Download - De las “comunidades de familia” al Estado Nacional. Elementos para el análisis de la formación de la comunidad política de ciudadanos en Hispanoamérica

Transcript

1

Grup Consolidat de Recerca 2009 SGR 140

Estado, Educación y Ciudadanía en el Paraguay.

Coordinadores Gabriela Dalla-Corte Caballero

Herib Caballero Campos

Universidad Nacional de Asunción, Paraguay, 2011.

2

De las “comunidades de familia” al Estado Nacional.

Elementos para el análisis de la formación de la co munidad política de ciudadanos en Hispanoamérica

María Fernanda Duque Castro TEIAA – Universitat de Barcelona

1.- Introducción

Como consecuencia del acelerado proceso de mestizaje y de reorganización jurisdiccional ocurrido durante las primeras décadas del siglo XVIII, los años posteriores a esas décadas reflejaban un extenso territorio hispanoamericano en el que pervivían al unísono: reinos, provincias, ciudades, villas, lugares, sitios, parroquias, rochelas o “población suelta y dispersa”, palenques, pueblos de indios o resguardos, rancheríos, reales de minas, misiones, comunidades indígenas que mantenían intactas sus ancestrales costumbres, etc. En el caso de las ciudades, entendidas aquí de modo genérico como ciudades o villas, se trataba de comunidades abarcadoras, formadas no sólo por una población de gran diversidad étnica, sino compuestas también por comunidades más pequeñas como, por ejemplo, la casa-doméstica, la casa-taller, la casa-convento. Sobre la base de esta demarcación general e inclusiva de las comunidades, en este artículo me centro en las comunidades vinculadas al mundo urbano en el que dominaban las costumbres hispano-cristianas, sin perder de vista, claro está, que esas comunidades y sus integrantes siempre convivieron e interactuaron en diverso modo y grado con gentes de otras comunidades, tales como los, sitios, rochelas, palenques, resguardos, misiones, reales de minas, comunidades indígenas “puras”, etc.

Partiendo entonces del marco antes delimitado, en las siguientes líneas indago sobre el modo como en Hispanoamérica, y en el territorio de la actual Colombia particularmente, el taller, la familia extensa y la ciudad hispano-cristiana constituyeron lo que llamo aquí la “comunidad de familia” del artesano, del notable, y del vecino, respectivamente. El propósito es analizar la manera como el linaje, la parentela y la residencia se convirtieron en los elementos esenciales que dieron forma a cada una de esas “comunidades de familia” durante la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX. Un análisis así planteado nos da pistas para comprender el devenir de la formación y el desarrollo de los Estados nacionales Hispanoamericanos en lo que corresponde a la representación, la soberanía y la nación política de ciudadanos.

En conjunto, las preguntas a las que intento responder en las próximas líneas son las siguientes: ¿cómo entre los artesanos, notables y vecinos de los reinos de Indias, fueron el linaje, la parentela y la residencia, la “cosa en común” que formó el “constitutivo esencial o “componente básico” de sus propias y particulares “comunidades de familia”?, ¿en qué medida esos elementos constitutivos fueron afectados por la legislación o la costumbre? y ¿cuál fue el

3

resultado de esa afectación sobre dichas comunidades en su relación con la ciudadanía, el territorio y la representación?

2.- Comunidad y familia

Durante los siglos XVII y XVIII la voz comunidad contenía variadas acepciones. Aludía al “cuerpo que forma cualquier Pueblo, Ciudad o República regido y gobernado de sus Justicias, Gobernadores, Magistrados u otros superiores”. Comunidad significaba también, el “común de algún pueblo, provincia o reino”, definición a la que se sumaba una representación de la comunidad como “la calidad que constituye común una cosa, de suerte que cualquiera pueda participar y usar de ella libremente”1. Hoy por hoy, diversos autores consideran que una comunidad es comunidad en la medida en que sus miembros, “de una manera entre reflexiva y refleja”, comparten y disponen de algo en común, teniendo en cuenta que la «cosa en común» compartida y de la que se dispone representa el “constitutivo esencial” o “componente básico” indispensable para la existencia de la comunidad (DUCH y MELICH, 2009: 120). Antropólogos, historiadores y sociólogos coinciden en que fue la familia la primera comunidad humana, la comunidad primordial por excelencia, y en que, como tal ha variado y varía según los momentos, lugares, e intereses, a lo largo de los siglos y a lo ancho del orbe terrestre (SEGALEN, 1992; GOODY, 2009). Así, puede decirse que como comunidad humana primordial, la familia se ha estructurado a partir del linaje, la parentela y la residencia, elementos que le son comunes y que condicionan su carácter de comunidad.

En efecto, durante el siglo XVII la concepción de familia predominante en los reinos de la Península Ibérica y de Indias remitía al linaje y al domus como elementos esenciales que le daban forma. Según la definición dada en 1611 por Sebastián de Covarrubias (1977: 584), por ejemplo, la familia era no sólo aquella compuesta por hijos, padres, abuelos y demás ascendientes del linaje, sino también una comunidad de convivencia y cohabitación en la que varias personas, compartiendo o no la misma sangre, estaban unidas al “cabeza de familia” por una relación de dependencia, en la que este les proporcionaba alimento y seguridad bajo en mismo techo. Como linaje y parentela reunida bajo un mismo techo o lugar, la familia conjugaba antiguos elementos de la familia germana y romana en las que la pertenencia derivaba, respectivamente, del domicilio, el parentesco y la consanguinidad establecida entre el pater famili y las personas que se hallaban bajo su patria potestad (DUCH y MELICH, 2009: 51, 54).

Ahora bien, entre las familias de los reinos de Indias específicamente, el linaje aludía tanto a una línea particular de ascendientes como también a una casa con nombre propio y representativo. En ambos casos, el linaje estaba vinculado a un antiguo lugar o persona dotada de prestigio y honor, y podía trasmitirse a las subsiguientes generaciones2. La residencia y el parentesco, por su parte, se expresaban en el acto de compartir el “pan” (o los alimentos) bajo el mismo techo o casa (domus), y en el vínculo consanguíneo o no que unía a las

1 Diccionario de Autoridades (en adelante DA), 1729, p. 466. 2 Para un análisis de la polisemia del linaje véase (GOODY, 2009, 216).

4

personas con el jefe de la casa o pater famili (padre de familia o jefe de la casa). Puede decirse de este modo, que en Indias la familia era tanto un lugar representado en la casa o domus, como también un vasto sistema de relaciones en el que intervenían solidaridades basadas en vínculos de linaje, parentesco, servidumbre, residencia y pan compartido. Dicho de otro modo, la familia en tanto que domus y ámbito de vivencias compartidas era un espacio relacional de solidaridades y un lugar (BERTRAND, 1999, 117-118; ZÚÑIGA, 2003: 41).

3.- “Comunidades de familia”

Sobre la base del pensamiento aristotélico, en los reinos del mundo hispano e hispano-indiano del siglo XVIII aun se consideraba que las comunidades eran cuatro: la casa, el barrio, la ciudad y el reino. Se trataba de comunidades en las que sus elementos constitutivos estaban directamente relacionados con los elementos esenciales de la familia. En Indias específicamente, el reino, por ejemplo, al tiempo que estaba regido por un Rey, “padre del Reino”, también estaba formado por provincias, ciudades y villas, en las que habitaban los vasallos/hijos del rey3; la ciudad por su parte, estaba dirigida por el ayuntamiento o cabildo4, el cual estaba sujeto a la autoridad real a través de los representantes del gobierno. Asimismo, por su vínculo de dependencia con respecto al padre-rey, los vecinos de la ciudad convivían en una comunidad que los identificaba casi como “hermanos” (CASTILLO, 1874: 450-451); el barrio, por su parte, aparecía liderado por el “padre político” representado en la figura del alcalde de barrio, quien regentaba un barrio o “partido” específico; la casa, finalmente, estaba bajo la dirección del “padre de familia” que ejercía la patria potestad sobre los demás integrantes de la comunidad económica y moral con los que mantenía vínculos consanguíneos, de parentesco, laborales, de servidumbre, etc. (COVARRUBIAS, 1977: 584).

Se trataba, entonces, de comunidades que constituían el sostén básico en el que se inscribían las personas, ciudades y villas, y en esa medida, las personas siempre aparecían regidas por un padre o pater famili al que se unían por la relación de patria potestad basada en vínculos de linaje, residencia, consanguinidad y/o parentesco, ya fueran estos de carácter real o figurado. En este sentido, dado que tanto en los reinos de Indias como en los de la Península, la casa, el barrio, la ciudad, y el reino se identificaron con una familia o con la metáfora de ésta, en esa misma medida fueron el linaje, la consanguinidad, la parentela y la residencia los elementos que actuaron –en mayor o menor grado– como “constitutivo esencial” determinante en la formación de varias comunidades, entre ellas, las del maestro artesano, del notable y del vecino. Recocer estos vínculos en el caso de los artesanos, notables y vecinos es lo que, en últimas, nos permite hablar aquí de “comunidades de familia”.

