LOS SIGNOS DE LA TRAMA (ENSAYOS SOBRE LA ESCRITURA)
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El dominio de una lengua implica
no sólo la capacidad de comprender
un número indefinido de frases desviadas y someterlas a
interpretación... Una teoría de la escritura que deja de lado la
magia de la creación, sólo tiene un carácter marginal.
Noam Chomsky:
Current Issues in Linguistic Theory
Este libro debe muchos de sus hilos, por diferentes vías, a
varias mujeres de inteligencia clara y de concepciones muy
directas de la vida y sus circunstancias. Ellas son:
Yolanda Salas de Lecuna, Mariela Sánchez, Susana Moyano, Ana
Teresa Torres, Luisa Fernanda Coronil, Silda Cordoliani y
Beatriz González.
Es el momento de manifestar el agradecimiento público y
eterno por las acciones y creaciones de las cuales deriva
esta dedicatoria.
1
INTRODUCCION
Estos textos son especulaciones libres formuladas sobre diferentes temas con un
afán más cercano al ejercicio literario que al del rigor científico. Sin ningún género de
duda, corresponden a prefacios de otros textos que quizá se escriban algún día, o a
epígrafes de unos que jamás se escribirán. Pero, en general, son superposiciones de
superposiciones, redes de conceptos y de representaciones de lenguaje, experiencias con
la palabra. De allí que se haya decidido omitir las notas a pie de página o al final del
capítulo, así como la lista de libros consultados, que podrían enmascarar bajo la
formalidad lo que ha sido hecho en los límites estrictos de lo informal. Otras
formalidades: la de las citas, por ejemplo, y su diferenciación en el texto, corresponden
tanto a una necesidad semántica como a otra, estética. Sin embargo, tampoco
representan rigurosidad en los métodos, sino que refuerzan el carácter lúdico del trabajo:
un trabajo realizado en diferentes tiempos, por placer o afán de sobrevivencia en una
época signada por los avatares de la soledad y/o el infortunio.
El título, Los signos de la trama, fue tomado de una experiencia real: la de haber
atestiguado en Túnez cómo los tejedores de alfombras de pelo de camello iban dejando
en el tejido claves específicas que permitían no sólo reencontrar la línea del diseño, sino
establecer peculiares marcas de identificación. Esto parece potencialmente dramático
cuando se recuerda que el destino de la mayor parte de esos tejedores es quedarse ciegos,
y aun así, seguir ejerciendo su oficio. El tejido es entonces red sacrificial, tanto como lo
es la escritura. Posteriormente, se encontraron referencias textuales de esa vivencia en la
concepción de La escritura y la diferencia, de Jacques Derrida, donde se plantean las
construcciones como redes de hilos lingüísticos, los blancos como espacios de silencio
que potencian la escritura. El texto de Derrida, que recoge sus primeros trabajos,
publicados entre 1963 y 1966, está construido sobre una reflexión de El origen de la
geometría, de Husserl y lo abre una cita de Mallarmé. Ambas referencias constituyen su
exergo. En breves siete líneas colocadas después de la Bibliografía, Derrida confiesa que
ha renunciado a coser interpretativamente unos trabajos con otros y que prefiere
conservar entre ellos esos blancos sin los cuales ningún texto se propone como tal.
Porque si texto quiere decir tejido, entonces todos estos ensayos han definido
obstinadamente la costura como hilván. Valgan estos elementos para definir la
distribución de los elementos ensayísticos dentro del espacio vacío que es pre-texto del
libro.
2
Los textos de la PRIMERA PARTE, "La crítica literaria en la sociedad
contemporánea", están dedicados a dar una versión sobre crítica literaria: conceptos,
características y funciones. Los textos de la SEGUNDA PARTE, "Vestigios de la
Divinidad", son ensayos independientes sobre diversos temas relacionados con el
ejercicio de la Literatura. Los textos de la TERCERA PARTE, "Ejercicios reflexivos sobre
el espacio", corresponden a especulaciones sobre el concepto y las características del
espacio literario. Si existen entre textos saltos imaginativos, diferencias de tono en la
palabra, intersticios distintos, es preciso leerlos también, porque cuando se decidió el
hilvanamiento de ellos, se corrió el riesgo de que las fisuras, las grietas y las distinciones
formaran parte del cuerpo textual. TODO es este libro: páginas en blanco, separadores,
experimentos con tipos de letras, significación de signos. El ensayo es total: no sólo es la
especulación racional/irracional sobre la escritura y sus ejercicios, sino también la
experimentación con las potencialidades que ofrece el microcomputador: esa
herramienta que hoy día se vincula de manera casi carnal con el trabajo del escritor.
Parte de esas especulaciones se encuentran también en la CUARTA PARTE: "Insomnios,
transgresiones y simulacros", donde se expande escrituralmente la experiencia ante la
literatura, las angustias que se producen a partir de ella y la necesidad de expresar no
solamente tales angustias, sino las vías de locura y de juego que se inventan para tener
fluido acceso a sus territorios.
Quizá rebase los términos de una introducción decir que el ensayo es la forma
más libre de la reflexión: la que se alía con el lujo de la palabra, transformando ésta no
solamente en instrumento transmisor de conocimientos, informaciones u opiniones
sobre algunos temas determinados, sino también en órgano de las cosas, en percepción
estética y formal de un pensamiento, en expresión de ese pensamiento mediante la
amplitud de la manifestación escritural pensada y libremente ejercitada en el mismo
proceso de la escritura. Estas breves consideraciones quizá contribuyan a reforzar la idea
global que se persiguió con este libro: desatar en forma sistemática los hilos de la trama,
para volverlos a unir, siguiendo las líneas creativas de un diseño que, ya establecido, sólo
sirve de guía básica que permite la asunción de otros diseños distintos y quizá
enriquecedores: riesgo, en fin.
4
CRITICA LITERARIA:
LOS REVESES DE LA TRAMA
...sólo un símbolo insertado puede ser auténticamente
significativo; sólo una significación autónoma y no-real
puede ser propiamente simbólica.
Manuel Ballestero: Crítica y Marginales
Razón e intuición
Hay dos tendencias básicas para la consideración y el desarrollo del concepto de
poética, y ambas aún influyen y determinan la tarea de interpretación y teorización de la
literatura: una es objetivista, iniciada por Aristóteles, enriquecida por los aportes de la
posteridad hasta el siglo XVIII, y basada en una teoría de las formas, así como en la
técnica fundada a partir de ella, y la otra es subjetivista, de raíz platónica, que tuvo su
apogeo en el siglo XVIII, y se basa en la interpretación de la facultad creadora del
hombre, en cuanto a sentimiento interpretado por otro: lector o crítico. Desde cualquier
punto de vista, sin embargo, la crítica tiende a ser un discurso elaborado desde la otredad
del crítico con respecto a la otra y hacia la otredad de un lector al que se le entregarán los
fundamentos de la lectura que el crítico realiza. A partir de los aportes de Dilthey, cada
vez gana más fuerza la posibilidad de aliar ambas posiciones de la lectura crítica: reunir
los medios e instrumentos de la observación exterior, análisis comparativo,
generalización mediante la comparación y elaboración de series, con el estudio
psicológico y especulativo de la obra en tanto creación poética.
Según la posición objetivista, si se quiere definir con cierta precisión el núcleo de
lo que es crítica literaria, no puede circunscribirse ésta a la descripción de un producto
acabado, preparándolo para el consumo, sino que debe tomar como objetivo la
reelaboración de ese producto, entendida como una aprehensión consciente del sentido
del texto literario. Tal noción se fundamentaría entonces en la posibilidad de un cambio
que se entiende como anamorfosis: coloca otra cosa en lugar del objeto que se propone.
Desde este punto de vista, el conocimiento crítico no se reduce a encontrar o restituir un
sentido, sino que implica construir un saber nuevo, que agregue más a la realidad de la
5
cual parte y de la cual habla. Para ello es preciso concederle al acto crítico su verdadero
valor y real consistencia: dejar de considerarlo sólo como un factor intermediario y
devolverle autonomía, reconocerle la capacidad de crear algo nuevo y de transformar así
la realidad.
Por lo demás, el horizonte que limita toda interpretación literaria es el de la
pretensión de aprehender las apariencias que encubren el texto y lo contienen. El
mecanismo de esta pretensión es muy riguroso: por medio de él se acepta que el texto
literario es producto de un sistema de relaciones complejas que, al multiplicarse y
valorizarse, no sólo crean un artificio: una forma estética, sino que lo rehacen ante cada
lector. El artificio, tal como lo entendía Aristóteles, es la concreción aparente de una
ficción, lograda por medio de instrumentos estéticos y de la intuición del artista. Tratada
de esa manera, toda obra carece de consistencia: es pura imagen en el agua de las
interpretaciones posibles: proyección inaprehensible. El crítico actúa entonces como el
perseguidor infatigable de un objeto que se ubica sólo en apariencia dentro de sus
eventuales visiones. Si llegara a cristalizar la toma de posesión, sería siempre en forma
dudosa e incompleta. De esta manera, la crítica prolonga el trabajo del escritor, se instala
en la intimidad del texto y lo analiza, estableciéndose como iluminación desde la
jurisdicción de los modelos y las reglas que rigen el acceso a ellos, mas no como un
procedimiento de búsqueda y encuentro de identidad: porque el escritor CONSTRUYE
una obra: la desarrolla, la impulsa y la consolida, y el crítico la REVISA, la somete a un
proceso heurístico y, a partir de ese proceso, la desenvuelve en sus contextos.
El texto posee, de acuerdo con esta concepción, una verdad intrínseca basada en
su autonomía y ningún elemento externo permite juzgarla. Su esencia es convertir el
lenguaje en un elemento inédito, desprendiéndolo de sí para darle otro destino. Sin
embargo, no hay que confundir autonomía con independencia. El texto no es el producto
de una epifanía milagrosa. Por lo tanto, no puede ser estudiado como entidad absoluta.
Esto supondría un desconocimiento del trabajo del escritor, donde el lenguaje se vincula
con la ideología, la historia, las formaciones sociales, y también con los problemas que el
artista confronta en su vida personal. En otras palabras: un texto está siempre inmerso en
el conjunto de los contextos de donde surge. De este modo, se encuentra con respecto a
ellos en una relación de dependencia, aunque conserve su autonomía y las leyes que le
son propias. Lenguaje e historia se cruzan como vectores en cuyo corte se sitúa la lectura
posible. Ignorar la presencia de estos vectores conduce a una concepción simplificadora
de la crítica, a una castración de las posibilidades de percibir las múltiples ambigüedades
y polisemias que se mueven en todo acto de interpretación.
6
No obstante, no hay contradicción si se dice que cada texto como tal debe ser su
propio marco de referencia, a falta de toda trascendencia común, y la tarea del crítico,
ajena a todo juicio de valor, se agotará en el esclarecimiento de su formalidad y su
sentido. Por eso se establece una ruptura cualitativa entre el texto estudiado y el texto del
estudio: porque el texto estudiado es objeto, y la crítica es su metalenguaje. El
planteamiento es que si en el proceso de percepción el texto literario se vuelve un fin
en sí, y no trasciende, su condición de objeto se percibe menos y no más. La palabra
debe ser interpretada entonces como palabra-materia y no como representadora del
objeto nombrado, y mucho menos como producto de una explosión emocional. La
palabra debe ser interpretada como acto consciente de una voluntad estética, y no como
secreción de una inconsciencia afectiva. La fórmula así expuesta, expresa que la obra de
arte es objeto en sí y no en relación a otra cosa. Citando a Levy-Strauss: La lingüística
nos pone en presencia de un ser dialéctico y totalizante, pero exterior a la consciencia
y a la voluntad. Totalización no reflexiva, la lengua es una razón humana que tiene
sus razones que el hombre no conoce. En otros términos, esta vía conduce a instaurar
una ciencia de los discursos literarios.
Es en ese encuentro y redimensionamiento de la tradición aristotélica donde
reside la originalidad del movimiento objetivista-trascendentalista y sus posteriores y
múltiples enunciados. El modelo saussuriano se extiende a todas las prácticas científicas
de las ciencias humanas y, sobre todo, a los problemas de interpretación de estructuras
objetivas. En estos términos, la interpretación se convierte en el establecimiento de una
inteligencia objetiva de las relaciones de elementos en un mensaje: morfología, sintaxis
y articulaciones de significación. En la Poética de Aristóteles se tiende, ciertamente,
hacia una explicación racional del fenómeno literario en cuanto tal. Pero entendiendo
que no es posible un arte y un valor en literatura si no hay una base ética conjunta. La
Poética es un documento técnico, que se especializa en estructuras racionales:
definiciones, divisiones, clasificaciones, juicios de valor, problemas, dificultades y
objeciones que sirven de base de interpretación de la contextura modélica de la obra
para, partiendo de ella, de su conocimiento sensible, en primer término, obtener una
visión de su orden y de su utilidad. Si bien la técnica aristotélica está siempre concebida
en términos utilitarios e instrumentales, en el caso del arte, el filósofo admite que se
imponen otros criterios como los de expresión individual, belleza, bondad, ética,
grandeza y orden. La obra literaria tiene, según esa concepción, valores estéticos y éticos
particulares. O, como dice Paul Ricoeur: La comprensión hermenéutica de un texto se
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refugia en la constitución misma del campo de sentido en el cual se ejercen sus
relaciones de homología.
Por otra parte, la reflexión sobre la literatura ha venido adquiriendo una
relevancia progresiva en los últimos tiempos. El relativismo, al abolir la noción de las
verdades absolutas y universales, permitió el reconocimiento de la diversidad de
perspectivas y la posibilidad de que un individuo adopte diferentes puntos de vista en
cada situación. Dentro de este contexto, la crítica literaria se convirtió paulatinamente en
el doble necesario (al decir de Todorov) de la literatura: el espejo donde puede reflejar
sus rostros y encontrar la otra mitad de su verdad. El interés de la crítica radica entonces
en la especialización de la acción espontánea y primigenia de interpretar un texto: la de
emitir un juicio. Al especializar ese impulso, la crítica se convierte para el autor en una
fuente de información proveniente de un OTRO especializado, y para el lector, en una
especie de mapa para adentrarse en el universo textual de un autor, o, para comprenderlo
con mayor precisión una vez que esté transitando por él. Ese doble papel intermediario
del crítico funciona, además, como un elemento enriquecedor de la misma actividad de
creación literaria. Devela para los escritores las estructuras ocultas, o, por lo menos, las
ilumina con una luz diferente, que permitirá la asunción creadora de esas estructuras y
sus funciones: así trasciende, creando un saber.
Un primer paso para asegurar esa trascendencia es asumir que la crítica es capaz
de construir una estructura sistemática de conocimiento de las obras literarias. El
ensayo de T.S. Eliot, Función de la Crítica, comienza con la afirmación de que los
monumentos existentes en la literatura forman un orden entre sí y no son simples
colecciones de escritos de individuos. Esta posición, muy coherente y productiva, por la
cantidad de inferencias que pueden extraerse de ella, ha dado la orientación básica a
movimientos tan variados como la segunda fase del Formalismo, la Nueva Crítica y el
planteamiento de Frye, que propone la conformación de sistemas en literatura.
Hasta ahora, la crítica literaria ha oscilado entre posiciones inductivas y
deductivas: el análisis impresionista y retórico ha proporcionado parte de los elementos
inductivos, y, por lo tanto, el objetivismo racional debería ser la contrapartida deductiva.
Sin embargo, es factible preguntarse si el verdadero trascendentalismo, la verdadera
posibilidad de encontrar un saber literario que sea visión simétrica del paisaje del texto
no reside en el arco que producen esas oposiciones metodológicas y perceptivas. Aún
está planteada la discusión sobre la naturaleza y función de la poética y sus variantes de
teoría, crítica e historia literaria.
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Crítica intuitiva
El drama interno del racionalismo es haber
sustraído al mundo real al alcance de lo
sensible.
Francesco Neri
Es potestad del crítico establecer su Otredad frente al texto en diferentes niveles,
y el primer nivel estaría representado por las modalidades más bien periodísticas de la
reseña y el comentario de texto. Una reseña es el resumen de las ideas contenidas en un
texto, de manera tal que la persona que la lea tenga un conocimiento general sobre el
tema y la forma como éste fue presentado. El comentario de texto es el que se produce a
partir de la lectura de una obra y con el fin de facilitar su comprensión. En esos factores
radica su naturaleza: la operación fundamental del comentador es relacionar el texto que
analiza con otros elementos de información, que forman su contexto (histórico,
ideológico, literario), para formar un corpus interpretativo que sirva de enlace entre el
texto analizado y sus posibles lectores interesados.
Según la rígida división jerárquica medieval de los scriptoria, el commentator
era el copista que no intervenía en el texto recopiado sino para hacerlo inteligible. El
crítico que ejerce dentro de tal estrategia es, de acuerdo con esta definición, un
comentador, pues actúa como un re-productor de la obra: como un operador que la revisa
con distancia e ironía, creando entre el lector y el trabajo crítico una separación que, a la
vez, actúa como estímulo de acercamiento al texto criticado. Ciertamente, esto significa
una consideración previa del texto como producto consumible, pero también implica el
derecho al uso y disfrute personal de ese texto y de la comunicación masiva de ese
disfrute. El crítico público que desciende del estilo de Sainte-Beuve representa al
colectivo de lectores: es un hombre de gusto que utiliza y evalúa la obra literaria: es un
experto juicioso que muestra a la sociedad cómo debe ser consumida la literatura, de
acuerdo con las convenciones y las buenas costumbres de la sociedad, pero no pretende
crear una estructura teórica, ni mucho menos adentrarse en ella.
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Así, el comentario de texto está muy vinculado a la lectura por placer.
Considerado de esa manera, responde a los encantos de la vida culta e intelectual. Por
ende, el gusto subjetivo e individual, es su clave. En la lectura placentera se cumple de
manera más sensual y completa el acto de seducción que el autor dirige al lector. Este
contribuye con sus propios aportes a la consolidación del texto. Es decir: el texto se
cumple en cuanto a Otro. La crítica que resulta de la lectura placentera de un texto y la
comunicación de la aceptación o rechazo que produjo es inmanente, pues establece sus
relaciones más íntimas con aquello que le es inherente: la estructura, la sintaxis interna
de los elementos episódicos del lenguaje, el tratamiento de los temas y las imágenes, el
ritmo de reunión del conjunto. Es decir: todo cuanto forma la obra literaria, pero
considerado como la impresión que recibe el crítico con respecto al texto.
Esta impresión, o juicio de valor, sirve de fundamento para algunos estudios de
las obras literarias. Sin desmeritar sus opciones ilustrativas en cuanto a gusto e
interpretación inteligente, fundamentar conclusiones en ellas es, por lo menos,
arriesgado. Las impresiones son formas retóricas de la crítica, pero es una extensión
lógica ilegítima considerar que una impresión es teoría literaria. Se dice que la crítica
llamada impresionista pertenece al ámbito de lo mágico, más cercana al planteamiento
platónico que al aristotélico. Es una mezcla de elementos biológicos y fisiológicos
primigenios que caracterizan estados de sensibilidad, los cuales definen y evocan
emoción en términos abstractos, además de una concepción de la literatura como
expresión directa de la sonoridad elemental.
Aunque ha sido desprestigiada en los últimos años por el sector ganado para la
causa del estudio objetivo y científico de la producción literaria, la crítica impresionista
tiene muchos defensores, que basan su derecho a la interpretación subjetiva en conceptos
como el goce, la recreación y el puro desarrollo especulativo en torno a un texto
seductor. La sustitución de la búsqueda de una trascendencia por la afirmación del
derecho de cada individuo a juzgar a partir de sus propios criterios concierne tanto a lo
ético y a lo político como a lo estético: los tiempos modernos estarán marcados por el
advenimiento del individualismo y del relativismo, dice Todorov. Sin embargo, la
lectura y la crítica impresionistas, aunque poseen un encanto deseable: una especie de
nobleza, de linaje órfico, y recrean en cierto modo al hombre primitivo, carecen de rigor
analítico y más bien cumplen una función de vínculo primario. La crítica así entendida es
casi puramente sensorial. Barthes lo expresa de esta manera: La relación de la crítica
con la obra es la de un sentido con una forma. Imposible para la crítica pretender
"traducir" la obra, principalmente con mayor claridad, porque nada hay más claro
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que la obra. Lo que puede es "engendrar" cierto sentido derivándolo de una forma,
que es la obra.
La posición que asume esta crítica crea un segundo lenguaje superpuesto al
lenguaje de la obra: no es exactamente una relación especular o reflejante, porque la obra
se resiste a ser reflejada en su forma total, sino que se constituye una especie de
luminosidad verbal que aurifica la luminosidad natural del texto. El sentido es el
objetivo de una comprensión que se apoya en el acto de leer. Sin la existencia de ese
posible campo de significaciones, de ese horizonte latente, la reflexión sobre la
experiencia lectora no podría desembocar en acto de crítica literaria. Sería sólo una
especulación acerca de la lectura en sí como objeto y no como sujeto, porque la crítica
proviene de la consciencia del texto y de su sentido, y no de otros factores.
El placer de leer es respuesta inmediata del espíritu a la obra que le está
transmitiendo su mensaje. Sin embargo, el desciframiento crítico supone la elaboración
de un discurso paralelo en el que se aclaran las características de lo experimentado: los
hilos de lo leído y comprendido. Ahora bien, es innegable que la lectura placentera sirve
con mayor eficacia afectiva como un puente entre el autor y los potenciales lectores.
Citando a San Agustín: Gozar es, en efecto, apegarse a una cosa por amor a ella
misma. Usar, por el contrario, es convertir el objeto del cual se hace uso en objeto que
se ama, en caso de que sea digno de ser amado.
La estética del goce en literatura viene desde Platón, se re-elabora en Plotino,
pasa por San Agustín y se desarrolla entre los ideólogos del romanticismo del siglo
XVIII. Es en esa época cuando se abre la sociedad de goce, con raíces renacentistas, para
rescatar el placer sensual del texto literario y el poder seductor de la lengua.
