40 DÍAS, Jesús en Nicaragua 2016

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Páginá 1 CUARENTA DIAS (Jesús en Nicaragua)

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CUARENTA DIAS(Jesús en Nicaragua)

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Índice

DIA CERO… Nazaret, siglo I, año 34……..3DIA UNO… El hombre…………….…………4NOCHE CINCO… El ladrón………………...11DÍA DIEZ… La plaza………………..……….19 MADRUGADA VEINTICINCO… Los dos enviados……................................................23MADRUGADA TREINTA… Un general y un tribuno……………….....................................28DIA TREINTA Y DOS… La multitud……….34NOCHE TREINTA Y TRES… El libro………36MADRUGADA TREINTA Y NUEVE… La despedida……………………………………...43DIA CUARENTA… La captura….…………..45NOCHE CUARENTA… La tortura………….47DIA CUARENTA Y UNO… El fin……….…...49

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Nazaret, siglo I, año 34

DIA CERO

Un hombre joven se despide de una mujer. Ella, preocupada, le da dos paquetes. En el paquete mayor, le muestra algunos alimentos para el camino. En el pequeño, lleva un trozo de maderablanca y ligera, con el Shemá escrito en arameo.La mujer le pregunta:

— ¿Tienes que ir? ¿Al desierto?

El joven sonríe y le responde con un gesto afirmativo. Se aproxima a ella y le da un beso enla frente. Luego, coloca el paquete menor en su pecho y aprovechando una salida inesperada dela mujer, abandona el recinto, dejando el paquete grande en la entrada, a la orilla del camino.

El joven camina con paso lento pero firme, mientras va meditando. Hace frío, acentuado porel viento que llega del lago de Genezareth. Una brisa muy fresca comienza a caer. Son las cuatro de la mañana y unas pocas mujeres ven al joven carpintero que emprende un viaje, sólo ysin equipaje. La lluvia arrecia. Líneas de fuego caen sobre el lago, alumbrando todo el espacio circundante. En el momento más fuerte de la lluvia, un rayo cae sobre el joven, desapareciéndolo…

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Managua, Nicaragua, Siglo XXI, año 2016

DIA UNOEl hombre

El hombre joven, de unos 34 años, atlético,

apareció en la periferia de la plaza de la Fe,

cerca del lago de Managua. Estaba dormido y

mientras el sol se erguía en el cielo, se

acercaban a él más y más personas. Había allí

comerciantes de alimentos y baratijas chinas,

vendedores de ropa usada, prostitutas, vigilantes

que habían salido de su turno, y niños de camino

a su escuela. El hombre estaba cubierto con una

especie de sábana, arremangada en los brazos.

Una mujer vendedora de Vaho, le tapó sus

piernas y parte de sus nalgas, con una hoja

cocida de plátano.

Había algo especial en el hombre. Estaba

recostado en el suelo húmedo y arenoso de la

costa. Su cuerpo hacía un arco, protegido del

viento por un grueso tronco de Guanacaste,

recién derribado. Una piedra le servía de

almohada. Su cara, sin afeites, mostraba una

leve sonrisa. Sus manos eran muy toscas. Las

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de un obrero. Sus pies descalzos, eran callosos,

pero bien formados. Era un hombre moreno

claro, pelo castaño.

El hombre cambió de posición y tocó un perro

que estaba echado a su orilla. El perro saltó

ladrando y rodeándolo, entre las risas y bromas

de los presentes. El hombre apretó sus ojos y

los entreabrió. El sol le molestaba y levantó su

mano derecha, para protegerse de la claridad.

Todos quedaron sorprendidos cuando de un solo

movimiento, se sentó sin apoyar sus manos. Un

hombre que tenía un fardo de ropa usada, se

arrodilló ante aquel hombre y le quiso preguntar

algo, pero el hombre se le adelantó:

— Ese lago… ¿Es el lago de Genesareth?

El comerciante de ropa, con un recorrido

burlesco de su cabeza, miró el rostro de los

presentes y dijo:

— ¡Este brother está tostado!

La gente que estaba en silencio, atenta a sus

movimientos, estalló en sonoras carcajadas.

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— ¡Contéstame! —Le reclamó el hombre

aparecido—

— ¡Estás en Managua brother! —Le dijo el

comerciante mientras se le aproximaba

más—

— No comprendo… —Dijo el hombre—

Uno de los vigilantes se aproximó a los dos, se

agachó y apoyándose en su amansa locos le

dijo:

— Es el lago de Managua, en Nicaragua…

El hombre lo miró a los ojos y de sus labios

salió una leve expresión de asombro:

— ohhh

El hombre se incorporó y se sentó en el tronco.

El vende ropa sacó una mudada que no había

podido vender y le dijo:

— Ponete esto. Aquí no podes andar en

bolas.

Una lancha llegaba a la costa, cargada de

peces. El hombre dijo:

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— Quiero que comamos pescado

Los presentes se rieron a carcajadas de la

ocurrencia del hombre aparecido. El

Comerciante de ropa le dijo:

— Ese pescado no es para nosotros…

— ¿Es para el rey? —Interrumpió el hombre

aparecido—

— ¡Qué rey y qué nada! —le respondió el

comerciante, en medio de las risas de los

presentes— Prosiguió:

— Ese pescado se vende en el mercado

como pescado de mar…

— ¡Quiero que comamos pescado! —Insistió

el hombre—

El comerciante miró preocupado al desconocido

y después de pensarlo un momento le hizo una

seña al pescador, que se acercaba al grupo con

la primer “piña” de pescados.

