Review of the Franke Project Altamira District, Region II, Chile
Paisaje y literatura. La mirada de Altamira sobre El Campello (Alicante).
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PAISAJE Y LITERATURA. LA MIRADA DE ALTAMIRA SOBRE EL CAMPELLO
Carlos SALINAS SALINAS
IES Enric Valor.- El Campello
Documentos / Recursos Educativos / E.S.O. / Ciencias Sociales
DOCUMENTO: EL PAISAJE DEL CAMPELLO EN ALTAMIRA.zip TAMAÑO: 29 Kb
http://www.lavirtu.com/noticia.asp?idnoticia=43777
Paisaje y literatura. La mirada de Altamira sobre el Campello (Alicante).
Carlos Salinas Salinas21 de enero de 2009
La propuesta didáctica entiende el paisaje como unproducto social, geográfico e histórico. Adopta el punto devista de las geografías humanista y de la percepción parainteractuar las percepciones actuales de cada alumno, anteel paisaje actual de El Campello (Alicante), con lasvivencias de Rafael Altamira ante el mismo volcadas en susnovelas ambientadas en este medio (1895, 1903). Las fuentesliterarias aportan la visión sentimental del autor,condicionado por las circunstancias de su tiempo.Proporcionan un conocimiento cualitativo a la valoración yal comportamiento de otras generaciones en la construccióndel paisaje. En última instancia, el uso de la literaturapara entender nuestro paisaje local contribuye al
desarrollo en los alumnos y alumnas de la competenciasocial y ciudadana, en sus aspectos de comprensión, estimay defensa del paisaje y el uso responsable del medio.
Las actividades son variadas y organizadas en lasecuencia antes-durante-después: lectura comprensiva, quecontribuye a una de las capacidades básicas clave en estaetapa, un lectura guiada de los rasgos físicos y humanosidentificados en el texto literario, verificación en elcampo de los rasgos detectados, experiencia sensorial yverbalización escrita, contraste de datos con otros textosexpositivos y con información cartográfica, realización defichas, croquis de escenarios y fotografía en las salidas,posibles itinerarios, informe final que incluya propuestade conservación. Consideramos que el uso de las fuentesliterarias para acercarse al medio geográfico complementaotras posibles fuentes, potencia la estima hacia elpatrimonio establece un eje transversal con las materiasCastellano y Plástica y las capacidades de usoslingüísticos y de expresión plástica.
1. INTRODUCCIÓN
Rafael Rafael Altamira Crevea (1866-1951) nació en
Alicante y murió exiliado en Méjico. Realizó sus estudios
primarios y el bachillerato en su ciudad natal. Se licenció
en derecho por la universidad de Valencia y obtuvo el
doctorado por la de Madrid. Catedrático de la universidad
de Oviedo (1897) y de la Universidad Central de Madrid
desde 1914. Fue juez del Tribunal de Justicia Internacional
de la Haya (1921-40). Propuesto en dos ocasiones para el
Premio Nobel de la Paz. En su infancia y juventud pasó
largas temporadas en El Campello, en la hacienda familiar
Ca Terol, derribada hace unos años. Nombrado hijo
predilecto de Alicante y del Campello, tiene aquí una calle
que conducía a la finca y un colegio público con su nombre;
en él se conservan unas cartas autógrafas y un retrato
fotográfico en edad madura (1).
Altamira escribió, además de estudios jurídicos e
históricos, crítica literaria, novelas y cuentos. Buena
parte de su narrativa está ambientada en Alicante y El
Campello. Poseía un excelente sentido del lugar que
transmitía en sensaciones y sentimientos sobre las tierras
y la sociedad que lo vieron nacer. Nos interesan pues, de
especial manera, las descripciones de los espacios por él
vividos. A través de Cuentos de Levante (1895) y Reposo (1903)
podemos contrastar sus imágenes literarias personales,
aquellos paisajes recreados por el autor, con nuestra
percepción actual sobre los mismos. Esta última obra supuso
su madurez creativa.
En Reposo (2) vuelca sus experiencias personales y
muestra un preciso conocimiento de la realidad a través de
una mentalidad analítica y evocadora. Buen observador, se
recrea en el paisaje y en las gentes, describe con
precisión y reconstruye imágenes desde Oviedo. Altamira se
recuperó en El Campello de problemas de salud en 1892 y
volvió de Madrid en 1894 a reponer fuerzas. Juan, el
protagonista de la novela, también se aleja de Madrid
buscando reparar su espíritu. Vivirá en comunión con la
naturaleza e intentará conocerla; irá poco a poco
descubriéndola.
La mirada de Altamira puede guiar nuestras miradas.
Mucho ha cambiado El Campello desde entonces (algún verano
entre 1899 y 1902) especialmente en las últimas décadas
(3), pero siempre queda algo, algunas permanencias
evidentes, otras ocultas, indicios someros y tradiciones.
En suma, fragmentos y pinceladas del pasado que puedes
intentar leer en el paisaje actual.
2. PLANTEAMIENTO DIDÁCTICO
Seguimos las recomendaciones de Boira y Requés, y
Licera (4), en la utilización de las fuentes literarias
para la comprensión del paisaje. En este empeño el texto
literario adquiere el valor de documento histórico que
registra la construcción del paisaje humanizado. Pero es un
documento personal con abundante carga subjetiva, por lo
que debemos identificar la actitud general del autor hacia
la materia tratada pues condiciona los juicios emitidos por
él o por los personajes. También es deseable comparar con
otras fuentes del momento, en nuestro caso podemos leer a
Figueras Pacheco (1913). Y siempre proceder a la
observación directa sobre el terreno de la realidad
material descrita, constatar los cambios y permanencias.
Las Geografías Humanista y de la Percepción aportan la
concepción de la fuente escrita, personal, como medio para
explorar y reconstruir las experiencias y las percepciones
subjetivas del espacio. De esta forma, buscaremos las
relaciones existenciales entre el ser humano y su entorno,
la interiorización del espacio, la conciencia individual,
la narración de experiencias personales en el territorio,
el sentido de enraizamiento, la añoranza por el lugar, las
descripciones vividas por los personajes, el uso del tiempo
y del espacio como referentes de una época y de un ámbito
cultural.
Para alcanzar estos propósitos es muy importante el
desarrollo de la intuición y la empatía, pero debemos
seguir unas fases de trabajo que estructuren la actividad.
1º- Una lectura guiada, individual, del documento
literario.