Posteriormente, Friedrich Schlegel pondrá en evidencia que el GOZO es inmanente a la
literatura y que sólo mediante el disfrute pleno los lectores y los escritores pueden
realizar el encuentro textual y contextual necesario para que se "produzca" realmente la
obra literaria. En efecto, el impresionismo crítico, si es llevado más allá del comentario
de texto, y si es utilizado como pasarela hacia el conocimiento, es una vía recta hacia la
consecución de verdades generales, en el sentido que dio Aristóteles a este concepto. El
impresionismo parte del postulado de que en literatura el proceso primario es crear: la
obra nace por el ansia de expresar una vivencia y no por necesidad de convertirse en un
producto estético, objetivo del análisis heurístico de una posible teoría literaria. Lo que
surge de la manifestación de un sentimiento, excita de nuevo el sentimiento, aunque de
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diferente manera. El proceso que se cumple, por tanto, en el lector, es afín al que se
cumplió en el escritor, pero como imagen asimétrica.
En otros términos, es posible expresar que una subjetividad sistematizada y
cultivada tiene más probabilidades de acercarse al objeto literario que una objetividad
sesgada por normas y reglas, imposibilitada de abordar la obra literaria por otra vía que
no sea la de los moldes, las fórmulas y los patrones establecidos. Por el camino subjetivo
el crítico puede continuar las metáforas de la obra, y obtener resultados semejantes, en
líneas generales, a cuando se siguen las estrategias objetivistas, en tanto que vías
trascendentes. Aceptando, eso sí, que la obra es de todas maneras irreductible y que el
crítico lo que hace es una re-producción: una representación espiritual y verbal de sus
condiciones simbólicas y sígnicas.
Después de toda esta especulación, se puede ya plantear como problema:
)Qué es la crítica literaria, en realidad? El concepto, ya se ha visto, está relacionado
desde sus orígenes con la idea de la interpretación del texto literario: con una intención
hermenéutica a la par que epistemológica, o como el deseo de aprehender la obra de arte
literaria por medio de procedimientos que permitan detener, aunque sea en forma
momentánea, su flujo vital. Su propósito es reflexionar metodológicamente en torno a un
texto literario intentando descubrir cómo está construido, cuál es su estructura, cuáles
son sus relaciones con otros textos, y qué hace que sea Arte. Esta práctica, que es la
consolidación intelectual de un instinto, puede desarrollarse desde el comentario de texto
(impresionista, sensible) hasta el análisis crítico (objetual, contextualista, científico,
especulativo).
Todas esas consideraciones proponen una visión de la actividad crítica como
lectura de un texto: significante articulado en una constelación de significados en cuyo
centro se encuentra lo dicho: el texto construido, pero rodeado de elementos que giran en
torno a él. Esos elementos transforman su sentido primario y lo convierten en factor
polivalente, susceptible de lecturas diversas, sin que ello manifieste que esté librado a las
arbitrariedades subjetivas. Toda lectura es la incursión de un individuo en esa
constelación. Toda interpretación crítica es el acto por el cual la consciencia penetra en
esa constelación.
Para conseguir su objetivo, la crítica literaria puede enfocar el texto desde
varios puntos de vista disciplinarios. Uno de ellos es la Teoría Literaria, cuya naturaleza
es predominantemente ideológica, descriptiva y prescriptiva. Estas funciones remiten a
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supuestos de demarcación e identificación de enunciados en principios estéticos,
lingüísticos, retóricos y poéticos. En este sentido, la Teoría Literaria actúa como un
artificio conceptual que implica siempre al acto de construcción de la obra literaria.
Asimismo, la crítica está relacionada con la Estética, que estudia el proceso de
descubrimiento y expresión de los valores del hombre. Aunque tradicionalmente se ha
considerado la Estética como limitada al conocimiento de lo bello, en los últimos años se
ha desplegado el campo de su acción hasta considerarla una especie de ciencia de la
expresión. Como toda ciencia cultural, comprende un aspecto teórico y otro histórico,
indispensables ambos para la comprensión cabal de los fenómenos que estudia. Así,
pues, la crítica está inmersa en esa teoría de los valores expresivos, que, a su vez, tiene
un doble movimiento: uno que estudia el descubrimiento o intuición de los valores
estéticos, y otro que se refiere a la realización de esos valores. Ambos movimientos
convergen en una inter-relación que tiene por objeto el estudio del texto literario,
entendido éste como una representación lingüística y estética con finalidad propia y cuya
ejecución es el resultado del trabajo de una persona que maneja el lenguaje con
especiales intencionalidades y competencias.
La diferencia entre ambos discursos (el crítico y el literario) es referencial, y
en ella se basa el gran problema epistemológico de la actividad crítica: cómo ha de
operar, cuáles han de ser los procedimientos de su análisis y elaboración en relación con
el texto literario. Así es como se presenta el juego especular que caracteriza la crítica. El
texto es un sistema y tiene en sí su núcleo sistemático, de ahí que la crítica no pueda
pretender, al decir de Barthes, reconstruir el mensaje de la obra, sino solamente
re-elaborar su sistema. Esto es: trascender desde su inmanencia.
La función de la crítica, de cualquier manera que se realice, o entienda,
queda perfectamente encuadrada dentro de una visión del mundo específica, que es la
que va a servir de base cognoscitiva para el texto literario que se critica. Por lo tanto,
cualquier definición que se emprenda con intención totalizadora será ambigua. Se sabe
solamente que el campo de la crítica es la literatura, y que su objeto es el texto. Y se sabe
también que toda crítica es la iluminación de capas de significación de la obra por parte
de otra significación: la del lector que realiza la crítica. Esto, aparentemente, encierra un
contenido de subjetivismo latente, pero se trata del establecimiento de una correlación
dinámica entre el texto (el escritor) y el lector para obtener un acercamiento parcial a la
verdad variable, explosiva y abierta de la obra literaria como tal obra de arte.
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La línea así trazada pasa por un eje de percepción normativa, que sería en
cierto modo, la profundización de la misma percepción sensible, desplazada por el
estudio y la descripción de las características formales de la obra. En otros términos, y
como ya fuera planteado anteriormente, la crítica tendría tres fases (que en todo se
corresponden, además, con el fundamento aristotélico de sus raíces): el acercamiento
sensible, el empírico/técnico y el interpretativo, ontológico propiamente.
Crítica y lectura
A toda crítica la precede una lectura. La lectura de un texto establece un
compromiso entre el que lee y el que produjo la obra. Este primer nexo está muy cerca de
la primera visión en el espejo. Supone el ejercicio de un acto mediante el cual la obra
toma un lugar en el mundo del lector, permitiendo que éste ejerza su arbitrariedad frente
a ella. Es necesario establecer que este primer vínculo tiene una naturaleza sensorial al
principio, y después otra, de índole juicio: al leer, el crítico se coloca en los márgenes del
texto, y permite la descripción del mismo. Por supuesto que una lectura que pone en
evidencia las características de las obras literarias no es igual que una más profunda, que
revele sus diferencias y semejanzas con otras obras y relaciones con los contextos.
Por consiguiente, toda crítica debe establecer una hipótesis -por fuerza
anapodíctica- en torno a la cual crezca la especulación acerca de la obra que será
estudiada. Así el trabajo del escritor deja de ser mero pretexto para lisonjas o agresiones
retóricas, para convertirse en objeto de conocimiento. Definir con brevedad y precisión
los conceptos y la función de la crítica literaria no es una labor fácil. Como ya se dijo,
ella es reflexión exegética y metodológica sobre la constitución y relaciones sistemáticas
de un texto literario y sus elementos vecinos en el contexto, con el objeto de producir un
discurso que sea síntesis de resultados o razonada interpretación concluyente.
Pero esa reflexión hermenéutica solamente es posible en el espacio de una
lectura, entendida como tal la convergencia empática y semántica del texto con un lector,
convergencia que se procesa como una producción intelectual distinta. Es necesario
asumir, como expresó Paul Ricoeur, que la crítica es reflexión acerca de la experiencia
lectora y que ésta incluye, como uno de sus radios, la proyección de sentido del que
experimenta. Las investigaciones de este autor lo condujeron al examen y valoración del
lenguaje como ámbito pluridimensional. Su interpretación presupone la fenomenología
no idealista: un estudio de los símbolos, un diálogo con las disciplinas lingüísticas, un
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acercamiento a la tradición y una crítica de las ideologías. Eso significa que, al leer, la
comprensión proviene de una mediación interpretativa. Y, aun en este caso, el problema
se presenta como resolución de una dicotomía dialéctica entre comprensión y
explicación.
Todo texto se ofrece ante el lector como expresión comunicante de algo.
Enseguida, el lector aporta sus fundamentos subjetivos de sentido, y se hace factible la
relación si hay competencia en la comprensión y la intención del discurso. Así se cierra
el círculo y se produce una condición semántica mixtificada y mediada, que es una
verdadera (aunque relativa) totalidad. Saussure y Jakobson, por sólo mencionarlos a
ellos, determinaron con bastante precisión que en la lectura el mensaje se produce en la
intersección coordinada de dos ejes: el sintagmático y el paradigmático. El primero,
constituido por el texto como manifestación lingüística y literaria completa, y el
segundo, compuesto por los términos posibles, las plurivalencias semánticas, las
potencialidades y los signos externos que gravitan sobre el lector. El texto construido es
solamente una parte. Su completación es una posibilidad, azarienta y arbitraria. Por eso,
todo discurso es ambiguo, en virtud de la presencia inmanente de valores de sustitución.
No hay ni lecturas, ni interpretaciones idénticas.
La lectura es una selección y acción mediatizada por los contextos. La crítica
actúa en un segundo nivel: es el desciframiento. Es el carácter trascendente de la
consciencia respecto a sí misma. La lectura es actualización abierta y dinámica de
transformaciones conceptuales, subjetivas u objetivas, que inciden sobre el sentido del
texto. Es un encuentro capaz de hacer surgir una entidad unitaria en base a preguntas.
Examinado esencialmente, tal encuentro es la relación de un hombre consigo mismo,
asomado al abismo de sus deseos y sus pérdidas. Allí tiene su campo: la búsqueda del
sentido total de la obra sólo se realiza en el develamiento por parte del lector de los
misterios y los enigmas, las claves y los juegos, que le propone el texto. El lector acepta
esas proposiciones cuando se adentra en el texto. Y después aparecen, como por arte de
magia, zonas en penumbra que son potencialmente iluminables, paisajes terroríficos o
paradisíacos: todo lo que el hombre es, en suma, y que constituye el reto más profundo,
en último término.
LÓGICA Y FUNCIÓN DE LA CRÍTICA
Lógica
15
El saber no puede darse, entregarse, sino que se
constituye como producción del sujeto que conoce.
Manuel Ballestero
Si uno se apoya en el pensamiento de Hegel, es factible encontrar que todo
conocimiento suscita la necesidad de un desgarramiento o de una escisión. El hombre
que aspira a conocer debe tener en cuenta la existencia de una fuerza ontológica y
dinámica, que es propulsora de ese desgarramiento. Pero también debe prestar atención a
la fuerza contraria: a la fuerza unificadora. Entre el inicio y el fin de ese proceso de
tensiones entre lo cohesionante y lo dispersador, hay un tránsito que es proceso, devenir.
A través de él se intensifica la ruptura inicial, pero, a la vez, se va instaurando la causa
recuperadora. Toda actividad del conocimiento es, pues, una recuperación que sucede a
través de una disolución.
Así entendido, el planteamiento hegeliano se aviene bien con lo que sería
una lógica de la crítica. En el curso de su proceso, las dos fuerzas antagónicas exhiben su
lucha, mientras van transformándose hasta alcanzar un desenlace. Se puede considerar
asimismo la crítica basada en la filosofía hegeliana como el viaje que efectúa el
individuo: la exploración del espacio, el pensamiento y las esferas de lo posible. Esta
exposición inicial escruta las interioridades aventurándose en los propios escondites y
desde los propios escondites. En ese viaje de identidad, la obra busca su propio y original
rostro, reflejándose en otro rostro. Esta actitud no es, en propiedad, sino una exploración
previa, un recuento de preparativos, una mediación del potencial y las posibilidades: un
acto de amor. Es lo que Hegel llama Lógica. En este movimiento, la obra concede desde
sí misma una diferencia vital que le permite pasar, desconocida de sí, a ser conocida de
Otros. Y luego, poco a poco, a través del proceso de racionalización de la Idea, del uso
de enfoques antropológicos, históricos, sociológicos, psicológicos, mitológicos, la obra
se va reconstituyendo, recupera su Espacio Absoluto (trascendente), convertida en Otra
Cosa.
La filosofía de Hegel no es más que la transcripción de conceptos de las
estructuras básicas del análisis, en este caso aplicadas a la estética de lo literario. El truco
hegeliano consiste en ahorrar la confrontación con lo externo: el ser-otro es concebido en
algún momento como una fase del ser-en-sí-mismo. Por lo demás, Hegel representa una
antiquísima tradición de pensamiento. La crítica a su sistema, impulsada por Feuerbach,
por Marx y por Kierkegaard, sobre todo, se percata de la ausencia de una verdadera
16
contradicción en la posición hegeliana, y solicita una mayor confrontación que pruebe la
validez de ese estilo reflexivo.
Para Feuerbach hay en todo objeto una exterioridad y una diferencialidad
que no puede ser deducida del Lógos, que no se halla a priori mediada por la razón y se
cumple a nivel de la intuición y de la certidumbre sensible. Marx, en cambio, prolonga la
posibilidad de ese recurso reflexivo: cualquier objeto se prueba fuera de sí mismo: tiene
su comprobación en el espacio externo a él: en el universo de la praxis y las relaciones de
producción. Kierkegaard, por su parte, cuestiona el concepto de mediación hegeliana:
piensa que el objeto no es un Absoluto: no es un instante que se cumple como un
relámpago y cuya clave reside en sí mismo, sino que es un hiato que sólo puede ser
reunido por efecto de un desmembramiento previo de sus elementos. El problema de
Kierkegaard es el de la irreductibilidad de lo existente a concepto. Su punto de partida y
el de Feuerbach son idénticos: eliminando el dualismo y planteando la unidad de
existencia y esencia, el sujeto se convierte en sustancia. El saber es, para Kierkegaard, un
proceso que compromete al hombre entero, y no requiere de una base de autoridad: el
saber emerge de un acto personal, vive como acto del sujeto, que lo enarbola con
autonomía y verdad, y no como residuo de un sistema de contradicciones concluyentes.
Al romper con la mediación de lo singular por lo general, Kierkegaard hace suyo el
principio de Fichte, de que el objeto de la filosofía no es hablar de la razón desde afuera
y dando vueltas a su alrededor, sino desde dentro, promoviendo efectivamente la
realidad racional. Pero esas proposiciones lo que hacen es promover el irracionalismo: la
irracionalidad afirma el ser: cuando las puertas de la percepción se abren, entonces las
cosas aparecen de verdad.
Estas tendencias se presentan como iluminación ideológica del modo
humano de existir. Elucidación de una dimensión práctica, irreductible a la actividad
intelectual derivada de la dialéctica: un acto de subversión que se abre hacia la acción,
inserta lo irracional en los vacíos de la razón, y transforma la percepción del Yo en
evidencia intelectual. La lógica de la crítica reside, pues, en un elemento cognoscitivo
que va desde la reflexión y el análisis: especulación y disección, hasta la síntesis y
reconstitución: desde la retórica hasta el juego, desde la exégesis hasta la exploración en
las potencialidades del ser. Hoy en día se ha ido desarrollando todo un sistema
conceptual, categórico, normativo y metodológico para describir las propiedades
formales y funcionales de la obra literaria y para analizar sus relaciones contextuales. No
obstante se ha olvidado que el texto criticado es un discurso que debe tener
correspondencia con el del crítico.
17
Y el crítico no es ése que habla en nombre de la obra o de su autor: no es un
sacerdote, revestido de los signos esotéricos del rito, capaz él y solamente él de
transmitir la verdad, como tampoco es el que puede abstraer la estructura de la obra de su
contenido humano para presentarla, puro esquema, amputándole sus dimensiones
esenciales. La lógica de la crítica estipula al crítico como sujeto pensante y actuante en la
sociedad. De esa manera, será posible transformar el saber literario de lo que es
actualmente: un saber disperso, en un acontecimiento sistemático donde quepan las
innumerables experiencias del discurso y sus metalenguajes de verdad y moral. La
literatura es un descubrimiento del hombre y del mundo, decía Sartre, y tenía razón: es
un intento de revelarnos las dimensiones escondidas de lo humano, aunque eso no
signifique que tenga el acceso privilegiado a esa verdad que busca. Y la crítica, por
supuesto, se debe construir en reciprocidad solidaria con esa búsqueda.
Función
El tipo de verdad al que acceden la crítica y la
literatura es de la misma índole: la verdad de las
cosas más que la de los hechos, la verdad de
descubrimiento y no la verdad de adecuación...
Tzvetan Todorov
Función Didáctica
La función de la crítica tiene, sin lugar a dudas, un carácter múltiple. En primer
lugar, es de naturaleza didáctica: actúa como intermediaria entre el gusto público y la
obra que se critica. El crítico se supone una persona que tiene conocimiento y práctica
del oficio de la literatura, y que, por lo tanto, debe haber aprendido, la fórmula de cómo
hacerse receptor inteligente de una expresión literaria. Su primer deber y su primera
intención consistirán entonces en enseñar a leer a otros.
Eso no significa que se quede en la elaboración de resúmenes que faciliten el
consumo. El comentario crítico está encaminado a hacer surgir del libro los valores que
el hombre de oficio descubre, para que el lector los distinga y esté atento a ellos. El
comentario no puede limitarse a describir las actitudes y/o aptitudes de un autor, sino que
debe determinar cómo está hecha la obra, revelar los hilos conductores de la estructura,
18
atraer la atención hacia las formas estéticas y engastar el texto dentro del contexto del
lector.
A esta primera función didáctica debería agregarse otra, también de igual
condición: si aceptamos que una obra literaria se crea a partir de la necesidad de un
escritor de expresarse y expresar el mundo que lo rodea, y que no sólo se corresponde
con la ambición de aportar un poco más de belleza al mundo, sino que tiene pretensiones
cognoscitivas, éticas y teleológicas de lo humano, se debe aceptar también que la obra
es un signo y un síntoma de la vida de un hombre y de la época en que se produce. Por lo
tanto, es, de alguna manera, de todos: puede informarnos sobre las interioridades de la
humana naturaleza, sobre las crisis y los conflictos de cada historia personal y de la
historia de la especie: sobre lo que falta por conseguir y lo que se ha perdido, sobre lo
que se ama y se odia, sobre las ambiciones secretas y las renuncias.
Albert Béguin dice: No hay un libro vivo que no sea (aunque el autor no lo
haya querido en lo más mínimo y ni lo sepa) al mismo tiempo un libro que nos expresa
a todos. Leído dentro de cien años, cuando se haya obtenido la distancia necesaria,
mostrará esos signos de una manera más visible. Por esa razón, parte de la función
didáctica del crítico debe ser discernir los valores sintomáticos de cada obra,
mostrárselos al lector, establecer con él una correspondencia: una complicidad de
significados (que puede ser aceptada, o no, naturalmente), y revelar los signos secretos
de la obra con el fin de asentarla dentro del mundo y extraer de ella los significados
profundos que puedan alertar nuestras conciencias.
El crítico no puede permitirse, frente a un producto estético de índole tan
compleja y comprometedora, limitarse a los juicios literarios, sino que debe inducir a
leer la obra dentro de un sentido de lo tropológico /moral/ cotidiano, y como una verdad
éticamente representativa. He allí, en el fondo, el mismo planteamiento aristotélico: en
todo producto estético debe haber un fondo ético, y la crítica es el medio efectivo para
destacarlo, separar de la obra su superficial sentido de diversión (en el sentido más
amplio del término), y buscar el vínculo interno de la subversión.
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GUSTO, CRÍTICA Y VANGUARDIA
Sobre todo en materia de lectura, el gusto público es un misterio. Su
irracionalidad es un fenómeno de tal magnitud, que es considerado por los expertos en
mercados y consumo como uno de los factores de alto riesgo en la relación entre
productores, intermediarios y consumidores. No se trata de un cruce confuso de
entidades abstractas, ni de una serie de conductas y actitudes manipulables, sino de una
mediación entre entidades abiertas: el lector se coloca ante el texto y es atraído (o no)
hacia él, por elementos absolutamente extraliterarios, al principio, y también ajenos a
cualquier nivel de la propaganda. Es decir: hay un escritor: un hombre que produce
desde el fondo de su enunciación personal, un texto que él presume sentido completo. Y
hay un lector: un hombre que recibe ese producto, y se entrega (o no) a él, también
surgiendo desde el fondo de sus carencias. Examinadas en esencia, esas son las
relaciones básicas que se dan en este fenómeno: los abismos incesantes de las carencias
son el motor de la dialéctica objeto-lector, la posibilidad de encuentro entre aperturas y
su fusión, para completar un círculo que, de todas maneras, siempre será abierto.
Se puede retomar, sin embargo, la afirmación general de que los medios
masivos de comunicación influyen en el gusto del público, y que, debido a la forma
como se ha orientado esa influencia, se ha producido un deterioro progresivo en los
valores de apreciación estética en favor de trivialidades estereotipadas. Si se quiere
analizar este asunto en profundidad, es necesario reconocer que el público de las artes se
ha transformado. Hasta las cuatro primeras décadas de este siglo, ese público se limitaba
a una élite que sabía leer y escribir: una minúscula fracción de la población que cultivaba
sus gustos estéticos y demandaba discriminadamente una producción artística que
satisficiera sus necesidades. Un movimiento como el Modernismo, por ejemplo, pudo
difundirse e instalarse entre los escritores latinoamericanos debido a un apoyo
considerable de los periódicos, es verdad, pero también porque la restricción cuantitativa
del número de lectores permitía una mayor comunicación personal, una mayor
posibilidad de discusión y confrontación de las ideas.
