Primera ley de la termodinámica - Liceo Bicentenario Talagante
2008 Centenario en dispersión, ¿Bicentenario en reunión? La retórica monumental del Centenario
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Centenario en dispersión, ¿Bicentenario en reunión?
La retórica monumental del Centenario en América Latina. José Ramiro Podetti
Resumen: A través del análisis de una muestra de monumentos erigidos en América Latina con motivo del primer centenario, se busca verificar o contrastar dos cuestiones: 1) En las conmemoraciones del centenario estuvieron ausentes referencias a la disgregación hispanoamericana (de cuatro virreinatos, diecinueve estados), simétricamente inversa a la unión angloamericana (de trece colonias un solo estado). De tal modo, un acontecimiento decisivo para el desenvolvimiento de estos países se mantuvo fuera de la representación pública, reforzando la pérdida de su valor y significado ya obrada por las historiografías nacionales del siglo XIX. 2) Las celebraciones difundieron una idea de la riqueza de los países en términos de su potencial agrícola, minero o ganadero. Tal imagen ratificaba la decisión de participar en la economía mundial como países productores de materias primas, asumida a partir de la década de 1830, una vez que la perspectiva de unidad continental fuera reemplazada por la vinculación por separado con potencias industriales.
Palabras claves: Bicentenario, estatuaria urbana, disgregación hispanoamericana, economía primaria.
No existe casi estatuaria pública urbana de carácter no religioso en América Latina durante el
siglo XVIII; posiblemente la mayor excepción sea el monumento ecuestre a Carlos IV, obra de
Manuel Tolsá, en la ciudad de México (Figs. 1 y 2). Se pueden encontrar, del mismo siglo,
algunos elementos de interés en la decoración de las fuentes públicas, como por ejemplo en la
Fuente del Salto de Agua, también de la ciudad de México (Figs. 3, 4 y 5). Pero asimismo fue no
solo modesta sino infrecuente la del siglo XIX. Conservadas en su emplazamiento original, se
encuentran muy pocas obras de la primera mitad del siglo; dos casos representativos son la
Pirámide de Mayo, aunque modificada, en la Plaza de Mayo de Buenos Aires (Figs. 6 y 7) y el
Monumento a la Libertad Americana (Fig. 8), también conocido como la Pila de Rosales, en la
Plaza de Armas de Santiago de Chile. Recién en la segunda mitad del siglo se realizan algunos
monumentos de significación, ligados al establecimiento de las grandes figuras cívicas de los
nuevos Estados, tales como, según la fecha de su emplazamiento, el de Simón Bolívar en Lima
(Fig. 9), el de Diego Portales en Santiago de Chile (Fig. 10), el emperador D. Pedro I en Rio de
Janeiro (Fig. 11), el del general San Martín en Buenos Aires (Fig. 12), el del general Bernardo
O´Higgins en Santiago de Chile (Fig. 13) y el del General Manuel Belgrano en Buenos Aires (Fig.
14).
Es importante tomar en cuenta este hecho para entender el singular fenómeno acontecido en
todas las grandes ciudades latinoamericanas en las primeras tres décadas del siglo XX, y sobre
todo para medir mejor el impacto que produjeron. En efecto, en esos años se creó estatuaria
pública de carácter cívico en cantidad y calidad a un ritmo nunca alcanzado después hasta el
día de hoy. Es decir, luego de que en los últimos años del siglo XIX comenzaran importantes
obras de reforma de los centros urbanos –incluidas las obras de iluminación y salubridad- y se
creara gran parte de las áreas parquizadas, serán esas tres primeras décadas del siglo XX el
período por excelencia de la ornamentación cívica en América Latina. Hay por cierto una
situación de base, que es justamente la demanda de desarrollo urbano, generada a partir del
crecimiento demográfico de las ciudades por migraciones internas y externas. Pero a esta
necesidad se agrega el deseo de convertir en espejos de los nuevos Estados a las grandes
ciudades, y en especial a las capitales, mostrando un pasado relevante, pero también, en
virtud de la importancia de los medios empleados, un presente equivalente y un futuro similar;
y la oportunidad del Centenario proporcionó para ello la circunstancia ideal.
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Para entender cómo pudo suscitarse y sustentarse el notable esfuerzo que se realizó, incluidos
los costos de esa estatuaria, obtenidos en muchos casos por suscripción popular, deben
tomarse en cuenta también algunos otros factores. Por ejemplo, como motivador cívico, las
luchas por las libertades electorales que tienen en general instancias significativas entre la
última década del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX; porque aunque en general
cruentas y dolorosas, esas luchas obtuvieron resultados tangibles en cuanto a la ampliación de
la participación política, contribuyendo a la legitimidad de los proyectos nacionales, a veces
grandilocuentes, y al interés por los mismos. Las iniciativas de decoración cívica urbana, y los
debates en torno a ellas, en sus tratamientos parlamentarios nacionales, provinciales,
estaduales o municipales y en la prensa, el seguimiento de los concursos en los casos en que
los hubo, las exhibiciones de proyectos y maquetas, fueron otras tantas ocasiones para el
ejercicio anticipado de la pedagogía cívica que fue motivo importante de la retórica
monumental. Por otra parte, la notoria participación de las colectividades de inmigrantes
recientes aportó por un lado a la necesidad de “espejar” la pretendida significación de las
nuevas repúblicas, ya que sus monumentos representarían en buena medida también la
mirada “extranjera” sobre el país; también expresó el interés de esas colectividades por influir
en lo que la retórica monumental aportaría a las definiciones e imágenes de la nación.
Finalmente, sobrevolaba el interés de los Estados por consolidar una identidad “nacional”
cohesiva, sobre todo frente a la inmigración extranjera, en aquellos países donde fue
importante o muy importante, pero también frente a las diversidades internas, fueran de tipo
étnico, territorial o político.
