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BOLETÍN 26

A Prueba de Temblores.

Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia

en la Venezuela de 1900.

Caso del Sismo de San Narciso del 29 de octubre de 1900,

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y

Franck A. Audemard

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A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y

Sismorresistencia en la Venezuela de 1900. Caso del Sismo de San

Narciso del 29 de octubre de 1900.

(Quake-proof: Some ideas about constructions and seismic resistance at

the time of the San Narciso 1900 earthquake, Venezuela)

Alejandra Leal Guzmán [email protected]; José Antonio

Rodríguez, [email protected] y Franck A. Audemard,

[email protected]

Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas, FUNVISIS

Departamento de Ciencias de la Tierra

RESUMEN

El 29 de octubre de 1900, día de San Narciso, a las 4:42 a.m., un

poderoso terremoto sacude el norte costero de Venezuela, afectando

sensiblemente a las poblaciones ubicadas en la región que actualmente

corresponde al Área Metropolitana de Caracas, AMC, en la costa de

Barlovento y en los estados Vargas, Aragua y Anzoátegui; llegando

incluso a ocasionar daños materiales de menor significación en

poblados llaneros. Este evento, ha sido el sismo histórico más

importante que ha ocurrido en las adyacencias del AMC y también uno

de los más destructores que ha padecido la ciudad capital. El terremoto

de 1900 fue ampliamente reseñado en la prensa nacional,

constituyéndose así un extenso y muy variado corpus documental que

había permanecido inexplorado en los archivos venezolanos, y en

consecuencia, era prácticamente desconocido para la sismología

venezolana. La data compilada ha arrojado información sobre diversos

aspectos del terremoto de 1900: descripción del evento, informes de

daños, respuestas sociales, iconografía, etc. Entre estos documentos

destaca un conjunto de artículos técnicos cuyos autores comentan

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ampliamente sobre construcciones y sismorresistencia, en el marco de

los daños producidos por el terremoto. Los autores de estos escritos no

se limitan a proponer tipologías constructivas adecuadas para zonas

sísmicas, sino que se plantean interrogantes respecto a los siguientes

tópicos, ineludiblemente asociados a la sismorresistencia no sólo de las

edificaciones sino de toda la ciudad: a) calidad de los terrenos, b) la

respuesta sísmica del suelo, c) esbozo de los estudios de

microzonificación como herramienta para conocer las características

del terreno, d) aspectos jurídicos de la sismorresistencia, y e)

planificación urbana como estrategia para mitigar potenciales desastres

sísmicos. Como suele ocurrir con los terremotos destructores, los

desaguisados ocasionados por el sismo de San Narciso, indujeron a

muchos a reflexionar respecto a la adecuación de las tipologías

constructivas existentes y también sobre la configuración

arquitectónica y urbana de nuestras ciudades. En este sentido, el

presente trabajo pretende dar a conocer tres de estos significativos

documentos, enfatizando las lecciones que de ellos se desprenden en

cuanto a aspectos técnicos y legales de la sismorresistencia,

microzonificación y planificación urbana; es decir, reflexiones que

representan un valioso aporte para el estudio de la ingeniería sísmica y

del urbanismo en Venezuela.

Palabras claves: terremoto del 29 de octubre de 1900, sismicidad

histórica, sismorresistencia, ingeniería sísmica en Venezuela.

I.-Introducción.

El 29 de octubre de 1900 -día de San Narciso- a las 4:42 a.m., ocurrió

uno de los terremotos más importantes de la historia venezolana. Este

fortísimo evento, cuya magnitud ha sido estimada preliminarmente en

7,6 (Fiedler, 1988: 206), estremeció el centro norte costero del país,

afectando sensiblemente a las poblaciones ubicadas en la región que

actualmente ocupa el área metropolitana de Caracas, en el litoral de

Barlovento y en los estados Vargas, Aragua y Anzoátegui, llegando

incluso a ocasionar daños materiales de menor significación en

poblados llaneros. Aquel lejano amanecer de finales del siglo XIX,

resultó ser una desagradable sorpresa para buena parte de los

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venezolanos, pues la conmoción telúrica del 29 de octubre no sólo los

hizo saltar de sus lechos sino que las réplicas los mantendrían en vilo

durante los meses siguientes:

...a las 4 y 42 minutos de la madrugada del 29, sobrevino de repente un

terremoto que duró como 25 segundos. El traqueteo fue terrible, jamás

sentido ni escuchado por los actuales habitantes de Caracas. Parecía

que la ciudad se hubiera convertido en una matraca y la sacudiera un

hombre robusto con toda la fuerza de su brazo y con movimientos

isócronos. El espantoso ruido pareció igual desde el principio hasta el

fin sin guardar proporción con el movimiento del suelo que no fue tan

grave como debía pensarse, considerando aquel... deteniéndose a

examinar los edificios se encontró que todos, apenas algunos muy

contados, sufrieron profundamente. Los frentes se desprendieron de las

paredes laterales, cayeron los techos de muchos cuartos, abriéronse

los caballetes, los encalados se descalabraron a trechos; las tapias

divisorias de las piezas se desunieron de las maestras y muchas de los

corrales se vinieron abajo, desplomándose otras, ya de los frentes ya

del interior de las casas (El Duque de Gamboa, El Tiempo, Caracas: 3

de noviembre de 1900, p. 2).

Por su parte, Grases (1990) ofrece una sucinta descripción de los

principales efectos de dicho evento:

El sismo del 29 de octubre afectó Macuto, Naiguatá, Guatire,

Higuerote, Carenero y otros pueblos de Barlovento, donde hubo

grandes daños y víctimas. Muchos edificios en Caracas, se agrietaron

y algunos se derrumbaron... Guarenas fue destruido con un saldo de

25 muertos; San Casimiro, Cúa y Charallave quedaron en ruinas y la

línea férrea que unía Carenero con Río Chico sufrió daños

considerables; La Guaira y Maiquetía, muchas casas deterioradas;

Macuto, 7 muertos, 30 heridos y grietas en el terreno; La Vega y El

Valle, casas dañadas, 1 muerto; Baruta, 4 heridos; Antímano y Los

Teques, varias casas caídas y otras deterioradas; Petare y Los

Mariches, heridos y 1 víctima; Higuerote, varios muertos y heridos; en

San José de Río Chico, el río se salió de cauce y se desbordó hacia Río

Chico; Puerto Tuy, las olas del mar se elevaron varios metros;

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Paparo, daños severos; Carenero 3 muertos; Tacarigua, Curiepe,

Capaya, Caruao y Río Grande, muy afectados; Carayaca, heridos;

Naiguatá, Los Caracas y Camurí Grande, grietas en el suelo,

derrumbes y muertos; Chuspa, La .Sabana, Quebrada Seca, daños

generalizados; Barcelona, grietas en el terreno; Clarines, daños. Al

evento principal siguieron centenares de temblores sentidos (Grases,

1990: 22-23).

Como se aprecia en la descripción anterior, este sismo no sólo sacudió

la región, sino que además provocó un tsunami que inundó las áreas

bajas costeras del litoral de Barlovento –causando daños al ferrocarril

Carenero-El Guapo- y que también afectó las costas del estado

Anzoátegui, fenómeno bien documentado por el ingeniero Melchor

Centeno Graü, quien se encontraba en la ciudad de Barcelona al

momento de ocurrir el sismos (Véase Centeno Graü, La Linterna

Mágica, Caracas: 15 de noviembre de 1900, pp. 2-3). Esta

circunstancia convierte al terremoto de 1900, en uno de los pocos

sismos locales venezolanos con olas tsunami asociadas (Audemard et

al., 2012).

Hermann Ahrensburg, jefe del Gran Ferrocarril de Venezuela y testigo

presencial del sismo, refiere sus efectos en la ciudad de Caracas,

relación que puede comprobarse puntualmente al compararla con los

informes técnicos levantados por las comisiones del Colegio de

Ingenieros de Venezuela. Ahrensburg escribe:

De acuerdo a averiguaciones preliminares 70 casas cayeron

completamente, 428 se arruinaron y varios cientos perdieron las

cornisas de los techos. De las numerosas iglesias solamente la de Las

Mercedes ha sufrido menos; todas las demás muestran graves daños y

fueron cerradas. La torre de la Santa Capilla se derrumbó; la torre de

Altagracia que ya había sido averiada en 1812, pero había quedado en

pie se partió desde arriba hasta abajo; las dos torres del Panteón

sufrieron mucho y estaban cerca de caerse. La mayoría de los edificios

públicos como los Ministerios del Interior, de Obras Públicas, de

Finanzas, la Dirección de Correos, el Ayuntamiento, así todos los

cuarteles son inhabitables. Los grandes hoteles de uno o dos pisos

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están totalmente abandonados... Aparte de Caracas sufrieron mayores

daños los pueblos de Río Chico, Higuerote, Guatire, Guarenas y el

balneario de Macuto así como los pueblos que se encuentran en el

intermedio y la mayoría de las veces están en escombros y ruinas. Allí

perecieron cerca de 100 personas; además muchos resultaron

gravemente heridos. El puerto de La Guaira salió un poco mejor

(Ahrensburg, 1901: 1)[1].

Debido a la extensión de sus efectos, el terremoto de 1900, fue

ampliamente reseñado en la prensa nacional, conformándose así una

importante fuente de información para el estudio de este evento. La

compilación documental elaborada a tales fines contiene artículos de

prensa, crónicas, cartas, telegramas, fotografías, planos y también

artículos científicos e informes técnicos que describen los daños

producidos por el sismo, examinan los efectos de este en relación con

las características constructivas de las poblaciones afectadas y propone

soluciones constructivas apropiadas a la naturaleza sísmica del

territorio venezolano. El hilo discursivo que, casi inesperadamente,

enlaza a estos meticulosos escritos resulta ser la idea de

sismorresistencia, pero, más sorprendente aún, es que se trata de una

noción de sismorresistencia en un sentido amplio, que se extiende más

allá de las consideraciones arquitectónicas e ingenieriles.

Con la intención de examinar estas reflexiones sobre sismorresistencia,

se han escogido tres artículos, todos referidos al sismo de 1900: en

primer lugar, el Informe del Colegio de Ingenieros sobre los mejores

modos de construcción en Venezuela suscrito por Roberto García,

Alejandro Chataing, Diego Morales y Ricardo Razetti (Diario La

Religión, 25 y 26 de enero de 1901); luego el extenso y erudito artículo

Los movimientos seísmicos y las construcciones cuya autoría

corresponde al meteorólogo y astrónomo Dr. Armando Blanco (Diario

El Tiempo, 5 de noviembre de 1900), y finalmente, el escrito Sobre

construcciones firmado por el ingeniero Avelino Fuentes (Diario El

Tiempo, 22 de noviembre de 1900).

