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El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Trayectos, dilemas y propuestas

Rosario, 2020

Ricardo Cicerchia(director)

Pilar MoradFrancisco García GonzálezCecilia Rustoyburu(coordinadores)

El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Trayectos, dilemas y propuestas

Maquetación de interiores: Lorena BlancoMaquetación de tapa: Estudio XXIIImagen de tapa:

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por re-conocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOSHECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Ricardo Cicerchia, Pilar Morad, Francisco García González y Cecilia Rustoyburu

© de esta edición: Email: [email protected]

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autorización del editor.

Este libro se terminó de imprimir en MULTIGRAPHIC, Buenos Aires, Argentina, en el mes de abril de 2020.

Impreso en la Argentina

ISBN

Índice

Trayectoria REFMUR. A modo de presentación…Ricardo Cicerchia ............................................................................ 11

PRIMERA PARTECONFERENCIAS MAGISTRALES ....................................... 17

Deconstruyendo la funciónRicardo Cicerchia ............................................................................ 19

El tema de familia en clave de política pública en Colombia: algunas reflexionesMaría Cristina Palacio Valencia ...................................................... 33

Sociabilidades e sexualidade:os jovens de um enclave imigrante na primeira metade do século XIX Sergio Odilon Nadalin .................................................................... 49

SEGUNDA PARTEFAMILIAS EN LA HISTORIA… HISTORIAS DE FAMILIA ...................................................................................... 61

Diversidad de modelos familiares en Las Novelas de TorquemadaAntonio Irigoyen López .................................................................. 63

Trayectorias familiares, movilidad social y capellanías en la España meridional. La ciudad de Alcaraz, 1700-1825Francisco García González y Pablo Ballesta Fernández ................. 77

América colonial portuguesa: dinâmicas populacionais, migrações e redesCarlos A. P. Bacellar ....................................................................... 99

“Foram padrinhos...”: o corpo mercantil da Praça de Porto Alegre e suas relações de compadrio (século XIX)Ana Silvia Volpi Scott y Gabriel Santos Berute y Dario Scott ....... 115

8 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“...ahora más que nunca quisiera ver a VM en nuestra compañía”. Lealtad y solidaridad entre hermanos en el largo siglo XVIII hispanoamericanoJosefina Mallo ................................................................................. 137

En Casa…Prácticas incestuosas y familias. Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX. Notas para su análisisM. Pablo Cowen.............................................................................. 157

Lo masculino y lo femenino en la Real Armada española (siglos XVIII-XIX)María Dolores González Guardiola ................................................ 175

PARTE IIIINFANCIAS Y PRÁCTICAS DEL CUIDADO ..................... 191

La infancia en los procesos judiciales del arzobispado de Toledo en la Edad ModernaAlfredo Rodríguez González .......................................................... 193

Cuidado y memoria. Retiro, hospicios y maternidades: la construcción de un relatoMontserrat Carbonell Esteller y Céline Mutos Xicola .................... 215

Estrategias familiares para el cuidado infantil. Afectos, solidaridades y desobligaciones Mercedes Rodríguez López y María del Pilar Morad Haydar ........ 233

Filiación, crianza y ley: Vivir en familia ¿Vivir en familia?Mercedes Silvia Minnicelli ............................................................. 249

PARTE IVPARENTESCO Y NUEVAS TECNOLOGÍAS ...................... 263

Los nuevos estudios del parentesco: mutualidad, relación y personaJoan Bestard Camps ........................................................................ 265

Todo sexo es político: algunos apuntes sobre el acceso a la salud de personas trans en el primer nivel de atención de la ciudad de Mar del Plata, ArgentinaMelina Antoniucci ........................................................................... 277

9Índice

Tecnologías de la (no) reproducción: discursos médicos sobre el implante subdérmico en jóvenes de sectores populares en ArgentinaCecilia Rustoyburu y Natacha Mateo ............................................. 297

La re-significación del modelo biogenético y de la bilateralidad parental a partir de los cambios sociales generados por las técnicas de reproducción humana asistida en el ordenamiento jurídico colombianoOlga Carolina Cárdenas Gómez, Juliana Arias Escobar y Talía Valero Mora ............................................................................ 321

PARTE VDESPLAZAMIENTOS, MEMORIA Y VIOLENCIAS ....... 339

Sin mirar atrás. Migraciones de familias monomarentales venezolanas a la costa Caribe colombianaÁlvaro Enrique Quintana Salcedo .................................................. 341

Familia, Violencia, Historia y Memoria. El 9 de abril de 1948 en BogotáMaría Himelda Ramírez y Oscar David Rodríguez ........................ 359

DIRECTOR Y COORDINADORES DE LA OBRA ............. 377

Trayectoria REFMUR A modo de presentación…

Ricardo Cicerchia

Hace ya algo más de una década, un grupo de historiadores se ilusionaba con la creación de una red internacional de estudios de familia. Desde enton-ces, REFMUR se fue consolidando como un foro global referente de inves-

tigadores de las formas familiares de todas las disciplinas. Entre sus realizaciones fundamentales, cuatro congresos internacionales (Murcia, San Pablo, Barcelona y Cartagena), y tres volúmenes, hoy consulta obligada sobre las formas familiares del pasado, del presente y por qué no, del futuro.1

Podríamos decir, estábamos entonces embarcados en la avalancha del “giro epistemológico” que se había apoderado de la reflexión de los historiadores. Los paradigmas unificadores de las disciplinas que constituyen las ciencias sociales, o que al menos, le servían de punto de referencia, habían sido severamente cuestio-nados. La duda que se impuso en las sociedades occidentales avanzadas, enfrenta-das a formas de crisis que no sabían comprender e incluso, a menudo describir, ha contribuido a difundir la convicción que el proyecto de una inteligibilidad global de lo social quedaba en duda. Así, el cambio de dirección de las investigaciones históricas se orientó hacia a la agencia de la vida diaria, de la historia social y de la historia cultural. El resultado de la enorme proliferación de los estudios sociales produjo, inevitablemente, el quebrantamiento de los grandes modelos analíticos que hizo que a una crisis de sentido se sumara una crisis epistemológica, reabrien-do, como hace un siglo, la discusión en torno a la posibilidad misma de conoci-miento objetivo sobre la sociedad y sobre los procesos de cambio.

1 Como modestos mosqueteros, los ilusionistas fuimos Francisco Chacón, Juan Hernández y Antonio Irigoyen por la Universidad de Murcia y un servidor por la Universidad de Buenos Aires. Todos nosotros muy contenidos por la generosidad en la escucha y en la ayuda financiera de la Fundación Séneca. Nos referimos a los congresos internacionales realizados en la Universidad de Murcia (2011); la Universidad de San Pablo (2014); la Universidad Autónoma de Barcelona (2016); y la Universidad de Cartagena (2018). Nuestras publicaciones bajo la nomenclatura REFMUR fueron: CHACÓN JIMÉNEZ, F. y CICERCHIA, R. –coordinadores– Pensando la sociedad, conociendo las familias. Estudios de Familia en el pasado y el presente, Murcia, Editum, 2012; CICERCHIA, R.; BACELLAR, C. e IRIGOYEN, A. –coordinadores– Estructuras, coyunturas y representaciones. Perspectivas desde los estudios de las formas familiares/Estruturas, conjunturas e representacoes. Perspectivas de estudos das formas familiares, Murcia, Editum, 2014; y CHACÓN JIMÉNEZ, F.; ESTEVE, A. y CICERCHIA, R. –coordinadores– Construyendo identidades y analizando desigualdades. Familias y trayectorias de vida como objeto de análisis en Europa y América, Siglos XVI-XXI, Barcelona, CED, 2018.

12 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Me es imprescindible decir que nuestro último volumen es un libro de época y en algún sentido a contracorriente. La crisis de los paradigmas analíticos provenientes de la teoría social, el derrumbe de la bipolaridad ideológica, la emergencia de iden-tidades radicalizadas y la profunda crisis de representación política, casi universal, por un lado, y la ausencia de casi todo empoderamiento de la sociedad civil, más allá de la propaganda de moda, a manos de una desenfrenada ambición de poder de las clases dirigentes, nos llevan a interrogar sobre aquellas otras expresiones menos reconocidas, nobles –y seguramente quiméricas– de ese mundo de pan y afectos.

Desde la historia cultural se impone la siguiente idea: las estructuras primordia-les, es decir, la economía y la demografía, más el conjunto de variables políticas, ins-titucionales y coyunturales se encuentran contenidas y direccionadas por los sistemas culturales. Esta perspectiva de larga duración, ha complejizado, en el mejor de los sentidos, los estudios sociales demasiado influidos, por las tradiciones funcionalistas.

En nuestros imaginarios se han sobreactuado las prácticas elitistas. Los siste-mas culturales, sin embargo, se constituyeron al calor de interlocuciones que en el marco de asimetrías objetivas, organizaron territorios de combate ciudadano por los sentidos. Es ese mismo encuentro, el lugar de producción de subjetividades. La preponderancia de rasgos coercitivos de nuestras historias, entre ellos, los si-nuosos registros nacionalistas, han disimulado, con cierto éxito, el murmullo y el poder de esferas colectivas, estratégias simultáneas, hermandades en la diferencia. Nuestra intervención conlleva sus riesgos: no impresiona la afirmación de que el Estado parece ir creando nuestra sociedad. Sin embargo, este compromiso intelec-tual contempla perspectivas de análisis de espacialidades, estructuras y prácticas que tienden a recuperar particularidades y paralelismos de recorridos de vida y performances.

Las variables culturales adquieren así una nueva dimensión de cara a los sig-nificados, las acciones simbólicas, las representaciones, las prácticas culturales. El retorno al sujeto es producto de esa prioridad del estudio del sentido y de la acción simbólica, por un protocolo emplazado hacia lo singular y la experiencia vivida, descentralizado, dando paso a una narrativa, de las trayectorias, de los espacios micro-sociales, sus redes y sus lógicas emplazadas en un oleaje de articulaciones globales. Hablamos aquí, por supuesto, del sujeto social familia…

Conviene admitir que no todas las sociedades tuvieron el mismo régimen de historicidad, y que no se representan ni experimentan el tiempo de la misma forma. Sin embargo, con cautela, fundamos un lugar común. Por esto mismo, estas nuevas astucias del conocimiento son graduales, fragmentarias y en parte minimalistas. Así van completando una dinámica social pretérita, trascendente, aún en sus iti-nerarios derrotados o truncos, en una batalla contra ese apurado historicismo a la hora de definir los fundamentos culturales de la nación. La posibilidad de un re-co-nocimiento de estos derroteros divergentes, depende de la habilidad de construir focos identitarios alternativos, como lo va afirmando la nueva investigación. Y de hecho, el campo de negociación entre lo local y la intervención global es donde, hoy por hoy, se pueden encontrar las discusiones más interesantes. Se llegó así a una historia con “vigor etnográfico”, cuyo objetivo principal es el de revisar la for-

13Trayectoria REFMUR. A modo de presentación…

ma de pensar, no solo sus contenidos sino cómo y por qué, cómo una comunidad construyó su mundo, le dio significado y le infundió vivencias.2

Dichas cápsulas de tiempo nunca, o casi nunca, se dieron en total aislamiento. Una visión global debía contenerlas en un marco epistemológico y metodológico. Se ha señalado que los conceptos de globalización y de lo global posicionan, al menos, dos supuestos. Por un lado, el que remite a un proceso histórico consis-tente en la progresiva mundialización; y por otro, una perspectiva metodológica basada en un desplazamiento de la mirada desde las historias nacionales hacia una perspectiva contextual (debería decir textual) más amplia, que involucra a su vez desde la interconexión entre espacios locales, regionales o nacionales hasta la es-cala planetaria. En la mira… dinámicas y sentidos conectados culturalmente.3 Más aún, desde la teoría de sistemas, la comprensión de un caso se ilumina a partir de su inclusión del conjunto del que forma parte, lo que imprime una variación de la escala de estudio. Reconsiderando el impacto de los factores internos al caso mis-mo se lo instala al sistema de que forma parte. Así la expansión de la escala permite ver elementos conectados incapaces de ser ponderados por el uso y abuso de un universo autoreferencial.

Al mismo tiempo que la teoría de la modernización ha considerado a la nación como un fenómeno político ligado a los procesos de industrialización, también tuvo que configurar tipos tradicionales para darle particularidad y legitimidad cul-tural e histórica. La familia nuclear, individualizada, aislada y romántica ha emer-gido como contraparte de una familia tradicional, extensa, relacional y socialmente interesada. Para el paradigma modernista, la familia nuclear y el individuo que ésta reproduce son modernos y el parentesco, ese universo relacional centrado en los antepasados y basado en lazos naturales, es tradicional. El modernismo requirió del abandono de amplios lazos de parentesco para vislumbrar la figura de individuos libres, considerando al parentesco como un vínculo primordial abonado por lazos contractuales y cívicos. Así, en la teoría de la nacionalidad sus miembros diluyen sus antiguas divisiones étnicas y sus lealtades para constituir voluntariamente un contrato social entre ciudadanos. Lo que resulta de todo este proceso es la familia nuclear y su esfera privada, aquella que reproduce individuos socialmente móviles, base de la sociedad civil vis a vis con la nación cívica, una esfera pública que pro-porciona identidad a estos individuos.

Esta idea moderna de familia, profundamente arraigada en nuestras represen-taciones sociales, es el principal retrato del campo de las historias pioneras de la familia en Europa. Un discurso sobre la disolución de los lazos primordiales del

2 Con mucha anticipación Robert Darnton ya anunciaba este giro culturalista. Insiste en que los objetos culturales no son producidos por los historiadores, sino por los contemporáneos que le dan significado, bajo este supuesto necesitan ser interpelados a partir de los elementos simbólicos de las relaciones sociales. DARNTON, R. The Great Cat Massacre and the other episodies in French Cultural History, New York, Basic Books, 1984 [versión traducida al castellano, FCE, 1984].

3 Un ejercicio de tal entrecruzamiento en mi último libro de la Serie Historia de la Vida Privada en Argentina, CICERCHIA, R. Jujuy en el Trópico de Capricornio. Fronteras, visiones y trajinantes, Rosario, Prohistoria, 2014.

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parentesco, la desaparición de grandes familias extensas, la aparición de una sub-jetividad doméstica entre esposos individualistas y la valoración de los hijos como objetos del sentimiento. En esta narrativa, el parentesco queda situado en el pa-sado –los antepasados generan nuestras relaciones de parentesco– y la mentali-dad individualista en el presente –la pareja conyugal genera individuos que van diferenciándose de toda tradición. El dilema consistió para este relato, en situar el momento de aparición del complejo familiar nuclear y establecer su grado de funcionalidad con las estructuras sociales. Así, el capitalismo, la industrialización y la modernización fueron los ejes clave que permitieron develar la génesis y con-figuración del complejo de la familia nuclear.

Sin embargo, el trayecto de la disolución progresiva de los lazos primordiales del parentesco hasta llegar a lazos contractuales entre individuos que se sitúan después de las relaciones naturales de la procreación, se presenta conflictivo para un pensamiento histórico preocupado por los contextos temporales y espaciales y para aquellas perspectivas antropológicas interesadas en los procesos culturales que articulan las relaciones de parentesco con la reproducción social. En el terri-torio de la historia, la respuesta fue un énfasis en los procesos regionales y en una mejor conceptualización de la unidad doméstica. Es decir, una combinatoria de elementos estructurales y culturales de mayor encarnadura social. En el discurso antropológico, la nueva mirada se orientó a cierto rechazo por las definiciones uni-formes y universales de familia, matrimonio, y redes de parentesco, dando lugar a caracterizaciones más contingentes abiertas a contextos culturales concretos. Y el matrimonio –por conveniencia– entre la historia y la antropología ha arrojado algo de luz a la hora de proyectar visiones menos saturadas sobre el campo: corpus estadísticos, genealogías y culturas regionales.4

Bajo estos lineamientos generales, ofrecemos aquí nuestro cuarto libro colectivo, continuidad de los debates que hemos venido sosteniendo en distintos escenarios académicos y de la propia sociedad civil. Su publicación no hubiera sido posible sin el auspicio del Seminario Permanente de Historia Latinoamericana Contemporánea (SEPHILA) del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravigna-ni”, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y el CONICET, Argentina; y de la Universidad de Cartagena, Colombia. En el primer volumen intentamos una revitalización, sobre todo historiográfica, de los estudios de familia con el propósito de levantar la voz académica sobre las problemáticas contemporáneas del cosmos doméstico. El segundo texto se inclinó hacia un estado del arte multidisciplinario que sirviese como nueva plataforma de saberes y desafíos. Un tercer volumen abordó cuestiones estructurales con centro en los procesos demográficos y los lineamien-tos del Social Network Analysis. Ahora, avanzamos sobre temáticas específicas que, creemos, están a la vanguardia de los nuevos itinerarios del campo.

4 Palabras más, palabras menos, así lo explicaba en mi Conferencia Inaugural “Por una genealogía de las formas familiares. Estructuras, trayectorias y performance”, dictada en I Jornadas Internacionales: Las conformaciones familiares de ayer y hoy: fuente, conceptos y perspectivas de análisis, Universidad Nacional de La Plata, noviembre 2017.

15Trayectoria REFMUR. A modo de presentación…

En el principio, una fuente inspiradora de la tarea académica y organizativa asumida fue, sin duda, el ejemplo recibido por uno de nuestros maestros, Peter Laslett.5 Y en el recorrido, la participación fundamental de notables especialistas, hoy integrantes de la familia REFMUR.

Hoy integran la red más de 30 universidades a través de sus Departamentos, Fa-cultades o Institutos de Investigación, por cierto, con mayoría latinoamericana. La fluidez del intercambio, su consistencia y la rigurosidad profesional fueron clave en el crecimiento de la red que se impuso a sí misma, como lo expresaba su Manifiesto fundacional, ser leal a los principios de la ciencia moderna, la institucionalidad y el resguardo de una sensibilidad social imprescindible a la hora de nuestros análisis.

Por último, afirmamos que para pensar las formas familiares es necesario in-dagar sobre su historia en el devenir de las transformaciones socioeconómicas y culturales, lo que implica una doble lectura de los procesos domésticos por un lado, y el cambio social por el otro. Las transformaciones de nuestros pueblos, influyen-do sobre tales recorridos, abonan la noción plural de familia, la trama de redes de parentesco y la organización del grupo doméstico. Así fueron inclinándose, desde la década de 1990, miradas hacia la diversificación de las experiencias y represen-taciones familiares. El cuestionamiento a modelos interpretativos macro-estruc-turales y su correctivo de la mano de cierta sensibilidad hacia el microanálisis, determinó para el campo al menos dos itinerarios: el uso de unidades de análisis desagregadas; y una batería de herramientas metodológicas eficientes a la hora de aprehender la cartografía de las diversas morfologías familiares, que, finalmente, en el plano de la continuidad/ruptura, soportan la imprescindible pertinencia de los campos de las subjetividades, una verdadera vindicación de lo mejor del post-es-tructuralismo.

Ahora unas líneas sobre la obra… La crítica, revisión y nueva lectura de las ya conocidas y utilizadas es condición necesaria y se convierte en premisa básica en cualquier investigación; máxime en el campo de los estudios de la familia por razo-nes del carácter multidisciplinar y las permanentes interacciones de sus objetivos. Por otra parte, las fuentes son muy diversas: literarias, etnográficas, demográficas, de origen antropológico, incluso testimoniales, aparte de las propiamente históri-cas. Todo lo cual obliga a una constante y continua revisión sobre las mismas. La abundante bibliografía y la diversidad temática del sujeto social familia, permiten plantear preguntas que giran alrededor de relaciones sociales, dominación, desigual-dad, identidad, cambio y movilidad social, tradiciones y valores, violencia…

5 Peter Laslett y el Grupo de Cambridge nos han influido grandemente en la interpretación teórica y metodológica de la historia de la familia. Con la publicación de su libro The World We Have Lost en 1965, desafió la creencia generalizada sobre el grupo doméstico constituido por múltiples generaciones como la norma para la Europa pre-industrial. Laslett afirmó, en contra de las corrientes dominantes, que la familia nuclear había sido el tipo dominante de familia desde tiempos medievales, sobre todo en el noroeste europeo. Por implicación, su estudio también desafió la noción de que la Revolución Industrial había destruido la familia extensa reemplazándola por la familia nuclear. A pesar de ciertos reparos regionales a su modelo, sin dudas, “golpe de gracia” a la excesiva manipulación parsoniana en nuestros asuntos. Aquí nuestro homenaje…

16 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Una salida posible es reinterpretar las prácticas familiares como expresión y formación de un sistema cultural. Lo simbólico posee entidad y es tangible como cualquier producción material. Las estructuras que representa, por cierto opacas en la mayoría de los casos, son realidades concretas. Los nuevos instrumentos deben capturar lo más local de los detalles y los más global de las estructuras, eso sí, de manera simultánea. Los estudios de familia necesitan posicionarse como una in-dagación interpretativa en busca de significaciones en la dirección de delinear un nuevo discurso social.

El foro internacional de especialistas en REFMUR IV, realizado en Cartagena en agosto de 2018 con el auspicio de la Universidad de Cartagena y la Universi-dad de Caldas, se propuso indagar en tales dilemas. Con el ánimo de abordar las problemáticas contemporáneas, nos aprestamos a escucharnos y debatir con el más amplio sentido democrático de cara a un compromiso social que es parte esencial de nuestro trabajo académico. De tales compromisos emerge la presente obra.

El libro es una compilación de textos seleccionados en el marco del IV Congreso Internacional REFMUR, celebrado en Cartagena. Se abre con las tres conferencias magistrales que desarrollaron temáticas teóricas, filosóficas y metodológicas que han florecido en las nuevas investigaciones. Continúa con cuatro secciones organizadas temáticamente abordando respectivamente una perspectiva histórica; los fenómenos del cuidado en clave de infancias; asuntos vinculados al parentesco y género a propó-sito de los nuevos interrogantes formulados básicamente por las nuevas tecnologías; y por último, dos ensayos sobre violencia, migraciones y memoria.

De más está decirlo, es un libro incompleto… cuyo aporte fundamental es la actualización de los nuevos rasgos que adquiere la investigación en el campo, en particular para aquellos colegas de tantas disciplinas como nuestro sujeto de estu-dio implica y compromete.

Buenos Aires, invierno de 2019

Primera ParteConferencias magistrales

Deconstruyendo la función

Ricardo Cicerchia

“No vengo a ofrecerles una nueva lección inaugural, apenas el estudio de las cuestiones que deberían ocupar nuestra atención. Me parece bien

introducirlos en las líneas generales de nuestro tema, el método que seguiré para tratarlo y el

interés que representa para nuestras investigaciones” (Primera Lección en el curso “Intro-ducción a la Sociología de la familia”, dictado por Emile Durkheim en la Facultad de Letras de Bour-deaux, 1888). Fragmento que hago mío, claro…

Trataremos un conjunto de aproximaciones, notas, reseñas, fragmentos, que asisten como complemento crítico de la sociología de la familia, piedra angular de todas nuestras interpretaciones. El epicentro, no podría ser otro que las cua-

tro obras escritas en vida por Emile Durkheim. Abordaje que no descuide la dimen-sión de los aportes del programa durkheimiano, pero que tampoco desdeñe una nueva arremetida contra el modelo aun hegemónico sobre los sentidos del cosmos familiar.

He leído, estudiado, debatido, enseñado, escrito y hasta me he plagiado sobre las temáticas familiares, desde hace muchos años. Todos ustedes conocen más o menos mis puntos de vista, mis modestas contribuciones al campo y mi trayectoria. También mi entusiasmo seguido de fastidio, desencanto y nuevo enamoramiento por nuestra producción. Sin embargo, y a contracorriente de lo que se espera de una Conferencia Inaugural, me propuse repensar alguna de mis notas principales. Me refiero a ese eslogan que repito: volver a los fundamentos.

Me sería relativamente fácil recurrir a Engels, que a la sombra de un brillante Marx fue apenas un buen escritor y mejor amigo. Pero más provocativo me resultó revisar, creo yo, la base de nuestras hipótesis y de nuestros yerros, me refiero al ilustre Emile Durkheim (1858-1917).

A partir de una primera etapa de las relaciones sexuales humanas compren-dida en el comunismo primitivo –según apreciación de Engels– el desarrollo de la familia marca una tendencia de restricción del número y de las características de sus miembros. Tal tendencia restrictiva opera desde la tribu, hasta alcanzar la

20 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

forma moderna de la familia nuclear monógama. También Durkheim comparte en cierto modo esta opinión de la evolución de la familia en sentido progresivamente contractivo, lo cual pone de manifiesto la existencia de la idea evolucionista im-plícita en su trabajo. Aunque para este autor la familia, como todo hecho social; en vez de ser una asociación natural de parientes, constituye una institución social; la familia, siendo un hecho social, tiene por tanto una causalidad también social. Del clan exógamo y amorfo, la institución familiar se contrae progresivamente en la misma medida que se extiende más y más el horizonte social. En medio de este proceso de dilatación-contracción, Durkheim, recordemos, distingue seis mode-los institucionales y sucesivos de la familia: “el clan, la familia-clan diferenciada (uterina o masculina), la familia agnática, la familia patriarcal-romana, la familia paterna-germánica y la familia conyugal-moderna”.

Superado el disgusto ideológico, fue la Historia la que rebate el argumento evolucionista, funcional y unidireccional, indicando diversidad, contemporaneidad de tipos, modalidades formológicas… en fin una fenomenología familiar más dis-puesta a la agencia que a los hábitos. ¡Qué otra cosa nos enseñaba Peter Laslett! (Household and Family in Past Time: Comparative Studies in the Size and Structu-re of the Domestic Group, Cambridge, University Press, 1972).

Hay consenso de que tratamos de un sujeto social, revisemos… Para poder hablar de la familia como hecho social, se hace necesario conocer bastante acerca de Durkheim, cuya perspectiva teórica sirve de base a estas reflexiones. Emile Durkheim, nace en Francia en 1858, hijo de una familia judía, a los 18 años ingresa a la Escuela Normal Superior. En 1882 se diploma en la cátedra de filosofía, pasa a ejercer la docencia, en 1887 toma la docencia de una cátedra en la Universidad de Burdeos y en 1902 en la de La Sorbona. Entre 1898 y 1913 fue el editor director de la revista de ciencias sociales: L’ Année Sociologique.

Un adelanto: entendemos el proyecto durkheimiano como una sorprendente actua-lización teórica del campo sociológico, una visión reformista del conflicto social, la comprensión de la necesidad de superar el positivismo clásico y la tendencia por aprehender las dinámicas de la estructura social. Se logra así una rica y curiosa sín-tesis de preguntas diversas sobre el orden social y el conflicto (donde sus intuiciones y el marxismo cumplieron un papel nada secundario), pensándose las tensiones entre la modernización de la sociedad y el sistema político con poca capacidad de procesar las demandas de apertura, que si bien no impulsó un programa de investigación sis-temático inmediato, estas ideas contribuyeron a iniciar las primeras investigaciones empíricas (Cicerchia, 2018). La adopción de una mirada realista sobre la sociedad no fue acrítica. Por el contrario, significó una ruptura cognoscitiva (pero respetuosa) de la generación anterior de intelectuales, pues se aceptaron sus objetivos, pero se reclamó un mayor proceso de especialización de la tarea académica. Casi al mismo tiempo, el campo fue influido por la tradición de investigación sociográfica, iniciada por Frederic Le Play (Les Ouvriers Europeens: Etude Sur Les Travaux, La Vie Do-mestique Et La Condition Morale: Des Populations Ouvrieres de L’Europe; Prece-dees D’Un Expose de La Methode D’Observation. París: Mame Editours, 1872). Ésta

21Primera Parte: Conferencias magistrales

ofrecía una guía para el análisis sociológico y una serie de técnicas de investigación que, en conjunto, combinaban el análisis cuantitativo con información cualitativa so-bre la vida de las familias obreras. Aunque este segundo empujón solo será mencio-nado aquí, no tengo tanto tiempo ¿verdad? En cuanto a la obra de Durkheim, puede ser descrita en siete puntos básicos:

1) La solidaridad social: “La División del Trabajo Social” (editada en 1893) fue su primer trabajo importante, en la misma explica la sociedad moderna mediante la división del trabajo y el derecho represivo, desde una postura crítica de la misma es-tableciendo la relación deseable entre el conocimiento positivo y el juicio normativo.

2) La consolidación de la sociología como ciencia autónoma: En este aspecto tan relevante en la carrera y trabajo de Durkheim sus obras fundamentales son: Las Reglas del Método Sociológico (1895) y El Suicidio (1897). En la primera define los principios epistemológicos de una ciencia positiva capaz de abordar al cono-cimiento concreto de las sociedades humanas, en forma totalmente independiente de las demás ciencias, esto es la sociología como ciencia autónoma y no como una rama más de la filosofía. En el segundo, realiza un estudio sociológico donde demuestra que lo que aparenta ser un hecho individual no es otra cosa que un he-cho social, donde se relaciona la dependencia del individuo a factores externos y colectivos como son la religión, la educación y la familia.

3) Educación y pedagogía: Durkheim en 1911, publica un artículo titulado “Educación” en el cual presenta un resumen de su pensamiento pedagógico. Como docente dictó cursos en su cátedra sobre educación moral, historia de la pedagogía.

4) Teoría política y derecho: En este aspecto Durkheim parte de la filosofía eco-nómica, jurídica y política del siglo XVIII y sobre la base del estudio que hiciera de la obra de Saint Simón, asume una posición crítica en relación con las corrientes socialista y comunista.

5) La moral: Este fue siempre un tema frecuente en toda su obra y lo canaliza en tres grandes temas: a) concepto de la moral; b) el papel del moralista y c) desa-rrollo del concepto de una ciencia moral adecuada a sus tiempos.

6) La filosofía: Evidentemente Durkheim tuvo una formación filosófica, por tanto, desde esta perspectiva plantea la sociología con este perfil, sin embargo, desarrolla una teoría sociológica de carácter ontológico en su obra “Las Formas Elementales de la Vida Religiosa” (1912).

7) La religión: Por su tradición judía y su fe en la religión de la humanidad, se desprende la obra citada anteriormente, su propio concepto y que lo hace funda-mental en este tema y que va a radicar en la comprensión de la dimensión religiosa. Vinculándola con lo sagrado, pero sin interponer los conceptos de la divinidad y el más allá. Para Durkheim la experiencia religiosa es un fenómeno universal.

Lo que distingue a Durkheim, es el hecho de que éste logra desde un punto de vista epistemológico independizar la sociología de otras disciplinas científicas exis-tentes. Es entonces que interpreta la existencia de fenómenos específicamente socia-les a los que designa como hechos sociales, y que se constituyen como unidades de estudio que no pueden ser abordados desde otro método que no sea el sociológico.

22 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Cabe destacar, que Durkheim define a los hechos sociales como modos de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo, y que poseen un poder de coerción en virtud del cual se imponen. Asimismo, las características básicas que representan a los hechos sociales son:

● Exterioridad: Los hechos sociales existen con anterioridad al nacimiento de un individuo en determinada sociedad, por lo tanto, son exteriores a él.

● Coerción: Siendo que un individuo es educado conforme a las normas y reglas que rigen la sociedad donde nació, son coercitivos.

● Colectividad: Por formar parte de la cultura de una sociedad son colectivos (creencias, tendencias, prácticas de grupo).

Las proposiciones más audaces y provocativas, hoy por hoy, vienen de la mano de la demografía y de los análisis de redes. Estructura y performance, bien digo en varios de mis relatos. Confirmamos este sujeto social en su carácter epistémico, pero agregamos, sujeto social en la red de experiencias… familiares.

En su seminario del 2 de abril de 1892 del “Curso sobre la familia”, Durkheim introduce su noción de “familia conyugal”. “La familia conyugal resulta de una contracción de la familia paternal. Esta última comprendía al padre, la madre y todas las generaciones surgidas de ellos, salvo las hijas y sus descendientes. La familia conyugal comprende solo al marido, su esposa y sus hijos menores y sol-teros”. También releva algunas de las particularidades que este tipo de familia pre-senta, fundamentalmente por diferencia de los tipos que la precedieron y de las que por contracción ha surgido: la familia paternal y la familia patriarcal. Durkheim le dedica una parte importante de su intervención al hecho de la ausencia de respon-sabilidad civil para los hijos menores y solteros. Hace hincapié en que el capital de la familia no está a disposición de estos. El matrimonio y la mayoría de edad cons-tituyen el criterio de salida del ámbito familiar: a partir de este momento, si bien es posible continuar la convivencia con los padres, se trata solo de un hecho material y no jurídico. Durkheim arroja una conclusión parcial: “Estamos, entonces, en pre-sencia de un nuevo tipo de familia. Puesto que los únicos elementos permanentes en ella son el marido y la esposa, puesto que todos los niños dejan tarde o tempra-no la casa paterna, propongo llamarla familia conyugal”. Al proseguir el análisis, introduce un elemento fundamental a considerar como formando parte de la vida doméstica: el Estado. Pero lo que es más nuevo aún y más distintivo de este tipo familiar, es la intervención siempre creciente del Estado en la vida interior de la fa-milia. Se puede decir que el Estado ha devenido un factor de la vida doméstica. Es por su intermediación que se ejerce el derecho de corrección del padre cuando éste sobrepasa ciertos límites. Es el Estado quien, en la persona del magistrado, preside los consejos de familia; quien toma bajo su protección al menor huérfano hasta que un tutor sea nombrado; quien pronuncia y en ocasiones requiere la interdicción del adulto. Una ley reciente autoriza incluso en ciertos casos al tribunal a pronunciar la

23Primera Parte: Conferencias magistrales

destitución del poder paterno. Durkheim propone que “no hay nada que recuerde aquel estado de dependencia perpetua que era la base de la familia paternal y de la familia patriarcal”. Su propuesta es contundente: la familia conyugal supone un corte en la historia de las formas de la familia en lo referente al modo en que los lazos familiares se rompen o se sostienen en forma perpetua. El matrimonio y/o la mayoría de edad, garantizan la ruptura del estado de dependencia parental. Su afirmación, hito en la historia de la sociología de la familia, sabemos hoy: es falsa. Solo que, para poder verla de este modo, hace falta haber realizado cierto recorrido aún inacabado por las ciencias sociales.

Nota al pie de página: conversando con un amigo mayor que yo y más sabio, le decía que no he llegado a comprender el siglo XXI, a lo que me respondió… bueno yo tampoco he entendido el siglo XX. Lo que nos llevó a poner la mirada en el largo siglo XIX. Porque del interés, porque la modernidad se constituyó con tres discursos fundamentales, el económico con el capitalismo, el político con el Estado moderno y el cultural con la ciencia, la revolución tecnológica, y los movimientos estéticos. Los tres simétricamente poderosos e influyentes. Un recorrido de sinuo-sidades que funcionó hasta la crisis de 1930. El último de ellos hoy desvanecido y subsumido por las lógicas del poder y de los intereses corporativos.

Destaco ahora cuatro ejemplos emanados de la esfera de la cultura: la invención de la bomba de vacío, las expediciones transoceánicas, los precursores de las van-guardias plásticas y la eugenesia.

El invento de Guericke funcionaba como una bomba de agua, pero con unas piezas muy ajustadas para cerrar herméticamente el aparato. Constaba de un pistón al que iba unido un cilindro que actuaba como una pistola de aire. Se accionaba con la fuerza muscular y era lenta pero fue útil para producir un vacío grande aunque no total. Permitió hacer varios experimentos que hasta entonces solo se habían afron-tado teóricamente, se demostró que en el vacío el sonido no se propaga, que los animales no pueden sobrevivir o que las bujías no podían arder. También permitió medir la densidad del aire gracias a la diferencia de peso de una esfera metálica cuando se hacía el vacío y cuando contenía aire dentro. Golpe mortal al principio teológico de la imposibilidad de la vacuedad.

A von Humboldt (1769-1859) se le atribuyen gran cantidad de investigaciones y aportes científicos entre los que mencionaré algunos de los más importantes: la corriente de Humboldt, una corriente oceánica fría que fluye en dirección norte a lo largo de la costa occidental de Sudamérica; también conocida como corriente Pe-ruana o del Perú. Descubierta en 1800, al medir la temperatura de la zona oriental del océano Pacífico frente a las costas de Callao (Perú); las tormentas geomagné-ticas. Desde mayo de 1806 hasta junio de 1807, Humboldt junto con un colega, observaron una pequeña declinación en el campo magnético de Berlín cada media hora, desde la media noche hasta el amanecer. Usaron un microscopio para iden-tificar en qué dirección apuntaba la aguja magnética; la elaboración del mapa de isotermas. Fue el primer científico en trazar las “líneas isotermas” que actualmente se utilizan en los mapas climáticos y que indican las temperaturas en todos los lugares, en un momento dado; y por último, para sospechar de Steve Spielberg,

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el término Jurásico. El nombre “Jurakalk” fue introducido por von Humboldt, en 1795, quien usó el término para hacer referencia a las rocas carbonáticas de los Montes Jura en el sur de Alemania y en Suiza.

Captar el cambio tecnológico y de una época con nuevos escenarios de humo, hierro, vapor y hollín de la revolución industrial, acompañando la transformación formal de la pintura que deja atrás la claridad del neoclasicismo, para sumergirse en una atmósfera cromática de nuevas texturas y matices. William Turner (1775-1851) exhibe en 1844 siete óleos en la Royal Academy y antes de su partida a Suiza expone Rain, Steam y Speed…, otra mirada sobre una realidad transformada rápidamente en cotidiana, de una sociedad en transformación. Una nueva fuerza en la vida en Maidenhead. Trazos de un desarrollo fabril en sus objetos, esos artefac-tos fundamentales de una nueva cultura material. El ferrocarril de Great Western (1844) es una de las obras maestras de Turner en las cuales el agua, la tierra, el cielo y un símbolo fundamental de la industrialización se unen en un dibujo apre-tado por amarillos intensos. La perspectiva de desaparición empleada por Turner proporciona una vista donde todos los elementos de la pintura se mezclan y se funden unos con otros, a excepción del tren que se destaca como una bestia de hierro en un fondo amarillo-azul-gris. Todo lo compacto se monta en la atmósfera. La lluvia se mezcla con el vapor del tren que corre, mientras el río Támesis brilla bajo un puente de ladrillo en Maidenhead. La formación, encendida, asoma como un violento puño de hierro que se abre paso a través de la naturaleza, expresión de una visión romántica del mundo moderno. Sin embargo, si su arte es visto como el despliegue de un diagrama, podríamos percibir aquí una composición integrada por círculos superpuestos de Romanticismo, Realismo, Impresionismo e incluso Expresionismo Abstracto.

Francis Galton (1822-1911) está considerado el padre de la eugenesia. Médico y estadista inglés, primo de Charles Darwin y victoriano por posición social y por convicción, ideó las bases de un plan de mejora de la raza. Derivó su idea principal de la crianza de caballos de carrera. Pensó que se podían criar mejores hombres como se pueden criar mejores caballos. En 1883 Francis Galton acuña el término eugenesia (“la verdadera semilla o el nacimiento noble”), en su obra Investigacio-nes sobre las facultades humanas y su desarrollo (1883). Sus teorías se apoyaron en una serie de ideas previas: la evolución de las especies y la teoría de selección natural de Darwin; las ideas de Malthus de que los recursos mundiales tenían una capacidad limitada inversamente proporcional al crecimiento de la población; la preocupación de las clases medias inglesas por lo que pensaban era una degenera-ción de la raza: el hacinamiento en las ciudades, surgimiento de enfermedades que se creía eran hereditarias o afectaban los caracteres hereditarios, como la tubercu-losis, la sífilis o el alcoholismo.

Analizaremos más en profundidad las concepciones de Galton: su idea de la transmisión hereditaria de las facultades intelectuales y morales; sus opiniones so-bre las razas y los sexos; su concepción sobre la existencia de tipos característicos no solamente raciales, sino también de enfermos o criminales; su clasificación de los seres humanos en categorías superiores e inferiores; y sus propuestas eugenésicas.

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Todos estos episodios y sus protagonistas fueron conocidos, reconocidos, acla-mados, premiados y socializados en su tiempo, mientras que hoy apenas son res-catados no sin polémicas los avances de la revista Science, o admiramos desde las vidrieras de Christie´s, las duplicaciones infinitas de Andy Wharol. Apenas la literatura ejerce relativa influencia en los imaginarios sociales. Cambio de época donde también impera la hibridez teórica que ha contribuido a desmontar jerar-quías pero nos ha sumido en una relativa desorientación. No alcanza con la no-ción de estructura en etnología de Levi Strauss, ni con las ideas comunicaciones de Habermas, con el giro culturalista de nuestras tesis. Ahora una cosa se le ha de reconocer a Slavoj Žižek: ha comprendido perfectamente el funcionamiento del “capitalismo cultural” de nuestra época. Sabe que la autoridad que ayer hacía respetable al intelectual en el espacio público, que se basaba en el reconocimiento científico, filosófico o artístico de su obra por parte de sus pares, ha desaparecido porque justamente esas instituciones legitimadoras están en trance de demolición: el viejo malestar de la cultura.

Tambaleante el edificio que imponía condiciones hasta por lo menos mediados del siglo XX que tanto abogaba por los intereses comunes de los miembros de la sociedad a través del consenso y el orden en el derrotero del progreso civilizatorio, posicionaba al funcionalismo como un sistema armónico integrado. La demolición vino de la mano de una dispersión digamos juvenil del análisis social, y por cierto del estudio de las formas familiares. Para superar el estado actual de enfrentamien-to desordenado de paradigmas, algunas líneas de superación:

1. Todo proceso de interacción social debe ser conceptualizado a la vez como realidad objetiva y como campo de subjetividades.

2. Trayectorias y sociedad no pueden ser consideradas entidades en círculos concéntricos.

3. El orden social es el resultado del conflicto y del consenso.

4. El carácter dialéctico de la sociedad necesita de estudios genéticos y diacrónicos.

5. La libertad humana es una propiedad esencial del cambio social.

6. La división sexual del trabajo es la estructura del patriarcado.

7. El estatuto de conocimiento de la realidad debe legitimarse en términos de un sistema.

La familia es la más antigua de las instituciones sociales humanas, es el grado primario de adscripción. Es un sistema abierto, es decir, un conjunto de elementos ligados entre sí por reglas de comportamiento y por funciones dinámicas en cons-tante interacción interna y con el exterior. Desde la década de 1950, la familia se estudia como un sistema relacional con principios y categorías que la definen como un problema de investigación. Los actuales estudios de la familia en el ámbito de

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las Ciencias Sociales se apoyan en una epistemología rica, aunque no siempre ho-mogénea, debido a que algunos conceptos básicos provienen de ámbitos relativa-mente independientes (Cicerchia, 1998a: Introducción). Muchos estudios quedarán marcados por la impronta inicial de la teoría de los sistemas, pero se le suman los aportes de la cibernética con los conceptos de feedback positivo o negativo, la teo-ría de la comunicación humana, los conceptos procedentes de enfoques evolutivos y estructuralistas. Los conceptos más importantes que incluyen estos aportes son los conceptos de la teoría de la comunicación, los evolutivos y los estructurales. La teoría de la comunicación como sabemos postula, en primer lugar, que es im-posible no comunicar, en segundo, que en toda comunicación cabe distinguir el nivel digital (contenido semántico de la comunicación) y el nivel analógico (cómo se ha de entender el mensaje, es decir, qué tipo de relación se da entre emisor y receptor), y en tercero, que la definición de una interacción está condicionada por la puntuación de las secuencias de comunicación entre los participantes. La teoría evolutiva plantea que la familia pasa por crisis normativas y crisis paranormati-vas provocadas por eventos producidos en el macrocontexto o por situaciones no previsibles como las enfermedades, las separaciones y la muerte a destiempo. La teoría estructural aporta los conceptos de límites o fronteras familiares internas, las cuales son identificables por las distintas reglas de conducta aplicables a los dife-rentes subsistemas familiares. Los límites entre los subsistemas varían en cuanto a su permeabilidad, y pueden ser difusos, rígidos o claros: estos últimos son los que definirían una adaptación funcional.

La teoría de campo ha tenido también importante repercusión en el ámbito de la familia, al servir de punto de partida para entender el sujeto y su entorno como una constelación de variables interdependientes, cuya totalidad constituye un campo.1 Pero, ya se sabe, los paradigmas metodológicos fundantes fueron sujetos a críticas y revisiones. La insistencia casi exclusiva en la corresidencia y en el enfoque trans-versal (determinados ambos, justo es decirlo, por las características de las fuentes de bases) están acusados, y con razón, de no establecer las necesarias conexiones entre las estructuras de hogares y la historia económica y social.

Ahora, nos interesa abordar el tema de la desigualdad y de los dispositivos socioeconómicos que la organizan y producen. Hablamos de la nueva cuestión social, vinculada primordialmente a la relación capital/trabajo. ¿Qué nos muestran las tablas de ingreso con relación a los hogares? Hoy por hoy, casi el 60% del ingreso total se percibe en forma de salario o remuneración laboral y otro 30% en concepto de ingresos sociales como la jubilación (Piketti, 2014: 18). De estos in-dicadores, impacta la desigualdad en los salarios, una tendencia mundial que acre-cienta dramáticamente la brecha entre los deciles extremos. Una dinámica de orden

1 Importante fueron en este desarrollo los Estudios Culturales (Cultural Studies) que tuvieron comienzo en Inglaterra, en 1956 impulsados por intelectuales como Raymond Williams, William Hoggart y Stuart Hall, quienes decidieron tomar distancia del marxismo dogmático para adoptar una visión más comprometida más con las particularidades y la autonomía de las superestructuras tradicionales, en especial del arte y la literatura (Jameson y Zizek, 1988).

27Primera Parte: Conferencias magistrales

estructural de la nueva etapa del capitalismo financiero. Para Marx, volvemos a los fundamentos, la lógica del sistema capitalista es amplificar consistentemente la desigualdad entre las clases tanto en el interior de los países como entre países ricos y pobres. Dicha tendencia fue amortiguada durante gran parte del siglo XX a partir de la revolución fiscal producida por el impuesto progresivo sobre las ganancias y las sucesiones. Proceso detenido en la década de 1970, cuando la desigualdad co-mienza a aumentar en casi todos los países occidentales. Y ciertamente, el juego de la oferta y la demanda para diferentes niveles de capital humano también explican este aumento de la desigualdad salarial. La deconfiguración del papel de la política permitió una extraordinaria transformación del mercado de trabajo, con el avance del desempleo, el subempleo y un tipo de globalización que oprime a los trabaja-dores de los países periféricos, explicada por los economistas, por una despropor-cionada valoración de la alta calificación (estrategia de clase), el derrumbe de los bajos salarios, y la informalidad. De telón de fondo la crisis del Estado de bienestar. Los fenómenos de exclusión/disolución de los principios de la solidaridad y el fra-caso de la concepción tradicional de los derechos sociales, es otro de las variables estructurales de carácter cultural que hacen al Estado una maquinaria cada vez más opaca y burocrática, que enturbia la percepción de su finalidad dominada por la lógica del poder (Rosanvallon, 1995: 9-10).

Ante los hechos observados y confirmados, y en paralelo con las propias tra-yectorias familiares, o ciclos de vida, asoma el compromiso de combinar teorías de corto y largo plazo. Aquí, ante los límites analíticos actuales, se impone una renovación en el entendimiento de los regímenes de historicidad que gobiernan los nuevos fenómenos en todas sus variables sociales. Para América Latina, des-de la base del cuestionamiento de la teoría de la convergencia o de la imperfec-ción del mercado de crédito entre países centrales y países pobres, en el plano de la toma de decisiones que sujetan las desigualdades internacionales. Emergen así los dilemas de la transnacionalidad. En su indagación nos preguntamos si se trataría de la globalización del mercado de trabajo en una nueva división inter-nacional de la relación centro-periferias, o tal vez de un ciclo desconocido de las dinámicas demográficas, o del impacto de las impensadas tecnologías de la co-municación… Su estudio, sin duda, ha puesto en jaque el modelo asimilacionista (Pedone, 2010: 112). Las sucesivas y relevantes aproximaciones cualitativas nos ayudan a ir configurando los escenarios familiares en las lógicas generales de los procesos de globalización, pero lejos estamos de poder proyectar los alcances de tales redes familiares en la articulación de nuevas relaciones y proponer su conceptualización (Sánchez, López y Palacio, 2013: 135-136). Aceptamos, por otro lado, observación etnográfica y el registro minucioso de ciertas identidades (nación, género, etnicidad, etc.), imaginadas tradicionalmente por las ciencias sociales como pre-constituidas; reconociendo, además, la eficacia de deconstruc-ción empleada por los estudios culturales. Pero a estas particularidades legítimas se le escapan las relaciones capital/trabajo como un elemento prioritario de sus análisis. Respondamos a las siguientes nueve premisas medulares de los maes-tros funcionalistas:

28 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

1. Revisar el lugar de la ciencia en su vinculación con los procesos históricos, superando la perspectiva romántica y literaria que había contaminado toda pretensión científica sobre los fenómenos sociales: hechos, métodos, fuentes y objetividad. ¡ME GUSTA!

2. Toda la lógica se dirige solo al espíritu, no a la voluntad, el objetivo de la conducta no es lo verdadero sino lo útil o lo bueno. Se trata de las prácticas de la vida moral (Durkheim, La división del trabajo social, 1893). ¡NO ME GUSTA!

3. La moral se protege con la autoridad, la disciplina y la regla en la visión durkheimiana. ¡NO ME GUSTA!

4. La familia es una mínima clasificación morfológica de los fenómenos sociales (Durkheim, Introducción a la Sociología de la familia, 1888). ¡ME GUSTA Y NO ME GUSTA!

5. En el programa durkheimiano las transformaciones de la familia en clave evolucionista: agnaticia, patriarcal, parental, conyugal (Durkheim, La familia conyugal, 1892). ¡NO ME GUSTA!

6. El análisis y la intervención sobre agregados sociales como problema inicial de la sociología. ¡ME GUSTA!

7. Los pueblos más civilizados, la Europa moderna. Procesos civilizatorios culminando en la familia conyugal, resultante de la contracción de la familia paterna, según Marcel Mauss, a la familia germánica a contracorriente de la figura de la patria potestad de la familia romana. ¡NO ME GUSTA!

8. El paradigma de la sociedad matrimonial como apogeo del desarrollo civilizatorio. ¡NO ME GUSTA!

9. El concepto que anuda de forma ciertamente arbitraria o peculiar el abanico de campos que los escritos de Durkheim ofrecen, plantean recurrentemente pensar la cuestión de la autoridad, noción que se desplaza a lo largo de la obra y que adquiere una funcionalidad vital en el tratamiento de la familia, asociada a la figura del pater y del Estado. ¡NO ME GUSTA… NADA!

El problema no es solo de matriz cognitiva. La relevancia de las prácticas sociales y familiares es central porque permite la acción común. Probablemente, todos los ángulos de interpretación puedan pensarse en torno a la heterogeneidad de una crisis que no dudamos en identificarla como de índole cultural. Y como un antídoto a tanta hibridez teórica. El conjunto de argumentos escépticos en la mirada sobre lo social y el curso de los acontecimientos, dan un papel central a la familia, justamente allí donde la desigualdad encuentra su persistencia inevitable. Sus opciones, prácticas y estrate-gias, deben dilucidarse a la luz de un nuevo modelo de análisis social en el marco de un horizonte de dos parámetros extremos: la familia como actora del cambio social y la familia como rueda de auxilio de una sociedad oligárquica de riquezas heredadas.

29Primera Parte: Conferencias magistrales

En la última década, la discusión sobre la equidad y la desigualdad ocupó un lugar inusual en el debate público. La utilización de nueva información y metodo-logías ha posibilitado recoger nuevas evidencias y visualizar mejor la magnitud del problema, sus múltiples dimensiones y las limitaciones con que se estaba analizan-do previamente. Profundizar el análisis de la desigualdad con nuevos estudios que mejoren la información existente incorporando nuevas herramientas de análisis, como ajustes por sub-declaración de ingresos o datos de declaraciones juradas de impuestos, es una agenda de investigación de mayor relevancia para nuestra región (Jiménez, 2017: 3 y ss.). Más allá de la evolución reciente, América Latina conti-núa siendo una de las regiones más desiguales del planeta. La alta concentración del ingreso y de la riqueza en pocas familias aparece como una marca distintiva, aunque aún son escasos los avances que permiten su análisis riguroso y la compa-ración con otras regiones. En términos generales, los estudios distributivos suelen centrarse en la distribución del ingreso o del consumo. En América Latina, la tradi-ción ha sido el análisis del ingreso, que es la variable usualmente recolectada en las encuestas de hogares de la región (Cicerchia, 1998b: Capítulo VI).

Tanto el ingreso como el consumo reflejan flujos de recursos, y eso entraña diversas limitaciones. Es por ello que se sugiere que la riqueza es probablemente un mejor indicador del acceso a recursos que tienen los hogares, ya que incluye la consideración de los activos financieros y no financieros que pueden transarse en el mercado. Los estudios señalan que la distribución de la riqueza es conside-rablemente más desigual que la de los ingresos, si bien estas estadísticas son casi inexistentes para América Latina. Avanzar hacia la recolección de información so-bre riqueza en la región es, por tanto, una agenda pendiente, que puede contribuir en gran medida a la discusión sobre la factibilidad y los márgenes para implemen-tar políticas tributarias con mayor grado de progresividad, incluyendo la conside-ración de la imposición al capital y a las herencias.

Como observamos la cuestión del Estado de bienestar se articula con la idea de ciudadanía, otro de los conceptos que deben imbuir al estudio de las formas fami-liares con la convicción que de vínculo social, familiar y cívico, es la mejor forma de demarcar lo público y lo privado en torno a la ampliación de los derechos de la sociedad civil. El único papel genuino de la política sería entonces la reformulación del contrato social, no solamente en la conquista de derechos sino en hacerlos vivir como derechos reales.

Todo ha sido transitado, entre éxitos y fracasos, en particular por el lugar de se-gundo orden de nuestras voces en la lucha por los sentidos de las formas familiares, y estamos algo quietos ante las nuevas realidades. Ciertamente cómo presentir los grandes problemas contemporáneos y desarrollar métodos y análisis descriptivos innovadores. Con el imperio de las leyes del mercado, la globalización, la retirada del estado de bienestar, una sociedad desalariada, y la desigualdad social y regio-nal, y sobre todo la abolición de nuestra interlocución en el debate social, el desafío sigue siendo encontrar un conjunto de conceptos y técnicas de investigación, con-tinuando el combate contra el funcionalismo, destinados a facilitar la descripción e interpretación sistemática de los componentes semánticos y formales de todo tipo

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de procesos sociales, y la formulación de inferencias válidas acerca de la informa-ción reunida: un modelo nuevo hoy ausente.

Aquí, ante los límites analíticos actuales, se impone una renovación en el enten-dimiento de los regímenes de historicidad que gobiernan los nuevos fenómenos en todas sus variables sociales. Existe una dificultad notoria en definir características comunes de un sistema cultural en virtud de que los referentes que la alimentan son tan dispares que llegarían a tesis contradictorias. Sí podemos, además de ponderar los niveles estructurales de la economía y las dinámicas poblacionales, marcar la importancia de tres giros que han orientado la práctica investigadora en esa di-rección: el giro lingüístico –construcción de sentido ligada a un funcionamiento lingüístico en las construcciones discursivas; giro hacia adentro –exploración de las sensibilidades e imaginarios; y giro hacia el otro cultural en su sentido antro-pológico y simbólico. Pensamos en una teoría social de la cultura ocupándose en las respuestas y contenidos de los agentes sociales, situando su producción, consu-mo, formas de difusión, redefiniendo sus propios objetos y métodos sobre pautas lingüísticas y etnográficas, instrumentando formas más descriptivas y prácticas, y cincelando un aparato representacional de carácter interpretativo, hasta culmi-nar en una supremacía cultural de lo social. Este abrupto paisaje contemporáneo, donde se podrían dar muchos más testimonios de la erosión de los lazos sociales, debería disponer de una teoría del sujeto y de las posibilidades de promover un tipo revulsivo de praxis. Se trata de pensar en un orden simbólico que habilite lo común inapropiable. Enorme tarea, única base de legitimidad para una intervención com-prometida, ética y humanística.

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El tema de familia en clave de política pública en Colombia: algunas reflexiones

María Cristina Palacio Valencia

Marco introductorio

Cuando se habla o se enuncia, actualmente, la palabra familia: ¿Qué se produce? ¿Con qué se asocia? Unas preguntas que pueden señalar la paradoja que la envuelve, producto de la compleja interacción y entrelazamiento entre

la experiencia subjetiva de tenerla o no, el contexto estructural o sistémico que la regula, legaliza y legitima, la dimensión simbólica que significa su representación e imaginario y el lugar que tiene en el ágora como conjunción de lo público con lo privado (Bauman, 2015), en su potencialidad de ser reconocida como bien públi-co, agencia de construcción de ciudadanía y colectivo de derechos. Un panorama que presenta la configuración de un escenario de politización del tema de familia, mediatizada por los movimientos sobre la consideración de la crisis, el cambio y la transformación social y familiar.

El tema de familia es profundamente sensible, pone a circular ambigüedades y expectativas derivadas de sentimientos personales, de concepciones y representa-ciones sobre el mundo de la vida y los proyectos vitales, anudados convencional-mente a la privacidad y al ámbito doméstico. Una porosidad que pone su acento entre la realidad vivida, el sueño añorado, la cotidianidad experimentada y el cam-po de conocimiento. Dispone de un inconsciente institucional, por donde circula un clarooscuro de expresiones emocionales, de intimidades tiranizadas y juegos de poder como también de capacidades por descubrir y potenciar. Y además es un campo de conocimientos expertos que se traducen en constructos teóricos, estra-tegias de intervención, diseño de políticas y programas institucionales y marcos normativos y legales; los cuales contienen la resonancia de la capacidad de ser objetivada para desentrañar el capital cultural, simbólico y político que contiene. Vale decir, la palabra familia alude a una razón crucial para la reproducción de la vida y la sostenibilidad de un modo de vivir socialmente (Jelín, 2005).

Una manera de esta objetivación en Colombia se encuentra en la disposición no solamente de un marco institucional como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), sino también de políticas y programas institucionales, convenios internacionales, herramientas constitucionales, doctrinales y jurisprudenciales.

34 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Además, desde la primera década del siglo XXI emerge como interés de políticas públicas y recientemente, como eje de las campañas electorales.

En el escenario político administrativo, la ley 1361 del 2009 abre la puerta para la construcción de lineamientos de Política Pública para la familia a nivel nacional (Ministerio de Salud y Protección Social, 2017), departamental y municipal. En estos momentos, el país dispone a nivel nacional del documento de Política Pública para la atención y fortalecimiento de las familias bajo la dirección del Ministerio de Salud y Protección Social. Y con relación a los entes territoriales, los departamentos de An-tioquia, Boyacá, Cundinamarca, Quindío y Santander; el distrito especial de Bogotá y los municipios de Medellín, Cali, Bucaramanga, Valledupar, Palmira, Rionegro, Saba-neta (Antioquia), Zipaquirá, San Bernardo, Bosbanza (Boyacá) y Manizales, cuentan con documentos a este respecto. Lineamientos que tienen y han tenido condiciones y situaciones diferentes en cuanto a su enfoque, aprobación, implementación, ajuste y validación, las cuales indican un movimiento de tensiones, avances y confrontaciones derivados de posturas políticas, ideológicas y partidistas respecto al tema de familia.

En este sentido, el lugar que tiene este tema en los procesos de política pública en Colombia permite identificar varios aspectos: por un lado, la tensión entre la concepción de ver la familia –léase nuclear, con matrimonio heterosexual, para la procreación biogenética, con bilateralidad parental– como una realidad natural, que niega o rechaza la diversidad familiar; por otra parte, la consideración de los cambios y transformaciones en el mundo familiar como una crisis que hay que re-vertir, controlar o reconocer y, por último, la urgencia de comprender su proceso de politización en el país, en este tiempo social donde se redefine el pretendido dualis-mo de lo público y lo privado, la expansión de un pánico moral hacia la diversidad familiar y la puesta en jaque de construir una sociedad incluyente.

En esta perspectiva, presento unas reflexiones a partir de tres claves analíticas: una aproximación conceptual sobre familia; las tensiones en el proceso de politi-zación; y algunos giros en su lugar en la agenda del Estado, las políticas públicas y las dinámicas socioculturales, que conducen a una acotación final.

Primera clave: una aproximación conceptual sobre familiaFamilia como noción y realidad cotidiana expresa una forma particular de habitar una vida humana. Es la institucionalización situada de cinco dimensiones humanas: la sexualidad, la procreación, la con-vivencia, la sobre vivencia y la co-residencia. Lo que se traduce en construcciones sociales, económicas, emocionales, políticas y legales en torno al parentesco, la parentalidad, la conyugalidad, la paternidad, la maternidad, la filiación, el afecto, la crianza y el cuidado, la casa/hogar, los dere-chos y las responsabilidades entre sus integrantes. Además, enuncia entrelazamien-tos parentales y simbólicos entre sus miembros, indicando pertenencia, identidad y sentimiento familiar en un determinado tiempo social.

En palabras de Duran: “En sentido estricto, la ‘familia’ no existe, es una sustan-tivación o abstracción conceptual. Lo que conocemos son formas muy variadas y cambiantes de relaciones interpersonales en torno a dos ejes de vinculación: los de

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afinidad y los consanguíneos” (2000: 3). Por lo tanto, la noción familia alude a una categoría genérica que se materializa en la configuración de formas específicas de organizaciones familiares, las cuales, acotando un planteamiento de Donati (1993) corresponden a un tiempo social particular de relaciones e interacciones.

De esta manera, la organización familiar expresa como referencia básica una compleja red parental que puede entrelazar la alianza (parentesco por afinidad) y la consanguinidad (parentesco por sangre o definición legal). Para Ana María Rivas (2008), esto alude a la conyugalidad, a la constitución de una genealogía ascendente, descendente y colateral y un sistema de parentalidad que moviliza la pertenencia, la solidaridad, la reciprocidad en torno a un “nosotros” (Duran, 2000). La familia se constituye en un referente de la vida cotidiana:

“Todo el mundo nace de una familia y todos pueden (deben, estar llamados a) dar origen a una familia. La familia de la que uno es producto y la familia que uno produce son los eslabones de una larga cadena de parentesco-afinidad que precede al nacimiento y que sobre vivirá al deseo de todos los individuos que ha contenido y conten-drá…” (Bauman, 2015: 46).

La denominación familia contiene voces plurales: comunidad básica humana y expresión de la philia (Aristóteles, 1989), referente del oikos griego, asociado con el mundo de lo privado y lo doméstico (Arendt, 2001), recinto y espacio del poder del pater famulus en el domus según el Derecho Romano, lugar para la educación y cuidado de la infancia (Rousseau, 2008), proyección y valoración de la unidad nuclear moderna (Ariès, 1983). Expresión por excelencia de la diver-sidad, complejidad y pluralidad de formas y organización de relaciones humanas (Cicerchia, 2014; Girhardi, 2004), agencia para la democratización de las rela-ciones familiares y sociales (Dimarco, 2005; Sánchez y Palacio, 2013) por citar solamente algunas referencias.

No obstante esta polifonía de enunciados sobre la categoría familia, en el con-texto de la sociedad actual se ha naturalizado su identificación con la forma –modelo único– de organización nuclear, en correspondencia con el matrimonio heterosexual, para la reproducción biogenética y la constitución de la filiación, la presencia de la bilateralidad parental a través del padre y la madre, la división del trabajo a partir del dualismo de género (masculino/femenino), los lugares parentales y generacio-nales en cuanto a las obligaciones/responsabilidades en torno a la sobrevivencia, la con-vivencia, la crianza y el cuidado y finalmente, la valoración de la co-residencia y co-habitación en el mismo hogar como recinto de la unidad familiar.

La instalación como modelo hegemónico y homogéneo de FAMILIA comenzó en la alta edad media (Loring, 1987) a partir del siglo XIII en el IV Concilio de Letrán y se afianzó en el siglo XIX con los Papas Pío IX y León XIII.1 Se define su

1 El IV Concilio de Letrán en 1215 prohibió el concubinato y el divorcio y comenzó a poner los cimientos del modelo nuclear, la monogamia y la filiación como la familia creada por dios. Esta apertura se reforzó con las propuestas de los humanistas de los siglos XV y XVI como Juan José

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representación simbólica como unidad social básica soportada en el amor natural incondicional, los valores altruistas de la solidaridad, la cooperación y la reciproci-dad y la obediencia, el respeto al padre y el amor hacia la madre.

Este territorio de idealización paradisíaca a su vez contiene la contracara de su propia realidad, al ser,

“…venerada como territorio de reproducción de valores patriarcales y amenazada por el mismo sistema social que se beneficia de esos valores. Los lazos de afecto y solidaridad se mezclan a menudo con jerarquías y dependencias económicas que hacen imposible pensar esta institución fuera del sistema, organizado en base a la opresión de género de las mujeres, el patriarcado y la explotación de la clase trabajadora” (Thërborn, 2002).

La imposición de este modelo nuclear como LA FAMILIA, se interpreta e interpela a partir del orden hegemónico capitalista y neopatriarcal que argumenta su esencia-lización, al negar y ocultar su configuración como realidad histórica (Laslett, 1972; Ciccerchia, 2014; Ramírez, 2016). Esto pone en trasgresión o desviación la multi-plicidad y pluralidad de maneras de construir y hacer familia, especialmente en las sociedades actuales (Zapata, 2018; Rico y Maldonado, 2011; Palacio y Cárdenas 2017; Rivas, 2008). Lo anterior pretende interrogar la imposición no de un modelo de referencia sino de un determinado tipo de modelo, participar en el debate his-tórico, político y social acerca de la Familia desde una sola forma de organización familiar, y más aún con el calificativo de adecuada;2 y hacer visible las dinámicas de un proceso de politización que reconfigura el dualismo público/privado y pone el tema familia como un foco del ágora.

A partir del lugar otorgado como célula o núcleo de la sociedad, se le asigna la culpabilidad o la salvación respecto a complejas problemáticas sociales aportando, de esta manera, a la presencia de tensiones políticas, culturales e institucionales in-cluso legales, en torno a la denominada crisis social en Colombia y en otros países latinoamericanos. Asociada a la pérdida de valores, la disfuncionalidad del modelo normal y la desviación que se produce, se argumenta la obligación de su rescate, recuperación o adaptación. Como también, se comienza a movilizar el debate y la acción política colectiva hacia el reconocimiento, respeto, protección, defensa y disfrute de la diversidad y la diferencia de y en las organizaciones familiares.

Una de las claves para la comprensión del proceso de politización del tema de familia, la circulación por el ágora y la construcción de su lugar en la agenda

Vives y especialmente Erasmo de Rotterdam en sus coloquios familiares. Además, la instauración de la devoción a la sagrada familia, se encuentra en el Decreto “Quemadmodum Deus” del Papa Pío IX. Luego el Papa León XIII en su Breve Apostólico “Neminem Fugit”, consagra la iglesia a la devoción de la sagrada familia, en el siglo XIX.

2 Denominación que ha sido el centro del debate electoral en Colombia entre 2017 y 2018, además de ser el soporte de la propuesta del Ministerio de la familia propuesto desde la campaña electoral por el Centro Democrático, el partido Conservador, Cambio Radical y las iglesias cristianas.

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y las políticas públicas, se focaliza en la consideración de la denominada “crisis familiar”. Una palabra, que para Bauman (2015) podría ser considerado como un tiempo de toma de decisiones, más allá de su instalación en el lenguaje cotidiano e institucional como referencia a desastre, tragedia, problema. Este posicionamiento en el saber común, asocia la crisis como un momento o un tiempo que se opone a lo normal y establecido; lo que aporta a una situación de indeterminación e indecisión y de ignorancia con respecto al curso de acción y a la incapacidad de impulsarlas en la dirección deseada.

En otros términos, la palabra crisis nombra la identificación de factores disrup-tivos, estados extraordinarios dentro de los sistemas regulados normativamente, que conducen a señalar un quiebre o pérdida de legitimación institucional, y un algo anda mal en contravía de lo correcto. Es de cierta manera, la enunciación de una alarma de la conciencia de la normalidad, una alerta que señala la confronta-ción entre el explícito que evidencia la realidad respecto al tácito del deber ser que designa lo esperado por el establecimiento.

Cuando se habla de la crisis de la familia, se alude a la invalidación de las costumbres, a los medios habituales de actuar, a la incertidumbre de una institucio-nalidad que se expresa en un proceso permanente de resignificación, reconstitución y reproducción. Una enunciación que tiene el trasfondo del desplazamiento de un único referente de familia (Beck-Gernsheim, 2003; Palacio y Cárdenas, 2017) ante la evidencia de múltiples y diversas realidades que no le corresponden. Vale decir, el problema de la crisis no se encuentra en el modelo, sino en el tipo de modelo que se impone y las implicaciones que se derivan de esta imposición.

Es innegable que asistimos a unas realidades que expresan movimientos de-mográficos con el control de la natalidad, el incremento de la esperanza de vida y la movilidad poblacional; económicos con la incorporación de otros sistemas, regulaciones laborales y la vinculación de la mujer a los escenarios públicos extra domésticos; culturales a través de la secularización de prácticas y discursos en tor-no a la sexualidad, la procreación, la conyugalidad, el divorcio y la co-residencia; legales que aluden a la demanda de regular normativamente las responsabilidades familiares en torno a la crianza, el cuidado, la con-vivencia y la sobre-vivencia, a tono con consideraciones éticas y morales y finalmente, políticos, que traducen, lo que se planteó anteriormente acerca de la manera como se hace visible el tema de familia como un asunto de dignidad e inclusión sin discriminación en los procesos de desarrollo a través del reconocimiento de su capacidad de agenciamiento bajo el reconocimiento de los derechos y las responsabilidades.

Unas líneas que ponen en un primer plano asuntos como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción por parejas homosexuales o personas solas, la decisión de no tener prole, el divorcio, la conformación de nuevos empareja-mientos con la reconfiguración de entramados parentales, los movimientos fami-liares que trae la migración, el aborto, la reproducción asistida como decisión de pareja o individual con la disponibilidad de material genético propio o de terceros, el proceso de gestación con el propio útero o a través del alquiler o préstamo, los diversos arreglos de conformación de hogares locales, glocales o unipersonales y

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de manera reciente, los desplazamientos de enunciación o asignación emocional familiar o parental a las mascotas,3 entre otras indicaciones de las realidades fa-miliares actuales y las resignificaciones culturales, económicas, legales, sociales y políticas que se están presentando.

Un complejo paisaje familiar que despliega una trayectoria que entrelaza las tran-siciones y los giros de su lugar y relación con el mundo social, que van desde una invisibilización hacia su visibilización. De estar circunscrita detrás de la puerta, en el mundo privado de una domesticidad garante de las buenas costumbres, los valores morales y la salvación del alma, comienza a emerger su referencia de estar en peligro y ser peligrosa ante su desintegración, orfandad y disfuncionalidad. Un tránsito que llama originariamente a las instituciones religiosas, quienes despliegan prácticas ca-ritativas y asistenciales conjuntamente con dispositivos filantrópicos, para enfrentar el crecimiento exponencial de las problemáticas familiares y sociales.

En este contexto, aparece una presión sobre el Estado y la institucionalidad co-lombiana, respecto a la inclusión del tema familia en su agenda pública, bajo el ar-gumento del gasto y costo social, para definir a partir de la Constitución Política de 1991 y el establecimiento del Estado Social de Derecho y su laicidad, un giro pro-fundo en los órdenes discursivos sobre familia, considerándola como una inversión social necesaria y urgente para la construcción de ciudadanía y democracia median-te su validación como agente y agencia para la formación de los derechos humanos.4

Segunda clave: algunas tensiones en los procesos de politización del tema de familiaEl proceso de politización del tema de familia en el país marca avances, retroce-sos y escollos. Además de lo expresado en el acápite anterior, es evidente en los últimos procesos electorales y de manera significativa en el proceso de la firma de los acuerdos de paz en la Habana y la implementación de estos durante la adminis-tración actual.

El argumento de la denominada crisis familiar, como ya se planteó, se asocia con la pérdida de valores y las disfuncionalidades familiares con referencia a la defini-ción de un único modelo familiar. Un argumento que, bajo el lema de la pérdida de valores, el desorden moral o el déficit que existe en la sociedad y en la familia, llama a la participación y acción electoral bajo la fuerza de una nostalgia restaurativa o adaptativa, retomando algunas palabras de Bauman (2017).

La nostalgia restaurativa se propone reparar y rescatar lo perdido. La hegemonía y homogeneidad del mundo familiar en torno al modelo familiar establecido y con-

3 La denominación de familia multiespecie fue presentado en el VI Congreso Internacional Familia en Medellín en el año 2016. Expresa la confluencia de la lógica del mercado con la resignificación emocional y jurídica que soporta la realidad familiar; además de ocultar una violación a la bioética a través de la humanización de las mascotas.

4 Este planteamiento comienza a orientar los procesos de investigación y de intervención en el Departamento de Estudios de Familia y el programa de Desarrollo Familiar de la Universidad de Caldas.

39Primera Parte: Conferencias magistrales

siderado como la familia adecuada, garante de la felicidad, la armonía y de manera fundamental, el desarrollo normal de los niños y niñas. Y la segunda, respecto a la nostalgia adaptativa, incluye la premisa de los cambios que presenta el modelo hegemónico puestos en muchos casos, en la ausencia de la figura del padre, la presencia de una maternidad o paternidad en solitario, la sucesión de parejas con-yugales, la crianza desde otras figuras de referencia, además de opciones de diver-sidad sexual y de género y de con-vivencia en diversos hogares, locales y globales (Sánchez, López y Palacio, 2013). Unos cambios que demandan acomodaciones a estas realidades, con el uso en muchos casos, de la premisa de desviación positiva,5 para desplegar un empoderamiento a partir de la carencia, el déficit y la resiliencia respecto al modelo hegemónico.

Estos planteamientos movilizan una alta sensibilidad social a tono con el en-foque de derechos políticos y humanos, tan caros a las lógicas contemporáneas de la ciudadanía, la democracia y la justicia social. Un juego de tensiones por el ejer-cicio de poderes y resistencias que focaliza dos debates: por una parte, acerca de los derechos de niños y niñas a tener una familia. Una cuestión que no se discute; sin embargo, el asunto se encuentra en la imposición de un tipo o forma específica de familia, como soporte del ejercicio y validación de los derechos de la niñez. Es decir, no es lo mismo poner la garantía del desarrollo “adecuado” de los niños y ni-ñas en una configuración familiar determinada, que poner en clave de los derechos, las condiciones de la crianza y el cuidado; lo que incluye estos procesos en otras institucionalidades como los centros de protección, hogares sustitutos y centros de adopción, que no son la organización familiar de los niños y niñas. Y por otra, la violación de los derechos políticos y humanos de personas solas o en pareja ho-mosexual, bajo el argumento de la desviación y la amenaza que esto representa y significa para la estabilidad y continuidad de un orden familiar y social.

Estos dos debates son necesarios descifrar y develar bajo el manto de la familia nuclear convencional tradicional y con relación específica a los procesos de adop-ción y a la crianza y el cuidado, porque “los niños tienen el derecho a una familia adecuada, conformada por un papá y una mamá”.6 Con esto se instala la visión de familia a dictámenes ideológicos que estandarizan desde un ordenamiento hege-mónico religioso, el deber ser del mundo familiar. Y también confronta los cambios y transformaciones familiares y sociales con valores morales religiosos que preten-den hegemonizarse y, de esta manera, marcar el miedo y la amenaza que produce el reconocimiento a la diversidad familiar y sexual y a los cambios y transformacio-nes sociales y familiares. Un asunto que lo expresó la editorial de la revista semana del 19 de mayo del 2018, titulando “las fuerzas conservadoras apelan a la política

5 La desviación positiva es un enfoque que se sustenta en la Sociología funcionalista y en la figura estadística de la desviación estándar. Desde el análisis social, su uso permite considerar que una determinada realidad que no corresponde a los estándares y al modelo establecido, puede ser planteado como una opción de adaptación a la sobrevivencia desde el déficit y la carencia. Ver Heckert (1989).

6 Planteamientos de la senadora Vivian Morales, el ex procurador Alejandro Ordoñez y los argumentos electorales del centro democrático.

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de la moral”.7 Aquí se señala el hito político que vinculó la consulta del plebiscito sobre los acuerdos de paz, con la campaña de rechazo al manual del Ministerio de Educación relacionado con la educación inclusiva e incluyente, y la expansión del argumento sobre la pretendida “ideología de género”.

En contravía de los avances que presenta en Colombia en las dinámicas demo-cráticas, se evidencia una homofobia electoral, política y cultural especialmente en la campaña del centro democrático y la adhesión de diversas iglesias, denominadas ac-tualmente como “comunidades de fe” para desconocer el Estado Social de Derecho, el carácter laico del Estado Colombiano y el rechazo a ver la familia como agencia de formación humana y colectivo de derechos. Una expresión que busca excluir y dis-criminar los derechos de personas homosexuales o personas solas a construir su pro-pia experiencia de vida familiar; en contravía al reconocimiento avalado por la Corte Constitucional de hacer familia,8 de ser padres y/o madres, de adoptar y construir la experiencia de la paternidad y la maternidad aduciendo, como ya lo planteé, la pre-valencia de los derechos de niños (y niñas) a tener padres (madres) heterosexuales”.

En esta perspectiva, los asuntos de la homosexualidad, el aborto, la adopción y el matrimonio, se entrelazan con el tema de familia y su lugar en la agenda política y pública; y ponen en escena política la tensión entre tres concepciones sobre fa-milia: por una parte, con relación a la defensa de la denominada familia adecuada y los derechos de la niñez. Por otra, una aceptación de los cambios que presenta el modelo hegemónico de familia. Y finalmente, la validación y reconocimiento de la diversidad de formas de organización familiar.

A manera de decantación analítica y en clave de estrategias de politización, la nostalgia restaurativa tiene un sentido conservador, de moral religiosa y de entram-pamiento político excluyente y discriminatorio respecto al enfoque integral de de-rechos políticos y humanos. Y la segunda referida a la nostalgia adaptativa, expresa una paradoja en torno a un modelo familiar que presenta unas desviaciones, pero que mantiene la trampa de un afecto de inclusión con discriminación y la compen-sación de su “incompletud” con el empoderamiento y la resiliencia, como alter-nativas de sobre vivencia en la tensión ente la familia soñada y la familia vivida.

Respecto a otra vía de reflexión en cuanto a las tensiones derivadas de los pro-cesos de politización, la crisis es del tipo de modelo impuesto porque “esto no sig-nifica que la familia tradicional desaparezca, que se desvanezca. Pero es evidente que pierde el monopolio que tenía antes” (Beck-Gernsheim. 2003: 28). Además, la familia como realidad social, está situada y corresponde a las dinámicas históricas. Estamos en un tiempo social donde la familia no es, se hace, (Zapata, 2018), se construye desde un paradigma relacional (Donati, 1993); porque no hay una sola

7 Es importante precisar que es una moral religiosa; porque la civilidad y la construcción de una democracia también requieren de una moral (Mires, 2001).

8 La Corte Constitucional, en los últimos años, ha marcado el reconocimiento legal para las personas homosexuales, a los derechos patrimoniales de su pareja, al principio de igualdad a conformar familia y el rechazo a su discriminación, como también al derecho a la adopción. Corte Suprema de Justicia (2015). Sentencias SU 696 de 2015 y SU 214 de 2016. De la Corte Constitucional, Sentencia C-075 de 2007; Sentencia C-577 de 2011; Sentencia C-071 de 2017.

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manera, hay múltiples caminos para su construcción, los caminos tradicionales, los emergentes, los alternativos incluso con despliegues contradictorios. Es la deman-da de un tiempo contemporáneo que focaliza la individualización, la diversidad, la diferencia, la selección y la decisión de construirla. ¿Entonces de cual crisis se habla? Sencillamente de reconocer,

“…¡la familia ¡De otro tipo, mejor, la familia pactada, la familia cambiante, la familia múltiple, surgida del fenómeno de la separa-ción, de nuevos matrimonios, de hijos de pasados o presentes fami-liares tuyos, míos, nuestros; el crecimiento de la familia reducida, la unión de individuos aislados, el cuidado y el énfasis de la misma […] desgajada de la tradición, abstracta y caracterizada por las catástro-fes” (Beck-Gernsheim, 2003: 25).

Por otra parte, el asunto crucial de esta confrontación político e ideológica se en-cuentra en la concepción y representación de lo que se considera familia y la insta-lación hegemónica de una determinada forma (Beck-Gernsheim, 2003; Cicerchia, 2014), que desconoce y niega otras realidades y posibilidades. La sagrada fami-lia se consolida en la alta edad media como estrategia de conservación y soporte del poder político y social de la iglesia católica para garantizar la salvación del alma cristiana (Rotterdam, 1947). Se expande el uso de un dispositivo simbólico e iconográfico de lo que es familia, materializado en la conexión de la figura de San José, la Virgen María y el niño Jesús (Ramírez, 2016). Además, este recurso simbólico, nutre el mito bíblico de la partenogénesis a través de la figura del padre (Adán) y la madre (Eva) y la centralidad de la filiación biogenética (Abel, Caín y Set), como soporte del linaje familiar (Palacio, 2004).

Esta imagen de familia sacramentaliza la conyugalidad heterosexual, para la fina-lidad de la procreación biogenética que garantiza la continuidad del linaje y la iden-tidad, además la bilateralidad parental, con la presencia en el hogar del padre y la madre. Pauta una división del trabajo desde la perspectiva del dualismo de género masculino/femenino y del parentesco paterno y materno con el padre proveedor y la madre cuidadora y le imprime la impronta emocional a la unidad del mundo familiar. Imagen que se complementa y a la vez se politiza, con las propuestas de J. J. Rousseau (2008) en torno a la visibilidad de los niños y niñas como patrimonio y razón de ser de la familia, durante el siglo XVIII y la valoración de la leche materna como vehículo de transmisión de los valores sociales reconocidos y garantes de la estabilidad del mo-delo familiar y social burgués. Un asunto que dispuso el rechazo a las madres de leche (nodrizas), instaló el modelo hegemónico de familia burguesa y nuclear, y marcó la frontera del control y la vigilancia frente a una familia en peligro y peligrosa.

Un orden de ideas, que puso a la familia –nuclear convencional– como la célula social básica y núcleo de la sociedad, estableciendo la dimensión legal, ética, moral y simbólica de la familia desde un modelo único de estructura de co-descendencia y acogimiento. En otras palabras, la sacramentalización y esencialización de la familia nuclear, biogenética con bilateralidad parental, expresa la politización del

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relato fundacional de la partenogénesis y el mito bíblico en el nuevo orden social moderno occidental y judeo cristiano a partir del siglo XVI, instalándose como el deber ser y referente de familia; además de asignarle, la obligación de ser el núcleo del orden y el progreso social, garantizado en la transmisión de los valores y el cumplimiento de las normas morales vigentes hegemónicamente.

Por lo tanto, las múltiples realidades familiares que se presentan en este tiempo contemporáneo van en contravía del relato fundacional. Desde lo pautado en la sacramentalización, transitan hacia lo optado que traen los procesos de individua-lización moderna (Beck y Beck-Gernsheim, 2001) y la búsqueda de un pacto por la democratización familiar que viene de la mano con el enfoque de derechos po-líticos y humanos, fundamento de la ciudadanía y la democracia (Villegas, 2008).

Unas realidades que se constituyen en foco o nudo de convergencias, divergen-cias, tensiones y conflictos que circulan y se movilizan en el ágora; como un lugar y tiempo de relaciones que permiten identificar y seguir un hilo conductor de la resonancia que ha tenido la politización del tema de familia.

Tercera clave: algunas reconfiguraciones y giros del lugar del tema de familia en la agenda públicaLa familia tiene otro lugar en el mundo social contemporáneo. De ser el lugar de los afectos, las intimidades y las certezas incuestionables y anticipadas conjunta-mente con transgresiones inconfesables e inenarrables, el ámbito familiar es una re-ferencia pública y política. Ya no se trata de la naturalización del amor, de la familia como lugar identitario de reconocimiento social, se trata de cómo se tramita la vida y la con-vivencia entre seres humanos emparentados por vía de consanguinidad, afinidad y adopción que tienen el reconocimiento como sujetos de derechos y des-de estos escenarios, observar la formación democrática y las relaciones ciudadanas.

El mundo familiar es otro. Las dinámicas de la globalización, el movimiento del capitalismo neoliberal, el desenclave institucional que trae la individualización, la expansión tecnológica y el asunto de los derechos y la ciudadanía, ponen otra cara. Es un tiempo de profundos cambios que implica reconocer las transformaciones que se dan en la organización y gestión de la vida cotidiana, en los encuentros interac-cionales, en la formación de las subjetividades y en las responsabilidades sociales.

Asistimos a un profundo movimiento poblacional. Nos movemos por la disminu-ción de la fecundidad, el incremento en la esperanza y la expectativa de vida, vivimos más años, la dependencia poblacional presenta otros ritmos especialmente en las mu-jeres y los hijos e hijas a través de la educación, la profesionalización y la generación de ingresos. El envejecimiento, la vejez y la longevidad atraviesan las lógicas del mercado con prácticas culturales de salud y calidad de vida en los proyectos de auto-nomía e independencia. Un panorama que genera interrogantes frente a las certezas anticipadas de la crianza y el cuidado y a las responsabilidades familiares, sociales, legales y estatales de todos y cada uno de los integrantes de la organización familiar.

Identificamos giros en la consideración de un “ciclo de vida naturalizado”: de ser miembro dependiente de una familia a constituir una propia familia, con hogar

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compartido local o globalmente, o la opción de disponer de un hogar unipersonal, sin pareja ni prole, o con pareja y prole en otro hogar –LAT. Hay un desplazamiento del considerado “ciclo natural de la familia con la certeza de la atención y el cui-dado en la vejez”, sustentado en la lógica de continuidad familiar, por el giro y la interrupción hacia el propio proyecto de vida personal y la movilización discursiva de la autonomía y la independencia.

El tiempo, el espacio y el mundo familiar desde una sola manera no están defi-nidos, ni anticipados ni garantizados. Hay diversidad de caminos para la configu-ración familiar, sin la carga al señalamiento moral y social. De igual forma, circula la opción de la decisión personal de no tener pareja, de tenerla, de terminar una relación o de construir otra. De reivindicar el derecho a la sexualidad y afectividad sin la proyección de una pareja o de una prole. De formar pareja más allá del dua-lismo masculino/femenino y hetero sexual. Se desliga la decisión de la maternidad o paternidad de la preexistencia de la pareja heterosexual; como también se decide por la maternidad y/o paternidad en pareja o condición de orientación sexual o identidad de género. De ser madre o padre en pareja o individualmente, por línea biológica, por adopción o por reproducción asistida con material genético propio o de terceros, con alquiler o préstamo de útero, gestación directa o subrogada. De decidir una co-residencia en el mismo lugar o compartiendo otros lugares. De cons-truir una convivialidad familiar desde la densidad vinculante y no por la presión de la pertenencia parental (Palacio y Cárdenas, 2017).

En este contexto familiar de incertidumbre, desenclave institucional del mode-lo y de la expansión de la individualización se someten también a interrogación, dos procesos inherentes a la institucionalización familiar: la crianza y el cuidado. Los cuales se constituyen en el centro de las dinámicas de politización y eje de las políticas públicas.

Para Rosario Aguirre, los cambios y transformaciones familiares, especialmen-te en las últimas décadas, han hecho visibles procesos de desfamiliarización de la crianza y el cuidado familiar (2007). Lo anterior expresa giros en el lugar de la mujer y la madre en las prácticas cotidianas familiares, derivadas de la formación educativa, la participación laboral y comunitaria. Sin embargo, la estrategia de atención de cero a siempre del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, la ley de la Economía del Cuidado y la existencia de marcos normativos, políticos y pro-gramáticos en torno al envejecimiento y la vejez, indica el desplazamiento familiar hacia su configuración como necesidad y derecho de obligatorio cumplimiento por parte del Estado y el mercado.

De todas maneras, y bajo la coyuntura familiar actual, los ejes de las po-líticas públicas en y para la familia se encuentran en la crianza y el cuidado familiar. Implican una mirada interseccional que debe entrelazar las garantías de pensión, salud, vivienda, empleo y trabajo pasando por la disponibilidad de tiempos para brindar y recibir cuidado, incorporando además los acuerdos de con-vivencia y co-residencia familiar, vinculados a los proyectos y procesos de independencia, autonomía, responsabilidad y reciprocidad familiar. Un marco que permite poner en consideración política un concepto de ciudadanía social y

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familiar que reconozca la importancia de los cuidados, las responsabilidades y reciprocidades familiares.

Por otra parte, la trayectoria pública y política de la cuestión familiar, entrelaza giros en su enunciación. Desde el silencio y su ausencia de referente político hacia la instalación de un modelo que permite desplegar discursos en torno a la orfandad, el abandono y la disfuncionalidad hasta su mirada como problema del desarrollo, escenario de desigualdad y de violencia y su entrelazamiento con la construcción de la democracia y la ciudadanía. Una trayectoria que permite vincular el desplie-gue de enunciados políticos con las prácticas de actuación institucional, profesio-nal y social y su traducción en lineamientos de políticas públicas.

Como el asunto de la orfandad y el abandono, se movilizan prácticas de cari-dad, filantropía y beneficencia, constituyéndose en un campo por excelencia del asistencialismo religioso (Sánchez y Franco, 2008). Bajo el lente de problemáticas sobre la pobreza, el bien-estar, la salud, la educación, el empleo, la vivienda y la pensión bajo la marca de la carencia, el déficit y la marginalidad, se traducen vías de asistencialismo estatal y ciertas propuestas neoliberales (Villegas, 2008; Puya-na, 2012). Además, se abre otro panorama, el cuestionamiento a la vida familiar como mundo de opresión, explotación, desigualdad y violencia. El silencio de la naturalización de la familia como reino del hogar femenino e infantil, se rompe y aparece la realidad de la dominación y la subordinación, la cual soporta múltiples formas y experiencias de violencia en el ámbito considerado paradisíaco, protector y garante de derechos.

En esta línea hay una transición, especialmente después de la década de 1980, hacia el desarrollo con equidad de género, a través de una inclusión focalizada en las mujeres bajo la responsabilidad del Estado (CEPAL, 2005; Puyana, 2012; Jelin, 2005) y la generación de oportunidades que potencien las capacidades de participación de las mujeres en la dinámica del desarrollo social. De igual manera, aunque de una manera diferencial para este mismo tiempo –finales de 1980 y comienzos de 1990– aparece el discurso programático sobre la presencia y/o ausencia del padre; su focalización como agente de crianza y cuidado y sujeto activo de una paternidad diferente.

En este curso político, se identifica desde finales del siglo XX el enfoque de los derechos políticos y humanos, la responsabilidad de protegerlos, garantizarlos y restablecerlos en condiciones de vulneración y vulnerabilidad (CEPAL, 2005). Y finalmente, se encuentra la mirada a tono con el reconocimiento de la diversi-dad de formas de organización familiar, su participación sin discriminación en las condiciones del desarrollo social y su reconocimiento como colectivo político y de derechos (Galvis, 2006), para dar lugar a la enunciación de la familia como agencia de formación de ser humano y de socialidad democrática y ciudadana.

Esta línea de tiempo, me permite marcar unos giros en la concepción del tema de familia y el soporte de su intervención pública y política:

● De la invisibilidad a la visibilidad como un referente transversal a la interseccionalidad de su complejidad y pluralismo.

45Primera Parte: Conferencias magistrales

● De la naturalización y la esencialización biogenética a la construcción sociocultural e histórica.

● De la caridad, la beneficencia y la filantropía pasando por el costo social, hacia su consideración como inversión pública y política.

● De ser el ámbito natural del amor y los valores emocionales al agenciamiento de la politización del afecto y la responsabilidad compartida.

● De ser el escenario de la pertenencia incondicional hacia el ejercicio de los derechos políticos y ciudadanos.

● De ser la unidad monolítica de intereses comunes subsumidos en el ejercicio del poder al reconocimiento de su diversidad y capacidad de concertar, acordar y negociar los beneficios compartidos.

● De la concepción de la homogeneidad natural de su organización al reconocimiento, respeto, protección, defensa y goce de la diversidad y la diferencia.

Esta trayectoria del curso vital del mundo familiar hace visible sus tránsitos con situaciones sociales, culturales y políticas particulares; los cuales atraviesan aspec-tos subjetivos y objetivos que permiten comprender la articulación simultánea de los diferentes marcadores de desigualdad y su expresión en las relaciones sociales y familiares, como se expresa en el informe sobre Políticas familiares y de género en Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Cuba publicado por CLACSO en 2015 (Di Marco, Patiño, Giraldo, 2015).

Por lo tanto, el reto de comprensión del mundo familiar y la traducción de su transformación cultural, política, económica, legal y social en políticas públicas incluyentes desde la diversidad y la ciudadanía, se soporta, según las autoras antes citadas, en torno a la necesidad de identificar los principales cuellos de botella insti-tucionales, contradicciones normativas, políticas, de valores, prejuicios y creencias que han impedido una implementación más acorde a la realidad vigente y futura de la familia, más allá de la matriz heteronormativa que se instaló en otro contexto histórico, distante de la realidad presente y la proyección futura de la familia.

Consideraciones finalesA manera de acotación final, el tema familia, es un asunto público y político. En todo el proceso de configuración que presenta actualmente, sobrepasa la represen-tación y el imaginario social de ser un asunto circunscrito a la esfera privada y do-méstica o de voluntad individual. Es de cierta manera, la validación contemporánea sobre la circulación pública de lo privado conducente a la interrogación en torno a la dicotomía o dualismo público/privado y a la reconfiguración del lugar del tema de familia en el ágora y a la responsabilidad social de las elecciones particulares.

46 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Esta politización reclama la necesidad de comprender el tiempo social de las complejas, múltiples y diversas relaciones e interacciones familiares. La configura-ción, emergencia y visibilidad de otras maneras de constitución familiar que acom-pañan las precedentes en torno a la sexualidad, la procreación, la con-vivencia, la sobre-vivencia, la co-residencia, la conyugalidad, la maternidad, la paternidad, la crianza y el cuidado marcan la riqueza y potencialidad del mundo familiar y social, como lugar crucial para la reproducción de la vida, conjuntamente con la sosteni-bilidad, el control y la regulación de una manera de vivir socialmente (Jelín, 2005).

Por lo tanto, el lugar del tema de familia es central en las agendas del Estado y la Sociedad. Al considerarla como agencia de construcción de ciudadanía y recono-cerla en su diversidad y pluralidad es potenciar un sentido de inclusión moral, ética y política de ser responsable de su responsabilidad en términos de Bauman (2015).

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Sociabilidades e sexualidade:os jovens de um enclave imigrante na primeira metade do século XIX

Sergio Odilon Nadalin

Começo contando a história de uma adolescente. Ida era o seu nome, filha de um mestre-pedreiro pomerano de confissão luterana; seu pai poderia ser incluído na pequena burguesia de marido-e-mulher proprietários de lojas,

pequenos artesãos e camponeses que formavam parte dos primeiros colonos em Dona Francisca. Este estabelecimento imigrante localizava-se no norte da então Província de Santa Catarina, onde Ida nasceu no dia 31 de julho de 1863, cerca de alguns dias a pé de Curitiba, a capital provincial do Paraná.

O surpreendente nesta história é que Ida deu à luz um filho em Curitiba, 14 anos depois, e ainda solteira –foi no dia 17 de agosto de 1877. Feitos os cálculos, a criança foi concebida quando ela mal havia completado 13 anos de idade, no início do verão do ano anterior. De acordo com os registros paroquiais, o pai do bebê, o seleiro Wilhelm, nascido em Novo Hamburgo, no Rio Grande do Sul, deveria estar, na ocasião, com 17 anos.

Portanto, tratava-se de um evento extraordinário, uma vez que a criança nas-ceu quando a mãe era apenas uma adolescente. De fato, no final do século XVIII, na Europa Ocidental (principalmente nos países mais frios), a idade da primeira menstruação situava-se entre 17 e 18 anos (Stearns, 2010: 141). Em função da melhor alimentação e de razões associadas à urbanização, esta marca começou gradativamente a diminuir, até atingir, na atualidade, a idade entre 11 e 14 anos (Silva, 2011: 12). Para fixar ideias, digamos que, no contexto definido pelos casa-mentos entre luteranos alemães em Curitiba, na segunda metade do século XIX, a menarca aconteceria por volta dos 15 anos das jovens; desse modo, a maturi-dade ginecológica da mulher dar-se-ia por volta dos 17 anos (Brandão, 2006: 70; Pinheiro, 2017), o que explicaria a chamada subfertilidade adolescente. No que diz respeito à primeira menstruação da mãe de Ida, ainda na Pomerânia, é muito provável que tenha se dado relativamente mais tarde. Pergunto-me, assim, até que ponto os pais estariam preparados para a situação da menina que entrava precocemente na adolescência, tendo em vista os cuidados exigidos para uma jovem em tal situação.

Então, Ida deixava de ser menina antes dos 13 anos e, provavelmente, não tinha ainda passado pela “Confirmação”, um rito de passagem que demarcava a transição da infância para a juventude entre os luteranos (Schindler, 1996: 271). Este autor observa que, na Alemanha do início do século XIX, a idade de 14 anos também as-

50 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

sinalava a obrigatoriedade da frequência à escola, sugerindo, junto à Confirmação, uma demarcação entre infância e juventude.

Assim, teríamos de remeter a questão ao que pode ter sido, aos nossos olhos, certo “descuido” dos pais (e da comunidade...) em relação aos passeios e diverti-mentos da filha adolescente; ou, talvez melhor, a uma atitude moral ancorada nos hábitos ancestrais dos denominados “amores camponeses”, praticados durante os namoros ou “frequentações” entre os jovens.

Para a Europa, a historiografia costuma associar os comportamentos sexuais dos jovens ao longo período entre o início da puberdade e o casamento –geralmente tardio. Por exemplo, na Prússia do último quartel do século XIX, calcularam-se médias de 29,5 anos ao casar para os homens, e 26,5 anos para as mulheres (Na-dalin, 1974). Parece-me, no entanto, que um dos resultados da imigração foi uma mudança na “qualidade” do mercado matrimonial, com uma relativa antecipação do casamento, sobretudo pelas moças. As filhas dos imigrantes, durante o perío-do de 1866 a 1894, em Curitiba, casaram-se com 21,3 anos, isto é, praticamente 5 anos mais jovens do que na Alemanha, na mesma época. Quanto aos rapazes, com 27 anos em média, 2,5 anos mais moços: a diferença não era tão significativa (Nadalin, 1974). De qualquer modo, sobre essas questões, é de se perguntar, como Philippe Ariès, o que faziam os rapazes e moças durante o longo período de sua adolescência entre a puberdade (em realidade, menos precoce do que hoje) e o casamento tardio? Tanto lá como cá, aparentemente não faziam nada que deixasse vestígios (Ariès, 1992: 103). Ou, talvez, uma concepção, seguida do casamento. De todo modo, parece-me que qualquer sociedade precisa dar conta, controlar ou sublimar o impulso sexual dos seus jovens solteiros, se considerarmos a sexualida-de, como observou Jean-Louis Flandrin, uma constante universal (Flandrin, 1975).

Relata-se que as concepções pré-nupciais estavam relacionadas a uma coa-bitação anterior ao casamento, praticada em diversas regiões da Alemanha e da Europa (pelo que anotei, Suíça, Áustria, Holanda, Inglaterra...). Existem referên-cias também à Escandinávia, de modo geral, à Finlândia e a algumas variantes na França. É importante anotar que, pelo menos desde a Era Moderna, muitos desses costumes populares eram reprovados pelas “autoridades”, a começar por Martinho Lutero, que deixou suas recomendações aos pastores, nas suas “Obras”: tentava-se em especial, com muita dificuldade, controlar os jovens. De todo modo, o fato de que observadores mencionaram costumes semelhantes em colônias alemãs no Bra-sil, ainda no século passado, demonstraria a perenidade desses hábitos (Willems, 1940: 212-213; 1980: 304; Wagemann, 1949: 87).