Aún hoy día subsiste una élite ilustrada, bien por efecto de la tradición, o por
una especial absorción de los valores artísticos e intelectuales, de manera tal que
trasciende a una limitación de clase social o estirpe tradicional. Según Edward Shils: El
estrato más antiguo de la sociedad occidental es una diferenciada intellighentzia
creadora, poseedora de un conjunto de tradiciones ininterrumpidas. Ese estrato existe
20
todavía hoy, más amplio que nunca, mucho más extendido y con vínculos
internacionales que exceden a los de cualquiera otra manifestación de nuestra
sociedad o de cualquiera otra. Hay, sin embargo, más especialización que antes. Es
imposible que un hombre pueda estar familiarizado con todo el tesoro de la cultura
pasada y actual. Los hombres cultos de hoy se parecen menos a los del pasado, cuando
había, también, menos cosas que aprender. A pesar de ello, a pesar de los cambios
sociales, del sistema de financiamiento de la cultura y de la organización de la vida
intelectual, este estrato creador se reproduce y aumenta sin cesar.
Paralelamente, el siglo XX ha visto desarrollarse un amplio número de otros
consumidores de la producción cultural. Este movimiento, en realidad, se inició con el
liberalismo de ideas del siglo XIX. En su constitución han influido diversos factores: el
primero, la difusión masificada: la prensa, primero, y luego, con el paso del tiempo y los
avances tecnológicos: la radio, el cine y la televisión (ahora, ya en el siglo XXI, también
la INTERNET). Segundo, el ensanchamiento de la brecha que permitió a más personas
el acceso a las universidades. Tercero, la mayor disponibilidad de dinero y tiempo libre,
las menores exigencias físicas para desarrollar el trabajo y la consolidación de los
valores individuales del uso y disfrute del ocio. Cuarto, la identificación psicológica
entre nivel socio-económico y nivel de conocimientos y manejo de códigos "culturales".
Todos estos elementos produjeron una necesidad de consumir cultura, lo que determinó
la masificación y, por ende, en algunos casos, el descenso cualitativo, en progresión
aritmética, de la producción cultural.
En otros términos: la difusión de la instrucción pública, las mejoras
socio-económicas y la aparición de tecnologías amplificadoras en los medios de
comunicación, proporcionaron a los productos estéticos un mercado más amplio. No
obstante, la masificación no produjo necesariamente una elevación del gusto popular.
Una sociedad que ofrece excesiva seguridad tiene que crear riesgos y sensaciones
artificiales para satisfacer el apetito de excitación de sus componentes, y facilitar una
válvula de escape a la presión de la necesidad de actuar, al menos en el terreno de la
fantasía. Por eso se promueven los combates de boxeo o de lucha libre, las corridas de
toro, los campeonatos de fútbol, los juegos deportivos, las películas de brutalidad
policial, crímenes y desgracias, y la literatura que excita la imaginación por las vías del
sexo, la violencia o la aventura, o, en todo caso, de historias amorosas con finales felices.
En ciertos casos, esto ha ido produciendo una declinación de las capacidades de
construcción y apreciación estética. Los productos de la literatura que está concebida
para satisfacer los deseos y carencias de las mayorías, son repeticiones más o menos
21
mecánicas de patrones convenientes de gusto. Citando a Jean Franco: Si la época de
reproducción mecánica de la cultura envuelve el fenómeno de la repetición, es porque
tanto la memoria como la historia ya no sirven como índices del destino público o
individuo. La repetición impone un patrón o hábito en la mente del consumidor,
facilitando así su absorción de material nuevo y reintegrando su impulso original al
consumo. La repetición de la sociedad moderna sirve para conducir a deseos y
necesidades dentro de los confines estrechos de las relaciones capitalistas, y, por lo
tanto, para reprimirlos.
Aquí se reconoce, además, una incapacidad creciente de mantener
posiciones críticas frente a los productos del arte. En verdad la gente lee más hoy en día,
o, por lo menos, más gente está en capacidad de descifrar los signos de una escritura,
pero casi todos comprenden menos lo que descifran y no perciben las resonancias
textuales. Asimismo, un mayor número de personas acude al teatro, a los conciertos
musicales y las galerías de arte, aunque quizá no tengan un criterio real de
discernimiento sobre los asuntos que presencian, sino el que está fundamentado en los
comentarios y reseñas que suministran los medios masivos de comunicación.
Lo que se plantea es si estos, por medio de una acción apropiada que fomente
la crítica como información y formación de un aparato lógico e ideológico que permita la
apreciación de las obras, podrían iniciar un movimiento (sin duda revolucionario) de
mejora acumulativa dentro de los sectores potenciales de productores y consumidores de
cultura. Algunos piensan que tal posibilidad, aunque es perfectamente instrumentable,
chocará siempre con los intereses de los mercaderes de productos masivos, por una
parte, y, por la otra, con los intereses de las élites que pretenden dominar las sociedades
por medio del control de los accesos a los códigos estéticos de crecimiento espiritual.
Es claro que alguna crítica siempre irá dirigida, por lo menos durante un
largo tiempo, a esas élites ilustradas, y no podrá ser asimilada por el gran público. Pero
una opción que aporte informaciones y normas de comprensión y elaboración de juicios
podría tener la posibilidad de elevar el nivel de los estándares de conocimiento y
apreciación estética. Esos estándares corresponden a una estratificación artificial de la
cultura: se habla de una cultura superior, que corresponde a la elaboración más refinada
y no seriada de las tradiciones y las innovaciones estéticas: de una mezcla inteligente e
intelectual de lo clásico y lo creativo, conseguido por la acción de talentos especiales.
22
Y también se habla de una cultura media, que facilita y digiere los productos
estéticos para hacerlos asequibles a los que aspiran más divertimento que conocimiento,
pueden pagar por tal divertimento y no poseen el estatuto intelectual que los acerque a
una versión más "elaborada" de la producción de arte. Esta forma se ha convertido con el
tiempo en el estándar de los niveles identificatorios de las clases medias, que, por
ejemplo, adquieren discos compactos con antologías de grandes óperas ejecutadas por
cantantes populares, pero desconociendo el significado profundo de las tragedias que en
ellas se desarrollarían si no se obliteraran en función del prestigio de la "estrella". La
catarsis y su expresión musical quedan, pues, reducidas a meras excusas para el
despliegue vocal y técnico del verdadero producto: el o la cantante.
Y se dice asimismo de la existencia de una cultura popular, que se alimenta
de las tradiciones, pero cuya elaboración es más mecánica e intuitiva. Esta producción
cultural del pueblo, a menudo anónima, prospera en ese territorio marginal de las
artesanías, la magia y la devoción religiosa, quedándose en el manejo del oficio, sin
profundización real de la exploración artística. En ese campo se pueden encontrar
notables productos (algunos ya tocados por el mercantilismo), y hasta una cierta
sensibilidad estética muy especial, determinada por el kitsch y sus derivaciones.
Pero, a pesar de la exposición teórica aceptada de esa división, en la
actualidad se puede entrar a discutir cómo se han inter-relacionado los tres estratos y
cómo los productos culturales han sufrido la presión en uno y otro sentido, por parte de
los valores tradicionales y los impuestos por la sociedad que consume. En el caso de
América Latina, por ejemplo, la rapidez del salto hacia los avances tecnológicos y la
absorción de los medios, son factores que han ocasionado que persistan mecanismos de
transmisión oral de las tradiciones y formas primitivas de la fabricación de objetos, al
lado de las más sofisticadas infraestructuras de transmisión escrita o audiovisual
masificada. Así se produce una interacción entre acervo cultural, tradición, modernidad,
alienación tecnológica, dependencia y repetición. Ni siquiera en las grandes ciudades
latinoamericanas se ha podido lograr una homogeneización absoluta de los medios
tecnológicos de difusión y producción, porque la coexistencia de tiempos, las
limitaciones estructurales, el estilo difuso de escolarización, y otros elementos, han
producido una manera muy especial de construcción comunicacional, que recae sobre el
trabajo intelectual con mucho vigor.
Ahora bien, si pudiera conseguirse que la información que respalda la
aparición de un producto cultural estética y éticamente compatible con las altas
23
exigencias del espíritu, sea amena e informativamente efectiva, capaz de conmover y
convencer al consumidor de cultura, y proveerlo de las herramientas para juzgar la
cualidad del producto que tiene ante sí. Y si eso pudiera conseguirse sin presionar las
características individuales o sociales propias de su condición, se podría hablar, quizá,
de un progreso espiritual. Lo que se desea es conseguir un público más numeroso, que
haga posible el cubrimiento de los costos de producción artística, ciertamente, pero,
sobre todo, un público cuyas necesidades estéticas avancen, permitan la eventualidad de
un conocimiento y evadan los controles de segregación social por medio del acceso a la
cultura superior. La crítica podría ser una vía expedita importante para conseguir estos
fines, si se realiza por medio de una estructura de información masiva bien
fundamentada y correctamente dirigida.
A pesar de las predicciones en contra, toda promoción, incluso la del tipo
que aquí se plantea: la posible elaboración de una crítica literaria que influya sobre el
gusto de los lectores, puede funcionar si se cumplen fases señaladas como básicas en la
mercadotecnia: adecuación a las características y niveles de los receptores posibles,
cumplimiento de una primera etapa de índole informativa más que formativa,
reforzamiento de conductas adquiridas en esa etapa, y, finalmente, constitución de un
sistema crítico que proporcione las herramientas para el desciframiento estructural del
texto y su percepción analítica y seductora. Las investigaciones muestran que son
necesarias por lo menos dos condiciones para que una acción de esa naturaleza sea
eficaz: la primera sería que se produjera una efectiva canalización de los valores básicos:
es sabido que el consumo cultural es cada vez más impuesto por circunstancias foráneas
que explotan conductas irracionales y erráticas. Hay multinacionales especializadas en
crear una cultura para satisfacer las necesidades de la masa. Fascinados ante las
perspectivas de ganancias millonarias, los industriales de productos culturales han ido
extendiendo sus operaciones hasta el punto incluso de sobresaturar ciertos mercados. A
pesar de estas aproximaciones a la industrialización, esta situación no se ha consolidado,
porque aún hoy, y pese a todos los intentos, el producto cultural está sometido a patrones
de medida que no ha sido posible obliterar en beneficio de reglas menos exigentes. Ni la
propaganda, ni la sobreabundancia de producción mediana, han podido desvirtuar la
intuición personal acerca del verdadero valor del arte.
La promoción actúa de ordinario en forma natural, como un intento de
canalización de comportamientos o actitudes que ya existen. Una vez que se establece un
esquema fundamental de conducta, o de reacción, es factible aplicar un modelo que
proporcione la información necesaria para usarlo en uno u otro sentido. Pero aun así,
24
tales conductas no pueden ser transformadas en su totalidad, pues no se pueden
quebrantar ciertos estratos espirituales muy arraigados. Este es el caso de la insurrección
de las vanguardias de todos los tiempos. Frente a la dictadura de la Necesidad, aparece su
contrario: la Libertad, el indeterminismo absoluto, la perspectiva abierta e indefinida que
se enfrenta a lo que debe ser. Y puesto que cada uno de esos principios tiene poder para
abatir al otro, sin ser capaz, no obstante, de subsistir por sí solo, las dos posiciones
antitéticas generan una transformación: la contraposición de Causas y Finalidades surge
de tiempo en tiempo: el Arte ofrece a la acción humana un hecho sin posible
constatación, y por una especie indescifrada de alquimia espiritual, el hombre re-conoce
en esos signos las enunciaciones imparciales de sí mismo: de su voluntad, de su anhelo,
de su angustia: de su Libertad.
Es verdad que la sociedad consiste en una serie de convenciones generales
que todos los individuos se han comprometido a observar y aceptar, y por medio de las
cuales la comunidad garantiza al individuo cierta seguridad, según Rosseau. Pero hay
individuos que sienten que tienen tan poco en común con esas convenciones que deben
quebrantarlas, sin establecer otras. Después del Renacimiento, después de las grandes
revoluciones de los períodos inter-guerra en el s. XX, sólo los años 60s han tenido esa
característica de insurrección total, que generan las vanguardias.
Citando un ensayo de Horkheimer y Adorno: Cuanto más inconmensurable
se torna el abismo entre el coro y los solistas, más puestos hay entre estos últimos para
quien sepa dar testimonio de su propia superioridad mediante una originalidad bien
organizada. De tal suerte, incluso en la industria cultural, sobrevive la tendencia del
liberalismo a dejar paso libre a los más capaces. La función de abrir paso a estos
virtuosos se mantiene aún hoy en un mercado ampliamente regulado en todo otro
sentido, mercado en el que en otros tiempos la única libertad que se permitía al artista
era la de morir de hambre.
La segunda condición sería la utilización de los contactos personales como
apoyo a la información masiva, es decir, la propaganda activa o la crítica literaria por sí
sola no pueden mantener el movimiento que tiende hacia una transformación
permanente de conductas y valores. Pero es factible apoyar la acción divulgativa con un
trabajo constante de formación de lectores donde intervengan críticos y escritores:
constitución de grupos de lectura, talleres literarios, conferencias, seminarios, foros,
simposios, que permitan el contacto directo entre los productores de textos y los
consumidores de literatura.
25
No obstante, para desarrollar programas de esta naturaleza es preciso
propiciar verdaderamente un cambio, tanto en la ideología predominante entre los
directivos o dueños de los medios masivos de comunicación, como entre los que dirigen
la actividad literaria y cultural pública o privada. Porque en la actualidad, las
condiciones están favoreciendo una acción de los medios que fortalece la estructura
vigente, con todas sus limitaciones.
De cualquier modo, la crítica literaria podría concebirse sin mucho esfuerzo
como una forma de la promoción, entendiendo como tal, en esencia, al ejercicio de
información, persuasión y comunicación que se desarrolla en torno a un producto
específico, y cuyo objetivo primordial es divulgar un conocimiento de manera tal que los
potenciales clientes o consumidores conozcan dicho producto.
No sólo se trata de una cuestión de competencias mercantiles entre empresas
o productores, entre casas editoras o escritores. Se trata de acortar la brecha que se ha
abierto hoy día entre los escritores y los lectores, hasta el punto de producir una gran
incomunicación. Y se trata de que el lector esté en capacidad de seleccionar un texto
literario, no sólo en función de sus necesidades epidérmicas, sino también debido a su
aprendida y desarrollada capacidad individual de juicio crítico, así como a las profundas
y esenciales exigencias de su condición humana.
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ENSAYO Y POESIA: ESPECULACIONES VITALES
Indefinición y ambigüedad son características del género llamado ensayo.
Como es un reto a la imaginación y al espíritu lúdico, es frecuente plantearse dudas
frente a su real naturaleza. Si se acepta que el ensayo es un experimento de juego, hay
que admitir que las reglas de ese juego son, a la vez, vagas y estrictas, de manera tal que
resultan como un reto especial para los dilettantes del arte de la escritura. Como ejercicio
de lucidez, el ensayo puede dar la vuelta completa a la elipse del espacio literario y
transformarse en una expresión de la locura: una forma que permite obtener una visión
de las posibilidades representativas de la lengua: esa representación lingüística va desde
el conocimiento prerreflexivo hasta el conocimiento reflexivo en sí: desde la
especulación hasta el razonamiento. El escritor que ensaya busca la interpretación de
algún aspecto de la vida y, en ese proceso, el texto se constituye como movimiento
perpetuo de interrogaciones. Ejercicio epistemológico que busca consolidarse en
construcción ontológica, pero que no llega a serlo por su incapacidad de absolutos. Allí
radica precisamente su condición básica: ésa que lo opone a la poesía.
Porque la palabra poética encierra en sí (y lleva al límite) la dialéctica que
constituye la esencia misma del mundo: no sólo se permite revelar el objeto, sino que lo
integra, aboliendo las dimensiones básicas de su existencialidad: sin tiempo, ni espacio,
el objeto poético vive en sí de una manera más rica, más estable, más verdadera: se da
como es y no como se supone que sea. La poesía es revelación de sí y supresión de la
existencia concreta. Los poetas, según dicen, son los ojos y los oídos de la divinidad, que
se manifiesta por medio de su potenciada palabra. El lenguaje de la poesía es lenguaje
suelto, dispuesto para ser desestructurado en función de una reestructuración cósmica:
las fronteras entre la morfología, la sintaxis, la fonética y la semántica se rompen en el
discurso poético, o, mejor dicho, se funden y dan la impresión de la lengua como un
continuum donde todo significa y todo resuena.
El ensayo, en cambio, sólo pretende delinear su objeto. No quiere iluminarlo
con una lámpara potente y cruda. Lo persigue sin aprehenderlo y sin construirlo. No lo
integra en el universo de los otros objetos: la perenne y voluntaria frustración conduce a
nuevas preguntas: )es el ensayo diacronismo de las ramas del árbol de la sabiduría (y,
quizá, del fruto), de manera tal que produce la inconformidad? Pero el ensayo no
informa jamás (entendiendo informar no en el sentido usualmente utilitario del término,
sino como la descomposición de la forma, o la desestructuración que propone el lenguaje
28
poético) porque informar, según Eluard, es un compromiso trascendente del
esclarecimiento que se realiza en cercanía y lejanía: todo en un mismo movimiento. El
ensayo sólo intenta acercamientos parciales, tanteos que competen a la resolución de
algunos enigmas. Es como un damero: juego de ingenios, de significantes y significados
que se cruzan y que deben descifrarse desde cifras altamente herméticas como si
compusieran las moléculas de un cuerpo, o los elementos de un alcaloide que actúa sobre
las reproducciones posibles de las células del texto.
Aún podría decirse más: la escritura ensayística se ubica atendiendo a dos
coordenadas generales: de un lado, ya se ha dicho, está aquélla que modula la función
estética absoluta del lenguaje, que en él se pretende despejar por medio del ejercicio
diestro del razonamiento y la intuición de la lengua. Y del otro, está la función
puramente instrumental y sus valores.
Sin embargo, al ser una pieza principalmente ideológica, el ensayo funciona
en sentido inverso a las pretensiones objetivistas y despersonalizadas de la escritura
instrumental (periodística o científica) y, en cambio, asume lo personal, lo que integra el
ejercicio retórico y escritural con los matices y precisiones del pensamiento subjetivo,
pero de manera tal que en esa escritura se ensaya: se plantean cosas que aún no pueden
ser admitidas como verdades, y que se ofrecen a un lector para que las apruebe o las
desapruebe. Citando a Ortega y Gasset, el ensayo es lo que se encuentra a medio
camino entre la pura literatura y la pura filosofía y permite y hasta obliga a presentar
lo particular sobre el fondo de lo universal.
)Qué clase de herramienta epistemológica es ésta, tan inconsistente y
ambigua? Es la herramienta socrática: la línea de desarrollo de una mayéutica implícita
en la curiosidad primordial. El ensayo es la didáctica que reemplaza la ordenación y la
clasificación de las ciencias lógicas por el desorden ilógico de base estética: ésa es su
conexión con la estética como base de sustentación. Por medio de su estricta, rigurosa,
lucidez, se ingresa al territorio del arte, que así adquiere una dimensión diferente. No en
balde los primeros ensayos pertenecen al orden de la antigua poesía didascálica, que es, a
su vez, la raíz de la poesía cognoscente que hoy se practica como signo de los tiempos.
Y, sin embargo, el ensayo como tal es más bien producto del Renacimiento, eco de la
revolución copernicana, respaldo de la afirmación de que el hombre es la medida de
todas las cosas, o de que el hombre es el núcleo gestor y generador del universo, tal y
como dijeran Pico della Mirándolla o el Fiumicino, aunque sus primeras manifestaciones
29
se ubiquen históricamente en la Ilustración, en pleno momento triunfal del racionalismo,
desde cuyo lúcido ejercicio surgen los Ensayos de Montaigne.
Pero no es válido engañarse: toda escritura, aun la más inocente, siempre
expresa el deseo del escritor de recuperar los objetos de su vida y de su tiempo, sobre
todo aquellos que la historia ha marginado o los dogmas han condenado. En los tiempos
que corren, se trata de redefinir las líneas metodológicas que sirvan para una
interpretación del texto escrito (o para una hagiografía del escritor como hacedor de
milagros). La tradición académica parece ser en la actualidad insuficiente ante la
multiplicidad de formas paralelas que constituyen un texto: hay un afán de reunir en una
obra las múltiples formas expresivas para transformarlas en una totalidad expresiva que
represente el drama o la tragedia del hombre contemporáneo: poesía, novela, cuento,
teatro, ensayo... En realidad, la escritura es sólo una: ejercitación total de la Palabra
que nombra y crea: vivencia Total. En el Fedro, Platón plantea el fundamento dialéctico
de la división. Hoy día, cuando el mundo no parece tener unidad, a partir de las sucesivas
rupturas del orden de Copérnico, ensayar es (o puede ser) una forma de la poesía: una
forma tan humilde y sutil que reconoce lo alejada que está del lenguaje absoluto.
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PODER DE LA PALABRA
Para los teóricos del Poder, desde Platón, Herodoto y Aristóteles hasta
Maquiavelo, ductor de príncipes, faro del pueblo, y O'Brien o Max Weber, el Poder no es
un medio sino fin en sí mismo. Según esta concepción, el Poder adquiere un carácter
divino, porque es una forma de actuar en el mundo, y transformarlo, con el solo impulso
de la voluntad. El Poder es la manera (o, mejor dicho: una de las maneras) por las que el
hombre imita a la divinidad, de allí que sea una teleología.
La Palabra tiene la misma cualidad teleológica del Poder, con la diferencia
de que su potencia creadora es infinitamente mayor, porque trasciende lo meramente
físico y toca lo ontológico tanto como los hechos de la imaginación. En los tiempos más
antiguos, cuando el hombre estaba más cerca de Dios, cuando entendía mejor la
necesidad de una religación con el todo, al poeta -vate, juglar, aeda, cantor-se le
reconocían carácter sagrado y poderoso. Aún hoy, en las culturas que conservan su
fragancia original, es así. Porque el don de la Palabra es Revelación y la Revelación es
forma que tiene la divinidad de manifestarse sobre lo creado.