2º- Debate y fijación en pequeño y gran grupo de los
conceptos geográficos, hechos y datos sociales
contendidos en el texto. Consulta de información
complementaria.
3º- Ejercicios prácticos para verificar y comprender el
documento. Recreación de itinerarios, lectura de
cartografía (Google Earth y mapas topográficos sobre El
Campello: hojas 872-I y 872-II, 1:25000, del Instituto
Geográfico Nacional, y hoja 872(2-2), 1:10000, del
Institut Cartogràfic Valencià).
4º- Anotar los sentimientos ligados al espacio que se
configuran como el significado del lugar; supone la
interiorización del territorio por el autor que la
contrastamos con nuestra visión actual.
La secuencia de actividades supone un ANTES en el
aula: lectura comprensiva delimitar el vocabulario
específico, extraer y clasificar datos y preparar un
itinerario. DURANTE la salida: observar con ayuda de fichas
previas, anotar datos, verificar y contrastar hechos,
realizar croquis y fotos. DESPUÉS en el aula: recapitular,
explicar, sintetizar, redactar un informe que contenga
alguna propuesta razonada de conservación del territorio.
Con las debidas adaptaciones estas actividades podemos
aplicarla a 1º ESO y a Geografía de 2º Bachillerato; pero
creemos que tiene mayor potencialidad formativa en 3º ESO,
bien en la optativa Taller del Geógrafo y del Historiador,
o como contenido procedimental en la geografía de este
curso. El marco curricular lo fija el Decreto del Consell
de la Generalitat Valenciana 112/2007, que para las
Ciencias Sociales, Geografía e Historia de 3º ESO establece
dos CONTENIDOS que incluimos en esta práctica:
Bloque 1- Obtención y procesamiento de información a partir
de la observación de la realidad geográfica y de
documentos visuales, cartográficos y estadísticos,
incluidos los proporcionados por las tecnologías de
la información y la comunicación. Comunicación oral
y escrita de la información obtenida.
Elaboración de trabajos de síntesis o de
indagación utilizando información de fuentes
variadas.
Bloque 2- El aprovechamiento económico del medio físico:
relaciones entre naturaleza, desarrollo y sociedad.
En cuanto a los criterios de EVALUACIÓN establece los
siguientes:
2- Conocer, identificar y valorar los aspectos geográficos
del entorno (..)
14- Obtener y utilizar informaciones relevantes sobre temas
geográficos de fuentes variadas (…)
15- Realizar, individualmente o en grupo, trabajos y
exposiciones orales sobre temas de la materia (…
16- Interpretar y elaborar distintos tipos de mapas,
croquis, gráficos y tablas estadísticas, y utilizarlos
como fuente de información y medios de análisis y
síntesis.
En última instancia, lo que deseamos es contribuir al
desarrollo en los alumnos y alumnas de la competencia
social y ciudadana, en sus aspectos de comprensión,
valoración y defensa del paisaje y el uso responsable del
medio.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
(1)- Cf. Moreno Sáez, Francisco (1997): Rafael Altamira Crevea.
València: Consell Valencià de Cultura. Su nieta Pilar
Altamira ha transmitido algunas noticias sobre su
personalidad: Notas al margen sobre Rafael Altamira (1º de Junio 2001),
en www.cervantesvirtual.com; [consulta 31.03.2008)]
(2)- Hemos utilizado la edición, con introducción y notas,
de Juan Antonio Ríos Carratalá publicada por el Instituto
de Cultura Juan Gil-Albert. Alicante, 1992. Y su artículo
El imposible reposo de Rafael Altamira, en www.cervantesvirtual.com;
[consulta 31.03.2008)]
(3)- Para el estudio del Campello de los primeros años del
XX sigue siendo imprescindible la consulta de su obra
Derecho consuetudinario y economía popular de la provincia de Alicante
(Madrid, 1905); edición facsímil por el Instituto de
Estudios Juan Gil-Albert. Alicante, 1985. Introducción de
A. Gil Olcina. También Figueras Pacheco, F (1913 ca.):
Geografía del Reino de Valencia. Tomo Provincia de Alicante. Una
interpretación actual en Sempere Gomis, A.F (2006): El
Campello: evolució i desenvolupament socioeconòmic (1900-1985). Alacant:
Publicacions de la Universitat d´Alacant.
(4)- Boira Maiques, J. y Reques Velasco, P. (1995): Las
fuentes literarias y documentales en Geografía, en Moreno
Jiménez, A. y Marrón Gaite, Mª.J. (eds.): Enseñar Geografía. De
la teoría a la práctica. Madrid: Síntesis. Y Liceras Ruiz, A.
(2003): Observar e interpretar el paisaje. Estrategias didácticas. Granada:
Grupo Editorial Universitario.
ACTIVIDADES
1. Siguiendo los documentos seleccionados clasifica las
descripciones de los paisajes, según sean
humanizados, rurales, o naturales, diferenciando los
elementos que los conforman: cultivos, poblamiento,
casas, caminos, ambiente social; el relieve, la
topografía, vegetación, la atmósfera, colores, las
formas, los sonidos y olores.
2. Identifica y explica las sensaciones y los
sentimientos que provoca los diferentes escenarios
paisajísticos en el protagonista.
3. Dibuja croquis de escenarios paisajísticos que
identifiques en los documentos.
Mediante croquis localizaremos los componentes
representativos del paisaje. La esquematización
gráfica nos ejercita en la síntesis del conjunto
visible de sus elementos. Un croquis es un dibujo
sencillo realizado del natural. Nos fijaremos en las
trazas generales para fijar las líneas maestras que
definen las principales formas del relieve y los
distintos planos que forman el paisaje, evitando el
exceso de detalles. A continuación se completa el
dibujo y se concretan los detalles de algún elemento
significativo.
Podemos añadir comentarios que refuercen o
puntualicen los datos visuales.
4. Contrasta tu croquis con otros realizados por tus
compañeras y compañeros. Fijaros en los elementos
percibidos por la mayoría y en aquéllos poco
representados o en algún aspecto singular.
5. Realiza fotos que te ayuden dibujar croquis
posteriores y redactar explicaciones. Elige un punto
de observación que te permita captar perspectivas
globales de 800-5000 metros de profundidad de campo;
es decir, una visión oblicua semejante a la humana
de escalas paisajísticas del orden de 1:5000 y
1:25000. Para fijar detalles, pero sin perder mucha
referencia espacial, es útil recoger escenarios cuyo
centro focal esté situado a 300-800 metros.