Muitas noivas pertencentes à mesma coorte da Ida casaram-se grávidas, o que configura uma concepção pré-nupcial (Bideau e Nadalin, 2011: 120-123). Tecnica-mente, a prenhez da adolescente também era “pré-nupcial”, ressalvando que o filho nasceu muito antes do casamento, ocorrido dois anos depois, em 1879. Apesar de sua precocidade, Ida inclui-se entre as 19 jovens de todas as idades que, antes de 1895, deram à luz uma criança antes de se casarem: 8 em cada 100 noivas.

Configurando o que se considera, estrito senso, como uma concepção pré-ma-trimonial, computei 44 jovens que desposaram grávidas –ou seja, 28 em cada 100.

51Primera Parte: Conferencias magistrales

Somando umas e outras, isso daria em torno de 37 por cento. Mas, atenção, não estamos falando em nascimentos “ilegítimos”, uma vez que todas as crianças, de uma forma ou de outra, foram legitimadas pelo casamento. Em Curitiba, entre os luteranos, as taxas concernentes à ilegitimidade strictu sensu não passaram de 1 por cento, em todo o período analisado (Nadalin, 1997/1998: 207-228, 211; 1988: 66).

Posicionando esses 44 eventos num gráfico mostrando a distribuição dos inter-valos entre o casamento e o nascimento do primeiro filho, verifiquei que 18 delas conceberam seus rebentos de 1 a 2 meses antes do matrimônio; 14 jovens, de 3 a 5 meses antes e, finalmente, 12 conceberam ao coabitarem com seus noivos durante, no mínimo, 6 a 7 meses. Ora, Jean-Bourgeois Pichat, há muitos anos, calculou que a possibilidade de concepção em uma só relação sexual entre um casal jovem e sau-dável seria de somente 4 por cento, e esta deveria ser o resultado de várias semanas, talvez meses, de relações sexuais sem proteção (Stone, 1989: 311). Abstraindo-se estas 44, somadas àquelas 19 que tiveram filhos antes do casamento, restam 112 noivas que, pelos meus registros, não se uniram grávidas. Mas a pergunta conse-quente que se faz é se estas 112 jovens fizeram ou não sexo com seus noivos antes das núpcias; pode ter sido um noivado casto, mas também é possível pensar que dormiram com eles e não conceberam, tomando cuidado para não provocarem uma concepção indesejada. Se assim for, parte da fertilização ocorrida antes do casa-mento resultaria de falhas na contracepção.

Penso que, pelas razões que exponho, isso não ocorreu com Ida: gravidezes antes das núpcias poderiam estar igualmente associadas à coabitação dos noivos, conforme instituições muito antigas como as Noites de Provas ou Noites Probató-rias (Probenächte), já mencionadas nas Capitulares de Carlos Magno (Willems, 1980: 305; Garnier, s/d: 411-412), ou os “Marriage d’Essai” (casamentos “expe-rimentais”), descritos por diversos testemunhos coletados por Flandrin (1988). Conhecidas em diversas regiões, sob diferentes denominações e práticas, essas tra-dições, que “tinham como objetivo estabelecer contatos com o sexo oposto, visan-do a escolha matrimonial, constituíam o ponto nodal da cultura dos grupos jovens” (Schindler, 1996: 274). No início da segunda metade do século XIX, do ponto de vista de uma “lógica camponesa”, seria anacrônico imaginar que as razões para o casamento radicavam-se na invenção burguesa do amor romântico: geralmente com a conivência das famílias, as visitas noturnas relacionadas ao costume tin-ham como função não só o conhecimento do mercado matrimonial, mas verificar a mútua aptidão dos jovens para o casamento, enfatizando-se a fertilidade da jovem.

No que se relaciona à convivência entre os jovens antes das núpcias, as hipóte-ses explicativas situam-se entre duas vertentes: de um lado, Pierre Chaunu sugeriu que o longo período entre a puberdade e o casamento caracterizava-se por uma sublimação dos instintos sexuais e controle da libido, na qual as relações sexuais pré-conjugais seriam reprovadas. Tudo isso se traduzia numa grande ascese cole-tiva, o que explicaria em parte a criatividade artística e intelectual da modernidade ocidental. Indo mais longe, numa tese mais ousada publicada nos Annales, André Burguière aventou que esta austeridade sexual seria análoga a uma poupança, ex-plicando o poder econômico da sociedade capitalista –o que naturalmente lembra

52 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

a tese de Max Weber. Porém, de outro lado, rebate Jean-Louis Flandrin, afirman-do não poder imaginar como tantos jovens camponeses de outrora conseguiriam poupar-se sexualmente, durante dez ou quinze anos, e depois conseguir fazer face às exigências do casamento. De qualquer forma, para além das relações sexuais antes das núpcias e da brevidade de muitas aventuras, é preciso também pensar em outras formas não mensuráveis (como, por exemplo, a homossexualidade, a mas-turbação, o adultério, a prostituição...), que poderiam igualmente entreter rapazes e moças nas sociedades tradicionais (Dupâquier, 1982: 16; Ariés, 1992: 103-104; Burguière, 1972).

No que diz respeito a Curitiba, cabe perguntar se as diferenças entre a puber-dade e a idade no casamento eram significativas, explicando um esforço no sen-tido de sublimar o sexo e guardar a castidade, ou se os jovens, diferentemente de outras culturas, não valorizavam tanto a virgindade a ponto de se conter antes do noivado ou das núpcias. De um modo ou de outro, creio que é necessário pensar no peso das estruturas anteriores à emigração e suas permanências no estabelecimen-to colonial. Com efeito, tudo indica que, mais uma vez, como escreveu Marshall Sahlins, “a transformação de uma cultura também é um modo de sua reprodução” (Sahlins, 2003: 174). Nessa leitura, entendo que as migrações constituiriam fatos extraordinários contendo o potencial de alterar substancialmente os significados tradicionais, de refazer relações e de criar o novo, integrando um efeito “revolu-cionário”, excepcional, para as sociedades germânicas concernentes. Entretanto, o novo era o velho, reconstruído: um fato extraordinário, a migração, parece ter trazido como consequência a reposição de estruturas passadas na orquestração do presente construído pelos imigrantes e seus filhos no enclave (Andreazza, 1996: 19) –portanto, re-significadas (Schwarcz, 2000: 129-130) –e atualizadas na prática de um novo convívio na sociedade anfitriã.

É possível, portanto, imaginar que na “aldeia” constituída pelo enclave imi-grante em Curitiba, os jovens procuravam, também eles, desenvolver o gosto pelo outro, propiciado, como diria Georg Simmel, “pela elevação extremada do senti-mento, dada somente pelo estar junto” (Simmel, 2006: 53); isso não se traduzia apenas na troca de palavras, geralmente estereotipadas pelos rituais. Antes, sendo os jovens o que são e o que eram, exercitavam o lazer, os serões, os passeios e as festas, o que era naturalmente acompanhado de flertes; estes resultavam do des-envolvimento da atração física, em função do tocar das mãos, do roçar de corpos durante as danças, concernentes às formas lúdicas e prazerosas das sociabilidades. Relações muitas vezes seguidas de gestos ousados e, até, carícias mútuas, geral-mente satisfatórias para dar conta das pulsões sexuais dos moços e moças da aldeia/enclave. Tais sentimentos parecem ter sido vividos intensamente, desempenhando um papel importante no relacionamento amoroso entre os jovens camponeses eu-ropeus e, por conseguinte, entre os filhos dos imigrantes.

Como não podia deixar de ser, pauto-me também no que se diz sobre os jovens na atualidade e, portanto, acrescento a opinião do sociólogo: “...o aprendizado da sexualidade [...] não se restringe àquele da genitalidade, tampouco ao acontecimen-to da primeira relação sexual. Trata-se de um processo de experimentação pessoal

53Primera Parte: Conferencias magistrales

e de impregnação pela cultura sexual do grupo, que se acelera na adolescência e na juventude” (Heilborn, 2006: 35).

Posso, portanto, imaginar uma série de situações que se distribuiriam entre os rapazes e moças da coorte. Se havia, como é possível imaginar, pulsões sexuais, elas poderiam ser naturalmente canalizadas para jogos eróticos que, se de um lado constituíam “válvulas de escape” para as referidas tensões, de outro impediam relações mais íntimas e perigosas entre o homem e a mulher solteiros (Nadalin, 1997/1998: 213). No entanto, poderia agregar: nem sempre, uma vez que me pare-ce difícil que, às vezes, as liberdades sexuais não descambassem para o intercurso.

Se as coisas começavam com algumas experiências que não chegavam às vias de fato, é possível também pensar, para os jovens luteranos, que seria, culturalmen-te, pouco provável que uma primeira relação sexual fosse discutida ou preparada. Ontem, como hoje, os encontros sexuais entre adolescentes seriam “fortuitos, ines-perados, frutos da paixão e do descontrole, do amor e da cessão, da sedução, e não como atos deliberados” (Brandão, 2006: 73). Vai daí que mesmo o recurso ao coito interrompido seria difícil, não só em função do calor do momento, mas também em função da própria ignorância e inexperiência dos jovens. Devo notar que a maioria dos casais que constituiriam a coorte que estou analisando durante a segunda me-tade do XIX também não utilizou a contracepção durante o casamento. Evidente-mente, aí se coloca a questão: se, para a maioria dos casais unidos pelo matrimônio, a contracepção seria impensável, como admiti-la nas frequentações adolescentes?

Por que, então, seria diferente para Ida e Wilhelm? Em primeiro lugar, é possí-vel pensar que os pais da moça e de outros jovens da comunidade imigrante trouxe-ram de suas várias regiões de origem experiências diversas de família. Do mesmo modo, distintas tradições e comportamentos relativos ao casamento e à sexualida-de, considerando o nível de urbanização e de avanço do capitalismo, sem mencio-nar diferenças culturais.

Eu me referi, antes, a pequeno-burgueses, mas também havia lavradores, ope-rários –cuja frequência começa a crescer a partir da década de 1870– mineiros e outros (inclusive várias ocupações combinando campo e artesanato). Este fato permitiria outra ilação, associando várias atividades tradicionais e anunciando al-gumas raízes da revolução industrial na Alemanha. Em outros termos, embora o Velho Regime fosse gradativamente impactado por uma economia de mercado, sobretudo a partir da década de 1840, ainda assim a maioria dos imigrantes deve ter legado a seus filhos, junto a uma economia moral caracteristicamente tradicional, valores coerentes relativos à família, ao casamento e à reprodução. Presumo, por conseguinte, que a maioria deles foi educada de acordo com valores tradicionais recriados na sociedade de adoção. Como já coloquei antes, é provável que práticas oriundas de uma estrutura cultural de longa duração tenham se mantido no enclave construído pelos imigrantes.

Volto-me para Ida. Posso supor que a moça, pela sua precocidade, já faria parte de um grupo de jovens da comunidade imigrante, que incluía, provavelmente, Wil-helm –seu futuro marido. Pautado pelo que se sabe hoje a respeito das adolescen-tes, ela poderia estar começando a entrar num período da vida em que processaria

54 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

uma maior autonomia diante da família, na busca de uma nova identidade. Mesmo correndo o risco de ser anacrônico, imagino que, devido à sua precocidade biológi-ca, provavelmente ganharia mais importância o convívio com companheiros mais velhos, moças e rapazes –o pai de seu filho teria 4 ou 5 anos mais do que ela. Do mesmo modo, tal fato poderia explicar a procura de relações afetivas, de um flerte, ou alguns experimentos de natureza sexual. Nesse sentido, o corpo de Ida também “era posto em marcha por maneiras particulares de socialização”, as quais seguiam as prescrições de gênero e do grupo, carregando a simbologia daquele momento histórico e cultural (Heilborn, 2006: 32). Nessa direção, vários capítulos organiza-dos por Levi e Schmitt (1996) parecem encaminhar para uma interpretação semel-hante no que concerne aos jovens do passado europeu.

Tenha sido ou não o pai de seu filho o primeiro namorado (provavelmente foi) e baseando-me novamente nos cálculos do demógrafo, não considero provável que a sorte –ou o infortúnio– batesse à porta dos jovens depois de uma, ou poucas, relações sexuais. Se, de um lado, toda relação sexual sem cuidados contraceptivos pode resultar em gravidez, de outro é necessário considerar que, durante algum tempo depois da menarca, o ciclo menstrual é irregular e pouco previsível, o que permitiria pensar na relativa imaturidade biológica de Ida após este evento.

Mas, como sabemos, não foi assim: a jovem passou de menina a mulher sem o aprendizado da adolescência, dando à luz precocemente e contraindo núpcias com Wilhelm em 1879. Porém, mutatis mutandis, havia certa tendência de casamentos precoces entre as irmãs de Ida. Refiro-me a Auguste e Martha, casadas com 15 e 16 anos, respectivamente. Da mesma forma, Mathilde, que provavelmente ainda não tinha 17 anos, sem mencionar Emma, que se casou com 18 anos. As fichas de família permitem ainda constatar que os rapazes de sua família uniram-se a noivas praticamente adolescentes: o irmão, Bernhard, tinha 24 anos quando se casou com uma jovem de 15 e, quanto a seu irmão August, sua noiva tinha 16 anos –e ele, 36.

Apesar das características desta família, tenho certa dificuldade em imaginar a possivelmente confusa situação para os pais de Ida. Normalmente, nascer uma criança antes do casamento configurava uma coabitação anterior. Tal hipótese seria difícil de ser imaginada para uma moça tão nova, quase ou praticamente pré-ado-lescente – e o mesmo poderia ser imaginado para o caso do jovem pai. O que me ocorre é que, nessa situação, a jovem (ou os jovens) continuasse(m) a morar com a respectiva família até o casamento.

Enfim, a história de Ida e de sua família é tão extraordinária que dificilmente poderia ser generalizada. Mesmo tratando-se de evidências muito concretas forne-cidas pelos registros paroquiais, sabe-se pouco a respeito, e tive de complementar meus comentários com hipóteses. De todo modo, o tema exige cuidados. Nas pala-vras de Jacques Solé, discernir os noivos flagrados por uma concepção pré-nupcial e os outros, com intervalos protogenésicos “normais”, supõe um grave inconve-niente: comparativamente, estou distinguindo comportamentos sexuais médios, o que incorre, como ele diz, numa grande “ilusão quantitativista” (Solé, 1984: 187). Embora não dispense a quantificação, compartilho sua preocupação: tal “ilusão” não dá chance, na coorte observada, às 175 possíveis variações da sexualidade en-

55Primera Parte: Conferencias magistrales

tre os casais –ou, talvez, 44, se considerarmos somente as concepções pré-nupciais. Portanto, sem mencionar a questão de como os jovens procediam para além do coito interrompido (que era, no final das contas, o método mais utilizado na época), tal ilusão quantitativista negligencia as motivações dos casais que, aparentemen-te, fugiram das normas, o que empobrece o conhecimento da história sexual. Ou seja, não é possível ignorar o fato de que uma frequência estatística de concepções pré-nupciais tem um evidente caráter subjetivo.

Termino com uma expressão muito francesa: Helás! Os historiadores sabem da dificuldade em encontrar fontes para o estudo da intimidade das pessoas e, por enquanto, não tenho como resolver o problema. Por agora, só tive condições de tratar ensaisticamente essas motivações, embora tivesse conteúdo –bastante con-trovertido, reconheço– para rechear este texto.

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Segunda ParteFamilias en la historia… historias de familia

Diversidad de modelos familiares en Las Novelas de Torquemada

Antonio Irigoyen López

Las obras de Benito Pérez Galdós constituyen una fuente histórica de primer orden, a pesar de su carácter científico. A este respecto, la crítica literaria lleva mucho tiempo insistiendo en su gran valor como testimonio de la época en

que se desarrolla sus tramas: María Zambrano (2004) o Carmen Bravo-Villasante (1976), entre otras, han reivindicado la historicidad de las obras galdosianas. En este contexto, se ha prestado comenzado a prestar atención a la cuestión de la familia, debido a la centralidad que esta temática tiene en sus obras, haciendo hincapié, so-bre todo, a la situación de la mujer. De este modo, se puede acudir a una primera obra general que engloba la novela del siglo XIX, como es la de Heriberto del Por-to (1984), para luego acudir a otras más concretas con la mujer como protagonista (Kirsner, 1983; Montero-Paulson, 1988; Aldaraca, 1992; Vilarós, 1995). Igualmente, se pueden encontrar algunos trabajos dentro de las obras colectivas Historia social y literatura (Soubeyroux y Fernández Díaz, 2003; Hibbs, Trojani, Fernández Díaz y Villalta, 2007).

Como señala Kocka, la familia constituyó la institución más paradigmática de la cultura burguesa, basada en la jerarquización de género, separación de esferas –ya masculina y femenina, ya pública y privada– y en el dominio absoluto del pater familias (2002: 136).

Por otro lado, la historiografía ha constatado que, a lo largo del siglo XIX, fue difundiéndose, cada vez más, el modelo burgués de familia (Martínez López, 1996; Luengo, 2014; Ghirardi e Irigoyen López, 2016), el cual llegó a contar con la colaboración y aceptación por parte de la Iglesia católica (Crespo Sánchez, 2016). Todo lo cual derivó en una organización familiar característica en la España de la Restauración que, sin embargo, era mucho más plural de lo que, en principio, ca-bría pensar (Muñoz López, 2001).

Por tanto, lo que se trata de comprobar en este trabajo es cómo las diferentes familias que aparecen en la obra de Benito Pérez Galdós se ajustaban a este mo-delo teórico. La fuente utilizada es la serie Las novelas de Torquemada, de Benito Pérez Galdós (1979). Se trata de un conjunto de textos escritos entre 1889 y 1895. Al margen de lo simbólico del apellido del protagonista, así como de los títulos de las cuatro novelas –Torquemada en la hoguera, Torquemada en la cruz, Tor-quemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro– lo que resulta útil de esta obra es la recreación que hace del ambiente social del Madrid de finales del siglo

64 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

XIX. La metodología empleada para el desarrollo de este trabajo consistirá en ir estableciendo los distintos elementos del surgimiento y evolución de los modelos familiares según se desprenden de la obra literaria.

El argumento de las novelas es sencillo: Francisco Torquemada es un usurero viudo que se ha enriquecido a costa de gentes del estrato popular. Cuando su ado-rado hijo enferma gravemente, comienza a realizar buenas obras con la esperanza que su hijo mejore, algo que no se produce, y muere. Superado el trance entra en conocimiento de una familia noble arruinada, los del Águila, compuesta por tres hermanos: dos mujeres (Cruz y Fidela) y un varón ciego, Rafael. Por la intercesión de un amigo común, Donoso, casa con la menor de ellas, pese a la oposición del hermano varón. Una vez instalados todos en la casa del usurero, el hermano ciego acabará por suicidarse. La vida familiar –y casi cabría decir que también la públi-ca– será regida por la hermana mayor y Torquemada comienza a ascender social-mente hasta obtener un título nobiliario. El matrimonio tendrá un hijo con graves problemas físicos y mentales, y al final la esposa morirá. En un ambiente de fuerte crispación, quedará la familia compuesta por el hijo enfermo, Cruz y Torquemada, quien, al final, morirá a causa de una indigestión.

¿Qué pensaba realmente el escritor canario respecto a la familia? Es difícil saberlo, pero su biografía revela que los tipos de familia en los que participó no respondieron siempre al tipo de familia conyugal propia de la burguesía, tanto que tuvo una hija fuera del matrimonio, a la que reconoció sin ningún problema. Es posible que proceder de una familia compuesta por diez hermanos, quizás contri-buyera a modelar su pensamiento sobre el parentesco y la familia, todo lo cual pudo trasladar a sus novelas. Por tanto, nuestra hipótesis es que Pérez Galdós se empeñó en mostrar que nunca hubo un único tipo de familia y que los lazos del parentes-co, ni mucho menos, quedaron reducidos a los que surgían de la familia nuclear. En cierto sentido, por consiguiente, se puede decir que Galdós rechazó el modelo familiar que propugnó la burguesía y que, en gran medida, sería el que también defendería la Iglesia católica. Todo esto puede comprobarse en Las Novelas de Torquemada, donde aparecen distintos tipos familiares y, por supuesto, diferentes grados de relación nacidos del parentesco.

Los modelos familiaresEn Las Novelas de Torquemada aparecen diferentes familias, que tienen, eviden-temente, diferente influencia y, por ende, distinto tratamiento. A este respecto, las dos familias más importantes son las que formará el protagonista. Les seguirán la de su hija y la de la criada de la familia Del Águila. Se puede terminar con otras tangenciales como la familia pobre que aparece en la primera novela, la de Isidora y Martín, o la familia de José Donoso. Reagrupando estas familias, se puede decir que en la obra aparecen básicamente tres tipos:

1. Familia nuclear. Aquí se trata de la formada por la pareja conyugal, con o sin hijos.

65Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

2. Familia sin núcleo conyugal. Conviven diferentes personas relacionadas por parentesco.

3. Familia extensa. En ella se entenderá la pareja conyugal, con o sin hijos, acompañada de otros parientes.

En cada uno de estos modelos, cabría añadir la presencia del servicio doméstico, factor fundamental de los hogares madrileños del siglo XIX (Sarasúa).

Del primer tipo, familia nuclear, encontramos los siguientes casos:

● Francisco Torquemada con doña Silvia, con sus dos hijos: Rufina y Valentín.

● Rufina, hija de Torquemada, con su marido Quevedo, médico.

● Isidora y Martín, pintor, una pareja que tenía una deuda con Torquemada y que éste les perdona con la esperanza de que esta bueno salvaría la vida a su hijo Valentín.

● José Donoso, amigo de la familia Del Águila, el cual se convertirá en el casamentero y asesor financiero de Torquemada, con su esposa Justa.

Si se trata de clases sociales, se verá que la mayoría de estas familias conyugales pertenecían a la clase media que, para Galdós, constituía la materia prima de las novelas. Esto hace que la obra galdosiana revista el carácter de fuente histórica.

La familia que forman los tres hermanos Del Águila correspondería al segundo tipo y, socialmente, se enmarcaría dentro de la aristocracia, si bien con graves difi-cultades económicas, lo que motivará el enlace con Torquemada.

Por último, las familias extensas vendrían representadas por:

● Bernardina, criada de la familia Del Águila, con su esposo Cándido Valiente, propietario de un taller de pólvora, y su suegro Hipólito Valiente, vigilante de consumos, antiguo soldado de la campaña de África.

● Francisco Torquemada con Fidela Del Águila, con su hijo, y sus cuñados.

En cuanto a clases, la primera de las familias pertenecía al pueblo; de hecho, la descripción que se hace de su vivienda denota su condición popular. La pareja no tenía hijos: “Su matrimonio con el polvorista había sido hasta entonces infecundo: malos partos y pare usted de contar” (Pérez Galdós 1979: 192). La segunda de las familias, se situaría, más que entre la aristocracia, entre las élites dominantes, resultado de la conjunción entre la alta burguesía y la nobleza, todo dentro de una tendencia generalizada en la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX (Kocka, 2002: 132).

Hay que analizar dos aspectos fundamentales de las familias que aparecen en la novela y que tienen que ver con el modelo que propugnó la burguesía: el afecto

66 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

y la autoridad. En efecto, como señala Kocka, la familia –principalmente, de tipo conyugal– estaba unida por vínculos emocionales y lealtades fundamentales, di-ferenciada por género en esferas y roles, todo bajo el dominio absoluto del pater familias (Kocka 2002: 112). Pues, bien, en todas las familias, menos en la segunda de Torquemada, se puede apreciar la existencia de afecto entre sus componentes, ya sea entre los esposos, ya entre los hijos y padres, ya entre los hermanos.

Las familias nuclearesFamilia 1: Francisco Torquemada y doña SilviaEn primer lugar, tenemos a Francisco Torquemada que casó, en primeras nupcias, con Doña Silvia. Se tendría que encuadrar dicho matrimonio dentro de la pequeña burgue-sía, pues Torquemada se había enriquecido con el préstamo y el alquiler de viviendas. Realmente, las novelas narran un ascenso social vertiginoso: desde las clases popu-lares hasta la nobleza titulada; pero en esto una parte importante tendrá su origen en su segundo matrimonio. Volviendo a su primera familia, representaban el prototipo conyugal burgués. Al matrimonio le sobrevivieron dos hijos: Rufina, de veintidós años, y Valentín, de doce; entre medias, la esposa sufrió varios abortos, testimonio de una situación, más o menos generalizada, en la España del siglo XIX, donde la mortalidad fetal todavía seguía siendo elevada (Sanz Gimeno y Ramiro Fariñas, 2002).

De forma magistral, Galdós apenas dedica unas palabras a la primera mujer de Torquemada, pero son suficientes para caracterizarla a la perfección. Doña Silvia en-carna el modelo de esposa propugnado por la burguesía, con orígenes en el siglo XVIII (Morant Deusa y Bolufer Peruga, 1998) y que pervivirá incluso en el siglo XX (Roigé, 2011). En efecto, ella hizo de su casa su espacio privilegiado de influencia y reconoció la autoridad de su marido. El resultado fue el éxito familiar. La familia basada en el compañerismo de los esposos, tal y como quería Peter Laslett (1987). La familia como comunidad de intereses y afectos, como realización de un proyecto común, cumplía así con el ideal burgués. Por todo esto, pudo Galdós escribir: “…pues habiendo vivido el matrimonio en santa y laboriosa paz durante más de cuatro lustros, los caracteres de ambos cónyuges se habían compenetrado de un modo perfecto, llegando a ser ella otro él, y él como cifra y refundición de ambos” (Pérez Galdós 1979: 9-10).

La simbiosis perfecta. Tanto que, incluso, la separación de las esferas privada y pú-blica desaparecieron, con interferencias de los cónyuges en el campo de acción del otro:

“Doña Silvia no solo gobernaba la casa con magistral economía, sino que ase-soraba a su pariente en los negocios difíciles, auxiliándole con sus luces y su expe-riencia para el préstamo. Ella defendiendo el céntimo en casa para que no se fuera a la calle, y él barriendo para adentro a fin de traer todo lo que pasara, formaron un matrimonio sin desperdicio, pareja que podría servir de modelo a cuantas hormigas hay debajo de la tierra y encima de ella” (Pérez Galdós, 1979: 10).

Sin embargo, no todo fue tan idílico porque la dominación con que Torquemada sometió a su primera esposa fue absoluta, interviniendo incluso, en los primeros momentos, en la esfera privada, territorio privilegiado de la mujer, como una forma extrema de ejercer y hacer manifiesta su autoridad (si bien, todo nacía, seguramen-

67Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

te, más de su tacañería que de otra cosa, lo cual no impide que se trate de un caso de brutal dominación masculina):

“Yo sí me acuerdo, y me paíce que fue ayer cuando le contaba los garbanzos a la cuitada de Silvia y todo lo tenía bajo llave, y la pobre estaba descomida, trashijada y ladrando de hambre. Como que si no es por mí, que le traía algún huevo de ocultis, se hubiera muerto cien ve-ces […] Como usted era el que iba a la compra, no le podíamos sisar, y la infeliz ni tenía una triste chambra que ponerse. Era una mártira, don Francisco, una mártira; ¡y usted guardando el dinero y dándolo a peseta por duro al mes! Y mientre tanto, no comían más que mojama cruda con pan seco y ensalada” (Pérez Galdós 1979: 66-67).

Por consiguiente, aunque la autoridad del pater familias era muy fuerte, superados los momentos críticos, cuando los negocios usureros de Torquemada empezaron a mejorar, la convivencia y la armonía familiar fueron la tónica dominante, por lo que “alrededor del 70 la casa estaba ya en otro pie” y “la familia toda empezaba a tratarse como Dios manda” (Pérez Galdós 1979: 13).

En esos momentos, muere la esposa, y el gobierno doméstico queda encomen-dado a la hija, quien se desenvuelve con rigor, por lo que consigue el beneplácito del padre. Sin embargo, la familia toca a su fin por dos hechos: la muerte del hijo y el casamiento de la hija.

Familia 2: Rufina y QuevedoLa familia compuesta por Rufina y su esposo Quevedo (curiosamente, no sabe su nombre de pila) apenas merece atención para el autor. Solo se comenta brevemente lo que costó al novio que se aceptaran sus pretensiones: “…el cual, después de mucho rondar y suspiretear, mostrando por mil medios la rectitud de sus fines, fue admitido en la casa en los últimos tiempos de doña Silvia, y siguió después, con asentimiento del papá, en la misma honrada y amorosa costumbre” (Pérez Galdós 1979: 11).

Estas pocas palabras sirven para confirmar que esta pareja constituiría la fami-lia burguesa prototípica. En primer lugar, se aprecia la inevitable libertad de los no-vios en su elección, pero ésta debía ser autorizada por los padres, después de haber sopesado la idoneidad del candidato. A éste se le juzga ya en su individualidad y lo que se valoraba era su adecuación a la moral decente que propugnaba la cultura burguesa (Kocka, 2000: 19).

De la novia, se pondera su destreza para el gobierno de las cuestiones domésti-cas. A este respecto, como ya se ha visto, Rufina contaba con un aprendizaje previo a raíz de la muerte de su madre.

Familia 3: Isidora y MartínEs una pareja en situación de pobreza extrema que vivía en uno de los cuartos pro-piedad de Torquemada. Lo que hay que destacar es que esta familia es la antítesis

68 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

de la anterior puesto que representan un tipo de unión al margen de los convencio-nalismos burgueses. En primer lugar, ella, perteneciente a una familia noble, sufrió un descenso social por un turbio asunto del que apenas se dan unos datos:

“…usted, Isidorita, no es como esas otras mujeronas que no tienen educación. Usted es una persona decente que ha venido a menos, y tiene todo el aquel de mujer fina, como hija neta de marqueses […] Bien lo sé […] y que le quitaron la posición que le corresponde esos pillos de la curia […]

- ¡Ay, Jesús! –exclamó Isidora, exhalando en un suspiro todas las re-membranzas tristes y alegres de su novelesco pasado. No hablemos de eso…” (Pérez Galdós 1979: 54).

Por su parte, él es un artista, un pintor que ha rechazado la seguridad de un trabajo estable para entregarse a su vocación, la cual, no obstante, no solo no le propor-ciona los ingresos suficientes para sostenerse, sino que le ha llevado a caer en la miseria y la enfermedad.

Se trata, por tanto, de una familia pobre, basada, única y principalmente, en el afecto. Dentro de una tendencia generalizada entre las clases populares (Ehmer, 2003: 452-453), formaron una unión libre, que fue estable sin necesidad de los requerimientos legales y religiosos:

“Dos años antes se conocieron en casa de un prestamista que a en-trambos les desollaba vivos. Se confiaron su situación respectiva, se compadecieron y se amaron: aquella misma noche durmió Isidora en el estudio. El desgraciado artista y la mujer perdida hicieron el pacto de fundir sus miserias en una sola y de ahogar sus penas en el dulce licor de una confianza enteramente conyugal. El amor les hizo llevadera la desgracia. Se casaron en el ara del amancebamiento, y a los dos días de unión se querían de veras y hallábanse dispuestos a morirse juntos y a partir lo poco bueno y lo mucho malo que la vida pudiera traerles. Lucharon contra la pobreza, contra la usura, y sucumbieron sin dejar de quererse: él siempre amante, solícita y ca-riñosa ella, ejemplo ambos de abnegación, de esas altas virtudes que se esconden avergonzadas para que no las vean la ley y la religión, como el noble haraposo se esconde de sus iguales bien vestidos” (Pérez Galdós, 1979: 58-59).

Familia 4: José Ruiz Donoso y doña JustaPoca información también se da sobre esta familia. De nuevo, se trata de una fami-lia típica de la clase media, conformada por personas de diferentes clases social. Él era hijo de unos labradores castellanos, mientras que su mujer contaba con orígenes nobiliarios: “Él, Pepe Donoso, era hijo de humildes labradores de tierra de Cam-

69Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

pos, y había casado con Justina, de la familia ilustre de los Pipaones de Treviño, y sobrina carnal del conde de Villaociosa” (Pérez Galdós, 1979: 205).

Si se pudo llevar a cabo este matrimonio desigual socialmente, se debió a la calidad individual del varón. De nuevo, la competencia profesional se convierte en una buena carta de presentación. Tras estudiar Derecho, obtendría un puesto de alto funcionario en Hacienda, lo que le permitió ascender socialmente, a lo que tampoco sería ajena la red de relaciones sociales que supo tejer en virtud de sus conocimientos técnicos expertos. Se hizo, de este modo, con un notable capital social y una situación económica saneada, lo que hizo de él una persona respetable: “Todo, Señor, todo en D. José Ruiz Donoso, delataba al caballero de esos tiempos, tal y como debían ser los caballeros” (Pérez Galdós, 1979: 119).

Respondía, por tanto, al individuo meritorio, hecho a sí mismo, que querían las elites dominantes. De ahí su relación con la familia Del Águila:

“Persona muy conocida en Madrid, de edad madura, buena presencia, respirando respetabilidad; modales de príncipe, pocas palabras, accio-nes hidalgas sin afectación […] D. José Ruiz Donoso […] Sí, le habrá usted visto mil veces. Ha sido empleado en Hacienda, de esos que nunca quedan cesantes, pues sin ellos no hay oficina posible... Hoy le tiene usted jubilado con treinta y seis mil, y vive como un patriarca, sin más ocupación que cuidar a su mujercita enferma, y mirar por noso-tras, activando el dichoso pleito, que si fuera cosa suya no le inspiraría mayor interés. ¡Ay, nos quiere mucho, nos adora! Fue íntimo de nues-tro padre, y juntos siguieron en Granada la carrera de leyes. Hombre muy bien quisto en todo el Madrid oficial, para él no hay puerta cerra-da en este y el otro ministerio, ni en el Tribunal de Cuentas, ni en el Consejo de Estado […] Conocedor como nadie del teclado jurídico y administrativo, ya toca el registro de la recomendación amistosa, ya el de la autoridad severa” (Pérez Galdós, 1979: 116-117).

Como no podía ser menos, Donoso también fue el prototipo de esposo burgués, dedicado a su familia, amante de su mujer:

“No tenía hijos; pero sí esposa, la cual era, sin género alguno de duda, la mujer más enferma de la creación […] Su esposo, que la quería entrañablemente y que ya llevaba cuarenta años de ver en su casa aquella recopilación de toda la Patología interna, desde los tiempos de Galeno hasta nuestros días, concluyó por asimilarse el orgullo hipocrático de su doliente mitad” (Pérez Galdós, 1979: 161).

Se extremó tanto en cuidarla, que Donoso contrajo deudas para poder pagar a los médicos. Pero este comportamiento evidenciaba la lealtad y la fidelidad que debían regir en los hogares.

En resumen, en la familia nuclear lo que se pondera es la comunidad de inte-reses, afecto personal, semejante extracción social y un proyecto común. En todo

70 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

esto radicaba el éxito del matrimonio. Un tipo de unión que genera una familia conyugal, aunque no siempre era necesario institucionalizarla.

Familia sin núcleo conyugalFamilia 5: los hermanos Del ÁguilaEl que la única familia de este tipo que aparezca en la obra sea la formada por tres hermanos, viene a ratificar la existencia de una tendencia, que se dio ya desde fi-nales del siglo XVIII y que se mantuvo a lo largo del siglo XIX, de revalorización de los lazos fraternales (Mallo, 2012), dentro de un ambiente de incremento de las uniones consanguíneas, una de cuyas manifestaciones sería el incremento de la práctica del levirato y el sororato (Chacón Jiménez, 2014).

Hay que señalar, no obstante, que se trata de un tipo de estructura familiar poco habitual. Probablemente, su origen se debería a una situación excepcional, aunque tampoco cabe pensar que fuera algo infrecuente. Lo que fue excepcional fue la serie de desdichas a que se enfrentaron desde quedaron huérfanos. Primero, el agotamiento de los recursos financieros al cabo de dos años; luego, la ceguera del hermano; por último, la situación de auténtica ruina (Pérez Galdós, 1979: 159).

Resulta lógico que en esta estructura familiar el afecto sea el principal nexo de unión entre sus integrantes: “Inmenso cariño aunaba las almas de los tres hermanos del Águila. Las dos hembras sentían por el ciego un amor que la compasión elevaba a idolatría. Él las pagaba en igual moneda” (Pérez Galdós, 1979: 181).

Con todo, conviene destacar el hecho de que la edad se convierta en el factor fundamental en su organización, de tal modo que el peso de la primogenitura hizo que la jefatura del hogar recayera en la hermana mayor, la cual ejercerá de autén-tico pater familias:

“Era Cruz el jefe de la familia con autoridad irrecusable […] Obede-cíanla ciegamente sus hermanos, y la veneraban, viendo en ella un ser superior […] Lo que Cruz determinaba, fuese lo que fuese, era como artículo de fe para los dos hermanos. Esta sumisión facilitaba el trabajo de la primogénita, que en los momentos de peligro, maniobraba libre-mente, sin cuidarse de la opinión inferior” (Pérez Galdós, 1979: 158).

Pero el asunto del matrimonio de Fidela con Torquemada quebrará, no solo el fran-co y sincero cariño fraternal, sino también –es cierto, que levemente – la estructura de autoridad vigente. El responsable de la ruptura será Rafael quien, imbuido del más rancio honor nobiliario, desaprueba el enlace, renegando de la actividad usu-rera de su futuro cuñado (Pérez Galdós, 1979: 203).

Familia extensaAunque dentro de este tipo aparece otra familia, la de la criada Bernardina, y como ya se dio alguna información sobre ella un poco más arriba, se ha optado por poner la atención en la segunda familia de Torquemada. Puesto que tres de los cuatro

71Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

libros de la novela se ocupa de esta segunda familia, queda claro que los conflictos y tensiones derivados del segundo matrimonio de Torquemada son los que Galdós quiere enfatizar.

Familia 6: Torquemada con su esposa Fidela Del Águila, su hijo y sus cuñados A lo largo de la obra se ha visto que puede encontrar el ciclo de vida de las familias. Sin embargo, lo que es interesante es centrarse en la segunda familia de Torque-mada y preguntarse si se trata de una nueva familia o es la evolución de una ya existente: la formada por los hermanos Del Águila, recién analizada. Todo depende desde dónde se ponga el punto de vista: si en Torquemada o si en los Del Águila.

El principal problema que va a tener esta segunda familia de Torquemada tiene que ver, sobre todo, con un hecho fundamental: el ejercicio de la autoridad. Real-mente, el usurero no hacía más que añadirse a una familia ya formada: la de los tres hermanos Del Águila. Y será su incapacidad para convertirse en el auténtico pater familias lo que truncará la armonía familiar. En primer lugar, se encontró con la fuerte oposición de Rafael: “¿Conque ese mequetrefe –decía– no quiere aceptarme por hermano político? Cúmpleme declarar que me importa un rábano su oposición y que tengo cuajo para pasármele a él con todo su orgullo por las narices” (Pérez Galdós, 1979: 213).

A pesar de que intentó soslayarla, se convirtió en un foco de inestabilidad que cesará con el suicidio del cuñado ciego.

En segundo lugar, está la relación con su esposa Fidela. A pesar de que hubo momentos de cierta complicidad conyugal, las aportaciones de una y otro a la vida familiar fueron dispares, pues mientras que Torquemada sí que se preocupó de su esposa y la trató con cariño, Fidela nunca le igualó. Y una de las razones fue que para ella su hermano Rafael estaba por encima de todo: “Cuidaba D. Francisco a su mujer como a las niñas de sus ojos […] Y a los cuidados dengosos del tacaño, co-rrespondía Fidela con un cariño frío, dulzón y desleído, sin intensidad, única forma de afecto que en ella cabía […] Sus amores de familia se condensaron siempre en Rafael” (Pérez Galdós, 1979: 370).

Solo con el nacimiento del hijo de Torquemada y Fidela, parece relajarse un poco esta dedicación fraternal. El suicidio posterior de Rafael y el descubrimiento de los problemas mentales del nuevo hijo confirmarían la extinción del linaje Del Águila y, en cierto sentido, simbolizarían la decadencia aristocrática (Del Porto, 1984: 59).

Con todo, el gran problema en la familia fue la lucha por el liderazgo, por el ejercicio de la autoridad que emprendieron Torquemada y su cuñada Cruz. Ésta, desde que se concertó el matrimonio, se sintió dueña de la situación. Al fin y acabo, ella representaba el modelo de pater familias propio del Antiguo Régimen, dotado de un autoritarismo intransigente: “Ya sabe que mis resoluciones son decisivas. Lo que resuelvo, se hace” (Pérez Galdós, 1979: 164). Con una tiranía gratuita, propia de la nobleza, se convierte en un producto del pasado –Galdós, a menudo, le reservará el término de “autócrata”– con unos valores que ya no son actuales

72 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

como esa: “Y gobernaré a todos, chicos y grandes, porque eso sí […] mi autoridad no la pierdo. Estableceré una dictadura; nadie respirará en la casa sin mi permiso” (Pérez Galdós, 1979: 173). Por otro lado, no deja de ser sintomático que esta noble dilapide gran parte de la fortuna de su cuñado en mantener una forma de vida aris-tocrática inútil, aunque también hará que gaste mucho en su promoción social, lo que favorecerá grandemente los negocios de aquél.

Una vez que son cuñados, la pugna será continua y Torquemada reconocerá, en no pocas ocasiones su derrota:

“Pero esta señora, más soberbia que Napoleón, ¿por qué no me de-jará que yo gobierne mi casa como me dé la gana, y según mi lógica pastelera? ¡Maldita, y cómo impera, y cómo me mete en un puño, y me deja sin voluntad, meramente embrujado! […] Yo no sé qué tiene esa figurona, que me corta el resuello; deseo respirar por la defensa de mi interés, y no puedo, y hace de mí un chiquillo […] Despótica, mandona, gran visira y capitana generala de toda la gobernación del mundo, el mejor día recobro yo el sentido, me desembrujo, y cojo una estaca […] (Tirándose de los pelos.) ¡Pero qué estaca he de co-ger yo, triste de mí, si le tengo miedo, y cuando veo que le tiembla el labio, ya estoy metiéndome debajo de la mesa! […] Pero ella me gana en el mando, y en inventar razones que le dejan a uno sin sen-tido […] Como despejo de hembra, yo no he visto otro caso, ni creo que lo haya bajo el sol […] ¿Pero con quién me he casado yo, con Fidela o con Cruz, o con las dos a un tiempo? […] porque si la una es propiamente mi mujer […] con respeto […] la otra es mi tirana […] y de la tiranía y del mujerío, todo junto, se compone esta endiablada máquina del matrimonio…” (Pérez Galdós, 1979: 319-320).

La quiebra del parentesco extensoLa preponderancia de la familia nuclear en Las novelas de Torquemada va pareja con cierta crítica hacia el parentesco extenso, cuyos lazos se van debilitando. Se podría decir que la familia extensa comienza a carecer de sentido. El círculo de confianza se circunscribe a quienes conviven en un mismo hogar, de tal modo que la parentela se opone a la familia. Esto es evidente en el pleito de las propiedades de la familia Del Águila, en el cual los tres hermanos se ven traicionados por su prima y su marido (Pérez Galdós, 1979: 234-235).

Lo que se critica es la idea de linaje propia de la nobleza que es la que genera e impone unos lazos parentales que no ya no son tan sinceros y vinculantes como an-taño, y que ya no deberían tener sentido en una sociedad donde la riqueza se estaba imponiendo –al menos, aparentemente– al honor. Por eso, esa idea de parentesco es obsoleta:

“Pero mientras mayor desprecio le inspiraba maldad tan estúpida, más gana sentía de hacerles polvo, y de pasearles por los hocicos

73Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

la opulencia verídica de las resucitadas Águilas, y el prestigio claro del opulento capitalista; que así le nombraba ya la lisonja. Ellos a morder y ella siempre a levantarse, mejor dicho, a levantar el figurón que les daba sombra, hasta erigir con él inmensa torre, desde la cual pudieran las Águilas mirar a los Romeros como miserables gusani-llos arrastrando sus babas por el suelo” (Pérez Galdós, 1979: 339).

Por otro lado, se abandona cualquier posibilidad de convivencia intergeneracional. Esto queda claro cuando Donoso trata de convencer a Torquemada para que case de nuevo: “Cierto que usted tiene una hija; pero su hija mirará más por la familia que ella cree que por usted” (Pérez Galdós, 1979: 138). Toda una sentencia contra la fuerza de los lazos del parentesco, incluso el más directo, como pudiera ser el filial. Todo un canto a la familia nuclear. Pero, se puede ir más allá y cabe entonces hablar de la familia de los individuos que se concentra en satisfacer los intereses personales de cada uno de los miembros que la componen. No hay, en principio, un proyecto común, sino que éste se irá construyendo según vaya desarrollándose la convivencia.

ConclusiónComunidad de intereses, afecto personal, semejante extracción social. En todo esto radicaba el éxito de un matrimonio y de la familia que de ella surgiría. Aunque sea la familia conyugal la que mayor presencia tiene en Las Novelas de Torquemada, lo cierto es que Galdós muestra toda una amplia variedad de estructuras, lo que evidencia que la variedad de familias ha sido una constante histórica. En cualquier caso, aunque Bieder (1989: 383) sostenía que Galdós consideraba al matrimonio como “la base esencial del futuro y no el fracaso del pasado”, mejor sería hablar de comunidad marital. En efecto, la esperanza que depositaba en ella comenzaría por el hecho de que surge de la unión libre de dos personas que buscan compartir las dificultades de la vida fiándose solo del amor existente entre ellos. Todo, qui-zás, como un eco del espíritu krausista imperante en la época: “Por esto engendra el amor doméstico una unión permanente en el pensar, en el sentir y en el obrar, en la vida toda, para el común destino en bien y goce, como en desgracia y dolor” (Krause, 1871: 42, citado en: Aparici, 1982: 157).

Galdós comparte, por tanto, esta visión secularizada de la familia, pero tam-bién aboga por no normativizarla, por no insistir en sus aspectos, por liberarla del modelo burgués que se estaba imponiendo. Todo esto puede desprenderse de Las Novelas de Torquemada, pero también y, sobre todo, de la propia biografía del escritor canario.

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Trayectorias familiares, movilidad social y capellaníasen la España meridional.

La ciudad de Alcaraz, 1700-18251

Francisco García GonzálezPablo Ballesta Fernández

A pesar de la importancia de las capellanías en la sociedad de la España mo-derna y su proliferación a lo largo del tiempo, no son muchos los trabajos con los que contamos al respecto como ya denunciaba Morgado García

(2000: 58) hace dos décadas. Y, menos, desde una perspectiva social. Tema polié-drico afrontado sobre todo desde planteamientos religiosos, jurídicos o económicos (véase la bibliografía aportada por Castro Pérez, Calvo Ruiz y Granado Suárez, 2007), no tenemos tampoco aún aproximaciones globales al modo de lo que sabe-mos, por ejemplo, para el Méjico colonial (Wobeser, 2005).

Con este texto, asumiendo las limitaciones de nuestra investigación, nuestro objetivo no es tanto reconstruir la trayectoria de estas instituciones en un amplio territorio como aproximarnos a su dimensión estratégica a través de las trayectorias familiares de quienes estuvieron vinculadas a ellas para comprender su papel en los procesos de movilidad y reproducción social. Se pretende, pues, hacer hincapié en el tema desde la óptica de la historia social adoptando como perspectiva de análisis la historia de la familia. Nos situamos así en línea con las propuestas de autores como Pro Ruiz (1989), Soria Mesa (2002) o Herreros Moya (2012). Porque, du-rante el Antiguo Régimen, la Iglesia desarrolló una amplia red de intereses econó-micos y religiosos que se entrecruzaban con los de las familias de tal modo que se creó una fructífera simbiosis basada en las relaciones de parentesco y clientela que podía vehicular los procesos de perpetuación y ascenso social (Morgado, 2010; Iri-goyen López, 2007). Sinergias que conducían a “invertir en sagrado” (Maldavsky y Di Stefano, 2018) con la consiguiente patrimonialización de la esfera religiosa en el ámbito privado, los beneficios de la inmovilización de tierras y de patrimo-nios en el círculo familiar y la acumulación de un capital simbólico de enorme trascendencia ligado al prestigio inherente al acceso a la carrera eclesiástica y sus posibilidades de promoción.

1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación Familias, trayectorias y desigualdades sociales en la España centro-meridional, 1700-1930 (Referencia HAR2017-84226-C6-2-P) dirigido por Francisco García González y Jesús Manuel González Beltrán y que ha sido posible gracias a la financiación concedida por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.

78 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Para nuestra investigación hemos elegido el caso de la ciudad de Alcaraz entre 1700 y 1825, cabeza de partido en la antigua provincia de La Mancha y una de las Vicarías del Arzobispado de Toledo, la gran demarcación eclesiástica de la Iglesia en Castilla donde encontramos también algunas aproximaciones al tema en estu-dios como los de Sánchez González (1986), Jiménez de Gregorio (1990) o Copete (2018). Alcaraz puede considerare como representativa de un tipo de población en claro proceso de decadencia tras los esplendorosos años iniciales del siglo XVI. Un modelo similar al de otros ejemplos en esta región, como Chinchilla, que se vieron paulatinamente relegadas a un segundo plano frente a otras localidades de su pro-pio antiguo alfoz medieval. Localidades como Villarrobledo, El Bonillo o Albacete que encarnaban los nuevos tiempos donde la facilidad de comunicaciones se fue imponiendo en el contexto de unas estructuras socioeconómicas y comerciales muy diferentes. Ciudades tituladas es verdad, pero convertidas en auténticas agrovillas en el proceso de transición hacia la contemporaneidad.

Mapa de localización de la ciudad de Alcaraz en la actual provincia de Albacete

Seleccionado el espacio, en primer lugar nos proponemos cuantificar el número de capellanías existentes así como su distribución parroquial, ver su evolución y presentar una radiografía de sus bienes para, en segundo lugar poner de relieve la importancia de estas fundaciones y su gestión dentro de las estrategias familiares de perpetuación y reproducción social.

79Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Las capellanías en la ciudad de Alcaraz. Evolución y distribución parroquialLejos del estereotipo existente sobre La Mancha castellana, Alcaraz se sitúa en un entorno montañoso, en el oeste de la actual provincia de Albacete y colindando con la de Ciudad Real. A finales del siglo XVII la población de la ciudad había dismi-nuido en más de 2.000 habitantes respecto al siglo XVI. Durante el siglo XVIII se hizo un gran esfuerzo de recuperación demográfica que permitiría acabar la centuria con más de 4.500 habitantes, si bien ya no volvería a recuperar su pasada grandeza (García González, ANO: 97-129).

Según el Catastro de Ensenada, en 1753 había 33 capellanías en la ciudad (Gar-cía González, 1998: 289), veinte años más tarde, en 1771, constatamos la exis-tencia de 52 (véase Cuadro 1 del Anexo), cantidad que no dista mucho de otras localidades del arzobispado de Toledo, como Illescas, cabeza de su partido que entre 1772 y 1800 contó con un máximo de 49 capellanías (Sánchez González, 1986: 113). Sin embargo, con el cambio de centuria disminuyeron para volver casi al punto de partida al reducirse a 29. En nuestro caso, junto a la menor fundación de capellanías que se produce en general a partir del último tercio del siglo XVIII, hay que añadir el hecho de que dos de las cinco parroquias existentes en la ciudad cesaron en su actividad, San Pedro y San Miguel. Las capellanías que contenían quedaron anuladas. Por otro lado, no hay que olvidar que la desamortización de Godoy de 1798 afectó con especial virulencia a las capellanías y al sistema bene-ficial eclesiástico, aunque en este momento no tenemos información al respecto.

De acuerdo al registro de capellanías realizado en el año 1771, el único donde se incluyen todas según su adscripción parroquial, 22 estaban en la iglesia de la Santísima Trinidad, 9 en San Ignacio, 8 en San Pedro, 7 en Santa María y 6 en San Miguel. De todas ellas, solo 12 fueron fundadas por mujeres.

Fuente: ADA, Secc. Gobierno y acción pastoral, Minuta de capellanías de la ciudad de Alcaraz (1771), Leg. 3042.

80 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Como vemos en el Gráfico 1, como parroquia “servidera” de las capellanías, sin ninguna duda destacaba la Santísima Trinidad entre las demás. Su protagonismo no solo se reflejaba en el entramado urbano, situándose en la plaza Mayor y en todo el centro administrativo de la ciudad junto al Concejo y la sede del Corregimiento, sino que también era el símbolo de la autoridad religiosa del partido al ser la sede de la Vicaría. En torno a ambos polos, las elites de la ciudad proyectaban sus estra-tegias en la pugna por el control de los circuitos de poder.

La división espacial de las parroquias se tradujo en zonas de influencia y jerar-quía diferenciadas. Si las primeras parroquias creadas tras la conquista cristiana –Santa María, San Ignacio, San Pedro y San Miguel– estaban emplazadas en la zona medieval, sería la última, la iglesia de la Santísima Trinidad, quien adquirió a lo largo de los siglos XV y XVI la centralidad religiosa en Alcaraz (Ayllón, 2015: 50-53). Situada en la plaza “de abajo”, pues la “de arriba” era el antiguo cerro den-tro de la fortificación medieval, se configuró como el enclave político-social de la ciudad. Mientras, la ubicación en la periferia del resto provocó una disminución del interés de muchas familias a la hora de fundar capellanías.

Quizá la definición más exacta de lo que era una capellanía la hizo Pro Ruiz (1989) hasta el punto de que fue recogida por Gregorio de Tejada en su diccionario básico de la historia de la Iglesia:

“Fundaciones perpetuas por las que una persona segregaba de su pa-trimonio ciertos bienes (en vida o por testamento) y formaba con ellos un vínculo, es decir un todo indivisible, destinado a la manuten-ción o congrua sustentación de un clérigo, que se obligaba por ello a celebrar un cierto número de misas por el alma del fundador, o de su familia, o a cumplir otras cargas litúrgicas” (1993: 63).

Pues bien, de acuerdo a la radiografía que nos proporciona el Catastro de la En-senada a mediados del siglo XVIII (Cuadro 2 del Anexo), las 33 capellanías re-gistradas en la ciudad debían hacer frente al pago de 1.013 misas por un valor de 3.675 reales. Es decir, en promedio, una capellanía debía cumplir con 30,7 misas anuales y cada una de ellas costaría 3,62 reales, por debajo de los 4 estipulados por ejemplo en la Sevilla barroca (Duro Garrido, 2016: 469). Pero no todos los precios eran iguales: dependían de la dotación económica que estipulara el fundador en el momento de la creación de la capellanía. Mientras que una misa en la capellanía administrada por Ambrosio Cuéllar o Juan Antonio Benavente costaba 5,84 y 4,37 reales, en la gestionada por José Pedro Asenjo o Francisco de Torres era menos de la mitad, 2 reales.

Para cumplir con sus fines, las capellanías en Alcaraz sumaban un patrimonio total de 1.237,33 hectáreas con un producto estimado por estas tierras de 31.508 reales. Mientras, tenían a su favor 89 censos por un importe de 115.644 reales. Como norma, con mayor o menor extensión, casi todas estas fundaciones dispo-nían de algunas parcelas de tierra (27 de las 33) mientras que alrededor de la mitad (14) no se beneficiaban de los réditos de un censo por pequeño que fuera. Es más,

81Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

solía ocurrir que, cuando se disponía de censos, no se contaba con tierra o su valor era testimonial. Si nos fijamos de forma individualizada en sus dotaciones compro-bamos la existencia de profundos desequilibrios. En principio, como media cada una de ellas tendría 37,49 hectáreas de tierra y 350,42 reales en censos. Sin em-bargo, estos promedios son un espejismo. Solo 10 (un 30,3%) superaban los 1.000 reales de producto por sus tierras y únicamente cinco (15%) gozaban de censos por valor superior a los 10.000 reales de principal. Con respecto a la tierra sobresalían las administradas por Francisco Torres Carrillo con 4.237 reales y Ambrosio Cué-llar con 3952. Por sus censos destacaban las capellanías fundadas por Francisco Antonio Aguilar con un montante de 22.317 reales, la de Diego y Ana de Coca con 18.486 y la de Francisco Mesías y Arias con 16.500. En el otro extremo en-contramos otras como las administradas por Joaquín Bustos Aguilar, Blas Gómez o Joaquín Sanz que no tenían réditos por censos y apenas disponían de 100 reales de producto por sus tierras.

Vistos sus desiguales patrimonios, no es raro que a veces las cargas no se pudie-ran cumplir por no disponer los herederos de las capellanías de recursos necesarios para sufragarlas. Así, en 1749 las autoridades eclesiásticas ordenaron, a petición de las capellanías fundadas por Alonso Peláez de Saavedra, Juan Muñoz y María Sofía en la parroquia de la Santísima Trinidad, que se rebajaran sus cargas. Las capellanías alegaron que “sus bienes no producían lo suficiente para el íntegro cumplimiento de misas y cargas”, siendo contestadas afirmativamente de tal modo que se aminoraron la capellanía de Alonso Peláez a cuatro misas rezadas cada año; la de María Sofía a treinta y dos misas, y la de Juan Muñoz a treinta y seis misas también rezadas anualmente. No obstante, los motivos de la disminución estaban bajo supervisión del visitador, que tenía que ejercer el control para “descubrir los demás bienes que parece se hallan incultos” (ADA, 3003, 208: 1).

La fórmula del arrendamiento sería la más adecuada para poner en cultivo estas tierras, pero ni siquiera la mitad –solo 14– lo habían hecho en 1753 obteniendo en conjunto una renta de 2.488 reales (Cuado 3 del Anexo). A veces la propia familia del administrador hacía valer su interés. Un claro ejemplo es la capellanía de Hernando Gutiérrez. Su administrador era Juan de Mesas y el arrendatario era su propio padre, Francisco Mesas. Pero también aquí se indicaba que, en otras dos capellanías, las administradas por Basilio Rodríguez y Alejandro Fernández Carrasco, no encontraban arrendatarios. En este sentido, la capellanía de Rodrigo Noguerol, que aparece en las minutas de 1771 y 1776 –pero no en la de 1823– en un informe fechado en 1786 se advertía de cómo algunas de las tierras con las que estaba dotada estaba sin arrendar, no encontrando labrador para disfrutar del usu-fructo (ADA, 3002, 190: 1v-1r). Y es que, hay que recordar que, por su ubicación en una zona de montaña y por la escasa calidad del suelo, las dificultades para explotar la tierra se multiplicaban. No en vano, solo el 28% de la superficie era cultivable a mediados del siglo XVIII en el conjunto de la comarca de la Sierra de Alcaraz (García González, 1998: 48).

En otras ocasiones los problemas podían derivar de su mala administración. Un ejemplo es el caso de la capellanía que Sancho Sánchez fundó en la iglesia de la San-

82 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

tísima Trinidad. En 1742, el visitador es informado de cómo la fundación “se halla, sin persona que comparezca a dar cumplimiento de sus cargas desde fin de mil sete-cientos treinta y siete, lo que advierte al patrón de la capellanía por cuanto que esta situación repercute en detrimento de las benditas Animas del Purgatorio”, y ordena, para el cumplimiento de los oficios, que los “bienes pertenecientes [al arrendamiento de la capellanía] se embarguen […] para cumplimiento” (ADA, 3003, 204).

En definitiva, las capellanías en la ciudad de Alcaraz se caracterizaban por una distribución muy desequilibrada entre las parroquias existentes, por la escasa masa de bienes con las que estaban dotadas por término medio y por su profunda desigual-dad interna en cuanto a sus patrimonios.

Capellanías, trayectorias familiares y control de los espacios de poder Todo el entramado de capellanías expuesto no se entendería sin el papel clave juga-do por las familias que las detentaban. También aquí proliferó la colocación de hijos, sobrinos u otros parientes en el estamento clerical siendo las capellanías uno de los medios de acceso más utilizados. Así, de manera clara, lo podemos comprobar en el caso de María Muñoz de Vizcaya, quien fundó su capellanía, vía testamentaria, en 1737. Nombró como patrón a Alonso Noguerol y como capellán a Francisco de Navío Ballesteros, advirtiendo que se tendría que ordenar capellán a alguno de sus hijos cuando alcanzaran la mayoría de edad. Mientras, el capellán nombrado tenía la “obligación de habitar las casas principales que están junto a San Ignacio, a atender-las y a repararla” (AHPA, 4614, 17). El interés era tal que, aunque no se cumplieran los requisitos mínimos, había que intentarlo. En la vacante de la capellanía de Pedro Valladolid se establecía que el capellán entrante tenía que tener residencia en la ciudad, “para ayudar al Párroco a la Administración de los Santos sacramentos y Confesonario, y que haciendo suma falta, […] se provea en persona hábil y de edad que pueda inmediatamente ascender al sacerdocio”. Tales condiciones sin embargo no las cumplía en 1804 el joven propuesto, Joaquín Veziana, “por hallarse en la edad de diez y seis años” (ADA, 3144). Por su parte, Sebastián Rodrigo Romero elevó un escrito (ADA, 3003) en 1791 a la Vicaría de Alcaraz para poder “ordenar a mi sobri-no y […] logre el estado sacerdotal por el medio propuesto de una obra piadosísima, [teniendo como aval que] muchas fincas de las que dotan dicha capellanía están en cultivo”. Se comprende así que, a finales del siglo XIX, autores como De la Fuentes (1876: 419) criticaran los vicios del sistema al señalar que “teníase por villanía el trabajar, y la holgazanería se erigió en nobleza. […] Ya no se fundaban mayorazgos, se fundaban capellanías familiares [de sangre] y por este medio se conseguía que los hijos no tuvieran que estudiar ni trabajar”.

Si consideramos a la capellanía como una especie de mayorazgo con bienes fuera del mercado cuya dotación económica es permanente y que, además, consti-tuye un modo de vida cuyo estatus social es prominente, nos damos cuenta de que, pese a que el sistema jurídico castellano de la transmisión de los bienes patrimo-niales era estrictamente divisible a partes iguales y sin distinción de sexo, por esta vía lo que se pretendía era evitar la atomización del patrimonio al perpetuarlo en la

83Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

familia y asegurar el prestigio y el futuro de sus componentes. Porque el capellán, aunque no podía tener descendencia al asumir el celibato, gestionaba unos bienes que no salían nunca del núcleo familiar, quien tenía la potestad de nombrar a otro de sus miembros como capellán asegurando así su continuidad en el tiempo (Mal-davsky y Di Stefano, 2018: 122). Mientras, la administración de la fundación tam-bién recaía en una persona cercana a la familia, siendo normalmente los herederos.

Viendo las ventajas del sistema, en la medida de sus posibilidades, algunas familias comenzaron a desplegar estrategias ramificadas para introducirse en todos los niveles influyentes de la vida local (para profundizar en el tema véase García González, 2000). Una de estas estrategias pasaba por la fundación, gestión o enca-bezamiento como cumplidores de capellanías. Por un lado, se designaba de manera privada a los capellanes que podían ascender en la carrera eclesiástica y actuar en beneficio de su linaje. Y por otro, permitía la patrimonialización de cargos y oficios, lo que implicaba la instrumentalización de los órganos de gobierno locales (Soria Mesa, 2000; Arroyo Vozmediano, 2008; Herreros Moya, 2012).

En este sentido, hay que resaltar el papel jugado no solo por los seglares sino también por aquellos familiares que ya pertenecían al estamento eclesiástico. Mu-chos fundaron sus propias capellanías tras su muerte (Catalán, 2010). En 1688, Gregorio Rodríguez, cura de la iglesia de la Santísima Trinidad, mandó en su tes-tamento (ADA, 3144: 11) instituir una capellanía en memoria de su familia, con las cargas de una misa rezada cada jueves de la semana por el Anima del Fundador y de sus Difuntos Padres, legando a Juan Bautista Coronado, su sobrino, 10.000 maravedíes para ordenarse capellán. El número de cargas espirituales, 50 misas, estaba por encima de la media alcaraceña, situada en 30 misas como sabemos a me-diados del siglo XVIII, si bien su limosna –2 reales– era casi la mitad. Los fuertes lazos que le unían con su familia le llevaron a sufragar los gastos matrimoniales de sus dos sobrinas a través de censos que había comprado y que también utilizó para gastar en la Iglesia como he declarado y gastado en mi casa y cumplido con mis obligaciones. La relación entre familia e Iglesia queda patente. Los datos aportados por las minutas de capellanías de 1771 y de 1823 (Cuadro 1 del Anexo) nos reflejan que la capellanía de Gregorio Rodríguez seguía existiendo y, en ambas fechas, el capellán era el propio cura de la parroquia. También hay que tener en cuenta que esta capellanía se entregó a Alonso Romero para su administración, persona que, a su vez, fundó otra capellanía en la iglesia de Santa María en la misma ciudad de Alcaraz. De esta capellanía tenemos noticias también en 1771, 1776 y 1823, con capellanes diferentes en todos los años mencionados: José de Castro, Juan Jiménez y Gaspar Muñoz respectivamente.

Pero veamos la trayectoria seguida por alguno de los casos que nos propor-cionan las fuentes. En 1823 Juan Bautista y Pedro Pascasio Asenjo aparecen en la iglesia de San Ignacio como cumplidores de las capellanías fundadas por Isabel de Ocampo y Tomás Rodríguez respectivamente. Uno y otro fueron ordenados clérigos a título de capellanía. Gracias a los libros parroquiales sabemos que am-bos eran hermanos, hijos de Juan Esteban Asenjo Rodríguez de Munera y Águeda Asenjo Vargas Machuca, un matrimonio entre primos hermanos del que nacieron

84 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

tres vástagos. Ambos hermanos siguieron los pasos de sus tíos abuelos José Pedro y Juan Eusebio Asenjo Vargas Machuca, también presbíteros en la ciudad y primogé-nitos de su familia. De hecho, el primero de ellos, en 1771 fue capellán igualmente en la misma parroquia de San Ignacio de la capellanía del Licenciado Yuste (ADA, 3042), cumpliendo además servicio en otra capellanía de la iglesia de la Santísima Trinidad fundada por Pedro de Vargas, hermano de su abuelo (ADA, 3144).

Efectivamente, quizá el mejor ejemplo para poder comprobar la dimensión estra-tégica de las capellanías y el acceso al clero para las familias es el caso de los Asenjo.

Tabla genealógica 1 La familia Asenjo-Vargas Machuca

Fuente: ADA, Libros parroquiales 5-7.

Como ya vimos en otro lugar (García González, 2000: 253-257), la primera refe-rencia que tenemos de la familia Asenjo corresponde al año 1688, momento en que Pedro Asenjo, natural de Las Navas del Marqués (Ávila), contrae matrimonio con Isabel Galdón, natural y vecina de la ciudad de Alcaraz (Tabla genealógica 1). En el año 1703 lo encontramos desempeñando el oficio de escribano de rentas decimales de dicha ciudad y su partido. De este matrimonio nacieron Juan y Pedro, de quienes ya sabemos que a principios del año 1720 eran también notario público de la ciu-dad y su partido y licenciado y clérigo de menores respectivamente. El segundo de ellos, Pedro, se convirtió en 1721 en subdiácono, y en 1724 lo encontramos como presbítero en la iglesia de la Santísima Trinidad, la parroquia más importante de la ciudad como sabemos. Para entonces su hermano Juan ya había contraído matri-

85Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

monio (1713) con Josefa de Vargas Machuca, descendiente de una de las familias más relevantes de la ciudad, que sin pertenecer a la hidalguía local, había colocado a algunos de sus miembros en puestos clave: su padre, José, fue Mayordomo del Pósito; su tío Pedro fue presbítero de la ya mencionada parroquia de la Santísima Trinidad, fundando además una capellanía; su hermano Diego era escribano del ayuntamiento, mientras que su otro hermano, José, llegaría a ostentar una juraduría en el concejo. Juan Asenjo terminó sus días como uno de los ganaderos y labra-dores más importantes de la comarca: ya en 1754 acumulaba 353,22 hectáreas de tierra, 1.456 cabezas de ganado menor y 32 de mayor.

Juan y Josefa tuvieron cuatro vástagos: José Pedro y Juan Eusebio fueron los pri-meros, y se introdujeron en el clero para ser presbíteros en la iglesia de la Santísima Trinidad siendo, además, beneficiados. El tercer hijo, Pedro Félix, registrado en el Catastro como gran hacendado, se casó en 1739 con Margarita Rodríguez de Munera, hija del rico jurado Andrés Rodríguez de Munera. Por último, Pedro Luis, hijo menor del matrimonio Asenjo-Vargas, contrajo nupcias con una prima hermana suya, hija del mencionado jurado José de Vargas Machuca, matrimonio que sería el primer paso dentro de un proceso de reproducción endogámica que culminaría en la siguiente generación al repetirse los enlaces consanguíneos. Así pues, y en primer lugar, no encontramos con el matrimonio en segundo grado de consanguinidad de una Asenjo con otro Vargas Machuca (Josefa, hija de Pedro Félix Asenjo, y Francisco, hijo de su primera hermana Antonia Vargas, y en segundo lugar, con el matrimonio de Juan Es-teban y Águeda Asenjo, hijos respectivamente de los propios hermanos Pedro Félix y Pedro Luis Asenjo. Finalmente, el último enlace del que tenemos constancia dentro de la familia se produjo entre un segundo con un tercer grado de consanguinidad: entre una de las hijas del matrimonio anterior, Josefa María, y otro nieto de José de Vargas, el escribano Joaquín Rodríguez (de Munera) Bellón, hijo de Josefa de Vargas y del que fuera escribano José Rodríguez (de Munera Bellón).

En todo este proceso que hemos descrito, el protagonismo principal lo tuvieron los dos primeros hermanos Asenjo que fueron presbíteros al fundar un vínculo al que incorporaron tras la muerte del tercer hermano, Pedro Félix, una importante labor de tierras en la aldea de Solanilla y el oficio de regidor de la ciudad que éste había adquirido en 1756 . Un oficio que finalmente detentaría el menor de los hermanos, Pedro Luis, como heredero universal de dichos presbíteros y más tarde su sobrino Juan Esteban (hijo del mencionado Pedro Félix) al estar casado con una de sus hijas.

Como hemos visto a través de esta trayectoria, relaciones profesionales y de pa-rentesco se entretejían y en el centro de las estrategias familiares se encontraba el oficio de escribano, el símbolo de su propio prestigio, pero también de su poder. Efectivamente, en 1771 Pedro Ribera servía a cuatro capellanías, una fundada por Juan Rodríguez de Munera en la Trinidad y otras tres fundadas por Isabel de Ocam-po, Martín de Arenas y Ana María Galdón en San Ignacio. De nuevo no es extraño que este capellán procediera de una familia de escribanos encumbrados socialmente. Su padre, D. Francisco Antonio de Ribera, ilustra un perfecto proceso de movilidad social. En realidad, se trataba de un escribano que estaba casado con Antonia Galdón

86 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

del Charco Segura, hermana de Antonio Ventura Segura, también escribano, Notario Apostólico y Mayordomo de Propios de la ciudad, entre otros cargos. Su patrimonio, material y simbólico, se acumuló durante su matrimonio. Concentró una importante hacienda, hasta el punto de convertirse en uno de los grandes propietarios de la co-marca en 1753 según el Catastro de Ensenada; fue administrador de los mayorazgos, bienes y rentas de la Duquesa de Alba en todo el partido de Alcaraz; se convirtió en regidor de la ciudad; colocó al mencionado Pedro como presbítero en la Iglesia de San Ignacio y casó a una de sus hijas con un miembro de la familia Calahorra. En concreto, con D. Miguel Esteban de Calahorra, hijo del escribano, contador de rentas reales y acomodado propietario don Francisco Calahorra Muñoz, hijastro a su vez del también escribano e importante hacendado D. Manuel Guijarro Calahorra. Una tradi-ción que continuaría, como no podía ser de otro modo, el hijo de dicho matrimonio, D. Francisco Antonio de Calahorra y Ribera.

También los Aguilar introdujeron miembros de su familia en el clero y estaban vinculados a la gestión o al cumplimiento de capellanías. El cura José Aguilar fundó en la iglesia de San Miguel una obra pía con sus bienes mandando el usufructo de los mismos a su prima hermana Sebastiana Guerrero, que vivía con él en su casa. De su prima pasó a su sobrina Antonia de la Rosa Guerrero, sucediéndole después, entre otros, el hijo menor de Doña Catalina Pérez Aguilar, una acomodada propietaria, viu-da de Lucas Benito Blanes, notario de la Audiencia Arzobispal y prima del boticario José Pérez de Aguilar. Además, el mencionado cura José Aguilar, estaba emparenta-do con la familia Rodríguez de Munera que veremos a continuación, ya que algunos de sus bienes los había comprado a su abuela, María Rodríguez de Munera. Como administrador sabemos que estuvo al frente del patronato que fundó Dª Ana Galdón Cabezuelo y de la importante obra pía de María de Camargo, fundadora a su vez de la única capellanía fundada por una mujer que se mantuvo en todo el periodo cronológi-co analizado. En este caso, como capellán ordenaron a Vicente Palacios y Camargo, quien se encargó de ella hasta finales de siglo llegando a ser fiscal de la Vicaría de Alcaraz. Por otro lado, el cura José Aguilar, según el Catastro, en 1753 era adminis-trador igualmente de dos capellanías colativas dotadas con un total de 5 hectáreas de tierra de regadío –cuyo arrendamiento les devengaba 502 reales anuales– y, sobre todo, cinco censos por un montante de 16.718 reales. Todo ello servía para sufragar la celebración de 156 misas, repartidas en 52 oficios para una capellanía y 104 para otra, una cantidad con creces superior a la media que rondaba como vimos, las 30 mi-sas. Por su parte, Joaquín Bustos Aguilar, administraba otra capellanía mucho menos importante y escasamente dotada, con solo 14 misas por el alma del fundador Pedro Aguilar y que aún en 1771 lo encontramos como su cumplidor (Cuadro 1 del Anexo).

Los miembros del clero eran una pieza fundamental para reforzar las estrategias familiares y posicionar en el mercado matrimonial a sus descendientes al poner a su disposición el patrimonio acumulado y la posición de prestigio social alcanzada. En 1767 Juan y Tomás Jiménez Ruiz eran presbíteros en las parroquias de la Santísima Trinidad y San Miguel respectivamente (ADA, 3144: 1r-1v). Su padre, Don Pedro Jiménez García, en 1753 había sido, según el Catastro de Ensenada, procurador, con-tador de cuentas y particiones, mayordomo del pósito, administrador de la importante

87Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Obra Pía de Camargo y curial de Roma. El primero aparece como cumplidor en diferentes capellanías en 1771, 1776 y 1788, siendo en el primer año el religioso que en más fundaciones sirvió de toda la ciudad, cinco. Mientras, el segundo, gozaba de un beneficio eclesiástico. Gracias a su posición, miembros de su red de parentesco pudieron beneficiarse a la hora de contraer matrimonio. Así, en 1769, cedía en pro-piedad a su sobrina Rosa García Jiménez en el momento de casarse con su primo hermano Francisco Javier Romero de Coca, un “peujar” de yeguas con sus crías de mular y caballar, dos burros y diecisiete cerdos (con los gastos de los pastores co-rrespondientes durante unos meses), con la condición de que se otorgara luego como dote a cada una de sus tres hermanas 3.300 reales cuando se fueran casando. Aquí vemos cómo se trataba de asegurar el futuro de los descendientes. Al mismo tiempo que se incrementaba el patrimonio de unos se garantizaba un digno matrimonio para otros. Y el papel clave del familiar eclesiástico continuaría con el hijo de esta pareja, Inocencio Romero de Coca y Valladolid, que murió siendo cura en 1845.

Pero quedémonos también con el caso de la familia Romero de Coca (Tabla genea-lógica 2). El mencionado Francisco Javier era hermano del presbítero Alfonso Rome-ro de Coca y ambos hijos del cuarto matrimonio del rico hacendado, Alguacil Mayor de la ciudad y jurado en el concejo, Manuel Romero de Coca y la joven Antonia Juana García Valladolid. La tradición endogámica de esta familia se inició con el padre de Manuel, Bartolomé Romero, quien, tras estar casado con María de Mora, se desposó en 1680 en segundas nupcias con Juana de Coca Cebadilla. El parentesco se reforzaría de nuevo poco más tarde cuando, en 1694, Catalina Romero, la hija del primer matri-monio de Bartolomé, se casó con Ignacio de Coca, hermano de su madrastra.

Por su parte, Antonia Juana García Valladolid era hermana de uno de los dos grandes comerciantes de la ciudad a principios de los años 60, Pedro García Valla-dolid, que a su vez llegaría a ser también Procurador Síndico General en el concejo, y que era el padre de la referida anteriormente Rosa García Jiménez. El complejo entramado de parentesco cruzado entre ambas familias se reforzó igualmente al contraer nupcias Bartolomé, el hijo mayor del tercer matrimonio de Manuel, con Teresa García Valladolid, que era hermana de su madrastra Antonia Juana. Por su parte, Fernando, otro de sus hijos (el segundo vástago de su tercer matrimonio) estaba casado con la hija del escribano D. Esteban de Ocaña. Escribano que era el padre de Alfonso Ocaña, presbítero en la parroquia de San Miguel y cumplidor de la capellanía de Antonio de Cózar en 1771 y 1823 en la Santísima Trinidad y en la de Ana María Galdón en San Ignacio en ese último año (Cuadro 1 del Anexo).

En la misma parroquia de Alfonso de Ocaña estaban como presbíteros Barto-lomé y Manuel de Coca. Se trata de una familia que también había fundado dos capellanías en la Trinidad. Una por Juan de Coca y otra por Diego de Coca, un comportamiento nada raro en tierras manchegas si, como sabemos para el caso de Valdepeñas, a principios de 1700 la familia De Moya contaba con tres cape-llanías y dos capellanes sirvientes y la familia Muñoz con otras 4 capellanías y 1 capellán (Jiménez de Gregorio, 1990: 332). Como ocurre en 1771 con los Coca, el único cumplidor de ambas capellanías era José Molina. Sin embargo, en 1823 ya no comparten capellán: mientras que la de Juan de Coca mantiene a Bartolomé,

88 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

miembro de los Molina, la capellanía de Diego de Coca tiene a Alfonso Romero de Coca. El motivo fundamental de esta separación data del propio año de 1771, cuando se inició una serie de pleitos entre Pedro Molina Cisneros, administrador de la Real Renta de Tabaco de Alcaraz, y la capellanía de Diego y Ana de Coca, cuya redención de un censo por un montante de 1.177 reales no quería pagar (ADA, 3002: 185). Las capellanías, que en la mayoría de las ocasiones eran expresión de la cohesión familiar y clientelar, también podían representar puntos de tensión y de conflicto entre sus miembros.

Tabla genealógica 2 La familia Romero-Coca

Según los datos del Catastro de Ensenada, en 1753 el valor de estas capellanías se debía sobre todo a los censos que tenían a su favor. La primera de Juan de Coca estaba dotada con 7.428,00 reales en dos censos, mientras que la de Diego y Ana de Coca ascendía a once censos y un total de 18.486,00 reales. Es decir, en conjunto, 25.914 reales que en aquella época tenían como administrador único a Baltasar de Coca y Bustamante, miembro del linaje de los Coca en su rama perteneciente a la hidalguía local como podemos ver en la siguiente tabla genealógica.

89Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Tabla genealógica 3La familia Corro Bustamante-Auñón

Fuente: ADA, Libro parroquial 98, ff. 99, 553, 983.

El enlace de los Coca con los Escobar en primer lugar y después con los Auñón a través de su hija Águeda, todos ellos pertenecientes a la elite de poder de la ciudad, se reforzaría con el doble matrimonio en la tercera generación de sus nietas con los hermanos Del Corro y Bustamante que también llegaron a ser regidores (y además el primogénito, José Antonio, fue cabeza del mayorazgo de la familia y beneficiario de una capellanía en Madrid). Una unión que se volvía a repetir al haber contraído mucho antes segundas nupcias Gaspar de Coca con Luisa del Corro y a cuya rama pertenecía el mencionado Baltasar. Se trata, pues, de familias conectadas por lazos matrimoniales durante generaciones; un proceso endogámico que cuenta con otro importante linaje: el de los Montoya, familia vinculada a los Auñón a través del casamiento del regidor Juan Gregorio Auñón con María Josefa Montoya. No es de extrañar que en 1771 encontremos a uno de los descendientes de esta familia, Francisco Montoya, como servidor de tres capellanías y en 1823 de cuatro. Otros cumplidores serían Pedro y Fernando Montoya en la Iglesia de San Miguel.

Dentro del mundo de las familias nobiliarias que destacaban por sus trayecto-rias de largo recorrido, hay que citar el caso de Juan de la Moneda. Fallecido en Cuzco (Perú) a comienzos del siglo XVII, en su testamento expresó su voluntad de crear una capellanía en Alcaraz, su ciudad natal, cuyo heredero debería ser Francis-co de la Moneda, regidor en la misma (AGI, 260, 1, 3). La familia De la Moneda entroncó con los Vandelvira, otra familia que tras generaciones seguían ostentando cargos públicos: Juan de Vandelvira y Moneda fue regidor de Alcaraz y Ministro de la Santa Hermandad y Caballero Notario del Supremo Consejo del Rey. Además, su esposa, Bernardina de la Moneda, era hermana de Diego Ignacio de la Moneda, regidor perpetuo de Madrid, Caballerizo del Rey y Administrador de Rentas Reales

90 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

del Reino de Cataluña. El hijo de ambos, D. Diego de Vandelvira y Moneda, sería el heredero del mayorazgo y continuaría ocupando una regiduría. Casi dos siglos después, en 1771, la capellanía de Juan de la Moneda seguía teniendo a un familiar como su capellán, curiosamente otro Diego Vandelvira.

ConclusionesLa ciudad de Alcaraz, como cabeza de uno de los partidos de la antigua provincia de La Mancha y una de las grandes Vicarías del Arzobispado de Toledo, gozaba de una gran capacidad de influencia al ejercer la jurisdicción civil y religiosa sobre un extenso territorio. En este sentido, los miembros de los principales linajes de la ciudad buscaron perpetuar su poder patrimonializando tanto los puestos en el concejo y otros niveles de la administración como en el ámbito eclesiástico. Unas estrategias de perpetuación y control de los circuitos de poder a las que también aspiraron los componentes de otras familias que, si pertenecer a la hidalguía local, veían en la incorporación al estamento eclesiástico de algunos de sus miembros una vía de promoción. Trayectorias de encumbramiento y ascenso social como las que hemos analizado y que no se entienden sin el papel clave jugado por las cape-llanías y la orientación hacia la vida eclesiástica de algunos de los miembros del grupo familiar. De hecho, es quizá la familia Asenjo la que mejor encarna lo que acabamos de decir: en dos generaciones aportó a las filas eclesiásticas nada menos que cinco presbíteros y dos monjas. Puestos religiosos que se retroalimentaban so-cialmente con la detentación de tres regidurías y dos escribanías, además de otros cargos, por cuanto que sus estrategias se basaban en estrechar los vínculos con quienes detentaban cargos y oficios públicos y reforzar los ya establecidos a través del matrimonio dentro de la red más próxima del parentesco.

Como hemos visto a través de las trayectorias analizadas, relaciones profesiona-les –en especial el oficio de escribano– y de parentesco se entretejían y en el centro de las estrategias familiares se encontraba el familiar eclesiástico, el símbolo de su propio prestigio, pero también de su poder. Entre otras cosas porque los miembros del clero influían para posicionar mejor en el mercado matrimonial a sus descendien-tes al poner a su disposición el patrimonio acumulado y la posición social alcanzada.

En definitiva, en un modelo de ciudad representativa de un tipo de poblaciones en claro proceso de decadencia al final del Antiguo Régimen tras los esplendorosos años del siglo XVI, junto a algunos de los pocos descendientes de las antiguas fami-lias de la elite local que no la abandonaron, comprobamos cómo a lo largo del siglo XVIII linajes que detentaban los oficios burocráticos administrativos accedieron al control de los círculos de poder. Al complejo entramado de lazos cruzados entre familias hay que añadir el papel jugado por las capellanías, bien como fundadores, administradores o cumplidores, maquinarias perfectamente engrasadas donde el parentesco y las redes de parentela y clientela eran el verdadero motor de todo el engranaje. Y, al igual que se invertía en parentesco en las estrategias matrimoniales desplegadas por las familias, la inversión en sagrado resultó también muy prove-chosa para conseguir el objetivo último de la perpetuación y la movilidad social.

91Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

ANEXOCuadro 1

Fundadores y cumplidores de capellanías en la ciudad de Alcaraz, 1771-1823

Fundadores CumplidoresSantísima Trinidad 1771 1776 1786 1823

Alonso Rodríguez El cura - - El cura

Gerónimo Rodríguez El cura - - El cura

Juan de Coca José Molina - - Bartolomé Molina

Diego de Coca José Molina - - Alfonso Romero de Coca

María Sánchez Arroyo José Molina - - Francisco Montoya

Sancho Sánchez Ballesteros Juan Jiménez - - Tomás Ballesteros

Juan de Castro Juan Jiménez - - -

Juan Cano Francisco Montoya - - Juan Palomar del Bonillo

Pedro Ayala Muñoz Francisco Montoya - - Francisco Montoya

Pedro Ayala Escobar Isidro - - -

Juan de Mesto Juan de Ortega - - Francisco Ortega

Juan Redondo Juan de Ortega - - Francisco Ortega

María Mejía Francisco de Torres - - -

Alonso Saavedra Francisco de Torres - - -

Diego de Figueroa José de Reyes - - Gregorio Calahorra

Agustín Rico Juan Alejandro - - Hernando de Arenas

Pedro de Vargas Juan Asenjo - - Francisco Montoya

Antonio de Cózar Alfonso de Ocaña - - Alfonso de Ocaña

María Muñoz Vizcaya - - - -

Gonzalo Sánchez de Quesada Joaquín Sánchez - - -

Juan Rodríguez Munera Pedro Ribera - - -

Cristóbal de Segura Manuel González - - Juan Miramón

Santa María 1771 1776 1786 1823

Alonso Romero de Herrera José de Castro Juan Jimé-

nez - Gaspar Nuñoz

Juan de la Moneda Diego Vandelvira El cura - -

María Camargo Vicente Palacios y Camargo

Vicente Palacios y Camargo

- José Serrano

Rodrigo Noguerol Juan Jiménez Juan Jimé-nez - -

92 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Fundadores CumplidoresSimón Sánchez El cura El cura - El cura

Pedro Ruiz de Cór-doba Francisco de Torres Pedro

Arias - Juan José Ramírez

Gaspar de Molina José Jiménez Juan Ale-jandro - -

Garzi Fernández - Juan Ale-jandro - Ramón de la Cuadra

Francisco Mejías Arias - Juan de

Ortega - -

Agustín de Agriaz - - - Francisco Montoya

San Miguel 1771 1776 1786 1823

Alonso Claramonte - - - -

Pedro Galdón Fernando Montoya Fernando Montoya

Fernando Montoya -

Bachiller Mallorcas Francisco Vargas Francisco García

Francisco Romero -

Pedro Blázquez Francisco Plasencia Francisco Plasencia - -

Diego Escobar y Perea José de Mesta José de

MestaPedro

Montoya -

Gregoria de la Plaza Juan Jiménez Juan Jimé-nez

Juan Jiménez -

Luis Guerrero - - - -

Francisco Díaz Niño - -Pedro

Ramón de Moncada

-

San Ignacio 1771 1776 1786 1823

Isabel de Ocampo Pedro Ribera - - Juan Asenjo

Martín de Arenas Pedro Ribera - - -

Ana María Galdón Pedro Ribera - - Alfonso de Ocaña

María Calahorra El cura - - -

Mateo Arroyo El cura - - -

Diego Pareja Francisco Carcelén - - -

Elena Mendoza Conde de Balazote - - -

Licenciado Yuste José Asenjo - - -

Pedro Aguilar Joaquín Aguilar - - -

Tomás Rodríguez - - - Pedro Asenjo

San Pedro 1771 1776 1786 1823

Francisco Bandera Francisco Carcelén - - -

Juan Bandera El cura - - -

93Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Leonor de Abises Diego Bandera - - -

El capitán Busto Francisco de Torres - - -

María Álvarez - - - -

Juan de Alcaraz El cura - - -

Juan Pareja Vicente Peña - - -

Ana Auñón El cura - - -

Fuente: ADA, Secc. Gobierno y acción pastoral, Minutas de capellanías, Legs. 3042, 3144.

Cuadro 2Bienes patrimoniales y obligación de misas de las capellanías de la ciudad de Alcaraz según el Catastro de Ensenada (1753)

Capellanía Adm.Tierras Censos Misas

Ha. Valor Núm.Valor

(reales)Núm.

Valor (reales)

Francisco Mesías y

Arias

Juan Ortega

Fernández Córdoba

0 0 3 16.500 100 260

Juan de Coca

Baltasar de Coca y

Busta-mante

0 0 2 7.428 0 0

Hernando Gutiérrez

Juan de Mesas 5’69 315 0 0 30 64

Ruíz Chacón Joaquín Sanz 1’18 117 0 0 52 130

Alejo García José Pedro Asenjo 42’53 790 6 1.254 60 123

Francisco Antonio Aguilar

Cabildo eclesiás-

tico0 0 34 22.317 0 0

Gregoria de la Plaza

José Mateo Peralta 6’37 662 5 3.800 3 2

Diego y Ana de Coca

Baltasar de Coca y

Busta-mante

0 0 11 18.486 0 0

Gonzalo Sánchez de

Quesada

Joaquín Sanz 0’18 22 1 204 70 167

Juan Redondo

Juan Ortega

Fernández Córdoba

58’52 2179 0 0 0 0

94 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Capellanía Adm.Tierras Censos Misas

Ha. Valor Núm.Valor

(reales)Núm.

Valor (reales)

Sebastián Yuste Pérez

José Pedro Asenjo 25’81 2.179 0 0 0 0

Pedro Montoya

Pascual López Bódalo

181’68 2.568 0 0 3 6

María Sánchez

Francisco de Torres 0’34 213 1 902 25 50

Juan de Castro Francisco de Torres 12’18 338 0 0 52 120

- Basilio Rodríguez 0 0 4 11.020 0 0

- Pedro Ribera 3’58 304 0 0 0 0

- José Aguilar 4’14 400 1 880 52 0

- José Aguilar 0’84 772 4 15.838 104 224

- Pedro Ribera 2’49 1.456 0 0 0 0

- Blas Gó-mez 5’59 79 0 0 0 0

-Ambrosio Cuellar y Cuellar

279’51 3.952 0 0 13 76

-Ermita

Santísimo Cristo

154’08 2.343 0 0 0 798

- Blas Mor-cillo 14’19 537 0 0 50 100

-Francisco

Javier de la Torre

11’18 158 0 0 0 0

-Alejandro Fernández Carrasco

1’75 878 2 9.150 100 400

- Francisco Echauz 121’97 2.001 0 0 72 167

-Juan

Antonio Benavente

74’22 2.689 0 0 106 464

- Gaspar Niño 66’90 2.073 0 0 52 208

95Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

-Francisco

Torres Carrillo

159’92 4.237 0 0 0 0

-Joaquín

M. Bustos Aguilar

0’22 44 0 0 14 80

- Basilio Rodríguez 0’78 142 0 0 55 236

-Francisco

Torres Carrillo

0’50 64 6 3.356 0 0

Total 33 1237’33 31.508 89 115.644 1.013 3.675

Nota: Entre los bienes hay que añadir solo 5 casas en otras 5 capellanías. Mientras, entre las cargas, únicamente había dos capellanías con censos en contra, la administrada por Juan Ortega, con un principal de 418 reales, y la administrada por Alejandro Fernández Carrasco con 1.100 reales en dos censos.

Cuadro 3Capellanías y tierras arrendadas en la ciudad de Alcaraz

según el Catastro de Ensenada, 1753

Capellanía Administrador ArrendatarioRenta

Arrendamientos

Hernando Gutiérrez Juan de Mesas Francisco Mesas 65’5

Ruiz Chacón Joaquín Sanz Agustín Tribaldos 140

Juan Redondo Juan Ortega Fernández Córdoba Juan Guillén 396

Sebastián Yuste Pérez José Pedro Asenjo Onofre Garrido 13’5

María Sanz Francisco de Torres Gaspar García 50

Juan de Castro Francisco de Torres Onofre Poveda 75’78

- Pedro Ribera Pedro Montoya 49

- José Aguilar Juan Llamas 232

- José Aguilar Juan Membrilla 270

- Pedro Ribera Huerta la Ribera 233

- Ermita Santísimo Cristo Diego Jiménez Pavo 180

96 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Capellanía Administrador ArrendatarioRenta

Arrendamientos

- Alejandro Fernández Carrasco Sin arrendatario -

- Francisco Echauz Juan Llamas 343

- Juan Antonio Benavente Francisco Calahorra 108

- Francisco Torres Carrillo Andrés Vecina 333

- Basilio Rodrígez Sin arrendatario -

Total 16 14 2488 (3098’78)

Nota: Según se especificaba, las tierras de las dos capellanías sin arrendatario percibirían 500 reales en el primer caso y 110 en el segundo.

Fuentes y siglas utilizadasADA Archivo Diocesano de AlbaceteAHPA Archivo Histórico Provincial de Albacete

Archivo Diocesano de Albacete:Sección: Administración de bienes y rentas, Legs. 3002, 3144.Sección: Gobierno y acción pastoral, Legs. 3003, 3042, 3144.Sección: Gobierno y mandatos, Leg. 3042.Sección Justicia civil, Leg. 3002.

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América colonial portuguesa: dinâmicas populacionais, migrações e redes

Carlos A. P. Bacellar

Estamos em pleno século XXI, mas nosso conhecimento sobre o processo de formação da população brasileira, suas dinâmicas migratórias internas e exter-nas e as possíveis redes permanece muito restrito, especialmente para os três

séculos iniciais de sua história. Ao longo de quinhentos anos, indígenas, europeus e africanos interagiram, muitas vezes pela violência, resultando em uma sociedade miscigenada e complexa, herdeira de múltiplos problemas sociais e econômicos.

Nesse sentido, persiste um grande desafio para os demógrafos historiadores e historiadores da família. O processo de povoamento da América portuguesa ocor-reu no âmbito de um imenso espaço geográfico, de caráter continental, desde a Amazônia até o Rio da Prata, através de pequenos núcleos de povoamento, próxi-mos ao litoral e relativamente isolados. Tinha-se um panorama de pontos de povoa-mento bastante isolados entre si. Dizia ainda um cronista de princípios da coloniza-ção que os portugueses contentam-se de andar arranhando ao longo do mar como caranguejos, evitando se afastarem da praia (Salvador, 1982: 59).

Para o século XVI e boa parte do século XVII não restaram documentos sufi-cientes para se estudar a dinâmica populacional. Fontes rarefeitas e esparsas, re-sultado de uma burocracia administrativa incipiente e um destrutivo clima tropical, e os poucos relatos dos cronistas não nos permitem avançar no conhecimento dos contingentes do povoamento e do processo de inserção de europeus e africanos nas terras americanas. E menos ainda sabemos sobre o uso intensivo, desde o século XVI até o XVIII, da mão-de-obra indígena escravizada.

A ocupação do território deu-se, a partir do século XVI, através do sistema de concessão régia de capitanias hereditárias a particulares, em geral fadadas a pouco sucesso, com algumas exceções. Um povoamento rarefeito, portanto, onde escassos colonos, com uma razão de sexo provavelmente bastante masculinizada, se integravam com os indígenas, seja como mão-de-obra cativa, seja como esposas para homens desacompanhados.

A ocupação territorial deu-se, desde o princípio, fortemente ancorada no litoral. O maior problema era a falta de colonos, haja vista que Portugal não tinha uma população ampla o suficiente para arcar com a colonização de suas possessões em três continentes. Desde essa franja costeira foram lançadas contínuas expedições rumo ao interior do continente –as bandeiras e entradas– todas partindo basica-mente das capitanias de São Paulo, Bahia e Pernambuco. As motivações não eram

100 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

de ocupação do território, mas sim de exploração do imenso espaço genericamente denominado de sertão.1 Buscava-se riquezas minerais, inspirados pelas descober-tas de prata para os lados dos Andes castelhanos. O insucesso em localizar minérios fez com que rapidamente tais expedições se voltassem para o apresamento de indí-genas, com vistas a utilizá-los como mão-de-obra cativa. Apesar dos esforços nem sempre convincentes da Coroa portuguesa para impedir essa escravização (Hem-ming, 1995; Perrone-Moisés, 1992), tal prática persistiria, principalmente nas pos-sessões periféricas de São Paulo e, posteriormente, da Amazônia, até meados do século XVIII. Com uma legislação contrária, a continuidade das capturas passaria a ser disfarçada, com o tempo, sob denominações que evitavam o uso das expressões escravo ou cativo, optando-se, cinicamente, por servos ou administrados.

Da mesma maneira que não sabemos ao certo qual era a dimensão da população indígena na América do Sul, com seus contingentes estimados em valores expres-sivamente díspares, também não há como estimar quantos desses indígenas foram alcançados por colonos e efetivamente incorporados como trabalhadores forçados. Sabemos que se adaptavam bastante bem para trabalhar no cativeiro, apesar de so-frerem, sob o contato com europeus, de uma elevada mortalidade por conta da falta de imunidade frente aos patógenos trazidos do Velho Continente. Os primeiros jesuítas vindos para a América portuguesa foram pródigos em retratar tais efeitos mortíferos; algumas estimativas chegaram a estimar que nos 90 primeiros dias da epidemia de varíola de 1563 pelo menos 30.000 indígenas em contato com os eu-ropeus teriam morrido (Gurgel e Rosa, 2012: 390).

A atividade econômica principal da colônia voltou-se, nas áreas das capita-nias da Bahia, Pernambuco e São Paulo, para a produção de açúcar, mas restrita a uma estreita faixa costeira de terras férteis.2 Paralelamente, desenvolvia-se a lavoura de alimentos, essencial para o sustento da colonização.3 É nesse período que se percebe um significativo movimento de uniões conjugais mistas de portu-gueses com índias, que daria origem a uma geração de indivíduos classificados como mamelucos. Em sua maioria resultaram de baixa extração social, mas em alguns casos, onde o marido era de família de alguma posse, tornaram-se impor-tantes membros da elite local. Para as capitanias de Pernambuco e São Paulo, essas descendências mamelucas chegaram a ser glorificadas em genealogias mais

1 A palavra sertão designava regiões distantes do mar, não povoadas por colonos, mas sim por indígenas, por onde eventualmente transitavam expedições que buscavam riquezas minerais e índios para capturar.

2 Em Pernambuco e Bahia, as terras férteis da costa eram limitadas pelo semiárido, impróprio para a lavoura; em São Paulo, a serra da Mar constituía uma barreira que limitava as condições de transporte entre o planalto e o litoral, impossibilitando o negócio açucareiro para além da franja costeira.

3 De uma maneira geral o estudo da economia de abastecimento interno, com o uso de mão-de-obra familiar eventualmente acrescida de poucos escravos, ficou relegada a um segundo plano na historiografia brasileira. A partir da conceituação de que a colônia existia somente para exportar gêneros para a Europa, Caio Prado Jr., um clássico, ditou os rumos dos estudos para aquilo que se exportava –açúcar, ouro e café– deixando de lado a necessidade de enfocar a produção agrícola de abastecimento, voltada para o mercado interno (Prado Júnior, 1979).

101Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

tardias, com uma forte valorização de caráter nativista (Jaboatão, 1889; Leme, 1903 a 1905; Leme, 1980).

