La tenencia colectiva de la tierra entre las poblaciones indígenas de Córdoba. Siglos XVI y XVII...
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La tenencia colectiva de la tierra entre las poblaciones indígenas de
Córdoba. Siglos XVI y XVII
(Publicado en Ferreyra, Ana Inés (Dir.) Cuestiones Agrarias Argentinas. Ed. Brujas-CEH Carlos S.A.
Segreti, 2010-pp.19-52)
Constanza González Navarro1
La modalidad de tenencia colectiva de la tierra fue la que imperó en toda América en
tiempos precolombinos, ya que aunque algunas poblaciones indígenas estaban familiarizados
con derechos exclusividad en el usufructo de la tierra, no conocieron la noción de propiedad
plena y absoluta hasta la llegada de los españoles.
La conquista interrumpió las prácticas prehispánicas y en términos generales, de todas
la ciudades del Tucumán colonial, Córdoba fue una de las que más sufrió el proceso de
desestructuración indígena operado por la conquista y una de las jurisdicciones donde con
más fuerza se produjo la ruptura de los lazos entre la comunidad y la tierra debido al rápido
avance que hicieron los españoles sobre las áreas cultivables y al simultáneo movimiento de
pueblos. No obstante esto, subsistieron algunas formas de tenencia colectiva de la tierra bajo
el régimen español que se prolongaron inclusive más allá del siglo XVII.
El objetivo de este trabajo es dar cuenta de estas formas de tenencia colectiva en
Córdoba y especialmente analizar dos de los momentos que, a nuestro entender, significaron
verdaderos quiebres en las prácticas locales, como son las ordenanzas dictadas por Francisco
de Alfaro (dictadas en 1612 pero aprobadas definitivamente en 1618) y la visita de Antonio
Martines Luxan de Vargas (1692-93).
La visita y las ordenanzas de Alfaro procuraron desagraviar y proteger la población
indígena de los abusos cometidos por la élite encomendera que había detentado desde el siglo
XVI el poder político y económico de la región. Esta intervención de un funcionario
nombrado por la Real Audiencia de Charcas buscó poner coto a estos poderes locales que
utilizaban el servicio personal como forma de explotación del trabajo indígena, y tuvo la
trascendencia de establecer un ordenamiento definitivo del espacio colonial, disponiendo y
fijando las tierras indígenas, entre otras medidas importantes.
Después de 80 años de las ordenanzas de Alfaro, período durante el cual fueron más
transgredidas que cumplidas, el visitador Vargas, nombrado igual que su predecesor por la
Real Audiencia, buscó recuperar los ideales alfareanos aunque en un contexto muy diferente.
La población indígena originaria había menguado notablemente y el panorama étnico se había
complejizado con la introducción de poblaciones foráneas. No obstante ello, Vargas buscó
atender a las particularidades de cada encomienda, renovando la lucha contra el servicio
personal que iniciara Alfaro y fijando definitivamente las tierras indígenas.
Ambos momentos, según veremos, no constituyeron instancias contrapuestas, sino
que, por el contrario, fueron los hitos necesarios para el reconocimiento y la fijación
definitivos de las tierras indígenas. Apelamos al uso del término “tenencia colectiva de la
tierra” en vez de tierras comunales, porque el primer término es más abarcador que el segundo
1 Investigadora Asistente del CONICET y del Centro de Estudios Históricos Carlos S.A. Segreti. Profesora Asistente de
Historia de América I (colonial) de la Universidad Nacional de Córdoba. Este trabajo se inserta en el proyecto general
titulado: “Condiciones de posibilidad de la reproducción social en sociedades prehispánicas y coloniales tempranas en las
sierras pampeanas (República Argentina)” dirigido por el Dr. Eduardo Berberián y la Dra. Beatriz Bixio. Subsidiado por
CONICET. PIP 2009-2011 nº 112-20801-02678. Por afinidad de la temática de este trabajo con el eje de este libro la Prof.
Ana Inés Ferreyra me extendió la invitación generosa de participar de la presente publicación. A ella mi sincera gratitud.
2
e incluye algunos tipos de posesión que no son asimilables a las tierras indígenas de
comunidad o comunales que fijaran las ordenanzas particulares y las leyes de Indias.
Finalmente, proponemos, en la medida de lo posible dar cuenta de las diferencias o
similitudes que presenta el fenómeno de la tierra en Córdoba y en otras jurisdicciones a fin de
poder dar cuenta de la especificidad del caso cordobés.
La tierra en tiempos prehispánicos
Las poblaciones autóctonas que habitaron el espacio cordobés realizaban la
explotación colectiva de la tierra. Su organización, sin embargo, difería de la que conocían los
españoles entre las poblaciones sujetas al imperio incaico. Entre estas últimas existía una
estructura prehispánica muy organizada donde las cuotas de energía del ayllu eran distribuidas
meticulosamente entre las tierras del Inca (o Estado), del Sol (o huacas) y de la comunidad.
Coexistían además derechos específicos que poseían los curacas, los señores étnicos y los
linajes reales, algunos de los cuales fueron respetados durante la colonia o bien fueron
reasignados como en el caso de las tierras del Inca que pasaron a ser tierras de la Corona o
realengas.2
Entre los indígenas de Córdoba no había, sin embargo, una estructura estatal
prehispánica que se asemejara al imperio incaico y que pudiera servir de base a las relaciones
coloniales. La economía indígena prehispánica era esencialmente mixta, con una agricultura a
pequeña escala y con una participación importante de la caza y la recolección.3
La disposición de las tierras agrícolas normalmente se encontraba, en el área serrana,
situada en el fondo de los valles con acceso a los cursos de agua y a suelos con mayor
retención del agua de lluvia. Así por ejemplo en el valle de Punilla el indio Martin Hamiltocto
declaraba que junto al arroyo Hanpatomayo “tenían sus rranchos y senbravan quinua y
sapallos y mays y en el dicho sitio estan cantidad de morteros de piedra que los indios llaman
tacanas en que los que asistían allí molían sus comidas…”.4 Esta referencia indica la
asociación de las viviendas con los campos de cultivo y las áreas de molienda al aire libre,
también identificadas a nivel arqueológico5. Los campos de cultivo no se restringían, sin
embargo, a los terrenos asociados a las viviendas6 sino que también se aprovechaban otros
suelos sedimentarios más alejados que contaban con condiciones de humedad suficientes para
la tarea agrícola.7 La disposición de las áreas agrícolas no era necesariamente concentrada
2 Para este tema ver: John Murra, [1978] 1989, “La tenencia de la tierra”, en: J.Murra, La organización económica del estado
inca, México, Siglo XXI. También ver: Carlos Sempat, Assadourian, “Los derechos a las tierras del Inca y del Sol durante la
formación del sistema colonial”, en: C.S. Assadourian, 1994, Transiciones hacia el sistema colonial andino, México, IEP-El
Colegio de México, pp. 92-150. Ronald Escobedo Mansilla, 1997, Las comunidades indígenas y la economía colonial
peruana, Bilbao, Universidad del País Vasco. 3 Sobre la economía mixta de las poblaciones serranas puede consultarse: Fabiana Roldán, 1998, “Estructura de recursos,
sistema de asentamientos y movilidad en momentos previos a la conquista hispánica en la cuenca del Río San Antonio.
Provincia de Córdoba”, Ponencia presentada a las Terceras Jornadas de Arqueología y etnohistoria del centro oeste del país.
Por su parte Laguens propone para el valle de Copacabana una participación relativa de la agricultura en la dieta del 51,6% y
para la caza y la recolección de un 48,4% de la dieta. Estas cifras son superiores a lo que sugiere Pastor para el valle de
Salsacate. Andrés Laguens, Arqueología del contacto hispanoindígena, 1999, BAR International Series 801, England, p.189.
Sebastián Pastor, 2006, Arqueología del valle de Salsacate y pampas de altura adyacentes. Sierras centrales de Argentina.
Una aproximación a los procesos sociales del período prehispánico tardío (900-1573 d.C.),Tesis doctoral en Ciencias
Naturales, UNLP, Ms. Matías Medina, 2008, Diversificación económica y uso del espacio en el tardío prehispánico del
Norte del Valle de Punilla, Pampa de Olaen y llanura Noroccidental. (Córdoba-Argentina), Tesis Doctoral. FFyL. UBA, Ms. 4 Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (en adelante A.H.P.C.), Esc.1, Leg. 72, Exp. 2, F. 82r. 5 Fabiana Roldán, “Estructura de recursos…” cit. 6 Existen numerosas referencias sobre la ubicación de las chacaras de los indios cerca de las viviendas. Vgr. El testimonio del
indio Juan Cahalara halchinguin cacique del pueblo de Nichistaca, en 1598: “dixo que el dicho pueblo de Nichistaca esta
pasada una loma que señalo hazia el postrer mogote y que las cassas que tienen al presente son por tener sus chacaras serca”.
En: Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (en adelante A.H.P.C.) Esc.1, Leg. 6, Exp. 5, F. 293r. 7 Eduardo Berberián, “Las sierras centrales”, en A.A.V.V. 1999, Nueva Historia de la Nación Argentina: La Argentina
aborigen. Conquista y colonización”, Buenos Aires, ANH, Planeta, p. 144.
3
sino que las chacaras podían encontrarse dispersas entre sí. Pastor y Medina han analizado
particularmente en los valles de Punilla y Salsacate, a partir de información etnográfica y
arqueológica, la posibilidad de disminuir los riesgos ambientales -variaciones en las
precipitaciones, granizo, plagas- a partir de la dispersión de las áreas de cultivo en diferentes
espacios. Esto se corresponde con la coexistencia de sitios residenciales de propósitos
múltiples -como el que describe el indio Martin- con la presencia de otros sitios arqueológicos
de pequeñas dimensiones.8
En las planicies orientales, si bien las fuentes no destacan la ubicación exacta de los
sembradíos, es muy posible que se encontraran cercanas a los cursos de agua. En este sentido,
tanto los documentos coloniales como las evidencias arqueológicas destacan la presencia de
poblaciones indígenas prehispánicas en las márgenes de los ríos principales (ríos Primero,
Segundo, Tercero y Cuarto).9
Existen evidencias de comportamientos territoriales en tiempos prehispánicos
identificados particularmente para el caso de los valles septentrionales de la sierra -Soto,
Salsacate y Guasapampa-10
y los valles de Punilla y Cosquin11
. Esta territorialidad implicaba
el uso exclusivo de ciertos recursos (por ejemplo, el agua, las presas de caza e inclusive
algunos productos de recolección como los molles) con la presencia de mojones naturales o
artificiales que demarcaban claramente los espacios de preferencia y cuya violación podía
generar un enfrentamiento armado entre dos grupos12
. Mateo de Açebedo declaraba que en
tiempos anteriores a la fundación, los indios de Cosquin habitaban en unos guaicos –pequeños
valles- donde “cojian de sus molles hasta los límites i mojones de la diçha Punilla”13
. En el
mismo expediente un testigo nativo hacía referencia a que esos “moxones antiguos”
implicaban territorios de caza ya que “si salian a casar no pasaban de los dichos limites y
moxones” de manera que “si yvan siguiendo alguna casa y asertava a pasar de los dichos
linderos la dejavan porque si la seguian pasando adelante abia guerras entre los dichos indios
porque entraba en tierras y que esto lo sabe por aberlo visto muchas veces por ser yndio
natural deste valle de Cosquin…”14
También en los valles septentrionales hay referencias a la territorialidad ligada
particularmente al uso de los pozos de agua o jagüeles, cuyo consumo estaba claramente
8 Matías Medina y Sebastián Pastor. “Chacras dispersas: Una aproximación etnográfica y arqueológica al estudio de la
agricultura prehispánica en la región serrana de Córdoba, Argentina”, en Comechingonia, nº 9. 9 Constanza González Navarro, 2005, Construcción social del espacio en las sierras y planicies cordobesas, 1573-1673,
Tesis Doctoral en Historia, Ms. Algunos de los trabajos arqueológicos que brindan referencias sobre la ocupación tardía de la
población indígena en el área de planicies son: Nicolás De La Fuente y Marta Bonofiglio para las márgenes del Río Segundo.
