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BAGES Y OLIVA, Josep. [Reus (Tarragona) - Barcelona, 29.12.1838] Diputado por Cataluña, 1822. Nació en Reus pero poco más se sabe sobre sus orígenes familiares. Su tío, Josep Casas y Soler (4.10.1743 – 18.01.1802) fue maestro organista del Monasterio del Escorial, y su hermano Jaume Bages y Oliva, se convirtió en notario en Reus y en 1822 le eligieron síndico del ayuntamiento constitucional de su ciudad. Se casó y tuvo un hijo, Joaquim Bages Querol, que se convirtió en uno de los cabecillas del liberalismo progresista y radical en el segundo lustro de la década de los treinta en Barcelona, aunque su actividad política más remarcable se produjo en junio de 1843 cuando fue designado comisionado del pueblo de la capital catalana. Estudió derecho civil y eclesiástico, y obtuvo el título de doctor en ambas disciplinas. Ejerció como abogado antes y después de su etapa como parlamentario. Trasladó su residencia a Barcelona después del fin de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y participó en la trama revolucionaria que desencadenó la ramificación barce - lonesa del pronunciamiento de Rafael del Riego. El 30 de abril de 1820 fue uno de los electores que participó en el proceso electoral de los diputados a Cortes para la primera legislatura del Trienio Liberal (1820-1823). Cuando las tropas de Luis XVIII ocuparon España bajo el mandato de la Santa Alianza, se exilió en Gibraltar y pasó luego a Perpiñán (Francia). Seguramente regresó pronto aunque el único dato que certifica su presencia en Barcelona consta de 1828, cuando se suscribió a la obra de Juan de Mariana, Narración de los principales suce - sos de la historia general de España . Los años sucesivos los pasó en la capital catalana donde siguió suscri - biéndose a otras publicaciones cabe destacar la edición de la Crónica Universal del Principado de Cataluña de Jeroni Pujades, en 1829, el Compendio de Historia Universal de M. Anquetil en 1830 y la Traducción al caste - llano de los usages y demás derechos de Cataluña , en 1834. Se desconoce si durante aquellos años mantuvo contacto con las redes de conspiradores que se constituían dentro y fuera de la ciudad. Se entregó por completo a sus dos grandes pasiones la abogacía y los juegos de naipes. Su pasión por el juego le animó a publicar en 1830 un libro titulado Tino para jugar al tresillo, o inquisición de lo más probable en las contingencias de este juego, con un apéndice de reglas y leyes penales para aficionados , del cual el historiador Andreu Bofarull, dice “ que se puede pensar que tenía carácter político ”. Cuando los liberales volvieron al poder y después de la amnistía de la regente María Cristina, le nombraron el 13 de noviembre de 1835 juez de primera instancia en Barcelona. En aquel tiempo tampoco se significó dema - siado en las actividades políticas aunque poco a poco incrementó su presencia a raíz de la presión que ejerció sobre él su hijo Joaquín. El capitán general de Barcelona, el barón de Meer, en un informe dirigido al ministro de Gracia y Justicia, el 25 de marzo de 1838, solicitó su expulsión de la ciudad y el traslado a otra judicatura, alegando que era uno de los responsables de los sucesos acaecidos en la ciudad el octubre de 1837. Probable - mente, los informadores del capitán general lo confundieron con Josep Baiges y Muré quien tuvo una intensa actividad revolucionaria en Barcelona durante la década de los veinte y treinta. Aún así el 26 de junio de 1838 la Real Audiencia remitió otro informe al ministerio en el que imputaban la responsabilidad de aquellos hechos al hijo de Bages, Joaquim Bages Querol, y exculpaba al magistrado al considerarlo que era: “inteligente, recto e imparcial, sin que en las diferentes asonadas de aquella capital le hayan presentado como autor o cómplice, a pesar de tener por su desgracia un hijo, a quien se ha visto entre los amotinados”. Ya fuera por sus amistades en la Audiencia o porqué se aclaró la confusión de identidades, las autoridades acabaron responsabilizando de los sucesos de octubre de 1837 a Josep Baigés y Muré y lo deportaron a Cuba. El diputado Josep Bages consiguió sortear la petición de expulsión y la represión del barón de Meer, lo único que no pudo evitar fue el empeora - miento de su estado de salud. Murió en Barcelona el 29 de diciembre de 1838. Elección y actividad parlamentaria Josep Bages y Oliva fue elegido diputado a Cortes por Cataluña el 2 de diciembre de 1821 y tomó posesión del acta el 25 de febrero de 1822. No intervino en las Cortes y participó en varias comisiones: legislación; la sala primera del tribunal de Cortes o sobre el indulto por los sucesos de 7 de julio de 1822. No tomó la palabra en ninguna ocasión aunque en todas las discusiones votó del lado de los sectores exaltados de la cámara. Dio su voto favorable para que la milicia nacional voluntaria se pudiera reunir sin necesitar la presencia de la autoridad Nº Página - 1 -

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BAGES Y OLIVA, Josep.[Reus (Tarragona) - Barcelona, 29.12.1838]Diputado por Cataluña, 1822.

Nació en Reus pero poco más se sabe sobre sus orígenes familiares. Su tío, Josep Casas y Soler (4.10.1743 – 18.01.1802) fue maestro organista del Monasterio del Escorial, y su hermano Jaume Bages y Oliva, se convirtió en notario en Reus y en 1822 le eligieron síndico del ayuntamiento constitucional de su ciudad. Se casó y tuvo un hijo, Joaquim Bages Querol, que se convirtió en uno de los cabecillas del liberalismo progresista y radical en el segundo lustro de la década de los treinta en Barcelona, aunque su actividad política más remarcable se produjo en junio de 1843 cuando fue designado comisionado del pueblo de la capital catalana. Estudió derecho civil y eclesiástico, y obtuvo el título de doctor en ambas disciplinas. Ejerció como abogado antes y después de su etapa como parlamentario. Trasladó su residencia a Barcelona después del fin de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y participó en la trama revolucionaria que desencadenó la ramificación barce-lonesa del pronunciamiento de Rafael del Riego. El 30 de abril de 1820 fue uno de los electores que participó en el proceso electoral de los diputados a Cortes para la primera legislatura del Trienio Liberal (1820-1823). Cuando las tropas de Luis XVIII ocuparon España bajo el mandato de la Santa Alianza, se exilió en Gibraltar y pasó luego a Perpiñán (Francia). Seguramente regresó pronto aunque el único dato que certifica su presencia en Barcelona consta de 1828, cuando se suscribió a la obra de Juan de Mariana, Narración de los principales suce -sos de la historia general de España. Los años sucesivos los pasó en la capital catalana donde siguió suscri-biéndose a otras publicaciones cabe destacar la edición de la Crónica Universal del Principado de Cataluña de Jeroni Pujades, en 1829, el Compendio de Historia Universal de M. Anquetil en 1830 y la Traducción al caste -llano de los usages y demás derechos de Cataluña, en 1834. Se desconoce si durante aquellos años mantuvo contacto con las redes de conspiradores que se constituían dentro y fuera de la ciudad. Se entregó por completo a sus dos grandes pasiones la abogacía y los juegos de naipes. Su pasión por el juego le animó a publicar en 1830 un libro titulado Tino para jugar al tresillo, o inquisición de lo más probable en las contingencias de este juego, con un apéndice de reglas y leyes penales para aficionados, del cual el historiador Andreu Bofarull, dice “que se puede pensar que tenía carácter político”. Cuando los liberales volvieron al poder y después de la amnistía de la regente María Cristina, le nombraron el 13 de noviembre de 1835 juez de primera instancia en Barcelona. En aquel tiempo tampoco se significó dema-siado en las actividades políticas aunque poco a poco incrementó su presencia a raíz de la presión que ejerció sobre él su hijo Joaquín. El capitán general de Barcelona, el barón de Meer, en un informe dirigido al ministro de Gracia y Justicia, el 25 de marzo de 1838, solicitó su expulsión de la ciudad y el traslado a otra judicatura, alegando que era uno de los responsables de los sucesos acaecidos en la ciudad el octubre de 1837. Probable -mente, los informadores del capitán general lo confundieron con Josep Baiges y Muré quien tuvo una intensa actividad revolucionaria en Barcelona durante la década de los veinte y treinta. Aún así el 26 de junio de 1838 la Real Audiencia remitió otro informe al ministerio en el que imputaban la responsabilidad de aquellos hechos al hijo de Bages, Joaquim Bages Querol, y exculpaba al magistrado al considerarlo que era: “inteligente, recto e imparcial, sin que en las diferentes asonadas de aquella capital le hayan presentado como autor o cómplice, a pesar de tener por su desgracia un hijo, a quien se ha visto entre los amotinados”. Ya fuera por sus amistades en la Audiencia o porqué se aclaró la confusión de identidades, las autoridades acabaron responsabilizando de los sucesos de octubre de 1837 a Josep Baigés y Muré y lo deportaron a Cuba. El diputado Josep Bages consiguió sortear la petición de expulsión y la represión del barón de Meer, lo único que no pudo evitar fue el empeora-miento de su estado de salud. Murió en Barcelona el 29 de diciembre de 1838.

Elección y actividad parlamentaria

Josep Bages y Oliva fue elegido diputado a Cortes por Cataluña el 2 de diciembre de 1821 y tomó posesión del acta el 25 de febrero de 1822. No intervino en las Cortes y participó en varias comisiones: legislación; la sala primera del tribunal de Cortes o sobre el indulto por los sucesos de 7 de julio de 1822. No tomó la palabra en ninguna ocasión aunque en todas las discusiones votó del lado de los sectores exaltados de la cámara. Dio su voto favorable para que la milicia nacional voluntaria se pudiera reunir sin necesitar la presencia de la autoridad

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municipal y exigió responsabilidades al jefe político de Madrid, José Martínez de San Martín, por las consecuen-cias que tuvo el cierre de la tertulia patriótica de la Fontana. Bages fue un ferviente defensor de las tertulias y en febrero de 1823 presentó a las Cortes la felicitación de la Tertulia Patriótica de Reus. También se posicionó a favor de mantener las aduanas y de asumir sin discusión el proyecto de ley sobre los señoríos aprobado en 1821, en ambas propuestas votó en el mismo sentido que los diputados exaltados. La progresión de las tropas francesas bajo los auspicios de la Santa Alianza ocupando los territorios de la monarquía provocó que el 20 de marzo de 1823 el Rey y las Cortes se trasladaran de Madrid a Sevilla donde estuvieron hasta el 12 de junio, cuando salieron buscando refugio en Cádiz. Bages peregrinó junto a la mayoría de diputados y fue siempre leal a la legalidad constitucional aunque decidió no asistir a la sesión de las Cortes celebrada en Cádiz, el 31 de julio de 1823, en la que se ratificó el decreto de Regencia del 23 de junio anterior por el que se destituía al Rey y se nombraba en su lugar una regencia. Ningún indicio aporta luz sobre los moti-vos por los cuales Bages tomó aquella decisión que le evitó la dureza y soledad de un largo exilio, permitiéndole regresar a España mucho antes de lo que lo harían sus compañeros del hemiciclo.

Obras: Tino para jugar al tresillo, o inquisición de lo más probable en las contingencias de este juego, con un apéndice de reglas y leyes penales para aficionados. Barcelona: Imprenta de P. Roca, 1830.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación Electoral: 8 nº 9; A.H.N. Consejos 6305; Ministerio de Justicia. Magistrados y Jueces, Legajo 4318, expediente 1287; ANQUETIL, M. Compendio de Historia Universal. Historia de Roma. Tomo V. Madrid: Imprenta de Don Eusebio Aguado, 1830, p. 376; ARNABAT MATA, R. “Visca la Pepa!” Les reformes econòmiques del Trienni Liberal (1820-1823). Barcelona: D’ahir per Avui. Societat Catalana d’Estudis Històrics, 2002, pp. 32 y 124; ARNABAT MATA, R. La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001, pp. 101-6; Bofarull y de Brocá, A. Anales históricos de Reus, desde su fundación hasta nuestros días. Reus: Imprenta de la Viuda e Hijos de Sabater, 1866, pp. 595-6; Elías de Molins, A. Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo xix. Barcelona: Imprenta Fidel Giró, 1889, p. 188; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. Del Museo Universal, 1991, p. 68; Grau i Pujol, J. M. Y Puig i Tàrrech, R. “Notes sobre l’orguener reusenc Josep Cases i Soler (1743-1802)”. Recerca Musicològica, nº 13 (1998), pp. 49-62; MARIANA, J. Narración de los principales sucesos de la historia general de España. Tomo. 9. Madrid: Imprenta de los Hijos de Doña Catalina Piñuela, 1828, p. 19; Ollé Romeu, J. M. Les Bullangues de Barcelona. Durant la primera guerra carlina, 1835-1837. Tarragona: Ed. El Mèdol, 1994, pp. 303-4; PUJADES, G. Crónica Universal del Principado de Cataluña. Tomo. 5-6. Barcelona: Imprenta de José Torner, 1829, p. 371; ROCA VERNET, J. Política, Liberalisme i Revolució. Barcelona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 118 y 146; VIVES Y CEBRIÁ, P. Tra -ducción al castellano de los usages y demás derechos de Cataluña. Tomo III. Barcelona: Imprenta de J. Verdaguer, 1834, p. IV-

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BUSQUETS, Joaquim[Sabadell (Barcelona) - Nueva Orleans (EE.UU.), 1828]Elegido diputado suplente por Cataluña en 1820, no tomó posesión.

Nació en Sabadell (Barcelona) en el seno de una familia de comerciantes y arrendatarios de la panadería de Sabadell. Miquel Busquets, probablemente su padre o su tío, se enriqueció proveyendo de pan al ejército durante las guerras finiseculares del XVIII y fue alcalde constitucional de Sabadell en 1812. Su abuelo paterno, Gabriel Busquets, fue uno de los represaliados durante el motín de 1 de marzo de 1789 quien a pesar de escapar de Sabadell y refugiarse en Mataró acabó siendo capturado la noche del 14 al 15 de noviembre de 1789. Durante la década de los ochenta los Busquets presionaron a los distintos consistorios sabadellenses reclamando el ejercicio de la libre venta del pan a la vez que denunciaban la mala gestión municipal. Joaquim comenzó sus estudios de leyes en la Universidad de Huesca y los acabó en el curso 1807-1808 en la Universidad de Alcalá de Henares donde conoció y entabló una fuerte y larga amistad con el catedrático Antoni Puigblanch. Ejerció la abogacía en Barcelona, siendo relator de la Audiencia. Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) se desplazó hasta Cádiz junto a otros abogados y comerciantes catalanes donde asistió a las sesiones de las Cortes generales y extraordinarias celebradas entre 1810 y 1812. Con el final de la guerra regresó a Barcelona donde prosiguió con su carrera profesional. El triunfo del pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego (de enero a marzo de 1820) le brindó una nueva oportu -nidad para desarrollar su vocación política. Estaba convencido de las aptitudes para la oratoria de su buen amigo Antoni Puigblanch y después de muchos ruegos le convenció para que también se presentara como diputado a las Cortes de 1820. Mientras su amigo ganó el acta de diputado, él ocupó una de las plazas de suplente. Joaquim como elector parroquial había participado en el proceso electoral de Barcelona, el 30 de abril de 1820, y tres años después repitió como elector para legislatura que no llegó a constituirse de 1824-1825. En enero de 1821 fue elegido como juez de hecho para los asuntos de censura de la capital catalana y en la primavera de 1822 se convirtió en una cara muy conocida del liberalismo exaltado barcelonés, cuando colaboró con Ramón María Sala, en la defensa del coronel Costa, jefe de la milicia nacional voluntaria de Barcelona y líder del sector más revolucionario y popular del liberalismo catalán. Costa fue apresado junto a sus hombres de confianza de la mili-cia y los trasladaron a los calabazos de la Ciudadela. Su causa devino la del liberalismo exaltado y sus abogados se erigieron en la voz del pueblo frente a la impunidad con la que actuaban el Ayuntamiento y la Diputación provincial catalana. El proceso de radicalización del régimen liberal le catapultó hasta los lugares más altos de la política barcelo-nesa. Fue socio de la Tertulia patriótica de Lacy, junta revolucionaria en la sombra de la ciudad, constituida en noviembre de 1822, y el diciembre siguiente formó parte de la comisión encargada de redactar el reglamento de la tertulia. Durante aquellas semanas de ajetreada vida política, le volvieron a nombrar elector, en esa ocasión para elegir los miembros del Ayuntamiento constitucional barcelonés. En aquel mismo consistorio él ocupó una de las cuatro sindicaturas municipales y aun tuvo tiempo para dedicarse a dar clases en la Academia Cívica, institución educativa que pretendía formar e instruir a los milicianos en los principios que regían la Constitución de 1812. La invasión de las tropas francesas, bajo el auspicio de la Santa Alianza, provocó el desmoronamiento del régimen liberal en España. Las traiciones y la división del bando constitucional hicieron inevitable la derrota aunque en lugares como Barcelona, aquella se retrasó hasta la extenuación de los resistentes. El 2 de noviembre de 1823, los representantes de la ciudad firmaron la capitulación ante el Mariscal, y los liberales exaltados barce-loneses empezaron un largo peregrinaje. Joaquim huyó a México junto con otros liberales revolucionarios donde residió hasta 1828, cuando el gobierno mexicano expulsó a los exiliados españoles y entonces decidió marcharse a Estados Unidos. Embarcó enfermo en un buque que se dirigía a Nueva Orleáns, donde nunca llegó, murió de “vómito” según sus compañeros en algún lugar del mar del golfo de México.

