reportan recuerdos reprimidos o
recuperados de abuso sexual infantil pueden tener déficit
en el monitoreo de la realidad. Las personas con pobres
habilidades de monitoreo de la realidad pueden tener
dificultades para distinguir recuerdos de experiencias
previas de aquellos recuerdos de experiencias que fueron
meramente imaginadas (McNally, et al., 2005a). De hecho,
algunas personas que creen tener recuerdos reprimidos de
abuso, llegan a esa conclusión después de experimentar
pesadillas, imágenes visuales o sensaciones corporales que
ellos interpretan como fragmentos perceptuales-sensoriales
de recuerdos sepultados de un trauma temprano. La hipótesis
sobre los déficit en el monitoreo de la realidad implica
que la gente que reporta recuerdos reprimidos y recuperados
son especialmente propensos a interpretar ciertas
experiencias habituales (por ejemplo, imágenes o sueños)
como recuerdos de eventos reales.
Usando métodos de detección de señales, McNally et al.
(2005a) encontraron que adultos que reportaron recuerdos
reprimidos o recuperados de abuso sexual infantil fueron
menos capaces de discriminar entre palabras que han visto y
palabras que han imaginado ver, que los adultos que
reportaron nunca haber olvidado su abuso sexual y adultos
que no reportaron historia de abuso. Estos resultados
podrían confirmar la “perspectiva del recuerdo falso”. Sin
embargo, el déficit relativo en la habilidad para
discriminar percepciones de imágenes fue evidente sólo en
algunos test.
De acuerdo con la teoría del trauma con traición (Freyd,
1994), un adulto sobreviviente de abuso sexual infantil
(ASI) que fue acosado por sus cuidadores (por ejemplo, el
padre) está especialmente propenso a disociar (“reprimir”)
sus recuerdos del abuso. Incapaces de escapar físicamente
de los abusadores, aprenden a escapar mentalmente, de ese
modo atenúan el impacto emocional negativo de lo que está
ocurriendo. Esta manera de codificar los episodios de
abuso, puede resultar en una amnesia traumática disociativa
(Terr, 1991 en McNally 2007).
Haciendo pruebas en estudiantes universitarios, DePrince
y Freyd (2004) encontraron que aquellos que puntearon alto
en los cuestionarios de disociación, exhibieron déficit de
memoria para palabras relacionadas con trauma cuando las
vieron en condiciones de atención dividida. Dicha teoría,
implica que los sobrevivientes de ASI desarrollan
habilidades superiores para desviar la atención de las
señales relacionadas con el trauma, entonces se altera el
posterior recuerdo de tales señales. Replicando el
procedimiento de dichos autores, McNally, Ristuccia y
Perlman (2005) probaron el déficit de recordar las palabras
referidas a trauma en comparación con palabras neutras en
adultos que reportaron recuerdos continuos o recuperados de
ASI versus adultos que niegan historia de ASI. Un déficit
para recordar palabras referidas a trauma bajo una atención
dividida fue esperado en el grupo de recuerdo recuperado.
Los resultados fueron inconsistentes con esta predicción,
ya que los tres grupos exhibieron mayor recuerdo de las
palabras referidas a trauma que las palabras neutras,
independiente de las condiciones de la codificación. Sin
embargo, McNally et al. (2005) no pretendieron probar
óptimamente la teoría del trauma con traición de Freyd
(1994), ya que ninguno de sus participantes reportó abuso
sexual por parte de un cuidador.
A sí mismo, otro experimento de McNally, Clancy, Barrett,
& Parker, (2004) no ha apoyado la hipótesis de que adultos
sobrevivientes de abuso poseen una habilidad superior para
inhibir la recuperación de palabras referidas a trauma que
han codificado o para desviar la atención de palabras
amenazantes y que por lo tanto, están impedidos de recordar
esas palabras. Además, estas habilidades superiores para
olvidar las señales del trauma no han sido detectadas ni
siquiera entre aquellas personas que deberían ser más
propensas a tener esas habilidades (personas que reportan
tener recuerdos reprimidos y personas que reportan tener
recuerdos recuperados).
