Post on 06-Apr-2023
BIBL IOTECA ANDRES BELLO
Obra s publ ica d a s (21 pta s . tomb) .
I .—M. GUT IERREZ NAjERA: Susmej orespoesías .
II .— M. DÍAZ RODRIGUEZ : Sangrepatricia . (Novela)yCuentos decolor .
III.— JOSEMARTI: Los Estados Unidos .
IV. E . RODÓ: Cincoensayos.
V.— F. GARCÍÁ GODOY: La litera tura americana denues
VI .— N ICOLÁS HEREDIAÍL
'
61 sensibilidad en la poesia cas
VII .—M. GONZÁLEZ PRADA: Páginas libres .
VIII .— TULIO M. CESTERO: Hombresypiedras .
IX .— ANDRES BELLO: Historia de las L iteraturas de
Grecia yRoma
X,— DOM INGO F . SARM IENTO: Faeando. (Civil ización y
barbarie en la Repúbl icaXI .
— R. BLANCO-FOMBONA: El Hombrede ”Oro (Novela) .XII.— RUBEN DARÍO: Sus mej ores Cuentos y sus mej ores
Cantos.
XI II .— CARLOS ARTURO TORRES : Los Idolos del Foro.
(Ensayo sobre las supersticiones políticas .)XIV .
— PEDRO—EMILIO COLL: El CastillodeElsinor .
XV.— JULIÁN DEL CASAL : Sus mej orespoemas .
XVI —ARMANDO DONOSQ: La sombra deGoethe.
XVII.— ALBERTO GH I RALD0 : Tríanj os nuevos .
XVIII .— GONZALO ZALDUMBIDE: La evolución de Gabriel
d'Anmmz io.
XIX.— JOSERAFAEL POCATERRA:Vidas oscuras . (Novela .)
XX.— JOSE CASTELLANOS : La Conj ura l (Novela .)
XXI.— JAV IER DE VIANA: Guriyotras novelas .
XXII .— JEAN PAUL (JUAN PABLO ECI—IAGÍÍE): Tea tro ar
gentiuo.
XX III .— R.
I
BLANco-FOMEONA: El HombredeH ierro. (Nove a .)
LIBRO PRIMERO
María, la viuda, cayó en la cama como una piedra . Trasnochos, inquietudes de la semana, emociones del entierro aquel día,y hasta la crisis delágrimas por que pasó cuando, ya extinguidas lasluces, oyó traquear el portón para cerrarse definitivamente, haciéndole comprender absoluta laausencia del esposo: todo había contribuido á
postratla, al punto de que -apenas recl inó la cabeza en las a lmohadas quedóse dormida.
Su prima Rosa l ía se acostó en la misma habitación—
que no eradormitorio, sino un sa loncito
de recibo sobre un colchón tendido para elcaso en la a l fombra, cerca del catre provisiona lde la viuda .
Los postigos, sobre el patio, estaban abiertos
para dar paso a l aire de la noche y disipar oloresde botica en la habitación.
8 R . BLANCO —FOMBONA
Sería la a lta noche, 6, según reza el viejo ro
mance hispano,
Media noche era por filoLos ga l los querían cantar,
cuando oyóse un tartamudeo como de qUejumbre, suave lamentación que no prorrumpe en querella franca, y que partía de otro cuarto, sito en
el ala derecha de la casa, separada del ala izquierda, que ocupaban las dos m
'
uje'
res. por el jardíndel patio.
—
¿Qué es?—
preguntó la viuda, sobresaltandose, al despertar.
— Nada —
repuso Rosalía debe ser a lguno'
con pesadil la ó condolor de estómago.
Pero el suave lamento cambióse de súbito en
grito que espantó á ambas mujeres.
Se levantaron, encendieron la pa lmatoria y á…
á medidpergeñar se aventuraron á sa lir.En toda la casa flotaba un insºportable olor de
creolina y de éter. Á la rosada luz de la panta l la ,desgreñadas, vestidas á trompicones, muertas demi edo, las dos muj eres se enderezaron á la pieza
de donde surgía el clamor, rompiendo, al paso,
la fúnebre hi lera de sil las negras que les estorbaha el avanzar en el corredor. Adolfo Pascuas, elmarido de Rosa l ía, también se levantó áscuriosear ó á inquirir la causa del grito; y los tres, ambas mujeres y Adolfo, tocaban á la misma puer
EL HOMBRE DE HIERRO 9
ta. Nadie re5pondía; pero oyóse adentro, l eve,constante y entrecortado, el gemir de un hombre.Lasmujeres temblaban,pavoridas. La l lave, echada por dentro, no permitía entrar. Rosa l ía tuvouna idea . El postigo de …la ventana, entrejunto,daba acceso á un brazo. Insinuó á sumarido queintrodujese la mano por el pj
ostigo, descorriera
el picaporte de la ventana y abriese lasmaderas,á fin de mirar qué ocurría .
Cuando la ventana quedó abierta de par en
par, Adolfo Pascuas y las dos muj eres vieron unacosa ridícula .
Ramón, hermano de Crispín Luz, el muerto,yacía sobre la cama, envuelto en una Sábana hastalos ojos y tembloroso como
'
un gusano. A las voces de la familia consintió en descubrir la cara ; ysurgió de entre la blancura del lecho una cara livida, medusea, en grenas, la barba hirsuta, losojos pavoridos: la » cara del espanto. En el suelo,
una lamparil la que había quedado con luz todala noche iluminaba el aposento.
Pero, ¿qué es?, Ramón—
pregtmtó AdolfoPascuas.
— Aquí, aquí. Lou
he visto. Me ha agarrado las
piernas.
-Pero, ¿quien?El, Crispín. Se me ha aparecido. Se sentó
aquí, enmi cama, me tiró de las piernas.
Las mujeres tuvieron un instante de pánico,
por sus espa ldas corrió un temblor de calofrío;
1 0 R . BLANCO -FOMBONA
pero la luz, la presencia de Adol fo, y sobre todolo ridículo de Ramón, las hicieron volver en si.
Rosa l ía no pudo contenerse y rompió á reir.Apretándose contra María, le dijo:
—
¡Parece'
una visión, uflA la postre se fueron, dejando á Ramón en el
dormitorio, solo con sumiedo.
—Yo le creía menos cobarde, menos ridículo,empezó á considerar Rosa lia ¡Y es éste el
que amenaza con tragarse frito al Gob ierno! ¡Yes éste el terrible hombre de negoc¡ osl Puesmira : en el fondo es lo mismo que el otro: un
pazguato.
Por Dios, Rosa l ía, callate— expresó la viuda,casi desazonada, comprendiendo la a lusión á su
difunto esposo.
— Tu caso es raro, chica . Un caso de amor
póstumo. ¡Caramba !Y se echó á reir, con risa de chicuela .
Su risa disonaba á media noche, en aquellacasa en duelo, donde flotaba aún el postrer a liento de un hombre, debajo de aquel las girándulasconc intas negras, indicio de luto, y que mariposeaban en el aire como libélulas de dolor.
Pero Rosa l ía bien podía permitirse ta l incon
veniencia . No tolerada únicamente, sino Celebra
da en la más mínima de sus acciones por su es
poso; niña mimada,niña terrib le de sumadre y de
su hogar, era una de esas personas á las que se
conviene permitirlo todo, y de cuyas extravagan
EL HOMBRE DE HIERRO 1 1
cias se dice, en son de disculpa, y como pase deaceptación:
“cosas de Fulana.
“
Era una mujer a lta, elegante, sensua l, tanto detemperamento como de imaginación; sentimientoy gustos de artista que le hacían introducir, sin
que se rindiera cuenta , la mayor cantidad de locura bohemia posible dentro de su vida burguesa, la mayor cantidad de locura compatible consu sexo y sumedio. Tenía los redondos brazosvellidos; las piernas, las caderas y la garganta debuen torno. La hermosura morena de Rosa l ía,másbien que hermosura era gracia ; y esa gracia residía sobre todo en la cabeza, puesta sobre loshombros con la gentileza de una flor en su ta l lo,y que ella inclinaba en típico gesto hacia la iz
quierda, guiñando sus ojos negros y haciendo unmohín con la picaruela boca, de lab ios gordos yfrescos
Una vez se le preguntó por qué inclinaba la cabeza la izquierda,yrepuso:
— Es para oir lo que dice mi corazón.
Su corazón, en efecto, debía de decirl e muchas y varias cosas, porque á los diez y ochoaños ya contaba á
'
puños los novios y era maestra en amores. En su torno revoloteaban los deseos como las palomas lascivas en derredor deVenus . Besos los dió á mil lares; pero cuandomásse encalabrinaban los novios, aspirando á mayorventura, Rosa l ía, con fria ldad y firmeza increiblesen una locuela, epicúrea hasta la médula de los
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huesos, los ponía a raya y en el colmo de la“
desi lusión:
— Todo, menos eso.
Y no había que insistir. Era mordaz, irónica ,y su despreocupación llegaba hasta burlarse desus prop1as 1mperfecdiones.
—Ami nari z — decía — no le fa lta sino ser más
recta y más fina para parecerse á la nariz deunaestatua griega .
Cantaba, tocaba el piano y la vihuela con primor, y su chachara, sumovilidadde cuerpo y deespíritu y su alegría inmarcesible contribuyeronsiempre aá rodearla de amigas, de riva les y deadmiradores, y a que el perdón socia l cayera ,benévolo y paterna l, sobre sus locuras.
Sumadre, viuda de un abogado de oratoriaelegante y florida, verdadero orfebre del verbo,
que hizo fortuna con suprofesión, tan regocijadode espíritu como su hija, y muyde manga ancha,la adoraba, lo mismo que sus hermanos— Mario,
poco mayor que Rosa l ía, y tres mucho más pe
queños, internos en un colegio en la vecina Antil la de Trinidad.
»La madre, doña Josefa de Linares, pequeñuelay regordeta —
siete arrobas de carne grasa de
saforada lectora de novelas, tenía en la memoriauna biblioteca de novelistas, y á todo el mundo
le encontraba parecido con las heroínas y loshéroes de sus lecturas. Para doña ]osefa, una ma
jer desenvuelta era una Nanci; un avaro*Grandet;
EL HOMBRE DE HIERRO 13
el de Balzac, un buen obispo, Monseñor Bienvenido, el de Hugo. En sumundo real, como en su
imaginación, existian: Cla risa Ha rlowe,Ana Karenina ,Ma ría , Goriot, j orgeAurí3pa , Doña Per
fecta y Pepita j iménezMaría, hija de un hermano de doña Josefa,
huérfana de padre y madre desde temprana intancia, fué criada por su tía
—
bajo el mismo pie
que la hija prºpia, y con el mismo ca lor y rega lomaterna les. Era mayor de un año que Rosa l ía .
Algo más corta de estatura que su prima her
mana, el castaño cabel lo rizo, frondosº ; bianca deuna blancura anemica, las manos finas y descarnadas, el rostro ova l, María no radiaba juventudy contento como la otra muchacha. En sujuven
tud a lgo se marchitaba, y los pliegues desubocay sus pardos ojos, cuyas oj eras florec1an a menudo conmoradas violetas, sol ían darl e un aspectode pena 6 de melancol ía . A veces era más ruidosa y c
yhacharéra que su prima, á veces caía en si
lencios irrompibles, encerrándose en su cuartopara l lorar ¿1 solas fa lsas penas, pesadumbres queno existían Si tiº ensu 1magmac10 n.
Se desinteresabdcuando á bien lo tenía por lascosas de mayor interés para si, aceptándolas órechazándolas con un mohín de cansancio, mientras que se apasionaba, según el capricho del dia ,por las mayores futilezas. Entre los hombres, queella veia sin el fuego de su prima, no gozaba tanto partido _como ésta. Cuando Rosa l ía contaba
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los amores á puños, ella no pudiera anotar en su
haber sino a lgún noviazgo fugaz, aceptado másb ien por vanidad que por sentimiento. Enemigade la movil idad de ardil la pecul iar á la primahermana, María, cuando no era arrastrada a l te
molque por su compañera ó por doña Felipa, se
pasaba días enteros tendida en la cha ise—longue
hojeando a lguna sentimenta l novela 6 espiando elvuelo de las moscas, ó bien en as iento más pro
picio al trabajo, empeñándose en cua lquier inútillabor de bordado ó costura, cien veces interrum
pida , no terminada nunca .
Cavilaba, á las veces, sobre supapel secundario en el hogar, que ella en mientes atribuía, sibien con notoria injusticia, su condición de intrusa y de hija de pega . Acaso contribuía esa
preocupación á dar aquel tinte de languidez á susojos y á poner en su boca un pliegue de melancolia, contraste con los risueños y a lborotadosabriles de su prima hermana . Se querían, sin embargo, sinceramente, sin que esto fuera óbice
para que en riñas tildase á suprima de Inquie
ta, de atrabi liaria, de loca .
“Esta lunática es mi
luna “ , exclamaba, por su parte, Rosa l ía, cuandode chica, y aunya muj er, enfadábase con su com
pañera .
Cuando l legaron al saloncito en desordendonde -
ambas dormían esa noche, Ro'
sa lia se burlab a
del miedo de Ramón y del extemporáneo amor
póstumo de su prima .
El. HOMBRE DE HIERRO 15
— Por D ios, Rosal ía ; no me hables ni me ha
gas hablar ahora del pobre Crispín.
—
¿Les tienes miedo a los muertos, como lestiene Ramón?
—No, no es eso.
—¡Ahl ¿Entonces ya no te inspira horror tu
xm3 f ld0 ?
María no respond io, s ino continuaba desvistiéndose.
Rosa l ía, con buen humor intempestivo, le pre
guntó :
—D ime una cosa; ¿qué te produciría más es
panto: que tumaridº se te apareciera muerto,verlo resucitar?Y como no obtuvo por respuesta más que un
“
¡Jesús, no seas impertinentel“
, introdujo Rosalia, ya en camisa, las desnudas piernas morenasentre las frazadas, se acurrucó en su colchónysear
_rebujó, mientras la otra mujer de un sºplo ma
taba la luz.
María no pudo volver a conciliar el sueño. Las
impertinencias de su prima la hicierón pensar en
su matrimonio, en su viudez, en , su porvenir.
Después de aquella ºbscura é incesante noche de
nupcias, la vida y la l ibertad se extendían de nue
vo á sus ojos como l l“
anuras pradiales. Viuda en
la flor de la vida, sin reatos, con experi enc ia, sevolvería á casar, ¡cómo no! No erraría el camino.
Ahora iba á acertar en la elección de esposo,diestra ya por el sufrimiento. No daría su mar…
al primero, y no escucharía más Sugestiones s1no
las de su corazón y de su Interés. Quería ser feliz,y casarse con
'
un hombre á quien amase, comohizo Rosal ía, tan regocijada, tan l ibre, tan sm nu
bes en el horizonte . ¡Qué diferencia con aquelmatrimonio suyo! ¡Qué diferencia de hombres!Adol fo, suave , galante, tolerante, muy lechuguino, permitiendo todo á sumuj er; Crispín, ca teco,desmañado, l leno de nimias preocupaciones, celoso, insulso, un pobre diablo. ¡Qué diferencia de
18 R . BLANCO-FOMEON'
A
hombresl Y el hombre es quien imprime sello al
hogar. Además, sin amor no es asequible la fel icidad. Equivale a fabricar sin cimientºs. ¡Lo que
es la vida ! Rosa l ía y ella, crecidas juntas, en sol
teria la más dulce, risueña y sin Luego,
¡qué pesadil la ! Era como un camino que se b ifurcase. La una seguía éste; la otra aquel rumbo.
Adiós, hasta la vista . Para Rosa l ía la ruta electafué toda cantos de pájaros; fontanas que borbotamentre la mul lida grama ; compañeras de travesía, lacanción en los labios; el quiquiriquí de las alquerías al amanecer; las estrellas de oro y el rasgueode las guitarras en las claras nºches azules; y conel a lba el sol, el radiante sol empurpurando las
uvas en los viñedos y los racimos de cambures
en los rumorosos banana les. Ella, ¡cuán distinto!Su camino, un sendero roca lloso, difícil de acceso, entre el ta lud y
d
el voladero, con ramas erizadas de púas que se extendían en la sombra cua lmanos de malhechores y arañaban su rostro ydesgarraban sus ropas y sus carnes; sin un pozocrista lino donde mitigar la sed del ajetreo; sinrancho adonde guarecerse; sin luciérnagas que
a lumbrasen la ºbscuridadnocturna ; sin más cºm
pama que la sºledad y el hastíº ; los lagartºs calentándose un instante a la intemperie del sol, ylos aspides dardeando la bilingiie temerosa e ntrelas grietas verdinegras del berroca l .
¡Ah, no! Estaba dispuesta á no errar otra vez
el rumbo. Por su imaginación fueron pasando
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cuas, en el corazón de María empezaba á germinar una pasioncílla, que ella no confesó nunca,nisiquiera á Rosa l ía, su íntima, su confidente, segura de que todos, Rosa l ía inclusive, se la hubierancontrariado. ¡D isfrutaba su preferido de tal reputación de ca lavera ! Ella misma pugnaba por es
trangular aquel sentimiento en botón.
Rosalía,)por su parte, no confesaba tampoco la
sinceridad de su aficiónpor Adolfo, que empezaba á cortejarla . Pero como era la más cuerdade las locas, pensó desde la iniciación de sus
amores que Adol fº se pintaba como nadie parasu esposo, por las ideas, por las costumbres, ysobre todo porque se le estaba metiendo en elcorazón más hondamente que ningún otro había
penetrado.
Se propuso conseguir novio a María, a todacarrera, á fin de hacer dos parejas y gozar dema
yor libertad con Adolfo. ¿No era María un cºns
tante y enojoso estafermo entre los amantes? Deacuerdo con Adol fo empezó á meter por los ojosde María á Crispin Luz.
— Pero siyo no pienso casarme aún, expresabaMaría . Además, si no me gustanRosa l ía no la dejaba concluir.
— Tampoco me gustan mi, chica . Crees tú
que pudieron gustarme nunca de veras ManuelLindo, que no tiene de lindo sino el nombre; niRosa les, cuya boca ol ía á todo menos rosa ; ni
Pedro,
EL HOMBRE DE HIERRO 21
¿Y Adolfo? — la interrumpió María, con sonrisa mallclosa .
— No te rías, por Dios. No creas '
un instante
que estoy enamorada de Adolfo P ascuas, deAdolfíto. Adolfo en mi… D ios me sa lve el lugar.
Y luego de un gesto displicente continuaba:— Pero ºye, te lo juro: es tónto lo que haces
con Crispín Luz. Ves que en todas partes te devora con los ojos; que te sigue; que te está diciendo que te adora con el menor de sus movimientos. Sabes que no le habla á Adol fo sino de
¿Y tú?—
¡Pero, chica,no es posible tanto amor! Nun'
ca se me acerca .
— Por tímido. Porque te ama de veras.
Mira, Rosa l ía : déjate de discursos y de emº
brollos.
¿De embrollos? Después de todo 51 mi quéme va ni me viene. Pero es preferible que lodesahucies categóricamente. Escenas como la deldomingo en Catedra l,r tú sabes
, no son de muybuen gusto.
—
¿El domingo, en Catedra l? ¿Qué dices?Si, recuerda . Te miró ; lo m1raste; volviste la
cara y echaste á reir.
Pero si no fué de él, te juro. Si fué de …
No mientas, María . ¿Crees que no te conozco y que no lo conozco a él?La pobre María, de voluntad plegadiza, sobre
todo tratándose de su prima, y sugestionada por
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aquella chachara , no sabía qué pensar. ¿Seríac ierto? Pero,¿cómo el la no se dió cuenta nunca?
,
Y para no parecer menos perspicaz que su tra
pa lona de prima, se cal ló, dando á entender que
sabía cosas que ignoraba y que no podía menosde ignorar, pues todo aquel lo no eran sino ima
gmacrones de su prima .
Adolfo Pascuas, por su lado, y para complacerá su nºvia, preparaba á Crispín Luz. Así naeieron, por extraño y enrevesado modo, los amores
de Crispín yMaría.
— Lo cierto—
secreteaba Rosa l ía á su novio
es que se necesita ser un zoquete como Cr15p1ny una horchata como María para quererse por recomendaciones de tercero.
Y tú verás— agregaba Adolfo van a ser
muyfelices.
Crispín estaba encantado y extrañado. Era dichoso y no creía merecer su dicha. ¿Era esto lavida? Entonces la vida no espantaba á nadie; ¡quéiba á espantar! Había, pues, dulzuras entre losabrojos. Cómo es posible que haya seres renegados del vivir cuando á un recodo ó en una cur
va de la existencia puede uno sorprenderse conlas más gratas sorpresas. D ios, infinitamente grande é infinitamente bueno, mal podía haber lanzado hombres al mundo para la desesperanza y eldolor. ¡Qué bel la era la vida y cómo la amaba !Crispín, en corto lapso, se había enamorado
con sinceridad de pasión. La sola ca laverada desu juventud en puhto a mujeres fué un amorío fugaz con una amiga de su hermana Eva; pero lanovia, si pesar de no ser una maravil la de hermosura, se casó con otro. Esta ma laventura de sus
veinticincº años afectó mucho a Crispín, l e hizo
perder la escasa confianza que podía tener en
sus aptitudes de Lovelace, y, enfrenada la osadía
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yherido el orgul lo, se retrajo de la vida sºcia l, a
que nunca fué muyadicto.
Era un hombre de regular estatura, que lucíaa lto á causa de su extrema delgadez ; á lo canijodel cuerpo uníanse un espíritu pacato, las manosy el rostro de blancura de cera, la nariz de gancho, como sumadre, los ojos grandes y redondos,también como sumadre, y ojos cuya orbicularidadle granjeó en el colegio el apodo deElBuho.
— Tienes ojos de sabiduría — le decía el padrea su chico sºcarronamente y a ludiendº al pájarode M inerva .
Los cabellos, en fºrma de ,cepil lo, se los re
cortaba con periodicidad indeclinable cada quince ídías. Era un hombre metódico, puntua l, cona lta idea del deber y cuya abnegación se extre
maba al punto de haber perdido, en apariencia,la noción de sus derechos. Inaccesible á los vahosdel pantano, mcontaminado por el mundo, pe
sar de la vida, conservabaen su a lma la frescuray el candor de la adolescencia. Sumiso, resignado, creyente, siempre tuvo el instintº del sacrifi
cio, la pasividadde la depos¡ c10 n continua y sin
tasa en aras de aj enos anhelos. No COHOC IO mas
travesuras infantil es smo la de pintar mostachos
enormes á las figuras del libro primario y.
el cO
rretear con sus hermanos dentro del caserón so
láriego. Sólo que, de colegia l, en cuanto se en
cbntraba_
un libro garrapateado, los coscorrones
del maestro l lovían sobre el cabeza de turco, así
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fuese inocente de la fechoría . Cuando los hermanos cometían un desaguisad
_o y doña Felipa, ira
cunda, con la chancleta en la ,mano, preguntaba
por el culpable, todos, de tácito acuerdo, indicaban á Crispin, á quien percudía la zurra . En la
casa conservábase la tradición,de una de estas
Injusticias, que despertaba qadavez, al , referirla,indefectible hilaridad . Varios de los chicos, pared
por medio con dona Felipa, empezaron a,jara
near cierta noche, produciendo truenos de ven
tosidad con la boca . Doña Felipa intimó s ilencio
por$dos veces, y en ambas ocasiºnes, luego de un
paréntesis, prorrumpía de nuevo en truenos buca les aquel la endiablada chiquillería . Crispín era
el único que ca l laba . A la tercera vez se presentó la madre, furibunda, enarbolando una chinela .
¿Quién es? —
preguntó la colérica señora.
Los chicos respondieron a una :Crispín,mamá.
La madre le ordenó imperiosamente que se al
zara la camisa ; y antes de que el muchacho pusiera por obra el mandato, la terrible señora lesuministró en las ppsaderas dos formidables chi
nelazos.
Los hermanos, con intención dexhumillarlo,
preguntaron luego a Crispín:—
¿Cuántos te dió?Y él, con sincera humi ldad, con una cristiana ,
resignación que produjo y producía al referirlo,aun de hombres, indefectible hilaridad, repuso
26 R. BLANCO -FOMBONA
Dos solamente .
En suvida pisó Crispín el umbra l de una ta
berna; la taberna l e inspiraba enofobia ; ignorabalenocinios y prostíbulos; se decía que los amoresfáciles ó vena les le eran desconocidos, y que se
conservaba tan puro como Newton 6 San juan.
A pesar de su sa lud quebrantadiza, de su pro
pensión a bronquitis y achaques del pecho, cdtró desde los diez y ocho años, en ca l idadde de
pendiente, en la casa de Perrín y Cº
; y desde entºnces servía el mismo a lmacén cºn decisión, conlea ltad, sub iendo el esca lafón á paso lento, peroseguro, y labrándose una reputaciónde honradezá toda prueba y de elemento
“ laborioso é indis
pensable .
Se había enamorado con la misma circunspeé
ció y buena fe que ponía en la más ínfima de sus
acciones; y, enamorado, no veía más porvenir
para su sentimiento que el de santificarlo por la
iglesia y lega lizarlo ante la sociedad .
Se casaría, ¡cuándo no!, con aquella muj ercitaadorable, perfecta, y de cuyo corazón se creíadueñº . Viviría toda la vida fel iz, rodeado de lascabecitas negras de la prole, entre la graciºsa yexperta cortesan1a deAdol fo Pascuas, las inocentes locuras de Rosa l ía, las benévolas arrobas dedona Josefa ; posesor de su novia, de sumujer,de su María,
Tesoro de hermosura,Dechado de candºr .
28 R . BLANCO —FOMBONA
azúcar cuando habla de ti. En cinco minutos meha trastornado fla fbabeza .
—
¿Qué te dijo?—
¡Qué iba á decirme ! Cosas tuyas.
A poco se presentó cºn sus mecidos'
andares
de pato, arrastrando sus siete arrobas, la volumi
nosa doña ]osefa :N iñas, ¡Jesús!, ¿qué esperan? Esos señores
aguardan en la sa la hace media hora .
—
¿Llegó Adolfo? preguntó Rosa l ía .
Y sin esperar respuesta, y atusándose si todacarrera los rizos de la frente, partió hacia la sala
con rápido taconeo, sacudiendo con la derecha mano la recogida fa lda de musel ina de seda
azul .Cuando María, instantes después de su prima,
entró en la sa la, á Crispín le sa ltó el corazón en
el pecho y tuvo una extraña sensación. Le pareció ser como un hombre á quien empujan loscien brazos de la multitud hacia la puerta del unteatro, y que le hacían entrar a gozar del espec
táculo sin él darse cuenta .
Abrieron una ventana sobre la ca lle, de tres .
que había . Las dos mujeres se sentaron en sen
dos poyos, y los jóvenes en sendas sil las, cadauno al lado de la dama quien servía .
Por la ca l le circulaban coches descubiertos,l lenos de mujeres vestidas de claro y de hºmbres íendomingados.
A lgunos pedestres y de varios coches sa luda —
w
i
EL HOMBRE DE HIERRO 29
han, al paso, el grupo de la ventana . De una vic
toria sacó la cara sonreída un jovencito boquirrubio y lanzó, como si estuviesen en Carnava l,un ramo de violetas blancas, que fué al caer en elcºrpiño de Rosa l ía. A l lanzar el bouquet el jovencito de las violetas blancas había pronunciado
x— Para la más hermosa .
Por los ojos de María paso un relámpago, yaquel relámpago siguió la victoria, mientras Rosa l ía tomaba el mazo de violetas, sin dudar un
instante de que fuera para si. Cr15p1n, por su
parte, sin penetrar el fondo de aquel la escena deun minuto, se puso taciturno, índignándose interiormente de lo que él pensaba usurpación á los
derechos de María. ¿No dijo para la más hermosa? ¿Por qué había de ser Rosa l ía? ¿Por qué se
erigia ella, sin empacho, siendo parte, en juez desu hermosura? Y al prºpio tiempo, por una conº
trariedad del sentimientº, que no podía explicarse, a legrábase de que no fuese María la electadel rega lo, porque a su novia nadie sino él debía rega larla .
Adolfo se inclinó en ademán de prender elramo en el corpiñb de su novia, y Rosal ía, quehub iera tolerado aquella osadía á cua lquiera desus enamorados de ocasión, se le ariscó á Adolfo
,a qu1en amaba de veras, y golpeándole con
el abanico la punta de sus dedos pecadores, loamonestó :
—
¡Cuidadito, eh, cuidadito!
30 R. BLANCO -FOMBONA
Y luego,más dulceUsted no sabe— duo.
Rasgó el manojo en cuatro hacecitos blancos yI
los repartió, rogándol e al mismo ti empo a su
prima :— Préndemelo tú, María .
Crispin no sabía qué hacer con sus flores en
la mano, y titubeó un instante, hasta que vió a
Adol fo que enfloraba el oja l del paltó . Se puso
colorado, creyendo que los demás advirtieron su
torpeza y su 1ndecisión; la instantánea turbacióncamb 10 5e en instantáneo rencor contra AdolfoPascuas. ¿Por qué no se le ocurrían á Crispínaquellas cºsas del otro? Por su cabeza cruzó laidea de que María pudiera hacer un para lelo en
tre los dºs, y compararlo él, comedido, perosin bril lantez, buenº , honrado, l leno de virtudes domésticas, pero sin seducción, los dedosmanchados de tinta, á pesar de limón agrio, piedra pómez y hasta agua de Colonia, con aquelgomoso de fingida fria ldad á la inglesa, que pasótoda su juventud en Europa .
Se pusº contemplarlo con el rabo del ojo. La
raya de la cabeza partía en" dos crenchas igua les
el cabel lo castaño obscuro de Adolfo, cabellºcasi negro y en contraste con sus ojos azulescomo dºs turquesas.
Era un tipo elegante . La nariz fina y larga, losdientes grandes, uni formes, asomando en a lgunola chispa de una orificación; el mostacho á la bor
EL HOMBRE DE HIERRO 31
goñona y las manos blancas, pulcras, de uñas acica ladas. En el meñique de la siniestra lucía una
rara sortija de oro verde . E l oyó, en una ocasión,la historia del anil lo.
Un cuadro de Moreau, la Virgen surgente de
una flor, visto en París, en el museo de la rue La
Rochefoucauld, le sugirió á Adol fo la idea delanil lº, cinceladura de la cua l un busto de mujersurgía de un lirio, con tanta gracia y fortuna, queno se percibía dónde terminaba el l irio y empezaba la mujer.
La noche ca ía . Era menester partirsefSe con
vino en que irían a l Teatrº'
Caracas una hora, denueve y media adiez y media, a ver a lguna zar
zuela .
—
¿Qué zarzuela representan ó cantan á esa
hora? —
preguntó Rosa l ía .
Crispín repusoUn inglés de la Guayana en
“El Ga to Ne
gro según creo.
— Eso es una porquería — aseguró la novia deAdolfo.
Y éste repuso— Por qué, ¿por
'ser obra naciºnal? Pues á mi
no me parece ni mejor ni peor que las zarzuelasespañº las. Sin embargo, si ustedes prefieren, iremos a otra .
— No, no, se apresuró adecir María : vamos á
ver El inglés de la Guayana . Además, la hora esexcelente .
32 R. BLANCO-FOMBONA
— Entonces — dqo Adol fo, despid1endoseconvenido. Estén listas para las nueve.
De lo contrario— añadió Crispin nos iríamos solos.
En la ca l le empezaban a encenderse lºsroles.
Es la aurora . Sopla una brisa fresca, fría casi,de esa que hace meter lasmanos en lºs bolsillºsy apresurar el paso á los madrugadores. Por las
ca lles, aún dormidas, empieza á transitar el público de las mañanitas: el obrero que se intrºduceen la primera fritanga abierta a apurar su pocillo
de café,mascando su arepa y su queso de cincho;el panadero, cabal lo en su asno, entre dos serones, que reparte el pan del desayuno; el isleñolechero, cuyas cantimploras pendientes á las an
cas de la caba lgadura forman la música matina l,tan caraqueña, de las hoja latas; la beata que va á
misa, terciado el pañolón negro, 6 el de lujo decrespón blanco; la señorita que va á confesarse,la dueña á la zaga, el paso menudº, arrebujada
en sumantil la anda luza; los empleados de tranvías que se apresuran á poner en movimiento lostrenes; lºs pesados tranvías del matadero que
traen al Mercado Centra l los restos de las últimasreses beneficiadas á media noche ; y el jovencito
34 R . BLANCO-FOMBONA
que durmio fuera de casa, á quien la autora sor
prendió, y que va á la carrera hacia el hogar, losojos abotagados, la boca amarga , la corbata en
Parleras como pericas y frescas como flores de
pascua, atraviesan también la ciudad, en esta mañanita de Abri l, hasta siete mujeres jóvenes: Rosa l ía, su prima , — las tres hijas del negociante Perrín— Perrín andCompany, como las l lama Rosalia, á causa de los tres jóvenes que á menudo lassiguen juanita Pérez, condiscípula pobre, cu
yo padre acaba de morir, íntima de María y cabeza de turco de las travesuras é ironías de lasdemás y Eva Luz, hermana de Crispín, la másjovencita de la banda .
Se dirigen al Oeste, hacia el Ca lvario. Desdehacía una semana comenzaron, á prºpuesta deRosal ía, estas excursiones matinales. Tºdas con
vinieron en que el frío y el madrugar eran muygratos; y todas estaban, sin embargo, extrañadasde haber sal ido sin interrupción siete mañanas.
El primer día fueron al Portachuelo, otro día porel
'
camino de Sabana Grande, otro hac1a AguaSa lud, etc. Hoyenderezaron sus menuditos pasos
hacia el Ca lvario. Pasaron por frente á la iglesiade San Francisco, atravesaron la plaza de la Universidad, yca l le derecha al Oeste no se detuvie
ron hasta la cima de la inmensa esca linata que daacceso por aquel la parte á los jardines del paseo.
Habían subido corriendo la esca linata para Ver
36 R . BLANCO -FOMBONA
avenidas, las toilettes, los árboles con su polvil lode orº .
¡Qué poética estás, Ana Luisa ! ¡Si te oyeraPerazal— insinuó María .
Y Rosal ía agregó— Bueno, aceptadº . París es delicioso con su
Avenida de los Campos Elíseos y sus cocotas ysus etc., etc. Pero, chica, las cosasbellas de a l lá no le quitan hermosura á las cosasbellas de aquí . Es bueno gozar del recuerdocuando no se puede hacer otra cosa . Pero el recuerdo es una ilusión, y este paisaje, este espectáculo de la ciudad que se levanta, de esta ciudaden paños mepores que se despierta á la mañani
ta, es una rea lidad. Gocemos, pues, de este instante . Mira , mira .
Ya seri an las siete. Por las ca l les empezaban á
hormiguear los transeuntes. Las locomotoras delferrocarril de La Gua 1ra y del ferrocarril de Valencia , aunque invisibles, comenzaban a despedir
penachos de humo. El pito de una tahona dema íz rasgó los a ires con su grito agudo. La fus
ta de un coche en ascensión á la colina resta lló
detrás de las muchachas, en la ca lzada , sºbre loscaba l los, de cuyos lomos y de cuyas narices brotaban nubecillas de vapor. Aquella población,chata, como una ciudad griega ; pintoresca , comouna ciudad árabe; encajonada en el va l le, surcadade cuatro riachuelos y ceñida por un cintil lo demontañas verdes y azules; aquella ciudad de te
EL HOMBRE DE H IERRO 37
chos rojos, entre verdes jardines, con su blancatorre de la catedra l en el centro, como un ata
laya, su claro cielo azul atravesado por vuelosde pa lomas, y sus tap1as por donde saca la copa
un rumoroso chaguaramo, ó languidece un sauce,ó trepan las rosadas trinitarias,hacía evºcar, comoevocó Rosa l ía, los versos de La vuelta á la pa tria
del admirable juan Antonio Pérez Bonalde:
Caracas a l l í está. Sus techos rojos,su blanca torre, sus azules lomas,
y sus bandas de tímidas pa lºmas,hacen nublar de lágrimas mis ojos.
La bandera del orgul loso pa lacio de Mira floresbatia á la brisa matina l, sobre Caracas, sus colores magníficos. Los turcos y las bel las turcas deojos semitas se rebul l ían en sus pocilgas delCamino Nuevo, y emprendían con sus tiendas a
la espa lda, en cestas y cajas, la romer1a hacialos barrios del centro: El sol, ascendiendo pocoá poco, cambiaba las rosas del alba enuna trans
parente lluvia de oro. El Ávi la, á lo 'lejos, ccñíase el turbante de su clara neblina azul . A lfrente se divisaban, más a ilá de la Plaza Bol ívar,mas a llá de Catedra l, más a l lá de '
Candelaria,más a l lá de la estación del Ferrocarril Centra l,los verdinegros cafeta les de Quebrada Honda,bajo los búcares rojos como parasoles de pur
pura . A la diestra mano se miraban la cúpula deSanta Teresa, la masa gris del Teatro Munici
38 R . BLANCO-FOMBONA
pal, el Circo de Toros, el Mercado deSan Pablo,
el Puente de H ierro, las vegas del Guaire, y todoel Caracas nuevo: las quintas del Para íso, entrejardines, y entre las quintas floridas, el épicobronce de Páez blandiendo la formidable lanzade las Queseras del Medio, y devolviendo su
corcel con un ademándigno de Homero, al gritode
“
¡Vuelvan caras!“ Más á la derecha aún, á
ambas márgenes del Guaire, se extendían otrasvegas y cultivadas horta lizas, ostentando la gamaentera del verde, desde e ! verdín de la grama ,aún cub ierta de remo, desde el verdegayde losretoños primerizos, hasta el verde terroso de laslechugas asoleadas, el verde madurº de las cañasde ma íz, y el verde más profundo de los chaguaramos Viejos. Y, por sobre todo, por encima delas gentes y de las cosas, el sol, el brillante solde los trópicos, hacia donde ascendía la respiración, el abejeo de la ciudad que se despierta yempieza a ajetrearse y a vivir.
¿Hasta cuándo nos quedamos aqui?—
pre
guntó Eva .
Y juanita Pérez, María y la menor de las Pérrin, exclamaron, en coro
—De veras;í
vámonos.
Las muchachas se levantaron emprender la
ascensión de la colina . Varios paseantes empeza
ban á subir. Pasó un aya inglesa con dos chicascriollas, entre ocho y diez años.
Una de las niñas t1ro una pedrezuela que so
EL HOMBRE DE HIERRO 9
bresaltó un estudiante, engol fado en un enormel ibraco, á la sombra de un bambú . El aya la re
prendió— Ma ry.
º tha t is shockíng.
Ana Luisa Perrín encontró que el sistema deseveridad inglesa para educar á los niños era ad
mirable .
— Pues mi no me parece — duo Rosal ía, pordecir cua lquier cosa .
—Ni á mi tampoco— asintió María Cuando
yo tenga un hijo no se lo entregaré á estos es
perpentos.
Rosa l ía y Ana Luisa, que iban del brazo, se
miraron y sonrieron.
Y aquélla le dijo á la Perr in, por lo bajoComo que no es fácil que ella tenga un hl]0 .
Ese pobre Crispin Luz no tiene cara de padre .
Y refería sotto voce, al oído de Ana Luisa Pert im, cosas que hacían el ésta desternillarse derisa .
Pero, ¡cómo! ¿Sera posible? ¡A su edad! No
parece caraqueño. Pero, ¿nunca? ¿nunca?— No, chica, ¡El pobre es tan ridículo!
Figurate que de niñº le preguntaban:“
¿Qué
quieres tú ser, Crispín?“ Y él respondía :
“YO,
tenedor de libros.
“
Y ¿por qué te empeñas tú, Rosa l ía, en ca
sarlo con tu prima?
Pues… porque me divierte . Son ta l lados eluno para el otro.
40 R . BLANCO-FOMBONA
Un poco más adelante, el resto del grupo se
impacientaba.
Pero caminen más de prisa, ¡j esús! No lle
garemos antes de la noche al estanque.'Y María, por su parte, las interrogó :
— Pero, ¿qué tienenustedes? ¿Por qué se ríentanto?
En el viejo caserón de sus mayores, casona se
cular del tiempo de la Colonia, vivía Crispín con
sumadre y con sus hermanos Ramón y Eva, reducida familia para la amplitud de la mansión.
Así, la fami l ia no la ocupaba sino en mínima
parte .
Doña Felipa, casada con un agricultor rico yhacendoso, bonísimo suj eto, sólo capaz de habersoportado por luengos años el yugo de tan vol
cánica señora, era viuda hacía diez y ocho años,y madre de prole numerosa, aa pesar de un pa
réntesis de diez añºs en su vida conyugal . Lamuerte y la vida, los fal lecimientos y los matri »
monios, habíanmermado el hogar al punto de yano a lbergarse dentro de aquellos muros, sino lamadre y tres hijos.
joaquin, el mayºr, casado imberbe aún, contaría á la sazón treinta y tres años, y en esca la descendente venían Rosendo, de treinta y dos; Cris
pín, de treinta y uno; entre Crispín y Ramón se
42 R . BLANCO -FOMBONA
abría un claro … —dos hermanitas muertas y en
tre Ramón y Eva, que apenas contaba diez y ocho,
la gran laguna de la separación entre el padre y lamadre, a
'
causa del carácter dictatoria l y tremendode doña Felipa .
Luego, á los diez años de rencor y truncimiento, vino la reconcil iación, y con la reconci
liación, como esplendor de ocasº, Eva, el másrozagante y primoroso pimpol lo de la caduca en
cina . A poco del nacimiento de Eva murió el
padre. Y doña Felipa fué levantando laboriºsa yrígidamente su a lmacigo de párvulos.Era doña Felipa una vieja flaca, bil iosa , agrés¡
va, tacaña, tºda nerviºs, con dos ojos como dosl lamas, y casi tan redondºs y tan grandes comolos de Crispin, que heredó de ella ese rasgº y elde la nariz, como pico de cóndor; pero que en lo
mºra l no parecía ni prój imo de la anciana, sinobuen hijo de su
'
manso padre . Dominante portemperamento, sentía doña Felipa un sincerodesdén por la poquedad espiritua l de Cri
'
5pín,
como lo smtió por la poquedad espiritua l delmarido; Prefería, por simi litudes mora l es con ella,á
,Ramón
º
yá Eva: á Ramón, por lo emprendedor y trapalón; á Eva, por lº hacendosa y firmede carácter. Aún en vida de su
'
marido, dirigía
doña Felipa gran parte de los negocios, desdesu casa de Caracas; y ya muerto el esposo, novendió las fincas rura les, sino que las manejó estrictamente por mediº de agentes que la temían
44 R . BLANCO -FOMBONA
l levaba Demóstenes; es decir, ni tan larga como
Felipe II, ni tan corta como el genera l Boulan
ger, y terminando en punta .
Era de pºrte a iroso, parlanchín, embrollón, as
tuto, discolo de genio y mendaz . Tenía pretensiones de business man,
aunque sa lió siempre fallido en sus proyectos.
Suma la fe, su espíritu de trampa, era casimorboso. Con cua lquiera de los cien proyectos quefermentaban en su cabeza hubiera honradamentehecho fortuna . Pero se sentía impulsado a la
aventura, á la inconstancia y á la pillería . ldeabasu plan, engatusaba a a lguien; le sacaba dinero
,
lo robaba, y desacreditaba el negocio y se des
acreditaba él mismº : tal era el proceso de sus
empresas. Había heredado de su madre aquelamor de planes donde corriera el dinero, aunquetodo fuera en números, sobre el papel . Nº lefa ltaban él trápalas para embaucar á la viejaquien agarrada por su flaco— la pretensión de
pericia en punto de negocios se dejaba arras
trar, aunque a regañadientes, á los chanchul losde RamónEste andaba muyatareado á la sazón con un
proyecto de fabricar cemento romano. E l conocía las mºntañas de Cantaura , y por a l l í debíaexistir, ¡cómo no!, piedra ca liza aparente .
Ramón explicaba el negociº a sumadre .
— El barril de cementº se vende en Venezuelade cuatro y medio el cinco pesos. A los importa
EL HOMBRE DE HIERRO 45
dores les cuesta una barbaridad en La Guaira, o
en cua lquier otro puertº de la República . Puesbien, mamá, nosotros podemos fabricarlo por
menºs de dos pesos yvenderlo por más de tres,sin temor ¿1 competencia . La competencia en ta
les condiciones sería imposible . De un golpe
nos adueñamos del mercado. Y los barriles decemento que se consumen por año en el pa íscuéntanse por mil lones, ¡por mil lones!A doña Felipa le bril laban los ojos.
¿De veras? ¿Tú
¡Cómo que si creº ! Tengo el punto muyé s
tudiado.
Bueno; y la piedra ca liza, ¿existe enra , como tú piensas?
Si existe ; tiene que existir. D ígame si conoceré yo aquéllo. A l l í abundan espatos.
¿Abundan qué?…
Espatos, mama: piedra ca lcárea .
— Pero, vamos á — ver: ¿cuánto presupones tú
para el negocio?
Pues pºca cosa . Nosotros no necesitamosni podemos formar una compañ ía . Pero con la
piedra ca liza me voyyo a Europa, formo una so
ciedad extranjera, y, ¡zas!, asunto concluido.
—
¿Una Compañía extranjera para extraer piedra ca liza en Cantaura? No comprendo.
— No, mamá, no. Para venderle el contratº
que haremos con el GobiernoDoña Felipa empezaba a comprender.
6 R . BLANco-FOMBONA
LO que nº comprendía, ni podía comprenderdo;
"
ra Felipa, era que toda la historia del cementose reducía á que Ramón andaba loco perdido deuna bailarina ita liana, próxima á regresar á Euro
pa , y que Ramón había jurado seguirla .
Ramón troué . ¡Cómo! ¿No sabía doña Felipa
que los venezolanos eran unos carneros; que loscapita l istas de aquí no arriesgan un céntimo en
empresas; que la usura es lo único que los seduce?Y luego, para lisonjear el amor propio de la
vieja, añadía :— Usted sabe mejor. que nadie, usted, mujer
de negociºs, lo que son estas cosas. ¿No es ver
dad? Una compañía criol la está expuesta á queel Gobierno le eche el guante y haga oficia l laempresa .
Y con tono de tragedia—
¡Ah, nuestros gobiernos! La inmora l idad denuestras costumbres pol íticas es lo que nos pierde. Aquí no hay patriotismo, ni honradez, ninada .
Doña Felipa exigía números; un presupuestoforma l . Y su espírituprácticº sobreponíase pronto á su amor de lucrº y á su amor demadre .
—Una cºsa te aseguro. No cuentes con un“
centavo hasta que yo no vea el contrato celebra
do con el Gobierno.
La vieja daba en la cabeza de la dificultad.
—Pero, por Dios, mamá. ¿Está usted loca? …
argíiía Ramón, desesperado.—
¿Usted nº com
EL HOMBRE DE HIERRO 47
prende que eso sería la piedra de escánda lo? Se
a lzarían cien amb iciones dentro del mismo Gobiernº, y cua lquier magnate 6 cua lquier favorito
nos biflaría el negocio, y nos enviaría á silbar
— Pero.
— No, mamá ; no hay“
Esto lo debemosconservar entre usted y yo. Esto “
es nuestrº, so
lamente nuestro: suyo y mio. Ni los hermanosmismos deben saberlo. ¡D ígame usted si Joaquínse pone en lapiedra Cuanto á Crispín,es capaz de vender el secreto a PerrinyCom
pama .
Y tomando un aspecto desolado, añad10— Por Dios, seamo
'
s prudentes.
Endulzando la voz, continuaba— Usted ve que yo no pienso en mi sólo.
Pienso, ante tºdº, en usted. ¿Cree usted, porventura, que yo habría comunicado mi secretoOtra persona?
Dºña Felipa, sardesca de suyo, fingía fáci lmente, por habitud de su espmtu, amostazarse
de aquellas digresibnes; pero en el fondo de sua lma se bañaba en agua de r osas, l isonjeada yencantada con tales candongas de Ramón.
¡Ah, el perillán la cºnocía !
Luego, Ramón, l leno de honradas conviccio
nes, empezó a sermonear, dentro del orden deideas de su madre, es decir, expresando lo queella quizás pensaba en aquel momento.
48 R . BLANCO -FOMBONA
— Nunca son de mas las precauciones. ¡Hay
tanto pil lo! D ígame usted si Perrin se pone en
las montañas de Cantaura , donde abunda la picdra ca liza .
Su pensamiento, como en sondaje de peligros
probables, se detuvº en Crispín. Ese podía es
camotear a doña Felipa la fabricación del ccmento, el contrato, la piedra ca liza y las montañas de Cantaura .
— Cr15p1n, ya lo ve usted,mamá . Ha concluido
por perder, por esa pazguata de María, el pocomeol lo que Dios le introdujo en el cráneo.
Y dando otro giro á la charla, empezo a con
tar los díceres de Caracas á propósito de los recientes esponsa les de su hermano. A Crispin locasaban por sorpresa .
Según Ramón, á Crispín, como á los niños y álos orates, debía permitírsele ó no la más mini
ma de las acciones.
—
¡Pobre Crispini — dqo la madre .— Bastante
lo he aconsejado; pero está ciego.
él nunca vió claro, mamá— concluyó , sen
tenc¡ osamente, Ramón.
La pieza de Crispín daba al patio, encuadradºde habitaciones, sa lvo á la parte Norte 6 de en
trada, donde había un corredor. A l fondo, el comedor, tan ancho como el patio; y entre el patioy el comedor un sardinel de donde arrancabantrepadoras de corregíielas azules y de blancasmadreselvas . Las trepaderas festºneaban una
suerte de enramada fresca y umbría, refugio de lafamilia durante las hºras muertas, en las siestasardorosas.