Ahora bien, hay que insistir en que los integrantes de esas comunidades estaban conectados entre sí mediante vínculos y relaciones simbólicas, tanto invisibles como concretas, en un complejo de referencias reciprocas (DONATTI, 2003: 402) que dan forma a la “comunidad de recuerdos” 3 DA, 1737, p. 554. 4 DA, 1729, p. 364.

5

(BACHELARD, 1975: 48) compartida por todos y cada uno de sus miembros alrededor del espacio vital de la casa. En este ultimo sentido, como señalan Duch y Melich (2009: 105), “en el recuerdo familiar, se confunden dos elementos íntimamente vinculados: el espacio doméstico y el tiempo genealógico y familiar”. Como señalan estos autores, se trata de un trabajo de memoria en el que los miembros de la familia se sitúan en un continuo flujo de rememoraciones-anticipaciones que los mantiene indemnes frente a los efectos de su finitud (DUCH y MELICH, 2009: 104). De este modo, fueron el recuerdo y la ensoñación futura, los elementos que en el ámbito de las “comunidades de familia”, especialmente en el de la ciudad, condujeron a sus miembros a la formación de la nación imaginada de ciudadanos en la que la nación apareció ligada a los elementos constitutivos de la familia. Bajo este efecto resultaron comunes expresiones como: madre patria, la gran familia, padres fundadores, padres de la patria, etc., las cuales por lo general fueron esgrimidas, aceptadas o defendidas por los notables, vecinos y ciudadanos5.

4.- “Comunidades de familia”; corporaciones; normas ; vínculos; y redes sociales, familiares y de sociabilidad.

Antes de examinar con algún detalle las particularidades de los elementos constitutivos de las comunidades de familia del mundo hispano-indiano, hay que hacer brevemente algunas observaciones sobre el modo como operaban sus integrantes. En efecto, dentro del mundo estamental en el que vivían, los roles y comportamientos de las personas congregadas en “comunidades de familia” estaban determinados por diversas normas. Por un lado estaban las normas dadas por la condición, la calidad y el estado de las personas, y, por otro lado, las normas determinadas por los vínculos sociales que, como señala José María Imízcoz (1996: 18), actuaban como `estructuraciones sociales reales´, con reglas y prácticas específicas que ordenaban a las personas en funcionamientos colectivos. Veamos cómo funcionaba esto.

Según el Diccionario de Autoridades, la voz “condición” representaba “la naturaleza, calidad y distintivo de nacimiento de los hombres: como todas las personas de cualquier estado y condición que sean”; bajo este criterio, una persona podía ser “noble o plebeyo, libre o siervo”6. La voz “estado”, por su parte, se refería al “que tiene o profesa cada uno, y por el cual es conocido y se distingue de los demás”; el “estado” decía así, si se trataba de una persona soltera/o, casada/o, viuda/o, eclesiástica/o, religiosa/o, etc.”; a su vez, del “estado” dependía que unos fueran “seculares y otros Eclesiásticos, y de estos, los unos Clérigos y los otros Religiosos, y de los Seculares propios de la República, unos Nobles y otros Caballeros, unos Ciudadanos, otros oficiales, Labradores, etc.”7. Así definidos, el “estado”, la “calidad” y la “condición” determinaban doblemente la actuación y valoración social de la persona, es decir, tanto al interior de su “comunidad de familia” como frente a la comunidad de la ciudad, la provincia o el reino, pues bajo esas normas las personas podían pertenecer a una determinada corporación, bien se tratara ésta, de un gremio de artesanos, un consulado de comercio, una universidad, un colegio,

5 Por razones de espacio este tema no es desarrollado en esta ponencia. 6 DA, 1729: 488. 7 DA, 1729: 488.

6

un cabildo, el clero, etc., es decir, de un cuerpo social con sus propias y particulares órdenes, reglas, leyes y propiedades.

Pero en la casa, el taller y la ciudad el trato interpersonal no necesariamente se regía por el “estado”, “calidad” y “condición” de los implicados, sino que podía establecerse sobre vínculos determinados por costumbres personales, familiares o sociales particulares. Así, el padre de la casa y sus familiares compartían o coincidían en algunos espacios de la vivienda con los que les servían (que podían ser esclavos o libres, mulatos, indígenas, mestizos, negros o incluso blancos), manteniendo con ellos vínculos personales de tipo económico, de servidumbre, y, con más frecuencia de la que se reconoce, de orden consanguíneo o de parentesco. En ese mismo espacio vital, el padre de familia podía obligar a convivir tanto a sus hijos legítimos como ilegítimos, a los que podía asignar, a su vez, tareas diversas que podían o no estar en consonancia con el tipo de vínculo de parentesco que los unía, lo cual mostraba en últimas no sólo la aceptación o contravención a las normas y reglas establecidas por la Corona sino también la convivencia con normas hechas a medida y fundamentadas en vínculos personales. En suma, las “comunidades de familia” funcionaron como campos de interacción social segmentados e interconectados al mismo tiempo, en los que la interacción de sus miembros estuvo mediada, atravesada e influida no sólo por la condición, la calidad y el estado sino también por vínculos personales que podían ser de dependencia, lealtad, amistad, servidumbre, parentesco, residencia, negocios, patronazgo, etc.

Ahora bien, aparte de la interacción que se establecía entre los miembros de las “comunidades de familia” también estaban las que sus miembros mantenían con las corporaciones a las que pertenecían. Un maestro artesano podía ser, por ejemplo, desde simple rector de su taller hasta maestro mayor de su gremio, alcalde de barrio, alcalde del gremio, o quizás dueño o pariente de un esclavo que vivía y/o trabajaba en su taller8. Asimismo, un notable podía hacer parte del consulado de comercio o de un colegio al tiempo que estaba relacionado por vínculos de parentesco, amistad o fidelidad con miembros del cabildo, el consulado, la audiencia, o la Corte real. En este contexto puede decirse, entonces, que un integrante de las “comunidades de familia” entraba y salía de las diversas esferas sociales como miembro no sólo de su comunidad y de su red familiar sino también como parte de una determinada corporación. En efecto, la interacción de las personas y los vínculos que se tejían en ese devenir interrelacional como miembros de comunidades de familia, de redes familiares y de corporaciones era lo que daba lugar a lo que se ha denominado redes de sociabilidad.

8 Según KONETZKE (2002: 73) “caciques, y otros aborígenes de cierto rango”, lo mismo que “artesanos indios” llegaron a tener esclavos africanos en calidad de servidores domésticos. Para el caso de la Nueva Granada, en el censo de 1851 correspondiente a la ciudad de Pasto, es común hallar esclavos que viven en las casas de artesanos, rotuladas como “tienda” o “taller”.

7

Al respecto, los estudios sobre redes sociales9 durante el Antiguo Régimen revelan precisamente que si bien hacia el interior las comunidades de familia funcionaban como campos de interacción social que formaban a su vez un complejo entramado relacional, hacia afuera dichas comunidades y sus miembros también hacían parte no sólo de corporaciones y cuerpos sociales, políticos, religiosos y culturales, sino también de intrincadas redes familiares y de sociabilidad formadas por vínculos que, dependiendo del caso, se extendían al nivel de las comunidades circundantes, las ciudades, las provincias, el reino o, más aún, en el caso de los notables, a la corte real, en un entrelazamiento que involucraba tanto a las personas como a las “comunidades de familia”, los pueblos de indios, los sitios, lugares, rochelas, parroquias, gremios, cofradías, los consulados de comercio, las universidades, los colegios, los cabildos y, en general, las corporaciones y cuerpos administrativos, territoriales, judiciales, culturales y religiosos.

Así las cosas, en el ámbito urbano, las redes de sociabilidad locales, provinciales o de dimensión trasatlántica, surgían y se mantenían mediante el recurso a vínculos familiares, de parentesco, amistad, negocios, y/o, de lealtades que, en cualquier caso, no sólo determinaban los comportamientos sino que servían tanto para adquirir algún beneficio o grado de poder al que se aspiraba, como para mantener y/o extender el grado de poder del que ya se disponía. En conjunto, reconocemos aquí, con José María Imízcoz (1996: 19), que tanto en los reinos de España como en los de Indias “el entramado social del antiguo régimen era un conjunto muy plural y complejo de cuerpos sociales o comunidades y de vínculos personales y redes sociales”.

5.- El reino, la ciudad y la casa

5.1.- El Reino y la ciudad

Como “padre del reino”, el rey ejercía una autoridad de gobierno absoluta sobre sus territorios y súbditos. El poder omnipotente del rey recaía, de este modo, sobre la ciudad, entendida tanto como el espacio en el que se hallaban los muros y edificios, como la población de vasallos que se congregaba a vivir en ella, que estaba sujeta a unas leyes y un gobierno, y que por ello gozaba de ciertos privilegios y exenciones. Adicionalmente, según el Diccionario de Autoridades, la Ciudad también significaba “el ayuntamiento o cabildo, y los Diputados o Procuradores de Cortes, que por los poderes recibidos, tenían la representación y voz de la Ciudad que los envía”10.

