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La coordinación de las políticas macroeconómicas como palanca de la integración regional:
propuestas para la región ALC a partir del caso europeo y de la experiencia "REDIMA" de
la CEPAL
Christian Ghymers1
Si bien es cierto que los países de América Latina y del Caribe (ALC) llevaron en general importantes
reformas hacia economías de mercados abiertas, los resultados en terminos tanto de crecimiento
económico como de cohesion social, quedan muy decepcionantes. En este contexto de crecimiento en
general insuficiente y de agravación de las desigualdades sociales, al comprobar la desproporción de los
beneficios traídos por las reformas con respecto a la percepción de sus costos, un “cansancio de las
reformas” se hace sentir y pone en duda la perspectiva que conviene seguir. Esto debilita la internalización
de la continuación de los cambios institucionales necesarios para asegurar la sostenibilidad del
crecimiento.
Sin embargo, existe un consenso mínimo acerca de la necesidad prioritaria de corregir las fallas de
gobernanza mediante el fortalecimiento de las instituciones básicas y de la democracia. Esto se apoya en
la orientación trazada por los aportes teóricos que apuntan a los factores institucionales como los
determinantes esenciales de los diferentes desempeños de los países en materia de desarrollo. Este hecho
tiende a desplazar el énfasis de las recomendaciones de políticas a corto plazo hacia consideraciones sobre
el marco institucional general y las condiciones de gobernanza en particular.
En este marco, los procesos de integración regional, que conocieron un auge considerable en buena parte
de los años 90, sufrieron los embates de las crisis y su dinámica se debilitó a fines de la década pasada y
comienzos de la actual. Así, un debate se ha abierto sobre la necesidad de concebir el proceso de la
integración regional como resultado de una construcción institucional que favorezca la cooperación entre
los países miembros y contribuya a la reducción de la inestabilidad y a la sostenibilidad del crecimiento
económico.
En este importante debate actual, la presente contribución pretende establecer una doble tesis:
(i) Primero, frente a los retos y a las asimetrías de la globalización, la “cooperación regional” entre
países vecinos (o con metas comunes) constituye un catalizador eficiente de reformas y una
garantía de su mejor internalización por los actores económicos y los ciudadanos. La integración
regional no ha sido debidamente tomada en cuenta ni en la concepción ni en la implementación de
las reformas económicas en América Latina: llama la atención que las autoridades nacionales de
los países latinoamericanos y del Caribe no hayan recurrido a las numerosas instituciones
integradoras existentes en la región. En efecto, las autoridades no buscaron soluciones
cooperativas para organizar respuestas ordenadas a los choques externos en función de sus propios
intereses; de hecho, como se indicó, la integración regional en términos de intercambios reales y
financieros no avanza –o avanza insuficientemente- mientras las economías individuales están
más expuestas a los choques externos;
(ii) Segundo, la cooperación (y una forma de coordinación) macroeconómica entre las autoridades
soberanas de una región es un elemento central para ir más allá de una mera integración mediante
acuerdo de comercio y profundizar la integración regional para que ésta sea un instrumento de
progreso de gobernanza que permita un crecimiento elevado y sostenible. En efecto, en la medida
en que los procesos de integración se desarrollan, los países tienden a ser cada vez más
interdependientes y tanto los ciclos económicos como las políticas que se implementan en cada
1 Profesor en el ICHEC, Bruselas, miembro del CERCAL (ULB) Bruselas
Este trabajo benefició de la colaboración del Profesor Carlos Quenan del IHEAL, Universidad de Paris III, en el
marco de varios seminarios regionales del SELA, Caracas.
uno de los estados vecinos tienen un impacto en el desempeño del resto de los socios –a través de
canales reales y/o financieros-. Avanzar en algún tipo de coordinación de las políticas
macroeconómicas aparece – bajo ciertas condiciones - como un medio para acelerar la “nivelación
hacia arriba” de las gobernanzas nacionales, al “internalizar” los efectos de las interrelaciones
recíprocas en la toma de decisiones de cada economía y al crear así mecanismos de contra-poderes
e incentivos para los hacedores de políticas, con vistas a mejorar el resultado global de cada
participante y de la región en su conjunto.
A pesar de que existe un amplio consenso alrededor de la idea de integración regional, los procesos de
integración en América Latina y el Caribe no han logrado avanzar de modo decisivo en la coordinación
macroeconómica. Es por ello que resulta prioritario analizar los obstáculos que deberán ser superados y
las condiciones necesarias para que las iniciativas en esta materia sean efectivamente promovidas por los
países de la región. Ello implica, entre otras cuestiones, tomar en cuenta la experiencia internacional en
este ámbito, en especial el caso paradigmático de la integración europea. En este sentido, se tomará como
punto de partida el estado actual de la reflexión regional sobre esta temática, con especial énfasis en la que
se ha llevado a cabo recientemente en el marco del proyecto REDIMA (Red de diálogo
macroeconómico)2. Este proyecto fue lanzado a fin del año 2000 por la CEPAL con el objetivo de crear un
nuevo espacio de diálogo entre los altos funcionarios a cargo de las políticas macroeconomicas en tres de
las subregiones (Mercosur y asociados, CAN y MCCA), con el objetivo de establecer, de facto, un sistema
informal de monitoreo macroeconómico regional que no sea dependiente de requisitos institucionales o de
los altibajos de las coyunturas políticas o económicas, pero que pueda ser útil a cada participante, lo
mantenga relacionado a sus pares, y asegure una cierta continuidad de la reflexión común subregional.
Además, REDIMA organiza también los mismos contactos informales entre las tres subregiones al
fomentar los intercambios sobre temas de interés común a las tres redes ya constituidas, lo que permite
generar la oportunidad de formación de consenso latinoamericano o expresar estrategias comunes frente a
otras regiones integradas o en las instancias multilaterales. Este espacio informal complementario de las
instituciones o mecanismos existentes no pretende llegar a decisiones o a posiciones oficiales, ni a
cambios institucionales, sino que sencillamente busca abrir una cooperación directa y continua entre
expertos nacionales, a través de una dinámica de intercambios y análisis técnicos de problemas de interés
común. El mejor conocimiento mutuo de los expertos se torna una valiosa palanca para la construcción de
un consenso sobre el contenido de las políticas de cada país. La red sub-regional constituye así una
herramienta directamente útil a cada experto en sus áreas de responsabilidad y contribuye así a la
convergencia macroeconómica en la zona. Además, REDIMA ofrece un eficiente canal de clarificación y
de control de sus políticas que constituye una manera de conseguir el apoyo y la comprensión de los
vecinos.
En la literatura económica la cooperación y la coordinación en el plano macroeconómico son analizadas a
partir de dos enfoques. Uno es el que resulta de la teoría de las áreas monetarias óptimas, que hace un
análisis costo-beneficio de la coordinación macroeconómica. Formulada inicialmente para evaluar el
interés que diferentes países pueden tener en fijar sus tipos de cambio y constituir una unión monetaria,
esta teoría puede ser movilizada para estudiar el interés que diversos países pueden tener en avanzar en la
coordinación de sus políticas macroecómicas dado el cumplimiento o no de una serie de condiciones:
similitud de las estructuras económicas, flexibilidad de precios y salarios, movilidad de los factores de
2 Véase Ghymers, Christian, Fostering policy coordination in Latin America. The REDIMA approach to escaping the
prisoner’s dilemma, ECLAC, Santiago de Chile, 2005.
(http://www.eclac.org/publicaciones/DesarrolloEconomico/0/LCG2270PI/lcg2270i.pdf.)
Una bibliografía detallada sobre esta cuestión en este mismo trabajo : Appendix - Main Publications on REDIMA’s
work. (http://www.eclac.org/publicaciones/DesarrolloEconomico/0/LCG2270PI/Appendix.pdf).
producción entre los países asociados,…Si estas condiciones no son reunidas, los costos de renunciar a las
políticas monetarias y cambiarias para hacer frente a los choques que las economías pueden sufrir serían
superiores a los beneficios resultantes de la asociación3.
El otro es un enfoque estratégico de “economía política” que, basado en la teoría de juegos, enuncia una
función de preferencias para cada uno de los países para luego evaluar las ganancias de cooperar respecto
de una situación de ausencia de cooperación. En esta perspectiva, se puede poner énfasis en las ganancias
en términos de gobernanza y de credibilidad que pueden obtener los países que participan de un proceso
de integración y que cooperan entre sí para coordinar sus políticas. Este enfoque - que será privilegiado
en este trabajo – considera que las ventajas de la integración radican no solamente en la optimización de
las políticas nacionales sino en la dinámica de mejoramiento de la toma de decisión a nivel nacional que
permite la cooperación regional a través de la mejora de la transparencia y de los contra-poderes
implícitos que introduzca.
La idea central, que constituye el hilo conductor de este estudio, se puede formular de la manera siguiente.
Sin un cambio de paradigma que implique enfocar el nivel regional como la palanca de un progreso en
materia de gobernabilidad y de credibilidad para enfrentar a la globalización, la integración regional no
podrá ir más allá de un nivel retórico, dejando las economías nacionales expuestas al proceso de
globalización sin posibilidades de respuestas conjuntas. El nuevo paradigma que se debería promover,
consiste en un enfoque de los efectos de la globalización sobre el nivel regional, destacando la importancia
de la cooperación macroeconómica a nivel regional y subregional como condición y herramienta de un
repunte de la integración económica, que sería, a su vez, condición de un crecimiento sostenible y elevado
con una participación ciudadana más activa en América Latina.
En este marco, el trabajo tiene dos objetivos precisos. En primer lugar, resumir analíticamente la
experiencia acumulada en el plano de los intentos de coordinación macroeconómica en los grandes grupos
de integración sub-regional. En segundo lugar, elaborar propuestas de mecanismos para fomentar y
optimizar el nivel adecuado de coordinación macroeconómica tanto al interior de los esquemas de
integración a nivel sub-regional como, en la medida de lo posible, a nivel del conjunto de la región
latinoamericana y caribeña.
La primera parte se dedica a resumir, analízar y comparar las experiencias de coordinación
macroeconómica que se han acumulado en los últimos tiempos en los cuatro grupos de integración
subregional más importantes (MCCA, CARICOM, CAN y MERCOSUR). En esta parte, se pasa revista a
las ventajas habitualmente reconocidas a la coordinación macroeconómica, poniendo igualmente énfasis
en la interacción existente entre el progreso de la integración real y la demanda por mayor coordinación.
La presentación comparativa de los esquemas de cooperación macroeconómica en los diferentes procesos
sub-regionales y de sus frágiles realizaciones efectivas permite poner en evidencia la falta de actitudes
cooperativas y proceder al análisis de estas actitudes. El argumento analógico del “dilema del prisionero”
sirve para identificar los obstáculos concretos que dificultan la coordinación macroeconómica, ya que
permite entender la racionalidad de la falta de cooperación entre socios regionales o la llamada “falta de
voluntad política”, que corresponde más bien al hecho que los responsables no tienen incentivos
suficientes para cooperar habida cuenta de la incertidumbre y los riesgos (reales o imaginarios) que
enfrentan al comprometerse con sus vecinos.
A partir de lo anterior, en la segunda parte se elaboran propuestas de mecanismos para optimizar la
coordinación macroeconómica tanto al interior de esquemas de integración a nivel sub-regional como
3 Es decir los beneficios de no emplear dichas políticas para hacer frente a los choques. Conviene recordar que estos
puedes ser de diferente naturaleza: común o sistémico, o idiosincrásico (según afecten a varias economías o a una
sola), de demanda o de oferta (según la fuente económica), simétricos o asimétricos (según el efecto o signo que el
choque tenga para cada economía), externo o doméstico (según el origen geográfico) o aún permanente o temporal
(según requiera o no de un proceso de ajuste).
algunos de posible alcance regional. Como ya se mencionó, sin un cambio de paradigma la integración
regional latinoamericana no podrá superar su nivel retórico. Se trata de poner en evidencia la necesidad de
un análisis explícito del proceso de la integración regional como resultado de una construcción
institucionalizada en la perspectiva más amplia de incluir el manejo macroeconómico en la actitud de los
gobiernos de la región y en los modelos teóricos dominantes. Estos consideran los países como entidades
autónomas, sin asimetrías ni sinergia entre ellos. Por lo tanto, tampoco contemplan las potencialidades de
una respuesta regional a los efectos de las presiones inestables de la globalización y la insuficiente
convergencia entre economías que pretenden integrarse. A su vez, el esquema del “dilema del prisionero”
de la teoría de juegos permite identificar los mecanismos causales de la falta de cooperación. De este
modo, se pueden concebir soluciones que erradiquen las causas de la ausencia o insuficiencia de
coordinación mediante recetas adecuadas. En particular, la pista más concreta y atractiva consiste en crear
los incentivos necesarios al ampliar el impacto positivo del efecto credibilidad que la visibilidad de un
esfuerzo regional serio de monitoreo macroeconómico podría producir sobre el riesgo-país (“spreads” de
los bonos soberanos) y la percepción de la región tanto por los agentes económicos nacionales como por
los mercados financieros y los acreedores externos. Se trata aquí de establecer los principios de "economía
política regional" que permitan salir paulatinamente del dilema del prisionero sin pasar por cambios
institucionales previos, sino usando los esquemas existentes para fomentar una dinámica progresiva de
cambios. El estudio establece que la integración regional debe hacerse mediante la competición
cooperativa, o sea procedimientos que pongan el nivel regional al servicio de las políticas nacionales y de
sus actores políticos y sociales, y que logren mejorar la gobernabilidad de cada economía. Se trata de
identificar los mecanismos institucionales que podrían permitir avances concretos en la formulación de
una demanda de coordinación de las políticas macroeconómicas por parte de los actores nacionales.
Las propuestas propiciadas por el estudio descansan en un análisis de “economía política regional”
novedoso, pero que explota el método pragmático que emergió de la experiencia europea para establecer
los principios de una cooperación en el campo macroeconómico entre administraciones nacionales sin
pérdida de soberanía para los países. Al mismo tiempo un organismo regional ad-hoc desempeña un papel
complementario – y no competidor respecto de los responsables nacionales – que permite generar un valor
agregado cuya apropiación por los participantes nacionales incentiva su auto-disciplina.
La idea central es que, en el campo de las políticas macroeconómicas, en lugar de dejar que los gobiernos
busquen una diferenciación respecto de sus vecinos en forma no-cooperativa, el nivel regional puede, sin
mayor cambio institucional, ofrecer a sus miembros, mediante un monitoreo macroeconómico
transparente, canalizar las potentes fuerzas movilizadas por los Estados miembros para defenderse de los
errores de sus socios. Para ello, se debe organizar una sana competencia entre los Estados miembros para
que todos respeten las reglas consensuales fijadas a nivel regional. Esto requiere de un organismo regional
que constituya solamente el soporte técnico-organizacional capaz de desempeñar un rol complementario
que garantice un verdadero mecanismo de “checks and balances”. De hecho, un tal "juego continuo"
equivale a proteger a cada uno de sus propios errores, a través de la vigilancia colegiada de los otros
jugadores (y del diálogo entre ellos), dado que el principio de competencia hace que los participantes sean
más exigentes con sus vecinos que con ellos mismos. A su vez, el principio de cooperación regional
permite organizar la creación de un valor agregado regional en términos de transparencia, credibilidad y
diagnósticos.
Esta dinámica puede “engancharse” a partir de un ejercicio de monitoreo regional transparente y
cooperativo, mediante un proceso organizado de diálogo crítico entre los macroeconomistas de las
administraciones a cargo (oficiales de Bancos Centrales y Hacienda) y de macroeconomistas
independientes ("discussants" académicos o de la prensa especializada). Este proceso de evaluación
permanente por los profesionales en situación de competencia "reputacional" requiere un mínimo de
organización (pero a través de las instituciones regionales existentes) para llamar la atención, garantizar la
seriedad y crear presiones de mercados o de opiniones públicas. De este modo, los responsables tienen
intereses directos y personales en usar el monitoreo sub-regional para ganar credibilidad y respaldo, o
evitar sanciones de los mercados. De esta manera, el valor agregado del nivel regional se hace
rápidamente tangible para los macroeconomistas a cargo.
Sin embargo, para que este mecanismo de competencia logre sus efectos plenos, es imprescindible
impedir que la cooperación se vuelva colusión entre jugadores (lo que pasa a veces en la UE, por ejemplo,
recientemente, con la falta de aplicación estricta del Pacto de Estabilidad y Crecimiento en materia de
disciplina fiscal). Esto requiere no solamente que el ejercicio del monitoreo sea transparente y simple sino
que, además, sea capaz de generar sanciones e incentivos mediante un balanceo de poder institucional o
efectivo. El análisis mostrará cómo utilizar lo existente y cómo complementarlo con un mínimo de
organización pragmática.
1. La coordinación macroeconómica, requisito para el avance de los esfuerzos de integración
1.1. Las ventajas de cooperar en términos macroeconómicos
Mientras la teoría académica busca demostrar (y medir) los beneficios de la coordinación entre
autoridades que ya aplican políticas adecuadas (“first best policies”), el mundo real nos obliga a
considerar las ventajas adicionales (mucho mayores) que se obtienen en caso de una coordinación que
permita limitar los errores de políticas individuales y mejorar la gobernanza y la institucionalidad en un
contexto globalizado en el que estos factores se tornan decisivos para el crecimiento sostenible. Esta
dimensión de “economía política” está generalmente ausente de los debates sobre la coordinación, y
constituye el aporte principal de esta contribución que se sitúa en la línea de trabajos anteriores realizados
en el marco del proyecto REDIMA4. Así, las ventajas de la coordinación deben ser evaluadas no tanto
entre el resultado de aplicar “individualmente” las mejores políticas e implementarlas en forma
coordinada, sino entre quedar solo para enfrentar la globalización, que incluye los errores de los vecinos y
las propias fallas de gobernanza, o buscar en forma colegiada cómo reducir estos errores de los vecinos y
de uno mismo y potenciar una respuesta regional que asegure un progreso de las gobernanzas nacionales.
Como ya se indicó, por definición, debido a la internacionalización creciente ligada a las aperturas de las
economías de la región en el contexto más amplio de la mundialización, los grados de interdependencia
entre dichas economías se sitúan en una tendencia creciente. Esto resulta no sólo de la intensificación de
los tradicionales nexos comerciales sino también del desarrollo de los movimientos de capitales, de los
efectos de contagio, así como de la sincronización de los ciclos económicos. En tal situación de
interdependencia creciente, las decisiones de política económica de cada país soberano tienen también
efectos indirectos sobre las economías de los países vecinos o con los cuales se desarrollan los nexos, y
estos efectos-derrame (“spillover-effects”) tienden a afectar los resultados macroeconómicos de cada
economía. Por lo tanto, parece obvio, y la teoría lo confirma, que estas interacciones macroeconómicas -
como cualquier “externalidad” - tienen que ser tomadas en cuenta en las decisiones de los hacedores de
políticas so pena de tomar decisiones sesgadas y de llegar a situaciones sub-óptimas para ellos mismos.
Al decidir sus propias políticas, cada autoridad nacional tiene interés en considerar los efectos indirectos
que sus decisiones van a generar sobre sus vecinos y vice versa, lo que lleva a la conclusión lógica que
estas interacciones justifican un cierto grado de cooperación entre autoridades nacionales o incluso de
coordinación de las políticas económicas de los países de una región que pretende integrarse. Idealmente,
las decisiones - aunque son de responsabilidad exclusiva de cada autoridad soberana-, deberían ser
tomadas luego de estrechas consultas e intercambios o siguiendo normas consensuadas previamente, con
el fin de permitir, sea una optimización mutua de los efectos conjuntos, sea una limitación mutua de los
efectos negativos.
Es esta misma lógica la que prevaleció al final de la segunda guerra mundial para asegurar el bien público
mundial de un acceso ordenado y reciproco a los mercados en un contexto de estabilidad: se estableció un
mínimo de reglas tanto en materia de comercio (el GATT, después la OMC) como en materia monetaria
(FMI para que los ajustes de balanza de pagos se hagan en forma ordenada, en particular con tipos de
4 Ghymers C. op cit.
cambio estables). Este objetivo de integración universal logró imponerse en reacción a los desastres tanto
económicos como políticos provocados por el movimiento inverso observado durante el período de entre
las dos guerras mundiales del siglo XX. La racionalidad básica de tales acuerdos universales descansa en
el hecho que las políticas comerciales y monetarias de cada país afectan a los otros. Por lo tanto, el
consenso sobre la integración internacional no puede admitir políticas cuyos efectos negativos la
contrarrestan al amenazar la estabilidad de las otras economías. El acceso a los mercados externos y la
estabilidad monetaria y financiera son “bienes públicos internacionales” que resultan afectados por las
actitudes de los diferentes países, sobre todo los más grandes, y que incluso pueden ser amenazados por
sus errores de políticas. Es por ello que fue creado el G-7 (como complemento del FMI cuyos poderes no
alcanzaban a los grandes países acreedores) para lograr una corrección coordinada (es decir sin provocar
una crisis financiera o una depresión mundial) de los desequilibrios macroeconómicos entre las mayores
economías industrializadas, reuniendo a sus responsables para que puedan internalizar los efectos de las
decisiones de cada uno sobre la situación de los otros. También en la UE, la misma racionalidad llevó a
crear mecanismos de convergencia de las políticas nacionales para fomentar un nivel más elevado de
integración de los mercados en un mercado único, llegando incluso a crear una moneda única, que implica
el grado más avanzado de coordinación de políticas.
Estos casos de cooperación efectiva tienden a comprobar la existencia de ventajas significativas que
fundamentan la búsqueda de fórmulas de coordinación de políticas nacionales. También, los casos de falta
de cooperación parecen demostrar lo mismo “a contrario”, en la medida que la ausencia de cooperación o
de coordinación genera altos costos para todos.