Vgr. Nicolás De La Fuente, 1971, “Prospección arqueológica en yacimientos del Dpto Río Segundo, Pcia de Córdoba”, Río
Segundo, Córdoba, Museo Arqueológico Regional Aníbal Montes; Marta Bonofiglio De Gómez y Nicolás De La Fuente,
1984, Rincón, un yacimiento integrador en la arqueología de Río Segundo-Córdoba, Córdoba, Museo Arqueológico
Provincial Anibal Montes. Publicación nº 4, Para el área cercana a la Mar Chiquita existen algunos antecedentes de principios
del siglo XX (Doering, 1907, Outes, 1911, Frenguelli y Aparicio, 1932) que han sido recuperados en los trabajos de Marta
Bonofiglio. Serrano y Nimo. Marta Bonofiglio, 2009, “Arqueología de la zona lacustre de Córdoba. Un contexto para armar”,
en Y. Matin; G. Perez Zabala, Y. Aguilar (comp.), Las sociedades de los paisajes áridos y semiáridos del Centro-Oeste
Argentino,Universidad Nacional de Río Cuarto, pp. 83-101. Antonio Serrano, Los comechingones, 1945, Serie aborígenes
argentinos, Vol I, Córdoba, UNC. También puede consultarse Serrano para el área de Río Primero en las cercanías de la
ciudad. Agustín Nimo, “Arqueología de Laguna Honda (Yucat, Provincia de Córdoba)”, 1946, Publicaciones del Instituto de
Arqueología, Lingüística y Folklore Dr. Pablo Cabrera, UNC, Córdoba. Para zona sudoriental ver: Antonio Austral y Ana
María Rocchietti, 1995, “Arqueología de la pendiente oriental de las sierras de comechingones”, en Actas y memoria del XI
Congreso Nacional de Arqueología Argentina, 10, pp. 61-80, San Rafael, Mendoza. En general los trabajos más recientes
han privilegiado la región serrana para la investigación. 10 Un análisis particular del territorio prehispánico de los valles septentrionales puede verse: Constanza González Navarro,
“Una aproximación al territorio indígena prehispánico. Siglos XVI y XVII”, 2009, Ponencia presentada a las XII Jornadas
Interescuelas y Departamentos de Historia, Bariloche. 11 Constanza González Navarro, Construcción social del espacio…cit. 12 Ibíd. En este trabajo se analizan los testimonios de los indios de Punilla y Cosquin que indican la presencia de mojones
entre los cazaderos, en tiempos anteriores a la conquista española. 13 A.H.P.C. Esc.1, Leg 72, Exp. 2, F. 123r. 14 Ibìd. F. 81v.
4
deslindado entre los grupos de manera que, por ejemplo, los indios de Tulián bebían del agua
de Linaça y los indios de Vichiaha y Casnaha bebían del jagüey Melicpa.15
Estos derechos, sin embargo, estaban sujetos a negociaciones y pactos de reciprocidad
acordados por los caciques o representantes étnicos de cada grupo, fenómeno que ha sido
analizado específicamente en una contribución anterior16
.
La agricultura en los valles de Salsacate y Soto17
, constituía una actividad realizada de
forma colectiva. Los niveles de integración abarcaban la familia en la base, a la que le seguía
un nivel superior que reunía un conjunto de familias dirigidas políticamente por uno o varios
caciques. Estas unidades -que figuran en la documentación colonial con el nombre de
pueblos18
- poseían cierta autonomía en la organización del trabajo agrícola, aunque esto no
impedía la existencia de vínculos sociales intergrupales o inclusive parentescos. Así lo
expresa el cacique Colo opan señor del pueblo de atan henen en 1591:
“...dijo este testigo que son todos unos este dicho pueblo de atan henen y el pueblo de
cantapas porque sienpre se an tratado por parientes debajo del apellido de cantapas y
ansi en sus fiestas y llantos se hallan los unos y los otros e que estos yndios de atan hen
van a senbrar juntos a las chacaras y los de cantapas sienbran junto a las chacaras de los
yndios de atanhenen e que se tratan por una parçialidad y en sus guerras se ayudan los
unos y los otros y esto declara...”.19
En el testimonio precedente y en otros similares correspondientes al área serrana se
advierte la presencia de importantes alianzas entre las diferentes unidades políticas, lo cual les
permitía compartir no sólo el mismo bando en la guerra sino también las festividades, los
duelos y matrimonios entre los miembros de distintos grupos. Los niveles de integración
social podían extenderse a partir de las alianzas señaladas generando vínculos a lo largo de los
valles. En este sentido, los españoles identificaron los valles de Salsacate, Soto, Punilla y
Cosquín, como “provincias” indígenas diferentes, cuestión que interpretamos como territorios
diferentes.
Finalmente, aunque son muy escasos los datos que poseemos sobre la condición que
revestía la tierra en tiempos prehispánicos, éstos indican que al menos en el valle de
Salsacate, Punilla y Cosquín los espacios agrícolas –al igual que el acceso a otros recursos-
estaban delimitados territorialmente, de modo que sólo en casos excepcionales existía la
posibilidad de acceder al espacio agrícola de otro grupo mediante una negociación entre los
caciques o autoridades étnicas.20
La ubicación de las tierras cultivables podía variar ligeramente en función de las
posibilidades ambientales, tal como señala un indio antiguo respecto de los nativos de Punilla
15 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 8, Exp. 6, F. 296v. 16 Constanza González Navarro, “Una aproximación al territorio…” cit. 17 Estas afirmaciones podrían hacerse extensibles a otros sectores de la sierras pero sería necesario un análisis más específico
de las fuentes. 18 En este punto cabe señalar que los pueblos prehispánicos que figuran en la documentación colonial temprana no tenían
nada eran configuraciones sociales muy diferentes a las que más tarde diseñaría Abreu o Alfaro, que implicaba la reducción
de poblaciones indígenas muchas veces de diferente origen. Los “pueblos” tenían una densidad variable. La relación
Anónima indica que cada pueblo incluía una “parentela” que podía oscilar entre 10 a 40 casas. En: Josefina Piana, Los
indígenas de Córdoba bajo el régimen colonial, 1992, Córdoba, Dirección General de Publicaciones, UNC. Un testigo de
época como Tristán de Texeda sostiene que los pueblos indígenas a veces apenas alcanzaban a tener 5 indios (léase de tasa).
A.H.P.C. Esc.1, Leg. 3, Exp.1, F. 21r. 19 A.H.P.C. Esc.1. Leg. 3, Exp. 9. F. 289v. 20 Para ver más sobre el tema consultar un trabajo anterior donde se trata el caso de un cacique de Cosquin que habiendo
tenido pendencias con sus parientes pidió permiso para sembrar en tierras de los parientes de su mujer en Punilla. Constanza
González Navarro, “Autoridades étnicas en un contexto de desestructuración”, en: B. Bixio (Dir) et alli. Visita a las
encomiendas de indios de Córdoba. 1692-1693, 2009, Córdoba, CEH. Carlos S.A. Segreti-Editorial Brujas.
5
que iban al paraje de Culanpacaya a sembrar “por ser paraje mas calido”21
. No obstante estas
variaciones, la ubicación de las áreas de cultivo no parece haber presentado importantes
alteraciones a lo largo del tiempo ya que los testimonios indígenas del período colonial
muestran cierta continuidad en el uso de los mismos espacios. Catalina Cavil, por ejemplo,
indicaba en 1633 que las tierras de cultivo, utilizadas por su esposo también lo fueron por sus
padres y sus abuelos hasta que la colonización española interrumpió dicha práctica y, las
tierras fueron convertidas en potrero por el encomendero Gavriel García Frías.22
La tenencia colectiva de la tierra desde fines del siglo XVI y hasta la visita de Alfaro:
entre la legislación y la práctica
En Europa, según refiere Edda Samudio23
aludiendo a las conclusiones de varios
especialistas en la materia, la versión más cercana a la tenencia colectiva de la tierra fue la
propiedad corporada que poseían los municipios.24
La legislación indiana contempló y reguló este tipo de tenencia que en el caso de las
tierras indígenas adoptó el nombre de “resguardos” o “tierras comunales”. Los resguardos
constituyeron unidades de tierra concedidas por la Corona a las comunidades indígenas por
medio de títulos para que las usufructuaran colectivamente. Este tipo de derechos fueron
otorgados desde fines del siglo XVI en gran parte de América, de modo que por ejemplo, en
1594 las comunidades de Timotes y San Juan de Lagunillas recibieron los primeros
resguardos de tierras en Mérida25
jurisdicción perteneciente a Nueva Granada. En Nueva
España estos derechos recibieron el nombre de “fundo legal”26
mientras que en el Virreinato
del Perú las tierras de uso común formaron parte de los pueblos de indios.27
Tanto en Nueva
España como en el Perú colonial la tenencia comunal tenía una fuerte raigambre indígena y
fue respaldada por las autoridades españolas.
En términos generales la legislación indiana reconoció tempranamente los derechos
indígenas a la tierra aunque con la clara especificación de que mientras los indígenas poseían
el usufructo compartido de éstas, la Corona se reservaba el señorío y propiedad última de las
tierras. Este reconocimiento se fundaba principalmente en la protección y conservación de los
indígenas. Sin embargo, aunque el usufructo era perpetuo, el verdadero dominio de las tierras
comunales no recaía en los indios en razón de que eran jurídicamente considerados
“menores”.28
Según indica Mörner algunos de los factores que más incidieron en el respaldo
de la Corona respecto de las tierras comunales fueron: la subsistencia de las antiguas
costumbres indias, la política de separación residencial entre indios y españoles basada en la
teoría del “mal ejemplo”, la retención de un gobierno municipal autónomo y, la estructura
económica de la Colonia que necesitaba que los indios produjeran lo necesario para el abasto
de las ciudades.29
21 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 72, Exp.2, F. 75r. 22 A.H.P.C. Esc. 1, Leg. 97, Exp. 4, F. 249v. 23 Edda Samudio, “Las tierras comunales indígenas. Un propósito o una realidad. El caso de Mérida”, Discurso de presentación como
miembro correspondiente del Estado de Mérida a la Academia Nacional de la Historia de Venezuela,
http://www.anhvenezuela.org/admin/Biblioteca/353/Edda_O._Samudio_A.pdf 24 Sobre el debate sobre las propiedades colectivas en Europa y América puede consultarse la obra resultado de un coloquio
internacional realizado en el Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad de Paris III: Marie-Danielle
Demelás y Nadine Vivier (Dir.), 2003, Les propiétés collectives. Face aux attaques lebéeles. (1750-1914). Europe
occidentale an Amérique Latine, Francia, Presses Universitaires de Rennes, Université de Renne 2. 25 Luis Bastidas Valecillos, 2002, “Las tierras comunales indígenas en la legislación venezolana. Estudio de un caso”, en
Revista Cenipec, Nº 21, p. 50. 26 Edda Samudio, “Las tierras comunales…” cit., p. 65. 27 Magnus Mörner, [1970] 1999, La corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América, Madrid, AECI.
Ediciones de Cultura Hispánica, p. 150 y ss. 28 Edda Samudio, “Las tierras comunales…” cit., p.73. 29 Magnus Mörner, La corona española... cit., p. 153.
6
La condición jurídica de las “tierras comunales” difiere considerablemente de la
“posesión comunera” de la que gozaron algunas comunidades campesinas durante el siglo
XIX en América, y donde el comunero contaba con la posibilidad de traspasar, vender,
hipotecar libremente su parte o transferir el disfrute de las tierras.30
Ots Capdequi indica que
las tierras de comunidad eran inalienables, pero podían enajenarse excepcionalmente en los
casos en que los propios indios lo solicitasen ante el Superior Gobierno y se acreditase que
quedaban cubiertas las necesidades de la comunidad.31
Francisco Rubio Durán ha señalado algunos casos de venta de tierras de comunidad
para algunas jurisdicciones del Tucumán previo permiso de las autoridades32
, pero en la
jurisdicción de Córdoba hemos identificado sólo uno para el siglo XVII. Se trata de parte de
las tierras del pueblo de Quilino que fueron adquiridas por su encomendero en 1615. Según
destaca Castro Olañeta, dicha venta fue realizada a los solos efectos de legalizar una situación
de hecho. El encomendero Pedro Luis de Cabrera había usufructuado las tierras del pueblo de
indios de facto pero al producirse la visita de Francisco de Alfaro debió blanquear de alguna
forma la apropiación indebida que había efectuado de las tierras para no perder sus
inversiones. La venta se efectuó con la anuencia del protector de naturales y del gobernador
Luis de Quiñones Osorio.33
Como se observa en el caso cordobés, no se trató de una venta
realizada por iniciativa de los indígenas sino, tan solo, de una estrategia del propio
encomendero, que con la complicidad de las autoridades locales pudo poner a resguardo sus
intereses.
En términos generales, el proceso de ordenamiento de las tierras indígenas por parte de
la Corona y las autoridades de cada jurisdicción estuvo íntimamente ligado a la formación de
reducciones o pueblos de indios que permitieran el control y la evangelización de los nativos.