— El hombre quiere comer pescado… —Le

dijo al pescador con cierta autoridad— y

prosiguió: —Dame unos dos…

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— ¡Pescado para todos! —Dijo el hombre,

irguiéndose a todo lo alto de su metro

ochenta de estatura—

— ¡Está loco esta guapura! —Dijo una

mujer joven de delantal, que vendía

frituras—

El hombre aparecido terminó de recogerse las

mangas, mientras el comerciante le abotonaba

la camisa. Después recogió un pequeño bolso

que traía y se lo puso en el pecho. Se dirigió al

vigilante y le dijo:

— ¿Cómo te llaman?

El hombre lo miró a los ojos y le respondió:

— Juan, Juan Bellorini

El hombre le dijo:

— Soy Jesús, Jesús de Nazaret

Se armo un tremendo bullicio. Unos reían y otros

se acercaban más al hombre aparecido. El

comerciante de ropas que lo había vestido, dijo:

— ¡Otro Jesús de los pobres!

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Las risas siguieron, pero tres muchachos se

acercaron al hombre con grandes piedras, como

para acomodar un fogón. Otra muchacha llevó

fósforos, trozos de rama seca, bolsas plásticas

usadas y pequeñas rajas de leña. Ella se acercó

al hombre aparecido y le dijo:

— Aquí te manda mi mama

— ¡Encendela ahí no más! —Le gritó su

madre, desde la estufa de carne asada,

puesta a la orilla de la enorme plaza—

La muchacha prendió el fuego con diligencia y

en pocos momentos había tres pescados

atravesados por varas, asándose sobre la leña.

Jesús se sentó y mirando a los presentes,

mientras giraba los pescados, dijo:

— Entre ustedes hay varios enfermos…

¿Quieren ser sanados?

Todos se miraron. Ya no había risas ni burlas.

Uno a uno se acercó a aquel extraño hombre,

ojos color de miel, que los observaba con

interés. El hombre se puso de pie. Miró el cielo,

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lleno de zopilotes. Levantó sus manos y

comenzó a orar en silencio. Uno a uno, los que

se habían acercado a él, comenzaron a llorar y a

darle gracias. El comerciante vende ropas se

acercó a él y cuando Jesús abrió los ojos, le dijo:

— Quiero llevarte a mi casa. Mi mujer tiene

cáncer en los ovarios y ya no puede

caminar… La pobre se va en sangre…

Jesús lo miró y le dijo: — ¿Cómo te llaman?

— Manuel, Manuel Téllez

Jesús le dio una palmada y le dijo: — ¿A

cuántas jornadas está tu casa, Manuel Téllez?

Manuel le respondió, extrañado: —Agarro la 195

y después una motito, hasta llegar a Las

Jagüitas…

La gente lo miró irse con Manuel mientras

comentaban sobre sus milagros.

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NOCHE CINCOEl ladrón

Un hombre desconocido había entrado a la casa

de Manuel Téllez, con facilidad. Cansado, se

sentó un momento en un taburete. Sus ojos,

rápidos para adaptarse a la oscuridad y su fino

olfato, lo llevaron a distinguir una porra de frijoles

que estaba puesta en una estufa de carbón. Se

levantó, metió el cucharon y los probó. Los

frijoles todavía estaban duros y las brasas de

carbón estaban apagándose. El hombre dudó,

pero el hambre pudo más y se sirvió dos, tres,

cuatro cucharadas. Se sentó un momento, hasta

que sus ojos percibieron el recinto con más

claridad. Luego, se levantó y caminó. Se movía

con habilidad entre los motetes de ropa y los

cuerpos que estaban regados en el suelo, unos

roncando, otros, hablando dormidos.

El hombre avanzaba lento, pero seguro. De

pronto, los frijoles a medio cocer, comenzaron a

hacer el efecto natural en su vientre. Sumía su

estomago en un intento por detener la

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flatulencia, pero el dolor que causaba su

esfuerzo, lo hacía detenerse.

Intentó hacer silenciosa su liberación, pero al

momento de tomar lo que él creyó el respaldo de

una cama, tomó unos pies helados que se

recogieron en el acto. El susto liberó el gas tan

sonoramente, que él mismo se asustó del ruido.

No se movió y sintió alivio al notar que nadie de

los quince presentes se levantó. Continuó

avanzando. De pronto, se comenzó a sentir un

olor fétido, concentrado, diferente y todos a una

comenzaron a proferir voces:

— ¿Quién está ahí? ¡Seguro que es un

extraño! ¡Ahí va! ¡Agárrenlo!

— ¡Ese tufo yo no me lo conocía! —Dijo

Manuel Téllez, mientras agarraba al pobre

hombre del pescuezo—

¡Hay! ¡Yo sólo quería el saquito, para curar! —

Decía el hombre—

— ¡Para curar frijoles, jodido! —Dijo pascual,

mientras le daba un coscorrón, en medio

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de las risas de los que se habían

despertado—

Jesús entró al cuarto, mientras Marcela, la mujer

de Manuel Téllez, encendía el candil.

— ¿Agarraron al hombre? —Preguntó Jesús

— Si, parece que te quería robar… —Dijo

una voz desde el fondo—

Jesús respondió:

— Yo lo vi pasar, y pensé que era otro

amigo, hasta que lo vi lidiar con el

candado. No se fijó que la puertecita del

cocinero estaba abierta y entendí que era

un ladrón

— ¡Y qué le hacemos! —Dijo Juan,

incorporándose del suelo hasta todo lo

largo y encorvado de su fuerte cuerpo—

— Déjenlo tranquilo. Quiero hablar con él —

dijo Jesús—

Jesús ayudó a salir al pobre hombre, entre las

burlas y risas de sus amigos. Manuel Téllez y

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Armando intentaron seguirlo, pero Jesús los

detuvo y dirigiéndose a Manuel, le dijo:

— Mañana viajas lejos… acuéstate hombre

y mirando con una sonrisa que se dibujaba

agradable frente a la luz irregular del candil, le

dijo a Armando, mientras se apoyaba en el

cuello del desconocido:

— Y vos también Armando…

Ya afuera de la casita, Jesús llevó al hombre al

fondo del patio y le dijo:

— Siéntate. Vamos a conversar… ¿Cómo te

llaman?