Así, en América Latina y en sus subregiones, la carencia de cooperación efectiva en materia
macroeconómica parece estar relacionada con la fragilidad y/o los fracasos de la integración regional.
Tras los avances constatados en los años 90, la falta de cooperación es sin duda una de las razones del
retroceso que, como vimos, se advierte posteriormente en el grado de integración real de las economías de
la región.
La hipótesis de trabajo siguiente permite aclarar los argumentos a favor de una cooperación o/y
coordinación de políticas en la región:
las debilidades de los procesos de integración regional y la falta de coordinación macroeconómica
parecen ligadas en un “circulo vicioso”,
ambas exponen más sus economías a los defectos e inestabilidades de la globalización,
dañando así su estabilidad y crecimiento macroeconómicos,
las consecuentes divergencias entorpecen el funcionamiento de los acuerdos de cooperación
regionales y son fuentes de conflictos,
lo que frena a su vez el progreso de la integración regional real y los intentos cooperativos.
Partiendo de las observaciones factuales siguientes, esta hipótesis se transforma en una descripción
plausible del caso latinoamericano.
Gracias a un mínimo de convergencia y de estabilidad en los parámetros macroeconómicos durante la
década pasada, fue mucho menos difícil negociar e implementar acuerdos preferenciales de comercio,
tanto en las subregiones como a nivel latinoamericano. Esta convergencia no resultó de ninguna
coordinación voluntaria sino de la simultaneidad de las reformas y políticas de ajuste impuestas por
las crisis anteriores y/o los acreedores.
Los intercambios comerciales intrarregionales y las entradas netas de capital aumentaron
significativamente, desarrollando interdependencias crecientes entre las economías de la región.
Eso significa que la eficacia de las políticas de cada país se tornó más dependiente de las políticas
aplicadas por sus vecinos y la estabilidad de cada economía se transformó en un bien público regional.
Esta mayor interdependencia de las condiciones macroeconómicas entre los países refleja un progreso
de la integración regional.
Por esta razón como también por efecto de contagio y por el carácter gregario y masivo de los
mercados financieros globalizados, la percepción de la sostenibilidad externa y financiera de una
economía individual se ha vuelto más dependiente de las condiciones y políticas macroeconómicas de
sus vecinos directos, mientras los cambios en estas percepciones para una economía afectan a su vez
los principales parámetros macroeconómicos de las otras economías de una región en vía de
integración.
Se genera así un fenómeno de externalidades cruzadas y amplificadas entre las economías vecinas y
sus políticas macroeconómicas independientes. Una manifestación de este fenómeno es la existencia
de una “prima de riesgo” común para la región en las evaluaciones de los mercados financieros.
Concretamente, una cierta correlación regional afecta a dos parámetros claves para las evoluciones
macroeconómicas: los diferenciales de interés ("spreads financieros") sobre los bonos emitidos por los
países de una misma región y las fluctuaciones de los tipos de cambio de las monedas de esta región.
Estos dos parámetros comparten un componente regional bajo la forma de un label común que los
mercados otorgan a los países de una misma región,para bien o para mal. Tanto los movimientos de
los tipos de interés como de los tipos de cambio, manifiestan un paralelismo parcial
independientemente de la situación macroeconómica de cada economía.
Este fenómeno conlleva un efecto pro-cíclico importante que amplifica el carácter desestabilizador de
la globalización para la gestión de las políticas nacionales. En los períodos de auge las reducciones de
los "spreads" y las presiones de apreciación real de las monedas se difunden a nivel regional, tienden a
autovalidarse y a reforzarse mutuamente, lo que amplifica especialmente el ciclo de gastos interno con
relación al potencial productivo. A la inversa, en las crisis, el efecto contagio exagera los castigos
financieros y las depreciaciones con efectos desestabilizadores dañinos especialmente sobre el
comercio intrarregional y la aplicación de los acuerdos de integración. En definitiva, el descuido de
estas externalidades no contribuye a la integración regional sino que, al contrario, tiende a exacerbar
los conflictos de interés entre los países y sus diferentes sectores o grupos.
Frente a ellas, cabe constatar la ausencia de respuesta cooperativa o regional por parte de las
autoridades nacionales. El resultado de esto es que tanto las primas de riesgo como las depreciaciones
monetarias tienden a ser excesivas, dado que incorporan un factor regional no controlado que
transmite y amplifica el ciclo regional en un círculo vicioso potencialmente destructor de la cohesión
regional lograda en la fase anterior. Aunque involuntarias, estas reacciones de mercados se asimilan al
caso de políticas de "beggar-my-neighbor" (es decir en desmedro del vecino) en la medida que una
depreciación de una moneda implica aritméticamente un efecto de apreciación efectiva de las otras.
Esto induce depreciaciones compensatorias de estas, provocando a su vez una reducción de la
depreciación inicial, que por lo tanto deberá ser mayor para ser efectiva. Los efectos finales son
mayores depreciaciones con mayor volatilidad e incertidumbre para los operadores económicos, con
impactos negativos para el crecimiento y los intercambios intrarregionales.
Si bien es cierto que estas interdependencias son inherentes a la globalización de las economías, su
existencia pone en evidencia la necesidad de contemplar las posibilidades de internalizarlas a nivel
regional mediante opciones cooperativas entre las autoridades afectadas. Es un caso obvio de coalición de
interés tanto entre países como entre los distintos grupos de actores sociales en pugna dentro de cada país:
los hacedores de políticas nacionales, las empresas, sus trabajadores y todos los ciudadanos de los países
afectados tienen intereses directos en el desarrollo de una dinámica de repuesta regional institucionalizada
para mejorar la credibilidad de las políticas nacionales y de los acuerdos de integración.
En particular, las fluctuaciones excesivas de los tipos de cambio constituyen una amenaza fatal sobre
la credibilidad de los acuerdos de integración comercial. Por ejemplo, en el Cono sur, las variaciones
de precios o costos relativos durante los años 1999-2003 alcanzan proporciones que ponen en jaque la
lógica de los esquemas negociados en el pasado y, sobre todo, la rentabilidad de muchas inversiones
recíprocas. Además, la inestabilidad potencial de los precios relativos impide cualquier cálculo económico
racional a futuro. El daño provocado por la incertidumbre sobre la evolución de los precios relativos es un
freno importante a la inversión y al crecimiento sostenido.
La única manera de lograr una estabilización razonable de los tipos de cambio mutuos entre socios
comerciales es que esto sea fruto de una convergencia previsible de las políticas macroeconómicas de la
región. Si bien es cierto que esta convergencia regional sólo resultará del respeto de políticas nacionales
de estabilidad decididas en el interés propio de cada país, no cabe duda que ciertas modalidades de
cooperación regional debidamente institucionalizadas y “fiscalizadas5”, podrían aumentar la credibilidad y
previsibilidad de las medidas nacionales, además de fomentar y facilitar los progresos de gobernanza en
cada país. En particular, un monitoreo mutuo regular y basado sobre el uso de criterios objetivos para
evaluar los auto-compromisos formales y detallados de las autoridades nacionales, permitiría aumentar la
transparencia y la credibilidad del contenido de las políticas, así como capitalizar las acciones potentes de
las expectativas de los mercados financieros y de los otros operadores económicos, además de un mejor
apoyo democrático.
Siguiendo esta lógica, se torna dramáticamente claro que hacen falta, en los distintos esquemas de
integración comercial de América Latina, mecanismos efectivos para fomentar la coordinación y
convergencia macroeconómicas. O, dicho en otros térmnos, esto indica que algo está fallando en América
Latina dado que ésta dispone de instituciones regionales y subregionales con propósitos explícitos de
cooperación y/o coordinación6.
Dado que la hipótesis de una mera irracionalidad o de errores sistemáticos de los responsables no parece
plausible para tantos países al mismo tiempo y en forma tan repetida, se debe buscar una explicación seria
para esta ausencia de demanda efectiva para coordinar.
1.2. El concepto de coordinación y sus dos acepciones opuestas: coordinación de tipo federal y
coordinación soberana.
La primera etapa tanto para esclarecer la problemática de la falta de cooperación en la región como para
concebir soluciones realistas, consiste en clarificar el concepto de coordinación utilizado así como sus
determinantes básicos. En particular, conviene definir lo que incluye el concepto, generalmente vago, de
“coordinación”. Para ello, es indispensable señalar que existen dos modelos opuestos de coordinación: el
primero, que domina el inconsciente colectivo en las culturas latinas, que bautizamos “coordinación de
tipo federal”. Esta implica una autoridad supranacional (exógena), y corresponde al caso de “juegos
cooperativos” de la teoría de los juegos (es decir de carácter vinculante, con mecanismos institucionales
de cumplimiento obligatorio y sanciones legales). El modelo opuesto, que bautizamos “coordinación
soberana”, consiste en las formulas variadas que permiten generar una cooperación de manera endógena,
es decir movida por el interés propio de cada participante (incentivos o sanciones de mercados) para
resolver externalidades en situaciones de “juegos no-cooperativos” (es decir en situaciones de soberanía e
incertidumbre en cuanto al comportamiento futuro de los jugadores).
En la sección anterior hemos establecido como primera conclusión lógica el principio del carácter
ventajoso de una formula cooperativa entre socios regionales, que podría abarcar una cierta coordinación
tanto para optimizar políticas como para mejorar las gobernanzas nacionales. Sin embargo, esta etapa -
aunque necesaria - no sirve de mucho en el mundo real de la política económica si no se precisa lo que
recubre exacta y operacionalmente la formula cooperativa invocada. De hecho, los debates acerca de la
5 En el sentido usado en ciertos países latinoamericanos de “controladas” en forma transparente y objetiva.
6 De hecho, la región latinoamericana y caribeña presenta un desarrollo institucional en el campo de la integración
muy superior al de las otras zonas del mundo en desarrollo. Goldstein, Andrea y Carlos Quenan, « Regionalism and
Development in Latin America: What Implications for Sub-Saharan Africa? », in Regional Integration in Africa, J.
Braga de Macedo and Omar Kabbaj (ed.), OECD, 2002.
coordinación de políticas son muy ambiguos y dejan generalmente de lado los detalles operacionales
relativos al tipo de coordinación preconizada, al considerarse los generalmente como obvios o limitados a
un caso preciso. Así, la aceptación de limitar el poder discrecional de cada participante es admitida por
hipótesis (implícita) de partida. Sin embargo, los verdaderos problemas y obstáculos radican precisamente
en esta hipótesis fuerte: no cualquier coordinación con renuncia de soberanía es deseable o positiva frente
a la incertidumbre sobre el modelo subyacente (nuestros límites de entendimiento de la realidad). Incluso,
en tal situación existe un alto riesgo de “daño de responsabilidad” (“moral hazard”) que genera
oportunidades de uso y abuso del nivel regional para “evacuar” hacia la coordinación los errores o los
conflictos no resueltos a nivel nacional.
En la teoría económica ocurre lo mismo: el principio de acceder a una solución “Pareto superior” si se
tomaran en cuenta las externalidades generadas entre economías es una evidencia cuando se aplica a un
modelo estático con información completa y simétrica entre actores. En cambio, bajo hipótesis más
realistas de dinámica con incertidumbre en cuanto a la realidad subyacente y a los comportamientos
futuros de los actores que no disponen de informaciones completas ni simétricas, estos modelos no llevan
a ninguna solución clara e irreversible (equilibrios múltiples), y se tornan demasiado complejos y
dependientes de hipótesis de comportamientos específicos (caso por caso). Por lo tanto, esto significa que
la falta de coordinación en América Latina podría ser no tanto la resultante de una “falta de visión” o de
“capacidad política” sino más bien una respuesta mucho más racional (aunque no óptima) frente a las
restricciones de la realidad.
Si bien es cierto que sería mejor para la región establecer una coordinación capaz de “internalizar las
externalidades”, esta verdad no basta para deducir prescripciones claras en cuanto a la manera de medir y
resolver estas externalidades y, sobre todo, de repartir entre socios los beneficios de la fórmula de
coordinación, en el mundo real de incertidumbre y de asimetrías que caracteriza a las políticas económicas
y que impide contar de antemano, con fiabilidad, con el cumplimiento de las reglas por parte todos los
actores. Ahora bien, el auténtico problema no es tanto establecer las ventajas de una coordinación ideal,
sino más bien inventar según qué tipo de modalidades realistas, desde el punto de vista político-
institucional, una cooperación ventajosa para todos los participantes puede ser demandada y funcionar
en las subregiones (deficientes en materia de gobernanza) de América Latina.
Esta etapa nos permite identificar el punto-clave del problema que es la ambigüedad del concepto de
coordinación o más bien lo que recubre exactamente. Detrás de esta ambigüedad los partidarios de la
coordinación tienden a menudo a simplificar demasiado la complejidad y las dificultades de las decisiones
colectivas, desplazando el problema sin resolverlo. Muchas veces, coordinar se entiende (implícitamente)
como un alto grado de centralización de las decisiones. En nuestra tipología, esta interpretación se llama
“coordinación de tipo federal” para indicar que conlleva un cierto grado de autoridad federal por
oposición a las soberanías nacionales. Se trata de una fórmula de coordinación que le quita parcialmente
soberanía a las autoridades responsables de las políticas, ya sea indirectamente mediante reglas
supranacionales previamente acordadas (o reglas tácitas o impuestas por un “hegemón” a raíz de su poder
disuasivo de represalias) y cuyo carácter obligatorio ata las manos de los (otros) hacedores de políticas
nacionales, ya sea directamente mediante sustitución de las decisiones de las autoridades nacionales por
las de un organismo supranacional en circunstancias definidas (“federalización” total - tal como el Banco
Central Europeo para las políticas monetarias, o parcial, como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la
UE para un aspecto preciso de las políticas presupuestarias).
En cualquier caso, las externalidades desaparecen mediante la centralización de las decisiones (carácter
vinculante y seguridad de cumplimiento de todos los jugadores), dando lugar a la desaparición de la
incertidumbre en cuanto al comportamiento futuro de los actores que ya no son autónomos en este campo:
en términos de la teoría de los juegos, se trata por definición de “juegos cooperativos” y tienen soluciones
automáticas simples y únicas. Sin embargo, el hecho de aceptar y practicar efectivamente este tipo de
coordinación significa que el problema estaba ya resuelto de antemano en términos político-
institucionales: existía la “voluntad política” bajo la forma de una fuerte demanda previa de coordinación
de tipo federal que hacía deseable y ventajosa la pérdida negociada de autonomía de las autoridades
nacionales por parte de ellas mismas. Además, eso supone que el grupo coordinador sea “detentor de la
verdad” (es decir que conozca el verdadero modelo subyacente). En este caso no es de extrañar que la
solución sea simple: el problema se auto-soluciona mediante la renuncia a la soberanía por parte de los
actores mismos por que hay consenso de que eso conviene a todos, individual y colectivamente. Si el
problema de la coordinación fuera tan simple (es decir, si pudiera desaparecer mediante una centralización
mayor), habría que concluir que el mundo es sistémicamente masoquista al no pedirlo con más
determinación, y que ¡estaríamos mucho mejor dirigidos por un “big brother” en un solo Estado mundial,
dejando de lado a las autonomías nacionales que son fuentes de ineficiencias!
Por lo tanto, constatar que no hay coordinación en América Latina por falta de “voluntad política” no es
necesariamente un hecho negativo en la medida que significa que no hay demanda para una coordinación
de tipo federal. Intentar inventar este tipo de esquemas de coordinación vinculante que desplaza las
responsabilidades equivaldría a tratar de imponer un cambio disfrazado de régimen político pero sin
adecuación coherente de los medios. Esto correspondería a un desplazamiento del problema que abre la
puerta a errores y conflictos más graves. No es de de extrañar que los responsables lo descarten
sabiamente. Además, cabe señalar que en la realidad casi no existen casos de éxito de coordinación de tipo
federal, dado que, cuando sus condiciones están reunidas, más vale transformarse en un estado federal
completo, es decir que ya no se justificaría económicamente la existencia de soberanías nacionales. Sin
embargo, en el caso latinoamericano, la alegada “falta de volundad política” tampoco es necesariamente
buena en la medida en que también revela otros obstáculos al desarrollo de una coordinación soberana.
A partir del modelo de referencia constituido por el caso de la UE, podemos observar que en la zona-euro,
si bien es verdad que allí existe (excepcionalmente, en virtud de compartir una moneda única) una
demanda parcial de coordinación de tipo federal, la centralización de decisiones abarca muy pocos
campos: sólo la política monetaria (federalización completa) y algunas escasas reglas comunes en materia
de déficits presupuestarios que tienen un carácter vinculante a raíz del Tratado de Maastricht (art. 104),
completado por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (sanciones financieras administradas de tipo
federal). Además, los acontecimientos de los últimos años (2003 a 2005) muestran que estas reglas ni
siquiera pudieron ser efectivamente aplicadas7, indicando, de esta manera, que los casos de verdaderos
“juegos cooperativos” (en el sentido de la teoría) en materia internacional (es decir con jugadores
soberanos) son la excepción y no la norma, incluso en la UE, considerada la experiencia más avanzada en
materia de integración regional. El fracaso del primer8 Pacto de Estabilidad y Crecimiento ilustra el
carácter ilusorio de una solución centralizada en caso de externalidades provocadas por decisiones
soberanas. En efecto, no basta sólo imponer reglas comunes o crear instituciones regionales fuertes, sino
que conviene asegurar en forma creíble su legitimidad y su total respeto, lo que es imposible en la medida
en que los presupuestos nacionales son regidos por Parlamentos nacionales soberanos. Incluso en el caso
de la UE, eso sería posible sólo cambiando el régimen político de la UE, transformándola en un genuino
estado federal o poniendo los presupuestos nacionales bajo tutela comunitaria, lo que es imposible:
tampoco hay demanda política de federalización en Europa. Por lo tanto, la única vía de solución es el tipo
opuesto de coordinación, definida como coordinación soberana, es decir demanda por interés propio de los
participantes autonómos. Ello consiste en una coordinación no vinculante, basada en incentivos (o
sanciones de mercados financieros y de opiniones políticas nacionales) para sus participantes, tal como se
implementó en la integración europea y su UEM.
7 En noviembre de 2003, el Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la UE decidió no aplicar el Pacto a
Francia y Alemania, rechazando el mecanismo de coordinación en vigor en la UEM. En junio de 2005, el mismo
Consejo acordó cambiar las reglas dando más flexibilidad en favor de la autonomía de las políticas nacionales. 8 Se puede considerar que las decisiones de junio de 2005 constituyen de hecho un “nuevo” Pacto que corrige ciertas
imperfecciones del Pacto inicial reduciendo su “carácter federal” para volver a una internalización mediante el
interés propio.
Llegamos así a la conclusión que la solución para Europa y, a fortiori, para América Latina, cuyo grado de
integración e institucionalidad es menor, radica en la búsqueda de la llamada “coordinación soberana” o
de tipo auto-motivada, es decir que corresponde al interés propio de cada participante y es demandada
como tal y no para traspasar y perder soberanía sino, al contrario, para fortalecerla y mejorar la
gobernanza nacional. De hecho, hoy en día (y por mucho tiempo más), es la única forma sostenible de
coordinación. Esta es “la paradoja de la coordinación”(“La coordinación presupone la existencia de
actores autónomos y protege a la autonomía de cada uno”)9, que ilustra muy bien el proceso europeo en
su búsqueda de fórmulas de gobernanza colegiada10
. Como lo indica la etimología del término, la
coordinación es lo contrario de la centralización: sirve para limitar la centralización y defender la
soberanía e intereses de los actores individuales cuando existen interacciones. La coordinación está
implícitamente vinculada a la autonomía y no se opone a ella, como lo consideran a menudo quienes usan
el término con una connotación autoritaria o jerárquica. En esta perspectiva, la coordinación se describe
como una situación en la cual “un coordinador” impone sus normas a los demás actores, o como la
coordinación ilusoria de los juegos cooperativos que exponen los textos de teoría económica donde se
contempla la búsqueda de la optimización regional mediante la imposición de compromisos formales a los
miembros.
La “coordinación soberana” es afín con una selección natural de intentos sucesivos y refleja en buena
medida la realidad política de América Latina. Esta observación —que vista desde fuera podría
considerarse como un ejemplo de falta colectiva de ambición o mediocridad institucional— permite llegar
al punto crítico en que se comprende el desafío de la coordinación y su complejo equilibrio.
La tradición latina –en un sentido amplio- expone más que la tradición anglosajona a ilusiones peligrosas
en materia de coordinación: esperamos mucho de la así llamada coordinación, considerada como una
iniciativa impuesta de arriba abajo que ignora el principio de la subsidiariedad. Es decir, olvidamos que un
grado mayor de centralización implicaría cambios sustanciales en los sistemas constitucionales y exigiría
condiciones que no existen ni en América Latina ni en Europa (y no están siquiera en vías de
materializarse en lugar alguno). Los gobiernos nacionales no pueden legítimamente sacrificar sus propios
objetivos por “el bien de los demás”. Por definición, las decisiones de las autoridades nacionales
soberanas no pueden ser abolidas por otra autoridad sin modificar previamente el sistema institucional e
imponer un régimen federal, es decir una autoridad centralizada de toma de decisiones. Tampoco puede
pedirse a los gobiernos de los Estados miembros que acepten o cumplan compromisos que impliquen la
modificación de decisiones adoptadas por sus parlamentos autónomos, salvo en el marco de
procedimientos excepcionales específicos adoptados mediante un tratado supranacional en áreas limitadas
y con el beneplácito de las autoridades nacionales soberanas (lo que requiere – como lo ilustra el caso
europeo y sus crisis - un largo proceso de consolidación progresiva tanto de instituciones comunitarias
como nacionales).