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II.-Palabras nuevas para viejas ideas

Si bien la noción de sismorresistencia es de muy reciente incorporación

a la terminología ingenieril, la idea en sí misma es muy antigua: la

preocupación por la solidez y la resistencia de edificios y ciudades ante

el embate de los terremotos ha existido largamente en la mentalidad de

todas las sociedades enfrentadas directamente a la inquietante

naturaleza plutónica del planeta. Naturalmente, el término ha

evolucionado. En la Venezuela de 1900 se hablaba de las casas anti-

temblores o contra temblores, mientras que en 1950 -en la coyuntura

del terremoto de El Tocuyo- ya se utilizaba el término antisísmico,

expresando con ello un sentido técnico muy disímil al que está

contenido en el término sismorresistente. Semánticamente, antisísmico

significa que las construcciones pueden resistir ilimitadamente los

efectos de un sismo lo cual resulta, a todas luces, equivocado; en tanto

que sismorresistente contiene la idea de que las construcciones pueden

resistir, hasta cierto punto, el embate de un terremoto sin llegar a

colapsar.

El sismo de San Narciso no constituye la primera ocasión en que la

idea de sismorresistencia surge en la mentalidad venezolana. La

preocupación por diseñar e implementar tipologías constructivas que

resistan los temblores, así como también la conciencia de la relación

entre los daños macrosísmicos y la calidad y adecuación de las

construcciones se puede encontrar en documentos venezolanos

referidos, por ejemplo, a los sismos de 1766, 1812 y 1878 (Al respecto

véase Grases, 2009). Así pues, en ocasión del terremoto del 21 de

octubre de 1766, y para sorpresa de sus habitantes, la ciudad de

Caracas resulta sacudida pero sale indemne del trance, a pesar de la

flaqueza de sus construcciones. Un anónimo informe de la época, deja

constancia de lo anterior:

Tampoco hizo el terremoto estrago de consideración en los demás

templos ni en las casas y menos en los vivientes, aun de los

irracionales, y sólo vegetales recibió en sí aun más leve daño. Admiran

esto y con mucha razón las personas de juicio y más a vista de las

tapias, paredes y edificios que hay en la ciudad por su desplomo y

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flaqueza y antigüedad conocidamente expuesto a ruina. Y

verdaderamente es cosa admirable, no tanto el que no cayesen, como

que un temblor tan dilatado y fuerte hallase a la ciudad y todos sus

habitantes y vivientes en tal constitución hasta en el más mínimo átomo

que estando todos entregados al sueño o recogidos, nadie peligrase ni

recibieses aún una picadura (Noticia del temblor de tierra padecido en

la ciudad de Santiago de León de Caracas, Provincia de Venezuela en

las Indias Occidentales, la madrugada del día 21 de octubre de 1766.

Caracas, diciembre de 1766. Archivo General de la Nación (AGN)-

Traslados, Audiencia de Caracas, 206).

Cabe destacar no sólo la mención que se hace de las tipologías

constructivas existentes en la ciudad, sino más aún el asombro que los

testigos del terremoto manifiestan ante la resistencia de las viejas tapias

desplomadas y seguramente mal conservadas de la Caracas del siglo

XVIII. La tapia es uno de los sistemas constructivos de la denominada

"arquitectura de tierra cruda", calificación que se aplica a las

edificaciones cuyo principal material constructivo es la tierra sin cocer,

combinada con maderas, fibras vegetales, e incluso piedra (Véanse

Gasparini y Margolies, 1989). Se trata de tipologías constructivas

sumamente antiguas y respecto a las cuales pueden encontrarse

ejemplos milenarios -edificaciones e incluso ciudades enteras- en todo

el mundo. En el caso de Venezuela, el bahareque, la tapia y el adobe,

fueron las técnicas que definieron históricamente el hábitat -tanto

urbano como rural-, y su uso fue predominante desde el siglo XVI

hasta las primeras décadas del siglo XX (Urbina, 1961: 349). Tal como

señala Duarte (1996: 40), en Caracas, el sismo de 1766, “…dejó el

beneficio de haber manifestado los defectos ocultos de las

construcciones que habiéndolos dejado desatendidos con el tiempo

hubiesen causado alguna ruina”, circunstancia recurrente en el caso de

terremotos destructores. No huelga comentar aquí que precisamente, en

virtud de las pocas ruinas que ocasiona el sismo, se erige el patronazgo

antisísmico de Nuestra Señora de las Mercedes como abogada contra

terremotos (Rodríguez et al., 2011).

En octubre de 1812, tras los devastadores sismos ocurridos el 26 de

marzo ese mismo año (Véase Altez, 2006, Choy et al., 2010 y Cunill

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Grau, 2012), el Alarife Mayor de Caracas, Juan Basilio Piñango,

presenta ante las autoridades del Municipio, los planos

correspondientes a un proyecto de viviendas sismorresistentes,

diseñadas según los materiales y las tecnologías disponibles en la

época:

Eran unas construcciones diseñadas con un sistema de horcones

(‘madera enterradas en tierra’) arriostrados a nivel de arranque de

techo y encima de los vanos de puertas y ventanas, verdadera

estructura ‘trabada’ que ya respondía en cierta medida a los

requerimientos antisísmicos (Zawisza, 1988a: 97-98)

Por su parte, los vecinos de La Guaira, la cual resultó gravemente

afectada por el evento, redactaron un reglamento para proceder a la

reconstrucción de dicha ciudad. Este documento contenía diversas

disposiciones referidas a la fábrica y reparación de edificios, con

especial énfasis en las recomendaciones para reforzar las técnicas

constructivas en uso –mampostería, adobe, tapia, bahareque- y aportar

“rigidez y homogeneidad” a los edificios resultantes (Zawisza, 1998a:

100). Sin embargo, las condiciones políticas, económicas y sociales de

la ciudad de Caracas -y del país- tras la devastación producida por los

terremotos y los avatares de nuestra guerra de independencia,

impedirían las necesarias labores de reconstrucción. La realización de

obras públicas se paralizaría prácticamente por las cinco décadas

siguientes, sumiendo a Caracas en un largo letargo urbano (Gasparini y

Posani, 1998: 135).

En las postrimerías del siglo XIX, a consecuencia de las ruinas dejadas

a su paso por el terremoto de Cúa del 12 de abril de 1878, el Colegio de

Ingenieros de Venezuela (CIV)[2], decide convocar “…un concurso

entre los ingenieros, arquitectos y demás personas que quieran tomar

parte, sobre el sistema que se crea más practicable, conveniente y

económico para la construcción de edificios en un país como el nuestro

expuesto a terremotos” (La Opinión Nacional, Caracas: 4 de mayo de

1878). Un mes más tarde, el concurso se declaró desierto “…en virtud

de no haber podido el jurado nombrado al efecto, decidirse por ninguna

de las memorias presentadas por haberlas hallado deficientes,

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especialmente en la parte relativa a techos” (La Opinión Nacional,

Caracas: 19 de junio de 1878). Analizando comparativamente los

resultados del fallido concurso de 1878, con la calidad de los escritos

sobre construcciones y sismorresistencia aparecidos tras el sismo de

1900, resulta menester preguntarse por el recorrido de la ciencia y la

tecnología venezolanas en los escasos 22 años que median entre ambos

terremotos.

En este sentido, debemos señalar que las reflexiones y

transformaciones constructivas y sismorresistentes suscitadas por el

terremoto de 1900, se encuentran marcadas por las transformaciones

arquitectónicas y urbanas que venía experimentando Caracas, ciudad

que resultó particularmente privilegiada por el despliegue

modernizador del gobierno encabezado por el general Antonio Guzmán

Blanco (Zawisza y Villanueva, 1997: 375). A su vez, dicho despliegue

estuvo acompañado de la introducción, en Venezuela, de nuevas

técnicas y materiales de construcción procedentes de Estados Unidos y

Europa, circunstancia que comentaremos con mayor amplitud en las

páginas siguientes (Véanse Silva, 1999 y 2009b).

III.-Sismorresistencia y tecnologías constructivas: el Informe del

Colegio de Ingenieros sobre los mejores modos de edificaciones en

Venezuela

En la coyuntura ocasionada por el terremoto de 1900, el CIV destacó

tres comisiones técnicas para evaluar los daños producidos en los

templos, los edificios públicos y las casas particulares de la ciudad de

Caracas, cuyos minuciosos resultados fueron publicados en la prensa

nacional. Tales informes han representado un valioso insumo para el

análisis del sismo de San Narciso y para el estudio de la ingeniería en

nuestro país. Adicionalmente, el CIV convocó a Roberto García[3],

Alejandro Chataing[4], Diego Morales[5] y Ricardo Razetti[6],

destacados miembros de dicha institución, para producir un documento

que respondiese a la cuestión de cuáles eran los modos más

convenientes de edificación en Venezuela.

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Estos cuatro profesionales han de haber deliberado sesudamente tan

ardua cuestión y en breve tiempo presentaron un informe que también

fue publicado en prensa. El discurso del documento final apuntaba a

una revisión de las ventajas y defectos de las tipologías constructivas

de uso corriente en Venezuela, a la luz de los daños ocasionados por el

sismo. Este breve examen de las edificaciones caraqueñas y sus

calidades constructivas, estaba seguido por una discusión, esbozada en

líneas muy generales, sobre los materiales y las tecnologías

constructivas potencialmente sismorresistentes y susceptibles de

aplicarse en Venezuela. Este informe no era un documento exhaustivo

dirigido a los profesionales de la ingeniería y la arquitectura, sino antes

bien un escrito austero y precavido de tono didáctico, redactado para el

público general en una ciudad donde la autoconstrucción era una

práctica corriente para procurarse vivienda. Considerando estas

circunstancias, los autores dejan constancia de su inquietud ante las

dificultades que presenta el encargo del Colegio de Ingenieros:

Mucho ha meditado y mucho ha vacilado la Comisión nombrada por el

Colegio de Ingenieros antes de dar una contestación a la pregunta que

éste ha formulado en los términos siguientes: ¿Cuál o cuáles son los

modos más convenientes de edificaciones en Venezuela?... hemos

puesto empeño en cumplir nuestro cometido, en la medida de nuestras

fuerzas; pero a la amplitud de la pregunta correspondería, sin duda,

una respuesta que no cabría en la forma sintética que necesariamente

ha de revestir este Informe, y no extrañará al Colegio que, dejando a

un lado los detalles técnicos y constructivos nos limitemos a hacer

indicaciones generales, que el criterio particular de cada constructor

hará valer con su justo peso, en cada caso particular, indicando, al

mismo tiempo, las ventajas y defectos que le atribuimos a cada uno de

los géneros de construcción en uso entre nosotros, y a los que pueden

también establecerse (La Religión, Caracas: 25 de enero de 1901, p. 3).