Se sentaron en un viejo tronco desde donde se

divisaban los primeros contornos de la ciudad: El

lago de Managua, los pocos edificios altos, el

aeropuerto, y a la izquierda, en lo profundo, el

Momotombo.

El hombre estaba asustado. Dudó un momento y

le contestó:

— Oscar...

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El hombre no le miraba el rostro, pero una

chispa ardió en sus ojos cuando pudo ver el

saquito que buscaba, colgado en el pecho de

Jesús. Este, noto el interés del hombre por su

saquito. Lo tomó y se lo entregó diciéndole:

— Toma, por esto viniste…

El hombre, asustado le dijo:

— La mujer donde fui anoche habló de su

saquito… dijo que ahí tenía usted sus

poderes para curar a la gente… que ella

necesitaba el saquito, para comenzar a

sanar enfermos en la plaza, delante de

las cámaras, delante de todo el mundo…

Jesús lo interrumpió:

— ¿Qué mujer? dime.

El hombre dudó, pero no pudo resistirse y habló.

— Es que anoche yo entré a “la casa

imposible”. Le dicen así por la cantidad de

guardias y perros que hay. Pero yo

aposté con unos amigos que entraba y le

robaba las joyas a la mujer.

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— ¿A cuál mujer? —Preguntó Jesús—

El hombre prosiguió, sin responderle:

— Me metí por las alcantarillas, desde la

mañanita… y poco a poco avancé, hasta

llegar a una esquina, dentro de los muros,

frente a donde está un cuarto raro…

— ¿Por qué raro? —Le preguntó Jesús.

El hombre lo miró, con más confianza.

— Es que cuando entré, habían estatuas,

candelas, cuadros de personas, puestos

de cabeza, y una foto grande de un

hombre raro, peludo, crespo, cabezón

que sonreía. La mujer estaba inmóvil,

sentada en el suelo con las piernas

enrolladas. Tenía todas las prendas en el

suelo, frente a ella. Me le acerqué, pero

no me miró. Tenía los ojos volteados y

medio abiertos y hablaba bajito. “Saib,

Saib”, decía. Escuché unos pasos y me

escondí detrás de unas sábanas. Una

mujer entró exaltada y ella se disgustó al

escuchar sus pasos. “¿Qué quieres?” le

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dijo. “Es que ya supimos donde tiene el

poder el hombre… en el saquito que lleva

siempre…” La mujer le gritó: “¡ESO YA

LO SÉ, PERO TRAÉMELOO! Porque el

sábado voy para la plaza… ¡Y hoy es

LUNES!”

— Yo esperé que saliera la mujer, esperé

que la mujer se pusiera otra vez en trance

y logre salir, con todas las prendas que

pude recoger. Pero fui botando las

prendas en la cloaca al regreso…

— ¿Por qué lo hiciste? —Le preguntó Jesús

— Toda esa mierda era de fantasía china

— ¿Y vos crees que ese, “saquito”, te sirva

de algo? —Le preguntó Jesús—

— ¿Y qué si no? ¿Con qué cura usted?

— Con amor… —Contestó Jesús— Y

prosiguió:

— Seguidme mañana y vas a entenderlo…

El hombre tomó el saquito como un tesoro y lo

guardó en su pequeña mochila de tela. Miró a

Jesús a los ojos y le dijo:

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— Está bien. Yo lo acompaño, después de

hacer un mandadito.

Jesús lo miró irse. Sonrió y movió su cabeza. Se

levantó y caminó hasta la puerta y con su voz

clara y fuerte, le dijo al grupo que aún dormía:

— ¡Arriba dormilones, que el día es largo!

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DÍA DIEZLa plaza

Jesús quedó sorprendido por la cantidad de

personas que viajaban hacia la plaza. Desde los

poblados más alejados, centenares de hombres,

mujeres y niños llegaban en buses y camionetas

de uso oficial. Un rostro de mujer y un nombre

destacaban en la camiseta que todos vestían,

llena de símbolos circulares y colores vivos.

Oscar, se acercó a Jesús y le dijo:

— Esa es la mujer.

Rótulos gigantes bordeaban la plaza,

anunciando grandes milagros curativos. La

melodía de una canción de los sesenta, daba

paso a una letra que prometía grandes

beneficios a los que votaran por la mujer.

“Hey tu,

vota por mí,

y tendraás,

lo que has soñadooo.

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Solo hazlo

y pronto lo sabré,

porque yo conozco,

todo lo que harás”

Unas pantallas gigantes, mostraban a grupos de

sacerdotes católicos y pastores evangélicos,

arrodillados ante la mujer, que vestida de blanco,

oficiaba un raro ritual. Un texto en letra gigante

se movía en la parte inferior de la pantalla:

“Sanidades, milagros, limpias, ¡TODO HOY!

¡Ella es la ungida de Dios!” Grupos de jóvenes,

con botellas de licor en sus manos, gritaban a

todo pulmón, entre trago y trago: “Ella es, ella

es, ella es: La Ungida de Dios”

Al ponerse el sol, la mujer apareció en el

escenario. El alcohol, el ruido, el cansancio de

gente que viajó desde la madrugada, todo

creaba una atmosfera desesperante. De pronto,

la mujer levantó sus huesudos brazos y se hizo

silencio. Todas las luces se apagaron pero se

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encendieron “seguidores sensibles” que

iluminaban con exquisita suavidad a la mujer.