6. Redacta un informe que sintetice tus observaciones,
interpretación y propuesta de uso del territorio.
GUÍA DE LOS DOCUMENTOSDoc.1.-
Tipo de paisaje agrario: riegos escasos, los cultivos y
sus usos; causas del cambio de uso del suelo.
Sentimientos: necesidad, preferencia, estado de ánimo.
Doc.2.-
Los cultivos, la propiedad.
Sentimientos: siempre me ha figurado.
Doc 3.-
Los efectos del sol; la acción de la mujer (economía
popular); la regulación del agua, sus usos; el camino
carretero.
Sensación: el frescor.
Doc. 4.-
Tipos de terrazgo (secano, huerta, marginal), tipos de
cultivo; efectos de la insolación. El paisaje de rambla
(formas, vegetación). La montaña: escena, vegetación.
Sonidos, colores, olor.
Sensaciones y sentimientos: desolación, sobrecogía el
ánimo, silencio abrumador, parecía tocarse con la mano, silencio.
Doc. 5.-
El aprovechamiento del medio; la topografía; la
vegetación. El escenario panorámico. La valoración de
la luz.
Sensaciones: modorra, calor, soñolencia; brisa-olores.
Sentimientos: bienestar, satisfacción, reposo, olvido de
afanes. Motivos de felicidad; la Naturaleza.
Doc. 6.-
Los cultivos; el tipo de casa; el ventorro. El río. La
perspectiva pasado el río. Los colores.
Sentimientos: triste, alegre.
Doc. 7.-
Cultivos y zonas, acequias; cambios de uso. Topografía,
playa; doblamiento. Trayecto barranquillo-cabo-cuevas.
Sentimientos: grandeza del paisaje. Gozo.
Sensaciones: sentido pictórico.
Doc. 8.-
Algas, playa, uso. Tipos de casas.
Doc. 9.-
Ambiente y meteorología. Descripción del núcleo del
pueblo.
Sensaciones: dulzura del tiempo; el ambiente festivo.
Doc. 10.-
Descripción de la quinta.
Doc. 11.-
El tiempo atmosférico. Cambios otoñales. Colores.
Sentimientos: tristeza amable.
Doc. 12.-
Panorámica desde lo alto; formas, vegetación, luz,
colores. Desierto. Tierra-Mar.
Sentimientos: diversos y admirativos ante la
contemplación.
Doc.13.-
Variedad de sitios secos y feraces. Colorido por el
sol. Visión del Puig Campana (Altona): formas y colores;
leyenda. El mar. Topografía. Posada; desierto.
Sentimientos: admirativos, entusiasmo; valoración de la
actitud de los del norte.
Doc. 14.-
Pueblo-cercanía al mar, oculta y muy próxima.
Las alturas del pueblo.
Descripción de los campos: cultivos.
Descripción del mar.
Localización de la playa.
Descripción del Racó de La Illeta y del Clot de l
´Illot.
La visión pictórica de la costa desde el camino.
Identificación de los accidentes costeros.
Visión pictórica del ambiente.
El puerto y la Torre.
Las cuevas.
Los Baños de la Reina.
El paisaje agrícola: árboles y huerta.
La actividad agrícola: sequía y aguaceros.
La pesca. La sociedad de Lamprea.
Los temporales y la calma.
Identifica el trayecto desde la parte alta del pueblo
hacia la playa: descripción de los elementos.
El escenario desde La Illeta al caer la tarde.
Sentimiento: la grandeza del paisaje litoral. El
atardecer, melancolía.
ITINERARIOS
Hay que tener presente que en la novela no se ofrece
siempre con exactitud una descripción o un trayecto por
el territorio. El objetivo es contrastar la subjetividad
del paisaje contemplado y recreado literariamente por
Altamira y nuestra propia visión. Deberemos comprobar
los cambios y permanencias tanto de elementos como de
paisajes considerados globalmente. Las transformaciones
e impactos serán más intensos donde se hayan concentrado
y superpuesto más usos; es decir, en la franja
comprendida entre la costa y la autopista A7.
Los itinerarios propuestos son indicativos; deberán
organizarse según las posibilidades en gran grupo o en
pequeños grupos. Siguen los contenidos de los fragmentos
seleccionados y deben realizarse andando o en bicicleta
(los protagonistas iban a pie o en tartana) para
participar del mismo sentido de la percepción espacial.
La altura, escala y ángulo del caminante se corresponde
con la visión oblicua y escalas aproximadas 1:5000 y
1:25000. Pueden ser utilizados con provecho las guías
elaboradas por el Grup Gaia Gestió Ambiental, editadas
por el Ajuntament del Campello (El Campello. Passeigs pel seu
entorn natural), y las ofrecidas en www.lacolla.org.
Para la observación de escenarios semejantes a los
contenidos en los documentos 1 a 5 buscaremos
adentrarnos por el camino de Cabrafic o hacia Aigües.
Doc. 6.- El Riu Sec lo atravesaremos en dirección hacia
Alacant siguiendo el Cami Reial de La Vila .
Doc. 7-8 y 14.- Desde el Pla de Sarrió bajaremos por el
Barranquet buscando el barranquillo que desemboca al
Clot de l´Illot; desde iremos hacia el Racó de la
Illeta.
Doc. 9.- En la Pl. de la Iglesia abarcaremos la escena
urbana compuesta por ella y el comienzo de las
calles Pal y Major.
Docs. 12-13.- Desde la Casa Nova hacia el Carritxal.
Doc.14.- Trayecto desde la desembocadura del Riu Sec
hacia la Penyeta; seguimos desde este
hito hacia el Racó de La Illeta, continuamos hacia la
Torre de La Illeta y Els Banyets.
Rafael Altamira: REPOSO (1903)
FRAGMENTOS(La numeración de las páginas se refiere a la edición de
Ríos Carratalá, 1992)
DOC. 1: pág. 67Deseo andar un poco por el campo. —Bajad al pueblo —
insinuó la tía.
—No, al pueblo no. Quédese para otra vez. Necesito
campo, campo. La humanidad vendrá más tarde. Y salió del
jardín, seguido por Cristóbal.
Tú guías —dijo Juan dándole una palmada en el hombro a
su primo.
—¿Qué prefieres, la montaña o el mar? -preguntó el
adolescente. Vaciló Juan un momento.—Vamos a la montaña.
Entraron en el cauce de una acequia, desprovista de
agua en aquel momento, y bordearon un plantío de seculares
olivos y algarrobos. Juan iba alegre, animoso, interesado
por la novedad del paisaje.