La magnitud del cambio operado entre 1900 y 1930, desde el punto de vista de los
monumentos y la estatuaria pública, justifica entonces el interés por estudiar el fenómeno. Por
otra parte, y en tanto la celebración del primer Centenario actuó como un disparador de los
hechos, desde el interés de analizar el sentido y los alcances que podrían tener para los países
latinoamericanos las celebraciones del segundo, el análisis de lo que podríamos llamar la
“retórica monumental”1 entre 1900 y 1930 puede resultar una referencia útil.
Finalmente, el valor de su análisis comparado salta a la vista, al menos si se toman en cuenta
las bases históricas de los países hispanoamericanos en particular, y también el cúmulo de
elementos en común con el Brasil (para lo cual nunca debiera olvidarse que entre 1580 y 1640
ambos territorios estuvieron unificados bajo una sola corona). En el caso particular de este
trabajo, el propósito ha sido guiar ese análisis comparado a través de dos cuestiones que
hacen a la historia de los países involucrados: una de carácter político -su manera de entender
la independencia- y otra de carácter económico –qué tipo de trabajo sustentaría a la sociedad.
Para ello, es necesario un exordio histórico.
1 “Retórica” y “monumento” se entienden aquí en su sentido clásico y tradicional, como arte de la expresión “para
deleitar, persuadir o conmover”, y como “obra pública y patente, como estatua, inscripción o sepulcro, puesta en memoria de una acción heroica u otra cosa singular”. Diccionario de la Lengua Española, t. II, Madrid, 1992, p. 1789 y 1399. Se da por sentada la existencia de una vocación de “deleitar” y “conmover” en la retórica monumental del período analizado, pero también la de “persuadir”, de allí la pertinencia de la expresión.
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1. Sentido y alcances de la idea de independencia
El concepto de independencia se suele dar por sentado; seguramente menos que los de
libertad o igualdad, por señalar otros que fueron centrales para las definiciones políticas a
partir de las tres últimas décadas del siglo XVIII. En tanto valor cívico, se asume su aceptación
genérica sin que parezca necesario ni útil un análisis en detalle. Sin embargo, la historia del
proceso independentista hispanoamericano, entre 1808 y 1832, muestra un cambio sutil pero
muy significativo en ese concepto.2 Al tomar en cuenta este hecho, se hace patente que en las
celebraciones del primer centenario –leídas desde la retórica monumental- la cuestión de la
diversidad de sentidos que tuvo la “independencia” en el período de su concreción no está
presente en modo alguno.
Más allá de sus antecedentes, cuya consideración exhaustiva obligaría a remontarse al siglo
XVI, el concepto de independencia, aplicado a territorios americanos bajo la corona española,
aparece explícita y reiteradamente en el sentido de autonomía dentro de un gran espacio
confederal, por lo menos desde 1781, y se mantiene casi sin variantes hasta 1821, cuando el
proyecto de una independencia consensuada con España, presentado por los diputados
americanos, es rechazado airadamente por las Cortes. Pero durante una década persistirá aun
el principio de que la independencia solo podía realizarse en el marco de un gran espacio
confederado, aunque sin España. No me refiero solamente a las ideas de los principales líderes
políticos y militares durante la guerra que acontece en América entre 1810 y 1824, como
Bolívar, San Martín o Artigas, y a sus iniciativas consecuentes, sino también a los esfuerzos
diplomáticos tendientes a crear efectivamente no solo la confederación política sino también
un sistema de preferencias económicas hispanoamericano, desarrollados entre 1822 y 1832,3
un hecho que no es tan conocido pero que es tanto o más relevante que el primero. En efecto,
resulta claro que tal sistema de preferencias era el necesario sustento de cualquier iniciativa
confederal, y que solo desarrollando los intereses económicos en la misma dirección que los
vínculos políticos se podría asegurar la continuidad del espacio hispanoamericano unificado. A
partir de 1832 desaparece el propósito de establecer tal sistema de preferencias, aunque se
mantendrán algunos esfuerzos esporádicos por establecer no ya una confederación política
sino, cuanto menos, congresos regionales, hasta que estos mismos también desaparezcan. Y
aquí está el cambio de signo aludido: de una independencia entendida como autonomía
2 He presentado la cuestión en “¿Independencia o disgregación? La reconfiguración del espacio hispano-americano
a partir de 1808”, V Jornadas de Historia y Cultura de América, Universidad de Montevideo, 25 de septiembre de 2008. Remito a ese texto para las referencias documentales de base sobre lo que se expone aquí. 3
Durante el primer lustro del período señalado, las iniciativas se proponen establecer esas preferencias entre las
nuevas repúblicas; en el segundo, y ante la política de George Canning de canjear el reconocimiento de la independencia por tratados comerciales que establecían la cláusula de nación más favorecida (que obliga a los signatarios a concederse cualquier ventaja presente o futura otorgada a un tercer país), defienden el principio de que las nuevas repúblicas hispanoamericanas no pueden considerarse “extranjeras” entre sí, razón por la cual no cabe incluir cualquier preferencia que se concedan dentro del principio de la nación más favorecida. Los principales líderes de esta posición fueron Lucas Alamán en México y Andrés Bello en Chile. Trato el tema y analizo comparadamente los catorce tratados de referencia en “Lucas Alamán y su proyecto hispanoamericano”, Universidad de Montevideo, 2004 (con posterioridad a la redacción original de este trabajo, elaboré la ponencia “Conceptos de economía política y de política Internacional en los primeros tratados de comercio hispanoamericanos (1822-1832)”, publicada también en www.academia.edu). La fecha de 1832 está fijada por haberse firmado en ese año el último tratado que incluye la excepción hispanoamericana, aunque naturalmente los efectos del cambio se producirán gradualmente a lo largo de las dos o tres décadas siguientes.