No caso específico de São Paulo, sabe-se que a constituição das redes de con-sanguinidade com indígenas locais foi crucial para a sobrevivência da experiência colonial nas primeiras décadas de povoamento. Quando da chegada da primeira expedição colonizadora, capitaneada por Tomé de Souza em 1532, encontra-se um português, João Ramalho, um náufrago ou degredado, ali firmemente instalado há décadas e aliado, por união conjugal, com indígenas do planalto de Piratininga. Depois de criada a vila de São Paulo, em 1554, garantiu-se sua proteção contra for-tes ataques indígenas inimigos graças às alianças de sangue estabelecidas por João Ramalho e outros portugueses com índias locais.4 Nas palavras do genealogista Silva Leme, os portugueses que naquele momento se casaram com índias “pro-criaram essa raça audaz e belicosa de sertanistas e bandeirantes que, explorando os longínquos sertões, foram plantar os marcos que atestam a vastidão de nossa pátria” (Leme, 1903, Vol. 1: 2).

Ao longo de todo o século XVII o povoamento se avolumou basicamente atra-vés de migrantes portugueses, não considerando a efêmera presença de holandeses no Nordeste açucareiro. Apesar do sucesso da indústria açucareira, ainda eram as possessões asiáticas de Portugal a grande atração para aqueles se aventuravam em busca de fortuna. Nas terras lusas da América, a princípio destino secundário, a escassa população se concentrava no litoral, com algum avanço rumo ao interior do continente. No Nordeste brasileiro, a expansão da pecuária no rumo do interior foi notável, alcançando áreas de bom pasto bastante distantes do litoral; no entanto, esta expansão de caráter econômico não se traduziu em um significativo processo de povoamento e criação de novas vilas e paróquias para além do litoral. No extre-mo sul dos domínios lusitanos, inúmeras expedições partiam da vila de São Paulo rumo ao interior do continente, primeiro na direção sul e, posteriormente, para o centro do continente. Visavam a captura de indígenas para sua escravização, e não propiciariam, por seu caráter itinerante, a criação de novos povoados. O grosso dos negócios mercantis permaneciam em torno da cana-de-açúcar, vendida diretamente para a Metrópole.

O século XVII foi o período inicial de crescimento mais significativo da es-cravidão africana na América portuguesa, fundamentalmente em função da pro-dução açucareira. De acordo com Klein, entre 1551 e 1600 teriam entrado cer-ca de 50.000 africanos no Brasil, enquanto no século XVII esse número cresceu fortemente para 560.000 (Klein, 1999: 210). A demanda por mão-de-obra cativa esbarrava nos limites da possibilidade de expansão da captura de indígenas. A historiografia vem discutindo há tempos as razões para se introduzir africanos em detrimento de índios, dando início ao mais importante movimento de deslocamen-to populacional entre continentes de todos os tempos. Hoje é ponto pacífico que

4 A importância dessa aliança para a sobrevivência do projeto colonial em São Paulo foi cantada em verso-e-prosa por cronistas e historiadores, a ponto de se garantir que, hoje, os restos mortais do famoso cacique Tibiriçá estejam sepultados na Igreja Matriz de São Paulo.

102 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

não se pode mais aceitar a hipótese de inadaptabilidade do indígena para o tra-balho cativo, mas sim que sua escravidão não atendia aos interesses econômicos da Coroa portuguesa. Escravizar indígenas não resultava em lucros para Lisboa, mas sim para colonos, pois era negócio interno ao espaço colonial; por outro lado, o tráfico de escravos africanos permitia a cobrança de taxas pelo fisco e inseria plenamente os territórios africanos na economia do império português. Daí, no dizer de Novais, foi a farta disponibilidade de africanos que gerou o tráfico e a escravidão africana na América, e não uma demanda por mais força de trabalho nos engenhos de açúcar (Alencastro, 2000; Novais, 1979).

Para os dois primeiros séculos as estimativas de população são bastante frá-geis. Marcílio, reunindo diversas fontes historiográficas, aponta que a população brasileira seria de aproximadamente 15.000 indivíduos em 1550, 57.000 em 1585, 100.000 em 1600 e 184.000 em 1660. Apesar da precariedade de tais números, extraídos de relatos de cronistas, pode-se considerar que ao menos apontam para uma ordem de grandeza do crescimento populacional, em grande parte propiciado pela economia açucareira e concentrado no litoral do Nordeste brasileiro. Para o século XVIII, as estimativas, também subestimadas e para o último quartel, in-formam um crescimento ainda de maior vulto: cerca de 1.343.000 habitantes para 1774-1786, 2.432.000 para 1808 e 4.396.000 para 1819 (Marcílio, 2017: 88-92). Um notório crescimento provocado pela mineração e, depois, pela retomada da pujança da indústria açucareira.

Foi a partir da década de 1690, com a descoberta do ouro na região onde viria a ser estabelecida a nova capitania das Minas Gerais, que a história da América portuguesa se alteraria profundamente. O sonho da riqueza fácil viria a provocar, a partir de então, e pela primeira vez, uma forte interiorização do povoamento, com a criação de pequenos núcleos urbanos dedicados à mineração. A grande atratividade que o ouro estabeleceu no imaginário dos povos resultou na neces-sidade de se estabelecer vias de comunicação entre os velhos núcleos litorâneos e a região mineradora, possibilitando a aceleração do processo de migração de aventureiros. Garantia-se, também, o fácil acesso do Estado, para controlar a novidade econômica. Verifica-se a partir de então um forte crescimento demo-gráfico local, com colonos que passaram a se deslocar desde toda a América portuguesa rumo às minas. Números crescentes de portugueses também foram atraídos, bem como foram adquiridos grandes contingentes de escravos africa-nos. A população cresceria a níveis inéditos, os deslocamentos internos de po-pulação se avolumaram, e dois fenômenos relacionados à escravidão ganham enorme importância: a possibilidade de escravos conquistarem sua liberdade e a ampliação da miscigenação racial de colonos com suas cativas ou com forras. As fontes documentais para o período tornam-se volumosas: registros paroquiais, inventários post-mortem, registros cartoriais, processos judiciais e toda sorte de documentos administrativos.

Na década de 1780, uma estimativa de Marcílio para a maioria das capitanias da colônia chega a um número mínimo de 1.343.000 habitantes para o Brasil, nú-mero que embute impressionantes 362.847 indivíduos somente para Minas Gerais,

103Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

dos quais cerca de 174.135 eram cativos.5 O principal polo econômico da primeira metade do século XVIII foi desbravado e rapidamente povoado em cerca de oiten-ta anos, em área central da América portuguesa, destacada do litoral de ocupação mais antiga (Marcílio, 2017: 89-90).

É a partir do forte crescimento econômico e demográfico que podemos entender o Brasil do século XVIII. A crescente população passou a exigir um processo de abastecimento de gêneros eficiente, que evitasse as grandes crises de abastecimen-to e carestia dos primeiros anos da exploração aurífera. Teve assim origem uma extensa malha de caminhos a ligar pontos extremos da colônia com Minas Gerais e com a nova sede do Vice-reinado, o Rio de Janeiro.6 São estas extensas rotas que viriam ampliar ainda mais o processo de povoamento, ao possibilitarem a criação de pousos e de pequeninos núcleos urbanos ao longo de seus trajetos. A descoberta de ouro em Goiás, por exemplo, levou ao desenvolvimento da chamada Estrada do Anhanguera, na década de 1720, que partia de São Paulo e permitiu a instala-ção de povoadores em suas margens, germes de futuras vilas (Bacellar e Brioschi, 1999). São também por esses caminhos que se realizam os negócios mercantis e as alianças entre seus agentes. E, a reboque, as alianças familiares de larga amplitude, unindo cônjuges de locais distantes –e mesmo portugueses recém-chegados– e es-tabelecendo redes familiares de negócios e solidariedade.7

A documentação cartorial e os processos judiciais são fontes cruciais para a identificação dessas redes. É partir da descoberta do ouro que a burocracia do Es-tado se torna mais densa, mais vigilante e mais preocupada com a cobrança de impostos, resultado num notável aumento da produção de documentos. No con-texto mercantil, já em princípios do século XVIII, multiplicam-se as escrituras de negócios, de resolução de dívidas e de nomeação de procuradores. Negociantes instalados em vilas do interior da colônia passaram a nomear seus representantes legais em vilas distantes e nos portos em que chegavam mercadorias da Metrópole, comprovando o notável crescimento das atividades mercantis após a descoberta do ouro. É desta forma que no ano de 1720 Fernando de Almeida Leme, morador da vila de Sorocaba, no sul da capitania de São Paulo, nomeia a vários procuradores na cidade de São Paulo, Rio de Janeiro e na distante Salvador, na Bahia, deixando claro a amplitude geográfica de seus negócios mercantis.8 Na mesma vila, registros de matrimônio do século XVIII indicam a presença de noivos das capitanias de

5 Segundo Klein (1999: 210), o total de africanos desembarcados no Brasil ao longo do século XVIII alcançou o expressivo volume de 1.875.000 indivíduos, mais de três vezes o número do século anterior.

6 A capital do Vice-Reino foi transferida de Salvador para o Rio de Janeiro em 1763, como evidente resposta ao deslocamento do eixo econômico da colônia para a região Sudeste, em função do ouro.

7 Para a primeira metade do século XVIII, Borrego demonstra como na cidade de São Paulo comerciantes portugueses recém-chegados, e dedicados ao comércio, unem-se em matrimônio e estabelecem seus próprios negócios, atuando no abastecimento das zonas mineradoras das Gerais (Borrego, 2010).

8 Procuração de Fernando de Almeida Leme, Tabelião de Sorocaba, 09.11.1720. Arquivo Público do Estado de São Paulo, núm. de ordem 6020.

104 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Pernambuco e Bahia, bem como das distantes cidades de Buenos Aires e Santiago do Chile (Bacellar, 2001: 54).

Sinais inequívocos de circulação de larga distância de pessoas e de mercado-rias, de um dinamismo econômico ainda muito pouco conhecido. A historiografia tende, assim, a apontar a última década do XVII, quando da descoberta do ouro, como o momento de alteração e expansão das práticas mercantis, graças à inunda-ção de riquezas provocada pela mineração. Antes disso, as rotas comerciais seriam mais curtas: Ilana Blaj, em seu clássico estudo sobre a vila de São Paulo no século XVII, demonstra que o excedente da produção de gêneros localmente produzido era direcionado somente para o porto de Santos e, de lá, vendido e distribuído para outros portos da América portuguesa (Blaj, 2002).

As populações coloniais não viviam isoladas, apesar da notória pobreza da grande maioria dos domicílios. Famílias extremamente humildes viviam no que a historiografia sempre descreveu como uma economia de subsistência, de pura luta pela sobrevivência cotidiana, e que permaneceriam bastante isoladas em ambientes ermos, rurais, instaladas em zonas de baixíssima densidade demográfica. Pode-se considerar que esta concepção de relativo isolamento não mais tem lugar, uma vez que se percebe que estas populações, constituídas por pequenos lavradores e rocei-ros não escravistas, não sobreviviam sem o acesso aos pequenos núcleos urbanos, por mais distantes que deles estivessem.9 Ali vendiam seus parcos excedentes, gê-neros da terra, para terem condição de comprar aquilo que não podiam produzir do-mesticamente: sal, ferramentas agrícolas, tecidos de melhor qualidade, aguardente, tabaco. Para tanto, deviam necessariamente produzir excedentes agrícolas, mesmo que em pequena escala, para oferecer no mercado dominical. Ali, nas vilas, tam-bém tinham acesso à Igreja, para batizarem e casarem seus familiares, embora nem todos alcançassem o batismo antes da morte, e nem todos se unissem formalmente, diante do altar. A prática do compadrio, tão importante em nosso mundo colonial, igualmente exigia a ida até a sede paroquial, tanto para acertar os convites, quanto para a realização da cerimônia na igreja. Os encontros também podiam ocorrer du-rante festas na vila ou nos bairros rurais, onde a vizinhança se reunia e acertava as questões pendentes de todas esferas da vida social, econômica e religiosa.

Era nesses ambientes e momentos de reunião das gentes que as redes mercantis, familiares e de sociabilidade podiam se organizar, consolidar ou dissolver com mais frequência. Conflitos, inimizades e brigas eram estabelecidos e resolvidos. Alian-ças eram tramadas, um noivo escolhido aqui, uma madrinha convidada ali, dotes eram acertados, negócios eram combinados e encaminhados. O mercado público, a igreja e a Câmara Municipal eram os centros desse movimento. Testemunhos de época nos lembram que as vilas eram ermas durante a semana, para se encherem de vida nos finais de semana, onde a vida social ocorria com grande alvoroço.

9 Os estudos sobre a fuga de escravos vêm demonstrando que os quilombos assim constituídos não se localizavam nas profundezas das matas, mas sim nos limites da fronteira agrícola: também necessitavam manter trocas com pequenos negociantes das vilas, em uma operação de mútua conveniência, contra os interesses dos senhores escravistas e da própria Coroa (Gomes, 1995).

105Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Para os lados do Atlântico, redes de comércio estabelecidas desde os portos me-tropolitanos de Lisboa e Porto tinham sua outra ponta radicada nos portos coloniais; no caso da América portuguesa, Salvador e Rio de Janeiro eram os principais, mas não os únicos. Nos dois extremos, homens de negócio portugueses faziam o negó-cio colonial prosperar nos dois sentidos, recebendo mercadorias da Metrópole e en-viando açúcar, couros e outros gêneros menos significativos. Estas redes mercantis tinham continuação pelo território brasileiro adentro, por onde se espraiavam. Se nos dois primeiros séculos isso significou a distribuição pelas demais capitanias costeiras, a partir do XVIII os negócios já precisavam alcançar vilas cada vez mais distantes no interior, na direção das fronteiras agrícolas e auríferas. Tropas carrega-das de mercadorias avançavam por rios e estradas em busca do pequeno comércio local. A Coroa passa a exigir, cada vez com maior frequência, que seus súditos na colônia se encarregassem da abertura e conservação das vias que surgiam. Nestas localidades afastadas quase sempre havia outros comerciantes, em geral também portugueses, que mantinham o vai-e-vem dos negócios. Inventários post-mortem dos séculos XVII e XVIII já nos mostram a presença das lojas e vendas nas ruas e estadas, aquelas com uma boa variedade de mercadorias, estas mais modestas, mas ambas de alguma maneira atuando como ponta final de negócios atlânticos.

Estas transações de longa distância difundidos pelo território eram possíveis graças às tropas de mulas e cavalos, compradas na Bacia do Prata e onipresentes em todas as rotas coloniais. Gado também descia no Nordeste brasileiro, acom-panhando as margens do rio São Francisco, em pleno sertão. Ambas correntes se encontravam no ponto mais central da colônia de então, a região das Minas Ge-rais. Estes animais não somente transportavam mercadorias, mas também notícias, moedas e correspondência, permitindo a interação de indivíduos a longa distância. De uma maneira geral, no entanto, a história da pecuária de transporte resta muito pouco estudada, seja por ser um negócio não voltado para a exportação e que, por-tanto, ainda não atraiu suficiente atenção dos pesquisadores, seja pela rarefação das fontes documentais.

Em inventários e testamentos remanescentes para o período encontramos teste-munhos desses negócios mercantis. Quando o falecido era homem de negócios, qua-se sempre se inventariava o conteúdo do chamado Livro de Razão, onde as dívidas ativas e passivas de seu estabelecimento eram registrados e levados a inventário caso ainda não pagos. Dependendo da qualidade do registro, encontra-se não somente o valor da dívida e o nome do devedor, mas também os dados sobre o que foi objeto de negócio, o local de moradia e as condições –juros– em que foram firmados.

Herdeiros recebiam, por vezes, pequenos recibos desses negócios paternos efe-tuados e ainda não pagos, ou mesmo declarações no testamento de que certo indiví-duo estava a dever tanto por uma compra efetuada. Como as compras a prazo eram usuais, pessoas de locais distantes podiam ser declaradas devedoras de um trato não concluído. Assim, por exemplo, um papel de registro de dívida podia informar que um certo João da Silva estava a dever uma quantia, por compra de mercadorias, e que ele residia para as partes de Goiás, no Brasil central. Essa extrema imprecisão pareceria para nós, contemporâneos, assustadora; mas é de se supor que as redes

106 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

mercantis eram fortes e estruturadas o suficiente para permitirem que, nessa situação, se tivesse condições de localizar o devedor descrito. Bastava demandar a algum tro-peiro, ou mesmo a um comerciante da localidade que atuasse como procurador, para acionar uma engrenagem de contatos, amizades e alianças que, em algum momento, localizaria indivíduos que tinham contas a acertar em praças distantes. Tais recibos de confissão de dívidas circulavam por toda a colônia, repassados a terceiros após endosso, e serviam como verdadeira moeda para pagamento de dívidas, uma vez que a moeda em metal era relativamente rarefeita (Bacellar, 2001: 111-125).

Ainda na primeira metade do século XVIII tivemos a descoberta de outras zo-nas auríferas a oeste de Minas Gerais, naquilo que posteriormente viriam a ser as capitanias de Goiás e Mato Grosso. Para Goiás estabeleceu-se uma rota terrestre desde São Paulo, a Estrada do Anhanguera; para Mato Grosso, duas rotas fluviais, uma saindo de São Paulo, e outra de Belém do Pará, ao Norte. Estes dois focos mineradores estavam evidentemente além dos limites do Tratado de Tordesilhas, bem avançados em território que teoricamente deveria ser castelhano. Diante dessa óbvia constatação, a Coroa portuguesa incentivou a instalação de colonos nas vilas que se fundavam, para a seguir abrir negociação com sua rival ibérica, resultando no malfadado Tratado de Madrid, e posteriormente no de Santo Ildefonso, que garantiam o planalto central brasileiro para Portugal.

Em meados do século XVIII, estas duas últimas regiões mineradoras já tinham perdido significação, com o esgotamento de suas jazidas. Mas já haviam garanti-do o povoamento mais efetivo do planalto central brasileiro, com a instalação de alguns poucos núcleos urbanos e a presença efetiva dos poderes metropolitanos. Minas Gerais alcançara seu auge no mesmo momento, para prosseguir no contínuo declínio aurífero ao longo da segunda metade do XVIII. Mas também aqui uma teia de vilas e pequenos arraiais fora estabelecido em definitivo, e atividades econômi-cas alternativas viriam a ser desenvolvidas (Fonseca, 2011).

Pouco conhecemos, hoje, sobre a dinâmica populacional da América portuguesa desse período de auge da mineração. A migração em direção ao ouro, notória, levou ao debate sobre o esvaziamento demográfico das capitanias limítrofes. Na capitania de São Paulo desenvolveu-se, ainda na segunda metade do século XVIII, um forte discurso de que a população local havia sido drenada para a mineração, levando à decadência econômica de São Paulo e a seu decréscimo populacional. É somente na década de 1970 que a historiografia iria identificar que tal discurso não condizia com a realidade. Marcílio comprovou que, a despeito do ouro, a população paulista pros-seguiu a crescer ao longo do século XVIII graças à possibilidade de lucrar com a ven-da de alimentos para os mineradores (Marcílio, 2000). Mais recentemente, Medicci detectou que o discurso da decadência foi estabelecido pelas elites paulistas desde a década de 1760, com vistas a obter privilégios econômicos da Coroa (Medicci, 2010). Afinal de contas, para se dizer que havia uma decadência era preciso compro-var um período de riqueza prévia, claramente inexistente. Desmentiu-se, desta forma, a ocorrência de certos movimentos migratórios em função do ouro, pois muito pro-vavelmente ocorreram, na verdade, muito mais deslocamentos sazonais para a região mineradora, mas com a preocupação de retornar para seu ponto de origem.

107Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Ao final do século XVIII, a América portuguesa encontrava-se consolidada em termos territoriais, garantida em 1777 após o tratado de Santo Ildefonso. A partir das zonas litorâneas do Atlântico, logrou-se três importantes linhas de penetração colonizadora na direção oeste, do interior do continente: Amazônia, Brasil central e Sul. Todas essas frentes garantiram vastos ganhos territoriais sobre as possessões castelhanas, em grande parte já desenhando os contornos do Brasil atual. De certa maneira, conexões bastante longas permitiam o trânsito mercantil e os movimen-tos populacionais, a despeito da péssima conservação dos caminhos e dos muitos perigos dos trajetos.10

São poucas as pesquisas disponíveis sobre o processo de movimentação popula-cional durante o período colonial. Estudos de Demografia Histórica foram os primei-ros a detectar a mobilidade da população no passado, embora enfocando pouquís-simas localidades. Isso foi possível por meio da análise dos registros matrimoniais e das naturalidades neles declaradas pelos noivos; comprovam que a possibilidade de circulação e migração era efetiva, obviamente sendo mais verificados aqueles originários de paróquias vizinhas, mas por vezes indicando a presença de noivos, preferencialmente os homens, vindos de áreas bem mais afastadas. Marcílio detecta, para a cidade de São Paulo no intervalo entre 1730 e 1809, a presença de indivíduos provenientes de todas as capitanias da América portuguesa (Marcílio, 1973: 170-171). Em outro estudo, para a pequena vila litorânea paulista de Ubatuba, Marcílio encontra 27,3% de noivos e noivas vindos de fora da paróquia na primeira metade do século XVIII, também comprovando a ampla circulação das pessoas, mesmo em se tratando de uma localidade de economia bastante pobre e de alcance apenas regional (Marcílio, 1986: 146). Também Bacellar, ao observar os matrimônios da vila paulista de Sorocaba no século XVIII e princípios do XIX, detectou que somente 61,5% dos homens e 80,2% das mulheres eram nascidos na própria vila, atestando a forte circu-lação das pessoas pelo espaço colonial (Bacellar, 2001: 51).

A circulação é igualmente detectável através das listas nominativas de habitan-tes11 e de registro paroquiais de matrimônio, demarcando possíveis processos de migração de indivíduos dentro do mundo colonial, como também de portugueses que vinham da Metrópole e mesmo africanos que foram traficados para a América. São registros que evidenciam uma população com um componente móvel, com-posto por indivíduos que deixavam o local de nascimento, geralmente atraídos por conjunturas econômicas específicas, como a riqueza do açúcar e do ouro. Filhos adultos e ainda solteiros buscavam na migração novas oportunidades para se en-contrar uma noiva e estabelecerem seus domicílios. Na capitania de São Paulo, o crescimento do potencial de uma agricultura para abastecimento da região aurífera

10 Cabe lembrar que bem mais tardiamente, por ocasião da Guerra do Paraguai na década de 1860, o Império do Brasil teve enormes dificuldades para enviar tropas para combater o inimigo paraguaio no sul da província de Mato Grosso, pois as vias de comunicação terrestre eram ainda impraticáveis para a passagem de militares.

11 Para a capitania de São Paulo há uma extensa coleção de listas nominativas anuais de habitantes entre 1765 e 1836, únicas para todo o Brasil, e preservadas no acervo do Arquivo Público do Estado de São Paulo (http://www.arquivoestado.sp.gov.br).

108 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

na primeira metade do século XVIII foi um atrativo, como já demonstrou Marcílio (2017). Mais para o final desse século, também em São Paulo, o crescimento de uma lavoura açucareira próximo a uma fronteira agrícola igualmente atraiu muitos indivíduos, cientes da oferta de terra fértil (Bacellar, 1997).

O caso de São Paulo, mais bem documentado e mais investigado pela histo-riografia, percebe-se que, na segunda metade do século XVIII, a própria Coroa interviu em diversas ocasiões no esforço de expansão do povoamento, fundando mais de uma dezena de vilas com vistas a congregar a população em pequenos novos núcleos urbanos. Visava-se, com tal iniciativa, melhor organizar a defesa militar contra qualquer possibilidade de avanço de tropas castelhanas desde o sul da colônia, garantindo a proteção por terra de Minas Gerais e da capital do Vice--Reino, o Rio de Janeiro. Para tanto, em 1765, a partir do governo do Morgado de Mateus, D. Luis Antonio de Sousa Botelho Mourão, investiu-se em uma política populacional bastante elaborada. A concepção central desse esforço consistiu em reunir, por toda a capitania, indivíduos de baixa extração social, preferencialmente os que enfrentassem problemas com a justiça, ou então indígenas mal acomodados e quase na indigência, e transferi-los para locais onde se pretendia criar nova vila. Este tipo de atuação da Coroa, através de seus capitães-gerais governadores, foi, ao que tudo indica, replicado em outras áreas estratégicas da colônia, como a Amazô-nia (Bacellar, 2017; Vidal, 2008).

Podemos destacar, também, no ambiente colonial, o constante ir-e-vir das pes-soas entre as áreas rurais e os núcleos urbanos. Estes momentos de ida até a vila eram especiais para o estabelecimento e fortalecimento de vínculos de amizade, compadrio e negócios. É na circulação espacial que se lograva os contatos os mais diversos e o estabelecimento de redes. Um padrinho de batismo poderia ser um parente, de contato habitual; mas poderia, também, ser o proprietário de um peque-no negócio, um dono de venda de secos e molhados, um sacristão, um indivíduo, enfim, que gozasse de algum prestígio a mais do que os pobres lavradores que pre-dominavam na sociedade colonial. Somente um deslocamento espacial costumeiro poderia permitir o estabelecimento desses laços, garantindo que homens e mulhe-res residindo afastados aceitassem os convites e comparecessem à igreja local para batizar o novo afilhado. Por vezes, os padrinhos viviam em outras vilas, sugerindo uma circulação espacial mais alargada para cumprir com as cerimônias. Obvia-mente, quanto mais poderosa e rica a família, maiores oportunidades de se convi-dar padrinhos que viviam mais afastados. A riqueza material certamente alargava os espaços de interação, tendo no limite os grandes negociantes, que mantinham contatos nos extremos da colônia.

Algumas análises já vêm demonstrando que esta circulação atingia também os escravos. Ao contrário de uma visão mais tradicional, onde os cativos perma-neceriam trancados nas senzalas de seus senhores, já se dispõe de indícios sufi-cientes para afirmar que tinham certa liberdade para circular para além dos limites da propriedade senhorial. Escravos podiam ter liberdade para frequentar a vila, e certamente tinham liberdade para frequentar propriedades escravistas vizinhas, onde mantinham algum contato com seus companheiros de infortúnio. A historio-

109Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

grafia da família escrava considera que havia uma prática, bastante consolidada, de se buscar padrinhos de melhor posição social para os recém-nascidos na senzala (Rios, 2000; Maia, 2007). Nossas análises indicam que esse processo de escolha de padrinhos talvez fosse fruto de negociação entre senhores e escravos, especialmen-te após percebermos que a qualidade dos padrinhos podia se diferenciar de uma propriedade para outra, levantando a suspeita de que tais escolhas não passavam ao largo da autoridade senhorial. Ao analisarmos as propriedades escravistas da pequena vila paulista de São Luiz do Paraitinga, encontramos práticas bastante dis-tintas: preferências por padrinhos livres, por escravos de outro senhor ou escravos do mesmo senhor, dependendo do caso (Bacellar, 2011).

O compadrio era elemento essencial para esta sociedade profundamente cató-lica. A escolha de compadres não significava somente que se buscava a nomeação de possíveis substitutos para pais que falecessem, em um contexto de elevada mor-talidade, mas também que havia a intenção de se construir laços de apoio político, social e econômico em um contexto onde apenas o apoio da família podia não ser suficiente. (Schwartz, 2001; Ramos, 2004). Essas ligações estabelecidas quando do batismo de uma criança escrava foram alvo de muita pesquisa, mas o mesmo não pode ser dito sobre a população livre. À exceção da elite agrária, para a qual se dispõe de alguns dados (Venâncio, 2006), os livres ainda não tiveram suas prá-ticas de compadrio suficientemente observadas, não nos permitindo perceber suas estratégias de construção de alianças. Tampouco suas estratégias matrimoniais fo-ram analisadas, uma lacuna importante que impede maiores considerações sobre as redes de solidariedade e sociabilidade que estabeleciam.

Identificar as relações entre indivíduos em nosso passado colonial sempre es-barra no problema dos nomes de família. Via-de-regra, os sobrenomes não eram transmitidos de uma geração para outra, estabelecendo um forte desafio aos histo-riadores da família. Filhos não carregavam sobrenomes iguais entre si, e não neces-sariamente herdavam sobrenomes dos pais. Mesmo entre os segmentos mais ricos da população, os grandes senhores escravistas, a prática de transmissão de nomes de família como meio de reconhecimento e identificação social surge, ao que tudo indica, em meados do século XIX (Bacellar, 1997: 79). E, claro, para os escravos a questão ainda é mais complexa, por ausência de sobrenome e profusão de nomes em comum. Sendo a identificação nominativa essencial para recuperar as redes, temos aqui um problema ponderável.

Da mesma maneira, por muito tempo se considerava que os documentos descre-viam as cores e raças das pessoas, mas hoje já se discute que os termos pardo, mulato, preto e negro referiam-se muito mais à condição social e jurídica do que à cor da pele. São aplicados em momentos e conjunturas distintas, e ainda muito se debate a esse respeito na historiografia colonial. Há autores que atribuem condição jurídica diversa entre preto e negro, ou pardo e mulato, termos que poderiam estar diferentemente relacionados a livres ou cativos (Paiva et al, 2016). Mas podemos considerar que há ainda muito a ser investigado nesse campo, pois ainda não sabemos se o que se identificou pode ser generalizado para um território tão vasto, e com histórias muito distintas no tempo e no espaço. Eis outro desafio para nossas linhas de pesquisa!

110 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Frente a estas constatações, o que fazer? Como o historiador da família deve enfrentar o desafio de conhecer nossas populações do passado? E como alcançar alguma aproximação ao processo de constituição de redes?

A possibilidade mais acessível é promover a análise serial e nominativa das fontes documentais: registros paroquiais, testamentos, inventários post mortem, processos judiciais, dentre outras. Softwares podem cruzar nomes e apontar re-petições e frequências: indicar indivíduos mais corriqueiramente atuando como padrinhos, testemunhas de casamento ou partes de negócios mercantis. Com isso já se consegue apontar para personagens mais constantes justamente nos processos de formação de teias entre as pessoas. Mas, claro, o cruzamento nominativo tem seus limites. Há tentativas, também, de se desenvolver análises sociais de redes (network analisys), a partir da experiência da sociologia. No Brasil temos alguns poucos casos que optaram por esta interessante metodologia, com resultados insti-gantes (Gil, 2011 e 2015; Aquino e Kuhn, 2018). Os autores, de uma maneira geral, alertam para diversos riscos de se aplicar o método, originário da sociologia, para análises a partir de fontes históricas. Toda a bibliografia consultada por esses auto-res igualmente faz sérias advertências para os problemas de promover tal trabalho sobre documentação do passado, naturalmente bastante fragmentada. Adverte-se, comumente, para os riscos, a insegurança e o baixo controle das variáveis, uma vez que não se pode seguir os mesmos caminhos de coleta de informações que estão disponíveis para os sociólogos. Mesmo assim, os resultados são animadores, e conseguem, em certo sentido, avançar para além do que se alcança pelo simples cruzamento nominativo de dados seriais.

No entanto, ainda faz falta uma melhor reflexão sobre as condições de recolhi-mento de informação, sobre a natureza dos dados e sua contextualização, sobre as di-mensões cognitivas, factuais, dinâmicas e simbólicas que as relações sociais supõem, e sobre os campos nos quais se inserem essas relações, sempre pensando em termos históricos. Há uma multiplicidade de fluxos atuantes simultaneamente nas relações entre indivíduos, fluxos esses impossíveis, a princípio, de serem capturados integral-mente por meio de informações precárias e lacunares. Ou seja, em uma relação de trabalho entre duas pessoas se fazem presentes emoções como amizade, indiferença, afeto, raiva, por exemplo, e sua representação na rede é bastante difícil, ou mesmo impraticável. Além disso, as relações entre indivíduos são dinâmicas, os amigos ou parceiros de negócios de hoje podem ser os inimigos ou rivais de amanhã, os padri-nhos de ontem podem ter rompido relações hoje, e o método não daria conta dessas realidades, apenas se restringindo a somar todas as relações. Nas relações de comér-cio, por exemplo, recupera-se os dados presentes em um inventários post-mortem, as vezes bastante numerosos, mas eles traduzem o que ocorria no momento do óbito do inventariado. Ou seja, em última instância, parece que o método da network analisys não resolve as limitações dessa documentação, limitações essas também onipresentes nas análises simplesmente nominativas e cruzadas. Equivale, em certo sentido, às pesquisas sobre a composição da força de trabalho escrava descrita nos inventários: análises do final de vida do proprietário, muitas vezes coincidente com o momento de

111Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

decadência econômica do mesmo, se já avançado em idade. Desta forma, fica-se com a impressão que a diferença central entre o método e o simples cruzamento nominati-vo é a possibilidade de elaboração de gráficos das redes, permitindo visualizar aquilo que a análise nominativa apenas identifica. Em tais gráficos, a presença de indiví-duos centrais nas redes ainda lembra muito fortemente os resultados numéricos das análises de simples bancos de dados. A grande vantagem da network analisys seria, portanto, a possibilidade oferecida pelos softwares de alterar o nível de observação de maneira muito fácil, jogando com escalas e recortes, permitindo testar rapidamente as mais variadas hipóteses.

É evidente que as networks analisys merecem, portanto, nossa atenção, e uma maior investigação dos ganhos que possam trazer para o conhecimento das re-des. Para a realidade brasileira, as experiências com o método ainda são poucas, insuficientes para se concluir com alguma precisão que merecem ser replicadas. Falta conhecer, também, o quanto de tempo se despende para lançar os dados nos softwares, para que se possa avaliar sua viabilidade em projetos de pós-graduação, sempre dispondo de prazos exíguos. Seja como for, as redes ainda permanecem pouco investigadas em nossa história colonial. Hoje, a disponibilidade das fontes documentais que se mostram propícias ao uso da metodologia é crescente, graças ao desenvolvimento da internet e dos processos de digitalização e acesso às fontes de nossos arquivos. Em um país de dimensões continentais, como o Brasil, onde parte considerável de sua população se deslocava pelo território, as redes tendem a alcançar amplas envergaduras e são de difícil, mas jamais impossível, detecção. Essa população móvel trouxe, no passado, grandes dificuldades para metodolo-gias desenvolvidas para outros contextos, como a de Reconstituição de Famílias de Louis Henry (1976). Uma população móvel, com problemas nominativos e de nem sempre fácil identificação de estatuto racial e jurídico, eis os obstáculos que se enfrenta. O desafio está posto: é preciso explorar esse rico universo das redes, aperfeiçoando e adaptando os métodos que permitirão melhor entender as comple-xas dinâmicas populacionais do passado brasileiro.

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“Foram padrinhos...”: o corpo mercantil da Praça de Porto Alegree suas relações de compadrio (século XIX)

Ana Silvia Volpi ScottGabriel Santos Berute

Dario Scott

Introdução

Nas últimas décadas a historiografia tem aprofundado a análise dos grupos mercantis estabelecidos na América portuguesa e, mais tarde, império bra-sileiro. Estes estudos vêm demostrando que a busca por uma inserção bem

sucedida no ramo do comércio não se resumia ao volume de mercadorias transacio-nadas ou às rotas de comércio nas quais estavam inseridos. A ocupação de cargos no governo e nas Câmaras, o encaminhamento de filhos de grandes comerciantes para carreiras no judiciário, bem como as alianças matrimoniais e o compadrio eram al-gumas das estratégias acionadas para alcançarem posições no topo da elite mercantil e assim ingressar no seleto grupo reconhecido como “negociantes de grosso trato”.1

Nesta investigação, o objeto de análise são as relações de compadrio dos comer-ciantes de origem portuguesa estabelecidos na capital da província do Rio Grande de São Pedro ao longo da primeira metade do século XIX. A partir de uma apreciação ge-ral dos assentos de batismo registrados na Freguesia de Nossa Senhora Madre de Deus de Porto Alegre,2 destacam-se trajetórias que permitem analisar a “transformação” de “agente mercantil” em “padrinho” escolhido naquela sociedade e como esta condição influenciava na inserção e no reconhecimento social no interior daquele grupo.

No mesmo sentido, o cruzamento dos registros eclesiásticos com habilitações matrimoniais, testamentos, inventários post mortem e escrituras públicas permitem

1 Entre os trabalhos que abordaram este tema para o caso do Rio Grande de São Pedro, ver Osório (2007); Berute (2011); Comissoli (2011); Kuhn (2014).

2 Pontualmente, nesta comunicação, também foram utilizados os registros de casamento e óbito da mesma freguesia. AHCMPA. Batismos, Casamentos e Óbitos (1772-1854), Freguesia da Nossa Senhora Madre de Deus de Porto Alegre. A documentação foi utilizada a partir do software NA-CAOB, ferramenta semiautomática desenvolvida especificamente para a reconstituição de famílias a partir dos registros eclesiásticos citados. A documentação também está disponível em formato digital no site Family Search. Ver: https://familysearch.org/search/image/index#uri=https%3A%-2F%2Ffamilysearch.org%2Frecapi%2Fsord%2Fwaypoint%2FM78N-G2S%3A371565601%-2C371856701%3Fcc%3D2177295. Sobre o funcionamento e as potencialidades do NACAOB, ver Scott e Scott (2012).

116 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

estabelecer uma reflexão a respeito das estratégias de ascensão e mobilidade social deste grupo mercantil.

Em trabalho anterior, analisamos o grupo de agentes mercantis nascidos em Portugal que se casaram na freguesia da Nossa Senhora da Madre de Deus, locali-dade que deu origem à cidade de Porto Alegre, capital da província do Rio Grande de São Pedro, situada no extremo meridional do Brasil (Scott et al, 2017).

A partir do cruzamento nominativo que privilegiou conjunto variado de fon-tes –os assentos de casamento e autos de habilitação matrimonial da paróquia da Madre de Deus, a matrícula de Negociantes de Grosso Trato da Junta do Comércio do Rio de Janeiro3 e a relação dos comerciantes da vila de Porto Alegre arrolados por Manuel Antônio de Magalhães (2008) no Almanaque de 1808– identificamos 20 comerciantes de origem lusa que se casaram em Porto Alegre, de um total de 53 agentes mercantis que atuaram na cidade, no período em destaque.

Entre os resultados mais importantes, destaca-se o fato de que todos os comer-ciantes de origem lusa que se casaram na freguesia da Madre de Deus de Porto Alegre realizaram o consórcio com mulheres naturais do Brasil, sendo que a maio-ria das noivas era natural da Província do Rio Grande de São Pedro. Além disso, verificou-se que a origem da maioria destes imigrantes portugueses era o noroeste de Portugal (região do Minho). Esses indivíduos eram possivelmente oriundos de famílias que dispunham de recursos para bancar os custos da emigração transoceâ-nica e deixavam a terra natal em idades precoces.

A trajetória mais recorrente dessa emigração altamente seletiva de portugueses encaminhava os meninos para atividades comerciais. Assim que desembarcavam no Brasil, começavam a nova vida como “caixeiros” trabalhando para algum con-terrâneo já estabelecido, normalmente na corte do Rio de Janeiro. A etapa de for-mação dos jovens caixeiros se alongava por alguns anos sob a tutela dos patrícios.4

Para muitos desses jovens, após esse período de iniciação, a etapa seguinte era o deslocamento e migração para outras regiões do Brasil, o que implicava não apenas na consolidação da sua inserção nas atividades mercantis das novas praças, como também na ampliação das redes dos patrícios que estavam estabelecidos no Rio de Janeiro. O casamento com as moças de famílias da terra reforçava os víncu-los e redes que se construíam entre esses comerciantes.

Especialmente importante para recompor as trajetórias migratórias dos comer-ciantes portugueses que se radicaram em Porto Alegre, foram os Autos de Habi-litação Matrimonial. Tais processos consistiam, como refere Adriano Comissoli (2008), em um inquérito sobre a vida dos homens e mulheres, nascidos fora de Por-to Alegre, que pretendiam contrair núpcias na localidade e que deveriam compro-

3 ANRJ. Códices 170; 171.4 Trabalho fundamental que discute esse processo migratório encontra-se em Rowland (1997). Ao ana-

lisar a comunidade mercantil de Lisboa, Jorge Pedreira (1995) destaca que a passagem pelo Brasil representava uma possibilidade de ascensão rápida na hierarquia mercantil, com destaque para os agentes mercantis que não reuniam as condições necessárias para iniciar suas carreiras em Portugal.

117Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

var não haver impedimentos para a realização do matrimônio.5 Além da história de deslocamentos anterior ao casamento, esses processos trazem importantes elemen-tos sobre as redes construídas na terra de acolhimento, já que reúnem informações de testemunhas para corroborar que não havia impedimento para o matrimônio. Grande parte das testemunhas arroladas eram outros portugueses que em muitos casos haviam empreendido juntos a travessia atlântica.

Como salientamos, os exemplos extraídos de autos de habilitação matrimonial selecionados indicam a trajetória padrão desses comerciantes assentados na vila de Porto Alegre: saída precoce da região norte de Portugal (em torno de 12 ou 14 nos) e o deslocamento preferencial para o Rio de Janeiro. Não era raro que viessem em companhia de outros rapazes, que eram recebidos por conterrâneos já instalados na cidade e inseridos em atividades comerciais.

Depois de alguns anos no Rio de Janeiro deslocavam-se para a vila de Porto Alegre, que havia alcançado grande dinamismo, entre os finais do século XVIII e primeiras décadas do XIX, tornando-se um dos entrepostos comerciais mais ativos do Brasil meridional. Sem dúvida, o deslocamento desses indivíduos para o Rio Grande de São Pedro serviria para ampliar as redes comerciais daqueles conterrâ-neos que os haviam recebido no Rio de Janeiro. A relação entre os principais nego-ciantes que atuavam no Rio Grande de São Pedro com importantes comerciantes do Rio de Janeiro já havia sido sublinhada por Helen Osório (2000, 2007).

Os primeiros anos passados na Corte resultavam, assim, em importantes cone-xões com outros comerciantes portugueses já radicados na cidade de Porto Alegre, revelados através dos processos de habilitação matrimonial estudados. Praticamente todos citavam testemunhos de homens que viviam de seus negócios. Ademais, essas redes se retroalimentavam não apenas através de relações comerciais. A exploração dos assentos de casamento mostrou também que as ligações comerciais muitas ve-zes se transformavam em relações familiares, cimentadas a partir de laços de casa-mento e de compadrio (Scott et al, 2017), como já havia sinalizado Osório (2000: 113) para o Rio Grande de São Pedro e outras áreas, como Lisboa e Buenos Aires.

Laços de parentesco espiritual: compadrio e construção de redes sociaisO compadrio e o parentesco espiritual têm recebido a atenção de estudiosos vin-culados à história social, à história da família, à demografia histórica, à história econômica, embora no passado o tema estivesse mais restrito aos horizontes dos antropólogos. O interesse multiplicou a produção e a publicação de trabalhos sobre a Europa e a América. Neste contexto há que se sublinhar a PATRINUS, uma rede de pesquisadores europeus fundada em 2006 por Guido Alfani e Vincent Gourdon (Alfani & Gourdon, 2016).6

5 Por exemplo, deveriam ser solteiros ou viúvos, sem impedimento por voto de ordem religiosa ou estarem contratados para casar com outras pessoas, nem possuir parentesco de consanguinidade em grau próximo. Deveriam igualmente ser batizados na Igreja Católica e iniciados em seus sacramentos.

6 Muitos dos trabalhos mais recentes estão atrelados aos nomes destes pesquisadores. Entre outros, ver Alfani (2009); Alfani et al (2012); Alfani et al (2015); Alfani & Gourdon (2016).

118 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

No Brasil, o tema também atraído o interesse de muitos investigadores, sobre-tudo tendo em conta a presença da escravidão e a profunda diversidade de nossa sociedade ao longo do período colonial e imperial. Há uma vasta produção que não é possível aqui ser retomada detalhadamente.

Os assentos de batismo são a fonte privilegiada e são recorrentes os estudos que discutem as relações de compadrio entre a população cativa, assim como entre os grupos mais abastados da sociedade colonial e imperial, especialmente tendo em consideração as hierarquias sociais que caracterizaram o passado brasileiro.7

Conforme Luís Augusto E. Farinatti, os registros de batismo estão em alta entre os estudiosos de história social no Brasil. Esse prestígio é justificável porque, como afirma o autor, cada vez mais pesquisadores os tem empregado, não apenas para estudos demográficos, mas também para investigar a formação de redes de relações entre sujeitos posicionados em diversos setores da sociedade. Para o historiador in-teressado nas práticas e estratégias dos grupos menos favorecidos, a situação parece mesmo potencializar-se, uma vez que o problema da sub-representação dos subalter-nos é menor nestes documentos do que nas fontes patrimoniais (Farinatti, 2011: 1).

O interesse pelo estudo do apadrinhamento e do compadrio na historiografia bra-sileira remonta à década de 1980, impulsionados pelos estudos pioneiros da Demo-grafia Histórica. Não obstante, de acordo com Carlos Bacellar, o foco central desses estudos era “exclusivamente” a população cativa, procurando desvendar as práticas e estratégias envolvidas na manutenção do cativeiro. Para o autor, o compadrio entre livres permanecia tema praticamente intocado, sendo que o mundo dos livres era lembrado apenas através dos próprios estudos do compadrio de escravos, quando a família do senhor era percebida como fornecedora de padrinhos e madrinhas, ou quando os forros eram descobertos exercendo esses mesmos papéis (Bacellar, 2014: 215). É certo que o estudo do parentesco espiritual entre os escravos permanece cen-tral no âmbito da historiografia brasileira, mas nos últimos anos houve também o avanço nas análises que se voltam para os segmentos da população livre e forra.

Assim, neste trabalho pretende-se contribuir para o debate sobre o compadrio no segmento livre da população de Porto Alegre a partir do grupo de agentes mer-cantis que nasceram em Portugal e que se estabeleceram como comerciantes na-quela localidade, entre os anos finais do século XVIII e a primeira metade do XIX.8

O cruzamento nominativo entre as fontes selecionadas revelou a heterogeneidade das situações encontradas. Têm-se agentes mercantis que foram recorrentemente es-colhidos para apadrinhar crianças na igreja da Madre de Deus de Porto Alegre, assim como há outros comerciantes que não aparecerem mais do que uma ou duas vezes. O que poderia explicar experiências tão diversas? Esse é o mote das nossas reflexões.

7 O Grupo de Pesquisa “Demografia e História” (Coordenador: Sergio Odilon Nadalin, Programa de Pós-História/UFPR) – http://dgp.cnpq.br/dgp/espelhogrupo/3633988390097257– cadastrado no Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq), reúne pesquisadores que têm desenvolvido investigações sobre estes temas.

8 Como já foi mencionado, estes agentes foram identificados confrontando os registros de casamento com a matrícula de Negociantes de Grosso Trato da Junta do Comércio do Rio de Janeiro e o Alma-naque de 1808.

119Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

A partir da exploração dos dados, utilizaremos metodologias variadas para tra-çar o perfil e a trajetória de inserção desses comerciantes em Porto Alegre. Essa análise contribuirá para aprofundar o tema da formação e da consolidação de redes sociais, baseadas nos laços de parentesco espiritual, gerados a partir do compadrio entre os comerciantes lusos radicados naquela localidade.

Tabela 1 Legitimidade das crianças batizadas

na Madre de Deus de Porto Alegre, 1772-1854

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

A Tabela 1 apresenta os batizados que foram registrados na paróquia da Madre de Deus de Porto Alegre, distribuídos por quinquênios. Há duas questões importantes em relação a essa tabela. Em primeiro lugar, o decréscimo nos batizados a partir de 1845 está atrelado ao desmembramento da freguesia da N. S. da Madre de Deus, que deu origem às freguesias de N.S. do Rosário e de N.S. das Dores. Ocorre que a subdivisão, determinada por decreto em 1832, não teve efeito imediato e, de fato, os

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assentos paroquiais das novas freguesias somente anos mais tarde começaram a ser assentados nos livros das respectivas igrejas. No caso da Igreja do Rosário, os assen-tos começaram em 1844, ocasionando a diminuição do número de assentos nos anos subsequentes, como se observa na tabela. Para a Igreja das Dores, por outro lado, os registros tiveram início ainda mais tarde, em 1859, mas já fora do período que nos in-teressa aqui.9 Em segundo lugar, o montante de assentos batizados de cativos compõe 10.203 registros, dos 29.840 arrolados (34,2%). Esses assentos incluem o batizado de escravos adultos, para os quais não se informa a legitimidade. Eles compõem a maio-ria dos assentos identificados como “não declarados” (N/D), revelando que, a partir de 1815, aumentou consideravelmente a entrada de escravos adultos na localidade, reforçando o dinamismo econômico mencionado anteriormente.10

É possível recortar o subconjunto de 739 assentos de batizados em que os co-merciantes identificados compareceram como padrinhos (Tabela 2), o equivalente a 2,5% do total de assentos arrolados. Por outro lado, se excluirmos os batizados re-lativos ao segmento cativo, uma vez que vimos que os comerciantes não investiam nas relações de compadrio com aquele grupo, menos que 0,2% (17 ocorrências em 10.203 batizados), e considerarmos apenas os batizados de crianças livres, o per-centual subiria para 3,7% do total (722 ocorrências em 19.637 batizados).

Tabela 2 % de crianças batizadas por comerciantes em relação ao total de assentos

08 TABLA 2Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

9 A respeito da criação das paróquias das Dores e do Rosário a partir do desmembramento da Madre de Deus, ver Rubert (1994, Vol. I: 94-95; 1998, Vol. II: 112-118). Efetivamente, de todo modo, os livros começam nas datas mencionadas.

10 Sobre o tráfico de escravos no Rio Grande de São Pedro, ver Berute (2006).

121Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Os resultados apontam algumas tendências que devem ser assinaladas e que estão ligadas à distribuição desses batizados ao longo do tempo. Houve um período de concentração da presença dos comerciantes como padrinhos. Para as décadas finais do século XVIII, identificamos apenas 18 assentos de batismo onde comerciantes apadrinharam crianças. Por outro lado, as primeiras décadas do século XIX mar-cam a presença mais recorrente desse grupo nos batizados analisados. Somente para o período entre 1800 e 1829 foram 599 os batizados que os comerciantes apa-drinharam, o que representa 81% do total de 739 registros (1772-1854).

A presença mais recorrente desses padrinhos está no intervalo entre 1805 e 1814, quando representaram entre 6% e 8% de todas as cerimônias de batismo que ocorrem na igreja da Madre de Deus de Porto Alegre (Tabela 2). Ou seja, per-centual considerável, levando em conta que dizem respeito a pouco mais de meia centena de indivíduos (53).

Focando apenas no conjunto de registros em que os comerciantes foram os pa-drinhos, também fica claro o predomínio das crianças nascidas na vigência do ma-trimônio, já que 84% delas eram legítimas, 10,8% eram naturais, 4,5% eram crian-ças expostas e 0,7 não tiveram sua condição de legitimidade declarada (Tabela 3).

Tabela 3 Legitimidade das Crianças apadrinhadas por Comerciantes

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

O conjunto dos batizados cujos comerciantes eram padrinhos pode ser explorado também através da variável “nome do padrinho”. Nesse caso, emerge a heterogenei-

122 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

dade de situações, já que temos indivíduos que apadrinharam dezenas de crianças, enquanto que outros compareceram a pia batismal como padrinho em raras ocasiões.

Retomando o que foi mencionado anteriormente, a tendência geral era estabele-cer relações de compadrio com indivíduos livres, conforme também é possível ob-servar na Tabela 4. As crianças escravas constam em escassos 17 registros (2,3%), que se distribuem entre dez comerciantes, sendo que dois deles apadrinharam três cativos, um apadrinhou dois e os demais uma vez cada um (nove proprietários).

Na Tabela 4 identificamos que os catorze padrinhos mais recorrentes foram a pia batismal pelo menos em vinte oportunidades, o que soma 409 batizandos (55,3% do total). Os quatro padrinhos mais recorrentes batizaram pelo menos 40 crianças, sendo que o mais requisitado deles apadrinhou em 50 oportunidades: An-tônio José de Oliveira Guimarães.

Dentre os comerciantes que apadrinharam crianças na freguesia da Madre de Deus de Porto Alegre, há um importante contingente de comerciantes portugueses inseridos nas malhas de negócios, conectadas com agentes mercantis instalados no Rio de Janeiro.

Tabela 4 Condição Jurídica das crianças apadrinhadas por comerciantes

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

123Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

No segmento selecionado em nossa análise (53 agentes mercantis), verificamos que aqueles naturais de Portugal constituíam a maioria do grupo, compondo 35 comerciantes, contra 11 naturais do Brasil. Para sete deles não identificamos a na-turalidade até o momento.

Tabela 5 Legitimidade das crianças apadrinhadas por comerciantes portugueses

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

Como a historiografia já vem apontando, esse dado confirma o papel predominante dos portugueses como agentes mercantis, o que ocorre não apenas para a região meridional e na praça de Porto Alegre.

124 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Os dois padrinhos mais procurados entre os comerciantes foram o português Antô-nio José Oliveira Guimarães e seu irmão João José Oliveira Guimarães. Eles e seus conterrâneos foram padrinhos em 458 batizados, o que representa 62% do total de batizados realizados por comerciantes (Tabela 5). Os nascidos no Brasil ficaram com 158 (21,4%),11 com destaque para o comendador Manuel José de Freitas Tra-vassos (Tabela 6).

Tabela 6 Legitimidade das crianças apadrinhadas por comerciantes brasileiros

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

É relevante conhecer o arco temporal que cada um desses comerciantes desem-penhou o papel de “padrinho” e como foi a distribuição dos apadrinhamentos ao longo desse período. Os dados reunidos na Tabela 7 revelam que a maioria dos comerciantes portugueses teve uma longeva “história” de apadrinhamentos. Con-siderando apenas os três mais recorrentes, percebemos que os batizados foram se sucedendo em duas ou três décadas, com uma média de 1,3 batizados ao ano. Os comerciantes portugueses mais requisitados, os irmãos Antônio José e João José Oliveira Guimarães, foram padrinhos ao longo de 38 e 32 anos, respectivamente. O primeiro apadrinhamento de Antônio José ocorreu em 1791 e o último em 1828, pouco tempo antes de seu falecimento. Seu irmão teve “carreira” de padrinho ini-ciada em 1805, estendendo-se até o ano de 1836.

No entanto, podemos encontrar momentos específicos ao longo da trajetória de cada um dos comerciantes portugueses, em que os convites para apadrinhar pode-riam se tornar mais concentrados no tempo.

11 Nos 123 batizados restantes não foi possível identificar a naturalidade dos comerciantes que foram padrinhos daquelas crianças.

125Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Tabela 7 Distribuição dos batizados a partir do primeiro e último ano de registro

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

126 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Gráfico 1 Padrinho Antônio José de Oliveira Guimarães (1791-1828)

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

Gráfico 2 Padrinho João José Oliveira Guimarães (1805-1836)

Fonte: Nacaob, Madre de Deus de Porto Alegre.

127Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Para examinar essa possibilidade, valemo-nos dos gráficos 1 e 2 que distribuem os batizados por ano para os dois comerciantes portugueses mais escolhidos, os irmãos Oliveira Guimarães. Analisamos os resultados procurando levar em consideração a trajetória mais ampla de ambos em Porto Alegre, desde finais do século XVIII até as três primeiras décadas do XIX. Vemos que os irmãos dividiram momentos de maior intensidade no papel de padrinhos, especialmente entre 1805/06 e 1817/19.

Comecemos pela trajetória do guarda-mor12 Antônio José de Oliveira Guima-rães,13 que compareceu à pia batismal como padrinho em meia centena de batiza-dos. Seu percurso individual aponta uma das possibilidades de análise a respeito da importância das relações de compadrio e do casamento para a ascensão social dos agentes mercantis.

O guarda-mor foi um dos comerciantes de Porto Alegre relacionado por Manuel Antônio de Magalhães (2008) no Almanack de 1808, mas sua atuação no comércio do Rio Grande de São Pedro remonta pelo menos ao ano de 1793 quando foi um dos signatários de uma representação contra a arribada forçada no Rio de Janeiro das embarcações que levavam mercadorias para a Bahia e para Pernambuco.14

Antônio José de Oliveira Guimarães atuava em diferentes ramos do comércio (tráfico negreiro, comércio e transporte de mercadorias e operações de crédito) e estava inserido em uma rede mercantil que envolvia importantes negociantes do Rio de Janeiro. Destaca-se, entre eles, Miguel Ferreira Gomes que possuía estreitos vínculos com o comércio do Rio Grande de São Pedro e era seu sócio em duas em-barcações: um bergantim e um patacho. Era também possuidor de outro patacho, junto com seu sobrinho José de Oliveira Guimarães.

Havia da mesma forma, uma ligação comercial e de negócios com seu irmão que foi identificado entre os principais padrinhos (35 afilhados), o comerciante e guarda-mor João José de Oliveira Guimarães, conforme se depreende de dívidas declaradas em seu inventário.15

Os bens arrolados no inventário e testamento de Antônio José de Oliveira Gui-marães, aberto em 1830, são indicativos da diversificação dos seus negócios: dife-rentes imóveis urbanos (casas, terrenos e armazém),16 embarcações, fazendas secas

12 Os cargos de Guarda-Mor e Guarda da Alfândega tinham funções de acompanhamento e fiscalização da entrada e saída de embarcações e mercadorias após seu registro pela Alfândega e da cobrança de impostos (Salgado, 1985: 163-164; 291-292).

13 A trajetória de Antônio José de Oliveira Guimarães foi objeto de análise em outros trabalhos. Aqui e no que segue estão sintetizadas as conclusões apresentadas em Berute (2006: 141-143); Berute (2011 passim).

14 “Representação dos negociantes e fazendeiros contra a arribada forçada no Rio de Janeiro (Porto Alegre, 16/11/1793)”, AHU_ACL_CU_019, Cx. 3, D. 284.

15 Antônio José de Oliveira Guimarães, inventário e testamento anexo. APERS, 1830. I Cartório de Órfãos de Porto Alegre, mç. 43, núm. 1013. João José de Oliveira Guimarães devia 573,91 libras de moedas de ouro que recebeu do seu falecido irmão (fl.36; 37v-38).

16 Antônio José era proprietário de um armazém localizado na região central de Porto Alegre em sociedade com Custódio José Teixeira Magalhães. APERS, 1830. I Cartório de Órfãos de Porto Alegre, mç. 43, núm. 1013

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e molhadas, escravos, mercadorias como algodão dos Estados Unidos, peças de lona da Rússia, vinho, aguardente do Reino, louça da Índia e dívidas ativas que represen-tavam 40% do seu monte-mor que somava 131:355$933 réis (12.485,66 libras).17 Destaca-se, neste sentido, que este valor seria suficiente para posicioná-lo no topo da elite econômica da Capitania/Província, segundo a tipologia proposta por Helen Osório (2007, p. 273), que reunia as fortunas superiores a 10 mil libras esterlinas.

Um indício da extensão das suas redes mercantis, por sua vez, pode ser obser-vado por meio das procurações que registrou no 1º Tabelionato de Porto Alegre.18 Antônio José Oliveira Guimarães nomeou representantes em diferentes praças mercantis do Brasil –Rio Grande de São Pedro (Porto Alegre, Rio Grande, Rio Pardo, Cachoeira), Rio de Janeiro, Bahia e Pernambuco– mas também em Portugal (Lisboa, Porto e Braga).19

Entre os nomeados para representá-lo nas praças rio-grandenses, especificamen-te para Porto Alegre, destacam-se seus sócios Custódio José Teixeira Magalhães e seu irmão João José de Oliveira Guimarães. Cabe observar que ambos os procura-dores também eram seus devedores. Além do parentesco de sangue com João José, os dois representantes também foram testemunhas no casamento de Antônio José, realizado em 30 de março de 1826.20 O consórcio oficializou a união consensual que mantinha com Francisca Cândida Souza, natural de Porto Alegre, filha legítima de Ignacio José Souza e Tomásia Joaquina Ataíde. A cerimônia foi realizada na capela da Ordem Terceira da Nossa Senhora das Dores de Porto Alegre. Além do noivo e das testemunhas, a noiva também assinou o assento de casamento.

No ato do casamento Antônio e Francisca legitimaram três filhos naturais: Igná-cia Cândida, nascida em 1820; João Vicente, nascido em 1823 e Cândida Ignacia, nascida em 1825. O casal teve ainda outro filho, nascido na vigência do matrimô-nio, batizado no dia 4 de dezembro de 1827, mas que faleceu dois anos depois, em 19 de novembro de 1829.21

Ainda sobre o nascimento dessas crianças, chamou atenção a estratégia em-pregada para batizar os frutos da relação ilícita que mantinha com Francisca Cân-

17 Antônio José de Oliveira Guimarães, inventário e testamento anexo. APERS, 1830. I Cartório de Órfãos de Porto Alegre, mç. 43, núm. 1013.

18 APERS. Transmissões e Notas. 1º Tabelionato de Porto Alegre: Livro 32-60 (1808-1850). 19 Antônio José de Oliveira Guimarães nomeou 38 procuradores diferentes em duas escrituras

registradas em 1809 e 1821 (APERS. Transmissões e Notas. 1 Tab. POA, L33, fl. 93v; L42, fl. 92v.): Rio Grande do Sul (16), Rio de Janeiro (6), Bahia (3), Pernambuco (3), Santa Catarina (3) e Portugal (15). Nota-se que são 46 procurações, pois alguns representantes foram nomeados mais de uma vez. Para uma análise mais detalhada das procurações registradas pelos agentes mercantis de Porto Alegre e de Rio Grande na primeira metade do século XIX, ver Berute (2011: 215-264).

20 AHCMPA. Casamentos, Livro 3, fl. 133; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Casamentos, registro núm. 3522.

21 AHCMPA. Óbitos, Livro 4, fl. 230; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Óbitos, registro núm. 7599.

129Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

dida de Souza. Os três filhos foram batizados como crianças expostas.22 Ignácia Cândida, exposta em 29 de fevereiro de 1820, foi batizada em 4 de março de 1820.23 Foi exposta na casa de José Francisco da Silva e foram padrinhos seu tio João José Oliveira Guimarães e sua mulher Ignacia Maria da Encarnação. Três anos mais tarde, João foi exposto na casa de Teresa Joaquina em 21 de fevereiro de 1823, sendo batizado em 9 de abril de 1823, tendo como padrinhos os mesmos João José e Ignacia.24 Por fim, em 10 de novembro de 182525 foi batizada Cândida Ignacia que também foi registrada como exposta em 15 de setembro do mesmo ano, na casa de Tomásia Ataíde, embora tenha sido reconhecida como sua filha pelo guarda mor Antônio José Oliveira Guimarães naquele ato. O padrinho esco-lhido nessa ocasião foi o padre Antônio Viera da Soledade, mantendo-se a madri-nha Ignacia da Encarnação, sua cunhada, casada com João José. Note-se que em nenhum dos três casos de exposição foi mencionado o nome da mãe, Francisca Cândida. Vale notar ainda que a menina Cândida Ignacia foi exposta na casa de sua avó materna, Tomásia.

Nada disso parece ter comprometido a sua atuação como comerciante, não apenas em Porto Alegre, como em outras praças comerciais dentro e fora do Rio Grande de São Pedro, entabulando relações com importantes agentes mercantis. Em Rio Gran-de, por exemplo, seus representantes possuíam posições de destaque na comunidade mercantil daquela praça. É caso do negociante de grosso trato Antônio José Afonso Guimarães que atuava na importação e exportação de mercadorias e intermediava a compra de terras na Banda Oriental (Uruguai), além de ser membro da Sociedade Promotora da Indústria Rio-Grandense na qual os agentes mercantis tinham posição de destaque. O estancieiro e comerciante João Vieira Braga Filho (Conde de Piratini), cunhado de Afonso Guimarães, também foi procurador do guarda-mor Antônio José na vila do Rio Grande. O Conde de Piratini pertencia a uma das principais famílias do Rio Grande de São Pedro e ocupou cargos na administração do governo imperial e recebeu diversos títulos e mercês ao longo da vida.26

No Rio de Janeiro, destaca-se o já mencionado sócio Miguel Ferreira Gomes.27 Por fim, em Portugal, ao menos, quatro de seus procuradores –Bernardo Ribeiro

22 Para uma análise específica a respeito da exposição de crianças na freguesia Nossa Senhora Madre de Deus entre os séculos XVIII e XIX, ver Silva (2013).

23 AHCMPA. Batismos, Livro 6, fl. 1; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 15983.

24 AHCMPA. Batismos, Livro 6, fl. 120; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 18945.

25 AHCMPA. Batismos, Livro 6, fl. 255; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 23291.

26 O Conde de Piratini socorreu com gêneros e dinheiro o Exército e a Marinha do Império do Brasil ao longo das Guerras Cisplatinas, entre 1811-1828 (Berute, 2011: 256).

27 Assim como em outros casos, os vínculos estabelecidos por meio das procurações eram recíprocos, pois em outras ocasiões Antônio José de Oliveira Guimarães foi nomeado procurador do Conde de Piratini (1819), de Custódio José Teixeira Magalhães (1815) e de irmão e sobrinho, respectivamente, João José de Oliveira Guimarães (1809) e José de Oliveira Guimarães (1816) (Berute, 2011: 257).

130 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

de Carvalho, Pedro José da Silva, Francisco Antônio Pinheiro & Companhia e José Mendes Braga– estavam igualmente vinculados ao comércio. Entre os demais, re-gistra-se a presença de Vicente José de Oliveira Guimarães, provavelmente, seu pai (Berute, 2011: 254-258).

A rede mercantil do guarda-mor Antônio José de Oliveira Guimarães, portanto, permite refletir sobre aspectos definidores do comércio e das estratégias de ascen-são social dos homens envolvidos na atividade comercial entre os séculos XVIII e XIX. A atuação destes agentes era diversificada, principalmente no topo da hierar-quia mercantil (Fragoso, 1998; Florentino, 1997), e estava estreitamente vinculada às relações familiares. Além de destacar a importância dos negociantes do Rio de Janeiro na formação e no recrutamento do corpo mercantil do Rio Grande de São Pedro, Helen Osório (2007) demonstrou que era significativo o grau de parentesco entre eles. No caso do Almanack de 1808, a autora constatou que aproximadamente um terço dos comerciantes relacionados por Manuel Antônio de Magalhães (2008) possuíam parentesco entre si ou com outros agentes mercantis.

Quando investigou as estratégias políticas e a afirmação social da elite sul--rio-grandense, no século XVIII, Fábio Kühn (2015) chamou a atenção para a importância dos laços de parentesco na reprodução das elites locais. Entre as estratégias de “enobrecimento” dos negociantes da região, o autor destacou a im-portância das alianças matrimoniais com as filhas das famílias mais tradicionais da capitania.28

Quanto a Antônio José de Oliveira Guimarães cabe questionar se sua união consensual repercutiu na atuação como padrinho, uma vez que a queda ocorreu efetivamente a partir de 1820 quando parece ter iniciado seu envolvimento com Francisca? Ou poderia se dever ao avanço da idade, já que tinha mais de 60 anos?

O fato de ter oficializado a relação com Francisca, especialmente tendo em vista a proximidade entre as datas do casamento e da abertura do inventário e testa-mento, nos faz especular também que o guarda-mor estaria ciente da proximidade da morte e buscou dar o melhor encaminhamento possível à sucessão de seus bens, garantindo o reconhecimento dos filhos tidos com Francisca. De fato, nos anos sub-sequentes registramos o não apenas o falecimento de Antônio, em Porto Alegre em 12 de fevereiro de1830, de moléstia interior aos 66 anos de idade, como também o de sua mulher Francisca, pouco tempo depois, em 6 de outubro de 1832, vítima de afecção nervosa aos 38 anos.29

No que diz respeito ao seu irmão, João José de Oliveira Guimarães, sabe-se indiretamente pelas fontes aqui consultadas, que se casou com Ignacia Maria da Encarnação, que era natural de Rio Pardo e filha de Manuel José Machado e de Ma-ria Antônia da Encarnação, em data desconhecida até o momento, talvez porque o casamento possa ter sido realizado em Rio Pardo. O casal não teve prole registrada

28 Sobre a participação dos negociantes na Câmara de Porto Alegre, ver Comissoli, 2008; 2011.29 AHCMPA, Óbitos, Livro 5, fl. 41v; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Óbitos, registro

núm. 8525.

131Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

na Madre de Deus,30 mas desde 1805 João José consolidou posição proeminente entre os comerciantes portugueses que mais batizaram crianças na Madre de Deus.

Cabem ainda algumas considerações relacionando a atividade mercantil dos agentes em questão e a presença deles nos registros eclesiásticos da freguesia Ma-dre de Deus. Na confrontação entre os pais das crianças batizadas pelo guarda-mor Antônio José de Oliveira Guimarães e as escrituras nas quais ele nomeou ou foi nomeado como procurador contatou-se que as coincidências não foram expressi-vas. Portanto, fica sugerido que ao menos neste caso, a escolha dos padrinhos não foi significativamente influenciada ou influenciou a escolha de parceiros mercantis indicados pelas procurações. Aparentemente, as relações familiares tinham maior importância para Antônio José, tendo em vista os mencionados negócios que man-tinha com o irmão e o sobrinho.31

Entre os “compadres-procuradores”, apenas encontramos nomeados seu irmão, João José Oliveira Guimarães, que batizou dois de seus sobrinhos (no momento em que foram expostos), e Domingos Gonçalves do Espírito Santo.32 Nesse último caso, Antônio José apadrinhou três filhos de Domingos e Laureana Rosa (em 1811, 1818 e 1822), demonstrando que havia uma ligação duradoura e realimentada, de tempos em tempos, por meio do parentesco espiritual. Além disso, ressalte-se que em 1811 a madrinha foi Augusta Siqueira, em 1818 foi Nossa Senhora da Madre de Deus e no terceiro não foi declarada.33 Para mais, outro filho de Domingos foi batizado por João José Oliveira Guimarães (1814),34 irmão de Antônio José.

De outra parte, apesar de ter apadrinhado 50 crianças, Antônio José de Oliveira Guimarães poucas vezes reforçou relações de compadrio com o mesmo indivíduo, através do batizado de outros filhos. Isso ocorreu apenas em duas oportunidades: com o citado Domingos Gonçalves do Espírito Santo e com Joaquim Lopes de Barros (três apadrinhamentos em 1811, 1812 e 1815). Joaquim era casado com Francisca Pereira de Souza, e especulamos que a madrinha nos três casos tenha sido Maria Francisca de Barros (nomeada como Maria Francisca Eulália de Barros ou Maria Francisca Eufrazia de Barros).35

30 Contudo, conforme foi mencionado anteriormente, cabe lembrar que no inventário/testamento de Antônio José de Oliveira Guimarães é mencionado um sobrinho de nome José de Oliveira Guimarães. Ainda não foi possível confirmar, mas é possível que fosse filho de João José e de Ignacia Maria.

31 Neste sentido, a trajetória de Antônio José em parte difere da atuação observada quando analisamos outro importante homem de negócio da praça de Porto Alegre –o Comendador Manuel José de Freitas Travassos– pois neste caso os laços mercantis eram permeados e reforçados pelos laços familiares, matrimoniais e de compadrio. Ver Scott, Berute e Scott (2017); Berute (2016).

32 Procurações bastantes: APERS. Transmissões e Notas. 1 Tab. POA, Livro 36, fl. 98; Livro 33, fl. 93v;135; Livro 42, fl. 92v.

33 AHCMPA. Batismos, Livro 4, fl. 70v.; Livro 5, fl. 139; Livro 6, fl. 88; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 7863, 18413, 18223.

34 AHCMPA. Batismos, Livro 4, fl. 135; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 15766.

35 AHCMPA. Batismos, Livro 4, fl. 56v; Livro 4, fl. 93v; Livro 4, fl. 183v; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 7433; 15258; 16312.

132 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Em dezesseis dos 50 batizados a madrinha não foi declarada (em doze vezes não é citada e em quatro foi invocada Nossa Senhora). Também vale notar que An-tônio e sua mulher Francisca Cândida de Sousa apadrinharam juntos apenas depois de seu relacionamento ter sido legitimado pelo casamento no ano de 1826. No cur-to período que se seguiu ao matrimônio, o casal compareceu à pia batismal em três oportunidades (29 de julho de 1826, batizando Josefa, exposta na casa de D. Anna Marques de Sampaio e outras duas crianças legítimas: uma em 2 de janeiro de 1827 e a outra em 15 de novembro de 1828). Antônio também apadrinhou uma vez junto com sua cunhada Ignacia Maria da Encarnação uma criança legítima, filha de Luís Antônio Teixeira e Laurinda Rosa (28/08/1821).36

Por fim, retomando os principais padrinhos (Tabela 7) e confrontando com aqueles indivíduos que estiveram presentes em dez ou mais escrituras (41 agen-tes),37 identificamos a presença de quatro destes padrinhos comerciantes: os irmãos Antônio José e João José de Oliveira Guimarães com 8 e 18 escrituras, respectiva-mente. O negociante de grosso trato Gaspar Fróes da Silva que batizou 19 crianças, o mesmo número de escrituras que contou com a sua participação. Neste grupo consta ainda Bernardino José Sena, comerciante listado no Almanack de 1808, com o mesmo número de escrituras e afilhados (13).38

João Fragoso (1998), entre outros autores, observou que o comércio colonial se caracterizava, simultaneamente, por uma concentração dos negócios em poucos agentes do topo da hierarquia mercantil e uma multidão de comerciantes de menor porte. Em muitos casos, eram simples especuladores que atuavam esporadicamente em algum dos ramos do comércio.

A mesma tendência pode ser observada na análise das escrituras de venda, cré-dito e sociedades registradas em Porto Alegre entre 1808 e 1850. A maior parte das escrituras foi registrada por outorgantes e outorgados envolvidos em ao menos duas escrituras no período considerado. Eram poucos aqueles agentes presentes em cinco ou mais, contudo concentraram parcelas significativas do valor total dos bens e créditos transacionados por meio destes documentos: outorgantes (17,5%) e outorgados (22,9%) (Berute, 2011: 195-214).

Sendo assim, não deve ser surpreendente que os mencionados padrinhos (Ta-bela 7) também se destacassem nas escrituras registradas na capital da capitania/província, considerando a mencionada concentração das transações realizadas. Es-tes agentes estavam envolvidos em diversos negócios –tráfico de escravos, expor-tação e importação de mercadorias, oferta de crédito e comercialização de imóveis urbanos e rurais. Registra-se que nem todos eles estavam presentes nas escrituras: as transações de mercadorias e escravos eram registradas por documentação espe-cífica das alfândegas (Berute, 2011).

36 AHCMPA. Batismos, Livro 6, fl.288; Livro 6, fl.313v; Livro 7, fl. 40; NACAOB. Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 23942; 24512; 16858. AHCMPA. Batismos, Livro 6, fl. 43; NACAOB Madre de Deus de Porto Alegre, Batismos, registro núm. 17637.

37 APERS. Transmissões e Notas. 1 Tab. POA, Livro 32-60.38 Para uma análise mais detalhada destas escrituras e seus agentes, ver Berute (2011).

133Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Portanto, a participação destes padrinhos nas escrituras não é desprezível e pode ser tomada como um indício de que carreira exitosa no trato mercantil seria um dos elementos que alçava os comerciantes em questão a serem padrinhos em muitas ocasiões. Acrescenta-se também que, além de agentes mercantis reconhecidos, os aqui destacados irmãos Oliveira Guimarães ocupavam o cargo de guarda-mor. Ou seja, eram responsáveis por uma atividade de grande importância porque os co-locava como responsáveis pelo controle e fiscalização das atividades mercantis (Salgado, 1985: 163-164; 291-292), o que certamente conferia prestígio social para estes indivíduos. Neste sentido, estar ligado a eles por meio do apadrinhamento era uma condição que poderia atender e beneficiar interesses de todos os envolvidos.

Considerações finaisEste trabalho representa um esforço de sistematização do conjunto de dados reuni-dos no Nacaob e de avaliação das possibilidades de análise abertas a partir da con-frontação dos registros eclesiásticos com um conjunto de fontes mais diretamente ligadas às atividades mercantis.

Retomando os resultados apresentados ao longo do texto, chama a atenção que os comerciantes identificados concentrassem sua presença como padrinhos até a década de 1830. Em parte, o período pode coincidir com um momento de afirma-ção do grupo mercantil estabelecido em Porto Alegre e de um momento importante da economia rio-grandense. Destaca-se que a conjuntura das Guerras Cisplatinas (1811-1828) foi positiva para a região (Osório, 2007; Berute, 2011).

É necessário considerar ainda uma questão metodológica. As fontes utilizadas para identificar os comerciantes presentes na documentação eclesiástica consulta-da se concentram em um determinado momento. O almanaque foi publicado por Manuel Antônio de Magalhães em 1808 e relacionava comerciantes que atuavam na região no mínimo desde as últimas décadas do século XVIII, enquanto as matrí-culas passaram a ser registradas a parir de 1809 e grande parte dos negociantes do Rio Grande de São Pedro foram matriculados até aproximadamente 1825 (Berute, 2011). Portanto, parte dos comerciantes presentes nos batismos não puderam ser identificados nas fontes consultadas e podemos estar diante de indícios de um pro-cesso de renovação do corpo mercantil de Porto Alegre.

No que diz respeito aos comerciantes portugueses, percebe-se que seus laços econômicos e familiares por meio do compadrio aparentemente reforçavam os la-ços com seus conterrâneos. Talvez esta tendência seja uma consequência das ca-racterísticas do recrutamento desta comunidade mercantil, que começava pela emi-gração para o Brasil seguida pela inserção inicial no Rio de Janeiro e o posterior estabelecimento em outras praças. Acrescenta-se que ao menos parte comerciantes nascidos no Brasil que se destacaram como padrinhos e na atividade mercantis eram filhos de portugueses.39 Este aspecto é um dos que deveram ser aprofundados nas próximas etapas das nossas investigações.

39 Sobre a formação da comunidade mercantil do Rio Grande de São Pedro, ver Osório (2007).

134 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

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“...ahora más que nunca quisiera ver a VM en nuestra compañía”

Lealtad y solidaridad entre hermanos en el largo siglo XVIII hispanoamericano

Josefina Mallo

Introducción

Los estudios sobre las relaciones intrafamiliares en el Antiguo Régimen han tenido un largo recorrido que analizaron las sensibilidades, las representa-ciones y las mentalidades. La llamada historia de las emociones, nos pro-

pone pensar a éstas como otra manera de juicio, distinto del racional, y sujeto como éste a sus contingencias históricas. En cierto sentido, la aceptación del amor romántico como una forma de expresión propia de la pareja en el antiguo régimen nos plantea estas formas de juicio que empiezan a colisionar en el entorno familiar.

El análisis de las estrategias basadas en recopilaciones de datos cuantitativos hicieron posible muy ricos trabajos que demostraron la amplitud de las redes pa-rentales, y que permiten poner de manifiesto la importancia de la mismas en el marco de la conformación de redes comerciales más extensas, también tenemos en cuenta que muchos suponen la equiparación de lazos familiares con la ubicación de los sujetos en un marco de parentela amplio.

En este sentido la historia de las emociones nos permite el doble juego entre el sujeto y sus distintos grupos de adscripción. Entre la disyuntiva que no plantearon la acumulación de estudios de casos en los cuales la elección del sujeto parece contravenir normas globales, la historia de las emociones sobre todo entendida como la historia de comunidades emocionales, ponen en juego una nueva selección de opciones para los distintos sujetos que no siempre son evidentes a partir de los documentos tradicionales utilizados en la elaboración de hipótesis relevantes para el estudio de familia de comerciantes.

Es por esto relevante tener en cuenta que, como sostiene Bárbara Rosenwein (2014) las comunidades emocionales tiene una gran similitud en su conformación y su funcionamiento con la comunidad de sociales, pudiendo un individuo per-tenecer a un conjunto diverso de comunidades emocionales que se intersecten o bien se incluyan unas a otras, incluso por periodos cortos de tiempo. Es por eso que este trabajo tiene como objetivo, en primer lugar, poner en duda la asimilación de miembros de la familia comerciantes con miembros de una red comercial, y al mismo tiempo incorporar los juicios emocionales, condición necesaria para el

138 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

análisis de una comunidad emocional, como un elemento más a tener en cuenta en la formulación y análisis de dichas redes.

Es necesario entonces que empezaron por definir qué entendemos por comuni-dad emocional y cuáles son las herramientas con la cuales trabajaremos este nuevo concepto. La historia de las emociones es fuertemente dependiente del giro lingüís-tico que tan fuertemente influenció a las ciencias sociales y las humanidades desde fines del siglo pasado. De hecho, las corrientes más importantes que han trabajado sus presupuestos teóricos derivan todas ellas de nuevos acercamientos a partir del lenguaje. Tanto la postura de Reddy (2001), quien ve en el lenguaje la posibilidad de analizar el régimen emocional de los hablantes, y a partir de este encontrar es-pacios de poder y resistencia, de enfrentamiento, la rebelión como la de Rosenwein quien encuentra que distintas comunidades elaboran reglas propias no solamente del lenguaje por medio del cual expresaron sentimientos concretos, sino que tam-bién es en el lenguaje en el que estas diferencias podrán ser mejor percibidas. Es importante destacar que ninguna de estas corrientes entiende al lenguaje solamente como su expresión oral o escrita.

El discurso pictórico, el musical, las normas de decoro son otras tantas formas de lenguaje a partir de las cuales reconstruir las emociones subyacentes. Pero la historia de las emociones va un punto más allá del simple análisis del lenguaje, también se orienta en la necesidad de la integración de nuevas disciplinas, heredera de la tradición de la historia de las culturas, de las mentalidades, de los núcleos de buen sentido, registra en el plano de los grupos sociales una cualidad de los sujetos históricos que es evidente en la historia política: la capacidad del sujeto históri-co de optar entre una serie de posibilidades históricamente configurada, entre las cuales ejercen su poder de raciocinio pero también dichas elecciones pueden verse influenciadas por factores distintos a la razón.

Entonces es importante ver a las emociones desde este paradigma complejo, evitando su reificación y construyendo categorías que, si bien tienen formas es-tables con propiedades inherentes, se constituyen en el marco de configuraciones cambiantes de eventos que son a la vez biológicos, psicológicos, sociales, espa-ciales y temporales (Ellis & Tucker, 2015). Interesada en poner en evidencia estos factores distintos la historia de las emociones parte del principio de que los juicios racionales no son los únicos juicios posibles y sobre todo no deberían ser los únicos juicios que los historiadores analicen.

Los juicios emocionales, los cuales suelen ser explicados por medio de su ra-cionalización, son un objeto de estudio válido para los historiadores, ateniéndose a cuestiones de tiempo, lugar y escala del grupo comunidad estudiado. Es por eso que el giro lingüístico significó un puntapié inicial para este tipo de estudios, en tanto nos permitió entender la configuración temporal de ciertas palabras. Para traer un ejemplo de la historiografía de la familia, Patricia Seed (1991) en su clásico estudio sobre la aparición del amor romántico como motivo para realizar casamientos en América a partir de finales del siglo XVIII, pone de manifiesto que lo que aparece no es el sentimiento en términos de que anteriormente no haya existido el amor (antes de dicha fecha recalca la apelación al “gusto” entre personas como motivo

139Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

de matrimonio), sino el cambio de época que significa el poner de manifiesto la existencia del sentimiento amoroso como una causa aceptable para establecer una alianza a largo plazo, mientras que anteriormente se consideró a la atracción amo-rosa un obstáculo para el desarrollo de un exitoso matrimonio, siempre y cuando se estuviese atento a que la pasión por su misma índole era fugaz en comparación a la larga vida que se esperaba que tengan en común los contrayentes, privilegiando en cambio otros condicionantes para vislumbrar el éxito de la futura alianza como eran la comunidad de intereses, de aficiones, de relaciones.

A partir de este ejemplo podemos ver como no solamente cambiará la denomi-nación de una serie de comportamientos (desde gusto o pasiones a amor) sino tam-bién cuáles son los resultados esperados para esta relación, los condicionamien-tos y las consecuencias esperables a partir de la exteriorización de un sentimiento determinado. Las relaciones intrafamiliares las que más se ha puesto énfasis en los estudios son generalmente relaciones paterno filiales o el cortejo. Las relacio-nes entre pares no son hasta el momento objeto interés amplio en los trabajos de historia social o cultural. En este contexto, dentro de la historia de la familia, las relaciones entre hermanos han sido privilegiadas en lo que Anderson (1994) de-nominó la rama económica de la misma, como decíamos al principio focalizada principalmente en la transmisión del patrimonio.

Ahora bien ¿cuál sería el resultado de entrecruzar los problemas y los métodos de ambas líneas de investigación? Los problemas planteados que recurren al análi-sis de redes para explicar conformaciones amplias de parientes y negocios ¿podrían ser analizados a la luz de la historia de las emociones? Para esto sería necesario pensar en primer término, cómo configurar la comunidad emocional que implique tanto la familia como los negocios. Esto plantea un primer inconveniente: la multi-plicidad de comunidades en las cuales se podría inscribir un sujeto.

En el presente trabajo proponemos acercarnos a las relaciones entre hermanos, por un lado, porque entendemos que es un tipo de relación que forma la urdimbre del tejido social, y en la base de muchos análisis que exceden los estudios familia-res propiamente dichos. La propuesta es aproximarnos examinando alguno de sus rasgos a través de la comparación entre correspondencia y literatura, discutiendo las expresiones de lealtad que entre ellos se presentan. Como hemos expuesto en trabajos anteriores (Mallo, 2016), en el presente se tiene presente la discusión en la cual el espacio privado también tiene dimensiones que deben ser analizadas. La discusión sobre la pertinencia de los ámbitos de lo íntimo. Esta discusión, imbrica-da con la anteriormente expuesta sobre el nacimiento en la modernidad de un có-digo de emocionalidad para ser desarrollada en el ámbito público, entendido como el ámbito de interacción social, pone en un plano de igualdad las relaciones que se establecen al interior de la familia, que sería el ámbito privado por excelencia.

El debate abierto desde las teorías feministas y retomado en la historia cultural (Chartier, 2007; Rabotnikof, 1998) también nos enfrenta a la necesidad de definir una tercera esfera de exclusión del otro, que es el ámbito de lo íntimo. Por lo tanto en el presente texto entenderemos a lo íntimo como el espacio de relación que se da dentro del ámbito de lo privado, en espacios en los cuales la elección de los tér-

140 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

minos de relación se opondrá a lo doméstico, entendido como el espacio de la casa en el que transcurre la vida familiar (Bolufer Peruga, 1998).

Las relaciones entre hermanos, tanto en el ámbito de la historia de la fami-lia como en el de las historia de las emociones, tiene una trayectoria que puede remontarse a mediados de la década de 1990 (Minnicelli et al, 2018). Los argu-mentos sobre la falta de interés que hasta ahora habían despertado son múltiples, y extensivos a otras ciencias sociales centradas en la familia: a partir del foco en el futuro (y por lo tanto en la filiación) que se puso en evidencia en el positivismo, el acercamiento a las familias occidentales se centran en las indagaciones sobre la conformación de las parejas o de las relaciones paterno-filiales. Desde las apro-ximaciones del paradigma posmoderno, los parentescos colaterales tomaron una nueva centralidad en el análisis (Carsten, 2004; Cicerchia, 1999). En varias disci-plinas los trabajos actuales ponen de relieve nuevos aspectos de las relaciones entre hermanos. Los estudios literarios tienen una larga tradición de análisis de mitos con especial énfasis en esta relación (especialmente la de hermano-hermana) desde el antiguo Egipto hasta Latinoamérica (Björk, 1963; Krauel, 2018; LaCocque, 2008; Quinones, 2014; Rosenberg, 1991; Sá, 2004). Muchos de estos mitos suelen ser organizadores de los símbolos sociales a través del incesto y la unión sexual entre hermanos. Por su parte, desde la psicología, el análisis de esta relación (mayor-mente en la primera infancia o en los procesos de duelo) ha producido numerosos aportes en los cuales se resalta su importancia en el proceso por el que el individuo construye su identidad y establece relaciones con sus pares (Castro & Fernández, 2015; Cicirelli, 1995; Ciompi, 2007; Edwards, 2006; Hindle & Sherwin-White, 2014; Resset, 2016).

El nuevo giro epistémico al poner en el centro de atención las llamadas rela-ciones de “elección” (amistad, formación de pareja) y el peso de esta elección en la consolidación de las relaciones internas a las familias permitió, en el campo de la historia, que las relaciones entre hermanos y primos (y otras, como las de amistad) estén siendo analizadas a la nueva luz de estas tendencias, encontrándo-las como un importante componente tanto de la vida doméstica como económica en distintos lugares y grupos sociales en las cuales está siendo estudiada (Calvi & Blutrach-Jelin, 2010).

Estas nuevas perspectivas suponen la lectura de la familia no ya desde el li-naje o los ancestros, la familia genealógica, sino desde redes de parentesco más amplias y horizontales (Bestard, 1998; Cicerchia, 1997, 1999, 2012), en las que según Davidoff (2005), se puede ver el paso de estados cerrados y jerárquicos a la mayor movilidad de capitales y el avance de la meritocracia. A partir de mediados de la década pasada, se han extendido los estudios sobre la importancia capital de las relaciones entre hermanos en el periodo que aquí presentamos, centrando dicho análisis en las transmisiones de herencia y las relaciones de poder y política, tanto intra familiares como en sus expresiones sociales. Este campo de estudio, sin em-bargo, es marginal en lo que a la historiografía sobre el papel de los afectos ocupa en esta relación (Figal, 2009; Hemphill, 2011; Lahtinen, 2007; Ortega-del-Cerro, 2016, 2018; Signori, 2005).

141Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

Ésta, tal vez la más larga en las expectativas de los individuos, no está exenta de dificultades en su análisis. La cultura europea, con su mandato heredado de la tradición judeocristiana de ser el guardián de su propio hermano, paradójicamente emparejado con el fratricidio original de Abel, nos lleva a plantearnos la polisemia de los términos hermano y fraternidad, sororidad o hermandad. Esta paradoja se vuel-ve explícita al analizar las extensiones de los términos al campo de la política. Los filósofos franceses concebían la fraternidad como un instrumento de progreso desde un pasado violento hacia un futuro de paz perpetua. Un nivel muy distinto estaba presente en otros textos del mismo periodo, sobre todo en aquellos que plantean las relaciones entre los “hermanos de armas” (Figal, 2009), o las actuales investigacio-nes sobre estas relaciones (Alfani, Gourdon, Grange & Trévisi, 2015; Borello, 2010; Doyle, 2003; Eyford, 2015; Fazio, 2010; Kolly, 2008), las que devuelven centralidad al vínculo no solamente en términos de afectividad sino también en el papel que la misma juega en la construcción de los lazos hacia afuera de la familia.

En trabajos anteriores (Mallo, 2001, 2010, 2014, 2017, 2018), poníamos de relie-ve la continuidad de ciertas particularidades propias de las relaciones entre hermanos, como el carácter nodal de la mujer en la relación, la costumbre de enviar noticias no solamente de los miembros de la familia sino también de vecinos y amigos, el apoyo tanto económico como afectivo que se brindaba entre los mismos y la preocupación de los hermanos por la situación de los padres e hijos respectivos. Estas prácticas, y sus registros en la correspondencia y las obras literarias, nos permitirán, a lo largo del presente trabajo, explorar el papel que la lealtad jugaba en este entramado.

Nuestro estudio se basa parcialmente en la reconstrucción de relaciones fa-miliares a partir de la correspondencia encontrada en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (en adelante, AHPBA). Esta correspondencia, en su mayoría en la Sección 3 de dicho archivo, recopila la correspondencia de dos Es-cribanos Mayores del Cabildo, Facundo de Prieto y Pulido y Marcelino Callexas Sanz, y de varios de sus clientes en la procuración de distintos casos que llevaron delante. La muestra suma 122 legajos, entre las cuales la correspondencia entre hermanos suma treinta legajos específicamente. Algunos contienen, sin embargo, más de una misiva, mientras que otros solamente una. La extensión de las mismas es sumamente dispar. Ciertas cartas, especialmente las escritas por mujeres, suelen tener dos e incluso tres carillas, algunas otras no superan las diez líneas. Es tam-bién importante remarcar que, al haber sido varios de los emisores estudiados en los comienzos de sus carreras, al menos, miembros de los sectores comerciales de Buenos Aires, varias se refieren tanto a asuntos familiares como a situaciones co-merciales, siendo difícil establecer en las mismas cuál es el carácter predominante.

El método llevado adelante para intentar una reconstrucción de los motivos y expresiones en estas misivas ha sido múltiple. Por un lado, se ha buscado la reite-ración de tópicos, a mayor brevedad de la misiva (algunas de ellas no superan las diez líneas), se les ha otorgado mayor valor simbólico. Los tópicos así rescatados han sido principalmente cinco: los lazos de solidaridad entre hermanos, expresados como apoyo moral e intercambio de expresiones de afecto y/o preocupación; las relaciones de estos hermanos con otros miembros de la familia, diferenciando entre

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padres, menores y otros hermanos o parientes colaterales; en tercer lugar, las rela-ciones con el resto de la comunidad tanto en Europa como en el Virreinato del Río de la Plata y, en última instancia, las noticias referidas a las situaciones económicas entre hermanos cuando éstas están relacionadas con actividades comerciales que, en el contexto de la carta, demuestren ser parte de una relación comercial a largo plazo de aquellas circunstanciales o que signifiquen el pedido de auxilio económi-co fuera del contexto de una relación comercial.

En particular, el primer tópico ha representado un desafío mayor. En la búsque-da del apoyo moral y las expresiones de afecto, el uso de fórmulas de llamamiento no debe ser descartado. Las diferencias entre las fórmulas también han sido con-sideradas. Un lugar central en el análisis es la referencia a los demás miembros de la familia. Ha sido difícil medir la relevancia de estas menciones, y la importancia que las mismas representan en la solidez de las relaciones. El carácter parcelario de los documentos trabajados no permite, en este contexto, más que indicios frag-mentarios. Las constantes referencias a las redes que los distintos miembros de la familia mantenían, tanto en España como en el Virreinato, son analizadas con el objetivo de establecer como fueron las prácticas en las que los sujetos se servían de sus familiares para mantener los lazos sociales a pesar de la distancia, con el pro-pósito de matizar otras formas de solidaridad y reaseguro que exceden a la familia misma, permitiendo el análisis del juego entre la esfera privada de la familia y la más ensanchada de la comunidad.

Un análisis especial y diferenciado han merecido las novedades económicas. Se ha separado durante el estudio las cuestiones relacionadas con transacciones comerciales en las cuales se veían involucrados los miembros de las familias, de las que se solicitaban u ofrecían como remedio a situaciones específicas, pero depen-diendo de modos de subsistencia distintos de al menos uno de los miembros. Los niveles de solidaridad en este último caso también han sido examinados a la luz de la provisión de auxilio sobre todo a los miembros más indefensos de la familia, principalmente ancianos y niños. En este sentido, es también importante señalar que continuamente se ve una imbricación entre los aspectos afectivos y los llama-mientos morales y los pedidos de auxilio o continuidad en las remesas.

El correo nos permite percibir la circulación de noticias tanto de índole personal como familiares. En la correspondencia original que hemos analizado no tenemos más que el flujo de cartas en un sentido, pero la costumbre de referirse la carta que se estaba contestando nos permite analizar el flujo de información. Las noticias de índole personal (casamiento, cambios de situaciones laborales, nacimiento de hijos) son parte fundamental de dichas comunicaciones. Es notorio, sin embargo, que aunque ocasionalmente se encuentran cartas de otros miembros de la familia, es siempre uno de los que quedan el corresponsal principal:

“…hace mucho sin noticias suyas. Sabemos, por el primo victor Ca-llexas, que VM ha perdido solo el empleo y esas noticias se le han dado a madre y hermanas y a su madre de VM, quienes quieren tener noticias suias” (AHPBA 3.2.2-38, 1789).

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“Madre qeda buena a Ds gracias buena solo que Baldomero ba para quatro meses que esta malo.Testimare lemandes la caja para que sea-legre y estar contento pues que Madre y el piensan que yo te he pri-bado de mandes lo que puedas” (AHPA 3.3.6.159, 1785).

La situación política imperante es también el disparador de fuertes situaciones emocionales que llevan la comunicación a planos más íntimos, mientras que en otras, anteriores a los conflictos generados por las invasiones napoleónicas, nos presentan una larga relación de situaciones familiares signadas por la cotidianei-dad. Las cartas que manda Polonia Sangrador a su cuñado continúan demostrando la confianza, el trato de hermanos, entre parientes políticos. Luego de relatarle las circunstancias de su huida del ejército napoleónico, pasa a pedir apoyo moral para su marido, quien se encuentra herido y profundamente abatido:

“…ahora más que nunca quisiera ver a VM en nuestra compañía, para que anime a este pobre hombre que está sumamente acobarda-do, a pesar de que yo le animo cuanto es posible, y aseguro así que siento infinitamente, porque por mi estos malos ratos, porque Dios me ha dado el valor suficiente para superar estos trabajillos y solo lo desearía padecerles yo sola porque me llega al alma todo lo que sufre mi amado Manuel.

Quiera el señor sacarnos a paz y salvo de todo y nos conceda ver a VM en nuestra compañía, su afmma hermana Serv. S.B.S.M” (AHP-BA 3.2.2-37, 1810).

Aunque en muchos sentidos se aparte de nuestras maneras de entender la muerte de un hijo, la carta que escribe Ramón García Pérez a su hermana y cuñado con motivo de la futura muerte de su criatura:

“Acava de llegar el correo el 27 del que corre, de hoy y en rezibi una de vm por la que veo gozan de toda salud todos vms dexeccion de mi am(te) sobrino que si Dios llegase a llevearselo p(ara) si nose intris-tezca sino alegrese, lo 1° que tendra en el cielo quien rugue por vms, y lo 2° se haorraran de algunas pesadumbres que los hijos damos a los Padres, bien que todo senos disimula por el grande amor y cariño que entrañablemen(te) nos tienen, yo harto lo siento, poner quisiera que pase este el primero” (AHPA 3.1.01-38, 1789, f. 28).

Los conflictos dentro de la familia, muchas veces, muestran enfrentamientos o re-clamos de lealtad que trascienden el ámbito íntimo. Podemos notarlos en el contac-to con un hermano emigrado a América. Ramón García Pérez se escribió con sus dos hermanas, y mientras una de ellas (Josefa), parecía ser la más asidua correspon-sal, mantuvo con él transacciones comerciales menores que le permitirán aumentar su prestigio (comprándose un aderezo de brillantes) y le pidió constantemente trato

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de hermano con su marido, al mismo tiempo interfirió con la comunicación con el resto de la familia, situación que llega a su punto máximo de tensión hasta que el hermano hubo de abrir un nuevo circuito de correspondencia. La otra hermana (Pepa), aparentó cordialidad, pero en sus cartas demostró su molestia por la situa-ción. El hermano varón, Bartolomé, fue siempre relegado a un plano segundo, en-fermo de melancolía, dentro de un relato que al mismo tiempo despliega el conflic-to doméstico, en el que los actores pusieron en juego las distintas construcciones de relaciones internas que se han generado:

“…te lo estimare mucho también escribas a madre y a Baldomero, como asi de remitir la caja de Baldomero pues si no lo haces asi siempre estaremos en una contienda llena de disgustos pues que se les ha metido en la cabeza a el y a Madre que yo te abia escrto que no se la mandases mas y asi te he buelto a pedir amor de Dios que se la mandes que si el rosario que me has enviado fuera de la caja ya se lo tenia dado diciendo lo que mas a precio Baldomero ya ba por quatro meses mas que esta padeciendo mal una melancolía tan grande que no hai gusto para el yo no se que tiene ni que se a metido en el porque pasaron dos meses que no habla palabra ninguna con especial con los de la cassa sino si aun, pues Madre se consume pero a la verdad su parte tiene la culpa y siempre que me escribas o a tu cuñado nunca nos mandes adentro carta ni para Madre ni para Baldomero pues hasta en eso piensan nosotros te lo pedimos el que las mandes con las nuestras pues lo mismo es recibirlas y llebarselas a Madre que no pone buena cara y dice que mejor fuera que se las enviases sola a ella y que no sabe porque hacer eso pues tanbien a presumido nos habias enviado el poder para hacer las partijas y que le abiamos acreditado nomas de por habertu enviado la carta dentro de la de Miguel y así por letramos de estos enredos la escribas por aparte a ellos. También escribas por aparte a Pujadas y a Pepa que sienten mucho no tener carta tuia” (AHPBA 3.3.6-159, 1780).