Las cámaras seguían su rostro, sudoroso y

brillante. En el pecho, destacaba el saquito que

Jesús le entregó a Oscar. Al verlo, Jesús le dijo

a Oscar:

— ¡Se lo hiciste llegar!

y acercándose le preguntó al oído, con sorna: —

¿Y te dio algo?

Oscar lo miro apenado y con indignación dijo:

— ¡La muy… me mandó a decir que si

funcionaba, yo podía ser considerado

vicealcalde! ¡Qué tal!

Jesús le dio una palmadita en el hombro y

sonrió. Luego, caminó hacia un promontorio,

frente al lago. Quería estar a solas, expuesto al

aire fresco y fétido que ya le era familiar. Pero

algunas personas lo reconocían en el trayecto y

se fueron aproximando hacia él.

Entre tanto, en la tarima fue sumándose toda la

corte de religiosos que aparecía en el video, y

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desde la penumbra, se iban arrodillando en torno

a ella. La mujer dirigió sus manos a la multitud y

dijo:

— ¡Por mis llagas… sean curados!

La multitud que miraba las pantallas gigantes,

enmudeció. Un camarógrafo despistado, enfocó

a Jesús sentado en el promontorio, a la orilla del

lago, y el switcher sacó su cámara al aire. La

mujer repetía y repetía la frase como un conjuro

mágico, sin saber lo que estaba ocurriendo. Casi

de inmediato se produjo una estampida.

— ¡Es él! —Decía la gente— ¡Ese sí cura!

¡Vamos donde él!

En menos de 10 minutos, la plaza estaba vacía,

mientras la multitud que ya no cabía en tierra, se

lanzó al lago para poder aproximarse a Jesús.

La mujer finalmente vio la pantalla y fuera de sí,

hizo señales de apagar todo y salió atropellando

a los religiosos que, en simulada oración, se

encontraban a su paso.

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MADRUGADA VEINTICINCOLos dos enviados

Eran las 2:30 de la madrugada y Jesús salió

como de costumbre a orar. Se sentó en el viejo

tronco y respirando a profundidad, contempló el

paisaje alunizado del lago de Managua. Cerró

sus ojos y juntó sus manos, mientras que de sus

labios salían palabras inaudibles. De pronto, a la

orilla del camino se detuvo un carro negro,

grande, seguido por otro más pequeño. Del

vehículo grande salieron dos hombres

extremadamente obesos, que tapándose las

narices con pañuelos, luchaban por soltar el

portón de ramas y púas que protegía la entrada.

La pequeña perra de Manuel Téllez ladraba sin

parar. Manuel se despertó y le dijo a su mujer:

— Vamos a ver, porque Jesús debe estar

afuera y la Graciosa no deja de ladrar…

La mujer se sentó en el catre viejo y volviéndose

a acostar le dijo:

— Anda vos porque yo tosté maíz…

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Manuel llegó a la entrada del viejo cocinero y

oculto desde allí, miró a los extraños visitantes

que caminaban hacia Jesús. Asustado exclamó:

— ¡Las tres divinas personas! ¡Dios los

cría… ¡Marcelá! ¡Vení a ver! ¡Apurate!

Los dos hombres se ayudaban a caminar y casi

tropezaban por el miedo y lo pesado de sus

cuerpos. Uno de ellos, vestido de blanco con

una larga sotana, dijo:

— ¿Está seguro que es aquí, Pastor

Zamora?

El otro hombre, cansado, se detuvo un momento

y después de limpiarse el rostro con la manga de

la camisa, dijo:

— Si Arzobispo, aquí es. Pasé temprano

para cerciorarme.

Manuel Téllez, ya acompañado por su mujer, le

dijo:

— ¡Los viste! Ahí vienen los diezmos de mi

mama…

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La mujer, impresionada aún, completó la frase:

— Y las limosnas de mi abuelita… ¡Pareja

de bandidos!

Jesús contempló a los dos hombres que,

asustados, caminaban penosamente hacia él.

Finalmente ellos llegaron. El hombre de la

sotana blanca habló, con cierta arrogancia:

— Venimos a hablar cosas importantes para

usted…

Jesús observaba el rostro sudoroso de aquel

hombre, en medio de la fresca madrugada. La

perrita de Manuel Téllez no dejaba de ladrar y a

ratos le guiñaba la sotana, que ya tenía

rastrillazos de lodo y algunas roturas. El otro

hombre trató de ser más condescendiente:

— Mire, estimado Jesús, lo que sucede es

que usted no puede estar más tiempo

aquí, entre esta… entre esta chusma…

El hombre de la sotana agarró valor y dijo:

— Tenemos amigos honorables que le

pueden alojar en un hermoso hotel en el

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centro de Managua, frente al lago, que

tanto le gusta y con viandas exquisitas,

cuando las desee… En fin, queremos

tenerlo más cerca, que conozca otra

gente y que pueda dar testimonio de Dios

donde lo puedan apreciar mejor…

— Jesús se puso de pié. Se acercó a ellos y

los miró profundamente. Luego los tomó

de los brazos y con firmeza, los hizo

sentarse en el viejo tronco. Los contempló

un momento y frotándose las manos, les

dijo:

- ¿Conocen el ayuno?

Los dos hombres decían sí con sus labios pero

movían sus cabezas en un gesto de negación.

Jesús se aproximó a ellos y les dijo:

— ¿En el nombre de quién, vienen ustedes?

El hombre de la sotana dijo casi sin pensarlo:

— La mujer, la mujer quería…

El otro hombre, lo interrumpió diciendo:

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— ¡Yo vengo en el nombre de Jesús!