La idea de este parejo origen divino del Poder y la Palabra hizo que durante
siglos los monarcas, los jefes, los conductores de pueblos, adscribieran a sus cortes a los
poetas, que eran a menudo adivinos y videntes, y que los respetaran como sus iguales.
Incluso se daba el caso de que en la persona del Gobernante se reunieran las condiciones
de poetas y líderes políticos o militares. Muchos emperadores chinos, japoneses o
tártaros, muchos reyes europeos y jefes precolombinos, fueron a la vez eximios poetas,
cuya obra literaria sobrevive más allá de sus realizaciones políticas o económicas.
Asimismo, el chamanismo, como cualquier otra caracterización del sacerdocio, está
vinculado a la posesión del don de la Palabra, cuyos poderes son benéficos y maléficos, a
la vez.
El respeto por la Palabra que se pronuncia se magnifica cuando ésta se
escribe. La escritura es un acto mágico y durante siglos, su conocimiento fue esotérico y
estaba en poder de un estricto círculo de elegidos. La caída y dispersión de los imperios
descendientes de las grandes culturas de Asia Menor, la formulación occidental
greco-latina de la cultura, formada por la sedimentación cultural de todos los pueblos
que transitaron de una manera u otra el Mediterráneo, mantuvieron intacto el espíritu
gnoseológico y ontológico de la Palabra. Pero el ansia de descifrar el mundo, liquidando
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las divinidades, que surgió a fines del siglo XVII y produjo el Enciclopedismo y sus
derivaciones, han contribuido a la transformación de los conceptos sobre Palabra y
Poder. La masificación de la escritura es un producto netamente burgués y
revolucionario, pues presupuso la entrega del fuego al hombre. Como en Prometeo, los
héroes-ladrones de los bienes de la divinidad, fueron condenados por aquellos a quienes
habían querido beneficiar. Mas ya el acto estaba cumplido.
Si se ha decretado el fallecimiento de las divinidades y se han develado en
apariencia todos los misterios, la conservación de uno solo de ellos no parece ni posible
ni procedente, aunque su presencia persista, cada vez más notoria y llena de fuerza.
Algunos dicen que durante el Renacimiento comenzó la decadencia que hoy abruma al
mundo. Fue la consciencia del fracaso del proyecto humano fraguado en Bagdad y
Alejandría y que se abrió como una rosa mágica y resplandeciente en la Europa de los
siglos XV y XVI. Pero justo en el Renacimiento, cuando se fundamentaba el triunfo de la
lucidez, los príncipes y los señores se rodearon de artistas, en parte por razones sociales:
para diferenciar su clase de la forma pragmática de la burguesía liberal en ascenso, a la
que, sin embargo, y por imitación no precisamente servil a los modelos, contagiaron de
sus usos. Todos ellos sabían que su salvación estaba condicionada por el producto
estético que respaldaran y de ninguna manera por una historia de realizaciones políticas,
guerreras o económicas que no los absolvería de culpas y errores.
Después de la Revolución Francesa, y con el ascenso definitivo de la
burguesía a los centros del Poder, los fines ya no fueron la eternización de la vida ni el
conocimiento del mundo, sino la acumulación de riquezas. Los nuevos dirigentes no
poseían una consciencia clara de la estirpe, ni de las tradiciones estéticas, ni de la
salvación por la vía del arte. Esta concepción ha ido fraguándose e instalándose en el
mundo a partir de acontecimientos históricos y sociales muy diversos, reforzada en cada
acontecimiento bélico que protagonizan los grandes controladores del mercado. Las
guerras amenazan siempre, no las fronteras de un país, ni su sistema político, ni la
integridad de su entorno, como a menudo simplifican los analistas. Las guerras
amenazan el directorio raíz de la especie humana: ese centro desde donde emanan no
sólo sus conductas polares sino también los hilos que permiten la semejanza con la
divinidad.
No obstante, el mundo es ahora un mercado: una feria medieval tecnificada
al extremo por los games de los programadores de las metrópolis: una feria donde todo
se vale dependiendo de la memoria RAM, los Mhz de velocidad y la capacidad del
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harddisk, y los poetas, si no actúan como pregoneros de las mercaderías, o como los
gladiadores de los retos de Nintendo, quedan en la categoría de marginales. El Hombre
de la Palabra ha devenido en ser despreciable para la sociedad en general en tanto que no
sea productor de bienes de consumo. Si adquiere fama, reconocimiento o dinero por su
trabajo, puede recibir el aplauso de sus contemporáneos. De lo contrario, sólo la Muerte
le restituye el antiguo resplandor reflejante de la divinidad.
La actitud de la sociedad ante los poetas no implica, sin embargo, que la
Palabra haya perdido su carácter divino, ni que haya dejado de ser fuente de Poder.
Significa, en cambio, que los valores impuestos por la producción, el intercambio, el
consumo, et alias, han sido aceptados como verdades existenciales y sustentos del ser
del hombre contemporáneo. Se acepta comúnmente, por ejemplo, que el Dinero hace la
Felicidad, pues provee de los bienes que hacen la vida confortable (partiendo siempre
del patrón de lo confortable que periódicamente propone la sociedad de consumo y la
metrópolis o el pool de metrópolis al mando). Se ha dicho que el Poder es sólo una
simple vía para conseguir dinero. Así se han tergiversado las cosas, se han pervertido los
valores. Ya no se cree que el Gobernante debe ser el mejor: el comprometido con un
destino sagrado: gobierna el que permita obtener el mayor número de ganancias con el
menor esfuerzo. Los Héroes han sido sustituidos por Gerentes, o, en el mejor de los
casos, por operadores de microcomputadores que hacen del combate cotidiano un evento
de precisiones binarias. La sociedad, obviando sus arquetipos, ha estatuido las leyes de
la oferta, el consumo, la producción y la demanda, como los puntales de toda gloria y
todo poder.
Tampoco se cree ya que el poeta pueda estar exento de las normas que rigen
la cordura o el juicio de la humanidad, y, en cambio, su discurso, que refleja siempre el
decantamiento de lo humano, el esplendor y la decadencia y la filiación con lo efímero
que tienen los actos del hombre, es descalificado periódicamente calificando al poeta
como parásito social y económico, subversivo, peligroso, sólo por su capacidad de
escribir y porque no teme decir la verdad al Gobernante, ni a los Gerentes, ni a los Amos
del Mercado, aun cuando algunos de esos poderes, o todos ellos, lo sustenten.
La amenaza del éxito
Pero aún hay otra forma de la perversión, que se produce cuando el escritor
consigue el éxito (es decir: reconocimiento económico y social por sus obras), lo que
ocurre cada vez con más frecuencia. Entonces las tentaciones de adscribirse a una corte
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política, a una filiación social, son cada vez más apremiantes, y hasta se llega, en algunas
oportunidades, al caso de confundir el Poder real con las imágenes evanescentes del
Poder que producen la fama, las invitaciones y las ganancias monetarias.
Ahora bien, no es preciso ser demasiado duros en los juicios hacia estas
actitudes: En hombres que viven en medio del aplauso (...) la vanidad es, hasta a los
ojos del más amargo crítico, un pecado venial, según Manuel Caballero. Y muchas
veces el escritor, Hombre de la Palabra, se ve arrastrado por el halago, la adulación y la
curiosidad de la gente, tal como Ulises se vio asediado por la fascinación de Circe, o por
el canto de las sirenas, que atraían a los que pasaban, para devorarlos, y que él resistió
amargamente.
Ulises resistió a las sirenas (pero se deslizó en las delicias de Circe) porque
estaba vigorosamente atado al palo mayor de su nave, atado con cuerdas embreadas y
porque sus marinos llevaban los oídos taponados con cera para no escuchar ni las
hermosas canciones, ni las órdenes de su capitán. El escritor, en cambio, no es un héroe y
tiene un frágil cuerpo al que deleitan las comodidades y las gracias de la vida. No resiste
las amarras fuertes, ni su coquetería le permite llenarse de cera los oídos, y, por lo tanto,
se ve constantemente sacudido por la fuerza de las tentaciones. En medio de las hogueras
de tantas vanidades que a veces pueblan la llanura, el escritor a veces se arrima a una de
ellas, o prueba el aislamiento de los caminos secretos, las grietas donde se refugian los
animales más ariscos, o el borde peligroso de los abismos.
34
)ARS NARRATIVA?
La anécdota surge desde cualquier instante de curiosidad o de deseo. La
anécdota está al acecho, esperando encontrarte o buscando ser encontrada. Una vez que
se presenta, relumbra ante tus ojos con el esplendor de un preciado abalorio, guardado en
una vitrina: a tu vista, maravillándote, pero definitivamente lejos de tu alcance. Entonces
comienzas el ejercicio de la paciencia: )cómo acercarte? )cómo poseer el codiciado
objeto, si ni siquiera sabes para qué sirve, cuánto pesa, cuál es su valor en monedas o en
arrojo, qué conseguirás a cambio si llegaras a poseerlo? Para ti, que sólo ese don posees,
la anécdota se vuelve entonces asequible solamente por medio de la escritura. Y la
anécdota, por ese hecho puro y simple, se transforma en pre-texto.
)Qué es tu vida, sino un montón de pre-textos desordenados, enmarañados,
unos distinguiéndose entre los otros por su apariencia brillante o sombría? Pareciera que
todo tu mundo fuera como una película en blanco y negro, en la cual algunos ángulos
están más iluminados que otros: las anécdotas que te nutren. Juegas al caleidoscopio con
tus pre-textos. Todo en ti está encaminado a descifrar los acertijos, los enigmas, los
problemas, los teoremas y los enunciados de los pre-textos. Sin embargo, en ese esfuerzo
de (re)soluciones cumplidas o por cumplirse, estriba el secreto que convierte la película
en blanco y negro en otra, a todo color. Extraer del todo universal, una anécdota,
potenciar la iluminación primera recibida, descifrarla, es tarea de escritura.
Primero, se trata de ir tomando notas, acercándose con las efímeras palabras
al objeto deseado y deseándolo más a medida que va tomando corporeidad en el texto.
Son notas desordenadas, sin principio, ni fin, ni nudos, ni desenlaces: son tanteos de
palabras. La palabra, efímera y cruel, va delineando los contornos posibles de lo que vas
aspirando lograr. Luego, son experiencias de perspectiva: )desde dónde el objeto se verá
más ampuloso o esbelto, de acuerdo con lo que quieras conseguir? Empiezas a
preguntarte qué es eso que quieres: )es un relato?)es una noveleta?)es una novela?)no
es nada de eso, sino una ficción innominada que te enloquece cuando quieres detenerla
en el ritmo de los géneros? Y sigues experimentando con las perspectivas, pasas a los
puntos de vista y al inmarginable tiempo: pasado, presente, futuro, copretérito,
pospretérito: revisas una y otra vez lo escrito, buscas en los libros que lees cosas que se
parezcan, para poder emparentarte con la literatura admirada: )eso significa que robas,
que todo vale para ti en la escritura? Sí: significa que todo vale, que la recreación es un
acto de taumaturgia y que, llegado el momento de montarte sobre tu estructura, la
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anécdota es de todos, las palabras son de todos, las perspectivas y los puntos de vista y
los tiempos están allí, para que cada cual los use a su buen saber y entender, pero la
estructura es tu cromosoma íntimo: lo que tú aportas única y exclusivamente para
transformar el pre-texto en un texto.
Hay en esta concepción de la idea de escritura un deseo de salvar lo que
consideras tuyo: lo que te da pertenencia. Tal es tu privilegio: a sabiendas de que la
supervivencia es algo cada vez más frágil, tú te comprometes con el deseo de retener los
pre-textos de la vida, transfigurados en escritura. Hay que reconocer que tus primeros
intentos son conflictivos, y que siempre lo serán: amargos, dolorosos, pesadumbrosos,
porque debes vencer terribles resistencias para asumir las recuperaciones y asumirlas
dentro de una estructura que te sea amable y entendible, a ti, al constructor. De cualquier
forma, la construcción de un texto es siempre un acto mágico, el ilusorio intento, como
ya has visto hasta aquí, de hacer un mundo con los fragmentos de otro, y también con los
fantasmas y los deshechos de que dispone el escritor. Una narración es, por supuesto, un
fragmento de la realidad empírica, aun cuando sea concebida como una estructura
estética autónoma y aun cuando se independice del resto de la realidad como un sistema
centrado en sí mismo. Pero lo que haces es poner la realidad entre corchetes: resaltarla:
la escamoteas pero sin destruirla, para reflejarla con audacia en el espejo mágico que
posee todo escritor: ése que le permite ver aquello que entró en su campo perceptible: la
primigenia anécdota, y verla con el mínimo o el máximo de deformación, según su
interés. Por eso, la concepción de la escritura responderá siempre a las teorías del espejo
y, dentro de ellas, a las decisiones súbitas o solemnes que adoptes tú, el poseedor del
espejo.
El reto es decir todo esto en cinco cuartillas, entendiendo como tal una
página tamaño carta, escrita a doble espacio por una sola cara y con los márgenes usuales
en estos casos. El reto es tener que decir eso que constituye el quid de tu oficio y que tú
no sabes describir. No te salva la habilidad adquirida para investigar y escribir ensayos
acerca de lo que has investigado. No te salvan todas tus lecturas (cuya sola mención
haría insoportable para cualquiera el escucharte). No te salva nada... Afuera, cae la
noche. )La noche límite de la mesura griega? )La noche que debe ser atravesada hasta el
cumplimiento del día y las tareas? Ya pasaron los tiempos, crees, en los que el escritor
era el portador de la luz, el Farero de Biblos. Y pasaron también los tiempos, crees, en
los que el escritor debía detenerse en el flujo nocturno y deshacerse en él: ahora, crees, la
noche es también pre-texto. Y se abre ante ti la mariposa roja que marca el texto de
Mallarmé, tu gran padre y compañero: el golpe de estos dados que se produzca en este
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momento )no abolirá la magia de tu azar? Para ti, como para Mallarmé, un texto es
también el pre-texto de una forma. El equilibrio lo otorga la voz de Orfeo, deshaciéndose
en súplica bárbara. Nada es ortodoxo en esta forma: se desintegra, se desestructura:
Eurídice se pierde porque toda inmortalidad es inaccesible, Orfeo se deshace porque la
divinidad establece que todo cambio exterior debe ser precedido de un cambio interior y
él no llegó a consumar esa orden. Pero Orfeo otorga, antes de su amargo fracaso, la tarea
de ser impecables en el manejo de la palabra. Y conste que la palabra que empleaste es
impecable y no impoluto. Porque ya se sabe que alguna corrupción es indispensable para
que salgan a flote los pliegues del traje de la virtud.
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NOTAS PARA UNA TEOLOGIA
DE LA LITERATURA
Dios actúa en la historia, interviene en el acontecer universal, por medio de
la Palabra. Mediante ella, sin suprimir el libre albedrío, se apodera de los espíritus, los
llena con su sabiduría, los seduce con su amor y los pone a su servicio. Los hombres que
escriben son, por ende, Hombres de la Palabra. Son sus ministros: sus servidores.
Asimilan la esencia interior de una voz que brota de la sima que hay en sí mismos y que
es la voz de Dios. La creación literaria es una gloria ontológica de la Divinidad. Porque
las cosas creadas están allí: nos hablan de Su Magnificencia. Pero cuando un hombre, a
partir de ellas, y por medio de un instrumento tan frágil como la Palabra, las transforma
en otra cosa: creación, la condición humana (no sólo la de ese hombre en particular, sino
la del género) se eleva y tiende a la comunión con Dios.
La creación literaria es, desde ese punto de vista, más que una herramienta
para reflejar la existencia y la naturaleza, incluso más que un instrumento al servicio de
una idea (llámese ésta filosofía, ideología o religión) o de una institución (sea ésta
partido o iglesia). La creación literaria es un producto con dignidad y valor propios.
Porque la Palabra es en ella pneuma primordial: soplo, hálito, principio vital, orden y
forma de cada cosa: vestigio de Dios. Ciertamente, es también sonido y expresión, pero
como en su origen brota de la mente de Dios, los que la portan como Gracia Plena se
convierten en sacerdotes del Signo: profetas y poetas de la Palabra Inspirada.
Los dogmáticos de las religiones, los atenidos a las prescripciones del Libro
y los fariseos de oficio y de beneficio tal vez discutan la simplicidad de esta anexación
del quehacer literario a lo divino. Mas sus argumentos serán rebatibles con la afirmación
teológica de que Dios está presente en todas las cosas y creaciones, en todas las acciones
y pensamientos de los seres del universo. Y la crudeza de esta aseveración es irrebatible,
porque pertenece al orden de las Verdades Reveladas.
La revelación es el espacio en el cual convergen la voz del hombre y la de la
divinidad. La Palabra como revelación se encuentra como principio en todas las
Escrituras Sagradas, en las tradiciones, en la predicación y en la liturgia. Sin embargo, la
posición usual es circunscribirla a lo revelado a los antiguos, lo que implica decir que el
pensamiento de que la divinidad vive hoy ausente de su creación, no se hace presente en
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ella, ni revela en ella Su Gracia, lo cual debería ser herético, pues presupone o el olvido
de Dios hacia sus creaturas, o la indiferencia, o su inexistencia.
La Palabra se condensa y se concreta en un testimonio, mensaje, doctrina:
misterio trascendente e inmanente de la divinidad, y se identifica con una esencia
supranatural que se revela y compromete: es acción de Dios, y también quietud. Es ruido
de batallas y tormentas y silencio profundísimo. Así entendida, la Palabra implica, en
primer lugar, la plenitud de una comunicación ontológica unitaria, en segundo lugar, la
capacidad de hacer entrar al lector "en situación" y permitirle revivir "a su modo" la
experiencia comunicada, y, en tercer lugar, la posibilidad de participación trinitaria
Dios-Lector-Escritor.
Por esa razón, todo escritor debe poner su creación al servicio de la divinidad
que la contiene en principio. No se trata, por supuesto, de perder lucidez, libertad y
contacto con la vitalidad, la existencialidad y la vida, sino, todo lo contrario: se trata de
vivir en comunión consigo mismo, con los otros hombres y con el universo, y recrear
para el abismo el mensaje del abismo: así se dinamiza la historia y se cumple el flujo
natural de la creación.
Parece imposible que con un instrumento tan frágil y efímero un hombre
pueda lograr semejantes objetivos. Pero en la Palabra, tal fragilidad es sólo aparente,
pues el espíritu que la anima la fortalece: al sonar y ser escuchada, al ser escrita y
después leída, ella se convierte en un componente incancelable de los acontecimientos
del mundo. Y las acciones que sigan ya no podrán ser otra vez neutras después de haber
sufrido su influjo, porque, aceptándolas o rechazándolas, se habrá abierto en ellas un
arco de posibilidades y hechos cumplidos: una esencialidad explosiva y dinámica: el
núcleo de la dispersión y la concentración: arco voltaico.
(A Josu Landa)
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EJERCICIOS REFLEXIVOS
SOBRE EL ESPACIO
Ejercicio del 02 de Mayo de 1993
3:31 pm
Espacio como estructura surgida desde una vibración constante que parte de la
Naturaleza del espíritu para la coordinación de todos los sentidos externos. Forma de la
intuición: forma a priori de la sensibilidad: espejo de las representaciones posibles /y
necesarias/ que sirve de fundamento a todas las otras intuiciones externas. Hegel (y
después Bergson) conciben el espacio como un instante en el desenvolvimiento dialéctico
de la Idea. La exterioridad de la Idea. Movimiento que se invierte: detención, distensión.
Instante que aparece en la dialéctica de la Idea: el desenvolvimiento de ésta en la
exterioridad. Ciertamente, sólo los naturalistas radicales admitirán una objetividad que
sea exterior al individuo. Todas las demás teorías convergen en ese memento o
continuum donde el espacio externo suele coincidir indefectiblemente con el espacio
interno y convertirse en UNO: una más de las líneas-coordenadas que atraviesa el Plan
Universal: una más de las redes moleculares que conforman el Gran Cuerpo de Dios:
peso aleve: el espacio es también una relación /íntima; intimísima/ entre los cuerpos: los
cuerpos no lo limitan, pues él los contiene y los impulsa, los ordena y los contrapone: el
espacio ES en sí mismo cuerpo inmóvil similar a sí mismo a veces, y otras, dimensión
móvil de esa semejanza. Malebranche dejó dicho: la noción del espacio es necesaria,
eterna, inmutable y común a todos los seres, a los espíritus, a los ángeles y hasta a Dios.
Spinoza lo llamó atributo de la Divinidad, por lo cual ésta es, entre otras adjetivaciones y
nombres, cosa extensa: vacío que se llena de sí mismo: punto del que derivan todas las
líneas, todos los ejes, todos los paralelos, todos los ecuadores, todas las coordenadas, todas
las posibilidades que no se agotan en la esfera, ni en el Teorema Pitagórico.
58
Ejercicio del 07 de Mayo de 1993
7:00 pm
De la Imago Mundi, que es el espacio: de su delimitación en territorios espirituales que, a
falta de otra expresión, podrían llamarse perfectamente patrias, surge el Mito. De él,
surge la Poesía y de la Poesía, el Relato de lo que acontece. Pero el relato aparece
simultáneamente con la condición de lo temporal, cuando Lo Divino existente en el
espacio se desenvuelve y se convierte en Historia).
59
Ejercicio del 09 de Mayo de 1993
10:58 am
Para el pensamiento mitológico, entre lo que una
cosa es y el lugar en que se encuentra, no existe
una relación meramente "externa" y casual, sino
que el lugar mismo es una parte de su ser a la que
aparece ligada por nexos íntimos perfectamente
determinados.