La ventana de Crispín ca ía al patio; y como los
postigos permanecían abiertos de nºche, las primeras luces de la aurora despertaban al dur
miente .
Esa mañana, al alba, abrió los ojos; y echán
dose á prisa de la cama, según costumbre, se dis
pºnía á bañarse para luegº tomar el desayuno ycorrer al a lmacén, adonde l legaba el primerotodos los días.
Pero se detuvo un momento en la ventana ,
R. BLANCO -FOMBONA
frente al jardinito del patio, en camisola de dormir, los pies desca lzos, enfundadas las piernas en
pantalºnes de desecho, los panta lones de levantarse . Así, en camisola, el cuel lo desgolletado ylos brazos entre las anchas mangas, en la intimidad del dormitorio, su magra contextura parec íamás raquítica, sus ojos más redondºs, su narizmás de garfio, sus manos más huesudas. Se pusoá pensar en su novia, en sumatrimonio, y en que
pronto abandonaría quizás aquella casa dondenació y donde corrió su infancia . El fresco de lamañana lo hizo toser y se arrebujó á la carrera enuna bufanda que improv¡ so con un pañuelo deseda . Pero seguía tosiendo y mirando al jardín.
Con qué amor contemplaba aquel patio donde lascolóradas gladiolas parecían lanzas teñ idas de
púrpura ; aquel a legre patio donde florecían morados heliotropos y petunias, olorosas resedas ydiamelas como pompones de blanco estambre ;aquel patio del que emergía, más a lto que los demás aromas, el aroma tan respirado, tan conocido, tan de la casa, de los rosa les y de los jazmineros, aroma que mientras lo estaba respirando,esa mañana, le hacía recordar su infancia. Y todoaquello lo abandonaría pronto. ¡Lo que es la
vida !Para Crispín, e5píritu misogmo, maniático de
método, en cuya vida las cosas de hoyse parecían á las de ayer, y las de mañana á las de hoy,
el abandono de suhogar, acontecimi entomáximo
52 R. BLANCO-FOMBONA
tio de la casa y forman una a lgarabía de mil demonios. Juegan al gárga ra . Chicos y chicuelas
corren para no dejarse a lcanzar de aquel de losmuchachos que hace de gárga ro. El primero aquien éste a lcance, fuera de una ventana neutra l ,el descanso, es, a su turno, gárga ra . Los muchachos se desperdigan por corredores y patio, yburlan al perseguidor, que ya á punto de asir aa lguno se le escabul le de entre las manos. Otro,de escarnio, tira fuera un pa lmode lengua, mientras gira en torno de la pila central, cuyo bul lente surtidor refresca el aire, y en cuya taza florecen en cardumen los nenúfares blancos.
En el corredºr, en sendos butacones, el padre,y la madre; la madre, un libro abierto en las ma
nos, olvida la lectura, á instancias del papá, pormirar las travesuras y las picardihuelas de sus hi
jos. Impºsible leer con aquella grita . Es una se
ñora joven aún, prematuramente marchita por lamaternidad, la negra cabeza erguida, los redondos, llameantes ojos, pardos y duros; y a pesarde la boca sonriente, un ceñito de firmeza . Cuando menos se esperaba, nuevº ada lid entra en lizaLevia tán, perrazo enorme de Terranova, negro yrevoltoso, que echa a correr detrás de los chicºs,como si fuera otro muchacho. Los niños olvidanel gárga ro y se ponen á jugar con el mastin.
Agrúpanse en torno del anima l, y le encaramanencima á unode ellos, que en vano protesta contra la arbitrariedad. El anima l corre con el niño
EL HOMBRE DE HIERRO 53
en el lomo, que se agarra de las lanas,muerto demiedo; corre como si l levara encima una flor. De
pronto uno de los muchachos, el mayor, se acerca al perro y le clava un a l filer en el rabo. La
hermosa bestia exha la un a larido, vuelve la caray muerde. El dentellado j inete lanza un grito ycae al suelo l loriqueando.
—
¿Qué é s?—
pregunta la señºra, la madre .
Y el mayorcito,muerto de risa y como si fuesela cosa más natura l del mundo, exclama:
—
¡Qué va á ser! Que el perro ha mordido á
Crispín.
Aquel recuerdº , ahora, le duele más que el
mordisco y la ca ída de antaño.
Y Crispín continúa pensando, con melancol ía,en que él abandonará pronto el hogar, cofrede sus más caras remembranzas. Pero, ¿no loabandonaron también, ¡ay!, para siempre, su padre y las dos hermanitas? Y j oaquin y Rosendo,
¿no se casaron? ¿Por qué habría de serle a élmás dolorosº que á los demás sa lir de aquel caserón?Cuando volvió
l
de sus meditaciºnes: <<pero quées, Dios mío, qué me pasa
», dijo menta lmente ;
<ya son las siete » . Se bañó en un santiamén, sedesayunó de pie, se vistió á la carrera , y cuandosonó la última campanada de las ºcho ya Crispíngarrapateaba letras y números en suescritorio dela casa Perrin yC .
&
Se puso á la tarea, el a lma ausente, contra su
costumbre . Si pudiesen leer dentro de Crispín
sus compañeros de a lmacén, verian cómo aquellos cinco sentidos y tres potenc i as que él apl icaba á la menor operación aritmética ó la más
simple carta, errabanhoy, ¡quién sabe por dónde !Rompió el borrador de una carta—cuenta para
un cliente del interiorde la República ;volvió a é scribir y volvió á romper. Decididamente se idiotizaba .
“
¿Qué es? ¿Qué tengo? Esperaré al señorPerrin, le hablaré demimatrimomo, 1nvºcaré misservicios en la casa y pediré aumento de sueldo.
¿Por qué no? Es lo más natura l . Aquí se mejora
justicieramente á todo el mundo. YO mismo soyun ejemplo. La casa tuvo siempre deferencia pormi. El señor Perrin descansa un poco su confíanza en mi laboriosidad . Me sientº fuerte en el animo y en la estimación de mi jefe. Es lo más natura l que le exija mayºr mesada cuandomi vida
56 R. BLANCO -FOMBONA
va a cambiar y con mi vida mi posicion y misgastos.
“
Le parecía muynatura l y lo era, en efecto, dirigirse, al jefe, cuyo brazo derecho le sería menosútil que Crispín, y pedirle más libera l remuneración en vista de las circunstancias. Pero Crispínen el fondo orgul loso, era tímido fuerza deorgul lo. Se torturaba con la idea de una evasiva .
Y retroccdía ante la imagen del señor Perrin diciéndole a él
, al brazo derecho:“Señor mío: no
es posible aumentar el sueldo de usted.
“ Y luegotodo el mundo lo sabría . Y ya perdería él la mitad de su prestigio: ante los empleados, porqueverían que al jefe se le importaba un bledo empu
tarse el brazº derecho; ante el mismo senor Pérrín porque lo cºnsideraría como un logrero, sin
interés por aquella casa, 51 la que, sin embargo,quería como prºpia, por aquel escritorio al cua lse sentaba hacía tantº tiempo, por aquellos ne
gociºs que él, gracias á una ilusión, imaginabatambién suyos, acaso por la costumbre de escri
bir á los clientes : “nosotros etc .
Pero de pronto pensó en su novia y en que elárbol del hogar pimpollecería . No quiso pensarahora en la herencia de su madre, porque a estaidea se asociaba la idea demuerte de la anciana,y porque prefería contar con el esfuerzo de su
brazo por único sostén de“
la familia que iba á
fundar; y como siempre tuvo a lta conciencia deldeber, ante el espectáculode arrancar una mujer,
EL HOMBRE DE HIERRO 57
so pretexto de amor, a las comodidades domésticas para hacerla padecer privaciones, y ante laidea de echar hijos al mundo sin tenerles asegu
rada la subsistencia, toda su hombría de bien se
rebeló .
“Le hablaré —
se dl]O suceda lo que
sucedaEntretanto cada quien, enla casa, ocupábase
en sus tareas.
Aquel mundo era un cosmºs aparte, con sus
personajes, sus amores, sus odios y sus Op1mones
especia les . Había muchos empleados, en los distintos departamentos, separados unos de otros
pºr barandajes de cedro con columnitas labradas,dentro de un mismo largo sa lón, cuyas puertas yventanas á una mano, cobijábanse con marquesi
nas de cretona, listadas de crudo y de rojo, pararesguardo del sº l, en los días caniculares; á la
otra mano corría por todo lo largo del sa lón unamampara de tela metálica verde.
Entre lºs empleadºs los había ingleses, a lemanes, curazoleños, venezolanos é hijos venezolanosde padres extranjerºs. Se oían distintos idiomas;y a veces un e5páñol cºmo hablado por loros.
Para aquel mundo no existía nada más noble queel comercio, ni nada más vil que el Gobierno,cua lquiera que fuese . A lº s periodistas lºs l lamaban
“ganapanes“
; á los literatos los juzgabanociosos y viciosos, dispuestos á todo, hasta si po
nerse en ridículo en prºsa y en versº, antes quetrabajar. De los mil itares no esperaban sino la
58 R. BLANCO-FOMBONA
tra ición y la cobardía . Pero el grupo de los políticos era lo que más desdénmerecía del microcosmos comercia l . Cuando se referían á a lgún
personaj e oficia l decían: “Ese ladrón“ . Y para
s ignificar la prºpia honradez, nunca puesta á
prueba, y para diferenciarse de los hombres públicos,seexpresabancon esta fórmula :
“Nºsotros,
los que vivimos de nuestro trabajo.
“
Cuanto á ºpiniones pol íticas, todos eran con
servadores; y respecto á ideas religiosas, las había varias, como los distintos credos que profesaban, y era el único capítulo en que todos hacían ga la de tolerancia .
El peor, el que más odiaba todo lo que no fuera comprar y vender, cobrar y pagar,era el cajero,de treinta y seis á treinta y siete años, el pelocolorado
,de pizarra los hundidos ojos, un costu
rón en la mej i lla izquierda, chiquitín, de cuerpotan ridículo como su rostro y tan feo como su
a lma . Se l lamaba Schegell, y era hijo, en una ve
nezº lana, de un a lemán. Pero nadie con más sinceridad que él odiaba á Venezuela .
— Usted es un caso raro— le decían sus compañeró s de a lmacén Lºs h ijos de extranjeros sonaquí lºs mejores patriºtas. Recuerde la Independen0 1a . Los descendientes de españoles fueronlos que fundaron la patria.
—
¡Qué patria! ¡No me hablen de patria ! Yocomprendo que se tenga orgul lº en haber nacido
inglés, ó a lemán, 6 hasta francés; en ser ciudada
60 R . BLANCO -FOMBONA
contrabandeando en Coro y Maracaibo; y vendiendo fusiles
*
á sempiternos revolucionarios deVenezuela, asilados frente á las costas de la Ré
pública, en aquella isla que tanta fa lta debe de estar haciendo, con todos sus hab itantes, en el fondo del mar. El juego de Perrin era claro. ¿Había
paz en Venezuela? Se dedicaba a l contrabando.
¿Había guerra? Mercaba fusiles y pertrechos á la
revolución.
“Si ésta fracasaba, ya él tenía en cajasus monedas; caso de triunfar, él aparecía comoun benemérito de la causa y pedía contratos y
prebendas, que á menudo le otorgaron.
Con una de estas revoluciones triunfadorasvino él á establecerse en Caracas. A la sombra
de esa revolución,ya en el Capitolio, Perrin l levóá término pingiies manejos y real izó proventos decuantía ; y ya viento prºpicio no dejó de hincharla vela á cuyo impulso hendía su nave audaz yfortunºsa la mar en ca lma .
Sono el timbre de llamatº en el escritorio deCrispin. Este se apresuró a tomar un cartapaciodonde introdujo, á la carrera, dos ó tres papelesmás, y á la carrera sa lió hacia el despacho delSr. Perrin. A l despacho daba acceso una puertade resorte, con batientes fºrrados en reps verde .
El “Nabab “— como apellidaba dºña Josefa Li
nares á Perrin, en recuerdo del Nabab deAl fouso Daudet ca lados los lentes de oro y enju
gándose con el panuelo de seda la frente, leía un
pliego; yno se dignó siquiera a lzar la vista á la
EL HOMBRE DE HIERRO 61
entrada de Crispín. Este se detuvo y permanec¡ o
en pie delante del escritorio.
El escritorio era bajo, cuadrado, ,
l leno de ca
jones latera les y cubierto de papeles, todos en
orden. A la siniestra mano del escritorio ¿había
un mueble de gavetas con rótulos. Encima delmueble, en la pared, un retrdto del Libertadorveía de soslayo á una Reina Victor1a , en marcodorado, que erguía suobesa persona sobre laper
sona, no menos obesa, del Sr. Perrin. A la otramano había un estante con anaqueles y plúteos.
En lºs anaqueles, enfilados, lucían su tafi leteobras de Derecho, varios tomos de Recºpilaciónde Leyes y Decretos de Venezuela, unAtlas, unvolumen con los distintos aranceles dictados en
la República y voluminosos diccionarios.
A ambºs lados del estante dos grabados se
destacaban de la tapicería, roja, cºn flores de lisde oro pálido. Los grabados representan: uno, a
la reina Emma , de Holanda ; otro al príncipe deGa les. Las sil las y el sofá, de vaqueta, muycómodos, parecían esperar cuerpos de perezosos .
Sobre el sofá, la i zquierda del escritorio, en elcentro de la pieza , el sol de las ventanas abrillantaba una cºpia, en marco de cedro, de un paisaje de Hobbema ó deWynants.
-
¡Ahl ¿Es usted, señor Luz? — duo el viejonabab “, a lzando, por fin, la cabeza, y como si
no supiera que hacía diez minutos lo tenía pordelante.
62 R . BLANCO -EOMBONA
Y luego, sin esperar respuesta
¿Vino el abogado?—…
preguntó .
Si, señor, vino.
Pero, ¿estuvo en el tribuna l?Si, señor.
Bien; ¿qué haydel asunto de las haciendas?Crispín empezó a dar cuenta .
Escrupuloso como nadie, incapaz de cogerseun a l filer ajeno, pero imbuído de aquel espíritucomercia l de injusticia y de picardía , según e lcua l desde el primer camba lache que hicieron loshombres, el ta lento consiste en explotar la necesidad ó la impericia de aquel con quien se negocia, Crispín celebraba quizás en su fuero internocomo golpe de habilidad y discreción el caso delas haciendas. Se trataba de una familia rica, venida á menºs. Estas fincas, vendidas a la casa con
pactos de retro en momentos de apuro, los due
ños las perdían ahora por la quinta parte de su
va lor. Perrin había sido inflexible . Pero por unaespecie de pudor tardío, y sin que nadie le ínterrogara, empezó adecir:
—
¡Quél ¿No sabe la gente á lo que se expone cuando retrovende una finca? Pues bien: asícºmo tomaron mi dinero cuando lo necesitaron,cojoyo las fincas, vencido el plazo. Lamento queno pudieran rescatarlas. Lo lamento como par
ticular. Pero como hombre de negocios, comoPerrin y comprendo que con lamentacionesno se llega lejos. ¿No es asi, señor Luz?
EL HOMBRE DE HIERRO 63
Así es —
repuso Crispin, con convicción.
Por otra parte —
siguió el viejo esto no es
un bril lante negocio. Esto quita tiempo, y luegolos
Se interrumpió y se puso jugar con una plegadera ,meditando.
Crispín pensaba en el aumento de sueldo. A
pesar de suresoluciónno se atrevía.No, era opor
tuno ahora .
El señor Perrín preguntó
¿Han venido los administradores?
¿Los administradores?Si, hombre — dijo Perrín, con impacienc ia
los recomendados por Fitz para mayordomos.
—
¡Ah ! —
repuso Crispín — debende ser entonces esos hombres que esperan en el corredor.
— Hágalos entrar uno á uno. Y déjeme solo.
Entró un hombre de aspecto burdo; por lastrazas, uncampesino. El señor Perrín le sonrióamablemente ylo hizo sentar junto á si.
Trataron poco, sin embargo. A l rústico no le
gustaron las proposiciones de Perrín; ycomo no
era ni un casuísta hi un retórico, no encontrandolo que buscaba, en vez de argiiir y sofisticar, ca l lóy se fué.
“Es un animal pensó el viejo; é hizo entrar á
otro. Tamb ién sa lió al cabo de minutos, y penetróun tercero.
Este charro era más joven que los anteriores ymás charlatán. Sabía trabajar, si señor; y como
64 R . BLANCO —FOMBONA
honrado ninguno le ponía el pie delante . Sosteníaá sumadre, á sumujer, á sus tres híjitas, y á la
familia de un hermano tul lido. El señor Fitz sabíacómo fué mayordomo en La Cañada por años .
El tenia recomendaciones. Y en el comercio tam
poco le fa ltaban conocidos. La casa Hellmundsabía quién era j osé Lugo.
El “nabab “ lo dejaba decir, estudiando a su
hombre .
— Amigo Lugo— expresó á la postre yo sé
quién es usted. El señor Fitz me ha hecho e5pe
cia les recomendaciones de su competencia y dehonradez . Cuanto á mi, ustedme gusta ; y comosomos hombres prácticos, vamos al grano directamente .
Queria encargar aa Lugo como administradorde una de las haciendas.
Usted las conoce, ¿No es cierto?Cómo que si las conozco. Supóngase
El pa lurdo iba á seguir charlando; pero Perrinlo interrumpió esta vez .
¿Cuál de las dos le gustaría á usted?La Florida — repuso el alárabe, sin vacilar.
¿En cuánto la valora usted, amigo Lugo?
Pues — dijo el zambombo, sin decir
nada, mientras se rascaba la cabeza, como si qui
siera arrancarse las cifras con las uñas.
— Entre dos amigos va le quince mil pesos.
— Los va le .
Aquí Perrín arrimó un poco más su sil lón al
EL HOMBRE DE HIERRO 65
asiento del campesino, se puso muy serio y le
dijo, como en confidencia, al pobre diablo:— Pues b ien, amigo Lugo, esa finca será de
usted.
Y empezó a expl icarle cómo; dándole sabor
de miel á sus pa labras y tiñendo'
en rosa las tor
tuosidades y oquedades de su pensamiento. El
rústico no entendía bien; pero entendió, y eso
bastaba, aquel la promesa de Mefistófeles, según
la cua l, á vuelta de pocos años, la hermosa finca
pasaría del ricacho á propiedad del pobre la
briego.
Según Perrín la cosa era clara . Lugo se encar
garia de la hacienda, amortizando anua lmente ladeuda de quince mil pesos, tasa de la finca . Sólo
que los intereses, muyleoninos, no se cobraban,é irían capitalizándose su turno, y haciendo im
pagable, eterna, aquella suma de quince mil pesos que el pobre hombre no había recib ido. Lugofirmaría, pues, con el contrato, un pacto de es
clavitud, ob ligándose á trabajar y hermosear lafinca que pensaba poseer undía, en puro benefi c
cio de la casa Perrín.
El rústico sa l ió radiante.Vplvió '
a sonar el timbre en el escritorio deCrispín. Este se presentó de nuevo con su carta
pacio.
Los lentes de oro cabalgaban sobre la gruesanariz roja . El pañuelo de seda enjugaba la sudorosa y resplandeciente ca lva .
66 R . BLANCO-FOMBONA
Llegué oportunamente“
, pensó Crispín, y re
cogió en haz todas sus fuerzas y todas sus audacias, para tratar el punto del sueldo. Pero e l “
na
bab“ paso de nuevo supañuelo de seda por lafrente, según gesto habitua l, y dijo, con laconismo
Ponga usted lo que haya para la firma sobreel escritorio.
Y tomando el flamante sombrero de c0 pa ysu bastónpa lodeoro, la contera reluciente, y por
puño un radolin de meta l, sal ió de estampía .
68 R . BLANCO-FOMBONA
gía de la paciencia, la táctica del gato que se
acurruca enfrente del aguj ero por donde irremi
siblemente sa ldrá el ratón. Sólo que él carecía
de la acometividad, de la destreza y de la intencióndel felino. Cuando el ratón le pasa por delante, no le brinca encima, sino espera el regreso,y ya de retorno el roedor, difiere aún el atraparlo, como más oportuno, para nueva sa lida . YsiguePero el amor se le metio en el a lma con tanto
empuje, prestándole tan desusados bríos, que
Crispín abordo a la postre a l señor Perrín. Tal
momento fué á la verdad propic io. La casa habíasuministrado fondos á un ministro de ! los de la
última hornada, para comprar ciertos va lores
que estaban por el suelo y que el Gobierno hariasubir por las nubes con un mero decreto. Perrín
compró, natura lmente, por una gruesa cantidadde dichos va lores. El decreto acababa de sa lir yPerrín embolsaba de la noche á la manana unmil lón de bol ívares. Todo el a lmacén lo sabía, ycada uno de los empleados consideraba aqueltriunfo de la casa como propio, enorgul leciendose del jefe, de aquel experto Perrm, cuya ba rcano enca l laba sino en bancos de cora l ó en fabulosos placeres de perlas.
El señor Perrín, además, estaba muyamableaquel día . Hasta se permitió interesarse por
Crispín.
-
¿Conque se nos casa usted, señor Luz?
EL HOMBRE DE HIERRO 69
— Sí, señor; me caso.
Hace usted bien, amigo mío; es un tributo
que debemos á la soc iedad. ¿Usted no es ene
migo del matrimonio, señor Luz? ¿N i en princi
pio, eh?—
¿Yo, señor? Puesto que_me caso…
— No, esa no es razón. Hayquienes se casan
sin curarse del vínculo: unos por dinero; otros
por sensualismo; otros por seguir la corriente.
— Pero yo me caso por amor.—
¿Por amor?— dijo Perrín, sin poder disimu
lar una sonrisa ¿por amor? Eso es muypeli
groso. Níire usted: hace poco leí enEl Cojo [ lustrado un artículo de un joven de Caracas, á quien
usted debe de conocer: se l lama Paulo Emilio 0
Pedro Emi lio Col l . Este caba l lerito citaba áNietzsche, una cita de veras curiosa que me hizo
comprar y leer al autor citado. Y me encuentrocon que este autor opina que á los enamoradosno debiera permitírseles dar unpaso de ta l transcendencia como el matrimonio mientras no termine el enamoramiento, que es una especie delocura . Y tiene razón: ¡el acto más serio de la
vida efectuado por locos! Vea usted las Consecuencías.
Y riéndose, con risa franca, Perrín añadió— Yo, como su pa isano de usted don Tomás
M ichelena, pienso que debieranhacerse entre loscónyuges ensayosde cinco años.
— Pero eso si sería una locura —
1nsmuo, con
70 R . BLANCO-FOMBONA
firmeza, Crispín. ¡Qué seri a de la virtud, del pudor, de la sociedad!Perrín se pasó el pañuelo de seda por la au
gusta frente, y, por única respuesta, dijo:Lea á Nietzsche : ¿Ha leído usted á Nietzs
NO. Es autor prohibido. Creo que está enel Índice .
Perrín pensó de seguro a lgo muytriste y desfavorable respecto de Crispín. No quiso insistir,sino que, recordando á la muj er con quien iba á
casarse el joven, lo cumplimentó— Se lleva usted una muchacha preciosa, pre
ciosa . Es amiga de mis hijas, como usted sabe .
La conozco bien.
Crispín Luz hizo un esfuerzo sobrehumano yse aventuró á tocar el punto.
— Á propósito de mi matrimonio, señor Pe
Pero como no continuaba, el comerc iante interrogó, para sacar al mozo las atarugadas palabras.
¿Usted, qué?desde hace días quería decirl e a lgo
si usted— D ígalo, pues— repuso Perrín,ya impaciente.
Entonces Crispín, sin detenerse, como á quienempujan, supesar, expuso su petición:
— Pues yo queria pedir á usted aumento desueldo.
EL HOMBRE DE H IERRO 71
Y se quedó mudo, vacío, como si hubiese Ol
vidado toda idea y el modo de expresarlas. Pe
rrín lo sacó de la atonía, exclamando—
¡Cómo no! Es muy justo. ¡Y yo que no ha
bía pensado! Usted gana seiscientos bol ívares
mensua les, ¿no es así? Pues bien: desde el pri
mero del mes entrante ganaraochocientos.Cuando sa l ió del despacho, Crispín iba radian
te de alegría, l leno de ternura hacia todas las co
sas, y dispuesto á dejarse sacrificar, si fuera menester, por la caspa y la grasa que se despren
dían de los temblones crespitos rubios del senorPerrin.
Cuando á la noche entró en la sa la de las Linares, Rosa l ía conoció al punto el júb ilo del
joven.
Usted traep
a lguna buena noticia. Usted estámuycontento. A ver, cuéntenos.
Y se le aproximó, como si la novia fuese ellay no María .
No estaban en el sa lón sino la novia de Cris
pín, en la ventana , acodada enun coj ín briscado,verde-botel la; la señora Linares, que leía á la luz
de una lámpara , en un ángulo, una recién com
prada novela de Bourget : Mentira s; y en el sofácentral,Adolfito Pascuas y Rosal ía, arrullándosecomo dos tórtolas.
Crispín fué sentarse en el otro poyo de laventana, enfrente de María. La empezó á decirá media voz cosas dulces, naderías apasionadas
72 R . BLANCO-FOMBONA
yencantadoras, de esas que saben murmurar los
poetas y los enamorados, y sacando una cajitacon lazos de seda color de rosa, se la puso en
las manos.
— Gracias, Crispín.
Por la acera pasaba en ese momento, y sa ludaba con ceremonia, el q uirrubio jovencito quetarde '
s atrás lanzó á aquella misma ventana un
ramo de viol etas blancas.
La caj ita con cintas de seda rosada cayó al
suelo.
Crispín se apresuró á recogerla. Y se la entre
gó, diciendo
Qué feliz soy, María .
Y se puso á referirle que el senor Perrín l eaumentaba el sueldo. Era menester fijar ya fecha
para el matrimonio.
—
¿No te parece, María?— Sí, como tú quieras.
A la_
luz de los arcos voltaicos, modestas lunasde avenida, vía láctea de soles urbanos, larga filade coches sube por el boulevard Este del Capitol io y se detiene ante la puerta del Concejo municipal de Caracas, ancha puerta latera l del pesado é inmenso edificio que, además del Concejo,contiene la Gobernación, tribuna les del distritoy el cuartel de Policía .
Del primer coche echan pie tierra CrispínLuz, muyenfracado, y María, con su velo y sus
azahares de novia . De los demás coches descienden persónas conocidas, ellos y ellas degala . Á la derecha
,en el vestíbulo,un esbelto re
loj dorado marca las nueve y media . Pasado elumbra l, la concurrencia, detrás de los novios,tuerce á la izquierda, asciende una corta graderia y se desparrama por los asientos de damasco,en frente y si ambas manos de la mesa de losmunícípes. El sa lón, profusamente iluminado pormanojos de bomb il las eléctricas, es un paralelógramo, cuya tapicería mural exornan retratos
74 R. BLANCO-FOMBONA
óleo, en anchas cañuelas doradas, de próceres dela Independencia y de ex presidentes de la Re
pública.
Mirase colgante de la pared, en urna de cristal, el viejo pendón guerrero del conquistadorPizarro, remitido por Bol ívar desde el Perú, ya l fondo, y ocupando todo el ancho del muro,el gran cuadro de Martín Tovar y Tovar, ElActade Independencia , el señorío de Caracas, los patricios, de casi tamaño natura l, que firman e1 5
de Jul iode 181 1 la creación de la República . Se
destacan del enorme lienzo el marqués de Ustariz, que pasa la pluma otro patricio, y la bellay heroica persona de Francisco de Miranda,aquel bºhemio glorioso, filósofo, militar y muy,hombre de mundo, una de las figuras más interesantes del siglo XVI I I, que supo hacerse amar de
Cata lina de Rusia ; que bata l ló en el Norte juntoáWashington y La fayette; que mendigó de corteen corte apoyo para la libertad de las Américas;
que escapó del tribuna l revolucionario de París
para ir luego á morirse y á ver quemar sus me
morias en las ca labozos africanos de España .
La ceremonia fué breve . Firmaron los noviosel contrato matrimonia l, firmaron los testigos yquedó unida la pareja ante la sociedad. Mientras María firmaba, Rosa l ía, casada un mes antes,decía a su esposo:
— Es la ú ltima vez que firma con sunombre desoltera .
76 R . BLANCO-FOMBONA
— Ven, Crí3pín.
Y sa lieron hacia el corredor. A l l í se empezó árifar el bouquet de la novia .
En los rostros de las muchachas casaderas se
pintaba el anhelo, apenas disimulado, de sacarselo, pues creían firmemente muchas de el las, a
pesar de las decepciones constantes, que la mu
chacha á quien la suerte favorece con el bouquet
nupcia l, favorece también con el marido antes
del año.
Doña Josefa Linares paseaba de un lado a
otro, obsequiosa y sonreída, sus siete arrobas.
— Es buen augurio— le decía ºá otra señora , re
fir1endose al presagio del bouquet Es buen
augurio. YO soy como los romanos: creo en los
augurios y en los sueños.
La otra señora creía tamb ien en los sueños :
sobre todo en los ma los sueños. Cierta amiga deel la soñó que su esposo había fa l lecido en Euro
pa, donde viajaba, y por el primer paquete l el legó la notícia .
— Había muerto la misma noche del sueñorepetía la señora, con temblorcitos de voz, comosi el la también estuviese amenazada de viudez —º
la misma noche del sueño.
Por a l l í cerca otra dama interrogó á la que aca
baba de referir la historia del suene y del muerto— Entonces, ¿usted cree en la Telepatía?Un poco más lejos el senor Perrín juraba
doña Felipa que suhijo de ella era la más sólida
EL HOMBRE DE HIERRO 77
columna de la casa Perrín y C.
a Perrin se sentía
fel iz con aquel matrimonio. Crispín era una joya,“un modelo“ .
— Y eso que usted no conoce á Ramón— duo
doña Felipa .
—
¡Cómo no he de conocerlef— Digo, nolo conoce a fondo. Ramón es muy
avispado. YO se lo aseguro. Ese irá l ejos.
Perrín se tornó sentimenta l .—
¡Ah, los hijos! ¡No saben lo que nos cuestan! Y luego, cuando pudieran empezar si resar
cirnos, se nos van, se casan. ¡Esa es la vida! Ya
usted ve,mis tres El día menos pensado extraños se las l levan.
Perrín hablaba por decir a lgo, por charlar, por
pasar el rato. Sus hijos, sus tres hijas, no le pesaban; pero de que se casaran ó no, más ó menos
pronto, se le daban a él trespitos. No eranmercancía que pudiera averiarse. Por lomenos, él nolo creía .
Doña Felipa, que oía con indiferencia, pºrquesu nota no era la s
'entimental , aprovechó la oca
sión de zaherir á a lguien con cua lquier pretexto—
¡Cómol ¿preferiría usted que sus niñas se
quedasen como las Luzardo? — dijo,seña lando con un gesto hacia un rincón dos cuer
pos voluminosos, dos sacos de tocino, de que nadie h acía caso, junto a otro saco de tocino maternal .
¡Ay si la hubieran oído aquel las terribles sol
78 R . BLANCO —FOMBONA
terónasl Comparadas con doña Felipa, ésta apa
recia como un espíritumanso, un temperamentoconciliador, una persona benévola ! Al l í se estabanen sus poltronas, solitarias cºmo islas.
Entre la ponzoña de sus lenguas y de sus in
tenciones, entre su eterna actitud de púg'
iles, dis
pue'
stas siempre á romper lanzas por Un quítamea l lá esas pajas, entre las Luzardo y la concurrencia estableció ésta un cordón sanitario de indiferencía . Y al l í se estaban repantí
'
gadas en sus
poltronas solas, aisladas, en cuarentena .
Doña Felipa, que las acababa de indicar a Perríncomo abominables paradigmas de soltería, vol
víase hacia la señora Linares, tan regocijada, tanbonachona, tan diferente, volvió5e con espíritude embestida, e
'
.
'
rónica de admiración expresó :Para matrimonios, Josefa . ¡Dos bodas en un
mes! ¡Caramba ! ¡Es triunfoixEl ramillete de la novia se lo acababa de Sacar
Eva Ldz, la sola de las muchachas que no teníagalanteador ofici'a'l . Muchas se rieron. Y una dijo:
—“Como no ee case con Periºín, que es viudo
PeroAna Luisa Penin, softo voce,por supues
to,tomó la cosa por lo trágico, efecto de varias.
coºpitas de champaña que purpuraban sus majil las y a locaban su imaginación. Aseguraba á su
novio que hubo trampa'
en la rifa .
Era la »media ºneche. Los invi tados fueron pasando al
,comedor: Perrín con doña Felipa, jóa
quinLºuz'
t:On la señora Linares,“
el cáballeritob'
o
EL HOMBRE DE HIERRO 79
quirrubio con Eva, Rosa l ía con Rosendo, la es
posa de éste Con Adolfo, Mario Linares con laseñora de Joaquín,Ana Luisa con Peraza , suprometido; Ramón con una de las Perrín, cuyo no
vio no asistía, por*
enfermo. Y otras, y otras, yotras parejas.
En la mesa todo fué compostura y silencio unminuto. No se oía sino el percutir de las cepasyel tintineo de los cubiertos contra la vaj il la ; silletas que traquean en busca de acomodo; frufrude sedas rozadas; dedos ociosos que tambori
l ean, á la sordina, sobre el mantel . Un minutodespués el barul lo sólo reinaba . Las conversacio
nes se hicieron parcia les.
— Se fueron los novios—
¡duo una señora madura, que estaba esperando la ocasión para sol
tar la noticia .
Por la mesa, de un extremo a otro, corrieronepigramas más ó menos buídos y más ó menoscultos.
— Sí es hora de fuga para los novios, vamonos también nosotros— dijo ¿1 Ana Luisa Perrín
su ga lán.
— ¡Ay, qué del iciai— respondió ésta, encogíando los hombros en graciosisimo y picaresco mohín, como si tuviera esca lofrío.
El jovencito boquirrubio se volvió á Eva, muya larmado.
—
¿Oye usted? Su hermano se l leva una seño
rita . ¡Qué hombre !
“
80 R. BLANCO -FOMBONA
—
¡Y qué muj er! — repuso Eva, sonr1endose.
Los sirvientes pasaban con las fuentes rebosando y los trinchantes enarbolados, cruzándoseseñas con los ojos de un lado á otro de la mesa
,
encasacados y sol ícitos. Los Ganimedes de al
quiler escanciaban el sauterne, el burdeos, el bor
goña, en copas de capricho, como cálices demagnolia sobre su ta l lo, ye n crateras l indas el
—champagne.
—
¿Qué es eso?—
preguntó Ana Luisa á su
novio, repugnando un plato.
— Esto creo. que es lengua ahumada .
Pues bien, Peraza — dijoAna Lu15a, casi alo ido de su novio páseme usted la lengua .
Rosa l ía, que oyó, muriéndose de risa y admi
rando los progresos de esa discípula'
é imitadora
suya, le dijoº
— Estás terrible esta noche,Ana Luisa .
De veras, chica — contestó ésta Cualquie
ra me tomaría por hermana tuya .
Perrín conversaba con Rosendo, con Joaquíny otros convidados de su vecindad.
j oaquin, a lto, fornido, tostado del sol, negrabarba partida y ojos negros, sano, nsueno, energico, Opinaba que la agricultura y la cría eran loúnico que podía sa lvar á Venezuela .
Rosendo, por el aspecto de su hermano, parecia la reducción del tipo de Joaquín, y le faltaba aquella simpatía a legre y comumcativa del
otro.
EL HOMBRE DE HIERRO
Heredó de su madre, en lo físico, lo mismo
queEva , el ceñito de la frente, y en lo mora l, elapego del lucro, la tacañería . Era en todwmá5escépticoydesconfiado que su hermanomayor.
Por lo demás, bastaba mirarlos juntos para com
prender que ambos descendían -de la misma progenitura . Según él, á este pa ís se lo l levaba latrampa por fa lta de inmigración.
— La paz, señores, es lo que puede sa lvarnosá todos— aseguraba Perrin, á pesar de que él había hecho su fortuna con las revoluciones.
— Pero los desiertos gozan de paz— insinuaba
Rosendo—
yno prosperan.
— La — expuso Perrin, y se atragantó
conun pedazo de ga lantina.
Fué necesario una copita de Chateau-Laffitte .
— La gente,la gente y los capita les vendrán
con la paz .
Rosendo opinaba que nadie vendría sino tra
yéndolo.
— Este pa ís— dqo— está muydesacreditado en
el exterior, parte por“
sus errores, parte porqueen Europa y los Estados Unidos se hace unacampaña constante de descrédito contra los pueblos hispano-americanos, por medio del telégrafo y de la Prensa, y con el plan de pintamos álos ojos del mundo en estado completo de sa lva
jez que disculpe todos los atropel los de que
quieran hacernos víctimas.
En Europa y Norte-América no se publican6
82 R. BLANCO —FOMBONA
de nosºtrºs sino las nºticias desastrosas de guerras, terremotos, inundaciºnes, cuanto pueda da
— Comº usted puede imaginarse, don Rosendo— opinó Perrin Eurºpa y los Estados Unidºs mal pueden tener ese interés. A l contrariº,quieren la prosperidad de estos pueblos; losquieren ricºs
)
y fel ices, para que les compren áellos lº que ellºs prºducen.
— Pero si es que la prºpaganda se hace paraengañar al vecino, al competidor. Por lo demás,en el mismº vapºr donde nºs l legan diarios, revistas y aun l ibros pintándonos incapaces de civilización, nos l legan asimismº catálºgos, viajeros de cºmerciº, toda suerte de propaganda paraaumentar nuestro comercio cºn pueblos de pora l lá.
Y luego de una pausa en que Perrín iba á in
gerir a lgo, Rosendº continuó :Nosºtrºs, por crédulos, por inocentes, por
ignorantes, quién sabe por qué, no nos hemºsdado cuenta de las armas terribles que son ca
bles y telégrafos. Mientras la prºpaganda de descrédito continúe, entre otras razones para que loseurºpeºs nº emigren hacia acá, estamos perdidos; no tendremos inmigración. Y la inmigraciónes lº que nos sa lva .
Perrin hacía mol inetes cºn las manos. E l nº
pºdía creer aquello. Exageración; criterio erróneº . Los Estadºs Unidºs, la Eurºpa, nunca agre
84 R. BLANCO-FOMBONA
tºs. Resultado: el ministro diplºmático, que hacesu agostº cºn los reclamos, los favorece; y el comerciante extranjero, de su prºpia ruina hace elmejor negocio.
— Usted es muypesimista, don joaquin.
—
¿Pesimista? ¡Dios me libre ! YO creo que á
pesar de los tropiezos vamos andando. Mire usted: las selvas del Orinocº están repletas de sarrapia, de vainil la, de caucho, productºs que se
venden á precios fabulosos. Para no hablarle delas minas de ºrº de Yuruary, de las minas de cobre deAroa, de los placeres de perlas de Cuba
gua y dé Margarita, de los pºzos de petróleº delZulia y del Oriente, de las sa linas de Araya yde Corº ¿sabe usted cuántos millºnes de bolivares entran anua lmente en Venezuela cºn la
mera expºrtación de ganado á' las Antil las y al
Brasil? ¿Sabe usted lo que nos producen el cacaoy el café? Creo que cºn nada de orgamzac10 n nossalvarnos. ¡Cómo voyá ser pesimista !
— Es cierto— opinó Rosendo Pero sin gen
te, ¿cómo podremos explotar nuestrosproductºsnatura les?Y Perrín, que vº lvía su tema, cºncluyó— Y sin paz, ¿cºmº vendrá la gente?Ramón, un pocº más distante, y distra ído con
su vecma,muycharlatana y muyfeliz, si pesar dela enfermedad y ausencia de su noviº, nº habíalºgrado meter baza . Perº de lejos pudº afirmar,á última hora, mientras se acariciaba nerv1osa
EL HOMBRE DE HIERRO 85
mente su barbil la negra, que el Gobiernº tenía
la culpa de tºdas las desgracias de Venezuela, yque los gobernantes de este pa ís eran unos pi
caros y unos ladrones.
Doña Felipa aprobaba con la cabeza.
Sería muyde mañana cuando Crispín, adormitado aún, diómedia vuelta en la cama, trºpezó cºnun bultº y se despertó . Su primer impulso vagº
de somnolente fué el de echarse del lecho, obediencia maquina] ó subsconsciente á la costum
bre de levantarse y vestirse, al abrir ojos, paracorrer al a lmacén. Pero el bulto, que no era sinº
el blanco y ovil lado cuerpo de María, acabó pordespertarlo á la rea lidad .
Nº estaba en su dormitoriº de soltero,n i por
la celosía de aquella ventana penetraban los perfumes tan conocido
'
s—
reseda, heliotropo, diamela, rosa y jazmín de supatio familiar, sino aro
más silvestres, olor de tierra mojada, fraganciade cafeta les mºntañeros;yhasta le vinº una cºmºráfaga de pesebre, de estiércol y burrajo. Al piºde los canariºs de Eva reemplazaba la a lgarabíade pájaros ignotos. Un oídº más expertº , el ºídºrústico de los montañeces, hubiera pºdido entresacar, como hilos diferentes de la propia madeja
88 R . BLANCO -FOMBONA
de trinos, el canto armoniosísímo, sabio, dulc e,comº el de una flauta maestra , de la pa raula ! a ;el más roncº, travieso y quebradizo de los picode—nla td, y el intermitente, quejumbroso y ro
mantico de las soy-sola . Comº cien diversas flº
res constituyen un mazo, un ramil l ete, aquellasmelodías dispersas se cºmbinaban y tramaban en
lºs aires, prºduciendº un sº lo triunfo armoniosº .
Con mucho sigilº se levantó; y ya lavado y vestido sa l ió fuera y se puso á contemplar aquelcampo y aquel la casa de Cantaura que apenascºnocía . Pensó en el cambiº de su vida, y la gratitud le hizo recordar á Perrin, que tan generosamente acordaba ocho días de resplandor y devagueo á la reciente luna de miel . La primeraidea, por supuestº, fué la de acogerse á las épi
cas montañas de Cantaura , por dºnde vagan aún
la inulta sombra y la leyenda del cacique Guaicaipuro, á vivir en amor, ¿1 esconder la felicidadcon egoísmo prºpio de enamorado, ºbediente á
ese instinto de los esposos primerizºs, instintº
que no es, quizás, pudor, sino supervivencia delhombre primitivo que se ocultaba con su presaen el fondº de las cavernas.
Una criada , una campesina, flºr de la montaña,el zurrónde cuero en la mano, l leno de ma íz, ré
mºvía los granos de orº ruidosamente . En su tor
nº, en el centro del vastísimº patio, con cerca
de enanos poma-rosa les, se agrupan"
cacareando
las ga l l inas. -Al sonºrº repiqueteo de los granºs
EL HOMBRE DE HIERRO 89
de orº en el zurrón vuelan de entre la verduralas ga l linetas estridentes; surgendel estanque lºs
patos; y más glotones que vanidosos, los pavºsinterrumpen la rueda y seapresuran al desayunº ,
con sus cuellosgranulosos,bermejºs,yamoratados.
Ante el apeñuscamiento de aves, la montañesa,cºmo si aquel público de volátiles entendieraºtras vºces que las del hambre, lº amonestó
— Quietecitºs, 6 me retiro y nohaydesayuno.
Cºn mucha y estudiada parsimonia empezó á
dejar caer los rubiºs granitos, mientras resolvíaun grave prºblema : ¿á cuáles de las ga l linas echaría el guante parar el festejo de don Crispín ydona María? A todas las quería por igua l; t á todaslas l lamaba por su nombre, y le dol ía matar cua lquiera .
La muchacha era una mºrenaza rol l iza, de ºjos
muynegros, un sºmbrero alón de cogº llo en la
cabeza, a lpargatas pulquérrimas— como de estreno roja la fa lda, y una holgada blusa blanca de
perca l, que arremangó pºr lucir ó libertar losbrazos, y blusa que pºnía al descubierto el firme,redondo cuellº , y el arranque de acanelados
l
se
nos, opulentos y erguidos. Estaba endomingada
pºr el arribo del matrimonio. Seguía echandoma íz á la a lcahazada, pocº a pocº , y seguía e ltitubeo. ¿Cuáles de la manada escogería? Vino á
sacarla de embarazo el grito de sumadre, la viejacºcinera , tan vieja en la casa que no tenía másrecuerdos sino los de su vida a l l í .
90 R . BLANCO-FOMBONA
—
¡Caramba, Petrºni la ! ¿Qué esperas? Trae las
ga l l inas prºnto.
— Pero, ¿cuáles escºjº,mdma?Pues las primeras que a lcances. Si nº andas
prontº iré yº misma.
Sin más, la vieja echó á andar hacia el patio;yen l legando atrapódosga l linas,una cºncada manº .
— No, mdma; esas no— dijo Petroni la. La ja
bada es muybuena ponedora, y la poncha estuvºcon moquil lo hace poco.
La vieja no tenía que hacer con nada . Y se dis
puso á llevárselas á la cocina . De regresovió á
Crispin, ya vestido, enjuagándose la bºca y cºntemplando, el cepil lo de los dientes en la diestra, el desayuno y la caza de lºs animalucos.
—
¡Guá, niño Crispini— exclamó la vieja —
¡Qué
madrugadorl ¿Se despertó la niña María? Vºy á
traer una tacita de café .
— No, Juana ; espérate. Iré á tomarla yo mismoa l fogón.
Fué detrás de la vieja ; pero en vez de esperarcafé, Crispín se aba lanzó á una camaza rebosantede blanca, fresca y espumosa leche .
Pidió un vasº .
— No, niño Crispín; bébasela asimismo, en la
camaza. Es más sabrosa . Acabande ordeñarla .
Crispín empezó á apurar la enºrme camaza .
Cuando cºncluyó de beber parecía que la cama
za estaba intacta. En la cara de Crispín la lechehabía pintadº dº s bígotazos blancos.
92 R . BLANCO-FOMBON'
A
Y le presentó la enorme camaza .
A María le daba pena, de veras —le daba pena;
perº él la convencía de que todo era acostum
brarse, y ella sacó,pºr fin, lºs desnudos y blancosbrazos, echó hacia atrás la cabellera cºn ademán
que descubrió las negras y velludas axil as, y em
pezó á beber. Sentadº al borde del l echo, Cris
pin se la comía con lºs ojos.
Debes de estar cansada . No te levantes todavia .
La esposa confesaba supostrac10 n, achacandolº á la caminata del día antes. ¡Habermontado ácaballº pºr tan abruptos cerrºs, durante mediahora, ¡ella l ella, que no caba lgó nunca sino en ca
ballitos de pa lo, en sus juguetes de Nuremberg,cuando niña, y en los eternamente encabritadºs,
pero eternamente —inmóviles potros de los carruselesl ¡Si le parecía mentira ! El l e juraba que
aquello era una herocidad.
Lo cierto es que el ferrocarril los dejó el díaantes, a
'
cosa de las cuatro y media, en la estación de Lºs Teques, y hubo que hacer una leguaá caba l lo. Por aquellos caminºs de cabra nº cabíaotra lºcºmoción. joaquiny su señora desenfadadacaba l lera , los habían conducido cºn mil precau
ciones, en dºs corceles fuertes cºmº elefantes ymansos comº ovejas. Dos peones asistían á la novel amazona : a l estribº el uno; el otrº , el pa lafrenero, l levando del diestro al palaírén. Crispín
era, enr igor, tan de á pie como su esposa . Nº
EL HOMBRE DE HIERRO 93
cesó de aconsejarla, sin embargo, durante el tra
yecto, precaviendo riesgos.
Tira el caba l lo hacia la izquierda, María .
0 bien'
Cuidadº cºn las ramas de ese yagrumo.
En a lguna de estas inútiles recomendaciones,
pºr l levar fijºs los ojos en María, iba dando élcºnsigo en tierra . Le dió miedo, y se aferró cºnambas manos á la montura, mientras abría las
p1ernas como dos a las, y se encorvaba sobre lacrin del pisador. María torno la cara hacia Joaquin, apuesto j inete, y al percibir un poco másatrás la figura del esposº, lamentable, caricatu
resca, ex ilarante, obedeció á unmovimiento na
tural, y se echo á reir.
Crispin, aunque alebronado, no cejaba en sus
exclamaciones de precaución.
— Cuidado, María .
Joaquín y la señºra de éste cru'zábanse mira
das de sonrisa .
— Mira tú por ti— concluyó por acºnsejar]oa
quin á su hermand mira tú pºr ti, que nosotrosnos encargaremos de poner sana y sa lva aMaríaen tus brazºs, cuando l leguemos.
María aseguraba nº tenermiedo. Pero de cuando en cuandº buscaba forta leza en los ºjos de ,
los demás. Por fin l legaron. Se comió ; se tertulióun mºmentº y joaquin y su esposa fueron a dor
mir en la Trilla, vasto y venºerable edificiº , a pºcode a l l í, donde se elabora el café, dejando á Cris
94 R BLANCO-FOMBONA
pin en poseswn de María y á lºs dos en posesión de la casa. Por las vetustas paredes de la vetusta mansión ascendía aquella blanca luna demiel .El caserón, ºbra de alarife primi tivo, era un
ampl io rectángulo de mampºstería, un dédalodehabitaciones grandes y chicas, sin gusto con
cierto, entre dos amplios corredores, uno al frente, á espa ldas del casuchón el ºtro.
Cuandº Crispín sa lió de nuevº al corredorfrºntal, esa mañana, en compañía de su esposa,
presentábase a l l í, j inete en l indo caba l lo manº,.Pedro, el primogénitº de Jºaquín, un gigante
para sus trece años.
— Papá y mamá— duo— me envían á sa ludarustedes. Que luego vendrán.