Esta confusión surge a menudo de la ilusión “jacobina” de que las decisiones centralizadas (“iluminadas”)
serían superiores a las de las autoridades locales, supuestamente con menos visión de futuro. Este tipo de
coordinación autoritaria no solamente es incongruente con las instituciones democráticas vigentes sino, en
términos generales, con los actuales mercados mundializados. Además, presupone la existencia de una
integración regional perfecta y de un sólido consenso sobre el modelo económico subyacente. Sin
embargo, la realidad es muy diferente: la incertidumbre económica, la diversidad de las naciones y la falta
de cohesión regional dan aún lugar a múltiples Estados intermedios (nacionales o subnacionales) que en
cierta medida compiten entre sí y con el proceso centralizado de toma de decisiones. En este contexto, una
“fuerte” coordinación formal expondría a la región (o subregión) al gran riesgo de perder legitimidad
(puesto que algunas naciones podrían considerarse explotadas o marginadas por sus socios) y eficacia (al
9 Ghymers C. ver Fostering Economic Policy Coordination in Latin America: the Redima Approach to escaping the
Prisoner’s Dilemma”, ECLAC, UN, n° 82, Santiago de Chile, April 2005 10
Ghymers C. ibid y “La coordination des politiques économiques dans la Communauté Européenne: une évaluation
en vue de la Conférence Intergouvernementale”, Revue du Marché Commun et de l’Union Européenne, n° 385, 1995
quitar la función de contra-poder que resulta de la competencia entre niveles de poder). Esta fuerte
coordinación también podría conducir a conflictos entre los niveles de autoridad que surgirían de
situaciones de “daños de responsabilidad” o ”riesgo moral” (“moral hazard”) causadas por la mera
existencia de la coordinación autoritaria: las autoridades nacionales, expuestas a la presión de las
“demandas internas en términos de política económica”, podrían tratar de culpar a sus vecinos o al propio
esquema de coordinación. Este sesgo inevitable tiende a favorecer un comportamiento parasitario (“free-
riding”) y a desalentar las iniciativas internas, causando la pérdida de eficacia de las políticas nacionales y
creando confusión con respecto a las responsabilidades.
Estos desarrollos nos llevan a dos conclusiones fundamentales para definir una coordinación eficiente
y practicable:
1) La coordinación de tipo federal que supone un juego cooperativo preestablecido, que resuelve de
antemano el problema de las externalidades, constituye una ilusión peligrosa. Sin embargo, la cooperación
soberana movida por el interés propio, que corresponde al caso de “juegos no-cooperativos” de la teoría y
puede solamente llevar a categorías de coordinación muy “liviana,” es decir no vinculante, aunque menos
ambiciosa, abre un camino más realista y democrático basado en un proceso abierto y evolutivo de
gobernanza colegiada.
2) En el mundo real, la mayor ventaja de una coordinación es probablemente la limitación de los errores
de políticas económicas nacionales, utilizando la problemática de las externalidades para establecer un
control mutuo de los errores individuales. Al contrario, la teoría académica busca sólo ventajas de una
optimización conjunta de políticas supuestamente correctas a nivel nacional. Este aspecto de “economía
política” es fundamental para entender que la única fórmula de cooperación practicable para mejorar la
gobernanza es de tipo voluntario e indirecto, es decir la coordinación soberana, dado que nunca un
gobierno soberano va a aceptar el sometimiento a una autoridad ajena para que corrija sus malas prácticas.
Esto es, por lo menos, lo que nos muestra la historia. Por el contrario, como también lo muestra la historia
(y según los argumentos que expondremos más abajo), la corrección de malas prácticas es posible en
forma indirecta, mediante una fórmula de control mutuo, esencialmente en razón del principio de
“economía política” según el cual los gobiernos (malos o buenos) tienden a ser más exigentes con sus
vecinos que con ellos mismos.
1.3. Integración real, demanda de coordinación y globalización
La integración regional tiene éxito cuando existe entre las naciones soberanas un grado mínimo de
cooperación. En el punto anterior hemos establecido que este tipo de actitud cooperativa es solamente
sostenible y exitosa cuando se percibe que el comportamiento cooperativo de los participantes redunda en
beneficio de los intereses superiores de cada uno de los países tomado en forma aislada. Esta percepción
del interés individual de la cooperación fundamenta la manifestación de una demanda de cooperación
regional con los socios, no sólo por parte de los dirigentes políticos, sino también por parte de los actores
económicos e incluso, en definitiva, de la ciudadanía en general. A su vez, la demanda de coordinación
descansa sobre la percepción de las interdependencias entre economías de la misma región. Obviamente,
los nexos comerciales intra-regionales constituyen la fuente más visible de toma de consciencia de las
interacciones económicas y de los efectos mutuos de las políticas decididas por cada país. Cuanto más alto
es el grado de integración comercial de una región, más intensa será la demanda de cooperación y de
coordinación entre autoridades, por lo menos si los socios comerciales son de tamaño similar.
Cuando los tamaños son muy diferentes (como es por ejemplo el caso de Brasil en el MERCOSUR), este
principio se vuelve asimétrico: los socios menores, que son más afectados por las decisiones del socio
mayor, tienen más interés en concretar acuerdos de coordinación con éste. El más importante no comparte
el mismo interés, y las demandas de coordinación de los menores tienden a privilegiar una fórmula de
coordinación de tipo federal a fin de re-balancear los efectos de las diferencias de tamaño. En este caso,
las demandas de coordinación se vuelven doblemente asimétricas (por diferencias de efectos, es decir
diferencias de intensidad de demanda entre socios, y por diferencias de fórmulas), lo que constituye un
doble freno o incluso un obstáculo fatal a la coordinación. Cabe observar que, en este caso, la asimetría
será menor en la medida en que las demandas de los socios menores se limiten a una coordinación
soberana. Así, los riesgos de “pérdida” para el socio mayor son menos importantes, mientras que las
ventajas de los socios menores son más importantes, con lo que la probabilidad de factibilidad aumenta
seriamente.
Además, como lo hemos señalado en la conclusión 2 del punto anterior (1.2), en la medida en que la
coordinación apunta también a mejorar la gobernanza de los vecinos e impedir sus errores graves en un
mundo globalizado (que pueden dar lugar a contagio), el mayor es por definición el socio que tiene más
beneficios potenciales en juego al consolidar así su entorno institucional y reputacional. Sin embargo, la
única fórmula de coordinación que permite dar cabida a la realización de tales beneficios es la
coordinación soberana. Como fue puesto en evidencia en la primera parte de este trabajo, los nexos
comerciales no constituyen los únicos canales de interdependencia. Con la globalización financiera se ha
extendido fuertemente la naturaleza de las interacciones macroeconómicas, disminuyendo incluso, en
parte, la importancia del tamaño de las economías en la medida en que los efectos-contagio son más
genéricos y no discriminan entre países. Por eso, la globalización tiende a reforzar el papel de la
integración regional, al reducir las asimetrías entre socios regionales: Brasil no tiene interés en que uno de
sus vecinos desate una ola de desconfianza de los inversionistas hacia la región, y esto aumenta la
probabilidad de demandas más simétricas de coordinación, sobre todo si son de tipo soberano.
La globalización tiende así a balancear y a reforzar las demandas de coordinación entre socios regionales,
mientras amplifica la importancia del contexto regional en América Latina. El peso creciente del contexto
internacional y el aumento de las presiones de competencia externa fomentan el desarrollo de la
complementariedad de los mercados nacionales y la erradicación de los costos de transacción entre
economías vecinas. Tanto las estrategias de las empresas multinacionales, de los mercados financieros
como las de los exportadores locales, tienden a incorporar el entorno regional (proveedores, tamaño del
mercado, condiciones macrofinancieras, eventos políticos y sociales) en sus decisiones. Además, la
globalización impone una convergencia macroeconómica en forma temporaria, o una especie de
coordinación implícita al restringir las opciones disponibles y al hacer más obvios los intereses comunes
entre países vecinos. Por otra parte, el carácter asimétrico y desestabilizador de los movimientos de
capitales contrarresta los esfuerzos individuales de convergencia, al tiempo que resalta con más énfasis la
importancia de los factores institucionales y de gobernanza. Esto ofrece un papel específico mayor al nivel
regional en la medida que éste pueda servir para mejorar la racionalidad y credibilidad de las políticas
nacionales para resistir a los choques externos amplificados por la globalización.
Esta es otra conclusión importante que parte nuevamente de la observación de la dinámica regional que ha
permitido a Europa potenciar una respuesta cooperativa a la globalización. La UE es el único ejemplo de
construcción regional que, respetando las soberanías nacionales, ha sido exitosa durante un período
suficientemente largo. Cabe mencionar que, en la UE, tanto las presiones de los competidores externos
como la inestabilidad creciente resultante de las turbulencias financieras durante la naciente globalización,
crearon las condiciones de una dinámica integradora. La institucionalización regional ya existente logró
canalizar las reacciones a las presiones generadas por la globalización hacia una repuesta regional
metódica y progresiva. La UE pudo así avanzar por la senda de un proceso acumulativo de profundización
de su integración: el incremento de la competición externa inherente a la globalización fomentó la
demanda interna por parte de los actores, tanto económicos como políticos, por más integración bajo la
forma de una búsqueda de reducción de los costos de transacción provocados por la existencia de fronteras
(realización del mercado único). Al mismo tiempo, los choques financieros externos, al provocar costosos
ataques especulativos contra monedas de sus Estados miembros y al poner así en riesgo tanto el
crecimiento como el funcionamiento del mercado único, incentivaron la búsqueda de una unificación
monetaria durable (moneda única). Este proceso se apoyó en una demanda de institucionalización de la
convergencia macroeconómica mediante la coordinación soberana de las políticas, que focalizó la
atención de los mercados financieros y de la opinión pública, gatillando "sanciones de mercados", tanto
positivas como negativas.
Las subregiones de América Latina podrían inspirarse de esta experiencia para desarrollar el mismo tipo
de proceso. Como se muestra en la sección siguiente, una incipiente demanda de coordinación se ha
organizado también, paulatinamente, en América Latina. Pero no se puede todavía considerar que esta
demanda tenga una influencia efectiva sobre la convergencia, la integración y el crecimiento.
2. La experiencia latinoamericana de coordinación macroeconómica
2.1. El caso de la CAN
La Comunidad Andina de Naciones, creada al final de los años 60 y conformada actualmente por Bolivia,
Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela, conoció un resurgimiento en los años 90, tras haber atravesado una
profunda crisis en la década de los 80. Así, como parte de esa tentativa de relanzamiento, en marzo de
1996 los países andinos suscribieron el Protocolo de Trujillo que modificó el Acuerdo de Cartagena –por
el que fue creado el inicialmente denominado Pacto Andino-, creando un sistema organizacional
compuesto por diversos órganos encargados de la dirección, control y administración general de la
integración subregional y del desempeño de labores específicas en el campo financiero y de gestión social.
Este sistema, que fue denominado Sistema Andino de Integración (SAI), está conformado por el Consejo
Presidencial Andino, el Consejo Andino de Ministros de Relaciones Exteriores, la Comisión y la
Secretaria General de la Comunidad Andina, y creado en 1997, el Consejo Asesor de Ministros de
Economía y Finanzas, Presidente de Bancos Centrales y Responsables de Planeación Económica (a cargo
de las decisiones de políticas económicas), a los que se agregan otros órganos que deben ser tomados en
cuenta en el proceso de formulación de políticas de comercio e integración, como órganos consultivos: el
Tribunal de Justicia de la Comunidad Andina, el Parlamento Andino, el Consejo Consultivo Empresarial
Andino, la Corporación Andina de Fomento y el Fondo Latinoamericano de Reservas.
En materia de coordinación de políticas económicas, desde el principio se previeron mecanismos de
armonización a fin de cumplir los objetivos comunes del Tratado. El articulo 54 del Acuerdo de Cartagena
disponía “la armonización de políticas cambiaria, monetaria, financiera y fiscal, incluyendo el tratamiento
de capitales de la Subregión o de fuera de ella”. Sin embargo, nada se concretizó antes de 1989 y 1990 (IV
Consejo Presidencial Andino), cuando aparecen Directrices Presidenciales para “Intensificar la
Armonización de Políticas Macroeconómicas”. Aunque eso permitió lograr la aprobación de algunas
normas en materia de competencia, el tema macroeconómico fue de nuevo postergado. Es solo cuando el
propio Consejo Presidencial decidió dotar al programa de armonización de institucionalidad propia, en
1997, con la creación del Consejo Asesor, que el proceso empezó, ya que esta institucionalización
permitió por fin involucrar de manera activa y regular a las autoridades macroeconómicas nacionales
(nueve reuniones formales entre noviembre 1998 y junio 2005). En mayo de 1999, el Consejo Asesor
asumió el principio fundamental que “la estabilidad de un país Miembro es de interés comunitario e
indispensable para mantener la coherencia y cohesión del proyecto de integración andina”, reconociendo
no solamente la solidaridad comunitaria inherente al proceso andino sino las crecientes interdependencias
entre las economías de sus socios.
2.1.1. El enfoque y las variables privilegiadas
En este marco de fuerte desarrollo institucional y en la perspectiva del alcanzar el estadio de mercado
común en el horizonte 2005, el Consejo Asesor de Ministros de Hacienda o Finanzas, Presidentes de
Bancos Centrales y Responsables de Planeación Económica, asumió la tarea de elaborar una agenda de
trabajo con el fin de desarrollar el proceso de armonización y convergencia de políticas macroeconómicas
en la Comunidad Andina. Este Consejo Asesor, que sesiona a nivel de Ministros y Presidentes o Gerentes
de Bancos Centrales, es convocado por el Ministro de Hacienda o Finanzas del país que ejerce la
presidencia del Consejo Presidencial Andino. Este Consejo se reúne a partir de 1998 y sus avances han
estado relacionados con esfuerzos para lograr la convergencia macroeconómica entre los países de la
región, la integración financiera y la armonización a nivel de los impuestos indirectos.
En la III Reunión del Consejo Asesor, realizada en mayo de 1999, se adoptó el primer criterio de
convergencia en materia de inflación, fijándose la meta de alcanzar en forma gradual tasas anuales de un
dígito.
A partir del primer semestre del año 2001, el proyecto de Red de Diálogo Macroeconómico (REDIMA),
lanzado, como ya se indicó, a fin del 2000 por la CEPAL, empezó sus reuniones técnicas informales con
la ayuda de la Secretaría General de la CAN. Estos trabajos con los expertos de los Estados miembros, de
la Secretaría General, de la CAF y del FLAR, reforzaron la dinámica ya lanzada y facilitaron el avance de
la agenda de convergencia macroeconómica.
En la V Reunión del Consejo, celebrada en junio del 2001, se concretizaron etapas decisivas en la
organización de un dispositivo formal de coordinación. Primero, se aprobaron dos criterios adicionales en
materia fiscal y se perfeccionó el criterio de inflación ya existente. Segundo, se formalizó el método de
trabajo en base a las experiencias recientes de la CAN y del grupo de trabajo de Redima: el grupo de
expertos conformado por un delegado de cada institución partícipe del Consejo Asesor y por un delegado
de la Secretaría General de la Comunidad Andina, el FLAR y la CAF, pasó a funcionar como “Grupo
Técnico Permanente” (GTP), reportando a éste Consejo con el objetivo principal de realizar el
seguimiento de las metas de convergencia en materia de inflación y fiscal. El mismo grupo de expertos
conforma también la red REDIMA-CAN organizada con la ayuda de la CEPAL bajo “el compromiso que
la mencionada red, en el caso andino, estará dirigida específicamente a apoyar la agenda de trabajo del
Consejo Asesor y en general a promover el proceso de armonización de políticas macroeconómicas de la
subregión11
”. Así se oficializó esta formula flexible de trabajar simultáneamente de manera informal con
REDIMA-CAN para preparar el terreno y la agenda, y de manera oficial con el GTP -, con los mismos
expertos “cambiando de sombreros” - cuando el consenso logrado con el nivel informal permite reportar al
Consejo Asesor y tomar posiciones oficiales. Tercero, se instituyeron los Programas de Acciones de
Convergencia (PAC), mediante los cuales cada Estado miembro anuncia formalmente y en un módulo
estandardizado las metas y políticas a las cuales se auto-compromete para el año siguiente, y sobre cuya
base se hará el monitoreo de las metas y criterios de convergencia por el GTP.
En cuanto a los criterios fiscales, se decidió, por un lado, que a partir del año 2002, el déficit del sector
público no financiero no debía exceder del 3% del PIB; transitoriamente, durante el período 2002 –2004,
el indicado límite podrá alcanzar hasta el 4% del PIB. Por otro lado, que el saldo de la deuda pública
(externa e interna) del sector público consolidado, no deberá exceder del 50% del PIB al final de cada
ejercicio económico, a partir del año que defina cada país, sin exceder el año 2015. Además, se
perfeccionó la primera meta de convergencia al señalar la fecha límite del 31 diciembre de 2002 para que
todos los países alcancen el objetivo de tener una inflación anual de un dígito.
Aunque no existe en la CAN un criterio relativo al tipo de cambio, cabe recordar que el Acuerdo de
Cartagena dispone de una cláusula de salvaguardia cambiaria en el artículo 110, que fue codificado según
la Decisión 406 de la Comisión de la CAN. En su sexta reunión celebrada en Bogotá el 26 de junio 2003,
el Consejo Asesor encargó al GTP de preparar una evaluación de la aplicabilidad de esta cláusula. El tema
fue también debatido informalmente en el taller de REDIMA-CAN de Quito en septiembre 2003. Cabe
entonces la posibilidad institucional de dar pasos hacia un monitoreo comunitario de los tipos de cambio
de los miembros de la CAN.
En junio 2005, se reanudó el proyecto REDIMA de la CEPAL con el apoyo directo de la Secretaría de la
CAN y de la Comisión Europea, abriendo una fase II dedicada a concretizar avances en la armonización
de las políticas nacionales y en la convergencia macroeconómica en un programa de trabajo de dos años.
11
Punto 9 del Acta final de la V reunión del Consejo Asesor de Ministros de Hacienda o Finanzas, Bancos Centrales
y Responsables de Planeación Económica de la Comunidad Andina, celebrado en la ciudad de Caracas, Venezuela,
el 21 de junio de 2001.
2.1.2. Mecanismo de seguimiento
En su decisión 543 tomada el 13 de abril 2003, la Comisión de la Comunidad Andina estableció las
modalidades de seguimiento en materia de convergencia.
El mecanismo de seguimiento de las metas de convergencia funciona mediante una evaluación anual del
cumplimiento de las metas comunitarias. Esta evaluación se realiza en base a las metas de los propios
PAC que los países están obligados a presentar a principios de cada año a la Secretaría General,
refrendados por el Ministro de Economía y por el Presidente del Banco Central. El PAC de cada País
Miembro se elabora de acuerdo a un formato estandarizado que sirve como guía en la elaboración de sus
respectivos informes. Para emitir su opinión, el GTP debe tomar como referencia los informes de
seguimiento presentados por los propios países. El GTP debe emitir sus informes periódicos, al menos una
vez al año, para el conocimiento del Consejo Asesor de Ministros de Economía o Finanzas, Bancos
Centrales y Responsables de Planeación Económica. A este informe del GTP se agrega, por otro lado, “la
opinión de un grupo de economistas del sector privado sobre el informe de seguimiento de la CAN”. Este
complemento crítico se hace a titulo honorífico y con independencia tanto de las instancias de la CAN
como de los países miembros, a fin de fomentar el debate, garantizar objetividad e incrementar la
credibilidad del ejercicio de monitoreo. El grupo autónomo fue compuesto por la Secretaría General de la
CAN en base a ternas de economistas presentadas por los respectivos países de la CAN.
En la VI Reunión de junio de 2003, el Consejo Asesor encargó al Grupo Técnico Permanente realizar una
propuesta para revisar el actual criterio de convergencia en materia de inflación, a fin de disminuir el nivel
y la volatilidad de la inflación y reducir su dispersión/propagación entre los Países Miembros.
Además, el Consejo extendió el mecanismo comunitario de seguimiento a las metas nacionales similares
cuando estas estén establecidas en la constitución o en la ley y sean más estrictas que las normas
comunitarias.
La implementación plena de este mecanismo de seguimiento se ha concretado en los dos últimos años, con
la presentación al público de los Informes de Seguimiento de las metas de convergencia correspondientes
a los años 2003 y 2004, que incluyen los análisis, observaciones y recomendaciones del Grupo de
Economistas del Sector Privado. Dichos informes contienen, en efecto, dos componentes principales. Por
un lado, el análisis ya mencionado del Grupo de Economistas del Sector Privado, y por otro, los informes
de seguimiento que presentan los propios países.
En particular, en el último informe sobre la convergencia macroeconómica12
se subraya la importancia que
le otorga la Secretaría General de la Comunidad Andina a la consolidación de una dinámica de
seguimiento regular, en la que, además, se desea involucrar en mayor medida al FLAR, se pasa revista al
grado de cumplimiento de las metas y se señalan los tópicos que se busca profundizar en los años
venideros.
Así, los objetivos vigentes en relación a las tres metas de convergencia en el caso de la CAN, son los
siguientes:
Meta 1. Inflación: de un dígito, meta de 5% de inflación que entraría en vigencia a partir de 2006
Meta 2. Déficit del Sector Público: máximo 3 % del PIB (déficit del sector público no financiero),
período 2002-2004 de transición: máximo 4 % del PIB
Meta 3. Deuda Pública: no mayor a 50% del PIB, a partir del año que defina cada país, sin exceder el
año 2015.
A su vez, el grado de cumplimento de dichas metas en 2004, según el análisis del Grupo de Economistas
independientes, es bastante elevado (cuadro 8).
12
Secretaría General de la Comunidad Andina, Informe de Seguimiento Convergencia Macroeconómica 2004, Lima,
2005.