Cassirer, Las formas simbólicas
de la imaginación
Arte y Espacio:
En toda obra de arte hay dos comarcas distintas: una de ellas es accesible y "normal",
generalmente vinculada con el espacio físico y la Geometría. La otra es la comarca íntima
y sagrada: realzada, delimitada, cercada y protegida de todo cuanto la rodea.
En el espacio de la obra de arte es posible encontrar que las distinciones meramente
geométricas o geográficas no son percibidas empíricamente, sino que todo pensamiento,
toda intuición y toda percepción tienen como base un valor emotivo primordial.
Por más compleja y sutil que llegue a ser su estructura, el espacio del arte siempre va a
estar inmerso en ese valor emotivo. Ahora bien, invariablemente, esa emotividad se basa
en la antítesis luz/oscuridad. El poder de dicha antítesis puede rastrearse hasta las
manifestaciones artísticas más antiguas y hay obras construidas como sistematizaciones
integrales de ella.
60
Ejercicio del 7 de Julio de 1993
8:45 pm
No es por ficción que la consciencia recurre al espacio para la representación simbólica
del tiempo. Tal recurso no es artificial, sino prístinamente natural: el tiempo es espacio.
En otros términos, la consciencia acude con toda espontaneidad al espacio para su
representación del tiempo, porque arquetípicamente es la misma cosa y la naturaleza de
tiempo y espacio es idéntica. La temporalidad no es pura nunca, en el sentido de eventual
exención de toda espacialidad, porque el tiempo es siempre una modalidad del espacio:
uno de los modos en que éste se manifiesta.
Ahora bien, si el tiempo es espacio y el tiempo es vivido, entonces el espacio también es
vivido. Y lo que vivimos en los estratos más profundos del ser es el espacio/tiempo como
unidad.
El espacio vivido no es ajeno a la existencia humana y no debería ser entendido sin el
asiento ontológico de su más íntima temporalidad. Sólo el absurdo afán seleccionatorio y
clasificatorio, exacerbado desde Linneo, permite que el hombre del post-renacimiento
quiera separar tiempo y espacio de su realidad intrínseca y natural.
Pero tampoco hay que confundir el espacio vivido con el espacio circundante ---> espacio
intencional de la consciencia, recortado del mundo circundante ---> espacio vital del
organismo en su medio: contexto: espacio orgánico del cuerpo como autorreferencia:
estas cosas vivas que somos: jugos animales, vísceras que reventarán algún día en
minúsculas explosiones de gases venenosos, cosas vivas: humedades y rugosidades que
tan orgullosas nos erguimos como dueñas del mundo, no somos sino ocupantes
minúsculos y fugaces de un espacio que ni siquiera sabemos exactamente si es, y que de
ninguna manera nos pertenece.
61
Ejercicio del 28 de Julio de 1993
10:10 am
Cuando aparece la consciencia y al registro de sensaciones sucede un reconocimiento del
espacio y de ciertas relaciones dentro de ese espacio, éste se ilumina por fragmentos que,
al ser percibidos bajo esa luz de otra calidad y más intensa, cobran súbitamente una vida
independiente, remiten a la percepción de la existencia como algo pleno y acabado.
El artista es alguien que descubre una espacialidad ya existente o alguien que vuelve
significativa una espacialidad que antes carecía de diseño y significación.
62
Ejercicio del 10 de Agosto de 1993
9:50 am
La Patria es el espacio por excelencia. La demarcación de tal espacio comienza con una
consagración: el demiurgo selecciona una zona determinada del espacio (generalmente,
el espacio de la infancia) y la diferencia de otras zonas, cortándola idealmente desde un
todo espacial. La expresión latina templum procede de una estirpe griega de palabras
vinculadas al acto de cortar. De esta manera, templum significa: "lo recortado", "lo
cortado" y designa, en primer término, una zona consagrada que pertenece a la
Divinidad. La Patria es el templo de cada hombre y cada hombre es en sí su propia Patria,
es decir, su propio templo.
Hay que agregar que el trazado de la Patria trae como consecuencia inmediata que el
espíritu se apodere del espacio delimitado. Consiguientemente, todo lo que está incluido
en ese espacio adquiere una personalidad determinada y un determinado nombre
mediante el cual es posible invocarlo.
La obra de arte en sí es una especie de umbral donde convergen el espacio exterior y el
espacio interior: una Patria independiente, consagrada y, por lo tanto, especialmente
protegida por la divinidad. Siempre que el pensamiento artístico pone un acento
valorativo en un determinado contenido, éste se separa espacialmente, se convierte en
territorio con existencia propia. Porque el acto de deslinde está ligado siempre a una
consciencia de lo sacramental. El trazo de las líneas trae como consecuencia que el
espíritu se apodere del espacio delimitado de ese modo. La Patria es el espacio y lo que en
él acontece.
63
Ejercicio del 11 de Agosto de 1993
10:05 am
En toda obra de arte se establece, además de una mediación patriótica, un espacio
dialógico con los signos de carácter social de donde provienen. Por esta vía, las prácticas
de la creación artística y sus discursos, además de establecer las usuales relaciones
textuales, intertextuales e intratextuales, dialogan implícitamente con otras estructuras
artísticas, con otras manifestaciones discursivas. Todo el sistema dialógico espacial
configura el contexto global. Ese contexto es un sistema dentro del cual actúan e
interactúan una serie de prácticas discursivas desde un espacio de comunicación ()vasos
comunicantes?) en el que se hallan y se ejercen.
Si el espacio es el todo donde transcurren las estructuras y sus relaciones: )el espacio es
idéntico a Dios?
64
Ejercicio del 15 de Septiembre de 1993
10:55 am
)El espacio hacia el cual el escritor se evade es una proyección de la propia realidad: una
proyección del territorio y de los fantasmas: todo eso de lo que no es posible escapar?
Para sobrevivir (de todos modos) es necesario inventar mundos compensatorios, pues sin
el poder creador de la imaginación, que instaura ilusiones en la realidad, nos
hundiríamos en la nada: en el sinsentido de la existencia.
El post-modernismo nos acerca al manierismo, ese tiempo también de decadencias
profundas (o quizá vivimos en una continua decadencia) y tiende a asfixiar todo cuanto
se refiera a marcas identificatorias. El espacio se borra paulatinamente: es absorbido por
la composición de la obra, o es alterado, deformado, por una percepción que da más
importancia a la trama.
65
Ejercicio del 11 de Octubre de 1993
3:30 pm
La misma pregunta se plantea el que ensaya: )cambiar de espacios alivia
fundamentalmente los pesares del corazón, la angustia de la decadencia?)o será preciso
reconocer que allá donde vamos (o nos llevan las circunstancias) siempre llevamos con
nosotros el desastre, la impiedad y la muerte?
El espacio es un salón medio vacío: la brisa levanta los blancos cortinajes, entra con
gracia y libertad por la ventana abierta a través de la cual se ve una palmera que intenta
crecer, aferrada a sus intentos. El espacio que está dentro de nosotros no es igual al que se
extiende allá afuera: extranjeros en la propia tierra, aniquilados, exiliados. Queremos
escribir en flujo libre y dejamos que las manos se ejerciten en el teclado, que el
entendimiento sea sustituido poco a poco por el genio ()demonio?) interior que siempre
portamos, bien amarrado, bien hundido en las mazmorras de la razón.
)Por qué escribir sobre el espacio?)Por qué intentar reducir una categoría ontológica a
concepto manejable? Por necesidad, obviamente. Necesidad de decir que continuamos
vivos y presentes en la batalla. Necesidad de definir el lugar que nos contiene, de manera
tal que sea percibido por nosotros y por los posibles lectores. )Lectores? )Dónde están
esos lectores? )Qué espacio ocupan? Nadie puede saber siquiera si existen. (Es todo tan
evanescente en esta vida! Sabemos por experiencia que ocupamos un sitio en el espacio, y
que nos relacionamos con las cosas y los seres de ese espacio, amorosa u hostilmente.
Sabemos que sin ese espacio, el texto ()la vida?) perdería toda consistencia: sería burbuja
efímera, intento de algo. Entonces navegamos por las costas (pura navegación de
cabotaje) buscando la respuesta al acertijo. El espacio )nunca deja de ser vivido?)puede
considerarse en abstracto? No. Cuando desaparece en el texto, tragado por la vigorosa
presencia del tiempo, de la trama y de la acción, está siempre allí: escondido, pero
presente. De nada vale al escritor esta omisión cada vez más voluntaria del paisaje. De
nada vale la devastación del espacio, su obliteración textual.
(A Héctor Malavé)
66
ESPACIO, METAFISICA
Y NEURASTENIA EPISTEMOLOGICA
Cuando las puertas de la percepción estén limpias
entonces las cosas aparecerán de verdad
(Diálogo de Jim Morrison, en The Door )
Cuando la consciencia que percibe y las cosas que son percibidas se
absorben y se funden entre sí: cuando se abuelen las fronteras entre percepción, intuición
y razón, se produce lo que se llama experiencia metafísica. La intelectividad del hombre
se concentra en sí misma, como una especie de punto cósmico, y se introduce en la raíz
de la identidad. Entonces se quiebran los linderos entre el yo individual y el ser. Las
sensaciones permanecen, como siempre, sólo que la mente está ahora íntegra,
permitiendo que surjan y se disipen, sin ser perturbadas por juicios y opiniones: frescas y
limpias de cualquier comentario o palabra inútil. Desde este punto de vista, todo espacio
que se va develando en la obra de arte, es un espacio metafísico.
El reverso de esa sensación metafísica es la neurastenia epistemológica: esa
obstinación que se detiene a examinar los sucesos, ese aferramiento a las sensaciones.
Todo espacio, en este caso, es pasado por un tamiz. Cada imagen es minuciosamente
captada, arrastrada hacia el centro de la propia consciencia. La asunción neurasténica del
mundo vuelve al individuo vulnerable a las sensaciones y fantasías exteriores: es una de
las vías de la multiplicidad, pero, sobre todo, concibe el espacio como algo ajeno y
exterior, a diferencia de la percepción metafísica, para la cual el espacio es vivido. El
espacio neurasténicamente asumido está fundamentalmente hecho de palabras, pero su
intención es el deseo de aprehender la fugacidad y aferrarse al sentimiento de vida que
transcurre no tan insensible: es un espacio que exige una verdad límite para afirmarse
como verdad humana.
La tarea del escritor es entonces la del mediador: su destino es exponerse a la
fuerza de lo indeterminado y a la pura violencia de la realidad y sostenerla
valientemente, imponiendo sus reservas creadoras a la composición de una forma.
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Expresar las cosas es una tarea fundamental y expresarlas de manera tal que la palabra
excluya lo infinito y el desgaste. El espacio se convierte entonces en algo que se abre,
que se convierte y transmuta en invisible/visible, fijando el mundo. Pero también puede
convertirse, la palabra vuelta hacia lo más interior del poeta, en un espacio cerrado cuya
intimidad apenas si respira, consumiendo rítmicamente lo que hay dentro de sí para
llevar la llama hacia el núcleo más interior.
Ahora bien, si se vuelve a la experiencia metafísica, el individuo que se
coloca ante su paisaje en esa actitud no está necesariamente en trance, sino que realiza
estas operaciones con lucidez incomparable. El espacio está allí, y el individuo lo asume,
desinteresado de las fórmulas y los resultados. Así entendido, conjuga con el fluir de los
sucesos de estirpe heracliteana: no juzga, no hay, por tanto, dicotomías, porque el
espacio fluye hacia sí mismo como un océano que se transforma en río, realiza el periplo
y vuelve al océano original.
En líneas generales, el espacio metafísicamente asumido es la inversión de
un movimiento originario, al decir de Bergson: es la distensión de una tensión, la
detención de un flujo: el espacio se congela dentro de la percepción individual,
convirtiéndose en duración pura y pura consciencia. Y, sin embargo )a fuerza de rapidez
conceptual, de descripción minuciosa, no se transforma también en imagen congelada el
espacio neurasténico?
El espacio )qué es en sí?: )el ámbito donde la escritura traza los eventos que
surgen más allá? )el interior de cada autor, aquél que se refleja en el espacio exterior de
la hoja de papel? )lo visualizamos así, como los niños con los acertijos, para encontrar la
secreta clave? )es el espacio del texto el Gran Palimpsesto, la base del Libro Universal,
compuesto conjuntamente con esa otra gran coordenada que es el Tiempo?
La metamorfosis aparece entonces como la consumación del ser: ésa donde
nada se crea, nada se pierde y todo se transforma. No se cumple nada. Íntegramente es la
alborozada desaparición de todo para que aparezca un espacio nuevo, como el del Primer
Día de la Creación. Pero hay que aclarar que en esa desaparición hay una entrada en lo
eterno y el espacio imaginario se convierte en espada que desbarata el tiempo destructor.
El tiempo de la escritura es eterno: un espacio de libertad que circunda lo abierto: no un
acto pasajero:
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Aquí, entre los que pasan, sé en el reino del ocaso,
sé el cristal que resuena y que en el brillo de la
resonancia
ya se ha quebrado, dice Rilke.
Pero que el espacio sea esto que se eleva por encima del tiempo, o que sea el
que bebe la presencia ausente de toda temporalidad es solamente el núcleo bifronte de
una discusión donde el empeño es permanecer y no desaparecer. Salvar las cosas,
volviéndolas visibles, absolutamente visibles, para que resurjan de esa estricta
visibilidad. Vemos entonces que la Muerte es el único espacio que nos acecha como
ineludible, y el único que se ha de vencer como espacio: ...Y esas cosas cuya vida es
ocaso, comprenden que tú las celebres, perecederas, nos conceden a nosotros, los más
perecederos, el poder de salvar. Quieren que en el fondo de nuestro corazón invisible
las transformemos, en -(oh, infinito!- en nosotros, cualquiera sea al final nuestro ser,
continúa diciendo el Poeta.
Composición del espacio
Para la historia, como para la crítica literaria,
un concepto como el del espacio puede servir todo lo más
como modelo para la constitución de una categoría de
expresión peculiar de su propia estructura.
Arnold Hauser
La totalidad del espacio como fórmula de conocimientos no se compone de
elementos, sino que se construye a partir de esos elementos en determinadas
circunstancias constitutivas. Por lo tanto, para entender el todo espacial hay que
retroceder cautelosamente hasta los fundamentos primordiales: es decir, los puntos y sus
desplazamientos. Por lo demás, es preciso aclarar que todo espacio está constituido
mediante el mismo modelo, incluso en lo que se refiere al espacio sensible, el espacio
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matemático o el espacio metafísico. Ese modelo es una unidad universal de origen que se
emparenta con la idea de los arquetipos.
Así, pues, reconocida para todo el universo una semejanza originaria: una
identidad de esencias, esto mismo vale principalmente en las analogías de estructuras
espaciales. Eso implica que no hay diferencias fundamentales entre lo que una cosa es y
el lugar donde se encuentra, sino que hay entre ellas nexos íntimos perfectamente
identificables.
Toda esta reflexión nos lleva a reconsiderar la distinción usual entre el
espacio interior y el espacio exterior, no tanto porque tal distinción sea totalmente
descartable, sino porque para efectos de este trabajo, que implica una relación
espacio-sociedad, el vínculo entre lo interior y lo exterior es un factor adyacente. Sin
embargo, vale decir que admitimos la relación con el espacio vivido. Citando a Arturo
Ardao: El proceso afectivo, el volitivo y el intelectivo acontecen tanto como el proceso
perceptivo sobre el soporte de un organismo que no sólo está en el espacio, sino que es
espacial él mismo. De ahí deriva imperiosamente el aquí de lo psíquico, que no
consiste, sin embargo, en el mero aquí de los procesos fisiológicos u orgánicos
respectivos, aunque estos constituyan su inevitable supuesto. Lo psíquico en cuanto
tal posee siempre un aquí, porque es intrínsecamente espacio vivido.
Esta identificación de los conceptos de espacio exterior/objetivo y espacio
interior/subjetivo es necesaria para acceder después al proceso de transformaciones que
pretendemos probar y que van desde el espacio profuso y manierista en la narrativa hasta
la negación del espacio, producto del postmodernismo, pasando por las vertientes de
fundaciones y búsqueda del espacio de la nostalgia. En este sentido, hay que tener clara
la noción de la extensión y de las coordenadas que rigen el espacio en el sentido de
ámbito exterior de la praxis, sólo que el espacio vivido es incuantificable, aun cuando se
le pudieran poner coordenadas, por la única causa de estar inserto en la psique.
De cualquier manera, la situación vital, psíquica, espiritual, histórica, social,
cultural, ética y aun estética de cualquier individuo es, en primer lugar, una situación en
el espacio que incluye el cuerpo entero con sus músculos, sus vísceras y sus centros
nerviosos, y el sitio planetario: el territorio donde el cuerpo se desplaza o se emplaza.
Entre cuerpo y territorio hay una distancia ontológica, y el puente es la posibilidad de
entender con claridad los espejismos y las realidades que se producen en la consciencia.
El lugar psíquico tiene que ver con el lugar físico en cuanto ambos lo son de objetos
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reales. Hay una percepción intermedia entre lo sensible y la intuición geométrica. El
espacio perceptible, no es, como ya se sabe, un espacio exterior, objetivo y geométrico:
no coincide con el espacio abstracto de la matemática pura sino en cuanto a una total
divergencia, las derivaciones de uno no pueden extraerse de las del otro como una
secuencia continua del pensamiento: antes bien, se requiere de una negación para llegar
al espacio intelectivo. Lo que en uno aparece negado e invertido, en el otro aparece
distinto. El espacio geométrico se caracteriza por su continuidad, infinitud y
uniformidad. La percepción sensible desconoce el elemento de lo continuo y de lo
infinito y la capacidad uniforme también está sujeta a los límites de lo relativo. Así como
no puede, pues, hablarse de una infinitud del espacio de la percepción, tampoco puede
hablarse de homogeneidad. En última instancia, la homogeneidad del espacio se funda
en los "puntos" sobre los cuales está trazado el dibujo formal de sus posiciones.
Así, la primera conclusión que se obtiene de la revisión general de los
conceptos sobre la espacialidad, es que el espacio puede conceptualizarse si se mira
entre dos definiciones-límite: el espacio interior y el espacio exterior. Cada una implica
una distinta orientación, pero no dejan de ser por eso compatibles. Son marcas
identificatorias de la ocupación del cuerpo y su territorialidad externa o íntima. El
espacio exterior es continente de relaciones, donde se conforman los sistemas espaciales
particulares en virtud de la distinta disposición de los objetos y los seres que perciba cada
individuo. El espacio interior es un modo determinado de ser ()de estar?) en el espacio
exterior. En otros términos, es el modo como un individuo se encuentra, vive, existe y
experimenta el espacio exterior. Esto incluye la conformación de ecosistemas
espirituales y humanos, lo que Swedenborg llamaba la Arcana coelestia. La
armonización y complementariedad de las definiciones-límite no excluye la concepción
de un espacio único donde se organizan y se inter-relacionan todas las demás
perspectivas. La comprensión de la estructura de la realidad mediante la manifestación
racional del espacio extenso, el espacio intenso y las relaciones objetuales que en ellos se
produce es lo que conduce a la concepción del espacio metafísico.
Espacio textual
y espacio contextual
El espacio que se es está siempre en correlación con el espacio que se siente.
Si bien son distintos, lo que se siente es la extensión en la cual ese espacio íntimo ha de
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convertirse en exterioridad y paisaje. Uno es espacio órfico. El otro, espacio exaltado en
el canto. En otras palabras: todo texto necesita el espacio como uno de sus fundamentos,
el territorio donde transcurren las acciones y los tiempos: todo espacio textual es órfico y
todo espacio contextual, es el ámbito del desenvolvimiento del canto. Esto nos lleva a
una segunda distinción: la del espacio del texto y el espacio del contexto.
Cuando Rilke exalta el canto de Orfeo, lo que exalta es su principio básico.
En realidad, sólo Rilke da a la figura órfica una potencialidad tal que expresa: No se sabe
dónde termina la trama verbal y dónde comienza el espacio. Esta ambigüedad rilkeana
se transmite luego a la teoría literaria: Orfeo no es el Ángel, quien en la transformación
se realiza, sino que es un personaje actal de metamorfosis por medio del cual una
estructura de palabras que pueden o no tener unidad y sentido gramaticales, se
convierten en un texto poético. Orfeo es el texto. Por otra parte, Orfeo no es inmortal, ni
siquiera padece de esa cualidad solemne del Ángel, que lo hace transmortal o longevo,
sino que su canto está relacionado directamente con la idea de la Creación, y, por
supuesto, de la Muerte.
Si la tarea del arte es convertir por medio de un acto metamórfico lo visible
en invisible: el espacio que es en el espacio que debería ser estéticamente, el acto órfico
adquiere estadios de evanescencia muy extremos. Crear un espacio por medio de
palabras es transformar lo visible/objetivo en invisible/subjetivo: entrar en un lugar
ontológico y epistemológico que no es cuantificable, desplazando la intimidad básica.
Crear un espacio es establecerse en un punto desde el cual la palabra que crea tiene que
ser oída y resonar, para convertir el espacio íntimo en el movimiento mismo de la
palabra en el espacio textual.
El espacio es el texto: espacio vivido, al igual que, en otros términos, tiempo
vivido. Al decir de Blanchot: El espacio donde todo retorna al ser profundo, donde hay
pasaje absoluto entre los dos dominios, donde todo muere, pero donde la muerte es la
sabia compañera de la vida, donde el espanto es éxtasis, donde la celebración se
lamenta y la lamentación glorifica, el espacio mismo hacia el cual se "precipitan
todos los mundos como hacia su realidad más próxima y verdadera", el espacio del
círculo más grande y de la incesante metamorfosis, es el espacio del texto, el espacio
órfico al que sin duda, el poeta no tiene acceso, donde no puede penetrar más que
para desaparecer, que sólo alcanza unido a la intimidad del desgarramiento que hace
de él una boca sin entendimiento como hace de quien oye el peso del silencio: es la
obra, pero la obra como origen.
