SUPLEMENTO CULTURAL - HP 414

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Comunicante Comunicante Comunicante VIERNES 15 DE MAYO DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 29 El Muelle: tradición y modernidad El Muelle, Bazar de Arte y Diseño, al rescate de las raíces, tradiciones y las creaciones modernas, en una apuesta cultural más en Durango. Tengo que morir todas las noches “Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay”, en El Nueve, el bar que se convirtió en el paradigma de la diversidad Carlos Yescas Alvarado Pág. 6 Juan L. Simental Pág. 8 Rulfo, o el dilema de soñar o ser A Juan Nepomuceno Carlos le gustaba soñar. Pero la vida no para y de alguna manera hay que vivirla, aunque a veces no sea como se había soñado Por: Juan L. Simental Págs: 4 y 5

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Rulfo, o el dilema de soñar o ser

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ComunicanteComunicanteComunicanteVIERNES 15 DE MAYO DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 29

El Muelle: tradición y modernidad

El Muelle, Bazar de Arte y Diseño, al rescate de las raíces, tradiciones

y las creaciones modernas, en una apuesta cultural más en

Durango.

Tengo que morir todas las noches“Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay”, en El Nueve, el bar que se convirtió en el paradigma de la diversidad

Carlos Yescas Alvarado Pág. 6 Juan L. Simental Pág. 8

Rulfo,o el dilema de soñar o ser

A Juan Nepomuceno Carlos le gustaba soñar.Pero la vida no para y de alguna manera hay que vivirla,

aunque a veces no sea como se había soñado

Por: Juan L. Simental Págs: 4 y 5

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Editor / Ricardo Bonilla Editor / Daniel Azdar Diseño / Grupo Editorial HADEC

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Si México tuvo una Doña, una Diva (María Félix), España tuvo una Faraona: María Dolores Flores Ruiz, Lola Flores. Cantante, bailaora y actriz, fue la Diva en la Madre Patria. Rosario, su madre, era descendiente de una etnia gitana, de ahí la pasión que Lola llevaba en la sangre y los adjetivos con los que se le describió: temperamental, genuina, pasional, arrolladora, genial. Murió el 16 de mayo de 1995; quince días después, el día 31, su hijo Antonio se suicida destrozado por la partida de la Faraona.

Según la mitología egipcia, el 14 de mayo es el Día de Isis (diosa de la fertilidad femenina), ocasión en la que se conmemoraba el encuentro de la diosa con los restos mortales de su amado Osiris (dios de la fertilidad masculina). Entre otros nombres, se le ha llamado “Gran maga”, “Gran diosa madre”, “Reina de los dioses”, “Fuerza fecundadora de la naturaleza”, “Diosa de la maternidad y del nacimiento”.

VIERNES 15 DE MAYO DE 2015

“Eres un fracasado”, dijo mi padre

(murió el 14 de mayo de 1998).

“Yo a esa mierda de música llamada Rock and Roll, no le doy ni cinco años de vida”,

Frank Sinatra

Cuando una madrugada fui arrojado de un taxi en mo-

vimiento como bulto, sin saber dónde o con quién había pasado la noche, mi padre que observaba con inquietud mal disimulada mis ires y venires, por fin me citó en el salón de la casa en Tíber 10, diciéndome escuetamente:—Qué lástima. Has terminado en fracaso. Tu es un raté.Al día siguiente le pedí su ayuda para que me encontrara trabajo y le dije que quería ausentarme

del país y “encontrarme” a mí mismo lejos de la familia y de la sociedad que, fascinándome, me devoraba, me amenazaba con una facilidad mediocre y sólo me alimentaba para escribir, sin que yo lo supiera, al alto precio de la mediocridad y con la baja promesa de sobrevivir.Por mi cabeza pasaban los horrores y las bendiciones de mi ciudad. Pasaban arribistas y nuevos ricos, histriones, periodistas improvisados a veces

por la demanda publicitaria de este nuevo mundo mexicano. Pasaban niñas bien en busca de emociones mal, viejos políticos desconcertados por el cambio que ellos mismos, a veces sin darse cuenta, habían auspiciado, añorantes de un pasado más simple y de un futuro que los siguiese amparando. Y nuevos políticos deslumbrados por ideas de modernización, industria, progreso: poner el país al día…Había vivido una deliciosa inmer-

sión en la ciudad que se describía a sí misma sin que ni ella ni yo supiésemos que yo intentaría describirla. Y esa peligrosa inmersión en la urbe que exigía, a cambio de sus placeres, la entrega de la vida, ser totalmente de la ciudad para merecerla.Para merecerla, sí. ¿Y para escribir-la? (“Camino a La región más trans-parente. ‘Eres un fracasado’, dijo mi padre”, Carlos Fuentes, fragmento; nexos, mayo de 2015. Fuentes murió el 15 de mayo de 2012).