Cuadro 8
Opinión del Grupo de Economistas independientes sobre el cumplimiento de las metas comunitarias,
año 2004
Criterios de
Convergencias
Bolivia Colombia Ecuador Perú Venezuela
Inflación Sí Sí Sí Sí No
Déficit del Sector
Público
No Sí Sí Sí Sí
Deuda Pública No Sí Sí Sí Sí
Fuente : Secretaría General de la Comunidad Andina, op. cit
Nota : Las metas peruanas del Programa de Acciones de Convergencia son más ambiciosas que las metas
comunitarias de la CAN.
Por último, enmarcadas en las orientaciones de la Secretaría General, las principales líneas de trabajo del
GTP para el período 2005-200613
, comprenden una serie de recomendaciones para complementar los
Informes de Seguimiento con, por ejemplo, análisis de sensibilidad y de sostenibilidad de los indicadores
macroeconómicos relacionados con el cumplimiento de las metas comunitarias, y una serie de sugerencias
relacionadas con el perfeccionamiento de las metas comunitarias, entre las cuales se destacan:
- evaluar, a partir de un trabajo presentado por el FLAR, la propuesta del Grupo de Economistas del
Sector Privado relativa al establecimiento de un límite al crecimiento del gasto público con el fin de tomar
una decisión definitiva sobre la conveniencia o no de adoptar este tipo de meta; en el caso de que no se
adopte, estudiar la conveniencia de otras alternativas, como la de proponer sendas de reducción de la
deuda pública en la región, específicas a cada país;
- ampliar el análisis de la conveniencia de la actual meta comunitaria del nivel de deuda independiente del
balance fiscal primario, en lugar de una meta en que ambos resultados se encuentren disociados;
- analizar cómo el establecimiento de estas metas incidiría en la percepción de los mercados
internacionales sobre los países de la CAN;
- propiciar el intercambio experiencias entre los países –andinos y de otros grupos sub-regiones- sobre el
manejo de esquemas de metas de inflación;
- compartir crecientemente todo lo relativo a las cuestiones relativas a la convergencia y a la coordinación
macroeconómica con el grupo de Monitoreo Macroeconómico del MERCOSUR, a través principalmente
de encuentros técnicos de alto nivel14
.
El caso de la CAN constituye un ejemplo claro de un dispositivo institucional balanceado que intenta
fomentar una formula de coordinación soberana mediante un proceso institucionalizado de monitoreo
macroeconómico colegiado y expuesto al debate de política económica que consiste en evaluar el grado de
cumplimiento de las metas consensuadas a partir de programas de acciones de convergencia elaborados
por las propias autoridades nacionales. Aunque el mecanismo es aún incipiente, su organización misma le
ofrece mucha flexibilidad y posibilidad de ajuste en el camino. En particular, tanto el hecho de poder
contar con un doble nivel de estatuto de las reuniones de los expertos (sea como grupo REDIMA-CAN
informal para intercambiar libremente fuera de cualquiera negociación oficial, sea como GTP para
13
Secretaría General de la Comunidad Andina, op. cit, pp. 171-174. 14
Secretaría General de la Comunidad Andina, op. cit, pp. 2-4 (presentación de Allan Wagner Tizón).
procesar proyectos de decisiones oficiales), como el de de estar expuesto a las opiniones críticas de
economistas independientes, constituyen ventajas sistémicas interesantes.
2.2. El caso del MERCOSUR
Prolongando el proceso iniciado con la firma del Acta de Integración Brasileño-Argentina en 198615
, el
Mercado Común del Sur (MERCOSUR) fue creado por el tratado de Asunción firmado en marzo de 1991.
Este tratado de tipo comercial, que integró en el MERCOSUR, además de Argentina y Brasil, a Paraguay
y a Uruguay, estableció las reglas y los plazos para la eliminación de las barreras arancelarias y no
arancelarias y la adopción de una tarifa exterior común.
Caracterizado por un desarrollo institucional bastante “liviano”, el MERCOSUR posee una estructura
organizativa que diferencia los órganos dotados de un poder decisorio y los que sólo tienen un carácter
consultivo o deliberativo. El Tratado de Asunción creó dos órganos dotados de poder decisorio: el
Consejo del Mercado Común (CMC, que es el máximo órgano político y está constituido por
representantes ministeriales) y el Grupo Mercado Común (GMC), a los que se sumó, a través del
Protocolo de Ouro Preto de 1994, la Comisión de Comercio del MERCOSUR (CCM). Los órganos que
tienen un carácter consultivo o deliberativo son la Comisión Parlamentaria conjunta -un órgano de
representación parlamentaria-, el Foro Consultivo económico y social, y la Secretaría Administrativa del
MERCOSUR. Esta última instancia, que era en los inicios explícitamente marginal, ha ido evolucionando
lentamente y la más reciente e importante reforma busca su transformación gradual en un órgano técnico
dotado de plena capacidad operacional.
El MERCOSUR conoció una etapa inicial, entre 1991 y 1998, de rápido progreso: las metas para la
liberalización comercial se cumplieron casi integralmente dentro del plazo previsto y en diciembre de
1994 se firmó el Protocolo de Ouro Preto que dio inicio a la constitución de la unión aduanera, mientras
que el comercio intrazona crecía fuertemente. Sin embargo las crisis que afectaron a Brasil, Argentina y
Uruguay a partir de finales de la década de los 90 produjeron un retroceso del proceso de integración.
Así, la crisis del MERCOSUR se tradujo en una paralización de las negociaciones en 2000 y 2001 – en
esos dos años prácticamente sólo se reunieron los organismos políticos con poder de decisión del
MERCOSUR (Consejo de Presidentes y Grupo del Mercado Común) para tratar de solucionar las
sucesivas crisis, así como las comisiones y/o grupos ‘ad hoc’ que han analizado las diversas controversias
comerciales que se produjeron entre los cuatro miembros. Sin embargo, con la crisis también apareció de
modo más nítido la necesidad de armonizar y coordinar las políticas macroeconómicas.
2.2.1. El enfoque y las variables privilegiadas
La idea de la coordinación aparece con el nacimiento de MERCOSUR puesto que el artículo 1 del tratado
de Asunción postula la necesidad de “la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales entre los
Estados Partes”. Pero sólo tras las turbulencias generadas por la crisis brasileña de 1999 se comenzaron a
dar pasos concretos en esa dirección. Ciertamente, ya en 1997, cuando Brasil adoptó restricciones
comerciales conflictivas con sus socios regionales para contrarrestar consecuencias de sus políticas
macroeconómicas, la necesidad de activar el articulo 1 se hizo más evidente. Aunque los contactos y
discusiones informales en este sentido se intensificaron16
, sólo con la devaluación del real y la adopción de
15
El Acta de Integración Brasileño-Argentina, que estableció los principios fundamentales del Programa de
Integración y Cooperación Económica (PICE), apuntaba a la formación de un espacio económico común por medio
de la apertura selectiva de los mercados de ambos países. 16
En particular, la CEPAL, que emprendió contactos con la Comisión Europea para hacer beneficiar a la región de
contribuciones técnicas relativas a la experiencia europea de coordinación y de convergencia, favoreció
considerablemente el desarrollo de estas discusiones informales. Como resultado de estas discusiones, un primer
documento fue presentado en el X Seminario Regional de Política Fiscal que fue organizado con el concurso del
Ministerio de Hacienda de Brasil en Brasilia, en enero de 1999, en el momento de la depreciación del real: Ghymers
C. « La coordinación macroeconómica en la zona-euro: origen, desarrollo y retos actuales, con lecciones posibles
un tipo de cambio flotante por Brasil, que acentuó las divergencias en materia de régimen cambiario, se
reforzaron las preocupaciones por la convergencia macroeconómica y por una cooperación más explícita
en la región..
Así, una nueva etapa del MERCOSUR se inició con la Declaración ministerial de Buenos Aires del 29 de
abril de 2000, en la que claramente se expresaba que la convergencia y coordinación macroeconómicas
eran cruciales para el futuro del acuerdo y que era indispensable promover un diálogo y una cooperación
entre las autoridades nacionales para convenir en la mejor manera de hacer frente a los choques externos.
La Declaración ministerial estableció la creación de un Grupo de Monitoreo Macroeconómico (GMM)17
destinado a lanzar un proceso de coordinación no-vinculante (de tipo “soberano” en nuestra terminología
de la sección a.2) pero capaz, mediante las “presiones entre pares” (“peer pressures”) de internalizar los
efectos macroeconómicos mutuos en el interés de cada autoridad participante. El GMM, que incluye
plenamente a Chile y Bolivia, los dos miembros asociados al Mercosur, fue creado como grupo consultivo
de trabajo, sin tener organización formal ni calendario de reuniones regulares, aplicando en forma
anticipada el nuevo método propuesto por el proyecto REDIMA de la CEPAL. Cabe destacar que este
método permitió un despegue significativo en solo unos meses de la cooperación entre expertos y
responsables de las políticas nacionales: entre agosto del 2000 y noviembre del mismo año, un enorme
trabajo técnico, tanto por su calidad y ritmo en la armonización de conceptos y estadísticas fiscales como
por la riqueza en el intercambio de informaciones de políticas, fue realizado por el GMM.
Los resultados de este nuevo método tomaron cuerpo en la reunión de Florianópolis (Brasil), celebrada del
13 al 15 de diciembre de 2000, bajo el nombre periodístico de “Mini-Maastricht”. En dicha reunión se
acordaron las metas convergencia macroeconómica para tres variables: la inflación, el déficit fiscal y la
deuda pública.
En una primera fase, llamada Etapa de Transición (2001), se resolvió que los países debían anunciar
conjuntamente sus objetivos específicos de inflación, variación de la deuda fiscal neta del sector público
consolidado y deuda neta del sector público consolidado (deducidas Reservas Internacionales) para el
2001. Estos anuncios debían ser consistentes con las metas comunes acordadas a partir del año 2002.
A partir de 2002, en la Etapa de Metas Comunes se establecieron los objetivos que se señalan a
continuación. En cuanto a la inflación, un máximo de 5% durante el período de transición 2002/2005 para
luego buscar la convergencia en el 3%. En lo que respecta al déficit fiscal se estableció un máximo de
3,5% del PIB para el período de transición hasta el 2003 y luego una meta de 3%. En lo que atañe a la
deuda pública, se definió como indicador la media trienal de la relación deuda neta del sector público
consolidado (deducidas Reservas Internacionales) sobre el PIB y se estableció como trienio base el 2002-
2004. El objetivo en este plano es observar una tendencia declinante desde 2005 con un tope indicativo
común para todos los países del 40% del PIB a partir de 2010.
2.2.2. Mecanismo de seguimiento
para América Latina ». A partir de sus conclusiones se generó el proyecto REDIMA y se favoreció la creación del
Grupo de Monitoreo Macroeconómico por el Mercosur que, como se verá, se concretó en el año 2000. 17
Establecido por Decisión CMC Nº 30/00, el Grupo de Monitoreo Macroeconómico o GMM, debe ser integrado
por altos representantes de los Ministerios de Hacienda, de Economía y de los Bancos Centrales de los miembros del
MERCOSUR y de los dos miembros asociados (Chile y Bolivia). Entre sus objetivos originarios se destacan la
armonización de las estadísticas macroeconómicas, la publicación mensual de indicadores fiscales, y el
establecimiento de metas comunes en términos de inflación, déficit, deuda y la revisión de las legislaciones
nacionales referentes a asuntos financieros y de mercados de capitales. La idea básica es que estos trabajos
colegiados permitan un mejor conocimiento mutuo en un clima de confianza susceptible de crear una comunidad de
intereses y las “presiones de pares”, mediante los cuales se intercambian previamente los aspectos técnicos de las
iniciativas de políticas respectivas.
Por otro lado, en Florianópolis se fijaron procedimientos para corrección de desvíos. El país que en un año
determinado incurra en desvíos debe explicitar, en la primera reunión del GMM posterior a ese año, las
medidas correctivas necesarias para converger a las metas establecidas. Esta convergencia deberá
verificarse a más tardar a fin del año siguiente al de la presentación de los indicadores al GMM. Las
medidas correctivas deben incluir, al menos, los siguientes puntos:
a) Proyección macroeconómica para el período de retorno a las metas
b) Medidas de política macroeconómica
c) Medidas estructurales, cuando corresponda.
El GMM analizará técnicamente la presentación del país y elevará su evaluación al foro de Ministros de
Economía y Hacienda y Presidentes del Banco Central, para su discusión.
Obviamente, el proceso de convergencia fue perturbado en 2001 y 2002 por las crisis de Argentina y
Uruguay, así como por las turbulencias que afectaron a Brasil, empezando por el cambio de equipo
económico en Argentina en marzo 2001 que se tradujo en la interrupción del trabajo del GMM y dificultó
la implementación en la subregión del Cono-Sur de REDIMA. Sin embargo, después de la depreciación
del peso argentino, se reanudaron los esfuerzos de cooperación de manera más informal, utilizándose a
REDIMA-SUR para mantener un mínimo de dialogo técnico en este período de crisis mayores. En
particular, estos esfuerzos llevaron a la reanudación de las reuniones del GMM en 2002 para preparar la
23° Reunión del Consejo del Mercado Común y la reunión de los Ministros de Hacienda y los Presidentes
de los Bancos Centrales de diciembre de 2002. En esta cumbre, realizada en Brasilia, estas instancias
reafirmaron el compromiso con el proceso de convergencia y con las metas reactualizadas por el Grupo de
Monitoreo Macroeconómico.
En 2003, el gobierno argentino emprendió iniciativas diplomáticas exploratorias para dar pasos concretos
hacia la creación ya contemplada en discursos políticos de un “Instituto Monetario del Mercosur” cuya
meta a largo plazo sería la creación de una moneda única en la zona. Sin embargo, esta iniciativa -sin duda
prematura-, que fue lanzada por canales ajenos a los círculos especializados de los bancos centrales y de
los macroeconomistas del GMM, no prosperó.
Por último, los Presidentes de los Estados miembros del MERCOSUR reiteraron, en el Comunicado
Conjunto sobre la XXVIII Reunión del Consejo del Mercado Común del MERCOSUR de junio de 2005
en Asunción, la necesidad de profundizar los entendimientos en torno a la Coordinación de Políticas
Macroeconómicas en el MERCOSUR y tomaron nota de los resultados de la Reunión de Ministros de
Economía y Presidentes de Bancos Centrales del MERCOSUR, que se realizó el 20 de junio.
Se observa, en efecto, tras la exacerbación de la inestabilidad macroeconómica generada por las crisis, un
creciente nivel de convergencia macroeconómica, a pesar de los problemas que algunos países confrontan
para controlar durablemente la inflación.
Dado las experiencias ya acumuladas con el GMM y REDIMA, el fortalecimiento en curso de la
Secretaría del Mercosur, y las buenas perspectivas de crecimiento, nuevos desarrollos de la fórmula de
“coordinación soberana” mediante una organización más permanente o regular de las reuniones de trabajo,
podrían aportar ventajas tangibles a sus participantes.
2.3. El caso del MCCA
Creado por el Tratado de Managua de 1960 el Mercado Común Centroamericano (MCCA), constituido
por Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, se propuso desde sus inicios establecer
una zona de libre comercio, una unión aduanera y un mercado común.
Debido a su antigüedad, el proceso de integración económica centroamericano ha pasado por diversas
etapas. La primera, que cubre la década de los 60 y los 70, cuando la integración económica estaba
estrechamente asociada al proceso de sustitución de importaciones. La segunda corresponde al período en
los años 80, en los que la agenda política fue dominante y el objetivo principal era alcanzar la paz
mientras que en materia comercial se registraba un retroceso. La tercera etapa se desarrolla en la primera
mitad de la década de los 90 y alcanza su mayor expresión en el Protocolo de Tegucigalpa, de diciembre
de 1991, que modifica la Carta de la Organización Centroamericana de Estados Centroamericanos
(ODECA), creando el Sistema de Integración Centroamericana (SICA)18
. El Protocolo de Guatemala
(1993) al Tratado General de Integración Económica Centroamericana de 1960 plantea una agenda
integracionista intensa y profunda. Finalmente, un cuarto momento corresponde al período que va desde la
segunda mitad de los 90 hasta la actualidad. En esta última etapa el discurso sobre la intensificación de la
integración persiste, pero en realidad aparece una nueva tendencia a la profundizar la integración por
subgrupos. Esta fragmentación ha ido de la mano con la constitución de un nuevo eje dinámico de la
integración centroamericana formado por Guatemala y El Salvador, al cual se le unen Honduras y
Nicaragua en diversos proyectos e instancias, mientras que Costa Rica está menos presente en este
proceso de profundización “a geometría variable”.
De todas formas, se siguen realizando grandes esfuerzos por profundizar la integración centroamericana a
nivel global a través del desarrollo de planes y políticas que tienen como objetivo establecer vínculos
institucionales cada vez más fuertes entre los países miembros. En esa dirección fue aprobado el Plan de
Acción para la Integración Económica -que tiene como objetivo general consolidar el proceso con miras a
conformar definitivamente la unión aduanera-, se adoptó la Enmienda al Protocolo de Tegucigalpa
referente al Mecanismo de Solución de Controversias Comerciales y, en febrero de 2004, los Presidentes
centroamericanos, reunidos en una Cumbre Extraordinaria en Guatemala, resolvieron darle un gran
impulso a la integración de la región a través de un Plan de Integración Migratoria Centroamericana,
firmado por El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua, con el cual se facilitará el libre tránsito de
personas entre estos países.
Cabe destacar, justamente, que las reuniones periódicas a nivel presidencial tienen una fuerte gravitación
en la orientación del proceso de integración, aunque el MCCA presenta una estructura institucional
bastante desarrollada constituida por el Consejo de Ministros de Integración, el Comité Ejecutivo de
Integración Económica (CEIE), la Secretaría de Integración Económica Centro Americana (SIECA) y el
Consejo Monetario Centroamericano (CMCA). Además, entre los organismos de apoyo debe
mencionarse, por su tradición y solidez, el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).
2.3.1. El enfoque y las variables privilegiadas
Desde su creación en 1960 (articulo 10 del Tratado General de Integración Económica Centroamericana
sobre la integración monetaria), el MCCA ha contemplado como objetivo complementario de la
integración comercial e industrial la creación de una unión monetaria en torno al Peso Centroamericano,
unidad de cuenta regional. La acumulación de dificultades de orden económico y extraeconómico en los
años ochenta impidió la concreción de este proyecto. La reactivación de las economías nacionales y del
comercio intrarregional en los años noventa, así como la normalización de la situación política, permitió
volver a poner en marcha la dinámica regional en este plano y relanzar la perspectiva de la convergencia
macroeconómica.
Conforme lo establecido en su articulo 1°, el Acuerdo Monetario Centroamericano regula, dentro del
proceso centroamericano de integración económica, lo relativo a la coordinación, armonización,
convergencia o unificación de las políticas monetarias, crediticias, cambiarias y financieras de los Estados
centroamericanos, a fin de realizar gradual y progresivamente la integración monetaria y financiera
regional. Dicho acuerdo dispone, entre sus objetivos, promover el fortalecimiento de la autonomía de los
18
Además de los cinco países del MCCA, integran el SICA los gobiernos de Panamá y Belice, cubriéndose así el
área completa del istmo. Además, en el plano monetario y financiero, el Consejo Monetario se amplió a República
Dominicana, como ya se indicó, y a Belice, éste en calidad de observador.
Bancos Centrales de la región y propiciar la convergencia regional de las políticas macroeconómicas en
general, y en especial, de las políticas monetarias, crediticias, cambiarias y financieras, poniendo énfasis
en los factores internos y externos que incidan en la consecución de las metas regionales. Sin embargo, el
enfoque adoptado en los hechos equivale a suponer que la integración regional y la convergencia
macroeconómica dependan únicamente de las políticas monetarias, financieras y cambiarias. A pesar de
que la carta de constitución SICA instituyó el Consejo Sectorial de Ministros de Hacienda y Bancos
Centrales, éste no fue activado19
. Esto implica ocuparse de estas políticas, que están bajo la competencia
de los bancos centrales, sin preocuparse de la existencia de políticas presupuestarias y fiscales que están
en manos de los gobiernos y parlamentos nacionales y del hecho que la convergencia es sobre todo un
asunto de “policy-mix”. Por consiguiente el ya mencionado CMCA tiene a cargo, solo, la ejecución del
acuerdo, a pesar de que no tiene competencia, por definición, en los temas de políticas fiscales. Esto
constituye una de las causas principales de la dificultad del proceso de integración centroamericano para
coordinar sus políticas y fortalecer su integración.
Así, a pesar de tantos esfuerzos y de una construcción institucional sofisticada, esta región presenta
todavía una falla estructural grave al no disponer de una instancia funcional capaz de reunir en forma
regular a los expertos y responsables macroeconómicos para obrar en conjunto y tratar de temas de interés
común. Al contrario del Mercosur y de la CAN, el MCCA no ha podido establecer todavía un grupo
efectivo que permita sentar en la misma mesa a los encargados de las políticas monetarias y de las
políticas fiscales. Tal como ha ocurrido en las dos otras regiones, propuestas repetidas y concretas en este
sentido fueron formuladas en el contexto del proyecto REDIMA. En América Central este experimento
benefició de la co-organización con la Secretaría Ejecutiva del Consejo Monetario y permitió comprobar
el interés por una formula de trabajo colegiados de los macroeconomistas de los bancos centrales con sus
colegas de hacienda y economía. Sin embargo, las iniciativas en este sentido siguen en discusión20
.