La “ciudad” actuaba así, metafóricamente como el domus o la casa en la que vivían los vasallos, y en ese sentido representaba tanto el ámbito comunitario local como el ámbito político comunitario del reino, pues en este último caso, según la concepción renacentista de la soberanía aun predominante a comienzos del siglo XVII, aunque el reino era una comunidad política se trataba de una comunidad de ciudades y no de ciudadanos, de modo que bajo esta perspectiva, el protagonismo de la ciudad como base única de la organización

9 Es amplia la bibliografía que se ha producido bajo este modelo. Destaco aquí los trabajos de IMIZCOZ, 2003; BERTRAND, 1999; DALLA CORTE, 2003; y el texto compilatorio de trabajos sobre elites de Frédérique LANGUE (2001). 10 DA, 1729, pp. 364-365.

8

política era total. Ratificando este tema y vinculándolo con las nociones de patria y soberanía, Martín Rizo (1626: 13), contemporáneo de la época señalaba:

“como de muchas personas juntas se compone una ciudad y de muchas ciudades un reino; y como las personas son partes de la casa, así las casas son parte del barrio, de la ciudad y del reino, mas son partes del barrio por si, y de la ciudad por razón del barrio, y del reino por razón de la ciudad” (Citado por THOMPON, 2001: 180).

Cabe subrayar al respecto, que aunque por la similitud en la legislación y en el modo de organizarse y vivir, por mucho tiempo las ciudades de los reinos de Indias y de Castilla mantuvieron un rol protagónico como representantes de la comunidad política local, en cada caso su papel fue diferente. Así, mientras que en Castilla aun a mediados del siglo XVII las ciudades seguían manteniendo una fuerza considerable en la medida en que en Cortes se representaban a sí mismas y no al reino (THOMPSON, 2001: 180), en América, si bien las ciudades mantuvieron un claro carácter autónomo, no pudieron ejercer una gran representación, pues allí la Corona impidió el establecimiento de Cortes o Asambleas representativas, con lo cual fue sólo hasta las Cortes de Cádiz cuando los diputados americanos lograron una participación en dichos organismos (KONETZKE, 2002: 134).

Ahora bien, consiguientemente con la distinción hispana entre “ciudades-principales” y “ciudades-sufragáneas”, en los reinos de Indias las ciudades podían ser “cabeza de reino” o “cabeza de provincia”. La ciudad cabeza de reino, como queda dicho, era sede capital de una o varias provincias del reino, cuya jurisdicción abarcaba ciudades, villas, sitios y comunidades diversas (rochelas, palenques, pueblos de indios, lugares, reales de minas, haciendas, etc.). El historiador Armando Martínez Garnica (1995: 22) ha insistido en que durante el siglo XVI en el Nuevo Reino de Granada la provincia tenía un sentido étnico, ya que privilegiaba las ancestrales delimitaciones establecidas a partir de la ubicación e incorporación de las correspondientes comunidades indígenas primigenias. Este autor señala, sin embargo, que durante el siglo XVIII la provincia étnica fue relevada por una comunidad de carácter territorial también llamada provincia, aunque en este caso sus límites se ciñeron a las demarcaciones jurisdiccionales dadas por el ejercicio político-administrativo de la Corona y sus representantes. Esta situación, como veremos más adelante, se relacionaba con la consolidación de la Monarquía absoluta y centralizada.

En el marco de la división político-administrativa del reino sólo las ciudades y villas tenían derecho a regirse por un Cabildo. El Cabildo era un cuerpo colegiado que, aunque en algunos lugares y en principio tuvo un carácter algo representativo, terminó por configurarse con personas que obtenían los cargos por medio de compra a la Corona (GUILLAMON, 1990: 158; ALVAR, 1998: 9). En su composición e importancia el Cabildo variaba según correspondiera a una ciudad principal o sufragánea pero, en general, se formaba de: alcaldes ordinarios, alférez Real, alguacil mayor, alcalde provincial, depositario general, regidores perpetuos, alcaldes de la santa hermandad y regidor. Un elemento importante de las ciudades y los cabildos, es su papel frente a la autonomía o dependencia que ejercieron sobre otras ciudades, villas, lugares, rochelas,

9

reales de minas, etc. En ese sentido, las ciudades principales, con cabildos más grandes y fuertes, acaparaban y sometían política y administrativamente a otras ciudades y villas, mientras que estas a su vez sometían a otros pueblos, rochelas, sitios, lugares, parroquias, o aldeas11. Según el diccionario histórico-geográfico de Antonio Alcedo (1786: 406), la ciudad de Cartago, por ejemplo, estaba sometida a la ciudad y gobernación de Popayán, y residían en ella:

“Un teniente de Gobernador del de Popayán, dos Alcaldes Ordinarios, dos de la Hermandad, dos Pedáneos, Síndico, Procurador general y Mayordomo de Propios, y seis Regidores, cuyo Cabildo disfruta el privilegio de elegir y confirmar cada año estos oficios, un Batallón de Milicias Urbanas y dos Compañías disciplinadas, Caxas Reales que se trasladaron de la ciudad de Anserma; además de la Iglesia Matriz, en que se venera como patrona a nuestra Señora de la Paz, dádiva de la piedad de Felipe III, tiene cinco parroquias en los sitios de Santa Ana, Santa Bárbara, Llano de Buga, Naranjo, Micos, y Pueblo de los Cerritos”.

La competencia del Cabildo se extendía al usufructo tanto de las llamadas tierras de merced, reservadas para la posible posterior extensión de la ciudad, como a la explotación de los Bienes de propios y arbitrios, compuestos por tierras, grupos de esclavos, o ingresos provenientes de rentas e impuestos, cuyas utilidades se empleaban para atender exigencias públicas y administrativas. Aunque el Cabildo tenía atribuciones administrativas y judiciales, también estaba sometido a toda una serie de restricciones, a las cuales por cuestiones de espacio no haré alusión aquí12. En tanto que “comunidad de familia” la ciudad se arropaba bajo un linaje común, derivado, como todo linaje, de un lugar o nombre emblemático, cargado de significado. En los reinos de Indias las ciudades fundaron su linaje sobre nombres antiguos que las vinculaban, bien con lugares de la península Ibérica (relacionados a su vez con anteriores reinos y civilizaciones), bien con nombres y toponímicos de viejos imperios y cacicazgos como los de Incas, Mayas, Aztecas, Muiscas, Guanes, Pastos, Nasa, Guambianos, Supías, Quinchías, Tapuyas, etc., aspecto que ratifica la superposición y transposición de culturas en el mundo hispanoamericano. Cabe anotar asimismo, que dado que la ciudad se regía tanto por la autoridad real como por la autoridad divina, la representación simbólica del linaje por lo general se expresó mediante el respeto y culto al escudo de armas y al santo patrono de la ciudad respectivamente.

El linaje de las ciudades estuvo vinculado a los privilegios, mercedes y exenciones que el monarca daba a sus vasallos en correspondencia por los servicios prestados, y en gran parte ese fue el motivo por el que algunas ciudades disfrutaban de la regalía de ser “cabeza de reino”, “cabeza de provincia”, “cabeza de obispado”; principales o sufragáneas, diocesanas, militares, comerciales, universitarias, centro del poder político o centro poder

11 Para el Nuevo Reino de Granada, importantes análisis pueden encontrarse en (HERRERA, 2001: 99; SOLANO, FLÓREZ Y MALKUN, 2008: 81, GUERRERO, 1995; MARTINEZ, 1995). 12 Para más información véase DE AYALA, Manuel J (1989). Diccionario de gobierno y legislación de Indias. Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid.

10

religioso, etc. Una ilustración de este tipo de casos es el de Cuzco, cuyo Cabildo según Antonio Alcedo (1786: 746): “tenía por concesión del Emperador Carlos V los mismos privilegios que el de Burgos, y otras muchas prerrogativas, con el título de Gran Ciudad, Cabeza de los Reynos y Provincias del Perú en premio de haber hecho frente al traidor Diego de Almagro en las contiendas que tuvo con Francisco Pizarro”.

5.2.- La ciudad y la patria

La ciudad entendida de modo genérico como villa, pueblo o aldea estuvo determinada por la parentela y la residencia de sus miembros: los vecinos. La parentela de los vecinos estaba dada por su condición de “hermanos”, hijos/vasallos del padre/rey. Sobre la vecindad, José Maria del Castillo Velasco (1874: 450-451) señalaba que se trataba de “un vínculo casi natural, una especie de parentesco que [ligaba] entre sí a todos los habitantes de un pueblo por la comunidad de intereses y los [hacía] miembros de aquella familia”. Entre los vecinos, los vínculos de residencia se fortalecían por el hecho de compartir la vida en un mismo lugar, o ciudad a la que se designaba patria. Esta condición convertía a las personas no sólo en vecinos sino también en ciudadanos y compatriotas. Así, según el Diccionario de Autoridades de 1729, ciudadano era “el vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios, y está obligado a sus cargas, no relevándole de ellas alguna particular exención. Mientras que la voz compatriota, se componía “de la preposición con, y del nombre Patria” y designaba al “que era del mismo lugar, ciudad o provincia, respecto de otro”13. En ese mismo sentido, la comunidad dada por la parentela y la residencia permitía que los vecinos/ciudadanos/compatriotas de la ciudad/patria pudieran disfrutar de la patrimonialidad, definida como “la calidad de ser natural, u originario de algún país, que da derecho para adquirir lo que sólo se debe dar a los naturales”14. De este modo, la comunidad de vecinos recibía mercedes de su soberano, al que correspondían, entre otras cosas, defendiendo el territorio y las costumbres hispano-cristianas que compartían bajo un mismo imaginario común en la pequeña ciudad/patria.