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Obviamente, entre el espacio textual y el contextual se establecerá
irremediablemente un diálogo: la convergencia secreta que aporta el lector convierte ese
diálogo en conversación continua desde donde van surgiendo todos los significados:
visitar Praga después de las cuatro de la tarde, es adentrarse al mundo de Kafka, beber de
su espacio y asumirlo como propio dentro del contexto mismo; visitar La Habana que
evoca el Infante Difunto no es lo mismo que visitar La Habana que invocó Carpentier
alguna vez: la diferencia estuvo siempre en el contexto y en la interpretación que el
escritor le dio.
La escritura del espacio
Es un legado de las tradiciones religiosas más antiguas el atribuir a la palabra
una facultad taumatúrgica. La función del escritor aparece entonces como
imprecisamente seductora: su obra es algo que va más allá de la realidad, que se añade a
ella y la trasciende por medio del artificio estético, proporcionándole una intensidad
definitiva. En otras palabras, el escritor puede ser alguien que descubre un diseño que ya
estaba allí, o puede volver significativa una realidad que antes de que él la advirtiera
carecía de diseño y significación. En términos de espacio se aplican las mismas
reflexiones: o bien el espacio está allí y es descubierto por el escritor, o él le aplica un
diseño significativo. En cualquier caso, el escritor registra un conocimiento consciente y
lo transfiere a un lenguaje y una estructura diferentes, porque las relaciones que él
mantiene con el espacio son de otredad en función de la creación por la palabra.
La escritura surge entonces desde el espacio: está ligada a él, pero no es el
espacio, sino algo más: el escritor lo que hace es tomar posesión de un segmento
descubierto del espacio-real, establecer sus límites y su forma y articular dentro de él los
fundamentos de su posición estética. Más que descubrir las cosas de lo que se trata es de
relacionarlas de manera tal que restituyan una visión distinta de la realidad, apropiarse
de un espacio que excluye inmediatamente todo lo que sea indeterminado.
En este sentido, toda escritura (todo arte) sería un método de conocimiento
mediante el cual la consciencia selectiva ilumina un sector del espacio con peculiar
intensidad y lo convierte en una cosa distinta, que es el espacio literario (espacio
estético), aun dentro del cual hay niveles, enriquecimientos y empalmes. Cuando
aparece la consciencia y al registro de sensaciones sucede un reconocimiento del espacio
y de ciertas relaciones dentro del mismo, éste se ilumina por fragmentos que, al ser
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percibidos bajo esa luz de otra calidad y más intensa, cobran súbitamente una vida
independiente, remiten a la percepción de la existencia como algo pleno y acabado.
La necesidad de la obra se entiende entonces como una urgencia de orden: de
encontrar un diseño que encierre y explique los elementos del espacio que de otra
manera se convertirían en un caos y no despedirían ninguna señal. El arte --cualquier
arte-- descubre siempre algo del mundo, pero ese algo no era explícito, no era evidente a
simple vista antes de que el artista lo explicitara, sino que estaba latente y es puesto en
evidencia mediante la función del artista.
El caso del escritor es más dramático: invoca algo con el lenguaje y lo que
invoca es la certidumbre de lo que no se puede contemplar, sino imaginar: no hay una
sola garantía de su certeza y el escritor sólo responde por la resonancia de su palabra
como acto en pleno. La escritura da concreción a las iluminaciones: revela, saca a la luz,
da a conocer lo que hasta ese instante era irreconocido. Pero, al hacerlo, el escritor
produce un desgarramiento entre el mundo de las cosas naturales y el de las
representaciones verbales: la palabra supone una comunicación y un encuentro, pero
también supone una forma del exilio, pues el escritor se refugia en esa última caverna y
de ella extrae un espacio último que lo faculte, entre otras cosas, para evadir el espacio
indeseado.
Dentro de los géneros literarios, la novela es uno privilegiado para el estudio
de las concepciones del espacio. Al decir de Hermann Broch: debe ser el espejo de todas
las demás visiones del mundo. Continúa al respecto Julieta Campos: Habrá que
preguntarse todavía si hablar de una visión del mundo en la novela supone creer que
el mundo tal cual es se reproduce o se refleja fielmente en cada una de ellas. El
problema de la visión del mundo conduce inmediatamente a insistir en las diferencias
entre la naturaleza del conocimiento que proporciona la ciencia y la del conocimiento
que proporciona la novela.
Ahora bien, todo esto significa aceptar que la ficción novelesca requiere
siempre de dos coordenadas básicas; espacio y tiempo: el espacio es el territorio en el
cual han de transcurrir las historias y el tiempo, el pasado o el futuro que servirán de
carril de dichas historias. Y aceptar eso implica, a la vez, asumir la predeterminación del
contexto en la visión espacial y temporal como un hecho verdadero.
El espacio de la novela
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La incorporación del espacio en el discurso novelesco está relacionada con
la más antigua tradición teatral, que proporcionaba profundidad y perspectiva a la
narración oral. La novela, en un principio, resultaba apropiada para ser leída en voz alta
y dramatizada en los círculos de lectores. Por otra parte, y desde dentro del texto, el
narrador, testigo o protagonista, va actuando como un taumaturgo, soportando las
acciones en un ámbito y percibiendo los actos y desplazamientos de los otros personajes.
De esta manera, el espacio, además de ser coordenada significante por la que fluye el
tiempo, sirve para describir una realidad social y cultural en medio de la cual gesticula
todo un entorno social. La intervención teatralizante en la novela se completa, a veces,
con el señalamiento de acotaciones, incluso en diferentes tipos de letras. Esta escritura
funciona como la representación gráfica de los cambios espaciales y es un recurso para
introducir, a la vez, metalenguajes que acompañen la oralidad y la dramatización como
parte del discurso espacial novelesco.
Uno de los supuestos más importantes de la estructura espacial de la novela a
partir del Renacimiento era la unidad de escena, es decir, la correlación lógica de los
elementos espaciales y, en especial, el sistema de desplazamiento o viaje, que era
exterior en sus primeras manifestaciones y representaba el movimiento y la prueba del
héroe. A partir de esa estructura espacial se fueron produciendo efectos como el del
punto de vista, el acercamiento o alejamiento de las acciones, la perspectiva y la
profundidad. El manierismo disuelve la estructura homogénea del espacio primario
renacentista y crea una serie organizada de ámbitos espaciales, no sólo internamente
colocados de modo diverso, sino también separados entre sí, sin que por eso perdieran
las relaciones lógicas y la importancia de la composición. Es a partir del manierismo que
se rompe la comodidad oral de la novela renacentista: las figuras se aglomeran en un
rincón o se pierden en superficies amplias, ilimitadas y desarraigadas, produciendo así
sensaciones de angustia e infinitud: todo eso es la novela a partir del siglo XVI, cada vez
con mayor intensidad: un deseo de vagar, un impulso de escapar a todo tipo de
limitación.
El espacio así concebido va aislando progresivamente al hombre de su
ambiente, no sólo en el sentido de que lo sitúa en planos superiores, o en marcos insólitos
y solemnes, sino también en el subrayado de su alienación con respecto al ambiente.
Desde el manierismo hasta el postmodernismo, todos estos rasgos se han venido
acentuando en la construcción novelesca: el sentimiento de falta de libertad, el caos en
contraposición al orden impuesto desde afuera, la tendencia a la profundidad, el intento
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pendular de romper o crear grandes espacios: todo ese recargamiento de elementos es el
reflejo del horror al vacío. No se trata de un síntoma perfectamente atribuible al fin del
siglo y del cual debamos lavarnos minuciosamente las manos: es un horror que ha ido
creciendo dentro de nosotros desde que la esfera del Cusano se quebró para siempre y un
mundo amplio, innominado y amenazante, quebrantó los límites cómodos en los que el
hombre había caminado y actuado. Sólo que este fin de siglo, precisamente, y este
movimiento que podemos permitirnos llamar con ironía "postmoderno", nos muestran
una apertura distinta: las dimensiones se han ampliado: las magnitudes son otras: los que
están fuera de las jaulas no están sino en otro tipo de jaulas y el hombre que se enfrenta a
las columnatas de los códigos binarios no está menos confundido que el que camina
frente a la columnata Uffizi: la misma angustia frente a un ordenamiento que
inexplicablemente produce desorden en la consciencia, porque no pertenece a la índole
de lo humano. Signos de los tiempos: ecos en la trama.
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INSOMNIOS
I.
Encuentro en un libro de Victoria De Stefano, La noche llama a la noche, la
siguiente reflexión de Hermann Hesse: Si yo fuera músico, podría escribir sin
dificultad una melodía a dos voces, una melodía que consistiese en dos notas y
secuencias que se corresponden, se complementan, se condicionan una a otra, que en
cualquier circunstancia se dan una a otra en la más viva reciprocidad y relación
mutua. Y cualquiera que pueda leer música podría leer mi doble melodía, podría ver y
escuchar en cada tono su contrapunto, el hermano, el enemigo, la antípoda. Bien,
justamente esta melodía a dúo y eterna antítesis, esta doble línea, es lo que yo quiero
expresar con mi propio material, con palabras, y trabajo en ello hasta hacerme daño y
no funciona. Eterna angustia: limitación de la palabra, abstracta e inocente herramienta.
El silencio de lo no escrito es un abismo que llama con encantadoras voces: )podré
escribir, podré trazar esos signos dentro de una estructura que sea estéticamente válida,
que tenga válidas resonancias éticas?)hasta dónde llega mi compromiso, hasta dónde
llega mi libertad?)cuál es el límite?)o se trata de quebrantar los límites que ciegan a
veces la ductilidad de la palabra como entidad aérea, como juego de seducciones?
Es mentira que en Venezuela no se reflexione sobre este tema. Por citarla
nuevamente, casi todas las obras de Victoria De Stefano son interdictos escriturales.
Antonieta Madrid construye su obra de la misma manera. Stefania Mosca, en sus lúcidos
ensayos, no elude la vocación de repensar el oficio, ejercitándolo. Un reflexivo por
vocación es José Balza, quien ha convertido este elemento en el baluarte fundamental de
su obra. Con menos intención de trascendencia, reflexionan Earle Herrera y Luis Barrera
Linares. Cada uno en su polo de la parodia y el ritmo irónico, reflexionan Ednodio
Quintero y Víctor Bravo. Y Luis Britto García desgrana su erudición, a ratos
esperpéntica, a ratos peterpánica, cuando incurre en el reto más temido. Casi todo el
mundo piensa, escribe mientras va pensando, mientras va consultando rimeros y rimeros
de libros y de fichas y de revistas literarias. Casi todo el mundo piensa mientras intenta
conseguir ese pasaje prodigioso de la teoría que se maneja a la palabra que transmuta. En
las Bibliotecas de los especialistas, ellos se deshojan lánguidamente sobre las bellísimas
mesas de madera, en el impoluto silencio apenas si roto por un murmullo que recita a
Pessoa. Los especialistas, los escritores: todos persiguen el secreto alquímico cuya
esencia no está ni en fórmulas ni en matraces.
)Quién soy yo, a solas con mi impotencia, para incursionar en esos mundos
donde no soy más que el ángel que abandonó a Rilke? En verdad: todo el mundo
compadece el abandono sufrido por Rilke, pero nadie piensa en las consecuencias que
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sufrió aquel que lo abandonó. A los abandonados siempre se les comprende. El que
abandona no tiene justificación, dice el mismo Poeta. De muchas formas, la escritura es
como un ángel: todo el mundo cree tener su definición, su clara iconografía. Todo el
mundo cree poder aprehenderla en la lógica, desenvolverla a partir de núcleos clarísimos
de entendimiento. Pero resulta que desde esa tan esplendente luminosidad parten
territorios sombríos donde ni la lógica, ni la retórica, ni los conocimientos adyacentes,
pueden producir el prodigio no técnico, sino mágico, del texto literario. Y aún más: no es
cualquier texto literario el que uno espera y desea, sino uno, específico. Puede ser uno en
contrapunto como el que aspiraba Hesse. Puede ser. Puede ser cualquier cosa, pero esa
cosa pasa por la imaginación, por los febriles accesos en el borde del abismo, por la
impotencia y la falta de virtud ()de virtuosismo, de virtualidad?): lo que antes se llamaba
el Síndrome de la Página en Blanco y ahora quién sabe cómo se llamará, porque la
tecnología impide incluso el vacío total de la pantalla: la línea del status nos devuelve
casi siempre a la ruda y absoluta realidad, sin alivios ni eufemismos.
II.
Releo lo escrito. Son tres páginas trazadas al margen de mi destino lógico: al
margen del trabajo de investigación que a veces sistematiza mi tiempo. Al margen
también del proyecto de novela que va forjándose entre mis manos, pero
dificultosamente, arrítmicamente. Al margen de todo. Texto absolutamente marginal.
Esta tarde conversé con Edith Grossman, una neoyorkina áspera que apenas si sale de su
apartamento en el West End. Traduce desde el español hasta el inglés a los autores
latinoamericanos que le encomiendan y que le gusten. Hablamos brevemente de Bob
Dylan. )Es o no Dylan un marginal? Por lo menos persistió, quién sabe a costa de qué
concesiones. Por lo menos no se entregó al desajuste vital de gente de la misma
generación, como Joan Báez o Jimmy Hendrix o el mismo Jagger, a pesar de su terca
sobrevivencia. Tampoco sucumbió a las situaciones límite del mito, como lo hizo James
Dean, como lo hizo Presley, como lo está haciendo Michael Jackson, menos dramática,
más patéticamente. Pobre Michael: muchacho/sirena. El mercado lo transformó en esa
especie de talentoso monstruo asexuado y dulcísimo. No puedo concebir su lascivia más
que como una forma inocente de la serenidad y del contenido extenso del amor. Luego
vino el escándalo. Y allí probó que en verdad cabe mucho dolor en cualquier hombre:
mucho más del que piensa mucha gente... Todo han sido concesiones, refinanciamientos
de su deuda con el público del mundo, que lo espía con conmiseración y malsano deseo
de verlo caer. Desean verlo caer para luego poder ejercer su misericordia: así es la gente.
Pero él sobrevive, se disfraza ahora de Príncipe Consorte, con su Princesita al lado, y
reparte los dones maravillosos de sus riquezas entre los niños pobres de un hospital
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europeo, casi caricatura de lo que fueron Lord Charles y Lady Di en otros tiempos, sin
duda felices para ellos, sin duda lejanos para todos.
De cualquier manera, a fuerza de digresiones, me he descolocado con respecto al
texto original y la original angustia. Escribo desde los márgenes, claro. Pero eso ya lo
dije y no hay nada de original, ni de especial, ni de maravilloso, en asumir esas posturas
no convencionales. Por el contrario, asumir la escritura es siempre una necesidad de
sobrevivencia. Se haga desde el núcleo y la aceptación, desde la frontera o desde la total
ruptura: la desestructuración del demente, siempre se está buscando mediante un
ejercicio de abstracciones, el salvamento de un naufragio cuyos restos,
fragmentadísimos, son aventados contra los arrecifes de una isla donde palpita un faro.
La otra opción es el silencio. Silencio tan terrible. Silencio donde se aspira aunque sea el
rugimiento de una fiera, el estruendoso ronquido de un monstruo. Silencio donde no se
perciben ni tan siquiera los ligerísimos deslizamientos de la vida en nosotros, a nuestro
alrededor.
III.
Tras de mí, la luz se refleja con violencia en uno de los cuadros que hoy día, seis
meses después de la mudanza, aún no he colgado en las paredes. El cuadro es un Cartel
de Poesía traído de México. Un poema de Emily Dickinson cuya primera estrofa dice:
Morir no hiere tanto/Nos hiere más vivir/Un modo diferente, una forma
escondida/tras la puerta, es morir. (Morir! No había querido mencionar esa sensación
más que palabra. Pero la luz me hirió. Por un instante, me acurruqué sobre el teclado,
luego me volví hacia el balcón por donde la noche penetra, aferrándose a las cortinas. Y
la lámpara se reflejó con agudeza, hiriéndome los ojos, forzándome a mirar los cuadros
en el rincón, a recordar la escasa permanencia de mis lugares y el secreto llamado que la
nostalgia hace a mi entendimiento: la Muerte, claro. La Muerte.
Todo es metáfora. Pero quiero que entendamos como metáfora también la
máscara tras la cual ocultamos el rostro no siempre verdadero. Metáfora es dislocación
por excelencia del lenguaje. Funciona como una forma de especialización mediante la
cual se funden las fronteras (arbitrarias, como toda frontera) entre la morfología, la
sintaxis, la fonética y la semántica. Metáfora es comunicación prerreflexiva. [)Entonces
a qué viene mencionarla dentro de un texto presuntamente dedicado a la reflexión
sobre el lenguaje y su asunción vital, su condición profesional, entendiendo como tal
el ejercicio cotidiano de sus normas dentro del monasterio de la lengua, para lograr
algo parecido a la paz de espíritu, ya que no a la divina revelación?]. Lo que se percibe
mediante metáfora no es conocimiento alienante: no hay fisuras entre el que entiende y
lo que se entiende: la situación se cumple por purísima resonancia intuitiva que
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conmueve igualmente la aprehensión racional y la intuición. Metáfora establece
complicidades entre el aprendizaje lógico a que nos somete la civilización occidental y el
quebrantamiento de ese aprendizaje, acto que a veces producimos en el estruendo de la
locura. De esta manera, la metáfora podría ser la esencia de la expresión lingüística.
Porque la eliminación del puente lógico que es el símil y, de esa manera, de su función
explicativa, propone la potenciación del sentido. Por lo demás, la metáfora progresa por
imbricación, por ramificaciones y se afianza de tal manera en su origen: la metonimia,
que tiende a confundirse con él.
Lo más interesante es que la metáfora elude toda definición, toda aprehensión
instrumental. Ajena a las necesidades de los profesores de literatura, se asienta en el
terreno movedizo de las epistemologías personales. En el discurso, actúa como forma en
sí, o como intermediaria. En su contenido no tienen importancia las justezas culturales,
las referencias exactas, los contenidos lógico-semánticos. Lo que importa es la
captación de la palabra y sus resonancias. Pero en esas resonancias el sentido de lo
lúdico, del ocultamiento, del disfraz, del travestido o del transmutado, están también
implícitos de manera tan patente que el simulacro salta como una de esas liebres desde la
brillante chistera del mago.
No sé por cuáles vías volví a parar a Hesse. La metáfora del
. Toda la escritura de Hesse estuvo basada en la
pasión por la sinécdoque y la metonimia; por la alegoría y la parábola, entendidas como
metáforas extensas. [No fue en balde. Hesse siempre fue lo más cercano a un cirquero,
a un prestidigitador. Su obra fue un ejercicio de cuerda floja entre la necesidad de
componer un concierto experimental y la de expresar los problemas que comportaba
la existencia en su época. Su obra intentó acercamientos a diferentes formas
expresivas: el drama y la comedia no fueron las menos solicitadas. Finalmente, halló
que la metáfora es un hacer creer que se es: es simular que algo es cuando no lo es; es
simulacro. Pero implicando la liquidación del referente de origen. En su (i)lógica, el
mapa precede al territorio. La lengua precede a la fábula, la alegoría, el mito: la
lengua es representación viva que pretende pertenecer al ritmo de la especie, que se
incorpora a ella, pero mintiendo a los integrantes del universo, falsificando sus
códigos genéticos. La escritura que se construye así es una forma de inculcar valores
mediante el disfrazamiento. El texto literario es entretejido sémico cuyas lecturas
dependerán del diseño con el cual el ciego que llevamos dentro decida estructurar los
hilos secretamente guardados, secretamente laberínticos].
Aristóteles, ese Gran Aguafiesta, expresa que una buena metáfora es aquella que
descansa en la posibilidad de contemplar las semejanzas. Es decir, al establecer este
límite se despliega la dimensión icónica del lenguaje. Es posible hacer semánticamente
81
próximos dos campos que se encuentran distantes. Por medio de un artificio netamente
poético, es posible transferir los significados de campos distintos, siguiendo lo que un
teórico como Pierce llamaría convergencia del signo verbal en una imagen: semiosis
ilimitada. Pero si la metáfora se desprendiera de su referente icónico )qué sucedería con
el mensaje? Por ejemplo, llegando a un caso extremo, cuando Oswaldo Trejo crea en la
Metástasis del Verbo un crecimiento anormal de los núcleos verbales (diciéndolo así
para corresponderse con la terrible mencionalidad del título) y altera el lenguaje,
haciéndole perder su condición semiótica )qué pasa con el lenguaje?:
A) )Se marmoliza, entendiendo como tal la paralización del texto en su condición
de texto, la pérdida de su sentido intermediario y su conversión en objeto que
podría llamarse estético?
B) )Fallece, se corrompe como uno de esos programas de computadoras que,
afectados por un virus no atacado a tiempo desvirtúa su primigenia función,
altera sus códigos y finalmente deviene en ser inservible basura racional?
C) )Sigue viviendo, a pesar de todo, como un misterio de fe?
IV.
Como una extraña flor aparece el concepto de CLINAMEN. No recuerdo de
donde obtengo esta palabra, encontrada tal vez en una de las exploraciones al
Diccionario. Seguramente al de Filosofía, de Ferrater Mora. Clinamen es, según la ficha
que encuentro perdida entre otros papeles, otras carpetas, la inserción de la libertad
dentro de un mundo dominado por el mecanicismo. Fiesta del vértigo y del estallido.
Pero también desarraigo, éxodo hacia territorios serenos, lógicos, conocidos de la lengua
pero capaces de partir hacia los abismos de las fuentes, los encuentros y las dispersiones.
Un continuum de sistemas sensitivos, extrarracionales, que atraviesan los dominios del
hombre para darle una aproximación a la verdad (o al delirio).