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dentro de un espacio confederal, con preferencias económicas recíprocas, se pasó a una
independencia en abstracto, donde cada país afrontaba en soledad su nuevo rol de estado
autónomo; en un mundo, además, que justamente iniciaba una nueva fase globalizadora, de la
mano del transporte marítimo y terrestre a vapor.
2. La división internacional del trabajo
Lo que estaba en debate en el sistema de preferencias económicas que iban estableciendo los
tratados de “amistad, comercio y navegación” no eran solo los flujos e intensidad del
comercio, con ser esto extremadamente importante, o la posibilidad de contar con una marina
mercante propia, elemento estratégico en un mundo interconectado por la navegación
oceánica, pero vital para una Hispanoamérica con distancias y obstáculos terrestres que la
hacían virtualmente incomunicable sin marina. Aun más importante en sus consecuencias, era
la recién nacida revolución industrial, y su correlativa capacidad de abastecer con ciertas
manufacturas al mercado mundial desde relativamente pocos enclaves territoriales. A
diferencia de las colonias angloamericanas, donde la discusión sobre la importancia estratégica
de las manufacturas -por su diferencial de valor agregado, con relación a las formas de trabajo
anteriores, que le proporcionaba el maquinismo- se va a laudar en favor del industrialismo de
Alexander Hamilton y sus sucesores, en Hispanoamérica termina triunfando la tesis opuesta,
privilegiando la incorporación en el mercado global como productores de materias primas.
Esta decisión fue correlativa y congruente con el cambio del sentido del concepto de
independencia, y por supuesto fortaleció tal cambio. De manera que el proyecto confederal y
la iniciativa de establecer un sistema de preferencias económicas hispanoamericano va a
convertirse en la segregación política por un lado, y en la relación preferente de cada país
hispanoamericano con alguna/s potencia/s industrial/es, por el otro.
No puedo explayarme aquí sobre el impacto que en el desenvolvimiento posterior de estos
países tuvo esta decisión estratégica; sólo recuerdo que durante bastante tiempo fue
convicción corriente en América Latina –y en parte esta idea aun sigue vigente- que tal
decisión favoreció la modernización. Y de hecho, la introducción de los ferrocarriles, el
telégrafo, luego el automóvil, finalmente los artefactos eléctricos, etc., oscurecieron la
percepción pública de la diferencia sustantiva entre sociedades productoras y sociedades
técnicas, solo parangonable con la diferencia entre las sociedades productoras y su
antecedente, las sociedades predadoras. El atraso creciente relativo de la ciencia y la
tecnología, la falta de estímulo y ambiente para el conocimiento aplicado –el índice de
patentes de invención locales es el mejor testigo del carácter productor o técnico de una
sociedad- sólo empezaron a desnudar esta modernización de “baja intensidad” promediando
el siglo XX, cuando emergen las primeras políticas fuertemente industrialistas.
3. La independencia en el primer centenario
Sentadas estas bases, la idea es observar en qué medida la retórica monumental presente en
las celebraciones del primer centenario se desvinculó por completo del sentido con que nace
la idea de la independencia en los países hispanoamericanos, en sus dos aspectos, político y
económico, y por el contrario sirvió para ratificar, si se quiere, la decisión de una
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independencia “aislada” y la incorporación en soledad al mercado mundial como países
ganaderos, agricultores y mineros, que es el sentido tardío que va a adquirir la independencia.
La pretensión, por su amplitud, excede por supuesto los límites de un breve ensayo. Esta
presentación es solo un avance de investigación, que permite en todo caso una primera
prueba de las líneas de trabajo principales.
Es necesario advertir además la relación necesaria de monumento –en su original latino,
memoria- e historia, y en ese sentido las nuevas repúblicas habían puesto las bases, en la
segunda mitad del siglo XIX, de sus correspondientes historiografías “nacionales”,
proporcionando la justificación del proceso de segregación. La publicación de colecciones
documentales y la organización de los archivos y museos eran por otra parte contemporáneas
al proceso mismo de la nueva estatuaria, de modo que es natural que la retórica monumental
se adaptara a la versión más tardía de la independencia. Al efecto, se trata simplemente de
dejar establecida la congruencia de esa retórica con el segundo sentido de independencia y su
desentendimiento total con el primero. Sería interesante complementar esta lectura con el
contraste con la retórica monumental de los héroes, que debió marchar en dirección distinta a
la retórica monumental del centenario, pero tal propósito está excluido de las posibilidades de
este ensayo.
El procedimiento ha sido pues analizar monumentos erigidos con motivo del primer centenario
en distintas ciudades de América Latina. La inclusión del Brasil se estima pertinente en razón
de haber adoptado la misma decisión estratégica en cuanto al modelo de trabajo, aunque
desde el punto de vista de su evolución, la idea de independencia tiene allí una génesis
distinta, resultado de las peculiares circunstancias que determinó el traslado de la corte
lusitana a Rio de Janeiro.
4. Elementos analizados
Una primera observación que debe señalarse es la ausencia de alegorías que representen a
América en estos monumentos. Las figuras que dialogan con la casi siempre central alegoría de
la República, son a su vez alegorías del país, además de las también reiteradas y corrientes
alegorías clásicas, tales como la Libertad, la Ley, la Fuerza y otras de alusión cívica, y las
correspondientes a la economía, la raza y la cultura.
Desde ese punto de vista es interesante el contraste con el Monumento a la Libertad
Americana ya citado, erigido en Santiago de Chile en 1836, donde la República –sin gorro
frigio- tiende la mano a América –personificada como una indígena- para que se incorpore (Fig.
1). La celebración a la libertad que aquí se ha elegido conmemora hechos y figuras del proceso
continental, no chileno, aunque Chile aparece, por supuesto, como parte del mismo, y
podríamos considerarla claramente ajustada al primer sentido de independencia.