Y torciendo su caba lgadura, el huraño y roza »
gante efebo se perdió entre la verdura de lºsárboles, al pasitrote, mientras Crispín, apoyadoen Maria, viéndolo a lejarse, sºñaba en a lgún garrido garzón que un día viniera á darle un besºfi lia l, en aquel mismº rincón de mºntaña , y partiera, ágil y robusto, a sus tareas de campo, algolpe del bridón.
LIBRO SEGUNDO
Julio de Najera, el jovencitº de las violetasblancas, Brummel, cºmº se le apell idaba pºr sudandismo irreprochable, empezó á cortejar á EvaLuz desde la noche del matrimoniº de Crispín.
La visitaba á menudo, y contra lo que é l pensóal iniciar sus asiduidades, y cºntra lo que hub iera
pensado todº el mundº , Eva no fué pasatiempº ,un triunfº más en su carrera de dºn1uamsmo, sinº
que acaso hizo bfotar en aquel cºrazón de enamorado profesiona l, fuentes de puras, crista linasé ignoradas aguas de amor.
Brummel, el sexto ó séptimº retoño de su fa
mi lia, seguía la tradición, atinándola, de sus her
manos mayores. Trabajar, nunca . Convertir el
más mínimo esfuerzo persona l en dinerº , ni por
imaginación. El padre lºs iº
estía y les daba mesay casa, mas una pequeña pitanza para el bolsi l lº,
96 R . BLANCO-FOMBONA
suma que no a lcanzaba jamás, ¡qué iba á a lcanzarl, para gastos de rcpresentación.Por dºnde los
varios Brummeles ca lzaban á su fantasía las botasde siete leguas para fraguar á diariº mil trampantojos dºnde sol ían caer sastres, camiseros, zapateros, cantinas, restaurantes, joyerías, etc ., sin excluir á los amigos, á quienes de vez en cuandº
se sometía á la tortura del empréstito.
Brummel,de losmenores,era tambiénde losmásapuestos y más listos. Alto, flexible como un junco, barbilámpiño, rub io, con sus cabel los ensortijados,más jºven de rostro que de edad, parecíauna muj er disfrazada devarón. Aquella carita deserafín, aquella finura innata, aquella za lema cor
tesana de su sonrisa“
yde sus moda les, escondíanel a lma de un perfecto cana l la, de un gorrón, deun caba l lerº de industria. Las mujeres lo sabían.
Sin embargo, imposible contar más dulces victorias sobre cºrazones femeninos. Su carita de se
rafin y su nombre le daban acceso á todas partes.
Con su habitua l cinismo, gracioso y sonrient e,sol ía decir:
— No puedo quejarme de la suerte . Todos loshombres me abren los brazºs y todas las mujeresme abren las piernas.
Una artista francesa, prendada de Brummel ,quiso l levárselo á Europa .
— Vámonos— le decía . Esto no es para ti. Vámonos á París. Mira: tengo una vil la en Suiza ; nosiremºs a l lá; ó bi en á N iza; adonde prefieras.
EL HOMBRE DE HIERRO 97
Pero Brummel prefería ,cºntihuar en Caracas
su vida rega lona, ociosa, de parásito elegante,campando de golondro.
—
¿Poiº
qmén me tomas? ¿Crees que puedoirme así detrás de cua lquiera?Sin embargº,sus escrúpulos no l legaban hasta
renunciar á los bril lantes que le regalaba la ar
tista .
Y en. su interiºr pensaba que a lejarse de su
tierra sería tºntun'a cuandº él podía conquistarloaquí todo, osar á todº pormedio de las mujeres.
¡Cuál no sería, pues, la extrañeza del Lovelacecuando comprendió que Eva Luz, la chiquitina
de Eva, no ca ía á sus pies tºrturada ymuerta deamor! No se desviaba de él, no lo rechazaba;
perº la pasión no aparecía por ninguna parte enaquella frágil criatura .
Brummel fingía creer, por picarla, que ella eraincapaz de amor; que era una inferioridad, unaanomal ía de la niña ; que así como nacen mudos,ciegos y sordos, sol ían nacer mujeres y hombrescarentes de afectividad, seres morbosos, tan dignos de lástima como e l que nace ó se vuelve loco.
Pero Eva, con estudiada ingenuidad, le asegu
raba que había adorado á su primer novio. Ese si
supo despertar en ella el amºr. ¿Que ¡se había
muertº? ¡Qué importaba ! Aquella memº ria leinspiraba aún más amor que todas las ga lanteriasde Brummel .Eva Luz no hablaba con sinceridad . Apenas
98 R. BLANCO —FOMBONA
si recºrdaba al difuntº amante de sus diez yseis añºs. Perº nº quería ¿ servir de juguete áBrummel . LO conºcía demasiado para creerlo .
Hubiera gozadº en su vanidad cºn verlo ren
dido, amartelado, sol lozante de amor a sus pies;
pero como no lo creía fácil, ya era un triunfoel desdeñarlo, triunfo que el la, con su instintoy su ta lento de mujer, sabría hacer bien ruidosº .
En aquella peliaguda esgrima sentimenta l, Evasentíase tan fuerte como Brummel . Nº se rendiría . Y de aquel la caza desesperada, de aquellafirmeza de la una y de aquel asedio del ºtro, lue
gº de un paréntesis de indiferentismo ingenuº yglacia l, empezó á nacer en el a lma de Brummelel anhelo de la cosa impºsible, el suspiro por la
cosa inaccesible, la aspiración al idea l, que vieneá ser en relaciones de esta índole amanecer deamºr.
Pero el amor en el corazón de este maestro,
¿quién sinº él pºdía adivinarlo? Ningunº , ade
más, con tanto dominiº sobre si prºpio. Su pro
fesºradº ga lante le hizº cºmprender desde tem
pranº que en amor elmenos enamorado es quienvence, y que si si la pºstre un amor se cura cºn
ºtro, lo cuerdo es no dejarse dominar del corazón, prevenir una pasión con un amorío, y en vezde cultivar un hondo a fecto, entretenerse enmásfáciles ocupaciones sentimenta les.
El seguia su misma vida triunfante y a legre,dentrº de la cua l Eva Luz signi ficaba, en su pen
100 R . BLANCO -FOMBONA
De ahí el que Julio de Najera hubiese, durantemeses, visitado la casa sin toparse con María.
¡Cuántas veces atisbó ésta, por un postigo, la entrada ó despedida de Brummel ! ¡Cuántas veces
pensó en sa l ir, como al azar, con el propósito deencontrarse con julio en el corredor! Pero la ideade Crispín la sofrenaba y contenía . ¡Era tan celº
so, tan ridículamente celoso! Ya habían tenidoescenas, a l volver del teatro, pºr si el la miraba óno miraba á éste 6 al otrº . Sahr sola, ella, ¡cuándo! ¡Qué diferencia con Adº lfo Pascuas, queacordaba Rosa l ía plena libErtadl ¿Para eso se
había casado? ¿Para vivir entre aquellas cuatro
paredes; para contemplar en la mesa la cara deºdio dedoña Felipa? Dios mío, ¡qué desgraciadaera ! Y Eva, ¿pºr qué la repulsa de Eva? Y su
marido,¿por qué la quería cºn aquella melosidad,
que apenas l legaba del a lmacén la ensalivaba á
besos extempºráneos?Casada sin amºr, obligada á vivir con unhom
bre que ocupaba lugar en su lecho, pero no en su
corazón, y cuyº carácter meticulosº y cuya vidaregulada comº la máquina de un reloj era lo con
trariº de aquel la educación desenfadada que diei
ra á sus niñas doña J ºsefa, de ,aquella juventud
a legre y sin más pauta que la aventura sentimen
tal ó la fiesta social, nuevas, cambiantes cada se
mana, cada mes,mal podia sentirse feliz María enaquel garlito dºnde cayó su inexperiencia .
Por lo que respecta á doña Felipa era insufri
EL HOMBRE DE HIER RO 10
ble, ciertamente . María nº disimulaba el miedºcerva l que las pul las de la vieja l e produ
cian.
¡Nº tronaba la reticente anciana en presenciade la propia María, en el dañadointento de zaherirla, contra las educaciones epidérmicas que hacían de las señºritas, casquivanas ó haraganas,damiselas ó poltronas, cua lquier cosa, menºsamas de casa, housekeeperslCuantº á Eva, la repulsión provenía, en últimº
análisis, de la diversidad de temperamentos. Ma
ría, hipocondríaca , amiga del ocio, dejándosellevar de la corriente, era el polo ºpuestode la
cuñada . Eva, delgaducha, nerviºsa, hacendosa,en el fondo ca lculadora, se parecía á sumadre,sin la aspereza de la anciana ; pero el mismº ceñito de voluntariedad encapotaba á veces su
frente . Se distinguía, en lo físico, por la rectitudde su nariz y la a ltivez de su erguida cabeza deyegua árabe; en lo mora l por su laboriosidad inteligente. Ella bordaba, cortaba, cosía , tocaba el
piano, cuidaba susmacetas y sus canariºs, leía versos, leía nºvelas,/ recibía y pagaba visitas. ¿No se
brindó veinte veces á l levar sobre sus jóvenesespa ldas el peso enterº de aquel hogar de todos?Sino que doña Felipa no claudicaba . Pero, ¿quiénsino Eva ayudaba á la”vieja en los quehaceresdomésticos? ¿Quién sol ía tomar cuenta á la cº
cinera y dar la ropa al lavado? ¿Quién pagaba al
panadero; quién dirigía con sumadre el serviciº?
102 R . BLANCO —FOMBONA
No era ciertamente María ; á pesar de ser la se
ñora “ — msmuaba doña Felipa .
Con excepción de los jueves, que recibían, yde a lguna que otra noche de teatro, de visitar óde permanencia en la casa, Cr15p1n y María, lue
gº de cºmer, se iban de preferencia á la tertuliade las Linares.
En tornode las hospita larias y sºnrientes arrobas de doña Josefa se congregaban siempre losnumerosos miembros de su familia 6 amigos deRosal ía y de Adol fo, pues comº el matrimoniovivía a l l í, a l l í se le visitaba . Rosa l ía cantaba al
piano con su linda voz de ca landria, ó rasgueabael guitarrón anda luz de las serenatas. A lgunasamigas solteras de Rosa l ía y de María acudían decuando en cuando, y nº fa ltaba tampoco, una vezá la semana, lo menos, Ana Luisa Perrin, recién“
casada . El mismo Crispín desenfundó y repasóel repertorio de suolvidada flauta , y acºmpañabaá la a legría de las veladas. LO c1ertº es que todº
a l l í era buena acºgida sonriente .
María , en aquel centrº , respira, lejos de laadustez de doña Felipa . Adolfº Pascuas permanece en la reunión hasta las nueve y media, hora
enque invariablemente se encamina al Club, para
nº regresar hasta la dos de la mañana . Muysuave,muyagradable, una histºria oportuna siempre yuna sonrisa para las historias de los demás, irre
p'rochable de trajes cºmº de maneras, con sus
nianos finas, blancas, pulcras, de uñas acica ladas,
La tertul ia de las Linares, á pesar de su intimidad, estaba siempre animadísima .
El doctor Linares, el diserto y florido abogado, á fuer de genuino ta lento y de persona lidadde cuenta , había impreso el sello de su personal idad en el hogar, sin que, por otra parte, se preocupara nunca de el lo. Del amor al estudiº se
cºntagió doña j ºsefa en los l ímites que le eradable, y de ahí nació la desaforada afición de laseñora á las novelas, al punto de caer en la monºmanía de encontrar en cada ser viviente el tipºmás ó menos exacto de sus personajes de lectura . Rosa l ía heredó aquel sentimiento del arte, dela medida, del aticismo, que en el padre se tra
ducía en ciceronianos períodos, en éticas arqui
tecturas de frases, y que en la h ija se traslucía enla agilidad de su espíritu y en su intenso gustº
por el canto y la música, cultivados con gracia yfortuna . En Mario era qulzas más hondº aún ymás franco el sel lo paterno.
106 R . BLANCO—FOMBONA
Mariº nº era un orador, sino un charlatán de
gratº acento y verbo irrestañable. Curioso de saber y perezoso como ninguno, sa l ía pocº durante el día de sus habitaciones— en un a lto, al fondo de la casa que él l lamaba su ºbservatºriº ,
pºr tener a l l í un pequeño telescºpiº con que se
la pasaba muchas noches estudiando y oteandoel cielo. Pero,
—
en verdad, su intermitente apego ála Astronomía no era óbice para echarse á laca l le de diariº apenas terminada la cºmida . A lgunas veces, no ºbstante, permanecía en la ter
tulia doméstica, dºnde echaba,npor Supuesto, su
cuarto á espadas.
Esa noche acababa de sa lir cuando se presen¿
tó Julio de Nájera, so pretexto de someter el programa del concierto de caridad á la aprobaciónde Rosa l ía . Pero juliº era un diablillo travieso:
¡Pues no se puso a cantar canciones al rasgueº
del guitarrón anda luz !
Estreché sus quince años,besé la boca de flºry lºs cabel los castaños,junto a l viejomar cantºr.
Piensa, amada, en el amante;no me quierasY cayó una estrel la erranteen la cºpa azul del mar.
¡Y cómo alzaba la carita de serafín cantando
su canción de amºres!
108 R . BLANCO -FOMBONA
podré sa lir. NO pºdré respirar. Nº volveré ni siquiera a casa .
" “Casa “ llamabae lla á la en que se había criado. B ien sabía que lo de “ casa “ disgustaba áCrispin; pero comº su deseo era disgustarlo ydesahogarse, lo soltó adrede . Crispín fingió nº
comprender, y se redujo á decir:—
¿Estás loca, mi hij ita? ¿Celos yº? ¿Celºs deti? Vamºs, no te hagas la tonta .
Y se acercó en ademán de acariciarla . PerºMaría se revolvió, furiosa , como fiera acorralada .
—
“
No son momentos de besuqueos. Tu proce
der es ridículo y º fensivo. No vuelvº á sa lir deaqui. Mºriré encerrada en estas cuatro paredes,antes que exponerme á ser hazmerreir de nadie .
El se exasperó á su turno, y dijo que hacíausº de lºs derechos que la iglesia y la sociedadle acordaban.
María no repuso una jºta , y empezó á desvestirse y á acostarse . El, por su lado, se dió á atrancar puertas y ventanas, esperandº que pasara la
tempestad . Luegº , desvestido a su turnº, en ca
misa '
de dormir, tomó la palmatoria y se puso áreg15trar debajo de lºs sofás, detrás de las puertas, dentro de los armamos, por todas partes, se
gún su cºstumbre, comº si en cualquier rendijahubiera podido esconderse a lgún ignºrado ene
migo ó a lgún escurrídizo ladrón. Después se arro
dilló á rezar, y ya, por fin, vino á a cºstarse, tetemeroso, con precauc10 nes . Sumujer, la sábana
EL HOMBRE DE HIERRO 109
hasta la cabeza y vuelta hacia el muro, fingía nº
sentir. Tendido en el lecho, inmóvil, sin atrever
se á tropezar con ella, Crispín, en voz queda,temblºrosa, la l lamó :
María, María .
Esta no quiso responder.
— María .
—
¿Qué es?
— Oye mi hijita: voyá explicarte .
— No necesitº de explicaciºnes. Mejor es que
te duermas.Entonces él, aá pesar de todo, empezó á since
rarse. No era cuestión de celºs. ¡Cómo iba á cc
larla á ella, un ángel ! Pero él quería un rorro,
un bebé, un hijo;Mira,fui en casa del médico. LO cºnsulté.
El doctor me recomienda acostarme tempranº ,
madrugar, agua fría, buena a limentación, vinº dequina, ejercicio,menºs escritorio. Ya ves: no de
seaba esta noche sino recogerme temprano, cum
plir la prescripción. Mañana me verás sa l ir con ela lba .YO lo que quierº es un bebé,María ,im bebé .
Su esposa lo había escuchado sin interrumpirlo, con extrañeza, con rabia, cºn risa, con las tima . ¡D ios mío, y aquel lo era su esposo! ¡Pºbrehombre ! Y pensaba :
“Un hijo, un hijº ; también lequisiera yº para l lenar el vacío de mi existenc ia ;perº tú eres incapaz de esa fábrica.
“
Y como en los matrimomos estériles cada,
cón
yuge achaca al otro, aunque seade pensamiento,
1 10 R . BLANCO-FOMBONA
la esteri lidad, el la le agradecía con vago agradecimiento meramente instintivo el que su esposº
no la culpase á ella y se dispusiera á medicarse
pºr creerse él sº lo incapaz de la paternidad.
Y ¿qué más te dijo el médico?—
se aventu
ró á preguntar.Añad10 : “
Nº haya preocuparse : un día 11
otro eso vendrá.Y de mi ¿te habló a lgº?No; no me atreví á exponerte en consulta .
Bueno, Crispín. Pues yº te digº como el
doctor: “eso vendrá .
El quiso estrecharla en sus brazºs y darla unbeso— un besº de gratitud pºr aquella promesaequivoca perº María lo rechazó dulcemente .
— No, ahora nº . Vamos á dormir.
Entºnces Crispín, con suvozmás cariñosa, convºzcomo forrada en a lgodones, se atrevió á demandarle :
¿Me quieres, María?Si.
¿Mucho?Mucho.
Pues, mira : yo te adorº . Sería capaz de de
jarme descuartizar por ti. Si supieras cuánto su
fro a lgunas veces con tus contrariedades. Qui
siera para ti una vida toda color de rosa . ¿Por
qué disgustarse á veces? Es necesario ser tole
rante con .mamá, con Eva. ¿Tú no me ves á mi?
¡Por cuántas paso!
1 12 R . BLANCO-FOMBONÁ
pulos, l lena de damerías, educó á María pésimamente, en ocio é ignorancia; que Rosalía— la an
gelical Rosa lia —
era una descocada, y AdolfoPascuas un tahur?
¡Cuántº le dol ían aquellas apreciaciones infa
mes y ca lumniosas en boca de un hermano, aunque ese hermanº fuese Ramón, tan consentidº,tan atrabiliario, tan le
'
nguaraz !
Oyó un r ºnquidito. Sumujer dormía . Y siguió
pensandº , pensando, en que prºntº vendría un
bebé, cuya presencia barrería, comº enviado por
las hadas, todos los rencores y orduras del hogar.
¡Qué efectos mora les, qué cambios con aquella apa rición!
La maternidad'
abf*iría en su esposa los ocultºstesoros de aquel la mina de afectos. Doña Feliparejuvenebería en el amor del nieto, volviendo áser madre, ¡á su edad! eva , Ramón, subyugadosá la ley del chiquitín, ley de ternura y de paz,fratermzar1an, ¿no es cierto?,conMaría. Cuanto á
¡ah! Aquel chiquitín esperadº , aquel Mes ías,
¡qué a l ientos iba á infundirle, qué horizontes deaurora descorrería á sus Ojos! Empezaría ºtravida, la buena, la nueva, la verdadera é ignorada . Todº el viejº dolor suyº , toda la amargurade su infancia y de su juventud no eran sino cri
sol es, una preparación á la futura felicidadCuando á la madrugada — se durmió, por el pá
lído rºstrº de Crispín erraba una sºnrisa .
A un extremº de la enramada , al frente de lasenredaderas de cºrregiielas azules y de blancasmadreselvas, Eva trabaja en sumesita de labores.
Cºrta un claro perca l mosqueado de puntos ro
jos, a tareada en hacerse una basquiña . La tijeraen la mano, interrumpiéndose, vuelve la cabecitacon agilidad viperina, al sofá donde Ramón ydoña Felipa cuchichean.
—
¡j csúsl Parecen ustedes conspiradores.
Como apenas le hacen casº , pónese á tararear,cºn intención, la música de los conspiradores en
el coro de Hernani.
Ramón se levanta, sacude la tela del panta lóncon su amaril la y delgada vara de vera ; luegoSaca e l reloj, y exclama :
Ya es hora ; me vºy.
— Me a legro — dice Eva cºn esº te l levarástus papelotes, que me están estorbando.
Ramón recoge, en efectº , un rol lº de cartonesde sobre la mesita de labores de su hermana y
8
1 14 R. BLANCO-FOMBONA
clavándole á ésta, de paso, por la espa lda , ambosíndices, cºmo un par de banderil las, se despide,el cariño en la vºz:
— Adiós, ma la pécora .
Sale risueño, toma el primer coche que atravie
sa, y le endilga :— Á casa de Perrín y Compañía .
Ramón no se había marchado á Eurºpa con su
piedra ca l iza en el bolsil lo, á formar la cacareadacºmpañía para fabricación del cemento romanº .
La bailarina de Italia tampoco había partido.
Doña Felipa, mitad por avariciosa y ante la pers
pectiva de enormes proventos, mitad por aquelladebilidad de su senectud, por el efecto locº éincreíble hacia el increible y loco de Ramón, seresºlvió á a flojar los cuartos. Tºda una historia .
En el mayºrsigilº se vendió una acción del Bancº de Venezuela, de tres que pºseían. Aunqueestaban á nombre de la anciana, cºmo la mayoríade lºs bienes, aquel lº no era suyo, sino de todos.
La vieja, sin embargo, engatusada por Ramón, sea l lanó á venderla . Mas, ¡qué rifirrafe suscitó la
escatimosa y terrible anciana cuandº Se convenció de la zancadil la, de que Ramón la engañaba,
que nº partía, y á la 50 5pecha de no existir tal
piedra ca liza en las montañas de Cantaura !Ramón hubo de convencerla . Aquello no era
un escamoteo, ¡qué hab ía de ser! ¡Cómo dudarde él, de su honradez, de su sinceridad! ¡Tiemposmás calamitosósl ¡Cuando hasta una madre como
1 16 R. BLANCO -FOMBONA
lºs doce mil bol ívares no a lcanzaron y hubo que
sacar á créditº muchos artículos. El ca fé producía . ¡Cómº no! A l l í se expendían, no sólº vinºs
del Vesubiº y mortadelas de Bolºnia y marrasquino y gorgonzola, sino sºnrisas, besos; a lgºmás dulce que el marrasquino, más embriagante
que los vinos del Vesub io, más sonrosado que
las mºrtadelas de Bolºnia .
Todas las noches, larga fi la de victorias y ca lesas estacionábase en el Puente de Hierro, antelas puertas resplandecientes del Café Mílánés .
Diputados, senadores, ministros; mozos, viejos;solteros, casados, se apeñuscaban, al son de la
orquesta, á libar una cºpita, entre requiebro y re
quiebro. Ramon dejaba correr la bola, encantadode las habil idades de su bailarina . Pero un día,
el día menºs pensado,la bailar1na abandonó todºá su amante, á sus pingues italianitas, á sus am1
gos de ocasión; su Puente de Hierro, su CaféMilanés, tºdo, y llena de dignidad y de distinción, los bolsil los b ien repletos, y no de las bri
sas del Guaire, se fué á vivir vida de gran señºra
entre los brazos y enuna bien puesta mansión del
gºbernador de Caracas.
Al negociº , en menos de quince días, se lollevó la trampa . Tºdas fuerºn volando, una á una ,las pa lomitas de Ita lia, hacia diferentes pa lomares, sin olvidar, en el ímpetu del vuelo, a lguna
que otra caja de marrasquino ó del buen Lachryma Christi del Vesubiº .
EL HOMBRE DE HIERRO 1 17
Ramón, por su parte, recrudecwsu ºdiº con
tra el Gob ierno. Y cuando se trataba del gobernador
—
¡Ah, bandolerº l— decía, apretando los pu
ños.—
¡Ya te cºgeré enmis manos ! ¡Deja que esta l le un triquitraquel ¡Deja que se presente la primera revolución! ¡Deja que venga el genera l Hernándezl
Pero todº pasa , todo, hasta las más crudasideas de venganza . Y mientras el general Hernández l legaba, mientras sonara el triquitraquevindicativo, Ramón pensaba y ponía por obra al
gún chanchullo de los que sol ía él, con gravedadacadémica, apellidar negocios.
¿No había metido en la cabeza á Perrin la conveniencía de fabricar casas de vecindad en Caracas, caserones donde la pobrecía, por precio módico tuviese a lbergue?Tantº y tan a lucinantemente se la insinuó, que
Perrin se a l lanaba á la idea de fabricar junto cºn
Ramón caserones del
tres pisos, de cuartos pe
queñitos, baratos, para menestra les.
Luego de mucho titubeo, Perrin se decid10 á
pedir los planos; y a l lá iba Ramón esa tarde consus rol lºs de cartones topográficos.
— Oiga usted, señor Perrin expl icaba Ramón, entusiasmándose ante la excelente disposición del negociante; oiga usted: fabricaremos se
gún estos planos, tres, si usted prefiere, cuatrº,si, cuatro caserones de á cincuenta piezas cada
118 R. BLANCO -FOMBONA
uno. Cada edificio viene a costar, vea usted el
cálculo, sesenta mil bol ívares, sesenta mi! nadamás, una bicoca. Ca lcule cinco pesos de a lquilermensua l á cada pieza … Si es lo que yo digo.
A Perrin l e parecía excesiva la tarifa de cincº
pesos. Pero Ramón no se paraba en pelil los.
— Pónga le usted cuatro; pongale usted tres ymedio. Saque la cuenta . Vea lo que reditúa . ¡Si
es una ganga !Perr1n
_
Oponía reparos. Encontraba enormeslos edificios.
—
¡Cincuenta cuartos ! Reddzcamºs á veinticinco. En el trópico, usted sabe; ¡con estos ca lores!Aquel lo olería como una jaula de monos.
Ramón se escanda lizaba— Ah, ¡no señor! Vea usted los planos: venti
lación; ventana y puerta en cada pieza. Y luegºagua, el agua, Véa lo usted, en todas partes.
El e5píritu práctico de Perrin se fué a l granº .
O iga, amigo mío. Estamos tratandº las cº
l
Sas cºmo si fuéramºs el Concejo municipa l ó al
guna Junta de Higiene . Vamos al fondo.
Pues b l en, vamos al fondo. Cuatrº caserones de c1ncuenta
'
piezas costarán, prec10 mínimº ,bol ívares.Alquilándose cada habitamon
él 14 ó 16 bol ívares mensua les, el capita l, es decir, los bol ívares reditúanmuchomás de12 por 100 al año.
— Es verdad.
— Y ahora— añad10 Ramón, conuna sonrisa
120 R. BLANCO-FOMBONA
se piensa mayor de lº que en rea l idad es. ¿Doña
j ºsefa Linares, pºr ejemplo, nº l lamaba á Perrinel “
nabab “? Cºn ojos de aumento ve la granmayoría
¡
nº meros capita les, sino cosas más palmarias, ta lento, va lor, hermºsura, etc. De ahí las
leyendas en tornº de ciertos nºmbres. De diariºcºnvierte el públicº en Don juan á un afortunadº en dos ó tres lances de amor; en Bayardo el
caba llero á un vulgar duelista ; en Juno,“la de
lºs ojos de buey “, comº canta Homero, á cua lquier chiquil la de miradas gachonas. Pºr eso
cada quién posee dºs va lores: el intrínseco y el
que se l e asigna en el mercadº social . Pºr esº
cada quién aspira á merecer el mejor conceptº
públicº .
Perrin no cerró trato; nº convino en nada con
cluyente. Pero cuando el vulpino de Ramón se
despidió, ¡base tan campante cºmº si l levara losdºscientºs cuarenta mil francºs de Perrin en bi
lletes de Bancº , entre las hºjas de su cartera.
Era la noche del concierto de caridad en Ob
sequio de los inundados de Apure . Los cochesiban entrando, al paso, …en el vestíbulo del Teatro Municipa l . Entraban por la izquierda, se detenían un puntº, mientras descendían las pecheras blancas, los negros fracs, las mantillas colorde crema sobre lºs a ltos peinados y sobre loshombros desnudºs, y sa l ían por la derecha á es
tacionarse en la ancha plazº leta, en tornº de laestatua en bronce de un prócer de la Indepen
dencia .
La multitud, al apearse, luego de ascender una
gradería, se desparramaba á ambos lados de laesca lera presidencia l y penetraba por el boquetedel centro á las plateas y á las
'
poltronas de patio; ó bien ascendía á derecha é izquierda, pºrlas escaleres a lfombradas de rojo, con barrastransversa les de cobre reluéiente, á perderse éinsta larse en lº s pa lcos del primero y segundo
piso.
1 22 R. BLANCO-FOMBONA
El teatrº resplandece .
Una inmensa culebra de rosas, de jazmines delma labar y de azucenas, trenzadas cºn verdes hº
jas, ciñe la delantera de los pal cos, ondulandoen los intercolumpios, como puentes colgantesde flores, y perfumando lºs bustos de máximosmaestros de la harmonía : Beethoven, Mºzart,
Bellini,Domzetti, Berlioz,Wagner,Chopin, Schubert, Weber, Gounod..f
Aquí y allá telas vaporosas de lila, de salmón
yde azul, volantes montados ,con frunces y recu
biertos cºn encajes de Malinas, fa ldas de velº
de seda nutria con guarn1c10 nes de terc10 pelº ;
blancas espa ldas mórb idas, rasgados y negrospjos semitas, vellidos brazos triguenos, torneadoscºmo para abarcar toda la dicha
“
de un apretón;boquitas encarnadas, golosas de caricias; cabeIleras obscuras donde se enmarañan las gotasde rocío de los diamantes; lóbulos de rosadas
ºrejas en las que fulgece la chispa azul de unza firo; cuel los de cisne abrazados de perlas; cagbecítas morenas y castañas besadas de un jazminó de un clave! .En un pa lco central de primera fi la se des
tacan, en los asientºs de adelante,Ana Luisa Perrín y María . En los asientos inmediatamente posteriºres colúmbrase á Adº lfo Pascuas detrás deAna Luisa, y detrás de María á j uliº de Nájera ;y a l lá, en el fondo del pa lco, á Peraza, el maridp
“
de la Perrin, y á CrispínLuz. Rºsa l ía y dºña j p
24 R. BLANCO-FOMBONA
zás el más prºpicio a su morena hermosura?
¿Por qué se a ferró en no escuchar á Adolfo, quele aconsejaba acicalarse cºn el traje princesa , demuselina blanca sobre fondo rosa, pa illele
'
de
azul, que tanto le sentaba en las nºches de fiesta? No quería confesarlo; pero ºbedecía á unasuperstición, á una cábula , como dicen lºs gariteros. Aquel traj e le era propicio; siempre quese lo puso le sucedieron cosas gratas. LO l levaba, pues, en previsión de su triunfº de artistacomº un porte-bonheur.
Acompañada por la orquesta del teatrº cantóel aria de lºs pájaros de la ópera Pagliacci,
aquel himno á la l ibertad individua l, a l amor delvuelo y del ritmº, tan en armonía con su temperamento. Cantó con sentimiento, con gustº, sin
titubeos. Las notas de los violines vºlaban comº
pajaros,,
ávidºs de la luz y_del esplendor de las
campiñas. Y en las a las l íricas de los v10 ! ines se
lanzaban al a ire comº un coro de alondras las
voces del instrumento humanº . Las arpas eolias,los sistros, las flautas de crista l, no cantan comoaquel la garganta , ni se emocionan como aque llaalma que celebra el triunfo del a la, la hermosuradel pio, el santo anhelº del corazon que aspira
á amar y á volar, como las aves del cielº .
Apenas concluyó cuandoya una sa lva de aplau
sºs la sa ludaba, mientras el director de Bel lasArtes, obsequioso y risueño, le presentaba unmagnífico ramil lete que la ga lantería oficia l, pre
EL HOMBRE DE HIERRO 125
visºra siempre en sa l ir a l encuentro de las vanidades, dispuso para el triunfo cºn veinticuatrohoras de antelación.
CuandoRosalía sa lió á la escena, el que tem
bló como un hºmbre de azogue fué Crispín.
Adol fo Pascuas, nº . Estaba segurº de sumujer.
A pesar de todo,mientras ella estuvo en el escenario, se torturó Adolfo, hebra á hebra, el sedeño bigote que no l levaba más á la borgoñona ,sino guiadº en haces de púas hacia los ºjos, se
gún la moda última, á lo Wilhelm, Germania
Impera tor.
Radiosa, f eliz, María apenas se daba cuentasino del acaramelado Brummel, de los discreteosdel l echuguino, quien, inclinándose á cada pasoencima de los desnudos hombros de la deseada,le miraba lºs b lancos senos, y respiraba adredeun chorro de fogoso a liento sobre aquellas es
paldas por las cua les corría, desde la nuca hastalas caderas, á cada resuello de julio, una esca lade ca lofríos.
El cºnciertº fina lizó tempranº . Cuando Adolfo Pascuas y Brummel l legaron al club, luego deconduc1r el uno y acompañar el otro á Rosa l ía alhogar, sería, á lo sumo, la media noche. La par
tida de bacará estaba animadísima , como que
el banquero, un figurón de la pol ítica,macilento,canoso, aburrido, parecía gozar cºn voluptuosi
dadma lsana, con una suerte demasoquismº eco
nómico, en perder lo suyo.
126 R . BLANCO -FOMBONA
En el círculo, gracias á su ma la fortuna, este
personaje era muy popular, casi tan popularcomo otro banquero pequeno, gordo, redondº
como una bola, moreno, de ojos inteligentes,chacharero, nerviosº , agitando cas1 s1empre los
brazos, contestando cien persºnas al mismo
tiempo, ºcupándose de todo. Estribaba la pºpularidad de este banquero en que presumía demanirroto y a locado, aunque lº era sólo en apa
riencia . Hombre sagaz y ca lculista , levantó su
fortuna á pulso, en corto lapso, en contratº s con
los gobiernos; perº á fuer de hombre perspicazse dejaba explºtar de unos y roer de otros conla sonrisa en los lab ios, haciendo prosélitos y ganando voluntades, y seguro de que varios
'
de
aquellos mismºs hombres, que a lgún día lo reem
plazarían si él en los favóresoficiales,no le seríanhºstiles ni á si ni á sus intereses, en recuerdo dela camaradería y generosidad de antaño. En re
sumen, era un lince, aquel la morena bola de carne, perspicaz, charlatana é inteligente .
De él decían en el club :— Que gane bastante . Es de lºs nuestros.
Respecto al V lejo de cara aburrida, la ºpinión
más jugosa era la de Ramón Luz.
— Don Fulano, por lomenos — decía Ramón
pone en circulación lo que se roba . Da al Césarlo que es del César: su a lma de esclavo y su ros
tro de escupidera . Y da al bacará lº que es del
Fisco.
128 R . BLANCO-FOMBONA
su frac, vióse las pulcras manos con una casi femeni l coquetería, y volviéndose á un Iacayito queesperaba órdenes, junto al banquero, le ordenó :
Tráigame quinientos luises.
El lacayito partió apresurado y regresó á pocode la caja con una cestita de mimbres rebosantede fichas amaril las de a cien francos. Luegº deentregar las fichas presentó al banquero una pluma empapada en tinta y una tarjeta de color anaranjado en cuyo centrº , en cifras rojas, se leía500. Y Adº lfo Pascuas firmó el pie de este letrero: Va le por quinientos luises, que me com
prometo á pagar mañana á las cinco de la tarde .
“
Empezó á tal lar con intermitencia de fortuna .
Pero hacia la mitad de la baraja triunfó su bue
na suert e habitua l . Y sonreía cºn amabilidadante las prºtestas, á la sordina, de a lgunos jugadores.
Impºsible ganarle.
¡Qué hombre !—
¡Qué suerte !De prontº , en un lance— Ocho— dijo el banquero, vº lviendo un ochº
de pique y una dama de caró.
Nueve—
respondieron á la derecha .
Y en seguida, á la izquierda :Nueve.
Adolfº esperó que-
el gurrup1e pagara ambºs
cuadros. Echó una ºjeada á los nuevºs envites,ca lculó un segundº en sus mientes; pero a lgo
EL HOMBRE DE HIERRO 129
no le convino, de seguro, porque exclamó en
francés :— Messieurs: IIy a une suite.
Yº la tomo—
repuso una vº z.
Y apenas se levantó el banquero cuandoya ºcu
pab a el sitio la figurita de serafín de Brummel .Comº Adolfº pensaba continuar de tallador,
había dejado á la diestra del marmol ito dondese apoyan las cartas la cesta l lena de fichas— ca
pita l y ganancias que le pasó el gurrupié.
Cuando lºs jugadores se dieron cuenta dequién era el sustituto de Adº lfo, empezaron áretirar, unos con disimulo y otros francamente,las apuestas, sobre todo las de cuantía . Apenasquedaron aquí y a l lá, sobre el tapiz, los envites
pequeños, de uno, de dos, de tres luises.
La morena bola de carne, inquieta, charlatanay risueña que jugaba de pie, retiró una torre defichas amaril las ; pero como condescendenciadejó una sola isla gualda en aquel lago verde . Yapoyó su condescendencia en una ironía que
todo el mundo celebró .
Brummel , impertérrito, fingía no ver ni º ir.
Repartió la baraja . Luegº vió supuntº y ofreció— Carta .
De ningún ladº pidieron. Tomó una para si
una figura .
Entonces, con la mayor'
tranquilidad del mun
do, el lindo Brummel, el encanto de las mujeresde Caracas, Brummel, el de la carita de serafín,
9
130 R. BLANCO-FOMBONA
lanzó displicentemente sus cartas al depósito decartas jugadas, pusº por delante del gurrupié lacesta rebosante con las fichas de Adolfo Pas
cuas, y en voz de imperio, con aquel la voz que
había rendido tantºs corazones, le dijo:—
¡Pague !El gurrupié titubeó, en silencio, un instante ; y
sus negros ojos buscarºn lºs ºjos de turquesa deAdº lfo Pascuas. Las turquesas sonrieron, conunmeneo de párpados a firmativo.
— Pague usted— insistía Brummel .Y el “
gurrupié, ya autorizado por la seña l deAdolfo, empezó á repartir las fichas aj enas entrelºs ganadores del ful lero, del sol lastre hecho ála tº lerancia, al mimo, del querubin julio de Náj era, á quien todos los hombres abren los brazosy todas las muj eres abren las piernas.
YO te arreglaré eso mañana prometióBru'mmel, levantándºse y dirigiéndose á Adol foPascuas.
— No corre prisa— repuso el otro, cºn la iron1a de quien sabe que no verá más su dinerº .
Brummel, poco á poco, sonreído, comentandocºn un amigo la ma la suerte, abandonó el Sa lón,y cuando Brummel hubo partido:
— Qué tupé— exclamó uno de los presentes.
Y antes de empezar la ta l la, mientras baraja
ba, tranquilo, r15uenº , con indiferencia, cºn na
turalidad, Adol fo Pascuas empezó á referir una
de esas remerhbranzas de jugador, anécdºta se
132 R . BLANCO -FOMBONA
si lencio, un cruce genera l de miradas. Y la risano pudo contenerse cuando, por no sé dónde ,una voz desconºcida preguntó
ver, señores! ¿Cuál de ambºs griegºstiene más tupé?
Son las seis de la tarde . Crispín entra en su
casa, de regreso del a lmacén.
¡Qué soledad, qué murria“
dentro de aquel ca
serón desierto!A María, enferma, hubo que dejarla partir á
Macuto, según prescripción médica ; por allá
anda , en compañ ía de la excelente doña Josefa yde Rosa lia . A él nº le es posible, dado sus que
haceres en la casa de Perrin, sino tomar el trenlos sábados en la tarde, para regresar á Caracasel lunes por la mañana .
¡Qué soledad, qué murria dentro de aquel caserón desiertº !Eva anda por fuera, con amigas; á Ramón,
muyatareado desde que entró en fábricas é intimidades con Perrin, apenas se le ve, cuandº se
le ve, sino a las horas de comida . Crispín se di
rige, según costumbre diaria, á la pieza de su
madre para saludarla, a ! iegresº , con un ósculo
134 R . BLANCO -FOMBONA
en la frente . Pero hoyno puede verla . Doña Felipa le grita, ¡
desde el interior:— No entres, Crispín. Me estºy vistiendo.
La servidumbre, hacia el fondo, no aparece
por los corredores principa les. Las luces del cre
púsculo mueren, y aún no comienzan á encen
der las lámparas. El jardín, en sºmbra,/
parece un
campo fúnebre de cipreses y asfodelos. Los bo
quetes obscuros de puertas y ventanas, oquedades siniestras.
¡Qué soledad, qué murria dentro de aquel caserón desiertolCrispin se endereza á sus hab itaciones, toma
la flauta y ensaya tocar; pero aquel tañido agudo,
en la obscuridad, l e destempla lºs nervios; laflauta suena comº una irºnía . La melancol ía pe
netra en su espíritu. Pone á un lado el instrumento, arrodil lase en el reclinatorio de ébano en
cuyocojín ahuaca el raso, huella de las rodil lasde la ausente . Empieza a rezar delante de un
Cristo flácido, que abre sus descarnados brazos
con impotencia ; pero vencido Crisp1n, quien sabe
por qué ignotos dolores, y enterneciéndose por
la plegaria ó por el recuerdo, deshíncase y va áecharse encima de nu-diván, las manos en el ros
tro, sol lozando, bañado en lágrimas.
¡Qué soledad, qué murria dentro de aquella
a lma desierta !
Sinun amigº , sin un afecto,amando á los que
no le aman, ajeno á cuanto no sea el trabajar
136 R. BLANCO -FOMBÓNÁ
si al l legar él de sus labores, por ejemplo, Ma
ría se aba lanzara á su encuentro con un beso,
con una frase, con una ternura .,cua lquiera . Si al
partir, ella le recomendara un pronto regreso; si
en a lguna ocasión, cºn a lgún pretexto, ella le
manifestara la más mínima, espontánea inclinación. La amaba, si, y quería ser amado. Su carazón, para a lentar, necesitaba de afecto; se marchitaba sin el rayo de amor y sin rocío de ternuras, como las plantas sin el agua y el sol.
¡Pensaban acaso que porque nunca se ql1 ejasevivía con placer aquel la vida suya de números yde vulgares epístolas, de habladurías de Ramón,vituperios de Schegell, ínfulas de Perrin, Cizañasy peloteras entre sumujer y su ¡All ! Yla tortura peor, ¡ los celosl— no de Pedro II I deJuan—
¡Dios lº libre de acusar á nadie !, pero deuna cosa vaga, quimérica, y, sin embargº , exis
tente, que filtrándose poco á pºcº en el alma desu esposa, lo desgracia á él, a l marido. ¡Y
'
había
que fingir, Dios santo! ¡que fingir indiferencia,acomodo! ¡Había que tº lerar el que la e5posa se
ausentara y fuera á insta larse allá, muylejos, sin
él, en un balneario! Había que pasar por todº .
¡Cómo nº ! tratándose de la sa lud de su mujer.
Por fortuna la acompañaban la excelente dºña
Josefa y la angelica l Rosa l ía .
La comida fué silente, aburrida . Eva llamó por
teléfºno para anunciar“
que cºmía fuera, en casa
de amigas, y para que Ramón fuese por ella ,
EL HOMBRE DE HIERRO 137
la noche . Este, con aspectº preºcupado, nº pronunció diez pa labras durante el ágape familiar.
Doña Fel ipa se redujº á quejarse de un hipo queapenas se a livia con b icarbonatº de soda . Crispin
tampocº desplegó sus labiºs. En aquella mesatediºsa no se oían frases sinº por el tenor:
Fulanº, l lévese la sºpa .
Páseme las a lbóndigas, Fulano.
Ó el quejido rabiosº de la anciana
¡Caramba ! ¡Demºniºs ! Este hipo es insopºr
table.
Luegº de terminada la cºmida, Ramón se pusº
á fumar un cigarrille, esperandº las nueve parair pºr la hermana ; la vieja, que apenas prºbó
guisº , se retiró á sus hab itaciones, eructando,ahita, indigesta , seguida pºr ¡
la doncel la con la
cºpita de agua carbonatada . Crispín se restituyóá su apartamento. Sin ºtra luz que la de una ceril la ó pabilo á caballº sºbre un crucerº de cºrcho, dentro de un vasº de aceite, enfrente delaltarito, las piezas de Crispín, obscuras, silenciosas, vacías, eran como el símbºlº de aquel la existencia de sumorador, ¡tan subterránea, tan ca l lada, tan opaca !En la desolacrºn de su vida se asia Crispín
del trabajo, como el que resbala por un abismºse ase de una brizna de hierba, sin esperanza, 6cºn esperanza vidriosa, de que aquella levedad
pueda resistir tal pesantez . Trabajaba cºmº un
negro; se hundía en la labor como en una pisci
138 R . BLANCO-FOMBONA
na, queriendº º lvidar en el tráfago la aceibidad
de sus horas. En ínfimas cartas á ínfimo clientede ínfima prºvincia, metía Crispín de Su a lma,— sobrecargo de cºnciencia , desperdicio de esfuerzo. Sugería la idea de
"
un mozº de cºrdela'
tolºndradº q ue para a lzar un almohadóndéplumas malgastara el vigºr. del parihuelerº que se
atreve cºn un pianº . Era el que antes entraba yel últimº ques a l ía del a lmacén. Había concluidº
por sentir or'
gullo cuando se le preguntaba sºbre
la marcha de lºs negºciºs.
—
¡Ah, la casa, vientº en pºpa ! YO, atareadí
simº . Apenas tengº tiempº denada.
Encantado cºn aquel la laboriosidad siemprecreciente, cºn aquel celº Increíble por lºs intereses de la casa, Perrin Se descansaba más de lojusto en suhombre de hierro. Así lº bautizó, enun rasgº de buenhumor: el hombre de hierro.
¡Y para cuántas ºcupaciones, ajenas á los deberes de a lmacén, lº llamaba ! Crispinagradecía ta l
cºnfianza, feliz de que lº explºtaraa orque unº
de lps temºres de aquel timorato cºnsistía en la
aprensión de que lo plantasen en la calle. N ingu
na vanidad más contenta, ningún regºcijo más
sincerº , cuandº a lgún colega, para cºngraciarse
con él, cá fin de endºsarle parte de las labºres,le decía :
—
¡Ah, señor Luz ! ¡Usted es el a lma de la º fi
eina ! ¡Qué sería de la casa á no contar cºn usted!
¡Cuántas veces lo sorprendió la media noche,
140 R . BLANCO -FOMBONA
aquel mismo canapé que hºras antes recogierasus lágrimas.
La blanca luna ascendía, por el cielº del pa
tiº , blanca y melancólica, vertiendº calma é iluminando las cºsas con su romántica luz . Crispín,desde el sofá, la siguió en suviaj e por el cielo, yrendido, a la pº stre, de aquella cºntemplación,de aquel viaje celeste de sus ojos, lºs fué cerrando pºcº á pºcº hasta quedarse dormido.
El silenciº reinaba en el caserón. Sólo se º ía,
a l lá dentro, sºnora, constante, fresca, la gota deagua del tinajero.
El ba lneariº de Macuto, con sus casitas blan
cas y el pintorescº manchón de sus quintas demadera y de hierrº, dºnde chispean al sº l per
sianas de vidriºs policromos, ó a lguna banderabate a l vientº sus tres colores mirandinºs, trepade la playa al monte y se acurruca en las fa ldasde piedra y bajo las centenarias arbº ledas, comºsi huyera a l mºnstruº azul, al iracundº mar Ca
ribe, que muge contra los ma lecones sacudiendº
una blanca melena de espumas.
De la marina, que empieza en la estación delferrocarril hasta perderse por el caminº de ElCºjº , ó la Florida, parten ca l les transversa les, endirección del mºnte, para lelas al arroyº que se
desprende, entre peñascos, de la cima, y rºmpe
en dos el pueblº . En su carrera á la montaña el
pueblecil lo resguarda sus casucas y sus quintasal abrigº de los cºpudºs a lmendrones que bor
dean las aceras; detiénese un instante en tºrnº
del vastísimº parque guarnecido de cedros emi
142 R'
. BLANCO-FOMBONA
nentes, de pa lmeras como abanicºs faraónicos yde verdes acacias que la primavera empurpura
para luegº desparramarse pºr las floridas laderas
ycºntemplar desde aquel anfiteatrº , y en segurº ,
la cólera de! mar.El hotel donde pósaban dºña /J ºsefa y las dºs
jºvenes damas, llamadº el Casino, ungran edificiºdemadera sºbre a ltos 5 0 pº rtalesdemamposter1a,adosaba sumºle cºntra el mºnte, hacia el fondº
del pueblº , á la derecha . Suspiezas ventiladas,sus corredºres latos, frescºs, y su anchuroso yentablado sa lón de baile, lº hacían a lbergue preferido de aquellas personas de
'
ambºs sexos queaman el
_confort relativo de una estación de ba
ñºs. Las habitaciºnes ºcupadas por la familia Li
nares, aa la izquierda, ca ían sobre unas vegas, cºnvista a ! mar. Desde la cama, en la mañanita, óº cn
la cha ise— Ibague de las siestas pºdían ver, pºr la
ventana, el caminº del Cºjo, pºr dºnde se per
dían en parejas los sºmbreros de Panama y lostrajes holgados de franela blanca de lºs hombres
juntº á los, parasoles encarnados comº amapºlasy las muselinas claras de las mujeres; las vegascubiertas del rºcío matinal ; lºs perezºsºs cºca
les; las playas, á trechos pedrizales, Oya tiras sabulosas, dºradas de 50 1; el piélago azul, y a lgunacarreta campesma que, al pasº de su jamelgº ,
desaparecidº bajo los verdes haces de hierba óde malojº , se aleja pºr la ruta amarillenta, oril la
de ! *mar.
144 R. BLANCO —FOMBONA
y deprimentes sacudidas nerviosas. A ll í le abr10 ,
recién l legadas, una tarde, en lágrimas, su corazón á Rºsa l ía .
— Estoy enferma ; perº no del cuerpo, dela lma . Tú nº sabes lº que es vivir con persºnashostiles y taciturnas, en soledad física y mora l,sin una a legría dºméstica , viendº la cal le — la
calle prºhibida é imposible — como una liberación.