Jesús se frotó nuevamente las manos y muy

firme, casi gritando, les dijo:

— ¡Yo-no-los-he-enviado!

Al oír la voz alterada de Jesús, todos los

“huéspedes” de la casa de Manuel Téllez,

salieron corriendo, unos con palos y otros con

piedras. Jesús giró sobre sus pies y miró hacia

el lago. Luego giró su rostro hacia los dos

hombres, que luchaban por ponerse en pie. Les

dijo, con firme lentitud:

— Digan a sus amos: “Escrito está. No sólo

de pan vivirá el hombre…”

Los dos hombres salieron avergonzados de

aquél patio, ante las risas y burlas de todo el

vecindario.

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MADRUGADA TREINTAUn general y un tribuno

Por tercera madrugada consecutiva, Jesús se

encontraba hablando con Manuel Téllez,

Marcela y los “diecisiete huéspedes” que ahora

lo acompañaban. Jesús les hablaba de un Reino

de mil años, donde habría paz, justicia e

igualdad. Al finalizar Jesús les dijo:

— Y si se arrepienten de todos sus pecados

y obedecen a mis palabras, ustedes

reinarán conmigo…

Todos los presentes se quedaron extáticos,

como esperando más, pero Jesús les dijo:

— Vayan a descansar, yo iré a orar afuera.

Jesús salió al patio y como de costumbre se

dirigió al viejo tronco. Dos hombres armados se

interpusieron a su paso. Una voz les indicó de

manera firme a los soldados:

— Déjenlo, es él

Jesús se aproximó a dos hombres, que estaban

sentados en su tronco. El hombre vestido de

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militar se puso de pié y lo saludó llevando los

dedos de su mano derecha al arco superciliar

derecho, mientras se presentaba:

— General Torres

El otro hombre, alto y muy delgado, también se

puso de pie y estirando su largo brazo, ofreció

su mano mientras decía:

— Soy diputado…

Jesús inclinó levemente el rostro y sin decir nada

se sentó. Observó atentamente a ambos

hombres y esperó, dándoles oportunidad de

hablar. El militar se aproximó y le dijo:

— Dicen que usted ha curado a mucha

gente… bueno, curó a mi suegra y a mi…

a mi hijo… y yo pensaba… Este es un

pueblo tan impresionable… y hay un

tremendo relajo en el gobierno desde la

muerte del hombre… además, en las

calles sólo se habla de usted. A lo mejor y

si usted se inclina a los más adecuados…

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Jesús miró al militar con el entrecejo recogido.

Le hizo con las manos una señal para que se le

acercara. Cuando el militar estaba cerca, le dijo:

— ¿Qué quieres realmente?

El hombre se sentó en el tronco, a la orilla de

Jesús. Tomó una astilla de madera y siguió

hablando, mientras dibujaba un helicóptero en el

suelo. El diputado se colocó detrás de él,

apoyándose con su mano derecha sobre el

hombro izquierdo del joven y obeso general.

— Mire, yo soy militar y voy al grano. Si

usted nos apoya, toda la gente pobre que

lo sigue, va a recibir la mejor educación,

la mejor salud y las mejores

oportunidades. Para eso, tenemos un

plan.

Jesús giró su rostro y viendo al diputado, le

preguntó:

— ¿Qué es un diputado?

Los dos hombres se volvieron a ver y el diputado

rodeó el tronco, como dando tiempo para

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ordenar sus palabras. Sacó su mejor sonrisa de

la memoria y con gestos de orador, dijo:

— Un diputado es un representante del

pueblo, elegido por el pueblo, con poder

de legislar, es un tribuno, un…

— ¿Un tribuno? —Preguntó Jesús—.

El diputado sintió que la figura del tribuno había

capturado la atención de Jesús y prosiguió:

— Sí, sí, entre otras cosas…

— ¿Y para que me quieren un tribuno y un

general, si tienen poder para cambiar las

cosas?

El diputado sonrió nerviosamente. El general, al

ver la sonrisa del diputado, creyó que era el

momento de presentar su plan a Jesús:

— Necesitamos que la gente lo mire

haciendo un acto espectacular,

inolvidable. Yo lo pongo en un

helicóptero, en medio de la plaza y usted

se lanza, con un paracaídas especial.

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Todos lo verán caer, mientras yo lo

espero abajo…

El diputado agregó:

— O lo lanzamos desde la azotea del Banco

de América. Es más alto aún…el

paracaídas no se va a ver. Se imagina el

impacto. Cámaras de todo el mundo lo

van a ver bajar “milagrosamente”…

Jesús se puso de pie, frotándose las manos. Sus

ojos eran dos chispas, pero aquellos hombres no

entendían lo que pasaba por su mente. Caminó

Jesús unos pasos, hacia el paisaje del lago que

ya se comenzaba a dibujar entre la niebla. Se

detuvo y dijo casi entre dientes:

— Escrito está…

Los dos hombres se acercaron a él, para tratar

de entender lo que decía. Jesús al verlos

aproximarse, les dijo:

— No tentaréis al Señor tu Dios…

El general dio un paso atrás, asustado. El

diputado sonrió desafiante y le dijo:

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— Usted y yo sabemos que no es Jesús. Lo

que le estamos proponiendo es un

negocio perfecto, para que se retire feliz,

en cualquier playa de Tola…

Jesús se aproximó al diputado, y puso su rostro,

frente al rostro de él. El diputado respiró el calor

de su aliento y le temblaron las rodillas. Jesús

les dijo:

— Generación de víboras… engañáis al

pueblo, pero no tentaréis más a tu

Señor…

Los dos hombres apuraron el paso para salir de

ahí. El diputado alcanzó a decir a Jesús,

mientras lo señalaba amenazante con el dedo

índice:

— Uno de estos días…

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MADRUGADA TREINTA Y DOSLa multitud

De todos los rincones de la Región

Centroamericana, miles y miles de hombres,

mujeres y niños, llegaban a aquel paraje

marginal del sur-oriente de Managua, en las

Jagüitas, hasta la casa de Manuel Téllez, donde

Jesús moraba por aquellos días. El gran patio

anexo de Beisbol, servía a la multitud para

instalar pequeñas casitas de plástico y cartón.