Nótese cómo de entrada, los autores advierten que el informe solo

presentará “indicaciones generales” libradas al criterio de los muchos

constructores empíricos que existían, no solo en Caracas, sino en todo

el país. La preocupación por la falta de conocimientos técnicos básicos

entre albañiles y constructores ocasionales, es retomada con mayor

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detalle por el Ing. Avelino Fuentes[7], cuyo escrito analizaremos más

adelante. Fuentes también señalaba que buena parte de la problemática

urbana de Caracas -y por ende, su vulnerabilidad ante los eventos

sísmicos- derivaba de la falta de regulación y supervisión de la

autoconstrucción (Fuentes, El Tiempo, Caracas: 22 de noviembre de

1900, p. 2).

Hecha la advertencia sobre los alcances del informe, la Comisión llama

la atención sobre la especificidad que tienen los materiales y las

técnicas constructivas considerando el clima y las condiciones

geográficas; es decir, que no debe importarse técnicas constructivas

irreflexivamente y aún añaden que los materiales constructivos propios

de cada país son definitivamente los más adecuados y los menos

onerosos a los constructores:

Las construcciones propias para la zona tórrida deben tener los muros

y techos malos conductores del calor, y para lograrlo se requieren

fuertes espesores o materiales y sistemas aisladores; deben resistir los

vientos fuertes y ofrecer abrigo seguro a las lluvias violentas,

condiciones estas que pueden lograrse en casi todos los sistemas de

construcción… Los principales materiales de construcción de que

disponemos en el país son: piedra, cal, arena, tierra, los diversos

productos de alfarería, madera, caña y paja. Estos son los elementos

que han compuesto los diversos géneros de construcción adoptados

hasta hoy, y era lógico esperarlo ya que todos satisfacen sin duda las

condiciones económicas, muchos de ellos a las climatéricas y aún

algunos son muy aptos para resistir la acción de los fenómenos

seísmicos (La Religión, Caracas: 25 de enero de 1901, p. 3).

A pesar de esta afirmación, es a raíz del terremoto de 1900, cuando

comienza a ponerse en duda la idoneidad de las construcciones de

tierra cruda en ciudades como Caracas, -cuyo hábitat urbano estaba

definido principalmente por la tapia-. En este sentido, la Comisión

advierte respecto a la necesidad de utilizar estas técnicas constructivas

convenientemente, de no mezclar indiscriminadamente los materiales y

las técnicas, y de fabricar con esmero las armazones del bahareque y la

tapia “ligando adecuadamente todos los elementos”. No obstante,

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tomando en cuenta que los efectos del terremoto pusieron de manifiesto

la escasa resistencia del adobe y la tapia ante los movimientos

sísmicos, los autores afirman rotundamente lo siguiente:

…algunas de las construcciones que por sus malas condiciones para

resistir a los movimientos de tierra deberían prohibirse en absoluto

para toda clase de edificios. Estas son: las de adobe crudo. Todas

aquellas en que entra el mezclote[8] como pretendido elemento de

cohesión. Las generalmente llamadas de tapia y rafa. Estas

construcciones podrían destinarse sólo a servir de cercas sin pasar de

una altura de dos y medio metros (Ibídem).

Respecto a los comentarios de la Comisión sobre comportamiento

sismorresistente de la arquitectura de tierra cruda, es de rigor advertir

que todas las técnicas constructivas requieren de procedimientos

adecuados a sus características, imponen restricciones en el diseño de

los edificios y exigen ciertas pautas de mantenimiento, factores de los

cuales depende su calidad y su resistencia. Estas variables pueden verse

afectadas por el deterioro producido por agentes naturales y al mismo

tiempo por intervenciones incorrectas -ya sean estructurales o no

estructurales- en las construcciones (Ramos et al., 2004: 112. Véase

también Aceves Hernández y Audefroy, 2007).

El peso del deterioro, de la desidia y del comején, en los daños

producidos por el sismo de 1900, lo exponía magistralmente un

redactor del Diario La Religión al preguntarse: “¿Con cuántas paredes

desplomadas de antaño, con cuántas grietas ‘de otro tiempo y otra

edad’, y con cuántos techos, guaridas antiguas del comején, está

cargando hoy el temblor del 29 de octubre?” (Diario La Religión,

Caracas: 10 de noviembre de 1900. p. 3). Los daños que el apetito del

comején -nombre que se da en Venezuela a las termitas, voraces

insectos xilófagos ampliamente extendidos en nuestro país- inflingía a

estas construcciones en las cuales abundaba la madera, comprometía

sensiblemente la estabilidad y resistencia de las mismas frente a un

evento sísmico. Respecto a la acción de las termitas, Aceves Hernández

y Audefroy (2007), afirman lo siguiente:

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En varios países del mundo muchas viviendas construidas con

materiales vegetales son destruidas por las termitas. En condiciones

naturales, estos insectos son importantes para el reciclamiento de la

madera muerta y otros restos vegetales; sin embargo, existen tres

clases y seis familias de termitas muy peligrosas para las

construcciones humanas, todas ellas con muy mala fama, ya que son

capaces de devastar la estructura de una casa y desplomarla (...) La

madera posee una durabilidad natural, la cual se define como su

capacidad de resistencia a los agentes de deterioro. Esta durabilidad

natural involucra un periodo que varía según la especie de madera de

que se trate. Muchas especies de madera pueden sufrir diferentes

grados de deterioro producidos por agentes como humedad,

temperatura, hongos e insectos. Por supuesto, este deterioro va a

depender principalmente de los cuidados que se tenga en el

mantenimiento de la madera. Un adecuado mantenimiento previene en

gran parte el deterioro de la madera. En el caso de los insectos que se

alimentan de la madera (insectos xilófagos), algunas especies de

coleópteros y termitas pueden provocar daños serios, requiriéndose

tratamientos y reparaciones, o reemplazo de las piezas afectadas

(Aceves Hernández y Audefroy, 2007: 193-194).

Según la distribución geográfica de las termitas, presentada por los

citados autores (Aceves Hernández y Audefroy, 2007: 196-197), en

Venezuela, existen dos clases de termitas “muy peligrosas”: las

termitas subterráneas y las termitas de madera seca. En este sentido y

con gran pertinencia, el misterioso Zoilo de la Papa, sarcástico

colaborador del Diario El Tiempo escribía:

Se discute si los tabiques de adobe crudo con entramados de madera

serían tan buena pared como la de hierro. No entro en la discusión,

pero donde quiera que en Caracas se trate de la madera, recuerdo al

comején, ese terrible y destructor insecto que taladra las paredes, roe

la madera y segrega una materia viscosa que le sirve para fabricar con

tierra su habitación negruzca y esponjosa ¿Qué seguridad presenta a

los vecinos una habitación invadida por el comején, roída y medio

molida en su armazón? Creo que el hierro está libre de los ataques de

este feroz insecto, auxiliador de terremotos, pues devora los horcones

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del bahareque, preparando la caída de los ranchos que se consideran

seguros cuando no han recibido la invasión de estos enemigos del

muro y de los techos bien entendidos (Zoilo de la Papa, Al vuelo,

Diario El Tiempo, Caracas: 19 de noviembre de 1900, p. 3).

Es importante comprender que la arquitectura de tierra cruda demanda

un ritmo de mantenimiento constante por tratarse de materiales

extremadamente sensibles a las condiciones ambientales (humedad,

temperatura, insectos, etc.). Esta circunstancia es bastante notoria en el

caso de los techos de madera, caña, palma y tejas, que debían ser

reparados frecuentemente debido a los daños mayores y menores

ocasionados por la acción de los insectos y por las lluvias (Franco y

Maskrey, 1996: 28). A lo largo de toda América Latina, estos techos,

por lo general muy pesados y con unas exigencias específicas de

mantenimiento, resultaron potencialmente mortales al colapsar durante

un sismo (Véase Febres Cordero, 1931). No en balde, la Comisión

dedicaba unos breves comentarios a la correcta construcción de los

techos propios de la época, los cuales constituían un elemento bastante

vulnerable ante los eventos sísmicos:

En la construcción de techos debe ponerse especial cuidado

esmerándose siempre en que contribuyan a ligar unos muros con otros.

En los techos de una sola agua esta ligazón se obtiene haciendo que

las viguetas atraviesen ambos muros en sus cabezas y clavándolas

sobre soleras colocadas en el centro de cada uno de ellos. En las

armaduras parhileras es necesario colocar las gradas lo más cerca

posible del centro del muro; y para evitar los movimientos

longitudinales del techo, recomendamos ligarlo con piezas oblicuas

clavadas sobre las costillas desde las gradas hasta la hilera. En los

techos de cuchillas y correas, recomendamos poner también una solera

hacia el centro de los muros, bajo el asiento de las cuchillas,

sólidamente ligadas con esta y con el muro. Cuanto a la cubierta, debe

procurarse que tenga el menor peso posible (La Religión, Caracas: 26

de enero de 1901, p. 3).

Quizás por la brevedad telegráfica del informe, sus autores no

profundizan en cuestiones como el excesivo peso de los techos

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103

tradicionales o el mantenimiento requerido por las estructuras de

madera y caña brava, pasto fácil del comején. Ahora bien, retomando la

discusión sobre las tipologías constructivas de tierra cruda hemos de

señalar que durante la colonia, el bahareque fue uno de los sistemas

constructivos más extendidos debido a su versatilidad, cualidad que

permitía lograr unos magníficos acabados; a un costo notablemente

inferior al del adobe y las tapias (Gasparini y Margolies, 1986: 137), y

también a sus cualidades sismorresistentes, muy superiores a las de las

técnicas introducidas por los españoles y que fueron comprobadas en

diversas ocasiones en toda la América hispana (Beroes, citado en

Urbina, 1961: 196). Sin embargo, la reconocida resistencia del

bahareque a temblores y terremotos está supeditada a varios factores:

en primer lugar la firmeza y calidad de la estructura de horcones, que

es la que soporta los muros de barro y fibras vegetales; luego, debe

considerarse la edad de la construcciones levantadas con esta técnica y

su estado de conservación y mantenimiento, lo cual implica atender a la

existencia de elementos estructurales y no estructurales que puedan

resultar inadecuados en una construcción de bahareque y precipitar su

deterioro o colapso durante un sismo (Oliver-Smith, 1995).