Elección y actividad parlamentaria

Joaquim Busquets fue elegido diputado suplente el 21 de mayo de 1820 pero nunca llegó a tomar posesión del

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acta de diputado.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación Electoral: 6 nº 9; A.H.N. Universidades, Legajo 555, fol. 45; ARNABAT MATA, R. La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. del Museo Universal, 1991, p. 102; JARDÍ, E. Antoni Puigblanch. Els precedents de la Reinaixença. Barcelona: Ed. Aedos, 1960, pp. 54, 142, 200; Renom i Pulit, M. Conflictes socials i revolució: Sabadell, 1718-1823. Vic: Eumo, 2009, pp. 229-30; ROCA VERNET, J. Política, Liberalisme i Revolució. Barcelona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 228 (I), 91, (II), 94-5 (II), 101 (II), 118-121 (II), 124-7 (II), 144-5 (II), 148-50 (II), 153 (II), 159 (II), 163 (II), 165 (II); SÁENZ-RICO URBINA, A. La educación general en Cataluña durante el trienio constitucional, (1820-1823). Barcelona: Publicaciones de la Universidad de Barcelona, 1973, pp. 192, 460 y 514.

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ELÍAS Y BUSQUETS, Josep Ramón[Bagur (Girona), 10.06.1781 - Barcelona, d. 1849]Elegido diputado suplente por Cataluña en 1822, no tomó posesión.

Nació en Bagur (Girona) el 10 de junio de 1781. Sus padres eran el maestro de azuela, Salvador Elías, y Narcisa Busquets. Sus abuelos paternos eran el marinero Josep Elías y Caterina Darnat, y sus abuelos maternos eran el pescador Narcís Busquets y María Mauri. Uno de sus hijos fue el jurista especializado en derecho foral, y promotor fiscal de Barcelona, José Antonio Elías y de Aloy (17.04.1817 – 24.11.1881), quien a su vez fue padre del arqueólogo y socio de la Real Acade-mia de Buenas Letras, Antonio Elías de Molins (1850 – 1909). Josep Ramón Elías obtuvo el bachiller en Leyes el 17 de abril de 1802 y el de Cánones el 16 de abril de 1806, ambos en la Universidad de Cervera. Fue recibido como abogado el 24 de marzo de 1808 en la Real Audiencia de Barcelona. Con el estallido de la Guerra de la Independencia (1808-1814) se trasladó a su pueblo natal, Bagur, donde ejerció la abogacía hasta que fue ocupado por las tropas napoleónicas en 1810. Entonces huyó a Girona donde hizo gala de un comportamiento heroico durante el sitio de la ciudad y participó en arriesgadas comisiones, siendo amenazado y perseguido por el ejército francés. Todo ello le valió para que el 21 de noviem-bre de 1810 la Junta de Armamento y de Defensa del corregimiento de Girona, desplazada su sede hasta Calella, le nombrara asesor de la comisión militar del corregimiento sin percibir por ello emolumento alguno, y al cabo de poco tiempo ostentó el cargo de secretario de la Junta y del Comisionado para Formación del cuerpo de la reser-va. Al finalizar la guerra le nombraron asesor de la marina del distrito militar de Arenys de Mar, aunque no pasó demasiado tiempo allí, pues al año siguiente ya ejercía de nuevo como abogado en Barcelona. Con el adveni-miento del régimen liberal ocupó una de las plazas de promotor fiscal de la ciudad hasta 1823, cuando los realis-tas y las tropas francesas liquidaron el sistema político liberal. Elías fue un ferviente seguidor de las ideas liberales moderadas sin dejarse llevar por el ruido y el bullicio de las demandas de sus compañeros exaltados. No se dejó amilanar por la reacción absolutista y su atrevimiento le llevó unos meses a la prisión de Canaletas, en Barcelona, por gritar durante el Sexenio Absolutista (1814-1820) a favor de la derogada y perseguida Constitución de 1812. Su restitución desencadenó una ola revolucionaria sin parangón hasta ese momento y Elías se aupó como uno de los líderes políticos de la moderación en la capital catalana. En aquellos convulsos años del Trienio Liberal (1820-1823) fue designado elector parroquial en el proceso de elección de los diputados a Cortes de la legislatura de 1820-1821, en el que él fue elegido suplente. El 19 de abril de 1821 le escogieron juez de hecho para asuntos de censura en la ciudad y ostentó una de las cuatro sindicaturas en los dos últimos consistorios municipales barceloneses (1822-1823). Desde el Gabinete de Lectura del palacio de la virreina del Perú, sitio emblemático de las Ramblas y sede polí-tica de la sociedad secreta del Anillo en Barcelona, se erigió en uno de los cabecillas del liberalismo moderado. Concibió y lideró el complot contra el jefe de la milicia, el coronel Costa y sus hombres de confianza, auténtico órgano director del liberalismo popular y revolucionario barcelonés. Aprovechó la brecha abierta en el movi-miento liberal exaltado entre los ciudadanos y milicianos que se quedaron en la ciudad, y los que huyeron durante la epidemia de fiebre amarilla de 1821, para acabar con el liderazgo de Costa al frente del liberalismo popular. Elías utilizó las instituciones liberales para desafiar al jefe de la milicia e imponer la autoridad de la Diputación provincial de Cataluña con el beneplácito del Ayuntamiento de Barcelona. El coronel Costa y sus hombres se quedaron solos defendiendo la autonomía de la milicia y sucumbieron ante la supremacía de la violencia ejercida por el poder militar que respaldó la maniobra política del liberalismo moderado. La causa contra los cabecillas del liberalismo popular dividió a los liberales y los diputados exaltados en las Cortes expresaron su desacuerdo con una acción militar complaciente con el poder político que calificaron de desproporcionada, provocadora e irres -ponsable. Los moderados tomaron el control de la ciudad y Elías pagó por ello, el precio de renunciar al cargo de teniente coronel del primer regimiento de la milicia aunque se complacía de ser el artífice del encarcelamiento de Costa y sus compañeros. Hasta septiembre de 1822 reinó el moderantismo en Barcelona aunque el eco de lo sucedido en la capital de la monarquía propició que se volvieran las tornas. Al cabo de pocas semanas era liberado Costa y se paseaba por la ciudad en loor de multitud mientras tanto Elías se refugiaba en su labor de síndico del Ayunta -

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miento y esperaba la llegada de tiempos mejores. Su actitud sumisa y reverente con el movimiento exaltado no le granjeó demasiados amigos aunque le garantizó su supervivencia política. La ambivalente acción política le convirtió en uno de los comisados encargados de negociar con el mariscal Moncey la capitulación de Barcelona que se firmó el 2 de noviembre de 1823. Se refugió en Francia el septiembre de 1824, residió en Aviñón y Perpiñán, y regresó a Barcelona a mediados de 1826. Durante el exilio evitó la deportación alegando su colaboración con las tropas ocupantes de la ciudad condal, su decidida defensa de los principios de la moderación en el proceso revolucionario y reivindicando su presunta acción heroica que salvó la vida de tres religiosos perseguidos por los liberales radicales. La primavera de 1826 llegó a Barcelona donde volvió a ejercer la abogacía pero tuvo que esperar la vuelta del régimen liberal para que le restituyeran como promotor fiscal del juzgado tercero de primera instancia de Barcelona en el que permaneció hasta 1840, cuando con el giro progresista de la revolución liberal le destituyeron de nuevo. Aunque todavía vivió lo suficiente para ver como cuatro años después, la moderación fijaba de nuevo el rumbo del estado liberal, y se le restituía en su antiguo cargo. Desempeñó durante pocos años aquella actividad profesional pues en noviembre de 1849 cursó una petición al ministerio de Gracia y Justicia para que le aclarara una vez jubilado cuales eran sus honores y sueldo por los servicios prestados. La guerra, el exilio y la represión hicieron mella en su salud y desde la década de los treinta, y dejó paso a las nuevas generaciones quedando rezagado en una discreta posición política. Aun así suscribió las tesis de libera -lismo moderado catalán que partió de su propia tradición constitucional para desarrollar una propuesta política capaz de incidir en la definición del nuevo régimen liberal basado en la concesión de una carta otorgada, el Esta -tuto Real, por la regente, María Cristina. La fascinación por aquella tradición constitucional se fraguó durante el Trienio Liberal, creció en los años treinta con la lectura de obras como la de Pere Nolasc Vives y Cebriá, de la que fue suscriptor, y en la década siguiente fue capaz de transmitirla a su hijo, José Antonio Elías y de Aloy, que devino uno de los juristas más relevantes de su tiempo escribiendo sobre cuestiones diversas entre ellas sobre el derecho foral en España.

Elección y actividad parlamentaria

Josep Ramón Elías y Busquets fue elegido diputado suplente el 2 de febrero de 1822 pero nunca llegó a tomar posesión del acta de diputado.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie Documentación electoral: 8 nº 9; A.H.N. Ministerio de Justicia, Magistrados y Jueces, Legajo 4401, expediente 2523; Archives Nationales Paris (Francia). Serie F7 Legajo 12046; Voz del pueblo, nº 15, 19 de julio de 1822, p. 10; Elías de Molins, A. Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo XIX: (apuntes y datos). Barcelona: Imprenta de Fidel Giró: Imprenta de Calzada, 1889-1895; Fuster sobrepere, J. Barcelona i l'estat centralista: indústria i política a la dècada moderada (1843-1854). Vic: Eumo, 2006; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. del Museo Universal, 1991, p. 198; Herrero Mediavilla, V. y Aguayo Nayle, R. Índice biográfico de España, Portugal e Iberoamérica. Madrid: K. G. Saur, 1990, p. 764; Jacobson, S. Catalonia’s advocates: lawyers, society, and politics in Barcelona, 1759-1900� . Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2009, pp. 87, 90 y 97; RISQUES CORBELLA, M. El govern civil de Barcelona al segle XIX. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995, p. 248; ROCA VERNET, J. Política, Libera -lisme i Revolució. Barcelona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 178 (I), 186-7 (I), 199 (I), 252 (I), 316 (I), 357 (I), 123-5 (II), 144 (II), 150 (II), 160 (II), 200-1 (II); VIVES Y CEBRIÁ, P. Traducción al castellano de los usages y demás derechos de Cataluña. Tomo III. Barcelona: Imprenta de J. Verdaguer, 1834, p. IV.

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LLINÁS Y DE ORTIZ REPISO, Juan Antonio[Lucena (Córdoba), 1789 - Madrid, c. 1843]Diputado por Barcelona, 1841.

Sus padres eran el teniente coronel Domingo de Llinás y de Carreras, y Araceli de Ortiz Repiso de Castilla. Sus abuelo materno era el también militar Antonio Ortiz Repiso de Castilla. Tuvo un hermano José María Llinás que se casó con Rafaela de Esteve y de Marimon y en la década de los treinta fue regidor del Ayuntamiento de Barcelona, y propuso el 15 de abril de 1834 al consistorio la creación de un museo municipal en el que se reunieran las lápidas que estaban desperdigadas por la ciudad. El Ayuntamiento aprobó la propuesta pero no se llevó a cabo por el estallido revolucionario de julio de 1835. Juan Antonio, como su padre y su abuelo, se alistó pronto en el ejército, sólo tenía once años cuando ingresó como cadete de artillería, 27.02.1801. Seis años después le ascendieron a subteniente y a los pocos meses, en 1808, le nombraron teniente. Su fidelidad al rey le llevó lejos, hasta Dinamarca, al ser uno de los oficiales espa-ñoles del cuerpo expedicionario dirigido por el marqués de la Romana que Carlos IV puso a disposición de Bonaparte. Los regimientos españoles se integraron en el ejército napoleónico y Llinás, como el resto de oficia -les, mantuvo contacto a menudo con la oficialidad de francesa. En aquellos meses se acercó a través de sus compañeros de armas al legado político de la Revolución Francesa, familiarizándose con los principios del libe -ralismo. Después de su regreso a España le ascendieron a capitán en 1809 y al año de acabar la Guerra de la Independencia (1808-1814) obtuvo el grado de teniente coronel y lo condecoraron con la orden militar de San Hermenegildo, creada por aquel entonces por Fernando VII. En 1816 hizo su primera petición para retirarse del servicio activo alegando que su madre viuda de militar estaba enferma y tenía que atenderla. Retiró la petición al poco tiempo aunque en 1819 volvió a presentarla con idénticos argumentos y dejó el servicio activo para incor-porarse a la reserva. Entre los motivos de Llinás para abandonar el ejército pesó más su negativa trasladarse a América y combatir a las neonatas repúblicas americanas que sus deseos de cuidar a su madre. La vuelta del régimen liberal de la mano del teniente coronel Rafael del Riego (1820) le dio la oportunidad de empezar una carrera política que se dilató hasta los años cuarenta. Junto al coronel Costa se convirtió en una pieza clave para la formación de la Milicia Nacional Voluntaria de Barcelona, comandando el primer batallón. En septiembre de 1821, una epidemia de fiebre amarilla azotó la ciudad, y Llinás aprovechó la libertad de movi-mientos que dieron las autoridades para abandonar Barcelona. Se refugió en Vilafranca del Penedès y vio como las tropas del ejército organizaron un cordón sanitario en el llano de Barcelona para impedir que nadie entrara ni saliera de la ciudad. Desde las torres de vigía construidas por la tropa, Llinás podía escuchar los gritos que los milicianos barceloneses proferían contra él, acusándolo de traidor y cobarde. Otros también huyeron pero él atrajo todas las iras porqué fue el único comandante del primer regimiento de la milicia, el más popular, revolu -cionario y radical, que rehusó quedarse con sus hombres para salvaguardar su salud; los demás permanecieron en la ciudad. En noviembre la epidemia estaba bajo control y Llinás convirtió su miedo a la enfermedad en terror a la desobediencia y a la falta de autoridad, se imaginaba las represalias que le esperaban y se sumió en la angustia. Su amigo y superior, el coronel Costa, intentó tranquilizarlo pero no hubo nada que hacer, y presentó su dimi-sión. Costa se negó a aceptarla, consciente que aquel síntoma de división sería aprovechado por los sectores moderados del liberalismo barcelonés, aun así Llinás insistió brindando una oportunidad a los enemigos del jefe de la milicia para torpedearle su poder desde dentro, colocando a Josep Ramon Elías y Busquets, destacado moderado y líder de la sociedad secreta del anillo, en su lugar. Ni la intercesión de Rafael del Riego que entre diciembre de 1821 y enero siguiente intentaba recabar apoyos en Barcelona, pudo evitar la fractura del movi-miento liberal exaltado que se consumó el 24 de febrero de 1822, cuando encarcelaron al coronel Costa y a sus principales seguidores por oponerse a las órdenes recibidas de la Diputación provincial catalana de aceptar la dimisión de Llinás y nombrar a Elías. Llinás se había dejado llevar por sus instintos y las consecuencias sobrepasaron las que hubiera imaginado. Los meses siguientes adoptó una actitud más cauta y contribuyó a restablecer puentes entre el liberalismo exaltado y los sectores populares de la milicia. Fue uno de los socios de la Tertulia Patriótica de Lacy, inaugurada a mediados de noviembre de 1822, y devino uno de los líderes del entramado de sociedades secretas paramasóni-cas. A principios de 1823 le eligieron síndico del Ayuntamiento de Barcelona donde coincidió con Josep Elías y los defensores del coronel Costa: Joaquim Busquets y Ramon María Sala. La tensión en el consistorio barcelonés