En el virreinato del Perú los primeros intentos por concentrar a la población -y
constituir una república de indígenas separada de la república de españoles- se dieron en
tiempos de La Gasca, cuando muchos religiosos presionaron e informaron al rey de lo difícil
que resultaba la tarea evangelizadora teniendo a los indios dispersos. Proponían congregar a
los indios para facilitar la labor. La petición fue acogida en una real cédula fechada en
Valladolid el 9 de octubre de 1549, donde se ordenaba la reducción de los indios. Según
refiere Ronald Escobedo, a partir de allí las sucesivas autoridades pretendieron hacer cumplir
dicha cédula sin lograr mucho éxito.34
Fue recién Lope García de Castro el que logró realizar
algunas reducciones en la provincia de Chucuito35
y definitivamente el virrey Francisco de
Toledo quien realizó una transformación institucional que marcaría la historia del mundo
andino para siempre. Su impacto en la gobernación del Tucumán y la del Río de la Plata y
Paraguay sería más tardío y más débil ya que ni las reducciones indígenas ni la tenencia de la
tierra alcanzaron a tener las características del Perú central.36
30 Edda Samudio Aizpúrua, 2003, “Propiedad comunal indígena y posesión comunera campesina en Mérida, Venezuela, siglo
XIX”, en Procesos históricos: revista de historia y ciencias sociales. Revista de la Universidad de Los Andes, Merida, Enero,
Vol. 2, Nº 3. 31 José María Ots Capdequi, 1959, España en América. El régimen de tierras en la época colonial, México-Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, p. 85. 32 Francisco, Rubio Durán, 1999, Punas, valles y quebradas. Tierra y trabajo en el Tucumán colonial. Siglo XVII, España,
Diputación de Sevilla, p. 125. 33 Isabel Castro Olañeta, 2006, Transformaciones y continuidades de sociedades indígenas en el sistema colonial. El pueblo
de indios de Quilino a principios del siglo XVII, Córdoba, Alción Editora, pp. 109-110. 34 Ronald Escobedo Mansilla, Las comunidades indígenas…cit., p. 55. 35 Ibíd. 36 Las reducciones toledanas contaron entre otros atributos con un cabildo indígena y cajas de comunidad que las reducciones
cordobesas nunca tuvieron. En algunas jurisdicciones como Jujuy y Santiago del Estero si existieron cabildos indígenas
aunque no con todas las autoridades que había fijado Toledo en sus ordenanzas de 1576 sino con las adaptaciones de Alfaro.
Gabriela Sica, 2002, “Vivir en una chacra de españoles: encomienda, tierra y tributo en el pueblo de San Francisco de Paipaya,
Jujuy, siglo XVII”, en J. Farberman y R. Gil Montero (comps.) Los pueblos de indios del Tucumán colonial: pervivencia y
7
En el Tucumán colonial la caída demográfica de los nativos y los movimientos de
pueblos habían favoreciendo el avance español sobre las mejores tierras, proceso que rompió
con las modalidades prehispánicas de tenencia y explotación del suelo y con lo cual, los
indígenas debieron ajustarse a las nuevas exigencias del sistema colonial.
Mucho antes de que las medidas de Toledo pudieran incidir en las gobernaciones del
Tucumán y Río de la Plata y Paraguay, se dictaron diversas ordenanzas y disposiciones que
atendieron tanto a la reducción de los indios como a la asignación de tierras para su sustento,
que se inspiraban en las primeras cédulas reales.
Los intentos iniciales por concentrar la población indígena fueron del gobernador
Gonzalo de Abreu, cuyas ordenanzas de 1576 reglamentaban algunas prácticas que ya estaban
difundidas para el aprovechamiento del trabajo indígena37
, entre las que se disponía que los
encomenderos reunieran a los indios de encomienda en pueblos conforme a la cantidad que
fueren (ord. 1) y que los apremiaran a hacer sus “sementeras de ceuada, trigo e maiz y otras
semillas e que siembren algodonales para bestirse...” (ord. 5). También ordenó la
conformación de chacaras de comunidad “que se tenga en deposito para socorrer las
necesidades en los años esteriles y malos” (ord. 7) y otras chacaras para sustentar a los pobres,
huérfanos y viudas (ord. 6). Si bien estas ordenanzas fueron redactadas en principio para
Santiago del Estero su vigencia se extendió a todo el Tucumán.
En el cuerpo de las ordenanzas de Abreu se observa la pretensión de velar por el
sostenimiento de los indígenas. Los artículos citados precedentemente mencionan
repetidamente la cuestión del sustento y queda por demás claro que las chacaras o sementeras
de los indios debían delimitarse en el espacio asignado a la encomienda.
Tal como se ha demostrado en investigaciones anteriores38
, los pueblos de indios pre-
alfareanos constituían apenas una reunión o reducción de poblaciones en un sólo sitio por
mano del encomendero. Si bien Abreu reglamentó el usufructo de las tierras comunales, en la
práctica la elite encomendera tuvo pleno acceso a dichas tierras. En su estudio de las
ordenanzas de Abreu, Doucet observa que existen varias referencias documentales que
demuestran que en los límites de los pueblos además de las chacaras de los indios también
existían cultivos de los encomenderos.39
También las fuentes judiciales muestran como en la práctica los encomenderos -aún
después de la reglamentación de Abreu- podían disponer libremente de las tierras indígenas.
Así por ejemplo Gonçalo de Peralta relata con precisión en 1581 la forma en que Diego de
Castañeda arrebató a sus propios indios de encomienda las chacaras:
“...estubo en compañia de Castaneda este testigo un año y corrio las tierras de los dichos
indios y bio en la dicha cañada abra quatro años poco mas o menos çinco o seis
chacaras de los dichos indios salteados y que bio este testigo que Castaneda les tomo
tres chacaras en la dicha cañada para su sementera y la aro e visto esto y mas que el
dicho Castañeda abia metido ciertas puercas en el pueblo de los dichos indios que les
açian muy gran perjuiçio...”.40
desestructuración, Buenos Aires, EdiUnju, Universidad Nacional de Quilmes Ediciones. Judith Farberman y Roxana Boixadós,
2006, “Sociedades indígenas y encomienda en el Tucumán colonial. Un análisis comparado de la visita de Lujan de Vargas”, en
Revista de Indias, Vol. LXVI, Núm. 238. En Córdoba no hubo una distinción entre las tierras de los indios comunes
(hatunrunas) y las tierras de los curacas que derivaban de la tradición incaica y que fueron contempladas por Toledo. Esta
delimitación no sólo no aparece en Córdoba sino que tampoco aparece en otras jurisdicciones del Tucumán. 37 Gastón Doucet, “Encomiendas de servicio personal en el Tucumán bajo régimen legal: comentarios a las ordenanzas de
Gonzalo de Abreu”, en: A. Levaggi, 1990, El aborigen y el derecho en el pasado y el presente, Buenos Aires, Universidad
del Museo Social Argentino, p. 156. 38 Ibíd. p. 186, 223. Constanza González Navarro, Construcción social del espacio…cit. 39 Ibíd. 40 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 111, Exp. 7, F. 197v.
8
La situación de los indios de Nuñosacate no fue excepcional ya que en muchos casos
la institución de la encomienda fue un medio habitual utilizado por la elite para acceder a
tierras productivas.
González Rodríguez, Piana y Solveira41
han destacado insistentemente para Córdoba
y Ferreiro42
para Jujuy, en los vínculos estrechos -al margen de las leyes- entre la encomienda
y la propiedad del suelo. Ellos señalaron los diversos mecanismos de apropiación que
utilizaban los españoles para avanzar sobre la tierra indígena entre los que podemos citar la
práctica de solicitar mercedes de tierra en un espacio contiguo a una encomienda. Esta
situación de inmediatez y colindancia contribuía a despojar paulatinamente a los indios de las
tierras que ocupaban. Con el tiempo las tierras de merced y las tierras ocupadas por la
encomienda pasaban a constituir una única y gran estancia.
Piana demostró, particularmente, la importancia que revestía la posesión de una
encomienda como medio de acceso a la tierra indígena. En este punto nos interesa destacar el
hecho que las fuentes judiciales muestran que los encomenderos tenían una clara
preeminencia -frente a otros vecinos- en la sucesión de los derechos sobre las tierras de los
pueblos extinguidos y encomendados originalmente a ellos. El uso y costumbre tenía un peso
muy fuerte, quizás más que la propia ley escrita, y éste establecía que al vacar una
encomienda por desaparición de los indios, su encomendero tenía derecho a solicitar en
merced las tierras realengas. Cualquier pretensión de otro vecino era mal vista y sancionada
moralmente por la elite.
Según las palabras de Joan Célis de Quiroga en nombre de su primo Diego Céliz de
Burgos, en la causa contra Pedro Casero:
“...no era justo que qualquiera estubiesse aguardando que muriese uno o dos yndios y
luego pidiese aquellas tierras y otros otras (sic) en distanzia y sitios cortos solo a fin de
aprehender algun derecho a lo demas queste tiene el encomendero propio y lijitimo
aunque no tubiera merced particular como tiene mi parte...”.43
Las afinidades entre encomienda y merced de tierras estimularon el movimiento de
pueblos indígenas y su reducción en el interior de establecimientos españoles, práctica que se
generalizó, independientemente de las distancias que existieran entre la encomienda y las
tierras españolas. Este proceso sin duda rompió rápidamente los lazos de los indios con las
tierras de origen.
En otras jurisdicciones, como es el caso de la gobernación del Río de la Plata y
Paraguay, también hubo pretensiones de imponer el ordenamiento de Abreu pero sin éxito.
No obstante ello, con posterioridad el gobernador Juan Ramírez de Velasco en 1597 ordenó a
los encomenderos que hicieran residir a los indios en tierras sanas donde pudiesen sembrar,
tuviesen agua y leña en abundancia.44
En 1598 Hernandarias dictó una serie de ordenanzas
para el Río de la Plata y Paraguay entre las que se disponía reducir los indígenas a pueblos
donde se pudieran evangelizar, mientras que en 1603 volvió a insistir en que los indios debían
41 Josefina Piana, Los indígenas de Córdoba…cit., p.102 y ss. También Josefina Piana, 1992, “De encomiendas y mercedes
de tierras: afinidades y precedencias en la jurisdicción de Córdoba (1573-1610)”, en Boletín del Instituto de Historia
Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, Tercera Serie, Nº 5, 1er semestre. Adolfo González Rodríguez, 1990, “La
pérdida de la propiedad indígena. El caso de Córdoba. 1573-1700”, en Anuarios de Estudios Americanos, Vol. XLVII. Sevilla. .
Adolfo González Rodríguez, 1992, "Encomienda y propiedad de la tierra en Córdoba durante los siglos XVI y XVII", en Revista
Complutense de Historia de América, Nª 18, España. Beatriz Solveira, 1999,“Encomiendas de indios y distribución de la tierra”,
en A.A.V.V. Nueva Historia de la Nación Argentina, Tomo I, Planeta, pp. 501-504. 42 Juan Pablo Ferreiro, 1995, “Tierras, encomiendas y elites. El caso de Jujuy en el siglo XVII”, en Anuario de Estudios
Americanos, Tomo LII-1, Sevilla. pp. 25-26. 43 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 65, Exp. 11, F. 279r. 44 María Laura, Salinas, 2008, Encomienda, trabajo y servidumbre indígena en Corrientes. Siglos XVI y XVII. Tesis de
Maestría en Historia Latinoamericana. Universidad Internacional de Andalucía. p. 22
9
ser reducidos en lugares cómodos donde hubiese buenas tierras, aguadas y montes. Estas
nuevas ordenanzas fueron pregonadas en Santa Fe en 1603 y en Buenos Aires en 1604.45
La
insistencia de las diversas autoridades en fijar las poblaciones y reducirlas a pueblos muestra
que en realidad había una fuerte resistencia para que dicha medida se concretara.
La tenencia colectiva a partir de la visita de Francisco de Alfaro
Si bien, como vimos antes, existieron varios intentos por concentrar la población y
asignar tierras específicas a los indios, en el Virreinato del Perú, fueron las ordenanzas del
virrey Francisco de Toledo de 1572 y 1577 las que delinearon y restringieron definitivamente
el mapa de las tierras comunales a partir de la constitución y reglamentación de los pueblos de
indios o reducciones.
En el Tucumán, estas reglamentaciones recién cobraron presencia a través del
visitador Francisco de Alfaro, quien se trazó como uno de sus principales objetivos, fijar las
poblaciones en los sitios en que se encontraban al momento de la visita. Ello implicaba
reconocer y reglamentar los pueblos que todavía conservaban sus tierras originarias y asignar
tierras a aquellas poblaciones indígenas mudadas que se encontraban en el interior de las
estancias o chacaras.
Alfaro dictó un cuerpo de ordenanzas (1612) para la gobernación del Tucumán y otra
para el Paraguay y Río de la Plata, y observó meticulosamente las particularidades regionales
al interior de cada gobernación. Uno de sus principios rectores fue la separación residencial
entre la república de indios y la república de españoles, con lo cual privilegió la constitución
de pueblos de indios como espacio indígena por excelencia.