La alegoría de la República no aparece en todos los monumentos del período como elemento
dominante, pero en los casos en que no lo hace, la referencia histórica particularizada al país
no se modifica. Valgan los casos de México (Fig. 15) donde ese lugar lo ocupa la alegoría de la
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Victoria –la clásica Niké alada4- pero la representación de los jefes de la emancipación
mexicana domina la base, a lo que debe agregarse su valor de mausoleo nacional, ya que allí se
encuentran los restos de doce próceres mexicanos; o de Uruguay, donde las alegorías de la
Libertad, la Ley y la Fuerza rematan la base del obelisco dedicado en este caso a los
Constituyentes de 1830 (Fig. 16). Es decir, más allá del recurso alegórico utilizado, en ningún
caso aparece, aunque sea como referencia marginal, la alusión a América.
Incluso en donde la figura de la República aparece acompañada por alguna otra figura en un
mismo plano, quien lo hace no es justamente una alegoría americana, tal como se aprecia en
algunos monumentos argentinos. Aunque en este caso las dos referencias principales, por su
valor intrínseco y por su importancia en la recepción popular, el Monumento a los Dos
Congresos y el Monumento a la Nación Argentina de los residentes españoles, están presididos
por la República Argentina sin figuras de equivalencia en su ubicación superior, en la base del
segundo, en una de las cuatro grandes escenas en relieve de sus lados –justamente la frontal-
quien aparece junto a la Argentina (hablándole al oído) es España (Fig. 18); de modo similar, en
el grupo que corona el Hommage de la Colonie Française a la Nation Argentine, la República
Francesa aparece mirando a la República Argentina, a la que toma de la mano, mientras un
personaje alado con una antorcha sobrevuela a ambas (Fig. 19). La República Argentina
aparece también junto a la República Suiza en el monumento donado por esa colectividad
(Plaza Republica del Paraguay, Buenos Aires), aunque con la singularidad de que ambas figuras
femeninas, sentadas sobre el mundo, se están dando un beso en los labios (Fig. 20).
Finalmente, interesa contrastar estas imágenes con la representación hecha en un
monumento argentino dedicado a España, el Monumento a España (Parque Balneario Sur,
Buenos Aires), del escultor argentino Arturo Dresco, con que se quiso corresponder al regalo
de la colectividad hispánica, y donde la Monarquía Española, sentada, pone sus brazos sobre
los hombros de una joven República Argentina mientras ambas miran al frente en alusión al
futuro (Fig. 21).
Otro monumento no presidido por la República, pero tampoco por una alegoría femenina, es
la fuente donada por la colectividad alemana en el centenario chileno, emplazada en el Parque
Forestal de Santiago de Chile. Allí ocupa la posición dominante un hombre desnudo con el
brazo en alto, representando al Pueblo Chileno, quien desde su puesto de mando dirige un
barco que representa a Chile (Fig. 22). Obra de Gustavo Eberlein, este monumento es
particularmente rico en alegorías; en este caso la República aparece bajo la forma femenina
tradicional -en dos figuras a ambos lados del barco: una está colocando una corona de laureles
sobre su proa, y la otra está acogotando con su mano derecha una serpiente- pero en posición
secundaria con respecto al personaje central. Pero igual que en los restantes, no existe
alegoría de América.
4 El recurso a las alegorías clásicas, ampliamente repertorizadas en el siglo XVII, cuyos cánones eran bien conocidos
por los escultores especializados en retórica monumental de los siglos XVIII y XIX -y que son aun utilizadas en las obras del período estudiado- no siempre tuvo una recepción clara. Por un lado representan la voluntad, por parte de los países latinoamericanos, de apropiarse de símbolos que también les pertenecen, pero al mismo tiempo su recepción muestra la necesidad de su “aclimatación” al espacio cultural latinoamericano. La referencia viene a título de que en México la “Niké” que corona el Monumento a la Independencia ha sido “reconvertida” popularmente en “el Ángel de la Independencia”.
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Si se toman en cuenta monumentos no escultóricos, igualmente pueden encontrarse
referencias que aluden a vínculos similares con ausencia de América. Tal el caso de la Torre-
Reloj emplazada en la Plaza Retiro, de Buenos Aires, obsequio de la comunidad británica en el
centenario argentino. El detalle de los escudos que adornan el primer piso de la torre en dos
de sus lados ratifica el mismo tipo de asociación que los monumentos ya mencionados (Figs.23
y 24).
Puede atribuirse esta ausencia de América, en las representaciones utilizadas, a los
comitentes, que en gran número, en lo que respecta a la estatuaria pública del centenario,
fueron las colectividades extranjeras. Pero esos monumentos pasaron a integrar el acervo
escultórico urbano y fueron parte de la pedagogía cívica implícita, de modo que es irrelevante,
desde el punto de vista de los efectos, al menos, el origen de los comitentes. La magnitud de
su aporte es por otra parte una muestra de los cambios suscitados por los inmigrantes en cada
país, y de su vocación de incidir en la construcción de las imágenes de la nación a través del
instrumento privilegiado de la retórica monumental, y como tales deben tomarse. Desde esta
perspectiva es importante atender no solo a las colectividades europeas –primordialmente la
española, la italiana, la francesa, la inglesa y la alemana- sino también a la presencia de
colectividades no europeas, como el caso de la sirio-libanesa en Brasil, o la china y la turca en
México, o la china y la japonesa en el Perú, por citar solo los casos donde los obsequios
tuvieron y siguen teniendo alta significación urbana.