Esta carta en particular nos permite percibir el complejo recorrido de las relacio-nes intrafamiliares, en las cuales las lealtades de Ramón se veían divididas entre la debida a su madre y a su hermano, y a cada una de sus hermanas por separado. En este conflicto, la partición de la herencia pone en relevancia no solamente las expectativas (todos esperaban recibir correspondencia directamente, lo que habría señalado un mayor grado de lealtad), sino también de las tácticas desplegadas para su consecución. Mientras que María Josefa se ponía en un lugar vulnerable, al ex-presar abiertamente no solo el conflicto que requería una acción directa por parte de Ramón sino también al describir la situación de su hermano y mostrar su falta de recursos. Por otro lado, y si bien no se han encontrado en los legajos la co-rrespondencia cruzada entre Ramón y su madre o Bartolomé, es posible suponer que sus quejas no fueron presentadas a este, sino expresadas a María Josefa como

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forma de reconocimiento en el avance de las particiones. Es interesante destacar la escasa mención a Pepa, de quien sí queda abundante correspondencia y por medio de la cual es posible ver los lazos igualmente estrechos que la unían a Ramón. Sin embargo, otro corpus de correspondencia nos permite indagar cómo, frente a la dificultad de uno de los hermanos, los demás responderían expresándole su lealtad en términos que comprometerían el conjunto de la honra familiar:

“No se como explicarte la grande aflicción de todos tus hermanos al saber por la tuya fecha 10 de julio la perdida de caudal por causa de tu Compañro, pero sobre lo que todos sentimos es tu arriesgada determinación de un viaje tan dilatado, de dos o tres años ausente de tu Esposa, y expuesto a los riesgos inevitables en tan penoso camino, y tan distinto clima como el que habitas, que no te hubiera faltado en Buenos Aires y aun en España industria con nuestro amparo para mantenerte con decencia” (AHPBA 3.1.14.144, 1784).

Y también Pedro, quien puso de manifiesto la opinión de varios sujetos llegados a España desde Buenos Aires, quienes ya acontecida la ruptura de la sociedad comer-cial, habían dado cuenta del comportamiento de Marcelino: “…lástima que te tenían por tu aflicción temida y ocasionada por dicho Ramón, que no me ha cabido duda creer cuanto malo me han dicho de él y bien de ti, sin que por eso me moviese la pasion grande que e tengo pues conocia en los sujetos no eran nada lisonjeros y que si hubiese en i alguna culpa la dirian de buena voluntad” (AHPBA 3.1.14.144, 1784).

La lealtad es un lazo recíproco, que toma también la forma de auxilio econó-mico. Joseph de Prieto le escribió a su hermano varias cartas expresando su preo-cupación por su salud:

“Hermano y querido mío me alegrare que esta te alle con la cabal saluz que yo para mi deseo la nuestra buena para lo que quisieras mandar que lo haremos con mucho gusto. El motivo de escribirte es por saber de tu salus y deci las de casa pues estamos con quidado desde que me escribio la niña que te daban unos dolores que te degaban muerto. Me diras que emos de azer de los mios que no podemos darles escuela porque este pais esta muy malo que el frances lo a puesto muy malote suplico mires nuestra madre y por nosotros que bendito Dios para todo tiempo nuestra necesidad es gande pues mallo con cinco yjos que me comen lasasaduras y poco me dcho para mantenerlos. Puedes dar un abrazo a mi ermana y sobreina y a Marcelino con esto ceso y no de rogar a Dios por buestra salus y quien de corazn contesta th ermano del alma Joseph de Prieto” (AHPBA 3.1.14.60, 1808).

“Querido hermano Ramon los trabajos que has experimentado en este biaje a Lima como me dijo nuestro cuñado Miguel me han movido de corazón por lo mucho que te estimo en cuia virtud inmediatamen-te mande a trabajar 6 camisas […] para que con este poco refrigerio

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puedas con algo experimentar mi cariño entre que no otro nada de esto necesitas no obstante tengo acordado…” (AHPBA 3.3.6-159, 1789).

Y, por supuesto, la lealtad será fundamental para extender y sostener las redes pa-rentales y vecinales. Las noticias familiares no ocupan siempre un lugar prepon-derante, sobre todo cuando se refieren a familiares que no comparten la unidad doméstica, o no han formado parte de la familia nuclear:

“Después del fallecimiento del padre, ha muerto también su hermana Margarita. Petra está bien, por casarse con el primo Fernando Arre-daro Diago. Todos los sobrinos estan bien.

Recomienda a unos comerciantes de Lisboa que van a Buenos Aires para que los proteja: TM y SE Montesano” (AHPBA 3.3.6-146, 1784).

“Dn Nicolas pasa, el que puedes encomendar a Dn Irias en casa de Dña Fca. Aser una visita de mi parte y le participaras mi feliz parto que tiene una criada mas que no le escribo hasta que salga de aquí un barco catalan que esta de carga y ahora dicen que saldra luego y tambien a Dn Jose daras de mi parta a la sra Madre de Dn Manuel de Gardeazabal a Dña Fca y Dn Jaime, a Dña Josefa a Dn Marcelino y tu las recibiras de Pepa, Pujadas, Madre, ermano Miguel, Dn Mauel Fandiño y todos los amigos y mias…” (AHPBA 3.3.6-159, 1783).

Pero, si bien el mantener contacto con aquellos de la tierra natal siguió siendo la forma dominante (debido a que principalmente éstas son las relaciones que les han permitido a algunos de ellos trasladarse a América), el centro de la información estuvo dirigida a los asuntos familiares o de comercio, y el intercambio de informa-ción sobre terceros fue, en esta época, mucho menor que durante la primera etapa de la migración. Como si la estancia fuera transitoria, que es un tema silenciado, al contrario de lo que sucede en el periodo temprano colonial, se les daban breves noticias de algunos vecinos y relaciones.

Existen casos en los que se encomendaron a futuros aprendices o pasantes de comercio, que suele ser la forma en la que se establecen las nuevas pautas de mi-gración entre los comerciantes-burócratas de Buenos Aires, quienes forman este segundo cuerpo. Hay pocas referencias a vecinos en cuanto a sus familias y sus asuntos, al contrario de lo que acontecía al comenzar la ocupación americana. La comunicación es más práctica y efectiva, relacionada con temas comerciales y fa-miliares casi exclusivamente, y a lo sumo a temas políticos.

Los padres que habían quedado en España, fueron, necesariamente, cuidados por la familia que allí vivía. Sin embargo, las noticias con respecto a ellos fueron siempre centrales en la comunicación, y si bien no quedó registro de la correspon-dencia directa entre las madres y sus hijos (salvo una carta dictada por la madre de Prieto a mediados de la década del 70 para comunicarle que había quedado ciega),

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todos los hermanos esperaban, tanto en virtud de mantener el lazo con ellas como también como reciprocidad a las propias relaciones entre hermanos, amparo para las mismas. Generalmente la solicitud es que mantuvieran comunicación directa-mente (como hemos visto entre los hermanos Callejas), pero también, dada tal vez la situación económica más desahogada de Prieto y Pulido, José de Prieto le solici-ta numerosas veces dinero para hacerse cargo de los costos médicos de la atención de su madre anciana (que está por alcanzar los 80 años).

El sainete, como forma de teatro popular, encontrará en el periodo que estamos analizando su primera forma estable. Se halló, en este momento, con la doble mi-sión que la Ilustración le daba en tanto reflejo de la sociedad y portador de tipos ideales que se esperaba las reformas incitaran a establecer. Sin embargo, y justa-mente por ser un tipo nuevo que traía por medio de la comicidad y el ridículo estos arquetipos a la luz, su intrínseca crítica social se desplegó en un campo en el que su antecesor, el entremés, había resultado más comedido (Peytavy, 2011).

En este sentido, es importante tener en cuenta algunas consideraciones sobre como ya el teatro del siglo de oro presentaba los temas considerados demasiado escabrosos para la sensibilidad de la época, así como para esquivar las considera-ciones por las cuales la inquisición podría, eventualmente, censurar una obra:

“Hay que tener en cuenta que gran parte del problema que se les presentaba a los autores era rehuir de escenificaciones vulgares. Es-tos tópicos alcanzaban a la muerte y a la sexualidad, y a las formas más crueles de la violencia (no entraban un lance a espada en esta categoría, como tampoco agresiones correctivas a sirvientes, pero sí las agresiones a mujeres, más allá de su relación con el agresor) que sucederán entre bambalinas y serán narradas por los testigos o prota-gonistas para permitir el desarrollo de la acción teatral. La censura, además, excluía cualquier interacción considerada sexual en escena” (Sáez y García, 2013: 622-623).

Pero estos mismos límites fueron objeto de polémica, en tanto la Inquisición acu-saba al teatro de ser escuela de vicios, los autores se defenderán con un argumento igualmente de peso, que es la recurrencia a la tensión dramática, la verdad teatral que tratará de sumergir a los espectadores en una situación que pueda ser vivida como propia, y cuyo final generalmente se aparta de las situaciones pecaminosas.

Otra acusación que enfrentaban los autores de sainetes era el costumbrismo. El propio Ramón de la Cruz, autor que he seleccionado por su carácter emblemático en la producción de la época, protestaría contra esta reducción de sus intereses: “No hay ni hubo más invención en la dramática que copiar lo que se ve, esto es, retratar los hombres, sus palabras, sus acciones y sus costumbres […] Yo escribo y la verdad me dicta” (Cruz, 1786b, p LIV y ss.). Por lo tanto, considerando no los tipos ideales que esperaba la Ilustración sino la poética misma de la obra es que podemos coincidir con Sala Valladura:

148 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“De conceptuar al realismo literario como espejo de la vida, Ra-món de la Cruz retrató con la fidelidad que le permitía el género sainetesco la vida –anecdótica, exterior en muchas ocasiones y con un estricto behaviorismo si se quiere– de su época y su geografía. Aunque a veces –hemos citado una de sus zarzuelas de costumbres campesinas– fue costumbrista, no siempre se limitó a una inmovili-zación de la realidad, moviendo los hilos de sus figuras y anécdotas mecánicamente” (Sala Valladura, 1994: 41).

Hemos seleccionado para el análisis unos pocos fragmentos, debido a lo extenso de la obra del autor, en la cual muchas veces sus personajes principales son hermanos, e incluso su relación es el centro de la trama. En una de sus obras más estudiadas, y también de las más populares, “El Muñuelo”, de la Cruz nos plantea la tensión que, entre el amor a sus prometidas y a sus hermanas, sienten los protagonistas:

“PIZPIERNO ¿La Curra fue?

ZAQUE.La Curra.

PIZPIERNO.¡Qué contraste siente mi corazón , y qué batalla

de afectos divididos! De aqui tirael amor, de aqui afloxa y me desarma

la sangre el brazo: la naturalezame dita compasión : amor venganza” (de la Cruz, 1791: 250).

El conflicto tenía un desarrollo simple y en un encuadre arrabalero: las hermanas de dos presidiarios, a la vez prometidas entrecruzadas con ellos en matrimonio, habían peleado por un buñuelo en una fiesta, y en el desenlace del enfrentamiento, la Curra había levantado las faldas de la Pepa y la había golpeado, dejando sus partes expues-tas a la concurrencia, altercado que solamente se verá saldado con la intromisión de la autoridad, si bien las mujeres habían resuelto sus diferencias en pro de realizar sus casamientos. La duda entre la hermana y la futura mujer realza los lazos de lealtad que los hermanos suponen iguales entre dos relaciones marcadas por la cercanía. Esta tensión entre las lealtades del matrimonio y las esperadas de los hermanos no siempre son conflictivas, pero sí ponen de manifiesto la tensión que el amor romántico hacía aparecer entre las relaciones intrafamiliares. La lealtad y los lazos que extiende el matrimonio, si bien basados en el amor se suponen fortísimos, a la muerte de uno de los cónyuges puede ser revivido por un nuevo enlace, mientras que la especificidad de las lealtades entre hermanos no tiene posibilidad de ser restituida:

“Paquala[…] hice por tí. Perdona

si en este lance me aplaudo

149Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

de fina , pues no lo debesextrañar , considerando

que si perdiste un marido,también yo perdí un hermano

al mismo tiempo. ¡Ah, Leonor!¡Y que diferencia halloentre tu pena y la mía ,

si a buena luz lo miramos!pues tu juventud , belleza,

tus gracias y tu recatohallarán otro mas digno,mas galán y afortunadoesposo , entre los que ya

por serlo están suspirandoá tus puertas ; pero yotodo lo perdí, faltando

mi único apoyo , sin que hayamedio para recobralo (Cruz, 1786a: 286).

También la lealtad exige por parte de los hermanos la enmienda de los errores, ex-tendiendo su lealtad a costa de sus sinsabores personales, y disculpando los estados de ánimo que estos errores pudieran causar, desplegando estrategias varias para señalar su ausencia en un momento determinado:

“D Albertoya hablaremos, prosigamos.

Yo la obigué á permitirse embarcase Don Serapio :

yo traje una hermana de este ,que es Doña Pasquala, al ladode Leonor, mientras su viage;siendo sus genios un varios

como la noche del dia :ya los habréis penetrado.

Leonor es prudente, nuncame reconvino ; pero hartome persuade su silencio

la obligación en que me hallode asistirla , de vengarla,y de resarcir los daños,

que á su quietud é interesesmis ligerezas causaron” (de la Cruz, 1786a: 255-256).

carolina
Resaltado
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150 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Podemos encontrar claros indicios de la calidad material que los lazos de leal-tad despliegan, incluso enfrentándose a las incipientes necesidades individuales que comienzan a señalarse a lo largo de las obras del periodo como manifestacio-nes de la modernidad. En este contexto, el recurso a la lealtad no apela al protocolo anterior de identificación familiar, sino a la calidad de los sujetos involucrados:

“Diego[…]¡ay de aquel

hombre que tiene guardadossus frutos y sus tesoros,

ó se atrebe á malgastarlosen vicios y diversiones,

quando vé que á sus hermanospara el abrigo y sustento

les falta lo necesario!Esta no es piedad; es deuda” (de la Cruz, 1787: 264).

Algunas consideraciones en torno a la lealtadEn los casos hasta aquí revisados, puede afirmarse que el papel de las mujeres era central en la relación entre hermanos. En principio, por la correspondencia analizada, parece factible sostener que las relaciones entre parejas hermano-hermana está teñida de una mayor expresividad en las relaciones, el espacio íntimo permite una manifes-tación más libre del cariño. Coincidimos con Hemphill (2011) en que en este periodo las relaciones entre hermano-hermana parecen disfrutar una suerte de igualdad como miembros de la familia que comparten una generación, siendo esta igualdad vista como ajena a las posiciones en principio desiguales que su cultura parece conferir a los hombres y mujeres en sus relaciones, tratándose entre ellos con un alto nivel de confianza y cariño. Hemphill incluso sostiene que el papel de las hermanas puede suplantar a la madre, o convertirse en una madre putativa, pero esta es una afirmación que el estado actual de nuestras investigaciones no nos permite asegurar.

Para la reconstrucción de esta relación es también relevante tener en cuenta el significado de otras formas de gestualidad entre estos hermanos.

En este marco general el tema del presente trabajo, la lealtad entre hermanos parece, en algunos rasgos, solaparse con aquellos de la honra y el afecto. No des-cartamos esta lectura, sino que nuestra propuesta es que la lealtad es una dimensión en el plano de lo íntimo, en tanto un juicio emocional que, si bien los autores pue-den poner en palabras o actos, presupone una cierta “irracionalidad” que solamente emerge frente a las disposiciones que toman.

En el caso de las expresiones dramáticas esto es más visible, presentándonos tres competencias específicas de esta en las relaciones entre hermanos: en primer lugar la elección de las mismas, frente a otros intereses que pueden tener los sujetos, si tenemos en cuenta que, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia para el año 1778, la lealtad es “la fidelidad con que se hace alguna cosa, conforme á leyes

151Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

de razon y justicia. Es virtud del ánimo, y siempre resideen el inferior respecto de su superior, ó en el igual respecto del igual, porque siempre consiste en la observancia de la fe que se debe”, y que estos igualan a los debidos a los tratos de su elección.

En segundo lugar, la imposibilidad de reemplazar los lazos que esta establece con ninguno de otro tipo. Tanto en el apasionado pasaje de Pasquala, como en la corres-pondencia, nos encontramos con lealtades que no pueden ser ni siquiera complemen-tadas por aquellas ofrecidas por otros hermanos, que existen y se respetan (ver la prudente actitud de Josefa con respecto a Pepa, de quien supo que mantenía lazos correspondientes con su hermano, pero no así con Baldomero, al que, aún enfermo y digno de consideración, pone en un doble papel de aliado con la madre y extraño que mantiene una comunicación escasa y formal, carente de contenido), o que son reforza-das por medio de expresiones de compenetración y de participación activa en la exten-sión de las mismas, como demuestran las sucesivas cartas de los hermanos Callexas.

Por último, pero no menos importante, la dimensión material de esta relación. Claramente la participación de Diego nos presenta al socorro material como una de las emergencias de esta lealtad cuya falta, además de una posible marca moral sobre el individuo, suponía una inversión en los términos de las expectativas que “no es piedad, es deuda”. Es en este tono que pueden entenderse no solamente los requerimientos de Josep Prieto a su hermano, más allá de las hipérboles de pobreza que puedan plantearse (mis hijos me comen las asaduras) sino también de expectativas de su propio ofrecimiento, en tanto que le pida que Facundo sea quien participara en las decisiones económicas para la manutención de su familia.

Parece tener un papel significativo el intercambio de regalos. Aunque, en otro registro, el socorro económico entre hermanos era esperado, pero no necesariamen-te entendido como obligatorio. Esta falta de solidaridad económica parece primar en la correspondencia entre Buenos Aires y la metrópolis. Tanto Marcelino (que se introduce en la red comercial en la que ya están insertos sus hermanos, por lo que tal vez tampoco estaba esperando una respuesta entendida como desprendimiento) como Ramón solicitan convertirse en corredores de mercancías enviadas por sus hermanos. En el caso de las hermanas de Ramón, además, esta práctica estaba en los márgenes de aquello que la legislación permitía.

La costumbre de enviar noticias no solamente de los miembros de la familia sino también de vecinos y amigos, permitía estrechar este círculo de intimidad que se per-mitía entre los hermanos, habilitando que las diversas comunidades a las que perte-necían los individuos se mantengan en contacto, poniendo en tensión sus asunciones.

Resulta insoslayable tener en cuenta la reciprocidad de la obligación que apare-ce en las cartas desde España a los migrantes en Buenos Aires sobre las responsa-bilidades que el cuidado de los mayores genera, tanto económicamente como en el gesto mismo de la comunicación personalizada.

Pero esta dimensión tiene también una expresión que, si bien no será material en tanto provisión de dinero o bienes, estará dada en la publicidad de dicha lealtad por medio de acciones que involucren a actores ajenos al ámbito de lo doméstico. La venganza que Alberto sabe que le debe a su hermana Leonor es un gesto que, promediando la obra, lo obligará a enfrentar múltiples actividades que pusieron su

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nombre en entredicho, mientras que las acciones ejecutadas por los hermanos Ca-llexas al discutir la situación de su hermano con otros comerciantes, no solamente en apariencia era arriesgada en tanto ponía en juego su honra como comerciante. En una época en la cual la confianza era central en el tendido de redes comerciales, el socavar la credibilidad de un comerciante-importador afincado en América entre los exportadores españoles tenía una materialidad muy concreta.

FuentesAHPBA 3.1.01-38. (1789, 1784) Varios, papeles sueltos.AHPBA 3.1.14.60. (1808, Badajoz) José Prieto a Facundo de Prieto y Pulido.AHPBA 3.1.14.144. (1784) Antonio y Pedro Callexas Sanz a Marcelino Callexas.AHPBA 3.2.2-37. (1810, diciembre 3) Polonia Sangrador a su cuñado.AHPBA 3.2.2-38. (1789, abril) Antonio Mateo Diego Callexas e hijos a Marcelino Calleja Sanz.AHPBA 3.3.6-146. (1784, La Coruña-1785) Pedro Callexas a Marcelino, su hermano.AHPBA 3.3.6-159. (1779-1789) María Josefa García a su hermano Ramón García Pérez.

CRUZ, R. de la (1786a) “El extranjero”, en Teatro, o colección de los sainetes y demás obras dramáti-

cas, Tomo 2, Madrid, Imprenta Real.(1786b) Teatro, o colección de los sainetes y demás obras dramáticas, Tomo 2, Madrid,

Imprenta Real.(1787) “La espigadera”, en Teatro, o colección de los sainetes y demás obras dramáti-

cas, Tomo 4, Madrid, Imprenta Real.(1791) “El Muñolo”, en Teatro, o colección de los sainetes y demás obras dramáticas,

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En Casa…Prácticas incestuosas y familias

Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIXNotas para su análisis

M. Pablo Cowen

Introducción

En 1633, el dramaturgo John Ford estrenó una obra de teatro de nombre sono-ro: “Tis Pity She’s a Whore”, es decir, “Lástima que sea una puta”. Sus dos protagonistas, Giovanni y Anabella, eran hermanos de sangre que desarro-

llan una enorme atracción mutua y, animados por su tutora Putana (!), decidieron consumarla en secreto. Desgraciadamente, lo que siguió es una serie de catastró-ficas desdichas que acaban con Putana cegada y quemada en la hoguera, Anabella con el corazón literalmente ensartado en una daga y Giovanni apuñalado por un asesino a sueldo. Y, sin embargo, muchos críticos consideraron que la obra era demasiado permisiva con el incesto (Ford, 2002).

Los tabúes en contra del incesto tienen una base biológica clara: la descenden-cia endogámica adquiere una variabilidad genética reducida, y por tanto una mayor probabilidad de desarrollar problemas físicos hereditarios, desde hemofilia (como pueden acreditar las casas reales europeas) hasta cretinismo o deformaciones físicas. Tradicionalmente, sobre los hijos nacidos de un incesto pesan abundantes prejuicios y prevenciones, y no es infrecuente que se les considere malvados, frutos de “la mala sangre”: en la leyenda artúrica Sir Mordred, el antagonista de Arturo, es el hijo bas-tardo del rey y su media hermana Morgause. En “Juego de Tronos” la psicopatía de Joffrey Lannister se explica por su origen incestuoso, y si la mitad de los Targaryen no están mejor es por demasiadas generaciones de bodas entre hermanos de sangre.1

Según la teoría freudiana, durante el desarrollo infantil aparece una serie de emociones bautizadas como “el complejo de Edipo”: el deseo inconsciente de man-tener relaciones sexuales con la madre y matar al padre o viceversa en el equivalen-te femenino propuesto por Jung, el complejo de Electra.

Para nuestro análisis hemos tomado como marco espacio-temporal la provincia de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX, considerando tres variables

1 Anónimo del siglo XIII Historia de Merlín, Madrid, Siruela, 1998; MALORY, Th. La muerte de Arturo, 3 Vols., Madrid, Siruela, 198; GARCÍA GUAL, C. Historia del rey Arturo y de los muy nobles y errantes caballeros de la tabla redonda, Madrid, Alianza Editorial, 2003;. PASTOUREAU, M. Una historia simbólica de la Edad Media Occidental, Buenos Aires, Katz, 2006; MARTIN, G. R. R. A Game of Thrones. trad. de Cristina Macía, Madrid, Gilgamesh, 2002 [1996].

158 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

esenciales: la legislación vigente, las consideraciones ético-morales dominantes y una descripción sobre las circunstancias en que se dieron estas prácticas sexuales en el marco de la vida familiar.2

Los casos de incesto que hemos analizado deben enmarcarse en lo que se deno-mina abuso sexual infantil, que da cuenta de la participación de un niño o niña en actividades sexuales que no comprende plenamente y en las que no puede consentir con conocimiento de causa, o para las que no está suficientemente desarrollado o que trasgreden leyes o prácticas sociales tenidas por inconvenientes. Estos niños pueden ser objeto de abusos por parte de personas que por su edad o estado de de-sarrollo, estén en una condición de responsabilidad, confianza o poder en relación con su víctima (Butchart et al, 2009: 10).

La niñez se puede caracterizar, entre otros aspectos, por su “fragilidad”, dada por una condición de desarrollo físico-psíquico en desarrollo. Los casos que a con-tinuación analizaremos son lo suficientemente representativos de una parte de la imagen que el mundo adulto se forjó de sus representaciones sobre las infancias (Levaggi, 1972).

Hemos utilizado como fuentes primarias expedientes civiles y criminales, doctrina jurídica y legislación así como sentencias de moralistas y teólogos. Los marcos dados en los mecanismos judiciales constituyeron la geografía en que se pusieron en juego leyes, creencias y comportamientos que inquirían no solo a los individuos sino también a las instituciones. Indagar sobre estas variables nos per-mite no solo reconocer sino también advertir la compleja relación entre lo que quizás se pensó, se ejecutó, se declaró y eventualmente ocultó, así como el impacto que estas confesiones tuvieron sobre los funcionarios judiciales. La formación de estos estaba signada por un estrato cultural que consideraba que las prácticas in-cestuosas tenían una naturaleza dual, eran violaciones al orden terrenal al propio tiempo que un atentado al orden divino. Así, estos comportamientos constituían no solo un delito sino también un pecado (Mayo, Mallo y Barreneche, 1989; Tau Anzoátegui, 1992; Bossy, 1975; Delumeau, 1983; Lacoste, 1989).

Las complejidades de la lujuriaLas iglesias cristianas trataron muy tempranamente las problemáticas del incesto volcándose decididamente por la prohibición de “la unión carnal fuera del matri-monio entre consanguíneos o afines”, es decir, entre los cuales no puede haber ma-trimonio. La perversidad de este vicio para la Iglesia consistía en la “irreverencia que a la sangre se hace teniendo acceso con una persona parienta por consangui-neidad o afinidad y tiene estas prácticas, dos malicias distintas: contra la castidad y la piedad”. Ahora los límites de esa prohibición fueron especialmente laxos ya que en muchas poblaciones resultaba muy difícil evitar tales uniones. Consangui-

2 Hemos utilizado la definición del término “complejo” definido desde el psicoanálisis: “conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta respecto a su padre” (Roudinesco y Plom, 2008: 247) También ver Laplanche (2007). El “Complejo de Electra” fue propuesto por Jung en 1912, donde procuró analizar la maduración de la mujer (Jung, 2000: 150-151, 163 y 231).

159Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

neidades hasta séptimo grado en un principio, a partir del siglo XII hasta cuarto grado. En estos tiempos, no se alegaban los problemas hereditarios que las prácti-cas incestuosas podían generar en ciertos casos, sino que quizás la prohibición del incesto hasta grados tan alejados tenía por fin dificultar el matrimonio y promover la monaquización de seglares. El matrimonio fue considerado durante siglos como una “medicina para enfermos”: estos no eran otros que individuos que no podían desarrollar una vida célibe manteniendo su virginidad. El matrimonio era un me-canismo que aseguraría cierto control de los impulsos sexuales, podía servir como una válvula de escape para evitar el desarrollo de impulsos casi incontrolables, que podían morigerarse por medio de un complejo corpus de prohibiciones y reglas. Asimismo, no deberíamos descartar que estas normas restrictivas enunciadas por la Iglesia Católica tuviesen fines eminentemente económicos: limitar las uniones entre personas que conformaban clanes o familias extensas evitarían que el poder de estas fuese aplastante para con sus intereses al dividir fundamentalmente las tierras y propiedades que estos poseían (Golmayo, 1985; Echarri, 1805; Brundage, 2000; Otis-Cour, 2000).

Las prácticas incestuosas estaban incluidas en las complejas y variadas con-ductas pecaminosas de la lujuria, que se definía como un exceso por las causas venéreas, como un apetito desordenado e incontrolable, como un pecado mortal opuesto a la virtud de la castidad. En estas manifestaciones podían distinguirse en-tre aquellas consideradas naturales: la simple fornicación, el adulterio, el estupro, los raptos y el incesto; y aquellas contra naturam como la polución, la sodomía y la bestialidad. También existían actos de lujuria no consumados o imperfectos como ósculos, abrazos, miradas, conversaciones torpes, malos deseos y delectaciones morosas. El término imperfecto hace referencia a que los sujetos tienden y predis-ponen a otros actos de lujuria más graves y consumados.

La Iglesia Católica consideraba distintos tipos de conductas incestuosas: inde-pendientemente del acceso carnal, establecía dos especies de incesto: el legal y el espiritual. El primero tenía lugar entre personas ligadas por la adopción legal. El incesto espiritual era aquel que se cometía con otra persona ligada por la cognación espiritual que provenía por los sacramentos del bautismo y la confirmación. En los antiguos cánones llamaban hijos espirituales de los confesores a los peniten-tes, sosteniendo que la administración del sacramento de la penitencia producía un vínculo espiritual como los del bautismo y la confirmación, de donde deducían que el confesor que abusa de su penitente se hacía culpable del crimen del incesto, la paternitas spiritualis. Existía otra clase de incesto impropiamente dicho que era el que se cometía con una religiosa; esta conducta considerada adúltera y sacrílega no tenía otra pena que declarar al culpable como infame y que los hijos que naciesen de un comercio incestuoso no se reputasen como legítimos ni sucediesen a sus pa-dres. Existía también el incesto de leche que se refería a la prohibición que recaía sobre personas que hayan compartido la misma nodriza.

Es importante señalar cómo ya en el siglo XIX, especialmente desde la segunda mitad, los tratadistas de Derecho Canónico, sin abandonar los argumentos contra las prácticas incestuosas que mencionamos anteriormente, comenzaron a justificar

160 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

su prohibición ajustándose a factores inminentemente biológicos aludiendo a la degeneración física y moral de la especie, nos resulta especialmente significativo este argumento:

“…en provecho de la humanidad, la moral con la fisiología, ordenó la mezcla y el cruzamiento de las sangres y de las razas. Merced a esta sabia legislación todo fue prudentemente pensado y equili-brado en el orden social. Los sujetos linfáticos contrajeron alianzas con individuos sanguíneos, personas sabidas nerviosas se unieron con sujetos linfáticos sanguíneos. De ahí dimana la conservación del equilibrio humano y social es decir, de la salud y el vigor del indivi-duo, de la familia, de los pueblos, de las naciones y del todo género humano” (Debregne, 1854: 83).

De cómo la ley entiende el pecadoEl abuso sexual de menores de ambos sexos parece haber sido una práctica relati-vamente común si nos atenemos a los casos que llegaron a judicializarse (Allnock, Bunting et al, 2009: 165). La justicia bonaerense estuvo regida por la ley y la juris-prudencia española. Tanto en Las Siete Partidas, La Recopilación de las Leyes de Indias como en la Novísima Recopilación se definieron las practicas incestuosas sin distinciones notables con las consideraciones efectuadas por los moralistas y tratadistas del Canon Católico. En el código Alfonsino se establecía que: “Muy grande pecado facen los hommes yaciendo con su parienta ó con su cuñada á que dicen en latín Incestus”. En la Novísima Recopilación, se determinaba que “Grave crimen es el incesto, el cual se comete con parienta hasta en quarto grado, o con madre, o con cuñada, o con mujer Religiosa profesa”.3

Todos los crímenes contra la honra fueron considerados en nuestra región a par-tir de la legislación española, como crímenes privados que solo pueden ser denun-ciados por “iniciativa privada” esto quiere decir que solo personas que tuvieran un interés explícito en su resolución y el castigo del culpable podían denunciarlos ante la autoridad, no pudiendo actuarse “de oficio”, es decir, por simple conocimiento de la comisión del delito. Sin embargo, ya en la Siete Partidas se establecía que frente al delito del incesto “puede acusar cualquiera del pueblo ante el juez del reo o del lugar en que lo hiciese y ser acusado todo el que no fuera menor de catorce años o mujer menor de doce”, precaución esta que se explicitó también en el artícu-lo 141 del Código Penal. Ahora si el abusador era el padre o la persona legalmente responsable de la menor se presume no iría a dar cuenta de esta situación ante la

3 Partida VI Titulo XVIII “De los que yacen con sus parientas ó con sus cuñadas”, en Las Siete Partidas del rey Don Alfonso, cotejados con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Tomo III, Partidas quarta, quinta, sexta y séptima, Madrid, Imprenta real, 1807. Los Códigos Españoles concordados y anotados. Leyes de la Nueva Recopilación que no han sido comprendidos, Madrid, Imprenta de la Población, 1850, p. 29.

161Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

justicia, frente a esta actitud, cualquier vecino informado de la situación podía dar intervención a las autoridades así como se autorizaba a que la propia víctima denunciara el delito.4

En relación con la consideración jurídica de los menores la antigua legislación castellana y aquella ratificada o producida en la etapa posrevolucionaria. Esta mi-noridad implicaba una naturaleza incompleta, una incapacidad que debería suplirse por la presencia de un padre, tutor o curador, un protector para un ser que revertirá su incapacidad, por la maduración y crecimiento del “buen juicio” (Cowen, 1999).

Esta ley era rigurosa en el status legal de los hijos. Los legítimos eran producto solo de casamiento tenido por válido por la Iglesia, los que no podían certificar ser fruto de un casamiento legal, eran los naturales que se distinguían entre los forne-cianos o nathos que nacían de adulterio, los manceres o hijos de mujeres públicas, los espurios hijos de concubina y los incestuosos, nacidos de pariente. El naci-miento y su suerte inmediata determinaban derechos; era considerado naturalmente nacido, si era resultado de legítimo matrimonio, si era comprobable su vida al nacer y mantenido esta vida por lo menos veinticuatro horas y habiendo sido bautizado, sino cumplían estas condiciones se los consideraba abortivos. Dalmacio Vélez Sar-sfield, en el Código Civil, introdujo algunas modificaciones: la edad límite de la minoridad se estableció en los veintidós años, y los varios periodos de la minoridad fueron reducidos a solo dos. Se determinó que todos los menores debían estar bajo la autoridad y poder de los padres; si no lo estaban, eran emancipados o estaban bajo la tutela de una persona que gobernaría su vida y los bienes de su posesión. La curatela quedaba limitada a las personas mayores incapaces de administrar sus posesiones y a aquellos bienes, considerados vacantes. En relación con los hijos tenidos legalmente por incestuosos en el Código Civil de 1869 en su capítulo II eran definidos como aquellos “…que han nacido de padres que tenían impedi-mentos para contraer matrimonio por parentesco que no era dispensable según los cánones de la Iglesia Católica”, además se especificaba que estos hijos, además de los adulterinos, no tenían derecho a hacer investigaciones judiciales sobre paterni-dad o maternidad y, por lo tanto, derecho a la sucesión de su progenitores (Pérez y López, 1747: 99).

Prácticas incestuosas y universos familiares Analizaremos casos esencialmente de padres atraídos sexualmente por sus hijas. Entendemos el concepto de paternidad como una función, que va más allá de la relación genética con las niñas-jóvenes violentadas. Esta atracción, antes de con-cretarse físicamente, provocó situaciones marcadamente incómodas entre quienes

4 Partida VII. Título XVIII “De los Incestos en Extracto de las leyes de las Siete Partidas formado para facilitar su lectura, inteligencia y la memoria de sus disposiciones con un prólogo sobre la formación, publicación, autoridad de este célebre código de la Antigua Legislación Española” por Don Juan de la Reguera Valdomar, 2ª ed., Madrid, Imprenta de Don José del Collado, 1808, 12. Código Civil de la República Argentina, sancionado por el Honorable Congreso el 29 de septiembre de 1862 y corregido por ley del 9 de septiembre de 1962, Buenos Aires, Félix Lajouane editor, 1900.

162 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

estaban al tanto de ella. Cuando efectivamente se concretaban –comportamientos inapropiados, accesos carnales– esto salía del terreno de lo incorrecto para entrar en el campo de lo criminal especialmente cuando las víctimas eran menores de edad (Cowen, 2003 y 2004).

En nuestro trabajo en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires hemos advertido algo más de medio centenar de expedientes donde claramente en su titulación se explicita que se tratan de casos de prácticas sexuales entre pa-dres varones e hijas entre las últimas décadas del siglo XVIII y las de la primera mitad del siglo XIX. Esto no es impedimento para pensar en un mayor número de casos existentes ya que estas prácticas sexuales podían develarse ante la justicia en la investigación de otro tipo de delitos. Los casos que hemos seleccionado son especialmente significativos para dar cuenta de la naturaleza compleja del incesto paterno filial. El marco geográfico considerado excede el de la ciudad de Buenos Aires, hemos incluido las tierras al norte del Río Salado, el área de más antigua colonización europea en la provincia (Randle, 1971).

“No desearás acostarte ni con la hija ni con la madre”El Alcalde de la Santa Hermandad de La Cañada de Morón se mostró especialmen-te indignado frente a la denuncia efectuada el 28 de mayo de 1788 por Francisca Ramírez. Francisca relató amargamente que su hija Juana Ramírez “todavía niña” había sido robada. Uno de los acusados Ramón López, sindicado como cómplice del rapto, declaró que: acompañaba a su tío –Pedro Ornos– en las labores de la cie-ga y que llegando a la casa de la familia Ramírez a las nueve de la noche entró a la cocina, quedando su tío afuera de la vivienda. Se sorprendió cuando éste, desde el patio de la casa, comenzó a gritar: “Juana salí, que para que he de llevarte” frente a lo cual “la niña” Juana salió y “se fue con Ornos”. La madre de la niña trató de impedirlo. Ornos selló su huida amenazando a la mujer con un puñal. El acto no fue espontáneo, había sido concebido mucho antes: Juana montó un potro y esperó a su raptor en un cañadón cercano a la casa. La familia Ramírez estaba en crisis desde hacía tiempo, como declaró uno de los testigos: “se habían mantenido discusiones sobre la ilícita amistad que dicho Ornos tenía con la niña”. El testigo manifestó que tanto el padre como la madre de “la raptada” lo sabían y que esta situación por lo menos ocurría desde hacía tres años. No solo eso, la relación era no solo consentida por la madre de la joven, sino que tenía para con el raptor especial consideración.

Pedro Ornos era porteño y de 37 años, sabemos que conocía al padre de la niña al igual que a su madre desde hacía años. Su modo de vida era “trabajar en el cam-po”, unas veces en la estancia otras veces como labrador conchabado. Sabemos que esa estancia era propiedad de Francisco Ramírez, padre de la menor y que había decidió llevarse a la joven de la casa de sus padres ya que “estaba embarazada”. Or-nos declaró que consideraba a Juana como una hija. Sabemos que era casado pero que no “hacía vida con su mujer” y que su gran preocupación era una “hija enferma a la cual no podía mantener”, declaró que Juana era maltratada por sus padres al conocer sus “fragilidades” y que la propia Juana le suplicó que la sacara de su casa

163Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

porque “dejarla sería exponerla a que la matase su madre”. Juana declaró que ella no planificó cosa alguna y que: “me hallaba yo en paños menores y estando senta-da frente a mi cama apareció Ornos con un cuchillo”. Ella no quería abandonar su casa, aunque reconoció la ilícita amistad. Dejó su casa por las terribles amenazas de éste. Los dichos de la joven no fueron considerados, el fiscal del caso afirmó que Juana salió de su casa por propia voluntad. Un abogado afirmó que “la ley expresa que muera el que roba a una mujer virgen ahora siendo corrupta la mujer y no de calidad honesta la pena debe ser otra y esto es lo que ocurre en la presente causa”, que Ornos y Juana se conocían carnalmente y que el supuesto rapto había sido planeado entre ambos”. Sin embargo, sus actos no deberían quedar indemnes ya que “habían ocurrido durante Semana Santa y por lo tanto ofendiendo a Dios”. Fue condenado a seis años en el presidio de Montevideo y se amonestó a Juana para que viva con “la honestidad debida y recogimiento” manifestándole a su familia que la “cuide mejor”. El fallo fue recurrido y se determinó que debía vivir dos años en la otra banda del río pudiendo llevar consigo a su familia (AHPBA, 1788).

“No desearás el cuerpo de tus hijas”María Francisca Maidana estaba muy alterada cuando denunció a su marido. La causa, éste vivía en ilícita amistad con dos de las tres hijas de ambos: María Josefa y Cayetana Jaxa, esta última de “trece a catorce años”. Los Jaxa vivían en el parti-do de la Costa de San Isidro y la paz familiar que vivieron durante años se rompió cuando María Francisca descubrió que su marido “andaba ilicitado con sus propias hijas pero como eran niñas no les había dado crédito hasta que una de sus hijas llamada Juana María presenció uno de los hechos con una de las dichas hermanas por lo que esta le dio parte de aquel enorme delito”. La mujer más tarde habló con su hija –Cayetana– preguntándole si había tenido trato ilícito con su padre y res-pondió que “es verdad que su padre había tenido trato ilícito con ella pero por la fuerza y que no lo había querido contar por vergüenza”. La niña más tarde declaró que “hacía largo tiempo que su padre le había solicitado tener amistad ilícita y que ella siempre se había mostrado contraria a sus pretensiones”, que su padre siempre que quedaban solos los dos la incomodaba terriblemente sobre sus inicuas preten-siones, hasta que ya no pudo conseguirlo voluntariamente, consiguió por la fuerza y que esto fue presenciado por una de sus hermanas y que esta le dio aviso a su madre”. La joven aseguró que esto había ocurrido en tres ocasiones y que su padre la había convencido que ésta sería la cura para su “mal del corazón”. Estando la madre distante de la casa, declaró Juana María: “entró su padre al aposento donde se encontraba su hermana que después de estar adentro su padre cerró la ventana y que no tenía dudas de lo que había hecho su padre”.

Luis Jaxa, así se llamaba el acusado, es descripto como un labrador nacido en el partido de Pilar, español y de 62 años. Declaró que él procuró apartarse de su mujer ya que ésta le daba “mala vida” celándolo continuamente y que si durante un tiempo se ausentaba de su hogar lo hacía para “atender a sus labores”. Negó todas las acusaciones y explicó lo que consideraba un malentendido “que su hija María

164 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Josefa tuvo un accidente, la levantó y la hechó en la cama donde estuvo auxilián-dola y sobándole a un lado de su cuerpo donde se halló un bulto […] y esto es lo que pudo haber visto su hija”. El fiscal solicitó que se lo castigara con todo el rigor de la ley, aunque consideraba que esta práctica no hubiera podido producirse en forma reiterada si la madre de la joven como sus hermanas hubiesen denunciado prontamente: el testimonio de la mujer y de sus hijas le “merecen la menor fe”.

El fiscal advirtió que “en verdad que este es un delito oculto y de difícil prue-ba”. Jaxa fue condenado a seis años de prisión, sin embargo, la sentencia fue ape-lada, se dio curso a ésta y Jaxa quedó en libertad. Se recomendaba que los esposos tratasen de unirse nuevamente y que “depositen a su hija Cayetana en una casa de probidad y honor en donde por un tiempo que les pareciera conveniente sea edu-cada honesta y virtuosamente” ya que el Defensor General de Pobres consideraba que Cayetana era una persona de: “Poca edad, débil juicio y fragilidad de conoci-mientos” y que por lo tanto necesitaba ser corregida por fuera de su marco familiar (AHPBA, 1810).

“No desearás quebrar la voluntad de una niña”En una calurosa y polvorienta mañana de diciembre de 1823 en el fronterizo pueblo de Chascomús, Francisca Antonia Martínez presentó una denuncia contra su mari-do. Éste había violado a la hija de ambos, María Eugenia, que al ser convocada a declarar manifestó que: “…ignora su edad, pero que representa unos 13 o 14 años, que había nacido en el partido de Lobos, que era católica y soltera de estado”. Ma-ría Eugenia relató que:

“No estando presente su madre en los tiempos cuando ocurrieron las primeras novedades con los indios, salió esta un día por la mañana temprano de la casa a lo del portugués Don Ignacio Alboy distante unas leguas en diligencia propia y en horas de siesta estando la que declara con sus hermanos en la cocina la llamó su padre a la ramada donde este estaba solo y empezó a solicitarle diciéndole que ‘condes-cendiese acostarse con él a lo que contesto es posible mi padre que quiera hacer eso con su hija, ven acá que tengo de ver contigo y le respondió que ni con él ni con nadie tenía que ver nada que entonces la comenzó a amenazar su padre con un rebenque […] la levantó su padre de la cintura la echo al suelo y ejecuto su crimen en cuyo acto resultó haberla lastimado y echando sangre en la lengua’. Esa misma noche regresó su madre y estando su padre ausente ya que estaba removiendo ganado y le conto todo ‘que no solamente aquella vez ha ejecutado su padre con ella, sino otras varias en la que la llevaba consigo a recoger leña de la que no dio parte a su madre y a la justicia por miedo y porque el padre no quería darle caballo”.

La madre Francisca Antonia Ramírez, santafesina y de “treinta y más años”, recor-dó con precisión lo que le había confiado su hija:

165Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

“Mi madre yo quisiera decirle una cosa […] cuénteme hija –hallán-donos solas y con lágrimas me dijo– cuando usted sale mi padre me violenta a fuerza ¿es posible hija que no me lo haya dicho cuando fue? Mi madre yo no lo quería decir porque mi padre me amenazaba que me iba a matar a azotes ‘anda gran puta que mañana te he de colgar y te hare matar a azotes amenazándola y dándole unos chi-quetazos’”.

La mujer amargamente señalaba asimismo que: “Gran terror tenía a su marido que era para con ella un tirano […] aun tiene la declarante señales de golpes que ha sufrido” (AHPBA, 1823).

“No desearás acostarte con niñas huérfanas”Felipe Marchante era pulpero, para completar sus ingresos en San Vicente criaba caballos y ganado vacuno. Manifestaba que era una persona de bien y que había hecho sacrificios por la patria sirviendo en los cuerpos cívicos de la ciudad. “Go-zaba de una inalterable paz matrimonial” y como buen cristiano no pudo negarse a un pedido de una madre desesperada: “quiero que crie a mi hija”, la razón, la mujer estaba moribunda. Extrañamente esta situación volvió a repetirse más tarde con otra madre desesperada y próxima a morir. Marchante se hizo cargo de dos niñas. Él las criaría como un padre. La llegada al hogar de las huérfanas parece haber roto esa declarada armonía familiar: la mujer del pulpero, Magdalena Guzmán, lo denunció ante las autoridades ya que ella –legítima esposa– había sido “expulsada de su casa” y pedía asimismo que las huérfanas, a las que calificaba de “jóvenes”, abandonasen la casa familiar lo antes posible. Marchante se negó rotundamente, aduciendo que: “que para sacar a las niñas de la casa deberían llamar a un regimien-to, que él era responsable de las niñas en todo tiempo y que era más buen marido y más hombre de bien que el Alcalde y que ante cualquier testigo lo probaría y por último que se cagaba en el Alcalde y su compañía”. Un testigo, Manuel Gómez, dio cuenta de las virtudes de Marchante y del amor que experimentaba por las huérfa-nas Inocencia Torres y María Cabrera. Magdalena reiteró más tarde ante la justicia su pedido: era imperioso separar a las huérfanas de su marido sobre todo porque su marido y la joven María “han quedado viviendo como casados atropellando con gran ultraje y agraviando su casa”, como esposa y buena mujer no podía “ver y callar” (AHPBA, 1822).

La geografía doméstica del incestoCon base en los casos analizados, profundizaremos en algunos aspectos de la vida familiar bonaerense entre el periodo tardocolonial y la sociedad hispano criolla. Esto nos es útil para presentar el contexto y las propias circunstancias en las que se produjeron las prácticas sexuales incestuosas paterno-filiales. En primer lugar, señalar que las relaciones incestuosas analizadas se produjeron en el marco de for-maciones familiares de los sectores populares, aunque esto no significa que entre

166 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

los sectores sociales acomodados las prácticas incestuosas no hayan existido. Solo que, en estas familias, las convenciones sociales particularmente aquellas que re-mitían a la sexualidad, al honor y la armonía estaban resguardadas por un paraguas de protección que solo se rompía ante el escándalo o la denuncia judicial (Barrene-che, 1993; Mayo, 1986; Cicerchia, 1990).

La relación incestuosa raramente tenía inicio en el despliegue de ciertos me-canismos de coacción psicológica sobre las niñas-jóvenes que en las actuaciones judiciales se describen como situaciones de creciente cercanía física, confidencias sentimentales y cuidados especialísimos que concluían en el acceso carnal. Tam-bién es importante no solo el lugar donde se producían los abusos, por lo común la vivienda donde vivía la familia o aquellos lugares donde padres e hijas com-partían espacios laborales, sino también los tiempos en que se desarrollaba esa intimidad. La ausencia o la supuesta ausencia de los otros miembros de la familia en los tiempos del abuso fue otro factor común: la madre o la mujer que cumplía la función materna comúnmente estaba trabajando fuera del hogar o ausentándose por distintos motivos, por lapsos temporales amplios, al igual que los hermanos u otros miembros de la familia.

Esas familias compartían una anatomía similar: incompatibilidad de caracteres, desacuerdos y conflictos desatados que signaban las relaciones de la pareja adulta. La mujer, lastimada, avergonzada, herida, preocupada por las consecuencias que podía acarrearle a su hija, quizás también celosa. Los otros integrantes del grupo familiar como testigos no siempre dispuestos a reconocer “eso” que ocurría y el va-rón abusador que justificaba sus actos alegando ante la justicia la falta de armonía con su mujer o el tejido de dotes de seducción “de las cuales ellos eran presa” por parte de sus hijas que desplegaban una sensualidad frente a la cual no podían resis-tirse. Ese arsenal se desplegaba de formas disímiles y siempre tenían por resultado el rompimiento de aquello que la religión y la ley tenían como un quiebre: conver-saciones sobre temas amorosos, paseos solitarios, tocamientos, amenazas frente a cierta resistencia y comúnmente violencia física. También debemos considerar que esas relaciones familiares estaban muchas veces marcadas por una gran informa-lidad: un número importante de parejas vivían en “Ilícita Amistad”; los hijos, por nacer por fuera del legítimo matrimonio, llevaban por lo común el apellido de la madre; y, tanto en el ámbito urbano como en la población rural, existía un número importante de personas descriptas como agregados, recogidos, entenados, sirvien-tes, esclavos, ahijados y amigos cercanos, sobre los cuales no tenemos seguridades sobre los vínculos biológicos –en muchos casos suponemos que los tenían– con los miembros de la familia dueña del hogar.

Si consideramos las declaraciones de los testigos aparecen, esencialmente, tres actitudes frente a la denuncia de relaciones incestuosas: la poca o nula armonía que tenían entre sí los cónyuges, las cuitas de la relación amorosa entre el varón adulto y la menor y, por último, aquellos que, compartiendo la cotidianeidad familiar, decían desconocer la relación o declaraban no tener certezas sobre la misma. Estas conductas pueden explicarse desde la buena fe de los declarantes pero también debemos considerar las consecuencias tanto sociales como jurídicas y económicas

167Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

que la probanza del hecho podía tener para con la suerte personal y de la familia toda: ¿Quién mantendrá la casa? ¿Qué penas impondrá la justicia? ¿Qué repercu-siones comunitarias tendrá? ¿Quizás haya sido un hecho aislado producto de una momentánea sinrazón? ¿Podrá ser producto de la inmadurez o malicia de la niña? O en todo caso mentir o no declarar todo lo que se sabe podía ser un costo menor a aquel que se podría producir frente a la disolución matrimonial que ponía en peligro la estructura familiar.

Consideraciones finalesLa comprensión del incesto –como exposición del complejo del abuso– debe am-pliarse desde las pautas de interacción entre los miembros de las formaciones fa-miliares hasta las determinaciones del entorno social. Desde este punto de vista, señalaremos para concluir los distintos niveles de análisis que consideramos contri-buyen a explicar la etiología del abuso-incesto en la niñez, su visualización, lectura y performances sociales. Estos son:

1. La herencia que los padres o los adultos a cargo de los niños “aportan” a la estructura familiar, como por ejemplo abusos sexuales en la niñez, malos tratos recibidos, desatención o rechazo por parte de los adultos responsa-bles, carencias materiales y afectivas lo suficientemente graves como para generar perturbaciones o una ignorancia manifiesta en atender adecuada-mente las necesidades que un niño o niña requirieran.

2. El escenario en el cual se representa el abuso, es decir, el grupo familiar, madre, padre, hermanos y otros miembros que debido a múltiples factores pueden o no tener empatía para con las necesidades del niño, niña abusada, además de una débil respuesta que generalmente concluyen en agresiones y en diferentes tipos de abusos.

3. La existencia de valores o prácticas propiciatorias del incesto infantil: las crisis económicas, la tolerancia hacia actitudes violentas y la propia con-cepción que la sociedad analizada tiene de la niñez. Estos son claramente factores de riesgo que no siempre podemos advertir en un determinado tipo de fuente, pero que es necesario considerar cuando nos servimos de docu-mentos de disímil naturaleza.

4. Las prácticas sociales, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en la campa-ña, que podemos describir como la colocación de niños y niñas en grupos fa-miliares ajenos al original. Esta concepción podía ser entendida en que tanto el aprendizaje técnico como el social precisaban de una zambullida iniciática y prolongada en el mundo externo a la familia primigenia. Esta experiencia de desprendimiento del ámbito familiar de origen les procuraría la práctica de adaptación y también de frustración afectiva necesaria para afrontar las

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adversidades de la vida. A esto venía a añadirse la convicción de que pasados los años de los mimos y caricias que dejaba al niño o niña bajo los cuidados maternos, la educación se convertía en un adiestramiento, una cuestión de varones que requería autoridad e incluso brutalidad. Algunos también han interpretado este desmembramiento como un intento de evadir problemas, a otro ámbito externo a la familia. Más profundamente, quizá más inconscien-temente, la obsesión por el incesto llevaba a los padres a distanciarse de sus hijos cuando la pubertad se acercaba, para proteger a la familia de los riesgos de una sexualidad desenfrenada y peligrosa.

5. La penalización de las formas incestuosas. La pedofilia y el incesto con menores comparten claramente un complejo de relaciones claramente asi-métricas en favor de un adulto, tanto desde lo psicofísico como por su con-dición legal. El adulto ejerce un claro dominio basado en la vulnerabilidad del menor que tiene por resultado la imposición de su voluntad. Estos adul-tos, en los casos que hemos analizado eran varones y sus víctimas niñas, así históricamente puede advertirse la construcción y aceptación, de códigos socioculturales que legitimaron el exceso de ese poder y el sometimiento de esa fragilidad.

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Lo masculino y lo femenino en la Real Armada española

(siglos XVIII-XIX)

María Dolores González Guardiola

Introducción

Adentrarse en el estudio de las gentes del mar, y especialmente en el caso de la historia naval, es adentrarse en un mundo masculino donde los elementos de organización social y vida cotidiana, referidos a las formas de vida de

los colectivos integrados o relacionados con los sujetos sociales que protagonizan dichos análisis, son tan colaterales que apenas pueden ser percibidos, de tal ma-nera que es difícil entender que las trayectorias masculinas, siendo fundamentales, no hablan del conjunto de sujetos sociales que viven de, por y para la actividad marítima y, además, no pueden ser comprendidas en su totalidad sin la referencia a los espacios de la reproducción.

Los sistemas sociales, en su interacción producción-reproducción, pueden tam-bién ser contemplados como sistemas de género lo que nos permite visibilizar e identificar los estereotipos y las identidades de género (masculinas y femeninas) a partir de la división sexual del trabajo, nos permite profundizar en el estudio de las normas sociales que los sancionan y refuerzan, y nos permite reconocer las insti-tuciones y organizaciones sociales que los transmiten junto con las atribuciones de género que establecen. Desde esta perspectiva, la comprensión de las trayectorias vitales de los hombres y mujeres que vivieron en torno al mar demanda continuar trabajando en un enfoque que nos lleve, de la descripción y el análisis más tradicio-nal de la historia marítima, a la historia social del mar (Cabantous, 2007), en la que consideremos todos los elementos e integrantes de los procesos sociales descritos, visibilizando y reforzando la mirada sobre aquellos/as protagonistas sociales sobre los que, aún hoy, sigue existiendo un notable vacío bibliográfico.

La investigación sobre los tiempos y los espacios de la vida de las gentes del mar identifica los diferentes territorios, así como los ritmos vitales en los que se desenvuelven las vidas cotidianas de los hombres y mujeres ligados al mar de for-ma directa o indirecta. El territorio de los marinos es el mar como también lo es la suma de los destinos a los que les lleva su labor profesional. En el caso de la Arma-da española durante el siglo XVIII y los inicios del siglo XIX, su territorio será la península, América y Filipinas, es decir, los departamentos marítimos peninsulares y los Apostaderos de Ultramar (capitanía general, intendencia, comandancias y

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ayudantías de Marina…), fundamentalmente los de la Habana y Filipinas, sin olvi-dar que su territorio específico, su espacio profesional por excelencia, es el de las embarcaciones donde se desarrollaba su trabajo fuera cual fuera su posición en el escalafón. Para las familias de los marinos su territorio, en su vida cotidiana, son las poblaciones marítimas o las poblaciones militares (en el caso de instituciones militares) ubicados en la cabecera de los Departamentos Marítimos, aunque en re-lación permanente y dependiente de los destinos del marido y/o padre donde deben subsistir, en ocasiones, en situaciones de franca carencia e incluso pobreza ligada a la dependencia de las pagas.

El imaginario cultural de lo marítimo, en términos amplios, define la cultura del mar (Martínez Shaw, 2014) como una cultura de supervivencia frente a los peligros que acechan a los marinos, de solidaridad por la necesidad de ayuda mutua, de libertad pero también de condena y castigo por su propia definición de territorio. Un planteamiento siempre referido a lo masculino que difiere según las áreas de actividad. En la relación de personajes sociales ligados a lo marítimo escasean las mujeres, más allá de recordar que las duras características de la vida en el mar, probablemente habrían implicado una posición especialmente activa de las mismas como gestoras de las unidades domésticas y de la vida económica y social de sus comunidades. Una idea que remonta a la noción de ciudades femeninas elabo-rada por Ester Boserup en la década de los 70 frente a ciudades eminentemente masculinas. Un concepto ligado a planteamientos culturales, sociales, religiosos y económicos que actúa como un potente descriptor social. En este sentido podemos preguntarnos si las poblaciones marítimas tenían una presencia destacada de mu-jeres en sus actividades productivas y de representación social, política o religiosa, en términos de lo planteado por Alain Canbantous (1990), debido a la ausencia masculina y si eso implicaba una mejor posición de las mujeres en la estructura social. En este sentido, existen en la actualidad desarrollos expositivos ya citados en otros trabajos por la sorpresa que supuso su hallazgo, como el Museo Marítimo de Dinamarca en Helsingor, que rompen con las tendencias más clásicas, desa-rrollando relatos que introducen elementos de carácter doméstico y perspectiva genealógica. Nos referimos a las dinastías de las familias y sectores sociales que viven del mar y también a imágenes expuestas de puertos, burdeles, objetos de la vida cotidiana, etc. No es habitual encontrar estos enfoques y supone introducir un intento analítico donde lo femenino y lo masculino se hacen explícitos, diferentes de otras exposiciones de la actividad marítima.

Desde esta perspectiva de análisis, y fundamentalmente relacionada con la vida en los barcos (su principal sentido de ser), la crónica mayoritaria de la vida marí-tima es una narrativa que refleja un espacio masculino de convivencia, un espacio forzadamente homosocial, con escasa y ocasional presencia femenina, en el que surge una cierta idea mítica relacionada con la transgresión de las normas sociales (nunca con estándares profesionales o técnicos en los barcos, ya que en este caso peligraría la supervivencia) sobre todo cuando llegan a puerto: una transgresión que se refiere al sexo, a la bebida o al comportamiento pendenciero. El escritor satírico Ned Ward reflejó, a principios del siglo XVIII, en un libro sobre el mundo

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marítimo, estas ideas de transgresión de ciertas normas sociales que supuestamente caracterizaban la convivencia en la cultura del mar. Unos comentarios que han sido citados abundantemente, quizás porque sirve para aludir a ciertas peculiari-dades, en forma de tópicos, que han impregnado el imaginario cultural respecto a un mundo muy específico, muy cerrado y desconocido para todos aquellos que no forman parte de sus dinámicas. Ned Ward decía que los barcos eran una buena es-cuela para aprender “las siete ciencias liberales”: maldecir, beber, robar, ir de putas, matar, engañar y apuñalar por la espalda (Ward, 1708). Embriaguez, juramentos, relación con prostitutas, representado una forma de masculinidad que encarnaba la virilidad propia de la identidad de los marineros, hecha de fuerza, valor y arrojo. Un imaginario, que llevado al extremo si se refiere a los piratas, nos presenta a indivi-duos hipermasculinos, hipersexuales, que viven en sociedades homosociales. Una imaginación que a veces está ligada a la percepción de una masculinidad heroica y hegemónica.

Frente a visiones clásicas que refuerzan estos estereotipos, es posible argumen-tar la necesidad de aplicar una perspectiva de género en clave interseccional que delimite, ajuste y aquilate, es decir, que examine y aprecie con rigor, el valor y alcance de los papeles sociales de los hombres y mujeres del mar en los espacios históricos que examinamos.

Esta idea, que aplicada a la historia social del mar también es planteada por Ca-bantous (2007), manifiesta la necesidad de abordar la concepción de las identida-des de género predominantes, de lo masculino y lo femenino, ampliando el campo a las identidades sexuales, examinando sus consecuencias individuales y sociales en ámbitos donde el relato se ha construido, casi exclusivamente, desde lo mascu-lino. Una perspectiva que pretende, por tanto, no solo rescatar y hacer visible lo femenino, allí donde no ha sido tenido en cuenta, sino reconocer la especificidad y características de los comportamientos masculinos. Un enfoque que favorece el estudio de trayectorias e itinerarios vitales considerando las estrategias y capaci-dades de negociación de los individuos, hombres y mujeres, aplicando una mirada que profundice en la noción de masculinidad en cada contexto histórico y que incorpore la noción de agencia entendida como la capacidad humana de iniciativa y acción deliberada. Es el paso de una consideración pasiva de los actores sociales, hombres y mujeres (desde la perspectiva del espectador) o de la supuesta pasividad de los individuos (fundamentalmente mujeres) en el cumplimiento de sus roles, como proyección de formas de organización social vinculadas a la naturaleza, a la percepción de los sujetos sociales como agentes individuales, con iniciativa, que negocian, en la medida de lo posible, sus posiciones vitales y sus situaciones cotidianas.

Virgili, en su trabajo sobre la guerra aplicando una mirada de género, afirma que indagar sobre la conformación de identidades de género que componen un siste-ma social nos permite averiguar cómo los hombres piensan su masculinidad y las mujeres su feminidad y, desde luego, nos permite contemplar ese juego de espejos sobre cómo se concibe, se contempla y se piensa sobre el otro género (2015). Si bien la historiografía ya es muy abundante sobre el lugar de las mujeres y la

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definición de la identidad femenina, lo masculino apenas comienza a ser tenido en cuenta sistemáticamente, especialmente en relación con determinados objetos de estudio. Por todo esto, el desciframiento de las identidades masculinas es tan esencial como el de las identidades femeninas, imponiendo una visión que ya no está separada sino cruzada. La cuestión es cómo acometemos esta empresa cuando trabajamos con unas fuentes que responden a los usos, normas y procedimientos de épocas y sectores sociales en las que lo femenino es particularmente invisible, como es el caso de las instituciones militares, y lo masculino, aunque ha ocupado casi la totalidad de los espacios de investigación, no ha sido planteado en el seno de sistemas normativos que rigen las identidades, los papeles sociales y las relaciones de género que, por otro lado, son muy importantes en los procesos de reproducción social de la propia institución armada.

En este trabajo se plantean los problemas derivados del análisis de estas fuentes específicas relacionadas con la Armada española. La mayoría de los ejemplos que aquí se tratan se ubican en el espacio comprendido entre 1770 y 1830 aproxima-damente. En anteriores trabajos hemos abordado sendas trayectorias individuales de dos hermanos, Josefa y Antonio de Villavicencio, parte de cuyas vidas transcu-rrieron en ese lapso de tiempo (González Guardiola, 2016 y 2019). Fueron hijos de marinos, miembros de uno de esos linajes de la Armada en la que todos sus miem-bros, femeninos y masculinos, estuvieron ligados a los avatares de la institución militar. Unos personajes que fueron testigos de grandes cambios y protagonistas de graves dificultades por la etapa que les tocó vivir. Sus destinos, que se alejarían definitivamente desde muy corta edad, fueron reflejados en distintos documentos que nos han permitido conocer algo de sus vidas. Los trabajos sobre ellos efec-tuados pretendieron efectuar una reconstrucción de sus vidas, pero como objetivo específico pretendieron resaltar los condicionantes y limitaciones derivados de los mandatos de género en contextos históricos específicos. Josefa de Villavicencio en el San Fernando de la Academia de Guardiamarinas y el Cádiz de la Armada y de la cercanía a Trafalgar, de la Guerra de la Independencia y de las Cortes de Cádiz. Antonio de Villavicencio en su San Fernando natal, en la Academia de Guardia-marinas, en sus destinos en la América colonial y en la nueva República de Chile que le acogió y que fue su último destino vital. El estudio de sus vidas evidenció las particularidades de las fuentes a las que hacemos referencia, por un lado, muy ricas y abundantes, y, por otro lado, exigió paulatinamente una reflexión sobre el tipo de información que nos podían proporcionar, en función de una mirada alejada de la historia naval. Efectuar un análisis sobre las mismas a partir de la experiencia y el conocimiento adquirido en este proceso, y desde la perspectiva de análisis propues-ta, es uno de los objetivos de este trabajo.

Fuentes para el estudio de la Real Armada desde una perspectiva de géneroLa Armada española dispone de múltiples recursos archivísticos que actúan como potentes informantes y que, como toda información, deben ser objeto de las perti-nentes preguntas de investigación. En este caso, nuestro trabajo plantea seguir la

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pista de algunos de estos hombres y mujeres que, directa o indirectamente, forma-ron parte de la Armada, reconstruyendo sus trayectorias vitales y mostrando sus itinerarios en función de las características propias de la Armada como sistema normativo de género, en los contextos históricos que les tocó vivir.

Este trabajo se realiza a través de la revisión de los libros sacramentales, censos de población, expedientes de ingreso, expedientes personales, pragmáticas sancio-nes y normativas de matrimonio, montepíos, ordenanzas militares, libros de tripula-ciones, estados de fuerza y vida y otras fuentes colaterales a través de prensa escrita o memorias personales. Pero ¿qué tipo de información nos brindan en clave de género? ¿Cómo seguir los itinerarios masculinos y femeninos con el fin de ampliar nuestra mirada en términos de sistemas sociales?

Libros sacramentales y expedientes de ingreso. Información genealógicaLos libros sacramentales contienen los registros parroquiales militares con datos sobre bautismos, matrimonios y defunciones. El hecho de que fueran registrados de forma regular todos los miembros de la familia, hombres y mujeres, permite un se-guimiento bastante riguroso de la composición de esos linajes, proporcionándonos datos significativos no solo sobre las propias líneas de filiación sino sobre el estable-cimiento de alianzas y, por tanto, las relaciones que dichos linajes establecían entre sí. El acta de bautismo de Josefa de Villavicencio nos detalla exhaustivamente los nombres de padres, abuelos y abuelas paternos y maternos, su lugar de nacimien-to y en ocasiones, sus ocupaciones o destinos profesionales (González Guardiola, 2016). Como dato de interés para comprender las redes establecidas constan los nombres de los testigos que, en esta ocasión, son otros militares a los que es posible ubicar en destinos cercanos a los de su propio padre o abuelo. Ser hijo o hija de ma-rino suponía un destino personal en sí mismo. Estos datos genealógicos, obtenidos a través de los registros parroquiales, se completan con las informaciones que nos proporcionan los expedientes de ingreso, que registran las solicitudes y procedi-miento de admisión en la institución militar. Dada la necesidad de probar la noble-za de los pretendientes, era necesario hacer constar la procedencia y pertenencia de sus ascendientes, con especial interés en registrar sus orígenes por vía femenina. Ambas vías genealógicas, excepcionalmente bien documentadas, detallan las líneas de parentesco con plena presencia femenina y por tanto nos proporcionan datos de hombres y mujeres ligados a la institución militar. Pero no se trata simplemente de información genealógica, ya en sí misma muy importante para hacer visibles a las mujeres que formaban parte del entramado social de la Armada, sino que habla de la concepción de la actividad militar y de las posiciones en la estructura social en la cual un sistema político ubica a los militares, y específicamente a la marina militar, y que se manifiesta en el control del origen de los oficiales y en el establecimiento de estrictos reglamentos de acceso que, al final, definen la composición de la ofi-cialidad y, por tanto, marcan valores y una determinada y exigible forma de com-portamiento. Aunque estamos en el terreno de la disciplina y de la reglamentación, formalmente severa e inflexible que caracteriza a la organización militar, debemos

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considerar que lo público y lo privado nunca son espacios separados sino que se entrelazan para tejer un lienzo social y sus exigencias se manifiestan en la regla-mentación de los matrimonios. Guimerá (2008) retoma una afirmación de Imiscoz (2004) según la cual en una sociedad como la del siglo XVIII, no existía una clara separación entre lo público y lo privado, lo que convertía en fundamental las rela-ciones personales, reflejado en la idea de que se gobernaba con hombres más que con instituciones. Aunque entendemos que estas afirmaciones siguen estando en el espacio que hoy denominamos público, el ámbito de la política y lo profesional, creemos que es posible hacerlo extensivo a los ámbitos de la reproducción y las redes que se establecían en actos como los bautismos o matrimonios, concebidos cono mecanismos de alianzas entre grupos e individuos y donde el núcleo familiar se combina con la presencia de testigos que pertenecen a los ámbitos profesionales. Por esto, creemos que la información genealógica también es uno de los caminos que nos permiten entender los sistemas de relaciones en la institución militar, más allá de los puestos oficiales relacionados con la jerarquía, órdenes o destinos, ya que detecta la posible interacción entre las relaciones de parentesco, las relaciones personales y las relaciones profesionales. Unas formas de relación que resultan es-pecialmente perceptibles a través del análisis de redes, como una herramienta que contribuye a evidenciar la importancia del papel de las mujeres en los procesos de reproducción social de la institución armada, y que nos facilita la visión de estas relaciones sociales a partir de la mirada femenina.

En definitiva, estas fuentes nos permiten construir espacios genealógicos con un alto nivel de fiabilidad. Contribuyen a hacer patente la importancia de las per-tenencias familiares, no solo en el ámbito estricto de la reproducción sino también en la importancia de las familias como espacio de valores militares y, en definitiva, mecanismos de reclutamiento decisivos en los procesos de continuidad profesional en la Armada. También informa del alto nivel de matrimonios y alianzas entre fa-milias de la Armada. Todo ello nos permite establecer una vasta red genealógica que va más allá de la mera información familiar, y que debe ser considerada como una representación de las dinámicas sociales características de una institución con un alto nivel de endogamia en sus estructuras internas de parentesco.

Expedientes personalesConstituyen, sin duda, el núcleo de la información, personal y profesional, de la oficialidad de la Armada española. Son, en ocasiones, gruesos legajos que con-tienen una información variopinta entre cuyos documentos podemos encontrar, fundamentalmente, sus hojas de servicio, peticiones profesionales de distinto ca-lado, notificaciones relativas a su expediente, correspondencia establecida con sus mandos, informes médicos y peticiones que podemos considerar personales entre las que se encuentran sus permisos de matrimonio o las ayudas solicitadas para la admisión de sus hijos en las Academias militares, entre otros documentos.

Las hojas de servicio nos proporcionan un relato detallado de las trayectorias profesionales de los oficiales porque, en ellas, se registra pormenorizadamente los

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días en los que permanece embarcado, los navíos y las misiones de los mismos. Se anotan sus graduaciones militares, los años en los que fue ascendido y se expone, a través de una descripción, exhaustiva en algunos casos, hecha por los propios interesados, sus diversos destinos y las características de sus encargos.

Estas historias nos proporcionan una imagen muy precisa de su trayectoria profesional y también de su ubicación geográfica. El lugar en el que estaba el oficial y la fecha en la que se encontraba, lejos de las poblaciones militares y lugares de asentamiento de sus familias cumpliendo las tareas asignadas. Es, en definitiva, una radiografía de su vida profesional e indirectamente de su vida personal, lo que lo transforma en un relato implícito de las ausencias, con fechas y detalles concretos, que marcan las vidas de las mujeres, no solamente por la carencia directa de sus familiares, sino por las tareas de gestoras de unidades domésticas que tendrán que realizar en la línea de lo planteado por Cabantous (2007) cuando reflexiona sobre la importancia de la noción de ausencia en las sociedades marítimas. Según Cabantous, esta coyuntura pone en valor el rol de las mujeres, madres, esposas o viudas, resaltando las repercusiones socioeco-nómicas, la educación de los hijos y, posiblemente, su lugar en la comunidad. Podemos decir que las hojas de vida masculinas tienen un reverso implícito que define las rutas vitales de las mujeres de la Armada. Es un procedimiento que va a tener que ser utilizado con toda la documentación que estamos analizando. La búsqueda, en clave femenina, a través de los resquicios indirectos de toda la información militar.

En estos expedientes personales encontramos también otra serie de documentos referidos a información personal, en los que se incluye la petición obligada para contraer matrimonio y que responde a las normativas impuestas a tal efecto. Las historiadoras han descrito la sociedad del siglo XVIII como una sociedad patriarcal en la que la familia es la primera y principal de las instituciones sociales vehicu-lada a través del matrimonio, con una clara división genérica del trabajo, donde las mujeres desempeñan el papel de madres y esposas y donde su función como transmisoras es fundamental (López-Cordón, 1998). En el caso de la Armada hay alguna peculiaridad ¿Cómo era el matrimonio? ¿Cómo eran los hogares? ¿Cómo era la vida de los miembros de la familia? ¿Hasta qué punto las normativas milita-res influían en las formas de vida de las familias?

La Pragmática Sanción de 1803 establece los procedimientos que deben ser seguidos por todo oficial que desee contraer matrimonio, en los cuales debe acredi-tarse los adecuados antecedentes de la contrayente. Si dicho trámite no es cursado correctamente, las autoridades militares efectuarán los requerimientos oportunos para que se cumplan dichas condiciones. Una normativa que se complementa en términos de parentesco con la creación del Monte Pio a favor de las familias de los individuos del Cuerpo de Oficiales de mar de la Real Armada (1794) cuyo fin era socorrer a las familias de los Oficiales de mar. Para obtener dicha ayuda, era nece-sario demostrar que se había contraído matrimonio según las normas establecidas. Los expedientes del Montepío son uno de los recursos archivísticos más directos cuando es necesario buscar información sobre las familias.

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Por último, en los legajos que recogen toda la información referente a cada uno de los oficiales, que pueden llegar a ser muy voluminosos, encontramos materiales muy valiosos en forma de cartas que llegan a relatar acontecimientos extraordi-narios, peticiones de reconocimiento de servicios prestado, peticiones de mandos de buques o solicitudes de carácter económico, en las que se pide que se paguen salarios o que se les asigne un destino, especialmente en las etapas de crisis deri-vadas de acontecimientos militares adversos y fundamentalmente en la situación que impone la independencia de las colonias americanas. En algunos de estos docu-mentos, se puede entrever algunos datos que hacen alusión a sus relaciones fami-liares y, en casos excepcionales, son ellas las que toman la pluma para efectuar sus demandas. El trabajo sobre Josefa de Villavicencio es, en este sentido, un intento de reconstrucción de la vida de una de estas mujeres desde una mirada femenina, cotejando los datos obtenido a través de los libros sacramentales, los expedientes de ingreso, las hojas de vida de su padre y su marido, los permisos de matrimonio, las peticiones de su madre a las autoridades navales, las normas de matrimonio y los montepíos.

Ordenanzas militares y otros documentos profesionalesBolufer, en sus trabajos centrados en la noción de masculinidad, define al hombre ilustrado a través de la noción de “hombría de bien”, un modelo que implica, al menos teóricamente, el buen sentido, la razón, la virtud, responsabilidad en el ejer-cicio de sus deberes como esposo, padre y ciudadano, en definitiva, virtudes morales y sociales del hombre de mérito junto con la noción de cristiano (2007). Un modelo teórico que Bolufer considera derivado de la literatura de carácter moralizante de la época.

En el caso de la Armada existe un conjunto de reglas escritas, fijadas, explícitas que definen las formas de comportamiento que deben ser observadas sin capacidad de ser eludidas, al menos teóricamente, por todo individuo sujeto a su disciplina. Son las Ordenanzas, cuya primera formulación son las Órdenes de Galeras (1621) que serán completadas paulatinamente por sucesivos documentos hasta llegar a fi-nales del siglo XVIII en que se redactan las Órdenes de 1793, que son considera-das las más completas y cuya preparación y elaboración fue encargada a José de Mazarredo. Existen otros documentos que posteriormente irán completando estas normativas para asuntos concretos.

Guimerá afirma que las Ordenanza de 1793 persiguen, por un lado, ocuparse de cuestiones organizativas y administrativas y, por otro, pueden ser catalogadas como ordenanzas que implican un código moral donde se tratan el conjunto de derechos y deberes de los individuos sujetos a su disciplina (2008). Si bien las Ordenanzas se refieren al ámbito profesional, es posible extraer un modelo de comportamiento específico que se exige a todos sus miembros, y que podemos considerar como un modelo de masculinidad de la época, un modelo de masculinidad específico por sus connotaciones militares y profesionales, dado que se dirige exclusivamente al per-sonal de la Armada. Corrales, en su trabajo sobre las ordenanzas de la Armada, es-

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tablece que al soldado se le exigen las virtudes de valor, prontitud en la obediencia, exactitud en el servicio y mantenimiento del espíritu en su profesión (2001). Los oficiales deben acreditar amor al servicio, honrada ambición y el constante deseo “de ser empleados en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga para dar a conocer su valor, talentos y constancia”. Una lectura detallada permite encontrar referencias a otras cuestiones personales como normas de aseo, vestimenta, decoro, lenguaje, uniformidad, etc.

En las Ordenanza previas de 1748, Válgoma (1943) recoge algunas de las ca-racterísticas que son requisitos para la admisión de los aspirantes en la Academia de Guardiamarinas. Además de demostrar la legitimidad de su nacimiento, junto con las pruebas de nobleza, el pretendiente tendrá que tener entre catorce y diecio-cho años (se admitirán hasta de doce años), cuidadosa educación, viveza y talentos reconocibles. Para ser admitido en la Compañía debe saber leer y escribir, no debe padecer imperfección corporal, o parecer indecente por su aspecto personal. Asi-mismo, mismo, se avisa que la complexión poco robusta, la fatuidad o la rudeza pueden impedir el aprovechamiento de los estudios y ser impropios para las fun-ciones del servicio.

Las Ordenanzas constituyen un cuerpo normativo muy extenso y sumamente detallado en cada uno de sus apartados. Algunos pequeños ejemplos seleccionadas desde la perspectiva planteada en este trabajo permite resaltar cómo se rechaza a aquellos individuos que sean viciosos, insultadores o camorristas (Trat. 5° Tit. 1, 3, Ordenanzas 1793, Parte 1), o como se insta a los Oficiales de Mar e esmerarse en sus costumbres y porte, para asegurar la subordinación de la gente sin familiari-zarse con ella en juegos, comidas ni otro modo alguno; (Trat. 5° Tit. 1, 149, Orde-nanzas 1793, Parte 1); se establece la vigilancia para que nadie se salte la Misa los días de precepto, ni los rosarios de la tarde con castigo para quien no lo cumpla (Trat. 5° Tit. 1, 142, Ordenanzas 1793, Parte 1), o se advierte que toda la tripulación y guarnición deberá vivir y tratarse en paz y buen orden como una sola familia (Trat. 5° Tit. 1, 152, Ordenanzas 1793, Parte 1).

En definitiva, las ordenanzas reflejan, entre otras cosas, la dinámica de la vida del barco y la necesidad de regulaciones rígidas para ajustar cada aspecto de la vida en el mar. Hay muchas normas que se refieren a aspectos de la vida material, así como a normas de comportamiento entre tripulaciones, guarniciones, marineros y ofi-ciales. Esto refleja un sistema rígidamente jerárquico que requiere conocimientos técnicos, en algunos casos muy especializados, y que debe asegurar que ninguno de sus componentes desobedezca estas normas. Son un conjunto de normas que tam-bién puede ser visto como un reflejo de un sistema de valores, propio de los sistemas normativos de género de su época, que en este caso se refiere a la construcción de la masculinidad, característica de la institución militar.

Existen otro tipo de documentos ligados a la formación en las Academias mili-tares que también nos proporciona información en este sentido. La Academia de la Guardia Marítima de Cádiz (1717), la primera en crearse, estableció un plan de estu-dios para aprender los conocimientos técnicos de la época: Geometría, Cosmografía, Navegación, Artillería, Fortificación Militar. Sin embargo, hubo fuertes presiones so-

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ciales para cambiar la imagen de los oficiales duros, llamados de “caza y braza” (el marinero que carece de conocimientos de cálculo y astronomía), para no quedarse al margen de los cambios que se estaban haciendo en otras cortes europeas (Lafuente, Sellés, 1984). Suponía una modificación en cuanto a los requisitos necesarios para ser marino de guerra y miembro de la oficialidad. A la demostración de nobleza se le unía una exigencia de estudio y conocimiento profesional que, por otro, lado era imprescindible para asumir las innovaciones y avances técnicos propios de la época. En 1776 se creó en Cartagena otra Academia de la Guardia Marítima similar a la de Cádiz. Su objetivo era proporcionar a los futuros oficiales la formación científica necesaria en las últimas técnicas de navegación y construcción naval. Las asigna-turas que se estudiaban eran: matemáticas, cosmografía, navegación, artillería a lo que se añadía esgrima, danza y lenguajes. Todas estas materias constituían la base a partir de la cual se emitían informes sobre las aptitudes de los oficiales. Existe un documento de 1819 que valora la trayectoria del capitán de Fragata Juan de Dios Izquierdo (AGMAB. Cuerpo General, Leg. 620/995) en el que se evalúan sus destre-zas profesionales sobre Pilotaje, Maniobra, Táctica, Artillería, Disciplina, Pertrechos y Ordenanzas calificadas como de regular inteligencia; en relación con Lenguas y Ciencias, la anotación afirma que no posee, pero tiene conocimientos de literatura; su Valor está acreditado; su Talento es regular; su Celo, medio; tiene buena Conducta y no es posible hablar con seguridad de su Carácter por la falta de noticias. El docu-mento habla de un oficial de nivel medio y que, quizás, destaque solo en el valor, que se considera acreditado, y en su buena conducta. Es imposible inferir ningún tipo de regularidad, pero si cotejamos muchos de estos documentos nos hablan más de las dificultades y de las carencias que debieron padecer, y que ubica su valor en vencer las adversidades cotidianas más que en relatos de carácter heroico.

Además de estos recursos archivísticos, existen otras fuentes de interés, como las memorias y recursos autobiográficos. Las memorias de D. Antonio Alcalá Galiano, hijo de Dionisio Alcalá Galiano, uno de los héroes de Trafalgar, es uno de estos ejemplos, donde nos proporciona una visión directa del combate de Trafalgar desde las Torres gaditanas y nos traslada a cómo su madre va teniendo noticias del desastre. Recurrir a estas memorias tiene como objetivo, en esta ocasión, referir un episodio curioso, y poco habitual, en su narración sobre cómo presencia un severo castigo a un miembro de la tripulación por cuestiones de sexualidad no heterenormativa.

El picarón castigado, entre sus muchas malas mañas, tenía, según resultó, un feo y repugnante vicio, harto común en lugares donde faltan mujeres, y hallándose en el lugar llamado mesa de guarnición, que es una tabla saliente fuera del costado, al cual estaba pegada, con un pajecillo de escoba, solicitando al segundo el prime-ro, y resistiendo éste, forcejease, de que vino a resultar írsele al picarón un pie y caer en la mar redondo (Alcalá Galiano, 1955: 38).

La historia de Villegas a modo de conclusiónEl importante volumen de trabajos, investigaciones y publicaciones que agrupamos bajo la denominación de Historia Naval demuestran la solidez de sus fuentes y el ri-

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gor con que los propios marinos, que son muchos de los investigadores que a ello se dedican, navegan, esta vez entre legajos y datos. Sin embargo, la información más cercana a un planteamiento de historia social del mar es más escasa, es colateral y requiere afinar mucho en la búsqueda, aunque sabemos que los datos genea-lógicos son abundantes y fáciles de encontrar. Desde esta perspectiva nos estamos preguntando en qué medida influyeron las regulaciones militares en la forma de vida de las familias de los marinos, cómo eran los procesos de socialización de los hijos e hijas, cómo era la vida cotidiana de las mujeres en función de la profesión de los hombres de la familia. En este sentido, es muy importante seguir tirando de este hilo, que a veces es muy corto, y enfocar la mirada para reconocer a las muje-res en las zonas donde su presencia ha permanecido especialmente invisible, como es el mundo militar.

Sin embargo, este trabajo no alcanzaría su objetivo si no lo enmarcamos en una perspectiva relacional que nos hable no solo de las identidades de género fe-meninas, de sus roles, tareas o pautas de comportamiento definidas culturalmente en sistemas patriarcales, de sus situaciones o de su posición estructural en contex-tos históricos determinados. Necesitamos profundizar nuestra comprensión de las identidades masculinas desde esta perspectiva relacional, en un ámbito que, para-dójicamente, se ha ocupado casi exclusivamente sobre desempeños masculinos. Le Gac afirma que los románticos magnificaron el heroísmo guerrero, la experiencia de la privación o la solidaridad entre los hombres lo que contribuyó a la creación de un modelo de masculinidad específicamente militar (2015). Un modelo ideal de masculinidad hegemónica, difícil de cumplir para la mayoría de los hombres, en el que se resumen aquellas virtudes que Le Gac identifica como fuerza, valentía, agresividad, coraje, resistencia o fidelidad y que Corrales describe como valor, obediencia, amor al servicio, honrada ambición, riesgo, talentos y constancia. Un ideal varonil que habría sufrido un duro varapalo por las sucesivas derrotas sufridas a comienzos del siglo XIX y, sobre todo, por la pérdida de las colonias. Creemos que esta idea de masculinidad hegemónica ha sido utilizada en la construcción de un relato glorificado de los héroes que, en realidad no refleja, y en cierto modo oculta, una realidad mucho más compleja en la que los marinos militares, especial-mente en la época que aquí de trata, estuvieron sometidos una situación de crisis casi permanente. Pensamos sobre todo en aquellos marinos que fueron testigos del fin de las colonias americanas y cuyas actuaciones fueron puestas en tela de juicio y les valió el rechazo y el abandono. La lectura de alguno de los informes de esta documentación que hemos citado nos devuelve episodios de penurias, dificultades y falta de recursos, incluso antes de los últimos momentos de las colonias, en los que ya hay situaciones de franco desamparo. Por ello, y a modo de conclusión, planteamos algunos retazos de la historia de un militar que sufrió especialmente las adversidades del fin de la América española y que fue severamente condenado por su fracaso.

La trayectoria del capitán de Fragata José Villegas Córdoba (AGMAB 620/1283. D. José Villegas Córdoba) refleja la agonía y la pérdida definitiva de los territorios de ultramar y está plagada de hechos controvertidos. Villegas ocupaba el

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cargo de Gobernador interino de Valparaíso desde el 29 de noviembre de 1814. Los militares pedirán incesantemente, en esta etapa final, ayuda, pertrechos, tropas y fundamentalmente, buques frente el avance de las posiciones independentistas. No serán los únicos. Los diputados de Chile, Luis Urrejola y Juan Manuel de Elizalde advierten de la existencia de Comisionados en Londres que contribuyen a estos fines. Pero la ayuda no llegará nunca. El paso de los Andes de los ejecitos patriotas con el general San Martín a la cabeza en 1817 supone la pérdida de Valparaíso. Y el 10 de abril de 1817, José Villegas, Antonio Lema y Felipe de Villavicencio se pre-sentan en el Apostadero de Lima fugados de Valparaíso. Su actuación profesional será puesta en duda al ser acusado del “abandono del Gobierno de Valparaíso que desempeñaba por comisión, cuando las tropas de “S.M. se retiraron del Reyno de Chile con motivo de la entrada de los Insurgentes” (AGMAB 620/1283. D. José Villegas Córdoba. Oficio de Luis Navarrete. Madrid, 31 de octubre de 1817) lo que le supondrá ser expedientado y apartado temporalmente de su empleo en el Cuerpo de la Armada hasta que se produzca la resolución de la averiguación en marcha. Un asunto del que será exonerado. Pero el desconcierto, el caos organizativo, el enfrentamiento interno y finalmente, la desobediencia, la deserción y el paso, cada vez mayor, a las filas patriotas se instalan en las filas realistas conscientes del final del poder español en América. Villegas lo comprobará de forma directa en su últi-mo mando. El 10 de octubre de 1820 toma el mando de la división de las fragatas Prueba y Venganza, con el mando específico de la primera. El 31 de diciembre de 1821, y dado el cariz de los acontecimientos, Villegas enviará una “Relación de los oficiales desertados y sublevados de estas dos Fragatas” (AGMAB 71.043, BVD).

Han desertado 12 miembros de la oficialidad y han permanecido 5 en el buque, solo en la Fragata Prueba. No parece un oficial que esté dispuesto a abandonar su puesto. Sin embargo, mes y medio más tarde, el 16 de febrero de 1822 se firman los Tratados entre el comandante de las fuerzas marítimas españolas, capitán de fragata José Villegas y el gobierno de Guayaquil, convencido de que la causa estaba perdi-da, por los que las fragatas de guerra Prueba y Venganza con la Corbeta Alejandro y dos goletas cesaron de pertenecer a la Marina de España desde el 16 de febrero de este año. Un proceso con altos costes personales y profesionales que le llevará a ser considerado un traidor por la pérdida de las fragatas Prueba y Venganza (Ferragut, 2012) en 1821.

Abordar la historia de Villegas supone un ejercicio de contrastación entre diver-sas fuentes que tienen una interpretación dispar de los acontecimientos y que permi-ten también analizar la propia visión de los historiadores navales. Algunos autores nos proporcionan una visión del capitán Villegas como un traidor que “debe pasar a la posteridad lleno de execración e infamia” por haber entregado las fragatas Prueba y Venganza, “según lo pactaron sus desleales comandantes D. José Villegas y D. José Joaquín Soroa”, a los insurgentes en el puerto de Guayaquil (Ferragut, 2012).

Cesáreo Fernández Duro dice que:

“…los nombres de Villegas, Soroa, Aldana y Cortés, y en particular los de los dos primeros, no podrán ser pronunciados sin excitar los

187Segunda Parte: Familias en la historia… historias de familia

más vivos sentimientos de horror e indignación. Sin embargo, nos es grato manifestar a la faz del mundo que los cuatro mencionados sujetos han sido los únicos que han manchado con una negra traición su divisa”.

Y continúa más adelante: “Desde entonces echó [Villegas] en el país las raíces que habían de producir el nauseabundo fruto. En la misma tierra concluyó su vida, experimentando la suerte común los traidores, despreciado sin que el Gobierno disidente lo empleara nunca” (Fernández Duro, 1895-1903).

Una posición que en la que se apoya Pérez Turrado (1996) que duda de sus de-cisiones y de su supuesta pasividad al no tomar Panamá que, aunque estaba tomada por los patriotas, se encontraba desguarnecida.

Otros, como Ortiz Sotelo (2015), matizan la cuestión analizando el problema de la cohesión interna de la Real Armada en tierras de ultramar. La deserción será la opción de un número no menor de miembros de la Armada si contabilizamos no solo a los oficiales del Cuerpo General sino al resto de los miembros de las tripula-ciones, oficiales de mar y marinería. Por ejemplo, en la Lista de Tripulación de 1819 de la Corbeta Sebastiana aparecen registrados aproximadamente 115 hombres per-tenecientes a la marinería (AGMAB. Lista Tripulación Corbeta Sebastiana) de los cuales un tercio son originarios de América y fundamentalmente de tierras chilenas (Valparaíso, Penco, Santiago de Chile, Talcahuano). En torno a 40 constan como desertores. Ortiz Sotelo recuerda un antiguo refrán, según el cual “estos hombres eran del pueblo de sus mujeres” aludiendo a la importancia que tendrá el origen de las mujeres de la familia y las relaciones familiares en su conjunto.

Finalmente es dado de baja en 1825 y en 1828 ya no consta en las listas de la Armada. En 1839, el Encargado de Negocios de Francia dice que ha sido solicita-da su intervención para recabar noticias acerca de la suerte que ha corrido el Sr. Villegas y Córdoba. El Secretario del Departamento de Marina informa que “el expresado D. José Villegas llego al empleo de Capitán de Fragata; que fue dado de baja con motivo de haber sido entregada a los insurgentes del Perú la Fragata Prueba de su mando; y que se sabe extrajudicialmente que falleció en Valparaíso por los años 1827 al 28” (AGMAB 620/1283). Sin embargo, otras investigaciones, algunas recientes como la publicación del capitán de fragata e historiador naval chi-leno Merlet Sanhueza, pero también otras muy antiguas como la Bernabé Anguita en 1902, sitúan a Villegas en una posición destacada en Chile, años después de su se-paración de la Real Armada, como director de la Escuela de Náutica de Valparaíso (continuadora de la Escuela de Guardiamarinas y precedente de la Escuela Naval Arturo Prat) en 1835, identificado como “comandante de la fragata Prueba, insis-tentemente perseguida por Lord Cochrane sin lograr capturarla, y que no habiendo querido regresar a España cuando hizo entrega de su buque en el Callao, en 1822, se había venido a radicar a Chile” (Fuenzalida, 1987).

José de Villegas, Antonio de Villavicencio y su hermano Felipe de Villavicencio, miembros de la tripulación de la Sebastiana, vivieron en Chile todos los aconteci-mientos finales de la Capitanía General de Chile. Felipe Villavicencio murió en Perú

188 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

en 1818. Villegas y Antonio de Villavicencio abandonaron la Real Armada y ambos fueron cuestionados por sus decisiones. Antonio de Villavicencio murió en Chile en 1862, viendo rechazada su petición de que le fuera reconocido el retiro como Tenien-te de Fragata de la Real Armada (González Guardiola, 2019a). No tenemos constan-cia de la muerte de Villegas. Debieron estar en contacto. No lo sabemos.

El objetivo es seguir investigando en estos resquicios que todavía permanecen opacos porque su propia historia ha acabado situándose entre dos mundos, en tierra de nadie. La reconstrucción de la trayectoria del capitán Villegas refleja la vida de esos marinos que vivieron entre dos mundos y que, llegado el momento, tuvieron que tomar difíciles decisiones y finalmente optar, en un proceso rápido, abrupto en cierto modo, desde el punto de vistas de sus propias vidas. Algunos de estos marinos se incorporaron a las nuevas Armadas nacionales y desarrollaron una vida profesional de éxitos ocupando puestos relevantes. Otros fueron cuestionados y permanecen en el olvido, o fueron acusados de traición, y no responden a esos mo-delos de masculinidad hegemónica que han ocupado muchas páginas de la historia naval. Se trata de ampliar nuestra mirada atendiendo a la multiplicidad y especi-ficidad de los desempeños masculinos y femeninos como una forma de matizar, profundizar y comprender la complejidad de las relaciones sociales en cada tiempo y en cada lugar.

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Parte IIIInfancias y prácticas del cuidado

La infancia en los procesos judiciales del arzobispado de Toledo en la Edad Moderna

Alfredo Rodríguez González

Planteamiento general

Existe un consenso más o menos generalizado en torno a la idea de que la infancia como objeto de investigación aparece con la obra de Philippe Ariés El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, que se publicó hace casi 60

años, en 1960. Este libro de Ariès recibió las críticas de algunos especialistas como Geoffrey Elton, Harry Hendrick o Lloyd De Mause, entre otros, pero es indudable que tiene el mérito de haber elevado a la niñez a la categoría de sujeto con plena personalidad. Tras Ariès numerosos autores comenzaron a investigar la historia de los niños en distintas épocas y áreas geográficas.

Del balance historiográfico español sobre la infancia en la edad moderna se ocupó la investigadora Gema Cava en un trabajo publicado hace 15 años (Cava López, 2004: 751-762). En él, la autora señalaba las principales dificultades que debían superar los investigadores: escasez de fuentes, dudas sobre las orientacio-nes metodológicas y concentración de los estudios en torno a los expósitos (Pérez Moreda, 2005), la formación (Varela Fernández, 1988; Ortega Sánchez, 2011) y la medicina infantil (Gomes Ferreira, 2005). Igualmente, Cava identificaba una serie de retos que habían de superarse: desarrollar estudios sobre la transformación de las condiciones de vida, así como profundizar en el estudio de los menores dentro de las redes de parentesco, estrategias de reproducción social y control patrimonial familiares.

En el caso español la mayoría de las investigaciones se han centrado en el abandono, aunque también se ha intentado estudiar la infancia como una realidad en larga duración, desde una óptica propia de la historia de las mentalidades o la historia social. Los estudios sobre expósitos, que se fueron desarrollando a escala local o regional, fueron renovados por León Carlos Álvarez Santaló, que analizó desde una óptica más mental y social la exposición de niños, hasta entonces más relacionada con la demografía histórica (Álvarez Santaló, 1980).

Hay que señalar que los análisis realizados se han situado preferentemente en la época contemporánea, con menor presencia de trabajos de los periodos medieval y moderno. Del mismo modo, casi todos los estudios se han enfocado desde tres perspectivas: la demográfica (historia del abandono de niños), la social (como una

194 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

parte de la historia de la pobreza) y la pedagógica, como parte de la historia de la educación (Dávila Balsera y Naya Garmendia, 2010). El problema de este triple enfoque es que el análisis parte de fuentes muy determinadas y ajenas (por expre-sarlo de alguna manera) a la realidad que se estudia. Los registros de las inclusas y centros de beneficencia, los tratados de educación o la documentación de las instituciones educativas reflejan una visión de la infancia muy determinada por el fin del organismo productor del documento. Investigar sobre el mundo infantil y evitar ese sesgo de las fuentes es muy complicado porque los niños rara vez deja-ban huellas documentales directas.

La limitación de estas fuentes se ha intentado superar a partir del empleo de otras alternativas. En ese sentido, son destacables las líneas de investigación que han rastreado textos aparentemente alejados de la infancia para buscar en ellos elementos que permitiesen estudiar esta realidad. Como ejemplos pueden citarse trabajos basados en textos médicos e incluso relatos de milagros, que han permitido ofrecer visiones complementarias de la niñez desde esas fuentes que aparentemente contenían menos o distinta información. Igualmente, la iconografía ha sido muy utilizada por los investigadores de la infancia en las últimas décadas (Ramírez Al-varado, 2005). Otros enfoques han propuesto como fuentes alternativas los elemen-tos de la cultura material (Sanchidrián Blanco, 2005) o los juguetes (Sanchidrián Blanco, 2003).

El objeto de este trabajo es presentar a los investigadores las potencialidades de los procesos judiciales de la jurisdicción penal como fuente para analizar la historia de la infancia. Como en el caso de otras ya citadas, se trata de documen-tación externa a los niños, en el sentido de que estos no son los productores de los procedimientos, y por tanto son una fuente indirecta. Sin embargo, puede afirmarse que la objetividad de los juicios en los que se veían niños envueltos es mayor que la de otras fuentes, permitiendo, además, un análisis desde tres perspectivas (jurídica, social y demográfica), como se expondrá más adelante.