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fue en aumento a medida que se acercaban las tropas de Luis XVIII a la ciudad y cuando la sitiaron se sucedieron las destituciones al frente del gobierno municipal. Llinás vio en la defensa de Barcelona, la posibilidad de redimir el sentimiento de culpa que le acompañaba desde febrero de 1822, y demostró su lealtad constitucional con un comportamiento heroico frente al enemigo que acabó apresándole. En el presidio se granjeó una enorme popularidad entre los liberales que compartían infortunio con él. A las autoridades francesas no les pasó por alto las dotes de Llinás para erigirse en un líder natural que fundamentaban en su confianza en si mismo y en sus habilidades para tener una comunicación emotiva con sus hombres. Llinás no pasó demasiado tiempo encerrado y se exilió a Francia cuando fue liberado. El 20 de septiembre de 1824 en una carta de la superintendencia de policía de Madrid al director de la policía de París advertía que Llinás y el general Milans mantenían contacto “con algunos catalanes, y las noticias que he recibido, me hacen creer con fundamento que favorecerían cualquier tentativa en el litoral de Cataluña y que en el día se entretienen en las maniobras revolucionarias para facilitar la ocasión a los rebeldes”. En el verano de 1824 residía en Montpelier (Francia) hasta que alguien le dijo que le acechaba la superintendencia de policía española y que las presiones sobre el ministerio del interior francés estaban a punto de conseguir su propósito: extraditarle. En ese momento no dudó e hizo las maletas, solicitó un salvoconducto y salió de Montpelier en enero de 1825 con destino Bruselas, deteniéndose un tiempo en París. Vivió en Bruselas hasta 1828 cuando partió hacia Livorno, y de nuevo, se detuvo en París y Marsella para seguir conspirando junto a sus compañeros liberales exiliados en Francia. Las fuentes policiales francesas no aclaran si Llinás llegó a Livorno y su rastro se desvanece. Su nombre reaparece en la documentación, en la Junta de exiliados españoles que se constituyó en París el 31 de julio de 1831, bajo el nombre de “Comité Director de la Emigración” cuyo objetivo era derrocar el régimen absolutista de Fernando VII. Dos años después y aprobada la amnistía regresó a España. Su historial, su habilidad para entusiasmar a los sectores populares y una década de tramas y complots en el exilio le valieron para que fuera nombrado el 5 de agosto de 1835 comisionado del pueblo de Barcelona junto a cuatro líderes progresistas radica-lizados, y formó parte de la Junta de Autoridades que se reunió en ese momento. También fue vocal de la Junta Auxiliar Consultiva y de la Junta Suprema que funcionó hasta octubre de 1835. Su comportamiento no agradó a los sectores más radicales de aquella Junta que lo atacaron públicamente, y a raíz de los sucesos de enero de 1836 tuvo que refugiarse en Valencia. Por orden de un antiguo correligionario, Francisco Espoz y Mina, fue detenido el 12 de enero de 1836, y lo deportaron a Valencia donde publicó: Tres exposiciones del ciudadano Llinás a las Cortes constituyentes y Manifiesto... con el fin de desvanecer las dudas que se hayan podido concebir relativas a sus hechos políticos y militares, ambos en 1836. Durante su etapa en Valencia cambió el sable por la pluma y prefirió conspirar desde las páginas de los perió -dicos a desenvainar el sable. Dirigió el periódico El Pueblo, durante sólo ocho días, porqué el general Antonio Sequera le atribuyó un artículo publicado en aquél que le supuso su segunda deportación, a la que también contribuyó otros supuesto artículo suyo aparecido en El Mundo, el 2 de marzo de 1837. En el trasfondo de aque-llos artículos estaba la guerra carlista y la controvertida actuación del general Sequera. La nueva deportación de Llinás provocó la indignación de algunos liberales como la de su amigo Cardero quien escribió e imprimió: Se-gunda época del confinamiento de Llinás. Primera exposición, S. M. y ampliación, otros documentos y segunda exposición, en Alicante, 1837. El fin de las hostilidades carlistas en la mayoría de los frentes le permitió volver a Barcelona a mediados de 1839 y se reincorporó a la vida política de la ciudad aunque no ocupó lugares preeminentes hasta la radicaliza -ción del proceso revolucionario con el Trienio Esparterista (1841-1843). El 10 de octubre de 1841 se produjo un pronunciamiento moderado y la respuesta de Barcelona para contrarrestarlo fue la formación de una Junta de Vigilancia integrada por los representantes de la Diputación, el Ayuntamiento y la Milicia, presidida por Llinás y constituida por ocho miembros todos ellos progresistas. El capitán general Juan Van Halen, impotente y asustado, se marchó a Zaragoza y el 25 de octubre siguiente se constituyó la Junta provincial que asumió el poder ejecutivo y acordó demoler las murallas de la Ciudadela, símbolo popular de la opresión y represión de una monarquía todavía demasiado absolutista y centralista. Aquel octubre Juan Antonio Llinás alcanzó su cenit político cuando justificó la medida en un su discurso ante la junta: “Este fuerte (...) fue construido para domeñar la noble y erguida cerviz de nuestros valerosos abuelos. También ellos como nosotros sabían defender las libertades públicas”. Las páginas de El Popular se convirtieron una plataforma idónea para expresar sus postulados demo-cratizadores junto a P. F. Monlau, J. O. Ronquilla y J. Mª Bonilla. La presión del gobierno dividió los liberales de la Junta, mientras los sectores más progresistas querían acabar cuanto antes con el conflicto cediendo ante el gobierno, los demócratas y radicales querían resistirse. Llinás se alineó con los primeros, moderando su radica-

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lismo inicial, lo que le valió una huida más al exilio, refugiándose en Marsella. Unos meses después regresó a Barcelona para participar en el proceso electoral en el que fue elegido como diputado suplente.

Elección y actividad parlamentaria

Juan Antonio Llinás y de Ortiz Repiso fue elegido diputado suplente en de febrero de 1841 y el 28 de marzo de 1842 presentó su acta de elección para sustituir a Gregorio Álvarez González y juró como diputado el 19 de abril de 1842. Su avanzada edad y un precario estado de salud le impidieron desarrollar su actividad parlamentaria y el 16 de mayo de 1842 excusó su asistencia por hallarse enfermo, un año después, el 4 de abril de 1843, se agravó su estado de salud y renunció a su acta de diputado. Su actividad parlamentaria se redujo casi al mes de abril y las dos primeras semanas de mayo de 1842. A pesar de su escasa presencia destacan sobremanera dos discursos que pronunció en la cámara para expresar cuál era la opinión de la Diputación provincial de Barcelona sobre las medidas adoptadas por el gobierno relativas a la nueva ley de Diputaciones y a los retrasos del gobierno en abolir las contribuciones que se pagaban en Barcelona. Llinás con sus palabras actuó más como emisario de la Diputa -ción que como representante de la nación, retomando aquella convicción del liberalismo exaltado del Trienio Liberal que concebía a los diputados como meras correas de transmisión de la voluntad del pueblo expresada de forma directa a través de sus juntas revolucionarias. En sus opiniones se reflejó el proyecto federalizante del liberalismo progresista catalán que percibía las Diputaciones como órganos políticos de representación y de gobierno de los territorios de la monarquía. Así lo recordó en su discurso a las Cortes en el que advirtió que el estallido revolucionario de septiembre de 1840 fue la respuesta por desoír las demandas del liberalismo revolu -cionario de la periferia: “el congreso no quiere que sobre esto se pronuncien discursos, y yo no sé expresarme en tan pocas palabras como tiene el escrito, me tomaré la libertad de leer la exposición. Es como sigue: A las Cortes. El impopular proyecto de ley de Diputaciones provinciales leído al Senado de Orden del Gobierno en sesión de 18 de abril último es un ataque manifiesto a la Constitución, pues reduce a la nulidad estos cuerpos, garantidos por el art. 69 de la misma. La Diputación provincial de Barcelona recuerda a las Cortes el alza -miento de 1º de septiembre de 1840 y las causas que le produjeron. Barcelona 7 de mayo de 1842” (D.S.C. 13.05.1842 p. 3153)

Obras: Manifiesto del teniente coronel D. Juan Antonio de Llinás y de Ortiz-Repiso, capitán que fue del Real cuerpo de artillería y amnistiado en el día, con el fin de desvanecer las dudas que se hayan podido concebir relativas a sus hechos políticos o milita -res, a que puede haber dado lugar su destierro de Barcelona, siendo primer comandante del batallón de artillería de su guardia nacional, y lo que de él se dijo en la sesión del 12 de abril de este año en el estamento de señores procuradores. Valencia: Imprenta de López, 1836.; Confinamiento de Llinás, exposición a S. M. y ampliación con documentos. Alicante: E. Martínez, 1837. Última exposición que eleva a S. M. el Teniente Coronel Don Juan Antonio de Llinás. Alicante: Imprenta de D. N. Carratalá, 1837.; Expo -sición que eleva al augusto congreso de Señores Diputados el teniente coronel Don Juan Antonio de Llinás... Alicante: Imprenta de D. N. Carratalá, 1838.; Exposición que eleva al augusto Senado el teniente coronel D. Juan Antonio de Llinás. Alicante: Imprenta de D. N. Carratalá, 1838.; Extracto de la sesión del Senado del día 11 de mayo de 1838 y Exposiciones que eleva a las Cortes el teniente coronel D. Juan Antonio de Llinás. Alicante: Imprenta de D. N. Carratalá, 1838.; Tres exposiciones del ciudadano Llinás a las Cortes constituyentes. Valencia: Oficina de López, 1837.; Manifestación de la ex-Junta de Vigilancia de Barcelona a Cortes y a sus ciudadanos. Marsella: Imprenta de Juan Mossy, 1841.

Fuentes y bibliografía: A.C.A. ORM, Gran Priorato, núm. 486/18. Pruebas de linaje de damas, Guillermo Llinás Esteve Ortiz Repiso; A.C.D. Serie documentación Electoral: 20 nº 17; A.H.C.B. Manuscrito A-118, f. 74-84; Archives Nationales Paris (Francia) Serie F7 Legajo 12003 y 12028; ARNABAT MATA, R. “La revolució liberal a Barcelona. Política de classes i classes de política”. Quaderns d’Història de Barcelona, nº 10 (2004) pp. 11-58; ARNABAT MATA, R. La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001, pp. 141, 226-8; BARNOSELL, G. Orígens del sindicalisme català. Vic: Eumo, 1999, p. 200; CASTELLS OLIVAN, I. la utopía insurreccional del liberalismo. Barcelona: Crítica, 1989, pp. 212 y 217; DUEÑAS GARCÍA, F. La milicia nacional local en Barcelona durante el Trienio Liberal (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Irene Castells, Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 1997, vol. II, pp. 449; Durán López, F. “Nuevas adiciones al catálogo de la autobiografía española en los siglos XVIII y XIX (segunda serie)”. Signa: revista de la Asociación Española de Semiótica, nº 13 (2004) pp. 395-496; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. Del Museo Universal, 1991, p. 391; OLLE ROMEU, J. Mª. Les bullangues de Barcelona. Durant la primera guerra carlina (1835-1837). Tarragona: Ed. El Médol. Vol I i II, 1994; PALAU Y DOLCET, A. Manual del librero Hispanoamericano. Barcelona: Librería Anticuaria Palau, 1948-1977, p. 18; ROCA VERNET, J. Política, Liberalisme i Revolució. Barcelona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 183-6, 192, 265, 281, 314, 28-30 (II), 97 (II), 103 (II), 109 (II), 124-7 (II), 189 (II), 214-8 (II); VÉLEZ, P. El Desvetllament de la conciencia de patrimoni històric a Catalunya. Barcelona: Amics de l’Art Romànic, Filial de l’Institut d’Estudis Catalans, 2003, pp. 9-12, 19 y 33-5

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J.R.V.

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QUINTANA Y FERRER, Genís[Colomers (Girona), 1780 – Veracruz (México), 1828]Diputado por Cataluña, 1820.

Nació en Colomers (Girona), un pueblo a orillas del río Ter. Sus orígenes familiares se remontan al siglo XVII y su familia a principios del siglo XVIII construyó una torre en el pueblo conocida como “Can Quintana”. Inició sus estudios universitarios en Cervera en 1797 donde estuvo hasta el año 1800, recibiendo cursos de Filosofía, al cabo de cuatro años reanudó sus estudios especializándose en Leyes (curso 1804 – 1805). Al final de ese curso se trasladó a la universidad de Salamanca donde obtuvo el título de bachiller en Artes, Teología y Leyes en 1807. Cuando acabó su formación académica regresó a Cataluña y se instaló en Girona donde ejerció la abogacía. Con el estallido de la Guerra de Independencia (1808-1814) se convirtió en uno de los comisionados de la Junta de Gobierno de Girona que organizó la resistencia contra las tropas invasoras de Napoleón. Antes que cayera la ciudad en manos de francesas se trasladó a Cádiz, donde se iban a reunir las Cortes generales y extraordinarias de la monarquía española. Se desplazó hasta la bahía por mar desde Tarragona junto a la mayoría de diputados electos por el Principado de Cataluña. Cuando se constituyeron las Cortes le designaron redactor tercero del Diario de discusiones y actas de Cortes, nombre que recibía el Diario de Sesiones por aquel entonces. Casi dos años después, el 1 de agosto de 1812, solicitó y le fue concedida la plaza de archivero de las Cortes que estaba vacante desde la muerte de Juan de Novales. Poco se sabe de su etapa gaditana aunque lógicamente tuvo que familiarizarse con la oratoria y retórica de los debates e intervenciones a Cortes. Tanto fue así que el 22 de septiembre de 1812 presentó una exposición a las Cortes proponiendo que se autorizara a los municipios a colo -car una placa aclaratoria en cada una de las nuevas plazas de la Constitución en la que se recordara a las genera-ciones futuras, el momento y lugar en el que se promulgó la Constitución de la monarquía española (D. S. C. 22.09.1812, pp. 264-5). Aquella propuesta no tuvo demasiado impacto entre los diputados que asistieron a la cámara ese día. El regreso de Fernando VII significó el fin de la primera etapa de la revolución liberal en España, Quintana no sufrió la virulenta represión absolutista y pudo pasar desapercibido amparándose en el anonimato de la populosa Barcelona y alejándose de Girona, sitio donde más se había significado con sus acciones e ideas políticas en los tiempos de la revolución. Los años de violencia y represión fernandina agudizaron sus convicciones revolucio -narias y desarrolló una intensa actividad conspiradora e insurreccional. Cuando llegaron a Barcelona las primeras noticias sobre el pronunciamiento del ejército de la Isla, antes que Rafael del Riego peregrinara por Andalucía proclamando la Constitución, él junto a Francesc Soler redactó una proclama para inflamar los ánimos de los ciudadanos barceloneses y provocar así el triunfo del pronunciamiento en la ciudad. Se apropiaron del nombre del jefe de los insurrectos, Antonio Quiroga, para firmarla y la ciudadanía no titubeó en atribuirla a las tropas pronunciadas en la bahía gaditana. Quintana y Soler contaron con la colaboración de Joan Dorca para imprimir aquellas proclamas, y los tres junto a nutrido grupo de liberales participaron en la organización de la exitosa ramificación barcelonesa del pronunciamiento del teniente coronel Riego que consiguió sublevar la tropa con el apoyo de los ciudadanos y proclamar la Constitución de 1812, el 10 de marzo de 1820. Si en los años gaditanos, se pasó horas y horas anotando los discursos de los diputados, en los posteriores convirtió la pluma en un sable para colaborar en la recuperación del régimen liberal en España. Se valió de su experiencia como conspirador y de su red de relaciones fraguadas en la clandestinidad para catapultarse hacia lo más alto de la política liberal catalana con el advenimiento del régimen liberal. Se incorporó a la Junta provisional de Cataluña, una semana después que se constituyera, 12 de abril de 1820. Como diría él mismo en una de sus intervenciones a Cortes, en aquel momento Fernando VII todavía no había jurado la Cons-titución y se tenían dudas fundadas sobre si lo haría, y aquella Junta se erigió en el poder político supremo y soberano en Cataluña. Poco tiempo después, el 3 de mayo de 1820, se disolvía la Junta y se escogía la Diputa -ción provincial de Cataluña interina donde Quintana ocupó una silla de diputado hasta la elección de la nueva Diputación el 6 de junio de 1820. Des de marzo a junio de 1820 se sucedieron tres diputaciones y una junta al frente del gobierno político de Cataluña, Quintana estuvo en dos de aquellas y si no estuvo en la última fue porqué lo eligieron diputado a Cortes para la primera legislatura (1820-1821) del Trienio Liberal, y era incompa-tible ostentar ambos cargos a la vez. Los años en Madrid no le distanciaron de lo que sucedía en Barcelona y Cataluña, en 1821 la Real Academia de Buenas Letras le admitió como socio y en ella pudo debatir con el núcleo