DOC. 2: pág. 68Su contento expresábase en charla continua,
atropellada, con que iba explicando a Juan todas las
particularidades de los campos por donde avanzaban.
—Ese olivar es nuestro... hasta aquella viña de allá
abajo, que es del alcalde... Fíjate en este algarrobo.
Tiene el tronco hueco. Siempre me he figurado que ha de
esconderse en él alguna serpiente... En esa casa de las
palmeras, por donde vamos a pasar, vive el tío Llanto, uno
de los labradores más viejos del pueblo. Todas estas
tierras las lleva él en arriendo y las cuida muy bien...
¿Sabes lo que son esas plantas?... Melones, hombre. Están
muy atrasados
DOC. 3: pág. 69Pasaron por delante de la casa de las palmeras. El sol
la inundaba, cubriendo con un tono rojizo brillante, el
revoque de los muros, agrisado por la acción del aire y las
lluvias. La puerta, abierta de par en par, dejaba ver un
trozo de la cocina, que por contraste con el exterior
parecía una mancha negra. Sentada en el suelo, con las
piernas recogidas a usanza árabe, una mujer, cuyos ojos
rasgados, llenos de luz, eran la única nota viva en la cara
demacrada e intensamente morena, retorcía fibras de esparto
entre las manos para fabricar cordelillo.
En el fondo, la nota blanca de unas cantarillas de
barro colocadas sobre un vasar de madera, alegraba la vista
y producía una sensación deliciosa de frescura. Juan y
Cristóbal dieron los buenos días. La mujer miró, deteniendo
su faena un instante; y luego, sin contestar, bajó la
cabeza y siguió trabajando. Poco después, salieron los dos
primos a un camino carretero, en uno de cuyos lados se
abría una acequia ancha y profunda, llena de agua.
-Es la dula- dijo Cristóbal.
-¿Y qué es la dula?— preguntó Juan, mirando el agua
terrosa que corría sin ruido, pero con gran velocidad.
—El riego —contestó el muchacho—. Con esto se riegan
las tierras. Mira los martaveros.
A unos cien metros, tres hombres, sentados sobre el
ribazo, a la sombra de un algarrobo, fumaban con aire
indiferente, sin hablar palabra. Iban los tres en mangas de
camisa, uno de ellos sin chaleco y otro en zaragüelles
blancos y descalzo.
DOC. 4: págs. 70-71Siguieron andando un trecho por el camino. A un lado y
otro continuaban los campos de arbolado, con raros trazos
de huerta, plantada de maíz, pimientos y melones.
El sol calentaba ya mucho y la vegetación toda tenía
un aire de sequedad, de agotamiento, que daba pena. A cada
paso levantaban ambos primos nubecillas de polvo calizo,
que una brisa ligera llevaba a los bancales cercanos.
Algunas casas, muy raras, construidas de espaldas al
camino, parecían desiertas.
De pronto, Cristóbal torció a la izquierda por una
senda llena de arena, como si el mar estuviese próximo. A
poca distancia atravesaron una rambla pedregosa, en cuyo
suelo crecían matojos enanos, de un verde gris que
contrastaba con la blancura deslumbradora de los cantos
rodados. En medio del cauce alzábase lozana una adelfa de
flores rojas, que parecían sangrar. El aspecto de
desolación de aquel terreno sobrecogía el ánimo. Es el
barranqujllo — dijo Cristóbal—. Cuando llueve fuerte en la
montaña. El silencio era entonces abrumador, pero sedante.
Ni voces de hombres, ni cantos de pájaros, ni rumor de
insectos. La montaña, que cerraba el horizonte por el
Norte, parecía tocarse con la mano y convidaba con sus
recodos de sombra violácea. Ganoso de prolongar aquella
sensación de reposo casi mortal, Juan, despreciando el sol
que caía a plomo, trepó por la colina más inmediata,
pisando las matas de tomillo que exhalaban fuerte perfume,
ensanchador de los pulmones.
DOC. 5: págs 72-73Traspuesta la colina, el terreno volvía a bajar,
formando una hondonada que repetía el constante plantío de
almendros y algarrobos, pero más espaciados que en la
llanura. Los bancales, en escalones protegidos por muretes
de piedra seca, aprovechaban todos los trozos posibles de
tierra vegetal. Más allá empezaba el monte, de laderas
ásperas y repliegues profundos, orientados todos del mismo
modo, marcando el camino secular de las aguas. Juan y
Cristóbal siguieran subiendo, encantados de la soledad del
paisaje, hasta llegar a una estrecha garganta donde crecían
algunos juncos alrededor de charcos verdosos, vivienda de
ranas y sapos.
—Por aquí debe haber una fuente. Será la que llaman de
los Pastores. Si nos sentamos un poco, oiremos las perdices
-—dijo Cristóbal.
En una de las laderas de la garganta, alfombrada de
tomillo y romero, elevábase un colosal algarrobo. Al amparo
de su sombra recostáronse ambos primos, el uno dominado por
la grandiosa tranquilidad de la Naturaleza, excitado el
otro por lo que era para él novedad tanto más gustosa,
cuanto más vedada.
Veíase desde allí toda la llanura, que la perspectiva
hacía aparecer como un bosque ininterrumpido, de cuya
superficie verdosa emergían remates de casas blancas,
tejados rojos y la espadaña de la iglesia, con sus dos
arcos. La limpidez del ambiente y la fuerza del sol,
permitían apreciar menudos detalles a gran distancia. El
mar, de un azul intenso, tendía al Sur su ancha faja, en
que no se advertía movimiento alguno. Un vapor de cabotaje
dibujábase en el horizonte como una miniatura, coronado de
humo negro; y era preciso referirlo a un punto fijo de la
llanura para notar que andaba muy de prisa, proa al
Nordeste. El conjunto, inundado por el torrente de luz de
aquella mañana estival, de cielo limpio y profundo, parecía
sumido en una modorra pesada, como si durmiera sofocado por
el calor cada vez más intenso; y esta impresión de
soñolencia era todavía más fuerte en la fresca sombra del
algarrobo, que una brisa suave, henchida de los olores del
monte, oreaba de continuo,
—¡Qué bien se está aquí! —dijo Juan, lanzando un
suspiro de satisfacción—. Nada nos turba, nada nos apremia,
todo convida al reposo y al olvido de los afanes de la
vida. ¿Cómo habrá quien desdeñe el campo? Una casita en
estas alturas, lejos de los hombres, rodeada de silencio, y
el gran libro de la montaña, del mar, de la Naturaleza
toda, abierto ante nosotros, para que lo hojeemos sin
fatiga, siempre nuevo. ¿Para qué felicidad mayor?... ¿No te
parece, Cristóbal?.