Pero, ¿nº eres feliz? Crispín te adºra ; se
desvive por ti.— Me quiere, si, á sumºdo. YO, ¿cómo decir
te? … Yo tamb ién lº quiero. Pero, ¡qué monotonía ! Llega, me abraza, me besuquea ; me refierehistorias del a lmacén, siempre las mismas: que si
Schegell vitupera 6 censura esto y lº ºtro; que
si Perrin prºyecta cuál empresa ; que si los clien
tes del interiºr no pagan._Y luego aquella flauta,
aquella eterna y desacorde y ma ldita flauta .
De las querel las, Rosa l ía infirió que la posm¡ ºnde la prima era supremamente infeliz ; que eldesamor, la antipatía del ser cºn quien compartía la existencia enra 1zº en el a lma de su cºmpa
ñera de infancia ; y cºmprendió que aunque el
espºsº fuese un ángel, la mas m1n1ma ó delicadade las acciºnes de éste le par
'ecerían odiosas éinsufribles á la espºsa . Perº en vez de sugerirleaquella reflexión, 6 el remediº para el ma l
, su
natura leza truhanesca la hizº reir cºn la_histºria
de la flauta impertinente é insinuar á María :
EL HOMBRE DE HIERRO 145
¿Pºr qué no se la escºndes? ¡Si es tan fácil !Buenº , supºnte que se la esconda . Perº ,
¿cómo esconderlo á él ; cómo esconderme yo?Sºy muydesgrac1ada , Rºsa l ía . Figurate que metiene lºca: quiere un hijo; ha hecho promesas;tºma remedios: quiere un hijº . Yº nº tengº la
culpa . ¿Y lºs celos? Ya tu ves: ni á casa puedoir. Esto es hºrrorºsº . Mi vida,mi juventud, entrecuatro paredes, ºyendº los rezºngos de dºnaFelipa ; sintiéndºme odiada por Ramón y pºr
Eva, sin ºtro apoyo que el deun marido que carece de autºridad en su hºgar. Soymuydesgra
oieda.
María hasta entºnces guardó silencio respectº
de las intimidades de su*
matrimonio, pºr orgullº , pºr repugnanc ia a confesarse infeliz delantede la dicha y la vida risueña de su prima . A las
a lusiºnes y á las preguntas se contentaba cºn
responder, si no evasivamente, con reticencias
que apenas a lzaban una punta del velº cobertorde tantas lacerias y lacras de su cºrazón.
Se ignoraba, pues,l
la verdad. Rosa l ía la interrºgó, apenándºse cºn sinceridad.
— Pero, ¿pºr qué nº habías dicho nada primero? Eso tiene que cambiar. Yº te lº asegurºcambiará .
¡Ay ! Cuandº recuerdº nuestra vida de sº l
teras: ¡aquel la libertad, aquella a legría ! Nº he deb ido casarme nunca .
LO cierto es que María, comº ella á menudºIo
146 R . BLANCO-FOMBONA
se repetía , casó por fa lta de vº luntad, por seguirla cºrriente, pºrque su prima se casaba, pºrqueera menester no quedarse para beata, ó — lo que
más la hºrronzaba —
para cuidar lºs chicºs de
Rºsa l ía . Casó porque deseaba labrarse una posición independiente y sa lir del tutelaje; porquelas mujeres deben casarse ; pºrque Rosa l ía, doñaJºsefa y Adºlfº Pascuas le metierºn pºr los ojºsá Crispín Luz, jurandole ser un excelente partido,sºbre todo en Caracas, donde la mºcería es una
cáfila de perdidos. Casó pºrque la vida se con
juraba contra ella, pºrque nº poseía más fºrtunaque sus frescºs abrilés; pºrque las preºcupacio
nes militaban en prº de la a lianza ; pºr tºdº ,menºs pºr afección. A Crispín nº lº amó nunca denºviº; y de espºsoya nopºdía sufrirlº . Sobre queen su a lma aquel rescoldo de la pasión secreta,de su afecto por Brummel, estaba trocándose en
llama, en l lama de amºr que la abrasaba, pºr lasasiduidades del pisaverde, pºr la desilusión desumatrimonio, pºr la riva lidad cºn Eva, pºr el
ansia de mejºra y el anhelo de felicidad de todaa lma. El ºcio de su existencia favorecía , además :
cºmº una brisa, el fuegº interior. Y hasta exa ltaha ensu mente aquella novela sentimenta l elmismo sabºr de fruta prohibida, el m15mº dejºde aventura, la nºta de rºmance que esºs amo
res ponían en sutaciturna, estéri l y bºstezante re
clusión de cadina .
Rosa lía, en son de consuelº, tamb 1en abrió á
148 R. BLANCO -FOMBONA
Al a sociedad, como á los niñºs, se le hace apu
rar Ia cºpa amarga azucarando á la cºpa los
bºrdes. Una muj er jºven y hermosa, comº Ma f
ría, IIQ tiene derechº de desperdiciar suj uventud y su hermºsura . ¡Cuántºs suspirarían pºr
el la! El amºr nº es farsa . El amºr, el verdaderº,el mutuº , mitiga recíprºcamente una sed reci
proca . Se ºtorga y se recibe un bien. Por eltemblºr de placer que nuestra boca infunde, la
bºca amada, á su vez, nos pone á temblar de
emºción.
— M ira — terminó yº aniº á mi maridº ; lºamo de amor. Pºr esº nº le
?
hé engañadº, ni
acasº lº engañaré nunca . Si nº … Sin haber pertenecidº jamás á otro hºmbre, yº sºycomº unacasquivana que hubiera fatigado al placer en
tºdos los brazos; y que cºn el hastíº que producen, según cuentan, lºs amºres sin amºr, luegºde gozados, hubiera formadoun gran hastío, elhastío de una vida de experiencia, hastío que
reposa hoyá la sombra, y entre los besºs, delhºmbre á quien adºrº .
M aría no distinguía muybien aquellos maticesde sensaciºnes, ni penetraba hasta el fondo aquel las recºnditeces de un a lma cºmplicada más quele
'
suya . Perº de las imag1naciºnes de Rosa l ía indujº un consejº de adulterio. Ella pensó á menudo en el amor á otro hºmbre que nº fuera sumarido, como en algº pºsible, probable, aceptable ;perº la palabra adulterio, que ahºra le vinº á la
EL HOMBRE DE HIERRO 149
punta de la lengua, chocóle instintivamente, cºn
aquel la repugnancia que la cºstumbre nos hacecºntraer, sin ana lizar, hacia muchas cºsas, y que
cºnstituye parte de nuestras preºcupaciones.
Las dos jóvenes se fin“
charon y descendieron ála playa . Era la hºra en quetodº el mundo se
echa fuera, á recºrrer la marina, por la acera encimentada , y á sentarse en los escaños de mam
posteria, al fresco del terra l, mientras se aproxima la hºra de ir á la estación, á curiºsear entrelos pasajeros de La Guaira, para luegomarcharsecada quien á la cºmida .
¿Cuál no sería la sºrpresa de ambas muj erescuandº vieron entre lº s arribantes de La Guaira,esa tardecita, á j uliº de Nájera? De ,
muchas tar
des atrás, sin embargo, María iba á la estacióncºn el deseo, cºn la idea, ¡qué diablºs! con laseguridadde asistir
l
al arribº de Brummel . Su sor
presa , pues, no fué tan since '
ra . El barbilindo sº
llastre se apeó, y con natura lidad, comº si fuese
punto cºnvenidº , se d1r1g10 a las damas, é imitando la vocecita y el.
¿gesto de Ana Luisa Perrin,les dijº pº r saludº
— Este ferrocarril de La Guaira á Macutº , entre el mºnte y el mar, me recuerda el de Marsella áGénºva y restº de la cºsta ligur. Sólº que
a l l í el tren es de lujo; y la gente más chic. ¡Ah !, ylos túneles y los puentes y los caseríos. ¡Unadelicia !A la nºche, después de
'
comer, mientras la
150'
R. BL'
ANCOí'
I—"OMB
'
ONA
multitud se esparcía por la marina, á lo largo-del
rºnipeº las, y una orquesta de lugar suena sus instrumentºs á la
”puerta de
“
una cantina frºntera,arrellanadºs en butacºnes y cha ise- longue, de
vist a a lmar, un grupito— el grupº de las Linares,en Macutº — charla ydispºne un paseo para la
mañana s iguiente .
“
Pasºs apafte, en dos sil las de extensión, Maríay Brummel, cºn el mayºr des
'enfado, cuchichean,amartelados, cºmo dºs nºvios. La luna, de esasclaras lunas *del trópico, riela en el mar. A su luz
se perciben los carcomidos y verdinegrºs pºstes
que sostienen el puentecillb demadera que sirvede accesº al redondº y almenadº edificiº de baños. La
“
espuma, rota en los postes, cubre las verdes lamas, la arena, los caracó les, y las pedrezuelas rosadas, cºmo cºn randas de encaj e . A lgunas
pedrezuelas se agitan, semueven, parecen cami
nar: son cangrejos que la ola echa áwla playa y
que se deslizan pºr el pedrizal. La música siguetocando. Los paseantes van y vienen. Brummel ,inclinadº sºbre el asiento deMaría, inclinadohas
ta beberle casi el alientº , aprºvecha un instanteen que el grupo cercano departe con mas ca lºr,y osadamente, rápidamente, alnºrosamente, la
besa en lºs labiºs.
María fingió indignarse, y á pºcº se levantó ;
pero sm aspavientos ni desplantes, cºmº si nada
hubiese ºcurridº, se aprºx imó a l grupito de cºn
tertuliºs. Luegº deminutos, pretextando jaqueca,
El bochorno de la canicula penetra pºr la ta
raceada celosía de tela metálica verde de una
cºrrida mampara, y pºr puertas y ventana les cºnmarquesinas de cretona listada de crudoyde rºjº .
No se percibe en el latº recintº más que el chirriar de las plumas contra la aspereza del pl iegº ;el zumbido de a lguna mºsca ahita, de vº lar torpe ;ó b ien, de cuandº en cuando, el esgarre, la ca
rraspera de este 6 aquel de los variºs bustºs inclinadºs sºbre lºs escritºrios, vestidos cºn la
blusa de a lmacén, fresca, blanca, de hilº , 6 ama
ril la y ligera cºmo. un hol lejo de seda barata .
Al igual de sus compañerºs de ºficina, Crispínseengolfa en la tarea . Sólº que á veces,distraídº ,
el pensamientº errante, muerde el palillero, los
ºjºs fijºs en la persiana verde, por donde se ca la,amortiguada, la lumbre solar. El calºr sº focanteno enerva, sin embargº, el vuelo de sus preºcu
paciºnes .
¿Pº r qué María no se restituye al hogar, cuan» =
154 R . BLANCO -FOMBONA
do él la sabe mejor? ¿Por qué hºy, á la hora dealmuerzº , cuandº telefºnó, según diaria costum
bre, para sa ludarla, fué un cr1adº del Casinoquien sa lió á responderle? Tºdavía oye distinta ,clara, aquella voz masculina , indiferente, que lerepuso:
“La señºra sa lió desde temprano al cam
po.
“ Era la primer mañana que su esposa le jugaba aquella partida . ¿ Ignoraba ella , por ventura ,cuánto iba á desagradarlº cºn esa desatención?
¿Pºr qué nº esperar su saludo demediº día?¿Nol e sobraban á María tiempº y vagar para caminatas y paseºs? ¿Adónde, con quién andar 51 esa
hora?El bueno de Crispín se perdía en descabella
das imaginaciones Ya era sumujer entre las olas,víctima del mar, á lucha partida con la Desnari
gada, sin encºntrar en la desesperación de su
agonía un brazo fuerte y amigº que la librase demºrir. Ya la miraba tendida, exánime, fulminada
pºr el sºl. Ó bien á bºrdo de humeante, embandarado trasatlántico, prºntº á partir de la rada ,
¡quién sabe para dónde ! Apoyada en el brazº deun hºmbre rub io, descºnºcidº , extranjerº , agi
taba María, risueña y llorosa almismo tiempº , un
pañuelo blanco, en el adiós de la despedida . La
veía con tºda prec15 10 n, en la cabeza una cachucha de turista , terciado el carrielitº , batiendo elcenda l en el a ire . En aquel buque pirata se iba
su mujer, su felicidad, su hºnºr. Veía rojº y pensaba en vindicaciºnes y en sangre. Una gºta, nq_
R. BLANCO -FOMBONA
de la casa, ya apertrechadº , listº, consc1ente, se
dispuso á pºner manºs á la obra . Y cºmº las
ideas negras le estaban atormentando, creyó quenada podía sustraerlo á la tortura de pensarcomºel estudiº , el análisis, la impºrtancia del Ex tracto de coca . Cerró, pues, el libraco de su escri
torio y se dió á escrib ir, en blanco pliego de pa
pel, con sumejor letra
EXTRACTO DE COCA
PLANTA SAGRADA DE LOS INCAS
La coca está clasificada cºmº unº de lºs me
jores tónicos antideperdidºres dinamºgénicos.
Cºn el uso de la coca , el cuerpº humanº adquie
re una cºnstitución atlética que le permite afron
tar todas las inclemencias exteriores, prºcurandºuna prodigiºsa resistencia á la fatiga . ¿Quién nº
recuerda la historia de esºs cºrreºs indiºs querecorrían enºrmes distancias, dejandº atrás caballos reventados y j inetes extenuados y el famoso sitiº de La Paz (República de Bº livia), en
el que sólo lºs sºldados que tomarºn la coca re
sistierºn la fatiga y el hambreA l l legar aquí pensó que sería bueno ilustrar su
expºsición cºn nºmbres de celebridades, lo que
por otra parte le serviría para mostrar á lºs ºjos
de Perrin su erudición, adquirida á costa de ve
las, y pr0 51gu10“Estºs hechºs, absºlutamente cºmprºbados
EL HOMBRE DE HIERRO 157
excitaron la cur10 51dad de los indagadores: Una
nue, Gosse, Mantegazza , Nieman, Wolher, Demarle, Rºssier, Mºrenº y Maiz, Lippmann y Ca
ceau han estudiado la acción fisiológica y tera
péutica de esta planta ; y están tºdos conformesen que la coca cura la clºro—anemia de los linfáticos; sirve para la fatiga cerebra l en los hombresde negºcio; triunfa de lºs céfa los y de los vérti
gºs, y estimula todº el sistema nerviºsº cerebrº
espina l .“
Se detuvº , leyó, y cºmo tºdº autor, inclusº el
ser mitológicº l lamado Supremº Arquitectº delUniverso, encºntró buena su ºbra . Perº fué á
seguir y nº pudo. La imagen de María, á bºrdodel trasatlántico, agitandº su blancº pañuelo, enel adiós de la despedida ,.l º conturbó de nuevo.
De nuevo escuchó el acentº de! criadº : “La se
ñora ha salidº desde temprano a l campº .
“ De
nuevº sintióse abandºnado, sin ternuras en tor
nº , repleta el a lma de aquella angustia, de aquella intensa necesidad de amar, y ante la miseriay la sºledad de su cºrazón corrieron pºr sus
mej il las dos mudas lágrimas .
A llá, en Macuto, en presencia del mar, y al
abrigº de las pa lmas, las cºsas pasaban de º trº
mºdº : un a lma de mujer rejuvenecía , vivía ºtra
vez vida de adºlescencia, de rayºs de sol y de
158 R . BLANpO—FOMBONA
a legría, de sºnrisas que cºncluyen en besos, deencantadºras futilezas, de primer amºr. La pas ¡on
de María lo señºreaba tºdo en su a lma .
Sintióse feliz ; gºzosa de juventud, gºzºsa deamar y de ser amada . Est e sentimientº ahºra locºnocía ella . Por una divina ceguera nº se expl icaba que aquel amor fuese culpable y supublicac¡on mcºnveniente. Le venían ganas de gritar,pºr sºbre el estruendº de las olas, en aquella pla
ya testigº de su felicidad, que amaba, que ado
raba, que era di chºsa . Tºdºs los hombres, todaslas cosas le parec1an buenºs. El amºr fué para
ella un Leteo; apenas saboreº aquel las mágicaslinfas lo olvidó tºdº : su matrimonio, su famil ia,su pasadº , su porvenir, las conveniencias, tºdº .
Cuántas veces, en las noches templadas, a lzandºel cuello de la chupa de Brummel, casi en públ icº, lo amonestaba, inºcente, cºn frase de ingenuaternura, cas¡ maternal:
— Cuidado si te resfrías, Julio.
¡Cómº l e quitaba, de unpapirºtazº , los granºsde polvº de la ropa ! ¡Cómo le hacía el nudº dela corbata, riñéndole pºr la menor negligencia !
¡Qué ! ¿Se ºlvidaba de su dandismo? ¿No era
Brummel? Y se rela a carcajadas, por naderías,cºmº una chicuela
Encalábrinada, r1_¡osa, mimosa, nº cºmprendía
lº que nº fuera su derechº á la vida y al amºr.
¡Cuánto hubo dé reñirla doña Josefa para que nºdesatendiese al reclamo telefónico de Crispín!
160 R . BLANCO — FOMBONA
to el más platon1cº , y cºn que sutriunfo dºnjuanesco transcendiera a l público, nº pºr ruin cºn
fe5ión del ga lante, sinº por estudiadas indiscreciºnes propias ó ajenas. Su a lma inquieta de enamorador militante necesitaba el asedio, la em
bºscada, la sºrpresa, la actividad d el tácticº ódel guerril lero en campaña . La
_trinc
'
hera asa ltada,la ciudadela rendida, la capita l entrada á saco nºle detenían apenas, pºrque su ºrgul lo cºnsistía,
nº en el botín, sinº en la¡ gloria de la dificultad
vencida . El caso de María , ya del dominiº de todºs, ¿qué más le interesaba?Ahºra cºrºnaria su triunfº , antes que l legase
el inevitable hastío, abandºnandº á la expectación pública, y á la prop1a tristeza, aquel bagazode amºr.
Pensaba, además, en Eva . Por la primera vez
de su vida lºs dardºs de su carcaj se embºtarºn.
¡Cómº ! ¿Había un corazón que no claudicaba?Eva se le metió entre ceja y ceja, y vmo a ser su
pensamientº constante . Aquel la aventura deMa
ria, que él juzgó más difícil, ¿nº la emprendióúltimamente para encelar á la niña cºn la propia
cuñada? Tantº pensaba en Eva Luz, aun en me
dio de la embriaguez de su flamante, erótica hazaña, que se preguntó á si mismº :
“
¿Estaré ena
morado? “ Perº su vanidad, alambicandº los sentim1entos, le diº esta respuesta :
“Nº, sinº que
para representar bien debe unº penetrarse tantºdel papel, que se sienta á si mismº engañadº .
EL HOMBRE DE H IERRO 1 1
La verdad, 6 la ilusión de la verdad, es elmejormediº de seducir. Y la ilusión nº es cºmpleta
sino cuando se cree unº capaz de producirla ycuandº es capaz de sentir lº que halla de verdaden la prºpia mentira . YO sºycºmo el actor, que
para cºnmºver debe estar conmov ido.
“
Nu“
nca habi a sutilizadº á tal puntº Juliº deNájera, ni acaso pensó nunca menester de ta lessutilezas para expl icarse la actitud, tan desusada ,
que estaba asumiendº,
su espíritu. Era quepºr su
alma de Lovelace empezaba á correr la.— fuentede
puras, crista linas é ignoradas aguas de amor. Era
que de aquella caza desesperada, de aquella firmeza de la una y de aquel asedio de! otrº , luegode un paréntesis de indiferentismo ingenuo yglacia l, empezaba á nacer
“
en el alma de Brummelel anhelo de la cºsa Impºsib le, el suspiro pº r lacºsa inaccesible, la aspiración al idea l, que vie
ne á ser, en relaciones de esta índole, amanecerde amor.
Mientras Crispin enjugaba sus gruesas lagrimas, en silencio, temerºso de ser vistº pºr los
compañer'
os deºficina, preparándose á continuaraquel eruditº y labºriosº infºrme sºbre las excelencias de la coca, ºbjeto dé tantos desvelºs,el timbre de su escritºriº ret1nº . Perrin l lamaba.
I I
162 R. BLANCO -FOMBONA
Crispin Luz atravesó la sa la, empujo lºs batientes forradºs en reps verde y …
Perrin, de sopetón, pidió nº sé qué inventariº
de nº sé qué bancarrota .
— El inventario no he ido á hacerlº aún: nº haSidº pºsible .
En rea l idad Crispín, con sus preocupaciºnes,
se había ºlvidadº de aquellº ; perº nº se atrevióá cºnfesar su descuido y buscó un pretextº que
aducir.Perrin se amostazó—
¡Perº cómº, señºr Luz, por D ios! Sabía usted mi interés en el asunto. ¿Bºt qué nº ha ido
usted á practicar ese inventario?— Hé estadº ocupándome del anuncio sºbre
la cºca .
Perrin se puso las manºs en la cabeza .
—
¿Pero usted se ha vuelto loco, señor Luz?
¡Cómº preterir el inventario, que es de tanto momentº !
como usted la coca …
— Perº, señºr Luz— vociferó Perrin, siempreasombrado si ése es un trabajº suplementariº .
¿Por qué venir á hacerlº aquí? ¿No tiene ustedtiempº de sobra en su casa?El honºrable Perrin, espejº de comerciantes ;
abría los ºjºs y se ponía las manos en la cabeza,desoladº , pºrque el factotum de la oficina, su
hombre de hierro, no le.
daba sinº diez hºras
Eva, Mariº Linares y Crispín se dirigen en cº
che, al través de las ca l les ardidas de sol, hacia
la estación de La Guaira .
Con el mismº desasosiegº que un escolar el
asuetº para correr al sºlaz, poner de lado los en
fadosos textos y zafarse de la rigidez de la disci
plina, esperaba Crispín su vacancia del dºmingº,á ºbjetº de volar á Macutº , á los brazos de su
muj er. Por el tren de las tres, el sábado, sa l ía deCaracas yno regresaba hasta la mañana del lunes.
Como tantºs maridos hacían lº prºpiº, y mu!titud de tempºradistas de veinticuatrº hóras se
apiñaba en el andén cºn el prºpósito de dºmim
guear en Macuto ó enMaiquetía, añadiase un va
gón, y como la afluencia de pasajerºs lo requiriese, añadiase un par. A l l í se tºpaban los conocidos, en las manos el juguete para
“
los hijºs 6 el
rega lº para la esposa . Al l í eran lºs apretones de”
manºs, la sºnrisa de sa ludº y de inteligencia paralos habitua les encuentros, en la misma guisa, en
166 R . BLANCO-FOMBONA
el mismo sitio, con el mismº itinerario, cada fin
de semana . Y los diálºgos sempiternos, por elestilº de este clisé
Hºla, ¿qué tal? A ver á la fami l ia, ¿eh?LOmismº que usted, si, señor.
Muyanimado, Macuto, segúnparece.
Oh, sí. Aquellº es vida . El mar rejuvenece .
— Y ¿cuándo regresa usted?
Pues yo piensº traer á mi espºsa el lunes.
Dejº sólo cºn las Equis á mi chica mayor, quetiene un divieso en la nariz y sufre de' un rºmadi
zo inveterado: usted sabe.
A veces terciaba ºtra persºna, a lgún señº r en
trado en años, cºn ideas de 1715. El señor abºminaba de Macuto. Aquello era peor que Caracas. No había libertad . E l amaba el campo; sin laesclavitud de la etiqueta, esº si.
— Yo, cºn franqueza, sºy partidario de Mai
quetía— afirmaba el buen señor.
— A l l í tenemosfiestas religiºsas admirables, cºmº la peregrinación. Nunca pasº de Maiquetía . Aquellº es más
campº ; haymenos bul licio. La familia nº tiene
que fincharse desde que Diºs amanece.
Por fin el tren partíaA los pºcºs minutºs quedan atrás las últimas
casucas de la barriada y no se divisa más la pºblación. El tren empieza cºn empuje á trepar el
monte, deslizándose, cºmo una culebra, por . la
angostura de la ferrovia, pegado al ta lud, teme
rºsº .de despeñarse por lºs voladeros. Avanza ,
168 R . BLANCO-FOMBONA
¿de unpuente, y proseguía su lºca fuga al abismº.
Lºs túneles, de cuandº en cuandº , abrían sus
negras bocas. Se divisaba un horizonte de mºntañas: unas mas bajas, ºtras más elevadas; éstasmás vecinas, aquéllas más distantes; cuáles azu
les, brumosas; cuáles claras, verdes, de largas cabelleras de vegeta ción, y nº faltaban las crestascalvas y, lºs peladei
º
os ca lcinados del sol.Alguien, cua lquiera, acaso el cabal lerº preferi
dºr de Maiquetía, el vejete cºn ideas de 1715
que atravesaba p ºr a l l í á menudo, se asombraba,sin embargo, en todos sus Vi ajes de las obra s delos hombres y en todºs sus viajes repetía á susvecinos, cºmo ahora,,
a ludiendº á la vía férrea:—
¡Qué ºbra más atrevida ! ¡Nº haysino lºs
ingleses para estas cºsas!La temperatura, entretanto, se
“
ha ido haciendºfresca, fría . La niebla se arremº lina en torno deltren; las nubes se miran a l lá abajo, sºbre crestº
nes de sierra, pºr encima de lºs cua les ciérnesela mirada de los viaj eros y vuela, como un hipógrifo, el ferrºcarril.De pronto, auna vuelta se fijan tºdºs en el
horizºnte con interés,y de todas las bºcas sale
la misma exclamación:
¡El mar!D istante,
_
muy lejºs, allá, confund1endºse cºn
la viva turquesa del cielo, se divisa una cosa gris,
pálida, redºnda, inmóvil : el mar.El tren cºmienza á descender.,Ya nº es el
EL HOMBRE DE HIERRO 169
vehículo perezosº , jadeante, sino un tºrbel linº,un a lud, la monta ña que echa á rºdar cºn ímpetulºco pºr aquella angosta cinta ferroviaria, decurvas violentas, de pavorosos declives; la loco
motora que muge y humea, devºrandº el espa
cio, sin apenas obedecer á lºs frenos.
—
¡El Zig-zagl
— exclama uno de lºs pasaj eros.
¡Hemos l legadº en tan pºcº tiempo al Zig-zagl
Parece mentira .
Mario se apeó , como otros muchºs,'
ytrajo unacºpa de limonada á Eva Luz. El ca lº r empezabade nuevº .
De La Guaira, en sentidº inversº, ascendía untren, que cruzaba cºn el de Caracas en aquel laestación. Venía repletº de extranjerºs. Pºr la
ventani l la empiezan á sa l ir cabezas curiosas, rostros colorados, espaldas atléticas, figuras desconºcidas. Un vapor anglº
-americano acababa del legar ese mediodía, repletº de turistas yanqui s,y lºs yanquis subían á Caracas.
En el cafetín de la_estación y dentro de lºs va
gones ascendentes se perciben lºcuciones inglesas, fragmentos de cºnversación: hºmbres que
piden cerveza , mujeres que se ahºgan de ca lºr,viajeros que apresuran á lºs acompañantes ; tºdºel bulliciº de una detención en el campº, frenteá una cantina, cincominutºs.
El tren que remºnta parte el primerº ; é inmediatamente rompe á vº lar por
'
cima de lºs mºn
tes, hacia las playas, el que se dirige á La Guaira .
170 R .
'
BLANCO-EOMBONA
Ya el mar no es la cºsa plomiza y quieta, sinºel intranqui lo, azul
'
y e5pumecente mar Caribe.La espuma taracea lºs peñascº s, las arenas, al piededos coca les. Las velas cruzan el hºrizºnte . Las
casitas de Maiquetía, cºn sus techos rojos, se enfilan debajo del viaductº , entre los árbºles. El Tajamar de La Guaira, un pºcº más lejºs, hunde enel Océano sudorsº de mampostería, á cuyº abri
gº ya no se ba lancean los trasatlánticos, sino quea l l í se están, cachazudos, en apariencia de marinos mºnstruos.
Eva cºntempla el panºrama cºn su b inóculo.
De prontº, vº lviéndºse ha0 1a su acºmpañante y
pa5ándº le el anteojo, dijº .
— Qué *
adornadº aquel buque . M ire, Mariº .
Mariº asestó el cata lejo en la dirección queEva mostraba con la rosada punta del índice.Uno de lºs steamers, en efectº , el ita lianº, lucia
de ga la. El verde, rºjo y blancº de la enseña na
ciona l, su cruz de nieve en fondo escarlata al
centro, daba al sol de la tarde, cºn alegría, sus ri
sueños cº lºres. Izados pº r bramantes a l aire,
grímpº las, flámulas y ga l lardetes retozaban cºn
las brisas.
Pasandº lºs gemelºs á Crispín para que tam
bién mirase, dijº Mariº
— Es por el nacimientº de la primogénita del
Tronº, quizás.
Y Crispín añad10
Es v erdad . En el a lmacén oí algº.
172 R.
“
BBANCO-FOMBONA
maltrechos, dandº empellones, sa ludando aquí yallá. Y cºrrían, desa lados, hacia el tren de Macuto, pronto
; á partir en aquel instante .
A María le prºdujº dºble desagradable im
presión el arribo de Crispin y de Eva, á pesar“
de
esperarlos. La presencia de Eva, sºbre tºdº , la
contristaba . ¡Nº creyó ºdiarla tantº ! Eva, a l l í, le
prºduce la impresión de un enemigº que, á media nºche, á mansa lva, penetrase en su aposento
para sustraerle algº más caro que la vida y elhºnor. ¡Quién sabe qué ! A lgº siniestro, en cºm
plicidad con la presencia de su—esposo, le augura el arribo de Eva . Sufre, está .celosa , y cuandº al brazº de sumaridº se endereza al hºtel, le
parece el brazº leal de Crispin, aquel único sos
tén de su vida, como argºlla de ergástula, verdadera espºsa, manilla de hierro, fatídica escarpia,a lcayata que la afianza en la infelicidad. Hasta
sintió ímpetus de escabul lirse. E l, entretanto, lareñ ía con dulzura ,
'
a media vºz, á causa de la desatención del teléfºnº .
—
¡ Jesús, Crispín! Me lo has dichº bastante.Nº quieras martirizarme el día que vienes á pasar con una .
Ya en el hotel, su maridº manifestó la cºnve
niencia de regresar á Caracas. Se dij era que ella
no comprendía, extrañada, azorada, tratandº deentender, comº si l e hablasen otrº idioma que
el suyº .
—
¡Pero estás lºco! No ves que esto me da la
EL HOMBRE DE H IERRO 173
vida, que estoy cambiada, que me siento muybien.
Y tuvo un arranque de retrecheria . Artimañºsa y carantoñera se le sentó en las piernas, lºbesó en lºs ojºs, y tirándol e amorosamente delos bigotes, comº hacía cºn Brummel, empezó áembriagarlo la zalamera .
Tú no querrás que tumujercita muera , ¿verdad? Me dejarás enMacuto, mi vida, ¿nº?Extrañado, encantadº, radiante, feliz, Crispín
prºmetía, cedía. ¡Cómº no! Que se quedara . E lno aspiraba sino á saberla cºntenta, rebosandosalud .
Y luegº, pensandº e n sus nºches sol itarias ytristes, el exorable espºsº :
— Pero, tú sabes, María— Ie d ijo es un gransacri ficio para mi. ¡Qué fa lta me haces! La vidaes insopºrtable sin tupresencia . ¡Te quierº tanto!Ella proyectaba cºsas. Cuandº restablecida
por completo regresara todº cambiaría. Nada deaburrimiento. ¡ Iban á ser tan fel ices!
176 R . BLANCO-EOMBONA
trato de gentes, y nº obstante su fami l iaridad conlos bañistas, cortés y mºderado. Cºnocía, pºr su
puesto, á tºdº el mundº .
¡A cuántos presidentes de república, á cuántosministros, á cuántas celebridades de tºdo ordenhabía él zambul lido en el mar! El lºs pasaban, é lnº . A menudº se dirigía á cualquier gomºso en
estos términºs— Cuandº su abuelo, dºmFulanº, en los baños
bien á a lgún zaga lón— Mira tú, perilláh; tu padre á tu edad era
todo un hºmbre. Nº chillaba ºcºn ésa a lgarabía
comº tú:Su ºbligac10 n, ahora, consistía en estarse á la
puerta recibiendo lºs bi lletes y vigilar y asear eledificiº .
Cuandº, invadiendo los dominiºs de la bañadora, sol ía penetrai , comº Pedrº por su casa , enel departamentº de las mujeres, las ºvejas nº se
descarriaban al veral lºbo en el aprisco. Las que
estaban deshuda s ó en camisa cruzábanse las
manºs sobre lºs senos exclamando:
Las que salian—del agua en esemºmento, reíande l a indiscreción, y seguian andando, con la ca
misa pegada y—húmeda » que moldea las carnes yse france é intrºduce cºn
_lujuria entré las
- divinas oquedades del
"
cuerpº femeninº; mi entras
que otras bañistas, las, piernas al a ire, en ca lzones
EL HOMBRE DE HIERRO 177
ó en enaguas, cºntinuaban poniendº sºbre la
blanca piel la media negra .
El edificio, por fuera, simulaba un templo en
rºtunda . A la izquierda de un tabique entran las
sacerdºtistas; lºs bonzos á la derecha . Ambºscºmpartimientºs, semejantes; un ábside en curvareentrante, cºn nichos numerados para el despo
je de los oficiantes, º, dígase bañ istas. Un trián
gulº esca leno, cuyº vértice penetra mar adentrº ,
sirve de rompiente y de tajamar. La furia del
agua y la osadía y abundancia de tiburones im
piden el bañarse en las playas; yla prºmiscuidadde sexos la impide aquel sedimentº de prejui
cios de un pueblo que, aun practicándolo, temeel pecadº ; y cuyº cºncepto del hºnºr es el mismo, 6 pºcº menºs, que el empingºrotadº y ab
surdo del siglº XV I I h ispano. No en ba lde nuestro pa ís l lamó un tiempo amº y señor á Don Felipe II, y lleva en sus venas sangre de lºs gravesespañº les, a ltisonantes y enfáticos en puntº á cásos de amor, cºmo lp prueba tantº 6 más que laHistoria , todº el glºriosº Teatro antiguo de aquella glºriºsa nación.
Crispin entró en el agua . Nº sabía nadar.Agarrándose de la cuerda que sirve de apoyo, seacuclillaba, en espera de la ola. La ola en su
abrazo bruta l lo envº lvía, lº hacía perder e lequilibrio, lº revolcaba . Crispín, manoteando,braceando, sacaba la cabeza
'
mera del agua, los
ºjºs irritados por la sal marina, la bºca amarga1 2
178 R BLANCO —EOMBONA
de los buches sorbidos, y los bigºtes en guíashacia las comisuras boca les, comº un chinº . Su
figura desmirriada, en desnudez, aparecía caricaturesca . Lºs hombrose njutos, los brazºs kilºmétricºs, el estómagº sumidº , las choquezuelas
cºmº nudºs en las piernas cºmº veradas; todºaquel canijo y triste ser, lºs cabellos en puntael agua á media pierna, jugando cºn el gran mar
azul, resplandeciente de hermºsura y de fuerza ,era un espectáculo grotescº . Reía de su impo
tencia y azotaba al mar como _lerjes. Luegº tor
naba á pºnerse en cuclillas: la º la venía de nuevº , desenrº llando su cauda luminosa, y otra vezlo zambul l ía, entrándº le pºr los ojºs, pºr las
ºrejas, pºr la boca, pºr tºdas partes. Y vuelta ágolpear el agua cºn pa lmadas y sºrnavirones.
Otro caba l lero mañaneadºr que nadaba comoun pez y permanecía de espa ldas sobre el agua,cºmº una boya , causó la admiración de Crispín.
— Venga, venga — le decía el nadador No
tenga miedº . Yº lº ayudo.
Perº Crispin no se atrevía .
—
¡Oh, nol Ya he beb idº bastante agua .
Cuando regresó …al desayunº, sumujer se des
perezaba en el lechº .
— Anda, floja — se permitió insinuarle anda,levántate . El agua está deliciºsa .
Después de la cºlación se fué á caminar hacia
La Guzmania, limpiº de cuerpº , livianº de espi
ri__tu, extrañándosede aquella libertad inusitada y
180 R. BLANCO -FOMBONA
con la dentera que prºduce la acrimonia de lasuvayemas.
— Vamos, hºmbre. Una fruta excelente la uyilla . Gusta de tal suerte á María .
Ella se lº había dichº : El empleº de sus ma
ñanas cºnsistía en sa ltear uvas, entre amigas, enbandadas, cºmo pericas. ¡Una diversión!A cºsa de las diez regresarían de la excursión
matina l el señor y Crispín. A l pasar por frentede La Alemani a , éste se detuvo. Varios ºciosos,insta ladºs en plena acera, jugaban al dºminó .
Crispín se dispuso á verlºs; se interesó en la partida: se hizº explicar; trató depenetrar lºs misterios y complicaciºnes infantiles é insulsos deaquel insulso é infantil divertimiento, invenciónde a lgún aburrido con pºca chispa, ó de a lgúnmatemáticº de á bordo 6 prisiºnero, sin caletre
para más.
Lº ciertº es que al entrar en el Casino, Cris
pín participó su prºyectº á María .
— Sabes, mi hij ita ; piensº cºmprar un dºminó
para nuestras veladas en Caracas.
Cºmo sumujer no respondiese, él dijº—
¿No te parece b ien? ¿Te gusta el dºminó?Es un juego agradable. Distrae mucho.
Y acordándose de las uvas:— Toma . ¡Qué cabeza la mía ! Ya iba á ºlvidar.
¡Cºmº á ti te gustan tantº !—
¿Ami?— Sí: ¿pues no me dices que cºrreteas to
EL HOMBRE DE HIERRO 181
das las mañanas pºr las playas sa lteando uvas?—
¡Ah !Cómº , ¡ah!
Que no recordaba el habértelo dichº . ¡Teh
gº una memºria !
Esa noche se bailaba en el Casinº , y hubo de
adelantarse de media hora la comida , á objetº dearreglar convenientemente los cºrredºres, reti
randº las mesas del restaurant, sil las y butacºnes
inútiles; encender lºs farolitos venecianos, pues
tos adrede, y que ciñen y decºran la baranda, yregar cºn esperma el cementº de lºs cºrredºresy las tablas del sa lón. Se comió á trompicones.Cuando ambas primas acabaron de trajearseparala fiesta , ya lºs primerºs arribantes concertaban
piezas de baile; y de cuandº en cuando se oía el
registrº de una flauta º el preludiº de un viºlín,tºdavía desacordes.
Se rºmpió con un valse ; y apenas terminadº,sa lian lºs bailadores fuera, á lºs corredores, árespirar la brisa marina, el terra] nºcturnº ; mientras nuevos arribantes se precipitaban en el sa
lón, b'
uscándose los mºzos y las mozas.
Los graves papás, las voluminosas mamás y lºsmandºs cincuentones se repantigan en cómo
182 R . BLANCO -FOMBONA
dºs asientos cºntra los murºs, a mirar cómºbrincan y se divierten lºs suyºs, y á gozar de losºjºs y aun de! recuerdo.
Se empezó una'cuadril la . Juliº de Naj era, dis
cretamente eclipsadº por el día, apareció esa
nºche, en el baile, en tºdº su esplendor. María yMariº Linares hacían vis—á—vis á Eva, cuyº ga lánera Brummel . Este, correctº , glacia l, brummélico,
sin dar resquicio á la 50 5pecha, tºmaba las trans
parentes manºs de María, en las figuras y pasºsdel baile, con la punta rosada de sus dedos.
María, por el contrariº , trató una y ºtra vez deestrechar con fuegº , en el disimulo y mudanzasde la cuadril la, las manºs acicaladas del tenºriº , espiando cºn discreta mdiscrecwn en los
ºjºs de su amante, el vuelº de las miradas celº
sas de Eva .
Brummel , que enamoró a María para encelar áEva, ¿por qué se mº straba correctº , glacia l,brummélico, sindar resquiciº á la sºspecha, cuando la ºcasión era prºpicia cºmo ninguna para
permitir entrever á la renuente muchachita lºs
prºgresos que supº hacer el desdeñado en otrº
corazón de muj er? ¿Por qué nº hacía a larde niga la de su triunfº? ¿Por qué nº probaba cºn un
guiñº de ºjºs, con un ademán de connivencia ;
que él sabía consolarse de la una y reemplazarla
cºn la ºtra? ¿Pºr qué no—daba celºs á la chiqui
lla de Eva? ¿Por qué se erguia en su frac, co
rrecto, glacia l, brummélico?
X
184 R. BLANCO— FOMBONA
Eva pensaba para si:“
¡Dios mio, y éste es
Brummel, el irresistible Brummel, arrancador decorazones! Pero si es idéntico á todos. Si es la
misma eterna canción. No merece la reputación
que las tontas le dan. Le voyá probar que se ha
equivocado; que yo no soydel montón: que nosirvo para pedesta l de fatuos.
“
Julio insistía. El la adoraba . Que ella no lo/creyera no le sorprendía. Aquella ma ldita reputación lo perjudicaba, á los ojos de Eva, y conrazón. Pero estaba dispuesto á probarle la sinceridad de su sentimiento. Que exigiera la pruebamás dura . Se sentía dispuesto á complacerla, á
pasar por todos los crisoles; su amor le infundíafuerzas para sa lir victorioso.
Era sincero en aquel instante : estaba enamorado, quizás de veras; quizás, merced á la i lusiónde su teoría : para conmover es necesario estar
conmovido. Pero ante la actitud de Eva quisocamb iar a l lí mismo, violentamente, de táctica , ponerla de lado y entregarse á María, quien pasaba
y repasaba cerca de la baranda, comiéndose á
julio con los ojos. Sino que éste pensó , no sin
acierto, que el no l lenar mucho lugar en el cora
zón de Eva era óbice al advenimiento de los
celos, porque sa lvo casos clínicos, donde no hayamor no despuntan celos.
Mientras julio charlaba y exponía su corazón,Eva, tornando la cabeza con disimulo, miraba de
soslayo, con disimulada insistencia, hacia el sa lón
EL HOMBRE DE HIERRO 185
y por los corredores, como si buscara a lgo, en
acechanza de quién sabe qué.
La orquesta empezó á preludiar otra pieza.
julio continuaba sus querellas. Eva seguía oteando, impaciente .
— No me hable de amores,Julio. Su voz es
agradable; pero oiga : se parece a un piano que
no produj ese más que una melodía, la misma,,siempre la misma .
El sonrió, la a labó. Estuvo fel iz, seductor. Perolas mujeres son las mujeres. Mario pasaba en ese
instante. Eva se dirigió á él— Mario, hágame el favor de darme el brazo.
L léveme al sa lón.
Y dejó plantado en aquel la baranda, sin motivo, sin a plicación, á los ojos de toda la concu
rrencia, á Brummel, al lindo, a l rufo, al jarito, alenamorado, al dandy Brummel, sueño y encantode tantas mujeres.
Con perfidia, con estrategia había acechado laocasión de romper con él, así, ruidosa, desdeñosa, cruelmente. No"creyó tan cerca la oportuni
dad; pero una vez pr0 picia, no había por qué se
escapara . La ocasión la pintan ca lva . Y pensó ,riéndose a carcajadas en lo íntimo de su a lma“Ahí queda eso: un harapo; que lo recoja María .
“
R. BLANCO -FOMBONA
dica y de farmacopea , terminología á que era
muyafecto, y que hubiera debido granjearle otroapodo: el de Pedancio, por donde se habría iamortalizado el doctor juan Peza, como PedancioTortícolis.
La anciana padeció en corto espacio de tiempodos cólicos hepáticos que minaron aúnmás suya
usada natura leza . Sino que la Vieja, testaruda en
todo, pugnaba con sus años y sus dolencias, sinceder a morirse . Pero no digería más que liquidos y los regíieldos la ahogaban.
Se redujo a su aposento, y ya no vivía sino
muriéndose, tendida ó arrellanada en un extrañomueble, mitad asiento,mitad cama, que gracias aun resorte enderezaba el espaldar, tomando la
yaciga enpoltrona, ó tumbaba el respa ldo, trocando la poltrona en yaciga .
Flaca, nariguda, amaril lenta la tez y amaril leatas asimismo las esféricas escleróticas, el pesenezo como un cuello de viol ín, parecia doña Felipaun maniquí alámbrico y de cera, ó fabricado con
pl eitas de atocha .
Y desde su aposento, ya reclinandose, ora re
pantigándose, entre eructo y eructo, bregaba por
dirigir la casa, por pedir cuentas, por cuchichearcon Ramón, por seguir viviendo y mandando, ámanera de comodoro herido en medio a la re
Crispin, muy apesadumbrado, vivía cuanto leera dable al pie del butaque_ materno.
EL HOMBRE '
DE HIERRO 189
—
¿Ramón?— l lamaba la Vieja, desadormitándose .
— No está aquí,mamá ; soyyo, Crispín.
— No es ti ; es á Ramón á quien l lamo.
Anda por fuera, mamá. P ero, diga : ¿qué
desea?Pues hablar con él . ¡Pobre hl]0 mío!
Y la anciana cuidábase poco de aquel otro h ijosuyo que estaba a l l í, velándola el sueño.
Acababa doña Felipa de pasar el último ataquede cólico, y esa noche, en el recibo del corredor,amueblado con un ajuar de mimbre, que dicende Viena, las Linares, de visita con motivo de laenfermedadde la anciana, dep_
artían, casi tan ale
gremente como en sus propias tertul ias caseras.
Á la habitación de la paciente, sita hacia el fondo,no l legaba el rumoreo de aquel buenhumor genera l . Crispín acababa de presentarse, diciendo
— Mamá sigue bien. Después de tomar la po
ción se ha quedado dorm1da .
— Así puede Vi_vir diez años más— d ijo María .
Y añadió, para encubrir la bruta l idad de su
aserto:— Eso dice el médico.
—
¿Y Eva? —
preguntó Mario Linares.
— Por a l lá la dejé. Probablemente venga aho
ra . Discúlpenla si no se presentó antes á recibirlos. ¡Tan atareada, la pobre!
—
¡La pobrel— repitierón á una Mario Linares
y Adolfo Pascuas.
190 R. BLANCO -FOMBONA
En ese instante, cosa de las nueve,l lamaron al
portón, y se presentaron de visita el doctor Luzardo y su familia, rara gente .
Sabían que doña Felipa no andaba muybien.
¡Qué lástima !'
¡Una matrona de tanto mérito!—Pocas nos quedan como ella en esta socie
dad—
aseguró el doctor.
Crispín abrió aún más sus grandes ojos redondos con un meneo de cabeza, que bien podía ser
para dar gracias como para asentir a tan lisonjera ºpinión.
En el fondo, a Luzardo y a su familia se les
daba un ardite de la enfermedad y de las virtudes de doña Felipa . Ellos venían á otra cosa .
El doctor,médico sin clientela, nunca practicóen serio su carrera, y arbolaba el título académicomodo de estandarte en cuyo torno, hambrienta
de autoridad y honores, se congregaba la familia,la familia del doctor“ . Á pesar de sus continuasdeclamaciones contra personas constituidas en
dignidades de gobierno, el doctor Luzardo viviósiempre de empleos oficia les subalternos,conexoscon sus sedicentes estudios: inspector de sanidad
pública, médico de ciudad, 6 a lgo por el estilo.
Su pedantismo le hacía creerse superior á sus
cargos, y pensar que si hubiera un Gobierno se
rio, conservador, un Gob ierno en el cua l los ciu
dadanos se apreciaran en razón directa de losméritos, el seria, por lo menos, ministro, ó consejero de Estado. Si b ien al servicio de los gobier
1 92 R. BLANCO-FOMBONA
sé qué profesorado de catecismo en no sé qué
parroquia, y de aquel vago magisterio conservaban un tono de sufic1enc¡ a dogmática con que
hablaban á todo el mundo, como si todo el mundo fuera ca tecúmeno intonso. Á la más leve ras
cadura sobre su costra hipopotámica comparecía
en ambas la maestra de escuela, con sudisciplina,su autoridad, sumaestrescolía y su grotesca im
portancia .
No venían por doña Felipa, de quien se les
daba un bledo, sino en la esperanza de encontrara l l í público y disfrutar la gloria de esparcir, las
primeras, cierta nueva religiosa . Así, la una deel las soltó de rondón:
—
¿óaben ustedes? Quien arribó ayer de Nueva York es el padre lznardi Acereto.
Como nadie conocía al padre lznardi Acereto,las Luzardo parecieron amostazarse, á pesar de
que tampoco lo conocían ellas. Pero triunfó lainmanente lógica, y ante la ocasión de verter elºpio de noticias obtenidas pormedio de a lgún
presbítero, sonrieron con sus bocazás bigotudas.
—
¿El padre .lznardi Acereto? Un padre virtuosisimo, venezolano, joven: una esperanza, unagran esperanza de la Iglesia .
Y se explayaron en consideraciones.-
¡Como… Caracas no lo echase á perder! Por
que en Caracas las señoras, como usted oye, las
señoras, echan á perder al clero. El padre lznardi, que pertenec ía á la Congregación X. venía
EL HOMBRE DE HIERRO 193
con el propósito de establecerla en Venezuela_— Pero las Congregaciones— dijo Mario— es
tán prohibidas por las leyes de la República . No
sé cómo se las componga.
Ahí sa ltaron las tres euménides á un tiempo,como picadas de tábano.
—
¿Prohibidas? Pues fundará la Congregac10 n.
¡Cuente usted con que la fundarál Cuanto á lasleyes y á los gobiernos, la Iglesia se rie. Ahí están el señor arzobispo y las señoras de Caracas.
El doctor Luzardo quiso meter baza, elevandoá más a ltas esferas la cuestión.