En la práctica, los derechos de los vecinos estuvieron representados en el uso común de los ejidos y pastos que habían recibido por gracia, dádiva o merced del Soberano para que fueran dedicados al pastoreo del ganado, la extracción de agua o leña, o simplemente para la recreación15. Aunque los vecinos no elegían a los miembros del Cabildo, hay que reconocer que en ocasiones estos se reunían en cabildo abierto para la toma de decisiones importantes para el “común”, aunque, más regularmente, para celebrar algún acontecimiento extraordinario ocurrido a la familia del Rey. Entre los primeros años del siglo XVI y el último cuarto del siglo XVIII la condición de vecino estuvo asociada principalmente a la tenencia de títulos nobiliarios y de propiedad. Particularmente para el Nuevo Reino de Granada, Humberto Triana y Antorveza (1965: 25-26) indica que las personas de pueblos y villas se clasificaban en “pobladores”, “vecinos” y “moradores”. Las dos primeras

13 DA, 1737, p. 165 14 DA, 1737, pp. 165-166 15 Real Cédula de 29 de mayo de 1525 y Ordenanzas de Felipe II en, DE AYALA, Manuel J (1989). Diccionario de gobierno y legislación de Indias. Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid.

11

condiciones se obtenían: por título nobiliario, que acreditaba la hidalguía y pureza de sangre, y por acreencia de tierras de encomiendas. Los moradores, mientras tanto, fueron los que se agregaron a la comunidad en un periodo posterior y, por lo tanto, carecían de propiedades o títulos nobiliarios, debiendo ocuparse como artesanos, mercaderes o tratantes. En el Rio de la Plata, Tucumán, Cuyo y Paraguay asimismo, los bandos de buen gobierno muestran una distinción entre vecinos y naturales, y entre vecinos estantes, moradores y habitantes (CABALLERO, 2007: 13, 107, 135).

Ahora bien, en el contexto de la centralización de la Monarquía, la vecindad se convirtió en la categoría modeladora del orden social y territorial por excelencia, es decir, sirvió como elemento de control de la población tanto al interior de las villas y ciudades como fuera de ellas actuando no sólo como legitimadora de de derechos exclusivos de la población considerada “local” sino también como elemento de negociación. En ese sentido, dentro de las villas y ciudades los maestros artesanos y los padres de familia notables de las ciudades fueron identificados como vecinos (DUQUE, 2010), mientras que aquellos que estaban por fuera de esas “comunidades de familia” fueron señalados como vagos, transeúntes o foráneos16. Asimismo, los que vivían fuera de las villas y ciudades o bien fueron forzados a residir bajo el régimen de la vida hispano-cristiana, o bien por voluntad propia se mostraron reacios a incorporarse a los nuevos centros de poblamiento en los que se les quería reubicar17. Sobre este último asunto, hay que anotar que frente al avance del mestizaje y al incremento poblacional, los intersticios y amplios territorios ubicados al margen de las ciudades habían venido ampliándose y aglutinando en ellos nuevas comunidades étnicas y/o territoriales tales como los sitios, lugares, campiñas, capillas, parajes, rochelas, etc. Los habitantes de estas comunidades a veces se resistieron y a veces imitaron parcialmente los vínculos y símbolos de las “comunidades de familia” del mundo urbano hispano-cristiano formando de ese modo, comunidades amalgamadas pero con identidades propias.

A finales del siglo XVIII, los informes de virreyes, intendentes y visitadores dan perfecta cuenta de las condiciones en que se hallaba la población de las zonas circundantes a los centros urbanos, en la mayor parte de las Provincias de Ultramar. En el Nuevo Reino de Granada, por ejemplo, el Informe del virrey Amar y Borbón (1910: 238), decía que los “esparcidos domésticos” como les llamaba,

“forman el mayor número de habitantes libres, hacen propiamente una población vaga y volante que obligados de la tiranía de los propietarios, trasmigran con la facilidad que les conceden el poco peso de sus muebles, la corta pérdida de su rancho y el ningún amor a la pila en que fueron bautizados”.

16 Los Bandos de Buen Gobierno de finales del siglo XVIII estipularon normas relacionadas con el orden social asociándolo siempre a los preceptos de la vecindad. Dos casos en ese sentido son, por ejemplo, el control al incremento en el número de personas que iban de una localidad a otra, y la solicitud de que en las casas no se negociara ni se aceptara la presencia de indígenas o negros de otras comunidades, lo que muestra que efectivamente las gentes de las ciudades a veces negociaban, protegían o daban amparo a personas que estaban en condición de vagos, transeúntes o foráneos. Para el Paraguay véase (CABALLERO, 2007: 139). 17 Sobre esta temática en el caso del Nuevo Reino de Granada véase (SOLANO, 2008: 75).

12

Frente al fenómeno generalizado del incremento poblacional y del surgimiento indiscriminado de nuevas comunidades las autoridades buscaron aglutinar y controlar a los vecinos de poblaciones y partidos en torno a las ciudades y villas principales, aunque no siempre con éxito. El Auto del Intendente Ignacio Benítez de Portugal dado en el Paraguay (CABALLERO, 1997: 135) indicaba, por ejemplo:

“que aquellos vecinos y naturales de esta villa levanten, y edifiquen sus casas dentro de esta villa y las que tuvieren arruinadas o sus sitios montuosos, los edifiquen y limpien los referidos sitios de modo que queden decentes como Villa de Españoles, observando en todas Repúblicas Cristianas.

Asimismo, en las ciudades la población fue obligada a entrar en una dinámica de concentración en torno al centro. En esa dirección apuntan los hallazgos de Sonia Toledo para el caso de México, quien observa una línea de continuidad entre 1780 y 1842 para el caso de los artesanos, encontrando que entre éstos, el: “61% de quienes dijeron ser de la urbe residían en la zona céntrica (cuarteles mayores I, II, III, y IV) mientras que el otro 39% se ubicaba en los cuarteles mayores periféricos”.

De este modo, la disolución del orden que disponía una “república de blancos” y una “república de indios” separadas entre sí, incidió en el cambio sobre la “condición” del vecino, que en adelante amplió sus atributos y apareció cada vez más vinculada a la probidad, educación, propiedad, utilidad y territorialidad. En ese sentido, la condición de vecino se convirtió en garantía de crédito social. Gozar de crédito fue por encima de todo, disfrutar del prestigio y buen nombre asociados a las virtudes cristianas, la urbanidad, la pertenencia a un lugar y la utilidad a la comunidad. Dicho de otro modo, tener propiedad y/o ejercer un oficio, arte o profesión en la ciudad daba “crédito” al vecino, lo convertía en un hombre probo, útil y virtuoso ante la comunidad (local) a la que pertenecía. Del mismo modo, carecer de propiedad, arte, oficio o profesión hacia de la persona un vago, forastero o extranjero, un itinerante de quien no se podía dar fe por la falta de trato y reconocimiento ante y entre los convecinos.

5.3.- La casa: comunidad política, social y económi ca

Durante el Antiguo Régimen en los territorios de las Indias y la Península Ibérica la “comunidad de familia” de la casa fue una comunidad económica, política y moral. José María Imízcoz (2003: 13) destaca, por ejemplo, “la centralidad de la casa y de la familia en el entramado social y político del antiguo régimen”. En su concepto, la casa y la familia funcionan

“como cuerpo político, como centro de producción, de consumo, de trabajo, como primera articulación de hombres y de mujeres, como ámbito de disciplinamiento, como actor en el campo social, en que se prolonga mediante sus alianzas y relaciones de amistad y de patronazgo, como base y motor de dinámicas de cambio, que van desde la emigración a las Indias hasta el gobierno de la monarquía, o como lugar de culturas y rituales domésticos.

13

En Indias particularmente, a la cabeza de la casa-taller y de la casa-doméstica estaban el maestro artesano y el notable –o, aunque menos regularmente, la mujer notable– respectivamente. En ambas situaciones las casas podían incluir, entre otros, a abuelos, primos, tíos, sobrinos, hermanos, cónyuge e hijos legítimos e ilegítimos, ahijados, sirvientes y personas sin techo que en un momento dado podían ser acogidas bajo argumentos de caridad cristiana. Ante esas condiciones, la casa-familia y la casa-taller aglutinaban un considerable número de personas de una gran variedad étnica, con lo cual se formaban de gentes blancas, mestizas, mulatas, negras, zambas e indígenas que confluían en un mismo lugar o domicilio, aunque con ocupaciones y vínculos diferentes tanto entre sí como respecto al pater famili de la casa. En correspondencia con lo anterior, la patria potestad del padre de familia notable o del maestro y padre de familia artesano se extendía en doble vía: tanto a aquellos con los que tenía vínculos consanguíneos y de parentesco como a los que se hallaban a su cuidado o a su servicio, y en ese sentido, los notables y los maestros artesanos mantenían una gran cantidad de dependientes o clientes.