A pesar de que el experimento de DePrince y Freyd (2004)
se inspiró en la teoría del trauma con traición, ni su
experiencia ni la de McNally, Ristuccia y Perlman (2005b)
proporcionan una prueba óptima para esa teoría. Para
probarla óptimamente, los investigadores necesitarían
reclutar adultos sobrevivientes de ASI que hayan sido
abusados por los cuidadores y que además, hayan olvidado
sus abusos por muchos años y que después lo hayan recordado
en la adultez (McNally, et al, 2005b).
Por otra parte, McNally (2007b) realizó una crítica
empírica y conceptual de esta teoría del trauma con
traición. Él plantea que los datos de estudios que apoyan
la teoría, han estado abiertos a interpretaciones
alternativas, mientras que otros estudios no han probado
ningún sustento a la teoría. Además, no hay evidencia
convincente acerca del hecho que los niños son incapaces de
recordar sus abusos (desarrollar una verdadera amnesia)
poco después de sus acosos. También, incluso si los niños
abusados por sus cuidadores tienen miedo a la interrupción
de la cercanía con el delincuente, aquello no es razón para
asumir que ellos deben desarrollar amnesia de sus abusos;
ellos pueden mantener la relación simplemente por el hecho
de no revelar el abuso.
La teoría del trauma con traición plantea que los niños
abusados por los cuidadores, desarrollan “amnesia
traumática” (Freyd, 1994) de sus abusos, para que la
conciencia de ello no afecte sus conductas de dependencia
con el cuidador y, así, no se pongan en peligro sus vidas.
Según McNally (2007b), hay varios problemas con esta idea:
(1) Freyd (1994) hipotetizó que la habilidad para detectar
traición puede ser desplazada por objetivos mayores de
sobrevivencia. Según ella, podría ser realmente peligroso
para el niño, no poder reprimir esta habilidad de detectar
la traición. Sin embargo, Freyd se refería a supervivencia
literal (física). Por lo tanto, no es claro como el niño
podría “morir” o no sobrevivir, ¿cómo podría ser realmente
peligroso para un niño el saber que está siendo sexualmente
abusado? (2) No existe una razón para suponer que el niño
tiene necesariamente que desarrollar amnesia de su abuso
para mantener la relación con el cuidador. De hecho, para
ello, los niños necesitan omitir el abuso, no olvidarlo. La
divulgación pública del abuso, no el recuerdo accesible de
éste, es lo que amenazaría la relación. (3) De acuerdo con
la teoría del trauma con traición, los niños abusados
dependen de los abusadores para estar adecuadamente
alimentados, vestidos y cobijados y por esa razón, tienden
a mantener la relación con el cuidador a través de la
amnesia. De hecho, la necesidad de preservación de esa
relación es precisamente lo que explica el por qué las
víctimas están, teóricamente, motivadas a bloquear los
recuerdos de la conducta incestuosa de sus cuidadores.
Pero, ¿son realmente proveedores fiables los abusadores?
(4) La teoría del trauma con traición está diseñada para
explicar por qué algunos pueden desarrollar amnesia acerca
del hecho que han sido sexualmente abusados por un
cuidador. Sin embargo, no está claro si aquellos que dejan
de pensar sobre sus abusos por muchos años fueron realmente
incapaces de recordar que fue lo que ocurrió, así es la
inhabilidad para recordar que cuenta como amnesia.
McNally (2007b) plantea otra explicación acerca del por
qué alguien que fue acosado sexualmente (incluyendo por un
cuidador) no puede pensar acerca del abuso por muchos años
y sólo lo puede recordar más tarde en la vida. Primero, si
el abuso no fue violento se disminuye la oportunidad de
contarlo como algo traumatizante. Como las emociones
intensas tienden a fortalecer la memoria, la ausencia de
ellas podría ser un factor que lleve a interpretarlo como
un evento menos intrusivo. Segundo, como se dijo
anteriormente, si el niño fue muy pequeño cuando fue
abusado, pudo no haber alcanzado a entender la traición o
su naturaleza sexual hasta después de haber recordado el
abuso años más tarde (McNally, 2007a, McNally, 2007b). Sin
embargo, niños más grandes son mucho más propensos a saber
qué es lo que ocurre, pero también pueden ser menos
propensos a olvidarlo, incluso aunque puedan temer revelar
el abuso, no por temor por sus vidas, sino por miedo a la
separación de la familia por causa de que el padre abusador
vaya a prisión. Esos niños pueden tratar activamente de no
pensar sobre el abuso para sacarlo de la mente, lo cual no
requiere postular un mecanismo disociativo como lo hace
Freyd (1994). Por otro lado, si bien el abuso sexual
siempre es moralmente reprochable, puede no involucrar
terror y amenaza para la vida y, por tanto, no considerarse
como un trauma en el sentido estricto de la palabra. El
abuso sexual por parte de los cuidadores siempre involucra
traición, pero la traición per se puede no tener nada que
ver con el por qué el abuso fue olvidado (McNally, 2007b).