El CMCA se creó mediante el Acuerdo para el Establecimiento de la Unión Monetaria Centroamericana,
suscrito por los Bancos Centrales el 25 de febrero de 1964, el cual fue reformado íntegramente el 22 de
enero de 1999 para actualizarlo y adecuarlo a los nuevos instrumentos jurídicos de la integración
centroamericana, especialmente a los ya mencionados protocolos de Guatemala y de Tegucigalpa. El
CMCA es un órgano del Subsistema de Integración Económica del Sistema de Integración
Centroamericana, con carácter de Consejo Sectorial de Ministros, integrado por los Presidentes de los
cinco Bancos Centrales Centroamericanos y el Gobernador del Banco Central de República Dominicana.
Una de las atribuciones del Consejo es evaluar periódicamente el avance del proceso de convergencia
macroeconómica regional.
A su vez, el mencionado acuerdo establece en su articulo 15 que los Bancos Centrales centroamericanos
deberán colaborar estrechamente con el Consejo para la eficaz consecución de los fines de este Acuerdo, a
cuyo efecto proporcionarán a la Secretaría Ejecutiva (SECMCA) cuanta información y datos estadísticos
requiera en el desempeño de sus funciones. La Secretaría Ejecutiva, conforme lo establece el artículo 50
del Protocolo de Guatemala, tiene personalidad jurídica y es el órgano técnico-administrativo del Consejo
y su conducto regular de comunicación. Los datos e informaciones de carácter confidencial deberán ser
conservados por la Secretaría Ejecutiva con igual carácter. Una de las funciones de la Secretaria ejecutiva
es preparar y publicar periódicamente un Informe Económico y un Boletín Estadístico que reúna datos e
informaciones de carácter monetario, cambiario, crediticio y fiscal, así como los referentes a balanza de
pagos y comercio exterior de los países centroamericanos. Por otra parte, el Acuerdo Monetario establece
el ya mencionado Peso Centroamericano como unidad de cuenta regional, cuyo valor equivale a un dólar
de los Estados Unidos de América. El Consejo, por consenso de sus miembros, podrá modificar la unidad
19
Los trabajos de la Secretaría Ejecutiva del Consejo Monetario indican que propuestas de creación de un Comité de
Políticas Macroeconómicas (CPMA) están listos en la línea de los trabajos colegiados de REDIMA-CA que
precisamente reunían a ambos instrumentos de la política macroeconómica. 20
En junio de 2005, el proyecto REDIMA reanudó sus trabajos, abriendo, como ya se señaló, una segunda fase de
dos años.
de cuenta regional, su uso, denominación, valor y relación con cualquier divisa, combinación de monedas
o unidad de cuenta internacional.
A partir de trabajos técnicos desarrollados en 1993 y 1994, se acordaron —en el marco del CMCA— los
criterios de convergencia macroeconómica que comprenden ocho parámetros: meta de crecimiento del
PIB de 5% real, con una inflación inferior a 9%; tasa de interés reales pasivas de 5%; índice de tipo de
cambio real bilateral con el dólar dentro del rango 90-110 (1997=100); cobertura integral de la base
monetaria con reservas internacionales netas; déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos inferior a
3.5%; déficit del sector público consolidado inferior a 2.5% del PIB, y una deuda pública total inferior a
50% del PIB.
2.3.2. Mecanismo de seguimiento
Dado los límites de competencia del Consejo monetario, el seguimiento, a pesar de su calidad técnica y
pertinencia, tiene solo un valor informativo sin otros mecanismos para involucrar a las autoridades fiscales
ni ejercer presiones de pares como en las otras subregiones. En noviembre de 2002 el Consejo Monetario
Centroamericano acordó modificar algunos de los parámetros de convergencia vigentes, a efecto de que
ellos reflejen apropiadamente la evolución reciente de las economías centroamericanas y la consolidación
de los procesos de estabilización económica. Asimismo, la modificación hecha tuvo en cuenta el efecto
que sobre los niveles de los parámetros de convergencia ha tenido la incorporación de República
Dominicana al CMCA en 2002.
Los parámetros de evaluación son los siguientes:
• Variación porcentual anual del PIB real: 5% como parámetro recomendable, pero las tasas por encima de
4% se estiman satisfactorias.
• Tasa anual de inflación: 6%.
• Índice de Tipo de Cambio Efectivo Real (ITCER) con USA: de 95 a 105
• Tasa de interés pasiva promedio de referencia en términos reales a diciembre de cada año 0% ≤ ir ≤ 5.0%
• Razón Reservas Internacionales Netas del Banco Central y Base Monetaria ≥ 100
• Razón Déficit en Cuenta Corriente de Balanza de Pagos a PIB ≤ 3,5%
• Razón Déficit Sector Público a PIB (Incluye Sector Público no Financiero y Banco
Central) ≤ 2,5%
• Razón Deuda pública total a PIB (Incluye deuda interna y externa del Sector
Público) ≤ 50%
Para implementar el análisis sobre la observancia de los distintos parámetros asociados a las ocho
variables de convergencia, el CMCA incorporó en 2002 un mecanismo de evaluación del esfuerzo
individual de los países basado en la medición del impulso que cada variable posee en los últimos tres
años de la evaluación. La metodología se aplica a todas las variables, con excepción de las que poseen
rangos de convergencia, tales como la tasa de interés (con rango entre 0-5), y el ITCER (con banda de 95
a 105).
Una presentación gráfica de la Secretaria Ejecutiva del Consejo Monetario sintetiza de manera interesante
el cumplimiento de los criterios. (ver gráficos en Anexo).
A mayo de 2005, con base en la información disponible y las metas anuales, el grado de observancia de
los indicadores de convergencia en la subregión se estableció en 50%, superando el 38% a diciembre de
200421
. Entre los puntos principales, cabe mencionar que la inflación estuvo fuera del parámetro
21
Secretaría Ejecutiva del Consejo Monetario Centroamericano, Informe Económico Regional 2004, Mayo de 2005.
recomendado, debido a la continuidad en el incremento en los precios de los hidrocarburos. La media de
las tasas de interés cumplió con la banda sugerida debido principalmente al control, en el período reciente,
de la inflación en la República Dominicana. El tipo de cambio real bilateral no se ubicó dentro del rango
recomendado, principalmente por la apreciación en el tipo de cambio nominal observada en varios países.
Desde otra perspectiva, la relación de Reservas Internacionales Netas del Banco Central sobre Base
Monetaria superó con creces el límite sugerido.
De acuerdo con los criterios aprobados por el CMCA para el seguimiento de los parámetros de
convergencia macroeconómica en torno a los resultados de 2004, la evaluación conjunta de los países
miembros del CMCA indica un bajo nivel de cumplimiento en los criterios, por debajo del 50% para
Nicaragua (13%), República Dominicana (25%) y Guatemala (38%). Por su parte, Costa Rica y Honduras
obtuvieron un cumplimiento de 50%, en tanto que El Salvador sería la excepción con un grado de
cumplimiento de 63%.
Cabe recalcar la alta calidad del trabajo analítico realizado por el Consejo Monetario y su Secretaría
Ejecutiva y subrayar de nuevo que este esfuerzo no se valoriza sin un dispositivo que permita involucrar a
las dos partes principales constitutivas del “policy-mix” macroeconómico, en un proceso colegiado de
intercambio que cree “presiones entre pares” susceptibles de internalizar las externalidades y de mejorar la
racionalidad de las políticas de cada participante.
2.4. El caso de la CARICOM
La Comunidad del Caribe (CARICOM) está constituida actualmente por 15 estados y territorios22
. La
CARICOM fue establecida por el Tratado de Chaguaramas el 4 de julio de 1973 (revisado a través de
varios protocolos modificatorios firmados a fines de los años 90). Dicho tratado contempla la creación de
dos entidades: la Comunidad del Caribe y el Mercado Común. La CARICOM fue la sucesora de la
Asociación de Libre Comercio del Caribe (CARIFTA: Caribbean Free Trade Association) que se creó en
1968.
Tres son los objetivos principales de la CARICOM. En primer lugar, promover la integración comercial
entre sus miembros a través de la creación de un mercado común, que consiste en la libre circulación de
bienes, servicios, capitales y personas en toda la región. Posteriormente, en 1991, los miembros de
CARICOM decidieron perseguir un objetivo más ambicioso: el establecimiento del Mercado y la
Economía Única del Caribe (Caribbean Single Market and Economy, CSME), lo que significa proponerse
como meta alcanzar una integración más profunda. En segundo lugar, fortalecer la posición externa a
través de la coordinación de las políticas externas de los países miembros, particularmente frente a los
principales socios comerciales. En tercer lugar, reunir los recursos escasos de los pequeños países que lo
conforman a través de una cooperación funcional en áreas tales como la salud, la educación, el medio
ambiente, las comunicaciones, ciencia y tecnología, la meteorología y las respuestas a los desastres
naturales.
El Anexo del Tratado que establece la Comunidad del Caribe prevé el establecimiento y operación del
Mercado común del Caribe, que tiene su propia personalidad jurídica internacional y que se traduce en la
búsqueda de tres objetivos: la coordinación y regulación reforzada de las relaciones económicas y
comerciales entre sus miembros, la expansión sostenida y la continua integración de la economías de sus
22
La CARICOM está formada por Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana,
Jamaica, Montserrat, Santa Lucía, San Cristóbal y Nevis, San Vicente y las Granadinas, Surinam y Trinidad y
Tobago. Haití ha accedido a la CARICOM el 13 de mayo de 2002. Anguila, Islas Vírgenes Británicas, Turcas y
Caicos, Islas Caimán y Bermudas son miembros asociados. Catorce, de los quince miembros, son independientes y
uno, Montserrat, es un territorio de ultramar del Reino Unido. Por otra parte, la República Dominicana, que ha
firmado un acuerdo de libre comercio con CARICOM que abarca 400 productos en 1998, ha expresado
recientemente su interés por ingresar a esta instancia de integración.
miembros y una mayor independencia y efectividad en las relaciones con estados, grupos de estado y
entidades.
Caracterizada por un importante desarrollo en el plano institucional23
, la profundización de la integración
resultante de la perspectiva del CSME se traduce principalmente en el desarrollo de economías de escala y
el intento de aumentar la competitividad de los países miembros en la economía global, así como mejorar
la posición negociadora de los países de la CARICOM en los foros comerciales multilaterales de la OMC
y en las negociaciones del ALCA. Esto supone la ampliación del espacio geopolítico caribeño vía la
incorporación de nuevos miembros, el apoyo activo al desarrollo de nuevos espacios como la Asociación
de Estados del Caribe (AEC) y el logro de mayor eficiencia en las negociaciones comerciales vía la
Maquinaria Regional de Negociaciones (Regional Negotiating Machinery, RNM).
2.4.1. El enfoque y las variables privilegiadas
A su vez, el objetivo del CSME incluye el avance en lo referido a la coordinación de las políticas
macroeconómicas en el marco de una perspectiva sumamente ambiciosa. En efecto, en 1992 los Jefes de
Gobierno de la CARICOM decidieron que la región tenía que iniciar la convergencia hacia una
integración monetaria. El argumento en favor de esta unión monetaria se apoyaba tanto en una mayor
estabilidad macroeconómica nacional y una mayor capacidad regional para enfrentar perturbaciones
externas (a través de la puesta en común de las reservas internacionales), como en el incremento en los
flujos intraregionales de comercio e inversión. La integración monetaria, además, debería promover una
mayor competitividad e inserción internacional de los países de la zona.
Para lograr este objetivo las autoridades decidieron ejecutar una secuencia lógica de etapas hacia la
convergencia económica. Es por ello que los gobernadores de los bancos centrales presentaron en ese
mismo año (1992) los criterios de convergencia—conocidos como los criterios 3-12-36-15—, que
proponen que los países mantengan reservas internacionales equivalentes a tres meses de importaciones al
menos por 12 meses; que el tipo de cambio se mantenga fijo con relación al dólar por un período de 36
meses consecutivos, sin incurrir en atrasos de servicio de la deuda externa; y que este servicio sea inferior
al 15% del valor de las exportaciones de bienes y servicios. En 1996, los criterios de reservas fueron
ajustados para que bastaran para cubrir tres meses de importaciones o el 80% de los pasivos corrientes del
Banco Central.
La regla de tipo de cambio se flexibilizó luego para los países que habían dejado flotar su moneda,
limitando esta flotación a una banda de 3% de amplitud total, con la idea que, luego de un período de
transición, en el año 2000 se lograra integrar a todos los países de la CARICOM en una autoridad
monetaria del Caribe (Caribbean Monetary Authority). Los aspectos monetarios y de equilibrio
macroeconómico fueron complementados mediante un esfuerzo por lograr una armonización en materia
tributaria, uniformar la estructura de impuestos entre los países de la región, establecer una política de
incentivos tributarios conforme a la reglamentación internacional y evitar, en este plano, la competencia
entre países para atraer inversión. Pese a ello, varios obstáculos entorpecieron la aplicación de este
23
La estructura organizativa-institucional de la CARICOM cuenta con: la Conferencia de Jefes de Gobierno, como el
órgano supremo; el Consejo de Ministros de la Comunidad; la Junta de la Conferencia; el Consejo para el Desarrollo
Económico y el Comercio; el Consejo para las Relaciones Externas y las Comunitarias; el Consejo para el Desarrollo
Humano y Social; y, el Consejo para las Finanzas y Planificación. Además tiene los siguientes Comités: de Asuntos
Legales; de Presupuesto; y, de Gobernadores de Bancos Centrales. Igualmente dispone de varias Instituciones: la
Agencia del Caribe para la Atención de Emergencia de Desastres; el Instituto Meteorológico del Caribe; la
Organización Meteorológica del Caribe; la Corporación de Alimentos del Caribe; el Instituto de Salud del Caribe; la
Asamblea de Parlamentarios de la CARICOM; el Centro del Caribe para la administración del Desarrollo; y, el
Instituto de Alimentos y Nutrición del Caribe. Están asociados: el Banco del Desarrollo del Caribe (CDB); la
Universidad de Guyana; la Universidad de las Indias Occidentales; el Instituto Jurídico del Caribe; y, la Secretaría de
la Organización de los Estados del Caribe Oriental. Por fin, como órgano asesor y propositivo está la Secretaría de la
CARICOM (CCS).
programa ambicioso. En el área monetaria en particular, se observaron dificultades para concretar en las
prácticas bancarias nacionales los acuerdos de convertibilidad monetaria, especialmente en relación con
las monedas que flotan.
Como quiera que sea, un elemento importante del enfoque adoptado por la CARICOM es que los criterios
3-12-36-15 integran, al igual que en el caso del MCCA pero a diferencia de la situación de los otros dos
grupos sub-regionales, una norma relativa a los tipos de cambio, lo cual acerca la CARICOM de la
experiencia de la Unión Europea. También se ha sometido a monitoreo una serie de otras variables,
incluida la tasa de crecimiento, la inflación, el desempleo, los coeficientes de equilibrio fiscal –balance
fiscal consolidado como porcentaje del PIB- y las tasas de interés.
2.4.2. Mecanismo de seguimiento
En este marco se ha desarrollado mecanismos, funciones y responsabilidades para monitorear las políticas
nacionales económicas asegurando una mayor coordinación de políticas monetarias y cambiarias. A tales
efectos se creó el Consejo de Finanzas y Planeamiento (COFAP: Council for Finance and Planning) cuya
misión es favorecer la coordinación macroeconómica y promover la concretización de un ambiente
económico más seguro y estable.
Desde el punto de vista operacional, el Grupo de Presidentes de Bancos Centrales es la instancia que está
directamente involucrada en el seguimiento del proceso de convergencia. Para cumplir esta misión el
Grupo de presidentes de Bancos Centrales se apoya en el Caribbean Centre for Monetary Studies
(CCMS). El CCMS, creado en 1995 por la University of West Indies y los bancos centrales de la región,
provee información e investigaciones relevantes para el análisis del proceso de convergencia a través de
seminarios, conferencias tales como la Annual Monetary Studies Conference y, sobre todo, el CARICOM
Economic Performance and Convergence Report. Este informe, que es presentado en reunión del COFAP
y utilizado en las deliberaciones del Comité de Presidentes de Bancos Centrales, presenta un diagnóstico
sobre el estado de las economías de la región (crecimiento, inflación, situación fiscal y de la balanza de
pagos…), con especial énfasis en lo respecta a las metas de convergencia. Por ejemplo, en el informe
correspondiente a 2001-2002 se señala, en la síntesis relativa a los criterios de convergencia24
lo siguiente:
- Criterio sobre reserves y cobertura de las importaciones: el promedio de cobertura de la importaciones
por las reserves en ese períido mejoró, pasando de 4,4 meses a 6 meses; todos los países respetaban este
criterio salvo Belice.
- Estabilidad del tipo de cambio: une relativa estabilidad cambiaria se constataba a pesar de que ninguno
de los países cumplía cabalmente el criterio de flotar dentro de la banda establecida.
- Servicio de la deuda externa: moderado aumento, en promedio, del indicador de servicio de la deuda de
8,9% a 9,3% para cinco de ocho países (para los cuales los datos estaban disponibles); sólo Belice y
Jamaica no respetaban este criterio.
En términos generales, desde el lanzamiento del objetivo de avanzar rápidamente hacia el “Mercado y
Economía Unicos”, el CSME, se han hechos importantes esfuerzos para avanzar hacia una integración
mucho más convergente y dinámica25
. Pero los avances son tardan en concretizarse y los resultados en
materia de convergencia económica dejan que desear. Aunque una buena parte de los países ha logrado
respetar los criterios de cobertura de las importaciones por las reservas y de servicio de la deuda, dado el
persistente desequilibrio en cuenta corriente, la norma sobre el tipo de cambio es la que ha planteado
mayores dificultades, en particular a los países con regímenes cambiarios flexibles26
. Justamente, una de
24
CCMS, Report on the economic Performance and Convergence of the CARICOM Region (Presented at 7th
Meeting
of the Council for Finance and planning), Port of Spain, February 11, 2002. 25
SELA, Evolución de la integración regional 2004-2005 –Informe parcial Enero-Junio 2005, Caracas, julio de
2005. 26
CEPAL, Progress Made in the Implementation of the CARICOM Single Market and Economy, Santiago de Chile,
Diciembre de 2003.
las cuestiones que ha suscitado más discusión es la que tiene que ver con los problemas que plantea la
convergencia cuanto coexisten regímenes cambiarios distintos en el proceso de integración. 27
2.5. Análisis comparativo de las diferentes experiencias sub-regionales y diagnóstico de sus
dificultades respectivas
Los cuatro dispositivos tienen rasgos comunes y diferencias ligadas a las peculiaridades subregionales.
Por el lado positivo, un elemento común sobresaliente es que todos disponen de una demanda mínima de
coordinación que se ha transformado ya en la progresiva creación de mecanismos institucionales para la
toma de decisiones a nivel subregional. Aunque estos mecanismos son aún fragiles o tentativos, todos han
demostrado en el pasado reciente que son suficientes para permitir actuar a nivel subregional en forma
colegiada en el contexto de una fórmula de “coordinación soberana”, tal como fue definida más arriba. En
efecto, estos dispositivos de cooperación abarcan tanto el nivel decisional adecuado (ministros de
hacienda y de presidentes de bancos centrales) como el nivel técnico (altos expertos a cargo de las
políticas macroeconómicas), aunque en dos subregiones (MCCA y CARICOM) de manera incompleta.
Estas dos subregiones todavía no disponen de un mismo comité de expertos nacionales que una a nivel
subregional los dos instrumentos del “policy-mix” (hacienda y bancos centrales). Si bien es cierto que esta
deficiencia institucional constituye un freno, no es un impedimento dado la posibilidad práctica de reunir
los expertos de hacienda y de bancos centrales en forma ad hoc a invitación, ya sea del Consejo Monetario
en el MCCA, ya sea del Grupo de Presidentes de Bancos Centrales en la CARICOM. Cabe apreciar el alto
valor (y mayor que lo que se estima, en general, en la región latinoamericana), para América Latina y el
Caribe, de disponer de los instrumentos prácticos imprescindibles. La ventaja es significativa y directa: las
experiencias de coordinación pueden empezar hoy, o mejor dicho potenciarse al mostrar sus resultados, en
el marco institucional existente y sin tener que negociar nuevos acuerdos.
El lado negativo, consiste principalmente en el hecho que esta potencialidad de utilizar los mecanismos
existentes parece paralizada, o por lo menos sólo traduce progresos de convergencia que resultan de otros
procesos y no de esfuerzos de coordinación que son en definitiva limitados. Estos no tienen, en ningún
caso, un rol motor: sólo desempeñan un papel pasivo –por cierto útil-, de “acompañantes”. A pesar de la
existencia de lazos internacionales más estrechos y de efectos transfronterizos de las políticas internas más
perceptibles, la formulación de políticas económicas continúa pasando por alto los “efectos derrame” entre
socios regionales. Todas las subregiones comparten esta contradicción entre la existencia de mecanismos
suficientes y su falta (o insuficiencia) de utilización efectiva para influir en las políticas nacionales. A
pesar de que todas las subregiones manifiestan una cierta demanda de coordinación a nivel del discurso
político e institucional, en los hechos, esta demanda no llega a desarrollar una verdadera dinámica de
cooperación y de refuerzo de la credibilidad. Esta contradicción se resume en la afirmación común de la
“falta de voluntad política” en la región.