En América hispana, el uso del adobe estuvo muy extendido en

ámbitos rurales y urbanos, pues a diferencia del bahareque, las paredes

fabricadas con adobes "…soportan fácilmente la carga de una segunda

planta y, normalmente no necesitan de refuerzos adicionales como las

rafas en los muros de tapia…" (Gasparini y Margolies, 1986: 103-104.

Véase también Urbina, 1966: 61); además, como señala Enrique

Orozco Arria: "…el adobe permite construir formas curvas y hasta

ensayar componentes decorativos, con una mayor flexibilidad de

diseño arquitectónico" (Orozco Arria, 2005). No obstante, el adobe da

lugar a pesadas construcciones de escasa resistencia ante los

terremotos, como se comprobó repetidamente en muchas ciudades

latinoamericanas (Sobre el particular véanse los siguientes autores:

Oliver-Smith, 1994; Franco y Maskrey, 1996 y Núñez-Carvallo, 1997).

Respecto a las características del adobe y del bahareque, Julian

Bommer (1996) expone lo siguiente:

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104

El adobe es un material pobre para la resistencia sísmica, debido al

hecho de que es muy pesado y ofrece poca resistencia. El bahareque en

sí tiene un buen comportamiento sísmico, aunque el uso de tejados

pesados aumenta su vulnerabilidad y debido a la deforestación se usan

hoy en día maderas con calidad inferior. Ambos sistemas constructivos

se deterioran rápidamente debido a efectos climáticos y a la acción de

insectos, haciendo que la vulnerabilidad de viviendas construidas con

estos sistemas sea una función de su edad y del tratamiento que se

aplica a los elementos para hacerlos más duraderos (Bommer, 1996:

6-7).

Recomendaciones constructivas semejantes a las formuladas por la

Comisión, habían sido expresadas por Don Tulio Febres Cordero

(1931: 164) en ocasión del gran terremoto de Los Andes del 28 de abril

de 1894, y podemos encontrarlas repetidas en la documentación

correspondiente a los sismos de Cumaná, 1929 y El Tocuyo, 1950, por

ejemplo (Véase Ponte et al., 1950 y Herrera et al., 1951: 5). Las

observaciones sobre tipologías constructivas contenidas en las

descripciones de diferentes terremotos ocurridos a lo largo de América

Latina, apuntan a la comprobada superioridad sismorresistente del

bahareque frente a las construcciones de tapia y adobe, en este orden de

preferencia. Como veremos a continuación, la Comisión desaconsejaba

la utilización de tapia y adobe en Venezuela, pero incluía el bahareque

entre las tipologías constructivas más adecuadas en un país sísmico:

1º Construcciones monolíticas de cemento y hierro, 2º Construcciones

con entramado de hierro, ya sea que se rellenen los espacios, ya sea

que estos se cubran con estucos, bien entendido que estos rellenos y

estos estucos pueden ser de cualquier material y que en este género de

construcciones hay que tomar precauciones especiales para ligar los

materiales de diferente naturaleza que entren en su formación, 3º

Construcciones de entramado de madera redonda, o mejor con

escuadría con relleno de paja y arcilla [pajareque], 4º Construcciones

de ladrillo o de concreto con encadenado, 5º Construcciones de

madera (Estas últimas construcciones, quizás las más apropiadas para

resistir a los movimientos de tierra, presentan muchos inconvenientes

para que en ellas puedan realizarse las indispensables condiciones de

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105

habitabilidad en este clima. Son además muy susceptibles de rápidos

deterioros) (La Religión, Caracas: 26 de enero de 1901, p. 3).

Un punto muy interesante en este breve informe lo constituye la

mención de las construcciones de cemento, hierro y concreto, en una

clara exposición de las transformaciones arquitectónicas e ingenieriles

que venían produciéndose en Venezuela desde las últimas décadas del

siglo XIX, y que estaban marcadas por la introducción de nuevos

materiales y técnicas:

Desde los últimos años del siglo XIX se produce la importación de

componentes de hierro fundido para su empleo en la infraestructura

sanitaria de las ciudades. En ella se contaría el alumbrado público o el

mobiliario para los espacios de mayor representatividad urbana, como

las plazas, parques y cementerios, así como para los edificios de

mayor importancia institucional, como el Teatro Guzmán Blanco o el

conjunto entonces llamado Capitolio Nacional (...) La disponibilidad

de materiales de origen foráneo en almacenes públicos o casas

comerciales locales modificó los modos de proyectar y de construir por

parte de los ingenieros y arquitectos que trabajaron en Venezuela

durante estos años. La importación de estructuras íntegramente

fabricadas en plantas de producción extranjeras se hizo frecuente

durante los primeros años en que se ejecutaron obras públicas a gran

escala en el país, esto es, durante las últimas dos décadas del siglo

XIX, el tiempo en que la mayor parte de la arquitectura con estructura

o elementos metálicos a la vista era construida en las ciudades. Fueron

los años en que se constituye un primer intento de modernización

urbana bajo la batuta guzmancista que incluyó ciudades como

Caracas, Valencia o Maracaibo (Silva 2009a: 258-259).

Vale la pena señalar que Roberto García, Alejandro Chataing, Diego

Morales y Ricardo Razetti, tenían dilatadas trayectorias profesionales y

su labor estaba signada por los cambios arquitectónicos y urbanos de

aquellos años, como bien lo reseña Mónica Silva, quien los describe

como “profesionales del hierro para la arquitectura de las ciudades y la

infraestructura del territorio venezolano” (Ídem: 266-282). Sin

embargo, pese a los efectos del sismo sobre las construcciones y

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también de los paulatinos intentos finiseculares de modernización

urbana, la larga tradición de arquitectura de tierra cruda persistió aún

por más de medio siglo en nuestras ciudades y mucho más allá en el

hábitat rural, particularmente en lo que se refería a las viviendas (Véase

Zawisza, 1998: 28).

Es de tomar en cuenta que estos nuevos materiales y técnicas, que

lentamente transformaban la arquitectura venezolana desde finales del

siglo XIX, solo estaban al alcance de los profesionales, no de los

maestros de obras, albañiles y constructores empíricos. Así mismo, su

aplicación era factible únicamente en construcciones importantes

como edificios públicos, puentes, mobiliario urbano, templos, etc., pero

no para la mayoría de las viviendas, las cuales continuaron

construyéndose con tierra cruda hasta bien entrado el siglo XX. Las

casas a prueba de temblores diseñadas y fabricadas por el ingeniero

Alberto Smith[9], para los caraqueños pudientes constituyeron una

notable excepción:

En todo caso, un uso publicitado de muros de concreto asociado a

armaduras metálicas sería el que hiciera Alberto Smith a raíz del

terremoto de 1900, tanto para las casas ‘criollas’ que ofrecía el

ingeniero como para las quintas que luego construiría en El Paraíso...

Esas construcciones de ‘cemento y hierro’ serían, entonces la primera

aplicación estructural hasta hoy conocida de esta combinación de

materiales en la arquitectura venezolana (Silva, 2009b: 59-60).

El sismo de 1900, no era el primer sismo de nuestra historia que

suscitaba la idea de las casas contra temblores: en ocasión del sismo de

Cúa de 1878, un personaje llamado Andrés Derrom, hijo, se ofreció a

construir casitas de madera “bien aparejadas contra terremotos” (La

Opinión Nacional, Caracas: 14 de abril de 1878, p. 3). Sin embargo, lo

que produce el terremoto de 1900, es una respuesta contundente ante la

realidad sísmica del país. Naturalmente, la propuesta de Alberto Smith

incorporaba los nuevos materiales y técnicas disponibles, lo que

otorgaba una altísima credibilidad a su proyecto (Véase también Silva,

1999). Así mismo, Smith tenía a su favor no solo la comprobada

experticia profesional, sino también todas las facilidades y los

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contactos nacionales e internacionales para lograr proyectar y construir

estas viviendas, que al fin y al cabo no eran sismorresistentes, pero que

encajaban perfectamente en el imaginario positivista y modernista de

su época, según el cual la ciencia y la técnica por sí solas eran

respuesta suficiente ante los temblores. En este sentido, el terremoto de

1900, es el primer terremoto ocurrido en Venezuela que pone de

manifiesto las transformaciones arquitectónicas e ingenieriles de

finales del siglo XIX y que además, genera recomendaciones

constructivas que incorporan estas nuevas tendencias que hemos

comentado.

IV.-Los movimientos seísmicos y las construcciones

Uno de los más notables escritos técnicos que transmiten la idea de

sismorresistencia, está firmado por el Dr. Armando Blanco[10], quien a

lo largo de su artículo comenta ampliamente el estado del arte de la

ingeniería sismorresistente en el mundo:

Muchos hombres eminentes han trabajado con ardor para descubrir la

intensidad de estos movimientos, como igualmente su modo de obrar

en las diferentes partes de una construcción... han estudiado con

ahínco todas las circunstancias que presentan los movimientos

seísmicos, ya experimentalmente, produciendo sacudidas del terreno

por medio de explosivos, ya estudiando sus efectos en ciertos lugares

después de grandes catástrofes: a ellos seguiremos en su investigación

y principalmente memoria resumiendo los conocimientos hasta hoy

alcanzados en esta materia (El Tiempo, Caracas: 5 de noviembre de

1900, p. 2).