)Están los poetas más cerca que otros seres humanos de esa materia esencial, de
ese fuego azul de la lengua? El concepto de CLINAMEN parece coincidir con una de las
aristas de la poesía. )Carece el discurso poético de reglamentaciones? Dicen que la
norma se quebranta cuando el lenguaje se desborda. La obligación del poeta es
desbordar su lenguaje, hacer emerger su discurso desde una resonancia. La obligación
del poeta es asumir la anarquía y la desesperación frente a las fuerzas represivas y
alienantes del mundo... )La obligación del poeta? No hay obligaciones del poeta. El
error que se comete con frecuencia es intentar someter al poeta a un cúmulo de reglas,
normas y obligaciones que ni su espíritu ni su lengua admiten. Encuentro otra ficha, otro
concepto: ANANDA: es el punto donde se desdibujan todas las diferencias y se reúnen
82
las fuerzas contrarias. La altísima concentración del lenguaje. Agujero negro.
CLINAMEN y ANANDA son conceptos que se contraponen:
expansión/concentración;
dilatación/agrupamiento;
dispersión/consolidación
Sobre la pantalla, los signos se van agrupando, se van ordenando. El fondo es
negro y las letras de un vívido ámbar. Lo que aparece, letra a letra, carácter a carácter,
palabra a palabra es un discurso único, fluyente, permanente, inacabable: archivos del
diskette B:\ son ensayos hechos para cumplir compromisos preestablecidos,
convencionales: eso que llaman los aledaños del papel del escritor y que resultan
onerosamente ineludibles. Hay también esos intentos que se hacen en plena noche,
cuando el insomnio pesa como losa, como plancha marmórea, y el calor impide que sea
placentero el lecho frente al televisor, mirando películas distraídamente, entre una
duermevela y otra, distrayendo la soledad. Hay juegos emprendidos contra reloj, contra
computadora: crear un texto sobre Los Hombres Lobos en cinco párrafos y 750 palabras.
Eso me recuerda a Jesús Farías, tan solitario como yo, sentado frente a su vieja ADLER
gris, en la redacción de un diario de provincia, a las diez de la noche quizá, a esa hora
cuando ya no hay más noticias y todo se cumple en los talleres, infatigablemente: toda
esa actividad de los montajes y las fotografías de planchas y el manejo de las rotativas y
el olor a tinta y a químicos. Y era a esa hora (que también yo conocía muy bien) cuando
Jesús Farías, periodista formado en los ejercicios del maestro de escuela, escribía sus
cosas: los artículos de 750 palabras y cinco párrafos que la gente leía sin notar el reto, sin
percibir, ni entender la secreta maestría en el manejo de la prosa, absortos en la
superficie de los temas políticos. Y escribía también los versos que muy pocos han visto:
versos atesorados en carpetas que algún día pasarán a manos mercenarias, cuando Jesús
Faría muera solo en su habitación de hotel. Y quién sabe si alguien rescatará esa
humilde, cotidiana, lucha contra esa materia especular que es el lenguaje: contra ese
azogue de alquimistas: contra ese enemigo y esa inequívoca salvación. No fue solamente
a Jesús Farías a quien conocí en las redacciones de los diarios. Allí florecen esos señores
de la noche que se enfrentan como caballeros de otra época al dragón de la lengua:
Américo Fernández, Gustavo Naranjo, Edmundo Barrios, Juan Martínez, José Antonio
Fernández... Curiosamente, todos parecen marcados con una especie de halo casi trágico
(no llega a ser trágico: es, más bien, una especie de aura de tonos rojizomortecinos) y eso
los hace hermanos, reconocibles, ciertamente heroicos pero con la heroicidad de lo
cotidiano y, a veces, de los rituales que aparentan la felicidad. Ignoro si ahora las
computadoras los absorbieron o los barrieron. Ignoro si los editores de texto, las
83
posibilidades combinatorias de un ars de fusiones como es la Informática, arrancaron la
fiera flor que en ellos subsistía. O si, por el contrario, ésta se arraigó en el pantanal y en el
silencio... Es más fácil ser solitario con una computadora, creo yo. Es más compacto,
más prolijo, pero también más lúdico. En mi experiencia personal, hay un principio de
unidad y de identidad con la máquina que se afirma en mis relaciones con el sistema.
Este sistema de unidad no es solamente tecnológico e ideológico, sino también
epistemológico: hacia él conduzco mis semejanzas, mis diferencias, mis posibles
asimetrías. Si entro en contradicción con la lengua que sé oculta en la entraña del sistema
lo hago para vigorizarme y vigorizarla, pero no para destruirla. Establezco lo que se
llamaría una metacomunicación crítica. Formalización de lo que aparece imposible.
Y, sin embargo, sé que sólo intento la concreción de uno de los innumerables
nombres de Dios.
(A Edda Armas)
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LOCURA, POESIA Y TRANSGRESION
... la verdad es tan preciosa y tan precaria que hay que tener mucho cuidado con a quien
se la dices...
David Cooper: Todos los perseguidores son paranoicos
... el hombre, en nuestros días, no tiene otra verdad sino la del enigma del loco que es y
no es.
Michel Foucault: Historia de la locura en la Edad Clásica
I.
La caída del Muro de Berlín fue la concreción histórica [el acto] que dio sentido a
la metáfora de la fragmentación de lo que hoy entendemos como mundo. Lejos de
implicar un gesto de unificación, la caída de los trozos de concreto coincidió con el
desmoronamiento de los valores políticos, sociales, económicos, culturales (y también
éticos, morales) y la desmaterialización de la geopolítica y de las sociedades mismas,
que de repente se transformaron en atomizados pedazos, lanzados con violencia hacia
profundidades incognoscibles por la simple aplicación de la razón y la experiencia: estas
profundidades van más allá de toda racionalización y son inéditas en el acontecer del
hombre contemporáneo: por eso las explicaciones no parecen tener cabida.
Pero )no sucedió lo mismo en otros períodos históricos? Para citar una
experiencia que por referida es familiar, el Imperio Romano se derrumbó, quebrantando
la unidad de lo que hasta entonces había sido un bloque de apariencia homogénea,
resistente y poderosa. Esa fue una de las más dramáticas rupturas que sufrió la
humanidad. La superioridad cultural de los romanos, su coherencia militar, la capacidad
legislativa y administrativa que habían sido las características preponderantes de su
ejercicio imperial, se fueron desvaneciendo, no tanto por el agotamiento producido por
la necesidad de manejar tan dilatadas fronteras y por el empuje de los pueblos fronterizos
en su necesidad de expansión, sino por la incapacidad de controlar la perversión de sus
estructuras políticas. La corrupción de los gobernantes llegó a ser tan estimable en la
dedicación de las clases dirigentes que los romanos se volvieron incapaces de interpretar
los signos de su disolución: el pueblo, que resentía los abusos y las tropelías de quienes
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lo gobernaban, se refugió en cultos que le aseguraban una vida mejor: cultos pesimistas
que aplazaban esta vida mejor para un después de la muerte. El triunfo de las ideologías
del aplazamiento coincidió con la desventura de gobernantes incapaces, egocéntricos y
desconectados de toda otra realidad que no se midiera en términos de su beneficio
personal. Mientras tanto, los que debían erigirse en dirigentes de relevo se peleaban por
su aspiración a participar del festín en lugar de pensar en los posibles alcances de su
ejercicio en función de la gente que los elevaría a esas posiciones o lo sostendría en ellas.
Todo el pueblo romano se fue desmoronando con el imperio, sin que nadie fuera capaz
de entender la fragmentación. Y todo se hundió en las tiniebla medievales sin que se
explicaran con lógica las causas de ese hundimiento. Podría decirse con fortuna
conceptual que ése fue un período de locura colectiva.
También puede considerarse como un quebrantamiento de la estructura lógica
del mundo, el impacto de la conquista de América por parte de los europeos: implicó una
alteración violenta y absoluta de los códigos de interpretación para todos los
involucrados: conquistadores y conquistados, aunque casi nunca se revisen esas
circunstancias. Y esa alteración de los códigos significó la necesidad de revisar el uso de
los lenguajes, las estructuras de trabajo, los modos de acercamiento a la realidad.
América no solamente significó la ruptura real de la esfera del Cusano, ni la destrucción
de un ordenamiento universal que garantizaba la perfección del argumento teológico
trinital, sino que abrió las expectativas de control político y económico de un territorio
aparentemente desasistido, pero altamente estratégico para el posible posterior control
del mundo. Las ambiciones se desataron. Se desató una guerra tanto más terrible como
que era subrepticia, oblicua y no explícitamente declarada, entre las potencias que eran y
las que aspiraban ser. Entretanto, los indígenas americanos veían cómo sus estructuras
sociales, políticas y económicas, establecidas dentro de un proceso acumulativo de
milenios se derrumbaban casi súbitamente al paso de unos individuos diferentísimos,
ambiguos, provistos de una violencia y una rapacidad que les eran incomprensibles.
Quizá podríamos equiparar su desaliento y desamparo al de los pueblos romanos que
habían sufrido las presiones bárbaras que condujeron a la Edad Media.
Por otra parte, estamos viviendo hoy otra forma de la devastación: en medio de
un mundo altamente influido por la tecnología, incomunicado paradójicamente por los
mismos medios que pretendieron hacer más fluidas las comunicaciones, y con conceptos
afianzados que pregonan el triunfo de la razón, todo el desmembramiento ha cedido paso
paulatinamente a la sinrazón. Hay un discurso socialmente aceptado: el formado por los
lugares comunes del sistema, y que sirve para explicar (y encubrir también dentro de esa
86
explicación, por muy clara que parezca) las circunstancias que rodean la vida actual del
hombre. Paralelamente, el discurso de la locura parece el único instrumento posible para
expresar las condiciones de una era basada en las desestructuras. En ese sentido, todo
delirio es una declaración política y todo loco es un disidente político, pues en cierto
modo tocar la locura es alcanzar los límites tras de los cuales está la libertad.
II.
Desde hace mucho tiempo, se ha tendido a equiparar locura a pensamiento
ilógico como una forma de descalificación. Pero, al fin y al cabo )qué es la lógica? En
Grecia, Lógica no significaba más que convertir en verbo, o sea, el poder de pensar en
una secuencia ordenada de palabras en lugar de hacerlo, bien en forma de secuencias no
ordenadas, o bien directamente en imágenes, sonidos y sensaciones. Sin embargo, y
puesto que la mayoría de las palabras no son más que generalizaciones abstractas y éstas
nunca pueden expresar la plena y singular esencia de ningún objeto, sentimiento o hecho
en concreto, se entiende que la convención normativa lo que se propone es el
establecimiento de un código más o menos común por medio del cual fluya la
comunicación. La lógica consiste entonces, de alguna manera, en el encallejonamiento
de la libertad de pensar y de manifestar los pensamientos. Por lo demás, la lógica griega
acabó utilizándose como medio para forzar una opinión sobre el que escuchaba,
organizando palabras y oraciones de tal modo que la conclusión pareciese irrefutable. De
la lógica derivó la retórica, el arte de persuadir a la gente por medio de una premeditada
estructuración del lenguaje acerca de la conveniencia o inconveniencia de algo: acerca
de su virtud o su maldad. Con el tiempo y la solidificación de su status, la perversión de
la lógica ha llegado al extremo de establecer que nada tiene realidad si no se puede
expresar en palabras o símbolos convencionalmente formulados y relacionados. Por eso,
cualquier forma expresiva que no se ajuste a ella es rechazada por irreal y, por lo tanto,
capaz de subvertir el orden de lo real y trastocar las naturales exigencias de orden y
armonía que requiere la inteligencia.
El discurso de la locura implica la expresión de una asistematicidad, no
solamente mediante expresiones propias de la palabra (representadas escrituralmente, o
no) sino también mediante una gestualidad y unas acciones que apoyan el sentido
específico de ese discurso. Parecería, pues, una burla intentar describir sistemáticamente
un lenguaje que elude el razonamiento sistemático. La idea es aprender a percibir las
maneras cómo la fuerza de los acontecimientos y los rigores de la necesidad se expresan
periódicamente mediante un desmantelamiento de la expresión cuyos extremos van
desde la parodia y la ironía hasta la total desestructuración. Por lo demás, es preciso
87
notar que el lenguaje de la locura aparece ligado a crisis individuales y/o colectivas, en
las cuales se pierden las referencias cotidianas y tienden a reemplazarse por
manifestaciones que expresen con mayor cercanía las transformaciones, los miedos a
esas transformaciones, las explicaciones que el desconcierto produce ante ellas.
Habitualmente, existimos dentro del contexto de un lenguaje que es parte de
nuestro acontecer vital, pero que se ha ido convirtiendo en instrumento de control, en la
medida en que se ha dejado su ejercicio y normatividad a los que definen el aparato
educativo y los medios masivos de comunicación, es decir: a los que detentan el poder
económico y al Estado. Este lenguaje, que significa todo lo que hay de común y
comunicable dentro de una sociedad, se refiere siempre a estructuras y comprende todos
los lenguajes de que disponemos, idiomáticamente, pero también a otros elementos
sonoros, y a los gestos cuya interpretación mecanizada aspira siempre a lograr una
certidumbre. La base de esa certidumbre contiene la resignación ante los designios del
Estado, que funciona como un administrador de los intereses de los poderosos
económicamente (no tanto personas sino compañías y trusts, corporaciones y partidos) e
intérprete de sus necesidades: el Estado es el que controla el macrodiscurso de las
sociedades: el Emisor por excelencia. Y los Receptores somos todos los que estamos
bajo el pico de la pirámide política, económica y social que es la imagen aparente del
mundo. Sin embargo, los episodios de la desestructuración progresiva de esa pirámide (y
del poder del Estado, por ende) han propiciado la aparición de lenguajes transgresores.
Lo que está sucediendo, en otras palabras es que la liberación de las reglas éticas
del capitalismo en función de obtener mayor control de mercados, menores costos de
producción, mayores niveles de productividad y, por ende, mayores ganancias
económicas ha sido favorecida por la desaparición de frenos ideológicos y a veces éticos
como el socialismo y el comunismo. Episodios como el de la Guerra del Golfo Pérsico,
la disolución de la Unión Soviética, el desbaratamiento progresivo de lo que fue el
Bloque de Países Comunistas y la caída del Muro de Berlín convirtieron el mundo en un
campo de batallas sin reglas donde el único interés es conseguir suficientes parcelas
geoeconómicas o políticas para beneficiar los ingresos de las grandes compañías, sin que
para ello importe pisotear cotidianamente los derechos a vivir de los otros hombres. Es lo
que incluso un Papa calificó de capitalismo salvaje.
Desde Platón es conocido que la política es lo que prescribe una medida común y
de esa manera permite la existencia de la comunidad. Ahora bien, la medida común de
base es el lenguaje. Luego, el hombre es político en la medida en que puede utilizar el
88
lenguaje, y mientras mayor sea el alcance de su utilización, mayor será el grado de
influencia que pueda alcanzar. Esto resulta, obviamente, un arma de múltiples y muy
cortantes filos. La ciencia del lenguaje lleva adelante la visión platónica de un objeto
mensurable, sin desgaste. La lingüística se mide por el reclutamiento estructural,
sistemático, del lenguaje. Su ejercicio como práctica supone un cambio en la concepción
de la política. Pero esto exige un nivel de linealidad, de homogeneidad y de respeto por
las cláusulas del contrato social.
Ahora bien )dónde encaja en todo esto un lenguaje naturalmente subversivo
como el de los poetas? El poeta evita el uso lógico de las palabras: las usa como seres
vivos y les otorga prestancia, dignidad, resonancia y relaciones esenciales con el
verdadero sentido de lo humano. El lenguaje de la poesía tradicionalmente está fuera de
las fronteras de la lógica imperante. Por eso ha potenciado en el mundo contemporáneo
su actitud transgresora. El Poeta [cuando asume su rol más allá de los intereses del
mercado editorial, de la búsqueda de reconocimiento de la crítica y de los otros
intelectuales y más allá todavía de sus intereses sociales y económicos particulares] es
considerado un peligroso elemento de transgresión y su discurso a menudo es
sinonímicamente vinculado al discurso de la locura, en parte con el objetivo de
descalificarlo. Pero de lo que se trata es de que el discurso de la poesía (así como el
discurso demente) subvierte el código ideológico establecido (mitemas familiares,
religiosos, estatales) al mismo tiempo que el código de la lengua. Esta subversión no
formula un nuevo lenguaje, sino que establece una red alternativa simbólica, la cual se
constituye inmediatamente como el soporte de un ritmo semiótico. Y este ritmo
semiótico, aparecido desde tan diversa naturaleza, no es un ritmo de poder, sino uno
independiente, alejado de la convención, distanciado de la norma y potencialmente
dispuesto para asumirse en términos de ruptura o elemento resquebrajador.
El discurso demente es, por su parte, como un viento en espiral que ahonda la
tierra y llega a regiones donde encuentra la nada. Pero una nada importante y específica
que es creativa en la medida en que no sea destruida por las técnicas normalizadoras de
la sociedad. Para el loco no tiene ningún interés que el inconsciente esté estructurado
como un lenguaje, porque para su lógica, es el lenguaje el que debe estar estructurado
como el inconsciente. La locura es subversiva porque va hacia la autonomía de la
expresión: ése es su verdadero peligro y la causa real de la violenta represión que
ocasiona. La sociedad, para ser manipulable, debe ser una familia con hordas de hijos
obedientes, inmersos en las reglas del sentido común, acatadores de las normas que les
permiten ciertas libertades de movimiento, de participación y de creatividad. Para no
desear una situación tan envidiable es preciso estar loco. Y la locura se castiga. En este
89
caso, si una persona enloquece, según la definición social normal, es probable que su
destino sea el encarcelamiento psiquiátrico habitual, con todos sus violentos accesorios,
hasta que el lenguaje del loco -palabras y actos- sea normalmente lógico, gramatical y,
por eso mismo, otra vez inocuo y trivial.
El control del Estado se ejerce, pues, cuando se intenta reducir ese proceder
discursivo del transgresor a un estado expresivo normal donde caben todas las
deformidades (desde la expresión de las visiones hasta las modalidades del discurso
académico en todas las disciplinas científicas). Este deseo de normalidad es una de las
formas de represión que usa el Estado para controlar las expresiones que definan y
descubran su incurable y avanzada desestructuración. En ese sentido, la Psiquiatría se
transforma en un auxiliar represivo del aparato estatal: su función es reducir dentro de
los límites de la normalidad los términos del discurso que se pueda considerar anormal.
El proyecto psiquiátrico es eminentemente una forma de control social: permite
readherir el sujeto al contrato social/y/lingüístico, se ubica del lado de la común medida
al mismo tiempo que presenta el discurso de la locura (o cualquier discurso transgresor,
como la Poesía) como algo malogrado: como un aborto del sistema, que debe
desaparecer de la vista de la generalidad porque violenta, además de todas las otras
reglas, las que rigen estrictamente el sentido del mal gusto.
El colmo de la aberración del ejercicio del poder se produce cuando un psiquiatra
llega a ocuparlo (aunque sea el poder municipal) dentro de un esquema de democracia
piramidal: entonces intenta someter a toda la comunidad a un trazado que él aprendió
como correcto y de esa manera convierte en normal cualquier corrupción o abuso propio
o de los que lo acompañan, pues lleva en sí la aprobación del poder mismo, poder
definidor de la norma y de los estamentos lógicos que la rigen. Por el contrario, cualquier
oposición es transgresora y, por lo tanto, ubicable dentro de la categoría de discurso que
necesariamente, según los guardianes del Estado, debe ser cancelado y extirpado de la
sociedad. En estos términos, si un individuo como Jesús El Cristo hubiera aparecido en
esta época, los gobernantes lo hubieran enviado al Hospital Psiquiátrico para que los
técnicos de la normalidad lo devolvieran al discurso socialmente aceptado usando
métodos químicos, shocks eléctricos o cirugía, si fuera necesario, y no hubieran
recurrido a la truculencia de la crucifixión. De hecho, uno de los primeros intentos de su
familia, según lo registran las Escrituras, fue precisamente irlo a buscar al sitio donde
predicaba porque consideraban que estaba loco. Esa era, por otra parte, la opinión de sus
conciudadanos. Y no es extraño: si para los desconocidos es difícil entender y asumir
una conducta que transgrede el contrato social, para los conocidos de toda la vida, para
90
los convecinos, los conciudadanos, es prácticamente imposible hacerlo. Y mientras
mayor sea el nivel de mediocridad social en el medio desde el cual se desprende el
transgresor, mayor imposibilidad de comprensión existirá en cuanto a la conducta de uno
que fue [parcialmente] uno de ellos y que dejó de serlo, convirtiéndose en una visión
incómoda, en un espejo que refleja, mediante la adecuada colocación de luces, la
cobardía, la comodidad y la resignación del rebaño (pero que el rebaño no acepta como
reflejo válido).
Sin embargo, en el caso de Jesús, después de su muerte los ideólogos despojaron
a su discurso de la imagen transgresora, escamotearon hábilmente lo que podía
considerarse subversivo y pusieron de relieve lo que reforzara el control estatal. Así, el
cristianismo se transformó de doctrina liberadora en potencialidad controladora y
represiva. Menos dramático en todos los sentidos es el caso de un transgresor como
Mahatma Gandhi, quien debió ser asesinado para cumplir los intereses normalizadores
y, sobre todo, para favorecer los intereses imperiales de la época. Pero la imagen y el
discurso de Gandhi, aún hoy, son considerados imagen y discurso de un loco, de un
desadaptado con respecto a la norma y no logran permear las conciencias y los actos de
la manera como lo hizo el cristianismo. Todo transgresor es, de todas maneras, siempre
considerado un loco. Esto implica, además, una descalificación social y hasta legal,
porque las personas que son sometidas a tratamientos o a encarcelamientos psiquiátricos
son vistas con sospecha y rechazo por la sociedad donde transcurre su vida cotidiana. De
hecho, y de una manera terrible, cuando una persona está en el Hospital Psiquiátrico
pierde sus derechos ciudadanos, sus derechos vitales, sus derechos como ser humano y
queda a merced de individuos que ejercen el poder en nombre y con la autoridad de lo
normal.
III.