Este principio general inspiró a Alfaro y se plasmó en los dos cuerpos de ordenanzas
que dictó para las gobernaciones visitadas. En el caso de la gobernación del Río de la Plata y
Paraguay dispuso (en ord. 4) la formación de reducciones “donde con comodidad puedan
sustentarse”: para el puerto de Buenos Aires puso especial atención en los indios de las islas y
los de la pampa, señalando que estos últimos estaban cerca del río Luxan donde se iba
“haziendo vagual” y había que ponerlos en parte cómoda; con respecto a Santa Fe y a la Vera
de las Siete Corrientes señaló con especial énfasis que debían formarse parroquias para que
allí acudieran los indios de las reducciones a ser doctrinados y, finalmente en el caso de
Asunción y Conçepción del Río Bermejo señaló que ya existían algunas reducciones al
momento de la visita y ordenó que además de las nuevas que se iban haciendo se hiciera una
reducción de indios al lado de cada ciudad.46
En el Tucumán, además de ordenar la formación de pueblos y reducciones, estableció
una serie de disposiciones que impedían la injerencia de los españoles en dichos espacios,
entre las que podemos mencionar las distancias que debían existir entre pueblos y chacaras de
españoles: media legua para los pueblos ya existentes y una legua para los pueblos a reducir
(ord.33). O entre estancias y pueblos: de 3 leguas en las estancias por fundar y 2 leguas en las
ya fundadas (ord. 34).
Francisco de Alfaro disponía además para el Tucumán, (ord. 97) que los indios debían
tener en el interior de los pueblos de indios chacaras de comunidad, donde los indios pondrían
“el trabajo y las tierras” y los encomenderos “los bueyes, rexas y aperos”. El producto se
distribuiría en partes iguales para los indios y para el encomendero. De la parte
correspondiente a los indios la mitad se guardaría para épocas de escasez47
.
45 Ibíd. p. 23 46 Ordenanzas de Francisco de Alfaro para la gobernación del Río de la Plata y Paraguay. Archivo General de Indias (en
adelante A.G.I.) Charcas 19, R1, N3, F. 6r a 7r. Cartas de Audiencia. Portal de Archivos Españoles en Red (PARES). 47 A.G.I. Charcas, 19, R.1, N.3. Cartas de Audiencia, en PARES, Imagen 167.
10
En ciertas jurisdicciones como Córdoba y Esteco donde existían muchos pueblos
mudados48
y establecidos en estancias españolas Alfaro decidió por ord. 19 la
“naturalización” de los indígenas en el sitio donde se encontraran al momento de la visita y la
asignación de tierras. Según expresa Rubio Durán49
, en coincidencia con lo afirmado por Díaz
Rementería, estas asignaciones de tierras de comunidad en el interior de los establecimientos
españoles, constituyeron una medida de reparo a los indígenas con el objeto de “proteger la
integridad del patrimonio indígena” pero no fueron en desmedro de los derechos de los
encomenderos o sus herederos, que mantuvieron la prerrogativa de suceder a los indios en las
tierras de comunidades ya extinguidas. En este sentido, la ord. 19 refiriéndose a los pueblos
asentados en tierras privadas, ordenaba que en ningún tiempo se los podría sacar de allí,
fijándolos de una vez y para siempre. Estos pequeños pueblos injertados en las estancias
españolas no podían, por cierto, cumplir con las reglamentaciones que se estipulaban en las
ordenanzas 33 y 34 para los pueblos de indios, con lo cual la injerencia española tampoco
quedaba eliminada.
Esta situación se asemeja parcialmente a la que reglamentó Alfaro (ord. 5) para el caso
de Asunción donde había indios que servían en casas y chacaras españolas y le pidieron,
según el visitador, “que quieren continuar el seruirles y yo lo e permitido por la comodidad de
las haziendas”. Como consecuencia de esto se delegó a los indígenas la elección de
permanecer en los establecimientos españoles o retirarse a sus reducciones en el término de
dos años50
. En todos los casos (Córdoba, Esteco y Asunción) Alfaro autorizó una situación de
excepcionalidad que contradecía el principio de separación residencial.
Con respecto a la situación jurídica de las tierras ocupadas en chacaras y estancias por
los pueblos de indios mudados, el visitador indicó, al final de la ordenanza 19 del Tucumán,
que “las tales chacaras y estançias quedan conforme al derecho que los poseedores tienen en
quanto a las tierras porque en quanto al suelo no doy ni quito derecho...”.51
Esta cláusula daba cuenta de que en realidad la condición jurídica de los pueblos
reducidos en estancias era mucho más precaria que aquélla de la que gozaban los pueblos
formales. Su base patrimonial pertenecía a un individuo particular y no a la Corona.
Las fuentes judiciales producidas con posterioridad a la visita y ordenanzas de Alfaro,
en coincidencia con lo afirmado por Rubio Durán y Díaz Rementería, muestran que en los
casos de poblaciones reducidas en establecimientos españoles los derechos sobre las tierras
quedaron reservados a sus propietarios originales. En este sentido el cap. Hernando de Texeda
Miraval, encomendero, sostenía que: “el encomendero da a los yndios tierras para que
siembren mientras biben dexando siempre en si la propiedad y señorio de ellas”52
.
En el mismo sentido Miguel de Maldonado indicaba que “a oydo [...] platicar entre los
bezinos desta ciudad que a los yndios les dan sus encomenderos tierras en que sienbran
mientras biben y despues que mueren los dichos yndios las buelben a adquirir como cosa
propia suya y que no pueden los dichos besinos perder el derecho que tienen a sus tierras...”53
En la práctica la línea divisoria entre los que constituían pueblos de indios formales
(con usufructo de tierras que debían retrovertir a la Corona en el futuro) y pueblos mudados y
asentados en estancias (con tierras asignadas por el encomendero) no era tan clara debido a
las constantes agregaciones que se producían entre diferentes poblaciones y el
48 Siempre que hablamos de pueblos “mudados” nos referimos a aquellas poblaciones indígenas -de un mismo origen o no-
que fueron sacadas de sus tierras de origen y fueron reducidas y asentadas en el interior de establecimientos españoles, es
decir en tierras privadas. 49 Francisco Rubio Durán, Punas, valles y quebradas…cit., p. 122 50 A.G.I. Charcas, 19, R.1, N.3, F. 7r. Cartas de Audiencia, en PARES. 51 A.G.I. Charcas 19, R1, N3. En PARES, Imagen 139-140. 52 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 65, Exp. 11, F. 297v. 53 Ibíd. F. 304v.
11
desdibujamiento y homogeneización de las adscripciones étnicas. Los pleitos entre vecinos
fueron una consecuencia directa.
Un ejemplo de ello fue el pleito entre Pedro Casero y Diego Çeliz de Burgos, por las
tierras del antiguo pueblo de Nabosacate (1625-1632) 54
, y otro fue el caso de Miguel de
Vilches y Montoya y Jerónimo de Peralta por las tierras del pueblo de Guamacha (1680-
1710).
En ambos casos las tierras en disputa fueron ocupadas por indios originarios del lugar
y luego por pueblos mudados reducidos allí con posterioridad. En sendos pleitos una porción
de las tierras fue dada en merced a un particular, con la condición de que dejaran tierras
suficientes para los indios.
En el pleito entre Vilches y Peralta fue esencial dirimir si las tierras en disputa
correspondían a las de un pueblo “formal” o bien, si se trataba de las tierras asignadas por un
particular a los indios en el interior de una estancia española. Esto constituyó el elemento
clave para determinar a quien correspondía el derecho sobre ellas. En este punto cabe señalar
que lo que constituía pueblo formal en Córdoba era muy alejado de lo que había concebido
Toledo para el Perú en general. La población de Guamacha era escasa y para nada homogénea
ya que constituía la recomposición de indios originarios y calchaquíes. No existía cabildo
indígena ni cacique, y la iglesia era ya muy antigua. De modo que el único elemento que
existía constitutivo del pueblo eran los indios cuyo número real no estaba del todo claro en la
causa, en tanto los padrones que se presentaron ya tenían algunos años.
A pesar de todas estas limitaciones la justicia amparó a Vilches y Montoya y a los
indios y consideró, prescindiendo del número de indios, que Guamacha constituía un pueblo
formal y debían resguardarse los derechos indígenas. La consecuencia directa fue la
asignación y mensura de tierras (1682).55
Díaz Rementería sostiene al respecto que un pueblo de indios sigue considerándose
como tal aún en el caso de que uno sólo de sus naturales sobreviva. Esto suponía el
“reconocimiento de un derecho de representación existente en cabeza de un individuo”56
. Esta
afirmación tiene una gran significación ya que sirvió de argumento para algunos reclamos
individuales de tierras indígenas en la segunda mitad del siglo XVII, por ejemplo el de doña
Juana Atisque por las tierras de Salsacate (en el Río Tercero) en 169357
, o don Diego Cantala
por las tierras de Nogolma (sobre el rio Segundo) en 1646. Estos casos muestran que aunque
ya no hubiera indios a quienes mandar, la existencia del cacique o de algún indio era
condición suficiente para poder realizar un reclamo de tierras ante la justicia.
En síntesis, luego de las ordenanzas de Alfaro de 1612 existían, al menos en teoría,
dos tipos de tenencia colectiva de la tierra en Córdoba, aquélla perteneciente a los pueblos de
indios (tierras comunales cuyo derecho último era de la Corona española) y aquella
demarcada o fijada en el interior de las estancias españolas (tierras de uso común, cuyos
derechos quedaban irrevocablemente reservados al propietario de la estancia o a sus
herederos).
Con posterioridad a la visita y ordenanzas de Alfaro y hasta la visita de Antonio
Martines Luxan de Vargas (1692-1693) se produjeron otras inspecciones a la jurisdicción de
Córdoba pero ninguna de un oidor de la Real Audiencia. Estas visitas, como la del gobernador
don Luis de Quiñones Osorio (1614), la del teniente de gobernador don José de Fuensalida
Meneses (1616-1617), la del gobernador Ángelo de Peredo (1673) o la del gobernador don
54 A.H.P.C. Esc. 1, Leg. 65, Exp. 11, F. 309r. 55 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 224, Exp.1. F. 63v, 56 Carlos Díaz Rementería, 1980, “Fundación de pueblos de indios en la gobernación del Tucumán (siglos XVI-XVIII), en:
Revista de Historia del Derecho, Buenos Aires, pp. 90-91. 57 A.H.P.C. Esc.1. Leg. 94. Exp. 4. Año 1694.
12
Joseph de Garro (1678), confeccionaron padrones de los indios de la jurisdicción pero no se
ocuparon por el cumplimiento de todas las ordenanzas que había dictado Alfaro con
anterioridad sino sólo de algunas de ellas. Mientras algunas visitas, como la de Fuensalida
Meneses y la de Peredo, han perdurado materialmente hasta la actualidad, de otras sólo han
quedado registros fragmentarios o referencias indirectas.58
En el caso de Peredo no hay
cuestionario elaborado para los indios que contemple su buen o mal tratamiento, el pago de su
trabajo u otro aspecto. En el caso de Fuensalida Meneses, el breve interrogatorio que se
incluye generalmente es respondido de forma colectiva por los indios de cada encomienda sin
que se pueda siempre identificar siempre la voz de los testigos. Específicamente en las
encomiendas reducidas a pueblo Fuensalida tuvo especial atención en averiguar si los indios
sembraban y si se repartían las cosechas por mitades (entre encomenderos e indios) como
fijaban las ordenanzas de Alfaro. En varios de estos casos se reparó en que los indios
sembraban en los pueblos pero la cosecha no se repartía equitativamente59
, con lo cual, si bien
la tenencia de las tierras de los pueblos la tenían los indios, el usufructo seguía bajo el control
del encomendero.
En la inspección a las encomiendas de indios mudados y reducidos en estancias, el
cuestionario fue aún más acotado; no se incluyó ninguna pregunta específica sobre la
posesión de tierras de usufructo colectivo demarcadas para los indígenas en el interior de los
establecimientos españoles y el visitador se limitó a indagar sobre el buen o mal tratamiento
de los indios, sobre el pago de tasa y la existencia de algún tipo de concierto. De los
testimonios surge que los nativos realizaban diversas tareas en las estancias entre las que se
encontraba el trabajo agrícola, pudiendo algunos sembrar para sí. Así por ejemplo los indios
de la encomienda de Hernando Tinoco, asentados en una chacara sobre el río Primero dijeron:
“que no hazen mas que arar y senbrar y segar para su amo y que otros questan en la chacara
son los pastores y no an pagado tassa y que quando tienen nezesidad su amo les da comida y
para senbrar las semyllas y no tienen echo conzierto ni acuden a otra cosa...”60
Según se advierte en este y otros testimonios, los indios de estancias tenían la
posibilidad latente de sembrar para sí en el escaso tiempo que les restaba luego de trabajar
para el encomendero, pero ello no implicaba necesariamente que tuvieran chacaras colectivas
demarcadas y fijas en el interior de los establecimientos españoles.
En términos generales, las visitas de tenientes y de gobernadores a Córdoba muestran
escasa o nula preocupación por la fijación de tierras de uso colectivo a los indios. Esto revela
que aunque el problema de la aplicación de las ordenanzas de Alfaro requiere mayor
indagación en cada región del Tucumán61
, en el caso específico del establecimiento de las
tierras indígenas en Córdoba, su alcance fue limitado. Esto quedará aún más evidente cuando
Luxan de Vargas realice su visita ochenta años después.