Blanco, reseña las investigaciones de pioneros como el geólogo e

ingeniero de minas inglés e inventor del sismógrafo, John Milne (1859-

1913) y el eminente sismólogo francés Fernand Montessus de Ballore

(1851-1923), enfatizando las conclusiones de estos estudiosos respecto

a los efectos de los temblores sobre las construcciones y a cuáles son

las tipologías más adecuadas en los países sísmicos. El autor insiste en

la contextualización de las construcciones sismorresistentes,

explicando que los sistemas constructivos deben adecuarse a las

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108

condiciones geológicas de cada región, observando que no resulta

conveniente “importar” ciegamente tales tecnologías sin considerar

cuestiones como las calidades del terreno, las características del relieve

y la disponibilidad de materiales constructivos autóctonos, punto al que

también hace referencia la comisión del CIV, tal como indicamos

previamente. En tal sentido, Blanco dedica varios párrafos a describir

diversas tipologías sismorresistentes de todo el mundo, haciendo

hincapié en sus ventajas y desventajas y como corolario, advierte:

La cuestión de resistir un edificio a los movimientos seísmicos, no

depende sino de la aplicación inteligente de ciertas reglas obtenidas

por la experiencia y la observación y de la ciega aplicación de ellas,

que enseña el arte de construir. No debe creerse bajo palabra a los

inventores de esos sistemas llamados contra temblores, sino estudiar

las ventajas y desventajas de aquellos usados en los países en que

tiembla, y que hayan sido sancionados por la experiencia, por haber

sido puestos a prueba por movimientos de gran violencia (El Tiempo,

Caracas: 5 de noviembre de 1900, p. 2).

Nótese como en su discurso, Blanco, concede gran valor a la

observación como estrategias para diseñar e implementar tipologías

constructivas contra temblores. Bajo esta premisa, el autor examina

ciertos tópicos inherentes a la calidad de los materiales y la técnica, la

cuestión de los techos y finalmente, la calidad del terreno y su

comportamiento ante los sismos. Como hemos señalado en el apartado

anterior, las principales inquietudes de los expertos ante los daños

ocasionados por el sismo de 1900, se referían a la baja calidad de los

materiales de construcción utilizados en las viviendas caraqueñas y a la

manera descuidada de construirlas, mezclando técnicas y materiales

azarosamente. Blanco acude a las lecciones de notables desastres

sísmicos del siglo XIX, para ilustrar la relación entre las características

de las edificaciones y los efectos de los terremotos:

En la descripción de muchas catástrofes, citadas por varios autores, se

puede apreciar la gran importancia que tiene la calidad de los

materiales empleados en la construcción, como también de los

aparejos a que han sido sometidos. En San Francisco, en 1886; en

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109

Basilea, en 1867; en Charleston, Carpentin, en Smirna, Filipinas, etc.,

se han observado prácticamente los daños causados por el empleo de

malos morteros (mezclas) y el descuido y abandono que se había hecho

de los sistemas de construcción por “houtisses” y “parpaings”

(Maneras de colocar las piedras y ladrillos), como también lo

peligrosos que son los edificios construidos con materiales de diferente

densidad y elasticidad, como la tapia y la rafa entre nosotros, a las

cuales el choque seísmico ha de transmitir vibraciones de diferentes

intensidades pulverizando los materiales menos densos y débiles

contra los de mayor densidad; los adobes tan usados igualmente entre

nosotros, por efecto de la componente vertical, se pulverizan, como se

ha visto en el Levante y en algunas Repúblicas suramericanas; así, no

se debe economizar en los países en que tiembla, en la calidad de los

materiales, ni abandonar los sistemas de construcción reconocidos

como más resistentes, tratando siempre que los muros formen un

sólido homogéneo susceptible de vibrar sin desunirse las partes que lo

constituyen (Ibídem).

En este sentido, y tal como lo afirman Guidoboni y Ferrari (2000: 688),

las bajas calidades constructivas en interacción con factores tales como

los niveles demográficos y las configuraciones urbanas vulnerables

constituyen un factor determinante en la “construcción de un desastre

sísmico”. Con plena conciencia de lo anterior, Blanco examina

minuciosamente las principales características de las tipologías

constructivas predominantes no sólo en Caracas, sino en las principales

ciudades del país. Lo interesante es que el autor no descarta de plano

las viejas tradiciones arquitectónicas existentes en el país, sino que

refiere los modos en que estas podrían perfeccionarse en términos de

solidez y resistencia ante los eventos sísmicos:

Las casas hispanoamericanas que se componen de un patio rodeado de

corredores, ofrecen bastante seguridad ¿Qué sería si en ellas se

corrigieran esos detalles de gran importancia, que la rutina ha

establecido? Las armaduras de los techos en que casi nunca son

perfectos los asamblajes, y que están débilmente trabadas, se apoyan

por lo regular, en las columnas de los corredores y como hemos dicho,

la componente vertical de choque seísmico lanzará o destruirá estos

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110

pilares precipitando la caída del techo y muros, además los muros se

construyen, en muchas localidades, de adobe o tapias de tierra pisada,

materiales que no son capaces de soportar la componente vertical;

estas tapias se encuentran en México, Centro América, Colombia y

Venezuela, por esto los choques fuertes han hecho y harán en estas

regiones sinnúmero de víctimas; de Guayaquil al Sur, los muros se

fabrican con barro y paja entre entejados de cañas clavadas y

trabadas; es seguro que en esas localidades las casas son menos

peligrosas y no lo serían en absoluto si se abandonara el sistema de

techos, perfeccionándolos y trabándolos, como también si se

suprimieran corredores y pilares (Ibídem).

Véase la insistencia en las características que hacían del bahareque la

técnica de tierra cruda más adecuadas frente a los sismos,

especialmente si los muros estaban bien construidos “y trabados”, lo

cual proporcionaba gran solidez y resistencia a las viviendas. Un punto

álgido, en cuanto a recomendaciones constructivas lo constituían los

techos, los cuales por sus materiales, su estructura de madera y su peso,

presentaba una alta vulnerabilidad ante los eventos sísmicos, como

puede apreciarse en la siguiente descripción que hace Edgar Pardo

Stolk (1969), de los techos de las casas caraqueñas:

Los techos eran casi siempre de madera redonda con caña amarga y

tejas encima... asentadas sobre un espesor considerable de mezclote

colocado sobre la caña y que llenaba, en parte, la concavidad de la

tapa. El resto del espacio que quedaba libre bajo la tapa, se llenaba

con los desperdicios de la caña, colocándola a lo largo de la pendiente

del techo, embebida aquella también en barro. En algunos casos...

eran de madera de escuadría cubierta con un forro de madera de 1 y ¼

cm., de espesor, para soportar las tejas (Pardo Stolk, 1969: 11).

También debe tenerse en cuenta que los componentes de madera de

estos techos eran pasto favorito del comején, por lo cual, resultaba

necesario repararlas con frecuencia y al final había que reemplazar

dichas partes, labores de mantenimiento que no siempre se cumplían

con la rigurosidad requerida, contribuyendo a su deterioro. A esta

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explicación, Blanco, añade el riesgo implícito en la inclinación de

aquellos tejados a dos aguas tan abundantes entonces:

...los techos de tejas son un gran peligro, pues aunque el choque no sea

capaz de derribarlos, las tejas saltan con violencia o resbalan

siguiendo la pendiente del techo que siempre es muy exagerada; el

mismo peso e inercia de los tejados ayuda en gran parte a destruir las

planchas y muros, máxime cuando la trabazón de la armadura está

construida solamente para soportar el techo y no se ha tenido en

cuenta la desorganización que en ella se ha producido con el temblor;

los techos metálicos de zinc, o los impermeables de madera, deberían

usarse en estos países, o en todo caso, las tejas planas fabricadas

mecánicamente con uñas para sujetarlas unas a otras, permitiendo

disminuir en lo posible las pendientes de los techos. En general, puede

aconsejarse para los techos, materiales ligeros y el hierro en T trabado

inteligentemente para que el triángulo de la armadura permanezca

invariable, a pesar de la violencia del choque (El Tiempo, Caracas: 5

de noviembre de 1900, p. 2).

El autor llama la atención sobre el simple hecho de que los techos no

podían pensarse aislados del edificio, sino que por el contrario, era

menester considerar que –dependiendo de sus características y estado

de conservación- podían comprometer la estabilidad y resistencia de

toda la construcción. En este sentido, la solución que parecía imponerse

era la de optar por techos más livianos, de ahí que el autor recomiende,

por ejemplo, el uso de techos metálicos de zinc sobre construcciones de

tierra cruda. Aunque el apogeo del zinc, en la industria de la

construcción en Venezuela, aún estaba a medio siglo de distancia, ya

existían en Caracas algunos antecedentes de su utilización. En El

Paraíso, se encontraba una casa fabricada durante la última década del

siglo XIX, con planchas metálicas, construcción conocida como “Villa

Julia”. Al respecto, Mónica Silva (1999) comenta:

Aún cuando la preocupación por los sismos no haya sido la razón

fundamental para la elección de los materiales y técnicas empleados

en esta casa, un interesante ejemplo de construcción con estructura

metálica lo constituye ‘Villa Julia’. Ubicada en El Paraíso y edificada

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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antes del terremoto de 1900... Se trata de una estructura con paredes y

techos metálicos que hoy se encuentra rodeada de espesa vegetación y

con algunas alteraciones, pero aún claramente reconocible (Silva,

1999: 308).

Por otra parte, Silva (2009a: 84) señala la existencia de una “ciudad de

zinc”, en la Caracas de 1898, suerte de asentamiento informal que fue

reseñado peyorativamente en El Cojo Ilustrado:

...todo, todo es de zinc. La fiebre de la especulación ha sido tan fuerte,

y la necesidad de alojar a los inmigrados y a poco costo tan imperiosa,

que han construido una ciudad en seis meses: no podían por

consiguiente pensar en edificar una ciudad como en otras partes.

Millares de toneladas de hierro galvanizado han llegado allí de

Inglaterra, Francia y América... El efecto que produce esta ciudad es

difícil de describir y la desagradable impresión que se experimenta

aumenta al considerar que hay seres humanos obligados a vivir en

tales habitaciones en un clima tan cálido... (El Cojo Ilustrado, 15 de

junio de 1898, N° 156, p. 54).

El texto anterior constituye un significativo testimonio del impacto

producido en el hábitat urbano venezolano por la incorporación y

disponibilidad de nuevos materiales de construcción, circunstancia que

bien podríamos denominar como un “salto cultural”, considerando que

estas transformaciones constructivas también significaron un cambio

en la forma de pensar la ciudad. Si bien, este uso informal e

improvisado del zinc, no era lo que recomendaban los profesionales de

la época en cuanto a sismorresistencia, traemos a colación esta pequeña

pieza de información -susceptible, por cierto, de un análisis mucho más

profundo que no ensayaremos en este artículo- para situar con

precisión, las argumentaciones ofrecidas por Armando Blanco respecto

a los techos metálicos.