Jesús y sus 19 amigos atendían a los viajeros y

en largas jornadas de hasta cinco horas, Jesús

les hablaba del Reino venidero. La multitud

tranquila, esperaba el momento final, cuando él

se ponía de pie y oraba. Todos se ponían de pie,

y a gritos, daban gracias por los milagros.

Cuando Jesús se retiraba, unos a otros

contaban sus experiencias y compartían sus

alimentos.

En los caminos y calles aledañas había gente

diferente: Patrullas de soldados pasaban

reconociendo el lugar cada media hora;

Corresponsales de prensa transmitían desde sus

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unidades satelitales, cada discurso de Jesús y

los comentarios de las personas; grupos de

religiosos también se mantenían en la periferia,

escuchando cada palabra de Jesús, por si lo

agarraban en alguna blasfemia; grupos con

diferentes colores políticos, trataban de llegar

hasta el “Campo Santo” según lo había

bautizado la multitud. Los grupos se

aproximaban con camisetas, gorras, mantas y

música estridente, pero los jóvenes de la

comunidad los recibían con la increíble puntería

de sus huleras, lo que los hacía huir una y otra

vez.

A las dos de la madrugada, la multitud se

guardaba en sus “casitas” y sólo se escuchaba

el sonido de los grillos, y uno que otro perro que

ladraba a las sigilosas patrullas militares.

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NOCHE TREINTA Y TRESEl libro

Jesús entró a la casa y encontró a Marcela

leyéndole un libro a Manuel y a sus amigos.

Jesús se aproximó a ella y le preguntó:

— ¿Qué lees?

— Es la Biblia, la palabra de Dios —contestó

Marcela—

Jesús extrañado le dijo: — ¿La palabra?

Marcela extendió el libro a Jesús y este lo tomó.

Observó su pasta, lo abrió y buscó lugar cerca

del candil. Jesús se sentó en el suelo y comenzó

a leer en silencio. Los presentes poco a poco se

quedaron dormidos.

Al amanecer, Jesús seguía leyendo. Uno a uno

se despertaron sus amigos y animados por el

café preparado por Marcela, esperaban

expectantes a Jesús. Jesús cerró el libro y dijo:

— Lo conozco hasta Malaquías…

Manuel Téllez le dijo a Jesús:

Pá�giná37

— En los otros libros se habla de vos

Jesús, turbado, le respondió:

— Sí, y hay cosas…

Marcela inclinándose hacia Jesús le dijo:

— ¿La crucifixión?

— Sí, sí —respondió Jesús—

Jesús cruzando sus brazos, los frotó hasta sus

codos y dijo:

— Debo regresar… Pero, quiero

preguntarles algo…

Jesús los miró a todos y sonrió con un gesto de

tristeza y prosiguió:

— Para ustedes ¿Quién soy?

Todos los presentes se miraron unos a otros.

Juan Bellorini le dijo:

— Vos sos un ángel

Manuel Téllez le dijo:

— Vos sos un santo varón

Pá�giná38

Marcela, agarrándole las manos le dijo:

— ¡Vos sos el hijo de Dios!

Los ojos de Jesús se humedecieron y besando

las manos de la mujer le dijo:

— Bendita eres, porque entendiste la verdad

del Reino…

Jesús soltó las manos de la mujer y su

semblante nuevamente se puso triste

— Esos políticos y esos religiosos los

perseguirán como lobos… Vivan como yo

he vivido. Hablen lo que yo he hablado.

Enseñen, lo que yo les he enseñado.

Formen comunidades de fe. Unan a los

pobres y a las demás personas de buena

voluntad, para que todos compartan.

Marcela le llevó a Jesús una taza de café y él

tomó un sorbo. Luego prosiguió:

— Yo estaré con ustedes siempre, a la

distancia de una oración ¡llámenme!

porque van a tener aflicciones, pero

deben estar confiados, porque yo he

Pá�giná39

vencido, y ustedes lo harán conmigo.

Vendrán millones de almas a escucharlos

¡Cuídenlas! que no se pierda ninguna. No

se dejen confundir. Hay muchos que en

mi nombre dicen: ¡Señor! ¡Señor! desde

los púlpitos, pero no oran y ocupan ese

lugar indignamente, sólo para su

beneficio… Ellos… ya tienen su pago,

porque dicen amarme y aborrecen a su

hermano. El que no pueda amar a su

hermano, que puede ver y tocar y servir,

no puede amar al Dios que no ve…

Oscar entró de pronto, de manera sigilosa,

acompañado de una figura menuda, que estaba

cubierta por un chal. Todos pensaron que era su

mujer y volvieron a ver a Jesús. Este, sintiendo

una opresión en su pecho, les dijo:

— Es hora de que descansen… iré a orar

Jesús se dirigió al patio, a su rincón preciado

pero sintió que alguien lo seguía. Se giró y vio a

Oscar, seguido discretamente por su

acompañante. Jesús siguió caminando, hasta

Pá�giná40

llegar al tronco, pero no se sentó. Giró, dio un

paso hacia Oscar y le preguntó:

— ¿Qué quieres, Oscar?