58 La visita de Fuensalida se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, Esc.1, Leg. 53, Exp.2. Allí se
encuentran referencias a la visita anterior de Quiñones Osorio. El original de la visita de Peredo se encuentra en el Archivo
General de Indias: Archivo General de Indias. Contaduría 1876. Cartas y testimonios de autos de los oficiales reales y del
gobernador de Tucumán (1676). Hemos consultado el original para este trabajo. No obstante ha sido reproducida por Emilio
Ravignani. Emilio Ravignani, 1934, “La población indígena de las regiones del Río de la Plata y Tucumán en la segunda mitad
del siglo XVII”, en Actas y trabajos científicos del XXV Congreso Internacional de Americanistas, La Plata, Tomo II.
Universidad Nacional de La Plata. Sobre la visita de Garro poseemos pocas referencias, aunque algunos padrones aislados
aparecen en el archivo judicial. Vgr. Padrón de los indios de Nogolma, A.H.P.C. Esc.1, Leg. 173, Exp.7. F. 218. 59 Así por ejemplo los indios del pueblo de Chauascate declaran en la pregunta 10 que “la tasa que pagaban estos yndios a su
encomendero era en senbrarle diez anegas de trigo y cinco de mais y el trigo todo era para su amo y el mais partia con
ellos..”. A.H.P.C. Esc.1, Leg. 53, Exp. 2, F. 134v. 60 A.H.P.C. Esc.1, Leg. 53, Exp. 2, F. 112v. El subrayado es nuestro. 61 Silvia Palomeque, 2000, “El mundo indígena. Siglos XVI-XVIII”, en E. Tandeter (comp.). Nueva Historia Argentina. T.
II. Sudamericana. Buenos Aires.
13
Por su parte, los historiadores del litoral rioplatense han señalado oportunamente las
serias dificultades con las que se enfrentaron los españoles para instaurar el sistema de
reducciones en dicha región y por consiguiente la explotación organizada de la tierra.
En ciertos lugares –como Santa Fe o Buenos Aires- esta situación se vio acentuada por
el hecho de que los nativos tenían una gran movilidad y no poseían prácticas agrícolas previas
a la conquista española. En Santa Fe la vieja, cuya población originaria era en su mayoría
seminómade y la territorialidad se basaba la defensa de los espacios de caza, pesca y
recolección, los españoles tuvieron grandes problemas para reducir a la población62
. Las
encomiendas otorgadas, por otra parte, no eran tan numerosas como en otras jurisdicciones
del virreinato lo cual no las hacía muy apetecibles. En efecto, según la ordenanza 78 de Alfaro
para el Paraguay, las encomiendas de Santa Fe no podían tener arriba de 35 indios y una de 20
indios ya era considerada encomienda plena. El sistema de reducciones no debe haber
funcionado con éxito ya que en 1650 el visitador Garabito de León ordenó que los indios
permanecieran en las estancias y chacaras para ser doctrinados y que pudieran concertarse ya
que “las reducciones habían desaparecido”63
. En Corrientes, las cuatro reducciones que se
conformaron a principios del siglo XVII, fueron administradas por orden franciscana, y los
nativos estuvieron simultáneamente sometidos al régimen de encomienda, debiendo prestar
obligaciones en este sentido. Según refiere Salinas, en su estudio específico sobre estas
reducciones en época de la visita de Andrés Garabito de León en 1653, los indígenas
conservaron la tenencia de las tierras de comunidad.64
En Buenos Aires, González Lebrero indica también serias dificultades por parte de los
españoles para reducir a los indios locales en épocas tempranas. Alfaro sólo registró en su
inspección de 1611 una reducción sobre el río Lujan de indios querandíes. Con posterioridad
a la visita de Alfaro y, entre 1619 y 1621, el gobernador Góngora registró 3 reducciones:
Tubichamini, San José y Baradero.65
Si bien los autores citados no han indagado
particularmente en el problema de las tierras comunales, los indicadores que nos brindan
revelan que en el caso de Santa Fe las poblaciones indígenas fueron rápidamente asimiladas a
los establecimientos españoles y las que quedaron al margen del sistema continuaron en la
medida de lo posible con sus prácticas económicas que implicaban una alta movilidad del
grupo. En el caso de Buenos Aires, no conocemos el funcionamiento interno de las
reducciones tempranas y tampoco podemos afirmar ni negar que los indios tuvieran pleno
control sobre las tierras a ellos asignadas. Fueron recién las reducciones originadas luego de
las desnaturalizaciones del valle calchaquí (1666) con poblaciones quilmes las que
adquirieron un carácter más organizado y diferente al de las anteriores.66
La tenencia colectiva de la tierra a partir de la visita de A. Martines Luxan de Vargas
Al efectuarse la visita de Antonio Martines Luxan de Vargas a Córdoba -1692 y
1693- se visitaron 36 encomiendas, de las cuales sólo 6 conservaban la categoría de pueblo de
indios: Soto, Salsacate, Nono en Traslasierra, Cauinda, Quilino y Ongamira en el norte de la
jurisdicción.
62 Nidia Areces, 2000, Poder y sociedad en Santa Fe la vieja. 1573-1660, Prehistoria, UNR, p. 66 63 Ibíd. p. 77 64 María Laura Salinas, Encomienda, trabajo y servidumbre…cit., p. 122. 65 Rodolfo González Lebrero, 2002, La pequeña aldea. Sociedad y economía en Buenos Aires. 1580-1640. Buenos Aires,
Editorial Biblos, pp. 54-56. 66 Miguel Ángel Palermo y Roxana Boixadós, 1991, “Transformaciones en una comunidad desnaturalizada. Los quilmes, del
valle Calchaquí a Buenos Aires”, en Anuario IEHS, Nº VI, Tandil.
14
En varios de estos pueblos la población indígena era tan escasa que Bixio, los
denominó “pueblos fantasmas”.67
Si bien como afirma esta autora, no se verificaron chacaras
de comunidad sino sólo chacaras familiares68
sí podemos afirmar que en las encomiendas-
pueblo visitadas persistían las tierras de comunidad. Esta realidad se aparta de lo que ocurría
en otras jurisdicciones, por ejemplo Santiago del Estero donde a pesar de la existencia de un
buen número de chacaras de comunidad, en 18 de las 24 encomiendas visitadas, los indios
denunciaron que los encomenderos explotaban sus tierras.69
En Córdoba, solo el caso de la
encomienda de Guayascate visitada en 1692 se asemeja al ejemplo santiagueño en la medida
de que subsistían las tierras de origen pero se encontraban invadidas por el encomendero.
En ninguno de los otros 6 precarios pueblos -Nono, Soto, Salsacate, Cauinda, Quilino
y Ongamira- se realizaron denuncias en el mismo sentido. Las quejas estaban centradas, en
todo caso, en el hecho de que parte de la población se encontraba ausente trabajando en tierras
del encomendero70
. En contraposición a lo que ocurría en Santiago del Estero donde existía
un permanente movimiento de individuos desde la estancia del encomendero hacia los
pueblos de indios -residencia permanente de casi todos los indios de encomienda- y viceversa,
los pueblos de Córdoba permanecían con poca población todo el año ya que sus habitantes
originales no retornaban sino excepcionalmente.
El hecho de que unos pocos continuaran en el lugar, generalmente los miembros
reservados, mujeres y niños pequeños que podían disponer con más libertad su residencia,
revela, a nuestro entender, un sentido de pertenencia al lugar y la posibilidad latente de
resguardar algo del tan mellado patrimonio territorial indígena. Si como observaba Díaz
Rementería, en la “cabeza de un individuo” estaban representados los derechos de la
comunidad, podríamos sostener que la presencia de poblaciones indígenas, por más reducidas
que éstas fueran permitiría mantener la posesión de las tierras comunales.
Podemos citar el caso del pueblo de Ungamira u Ongamira, con una población muy
pequeña, ya que para 1693 la mayor parte de los indios se había dispersado71
o se encontraba
trabajando en la chacara de su encomendero.72
En el sitio del pueblo sólo vivían doña Felipa -
viuda del antiguo cacique-, su hija, yerno y nieto heredero al cacicazgo, más otros cuatro nietos
cuyos padres no vivían en Ongamira. Según se observa, en este caso particular, la mayoría de
los hombres adultos estaban ausentes en otros sitios, pero doña Felipa constituía la depositaria
de la memoria colectiva y también de los derechos de los indios ausentes. Su presencia y la de
su familia, de prolongarse, aseguraban que Ongamira no desaparecería.73
67 Beatriz, Bixio, 2009, “Introducción: notas de lectura de la visita de Luxan de Vargas al Tucumán colonial”, en B. Bixio,
(Dir.) et alli. Visita a las encomiendas de indios…cit. p. 36. 68 Ibíd. 69 Judith, Farberman, 1991, “Indígenas, encomenderos y mercaderes: los pueblos de indios santiagueños durante la visita de
Lujan de Vargas (1693)”, en Anuario IEHS, Nº VI, Tandil, p. 48. 70 El ejemplo santiagueño se asemeja a un único caso en Córdoba que es el de los indios de Guayascate cuyas tierras estaban
totalmente ocupadas por el encomendero con cría de mulas. 71 Doña Felipa yndia declara que además de los indios que declara los demás “andan todos desparramados que el
encomendero dara cuenta de ellos”. En B. Bixio, (Dir.) et alli. Visita a las encomiendas de indios…cit. F. 469v. 72 Testimonio de Pablo yndio y de Jusephe yndio que declaran trabajar en la chacara de las Higuerillas a 12 leguas del
pueblo. A.G.I. Charcas, 864B, F. 467r-468v. La transcripción de la visita original existente en el AGI puede consultarse en
Beatriz Bixio (Dir.) et alli., 2009, Visita a las encomiendas de indios de Córdoba. 1692-1693. CEH. Carlos S.A. Segreti.
Editorial Brujas. Córdoba. 2 Tomos. 73 Sabemos que este pueblo todavía existía para 1716 en manos del encomendero capitán don Gil Zelis de Burgos, quien
además tenía tierras otorgadas en merced junto al pueblo. Al tiempo estas tierras pasaron a manos del Monasterio de de Santa
Catalina, que en 1728 vendió a Manuel José Fernandez Valdivieso. Según consta en la escritura de venta, se dejó libre una
porción de tierra donde todavía vivían los indios de Ongamira. Con posterioridad a esta fecha no se encuentra registro de
ningún encomendero de Ongamira y las tierras parecen haber sufrido transacciones sucesivas hasta que pasaron a manos
jesuitas. Montes indica que en los inventarios confeccionados al momento de la expulsión de la orden (1767) se encontró un
permiso para que la india Pabla habitara “en el paraje de Ongamira”. Aníbal Montes, 1956, Historia de Ongamira, Córdoba,
Imprenta de la Universidad, pp.32-33. Al parecer, la extinción paulatina de los habitantes del pueblo fue acotando las
posibilidades de mantener los derechos indígenas a la tierra, hasta que a fines del siglo XVIII, la india Pabla apenas contaba
con un permiso para habitar en el lugar.
15
Un ejemplo de un pueblo donde puede observarse cierta continuidad en la tenencia
colectiva de la tierra es el caso de Soto. Este pueblo fue originado a fines del siglo XVI a
partir de la reducción, en el valle homónimo, de varias poblaciones indígenas de la zona
serrana (hulumnes, tulianes, citones, etc.) encomendadas en Tristán de Texeda y su
persistencia puede rastraerse hasta fines del siglo XIX. La encomienda conformó uno de los
obrajes más importantes de Córdoba durante el siglo XVII por la población que concentraba y
su valor económico.74
El obraje funcionó por lo menos desde 1597 cuando Texeda formó
compañía con Alonso Bueso para fabricar textiles75
y, cuando se labró contrato, el primero se
comprometió a dar y alimentar durante 10 años 100 indios y 50 indias de su encomienda, lo
cual nos da una primera aproximación acerca de la cantidad de nativos que residían en Soto.
Sabemos, además, que Texeda no sólo contaba con los indios de su propias
encomiendas reducidas en Soto sino con otros que le aportara Juan Álvarez de Astudillo para
el hilado de la lana y algodón.76
Para 1619, cuando Tristán de Texeda fallecía, la encomienda reunía más de 700
indios.77
Seguramente esta población había alcanzado cifras mayores ya que al efectuarse la
sucesión de Texeda, su albacea declaró que los indios se iban muriendo muy rápidamente.
La población indígena continuó descendiendo, al punto que en 1673, cuando se realizó
la visita de Ángelo de Peredo, se registraron en la encomienda, en manos de Fray Luis de
Tejeda, apenas 49 indios en total (14 de tasa).78
Esto revela la abrumante caída demográfica
de la población originaria de la región a pesar de que la encomienda había permanecido en el
mismo lugar y por tres generaciones en la misma familia.
En 1692 el visitador Antonio Martines Luxan de Vargas registró 80 indígenas
residentes (22 de tasa) y 2 ausentes con lo cual la población parece haberse recuperado
levemente. Entre las causas de la recuperación cabe la posibilidad de la agregación de indios
de otras encomiendas.