Como ya se indicó, esta afirmación recubre una ilusión común muy difundida: en nombre de un Deus ex-
machina regional (el ideal regional) se podrían imponer desde arriba (los jefes de Estado) soluciones
“supranacionales” para superar divergencias entre políticas soberanas de estos mismos jefes de Estado
individuales. Esta confusión, que comparten todas las subregiones, no tiene nada de extraño ni refleja un
complejo de inferioridad o de “atraso” (como a menudo lo expresan muchos latinoamericanos), sino que
revela un proceso universal observado en todos los casos de intentos de coordinación internacional (tanto
en Europa como en el G-7). Se trata, en efecto, de la parálisis típica de la cooperación en una situación de
“dilema del prisionero” en el sentido que no sería racional para las autoridades nacionales atarse las
manos frente a la incertidumbre sobre los comportamientos y políticas de sus vecinos. La importancia de
27
Véase por ejemplo: Patrick Kendall, “Echange Rate Convergente in CARICOM” Economics and Programming
Department, Caribbean Development Bank, St. Michael, Barbados, Agosto de 2000, y Comptom Bourne, “Foreign
Exchanges Rates: Again?”, Caribbean Centre for Monetary Studies, XXXIV Annual Monetary Studies Conference,
Georgetown, Noviembre de 2002.
este concepto y su utilidad concreta para poder organizar una coordinación practicable y efectivamente
demandada por las autoridades nacionales nos lleva a desarrollarlo en el punto 3 como referente analítico.
Desde un punto de vista más factual, la comparación de los cuatro dispositivos existentes permite sacar
las conclusiones siguientes:
1. Ningún dispositivo tiene mecanismo o criterio de carácter vinculante, descansando sólo en las
“presiones de pares” a nivel técnico y a nivel ministerial.
2. Sin embargo estas presiones no parecen aún activas. En teoría, solo dos sub-regiones (CARICOM y la
CAN) tienen sistema mínimo de activación de las presiones, tal como una difusión amplia o mediante
debates públicos sobre el cumplimiento de los objetivos anunciados o comprometidos. Pero el sistema
de la CAN es muy reciente y el de la CARICOM parece desactivado. Por otra parte, ninguno de los
sistemas existentes involucra a los parlamentos nacionales en el proceso de seguimiento o de
evaluación.
3. Los criterios-meta son relativamente “blandos”, reflejando objetivos mínimos para que sean
aceptables para todos. Sin embargo, la CAN logró incorporar los objetivos nacionales en su monitoreo
comunitario cuando ellos son más estrictos y definidos por ley nacional.
4. Todos están basados en el monitoreo de los principales parámetros macroeconómicos: inflación,
déficits públicos, endeudamiento. Dos subregiones tienen además criterios de tipo de cambio
(CARICOM y MCCA) y dos criterios de reservas internacionales (CARICOM y MCCA). El MCCA
tiene también criterios de balanza corriente y de tipo de interés.
5. Dos sub-regiones (CARICOM y MCCA) tienen además un acuerdo monetario, a cargo de los bancos
centrales. Sin embargo, ambos acuerdos tienen dificultades en implementarse, y carecen de un órgano
común decisorio que permita involucrar a las autoridades fiscales y económicas con las autoridades
monetarias.
6. Aunque estos dispositivos han traído una dinámica cooperativa en todas las subregiones, ninguno
parece haber logrado un grado suficiente para ejercer un impulso decisivo sobre las políticas
nacionales.
7. El experimento REDIMA de la CEPAL con su método de intercambios técnicos directos e informales
ha permitido responder a la demanda de cooperación existente y fortalecer iniciativas en las tres sub-
regiones en las cuales fue lanzado (sólo la CARICOM no pudo participar).
3. El dilema del prisionero como referente analítico
El dilema del prisionero que se expone a continuación no pretende explicar o describir con rigor la
realidad porque corresponde formalmente a un modelo simplista y estático. Sin embargo, los análisis
desarrollados en los trabajos de la CEPAL para REDIMA (ver Ghymers [1999, 2001 y 2005], Escaith
[2002 y 2004], y Cárcamo [2005]28
) permiten establecer los alcances y limites de un método operacional
para la coordinación macroeconómica. En el presente trabajo, esté dilema se utiliza principalmente como
metáfora pedagógica para identificar los componentes-clave de un proceso de decisiones interactivas entre
hacedores de políticas, según el método desarrollado en el marco de REDIMA.
La integración regional tiene éxito cuando existe entre las naciones soberanas un grado mínimo de
28
En particular, para una presentación de la literatura y un análisis estructurado del uso de la teoría de los juegos a la
problemática de la coordinación de políticas macroeconómicas, véase Cárcamo, Rodrigo (2005), “Macroeconomic
Policy Coordination in Latin America: the role of dialogue”, CEPAL versión provisoria de un documento inédito
presentado en el taller REDIMA-CAN en Lima en Junio 2005 y en REDIMA-CA en San Salvador en Junio 2005,
(sitio web de la CEPAL http://www.eclac.cl/redima/)
cooperación. Este tipo de actitud cooperativa solamente es sostenible y exitoso cuando se percibe que el
comportamiento cooperativo de los participantes redunda en beneficio de los intereses superiores de cada
uno de los países tomado en forma aislada. La metáfora del dilema del prisionero contribuye a comprender
por qué este comportamiento aparentemente obvio no es la regla general en el mundo real, lo que permite
identificar los obstáculos concretos, abriendo así la puerta a posibles soluciones.
El dilema del prisionero es el ejemplo ideal de un “juego” básico recurrente en varios contextos políticos,
sociales y económicos donde la racionalidad general de las preferencias en conflicto impide acciones de
cooperación y causa pérdidas a todos los “jugadores”.
El título fue tomado de la anécdota pedagógica que A.W. Tucker usó para ilustrarlo. Dos personas
cometen un delito criminal juntos. La policía los apresa por un delito menor y bajo fuertes sospechas, pero
sin contar con evidencias sólidas de su culpabilidad en el crimen. Los sospechosos quedan detenidos en
celdas separadas y no pueden comunicarse entre sí. A cada uno de ellos se le propone confesar e
incriminar al otro: i) si ambos confiesan recibirán la misma sentencia reducida por declararse culpables
(por ejemplo, cinco años de prisión); ii) si solamente uno de ellos acusa con pruebas al otro, el acusador
quedará en libertad mientras que su contumaz cómplice recibirá la pena máxima, una sentencia de doce
años; iii) si ninguno de los dos confiesa, ambos serán acusados por el delito menor y recibirán una
sentencia de un año en prisión.
Por lo tanto, ambos acusados perciben como más atractivo desde un punto de vista individual (recibir una
sentencia más breve) negarse a cooperar con su cómplice y acusarle (o sea, desertar): para cada uno de
ellos el mejor resultado individual se obtendrá acusando al cómplice, independientemente de lo que haga
este último. Si uno de ellos coopera (es decir, no acusa al otro) mientras que el otro deserta (acusando a su
cómplice), el que deserta sale en libertad y el ingenuo cooperador es aún más castigado recibiendo la pena
máxima (12 años). Si su cómplice lo acusa, también el costo para él es mucho menor si no es cooperador
(5 años) que si lo hubiera sido al no acusar a su cómplice (12 años). El peor resultado se obtiene siempre
cuando uno de ellos coopera mientras el otro deserta. La estructura de los incentivos relativos torna la
cooperación imposible. Las decisiones racionales, aisladas e individuales (que minimizan los riesgos
propios o maximizan los beneficios de actuar aisladamente) no llevarán a ninguno de los acusados a
cooperar. De hecho, a cada uno de ellos lo guía el temor racional de caer en el peor caso: no acusar al otro
(es decir, cooperar con su cómplice) mientras su cómplice deserta y lo acusa (o sea, elige no cooperar), y
arriesgarse por ello a recibir la sentencia más severa. En este ejemplo, el acusado recibe una sentencia de
doce años si decide cooperar no acusando a su cómplice. Incluso, si su cómplice coopera (no deserta) él
recibe también una sentencia de un año y pierde así la oportunidad de obtener la mejor opción individual
que tendría al actuar en forma aislada (la libertad o no ser sentenciado a prisión). En cualquiera de los
casos, la deserción le permite a cada uno de ellos lograr un resultado individual comparativamente mejor,
aunque en términos colectivos tal resultado no es el mejor (5 años para ambos no es “óptimo de Pareto”) y
resulta claro que ambos acusados estarían en mejor posición cooperando (1 año para ambos) y negándose
a confesar acusando al otro. En la terminología de la teoría de los juegos esto se conoce como el “dilema
del prisionero”: cada jugador, al perseguir su interés racional e individual, tiene una “estrategia
dominante” que le impide cooperar y que, desde el punto de vista colectivo, encierra a ambos en un
equilibrio subóptimo.
Por lo tanto, aquellas decisiones que son racionales desde la perspectiva de un único tomador de
decisiones (un gobierno nacional), se tornan irracionales desde el punto de vista colectivo (regional).
A pesar de su carácter simplista, este ejemplo de una clara divergencia entre la racionalidad individual y
colectiva que conduce a la pérdida real de bienestar, permite llamar la atención sobre las condiciones
necesarias para que los resultados de la cooperación sean viables. Es evidente que este caso (estático), con
una interacción inmediata e única entre los jugadores (juego de un solo turno), es el más simple, y queda
claro que el dilema se termina una vez que los jugadores pueden negociar un acuerdo vinculante fiable que
evite el surgimiento de una “estrategia dominante” perjudicial. En nuestro caso simplista de dos acusados,
el mero hecho de comunicarse sería suficiente para que “cooperaran”.
No obstante, en el mundo real (dinámico) de las relaciones internacionales, la comunicación está lejos de
ser suficiente o posible, debido específicamente a la incertidumbre sobre el futuro (especialmente sobre
los beneficios y pérdidas potenciales derivadas de la cooperación que dependen del comportamiento
efectivo de los socios en el futuro), sobre el verdadero modelo subyacente (límites de conocimiento) y
sobre la credibilidad de los compromisos internacionales como instrumentos vinculantes de decisiones
nacionales futuras que nadie puede predecir con certeza dado que resultan de coaliciones cambiantes entre
grupos de interés cuya demanda de cooperación internacional varía en el tiempo. Sin embargo, el modelo
simplista refleja una realidad importante: el riesgo de cualquier cooperación entre autoridades soberanas.
La probabilidad de la deserción de uno de los socios hace que el comportamiento individual se sesgue
marcadamente en contra de la cooperación en un juego donde los jugadores son potencias soberanas y, por
lo tanto, donde la oportunidad de connivencia entre ellas es, por definición, muy limitada. En tal caso, el
potencial de pérdidas individuales creado por el riesgo de deserción de uno de los socios conduce
necesariamente a seleccionar estrategias no cooperativas, con consecuencias sumamente negativas para
todos los jugadores. En una región económica donde los jugadores son descentralizados y soberanos —
debido precisamente a la ausencia de la posibilidad normal de una connivencia viable— las decisiones
internas de política económica que tengan efectos externos recíprocos de importancia están destinadas a
ser perjudiciales a nivel regional (y conducen a un equilibrio “subóptimo”). Más aún, los modelos teóricos
de “negociación” demuestran que para llegar a soluciones factibles de cooperación se requieren hipótesis
exclusivamente restrictivas, tal como una ponderación muy peculiar de los objetivos de los responsables,
en el caso de existir entre los jugadores simetrías totales.
Sin embargo, una vía de salida del dilema queda abierta si se concibe la cooperación internacional dentro
de un marco más dinámico. La incorporación de una dimensión dinámica que tome en cuenta los vínculos
entre las decisiones que se adoptan a través de sucesivas negociaciones o contactos establecidos a lo largo
del tiempo (juegos “multiperíodo” o “dinámicos”) hace posible tomar en consideración un importante
aspecto de la realidad: la interacción de las expectativas generadas por la mutua experiencia de
aprendizaje de quienes formulan las políticas económicas. Si ello tiene lugar en un proceso continuo de
decisiones sucesivas, se desarrollan entre los jugadores estrategias de respuesta que se incorporan al
comportamiento de cada uno de ellos (la conducta de “donde las dan las toman”), y pueden surgir
esquemas de cooperación evolutiva (Axelrod, 1984). Ello significa que los incentivos individuales de los
jugadores pueden evolucionar para favorecer la cooperación, haciendo posible superar el estancamiento
individual del “dilema del prisionero” implícito en la hipótesis de rechazo de una actitud de cooperación.
Esta importante contribución —que no parece haber sido explorada en forma explícita ni en forma
práctica antes del proyecto REDIMA — fundamenta la formulación de las propuestas específicas
contenidas en la parte tercera.
Los socios de una subregión enfrentan un “juego continuamente repetido”, o sea no se reúnen solamente
una vez por un asunto específico sino que deben jugar en secuencia perpetua (o durante un período de
tiempo indeterminado) sobre varios temas concurrentes de importancia. Como lo explicó Robert Axelrod,
esta dimensión dinámica modifica el comportamiento en la medida en que un resultado futuro tenga
suficiente peso sobre las decisiones actuales. De hecho, cuando el juego se repite, los jugadores aprenden
del comportamiento de los demás y adquieren así la capacidad de crear y desarrollar sus propios
incentivos (o disuadirse) para cooperar (o negarse a cooperar). De esta forma pueden desarrollarse efectos
en términos de reputación y motivos de credibilidad y de “economía política” que hacen espontáneamente
atractiva la cooperación, lo que genera oportunidades para crear nuevos incentivos derivados de la propia
cooperación. Ello significa que los beneficios de la cooperación se tornan endógenos. Estos beneficios
podrían ser estimulados por “tecnologías del compromiso” tales como atar las manos de un gobierno con
acuerdos institucionales regionales que incrementen el costo de la deserción (según la definición que
hacen de ese concepto Persson y Tabellini, 1990) y crear incentivos importantes para los jugadores
individuales (según el enfoque de las recompensas y sanciones impuestas por el mercado tal como fue
observado en el proceso de convergencia de la UE antes de adoptar el euro).
En el caso básico del dilema (el ejemplo estático de los dos prisioneros), la naturaleza endógena de los
beneficios potenciales de la cooperación es la manera pragmática de destrabar el dilema, en la medida en
que los beneficios dinámicos (potenciales) que se cosechen en el futuro superen claramente a los
beneficios inmediatos que derivarían de la deserción. En tal caso, la estrategia dominante ya no es desertar
sino cooperar, y en este punto el dilema del prisionero queda, por definición, resuelto.
Resulta claro que a pesar de no poder constituir un modelo operacional por si mismo, el “dilema del
prisionero” brinda, a los economistas y encargados de formular políticas económicas, categorías generales
de supuestos que descomponen un tema complejo en componentes más sencillos y permiten identificar las
relaciones fundamentales y sus mecánicas intrínsecas. A su vez, eso lleva a disponer de evaluaciones e
intuiciones que permitan encontrar una salida probable al status quo no cooperativo.
Este enfoque de economía política es el método que escogió el proyecto REDIMA de la CEPAL y que se
inspira de la experiencia europea. Esta experiencia europea demuestra que actuar a nivel regional es un
medio efectivo de consolidar el progreso institucional y generar una respuesta común ante las asimetrías o
los choques externos que pueden afectar a las economías nacionales. Más concretamente, la cohesión
regional puede ofrecer una salida al “dilema del prisionero” mediante la combinación de dos elementos:
1. El desarrollo gradual de contactos personales e iniciativas de colaboración entre los encargados
de la toma de decisiones y los expertos de los países miembros de una región con el fin de alentar
una cultura común, un consenso básico y un clima de confianza colectiva. Puesto que el “dilema
del prisionero” depende de la incertidumbre sobre el comportamiento de los demás jugadores,
mejorar la comunicación entre ellos y pedirles que expresen sus opiniones colectivas aumenta
claramente sus posibilidades de encontrar una salida de la situación regional subóptima mediante
la cooperación.
2. Las reglas implementadas a nivel regional y los procedimientos objetivos de monitoreo mutuo,
que hacen posible la generación de incentivos individuales para los jugadores atrayendo la
atención de los mercados y del público sobre el desempeño particular de cada gobierno. De esa
forma la coordinación se transforma en un instrumento directamente útil y deseable para los
encargados nacionales de la toma de decisiones, incrementando la credibilidad de sus políticas y
ayudándoles a cumplir sus funciones. Ello asegura la congruencia entre los intereses nacionales y
regionales: la cooperación regional se basa en el interés nacional propio. Para usar una
terminología propia de la teoría de juegos, esto aumenta la probabilidad de que todos los
jugadores desarrollen estrategias dominantes que coincidan con el objetivo social óptimo. En
particular, un componente importante de cualquier esquema exitoso de monitoreo
macroeconómico es la incorporación de reglas fiscales con referencias numéricas y compromisos
precisos en términos de procedimientos que puedan atraer la atención pública y desencadenar
incentivos políticos.
En el caso europeo esta combinación condujo realmente al desarrollo espontáneo de incentivos
individuales para que los participantes cooperaran (como lo había recomendado Triffin medio siglo atrás),
creando un juego de suma positiva en el que el resultado positivo aumenta a medida que el juego se
reitera. Por consiguiente, el “dilema del prisionero” se resolvió mediante la dinámica del juego: el hecho
de que los jugadores debieran encontrarse nuevamente durante un período prolongado e indefinido, que no
pudieran eludir las consecuencias que sus decisiones causaban en los demás participantes, que los
incentivos para desertar disminuyeran con el transcurso del tiempo en proporción inversa al
fortalecimiento de la integración, que cada uno de ellos aprendiera cada vez más sobre los otros, que las
recompensas y sanciones se administraran de manera progresiva y permitieran identificar un equilibrio
entre beneficios y costos reduciendo así la incertidumbre con respecto a los resultados de la cooperación
—fueron todos factores que implicaban que el costo de no cooperar aumentaba rápidamente con el correr
del tiempo, en tanto que los resultados positivos eran mayores a medida que el juego se repetía.
La lección importante en este caso es que, debido a la naturaleza endógena de los beneficios de la
cooperación (y de la integración), cuanto más tiempo pasa y mayor es la interacción entre los países (y se
crean más relaciones de interdependencia), mayor será el beneficio de la coordinación y menor el interés
en desertar (Escaith y Paunovic, 2003, Escaith 200429
). Más aún, como explicara Axelrod (1984), “el
resultado más prometedor es que, si los participantes conocen por anticipado las reglas de la teoría de la
cooperación, será posible acelerar su evolución”. Por consiguiente, teniendo en cuenta la dimensión
dinámica de la cooperación, los incentivos para aplicarla surgen en la medida en que esta cooperación sea
eficaz, visible y creíble, es decir que estos incentivos positivos tengan un peso mayor respecto a los
desincentivos percibidos en un análisis estático.
III. Cómo generar incentivos favorables a la coordinación macroeconómica en la integración
regional?
A partir del desarrollo anterior, en esta tercera parte del trabajo se avanzan propuestas de mecanismos para
optimizar la coordinación macroeconómica tanto al interior de los esquemas de integración a nivel
subregional como algunos de posible alcance regional. En la primera sección se sientan las bases de un
nuevo enfoque de la coordinación macroeconómica, insistiendo en la importancia de una visión en
términos de “economía política regional” que enfatiza la “competición cooperativa” entre
administraciones nacionales como vía para implementar una subsidiariedad operacional en América
Latina. En esta perspectiva, se subraya la importancia del monitoreo macroeconómico regional como
proceso cooperativo auto-motivado –con el monitoreo de los tipos de cambio, como catalizador de dicho
proceso- y como generador de un valor agregado que estimule el fortalecimiento institucional. En la
segunda sección se precisan una serie de propuestas específicas para favorecer la coordinación
macroeconómica según el enfoque adoptado en este trabajo.
1. Hacia un nuevo enfoque de la coordinación macroeconómica
1.1. El nivel regional complemento y no competidor del nivel nacional: hacia una versión
latinoamericana de una subsidiariedad operacional
La visión más difundida de la integración regional es la que preconiza que los Estados nacionales van a ir
perdiendo prerrogativas y poderes en beneficio de una estructura supranacional a nivel regional, a pesar de
que, en todos los esquemas integracionistas de la historia, la tendencia a la centralización de la toma de
decisiones ha tenido como resultado una serie de rotundos fracasos, no solamente en Europa sino también
en África y en América Latina (por ejemplo, en la primera versión del Pacto Andino). Como se analizó
anteriormente, esta confusión alcanza al concepto de coordinación de las políticas económicas, que en
general se confunde con exigir a las naciones que subordinen sus responsabilidades ante organismos
supranacionales o ante vecinos más poderosos (coordinación de tipo federativo).
La coordinación macroeconómica puede solamente ser “de tipo soberana”, es decir no implicar la
imposición de decisiones sino un proceso de mejora de la toma de decisiones a nivel nacional en beneficio
de los intereses propios de cada país. Así, el conflicto de intereses no solamente desaparece sino que
29
Escaith Hubert (2004) “La integración regional y la coordinación macroeconómica en América Latina”, Revista de
la CEPAL, n° 82, Santiago de Chile, abril 2004
puede ser transformado (con modalidades operacionales adecuadas) en una fuerza que favorezca la
cooperación y beneficie directamente a los dirigentes nacionales. Para ello los actores latinoamericanos
deben apoderarse del concepto de subsidiariedad y traducirlo operacionalmente en la búsqueda de un
camino propio de integración regional y de reformas para asegurar la “buena gobernanza”.
