Sistematizar, ¿para qué? Mariana Schmidt

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1 SISTEMATIZAR, ¿PARA QUÉ? Mariana Schmidt Directora ejecutiva de la Corporación Voces y Saberes Palabras para la ceremonia de premiación de la convocatoria de Experiencias Significativas en Salud Mental y Psicología Cuando Alejandro Baquero me invitó a hablar frente a ustedes con ocasión de la entrega de este reconocimiento a experiencias significativas en psicología, dije sí sin titubear pese al pánico que me entró cuando me imaginé en este podio. Debo advertir que estos escenarios son los que menos frecuento y este lugar en el que se espera que uno se pronuncie como un experto, no es el mío. Pero ¿por qué dije que sí, que sí compartiría con ustedes mi experiencia y mis convicciones sobre la importancia de sistematizar nuestras prácticas profesionales? Reconozco que sentí curiosidad de volver al mundo en el que me formé, también yo soy psicóloga, y fue fascinante empezar a pensar e imaginar a tantos colegas regados por este país poniéndole el pecho, desde el amanecer hasta el anochecer, a situaciones marcadas casi siempre por el sufrimiento humano y buscando ser bálsamo para el alma de tantas y tantas personas. La vida cotidiana y el trajín de las tareas suelen encarcelarnos y apenas vemos lo que abruptamente se nos presenta. Hacía mucho que no pensaba en el mundo de los psicólogos y bastó saber de este reconocimiento para volver a conectarme con ustedes y transportarme imaginariamente a sus lugares de desarrollo profesional y, después de muchos años sin haberlo experimentado, sentí que pertenecía a la comunidad de ustedes, tuve gratitud por su labor e incluso al conocer las experiencias ganadoras descubrí que estaba orgullosa de ser psicóloga.

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Palabras de Mariana Schmidt, Directora Ejecutiva de la Corporación Voces y Saberes, durante la ceremonia de premiación de Experiencias Significativas de Colpsic en su 2da. versión.

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SISTEMATIZAR, ¿PARA QUÉ?

Mariana Schmidt

Directora ejecutiva de la Corporación Voces y Saberes

Palabras para la ceremonia de premiación de la convocatoria de Experiencias Significativas en Salud Mental y Psicología

Cuando Alejandro Baquero me invitó a hablar frente a ustedes con ocasión de la entrega de este reconocimiento a experiencias significativas en psicología, dije sí sin titubear pese al pánico que me entró cuando me imaginé en este podio. Debo advertir que estos escenarios son los que menos frecuento y este lugar en el que se espera que uno se pronuncie como un experto, no es el mío. Pero ¿por qué dije que sí, que sí compartiría con ustedes mi experiencia y mis convicciones sobre la importancia de sistematizar nuestras prácticas profesionales? Reconozco que sentí curiosidad de volver al mundo en el que me formé, también yo soy psicóloga, y fue fascinante empezar a pensar e imaginar a tantos colegas regados por este país poniéndole el pecho, desde el amanecer hasta el anochecer, a situaciones marcadas casi siempre por el sufrimiento humano y buscando ser bálsamo para el alma de tantas y tantas personas. La vida cotidiana y el trajín de las tareas suelen encarcelarnos y apenas vemos lo que abruptamente se nos presenta. Hacía mucho que no pensaba en el mundo de los psicólogos y bastó saber de este reconocimiento para volver a conectarme con ustedes y transportarme imaginariamente a sus lugares de desarrollo profesional y, después de muchos años sin haberlo experimentado, sentí que pertenecía a la comunidad de ustedes, tuve gratitud por su labor e incluso al conocer las experiencias ganadoras descubrí que estaba orgullosa de ser psicóloga.

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¿Sistematizar para qué? Si solo fuera para lograr dos elementos que acabo de nombrar podría ser suficiente. ¿Cuáles? Por una parte, para recordarle al mundo que existimos, que hacemos una labor importante, que quizás habría más almas en pena sin este ejército de profesionales que escuchan, que acompañan, que sienten con quien siente, que diseñan caminos, que sueñan con más instantes de felicidad en la tierra que con momentos tormentosos. Cuando sistematizamos una experiencia, y por lo tanto la plasmamos en un objeto susceptible de ser visto por otros, decimos, existimos, nos hacemos visibles ante otros. Es contundente, no es retórica: ese objeto producto de la sistematización muestra una experiencia real, concreta, tejida por un profesional llamado psicólogo. Es gracias a ese objeto, fruto de la sistematización, como acercamos a otros a nuestra realidad, se la mostramos y también dignificamos nuestra profesión. Nos parece tan digna que la exponemos, no la ocultamos. Y con ello damos a conocer lo que hacemos, la labor que cumplimos, el papel que desempeñamos en distintos escenarios. Es decir actualizamos nuestro lugar en este país en este justo momento. Les decía que además de recordar que en el mundo existían psicólogos y de agradecer su presencia, la invitación que se me hizo, así como el conocimiento que pude tener de las experiencias ganadoras me permitieron sentir que yo pertenecía a un colectivo y me sentí orgullosa de ello. He aquí la segunda razón que justifica que sistematicemos nuestras prácticas. Cuando los psicólogos sistematizamos y hacemos público ese objeto que habla de nosotros, estamos también creando lazos con colegas y otras personas con quienes compartimos escenarios de actuación. Saber que tenemos un saber compartido, que entre todos lo construimos, que coincidimos en algunas preguntas y búsquedas, que no estamos solos, que no somos los únicos, que somos muchos con intereses similares es invaluable en la construcción de nuevos conocimientos y obviamente también contribuye a hacer visibles nuestras actuaciones y a abrir nuevos espacios donde los psicólogos tenemos mucho que decir como profesionales. Mi experiencia propiciando y acompañando procesos de sistematización con maestros me ha enseñado lo que acabo de decir: gracias a los escritos que los