—
¡Las leyes! Ay, amigo Linares, usted es muyjoven; yo tengo los cabellos blancos: ¡vea ! Lasleyes no significan nada ; no involucran la opinióndel pueblo venezolano, que no las hace, que lasignora .
— Pero si no las hace, las acepta .
— Por eso no. El pueblo de aqu1 es un hato decarneros. Acepta las l eyes, si, como una tiranía .
—
¿Entonces, doctor Luzardo, segúnusted, lasrevoluciones en Venezuela son protestas?
— Usted lo dice, amigo Linares, protestas contra la tiranía que le impone leyes que no com
prende, costumbres que nopractica,mandatarios
que no elige, que no ama.
Adol fo Pascuas, mudo hasta a l l í, adujo una excusa cua lquiera, sa ludó y se fué. Rosa l ía y Maríale acompañaron hasta la puer ta , enlazadas por lacintura, como en tieinpos de soltería, enfadadas
I 3
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de la polémica, de la controversia , del debate, dela discusión, que de todo había en los discursosde aquella gente que vino á erigir en el corredorde la casa tribuna, púlpito, rostro, cátedra .
— El que tiene la culpa es Mario, que les da
cuerda—
susurró María, á la oreja de su prima .
— De veras.
Crispín, sin compartir el parecer de Mario,
tampoco opinaba como el doctor. Para el las le
yes eran sagradas por ser las leyes. Y cuanto a l
régimen gubernamenta l, Crispin, hombre pacíficoy ajeno á la pol ítica, sin reatos que pudieran torcer ú obscurecer su criterio en el asunto, y a leccionado por triste experienma, se adscribía á los
pacifistas, repitiendo la célebre frase de D . DO
mingo O lavarría : “En Venezuela, el peor de los
gobiernos es preferible á la mejor de las revolu
ciones.
“
Se abstenía de terciar en el parloteo, porqueéste iba ya tomando visos de disputa, como todaconversación en la que ingerían su dogmatismoel doctor Luzardo y sus tres osas.
Cuanto á Mario,charlatán incorregible, pensaba:
“
que rabien“ ; smpararmientes enla desazónde Crispín, en la fuga de Adolfo, en el a lejamiento de su hermana y de suprima, ni en las se
ñas de malhumor de doña j osefa .
— Pues yo no pienso, doctor— aseguró Mario
Linares que las revoluciones sean meras protestas. En medio de una docena de pesimismos é
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quistar el poder, ynº pugnarán otrºs pºr nº
desapuñarlº?
— Hayºtra cºsa, dºctºr. Esºs hombres nuestros que se citan cºmº tiranos e5pantables nº
son, ni con muchº , ta l es tiranºs. El más bruta l detºdos ha sidº Castrº . Y sin embargº , ¡cuán lejosde un tirano, de un Rºsas, por ejemplo!
— Es que lºs tiempos son muyºtros. Ejerce ladictadura hasta donde puede . ¿Cree usted que
una degollina á lo Rºsas la tolerarían las potencias?
—
¡Bah! ¿No toleran la matanza de lºs judíºsen Rusia ; de lºs cristianºs en
"
Turqu1a? El emperador Guil lermo ll, ¿nº ordena impunemente elazote para lºs niñºs y madres pº lacºs, renuentesá la germanización de las escuelas y de lºs hºgares, por el solo crimen de hablar y aprender en
polacº y no en a lemán? ¿ Inglaterra no hace perecer anua lmente , según sus prºpias estadísticas,once mil niñºs bºers, en los campos de coneentración del Transvaa l? ¿Y la guerra de China?
¿Nº se apandil lan las grandes potencias para l levar la pillería y el exterminio al Extremº Oriente, en nºmbre de Mercurio y de Cristo, pºr elCºmercio y pºr la Religión? ¿No es esa guerrauna agresión cobarde é inicua, de la inicua , cºbarde y agresiva Europa? ¡Bah! Nº me hable delas grandes pºtencias.
—
¡Qué diferencia ! ¡Qué diferencia ! Vamºs,amigº Linares, aquellos son pa íses estables y cul
EL HOMBRE DE HIERRO 197
tos. ¿Cuándo se ven aparecer a l l í tipos comº lºsnuestros?
— O iga, doctºr.El emperadºr Guil lermº nº menegará usted que es un soldadote sin campañas;si no bruto, bruta l ; un déspota an
'
acrónico. El zarde Rusia, un pºbre señor; Franciscº josé deAustria, un viejº chºcho; Eduardº Vil,unLas ºsas hacían aspavientºs. El doctor Luzardº
se ponla las manºs en la cabeza, escanda l izado,
pues pºr extraña cºnstitución anímica, él, que norespetaba nada en su pa ís, veneraba hombres ycºsas del extranjerº , sºbre todº las cosas y lºshºmbres de Eurºpa, á los que la distancia, la vetustez ó la H istoria prestaban un prestigio sa
grado.
Dºña josefa, no menos a larmada , increpó á su
hijº :—
¡j esús, Mario! No dejas títere cºn gºrra .
Crispín Luz, con su habitual signº de asombrº,abría desmesuradamente sus grandes ºjos de
buho.
Rosa l ía y María, retiradas, de pie bajº una
lámpara del corredor, se engol faban en la lecturade un diariº de la noche, indiferentes á cuantº
nº fuera la reseña de una fiesta sºcial, á la que nº
pudierºn asistir pºr la gravedad de doña Felipa .
— Por lº que respecta á nuestrºs hombres públicos, ¿no ºpina usted, doctor, que GuzmánB lanco fué un cerebrº muyclaro, un estadista, unrefºrmador cºnsciente y brillante? El mismº Cas
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tr'
o, á pesar de sus mil errºres, prºvenientes desu fa lta de preparación y de su sobra de presunción, ¿nº es un innovador que dicta leyes, abrecaminos, erige monumentos, mejº ra el ejércitº ,
º tganiza la hacienda, somete las pretensiones extranjeras, y tiene en grado heroicº la virtud, yarara en Venezuela, del patriotismo, y la nomenosrara del amºr á la gloria? Natura l es que ambºs,innºvadºres violentºs y de carácter cesáreo, conciten en su cºntra animosidades. Cuanto á Cres
pº , á pesar de sus rapiñas, fué un gºbernador li
bera l y tºlerante . Ningunº mas que él prestabaOídº á la opiniónpúbl ica . La Prensa fué l ibérrimadurante su administración. Recuerde : hasta negrobºzal se le decía, ynº pºr eso persiguió á sus
“
detractº res— Usted cambiará de ºpinión cuandº avance
en edad — aseguró una de las ºsas Y entºnces
cºmprenderá que esos hombres, y unos pocosmás, son lºs causantes de todas las desgracias deVenezuela . ¿Nº protegen la masonería? ¿Nº de
rrºcan y suprimen los cºnventos? ¿No imponen
el divºrcio? ¿Nº se roban el tesoro de la nación?
¿Nº encarcelan? ¿Nº persiguen? ¿Quiere us
tedmás?
Las ºsas se a lborotaban, en actitud de púgiles,exasperadas pºr el disenso á sus pareceres.
Dºña Jºsefa, ya francamente desagradada cºn
la impertinencia charlatana de su hijº, lo re
prendió
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Crispin aprovechó el receso, y se l evantó, diciendo:
— Permítanme un mºmento. Vºy á ver cómºsigue mamá .
— Nosotros nºs vamºs, Crispin d 0 la osa
mayºr.Nº se vayan. Espérenme un instante. Le avi
sareá Eva para que venga á sa ludarlas.
A poco de a l lí apareció Eva .
Dºna Felipa seguía bien. Pero imposible dejarla sola .
No quiere tºmar lecho pºr nada . Y pide noticias y cuenta de tºdo.
Las osas cºmprendieron que era l legadº elmºmento de partir. Y partieron, cºn el bambaleº de sus tres grasas mºles. Detras ¡ha el régulodel dºctºr, amo de lºs tres sacºs de tºcino, custºdiº de las tres Furias, cornac que guia de feriaen feria sus elefantes domésticºs.
Apenas salierºn:YO las abºmmo— duo Eva .
Y Rºsa l ía :A mi me prºducen un ma lestar casi físicº.
Sºn ma las y torvas, porque nº amarºn nuncá — expresó María .
Y Rºsa l ía, a ludiendo á las osas menºres, tºrnó »,
á embestirlas cºn una frase que ya había dicho ála ºreja de su prima :
— Sºn virtudes agresivas.
Perº María afirmó que Mario tenía la culpa ,
EL HOMBRE DE HIERRO 201
porque las exasperaba cºntradiciéndº las y por
que daba cuerda á las teorías del doctor. Demasiado mºderadas estuvierºn. El cargante é im
perdonable había sidº esa noche Mariº . Todosasintieron, menºs Eva, que sºnreía, sin opinar.
Sonreído también de lºs cargos que se acumulaban sºbre su cabeza, Mariº dijº , en sºn de disculpa :
— Me encanta hacerlas rabiar, ya que han hechº rabiar á tantºs. LO repugnante de esta gentecºnsiste, nº en lo que dicen, sinº en el mºdocºmº lº dicen. El doctºr es cargante ; perº ellas,las tres, sonmás pesadas que las virtudes de queblasonan.
Doña Josefa, para nº sermenos que lºs demás,introdujº su cuchara en la ºlla podrida de im
prºperiºs ó burlas.
A mi se me parecen á la muj er del Nabab
¿A la mujer de Perrin? —
preguntó Mario
recordando que sumadre llamaba “el nabab “ áPerrin.
— No hombre; á la del ºtrº , el auténticº, el deDaudet.Cºmº nadie recºrdaba aquel la vaga persona
de novela, se rierºn.
Y Rosa l ía le dijº—
¡Jesús, mamá! Siempre anda usted cºn sus
cºmparaciºnes de bibl iºteca
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A Schegell,sºbre todo, se lº hub iera él gritadºcºn la vºz de Estentor, para atrºnarlº y confundirlo.
Cuandº se lo dijº á dºña Felipa , la vieja gruñóPero, ¿estás seguro?Si, mamá; ¿cómº nº?
Y esº , ¿desde cuándº?Nº sé. María se viene á dar cuenta ahora .
Mira, Crispín. YO también sºymujer; tú noeres muyducho.
Perº qué quiere usted decir, mamá, pºrDiºs. Nº me desespere. No amargue las más santas a legrías de mi vida .
La reticente anciana se hundía en mutismº , elceño apretadº cºmo un puño.
Crispín sa lió furioso. Perº pocº á pºcº fué recobrando el humor apacible :
“
¡Pºbre mamá, pensó; la enfermedad la pºne tan impertinente !
“
A Rºsendo y a J ºaquín les escribió sendascartas. ¿Cómo no? ¡Una transcendentº l noticia !Les hablaba de la madre, ya nº grave; perº re
quiriendo asiduºs cuidadºs. Eva, la pºbre, constituída en hermana de la Caridad, y al prºpiºtiempº en ama de l laves. ¡Qué a lma tan bella ! Yluego la buena nueva : “
La familia se aumentarádentro de pºcº . La angelica l María dará a l mun
do un retoño. El advenimiento del chiquitín es
esperadº con ansia en este feliz hºgar.“
Otros sentimientºs animaban á la angelical
María . Aquella melºsidad, aquellos agasajos de
EL HOMBRE DE HIERRO 205
Crispín, duplos, mú ltiples, desde el día en que loadvirtió del embarazo, la torturaban hasta lº increíble. Empezó pºr sentir lástima de su esposo;
pero se le ha hechº intolerable, repulsivo. Aquella aversión es más fuerte que su voluntad y quesudisimulo; nº puede vencerla . Físicamente Cris
pin le inspira hºrrºr. <¿Pº r-
qúé, Diºs se
pregunta . Nada sabe sinº que al ver ese regoeijo, ella sufre ; al sentir el ca lor y la respiraciónde su espºsº , de nºche, en la cama , sufre. A veces nº puede contenerse y le da un empellóncuandº él, panza arriba , la cabeza en las a lmohadas y la bºca abierta, duerme y rºnca .
—
¡Jesús, Crispín!, no ronques tantº . Nº me
dejas dºrmir cºn esa música.
E l se disculpa, se torna hacia la pared, se
echa bºca abajo, muerde un pañuelo de seda,h ace cuantº puede pºr cºmplacer, pºr nº importunar. Pero nada . Vuelta á dormirse y al ron
quido.
Brummel, por su parte, cºn su despego, la hahecho andar una ca l le de amargura .Ala casa nºha queridº vº lven.
— No pisaré nunca más el quicio de esa gen
te — le dijo.
<¿Será pºr nº encontrarse con Eva, 6 por nº
se pregunta María . Citas en iglesias,caminatas al Calvariº , carreras en cºche á extramuros, tºdº lo ha osadº, á tºdº se ha expuestola pobre mujer enferma de amºr. En el hºgar de
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aquel la pasión han ardidº tºdºs sus escrúpulos,y se fundió hasta su ºrgul lº de hembra . …
Por fºrtuna, Crispín, anuente, en el regoc ijode su paternidad, la permite sa lir cºnj uanita Pérez. ¡Ah ! ¡juanita Pérez ha sidº su áncºra de sal
vación! Ya nº se distancia deJuanita .
juanita Pérez es la amiga cºmplaciente, la ami
ga pºbre, la cºndiscípula, cºmpañera de antañº,hºy huérfana, venida á menºs; y que desdeñadade lºs hºmbres pºr fea, nº pºr misérrima cºmºella se figura, tiene que cºser para las amigas dela infancia, condiscípulas prósperas; y que suda
la gºta gºrda para reunir iºs veinte pesºs mensuales, a lquiler de la casita pºr la Pastºra .
Su hermana , la mayºr, más fea aún, cºse quecºse, apenas sa le sinº á la iglesia . Juanita va pºrlas cºsturas, hace las cºmpras, reparte lºs encargos, ensaya á dºmiciliº el traj e de prueba .
A veces pasa el día cºsiendº en esta 6 en aquella casa ; y se
”aprºvecha para a lmºrzar; para lle
var cºn disimulº , en la nºche, un bºcadº á lamayºr; y acepta para vestirse los trajes V iejºs ºusadºs de las relaciºnes pudientes,mitad rega lº,mitad limºsna . Ella sabe tornarlos nuevecitºs yse emperej ila cºn ta les prendas; ó bien lºs vende como de sumanufactura en lºs barriºs bajºs.
Juanita Pérez es la amiga que sirve de criada y lacriada que sírvede amiga . Gºza reputación dehºnrada pºrque
“
trabaja, nº pudiendº hacer deºtra suerte; de virtuºsa, pºrque para delinquir es
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María. Empezó por l levar y traer papelitºs yacºrdar citas en las iglesias, entre Jul iº y la mu
jer de Crispin. Aquella fué una rºmería de tem
plº en templº . Hºy en la Pastºra, mañana en la
Candelaria, el jueves enA ltagracia, el viernes enSan Jºsé . Y nº fa l tarºn á Santa Rºsa l ía, ni ¿1 lasMercedes ni á San Juan. Cuandº juliº se fatigó
de aquel amºr oloroso á inciensº, reducidº al
platonismo de un besº, 6 á la ºsadía de un apretón, detrás de un pilar, mientras juanita Pérezmusitaba sus preces ante el Santísimº, fué juanita la que iba por el cºche para las escabul lidasa l Portachuelo, al Empedradº, al Camino Nuevº . Y fué Juanita, la amable, la discreta, la indis
pensable Juanita , la que prestó vºluntaria y generºsamente su cama y su casa cuandº su herma
na sa lía á cºmpras, lº que ahºra ºcurría periódicamente dos 6 tres veces pºr semana .
Aquellº le reportaba mejºr provento, cºnmenos ajetreº que zurcir farfalás.
Juanita Pérez va l ía pºr un tesºrº ; y María lamimaba , queriéndola cºnmezcla de gratitud y deavaricia .
Sº pretextº de cºsturas, María ºbtuvº el que
j uanita pasase tºdºs lºs mediºdías cºn el la . Perºla intimidad y lºs nexºs fuerºn estrechándose, al
puntº de que Juanita, cºn disculpa de acompa
ñamientº á la sºledad de María, ya nº cºmía nidºrmía sinº en casa de Crispín. A éste se en
cargaba de hacer creer la prºpia Juanita que tºdº
EL HOMBRE DE HIERRO
nº era sinº caprichºs del embarazº . Crispín,aunque á regañadientes, ced ía.
Comº la aversión que le inspiraba su espºsºera invencible, y cºmº pºr una fidelidad re
bours María sentíase incapaz de engañar á su
amante cºn sumaridº, ideó el que Juanita Pérezdurmiese en el lechº nupcia l cºn ella, relegandºá Crispín al canapé . Las primeras nºches el es
poso protestó, se incºmºdó, nº quisº ; perº Ma
ría insistió, gifnió, invºcó á lºs santºs, jurandº
que suma laventura la haría abortar. Resignándº
se, cºn un“
besº en la frente, gºlºsina rara para
él, Crispín aceptó el extrañamientº al diván.
Pºcº » á pºcº fué acºstumbrándºse! E l mismº llegaba ahºra á “mul lir suyaciga . Había que encº
ger las piernas en aquel ma lditº sºfá; y nº rebullirse ó tartatear muchº para nº rºdar pºr tierra,
puestº el anchº de la otomana. Perº, ¡qué demontrel Aquellº pasaría prºnto. ¡Cuestión delembarazº ! <<Pºr las que pasamºs lºs maridºs » ,pensaba Crispín. No tardaría en l legar el que…bincitº . ¡Cómº nº sufrir gustºsº pºr aquel hijºsuyº ! El querubincitº seria un l ibertadºr de tristezas, un redentºr de infºrtuniºs, nunciº de paz,hera ldº, lictºr,bautista de la felicidad.En el amºrdel nene se encendería, más bril lante que nuncay para nº extinguirse, el amºr de lºs espºsºs.
De vez en cuandº dºña Felipa lº increpaba— Crispín: ¿pºr qué nº pºnes á la intrusa en
la puerta de la cal le?
210 R. BLANCO-FOMBONA
Y suspiraba cºn amargura y amenaza
¡Ahl — Sí yº estuviese buena, esa JuanitaPérez no estorbaría aquí cincº minutºs más.
El mismº Crispín se desahogaba veces en el
senº de su hermanita :Esta mujer siempre en la casa; presente
siempre . ¡Es atrºz ! Se ha intrºducidº entre Maríay yº cºmº una pared. Nº tener un instante ásºlas, ni de día ni de nºche, para tratar unº cºn
sumujer. ¡Es atrºz !—
¿Pºr qué nº ladespides,clara,rºtundamente?—
¡Es tan amiga de María ! ¡Se quieren tantº !Y luegº, suspirandº, añadía :De tºdºs mºdºs es terrible. Esa muj er me
suprime pºrque si, pºrque le da la gana, mis derechºs, lºs derechºs que la sºciedad y la iglesiame acuerdan.
Eva nº respºndía. Perº á menudº mojaba su
panuelo, después de aquellas confidencias, alguna lágrima fraterna pºr la acrimonia, pºr el fraude, por el ridículº de que era víctima su hermanº .
Y pensaba :“
¡Diºs míº ! Si tú ga lardonas de talsuertelavirtud,yº reniegode la virtud. ¡Qué ascº !
¡Cuántas veces, ella que presumía la verdad,tºda la verdad, quisº abrir lºs ºjºs de Crispini“Perº, nº ; impºsible . Equiva ldría á matarlº . El,
que la cree una santa. ¡Pºbrecitº hermanito!“
L lantº de amºr, de impºtencia, de vergiienza
y de rabia, empapaba la funda de sus almºhadasen el si lenciº de las nºches.
212 R . BLANCO-FOMBONA
da de cincº añºs entre lºs yanquis se restituía al
pa ís de su ºrigen.
En sus mºda les habia gracia y desenvolturavaroniles, sin aquella untuosidad de palabras, deºjºs gachos y de brazºs en cruz del j esuitismo.
Acasº la circunstancia de haber perduradº en
pueblºs prºtestantes, l ibrándolo de las mentirasdel ba landran, lº libró asimismº de muchas ºtrasmentiras. Nº acostumbrándose el cuerpº, cºn elusº de la sotana, á lºs aspectºs de santidad, su
a lma se mantuvº igua lmente libre de ficciºnes ypºsturas cºnvenciºnal es, pºr aquel la cºrrelación
que existe entre el interiºr y el exteriºr de las
persºnas, que ha dadº margen á tºda una filºsºfía del traje.
Regresaba á su país sºbre tºdº pºr el ansia deverlº, y cºn un plan de regeneración mºral pºrmediº de la fe. Era un hºmbre sincerº, y acºs
tumbradº, en su lucha de propagandista catól icºentre prºtestantes, á saber del triunfº pºr la perseverancia del esfuerzº .
Hasta su destierrº llegaban al levita ecºs delºs desórdenes de la patria; y cºmº la amaba cºnaquel sentimientº que se despierta pºr el terruñº,aun entre lºs mismos que lº denºstan, cuandº nº
se VlV6 xen él, y nº se ºye de lejºs sinº el clamºrde sus tristezas, creyó el padre lznardi en la re
dención de su patria pºr la fe y vinº á rea lizar
el gran sueñº de su juventud.
Corno esºs médicºs de labºratºriº que desde
EI. HOMBRE DE HIERRO 213
ñan el pºnerse á curar brºnquitis y gastralgias,
pºr más a ltºs quehaceres científicºs, él se aficiº
naba pºcº á lºs chischibeºs del cºnfesºnaríº yºtras minucias de la carrera, cansadº de habersevistº cºnstreñidº á practicarlos, y sintiéndºsecºn alas para mayºres vuelºs, enmás abiertºs yazules hºrizontes. El ºficiº de cºnfesºr sºbretºdº le repugnaba . Beatas insulsas y pecadoras
sin vergiienza nº eran a liciente para su a lma fervida, bata l ladora y amb iciºsa, cuya caridad cºnsistía, nº en dar centavºs ni consuelos de pºcamºnta, sinº en luchar las grandes luchas en prº
de muycristianºs y a ltruístas ideales. La rejil ladel cºnfesºnanº le parecía á veces la rej i l la deun a lbaña l . Decididamente carecía de vºcac10 n
para cºnvertirse en letrina de ºrduras mºra les. Aºtrºs esa cóprida delectación. ¡Cuántas veces, ásupaso pºr lºs templºs, evitaba cºmº á chinches,á esas viejas pegajºsas y rezanderas que lº espiaban detrás de a lgún pi lar!
Padre, yº quiero confesarme cºn usted .
Nº puedº, hija, nº puedº ahºra — “ respºndíaIl
ma lhumorado, escabul léndose .
¡Cuántas veces queníó, sin respºnder, el bil letede a lguna elegante pecadora que lº quería hacercºnfidente de intimºs deliquiºs!Predicar,predicaba . ¡Cómº nº , si aquel era unº
de sus mediºs favºritºs de persuasión y de pro
paganda ! Predicaba sermºnes abrasados de fe,de fe y de patriºtismº. Nº era un Bossuet, ni cºn
214 R . BLANcO-EOMBONA
muchº ; perº á pesar de su acentº un pºcº extranjerº parecía elºcuente, cºmº que
'
rebosabade talentº, de ºsadía y de cºnvicción. A sus ºra
ciºnes asistía numerºsa cºncurrencia . Iba á oírsele cºmº á un tenºr en mºda. Sus prédicas, sinembargº, empezarºn á inquietar al arzºbispa
do. Aquel ºradºr nº se reducía á pºnderar lasdelicias del Empireº ni á siniestras pinturasdel Avernº, admirables para emºciºnar a lmas decocineras y gañanes, sinº que osaba a mas, yhasta cºnvertía el púlpitº en escuela de ciudadanºs.
Misa, rezaba algunas veces, á las cincº 6 á lascincº y media de la mañana, en Catedra l . Se le
permi tía decir misa, aunque nº fuese cura parro
quial; perº impºniéndº le esa hºra tempranera,casi casi en sºn de hºstil idad . Lºs fieles afluían,
nº ºbstante . L legaba apenas clareando á la sa
cristía ; despertaba al mºnaguil l º, amodorrado
por a l l í, esperándolo,ya de roquete blancº y hºpa
purpúrea; calábase las vestiduras de ºficiº en un
santiamén, y en un santiamén rezaba sumisa .
Cierta mañana, á pºcº de iniciarse el santº sácrificiº , acºnteció una cºsa tremenda .
La tierra sacudióse de súbitº cºmº el cuerpºde un cºrcel nerviºsº . Pasarºn unº, dºs, tres,cinco segundºs y la tierra continuaba estremeciéndose. De lºs a ltares cayerºn lºs candelabrºs;las imágenes rºdarºnpºr tierra , fracasándºse; las
briseras y crista les de las hornacinas retiñeron,
216 R . BLANCO -FOMBONA
Las mujeres en bata, sin cºrsé, sin medias, sin za
patos; ó bien abrigándose apenas cºnuna cºlcha,cºn una funda, cºn el sºbretºdº del maridº, cºnlº primerº que se encºntró al correr; temblandº,l lºrandº, abrazándose cºn lºs hijºs, cºn lºs hermanos, cºn los espºsºs.
Tºda aquella multitud algarabienta y quejumbrosa cºngregábase en la plaza, en tºrnº de laestatua del Libertadºr, apiñada juntº á SimónBºlívar, cºmº en lºs días trágicºs de la patria,comº si fuera él, Bºlívar, el Libertador, nuestrº
padre, el únicº que pudiera sa lvarnºs de tºdºsnuestrºs infºrtuniºs.
De nuevº tembló la tierra.
“
El clamoreo resur
gió más agudº, más angustiadº,más suplicatorio—
¡Misericºrdial ¡Misericºrdia !
Lºs sºldadºs huían de lºs cuarteles; hºmbres ,mujeres y niñºs, en nuevas ºlas humanas fluíanhacia la plaza . Nº se divisaba sinº unmar de cabezas desgreñadas, de sºmbrerºs apabul lados, deºjºs fuera de las órbitas, de rºstrºs maci lentos ydesencajadºs.Y sºbre tºda aquel la pavº rida multitud el cºrcel del Libertadºryla figura impertérrita de Bºlívar, al vientº la esclavi
'
na, el bicºrniº en la diestra, cºmº en a lguna entrada triunfal, cºmº recibiendo en alguna de las capitalesde América, bajº lluvia de flores, lºs hºmenajesy aclamaciones de aquel la gente redimida pºr suespada . Ese era su pueblº,: su pueblomagul ladoy dolorido, muertº de miedº cºmº en 1812,
EI. HOMBRE DE H IERRO 217
cuandº irgmendºse el hérºe en tribuna improvisada sºbre las ruinas y los diez mil cadáveres deCaracas, en aquel doble terremºtº de la tierra yde las ideas, silenció a l cura agorero esclavº delrey, y galvanizó á la multitud cºn este gritº su
blime: “Aunque se ºponga la Naturaleza, la venceremºs; y habrá l ibertad y habrá repúbl ica .
“
En andas, en vi lo, sacábase de las habitacionesá lºs cºntusºs y á lºs heridºs. De tºdas partesseguía l legandº gente. Ya nº cabían más en la
plaza . A lgunºs gritaban:-
¡Al campº ! ¡A l campº !Entºnces pudº verse una cºsa épica . En la
puerta de Catedra l apareció el padre lznardi, revestido aún de la sobre,pelliz ,grande, cº lºradote,impasible, sºlemne, cºmº si nº tuviera, ¡él, tanfºgºsº !, nerviºs. Cºn dignidad herºica había terminadº sumisa . Había cumpl idº su deber hastael fin.
El a lba teñ ía de rºsas el cielº de Oriente .
220 R . BLANCO-FOMBONA
negra . Y cºrrió juntº cºn un esca lºfríº de pavura, el anónimº y absurdº anunciº de que á lasdºce esta l laría un vºlcan en el mºnte Avila.
Tºdas las miradas, en el cºlmº del espantº, sedirigierºn á lºs relºjes públ icºs; perº lºs relºjes
públ icºs se habían paradº al estruendº sísmicº ,
en la hºra de la catástrºfe .
La gente se arremº linaba. Unºs á ºtrºs se di
rigían preguntas impºsibles de responder. Las
mujeres empezarºn á l lºrar. Y atropándºse á la
puerta de lºs templºs, clamab'
an de nuevº :—
¡Misericordia, Señºr, misericºrdia !Era precisamente la hºra del mediº día . Manos
invisibles, las manºs del miedº,comprimían lasgargantas; apenas se respiraba . En ese instantehubº ºtrº sacudi—mientº de la tierra, y el Ávilarugió cºmº un león. Hasta los más serenºs fla
quearºn. Todº el mundº creía l legada su“ última
hºra . Y nº se ora pºr tºdas partes sinº el aiarmade la multitud, exhalándºse en ºpiniºnes, en tá
grimas, en rezos.
Ya nadie pensó más que en cºrrer á lºs cam
pos vecinos. Caracas sa l ía en éxºdº . Pºr tºdas
partes se veían bracerºs cºn bultºs, mujeres del
pueblo cºn líºs á la cabeza, carretil las cºn hamacas y cºlchºnes, parihuelas cºn baúles; y en aquella liorna, enmanºs detan ab igarrada emigración,maletas, cºfres, abrigºs, tiendas de campaña, techºs pºrtátiles, sil las de extensión.
El cielº estaba azul ; !a tarde serena, y el sº l, el
EL HOMBRE DE HIERRO 221
radiante sº l de Caracas, esparcía su a legre clarídad sºbre tºdos aquel lºs pavores en fuga .
De Rºsendº se había recib idº un telegramaAquí tºdºs bien. Gran sustº . ¿Y a l lá?“ Telegrama lacónico, de palabras bien cºntadas y calculadas, cºsa de que nº cºstara sinº el minimum,
que nº era Rºsendº hºmbre á pºner de ladº su
tacañería innata pºr un terremºtº de más ó demenºs. Cºmº se le repusº en seguida que nº
ºcurri ó nºvedad en la famil ia se aventuró á preguntar, pºr ºtrº despachº telegráficº :
“
¿flan su
fridº temerºsº de que alguna casa delas del patrimºniº cºmún se hubiese derrumbadºen la capita l .
“
Cuantº áj ºaquín, vinº persºnalmente á ver detrasladar á Cantaura á sumadre, á sus hermanºsEva y Ramón, á María y” a Crispin. Perº imposi
ble . Cómº transportar a la anciana, tan achacosa,casi inválida. Sºbre que el la dijº :
— No me mºveré de aquí. Es inúti l que ia sistan. En Caracas nací y en Caracas mºriré .
María, encinta, era ºtrº incºnveniente . Eva nº
quisº abandºnar á sumadre; y á Ramºn se le cºnvenció, aunque á duras penas, de que debía permanecer cºn la fami lia, en aquel las hºras dea larma y de evers¡ ºn.
Pº r fºrtuna la casa pºseía unº de esºs cºrra lesenºrmes de las viejas mansiºnes señºria les del
pa ís, construídas en tiempºs dela Cºlºnia, cuando el suelº, pºr la rareza de pºb lación, va l ía
222 R. BLANCO—FOMBONA
pºcº, y la fºrtuna pública estaba íntegra enma
nºs de un cºrtº númerº dirigente, de una º ligar
quia . Se cºnvinº , pues, en insta larse en catres enel cºrra l, bajº techº provisiºna l de cºlchas, pararesguardarse del relente . Sábanas que pendíanentre catre y catre daban aspectº de dºrmitºriºsindependientes al gran dºrmitºriº cºmun.
Cuandº menºs se esperaba, la campani l la delteléfºnº sºnó . Lºs nerviºs estaban á ta l puntºsensibles y a larmados, que tºdº el mundº se pusºen carrera, sin expl icarse pºr qué. A l fin, Evaacudió al llamatº . Eran el dºctºr Luzardº y su
fami lia, transidos de pavºr, á quienes se les echaba la nºche encima sin saber adónde guarecerse.
Se les permi tió venir, de mi! amºres. Ramón era
unº de los más empeñadºs en que viniesen.
— El miedº entre muchºs tºca á menos— duº ,en tºnº de zumba; perº traduciendº, á pesar dela zumba, sumás íntimº sentir.
Cuandº ya lºs supº insta ladºs ymás tranquilºs,Jºaquín partió á tºmar el últimº tren de Lºs Teques. La gente, apiñándºse en las estaciºnes ferrºviarias, se disputaba lºs bi l letes á puñetazºl impiº .
Pºr cºncesión especia l, lºs trenes hacían a ltº ácada mºmentº, cºmº tranvías, para desembucharen cada hacienda, en cada quinta, y aun á campºrasº, de trechº en trechº , racimºs de persºnas.
Cuandº Jºaquín l legó á Lºs Teques serían lasseis y media de la tarde.
224 R . BLANCº —EOMBONA
rºstrº. Lºs circunstantes se incl inarºn, ansiºsºs .
-No es nada, mi hijita. Nº tengas miedo— la
decía Crispin, haciendº de tripas cºrazón, nºmenºs asustadº que lºs demás.Y Ramón, el egºísta Ramón, que la abºmina
ba, se pusº á verter para la enferma gotas deserpentaria en el agua de un vasº .
Apenas recºbrábase Maria, nuevº temblºr,más viºlentº,másprºlºngadº,más espeluznante,hizº pºner de pies á tºdº
ºel mundº, y mirar á laderecha, á la Izquierd
'
a, cºn ganas de cºrrer y es
pantándºse de aquel enjaulamientº .
— Cúmplase tuvº luntad, Diºs míº —
pronuncióel dºctºr, arrºdillándºse.
Y lºs demás fueron cayendº de hinojos, unº si
unº , y murmurando á su vez :
Cúmplase tu vºluntad, Diºs míº .
Mana, sm embargº, nº cayó de rºdil las, ni seresignó a rezar: “
cúmplase tu vºluntad, D iºsmíº “
, sinº que, desmadejándºse y retºrciéndºse,
empezó á dar a laridºs, y á l levarse las manºs al
vientre :— Ay, memuerº ; me muerº .
—
¡Ummédicºl—v— supl icaron vanas vºces almis
mo tiempº .
Y¡
tºdas las miradas se clavaron en Ramón.
Perº Ramón, transido de pavura, a l elado, sin
cºmprender, repitió cºmº lºs demás— Unmédicº .
— Yº iré, mi t i ta — voceó Crispín, en desea.
EL HOMBRE DE HIERRO 25
pero Yº iré pºr el médicº . Yº, tumaridº . Yº,
que te adºrº .
—Sí, Crispín, pºr Diºs, unmédicº .Memuerº .
Cuandº Crispín se“
encºntró en la ca l le la 8 8 1
gre se heló en sus venas. Nº había más luz quela del cielº , una clara luna que plateaba lºs editiciºs, dándº les un tinte sepulcra l, y rielando en
el pavimentº . El pavimentº, haciendº visºs al
claror nºcturnº, parecía un charcº de agua.
N i un a lma, ni un rumºr; Las ca l les se diríanmás largas. La pavura se respiraba en la atmósfera . Aquel lº era una ciudad de cementeriº . Lº s
pasºs de Crispín resºnarºn á distancia ; y al ecºde sus pisadas, en la ciudad si lente y vacía, cºrrió
pºr su espina dºrsal el ca lofrío del pánicº .
A llá, en el hºrizºnte, el Avila rugió cºmo unleón.
Crispín se detuvº un instante ; se persignó ;
quisº rezar. Se agarró cºn ambas manºs á unfarºl de la esquina ; miró hacia el Nºrte; miróhacia el Sur; miró hacía el Este : pºr dºndequiera la ca l le recta, sºlitaria, muda, sºmbría . Baj ó lavista cºmº para nº ver la sºledad; perº luegºvºlvió á clavar lºs ºjºs en la nºche, y de súbitº ,desasiéndose del farºl , ignºrante de lº que hacía ,echó á cºrrer sin rumbº , pávidº , cºmº un locº,pºr aquel la ciudad des1erta .
A lº lejºs, el Ávi la rugía cºmº un león.
228 R. BLANCO — EOMBONA
lº llama querubín, arcángel, primor; le besa lasmej i l las, la tºrcida bºca, lºs purulentos ºjºs. Selº acuesta en las piernas, bºca arriba, y cºn ungºterº le vierte blancº líquidº, gºta á gºta, en
las cuencas; luegº seca y limpia el trasparentelicºr cºn un algºdºncillº , y trata de despegaraquellºs párpadºs obstinadamente apretadºs.
Ante la miseria fisiºlógica del pequeñuelº , Cris
pín se l lena de piedad, de ternura , de desesperación. En cuantº entra del a lmacén, tºma al
niñº, lº cura, lº besa , y lº l lama su amºr y leapl ica tºdºs lºs diminutivos de la lengua y tºdas
las mimºsidades del léxicº . De nºche, apenas eucuna 6 cede el hijº, lo cºge de nuevº 6 lº arran
ca ºtra vez de lºs brazºs de la criadora, y lºcarga, lº pasea, lº canta, lº arrul la .
Otra de sus tristezas cºnsiste en que, según él,María carece de sentimientº materna l . ¡Cómº se
mdignó cºn una chanza de Rºsa l ía, á prºpósitº
del angelitº ; chanza que ºbtuvº, nº la reprobación, sino el aplausº de Maria !
Rosa l ía preguntó á suprima—
¿Qué nºmbre le vas á pºner?Y la madre repusº :
— El del santº de cuandº nacIº , quizás.
Buscaron en el a lmanaque. Había nacidº el díade Santa Ana .
—
¡Admirablel ¡de perlasl— exclamó Rºsa l ía ,
cºn cara de regocijo Que se l lameAnº .
Y ambas se desternillarºn de risa .
EL HOMBRE DE HIERRO 229
Cuántas veces ha increpado Crispín á sumujer:—
¡Jesús, Maria ! Tú nº amas al pimpollitº .
Lºs nerviºs de Maria se exasperaban:
— Mira , Crispín; nº me vuelvas lºca. Tú estáschºchº . Yº nº . Y no me recrimines pºr tºdº yá cada paso. Concluiré por ver en ti un verdugºy pºr abominarte.
… La verdad es que tú cºnsideras al chiquitín
cºmº una basura. Y es tu hijº ; es nuestrº hijº .
Tal cºmº sea debemºs quererlº .
Juanita Pérez terciaba entºnces— Perº , Crispin. Cons1dere; tenga paciencia .
María está muymal. Sus nerviºsEn Crispín empezaba á despuntar un nuevº y
descºnºcidº sentimientº de repugnancia haciasu mujer, animadversión que él , sin embargº, nºquería confesarse . Pensaba : “
Si no quiere al chi
quitin es pºrque tampºcº me quiere á mi. Y ¿nºme desviví yº siempre pºr el la? En el fºndº es
gran injusticia la suya, sºbre que nº querer á unhijº es mºnstruºsº . Perº luegº se decía: "Nº,nº puede ser. Ella sufre . ¡Ay, esºs nerviºs! ¡La
pºbre!“
Sumujer sufría , en verdad; sufría muchº . Su
fría pºrque lº abominaba á él, al espºsº ; pºrquesus caricias, sus mºda les, su vºz, su presencia ,
tºdº él le era intºlerable; y sufría, además, pºrel abandºnº de Brummel, sugrande, suverdaderº , su únicº amºr. ¿Nº la plantaba el perillán
pºr una mujer cºn hijºs, pºr una mujer mayºr
R. BLANCO -FOMBONA
que ella, pºr la muj er de un sº ldadºte bruta l yoloroso á caba l lº , pºr la esposa del genera l Cabasús Abri l? Nº hubº mediº de retenerle. Se lºhabían embruj adº . Todºs los bil letes , todas laslágrimas de Maria fuerºn inútiles. Hasta la elo
cuencia de'
juanita Pérez hizº fiasen. Aquella Remedios, cºn sunºmbre oliente á bºtica, debió dehaber hechº usº de su nºmbre . ¿Qué pócima,
qué filtrº, qué menjurje le hizº apurar-la hechi
cera?X
María nº la l lamaba en sus pensamientºs yen sus cºnversaciºnes sinº dºña Remedios, entºnº despectivo y burlón. Cayº enferma . Perdióel apetitº . Se enflaqueció, empezó á quejarse dedispepsia, de flatulencia, de tuibaciºnes gastrointestina les. Sus ºjºs adquirierºn un bril lº 1nusr
tadº y su aspectº se tºrnó en ansiosº y terrible,mientras la turbaciºn de su a lma se traducía pºrgestºs bruscºs y monótonos y pºr l lantº sin ra
zón aparente . De noche, apenas si dºrmía . El in
somniº sentóse á la cabecera des u cama. Pºr su
cabeza pasaban durante las horas de vela ideastristes, ideas negras; se reprochaba á menudº elnº querer bastante á su hijo ó el haber perdidºel amºr de Brummel, pºr parquedad de mimºs.
Tenía la culpa de su infelicidad . Debía mºrir.
Estaba dispuesta á nº sufrir las acusaciºnes de
su conciencia . ¿Pºr qué nº mºrir; pºr qué nº ma
tarse? La muerte sería menºs amarga que su vida .
El dºctºrTºrtícº lis, l lamadº á cºnsulta, expl icaba muyseriº, cºn su énfasis habitua l
232 R . BLANCO-FOMBONA
El dºctºr pasó la receta á Crispín, y sºbre nueva hoj ita empezó á extender ºtra prescrrpc10 n:
Vinº de kola, 250 gr.
Idem quinquina, 250 gr.
Idem genciana , 250 gr.
Idem colombo, 250 gr.
Licºr de Fºwler, 10 gr.
Tintura de nuez vómica, 5 gr.
Esto— duº ,extendiendº la receta áCrispín
para que se le dé un vasitº dºs veces pºr día: en
a lmuerzº y cºmida .
Expl ico a lgº más al maridº, prºmetió vºlver
prºntº y sa lió tacºneandº ,muy satisfechº de si
mismº, enfundadº en su negra levita y cºn su
cuellº erguidº más que nunca.
Perº María nº mejºraba .
Crispin se dºl ía de los ma les de su mujer, á
pesar de ser la primera víctima de aquella naturaleza en desºrden. Tºdº lº pasaba, sin embargº .
¿ …º que nº perdonaba Crispín era el desafecto deMaría hacia la criaturita .
— Tú nº comprendes — le decía—
que mientrasmás desgraciadº , más debemºs quererlº .
Perº las ºbjeciºnes del espºsº la pºnían fuerade qu1c10 .
—Yº nº cºmprendº nada, sabes, nada . Ni de
seº que tú me vengas con fi lºsºfías. Quiérelº túy déjame á mi tranquila . Yº lº quierº á mi modº ,sabes, á mi mºdº . te crees tú sº lo capaz dec ariñº, de bºndad y de rectitud?
EL HOMBRE DE HIERRO 233
—
¡Perº , María, pºr Diºs! ¡Esas maneras!— Sºn mis maneras, sabes; sºnmis maneras . Y
te casaste cºnmigº cºnºciéndºme de sºbra . La
que nº te cºnºcía esºs aires de santurrón era yº .
La engañada, la víctima soyyº . Así, claritº,Durante media hºra nº escampaba la l luvia de
agraviºs. Crispín se fingía el sºrdº, el mudº , eltºntº, se desesperaba, tºmaba el chiquil lº, y pascandolo nerviosamente, le canturreaba en voz
a lta para ahºgar las vºciferaciºnes de su espºsa.
Arrºrró, arrºrró,mi niñº ;arrºrró, arrºrró,mi
La canturía y la fingida indiferencia exasperaban aúnmás á María, sºrda á la prudencia, sºrdaá j uanita Pérez, sºrda á la nºdriza, que le decía :
— No se emberrmche la señºra, que le harádañº .
Crispín cºntinuaba, el niño en brazºs, cantándºle:
Riqui, t iqui,t iqui, ran.
Las campanas de San juanpiden quesº, piden pan.
Las deRºqueaKºndºque.
Las deRique,a lfeñique.
Riqui, riquí, riquí, ran
234 R . BLANCO -FOMBONA
Una tarde llegó ,
Crispín a su casa más tem
pranº que de cºstumbre, pálido, inmutado, unagran amargura en el rºstrº. Habia ca ídº en sus
manos un papel itº anónimº cºntentivº de una
a lusión á la infidelidad de su espºsa, papelitºfurtivamente deslizado en el escritºriº de Cris
pín pºr a lguna manº tra idºra y cºn la más vil
y aviesa intención. Aunque la l etra no se pare »
cía á la de ningunº de lºs cºmpañerºs de oficina, Crispín achacó sin vaci lar la ruin empresa áSchegell. Aquel la asechanza, aquel gºlpe tra idºr,en la sºmbra, á cuantº él tenía de más carº ,aquella repentina irrupción de fangº quemanchaba su nºmbre, lº inmerecido de aquel la nuevadesventura, quién sabe qué instintº dºrmidº en
su a lma yen sus nerviºs lº mºvió, pºrque levantándose de súbitº aquel hºmbre reflexivº y pacificº, sm esclarecer supºsiciºnes, sin vaci lar mrazºnar, cºmº un impulsivo, cºmº un sanguíneº,cºmº un viºlentº, se enderezó Schegell y lefulminó, sin decir ºxte ni mºxte, dos tremendasbºfetadas. El caj erº, sºrprendido de la agresión,echó á cºrrer: lºs demás empleadºs se apresura
rºn á intervenir, á pedir razºnes; tºdº fué un momentº a lbºrºtº y cºnfusión el templº de Mereuriº . Crispín se negó rºtundamente á darmás ex
plicaciºnes que esta—Ese hºmbre es un cana l la .
Asi lº dijº también, sin añadir una jºta, al mis
mo Perrin. Y tºdo el mundº pensó, dadº el ca
236 R . BLANCO -FOMBONA
cºntrabandº que se introdujera cºn lºs materiales, cuya exºneraciónde derechºs acºrdó el Gºbiernº , en ºbsequiº de aquella ºbra de utilidad
pública . Perº el cºntrabandº fué descub iertº yapresadº pºr la Aduana, lº que ºcasiºnó las primeras desilusiºnes. La exºneración de lºs derechos arancelariºs fué suspendida. Ahºra las casas se derrumban.
-
¡Ah, nº !, ¡Caramba! ¡Esº nº ! … gritaba Pe
rrin.—Yº nº estºy dispuestº á dejarme estafar
pºr un gandul .
Perrin se ºlvidaba de la Biblia, á pesar de ser
prºtestante, y de que cºn la vara cºn que midesserás medidº .
Había demandadº á Ramón y á su fiadºr sº lidario y principa l pagadºr, es decir: á dºña Felipa .
Aquellº fué la de D iºs es Cristº . Jºaquín y Rosendº cºrrierºn á Caracas, á cua l más furiºsº ; é
increpaban cºn rudeza ya á Ramón,ya á la vieja .
j ºaquin argumentaba, cejijuntº :— Perº, mamá; lº que ustedha hechº es ilega l,
es hºrrible, es mºnstruºsº . Ustednºs arruina . Ni
usted ni Ramón tenían derechº para dispºner delº ajenº .
Rºsendº afirmaba que en cuestión de interesesél no reconºcía fami lia .
Y agregaba:— Yº no he pasadº mi vida en el monte, tra
bajando cºmº un peón, para que mis hijºs se
mueran de hambre pºr las chºcheras de usted,
EL HOMBRE DE HIERRO
mamá, y lºs chanchul los de Ramón, que vivrº
siempre en Caracas cºmº unmi l lºnariº, sin a lzar
un dedº ni saber lº que signi fica sudar el pan que
unº se cºme.
Tantº j ºaquin cºmº Rºsendº regañaban á Eva
y á Crispín, sºbre tºdº á Crispín:—
¡Cómo es pºsible — le interpelaban, asom
brándºse cómº es pºsible que tú, viviendº enCaracas, baj º el mismº techº que mamá, hayastºleradº ó nº hayas impedidº este desbarajuste !
— Perº ,¿creenustedes quemamá rinde cuentasá nadie? Ustedes la cºnºcen.
—
¡Se necesita ser bien memo!Eva, cuandº se la interrºgó, dijºSºlía ver á Ramón en secreteºs cºn mamá .
Perº, ¡cuándº iba á supºner! Ademas, yº nº re
clamº ni exijº nada para mi.— Ni yº tampºcº … — expresó Crispin.
— En lº que hacen muybien ambºs —
a firmaba
Rºsendº Ustedes nº tienen derechº á nada,
pues nº supierºn vigilar lºs haberes cºmunes. Es
natura l que el descuidº de ustedes los perjudiqueá ustedes; y nº á quien, cºmº yº, ha pasadº su
vida trabajandº más que un burrº .
Ramón se contentó cºn negar la pa labra á sushermanºs. Se envolvió en su mutismº cºmº en
una tºga, ºfendidº .
La vieja decía :— No culpº á Ramón. El negºciº era buenº .
Yº nº hagº ni entrº en tºnterias. .Mala suerte: he
238 a . BLANCO -FOMBONA
ahí tºdo. Además,mi deseº era ganar dinerº paraustedes. Yº estºy más muerta que viva . Lº quese hubiera ganadº sería —para ustedes . Si hayper
didas no se quejen tantº, pues.
Y cºn gestº de acritud añadía, vº lvwndºse áCrispín
Tºdºs saben cuántº he hechº pºr éste .Des
de bíen tempranº lº cºlºqué en casa de Perrin
para que l legara un día á asºciársele. Perº él nºha sabidº abrirse pasº, nimedrar. La culpa nº esmía . Si Crispín fuera sºciº de aquel la casa, muydistinta sería “
la situación.
—
¡Perº , mamá, pºr la Virgen del Carmen, nºsea usted injustal— a ltercaba Crispín, defendiéndose Yº nº he hechº enm1 v1da sinº trabajar.Fíjese, adeinás, en que desde que usted cayó
*
en
ferina sºyyº quien sºstiene la casa .
— Es cierto— ingirió Eva Además, Crispínha sidº siempremuygenerºsº cºn tºdºs nºsºtrºs,sºbre tºdº cºnmigº … y cºn usted, mamá.