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ideológico del liberalismo moderado que controlaba la Diputación provincial catalana. Su relevancia en el seno de la Diputación era tal que a su regreso a Barcelona pudo alojarse durante semanas en el palacio de la Diputa -ción y pidió a la Real Academia de Buenas Letras, trasladada allí desde hacía poco, que le facilitaran alguna de sus dependencias para uso personal. Cuando acabó su etapa como diputado en Madrid, escribió a la Diputación de Cataluña, 13 de marzo de 1822, exponiendo el motivo –la enfermedad repentina de su mujer– por el que todavía no podía regresar a Barcelona e incorporarse a su plaza de secretario de la Diputación provincial. El cargo en la Diputación catalana lo consiguió como recompensa a la relación privilegiada que mantuvo con aquella institución durante los años de represen -tante en las Cortes y lo ocupó interinamente Marià Rubinat y de Papiol. Quintana se convirtió en el hombre de la Diputación en la cámara parlamentaria e intentó por todos los medios transmitir la voluntad de aquélla a las Cortes y a los demás diputados catalanes. Lo hizo tenazmente aunque con éxito dispar. Poco tiempo disfrutó del cargo de secretario porqué el 15 de mayo de 1822 le nombraron diputado provincial para la electa Diputación provincial de Barcelona, constituida después de la fragmentación del Principado de Cataluña en cuatro provin -cias. La segunda mitad de aquel 1822 fue muy convulsa en toda la monarquía y en Barcelona se produjo la eclosión del movimiento liberal exaltado, que poco a poco sustituyó a la mayoría moderada al frente de las instituciones. Quintana a pesar de simpatizar con algunas de las ideas de los exaltados no lo hacía con sus prácticas y mantuvo una actitud de profundo respeto hacia la institución provincial, alejándose de tertulias o juntas revolucionarias. Sin embargo no consiguió que hiciera lo mismo su mujer, Imirsilda Quintana, quien fue una de las socias de la Tertulia patriótica de Lacy, abierta en la ciudad condal a mediados de noviembre de 1822. Mientras todo aquel alboroto se producía a su alrededor, las noticias que llegaban de Madrid le sonreían, los sucesos del 7 de julio de 1822 había desencadenado un cambio político favorable al movimiento exaltado sin que se radicalizaran dema-siado sus posiciones. El nuevo gobierno encabezado por Evaristo San Miguel le favoreció, nombrándole jefe político de las Islas Baleares. Quintana y su mujer se trasladaron a Mallorca, y él tomó posesión el 1 de febrero de 1823, ese mismo día publicó una hoja A todos los habitantes de esta provincia, en la que se consideraba a si mismo como un exaltado más, y afirmaba ser partidario de la tolerancia de opiniones y del orden, “pero no del de esclavos”. Él, como tantos otros liberales moderados, se acercó a los postulados exaltados preponderantes en la vida política española en 1823. En la capital insular aseguró la viabilidad de la Sociedad Patriótica de Palma y en ocasiones asistió a sus sesiones. Semanas después, cuando la amenaza de la invasión francesa acechaba a la monarquía hizo otra proclama dirigida a los ciudadanos de la provincia mostrándose abiertamente en contra del Duque de Angulema y de los realistas. Resistió las tropas francesas y realistas hasta el 21 de octubre de 1823 rindió la ciudad junto al capitán general, el conde de Almodóvar. Desde Mallorca huyó hacia México y se refugió en la ciudad de Toluca de la que a finales de aquel 1823 ya era juez de letras, ganándose un enorme respeto entre sus ciudadanos por “sus luces, incorruptibilidad y buenas costumbres, y estimado por su sincero amor a la independencia y libertades nacionales”. En la sesión 11 de mayo de 1826 del Congreso Constituyente de México, él junto a Pablo de Santafé y el también diputado Valentín Solanot, pidió que le permitieran ejercer la abogacía en su nuevo país y el 17 de mayo de 1826 ambos fueron habilitados. Su suerte se torció a raíz de la publicación de algunos artículos en los que expuso los abusos de la curia romana y donde según sus coetáneos “predicaba las doctrinas de los Villanuevas, Gersones, y Wanespens”, lo que le valió al gobierno mexicano para aplicarle la ley de expulsión contra los españoles. Murió a causa del “vómito” en 1828 antes que pudiera embarcarse en Veracruz rumbo a Estados Unidos de América.

Elección y actividad parlamentaria

Genís Quintana y Ferrer fue elegido diputado a Cortes por Cataluña el 21 mayo de 1820 y tomó posesión del acta de diputado, el 7 de julio de 1820. Cuando abrieron las puertas las Cortes después del largo paréntesis del Sexenio absolutista (1814-1820), reanudó su labor en la comisión de redacción del Diario de Cortes que compa-ginó con la tarea de diputado, y no renunció al empleo de redactor hasta noviembre de 1820, cuando se aprobó el Reglamento de redacción del Diario. Después se integró en la comisión de la biblioteca de las Cortes propuesta por el diputado José María Calatrava. En la legislatura posterior, la extraordinaria de 1821, también se incorporó a la nueva comisión de redacción del Diario de Cortes. Ésta era un calco de la del Gobierno interino lo que sugiere que la segunda absorbiera las competencias de la comisión de redacción. Su actividad e intervenciones durante la primera legislatura del Trienio fueron constantes y se convirtió en la

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voz de la Diputación provincial de Cataluña en las Cortes. Hizo una defensa ferviente de las decisiones de la Junta provisional de Cataluña, constituida después que se generalizara la proclamación de la Constitución de 1812 en el Principado y se convocaran las Cortes. Quintana la consideró como un auténtico órgano soberano ya que “como ha dicho el Sr. Valle, era el tiempo en que no sabía la Cataluña, si el Rey juraría o no la Constitución, Constitución que toda la provincia estaba decidida a sostener a todo trance, fuera lo que fuese el juramento del Rey” (D. S. C. 03.08.1820, p. 370). Él había sido uno de los integrantes de aquella Junta y defendió a toda costa sus decisiones reiterando sus ilimitadas facultades amparándose en su capacidad soberana como cuerpo repre -sentativo de los ciudadanos catalanes. Durante los años de diputado en Madrid, junto al también diputado Joan Balle y Milans del Bosch, actuaron reiteradamente como portavoces de la Diputación catalana en las Cortes y perseveraron en la voluntad de incidir permanentemente sobre el voto del resto de diputados catalanes en Cortes. La defensa de los intereses de la Diputación le llevó a proponer que se concediera “algún honorario a los indivi-duos de las Diputaciones provinciales, pues aunque era cierto que la Constitución nada decía sobre este particu -lar, tampoco lo prohibía; debiendo, por otra parte, tenerse en consideración los inmensos gastos que les ocasio -naba el desempeño de su encargo, y el abandono en que tenían los negocios de sus casas en la mayor parte del año” (D. S. C. 13.03.1821, p. 455). Quintana todavía tenía una percepción de las Cortes basada en la represen -tación de los territorios y no de los ciudadanos, concibiendo su acta de diputado como una mera representación de la voluntad de la Diputación catalana, auténtica representación de la voluntad política de los catalanes. Devino la encarnación del grupo liberal moderado que intentaba controlar y sobretodo temperar el proceso revolucionario en Cataluña desde la Diputación provincial. Aquellos liberales interpretaron la Constitución de 1812 a luz de una tradición constitucional catalana fraguada durante los siglos XVII y XVIII, lo que les permitió desarrollar una propuesta política de articulación de la nación basada en la relación bilateral entre la monarquía y los territorios, para el caso catalán, representado por la Diputación. El modelo político del liberalismo moderado en Cataluña pretendía frenar cualquier deriva revolucionaria y usaba como moneda de cambio la recuperación de la autono -mía y la representación política de Cataluña dentro de la nueva arquitectura constitucional de la nación. El recuerdo de la historia y tradición política catalana estuvo a menudo en boca de Quintana, cuando batalló por la restitución a la Diputación del palacio de la antigua Diputació del General, extinguida después del fin de la Guerra de Sucesión (1701-1714), o cuando recurrió a los ejemplos de la historia de Cataluña para justificar la derogación de los señoríos jurisdiccionales. La defensa de los intereses de la Diputación provincial catalana se erigió en la constante de la acción parlamentaria de Quintana, reflejándose en el debate sobre la división provin -cial durante la legislatura extraordinaria de 1821. Cuando éste llegaba a su fin, Quintana intervino para insistir en la “urgentísima necesidad de que no sigan en adelante confundidas las atribuciones de los jefes políticos y de las Diputaciones provinciales; mejor diré, entorpecidas y reducidas a cero las gravísimas que la Constitución señala a estas corporaciones, celadoras de su observancia, promovedoras de la prosperidad de los pueblos, y tutelares de la libertad de los españoles” (D. S. C. 13.11.1821, p. 746). La cuestión de fondo para Quintana era la inconstitu -cionalidad de la instrucción de 23 de junio de 1813 y la necesidad de reformarla para liberar a las diputaciones del control del jefe político que las convertía en “cuerpos meramente consultores, a lo menos por la inteligencia que de hecho se le da contra el espíritu y aun contra la letra de la Constitución, y solicitando estos que se decla -rasen ciertos casos no comprendidos en aquella” (D. S. C. 13.11.1821, p. 747). Aquella fue una reivindicación permanente de la Diputación catalana y de otras diputaciones provinciales, desde que se reunieran las Cortes en el verano de 1820. Finalmente el 3 de febrero de 1823, cuando Quintana ya ejercía como jefe político de las Baleares, las Cortes aprobaron una reforma de la instrucción que simplemente reducía la capacidad de injerencia del jefe político y ampliaba las facultades de las diputaciones provinciales para mejorar su gestión administrativa. La actividad parlamentaria de Quintana no se redujo a transmitir la opinión de la Diputación provincial catalana y en ocasiones sus intervenciones se alejaron de los postulados del moderantismo liberal. Se manifestó en contra de la salida constante de riqueza hacia la curia romana a través del pago de bulas, dispensas matrimoniales y gracias apostólicas considerándola como una de las causas que “más contribuyen a la escasez de numerario en España, y que empobreciendo insensiblemente a un gran número de familias, debilita el nervio de la agricultura, de la industria y del comercio, y hace más difícil el pago de las contribuciones” (D. S. C. 27.08.1820, p. 684). En la cámara de diputados y fuera de ella atacó las posiciones políticas adoptadas por una iglesia inmovilista y reac -cionaria, apoyadas por la mayoría de diputados eclesiásticos. Se enfrentó con el diputado catalán Agustí Torres por la defensa que éste hizo de los señoríos de la iglesia sin que se le obligara a demostrar su origen no jurisdic -cional, y tampoco le titubeó la voz cuando pronunció una máxima que sentenciaba contra uno de los pilares sobre los que se asentaba el poder político de la iglesia: “la diferencia de religión jamás ha podido ser motivo justo para

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emprender una conquista” (D. S. C. 21.04.1821, p. 1137). Antes que se abrieran las puertas de las Cortes ya desconfío de los eclesiásticos españoles y en particular de los que rodeaban al monarca. Al inicio del tercer mes de sesiones de Cortes, el 2 de septiembre de 1820, se dirigió a los diputados para advertir que antes que el rey jurara la Constitución en las Cortes se organizó una conspiración en la corte para “obligar al Rey a dar un paso que hubiera comprometido a la Nación y hecho correr en ella muchos ríos de sangre” (D. S. C. 02.09.1820, p. 766), y proseguía, diciendo que aquellos confabuladores usaron como pretexto la supuesta intención de la cámara de diputados de aprobar, cuando se constituyera, una Constitu -ción republicana que daría “de un golpe con el Trono y con el altar, y otras a cual más absurdas y disparatadas” (D. S. C. 02.09.1820, p. 766). La intervención señalaba que la Constitución republicana era la “fundamental de los libertadores del género humano” publicada por el padre, Agustín de Castro, en el periódico contrarrevolu-cionario la Atalaya de la Mancha en 1814 que él mismo editaba. Quintana instó al Gobierno para que requirieran al padre Castro “el original o la copia de dicha Constitución que él llama secreta, impresa en estos números, y asimismo una razón puntual de la persona que se la proporcionó” (D. S. C. 02.09.1820, p. 767). La investigación nunca se llevó a cabo y aquella Constitución secreta reapareció en otras ocasiones siempre vinculándose a los intentos de los contrarrevolucionarios de provocar la fractura del bando liberal, difundiendo un texto antimonár-quico y anticlerical que alejara a los sectores más acaudalados, moderados y menos radicales de la causa liberal. Precisamente eran aquellos liberales a los que representaba y con quien se identificaba Quintana. Sus opiniones como diputado moderado fueron heterodoxas, lo que significó que se le calificara en algunas ocasiones como liberal exaltado, pues se manifestó favorable a la presencia de mujeres en los espacios reservados al público en las Cortes, de la misma forma que lo hicieran los diputados Juan Romero Alpuente y Álvaro Flórez Estrada. Aunque no cabe duda que su parecer más sorprendente giro entorno a la reforma del Reglamento de Cortes en la que se postuló favorable a que las Cortes se ocupasen no sólo de las quejas por infracción de la Constitución sino que también las que denunciaban la vulneración de la ley, alegando la experiencia de cuando formó parte de la comisión “nos ocurrió varias veces la duda de si podían o no los ciudadanos acudir en dere-chura a las Cortes en queja de tales infracciones. (...) la afirmativa, a la cual finalmente nos inclinamos, militaban la 25ª facultad de las Cortes (artículo 131 de la Constitución) que es de hacer efectiva la responsabilidad de los secretarios de Despacho” (D. S. C. 17.03.1821, p. 451). Aquella opinión despertó las críticas furibundas del diputado manchego Ramón Giraldo que intuía el advenimiento de una concentración de poderes de la cámara y le acusó de transformar las Cortes en unos tribunales donde “vamos a tratar sólo de las quejas de los particulares que se creen agraviados por los pleitos”. (D. S. C. 17.03.1821, p. 452). Si la unanimidad de los diputados catalanes se expresó en la primera legislatura con la defensa del sistema proteccionista y el fin del sistema impositivo del contrarregistro, se rompió con la interpretación del decreto de señoríos, mientras unos protegieron sus intereses y el de los grupos sociales preponderantes que encarnaban, otros, como Quintana, defendieron posturas más liberales y transgresoras con el status quo social. En aquel asunto Quintana rehusó seguir las directrices marcadas por la Diputación y justificadas por Joan Balle, él prefirió desacreditar el argumento de la Diputación basado en los derechos de conquista de los señores, preguntándose quienes fueron los auténticos artífices de la conquista: “¿Y la sangre de los pobres soldados, de los verdaderos conquistadores, que ni eran Obispos, ni grandes, ni nobles ni nada valía? ¡Ya se ve! No era azul; era sangre de vasallos; el plan y la etapa era más que suficiente premio a su valor y heroísmo!... Basta de digresión” (D. S. C. 21.04.1821, p. 1137). Genís Quintana devino el paradigma de la originalidad del liberalismo español, capaz de amalgamar la tradición constitucional catalana con el discurso liberal, absorbido en las largas jornadas que pasó transcribiendo los discursos de los diputados entre 1810 y 1814. Su conocimiento del constitucionalismo catalán le hizo extrema-damente respetuoso con la Diputación provincial que reconoció como la sucesora de las antiguas instituciones del Principado. Fue un liberal complejo y poliédrico, capaz de abrir las puertas de las Cortes para las mujeres y de exigir más autonomía y competencias políticas para las Diputaciones. El devenir de los acontecimientos le obligó a enarbolar la bandera de la exaltación para asegurarse la supervivencia política y personal, aunque ni entonces hizo ostentación de ésta, y prefirió hacer gala de una comedida actitud capaz de criticar cualquier dogma y ponderar toda opinión. Sin duda fue el diputado catalán más liberal, perspicaz e influyente en las Cortes durante las dos primeras legislaturas del Trienio.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación Electoral: 6 nº 9; A.D.B. Legajo 27, expediente 1. Comunicaciones entre la diputación provincial catalana y algunos de los diputados catalanes en Cortes de 1820; A.H.U.Sa. Legajo 196/58 Expediente