A artesanos y notables la condición de autoridad en tanto pater famili les daba derecho al goce y disfrute de privilegios sociales como, ostentar la condición de vecino o detentar un lugar y sitio en determinadas corporaciones, en la iglesia y en las procesiones de la localidad. Estos privilegios, tratándose de una sociedad estamental, se hacían públicos en rituales político-religiosos. En general, puede decirse que para los miembros de los talleres de artesanos y de las familias notables, su calidad, condición y estado, lo mismo que su pertenecía, vínculos y posición privilegiada en sus propias comunidades de familia les proporcionaba el acceso a las corporaciones y les daba derecho a participar de la vida política, social y cultural de la gran familia comunitaria formada por los vecinos de la ciudad.

Pero si el taller del artesano y la casa del notable eran una “comunidad de familia” de la casa, entonces ¿qué o cuál fue el elemento que los diferenciaba? Para responder a esta cuestión es aquí donde tenemos que considerar la condición de “nobleza” o “notabilidad” pues, junto al desarrollo de una determinada actividad económica, esa condición distinguía principalmente al maestro y su familia reunida en la casa-taller, del benemérito que ejercía como comerciante, minero, hacendado, o alto funcionario civil o eclesiástico, y que reunía en la casa-doméstica a sus familiares y parientes, entre otros.

5.3.1 La casa-doméstica del notable

Aunque en los reinos de Indias las casas por lo general agrupaban varios núcleos familiares, las de los notables fueron particularmente grandes en cuanto al número de personas que albergaban. En ese caso, mientras más personas habitaban la casa-doméstica mayor era el prestigio social del notable que la dirigía. Para el Nuevo Reino de Granada el estudio de Pablo Rodríguez (1997) sobre prototipos de “familia” del siglo XVIII, revela precisamente la existencia de varias familias notables en cada una de las cuatro ciudades escogidas para su investigación. En la ciudad de Tunja cuenta 35 familias notables formadas en su mayoría por 16 o más personas. En Cali y Medellín observa lo mismo, señalando para este último caso, que en los barrios “Guanteros y San Benito”, donde habitaba gente mestiza y mulata de condición

14

pobre, el 70% de las viviendas contaba menos de cinco personas, mientras que en los barrios de la plaza y el centro, hasta el 30% de las casas estaban formados por un total de entre once y veinticinco personas. Según Rodríguez, en estos barrios vivían familias acomodadas y de prestigio, todas ellas asistidas por esclavos y sirvientes. En Cartagena el autor también encuentra una casa habitada por 41 personas pertenecientes a las clasificaciones socio-raciales de mulato, pardo, esclavo y blanco. Se trataba de una unidad familiar que agrupaba a seis familias cuyos miembros estaban unidos por vínculos de sangre y/o servidumbre, formando lo que Rodríguez (1997: 41, 49-50, 68) llama una “gran unidad doméstica”.

Pero además del número de personas que la componían, la notabilidad de una casa y su pater famili también se relacionaba con la calidad del linaje. Un linaje encumbrado o de abolengo era un linaje distinguido, rico y sin mancha. La calidad del linaje estaba vinculada al apellido de la familia, que, por lo general, remitía al nombre de un lugar o persona con fuertes connotaciones de honor e hidalguía, de los que derivaban precisamente, la distinción social del jefe de la casa, de su familia, y de su prole legítima (RODRIGUEZ, 1997: 102).

Debido a que en la “comunidad de familia” de los notables el linaje tenía una fuerte connotación, la normativa real hizo énfasis en la reglamentación de ese elemento. Como señala Bertrand (1999: 117), el linaje “servía de marco en la regulación y el tratamiento de los aspectos importantes relacionados con el funcionamiento interno del grupo”. Dentro del marco legal dado por la Corona y la Iglesia católica la reglamentación del linaje recayó principalmente en las figuras del matrimonio, el mayorazgo y la dote18. La reglamentación a través de estas figuras dirigía la formación y el desempeño de la “comunidad de familia” tanto en su interior como en la comunidad política mayor de la ciudad. En conjunto, se trataba de reglas, fueros y privilegios basados en un ethos cívico y moral católico que regía el universo familiar público y privado. Al respecto, el historiador José Maria Imízcoz (1996: 29) señala:

“En la medida en que el ejercicio de la autoridad estaba en manos de señores particulares, su aplicación [de la virtud] dependía grandemente del comportamiento personal (más que de un «sistema» social y político) y requería por lo tanto una regulación moral dirigida a la persona. En toda lógica, la literatura sobre el «pater familias» y, en general, sobre el buen gobierno, era en buena medida un discurso moral”.

De otro lado, en Indias la notabilidad también estuvo asociada a la localización privilegiada de la casa en la ciudad, al número de bienes en manos del padre de familia, y, muy particularmente, al grado de blancura de la piel de los integrantes de la familia con vínculos consanguíneos respecto al pater familia, entre quienes la notabilidad se traducía en el derecho, goce y disfrute de 18 Para un acercamiento a la figura de la dote véase (RODRIGUEZ, 1997: 188-189). Para el mayorazgo véase (DE LA PEÑA, 2001). Sobre el mayorazgo y su diferencia entre los reinos de castilla y Aragón, José María Imízcoz (2004: 187) señala: “Cuando la designación del heredero viene dada por el sexo y la primogenitura se dice que está dada por el mayorazgo y segundones típico del derecho castellano y no del mundo rural vasco-cantábrico en la casa troncal, donde el heredero o heredera tomaba sucesión de la casa mientras que los demás hijos podían quedar como solterones en ella, entrar por matrimonio a otras casas del entorno o salir a medrar fuera”.

15

condiciones sociales y cívicas especificas, todas ellas representadas en el acceso a cuerpos privilegiados (colegios, universidades, gremios de prestigio y órdenes religiosas)19 y por lo tanto en la posibilidad de ocupar cargos públicos y de detentar un lugar específico y de preeminencia en las procesiones, la iglesia, el cabildo, o alguna otra instancia de gobierno en el reino.

5.3.2.- La casa-taller del maestro artesano

Para los artesanos la casa-taller fue la esencia de su “comunidad de familia”. Entre ellos, el algo que los unía estaba dado tanto por la residencia y el parentesco como por su particular y simbólico modo de linaje. En ese caso el padre de familia rector de la casa-taller estaba representado por el maestro, quien dirigía a los aprendices y oficiales que, a su vez, formaban la parentela tanto real como figurada pues en cierto modo la familia del artesano estaba unida por lazos de hermandad basados en el hecho diario de compartir el pan y el techo durante las horas de vida y de trabajo. Esta cercanía entre los artesanos se fundaba en la relación familiar-laboral que muchas veces daba pie a un trato de carácter familiar en el taller20. Asimismo, en la casa-taller los aprendices y oficiales mantenían una directa dependencia del maestro artesano, con el que compartían una muy particular referencia al linaje, el cual estaba estrechamente vinculado a la fama, nombre o prestigio del maestro artesano y sus oficiales. Aunque la fama correspondió en general a todos los oficios, estuvo relacionada sobre todo con el artesanado que desempeñaba trabajos artísticos, tales como pintores, escultores y orfebres.

En su condición de rectores de taller, los maestros artesanos tenían derecho a participar y dirigir los gremios. Se trataba de cuerpos sociales que reglamentaban la vida y costumbres de los artesanos según el oficio. Al menos hasta finales del siglo XVIII los oficios venían dados por la “condición” bajo la que se nacía, y el estatus ante la comunidad se regía por el gremio al que pertenecía la persona y por el puesto que ocupaba dentro del gremio y el taller. En ese caso, los artesanos con más prestigio eran los dedicados a suplir las necesidades suntuarias de los notables, tales como orfebres, pintores, escultores, plateros, y grabadores. Con menor rango de aceptación social, que no alcanzaba a ser del todo desfavorable, estaban los sastres, armeros, sederos y lanceros. Finalmente, entre los que casi no gozaban de ningún prestigio estaban los zapateros, herreros, carpinteros, y albañiles. Según varios historiadores, los oficiales de estos últimos oficios integraban los gremios con menos recursos, de inferior jerarquía social, y en los que los requisitos de ingreso al gremio eran menos rígidos21. Con todo, bajo la influencia de los postulados de la ilustración, los gremios sufrieron algunas modificaciones que favorecieron el libre ejercicio de los oficios22.

19 Para el caso del Nuevo Reino de Granada véase (SILVA, 1992; TWINAM, 1985; VEGA y AGUILERA, 1991). 20 Un estudio más detallado sobre la “comunidad de familia” artesana y su proyección después de 1800 véase (DUQUE, 2010A). 21 Sobre los artesanos del Nuevo Reino de Granada véase (GUERRA, 1990: 15), para los de Rio de la Plata, véase (BARBA, 1944: 45; TORRE REVELLO, 1945: 32), entre otros. 22 Para México véase (PEREZ TOLEDO, 1996; RAMIREZ, 1981: 349, 351), para Rio de la Plata (AYUSO y ARATA, 2009), para Nueva Granada, (TRIANA Y ANTORVEZA, 1966 y 1967)

16

6.- Notas sobre la historicidad de las “comunidades de familia”

Dado que las “comunidades de familia” se articulaban sobre la base del linaje, el parentesco y la residencia, fue en torno a esos “elementos constitutivos” que regularmente recayeron las reglas, fueros y privilegios que estipularon las libertades y restricciones de cada una de dichas comunidades. En este sentido, la observación de algunas normas que regían los “elementos constitutivos” de las comunidades de familia entre las últimas décadas del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX nos permite adentrarnos en el conocimiento de la formación y primeros devenires de los Estados hispanoamericanos. Veamos algunos rasgos de esas regulaciones y sus efectos.