Nomás por hablar de algo…La Efeméride

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VIERNES 15 DE MAYO DE 2015

Satín y Seda

De burlesques, fiestas… ¡y cha-cha-cha!

Por: Nadia Bracho

Usted se esmera en los detalles… ¡y resulta que son los colados los que más se divierten!

A todos aquellos que encuentran la vida como una eterna fiesta, les hago llegar mis más cordiales

respetos, ya que se deben encontrar en un cansancio a perpetuidad, si es que forman parte del “staff” de anfitriones, porque si son, simplemente, de los afortunados in-vitados ni siquiera tienen idea del privile-gio que es “cargar solo con su nariz”.

-Algo sencillo, no podemos dejar que esto pase desapercibido -dice la tía Cleotil-de, líder en organizaciones sociales y exper-ta en integración de protestas y mítines.

La acostumbrada comida en familia de los domingos se encontraba en debate sobre si hacer o no fiesta, reunión, evento, festejo o fandango a la jovencita que celebraba su aniversario, y como la susodicha estaba en línea directa a mi árbol genealógico, osten-tando el cargo de “hija mía”, todos estaban muy al pendiente de mi respuesta.

-Yo creo que no le va a hacer nada -murmuraban los primos por los rinco-nes-, no ves que no tiene cara de hacer fiesta -ante esos comentarios, no faltaba que me diera una que otra asomadita al espejo y, era cierto, las ojeras de “mapa-che en elecciones de precandidatura” no eran buen presagio para alguien que es-taba dispuesto a divertirse.

-Nunca haces nada, esto te puede traer muchos problemas. ¿Ya hablaste con el psi-cólogo de esta etapa antisocial? ¿Qué culpa tenemos nosotros? -prosigue en su monó-logo el tío Danubio. Pues bien estaba con Danubio, y quizá fueron los valses de Viena (o el tepache que estaba muy cargado), pero acepté el reto de organizar una reunión, después de todo, era algo muy sencillo…

Si es una misa de acción de gracias, no po-día pensar en el Templo del Sagrado Corazón de Jesús (en vos confío). Me ubiqué pues en una pequeña capilla y la fui a separar.

Si usted cree que solamente se sepa-ra con “su dedo índice”, se equivocó por completo de planeta: amortización de las bancas, luz, cera de velas, depreciación

del edificio, predial, gastos de man-tenimiento, ¡etcétera! Eso hay que pagarlo y las oraciones glorifican

el alma y el dinero, ¡bien gracias!, por lo que dejé mi respectivo pago al separar la capilla.

-¿No quiere un coro para que cante en la misa?, ¿o ya tiene visto a alguien? -pre-gunta la secretaria de la capilla, solícita para ayudar a quien porte una cara como la mía (de no sé qué estoy haciendo aquí). A menos que sea el coro de los Hermanos Zavala, no conozco a nadie más, pensé al mismo tiem-po que sopesaba la idea de que alguien que no fuera la tía Cecilia cantara en una misa.

Leyendo mi pensamiento, la joven se me adelantó…

-La misa sería hermosa si fuera canta-da, imagínese cuánta alegría -no se hable más, si alguien tiene que estar alegre soy yo, por lo que contraté de inmediato a un coro de tres alumnos de la Escuela de Música y pagué la cantidad mencionada (que, por el monto, pensé que eran parte del coro de Ma-donna o de Luis Miguel).

-Señora, ¿y las flores? -me alcanza la señorita. ¿Flores?, ¿qué flores?, ¿necesito flores?, ¿es por la entrada de la primavera? Error: cuando hay una ceremonia religiosa lo más recomendable es adornar con flores, ya que si no lo hace se puede confundir con una simple reunión proletaria.