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personal de Quintana y Ferrer, Ginés; ARNABAT MATA, R. “Visca la Pepa!” Les reformes econòmiques del Trienni Liberal (1820-1823). Barcelona: D’ahir per Avui. Societat Catalana d’Estudis Històrics, 2002, pp. 119-22; ARNABAT MATA, R. La revo -lució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001, pp. 101-6; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. Del Museo Universal, 1991, p. 543; MEDINA PLANA, R. “El Diario de Sesiones en el Trienio Liberal”. Cua -dernos de Historia del Derecho, nº 9 (2002) pp. 29-120; ROCA VERNET, J. “Pau Claris i la cultura constitucional catalana del Trienni Liberal (1820-1823)”. Manuscrits, nº 27 (2009) pp. 161-186; ROCA VERNET, J. Política, Liberalisme i Revolució. Barce -lona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 33-5, 98, 150, 251, 282, 100 (II), 118-9 (II), 144-5 (II), 152 (II), 154 (II), 156 (II), 202 (II) y 227; RUIZ JIMENEZ, M. Para una reconstruc -ción de las Cortes de Cádiz: los papeles de Gobierno interior del Archivo del Congreso de los Diputados. Madrid: Anejos de la Revista Trienio, nº 6, 2009, pp. 5, 12, 14 y 153-4; SARRION I GUALDA, J. La Diputació provincial de Catalunya sota la Consti -tució de Cadis (1812-1814 i 1820-1822). Barcelona: Generalitat de Catalunya, 1991, pp. 220-232; Zavala, L. Ensayo histórico de las revoluciones de Méjico desde 1808 hasta 1830. Nueva-York: Imprenta de Elliot y Plamer, 1832, T. II, pp. 48-9.

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ROVIRALTA ISERN, Josep[Barcelona, c. 1800 - Madrid, 20.11.1863]Procurador por Barcelona, 1836 (1ª).Diputado por Barcelona, 1836 (3ª), 1839 y 1841.

Nació en Barcelona y sus padres eran el peluquero Fructuós Roviralta y Antònia Isern, ambos naturales de la ciudad condal. Sus abuelos paternos eran el también peluquero Antoni Roviralta y Gertrudis Sorelló, y los maternos el carpintero Jaume Isern y Antònia Josa. Su hermano, el abogado Gaietà Roviralta, ostentó el cargo de secretario de la Diputación de Barcelona de 1822-1823 y participó activamente en la política de la ciudad en las filas del progresismo durante las décadas de los treinta y cuarenta, fue uno de los miembros de la Comisión de Armamento y Defensa, nombrada por la Diputación de Barcelona en septiembre de 1836 y se integró en la Junta Provincial de Gobierno, constituida en Barcelona el noviembre de 1842. Estudió filosofía en el Seminario Tridentino de Barcelona en 1814, coincidiendo con el fin de la Guerra de la Independencia (1808-1814). Tres años después ingresó en el Real Colegio de Farmacia de San Victoriano y en 1819 empezó estudios en el Real Colegio de Cirugía Médica de Barcelona. En plena canícula del verano de 1821 se extendió rápidamente una epidemia de fiebre amarilla que supuso la muerte de miles de barceloneses, él junto a otros compañeros se hizo cargo de una parte del hospital y lazareto donde se acumulaban los enfermos. Al año siguiente le nombraron médico del Hospital General. Su carrera profesional en España fue interrumpida por el exilio a Francia, donde probablemente continuó ejerciendo como médico. No se sabe a ciencia cierta cuando regresó pero en 1834 se trasladó a Tarragona por encargo de su Junta de Sanidad para visitar los afectados del cólera, lo que le mereció una mención honorífica en la gaceta. Sus éxitos y prestigio llegaron a oídos de la familia real que le consultó en la última enfermedad de la Infanta Luisa Carlota (8 de noviembre de 1848), a los pocos días le concedieron los honores de médico de cámara, y finalmente a principios de 1853 le nombraron médico de cámara con destino a los cuatro primos de Isabel II, juró el cargo el 27 de febrero de 1853 y su sueldo ascendía a once mil reales anuales. También fue médico del líder progresista Joaquín María López. La monarquía reconoció su labor médica concediéndole la condecoración de caballero con la gran cruz de la orden americana de Isabel la Católica, el 10 de febrero de 1857. Se jubiló del cargo de médico de cámara en abril de 1858 y ejerció en España durante más de veintisiete años. Su actividad política se inició en el Trienio Liberal (1820-1823) junto a su hermano mayor, Gaietà. Él fue uno de los socios de la Tertulia Patriótica de Lacy, auténtica junta revolucionaria encubierta de Barcelona de noviembre de 1822 hasta mediados de 1823, momento en el que los sectores exaltados ya dominaban todas las instituciones políticas. En marzo de 1823 le eligieron como uno de los jueces para cuestiones de censura. Cuando la resistencia barcelonesa se desmoronaba ante el asedio de las tropas francesas, participó como elector en los comicios para elegir a los diputados de la legislatura nonata de 1824-1825. La ciudad capituló el mes siguiente, 2 de noviembre de 1823, y él y su hermano restaron unos meses en Barcelona. Las nuevas autoridades francesas les acusaron de ser los líderes de la Comunería, sociedad secreta exaltada, y tuvieron que huir hacia la frontera buscando refugio en el país galo. Regresaron del exilio y mientras su hermano continuaba su carrera política en Barcelona, a él le eligieron diputado para las Cortes constituyentes de 1836 y a partir de ese momento desarrolló tanto su actividad política como profesional en Madrid. Más allá de las numerosas veces en las que fue diputado, fue nombrado consejero de Sanidad en diciembre de 1855 y le destituyeron en el primer semestre de 1856, durante la etapa revolucionaria del Bienio Progresista (1854-1856). Al final de su vida se interesó por la historia y el constitucionalismo suscribiéndose a la publicación de dos obras emblemáticas: La Historia Constitucional de Inglaterra (1859) y La Historia General de España de Modesto La Fuente (1862). Murió en Madrid el 20 de noviembre de 1863, habiendo testado por última vez, seis meses antes, el 12 de abril de aquel año.

Elección y actividad parlamentaria

Josep Roviralta Isern fue elegido procurador por la provincia de Barcelona para las Cortes de 1836, juró el cargo el 3 de mayo de 1836 y la baja se produjo tres semanas después el 23 de mayo. Lo volvieron a elegir para las Cortes constituyentes el 2 de octubre de 1836, presentó sus poderes el 17 de octubre siguiente. El 11 de junio de 1837 firmó la Constitución y siete días después la juró. Enfermó en el 14 de septiembre de 1837 y tuvo que

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ausentarse de las Cortes. No estuvo en la legislatura de 1838-1839 pero regresó en la siguiente, cuando en las elecciones del 24 de julio de 1839 le volvieron a escoger como diputado por Barcelona. Su acta de diputado fue aprobada el 12 de septiembre de 1839 y renunció el mes siguiente, 7 de octubre de 1839, y le sustituyó Manuel Torrens y Serramalera. Una vez más no fue elegido para legislatura de 1839-1840 y volvió al hemiciclo a raíz de las elecciones de 1 de febrero de 1841, fue aprobada su admisión el 21 de marzo 1841 y renunció al cargo el siguiente 26 de marzo, sustituyéndole Francisco Subirá. Estuvo en cuatro legislaturas distintas aunque nunca hizo ninguna intervención y participó testimonialmente en tres comisiones ceremoniales y en una sobre sanidad militar en la legislatura constituyente. Su paso por la política nacional fue absolutamente intrascendente y destacó mucho más por su actividad profesional como médico de cámara que por la defensa de sus ideas progresistas, aun así su posición política estuvo totalmente condicionada por la proximidad de su hermano, Gaietà, al poder político de la Diputación de Barcelona, durante los años que Josep fue diputado, convirtiéndolo en un mero hombre de paja de la voluntad política de su hermano y por extensión de la Diputación.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación Electoral: 12 nº 7; 13 nº 17; 15 nº 33 y 20 nº 17; A.H.P.M. Protoc. 26.667 fol. 17 Testamento 1859, junio, 18; y Protoc. 25.964 fol. 217 Testamento 1863, abril, 12; A.G.P. Expediente Personal, Cª 922/45; Archives Nationales Paris (France) Serie F7 Legajos 12005 y 12008; A.U.B Expediente académico; Pabellón médico, 21 de noviembre de 1863, núm. 118 p. 515; ESCOSURA, P. de. Historia constitucional de Inglaterra, desde la dominación romana hasta nuestros días. Tomo I. Madrid: Imprenta de Beltran y Viñas, 1859, p. 565; LA FUENTE, M. Historia general de España. Tomo XXVI. Madrid: Establecimiento tipográfico de Mellado, 1862; ROCA VERNET, J. Política, Liberalisme i Revolució. Barcelona (1820-1823). Tesis doctoral dirigida por Ll. Ferran Toledano. Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007, pp. 251-3, 274-6, 280, 393-4, 54, (II), 75 (II), 105 (II), 149-53 (II), 162-5 (II), 212 (II), 218 (II).

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RUBINAT Y DE PAPIOL, Marià.[Vilanova i la Geltrú (Barcelona), 1779 - Vilanova i la Geltrú (Barcelona), 1844]Diputado por Cataluña, 1822.Nombrado senador por Barcelona en 1837, no tomó posesión.

Nació en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Sus padres eran Joan Rubinat, natural de Pla de Cabra (Barcelona), y Josepa de Papiol y de Padró. Sus abuelos maternos eran el Lluís de Papiol y Martí (†1791), caballero y familiar del Santo oficio en Vilanova i la Geltrú, y Maria Cándida de Padró Argullol (1726-1804), Señora de Orpí, natu -ral de Igualada. Se casó con Josepa Mayner y Jordà (†1844) en 1818 y no tuvieron hijos. Marià tenía un hermano mayor, Benet (†1826), y una hermana menor, Rosa (†1847). Su tío materno, Francesc de Papiol y de Padró (10.05.1750 – 02.08.1817), se convirtió en el principal referente masculino de los hermanos Rubinat después de la desaparición de Joan Rubinat en la década de los noventa del siglo XVIII. Benet Rubinat y de Padró, su hermano mayor, le inoculó su vocación política y las ideas liberales. Los hermanos Rubinat fueron destacados líderes del liberalismo moderado durante el Trienio Liberal (1820-1823). Benet fue miembro de la Junta Provisional de la provincia de Cataluña de abril a julio de 1820, y cuando ésta la sustituyó la Diputación provincial catalana, él fue uno de sus diputados, desde julio de 1820 hasta febrero de 1822. Después la fragmentación provincial de Cataluña, en abril de 1822 se convirtió en diputado provincial de Tarragona hasta otoño de 1823, cuando la ciudad cayó en manos de las tropas francesas de Luis XVIII. Marià Rubinat y de Padró estudió en el Seminario episcopal de Barcelona y después continuó sus estudios de derecho civil y eclesiástico en la Universidad de Cervera. Regresó a principios del siglo XIX a su Vilanova natal donde ejerció la abogacía hasta el estallido de la Guerra de la Independencia (1808-1814). Los dos primeros años del conflicto se mantuvo un paso por detrás de su tío y su hermano, mientras el primero participaba activamente en la política y fue elegido diputado para las Cortes generales y extraordinarias de 1810, el segundo, se puso al frente de las propiedades y negocios familiares, y su acción política se desarrollaba en el Principado como vocal suplente de la Junta Superior catalana. En aquellos días Marià se dedicó a ayudar en todo lo que pudo a su hermano, convertido en cabeza de familia a raíz de la ausencia de su tío, e intentó por todos los medios ganarse la confianza de su tío, informándole de lo que sucedía en Vilanova y el Principado durante su exilio. A través de aquellas cartas recobró la confianza de Francesc de Padró quien le requirió para que se integrara en una de las comisiones que se reunía paralelamente a las Cortes y debatía sobre la formación de un código mercantil o comercial único para toda la nación. Se desplazó hasta Cádiz donde respiró los efluvios liberales que emanaban de la gente hacinada en aquella ciudad y que su tío se resistía a inhalar. Durante esos meses colaboró en lo que le pedía su tío ya fuera en sus planes de negocio o en defender los intereses de los comerciantes catalanes en la comisión que discutía sobre la redacción de un único código mercantil para la monarquía. A finales de 1812 volvió a Vilanova mientras su tío intentaba influir sobre su amigo, el eclesiástico Josep Llozer, hermano del jefe político, para que Marià obtuviera la plaza de juez de letras de Vilanova de forma interina. Cuando la guerra ya tocaba a su fin, le nombraron alcalde constitucional de Vilanova donde de coincidió con el su tío Manel Torrents y Fals, esposo de Lluïsa de Padró y Papiol, de enero a agosto de 1814. Su participación en el ayuntamiento constitucional y sus ideas liberales no fueron obstáculo para que le designaran regidor decano del consistorio municipal de 1817 a 1820. Antes que esto sucediera, en enero de 1817 fue uno de los comisionados, junto al síndico y a un regidor del ayuntamiento para reunirse en Barcelona con el capitán general, Javier Casta -ños, con la pretensión de revisar la contribución que se le habían impuesto a Vilanova, al considerarla una canti-dad exorbitante. El éxito del pronunciamiento de Rafael del Riego (marzo de 1820) significó la restitución del régimen liberal y la incorporación de su hermano Benet a la Diputación provincial catalana, lo que favoreció a Marià para que ocupara interinamente una de las secretarias de la Diputación. Antes que tomara posesión del acta de diputado en las Cortes, en marzo de 1822, el ayuntamiento de Vilanova le pidió que fuera a Madrid junto a Domènec Creus para conseguir “habilitación de Puerto y Aduana de esta Villa para entrada y salida de géneros nacionales y extranjeros; facultándoles también para que esta Villa quede libre y exonerada del pago de derechos en beneficio de la población” y también la “habilitación y recomposición de carreteras, calzadas y demás obras de ornato en beneficio de la población”. El decreto de 22 de junio de 1822, cuando Marià ya era diputado en las Cortes, dio