Las reformas borbónicas que modificaron la “comunidad de familia” de la ciudad estuvieron representadas en los cambios introducidos tanto sobre la burocracia local y provincial como sobre la jurisdicción. Así, aunque ya desde comienzos del siglo XVII en España se había comenzado a producir una provincialización que casi equiparaba a las provincias con los reinos (PADGEN, 2001: 431-437; SAENZ, 2004: 404), en América la incursión de la Corona con ese propósito se realizó mediante la reorganización administrativa de finales del siglo XVIII, que dio forma a “las provincias ultramarinas”. Según Padgen (2001: 435):

“En la década de 1780 los «reinos de las Indias» habían sido sustituidos por las «provincias ultramarinas». Desapareció también toda noción de «comunidad trasatlántica», de un ius comune encarnado en la persona legal del rey” (…) “En su transformación final la monarquía había pasado de ser un «imperio» a constituir una federación de Estados aliados. Esta no se había basado en los conceptos, ahora arcaicos de Imperium (soberanía) y dominium (derecho de gobierno)” (…) sino “en una lealtad voluntaria”.

Así, no sólo los reinos de Indias fueron convertidos en provincias sino que estas pasaron a ser “colonias” que, aunque desligadas de su relación con la comunidad de Castilla, ratificaban su vínculo con España mediante su integración al nuevo sistema comercial Atlántico. Durante la crisis monárquica de 1808, en las provincias de ultramar la situación en torno a la soberanía desembocó, sin embargo, en una lucha entre la soberanía regalista y la idea pluralista de la soberanía, las cuales, como ha señalado Antonio Aninno (1994), no habían podido ser unificadas en la soberanía monista del absolutismo borbónico.

Ahora bien, los estudios sobre el ámbito local de finales del siglo XVIII indican que los cambios introducidos a ese nivel obedecieron al deseo de la Monarquía por controlar y sujetar a la heterogénea población que se aglutinaba tanto en los límites más inmediatos de las ciudades y villas como a aquella que se localizaba en los territorios más alejados de dichas jurisdicciones. Se trataba en efecto, del anhelo de la monarquía por controlar tanto a las comunidades territoriales como a aquella población que no veía conveniente los cambios en la burocracia local y sus nuevas atribuciones. En efecto, como muestran autores como, Francisco Guillamón y Pere Molas Ribalta, las contradicciones generadas por las nuevas medidas administrativas que buscaban la consolidación burocrática de una Monarquía centralizada condujeron al choque

17

entre los funcionarios reales y comunidades a diversos niveles23. Desde esta perspectiva, para el caso de las provincias de Ultramar las nuevas investigaciones parecen indicar que los problemas y alzamientos de finales del siglo XVIII no eran sino, como dijo hace mucho tiempo Levene, el reflejo de la tensión entre el vigor de la ciudad como esencia de la comunidad política, y el progresivo desarrollo de cuerpos burocráticos fuertemente territorializados que avasallaban buena parte de las legitimidades de las “comunidades de familia” de la casa y la ciudad. En ese sentido, las investigaciones centradas en el estudio de los cabildos podrían decir mucho más sobre la influencia y el grado de aceptación, rechazo o confrontación de los entes locales frente al cambio o apropiación de tareas por parte de los nuevos funcionarios de la corona.

En cualquier caso, es claro que dentro del contexto reformista del último tercio del siglo XVIII, los vecinos, territorios y cabildos de las diversas ciudades y provincias de ultramar fueron los principales motores y sujetos de transformación. Entre los notables y los artesanos que tenían fuertes raíces en las viejas ciudades, las reformas intentaron con fuerza la erosión de su poder mediante diversos modos, entre los que se cuentan, por ejemplo: la creación de villas (que actuaron como nuevos centros de poder burocrático y territorial que hacían contrapeso a las viejas ciudades y villas), la ley “de las gracias al sacar”, que erosionaba el sistema de privilegio étnico de los notables, pues posibilitaba a las gentes de las castas el disfrute de la reputación de blancos, hidalgos o hijos legítimos mediante el pago previo de una cantidad determinada según fuera el caso (VEGA Y AGUILERA, 1991). Entre los artesanos mientras tanto, de un lado, se establecieron las Reformas a los gremios, especialmente la libertad de oficio, con lo cual se permitió la incorporación de artesanos que hasta entonces se habían visto privados del libre acceso y desempeño de su trabajo por cuestiones de privilegios gremiales. Este cambio sin duda debilito al artesanado de las viejas ciudades que se hallaban sometidos a los gremios. De otro lado, las Reformas buscaron incorporar al artesanado de un modo diferente a la vida de la ciudad, y para ello se les quiso dotar de un cierto prestigio y poder mediante el establecimiento de la Reglamentación General para los Gremios y a través de su nombramiento en cargos municipales como el de alcalde de barrio, o alcalde de gremio respectivamente. Veamos a continuación con un poco mas de detalle el modo cómo se vieron afectados los artesanos.

Dentro de las reformas dadas por Carlos III, una de las nuevas creaciones fue la figura del alcalde de barrio, cargo para el cual en casi todas las provincias se designó a artesanos acomodados. Para este efecto, las provincias y ciudades fueron divididos y puestos bajo la orden de alcaldes de barrio, cuya tarea fue 23 Entre las reformas que afectaron a los Cabildos en el ámbito Peninsular, Francisco Javier Guillamón (1998: 73, 81) destaca la de 1760, que estableció la Contaduría General de Propios y Arbitrios y un sector fiscalizador representado por los Intendentes de provincia y Corregidores, y cargos electivos en la gestión económica de los municipios (diputados y personeros del común que reemplazan a los viejos regidores, regidores añales). Esta nueva situación, según el autor, generó innumerables disputas. Asimismo, Pere Molas i Ribalta (1998: 186) indica que la reforma al régimen municipal dada para todas las provincias de España en 1766, disponía la obligación de elegir diputados del común y un sindico en las poblaciones con más de 2.000 habitantes. En opinión del autor, las tensiones al interior de los cabildos no se hicieron esperar, pues los regidores “veían mermada y sometida a escrutinio su libertad de actuación”.

18

ejercer control sobre la población, “sobre todo de la flotante y no identificada” (MOLAS, 1991: 186), aunque claro está, los alcaldes de barrio no tenían competencia judicial pues su obligación se limitaba a pasar una relación sumaria de los delitos observados. Para el caso de México, Sonia Pérez-Toledo (1994: 153-154, 158) indica que los alcaldes de barrio llevaban un libro de folio con relación de las casas de “obradores, comercios, mesones, fondas y figones”; levantaban un padrón de todos los vecinos y sus familias; velaban por la limpieza de cañerías y calles, buscaban los medios para aumentar y fomentar la industria y las artes, y supervisaban que las viudas y huérfanos se recogieran con personas honestas, y los varones en donde pudieran aprender un oficio. Según Pérez, en pocas palabras los alcaldes de barrio eran los encargados “de vigilar a la población y asegurarse de que se ocuparan en alguna actividad y, por lo mismo, eran los encargados de fomentar las artes y los oficios”. En el Nuevo Reino de Granada, y concretamente en la ciudad de Pasto, también era deber de los alcaldes de barrio, alojar a los forasteros y luego presentarlos al teniente gobernador para que dieran cuenta de su profesión y motivos de llegada a la ciudad. Asimismo, debían presentar lista de los jóvenes de la ciudad con más de 8 años, indicando la “calidad de la familia”, para que en vista de ella, se repartan por la justicia a carpinteros y los que sobraren se repartan entre los labradores para hacerlos trabajar, corregirles los excesos que notaren y enseñarles los respectivos oficios (SAÑUDO, 1941: 136). En la Costa Caribe del Nuevo Reino, mientras tanto, las zonas aledañas a las ciudades fueron organizadas bajo el nombre de partidos, los cuales se adscribían a corregimientos regidos por un corregidor. El Corregidor nombraba en cada partido a los alcaldes de barrio, cargo que, como he dicho, en algunos casos incluía a artesanos. Según las investigaciones de Solano, Flórez y Malkun (2008: 81) en la Costa Caribe del Nuevo Reino de Granada la creación de los corregimientos intentó debilitar a las elites e instituciones públicas que se mantenían al margen de la autoridad del Soberano y de la Real Audiencia del Nuevo Reino, con lo cual se presentaron innumerables disputas y conflictos con los alcaldes ordinarios, y los cabildos de las ciudades y villas y con los alcaldes pedáneos de las parroquias.