-Bien, me ofusqué -le decía a la encar-gada-, no sé en qué estaba pensando. ¡Claro que quiero flores! -y diciendo y pagando, imaginando que quizá me adornen con or-quídeas negras, ya que lo que deposité no fue para unas simples gladiolas.

-¿Va a querer alfombra roja? -vuelve a in-terrumpir mi partida, y no solo eso, p u e hizo que me rascara totalmen-te la cabeza, tratando de en-tender el vocablo “sencillo”.

-La alfombra solamen-te se pone en ocasiones especiales y creo que esta lo amerita -se inclina con una sonrisa en el ros-tro. ¿Por qué no tra-baja esta señorita en Hacienda? Estoy segura que en tres meses ya ha-bría sacado al país de la

crisis de morosidad fiscal.-Si es alfombra rojo carmesí, el color favori-

to del tío Flamingo, tiene que ponerla, él llorará solo de verla -y yo detrás de él, ya que no me va a quedar presupuesto ni para las limosnas.

Con precaución, y tratando de no hacer ruido, salí de la oficina, temiendo que me fueran a agregar una cantidad por el uso de piso, suelo y aire. Aliviada llegué a la calle y respiré profundamente. ¡Lo había logrado! Con orgullo me presenté ante la familia para indicar que todo estaba hecho. Me elogiaron y manifestaron su alegría y, de pronto…

-¿Y qué sacerdote va a oficiar? -el silencio inundó la habitación y tuve una fuerte ten-tación de convertirme en budista. Pero como yo era católica y descendientes y ascendien-tes lo eran también, lo más natural era que tuvieran un sacerdote.

-Si quieres que oficie el primo “Vítor”, él fue monaguillo cuando era niño -no podía creerlo, necesitaba un sacerdote, pero para que me diera los santos óleos. Yo me declara-ba incompetente.

La tía Cleotilde salió en mi auxilio y con-vocó a sus amigas del grupo de oración y ado-ración nocturna y de inmediato llegó “la ayu-da divina”. Fue algo simple: llegaron primos desde diversos puntos de la república, todos buscando la “tornaceremonia”. Unos creían que era bautizo, los de más allá llegaron con regalos de primera comunión, otros felicitaron a la novia y los más centrados me dieron el pésame… Después de todo “era algo muy sen-cillo” organizar una misa de acción de gracias

para mi primogénita.

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VIERNES 15 DE MAYO DE 2015

Uno nació el 16 de mayo de 1918; el otro, en el 55

Rulfo, o el dilema de soñar o ser“En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver”, Sabina

A Juan Nepomuceno Carlos le gustaba so-ñar. Soñó palabras, historias; soñó imá-genes en blanco y negro y aulas donde el

conocimiento le convertiría en alguien, como fue su abuelo, el hombre de caudal y de respetos. Soñó que la vida podía también ser arte, el cotidiano arte de la invención, y que la vida siempre sería de uno, como dirían pasados los años los amigos viejos, aquellos que se quedaron a morir en la tierra que un día, cuando niños, fue el universo común.

Con apenas ochos años a cuestas, el cura de San Gabriel, Jalisco, en plena guerra cris-tera, le pidió a su abuela que guardara entera la biblioteca de la parroquia, no fuera a ser que los pelados, esos iletrados soldados sin Dios del ejército anticlerical, dieran con ella. Tantas páginas, tantas pala-bras, entre la biblioteca parro-quial y la de su abuelo, fueron entonces todas al entero alcance de su mano.

A los once su padre y su madre le dejaron solo; primero él, ella luego, los dos murieron apresura-dos, a destiempo. Así le nació la melancolía que ya nunca lo iba a dejar. Por eso es que en el 29 –año de cristeros y de Arreglos truncos; el año en el que la historia parió un Dinosaurio- debió volver a la casa de su abuela, luego al orfanatorio, el Luis Silva de Guadalajara. Los años le fueron llegando y con ellos vinieron también otros afanes: a sus 16, la Universi-dad, aunque una larga huelga le dijo que no; probó el Colegio Militar que terminó no siendo para él; luego San Ildefonso, donde tan solo fue un oyente; después la Facultad de Derecho, donde le anuncia-ron que había reprobado el ingreso. Y, sin embargo, la vida no para y de alguna manera hay que vivirla, aunque a veces no sea como se había soñado.