Tratamientos
Spitzer & Myers (2006) investigaron el impacto de
medidas de funcionamiento en mujeres que tuvieron abuso
sexual en la infancia, al mismo tiempo en que se estaban
realizando una terapia. Estas medidas de funcionamiento
consistían en cinco ítems relacionados con la calidad que
tenían estas mujeres en cuanto a las relaciones con otros
significativos, la salud física, el trabajo, la sensación
de bienestar y la autoestima.
Ellos examinaron si el trabajo que se hacia en la memoria
era experimentado como beneficioso o perjudicial al
compararlo con las medidas de funcionamiento de mujeres que
estaban en terapia según el grado de recuperación de
detalles gráficos del abuso. Los autores plantearon la
hipótesis de que los clientes cuyas terapias involucraban
un mayor énfasis en recuperar los detalles del abuso
reportarían un menor funcionamiento durante y luego de su
terapia, al compararlos con clientes cuyas terapias tenían
menor énfasis en la recuperación de detalles del abuso
(Spitzer & Myers, 2006).
El estudio constaba de 59 mujeres mayores de 20 años que
fueron divididas en dos grupos: las que pasaron más tiempo
recuperando detalles gráficos del abuso sexual en su
terapia (19) versus las que pasaron menos tiempo en esto.
Luego de sus terapias se les entregó a estas mujeres un
cuestionario que medía el tipo de recuerdos que tenían las
participantes antes de comenzar la terapia; el
funcionamiento de ellas en cinco áreas antes, durante y
después de la terapia; el impacto de trabajar sobre
recuerdos del abuso sexual en el funcionamiento de los
participantes; si les sirvió el tipo de terapia
experimentada y que creencias tenían las participantes
sobre qué era importante curar luego de un abuso sexual
(Spitzer & Myers, 2006).
Los recuerdos visuales explícitos, fuertes flashback de
sentimientos, flashbacks de sensaciones físicas, imágenes
visuales desconectadas y pesadillas fueron disminuyendo a
medida que pasaba la terapia. En cuanto a los recuerdos que
siempre se recordaban, pero que no los etiquetaron como
abuso hasta después y los recuerdos recuperados, fueron más
experimentados durante la terapia, que antes y después de
ésta (Spitzer & Myers, 2006).
También se vio que en muchas participantes la terapia
estuvo asociada con una disminución de la prevalencia de
muchos tipos de recuerdos del abuso. Un 59% de las
participantes consiguió recuperar nuevos recuerdos del
abuso durante su terapia. Por otro lado un 84% de las
mujeres que pusieron énfasis en recuperar detalles del
abuso, tuvieron más recuerdos de éste durante la terapia,
comparado con un 48% de mujeres que pusieron menos énfasis
en la recuperación. Un significativo porcentaje de las
mujeres del grupo de recuperación informaron que por medio
de una hipnosis se hicieron regresiones para recordar
detalles del abuso y que sus terapeutas las animaron a
recordar detalles del abuso en terapia (Spitzer & Myers,
2006).
Esto llevo a la hipótesis de que el énfasis de las
participantes de este estudio de trabajar en su memoria
para recuperar detalles del abuso, condujeron a una mayor
recuperación de los recuerdos (Spitzer & Myers, 2006).
Se observó que un 48% de las participantes que
pertenecían al grupo de menor recuperación reportaron haber
recuperado recuerdos del abuso, lo que sugiere que a veces
otros factores, en vez de sólo enfocarse en recuperar la
memoria, contribuyen a recordar detalles del abuso (Spitzer
& Myers, 2006).