Este análisis se basa en una muestra de procesos no muy numerosa (64 casos), aunque se han detectado en una amplísima selección de actas judiciales (de en torno a 15.000 expedientes), tanto de la jurisdicción eclesiástica como de la civil, que cronológicamente se sitúan entre 1566 y 1829 (en concreto, hay seis procesos en el siglo XVI, 35 en el XVII, 18 en el XVIII y cinco en el XIX). En el caso de las causas eclesiásticas (que solo suponen seis del total) fueron incoadas en el ar-zobispado de Toledo, demarcación que durante la Edad Moderna se extendía por unos 62.400 kilómetros cuadrados entre las provincias de Toledo, Madrid, Ciudad Real, Guadalajara, Albacete, Cáceres, Badajoz, Jaén y Granada (AAVV, 1993). Por su parte, los procesos de la jurisdicción civil pertenecen a la jurisdicción que la ciudad de Toledo tenía sobre los Montes, una comarca serrana compuesta por pe-queñas localidades situadas entre las actuales provincias de Toledo y Ciudad Real (Rodríguez González, 2009).

La distribución de los crímenes con participación de menores (se ha conside-rado a tales los niños de hasta 14 años) en función de los delitos sería la siguiente:

195Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Cuadro 1 Procesos judiciales con participación de menores

Delito Número de casosAmancebamiento 1

Amenazas 1

Armas prohibidas 1

Criado 1

Daños 1

Estupro 5

Hallazgo de cadáver 1

Homicidio 4

Homicidio accidental 12

Hurto 6

Injurias 1

Lesiones 25*

Mal uso de oficio 2

Sodomía 1

Supertición 1

Vida desacomodada 1

Total 64

* En un proceso se trata de lesiones con resultado de muerte.Fuente: Elaboración propia sobre la base los Archivos Diocesano y Municipal de Toledo.

En los casos analizados hay una mayoría (42 de 64) en los que los menores fueron víc-timas de los delitos, frente a 8 casos en los que eran los autores, y 5 en los que simultá-neamente hay niños como autores y como víctimas. Además, en 8 de los procesos apa-recen niños como testigos, es decir, no tomaron parte directa en el asunto juzgado pero por haber presenciado los hechos y por no existir adultos que pudiesen informar a las autoridades judiciales, éstas les tomaron declaración, que fue incorporada al sumario.

Del análisis del cuadro anterior se deduce que una parte importante de los delitos están relacionados con la violencia verbal o física: las amenazas, injurias, lesiones y homicidios suman 33 casos, más de la mitad; siguen en importancia los homicidios accidentales (12 ejemplos), en alguno de los cuales hay también dosis de violencia por haberse producido las muertes en enfrentamientos o peleas de manera involunta-ria. En el resto de los procesos en los que intervienen niños los delitos son diversos, incluyendo los crímenes sexuales y contra la propiedad. En todo caso, pese a que la muestra no reúne demasiados ejemplos, sí parece ajustarse al esquema general de la criminalidad, es decir, en la mayoría de los procedimientos en los que intervienen menores hay violencia porque en buena parte de los casos la había. Por ello se puede decir que la criminalidad que afecta a los niños no presenta rasgos que la diferencien de la de los adultos.

196 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Debe tenerse en cuenta que a veces la presencia de los muchachos en las cau-sas es poco menos que anecdótica pero no por ello deja de ser de interés, porque facilita datos que son difíciles de encontrar consignados en otras fuentes. Así, un proceso confirma que efectivamente los niños dormían con los adultos: en 1624 los jueces acusaron a un individuo de amenazar a una mujer que estaba “acostada con sus hixos en la cama”.1 También una niña de 10 años que fue violada por un clérigo vivía con su madre viuda y su hermana y “todas tres en una cama dormían”.2

En este último procedimiento se documenta una costumbre infantil que parecía extendida: la de perseguir a algunas personas que transgredían las normas, cantando o repitiendo frases con intención de burla. Esa conducta, que también aparece refleja-da en obras literarias y artísticas, buscaba censurar a ciertos individuos que transgre-dían las normas, y no era exclusiva de la infancia.3 En el ejemplo anterior, sucedido en Almadén en 1620, los niños reprocharon al clérigo Alonso Salado que hubiese violado a una niña en un sótano tras haberle ofrecido miel. En consecuencia, los críos recorrían el pueblo cantando “quien quisiere panales baya a Salado, que baratos los bende en el soterrano. ¿Dónde va la niña, padre Salado? A la cueva la llevo, luego la traygo”.4 Algo parecido ocurría en 1690 en Tembleque, donde el amancebamiento de un clérigo era tan conocido “que por las calles los muchachos lo cantan”.5 En Toledo grupos de niños perseguían en 1727 a Ignacio Chavarría, un clérigo navarro que escandalizaba a la ciudad con sus borracheras y conducta inapropiada, y al que “los muchachos siguen, haciendo burla de él públicamente, siendo todo en vilipendio del estado [eclesiástico]”.6 En 1765 en la localidad manchega de Herencia coincidieron dos exorcistas que pugnaban entre sí por atraer la atención de una mujer supuesta-mente endemoniada. Su enfrentamiento alertó al párroco del pueblo porque los veci-nos se mofaban de los dos ensalmadores, incluyendo a los más pequeños, tal y como escribía el clérigo: “los niños les remedan por las calles, conjurándose unos a otros”.7

Apuntado este valor adicional de las causas criminales como fuente, en las pá-ginas siguientes se va a profundizar en el análisis de su triple perspectiva (jurídica, social y demográfica), a la que se ha hecho referencia antes, para luego analizar con más detalle el influjo de la agresividad en los delitos donde aparecen niños.

1 Archivo Municipal de Toledo (AMT), Caja 648-34 Efectivamente la mujer declaró que “quando ya estaba acostada con sus hixos le pareció que avía oydo ruydo junto a la puerta del aposento, y que miró si acaso la nyña que tenya se le abía caído de la cama, y myrado la nyña estaba dormida y no sonaba cosa estubo un rato en bela y se quedó dormyda”.

2 Archivo Diocesano de Toledo (ADT), Legajo 1600-1700.3 Los jóvenes y adolescentes, por ejemplo, usaban formas de crítica similares con las cencerradas o

los cánticos de coplas, también reflejados en los procedimientos penales.4 ADT, Legajo Criminal, 1600-1650.5 ADT, Legajo Criminal 1690.6 ADT, Legajo Criminal, 1725-1730.7 ADT, Legajo Conde de Teba, 33.

197Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Aspecto jurídicoLas especialidades penales de los procesos a menores son relevantes más allá del ámbito estrictamente legal. Las disposiciones destinadas a los niños y contenidas en las normas, así como su aplicación por los jueces y tribunales, ofrecen, por ejemplo, un criterio a la hora de valorar una de las principales afirmaciones de Ariès: según este autor, en el Antiguo Régimen las criaturas mayores de ocho o nueve años eran consideradas adultas a casi todos los efectos. El carácter adulto de los niños no estaba recogido en las leyes de manera explícita, y solo desde la segunda mitad del siglo XVIII los juristas comenzarán a construir un entramado legal específico para los menores (Chacón Martínez, 2019). En teoría, y siguiendo las normas del derecho Romano, la ley medieval (vigente en la Edad Moderna) im-pedía procesar a los menores de 14 años por delitos sexuales, aunque establecía la minoría penal en los 10 y años y medio, de modo que entre esa edad y los 14 se les podía enjuiciar, aunque moderando la pena.8 Igualmente se excluía a los menores de 14 años para la prueba del tormento9 (Vázquez González, 2004).

La existencia de esas leyes no significaba que los jueces debiesen tenerlas pre-sentes en sus actuaciones, ya que no existían reglas que indicasen el modo de gra-duar las penas, y por ello eran los magistrados quienes seguían su propio criterio en función de las circunstancias del reo, su estado físico o su peligrosidad. A partir de ahí el análisis de la documentación judicial permite comprobar que en algunas ocasiones niños, a veces menores de 10 años, eran tratados como adultos por los jueces sin que su minoridad supusiese variar las prácticas habituales en los proce-sos. Por ejemplo, en lo que a la pena se refiere, Francisco de Herrera, de 12 años, hirió a otro chico de seis o siete mientras jugaban con una escopeta en casa de un vecino en San Pablo, y recibió la misma pena que un adulto: en noviembre de 1751 fue sentenciado a cuatro años de servicio en los arsenales del rey.10

Tampoco los niños parecían gozar de privilegios especiales para evitar la pri-sión preventiva, y así hay ejemplos de niños menores de diez años que eran encar-celados mientras se instruía el sumario. Ello no implica que los menores fuesen finalmente condenados sino que, para asegurar el cumplimiento de una posible pena, se les custodiaba en las prisiones de los pueblos, y en algunos casos se les trasladaba a Toledo. Otras veces se trataba de menores especialmente difíciles, como el que aparece en un caso iniciado en Ventas con Peña Aguilera en junio de 1788. El alcalde de la localidad ordenó encarcelar a Pablo Casiano, de ocho años. El crío se había ocultado en casa de un vecino, había descerrajado un arca y se había llevado diversos objetos, entre ellos varias medallas de plata. En el breve tiempo en el que la criatura estuvo en la cárcel “desencajó varios cantos grandes de una pared con ánimo, tal vez de salirse de ella”,11 y regresó a su casa pasados

8 Partida VII, Título I, Ley IX.9 Partida VII, Título XXX, Ley II. 10 AMT, Caja 596-18.11 AMT, Caja Fiel del Juzgado.

198 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

unos días. No obstante, el alcalde escribió al ayuntamiento para que buscase una solución y el niño se recogiese, según la expresión que aparece en el documento original, lo que parece sugerir un encierro.

Las normas específicas eran inexistentes igualmente a la hora de encadenar a los encausados en un delito, práctica que estaba relativamente extendida. Por ello la posibilidad de que en determinadas circunstancias se engrilletase a un sospecho-so, se extendía a los menores. Así, el 4 de agosto de 1793 se abrieron diligencias en Marjaliza porque “Silvestre, muchacho de edad como de siete años, hijo de Nicolás de Arze ha muerto de resultas de un par de cozes que le ha dado una caballería”.12 Los hermanos del fallecido y otros niños de 10 y 11 años, que se encontraban con él cuando se produjo el accidente, fueron encarcelados en el pueblo y se instó al vecino que los custodiaba a que tuviese cuidado “no saquen los pies de los grillos, respecto de ser muchachos y no haber prisiones acomodadas”.13

En definitiva, los procesos penales sugieren que los trámites procesales no so-lían adaptarse a las circunstancias, cuando la intervención de los niños en las cau-sas era un factor relevante. Un caso muy significativo tuvo lugar en 1672, cuando dos criaturas de Los Yébenes que jugaban en un olivar junto a la ermita del Santo Cristo encontraron el cadáver de un hombre semienterrado. La visión de la carne putrefacta y de los gusanos les provocó un ataque de pánico que les hizo regresar corriendo al pueblo para denunciar el macabro hallazgo. El alguacil que les acom-pañó no parecía tener demasiado en cuenta la situación que habían vivido los niños: mientras le guiaban al emplazamiento “fue diciendo a los muchachos si no dezís berdad y nos engañáis os emos de colgar de una oliba, y los dichos muchachos respondieron que era la verdad”.14

Aspecto socialUna de las críticas realizadas a la obra de Ariès sobre la infancia es que su estudio estaba basado en fuentes poco representativas, que reflejaban solo la posición del sector social más privilegiado, excluyendo con ello una visión de la infancia que representase a la mayoría de la población. Los procesos judiciales, en ese sentido, muestran una realidad mucho más vinculada a las clases populares, en este caso a población de origen rural con bajos recursos. Por ello los análisis permiten valorar otros aspectos adicionales, como la asistencia a la escuela, el ocio y el juego, o el trabajo infantil, entre otros.

En los procesos analizados aparecen hasta los estratos sociales más bajos, por ejemplo, tres expósitos aparentemente integrados en familias adoptivas. Esa im-bricación con el tejido social a través de una unidad familiar alejó a estas criaturas del internamiento en las instituciones de beneficencia. A partir del siglo XVIII, en

12 AMT, Caja 512-05.13 AMT, Caja 512-05.14 El cadáver resultó ser el de un mozo de Urda que falleció de un disparo en casa de un falsificador

de moneda. AMT, Caja 662-15.

199Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

estos centros de beneficencia, tal y como ha señalado recientemente Jesús Aguas, se impuso la solución penal para los menores, el encierro, que además tenía una función reeducadora, pues se intentaba convertir a los internos en mano de obra útil a la sociedad según la mentalidad de la época (Agua de la Roza, 2014 y 2018). Los vínculos entre los grupos más desfavorecidos y el trabajo forzoso son confirmados por la documentación; así en 1750 el corregidor de Brihuega recorría el pueblo junto al secretario buscando a los niños pobres y huérfanos de la localidad para que trabajasen en la Real Fábrica de Paños que se había establecido allí.15

En el Setecientos, además, se extendió a los menores la visión negativa que se tenía de los mendigos y necesitados, quienes eran percibidos como elementos so-ciales perniciosos, cada vez más identificados como delincuentes. En virtud de ello la vigilancia sobre los niños más desfavorecidos se estrechó, hasta el punto de que la sombra del encierro planeaba sobre ellos, aun cuando no hubiesen transgredido la ley. Es el caso de un niño madrileño cuyo padre enfermo había sido internado en el hospicio de Madrid en 1752. Su esposa solicitó su liberación porque era el único sostén de ella y de su hijo, y efectivamente fue liberado, pero el administrador de la institución aseguró que “si volviere a pedir limosna, en lugar de soltarle, se reco-gerá también a la muger, y un hijo que tiene 12 años y no saldrán del hospicio”.16

En los procesos penales donde aparecen implicados menores no hay ninguna referencia a que alguno de ellos asistiese a la escuela. Ello no es extraño, porque la asistencia no era generalizada y no solía ocupar más allá de algunas horas al día. Por otro lado, hay que tener en cuenta que los procedimientos que se han analizado no se iniciaban en localidades grandes, donde los niños contaban con más posibili-dades de recibir educación que aquellos que vivían en lugares pequeños y en entor-nos rurales. En las grandes urbes había colegios de primeras letras y de gramática, e incluso los niños de las clases más bajas o sin vínculos familiares (como los huérfanos y expósitos) podían ser educados en las escuelas que se fueron creando en instituciones asistenciales. Es cierto que algunas de estas fundaciones fueron reacias a la apertura de colegios, como ocurrió en el hospital de Santa María de la Rica a mediados del siglo XVIII. Pese a que el limosnero mayor, Antonio Salcedo y Guzmán, solicitó que se abriese una escuela porque por la ciudad había muchos niños de ambos sexos que vagaban por las calles y no recibían ninguna instrucción, uno de los administradores del hospital le respondió que “es preciso considerar esta casa con una Escuela de Niños al mismo tiempo. Creo sería una Babilonia pequeña, y si el maestro ha de vivir allí con su familia (que suelen ser impertinentes) hera poner un cancerbero a la puerta de la misericordia”.17

Pero ello no debe hacer pensar que en los pueblos existía un vacío educativo. En algunas localidades incluso podían existir dos escuelas para niños del mismo sexo. Así se deduce de una denuncia presentada en Los Yébenes en 1613, en la que un maestro de escuela acusaba a otro, que era forastero, de haberle insultado y de inten-

15 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, VIII.16 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, sin numerar.17 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, sin numerar.

200 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

tar robarle a los alumnos de su escuela.18 Las fuentes indican que desde los primeros años del siglo XVI la Iglesia había intentado que los curas se ocupasen de adoctrinar a los niños. Con el paso del tiempo se intentaron crear también escuelas dependien-tes de las parroquias en las que la enseñanza de las primeras letras estaba encargada a los sacristanes, mientras que los párrocos se ocupaban de transmitir la fe.

El proceso de implantación fue lento, tal y como ponían de manifiesto a finales del siglo XVI muchos de los clérigos que participaron en el concilio provincial toledano de 1581. Así, el párroco de Alía pedía al arzobispo Quiroga que “mande que los sacristanes o curas por razón de sus oficios enseñen a los niños la doctrina cristiana los días de fiesta y los sacristanes enseñen a leer y escribir y cantar por razón de los dichos sus oficios, porque en esto ay falta”.19 En el mismo sentido iba el cura Villaviciosa de Odón, que pedía más rigor y hasta castigos para los padres negligentes:

“Que debaxo de la misma pena moderada el dicho fiscal tenga quen-ta con que todos los parroquianos enbíen sus hijos desde çinco años hasta doze todos los domingos y fiestas de guardar después de comer a oyr y aprender la doctrina cristiana que el cura u otra persona por él les enseñe, porque ay ansimismo gran descuido, y se halla por ex-periençia que muchas personas grandes no saben bien las oraçiones por no los querer enviar sus padres a la doctrina quando pequeños”.20

Y esta queja no solo era de los eclesiásticos, el propio concejo de Menasalbas de-nunciaba el “descuydo en enseñar la doctrina cristiana a los niños, de que se sigue que aun personas de mucha edad no la saben”.21

Sin embargo, a partir de las décadas centrales del siglo XVIII hay numerosos documentos que acreditan la existencia de escuelas en lugares pequeños, incluso para alumnos de familias pobres, o para niñas. En muchos casos los maestros se veían obligados a solicitar alguna ayuda, como ocurrió en 1751 cuando el arzobis-po Luis Antonio de Borbón concedió una limosna de 200 ducados a María Rosala, una vecina de Puente del Arzobispo que ejercía de maestra de niñas, por tener solo “seis o siete niñas que enseñar, por causa de averlas levantado sus madres por no poder darlas maestra respecto de hallarse tan pobres, por lo que la ha obligado a echarse a pedir una limosna…”.22 En una situación similar se encontraba Jaime Antonio Mayorga, maestro de primeras letras de Puertollano, que en 1772 solicitó alguna ayuda al arzobispo, “porque su sueldo, fijado por el anterior arzobispo, era de un real diario”. Enseñaba la doctrina y las primeras letras a 25 niños pobres de solemnidad, que acudían los días festivos a la parroquia “en donde por el cura de

18 AMT, Caja 642-30.19 Archivo de la Catedral de Toledo, (ACT) Secretaría Capitular, Caja Sínodo de Quiroga, II-26.20 ACT, Secretaría Capitular, Caja Sínodo de Quiroga, II-12.21 ACT, Secretaría Capitular, Caja Sínodo de Quiroga, I-79-79v.22 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, sin numerar.

201Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

ella se les hacen varias preguntas de Doctrina christiana y algunas veces en la plaza pública, satisfaciendo a todas dichos párbulos puntualmente”.23

Las causas recogen otro elemento que confirma en cierto modo el carácter adulto de los niños, porque de ellas se desprende que los menores participaban de manera habitual en las actividades económicas de sus familiares adultos, algo que era co-mún en la España de la época (Miralles Martínez y Caballero Carrillo, 2002). La situación la exponía claramente el cura de Fresnedillas de la Oliva (Madrid), cuando escribía en 1750 que los niños “andan continuamente empleados en el campo”.24 Incluso criaturas de muy corta edad trajinaban con sus mayores; así en 1669 los alcaldes de Ventas abrieron una causa contra una vecina, Ángela López, que había amenazado a las autoridades por haber detenido a su hijo, de cuatro años, después de que lo hallasen con ganado que había metido a pastar en terreno prohibido.25

En la comarca de los Montes de Toledo lo más habitual son las menciones a críos que salían al campo a apacentar ganado, ya fuese vacuno, ovino, caprino o porcino. Los ejemplos son numerosos: un niño de ocho años fue agredido en Marjaliza en 1692 cuando estaba en el campo guardando unas vacas;26 en 1626 un pequeño de Navalmoral que estaba en el campo cuidando cerdos en compañía de otros se vio envuelto en un accidente que acabó con su vida;27 en 1815 la riña entre dos menores de Navalmoral que estaban en el campo con sus reses acabó en una agresión por parte del padre de uno de los niños al otro.28 La agricultura, menos extendida en la zona que la ganadería, precisaba además mayor pericia, por lo que el número de menciones en los procesos penales es menor. Cuando en una causa aparecen menores trabajando en el campo suelen hacerlo en labores poco cualificadas, como la vigilancia. Es el caso de una criatura de ocho años de Fuensalida, que en 1797 estaba guardando su majuelo, aunque no evitó que su madre fuese agredida por una cuadrilla de mozos que recorrían los campos hurtando las uvas de las vides.29

En esta comarca, además de la agricultura y la ganadería, existían otras formas de explotación de los recursos naturales, como la caza, la tala de madera, la fa-bricación de carbón o la apicultura, entre otras, que completaban la renta familiar (Borrás Llop, 2013) y en las que participaban los menores. Un ejemplo nos sitúa en 1691, cuando se procesó a Francisco Rodríguez del Álamo, mozo de Urda que vivía en Los Yébenes, porque le había robado uno de los dos burros que un niño de diez años llevaba a un mozo que estaba en el monte haciendo carbón.30 Más luctuoso fue el caso de los niños Juan Arroyo y Juan Felipe, de Los Yébenes, que

23 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, IV.24 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, sin numerar.25 AMT, Caja 622-2626 AMT, Caja 536-42.27 AMT, Caja 540-44.28 AMT, Caja 462-05.29 AMT, 478-16. Madre e hijo rezaban el rosario para pasar el tiempo.30 AMT, Caja 667-05.

202 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

fueron acusados de homicidio en 1674. Después de ir a casa de una vecina a bus-car a su hijo, de siete años, para que les acompañase a coger esparto le agredieron hasta que murió “porque no ayudaba a coger escobas”.31 También hay procesos que contienen referencias al trabajo de las niñas como criadas, como una causa abierta en Navahermosa, cuando un vecino fue denunciado en 1587 porque había engañado a una niña que servía en la casa del querellante para que entrase a servir al denunciado.32

En definitiva, muchos de los niños que aparecen en los procesos habían adqui-rido desde sus primeros años una especie de mayoría de edad a efectos laborales, por lo que no les era desconocido cuidar ganado, ayudar en las labranzas, servir a un vecino más acomodado, recoger leña o auxiliar en otras labores del campo.

Del mismo modo se reflejan también los juegos y el modo de pasar las horas de ocio que tenían los niños, aunque en la mayoría de los casos los pasatiempos apa-recen asociados a hechos que acaban iniciando una investigación judicial. En 1618 dos chicos de Ventas, uno de ellos portugués, hirieron a un tercero de cinco años, al que tiraron al suelo, mientras se divertían con un juego que consistía en empu-jarse.33 Algunas de esas diversiones tenían resultados más trágicos, en ocasiones de extrema gravedad, como un partido de pelota entre muchachos de Navahermosa en 1698, que degeneró en una pelea en la que falleció un niño de diez años.34 No es un caso único, por lo que se puede pensar que algunas riñas infantiles podían derivar en problemas más serios. En 1610 se inició un sumario en Toledo al saberse que en El Molinillo un grupo de vecinos había asesinado a un hombre. El origen del caso fue un hecho aparentemente simple. Uno de los declarantes relató que se encontra-ba tomando el fresco en una cálida noche de verano cuando,

“…llegó un niño hijo del dicho Pedro de Vargas, que será de hedad de siete u ocho años, poco más o menos, y le pidió a este querellante que le diese un tronpico que le avía tomado, y este querellante le respondió bete con Dios, niño, que ni tengo tronpico ni le e visto, y replicándole el muchacho con algunas palabras descompuestas le obligó a este querellante que le diese un torniscón en la caveza la calle avaxo que se hiban a la casa del dicho doctor, y el muchacho entró llorando a quexarse al dicho Pedro de Vargas, el qual salió con su espada diziendo a este declarante ya os e dicho, Juan Ruiz, que no me maltrateis de palabra y de obra a mis hijos, porque no lo sufriré, y estando presentes Francisco López y Francisco Rodríguez, becinos de estes lugar que estavan hablando con este querellante y metién-dolos en paz a él y al dicho Pedro de Vargas porque no tubiesen pesadumbre, y estando apartados llegó el dicho Pedro de Vargas con

31 AMT, Caja 664-14.32 AMT, Caja 526-37.33 AMT, Caja 615-18.34 AMT, Caja 539-18.

203Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

su espada desnuda le tiró dos estocadas, de las quales le dio una en los pechos en la tetilla hyzquierda y otra al brazo, y este declarante después de herido hechó mano a su espada para defenderse y le tiró de cuchilladas y se le fue retirando”.35

Pese a que los niños implicados en las causas pertenecían mayoritariamente a fa-milias de escaso poder económico, la incidencia de menores en delitos contra la propiedad es moderada. Ello coincide con el panorama general de la delincuencia en la época, en la que crímenes como hurtos o robos no eran los más habituales. En todo caso estas acciones solían revestir la fórmula de lo que se ha llamado el delito famélico, en el que el delincuente infringía la ley para obtener un bien que aliviase sus difíciles condiciones de vida o las de su familia. Debía ser una costumbre difícil de eliminar, en el sentido de que en cierto modo los vecinos consideraban que los recursos podían tomarse en beneficio propio si llegaba la necesidad. Así, en 1609 los cuadrilleros de Toledo denunciaban que los Niños de la Doctrina “hordinaria-mente entran en la legua de esta çiudad por leña”.36

Cuando esto ocurría las autoridades a veces comprendían la situación y no per-seguían a los criminales. Un ejemplo de esta conducta se produjo en Ventas en 1627, cuando dos alguaciles fueron procesados porque incumplieron la orden de encarcelar a unos muchachos que habían sido sorprendidos robando higos y uvas.37 Igualmente, en el hospital que existía en Navalucillos para peregrinos pobres fue detenido en 1622 Juan Alonso Serrano, un zapatero de Salamanca de solo 12 años, al encontrarle allí los alcaldes, que habían acudido a la institución buscando ladro-nes de gallinas. Tras comprobar que se trataba de una criatura pobre fue liberado poco después.38

Otras veces los robos de los menores se producían en circunstancias que ma-tizan el ánimo de delinquir, porque da la impresión de que se trataba más bien de travesuras en grupo. Por ejemplo, en 1779 fueron detenidos Eugenio Calderón Díez y otros seis muchachos de Hontanar que habían entrado en una viña y habían causado en ella algunos daños. En este caso las diligencias se abrieron de oficio en Toledo, ya que los alcaldes de los pueblos de los Montes (las autoridades que debían iniciar las investigaciones y abrir los sumarios) eran vecinos que ejercían el cargo anualmente por sorteo.39 Del mismo modo, otro grupo de niños de esa localidad, entre ellos un expósito que se criaba en el pueblo, fueron detenidos en 1630 después de que se descubriese que entraban en el hospital del pueblo vecino de Navahermosa, donde se acogía a peregrinos pobres, sin que su actuación tuviese mayores consecuencias.40

35 AMT, Caja 515-48.36 AMT, Caja 601-48.37 AMT, Caja 617-32.38 AMT, Caja 561-72.39 AMT, Caja, 496-14.40 AMT, Caja 485-88.

204 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Algunos otros ejemplos sí parecen indicar que los menores implicados tenían intención de robar, y por ello planificaban los delitos para minimizar los posibles ries-gos. En dos ocasiones los niños aprovecharon la ausencia de los vecinos para entrar en sus casas y llevarse el dinero que encontraban. Así ocurrió con Cipriano Galán, un crío de 11 años de San Pablo procesado en 1796 por llevarse algunos maravedíes de la casa de un vecino,41 y con Isidoro Sánchez, un muchacho de Navalpino de 14 años, sorprendido en 1800 en casa de un vecino del pueblo con intención de robarle.42

Aspecto demográficoLas causas criminales como fuente carecen del rigor que ofrecen los registros pa-rroquiales o la documentación que puede tratarse de manera seriada, ya que el relativo corto número de procesos impide construir datos estadísticos. Sin embar-go, su valor cualitativo puede ser alto si se tiene en cuenta que a veces ofrece detalles de gran interés acerca de las condiciones de vida de los niños, tales como alimentación, enfermedades, prácticas de salud, etc. En este sentido, destacan es-pecialmente los numerosos testimonios que indican la gran incidencia de muertes accidentales con menores implicados, como se expone a continuación.

Las armas de fuego, como también las armas blancas, están presentes en mu-chos sumarios que se abrieron por accidentes en los que algún niño o adolescente había sido herido o había resultado muerto. Si en general durante la Edad Moderna el armamento estaba relativamente extendido entre la población, en los Montes de Toledo en particular los niños y jóvenes tenían un contacto casi directo con él, puesto que se trataba de una zona en la que la caza, legal o furtiva, estaba muy ex-tendida (Sánchez González, 2003). Así, no eran extraños sucesos como el acaecido en Fontanarejo en 1754, en el que un niño disparó una escopeta y mató a otro.43 Ambos eran hijos de una mujer del pueblo y aquel domingo se entretenían en jugar por su casa hasta que su madre les regañó,

“…y riñéndoles que no jugasen más y se fuesen a calzar, porque havían tocado a misa maior y havían de ir a oírla, se binieron, y entrando, el uno llamado Manuel Martín, como de treze años de tiempo, a ponerse las albancas junto al ogar de la cozina, el otro llamado Alphonso Gómez Garralda, que tendrá como diez años y es de experimentado jenio travieso, tomó una escopeta que tenían en su sitio acostumbrado, y rincón mano derecha como se entra en la casa, puesto a la puerta de la cozina a distancia como de seis pasos y pareziendo que quería tirar unas urracas”.44

41 AMT, Caja 597-20. No fue un caso único de detención preventiva: en 1581 los alcaldes de Ventas detuvieron a Francisco y Lorenzo, dos chicos a quienes habían encontrado dinero que pensaban era robado. AMT, Caja 610-19.

42 AMT, Caja 557-31.43 AMT, Caja 482-25.44 AMT, Caja 482-25.

205Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Las evidencias documentales son numerosas y muestran la familiaridad de los ni-ños con pistolas, escopetas y demás bocas de fuego, por ejemplo, los alcaldes de Ventas procesaron en 1644 a Juan Delgado, después de hallarle con un pistolete que dijo haber encontrado viniendo de San Pablo.45 Fuese verdad o no, lo cierto es que todo indica que las armas se usaban como juguete cuando se presentaba la ocasión. Así, en 1666 Pedro Gamero, un chico de 14 años de San Pablo, disparó accidentalmente una escopeta en su casa un día de fiesta, lo que causó la muerte de una niña de su edad a la que alcanzó en la cabeza.46 Del mismo modo Santiago Menor, un niño de 12 años de Navahermosa, fue herido con un arma de fuego en 1743 mientras jugaba con su primo.47 Algo similar tuvo lugar en San Pablo en 1751, cuando Francisco de Herrera, de 12 años, hirió gravemente con una escopeta a otro niño de seis mientras jugaban en casa de un vecino.48

Las armas blancas también estaban presentes: en 1626 se abrieron diligencias en Navalmoral después de que se produjese la muerte de un niño. La criatura ju-gaba con otros chicos en la pared de una era, y uno de ellos, sentado a horcajadas sobre el tabique, jugaba con un chuzo diçiendo “este peral tiene peras, y tirábala en alto y otra vez le tiró a la pared junto donde estaban este testigo y los dichos hijos de Juan de Aguilera y el chuço saltó de la pared y de recudida y dio a Alonso, hijo del dicho Juan de Aguilera y se quedó metido el hierro del chuço en la cara”.49

La documentación hace pensar que buena parte de los accidentes que afectaban a los niños con consecuencias más trágicas estaban relacionados con las acémilas. El caso más antiguo se remonta al año de 1574, cuando el caballo de Francisco García, vecino de Los Yébenes, hirió en una pierna a un niño.50 Hay dos casos similares en Marjaliza: en la fiesta de la Purificación celebrada de 1629 un caballo coceó a un niño, que quedó inconsciente a consecuencia del golpe;51 peor suerte tuvo un niño de siete años, que murió en 1793 después de recibir una coz del caballo de un veci-no.52 Lo más habitual era que por tratarse de accidentes imprevisibles los dueños de los animales no fuesen castigados, únicamente debían hacer frente a posibles gastos médicos o costas judiciales. Así ocurrió con el propietario de un caballo que en 1796 malhirió a una niña de seis años de Navahermosa,53 o a Vicente Sánchez, de Naval-moral, propietario de una mula que en 1827 coceó en el vientre a un niño de nueve años (que murió poco después) y que solo fue condenado en costas.54

45 AMT, Caja, 620-0846 AMT, Caja 592-32.47 AMT, Caja 540-30.48 AMT, Caja 596-18.49 AMT, Caja 550-44.50 AMT, Caja 632-07.51 AMT, Caja 508-09.52 AMT, Caja 512-05.53 AMT, Caja 543-22.54 AMT, Caja 461-22.

206 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Continuando con los accidentes infantiles, es obvio que la siniestralidad de los vehículos a motor actuales es mayor que la de los carros, pero los procesos señalan que estos solían estar presentes en los sucesos más trágicos. De los seis casos de los que hay constancia cuatro acabaron con la muerte del niño y en dos hubo lesiones severas, y en todos hubo atropellos, salvo en el caso de un niño de San Pablo, de cinco años, que falleció en 1769 a consecuencia de la caída desde un carro.55 Es reseñable también que las víctimas eran muy pequeñas, la menor tenía dos años (un niño de San Pablo que murió en 1802 tras ser golpeado en la cabeza)56 y la mayor nueve (un niño de Retuerta, fallecido en 1746).57 Dos de las criaturas accidentadas habían estado jugando con los carros, como le ocurrió a un niño de Los Yébenes, que en 1612 fue atropellado por una carreta a cuya rueda se había agarrado mien-tras jugaba.58

También los juegos eran proclives a crear situaciones peligrosas. En algunos casos el riesgo era evidente, como se puso de manifiesto en Pulgar en 1617, cuando un grupo de niños de 12-13 años jugaba con unos garrotes y uno de ellos, Lázaro Gamero, le abrió la cabeza a otro.59 Otras veces las criaturas eran víctimas casua-les, como ocurrió en Horcajo en 1699 cuando un mozo mayor, José Pizarro, hirió accidentalmente a un niño de cinco años cuando jugaba a la barra.60 Pero incluso diversiones en apariencia inocentes, como la de la borriquilla (en la que unos par-ticipantes saltaban sobre los otros) podían acabar en tragedia. En 1682 en la loca-lidad de Fontanarejo un grupo de niños que estaba en el campo cuidando ganado se puso a jugar, y uno de ellos, de 12 años, cayó al suelo y se clavó un cuchillo que se había quedado olvidado, muriendo murió poco después.61 También los lances en estas diversiones acababan a veces en enfrentamientos, como ocurrió en Ventas en 1640, cuando Antonio García de las Heras, un muchacho del pueblo, hirió en la cabeza a otro de catorce años mientras jugaban a los alfileres.62

Otros accidentes se producían en el campo, donde los niños, como ya se ha apuntado, trabajaban en la economía familiar. Por ejemplo, en 1793 Manuel Reyes Martín, vecino de Navalucillos, hirió accidentalmente en la cabeza a un niño de 8 años porque se le escapó una piedra de la honda cuando estaban en el campo.63 La gravedad y la frecuencia con que se producían estos sucesos, así como la lejanía a lugares poblados quizá puedan explicar como accidentes las apariciones de cadáve-

55 AMT, Caja 531-09.56 AMT, Caja 598-01.57 AMT, Caja 584-12.58 AMT, Caja 642-4159 AMT, Caja 579-38.60 AMT, Caja 496-02.61 AMT, Caja? 484-20.62 AMT, Caja 619-28. La víctima era “de los de la piedra”, es decir, un expósito que estaba prohijado

en el pueblo.63 AMT, Caja 570-15.

207Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

res de niños, por ejemplo la que se produjo en Navadestena en 1608,64 u otra en Los Yébenes en 1782, al hallarse a los pies de una oliva el cadáver de un niño de nueve años.65 Pero es evidente que algunas de esas muertes no eran accidentales: en 1737 apareció en la puerta de la iglesia de Los Yébenes el cadáver de un niño de nueve años cosido a puñaladas,66 lo que debe hacer evaluar la incidencia de la violencia

Violencia e infanciaLas causas criminales muestran también el enorme grado de exposición de los menores a la violencia. Este hecho tampoco sorprende al investigador, por cuanto la violencia era común en la sociedad del Antiguo Régimen, y llegaba a todos los sectores sociales, grupos de edad y entornos, desde el laboral hasta el familiar. Los procesos dan sobrados ejemplos de ello e indican cómo el empleo de la fuerza bruta estaba generalizada. Igualmente, el castigo físico (Laspalas Pérez, 2005) se em-pleaba regularmente, incluso por los eclesiásticos. Así, el párroco de Fresnedillas de la Oliva (Madrid) parecía satisfecho en 1750 ante la preparación doctrinal de los niños del pueblo, en el que no había maestro. Pero examinando a un niño de diez años le encontró “sumamente ignorante en la doctrina, y no bastando decírsela dos o tres veces, pues cada vez lo hacía peor, le cerré en la sacristía y le di tres modera-dos azotes por ver si el castigo que sus rudos y descuidados padres jamás le dieran le enmendaba a él y ponía en cuidado a los otros”.67

Como se ha apuntado, en el seno mismo de los hogares podían desencadenarse situaciones de violencia extrema que podían derivar en consecuencias fatales para los niños. Quedan fuera aquellos casos en los que más una desproporción en la violencia, existía un ánimo de matar. Por ejemplo, en 1575 tres moriscos de Los Yébenes (Rui Díaz, Diego García y Juan Martín) fueron acusados de la muerte de un niño de unos siete años, Andresico, que apareció ahogado en un pozo, si bien pa-rece que actuaron a instancias de la madre.68 Los ejemplos a los que se quiere hacer alusión son de otro tipo, como la acción de Catalina de la Iglesia, vecina de Retuerta, que apalizó en 1802 a su hijastra, de nueve años, que murió a consecuencia de los golpes.69 En el proceso no queda clara la razón de la tunda, aunque cabe pensar que no era preciso que existiesen argumentos de peso para que algunos niños recibiesen golpes. En 1803 Sebastián Fernández Rico, de Navalucillos, dio una paliza a su hijo, de 10 años, porque le molestaba que estuviese jugando a la pelota.70 En la propia fa-milia a veces eran los adultos los que hacían a los niños partícipes de las agresiones. Un caso que lo ilustra es el de Juan Gómez Felipe, alguacil de Navalucillos, que se

64 AMT, Caja 523-19.65 AMT, Caja 673-14.66 AMT, Caja 511-26.67 ADT, Legajo Cardenal Infante don Luis, sin numerar.68 AMT, Caja 632-11.69 AMT, Caja 586-03.70 AMT, Caja 573-01.

208 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

peleó con su suegro en 1633. En medio de la refriega instó a su hijo, que tendría nueve o diez años, “a que cojiese piedras y matase a su agüelo”.71

Por todo ello, no es extraño que los chicos empleasen la violencia entre ellos, del mismo modo que veían hacerlo a los adultos; así, en 1624 se procesó a unos niños de Yébenes que apedrearon a un mozo cuando iba a buscar unos cántaros.72 Más interés revisten algunas discusiones de niños en las que ocasionalmente aca-baban mezclados los adultos. Por ejemplo, Tomás de Moya, vecino de los Yébenes, fue procesado en 1659 por herir de noche a un vecino, después de que éste hubiese intervenido el día anterior en una pelea en la que participaban dos niños, uno de los cuales era sobrino del agresor.73 Otra pelea de chicos en la que acabaron inter-viniendo adultos tuvo lugar en Horcajo en 1793. Dos niños discutieron en la era e intervino el padre de uno de ellos, que regañó a ambos y al que había reñido con su hijo, que era huérfano de padre, le dio además algunas patadas.74

Tampoco se libraban de la violencia cotidiana las criaturas que tenían la mala fortuna de hacerse presentes cuando las circunstancias eran propicias para que aflo-rase una conducta agresiva. Por ejemplo, en 1637 una niña de 13 años de Navaluci-llos recriminó a un herrador del pueblo que hubiese vomitado en la fuente pública, a lo que él reaccionó agrediendo a la muchacha.75 Una suerte parecida tuvo un chico de esa misma edad que estaba junto a la iglesia y a quien un vecino propinó un bofetón aparentemente sin razones, aunque en el proceso alegó que estaba for-mando escándalo.76 En ocasiones se trataba solo de violencia verbal, como cuando en 1624 un mozo de Los Yébenes, Francisco López Delgado, “dio un quarto a un muchacho pequeño porque llamase puta a Mariana, hija de Catalina de Torres, mesonera”.77

Las agresiones podían recibirlas incluso niños de muy corta edad, como se des-prende del caso de Juan Donato del Moral, un vecino de San Pablo, que fue procesa-do en 1773 por aporrear y azotar a un niño de solo tres años.78 Otro de cinco fue gol-peado en 1613 por Lorente Martín, vecino de Los Yébenes.79 Hay que tener en cuenta que en ocasiones las criaturas eran el blanco donde descargaban tensiones ajenas a ellas. Un problema de vecindad, por ejemplo, fue el desencadenante de la agresión a una niña que tuvo lugar en 1587, cuando una mujer de Pulgar entró en la vivienda colindante y golpeó a la muchacha, de diez años, con un trozo de tinaja en la cabeza.80

71 AMT, Caja 563-47.72 AMT, Caja 648-44.73 AMT, Caja 658-23.74 AMT, Caja 543-14.75 AMT, Caja 564-24.76 AMT, Caja 617-13.77 AMT, Caja 648-25.78 AMT, Caja 596-30.79 Cuando la madre de la criatura se lo recrimina a la del agresor ésta le dice que es una “borrachona”

y otros insultos. AMT, Caja 642-44.80 AMT, Caja 575-09.

209Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

En el caso de una niña de 14 años de Navahermosa, recibió en 1692 los golpes que le propinó un mozo empleado de su padre.81 Del mismo modo, por razones que no constan, en 1776 un mozo de San Pablo que estaba trabajando en el campo, lanzó su horca y alcanzó a una niña de 13 años, que murió dos días después.82

Aunque solo se hayan encontrado seis causas por delitos sexuales, puede pen-sarse que su incidencia real entre los menores era mayor de lo que apuntan las fuen-tes conservadas. En todos los casos los menores fueron las víctimas (cinco niñas y un niño), y casi todas ellas carecían de vínculos familiares sólidos: solo consta que el varón vivía con sus padres, mientras que hay dos huérfanas, una criada (alejada de su familia) y dos más de las que no hay datos. Ello apunta a que los agresores buscaban a sus víctimas entre menores que no tuviesen lazos de familia o de grupo, con lo que minimizaban el riesgo de una posible venganza o de las acciones judi-ciales en su contra. También son destacables dos hechos que, tristemente, siguen existiendo en los delitos sexuales contra menores que se producen en la actualidad:

● En primer lugar, los delincuentes no eran desconocidos para los niños, se trataba de vecinos del pueblo, personas con las que tenían relación, como compañeros de trabajo.83

● En segundo lugar, solían cometer los delitos en lugares apartados, para que no hubiese testigos, bien en domicilios privados, bien en el campo, donde incluso habían topado con los niños de manera casual, como ocurrió en Pulgar, donde Juan Dizguerra encontró en el campo a una chica de 12 años y la violó.84

Es reseñable, además, la corta edad de las víctimas, que en tres casos tenían ocho años: una niña violada en Pulgar en 1680,85 y otra a quien estupró un vecino de Rielves, y que vivía en los molinos de Guadarrama, propiedad del monasterio de la Sisla.86 El otro niño de ocho fue víctima en una causa por sodomía, delito del que no existen demasiados procesos conservados. El caso tuvo lugar en Los Yébenes en 1657 y el reo fue el tudelano Sebastián López, guarda de montes de 62 años.87 Un domingo por la mañana un vecino que caminaba hacia un olivar le sorprendió mientras intentaba forzar a la criatura. Previamente éste y un expósito de 12, que le acompañaba porque vivía con su familia, se habían encontrado a su agresor mien-tras estaban en el monte cuidando cerdos. El navarro les había invitado a comer

81 AMT, Caja 603-23.82 AMT, Caja 597-06.83 Juan Martín, de San Pablo de los Montes, violó en 1632 a una niña de 10 años que servía en la mis-

ma casa donde él estaba empleado, después de encontrarla en un arroyo un domingo por la tarde. AMT, Caja 591-32.

84 AMT, Caja 580-59.85 AMT, Caja 580-77.86 AMT, Caja 582-01.87 AMT, Caja 658-17.

210 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

nueces y luego ordenó alejarse al más mayor para quedarse a solas con el otro, llamado Bernabé.

Precisamente en este caso (en el que la víctima fue un varón) las autoridades pusieron un mayor empeño para que aclarase. Detenido y trasladado a Toledo, López fue sometido a tormento para que confesase su crimen, si bien resistió más de una hora en el potro sin admitir su culpa. Finalmente fue condenado a ocho años de des-tierro en 1658. Aunque las agresiones sexuales a niñas no movilizaron de la misma forma a los jueces civiles, sí alertaron a los de los tribunales eclesiásticos, al menos en un caso cuyo expediente es uno de los más documentados. Por ello los numerosos testimonios que recoge son interesantes no solo por lo que aportan a la caracteriza-ción del delito sino también para conocer aspectos generales sobre la niñez.

El procedimiento se inició en junio de 1620 en Almadén después de que las au-toridades eclesiásticas conociesen que el día de la fiesta del Corpus el clérigo Alonso Salado había violado a Beatriz, una niña de diez años. El acusado la había encontrado en la calle cuando la víctima iba con unas amigas “a ver a una mona”. Después de separarla del grupo la llevó a su casa ofreciéndola un poco de miel y allí cometió el delito. Significativamente, para evitar problemas dio a la niña una toca de seda blanca y unas manguillas de lana, confiando en que con ello la niña no diría nada. Pero la madre, viuda, descubrió lo que había pasado y se presentó en la casa de Salado y le recriminó lo que había pasado. El clérigo admitió los hechos pero manifestó “que no la diese cuydado que respecto de ser la dicha su hija muy niña con el tiempo cerraría y no se hecharía de ver y él la daría para su casamiento, que no querellase, que en la dicha villa estaba Jerónimo López, clérigo de Chillón y era letrado, que de él se podía informar lo que se haría en el caso”.88 Salado, a través de este clérigo de Chi-llón, ofreció 200 ducados a la madre a cambio de que no le denunciase, pero después de unos días la madre, que no había recibido el dinero decidió poner los hechos en conocimiento de la justicia después de haber consultado con el párroco.

Por las declaraciones de la víctima (a la que no se tomó juramento por tener solo 10 años) se puede saber que la agresión se cometió con grandes dosis de vio-lencia: la niña fue atada y amordazada y antes de liberarla, el clérigo la amenazó de muerte si revelaba lo sucedido.

Las autoridades eclesiásticas se implicaron en el caso y, un mes después de que se iniciasen las actuaciones, el acusado fue encarcelado en Almadén y sus bienes embargados. Un mes más tarde fue trasladado a la cárcel eclesiástica de Toledo, donde prestó declaración en agosto de 1620. Pese a que inicialmente negó los hechos, los jueces, que contaban con una instrucción del caso muy sólida y que habían estudiado bien, hicieron que poco a poco fuese cayendo en contradicciones que fueron desmontando sus argumentos. Pese a que intentó que la causa fuese trasladada a la jurisdicción universitaria de Alcalá (en teoría más benigna) no lo consiguió porque hacía ya cuatro años que residía en Almadén. En todo caso la sentencia, que fue dictada en el mes de julio de 1621, fue bastante benigna con los parámetros actuales: fue amonestado a vivir castamente, a cuatro años de destierro

88 ADT, Legajo 1600-1700.

211Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

de su pueblo y a pagar en costas 2.000 maravedíes, una cantidad muy inferior a la indemnización que había ofrecido a la madre de la víctima.

ConclusionesA tenor del análisis de la documentación se puede afirmar que los procesos ju-diciales son un recurso válido para acercarse al estudio de la infancia durante la Edad Moderna, especialmente para conocer aspectos de la vida cotidiana o de la trayectoria individual que no se recogen en otras fuentes o lo hacen de manera más superficial. No obstante, parece evidente que en las investigaciones los pro-cedimientos deben ser completados con documentos de otro tipo para ofrecer un panorama más completo de la niñez. Sin entrar en interpretaciones más profundas, las causas criminales que se han empleado en este trabajo apuntan a que los meno-res se acercaban al mundo adulto desde una edad temprana, tanto desde el punto de vista jurídico (eran sometidos a la ley en condiciones prácticamente idénticas a las que tenían los mayores) como desde el punto económico-social; en este sentido los procesos muestran una temprana integración de los niños en las estructuras pro-ductivas familiares, en un contexto de economía de subsistencia casi generalizada. Por otro lado, el elevado número de accidentes en los que se veían involucrados menores parece indicar que estos gozaban de cierta autonomía personal, es decir, los chicos estaban sometidos a la vigilancia de los adultos en una medida mucho menor de la que existe en la actualidad.

Las fuentes, además, muestran que el elevado grado de violencia existente en la sociedad de la época afectaba también a los niños, bajo todas sus formas (violencia sexual, familiar, laboral…). Sin duda puede pensarse que al ser uno de los grupos más débiles de la sociedad (junto a las mujeres, pobres y otros grupos marginales) no solo recibían la violencia estructural a la que estaban sometidos todos los indi-viduos, sino que además, encajaban una dosis mayor por su frágil posición en la escala social.

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Cuidado y memoriaRetiro, hospicios y maternidades:

la construcción de un relato

Montserrat Carbonell EstellerCéline Mutos Xicola

El objeto principal de nuestro estudio es ofrecer elementos para reflexionar sobre los aspectos institucionales del cuidado y su impacto en la construc-ción de un relato plural sobre el abandono. Concretamente nuestra investi-

gación se basa en el análisis de los testimonios orales de distintas generaciones de hombres y mujeres asilados en una institución asistencial emblemática de la Euro-pa mediterránea, el Hospicio o Casa de Misericordia. Tomaremos como ejemplo el Hospicio de Girona (Cataluña), institución creada en 1769 y que pervivió hasta la segunda mitad del siglo XX. Nuestro propósito aquí no es disertar sobre los funda-mentos teóricos-éticos relativos a la caridad, sino que queremos ir más allá de los tópicos descriptivos para profundizar en el aspecto humano y los costes del acceso al cuidado o su privación. Nuestro objetivo se basa en poner de relieve el concepto de identidad e identidades, una noción que, como veremos, es tan fundamental como compleja y difusa de estos lugares de cuidado. A través de testimonios de antiguos asiladas y asilados, elaboraremos un discurso que quiere restituir el olvido y la usurpación del derecho a cuidar y a ser cuidado/a. Plantearemos varias pregun-tas alrededor de este eje, buscando entender como la forma de ingreso influía en el recorrido vital o como las familias usaron estos centros a modo de estrategia de su-pervivencia. Pero también, es básico entender la construcción íntima y personal de cada uno, en un lugar teóricamente dedicado a la cura y al cuidado, pero al mismo tiempo demonizado ante los ojos de la sociedad (Mutos, 2019).

Cuidado y memoria. Una perspectiva de investigaciónLa crítica feminista ha puesto el cuidado en el centro del debate no solo político sino también en la agenda de investigación de las principales universidades. En estas páginas se explora la relación entre cuidado y reclusión.1 Dos han sido las grandes miradas que la historiografía y las ciencias sociales en general han cons-truido en torno a las instituciones asistenciales y de reclusión en el pasado. Por

1 Dichas temáticas también son desarrolladas en el proyecto “Entre quatre parets”: Història, memòria i vivencies de les asilades a l’ Hospici de Girona (1769-1960)” ganador de la Beca 8 de Març 2017, Ajuntament de Girona. Proyectos (MONLAB-TRANS) (HAR2017-84030-P); (HAR2015-64769-P); (PGC2018 093896-B-100); (PGC2018-096350-B-I00).

216 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

un lado, la lectura de carácter foucaultiano inspirada en los textos de M. Foucault (1975) y de E. Goffman (1961), según la cual las instituciones asistenciales, hospi-cios, maternidades e internados en general, serían auténticas expresiones de poder del emergente estado liberal y de su enorme capacidad para ordenar, clasificar, castigar y disciplinar a los colectivos marginales (pobres, indigentes, enfermos, locos, delincuentes, madres solteras, discapacitados, e hijos ilegítimos entre otros). Desde la perspectiva foucaultiana, los hombres y mujeres asilados se convierten en instrumentos desde donde garantizar el poder del Estado punitivo sobre aquellos y aquellas que se desvían de la norma, sobre quienes se instalan en la disidencia. La mirada foucaultiana sobre los hospicios muestra en las mujeres reclusas un fenó-meno ejemplificador del castigo que ejerce el estado sobre las conductas disolutas y amorales que se alejan de la norma vigente en una sociedad claramente patriarcal. En la periferia del orden social se ubicaron los colectivos marginales recluidos en instituciones especializadas en las que mujeres y hombres se convertirían en víctimas del ejercicio del poder del Estado. Esta visión extremadamente unilineal ha estado intensamente cuestionada desde otras disciplinas como la demografía histórica, la historia social y económica y la historia de las mujeres.

Otra mirada sobre el significado histórico de los hospicios se desarrolló a lo largo de finales de 1970 y 1980. Desde la microhistoria de mano de Giovanni Levi (1993) se afirmaba que los hombres y mujeres viven su libertad parcial desde los intersticios de las contradicciones del poder. La Historia de las Mujeres en 1980 mostraba como la vida de éstas, más allá de su condición de víctimas, era un claro reflejo de su condición de sujetos activos, protagonistas de su propia historia (Fer-rante, Palazzi y Pomata, 1986; Duby y Perrot, 2000). La historia social y económi-ca, y la ya citada demografía histórica, plantearon hitos claves en la historiografía sobre pobreza y asistencia, a nuestro juicio los resumiríamos en: los trabajos de Hugo Soly i Catherine Lis (1979), Olwen Hufton (1974), Stuart Woolf (1988) y de Richard Wall (1986). El grueso de la aportación de estos autores reside no tanto en la vida en reclusión como el papel que cumplían estas instituciones en las estrate-gias de los individuos, familias y hogares pobres y trabajadores. Las mujeres eran agentes activos en las “economías de la improvisación” y en la reorientación de las estrategias familiares y de hogar para sobrevivir (Wall, 2009). Desde finales de los noventas del siglo XX disponemos de un concepto que nos permite atrapar esta otra mirada desde abajo, desde los sujetos protagonistas de estos itinerarios de pobreza y reclusión. El economista Amartya Sen (1999) encunó el concepto de agency –un término endemoniadamente complicado de traducir– o agencia de las mujeres para indicar la capacidad de organizar situaciones futuras, que se podrían traducir por capacidad o potencialidad de acción de las mujeres. Estas capacidades (capabili-ties) y potencialidad de acción o agency dependen del marco institucional y de las posibilidades de voz y acción de las mujeres, de las oportunidades de elección y de su capacidad de negociar en un contexto político, social y económico determinado.

A partir de estos paradigmas, más allá de visibilizar las mujeres y hombres asilados y denunciar las relaciones de dominio patriarcal que sufrían, unas y otros como hijos del pecado, las nuevas preguntas que nos hacemos hoy cuando explora-

217Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

mos la historia de los hospicios son las siguientes. ¿Cómo se tienen que reinventar los modelos clásicos familiares para dejar paso a otras realidades (Chacón, 1987; Cicerchia, 1997; Morad y Bonilla, 2003; Chacón y Cicerchia, 2012; Carbonell-Es-teller, 2017 y 2018)? ¿El cuidado es un derecho, cuidar y ser cuidado podría ser considerado un derecho (Pérez Orózco, 2014)? ¿Las hospicianas y hospicianos vieron usurpados su derecho al cuidado? ¿El abandono de una criatura significa más la expresión de un conflicto colectivo que una decisión individual? ¿Cuál es el papel de la sociedad y de sus instituciones en el proceso del abandono? ¿Cómo apoyan a las madres que transfieren la función parental de forma temporal (Cicer-chia, 1997)? Yendo más allá, se busca replantear el sentido profundo de la palabra “abandono” (Marre, 2011). ¿Podemos seguir hablando de abandono cuando una institución hace este relevo educacional o de cuidado (Cowen, 2004)? ¿Además, quién abandona: la pobreza y el patriarcado o las madres (Badinter, 1981)? ¿La ma-ternidad era vista y vívida como un destino o como una elección (López Cordón y Carbonell Esteller, 1997; Nash, 2010)? ¿El olvido y la vida en reclusión entendidas como violencia estructural, violencia simbólica y daño social han de ser reparadas (Bourdieu, 1999; Garland, 2008)? ¿El olvido y la usurpación del cuidado generan un silencio sistémico que puede ser sanado (Garriga, 2006; Travesset, 2007; Llona, 2009; Travesset y Parellada, 2016)? Partiendo de que las políticas públicas de la memoria entienden la memoria como un derecho civil a reivindicar, la presencia y el ejercicio de este derecho ha de situarse en el espacio público: ¿Cuál es la función social real, más allá de la simple reclusión de pobres y vagos, de estos espacios (Ramirez, 2006)? ¿Es el Hospicio de Gerona un espacio de memoria capaz de rescatar del olvido a los que crecieron allí (Vinyes, 2004)? ¿La investigación, en este caso sobre el Hospicio de Girona, puede contribuir a restituir las identidades de los que crecieron allí y a “empoderar” a la ciudadanía de la propia ciudad en su conjunto (Bolufer y Morant, 2012)? ¿Qué tomamos de aquello que nos transmite la nueva mirada sobre el Hospicio de Girona? ¿Qué tomaron los hospicianos y hos-picianas de aquello que les fue transmitido? ¿Qué relato o relatos escogemos cons-truir o quizás deconstruir (Bolufer, 2014)? ¿Los antiguas hospicianos y hospicianas encuentran en la agentivitat, en las interrelaciones y el soporte mutuo aquello que les es restituido? ¿Hay diferencias de agencia entre varones y mujeres? Estas son las preguntas que la presente investigación quiere responder sobre el cuidado, la memoria y la ciudad.

La construcción histórica de un relato: el Hospicio de GironaDesde la época medieval, una precaria red hospitalaria vertebraba la asistencia tanto sanitaria como caritativa (dos conceptos estrechamente entrelazados) en la región de Girona. Una caridad atomizada, basada en las limosnas, sean de fun-daciones o realizadas por particulares y alentada por la iglesia. Las autoridades y poderes públicos si bien podían participar en la gestión de algunas instituciones, muy pocas veces eran un sostén económico real. Esta situación se fue manteniendo hasta los albores del siglo XVIII.

218 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

La Ilustración marcaría el cambio definitivo de mentalidades ya iniciado dos siglos antes. Si los pobres del medievo eran considerados merecedores de la ca-ridad cristiana, a partir del siglo XVI, algunos tratadistas empezaron a considerar que estos eran en parte responsables de su situación y que convenía, para el bien de la sociedad en general, separar al desvalido del vago. Este último pasó entonces a ser más merecedor de castigo y encierro, que de piedad.2 Como indica Miryam Carreño, la pobreza no es ahora “una estricta cuestión moral. Se produce, poco a poco, una desacralización del pobre, del pordiosero, quien comienza a ser perci-bido, dentro del ámbito de la configuración de los valores burgueses, como un ser dañino para el bien público” (1997).

Este cambio de mentalidad abrió la puerta a las grandes transformaciones de finales del siglo XVIII plasmados en la creación de Hospicios de Pobres, Retiros, Maternidades, Casa de Expósitos y Misericordias por toda la geografía española. En el caso de Girona, el hacendado Ignacio de Colomer dejó por vía testamentaria el capital necesario a la erección de una Casa de Misericordia. En 1769 se fundó un establecimiento orientado, según el deseo de su fundador, a acoger “niñas y mujeres, inocentes, a punto de perderse o ya viciadas”.3 En 1781, y bajo el impulso del Obispo de Lorenzana, se agruparon todas las Fundaciones Pías, y ampliando el edificio de la Misericordia se erigió el Real Hospicio, dando cobijo a adultos de ambos sexos a partir de 7 años. Los niños expósitos permanecieron en el hospital de Santa Catarina hasta al 1803, fecha en la cual fueron trasladados en la recién creada Inclusa del hospicio.

A principios del siglo XIX, la caridad gerundense se concentraba básicamente alrededor del hospital y del hospicio. El primero se hacía cargo de los enfermos pobres, y el segundo agrupaba hombres, mujeres y niños, sean pobres, viejos, des-validos o huérfanos, todos bajo la misma etiqueta de “desamparados”. Mención aparte se merecen las mujeres encerradas en el departamento de corrección del hospicio.4 Era frecuente que éstas tuviesen familia y la inmensa mayoría se en-contraba encerradas por motivos morales. Bastaba con una denuncia del párroco o de la propia familia, a menudo del marido, sobre su comportamiento para acabar encerradas en el establecimiento.

2 Entre otros citamos a Juan Luis Vives (1493-1540), filósofo y tratadista que fue el primero en plantear la pobreza en términos sociológicos. Definió la pobreza y propuso varios remedios como la prohibición de la mendicidad, la intervención social publica, la obligación al trabajo y la imposición de arbitrios para sufragar los gestos. Denunciaba el abuso de ciertos menesterosos, que se aprovechaban de la caridad, sin tener ningún impedimento físico para trabajar. Siguiendo su pensamiento sobre el trato de la pobreza en épocas posteriores, destacan Thomas More, Erasmo y Lutero. Dirck Coornhert, con el Boeventucht (1557) iba incluso más lejos proponiendo la corrección y el castigo mediante duros trabajos forzados. Para más información, ver a VIVES, J. L. De subventione pauperum. Traducción disponible en Biblioteca Digital Valenciana, Libro II, Capítulo II; Crahay (1988).

3 Archivo Histórico de Girona, Notario Ghisleno Martorell, 14 setiembre 1763, ff. 405-418.4 Ciertas congregaciones religiosas también formaban parte de la oferta asistencial a menudo para

colectivos específicos (mayores, mujeres, actividades docentes). A pesar de la desamortización, desempeñaron esta labor, que en algunos casos perdura hoy en día.

219Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Los ingresos de ambas instituciones se repartían entre rentas propias, caridad privada y religiosa, así como pequeñas (muy pequeñas) aportaciones de los pode-res públicos de la ciudad. Los legados fundacionales las habían dotado de sólidos patrimonios inmobiliarios, explotaciones rurales arrendadas que las proveían de rentas y granos, así como censales y censos. Sin embargo, durante el siglo XIX las medidas desamortizadoras llevadas a cabo por el estado liberal cambiaron el escenario, privando a los establecimientos benéficos de sus rentas habituales y re-duciendo de forma drástica la capacitad económica de la Iglesia.5 Dichos cambios plantearon la gestión de la pobreza como competencia estatal. Reglamentos y leyes enfocadas al control de la masa de indigentes se multiplicaron a lo largo del siglo. A partir de los años 1850, el Estado central, a través de la Diputación, su órgano regional, asumió la gestión de los centros asistenciales.6 Este hecho representó un profundo cambio en la mentalidad de la época y el nacimiento de los que al-gunos autores/as nombran “Estado-Providencia”. Otra consecuencia del paso de la caridad a la gestión estatal fue la especialización de la atención, propiciando la creación de otros establecimientos para atender de forma separada a una población heterogénea. Un buen ejemplo de ello fue la Casa Maternidad-Retiro. Pequeño enclave en el Hospital Principal de St. Catarina, el Retiro acogía mujeres solteras a partir del séptimo mes de gestación. A finales del siglo XIX y principio del siglo XX, se añadieron a la red de beneficencia un hospital psiquiátrico, una casa para mayores, primero para hombres y después para mujeres, y un orfanato. El hospital de Sta. Catarina perdió totalmente su vocación de casa de caridad para entrar a for-mar parte del sistema hospitalario clásico. La casa-retiro siguió vigente hasta 1981.

Las voces del olvido toman la palabraTras esta breve visión histórica del concepto mismo de la caridad y de las institucio-nes donde se ejerce, conviene centrarse en el objeto mismo de dicha caridad. En las personas que la vivieron, en los hombres, mujeres y criaturas que nacieron o pasaron parte de su vida en ellas. Sencillamente preguntarnos: ¿qué peso tuvieron estas cuatro paredes entre las cuales vivieron? Sin duda, los verdaderos muros no eran los del hospicio, eran los de la sociedad, que criminalizó a mujeres por ser madres fuera de las normas. ¿Cuál es el nivel de daño infligido a generaciones de niños y niñas por ser hijos de “padres desconocidos” en un entorno abiertamente patriarcal? ¿Cuál fue el alcance del estigma que sufrieron niños y jóvenes a los que ingresaron sus propias

5 La primera, llevada a cabo por Godoy en 1798, llegó tras la guerra con Francia. Declaró vendibles los bienes de las obras pías, hospitales, hospicios y casas de misericordia,. En 1820, durante el Trienio Liberal, se prohibió a estas instituciones, así como a iglesias y monasterios, adquirir bienes, aunque la vuelta al poder de Fernando VII, permitió volver a la situación anterior. Si bien la desamortización de Mendizábal no tocó los bienes pertenecientes a la beneficencia, golpeó otra vez al clero, que al cabo de dos años (1837) vio cómo se suprimían los diezmos, quedando reemplazados después por la Contribución de Culto y Clero, que le costaba cobrar y era mucho menos beneficiosa. El remate llegó de la mano de Madoz en 1855.

6 La Ley de Beneficencia de 1849 y el Reglamento de 1852 fueron votados en esta óptica.

220 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

familias por no poder mantenerlos? Historias que no son individuales ni privadas sino más bien colectivas y públicas puesto que son el claro reflejo de las injusticias propias de una sociedad patriarcal y de clases, profundamente desigual.

Las criaturas de ayer tienen hoy el derecho de recuperar esta parte de su memo-ria, escondida tras opacos registros de ingreso. Las mujeres que ayer dieron a luz en el silencio del retiro merecen les sea reconocido y restituido el daño social que sufrieron. Estudios recientes han mostrado cómo el ejercicio de restitución de me-moria histórica se realiza mediante el derecho a la palabra, el derecho al recuerdo y, sobre todo, el derecho al reconocimiento del sufrimiento (Vinyes, 2004).

Huellas, voces e identidades Entender las vivencias de las hospicianas y hospicianos no fue tarea fácil. La dis-criminación que sufrieron en la infancia que se prolonga, todavía en la época de su vejez, es tremendamente palpable. Palabras a media voz, miradas llenas de dudas. Pero al mismo tiempo, y a pesar de todo, orgullo. Orgullo de lo que consiguieron, teniendo en cuenta, que según ellos “nosotros venimos de la nada”. Se llaman Do-mingo F., Enriqueta P., Enrique H., Paco C., Juana S., Remedios G., Dolores M., Francisco S., Luis T., Julia G. y Quico N. Unos pocos entre muchos. Nacieron entre 1925 y 1960. Algunos todavía recuerdan la Segunda República en la España de los años 1930 y la Guerra Civil española (1936-1939), otros solo vivieron la post-gue-rra y la etapa franquista hasta la muerte del dictador en noviembre de 1975.

Muchos llevaban años sin hablar de su experiencia, sin poner palabras sobre lo que vivieron, o peor, buscando el olvido en la negación del trauma. El peso del abandono caía silenciosamente sobre la espalda de cada uno de ellos. No ha-bía ningún relato honorable que situase a nivel colectivo el sufrimiento aislado e individualizado de cada uno de ellos y ellas. No había ninguna bandera vencida donde poderse acurrucar, ningún relato colectivo que restituyera su daño vivido en solitario, de forma aislada, drenando su autoestima hasta niveles indescriptibles y dejando sus almas al descubierto.

Se realizaron largas sesiones de entrevistas orales donde cada uno de ellos en-tregó y compartió su relato. O mejor dicho, lo regaló. Porque compartir con ellos un aspecto tan íntimo, sin duda es un regalo para quien lo recibe. Dar, recibir, de-volver estaría en el centro de la reparación colectiva del daño social sufrido. Cada entrevista reveló una experiencia claramente única. Hablamos de los orígenes y el motivo de entrada en la institución, las vivencias una vez dentro de ella y la salida, dando paso al retorno en la sociedad que en su día los encerró.

Más allá de la aparente individualidad, y aunque si miramos el detalle cada his-toria nos pueda parecer diferente, existe un trasfondo común. Porque todos sufrie-ron el mismo abandono y el mismo desprecio infligido: el de esta sociedad desigual y el del patriarcado. Por esta razón, tenemos que ir más allá de la simple biografía individual para aproximarnos metodológicamente a lo que Franco Ferrarotti (1990) nombra como Story Life mediante la propuesta antropológica de “descripción den-sa” de Geertz (1973). Dicho de forma diferente, el objetivo es evitar la multipli-

221Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

cación de historias individuales desconectadas y complementadas a posteriori con otras fuentes (Life Story), sino elaborar una reflexión social y global a partir de estas vivencias particulares (Story Life). No se trata de una oposición entre ambos métodos, sino un diálogo entre una historia individual, lo que sería un “universo singular” y una realidad exterior tangible, sea histórica, social o asistencial. La co-nexión entre ambos universos es primordial porque la memoria de estos hombres y mujeres integran nuestro patrimonio cultural y son depositarios de una memoria histórica que debemos de recuperar y transmitir.

En cada una de las entrevistas privilegiamos una perspectiva de análisis única, primando la vivencia en estado bruto, dejando fluir los recuerdos de forma libre, propiciando una atmósfera de confianza. Siguiendo el formato de las entrevistas, estructuramos los resultados en diferentes apartados, cada uno partiendo de un dis-curso global: los motivos de entrada, la experiencia intrínseca con los problemas que plantea (identidad, peso social) y la voluntad (o al menos el cuestionamiento intimo) de reparación, así como las respuestas por parte de la sociedad.

“Me encontraron en una maleta en la estación” o cómo se entra en el Hospicio“Cuando era pequeño, una monja me dijo que me encontró dentro de una maleta en la estación, y durante años me lo creí”. Así empieza Domingo F. cuando hablamos de sus orígenes. Era difícil dar una explicación a los que entraron en la institución con apenas unos días de vida. Domingo F. tenía un mes. Enriqueta P., Remedios G, y Enrique H. solo unos días. Paco C. cree recordarse que tenía unos 3 o 4 años, pero sin saberlo exactamente. Todos son el resultado de un embarazo no deseado entre los años 1920 y 1950, de una mujer del Retiro que decidió abandonar a su recién nacido en el hospicio. Una mujer no casada cuya presión social y familiar impedía el regreso a casa con una criatura. Como se ha comentado con anterioridad, el Retiro era un espacio físicamente separado de la maternidad tradicional, cerrado a las miradas exteriores. Sin duda el Hospital llevaba realizando esta función desde la época moderna, aunque de un modo más informal. La institucionalización de la segunda mitad del siglo XIX deja clara la voluntad de control patriarcal de la sociedad. El reglamento mismo es una buena muestra de ello: permitía a las embarazadas entrar “veladas o con antifaz” y a partir del séptimo mes. Nadie podía preguntar su origen. Se les registraba bajo un acrónimo que disimulaba su identidad. Bien podían ser solteras o viudas, casadas con marido ausente, criadas, empleadas o viviendo en casa de los padres. En todo caso, mujeres cuyo embarazo ofendía la moral. Escondidas a los ojos de la sociedad, proseguían la gestación aislada de sus familias hasta la fecha del parto.

Tras dar a luz, madre y criatura eran normalmente separadas, esta última ingre-sando en el hospicio, bajo el nombre que el sacerdote le había impuesto al bauti-zarla. En algunos casos, la madre podía dar sus apellidos, dejando así una señal de su filiación antes del abandono. Finalmente, si la progenitora se negaba a dejar a su hijo o hija o bien si, abandonada por su familia no tenía otras opciones de fu-turo, ambos podían ingresar en la casa hospicio, donde ella tenía como obligación la cura de los otros niños (además del suyo) a cambio de la cama y de la comida.

222 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Sea cual fuere el caso, eran dos vidas marcadas socialmente, una mujer que había salido de los marcadores impuestos por el patriarcado y una criatura sin filiación, que padecería el peso del pecado original a lo largo de su existencia.

Otra forma de ingreso de recién nacidos era el torno, una caja de madera gi-ratoria que comunicaba la calle con el establecimiento. Bastaba con depositar a la criatura y agitar la campana. El tañido de la campana y el llanto desconsolado eran los ruidos del abandono. El torno funcionaría hasta 1963, aunque la última niña abandonada de este modo lo fue en 1960. Sor Rosario aún se acuerda:

“…esta campana que veis estaba en la portería del hospicio de Girona. ¡Cuántas hermanas, cuando les tocaba velar al oír el sonido de esa campana habrían ido corriendo al torno! No sabemos desde cuando estaba colocada allí. La última vez que sonó fue el día 29 de julio de 1960 a la 1 de la mañana que trajeron una niña, muy bien vestidita y que al dar la vuelta al torno dijeron ‘ya está bautizada’. Ahora ya no se usa la campana […] pensamos llevarla al museo…”.

A veces, la madre dejaba alguna señal, el nombre que deseaba poner a su hijo o hija, una carta con letra temblorosa explicando su gesto, una medalla o algún trozo de tejido bordado. Sin duda, uno de los objetivos era, si el día de mañana su situa-ción mejoraba, reconocer y recuperar a la criatura.

Ejemplos de señales encontradas en el torno Hospicio de Girona

223Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Pero, no siempre ingresaban niños abandonados al nacer. No todos eran fruto de un embarazo socialmente reprobable. No era infrecuente que la propia familia de-positase la criatura, sea recién nacida o ya un poco crecida en la óptica que fuese temporal, aunque a veces no les mejoraba la situación y el abandono se hacía defi-nitivo. Juana S., última de muchos hermanos, tenía pocos meses cuando su madre enfermó. El padre no pudo hacerse cargo de una niña tan pequeña y la depositó en la Casa. El fallecimiento de la madre sentenció el ingreso definitivo. Fernando S. era el séptimo hijo de un matrimonio que llegó de Barcelona. A sus 6 años, la ma-dre fue ingresada al hospital. Sabiendo que su padre era alcohólico y violento, los vecinos lo llevaron al hospicio. Salía y entraba, alternando familia y Hogar Infantil, al ritmo de los embarazos y de las enfermedades de su madre.

El padre de Lluis T. era maestro de primeras letras y republicano. En 1939, al final de la Guerra Civil Española, fue represaliado, juzgado y fusilado, dejando tras él una esposa y 7 hijos. La madre intentó asegurar un plato al día para sus hijos colocando 4 de ellos en la casa. Lluís tenía entonces 4 años. En la misma óptica, se han registrado muchas entradas durante toda la duración de la Guerra Civil Española. Niñas y niños perdidos mientras sus familias escapaban de las bombas, o al contrario, depositados por unos padres que vieron en la institución una opción para ellos de estar a salvos. Alrededor de 1942, se convirtió en centro de acogida para niños judíos cuyos padres habían estado arrestados a la frontera (Calvet, 2004).

Estos últimos casos nos muestran una realidad muy diferente. Son el refle-jo de cómo las familias optan por entrar en el sistema asistencial y utilizar la cura asistencial como método de sustitución de la cura familiar para salir de una coyuntura personal compleja. Los hijos no son abandonados de forma definiti-va puesto que sus familias guardan un contacto de una estrechez variable, pero sufren igualmente de una vida en reclusión, añadiendo a su trauma el desgarro de ser separados de su núcleo familiar. Si bien la razón de ingreso influye en el desarrollo posterior de la persona, aparecen claramente pautas comunes entre todos y todas: por una parte, la falta de identidad clara, que acaba derivando en la construcción de un discurso identitario, real o inventado, y por otra parte, el peso social de su paso por la institución.

“No soy una hija de puta”: el nombre, primer símbolo de identidadLa identidad es un aspecto fundamental a tener en cuenta. Las y los que ingresaron directamente del retiro o del torno, se veían atribuidos nombre y apellidos al mo-mento de bautismo. Cabe decir que en el siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XIX, solo de les daban tres nombres de bautismo. El apellido se añadía a los 7 años, al entrar en la sección de los adultos. En efecto, debido a la gran mortalidad de los párvulos no se realizaba mucho esfuerzo para dotarles de una identidad. En la edad adulta, se daba una “filiación” que durante tiempo se limitaba a dar como nombre “Expósito”, “Ventura” o nombres cuya procedencia no dejaba lugar a duda. Algu-

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nas veces, la criatura se quedaba con el apodo por el cual era conocida: Paipoma7, Mitgull8 o cualquier mote que a menudo realzaba un defecto físico. Un ejemplo conmovedor es el de Anton Trobat Devesa,9 un bebé encontrado bajo los árboles de la dehesa de Girona. Al Guarda Municipal que hizo el descubrimiento, le resultó gracioso nombrarlo así. ¿Qué decir del niño que recibió como nombre Juan Puerta Iglesia?

Sin embargo, durante el siglo XX, se va apreciando un cambio de tendencia. Los registros muestran cierto afán en buscar apellidos que no levantasen sospechas de su origen. Se multiplicaron las referencias geográficas, sobre todo nombre de pueblos, ríos, montes de la región, como si existiera la voluntad de, a falta de raíces familiares, darles un punto de arraigo a una tierra concreta.

Es que la identidad es parte fundamental de cada persona. Son sus referencias, su historia, sus raíces y al mismo tiempo su futuro a través de la descendencia. Algunos, ya en la infancia, se cuestionaron sobre sus apellidos. La madre de Enri-queta P. le dio sus dos apellidos antes del abandono. Se puede pensar que teniendo los apellidos de la madre el tema de la identidad quedaba, al menos en parte, re-suelto. Pero nada más lejos de la realidad. En la administración del establecimiento imperaba el hermetismo, cada pregunta de los expósitos topaba con evasivas. Ella creció sin saberlo y siempre se interrogó sobre ellos.

A Paco C. se le ingresó con una identidad definida, con nombre y apellidos, hasta el hospicio se dio cuenta que su registro se había extraviado. ¡Oficialmente Paco C. dejó de existir! Entonces, el director tomó una decisión totalmente invero-símil. Le atribuyó la identidad de otro asilado fallecido poco antes. Paco C. pasó a llamarse Paco R. despojándolo del único lazo con su verdadera identidad antes del abandono, y creando un daño irreparable. ¿Cómo puede construirse un niño o niña sin referencias de identidad? ¿Cómo y dónde buscar sus orígenes?

Tan pronto conocí a Dolores M., me soltó: “Yo no soy una hija puta. A lo mejor mi madre si lo era, pero yo no”. Ella no tenía ninguna referencia de filiación, pero tenía muy claro que era la conducta de su madre la que la había llevado entre los muros del hospicio. Esto era el resultado del discurso identitario imperante en esta época, tanto dentro como fuera del establecimiento. La sociedad entera marginaba a estos críos, sin entender, sin reconocer, que era su propia mirada de condena so-bre sus madres que les había encerrado. Aun peor, era frecuente considerarlo como un reformatorio, con un ya clásico: “Si no te portas bien, te dejaré al hospicio”. Con el tiempo se gestó la leyenda negra del edificio con la criminalización de sus habitantes. Ayer las madres, hoy los hijos, el discurso del silencio…

¿Cómo vivieron los de dentro esta imagen popular de pecado y castigo? No es nuestro propósito describir de forma simple cómo era la vida en el interior del establecimiento. Cada persona puede imaginar cómo se vivía el día a día en una institución de este tipo que sufría en primera línea la carestía de alimentos.

7 Pan y Manzana en catalán. 8 Medio ojo en catalán. 9 Trobat significa “encontrado” en catalán, y “devesa” corresponde a dehesa.

225Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

El hambre, el frío, los castigos eran comunes, aunque no sería justo obviar que algunos recuerdan días de felicidad y cierta forma de cariño por parte de las monjas cuidadoras.

Lo que nos interesa es indagar en el peso de lo acabamos de describir en la vida adulta y, porque el tema se lo merece, ponerlo en perspectiva de género. Sin duda hombres y mujeres, criados por separado, tuvieron distintas oportunidades de salida. Hablaremos aquí de los que nunca fueron reclamados por su familia, de los jóvenes para quien la Casa era su único hogar.

Dejamos aquí apuntado, sin ir más lejos al tratarse de una investigación todavía en curso, que un número no desdeñable de expósitos fueron ingresados en el psi-quiátrico al llegar a la edad adulta. ¿Era esa una forma “económica” de deshacerse de algunos?

“¿Casarme? No puedo dar nada a un hombre” o cómo se sale del Hospicio¿Cómo voy a integrarme en una sociedad que nunca me ha mirado, por la cual no existo? ¿Existe un futuro fuera de la Casa?

Las respuestas difieren según el sexo de quien se las hace. Empecemos por los chicos. El Hogar disponía de talleres para aprender oficios: electricistas, impreso-res, sastres, zapateros, panaderos. Se empezaba el aprendizaje a veces con 12 años. Incluso antes. Quico empezó a trabajar con solo 9, lavando platos en un restau-rante. Con su corta estura no llegaba al fregadero por lo que le pusieron una caja de plástico debajo de los pies. Enrique H. se formó como impresor, actividad que desempeño hasta su jubilación. Paco C. fue enviado con 14 años en una fundición donde reciclaban bombas. Las explosiones de artefactos mal desactivados eran fre-cuentes. Pocos, muy pocos, pudieron estudiar. Entre ellos, Domingo F. se licenció en Bellas Artes, siendo sus estudios pagados por el Estado. Algunos pasaban de la Casa a un piso tutelado donde disponían de cierta libertad. Otros al casarse se beneficiaron de un piso de protección oficial.

Nada tiene que ver la suerte que corrían las niñas. Educadas por las monjas, sabían los básicos y algo de labores. Para ellas las opciones de salida eran res-tringidas. La primera: tener un empleo fuera. A veces el estado seguía la tutela pasando a ser funcionarias con un trabajo de baja cualificación. Juanita S. entró como telefonista con 14 años y se quedó hasta la jubilación. Otras iban a engrosar las filas del servicio doméstico. El hospicio no dejaba de ser un mercado de mano de obra barata y dócil. Con apenas 13 años se colocaban a chicas con familias de la ciudad. Aún niñas se veían responsables de la limpieza, de la cocina, de los hijos del matrimonio. Sin nada más a cambio que un vestido, un plato en la mesa y a veces una cama. María M. recuerda perfectamente la respuesta de la monja cuando se discutió su salario: “A esta, que es un poco tontita, no hace falta darle mucho”. Fina I. trabajó cinco años, siete días a la semana, sin recibir absolutamente nada de salario. Mención aparte merece Enriqueta P. que fue una de las muy pocas chicas en disfrutar de una educación fuera del hospicio, en un colegio exterior. Realizó estudios superiores logrando doctorarse.

226 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Otra opción fue contraer el matrimonio. Muchas de ellas sufrieron el peso de las miradas de la futura familia política. Desposar a una chica del hospicio, de orígenes turbios, sin familia conocida, padecía forzosamente de taras genéticas. Muchas de ellas, optaron por no dar el paso. Remedios G. se quedó soltera optando trabajar con monjas. Enriqueta P. siempre consideró que nada podía ofrecer a un hombre, ni tan siquiera un nombre.

A través de estos ejemplos se ve claramente cómo los hombres son educados para integrarse en la sociedad. En cambio, las mujeres pasan de la tutela de la institución a otra tutela, sea de los empleadores o del marido, reproduciendo así el modelo patriar-cal con el cual habían crecido. Pocas, muy pocas, se emanciparon del todo.

Daño social y reparación. Identidades reencontradasLos conflictos alrededor de la identidad familiar y personal conllevan, en algunos casos, un proceso de negación en la vida adulta. De forma inconsciente, pasan paulatinamente de la negación al olvido, y a minimizar el daño sufrido. Devolver la memoria, buscar repuestas a unas preguntas mil veces formuladas interiormente, liberar la palabra en un espacio de comprensión y acabar con la demonización son los primeros pasos hacia la reparación del daño.

Una vez rotos los vínculos con la institución, una vez convertidas y convertidos en miembros de pleno derecho de la sociedad ¿cómo gestionaron el silencio sobre sus orígenes? La vida en comunidad nos pone frente a múltiples referencias fami-liares de forma constante, empezando por la obligatoriedad de los nombres mater-nos y paternos en la documentación de identidad española. La obligación de ser de por vida, el hijo o la hija de Manuel y Teresa, dos nombres inventados, vacíos de sentido. Situaciones tan comunes como la que relata Enriqueta P.: “El médico me preguntó: ‘¿Tiene usted algún antecedente familiar de hipertensión?’ Lo miré con intensidad. Quizás mi madre o el abuelo. ¿Cómo saberlo? Noté una terrible sensa-ción de vértigo al no tener ninguna referencia. ¿Cómo decir que no tienes familia?”

Aunque cada caso presenta particularidades propias, la búsqueda de los oríge-nes se ha desarrollado en dos momentos claves. Los primeros intentos se realizan durante la primera juventud, justo después de emanciparse de la tutela del hospicio o al momento de contraer matrimonio. La gran mayoría de dichos intentos fueron inmediatamente frustrados por unas monjas que preferían mantener el secreto y una administración poco colaboradora. La falta de acceso rápido e informatizado a los expedientes desanimó a casi todos. Los años propiciaron la aceptación de la situación y tras un largo periodo de maduración emocional, empezó la segunda búsqueda, para muchos en la etapa de la vejez. El trabajo de archivo realizado fue clave para reconstruir el recorrido familiar de muchos ellos, acabando con la opaci-dad y forzando los secretos de los acrónimos de la casa-retiro. Descubrir el nombre de la madre, esbozar un árbol familiar (a menudo únicamente materno) fueron cla-ve para cerrar incógnitas y sanear heridas abiertas desde que tenían uso de razón.

Gracias a los archivos, Fina I. se descubrió 6 hermanos, de dos padres diferen-tes. La madre de Enriqueta P. tuvo 3 hijos antes de ella, todos abandonados en el

227Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

hospicio. Julia G. procedía del retiro y fue adoptada con solo tres meses. Su expe-diente contenía una carta manuscrita de su madre, una joven inglesa de 18 años que tuvo un fugaz amor de juventud, donde formalizaba el abandono dejando su nom-bre y dirección. Este descubrimiento ponía fin, según Julia a “más de 20 años de angustia y de preguntas. Saber por fin que soy el resultado de una historia de amor, y no de cualquier acontecimiento sórdido”. Julia G. tiene en la actualidad doce her-manastros y hermanastras. Este último caso desvela otro problema que aún no se ha tratado en esta primera parte de la investigación pero que se deja aquí apuntado para seguir trabajando en esa dirección: el papel de los padres adoptantes. En gran mayoría, las personas entrevistadas descubrieron ser adoptadas en la edad adulta, con el evidente trasiego que representa volver a poner en cuestión sus orígenes y su contracción identitaria a esa edad.

Estos ejemplos de búsqueda tienen un resultado común abrumador. Todas y todos pasaron del desarraigo, de la falta de referentes maternos y paternos, de la soledad familiar a formar parte de una familia, a tener referentes. Una familia por descubrir y sobre todo por la cual ser aceptado o aceptada. A menudo, estos hijos no deseados al origen obligan a desvelar secretos familiares sepultados desde dé-cadas. Por este motivo y también por el miedo al rechazo, otros no se atrevieron a dar el paso, atados por el temor a la verdad. Ahora bien y para concluir, no se puede olvidar que muchos encontraron en los asilados su propia familia. Crearon unos estrechos lazos propios de los hermanos que todavía perduran hoy en día, visua-lizándose a los ojos de la sociedad como un colectivo con una identidad en parte compartida, reivindicando así su existencia de forma visible.

A modo de epílogoLa visión histórica ha proporcionado el marco de estudio indispensable para en-tender la génesis de las instituciones de caridad, pero sobre todo de la evolución de la mirada de la sociedad sobre los colectivos más vulnerables, particularmente en referencia a la moralidad de las mujeres. La aproximación histórica ha permi-tido poner de relieve la doble función de estos espacios. Por un lado, lugares que cumplieron una función substitutoria del cuidado en el seno de la familia, donde, en determinados casos, madres y padres buscaron la temporalidad de una acogi-da. Por otro, sitios demonizados, donde se materializaba la rigidez de la sociedad patriarcal a través del abandono. Si bien los testimonios son los protagonistas, no podemos obviar que detrás de las voces de los que ayer fueron niñas y niños, están miles de mujeres que se vieron obligadas al abandono por la presión de la sociedad patriarcal. Devolver la identidad perdida es crear memoria. No estamos hablan-do de memoria individual, sino de memoria colectiva, universal. De aquí deriva la importancia del derecho a la palabra que este trabajo ha planteado desde una doble óptica: individual y global. Individual, en primer lugar, porque ha quedado claramente evidenciado que cada vivencia presenta unas características únicas. En segundo lugar, global al quedar perfectamente mostrado a través de cada una de las voces que el daño es colectivo, que todas y todos sufrieron del mismo mal. Solo

228 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

esta doble perspectiva ha permitido realzar los matices, la riqueza y la complejidad de esta suma de historias. Sin duda, el trauma del abandono es el punto común de partida de todas ellas. La falta de filiación, cuyo marcador más visible es la carencia de un nombre propio, dificulta el propio reconocimiento de pertenencia social. La totalidad de las entrevistadas y entrevistados señalaron el sentimiento de desarraigo producido por la privación de un apellido familiar y la imposición de uno inventado. Por esta razón, uno de los caminos para reparar el daño, subsanar el olvido y reconocer el perjuicio pasa por abrir los archivos y poner los expedientes al abasto de los asilados y asiladas. La administración debería facilitar el acceso a los mismos a modo de Mea Culpa, en apariencia administrativo, pero que implica-ría el reconocimiento por parte de toda la comunidad.

Estas reflexiones aquí resumidas, nos indican claramente que es imprescindi-ble seguir investigando en las posibilidades que ofrecen los itinerarios vitales que hemos esbozado. De hecho, las entrevistas orales han desbordado las expectativas previas y han iluminado otras preguntas en las cual, como sociedad, nos toca dar respuesta. ¿Cómo convertirse uno mismo en origen, en referente con raíces anó-nimas, de sus propios descendientes? ¿Cómo poder ejercer de padre o madre sin conocer por experiencia la vivencia familiar? El hijo de Enrique H. recuerda la dificultad de su padre a transmitir amor y cariño. ¿Cómo dar calor humano cuan-do nunca se ha tenido? Fernando S. tiene cuatro hijos y con ninguno la relación es fluida. Las antiguas hospicianas, aquellas niñas abandonadas, han sabido usar su derecho a elegir la maternidad, no han considerado que ésta fuese su destino: algunas han sido madres y otras no. Éste es quizás el mejor homenaje que han po-dido hacer a sus madres. Finalmente, el trabajo de campo realizado ha permitido comprobar que, en efecto, disponer de una identidad de origen ha puesto fin a años de silencio y de dudas de los asilados. Mirar una imagen buscando similitudes con sus propios rasgos ha calmado la sensación de no tener pasado. Poder hablar de sus vivencias ha permito realizar una profunda catarsis y recuperar la memoria, zurcir, remendar los cursos de vida interrumpidos. Una reparación modesta, pero imprescindible, que permite devolver por fin, la palabra y dignidad de todas ellas y ellos, y denunciar la profunda estigmatización que les infligió la sociedad patriarcal y socialmente desigual a ellos, a ellas y a sus progenitoras.

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Estrategias familiares para el cuidado infantil Afectos, solidaridades y desobligaciones

Mercedes Rodríguez LópezMaría del Pilar Morad Haydar

Introducción

Cartagena de Indias, cuenta con 1.013.375 habitantes de acuerdo a las estima-ciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 2017), donde la población infantil entre 0 y 14 años, constituye el 25,3%

(256.772) del total, constituyendo un grupo altamente significativo que demanda servicios de cuidado y protección para garantizar sus derechos. Sin embargo, di-versos informes de organismos internacionales como UNICEF, entes de control y seguimiento en materia de derechos humanos, medios de comunicación, dan cuenta de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran niños, niñas y adolescentes al constituirse diariamente en víctimas de delitos atroces en el con-texto de violencia social, política y económica que vive nuestro país, reflejada en las denuncias por abandono, maltrato infantil, abuso sexual, explotación laboral y económica, la vinculación forzada a grupos armados ilegales, entre otros, que dan cuenta de la fragilidad de sus derechos y la debilidad de los sistemas de protección.

A este contexto se suma la situación que viven los hogares cartageneros, al-tamente concentrados en los estratos socioeconómicos 1 y 2, donde el trabajo in-formal continúa siendo la principal fuente de generación de ingresos en más de la mitad de los hogares y de la población ocupada (Cartagena cómo vamos, 2016: 157). Por otra parte, uno de los procesos que ha enfrentado la ciudad que se suma al panorama económico y social es el desplazamiento forzado, la migración trans-fronteriza y el retorno de población colombiana de Venezuela en busca de medios de subsistencia, dada la crisis económica, política y social que se vive en el vecino país. Algunos estudios registraron la llegada de más de sesenta mil nuevas perso-nas, es decir, más de 14 mil nuevos hogares entre 1995 y 2014, donde una tercera parte de esta población la integran niños y jóvenes, lo que pone de manifiesto la necesidad de atender mayores demandas por servicios educativos, de salud y co-bertura nutricional (Espinosa, 2015: 226).

Situadas desde el concepto de Organización social del cuidado como “la con-figuración dinámica de servicios de cuidados, proporcionados por diferentes ins-tituciones y la forma en que los hogares y sus miembros se beneficiarán de ellas”

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(Faur, 2011: 27), el presente estudio responde a la necesidad de conocer desde la perspectiva de los sujetos cuidadores y los cuidados, cómo las familias significan y gestionan el cuidado desde su corresponsabilidad junto al Estado, el mercado, las ONGs y redes vecinales.

Para esta investigación nos fundamentamos desde un enfoque cualitativo, sus-tentado en una postura epistemológica desde el construccionismo social (Berger y Luckman, 1967) apoyada en métodos narrativos para entender las prácticas de cuidado en términos de historias contadas desde el punto de vista de las y los par-ticipantes de la investigación (Vasilachis, 2006). Como técnicas de recolección de información utilizamos la entrevista semi-estructurada realizada a 38 madres y 12 padres que se asumieron como cuidadores/as de sus hijos/as. Además, recurrimos a grupos focales (Gómez, 2012) con niños y niñas entre los 7 y 12 años de edad, seleccionados desde todos los estratos socioeconómicos, recursos todos que nos facilitaron acceder a sus narrativas y comprender las formas como los sujetos viven e interpretan el mundo social en que viven.

El capítulo contiene, en primer lugar, una reflexión sobre las estrategias de cui-dado que están basadas en los afectos, las satisfacciones ante el deber cumplido por parte de progenitores con sus particularidades a partir del género y posición socioeconómica; en segundo lugar, se enfatiza en las solidaridades que se tejen en los grupos familiares dinamizando redes parentales, vecinales o amistades; para cerrar con las demandas y des-obligaciones que también emergen dentro de la or-ganización social del cuidado infantil como asuntos que deben revisarse por parte de las instancias corresponsables.

Estrategias de los grupos familiares para el cuidado infantil Las familias construyen relaciones y dinámicas que contribuyen a la superviven-cia y bienestar de sus miembros, asumiendo tareas que han sido estipuladas como mandato cultural, cuya distribución y apropiación lleva implícitas disposiciones de género. Hombres, mujeres y niños y niñas reconocen la diversidad para incorporar estrategias de cuidado:

“Algunas se orientan a resolver necesidades básicas y se circunscri-ben a la posibilidad de vivir mejor, otras de desarrollo y se relacionan al logro de expectativas de crecimiento de sus miembros según su curso vital y otras críticas que se articulan a las capacidades de las familias para manejar tensiones provenidas de ella misma o del con-texto” (Zapata, 2012: 27).

Éstas consolidan estrategias y arreglos, que también van a variar dependiendo del ámbito socioeconómico y cultural desde donde se interactúa, la diversidad de formas para asumir los insumos psicosociales y económicos, la valoración de infancia y las redes familiares que brindan apoyo y disposición para cuidar entre otros.

Entendemos el concepto de estrategia como todos aquellos arreglos, acciones y prácticas que cuidadoras/es gestionan para organizar el cuidado de hijos e hijas y

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lograr la distribución de tiempos que conllevan el trabajo remunerado y no remu-nerado. Basadas en Bourdieu, comprendemos que dichas estrategias estarán me-diadas de acuerdo a la posición socioeconómica, los capitales económicos, sociales y culturales que poseen los sujetos y la disponibilidad de recursos en el contexto donde se reproducen sus condiciones de existencia. La estrategia contiene prácticas objetivamente orientadas sin ser subjetivamente pensadas como tales, porque en el encuentro entre el habitus y el campo se reduce lo “posible a lo probable” (Bour-dieu, 1994: 12, citado en Wilkis, 2004: 129).

Cuidar desde los afectos y las solidaridades La mirada de la infancia, en este trabajo, se reconoce como prioritaria cuyos acto-res(as) expresan desde sus subjetividades, las experiencias sobre el cuidado y cómo este se refleja en sus vidas. Las familias van estableciendo arreglos y estrategias sociales y familiares que emergen con las motivaciones y recursos de los hogares para impulsar el ejercicio de tareas, algunos como la valoración de la maternidad, de la infancia, los vínculos de apego con el niño y/o la niña, van a constituir re-laciones y disposición para ejercer el cuidado, sin desconocer que los mandatos socioculturales de la paternidad, la maternidad, la edad de los hijos e hijas, la con-ciliación de tiempos laborales y familiares, los proyectos personales, le imprimen mayor cercanía o distancia para su ejercicio.

La solicitud de integrantes de la familia como cuidadores permanentes o pro-visionales hace parte del trabajo de cuidado no remunerado e invisible, que con mayor frecuencia lo suplen figuras femeninas vinculadas al ámbito familiar. La atención de esta función se concreta apelando a los vínculos, las solidaridades –e incluso las obligaciones morales– en nombre del parentesco. En las mujeres se genera una mayor disposición para la dedicación del cuidado valorando su impor-tancia y asumiéndola como indelegable. Las sociedades tradicionales se basan en el hecho de que la procreación, la lactancia, el cuidado principal de hijos e hijas son significantes connaturales al cuerpo de la mujer, lo que las obliga a asumirlo, sin problematizarse. Para algunas mujeres dedicarse a hijos e hijas, cuidar de ellos, del marido y la casa se convierte en su proyecto de vida.

Las dinámicas del cuidado de niños y niñas cuando las madres no están vincula-das al trabajo remunerado, adquieren particularidades –frente a padres proveedores económicos– asumiendo el cuidado directo permanente, especialmente en hogares nucleares o extensos. Desde una perspectiva que naturaliza el cuidado como una tarea de las mujeres, se asume que éstas se encargan de las actividades de cuidado, vistas como construcción naturalizada de la maternidad, como pauta cultural e im-perativo moral, como un aporte de las mujeres a la economía familiar.

La figura de la madre-cuidadora permanente constituye una estrategia de cui-dado en sí misma. Algunas mujeres “deciden” renunciar al trabajo remunerado para dedicarse al cuidado de hijos e hijas, lo que crea una nueva dinámica que les permite prescindir tanto de las redes familiares como de los servicios privados de cuidado en algunas de sus dimensiones. Constituyendo la maternidad intensiva

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como el único proyecto de vida, ya sea permanente o temporal, percibiéndose a sí mismas como figuras claves en este proceso, apelan a la presencia para cumplir a cabalidad este mandato. En ese sentido, la decisión de renunciar se hace en nombre del tiempo exclusivo de cuidado que se requiere y merecen hijos e hijas. Algunos relatos de cuidadoras dan cuenta de ello: “Yo no soy de la clase de mujer que piensan por lo menos, los hijos pa’ la abuela, y yo salgo a trabajar, aunque anhelo mucho, […] es que mis hijos no son dos paquetes que yo puedo como poner ahí y ya me desentendí, no, no, quiero ser justa con ellos” (Ericka, madre, 3).10

Las mujeres muestran que la exclusividad en el cuidado constituye satisfacción porque se refleja en la calidad de la atención brindada a hijos e hijas, sin importar la pérdida de otros proyectos, sintiendo que los afectos las moviliza para asumir este ejercicio. Por ello, indican que el tiempo es organizado y reorganizado en fun-ción del cuidado de niños y niñas. Las mujeres revelan que sus actividades deben distribuirse de tal modo que puedan asumir de manera prioritaria el cuidado; sus tiempos ya no son propios, son los tiempos de los hijos e hijas. Así lo narra Julia:

“El tiempo ya no es de uno, primero que todo, o sea, uno tiene que acomodar lo que de pronto uno quiere hacer a los horarios de él, por lo menos yo muchas veces entre semana yo no puedo ir a […] bueno sí puedo ir, pero trato de no ir a ninguna cita en la noche, o sea, yo todo lo programo en la mañana cuando él está en el colegio, entonces yo en la mañana salgo temprano y corra, corra a hacer todo lo que toca hacer (Julia, madre, 6).