La instrucción para los alcaldes de barrio de la ciudad de Asunción dada en 1793 por el intendente, teniente coronel Joaquín de Alós y Brú, deja en evidencia asimismo, el ideal que motivaba allí la creación de esa institución:

“Estando encargada principalmente a este Gobierno la causa de Justicia, Policía y el cuidado de saber las inclinaciones, vida y costumbres de los vecinos y moradores para corregir a los ociosos y viciosos que lejos de servir al buen orden de los Pueblos causan inquietudes y escándalos desfigurando con ello el buen semblante de las repúblicas y pervirtiendo a los bien intencionados (…): he meditado crear Alcaldes de Barrio según los hay en otras ciudades para que estén en la mira de cuanto tenga a buen confiarles” (CABALLERO, 2007: 124)

Aunque no en todos los casos, al parecer sí fue corriente el nombramiento de artesanos en el cargo de alcalde de barrio, situación que si bien, por un lado, contrastaba con la de otras épocas en que los ejecutores de los oficios mecánicos tenían prohibido el acceso a puestos municipales, por otro lado, estaba en directa relación con las grandes directrices europeas que propendían

19

por la creación de un nuevo municipalismo que no tuviera en cuenta diferencias estamentales (MOLAS, 1991 186). De este modo, tal parece que el artesanado jugó un papel fundamental en la operación Monárquica de control de la población y de reencuadre de la burocracia y de los territorios provinciales y locales, lo cual no pocas veces derivó en fuertes conflictos. Los artesanos en todo caso, siempre gozaron de ciertos privilegios. En la provincia del Paraguay, la instrucción para el Celador de la ciudad, dada por el Coronel Bernardo Velasco en 1809, decía:

“ 3. En los días de de fiesta tendrá especial cuidado por la mañana y tarde de visitar las pulperías, especialmente algunas en donde se reúnen esclavos, hijos de familia y otras personas entregadas al juego de naipes, de donde resultan los robos, riñas u otros desordenes; lo mismo se ejecutará en los huecos, montillos y orillas del Rio, en donde igualmente se suelen juntar dichos esclavos y castas a pasar el día en dichos juegos prohibidos; los aprehenderá y sin quitarles el dinero los pondrá en la cárcel por vía de corrección (…)” “4. Esto no debe tener lugar con los artesanos y menestrales, que después de haber rendido su trabajo en los expresados días y los feriados, juegan lo que se llama gasto en los juegos permitidos y en la cantidad tasada por las leyes de Castilla, Indias y última pragmática sanción” (CABALLERO, 2007: 141).

Todo indica que la integración del sector de artesanos, que tuvo lugar tanto en España como ciudades de Paraguay, Nueva Granada, Buenos Aires, o Nueva España, incidió en que una parte del ese sector asumiera una cierta participación en la vida política municipal. Sobre ese particular el historiador Pere Molas (1998: 186) indica que aunque por lo general los historiadores han considerado que la introducción de una elección de diputados y síndicos a nivel municipal

“tuvo escasa trascendencia política, dentro del marco de una monarquía absoluta, que interesó poco a la población, y que los comicios fueron poco concurridos, un magistrado conservador opinaba en 1812 que la elección de diputados y síndicos había constituido una vía de intervención del artesanado en la vida política municipal y por lo tanto un precedente del régimen representativo liberal.”

Aunque para los territorios hispanoamericanos las investigaciones en este sentido son todavía escasas, existen indicios de una fuerte relación entre el artesanado, y su vinculación a cargos municipales a través de alcaldías de barrio, celadurías, policías, milicias y guardias nacionales, y de estos y la nueva representación24. Sobre las guardias nacionales en el caso argentino, por ejemplo, Juan Carlos Garavaglia (2004: 372-373) señala que se trataba de una:

“organización administrativa y policial, nacida a fines del periodo colonial en la ciudad, con alcaldes por cuartel y tenientes por cada manzana, había sido ideada como una forma de ordenar la «policía» urbana en el sentido más amplio (limpieza, abasto, orden, control, etc.) y pronto se agregarían a sus deberes las obligaciones derivadas del servicio militar

24 A este respecto véase los trabajos de (AYUSO y ARATA, 2009 y MONTIEL DEL RIO, Alberto, CORDOBA, Eva, y FLOREZ Francisco, 2009).

20

en las milicias cívicas urbanas. (…). Estos individuos [habían] tejido obviamente una extensa red de solidaridades y no nos extrañaría […] que nos hallásemos con un mundo de pequeños propietarios de quintas y chacras y de artesanos urbanos.”

Ahora bien, dado que aquellos maestros artesanos que cumplían con las condiciones de autonomía, territorialidad, propiedad y/o utilidad social habían logrado la condición de vecino, fue muy seguramente esa parte del artesanado la que resultó integrada a los cuerpos militares y de policía de las viejas ciudades, bien como alcaldes de barrio, como celadores, o como alcaldes de la hermandad. Es probable que la monarquía haya dotado a estos sectores con algo de poder con el fin de proporcionarse a sí misma la fidelidad de los nuevos funcionarios, lo mismo que con el propósito de expandir su dominio sobre los diversos sectores sociales y comunidades que se hallaban por fuera de su mando. De cualquier modo, la relevancia que a finales del siglo XVIII cobró el control sobre la población, y, por otro lado, el enaltecimiento del artesano como persona útil a sí misma y a la sociedad, fueron sin duda los elementos que incidieron en la fuerte vinculación que tendría la condición de artesano con la condición de vecino y posteriormente con la de ciudadano. Entre los patricios, mientras tanto, una vez formada la república de ciudadanos, aquellos que habían gozado de la condición de notables, al amparo de los nuevos órdenes constitucionales pasaron a detentar derechos políticos y sociales en calidad de ciudadanos-representantes.

7.- A MANERA DE CONCLUSION

Ante la crisis monárquica de comienzos del siglo XIX la existencia de fueros y privilegios dispares entre las ciudades (cabeza de reino, cabeza de provincia, etc.) y entre los vecinos (vecinos-notables, vecinos y no-vecinos) derivaron en el motivo o la raíz de los conflictos tanto por la representación política como por la soberanía territorial, pues una vez consolidada la separación de España fue muy difícil no sólo el establecimiento de la unidad nacional, territorial y soberana organizada bajo la forma del Estado-nación, sino también la integración de toda la población a la nueva condición de ciudadanos. Al respecto, creo que el planteamiento realizado a lo largo de esta ponencia proporciona algunos elementos necesarios para observar la reacción de las diversas comunidades de familia frente a la los diversos universos normativos y discursivos (foráneos o propios) que se idearon con miras a forjar el Estado nacional.

En ese sentido, si intentáramos un acercamiento a la formación de los estados nacionales hispanoamericanos tras las luchas de independencia observando el despliegue (no lineal) de las comunidades de familia observaríamos varias situaciones, entre las cuales destacan las siguientes. En primer lugar, veríamos el salto de la “comunidad de familia” de la ciudad a la sociedad-nación en la que, bajo las nuevas condiciones de la ciudadanía política, poco a poco se van integrando los diversos sectores que habían sido considerados vagos o no-vecinos durante el Antiguo Régimen. En ese sentido, la lucha por el ingreso al reino de la ciudadanía se plantea ardua y prolongada, y sólo se obtiene

21

definitivamente con la integración de las últimas segregadas: las mujeres25. En segundo lugar, se podría observar que los territorios se involucran en encarnadas luchas por concentrar el poder central, desencadenando un espiral de conflictos que aun a inicios de la segunda mitad del siglo XIX dejaban al descubierto Estados nacionales fragmentados en cantones, provincias y tierras de colonización que por lo general sólo fueron anexados a los nuevos Estados nacionales a mediados del siglo XX. En ese proceso la autoridad política y la representación recayeron en caudillos, familias, religiosos y nuevos políticos, que actuaron al vaivén de medios legales e ilegales, tales como el sufragio y la revuelta, respectivamente.

En términos generales, puede decirse que el proceso de larga duración que nos habla de la historicidad de las comunidades de familia, de los cuerpos estamentales y de las redes de sociabilidad, nos indica que poco a poco esas comunidades fueron pasando del estrecho límite de la familia y de la comunidad en el que los vínculos primarios y secundarios coincidían entre sí casi directamente, a un cada vez más ampliado campo social en el que los vínculos secundarios y contractuales se fueron separando y extendiendo. De todos modos, como dije líneas atrás ese proceso fue lento, tortuoso y desigual, con lo que el nacimiento del Estado burocrático y territorial, y de la “sociedad” moderna de ciudadanos encontró serios obstáculos, aunque también muchos alicientes, representados por las viejas comunidades étnicas y territoriales, y por las redes de sociabilidad y las corporaciones.

8.- BIBLIOGRAFIA

POSADA, Eduardo e IBAÑEZ, Pedro (comp.), Relaciones de mando: memorias presentadas por los gobernantes del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Imprenta Nacional, 1910.

AGUILERA, Mario y VEGA, Renán, Ideal democrático y revuelta popular. Bosquejo histórico de la mentalidad política popular en Colombia 1781-1948. Bogotá: Instituto María Cano, 1991.

ALCEDO, Antonio, Diccionario Geográfico-histórico de las Indias Occidentales ó América. Madrid: Imprenta de Benito Cano, 1786.