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viabilidad al proyecto de la carretera de Vilanova a Igualada, financiada con los impuestos que pagaba el puerto de Tarragona, aunque nunca se llevó a cabo a causa de la abolición del decreto con la restauración absolutista. A finales de invierno de 1823, las tropas francesas bajo los auspicios de la Santa Alianza invadieron España y el 20 de marzo de 1823, cuando las tropas invasoras se acercaban a Madrid, el Rey y las Cortes se trasladaron a Sevilla donde estuvieron hasta el 12 de junio, cuando salieron buscando refugio en Cádiz. Marià Rubinat nunca entró en Cádiz junto a las Cortes ya que fue uno de los muchos diputados que huyó en el trayecto de Sevilla a la bahía gaditana para regresar a su casa de Vilanova. Desembarcó en Tarragona y años más tardes, el general Francisco Espoz y Mina en sus memorias contó el impacto extraordinariamente negativo que tuvo su presencia entre los soldados y la población civil de Tarragona, obligando al general a capturarlo, denunciarlo por traición y embarcarlo de nuevo hacia Cádiz. La opinión de Espoz y Mina, en el momento que escribió las memorias, toda-vía era asombrosamente dura, recayendo sobre él la responsabilidad de la deserción de los hombres del general Manso y del clima de desesperación que invadió la tropa constitucionalista cuando creyeron que la presencia de Rubinat en Tarragona significaba el fin del régimen liberal y el cierre de las Cortes. Marià llegó a un Cádiz muy distinto al que recordaba durante la etapa constituyente y apenas unas semanas después la ciudad cayó en manos de los franceses. La desesperación liberal y el clima de fatalidad ahogaban a las Cortes y así consiguió evitar que lo procesaran por traición. Él, junto a otros diputados, se refugió en Gibraltar y esperó hasta asegurarse que su vida estaba fuera de peligro para poder regresar a Vilanova. La huída durante el traslado de las Cortes de Sevilla a Cádiz devino su salvoconducto para que los invasores le dejaran volver a casa. Cuando atracó su barco en Tarragona, casi nadie supo de regreso, y él prefirió silenciar su llegada. Aquella experiencia le dejó una profunda huella en su ánimo e intentó olvidarla cuanto antes. Sus intereses y sus actitudes abandonaron la política y se refugió en los negocios familiares. La muerte de su hermano, Benet (†1826), lo convirtió en el heredero de un basto patrimonio familiar formado por propiedades inmobiliarias, tierras y señoríos jurisdiccionales que se extendía por Barcelona y distintos pueblos del macizo del Garraf. Los beneficios económicos le impidieron retirarse de toda actividad política y así ejerció de cacique de la comarca, negándose sistemáticamente a participar en el juego de la alta política. En noviembre de 1834 un nuevo gobierno liberal moderado llegó al poder y su translación en el espacio local de Vilanova se produjo con la formación de una Junta compuesta por once ciudadanos, entre los que se contaba Marià, y once miembros del consistorio municipal para que escogieran el nuevo ayuntamiento de 1835. En agosto de 1835 designaron a Marià como miembro de la Junta Auxiliar Consultiva de Vilanova, después se integró a la Comisión Directiva de la Fortificación para organizar la defensa de la ciudad frente a cualquier posi-ble ataque carlista. En noviembre las tropas del pretendiente Carlos ocuparon Montblanc y las autoridades de Vilanova eligieron a Marià y otro regidor para que les representaran ante el capitán general con la petición de conseguir armas para defender la ciudad. La experiencia traumática del Trienio le impidió ir más allá de la política local y salía pocas veces de Vilanova para dirigirse a Barcelona. Se sentía viejo, débil y sin fuerzas para enfrentarse al desafío de volver a la política nacional. En 1838 renunció sucesivamente al cargo de senador, al de vocal de la comisión de instrucción pública de Vilanova y dos años más tarde cuando su salud ya estaba muy deteriorada, renunció a ser el representante laico de la Junta diocesana de Barcelona. Sobrevivió precariamente hasta 1844.

Elección y actividad parlamentaria

Marià Rubinat y de Papiol fue elegido diputado a Cortes por Cataluña el 2 de diciembre de 1821 y tomó pose-sión del acta el 25 de febrero de 1822. No intervino en las Cortes y participó en varias comisiones: caminos y canales; instrucción pública; tribunal de Cortes y en una especial sobre legislación relacionada con la aprobación de la proposición del Sr. Prat sobre la ley de señoríos sancionada en 1821. Cuando las Cortes iniciaron sus sesiones en Cádiz, Marià mandó un oficio para justificar su ausencia en el que decía que “había ido a parar a Algeciras, en donde se veía obligado a permanecer hasta que su salud le permitiese ponerse en camino, y las Cortes mandaron pasasen a la comisión respectiva” (Gaceta Española, Cádiz, 08.07.1823, p. 301). Marià mintió y aprovechó la oportunidad para regresar a Vilanova i la Geltrú. Marià se formó políticamente a la sombra de su hermano quien desarrolló una intensa carrera política en la Diputación provincial catalana desde donde impulsó junto a otros líderes del moderantismo catalán un proyecto político basado en una interpretación de la Constitución de 1812 en función de la tradición constitucional catala -na. La propuesta de aquel liberalismo moderado se fundamentaba en una redefinición de la relación entre Cata-

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luña y la monarquía en la que se preservaba el poder del territorio periférico para la elite local, otorgándole mayor autonomía y garantizándole la participación de sus representantes en cada uno de los órganos decisorios de la nueva arquitectural institucional, a cambio del apoyo de la burguesía mercantil y agraria al régimen liberal. Marià empapado de aquel discurso político, restó desorientado, cuando se desvanecieron las posibilidades del moderan -tismo y emergió con fuerza en Cataluña, como en el resto de la monarquía, el movimiento liberal exaltado, y acabó refugiándose en las tesis más moderadas y en el anonimato de los silencios en las Cortes. Nombrado senador por Barcelona el 4 de enero de 1838, renuncia al cargo. La renuncia es leída en la sesión del Senado del 7.03.1838.

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación electoral: 8 nº 9; A.H.N. Consejos, 6305; A. S. Expediente personal, HIS-0395-07; Biblioteca Víctor Balaguer. Archivo de Can Papiol. Fondo de Francisco Papiol, expedientes 442.4.16, 442.4.17, 442.7.22, 442.8.7, 465.7 y 484; ARNABAT MATA, R. “Visca la Pepa!” Les reformes econòmiques del Trienni Liberal (1820-1823). Barcelona: D’ahir per Avui. Societat Catalana d’Estudis Històrics, 2002, p. 32; ARNABAT MATA, R. La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001, pp. 109, 131 y 267; Condiciones y semblanzas de los señores diputados a cortes para los años. Madrid: Imprenta del Zurriago, 1822, p. 20; ELVIRA SILLERAS, M. “Los diputados catalanes en las Cortes del Trienio constitucional, 1820-1823” en GIL NOVALES, A. La Revolución liberal (Congreso sobre la Revolución Liberal espa -ñola en su diversidad peninsular (e insular) y americana). Madrid: Orto, 2001, pp. 311-349; ESPOZ Y MINA, F. Memorias del general don Francisco Espoz y Mina, escritas por él mismo, publícalas su viuda doña Juana María de Vega. Madrid: Imprenta estereotipia Rivadeneyra, 1851, pp. 320, 321, 329; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. Del Museo Universal, 1991, p. 584; ROCA VERNET, J. Tradició constitucional i història nacional (1808-1823): la nissaga dels Papiol. Barcelona: Ed. Pagès, 2011; TOSCAS I SANTAMANS, E. Familia i context: la casa Papiol i la Vilanova de la primera meitat del segle XIX. Vilanova i la Geltrú: El cep i la Nansa, 1999, pp. 63-7; VIRELLA I BLODA, A. “La infanta Carlota joaquima i el diputat de Vilanova”. Miscel·lània Penedesenca, 1998, pp. 156-170

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SALVATÓ DE ESTEVE, Ramón[Barcelona, 1784 - Madrid, 24.05.1839]Diputado por Cataluña, 1822.Diputado por Barcelona, 1836 (3ª) y 1837.

Nació en Barcelona en 1784. Sus padres eran Joan Salvató (†1810), relator de la Real Audiencia de Cataluña, y Prudencia de Esteve (†1810) ambos naturales de Barcelona. Se casó en Olot (Girona) el 10 de noviembre de 1811 con María Anna Soler i Pascual (1790 – 30.04.1850), hija de Miquel Soler, natural también de Olot, y de María Àngela Pascual, natural de Reus (Tarragona), y no tuvieron hijos. Estudió Leyes en la Universidad de Cervera y después siguió los pasos de su padre en la administración borbónica. Se estableció en Barcelona y durante la ocupación napoleónica se negó a colaborar con los franceses aunque permaneció en la ciudad. Se fugó de Barcelona en junio de 1809 junto a su madre cuando supo que su padre había jurado lealtad a la nueva administración napoleónica. Después de pasar por mil y una vicisitudes, él y su madre llegaron a Girona donde se establecieron hasta mediados de 1810, durante aquellos meses murió su madre. La prensa gerundense destacó su comportamiento heroico en la defensa de la ciudad, lo que le valió una recompensa de la Real Audiencia de Cataluña, refugiada en Tarragona en 1810, después de la caída de Barce-lona, que lo nombró alcalde mayor del partido judicial de Figueres. Se fijó su residencia en Olot para desempeñar sus nuevas funciones y allí conoció a su esposa, María Anna Soler. En abril de 1813 recayó en él interinamente el cargo de alcalde mayor de Mataró aunque por poco tiempo ya que poco tiempo después le designaron juez de primera instancia de Tortosa. El final de la Guerra de la Independencia (1808-1814) supuso la vuelta de Fernando VII quien derogó la Cons-titución de 1812 y persiguió a todos aquellos que habían colaborado con el régimen liberal. Salvató fue encarce-lado durante dos años en el castillo de Tortosa y lo liberaron en 1816 porqué en su causa no encontraron pruebas suficientes que le incriminaran y lo declararon “magistrado neto”. Volvió a su ciudad natal y no consta que parti-cipara en las tramas que allí se urdieron en vísperas del pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego. El éxito del pronunciamiento de Riego desencadenó la proclamación de la Constitución de 1812 en Barcelona (10 de marzo de 1820) donde Salvató fue uno de los electores que escogieron los diputados a Cortes para la legislatura de 1820. Al cabo de unos meses, en agosto de 1820, formó parte de la Junta de censura de la ciudad y repitió como juez para asuntos de censura en 1821. Antes la Diputación provincial de Cataluña le comisionó para que presidiera una junta de electores encargada de elegir el primer consistorio municipal de Mora la Nova, los meses que estuvo destinado allí también trazó los límites del término municipal, otra de las tareas que le había encomendado la Diputación. Regresó a Barcelona y el 10 de abril de 1821 se incorporó en calidad de síndico al Ayuntamiento constitucional donde tuvo que batallar con el pánico desatado a raíz de la epidemia de fiebre amarilla que infestó la ciudad desde verano a finales de otoño de 1821, y con la respuesta revolucionaria del liberalismo exaltado que desafió a las principales instituciones liberales, exigiendo al Rey la remodelación del gobierno y negando a la Diputación catalana su supremacía política sobre la Milicia Nacional barcelonesa. Las demandas del movimiento exaltado estaban condenadas al fracaso aunque la generalización del descon-tento contra el gobierno abrió la puerta a la esperanza que se cerró con la remodelación del nuevo gobierno lide-rado por Ramón López Pelegrín. Después ya sólo era cuestión de tiempo que la Diputación con la ayuda del jefe político y el silencio cómplice del ayuntamiento acabaran con los oficiales revolucionarios de la milicia nacional de la ciudad, auténticos líderes del movimiento exaltado. Ramón Salvató se enorgulleció desde su sindicatura al oír los desafíos exaltados y trasladó su indignación a las Cortes cuando supo que la represión moderada se abatió sobre ellos el 24 de febrero de 1822. Sólo habían pasado tres semanas desde que se despidió de sus conciuda-danos en una reunión de la tertulia patriótica de Barcelona donde se le homenajeaba junto a Rafael del Riego. Desde que se rompiera el aislamiento de la ciudad, en diciembre de 1821, había buscado persistentemente la reconciliación entre los liberales barceloneses a sabiendas que la tensión podía desembocar en un enfrentamiento sangriento entre ambos grupos. Los intentos de reconciliación impulsados por Salvató, buen conocedor de los centros de sociabilidad del moderantismo barcelonés como la Real Academia de Buenas Letras a la que asistía a menudo desde que le hicieran socio en 1821, fueron estériles. Su liberalismo discursivamente era exaltado

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aunque su práctica política distaba mucho de las del liberalismo popular y radical de los milicianos y exaltados de Barcelona. El 22 de enero de 1822 pronunció un discurso en el que tendía puentes con el discurso moderado cuando exploraba los vínculos existentes entre las antiguas leyes, abolidas por el despotismo, y las nuevas liber-tades, argumento usado a recurrentemente por el liberalismo moderado catalán para interpretar la Constitución de 1812. Los primeros años de diputado en Madrid provocaron una transformación política de su discurso en el que abandonó la vía más conciliadora para desarrollar una propuesta política más transgresora. Se le consideró, en esos días, como uno de los fundadores y propagadores en Cataluña de la sociedad secreta de los Comuneros, lo que le supuso una permanente e intensa persecución del régimen absolutista posterior. Se desplazó con las Cortes de Madrid a Sevilla y después a Cádiz desde donde huyó a Gibraltar después de la derrota del régimen constitu -cional ante las tropas de la Santa Alianza. Durante una década no pudo regresar a España sin correr el riesgo que lo apresaran y reprimieran duramente por la actividad política desarrollada durante el Trienio, permaneció de 1824 a 1834 en Londres aunque se mantuvo en una discreta segunda línea entre las filas de los exiliados, sin liderar ni participar en las conspiraciones y pronunciamientos instigados desde el exilio. Regresó a España en marzo de 1834 y se estableció de nuevo en Barcelona durante unos meses y solicitó su recolocación en la Audiencia de Barcelona. No fue así ya que nombraron fiscal de la Audiencia de Galicia, a mediados de diciembre de 1834, aunque no llegó a La Coruña hasta principios de abril de 1835, después que solicitara un permiso para retrasar su incorporación alegando que necesitaba de más tiempo para ocuparse de algunos asuntos familiares en Barcelona. Durante los meses de gestiones se reintegró de nuevo a la sociedad civil barcelonesa a través de su vinculación con la Academia de Jurisprudencia y al Colegio de Abogados. Apenas pasó un año en Galicia pues en otoño de 1836 reanudó su actividad parlamentaria en Madrid. Con la excepción de los periodos vacacionales, residió en la capital de la monarquía hasta que le sobrevino la muerte el 24 de mayo de 1839, dos semanas antes testó a favor de su esposa y le dieron sepultura en una parroquia de Madrid, proba-blemente en la de San Sebastián en la que enterraron a su viuda en mayo de 1850.