Los resultados revelaban que aquellas mujeres que
utilizaron más tiempo recuperando recuerdos del abuso
tuvieron un puntaje de funcionamiento significativamente
más bajo antes y durante la terapia, pero que no cambio
significativamente luego de la terapia. También se vio que
ambos grupos luego de la terapia funcionaron en un alto
nivel. Se observó además que las terapias que ponían
énfasis en recuperar más recuerdos del abuso hicieron que
las participantes tuvieran más recuerdos del abuso durante
la terapia. Finalmente se observo que había más
probabilidad de que las clientas participaran en hipnosis y
que fueran animadas por los terapeutas a recordar detalles
del abuso (Spitzer & Myers, 2006).
Al recuperar los detalles del abuso, las pacientes
reportaron un impacto negativo en su funcionamiento durante
la terapia. Sin embargo, luego de la terapia reportaron que
la recuperación tuvo un impacto positivo en su
funcionamiento. Esto sugirió que las participantes creían
que recordar temporalmente detalles del abuso impide con su
buen funcionamiento (Spitzer & Myers, 2006).
Las participantes pasaron un tiempo más significativo en
tratar de entender el abuso, y encontraron que este enfoque
es el que más las ayudaba a mejorarse y seguir con sus
vidas. Esto sugirió que recuperar los detalles gráficos del
abuso no estaba involucrado solamente en las mejoras del
funcionamiento que se había visto de la pre a la post
terapia. Las técnicas que los sujetos consideraron como
menos importantes fueron revivir las experiencias del
abuso, recuperar las imágenes del trauma o los detalles de
este. Se vio que era posible que la recuperación de los
detalles del abuso pudiera actuar como un catalizador para
otros procesos sanadores que fueron altamente puntuados por
las participantes, tales como, encontrar mayor aceptación,
significado y entendimiento del abuso. Según las pacientes
estas técnicas nombradas anteriormente fueron las más
importantes en promover la mejoría (Spitzer & Myers, 2006).
Por otro lado, Pantesco (2005) plantea que el TEPT
secundario a un abuso sexual, es clínicamente más
complicado debido al aumento de las deficiencias
lingüísticas en sus registros del abuso, lo que explicaría
dificultades consecuentes de poder verbalizar en terapia.
Se sugiere que durante un proceso terapéutico, los
recuerdos disociados sean recordados e integrados en
memoria narrativa (May, 1995).
William (2006) plantea que el poder nombrar el evento y
conectarlo con una nueva historia, la sanación en el
contexto de la relación terapéutica y el descubrimiento de
la naturaleza de la memoria implícita, han sido vitales
para la mejoría de la víctima.
En cuanto al TEPT, se realizó un estudio donde
relacionaron las características y los contenidos que
tienen los recuerdos intrusivos en el TEPT; y los cambios
que se sufren con la presencia de un tratamiento (Speckens,
Ehlers, Hackmann, & Clark, 2004).
Se ha observado que las re-experimentaciones intrusivas
de recuerdos de eventos traumáticos son el núcleo de los
síntomas del TEPT (Speckens, et al, 2004).
Los autores evaluaron las características y contenidos
de los recuerdos intrusivos de 22 pacientes (12 mujeres y
10 hombres entre 20 y 64 años) que desarrollaron TEPT,
luego de haber vivenciado un acontecimiento traumático, tal
como un asalto, un accidente de auto, entre otros.
El objeto de este estudio era observar los cambios que
tuvieron estos pacientes en el curso de un tratamiento
cognitivo conductual (Speckens, et al, 2004).
Los diferentes recuerdos intrusivos que sufrían estos
pacientes eran muy pocos y les sucedían de forma invariable
y repetitiva. Estos recuerdos producían distrés y tenían
contenidos perceptuales vívidos que ellos sentían en el
“aquí y el ahora” (Speckens, et al, 2004).
Para la realización del estudio se aplicó una entrevista
semi-estructurada luego de que empezaran un tratamiento
cognitivo conductual. Ésta evaluaba la frecuencia de las
vivencias, las asociaciones que causaban distrés, el grado
de “conocimientos” y los contenidos para cada recuerdo
intrusivo (Speckens, et al, 2004).