Retomando su escrito, es de subrayar que los argumentos presentados

por Blanco, no apuntaban hacia la sustitución de los sistemas

constructivos propios de la arquitectura de tierra cruda, sino hacia el

perfeccionamiento de éstos en aras de una mayor resistencia ante los

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movimientos sísmicos. Lo anterior resulta muy notable, ya que es

precisamente a raíz de los daños provocados por el terremoto de 1900,

cuando se inicia el lento proceso de deslegitimación de la tierra cruda

que se desenvolvería a lo largo del siglo XX. Ante el avance de la

modernidad, el barro, como material constructivo perdió

paulatinamente credibilidad no sólo por el desconocimiento de su

potencial, sino también por un perjuicio cultural que lo calificaba -y

aún lo califica- de material “pobre”; es decir, ligado a la pobreza, al

medio rural y además, con el baldón de ser una clara referencia a

nuestro pasado colonial (Véase Aceves Hernández y Audefroy, 2007:

15).

En este sentido, el desplazamiento del barro como principal material

constructivo fue una consecuencia cultural, bien sustentada en el

momento histórico que se vivía. Como contraparte, añadiremos que en

el marco de la prevención y mitigación de desastres que ha signado las

últimas décadas, la arquitectura de tierra cruda ha sido retomada, en

diversos países latinoamericanos, como una tecnología de bajo costo

que permite edificar viviendas sismorresistentes (Aceves Hernández y

Audefroy, 2007; Revoredo, 2007). Aquí opera una premisa

relativamente reciente que incorpora los saberes y tecnologías locales

en la producción de sistemas constructivos contra desastres.

Ahora bien, lo más sorprendente en el texto de Blanco, son sus

planteamientos sobre el comportamiento del terreno ante las sacudidas

sísmicas. La comisión del CIV dedicaba solo unas pocas líneas a

señalar, sin detalles, la importancia de la elección del terreno, pero

Blanco va más allá y se extiende en tales consideraciones:

La elección del terreno donde va a levantarse un edificio ha de ser la

primera diligencia del constructor, y este es hoy punto bastante oscuro,

pues, se ha observado que a cortas distancias existen diferencias muy

grandes entre los males causados, circunstancia ésta que deja en la

mayor incertidumbre a los observadores que han querido ser precisos

en las reglas que debe seguirse para hacer la elección del terreno

menos expuesto: unas veces los terrenos altos sufren menos que los

bajos, otras es a la inversa. También se ha observado que los duros y

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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compactos se defienden mejor de las sacudidas que los de blandos,

húmedos, de aluvión, etc.; por consiguiente, no pudiéndose fijar con

precisión los que han de resistir mejor los choques seísmicos, el

constructor debe guiarse por la experiencia obtenida en catástrofes o

movimientos anteriores, eligiendo siempre para construir, aquellos

lugares que menos hayan sufrido… En general, debe evitarse construir

en pendientes, barrancos, en los puntos de contacto de terrenos de

diferentes naturalezas y densidades y la cuestión de elección del

terreno no puede guiarse sino por la observación especial que se

haga… (Blanco, El Tiempo, Caracas: 5 de noviembre de 1900, p. 2).

Armando Blanco, haciendo gala de un entendimiento geotécnico

notable, esboza la esencia de la microzonificación sísmica, estudios

que no comenzarían a realizarse en el país sino hasta 1967, cuando la

particular distribución de los daños producidos por el terremoto del 29

de julio de ese año[11], llamaría poderosamente la atención de

investigadores de todo del mundo, ya que hizo patente la relación entre

las condiciones del suelo y los daños sufridos por las edificaciones:

Evidencias analíticas y empíricas indican que las localizaciones de

zonas de gran daño en Los Palos Grandes y en Caraballeda pueden ser

atribuibles a las combinaciones desfavorables de condiciones de suelo

y características de los edificios, las cuales resultaron en una respuesta

particularmente fuerte de las estructuras averiadas. La distribución del

daño muestra claramente lo indeseable de construir edificios con

períodos fundamentales semejantes a los de los depósitos de suelo

sobre los cuales se encuentran situados, a no ser que se tomen

precauciones especiales en el cálculo estructural. De significado

especial es el hallazgo de que los métodos analíticos modernos pueden

predecir la distribución general del daño en el sismo de 1967,

indicando la posibilidad de que los mismos procedimientos puedan ser

utilizados para analizar el potencial daño durante otros sismos que

puedan afectar a Caracas en el futuro. Es de esperar que el

conocimiento de la influencia de las condiciones del suelo en el

movimiento del terreno y el daño a los edificios durante el sismo de

1967, conduzca a mejores Normas de proyecto, no sólo en Caracas sino

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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115

también en otras ciudades expuestas a la amenaza de sismos de

importancia (Seed et al., 1970: 40).

Si consideramos la distancia cultural, no solo la temporal, entre los

sismos de 1900 y 1967, comprenderemos la increíble lección que el

texto de Armando Blanco contenía no solo para sus contemporáneos

sino también como legado a la posteridad. El texto cierra con un

ajustado comentario final que incluimos aquí aunque no está

directamente relacionado con los temas de sismorresistencia, sino con

la ausencia de sismógrafos en el Observatorio Cagigal. Estas últimas

reflexiones de Blanco, evidencian el desamparo técnico y científico de

la sociedad venezolana del 1900, ante los eventos sísmicos, situación

que contribuía parcialmente a la carencia de una cultura en pro de la

sismorresistencia y la prevención sísmica:

Es sensible que aún no se haya instalado en Caracas, como en otras

partes, un seismógrafo, que permita hacer estudios sobre materia tan

importante, pudiéndose registrar los movimientos, por leves que sean,

y que nuestros sentidos son incapaces de percibir; entonces se podría

determinar en esta localidad, la dirección peligrosa que con más

frecuencia siguen las ondas que nos atacan, y las leyes que rigen estos

fenómenos que hoy apenas se logran explicar, como también obtener

algunos resultados prácticos aplicables a las construcciones, pudiendo

así contribuir con nuestro óbolo al progreso de la ciencia, que es la

base de la civilización (El Tiempo, Caracas: 5 de noviembre de 1900,

pp. 2-3).

El planteamiento expresado por el autor, constituye una representación

científica propia del contexto positivista y modernista de finales del

siglo XIX, y esto es, que el estudio sistemático de los terremotos,

sustentado en la ciencia y la tecnología, bastaría para reducir

drásticamente el riesgo sísmico en el país. Dentro de la comprensión

científica de la época, lo importante era que el Observatorio Cagigal no

contaba con el instrumental requerido para el estudio y monitoreo de

los terremotos, situación que causó una gran inquietud y que fue

recogida, en tono polémico, por los periódicos de la época:

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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116

Un momento, señores observatorios del mundo entero; un momento

¿Quieren ustedes detalles de la catástrofe del 29 de octubre?...

dejemos eso para el terremoto que viene, porque entonces tendremos

aquí los instrumentos adecuados…Conténtense, pues, con saber que a

las cinco menos cuarto de la mañana del 29 tembló muy fuerte y que

todavía no hemos pasado el susto (Lumute, Solicitando detalles, La

Linterna Mágica, Caracas: 1º de diciembre de 1900, p. 2)[12].

Estas reconvenciones periodísticas, destacan claramente la conciencia

de la amenaza sísmica existente en el país y la preocupación

ocasionada por el vacío científico e institucional respecto a la

investigación sismológica en Venezuela, así que, entre la fuerza del

terremoto del 29 de octubre y los respectivos reclamos de la prensa

caraqueña, los primeros seismógrafos llegan al país justo durante el año

1901 (Olivares, 1997: 17). Otra circunstancia resalta en las notas de

prensa referidas al asunto de los sismógrafos, y es que ciertamente ya

existían dichos instrumentos, pero sencillamente no estaban disponibles

en Venezuela. En tales circunstancias, el sismo de San Narciso está

considerado como nuestro último sismo histórico y el primero

instrumental, al ser registrado en la red sismológica mundial,

encontrándose además reseñado en el Catálogo Mundial de Edimburgo,

junto a otros terremotos destructores (Rodríguez, 1998: 194). No

obstante, debemos advertir que la instalación de estos primeros

sismógrafos en el país no representó un impulso significativo para la

sismología en Venezuela, y aún pasaría medio siglo para que el

Observatorio Cagigal experimentase un proceso radical de

modernización en cuanto al estudio y al monitoreo de la amenaza

sísmica en el país (Leal Guzmán y Hernández, 2007: 100).

V.-Avelino Fuentes: reflexiones inesperadas sobre la

sismorresistencia

El otro artículo que nos interesa se titula Sobre construcciones y está

firmado por el ingeniero Avelino Fuentes, quien introduce el tema con

una pregunta muy frecuentada en los días del sismo de 1900:

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

117

El problema que se nos presenta en las actuales circunstancias es:

¿Cuál es el sistema que debemos poner en práctica para edificar con

la mayor estabilidad? Y ya que el fenómeno seísmico verificado el 29

de octubre próximo pasado, nos ha puesto en relieve los defectos de

que adolecen, casi generalmente todas nuestras construcciones, así

como la manera de corregirlos, creemos oportuno apuntar aquí las

observaciones que, sobre la estabilidad y solidez, debemos adoptar en

lo sucesivo, ya que han quedado manifiestas en las ruinas de algunos

edificios de esta capital, con el fin de introducir aquellas que mayor

seguridad y garantía ofrezcan a nuestra vida (El Tiempo, Caracas: 22

de noviembre de 1900, p. 2).

Ante esta declaración, el lector desprevenido puede pensar que se

encuentra ante otro escrito que examina los tipos constructivos y

sugiere soluciones técnicas; sin embargo, inesperadamente, Fuentes

(1900) conduce la discusión por otros derroteros argumentando que no

es suficiente saber cuáles son las tipologías constructivas más

adecuadas si no se establece y se hace cumplir rigurosamente un

código de construcción sismorresistente:

En primer término debemos crear una ley que organice nuestro

sistema de construcción, atendiendo a los fenómenos seísmicos a que

estamos expuestos; haciendo que esa ley se cumpla estrictamente,

imponiendo penas severas a los infractores. Esto lo decimos, porque

no ha mucho hemos leído una Resolución dictada por el Gobernador

del Distrito Federal, el 9 del mes corriente, que dice: “Las

reparaciones y reedificaciones que deban efectuarse en las casas que

hayan sufrido a consecuencia del terremoto del día 29 de octubre del

mes próximo pasado, deberán hacerse bajo la inmediata inspección de

un Ingeniero, el que ocurrirá a la Ingeniería Municipal con el informe

correspondiente para ser visado”; y sin embargo, nos consta que la

generalidad de las refacciones, etc., que hoy se hacen en la capital, no

llenan los requisitos de esa ley, que hasta hoy ha sido para muchos

“letra muerta” (El Tiempo, Caracas: 22 de noviembre de 1900, p. 2).