No obstante, en los casos en que las obras fueron acometidas directamente por el estado, la
ausencia de alegorías americanas no presenta variantes, valga el caso del Ángel de la
Independencia de México, el Monumento a los Dos Congresos de Argentina o el Monumento
al Grito de Ipiranga en Brasil. Hace un interesante contraste en ese sentido el primer
monumento a la Independencia erigido en México, en 1822, que coloca en su parte superior el
símbolo azteca del águila con una serpiente en la boca parada sobre un nopal (Figs. 25 y 26),
un raro caso en que se empleó un símbolo de las culturas originarias para la representación de
las nuevas naciones americanas. Su singularidad se corresponde con la de la emblemática,
porque también la bandera de México es la única bandera americana que adoptó simbología
de ese origen.
Esta ausencia de alegorías americanas se refiere estrictamente a lo político, porque aparecen
con cierta frecuencia alegorías étnicas, que por su carácter han sido utilizadas a veces
justamente también como representación americana, que no es el caso en estos monumentos.
En la Fuente Alemana de Santiago de Chile, el personaje que acompaña a la figura masculina
principal representa el Trabajo –en especial la Minería- pero lleva asimismo un taparrabos
indicador de su carácter indígena. Pero es sobre todo en Brasil donde se expresa de modo
regular la cuestión. Cabe destacar en primer lugar al grupo que corona el pedestal principal del
monumento al Grito de Ipiranga, realizado por el escultor italiano Ettore Ximenes en el Parque
de la Independencia de San Pablo. Allí la República, de pie en un carro triunfal, con el mástil y
su bandera en la mano derecha y una espada (no blandida) en la izquierda, está acompañada
por un cortejo de varias figuras femeninas y masculinas, entre ellas una madre con un bebé en
su pequeña cuna. Destacado del cortejo y un poco más elevado, aparece un cacique indígena
con el brazo extendido (Fig. 27).
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El Monumento al Grito de Ipiranga es el más importante conjunto escultórico celebratorio del
Centenario en América Latina, compuesto de 131 esculturas distribuidas en varios grupos, y
sobre alguno de cuyos símbolos volveremos enseguida. Está magnificado además por
encontrarse dentro de un amplio espacio-memorial, sobre el sitio físico en que ocurrió el Grito
de Ipiranga, y que se inició con la construcción del edificio-monumento a la Independencia del
Brasil, actualmente Museo, inaugurado en 1890, que se encuentra a corta distancia. Asimismo,
ya en el siglo XX, se agregó una capilla mausoleo por debajo del monumento, en donde
reposan los restos del emperador D. Pedro I, marcando un contrapunto interesante con el
símbolo republicano de la cúspide.
A pesar de la relevancia del sitio que ocupa la figura indígena, ubicada en la coronación de
dicho monumento apenas por debajo de la República, resulta más sugerente todavía la forma
en que aparece un personaje indígena en el monumento “Amizade Sirio-Libanesa”,
actualmente en la Plaza Ragueb Chohfi de Sâo Paulo, obsequio de esa colectividad al
centenario brasileño. Si bien todo el monumento es sumamente interesante como
representación de la confluencia de la cultura fenicia y árabe con la cultura brasileña, importa
particularmente el modo en que el mismo artista, Ettore Ximenes, interpretó en el grupo que
corona el pedestal las aspiraciones de la colectividad sirio-libanesa. Arriba del basamento de
varios metros, aparecen tres figuras: un poco más elevada, la República une a través de sus
brazos puestos en los hombros, a las otras dos: a su derecha un guerrero indígena, que está
recibiendo el obsequio que le realiza una joven siria (Fig. 28). La interpretación del
monumento, incluidas las cuatro escenas esculpidas en los lados del pedestal que representan
episodios de la historia fenicia y del papel atribuido a la colectividad sirio-libanesa del Brasil,
fue ocasión de una conceptuosa exposición de sus motivos con motivo de su inauguración.5
Naturalmente en este caso el indígena es explícitamente alegoría del Brasil, recibiendo la
ofrenda de la joven que alegoriza a Siria y el Líbano, y ambos hermanados por la República.
Otra referencia de interés, en materia de alegoría nacional, es la obra “Estados Unidos del
Brasil”, por tratarse de una escultura individual, no parte de un conjunto escultórico (Fig. 29).
Fue realizada por el escultor italiano Luigi Brizzolara, e integra junto a otras obras, también
realizadas por él, la Plaza Ramos de Azevedo, frente al Teatro Municipal de Sâo Paulo. Todas
las obras, cuya figura central es el monumento al compositor brasileño Carlos Gomes, fueron
el obsequio de la colectividad italiana de la ciudad con motivo del centenario brasileño. Allí el
mástil con la bandera que porta la República es el elemento dominante, que envuelve la
estatua, y resulta muy sugerente, casi provocativa, la alegoría del pueblo brasileño, que
aparece echado a los pies de la República besando la bandera.
Más allá de sus variantes, el simbolismo del Centenario estuvo centrado, en cuanto a lo
político, en la figura de la República, pero su contexto temático es siempre el propio país, que
5 Han sido recogidas en artículos y conferencias por Jeffrey Lesser, y finalmente en su libro Negotiating National
Identity: Immigrants, Minorities, and the Struggle for Ethnicity in Brazil, Duke University Press, 1999. En la inauguración del monumento, el vicepresidente de la Comisión promotora del mismo, Nagib Jafet, destacó que “los fenicios habían sido los padres de la colonización, antes que los griegos, romanos, españoles, portugueses e ingleses” y que la colectividad sirio-libanesa del Brasil tenía ya “un alma sirio-brasileña”; Jafet, que era industrial, no dejó de señalar que la estatua de Ximenes había sido fundida en la Escuela de Artes y Oficios de Sâo Paulo, “el orgullo de la industria brasileña”.
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admite por supuesto representaciones diversas y bien interesantes de analizar en cada caso,
algo de lo cual presentaré a continuación. Pero el ideal confederal hispanoamericano está por
completo ausente, y en contraste irrumpen, con frecuencia en los monumentos de las
colectividades, alegorías de distintas Repúblicas europeas asociadas a la República
latinoamericana de que se trate.