Pero, en fin: si la sociedad es más poderosa, mayoritaria y controladora, por
ende, )dónde reside el temor y el repudio que se generan hacia la locura? El loco es
temible porque altera la linealidad discreta del lenguaje, devela la verdad sin temor a la
represión y se despoja desinhibidamente de las exterioridades. El lenguaje de la locura es
peligroso porque implica la comprensión del lenguaje. Las voces comienzan a tocar a los
demás y así comienza el peligro: la violenta desnormalización de las palabras triviales y
seguras y el planteamiento desnudo de su (posible, múltiple) verdad. Sin embargo, ha
habido períodos históricos en los que el discurso de la locura era asumido como el
necesario y saludable discurso del interlocutor. El loco (así como el Poeta) tenía la
91
posibilidad de hablar sin temor, sin vergüenza y sin autocensura, de los asuntos más
delicados en la política, en la guerra, en la economía o en la religión. Es decir, el loco era
la conciencia dialógica del poder. En los tiempos de la antigua Grecia, se respetaba a los
locos como fuente de sabiduría conectada directamente con la divinidad. En Roma, la
demencia se asoció al Carnaval y la Máscara y estos, a la crítica libre, periódica y
necesaria para la acción política. El Imperio Romano se elevó, controló territorios,
impuso el Derecho y el Lenguaje y también se fragmentó, dejando en su caída un
período de encerramiento vital en el cual sólo el loco se mantuvo libre. El período
medieval, el de formación de las nacionalidades en Europa, afirmó el poder de los
vagabundos, de los juglares, de los poetas, de los bufones. En la Edad Media, la locura se
respetaba como una forma diferente de ser y de saber, quizá como una forma
privilegiada con un acceso más directo al cielo. No fue hasta el llamado renacimiento
europeo, con el florecimiento del mercantilismo y los primeros inicios del capitalismo
cuando empezó el proceso de exclusión del loco. Sin embargo, la línea de racionalidad
occidental no es una recta continua. Foucault desentraña los intrincamientos de esa
deslinealidad. Su texto es claro cuando señala dos grandes discontinuidades en la
episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica
(hacia mediados del siglo XVII) y aquella que, a principios del siglo XIX, señala el
umbral de nuestra modernidad. El orden a partir del cual pensamos no tiene el mismo
modo de ser clásico. La búsqueda de Foucault se instaura en esa heterogeneidad tan
difícilmente determinable. El intenta, en cierta manera, interpretar los cambios
estructurales que se desencadenan con el principio de la modernidad y que producen
consecuencialmente la necesidad de exiliar al loco: primero, fueron los barcos cargados
de dementes, viajando sin fin por los ríos y canales de Europa, barcos de expatriados del
planeta. Y luego acaeció el encarcelamiento del demente en los antiguos sitios que
ocupaban las leproserías, que recuperaron su antiguo prestigio. De cualquier manera, al
sentarse las bases primigenias del racionalismo, a partir de la interpretación renacentista
de la cultura clásica greco-latina (que pasó a ser el numen vital de la civilización de
Occidente), el loco dejó de ser un transgresor privilegiado, tocado por fuerzas distintas,
para convertirse en una excrecencia social que debía ser ocultada o extirpada del cuerpo
perfecto de esa sociedad soñada con más ambición que la planteada por la Ciudad Divina
de San Agustín.
Esta exclusión del loco coincide, además con el estrechamiento de relaciones
entre la Razón y el interés pragmático de la naciente burguesía, tal como dice David
Cooper en su obra, El lenguaje de la locura. Porque la Razón se convirtió además en la
base fundamental del capitalismo como eje político, económico y jurídico. El
92
capitalismo surge como un modo logocéntrico de engendramiento e intercambio de los
significantes que capitaliza. El capitalismo es la producción y la reproducción de una
forma de la socialidad determinada como forma-valor, con su equivalente universal. La
misma representación política que necesita para reproducirse y florecer está encuadrada
en este patrón: la representatividad de las formas parlamentarias y/o democráticas no es
más que la extensión a lo político de la forma que estructura y domina el sistema íntegro:
la metaforización de la moneda como objeto de intercambio sustituto y su extensión
semiótica a la condición del poder. Si los intereses económicos dominan las decisiones
políticas y las determinan es porque la representatividad política es una forma-valor
social y económica (una moneda) que se ha convertido en universal. En otros términos,
dice Jean-Joseph Goux, en su trabajo Observaciones sobre el modo de simbolizar
capitalista: Las relaciones sociales, económicas y políticas capitalistas se constituyen
como una paranoia en contra de la jerarquización obsesiva feudal: el cogito cartesiano
y la perspectiva pictórica que focaliza geométricamente la percepción en el sujeto
percibiente, separado de su objeto, constituyen una fase clásica ascendente de una
sistematización basada en el ego. El capitalismo es, por lo tanto, logocrático, paranoico
y con estructura de familia nuclear. Esta estructura alcanza con Hegel su óptima
dimensión teórica.
Curiosamente, la España triunfante del Siglo de Oro, el imperio donde jamás se
ponía el sol, consideró la locura como la máxima representación del estado místico y la
prestigió como una forma competente del conocimiento más profundo ()cómo
interpretar, si no, la canonización de la alucinada Teresa de Avila y su posterior
elevación al co-patronazgo español, compartiendo roles estelares con el santo guerrero,
Santiago?). La locura fue, para el español del siglo XVI y del siglo XVII, una categoría
mental diferente, experiencia más próxima a lo divino. Fue una forma de exploración
empírica tanto del mundo interior como del exterior. La pulsación transgresora del
discurso demente, en estas épocas históricas, se consideraba indispensable para el
establecimiento de un pensamiento crítico. Posiblemente eso se debe a que el
capitalismo es un fenómeno muy tardío en España. Lo cierto es que quizá esa percepción
tan particular de la locura fue la causa primordial de que se produjeran fenómenos tan
importantes como el descubrimiento de América, con toda esa carga de atracción de los
hemisferios icónicos del imaginario medieval y de la realidad-real del Nuevo Mundo,
para conformar territorios a medias reales, a medias mágicos. Y también el surgimiento
de la novela, precisamente fundamentada en los actos y delirios de un loco. Pero cuando
se plantearon allí los límites racionales como valores universales, la locura comenzó a
verse como un fenómeno que era necesario controlar. Fue el triunfo de Maquiavelo
93
sobre Tomás Moro. La voz del Príncipe no podía soportar el eco subversivo de aquellos
que no reconocían límites entre la sandez y la sabiduría, entre la verdad y la mentira,
entre la realidad y la ficción.
Desde entonces, con breves paréntesis como el Romanticismo y los ismos de la
entreguerra (Dadaísmo, sobre todo, algo del Surrealismo), los pensadores han intentado
construir un mundo demasiado serio, demasiado reflexivo, demasiado racional,
demasiado explicativo, susceptible de ser reducido a cuadros sinópticos analíticos y
agudos, de ser representado en esquemas, estricta y completamente analizado, sin dejar
resquicio para la especulación. Las fronteras de ese mundo parecían haberse solidificado
con el paso del tiempo y el control ejercido por el Estado sobre el aparato educativo, el
sistema de transmisión de informaciones y hasta el arte. El mercado, eficaz catalizador
homogeneizante, parecía haberse impuesto frente a las tentativas transgresoras. El
discurso de la locura pareció durante un tiempo haber perdido influencia y credibilidad,
a pesar de los brillantes fuegos de Nietszche o de Artaud, de Pascal o de Van Gogh. Igual
pasaba con el discurso de la Poesía. En la segunda mitad del siglo XX, todo tendía hacia
el orden y la racionalidad, aunque se sintiera en las entrañas el poderoso fulgor de la
metáfora.
Pero el desmembramiento progresivo del Estado ha dejado al descubierto una
realidad: el hombre contemporáneo camina por una imprecisa frontera entre la locura y
la cordura. Uno y otro extremo le lucen abominables. En este caso, el que posea el
discurso capaz de disolver esa frontera, el transgresor mejor dotado, será el único capaz
de hacer notar la falsedad de la línea fronteriza. Hoy día, todos los días, el discurso de la
locura es el más sensato de los discursos, porque su objetivo apunta a quitarle sentido a
todo lo establecido, empezando por los ritos y las solemnidades de los personajes
encumbrados, permitiendo que se vean los reveses del tejido, las pústulas que se
esconden bajo lujosos atavíos, los horrores secretos que favorecen la opresión del Estado
sobre el individuo, la conducta abusiva de funcionarios y burócratas que actúan como
agentes de ese Estado y los núcleos de corrupción que generan las teorías en boga, las
teorías que privilegian el capitalismo salvaje.
La idea es poner al revés los valores, para extraer un nuevo sentido de la realidad.
El riesgo que se corre es que los poderosos aprendan (que los psiquiatras y sus
acompañantes aprendan) y conviertan entonces el discurso actual de la locura en un
discurso de poder. Habría entonces que inventar otro género de demencia, otro género de
poesía: una manera de establecer la diferencia entre los espíritus libres.
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SIMULACROS
I.
No se debe rehuir el reto de la Poesía: la tentación del verso convoca en las
noches más oscuras, en las madrugadas sin Luna Llena. Pero es sólo una perversión.
Muchas veces, uno es incapaz de encontrar las claves que se acercan a esa holladura del
lenguaje: holladura en la piedra. La Poesía es un territorio que elude todo mensaje. El
verso no es mera línea de resonancia: no es mera línea discreta, secuenciada dentro de un
sentido y un ritmo. El verso es una forma de aprehender el significado elíptico: eso que
se escapa, el nudo patógeno de que habla Lacan. Para evadir tal impotencia, uno puede
inventar un juego donde coinciden el ars combinatoria y la palpitación (i)lógica del
lenguaje. Severo Sarduy, maestro lúdico, transmutante, travestido, simulador, suele
proveer de las medidas y los tonos que sirvan de referencias básicas en cualquier juego
que implique la lengua como rompecabezas, como cuerpo componible: susceptible de
ser construido/deconstruido.
Pongamos un ejemplo básico de actividad lúdica: una línea virtual atraviesa el
poema (virtual) y divide sus versos en dos partes simétricas (negro/blanco; relleno/vacío,
puede ser; pero también en dos alas semánticas, como en el caso de los octosílabos que
derivan de los hexadecasílabos heroicos). Las dos partes se oponen y se duplican
mutuamente. La relación que se establece es necesariamente especular, pero el
reflejamiento no es necesariamente narcisista. El texto que aparece surge mediante un
hecho lógico de lenguaje: la manipulación de una materia prima (que suele ser la
escritura en su estado bruto: original), su conversión en una estructura compuesta de
determinada manera (versos, divisiones) y la constatación lógica de que es posible
transformar las excrecencias del Yo Subjetivo en un texto que podría llamarse literario,
con ayuda de elementos no-literarios.
El núcleo del juego se potencia con la creación de un heterónimo. Es decir, no un
sinónimo, ni una identidad escritural distinta e independiente, sino la accionalidad de
una escritura que se superponga a la propia y la vaya transformando en entidad
diferente, construida a la manera de una cebolla: capa sobre capa, delicadamente
colocada cada cual, casi transparente y bellísimamente nacarada, los pliegues
cuidadosamente coordenados para que exprese su deliciosa corporeidad: sus cualidades
homogéneas. Para conseguirlo, es posible copiar un poema memorable sin usar
excesivos códigos tipográficos y aplicar a ese texto los comandos para ejecutar una
96
clasificación de párrafos/palabras de acuerdo con una clave numérica o alfanumérica
otorgada al azar. Entonces el texto se transforma y sobre esa transformación se realizan
rigurosos cánones de corrección morfosintáctica.
Para crear la sensación de paraleleidad, se divide el texto en columnas. Entonces,
el discurso se convierte en un intermediario sobre el cual se abren las exterioridades y
que a su vez está volcado hacia ellas. Doble movimiento que va estableciendo una
pulsación del sentido. El texto que se ha ido construyendo no es más que mero resultado
de una combinación cualquiera. No es (tal vez) un poema, pero si lo fuera, sería metáfora
del cambio y la substitución: de la máscara y el travestido. Su naturaleza transcurre en
ese territorio siempre precario que se ubica entre lo externo y la verdad. )Cuál es el
límite entre la teoría literaria y la poesía como tal? La concepción de lo poético se acerca
más a lo teológico, en tanto que la teoría literaria es normativa. En el episodio bíblico,
Dios entregó a Moisés las Tablas de la Ley, escritas por su dedo de fuego, para que el
pueblo tuviera unas normas por las cuales regir su conducta. Moisés rompió esas
primeras Tablas cuando descubrió que el pueblo había decidido vivir de acuerdo con las
arbitrariedades de su instinto: el oro de las joyas personales se había fundido y se había
convertido en un Becerro: Ídolo Adorado por todos. Curiosamente, el triunfo de lo
colectivo por encima de lo individual, que después sería la base del cristianismo, fue la
causa de la ira de Moisés, la que motivó la destrucción de la norma. No es la única
contradicción entre los Testamentos. Pero después, el pueblo mismo, aquejado por
pestes que no podía controlar: la de su instinto desatado en primer término, reclamó otras
Tablas y rogó por ellas. Es decir, se puede concluir que todo instinto clama por una
sujeción que le dé cauce.
Esos juegos de combinaciones y aplicaciones tecnológicas no son, por supuesto,
ninguna invención original. Sin ir muy lejos en el tiempo, el Dadaísmo se planteó la
construcción de un texto literario colectivo, no sujeto a las normas usuales
morfosintácticas y cuyo sentido estuviera dado por las casualidades inconscientes. Se
llegó al extremo de recortar palabras, introducirlas en un recipiente e irlas extrayendo
una por una, pegándolas a medida que se extrajeran y estableciendo los cortes
fraseológicos según un ritmo individualmente asumido. Los surrealistas propusieron
más tarde la construcción de textos colectivos mediante el aporte de un verso (o una
oración) de varios circunstantes, colocando cada aporte uno al lado de otro y según una
sintaxis textual arbitraria. En realidad, ambas posiciones derivan de ciertos experimentos
de Novalis, a fines del siglo XIX. Sarduy, por su parte, plantea que el juego verbal es
indispensable para la potenciación del lenguaje: establece que es necesario bifurcar,
97
dicotomizar las subordinadas hasta la incorrección, hasta la pérdida del hilo, el sentido
de la recuperación, la respiración como angustia. Y cita como maestros dentro de esta
experiencia a Cervantes, Garcilaso, Calderón, Santa Teresa, Quevedo, San Juan de la
Cruz, Mallarmé, Saint-John Perse, Claudel, Valéry, Rilke, Sade, Genet y Julio Verne. El
mismo, en estos predios. Y Manuel Puig. Y Cabrera Infante. Fundamenta Sarduy su
posición de esta manera: Después de todo, sería útil renunciar, en crítica literaria, a la
aburrida sucesión diacrónica y volver al sentido original de la palabra texto -tejido-
considerando todo lo escrito y por escribir como un solo y único texto simultáneo en el
que se inserta ese discurso que comenzamos al nacer. Texto que se repite, que se cita
sin límites, que se plagia a sí mismo; tapiz que se desteje para hilar otros signos,
estroma que varía al infinito sus motivos y cuyo único sentido es ese
entrecruzamiento, esa trama que el lenguaje urde. La literatura sin fronteras
históricas, ni lingüísticas: sistema de vasos comunicantes.
II.
Más interesantes que las teorías son las aplicaciones reales del juego. Pongamos
por caso que se toma un poema de Elizabeth Crane, poetisa inglesa de versos de largo
aliento, que murió en Nueva Inglaterra a mediados de este siglo, siempre imbuida en
climas de verde intenso y neblinas frescas y potencialidades sombrías, pero cuyos textos
reflejan tesituras sensuales y casi tropicales, de manera tal que los críticos la tienden a
considerar al lado de escritores de tono criollo, como Jane Austen, por ejemplo. Y sobre
esos poemas se aplican las reglas lúdicas de la combinación y la re-corrección. Entonces,
podríamos tener:
RENUNCIAS
[Versión original]
En medio del viento
escuché el campanario
torrente de grandes lluvias
descendía sobre el río
)salobre mi llanto?
)salobre el viento?
98
Las olas me cubrieron
me hicieron desaparecer
bajo su fuerza
Después, la noche: sólo la noche
Me pregunto
)durante cuántos días los pájaros se alejarán
se negarán a cantar cerca de mi casa
oscurecerán aún más la tiniebla del calabozo
y la curva de la soledad donde me encuentro?
En sueños, un velamen cruza:
he ansiado ese barco
he ansiado la estela espumosa
que confirme los amores.
Pero la página de sus cifras debe ser encriptada
porque todo nos aparta:
He visto cómo la noche se levantaba de serpientes
y cómo desde el muelle se iluminaba el barco
que nos iba a llevar
Todo lo sepultó ya hace tiempo la herrumbre
y mi casa sin casa sin paredes sin muros
pesa hondo en mi corazón, desciende:
Ahora las mareas se están retirando
para que comience el nuevo ciclo
y en el corazón reinan los dudosos días
en los que florecía el amor contra todo viento:
mi alma de perjura se desvivía entonces
mi alma de payaso se abría como abanico
99
para encantarte
mi alma de )qué?
era como la quilla de un barco
rompiendo en tu lago.
Y las olas se elevaron
como espadas encendidas
Insistente, yo, la descarada,
te llevé a la plaza del mercado
te hice girar conmigo en una danza,
quisimos entonces hacer desaparecer el universo,
dar vueltas desnudos en medio del océano
por nosotros creado,
y seguíamos los pasos,
creando las palabras
boca con boca
pecho con pecho:
imágenes
tacto
señales como velos.
Y ahora --cuatrocientos años o más de ese instante--
)qué queda?
Algunas lágrimas.
El eco de un aullido y un golpe.
Los lobos heridos
amenazando con fauces llenas de chispas
desde el bosque tétrico.
Un cortísimo sueño.
100
Mientras, en las ventanas se acumula el polvo.
RENUNCIAS
[versión con clave de clasificación]
Dimos vueltas desnudos en medio del océano
quisimos entonces hacer desaparecer el universo,
te hice girar conmigo en una danza,
te llevé a la plaza del mercado
por nosotros creado
creando las palabras
y seguíamos los pasos
Insistente, yo, la descarada,
como espadas encendidas esgrimí
para encantarte
mi alma de payaso se abría como abanico
mi alma de perjura se desvivía entonces
mi alma de )qué?
era como la quilla de un barco
Y las olas se elevaron
rompiendo en tu lago
boca con boca
pecho con pecho:
Desde el bosque tétrico
amenazando con fauces llenas de chispas
iban también los lobos heridos
101
Un cortísimo sueño
Mientras, en las ventanas se acumula el polvo
El eco de un aullido y un golpe
Señales como velos
tacto
imágenes
Y ahora --cuatrocientos años o más de ese instante--
)qué queda?
algunas lágrimas
renuncias
en lo que florecía el amor contra todo viento:
Después, la noche: sólo la noche
bajo su fuerza
me pregunto
)oscurecerán aún más la tiniebla del calabozo?
)durante cuántos días los pájaros se alejarán
se negarán a cantar cerca de mi casa?
Las olas me cubrieron
escuché el campanario
En medio del viento
torrente de grandes lluvias
descendía sobre el río
)salobre el viento?
)salobre mi llanto?
102
y en el corazón reinan los dudosos días
y en la curva de la soledad donde me encuentro
todo lo sepultó ya hace tiempo la herrumbre
Y mi casa sin casa sin paredes sin muros
pesa hondo en mi corazón, desciende:
para que comience el nuevo ciclo
Pero la página de sus cifras debe ser encriptada
Ahora las mareas se están retirando
He visto cómo la noche se levantaba de serpientes
he ansiado la estela espumosa
he ansiado ese barco
en sueños, un velamen cruza:
confirma los amores
las despedidas
porque todo nos aparta
)Pueden ambas muestras de texto haber sido escritas por la misma persona? Se
podría decir que no. Y, sin embargo, de alguna manera lo fueron. El juego de las
combinaciones, el de las perspectivas y las sintaxis, sólo aportó las potencialidades (y los
límites) del tejido de la lengua. Otra cuestión derivará de las aplicaciones de esos textos
a un lector no condicionado con toda la información anterior: el lector propondrá su
propia y especular lectura, las ramificaciones que constituyen la otra parte de todo texto.
Lo cierto es que el juego es una opción válida contra el silencio, la soledad y la lucha
contra la locura, fantasmas omnipresentes en la vida de todo escritor. El juego garantiza
la legitimidad del desorden y las digresiones, de las variaciones perspectivísticas, de las
variaciones sobre el mismo tema, de la visualidad y la virtualidad del texto. El juego se
establece sobre el disfraz y la máscara: esos son sus emblemas primordiales. El juego es
comedia y drama: metáfora del . Hermann Hesse, ya lo sabemos, lo planteó a
partir de sus batallas cotidianas con el lenguaje. Un alucinado como Artaud, a partir de
sus combates contra la lucidez. Sarduy, Barthes, Derrida, Foucault, Ricoeur, Sollers:
nombres y nombres solicitándose respuestas en la misma oscuridad. Pero enfrentarse al
103
deseo poético continúa siendo (a pesar de las exploraciones y los acercamientos
-siempre parciales- al núcleo de la luz) una vertiente de lo inaccesible para quien no está
provisto de la luz y la esencia y el poder oracular y la magia que brota de una fuente
incógnita: de eso que los griegos sinonimizaron tan exactamente como la creación.
(A Gabriela Lepage)
Milagros Mata Gil
El Tigre, estado Anzoátegui, 22-09-1991/ Primera revisión formal y conceptual,
en El Tigre, en Abril de 1992 (Semana Santa)/ Segunda revisión, en El Tigre,
Agosto de 1993/ Tercera revisión en Cabudare, estado Lara, Febrero de 1994
(Carnaval)/ Cuarta revisión en Ciudad Bolívar, estado Bolívar, en Junio de
1994/Quinta revisión y agregado de textos, en Agosto de 1994.
Sexta revisión, en Barquisimeto, Noviembre de 2013