Elección y actividad parlamentaria

Ramón Salvató de Esteve fue elegido diputado el 2 de diciembre de 1821 y tomó posesión de su acta el 20 de febrero de 1822. En su primera intervención después de jurar el cargo de diputado se dirigió contra la actitud de las autoridades liberales ante lo que estaba sucediendo en Barcelona, en aquel momento todavía no conocía los sucesos que llevaron a los líderes de los sectores más revolucionarios de la milicia nacional de Barcelona a los calabozos, y demandaba a las Cortes que actuaran contra los que querían enfrentar a los liberales entre si: “La indiferencia a mi vista sería un crimen indisculpable en los legisladores” (D.S.C. 02.03.1822, p. 62), atribuía a los enemigos del régimen liberal la recuperación del panfleto “Constitución fundamental del género humano” con el fin de “destruir la Constitución fundamental de la Monarquía: hablo de la Cádiz del año 12, única que la Nación ha jurado” (D.S.C. 02.03.1822, p. 62) para lo que exigía mayor beligerancia de las Cortes contra aquellas acciones. Una semana después de aquella intervención, volvía a tomar la palabra para referirse de nuevo a los sucesos ocurridos en su ciudad. El clima de tensión entre la milicia y las autoridades liberales había sido aprove-chado por el jefe político de Cataluña para arrestar a los oficiales de la milicia que capitaneaban los sectores más radicales del movimiento exaltado. Salvató con su voz rota y ronca hizo responsable de aquellos actos al jefe político, Juan Munárriz: “Yo veo que en Cataluña se mantiene un jefe político, cuyas canas son para mi muy respetables, hombre que conoce bien su deber, y que será excelente para llenar los destinos de su ramo peculiar, pero acaso no para el desempeño de un gobierno político” (D.S.C. 09.03.1822, p. 259). Su análisis sobre los hechos acaecidos en Barcelona reveló a sus compañeros exaltados del hemiciclo la prin -cipal amenaza que se cernía sobre los principios revolucionarios de liberalismo, la interpretación de la Constitu -ción de 1812. El gobierno en boca del secretario de la Gobernación pronunció un discurso ratificando su apoyo a las autoridades liberales catalanas y acusando al coronel Costa, jefe de la milicia y líder de los sectores populares del movimiento exaltado, de instigar la sublevación de la Milicia Nacional de Barcelona. Las principales autori-dades catalanas habían aprovechado la dimisión del comandante del segundo batallón de Milicia Nacional, Joan Antón Llinàs, para nombrar su sustituto, Josep Elías y Busquets, más moderado y afín a sus intereses, e impo-nérselo a la cúpula de la milicia, parapetándose detrás de su particular interpretación del reglamento de la milicia y del código gaditano. Salvató concluía recordando a los miembros de la cámara los límites de la legalidad y diciendo que “Si no está en la ley, como es así, claro es que debe haberse obrado por interpretación de ella, y el

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Congreso no debe permitir que las autoridades políticas y gubernativas, ni otras, se constituyan en intérpretes de las leyes en ofensa de su primera atribución, y mucho menos en este caso, en que el arriba citado decreto manda se consulte cuando no esté prescrito en el reglamento de milicias” (D.S.C. 09.03.1822, p. 279). Si el único órgano capaz de interpretar la Constitución eran las Cortes, las autoridades tenían que esperar a la resolución de éstas para dirimir el asunto sobre la renuncia de Llinàs y no podían sancionar la sustitución y “comprometer la reputación de Costa y demás compañeros suyos; cuando estos hombres, convencidos de que la ley no habla de renuncias, y de que había una instancia o consulta sobre este particular, clamaban que lo único que debía hacerse era esperar la decisión del que puede aclarar las dudas que ocurran sobre la letra y espíritu de cualquiera ley” (D.S.C. 09.03.1822, p. 279). Con su decisión las autoridades habían provocado la división y enfrentamiento entre liberales moderados que copaban las instituciones y los sectores revolucionarios del liberalismo que se refugiaban en el apoyo popular de la ciudadanía. La tensión de los liberales barceloneses se reprodujo en otras ciudades españoles comprometiendo la unidad de los liberales y desencadenado una fractura irreversible entre ellos. Los comienzos de su actividad parlamentaria estuvieron condicionados por la permanente voluntad de expresar ante las Cortes todas y cada una de las vulneraciones de la Constitución o de la ley que cometían las autoridades, fueran éstas catalanas o de cualquier otro lugar de la monarquía. El respeto por la norma gaditana y por el imperio de la ley devino el único mecanismo político capaz de frenar las prácticas autoritarias de un liberalismo moderado que percibía la eclosión del movimiento liberal exaltado de base popular como una amenaza hacia el status quo y el orden social. La última semana de marzo de 1822 intervino en las Cortes para apoyar la denuncia de Antonio Guiral sobre el comportamiento del jefe político de Valencia quien “obró clara y terminantemente contra ley, e incidió en la responsabilidad que con tanto fundamento opina la comisión, y creo que deben aprobar las Cortes” (D.S.C. 26.03.1822, p. 581). Precisamente aquella cautela que le inducía a repudiar cualquier comportamiento contrario a ley, hizo que se pronunciara en contra de juzgar a los oficiales del regimiento de caballería de Sagun-to: Francisco Serrano, Florencio Ceruti y Agustín Chinchilla, a causa de los rumores generados por los panfletos anónimos que les denunciaban y dijo “pasaron los tiempos ominosos en que la salud del pueblo era la suprema ley” (D.S.C. 31.03.1822, p. 649). Salvató aferrándose a la ley, omitió la reivindicación permanente del ejercicio de soberanía vinculada al principio del liberalismo radical “salus populs, suprema lex esto”, lo que representó una nueva alternativa política para un liberalismo exaltado que se alejaba de los sectores populares y se acercaba a modelo político en el respeto a las instituciones políticas. Aquellas primeras intervenciones de Salvató en las Cortes atrajeron rápidamente la atención de los diputados exaltados por su buena oratoria y por su discurso político renovador. Tuvo la fortuna de ser el vicepresidente de la cámara durante el mes de marzo de 1822 y a pesar de su inexperiencia parlamentaria supo sacarle partido participando mucho más en los debates de lo que era habitual para un joven novato parlamentario. El 16 de marzo de 1822 capitaneó la recepción del segundo batallón de Asturias, protagonista del pronunciamiento de las Cabezas de San Juan en enero de 1820. La ausencia de Rafael del Riego le convirtió en el centro de todas las miradas y concluyó su discurso patriótico diciendo a la delegación de militares: “La distinción que habéis mere-cido os da el mejor testimonio de aprecio de las almas libres, que premian en vosotros la virtud, el honor y el merecimiento” (D.S.C. 16.03.1822, p. 390). El comandante del batallón, en agradecimiento, le entregó el sable que empuñaba Rafael del Riego, cuando se pronunció a favor de la Constitución 1812. El fallido golpe de estado protagonizado por los realistas, el 7 de julio de 1822, que tuvo la connivencia de los liberales moderados y la monarquía, determinó el cambio de rumbo de la revolución liberal. Las Cortes volvieron abrir las puertas el 7 de octubre de 1822 en virtud de una nueva legislatura extraordinaria que se alargaría hasta el final de aquella segunda etapa constitucional. El primer presidente de las Cortes en aquella legislatura fue Ramón Salvató quien obtuvo sesenta y tres votos de los ciento diecisiete totales y ostentó el cargo hasta el 6 de noviem-bre de 1822. Desde que se iniciara las sesiones de Cortes el debate giró alrededor de lo sucedió aquel verano en Madrid. Salvató tomó la palabra, una vez finalizado su mandato de presidente, para reprobar las capitulaciones acordadas por los jefes militares constitucionales con los rebeldes en las que se les prometía sus indultos si se rendían. Recordó a la cámara que “la ley no admite el indulto en los delitos de conspiración” e insistió que en contra de la opinión del Consejo de Estado el monarca sólo puede “indultar con arreglo o sujeción a las leyes, es visto que no tiene ejercicio en este caso aquella prerrogativa Real” (D.S.C. 27.11.1822, p. 794). Las palabras de Salvató reflejaban la desconfianza que sentían los liberales exaltados hacia Fernando VII al que consideraban responsable indirecto del golpe de estado por el aliento que le estaba dando a la contrarrevolución, en aquellos días nadie sabía con seguridad hasta donde había llegado la colaboración del monarca con los golpistas.

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La legislatura avanzaba siempre un paso por detrás del ritmo que lo hacía la revolución en las calles de las principales ciudades de la monarquía. Durante dos semanas se discutió la nueva ordenanza sobre el ejército y Salvató intervino para asegurar que “la autoridad civil y política es la responsable de la tranquilidad y del orden público, y en caso de que vea que puede ocurrir algún exceso o cosa semejante, buen cuidado tendrá de pedir con tiempo auxilio de la tropa” (D.S.C. 27.11.1822, p. 793), con aquellas palabras quería garantizar que las autoridades políticas no usarían la fuerza militar para imponer su voluntad sobre los ciudadanos y evitar que el ejército sofocara las protestas de la ciudadanía, ambas circunstancias se habían producido en Barcelona el 24 de febrero de 1822 con la represión enmascarada contra los exaltados. La reflexión sobre la obediencia del poder militar a las autoridades políticas devino uno de los grandes logros del liberalismo exaltado de aquella legislatura. El 3 de febrero de 1823 la cámara aprobó el decreto del gobierno por el que se reformaba la instrucción de 23 de junio 1813 que había puesto las diputaciones provinciales bajo la dependencia de les jefes políticos. Salvató fue uno más de los diputados catalanes, moderados en las dos primeras legislaturas del Trienio y exaltados en las posteriores, que se manifestó favorable a la derogación de aquella instrucción. La acción de los parlamentarios estuvo condicionada por las numerosas peticiones de diputaciones provinciales llegadas a las Cortes en las que se requería la eliminación de aquella instrucción. La reforma de febrero de 1823 no significó su derogación pero amplió autonomía política de las diputaciones y recortó las atribuciones otorgadas a los jefes políticos. La formación de un nuevo gobierno a finales de febrero de 1823 supuso una nueva escalada revolucionaria de la que Salvató prefirió mantenerse al margen. Fuera del hemiciclo fue uno de los promotores de la escisión moderada de la sociedad secreta de los Comuneros con la formación de la sociedad de los Comuneros Españoles Constitucionalistas. Aunque distaba mucho de estar de acuerdo con las algunas de las propuestas más radicales del liberalismo exaltado se mantuvo fiel al régimen liberal incluso en sus peores momentos y se trasladó junto a las Cortes a Sevilla y votó favorablemente a la derogación del monarca al negarse éste a trasladarse a Cádiz. Las Cortes nombraron una regencia y Salvató se desplazó hasta la bahía gaditana junto a los demás diputados que todavía resistían. Se trasladó a Inglaterra donde vivió un exilio de 11 años. La primavera de 1834 regresó a Barcelona gracias a la amnistía de la regente María Cristina, y pocas semanas después intentó recuperar su plaza en la Real Audiencia. El secretario de Estado solicitó informes sobre Salvató al presidente del colegio de abogados y al gobernador político, Felipe Martín Igual que en su informe de 22 de noviembre de 1834 escribió “sus principios no pecan de exaltados” e insistió sobre su valía política y profesional diciendo que era “un literato profundo, jurisconsulto versado en las leyes generales del Reino y particulares de la Corona de Aragón y código romano que aun rigen el Principado”. El 10 de octubre de 1836 fue elegido de nuevo por Barcelona para las nuevas Cortes constituyentes y tomó posesión del acta de diputado el 21 de noviembre siguiente. En la primera intervención de la cámara constituyente dejó claro que la supervivencia del régimen liberal estaba por encima de los derechos individuales en un momento de excepcionalidad política como vivían con la Primera Guerra Carlista (1833-1840). No estaba dispuesto a vivir un nuevo exilio y si por ello era necesario recortar algunas garantías legales estaba dispuesto a sacrificarlas. El 10 de diciembre de 1836 hizo uso de la palabra para justificar ante el resto de diputados la necesidad de medidas excepcionales contra los que conspiraban para derrocar el sistema político liberal y dijo: “a mi modo de ver existe un juicio o una justicia polí-tica, y he aquí una razón porque debe aprobarse el artículo. Acaso retrae algunos el que nosotros prescindamos de toda aquella exactitud y de todas aquéllas fórmulas, procediendo sólo por convicción moral”, apelando a la convicción moral se introducía un elemento en el sistema judicial altamente subjetivo pues no requería de pruebas legales verificables y fidedignas “vemos que no es más que la creencia de la evidencia, es decir, el creer que existe tal cosa, porque está fundada; para que la conciencia del juez diga: aquí está el delito”. Su alegato final instaba al gobierno a sacrificar una parte de las garantías de la libertad individual para establecer una ley de “ostracismo contra esos hombres sospechoso, contra esos hombres que se presentan atentando contra la vida de la Patria. Señores, aquí no hay más que un sacrificio parcial; pero dejando siempre intacto el principio de la libertad política, que es donde queda asegurada la garantía de la libertad individual que solo se cede en parte, más que por un momento” (D.S.C. 10.12.1836, p. 576). Aquella actitud tan decididamente beligerante con los conspiradores y protectora con el régimen liberal le aupó ocho meses después al frente del ministerio de Gracia y Justicia en el que estuvo desde el 18 de agosto hasta el 1 de octubre de 1837. Su intervención más destacada en las Cortes constituyentes se produjo en el debate sobre el artículo de la nueva Constitución de 1837 que establecía la convocatoria de Cortes como facultad del rey. Salvató impugnó el artículo afirmando que “la concesión de esta facultad al Trono es contra la libertad de los pueblos. Yo así lo entiendo, porqué no reconozco que aquí haya un acto obligatorio, sino facultativo” (D.S.C. 21.12.1836, p. 735) y en la