Por eso, a partir del 38 fue uno más entre los os-curos burócratas de la Secretaría de Gobernación y su encomienda era localizar migrantes que vivían en México al margen de la ley. Sin embargo, no todo en la vida es tragedia. A lo largo de sus ex-tensos recorridos, volvió a la tierra, a los hombres y las mujeres de la tierra y sus historias; conoció ese al que Jean Meyer nombraría años después el México profundo, y en él encontró materia para sus letras, y la mirada se le convirtió en instantes detenidos en el blanco y en el negro de los tiempos

en los que Dios inventaba el mundo y ensayaba

apenas los colores. Ya desde el 30 escribía cuentos que luego publicó en la revista

México; más tarde, en el 45, continuó en Pan, de Juan José Arreola; en el 51, la revista América abrió para él sus páginas… así, de a poco, se fue gestando la historia del que sería el primero de sus libros, editado por el Fondo de Cultura Económica, que se dio a la tarea de recopilar sus relatos en un solo volumen. En el 1953 nació “El llano en llamas”; así nació, también, Juan Rulfo.

En el 47 se había casado con Clara Angelina de la que estaba verdaderamente enamo-rado (“ahora me siento de otro modo. Ya no me siento pobre. Lo que tú (Clara) representas para mí es el mayor de los bienes”; “Juan Rulfo, escritura y sobrevi-vencia”, Roberto García Bonillla; Letras Libres, mayo de 2013), y con el tiempo a su matrimonio le nacieron hijos: Claudia Berenice, Juan Francisco, Juan Pablo y Juan Carlos. Para entonces Rulfo ya

era Rulfo, pero nunca olvidó que era también el padre de sus hijos; ellos no crecerían como él, dolidos por la ausen-cia de sus padres. Por eso, y por ellos, siguió trabajando en la oficialidad del Instituto Nacional Indigenista, vendió llantas, fue uno más en diversas empresas privadas, ade-más de asesor literario del Centro Mexicano de Escritores, que le concedió una beca gracias a la cual pudo, en el 53, dedicarse a la preparación de “El llano en llamas”.

Rulfo nunca consideró escribir como una opción pro-fesional, lo suyo era casi como lanzar al mar una botella que, tal vez, llegaría a alguna parte. Y llegó. Si con “El llano…” se había convertido en más que en el burócrata “que escribe cuentos”, en el año del 55 le aguardaba su verdadera cita con la historia de las letras universales.

Quien sabe de libros, sabe que el comienzo –el párrafo primero- atrapa, como el cazador a la presa; atrapa o deja ir…

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte’. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto de-círselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”.

“Pedro Páramo” fue el antes y el después.

El mundo habló entonces de Comala, el lugar de los to-dos muertos que en algún sitio tenía que existir, como el Pa-raíso, como son el destino o el sino fatal al cual, todos, algún día tendrán que ir.

Sabina mismo lo cantó: “en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Era otro realis-mo, mágico pero sin magia: “la Comala de Rulfo -él dice haber elegido el nombre por la refe-rencia al ‘comal’ en el que se ca-lientan las tortillas y, por tanto, a su cercanía al fuego- no es una metáfora del inframundo o del Hades; se trata, por el contrario, de algo peor: un sitio intermedio, una orilla, una especie de tram-pa en la que algunas almas continúan penando, incapaces de encontrar consuelo o, de menos, la certidumbre del castigo eterno” (Jorge Volpi en uno de los tantos prólogos de “Pedro Páramo”).

A partir de ahí vinieron los premios –el Xa-vier Villaurrutia en 1956, el Nacional de Letras en 1970 y el Príncipe de Asturias de España en 1983-, las menciones y traducciones en lenguas extrañas que Rulfo nunca imaginó; viajes al extranjero (Alema-nia, Checoslovaquia, Austria y Francia) en los que de-bió callar su silencio y contar cómo es que nacieron Pedro Páramo y Comala. En 1976 le eligieron para la Academia Mexicana de la Lengua; el 25 de septiembre de 1980 fue suya la silla XXXV.