ALVAR, Alfredo, “Organización de la vida municipal y arbitrismo en el siglo XVI”. Espacios urbanos, mundos ciudadanos: España y Holanda, ss. XVI-XVIII: actas del VI Coloquio Hispano-Holandés de Historiadores celebrado en Barcelona en noviembre de 1995. Córdoba: Universidad de Córdoba, 1998, pp. 3-27.

ANINNO Antonio, "Soberanías en lucha. La ambivalencia de la herencia colonial". De los Imperios a las Naciones. Zaragoza: Ibercaja, 1994, pp. 229-253.

BACHELARD, Gastón, La poética del espacio. México: FCE, 1975.

BERTRAND, Michel, “De la familia a la red de sociabilidad”. Revista Mexicana de Sociología, 1999, nº 2, pp. 107-135.

CABALLERO, Herib, Los Bandos de Buen Gobierno de la Provincia del Paraguay, (1778-1811). Asunción: Arandurã Editorial, 2007.

25 Particularmente sobre las comunidades indígenas y la incorporación de sus integrantes a la ciudadanía política en el contexto del Estado nacional en Colombia, véase (GUTIERREZ, 2000: 51-82)

22

CASTILLO, José Maria, Ensayo sobre derecho administrativo mexicano. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1874 [1994].

COVARRUBIAS, Sebastián, Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid: Ediciones Turner, 1611 [1977].

DALLA CORTE, Gabriela, “La suerte de los patrimonios y las empresas: la difusa frontera entre el negocio y la familia en tiempos de cambio social (1790-1830)”. Espacios de familia. ¿Tejidos de lealtades o campos de confrontación? España América, siglos XVI-XX, Morelia: Red Utopía/Jitanjáfora, 2003, pp. 145-258.

AYALA, Manuel Josef de. Diccionario de Gobierno y Legislación de Indias. Edición y Estudios de Marta Milagros del Vas Mingo. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, Tomo VI, 1989.

DONATI, Pierpaolo, Manual de sociología de la familia. EUNSA: Ediciones Universidad de Navarra, 2003.

DUCH, Lluis y MELICH, Joan, Ambigüedades del amor. Madrid: Editorial Trotta, 2009.

DUQUE, Maria Fernanda, “Nuevos ciudadanos: entre el imperio español y la república colombiana”. Boletín Americanista, 2010, nº 60, pp. 165-186.

GARAVAGLIA, Juan Carlos, “Manifestaciones iniciales de la representación en el río de la plata: la revolución en la laboriosa búsqueda de la autonomía del individuo (1810-1812)”. Revista de Indias, 2004, vol. 64, nº 231, pp. 349-382.

GOODY, JACK, La evolución de la familia y el matrimonio. Valencia: Universidad de Valencia, 2009 [2003].

GUERRA, Sergio, Los artesanos en la revolución latinoamericana. Colombia 1849-1854. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1990.

GUERRERO, Amado, “Los conflictos regionales en la creación de la gobernación de Girón”. Regiones, ciudades, empresarios y trabajadores en la historia de Colombia. Bogotá: AGN/UPTC/ACH, 1995.

GUILLAMON, Francisco, “Reformismo institucional y gobierno municipal en el siglo XVIII”. Espacios urbanos, mundos ciudadanos: España y Holanda, ss. XVI-XVIII: actas del VI Coloquio Hispano-Holandés de Historiadores celebrado en Barcelona en noviembre de 1995. Córdoba: Universidad de Córdoba, 1998.

GUILLAMON, Francisco J., “Algunas reflexiones sobre el cabildo colonial como institución”, Annales de Historia Contemporánea, 1990, nº 8, pp. 151-161.

GUTIERREZ, Jairo, La voz de los indios de la Nueva Granada frente al proyecto criollo de nación 1820-130, en Anuario Regional y de las Fronteras, UIS, 2000, pp. 51-82.

HERRERA, Martha, “Las divisiones político-administrativas del virreinato de la Nueva Granada a finales del periodo colonial”. Revista Historia Critica, 2001, nº 22, pp. 76-103.

IMÍZCOZ, José M., “Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el Antiguo Régimen”. Elites, poder y red social. Las élites del País Vasco y Navarra en la Edad Moderna, Bilbao: Universidad del País Vasco, 1996, pp.13-50.

IMÍZCOZ, José M., Casa, familia y sociedad. País Vasco, España y América, siglos XV-XIX, Bilbao: UPV, 2004.

KONETZKE, Richard, América latina: La época colonial. México: Siglo XXI editores, 2002, [1972].

MARTIN RIZO, Juan Pablo, Norte de príncipes y vida de Rómulo. Madrid: J.A. Maravall, 1626, [1988].

23

MARTINEZ, Armando, “Los límites entre Boyacá y Santander: un paso del movimiento histórico de percepción espacial humana”, en GUERRERO, Javier (coord.): Regiones, ciudades, empresarios y trabajadores en la historia de Colombia, Bogotá: AGN/UPTC/ACH, 1995.

MOLAS I RIBALTA, Pere, “Movimientos sociales y políticos en las ciudades”. Espacios urbanos, mundos ciudadanos: España y Holanda, ss. XVI-XVIII: actas del VI Coloquio Hispano-Holandés de Historiadores celebrado en Barcelona en noviembre de 1995. Córdoba: Universidad de Córdoba, 1998, pp. 173-188.

PADGEN, Anthony, “Escuchar a Heráclides: el malestar en el imperio, 1619-1812”, R. L. KAGAN-G.PARKER (eds.) España, Europa y el mundo Atlántico. Madrid: Marcial Pons/Junta de Castilla y León, 2001, pp. 420-438.

PÉREZ T., Sonia, “De cambios y continuidades: notas sobre la estructura del ayuntamiento en la ciudad de México después de la independencia”. Iztapalapa, 1994, nº 14, pp. 151-164.

PÉREZ T., Sonia, “Artesanos y gremios de la ciudad de México, 1780-1842”. Revista Historia y Grafía, 1996, nº 6, pp. 55-85.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de Autoridades. Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro, 1729. En línea en http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle

RODRIGUEZ, Pablo, Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada Siglo XVIII. Bogotá: Editorial Planeta, 1997.

SANZ C., Porfirio, “Las ciudades en la América Hispana”. Madrid: Silex, 2004.

SAÑUDO, José Rafael, Apuntes sobre la historia de Pasto. La colonia bajo la casa de Borbón. Pasto: Imprenta La Nariñense, 1941.

SEGALEN, Martine, Antropología histórica de la familia. Madrid: Taurus, 1992.

SILVA, Renán, Universidad y Sociedad en el Nuevo Reino de Granada: contribución a un análisis histórico de la formación intelectual de la sociedad colombiana. Bogotá: Banco de la República, 1992.

SOLANO, Sergio, FLÓREZ, Roicer, y MALKUN, William, “Ordenamiento territorial y conflictos jurisdiccionales en el Bolívar Grande 1800-1886”. Historia Caribe, 2008, nº 13, pp. 65-119.

THOMPSON, IAA. (2001), “Castilla, España y la monarquía: la comunidad política, de la patria natural a la patria nacional", R. L. KAGAN-G.PARKER (eds.) España, Europa y el mundo Atlántico. Madrid: Marcial Pons/Junta de Castilla y León, pp. 177-216.

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “Exámenes, licencias, fianzas y elecciones artesanales”. Boletín Cultural y Bibliográfico, 1966, vol. IX, nº 1, pp. 65-73.

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “La libertad laboral y la supresión de los gremios neogranadinos”. Boletín Cultural y Bibliográfico, 1967, vol. VIII, nº 7, pp. 1015-1022.

TWINAM, Ann, Mineros comerciantes y labradores: las raíces del espíritu empresarial en Antioquia, 1763-1810. Medellín: FAES, 1985.

AYUSO, Maria Luz y ARATA, Nicolás, “De artesanos a trabajadores: dos estudios sobre la regulación de los saberes del trabajo”, Educação Unisinos, 2009, nº 13, pp. 211-219.

TORRE R., José., La orfebrería colonial en Hispanoamérica y particularmente en Buenos Aires. Buenos Aires: Editorial Huarpes, 1945.

BARBA, Enrique, La organización del Trabajo en el Buenos Aires Colonial. Constitución de un gremio. La Plata, UNLP, 1942-1943.

24

MONTIEL DEL RIO, Alberto, CORDOBA, Eva, y FLOREZ Francisco, “Guardias nacionales y soldados regulares en la provincia de Cartagena: una mirada desde el mundo socio-racial (1832-1853)”. Memorias, 2009, nº 6, pp. 265-296.

RAMIREZ, Braulio, “Trabajo, ordenanzas y gremios”. Memoria del II Congreso de Historia del Derecho Mexicano, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1981.

LANGE, Frédérique, “Las élites en América colonial (Siglos XVI-XVIII)”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2001, En línea: http://nuevomundo.revues.org/index562.html

ZÚÑIGA, Jean-Paul, “Clan, parentela, familia, individuo: métodos y niveles de análisis”. Espacios de familia. ¿Tejidos de lealtades o campos de confrontación? España y América, siglos XVI-XX, Morelia: Red Utopia/Jitanjafora, 2003 [2000], pp. 35-57.