La V Ieja, sintiéndºse vencida, nº quería escuchar una jºta más y cerraba el pa lenque .
Terrosa la cºlºr, extenuada, marcándose en elcuellº enflaquecido las cuerdas nerviºsas de lagarganta, dºña Felipa, cºn sus ºjºs orbicularesde amari l lentas escleróticas y cºn sunariz judaica,cuya punta se encorva hacia la barba,ya sin dientes la bºca, parecía un ave de rapiña: nº ungerifa lte, un neblis ó un cóndºr, sinº más bienungavilán ó una lechuza.
La pºpularidad, la nombradía del Padre lznardi
Acereto pasó bien prºntº.
¿Qué fué smo verdura de las eras?
cantaría el pºeta Jºrge Manrique; ó bien Garci
lasº
¿Qué más que el henº , .á la mañana verde,seco á la ta rde?
Sic transitglºria mundi, diría el dºctºr Luzardo, cºn unº de sus más sobados latinesEl clerº le juró guerra á muerte. Las damas de
sºciedad nº encºntraban en aquel sacerdºte elelegante y lºzano presbíterº que imaginarºn. La
beatería pºpular lº abominó, inducida pºr la
baja clerecía . Lº ciertº es que el religiºsº , des
cºrazonadº , vencidº pºr el mediº ignaro y hºstil, terminó pºr abrigar la idea del regresº al extranjerº , dºnde se había criadº y adºnde se iríaa enterrar, cºn sus huesºs, sus sueñºs irrealiza
1 6
242 R . BLANCO-FOMBONA
bles de regenerac10 n patria pºrmediº de las dºctrinas del Crucificadº . Sus ilusiºnes estaban en
derrºta. Esta gente vanidosa, frívºla, egºísta, sinasomos de simpatía ni de cºmprensión pº r ninguna a lta empresa mºra l, nº eran lºs bueyes cºn
que pudiera ararse, para luegº semillar, el eria lnatíº . Nadie tenía cºnfianza en nadie . Ningunºse empeñaba en un prºpósitº cuyº beneficiº nº
fuese inmediatº . Sus cºmpatriºtas le parecían
plantadores que nº sembrasen sinº arbustºs, decuya mezquina utilidad se aprovecharían bien
prºntº ; y desdeñosos de lºs grandes, nºbles y
prºductºres árbºles, que mal pudieran crecer ni
prºsperar pºr ensa lmo, de la mañana á la noche.
Las Luzardº lº habían intrºducidº en casa delas Linares. Allí cºnºció á Mariº, cºn quien hizºexcelentes migas, á pesar de la disparidadde opiniºnes. Mario le prºducía la impresión de unbºtarate que ma lgastara su fºrtuna de la maneramás infructuºsa. ¿Pºr qué derrochaba Mariº su
cauda l de energías, su a lmacén de ingeniº, suacºpiº de ideas, en vanas y estériles charlas?
¿Qué enfermedad de la raza, qué mºrbº sismºdel terruñº influían en aquel hºmbre, cºmº en
tantºs ºtrºs, para impedirle cana lizar, eu—propio
bien y en bien de su semejantes, ninguna idea?
¿Por qué se amºdºrraba en la inacción, cºmo si
nº tuviera músculºs ni cerebrº?Sºl ía cºncurrir después de mediº día á las ha
bitaciºnes de Mariº — eu el segundº pisº de la
244 R . BLANCO -FOMBONA
de tan susceptibles cambiºs cºmº sus nerviºs.
Esteban Ga lindº, más jºven, perº mas amigºde hondos pensares, nº era escritºr, sinº estudiante de Derechº, ya pa ra graduarse de abogado. A l revés de sus condiscípulos y de la generalidad de lºs abºgadºs venezºlanºs, que fuerade lºs Códigºs lº ignºran casi tºdº , EstebanGa
lindo cultivaba al par de su Derechº, y pºr su
prºpia cuenta, estudiºs de Letras, de Etnºlºgía,de Sºciºlºgía, de H istºria, y estaba dºtadº, nºsólº de ta lentº, smo de una agilidad y travesurade espíritu increíbles.
— Vean ustedes— empezº ,el padre lznardi,
X
se trata en elarzºbispadº de una prºpaganda á ºbjeto de err
gir en la cumbre delÁvila una imagen cºlºsa l dela Virgen.
— Y ¿esº ,_
le disgusta, padre?— inquino Ma
ríº La idea es admirable . Ya había pensadº
yº en una estatua de Bºlivar, de Miranda 6 de
Sucre en tal sitiº ; cºnmás: una ciudad en la cum
bre, una estación de sa lud y de placer. Que eri
jan á la Virgen, b ien; perº que sea una ºbra dearte, nº unmamarracho. En mi cºnceptº nº haymás que dºs escultºres mºdernºs capaces de sa lira irosos de su empresa : Rºdin y el belga Meun1er.
Nº se trata de esº , amigº míº . Usted anda
pºr los cerrºs de Ubeda . Se trata del prºcedimiento á emplear cºn aquel fin.
Y el padre lznardi explicó el prºyectº clerica l
EL HOMBRE DE HIERRO 45
de hacer una peticrºn al Gºb iernº , firmada pºr
ex presidentes de la Repúbl ica, ex ministrºs, mi
nistrºs en ejercicio de funciºnes; cºn más, caballer,ºs y señºras de lº más granadº, recºmendan
do al Ejecutivº, en nºmbre de la piedad sºcia l,la erección de esemºnumentº .
Perº el Gob ierno— dijo Esteban Galindº
lºs enviará á paseº .
— Lo mismº ºpinº yº — repuso el sacerdotePºr esa y pºr ºtras razºnes propuse que se hicicra la prºpaganda y la cºlecta entre los fieles. En
esa fºrma los buenºs católicºs que haya en elGºb iernº pºdrían cºntribuir cºmº particulares cºnsu dinerº y cºn su nºmbre . Lc que serviría de
estímulº á ºtrºs. Ese prºcedimientº serviría, además, de termómetrº para indicar á cuántº subela fe. De qué sea capaz el catº licismº naciºna lnadie lº sabe; nunca seha puestº á prueba . ¿Pºr
qué exigirlo y esperarlo tºdº de a rriba? ¿Por
qué nº cºntar cºn nosºtrºs mismºs? ¿A qué sinº
la iniciativa individua l de la lglesia, sm asºmo
de apºyº gubernamental, se deben las flºrecientes cºlºnias católicas de lº s Estadºs Unidºs yHºlanda? Me han tildadº de soñadór. Me handichº claramente quemi ausencia del pa ís me inhab ilita para cua lquiera intrºmisión en la pºl íticaeclesiástica .
Usted, de veras, quizás nº cºnºzca bastanteá Venezuela, padre— opinó Luciº de la LlºsíaEstº es una pocilga . Convénzase.
246 R . BLANCO -FOMBONA
Puede ser, amigo mío: nº cºnocerá a mis
paisanºs, en especial; perº cºnºzcº un pºcº elmundº , á los hºmbres . En el fºndº de esta peticrºn extemporánea lº que hay, créa lo usted
, es
egºísmo artero y persºnal, mera baja pºl ítica .
— Entonces, ¿usted nº cree en la buena fe delclerº venezºlanº?
— Perº si aquí, en rigºr, nº hayclerº . Se carece de vºcación, de fe. Observe usted: nº existeun
ºsolº nºmbre de familia patricia en las personas del clerº ; nº existe un sºlº varón eminente
pºr la piedad, pº r la elºcuencia, por el saber. La
mayºría la cºnstituyen mulatico.s y gente de es
ca lera abajo, que se Ordenan para ascender socia l
mente, nº pº r fe.
— Entonces, sr el clero carece de piedad, ¿qui enes son las gentes piadosas?
— Pues lºs fieles. …
—
respºnd10 Galindo, cºn
sºrna . ¿Cómº quieres tú, Llºsía , que los clérigº s
sean curas y creyentes, cómicos y espectadºres,
pastºres y ºvejas?La sºnrisa con que lo dljº quitaba tºda amar
gura a la intencrºn. Ei mismo padre lznardi tºmóá chanza la salida . Mariº terció .
pregunta de Llºsía — dijo va le la penade una respuesta . Un momentº . Voyá darles mi
parecer.
Hacía ca lºr. Se inclinó sobre el murº de la
azºtea , y fºrmandº una bºcina de las dºs manºs
gritó á la sirviente :
248 R . BLANCO -FOMBONA
Buenº; perº nº pontifiques. Mira que te páreces a l dºctºr Luzardº .
— Pues biene— dijo Mariº, cºn fuego quierºmanifestar que nºsºtrºs, en
"
ciertº mºdº, ya nºnºs parecemºs ni siquiera á España, sino a lºs
sa lvajes. ¿Entiendes? A lºs salvaj es. Nº tenemºsmemºr1a naciºna l, ni para el bien ni para el mal:cºsa de sa lvajes; sºmºs más supersticiosos quecrédulºs : cºmº lºs sa lvajes; sºmºs de un individua lismº ferºz, cºmº lºs sa lvajes, y nos devºra
mº s en¡ guerras canibalescaszc ºmº lºs sa lvaj es.
¿Entiendes?— No, tú nº ibas á decir esº . lbas á prºbar que
en Venezuela nº hayfe en nada .
— Es verdad. Perº tu iñterrupc¡ ºn me hizº
perder el hilº .
— Bien, aunque sea cºmº lºs sal
vajes.
Tºdºs se sonrieron. Mariº prºsigu10— Caracas — dijo tecleandº sºbre las rºdil las
del padre lznardi pºr superficia lidad, pºr elinflujº del librepensamientº mi litante,pºr el cºntactº cº n el exteriºr, pºr la sucesión nº interrumpida durante tremta y tantºs añºs de gohier
nos libera les, quién sabe /pºr qué, es una ciudad
escéptica en la más a lta acepción de la pa labra .
—Cosa deplorable— expresó el padre lznardi
Acereto.
Lºs campºs y v1llºrriºs,
pºr primitividad, pºr ignºrancia, pºr incultura,
EL<HOMBRE DE HIERRO 249
sºn descreídos en materia de religión, 6 másciertº : indiferentes al cultº : Quedan las ciudadesde segundº ºrden, cºmº Va lencia y Maracaibº,
que sºn lºs verdaderºs fºcºs religiºsºs del pa ís,lº mismº que a lgunº s pueblºs remºtºs del mar,cºmº Mérida, en la cima de lºs Andes, dºnde secºnservan integras muchas cºstumbres é ideas delas primeras décadas del siglº XV I I I, lº mismº
que en ciertas prºvincias de nuestra vecina Cºlombia . Cºrº , la muynºble y lea l en tiempºscºlonia les, tiene ahºra una pºblación casi tºdajudia : la semil la católica nºp rºspera en tal me
diº , cºmº es de supºnerse . Y pºr lº que respec
ta á Ciudad Bºlívar, es un antrº de mercachifles corsos y a lemanes de la peºr ra lea, quenº adºran.ni tienen mas ¡dea l sinº el becerrºde ºrº .
—
¡Cómo nºs pintasl— exclamó Luciº , el pºetade fruslerías y levedades japºnesas en prºsa yversº, que nº pensó nunca en los prºblemas naciºnales, cºmº si habitara en la luna .
— Nos pintó cpmº sºmºs, queridº Llºsía ;cºmº sºmºs.
El padre lznardi, cºn sincera pesadumbre, sus
piró.
Si— dqº sºmos muydesgraciadºs. Ustedtiene razón: aquí nº se cree '
en nada . Aqui seríe tºdº el mundº de lºs *más nºbles entusias
mos. En Caracas, lº únicº en Venezuela de que
yº puedº hablar, la sºnrisa y el chiste — el mal
250 R. BLANCO -FOMBONA
dito chiste, mejºr mientras más vulga— son la
ducha que aterida lºs prºpósitºs más purºs, mása l tºs.
Para asentir á la ºpiniºndel sacerdºte, preguntó Mariº !
—
¿No recuerdan ustedes cómº se rierºn cºn
carcajada homérica en Caracas, añºs atrás, cuando ciertº persºnaje anduvº de pueblº en pueblºhaciendº la prºpaganda de su candidatura á laPresidencia de la nación, pºr el mediº pacíficºde discursºs é inºcentes comilonas?
— No tan inºcentes sus ágapes ni sus peroratas — insinuó Esteban C a lido—
1 Iba preparandºsºttº voce, la guerra .
Muyb ien hechº —
soltó el pºeta de las ánforas y ºtras bujerías, deseºsº de dar su nºta
persºnal, cºmº si se tratara de un Pequeño poe
ma en prosa Muybien hecho. Yº sºypartidariº de la guerra . Pº r la paz, en las democracias,nº l legan al pºder sinº lº s zarandajº s, lºs aduladºres, lasmedianías, ó las francas nulidades cºmºIgnaciº Andrade .
— Es verdad — duº Mariº Y por la guerranº arriban sinº lºs desa lmados y lºs bandidºs.
—
¿Cómo—Como Nº especificº . A l cºntrariº,
piensº que hºy Castrº, lº mismº que ayer Guzmán, nº sºn de lº peºrcitº .
— Di tú que cºn esºs hºmbres en el Pºder es
que Venezuela há sidº más respetada.
252 R . BLANCO-FOMBONÁ
respecta al fríº, ¿nº se l e ha burladº? ¿Pºr quénº se burlaría el calºr entre nºsºtrºs? ¿Nº lºhicierºn ya los árabes en Granada y en Córdºba,
pºr mediº de pa lacios umbríos,cºn surtidºres y
pa lmeras? Si en Eurºpa hay ca lorí feros, ¿pºr
qué nº habría en América refrigeradºres?Esteban Ga lindº nº pudº contenerse y echó á
reir ante el entusiasmº del cura pºr lºs refrige
radºres de sºñación y pºr lºs palaciºs mºriscºs.
— He ahí la risa caraqueña de escepticismºindicó Luciº de la Llºsía, nº menºs sonreído éincrédulº .
La charla iba á tºmar girºmenºs empingº rºtadº y sºciºlógicº ; perº la irrestañable garruleríade Mariº nº quisº perder la ºcasión de ahºndarunpºcº más en temas tan de su agradº .
— La cuestión raza — insistió Mariº — es muchºmás grave, á mi ver. Es el gran prºblema delpaís.Nº hayunidadde raza , y, pºr cºnsiguiente, carecemºs de idea l es naciºna les. No cºntemºs á lºsmestizºs, en quienes predºmina ya un elementº,
ya ºtrº ; elementºs que la educación mºrigera ódesarrºlla, según lºs casºs. Perº de tres venezºlanºs, blancº, indiº y negro, dígase : ¿cuál es el
lazº de umºn, aparte el de la lengua y el de lanaciºna lidad? Lºs idea les son distintºs en cadaunº : lº mismº en arte, que en pºl ítica, que en
tºdº . Carecemos de a lma naciºna l .— Es muy cierto— aseveró Ga lindº, quitandº
la pa labra á su amigo Pºr esº yº me ríº de
EL HOMBRE DE HIERRO 253
ciertºs pujºs de prºgresº : de los pujºs gubernamenta les por fabricar acueductºs, tender puentesy erigirmºnumentºs. En cambiº , se ºcupan pºcºde la instrucción, y nada 6 casi nada de la 1nm1
gración. ¿A quién preºcupa, además, el predominio ó la desapancrºn entre nºsºtrºs del tipº,la sangre y lºs idea les caucásicºs? Puentes, acueduetos y mºnumentºs lºs destruirá la ignºranciacriminosa en la primera revuelta . ¡Y ºtra vez ácºnstruir en lºs paréntesis de paz ! ¿Se empujaasí al pa ís hacia adelante? ¿Y la gente?
”Cºmº encada guerra civil mueren muchºs, lºs mejºres,lºs más va lientes, la flor de la raza, va restandºlº incºlºrº, lº entecº, lº pacato, lº cºbarde, lºruin, lº enfermizº, lº nerviºso,
lº anémico, lºinsignificante . ¡Y haga usted ca lzadas y puentesy ferrºcarriles! ¡Y viva el prºgresº ! ¡Y viva la
patria !Desde la azºtea, cºmº paraxsubrayar la amarga
irºnía de Esteban Ga lindº, se percibía en [ºnta
nanza una l eve cº lumnita de humº , en la serenatarde?azul y dºrada . Era el ferrºcarril del Este
que cºrría a l lá, muy lejºs, en carrera tendidahacia Petare. Luciº de la Llºsía, salidº á fuera, árespirar el ambiente purº, cansadodel aire apestoso á cigarrº de la hab itación dºnde se parlº
teaba, quisº apuntar el telescºpiº a l hºrizºnte ;
perº nº pudiéndolo manejar cºn la destreza cºn
que manejaba cºnsºnantes, tºmó un anteojo delarga vista, siempre á manº para gºzar del bellº
254 R . BLANCO -FOMBONA
pa isaj e, y se pusº á seguir cºn el-
anteºjº el vuelºtºrpe, cºmº de avutárda, del ferrocarril .El tren avanzaba pº r la planicie . Las esmeral
das delÁvila, claras hacia las cimas, heridas aún
pº r el sº l de la tarde, tº rnábanse obscuras ma l a »
quitas en laderas y quebradas. Al abrigº de unosraquíticos y asoleados bambúes, a l lá, lejºs, sedistinguían figuras, cerca de la estación: era un
grupº de señºritas y mancebos elegantes que
jugaban al lawn— íennís.
Más arriba, pºr una vereda, rumbº a l mºnte,sub ia una negra, las fa ldas arremangadas, los piesdesca lzºs y un haz de chamiza á la cabeza .
Ya era tarde . La parleria duró muchº . El
padre lznardi se dispusº á partir.
Cºn melancólica amab il idad, a l despedirse resumia sus ideas de regeneración patria diciendºentre cºnsejº y chanza á sus amigºs
-Ya saben: lº primerº, abandºnar la indife
rencia, la cruel y estéril rechifla, creer y enseñar á creer en D iºs. Que nuestrº pueblº tenga
fe en el Altísimº . La fe en lºs hºmbres, en el
prºpiº esfuerzº y en la felicidad vendrá después.
Y Esteban Galindº, sin pºder contenerse, re
zºngó :
Amén.
256 R. BLANCO-FOMBONA
Además—
pensaba—
¿nº estamºs al bºrde dela ruina? ¿Cómº escºger este mºmentopara re
nunciar á lº segurºpº r satisfacer nuestra vanidad?
¿Nº he cºntraídº yº un cºmprºmisº ante D iºs yante la sºciedad, para cºn mi mujer y mi h ijº?
¿Qué derechº tengo de, pºr vanidad, exponer elsºsiegº de la una y el pºrvenir del ºtrº? Pºrºtra parte, ¿nº es á mi madre ya m1 hermanº á
quien ese hºmbre demanda y enjuicia? ¿Qué hacer, _
Diº s míº? ¿Qué partidº tomar? ¿Resolver
me? ¿Y s i yerro? Aparta, Señºr, de mis labiºsesta nueva cºpa de cicuta .
“
Acerbo debía de ser el tragº en realidadparaCrispín. En su cºrazón cundían sentimientos en
cºntradºs: el de satisfacer á sumadre yá Ramón,renunciandº á tºda cºncºmitancia cºn el persecutºr de aquel lºs seres queridºs; el de apegº ínvencible á la casa y á las ºcupaciºnes en que
transcurnº su juventud ; el temºr …de cºmprºmetercºn una intemperancia ó ligereza de carácter el
pºrvenir de sumuj er é hij º ; y, pºr últimº, un sen
timientº de, puntº 6 de vanidad. ¿No a firmaba
Schegell que la dictadura de Crispín en el a lmacén— eran sus pa labras— estaba en vísperas deexpirar? Lº ciertº es que Perrin, cuandº nº letocase el asuntº de Ramón, des
'
cubrí_
a un ápicede desvíº del antiguº factotum. Nº lº llamabatan á rmenudº , á prºpósitº de cua lquier cºsa,cºmº antes. Otrº timbre—
el cºrrespºndiente al
empleadº de inmediata inferiºridad» á Crispín,
EL HOMBRE DE HIERRO 257
en el esca lafón de la casa empezaba á resºnarcºn frecuencia . ¿Seria que Perrin adiestrabaá un
prºbable sucesº r, á un futurº hombre de hierrº?Schegell aseverab
'
a que si. Crispín empezó á vercºn oj eriza a l emule, y llegó á tanto la cosa, queen el a lmacén se fºrmarºn dºs partidºs: lºs cris
pinistas y lºs parciales del prºbable sustitutº ,
capitaneades por Schegell.
Aquel las eran cuestiºnes de hºnra para /Ctº tS
pin. ¿Cómº abandonar, pues, la casa?Y sin
Sufrir, sufría, pºr el cºnflictº entresus deberes, porque era menester pensar en el trance ingrato, pºrque debía tomar resolución, y él nº es
taba acºndiciºnadº á resºlverse .
Ya nº esperaba el crepúsculº . A ! sºnar lascinco, juntº cºn todº el persºna l salía del a lma
cén, la cabeza cºmo un vº lcán, cojitabundo , in
quieto. Nº iba su casa directamente, sinº queascendía de la esquina de La Francia al Principal,cal le derecha hasta la Santa Capilla, haSta Mijares, hasta las Mercedes, iglesia y Virgen de su
devºción y preferencia . Penetraba en el templº ,y a l l í, en la penumbra, en la soledad, arrodillandºse, rezaba cºn fervºr, implorando á Diºs la sa
lud de su hijº , la sa lud de su madre . Pedia al
Señºr asimismº que tomase de ríspido en dulce ,el tornadizo carácter de María, y para él menºs
fragº sa la cuesta , y de nº tanta pºnderación la
Cruz de l'
a vida .
258 R . BLANCO -FOMBONA
Luego, al anochecer, volaba á su hogar. 3 11
placer consistía siempre en tomar a l chiquitin,
curarlo por sus manos, calentarlo á su pecho, ymecerlo y arrullarlo como estuviese el chiquil loimpertinente A pesar.de los achaques, el niño se
a ferraba á la vida. Ya gruñ ía como un porquezuelo. Cuanto a l solemne doctor Torticolis, cuando se le interrogaba movía la cabeza con gestodub itativo de evasión.
— Pero — inquiria Crispíncon el mismo desasosiego de los primeros días .
Ya usted. ve: va viviendo. Es un milagro;
pero se cumpl e .
¿Y que sera menester,doctor,para que viva?— Pues… que no se muera .
Y como la bruta lidad de la respuesta ilenabade pesadumbre al pobre Crispín. el médico,humanizándose, añadía:
— Se ha hecho cuanto indica la c iencia . Se le
ha aplicado para la oftalmia el agua blanca ; parala fiebre, antitérmicos en proporc iones dosimétricas; para la diarrea, sa lol, tannalbina, y hasta
pensé un momento en lavados intestinales con
agua noitalada . Ya usted lo ve mejor. En últimocaso recurriríamos á la dieta hídrica .
Crispín, desentendiéndose de la habitua l fra
seologia del gran Torticolis, ie imploraba, en
angustia-Sálvelo, doctor, per la Santísima Virgen. Yo
no soportaría ese golpe.
260 R . BLANCO-FOMBONA
su infelicidad y de la infel icidad de los suyos;que veía ó creía ver de noche, ya en sueños, yaen insomnios, fantasmas, muertos, ángeles, l lamasde infierno 6 sangre de a lguna degollina . Maríarehu
_saba todo a limento, creyéndose indigna de
la vida y declarándose pronta á matarse de inanición. Era unmartirio para todos, max ¡me paraCrispín. Cada vez que sumuj er se juraba indig a
na de a lentar y causa de la infel icidad doméstica,el marido se figuraba que a ludía á culpa conyu
ga l, á la fa lta desbonorante de que la acusó el anónimo. Pero otras veces negábase á dar asenso áta les suposiciones , por considerarlas descabelladas.
Sentía á menudo vivos impulsos de interrogarla .
La sorda sospecha, nunca desvanecida totalmente
, separaba su corazónde aquella mujer, a quien,sin embargo, se empeñaba en creer y aun creia
inocente .
En ocasiones, Crispín, huyendo á las reyertas
con sumujer, y temeroso de lanzarle en el ca lor
de una disputa el secreto á la cara—
porque no
quería, porque no podía, porque prefería la duda
á la seguridad de la falta, porque temía lanzarse
lo, no fuera María, en cólera y por desventura, áconfirmarlo escabullíase del aposento connubia l ; ycomo en las piezas de su madre no en
contraba sino recriminaciones y animadversión,semarchaba cabizbajo, pesaroso, vencido, al cc
rrai. Al l í, en la obscuridad y el silencio noctur
EL HOMBRE DE H IERRO L
nos, se echaba sobre las piedras del lavadero.
Miraba al cielo, testigo de su amargura, y medi
taba en el derrumbamiento de todas sus ilusiones,en presencia de las estrel las.
Cuando la servidumbre extinguia las luces dela casa, cuando ya todos estaban durmiendo, élse desca lzaba para no hacer el menor ruido, ycon sus zapatos en la diestra, y deslizándose porel caserón en quietud, iba echarse en el canapéadonde lo recluyera el desafecto conyuga l, a veces sindesvestirse, temerosode despertar a l niño
6 para evitar las amonestaciones de sumuj er.
Una ocasión quedóse dormido sobre las pie-º
dras del lavadero. Cuando se despertó estabahecho una sopa . El fino reiente nocturno, ó un si
es no es de garúa, lo hab i a ca lado hasta los huesos. Al día siguiente amaneció con fi ebre y unafluxión de pecho. Tuvo que tomar cama, y comola enfermedad degenerara en pleuresia, debió
por a lgún tiempo permanecer en reciusión.
Poco a poco, al cabo demuchos dias de padecer, fué recobr
_ándose. Cuando pudo tenerse
en pie, descoiorid0 , esquelético, pensó lo primero en restituirse á sus tareas del a lmacén. Peroa l l í estaba el imprescindible y tieso doctor Torticolis, con su cuello de ocho centímetros de a ltura y su eterna levita de ceremonia , que lo previno, diciéndole
—Si usted quiere sa lvarse, amigo mio, debesometerse a un tratamientohigiénico. Váyase in
262 R . BLANCO-FOMBONA
mediatamente al campo, á Los Teques. Nada detrabajo intelectua l . Descanso, mucha a limentación, mucha superalimentación: comer, l lenarsey seguir comiendo. Mantequilla a pasto. Tomarsus copitas de coñac, beber leche fresca y buenBurdeos. Y las medicinas que le indiqué : cápsulas creosotadas y WampolEinclinándose al enfermo, le agregó al oído
¡Ah! Y nada de contacto sexua l .CrispínLuz sonriósemelancólicamente . Luego
preguntó :— Pero, ¿cómo me voyal campo, doctor? ¿Y
el a lmacén? ¿Y el niño?— Nada . Nada l..o primero es la sa lud. A l niño
lléveselo. El campo le probara . Lo mismo que á
la señora . Todos esos pulmones han menester de
oxígeno.
Pero, ¿ al campo, doctor? ¿Solos? ¿Sin
usted?— Tranquilícese. Yo iré á verlos de cuando en
cuando. Además, en Los Teques hayexcelentes
lacultativos. YO les indicará a l lá un buen médi
co, discípulo mío de Patología interna . ¡Supón
gase !D ias después partían Crispín, María, la inse
parable juanita Pérez, el niño y la nodriza, para
Cantaura ,
264 R . BLANCO-FOMBONA
sa lud recobraba, sin darse cuenta, longanimidady mansedumbre, ysu corazón poníase tan rozagante como su cara .
El mismo cbiquitín, aunque apenas sacaba lanariz fuera de los corredores, dió en curarse delos ojos, en volverse un mamoncito de primera ;en una pa labra : se resolvió á sanar y a vivir,aferrándose con sus manazas al seno de la modri
za, y reclinazido comodamente la cabezota de hidrocéialó en el regazo del ama .
Sólo Cri5pín no mejoraba . Seguía flacucho; laliebre lo invadía la tardecita; sudores copiososempapaban su piel y las ropas de su lecho. Elmenor esfuerzo lo agob iaba . Comer, no comia, a
pesar de la prescripción médica . Parecía un os
pectro de puro flaco. El pescuezo le bailaba dentro del cuel lo de la camisa, ya holgado en de
masía para aquella magrura . Las manos huesudas,largas
, falángidas, nudosas de coyunturas, sólo
pel lejo y huesos, se dirían las de un esqueleto.
Los pómulos sa lientes, rosados por la fiebre, loshundidos Ojos, las arrugas, el pergamino del rostro, toda su descarnada
'
figura inspiraba compasión. Aveces, repantigado en un butaque, en elcorredor de la casa, ensayaba disipa r su tediocon la flauta; pero no bien soplaba un momento
en el orificio, postrábase desfalleciente.
Es como si levantara un peso demil kilosdecía .
Y entonces, juanita Pérez, por lanzar una saeta
EL HOMBRE DE HIERRO 265
y para distraer la morriña del pobre Crispín,agregaba
— Ah, si. ¿Como si hubiese cargado a a lgunade las Luzardo, no es cierto?
Cuando me cure— decía a su mujer— haremos umviaje por mar. lremos
“
á Trinidad, á Ciudad Bol ívar. Quiero ernba rcarme en un
“ gran va
por. Quiero conocer el Orinoco, Di, Marí a,
¿debe ser curioso, no es verdad? ¿Recuerdas¡El Soberbia Orinoco, de julio Verne, que leía-mos juntos?Memoraba su luna de miel, corrida en aquella
misma casa de Cantaura , poco tiempo atrás. Sela pasaba recordando su primer amanecer en lamontaña : a Petronila, coquetona y endomingada,echándole maiz á las ga l linas; á Juana la cocinera, que le dió /una camaza de leche recién ordeñada ; a juan, el. hijo de juana , que hendia leñaen un rincón de la cocina y que le presentó unramo de flores. Y luego la carrera de María hacia la cama, cuando la sorprendió en camisa, casídesnuda ; y la vocecita de la e5posa, que decía :
-Si es queme da pena, Crispín. De veras, meda pena . Tú, vestido; y yo así.
A menudo la llamaba :
¿María?
¿Qué quieres?Siéntate junto á mi; ven.
La esposa aproximaba una silleta la mecedo
ra de Crispín.
266 R . BLANCO-FOMBONA
—
¿Te acuerdas, María, de nuestra luna demiel? ¿Te acuerdas del viaje a caba l lo? ¿Te
acuerdas del ramo de flores y de la camaza de
leche que te l levé a la cama aquella primera mañanita de campo? ¿Te acuerdas?María se acordaba, ¡cómo no!, de aquel pasado
de ayer. Pero, ¡por cuántos vericuetos y precipicios hab ia discurrido su a lma desde entonces!
¡Supobre corazón sufrió tantol ¡Qué enfermo debía de estar, ahora se lo explicaba ella , ahora
que su corazón convalecia l Fuera de las cuatro
paredes de su casa, lejos de cuanto mantenía latente en su animo la fresca y emponzoñada herida de amor; sin el obligado pensamiento de su
amargura, gracias a distracciones y novedades dela vida campestre, curada físicamente por las
montañas, y mora lmente por el tiempo— grandoctor María , después de la crisis, tornaba á
la conciencia de sus deberes domésticos.
Dióse cuenta de la enfermedad de sumarido;
y pensó en la viudez y en la libertad como cosa
probable. En lo íntimo de su alma a lgo se ale
graba y sonreía ante la idea de la futura redención. ¡Volver á ser librel ¡Ah, qué felicidad!Ahora, con suexper1encza de la vida , ya no errar1a al
emprender otra vez rumbo. La idea de la viudezle sonreia y le angustiaba a l propio tiempo. Hu
b iera querido hallarse viuda súbitamente, un diaal amanecer, sin drama, sin peripecias. Le sucedía lo que á la persona que va en casa del den
268 R . BLANCO-FOMBONA
que la esposa perdía en rispidez . Y) como ésta ,convenciéndose cada día más del inevitable y
próximo fin de sumarido, le mostraba cada vez
mayor sol icitud, como si quisiera reparar todaslas injusticias anteriores, el optimismo de Crispín,el ciego y absurdo optimismo que tan caro le costaba á su inexperiencia, y que no desaparecía ni
con sufrimientos, ni á las puertas de la tumba,terminó por imponerse .
Las tardes iban todos si un colladito accesible,cercano, á contemplar las puestas del sol. Era uncapricho de Crispín. Apoyándose en el brazo desu esposa, y á veces también en el brazo de Juanita Pérez, caminaba el pobre enfermo, paso en
tre paso, penosa, trabajosamente . Por fin se lle
gaba; y sentándose en las sil las quejuan y Petronila conducían desde la casa , admiraban aquellasfi estas policromas del cielo.
Desde a l l í se divisaba un horizonte de montanas, lujuriantes de vegetación; un rompecabezasde montes y quebradas imposible de descifrar.
Parecía absurdo querer salir de aquella cumbresino volando por encima de crestones y cañadasde la cordil lera . En lo profundo de las quiebrasla obscuridad se escondía . Luego las laderas ibanclareando, hasta las cumbres, que chispeaban
como esmera ldas al sol del crepúsculo. Y a l lá enla ejanía, sobre el último plcacho, la gloria del
Poniente . El sol, arquero velado de su broquel ,a veces no se descubre; pero irradia en todo e
EL HOMBRED E HIERRO 269
cielo de Occidente lucesdivinas: nácares, conchas
rosadas, surtidores de gua ldos fuegos. Ya son fin
gidos anseres a lb icantes, pa lomas carmesíes, dra
genes de oro, flamencos de rosa ; ya son lagos deópa lo, fuentes de topacios en fusión, cascadas deróseas gemas; y arquitecturas grises y pizarrosas,»
por cuyos ventana les y boquetes surgen l lamasde incendio; torres de amatista, pilares de a labastro, cúpulas de corna lina . Triunfa en el vasto azurla gama del oro: en la joyería asiática del cre
púsculo predomman crisólitos, crisoberilos, rub ícelas, jacintos y topacios, rosas de fuego y liriosde sol. lmpera en el Poniente la gama íntegradel amaril lo, desde el ja lde profundo hasta el diamante de aguas at0 paciadas.
Joaquín y la señora de éste sol ían venir por lasmañanas. El hermano acompañaba al enfermo en
el corredor, ó bien, del brazo, lo sacaba al sol yá caminar un poco por los senderos, bajo los yagrumos, los guamos, los guayabos y los membril los, ó por entre los
“ cafeta les, ahora maduros.
— Respira este'aire — le decía j oaquin Esto
va á ponerte buenomuypronto. Me pareces muydéb il .El enfermo tosía con ruido extraño, como si
dentro de su pecho se quebrasen en añicos co'sasfrágiles y sonoras .
— Deseo curarme pronto. Mi anhelo es hacerun viaj e por mar. Nunca me he embarcado. Serádelicioso eso de que uno esté como en su casa,
270 R . BLANCO -FOMBONA
y, sin embargo, adelantando y sobre el mar.Pero no había que andar lejos. Se fatigaba mu
cho. La conducta de sumujer;“el retorno— como
él pensaba — del antiguo a fecto“ ; el que sumujerlo atendiese con solicitud y sufriese y perdonasesus impertinencias de enfermo, lo tenia conmo
vido.
— María es una santa = — decía á su hermano
¡Estuvo tan mal de los nervios, la pobre! Pero el
campo la ha transfigurado en corto tiempo. Yo
también me pondré como un Hércules, como tú,Joaquín.
María aprovechaba los paseos matinales deCrispín para sa lir ella con la concuñada . iban, de
preferencia, á bañarse juntas a un pozo rebosantede frígida agua crista lina . De la cima de unmontese de5prendía el chorrerón bullente con gran os
trépito; ca ía en una piedra cóncava, como la tazade gigantesca fuente, y formaba a l li la más deleitosa bañera . Luego el agua del pozo corría untrecho dentro de un cana l por la Natura leza labrado en la roca, y se despeñaba á su turno sobreotra piedra formando nueva cascada y nuevo
pozo. De allí desparramábase hasta perderse envarias venas de agua, en acequias, por entre loscafeta les.
Las muj eres l legaban, se zambul l ían, y chapuceando y riéndose como ninfas, pasaban una
hora feliz, dentro de aquella agua fresca, á la som
bra de los árboles, entre cantos de capanegras,
Una mañana se presentó Joaquin Luz caba
llo,más temprano que de costumbre, vivaz, dan
do v'
oces:—María ; Crispín.
¿Qué es? ¿Qué hay?
Es necesario prepararse ápartir inmediatamente.
¿Partir? Pero, ¿por qué?La guerra acaba deesta l lar.El genera l Hache
se a lzó anoche en el Guárico.
- Pero, ¿nosotros por qué hemos de partir?
preguntó Crispin, extrañándose de la actitud y
premura de su hermano ¿por qué hemos de
partir cuando aquí todo está en ca lma , y lo estará aún por mucho tiempo?
Crispin, ¡por D ios! Tú no sabes lo que dices.
Oye: acabo de recibir comunicación y órdenesterminantes del Comité revolucionario (Ke Caracas. Mañana al amanecer me a lzo yo, aqui.
R. BLANCO —=FOMBONA
—
¿Tú? ¿En Cantaura ? Pero, ¿estás loco? ¿Ytumujer? ¿Y tus hijos?Y como Crispín estaba viendo los granos de
café, rojos, maduros, cimbreando las matas, y lacosecha en vísperas, no se explicaba el absurdoabandono de la finca ; y con su buen sentido en
a larma , increpó á su hermano:—
¡Es un crimen, j oaquin! La cosecha, la finca,todo va á perderse . ¡Es un crimen. Cuando pudiéramos ponernos a flote con la venta del café y unpoco de economía . Nos vamos á arruinar. ¡Qué
locura !— No es locura . Cantaura , tarde 6 temprano,
vendrá á caer en manos de Perrin. La cosecha,además, es mediocre. El último desyerbo de esteaño, como ves, no lo hice . ¿Á qué gastar dinero,con la guerra encima y para beneficio de Perrin?Además, empeñé mi pa labra . Un golpe de fortuna en la pol ítica puede salvarnos todos. La in
tempestiva es la guerra . Mejor hubiera sido dentro de dos 6 tres meses; pero, ¿qué hacer?
—
¿Y su familia, joaquin? —
preguntó María, ena larma .
-Hoymismo sale para Caracas. Ustedes se
a listarán para irse también volando. Yo debí alzarme esta mañana ; son las órdenes. Pero impo
sible reunir la gente . Será á la noche 6 al amanecer: Prepárense, pues, á tomar el tren de la tarde.
Y torciendo su caba l lo, se perdió á la carrera
entre los cafetales.
276 R . BLANCO -FOMBONA
guerra, aquel documento enrevesado que los en
tusiasmaba, sin embargo, aunque ignorando por
qué. Iban presentándose con sigilo, uno a uno 6en grupos, conprecauciones de conspiradores deteatro, el arma debajo de
“la cobija “ ó manta ; y
se insta laban en los corredores y contornos de lacasa, 6 en los patios de la Trilia . Los más cautelosos ocultábanse a dormir entre los árboles.
Apenas amaneció estaban descuartizando va
rias yuntas de bueyes; y trescientos montañesesasaban en puyas de palo, al fuego vivo, trozos decarne . Los más precavidos se comían un pedazoy guardaban lo restante como bastimento en la
marusa ó morra l y hasta en capoteras de lienzoblanco, ya morenas de puro sucias. Vestia la ma »
yor parte ca lzoncil lo y ca lzón, franela y blusa
por toda muda ; en la cabeza sombrero de cogollo, de a las tendidas; y a lpargatas en los pies .
Otros iban de camisa, y no fa ltaban a lgunos de
paltó. Los había lajedos con cinturones dobles,en cuyo vano guardaban el dinero, si lo tenían;otros ceñían á la cintura una simpl e correa con un
bolsi l lo de cuero. De la correa ó del cinturón decada quien pendía, en su vaina, un cuchil lo demonte, más ó menos largo; y ostentaban a lgunos
en el cinto revólveres y puña les. Los más previsores se habían terciado un guaral, á manera detahal í, á cuyo extremo colgaba una taparita con
aguardiente ó con café, según la temperancia decada uno. A veces al extremo del bramante ceñi
u. HOMBRE DE HIERRO 277
do a la bandolera no colgaba una taparita de café6 aguardiente, sino mi cuerno de toro, hueco y
ya preparado para servir de vaso.
Algunos, fogueados en antiguas guerras, se
burlaban de los novicios, »dabanl
consejos, 6 re
ferían cuentos mi litares, cosas de guerra ; y lucíanviejos sables con ta labartes de cuero flamante óadornados con vistosos taha l íes,ya de lana,ya deestambre . Las espadas eran curiosas, dignas de
un museo; de tamaños, condiciones y orígenesdiversos: desde las puntiagudas y angostas comoaguijones ó pinchos, hasta las de tarama de platay ancha hoja, l lenas de maj estad y portderosas,capaces de competir con Durandal.En punto a cur10 51daden armas de guerreo no
habia que parar mientes; a l l í se hermanaban tercerolas de cañón doble, para cargar con cartuchos, ycarabinas de un cañón, de las que se dis
ponen con guaimaros, pólvora y taco. No escaseaban winchesteres, y los menos parecían losmáuseres, restos sa lvados de antiguas rebeliones.
Lo que si portaban todos eran cobij a s y machetes,
abrigo y arma indispensables inseparables delcampesino de Venezuela .
j oaquin Luz se presentó, por fin, á caba l lo, seguido de ocho 6 diez j inetes más: el Estado Ma
yor; j inetes que ostentaban espadas ywinchesteres de estreno. Era, indisputablemente, un belloespécimen de hombre joaquin Luz: de aposturavaronil, robustas espa ldas, erguida cabeza y des
278 R. BLANCO-FOMBONA
envoltura de ademanes. Su charla jovia l, su risafranca y hasta sunegra barba cuidadosamente recortada, le granjeaban voluntades entre los cam
pesinos. A la simple vista se comprendía que
aquel hombre, muysuperior á aquel la horda, tenía que ser el comandante . Vestía blusa de casimir azul marino, cuellierguida y abotonada á se
mejanza de un dormán. La blusa, depliegues verticales, se ajustaba con cintura de la misma tela .
El panta lón era del mismo color y paño; y ceñía
por fuera del panta lón, hasta la rodil la, polainasde charol, usadas, con hebil las metálicas. Montaba un caba l lo brioso, color zaino. So
bre las piernas del j inete, al desga ire, la“cobija “
de bayeta azul y roja, igual á la del más pobrecampista, ca ía á ambos lados, junto a los estribos.
Las dos familias estaban ya en la casa de lahac ¡ enda liando los últimos paquetes para partiresa mañana misma . Acercóse joaquin a l grupodel corredor, sin desmontarse ; echó hacia atrásel sombrero alón de terciopelo azafranado; se la
deo en la montura ; dijo a lgo a l oído de sumu
jer, que l loraba como una Dolorosa, fuebesandosus hijos, á quienes Juan, el criado, suspendíahasta los labios paternos; abrazó á Crispín, se
despidió de María, dej uanita Pérez, de Juana la
cocinera, de Petronila, de juan, de todos; y súbito, abriendo su caba l lo hacia el patio, después dela última despedida, le dirrgro la pa labra a su
gente, campechano, como buen camarada ,
280 R . BLANCO —FOMBONA
La esposa del insurrecto, abrazada con su pri
mogénito, continuaba l lorando.
—í—¡Pobre Joaquínl— suspiró .
—
¡Pob_
re Venezuelal— subrayó Crispin Elno. El es feliz . No ven ustedes cómo le sigue esamuchedumbre, adonde la lleve ; al bien, al mal, sila muerte . Parece un señor feudal .A las dos horas, pocomas, de haber partido
Joaquin oyóse de nuevo tumulto de tropa . Uno
de los niños que sa lió al patio, dijo, candorosamente
— Debe de ser papá, que se devuelve .
Pero no; no era papá que sedevolvía . Era tro
pa de l ínea : er an fuerzas del Gob ierno, acantonadas en Los Teques, que acababan de saber ela lzamiento ocurrido en Cantaura , y corr1an a so
focar la insurrección.
— Vete, Juan, que te cogen— gritó la vieja cocinera á su hijo, único ser con panta lones que,aparte Crispín, había quedado para transporte de
la familia y vigilancia de la hacienda .
Corrió ; pero no tan rápido que no le vieran.
— Al lá va uno desgaritado— observó un te
niente .
— Párese, amigo — le gritaron.
Y como el prófugo no sedetuvo sonó una descarga : , ¡poum, poum, pouml
Por fortuna juan corría como ungamo y logróembóscarse con rumbo al conuco suyo.
Los soldados lo persiguieron,
EL”HOMBRE DE HIERRO
El comandante de la fuerza, entretanto, muya tento, muy respetuoso, tranquilizaba la familia , presa de la mayor angustia . No había por quéa larmarse . E l no era
'
un verdugo. Pero recomen
daba el viaje a Caracas loantes posible. Losmal
hechores cundían en tiempo de guerra .
Juana, la cocinera , queriendo granjearse la voluntad del oficia l, le obsequió con una taza decafé, que éste se puso a apurar con la mayor conHanza .
Los soldados, de su cuenta, huroneando, entraban y sal ían por todas partes¡ l
ºetronila , muer
ta de miedo, se guindaba de las fa ldas de María .
juanita Pérez ofrecia en sus mientes una promesa á Santa Rita, abogada de imposib les, si la sa
caba con vida de aquel trance . Crispín ma ldecíala guerra . La esposa del cabecil la fingía serenidad. Los muchachos l loraban, El oficia l, sorbo ásorbo; apuraba su café .
De repente un traqueteo y una l lamarada , lo
lejos, solicitaron la atención. Los soldados habíanincendiado un rancho de paja, contiguo á la
Tril la .
A poco l legaron otros sold ados, arrastrandoun cuerpo. Era Juan, expirante, acribil lado a tiros.
La pobre madre, la vieja cocinera, al ver ¿1 suh ijo sanguinol ento, exánime, rompió en a laridos.
— Eso no es nada, vieja— dijo un soldado.
Perdido el miedo, colérica , desesperada, de
282 R . BLANCO-FOMBONA
safiadora, la pobre anciana, mostrando el puñocerrado, épica en su dolor, rugió :
—
¡AsesinoslOtro soldado,dirig1endose almoribundo,como
si el móribundo estuviera para chanzas, dijo, consonrisa idiótica ó ma lvada
— Anda, buen mozo, a liéntate para que sirvasá la Patria.
La V ieja, al oirlo, gruñó, desesperada¡La Patria ! ¡Ma ldita sea l
El oficia l, siempre muyrelamido, se empeñaha en consolar, demasiado vivamente, a Petroni la .
Crispín, agitando su cuerpecitoendeble, apostrofó á los militares, hecho una furia ; pero el esfuerzo y la excitación lo h icieron caer en la pol
trona, sudoroso, jadeante, descolorido.
La soldadesca partió, por fin, l levándose cadaquién una ga l lina, un panta lón, una a lmohada, elcántaro del tinaj ero, los cazas de la cocina, cua lquier cosa, lo que hubieron amano.
Al pasar sacudian bruta lmente los arbustos decafé . Los granos, olorosos, maduros, rojos, ca ían
por t ierra, perdiéndose como inútil l lovizna deredondos y encendidos cora les,
284 R. BLANCO —FOMBONA
era una carrera tendida á la eternidad. El pellejo
parecía pegado á los huesos. De la nariz á las
comisuras boca les se plegaban dos arrugas enormes que lo avejentaban de treinta años. El pelo,
no cortado con la periodicidad antigua, crecíaen mechones, y los numerosos y prematuros hilos de plata se apretaban en hacecitos albican
tes, en la fronda obscura y lacia de los cabellos.
Sumirada orbicular de buho parecía sa lir de unaca lavera .
Rostros olvidados, antiguas s ¡ rvrentes, ronda
ban la casa, pretextando inquirir“
nuevas del paciente . Hasta muj eres desconocidas, beatas deaspecto untuoso y desolado, se aventuraban en elzaguány los corredores. Las beatas, como las
moscas, buscan lo manido, se placen en los ver
dores de la descomposición y se interesan mucho, sin que nadie se lo pida, en la sa lvación dea lmas aj enas. La casa hervía , pues, en personasde esas que andan en sol icitudde ocasiones para
rezos, misas y cuchicheos de sacristía
La pobre María, en angustia, cuidaba de su
marido como la más amante de las esposas, yapesarábase, con ingenua sinceridad ahora, poraquella vida en fuga . Las cosas apremiaron tanto…
que un dia se trató de l lamar al sacerdote para
que prestase los ú ltimos auxilios espiritua les áCrispin.
—Todavía no… — opinaba María, deshecha en
l lanto. E l está aún entero. Vivirá mucho tiempo
EL HOMBRE DE HIERRO 285
más. Además, no cree en su fin. Sería angustiarlo. YO no me atrevo…
Pero las Luzardo se a lborotaban, se eneabri
taban como potros cerriles. Tratába $ e de salvarun alma . Fuera contemplacionesEl viejo espíritu de la Inquisic10n las poseía
la sa lvación por el martirio. ¿Qué venía á ser la
tortura sino un bien, puesto que el alma se redimiese de culpas? El dolor purifica . Á
/
confesarlo.
La osa mayor, humanizándose, limando sus ge
niales asperezas, trataba de convencer ¿1 María .
—
¡Pero tú no ves, niña ! Está agonizando. Pue
de perder de un momento al otro el conocimiento. Piensa en su a lma, en su a lma que es lo
principa l .—Yo no me atrevo á …decírselo— lacrimeaba
la esposa .
Horripilándose ante la probabilidad de que
muriese el enfermo, y hábilesen estratagemas religiosas, las Luzardo sugirieron un plan.
— Dile, María, que has hecho ,una promesa ála Virgen del Carmen para que lo cure. Dile quetú, que Rosal ía y doña j osefa, que nosotras to
das, vamos á confesarnos y á comulgar ese mis
mo día .