La maternidad, en estos casos, sigue concebida como función inherente a la mujer y se naturaliza como una práctica que condiciona su proyecto de existencia. El amor maternal colma la vida de estas mujeres a través del cuidado permanente y la intensificación de sus tiempos hacia la prole, así, los proyectos por fuera de la fun-ción materna son aplazados o rechazados por decisión propia, o el desde el deber ser y su condición de mujer.

Con relación a la paternidad se pudo identificar en los diversos estratos, que algunos padres suelen asumir actividades de apoyo que disfrutan y forman parte de sus responsabilidades, aunque las madres funjan como principales cuidadoras. La participación de ellos se da después de sus jornadas laborales, en sus tiempos libres y/o en los fines de semana con actividades específicas como el refuerzo escolar y el juego. En los estratos del tres al seis, son los padres quienes más apoyan a hijos e hijas en tareas relacionadas con las matemáticas y el inglés.

Por lo general, los padres son los encargados de “la parte divertida” como lo señalan algunas madres. Estos también constituyen rasgos innovadores que forta-lecen las relaciones paterno-filiales, al incrementarse la participación de estos, en actividades de cuidado, más allá de la provisión económica:

10 El código utilizado incluye un seudónimo de la persona entrevistada, en algunos casos su rol como cuidador/a y el número se refiere al estrato socioeconómico que en Colombia se asignan de manera ascendente, donde el 1 corresponde al más bajo y el 6 al más alto.

carolina
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237Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

“El espacio que tengo entre la oficina y el trabajo todo es para ella, salgo pensando es en ella, entonces me voy directo a compartir con ella, si está dormida espero que se despierte, si está despierta pues le doy la comida y la duermo. O sea, la idea es compartir siempre con ella, que me vea, que me vea siempre” (Rafael, padre, 3).

“En la noche, sobre todo, yo primero también para que Jazmín pueda descansar y pueda hacer algunas de sus cosas, me siento a jugar con el niño y después normalmente nosotros lo bañamos en la noche, entonces yo soy el que lo visto, le pongo un pañal y queda listo para que la mamá lo duerma” (Javier, padre, 5).

Por un lado, si bien son las actividades lúdicas la forma como los padres se vincu-lan con hijos e hijas, también constituyen estrategias para que las madres continúen realizando otras labores de cuidado material (alimentación, aseo). “Elías [padre], él en las noches está pendiente, o sea, él le dedica los sábados y domingos ahí con los hijos, él es de los que les empieza a echar cuentos o empieza a distraerse con ellos, les pone karaoke, se ponen a cantar a cantar…” (Ingrid, madre, 1).

Los espacios lúdicos, el acompañamiento escolar, entre otros, como actividades de cuidado suponen para los padres satisfacciones y las prefieren a la participación en tareas de orden material y doméstico que sigue estando bajo la responsabili-dad de las mujeres, porque ellos suelen resistirse a preparar alimentos, asear la vivienda, atender la higiene entre otras. Sin embargo, es importante reconocer que también se identificaron hombres que asumen una paternidad responsable reivin-dicando la necesidad de una participación igualitaria y permanente en el cuidado de sus hijas e hijos.

Las solidaridades de la red familiar extensa Las figuras femeninas de abuelas y las tías han sido reconocidas culturalmente como figuras importantes para la organización del cuidado, tanto en los hogares extensos como en las redes familiares tal como ha sido identificado en diversos estudios (Gutiérrez, 2000; Morad y Bonilla; 2003; Puyana et al, 2003; Mosquera, 1994; Zamudio y Rubiano, 1994). En los hogares que no disponen de los recursos económicos para la contratación de servicios domésticos y de cuidados, la red pa-rental se constituye en una estrategia para que padres y madres puedan dejar resuel-tas necesidades como la alimentación, la higiene u otras actividades que implican el cuidado de hijos e hijas especialmente en edades tempranas. En algunos casos, las abuelas cambian sus horarios laborales y asumen más intensamente el cuidado en los horarios no escolares. Por lo general, las madres se encargan de las tareas escolares, que suelen quedar listas en la noche después de sus jornadas laborales.

En los grupos familiares que disponen de los capitales y recursos para la con-tratación de servicios, las abuelas y abuelos participan en el cuidado emocional y moral, pero las cuidadoras/es principales asignan el cuidado material y el trabajo doméstico a las empleadas, en estos casos la red parental supervisa la calidad de

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estos servicios. También se han identificado casos en que la red parental asume la proveeduría económica de hogares mono-parentales, como una estrategia de sobre-vivencia (en los estratos 1 y 2) o de soporte para mantener la posición socioeconó-mica que han ocupado (5 y 6) y garantizar calidad de vida para su descendencia; en palabras de Bourdieu (2000), una estrategia de reproducción social.

Des-obligaciones frente al cuidado: conflictos y tensiones Las narrativas de padres, madres y sujetos cuidados, nos permitieron identificar diversas situaciones conflictivas y vulneraciones que conlleva la organización del cuidado en los hogares. Presentaremos aquí algunas que merecen especial visibili-dad en la medida que atentan frente a los derechos de sus integrantes.

La Paternidad en el cuidado: un tema en conflicto La figura paterna tal como se ha identificado en diversos estudios (Gutiérrez, 2000; Morad y Bonilla, 2003; Puyana, et al, 2003) sigue siendo una figura ausente en la organización del cuidado, sin desconocer los cambios y tendencias que se vienen dando en algunos hombres desde una paternidad innovadora (Jiménez, 2014) tal como se señaló anteriormente. Sin embargo, las narrativas dominantes mostraron que los padres no asumen posiciones paritarias, delegando este trabajo a las mu-jeres y reproduciendo el modelo patriarcal. En otros casos, los padres asumen la responsabilidad cuando se encuentran desempleados, sustituyendo temporalmente a las mujeres y ante la demanda que ellas les hacen, evidenciándose inequidades en la distribución del cuidado.

Los conflictos emergentes, como se lee en las narrativas de las mujeres, están muy relacionados con la participación periférica, su proveeduría exclusivamente económica o ausencia de los padres en la organización del cuidado, quienes la problematizan y cuestionan, dando lugar a tensiones permanentes e irresueltas en los grupos familiares: “Aquí el problema es que su papá dedique más tiempo a ella, porque la pasa todo el tiempo trabaja, trabaja y trabaja y no comparte tiempo con ella. Entonces ahí es donde vienen los choques con él” (Inés, 47 años, 4, Trabaja-dora independiente).

Los padres que trabajan de manera independiente o cuentan con flexibilidad en sus horarios, tendrían mayores libertades para manejar sus tiempos y el cuidado de hijos e hijas, sin embargo, esto no se refleja, ni supone, mayores posibilidades de participar o redistribuir el cuidado. Así estén en sus hogares, no expresan dis-posición para participar en actividades como la dirección de tareas, no lo hacen de manera corresponsable y voluntaria, lo cual genera conflictos ante la sobrecarga y tensiones que representan especialmente para las mujeres vinculadas al mercado laboral, situación que está presente en todos los estratos socioeconómicos: “Que esto, que las tareas, que Luisito, que lo otro y yo le digo ‘ven acá, si yo no soy la única, tú también puedes agarrar el cuaderno y de decir ‘hijo qué te pusieron, en qué te puedo ayudar’ […] Entonces siempre salimos de discusiones y yo mejor ¡no trato de no pedirle nada!” (Claudia, 32 años, 1).

239Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

En los casos de separación de la pareja, la situación presenta mayores difi-cultades. Con frecuencia los hombres se permiten deliberadamente incumplir con acuerdos pactados frente al cuidado, ya sea por delegación transitoria según las necesidades o tiempos de la madre o por asumir una custodia compartida, que a veces solo se cumple de manera parcial o llegar a situaciones extremas como la vulneración de derechos:

“…ya yo le he manifestado y no estoy de acuerdo con esa situación, que deberíamos manejar mejor las fechas en las que Juangui pueda estar con él, de pronto si él dice un fin de semana al mes, un fin de semana con él, un fin de semana conmigo, pero el no, él dice que no, que así no puede, que es cuando él pueda, que es cuando él quiera, entonces, al fin no hemos llegado a ningún acuerdo en realidad con ese tema” (Rosalba, 28 años, 1).

“A mí me gustaría que mi papá estuviera más tiempo conmigo para pasar más tiempo con él, porque no lo veo casi, solo a veces…” (Yanis, 8 años, 4).

“Lo que me pasa a mí con mi papá es que casi hasta un año duro sin verlo, es como si él no existiera, o sea no me viene a visitar” (Juliana, 9 años, 5).

La figura paterna que se sostiene entre el distanciamiento y el abandono, también percibida por hijos e hijas y expresada como demanda de cuidado emocional, ma-terial y/o moral (Martin, 2008), se continúa naturalizando a nivel sociocultural; sin embargo, ésta debe nombrarse como una vulneración de derechos que se viene reproduciendo y con este estudio, se evidencia una vez más, la necesidad de la corresponsabilidad parental, donde los padres no pueden seguir entre la ausencia y la impunidad.

Las múltiples jornadas de las cuidadoras, sus inequidades y tensiones Una de las principales tensiones identificadas por las mujeres está relacionada con la división sexual del trabajo en los hogares que conlleva sobrecarga de respon-sabilidades, múltiples roles y arreglos que deben construir para conciliar la vida laboral y familiar. Algunas mujeres experimentan su rol de mujeres trabajadoras como algo que les resta tiempo y dificultad para atender el cuidado de hijos e hi-jas además del trabajo doméstico. En otros casos, atribuirse mayores actividades reproductivas actúa como estrategia para compensar o disminuir la culpabilidad frente a lo que consideran efectos de su ausencia; una forma de mantener una bue-na imagen materna, no importan sus extensas jornadas y los esfuerzos que esto conlleve, porque para algunas mujeres, esto les representa también satisfacciones:

“…imagínate yo dejo todo listo, me levanto temprano, dejo todo, vengo a las tres sofocada del trabajo, me baño, alisto comida, salgo

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enseguida a buscar a Julián José –el menor– vengo a cocinar mien-tras con el otro: ‘Carlitos qué te pusieron, busca en internet, recarga el celular’, o sea, me vuelvo mil personas al mismo tiempo, pero estoy orgullosa de eso” (Claudia, 32 años, 1).

Los relatos de las mujeres dejan entrever las dinámicas en las que se movilizan desde su deber ser para responder a la maternidad como mandato sociocultural y convertirse en las llamadas malabaristas (Faur, 2014; Esquivel, 2012). La culpa-bilidad y frustración está presente en la medida que las mujeres manifiestan que el tiempo es algo que ya no les pertenece, además del estrés que conlleva una jornada intensiva y de alta auto-exigencia donde lo primero que sacrifican es su auto-cui-dado y sus propias necesidades.

Los tiempos de ocio y recreación para las mujeres trabajadoras parecen ser inexistentes. Los fines de semana se convierten en el tiempo de descanso de quie-nes asumen y se les ha delegado el cuidado durante la semana, especialmente abue-las u otros parientes. Cuando hay doble proveeduría de la pareja, podría pensarse, además, que para los hombres este tiempo está garantizado, mientras la maternidad absorbe estos espacios a algunas mujeres:

“Sin lugar a dudas hay un desequilibrio porque yo no estoy por fue-ra por estar jugando, yo estoy por fuera por trabajar y yo no tengo ninguna opción el fin de semana sino estar con ellos, que los disfruto al máximo, que lo paso súper bien, pero que esa la forma como se ha organizado el cuidado, o sea, en la semana él participa, mi mamá participa, pero fin de semana el cuidado es mío” (Laura, 34 años, 3).

Diversos estudios han mostrado las implicaciones que conlleva para las mujeres, no lograr distribuir satisfactoriamente sus tiempos entre la vida laboral y familiar; podemos decir que al no poder conciliar ambos ámbitos, las personas entran en conflicto, viéndose perjudicadas desde un punto de vista personal, al igual que su salud física y psicológica, la satisfacción vital y el bienestar de la familia en general (McNall, Niccklin y Masuda, 2009).

Las condiciones de trabajo y los tiempos para el cuidado La relación entre las condiciones de trabajo y la organización del cuidado resulta fundamental en la medida que implica la redistribución de tiempos para garantizar esta doble responsabilidad en los hogares. La conciliación entre estas dos esferas, como lo señala Faur, será efectiva en alguna medida por los dispositivos institu-cionales materializados en la oferta de programas y servicios por parte del Estado, de los cuales puedan disponer los padres y madres trabajadoras, pero además serán producto del poder económico que sustentan para contratar estos servicios, de las representaciones sobre la división sexual del trabajo remunerado y no remunerado, y de las negociaciones, acuerdos y pactos entre los sujetos involucrados que no siempre ocurren de manera justa y equitativa en las familias (Faur, 2011: 147).

241Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Así mismo, acceder a estos derechos va a estar mediado por las condicionantes de género y posición socioeconómica, tal como lo reflejan las experiencias de padres y madres, sin dejar de proveer ingresos, ni descuidar a sus hijos/as.

Las condiciones de trabajo y las posibilidades que éstas brindan para la or-ganización del cuidado en los hogares también varían de acuerdo a la actividad económica, los tipos de contrato y los cargos que ocupan padres y madres en el mercado laboral. Los relatos reflejan las jornadas que deben cumplir, incluyendo los tiempos de desplazamiento entre sus hogares y los sitios de trabajo, el uso de transporte público o en otros casos el servicio que ofrecen las mismas empresas para garantizar la puntualidad de sus trabajadores. En los casos de parejas de doble proveeduría esto se complejiza por el entrecruzamiento de los horarios y espacios de encuentro que dificultan los tiempos dedicados al cuidado de hijos e hijas, ex-periencias que los lleva a reducir cada vez más la posibilidad de seguir procreando, lo que podría guardar relación con las tasas de natalidad, tal como lo relata Nairo, quien se desempeña como docente:

“…lo que dificulta es que los horarios de trabajo de mi esposa y mío son diferentes y los tiempos en que coincidimos son pocos, en la noche sobre todo, porque ella sale a trabajar a las seis de la mañana y regresa a las cuatro de la tarde, o más tarde, si tiene que hacer una vuelta, alguna cosa, pero yo a las cuatro ya no estoy, yo regreso a las nueve, entonces nos vemos un rato en la noche y los fines de semana cuando ella no trabaja, entonces sí ha sido difícil, ha sido difícil la crianza de los hijos, de hecho nosotros dudamos mucho en tener el segundo bebé…” (Nairo, 38 años, 4).

Hemos identificado grupos de mujeres en todos los sectores socioeconómicos, con distintos niveles de formación y ocupando posiciones distintas de acuerdo a las actividades en las que se desempeñan, que comparten experiencias comunes como la de Rosa, frente a sus jornadas laborales y los tiempos que pueden dedicar al cuidado de sus hijos:

“A las siete y cuarto entro al trabajo, la ruta me recoge a las seis y media, tengo que dejar a mi hijo listo a las seis y media y a las cua-tro y media salgo, llego a mi casa cinco y media más o menos, pero Juanca llega del colegio como a las seis y media, llega después de mí, entonces se me dificulta eso, que solo paso con él el ratico de la noche, y el ratico de la noche es hacer tareas y ya después a dormir, entonces más bien el tiempo que paso con él es el fin de semana, cuando el papá se lo lleva siento aún más su ausencia” (Rosa, 28 años, 1).

Algunos padres vinculados al sector industrial de la ciudad que ocupan cargos en el nivel operativo, cumplen turnos de más de ocho horas diarias y continuas, alterando los descansos de fines de semana y los espacios de encuentro que disponen sus pare-

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jas o hijos e hijas en edad escolar. Esta es una situación que también es percibida por los sujetos receptores de cuidado y que consideran una situación difícil que les genera tristeza, tal como lo expresa Wilson: “Yo no puedo ver todos los martes en la noche a mi papá porque él está trabajando de turno, y solo puedo aprovechar en la mañana, pero no tanto porque estoy en el colegio, haciendo mis tareas, así que es muy triste estar sin mis padres eso es difícil porque uno los extraña” (Wilson, 9 años, 5).

Las características de algunos de estos trabajos conllevan riesgos en su salud que podrían exponer también a sus familias, teniendo en cuenta los procesos de producción industrial en los que se realizan y que llegan a constituirse en factores que además de las jornadas, obstaculizan el cuidado paterno de manera involunta-ria, tal como se evidencia en el relato de Fausto:

“Es difícil porque nosotros prácticamente vivimos en el trabajo, en-tramos a las cinco de la mañana y salimos a las cuatro, cinco de la tarde, de lunes a sábado y a veces los domingos. Además, por la forma de trabajo, con bastante hierro andamios, uno llega aquí can-sado, a veces ni ceno, me reposo, me baño y hasta el día siguiente, y como en la refinería hay tantos tóxicos, trato de que mis hijas no se acerquen a mí […] por su salud” (Fausto, 40 años, 1).

Son muchas las empresas que aún no cuentan con políticas que reconozcan las relaciones existentes entre el trabajo y la familia, pero además de ello no permiten ejercer los derechos mínimos adquiridos que permiten la participación paterna en las responsabilidades del cuidado de sus hijas e hijos, reproduciendo el imaginario cultural de este como un asunto que compete exclusivamente a las mujeres. Por otra parte, no se utilizan los mecanismos existentes para la exigibilidad de estos derechos y/o se desconocen los avances de las políticas del Ministerio de Trabajo sobre el tema.11 El siguiente relato nos ayuda a ilustrar la presente afirmación:

“Nosotros éramos una cuadrilla de quince hombres que no sabíamos qué era una reunión familiar, de escuela, es más […] a veces nos qui-taban la Ley María, no teníamos derecho a Ley María. Estaba contra-tado, hora hombre, o sea que con la presencia era que nos pagaban a nosotros, eran muy difíciles los permisos, debía ser algo muy grave, para que a mí me dieran permiso para eso y a mi esposa también” (Fabio, 40 años, 1, operario).

11 A partir del artículo 3 del Decreto 4463 de 2011 y según artículo 12 de la Ley 1257 de 2008, el Ministerio del Trabajo construyó el Programa Nacional de Equidad Laboral con Enfoque Diferen-cial de Género. Por otra parte, la legislación laboral incluye algunos derechos como las licencias de paternidad y maternidad entre otras, además del conjunto de leyes que a nivel nacional se han promulgado para proteger y garantizar los derechos de la mujer trabajadora y avanzar en materia de equidad de género lideradas por el Ministerio de Trabajo, el Observatorio Asuntos de Género, Con-sejería Presidencial para la equidad de la mujer (2005). Además de la creación del sello de equidad laboral “EQUIPARES” un programa de certificación encaminado a reconocer a las empresas que implementan voluntariamente y de manera efectiva el Sistema de Gestión de Igualdad de Género.

243Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

La relación familia y trabajo está articulada a las dinámicas actuales de la economía y el mercado laboral que complejizan cada vez más dicha relación. Entre los diver-sos factores implicados deben destacarse en primer lugar, los reducidos avances de las políticas existentes para aportar a la articulación entre estas dos esferas, y los obstáculos para su implementación identificados, tales como el desconocimiento por gran parte de empleadores, trabajadores y trabajadoras, su reducción a unos derechos mínimos como las licencias de maternidad-paternidad, los tiempos de lactancia y los permisos laborales, que a veces se incumplen por parte de las empre-sas, o quedan sujetos a la voluntad y colaboración como lo señalaron algunos tes-timonios. Además, dichas políticas se reducen a trabajadores vinculados al sector formal quedando por fuera a quienes trabajan en el sector informal de la economía que constituyen el 55,3% de la población ocupada en Cartagena, igual que la tasa a nivel nacional (ICV, 2017: 137).

Una de las estrategias utilizadas por las mujeres de estratos medios y altos para conciliar su vida familiar y laboral es la contratación de empleadas domésticas o cuidadoras quienes participan de la organización del cuidado en los hogares y se constituyen en aliadas clave para garantizar el cuidado o reducir las sobrecargas del trabajo doméstico, posibilitándoles cumplir sus jornadas laborales y tiempos de descanso. Sin embargo, las condiciones laborales estarían garantizadas en los hogares con mayores capitales disponibles, en otros hogares estos se arreglan de manera informal y los ingresos de proveedores no son suficientes para garantizar sus derechos como trabajadoras domésticas.

Esta vinculación entre mujeres empleadoras y mujeres empleadas, es una re-lación estructural en palabras de Arango, basada en relaciones de poder y subor-dinación de unas hacia otras, con connotaciones sociales y económicas distintas para cada una de ellas, teniendo en cuenta sus capitales, condiciones de vida y oportunidades. Mientras a las patronas se les posibilita invertir tiempo y esfuerzos en valorizar su capital económico y educativo, las empleadas domésticas trabajan para su supervivencia y la de sus familias, con limitadas oportunidades de mejorar sus condiciones socioeconómicas y culturales (Arango y Pineda, 2012).

Demandas de cuidado de niños y niñas A través de las reflexiones provocadas en los grupos focales realizados con niños y niñas entre 7 y 12 años, en que se indagaron sus percepciones sobre horarios, jornadas y tiempo que les dedican a su cuidado, hemos identificado de mane-ra emergente dos tipos de demandas que interpretamos en clave de la posición socioeconómica: violencias y tiempo. En términos de violencias, niños y niñas hacen referencia a violencias físicas y regaños. Algunos naturalizan la violencia como forma de cuidar y consideran que ésta es el resultado de “portarse mal”, es decir, se culpabilizan por los maltratos recibidos: “Quiero portarme bien, para que se porten bien conmigo. No quiero que me peguen” (Laura, 8 años, 2); “Yo quisiera que no me peguen, porque mi mamá me pega con lo que se le atraviese” (Flor, 8 años, 3).

244 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Estas prácticas se naturalizan como parte del cuidado lo que pone a la infancia en condiciones de riesgo, cuyas inequidades se expresan tanto en las relaciones de género como generacionales (Calveiro, 2009), donde padres y madres reproducen modelos de socialización y dominación, respondiendo a situaciones estresantes que agudizan los conflictos o situaciones que pueden ser gestionadas de otra forma, conllevando a la exacerbación de las violencias.

Las demandas de tiempo fueron comunes entre los niños y niñas, sin embargo, se observó una tendencia entre los hogares con mayores capitales económicos (4 al 6) a demandar mayor tiempo de cuidado tanto a madres como a padres, quienes se ausentan por motivos laborales. En el caso de las madres, los relatos de los niños dan cuenta que además de ser proveedoras deben atender tareas domésticas y el cuidado, que no siempre les permite dedicarles tiempo para actividades lúdicas:

“A mí sí me gustaría que mi mamá jugara más conmigo, porque como ella pasa cansada, ella me lleva, me trae, hace algunos manda-dos, limpia la casa, entonces ella no puede, porque le duele la cabe-za” (Lauren, 9 años, 4).

“Yo pienso que el tiempo que mis papás me dedican, lo prefiero so-bre todo lo demás. En mi caso quisiera estar más con mis padres” (Flor, 11 años, 3).

“Mis papás salen a las cuatro de la mañana y vienen tarde cuando yo ya estoy dormido a veces, y eso me hace sentir triste” (Ciro, 10 años, 5).

Para niños y niñas, el trabajo de sus padres y madres es necesario, pero no debería ser lo más importante, y en ello identifican una descompensación entre la distribu-ción que vienen haciendo de estos tiempos. Sus jornadas y horarios no les permiten compartir en familia y sienten que como hijos e hijas deberían ser su prioridad. Así lo relata Juliana: “Yo diría que pasar muchas horas de trabajo también cansa, es porque también trabajan y ganan dinero, pero eso no es lo que más importa, tam-bién es la familia, estar junta” (Juliana, 9 años, 5).

Sus narrativas permiten suponer una mayor demanda de cuidado emocional y presencia en sus actividades cotidianas. Estos son algunos de sus sueños, deseos de cambio que niños y niñas plasmaron en sus dibujos y reflexiones sobre el tema. Mientras algunos no desear cambiar nada, para otros, hay deseos comunes indistin-tamente de sus condiciones socioeconómicas:

“Yo quiero que mi papá me ayude hacer las tareas en las que me ponen” (Juan, 9 años, 1).

“Yo quiero que mi mamá pase más tiempo conmigo, pero ella dice que no puede porque ella necesita trabajar para darnos la comida (Diana, 9 años, 1).

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245Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

“Yo cambiaria que mi mamá trabajara un poco menos para pasar más tiempo conmigo” (Claudia, 10 años, 3).

Los testimonios de niños y niñas dan cuenta que hay descuidos, abandonos y de-mandas de cuidado que reflejan la situación que se viven en sus hogares, cuando padres y madres se ven envueltos en la paradoja de generar ingresos para garan-tizar derechos, lo cual conlleva desequilibrios entre estos tiempos donde los más expuestos a estas vulneraciones son sus hijos e hijas.

Reflexiones para concluir Algunos estudios sobre la organización social del cuidado en países latinoamerica-nos como Argentina, Chile, Uruguay, entre otros (Esquivel, Faur, Jelin, 2012; Bat-thyány, Genta y Perrotta, 2014) nos han permitido observar elementos comunes con la presente investigación, como la centralidad del cuidado en las familias y espe-cialmente en las mujeres, quienes desde sus propias arreglos y estrategias organizan los tiempos para cuidar y trabajar, en la medida que en algunos de nuestros países aún predominan sistemas de protección familistas, que les siguen asignando esta responsabilidad como las proveedoras más importantes y constantes del bienestar.

Los resultados del estudio nos permitieron además identificar que las estrate-gias, distribución y arreglos para la organización del cuidado están relacionados con las construcciones socioculturales de género que se reproducen en los hogares y la posición socioeconómica que ocupan sus actores/as, que les permiten disponer o no de los recursos necesarios –tiempo, dinero, oferta de servicios– para asumir esta co-responsabilidad. En esa medida, el trabajo de cuidado estará mediado por la dedicación de tiempo completo o parcial de acuerdo a la vinculación de padres y madres al mercado laboral o a las actividades que realicen para la generación de ingresos, los arreglos familiares que conforman para la distribución del cuidado en-tre las parejas u otros miembros, las solidaridades que se tejen con redes parentales, vecinales o contratar servicios como el trabajo doméstico.

Las narrativas de padres y madres dejan vislumbrar subjetividades y experien-cias satisfactorias, en la medida que logran construir diversas estrategias y redes de apoyo para la organización del cuidado en los hogares y cumplir con el deber y la responsabilidad con hijos e hijas, aun cuando tienen que priorizar la maternidad o paternidad sobre otros proyectos personales de orden educativo o laboral.

En otros casos, la organización del cuidado y la gestión de los tiempos para cuidar y trabajar están cargados de tensiones, conflictos y vulneraciones, ante las des-obligaciones a las que se enfrentan padres y madres vinculados al mercado laboral o la generación de ingresos. Dentro de los mismos grupos familiares las violencias, la ausencia o abandono de figuras paternas en la crianza y formación de sus hijos e hijas como una situación que vulnera los derechos de la infancia.

Por parte del Estado, su des-obligación con el cuidado se refleja en la baja cobertura y calidad de los programas y servicios dirigidos a la protección de la infancia, además del desconocimiento y la ineficacia en la implementación de po-

246 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

líticas que faciliten la generación de ingresos y la equidad laboral sin desatender las responsabilidades familiares por parte de trabajadores y trabajadoras. Y las em-presas y empleadores/es que, al no asumir su corresponsabilidad frente al cuidado, incurren en la vulneración de derechos de sus colaboradores como el caso de las licencias de maternidad y paternidad, los permisos, y la ausencia de políticas que promuevan la conciliación familia y trabajo, además de la equidad laboral para avanzar de manera real y efectiva en la organización social del cuidado.

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Filiación, crianza y ley: Vivir en familia¿Vivir en familia?

Mercedes Silvia Minnicelli

Introducción

Se apunta a exponer los alcances de un problema sujeto a múltiples facetas, las cuales pueden sintetizarse en cómo el mandato social y su correlato legal “vivir en familia”1 muestra una cara poco explorada en tanto se trate

de niños, niñas y adolescentes afectados por medidas excepcionales quienes, ha-biendo atravesado sucesivos procesos de “adopción” resultan “devueltos” por el fracaso en el vínculo legal establecido.

Desde la perspectiva del joven campo de estudios que configura Infancia e Instituciones, las nociones de filiación y de crianza, exponen su relación asintó-tica y nos permiten un análisis más amplio de un tema de larga data y es aquel vinculado al cuidado de la prole, ante el desvalimiento propio a la superviven-cia humana.

Enlaces conceptuales poco explorados en cuanto a la perspectiva infantil re-fiere, nos permiten otras líneas de análisis del asunto, en las cuales, por el diseño de un instrumento de registro de trayectorias institucionales que fue denominado “Trazas” resulta posible ilustrar los movimientos / pases / cambios que a cada uno de esos niños, niñas y/o adolescentes se le ha promovido por decisiones jurí-dico-administrativas. Es notable la coincidencia entre la pretensión de una nueva filiación jurídica –por el cambio del nombre propio– y el desencadenamiento de crisis subjetivas que derivan en el reintegro al sistema, sin mediar palabra.

Cuando resulta posible el despliegue de lo acontecido, por la operación de es-cucha de niños y niñas, es posible encontrar la búsqueda –silenciosa y silenciada en muchos casos– de los hermanos disgregados en diferentes instituciones. O bien albergados, alojados, adoptados en distintas familias.

La oferta de un dispositivo que los reúna “Merienda de hermanos” llevada ade-lante por el Punto de Encuentro Familiar en Mar del Plata, permite expresar cómo no solo resulta una instancia singular reparatoria sino que, en los casos en los cua-les la familia adoptante se habilita a la posibilidad de dar lugar a estos encuentros, se configura un puente entre la historia familiar de origen y la adoptiva, siendo la

1 Tomamos el concepto “vivir en familia” vertido por Cicerchia (1998).

250 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

familia fraterna el resultado de pertenencia que sostiene la subjetividad, incluso cuando la convivencia no resulta viable.

Este punto de partida nos ha permitido explorar una segunda cuestión y es cómo la propia inscripción de la adopción se convierte en un analizador de la relación entre infancia y biopolítica.

Adopción, infancia y biopolíticaLa adopción tal como la establece la legislación nacional en Argentina, nos convo-ca a trabajar la pregunta sobre su calidad de dispositivo biopolítico. Inquietud que nos convoca y nos lleva hacia el campo epistémico interdisciplinar que configura infancia e Instituciones en el cual podemos decir que allí donde hay sujeto hablan-te, lo biopolítico se amasa, se transforma, se resignifica en la mínima expresión posible, en dichos y hechos que hemos denominado ceremonias mínimas (Minni-celli, 2008; 2013).

Ceremonias mínimas, en y por las cuales, los significantes naturalizados y ata-dos a la repetición incesante del eterno retorno de lo mismo, posibilitan a la vez movilidad discursiva, cuando se hace posible hacer de eso dicho, otros decires. Tarea incansable de lo humano en la medida que interroga e interpela el enunciado siempre fue así.

Expondremos cómo, si hay una noción cuya pregnancia biopolítica podemos advertir cualquiera sea el sentido que de ella adoptemos,2 esa noción es la de in-fancia. Sin embargo, y de modo paradojal, será también la infancia el significante de aquello inasible, por inherente al hablante, que de manera permanente escapa, se fuga de toda forma de gobierno que se intente ejercer sobre ella. Significante que instituye la modernidad inscribiendo época y, a partir de ese mojón, también lo libera. Infancia, significante sujeto a la propia elaboración que cada quien realiza respecto de su propia niñez en tanto lo infantil olvidado y reprimido. Lo infantil resulta que es el saldo que se fuga y resulta infancia inacabada en tanto la estofa de la cual procede, porta los significantes que la época imprime al cuerpo biológico, al cachorro humano. Significantes que el discurso vehiculiza, que la historia trans-porta y permite que emerja de un cuerpo, un sujeto hablante.

2 Ciertas investigaciones reconocen que el origen del término “biopolítica” se remonta al sueco Rudolf Kyellen (Stormakterma. Konturer kring samtidens storpolitik, Stockhol, 1905). A partir de entonces, es posible distinguir, esquemáticamente, dos diferentes conceptos de biopolítica. En un primer senti-do, el término biopolítica hace referencia a una concepción de la sociedad, del Estado y de la política en términos biológicos y, más precisamente, patológicos: el Estado es una realidad biológica, un or-ganismo, y, puesto que este organismo vive en un continuo desorden, la política tiene que basarse en la patología. En un segundo sentido, y en un movimiento inverso al anterior, aunque no sin relaciones con él, el término biopolítica es utilizado para dar cuentas del modo en que el Estado, la política, el gobierno se hacen cargo, en sus cálculos y mecanismos, de la vida biológica del hombre. El primer sentido es el que ha dominado la historia del término hasta los años setenta del siglo XX; el segundo se ha impuesto, en esos años, a partir de los trabajos de Michel Foucault. Podemos dividir, así, la historia del concepto de biopolítica en dos grandes momentos que corresponden, respectivamente, al primer y al segundo sentido. El trabajo de M. Foucault puede considerarse como el punto de inflexión entre ellos. Para una historia del concepto de biopolítica, cfr. Cutro (2005).

251Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

La hipótesis que sostenemos es que la estrategia del poder que la noción de biopolítico pretende asir, encuentra anclaje y asidero en y por ceremonias mínimas. Al mismo tiempo, también por ellas se nos ofrece la posibilidad de movilidad y transformación.

¿De qué hablamos cuando decimos biopolítica?En la Introducción de Homo Sacer Giorgio Agamben ya en 1998 advertía que Fou-cault refiere a esta definición al final de la Voluntad de saber, para sintetizar el proceso a través del cual, en los umbrales de la vida moderna, la vida natural em-pieza a ser incluida en los mecanismos y cálculos del poder estatal, y la política se transforma en bio-política.

Según Foucault, el umbral de la modernidad biológica de una sociedad se sitúa en el punto en que la especie y el individuo, en cuanto simple cuerpo viviente, se convierten en el objetivo de sus estrategias políticas (Agamben, 2016: 119).

Este punto no ha sido sin consecuencias para la inscripción de discursos y prác-ticas destinadas a los niños y las niñas. Será tan así que el edificio institucional moderno, se sostuvo –y sostiene en buena medida– en la creación de espacios di-ferenciales para ese tiempo en el cual la vida humana en sus primeros años, fuera considerada como tiempo por ser, tiempo de preparación, tiempo de vida a ser vivida. Tiempo de cimientos, de aprendizajes, de domesticación o de socialización. De una manera o de otra, tiempo de escuela. Claro que no sería para todos los niños y niñas este destino. Habría que tener una segunda condición: la de ser hijo o hija, variante según las épocas el caso de uno y otra.

Es decir, que los cuerpos infantiles serían gobernados por ciertos dispositivos institucionales u otros según fueran habidos o no en legítimo matrimonio signando formas del lazo filiatorio. Legítimos, bastardos, naturales marcaban la poderosa adjetivación que definiría además, su lugar en instituciones. Escuelas, hogares, re-formatorios serían los nombres del albergue social para cada uno de los grupos poblacionales. Las legislaciones escribirían la época en cuanto a qué sitio social correspondería para las nuevas legislaciones.

En ese camino, la adopción como instancia de filiación jurídica en entorno familiar, bien puede inscribirse como una marca de época, en tanto instituto jurídi-co-político-social y económico por medio del cual lo biopolítico juega sus cartas a la vez que, la resistencia de numerosos niños y niñas a “ser adoptados”, enuncia una forma de resistencia contemporánea que amerita ser analizada.

No es redundancia reiterar lo ya dicho en otras oportunidades, cada época es-cribe una singular forma de pensar a los nuevos, a las generaciones venideras con mayor o menor benevolencia respecto de sus cuerpos, sus vidas, sus devenires sociales e institucionales que escriben una singular forma de alojamiento del des-valimiento del cachorro humano.3

3 De Mause, Ll.: “La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura y

252 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Sin embargo, la noción de biopolítica (Agamben, 2016; Fuentes Días, 2012) nos resulta insuficiente para dar cuenta de las formas en las cuales la subjetividad infantil es tratada en nuestra época por las estrategias del poder.

Agamben advierte que:

“Todo sucede como si, al mismo tiempo que el proceso disciplinario por medio del cual el poder estatal hace del hombre en cuanto ser vivo el propio objeto específico, se hubiera puesto en marcha otro proceso que coincide grosso modo con el nacimiento de la democra-cia moderna, en el que el hombre en su calidad de viviente ya no se presenta como objeto sino como sujeto del poder político” (Agam-ben, 2016: 19).

La contundencia de esta hipótesis es innegable. Poco se discutiría sobre la im-portancia que presenta que vivamos en tiempos en los cuales las legislaciones de nuestros países consideren que los niños y niñas son sujetos de derecho. ¿Es de la misma estofa ser sujeto de derecho que, tal como Agamben expone, sujeto del poder político?

Tal como resulta de nuestras investigaciones, es posible que en nombre de los derechos, la sujeción al poder institucional exponga sus facetas más crudas, cuando en ausencia o carencia de cuidados parentales, el Estado en uso del poder delegado por el mandato “vivir en familia” y por ley “derecho a vivir en familia”, ante el requerimiento de atención/crianza, ejerce la fuerza de sujetar al poder político, lo que por otra parte se ha encargado de quebrar.

Los casos de ingreso de los niños y niñas a estado de adoptabilidad son por demás elocuentes al respecto.

Hemos analizado con anterioridad (Minnicelli, 2016) el impacto del guión legal que propone el derecho a vivir en familia en un grupo poblacional peculiar, cual es

más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales. Nos proponemos aquí recuperar cuanto podamos de la historia de la infancia a partir de los testimonios que han llegado hasta nosotros. Si los historiadores no han reparado hasta ahora en estos hechos es porque durante mucho tiempo se ha considerado que la historia seria debía estudiar los acontecimientos públicos, no privados. Los historiadores se han centrado tanto en el ruidoso escenario de la historia, con sus fantásticos castillos y sus grandes batallas, que por lo general no han prestado atención a lo que sucedía en los hogares y en el patio de recreo. Y mientras los his-toriadores suelen buscar en las batallas de ayer las causas de las de hoy, nosotros en cambio nos preguntamos cómo crea cada generación de padres e hijos los problemas que después se plantean en la vida pública” [en línea] http://www.psicodinamicajlc.com/articulos/varios/evolucion_infancia.html. Durante la década de 1970, en el campo de la historiografía, se sucedieron debates a partir de la tesis de Phillippe Ariès sobre el sentimiento de infancia que la modernidad instalara. Para ampliar el tema Ariès (1987). Lloyd de Mause expuso el debate a este texto. Fue contundente en sus demostraciones sobre cómo la modernidad no solo no fue más benevolente con sus niños, sino que, además, el filicidio tolerado tomaba formas más sofisticadas pero no por ello menos eficaces (1982). En nuestros tiempos de derechos, poco podemos agregar al respecto, en tanto la condi-ción material de la niñez en nuestros países continúa presentando cifras por demás alarmantes de mortandad, desnutrición y abandonos de los más diversos órdenes. Hemos analizado el tema más ampliamente en Minnicelli (2004 y 2010).

253Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

el de aquellos niños, niñas y jóvenes sujetos a medidas excepcionales,4 llamadas medidas de abrigo en el marco de la Ley Nacional Argentina 26061. Niños y niñas cuyos plazos de estancia en hogares de albergue se encuentra vencido por ley. Ni-ños y niñas que han pasado ya por más de una devolución de procesos de guarda y/o adopción. Niños y niñas a quienes se ofrece una “vida en familia” y, a medida que la experiencia va transcurriendo resisten a ser adoptados (filiados) en tanto esa familia les implica la pérdida de su filiación.5

Recibo un llamado telefónico de parte de una profesional Trabajadora Social que se desempeña en la dirección de la niñez de CABA. Me presenta un caso y me dice: “Los chicos están por entrar en estado de adoptabilidad porque no han hecho nada para trabajar sobre la posibilidad de encuentro con familiar de origen. Viven en Mar del Plata, con quién podría contactarme?” Inmediatamente le transmito los datos requeridos y, media hora después, me informa que desde la Defensoría Civil de Mar del Plata, estaban los familiares buscando a los chicos, sin poder dar con su paradero. El reencuentro se produjo, los chicos están con su familia.

Encontramos que, cada vez que crianza se hace análoga a filiación, y filiación a crianza se produce un malentendido cuyos efectos abonan la hipótesis que enuncia la relación asintótica entre filiación, crianza y ley. En esa grieta, los pequeños se escabullen del sistema y son “reintegrados” o “devueltos” cual si se tratara de un objeto cuyo uso resultó frustrante y ya no se lo quiere.

Avanzamos sobre lo allí expuesto para considerar que la filiación es efecto de una operación social y subjetiva en y por la cual infancia y biopolítica muestran sus cartas. La adopción es la institución que refiere a ella cuando la misma no siendo biológica, se convierte en jurídica. Entre una y la otra, lo multifacético hace de cada caso una historia en y por la cual, las más diversas formas de la filiación mues-tran sus caras y, aún no queda resuelto lo que hace a la distancia que establecemos entre filiación por pertenencia y filiación por apropiación. Tema cuyo tratamiento excede los propósitos de este escrito (Lampugnani, 2013 y 2016).

La pregunta que se instala y renueva es respecto de lo determinante que pue-da resultan la incidencia discursiva de estas premisas, en tanto definen formas de actuar de cada uno de los actores que refieren al acontecer de niños y niñas en un mundo que los excede en cualquier esbozo de comprensión de su propio lugar respecto de él.

4 “Medidas excepcionales” son aquellas que, de acuerdo a la Ley Nacional Argentina 26061,Título III, artículo 39: MEDIDAS EXCEPCIONALES se adoptan cuando las niñas, niños y adolescentes estuvieran temporal o permanentemente privados de su medio familiar o cuyo superior interés exija que no permanezcan en ese medio. Tienen como objetivo la conservación o recuperación por parte del sujeto del ejercicio y goce de sus derechos vulnerados y la reparación de sus consecuencias. A pesar que estas medidas son limitadas en el tiempo y solo se pueden prolongar mientras persistan las causas que les dieron origen, los hechos se comportan de manera diferente y los NNA por mo-tivos de diversa índole que nos interesa sean parte de la presente investigación, permanecen por tiempos muchas veces indefinidos.

5 Un tratamiento exhaustivo de las múltiples aristas que el tema de la filiación presenta excede los propósitos del presente escrito. Hemos abordado la cuestión anteriormente en Minnicelli (2004).

254 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Es decir, las formas de institución de discursividad respecto de la infancia6, resultan también estrategias del poder en tanto elemento sustantivo de la red de elementos que configura el dispositivo integral de (des)protección de la niñez y adolescencia contemporánea.

La noción de dispositivo resulta clave y, desde nuestro punto de vista, nos per-mite una mejor elucidación ante la complejidad de fenómenos que se nos presentan y que lo biopolítico no termina de poder abrazar. Desde nuestro ángulo de análisis, se requiere de una más amplia red de elementos discursivos y no discursivos, tan-gibles e intangibles, para que lo biopolítico tome cuerpo en cada uno de los seres humanos que habitamos este mundo.

Infancia y biopolíticaInfancia y biopolítica requieren de nuevos enlaces discursivos, para ello propon-dremos un experimento de pensamiento, de exploración argumentativa que nos permita otras vías de análisis posible. Se tratará de retomar una vez más la idea de la infancia como significante que se puede ubicar en diferentes posiciones grama-ticales, permitiendo –cada vez– distintos y variados predicados disciplinares que otorgan multifacéticas tramas argumentativas.

La infancia, como significante, produce efectos disruptivos en el statu quo dis-ciplinar del siglo XX. Así sucedió con la sexualidad infantil que Freud (1905) otor-gara a los sujetos infantiles en su célebre obra “Tres ensayos para una teoría sexual infantil”. Así sucedió con la infancia moderna de Philippe Ariès (1979).

Rupturas, irrupciones, estallidos discursivos que siguen resultando claves en la posibilidad de discernimiento en la materia.

La infancia –como significante– no se deja asir por la biopolítica, subsiste a par-tir de ella, a pesar de ella, por ella y, lamentablemente en algunos casos, para ella.

6 Infancia e Instituciones es la denominación de un campo de estudios interdisciplinar, que aborda-mos desde el año 2001, en y por el cual es considerada, por un lado, la necesidad de analizar las formas en las cuales se instituyen discursos en, sobre y para la infancia. Al mismo tiempo, de qué forma incide la posición subjetiva de los operadores, docentes y profesionales en la definición de los problemas y en la manera de comprender sus posibles formas de abordaje e intervención. La for-mación se sistematiza e inscribe en el ámbito académico posgraduado a partir de la recomendación de CONEAU al Ministerio de Educación de aprobar el plan de estudios de la Especialización en Infancia e Instituciones Dictamen CONEAU del 27/08/12 Sesión Nº 360: Reconocimiento oficial provisorio a la carrera nueva Nº 10771/10 y de la Maestría en Infancia e Instituciones Dictamen CONEAU del 22/09/14 Sesión Nº 407 Reconocimiento oficial provisorio a la carrera nueva Nº 11471/13 Facultad de Psicología, UNMDP. Desde el año 2006, creamos la Red Interuniversitaria Internacional de Estudios e Investigaciones Interdisciplinarias en Infancia e Instituciones cuyo sitio es www.psicoinfancia.com.ar por Acta Acuerdo entre más de 24 grupos pertenecientes a Cátedras, Proyectos de investigación, Posgrados de Universidades de Argentina, Brasil, Colombia, Bolivia, Uruguay, España y Francia y, en 2012, fundamos la Revista INFEIES–RM [en línea] www.infeies.com.ar. En agosto de 2016, fue presentada por Silvia Lampugnani la primera tesis de doctorado en Psicología enmarcada en Infancia e Instituciones en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario denominada: Infancia e Instituciones. La problemática de la filiación en niños y niñas desplazados de su ámbito familiar por decisiones jurídico-administrativas.

255Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Hablar de instituir infancia implica dar lugar al análisis crítico del lugar de inscripción simbólica que se otorga en el discurso académico y en las instituciones contemporáneas a los niños, niñas y adolescentes, como generación que advie-ne; habilitando un campo de problematización que colabora con la posibilidad de comprender y operar sobre comportamientos de niños7, niñas y adolescentes que no se presentan como los esperables, predecibles y definidos respecto de ciertos enunciados “modernos” y de sus instituciones.

La puesta en relación de ambos términos, Infancia e Instituciones, instaló una nueva correlación disciplinar que irrumpe en tanto se configura un escenario otro de investigación antes disciplinar, ahora interdisciplinar cuya juventud es propor-cional a su fortaleza. Infancia y biopolítica nos convoca a ubicar los puntos de ruptura, la disyunción que también se encuentra entre filiación y crianza.

Ruptura que, además, proporciona la doble acepción que la puntuación permite si, escribimos Infancia e Institución(es), operación de anudamiento y despliegue discursivo en una metáfora que reconfigura puntos de vista contemporáneos res-pecto de las formas de inscripción de saberes respecto de los problemas que pade-cen y afectan a niños, niñas y jóvenes.

Infancia e Institución(es) nos permite escribir otro guión para la novela social sobre la infancia vulnerada; nos obliga a revisar la noción de interdisciplina y, a su vez, ubica la grieta en y por la cual, se hacen posibles otras prácticas profesionales, incluso en los límites de la experiencia y el saber disciplinar.

Filiación, crianza y ley: ¿Dónde están mis hermanos?A partir de la investigación denominada “Tecnología social para la protección de derechos”,8 cuya característica significativa es el trabajo de investigación-acción que desarrollamos en cada uno de los casos con los Juzgados de Familia de la ciu-dad de Mar del Plata, hemos identificado la importancia de escucha de los fracasos en los procesos de adopción, encontrando como algo que insiste en los chicos el reclamo por ver a sus hermanos y hermanas, por saber de ellos, por contar de su existencia aunque sean “no convivientes”.

La biopolítica de la infancia precisa de una confusión para su eficacia, la cual encontramos que detona en la voz emergente de quienes rechazan, incluso a su costo y perjuicio, el ser despojados de su filiación en pos de contar con quienes se ocupen de su crianza.

Es decir, el fracaso en los procesos de ciertas adopciones, visibilizan cómo en favor de resolver un problema político-social y económico vinculado a la falta de

7 Es por demás interesante el trabajo de Miguel Reyes denominado “Niños que juegan a asesinar a niños en un espacio biopolítico”. El autor lleva al límite del pensamiento el análisis de los dichos que leyeron e interpretaron el hacer (horroroso) de ese grupo de pequeños quienes “jugando al secuestro”, dieron tortura y muerte a otro niño de 6 años.

8 Tecnología social interdisciplinaria para la protección de derechos. El caso de Niños, Niñas y Ado-lescentes sujetos a medidas excepcionales. Proyecto interuniversitario e intersectorial aprobado por el Consejo Interuniversitario Nacional y el CONICET, Res. CIN No. 1083/15.

256 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

cuidados parentales; en pos de evitar los efectos de la vida en instituciones (y su alto costo) la rápida pretensión de sustitución filiatoria por la “guarda con fines de adopción” (pasados 180 días según letra de ley) incurre en intervenciones ante las cuales los propios niños y niñas resisten.

Esta hipótesis se sostiene en torno a diversos indicadores que ameritan ser te-nidos en cuenta cuando, por el estudio de las trayectorias institucionales9 que es-criben la historia plasmada en el expediente judicial, es notoria la correlación entre dos puntos que destacamos. Uno, respecto de la forma en la cual se produjo la sepa-ración no solo de los progenitores sino de los hermanos para ingresar en el sistema de protección de derechos. Otro, el pedido de cambio de nombre (para abandonar el de origen por el nuevo que inscribiría la nueva condición filiatoria adoptiva) y, los sucesivos incidentes judiciales que devienen en el fracaso de la adopción preten-dida, con la consiguiente “devolución” (sic) de los niños, incluso cuando hubiera transcurrido ya varios años de vida en común.

Los casos se reiteran como bien puede dar cuenta quien trabaja con niños, niñas y adolescentes atravesados por medidas jurídico-administrativas.

En común, encontramos la fuerza de la búsqueda de los hermanos, el rescate de la filiación fraterna, sometiéndose en ese transitar, incluso, a situaciones adversas. Esa “fuerza-de-ley-sin-ley” (Derrida, 1997; Agamben, 2003) cobra forma en un casos que llamamos testigo10 en tanto representan a múltiples otros con rasgos similares.

Caso A. joven de 14 años a quien por Medida de abrigo11 se la separa de sus hermanos y progenitores a corta edad, jurídicamente declarada de estado de adop-tabilidad y, luego, protagonista de fallidas adopciones va haciendo del rechazo una manera de vivir. Se aferra en fugas sucesivas del hogar de albergue, por desasirse de quedar sujeta a algún lugar; su único propósito es recuperar el contacto y lazo con sus hermanos, ya adolescentes. La situación socioeconómica es por demás pre-caria, la casa donde residen es casi inhabitable. Sin embargo, allí se quiere quedar a pesar de las condiciones de vida de pobreza extrema. Su hermana de apenas 18 años interpela a cada uno de los funcionarios cuando expresa: “antes que lo que ustedes le ofrecen la mandó a situaciones que ya saben y termina en la calle donde le hicieron lo que ya saben. Es por eso que aunque debamos dormir uno arriba del otro, mi hermana de acá no se va”.

Tal como hemos analizado en otro lugar, la posición de infancia en estado de excepción (Minnicelli, 2010), testimonia las marcas de una historia de confronta-ción con criterios de un sistema que gestiona vidas expuestas a la bolsa o la vida.

Como adultos que somos ante niños y niñas que más que decisiones se van mo-viendo en la errancia de sus vidas malheridas,12 no podemos quedarnos sin revisión

9 Aplicación del instrumento TRAZAS, diseñado en el marco del proyecto de marras descripto nota 9. 10 La noción de caso testigo como estrategia de presentación debe considerarse solo a los fines meto-

dológicos ya que cuando de sostener una intervención se trata, el caso a caso define las diferencias más allá de cualesquiera sean los puntos en común encontrados.

11 Ver nota pie 3, Supra.12 Elegimos el uso del concepto “heridos por la vida” para evitar la caída en definiciones psicopato-

257Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

de las formas de intervención posible, inéditas, que puede hacer falta crear allí mismo en los límites. Esas vidas, jóvenes vidas, no son nudas vidas sino vidas biopolíticas cuya subjetividad emerge en la ruptura entre el sujeto y las instituciones, conllevando la necesariedad de revisar nuestras prácticas, nuestros tratos entre profesionales y activar, más allá del recorte de función específica que a cada dispositivo o servicio le compete, la colaboración, cooperación y creatividad necesarias para no dejarlos en la intemperie del sistema, de nuestro pensamiento y viabilidad de otras acciones.

La emergencia del sujeto en pos de desasirse del sistema, lo condena a la intem-perie propia del desvalimiento humano.

En estos casos, más que detenernos en ese límite, los estudios en infancia e ins-tituciones, nos abren camino a fin de revisar qué discursos sostenemos respecto de la infancia cuando, reiteramos, la estrategia del poder pretende la captura subjetiva y en –y por– ceremonias mínimas, se nos abre posibilidad de movilidad, invención y transformación.

Trazas, trayectos, trayectorias El Trazas13 es un instrumento de relevamiento de datos de los expedientes que per-mite su traducción al registro del gráfico que se presenta a continuación. Se organiza la información disgregada de expedientes judiciales e institucionales para dilucidar el recorrido institucional de cada niño/a y su grupo de hermanos. En primer lugar, se tra-duce en grillas pre-armadas de información que luego se codifica y traslada al gráfico.

Es una de las herramientas frecuentemente utilizada en la línea de trabajo Me-rienda de hermanos, fase de Estudio de Caso del dispositivo Punto de Encuentro Familiar, resultando muy importante el análisis de la trayectoria institucional. Por su intermedio, es posible ubicar los efectos de lo que denominamos diáspora de hermanos, sobre la cual nos referiremos en este apartado.

El Trazas muestra el recorrido que se logra escribir y visibiliza trayectorias; ubica los nodos y caminos de esas idas y vueltas de institución en institución y, de regreso luego de haber ingresado a procesos de guarda/adopción.

El primero (Gráfico 1) es un caso de múltiples vueltas/regresos14 en sucesivos intentos por ubicar una vida en familia cuando no están dadas las condiciones para ello. El segundo escribe una experiencia de corto tiempo en escenario familiar an-tes (de la “devolución”) del regreso al hogar convivencial. Y el tercero, dos intentos fallidos de vida en escenario familiar.

lógicas cuando, ciertos comportamientos, resultan efectos de sujeto que escapa del dispositivo de protección del Estado. Analizamos el concepto en Minnicelli (2016a).

13 Este instrumento fue producido en el marco del laboratorio interdisciplinar e intersectorial que forma parte de la metodología de investigación. Herramienta metodológica del Proyectos de Desarrollo Tecnológico Social (PDTS) del Consejo Interuniversitario Nacional. Su aplicación se encuentra vinculada además con la investigación de Maestría de Cintia Montes. Una descripción preliminar sobre su utilización fue publicada en Minnicelli (2016b).

14 A partir de ahora ya no las llamaremos devoluciones, a pesar que en el sistema aun así se lo nombre, en tanto es un sujeto quien va y viene, no un paquete que se entrega y regresa.

258 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

El eje vertical marca el recorrido institucional cuyo orden dio lugar a signifi-cativos debates en el equipo de trabajo. El eje horizontal marca la edad del sujeto y en la traza, es posible dibujar el recorrido seguido de acuerdo a los tiempos de permanencia en cada lugar.

Gráfico 1

Gráfico 2

Nota: EJE VERTICAL0: Sin inscripción: Sin datos acerca de su familia de origen / 1: Familia de origen / 2: Familia directa / 3: Familia indirecta / 4: Institución de Tránsito / 5: Institución de Alojamiento / 6: Familia Guarda Simple / 7: Familia Guarda con fines de Adopción / 8: Adopción. En el eje vertical, en sentido negativo (en tanto más se aleja de vivir en familia) se ha consignado -1: situación de calle / -2: búsqueda de paradero / -3: Centro Cerrado de detención.

259Parte III: Infancias y prácticas del cuidado

Gráfico 3

Diáspora de hermanos, acción biopolíticaUna de las acepciones del término diáspora (Diccionario de uso español. Moliner, 2007: 1032), refiere a la dispersión de grupo étnico o social debido a razones eco-nómicas, políticas, etc. Obligados por decisiones jurídico-administrativas a aban-donar su grupo de origen, aquellos NNA a quienes se pretende desvincular de su historia, buscan su reencuentro.

Ante el fracaso de los procesos de adopción, el estudio de las trayectorias ins-titucionales, nos llevó a definir la diáspora de los hermanos. Niños, niñas y ado-lescentes que el sistema de protección separa en lo que supone es la protección de sus derechos. Pero también, por el abordaje interdisciplinar e interinstitucional del problema se opera por la Merienda de hermanos en favor de la restitución subjeti-va, restitución de Derechos.

La inquietud transmitida al equipo del PEF por una Juez de Familia15 dio inicio a esta línea de tratamiento social, generando una ampliación del sentido inicial, más clásico, otorgado al PEF en sus versiones de origen.16

Por la acción interdisciplinar del PEF designada como Merienda de hermanos, la reunión, el reencuentro, los acompaña en el recupero de un camino –si bien si-nuoso– habilitante de la posibilidad de un vivir familiar en el cual las condiciones de crianza no atenten contra la filiación fraterna.

La aplicación del Trazas, permitió ubicar las trayectorias de cada uno de los hermanos de esta historia y el punto en el cual son separados para ser reubicados en

15 A partir de la preocupación expresada sobre los fracasos en procesos de Guarda con fines de adop-ción, la Dra. Alejandra Obligado, a cargo del Juzgado de Familia núm. 5 del Departamento Judicial Mar del Plata, formalizó la primera derivación al PEF de un grupo de hermanos afectados por la separación, con varias interrupciones. Nace así el dispositivo Merienda de hermanos ya descripto anteriormente.

16 Para ampliar el tema, véase Minnicelli, Ballarin et al (2018).

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diferentes familias, exponiéndose por las trayectorias que marcan idas y regresos a la/s institución/es, su resistencia a aceptar una vida en otras familias, en la medida que les restringía la posibilidad de tener contacto unos con otros. Resultó el gráfico que otorgó fundamento a que fueran autorizadas estas hermanas a re-encontrarse, a pesar de todos los impedimentos que durante años se le fueran suscitando en la creencia de “mantener las adopciones” como forma de adaptación a ese grupo fa-miliar, nunca sentido en clave filiatoria, resistiéndolo en términos de crianza.

Gráfico 4

La Merienda de hermanos resulta esa alternativa, condición posibilidad de interfe-rencia ante lo que se presentara como inexorable, la diáspora de hermanos produ-cida por el mismo Estado, llamado a proteger Derechos.

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Parte IVParentesco y nuevas tecnologías

Los nuevos estudios del parentesco: mutualidad, relación y persona

Joan Bestard Camps

En un breve artículo sobre parentesco publicado en Man (1930) Bronislaw Malinowski se preguntaba sobre la deshumanización de los estudios de pa-rentesco llevado a cabo por los formalismos de lo que él denominó el “alge-

bra del parentesco” que había sido iniciada por los evolucionistas y difusionistas. Frente a esta situación Malinowski defendía que el parentesco es una “cuestión de carne y sangre, el resultado de la pasión maternal, de una larga vida diaria íntima, y un lugar de intereses personales íntimos”. Brevemente, había una separación muy grande entre los intrincados análisis e hipótesis en torno a las terminologías clasi-ficatorias del parentesco y los hechos de la vida. Parecía que los estudios de paren-tesco habían llegado a un impasse heredado por falsos problemas de la tradición antropológica. Nos habíamos perdido en la búsqueda de los orígenes del parentes-co, en vez de preguntar por su naturaleza. Había que volver a la situación inicial del parentesco, la de los hechos de la concepción, embarazo y parto, que no son hechos de la naturaleza, sino de la cultura: “Los fundamentos biológicos del parentesco, se convierten en un hecho cultural y no meramente en un hecho natural”. El foco de las relaciones de parentesco es individual, no comunal, decía: “Aunque reconozco que el parentesco, incluso en sus orígenes, es un hecho cultural más que natural, mantengo que es invariablemente individual”. No buscaba los aspectos comunales del parentesco en el inicio, como habían hecho los evolucionistas. Presentaba el aspecto colectivo en los procesos de extensión de las relaciones de parentesco que daban lugar a grupos como los clanes y linajes. Así Malinowski distinguía los dos aspectos del parentesco: 1) La situación inicial basada en la familia como unidad de procreación y cuidado; 2) los procesos de extensión y multiplicidad de los grupos de parentesco.

Este doble aspecto del parentesco tan bien ideado por Malinowski fue lo que hizo posible los clásicos estudios de parentesco en Antropología social. Me refiero principalmente a las grandes etnografías sobre sistemas segmentarios. El objeto de estudio no era ni la familia ni el individuo, sino los procesos de formación e inte-rrelación entre grupos sociales. La familia y la procreación venían dados y eran la base para la construcción de estos conglomerados sociales. Fue la época de lo que posteriormente se denominó la teoría de la filiación. Ésta vino seguida por la teoría de la alianza donde el acento se ponía en la interrelación entre grupos a través del matrimonio.

266 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Estos estudios llegaron también a un impasse teórico como el que había capta-do Malinowski en los años 1930. Ni los modelos formales segmentarios de clan y linaje ni los de intercambio matrimonial eran explicativos para muchas sociedades del registro etnográfico. Sobre todo, las sociedades de parentelas o las sociedades sin sistemas elementales de alianza matrimonial. Parecía claro que se había de re-construir el modelo fijándose de nuevo en la situación inicial. También se discutió la naturaleza del parentesco. En este caso, sin embargo, se puso en duda los pilares de la argumentación de Malinowski: los hechos de la procreación donde se une la naturaleza y la cultura. El impasse se produjo al poner en duda el núcleo duro del parentesco según Malinowski: los hechos de la procreación como la base del parentesco, así como la universalidad del símbolo de la sangre para referirse a las relaciones de parentesco humanas.

No voy a entrar en detalles sobre las críticas que Joseph Needham y David Schneider hicieron a los estudios clásicos del parentesco. Grosso modo las pode-mos formular de la siguiente manera: si en nuestra sociedad la situación inicial del parentesco es la procreación biológica y la consanguinidad es la base para construir las relaciones de parentesco, no necesariamente otras sociedades tienen los mismos referentes a las relaciones del parentesco. Una relación que puede ser construida socialmente en términos de procreación y consanguinidad, no necesariamente es así en todas las sociedades humanas. En el registro etnográfico, las substancias que se transmiten pueden ser muy variadas: además de la sangre, el semen, la leche, los huesos, la carne, la grasa, el alma, etc. En el parentesco australiano, la relación de parentesco supone compartir la misma substancia que el tótem. El nacimiento, por otra parte, no es el símbolo necesario a partir del cual se construye una relación de parentesco. El parentesco puede derivar de otras acciones como la comensabi-lidad, la reencarnación, la co-residencia, la adopción, la amistad, el compartir el sufrimiento, etc.

Como indica Sahlins (2013), hay también una gran variabilidad en la forma como nombrar una relación de parentesco: la “madre” puede ser “hija” (inuit). El hermano de la madre es madre masculina en África del Sur. Una mujer puede ser padre entre los Loveu. Un hermano puede decir que es padre del hijo de la hermana. El parentesco puede ser trans-específico: plantas que son “hijos” (Ama-zonia); animales que son parientes de los cazadores (Amazonia y Siberia); cuando un Maorí entra al bosque se siente entre sus parientes.

Ante esta variabilidad en los símbolos del parentesco y la necesidad de hacer un cambio en los modelos teóricos considerados como formalistas parecía necesario una nueva perspectiva desde la situación inicial. Sin embargo, a diferencia de lo que consideraba Malinowski ni la sangre y la carne ni el individuo forman las bases de los nuevos estudios del parentesco. Todo lo contrario, la sangre es sustituida por la “mutualidad del ser” y el individuo se ha convertido en “persona dividual”, es decir, socialidad.

Fuera de toda consideración a la procreación y al nacimiento como los dos ejes centrales del parentesco, la noción de mutualidad del ser ha sido considerada como estando en la base de las conductas de parentesco. Hay una disposición a sentir que

267Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

el otro en contextos de familia es parte de uno mismo, es decir, mi condición y la del otro próximo se superponen constitutivamente.

Marshall Sahlins define el parentesco como “mutualidad del ser: los parientes son miembros unos de otros, intrínsecos a la identidad y existencia de cada uno de ellos” (2013: 62). De entre el registro etnográfico de las relaciones de parentesco en diferentes culturas cabe destacar descripciones sobre la peculiaridad de estas relaciones en términos de “participación intersubjetiva”, “personas mutuas”, “los parientes son percibidos como intrínsecos a uno mismo”, “las familias se conside-ran que pertenecen unas a otras”. Esta “mutualidad del ser” se expresa claramente, tal como señala Sahlins, en la definición que Aristóteles hace de la idea de “pa-rientes” en la Ética a Nicómaco: “…los hijos quieren a sus progenitores por haber nacido de ellos y los hermanos se quieren por su propio nacimiento, y por todo lo que implica participar de la reciprocidad que de ello resulta y, por esto, se habla de la misma sangre, las raíces, y otras peculiaridades. Son, en cierto modo, lo mismo pero separadamente” (Aristóteles, 2009: 369-370).

Para Aristóteles una persona se define como pariente en cuanto que participa de otra. La persona no es inicialmente “individual” –en el sentido de un ser autónomo independiente de los otros– es fundamentalmente “dividual” –en el sentido de que son las relaciones lo que constituyen las personas. Así define Marilyn Strathern la noción de persona en Melanesia:

“Lejos de ser consideradas como entidades únicas, los melanesios son concebidos tanto como ‘dividualmente’ como ‘individualmen-te’. Contienen dentro de ellas una ‘socialidad’ generalizada. Ade-más, las personas son frecuentemente construidas como un lugar plural y compuesto de relaciones que los han producido. La persona singular puede ser imaginada como un microcosmos social” (1988).

En los contextos de parentesco uno está íntimamente implicado en la vida de uno u otro. La persona es “dividual” dado que es posible dividir la persona, reconectar la persona, mezclar la persona, superponer la persona. Las personas son “dividuales” hasta el punto de que no pueden sobrevivir como personas mientras permanecen cerradas en sí mismas. Ello no se aplica solamente a África o Melanesia. Es una condición universal que se aplica a todas partes.

Recientemente, el estudio de las complejidades por parte de la reproducción asistida ha acentuado cómo las participaciones a partir de las cuales emerge un recién nacido como una persona no puede ser tipificado en los términos simples triangulares de los que se ha denominado la “familia nuclear”. Más que centrarse en la maternidad y la paternidad, tal como fue característico del siglo XX, cuando se iniciaba la reproducción asistida, tenemos que ser especialmente atentos a las condiciones de filiatividad. La niña/o se convierte en persona a partir de un com-plejo proceso que implica un número de personas que llevan a cabo actividades prácticas e interactúan entre ellos en un medio de cuidar. Ello va más allá del medio donde se reside: la permanente presencia de más de una familia (tipificado en la

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historia de la antropología en la figura del hermano de la madre) tiene que tenerse en consideración.

Me gustaría discutir ahora qué sucede en el parentesco cuando la reproduc-ción es asistida por donación de gametos. Téngase en cuenta que los gametos no solamente crean vida, sino también parientes. Para ello voy a introducir cuatro viñetas etnográficas recogidas a lo largo de mis investigaciones, así como por mis estudiantes de doctorado. Se trata de explicitar etnográficamente las paradojas que causan las donaciones de óvulos entre las receptoras y la forma como imaginan la participación de la donante en la formación de la filiación.

En primer lugar, ya hace unos doce años me llamó la atención las asociaciones de ideas de una mujer cuyos médicos recomendaron la donación de ovocitos. Dado que la lista de espera era muy larga y en ese momento la técnica de vitrificación no estaba disponible, le habían sugerido que ella proporcionara una donante con el fin de acortar la lista de espera. Se trataba de un don “indirecto” o por “intercambio” y así la donación permanecería en el anonimato porque la donante que ella aportara serviría para otra persona. Sin embargo, la futura madre, que provenía de un peque-ño pueblo, entendió la donación en términos directos. Como el espíritu del don tan brillantemente estudiado por Marcel Mauss, ella estaría en deuda con la donante y el don participaría de la identidad de la donante. Su maternidad sería interpretada en el contexto de las relaciones concretas en su pequeño pueblo. Ella prefería el anonimato de la ciudad, donde no había ni deuda ni identidad compartida. Aceptó el más largo tiempo de espera en lugar de proporcionar una donante. Trataba de comprender esta relación proveniente de una donación, y cómo el gameto de otra mujer podía convertirse en un elemento de su propia descendencia. Quiero recal-car en esta viñeta que una cuestión relacionada con la donación de óvulos puede conducir a una serie de asociaciones entre entidades heterogéneas –un gameto, el pueblo, la ciudad, una identidad y la propiedad. ¿Cómo la relación de identidad entre un gameto y una determinada persona logra convertirse en la identidad entre la receptora y su descendiente? Para ella, la donación por parte de una mujer en su pueblo natal supondría una identificación entre la persona y el don. Este era el motivo por el cual el anonimato de la ciudad era para ella un recurso que le servía para pensar sobre esta transformación.

La segunda viñeta trata de una mujer que había dado a luz a un niño gracias a una donación de óvulos. Sintió el rechazo de una amiga hacia su hijo porque “con-sideraba que faltaba mi parte […] Le ha sido muy difícil relacionarse con mi hijo”. Relacionar es el trabajo de la cultura, a través de la cual se forman asociaciones para establecer conexiones entre un gameto, una receptora y su descendencia. No siendo capaz de relacionar inmediatamente, su amiga percibe dos cuerpos separa-dos y no puede establecer una conexión porque no puede visualizar físicamente la relación entre madre e hijo. Percibe en el hijo el extrañamiento de la parte materna. La descendencia se entiende como el resultado de la relación física entre dos per-sonas. Si el vínculo con el óvulo no se conoce, es difícil establecer una relación de identidad entre madre e hijo. El anonimato de la donación produce una paradoja inmediata. “Como los genes son de un origen desconocido” y “no sabemos de don-

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de provienen los genes”, y tú “no lo consideras completamente como tuyo. Yo lo veo como ajeno”. De este modo, los óvulos donados son colocados en el campo de las relaciones de parentesco. Un gameto es también una relación. No es solamente una substancia biológica que hace posible nuevos individuos, sino que además se encuentra situado en el campo de las relaciones de parentesco. Como es relacional, tiene que ver con la donante. En nuestra investigación, el término “madre genética” nunca fue mencionado, pero en el caso de la donación de óvulos, los genes provie-nen claramente de otra mujer y, por tanto, de una cadena relacional desconocida. Este vacío de conocimiento plantea problemas de tipo práctico a los padres como el no saber qué decir al o la pediatra cuando nos pregunta sobre la historia clínica familiar del niño o la niña, o no saber qué decir al niño o niña en el futuro. A los hijos, como veremos, se le puede convertir en un problema de auto-comprensión de uno mismo.

Por otra parte, esta madre inicia un proceso reflexivo que es muy característico de la gente que está entrando en ciclos de reproducción asistida, ya que estas perso-nas deben dar sentido y establecer una conexión con las substancias reproductivas que la clínica “purifica” en el laboratorio, fuera del contexto de las relaciones de parentesco que dan significado a los cuerpos y a las substancias reproductivas.

Así expresaba esta madre en su diario su reproducción por donación de gametos femeninos:

“Durante algunos días debatí en mi mente si decirlo a todo el mundo o solamente a mis amigos más íntimos, aquellos que podrían enten-der mejor que tú nacerías de mi vientre, aunque con la dotación ge-nética de otra mujer. Es verdad que dudé si decírselo o no, porque era incluso difícil que yo misma lo aceptara. Había empezado a pensar secretamente en ti desde hacía tanto tiempo que había empezado a proyectar mis deseos; por ejemplo, que tú heredarías mi nariz, que es la marca distintiva de la familia, que tú podrías tener los ojos azules de mi padre –tu abuelo que ya no conocerás. También tenía miedo de que tu padre pudiera un día argumentar que tú eras genéticamente su hijo para separarte de mí”.

Ante la donación, con un futuro hijo “con la carga genética de otra mujer”, ella se ve obligada a cuestionarse distintas formas de relación, identidad y pertenencia. Con un poco de nostalgia –¿por continuidad con el pasado?– ella piensa que él/ella no tendrá esa nariz tan característica en su familia, ni los ojos de su padre. Imagina también que esta discontinuidad hará posible que él/ella no “herede ciertas cosas que a mí no me gustan en toda mi familia”. Obsérvese que la herencia familiar es totalmente amoral, tú heredas “para lo bueno y lo malo”. Cualquier discontinuidad abre, por consiguiente, la posibilidad de una gran diversidad y variabilidad en el futuro. Sin embargo, la continuidad genética es una poderosa herramienta cuando uno piensa sobre la pertenencia. Se debate ante la pertenencia inmediata que hace posible la continuidad genética –homóloga a la continuidad genealógica: “La pri-

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mera cosa que pensé”, nos dice, “fue que sería suyo, no mío”. Su marido puede establecer una continuidad genética, pero ella tiene que reconstruir esta disconti-nuidad. La cuestión etnográfica radica precisamente en cómo se construye esta co-nexión física a partir de una discontinuidad genética, es decir, cómo se establece la conexión con una información genética de otra persona, pero que se desarrolla en un medio físico y cultural propio. Es decir, cómo transformar una discontinuidad genética en una continuidad en la filiación.

Voy a pasar a otra viñeta etnográfica de una clínica de reproducción asistida en Barcelona. Este material proviene de la tesis de Giulia Zanini (2013) sobre la aten-ción reproductiva transnacional. Habló con una pareja italiana que había viajado a Barcelona para someterse a FIV con óvulos de donante, un tratamiento que con-sideraban debería haber estado disponible en Italia. “Nos produce tristeza pensar en nuestro país”, dijeron, mostrando sentido de la injusticia ante “la idea de que tienes que ir al extranjero para hacer algo normal”. Se sentían insatisfechos con su país, porque, a pesar de las similitudes culturales entre Italia y España, el primero tiene una ley de reproducción asistida muy restrictiva y el segundo uno muy liberal. “No entiendo por qué este tipo de países similares tenían diferentes normas para la donación de gametos”, decían. “Lo que es aún más preocupante para mí”, dice la esposa. “Este (España) es un país […] sí tenemos el Vaticano, pero aquí, es un país con una tradición católica, un país mediterráneo […] que pueden hacerlo. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo? Es muy desagradable”, concluye.

Las tecnologías de reproducción viajan, pero los resultados son muy desigua-les, como las diferencias entre la legislación italiana y española demuestran. La pareja italiana señala similitudes en términos de cultura mediterránea compartida y la religión católica. Pero este conocimiento no es suficiente para resolver el rompe-cabezas italiano. Ellos necesitan explorar otros ámbitos de conocimiento para en-tender su situación como ciudadanos infértiles. El tema de la donación de gametos conduce a las preguntas sobre las similitudes y diferencias culturales y religiosas entre los países, así como los sentimientos morales acerca de la legitimidad de sus decisiones a pesar de las leyes de su país. En este caso, el conocimiento de paren-tesco no es el reconocimiento de los hechos de la naturaleza, sino un dispositivo que relaciona dominios divergentes de la vida en la interacción con los demás. Esta pareja utiliza la cultura, la religión, la política y la ley para comprender su situación reproductiva. Un gameto recibido en un país extranjero tiene significado diferente cuando se asocia con la maternidad. El gameto vincula campos dispares de cono-cimiento sobre el mundo.

La cuarta viñeta trata de las reflexiones sobre la donación de óvulos a una mu-jer en una clínica reproductiva en Barcelona recogidas por Esther Crespo-Mirasol (2015) en su tesis doctoral. A pesar del anonimato de la donación, esta mujer ima-gina una relación especial con su donante de óvulos, dándole un lugar en el proceso de filiación, aunque sabe que la ley española le prohíbe conocer a la donante. “La madre genética tiene su lugar y lo mismo ocurre con la mujer receptora. Ambas han hecho posible una nueva vida”, dice. Refiriéndose a su hijo explica:

271Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

“Es un niño que hemos tenido entre varias personas. El niño tiene tres padres, así, dos madres y un padre. Esto me parece un privilegio y algo muy especial. De alguna manera, tengo una relación con la donante que no puedo aclarar si es emocional, sexual o algo que no se puede definir, pero es claro para mí que existe (esta relación). Du-rante todo el resto de mi vida recordaré a esta mujer donante que no habré podido conocer y que es otra madre para mi hijo. Tal vez, para todos sería bueno conocerla, aunque aquí no es legalmente posible” (Crespo-Mirasol, 2015: 282. Pareja 28).

Esta es la pura inventiva de la donación anónima. La donación anónima es un don sin deuda, una manera de disfrutar de algo sin compartirlo. No obstante, sin infor-mación concreta sobre la donación, la construcción de la propia identidad parece difícil. Una vez más, los parientes, incluso si no son más que genéticos, se convier-ten en “intrínsecos a uno mismo” (Sahlins, 2013: 20). El niño se inserta en una red de significados de los padres. Se introduce en la “mutualidad del ser”, el elemento clave en el establecimiento de una relación entre la identidad y la diferencia. Esto es lo que las familias formadas por reproducción asistida nos enseñan acerca de la experiencia de parentesco.

En estas historias etnográficas no parece que el gameto donado, cuando entra en la vida de otra persona, sea el objeto purificado y despersonalizado que se constru-ye en los laboratorios de reproducción asistida. El modelo de la donante anónima no parece que sea tan obvio como en el caso de la donación de sangre. Tanto la donante como la receptora imaginan el resultado de la donación. Se inscribe en su experiencia de parentesco. Como dice Strathern “el parentesco es donde los Occi-dentales piensan sobre las conexiones entre los mismos cuerpos” (2005: 26). Los hechos de la concepción hacen pensar inmediatamente en conexiones y semejanzas entre cuerpos y partes del cuerpo. Es el aspecto dado de la identidad individual que situamos en las genealogías de las familias. Cuando se introduce el don de gametos en el sistema de parentesco se producen personas en la familia. Desde esta pers-pectiva el don se imagina fuera de la purificación del laboratorio. Es una relación concreta entre personas que produce reciprocidad social. En todas las historias el gameto donado provoca asociaciones de ideas que provienen de dominios sociales diferentes a la genética y a la procreación humana.

¿Cuál ha sido, pues, nuestro modelo de parentesco?El sistema de parentesco es una forma de inscripción relacional que provoca dife-rentes formas de identidad narrativa entre los sujetos. El engendramiento puede ser narrado como un acontecimiento biológico, pero también como un acto emocional y una acción intencional. Esquemáticamente nuestro modelo ha superpuesto ele-mentos tanto sociales como biológicos que pueden pensarse separadamente. En la familia se unen símbolos culturales que provienen de la alianza matrimonial y de la filiación (el registro social) y de la procreación y la sexualidad (el registro biológi-

272 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

co). Se trata de un continuum entre concepción, nacimiento y crianza. Los hechos de la “concepción sexuada”, “nacer” y “ser criado” en las relaciones de parentesco son los ejes para la auto-comprensión de uno mismo, así como los iniciadores de sus acciones. Para que la persona sea el sujeto de sus acciones, tiene necesidad de una referencia que va más allá del marco de sus interacciones. Este punto de partida lo dan la “procreación” y el “nacimiento”, elementos que vienen dados, a partir de los cuales la identidad social se construye mediante relaciones. El cruce de dos historias de filiación produce biografías e historias personales. La persona surge como un entramado de filiaciones. Una característica de la modernidad es que es-tas historias son individuales, nuevas y plurales. La individualidad y la diversidad son los dos hechos del parentesco euro-americano. No obstante, la persona no es un fenómeno unitario cerrada en sí misma. No es solamente “un yo protegido”, es también un “yo poroso”. La pluralidad y la singularidad son características de la persona como sujeto de las relaciones de parentesco. En estos contextos uno es al mismo tiempo “in-dividual” y “dividual”. Cada persona está conectada, al menos, con dos historias de socialidad en el contexto de la filiación y con otra historia en el contexto de la donación de gametos.

Cabe recordar, como decía Maurice Godelier (2004), que un hombre y una mu-jer no son suficientes para transformar la descendencia en filiación. Es necesaria la sociedad (leyes de filiación y normas de prohibición matrimonial –prohibición del incesto). Es necesaria la introducción de lo simbólico en la producción de descen-dientes. La niña /o se inserta en una red de significados parentales. Es introducido en la “mutualidad de los seres”, el elemento primordial en la forma de establecer relación entre la identidad y la diferencia. Los actos de crianza en un contexto de co-habitación son los que constituyen las principales marcas de diferenciación generacional que dan formas a las primeras asociaciones sociales. Es lo que de-nominamos filiación, es decir, historias de unos seres causando a otros. En este sentido, las circunstancias de la concepción y la gestación pueden llegar a tener implicaciones importantes en la vida de las personas.

La cuestión del anonimato en la donación de gametosComo hemos visto hasta ahora un gameto tiene sentidos diferentes en el laboratorio clínico que en el cuerpo. En el laboratorio es “purificado” de toda connotación de significado excepto el biológico, en el cuerpo se introduce en el sistema de paren-tesco. Es por ello que las donaciones anónimas han sido impugnadas y debatidas en los últimos años. Ha habido debates en los comités de bioética, así como cambios en la legislación en los países europeos en la dirección de hacer abierta la informa-ción que se tiene sobre las/los donantes.

Los puntos de vista han cambiado. No solo la perspectiva de los padres, sino también la de los hijos definen la filiación. Ahora tenemos testimonios de niños ya adultos nacidos de donaciones. Esta nueva perspectiva ha abierto el debate sobre la cuestión de los orígenes y el derecho a conocer el modo de procreación y las personas que han intervenido en la procreación.

273Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

¿A qué responde la reivindicación del conocimiento de los orígenes? ¿Se trata de un conocimiento concomitante con el proceso de genitificación de la sociedad? ¿Se trata de un conocimiento contra el secreto del anonimato? ¿Se trata de un co-nocimiento necesario para la auto-comprensión de la identidad personal?

Para responder a estas cuestiones no puedo hacerlo usando datos que haya yo investigado directamente en el campo. Voy a utilizar testimonios recogidos en el Nu-ffield Council on Bioethics, titulado Donor conception: ethical aspects of informa-tion sharing (April, 2013). También tengo presentes algunos testimonios recogidos por Irène Théry en su libro sobre el debate en Francia en torno al anonimato, titulado Des Humains comme les autres. Bioéthique, anonymat et genre du don (2010).

Llama la atención en estos testimonios que el conocimiento sobre los antece-dentes genéticos no es incompatible con el parentesco gestacional o social. El lugar de la genética en el parentesco aparece como un símbolo de las relaciones, más que como el determinante de la identidad. No es obvio que todas las personas que buscan conocer sus orígenes se centren en los genéticos. El establecimiento de la fi-liación no es incompatible con la búsqueda de una identidad personal narrada como la historia de unos orígenes que faltaban conocer. Lo que sí me parece claro es que estas historias personales no son generalmente grandes narrativas sobre el desa-rrollo de uno mismo. Son, más bien, pequeñas narrativas basadas en anécdotas, imágenes, memorias compartidas, semejanzas corporales y de carácter que hacen sentir a uno mismo y a todas las personas emparentadas como parte de una historia continuada. Cuando alguna conexión se ha perdido, la memoria familiar provoca un extrañamiento de uno mismo, así como la curiosidad por conocer el lazo perdi-do. Estos conocimientos sobre los orígenes forman parte de las historias de familia. En estas historias del presente, el “secreto” es visto como un valor negativo, en cambio el acceso a información abierta y transparente es considerado positivo.

Otro elemento importante a tener en cuenta es que estas narrativas de los orígenes no son homogéneas. Son biografías diversas para conocer el/la donante de gametos.

Algunas personas concebidas por donación expresan que el conocimiento de sus orígenes biológicos, es decir, la verdad sobre las circunstancias de su concep-ción, y el conocimiento del donante o la donante es esencial para su sentido del yo y su identidad social. No solo desean información, sino la posibilidad de establecer relaciones significativas sobre el/la donante. Conocer y relacionarse con su donante es un bien básico para llevar a cabo su proceso de auto comprensión de sí mismo y el desarrollo de su identidad.

Para otros, este conocimiento es considerado valioso. Se trata en última instancia de poder narrar su vida. No obstante, no es considerado vital para su bienestar. Esta actitud se puede sintetizar en la frase: “Ahora siento que me comprendo mejor”.

Otros expresan muy poco interés en la información de la donante. Algunos creen necesario tener más información para no “embargarse en una relación inces-tuosa” con algún posible semi-hermano. Lo que parece que nadie acepta es que no se les dijera nada sobre su modo de procreación.

Esta variedad en narrar la propia historia me recuerda la división que hizo el filósofo Galen Strawson (2005) en el interés narrativo de las personas entre las

274 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“diacrónicas” y los “episódicas”. A algunas personas, las diacrónicas, les gusta contar historias sobre quiénes son y lo hacen desde la perspectiva de un pasado que da coherencia y sentido a su identidad personal. Ven su identidad atravesada por un continuo que va del pasado hacia el futuro. El sujeto es siempre el mismo y hace constantemente un ejercicio de memoria. Los orígenes son esenciales para su narración. En otras personas, las episódicas, les gusta captar el presente y viven una buena vida a través de episodios significativos que no perciben como involucrados en la continuidad de la persona. Saben que el presente se desintegra fácilmente, pero también conocen que la vida tiene lugar en el espacio de tránsito entre el pasado y el presente. Las personas diacrónicas construyen su identidad personal contando historias de sí mismos. A las otras, las episódicas, no les gusta hablar de sí mismas y su búsqueda consiste en vivir la vida, más que contar la vida.

De todas maneras, tanto las diacrónicas como las episódicas consideran im-portante tener acceso a informaciones que dan sentido a sus vidas. Ambas quieren tienen derecho a conocer para poder narrar una historia de su familia, de su modo de procreación y de su relación con el/la donante que hizo posible sus vidas.

ConclusiónEl argumento de que hay una historia previa para reconocer un derecho a conocer los orígenes solo a las personas adoptadas, excluyendo el resto de escenarios, no es justificación suficiente si tenemos en cuenta que, desde el punto de vista de los derechos del hijo, es difícil argumentar porqué la ley niega a los concebidos mediante gametos de donante un derecho que reconoce, en cambio, a las personas adoptadas. Asimismo, la misma historia previa existe en el contexto de la gestación por sustitución, dado que la madre gestante y su entorno son también elementos fundamentales en la decisión de prestarse a llevar a cabo un embarazo y parto, y da luego el hijo a los padres comitentes.

El derecho al conocimiento, y más al conocimiento sobre lo que es mío, es inhe-rente al principio de autonomía y el derecho a la libertad. En último término, pesa un argumento de justicia generacional, ya que la generación presente no debería decidir por las futuras lo que éstas quieren saber o no. Otras personas no pueden decidir unilateralmente que yo pueda saber o no algo sobre mi propia constitución. Solo el mismo sujeto decidirá si quiere saber o no. La auto-posesión personal im-plica la posibilidad de acceder a mi historia y ésta comienza por el acceso al co-nocimiento que nadie puede vetarme unilateralmente. Pero, en tanto que decisión autónoma, hay que garantizar la condición de posibilidad de saber, de tener acceso al conocimiento. Garantizar la opción conlleva garantizar su acceso. Si empezamos por ocultar al nacido su procedencia o forma de concepción, estamos negándole la posibilidad de ejercer el derecho a saber.

Por otra parte, la noción de biografía cambia según va cambiando el conoci-miento del pasado. Independientemente de que uno haya tenido o no relación con sus antepasados (siguiendo con la comparación con la adopción), quiere conocer

275Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

su genealogía (y por eso hacemos los árboles genealógicos, los que seguramente cambiarán el diseño con la llegada de las TRA y necesitaremos hacer árboles gené-ticos), y nadie le debería impedir de conocerla. El anonimato de los datos sobre los orígenes cierra la opción de una de las partes implicadas, el descendiente.

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276 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

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Todo sexo es político: algunos apuntes sobre el acceso a la

salud de personas trans en el primer nivel de atención de la ciudad

de Mar del Plata, Argentina

Melina Antoniucci

Introducción

En los últimos años, se han visibilizado las problemáticas existentes del acceso a la salud de la población Trans y Travesti,1 tanto desde el mundo académico como de los diferentes colectivos políticos por la igualdad de

derechos. En América Latina en general, y en Argentina en particular, el avance en materia de derechos sobre la comunidad LGTTBIQ ha constituido una repa-ración histórica sobre el colectivo de la disidencia sexual. Dan cuenta de ello la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario 26618, Ley de Fertilización Asistida 26862, Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres 26485, Ley 14783 “Amancay Diana Sacayán” de cupo laboral trans de la provincia de Buenos Aires (aún no reglamentada), Ley de Identidad de Género 26743, por nombrar las más significativas. Particularmente esta última, en su artículo 11, contempla y promueve el derecho de acceso a la salud de todas las personas que autoperciban una identidad de género distinta a la asignada al nacer. El artículo reglamenta el acceso a intervenciones quirúrgicas totales y par-ciales, a tratamientos hormonales para adecuar su cuerpo, incluida su genitalidad, y puntualiza en el respeto a la identidad de género autopercibida, sin necesidad de requerir autorización judicial o administrativa. Esta Ley coloca a la Argentina en la vanguardia de los derechos humanos de personas trans ya que convierte al país en el primero en desjudicializar y despatologizar la identidad trans en un solo cuerpo legal (Ortega, 2014).

En ese marco, en un esfuerzo mancomunado entre la Dirección de Sida y En-fermedades de Trasmisión Sexual (DSyETS) del Ministerio de Salud de la Nación como coordinadora y el apoyo técnico y financiero del Sistema de Naciones Unidas (ONUSIDA, UNFPA, PNUD y OPS), se implementaron los Consultorios Amiga-bles para la Diversidad Sexual (CADS) en varias localidades del país. Los CADS

1 Para el caso de la Argentina, la denominación Travesti ha pasado de tener un uso peyorativo y descalificador hacia las mujeres trans, a convertirse en una identidad sexo-genérica que se enuncia en clave de identificación política.

278 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

tienen como objetivo principal garantizar el acceso a la salud del colectivo de la diversidad sexual, poniendo especial énfasis en la articulación con equipos locales de salud que vienen trabajando con la temática de VIH/Sida y/o derechos sexuales, y compromete también la participación de organizaciones sociales de la diversidad de cada localidad de referencia.

Este capítulo presenta los resultados de una investigación realizada en la ciudad de Mar del Plata2 en el marco de una tesina de grado para optar por la titulación de la Licenciatura en Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Si bien no existen datos oficiales de la cantidad de personas trans que habitan en la ciudad, las organizaciones sociales de la Diversidad estiman entre 150 y 200 aproximada-mente. La dinámica demográfica de la población trans que habita en Mar del Plata presenta ciertas particularidades. A raíz de la actividad turística, durante la época de verano la población trans aumenta considerablemente ya que, en gran medida, arriban a la ciudad para ejercer el trabajo sexual. En su mayoría, suelen ser tanto de ciudades del interior del país como de países limítrofes, principalmente de Perú, lo que impacta considerablemente en la composición demográfica de la población que adquiere una característica migrante principalmente (Antoniucci, 2016).

A partir de la reconstrucción y análisis de algunos de los testimonios de los efectores de salud que se desempeñaron en el CADS, este trabajo busca rastrear las tensiones que aparecen en esos discursos y prácticas médicas que tienen a la narración de la sexualidad disidente como eje articulador. También busca rastrear de qué manera estas ideas dialogan con las nociones patologizantes hacia el co-lectivo de la disidencia sexual, obstaculizando algunas veces el acceso a la salud. Sostenemos que los estudios que ponen a dialogar los discursos y las acciones de los efectores de salud con la población trans, resulta de suma importancia por dos aspectos fundamentales.

En primer lugar, si bien para las personas trans no existen demasiados datos oficiales, los esfuerzos de la militancia y el compromiso político de algunas ac-tivistas da cuenta de un dato revelador en materia de salud: el promedio de vida, en varios casos, no supera los 35 años de edad. Esto nos obliga a problematizar el tipo de vínculo que el sistema de salud tiene con las personas trans, cuáles son las políticas de Estado que las reconoce como sujetxs de derechos y cómo se concretan efectivamente esas políticas y programas estatales.

En segundo lugar, el discurso médico hegemónico, y su cristalización en los dispositivos socio-sanitarios, ha sido desde sus comienzos, el exponente máximo

2 Mar del Plata es una ciudad costera de la Argentina que se encuentra ubicada al sudeste de la provincia de Buenos Aires. Es la segunda urbe turística más importante del país después de CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y la ciudad más importante del circuito turístico de la Costa Atlántica. Las últimas mediciones censales contabilizaron 750.000 habitantes. Su actividad económica se basa en la explotación de los recursos pesqueros, la producción de hortalizas para el abastecimiento del mercado interno y el sector textil. Aunque sin duda, uno de los principales motores económicos es el turismo nacional e internacional que logra aumentar hasta un 300% su población habitual. Gracias a esta dinámica turística se la conoce popularmente con el nombre de La Feliz, ya que ha sido el destino predilecto de la clase trabajadora durante los años de explosión del llamado turismo social.

279Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

de la limitación entre lo “normal” y lo “patológico”. Esto es igual a decir que, en término de Foucault, el discurso médico ha logrado imponerse como “acto de autoridad” en un continuo sistema de desviación/normalización/moralización que ha delimitado vidas vivibles y posibles, por lo cual estudiar al sistema de salud en relación con estas poblaciones, resulta clave. No se trata aquí entonces de un análisis de tipo normativo, sino más bien se intenta dar cuenta de los procesos históricos, sociales y culturales mediante los cuales se identifican a y estructuran las identidades sexuales disidentes dentro del ámbito biomédico en general y del sistema socio-sanitario en particular.

Los estudios de género y el campo de los estudios de medicalizaciónEstudios de género y transexualidades: discutiendo la episteme binaria Los estudios sociales sobre el cuerpo han realizado un aporte valioso al problema-tizar la noción de cuerpo como una entidad natural, para ser abordado como objeto de representación social o como un producto de sistemas simbólicos culturalmente determinados (Turner, 1994; Csordas, 1994; Le Breton, 2002). La teoría feminista analizó las normas de género involucradas en las prácticas de disciplinamiento (Bartky 1990; Bordo, 1993) y de producción-materialización de los cuerpos (But-ler, 2002). En el mismo sentido, los aportes de los debates teóricos del feminismo de la tercera ola y la teoria queer –en relación con la crítica de la distinción sexo/género, que caracterizó al movimiento de la segunda ola– han logrado conceptua-lizar la corporalidad, transcendiendo la esencialización de la identidad, a partir de la teoría performativa del género (Butler y Lourties, 1998; Butler, 2002) y de los estudios pos-estructuralistas de las representaciones corporales, las normas, las construcciones discursivas y los dispositivos biopolíticos productores de las corpo-ralidades generizadas (García Córdoba y otros, 2007; Zicavo, 2013).

Las contribuciones desde los movimientos de activistas LGTTTBIQ,3 los estu-dios queer y algunas corrientes del feminismo y el pos-feminismo pusieron en evi-dencia no solo la importancia política que adquieren los modos de denominar las formas sexuales disidentes, sino lo inacabado que resulta un esquema clasificatorio donde prima una episteme exclusivamente binaria (Foucault, 2001 y 2014; Butler, 2001 y 2002; Fausto-Sterling, 2000 y 2018; Haraway, 1991; Preciado, 2002; De lauretis, 1987). ¿Qué es lo que parece haber estallado con la visibilización de las diversidades sexuales?, se pregunta Fernández y Siquieira (2013). En principio se “desnaturaliza el orden sexual moderno y sus modalidades específicas de produc-ción de identidades sexuales” (Fernández, 2013: 21). El modelo que entra en crisis responde a las características de “binario”, en tanto que fija como posibilidad dos términos (hombre-mujer/heterosexual-homosexual), “atributivo”, porque tiene la posibilidad de atribuir ciertas características y no otras a las personas que portan tales identidades, “jerárquico”, ya que posiciona las opciones sexuales no hetero-

3 Las siglas indican: Lesbianas, Gays, Travestis, Transexuales, Transgéneros, Bisexuales, Intersexua-les, Queer.

280 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

sexuales como la “diferencia”. Sobre esta lógica binaria, atributiva y jerárquica se han conformado los criterios epistémicos y las prácticas intervencionistas del mundo científico, cultural, político y social (Fernández, 2012).

En este capítulo partimos de pensar entonces la sexualidad como una experien-cia en clave socio-histórica ya que esto “implica poner en consideración la correla-ción dentro de una cultura entre los campos de saber que se inauguran al respecto, los tipos de normatividad que se establecen, las prácticas eróticas y amatorias que se visibilizan y las formas de subjetividad que se construyen” (Fernández y Siquei-ra Peres, 2013: 18). Esta clave de análisis nos permite comenzar a problematizar los ejes que la constituyen como paradigma esencialista y natural de las corporali-dades. Indagar sobre la formación de los saberes, los sistemas de poder que regulan sus prácticas y sus devenires y las formas en que los modelos clasificatorios recla-man la identificación con una forma u otra (Fernández y Siquieira Peres, 2013).

Dentro del cuerpo teórico de la teoría de género, se han desarrollado los estu-dios sobre identidades trans. Estas investigaciones han sido un escalón clave para visibilizar las condiciones de vulnerabilidad de la población a partir de la sistema-tización de sus condiciones de vida y de la violación sistemática a sus derechos hu-manos (Fernández, 2004; Berkins, 2007; Barreda, 2004). A fines de los años 1990 la población travesti comenzó a adquirir relevancia en los medios de comunicación y los debates políticos a partir del tratamiento del Código de Convivencia Urbano en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires (Zambrini, 2012; Sabsay, 2011). De esta misma década son las primeras organizaciones sociales y políticas que comen-zaron a nuclearse por el reclamo del derecho a la identidad, las denuncias sobre las necesidades básicas insatisfechas y los abusos policiales (Berkins, 2003).