Como lo indica la etimología del concepto de subsidiariedad (“subsidium” significa ayuda), el nivel
superior de autoridad (el Estado respecto al ciudadano, el poder central respecto al poder local, el poder
federal o la región respecto a sus Estados miembros) encuentra su razón de ser en el hecho de ponerse al
servicio de la realización de las metas de sus componentes (respectivamente individuales, locales y
nacionales). El cumplimiento de los objetivos de las partes nacionales que componen una federación o una
región de integración, es la única justificación de la existencia de un poder federal o regional: hacer
posible lo que resultaría imposible o ineficiente en caso de estar en manos de los poderes nacionales (lo
mismo vale para un Estado respecto a sus ciudadanos), pero sin intervenciones innecesarias en los niveles
inferiores. La definición del carácter necesario o no de tales intervenciones “regionales” es evolutiva y
descansa sobre la combinación del principio de eficacia con el principio del respecto pleno de las metas
soberanas de los Estados nacionales en la medida que estas metas sean compatibles con los objetivos
fijados a la integración de la región. Esto significa que, en regla general, el poder regional no puede
oponerse al funcionamiento del poder nacional, salvo cuando la soberanía nacional provoca errores graves
para los objetivos regionales, no sólo desde el punto de vista de los socios regionales sino también para el
mismo Estado nacional y sus propios ciudadanos. Por ejemplo, es el caso de políticas macroeconómicas
insostenibles (inflación o déficit público en exceso) de parte de un Estado, que constituye un error grave,
no sólo por sus efectos-derrame sobre sus vecinos regionales (inestabilidades y efecto de contagio), sino
también para sus consecuencias sobre los habitantes del país (el Estado no podrá cumplir ni con sus metas
nacionales ni con las regionales, además de la injusticia intertemporal e intergeneracional que resultará del
costo de ajuste en el futuro).
Desviado por corrientes conservadoras, el principio de subsidiariedad fue reducido primero a la mera
defensa del individuo frente al poder estatal y, más recientemente, en el caso de la integración europea, a
la defensa de los poderes nacionales frente a la tendencia al centralismo (o al federalismo central). Sin
embargo, la subsidiariedad abarca claramente una doble dimensión: a la defensa de los niveles inferiores
(incluso en contra de sus propios errores graves) se agrega la justificación de un nivel de poder federal o
regional cuando genera un valor agregado neto, es decir descontando sus costos, y a condición que no
reduzca las posibilidades nacionales, salvo cuando ellas cometen errores graves.
Así definida, la subsidiariedad es una condición universal necesaria para una buena gobernanza y un
principio regulador de cualquier intento de integración regional. Cabe enfatizar que una concepción
centralista (o “jacobina”) de la integración constituye en si misma un obstáculo porque tiende a reforzar la
desconfianza hacia los organismos regionales y a una excesiva formalidad en los contactos entre
gobiernos y administraciones de los países miembros, que se perciben como “negociaciones” en las cuales
se enfrentan o se juegan los intereses nacionales. Ello impide desarrollar un ambiente cooperativo y el
intercambio de información y conocimientos entre países, intensificando así el “dilema del prisionero”.
Cuando se admite que existe una notable ausencia de comunicación regular entre los altos funcionarios
económicos latinoamericanos (excepto cuando se la considera como una “negociación diplomática”), se
percibe el daño del mito de una integración centralista. A pesar de la disponibilidad de varios canales
oficiales de comunicación y negociación institucional entre los países de las subregiones latinoamericanas,
existe la necesidad de un verdadero intercambio técnico, sin matiz alguno de negociación, para reducir la
incertidumbre y la desconfianza y trabajar así hacia el desarrollo de una cultura comunitaria y una tarea
colegiada. En Europa, esta misma deficiencia, estimulada por el interés individual de cada administración
nacional que teme perder poderes, explica el muy largo camino y la lentitud del desarrollo de la
cooperación macroeconómica.
Por lo tanto, conviene preocuparse de traducir la subsidiariedad en modalidades operacionales para las
subregiones de América Latina, y deslindar algunos aspectos prácticos de lo que podría ser una versión
latinoamericana de la subsidiariedad operacional que convenga a sus realidades subregionales y no sea
una importación inadecuada de modelos ajenos. Si bien es cierto que conviene aprender de los modelos de
otras regiones extrayendo métodos y principios útiles, la síntesis y las modalidades operacionales deben
ser encontradas y experimentadas por etapas por los responsables latinoamericanos en un proceso
colegiado.
En los límites del presente análisis, las orientaciones básicas de las modalidades serían las que se detallan
a continuación.
Por un lado, - como ya se ha destacado varias veces – conviene impedir la amenaza del centralismo que
está presente en el inconsciente colectivo y en las tradiciones predominantes en la región. Por otro lado,
este mismo sesgo impide la eficacia del método intergubernamental y exige que el nivel regional sea
debidamente respetado. Estas exigencias contradictorias generan el riesgo de caer en uno de estos dos
tipos opuestos de error: ya sea decidir (importando reflejos de la tradición anglosajona) desconfiar de una
institucionalización del nivel regional y optar por la fórmula “intergubernamental” que impide cualquier
desempeño de un poder regional (interpretación de la subsidiariedad sesgada a favor de la soberanía
nacional), ya sea construir un poder regional jurídico y administrativo fuerte para competir con los
poderes nacionales (interpretación sesgada a favor de la supranacionalidad), lo que impide la neutralidad
necesaria para generar la cooperación efectiva entre administraciones nacionales.
La problemática de fondo de una subsidiariedad operacional para América Latina gira en torno a la
organización del “nivel regional” con respecto a los poderes nacionales. Este tema no ha sido todavía muy
debatido ni preparado en América Latina donde el nivel regional es a menudo percibido como un
competidor potencial de las administraciones nacionales, no sólo en términos de poder decisional sino en
cuanto a recursos presupuestarios. Por lo tanto no recibe los medios debidos para las funciones que le son
propias. De hecho, el riesgo es alto de que los recursos para el nivel regional sean vistos como recursos
sustraídos en desmedro de las administraciones nacionales.
Ahora bien, la organización concreta de una coordinación macroeconómica en América Latina presupone
una solución a la traducción operacional de la subsidiariedad.
Según el análisis anterior, las orientaciones concretas siguientes permiten deslindar el tipo de solución que
se desarrolla a continuación, en el punto 1.2:
La creación de un nivel regional institucional es una necesidad para superar los límites de las
relaciones meramente “intergubernamentales” y dar consistencia a los objetivos regionales, creando
paulatinamente una cultura comunitaria. Eso implica disponer de un mínimo de recursos propios
para asegurar independencia, continuidad y competencia técnica.
Este nivel regional debe ser complementario y estar al servicio de las administraciones nacionales sin
relaciones de poder ni de subordinación, sino de cooperación, actuando como catalizador y no como
competidor, lo que implica una administración regional neutra, liviana y flexible.
Esta administración regional debe privilegiar el trabajo colegiado con sus pares de las
administraciones nacionales (comités de expertos por temas).
Es posible evitar el desarrollo de una burocracia mediante el empleo de contratistas o incluso de las
mismas administraciones nacionales que ejecuten misiones precisas al servicio de un núcleo
reducido de funcionarios regionales permanentes y bajo la vigilancia de sus pares de las
administraciones nacionales.
Las experiencias de la Unión Europea y América Latina (y también de otras regiones) conducen al
reconocimiento de que hay algunos aspectos de las relaciones diplomáticas que parecen obsoletos y
podrían, por sí mismos, constituir obstáculos a la integración regional. Los ministros de relaciones
exteriores, como lo expresa su propia denominación, por lo general colocan a la integración con los
vecinos más cercanos en la misma categoría que las interacciones diplomáticas formales con
verdaderos “extranjeros”. Mientras que un proceso de integración implica, por definición,
transformar en interno lo que se solía considerar como extranjero, la naturaleza de tal integración y
de los procedimientos para su logro dependen del desarrollo específico de metas e intereses comunes
con respecto a la economía, las finanzas y los asuntos monetarios. De acuerdo con el principio de la
ventaja comparativa, sería más racional y coherente (pero quizás “diplomáticamente incorrecto”)
transferir los asuntos relativos a la integración regional, o por lo menos sus aspectos técnicos y
estrictamente económicos, a los ministros de economía y finanzas antes de ser elevados al ministro
de Relaciones Exteriores para una decisión final. Este no es un tema menor. La integración regional
no puede tener origen dentro de un marco intergubernamental, como lo han demostrado los
reiterados intentos europeos en las áreas no comunitarias (como el segundo y tercer pilares de la
Unión Europea). La integración regional exige un contexto y procedimientos de base “comunitaria”.
Al no producirse una distribución más eficaz entre los departamentos ministeriales a favor de los
expertos macroeconómicos, que permita así que la integración económica se transforme en un asunto
interno, el “dilema del prisionero” continuará frustrando o incluso anulando cualquier iniciativa
genuina de abordar los intereses comunes.
1.2. Economía política regional: la “competición cooperativa” entre administraciones nacionales
como vía para implementar una subsidiariedad operacional en América Latina
La solución a las exigencias contradictorias que conviene conciliar en América Latina para definir la
fórmula adecuada de poder regional parece radicar no tanto en una opción jurídica o institucional precisa
sino en una opción dinámica de economía política que llamamos la “competición cooperativa”. Definir de
antemano una fórmula institucional adecuada es imposible: se trata de un proceso que debe desarrollar una
demanda de integración y coordinación por parte de los actores nacionales, lo que no tiene sentido sin una
práctica progresiva para salir del “dilema del prisionero” mediante un aprendizaje de la cooperación
regional. Afortunadamente, todas las subregiones de América Latina disponen ya de las estructuras
institucionales regionales mínimas para lanzar tal proceso de “economía política” sin negociación
diplomática o modificación institucional.
Se trata de poner el nivel regional al servicio de las políticas nacionales y de sus actores políticos y
sociales para que logren (mejor) sus propios objetivos nacionales. Si el nivel regional genera un “valor
agregado” (en el logro de estos objetivos), se podría salir de la percepción de competición entre los dos
niveles de poder, lo que favorecería la cooperación entre cada administración nacional y la (reducida)
administración regional. Pero los gobiernos nacionales competirían entre ellos para captar este valor
agregado, como ya lo hacen frente a la globalización. Sin embargo, la diferencia esencial radica en qué el
nivel regional genera valor agregado sólo respetando el principio de cooperación. Frente a la
globalización, como lo analizamos anteriormente, los gobiernos buscan una diferenciación de sus vecinos
en forma no-cooperativa, mientras la misma competición puede ser organizada en un marco cooperativo
mínimo. La novedad que podría cambiar la orientación de las mismas fuerzas es muy simple: mostrar que
el nivel regional puede crear un valor agregado preciso y directamente beneficioso para los niveles
nacionales. En este caso, la fuerza enorme de la competición entre países y administraciones nacionales
puede ser canalizada, y la desconfianza mutua inicial que bloqueaba la cooperación puede transformarse
en vigilancia mutua, motriz de una cooperación que se vuelve necesaria para protegerse de los errores de
los vecinos y, en definitiva, como lo explicamos abajo, sirve para disciplinar a todos según reglas
objetivas cuyo respeto genera precisamente el valor agregado regional (credibilidad).
El mecanismo de “economía política” que permite cambiar un equilibrio no-cooperativo en una
cooperación auto-motivada (es decir sin centralización) descansa sobre la combinación de la tremenda
fuerza de competición entre países (y entre administraciones nacionales soberanas) y la creación de una
“zanahoria” colectiva mediante un mínimo de cooperación entre administraciones nacionales y con la
administración regional. Resulta claro que un tal juego de “competición cooperativa” no puede crearse sin
las iniciativas de un “árbitro neutro competente” (la administración regional) que permita organizar esta
cooperación (reglas transparentes del juego creando efectos de credibilidad). Su neutralidad está a la vez
asegurada por la competición entre administraciones nacionales, que también garantiza el respeto de las
reglas del juego y por el resultado, constituido por los potentes efectos de credibilidad (vigilancia mutua
cuya efectividad crea la “zanahoria”). El carácter complementario y no competidor del nivel regional se
establece así sobre bases muy claras. También aparece así una demanda de cooperación y de una
coordinación en el propio interés de cada participante: es la aplicación de nuestra paradoja de la
coordinación que refuerza la autonomía de los participantes en un juego cooperativo auto-motivado que
abarca también al árbitro. Esta administración regional encuentra sus límites en la defensa de los intereses
nacionales y de su compatibilización con los intereses comunes.
Entonces, la fórmula consiste en organizar una sana competencia entre los Estados miembros para hacer
que todos respeten las reglas consensuales fijadas a nivel regional. Esto requiere de un organismo regional
que constituya solamente el soporte técnico-organizacional, a título complementario, que garantice un
verdadero mecanismo de “checks and balances”. De hecho, un tal "juego continuo" equivale a proteger a
cada uno de sus propios errores, pero a través de la vigilancia colegiada de los otros jugadores (y del
diálogo entre ellos) dado que el principio de competencia hace que, como ya se vió, los participantes sean
más exigentes con sus vecinos que con ellos mismos, mientras que el principio de cooperación regional
permite organizar la creación de un valor agregado regional en términos de transparencia, credibilidad y
diagnósticos.
El campo de la estabilidad macroeconómica es especialmente apto a esta forma de cooperación: las
autoridades están en competición y sólo son competentes para decidir con legitimidad y eficacia sus
políticas, sólo una cooperación promovida por una autoridad regional complementaria permite organizar
la información objetiva a partir de la cual la competición entre participantes permite llamar la atención no
solamente sobre los efectos-derrame sino también sobre las ventajas (los costos) para las propias
autoridades nacionales de políticas sostenibles (insostenibles).
Cabe destacar la importancia de esta complementariedad entre administraciones nacionales y regionales y
el hecho de que ella es solamente posible si la administración regional no impone nada más a las
administraciones nacionales que el respeto de las reglas fijadas bajo las presiones de los pares-en-
competición frente a los mercados financieros y a sus propias opiniones públicas.
Esto nos lleva a precisar las modalidades concretas que pueden ser recomendadas para las subregiones de
América Latina.
1.3. El monitoreo macroeconómico regional como proceso cooperativo auto-motivado
Conviene recapitular algunas ideas y conclusiones parciales que ya han sido expuestas. Sólo una
coordinación soberana puede ser exitosa, ya que es la única que se basa en los intereses individuales de los
participantes autónomos, haciéndola directamente útil para éstos cómo lo muestra la experiencia de la UE.
Los Estados miembros de la Unión Europea lograron mantener una coordinación real y aceptan la
aplicación de procedimientos formales porque ello sirve a sus propios intereses, vale decir que las
administraciones nacionales aprovechan la coordinación como un instrumento que les es de utilidad
directa para sus decisiones y para la credibilidad de sus políticas económicas. Obtienen también
información y aportes de sus socios, reduciendo así las incertidumbres que caracterizan a los procesos
económicos. La disposición a revelar sus políticas e incluso sus intenciones futuras se transforma en un
juego sin perdedores cuando existe un mínimo de confianza. Los participantes se benefician de los
comentarios críticos del grupo que, dentro de un juego continuo, no tienen interés en crear problemas o
molestar a sus vecinos, excepto cuando sus intereses están directamente amenazados. Por el contrario, los
países comparten el interés en ayudarse mutuamente para que sus economías sean sólidas y prosperen en
la mayor medida posible. En un juego de este tipo, los conflictos se reducen debido a la participación de
cada miembro para supervisar a los demás y asegurarse que respeten las reglas comunes. No existe policía
ni autoridad suprema; cada actor mantiene simplemente una estricta vigilancia sobre sus socios. El logro
del bien común depende de que todas las partes cumplan las reglas vigentes.
A condición de adecuarlo a las realidades de América Latina, un proceso parecido a este está al alcance de
las diferentes subregiones sin otros requerimientos institucionales o políticos que la activación de un
monitoreo mutuo, efectivo y transparente, a nivel regional, de las políticas nacionales. Para emprender un
proceso dinámico semejante es necesario disponer de un monitoreo regular acordado entre vecinos
subregionales según reglas objetivas y transparentes.
Los componentes necesarios para empezar son los siguientes:
1. disponer de un reducido equipo de profesionales regionales (administración regional) y de
procedimientos de evaluación regional en dos etapas: comités de altos oficiales (expertos no-políticos)
de las administraciones nacionales a cargo de las políticas macroeconómicas (monetaria y fiscal) y
comités de nivel ministerial (ministros y presidentes de bancos centrales).
2. publicar los datos, diagnósticos y evaluaciones acordadas a nivel regional y promover el debate
político (parlamentos nacionales) y público (prensas nacionales) sobre las conclusiones.
Como ya se dijo, la incertidumbre en cuanto a las actitudes de los vecinos regionales (el “dilema del
prisionero”) y el comportamiento que refuerza la naturaleza formal de los contactos entre las
administraciones de los países de una misma región, generalmente a través de los ministros de relaciones
exteriores (el “complejo” de la soberanía), pueden superarse mediante la implementación de dos
orientaciones principales:
1. aclarar que el monitoreo viable y realista para América Latina no implica una pérdida de soberanía
sino un fortalecimiento de la autonomía a largo plazo de cada participante (la paradoja de la
coordinación, como se vio anteriormente), y
2. permitir que los altos oficiales macroeconómicos nacionales creen su propia red directa para compartir
información, conocimientos y evaluaciones técnicas, en la que no negocien en nombre de sus
autoridades respectivas, de manera que se genere una mayor confianza mutua al trabajar juntos a
puertas cerradas. Ello reduce la incertidumbre y conduce a la identificación de las diferencias y a la
toma de conciencia sobre los intereses comunes que comparten todos los participantes. Otra ventaja de
este tipo específico de red es la mayor continuidad de los equipos técnicos en comparación con los
responsables políticos o los funcionarios vinculados directamente a los gabinetes de ministros
cambiantes.
1.4. El monitoreo de los tipos de cambio, catalizador de un monitoreo efectivo
Los regímenes y políticas de tipo de cambio representan la externalidad más visible de las opciones
nacionales. Por consiguiente, el monitoreo mutuo también es el mejor mecanismo para catalizar el diálogo
técnico regional y profundizar la cooperación entre los responsables para la formulación de políticas
económicas de las economías interdependientes. Por supuesto, debe aclararse desde el comienzo que la
finalidad de tal monitoreo o de nuestra propuesta, no es “saltar etapas” y proponer un determinado
régimen de tipo de cambio (ERR) sino analizar y aportar algo de luz sobre las implicancias técnicas de los
ERR existentes o alternativos y las políticas cambiarias de cada economía y cada contexto regional,
tomando en cuenta los intereses superiores de cada participante. Por lo tanto, en la aplicación de lo que
hemos denominado la paradoja de la coordinación, el análisis técnico de las políticas y opciones
cambiarias entre pares de una región no debe interpretarse como una restricción de la autonomía o la
soberanía nacionales sino como un paso útil y necesario hacia la plena legitimidad y el respeto del derecho
de exigir de las autoridades nacionales una rendición de cuentas política, a la vez responsable y eficiente.
Más precisamente, este paso es la forma más racional de dar significado a la realidad fundamental de que
“el tipo de cambio es un asunto de interés común” para los socios regionales.
El surgimiento, en experiencias anteriores, con naciones industriales (G-7 y la UE), de la supervisión
mutua de la evolución del tipo de cambio como un mecanismo efectivo para contemplar y organizar una
opción cooperativa, demuestra la importancia de nuestro argumento en favor de un monitoreo explícito de
los tipos de cambio. Más concretamente, el esquema de coordinación de la Unión Europea se construyó
gradualmente sobre los intentos de reducir la volatilidad del tipo de cambio entre los socios comunitarios,
como uno de los pilares de la integración regional. La experiencia europea, acumulada principalmente
durante esta intensa supervisión del tipo de cambio (a través del Sistema Monetario Europeo –SME– y
posteriormente durante las dos primeras Fases de la Unión Económica y Monetaria –UEM–), indica la
posibilidad de prever un proceso realista en las subregiones latinoamericanas. El punto de partida consiste
en concentrarse exclusivamente en la evolución del tipo de cambio de las monedas de los socios, lo cual
conduce inevitablemente al análisis técnico de la necesidad de la convergencia y compatibilidad de las
políticas macroeconómicas nacionales y crea una oportunidad de instituir un diálogo técnico para
examinar las políticas económicas internas de cada país. El proceso de diálogo aportará a los participantes
importantes ventajas en forma progresiva y conducirá a los responsables de las políticas económicas a
contemplar una mayor formalización de sus ejercicios. En este proceso posterior surgen varias opciones.
Únicamente en el caso de generarse un consenso firme entre todas las autoridades involucradas, se podría
considerar la incorporación de reglas vinculantes, comenzando por organizar una flotación cooperativa
dirigida, para luego pasar a la progresiva imposición de disciplinas sobre las políticas monetarias y
fiscales. Las recientes crisis registradas en América Latina constituyen una confirmación negativa de la
validez de este principio al demostrar que el diálogo insuficiente y la ausencia de cooperación sobre
políticas cambiarias contribuyen significativamente al retroceso de la integración.
Como se subrayó ya varias veces, esto no significa, por supuesto, que América Latina debe aplicar
precisamente la misma fórmula que Europa, ya sea en lo que respecta a un sistema de tipo de cambio
como el SME y su peculiar mecanismo cambiario de paridades vinculadas entre sí dentro de bandas de
fluctuación, o ya sea en lo que atañe a la vigilancia y supervisión de otras dimensiones de la política
económica, como se estableció en Maastricht con respecto a la disciplina fiscal. El modelo de la Unión
Europea no puede ser importado por América Latina, aunque existen en el experimento europeo
importantes aspectos metodológicos que tienen una utilidad especial para las economías latinoamericanas.
En particular, tanto en Europa como en cualquier otra parte, la evolución de los tipos de cambio es
fundamental para la cooperación y coordinación macroeconómicas y por ello su supervisión podría ser la
clave potencial para el lanzamiento y la organización de la cooperación macroeconómica en América
Latina. La necesidad de fortalecer la convergencia y la compatibilidad entre las políticas económicas de
socios autónomos que tratan de integrarse no guarda relación con el hecho de si compartan o no el mismo
ERR o que tengan un proyecto monetario único. La cooperación y la coordinación a nivel regional son el
resultado de una búsqueda de credibilidad en el intento común de profundizar la integración y ser
competitivos en un escenario globalizado.