Pasando más bien a la cuestión económica presente en el cambio de sentido de la
independencia, el elemento que resulta preponderante es la asociación de las alegorías de la
abundancia con los recursos ganaderos, agrícolas y mineros. Hay algunas excepciones que
confirman el principio general. Es interesante advertir la importancia que algunas de estas
imágenes han tenido en la Argentina, donde obviamente la renta agropecuaria entre 1880 y
1930 motivaba identificaciones que hoy no serían leídas de la misma manera.
La búsqueda y utilización de recursos para la representación del poder económico de los países
tuvo una cita anterior al Centenario que no se puede obviar, la Exposición Universal de París de
1889, porque además esta exposición y las celebraciones del Centenario francés influyeron
naturalmente como modelo de las celebraciones hispanoamericanas. A los efectos que nos
interesan, la portada del Pabellón Argentino lució en la ocasión un gran friso –que se conserva
actualmente en Buenos Aires- obra del escultor Dominique Jean-Baptiste Hughes, cuyo
personaje central -y muy dominante por sus proporciones- es un gran toro, colocado en
sentido lateral; la República posa sobre el costado visible del animal, y sentadas al pie
aparecen la Agricultura y la Industria.6
Podría decirse que la imagen fue casi literalmente recogida dentro de la “Fuente Riqueza
Agropecuaria”, que desde su mismo título ilustra muy bien la intencionalidad del monumento
con que la colonia alemana en Argentina se adhirió a la celebración del centenario. La fuente
tiene en cada extremo dos grupos escultóricos, uno que representa la agricultura y el otro que
representa a la ganadería (Fig. 30). Curiosamente, la figura del toro también aparece en el
monumento obsequiado por la colonia francesa en Chile (Fig. 31). Los recursos agrícolas y
mineros son también parte sustantiva de la Fuente Alemana de esa ciudad (Figs. 32 y 33). Pero
donde la identificación resulta más fuerte es en el Monumento a los Dos Congresos de Buenos
Aires, en el que la gran figura de la República que lo corona aparece con su mano izquierda
apoyada en un arado, que de un modo muy eminente queda integrado a su figura (Figs. 34 y
35). Otro caso de interés es el de la fuente de la Plaza de la Independencia de Concepción,
Chile, donde en lugar de la República corona el monumento la efigie de Ceres (Figs. 36 y 37).
Estas formas expresivas tuvieron el valor, por otra parte, de incorporar elementos locales a la
simbólica nacional en construcción, y en ese sentido son también muy apreciables. Aquí se los
considera desde la especial perspectiva de aquella decisión estratégica que hacia mediados del
siglo XIX determinó un destino para los países hispanoamericanos, y lo que se pretende es
agregar a su valoración tradicional este otro significado, con frecuencia no presente en la
relectura del Centenario y del período histórico que lo rodea. Por otra parte es innegable el
valor que la representación de elementos de la actividad agropecuaria tiene para la Argentina
6 Las referencias están tomadas de GUTMAN, M., y REESE, Th. (edits.): Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran
capital. Buenos Aires, Eudeba, 1999.
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(y para Uruguay, que llevó un buey a su escudo nacional), y por supuesto resultan más
conectados con el universo simbólico local que recursos alegóricos animales de otro carácter.
Por poner un ejemplo, y más allá por supuesto de su belleza, el caso del león de grandes
dimensiones conducido por un niño que figura en el Ángel de la Independencia en México,
cuyo valor tradicional (la inteligencia dominando la fuerza, a veces presente en las alegorías de
la República) resulta de todos modos un tanto exótico en México, no por su sentido sino
justamente por el recurso alegórico (Fig. 38).
Un matiz interesante, en lo que respecta a los símbolos económicos, y que marca una
diferencia, es el caso del Monumento al Grito de Ipiranga, donde los frisos en relieve del
amplio basamento en que reposa el grupo escultórico principal contienen una mezcla de
símbolos clásicos y modernos. Entre estos últimos sobresale una locomotora –curiosamente,
marcha en dirección contraria al carro triunfal de la República- una grúa con su carga y un
engranaje de considerables proporciones, recurso alegórico de la industria (Figs. 39 y 40). Hay
también una alegoría de la Industria en el Monumento de la Colonia Francesa a la Argentina en
su Centenario (Fig. 41). El uso de representaciones étnicas ya ha sido aludido, aunque no ha
estado en el foco del análisis; se incluyen dos casos de interés: el de Manco Capac en Lima (fig.
42), por el interés de la colonia japonesa de destacar el común origen mongoloide de las
poblaciones originarias americanas y las poblaciones del Asia oriental, y el de la Independencia
en San Salvador de Bahía (Fig. 43), por la importancia concedida a la figura del caboclo; sería
difícil ubicar otro monumento vinculado a la Independencia donde la alegoría del mestizo
tenga una centralidad equivalente.
5. Conclusión
El propósito, más allá del interés que naturalmente tiene la “explosión” de la retórica
monumental en muchas ciudades latinoamericanas entre 1900 y 1930, ha sido promover una
reflexión sobre el sentido de la conmemoración del segundo centenario.
Puede tomarse casi como un símbolo el hecho de que en 2008, el año en que formalmente se
han iniciado las celebraciones del bicentenario -debido a las primeras manifestaciones del
movimiento juntista hispanoamericano- se haya firmado en Brasilia el tratado constitutivo de
la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), entidad que en más de un aspecto recupera el
sentido primigenio de la independencia, tal como aquí se ha descripto. Desde este punto de
vista, parece importante que se acompañen desde ya los programas de celebración con una
tarea de investigación, docencia y difusión, que esclarezca la evolución del sentido de la
independencia, de modo que su culto cívico se corresponda con las necesidades e intereses
actuales de las repúblicas latinoamericanas. De allí también la pregunta planteada en el título:
Centenario en dispersión, ¿bicentenario en reunión?