En 1973, Jorge Luis Borges vino a México, quería conocer a Rulfo. Esto es algo de lo que dicen que conversaron:Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verda-dera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me lla-

me Borges y menos “maestro”, dígame Jorge Luis.Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan…Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame,

¿cómo ha estado últimamente?Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.Borges: Entonces no le ha ido tan mal. Imagínese,

don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos in-mortales.

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi

padre, un tal Pedro Páramo”

La melancolía fue siempre parte de su vida

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VIERNES 15 DE MAYO DE 2015

Uno nació el 16 de mayo de 1918; el otro, en el 55

Rulfo, o el dilema de soñar o serPor Juan L. Simental

“En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, Sabina

El mundo habló entonces de Comala, el lugar de los to-dos muertos que en algún sitio tenía que existir, como el Pa-raíso, como son el destino o el sino fatal al cual, todos, algún día tendrán que ir.

Sabina mismo lo cantó: “en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Era otro realis-mo, mágico pero sin magia: “la Comala de Rulfo -él dice haber elegido el nombre por la refe-rencia al ‘comal’ en el que se ca-lientan las tortillas y, por tanto, a su cercanía al fuego- no es una metáfora del inframundo o del Hades; se trata, por el contrario, de algo peor: un sitio intermedio, una orilla, una especie de tram-pa en la que algunas almas continúan penando, incapaces de encontrar consuelo o, de menos, la certidumbre del castigo eterno” (Jorge Volpi en uno de los tantos prólogos de “Pedro Páramo”).

A partir de ahí vinieron los premios –el Xa-vier Villaurrutia en 1956, el Nacional de Letras en 1970 y el Príncipe de Asturias de España en 1983-, las menciones y traducciones en lenguas extrañas que Rulfo nunca imaginó; viajes al extranjero (Alema-nia, Checoslovaquia, Austria y Francia) en los que de-bió callar su silencio y contar cómo es que nacieron Pedro Páramo y Comala. En 1976 le eligieron para la Academia Mexicana de la Lengua; el 25 de septiembre de 1980 fue suya la silla XXXV.

En 1973, Jorge Luis Borges vino a México, quería conocer a Rulfo. Esto es algo de lo que dicen que conversaron:Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verda-dera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me lla-

me Borges y menos “maestro”, dígame Jorge Luis.Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan…Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame,

¿cómo ha estado últimamente?Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.Borges: Entonces no le ha ido tan mal. Imagínese,

don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos in-mortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto ha-ciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el ge-neral, decía que no se llamaba Borges, que su nombre ver-dadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted es-cribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio… (Cuadernos de Marcha. Uruguay).

Y, a pesar de todo, Rulfo siguió siendo Juan Nepomu-ceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Los últimos 23 años de su vida los pasó en el Instituto Nacional Indigenista; “mis hijos tienen que comer”, la razón más poderosa de todas. Y aunque “Pedro Páramo”, solo en su edición original del Fondo de Cultura Económica, vendió más de un millón de ejemplares, Rulfo nunca vivió de las regalías. En el tintero quedaron “La cordillera” y “Días sin floresta”, que no vie-

ron la luz. Después de “Pedro…” solo “El gallo de oro” fue publicada en 1980.

Al final de su vida fue postulado para el Cervantes, que no obtuvo. Con ello, y con el cáncer de pulmón y un enfisema y el alcoholismo, se hundió en la depre-sión. Murió el 7 de enero de 1986.

A Rulfo le gustaba soñar, y fueron sus sueños des-pedidas a los siete, a los once años, cuando se fueron ellos, esos a los que hubiera querido llamar “padres” por más tiempo. Y le gustaba soñar, como decían sus amigos viejos, que la vida sería siempre la de uno. Pero no lo fue. Pedro Páramo se convirtió en su alter ego y murió por él, murió por ambos, les murió a los dos: “Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo inten-to de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronan-do como si fuera un montón de piedras”.

“Mis hijos tienen que comer”, la razón más

poderosa de todas

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El Muelle: tradición y modernidad en un solo espacio

Seguramente el principal cam-bio en un tianguis, del siglo XV a la fecha, es el uso de billetes

y monedas en lugar del trueque o de semillas de cacao, pero en esencia, es-tos lugares de encuentro y comercio continúan presentes en la vida de las ciudades de México y del mundo.