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educadores han hecho en este país, y por supuesto gracias también a las entidades que han creído en ellos (Fundación Compartir, Revista Nudos y Nodos, Editorial Magisterio y en su momento las fundaciones FES y Restrepo Barco que publicaban la revista Alegría de Enseñar que constituyó mi principal escuela en este campo), un sector cada vez más amplio del país ha reconocido que los maestros existen, y no solo eso, que muchos de ellos tienen unos saberes muy sólidos fruto de años de estudio y de práctica profesional. Hace veinte años no lo sabíamos, no se publicaban escritos de maestros, quienes escribían sobre pedagogía eran investigadores y teóricos usualmente alejados de las aulas. He podido ver cuán orgullosos se sienten de que sus colegas sean los protagonistas de revistas y publicaciones reconocidas en el orden nacional; que otros lo hagan les hace ver que también ellos pueden ocupar un lugar en esas páginas, lo que a su vez es estimulante para hacer bien las cosas y para sistematizar. Así que bienvenido este reconocimiento y bienvenida la publicación y divulgación que hacen de las experiencias ganadoras. Ustedes los organizadores, los que se inventaron este premio, ayudan a decir que los psicólogos existen, que hay psicólogos muy juiciosos, rigurosos, que están aportando a construir el mundo. A su vez contribuyen a afianzar nuestro sentido de gremio y serlo es importante, así podremos pronunciarnos con más fuerza en algunos escenarios y lograr esos cambios que solamente son posibles cuando un colectivo cohesionado lo hace de esa manera. Pero hay más razones para sistematizar. Quienes lo han hecho estarán de acuerdo conmigo en afirmar que cuando escribimos a propósito de una experiencia terminamos de entender lo vivido. Y esto se da por el maravilloso efecto de tomar distancia, de separarse de la experiencia misma y verse forzado a organizarla para convertirla en un objeto susceptible de ser mirado, leído, comprendido por otros. Porque la escritura (así como otros lenguajes como el audiovisual al cual podemos también acudir para sistematizar) nos exige ordenar las ideas para que salgan una después de la otra. En nuestra mente todo está allí y puede convivir en simultánea, saltamos de manera abismal de una compleja reflexión profesional a un asunto concreto, le combinamos imagen, le añadimos una anécdota, volvemos sobre las relaciones complejas. Pero cuando se escribe y

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se hace para compartirlo con otros, el pensamiento se convierte en un desafío, el lenguaje nos señala límites, pero también nos abre nuevos caminos. Así entonces, una invitación a sistematizar es ni más ni menos que una invitación a pensar, a reflexionar, a poner entre paréntesis el alud de la vida cotidiana, a detenernos, a distanciarnos de la acción, a ponerle a nuestro actuar filtros para ver lo vivido desde un aspecto y desde otro. Y eso demanda tiempo, es verdad, y condiciones especiales. Quien sistematiza merece todo nuestro respeto pues es más fácil seguir la inercia del diario vivir. No obstante la valía de sistematizar, ello no significa que sean unos pocos los elegidos para hacer esta tarea como tampoco que tengamos que esperar a que nos ocurran situaciones excepcionales que consideremos ameritan ser organizadas y reflexionadas. Sistematizar implica ser curiosos de nuestro propio actuar, preguntarnos por qué nos resultan unas cosas y otras no, identificar dónde están las claves que abren puertas y cuáles son los obstáculos que nos hacen más difícil el camino. Dicho de otra manera, sistematizar exige ni más ni menos que mirarnos y derivar aprendizajes de nuestras actuaciones. ¿Acaso no deberíamos todos los profesionales sistematizar nuestras prácticas? Sin duda deben existir razones para que este no sea un ejercicio frecuente. En lo que sigue me propongo aventurar algunas de las causas de ello. En primer lugar, en muchos círculos de la sociedad y en los gremios profesionales hemos endiosado la investigación y a los investigadores, de manera que los seres mortales, como somos la mayoría, sentimos que jamás podremos llegar a ese podio al que acceden quienes usan un lenguaje particular (muchas veces encriptado, debemos reconocerlo) y que se refieren a asuntos muy alejados de la realidad. Tremendo error pensar que la investigación no se vincula al mundo de lo real y de la práctica, otra cosa es que los niveles de abstracción puedan llegar a ser tan altos que el camino para su aplicación resulte más largo e incluso culebrero. La sistematización es un tipo de investigación, es cierto, como también lo es que demanda rigurosidad, pero ello no significa que sea una actividad exclusiva de unos pocos dotados con características excepcionales. Por lo dicho, mi invitación es a que todos irrumpamos en el campo de la sistematización, nos la apropiemos y la incluyamos en nuestro diario vivir.