DOC. 6: págs 105-106
La carretera caminaba al principio por entre viñedos,
bordeados de almendros y algarrobos, cuyas sombras
alargadas cortaban, con manchas de un negro azulado, el
blanco deslumbrador del polvo calizo. Durante medio
kilómetro, las casas eran frecuentes al linde mismo de la
cuneta, y de ellas salía constantemente un saludo afectuoso
para los viajeros. Las puertas, abiertas de par en par,
dejaban ver la primera pieza de la casa, formada
generalmente por una especie de zaguán más o menos ancho,
en cuyo fondo vislumbrábase la entrada al corralón o a la
cuadra, y en cuyo primer término no faltaba nunca el
cantarero, de piedra o de madera, sobre el cual erguíanse
los cántaros amarillos. rezumantes, cerrados por
cantarillas de ancha boca y entreverados, a veces, con
tiestos de albahaca. Las mujeres, sentadas en el suelo o en
sillas de poca altura, cosían, trenzaban esparto o se
peinaban unas a otras. Los chicos revolcábanse en los
bancales o corrían por la carretera. A la puerta de un
ventorro estacionaban dos carros del país, con largas filas
de mulos que movían continuamente la cabeza y las patas,
ahuyentando las moscas; y al lado, bajo el copudo ramaje de
una higuera, cuatro hombres en mangas de camisa jugaban a
los naipes, sobre una mesa enana.
Pasado el ventorro, la carretera comenzaba a bajar en
cuesta rápida hacia el río, franqueado por un puente de
piedra; río seco, de ancho cauce pedregoso, lleno de
enormes cantos rodados que acusaban la violencia de las
avenidas, en días de temporal. Más allá del puente, el
terreno volvía a subir en bancales pobres, mezcla de arenas
y piedras que arraigaban algunos árboles miserables,
contrastando con el migajón enorme de tierra labrantía que
formaba la pared derecha del río. Aquella hondonada,
sequerona y triste, parecía otro mundo. La perspectiva de
la frondosa llanura perdíase por completo, y la barrera de
montañas peladas que por el Norte y Oeste cerraba el
horizonte, creeríase que iba a tocarse con la mano.
Vencida la cuesta, volvió el panorama alegre de la
arboleda, tras cuya masa empezaban a verse las quintas de
recreo de fachadas enlucidas con yeso de color. Por encima
de los muros de cerramiento, o al través de las cercas de
caña, asomaban los botones dorados de los aromas, las
campanillas blancas o azules de las enredaderas y los
pámpanos verdes y rojos de las vides, todo ello velado por
el polvillo calizo del camino.
DOC. 7: págs 125-127
El sol todavía muy alto, cuando Juan y su tío
emprendieron el camino de la playa. […] se metieron por
entre los campos, sembrados unos de maíz, plantados otros
de hortaliza o viña, en rastrojo algunos, utilizando esas
mil sendas con que el labrador, no obstante su codicia del
suelo, divide y cruza las tierras profusamente, buscando el
atajo. Don Vicente guiaba, con paso ligero, saltando
fácilmente las acequias sin más apoyo que un bastoncillo de
roble, que llevaba por costumbre, hacía ya treinta años.
De pronto, al salir de un viñedo que cruzaron
oblicuamente, encontráronse frente al mar. Faltaba todavía
un buen trecho para llegar a él. El terreno seguía llano
por un centenar de metros; luego descendía bruscamente,
formando una faja pedregosa, de bastante anchura, hasta el
límite mismo de la playa propiamente dicha, que era de
cantos rodados en unos sitios, de arena en otros. En
aquella faja levantábase un numeroso grupo de habitaciones,
todo un barrio, el barrio de los marineros, con sus
corralones por cuyas bardas asomaban palos de barcos,
trozos de red y remos viejos, y sus puertas azules, verdes
o rojas. La playa corría casi en línea recta, perdiéndose a
lo lejos por el Sudoeste: mientras que por el otro lado, a
poca distancia del caserío, formaba un seno cerrado por un
promontorio que, sin prolongarse mucho mar adentro, cortaba
el horizonte por el Nordeste. En lo alto, y sobre la
ensenada, nuevas casas perfilaban sus contornos sobre el
cielo azul, de una limpidez admirable, que se reflejaba en
el agua, de un tono más intenso.
Juan se detuvo antes de bajar, subyugado por la
grandeza de aquel paisaje sencillo, de líneas prolongadas,
cuyos dos factores, el mar y la tierra, no obstante la
oposición de sus colores y sus masas, fundíanse en un
conjunto armónico bajo la luz enérgica que los inundaba por
igual.
Por su gusto, Juan se hubiera quedado allí un largo
rato, para gozar, lejos de la presencia humana, de la calma
que emanaba del mar, desierto aquel instante, y de las
casas silenciosas, que parecían inhabitadas. Pero don
Vicente tenía prisa.
—Vamos, vamos. Luego lo verás mejor.
En vez de bajar directamente, costearon la altura en
dirección al cabo y fueron descendiendo por la depresión
que formaba la desembocadura de un barranquillo estéril,
poco profundo, cuyas dos laderas estaban sembradas de
diminutos caracoles marinos, blanqueados por el sol.
Siguiéndolo, desembocaron a los pocos segundos en la playa,
que por allí se prolongaba mucho, tierra adentro. La
cortadura era más alta a medida que avanzaban hacia el
cabo, pero se dividía en escalones; y Juan observó que en
ellos se abrían, de vez en cuando, cuevas provistas de
cierres de tablas y a las cuales se subía por senderos en
zig-zag.
—¿Vive ahí gente? —y preguntó el joven.
—En unas sí, en las menos —contestó don Vicente—.
Por lo regular, sirven de almacén para los pescadores,
que, guardan ahí los útiles de su oficio. Nosotros vamos a
una que está habitada. Ven por aquí.
Comenzó la ascensión, muy trabajosa porque la
pendiente era rápida. En el polvillo amarillento en que se
deshacía la arenisca, resbalaba la suela de las botas de
campo.
- Aquí hay que venir de alpargatas —dijo don Vicente—.
Nuestros calzados no sirven.