El autor alude a una situación que se evidenció y se agudizó a causa de

los destrozos producidos por el terremoto: la flaqueza de las viviendas

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

118

caraqueñas se debía, en buena medida, a un ejercicio desordenado e

inescrupuloso de la construcción, sin apego a una normativa adecuada,

con materiales de escasa calidad y por si fuese poco a cargo de

constructores inexpertos e incompetentes:

…respecto a los innumerables perjuicios que la generalidad de los

edificios de Caracas han sufrido con el terremoto último, no cabe duda

que, en su mayor parte, se deben también a la amplia libertad que aquí

gozamos en el sentido de edificar, de manera que cada cual se plante y

fabrica dónde y cómo le viene en gana, siendo a la vez, Ingeniero,

Maestro de obras, etc., etc. (Ibídem).

En su novela El hombre de hierro -publicada por primera vez en 1907-,

Rufino Blanco Fombona reflejó fielmente esta realidad a través de los

lamentables caserones para menesterosos de Ramón Luz, hermano del

protagonista y embaucador profesional, siempre envuelto en negocios

turbios. Construidos con materiales defectuosos, pobre criterio técnico

pero con finas artimañas de corrupción, los caserones en cuestión no se

tuvieron en pie:

Los caserones de Ramón se derrumbaron con el terremoto... en vez de

emplear materiales y obreros buenos para la fábrica hizo una

porquería y procedió como un pillete para embolsarse lo ajeno. De ahí

el fracaso. Demandado Ramón, ya el tribunal había elegido una

comisión de experticia (…) La ganancia inicial iba a consistir en el

producto del contrabando que se introdujera con los materiales, cuya

exoneración de derechos acordó el Gobierno, en obsequio de aquella

obra de utilidad pública. Pero el contrabando fue descubierto y

apresado por la Aduana (…) La exoneración de los derechos

arancelarios fue suspendida. Ahora las casas se derrumban (Blanco

Fombona, 1999: 221).

Referir aquí el relato de Blanco Fombona, uno de los mejores retratos

de la Caracas de finales del siglo XIX, nos permite situar histórica y

culturalmente las reflexiones de Avelino Fuentes respecto al desorden

constructivo de la ciudad:

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

119

…estas observaciones recogidas en el teatro de la actuales ruinas que

presenta la ciudad, nos ponen de manifiesto el espíritu lucrativo de

algunos propietarios, que no han tenido otro punto de mira que la

especulación: construir barato y malo y obtener pingues ganancias.

Toca, pues, a nuestras autoridades corregir semejantes abusos,

dictando una Resolución, por la cual, queden garantizadas las vidas de

los arrendatarios y el público en general (El Tiempo, Caracas: 22 de

noviembre de 1900, p. 2).

Apenas señalada la necesidad imperiosa de establecer un código de

construcción adecuado y velar por su riguroso cumplimiento no es

garantía suficiente de sismorresistencia¸ Fuentes se pregunta ¿para qué

sirve un marco legal bien establecido si los mismos constructores no

están técnicamente capacitados para cumplirlo? Con una lógica

implacable, el ingeniero Fuentes advertía que de poco servirían el

código y el peso de la ley para su cumplimiento, si no se disponía de

profesionales de la construcción cualificados y proponía reactivar la

escuela de alarifes, para brindar una formación adecuada a los albañiles

y Maestros de obra. Esta antigua institución había rendido buenos

frutos durante la época colonial, pero en 1900, ya era historia

(Iribarren, 2010: 94-95). Las funciones del alarife no se reducían a las

labores artesanales de la construcción, sino que implicaban un proceso

de toma de decisiones estratégicas que afectaba toda la estructura

urbana:

El alarife de la ciudad como experto en todo lo relacionado con la

estructura física urbana, era pieza fundamental del cabildo, a la hora de

que un desastre afectara a su ciudad. La mayoría de las veces realizaba

labores de prevención, por ejemplo, limpiando el cauce de los ríos o

reparando edificaciones que amenazaran ruina. Luego del incidente,

principalmente en caso de sismo, su labor era estar al frente de los

reconocimientos y reparación de las estructuras que habían sido

maltratadas por la desgracia (Iribarren, 2010: 80)

Fuentes manifestaba las siguientes inquietudes respecto a las carencias

técnicas de los albañiles caraqueños:

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

120

Una vez organizado por el Colegio de Ingenieros el sistema de

construcciones que deba adoptarse, toca al Ingeniero responsable de

la obra, exigir al Alarife o Maestro de obras, que deba ser entendido

en todo lo relativo al examen, calidad, preparación y manera de

emplear los materiales de construcción, así como en la distribución de

las diferentes secciones del trabajo, de manera que pueda suplir con

idoneidad y eficacia, las faltas accidentales del Ingeniero Director. No

está demás observar que la creación de una escuela de Alarifes, sería

el complemento para que la ley que se dicte sobre construcciones en

general, quedara organizada radicalmente; pues bien sabido es que

aquí son contados los Maestros de Obras que tenemos, y que muchos

de ellos han aprendido los pocos conocimientos que poseen, de una

manera imperfecta, en el acto de su misma práctica, por carecer, en

absoluto, de un centro instructivo, donde puedan estudiar, en sus ratos

de ocio, los últimos adelantos conque cada día se robustece más, el

precioso arte que profesan. Así pues, principiando por moralizar el

gremio con la creación de la Escuela de Alarifes, es como podemos

formar obreros conscientes e idóneos en el arte de construir; con el fin

de que sean éstos los preferidos en los aparejamientos de los trabajos y

en toda aquellas otras reparaciones necesarias para la conservación

de los edificios; evitando así el abuso de una economía mal fundada,

por una parte, y la de preferir en los trabajos a individuos que

apoyados en el favoritismo hanse graduado ellos mismos de Maestros,

siendo en realidad peones alzados, que nada, absolutamente nada

saben, relativo a construcciones, por la otra, han contribuido a

aumentar las ruinas de nuestros edificios (El Tiempo, Caracas: 22 de

noviembre de 1900, p. 2).

Finalmente, Fuentes introduce una sorprendente reflexión sobre

planificación urbana, previendo acaso que el acelerado proceso de

urbanización de Caracas se encontraba a la vuelta del siglo:

Una vez codificado por el Colegio de Ingenieros, el sistema de

construcciones que debamos adoptar, y sancionado éste, por la

autoridad respectiva, es a ella a quien toca velar por su estricto

cumplimiento y señalar los terrenos en que deban llevare a efecto las

nuevas edificaciones, con el fin de continuar ensanchando el radio de

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

121

población de la ciudad (…) haciendo al efecto, el estudio topográfico

respectivo sobre la distribución de aguas, cloacas, etc., trazando y

nivelando las calles de manera que éstas estén convenientemente

acotadas, con el fin que cada cual plante su casa, buscando el nivel

respectivo, de modo que al ejecutarse los banqueos, terraplenes, etc.,

necesarios para la distribución de las pendientes, aquellas queden

uniformemente situadas; y llevando, de una vez, el alumbrado eléctrico

a los alrededores de la ciudad, contribuyendo a activar de esta

manera, el desarrollo progresivo de la población (Ibídem).

Cabe destacar que el terremoto de 1900, evidenció no solo los vicios

constructivos de la capital, sino también la incoherencia urbana: las

calles demasiado estrechas y retorcidas llenas de escombros, las

viviendas mal construidas y peor conservadas, el colapso del

alumbrado público que sumió a Caracas en la oscuridad mientras las

réplicas continuaban aterrorizando a los vecinos. Si bien Fuentes no se

extiende sobre este punto, es posible leer entre líneas que una ciudad

planificada, podría resistir mejor los remezones sísmicos. Resulta

notable la agudeza con que Fuentes presenta la sismorresistencia no

como una práctica ingenieril sino como un conjunto de prácticas

sociales y urbanas profundamente relacionadas entre sí, y cuya

aplicación transversal y simultánea contribuiría efectivamente a la

mitigación de un desastre sísmico. Al respecto, Teresa Guevara afirma:

...el diseño ingenieril sismorresistente de las edificaciones no es ni

puede ser suficiente para evitar los desastres sociales urbanos

detonados por la ocurrencia de un evento natural como es un sismo…

el deseado comportamiento o desempeño sismorresistente está

condicionado a una buena política de reducción de riesgo a través de

la reducción de la vulnerabilidad, donde se conjuguen adecuadamente

la mejor resolución de los aspectos físicos y sociales, no sólo de cada

edificación, sino además y fundamentalmente de la ciudad como un

todo, de la ciudad vista como un sistema complejo, y además,

tremendamente complicado (Guevara Pérez, 2012: 34).

Leído en la Caracas del siglo XXI, altamente urbanizada, verticalizada

y en pleno proceso de metropolización, el escrito de Avelino Fuentes

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

122

resulta pavoroso, especialmente respecto a su llamado de atención

sobre la necesidad de planificar la ciudad. Aunque la sismorresistencia

se ha considerado tradicionalmente una cuestión que solo atañe a la

ingeniería sísmica, las reflexiones de Fuentes nos llevan a preguntarnos

si tener edificios sismorresistentes es condición suficiente para tener

ciudades sismorresistentes.

Reflexiones finales

A través de los escritos aquí examinados -los cuales conforman apenas

una parte de las lecciones urbanas dejadas por el sismo de 1900-, la

sismorresistencia se nos presenta como un producto histórico que

deviene fiel reflejo de las condiciones culturales, tecnológicas,

económicas, urbanas, etc., bajo las cuales se elaboran los

planteamientos respectivos. Con anterioridad al sismo de 1900, los

razonamientos respecto al comportamiento de los edificios ante los

eventos sísmicos, se enunciaban a partir del referente de la tierra cruda:

abobe, tapia y bahareque. Si consideramos las características de estos

sistemas constructivos –las cuales ya hemos comentado -

comprenderemos que el énfasis radicaba en la relación entre el peso de

los edificios y su mayor o menor resistencia sísmica. Por ende, buena

parte de las recomendaciones sismorresistentes documentadas para los

terremotos decimonónicos, se referían a cómo construir edificios más

livianos, teniendo la madera un papel protagónico en tales propuestas.