Una de las medidas de visitador, ante la baja población de las encomiendas fue reunir
las poblaciones de Nono y Salsacate en el asiento del pueblo de Salsacate. Quince años
después, el padrón de 170579
muestra que los 118 indios registrados en el pueblo de Soto eran
el producto de la agregación de tres encomiendas muy menguadas -Nono, Soto y Salsacate.
De modo que por lo menos hasta principios del siglo XVIII, la población del pueblo de
Soto se mantuvo gracias a continuas anexiones de encomiendas que efectuaron los sucesivos
encomenderos. La permanencia continua y sin interrupciones de indígenas en las tierras de
Soto contribuyó a que dichas tierras no pasaran a manos de particulares y se perdiera entonces
la tenencia comunal.
Desde una perspectiva general entonces, podemos decir que en la región cordobesa
aquellos grupos indígenas que durante el siglo XVII lograron mantener el asentamiento de la
población -aunque esto significara unos pocos individuos- dentro de los términos o límites del
pueblo de indios, también lograron mantener a la larga sus derechos patrimoniales. Esta
situación, en algunos casos fue acompañada de una mayor cohesión social y de mejores
condiciones de reproducción social, aunque no siempre fue así.80
74 Josefina Piana, Los indígenas de Córdoba…cit., p. 193 y ss. 75 Ibíd. p. 194. Piana afirma que entre 1600 y 1605 Texeda figura en los protocolos comerciales realizando operaciones por
un monto de 10.294 pesos, obtenido sólo de la venta de los textiles del obraje. Esta era una cifra muy alejada de las
transacciones de otros vecinos de la jurisdicción. p. 196. 76 Ibíd. p. 195. 77 238 indios (mozos, viejos y caciques), 270 mujeres (mozas y viejas) y 192 niños entre 3 y 15 años. A.H.P.C. Esc.1, Leg.
47, Exp. 1, F. 66 r y ss. 78 A.G.I. Contaduría. 1876. Cartas y testimonios de autos de los oficiales reales y del gobernador de Tucumán (1676). 79 Este padrón fue mandado a hacer por Don Gaspar Barona gobernador y capitán general del Tucumán. 80 Esta situación también es observada por Judith Farberman y Roxana Boixadós, “Sociedades indígenas y encomienda…cit.
16
El caso de Nogolma sigue en líneas generales el mismo proceso que señalamos pero
merece una atención especial porque presenta algunas particularidades que lo diferencian de
los pueblos de Nono, Salsacate, Soto, Ungamira, Cabinda y Quilino debido a que las tierras
sobre las los indios adquirieron derechos no fueron realengas sino privadas. Nogolma había
constituido una encomienda de indios mudados desde Traslasierra por Pedro González
Carriazo en la primera mitad del siglo XVII, a una de sus estancias en las márgenes del río
Segundo, de modo que rápidamente los indígenas perdieron todo lazo con las tierras en las
que habían estado asentados originalmente. Carriazo en vida dejó por testamento a los indios
unas tierras en el valle de Calamuchita y vendió parte de las tierras de Nogolma a un tercero.
No obstante esto, en vida de Carriazo los indios siguieron viviendo en las márgenes del río
Segundo sin que supieran de estas escrituras hasta la muerte del encomendero.
En 1678 el cacique de Nogolma, don Diego Cantala, autoridad de un pueblo ya muy
menguado numéricamente, entabló pleito con los herederos de Carriazo por las tierras de río
Segundo. El conflicto se centró en determinar si las tierras en cuestión eran pueblo o estancia.
La justicia, luego de un largo conflicto, finalmente amparó al cacique don Diego Cantala en la
posesión de las tierras debido a que se probó su residencia prolongada en el lugar por más de
40 años.
Años después la hija de Diego Cantala, Paquala Cantala, declaraba en su testamento
(1690) que, por muerte de su padre, había sucedido en los derechos al pueblo de Nogolma “y
en las dichas tierras emos estado en posesion con la dicha mi madre, mi marido e hijos y
amparados en ellas por la real justicia desta ciudad de Cordova”.81
Cuando el visitador Luxan de Vargas, en 1692 empadronó la encomienda de Nogolma
registró a los herederos de don Diego Cantala. Si bien el fallo de 1678 había alcanzado al
cacique y su familia, cuando Vargas realizó la visita años después decidió reducir en el mismo
sitio a los agregados calchaquíes que poseía su encomendero.82
Según se advierte en este caso, la permanencia del cacique y su familia en Nogolma
posibilitó la continuidad de los derechos sobre las tierras y, así mismo, llevó con posterioridad
a que los calchaquíes se vieran alcanzados por la posesión que habían sostenido y defendido
los pobladores originarios de Nogolma por largo del tiempo.
En otros lugares del Tucumán y del Río de la Plata también se produjeron situaciones
donde los indios desnaturalizados del valle calchaquí accedieron a la tierra. En Buenos Aires,
Palermo y Boixadós indagaron en los quilmes que fueron asentados allí (1666) en una suerte
de estancia donada por Juan de Pozo y Silva. Esta reducción fue puesta como tributaria de la
Corona española y en 1686 Zeballos informaba que había una sementera de comunidad y
otras chacaras.83
La visita a la jurisdicción cordobesa don Antonio Martines Luxan de Vargas entre
1692 y 1693, fue un momento clave en la historia de los pueblos indígenas de la región. Así
como en el caso de Soto el visitador observó que aún existían las tierras de comunidad y que
no se encontraban invadidas por particulares, en otros casos, como por ejemplo Guayascate,
advirtió que el encomendero había ocupado las tierras con sus mulas y cultivos y debió
ordenar su restitución.
En la mayoría de las encomiendas visitadas, sin embargo, el visitador registró que los
indígenas estaban asentados en el interior de estancias españolas y no contaban con tierras de
comunidad claramente deslindadas.
81 Fondo Documental de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. (en adelante F.D.B.F.F.H.).
Doc. 3454. 82 Doña Gabriela era heredera en segunda vida de las encomiendas recibidas por su padre, don Juan de Texeda Garai, luego
de las guerras calchaquies. A.H.P.C. Esc.1. Leg. 173. Exp.7. 83 Miguel Ángel Palermo y Roxana Boixadós, “Transformaciones en una comunidad…” cit. pp. 23-24.
17
De los diversos testimonios indígenas se desprende que los encomenderos proveían a
los indios de alimentos para su sustento pero que muy rara vez les asignaba tierras fijas para
el cultivo, herramientas, animales y tiempo para trabajarlas. Como señalamos, de las 36
encomiendas, sólo seis constituían -al menos en apariencia- pueblos formales, ya que poseían
las tierras de la comunidad y al menos en 5 casos también sus autoridades étnicas.
De las otras 30 encomiendas, una estaba representada por el pueblo de La Toma, cuya
administración estaba bajo dominio del cabildo y cuyas tierras constituían un préstamo
concedido por la Compañía de Jesús a cambio del agua de riego de la acequia de la ciudad.
Según destaca Carlos Page, la Compañía no había podido donar legalmente los terrenos en
virtud de que debía pedir la autorización del Padre General de la orden para efectuar tal
operación.84
Por esta razón, la tenencia de la tierra por parte de los indios era ciertamente
precaria y sujeta a un pacto entre la orden y el cabildo de la ciudad. No obstante ello, su
situación respecto al resto de los indios de la jurisdicción era relativamente más cómoda ya
que gozaban de mayor autonomía, libertad y bienes materiales.85
Los indios de las otras 29 encomiendas visitadas sólo tenían un acceso limitado a la
tierra ya que se encontraban en el interior de los establecimientos españoles.
Este grupo incluye tanto a las poblaciones originarias de Córdoba que habían sido
sacadas de sus asientos naturales y llevadas a las estancias, como a poblaciones indígenas
desnaturalizadas del valle calchaquí, de la región del Chaco u otros sitios del Tucumán (como
La Rioja o Santiago del Estero). Si bien la forma y las condiciones en que se habían originado
estas encomiendas eran muy diferentes en cada caso, en todos los contextos el acceso a la
tierra fue condicionado por el encomendero y por lo tanto limitado. La práctica más común
era que los indígenas residentes en las estancias tuvieran sus ranchos pero no sus chacaras de
comunidad. Eventualmente, el encomendero podía asignarles algunas hojas de tierra para el
cultivo, pero éstas no constituían chacaras comunales sino apenas pequeñas plantaciones
familiares.
Algunos testimonios indígenas son ilustrativos en este sentido. Ygnacio indio por
ejemplo, de la encomienda de Pedro Dies Gomes declaraba que:
“que continuamente estan en el seruicio personal y nunca an sembrado sinos este año
que este que declara sembro con otro nombrado Alonso un admud de mais que le dio su
encomendero en que tardo dia y medio que no tienen tierras señaladas y que de permiso
del dicho encomendero hico este año la dicha siembra en las tierras que le senalo para el
efecto y que todavia no a cojido el mais por no estar de tiempo y le parece que abra y
cogera media fanega de lo senbrado”. 86
O el testimonio de otro indio Ygnacio de nación mocoví, ladino en lengua castellana:
“Y que no les a senalado tierras fixas para sembrar para si y este que declara no a
sembrado nunca para si que algunos de sus compañeros an sembrado algunos pedasillos
tan cortos que seran como el patio de la cassa de su merced con poca diferencia y que
en el sustento le tienen ordinariamente de carne de baca y que pocas besses les da mais
que sirba de pan”.87
84 Carlos Page, 2008, El espacio público en las ciudades hispanoamericanas. El caso de Córdoba (Argentina). Siglos XVI a
XVIII, Córdoba, Junta Provincial de Historia de Córdoba-Sociedad Chilena de Historia y Geografía, p. 139. 85 Sobre el pueblo y las particularidades de su cacique puede consultarse: Constanza González Navarro. “Autoridades étnicas
en un contexto…” cit. 86 Beatriz Bixio, (Dir.) et alli., Visita a las encomiendas de indios…cit., F. 62r. 87 Ibíd. F. 67r-v.
18
Por el contrario el encomendero Pedro Dies Gomes, contradiciendo lo anterior
expresaba: “Y preguntado si les a señalado tierras para que siembren dixo que media legua un
quarto por un lado y otro por otro rio de por medio”.88
De los testimonios anteriores y de otros que podríamos mencionar se desprende el
hecho de que el encomendero no siempre asignaba a los indios tierras para sembrar, sino que
preferentemente les daba una ración de alimentos y tenía libre disposición de los indios para
el trabajo en que necesitara asignarlos.
Los testimonios de los encomenderos suelen ser bastante acotados en este punto. En
general se atienen a afirmar o negar que les asignaron tierras a los indios.
A semejanza de Dies Gomes, otros encomenderos –aunque no todos- también negaron
el reclamo indígena de ausencia de tierras para el cultivo en el interior de las estancias.
Pero más allá de la posibilidad real de contar con tierras de cultivo, de los testimonios
indígenas, surgen algunas cuestiones relevantes que en las declaraciones de los encomenderos
se encuentran ausentes. Entre ellas que las relaciones sociales al interior de la estancia parecen
haber quebrado los vínculos comunales, ya que la actividad agrícola, de realizarse, se
efectuaba familiarmente. Del total de los testimonios indígenas que incluye la visita se
desprende que aún en el interior de una misma encomienda algunos indios podían cultivar la
tierra y otros no, según las actividades a las que estuvieran asignados. Así por ejemplo, los
indios que viajaban con frecuencia en los fletes tenían pocas posibilidades de efectuar dicha
actividad.
La mayoría de los testigos indígenas declaraban que no contaban con tiempo suficiente
para cultivar las tierras, aún cuando tuvieran acceso a ella. Los días dedicados para el trabajo
agrícola generalmente eran los de fiesta, cuando los varones adultos podían desligarse de las
obligaciones con el encomendero, mientras que, el resto del año los cultivos eran cuidados por
las mujeres. Esta situación, nos lleva a relativizar un poco la importancia de la tenencia de
tierras ya que la posesión de la tierra no garantizaba que su poseedor pudiera sacar provecho
de ella. Se asemeja a la realidad que observara mucho tiempo antes (1562) Iñigo Ortiz de
Zuñiga entre los chupaichu, quienes declaraban tener tierras y pastos pero no contar con
tiempo para trabajarlas debido a que estaban ocupados en producir lo necesario para pagar el
tributo y en otros servicios a los españoles.89
Si bien existe un abismo entre ambos casos,
tanto en tiempo como en espacio, el aspecto común es que en ambos las cargas a que estaban
sometidos los indios les impedía en muchos casos ejercer los derechos que estaban
contemplados por las leyes.
En algunos casos extremos de la visita a Córdoba, los indios declararon no sólo que no
tenían “tierras señaladas” ni tiempo para cultivarlas sino que cuando deseaban hacerlo debían
contratar a terceros. Se trata de algunos indios de la encomienda de Nogolma, asentados en la
estancia de su encomendero en el valle de Calamuchita.90
En este sentido Miguel indio
declaraba: “Que no tienen tierras senaladas que suelen sembrar y que este testigo sembro un
pedaso con ayuda de otro yndio a quien pagaba para que en algunos ratos se lo ayudase a
sembrar”.91
Andrés indio la misma encomienda declaró: “que este ano sembro este declarante un
admud de mais pagando a los que se lo sembraron”.92
No conocemos el tipo de relación contractual que existía entre estos indios.