Pero él seguía, afianzando el bastón de vez en cuando
y sin mirar atrás, con el ímpetu de un muchacho que
emprende una excursión apetecida. Llegaron a una de las
cuevas y, sin detenerse a llamar, don Vicente abrió el
cierre de labias entró. Una sola pieza tenía la cavidad. A
la derecha, en primer término, un resalto de la misma roca
servía de banco de cocina.
DOC. 8: pág 131
Habían llegado a la playa y caminaban sobre un lecho
de algas ennegrecidas por el sol, en que el pie se hundía
muellemente. Luego seguía la arena, mezclada con cantos
rodados y adornada con matojos de barrilla, de un verde
oscuro. Delante del caserío, que no distaba ya más de cien
metros, algunos faluchos varados se tostaban al sol, mal
defendidos por esteras y por la pintura de los cascos.
Sobre uno de ellos, dos chiquillos, medio desnudos, corrían
con gran algazara, y otro hacía esfuerzos por encaramarse
colgado de la borda y apalancando los pies en las cuadernas
lisas, manchadas de alquitrán.
Todas las puertas de las casas estaban abiertas y, en
algunas, la gente había salido a la calle y tomaba el
fresco, charlando o trabajando en faenas marinas. Casi
todos eran hombres. A las mujeres se las veía, de vez en
cuando, aparecer en el umbral o traginar en las
habitaciones enfiladas, sin puertas, que conducían, de
adelante atrás, hasta el corralón o el huerto. Todas las
casas eran en esto iguales, reservando para los lados de
aquella especie de pasillo de dos o tres tramos donde
suelen estar el comedor y la cocina, las habitaciones de
dormir y la sala que los más acomodados suelen tener de
respeto, para las visitas de campanillas.
DOC. 9: págs 181-182
El día de la Virgen amaneció espléndido. Aunque mediaba
septiembre y las vides amarilleaban, próximas a la
vendimia, la temperatura era veraniega. El buen tiempo se
prolonga ordinariamente, en la costa de Levante, casi hasta
Navidad, en un declinar suave del otoño que parece nueva
primavera, cortada por chubascos tormentosos pero de escasa
duración. La melancolía de los meses otoñales no se conoce
allí sino excepcionalmente, y cuando se presenta, llevada
por las brumas que desde la serranía bajan al valle y lo
cubren al atardecer, protestan los indígenas, asombrados de
aquel rigor, no obstante la dulzura del ambiente, que
maravillaría a un castellano.
Por sistema, Juan evitaba bajar al pueblo, es decir, al
grupo principal del caserío donde se apiñaban la iglesia,
la escuela, los más de los comercios y las viviendas de
algunos vecinos ricos. Pero aquel día se sintió arrastrado
por la animación general, por el aire de fiesta que
expresaban las caras de las gentes y que parecía irradiar
al campo y al cielo, y por la excitación que suele producir
el ruido y el olor de la pólvora. Bajó a la hora en que
debía terminar la misa con sermón, que doña Micaela y
Eugenia no perdonaban nunca a pesar del calor sofocante que
se desarrollaba dentro de la iglesia, sobrado reducida para
el gran número de concurrentes; por lo cual, la mayoría de
los hombres se quedaba fuera, con la turbamulta de
chiquillos escoliadores del cohetero.
La plaza, inundada de sol, salvo en trozos reducidos,
apenas bastaba para que se moviesen con cierta libertad los
grupos de paseantes y compradores. Delante de las casas,
obstruyendo casi las puertas, los tenduchos de juguetes, de
dulces, de avellanas, garbanzos tostados y chufas, de telas
y de zapatos, amenazaban venirse al suelo con los empujones
de la gente
DOC. 10: pág. 227
Sin decir nada a nadie, apenas almorzó encaminóse Juan
hacia la quinta de Amparo, lindante con la de Isolina.
Según el tipo común de las haciendas de Levante, la de la
viuda consistía en una casa habitación para el dueño; otra
pequeña, para los caseros; un jardincito cerrado por muros
y cañizo, y tierras de labor no muy numerosas […] y sin más
separación con las vecinas que las acequias de riego o los
márgenes de tierra apisionada con el azadón. Por uno de
sus lados, esta parte de la hacienda venía a lindar con el
bosque de pinos pertenecientes a Isolina.
DOC. 11: pág 228
Recostose en el tronco de un árbol, que le ocultaba en
gran parte, y esperó. La mañana era fresca, algo nubosa,
con rápidos contrastes de sombra y de luz, de tonos grises
y desgarraduras azules en el cielo. El campo amarilleaba,
en unos sitios por bajo de los árboles que iban perdiendo
la hoja, dibujando en negro hasta los perfiles más finos
del ramaje; en otros, los terrones removidos y las
superficies resquebrajadas del barbecho y las rastrojeras
tomaban un tono oscuro, que contribuía a producir esa
sensación de tristeza amable, característica del otoño y
propicia a la meditación. En medio de la nota gris
dominante, el verde blancuzco de los olivos parecía haber
ganado en intensidad, y el grupo de los pinos adquiría un
relieve enorme en su verdor aterciopelado.
DOC. 12: págs 272-274
A la mañana siguiente, muy temprano, llamaron a la
puerta de la alcoba de Juan, quien no dormía en aquel
momento; y sin esperara que contestase, entró don Vicente
en traje de camino.
—Vengo a proponerte una excursión —dijo—. Tengo que ir
a un pueblo cercano, y si te decides, verás paisajes de
primer orden.[…]
Cuando Juan salió; toda la casa estaba ya en
movimiento. El sol acababa de salir e iluminaba las
ventanas del piso alto, reflejando luces doradas sobre los
primeros árboles del jardín, medio desnudos de hoja. La
tartana esperaba frente a la puerta. Cristóbal corría de un
lado a otro, como siempre, entusiasmado ante la idea de
hacer un viaje, por corto que fuera. […]
Cuando se vio metido en la tartana, camino de la
sierra, le pareció aquello un sueño y miró con cierto
asombró el paisaje de la llanura, que se alejaba cada vez
más, velado por las nubes de polvo y por la niebla luminosa
del sol. […]
Esta idea no le dejaba gozar del espectáculo,
verdaderamente soberbio, que empezó a descubrirse a los
pocos kilómetros de Villamar. Habían subido, por una cuesta
agria que culebreaba en la ladera, a una de las primeras
estribaciones de la serranía, cuya altura dominaba, a un
lado, inmensa extensión de mar, y a otro, una serie de
barrancos y de cerros pequeños, que daban al lugar el
aspecto de una masa ondulada. Mar y tierra veíanse a una
profundidad grande, mayor sin duda que la verdadera por el
desnivel brusco que existía desde el sitio por donde
caminaba la tartana. Aquel abismo parecía desierto. Ni una
casa, ni una choza lo animaban con el signo, siempre
alegre, de la presencia del hombre. Los cerros, apenas
vestidos por matojos de romero y otras plantas aromáticas
de muy escaso desarrollo, mostraban por cien partes la
blancura estéril de las rocas calcáreas; y los barrancos y
vallecitos que entre ellos se abrían tenían un aspecto
lúgubre, con sus plantaciones de almendros cuyas ramas
negras, desnudas, evocaban la idea de un incendio que
hubiese devastado el país, carbonizando los árboles. Sólo
el mar azul, chispeante bajo los rayos del sol, cuya
elevación rápida sobre el horizonte podía apreciarse a
simple vista en aquellas horas iniciales de la mañana,
parecía reír, en su eterna juventud que el invierno no
marchita.