Antes del tratamiento y durante cada semana del
tratamiento se les pedía a los pacientes que completaran
escalas de evaluación para cada recuerdo intrusivo, también
debían incluir cualquier intrusión que podía surgir en el
curso del trabajo (Speckens, et al, 2004).
En cuanto al tratamiento cognitivo conductual, la primera
sesión implicaba una discusión sobre los síntomas y los
objetivos que tenia el paciente. Se realizaba una pequeña
descripción sobre el evento traumático y una evaluación
sobre los factores que mantenían el trastorno (Speckens, et
al, 2004).
Por otro lado, se utilizaron imaginerías y narrativas
escritas para reconstruir el evento traumático y para
identificar los peores momentos de éste. Durante el
tratamiento, la información que se actualizaba era
identificada e incorporada en la memoria por vía verbal o
por técnicas de imaginería. Junto con esto se vio que la
información que era actualizada representaba información
que se volvía disponible para el paciente luego del trauma
y de las secuelas que éste había dejado. Además, los
pacientes obtuvieron nuevas conclusiones que se daban como
resultado de la reestructuración cognitiva (Speckens, et
al, 2004).
Los pacientes recibieron entre 6 a 20 sesiones de terapia
con una duración de 90 minutos cada una (Speckens, et al,
2004).
Se observó que hablar sólo acerca de las intrusiones, no
trajo un cambio en la frecuencia de éstas, ni en el distrés
asociado (Speckens, et al, 2004).
La mayoría de las intrusiones fueron descritas
principalmente como experiencias sensoriales,
específicamente se observó que la gran mayoría de los
recuerdos intrusivos incluían sensaciones visuales o
corporales. Las sensaciones que eran auditivas eran
experienciadas durante la mitad de las intrusiones. Por
otro lado las sensaciones de sabores y olores eran las
menos comunes. Solo un 17% de los recuerdos intrusivos eran
sobre los peores momentos del trauma (Speckens, et al,
2004).
Gracias al tratamiento se observó que el distrés y los
recuerdos intrusivos disminuyeron gradualmente. Con esto se
puedo decir que las intrusiones parecían desvanecerse más
que suspenderse abruptamente (Speckens, et al, 2004).
Discusión
Se ha observado que ambas posturas sobre la naturaleza
del recuerdo del abuso sexual tienen argumentos válidos
para apoyar sus teorías. Desde el punto de vista de la
amnesia del recuerdo es interesante la postura de que el
recuerdo sólo se almacena de manera implícita, lo que
impide que las víctimas puedan verbalizar lo que les
ocurrió (Levine, 2006; Van der Kolk, 1998), pudiendo
derivar en una completa amnesia del recuerdo (Van der Kolk,
1998). Esto se explica debido a los residuos que quedan de
las respuestas fisiológicas que no pudieron ser
descargadas, las que serán las bases del recuerdo
traumático. Por esto, es codificado como procedimientos
implícitos basados en reacciones biológicas de
supervivencia (Levine, 2006).
Por otro lado, McNally (2003, 2007a) propone que los
recuerdos del evento traumático nunca son olvidados, sino
que aquellos que proponen la amnesia del recuerdo
malinterpretan los resultados de sus estudios. Las
equivocaciones más comunes incluyen confundir los olvidos
de la vida diaria que se desarrolla después del trauma con
inhabilidad de recordar el trauma mismo; confundir la
desgana de revelar el trauma con una inhabilidad de
recordar; confundir la falla de codificar todos los
aspectos de la experiencia traumática con la inhabilidad de
recordar aquella con que fue traumatizado; y confundir no
pensar sobre algo por un largo tiempo con una inhabilidad
de recordar. Además señala que cuando se vivencia un abuso
sexual a muy temprana edad, la persona no posee la
capacidad para entender lo que sucede, por lo que no piensa
sobre el suceso por mucho tiempo. Sin embargo, cuando logra
entender lo sucedido lo recuerda, pero esto no significa
que haya tenido una amnesia del abuso (McNally, 2003,
2007a, 2007b).
McNally realizó diversos estudios que apoyan estas ideas.
Por último, se requieren más investigaciones con respecto
a este tema para poder dilucidar la controversia surgida
por las dos posturas anteriores.
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