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Ahora, hemos dicho que sistematizar implica hacerse preguntas sobre el actuar y seguirle la pista en busca de respuestas, con lo cual aceptar que la sistematización entre a nuestra vida profesional es aceptar la duda en nuestras actuaciones, aceptar que no tenemos la verdad o que no nos las sabemos todas, actitud que ciertamente no está arraigada en la cultura colombiana que antes bien nos demanda ser siempre ganadores. Quizás esa sea otra de las razones por las cuales no solemos sistematizar. ¿Qué tal que se nos fracturen nuestras verdades, nuestras certezas? En el mundo de la práctica, eso me lo han enseñado los profesores, los profesionales hacemos muchas cosas sin saber con exactitud por qué las hacemos de esa manera. Si sistematizamos, si nos detenemos a pensar por qué hacemos las cosas de determinada manera, avanzamos en el conocimiento de nuestras acciones y es probable que ello nos lleve a introducir cambios en la práctica y que se surjan nuevas preguntas. Poner en duda lo establecido es muy importante, es la fuente del crecimiento. Realmente es una lástima que en Colombia predomine la cultura de “no dar papaya”, vivimos protegiéndonos tanto de la crítica que no gozamos de lo fascinante que puede ser la búsqueda de nuevos conocimientos. Otra de las razones que creo nos han llevado a no sistematizar es que no hay suficientes escenarios donde podamos encontrarnos y compartir nuestras cuitas profesionales. Y aunque uno podría hacer sistematización exclusivamente para sí mismo, hay algo que caracteriza este ejercicio y es la producción de un objeto que pone afuera, a la vista de otros, nuestras actuaciones. Como ya lo dijimos, escribir para otro tiene una magia maravillosa pues nos exige ponernos en el lugar de nuestro interlocutor y esforzarnos por hacerle comprensible a él lo que tenemos para decir. Pero si no existe ese otro con quien compartir el producto de nuestra sistematización, no tiene mucho sentido hacerla. Cuando llegué a la revista Alegría de Enseñar en 1993 y propuse invitar a los maestros a que escribieran para la revista a propósito de sus experiencias pedagógicas, muchas voces escépticas me dijeron como un mantra que se repetía: “Los maestros no escriben”, pero por suerte la realidad se impuso. Hacíamos convocatorias a escribir y no dábamos abasto con todo el material que nos llegaba. ¿Dónde estaba la magia para que ello ocurriera? En dos hechos: uno, que

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invitábamos a los maestros a escribir sobre asuntos de su vida cotidiana, es decir, sobre aquello que sabíamos que tenían mucho para decir. Y dos, existía un escenario comunicativo real en el que la palabra de ellos tenía cabida. Fue entonces cuando descubrí que tener algo que decir y tener a quién decírselo eran claves para la escritura. Así entonces, doy de nuevo la bienvenida a iniciativas como esta del Colegio Colombiano de Psicólogos de invitar a colegas a sistematizar sus prácticas profesionales, a plasmarlas en un texto que será publicado. No quisiera finalizar sin compartir con ustedes una convicción que ha orientado mis acompañamientos a procesos de escritura con distintos sectores: propiciemos el surgimiento de voces propias, auténticas. Si realmente queremos que las personas escriban, favorezcamos y aprobemos que lo hagan con su propia voz y hagamos frente común en contra del uso de lenguajes excluyentes que limitan el acto comunicativo a unos pocos y, quizás lo más grave, que obligan a quienes desean conversar en ese escenario a romper el vínculo íntimo entre el ser y el lenguaje. ¿No estaremos acaso forzando la construcción de identidades similares imponiendo moldes en donde no se debe hablar en primera persona, ni mencionar el yo, ni los sentimientos, ni los temores, ni los orgullos? ¿Qué tipo de profesionales buscamos cuando enfatizamos en el uso de un lenguaje impersonal que solamente permite se nombren pensamientos? ¿Son esos los profesionales de la psicología que queremos para un país roto como el nuestro?

Bogotá, junio de 2016