DOC. 13: págs 274-276
Don Vicente hizo parar el carruaje y bajaron, siguiendo
a pie algún tiempo para contemplar aquel panorama de una
hermosura extraña y turbadora. […] Ahora tenemos un buen
trecho de carretera tristón —dijo don Vicente—. Vamos
metidos entre montes, faldeando un barranco en que no hay
más señal de vida que una posada en la cual pararemos para
tomar algo y para que el caballo descanse; pero luego,
entraremos en una campiña admirable, llena de casas de
recreo.
Y siguió dando pormenores acerca del país, que conocía
palmo a palmo, y respecto del cual sentía un entusiasmo
sincero. Para él, no había en España, quizá en el mundo,
nada tan hermoso como aquellas costas levantinas.
—La gente del Norte —decía— acostumbrada al verdor de
los prados, a la humedad constante, suele despreciarlas por
sequeronas y polvorientas. Pero eso mismo les da una gran
variedad, según los sitios y las estaciones. Nuestras
sierras están desnudas y calvas; pero nuestras hoyas,
nuestros valles amplísimos, crían las mejores frutas,
azucaradas como confites, y se visten al cabo del año con
los trajes multiformes de dos o tres cosechas diferentes.
¡Y luego, el mar, ese mar que trae el recuerdo de cien
siglos de historia llenos de poesía! […]
Cuando entraron de nuevo en la campiña, Cristóbal
llamó la atención hacia una montaña, al parecer muy alta,
que frente a ellos, muy próxíma al mar, alzaba su cono
finísimo, cortado en la cumbre como por una dentellada
profunda, de una regularídad geométrica pasmosa, vista
desde allí.
—Mira Altona. Esa brecha la hizo la espada de Roldan,
según dice la leyenda.
Los flancos del cono, cubiertos en algunas partes de
bosque, que se distinguía perfectamente, parecían
sonrosados bajo la luz del sol; y las sombras de los
recodos y honduras, en vez de ser violáceas, como al caer
de la tarde, dibujábanse en negro, acusando el relieve,
mucho más complicado de lo que a primera vista parecía.
—Pues ahí vamos — dijo don Vicente — Al pie de la
mismísima cortadura.
La tartana corría ahora velozmente por un llano
cubierto de plantaciones, algunas de las cuales conservaban
su verdor. El mar veíase de nuevo a la derecha, formando un
seno profundo.
Atravesaron un pueblecito sin detenerse.- Es Villarica
– apuntó don Cristóbal.
[Incluimos los siguientes fragmentos para completar las
descripciones contenidas en Reposo.]
Doc. 14: Cuentos de Levante. (1895); edición de ThuleEdiciones, 2003.
Págs. 7-9, 117-118.
Desde la carretera que pasa a la izquierda del pueblo,
nadie sospecharía que el mar está allí mismo, tocando con
la mano. Limitan el horizonte por aquella parte las casas,
de un solo piso, blancas y grises, sobre cuyos tejados se
levanta el mezquinocampanario de la iglesia, que destaca
bajo sus tres arcos la negra mancha de tres miserables
esquilas. Algunas palmeras ostentan, aquí y allá, su copo
de verdes ramas y los mazos anaranjados que sostienen el
fruto; a veces, entre casa y casa, se descubren los campos
dorados o verdes, según la estación, y sobre la mies el
ramaje de olivos, de algarrobos y almendros. Pero nada más.
El mar, aquel mar azul que parece un lago visto desde lo
alto de la cercana cuesta, según el camino va ascendiendo a
la montaña, ha desaparecido; y como el día esté en calma,
lo cual es muy frecuente, ni el más leve ruido denuncia al
Mediterráneo, que baña en ondas suaves la arena y las
piedrecillas de colores de la playa, a cosa de un kilómetro
del caserío.
Pero cuando la diligencia sube al trote rápido de sus
seis mulas, mojadas en sudor, la pendiente abierta sobre
las primeras colinas de la serranía, levantando una
polvareda asfixiante de aquella caliza que se desmenuza al
menor choque y cuyo tacto abrasador hace pensar en las
tierras africanas, entonces descórrese de pronto el
horizonte de la derecha, y allá bajo chispea a los rayos
del sol la superficie curva del mar, casi siempre sereno,
como una aguada de azul y blanco. La línea de la costa
tiene una regularidad que le comunica, en medio de su
sencillez, cierta grandeza. Extiéndese en curva, apenas
rota por tal o cual seno poco profundo, desde la lengua de
tierra que al Occidente señala la desembocadura del río,
hasta el cabo que a la otra parte echa la sierra en el
agua. La serenidad de la atmósfera permite que se dibujen
con pureza pasmosa —la pureza casi del cielo alabadísimo de
Madrid— todas las líneas; y hasta la del horizonte rara vez
es brumosa, sino clara, perfecta, como alumbrada por una
luz más viva que destiñe el añil del cielo hasta darle el
tono de los azules desmayados, y proyecta una faja
brillante sobre el lomo del mar.
Casi en el centro de la bahía que la playa forma, se
abre un recodo más profundo, del cual, desde lo alto, se ve
tan sólo un brazo coronado por una torrecilla, ya en
ruinas, de las que sirvieron para los vigías costeros en
otras épocas. Aquel recodo es el puerto de Lamprea, y en su
seno se refugia toda una escuadra de barcos de pescadores.