Oscar dudó, pero la persona detrás de él le tomó

del brazo con fuerza y al fin habló:

— E e… Es la mujer… Discúlpeme…

Apenado y triste, Oscar salió corriendo del patio.

Jesús miró a la mujer detenidamente. La tomó

de sus muñecas y le indicó que se sentara.

Después le dijo:

— Quítate todas esas prendas, mujer

La mujer obedeció y poco a poco fueron

cayendo al suelo, pequeños y grandes anillos,

pulseras, aretes y cadenas.

— ¡Quítatelas todas!

Le ordenó Jesús. La mujer soltó también un

cordón de metal que le ataba la cintura y

pequeñas pulseras atadas a sus tobillos…La

mujer quiso hablar, pero Jesús le dijo:

Pá�giná41

— Calla y escúchame

De pronto, la mujer comenzó a temblar y una

voz ronca, retadora, salió de sus labios:

— ¿A quién quieres callar, Jesús de

Nazaret? He venido a ofrecerte la

oportunidad de prevalecer por sobre

todos los poderes de la tierra… Todo el

petróleo, todas las bolsas, todo, puede

ser tuyo, para que construyas el reino que

quieres… ¡Sólo reconóceme y póstrate

ante mí!

El cuerpo tembloroso de la mujer quiso ponerse

de pié, pero Jesús le indicó que se quedará

sentada. La mujer comenzó a llorar y trataba de

hablar. De sus labios sólo pudo salir una

palabra: — ¡A-yúuu-deme!

De inmediato volvió a salir la voz profunda y

desafiante del interior de la mujer:

— Tú decides, Jesús de Nazaret

Jesús ordenó con firmeza:

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— Vete, Satanás… escrito está, ¡Al Señor tu

Dios adorarás!

La mujer se movía convulsivamente y de sus

labios salía una baba espesa y oscura, que

hedía. La mujer cayó al suelo en un profundo

sueño. Jesús la levantó y la introdujo en la casa.

Marcela y Manuel estaban en el cocinero y

corrieron cuando escucharon la orden de Jesús:

— Tráiganle una frazada a esta pobre mujer

Jesús colocó a la mujer, sobre una colcha que

estaba en un rincón, cerca del cocinero. Marcela

llegó con la frazada y cubrió con ella a la mujer.

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MADRUGADA TREINTA Y NUEVELa despedida

Dentro de la casa de Manuel Téllez, Jesús,

sentado en el suelo con sus amigos, compartía

un nacatamal con café negro mientras les daba

instrucciones finales:

—Entrego mi ayuno al Padre, y comparto con

ustedes que son mis amigos. Pronto tendré que

regresar. He aprendido mucho de cómo serán

las cosas y sé que debo preparar mejor a los

que me sigan allá…

—Vamos con vos, hermano —dijo emocionado

Manuel Téllez—

Jesús se conmovió por sus palabras y con una

sonrisa cariñosa le dijo: —Donde yo voy,

ustedes no pueden ir…

Y al mirar sus rostros tristes, prosiguió: —Pero

yo estaré siempre con ustedes, al alcance de

una oración.

De los ojos de Jesús salieron dos lágrimas y su

tez palideció. Les dijo enfático:

Pá�giná44

—Sólo les pido que no sean religiosos…

aborrezco a los religiosos… aborrezco a los que

viven del diezmo y la limosna… aborrezco a los

que quieren vivir del trabajo de otros, como los

religiosos y los políticos que han venido hasta

aquí… El sacrificio que le gusta a Dios, es el

espíritu quebrantado.

Mirando fijamente a Manuel le dijo:

—A tu corazón contrito y humillado nunca lo va a

despreciar mi padre.

Todos los presentes se abrazaron sin decir

palabras. Jesús los contemplaba con amor.

Marcela se aproximó a Jesús y poniendo su

mano derecha sobre su hombro derecho, sobo

su espalda mientras le decía con lágrimas en los

ojos:

— Te queremos mucho Jesús

— Y yo los amo — respondió Jesús—

Pá�giná45

DIA CUARENTALa captura

Había llegado el día final de la campaña política

y la plaza de la fe estaba forrada de mantas,

volantes, afiches, música y pantallas gigantes

que anunciaban la marcha más imponente de la

historia. Pero la plaza seguía vacía. Sólo

algunos vendedores y uno que otro policía, se

miraba en aquel desierto lugar. Eran casi las tres

de la tarde y nadie llegaba…

En la plaza de las Jagüitas, la algarabía iba

creciendo. Jesús había hecho llevar un barril de

nacatamales y ordenando a todos los presentes

en grupos de cien, había enviado a sus amigos a

repartir los nacatamales.

— ¿No cree que van a hacer falta? —Le

preguntó Juan Bellorini—

— El que cree, comerá —dijo Jesús—

Marcela llegó hasta Jesús con un nacatamal

humeante y una taza de café. Pero Jesús le dijo:

— No, ya no puedo comer más. —y mirando

a Marcela, preguntó:

Pá�giná46

— ¿Y la mujer? ¿Dónde está?

— Vinieron sus hijos por ella, en una

caravana que… ¡Ni quiera

Dios!...perdón… y fíjese que estaba

tranquila y apenas se puso las prendas,

se puso hasta más altanera…

— ¿Y Oscar? Preguntó Jesús

— ¡Ese demonio!… perdón… no creo que

vuelva… Dice Armando que llevaba una

maleta de riales que le trajo la mujer…

De pronto, una lluvia de gases lacrimógenos

cayó sobre la multitud. Adultos y jóvenes se

movían casi asfixiados, atropellando y

golpeando lo que encontraban a su paso,

llevando la peor parte los ancianos, niños y

discapacitados que habían llegado por Jesús.