En tal sentido, las reflexiones sobre construcciones y sismorresistencia

formuladas en el marco del terremoto de 1900, se distancian

formalmente de las recomendaciones constructivas infundidas por los

sismos que le antecedieron; pues la coyuntura del sismo de San

Narciso, constituye la primera ocasión en que tales reflexiones se hacen

desde la modernidad, proponiendo soluciones constructivas que

implicaban una ruptura con la tradición arquitectónica de tierra cruda,

cuyas técnicas perdían terreno -y legitimidad- ante las nuevas

tecnologías que estaban disponibles en Venezuela, desde finales del

siglo XIX.

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

123

Por ejemplo, en lo que se refiere a soluciones constructivas, existe una

significativa distancia cultural y tecnológica, entre las casas de ladrillo

y estructura trabada de madera, propuestas por el alarife Juan Basilio

Piñango, tras los devastadores sismos del 26 de marzo de 1812

(Zawisza, 1988: 97-98) o las casas contra temblores -también de

madera- que André Derrom intenta comercializar en 1878, y las casas a

prueba de temblores, de estructura y techos metálicos y muros de

concreto, proyectadas y construidas por el ingeniero Alberto Smith en

El Paraíso (Silva, 1999, 2009ª y 2009b). No podía ser de otra forma: el

terremoto de 1900 ocurre cuando las transformaciones provocadas por

la introducción del hierro y el concreto en Venezuela, tenían ya dos

décadas en marcha, tiempo suficiente para que los profesionales de la

arquitectura y la ingeniería se hubiesen apoderado de las técnicas

requeridas para incorporarlas en sus proyectos y en sus mentalidades.

Luego, si nos remitimos a la documentación existente sobre los sismos

del siglo XIX, encontramos que la sismorresistencia se pensaba en

función de las edificaciones, es decir, exclusivamente en términos de

sistemas constructivos que proporcionasen solidez. De hecho, la

perspectiva actual de la cuestión es ingenieril. Por el contrario, los

textos que reseñamos aquí, representan una ruptura con la definición de

la sismorresistencia como un conjunto de tecnologías y prácticas

constructivas, al plantearla como una práctica urbana y social de

diversos matices que sobrepasan las consideraciones técnicas. Sus

autores, testigos presenciales de los efectos que tuvo el terremoto de

1900 en la ciudad de Caracas, comprendieron que los sismos son unos

poderosos transformadores urbanos y esa compresión se ve reflejada en

la amplitud de sus argumentos.

Lo que se desprende de los escritos analizados es una noción más

amplia de sismorresistencia que se hace extensiva a las condiciones de

la ciudad y a los procesos asociados a la construcción social de la

misma; es decir, que plantean cuestiones respecto a los siguientes

tópicos, ineludiblemente asociados a la sismorresistencia no sólo de las

edificaciones sino de toda la ciudad: a) calidad de los terrenos, b) la

respuesta sísmica del suelo, c) esbozo de los estudios de

microzonificación como herramienta para conocer las características

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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del terreno, d) aspectos jurídicos de la sismorresistencia, y e)

planificación urbana como estrategia para mitigar potenciales desastres

sísmicos. Y aunque estas lecciones del sismo de San Narciso fueron

rápidamente olvidadas en el convulso umbral del siglo XX venezolano,

hemos de advertir que no han perdido su vigencia. A más de un siglo

de distancia, las traemos a colación para repensar la manera cómo

redefinimos la sismorresistencia para construir una sociedad y unas

ciudades que sean a prueba de temblores.

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ZAWISZA, L. 1998. La crítica de la arquitectura en Venezuela durante

el siglo XIX. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas.

ZAWISZA, L. y F. VILLANUEVA BRANDT 1997. Urbanismo. En

Fundación Polar (Editor) Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo

IV. Caracas: Fundación Polar.

Notas

[1] Hermman Ahrensburg, “Erdbeben in Caracas”. Abdruck aus den

Mitteilungen der Geographischen Gesellschaft (für Thuringen) zu Jena.

Band XIX. 1901: 56-58. Este breve informe sobre el terremoto de

1900, fue hallado en la sección de Libros raros de la Biblioteca

Nacional de Venezuela, a principios del año 2011. La primera

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Alejandra Leal Guzmán, José Antonio Rodríguez, y Franck A. Audemard

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traducción castellana de dicho documento se debe a la Dra. Christl

Palme del Laboratorio de Geofísica de la Universidad de Los Andes

(Véase Palme y Leal Guzmán, 2012).

[2] Sobre esta institución véase Leszek Zawisza, 1988b: 551: “En 1860,

Manuel Felipe Tovar, Presidente de la República, emite el Decreto

reglamentario de la Academia de Matemáticas, cuyos artículos 45 y 46

establecen que ‘...todos los ingenieros de la República constituirán un

cuerpo’ que se denominará Colegio de Ingenieros y que el gobierno

toma bajo su protección. El principal objeto de este cuerpo es el

fomento de las ciencias exactas y naturales en Venezuela...’. El mismo

decreto introduce la distinción entre los graduados militares que

reciben el título de ‘Teniente de Ingenieros’ y los no militares que

reciben el de ‘Ingeniero Civil de la República’...”.

[3] Roberto García (Caracas, c. 1841-1936) Ingeniero venezolano de

amplia trayectoria, graduado en la Academia de Matemáticas de

Caracas (1872). Ministro de Obras Públicas en dos ocasiones: 1875-

1876 y en 1890. Tuvo a su cargo la construcción del Panteón Nacional

(1875), del Palacio Federal (1876) y del Palacio de Justicia (1877). En

ocasión del terremoto de 1900, fue designado miembro de la comisión

para el examen técnico de los siguientes edificios públicos: Ministerio

de Hacienda, Ministerio de Fomento, La Beneficencia, Academia de

Bellas Artes, Registro Principal, Ministerio de Obras Públicas, Parque

Nacional, Cuartel de San Mauricio, Cuartel de Miranda Administración

de Correos y Museo Nacional.

[4] Alejandro Chataing (Caracas, 1873-1928) Ingeniero y arquitecto

venezolano quien estuvo vinculado a la proyección y construcción de

importantes obras públicas y privadas durante más de 25 años. Al igual

que Roberto García, Chataing integró la comisión designada por el

Colegio de ingenieros de Venezuela para el examen técnico de los

edificios públicos dañados por el sismo de 1900, quedando a su cargo

los siguientes: Hospital Militar, Cárcel Pública, Cuartel del Hoyo,

Superintendencia de las Aguas, Teatro Municipal, Hospital Vargas,

Mercado de San Pablo, Escuela Politécnica y Jefatura Civil de Santa

Teresa.

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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[5] Diego Morales (s/f) Ingeniero venezolano, miembro fundador de la

Sociedad Venezolana de Ingenieros Civiles (1891). Participó en la

comisión para el examen técnico de los templos de Caracas, quedando

a cargo de la basílica de Santa Teresa.

[6] Ricardo Razetti (Caracas, 1868-1932) Ingeniero venezolano de

dilatada trayectoria en la construcción. Fue autor de diversos planos de

Caracas que constituyen documentos de gran valor como registro de la

evolución urbana de dicha ciudad (1897, 1902, 1905, 1906, 1911, 1920

y 1929). En la coyuntura del sismo de 1900, Razetti estuvo en la

comisión para el examen técnico de las casas particulares de la

parroquia de Santa Rosalía, Caracas.

[7] Avelino Fuentes (s/f) Ingeniero venezolano. Durante los días

posteriores al terremoto de 1900, Fuentes fue designado por el CIV,

para formar parte de la Comisión para el examen técnico de los templos

de Caracas, quedando a su cargo la inspección de las iglesias de La

Pastora y de Rincón del Valle (La Linterna Mágica, Caracas: 4 de

noviembre de 1900, p. 2). Durante la construcción del Nuevo Matadero

de Caracas, Avelino Fuentes fungió como ingeniero auxiliar de dicho

proyecto. Como sea que este edificio resistió sin problemas la sacudida

sísmica, en sus espacios encontraron refugio varias familias de la

ciudad (La Religión, 1 de diciembre de 1900, p. 3).

[8] El mezclote era una mezcla de arcilla, arena y cal que se utilizaba

como mortero (Pardo Stolk, 1969: 8).

[9] Alberto Smith (Caracas, 1861-1942) Ingeniero y político

venezolano de amplia trayectoria profesional. Además de su ejercicio

como ingeniero, Smith fue funcionario de alto nivel en diferentes

gobiernos: Ministro de Fomento (1895-1897); Rector de la Universidad

Central de Venezuela (1897, 1911, 1936); Ministro de Obras Públicas

(1898-1899) y Ministro de Educación (1936-1937). Después del sismo

de 1900, Alberto Smith fue miembro de la Comisión designada por el

CIV para el examen técnico de los templos de Caracas, quedando a su

cargo la iglesia de Altagracia. En esta misma coyuntura, Smith propuso

A Prueba de Temblores. Reflexiones sobre Construcción y Sismorresistencia…

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y construyó en El Paraíso diversas “casas contra temblores”, asunto

que ha sido bien estudiado por Mónica Silva Contreras como la

respuesta constructiva más importante suscitada por dicho terremoto

(Véase Silva 1999 y 2009a).

[10] Armando Blanco (1865-1903), meteorólogo y astrónomo

venezolano formado en París. Fue Director del Observatorio Cagigal

entre los años 1895 a 1898.

[11] El evento sísmico que afectó Caracas el 29 de julio de 1967, es

conocido como el terremoto cuatricentenario por haber ocurrido,

precisamente, durante la celebraciones del cuatricentenario de la ciudad

que fue fundada en el año 1567. Al respecto, Grases et al. (1999: 466-

467) señalan lo siguiente “Caracas 29, 8 p.m.- Terremoto destructor.

Ruina de varios edificios de hasta 12 niveles con balance de unos 283

muertos, 2.000 heridos y daños importantes en edificaciones de varios

niveles”. En toda la historia venezolana, el terremoto de 1967 ha sido el

evento sísmico que ha tenido las consecuencias científicas e

institucionales más relevantes, por ejemplo, la creación de la

Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas (FUNVISIS) y

el inicio de los estudios de microzonificación en el país.

[12] “Lumute” era el pseudónimo utilizado por el ingeniero, arquitecto

y caricaturista venezolano Luis Muñoz Tébar (1867-1918), uno de los

fundadores del diario humorístico La Linterna Mágica (1900-1901).