Desde el campo de la etnografía, los estudios de Silva (1993) y Oliveira (1994) en el Brasil serán pioneros en la reflexión de la construcción identitaria de las travestis bahianas y cariocas (Cutuli, 2013) y marcarán las coordenadas para la primer etnografía sobre travestis en Argentina. En ese trabajo, Fernández (2004) acompaña el proceso de construcción de la identidad travesti de las personas orga-nizadas en el Movimiento Gay Lésbico Travesti Transexual y Bisexual Argentino (MGLTB), su relación con el ejercicio de la prostitución, así como también el pro-ceso de organización política durante los años 1990 y las tensiones políticas que surgen con el movimiento feminista y las organizaciones de lesbianas. Desde un enfoque antropológico también reflexionó sobre las implicancias de la condición sexuada del/la investigador/a y las formas en las que el campo interpela la labor científica, más aún si se trata de investigaciones en espacios activistas y/u organi-zaciones sociales (Fernández, 2004; Cutuli, 2013). El trabajo de Fernández logra reconstruir la evolución del concepto de travestismo asociado históricamente al delito, la homosexualidad y la transexualidad para preguntarse por el travestismo como reforzamiento del sistema y la producción binaria de los géneros, como un nuevo espacio –tercer espacio– cuestionador del binarismo o bien como un cuestio-namiento al sistema mismo de género como productor de subjetividades normali-zadas (Fernández, 2004). Aunque otros estudios ya habían pensado la permanencia de modelos generizados en las construcciones identitarias y las tensiones con el sis-

281Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

tema binario de género (Prieur, 1998; Silva, 1993 y 1996; Barreda, 1993) y, desde los estudios del cuerpo, la centralidad de las modificaciones estéticas (Cutuli, 2013; Zambrini, 2012; García Becerra, 2009), la etnografía de Fernández es pionera en recoger los derroteros de la identidad y vivencias de travestis en Argentina.

Otra línea de estudios ha reflexionado sobre la mirada medicalizada de la iden-tidad y personas trans, analizando las consecuencias del paradigma patologizante y la implementación de los programas de salud integral y de prevención implementa-dos por el Estado y/o las organizaciones sociales (Cabral, 2009, 2011; Fernández y otros, 2013; Ortega 2014; Ochoa López y Figueroa, 2009; Irizar, 2014; Antoniucci, 2016 y 2017). Esta línea de investigación toma importancia a partir de la sanción de la Ley de Identidad de Género, especialmente con el artículo 11 que contempla y promueve el acceso integral a la salud. Tanto los aportes teóricos condensados en las investigaciones internacionales (Missé y Coll-Planas, 2010; Kulick, 1998; Sues, 2014) como en las nacionales, han aportado en la carrera de la despatologización de la identidad trans. En el mismo sentido del paradigma de los Derechos Humanos, otros estudios focalizaron en el acceso a los derechos civiles y políticos y el con-cepto de ciudadanía (Pecheny y Radi, 2018; Peralta y Mérida, 2016; Neer, 2013).

Los estudios sobre medicalizaciónLos primeros vínculos entre las ciencias médicas y las ciencias sociales podrían rastrearse con los aportes de las corrientes de la Higiene Social a principios del siglo XX, nacida en Alemania y que marca el antecedente de lo que luego será la Medicina Social, y la corriente de la Epistemología Crítica. América Latina no es-capa a esas contribuciones. Particularmente, su producción académica tiene mucho que aportar al campo de la medicina social con perspectiva crítica (Laurell, 1982; Nunes, 1991; Iriart y otros, 2002; Merhy, 2006). Estos análisis, con una impronta latinoamericanista que intenta explicitar y politizar las condiciones sociales e his-tóricas de los procesos de salud y enfermedad de los países del Sur, comprenden el proceso de salud-enfermedad desde una “perspectiva dialéctica y complejizan el enfoque de la causalidad, dentro del cual las condiciones sociales e históricas son consideradas como determinantes estructurales, es decir, que existen antes del pro-blema analizado” (Iriart y otros, 2002:131). Por su parte, Llovet y Ramos sostienen la necesidad de abandonar la visión que piensa a las ciencias sociales y la medicina como dos paradigmas diferentes, en la misma línea de apuntar a profundizar los análisis multidisciplinares “de manera de potenciar recíprocamente las capacidades de conocer e intervenir sobre la problemática de la salud y la enfermedad” (1995).

El nacimiento de la sociología de la medicina, en tanto campo disciplinar de estudios, tiene sus orígenes en un gran número de aportes teóricos que se articu-laron a mitad del siglo XX (Biagini, 1996; Ramos, 2006). A partir de estas nuevas discusiones, y con el desarrollo de la medicina social y la epidemiología crítica más consolidadas como campo disciplinar, es que Robert Strauss en 1957 realiza la distinción que diferencia la Sociología en la medicina y la Sociología de la medici-na. La primera produce conocimientos útiles para los médicos, servicios de salud e

282 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

instancias decisorias de las políticas del sector. Aquí la sociología se presenta como soporte de la medicina. Su unidad de análisis son los micro sistemas, en particu-lar la díada médico-paciente. La segunda, piensa a la medicina como institución social. Aquí la sociología se construye como una disciplina independiente y los problemas que abordan están definidos sociológicamente (Biagini, 1996; Llovet y Ramos, 1995; Ramos, 2006; Arce, 2010; Castro, 2016).

En el mismo sentido, pensar y problematizar las formas que asume el discurso médico en tanto “acto de autoridad” (Foucault, 1974) a la luz del poder biomédico con carácter de verdad desde la hegemonía de las ciencias médicas, o de la clínica en términos de Foucault, y que tienen, como punto de llegada, la “restitución del sistema de normalidad”, desde donde la preponderancia de la patología se con-vierte en una forma general de regulación de la sociedad (Armus, 2002; Boltanski, 2004). Sin dejar de lado la tensión que pudiera aparecer entre este sistema que se pretende normalizador y la capacidad de agencia con la que entendemos a los su-jetos en general y, para este caso, a las personas trans en particular, trataremos de poner estas perspectivas a dialogar.

La identidad trans irrumpe en el sistema de salud Gran parte de las investigaciones que han problematizado el vínculo entre las iden-tidades sexo-genéricas disidentes y el sistema de salud lo han hecho desde la pers-pectiva que recoge las voces de sus protagonistas. En esta oportunidad elegimos recoger y problematizar las voces de las o los profesionales que trabajan allí y po-nerlas en tensión con los programas del Estado destinados a las poblaciones trans. Esto habilita a una serie de interrogantes que permite pensar el acceso a la salud desde otra perspectiva: ¿Cuál es el lugar que han ocupado las identidades sexo-ge-néricas a lo largo de la historia de la teoría bio-médica? ¿Qué cambios se producen cuándo estas identidades “irrumpen” en el sistema de salud bajo la garantía norma-tiva del acceso a la salud? ¿Qué eficacia real y simbólica implica estas normativas?

Las sociedades occidentales modernas evalúan los actos sexuales según un sistema jerárquico de valor sexual. La antropóloga cultural estadounidense Gayle Rubin (1984) ha desarrollado una figura piramidal para explicar este orden de cla-sificación. En la cima de la pirámide erótica están los heterosexuales reproductores casados. Justo debajo están los heterosexuales monógamos no casados y agrupados en parejas, seguidos de la mayor parte de los demás heterosexuales. Las parejas estables de lesbianas y gays están en el borde de la respetabilidad, pero los homo-sexuales y lesbianas promiscuos revolotean justo por encima de los grupos situados en el fondo mismo de la pirámide: transexuales, travestis, fetichistas, sadomaso-quistas, trabajadoras/es del sexo. Para Rubin, las personas cuya conducta figura en lo alto de esta jerarquía se ven recompensadas con el reconocimiento de salud mental, respetabilidad, legalidad, movilidad física y social, apoyo institucional y beneficios materiales. A medida que se desciende en la escala de conductas sexua-les, las personas que las practican se ven sujetos a la presunción de enfermedad mental, a la ausencia de respetabilidad, criminalidad, restricciones a su movilidad

283Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

física y social, pérdida de apoyo institucional y sanciones económicas: “Todas es-tas jerarquías de valor sexual –religiosas, psiquiátricas y populares– funcionan de forma muy similar a los sistemas ideológicos del racismo, el etnocentrismo y el chovinismo religioso” (Rubin, 1984: 21).

Para el caso de las identidades de género que se ubican por fuera de la norma heterosexual, éstas ocupan un lugar particular en la inscripción de las sexualidades. Sabsay entiende que lo que está “por fuera de la representación heterosexual”, revis-te de un carácter declaradamente problemático (2005). En su capítulo “Identidades, sujetos y subjetividades”, la autora estudia las representaciones mediáticas de las sexualidades a partir del debate que se suscitara por la sanción del Código de Con-vivencia Urbana encargado de reglamentar los delitos contravencionales, entre los que figuraba el ejercicio del comercio sexual. A propósito de esto la autora decía:

“…pensemos en el uso que los medios de comunicación hacen de las identidades transgenéricas, de las identidades drag-queens o drag-kins, de las identidades tanto bisexuales como gays y lesbianas […] su representación en la cultura de masas o en la industria del en-tretenimiento apunta en la mayoría de los casos a ordenarlas en un catálogo más o menos jerarquizados de desviaciones a la norma” (2005: 163).

Este sistema clasificatorio y orden jerarquizado pueden verse cristalizados en al-gunos de los testimonios de las profesionales de la salud que se desempeñan en el CADS de la ciudad de Mar del Plata. Un claro ejemplo de ellos lo representan algunos testimonios de las y los profesionales entrevistados:

“Cuando abrió el CADS, esto se llenó de trolos4 […] No sé, a veces me confundo, siempre hay putos por aca dando vueltas. Nosotros no tenemos problemas con ellos, siempre los atendemos, pero muchas veces no entendemos bien las diferencias que hacen entre ellos: tro-los, travestis, putos, que se yo, me confundo” (Enfermera).

Si, sí, aca vienen los hombres gays, los hombres que son mujeres y todo eso” (Médica Generalista).

Al trasladar estas formas de representación, las asimilaciones entre puto, trans, trolo o la imposibilidad de entender las diferencias identitarias hacia el interior del colectivo, dan cuenta de un agrupamiento que tiene como línea demarcatoria la “desviación a la norma”: todo lo que no se sabe qué es, se define por la disidencia a la norma heterosexista que regula el mundo de lo social. En la mayoría de los casos se parte de un error clave para interpretar las disidencias sexuales: la confusión entre identidad de género y orientación sexual. Trolos, putos, trans, todos términos

4 En la Argentina, los términos trolo y puto aluden a un varón cis homosexual. Se suelen utilizar de manera coloquial y despectiva.

284 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

mentados como resultado de la construcción de una cadena de equivalencias, en términos de Laclau y Moufe (1985), desde donde se enuncia la desviación a la nor-ma como un significante vacío, algo que puede ser rebalsado por términos homo-logables, que parecen decir lo mismo y que, sobre todo, significan lo mismo. Es en este mismo sentido que Sabsay (2005) dirá que las posiciones que no comulgan con la normativa dispuesta por la mirada heterosexual, no gozan aún de una legitimidad unánime. Por el contrario, tienden a ser reificados como objetos privilegiados de la discriminación heterosexista.

Lo que vuelve aún más interesante este análisis tiene que ver con la valoración social con la que se evalúan estas identidades y de qué manera sirven como ele-mento jerarquizador de tal o cual identidad: “El ordenamiento de la valorización sexual puede sufrir variaciones, ajustes o revertirse en situaciones concretas, pero la propuesta es útil para considerar que cada una de las conductas sexuales con que se asocia a los individuos tiene un valor social” (Calandrón, 2014: 66-67). Este sistema jurídico de valores con el que se piensan ciertos regímenes sexuales, tal como lo ha trabajo Calandrón a partir de los análisis de Rubin, son propios de las sociedades modernas contemporáneas y tienden a tejerse sobre una base abierta-mente heteronormativa y binaria, es decir, desde posiciones más estancas y rígidas entender las sexualidades y las identidades de género.

Lo problemático de estas valoraciones se profundiza cuando funcionan como barrera en el acceso a un derecho humano básico, como lo es el acceso integral a la salud. En este mismo sentido, las trabajadoras sociales y la médica generalista manifestaban que:

“Hubo algunos médicos que se negaban a atender a algunas chicas que las derivábamos ahí mismo. ¡No! yo a esta no la atiendo porque no sé qué […] bueno, si no la querés atender listo, decime y la derivo a otro médico, pero la salud se la tenemos que garantizar” (Jefa de Trabajo Social).

“…hay pruritos de algunos profesionales del Centro de Salud en ge-neral. Algunas veces no querían atender a las chicas. Lo que decían era que no sabían nada sobre trans, pero era un prejuicio. Si para atender por un dolor de muelas ¿qué tiene que ver que seas trans?” (Trabajadora Social).

“Hemos identificado varios profesionales que no las han querido atender […] Se negaban, se iban, decían que estaban fuera del hora-rio de trabajo, cualquier cosa” (Jefa de Trabajo Social).

“Con la única que tuvimos un problema fue con la Cardióloga que atendía acá. Yo mandaba las chicas, no tenía ningún problema en atender, pero por ejemplo si yo le llevaba el documento de Juan Pe-rez pero que se llama Rosita, ella lo llamaba Juan Perez. Y bueno para mí es varón, decía. Los atendía perfecto, todo bien, pero no

285Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

había manera de que pudiera entender de que ese era el nombre que le habían asignado por documento pero la persona ahora era otra digamos, no se identificaba con ese nombre” (Médica Generalista).

Esta pirámide de la sexualidad da cuenta de la manera en la que han sido cataloga-das aquellas identidades o prácticas sexuales que no se corresponden con la norma heterosexuales y binaria y sirve para entender por qué, la mayoría de las veces, las sexualidades disidentes son objeto exclusivo y determinante de las acciones discriminatorias y violentas con las que las personas trans deben enfrentarse cada día, sino también es importante profundizar de qué manera y en qué medida cons-tituyen una barrera al ejercicio pleno de los derechos humanos básico, sobre todo en relación con las normativas legales vigentes en Argentina.

Las sexualidades disidentes en clave interseccional La narración de la identidad sexual también conjuga aspectos que resuenan a asi-metrías en otros campos sociales. Pensando en este cruce que anuda el género y la clase, pero también la condición de raza, nacionalidad, negritud. Como legado del feminismo negro que criticaba la universalización del sistema de opresión patriar-cal, Kimberlé Crenshaw (1989) formuló el concepto de interseccionalidad para dar cuenta de la forma en la que los múltiples sistemas de opresión se vinculan entre sí. Por su parte, Hill Collins sostiene que la idea de interseccionalidad refiere a cuando la articulación de las opresiones considera los efectos de las estructuras de desigualdad que repercuten en la vida cotidiana en tanto está implicada en la producción, organización y mantenimiento de las desigualdades sociales (2000).

En el mismo sentido, Sabsay asume que:

“…la posición en torno a la identidad sexual se articula con otras luchas por posiciones ya asumidas. En efecto, la lucha por el reco-nocimiento de la lucha sexual puede funcionar por un lado en un ámbito que tiende a complejizar las distancias sociales de clases, de pertenencia socio cultural, las relaciones de dominación, y por el otro, en la medida en que algunas de sus expresiones encuentran el eje central y hegemónico, la definición de la identidad cultural del grupo puede tender a ocultar aquellas otras diferencias o aun, negar-las” (2005: 170).

Calandrón ha podido dar cuenta también de qué manera las nociones de clase y sexualidad se asocian a una idea de moralidad particular:

“La composición de clase social de la policía marca una distinción en la consideración de la virtud sexual de sus miembros: mientras que la sexualidad se circunscribe a ámbitos privados y es considerada un asunto íntimo de las clases medias; en los sectores bajos –de donde proviene buena parte de los miembros de la PPBA– la expresión de

286 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

la sexualidad mediante la práctica constante y el lenguaje perspicaz era apreciada positivamente” (Calandrón, 2014: 68).

Tal como afirmábamos más arriba, la propia dinámica de la población travesti y trans de la ciudad de Mar del Plata permite complejizar este planteo y poner en tensión sus dinámicas. Este cruce interseccional no resulta menor ya que una de las principales características demográficas de la población trans son las migraciones de los países limítrofes y de las ciudades del interior de las provincias hacia las grandes capitales. No solo por las oportunidades laborales que las grandes capitales representan, sino también, para el caso de las extranjeras, el hecho de acceder a una cobertura de salud pública –sobre todo con la medicación para el tratamiento de VIH, representa un factor decisional muy importante para la migración. Así como también, la protección y el respaldo legal que, para algunas personas, conlleva la sanción de la Ley de Identidad de Género en la Argentina. Definitivamente, para las profesionales entrevistadas no representa lo mismo la procedencia de clase ni el país de origen de cada una de ellas, ya que estas características impactan directa-mente con la percepción que se tiene de las personas que se atienden en el CADS. Tal como lo afirman la psicóloga y la médica clínica:

“Hace un tiempo venía una chica trans acá que se había operado en Chile. Ella era muy correcta, tenía ropa muy linda, tenía plata, era de una buena familia, familia de plata. Tenía muy buenas carteras. Vos la mirabas y decías: ay! qué linda mujer, que hermosa toda fina, alta” (Psicóloga).

“Viene gente con otras culturas. Hay mucho extranjero porque en su país, los que tienen diagnóstico positivo no reciben el tratamiento. Acá mal que mal, con la miseria que estamos pasando hay […]. Si vos le decís [a las extranjeras] venís el miércoles, te vienen el miér-coles” (Médica Clínica).

¿Quiénes son las verdaderas trans o las que más se parecen al modelo de mujer? ¿qué características deben reunir? ¿cómo se conjugan las ideas de género y clase? Las carteras, la delgadez, la “finura” ¿no son características atribuidas a las clases altas? Lo exagerado, lo exacerbado, la falta de modales ¿no son características que el imaginario colectivo asocia a las clases bajas o los sectores populares? ¿Cuándo se es “verdaderamente una mujer” o cuando se está en condiciones de serlo? No solo desde los esencialismos de género es desde donde se puede medir la pertenen-cia a la categoría de mujer, sino que también a veces es necesario pensarla desde el lugar que esa persona ocupa en la estructura social. No solo desde su posición de clase es que puede pensarse cualquier identidad sexual en general y una identidad disidente en particular, sino que a eso debe sumarse la condición de migrante, la procedencia de esa migrante y las condiciones en las que esa migración se produjo, el tipo de lazo social que haya establecido en el país receptor, su origen étnico, etc.

287Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

Esencialismo de género Tomando como punto de partida el análisis de Sabrina Calandrón en la Policía de la Provincia de Buenos Aires, en Argentina, podemos pensar la forma en que las valoraciones morales intervienen en los análisis que tienen a la sexualidad en su núcleo narrativo:

“El conjunto de evaluaciones acerca de las elecciones sexuales tenía como horizonte una reflexión moral de la profesión policial. Es en este sentido que las experiencias sexuales se consideraban en diálo-go con las buenas prácticas laborales. La forma en la que se regulaba el comportamiento sexual en la comisaría originaba una calificación moral de los sujetos”, dirá la autora (Calandrón, 2014: 66).

A partir de su trabajo de campo, Calandrón logra descifrar las categorías nativas con las que los efectivos de la policía bonaerense clasifican a sus propios compañe-ros a partir de ciertas prácticas sexuales. Así, podemos encontrar a las Marcelitas, que se asemeja a la categoría de Susanita y alude a las mujeres que tenían una vestimenta prolija, sobria, controlaban sus impulsos y eran fundamentalmente obe-dientes; las Tira Vigis, eran las mujeres de las fuerzas que se movían a los hombres, quienes tenían predisposición para establecer relaciones sexuales constantes con otros hombres, lo cual les permitía tener sólidas relaciones sociales; y por último, los Jefes Asquerosos, la conducta masculina a partir de la cual algunos efectivos de la fuerza utilizaban el lugar de poder que detentaban para acceder a ciertos favores sexuales (Calandrón, 2014).

La idea de las figuras nativas pensadas desde el campo a partir de las valora-ciones morales y sociales, se comparten con el trabajo de Stolen quien, también recuperando las categorías nativas, diferenciará dos tipos de mujeres a partir de “su disponibilidad sexual”: las decentes y las indecentes. Stolen dará cuenta de qué manera estas categorías coinciden con distinciones exclusivamente étnicas:

“Las niñas gringas, sus madres, hermanas y parientes pertenecen a la primera categoría, como todas las mujeres gringas que no hayan demos-trado lo contrario: son decentes, merecen el mismo respeto y no deben ser abordadas sexualmente. El caso de las criollas es el opuesto; se cree que tienen sangre caliente, osea son sexualmente voraces y fácilmente abordables. En consecuencia, no merecen respeto y en ese sentido, no pertenecen a la categoría de mujeres casaderas” (Stolen, 1973: 139).

Para el caso de nuestra investigación, la esencialización de lo femenino ligado a un componente biológico –como lo es en el caso de Stolen– o más bien ligado a un comportamiento sexual que deviene moral –como lo es en el caso de Calandrón– también aparecía constantemente en el discurso de las profesionales entrevistadas. En sus testimonios solo se lograba equiparar con el término “mujeres” a las muje-res trans que respondían a las características que, ellas entendían, como esencial-mente femeninas, tal como lo indican los siguientes testimonios:

288 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“…hay algunas que te hablan bajito, dulce, bien femenino. Tienen su pelo bien, su piel bien, son muy educadas, ahí sí vos las ves como mujeres. Yo te lo digo como mujer, eso de la voz dulce, lo tierno, lo delicado. Ahí sí, es otra cosa” (Enfermera).

“Me llamó la atención ver que las chicas trans que más se aseme-jan al aspecto de una mujer las conocí ahí. No las había conocido acá. [¿En qué sentido?] En el sentido de que cuando vos la mirabas, las veías una mujer. Hasta cuando hablan, todo. Entonces como me llamaba la atención les decía: ¡qué linda piel que tenés! Porque la verdad en la cara no tenía barba, tenía la piel bien […] así como que son muy delgados, y cuando hablabas con ella no se, la dulzura, el timbre de voz, la manera de vestirse. Y te dijo que se asemejan más porque no eran exuberantes. No tenían unas tetas gigantes [gesticula exageradamente con la mano] entonces ese trans en cualquier lado es una mujer” (Enfermera).

Siguiendo a Sabsay (2005), la reflexión en torno a la identidad sexual dialoga di-rectamente con la tensión que existe entre naturaleza y cultura. Desarticular esta díada pone en crisis nada más y nada menos que el orden social, el ordenamiento de la realidad empírica tal y cual las personas la conocen y actúan en ella. En este mismo sentido, el testimonio de la enfermera resulta más que ilustrativo para pensar en esta esencialización de “lo femenino” e intentar encarar la reflexión que asume Sabsay (2005) en relación con el desplazamiento teórico en pos de la des-encialización de la mujer. Desplazamiento teórico que se emparenta con la idea de que la identidad (en este caso de género) “es una construcción discursiva encarnada en sujetos que, a la luz de los paradigmas de la posmodernidad, se caracterizan por estar descentrados y mediados por múltiples dispositivos” (Sabsay, 2005: 158).

Lo que advertimos en estos testimonios son dos categorías claramente dife-renciadas: las mujeres trans que sí se asemejan más a una mujer cisgénero y las que se alejan de esa identidad de género. Claramente, las primeras categorías son expresiones que se vuelcan a la esencia de lo que socialmente se espera de la iden-tidad femenina: piel tersa y sin vello, delgadez, dulzura, timbre de voz tenue, suave en contraposición al masculino, vestimenta femenina tal vez sugerente pero no exagerada ni provocativa, pechos pequeños o no tan voluminosos. De más está decir que no todas las mujeres cisgénero presentan por lejos estas características, lo que resulta aún más interesante ya que, el modelo de mujer que se desprendía de la enfermera se corresponde con un modelo de mujer que muy pocas veces se haya en la realidad. Siguiendo ese razonamiento, ¿qué pasaría entonces con las mujeres cisgénero que no tienen pechos pequeños o la piel tersa, o las que no son delgadas, las que tienen algo de vello, o abundante vello? ¿se asemejarían más a una mujer trans? ¿y las mujeres que sí utilizan una ropa provocativa, que tienen carácter más confrontativo que dulce y un timbre de voz grave? ¿En qué formato de mujer entrarían? ¿Acaso a aquellas mujeres que no “encajan” en el molde de

289Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

los esencialismos femeninos habría que pedirle una verificación empírica de su genitalidad para desdecir la teoría?

Lo interesante, y complejo a la vez, de este planteo de esencialización –que desde su narrativa se construye como parámetro de pasaje al mundo de lo femeni-no para las mujeres trans– es que su propio entramado identitario descansa sobre aquello de lo que quiere alejarse: la genitalidad. Si efectivamente es posible, según la enfermera, encontrar a mujeres trans que porten características y modos femeni-nos, aún con una genitalidad masculina, esto es igual a decir que no es la genitali-dad la que determina las formas que asumirá esa identidad, sino que estas formas son conductas socialmente aprendidas.

Consideraciones finales En primer lugar, elegimos trabajar con efectores de salud y recoger sus testimonios, porque consideramos que son quienes materializan las políticas, las leyes y las nor-mas institucionales en su práctica, son quienes le dan vida y ejecutan las políticas de Estado en materia de derechos, en este caso el derecho universal de acceso a la salud. En definitiva son quienes adoptan el cuerpo y las categorías de las leyes a la cotidianeidad del consultorio y de su práctica médica o de salud (Ramos, 2006). Es por eso que indagar en las prácticas de los profesionales de la salud, es preguntarse también por la última pieza, y tal vez por eso la más importante, de la aplicación de una política pública, en este caso el CADS de la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Ya que la sola descripción de las condiciones objetivas no logra explicar totalmente el condicionamiento social de las prácticas, sino que lo que resulta fundamental es recatar al agente social que las produce y a su proceso de producción.

En segundo lugar, optamos por atravesar el análisis desde la perspectiva de la sexualidad y el género porque entendemos que el abordaje de la dimensión se-xualizada de la vida cotidiana configura las experiencias de los sujetos en el mun-do contemporáneo y permite dar un marco de comprensión más complejo, y más completo, de ciertos discursos sociales y de ciertas acciones que se tejen en la cotidianidad.

Para este caso particular, nos ocupamos de analizar de qué manera esa dimensión sexualizada y en qué medida los esencialismos sobre los que se funda las narraciones de la identidades de género disidentes, constituyen muchas veces barreras de accesos a los derechos humanos básico, como por ejemplo el derecho de acceso a la salud. A la vez que rastreamos la valorización que se hace de las identidades trans dentro del sistema de salud a partir de las nociones jerarquizadas de las valoraciones sexuales que tienen lugar en las sociedades modernas. Este análisis se torna aún más rico para el caso de Argentina ya que el país cuenta con uno de los cuerpos legislativos más avanzado en materia de derechos humanos para los colectivos LGBTTTQ. Inclusive el análisis realizado en el marco de un consultorio hecho especialmente para esta población, es casi un escenario excepcional para el análisis.

Nos preguntamos también qué implica, para este análisis, narrar la disidencia en el campo de la salud. ¿Algo descentrado y mediado por múltiples dispositivos

290 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

tal como sostiene Sabsay o, por el contrario, la narración de la diferencia siempre parte del mismo núcleo significativo: la esencialización de la identidad femeni-na sostenida en un paradigma que asocia lo femenino a lo débil, dulce, correcto, suave, puro, bueno, en fin, a lo débil? Para el caso estudiado sobre personas trans, según la enfermera, solo se accede a esa identidad femenina cuando se asume esas características propias de “las mujeres” o al menos, cuando la persona que está in-teractuando con otro u otra, lo puede interpretar en esa clave. Sin una interpretación de esa identidad en clave esencializada, cualquier forma identitaria podría asumirse como posible de ser y existir, pero sobre todo como sujetos y sujetas de derecho.

Estos sistemas clasificatorios están basados en una hetero/homonormatividad, de esta manera, naturalizan –en tanto que la trasladan al ámbito de la naturaleza y a la alejan de lo cultural– la visión binaria, y condenan al ostracismo y el mundo de lo abyecto a toda identidad que se encuentre por fuera de estos sistemas clasifica-torios binarios. “Solo como sexuado un cuerpo tiene sentido, un cuerpo sin sexo es monstruoso”, dirá Preciado (2002: 105) y continúa:

“…la mesa de asignación de la masculinidad y la femeneidad desig-na los órganos sexuales como zonas generativas de la totalidad del cuerpo […] Así pues, los órganos sexuales no son solamente órganos reproductores, en el sentido que permiten la re-producción sexual de la especie, sino que son también, y sobre todo, órganos productores de la coherencia del cuerpo como propiamente humano” (Preciado, 2002: 105-106).

En el mismo sentido, nos propusimos pensar y problematizar las formas que asume el discurso médico en tanto “acto de autoridad” (Foucault, 1974), y que tienen, como punto de llegada, la “restitución del sistema de normalidad”, desde donde la preponderancia de la patología se convierte en una forma general de regulación de la sociedad, sin dejar de lado la tensión que pudiera aparecer entre este sistema que se pretende normalizador y la agencia con la que entendemos a los sujetos en general y, para este caso, a las personas trans en particular.

Por último, nos parece pertinente compartir una reflexión de Lohana Berkins, una reconocida activista argentina: “Yo siempre digo que soy doblemente Judas. Los hombres sienten que nosotras somos traidoras al patriarcado, porque teniendo el pene, el símbolo, renunciamos al poder”, sostenía Lohana Berkins en una en-trevista en una clara conjunción de los subvertido y las formas de alterar el poder desde la renuncia a ese mismo poder que se sostiene en una identidad, una vez más, esencializada desde lo genital. Entonces ¿qué vienen a poner en discurso las identidades trans? Que hay muchas formas de ser hombres y muchas formas de ser mujeres. Mujer con vagina, hombre con pene es solo una de las posibilidades más de entre muchas.

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Tecnologías de la (no) reproducción: discursos médicos sobre el implante subdérmico en jóvenes

de sectores populares en Argentina

Cecilia RustoyburuNatacha Mateo

Introducción

En Argentina, en 2002 se sancionó la Ley Nacional de Salud Sexual y Repro-ductiva (25673) que creó el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable (PNSSPR) donde la salud sexual y reproductiva de los/as adoles-

centes ha tenido cierta relevancia. En 2007, se creó el Programa Nacional de Salud Integral del Adolescente (PNSIA) con el propósito de crear herramientas para un abor-daje que hiciera propios los principios de la Ley Nacional de Protección Integral de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia (26061), del PNSSPR, de la Ley Nacional de Derechos del Paciente (26529) y del Programa Nacional de Educación Sexual Inte-gral (ESI). Desde esa perspectiva, la salud sexual de las/os adolescentes se interpretó como un derecho y el sistema de salud debía asegurar el derecho a la autonomía y a la confidencialidad atendiendo al principio de la responsabilidad progresiva.

Dichos principios entran en tensión con el paradigma predominante en el sis-tema de salud. Susana Ortale ha planteado que, desde hace décadas, en el sector sanitario se ha hecho hincapié en el riesgo que representan las conductas “inma-duras”, “irresponsables” e “irreflexivas” de las madres adolescentes, y en cómo ello aporta a la reproducción de la pobreza (2011). Los informes oficiales suelen advertir sobre los altos índices de embarazos en la adolescencia, especialmente entre los sectores más pobres. También refieren a que esas experiencias suelen estar relacionadas con la deserción escolar y la reproducción intergeneracional de la pobreza (Ministerio de Salud, Presidencia de la Nación Argentina, 2016). Para los adultos y las instituciones, la maternidad en la adolescencia ha sido pensada como un problema (Gogna, 2005; Palomar Verea, 2004). En Argentina, se convir-tió en una preocupación de la salud pública en 1960 y se la ha ligado a un discurso victimizador, homogeneizador y alarmista (Adaszko, 2005). Las investigaciones interdisciplinarias han mostrado que los funcionarios públicos y los agentes esta-tales suelen sostener ciertas ideas sobre la adolescencia, y el embarazo, que están mediadas por el adultocentrismo y los estereotipos de clase y género (Gogna, 2005; Llobet, 2011). También advierten que el problema a resolver es la desigualdad, que priva a los sujetos del acceso a recursos materiales y simbólicos que les permitan la apropiación y ejercicios de sus derechos sexuales y reproductivos.

298 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

En la ciudad de Mar del Plata, el Hospital Interzonal Especializado Materno Infantil (HIEMI) ha dado a conocer datos que muestran una tasa de embarazos adolescentes que asciende a más de 20% teniendo alrededor de seis mil partos anuales. El último informe del Programa de Desarrollo Infantil (PIDI), advierte que en los distintos Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) de General Pueyrredón, se han tratado por casos de embarazo a casi mil mujeres de entre 13 y 19 años inclusive. Ese mismo estudio también advierte que en un 45% de los casos, las jóvenes han realizado menos de cinco controles previos a la instancia del emba-razo y un 7,8% de esas madres, ya han pasado por un aborto e incluso el 14,5% de las adolescentes embarazadas, ya cuentan con otro hijo menor de 2 años.

La problematización de estos datos no resulta ajena a la manera en que se dise-ñan las políticas de población. Sin embargo, el diseño de las políticas de salud se-xual y reproductiva destinadas a las/os adolescentes también hay que leerlas en su entramado con los lineamientos de los organismos, de la industria farmacéutica y del capital financiero. La incorporación de implantes subdérmicos como el método anticonceptivo (MAC) específico para dichas jóvenes, que analizaremos en este ca-pítulo, debe ser interpretado en este sentido. En Argentina, desde 2014, el PNSSPR incorporó a dichos implantes como uno de los MAC hormonales que distribuye el Ministerio de Salud. Estos han sido calificados como de nueva generación, porque se colocan debajo de la piel, tienen un 99% de efectividad y duran 3 años. Al ser administrados por un/a profesional médico, permite evitar los posibles inconve-nientes de la falta de adherencia. Especialmente, fueron pensados para disminuir los embarazos no deseados de las jóvenes que no habrían sabido/podido evitarlos. Durante la primera etapa de implementación se restringió a mujeres de entre 15 y 19 años que hubieran tenido un evento obstétrico en los últimos 12 meses, y que no tuvieran obra social o prepaga. Luego se ampliaron los criterios, en 2018 la crea-ción del Plan Nacional de Prevención y Reducción del Embarazo no Intencional en la Adolescencia (ENIA) estableció que podían administrarse a todas las menores de 24 años. Los implantes no forman parte del Plan Médico Obligatorio (PMO), ni es posible adquirirlos en las farmacias. Solo se comercializa Implanon NXT del laboratorio Organon, que se distribuyen gratuitamente en el sistema público de salud. Su difusión aun es incipiente, es el método menos utilizado, pero se prevé que se expanda progresivamente.

Los MAC de larga duración son las herramientas recomendadas por los or-ganismos internacionales para controlar la natalidad en los países más pobres, y en los sectores socialmente desfavorecidos de los países desarrollados. Entonces, la distribución de los implantes subdérmicos como parte de programas de salud que apelan a los derechos y la autonomía de las mujeres adquieren sentidos que es necesario problematizar. El acceso a los anticonceptivos de larga duración por parte de las adolescentes promete la posibilidad de elegir un MAC que no requiere controles médicos, ni necesita que las usuarias tengan que tomar algún recaudo para que sea eficaz. Sin embargo, se entrama con una historia de larga duración de medicalización de la sexualidad, de hormonización de los cuerpos y de selección de cuales formas de vivir la sexualidad son legítimas, y cuáles no.

299Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

En este capítulo, problematizaremos la implementación de los implantes sub-dérmicos como anticonceptivos destinados a la adolescencia a partir de una re-construcción sociohistórica de su diseño que dé cuenta de algunos entramados de poder en los que se inserta. En una segunda instancia, analizaremos una serie de entrevistas realizadas a trece profesionales de la salud en la ciudad de Mar del Pla-ta. Hemos focalizado en instituciones en las que se administra Implanon: CAPS, HIEMI, IREMI y Programa Municipal de Salud Integral en la Adolescencia. Se-leccionamos agentes de distintas especialidades: ginecólogas, médicos/as gene-ralistas, residentes de medicina general del Programa de Residencias Integradas Multidisciplinarias y trabajadores/as sociales. En este trabajo, analizaremos sus testimonios con relación a la forma en que selecciona a la población destinataria y garantiza el derecho de cada mujer a elegir su MAC.1

Las políticas de salud sexual y reproductiva para adolescentesLas políticas de salud referidas a las mujeres y a la planificación familiar han estado vinculadas a los mandatos de las resoluciones internacionales. En 1979, la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación hacia la Mujer (CEDAW) se cuestionaron las diferencias de género y se reconoció la especifidad del cuerpo de las mujeres, destacando la necesidad de que reciban información y atención adecuada y gratuita en lo referido a su salud reproducti-va. En 1989, la CIDN reconoció a los niños, niñas y adolescentes como sujetos y titulares de derechos, incluyendo el de gozar del más alto nivel de salud sexual y reproductiva en consonancia con la evaluación de sus facultades. En Viena (1993), El Cairo (1994) y Beijin (1995), eventos internacionales sobre salud ma-terno-infantil, comenzaron a analizar en forma específica los problemas de las adolescentes y las jóvenes.

En Argentina, estas propuestas se materializaron a partir de 2002, cuando se sancionó la Ley Nacional 25763 de Salud Sexual y Reproductiva. Sus objetivos incluían la intención de disminuir la morbimortalidad materno-infantil, la pre-vención/disminución de los abortos y los embarazos no deseados, la promoción de la salud y el tratamiento de enfermedades de transmisión sexual y de cáncer mamario, y el compromiso de brindar educación sexual a los adolescentes. Esa normativa también reconocía el derecho a acceder y elegir métodos anticoncep-tivos reversibles, seguros, eficaces y aceptables. Además, debía garantizar el ac-ceso a una atención y una toma de decisiones libres de discriminación, coacción o violencia.

La Ley Nacional 26061 de Protección Integral de los Derechos de la Infan-cia y la Adolescencia, sancionada en 2005 y sustentada en la CIDN, incorporó la protección de la salud integral de los adolescentes y de su maternidad-paternidad

1 Esta investigación se enmarca en el Proyecto de Investigación “Género, tecnología y hormonas: experiencias y resignificaciones en salud sexual y (no)reproductiva en Mar del Plata-Batán” (Secretaría de Investigación/UNMDP/Convocatoria 2018-2019).

300 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

como una responsabilidad compartida. Respecto del acceso a los servicios de salud se planteó la importancia de que contemplaran el respeto a las pautas familiares y culturales de la que formaban parte, siempre que no supusieran un peligro para su vida y su integridad. En sintonía con lo promovido por la UNESCO y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en 2006 se sancionó la Ley Nacional 26150 Programa Nacional de Educación Sexual Integral que debía garantizar que los ni-ños, niñas y adolescentes accedan a conocimientos científicos válidos en el marco de una propuesta educativa entendida como un derecho humano y sustentada en la perspectiva de género. Su implementación fue posible, pero requirió de una im-portante inversión estatal en capacitación docente y en la impresión de materiales didácticos, y de acuerdos políticos con las instancias provinciales (Faur, 2018).

En Argentina, los marcos normativos vigentes garantizan que las y los adoles-centes pueden tomar sus propias decisiones respecto de su salud. Además de las leyes anteriormente mencionadas, el Código Civil y Comercial establece que a partir de los trece años pueden ser atendidos sin acompañamiento de un mayor y tomar decisiones como:

● Pedir y recibir el apto físico. Acceder al test y diagnóstico de VIH.

● Acceder a anticonceptivos como el DIU, implante, pastillas, entre otros.

● Recibir atención para control de su salud.

● Recibir vacunas.

● Acceder a la interrupción legal del embarazo.

● Recibir tratamientos, por ejemplo, por cuadros de gastroenterocolitis, gripe, neumopatía, por fracturas (Ministerio de Salud, Presidencia de la Nación Argentina, 2016).

En 2007, se dio un paso importante a través de la creación del PNSIA en el ámbito de la Dirección Nacional de Salud Materno Infantil. El diseño de este Programa entiende al adolescente como un sujeto de derechos, haciendo propios dos princi-pios de la CIDN: el interés superior del niño y la autonomía progresiva. La confi-dencialidad y la autonomía fueron pensados como la base para la construcción de consultorios amigables que alentaran a los y las adolescentes a acercarse al sistema de salud. Respecto del enfoque, han precisado que:

“El PNSIA parte de un enfoque de la Salud Integral de las y los adolescentes y de los determinantes sociales que influyen en ella. Desde esta perspectiva la salud no se considera solo como un con-cepto médico sino social y cultural. Este enfoque incluye aspectos de la estructura económica social, de la cultura, y de las condiciones de vida de la población. Cada adolescente es un ser único, marca-do por el contexto histórico y el medio sociocultural en el que está

301Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

inserto, así como por su pertenencia de clase, etnia y género, entre otros factores. Así se determinan distintas adolescencias, debiendo comprender las diferencias e inequidades existentes en las mismas” (Ministerio de Salud, Presidencia de la Nación Argentina, 2016: 3).

La implementación se llevó a cabo en todas las provincias, y se crearon cincuenta servicios especializados. En 2017, las acciones del Programa y sus materiales grá-ficos fueron incluidos en el Plan ENIA. En el marco de la reducción presupuestaria del Programa ESI, este Plan supone una acción intersectorial en el que confluyen el Ministerio de Salud y Desarrollo Social y el Ministerio de Educación, a través de la Dirección de Salud Sexual y Reproductiva (DSSyR), el Programa de Salud In-tegral en la Adolescencia (PNSIA), la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENNAF) y el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), con la asistencia técnica del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y el Centro de Estudios de Estado y Socie-dad (CEDES) y el apoyo técnico del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y UNICEF.

El Plan ENIA retoma los principios de autonomía y responsabilidad progresi-va. Propone “disfrutar sabiendo” y enuncia a la sexualidad como un derecho que debe ser vivida en igualdad de oportunidades. Los materiales gráficos orientados a la salud sexual rompen con el paradigma heterosexual para presentar las ITS y los métodos anticonceptivos. Sin embargo, parte de una noción del embarazo en la adolescencia relacionado con el riesgo. En el spot publicitario, advierten que en Argentina nacen por año 112.000 hijos de niñas y adolescentes, que 7 de cada 10 no son embarazos intencionales, y que en las menores de 15 años suelen ser pro-ducto de abuso sexual. También aseguran que son más frecuentes en situaciones de vulnerabilidad familiar y social, y que impactan negativamente en la vida de esas adolescentes porque suelen dejar de estudiar. El enfoque que proponen es integral, aludiendo con esto a que está centrado en ampliar la información, en implementar la ESI, en construir espacios de acompañamiento profesional y en el acceso gratui-to a métodos anticonceptivos.

En el municipio de General Pueyrredón, en el sureste de la Provincia de Buenos Aires, el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable fue im-plementado desde los 31 Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) a través de la distribución gratuita de métodos anticonceptivos, la atención médica y la rea-lización de tareas de prevención y educación comunitaria. La División de Atención a la Mujer es la dependencia que coordina las tareas que demandan el Programa de Detección Precoz del Cáncer Génito Mamario, el Programa de Salud Sexual y Reproductiva, la atención de embarazos de riesgo y las consultas ginecológicas de primer nivel. En la ciudad de Mar del Plata, cabecera del municipio, en 2016 se creó el Programa Municipal de Salud Integral del Adolescente. Está conformado por un equipo interdisciplinario donde participan médicos especialistas (pediatría, clínica, ginecología, obstetricia y cardiología), una enfermera, una nutricionista y psicólogas. En mayo de 2018, contaban con más de 1.000 historias clínicas de pa-

302 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

cientes de entre 12 y 19 años y proveen trimestralmente de anticonceptivos orales a 300 adolescentes. Estas instancias también constituyen espacios en los que realizan talleres sobre nutrición y salud sexual.

El implante subdérmico como un MAC para adolescentesEn Argentina, desde 2002, el Estado debe garantizar el acceso a una atención y una toma de decisiones libres de discriminación, coacción o violencia. En este sentido, el PNSSPR distribuyó MAC a través de los centros de salud. La creación de consejerías especializadas facilitó que los trabajadores sociales y las enfermeras, además de los/as médicos/as, pudieran recomendar MAC a las mujeres que los requirieran. En el PMO se incluyeron los preservativos, las pastillas, los inyectables, el DIU, la anticon-cepción de emergencia y la quirúrgica (ligadura tubaria y vasectomía). Esto obligó a las obras sociales a ofrecer estas opciones a sus afiliadas. En el sistema público, el Es-tado distribuyó gratuitamente estos métodos y, desde 2014, el implante subdérmico.

Los criterios de elegibilidad de los métodos anticonceptivos que prescriben el Mi-nisterio de Salud de la Nación y la Asociación Médica Argentina de Anticoncepción reproducen las directrices de la OMS. Desde 2012, publican unas guías, destinadas a los profesionales, que regulan las recomendaciones que se emiten desde las conseje-rías y los consultorios. La incorporación de los MAC de larga duración también está vinculada a las directrices de los organismos internacionales de población. Fueron un tema central en la Conferencia Internacional sobre Planificación Familiar de 2013, realizada en Addis Ababa (Etiopía). En ese marco, el Population Council,2 la Fede-ración Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO) y la Coalición de Suminis-tros de Salud Reproductiva convocaron al Grupo Bellagio: una reunión de expertos vinculados a organismos internacionales, a universidades estadounidenses, a funda-ciones de empresas multinacionales, a la industria farmacéutica y a los ministerios de salud de Ghana y Sudáfrica. Ese grupo solicitó un mayor acceso a dichos MAC para todas las mujeres y llamó a las organizaciones globales y nacionales de planificación familiar a focalizar en acciones prioritarias para garantizar el acceso equitativo a toda la gama de MAC, como un derecho de las mujeres. Hicieron hincapié en la necesidad de realizar estudios de mercado y en evaluar su aceptatibilidad, y en la importancia de construir estrategias de formación destinadas tanto a las adolescentes, y sus pa-rejas, como a los encargados de diseñar políticas sobre la utilidad de los métodos de larga duración como opciones de alta calidad y eficacia en el post-parto y en el post-aborto. En su declaración afirmaron que el acceso equitativo a los servicios de salud reproductiva se acelerará al aumentar la disponibilidad de MAC de larga du-ración, y agregaron que es un método que reduce los costos de las políticas públicas (Population Council, International Federation of Gynecology and Obstetrics (FIGO) & Reproductive Health Supplies Coalition, 2013).

2 El Population Council es una organización internacional sin fines de lucro, creada en 1952 por John D. Rockefeller y financiada por la Fundación Rockefeller. Realizan investigaciones sobre biomedicina, salud reproductiva y VIH. Desarrollaron el DIU de cobre y los implantes Norplant, Jadelle y Mirena.

303Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

Los implantes subdérmicos son un MAC hormonal de larga duración. En 2014, fueron incorporados al PNSSPR para una población específica: adolescentes de entre 15 y 19 años que hubieran atravesado un evento obstétrico en los últimos 12 meses, y que no tuvieran obra social o prepaga. Desde el Ministerio de Salud se retomaron las definiciones de la OMS para clasificar a los implantes como MAC de nueva generación, porque se colocan debajo de la piel de la joven, tienen un 99% de efectividad y duran 3 años. Es un dispositivo de precio elevado, actualmente ronda los $9.000 (U$S 215). No se venden en farmacias, solo es posible adquirir-los a través de un profesional. Deben ser colocados y retirados por un/a médico o un/a obstetra mediante un procedimiento sencillo con anestesia local. Esto permite evitar los posibles inconvenientes de la falta de adherencia. Fueron especialmente pensados para combatir embarazos no deseados de las adolescentes que no habrían sabido/podido evitarlos.

Los únicos implantes disponibles en Argentina son los elaborados sobre la base de etonorgestrel (progestágeno), y se venden bajo el nombre Implanon NXT del laboratorio Organon. En 2011, la Administración Nacional de Medicamentos, Ali-mentos y Tecnología Médica (ANMAT) aprobó su uso en el país para mujeres de 18 a 40 años. En 2015, modificó la autorización advirtiendo que no hay estudios clínicos con este producto realizados en mujeres menores de edad, pero que es esperable su eficacia y seguridad en adolescentes. De todas maneras, desde 2014, es prescripto a mujeres mayores de 13 años. Desde el Ministerio de Salud de la Pro-vincia de Buenos Aires estimaron que durante 2016, en todo el país, se distribuye-ron 50.000 unidades, y en agosto de ese año se aprobó la compra directa de 120.000 más (Programa Provincial de Salud Sexual y Reproductiva, 2017). El sistema de Salud del Municipio de General Pueyrredón coloca implantes en las ciudades de Mar del Plata y Batán desde 2015. En 2016 hubo faltantes del recurso, pero desde 2017 su implementación ha crecido alcanzando un total de 977 hasta diciembre de 2018 (216 en 2015, 33 en 2016, 357 en 2017 y 371 en 2018).

La disponibilidad del recurso en los CAPS y en los hospitales permitió que se extendiera su utilización a mujeres jóvenes que no habían pasado por un evento obstétrico. En 2015, un equipo de profesionales del Hospital Interzonal Especiali-zado Materno Infantil (HIEMI) de la ciudad de Mar del Plata sistematizó 163 his-torias clínicas de pacientes a las que se les había aplicado un implante subdérmico. Su informe precisa que incluyeron a mujeres de entre 14 y 25, y la edad promedio era de 20 años. El 49,38% tenían un parto previo, el 25,92% eran multíparas y el 24,70 % nulíparas. El 49,38% (40) amamantaban y de ellas 6,17% (5) no utilizaban método anticonceptivo previo (Martínez et al, 2015). La creación del Plan ENIA, en 2018, supuso la modificación formal de la política de distribución al ampliar la población destinataria a todas las jóvenes menores de 24 años sin tener en cuenta que hubieran atravesado un evento obstétrico. El carácter formal de dicha modifi-cación alude a que la implementación de la política siempre implicó excepciones. En 2015, en Mar del Plata, un 26% de las mujeres que recibieron implantes no tenían la edad esperada. En 2016, en un contexto de faltante de ese recurso, las excepciones se restringieron notablemente (un 9%), pero en 2017 alcanzaron un

304 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

46%. Durante 2018, el 62% de las mujeres que accedieron a Implanon tenían más de 19 años. Además, adolescentes sin evento obstétrico previo recibieron implan-tes. Estas alcanzaron el 2% y 3% en 2015 y 2016, aumentando significativamente al 11% en 2017 y 15% en 2018.

El Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, a través del Programa Provincial de Salud Sexual y Reproductiva, emitió una serie de informes sobre la introducción de MAC de larga duración (Implante y DIU) en la población adoles-cente donde advirtió que su uso aún no está muy difundido. La mayoría de las usua-rias prefiere las pastillas anticonceptivas y los preservativos. Sobre los motivos de la elección del método en las usuarias del Gran Buenos Aires, retoman los datos de la ENSSyR-2013, advierten que la mayoría lo hacen solas –o con sus parejas– y que el personal de los centros de salud aparentemente no juega un rol preponderan-te en la elección de los métodos. En la ciudad de Mar del Plata, hay CAPS donde solo proveen de pastillas e inyectables. Durante 2018, solo en 23 CAPS se distribu-yeron implantes. En el HIEMI y en el Programa Municipal de Salud Integral en la Adolescencia, continúan primando criterios selectivos.

En 2014, el Ministerio de Salud anunció que los implantes subdérmicos dis-minuían los dolores menstruales y que solo requerían de un control médico anual, como los demás MAC. Agregó que su principal efecto tenía que ver con el sangra-do: durante el primer año sería irregular, pero luego se regularizaría o disminuiría hasta desaparecer. Y aclaró que la falta de sangrado no representa ningún riesgo para la salud, ni tampoco significa un embarazo. En 2018, el Plan ENIA, a través de su página web Hablemos de todo, les informa a las adolescentes que: “No es cierto que la aplicación es dolorosa y tampoco tiene efectos adversos como el aumento de peso”. Sin embargo, desde el HIEMI de Mar del Plata han informado que el 43,3% de los casos las pacientes que usan Implanon sufren de cefalea, el 33,3% de acné, el 24,99% de aumento de peso, el 7,4% de mastalgia (dolor en las mamas), el 16% de alteraciones emocionales, el 16% de dolor abdominal y un 4,9% de dolor y eritema en el sitio donde se coloca el dispositivo. El 85% de las mujeres evidencia-ron alteraciones en el patron de sangrado, y el 63% amenorrea. Sin embargo, solo retiraron 4 implantes (4,9%) por los efectos adversos y el grado de satisfacción de las pacientes sería mayor a 7/10 (Martínez et al, 2015).

Los MAC hormonales interrumpen la ovulación y por lo tanto la menstrua-ción. Sin embargo, para que fuera aprobada su comercialización, los científicos debieron lograr que provocaran un sangrado mensual. Crearon las apariencias de una “verdadera” naturaleza femenina al construir las “falsas” reglas (Barberousse, 2014; Dorlin, 2006; Oudshoorn, 1998; Preciado, 2014; Siegel Watkins, 2012). En el caso de los implantes, Elsa Dorlin (2006) sostiene que no suelen utilizarse los de estrógenos porque tienen el efecto de inhibir la ovulación. Sin embargo, aunque sean de progestágenos, la mayoría de los implantes suprimen las falsas reglas, o las vuelven más irregulares. A inicios de la década de 1980, una de las firmas que los comercializaban logró la autorización de la FDA. Elisabeth Siegel Watkins (2010) ha advertido que esta acción tuvo como objetivo adquirir legitimidad para distribuirla en los países con altas tasas de natalidad. Si bien los implantes hormo-

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nales fueron fuertemente promocionados por las autoridades gubernamentales en Estados Unidos, se usaron casi exclusivamente en el marco de políticas destinadas a adolescentes negras de los guetos, de madres adolescentes, de mujeres pobres que vivían en alojamiento sociales o para mujeres procesadas por abuso infantil (Dorlin, 2006; Siegel Watkins, 2010). En Estados Unidos, la compañía farmacéu-tica Wyeth-Ayerst obtuvo la licencia como distribuidor de Norplant, pero en el año 2000 lo retiró del mercado. En ese país, ese MAC fracasó no solo porque debieron enfrentar numerosos juicios por los efectos adversos no informados sino porque no encontró aceptabilidad entre las mujeres (Siegel Watkins, 2010).

En los primeros años, los implantes se distribuyeron en los países más pobres en el marco de políticas de regulación de la población porque aseguraron una fiabi-lidad record, porque se aplican de manera casi permanente y su eficacia no depen-de de las usuarias. Una vez que las mujeres autorizan su colocación, sin garantía absoluta de una comprensión de su funcionamiento ni de sus efectos adversos, no pueden detener el tratamiento, ni a la hormona que circula por su cuerpo. Tenien-do en cuenta esto, Dorlin (2006) afirma que habría que leer las normativas de la feminidad en relación con el género, la clase y la raza. Desde las políticas de po-blación dirigidas hacia las mujeres pobres, el mantenimiento químico de los signos exteriores de la feminidad (por ejemplo, las reglas) fue interpretado como menos importante que la eficacia de la regulación de los nacimientos.

Los métodos anticonceptivos hormonales fueron construidos a partir de las ex-periencias previas realizadas por los científicos para controlar o regularizar los ci-clos menstruales. La administración de hormonas para inscribir la diferencia sexual en los cuerpos de adolescentes puede retrotraerse hasta la segunda mitad del siglo XX. En los consultorios de endocrinología y pediatría, los signos de la pubertad de los varones –el cambio en el tono de voz, el descenso de los testículos, el desarro-llo del pene, el aumento de talla o el vello facial– fueron creados con testostero-na, tiroxina o gonadotropina cuando no resultaban evidentes (Rustoyburu, 2017b, 2017a). En los cuerpos leídos como femeninos, los estrógenos fueron tecnologías utilizadas para regularizar los ciclos y la cortisona para feminizar a quienes podían virilizarse porque la glándula suprarrenal no funcionaba como era esperable (Eder, 2010, 2012; Rustoyburu, 2017a). En esas intervenciones, la preocupación de las familias y su necesidad de normalizar a sus hijos eran el puntapié inicial para las intervenciones. Las opiniones de lxs niñxs y lxs adolescentes eran tenidas en cuenta generalmente para diagnosticar su orientación sexual o para vislumbrar la efectividad de un tratamiento, cuando se hacía hincapié en que las preferencias por determinados juegos o aficiones estaban vinculadas con la identidad de género. Desde mediados del siglo XX, la promoción de los derechos del niño, del psicoa-nálisis y de la pediatría psicosomática amplió las posibilidades para que algunos profesionales evitaran los procedimientos traumáticos y contemplaran sus efectos en la subjetividad de sus pacientes (Birn, 2007; Rustoyburu, 2015). Los programas de salud sexual y reproductiva actuales focalizados en la adolescencia retoman los principios de la CIDN. Por lo tanto, suponen que la autonomía y la responsabilidad progresiva deberían garantizar que los niños, niñas y adolescentes puedan tomar

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sus propias decisiones respecto de su cuerpo. A partir de los 13 años no necesitan el consentimiento de sus padres para elegir un método anticonceptivo, o un trata-miento médico que no suponga un riesgo para su salud.

La aplicación de implantes subdérmicos se inscribe en ese proceso de larga duración, y encierra el mismo dilema que la construcción hormonal de la diferencia sexual: las pacientes necesitan acceder a ciertas tecnologías químicas para poder vivir como desean. Se someten a determinados procedimientos para ser libres. El personal de los CAPS, de los hospitales y del Programa Municipal de Salud Inte-gral en la Adolescencia de la ciudad de Mar del Plata advierten que las adolescentes se acercan a los consultorios solas, o acompañadas por una amiga. Advierten que las chicas piden el “chip”3 porque su vecina, su prima o compañera de la escuela lo tiene. Cuando logran a acceder a él, quedan atrapadas. No pueden quitárselo por sus propios medios, para hacerlo tienen que demostrar que está en riesgo su salud. La alteración de su menstruación, el acné o el aumento de peso no solo no son mo-tivos suficientes para la extracción del implante, sino que muchas veces suponen que se les apliquen otras hormonas para “regular”.

El derecho a decidir está mediado por un entramado de relaciones de poder de larga duración, que establece jerarquías entre el Estado y los ciudadanos, las instituciones y la población, los profesionales y sus pacientes, los agentes estatales y los sectores populares, y los adultos y las adolescentes. El sistema de salud y la industria farmacéutica regulan el acceso al “chip”. Son los profesionales los que conservan la legitimidad para dirigir los procesos de hormonización de las adoles-centes, aunque en ello esté en juego su derecho a elegir no ser madres. El implante subdérmico es un derecho para todas las mujeres menores de 24 años, pero ¿cómo intervienen los profesionales de los centros de salud en la garantía de ese derecho para “todas”? ¿Qué significados adoptan los principios de autonomía y responsabi-lidad cuando se refieren a la población adolescente y su salud reproductiva? ¿Cómo media el derecho a eliminar el implante del propio cuerpo cuando los agentes esta-tales implementan estrategias para no malgastar un recurso “caro”?

Los profesionales de la salud como mediadores de la política públicaEn un sistema de salud que se propone como un modelo pluralista de competencia regulada (Arce, 2010) es fundamental entender cómo las mujeres ingresan en un sistema de salud descentralizado.4 En el caso de los MAC, los/as profesionales de

3 Es la denominación popular del implante subdérmico.4 La política sanitaria Argentina desde 1989 hasta la actualidad es entendida como un modelo plura-

lista de competencia regulada. Dentro de este modelo, el Estado resulta el encargado de regular el sistema de salud: se encuentran los prestadores de la salud (públicos y privados), la cobertura de salud (Obras Sociales y Medicina Prepaga) y el financiamiento del Sistema de Salud (Arce, 2010). Por lo tanto, dentro de este modelo podemos observar un subsector público (nacional, provincial y municipal), un subsector privado y un subsector de seguridad social. A su vez, en el subsector público municipal se ubica la Atención Primaria de la Salud, que debería ocupar el rol de eslabón inicial de una cadena de atención donde se resuelven los problemas de menor envergadura y se deriven a los niveles de atención sucesivos en la cadena (Testa, 2006).

307Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

la salud que se desempeñen en los CAPS operan como mediadores entre las deci-siones de las personas con respecto a la SSR y las políticas públicas propuestas por el Estado en la materia (Mateo, 2016; Ramos, Gogna, Petracci, Romero & Szulik, 2001). Fundamentalmente, lo que nos interesa es pensar cómo, en esta mediación, emergen tensiones entre la política pública, sus fundamentos, y las creencias o perfiles de formación de los/as profesionales.

Como mencionamos en los parágrafos anteriores, creemos que al hacer refe-rencia al implante subdérmico como uno de los MAC de distribución gratuita del PNSSPR, es inevitable problematizar cómo se piensa desde el Estado y los/as pro-fesionales a una población específica: las adolescentes. En este sentido, desde el Plan ENIA en referencia a la “Autonomía” se incluyó el lema: “Lxs adolescentes tienen derecho a decidir sobre el cuidado de su cuerpo” e incorporaron una pregun-ta: “¿Sabías que podés conseguir métodos anticonceptivos (preservativos, pastillas, inyectables, implantes subdérmicos y/o DIU) en cualquier hospital o centro de salud del país? Son gratuitos y no pueden negártelos, es tu derecho, no importa tu edad ni que vayas solx a buscarlos”. En una postal, que se distribuye en las escuelas, una adolescente está sentada frente a un médico y dice que su mamá le recomendó que tome pastillas, pero ella quisiera un “chip”. Este es el único material gráfico en el que mencionan a los implantes, en los demás se alude casi siempre a las pastillas.

La campaña del Plan ENIA pareciera dar cuenta de la disponibilidad de los implantes en los centros de salud: debería estar, pero no siempre hay existencia ni se lo ofrece. Además, los/as profesionales de los centros de salud imponen restric-ciones. En la ciudad de Mar del Plata, hay CAPS donde solo proveen de pastillas e inyectables. El 20% de todos los implantes colocados en el último año fueron dis-tribuidos desde uno solo de los 31 CAPS. Y la disponibilidad del recurso amplió los criterios de los/as profesionales para la colocación de dichos MAC, lo que luego se cristalizó en una ampliación de la población objetivo. Ahora bien, este cambio no está claramente explicitado en la implementación de la política pública en los centros de salud. Al respecto, los profesionales refieren que:

“El implante cuando lo sacaron estaba como mucho más reglamen-tado: que tenía que tener un evento obstétrico previo […] que tenía que tener menos de 20 años, que hoy por hoy no se respeta tanto” (Residente medicina general 2).

“La política al principio era ponerlo en chicas menores de 19 años, entre 16 y 19 que hayan tenido un evento obstétrico […] pero des-pués se nos abrió un poco el campo porque ya estábamos como cu-biertas a las chicas de esa edad que sí se lo querían poner, obviamen-te […]. Hoy en día estamos poniendo a la que lo necesita realmente porque no tolera otro método anticonceptivo, y a las que siguen en ese rango 16-19 con evento obstétrico. Esas lo tienen seguro, y el resto podemos un poco evaluarlos con el jefe de nuestra división como para saber si una chica, no sé, de 26 años, pero con otra pato-logía amerita ponérselo” (Ginecóloga 1).

308 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Como puede observarse en los relatos citados, no es claro si los cambios en la política pública se deben a algún tipo de reglamentación específica o simplemente se amplía la población objetivo por una serie de circunstancias emergentes. Por ello, presentaremos tres apartados con diferentes líneas respecto de cómo pensar el problema de la política. En un principio, es fundamental dar cuenta de cómo estos criterios varían según la formación disciplinar de los/as profesionales. En una se-gunda instancia, es necesario analizar en sus testimonios dos justificaciones princi-pales respecto la ampliación del recorte de la población objetivo y las implicancias que esto tiene en salud pública: la disponibilidad del recurso y la idea del riesgo en la adolescencia. Por último, se problematizará la manera en la que se formula la re-lación entre adolescencia y autonomía teniendo en cuenta cómo esta encuentra sus límites cuando algunas jóvenes deciden extraerse el implante antes de los 3 años.

La formación disciplinar de los/as trabajadores/as de la saludLas características que adopta la formación disciplinar de los/as profesionales impactan en las diferencias de criterios al momento de su implementación. Más precisamente, aventuramos que la diversidad en las aproximaciones puede estar relacionada con las residencias en las que se insertan cada uno. En este sentido, no es lo mismo realizarlas en el primer nivel de atención que en el segundo. En los hospitales, están mucho más centradas en resolver las urgencias y su abordaje no requiere siempre atender a los aspectos psicosociales de las personas a quienes atienden. En el primer nivel de atención, sucede que suelen centrarse en la pre-vención y en enfoques más integrales. Las ginecólogas que hemos entrevistado realizaron una residencia hospitalaria mientras que los/as generalistas rotan por distintos centros de salud (CAPS y hospitales) y se capacitan en relación con pro-fesionales de otras disciplinas.

Los/as médicos/as generalistas construyen una identidad al leerse como porta-dores/as de un enfoque que los/as distingue del resto. En este sentido, entienden que las especialidades definidas como quirúrgicas –como la ginecología– no atien-den a las particularidades de cada situación y consideran que es posible pensar criterios generales, más allá de las particularidades de cada caso. En cambio su abordaje como generalistas es conceptualizado como integral, y suelen sustentarlo en una perspectiva de derechos:

“Yo creo que la mujer tiene que poder elegir el método que quiere usar. Entonces y o no voy a estar diciéndole a la mujer, a vos no te toca el implante porque yo considero que no le toca, si en realidad el manual de Nación de Mac dice que la mujer tiene que el elegir el implante a su medida, entonces por qué yo le voy a restringir lo que ella quiere usar. En realidad eso fue operativo por una cuestión de cantidad” (Médico generalista 1).

Las ginecólogas entrevistadas, en cambio, mantienen los criterios originales de administración de los implantes en 2014: afirman que están destinados a jóvenes de

309Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

16 a 19 años, con un evento obstétrico previo y sin obra social. Ambas trabajan en el sistema privado donde no colocan Implanon, y en el estatal prefieren las pastillas o los inyectables. Actualmente, admiten que suelen administrarlo a jóvenes que no cumplen con los requisitos previos. En este sentido, los criterios que adoptan tienen que ver con que la paciente no resiste otro método, o no tiene capacidad para auto-administrárselo. Por eso, una de ellas se lo ha colocado a niñas de 13 años con un evento obstétrico previo, o en tratamiento psiquiátrico, aunque nunca hayan tenido relaciones sexuales:

“Vi una chica de 13 años con esquizofrenia, con 5 pastillas antipsi-cóticas, clonazepan, alplazonal, y etcétera etcétera. Y en ese caso le voy a poner el implante. No tenía parejas, no había iniciado relacio-nes sexuales, así que no había un apuro, pero en esa chica es candi-dato a inyectable, implante o DIU. Porque pastillas anticonceptivas no sabemos la interacción con otros medicamentos, no sabemos la absorción por otras, eh, aparte no les viene la menstruación porque los antipsicóticos provocan amenorrea. Así que, si se busca un méto-do que dentro de todo no tenga tanta autonomía la paciente, sino que sea un control más general” (Ginecóloga 1).

En el HIEMI, implementan estrategias institucionales –como derivar a las pacien-tes a los CAPS– para no colocar implantes. Cuando lo hacen parece primar el mismo criterio que en el IREMI o en el Programa Municipal:

“En 13 años alguna que ha quedado […] que ha tenido un hijo […], sobre todo pacientes que sabemos que no van a tomar la medicación, pacientes asociadas a drogas, pacientes con alguna otra patología en la cual podemos dar el implante y no el vía oral, porque se va a olvidar. Sobre todo patologías psiquiátricas que por ahí no son com-patibles con la vía hormonal, el implante sí se le puede colocar, y por ahí sabemos que no lo va a tomar” (Ginecóloga 2).

Las ginecólogas y las/os trabajadoras/os sociales entrevistadas/os reconocen que las adolescentes suelen olvidar tomar la píldora diariamente. Por eso, les reco-miendan utilizar las apps de los celulares o les aconsejan que vinculen la ingesta con alguna tarea cotidiana. Sin embargo, esa inmadurez u olvidos no median en su preferencia por los anticonceptivos orales ante los MAC de larga duración.

Los/as trabajadores/as sociales entrevistadas también reproducen los criterios restrictivos de 2014, y amplían la población por excepción. Esas excepciones sue-len referirlas a las situaciones familiares críticas de algunas jóvenes: madres con varios hijos discapacitados, mujeres adictas que mantienen relaciones sexuales ocasionales, adolescentes en situación de calle, o pacientes psiquiátricas. En el Programa Municipal, problematizan el significado de la noción “todas” porque ad-vierten que no siempre les proveen del recurso: “El implante no es algo que ofre-cemos masivamente porque tiene algunos requisitos. No es que tenemos implantes

310 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

para todas las chicas. No, pensá que el otro día colocamos, no sé 6 o 7, y me dieron 3 cuando fui a buscar. No es que hay todo el tiempo” (Trabajadora Social 1).

En el próximo apartado veremos cómo este recorte de la población destinataria (e incluso sus excepciones) se justifican a partir de dos pilares: la disponibilidad del recurso y la noción de riesgo.

La disponibilidad del implante en los CAPS y el riesgo de la adolescenciaEn las entrevistas realizadas, varios/as profesionales de la salud analizan los crite-rios de selección de las jóvenes que pueden o no recibir implantes en función de su disponibilidad. En un primer momento, la compra que había realizado el Ministerio de Salud de la Nación no alcanzaba para toda la población sino solo para el grupo destinatario, por lo que no se le colocaba a ninguna mujer que estuviera por fuera. Sin embargo, con el transcurso de los años, la cantidad de implantes comprados aumentó y las mujeres dentro de la población destinataria disminuyeron (por ya te-nerlo colocado), lo que amplió los criterios de colocación de algunos profesionales. Aun así, en los relatos de algunos agentes de los sistemas de salud, el costo elevado de Implanon y la incertidumbre sobre la disponibilidad de los implantes suele ser una excusa para no ofrecerlos:

“No era un fundamento digamos relacionado con lo físico, con el de-sarrollo, sino que tenía que ver con que no había, con que el recurso era muy escaso. […] pero en realidad es que hay momentos en que sí hay mayor cantidad de implantes disponibles y entonces la residen-cia acá ha traído también, que han conseguido por otro lado, y se le coloca a adolescentes que no han tenido ningún evento obstétrico o a mujeres mayores que por distintos motivos otros anticonceptivos le han fallado, o no lo pudieron usar, o no surtieron el efecto, quedaron embarazadas igual, digamos. Por ahí el implante es algo más sencillo y es de larga duración. A muchas mujeres que, por ahí con algún pro-blema de salud mental, o retraso, también han colocado el implante” (Trabajadora Social 4).

En esta cita emerge que el criterio para la selección de la población objetivo no tiene que ver con el MAC en sí mismo sino con su poca disponibilidad en los CAPS. Al indagar sobre estas cuestiones una de las entrevistadas afirma que: “Hace 3 años era muy criteriosa la colocación por una cuestión de que no sabíamos que íbamos a te-ner, y también que funcionara, porque no se nos embarazó ninguna” (Ginecóloga 1).

Respecto de la disponibilidad, relatan nuestros/as entrevistados/as que más allá de algunas excepciones, por periodos de tiempo cortos, el implante siempre estuvo disponible en aquellos centros de salud que los solicitaron, por lo que la idea de su escasez es más una posibilidad que una realidad. Sin embargo, lo interesante de este último fragmento es cómo la disponibilidad del recurso aparece relacionada con otra cuestión: la fiabilidad en el método. Para la ginecóloga, en un primer mo-mento de la implementación de la política, el criterio de selección de la población

311Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

destinataria era muy tajante, pero no solo por la disponibilidad, sino también por la eficacia, aunque a este aspecto nos referiremos más adelante.

Es fundamental tener en cuenta cómo en la implementación de la política tam-bién entran en juego otros actores que no son solo los profesionales de la salud. En este caso es necesario analizar cómo se traman los circuitos administrativos. En la Región Sanitaria VIII, se les exige a las mujeres un consentimiento informado por escrito sobre la colocación del implante: “La mujer firma un consentimiento. Lo cual también está mal que firme un consentimiento, porque la ley no exige un con-sentimiento, pero acá en la Municipalidad de Mar del Plata, si vos no le devolvés el consentimiento no te devuelven el método” (Residente medicina general 2).

Tanto los/as médicos/as generalistas como los/as residentes de medicina ge-neral sostuvieron que siempre que fueron a pedir los implantes a la Dirección de Atención a la Mujer del Municipio, llevando los consentimientos informados de las mujeres, pudieron acceder a los DIU y los implantes subdérmicos que necesitaban en su CAPS.

Fue justamente la disponibilidad del recurso lo que les ha permitido ampliar la población destinataria, aunque ante la escasez priorizan a cierto grupo que definen como de riesgo: mujeres, madres, niñas, adolescentes y de los sectores sociales más bajos. Cuando les preguntamos a quiénes consideraban dentro de ese arco respondieron:

“Lo que dicen es que ahora en las nuevas investigaciones médicas recomiendan para adolescentes métodos de larga duración serían más adecuados digo por la situación en la que viven, por la inestabi-lidad que tienen en las relaciones, no sé [se ríe con ironía]” (Traba-jadora Social 4).

“Digo las que vos ves que tienen más riesgos, digamos que vos de-cís: che, vino a pedirme un anticonceptivo de emergencia, tres veces en los últimos dos meses, tiene catorce años, bueno dale. ¿Entendés? O tiene dieciocho y tiene tres pibes, bueno a esa, digo. Y viene una mujer, de treinta y cinco con dos hijos que se viene cuidando con otros métodos, bueno no. No lo explicitamos digamos, pero vos te das cuenta que una persona lo necesita más que la otra, o que le va a venir mejor, o que […] ¿se entiende? Priorizas a esa persona, por adolescente, por riesgo, por falta de cuidado, por, por varias cosas que, que nunca las explicitamos pero que más o menos” (Médico generalista 2).

Como mencionamos anteriormente, es necesario pensar la relación entre las ca-racterísticas de esta población considerada como riesgosa, el recorte de la política pública y la eficacia del método, ya que no podemos desconocer que en un primer momento los/as profesionales dudaban que el método funcionara y, justamente, delimitaban su colocación en las adolescentes. Sobre la efectividad, uno de nues-tros entrevistados afirma que: “El implante hoy tiene una publicidad de parecer

312 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

un método infalible, que no lo es, como ninguno digamos. […] Ningún método es 100% seguro” (Residente medicina general 2).

Ahora bien, la ANMAT había aprobado el implante para mujeres de 18 a 40 años y comenzaron a colocarse a las adolescentes antes de que se pronuncien res-pecto de su eficacia en menores de 18 años. Esta aclaración es importante, porque deja entrever cómo se construye la eficacia del implante en adolescentes: directa-mente a partir de su implementación como política pública.

Podríamos decir entonces que se hace un uso de la población para probar la eficacia del método. Análisis imposible de escindir de los debates que planteamos en el primer apartado. ¿Quiénes son las mujeres que utilizaron los implantes sub-dérmicos en el primer periodo de implementación? Aquellas que adquirían algún MAC en el sistema de salud estatal (ya que solo estaba disponible allí), es decir, adolescentes leídas como en riesgo y que no pudieran acceder a una cobertura de salud privada u obra social. Luego de este primer momento en que el método aseguró no tener efectos adversos desconocidos y ser efectivo en la prevención de embarazos, se amplió la población objetivo. Entonces no solo se incluyó a mujeres de mayor edad, sino que también algunos profesionales, médicos y residentes ge-nerales principalmente, comenzaron a colocarlo sin tener en cuenta ningún criterio de exclusión. Esta línea de análisis es fundamental porque emerge también cuando las obras sociales empiezan a solventar los costos.

En un principio la población objetivo es acotada. Más allá de los argumentos que aparecen respecto de la disponibilidad del método o el riesgo de determinada población, una de las entrevistadas que trabaja tanto en el sistema de salud estatal como privado, afirma que en el primero coloca “un montón” de implantes, pero que en el segundo no. Al preguntarle respecto de los motivos de esta diferencia, sostiene que son los costos y los efectos adversos. Sin embargo, si los efectos adversos aparecen en los cuerpos de las mujeres más allá del sector social al que éstas pertenezcan, ¿cómo puede ser que ese sea el argumento para no colocarlo en el sistema privado? Mientras sostiene que al implante “lo ponemos mucho en la municipalidad [sistema de salud estatal]” también afirma que en la clínica privada: “Hasta ahora yo no puse ninguno. Y creo que no han puesto. Primero por costo, y segundo porque quizás la elección de la paciente prefiere otras cuestiones. Por los métodos adversos, por la metodología que hay que pinchar, y prefieren, hay que poner anestesia. Hay que hacer un mini procedimiento y prefieren otra cosa” (Ginecóloga).

Esta diferencia entre su colocación en ambos sistemas de salud nos parece im-portante ya que demuestra que no solo es colocado en adolescentes por ser conside-radas de riesgo, sino que ese riesgo está asociado a un sector social que se atiende en el sistema de salud público.

La noción de autonomía con relación a las adolescentesComo hemos podido ver a lo largo de este apartado, en los CAPS conviven dis-tintos criterios y suele haber conflictos entre los/as especialistas. Los médicos ge-

313Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

neralistas entrevistados critican situaciones en las que las ginecólogas someten a las pacientes a controles de salud antes de brindar el MAC. Algunas trabajadoras sociales, en cambio, no acuerdan con la implementación de métodos de larga du-ración porque las jóvenes dejan de asistir a los centros de salud. En el Programa Municipal, prefieren las pastillas porque les facilita el seguimiento de las adoles-centes. Cuando se acercan cada tres meses a buscar sus píldoras, desde el servicio implementan estrategias de medicina comunitaria y preventiva. Una trabajadora social, que se desempeña hace más de 10 años en un CAPS de un barrio periférico de la ciudad, narró el caso de una médica que colocó implantes a 3 chicas de 13 y 14 años sin consultar sus historias clínicas:

“Ahora muchas chicas ya conocen, le dicen el chip, y vienen a pedir-lo directamente […]. La otra vez vinieron un grupo de 3 chicas, eran primas y una amiga, tenían 13 y 14 años, no habían tenido ningún evento obstétrico y le colocaron el implante a las 3. Ellas venían a solicitarlo y bueno, el médico [residente] que las atendió consideró que era oportuno, así que […] Se generó toda una discusión […]. Aparte vinieron solas, bueno, estas cosas que si bien hace un mon-tón que está la ley que dice que tienen derecho a venir solos, sin el acompañamiento de un adulto, a recibir asesoramiento, a recibir los métodos, la verdad es que médicos que venían trabajando hace muchos años a veces les costaba aceptar esa situación y el hecho. Acá lo que pasó es que entraron muchos médicos nuevos, aparte de lo de la residencia, y todas estas cosas fueron cambiando de a poco” (Trabajadora Social 4).

Contrariamente a lo que plantea la profesional de la cita anterior, las trabajadoras sociales del Programa Municipal valoran positivamente que las/os adolescentes se acerquen solos a las consultas, aunque prefieren que sus familias acompañen sus rutinas diarias y sus tratamientos. Los/as médicos/as generalistas entrevistados/as se posicionan desde una perspectiva que entiende que su atención debe garantizar derechos y reivindican la necesidad de garantizar la libertad de cada joven de elegir el MAC que considere más adecuado. Sin embargo, esa autonomía encuentra sus límites cuando las mujeres deciden extraerse el implante antes de los 3 años.

Los dolores de cabeza, el sangrado diario, la amenorrea y el aumento de peso suelen ser los motivos por los cuales las jóvenes solicitan que les retiren el implante. Algunas lo hacen en los meses siguientes a la colocación, otras después de un año. En los discursos de los/as médicos/as, no hay un consenso respecto de cuáles son los ar-gumentos más frecuentes que usan sus pacientes para solicitarlo, pero todos acuerdan en que en el único caso en el que no intentan demorar la extracción es cuando desean ser madres. A las demás, intentan convencerlas aludiendo a que se trata de un método de precio elevado y con alta eficacia. Hasta quienes se esfuerzan por garantizar el acceso de todas sus pacientes al implante, restringen el derecho a cambiar de MAC. Una de ellas expresa que cuando una adolescente solicita que se lo retiren:

314 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“Ahí no somos ya tan […] [Ríe]. Ahí somos un poco más restricti-vos [Ríe]. No, en general depende la causa. Yo lo que les explico a las mujeres es que es un método que en sí es bastante caro, que es escaso, que no tenemos tanta disposición como con otros métodos y que lo piense bien antes de ponérselo. Porque yo le digo estos efec-tos que puede tener y tienen que ser capaz de por lo menos tratar de aguantárselo. Si después pasa y no se lo aguanta, bueno, pero de por lo menos saber que si por tres meses va a menstruar un montón, que por lo menos espere después un poco más a ver cómo evoluciona, porque a veces pasa que por ahí el primer año es de muchas irregula-ridades y después el segundo año se acomoda. Si por ahí vienen con dolores de cabeza, trato de darles tratamiento para el dolor de cabeza a ver si con eso podemos palear el efecto y si vienen con hemorragias también […], se puede tratar con analgésicos comunes o con otros métodos, con pastillas” (Médico generalista 1).

Las ginecólogas también describen que explican claramente los efectos adversos para evitar luego que quieran sacárselo, y administran estrógenos orales para regu-lar la menstruación.

Los relatos de los/as profesionales sobre la relevancia que las adolescentes le otorgan a la amenorrea son diversos. Algunos manifiestan que suelen no darle im-portancia porque están acostumbradas a tener ciclos irregulares. Otros dicen que es frecuente que se acerquen a pedir test de embarazos porque los MAC inyectables les interrumpen los sangrados durante meses. Otras advierten que como “son la-tinas” se preocupan porque “culturalmente necesitan” menstruar. Más allá de los desacuerdos, este no suele ser un motivo por el que desde los centros de salud legitimen el pedido de las adolescentes que quieren quitarse el implante. Si, en cambio, es frecuente que accedan a hacerlo cuando sufren de spotting (un pequeño sangrado diario). Sin embargo, una residente de medicina general denuncia que a veces las chicas deben peregrinar para conseguirlo:

“Una chica hacía un año y medio que lo tenía colocado, y hacía medio año que daba vueltas para que se lo saquen, que no se lo querían sacar, porque ella decía que menstruaba todos los días, que todos los días le bajaba menstruación. Pero eso depende, no es que hay un patrón igual para todas. Siempre se lo aclaras por las dudas, porque tiene que saber-lo, pero no le podés asegurar qué es lo que le va a pasar. Le decían que era muy caro y que le duraba tres años, que cómo se lo iba a sacar […]. Había ido al hospital, había ido a otro centro de salud, había ido a ese centro de salud con otro médico que no se lo había querido sacar. Pasa que bueno, venía de otro lado. No sé si le habrían explicado tampoco. A mí, o sea, en su discurso notaba que ella me exageraba para que yo se lo saque, pero si ella viene y me dice que se lo quiere sacar, yo se lo saco. Ya está” (Residente medicina general 1).

315Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

Si me dice que se lo quiere sacar, yo se lo saco… En las palabras de esta médica se invierten todas las jerarquías que regulan el modelo médico hegemónico. La capa-cidad de las adolescentes de elegir su propio MAC, en su relato, también implica la posibilidad de cambiarlo. Es la misma profesional que protagoniza el relato de la trabajadora social sobre las tres chicas de 13 y 14 años que recibieron un implante sin que revise sus historias clínicas. En su narración, no parece darle importancia al hecho de que las adolescentes no volvieron al CAPS, porque no prioriza el control ante la garantía de los derechos.

La aceptabilidad es uno de los criterios de elegibilidad que prescribe la OMS. Las mujeres tienen que aceptar el MAC, y tienen derecho a abandonarlo. Cuando toman píldoras, pueden elegir interrumpir la ingesta. Cuando se trata de inyecta-bles, pueden evitar colocarse la dosis siguiente. Cuando tienen un MAC de larga duración, un DIU o un implante subdérmico, deben lograr convencer a su médico para que se los quite. Los organismos internacionales advierten que su eficacia está dada por esta imposibilidad de las mujeres de alterar su efecto, de su adherencia compulsiva. La fiabilidad del método no depende de la responsabilidad de las pa-cientes, por eso sería el método más eficaz para las adolescentes.

La posibilidad de elegir no está mediada solo por los criterios restrictivos para el acceso que imponen quienes diseñan e implementan las políticas públicas, sino también por los agentes que deben encargarse de garantizar que las jóvenes no sean sometidas a dolores de cabeza, sangrados frecuentes o aumento de peso porque eli-gieron un método caro. La autonomía y la responsabilidad progresiva se convierten en principios restrictivos cuando se invocan para negar derechos.

Consideraciones finalesEl Plan ENIA ha creado varios materiales que acercan a las/os adolescentes al co-nocimiento de sus derechos y hacen fuerte hincapié en su autonomía para decidir cómo vivir su sexualidad. En su página web, se anuncia que el acceso a todos los MAC, incluidos en el PMO, debe ser gratuito en todos los hospitales, centros de salud, obras sociales y prepagas. Y aseguran que los implantes subdérmicos están disponibles para todas las menores de 24 años en las instituciones estatales. Sin embargo, su implementación está mediada por la falta de recursos, las interpreta-ciones de la normativa que hacen los profesionales, las preferencias de los médicos sobre cuál es el MAC más adecuado para las adolescentes y las representaciones que asocian a determinada población con el riesgo.

En este sentido, más allá de que la Ley Nacional de SSR se proponga garantizar a toda la población, el desarrollo de una sexualidad sana, placentera y sin riesgo, a partir del acceso universal a la información, orientación, métodos y prestaciones de servicios referidos a la salud sexual y la procreación responsable, hay varias cuestiones que pueden aparecen como obstáculos en su aplicación. Con respecto al rol del personal médico, estos pueden constituirse en “las concepciones, creencias y perfiles de formación de los profesionales de la salud, sus intereses en el marco de sus desempeños en el sector privado en contraste con los que desarrollan –los

316 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

mismos profesionales– en el sector público, su apego a ciertas prácticas del modelo asistencial vigente” (Capuccio, Nirenberg, & Pailles, 2006: 68). Los criterios de los/as profesionales no solo definen cuál es la población destinataria de los MAC de larga duración sino también cuáles son las causas legítimas para que las adoles-centes puedan cambiar de método. Sin embargo, el análisis de este caso no puede reducirse a su escala local o nacional. La medicalización no puede explicar por completo las transformaciones y la expansión de la medicina.

Los MAC constituyen artefactos tecnológicos sobre los que se traman relaciones sociales y se tejen estrategias complejas para acceder a derechos sexuales y (no)reproductivos. En la materialidad de esos dispositivos se encarnan políticas e intere-ses, y se enredan en prácticas complejas que los asocian a legislaciones, normativas, políticas públicas, instituciones, mercados, dinero, cuerpos, hormonas, moléculas y órganos que configuran estrategias (no)reproductivas. En los tiempos más recientes, los procesos de medicalización se han vuelto cada vez más complejos, multisituados y multidireccionales. La biomedicalización amplía la jurisdicción médica profesional en el contexto de una revolución tecnocientífica en la que la clasificación y jurisdic-ción sobre el cuerpo de las personas cae a menudo bajo el ámbito de las compañías farmacéuticas en lugar de los servicios de atención de la salud, o de los/as médicos/as (Mamo & Fosket, 2009). Los cuerpos son a la vez objeto y efecto del discurso tecno-científico y biomédico. Implanon es inscripto en un discurso que reivindica derechos de las adolescentes, pero se trama con una iniciativa promovida por la industria far-macéutica, las corporaciones médicas, los organismos internacionales, el capitalismo financiero y los estados nacionales. Sin embargo, nos interesa pensar su implemen-tación más allá de la construcción de mecanismos de control sobre determinados sectores sociales. Entendemos que es necesario otorgar capacidad de agencia a los actores involucrados. En este capítulo, focalizamos en ¿cuáles son las posibilidades de apropiación que tienen los/as médicos/as y los/as trabajadores/as sociales? ¿Qué significados le otorgan y en qué relaciones lo entraman? En definitiva ¿cómo con-vierten a Implanon en un MAC de larga duración?

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La re-significación del modelo biogenético y de la bilateralidad parental a partir de los cambios sociales generados por las técnicas de reproducción

humana asistida en el ordenamiento jurídico colombiano

Olga Carolina Cárdenas GómezJuliana Arias Escobar

Talía Valero Mora

Introducción

Las relaciones de parentesco se establecen a partir de hechos sociales y na-turales (Rivas, 2009: 16). Los hechos naturales hacen relación a los genes, lo que permite establecer que los parientes son las personas con quienes

se comparte un lazo de consanguinidad. La relevancia de los vínculos marcados por el acto fisiológico de la reproducción y el nacimiento son hechos culturales propios de culturas relacionadas con la tradición euro-norte-americanas (Bestard, 2009). Desde el punto de vista social, el parentesco implica un código de conducta que permite identificar la posición de un individuo en la sociedad a través de la construcción de relaciones de identidad: “El parentesco facilita entonces el recono-cimiento de las nacionalidades e identidades” (entrevista personal núm. 3, 2017).

El parentesco ha tenido un papel privilegiado dada su función de “cemento ordenador […] capaz de dar cuenta de las estructuras relacionales de los seres humanos” (Grau Rebollo, 2000: 203). No obstante, la imposibilidad de diferenciar las relaciones de parentesco de otro tipo de relaciones como las políticas, econó-micas, religiosas o de asociación voluntarias, ha permitido atribuirle un carácter multifuncional en virtud de la posibilidad que tiene de dar “cuenta de la cultura, y de la forma en la cual los seres humanos se desenvuelven en ella” (Grau Rebollo, 2000: 204).

El parentesco adquiere características singulares dependiendo de cada socie-dad. Ciertamente, cada sociedad establece un sistema propio de atribución del pa-rentesco con el fin de determinar quiénes son los parientes cercanos y quiénes son los parientes lejanos. En este sentido, Gesteira señala que “el análisis de otras formas culturales de organizar los lazos de parentesco ha permitido revelar que la forma que asume el parentesco en nuestra cultura no es universal” (2014: 6).

Se cuestiona, entonces, el parentesco atribuido únicamente a partir del elemen-to biológico, debido a que esta forma de atribución desconoce o invisibiliza ele-mentos culturales tales como el afecto y el cuidado. Según Rivas el:

322 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

“Parentesco como proceso que se construye a través de las prácti-cas cotidianas resulta un instrumento de gran utilidad a la hora de estudiar los actuales modos de emparentar en nuestras sociedades euroamericanas, en las que la sangre parece que ha dejado de ser ‘más pesada que el agua’, o al menos parece que no siempre ni de la misma manera para todos los actores” (2009: 12).

De esta forma, debe reconocerse que las sociedades occidentales, a través de la distinción entre lo biológico y lo social, empiezan a reconocer la relevancia de “las condiciones de elección y voluntad de los actores como sujetos activos y creadores del parentesco” (Rivas, 2009: 13).

El objetivo de este capítulo es abordar, a través de los cambios sociales gene-rados por las técnicas de reproducción humana asistidas (en adelante, TRHA), la re-significación del modelo biogenético y la bilateralidad parental en el ordena-miento jurídico colombiano. La metodología empleada durante la investigación in-cluyó una revisión bibliográfica de libros y artículos científicos, así como de leyes colombianas y la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de los últimos 6 años. Asimismo, se realizaron, durante el segundo semestre de 2017 en Manizales (Caldas, Colombia), dos grupos focales donde participaron 9 personas (uno con expertos conformado por tres profesionales en Desarrollo Familiar y un sociólo-go, cuyos intereses de investigación se concentran en enfoque de género, familia y género en dinámicas transnacionales y locales, y teorías contemporáneas de la familia y otro, con actores institucionales conformado por un juez civil, un notario, dos defensores de familia y un representante de una red de mujeres). Igualmente, se realizaron 6 entrevistas semiestructuradas donde participaron 8 personas (dos antropólogas expertas en temas de parentesco, dos médicos especialistas en repro-ducción asistida, dos procuradores delegados para temas de familia de la Procura-duría General de la Nación, un juez civil y un notario). La revisión bibliográfica, las discusiones en los grupos focales y las entrevistas se orientaron bajo tres ejes temáticos: reproducción asistida, parentesco y familia.

El análisis de los datos, bajo una perspectiva social y cultural de la parentali-dad, permitió reagrupar los cambios sociales evidenciados en dos cambios para el modelo biogenético y dos cambios para la bilateralidad parental. De una parte, las alternativas para la reproducción y la mercantilización de la reproducción son cambios que hacen parte del modelo biogenético y, de otra parte, la electividad en materia de filiación y la diversidad parental hacen parte de la bilateralidad parental.

El modelo biogenéticoTradicionalmente, se ha aceptado que la forma como los hijos se vinculan con sus padres es a través del vínculo genético, es decir, que “padres e hijos comparten genes que fueron transmitidos de unos a otros a través de la reproducción” (Varsi, 2017: 3), si bien, también se reconoce la existencia del parentesco por adopción (art. 64 Código de Infancia y Adolescencia). No obstante, los métodos de anticon-

323Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

cepción y las TRHA nos colocan frente a la disociación de la sexualidad y la repro-ducción, lo que generó un cuestionamiento frente a los métodos tradicionales de atribución del parentesco que se habían considerado inamovibles (Kemelmajer de Carlucci et al., 2014). Actualmente, los avances en materia de reproducción huma-na no solo permiten impedir la procreación en caso de sostener relaciones sexuales (Rivas, 2009), sino que también posibilitan procrear en ausencia de ellas, gracias a las TRHA que permiten el encuentro de los gametos masculino y femenino a través de asistencia médica. Las posibilidades de control en materia de reproducción han dado lugar a dos cambios sociales importantes: las alternativas para la reproduc-ción y la mercantilización de la misma.

Alternativas para la reproducción Según la tradición judeocristiana, la fertilidad de unas parejas y la infertilidad de otras dependen de la voluntad de Dios. Varios pasajes de la Biblia muestran a los hijos como un don o regalo. El Salmo 127, por ejemplo, señala que: “Los hijos son una herencia de parte de Jehová” (Sl 27). Ahora bien, cuando una mujer infértil concibe un hijo, este hecho ha sido interpretado como un favor de Dios. Por ejem-plo, en el libro de Hebreos se menciona que: “Por la fe también la misma Sara, recibió fuerza para concebir aún fuera del tiempo de la edad” (Heb 11:11-12).

Esta visión religiosa de la reproducción humana empezó a cambiar a partir de julio de 1978, con el nacimiento de Louise Brown a través de un procedimiento de fecundación in vitro (Steptoe & Edwards, 1978). A partir de ese momento, y gra-cias a la evolución de la ciencia en materia reproductiva, las opciones disponibles para las parejas que experimentan problemas de fertilidad o las familias con ante-cedentes de enfermedades genéticas son considerables y van en aumento (Human Genetics Comisión, 2006).

Las TRHA cuestionan el principio heteronormativo, es decir, en la reproduc-ción asistida, a diferencia de la concepción conservadora de reproducción sexual, el género no es importante. Si bien los niños concebidos mediante TRHA tienen siempre padres, ellos no necesariamente son un padre y una madre. Ciertamente, de la misma manera en que las parejas heterosexuales construyen proyectos de vida que en ocasiones incluyen hijos, las parejas del mismo sexo también lo hacen. Los participantes del grupo focal 1 señalaban que “la pareja sea heterosexual sea del mismo sexo empieza a construir su proyecto de vida, sus expectativas, sus intereses, sus necesidades con un nuevo sujeto que va a entrar a conformar esa pareja” (Grupo focal núm. 1, 2017). Con respecto a las parejas del mismo sexo, Pichardo señala cómo la maternidad/paternidad no está vinculada a las relaciones sexuales, sino a la toma de decisiones sobre preguntas como: “Si quieren hacerlo individualmente o en pareja; si va a ser un hijo biológico o adoptado; si es bioló-gico: si va a ser a través de un coito, a través de inseminación en una clínica o por autoinseminación (‘inseminación casera’); si va a ser con un donante conocido o desconocido y, en cualquier caso, si va a haber terceras personas implicadas o no…” (2008: 150-151).

324 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Muy de la mano del cuestionamiento sobre la heteronormatividad que ha carac-terizado la reproducción, la pluralidad de efectos que generan TRHA en materia de parentesco también permiten hablar de la desbiologización de la parentalidad y de las funciones parentales (Montagna, 2016). En la actualidad, las alternativas en la reproducción permiten no solo elegir cómo ser padre o madre, sino que también pro-mueven el desvanecimiento de los roles tradicionalmente acordados a lo femenino como madre y a lo masculino como padre para dejar visibles únicamente la diferen-cia entre generaciones (Arantes, 2014). Así, hoy, el parentesco biológico comparte su rol de construcción de las relaciones familiares y de las identidades con las relaciones afectivas que permiten materializar diversos proyectos familiares y “conducen a la asunción de la responsabilidad de la conformación de las familias” (Hironaka como se citó en Cassettari, 2013: 11). De esta manera, tanto las personas individualmente como las parejas homosexuales son “reconocidas como agentes para la reproducción biológica y social de nuevos ciudadanos y ciudadanas” (Pichardo, 2008: 150).

No obstante, se debe señalar que, aunque las TRHA ofrecen alternativas para la reproducción, ellas también fortalecen, en muchos casos, el significado simbólico de la sangre en virtud de los motivos que las personas aducen para recurrir a los centros de reproducción asistida (en adelante, CRA). En efecto, en una multiplici-dad de casos, las TRHA permiten materializar el proyecto de la familia “completa”, entendida como la familia nuclear, a través de la transmisión de la información genética a la descendencia y la identidad del hijo. Es así como los participantes en el grupo focal de expertos manifestaban que: “A pesar de que [las TRHA] se ven como algo que irrumpe en la forma en que naturalmente ocurre la procreación, sigue manteniéndose ese elemento de la sangre, elemento muy importante a con-siderar, [dada la trascendencia que se le reconoce en] la visión convencional de familia” (Grupo focal núm. 1, 2017).

Esta perspectiva sobre las TRHA también fue referenciada por una de las antro-pólogas entrevistadas quien señalaba que:

“El semen [y] el óvulo [tienen] una carga genética y en nuestra cul-tura [ésta] representa una transmisión de rasgos fenotípicos que para nosotros forma parte de la construcción del parentesco. Es decir, es que es [igualito] a la madre, es que, es [igualito] al padre. [Estamos frente a una especie de] genomanía, [que deja al descubierto] esa ne-cesidad de vernos reflejados en aquellos que son nuestros parientes a través de los rasgos fenotípicos” (Entrevista personal núm. 4, 2017).

Esta necesidad podría explicar por qué, según nuestro panel de ex-pertos las personas gastan mucho dinero para tener un hijo propio, cuando podrían elegir una vía que podría salir económicamente mu-cho más viable, como la adopción” (Grupo focal núm. 1, 2017).

No obstante, ese deseo de mantener el vínculo genético con los hijos que nacen a partir de las TRHA, pasa a un segundo plano en los casos donde la materialización del proyecto parental se logra gracias al aporte de terceras personas. Los donantes

325Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

de gametos o embriones y las gestantes subrogadas aumentan las posibilidades en materia de reproducción con un importante impacto social, pues rompen con las formas tradicionales de asociación reproductiva y se acompañan de un intenso debate (Camacho, 2009). En estos casos, un niño puede tener hasta 5 personas que participan en su concepción: quien aporta los gametos masculinos, quien aporta los gametos femeninos, quien lleva el embarazo a término, y quienes van a desempe-ñar el rol de padres sociales o de crianza.

La intervención de estos terceros, en muchos casos indispensables, deja en evi-dencia otro cambio. En efecto, actualmente asistimos al desvanecimiento de la divi-sión entre lo público, lo privado y lo íntimo, en virtud de los acuerdos que se reali-zan y las intervenciones que se solicitan, las cuales, distan mucho, por ejemplo, de arreglos domésticos que hacían las hermanas entre sí (Grupo focal núm. 1, 2017). En el grupo focal de expertos, ellos compartían experiencias sobre los acuerdos que an-teriormente se hacían en las familias entre los parientes con muchos hijos y aquellos que no tenían. La “solidaridad familiar” creó una costumbre que consistía en entregar algunos hijos a los parientes que no habían podido ser padres sin ningún proceso legal que legitimara la entrega. No obstante, dichos acuerdos se mantenían secretos e inalterables durante la vida de quienes lo acordaron (Grupo focal núm. 1, 2017).

Rivas y Álvarez señalan además que, “…la complejidad de estas técnicas de procreación con ‘terceras partes’, no solo viene dada por la multiplicidad de acto-res individuales e institucionales que intervienen en ellas, sino por las posiciones desiguales y asimétricas de poder que ocupan en la estructura del campo de la reproducción” (2018: 216).