A la postre, vencida por los ruegos y las cxcitaciones, se aventuró María a'dar aquel paso.
Cuando expuso el mentido plan y le trató dela promesa, Crispín abrió desmesuradamente losojos y dijomelancólicamente :
286 R. BLANCO-FOMBONA
M Ya comprendo: piensas que estoy muyma lo.
Pero no. YO te aseguro. No puede ser. ¿Noesverdad? YO no me estoy muriendo, María, ¿di?Se iba angustiando con sus propias pa labras.
La esposa rompió á sol lozar.
Con el l lanto de la esposa, el enfermo, ya en
angustia, se desesperó . Pavorido, empezando al
darse cuenta, temiendo comprender el extremode su caso, y en la necesidad de agarrarse deuna brizna de esperanza, preguntó, l lorando, á su
mujer— Di, María, yo no me estoy muriendo, ¿no es
verdad?
Y como en acto de contriclon repetía:
— Yo soycatólico, apostólico, romano. YOme
confesaré . Que me traigan al padre lznardi. Pero,no, yo no estoy tan ma lo, ¿no es verdad?María empezó á tranquil izar aquella angustia
de moribundo que la transía de piedad y dedolor.
—No, Crispín, no creas que estás ma lo; no locreas. Te confesarás mañana, pasado, cuandomejores, de aquí á un mes.
—YO soycatólico, apostólico, romano— repetía el enfermo, como en la esperanza de que por
ser católico, apostólico y romano la muerte lorespetaría .
Convino en confesarse; más, acaso, en busca
de muletas para su voluntad desfa l lecida que en
la comprensión clara del ú ltimo trance ; más bien
88 R . BLANCO -EOMBONA
que se escapaba aquel la a lma de sus grasientasmanos; y en la bruta l idad de su religiosismo as
trecho, mugroso y carnicero cayó sobre la víctima .
hermano.
Pero el herniannma l podía persignarse.
A lzando la cabeza de entre las a lmohadas, l ívido, el cabel lo erizo, los ojos sa ltones, las narices palpitantes, 1rguzo el busto, mientras cabeceaba y manoteaba, desesperándose, en busca dea ire .
Persígnese, hermano.
“YO ¡mcador Va
mos, comienza:“YO pecador
Nadie había tenido tiempo de retirarse. El
doctor Tortícolis, en son de protesta, empuñó susombrero y se fué. Rosendo, herido por la actitud del clérigo, dijo, en tono de reproché
—
¡Padre, por Dios ! Déjelo, que se ahoga .
El fraile fulminó una mirada feroz hacia el punto de donde surgía la voz de amargura, la voz
fraterna y compasiva .
El enfermo, tras un esfuerzo último, dejo caerla cabeza y permaneció un instante exánime .
—María, María— murmuró, por fin, con acen
to imperceptible .
- Aquí estoy, Crispín— repuso la esposa, tomandº entre las suyas la flaca mano del en
fermo.
“ El fraile insist10Hermano: olvide las vanidades del mundo.
EL HOMBRE DE H IERRO 289
Rompa los lazos de la Piense en Dios
que lo aguarda . La misericordia del Señor es
infinita . Vamos, hermano:“YO pecador
“
Hizo una seña con la cabeza para que los circunstantes se a lejasen, y fueron /saliendo sobre la
punta de los pies: María, Eva, doña Josefa, Rosalía, Juanita Pérez, la esposa de Joaquín, las Lnzardo, Rosendo, Ramón, Mario, Adolfo Pascuasy el doctor Luzardo.
Cuando el enfermo se dió cuenta de que todoslo abandonaban, se angustió horriblemente y em
pezó á clamar:
¡María, María, por Dios! MiEl fra i le salmodiaba con energía :—
“Yo, pecador, me confieso á D ios Todopoderoso y á losEl enfermo no decía nada.
Vamos, repita, hermano.
Entonces Crispin, el acento entrecortado por
los sol lozos, murmuró :— Ahora no, padre. Mi mi mo…
LO que el infeliz quería, de seguro, era abrazarlos, verlos en torno; era no morir, no morirsesin hablar, sin decir a lgo que le estaba oprimien
do el pecho.
El fraile proseguía, impertérritoy á los bienaventurados siempre Virgen
Maria y SanM iguelDesde la pieza contigua, adonde se refugiaron
1 9
290 R. BLANCO-FOMBONA
deudos y amigos, no se percib1a sino un confusocuchicheo; sordo rumor que, sin embargo, ta ladraba los oídos y las a lmas.
Y de súbito, cerniéndose por sobre las vagaslamentaciones y. los sol lozos del expirante , se oyóclara, concisa , enérgica, la voz del fraile
— Resígnate. D ios va á recibir tu a lma .
l lames sinoa él .
292 R. BLANCO-FOMBONA
puerta , bajo los paraguas, en silencio. Apenasexpira en los aires la campanada última de lascinco, los caba l leros se abren en fi las y se descubren, en acera y zaguán, último adiós y postrera reverencia a l que pasa dentro de urna forrada de paño negro y en hombros de seis empleados de la agencia funeraria .
Ya en el coche el ataúd, se le enguirna lda en
tomo con guirna ldas de flores. A l través de loscrista les, opacos por la l luvia, las flores parecenmarchitas.
Rompe á andar el carro fúnebre, con su fruto
podrido adentro, y la comitiva lo sigue. Los se
nores dan sa ltitos para evitar los pozos de agua .
De la casa mortuoria sa le un lamento, comode mujer que se hubiese torcido—unpie.
A las nueve de esa noche ya había cesado del lover. Los relacionados se apresuran á cumplirel triste deber del pésame con la Viuda y familiade Crispín Luz. Crispín Luz fué, en concepto decuantos iban l legando,
“un modelo“
: buen hijo,buen esposo, buen padre, buen hermano, buencaba l lero, buen c¡udadano,
“un modelo“
, en fin.
Y para a lgunos el principa l mérito del muertoconsistía en haber sido por años empleado deconfianza en la casa Perrin y C.
3
EL HOMBRE DE HIERRO 293
El señor Perrin, acatarrado, no pudo asistir al
entierro; é imposible exponerse á la humedadesta noche. Pero en su ¿reconocimiento hacia el
hombre de hierro, durante varios años de facto
tumismo, el señor Perrin ordenó á sus depen
dientes— Es necesario que ustedes concurran en cuer
po á los funera les del señor Luz. Fué un emplado“modelo“
Y a l l í estaba esa noche toda la casa Perrin yCompañía,menos el jefe .
— Imposible que el señor Perrin se expusiera
á pil lar una pulmonía — expresabauno de los pé
queños aprendices de Mercurio, como si cl
señor Perrin fuese una cantatriz .El probable sustituto de Crispín, el que venía
reemplazándolo en la confianza y los quehaceresdel a lmacén, decia :
— La Casa se ha portado admirablemente.Paga los gastos del entierro.
— Sí— añadía otro y eso á pesar de la desavenencia del señor Perrin con Ramón Luz.
—
¡Y la corona l— exclamaba un tercero.
— Es de siemprevivas de porcelana, y va le porlo menos 50.
— No exageremos — dqo Schegell, con0 ienzu
damente, metiendo baza — cincuenta pesos no
cuesta ; pero está facturada en
Las charlas se localizabari por grupos. Al entrar se buscaba á a lguno de los deudos del fene
294 R . BLANCO -FOMBONA
cido; se le veía y se era visto por él ; se le dirigíaalguna frase, por el estilo de este clisé : “
LO
abompaño en su sentimiento ó se * le pa lmeabaen el hombro como fraternizando en el dolor; 6bien Se l e estrechaba la mano con intención,… elaspecto compungido, ó con gravedad cómica,.
mientras se le veía en los ojos fijamente con miradas de pesadumbre ó de conmiseración. Y se
pasaba luego á cualqu1era de los grupos adonde'
se encontrasen personas amigas, á conversar unrato de todo, hasta del muerto.
En uno de estos grupos de gente moza —
ami
gos de Ramón y de Eva Lucio de la Llosía dejócaer estas pa labras,“ saboreando de antemano lasensación de importancia que produce el diva l
gar cosas no sabidas:El afortun'
ado es Brummel .
¿Afortunado, por qué? ¿Se ha repetido al
guna otra escena como la de Macuto?—
preguntóa lguien.
Y Esteban Ga lindo insinuó º
— Para su reputación de Tenorio basta con
aquél la .
Lucio de la Llosía se amostazaba interiormente
pºrque la parleria de los demás estaba impidien
do el que su noticia cayese con la gravedad queél deseaba . Tuvo que soltarla de rondón.
— Pues, señores: Brummel seembarca hoyen
La Guaira para Europa .
—
¿Para Europa, él?
296 R . BLANCO —FOMBONA
Y levantando el índice de la derecha, en tono
profético, añadió :— Cuatro meses le doyde vida . Esto se desmo
rona, se lo l leva el diablo. Ya huele á muerto.
El petulante de laLlosía,aunque no sabía inglés,
pronunció á trompicones esta frase de Shakes
peare, cuyo significado conocía,yjuzgó oportuno— There is something rotten in theSta te.
La casa resplandece . Faroles ó girándulas, distanciados de un metro, penden en ringlas de laslumbres; y de las g¡ randulas cuelgan á su vez, ymariposean en el a ire, cintas negras. Fundas delienzo blanco, listadas por negra franja de gro
mate, disimulan la a legría de espejosyde cuadros,mientras que en el corredor de entrada hileras desil las fúnebres, á ambas manos, aguardan las ac
titudes hipócritas de la condolenciaEn el gran sa lón de la casa no había sino hom
bres. Las mujeres se refugiaban en la antesa la, entorno de la viuda y de la s amigas íntimas de laviuda . En la atmósfera flotaba un ambiente decreol ina y de éter: el fenol desinfectante y el reactivo de los soponcios y de los ataques de nervios .
—
¿Cuántos niños te quedan, María? —
pregnataba una señora á la viuda, tuteándola , á pesarde una amistadmuyde superficie.
-Uno, unvaroneito.
— No es mucho— observó la buena señora .
—
¡Pobre Crispin— gimió la viuda, sinp1zca deironía— tan atareado siempre !
EL HOMBRE DE HIERRO 297
Y refería, la milésima vez aquella noche, la vi
da y los quehaceres de su marido. Y la señora
ol ía, mientras conversaba, las sa les de un pomo.
Eva, hacia el interior, en servicio de sumadre,si quienya fué imposible ocultar la rea lidad, venía
en frecuentes carreritas, sobre la punta de los
pies, al comedor, adonde Rosa l ía,Ana Luisa Perrin y a lgunas otras íntimas se habían reducido áconversar. A l l í estaban también Adolfo Pascuas,irreprochable en su traje negro, con cara de hastío, en un rincón, mudo, solo; y Mario Linares,muynervioso, siguiendo con los ojos la figuritade Eva cada vez que ésta se a lejaba, y empeñado, cuando la niña regresaba, en consolarla y distraerla, charlándole á la oreja con una solicitud
que hacía camb iar sonrisas de inteligencia entreAna Luisa Perrin y Rosal ía .
Por fin los visitantes comenzaron á partirse.
Rosendo en la sa la, Ramón en el corredor, yen el saloncitoMaría y doña Josefa, asesoradas deJuanita Pérez, despedían el duelo. B ien pronto noquedaron sino las
'
personas de la fami lia .
Cuando el portón de la ca l le traqueó para cerrarse definitivamente esa noche, ya extinguidaslas luces, María comprendió por primera vez loirremisible de la ausencia de su compañero; y á
pesar de la infelicidad de su matrimonio, á pésar de sus vanos ensueños de viudez y de libertad, a pesar de todo, rompió á l lorar de veras …
con l lanto generoso é irrestañable.
300 APENDICE
Rares sont les écrivains américa ins dont le nom est par
venu a dépasser un groupe restreint de littérateurs et d'inities. M. R. Blanco-Pombone est de ceux— lá Il est considereaujourd,hui comme un des meil leurs poetes de langueespagnole.
En France, il est connu surtout par ses ceuvres en prose.
De nombreux articles publiés dans les revues parisiennes,et surtout un volume de contes traduits en francais sous le
titre de Contes Áme'rica ins, Pont fait apprécier comme un
des hommes qui connaissent lemieux lemouvement intellectuel de l'Amérique latine et comme un conteur délicat, unesprit d
'observateur et pénétrant, en meme temps qu'une
5me tendre qu'aucune ¿motion ne laisse indifférente.
"
Ce sont ces mémes qua lités,ma is singuliérement dévelºp
pées et élargies, que nous retrouvons dans ce roman qui va
etre publié pour la troisieme fois, EL HOMBRE DE HIERRO,L'HOMME DE FERC'est l ºhistoire d'une vie, d
'une pauvre vie d
'honnétc
homme, misérable et bon, oi1 lºon trouve beaucoup de
dévouement, beaucoupde travail et beaucoupde souffrance.
Crispín, premier employé de la ma ison Perrin et Cie,
épousé María qui ne l'a ime pas, qu
'il n'aime guere d'abord,
ma is dont il s'éprend de plus en plus . A mesure que sa
passion augmente, les sentiments de sa femme se transforment. El le passe de l
'índifférence la froideur et de la froi
deur la ha ine. El le se prend détester son mari de tout
( l ) CEuvresdeM . R. Blanco—Fombona .
Prose: “
Cuentos de poeta“ , cantes—'Más allá de los horizontes " , voya
ees ( l 903) .—“Cuentos americanos“ , contes ( l9o4) .
—“
El Hombre de Hierro ,roman —
'Letras y letrados de Hispano-América , études de cntique et
d'
histoire httérarie"
( l908 ) .—"
La evolución política y social de Hispano-America
"
, étude de sociologie et d'
histoire ( l9 l —“
Judas Capitolino“ ,étude politique
( l9 l2) .
Vers : Patria" ( i895) . Trovadores y Trovas ( i899) . Pequeña ópera.lírica“ ( l 904) .— "
Cantos de la prisión y del d&tierro“Traduits en francais : "
Contes américains" —"
Audelades horizonspoémes ( l
5
JUIC IOS cnir1cos 301
coeur et, tandis queCrispín ruine sa santé pour apporter plus
d'a isancc chez lu1, sa femme se donne un bellátre profes
sionnel, qui, bien entendu, la méprise, une fois son caprice
satisfa it. Crispín a bien quel ques soupgons qu'
une lettreanonyme a fa it naitre, mais la confiance est plus forte que ledoute. Puis, un fils lui est né, qu
'il a,ttenda it avec impatien
ce, et il oublie ses souffrances enbergant dans ses bras le
petit etre informe qui est son enfant . Ma is Crispin a trop
presumede ses forces. Le trava il opiniatre auquel ils s'est
livrependant longtemps, a achevé de l'épuisier. ll meurtla peine, et c
'est a lors seulement qu'on commence lui ren
dre justice. Sa femme, peut-etre parce qu'
el le éprouve que!
que remords, peut-étre aussi parce qu'el le se sent seule et
que l'abandon lui pese, pleure celui qu
'el le a trompé et
dont el le a háté la fin, et el le le regrettera . pendant quelquetemps dumoins.
Tel est, brievement raconté, le sujet du roman. I l estmince, mais l
'auteur l
'a voulu a insi. I l n'a pas cherché a ex
citer un intérét de curiosité, il n'a pas voulu nous fa ire
a ttendre avec impatience uneconclusion sans cesse retardée.
I l a pla cé le dénouement au premier chapitre. M. BlancoFombona ne s
'adresse pas aux clients habitucls des roman
ciers feuilletonnistes. Son livre est fa it pour le lettrés et il atout ce qu'il faut pour leur plaire.
L'HOMME DE FER est á la fois un roman psychologique et
un roman demoeursf C'est une étude de deux individua l ités:
Crispín et sa femme María , et c'est aussi la peinture de Cura cas et de la société caraqueña .
Crispín est un brave homme et un pauvre homme.
'
C'
estun cmur a imant et tendre, une áme na
'
1've et droite. ll incarne
tous les bons sentiments de la bourgeoisie.
“ I l éta it ponctuel, sobre, cheste, économe.
“ I l aurait fait un excel lent petit épicier. Mais il est timide quand il est dans le monde; ilest doux, il est faible. I l est topt désigné pour Etre une victime et il en est une en effet. D'ebord, dans sa famil le, sa
mére ne l'aime guére et lui préfére ses freres, dont l'un
302 APENDICE
est un viveur sans scrupule et“
l'autre un robuste prop1eta ire
rura l . Toutes les foix qu'il y a des ta loches recevoir, Crispin est l á.Devenu grand, il est entré comme teneur de livres chez
Perrin et Cie et son zéle, sa régularité lui ont fait peu peu
gravir tous les degrés de la hiérarchie commercia le. De
modeste employe, I l est devenu le second de la ma ison,
l'homme de confiance, le bras droit dupatron,“ l'homme de
fer“ de Perrin et Cie. C'est l'employé modele, venu au bu
reau le premier, parti le dernier. ll connait toutes les a ffaire:de la maison; il est fier de sa puissance; il l
'a ime avec
passion. Cet homme si"
probe dans la vie privée a moins de
scrupules en a ffaires. Tous, ou presque tous les moyens lui
para issent bons quand il, s'agit d'augmenter les bénéfices de
Perrin et Cie. I l ne se demande pas si une entreprise est
honnéte. A-t-el le des chances de succes? Sera -t—el le fruetueuse? Oni? Alors il faut la tenter. Les a ffaires rendentC rispín impitoyable.
El les ne lui font pourtant pas oublier ses autres devoirs .
Comme il fut le modele des fils, il est encore l'époux modéle Sans doute, ce n'est point l'homme auquel révent lesjeunes filles, mais en revanche il représente le type parfa itdu mari que les meres prudentes cherchent pour leurs en
fauts. Crispín est loin d'étre bean: ma igre, long, ma ladif, illes yeux enfoncés et ronds; il joue de la clarinette; il
rori fle; il ne sait pas causer avec esprit. Il est insupportab leet sa femme le trompera . ll a des qua lités solides, sans doute,et c'est quel que chose; ma is il a de petits défauts.
j e dissa is que Crispín éta it un petit bourgeois,ma is c'estun petit bourgeois de province, aux idées arriérées ; il est
religieux et practiquant; il croit la vertu, l'honneur, a la
pudeur aux lois. ll est méme pa triote! Quand je vous disaisqu'il éta it insuppoñ able!La femme de Crispín, María , forme un parfa it contraste
avec son mari. C'est une ame étrange que la sienne, une pé
tite áme ma lavide, faite pour souffrir et pour fa ire souffrir .
304 APENDICE
autorita ire et dure… mais faible pour son fils favori qui lavole et la ruine; doña Josefa , l'éternelle lectrice de romans,
qui voit le monde travers les récits de ses auteurs favoris ;un moine farouche, un pretre moderne aux idées l ibéra les,bel le figure unpeu idéa lisée, mais fort attachante; d'autresencore, des hommes d
'affa ires, des employés, des dévotes,
une foule d'hommes et de femmes esquissés en quelques
tra its ou étudiés plus longuement, ma is tous bien vivants ettres nets.
C'est que EL HOMBRE DE HIERRO est aussi et peut-etre
surtout, un roman demceurs . Nous y trouvons une peinturetres fouil l ée de la société de Caracas . Le …monde des a f
faires est presque au complet. Riches négociants, petitsemployés passent sous nos yeux et nous dévoilent les se
crets de leur vie. Nous voyons comment il faut s'yprendre
pour lancer un produit pharmaceutique; nous apprenons
comment, sous le convert de la philanthmpie, on peut fa irede bonnes a ffa ires. Le pét usure, la vente temperament,les opérations louches, toutes los affa ires, sont convenablement exploitées lá-bas comme ici et nous n
'avons rien nous
envier ni nous reprocher les uns aux autres. A gquoi bonvoyager, si tout est partout pareil? Lá—bas comme chez nous,comme ail leurs, nous voyons les employés pleins demorguedeven leurs inférieurs, serviles devant le maitre, ca l culer,combiner, intriguer pour gagner les faveurs, préts toutsacrifier pour arriver ou pour conserver le poste conquis.
La haute société parait peu dans ce roman . Nous entendons parler parfois de quelquegrand personnage politique,
nous voyons les effets produits par une décision du pouvoir.
Mais politiciens et hauts fonctionna ires restent dans la coulisse. II y a cependant sur D . Cipriano Castro et ses dif
férends avec les puissances etrangeres, quelques pages fortcurieuses dont on ne peut que conseil ler la lecture tous
JUIC IOS CRÍT ICOS 305
ceux qui désirent se faire une opinion exa cte sur l'ex-pre
=
sident de la répub l ique de Vénézuela . Si l'
on veut quelquesrenseignements sur les maeurs pol itiques de lá—bas, il fautlire plut6t dans les Contes Ámerica ins de M . Pombone,
le joli récit intitul é Democracia crio_lla =
Le peuple, en revanche, tient dans EL HOMBRE DE HIERROune place a ssez importante. Non pas que M . Blanco-Fom
bona noux présente de individus, ouvriers ou paysans,comme il l'ava it déjá fa it dans El Cana lla SanAntonio et
Democracia criolla . Peut-éºzre l'aut-eur a —t-il cm que ces
gens simples et rudes ne saura ient offrirmatiére l'ana lyse,
et que c'est tout au plus si leur extérieur barba re
,leurs a i
lures pittoresques fourmssent un sujet de conte ou dexnou
vel le. Oupeut-etre tout simplement a — t-il voulu les réserver
pour nous les présenter plus ta rd dans un livre qu'il leur
consa crera spécia lement . Toujours est-ii que daña son
ouvrage, c'ets la foule seule qui parait. M º Blanco-Fombona
connait l'art de fa ire mouvoir les masses, de les grouper, deles précipiter ou de les retenir et de faire non seulement untab leau pittoresque,mais encore demettre en relief quel quetra it essentiel de la psychologie d
'une race.
Voici,par exemple, comment,de l'autre coté de l'au, écla te
une revolution a la campagne:“La proclamation du chef des insurgés, imprimée a Cara
cas, circulait déjádans fout le pays. Cette déclaration, dis
tribuée quel que temps avant le soulévernerit, éta it pleine demots ronflants, comme tout bon document subversif; on yfa isait le serment de renverser la tyrannie, de sauver la patrie et de répandre le bonheur dans le pays, ha zonnette au
canon, on y invitait les Vénézuéliens, avec toute l'empha sede notre emphatique langage politique, aa ccomplir l
'ce1wre
terrible de rédemption; on fa isa it appel a teus, sans dis
t inction d'opinion, tous les hommes de honue volmáté
sans parti pris d'exclusivisme.
“Rédempteurs a ins i s'áppe
w
laient eux-m'
émes les rebel les . Et la révolution s'éta it don
né le nom grotesque de “Révolution
306 APENDICE
Le soir tomba it peine quand les re'
dempteurs a rri
v“
erent.C'
étaientdes paysans et des journa l iers des environs,pauvres diab les, cha ir a canon improvisée, futures victimes,incapab les de déchriffrer la proclama tion de guerre, ce document entortil l é qui les remplissait d
'
un enthom ia sme dont
ils ignora ient le motif . lis arriva ienmystérieusement, un pa run ou en groupes, avec des précautious de c0 11 5pira teurs de
theatre, cachaut leur » : a rmes sous leur couverture la cobi
j a ils s'
insta lla ient dans les corridors ou dans les dé
pendances de la maison. Les plus prudents a l la ient se
cacher sous les arbres pour dormir.
Au petit jour, ils abattirent et dépecérent pluszeurs
pa ires de bceufs, puis ils firent cuire les morceaux de viande,
embrochés sur des baguettes, devant un feu pétillaut. Les
plus prudents en mangea ient une pa rtie et ga rda ient lereste, ¿es uns dans des musettes, les autres dans des secs delin tout noirs de crasse. La plupart porta ien pour tout cos
tume des ca legons et des culottes, une flanelle et une blo;1 3e;
sur la tete, un chapeaude pail le aux larges a iles ; aux… pieds ,
des espadrilles .D'autres éta íent en bra s de chemise,
d'autres
memeen pa letet. ll y en ava itde sangl és dans des ceintmons
doub les, ouils metta ient leur argent quand ils en ava ient ;
d'autres portaient autour du cºrps une simple courroie avec
une poche de cuir . A la courroie ou au ceinturon, un cou
teau de cha sse plus ou moins long éta it suspendu dans sa
ga ine. Quelques-uns ava ient des revolvers et des poigna rds .
Les plus avisés porta ient en bandoul1ere, en guise de hau
drier, une ficelle au bout de laquelle se ba lang:ait une petite
ca lebasse remplie d'áu-de-vie ou de ca fé, selon les goíits
de chacun. Pa rfois la ca leba sse et le ca fé ou i'eau—de— vie
éta ient remplacés pa r une come creuse préparée pour ser
vir de verre.
( l ) L a"
colega que portent les paysans vene¿uhena est une sertede couverturede lame,
percée d'unnou au centre pour laisse1 passe; le téte, el mu les protege deA Ala plu1e etduvent EnArgen tine lememe veiement est Apps,ze f !
poaº cho en Colomtne
“
chan“
aX
—
l
308 APENDICE
fa isons le sacrifice de notre vie pour renverser la tyrannieet imposer la léga lité et la justice. Les armes sont aux
mains des ,ennemis. Al lons les 1… prendre. Vive la Révo
lutionl
On n'entendit qu'nn eri sonore, ardent, enthousiaste
— Vivaaaa l
,,Puis le chef éperonna son cheva l et disparut parmi lesa rbres suivi de toute sa troupe, cava l iers et fantassins .
Deux heures en plus aprés le départ de j oaqum, on
entendit de nouveau le loruit d'une C'éta ient des
soldats d'infanterie, les forces dii gouvernement cantonnéesLos Teques, qui venaient d
'apprendre l
'insurrection de
Cantaura et qui accoura ient pour l'étouffer .
Va -t-en, Juan, en va te prendre, cria la vieil le cuisi
n1ere son fi ls, le seul homme demeuré pour surveil ler la“ha cienda “ .
s'elenca , ma rs sa fuite ne fut pas assez rapide pour
l'emp
'
écher d'etre vu.
— Eu voilá un qui s'en va , fit observer un lieutenant .
— Arretez, l'ami, cria —t—ou.
Et comme le fugitif coura it de plus bel le, on entenditune décharge: pouml pouml poumlHeureusement, _juan coura it comme un cerf, et il réus
1
sit gagner les bois . Des soldats s'élancérent sa pour
suite.
,,Pendant ce temps, le commandant de la colonne, tresempressé, tres respectueux, tranquil lisait la famil le en proiela plus atroce angoisse. ll n
'
y“
ava it pas de quoi s'a larmer.
I l n'éta it pas un bourreau. Toutefois, il conseil la it de partir pour Caracas le plus tot possib le. Les ma l fa iteurs abonda ient en temps de guerre.
nana la cuisimere, voulant gagner les sympathies del'officier, lui offrit une ta sse de ca fé, que celui—ci acceptatres simplement .
,,Les soldats fureta ient pour leur compte. On les voya itentrer et sºrtir de tous les c6tés. Petronila, a demi-morte
_]UICIOS cameos 309
de frayeur, s'
accrocha it aux jupes de Maria . juanita Pérezfaisa it menta lement un voeuaSanta Rita . La femme du chefrebel le a ffecta it le ca lme. Les enfants pleura ient. L
'
officier
buvait son ca fé apetites gorgées .
,,Soudain on entendit un crépitement et une vive lueurbril la au loin. Les solda ts vena ient de . mettre le feu a un
rancho de pa ílle voisin de la Tril la .
Bient6t d'autres soldats arrivérent, trainant un corpsinerte: c'éta it Juan, expirant, criblé de ha lles .
La pauvre mére, la vieil le cuisiniére, en voyant son filssanglant, évanoui, éclata en cris .
— Ce n'est rien, la vieil le, fit un soldat .
N'ayant plus rien craindre, furieuse, désespérée, pro
voquant les soldats, la pauvre vieiiíe isur montra le poinget rugit:
— Assassins!Un autre soldat, s'adressant au mourant, lui dit avec un
sourire idiot ouméchant— Al lons, mon ga rgon, prends courage pour servir la
pa trie.
,,La vieil le, en l'entendant, eut un grognement désespéré
-La patrie! Maudite soit-el le!Les soldats partirent enfin, emportant l
'un.une poule,
l'autre un panta lon, celui-ci un coussin, celui-lá la cruche dufil tre, cet autre la cuil ler pot, tout ce qui leur tomba itsous la ma in.
,,En passant, ils secoua ient bruta lement les cafe1ers .
,,Les gra ines odorantes et múres tomba ient terre et se
perda ient comme une petite p lu1e mutile ,de coraux rougeset ronds.
M . Blanco-Fombona excel le encore dans les tableaux demoindre ampleur. Citons entre autres i'enterrement de loaqu1n Luz qui est un morceau tout fa it réussi.
310 APENDICE
l l semblera it que de la lecture de EL HOMBRE DE HIERROdíit se dégager une impression a ssez pénible. La société quinous y est dépeinte se compose d
'ordina ire de coquins, de
jouisseurs, de ma lades ou d'imbéeiles. La bonté est une fa i
b lesse, la vertu une nia iserie . Le dévouement est exploité,l'honnéteté est ridicul isée. Tout ce tab leau si sombre nous
est présenté simplement, sans éclat, sans fra cas, sans récri
mina tion. C'est la vérité méme,
“ l'amére vérité“ .Anous de
conclure; tant pis s i nous disons avec un des personnages:“Yo reniego de la virtud. ¡Qué asco! “
Pourtant le l ivre ne nous laisse point cette sensation d'ac
cablement qu'on eprouve d'autres lectures. C
'est que l
'im
pa ssibilité de l'enteur est loin d
'etre complete. On sent
souvent en lui l'homme qui a des croyances et qui veut lesfa ire partager, et par la le l ivre nous plait davantage. Mon
sieur Blanco—Fombona aime son pays, et il le défend eon
tre les injustes critiques dont il est l'objet. ll en a ime la
beauté du ciel , la richesse du sol. l l l'a ime pour tout l'ave
nir énorme qu'il sent en lui. S'il dit de dures vérités ses
compatriotes, c'est parcequ
'il éprouve pour eux une grande
tendresse, parce qu'il les voudra it plus puissants, plus a ctifs ,
plus unis. I l croit en somme qu'on peut espérer quelquechose puisqu
'il prend la peine de donner des legons .
On s'est demandé parfois, s
'il exista it une l ittérature
américa ine. Quelques-uns le croient, d'autres le nient, a ffir
mant qu'il n'ya qu'une l ittéra ture espagnole qui se déve
loppe en Espagne et Amérique. Cette dermere opinion ne
me parait pas justifiée. Sans doute, lesdivers états de l'Amérique latine ne possédent pas encore une personna l ité artistique tres marquée. Ils sont pourtant bien différents de l
'Es
pague.
“Le peuple américain n'est plus le peuple espagnol , il est
312 APENDICE
de ne'
o—espagnol qui sera it du franca is pa r la syntaxe, comme aussi par un grand nombre de termes , philosophiques outechniques, qui passent en espagnei avec une désinencelégérementmodifiée.
Les questions grammatica ies ont en Espagne une grandeimportance, et, a lors qu
'en France personne ne se scanda
l ise ni méme ne s'étonne de ce qu
'ºn emprunte la langue
angla ise la terminologie sportive, par exemple, ies intellectaels de la péninsule surveil lent avec un sein ja loux l'usagede la langue ca stil lane et s
'efforcent
'écarter tout élémentnouveau qui viendra it troubler la pureté de sa tradition.
On ne peut que louer un parait zéie aussi bien que la
tíiche proposée. On peut se demandar cependant s'il n
'
y
aura it pa s un meil leur emploi fa ire de i'activité et de
l'ener'gie nationa les. L'important n
'est pas qu
'on appel le le
jeu anglais footba l l, ou “ futbol“,en ericore meme “ ba lom
pié“
, a insi que le nomment quelques—uns . Si la chose est
étrangére, l'aura —t-on rendue nationa le en changeant son eti
quette? Et parviendra — t—on meme la changer? Le resultat est douteux et, dans tous les cas, d
'irnportance mé
diccre.
il est certes essentiel pour un peuple de conserver ses
traditiens, ma is il est dangereux de ne pas chercher as'
adapter aux circonstances. M . R. Blanco—Fembona oh
serve une sage a ttitude. ll consta te les medifications et la
lente transforma tion subie en Amérique par le castil lan.
“Les plus éminents parmi les écriva ins nouveaux de l'Amé
rique, dit-il, ceux qui cultivent avec le plus de fortunela bel le langue ne
'
e—espagnele, ne construisent pas leurs
phrases en franca is, ni a la franga ise, bien qu'ils n
'a iant
pa s l'horreur des ga lliscismes et qu
'ils en a ient hispanisé un
grand nombre. Notre castil lan diff'ere du vieii eepagnel en
ce qu'il est plus flexi.3 le, plus riche en tournures, qu'ii pos
sede un vocabula ire plus abondant“ (l ) .
Ouv. Cit. , pág. l 3 l .
JUICIOS caí*
r1cos 313
Ma is de la croire et a ffirmer que le castil lan d'
Amérique, comme l
'
a écrit Remy de Gourmont dans le Mercure
de France “est du francais par la syni axe
“
, la distance est
grande e i n'
esr pas pres d'€tre franchie.
M. Blanco—Fombona ne veut étre ni espagnol , ni franca is,mais américa in. Un critique académicien, M . Gonza lo PiconFebres (Í ), veut a toute force le ra€iacher a la traditionespagnoie et estime que tout ce qu'il y a de na turel , despontané , de durab le chez l
'
auteur de EL HOMBRE DE HIERRO, vient d
'
Espagne, que le reste, qui n'est qu
'imiiation et
artífice, est d'origine franca ise. Pourquoi ce qui v ient de
France est-il a rtificiel'? Ef ce qui vient d'a ilieurs spontané?
M . Picon-Feizres ne le dit pas, et c'est dommage, comme
aussi il est regrettabie pour la th'
ese qu'il soutient, qu'il cite
parmi les écrits les plus vivants de M . Fombona , troiscontes Historia de un dolor,] uanilo,Molinos deMa íz , qui,
tous les trois, sont bien dans la maniére franca ise, puisquile premier fa it songer aMaupassant, les autres Daudet .M . Picon-Febres serait bien en peine d
'
étayer son a ffir
mation. Quels sont les maitres péninsula ires de M . BlancoFombona? doit— il quelque chose Va lera , Ga ldós, Pe
reda , Pa lacio Va ldés? pour citer parmi les romanciersmodernos ceux qui sont considérés comme les maitres.
Tous les écriva ins de tous les pays ont contribué la
formation intel lectuel le des hispano-américa ins, les espa
gnols comme les autres , ma is, qu'on le veuil le ou non, pa s
plus que les autres. M. Blanco-Fombona , et ce n'est pas und… ses moii1dres mérites, n'imite personne, no se confonddans les range d
'aucune écoie. On ne peut dire de lui ce
qu'on a dit de tant d'autres : il n'est ni l e Ver! a ine, ni leGa ldós, ni le Ta ine américa in. l l n'a adopte aucun systemeétranger, ne s
'es !
'
a streint aucune discipline extérieure,
n'a observé aucune de ces iois plus ou moins nettementétab l ies et qui regentent pendant quelques années les idéesesthétiques.
“
La Li teratura venezolana en el siglo X IX .
"
Caracas, l 906 ; pág. 253 .
314 APENDICE
il n'est ni romantique, ni na tura lista , ni décadent, ni sym
boliste. il a probtz'
: de la part de veriteque renferme chaquesysteme dont aucun n
'a pu retenir cet esprit indépendant.
Avant tout, il cherche la vérité ; il la sent avec intensité,paree qu
'il a une ame quivibre, qui se passionne; il l
'
exprime
en poete, parce qu'
il est un poétCe ne sont pa s la des qua l ités communes et, avec des
hommes tels que l'
anteur de Cuentos dei Poeta , des Cuen
tos Americanos, surtout de EL HOMBRE DE HIERRO (puisque nous ne nous oecupons ici que de ses oeuvres en prose) ,on ne saurait, sans a ffirmer qu'il n'existe pas del ittérateurs américams . Ma i—1 37 a t ii a proprement parla rune littéra ture ou des littéra tures a rnérica ines? C
'est laune
question qu'on ne peut trancher encore. Si pour la tra iteron se décidait a fa ire conna issanc 'e avec les écriva ins del'autre c6té de l'eau, le pla isir sera it grand et le profit nesera it pas mince. Un auteur comme M . Fombona est un
homme de la meil leure compagnie.
j .—F. juGE.
Tiempo hacía ya que no l legaba amis manos un libro deVenezuela . Antaño me informaba delmovimientomenta l deese pa ís El Cojo Ilustrado. Mis impresiones ú ltimas se que
dan en las marrnórea s finas prosas de Díaz Rodríguez, enlas ágiles y fuertes ideología s de Col l , en el diletantismofruga l de Dominici. ¿Y ese ga l lardo Blanco-Fombona? Ya
en otra ocasión he dicho lo que de sus excelencia s pienso.
Hoytra to de él , de un libro suyo que acabo de recibir: un“noveiin
“
, EL HOMBRE DE HIERRO . D iré a lgo de lo bueno
que de él tengo que decir. ¡Lo'
ma lo, que se lo digan los
otros! Diré las cosas con gran cuidado, con mucho cuidado.
Porque, si le ofrecers una rosa , él va directamente a bus
316 APENDICE
vuelto a su nata l tierra ,'saca el provecho menta l á la vidaambiente. Y a mi me place la obra venezolana como la obraeuropea . Sabe muybien Rufino que entre la ambrosia y unaa repa
— en Nicaragua se llaman tortil las la s a repas—
yo vacilaría . Sobre todo, con el aditamento de un buen queso b lanco, americano, y de madrugada , y en una Y de
todo esto hayen ese libro, y pa isaje, y vida criol la y repu
blicana , con pol itica y todo. La prosa , como él la usa , siempre fácil y l ibre, y hasta libertina , con un si es no es de ca s
ticismo castel lano, que viene de raza . ¿No es a caso Caracasuna ciudad a cadémica?No creo que la psicología de los personajes no sea un
tanto observada . Seguramente el autor ha conocido a másde uno de sus tipos, pues la vita lidad de tales denuncia laexistencia del modelo. Con todo, supongo figura de excep
cion la de la pecadora esposa del“ hombre de hierro“ , en
un medio en donde las tradiciones de honestidad de losbuenos tiempos se conservan para ventura de los hogares ytranquilidad socia l .Á pesar de la chatura burguesa del a sunto, el lírico que
hay en Blanco-Fombona se revela en seña ladas paginas
poemales, de armoniosa bel leza y de emoción honda, comola que comienza : “De tiempo en tiempo el Ávila bramaba
como un león.
“ Son párra fos “b ien rugidos“ , mi queridoRufino.
No sé por qué, 6 si sé por que, toda obra de este nerviosoy brillante venezolano me parece obra de combate. Aun en
sus poesía s de a rtista errante, de trovador aventurero, ó derimador caprichoso, encuentro siempre el gesto del combatiente. Es a causa desu temperamento, de sus ímpetus ,quizás excesivos . Y la culpa no… la tiene Zara thustra , sino el
ordenador de”las a lmas y de las mentes, que pone el destino
_]UIC IOS CRÍT ICOS 317
de los hombres en las corrientes de sus nervios, en las cél
lulas de sus cerebros, en los hornos más ómenos ca ldeadosen que se inician sus voliciones.
Si sumucha savia le exaspera entre las asperezas inevitables de la existencia, ha l la un ejercicio de renova ciónmora ly de gimnasia de la mente, en largos y dilatados revuelosde fantasía , 6 en el auto—dominio de la voluntad por el me
todo en la labor de su predilección. Hayque saber que ese
caba l lero atorbellinado que parece tuviese escrito en su es
cudo como simbólica pa labra el“whim“
omersoniano, acostumbra , entre los placeres y los combates, dedicarse a ver
ter su a lma en la b lancura del papel ,por la punta de suplu
ma .Alguna vez he dicho que su tiempo, más que el actua l ,habría sido el de los a rtista s y hombres del Renacimientoita liano. No se debe apurar mucho de la equivocación desu muerte y del ana cronismo de su nacimiento, supuesta
que, como lo parece, l leva consigo y por toda s partes su
ensueño, que tiene la rica a leación de una envidiab le vo
luntad.
Siempre será el mismo, en consulados entre los bárbarosdel Norte, en las a legrías venecianas y florentinos, en los
cafés de Pa ris, 6 en las vaga s y terribles Bara tarias que lehan causado momentos de tragedia . Por lomenos, demues
tra á la continua su agita ción de humano activo, su deseo
de conquistador, Sii amor a l himno y su necesidad de la
acción. Me imagino que habria sido muy del agrado de sus
compatriotas D . Francisco de Miranda y D . Simón Boliva r.
Rufino es de los que han nacido para rea l izar grandes cosas (
“más a l lá del Bien y del Ma l“ , si gustáis); y las rea lizara, como no l legue antes el instante que corta el vuelo delos más fuertes cóndores, impide el sa l to de los más hermosos leones .
RUBÍZN DARí0 .
Palma de Mallorca , Enero de l9 07 .
APENDICE
Aj oaquin Camacho Roldán .
Pa ra los venezolanos, EL HOMBRE DE HIERRO es una no
vela , únicamente una novela ; y para los que la leemos a lejados del ambiente donde pa sa su a cción, es un libro significativo y acre, un esbozo de Sociología, casi un tratado dehistoria contemporánea , que nos expl ica , quizás sin pretenderlo su autor, la s causas y efectos de la enfermedad na
ciona l que padece Venezuela en grado máximo, como tipodel grupo de pa ises que enAmérica sufren la misma do
lencia : relajación de la voluntad creadora de idea les sanos
y fuertes que sostengan y vigoricen los lazos socia les y lasa spiraciones de un pueb lo que tiende á l lena r una misiónen el continente.
En una nación abúl ica todo es espa smódico, efímero,
voltario: la l ibertad y la tiranía, la riqueza y la miseria , elbien y el ma l, la gloria de los grandes y la fortuna de los
advenedizos … Las instituciones son fábrica s movediza s que
conduce un soplo revolucionario; los princ ipios conservadores tienen aún más débil consistencia ; la paz es tregua debel igerantes y la discordia el elemento vita l de la s ambiciones enconadas ; nadie obedece y todos na cieron pa ra el
mando; cada cua l del ibera y muypocos son los que pien
san; los sentimientos a rra stran en carrera ciega a las ideas
y la s ideas descubren la fa lsedad de fórmulas verba lesSólo un sentimiento no cambia : el que sostiene en los co
ra zones la discordia . Los hombres parecen incapaces de labora r con instrumentos fecundos el bien de la patria y lafelicidad propia . La violencia es el camino de los que triunfan y el anhelo de quienes quedan vencidos .
La Na tura leza , áspera y cruel , colabora en la obra de en
sañamiento y muerte.Una leyhorrible de selección destruye
320 APENDICE
donde los aceros vibran en la obscura ca l lejuela , pa ra jun
tarseá las a samb leas popula resº
el poeta de aventuras dramaticas y versos de un sabor queveduno aprovecha el en
cierro forzado, mientras sus pasiones arden en espera de la
libertad, y se dedica a componer un libro amargo, incisivo,
penetrante, saturado de acre poesia y de unpesimismo profundamente huniano.
Auda z y va leroso escritor se revela el poeta en el asuntoy en los deta l les de su libro: “La verdad es la senda “ , dicecon Tolstoi, y una vez que la presiente la sigue, la a cecha yla trae pa lpitante, casi sangrienta , para exhibirla en sumesa
de vivisector sin miedo.
EL HOMBRE DE HIERRO es de aquel las novela s que desencadenan borra sca s aun en puebios hechos a ver la explotación de todos los temas viab les para ei artista . Sólo que laforma pecul iar de la novela tiene la virtud de ocultar el a l
cance de ciertas verdades y C iertos deta l les. El arte del poe
ta , ia forma cambiante empleada en sus pag1nas, la na tura ltendencia en los lectores á no achacar las opiniones de los
personajes a l novelista ; la s sa lvedades que pone a l conceptoa trevido que heriría amuchos si de otro modo se expusie
ra , y a lguna s consideraciones más que pudieran traerse acuento, quitan á una novela gran parte de lo que en el la
provoca la ira la protesta de una sociedad determinada .
El cuadro que nos muestra Blanco-Fombona es desco'
m
solador, aunque la impresión de tristeza que, sin duda, dejaanuncie que han de ser aprovechadas sus verdades y apl icado el bálsamo que necesitan
' úlceras descubiertas con ta l
entereza por el novel ista en el cuerpo prematuramente podrido de una nación desbordante de espíritu, mas extermi
nada en su voluntad por la discordia que l levan consigo todas los miseria s y todos los vicios .
Aquel hombrecil lo apocado, impotente y triste; aquelpersonaje secundario que es v irtuoso, sin que la vida le per »
mita ser fueríe, es el tipo que representa en la novela la
parte selecta de la sociedad, copiado á grandes pinceladas
JUIC IOS caír1cos 321
en vece s de una seguridad magistra l, por el autor de ELHOMBRE DE HIERRO. El pobre Crispin Luz, trabajador incausable, corazón bondadoso, al cua l secomplacen en cau
sar heridas los necios y los perversos, que no son virtuosos ,pero si fuertes ; el abnegado sin medida ; el paciente, el buenhijo, el manso ciudadano que 1gnora el ludibrio de su nom
bre, burlado por su esposa y que muere entre la mofa desus amigos y parientes, carece del espíritu aventurero de su
pueblo, desconoce la heroicidad, virtud excelsa de los su
yos, es un predestinado de la tisis, un infel iz que simbolizala bondad ridícula .
Es una caricatura , y, por lo mismo, el parecido con el ori
gina l es digno de sincero elogio. Blanco-Fombona ana liza ásu personaje con deleite, casi pudiera decirse que es cruelcon el insignificante Crispín Luz ; a este dolorido innominado se complace en exhibirlo, comopor ironía hacia los re
presentativos, hacia los personajes principa les. El personajesecundario es enWagner, en Tolstoi, enMaeterlinck —
para
citar tres grandezas de mi siglo— um ser casi inconsciente,humilde y puro, que, á la manera de las flores, aroma los
senderos por donde transitan los héroes.
Blanco-Fombona hace centro de la acción de su novela áun ser sin pasiones visibles, sin energías para ser héroe, y ásu lado, de comparsas en el drama , aparecen
”* los politicostrapisondistas, los elegantes pervertidos, las mujeres frivolas y las adúlteras, los mercaderes hipócritas, los ministros vendidos, los hermanos que despojan a l hermano; losque se arrastran por conseguir la pitanza ; los que viven demiserables expedientes; los caba l leros de industria ; los intrigantes; los que asesinan en nombre de la restauración dela patria . Gentes todas que carecen de vigoroso resorte mora l para vencer en la lucha por la vida como buenos . Con
todo, Blanco—Fombona encuentra un hombre l leno de fe en
a ltos idea les, en el cua l enca rna la aspiración suprema que
el poeta siente hacia el bien de la patria . Ese espíritu nob le,
candoroso y apostólico, es un sacerdote, el padre lzna rdi
322 API—ÍNDICE
Acereto.
“Era un hombre joven, de treinta y ocho a cuaren
ta años , a lto, fornido, coloradote, los ojos aguzados y escudriñadores
, detrás de sus espejuelos de miope. El cabel locorto y negro. Parecía En un seminario de
Europa había estudiado la carrera eclesiástica y sus mocedades pasaron en Holanda y Estados Unidos .
“Regresaba ásu país, sobre todo por el ansia de verlo; y con un plan deregeneración mora l por medio de la
“ 'fe. Era un hombre sin
cero, y a costumbrado, en su lucha de propagandísta católicoentre prºtestantes, á saber del triunfo por la perseveranciadel esfuerzo.
“
Regresó á la patria, cuyos desa stres resonaban en su co
ra zón, con el a lma fervorosa de quien anhela emprender la
obra de regenerarla con la pa labra evangél ica y conla a cciónpacificadora y pura . El novel ista , con acierto innegab le, nosmuestra el padre Ízna i
º
a'i en un momento trágico y gran
dioso de su vida .
Una mañana , a poco de empezar el sacrificio de la misa ,la tierra sacúdese de súbito como el cuerpo de un corcelnervioso“ . Los fieles, con livido rostro y la plegaria en los
labios, se arroj aron tumultuosos, con el pavor de los rebaños, la plaza , adonde, á cada sacudida de la tierra , seveían l legar nuevas olas humanas en busca de sitio segurocontra el desplome de los edificios. El temb lor se repetía á
interva los, y el terror de las gentes iba creciendo Algunosgritaban:Al campo, a l campo .
Entonces pudo verse una cosa épica . En la puerta de lacatedra l apareció el padre lznardi, revestido aún de su so
brepelliz, grande, coloradote, impasible, solemne, como si
no tuviera él , tan fogoso, ¡nervios ! Con dignidad heroicahab ía terminado sumisa . Hab ía cumplido su deber hasta el
fin.
“
El capítulo donde rela ta el autor las derrotas que sufrióla fe del padre lzna rdi Acereto es de lo más interesante dell ibro. Pudiera ca lificarse de pagina de historia política y po
324 APENDICE
con sus nervios. Con este pensar, escasa lectura y corto co
nocimiento del mundo, sus fi losofías eran muyepidérmicasy de tan susceptibles cambios como sus nervios.
“
El padre lznardi y sus amigos dicen cosas de insondabletristeza .
— Usted, de vera s, quizás no conozca bastante ¿1 Venezuela, padre
— opinó Lucio de la Llosía . Esto es una pocilga .