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sesión siguiente precisó “No me opongo a que se señale como una de las atribuciones del Monarca la de convo-car las Cortes; solo deseo que esa atribución no sea expresada con la palabra facultad, que parece le deja árbitro y libre de poder convocar las Cortes o no” (D.S.C. 22.12.1836, p. 746). Detrás de aquellas palabras emergía una desconfianza hacia el poder político del rey y una reivindicación de la supremacía de la representación del pueblo en las instituciones políticas, traslación directa del principio de soberanía nacional sobre el que se levantaba el régimen político liberal. Por segunda vez le eligieron presidente de las Cortes, el 1 de marzo de 1837 su candidatura obtuvo noventa y un votos a favor de los ciento cuarenta totales, y presidió la cámara desde el 2 de marzo hasta el 31 de marzo de 1837. Los meses siguientes tomó la palabra en pocas ocasiones y no tuvo intervenciones relevantes. El 11 y 18 de junio de 1837 firmó y juró, respectivamente, la Constitución de 1837. A finales de mes intervino sobre cuál era el auténtico significado de la amnistía por delitos políticos e instó a las Cortes para que equiparan la amnistía al olvido o absolución del delito. No cabe duda que poco a poco su discurso político adoptó un cariz más institu -cional y menos partidista. En verano de 1837, su figura despertaba un enorme respeto entre los diputados, lo que le permitió a aventurarse a formular discursos con un alto sentido político, así propuso fortalecer las relaciones con las nuevas naciones americanas para asegurar las rutas comerciales a la marina mercante española y desarro-llar el potencial comercial de la nación que la hiciera homologable a las grandes naciones europeas: “Ya es tiempo de que entremos en esa vida social que anima a las demás Naciones. La Inglaterra ha doblado su existen-cia por el impulso de su comercio y marina. La Francia ha vivificado la suya por iguales medios, acompañados de la animación industrial. ¿Quedará la España adormecida y precaria de los extraños con un suelo feliz, con todas las latitudes que pueden darle todos los frutos, y con elementos y disposiciones para la actitud y carácter mercantil?” (D.S.C. 28.07.1837, p. 5009). En el punto más álgido de su carrera político, algunos de sus detractores en las Cortes aprovecharon la renuncia de un antiguo compañero suyo de la legislatura extraordinaria de 1822-1823, Manuel Bertrán de Lis, para arre -meter contra aquellos liberales que aprobaron el traslado de las Cortes de Madrid a Sevilla “porqué aquí se marca como una prueba patriotismo el haberse expresado contra la traslación”, detrás de aquellas palabras afloraba la acusación de ser los responsables de la destitución del monarca. Salvató optó por no esconderse y ratificó públi-camente la decisión “aquella traslación fue la que marcó los deberes del Congreso y de todos los demás españoles en aquellos momentos apurados” (D.S.C. 09.08.1837, p. 5257). Sus opiniones, su firmeza y unos principios políticos basados en la supremacía política de un régimen de libertades y derechos para los ciudadanos en detri-mento del poder político del rey, le catapultaron hacia un ministerio. Desde el 18 de agosto hasta el 1 de octubre de 1837 fue ministro de Gracia y Justicia, y a finales de septiembre decidió abandonar el cargo después que su proyecto de ley sobre la composición de los miembros del Tribunal Supremo no contará con el apoyo del gobierno ni de la cámara. El otoño de 1837 el liberalismo progresista vivía sus momentos más bajos y en la elec-ción de la nueva cámara parlamentaria, los electores dieron la mayoría a los moderados. Ramón Salvató fue elegido como diputado suplente por Barcelona, en las elecciones de 22 de septiembre de 1837. Sus propuestas progresistas y su beligerancia política contra el moderantismo parecía que lo condenaban al ostracismo del parlamento aunque se produjo un giro inesperado al regresar a la cámara fruto del infortunio del diputado, Josep Carbonell, a quien sustituyó. Aceptó el acta de diputado el 7 de marzo de 1838 y los primeros meses restó en un discreto segundo plano sin prodigarse demasiado en sus intervenciones. La más relevante y valiente de éstas fue la que hizo para denunciar las prácticas autoritarias del capitán general de Cataluña, el barón de Meer, quien había deportado a las islas Canarias a seis líderes del liberalismo progresista y radical barcelonés, entre los que se contaban Josep María Canalejas, Rafael Degollada, Antoni Giberga, Joaquim Jaumar, Cipriano Munné, y Antoni Ribot i Fontseré. Las palabras de Salvató iban dirigidas al gobierno que consideraba cómplice de las ilegalidades e injusticias cometidas por el barón de Meer sino las denunciaba. Salvató se erigió en portavoz de aquellos deportados reclamado ante las Cortes la observancia de la Constitución y apeló ante los diputados a “la confianza de que no será desoída esa petición por un Gobierno que ha proclamado en este mismo lugar justi-cia en todo y para todos por medio del Sr. Ministro del ramo; y si un día hubiese un ministro que se rebelara contra esos principios de justicia, yo le diría con todo el lleno de mi voz, que los que erigen o dejan de erigir sus soldados en jueces de los ciudadanos y acallan o dejan acallar el pacto constitucional ante la ley ciega y soberbia de la espada, no son dignos de gobernar a los libres españoles” (D.S.C. 19.01.1839, p. 1231). Aquel desafío al gobierno, exigiéndole que revocara la decisión del barón de Meer devino su última intervención en las Cortes y sin duda la más admirable, pues supuso un acto de valentía en medio del silencio cómplice de la cámara, cinco meses después un derrame cerebral le causó la muerte.

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Las últimas palabras en la cámara sirvieron para denunciar la impunidad con la que perseguían las autoridades liberales a los sectores progresistas y radicales. En aquel momento le retumbó en sus oídos el recuerdo del discurso pronunciado el 10 de diciembre de 1836 en el que exigía de las Cortes un recorte de las garantías legales de las libertades individuales para agilizar los procesos judiciales contra los delitos de conspiración política y liquidar a los enemigos del régimen liberal. Cuando convirtió las convicciones morales en argumentos legales abrió la puerta a la justicia revolucionaria y a la represión despiadada, y ambas alegaron la bondad de sus fines para justificar el recorte de libertades individuales. La vida política puso a prueba las convicciones de Salvató y no siempre obtuvo el resultado deseado. Cuando era joven, durante el Trienio, luchó incesantemente para que los liberales exaltados fijaran los límites de la revo-lución en la Constitución de 1812 sin dejarse llevar por las manifestaciones más radicales de los sectores popula-res del movimiento exaltado. Por su lealtad al régimen liberal, sufrió once años de exilio en Londres. A su regreso radicalizó sus posturas para poner a salvo la nación de ciudadanos frente al creciente apoyo que desper-taba la reacción entre distintos sectores sociales. Olvidó su actitud reflexiva y ponderada, esencia de su compor-tamiento político, y acabó prisionero de unas propuestas radicales alejadas de los principios que le habían guiado durante su primera etapa parlamentaria. Aunque tuvo la valentía suficiente para desafiar al gobierno cuando la impunidad y la ilegalidad de las autoridades políticas reprimía a los liberales progresistas y radicales.

Obras: Elecciones de 1839. Madrid: Imprenta de Don Salvador Alvert, 1839.

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J. R.V.

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TORRES, Agustí[Montmaneu (Barcelona), 27.06.1773 - Barcelona, 04.01.1833]Diputado por Cataluña, 1820.

Nació en Montmaneu (Barcelona) el 27 de junio de 1773. Estudió gramática en las escuelas pías de Igualada en 1784 y el curso siguiente fue a la Universidad de Cervera donde se doctoró en filosofía y teología en 1796. Fue profesor de retórica en el Seminario episcopal de Vic y catedrático de letras en Cervera desde 1805 hasta que en 1814 obtuvo la canonjía pro universitate en la iglesia de Vic donde fundó la biblioteca episcopal de la ciudad. En los dos últimos años de la Guerra de la Independencia (1808-1814) fue redactor del periódico la Gazeta de Cataluña, portavoz de la Diputación provincial catalana, y algunos indicios apuntan que previamente habría dirigido el Diario de Cervera. Poco después del pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego (de enero a marzo de 1820) y cuando el rey todavía no había jurado la Constitución en Cortes, Torres pronunció una oración fúnebre en memoria por los caídos en Madrid en 1808 en la que no se escondía de profesar ideas libera-les: “Os lo aseguro por esta misma Constitución, que tan altamente hemos proclamado al pie de esas sagradas aras, y jurado a la faz de los cielos y de la tierra”. En este texto insistía en asimilar la Guerra de la Independencia con una guerra santa, como ya hiciera en una oración fúnebre, pronunciada en Cervera el 21 de junio de 1809. A su regreso de Madrid, después de ser diputado en Cortes, reprendió su carrera periodística en 1823 cuando fue uno de los redactores del periódico realista, Diario de Vich. Por aquel entonces, el 14 de octubre de 1822 participó en una comisión junto a dos canónigos: Sentmenat y Ros, para redactar una exposición dirigida a las autoridades militares para mejorar la situación carcelaria del obispo de Vic, Ramón Stracuh. Al cabo de unos días y gracias a las diligencias del capítulo catedralicio, concedieron a Strauch un régimen más abierto, que le permitía poder pasear por el palacio, bajar al jardín y recibir visitas aunque siempre bajo vigilancia de un centinela. Antes que concluyera la etapa constitucional se posicionó nítidamente a favor de los sectores absolutistas como quedó patente cuando el 19 de septiembre de 1823 bendijo la bandera del batallón realista en Vic. Durante los años siguientes se refugió en la actividad eclesiástica, tradujo al latín la obra de Félix Amat, El diseño de la iglesia militante, y escribió algunas poesías para celebrar el paso por Cervera del rey Fernando VII y su futura esposa, María Amalia, en 1828. Cinco años después, el 4 de enero de 1833 murió en Barcelona.

Elección y actividad parlamentaria

Agustí Torres fue electo como diputado suplente por Cataluña el 21 de mayo de 1820, y el 23 de febrero de 1821 sustituyó al diputado José Costa y Galí quien murió a las pocas semanas de abandonar las Cortes. Las intervenciones de Torres en las Cortes siempre tuvieron relación con la legislación liberal que afectaba a la igle -sia. En la sesión de 3 de abril de 1821 desafió el dictamen de la comisión eclesiástica cuando dijo que no era potestad civil determinar cual tenía que ser el número ministros de la iglesia, como establecía el Plan General del Clero aprobado por las Cortes. Su opinión desencadenó un enfrentamiento dialéctico con el canónigo de Cuenca y diputado Joaquín Lorenzo Villanueva que le dijo: “s’ha aïllat, com altres eclesiàstics que jo conec, fins alguns Senyors Bisbes, en un petit cercle, en que inclouen la Religió de mode que lo que sigui eixir d’ell, és en son concepte heretgia, és jansenisme, és impietat, i altres noms d’aquesta naturalesa massa notoris, i tan aliens de la veritat com de la mateixa Religió”. El diario de sesiones no recogió aquella discusión y las palabras quedaron impresas en un panfleto realista, publicado años después, en el que se recreaba el enfrentamiento entre dos modelos de iglesia a través de las opiniones de los eclesiásticos asistentes a la Cortes liberales del Trienio. En cada uno de los debates a Cortes, Torres siempre se decantó por la práctica y discurso tradicional de la igle-sia, negándose a aceptar las restricciones o modificaciones que pretendían imponer las autoridades liberales o los sectores reformistas de la iglesia. Cuando las Cortes discutieron sobre la incesante salida de recursos pecuniarios de España hacia a la curia romana, él recordó a los diputados que “la Nación española está obligada a la religiosa observancia del Concordato entre las Cortes de Madrid y de Roma, celebrado en el año de 1753, en orden a las Bulas de los arzobispos y obispos”, y que “no se entienda innovada cosa alguna, sino que todo quede en el pie en que ha estado hasta ahora, esto es, con las mismas tasas y emolumentos acostumbrados, como también lo reco -noce y expresa la comisión eclesiástica en su dictamen. La observancia de este Concordato se halla garantida con las expresiones más terminantes de la honradez y buena fe que pueden exigirse en un tratado público” (D. S. C.

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13.04.1821, p. 1045). Con aquellas manifestaciones se negaba cualquier posible modificación del Concordato vigente entre la Roma y la monarquía española. Torres todavía hizo un paso más hacia las posturas más conser-vadores, cuando se opuso a la propuesta de venta de bienes eclesiásticos para liquidar la deuda pública ya que cuestionaba que se pudiera sufragar el gasto del mantenimiento de los eclesiásticos españoles sólo a través de la recaudación de la mitad del diezmo. Durante ese debate, recordó a los diputados de la cámara, elocuentemente, que el imperio de la religión y por lo tanto de la iglesia estaba por encima de la nación: “La iglesia es el imperio que ha reconocido siempre, reconoce y no pude dejar de reconocer la Nación española, mayormente desde que estableció en el código fundamental que la religión apostólica romana es la única verdadera. Bajo este supuesto, ni la Nación, ni particular alguno puede resistirse al imperio de una religión reconocida por verdadera” (D. S. C. 10.01.1822, p. 1724). En aquel debate el desencuentro entre Torres y los principios del liberalismo llegó a su punto culminante, lanzándolo a los brazos de la contrarrevolución.

Obras: Danza dramática y poseías compuestas por encargo de la Universidad de Cervera en 1807 con motivo de haberse dado la plaza de regidor al Príncipe de la Paz, Cervera: Of. de la Real y Pontificia Universidad, 1807; Demonstraciones con que la ciudad de Cervera ha celebrado la posesión que de la nueva plaza de regidor primera, y más preeminente del Ayuntamiento de la misma se sirvió tomar D. el serenísimo señor Manuel de Godoy... en el día 18 de abril de 1807. Cervera: Oficina de la Real Universidad, por Segismundo Bou y Baranera, 1807; Oración fúnebre, que en el aniversario decretado por S.M. la suprema Junta Central por el reposo de las almas de los españoles asesinados en Madrid [sic] por el gobierno francés el día 2 de mayo de 1808 y de los que han perecido en la Santa Guerra que sostiene la nación contra el emperador de los franceses Napoleón I por comisión de Claustro de la Real Universidad de Cervera... el día 21 de junio de 1809. Cervera: Oficina de la Real y Pontificia Universidad, 1809; Perspec -tiva de la España después del dos de mayo de 1808: oración fúnebre, que en el aniversario de los primeros mártires de la libertad nacional sacrificados en Madrid por el ejército francés / dijo el día dos de mayo de 1820 en la Santa Iglesia Catedral de Vich el D. D... publicada a solicitud y expensas de M. J. Ayuntamiento Constitucional de la expresada ciudad. Vich: Imprenta de Felipe Tolosa, 1820; Oración fúnebre que en el aniversario celebrado en la santa iglesia catedral de Vich el día 30 de Junio de 1823 por disposición de S.A.S la junta provisional de gobierno de Españas é Indias en conmemoración de los españoles que han muerto tanto con las armas en la mano en defensa de la religión y del trono como en los suplicios... impreso a solicitud y á expensas del M.I. Ayuntamiento de esta ciudad. Vich: en la imprenta de Ignacio Valls, 1823; De Jesús, Ramon [Torres, Agustín de]: Relación de las diligencias y demostraciones fúnebres con que el cabildo de canónigos de la Sta. iglesia de Vich acreditó sus sentimientos en obsequio y honor de su dignísimo prelado el lllmo. Sr. obispo D. Fr. Raimundo Strauch y Vidal. Precede a la oración fúnebre que en las solemnes exequias celebradas el día 12 de febrero de 1824 en iglesia catedral de la ciudad de Vich, por el Illmo. cabildo, M. I. Ayuntamiento y respetable clero, con motivo de la traslación desde el cementerio de la parroquial del pueblo de Vallirana obispado de Barcelona, a la referida iglesia catedral del cadáver del lllmo. Sr. D. Fr. Raimundo Strauch y Vidal obispo de Vich, dijo el R. P. Fr. Ramón de Jesús ministro del convento de trinitarios descalzos de dicha ciudad de Vich. Perpiñán: Imprenta J. Alzine, 1824; Poesías con que la Universidad de Cervera celebra las virtudes de nuestros reyes y señores D. Fernando VII y D. Maria Josefa Amalia, con la oportunidad de haberse dignado SS.MM. honrar con su real alojamiento el grandioso edificio de dicha escuela. Cervera: Imprenta de la Pontificia y Real Universidad, por Bernardo Pujol, 1828

Fuentes y bibliografía: A.C.D. Serie documentación Electoral: 6 nº 9; ARNABAT MATA, R. “Visca la Pepa!” Les reformes econòmiques del Trienni Liberal (1820-1823). Barcelona: D’ahir per Avui. Societat Catalana d’Estudis Històrics, 2002, pp. 52 y 120; ARNABAT MATA, R. La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya. Vic: Eumo, 2001, pp. 101-6; BADA I ELIAS, J. L’església de Barcelona en la crisi de l’antic règim (1808-1833). Barcelona: Col·lectània Sant Pacià. Herder, 1986, p. 204; Bonet i Baltà, J. “Agustí Torres” en Corts i Blay R., Galtés i Pujol, J. Diccionari d'història eclesiàstica de Catalunya. Barcelona: Generalitat de Catalunya, 2000; Bou, T. Quatre converses entre dos personatges dits Albert i Pasqual, en les que amb un estil senzill acomodat a la capacitat dels menys instruïts i en dècimes, s’ataca la impietat i sistema constitucional, publicades en diferents èpoques. Barcelona: Impremta de la Viuda Antoni Brusi, 1830, pp. 160-2; FIGUEROLA, J. Església i societat a principis del segle XIX. La societat osonenca i el bisbe Strauch durant la crisi de l’antic règim. Vic: Eumo, 1988, pp. 96, 113, 144-5 y 190; GIL NOVALES, A. Diccionario biográfico del Trienio Liberal. Madrid: Ed. Del Museo Universal, 1991, p. 647; GUILLAMET, J. Els orígens de la premsa a Catalunya, catàleg de periòdics antics, 1641-1833. Barcelona: Arxiu Municipal de Barcelona, 2004; TORRES AMAT, F. Memorias para ayudar a formar un Diccionario crítico de los Escritores Catalanes, y dar alguna idea de la antigua y moderna literatura de Cataluña. Barcelona: Imprenta de J. Verdaguer, 1836, p. 623.

J.R.V.

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