En efecto, en las TRHA se desarrollan relaciones de poder invisibles marcadas por la designación de las personas que pueden tener acceso a ellas, las personas que tienen la potestad de determinar quienes pueden recurrir a ellas, las condiciones de acceso y los recursos económicos de los que se deben disponer para solicitarlas.

Las TRHA han generado en materia de alternativas a la reproducción al menos tres cambios importantes: (i) concebir la reproducción al margen del principio he-teronormativo, es decir, sin tener en cuenta el género de los padres, (ii) la desbiolo-gización de la paternidad, aunque, en algunos casos aún resulta imposible superar la creencia que “la sangre pesa más que el agua” y (iii) el desvanecimiento de la reproducción como algo privado e íntimo en virtud de la intervención de donantes y gestantes subrogadas y las relaciones de poder que indefectiblemente acompañan las THRA. Ahora bien, estos cambios no hubieran sido posibles sin una garantía de acceso a las mismas. La mercantilización de la reproducción, sin tener en cuenta ninguna connotación moral, es uno de los cambios que hace posible la materiali-zación de las decisiones que se toman sobre el proyecto parental en ejercicio de la autonomía reproductiva y las alternativas para la reproducción.

Mercantilización de la reproducción Los avances y servicios en materia de reproducción, al igual que cualquier otro servicio, se encuentran asociados a una dinámica de mercado. La demanda está

326 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

constituida por personas o parejas que desean ser padres y que no logran conseguir-lo a través de la reproducción sexual. Con el fin de dar respuesta a dicha demanda, los CRA ofrecen diversos servicios e intervenciones, que van desde métodos para facilitar la reproducción hasta procedimientos de alta complejidad. La oferta actual incluye servicios como la inseminación artificial, la transferencia intratubárica de gametos, la fecundación in vitro (FIV), la transferencia intratubárica de cigotos y la inyección intracitoplasmática de espermatozoide (ICSI) (Sánchez, 2011). Además, también hay una serie de intervenciones conexas que se ofrecen con el fin de me-jorar la capacidad reproductiva de las mujeres (estimulación ovárica) o prolongarla (congelamiento de óvulos o embriones) y también, para evitar la trasmisión de en-fermedades a la descendencia (diagnósticos preconcepcional y preimplantatorio).

Las personas con problemas de infertilidad que consultan a los especialis-tas en medicina reproductiva son aconsejadas según cada situación particular. Inicialmente, se proponen intervenciones simples con el fin de aumentar signi-ficativamente las posibilidades de concebir un hijo. Sin embargo, ante la ausen-cia de un embarazo, las intervenciones a sugerir resultan ser más complejas y específicas (entrevista personal núm. 2, 2017). También existe la posibilidad de ofrecer procedimientos de alta complejidad en una etapa inicial del tratamiento, para aumentar la tasa de embarazo. En consecuencia, la información que se da a los pacientes sobre los procedimientos o intervenciones médicas disponibles y la posibilidad de aumentar las probabilidades de lograr un embarazo es indispen-sable para tomar una decisión. No obstante, desde el punto de vista de la ética médica “la idea es hacer un restablecimiento de la fecundidad natural” (entrevista personal núm. 2, 2017).

Si los gametos de la pareja no permiten lograr la concepción, se recomienda recurrir a la donación de gametos. Aunque, la mayoría de los países reconocen el carácter altruista de la misma, existe la posibilidad de reconocer una compensa-ción económica por las molestias y desplazamientos de los donantes. Dado que esa cantidad de dinero no está determinada legalmente, los CRA o los bancos de gametos son los directamente responsables de determinar el monto. Según Igareda González: “…las cantidades oscilan entre los 600 y 1.000 euros en el caso de la donación de óvulos, y entre los 50 y 70 euros en la donación de semen” (2016: 74).

La donación de gametos no sería posible sin el anonimato del donante. Gracias a la confidencialidad que ofrecen los CRA, se protege la intimidad y vida privada, no solo del donante, sino también de quienes reciben sus gametos y de los niños concebidos a partir de estos. Igualmente, el anonimato protege el derecho a con-formar una familia de quienes acuden a la TRHA. La revelación de la identidad o supresión del anonimato del donante, si bien es una opción posible, es desaconse-jada. Esta posición se justifica dado que países como Finlandia, Suecia e Inglaterra han experimentado una fuerte disminución en el número de donantes en virtud de la posibilidad que algún día el donante sea contactado por una persona que desea conocerlo a causa de los vínculos genéticos que los unen.

Otro de los servicios que ofrecen los CRA es el congelamiento de gametos o criopreservación con el fin de hacer una reserva para el futuro (Augé et al, 2016).

327Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

Esta opción, que almacena los gametos a temperaturas bajo cero para detener toda actividad biológica, permite que hombres y mujeres posterguen la paternidad o la maternidad. El congelamiento de gametos es, por lo tanto, una herramienta impor-tante, principalmente, para las mujeres dado que ellas tienen un número de folícu-los que se van “consumiendo a medida que pasa el tiempo” (entrevista personal núm. 2, 2017). Sin embargo, actualmente, las mujeres no están obligadas a conce-bir un hijo entre los 25 y los 35 años, porque tienen la posibilidad de congelar sus óvulos por motivos personales, profesionales, laborales o de salud. Gracias a este procedimiento, los óvulos podrán ser fecundados y transferidos en el momento en que ellas prefieran, sin preocuparse por la posibilidad de transmitir a sus hijos en-fermedades genéticas cuya probabilidad de transmisión aumenta con la edad (v.g. síndrome de Down). Ahora bien, si en virtud de la edad o de condiciones de salud, la mujer no puede llevar a término el embarazo, es posible recurrir a la gestación por subrogación (Regalado Torres, 2016).

La gestación subrogada hace parte de la oferta de servicios disponibles gracias a la mercantilización de la reproducción. Esta práctica resulta controvertida para los legisladores debido a las opiniones encontradas que existen sobre ella. Una clara tensión existe entre quienes se muestran a favor siempre y cuando se realice a título gratuito (Brena Sesma, 2012) y quienes se oponen en virtud de los riesgos de explotación de mujeres en condiciones de vulnerabilidad o pobreza, el aumento de las desigualdades y la cosificación de la maternidad (Lamm, 2012). Además, los opositores de la gestación subrogada consideran que “el valor de intercambio dado por el dinero en la maternidad subrogada, mercantiliza a los seres humanos” (Camacho, 2009: 6), y genera dificultades para asumir su identidad.

Todas las decisiones tomadas dentro de las TRHA son acompañadas por una orientación jurídica que permite prever y solucionar los problemas que se puedan presentar. Los asesores jurídicos hacen parte del personal de los CRA y ellos se encargan de garantizar la legalidad de las decisiones tomadas. Su principal objetivo es que, independientemente de quién aportó los gametos o quién llevó a término el embarazo, la persona o la pareja que acudió al CRA sea considerado legalmente el padre o madre de los niños y, por consiguiente, sean ellos quienes asuman las responsabilidades y obligaciones derivadas de la patria potestad.

Toda solución jurídica propuesta se caracteriza por la observancia de las dis-posiciones del ordenamiento jurídico aplicable. En los casos de ordenamientos ju-rídicos restrictivos o en aquellos donde no existe ninguna reglamentación sobre el acceso a las TRHA y la filiación derivada de ellas, los asesores jurídicos tienen la misión fundamental de “crear” soluciones que permitan, a pesar del clima de inseguridad jurídica que pueda existir, proteger a los padres de intromisiones im-pertinentes e inoportunas de terceros, como sería el caso de una impugnación de la maternidad/paternidad para desconocer la filiación que han ostentado los niños nacidos de una TRHA o una acción de investigación de la filiación con el fin de poder establecer la paternidad o maternidad biológica. En esa medida, ellos deben prever todas las complicaciones legales posibles derivada de la toma de decisiones en materia reproductiva y formular, frente a cada una de ellas; una solución que no

328 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

solo les garantice a los padres la posibilidad de mantener el vínculo con su hijo sino también de repeler todas las acciones impetradas en contra del mismo.

Finalmente, la mercantilización de la reproducción plantea un conflicto frente al incremento del turismo reproductivo que responde a la dinámica global. Cuando hay un conflicto entre la oferta de servicios en un país y el proyecto de vida fami-liar, las personas se desplazan en busca de legislaciones más favorables o flexibles o de costos más asequibles (García y Martín, 2017). No obstante, Roberto Mato-rras, expresidente de la Sociedad española de fertilidad, explica que el término “turismo reproductivo” es a la vez incorrecto e inadecuado:

“Incorrecto porque turismo significa ‘viajar por placer’. Eviden-temente, la pareja estéril no acude al país donde va a recibir tra-tamiento por placer. Obviamente no admite comparación con otro tipo de turismo […] donde el turista que viaja por placer dedica parte de su tiempo a [una] actividad que […] le resulta placente-ra. Por otra parte, la expresión turismo reproductivo es inadecuada porque trivializa la problemática de la pareja estéril que busca tra-tamiento reproductivo fuera de su país. Para muchas parejas esté-riles y no pocos profesionales de la reproducción el mencionado término resulta frívolo e incluso ofensivo. [En esa medida,] el tér-mino ‘exilio reproductivo’ nos parece mucho más adecuado. Efec-tivamente, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española exilio es el ‘abandono forzoso del propio lugar de resi-dencia, generalmente por motivos políticos’, que es exactamente lo que ocurre en estos casos con las parejas estériles. Además, ‘exilio’ tiene una connotación desdichada que se corresponde muy bien con la situación de las parejas que buscan su tratamiento fuera de su país (Matorras, 2005: 85).

La mercantilización de la reproducción humana, a través del turismo reproductivo, permite constatar que:

“Los pacientes asumen el cost[o] de su tratamiento, de modo que suele[n] tratarse de pacientes de rentas altas, hecho que atrae a un sector comercial compuesto por los llamados ‘facilitadores’ o ‘in-termediarios’ con ánimo de lucro que atraen a pacientes, a posibles madres gestantes, seleccionan los hospitales de destino y el equipo médico, el viaje, la transmisión de historias clínica, entre otros as-pectos. Existen incluso ferias temáticas para promocionar estos via-jes (García y Martín, 2017: 203).

Los costos que deben asumir los pacientes generan una desigualdad entre quienes tienen recursos para asumir los costos y quienes no los tienen. Rivas y Álvarez denominan esta situación con el nombre de “estratificación socioeconómica de los mercados reproductivos” (2018: 216). Para ellas, la desigualdad en el acceso a las

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329Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

RHA por razones económicas establece una biojerarquización, que se deriva, entre otros, del origen social, étnico y educativo.

Las TRHA han generado en materia de mercantilización de la reproducción al menos dos cambios importantes: una diversidad de servicios que no solo buscan responder a las condiciones fisiológicas de la persona o pareja sino a sus necesida-des profesionales o preferencias personales y un turismo reproductivo que aunque busca facilitar el acceso a las TRHA, está dando origen a una nueva discriminación en la cual la materialización de los proyectos parentales depende de la capacidad económica de quien las solicita. Estos cambios cuestionan no solo la forma en que se busca conformar una familia sino que también, deja en evidencia, un capitalismo reproductivo donde la posibilidad de tener hijos y conformar una familia depende del dinero que se tenga y que se esté dispuesto a invertir o pagar. La bilateralidad parental, al igual que le modelo biogenético, son cuestionados por los cambios so-ciales, dado que las TRHA colocan sobre la mesa la discusión sobre la existencia de otras formas de establecer la filiación y determinar quién es padre, quién es madre y quién es hijo. Estos cambios revelan que los conceptos tradicionales de paternidad, maternidad y filiación han sido superados por la realidad social.

Principio de bilateralidad o dualismo parentalEste principio encuentra su fundamento en el modelo biogenético, según el cual, la unión de los gametos masculinos y femeninos son el soporte del modelo cultu-ral tradicional del parentesco (Schneider, 1980). Este vínculo genético permite la construcción de las relaciones maternas y paternas filiales, constituyendo de tal forma las bases de la bilateralidad parental.

Debido a los cambios que viven actualmente nuestras sociedades por procesos de divorcio y nuevas uniones, la migración internacional y las TRHA, entre otros, el principio de bilateralidad parental ha transitado de una visión biologicista a una visión social, según la cual, la maternidad y la paternidad se construyen a partir del deseo y la voluntad que tiene la persona o la pareja. En esa medida, hay dos cambios sociales importantes que vienen cuestionando el principio de bilateralidad exclusiva, ellos son: la electividad en materia de filiación y la diversidad parental.

Electividad en materia de filiaciónEn Colombia, según el Código Civil, madre es quien da a luz (art. 335 C.C.) y padre es quien engendra (art. 213 C.C.). Dada la dificultad que existe para probar quién es padre, el código consagra una serie de presunciones que facilitan su atri-bución que parten del reconocimiento de la importancia de la convivencia y de la relación de conyugalidad (Palacio y Cárdenas, 2017). No obstante, los cambios que cuestionan el modelo biogenético dan origen también al cuestionamiento del principio de bilateralidad, dado que dichos elementos se ven superados o resultan ser insuficientes al momento de establecer la filiación derivada de las TRHA debido a las características y condiciones que le son intrínsecas.

330 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

La atribución de la maternidad y la paternidad ha sido cuestionada desde tiem-po atrás cuando se reconoció legamente la posibilidad de adoptar niños que se integrarían a la familia adoptiva sin tener ningún vínculo biológico con sus padres adoptantes. No obstante, aunque en la adopción la sexualidad y la reproducción se disocian, ella se rige por los fundamentos del principio de bilateralidad, ya que uno de sus efectos es romper el vínculo que unía al niño con su familia biológica (art. 64 Código de Infancia y adolescencia). En esa medida, la sentencia de adopción ordena modificar el registro civil de nacimiento del niño adoptado. Ciertamente, el registro civil de nacimiento con sus padres biológicos es reemplazado por uno nuevo donde figuran como padres, única y exclusivamente, los padres adoptantes. El cambio de registro permite mantener el principio de bilateralidad porque el niño adoptado solo tiene un padre y una madre cuando se trata de una adopción por una pareja heterosexual, o dos madres/dos padres cuando se trata de la adopción por una pareja del mismo sexo.

En la adopción, la fuente de atribución del vínculo filial entre los padres adop-tantes y el hijo adoptivo es la voluntad de los primeros, voluntad que es reconocida y avalada por la ley para establecer un vínculo filial con el niño adoptado. Esa misma voluntad debe guiar la atribución de la filiación en los casos de TRHA hete-rogéneas, es decir, donde la concepción o el embarazo fue posible gracias a la inter-vención personas ajenas al proyecto parental. Estos casos, al igual que las familias de crianza y las familias reconstituidas o ensambladas, permiten establecer una diferencia entre parentesco y parentalidad. El parentesco se refiere a “los vínculos, reconocidos jurídicamente, entre los miembros de una familia” (Pérez Contreras, 2010: 113) mientras la parentalidad permite colocar el acento sobre la voluntad entendida como el deseo, el compromiso o la responsabilidad de asumir el ejer-cicio de la función parental (Tamayo, 2013). Así, la parentalidad se desliga de lo biológico. En efecto, ella debe entenderse como: “Un hecho cultural que acaece en un proceso de construcción y de definición social acerca de lo que se considera que es la paternidad y la maternidad. Ambas realidades, paternidad y maternidad, se construyen en el entramado de las relaciones sociales” (Romero, 2007: 120-121).

La electividad en materia de filiación deja en evidencia que el elemento biológi-co ya no es el único mediante el cual se puede establecer parentesco. Para Tamayo:

“Ni el lazo biológico, ni su plasmación jurídica son suficientes para agotar el vínculo de filiación: intervienen en él, junto a los factores biológicos y jurídicos, otros volitivos, afectivos, sociales y cultura-les, que han llevado a afirmar que padre es, verdaderamente, quien se comporta como tal y no quien simplemente está unido por lazos biológicos o jurídicos” (2013: 38).

En las TRHA, el factor de atribución debe ser entonces el deseo de descendencia y la intención, aun cuando otras personas participen en ese proyecto parental. En efecto, Bestard (2009) señala que, en el caso de las TRHA heterólogas, la filia-ción no puede establecerse a partir de la consanguinidad, sino que debe hacerse

331Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

desde el deseo de parentalidad o la intencionalidad, ya que la participación de terceros deja en evidencia los límites del modelo biogenético al momento de atribuir el parentesco. El modelo biogenético resulta limitado para responder, de manera eficiente, a la diversidad parental y familiar que crean las TRHA. Al respecto Sánchez indica que:

“Las [TRHA] alteran la especificidad tradicional de la familia de constituir una ‘comunidad de sangre’. Como ya hemos subrayado, en nuestros días, los límites biológicos del grupo familiar se pueden traspasar. Basta para ello con que se utilice material genético de do-nantes, con lo que se da entrada a otros participantes anónimos que no llegarán a ser miembros del núcleo familiar, pero tienen un gran protagonismo en estos nuevos procesos reproductivos” (2011: 769).

En Colombia y en muchos países donde no existe legislación sobre la filiación derivada de las TRHA y donde, aún, impera una visión profundamente biologicista de la misma, los donantes de gametos podrían llegar a ser declarados padres o estar facultados para investigar su paternidad/maternidad, dado que una prueba de ADN bastaría para demostrar el vínculo genético que los une con el niño concebido con sus gametos. En dichas circunstancias, la electividad y la voluntad procreativa son desconocidas por una concepción de la filiación que no se replantea desde la déca-da de 1980. En dichos países u ordenamientos jurídicos, la única forma de evitar estos procesos judiciales es asegurar el anonimato de las personas que intervienen en las TRHA heterólogas, es decir, el donante, los padres de crianza y el niño. El anonimato crea una imposibilidad práctica de saber a quién demandar lo que permite, en cierta medida, ofrecer garantías para quienes han participado en la concepción de un niño con gametos de donantes. No obstante, si se reflexiona con un poco más de detenimiento esta posibilidad, la filiación no se establece como re-conocimiento a la electividad y a la voluntad procreativa sino ante la imposibilidad de saber quién debe ser demandado en un proceso de impugnación o investigación de la filiación. En esa medida, el legislador aún se encuentra en deuda con estas fa-milias al permitir que el parentesco entre ellos se establezca por defecto y no por el reconocimiento de otros criterios al momento de determinar quién es padre, quién es madre y quién es hijo.

A pesar de la ausencia de legislación sobre las TRHA y la visión biologicista que permite determinar la filiación en Colombia, la Corte Suprema de Justicia de Colombia, en un fallo sin precedentes reconoció, por primera vez, la voluntad pro-creativa como fuente de atribución de la paternidad. En este caso, una pareja soli-cita los servicios de un CRA para concebir un hijo mediante inseminación artificial con gametos de donante. De este procedimiento nace una niña que fue reconocida voluntariamente por el padre. Años más tarde, el padre social fallece y sus herede-ros biológicos entablan un proceso de impugnación de la paternidad de la menor con el fin de impedir que ella tenga acceso a la herencia dejada por el causante. La Corte decidió que en virtud del consentimiento dado por el padre social para reali-

332 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

zar el procedimiento junto con su deseo de convertirse en padre la demanda debía desestimarse (Corte Suprema de Justicia, Sentencia SC6359, 2017).

Los cuestionamientos que las TRHA heterólogas plantean al principio de bi-lateralidad evidencian una la realidad social donde los actores sociales han en-contrado otras formas, diversas a la consanguinidad, para atribuir la filiación. El inconveniente que queda plasmado es que esas formas se hacen al margen a la ley, a través de acuerdos privados y silencios que producen una inseguridad jurídica para esas familias al encontrarse por “fuera del derecho o de la legalidad”. En conse-cuencia, actualmente, urge reconocer que la filiación, en ejercicio de la autonomía reproductiva, ya no es un asunto exclusivo de la biología, sino que la electividad y la voluntad son indispensables para crear un proyecto parental y asumir los deberes y obligaciones que el conlleva. Estas nuevas formas de atribución de la filiación permiten identificar una diversidad parental que se traduce en múltiples formas de organización familiar, las cuales atienden los elementos volutivos ya mencionados.

Diversidad parentalLa heteronormatividad reproductiva unida a los criterios tradicionales que han acompañado la atribución de la filiación permiten realizar las siguientes observa-ciones: (i) cuando el niño o niña nace dentro de un matrimonio o una unión marital de hecho, sus progenitores son los miembros de la pareja; (ii) los niños y niñas tie-nen una sola madre y un solo padre en correspondencia con el principio de bilate-ralidad parental; (iii) hay un concepto único de padre y madre; (iv) los hijos e hijas de una misma familia están relacionados genéticamente por vía materna y paterna, y (v) los miembros relacionados entre sí son representados en la concepción clásica de familia: la familia nuclear, conyugal y biparental.

No obstante, la posibilidad de tener acceso a las THRA con gametos de donante o a la gestación subrogada permite llegar a observaciones diferentes a las mencio-nadas anteriormente. En efecto en esos casos:

“(i) los miembros de la pareja no son necesariamente los padres y/o madres legales y en ocasiones genéticos del niño; (ii) la falta de coin-cidencia entre la calidad de madre o padre y el vínculo genético mo-difican la relación entre lo natural y lo social descrita por Schneider (1980) […]; (iii) Tres tipos de parejas pueden igualmente ser reconoci-dos: las progenitoras que son los padres y madres biológicos, la pareja conyugal que está conformada por cónyuges o compañeros permanen-tes y la pareja parental que hace referencia a los progenitores sociales, es decir, quienes construyen una maternidad y una paternidad con el niño o niña […]; (iv) los cambios en la organización familiar permiten el reconocimiento de una concepción de parentesco diferente a la bio-lógica y genética” (Palacio y Cárdenas, 2018: 58).

La diversidad parental que origina a las TRHA heterólogas se traducen en “nuevas formas de paternidad y maternidad que revelan la escisión de facetas otrora unidas”

333Parte IV: Parentesco y nuevas tecnologías

(Famá, 2009: 52). Un niño puede entonces llegar a tener cinco “padres/madres” tal y como se mencionó anteriormente. Dentro de este proyecto parental según Rivas:

“Las personas que participan en los procesos de reproducción asis-tida pertenecen a categorías diferentes: la persona o personas que inician el proceso porque desean y quieren ser padres (los padres sociales), los donantes de esperma o de óvulos (los padres genéti-cos), la mujer que recibe el óvulo fecundado (la madre biológica), presentando diferentes posibilidades de combinación (por ejemplo, la madre biológica puede coincidir con la madre social, pero no con la genética; la madre genética puede coincidir con la social pero no con la biológica); por último, todos los participantes en el proceso están presentes y han de ser identificados para su ubicación social en el nuevo universo relacional generado” (2009: 14).

La pluralidad de parejas que pueden coexistir en la materialización de un proyecto parental se explica por la disociación de lo que hasta ahora iba unido: sexualidad, procreación, alianza y filiación. Por ejemplo, en la maternidad subrogada, quien lleva a término el embarazo no sostuvo relaciones sexuales con el padre biológico y no tiene ningún vínculo matrimonial o marital con el padre de crianza. Además, ella no desea convertirse en madre, sino que contribuye a la materialización del proyecto parental de un individuo o de una pareja a la cual entregará el niño que nazca. Para Tamayo este tipo de situaciones “nos obliga a disociar la maternidad en dos o tres componentes: gestacional, intencional y genética” (2013: 24). La madre, en este caso de intención, será quien asumirá el cuidado y crianza de ese niño con su pareja o individualmente.

Actualmente, la bilateralidad parental, sin llegar a desaparecer, comparte enton-ces el escenario social con otros modelos como la homoparentalidad (dos padres o dos madres en el caso de parejas del mismo sexo), coparentalidad (dos personas que han construyen un proyecto parental juntos, sin que entre ellos exista cualquier otro vínculo ya que su único objetivo es ser padres), monoparentalidad/monoma-rentalidad (hombres y mujeres solteros con hijos adoptados o procreados con asis-tencia médica) y pluriparentalidad (varias madres y varios padres en los casos de familias ensambladas o reconstituidas y de TRHA con donantes de gametos y/o gestante subrogada) (Rivas, 2009).

Silva indica que el camino que está llevando a reconocer otras formas de or-ganización familiar, ocupa cada vez un lugar mayor en el escenario jurídico, pues a través de pronunciamientos jurisprudenciales extranjeros, se ha evidenciado el distanciamiento del “principio filial binario”. A modo de ejemplo, esta autora se-ñala que “la Ley de Familia del Estado de Columbia Británica, Canadá, permite tres o incluso más progenitores, restringiendo tal reconocimiento a la filiación por técnicas de reproducción humana asistida (TRHA)” (Silva, 2017: 1).

Los cambios sociales generados por las TRHA hacen que los elementos esen-ciales del principio de bilateralidad deban coexistir con la electividad y la diversi-

334 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

dad parental. Como sociedad se deben aceptar estos cambios sin preocuparse tanto por el número de padres o madres que participan en el proceso de cuidado y crianza de un niño o por quién aporta los gametos, lleva el embarazo a término o asume los deberes y obligaciones de padre/madre, sino por asegurar a cada niño reciba en el seno de una familia, cualquiera que sea su organización, el cariño, cuidado y amor que necesita.

ConclusionesLas TRHA con o sin la intervención de terceras personas plantean diversos desafíos y retos para los ordenamientos jurídicos, más aún, cuando ellos se aferran al siste-ma tradicional de atribución biológica del parentesco como es el caso del ordena-miento jurídico colombiano. Las alternativas para la reproducción, la mercantiliza-ción de la misma, la electividad en materia de filiación y la diversidad parental son producto de transformaciones importantes en la forma en que se determina quién es padre, quién es madre y quién es hijo. Los procesos de individualización fortalecen estos cambios sociales y gracias a la electividad es posible concluir que la determi-nación de la filiación no puede circunscribirse solamente al hecho biológico.

Al apartarse de lo estrictamente biológico e incluir a otros elementos, como la electividad y la voluntad procreativa en la atribución del parentesco; se dejan de lado el modelo biogenético y la bilateralidad parental con miras a responder una realidad social, donde los actores sociales como creadores de parentesco, necesitan garantizar el reconocimiento y la protección de sus derechos individuales, pero también de los derechos de quienes son miembros de la familia. Esta misma obli-gación recae sobre los CRA los cuales deben garantizar que sus procedimientos no vulneren los derechos de quienes hacen uso de su oferta de servicios de reproduc-ción. Esto incluye no solo a los pacientes, sino también a los donantes.

Si bien las TRHA y sus intervenciones conexas facilitan a algunas personas o parejas materializar su proyecto parental con hijos, ellas suponen retos importantes para la Sociología, el Desarrollo Familiar, la Antropología y el Derecho en virtud de las particularidades de las relaciones familiares que se crean y de las nuevas dinámicas de poder susceptibles de instalarse en ellas, por ejemplo, quién asume el “peso” de la infertilidad y la responsabilidad de los tratamientos o procedimientos médicos. Además, en culturas influenciadas por la visión sacramental de la fami-lia y la reproducción, el esfuerzo de la academia debe ir orientado a reconocer y garantizar la legitimidad de LA FAMILIA independientemente de la configuración de la organización familiar. En efecto, a pesar de la diversidad cultural propia de nuestras sociedades, no es posible negar o ir en contra de lo que hace parte de nues-tra realidad hoy en día.

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Parte VDesplazamientos, memoria y violencias

Sin mirar atrás Migraciones de familias monomarentales venezolanas

a la costa Caribe colombiana

Álvaro Enrique Quintana Salcedo

Introducción

En el mundo, el porcentaje de familias monoparentales está creciendo signi-ficativamente, reduciéndose también de manera considerable las familias extensas. Los cambios sociales, económicos y culturales en los modos y

costumbres, han determinado nuevas configuraciones y dinámicas en la familia convencional (Torrado, 2006).

En Colombia se considera que un alto porcentaje, casi el 84% de los hijos naci-dos vivos, corresponden a hogares monoparentales, sobre todo en aquellos donde las madres están solas o son cabeza de familia. Esto supone un panorama complejo para las mujeres solteras, pues por lo general se ven obligadas a afrontar una serie de retos desde lo domestico, el tutelaje de los hijos, las tareas del hogar, el aspecto laboral entre otros cambios (Social Trends Institute, 2014).

Tradicionalmente la familia que más se relaciona en nuestros contextos es el de la familia nuclear, la cual está compuesta por los dos padres y los hijos, por lo que se ha denominado también familia biparental. Sin embargo, existen los llama-dos hogares monoparentales (hogares de un solo padre, sea el hombre o la mujer) (Landero, 2001, 2005a). Aparece luego un término distinto para las familias con ausencia de la figura paterna, el cual ha sido denominado familia monomarental (ALTER, 2008).

Las familias monomarentales, sea cual fuere su estructura, generalmente care-cen de fuentes de recursos económicos, y aparte reciben el castigo de la estigma-tización social y la discriminación. Además, las familias monomarentales se han asociado a pobreza, condiciones muy difícil de vivienda y educación, drogadic-ción, y a procesos complicados de la crianza de hijas e hijos conflictivos entre otras condiciones (González, 2000).

Producto del conflicto social, político y armado que ha vivido el país en los últimos años; el porcentaje de madresolterismo (condición de algunas familias mo-nomarentales) se ha aumentado junto con los embarazos no deseados; lo cual ha reconfigurado el tejido social. Esto también ha sucedido en toda la región surame-ricana, en la que Colombia tiene el segundo lugar con 35% (después de Perú con 38%) (Colombia.com, 2018).

342 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Entre las situaciones particulares que atañen al país actualmente y que están modificando las cifras y estadísticas acerca de las familias monoparentales y mono-marentales, está el fenómeno de la inmigración venezolana. Sumado a esto, existen muchos factores, que están exacerbando la condición de vulnerabilidad en la que las mujeres solas y con hijos se encuentran. Estas condiciones socavan sus dere-chos y deterioran su calidad de vida.

No se han realizado suficientes estudios que evidencien cuáles son las condicio-nes en las que se encuentran las familias monomarentales venezolanas que se di-rigen a la Costa Caribe colombiana, zona de importante recepción de inmigrantes. No hay evidencias de cómo se estructuraron estas familias, si son parte de familias extensas o no, cómo están haciendo para sobrevivir y muchos otros aspectos de su conformación así como de las percepciones que tienen ellas mismas de su condi-ción familiar actual.

Es por ello que se hace pertinente analizar en el contexto de la región Cari-be Colombiana, las familias monomarentales que inmigran desde Venezuela, para describir de qué forma están conformadas, cuáles fueron las causas por las que se configuraron así, cuáles son los retos sociales, económicos, emocionales, entre otros; a los que se enfrentan en su cotidianidad.

Transición de la familia, de lo nuclear a lo monoparentalEl modelo de familia ha sufrido cambios a través de los años. En Colombia por ejemplo, se reconocen imposiciones históricas que vienen incluso del periodo de la colonización. La familia nuclear era considerada la base de la estructura social: “Una familia nuclear se dice está constituida por un hombre y una mujer unidos por el vínculo del matrimonio, con descendencia y con unos roles tradicionales de género bien definidos, que delimitan una específica división sexual del trabajo al interior de éstas” (Pérez, 2006).

Desde una visión moderna, Lévi-Strauss considera que la familia ha tenido presencia en todas las épocas del desarrollo humano. Esto es considerado como un suceso de trascendencia universal y que se ha presentado en diversos tipos de manifestaciones. Sin embargo, la familia se define en Lévi-Strauss como un grupo social que posee, por lo menos, las siguientes tres características: tiene su origen en el matrimonio; está formado por el marido, la esposa, y los hijos (as) nacidos del matrimonio; estos últimos están unidos por lazos legales y algunos derechos y obligaciones (Lévi-Strauss, 1984).

La familia es considerada como el núcleo de la sociedad, con roles de género que antes eran muy marcados en la familia, pero que ahora han cambiado, tenien-do como consecuencia los actuales y diversos modelos de familia que coexisten, incluido el monoparental. Los nuevos modelos de familia son invisibilizados y su-fren discriminación en la sociedad, muy a pesar de que cada vez son más frecuentes en el contexto (Pérez, 2006).

Algunos estudios señalan que la concepción y el tipo de familias en toda Latinoamérica han cambiado con el paso de los años. De ser países mayori-

343Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

tariamente conformados por familias nucleares, han aumentado considerable-mente el número de familias monoparentales en los últimos años (hasta en un 7%) (Uribe, 2012).

Actualmente pueden observarse familias extensas o nucleares, pero también una muy compleja red de factores sociales, nuevas formas de comportamiento social, nuevas ideologías y otros aspectos que han tenido un impacto en la modi-ficación de la estructura de la familia. Es así como es posible ver familias con hi-jos, sin hijos, familias monoparentales, familias reconstituidas, parejas de hecho, hogares unipersonales o familias homoparentales (Fernández, 2013).

Para Valladares, la familia es considerada como el núcleo de la sociedad, cons-tituyéndose en una unidad reproductiva que garantiza el mantenimiento de la espe-cie humana (2008). Para el autor, en ella se fortalece la formación y desarrollo de los individuos en la esfera social. Pero en el transcurrir de la historia, ha cambiado esta concepción dadas las dinámicas sociales emergentes que han promovido el surgimiento de nuevos modelos de familia, dictaminados no solo por vínculos bio-lógicos, sino también por elementos afectivos, jurídicos y sociales.

Uno de estos nuevos modelos de familia es aquel en la que ésta es encabezada por una sola persona adulta, hombre o mujer, y en la que hay más miembros que dependen económicamente y socialmente de ella, se conoce como familia mono-parental (Alberdi, 1998).

En torno a estas dinámicas familiares, surge una nueva concepción: las familias monomarentales, las cuales son fundamentalmente aquellas en las que una madre se hace responsable en solitario de sus hijos o hijas (González, 2000).

La familia monomarental tiene una carga importante de problemas a los que tienen que hacer frente. Entre estos inconvenientes se encuentran: problemas de sustento económico, la conciliación de la vida laboral con el cuidado de sus hijos e hijas, la sobrecarga de responsabilidades, los laborales y los relacionados con la vivienda (Jiménez, Morgado, González & 2003).

La revisión de la literatura arroja pocos estudios en los que se pueda evidenciar cuáles son las condiciones de las familias monomarentales que han emigrado desde Venezuela al Caribe colombiano, su nivel de afectación mediada por la inmigra-ción, las motivaciones reales por las cuales migraron, y cómo vienen integrándose a las ciudades de la costa Caribe colombiana.

La migración venezolana y reconfiguración familiar en ColombiaTal como lo han venido mostrando las cadenas de noticias a nivel mundial, Vene-zuela presenta una gran crisis política, económica y social, que ha conllevado a una precariedad de la vida laboral y al desabastecimiento de los productos más básicos, deteriorando la calidad de vida de las familias.

Diarios importantes del mundo han contemplado la problemática venezolana como un fenómeno de grandes proporciones: “En 2013, Venezuela padeció un se-vero desabastecimiento y una inflación de 56,2%, la más elevada en todo el mundo. La escasez alcanzó en diciembre el 22%” (Meza, 2014).

344 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Venezuela es el país más destacado a nivel mundial por la reserva petrolera que ostenta, ya que según la OPEP es el primero en el mundo con reservas de crudo por más de 300 mil millones de barriles (BP, 2017). Pero el difícil devenir político y la deficiente gestión administrativa por parte de sus gobernantes, no ha permitido un buen manejo y regulación de las regalías que genera la extracción de petróleo, lo cual no ha podido traducirse en progreso, crecimiento y bienestar de sus ciudadanos.

El gran desabastecimiento de productos básicos, la inflación, la poca circula-ción de la moneda en la calle, la inseguridad, entre otras situaciones, se convirtie-ron en un cóctel de factores que oprimen la situación económica y social de las familias impidiendo a la población gozar del bienestar que anhelan. Venezuela vive uno de los momentos más dramáticos de su economía. Productos básicos para el hogar como: aceite, carne, leche, productos de aseo, etc., no se consiguen tan fácil-mente. Esto ha obligado a los venezolanos a migrar.

Para Martínez, quien ha estudiado las migraciones entre Colombia y Venezuela durante un largo periodo entre 1989 y 2014, analizando las principales causas y efectos que han determinado la integración entre los dos países, la situación eco-nómica y política ha moldeado el proceso migratorio de ciudadanos entre los dos territorios en un periodo de 25 años (2015). El autor concluye que, la intención mi-gratoria de las familias o ciudadanos venezolanos se basa en razones mayormente de tipo político, económico y cultural.

Pacheco en el 2016, estudió el flujo migratorio entre Colombia y Venezuela, basado en un análisis retrospectivo de la literatura entre los años 1999-2015, des-tacando que entre los dos países el flujo de migración en todo este periodo ha sido significativamente alto.

En Kearney y Bernadete, la migración es concebida como “un movimiento que atraviesa una frontera significativa que es definida y mantenida por cierto régimen político: un orden formal o informal de tal manera que afecta la identidad del indi-viduo” (2002: 44).

Para el presente estudio, se consideran los diferentes tipos de migración que se conocen. Entre ellas: las migraciones temporales que se hacen con la intención de regresar tras un periodo de tiempo, o las definitivas, con el propósito de asentarse para siempre en el lugar de destino (Echeverry, 2011).

Cualquiera que sea el tipo o la causa, los movimientos migratorios conducen a un replanteamiento estructural de las instituciones de los países receptores, pues los migrantes vienen con su influencia conservando sus características culturales y man-teniendo las redes sociales con el país de origen. Los países receptores modifican sus lineamientos y estrategias de acción, sus políticas de educación, políticas de abordaje social, para dar protección e incorporar a las nuevas poblaciones (Izquierdo, 2010).

La situación migratoria de familias venezolanas a Colombia y en especial a la Costa Caribe colombiana, preocupa a las autoridades. De acuerdo con Migración Colombia, hasta el segundo semestre de 2017, Colombia había recibido en todo el territorio nacional a 263.331 ciudadanos venezolanos, que entraron por las fronte-ras con puestos de control migratorio en Paraguachón, Cúcuta y Bogotá (Migra-ción Colombia, 2017).

345Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

De acuerdo con datos de la Cancillería colombiana, en los dos últimos años, e incluso hasta febrero de 2018, se habían recibido aproximadamente 198.962 soli-citudes de visas, de las cuales un 22% corresponden a ciudadanos venezolanos, es decir, unas 38.000 (Cubillos, 2018).

Sin datos contundentes aún sobre cuál es la distribución por género de los inmigrantes venezolanos en Colombia, es sabido que en muchos casos los flujos migratorios obedecen a la demanda de trabajo que se requiere en los países de destino. Muchas veces en la historia, la migración se presenta como un fenómeno con cara de mujer, pues las labores domésticas, el cuidado de ancianos y niños, trabajos en restaurantes, labores de comercio entre otros; son los oficios más de-mandados y en los que más se desempeña la mujer migrante, sobre todo la mujer joven (Gordonava, 2008).

En décadas anteriores, Colombia no era un país receptor de familias inmigran-tes, más bien era un país que aportaba a la emigración internacional, despedía a miles de emigrantes que en su mayoría eran mujeres entre los 20 y 45 años de edad; pertenecien tes a los estratos medio y medio-alto y que salían del país para escapar de la difícil situación económica que se vivía en Colombia durante los 1990 (Tovar & Vélez, 2007).

Vale la pena resaltar, que dentro del fenómeno migratorio, el papel social de la mujer está claramente establecido. Sea en familias nucleares convencionales o constituyentes de familias monomarentales, su rol en la familia inmigrante no es solo como aportante de ingresos o dinero. A la mujer le corresponden también las labores del hogar, el cuidado, la educación y alimentación de los hijos.

Nota metodológica Para este trabajo investigativo se aplicaron de manera aleatoria 357 cuestionarios en diferentes ciudades del Caribe colombiano. El estudio se circunscribió dentro de los estudios exploratorios. Con un enfoque cuantitativo, se obtuvo información alrededor de variables planteadas alrededor de la problemática de las familias mo-nomarentales que migran al Caribe colombiano. Las encuestas fueron aplicadas a madres solteras provenientes de Venezuela y residentes en la actualidad en tres ciudades de la costa Caribe: Cartagena, Barranquilla y Riohacha.

El estudio no pretendió obtener una representatividad de la muestra, pues el propósito esencial fue esbozar líneas gruesas de investigación del fenómeno, dadas las características tan cambiantes de la problemática, y por el desconocimiento de cifras oficiales al momento de aplicar el instrumento, pues se llevaba a cabo el Censo de venezolanos con el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia (RAMV), por parte de Migración Colombia. Por lo anterior, las con-clusiones de este trabajo únicamente son válidas para la muestra analizada.

Se diseñó un instrumento adaptado, basado en la encuesta MEASSE (Encuestas a Migrantes Extranjeros y su Acceso a Servicios Sociales de Salud y Educación de la OIM) y el World Values Survey, que aborda valores y percepciones acerca de la felicidad, la libertad, las creencias religiosas entre otros aspectos.

346 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Condiciones de las familias monomarentales en la costa Caribe colombianaDatos Sociodemográficos Distribución por edad de la poblaciónEl 55% (n=195) de las madres encuestadas, se encuentra en el rango de edad com-prendido entre los 31 y los 40 años, el 33% (n=118) entre 26 y 30 años; el 8% (n=29) más de 41 años. El resto de la población, que es minoritaria, son madres jóvenes entre 15 y 25 años.

Gráfico 1 Edades de las madres

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Estado civilEl estado civil que predominó entre las encuestadas es casada con un 32% (n=112), seguido por solteras con un 26% (n=93), separadas un 24% (n=87); 17% (n=62) en unión libre y 1% viudas.

Gráfico 2 Estado civil

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

347Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

Nivel educativoDe las encuestadas, el 38% (n=136) mujeres llegaron al nivel técnico, el 31% (n=112) al nivel bachillerato, un 23% (n=81) al grado universitario, un 7% (n=24) al nivel primaria y 1% (n=4) en nivel de posgrado.

Gráfico 3Nivel educativo

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

ReligiónDe las mujeres encuestadas, 71% (n=252) profesan la religión católica, 18% (n=64) profesan religiones protestantes, y un 11% (n=41) profesan otra o ninguna confe-sión religiosa.

Gráfico 4 Distribución por confesión religiosa

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

348 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Clase social de la que provieneUn 46% (n=165) de las encuestadas afirma venir de la clase baja, el 24% (n=86) de la clase media, 18% (n=64) de la clase media baja, mientras que un 10% (n=36) y 1% (4) de las clases media alta y alta respectivamente.

Gráfico 5 Distribución por clase social

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Pareja o relación actualEl 80% (n=285) de las mujeres manifiesta no tener pareja actualmente, frente a un 20% (n=72) que afirman tener pareja en la actualidad.

Gráfico 6 Relación actual

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

349Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

Número de hijosUn 47% (n=169) de las encuestadas refiere tener un solo hijo, un 43% (n=152) 2 hijos, 8% (n=28) ninguno.

Gráfico 7 Número de hijos

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Mercado laboral, Salud, Vivienda y Condición de los hijosTipo de trabajoSe destaca entre las encuestadas el trabajo como independiente pues el 59% (n=212) dicen no depender de empleadores. Un 36% (n=127) se desempeña como empleada doméstica, empleadoras 3% (n=8), empleadas del gobierno 2% (n=6), trabajo sin remuneración 1% (n=4).

Gráfico 8 Tipo de trabajo

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

350 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Asistencia escolar de los hijosEl 68% (n=243) de las mujeres manifiesta que sus hijos están escolarizados, frente a un 32% (n=114) que relatan que no lo están.

Gráfico 9 Asistencia escolar de los hijos

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Cuidado de los hijosUn 66% (n=236) de las encuestadas refiere que sus hijos se quedan en el colegio mientras trabajan, un 19% (n=68) se llevan a los hijos con ellas mientras trabajan. Un 7% (n=23) los dejan con vecinos o amigos, un 6% (n=22) los dejan solos, y pocas manifiestan dejarlos al cuidado de familiares 2% (n=8).

Gráfico 10 Cuidado de los hijos

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Tipo de viviendaUn 47% (n=167) de las encuestadas refiere que se encuentran viviendo hospedadas sin pago. Un 28% (n=101) viven en casas arrendadas, un 28% (n=38) habitan casas prestadas o cedidas, un 8% (n=28) afirma vivir en casa propia.

351Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

Gráfico 11 Vivienda

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

SaludAcceso a servicios de saludEl 76% (n=271) de las mujeres manifiesta tener acceso a servicios de salud, mien-tras que un 24% (n=86) dicen no tenerlo.

Gráfico 12 Acceso a salud

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Valores y percepciones hacia la familiaCausa por la que se encuentra sola en el hogarLa gran mayoría, el 40% (n=145) manifiestan que ha sido por elección voluntaria. Otro porcentaje importante, 34% (n=123) afirman que por ruptura con la pareja antes de iniciar el proceso migratorio (ruptura sentimental por múltiples razones no especificadas).

352 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Gráfico 13 Causa por la que se encuentra sola en el hogar

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Importancia de la familia en su vidaAl preguntar a la población encuestada, si la familia era importante en su vida, se encontró que para el 67% (n=240) la familia es muy importante, para un 23% (80) es bastante importante, 9% (n=32) manifiestan que es no muy importante y para un 1% (n=5) es nada importante.

Gráfico 14 Importancia de la familia en su vida

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Percepción de la felicidadAl preguntar a la población encuestada acerca de su percepción de la felicidad, se encontró que un 34% (n=121) dicen encontrarse muy felices, un 27% (n=95) no muy felices, 25% (n=91) bastante felices y un 14% (n=50) dicen ser nada felices.

353Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

Gráfico 15 Percepción de la felicidad

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Principales problemas percibidos en el nuevo entornoTal como se observa claramente en el gráfico, la mayoría de familias migrantes monomarentales, perciben que los mayores problemas en el nuevo entorno para la familia, son los problemas económicos (321) seguidos de los inconvenientes que tienen que ver con el cuidado de los hijos (312), seguida de la necesidad de conseguir empleo (265). Problemas de depresión y angustia (254) y una cantidad importante expresa problemas con el padre de los hijos.

Gráfico 16 Principales problemas percibidos

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

354 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

Deseo de retornoEl 97% (n=345) de las mujeres manifiestan deseos de retornar algún día a su país, mientras que un 3% (n=12) dicen no tener ese deseo.

Gráfico 17 Deseo de retorno

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

Expectativas cumplidas con el proceso migratorioPara un 69% (n=245) de las mujeres encuestadas sus expectativas se han cumplido con el proceso de migración, mientras que un 31% (n=112) afirman que no se han cumplido.

Gráfico 18 Expectativas cumplidas con el proceso migratorio

Fuente: Elaboración propia en base a los datos recolectados.

355Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

Conclusiones La migración de familias monomarentales hacia la costa Caribe colombiana ha tenido efectos de considerable importancia, no solo para el incremento de la po-blación y los cambios en la estructura sociodemográfica de nuestras poblaciones, sino que es relevante también porque entran a formar parte de las dinámicas socia-les en las que ya las ciudades colombianas se encuentran. Las familias demandan atención por parte de las instituciones, acceso a vivienda, servicios de educación de los hijos, servicios públicos, y todas las condiciones necesarias para cumplir sus expectativas con el proyecto migratorio.

La mayoría de las familias que llegan a la costa Caribe lo hacen por procesos de migración desde el norte de Venezuela primeramente y luego desde lo más norte de Colombia, demandando de inmediato un empleo para poder sostener el hogar y los hijos. Las mujeres cabezas de familia no vienen con las mejores condiciones de vida, y enseguida les toca enfrentar altas tasas de desempleo. En la costa Caribe colombiana acceden mayormente a actividades de la economía informal y empleos del servicio doméstico. Gracias a la oportuna y permanente asistencia de institucio-nes como Migración Colombia, Alcaldías, entre otras instituciones ha sido posible lograr altos índices de asistencia escolar en los hijos de estas familias. También los planes y programas para acceso a la salud han sido efectivos evidenciándose un alto porcentaje de cobertura a los inmigrantes.

Las familias monomarentales que llegan a la costa Caribe colombiana, al igual que cualquier otra familia de inmigrantes en el mundo, tienen expectativas sobre la mejora de sus condiciones de vida. Consideran que Colombia les ha abierto las puertas para la búsqueda de oportunidades laborales y para la consecución de me-jores condiciones de bienestar para sus familias. El deseo de retornar se hace laten-te aún, y no obstante, aunque es muy reciente el fenómeno migratorio, las familias continúan su lucha diaria contra muchísimos problemas para establecerse con las mínimas condiciones de salud, empleo entre otros aspectos, lo cual determinará los medios para su estancia en el país y su posible regreso.

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Familia, Violencia, Historia y Memoria El 9 de abril de 1948 en Bogotá1

María Himelda RamírezOscar David Rodríguez

Jorge Eliécer Gaitán, el Gaitanismo, el 9 de abril, el Bogotazo, constituyen cam-pos de disputa de la memoria colectiva e individual de varias generaciones de co-lombianas y colombianos, lo mismo que la violencia, producida por la confron-

tación bipartidista desde los años 1930 que, hacia el año 1946, alcanzó la dimensión de guerra civil (Sánchez, 2007). El magnicidio que cobró la vida de Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal de izquierda, el 9 de abril de 1948, en momentos en que su can-didatura a la presidencia de la república era muy favorable a la opinión de amplios sectores populares, constituye un trauma colectivo que aún no ha logrado ser elabo-rado en el país. La pérdida de una promesa de democratización, la instalación de un estado de derecho y de justicia social, ocasionó una herida que no culmina en sanarse. La protesta popular subsiguiente al asesinato, considerada por Sánchez como una de las más grandes insurrecciones contemporáneas de América Latina, fue acallada por una masacre que ocasionó la muerte y desaparición de alrededor de 3.000 personas y la destrucción de más de 146 edificaciones en el centro de la ciudad de Bogotá. Estos hechos representan un vacío de la memoria sobre la magnitud de las pérdidas en vidas humanas, los impactos familiares y las pérdidas materiales y los rumbos de quienes habitaban en las inmediaciones del escenario de los acontecimientos.

Esta exposición recrea fragmentos dispersos de la memoria sobre las experien-cias y las reacciones de personajes públicos y anónimos, ante los acontecimientos suscitados en el centro de la ciudad de Bogotá, el 9 de abril de 1948 y los días subsiguientes, luego del magnicidio de Gaitán, con énfasis en lo que se recrea de los efectos en la cotidianeidad de los grupos familiares. Lo expuesto procede de una selección de materiales consultados en la amplia literatura testimonial sobre el tema, en estudios y ensayos académicos, en entrevistas que reposan en impresos y en las redes virtuales y en otras entrevistas realizadas por el grupo de investigación que realiza el estudio en que se basa este capítulo.2

1 Una versión de este trabajo fue presentada en la Cátedra Historia Latinoamericana en la Facultad de Ciencias Sociales (Sede Constitución) de la ciudad de Buenos Aires, por invitación del Dr. Ricardo Cicerchia, el 28 de marzo de 2018.

2 El proyecto “Familias, violencia y migraciones a Bogotá (1947-1957)” se ha venido desarrollando entre 2017 y 2019 por Nubia Bolívar, Luz Alexandra Garzón, Oscar Rodríguez y María Himelda Ramírez del Grupo de Estudios de Familia de la UN.

360 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

En la primera parte del texto se exponen unas anotaciones sobre la historiogra-fía y la memoria de la Violencia en Colombia. Estas anotaciones son producto de una exploración realizada en diferentes momentos, de las elaboraciones que desde los años 1980 reinterpretan en perspectivas académicas, la violencia en Colombia; también de la consulta de los trabajos sobre las posibilidades de la memoria para incursionar en las dimensiones personales y subjetivas, ante los claroscuros de la historia de Colombia de mediados del siglo XX.

La segunda parte de la exposición está dedicada a los trabajos de memoria de la familia Gaitán Jaramillo para contrarrestar el silencio, las distorsiones y el olvi-do. Se destacan los ejercicios emprendidos por Gloria Gaitán, hija única del líder liberal, y María Valencia, una de sus hijas y nieta de Gaitán, quien optó por la pro-ducción documental para recrear la experiencia política de su abuelo y de su vida familiar. Su recreación de las vivencias de Amparo Jaramillo, como esposa de un líder de la talla de Gaitán, le devuelve a la historia colombiana una figura silenciada por la historia oficial, que comparte con otras colombianas la viudez por causa de la violencia política, la indiferencia, la impunidad y la entereza para sobreponerse a la adversidad.

La tercera parte de la exposición, esboza el trabajo de memoria de algunos tes-tigos de excepción. Mediante singulares lenguajes de creación, el escritor Gabriel García Márquez, el pintor Alejandro Obregón y el fotógrafo Sady González, lega-ron representaciones de aquel acontecimiento luctuoso, apreciadas desde la pers-pectiva del testimonio para la posteridad de los cruentos momentos inimaginables vividos. Obregón además, expresa la protesta ante las dimensiones del desastre.

La rememoración de las reacciones personales y de los grupos familiares ante la emergencia suscitada por los hechos del 9 de abril de 1948 en otras versiones de intelectuales, activistas y algunas mujeres, recogidas de la literatura testimonial, y de unas cuantas entrevistas en que participamos como grupo de investigación, se exponen en la cuarta parte de esta presentación.

Anotaciones sobre la historiografía y la memoria de la Violencia en Colombia, Gaitán, el Gaitanismo y el 9 de abril de 1948Alberto Valencia ha estudiado la construcción de la memoria de la violencia de los años 1950 en Colombia y plantea que ese proceso, se llevó a cabo de manera siste-mática entre 1958 y 1974 durante el Frente Nacional (2017). Este pacto bipartidista entre las elites políticas que idearon la alternancia del poder durante dieciséis años, supuso la superación por esa vía, de las confrontaciones que habían cobrado la vida de un número aún indeterminado de personas asesinadas habitantes de los campos colombianos. Entre los inciertos cálculos se ha estimado que fueron entre 100.000 y 200.000 las víctimas, gran parte de ellas integrantes de familias liberales del movimiento gaitanista y de otras minorías como los comunistas y los protestantes.

Valencia sustenta que “la violencia no ha encontrado una verdadera integración en la trama nacional y el Frente Nacional puso en marcha un proceso de invención de la desmemoria que ha hecho ininteligible lo sucedido para las nuevas generacio-

361Parte V: Desplazamientos, memoria y violencias

nes” (2017: 66). O, en otros términos, propone una lectura en clave de memoria de los acontecimientos, puesto que, desde los años 1980, se produjo una renovación notable de la investigación histórica y sociológica del caso concreto del 9 de abril y la violencia.

En la historiografía contemporánea se aprecia un interés investigativo que en-trega nuevas visiones sobre el 9 de abril y la violencia, desde perspectivas renova-doras. La publicación conmemorativa de los sesenta años del magnicidio de Gaitán de la Universidad Nacional de Colombia, por ejemplo, compila una muestra de trabajos de investigadores nacionales y de otros países con resultados de estudios académicos que indagan fuentes inexploradas hasta entonces. Adriana Rodríguez (2009), en esa compilación, entregó un estudio del periódico Jornada, medio de expresión y difusión del pensamiento de Gaitán y del movimiento gaitanista. San-dra Rodríguez (2017) se ocupó de la memoria oficial sobre la violencia, estudiando los usos públicos del pasado, según la Academia Colombiana de Historia. Christian Padilla (2009), desde la historia del arte, analizó de qué forma los artistas colom-bianos reaccionaron en protesta por las masacres del 9 de abril, dibujando en sus trazos un testimonio visual a la posteridad. Otras visiones críticas recientes mues-tran los silencios y las distorsiones de la memoria: María Zapata (2006) estudió las fotografías de prensa del 9 de abril de 1948, mientras María González (2014) se ocupó de la violencia contada en los textos escolares.

César Ayala en un estudio sobre Gilberto Alzate, dirigente conservador prota-gónico de acontecimientos políticos relevantes de los años cuarenta y cincuenta, recordó que la conmemoración del tercer año del asesinato de Gaitán, consistió en rendir un homenaje nacional a Mariano Ospina Pérez, quien ejercía la presidencia de la república cuando Gaitán fue asesinado, convirtiéndolo, por parte de esta co-rriente política, en un héroe nacional salvador de la patria, mito que se prolongó durante varios años (Ayala, 2013: 105). El movimiento gaitanista que se había consolidado a partir del compromiso de grupos familiares de sectores populares, disperso y perseguido luego del magnicidio, de manera discreta le rindió homenaje a Gaitán durante varios años, en una semiclandestinidad, visitando su casa de ha-bitación convertida en museo, o, con ofrendas florares en la multiplicidad de mo-numentos que fueron ocupando algunos parques y plazas en diferentes municipios del país, identificados con esa fuerza política, tal como se muestra en los distintos documentales y material videográfico.

La familia Gaitán y sus ejercicios de memoria para contrarrestar el silencio, la distorsión y el olvidoGloria Gaitán JaramilloLa hija de Jorge Eliécer Gaitán ha dedicado gran parte de su trabajo de memoria a preservar la imagen viva de su padre, en pugna con la profusión de contenidos de la memoria oficial que, a su juicio, desfiguran la significación del hombre progresista y comprometido con la construcción de la democracia moderna en el país. Gloria Gaitán distingue tres momentos en el proceso que se inicia con (i) el genocidio

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perpetrado sobre el movimiento gaitanista hacia mediados de los años 1940, que cobró numerosas víctimas en Colombia y se agravó con el ascenso a la presiden-cia de Mariano Ospina Pérez el año 1946; (ii) las interpretaciones hegemónicas del magnicidio que asocian la muerte de Gaitán a la anarquía, la destrucción y el vandalismo, despojando de sentido político la protesta popular suscitada como la reacción del pueblo gaitanista e instalando en la memoria colectiva la imagen del Bogotazo como un episodio de barbarie, protagonizado por una masa guiada por las emociones incontrolables y el resentimiento; (iii) y el memoricidio, que según Gloria Gaitán, ha sido una tarea deliberada y sistemática agenciada por las buro-cracias gubernamentales.

Otros ejercicios de memoria de Gloria Gaitán recrean las experiencias persona-les desde su sensibilidad de hija, que ha experimentado un duelo prolongado, agra-vado por el debilitamiento a sangre y fuego de las bases sociales del gaitanismo, el silencio oficial, la incomprensión de sus intenciones entre sectores de la academia, y la opinión pública. En sus reclamos y controversias, se refiere con frecuencia a la cultura sexista que, en Colombia, aún se manifiesta de manera decidida, descalifi-cando la palabra de las mujeres (Gaitán, 2008).

Hacia el año 1998 se expidió la ley 425, mediante la cual “la Nación exalta la memoria del doctor Jorge Eliécer Gaitán, en los cincuenta años de su magni-cidio, se ordena la construcción de ‘El Exploratorio Nacional’ y se dictan otras disposiciones”. Entre éstas, la planteada en el punto a. del artículo 2 acerca de la culminación del “Exploratorio Nacional”, consistente en una obra arquitectónica y un complejo cultural que haría parte del Instituto Colombiano de Participación Jorge Eliécer Gaitán el cual se construiría en los predios de la que fue la casa de habitación de la familia Gaitán Jaramillo; se buscaba con ello, propiciar la demo-cracia participativa. La publicación de veinte mil ejemplares de un libro sobre las memorias de Gaitán para ser distribuido de manera gratuita en los establecimien-tos educativos, dispuesta en el punto b. de la mencionada Ley, posibilitó a Gloria Gaitán la escritura de un texto en cuya primera parte bajo el título “Intimidad”, la autora despliega la rememoración de juegos, lecturas, conversaciones con su padre (Gaitán, 1998).

Años más tarde, durante el primer gobierno del ex presidente Álvaro Uribe Vélez se ocasionó una disputa entre el mandatario con la heredera de Gaitán que condujo al estancamiento del proyecto y a la reafirmación de la denuncia, por parte de ella, de las intenciones de sepultar la memoria de Gaitán, a instancias de Luis Carlos Restrepo, consejero de paz y reconciliación de entonces, hoy prófugo de la justicia. En ese pro-ceso se produjo la pérdida de importantes fuentes documentales, archivos de prensa, correspondencia, y materiales que habían sido usados por investigadores nacionales y extranjeros, con seguridad gran parte de estos, irremplazables.

En octubre de 2016, Gloria Gaitán (El Espectador, 2016), dirigió una carta a Juan Manuel Santos, entonces presidente de la República, a Rodrigo Londo-ño, comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, y a Nicolás Rodríguez, comandante del Ejército Nacional de Liberación ELN, con ocasión de los resultados del Plebiscito convocado para refrendar los Acuerdos de

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la Habana, entre el gobierno colombiano y las FARC, con los que se culminaría, en forma negociada, el conflicto de más de medio siglo de duración. La carta consti-tuye un pronunciamiento que se suma a una frustración colectiva por los resultados del plebiscito que arrojaron el triunfo del NO, con una escasa diferencia sobre el SI y que produjo una gran estupefacción entre un amplio sector de la ciudadanía co-lombiana.3 El documento proporciona datos históricos de gran interés, por cuanto focaliza en las familias gaitanistas que entre los años 1940 y 1950, fueron víctimas de las acciones de la violencia ejercida por la policía y otras fuerzas paramilitares. Además de los costos sociales y materiales de tales acciones, se produjo la repro-ducción de uno de los conflictos armados más largos del mundo.

Gloria Gaitán expresa su desacuerdo con quienes, con su voto en octubre de 2016, se negaron a la posibilidad de una amnistía integral a los comandantes gue-rrilleros, medida que formaba parte de los acuerdos. Su pronunciamiento se remite a las fuentes del conflicto y se orientó a atribuirle, como en otras ocasiones lo había hecho, la responsabilidad del “genocidio gaitanista” al Estado colombiano. Este genocidio, afirma, se configuró desde el año 1946 cuando se acentuó la repre-sión oficial contra los sectores liberales seguidores y simpatizantes de Gaitán, cuya popularidad por aquella época, lo convirtió en el candidato a la presidencia de la república con mayor opción. Al respecto, ella menciona dos testimonios:

“…el Comandante Manuel Marulanda Vélez, me contó cómo, al ori-gen de su lucha guerrillera, estuvo el haberse visto obligado, junto con su familia y siendo aún adolescente, a internarse en el monte para proteger su vida, porque sus familiares eran Gaitanistas”.

“De igual manera el máximo dirigente del ELN, el comandante Ga-bino, a quien estoy enviando copia de esta carta, me contó personal-mente en el campamento del Coce, que sus orígenes guerrilleros se remontan a la época en que tuvo que huir al monte con su familia, que era Gaitanista, para salvarse de la persecución de las autoridades”.

La carta mencionada es un ejercicio más que invita a reconocer el papel de la fami-lia Gaitán Jaramillo, en la salvaguardia de la memoria del líder asesinado y a resca-tar del olvido las numerosas víctimas que, como se aprecia, forman parte de grupos familiares cuyos integrantes sobrevivientes debieron asumir las pérdidas, sufriendo la estigmatización, las presiones para silenciarse y la destitución de la memoria. Entre el material probatorio que ofrece Gloria Gaitán se incluye correspondencia que detalla los datos de las víctimas y el lugar y la fecha de su victimización. El periódico Jornada del movimiento gaitanista, constituye una fuente que, en sus pa-labras, reporta: “Las denuncias puntuales, con nombre de las víctimas, los lugares, las fechas y delitos cometidos por las autoridades”.

3 El plebiscito para la refrendación de los Acuerdos de Paz de la Habana entre el gobierno nacional y las fuerzas insurgente de las FARC-EP, arrojaron los siguientes resultados: el “No” obtuvo el 50,23% de los votos (6.424.385 votos); el “Sí” 49,76% (6.363.989).

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María Valencia GaitánMaría Valencia recrea la memoria de Jorge Eliécer Gaitán, su abuelo, como un homenaje y, a la vez, como un ejercicio político contra el silencio y el olvido y, para ello, incursiona en el género documental. En la conmemoración de los cin-cuenta años del magnicidio dirige Gaitán sí, otro no (Ministerio de Cultura y cols., y Valencia, 1999), seguido por El 9 de abril de 1948 (Instituto Colparticipar y cols., y Valencia, 2002), dos documentales que se refieren a tres momentos: la vida, la muerte y la memoria del líder popular. María revela en este material diversos testimonios que aportan a la recreación de los sucesos del 9 de abril y en los días subsiguientes a la revuelta en Bogotá, y a la organización de las huestes gaitanistas en diferentes zonas rurales y urbanas del país. Los audiovisuales están construidos con base en fragmentos de entrevistas a personas que ofrecen sus testimonios sobre los hechos. Son de destacar los testimonios de Gloria Gaitán, así como de otros personajes de la política y la academia colombiana. Las personas entrevistadas describen a Gaitán en su dimensión pública y política, destacando su adhesión a los idearios socialistas y mencionan su distancia de las corrientes del liberalismo, del Partido Liberal en los años 1940. También contienen registros sonoros de las con-ferencias de Gaitán en el Teatro Municipal, eventos conocidos como Viernes Cul-turales. Estas conferencias eran trasmitidas por la radio, de tal forma que los miem-bros adultos y jóvenes de las familias se congregaban a escuchar las transmisiones en los hogares. Estas experiencias permiten suponer una forma de socialización política moderna de las nuevas generaciones de colombianos y colombianas que perduraron en la memoria, al menos como el referente de un ambiente politizado.

La Marcha del silencio, acto político organizado por Gaitán, y la Oración por la Paz que pronunció en ese acto el 7 de febrero de 1948, han sido de gran resonan-cia. La convocatoria a esa manifestación de protesta fue respondida por numerosas delegaciones del movimiento procedentes de diversas partes de un país azolado por la violencia de la persecución y la eliminación de los seguidores del Gaitanismo, por parte de las fuerzas militares y la policía, principalmente en los campos co-lombianos, y también en algunas ciudades. La Oración apelaba a los significados de los seres más queridos: las madres, las esposas, los hijos, entendiéndose que se trataba de un hombre público quien hablaba a nombre de otros hombres públicos para quienes La familia es un bien muy preciado.

El primer documental permite apreciar la participación de diversos actores en los hechos del 9 de abril de 1948 y suponer los impactos de la agitación, la organi-zación y las movilizaciones, sobre las familias en el centro de Bogotá, cuya cotidia-neidad fue alterada de manera contundente, produciéndose pérdidas irreparables. Ese día era un viernes que transcurría, en un ambiente de tensión, por la resonancia pública de la violencia en los campos, que en las ciudades también se expresaba de manera más atenuada en la acción de la policía secreta que operaba de manera clandestina. Además, el ambiente estaba animado por la presencia de los grupos de apoyo a las delegaciones a la IX Conferencia Panamericana hasta la 1:30 p.m. cuando se propagaron las voces que denunciaban ¡Mataron a Gaitán! Con esa ex-

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clamación, el historiador Herbert Braun, cuyo nacimiento ocurrió por esos días en la ciudad de Bogotá, tituló su libro sobre los acontecimientos del 9 de abril (Braun, 2008). Esa frase, así como se propagó en abril de 1948 en todo el país, se ha re-producido en la amplia literatura producida sobre aquellos acontecimientos. Gloria Gaitán reacciona ante el abuso de tal expresión por sus efectos sobre la memoria pues, en lugar de mantener la imagen viva de su padre, reproduce la representación de su desaparición.

Amparo Jaramillo JaramilloEl musical titulado “Gaitán el hombre que yo amé”, conmemorativo de los sesenta años del magnicidio para el cual María Valencia se desempeñó como guionista, es una afortunada recreación de la vida de Gaitán. El cuadro que representa la boda de Amparo y Jorge Eliécer exhibía dos planos. En el primero, la novia contraía ma-trimonio según la ceremonia religiosa convencional ante un sacerdote católico. En el segundo plano, Gaitán contraía matrimonio ante un juez de la República. Así, en el año 1936, el líder liberal le asignaría al matrimonio civil un lugar en un mundo posible en Colombia, anticipando su reconocimiento logrado cuatro décadas des-pués, con la Ley 1 de 1976.

Gloria Gaitán, en diferentes oportunidades, reconstruye el testimonio de la tra-dición oral familiar sobre el papel de su madre el 9 de abril. En varias entrevistas comenta que, ante la certeza del fallecimiento de Gaitán, Amparo salió de la clínica Bogotá rumbo a la oficina a recuperar unos documentos de una investigación sobre la contratación petrolera entre el estado colombiano y empresas estadounidenses, desfa-vorable a la nación. Al llegar a la oficina, esa documentación ya había sido saqueada.

En la madrugada del 10 de abril, la clínica donde reposaban los despojos morta-les de Jorge Eliécer Gaitán, se encontraba rodeada por el ejército que cumplía órde-nes del ejecutivo de evitar que la familia dispusiese de los restos mortales. Amparo, su hermana Sofía y Pedro Eliseo Cruz, médico de la familia, lograron recuperar el cuerpo de Gaitán para conducirlo a la casa. Al llegar a su residencia Amparo declaró que no permitiría la salida del cuerpo, ni lo enterraría, hasta que no cayera el presidente asesino. Horas después el ejército allanó la casa y en la sala, abrieron una tumba donde sepultaron el cuerpo, sin honras fúnebres, y sin la presencia de su familia, que fue intimidada para que abandonara la casa, a donde Gloria y su madre no pudieron regresar por mucho tiempo.

Testigos de excepción del “Bogotazo”Gabriel García Márquez: un estudiante caribeño García Márquez en su libro Vivir para contarla (2014), rememora en varias pá-ginas, su experiencia durante el 9 de abril, cuando era un joven estudiante. En su relato es posible advertir el ambiente de zozobra ocasionado entre las familias cari-beñas cuyos hijos estudiaban en las universidades y colegios en Bogotá. Gabriel y su hermano Luis Enrique vivían en aquel entonces en una pensión en el centro de

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la ciudad, a escasos metros del lugar en el que fue asesinado Gaitán; en la pensión se hospedaban también otros jóvenes del litoral caribe. Las memorias del Nobel colombiano dejan entrever la solidaridad y el papel de familiares y redes de amigos en apoyo a quienes sufrieron las calamidades en abril de 1948.

El joven Gabriel contó en aquel entonces con la posibilidad de acudir a un tío materno, quien vivía con su familia, también en el centro de Bogotá. Una vez fue claro que él, su hermano y sus compañeros debían abandonar la pensión por la amenaza de incendio, buscaron refugio en la residencia del tío Juan Márquez. En medio del bloqueo de las comunicaciones que se experimentó en Bogotá tras la toma de las emisoras radiales y su uso como medios de agitación de las masas, y la retoma de éstas por parte de las fuerzas armadas, las gentes de todo el país vivieron días de inquietud, sin recibir noticias de sus familiares residentes en la capital y en otros lugares. En las oficinas de correos, se formaron filas enormes de personas que intentaban enviar los telegramas que llevarían noticias a sus allegados. Las emisoras permitieron a muchas personas enviar mensajes al aire para dar cuenta a familiares de su situación, aunque tardaron también horas en conseguirlo. Ese fue justamente el medio que permitió al padre de los hermanos García Márquez saber que sus hijos estaban a salvo. Las personas que decidieron viajar a otros lugares hu-yendo, lo hicieron sorteando grandes dificultades para sus desplazamientos. Según el testimonio de García Márquez, conseguir asientos en los vuelos fue muy difícil, sin embargo, luego de varios días logró embarcarse en una aeronave rumbo a Car-tagena; la descripción de las peripecias del viaje, es un fragmento muy elocuente del ambiente de guerra que se experimentaba en el país.

García Márquez menciona que las familias que residían en los epicentros de la devastación se vieron abocadas a sortear situaciones de pánico e incertidumbre. Las calles y las azoteas fueron ocupadas por los militares y francotiradores du-rante varios días. Las personas debieron resguardarse y encerrarse, en particular, las mujeres. El desabastecimiento de víveres y la especulación constituyeron una amenaza que fue especialmente grave para los niños y las niñas. La búsqueda de los familiares desaparecidos fue muy trágica, pues el paso de los días, el clima lluvioso y la demora en los trabajos de levantamiento de los cuerpos, ocasionó, para algunas personas, el encuentro de los familiares fallecidos en estado de descomposición.

García Márquez comenta también que el 9 de abril, las embajadas se colma-ron con personas que buscaban exiliarse o regresar a sus países de origen. Entre los migrantes estaban, por supuesto, algunos de los asistentes a la IX Conferencia Panamericana, así como jóvenes que se encontraban participando en un congreso estudiantil en Bogotá.

Alejandro Obregón: La masacre de 1948 y La Violencia de 1960Christian Padilla ha estudiado la reacción de los artistas colombianos al asesinato de Gaitán y a las masacres producidas para acallar el levantamiento popular, ex-presadas en la producción de una serie de obras de denuncia en las que señalaban la responsabilidad del gobierno conservador (2009). Comenta Padilla que el 28 de

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abril, cuando el orden en la ciudad empezaba a restablecerse, se inauguró una ex-posición de 24 pinturas del pintor Alejandro Obregón, en el edificio de la Sociedad de Arquitectos. Dentro de las obras de la exhibición, la prensa destacó Masacre (10 de abril) como la más importante. La Revista de las Indias, que publicó la protesta de los artistas damnificados, registró la exposición de Obregón. Según el crítico alemán Walter Engel:

“…en ella palpitan el espanto, la conmoción, el terror de los sucesos que el artista presenció como testigo ocular. El cuadro no es realista en su conjunto y en su composición, pero se compone de detalles sa-cados de la realidad: cabezas humanas, puños cerrados, un niño des-nudo. Lo inverosímil, la tormenta, el caos, están plasmados aquí en una audaz configuración artística, que hace esperar con impaciencia la obra definitiva que el pintor piensa crear sobre el macabro tema” (citado por Padilla, 2013).

Los artistas, fueron cronistas de la muerte y del desaliento de los dolientes que iban a buscar a sus desparecidos en el montón de cadáveres ubicados entre las tumbas, panteones y mausoleos del Cementerio Central. Las imágenes de Masacre (10 de abril) representan las escenas que encuentra el pintor al día siguiente en el cemen-terio, mientras tomaba apuntes de todo lo conmovedor que encontraba a su paso. Obregón recordaría muchos años después este incidente:

“Fui al cementerio y me puse a dibujar cadáveres. Recuerdo un her-moso rostro de mujer con los sesos volados, la boca entreabierta un gran diente de oro en la mitad de la boca, intacto el rostro y la tapa del cráneo en el carajo! […] yo estaba muy cerca, dibujándola, detalle por detalle, y de pronto una mano que me toca y me dice: ‘Ud. está profanando a mi hija’, era la madre […] yo me fui” (Padilla, 2013).

El fotógrafo Sady González y su familia en la emergenciaDesde el 9 de abril en horas de la tarde se produjo una alteración contundente de la cotidianeidad en Bogotá. Guillermo González, hijo de Sady González, el recono-cido reportero gráfico que contribuyó a construir la memoria visual del 9 de abril, expone el testimonio de Esperanza Uribe, su madre, y Manuel Uribe, su tío, sobre los acontecimientos de aquel día, en un artículo publicado en una compilación conmemorativa de los cincuenta años del asesinato de Gaitán (González, 1997). En aquella fecha, Sady y Esperanza con sus hijos, vivían en el barrio Las Nieves en pleno centro de la ciudad. En su residencia funcionaba la agencia de fotografía Foto Sady, creada por el fotógrafo y famosa por ser la primera del país y la que pro-veía imágenes a los más importantes medios impresos de Colombia y otros países. Era una empresa familiar en la que Esperanza se encargaba de asuntos administra-tivos, de la atención al público y de la organización de los archivos. Gracias a esta

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actividad, fue posible que su hijo recuperara, años después, el acervo fotográfico tan apreciado del 9 de abril.

La localización de la vivienda en el centro de la ciudad llevó a que la familia viviera numerosos traumatismos. Una de las más trágicas consecuencias para la familia, fue la pérdida del hijo que Esperanza gestaba. Debieron encerrarse en la casa, bloqueando las puertas con armarios para resistir las balas que llegaban hasta la fachada. Sady continuó sus trabajos fotográficos en medio de la revuelta. Espe-ranza relata momentos de angustia cuando su esposo salía a realizar su trabajo, y comenta que le pedía a su hermano Manuel que lo acompañara a los escenarios de alto riesgo. Entre los momentos de mayor peligro, se relatan las ocasiones en que el fotógrafo recorría en ambulancias de la Cruz Roja, las calles del centro de Bogotá, en compañía de la directora de esta institución para auxiliar a las personas heridas y recoger cuerpos anónimos.

Los ingresos derivados del trabajo de la pareja González Uribe les proporciona-ba solvencia económica. Sin embargo, durante aquellos días, el desabastecimiento de alimentos era apremiante. Para resolver el desabastecimiento, contaron con la solidaridad de un amigo del fotógrafo quien les proporcionó algunos tarros de le-che de la compañía en la que trabajaba. También se aprovisionaron de la ayuda internacional que llegó tras conocerse la crisis humanitaria por la que atravesaba Bogotá. Manuel Uribe recuerda que los primeros aviones que llegaron con provi-siones de alimento procedían de Argentina.

El testimonio de Sady González, revela la presencia de la fuerza pública en los domicilios de las zonas donde circulaban los manifestantes, en busca de armas y material subversivo (González, 1997: 21). Esta presencia intimidante aumentaba las reacciones de miedo entre las familias del sector, aumentadas por las medidas represivas y las detenciones. La experiencia de Esperanza Uribe como mujer joven comenzando el proyecto de conformar una familia, permite suponer que fue común a muchos grupos familiares:

“Empecé a salir como el 15 de abril, cuando ya las cosas se habían calmado un poco. Lloraba al ver el estado de la ciudad. Al llegar a la séptima me tocó sentarme en unos ladrillos por la impresión que me produjo la destrucción. Había cosas quemadas por todos lados y olores terribles. El ambiente era pesadísimo: humo mezclado con niebla; como en una guerra” (González, 1997: 20).

Otros relatos de la literatura testimonialEl libro En Carne propia (Galindo y Valencia, 1999), recopila ocho testimonios sobre las experiencias de violencia de personajes de la vida política y académica del país. Los compiladores organizaron las respuestas proporcionadas por los na-rradores convocados, a partir del uso de dos metáforas: el exorcismo y el diván, referentes a dos dominios de la experiencia humana que bien podrían adscribirse al mundo de lo trascendente, al tormento de los fantasmas que rondan a lo largo de

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la vida y al escenario de la cura psicoanalítica. Dicho de otra forma, la referencia a las experiencias personales subyacentes, en los motivos por los cuales optaron por estudiar la violencia en Colombia y el poder aliviador de la palabra.

Los personajes que ofrecieron sus testimonios fueron: Fernando Landazábal (1922-1998), Eduardo Umaña (1931-2008), Arturo Alape (1938-2006), Hernán He-nao (1945-1999), Alfredo Molano (1944), Eduardo Pizarro (1949), Gonzalo Sánchez (1945) y Jaime Arocha (1945). Dos de ellos, los mayores, representantes de una ge-neración “sin nombre” al decir de Umaña. Los demás, representantes de la genera-ción universitaria de los años 1960, convocada a asumir la producción de conoci-mientos sobre el mundo de la vida en una sociedad como la colombiana, marcada por la violencia, e influenciada, por los movimientos contestatarios y de las izquierdas. Es de subrayar que cuatro de los narradores, ya fallecieron. Dos de ellos, por causas naturales: Eduardo Umaña y Arturo Alape. Fernando Landazábal y Hernán Henao fueron asesinados, como también lo fue Eduardo Umaña Mendoza, hijo de Eduardo Umaña. Este balance proporciona un cuadro incuestionable de los contextos de vio-lencia en que se desenvolvía la vida en el país al finalizar el siglo XX.

Landazábal y Umaña conectan sus remembranzas de la violencia, con la cir-culación de la palabra en sus hogares de origen donde resonaban referencias a la Guerra de los Mil días y otras guerras civiles. El Bogotazo constituye el aconte-cimiento que ronda en la memoria de gran parte de los narradores como un hecho prototípico, aunque Umaña advierte que no fue ese acontecimiento el origen de la violencia de mediados del siglo si bien, sí dividió la historia del país en dos. Sos-tiene Umaña que la violencia bipartidista ya se había definido con precisión desde los años 1930 cuando el liberalismo se propuso liberalizar a un país conservador a sangre y fuego. Esta anotación de Umaña interpela el olvido en la producción histórica de la asunción de una responsabilidad compartida de la dirigencia liberal y conservadora, por la violencia de mediados del siglo XX.

Landazábal, el general de tres soles protagonista de la lucha contrainsurgente, rememora que el 9 de abril le correspondió la defensa de Palacio, y recuerda que “le mataron” doce soldados en un día, soldados que tenían muy poco tiempo de haber llegado al cuartel. Por su parte, las memorias del Ministerio de Hacienda y Crédito Público de 1949 presentan los detalles de una colecta nacional convocada por una junta del Instituto de Crédito Territorial ICT con el fin de donar casas a las familias de veintisiete miembros del ejército fallecidos en servicio durante los hechos de abril de 1948, la mayoría soldados (Jaramillo, 1949).

El escritor Arturo Alape (2016) menciona que, para su generación, los aconteci-mientos cruciales relativos a la violencia son: el 9 de abril, la violencia de los años 1950 y la revolución cubana. Sus remembranzas sobre el 9 de abril las sitúa en su casa de habitación en la ciudad de Cali cuando contaba con diez años de edad y era estudiante de una escuela pública. Durante el receso del mediodía, cuenta, un hom-bre que también habitaba en aquella casa, entró en su bicicleta describiendo varios círculos por el patio; en el momento en que otro niño, o quizás el mismo Arturo le hizo notar que tenía la camisa manchada de sangre, se desplomó. Las noches del 9, 10, 11 y 12 de Abril, fueron noches de encierro en la casa y de una gran expectati-

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va, por los pasos que se oían en el techo; eran los militares que inspeccionaban los lugares. Estas imágenes, animaron su producción literaria, audiovisual y teatral. Y, ante todo, la escritura de su libro El Bogotazo. Memorias del olvido en 1984.

Alfredo Molado contaba cuatro años de edad cuando se produjo el Bogotazo. Una de las imágenes que guarda en su memoria es la aparición de unas gentes, distintas a las habituales, en las inmediaciones de la hacienda en que habitaba en el municipio La Calera aledaño a la capital. El general Amadeo Rodríguez, un gran latifundista del lugar y jefe civil y militar el día 10 de abril, a las cinco de la mañana, “los fusiló” en el cerro de Las Cruces. “Eso fue un gran escándalo ahí en el sector” (Galindo y Valencia, 1999: 73). Los hombres fusilados eran los reclu-sos de la cárcel La Picota, que se habían fugado aprovechando los momentos de confusión. Unos meses después, Alfredo fue con su familia a recorrer la ciudad de Bogotá, donde aún se observaba un escenario humeante.

Victoria Fajardo de Silva y la memoria de la organización “La Solidaridad” Victoria Fajardo, empresaria colombiana que durante varios años vivió en París hasta su fallecimiento, en su juventud participó, junto con un grupo de intelectua-les simpatizantes del Gaitanismo, profesionales sensibilizados por los hechos de violencia en el país y, estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, en la fundación de la organización La Solidaridad. En 2001 publicó un libro en el que recrea su experiencia cuando habitaba en la “Casa Gaitán” entre 1954 y 1955, don-de se encontraba para mantener el lugar como un punto de referencia de la gente gaitanista que arribaba a Bogotá, huyendo de la violencia en los campos. Violencia y Solidaridad, compuesto por dieciocho relatos breves, revela el ambiente de inti-midación e incertidumbre en la ciudad del año 1954, cuando se creó la fundación para acompañar a las campesinas y los campesinos que arribaban a Bogotá con sus grupos familiares o, solas y solos, huyendo de los escenarios de conflicto.

Los relatos destacan el silencio inicial, el desconcierto y la aprehensión de jó-venes mujeres sobrevivientes de horrores, como María Esperanza o Rosalba Gon-zález y su hermana Ifigenia, con experiencias de integración en la ciudad muy desafortunadas o, relativamente satisfactorias en los trabajos domésticos en hoga-res citadinos. Otros relatos, están dedicados a las mujeres con hijos pequeños, si-lenciosas y expectantes; es reveladora la impotencia de los hombres jefes de hogar que además de haber salvado sus vidas y contribuido a salvar las de los suyos, se encontraban despojados de dinero, con contactos inciertos y estupefactos ante las pérdidas de años de labor.

El relato IX titulado “El Hospital de los pobres”, es la ocasión en que Fajardo da cuenta de las condiciones de salud y nutrición en que llegaban aquellas personas a la ciudad, luego de remontar el páramo de Sumapaz y descender para llegar a Bo-gotá, evadiendo los controles militares y de policía. Algunas de aquellas personas llegaban en estado de gran debilidad, heridas y sin haberse alimentado durante días y, por lo tanto, era preciso acudir al Hospital Universitario San Juan de Dios que funcionaba por aquellos tiempos como hospital de guerra. Los integrantes de La

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Solidaridad contaban con la participación de algunos estudiantes de la facultad de medicina comprometidos y, por esta vía, se lograba la atención hospitalaria reque-rida por quienes la demandaban, en un ambiente de semiclandestinidad. Victoria revela que, en algunas ocasiones, ciertos estudiantes se ofrecían a donar sangre que era muy necesaria, aún a costa de su propia salud.

Colegialas bogotanas en el 9 de abril de 1948 Por distintas vías logramos conocer cuatro relatos de mujeres octogenarias, sobre sus experiencias en el transcurso del 9 de abril de 1948, cuando eran colegialas de establecimientos educativos de Bogotá. Gloria Gaitán, en distintas entrevistas, ha respondido a la pregunta sobre su experiencia durante ese día; ella rememora su identidad de colegiala de diez años y su vivencia en un establecimiento educativo para niñas de la elite colombiana que, ese año, había empezado labores en Bogotá. Se trata del prestigioso colegio Marymount, donde la niña sufrió distintas expresio-nes de violencia física por parte de algunas de sus compañeras, como la tinta sobre su ropa por la acción deliberada de algunas compañeras o el verse despojada de su merienda; Gloria recuerda la violencia verbal por parte de Clara Samper Koppel, una de las compañeras, el día jueves 8 de abril, quien le expresó que ojalá mataran a su padre. Al retornar a su casa llorando, en presencia de su padre y de su madre comentó lo sucedido e, inmediatamente, Jorge Eliécer y Amparo, gestionaron el cambio de colegio, de tal forma que el día 9 de abril, Gloria continuaba su escola-ridad en el colegio Santa Clara.

Magdalena Restrepo, egresada de la primera promoción del Instituto de Psico-logía de la Universidad Nacional de Colombia en 1954, expone un relato detallado de su vivencia como colegiala del Gimnasio Femenino durante los acontecimientos del 9 de abril y como residente del centro de la ciudad. Magdalena contaba con catorce años de edad y reitera que recuerda con nitidez lo acontecido en su entorno escolar y familiar; comenta el conocimiento de política que tenía en ese momento, pues en su casa, se hablaba de política todo el tiempo. Esa tarde, la rectora del colegio donde estudiaba recorrió las aulas para informar a las estudiantes que el transporte escolar estaba dispuesto para que se fueran a sus casas porque habían matado a Gaitán. Alguien detrás de ella dijo “¡qué bueno!” Magdalena reaccionó “¡no sea bruta, se viene algo espantoso, esto va para algo espantoso!” (M. Restrepo, comunicación personal, septiembre de 2017). La descripción que Magdalena hace de los hechos que siguieron coincide con las que hasta aquí se han mostrado.

Magdalena, con su hermano de 12 años, los días siguientes al 9 de abril por encargo de la madre, realizaron varios trayectos entre su casa y la de su hermana, quien por aquellos días estaba ausente de la ciudad, para recuperar algunos enseres, de tal forma que participaron del movimiento de la multitud que deambulaba por las calles. Restrepo refiere en especial a la experiencia de uno de sus primos, un niño estudiante en un plantel del centro de la ciudad quien llegó a su casa el 10 de abril, con las huellas de haber sobrevivido luego de deambular durante varias ho-ras en medio del desastre. Gran parte de los establecimientos educativos, algunos

372 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

internados dirigidos por comunidades religiosas, abrieron sus puertas para la salida de los estudiantes, ocasionándose que niñas y niños se vieron librados a su suerte.

Inés Mujica, militante del partido comunista colombiano, relata un episodio de su vida cuando contaba con diez años de edad y residía con su familia en el barrio Santafé de la ciudad de Bogotá. Inés es hija de Francisco Mujica, quien se había desempañado como magistrado de la Corte Suprema de Justicia a mediados de los años 1940 y de Ismenia de Mujica, fundadora del periódico Nuestras Mujeres de la Asociación de Mujeres Demócratas (afiliadas y afines al PCC), en 1953.

Inés rememora que el 9 de abril, al conocerse la noticia del magnicidio, el co-mité central del Partido Comunista del cual formaba parte su padre, se reunió en su casa de habitación en un ambiente de incertidumbre, puesto que distintos emisores habían puesto a circular el rumor de la responsabilidad del comunismo internacio-nal de ese magnicidio y, por lo tanto, asumían la amenaza de las represalias guber-namentales. El 12 de abril se produjo la detención domiciliaria de las esposas de los integrantes del Comité Central y de sus hijos e hijas. Este hecho ocurrió mientras deliberaban a raíz del estado de excepción ante la revuelta popular. Los hombres adultos, esposos y padres, fueron recluidos en la cárcel. Ismenia junto con otras mujeres, movilizaron durante esos días, en las franjas en que estaba autorizado salir de la casa, los recursos requeridos para la alimentación de los grupos familiares que permanecían en detención domiciliaria; se ocupaban también, de la comunicación y de la alimentación de los prisioneros en la cárcel.

María Tila Uribe, activista por los derechos humanos, recuerda también su experiencia como estudiante de secundaria durante el 9 de abril. Aquel día, Tila esperaba el bus del colegio junto a otras compañeras, cuando fueron sorprendi-das por la noticia del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En su relato ofrecido con ocasión de los setenta años del Magnicidio (Uribe, 2018, abril 24), describe su deambular por las calles céntricas de la ciudad, como parte de las multitudes desconcertadas y desorientadas que intentaban desplazarse hacia sus lugares, en medio de la confusión y el riesgo de ser víctimas de la acción militar desatada contra la población civil. En medio de la confusión, las jóvenes abordaron un bus que las condujo cerca al lugar donde fue asesinado Gaitán, donde hicieron grandes esfuerzos para evitar ser separadas por las multitudes que transitaban en distintas direcciones. Con dificultad, avanzaron hasta la Plaza de Bolívar y luego hasta un edificio cercano en el que los estudiantes de medicina de la Universidad Javeriana prestaban atención a los heridos. Los francotiradores disparaban desde las torres de las iglesias, fragmentos de monumentos demolidos rodaban cuesta abajo por la calle 11, los tanques de guerra avanzaban sobre los cadáveres en la calle, el piso estaba cubierto de sangre.

En un lugar de acogida de personas heridas, Tila y sus compañeras cedieron sus delantales escolares para fabricar vendas y también recoger a quienes llegaron para ser auxiliados, hasta las cinco de la tarde aproximadamente. Un relato de gran dramatismo es la muerte de un hombre con quien las jóvenes compartieron un

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refugio temporal. El hombre al asomarse a la calle para observar la posibilidad de salida para ellas, recibió un disparo en la cabeza. En un gesto racional en aquellos momentos de dolor, buscaron en las ropas del hombre asesinado, alguna seña de identidad, encontrando una tarjeta que lo acreditaba como sastre; al tomarla, se propusieron localizar a la familia para dar cuenta del insuceso.

Al ser el centro de la ciudad de Bogotá un vecindario relativamente pequeño por entonces, algunas personas tuvieron la posibilidad de encontrarse por azar con familiares y allegados. Rumbo a la Quinta Estación de Policía, María Tila se en-contró temporalmente un joven amigo quien años después sería su esposo. En la estación se encontró a uno de sus hermanos, de quien también fue separada por el movimiento suscitado con la llegada de los tanques que provenían del norte de la ciudad. A la mañana siguiente, después de una noche de desplazamientos sin rum-bo, esquivando numerosos peligros, escuchó el rumor de la muerte de alguno de los jóvenes que la acompañaban la tarde anterior, motivo por el cual emprendió junto con su hermana Olga, con quien se reunió de manera fortuita, una búsqueda de cadáveres de familiares o allegados en el Cementerio Central. María Tila comenta que, por fortuna, sus hermanos estaban a salvo, mientras no logra contener las lá-grimas por el impacto emocional que aún le produce esa rememoración.

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Director y coordinadores de la obra

Ricardo Cicerchia es Máster (MA) en Sociología (FLACSO, Buenos Aires, 1985); Máster (M Phil) en Historia (Columbia University, New York, 1989); Doctor (Ph. D) en Historia (Columbia University, New York, 1994); Post-Doctorado (P. Ph. D) en Historia Cultural (University of London, London, 1997). Es Especialista en His-toria Social y Cultural, en Historia Latinoamericana y Argentina y en Estudios de Familia, Vida Privada y Género. Se desempeña actualmente como Profesor Cate-drático Titular, Historia Latinoamericana. Facultad de Ciencias Sociales, Universi-dad de Buenos Aires (Categorización 1A); y es Investigador Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina; Coor-dinador del Seminario Permanente de Historia Latinoamericana Contemporánea (SEPHILA) del Instituto Ravignani, UBA/CONICET; y Coordinador General de la Red Internacional de Estudios de Familia (REFMUR) desde 2009.Fue Titular de la ‘Cátedra José de San Martín’ de la Universidad Hebrea de Jeru-salén (2000); y fundador y Director Académico del New Zealand Centre for Latin American Studies (NZCLAS), 2003-2006.Ha sido Profesor Visitante en las siguientes instituciones: Latin American Insti-tute, University of Liverpool (Liverpool, UK, 1995); Departamento de Antropo-logia e Historia, Universitat de Barcelona (Barcelona, España, 1996; 1998; 2002; 2004; 2006; y 2008); Latin American Institute, University of London (London, UK, 1997, Beca Postdoctoral Shell Fundation); “The John Carter Brown Library”, Brown University (Providence, USA, 1998 -1999); Department of History, Uni-versity of East Carolina (East Carolina, USA, 2005); Centro de Estudios Superio-res Universitarios, Escuela Universitaria de Posgrado (Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, Bolivia, 2007); School of Humanities and Social Sciences, University of Tsukuba (Tsukuba, Japan, 2007-2008, Beca: Ministerio de Ciencia y Cultura de Japón); Fundación Séneca/ Facultad de Humanidades, Departamen-to de Historia, Universidad de Murcia (Murcia, España, 2009-2010); Facultad de Ciencias Sociales y Educación, Universidad de Cartagena de Indias (Cartagena, Colombia, 2009-2011); Departamento de Historia, Universidad de Sao Paulo (Bra-sil, 2012); Universidad de Caldas, Colombia, 2014-2015; Universidad Nacional de Colombia, 2016; Universidad Autónoma Metropolitana (México, 2017) y Univer-sidad Mayor de San Andrés (La Paz, Bolivia, 2019).Entre sus libros recientes se encuentran: La sociedad de la cultura. Tránsitos en el largo siglo XIX (Rosario, Prohistoria, 2019); Construyendo identidades y analizan-do desigualdades. Familias y trayectorias de vida como objeto de análisis en Euro-

378 El estudio de las formas familiares en el nuevo milenio

pa y América. Siglos XVI-XXI (coordinador con Francisco Chacón y Albert Esteve, Barcelona, Centre d’Estudis Demogràfics, Bellaterra, 2018); Región y naciones. Instituciones, ciudadanía y performances sociales en Chile y Argentina (siglos XIX-XXI) De lo local a lo global (compilador, Sephila/Pei ,Rosario, Prohistoria, 2017); Raros artefactos. Travesías, idearios y desempeños de la sociedad civil en la construcción de la modernidad, Argentina 1850-1930. Posdatas de la Historia Cultural (Rosario, Prohistoria, 2016); Estructuras, coyunturas y representaciones. Perspectivas desde los estudios de las formas familiares (coordinador con Carlos Bacellar y Antonio Irigoyen, Murcia, Editum, 2014); Jujuy en el Trópico de Ca-pricornio. Fronteras, visiones y trajinantes (Serie Historia de la vida privada en la Argentina, Vol. V, Rosario, Prohistoria, 2014).

María del Pilar Morad Haydar es Profesora titular Universidad de Cartagena, Colombia. Directora Grupo de Investigación Estudios de Familias Masculinidades y Feminidades, clasificado por COLCIENCIAS. Coordinadora académica de la Maestría en familias y Género, Universidad de Cartagena. Trabajadora Social egre-sada de la Universidad de la Salle, Colombia, Especialista en Procesos Sociales de la Familia. Especialista en Teoría Métodos y Técnicas de Investigación Social, de la Universidad de Cartagena. Magíster en Estudios de Género, área Mujer y Desa-rrollo Universidad Nacional de Colombia.Dentro de sus principales producciones se encuentran: co-autora de El post-conflic-to en Colombia con una perspectiva de género: Desafíos de la Educación; co-auto-ra de Mediación y conflictos parento-filiales en el ámbito de la migración interna-cional; Violencia familiar en Cartagena de Indias. Una construcción sociocultural que permanece; coautora de Voces de las familias con experiencia migratoria: cambios, tensiones y oportunidades.

Francisco García González es Catedrático de Historia Moderna en la Facultad de Humanidades de Albacete (Universidad de Castilla-La Mancha). Fundador y di-rector del Seminario de Historia Social de la Población (http://sehisp.uclm.es), en la actualidad es Vicepresidente Primero de la Fundación Española de Historia Mo-derna. Sus líneas de investigación se centran en la Historia Social, la Historia de la Familia, la Historia Rural y la Demografía Histórica, preocupándose especialmente por los procesos de diferenciación y de reproducción social, el curso de la vida y las trayectorias sociales y familiares. Invitado por distintas universidades nacionales e internacionales, ha dirigido diferentes proyectos, tesis y reuniones científicas, sien-do autor de numerosas publicaciones entre los que resaltamos: Las estrategias de la diferencia. Familia y reproducción social en la Sierra (Alcaraz, siglo XVIII), Madrid, 2000 [mención especial en el XXIV Premio Nacional de Publicaciones del Ministerio de Agricultura], así como la coordinación de obras colectivas y monográficos en revis-tas especializadas. Entre los primeros cabe destacar Vejez, envejecimiento y sociedad en España, siglos XVI-XXI (2005), La Historia de la Familia en la Península Ibéri-ca. Balance regional y perspectivas (2008); La historia rural en España y Francia, Siglos XVI-XIX (2016). Y entre los últimos dosieres de revistas, los publicados en

379Director y coordinadores de la obra

Studia Historia. Historia Moderna (2016), Revista de Historia Moderna (2016), Revista de Historiografía (2017), Mundo Agrario (2017) o Revista de Demografía Histórica (2019).

Cecilia Rustoyburu es Profesora y Licenciada en Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata) y Doctora en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Ha realizado una estadía postdoctoral en el Departament d’Antropologia Social i Història d’Amèrica i Àfrica de la Universitat de Barcelona. Es Investigadora Adun-ta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el Centro de Estudios Sociales y Políticos de la UNMDP. Es Profesora Adjunta de la cátedra Sociología de la Ciencia y la Tecnología en el Departamento de Sociolo-gía de la Facultad de Humanidades. Investiga sobre los procesos de medicalización de la infancia y la construcción de tecnologías biomédicas. Ha publicado numero-sos artículos en revistas académicas. Es autora del libro La medicalización de la infancia. Florencio Escardó y la Nueva Pediatría en Buenos Aires (Buenos Aires, Biblos, 2019). Ha compilado con Agustina Cepeda De las hormonas sexuadas al Viagra. Ciencia, medicina y sexualidades en Argentina y Brasil (Mar del Plata, EUDEM, 2014) y con Yolanda Eraso Cuerpos hormonales. Intersecciones entre laboratorio, clínica y sociedad (Mar del Plata, EUDEM, 2019).