Íznardi. -“Pero si aquí, en rigor, no hayclero; se ca rece
de vocación, de fe. Observe usted: no existe un solo hombre de famil ia patricia en las personas del clero; no existeun solo varón eminente por la piedad, por la elocuencia
,
por el saber.
“
Mario. desgra ciadamente, es un pa ís sin fe,no ya rel igiosa , sino carente de fe en cua lquier orden de
ideas . No se tiene fe en los prmc1pms, en los esfuerzos,ni en los hombres, ni en nada . La suspicacia es aquí monstruosidad de que ninguno se espanta porque todos la padecea . Como en un pa ís de lázaros nadie se espantaria delas carnes agarrotadas, corroídas y purulentas de nadie. Y
esta suspicacia, esta mutua desconfianza nos conduce a un
individua lismo prºpio de tribus bárbaras.
“
¡Cómo nos pintaS! — exclamó Lucio, el poeta de truslerias y levedades japonesa s en prosa y verso, que no pensó nunca en los problemas naciona les, como si habitara en
la luna .
Nos pinto como somos, querido Llosía : como somos.
—Muy bien hecho— soltó el poeta de las ánforas yotras fruslerías, deseoso de dar su nota persona l , como si se
tra tara de un pequeño poema en prosa .
,,Muybien hecho. Yo soypartidario de la guerra . Por la
paz, en la s democracias, no l legan al Poder sino los zarandajos, los aduladores, las medianías, las francas nulidades,como Ignacio Andrade.
Es verdad— dijo Mario y por la guerra no arribansino los desa lmados y los bandidos.
JUIC IOS CRÍT ICOS 325
Como nadie… No especifico. Al contrario, pienso quehoyCastro, lo mismo que ayer Guzmán, es de lo mejorcito.
“
— La culpa es del clima , de la raza .
— No, por Dios ; no — dijo el padredesolado clima es
cien veces más hostil en el Norte de Europa que en el Cen
tro de
La culpa — digo yo, sin tener el honor de haber asistido ala tertulia de Mario la tiene principa lmente esa índole bel icosa que nos legó la larga y heroica lucha por la independencia ; índole cruel inconsciente que no hemos sabido co
rregir á tiempo y que se ha vuel to fondo de nuestro carácter naciona l , vicio ontológico, de EL HOMBRE DE HIERRO nostoca bien de cerca á los colombianos ; también nos duelenlas l lagas que á Venezuela duelen. Só lo seme permitirá quehaga un distingo entre las causas del ma l fratricida en uno
y otro pueblo .
En Colombia hemos guerreado por una que los conservadores l l aman Causa (con mayúscula ), y los libera les Principios. Nos hemos devorado a ciegas por ideas que no hanflorecido con el riego de la sangre inocente. Porque se
sene a l padreAstete y porque no se enseñe 5 Bentham en
las escuelas, hicimos una de la s mas dolorosas y de las másnefastas ; porque se iban a cerrar unos conventos en Pa stotramamos otra , y porque el genera l Mosquera había l levadosu ilega lidad hasta comprar un buque cuando España ata
caba á las Repúb l icas del Sur, casi nos lanzamos á los campos de bata l la . La s discusiones filosófica s nos han cucendido la sangre; las disputas teológicas, bizantinas y ne
cia s, han envenenado nuestra vida . Hemos formado dos bandos de rojos y azules, perfectamente deslindados, con sus
credos santos, con sus lábaros y con su intolerancia ; hemos
pertenecido durante muchos años a una ú a otra de la sagrupaciones sectarias . Nos hemos ba tido con furia por
odio, por el grande odio. Pero no hemos seguido en los
comba tes un caudil lo,sino una idea ; nunca nos hemos ba “
26 APENDICE
tido invocando el nombre de un guerrerº . La guerra entrenosotros no fué negocio, fué locura , fué odio de escuelasfilosóficas, de doctrinas riva les, de banderas enemigas .
Y hoyparece que empezamos á curarnos; que despertamos del sueño espantoso, imbécil , amargo, doliente en
que hemos vivido. Un hábito de juicio, de arrepentimiento,
de infinita tristeza , penetra en las a lmas, y a l ver cómo derrochamós el tesoro de libertad que nos conquistaron losmagnos l ibertadores, a l medir el Vórtice en que sumergimos
la vida naciona l , a l considerar lo estéril de nuestra s con
tiendas, a l profundizar nuestras desgra cias, sentimos una
inconsolab le vergiienza ante el mundo, ante nuestros hermanos deAmérica y con la fe del padre lznardi Acereto
pedimos á Dios bueno, a l Dios de las naciones desventuradas, que sa lve de la discordia a este pueb lo noble y generoso. Levantaremos la escuela para enseña r el amor a l tra
bajo, a la ciencia y pa ra predicar sin tregua el amor a la
paz, si las virtudes tolerantes .
No pretendemos rea lizar en un día nuestro idea l nuevoTendremos que transigir en la s sentimientos y en las ideas ;
olvidar unas veces, resignarnos otra s . La obra es lenta ynecesita de apóstoles convencidos, de a ltos espíritus que la
proclamen con la sinceridad de evangelistas. No todo nosvendrá por añadidura : los viejos resabios levantarán la ca
beza ma ligna , pero los vamos á ahogar apenas se atrevantentarmos; las ideas, las fórmulas, los principios que nos
l levaron a la discordia , surgirán más tarde —
porque el los nohicieron el ma l, sino los hombres mas resucita rán reno
vados, serenos, purificados . Y si Colombia no es capaz devolver sobre sus pasos, de comprender sus destinos, de so
meterse al reposo como suprema a spiración de su vida, queentonces perezca , porque no merece la existencia ni la li
bertad; que el yanqui la despedace de nuevo y sus hl_| 0 $ dis
persos vaguemos como descendientes de la nación ma ldita ,
que ignoró la verdad cuando la verdad vino á el la .
Perdone Blanco-Fombona esta digresión. Su l ibro va le
328 APENDICE
otros se deslizan gimiendo ó cantando, como fuentes dediversos rumores.
Las persona s incl inada s genera l izar los deta l les, juzgando un todo por el a somo de una parte y aplicando con zur
da inteligencia el ab uno disce omne, encontrarían ta l vezacritudes y virulencias de sátira socia l en EL HOMBRE DEHIERRO ; ya el autor lo previno, advirtiendo que no quiso en
cerrar eu el marco de sunovela él todas las personas que se
agitan en nuestro medio, y de seguro que tampoco toda saquel las que él observó . Se atuvo á la enseñanza del condemoscovita , la cua l promulga que
“ la verdad es la senda “ ; yá riesgo de resultar ríspido en ocasiones por la crudeza dela frase, prefirió eso a l pºsib le fraude de verdad, y á losbaños y envolturas de a lmíbar sazonado en cordia l disimulo con a trºces venenos: ta l lo '
requer1a ydebía imponerlo su
temperamento vigºroso de impulsiones.
EL HOMBRE DE HIERRO es la novela de Crispín Luz, lastimoso engendrº humano, de cuerpo enclenque, arruinado
por la diátesis, y de a lma más enclenque y ruinosa todavía ,en donde la voluntad ausente no puede vibrar una solachispa enérgica . Esclavº sumiso y mudo de los caprichosma terna les, se rinde a l yugo de servidumbre temerosa quele impone Perrin, el extranjero enriquecido, y rueda por una
pendiente dul ce y fa laz, hasta el matrimonio conMaría , em
pujado por Pa scuas el tahur y por las ma l icias truhanescasde Rosa l ía , la virgen corrompida como una cortesana . El
viento del querer ajeno sºpla y él gira con dócil idea l, cua lveleta en el campanario. Cabeza de turco famil iar, zurrado
por las culpas ajena s en lº s retazos del hºgar, sigue siendo
durante tºda su vida el blanco a donde vuelan las más en
conadas saetas del destino, el punto en donde ba ten todoslos confl ictos con implacable persistencia . Engañado por sumujer, zaherido por su madre, menospreciado ó vilipendiado por todo el mundo, el hombre de hierro de Perrin yCompañía sólo es un estafermo de dolor, junco de intorta
niº que abaten las brisas raudas contra los l égamos putre
JUIC IOS CRIT ICOS 329
factos de la oril la . Su fisonomía mora l está pintada con
rasgos de firmeza ; y del grupo de todos los personajes é l sedestaca con evidencia de vida plena , a mostrar las roñas desu espíritu carcomido por la abulía y la estupidez, mientrasse desmorona su carne mordida por los virus héticos.
Resa ltan después en el l ibrº la figura de Maria , a lmabastante simple con subsuelos de neurosis, incapaz de ra
zona r la culpa en cuyos deliquios ha l la una efímera fel icidad, y la figura de la anciana doña Fel ipa, testaruda y atrabiliaria como un sargentón, y la de Rosa lía , hembra com
plicada , que encuentra en burlar el pecado un goce pecador, barragana de su propiº esposo, emporio de ma l iciasverdes, de corrupciones sentimenta les y de irónica honradez, que desdeña el vicio rea l porque sabºrea intelectua lmente Con fruicwn sus mieles enfermizas.
Un pedazo de vida arrancado á la rea lidady expuesto en
las páginas del libro a nuestros ojos es el noºvelín de Blanco—Fombºna . El estilo persona lisimo del autor añade un
encanto más delicadº la obra : estilo de concisiones, fresco, cantante, como un manantia l, abundoso de imágenes
puras, bastante correcto“
en su desenfado, y que se amoldacon una agilidad vivaz y fuerte 51 las circunstancias de lanarrac10 n. Por él corren, como en a las de una brisa libre y
gra ta , los perfumes de las montañas nativas, el canto acorde de las aves del trópico, que ensa lzan, entre la púrpura delos ramajes florecidos, la gloria de la luz . Y un estremecimiento profundo, latido de las entrañas de la Pa tria , correbajo los floreos de la dicción, denunciando que un corazónde pa triota ferviente presidió el nacimiento de la novela .
j ssús SEMPRÚN .
Caracas , X il, l 906 .
330 APENDICE
Comma is oumenos vigo, ma is ou menos perfume, ma is
oumenºs variedade de fórmas ou de colorido, com ma is ou
menos differen9as de matizes, viceja em toda a parte a flór
litteraria . seu habitaculo comprehende todas as la titudese longitudes e até dos frígidos e brancos Esquimaus, exploradores curiosos j á trouxeram especimens de uma litteratu
ra ora l, de gente que a inda nao sabe escrever, mas que na
sua bruteza sente e se commove ante a natureza e a vida .
Na nossa America a flºr litteraria nao tem a inda nem o ex
quisito e variado das fórmas, nem a singularidade dos perfumes, nem º explendor particular ou o peregrino coloridode a lgumas da s flóres caracteristicas da flora indigena .Mas
embora incompa ravelmente menºs notavel e distincta do
que essas, n'
áo eja de todo indigna da nºssa estimag50 .
Flór de tfansplantagao, especies e variedades exoticas aquiapenas acclimadas, o seu defeito que a inda se lhe sentedemasiado a enxertia . Nada , porém, que com ma is demora
da e intensa cultura , adubos ma is crassos, cruzamentos comespecies ou variedades similares da terra , m'
a ior influenciade sólo e do ambiente desta na sua evolugao, essa mesma
venha um dia a riva lizar, na ºpulencia da flora 9ao ouna ex
quesitice do perfume, e a inda em outros caracteres com os
types exoticos de que provém en com os"
magnificos exem
piares da flºra botanica patricia .
AAmerica foi co_
lonisada exactamente na época doma ior
flº rescimientº da s litteraturas ma is das suas . O periodo da
cº lonisacao aqui ea era de Camces, de Cervantes e de Shakespeare. E com quanto os conquistadores e colonisadores,
nº s seculos XVI e XVI I , do que certamente, menos se ocen
pariam, e preoccupariam, seria de letras e litteratura , nao
era natura l que esse a specto da civilisacao das suas mais
332 APENDICE
ter que é um artista , tempara nós, pela sua mesma generalidade, un maior interesse litterario,0 Sr. Rufino Blanco—Fombona , seu autºr, um homemde
34 anuos, com uma bagagem litteraria relativamente cousideravel Cuentos americanos, Más a llá de los horizontes,
Cuentos dePoeta) e a l ém de homem de governo é tambemhomem de politica . Era nao ha muito Governador dº Al toAmazºnas venezuelano, e este seu l ivro foi escripto na prisao, onde, natura lmente, esteve preso por
“inimigo da Re
pub lica “
, segundo á formul a latino-americana .
E'
um novellista e contadºr nao só interessante, º que naopouco, mas aprazivel e até del icioso. Sens Cuentos Ame
ricana s foram traduzidos em francez, e nao só o noticia rio,em toda a parte fa cil, mas a critica littera ria franceza os re
ceben com estima e louvor. E semmaiºr favor, pois el lecºnta com facilidade, com graca , e a sua simplicidade se
mistura um pensamento que se nem sempre é raro en dis
tineto, nao nunca trivia l, e uma philosophia que pºe na ssuas historietas ma ior interesse que o da fanta sía que as
cria .
Daquelle seu segundo libro, que citei entre parenthese,sao esta s linhas, a proposito de durissimo dominio da Hes
panha nº s Pa izes-Ba ixos:“A Hespanha naquelle tempo era a Fº rga ; e a Ferca,
como os gazes, tende a expandir-se.
Crímenes son del íiempo yno deEspaña , cantou o poe
ta ; mas os crimes nao forum só do tempo, como nao foramsó da Hespanha. Os crimes do Ferca sao da Forca mesmo;seu effeito irremediavel, fata l . Um terremºto nao bom,
nem mao; é terrível . Aguerra é uma fórma de poder te
rritoria l da na tureza . Podemmudar os tempos mas na o mu
dam os estragos da conquistas . Na o foi mais cruel a Hes
panha dos seculos XV e XVI quando fa zia taboa raza da ci
vilisacao indigena da America e dizimava a tlór dos impe
rios, do que a Inglaterra de agora metra lhando osDerviches,submettendo Askantis, crucificandº os Boers, bebendo a
JUIC IOS CRITICOS 333
mettade do sangue e da s lagrimas vertidas pelos homens
do seculo XIX .
“
Este littera to, governador de provincia , é desabusadocomo um estteta ; é um ironico e ta lvez um sceptico. Desabusado e ironico, e pessimista (esingular cºmo rebemtam
vigosas na“jovenAmerica “ estas fanadas flóres da “ cadu
ca Eurºpa este seu rºmance doHomem deFerro. Já o titulo é uma ironia . Sa lvo para o seu parvo traba lho do es
criptorio de uma casa cºmmercia l , ao qua l se dava todo, decºrpo e a lma, incancavelmente, sempre prompte e disposta ,
e infa tigavel, o que lhe merecen do seu patrao e companheirº s aquel la al cunha, Crispin Luz, 0 heróe de novel la , é ohomemma is fraco, ma is sem ca racter, isto é, sem energía e
vontade que se possa imaginar. Todos se lhe impaem e go
vernam absolutamente. A cua nullidade completa . Por
lim casam—n-o ma is do que el le se casa com uma bonita ra
pariga , que o a ceita sem amor ou sequer estima por el le.
lndagando de si mesma porque casara com aquelle marido
pelo qua l antes sentia repulsaº que a ffecto, a quem enganara , Maria , sua mulher, deu-se sempre a mesma resposta“Casei por fa lta de vontade, por tola e inexperiente, pa raseguir a corrente; porque Rosa l ía (era uma prima sua , em
cuja familia el la vivia) se casava , porque era precizo nao
ficar a vestir santos, oupara ama dos filhos deminha prima ;
porque desejava arranjar uma posicao independente e sahirda tutella ; porque a s mulheres se devem casar; porque Rosa l ía,minha tiaj osepha eAdol fº (era o marido da prima) me
metteram pelos olhos o Crispin, jurando-me que era um
bompa rtido,principa lmente emCa ra cas umnoivo averara .
Nestas condicoes o casamento foi infel iz, e o pobre homemde ferro do escriptorio commercia l victima de sua fra
queza de cara cter e da sua incapa cidade de se fazer amado
da mulher que o trahio comumpel intra da terra . E'verdade
que para vir a lamenta l—o e aina l-o, ao marido, depois
de morto,só entao apreciando º que nel le havia de bon
dade e ternura .
334 APENDICE
Ta l o fundo da novel la do Sr. Blanco-Pombone. Nel laagitam-se, emesmo vivem typos diversos, gera lmente cara cterísticos oubem cara cterizados. Cºmo das mulheres do seu
romance diz avisadamente º autor que “nao sao todas a s
mulheres de Caracas, porém essas e nada ma is“
, assim se
póde dizer que as crea turas da sua imaginacao, quasi todasmais oumenos, nao saº sem duvida todos os seus patricios,mas esses que descreve sómente. A vida e a sociedade ve
nezuelanas parecem nel le descriptas com exactidao, smcer1
dnde e a rte.
Essa vida nao dittere essencia l ou consideravelmente dade outra s cidades americanas, nem essa sociedade é notavelmente differente das outras dº continente. E
,
a m15tura da
estreitcsa da vida colonia l, de preconceitos nativistas, com
emprestimos, adaptacoes e imitacoes e ainda arremedos,
exoticos, resul tando tudo nessa incongruencia caracteristicadas nossas sociedades americanas, meio civilizadas, meiobarabras, simul taneamente antiquadas e adiantadissimas.
Para que nada fa lte de naciºna l no quadro doSr. Fombona,vemos nel le um terremoto e uma revolucao, e discussoes
políticas que nos dao, com manifesta impressao gera l doestado e sentimento pol itico do paiz, sem sa íremda arte doromancista .
E'em summa , um livro bem feito, a inda com um resto de
natura lismo, no estylo da narracao e na crueza de a lgumasscenas e expressºes, escripto numa l ingua corrente, facil,expressiva , sem 0 empol lado e o amaneírado habituees dosHespanhóes.
josEVER ISSIMO .
Riode Janeiro , l 9 l 7 .
336 APENDICE
Como novelista hayque aplaudir a l señor Blanco-Fom
bona ; pero no se le puede a labar en la misma medida comoescritor, por su afición a los neologismos y extranjerismos.
Yono soyenemigo del neologismo, ni creo que las lengua sviva s puedan estancarse y declarar definitivº y cerrado su
l éxico. Mas el neologismo y las voces de estirpe extranjera ,para ser a ceptables necesitan mejorar las vºces existentes6 suplir las que en un idioma fa l ten ó hayan ca ído en des
uso, pues lo primero es raro en las grandes lenguas modernas. No veo ventaja ni progreso a lguno en decir “
tutelaje“
por tutela, “desapuñar por soltar, “ fortunoso“ por a fortu
nado,“reclamo“ por reclamación, ni otras cosas parecida s
que el señor Blanco-Fombona escribe, y peor todavía me
parece el uso de ciertas prepos ¡ c10 nes cuando la construeción está pidiendo otras (v. gr.:
“de“ en lugar de “
por“ 6
Sin embargo, creo que no debe darse demasiado
a l cance a esta crítica gramatica l, pues es fácil que a lgunosde estos defectºs dependan de deformaciones regiona lesdel castel lano enAmérica , y no sºn tampocºtan frecuentes
que a feen continuamente el lenguaje.
GÓMEZ DE BAQUERO .
Sr. D . Rufino Blanco—Fombona . Caracas.
Mi querido y muyeminente colega : Acabo de leer vuestro HOMBRE DE HIERRO . Es un libro muy fuerte; el más fuerte que habéis producido hasta hoy. Creo que él de definitivamente vuestra medida . Sois un poderoso relator y un es
cultor de figuras humanas. Os mostráis frío, durº , sardónicº , superior infinitamente á los fantoches que mºvéis, y ex
poniendo vuestra fábula hacéis obra de juez.
JUICIOS CRITICOS 337
Lº s hombres y las escenas de Venezuela son vistos con
ojos ba l za quianos. ¡Qué tipos vuestro Brummel, especie demonsieur Alphonse americano; vuestro Joaquín Luz, vuestro Crispín, cuya muerte es una de las más bel las escenasdel libro! ¿Y la revolución— ó
qguer/ra civil — y las perspecti
vas que se abren sobre_la pol ítica y lá vida socia l, sºbre los
a rrivistes y los intrigantes de Venezuela?Estoy curioso de saber cºmº es a cogido por a l lá vuestro
libro.
Me siento particularmente contento de leer vuestra última Obra ,—pºrque el la me trae también, aunque indirectamente, noticias vuestras . Veo que os a lejasteis de Europa ,que habéis retornadº á vuestro pa ís. ¿Estáis contento por
al lá? ¿No sentís un… poco la nosta lgia del viejo continente,de Pa rís? Acasº encontráis un momento para decírmelo.
Entretanto, recibid mis fel icitaciones pºr este nuevo yfeliz esfuerzo y todos mis anhelºs por vuestro triunfo.
Vuestro, cordia lmente,MAX NORDAU.
París , 23 de Enero de l 907 .
Nosotros sólo conocíamos á Blanco-Pombone como poeta ; nos a tra ía su estilo jugoso y vibrante como un manojode nervios; estilo que reconocíamos en ta l cua l impresión,en ta l cua l articulo que de vez en cuando leíamos en pariódicos y revistas sur-americanas antes de conocer la firma
que lºs ca l zara . Así, ha sido una sorpresa encontrarnos consu, para nosotros, primer l ibro deprºsa , pues de sus Cuen
tos Americanos, que han merecido¡
l os honores de ser tra
ducidos a l francés, só lo hemos visto los diversos juicios quemerecieron á la mayor parte de la Prensa parisiense, y que
2 2
338 APENDICE
Fombona reproduce en la s últimas hojas del l ibro que motiva estas l íneas .
Sorpresa, repetimos, y muyagradab le por cierto, nos ha
causado la lectura del EL HOMBRE DE HIERRO . Los poetas,sa lvo raras excepciones, como que Sienten desconcertadoscuando descienden de su Clavileño á la corteza de la tierra ;el deslumbramiento de sus ciclos familiares, comoque les impide encara rse con las crudeza de la vida , y habituados
/
á la
regla precisa de la forma rítmica , deslucen el ampl io mantode la prosa, que frecuentemente pierde sobre sus hombros,la euritmia de sus pliegues armoniosa s .
Blanco—Fomb0 na ha sa lido victorioso de la prueba . Su
librº entra por entero en los grandes cánones que rigen laforma de la novela moderna ; respºnde bien alas tendenciasde lºs que buscan en el l ibrº, a través de los espej ismos dela frase y fuera del interes del romance, que agarra un1camea te a la curiº sidad, un diagnóstico siquiera de la s diversas enfermedades que aquejan a l . grupo humano, una bre
cha por donde se puedan entrever las causas que han ori
ginado los problemas sociol ógicos que tanto preocupan ac
tua lmente á los pueb los hispano—americanos .
Crispín Luz, el hombre de hierro, l leva este ca l ificativocºmo un irónico sambenito de su triste destinº . De hierro,
si, como una rueda de máquina , para funcionar diariamente
en la casa comercia l de Perrin y Compañia ; de hierro, pa ra
resistir las doce hora s diurnas, sobre la contabilidad de lanegociación, que poco á poco destruía la voluntad en su es
piritu y la vida en sus pulmones; pero de trapº para todolo demás. Sumadre lo expol ia , sus hermanos lo burlan, su
mujer l º engaña , hasta que la tisis, menos cruel que tºdosel los, lo ahoga , ayudada pºr el religiosismo estrecho y ca r
nicero de un capuchinº bruta l .Ta l es, á grandes rasgos, este hombre de hierro con a r
ticulaciones de'
azúcar, que se desmorona ante la indiferencia de los suyos, victima de un ma l que no es endémico deCaraca s, sino de lejanas fronteras. Aqui, en Méj ico, nos co
340 APENDICE
tú ha de ser ante todo, como el historiador,—como el sentenciador, una . conciencia . Tus
,
obli“
gaciones con la verdad son
superiores ¿1 tus compromisos con los hombres . Tu gra titudno tiene el derecho de mezclarse en tu obra de arte. Menos
aun lo tienes para nombrar la bestia simiana á las puertas
del templo. Tu orgul lo no debe ignnorar que tú eres siem
pre el acreedor, y que te ba sta con ser glorioso. No te per
dono ei innoble liminar, no te lo perdono.
“ Y ni la s grandes voces pontificas que en Europa y enAmérica han can
tado en coro sixtino el advenimiento de EL HOMBRE DE
HIERRO; ni mi propia convicción de que me estaba privandode? iríefable goce de inefables tesoros de bel leza ; ni la mar
mórea fuente de amistad bajo cuya s canora s aguas crista linas nos hemos bañado él y yo pormás de dos lustros, rotos
por muchas y muy larga s ausencias, que é l ha vivido en la
civilización, en la selva y en la cárcel , y a l cabo de los cuales el me dice en un b lanco rincon del novelín, con el sentidocandor de un a lma de poeta : su amigo de todas las épºcas,
su compañero; ni la curiosidad, ni la tenta ción, ni las remi
niscencias, ni los presentimientos que cl x drama caraqueñoencerrado en sus páginas despertaba en mi eSpiritu, ni los
reproches de un poeta amigo cada vez que miraba el l ibroenmi escritorio, en su puesto de siempre, clavado a l l í comoen castigo, lograron domar mi repugnancia y mi disgusto.
Y por diez meses, cada día , a l comenzar mi labor cotidianaen mi escritorio, y muchas veces en los ratos de interrupción absorta y pensativa , con hondo acento interior yo decía á la mascaril la que se a soma en la portada , y que tienetoda la seriedad y toda la contracción del rostro de Rufino,pensando:
“No te perdono el innob le liminar, no te lo perdono; no te perdono que hayas olvidado que ibas á provocar la indignación de ciertas a lma s.
“
Después, a l fin, pa cificado por el gran pacificador, tranquilizada mi indignación por el tiempo, heremovido el l ibrode su sitiode castigo, y lo he leído.
— Pero qué buena, pero qué buena es la novela de Ru
¡moros ca ír1cos 341
fino— le decia yo con la más vehemente energia de exp resión, hace tres dias, á Rubén
“
Darío y á Fabio Fia l lo.
Es tomada de la rea lidad— me contestó Dario, haciendocon su mano aristocrática un ademán con el que pareciaquerer seña larme cua l si pasa ran ante sus ojos los tipos vivos del drama caraqueño.
— Yo escribi sobre el la un articu
lito— agregó luego, mientras que sumano aristocrática aca
riciaba el ta l le de una copa l lena de sangre.
El articulo de Rubén Darío, que yo habia l eido, aunqueno se lo dije, no es muyde mi gusto, porque si á propósitodel HOMBRE DE HIERRO, no es un ju1c1o forma l del HOMBREDE HIERRO , Caracas no es una ciudad académica , por más
que una Academia cuente en su seno, y madama Bovary notiene semejanzas con EL HOMBRE DE HIERRO ; por más que
sean del mismo género literario, y no digo de la misma es
cuela, porque Zol a y todos los formidables que á partir deFlaubert y de Ba l zac buscaron y encontraron en la v ida el
a lma y los elementos del arte y la bel leza , protestaronsiempre conperfecta razón que el los no pertenecían á escuela a lguna , porque el na tura lismo literario, es decir, la mani
pulación por el artista de la na tura leza , la humanidad, lavida , no podía ser considerado como una escuela .
Crispin Luz es un pobre de espíritu, el auténtico bienaventurado para quien_fué reservado el reino de los cielos.
Hay, sin embargo, una cosa de que él no está destituido, yes la noción y la pasión del honor. Dudó él a lguna vez de
su Maria . Pero el crimen de que la sospechaba le parecíatan enorme, tan espantoso, que concluía por arrepentirse ya sombrarse de sus dudas. No era la reflexión, no era la con
vicción tampoco lo que despejaba su espíritu: eran la magº
nitud y la atrocidad que el crimen de adulterio adquiría en su conciencia , y el peso de este crimen apla staba sus
sospechas. El marido de madama -Bovary, dice a l amante de
sumujer, mientras ambos l lenan la panza de cerveza : no loodia d usted. La degeneración de Crispin Luz no l lega hastaestas forma s de la abdica ción humana .
342 APENDICE
Este sentido del honor que Crispin Luz posee no sólo iatacto, sino en estado pasiona l, es lo que le reconcilia con
migo y le hace interesante, por lo menos, á mi piedad. 5
vida es una larga imbecilidad. Su matrimonio el a cto másimbécil, y, sin embargo, más natura l de su vida . Pero nóte
se el duro fondo de honradez de todos sus a ctos . Se casahonradamente , Su ma trimonio no es un a cto de apetitosensua l, sino un grito del corazón. Es el amor; pero, ¡ay!, es
también la estolidez , y no es el amor sino la imbecilidad el
hada que preside sudestino. Y es aqui donde res
'
de el va lorde este drama en el angustioso contra ste de esta vida tan
pura y tan estupida, de este hombre tan bueno y tan des
graciado, de este inocente tan inofensivo y_ tan hostil , consus ojos de buho, su nariz de gancho, su blanc ura de cera ,
su cuerpo canijo, su delgadez extrema, su espíritu paca to.
La chancleta ira cunda de doña Felipa es et simbolo de su
vida desde el principio ha sta el fin. No hizo jamás daño ánadie, y todos los daños lo persiguieron. No cometió ningúndelito, y todas la s penas lo castigaron. No fué un redentor,ni siquiera un r edimido, y vivió victimado, y murió crucifi
cado . Niño, todos los dardos caian sobre su frente. Si a l
guien lanzaba una piedra á un gorrión, no importa cómo, elguijarro torcia rumbo y lo heria á él en la cabeza , Hombre,amó á cuantos le rodearon, ycuantos le rodearon se ven
garon de su amor, sa crificándolo. Sumadre lo desama , su
mujer lo tra iciona , sus hermanos lo desdeñan, Perrin lo ex
plota . No tiene un amigo. El cariño no*
florece en torno suyoni en la forma de un perro . Es la conspira ción, el supl icio,
lento, continuo, cruel, inmerecido, inexplicable,desesperado.
— ¿Por qué, por que?—
pregunta en un gran grito de au
gustia el lector á cada página Pues… por nada , porquesi, porque esa es la Na tura leza ,Dios, el Destino, elMisterio.
Y eso es el libro: una denuncia de Dios, del Destino, delMisterio.
¿Quién crea esa s injusticias, quien combina esas iniqui
dades, quién construye esos infiernos? Pues, nadie; él, eso,
344 APENDICE
mora l de los personajes del drama está toda la pervers¡ ondel medio en que el romance se desarrol la .
QExcepto Crispín Luz, todos los personajes del drama son
vulgares. De fantoches los ca lifica Max Nordau. Rufino nolos ha escogido. Los ha tomado del gran montón instintivamente, seguro de que el montón estaba en el los comoel los en el montón. Yo conozco á Ramón. El autor se excusa y parecen preocuparlo sus re5ponsabilidades de pintor.
?.ero é l y yo sabemos que esa es la turba de vulgares a le
gres y dorados que a l lá nos codea en ca l les y pla za s, paseosy sa lones; ca rne de vanidad y apetitos, que saben inflarsecomo los pavos y no sabrían decir por qué serinflan, y aman,
y vrven, y muchos sin haber sentido, sin haber visto, sin
haber comprendido.Rufino sábeytodºs_
sabemos que Brummel no es único, que en Cara cas existe el brummelismo,
que el Brummel de EL HOMBRE DEHIERRO no es sino la tipificación de esa clase grotesca de donjuanes plebeyos, muybien vestidos,muyperfumados,muymontados a l a ire, cuya
profesión es el amor insano y aventurero. Son, por lox
x co
mún, dependientes de comercios, empleados inferiores deMinisterios y oficinas públicas.No han sab ido jamás de pa tria , ni de honor, ni de estu
dios de ninguna indole. Son, sin emba rgo, una aristocra cia ,
porquepertenecen á buenas familias, gastan todo su dine
ro en la sastreria y en el club yse dan tono. En los saiones
vanilocuan, en la ca l le pedantean, en el club hacen trampa s .
Son mmoráles y sórdidos, sin da rse cuenta de su ruindad
y viven felices y triunfan, como el Brummel de EL HOMBREDE HIERRO, que tras todos sus éxitos termina exportándos e
para Europa , de contrabando, entre las enaguas de una
ministraiEl Brummel del EL HOMBRE DE HIERRO es fidelisi
“ma copia del innob le origina l . Todos los hombres le abrenlos bra zos.
Esta frase pinta a maravil la las complicidades y las cobardias de aquel medio, a l abomina ción por la cua l todosse degradan con el que se degrada , todos se infaman.
JUIC IOS cameos 345
con ehinfame, pº rque todos asienten y adulan a l depravado,
al infame, a l despreciab le.
Y nótese bien esto: Brummel es una figura con/la cua l elautor mora liza . Brummel vive y triunfa . De bra zos y piernasse compone su pedestal . Pero el asco, la nausea . el odio
que causa su figura son su castigo. Si el medio en que
Brummel florece experimentase ha cia é l estos sentimientos,el brummelismo no existiría . Brummela es sino una de las
depravaciones del medio que lo crea y lo procrea .
Hace a lgunos años yo presenti en Cuenta s de Poeta a l
autor de EL HOMBRE DE HIERRO . Yo escribi entonces”queen é l había un natura l ista , un revelador de la vida y, en estesentido, un creador. Es por esto más honda y persona l lasa tisfacción que me ha causado el advenimiento de EL HOMBRE DE HIERRO .
De cuanto he leido sobre este l ibro, lo que quedara parasiempre resonando como el gritode la síntesis sobre el grancoro sixtino de voces pontificas, son estas poderosas pa labras deMax Nordau: “Sois un poderoso relator y un escultor de figuras humanas.
“
JACINTO LÓPEZ.NewYork, Noviembre, l 907 .
Dos encantos tiene para nosotros este nuevo libro deBlanéo-Fombona . Primero, el inevitable de encontrar en
(
élesa luz persona l , ese reflejo, casi fisico, pudiéramos decir,de la humanidad del autor; una vez que … se ha conocido áeste venezolano simpático, es imposible pasar los ojos poruna de sus páginas
'
sin encontrar en el las la huel la de su
inagotab le sonrisa , el ha lago de su pa labrería vivaz y cariBosa, la luminosidadde su gestó, la movil idadde su ademánenvolvente, su chiste fáci l y su muyamable paradojismo.
Así, en esta novela de costumbres caraqueñas, sobre la le
346 APENDICE
pra de sensua lidades, rutinas y egoísmos que va lerosamen
te nos pinta ; sobre el desamor; sobre el adulterio; sobre el
bovarismo fracasado de una mujer; sobre la flaqueza mora ly la miseria fisica de un hombre bueno y engañado; sobreel pus de los ojos de una criaturita , fruto de ma los amores;sobre todo esto, más la tristeza de un ma l Gobierno esen
cia lmente español, y la inquietud renovada de los tropicales temblores de tierra , flota el optimrsmo un poco sensua lde Blanco-Fombona, ga lante hasta con la muerte y la co
rrupción, puesto que tienen nombre de mujer . Las mujercitas ca raqueña s deben ser, ¡ayde mil, apetitosas pecadoras cuando no virtudes de severo sabor ca lderoniano; porunas y por otra s pienso que está dispuesto á cometer másde una bel la locura el autor de EL HOMBRE DE HIERRO, yesta complicidad potencia l le ha ce del inear las figuras detodas el las con una compla cencia absolutoria de todo pecado; mimado de sonrisas femeninas, nuestro amigo, si levanta el látigo, acaba por quebrarlo cortésmente á los pies dela hermosa . No hayque olvidar, para justificar este optimismo misericordioso, que Blanco—Pombone, cuando se despi
de de una mujer, suele decirle, conmusrca y todo: ¡Bonsoir,madame la lane!
El segundo encanto de esta lectura ha sido para mi el
mágico nombre de Caracas. Hace casimil años — quiero decir que va ya para quince la fecha — vino a l pueblo— un pro
sa ico pueb lo de Castil la en una serena noche deAgosto,una compañia de titiriteros, y á vuelta de contorsiones ysa l tosmorta les, representamn una comedia : era un amante,que volviendo de tierras lejanas, topaba con la amada de
antaño, y como el amor no hubiese muerto á manos de laausencia, decia le asi:
Aqui me tienes, Pepita .
y dime lo que me quieres ;si te quieres casar conmigoaqui tra igo los papeles.
348 APENDICE
venezºlana es de un joven escritºr que tiene un nombre distinguidº en las letra s, *Rufino Blanco-Fºmbºna , y l leva portitulº EL HOMBRE DE HIERRO, denºminándºse mºdestamen
te“nu novolin“
. La argentina es de César Duayén, pseudónimº masculinº que vela , según me dicen, una escritºra ,y l lámese “Mecha Iturbe“ , pºr el nºmbre de su protago
nista .
Literariamente, la primera va le más que la segunda ; mora lmente, la s egunda va le más que la primera .Asi, encuéntrase en Venezuela una mayºr, por l º menos más intensa ymás genera l , cultura clásica entre la gente educada ; en laArgentina, una mayor, quiero decir, más fuerte ymás diseminada elevación mºra l . Si el aserto no se cºmprueba en
absºlutº, cºn certeza , no miente en lº relativº . La sºciedadde Cara cas es, en su pobreza de hoy, más refinada y, cºmºta l, más cºrrºmpido; la do Buenºs Aires, en su actua l riqueza, menos fina y, cºmº ta l, más sana .
No conozco nºvela venezºlana que nº encierro una revolución, sin l º cua l "dejaria de ser verdadera , ya que la revolución ha sidº el a limentº pol íticº cºnstante de aquel la nación.
En EL HOMBRE DE HIERRO, para variar, nº asistimºs á losepisºdios sangrientºs o crapulosos de la orgia fina l : presenciamos
'
el a l zamiento de lº s campºs, la *reunión de los peº
n'es sumisos y pasivºs, de unfata l ismo de esclavºs á la voz
del dueño de la hacienda , de su jefe natura l, que ºbra porºrden de la Junta revºluciºnaria ó simplemente del
“general“ a lzadº, sin que él mismº sepa bien pºr qué se levanta ,impulsado pºr un hábito imprescindib le de insubordinaciómpºr unmovimiento instintivº de desa fío á la autoridad cºnstituida , en mediº á un goce fisico, ampl iamente sentidº desport, del gran sportnaciºna l .En la Argentina, pºr el contrario, con su prºgresº mate
ria l cºnstante, con su gradua l y enºrme desenvolvimientº desu lnstru
'
ccióºn públ ica , cºn la nº interrumpida a fluencia deinmigrantes eurºpeos, que deshacen la descºnfianza y la
_]UIC IOS C RIT ICOS 349
estrechez na tivistas, las preocupa ciones son de preferenciaºtras, mas a ltas ymas nºb les, de adquis¡ cron crentifica y derefºrma sºcia l . Si no lº son completamente, tratan de serlo
,
lº que es ya mucho.
Al paso que en la nºvela venezolana abundan los tipºsdegenerados y lº s caracteres inferiores, y se dibuja en de
rredor del héroe— nu virtuoso sin voluntad, purº sin vigºry bienintencionado sin intel igencia — da lucha de lº s intereses yde las pasiºnes, de la codicia y de la sensua l idad, en
la novela argentina se mueven en sa ludable agitación sºció
logos henchidos de a spira ciones, revolucionarios pa cíficºssaturados de filºsºfia ,
renovadora ; muchº más “hombres dehierro“ que aquel pobre empleadº de bancº, honestº y trabajador, á quien el pa trón, un cínico y deshonesto, a si bau
tizara , un tanto pº r equidad, un tantº por mofa .
Noa sí lº s ºtros, espiritus fuertes, espíritus de elección.
Lºs idea l ista s que el señor Graca Aranha tuvº que Ir a se
l icitar su“Canaán“ en la Alemania más caracterizadamente
intelectua l de Hartmann y de Nietzsche, á fa lta de materia
prima naciºna l que sólº se le antojó vulgar y de5preciable,César Duayén
“
lºs ha l ló entre sus cºmpatriotas. Quedamºssabiendo si nos es lícito genera lizar, que el prºblema de la
inmigra ción nº se presenta en el pais del autor cºmº la desaparición de la s tradiciºnes naciºna les a l cºnta ctº del extranjerº auda z, ilustradº ó enérgicº, smo como el aprovechamientº de las actividades de fuera , vigºrºsas aun cuandºrudas y hasta intel igentes, en la ºbra cºmúnpor el trabajº,por la justicia y por la bondad.
El estilo del señºr Blanco-Fºmbona denuncia la superiº
ridad del ºrigen y del medio intelectua l, enla a cepción res
tringida del términº . El amigo queme lopresentó, escribíame de él : “Es uno de nuestros mejºres escritores j óvenes ;maneja cºn prºpiedad y elegancia —
cl idiºma , que si en sus
manºs cºnserva bastante pureza en el las también pierde ladureza que en lº s últimºs tiempºs lo transmitiera la pobreza del intelecto español en el siglº X IX. El españºl de Amé
350 APEND ICE
rica , si asi puede l lamarse, es muchomás dúctil que el de la
Peninsula , pues sin descuidar la grandilºcuencia de la viejay noble lengua, ha intrºducido en el la esºs ma tices, esas
medias tintas cºn que la fºrma artística ha logrado expresarlº s fuga ces estados de a lma , las complicadas sensacionesdel hombre de nuestros día s . La novela deBlancº -Fºmbona
nº es lº que lº s Ídolos Rotos de nuestrº amigo Dia z Rºdriguez. Es un ensayº dºnde aparece muy de relieve lapersºna lidad del autor: inquietº, nerviºsº, delicadº, Impul
sivo. Nº sin razón dijeron de él que tenia a lgº de Benvenuto.
“
Con efectº, su estilº eselegante, discretº, graciosº : diriase que lº trabajó un cincel, que l º engendró una tradicióna rtística. El de César Duayén pºsee monos arte, menos
color, menos pasadº. Es una fºrma flúida perº debilitadapor la retórica — la ciencia no la excluye— casi romántica en
su difusión rnºra l, que, pºr ºtra parte, es la que la libra deimperfección. En la primera de las nºvelas, los diálºgºs sºn
natura les, espºntáneºs, vivos con tºda la bajeza mºra l delas persona lidades que bosqueja ; en la segunda , a cusan os
tudio, prepara ción, énfasis en su pretensión meta física que,
por lo demás , colora ilumina los a suntºs, sin excluir label leza y el amor, que sºn aún lº s que primero despiertanen los personajes, nº tanto sensaciones comº sentimientoselevados y hasta sutiles.
Puede decirse que en la novela venezºlana nº hayun
persºnaje de a lma sana : los más simpáticos de entre el losson discurseadºres de ta lentº, pa labreros sin del iberación.
En la nºvela argentina lo dificil es encºntrar quien nº sea
hºmbre de acción, ni temperamento varºnil en lº s cºnflic
tos sºcia les, no simplemente pºliticºs, en lºs que la s pal
mas del triunfº correspºnden á la intel igencia y a l carácter.
De un lado pónen5e en fila los defºrmes, lºs ridículos, lºs
pervertidºs, los que persiguen el lucrº, los indolentes, lºsmaulas, la escoria de la grey humana ; del otro lado losbien confºrmadºs, lº s elegantes, los carita tivos, lºs desin
352 APENDICE
cautivan por el contraste mismº de su apariencia, ademásde … sus cua lidades intrínsecas. El
i
asunto de cua lquiera de
el las es vulgar: el de la venezolana se reduce á la historiabana l de un adulterio; el de la Argentina á amores bien definidos y amores ma l entendidos. En su sp
'
icología á vecesincompleta ó
x
superficia l . César Duayén adelántase no obs
tante á, Blancº -Pombone muchº más señor de la coheren
ciade lºs caracteres de sus personajes, por el simbol ismºde que está envuelta su ºbra
,cºrno l º está de voluptuosi
dad la del novelista venezolano.
Aquel los tipos superiores de la especie humana — » MarcosSilas, Emilia , Elena , Pabl º Herrera — todos l levadºs haciala verdad por un fuerte sºplo de bondad y de cºnfianza , encarnan las a sp1racrones del futurº de una sociedad en dºn »
de la inteligencia se está impºniendº » 6 es dirigente, endonde el a ltruismo suaviza las asperezas socia les, la mujeradquiere a scendencia
'
mora l'
sºbre un viejo prejuicio de inferioridad, el tra bajo l leva vencidºs los antiguºs y dañº sº selementos codiciosos, intranquilos y crueles. Las fuertesideas que el los representan han de dominar y supºnen yaenergias la tentes ó que tienen influenc1a a ctiva sºbre lºs
prºblemas sºciºlógicºs que se ºfrecen á la na ción, y que,por ventura , han dejadº de ser el prºblema inicia l de su li
berta“
d pºl ítica, peroque son ,cuestiones más genera les ymás humana s, cºmº el sa l ir de la “
embriaguez del egoismoStahú, la ciudad ºbrera , es la sºciedad del
“
pºwer… en
la que frater_nizan el capita l y el trabajo, en la que las dºc
trinas socia l istas y anarquistas bien entendidas produciránun equilibriº mºra l que se denuncia por la modera ción delº s apetitºs y pºr el refrenº de las pasiºnes, y se disminu
ye cl sufrimientº cºn a ciertº desde que se admitió que provenía de la perpetua ción de la injusticia y se combina el cº
lectivismo cºn el humanitarismo comº resultadº de b ienestar individua l yde clase. Pº r -eso, al pasº que en la nºvela
,
venezolano. el nativisrnº es reveladºpºr sus lados …ma los, en
la Argentina , la inmigración extranjera se traduce pºr sus
JUIC IOS CRÍT ICOS 353
lados buenºs. El a l zamiento en las pampas“
nº es ya una se
dición de cacique militar, es el muro ºbrero, una sublevación esencia lmente socia l, no rastreramente pºlitica .
Es la misma,sin embargo, se disuelve pºr el sentimiento
cºmprensivº de equidad, que se oye más a l to que el rugido
pºpular de desespera ción á la vºz serena de la Na tura leza,cuyº amºr“ cºnduce a l amor del género humanº y cuyos a s
pectos fisicºs tan variados y tan perennemente interesantesse idea lizán en la representación a l a ire libre de hermosasabstracciones — la vida, el a fectº, el cariñº, la Caridad. Y
quien imaginó aquel la representa ción única , de un simbolismº tan bel lo, en un escenariº deliciºsº, fué Helena Euklerc, la persºnificación de la gra cia reflexiva , reposada ygrave, que fl ºrece y tºdº lº subyuga en su serenidad a l
ladº de Mecha Iturbe, la persºnificación de la gracia ligera, turbadora y embriagante. Ambas iluminaron la hermºsacreación de itahu, el campº dºnde el prob lema socia l fuéresueltº pºr el esfuerzº argentinº, la Canaán levantada pºrel geniº argentino que la te en la energia y en la perseve
rancia de los hijos de la tierra .
M. DE OLIVE IRA LIMA .
Pernambucº , Marzº de l 907 .
Ahºra, en estºs últimos tiempos, es cuandº se ha hechoen Venezuela el más pºderºso esfuerzº en materia l iteraria . Cºn un cºncepto justº de lo que es el arte, sin prejui
ciºs que entraban el desenvºlvimiento del espíritu, se tra tade arrancar á las entrañas de la tierruca el agua viva de label leza ; se propende con vº luntad firme á— no vivir de prestado, á darle sel lº prºpiº á la literatura naciºna l . Cºnstantemente resultan pruebas bril lantes : Peonía , Ídolos Rotos,SangrePa tricia , pºr nº citar más que a lgunas .
354 APENDICE
Eu los actua les mºmentºs aparece ELHOMBRE DEHIERRO,deRufinº Blanco-Fºmbºna , que es un paso de gigante, sino fuere la fórmula definitiva de la nºvela venezolana .
En las páginas de ese l ibrº se refleja un matiz de nuestra vida, la vida caraqueña . Nº enturbian su serena dia fanidad la ºpinión 6 rencilla persºna les del autºr, ºpiniónrencilla que hacen de Villabra ºua de Pardº, pºngo pºr casº ,
una crónica viºlenta de las cºstumbres de Caracas. El autorde EL HOMBRE DE HIERRO, artista antes que tºdº, cºn
una impasibilidad flaubertiana, bºrra su persºna lidad paraconvertirse en animadº espejº de la bel leza . Lºs personajesde la nºvela sºn admirables en su intensa verdad. BlancoFºmbºna tiene, cºmº Maupassant, la envidiable cua lidadde del inear caracteres en pºcas líneas, marcandº lºs ra sgºsesencia les que lº s hace vivir. Es ana lista cºmº un fisiólºgº :lº s temperamentos de los seres que describe sºn de una
na tura lidadprºdigiºsa, tal cºmº la encºntramºs en el trajincotidiano de nuestrº mediº . La historia de Crispin Luz cºrreentre las páginas del l ibrº cºmº un hilº de agua que ritmasu canción. Es una histºria cºrriente, humanisima , sembradade cosa s exquisitas, del iciºsas ó sombrías. Crispin Luz es el
fa lto de vºluntad, el raquítico de espíritu y de cuerpo quese deja especular, que sufre las injusticias y que abrumado
pºr el dºlor y los trabajºs muere tísicº , abandonadº de lºssuyºs en el supremo instante, en manºs de un cura que lehabla de la eternidad. Más de unº se habrá equivocadº conel titulº de EL HOMBRE DE HIERRO ; perº a l leer la última linea , cuando cierre el l ibrº, EL HOMBRE DE HIERRO lucirá enla carátula cºmº una mueca irónica .
En el estilº de la ºbra , Blanco-Fºmbona nº rastrea un se
gundo; es concisº y plásticº, de ritmo poderºsº . En las des
cripciones es colorista : sugiere el cºlºr de la cºsa misma ;revivo el terremoto; escuchº el despertar a legre de Caraca s, a sciendo hasta el ápice de la s esca l ina tas del Ca lvariº,oigo a l grupº de muchachas hablandº cºsas picantes, en
presencia de un nsuenº panºrama ; cºntempl º la a ctitud in