Del náhuatl tianquiztli (mercado), los pueblos mesoamericanos convir-tieron esta práctica en verdaderos eventos multitudinarios, donde se satisfacían las necesidades primordia-les de los pueblos, que se volcaban a las plazas donde determinados días del mes se instalaban los vendedores.Tras la conquista y el encuentro con la cultura española, llega a nuestro país el bazar, tradición de Medio Oriente, pues hay que recordar que los árabes ocuparon España durante varios si-glos, palabra que proviene del pahlavi, baha-char, que significa “el lugar de los precios”.

En la época actual, este sincretis-mo cultural se sigue encontrando en barrios, calles, plazas, prácticamente en cualquier lugar, con la finalidad de seguir satisfaciendo las necesidades

Por Carlos Yescas Alvarado

de la población, ya sea en cuestión alimenti-cia, como sucedía en la antigüedad principal-

mente, pero también, existen algunos en esta era, enfocados en satisfacer la frívo-la necesidad de con-sumo de algunos.

El Muelle, Bazar de Arte y Diseño, realiza su segunda edición enfocado al rescate de estas raí-ces, señalando que no se trata solo de un asunto de moda, o como dicen por ahí, algo “fashion”, sino que se convoca a los creadores durangue-ños para lograr este unión, como suce-dió con el tianguis y el bazar, pero ahora entre esa tradición, pues se podrán en-

contrar artesanías huicholes y tepehuanas en El Muelle, así como nuevas tendencias en arte gráfico, fo-tografía digital y diseño de ropa, lo que lo convierte en una apuesta cultural, más que de simple apariencia, y por ende, es para todo público.

Dentro de todo el bombardeo mediático que va creando necesidades de productos, que si lo pensamos un poco, realmente no necesitamos, subyace también una necesidad más profunda de regresar a nuestras raíces, y de adquirir productos creativos, con el valor agregado de ser producidos de una manera artesanal, es decir, entrar al mundo post-moderno pero siempre con el salvavidas de nuestra tradición, para no perecer ahogados en el mar del más puro y frívolo mercantilis-mo disfrazado de arte.

El Muelle, Bazar de Arte y Diseño será una fiesta de color, a la manera antigua, para reencontrarnos y poder dejar de lado, al me-nos durante el sábado 16 y el domingo 17 de mayo, de 10 de la mañana a 8 de la noche, la

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El Muelle, Bazar de Arte y Diseño será una fiesta de color, a la manera antigua, para reencontrarnos y dejar de lado la vida agitada.

- Bulevar Durango número 100, a un costado del Hospital Veterinario de la UJED.

- Sábado 16 y el domingo 17 de mayo, de 10:00 a 20:00 horas.

vida tan agitada de nuestras sociedades actuales, ya que también habrá alimen-tos, música en vivo y sobre todo, mucha creación.

La cita es en El Barqo Nave Cultural, ubicado en bulevar Durango número 100, a un costado del Hospital Veterinario de la UJED, así que dese la oportuni-dad de visitar un bazar realmente diferente: tradicionalmente moderno.

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VIERNES15 DE MAYO DE 2015

“Hay que morir diario para renacer al día siguiente”, Henri Donnadieu

Tengo que morir todas las nochesPor Juan L. Simental

El Nueve, el bar que se convirtió en el paradigma de la diversidad

¿Qué es la vida sino la apuesta constan-te, el riesgo perenne de jugar el juego donde se gana tanto como se pierde?La

vida, ángel o demonio, marcha de los santos con rostro indiferente o marea de las pasio-nes, sino de errantes arrepentidos y añoran-tes del paraíso que no fue… Quizá es que haya que morir cada día para, en algún lugar, encontrar la esperanza, quimera teologal de los que no quieren perder la fe.

Henri Donnadieu llegó del mundo hundi-do en el miedo y la infortuna –tal vez provi-dencial- de haberlo perdido todo o casi todo. Los setenta se despedían desteñidos y Mé-xico despertaba del sueño aletargado de los años del milagro, y la realidad mostraba que los tlatoanis del Sistema eran falibles. Sin embargo, las buenas costumbres, las ense-ñanzas en el seno de la familia y la tradición eran la vigencia de un sistema patriarcal y macho. Tiempo de bendiciones y condenas, cielo e infierno; la Ciudad de los Palacios con veinte millones de almas guadalupanas.