Unos hombres con máscaras se aproximaron a

Jesús, guiados por Oscar. Al verlo esposado,

Oscar se quitó la máscara y quiso ponérsela a

él, pero Jesús la rechazó con un movimiento de

cabeza. Jesús le dijo:

— Oscar, Oscar…

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Tres hombres fuertes uniformados de negro,

arrastraron a Jesús, hasta montarlo en la tina de

una patrulla policial.

NOCHE CUARENTALa tortura

Después de tres horas de martirio, dos hombres

uniformados golpeaban sin piedad a Jesús,

mientras este estaba atado a unos grilletes

empotrados a una pared. Su cuerpo desnudo,

casi suspendido por la altura de los grilletes,

mostraba moretones en todo el cuerpo. Su

cabeza estaba partida arriba de la oreja derecha

y sobre la sangre semi cuagulada, seguían

apareciendo hilos de sangre. Los torturadores se

miraron y uno de ellos se dirigió a dos

personajes que estaban sentados en la

penumbra.

— Pastor Zamora, Señor Obispo, es todo

suyo

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Los dos hombres se levantaron penosamente de

sus asientos, e intentaron salir del lugar, pero el

interrogador los detuvo:

— ¡Ahí está el hombre! Averigüen lo que ella

quería saber…

El pastor Zamora, adoptando un tono áspero en

su voz, se aproximó a Jesús, seguido

tímidamente por el Arzobispo. El obeso pastor

agarro valor y mesándole la barba le grito:

— ¡De donde saliste, bandido!

Jesús le respondió:

— Di mi cuerpo a los heridores, y mis

mejillas a los que me mesaban la barba…

El pastor Zamora soltó su barba, confundido,

mientras que el Arzobispo se agarró de los

flecos de su blanco traje mientras gritaba:

— ¡Blasfemo, hijo del demonio!

Jesús lo miró a los ojos. El obeso Arzobispo

colocó sus manos a la altura de su rostro y

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retrocedió, hasta colocarse detrás del pastor

Zamora. Jesús les dijo:

— Di a la mujer: El cautivo será rescatado

del valiente, y el botín será arrebatado…

Los dos religiosos salieron asustados del recinto,

ante la mirada confundida de los dos

interrogadores.

DIA CUARENTA Y UNOEl fin

Ante la anunciada presencia de Jesús enjaulado,

millones de personas de toda la región

centroamericana, se dirigieron a la Plaza de la

Fe. Eran las dos de la tarde y ya no cabía una

persona más. La tarima estaba llena de

símbolos luminosos y coloridos. Una

enmarañada red de circuitos empotrados en la

pared de la concha acústica, ascendía hasta el

borde y le daba forma al rostro de “la mujer”. En

el centro de la plaza, un triple cordón de

uniformados de negro resguardaban una jaula

metálica de anchos barrotes. En su interior

Pá�giná50

estaba Jesús, semidesnudo, de pie, con sus

manos atrás, atadas con una gruesa cadena que

ataba también sus pies.

A las tres de la tarde, “la mujer” tomó eufórica la

tarima. Sola, vestida de blanco, con

innumerables prendas que cubrían sus brazos y

su cuello, comenzó a danzar, bajo el griterío

incesante de sus ebrios seguidores. La mujer se

detuvo un momento y dijo:

— ¡Ahí está el hombre! ¿Quién tiene el

poder?

Las cámaras mostraron la jaula. Centenares de

personas luchaban en vano por acercarse a ella.

Una cámara mostró un niño de unos once años,

hemipléjico, en la pantalla. El niño estaba en la

orilla del cordón, montado en su silla de ruedas y

estiraba una mano hacia Jesús. La mujer miró la

pantalla y sonrió. Excitada gritó a la multitud:

— ¡Miren cómo se desmonta una mentira!

La madre del niño empujaba la silla y el jefe de

los guardias, después de escuchar en su

auricular, ordenó que se abriera el cordón militar.

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El mismo jefe, condujo la silla del niño hasta la

orilla de la jaula. El niño estiró con mucha

dificultad su mano izquierda. Toda la plaza se

quedó en silencio. Jesús, atado, se arrodilló y

bajó su cabeza hasta posar su barba en la mano

del niño. Ambos se vieron a los ojos y el niño

sonrió. En las pantallas gigantes aparecía un

primer plano del niño mientras este hacía un

gran esfuerzo para poner la otra mano bajo el

rostro de Jesús. El cielo se oscureció y comenzó

a llover.

La mujer, nerviosa, hizo gestos para que las

cámaras volvieran a ella. Pero las cámaras

seguían aquel momento que tenía atrapada a la

multitud. De los ojos de Jesús salieron dos

lágrimas y de su frente, una gota de sangre, que

cayeron en las manos del niño.

Un temblor meció la tierra con furor. Un rayo

cayó sobre la jaula y Jesús desapareció, ante los

ojos de la multitud. El sonido y Las pantallas,

cesaron. El niño frotó su rostro con la sangre y

las lágrimas de Jesús y de inmediato se puso de

pie y caminó torpemente. Luego caminó con

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soltura… y corrió. La multitud iba tras él

enloquecida. Algunos gritaban:

— ¡Síganlo! ¡Síganlo! ¡Jesús va en él!

¡Síganlo, que le dejó sus poderes!

La mujer, desde la tarima, como enloquecida, se

quitó las ropas y corrió y corrió, y corrió, hasta

llegar al lago. Las aguas hervían, sulfurosas,

entre temblor y temblor. La mujer comenzó a

saltar a la orilla del largo muelle, hasta que se

lanzó a las aguas, seguida por sus hijos y por un

puñado de sus seguidores. El agua hirviente del

lago los ocultó para siempre.

FIN