Porque el pueblo aquel, desparramado como las chozas de la
vecina tierra valenciana, y escondido tras de los ramos
retorcidos de las higueras y el follaje espeso y duro de
los algarrobos; que en primavera parece nevado con la suave
flor del almendro, y que echa sus huertas casi hasta el
linde de las olas, no es un pueblo agrícola. La tierra,
enérgica y briosa como las tropicales, necesita también,
como ellas, de la fecundación robusta y plena de los
aguaceros: el beso del sol la agosta y quiebra en desmayos
de sed, y cuando el agua no llega, que es lo más cierto en
casi todos los días del año, el verdor de las primaveras
felices truécase en colores de sequedad y agotamiento.
Entonces la huerta es un plano de caliza, cuya blancura se
destaca por bajo del humus vegetal y quema los ojos,
exhalando un polvillo seco y acre como el polen de las
palmeras.
La gente, arrojada de la tierra y atraída por el
aliciente siempre vivo y misterioso del mar, se ha hecho
marinera; y puesto un pie en la cubierta de los faluchos y
otro en los surcos de los sembrados, atiende justamente a
las dos grandes actividades que la naturaleza puso en
contacto, sin que basten las dos juntas para sacar de
miserias a los costeros. En esta mezcla de profesiones, los
de Lamprea tienden más al mar que al campo, y apenas si hay
casa que no aporte su contingente de tripulantes a las
«barcas».
A la orilla del agua, bordeando aquel recodo que forma
un puerto natural, se alzan las casas en que vive, en época
de pesca, lo más lucido de los marineros; haciendo de las
redes de reserva, de los artefactos inútiles, de los
barriles de cebo para el pescado, lecho y mesa temporales.
La playa toda es de arena, cubierta a trechos de cantos
rodados de infinitos colores, sobre los cuales tiende el
mar, a veces, gruesa capa de algas negras y lustrosas. En
los grandes temporales de invierno, cuando al señor
Mediterráneo se le hinchan las narices, suele enviar olas
hasta la misma puerta de las viviendas, armando un
horrísono estruendo con la resaca sobre el pedregoso fondo;
pero lo más del año, aquel golfo es una bendición de Dios.
Más suave y humilde no lo conocieron humanos; viene en
anchos pliegues, apenas salientes, que mueve el levante, y
al llegar a la arena encresta una ola, que espumea
levemente. Las barcas, ancladas a 1a sombra del promontorio
que ostenta en lo alto la torre costera, apenas si se
mueven ni crujen con esos lamentos característicos de los
puertos del mar. El horizonte es una línea recta, cortada a
veces por la negra masa de los vapores, que dejan tras sí
un penacho de humo, o por la vela latina, blanca y dorada,
que parece inmóvil sobre el plano del mar.
A la parte de tierra, inmediatamente detrás de las
casas, sube el terreno como un murallón, que corta la
vista.
Desde la orilla sólo se ven algunas otras casas en lo
alto, la masa verde de las mieses, las crestas de algunas
palmeras y el sombreado vigoroso de la serranía lejana. Así
pueden considerarse los marineros como solos ante la
grandeza del mar.
Pues en aquel murallón costero, blando y pedregoso,
han abierto juntamente el agua y la mano del hombre
estrechas cuevas, que sirven por lo común de almacenes; y
en una de ellas —no la más capaz, sin duda— vivía la
heroína de mi historia.
[…] Por sendas que a veces se confunden con las acequias de
riego y obligan a saltar márgenes, caminamos hacia la
orilla del mar. Apenas dejamos el caserío agrupado que
forman la iglesia, la escuela, las tiendas y las
construcciones principales, nos azotó la cara el levante
fresco y húmedo, que agitaba el ramaje de la arboleda con
manso ruido. Admiramos de paso tal cual algarrobo vejancón,
adornado de verde fruta; los olivos cenicientos que ya
mostraban la jugosa cosecha, y los maizales de altura
desigual, apenas nacidos unos, con dorado penacho y largas
mazorcas otros, ora gozando de amplios bancales, ora
rodeando a manera de empalizada las plantaciones de
melones, calabazas y cohombros. Antes de llegar a la playa,
el terreno sufre un desnivel considerable. La parte alta —
llamada por antonomasia «El llano»—está casi toda en
rastrojo o sin cultivo, llena de matas varias, entre las
cuales se denuncia, de vez en cuando, por su aroma, el
tomillo. Domínase desde allí toda la ribera, y pudimos ya
notar la animación con que los bañistas celebraban el día.
Casi todos eran mujeres. Chocóme la
circunstancia y la hice observar al doctor. —¿Pues no sabe
usted—me contestó—que, aparte de ser las mujeres materia
siempre dispuesta para divertirse, lo cual les da mayoría
en todas las fiestas, los más de los hombres del pueblo
están aún en la pesca de África?
Recordé entonces que nuestros pescadores no habían
efectivamente vuelto de la expedición anual que emprenden a
las costas del noroeste de Marruecos, a Larache y a Tánger.
Por lo común, sale la escuadrilla de parejas en la primera
quincena de mayo y en fin de junio están de vuelta, con
gran cargamento de atún, bonito y otros peces salados y
secos; pero algunos años la pesca, muy abundante,
engolosina a los patrones y tardan más en volver.
[…] En la ensenadita de la Torre—llamada así por un
torreón antiguo que desde lo alto de la costa la domina—
veíase no más que una lancha pequeña, tripulada por un viejo
y dos niños, y ocupada en tirar el copo para divertir a una
familia forastera que merendaba en la misma linde de las
olas, entre la arena y los cantos rodados. Muy cerca de la
orilla nadaban o saltaban en corro, con grandes gritos,
hasta una docena de chicos y mujeres. —Al otro lado de la
torre hay más gente –dijo el doctor allí nos esperan.
Seguimos por lo alto del llano, y por detrás del
torreón (a cuyo pie hay ahora un cuartelillo de
carabineros) nos dirigimos hacia la playa opuesta, a
trechos rocosa, a trechos llena de alga, cerrada a poniente
por un islote que llaman «Los baños de la Reina mora», y
abierta por levante al panorama esplendido de la sinuosa
costa de la Marina, que en el extremo horizonte avanza en
dilatado cabo hasta muy adentro del mar. En aquel sitio la
animación era grandísima.
La tarde iba cayendo poco a poco, y con ella caía
también el viento. El oleaje se amansaba más y más, sonando
apenas sobre la playa, y los montes vecinos, de un violeta
oscuro, se perfilaban bruscamente sobre el fondo pálido del
cielo.