Seguramente, el pago se efectuaba en parte de la cosecha, o alguno de los géneros entregados
por el encomendero ya que los indios prácticamente no accedían a moneda metálica. Si bien
88 Ibíd. F. 70r. 89 Ronald Escobedo Mansilla, Las comunidades indígenas…cit., p. 50. 90 Recuérdese que la encomienda estaba desdoblada, residiendo sólo los herederos de Diego Cantala en el río Segundo, en las
tierras de la reducción, y el resto de la encomienda en la estancia en el valle de Calamuchita. 91 Beatriz Bixio, (Dir.) et alli., Visita a las encomiendas de indios…cit., F. 324v. 92 Ibíd. F. 333v.
19
en este caso el encomendero no parece haber tomado a los indios parte de la cosecha –en tanto
no lo declaran-, en la práctica los indios sufrían un despojo al tener que contratar y pagar a
otros indios para el cultivo. Como se advierte, al interior de los establecimientos españoles se
desplegaban otros tipos de relaciones sociales que no se reducían estrictamente al vínculo
encomendero-encomendado.
En efecto, en estos casos de comunidades mudadas e instaladas en el interior de las
estancias españolas, que no tenían tierras delimitadas claramente, el visitador Luxan de
Vargas mandó que se fijaran y midieran, otorgándoles la posesión de ellas a través de un
funcionario nombrado para tales efectos, don Manuel de Cevallos Neto Estrada.
Según se desprende de las mensuras, dichas tierras adquirieron el carácter de pueblo o
reducción, aunque en ningún momento los autos indican que se tratara de una propiedad
absoluta y plena. En realidad, como indicamos más arriba, las ordenanzas Alfaro habían
dejado ya a resguardo los derechos de los propietarios particulares de las estancias y chacaras
donde residían indígenas siempre que asignaran tierras a estos últimos.
Con posterioridad a esta reglamentación que se fijara en 1612 para los nativos de las
jurisdicciones de Córdoba y Esteco, se dictaron nuevas disposiciones específicas para los
indígenas desnaturalizados del valle Calchaquí y de la región del Chaco. Así pues, la cédula
otorgada a Diez Gómes por dos vidas, de un grupo de indios chaqueños, establecía que éstos
debían ser asentados en tierras asignadas para tales efectos y disponía además que quedaban
“naturalisados y perpetuados en las tierras donde al pressente se sitiaren y repusieren”. De
este texto se deduce la perpetuidad del goce y usufructo de las tierras asignadas pero no la
propiedad plena y absoluta.93
Según nuestra lectura de la visita de Antonio M. Luxan de Vargas, sus autos se
basaron tanto en las ordenanzas de Alfaro como en las disposiciones específicas de las
cédulas de otorgamiento. Las tierras indígenas que hizo demarcar entre 1693 y 1694
beneficiaron tanto “nativos” de la jurisdicción cordobesa como a desnaturalizados y, el
número menguado de indios no repercutió negativamente en la fijación de tierras ya que
varias demarcaciones se realizaron habiendo sólo cuatro indios por encomienda en varios
casos.
Si bien, como dijimos antes, Vargas no había otorgado la propiedad plena a los indios,
sí había establecido el usufructo perpetuo de las tierras que se les señalaron, con lo cual
favoreció el surgimiento de algunos pueblos “nuevos” que prolongaron su existencia tiempo
después de la visita. Es el caso de San Joseph, Ministalalo, Pichana, Cosquín, Río Seco y San
Antonio de Nonsacate que fueron visitados 1705.94
En su estudio particular de la historia de Córdoba para el siglo XVIII, Ana Inés Punta
indica que en 1759 sólo quedaban dos encomenderos, José Moyano Oscaris -de Ministalalo- y
Carlos de Olmos y Aguilera -de Quilino. La misma autora señala que a comienzos de la
década de 1760 los indios pasaron a ser tributarios de la Corona con la obligación de pagar
una tasa anual, con lo cual la vieja relación encomendero-encomendado desapareció
definitivamente. En 1785 la recaudación tributaria contempló nueve pueblos de indios95
,
algunos de los cuales existían antes de la visita de Luxan de Vargas -como Quilino, Soto,
93 A.H.P.C. Sección Gobierno, Caja 2, Expediente 3, F. 45r. En la cédula de encomienda también queda de manifiesto que los
indios – familias, cacique y piezas sueltas – fueron otorgados a Diez Gomes en encomienda por dos vidas para pasar luego a
cabeza de la Corona. Para ampliar el tema ver: Constanza González Navarro, 2009, “La incorporación de los indios
desnaturalizados del valle Calchaquí y de la región del Chaco a la jurisdicción de Córdoba del Tucumán. Una mirada desde la
Visita del oidor Antonio Martines Luxan de Vargas (1692-93)”. Aceptada para su publicación en el Jahrbuch für Geschichte
Lateinamerikas. 94 F.D.B.F.F.H. Doc. 3357. 95 Ana Inés Punta, 1997, Córdoba Borbónica. Persistencias coloniales en tiempo de reformas (1750-1800). UNC. pp. 149-
163.
20
Salsacate, Nono y La Toma- y otros fueron generados a partir de las medidas adoptadas por el
visitador entre 1692 y 1694 -Cosquín, Pichana, San Antonio de Nonsacate.96
Con posterioridad, la tenencia colectiva de la tierra se mantuvo en estos pueblos
llegando, en ciertos casos, hasta fines del siglo XIX cuando la ley 1.002 de 1885 autorizó al
P.E. a “expropiar en razón de utilidad pública” los terrenos de todas las comunidades
indígenas de la provincia. Se ordenó además la mensura, el avalúo y el pago de lo expropiado
a los antiguos comuneros y el remate al mejor postor por medio de la Mesa de Hacienda.97
La
medida implicó la drástica disolución de las tierras comunales y el fin de un tipo de tenencia
que había perdurado por varios siglos.
No en todos los casos, sin embargo, las demarcaciones emanadas de Vargas generaron
pueblos de indios ya que algunas de las tenencias colectivas de la tierra perduraron por tiempo
prolongado sin ser concebidas como pueblos. En este sentido, la visita de 1705 muestra que
las tierras ocupadas por los indios de encomienda de Sebastián Carranza, Francisco de Tejeda,
Jerónimo de Luxan, Lorenso Alfonso Mexía, Sebastián de Argüello y Pedro Dies Gómes,
seguían siendo denominadas estancia o en su defecto paraje, pero no pueblo de indios.98
A pesar de que estas tierras no parecen haber constituido la categoría de pueblo el
acceso y los derechos sobre la tierra pudieron mantenerse en la medida de que la residencia se
prolongó en el tiempo y el encomendero dejó a resguardo los derechos adquiridos. Así por
ejemplo Francisco Dies Gómes en su testamento de 1704 indicó que había vendido de palabra
su estancia sobre el río Cuarto a su hermano Juan de Guevara pero reservaba a Antonio Piñero
un cuarto de legua por los servicios que le prestara. Estas tierras se encontraban en la “uanda
del norte de dicho rio quarto como un quarto de legua poco mas o menos de la población de
dicha estancia que pertenece y estan aseñaladas y amojonadas para los yndios de nasion
mocobi que poseo en primera bida…”.99
Esta documentación revela que Dies Gómes respetó la demarcación de tierras
efectuada en 1694 por el oficial real, pero nunca habló de ellas en términos de pueblo formal
o pueblo de indios, sino sólo en términos de “tierras aseñaladas y amojonadas”. Esto, a
nuestro parecer, muestra que se reservaba los derechos últimos a la propiedad de dichas
tierras.
Tiempo después la tenencia colectiva de estas tierras desapareció, debido
posiblemente a su situación de fragilidad en la frontera con los indios pampas y con la
jurisdicción de Santa Fe. La presión por parte de poblaciones indígenas no sometidas y la falta
de controles debe haber dificultado la persistencia de los mocovíes en la zona y la población
debe haberse dispersado.100
En síntesis, a la luz de la información que hemos analizado, debemos entender que las
medidas adoptadas por el visitador Luxan de Vargas entre 1692 y 1694 para la jurisdicción de
Córdoba tuvieron un claro impacto en el ordenamiento de las tierras indígenas. Si bien el
visitador ya no pudo revertir la disminución de las poblaciones nativas que había operado en
96 Sólo queda por aclarar el origen de San Jacinto. Sólo sabemos que en 1705 constituía una encomienda de Xacinto Luxan
de Medina. No aparece visitada en 1692-93 por Antonio Martines Luxan de Vargas. 97 Cristina Boixadós, 1999, “Expropiación de tierras comunales indígenas en la provincia de Córdoba a fines del siglo XIX.
El caso del pueblo de La Toma”, en Cuadernos de Historia. Serie Ec. y Soc. Nº 2, Córdoba, CIFFyH, UNC, pp.101-102.
Puede verse también el caso de la parcelación de las tierras de la comunidad de Soto en Archivo de Catastro de la Provincia
de Córdoba. Depto Cruz del Eje, Mensuras administrativas, Tomo 4, Nº 26. Delimitación de Villa de Soto. También de la
comunidad de Pichana en Depto Cruz del Eje, Mensuras Administrativas, Mensura 27, División de la comunidad indígena de
Pichanas. Ver leyes sobre pueblos de indios en: Carina Burssa, Victoria Cánovas y Carolina Prosdócimo (comp.), 2001, La
tierra y el mundo agrario a través de su legislación. La provincia de Córdoba en el siglo XIX, Córdoba, CEH Carlos
S.A.Segreti. 98 F.D.B.F.F.H. Doc. 3357. 99 A.H.P.C. Reg.1, 1704. F. 167r-172r. 100 En el siglo XIX cuando se produjo la fundación de Cruz Alta en la frontera, ya no existía ningún tipo de tenencia colectiva
de la tierra. Dato proporcionado por Luis Tognetti en comunicación personal.
21
el siglo anterior a su llegada, sí pudo al menos garantizar a los indígenas supérstites el acceso
a la tierra. Con el tiempo algunas de las comunidades se disiparon debido a factores diversos
pero otras lograron perpetuar sus derechos, al punto que muchas de las tenencias se
prolongaron hasta fines del siglo XIX. El carácter comunitario de dicha tenencia quedó, no
obstante, disuelto por obra de las medidas liberales a pesar de que algunos pueblos como La
Toma ofrecieron una importante resistencia101
a dicha imposición.
Consideraciones Finales:
En el contexto del Tucumán, Córdoba constituye una de las jurisdicciones donde la
reducción o pueblo de indios formal -al estilo de Jujuy o Santiago del Estero- plasmó con
menos fuerza. La práctica generalizada fue el asiento de la población indígena en los
establecimientos españoles, situación que se vio agravada por la presión sobre las tierras
indígenas y por el descenso demográfico de la población nativa. Este proceso llevó a que en
muy pocos casos perdurara la tenencia colectiva de la tierra indígena. Sin duda la falta de
continuidad en la ocupación de las tierras indígenas condicionó la pérdida de los derechos.
Con respecto a las ciudades del litoral rioplatense, Córdoba compartió las dificultades
en el proceso reduccional. Las poblaciones originarias de ambas regiones poseían una gran
movilidad lo cual constituyó un obstáculo importante para la fijación de pueblos. En el litoral
rioplatense, en especial en Buenos Aires, este rasgo fue aún más acentuado.
Los indígenas desnaturalizados del valle Calchaquí marcaron ciertas diferencias con
respecto a las anteriores. En Córdoba los calchaquíes fueron asimilados junto con los
originarios en los establecimientos españoles donde luego de la visita de Luxan de Vargas,
recibieron la posesión de las tierras. Un grupo importante de calchaquíes fue puesto bajo la
administración del cabildo de la ciudad -el pueblo de La Toma- con lo cual logró mayor
autonomía que el resto. A la larga también logró la posesión de la tierra que le permitió
perdurar hasta fines del siglo XIX. En Buenos Aires, los calchaquíes reducidos en “Exaltación
de la Santa Cruz de los quilmes”, también lograron no sólo el acceso a la tierra sino una
autonomía que les permitió preservar algunos rasgos de su antigua organización sociopolítica.
En el Tucumán la visita de Francisco de Alfaro y la de Antonio Martines Luxan de
Vargas están íntimamente ligadas en tanto ambos buscaron desagraviar a los indígenas y
preservar su continuidad física. Las ordenanzas de Alfaro tuvieron un sentido general y
ordenador de la realidad, que tuvo en cuenta la casuística de cada región. Seguramente los
fallos particulares que emitió al momento de visitar las encomiendas nos ilustrarían un poco
más sobre las decisiones que adoptó en cada caso pero no contamos más que con datos
fragmentarios. Muchas de las medidas que adoptó no fueron obedecidas ya que ochenta años
después el visitador Vargas tuvo que reiterarlas para asegurar no solo su acatamiento sino su
cumplimiento. Nuevamente se condenó el servicio personal, se insistió en fijar las
poblaciones y asignarles tierras comunales y se puso hincapié en resguardar las autoridades
étnicas de los pueblos.