Pero el todo no estaría completo si no existiera la otra parte, el lado oscuro de la Luna, el underground y sus fantasmas, la contracultura de ángeles caídos y desterra-dos: rockers, panchitos, revolucionarios, los teóricos del Ché, la nueva clase intelectual, los naquitos, los jodidos, los narcos cuando eran solo narcos. Del otro extremo, los niños bien, hijos de papi, el jet set y su gente boni-ta, los yuppies de posgrado en el extranjero, los políticos del nuevo cuño cargados de ma-ñas viejas… y entre ambos (y desde ambos), aquellos a los cuales nadie hizo la promesa de una tierra nueva ni les dijo de un maná caído del cielo: los del tercer sexo, clandes-tinos de nocturna esquina o vestidos de pos-tín. Para ellos no había lugar.

Entonces nació El Nueve de la Ciudad de México, el bar que abrió sus puertas para aquellos a los cuales otras puertas se habían cerrado, y aunque no fue el primero en su especie (pues había ya otros antros gay, aunque de inferior ca-tegoría) sí fue el que marcó el paradigma de la nueva sociedad

underground: el ghetto al que, inmediatamen-

te y entusiasmados, se integraron por igual músicos, pintores, es-cultores, poetas, es-critores, intelectuales, políticos, empresa-rios, bohemios, gente bien… y otros, como Xóchitl, el travestido que marcó una época en México por el fausto con el que siempre se acompañó. Llegó tam-bién la pléyade de estrellas de la televisión y el cine y los medios, los cronistas de sociales y de las revistas de moda.

Durante catorce años El Nueve marcó la pauta de la vida nocturna de la Ciudad de México, al menos aquella que tenía que ver con la diversidad no solo tolerada sino bien-venida. Por él pasaron las dos divas, la mexi-cana, María Félix, y la española, Lola Flores, juntas en una de las noches más memorables; Irma Serrano, Silvia Pinal, Mauricio Garcés, Carmen Salinas. Allí tocaron también Las In-sólitas Imágenes de Aurora (mejor conocidos después como Caifanes), Botellita de Jerez, Casino Shanghai, Size, La Maldita Vecindad, Café Tacuba; Maná también quiso, pero la asistencia no les dejó tocar y debieron salir resguardados por el personal.

Fueron los tiempos en los que los grupos de rock iniciaban a cantar en español, de la Kitsch Company, de la importación de LPs con

música que apenas co-menzaba a escucharse en México; de Rock 101, la primera esta-ción que, de manera formal, comenzó a to-car esa música “para la cual México ya estaba preparado” y a des-

obedecer el mandato de las grandes disque-ras que entonces ordenaban la programación. Pero fue también el surgimiento de la plaga del sida (con lo que la homofobia y el terror a lo distinto se multiplicaron), de la megadeva-luación con López Portillo, del terremoto del 85 y, principalmente, del país que comenzó a cambiar de rostro… Después de eso, la vida no volvería a ser igual.

Es una parte del relato de Guillermo Osorno, la crónica que recorre los años del México subterráneo que un día dejó de ser-lo, y lo hace a través de la vida de aquellos que marcaron la época y, entre todos, a tra-vés de los recuerdos de Henri Donnadieu, el desterrado que convertía en oro aquello que tocaba y, más importante aún, el que mostró al escéptico, al desconfiado, al abiertamen-te hostil hacia y contra lo diferente, que el mundo gay también tenía su parte que en-tregar a la cultura y, en general, a la vida que hace iguales a los distintos.

“Tengo que morir todas las noches” es el título del texto de Osorno, y es un libro que vale porque habla de la vida, sin tapujos, sin disimulos ni retóricas sensacionalistas. Es uno de esos libros que, al terminarlos, dejan una sensación de melancolía. Será que, a fin de cuentas, somos parte de la misma gran historia, de ese morir a diario… para renacer de nuevo al día siguiente.

Mayo 17, Día Internacional contra

la Homofobia y la Transfobia

Rockers, panchitos, revolucionarios, teóricos del Ché,

naquitos… las diferencias que enriquecen