Bibliografía
ARTUNDO, P.: El arte español en la Argentina 1890-1960. Buenos Aires, Fundación Espigas, 2006. GUTMAN, M.: Buenos Aires 1910: Memoria del porvenir. Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad-Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, 1999. GUTMAN, M., y REESE, Th. (eds.): Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran capital. Buenos Aires, Eudeba, 1999. PODETTI, J. R., “¿Independencia o disgregación? La reconfiguración del espacio hispano-americano a partir de 1808”, V Jornadas de Historia y Cultura de América, Universidad de Montevideo, 25 de septiembre de 2008. GUTIÉRREZ, R., y GUTIÉRREZ VIÑALES, R.: América y España, imágenes para una historia. Independencias e identidad 1805-1925. Madrid, 2006.
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Figuras
Fig. 1. La estatua ecuestre de Carlos IV en la ciudad de México, obra de Felipe Tolsá. Foto del autor.
Fig. 2. Vista desde la azotea del Palacio de Minería. Foto del autor.
12
Fig. 3: La fuente del Salto de Agua original, obra del escultor mexicano Ignacio de Castera (1750-1811), fue
construida y emplazada en 1779. Se encuentra actualmente en Tepotzotlán, en el Museo del Virreinato. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/87/OrigSaltoAguaFntn1.JPG.
Fig. 4: La Fuente del Salto del Agua hacia 1855, según el pintor Casimiro Castro.
http://revistabicentenario.com.mx/wp-content/uploads/2010/05/C.-Castro-Fuente-B-8.png.
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Fig. 5: La nueva fuente del Salto de Agua, obra del escultor Guillermo Ruiz, réplica emplazada en el mismo sitio de la
original. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/43/FUENTE_DE_SALTO_DEL_AGUA.jpg.
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Fig. 6: La Pirámide de Mayo, en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, obra de Pedro Vicente Cañete (egresado de la
Escuela de Dibujo de Cádiz) y Juan Gaspar Hernández, inaugurada el 25 de mayo de 1811, y retocada en altura por Prilidiano Pueyrredón en 1856, quien colocó en su cima la alegoría de la República, realizada por el escultor francés
Joseph Dubourdieu. http://i0.statig.com.br/bancodeimagens/d3/um/qh/d3umqhingqu1yx3st1jpano0z.jpg.
Fig. 7: La República mira a la Casa Rosada, pero el efecto de la foto parece que lo hiciera al edificio de YPF, obra de
César Pelli. Foto de Draken, http://static.panoramio.com/photos/large/10209810.jpg
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Fig. 8: Monumento a la Libertad Americana, Plaza de Armas, Santiago de Chile. Foto del autor. Encargada en 1827 al
escultor italiano Francesco Orsolino, y entregada dos años después, recibió su emplazamiento actual en 1836. Es sugerente la representación de América en la persona de una indígena elevándose y rompiendo sus cadenas (solo
se aprecian en la contemplación directa sus restos), reforzada con cuatro caimanes como expresión de la fauna americana. Finalmente, tres de los relieves de la base representan escenas de la emancipación americana, no chilena: la partida de la Expedición Libertadora desde la bahía de Valparaiso al Perú 20 de Agosto de 1820, la
entrada del Ejército aliado a Lima 9 de Julio de 1821 y la batalla de Ayacucho 9 de Diciembre de 1824. El cuarto lleva la efigie de un varón sostenido por un cóndor y flanqueado por banderas, en alusión a Bolívar.
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Fig. 9: Monumento a Simón Bolívar en la Plaza del Congreso de Lima, obra de los escultores italianos Adamo
Tadolini y Felipe Guacarini, inaugurado en 1858.
Fig. 10: Monumento a Diego Portales en la Plaza de la Ciudadanía de Santiago de Chile, obra del escultor francés Jean-Joseph Perraud, inaugurado en 1860. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/8/86/Estatua_Portales1.JPG/300px-Estatua_Portales1.JPG.
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Fig. 11: Monumento a D. Pedro I, obra del escultor brasileño João Maximiano Mafra, inaugurado en la Plaza
Tiradentes de Rio de Janeiro el 30 de marzo de 1862. Foto de Halley Pacheco de Oliveira. http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Monumento_a_Dom_Pedro_I.jpg.
18
Fig. 12: El monumento al General San Martín en la Plaza San Martín de Buenos Aires, obra del escultor francés Louis
Joseph Daumas, inaugurado el 13 de julio de 1862.
Fig. 13: Monumento al General Bernardo O’Higgins en Santiago de Chile, obra del escultor francés Albert-Ernest
Carrier-Belleuse, inaugurada en 1872.
19
Fig. 14: El monumento al General Manuel Belgrano en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, obras del escultor francés
Albert-Ernest Carrier-Belleuse y el escultor argentino Manuel de Santa Coloma, inaugurado en 1873. Foto de Adriana Marcheto. http://3.bp.blogspot.com/_479C2KYwrxE/TQa2Ruc-
W7I/AAAAAAAAAp8/sVfI7wbjJaw/s1600/Adriana+Marchetto.jpg.
20
Fig. 15: El Ángel de la Independencia, Paseo de la Reforma, México DF. Foto del autor. Emplazado en 1910, proyecto del arquitecto mexicano Antonio Rivas Mercado y estatuas del escultor italiano Enrique Alciati. Se aprecia al tope la
Victoria alada, y sobre el pedestal que sostiene la columna la figura central de Miguel Hidalgo, a cuyos pies aparecen alegorías de la Patria y la Historia. Estatuas de Vicente Guerrero, José María Morelos, Francisco Javier
Mina y Nicolás Bravo completan ese nivel.