Luxan de Vargas siguió coherentemente las disposiciones de su antecesor en todos los
aspectos, pero a diferencia de Alfaro, Luxan se ocupó, además, de verificar que ciertas
medidas fueran respetadas. A tales efectos envió un oficial real que realizara la mensura de las
tierras indígenas y que se asegurara de que fueran fértiles y tuvieran acceso al agua. Dicho
oficial se encargó además de otorgar la posesión de dichas tierras a los indios mediante una
ceremonia formal, corroboró que los encomenderos hubieran pagado las deudas atrasadas a
sus indios y construyeran las capillas en los pueblos. Estas medidas muestran una clara
101 Cristina Boixadós, “Expropiación de tierras…” cit.
22
intención por hacer observar la ley y extender el brazo de la Corona a estos recónditos parajes
del imperio colonial español.
De este largo proceso que concluye con la visita de Luxan de Vargas se terminaron de
ajustar diferentes tipos de tenencia colectiva de la tierra entre las poblaciones indígenas de la
jurisdicción de Córdoba. Algunas de estas tenencias se constituyeron sobre tierras realengas
como fue el caso de los pueblos de Guayascate, Nono, Salsacate, Soto, Cauinda, Ongamira,
Quilino mientras otras tenencias se ubicaron en tierras cedidas a perpetuidad por particulares
para el usufructo de los indios. En este segundo grupo debemos diferenciar aquellas que con
el tiempo adquirieron entidad de pueblo de indios, y aquéllas que sólo constituyeron una
tenencia colectiva en el interior de una estancia (ver apéndice).
En todos los casos la tenencia colectiva de la tierra asignada a los indios en el período
colonial no implicó la propiedad absoluta y plena de la tierra, sino sólo la posesión y
usufructo ya que los indígenas fueron considerados menores. Los derechos quedaron
reservados, según el caso, a la Corona o a los propietarios originales de las tierras cedidas.
Queda, sin embargo, por indagar y responder si la diferente naturaleza y calidad de
estas tenencias fue tenida en cuenta a la hora de legislar y tomar decisiones respecto de las
comunidades indígenas y sus tierras a fines del siglo XIX, cuando el gobierno independiente y
conservador mandó expropiar las tierras comunales para convertirlas en propiedades privadas.
Seguramente los historiadores del siglo XIX podrán proporcionarnos una respuesta.
23
Apéndice:
CUADRO SOBRE LA SITUACIÓN DE LAS TIERRAS INDÍGENAS
A FINES DEL SIGLO XVII
Encomienda Encomendero Origen de las tierras que
ocupa la encomienda en
1692
Medidas adoptadas
por el visitador entre
1693 y 1694. 1) Indios originarios de
Guayascate
Dn. Leandro Ponze Realengas. Al momento de
la visita se reconoce
Guayascate como pueblo.
El visitador manda al
encomendero desocupar
las tierras invadidas.
2) Indios originarios
asentados en el paraje de
Totoral. Norte de Córdoba.
Dn. Juan Suárez Privadas. Se demarca media legua
en 1693 en Vacacorral.
Da lugar al pueblo de Río
Seco.
3) Indios mocovíes asentados
en una estancia cerca de las
estancias El Sauce y Las
Lagunas.
Cap. Pedro Dies Gómes
Privadas. Se demarcan tierras en
1694 en el río Cuarto.
4) Indios mocovíes y tobas
asentados en una estancia a
una legua de la viceparroquia
de Saldan.
Enrique de Ceuallos Neto
Estrada
Privadas. Se demarcan tierras en
1694 en estancia de
Saldán
5) Indios quilmes asentados
en la estancia El Sauce.
Francisco de Tejeda difunto.
Administrada por Fadrique
Alvarez de Toledo.
Privadas. Se demarcan tierras en
estancia el Sauce en
1694.
6) Indios quilmes asentados
en una estancia a ¼ de legua
de la estancia de Jesús María.
Dn. Antonio de Burgos Privadas Se demarcan tierras en
chacaras de Guanusa-
cate en 1694.
7) Indios originarios de Soto. Dn. Fernando de Salguero Realengas. Al momento de
la visita se reconoce Soto
como pueblo.
Quedan en el lugar en
que estaban.
8) Indios originarios asenta-
dos en una estancia a 6
leguas de la estancia de
Caroya.
Dn. Pedro Monsalue Arias
Saavedra Privadas Quedan en el lugar en
que estaban.
9) Indios originarios de las
Peñas y pampas asentados en
la estancia La Lagunilla cerca
de la ciudad.
Dn. Pedro de Herrera Velasco,
antes fue encomienda de
Gerónimo Luis de Cabrera.
Privadas El visitador absuelve al
encomendero, manda
que los indios si de su
voluntad quieren redu-
cirse en La Lagunilla o
en el paraje El Espinillo,
lo hagan.
10) Indios calchaquíes
asentados en una estancia
sobre el Río Segundo.
Cristóbal de Funes Privadas Se demarcan nueve mil
pies sobre el río Segundo
para los indios en tierras
del encomendero, 25-11-
1693. Da lugar al pueblo
de San Joseph.
11) Indios originarios de
Siquiman asentados en una
estancia en Cosquin.
Cristóbal Pizarro Privadas. El visitador les asigna
un cuarto de legua y 14
cuerdas en estancia de
Cosquin, 20-2-1694. Se
conforma el pueblo de
Cosquin.
12) Indios originarios de
Soconchillo y calchaquíes
asentados en una estancia a 3
leguas de la estancia de los
padres de Santo Domingo.
Dn. Sebastián de Carranza Privadas Se amojona media legua
de tierras para los indios
sobre el Río Tercero,
10-12-1693.
13) Indios originarios
asentados en una estancia a
media legua de la estancia de
los padres de Santo
Domingo.
Lorenso Alfonso Mexía Privadas El visitador exime al
encomendero de asignar
tierras a los indios por su
pobreza. Luego dispondrá
el lugar de reducción.
24
14) Indios originarios de
Guamacha y calchaquíes. Se
les reconoció tierras del
pueblo en fallo de 1682
(AHPC.Esc.1, Leg. 224,
Exp.1, F. 63r.
Miguel de Vilches y Montoya Privadas. Al momento de la
visita Guamacha constituía
pueblo.
Quedan en las tierras en
que fueron visitados. Se
manda reducir aquellos
indios que estaban en la
estancia del encomen-
dero.
15) Indios originarios de
Nogolma, más calchaquíes
agregados.
Cap. Juan Clemente de Baigorrí Privadas. Al momento de la
visita los descendientes del
cacique Diego Cantala tenían
reconocidos los derechos
sobre las tierras por fallo de
1646. Se reconoce a
Nogolma como pueblo.
Se manda reducir los
calchaquíes agregados
en las tierras de
Nogolma.
16) Indios originarios de
Nono.
Dn. Fernando Salguero de
Cabrera
Realengas. Al momento de
la visita Nono constituía
pueblo.
Encomienda anexada a
la de Salsacate. Sus
tierras se dan a censo a
favor de los indios.
17) Indios originarios de
Salsacate.
Dn. Fernando Salguero de
Cabrera
Realengas. Al momento de
la visita Salsacate constituía
pueblo.
Quedan en la situación
en la que estaban.
18) Indios quilmes asentados
en una estancia a 5 leguas de
la ciudad.
Ramón de Quiroga administra-
dor perpetuo, no encomendero Privadas Don Manuel de
Cevallos Neto Estrada
certifica que los indios
pidieron quedarse en la
estancia por tener allí
tierras de cultivo, 15-11-
1693
19) Indios originarios asenta-
dos en la estancia El Sauce.
Cap. Miguel Moyano Cornejo. Privadas Se asigna media legua de
tierras en la parte más
distante de las casas del
encomendero, 25-9-
1693. Da lugar al pueblo
de Ministalaló el viejo.
20) Indias sueltas en la
ciudad.
Juan Zelis de Quiroga Sin tierras -
21) Indios originarios asenta-
dos en estancia sobre el Río
Segundo
Thomas Ferreyra Privadas Se manda reducir los
indios en el pueblo de
Guamacha, 19-11-1693.
22) Indios quilmes asentados
en la estancia de Las Lagunas
a 4 leguas de la hacienda de
los padres de Santo
Domingo.
Sebastián de Argüello Privadas Se amojona un cuarto de
legua en cuadro a los
indios en el paraje de Las
Lagunas, 7-12-1693.
23) Indios mocovíes asenta-
dos en una estancia a una
legua de la estancia y capilla
de Soconcho.
Gerónimo Luxan Privadas. Se amojona un cuarto de
legua en cuadro para
tierra y pueblo de los
indios. 1-4-1694.
24) Indios originarios de
Ongamira.
Francisco de Ledesma Realengas. Al momento de
la visita Ongamira constituía
pueblo.
Quedan en las tierras en
que fueron visitados.
25) Indios originarios de
Cabinda.
Bartolomé Olmedo Realengas. Al momento de
la visita Cabinda constituía
pueblo.
Quedan en las tierras en
que fueron visitados.
26) Indios originarios asenta-
dos en una estancia a dos
leguas de la ciudad.
Francisco de Molina Nabarrete Privadas Se hace amojonar un
cuarto de legua en
cuadro en la estancia La
Cañada del cauildo, 23-
2-1694.
27) Indios originarios de
Santiago del Estero asentados
en estancia de Totoral y El
Molino. A 12 leguas de la
ciudad.
Dn. Sancho de Paz y Figueroa Privadas El visitador hacer retor-
nar a los indios a
Guaype, en Santiago del
Estero.
28) Indios quilmes asentados Pedro de Susnabas Privadas Se demarca un cuarto
25
en una estancia s/n sobre las
márgenes del Río Primero
encomendero. El administrador
es su hijo homónimo.
de legua para los indios
en tierras que eran de la
estancia, 14-11-1693.
29) Indios originarios
asentados en paraje de San
Antonio.
Francisco de Ledesma, esposo y
administrador de la
encomendera María Rosa de
Garayar
Privadas Se demarca media legua
de tierras para los indios
de cada lado del Río
Segundo en el paraje de
Caiasacate, 21-11-1693.
30) Indios originarios de
Quilino
Administrador Pedro Torres.
Diego de Torres Salguero de
Cabrera, su hijo, recibió del
gobernador Felis de Argandoña
una merced de encomienda de
los indios de Quilino.
Realengas. Al momento de
la visita Quilino constituía
pueblo.
Quedan en las tierras en
que fueron visitados.
31) Indios originarios asenta-
dos en el paraje de Chincha-
cate o Sinsacate
Maestre de Campo don Alonso
de Herrera encomendero Privadas. Quedan reducidos donde
estaban. Sus tierras de
las Mazmorras están en
litigio judicial. Quedan
pendientes de fallo.
Constituirá el pueblo de
las Mazmorras.
32) Indios originarios de
Quilpo asentados en la
estancia del Tambo a una
legua de Intihuasi.
Doña Theresa de Cabrera y
Zuñiga. Administra su marido el
maestre de campo Juan de
Perochena.
Privadas Don Manuel de Ceva-
llos Neto Estrada certi-
fica que se redujeron los
indios al pueblo y paraje
de Quilpo, 16-9-1693.
No se indica si son
tierras realengas o no.
33) Indios quilmes asentados
cerca de la toma de la ace-
quia de la ciudad
Cabildo de la ciudad Privadas (Cía de Jesús). Al
momento de la visita La
Toma constituía pueblo.
Se manda al cabildo
medir y fijar tierras a los
indios.
34) Indios originarios de
Nonsacate asentados en
varias estancias de los her-
manos Olmos.
Sargento Mayor don Bartolome
de Olmos
Asentados en tierras privadas
pero mantienen tenencia de
las tierras realengas del pue-
blo aunque deshabitadas.
El visitador manda
reducir los indios al
pueblo. Se reconstituye
el pueblo de San Antonio
de Nonsacate. El 9-10-
1693 se reconoce capilla
en el pueblo.
35) Estancia de San Marcos.
Cerca de Nonsacate.
Cap. Alonso de Luxan Privadas. Se hace demarcación y
posesión de las tierras
de reducción en la es-
tancia el 17-2-1694.
36) Indios originarios del
valle de Abarcan asentados
en estancia de Pichana.
Don Juan Gregorio Bazan Privadas. Constituyen el
pueblo de Pichana luego de
las mensuras de 1694.
El visitador manda
asignar una legua por
tres cuartos de legua
para tierras de reducción
de los indios. Fuentes: AGI, Escribanía 864 B, Fo. 1-670, BMPC, Doc. 3357, Archivo Nacional de Bolvia. Nº 15, 1694.