21
Fig. 16. Monumento a los Constituyentes de 1830, Bv. Artigas y 18 de Julio, Montevideo. Foto del autor. Obra del
escultor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín, emplazado en 1938. La dedicación está indicada por una leyenda escrita en sentido vertical en uno de los lados del obelisco; fuera de ello el monumento carece de alegorías o representaciones específicas al Uruguay, fuera de las alegorías a la Libertad, la Ley y la Fuerza que rematan el
basamento.
22
Fig. 17. “A la Nación Argentina en su primer centenario, por España, sus hijos”, conocido popularmente como
“Monumento de los Españoles” y administrativamente como “Monumento a la Carta Magna (sic) y a las Cuatro Regiones argentinas (sic)”, Av. del Libertador Gral. San Martín y Av. Sarmiento, Buenos Aires. Foto del autor. Obra
del escultor español Agustín Querol. El relieve del frente, por encima de la dedicatoria del monumento, tiene como figura central a la Argentina, y a su costado y ligeramente por detrás, España le habla al oído.
Fig. 18. Argentina y España, detalle del relieve anterior.
23
Fig. 19: Hommage de la Colonie Française a la Nation Argentine, Plaza Francia, Buenos Aires, foto del autor.
Realizado por el escultor francés Emile Peynot.
24
Fig. 20: Monumento que obsequió la colonia suiza en Argentina con motivo del Centenario, emplazado en los
bosques de Palermo de la ciudad de Buenos Aires, obra del artista suizo Franz Sales Amlehn.
Fig. 21: Monumento a España, emplazado en Buenos Aires, obras del escultor argentino Arturo Dresco.
25
Fig. 22: A la República de Chile la colonia alemana, Parque Forestal, Santiago de Chile, foto del autor. Realizado por
el escultor alemán Gustavo Eberlein., emplazado en 1912. Preside la alegoría masculina que representa al Pueblo Chileno. Dos imágenes de la República aparecen más abajo acompañando la marcha del barco que representa a
Chile.
26
Figs. 23 y 24: “Los residentes británicos el Gran Pueblo Argentino salud”, conocido popularmente como “Torre de los Ingleses”, Plaza Retiro, Buenos Aires, foto del autor. Los escudos argentino y británico se destacan como la principal decoración de la Torre, remarcando el vínculo de los dos países.
27
Fig. 25 y 26: Un caso singular en América Latina: un monumento a la Independencia que empleó símbolos de las culturas americanas originarias. Monumento a la Independencia de Francisco Tresguerras, erigido en la ciudad de Celaya en 1822.
28
Fig. 27. Monumento al Grito de Ipiranga, Parque da Independência, Sâo Paulo, detalle del grupo que corona el basamento central. Foto de ArtExplorer. Obra del escultor italiano Ettore Ximenes. Se aprecia el destaque de la
figura del cacique indígena, al pie del carro triunfal de la República.
Fig. 28. Monumento a Amizade Sirio-Libanesa, obsequio de esa colectividad en el centenario brasileño. Plaza Ragueb Chohfi, Sâo Paulo. Foto de Chico Saragiotto. Obra de Ettore Ximenes. La República une al guerrero indígena, que representa al Brasil, y a la joven, que representa a la colectividad sirio-libanesa, en el momento en que ésta hace entrega al indígena de un presente.
29
Fig. 29: Estados Unidos do Brasil, Plaza Ramos de Azevedo, Sâo Paulo. Foto de Antonio de Andrade. Integra el
conjunto de la Fuente de los Deseos y doce esculturas emplazadas en la Plaza frente al Teatro Municipal, obsequio de la colectividad italiana de la ciudad con motivo del centenario brasileño.
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Fig. 30. Fuente Riqueza Agropecuaria, Plaza Alemania, Buenos Aires. Foto del autor.
Fig. 31: Obsequio de la colonia francesa en el centenario chileno. Foto del autor. Cabezas de toro decoran la base del monumento.
31
Fig. 32: En la Fuente Alemana de Santiago de Chile, el Pueblo Chileno aparece erguido sobre una pìla de lingotes, y la Abundancia tiene a sus pies racimos de uvas, bananas y otros frutos. Foto del autor
Fig. 33. Atados de cueros, otros fardos y canastos expresan el tipo de riquezas de Chile en la Fuente Alemana del
Parque Forestal de Santiago. Foto del autor.
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Figs. 34 y 35. Monumento a los Dos Congresos, Plaza del Congreso, Buenos Aires. Foto de Alexis González Molina. La
República unida al arado (a la derecha, una alegoría derrama el cuerno de la abundancia). En detalle en la foto
siguiente ( http://blogsdelagente.com/blogfiles/lacanciondebuenosaires/100_5416.JPG).
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Figs. 36 y 37: Alegoría de Ceres en la fuente de la Plaza de la Independencia, Concepción, Chile. Emplazada en 1856,
la fuente fue restaurada por completo en 2012 (foto de la derecha, de Jean Franco Castro, https://www.flickr.com/photos/bio_inc/8010723964/).
Fig. 38. Alegoría del niño y el león en la base del Ángel de la Independencia, Paseo de la Reforma, México. Foto del
autor.
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Fig. 39. Una locomotora entre otros símbolos modernos en uno de los relieves laterales del basamento del
monumento al Grito de Ipiranga. Foto de Chico Saragiotto.
Fig. 40. La grúa y el engranaje se suman a símbolos tradicionales como el león alado, el caduceo, el haz de varas de
los lictores… Relieve lateral del basamento en el Grito de Ipiranga de Ettore Ximenes. Foto de Chico Saragiotto.
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Fig. 41: Otra excepción a la presencia de los símbolos agrarios, ganaderos y mineros: La Industria, en el Monumento de la Colonia Francesa a la Argentina en su Centenario, Buenos Aires. Foto del autor.
Fig. 42: Representaciones indígenas. A Manco Cápac. La colonia japonesa al Perú en su centenario, Lima.