Como también lo demostró la experiencia de la Unión Europea, que abarca toda la gama de regímenes
cambiarios posibles —mientras 12 monedas ya se han fusionado en el euro flotante, las monedas del
Reino Unido y Suecia se han mantenido en un régimen de flotación pura, y Dinamarca ha vinculado
estrechamente su moneda al euro en un régimen de tipo fijo a través del Mecanismo de tipos de cambio II
(MTC 2)—, la cooperación o coordinación regionales son perfectamente compatibles con distintos
regímenes de tipo de cambio pero no con la divergencia macroeconómica ni la inestabilidad cambiaria.
Por consiguiente, se pusieron en vigor esquemas precisos de cooperación regional y de vigilancia mutua
para evitar tales divergencias y la inestabilidad cambiaria.
Por lo tanto, la finalidad de las conclusiones que se presentan en este trabajo no es promover un debate
sobre el régimen cambiario óptimo para América Latina o sus subregiones, sino concentrar la atención en
una forma pragmática de adoptar este tema cambiario como disparador de una actitud de cooperación
entre las autoridades nacionales, evitando así costos innecesarios o inestabilidad. En realidad, los límites
óptimos de un ERR son relativos y dependen del horizonte temporal, las circunstancias y las estructuras
nacionales. Los modelos y fórmulas de carácter académico pueden ser pertinentes o inapropiados
dependiendo de las circunstancias y la clase de choque que afecte a la economía de que se trate. De hecho,
todos los principales enfoques académicos que se concentran en los factores determinantes parciales que
intervienen, contienen algún elemento de verdad. En este caso el problema no radica en los detalles sino
en las condiciones de implementación en la vida real y en la práctica. Nuestro propósito es ofrecer a los
responsables de formular las políticas económicas métodos para evitar la rigidez doctrinal.
1.5. Los incentivos para los actores de las políticas nacionales
Este monitoreo crea así una dinámica de grupo mediante la cual los participantes compiten en el
fortalecimiento de sus respectos papeles, su capacidad de gestión y sus conocimientos para demostrar el
profesionalismo de sus respectivas administraciones. Ello induce a un proceso de “competencia para
mejorar” y de iniciativas creativas. Con el uso de información nueva pueden implementarse tareas de
importancia que no podrían haberse planificado —ni siquiera a nivel nacional— si hubieran tenido que
canalizarse a través de un nutrido programa oficial antes de poder celebrar negociaciones regionales
formales. Por lo tanto, compartir el análisis y la información sobre las dificultades estimula la creación
gradual de un espíritu de cuerpo entre los expertos macroeconómicos. Esta particular identidad del grupo
actúa como catalizador de la cooperación entre los participantes, pues el grupo les ayuda en su tarea diaria.
De esta forma los macroeconomistas obtienen un mayor margen de maniobra y contribuyen con mayor
eficacia al proceso de toma de decisiones, permitiéndoles fortalecer su intervención real en la formulación
de políticas económicas internas. El mayor número de contactos externos y la mayor participación en las
tareas colegiadas también fortalecen los contactos internos dentro del equipo administrativo-técnico de
cada país. Los destinatarios finales son las autoridades (ministros) que se benefician tanto de la
información que reciben como de la motivación de sus expertos, quienes, a su vez, experimentan un
crecimiento personal a través del papel que desempeñan en el grupo regional. Todo ello tiene como
resultado un proceso dinámico que, al mejorar la gobernanza de cada país, también acelera la formación
de un consenso regional sobre aquellas medidas que son necesarias.
Como se explicó al analizar el “dilema del prisionero”, el desafío consiste en hacer que los beneficios
dinámicos que cada participante espera cosechar al aprovechar el nivel regional, sus reglas y su
supervisión colectiva, se tornen tangibles. El canal fundamental para otorgar incentivos es el proceso de
generación de credibilidad, que puede crearse mediante la organización de este tipo de monitoreo regional
de las políticas económicas nacionales. La sola existencia de un sistema efectivo de reglas y supervisión
debe brindar ventajas individuales a sus participantes. Ciertamente, este sistema les permite fortalecer la
credibilidad de sus políticas económicas y alcanzar así sus metas a nivel nacional con mayor facilidad. El
factor de la credibilidad también repercute directamente sobre la inversión y el ahorro, y en términos más
generales sobre el crecimiento, al reducir la incertidumbre e incrementar las expectativas de rendimiento
de las decisiones adoptadas por los agentes económicos.
1.6. El monitoreo macroeconómico regional genera un valor agregado que estimula el
fortalecimiento institucional
Se puede argumentar que las debilidades institucionales, que ya constituyen una importante deficiencia a
nivel nacional en varios países de América Latina y el Caribe, podrían tornarse en un obstáculo aún mayor
al nivel regional, cuya reputación es incluso inferior. La respuesta a esta objeción lógica es reflejo del
contra-experimento europeo por el que se demuestra que el nivel regional —institucionalmente más
débil—ha sido capaz de aportar mejoras considerables al funcionamiento ya bastante bueno de las
instituciones nacionales. Los mecanismos de incentivo que han funcionado en Europa deberían ser aun
más potentes en aquellos países que enfrentan mayores dificultades de gobernanza. Este argumento gira en
torno de la posibilidad de explotar —bajo condiciones estrictas— el valor agregado dinámico del nivel
regional para solucionar determinados problemas internos.
Es necesario presentar de manera más explícita los principios básicos que transforman este valor agregado
del monitoreo regional en una posibilidad realista, a los efectos de demostrar que no existe a priori
ninguna objeción lógica que pueda impedir su implementación por parte de los países de América Latina y
el Caribe. Por el contrario, cuanto menos creíble es la política económica nacional, mayores son los
beneficios netos potenciales para un país que participe en el juego del monitoreo con sus pares regionales,
y más poder tendrá entre ellos la “dinámica de grupo”.
Por consiguiente, en este punto se describe la creación y la explotación del valor agregado regional
haciendo referencia a la serie de argumentos planteados anteriormente.
• Debido a las interdependencias existentes entre los socios regionales, el potencial valor agregado
regional en general no se explota a consecuencia del “dilema del prisionero”, generado por la
incertidumbre con respecto a los comportamientos futuros así como a los beneficios definidos que
recibirá cada socio.
• El monitoreo mutuo regional de las políticas macroeconómicas torna más tangible un valor
agregado común en razón de una mayor credibilidad y de mecanismos de controles más sólidos,
en tanto que genera un conocimiento mutuo auto-gratificante, una mejor comunicación y una
mayor confianza entre los participantes autónomos. Este primer paso es necesario para reducir la
incertidumbre con respecto a la existencia e identificación individual de los beneficios
potenciales.
• La tentación que cada jugador experimenta de captar estos beneficios para satisfacer su propio
interés implica el surgimiento de un juego endógeno basado en la cooperación y tendiente a la
autodisciplina, en la medida en que exista entre los jugadores una combinación adecuada de
competencia y cooperación. Como ya se señaló, esta emulación entre los miembros del grupo
asegura una nivelación en ascenso hacia los estándares superiores, creando, incluso para los
mejores, un aumento neto de credibilidad que se nutre de las mejoras logradas por sus socios.
• Al atraer gradualmente la atención de la opinión pública nacional, de los acreedores y los
mercados sobre el desempeño y los compromisos de las políticas económicas, los ejercicios de
supervisión indirectamente generan sanciones y recompensas del mercado (efectos sobre la
credibilidad) que permiten identificar e internalizar el valor agregado de la cooperación regional;
ello modifica la percepción de la importancia de los beneficios futuros de la cooperación macro
regional con respecto a las acciones individuales y unilaterales. Desde el punto de vista de la
teoría de juegos, este proceso conduce a que cada actor asuma estrategias dominantes, mejorando
la convergencia entre el nivel óptimo nacional y el regional. Los beneficios dinámicos de la
supervisión regional revierten la estructura de incentivos para los encargados de formular las
políticas económicas nacionales y conducen a una progresiva cooperación basada en el interés
propio.
• Lo anterior corresponde a un juego sin perdedores, donde el resultado positivo aumenta y los
incentivos para desertar tienden a disminuir con el paso del tiempo a medida que se desarrolla la
cooperación y el juego se repite y comienza a ser considerado como un proceso continuo (la
naturaleza endógena de los beneficios a nivel regional en un proceso continuo).
• Este juego endógeno de suma positiva se acelera aún más por el efecto de las expectativas (como
lo señaló Axelrod; véase sección 3 de la segunda parte), lo cual crea la necesidad de establecer
acciones de cooperación, señalando así la salida definitiva del “dilema del prisionero”.
El elemento central del método propuesto para permitir que los países de América Latina y el Caribe
recurran al nivel regional para mejorar su gobernanza nacional consiste en el mencionado proceso de
emulación entre jugadores, que surge de la presión del grupo de pares respaldada por las sanciones que
imponen los mercados. Esta emulación se genera por una peculiar combinación de competencia y
cooperación que es el resultado del método mutua: los participantes compiten por la credibilidad a los
ojos de los mercados financieros internacionales o de los acreedores, pero también cooperan, no solamente
para contribuir al fortalecimiento de su capital común de credibilidad generado por el monitoreo, sino
también para captar parte de esa credibilidad en forma proporcional a los esfuerzos individuales que
realicen para presentar y cumplir sus compromisos individuales (planes de ajuste y convergencia). El
interés de cada miembro del grupo que compite es ser riguroso con sus socios y obligarlos a respetar las
reglas de cooperación del juego del monitoreo (para asegurar el valor agregado regional y proteger así sus
propios intereses). Sin embargo, una condición importante para permitir esta combinación consiste en la
adecuada implementación del principio de subsidiariedad en sus dos dimensiones, no solamente para
asegurar que las autoridades nacionales soberanas sean las únicas responsables por sus políticas
económicas nacionales (dado que compiten para aplicar las reglas del juego y tener un mejor desempeño
bajo la supervisión del grupo y sujetas a las sanciones del mercado), sino también para permitir este
monitoreo regional periódico (puesto que cooperan para permitir la explotación de un valor agregado neto
que intentan captar o preservar en competencia con los demás). Si bien no puede pedirse legítimamente a
las administraciones nacionales que sacrifiquen sus propias metas nacionales en beneficio de sus vecinos o
de la región, la fuerza motriz de sus propios y legítimos intereses podría canalizarse para protegerlos de
los errores de sus vecinos y crear así una competencia sólida en la que se cumpliría el respeto de algunas
reglas compartidas en el juego regional.
Para dar inicio a este proceso de valor agregado no es necesario esperar el surgimiento de instituciones
maduras con buena credibilidad sino, de hecho, lo contrario, pues los beneficios individuales son
directamente proporcionales a la carencia inicial de credibilidad de los más débiles. Ello también se aplica
a quienes demuestren el mejor desempeño al comienzo pues también ellos se beneficiarán de la
consolidación sistémica que resulte del progreso de sus vecinos. El resultado es la creación de un
verdadero valor agregado para todos los participantes, o una generación de riqueza neta que resulta de
transformar una mejor gobernanza en un mejor crecimiento sostenible (por ejemplo, mediante primas de
riesgo más bajas). Contrariamente al juego de suma nula del “dilema del prisionero”, la credibilidad de la
supervisión regional no se determina por la reputación de credibilidad promedio de los países individuales,
sino que tiende a aumentar a un nivel superior, incluso a la altura del mejor desempeño dentro del grupo,
dando lugar así a efectos-derrame positivos en términos de crecimiento e integración regional (un juego de
suma positiva).
Más aún, el mecanismo de incentivos es muy simple pues se basa exclusivamente en el principio universal
del interés propio de los responsables de las políticas económicas, que no depende de la calidad inicial de
la gobernanza sino de la rigurosidad de la supervisión. A la luz de la creciente importancia que tienen los
equipos de macroeconomistas de primer nivel que elaboran los aspectos técnicos de las combinaciones de
políticas económicas nacionales, el mecanismo de incentivos activado mediante la cooperación regional
podría resultar particularmente convincente en comparación con los incentivos y medios menos efectivos
con que cuentan estos macroeconomistas para llegar a causar algún impacto en sus propios países.
En definitiva, esta sección conduce a dos importantes resultados:
(1) La posibilidad de que los países de América Latina y el Caribe extraigan de la experiencia de la
Unión Europea un enfoque regional propio dirigido a acelerar sus capacidades de fortalecimiento
institucional mediante una apropiada combinación de competencia y cooperación entre las
administraciones y políticas económicas nacionales, parece atractiva y viable: algunas formas de
supervisión regional subsidiaria podrían compensar las debilidades institucionales nacionales, en
la medida en que brinden a todos los encargados de formular las políticas económicas nacionales
que participen, beneficios tangibles que reviertan la estructura de incentivos adversa a la
cooperación.
(2) Este trabajo, en la línea de REDIMA, parte de la base que sería más sencillo y rápido establecer
este esquema de monitoreo regional que dejar los países intentar lograr resultados equivalentes en
términos de mejor credibilidad y gobernanza, librados a los mecanismos propios de cada uno. Este
enfoque no es un sustituto de las instituciones y políticas económicas nacionales sólidas; por el
contrario, su finalidad es catalizar o incluso acelerar el fortalecimiento de tales políticas y la
reforma de la gobernanza nacional.
Sin embargo, la opción regional exige un enfoque cauteloso y progresivo que sería precisamente uno de
los resultados del proceso de “aprender haciendo” que provocaría el tipo de diálogo macroeconómico
periódico que nuestro enfoque propone. La gestión adecuada de esta dimensión regional, aún
insuficientemente explorada, podría abrir un nuevo enfoque dinámico para los países de América Latina y
el Caribe.
No obstante, esta opción se basa implícitamente en suposiciones que solamente pueden verificarse
mediante un proceso de autovalidación que consiste en fortalecer rápidamente la credibilidad de las
políticas económicas nacionales para escapar del “dilema del prisionero”.
¿Cuáles son las condiciones y las formas precisas de esta cooperación orientada por los intereses propios
de los participantes? La respuesta radica en el diseño de fórmulas operacionales para organizar el
monitoreo periódico o activar los mecanismos ya existentes. Esta es la tarea de los responsables y
macroeconomistas latinoamericanos, pero resulta útil indicar un punto de partida mediante dos tipos de
mecanismos complementarios (uno para las subregiones y el otro para la región latinoamericana en su
conjunto). Por supuesto, las propuestas concretas presentadas en las dos secciones siguientes constituyen
ejemplos abiertos a la crítica.
2. Propuestas específicas y mecanismos institucionales subregionales para favorecer la coordinación
macroeconómica según los principios establecidos en este trabajo
Estas propuestas retoman las ideas ya planteadas en las redes REDIMA. Se basan en la transparencia, en
un mecanismo deliberadamente organizado de creación de consenso y en la simplicidad de la
determinación y aplicación de las reglas. Contrariamente a las apariencias, estas propuestas no implican
cambios revolucionarios ni siquiera transformaciones institucionales, sino la introducción de un nuevo
método, notoriamente poco costoso, para la institución de los necesarios contra-poderes y debates públicos
abiertos que podrían fortalecer las responsabilidad y credibilidad de quienes formulan las políticas
económicas, en su propio beneficio.
Este método solamente implica un cambio institucional menor —la creación en cada subregión de un
reducido grupo de macroeconomistas independientes de evaluación técnica como contrapartida de los
grupos o comités subregionales oficiales. Con las especificidades ya puestas en evidencia, todas las
subregiones de América Latina cuentan con los fundamentos técnicos e institucionales para organizar el
monitoreo de las políticas económicas nacionales en dos niveles, el grupo colegiado de altos funcionarios
a cargo de las políticas monetaria y fiscal, y el comité de Ministros y Presidentes de bancos centrales.
La idea básica para fortalecer y garantizar rápidamente la credibilidad de las políticas económicas consiste
en respaldar el nivel subregional con una herramienta nueva e independiente que pueda atraer la atención
pública sobre la supervisión técnica y la evaluación colegiada de los tipos de cambio y las políticas
macroeconómicas nacionales. En lo que respecta a las políticas macroeconómicas, el déficit de
credibilidad y transparencia apunta a la necesidad de contar con un enfoque radical y “fresco”, asignando
prioridad a los debates abiertos entre profesionales, a las evaluaciones independientes y a la soberanía y
susceptibilidad locales. Esta propuesta es similar a la de Eichengreen, Haussmann y von Haguen (1999)30
en el sentido de crear consejos fiscales nacionales independientes, pero incluye dos mejoras significativas:
que estos consejos no sean solamente nacionales sino también regionales, y que su alcance se amplíe para
aplicar también la fórmula a la supervisión de las políticas monetarias y cambiarias.
Esto implica específicamente la creación de un sistema subregional de dos niveles destinado a fortalecer la
credibilidad mediante la generación de una dinámica positiva de debates abiertos que permita crear
incentivos para los responsables de las políticas económicas nacionales, a través de los mercados y la
opinión pública cuyas reacciones constituyen recompensas o sanciones.
1. A nivel oficial, los encargados de formular las políticas económicas se reúnen como grupo
colegiado de políticas: primero, el grupo preparatorio y asesor integrados por los altos
funcionarios oficiales, o sea el “Grupo Oficial de Monitoreo Macroeconómico (GOMM). Sus
miembros son los macroeconomistas de los organismos nacionales de política económica, en
general expertos de primer nivel de los ministerios de finanzas y bancos centrales nacionales;
segundo, el órgano decisorio regional a nivel de ministros y presidentes de bancos centrales para
la adopción de decisiones con respecto a las propuestas o el asesoramiento técnico recibidos del
GOMM;
2. A nivel de poderes compensatorios técnicos como interlocutor directo del GOMM: el Grupo
Autónomo de Macroeconomistas (GAM), compuesto por unos pocos y prominentes
macroeconomistas independientes, encargado de ejercer una supervisión periódica de las políticas
cambiarias y macroeconómicas de los países de la región considerada; este grupo no actúa
30
Eichengreen, Barry, Haussmann Ricardo, von Haguen Jurgen (1996) Reforming fiscal institutions in Latin
America: the case for a national fiscal council (mimeo) BID, Washington.
solamente “a la sombra” del GOMM sino que coopera con él activamente para crear un dialogo
técnico.
El GAM independiente estaría a cargo de proponer al GOMM métodos, criterios y metas subregionales y
de elaborar informes periódicos de evaluación sobre la evolución de los indicadores cambiarios y
macroeconómicos regionales y los correspondientes componentes y medidas de política económica a nivel
nacional. Todos sus resultados se presentarían, en primer lugar al GOMM, que discutiría esas propuestas y
evaluaciones y elaboraría, en presencia del GAM, sus propias recomendaciones para la consideración del
órgano decisorio, el Consejo de ministros y autoridades de bancos centrales (CMBC), el cual emitiría sus
recomendaciones en materia de política económica.
Para asegurar un equilibrio de poder equitativo, se garantizaría al GAM el uso de dos instrumentos
específicos: 1) la publicación de un anexo (o documento paralelo) con sus propias recomendaciones y
comentarios sobre las recomendaciones del Consejo y 2) la organización de “entrevistas públicas”
(“public hearings”) de expertos con la participación de los medios y la comunidad macroeconómica y
financiera internacional.
Dentro de este marco institucional liviano, la interacción entre los gobiernos y los macroeconomistas
independientes daría lugar a “controles y rendiciones de cuentas” en términos profesionales, más
sistemáticos y a una vigilancia automática y creíble. Se podría prever que este enfoque regional dote a la
toma de decisiones de un alto grado de credibilidad, flexibilidad y estabilidad a los ojos de los actores
económicos nacionales y del público en general, así como de los vecinos regionales, las instituciones
financieras internacionales (IFI) y los acreedores.
Proponemos sugerir a cada subregión que adapte su sistema regional de vigilancia mutua de dos niveles
mediante la realización de dos actividades básicas e interrelacionadas:
1) el diseño e implementación de un esquema regional de convergencia macroeconómica basado en
reglas con miras al establecimiento de un Mecanismo de Monitoreo Regional (MMR), en el que
gradualmente se buscarían y establecerían las reglas supranacionales, en particular criterios
cuantitativos de convergencia (reglas fiscales prioritarias para el logro de la sostenibilidad
adaptada a cada economía pero de acuerdo con principios comunes), y
2) la supervisión y evaluación de los tipos de cambio con miras a establecer un marco común para el
seguimiento, análisis y, en la medida de lo posible, en el futuro, acuerdo sobre los regímenes o
políticas de tipos de cambio de cada país participante a nivel subregional, según el principio
regional general de interés común en la credibilidad y estabilidad del tipo de cambio, es decir un
Monitoreo Cambiario Regional (MCR).
Dado que el MMR y el MCR se respaldan mutuamente, cada esquema de monitoreo macroeconómico
subregional dependería en gran medida de los regímenes de tipo de cambio en las subregiones que se
consideraran, y la dinámica del proceso de supervisión estaría sujeta a la acumulación de lo que se
“aprendiera haciendo” como resultado del interés colegiado sobre los tipos de cambio recíprocos o la
implementación del MCR. Comprender las fluctuaciones del tipo de cambio exige una estrecha
supervisión de cada combinación nacional de políticas económicas; por consiguiente, es inevitable que
estas actividades se complementen mutuamente.
Por lo tanto, la etapa inicial de este “monitoreo” consistiría meramente en un marco común para dar inicio
a un diálogo técnico sobre los tipos de cambio y las políticas cambiarias31
. Sería el esquema básico para
dar lugar a un diálogo macroeconómico operacional que podría conducir a los países a alinearse “hacia
arriba”, al adoptar el mejor de todos los aportes dinámicos que es dado esperar de la creación de potentes
esfuerzos de análisis críticos y de la presión del grupo de pares, de un mejor conocimiento mutuo, del
intercambio de prácticas óptimas y de un consenso más explícito sobre la gobernanza económica.
Dado que la propuesta se basa en el fortalecimiento gradual de la confianza mutua y sus beneficios
asociados, no exigiría negociaciones previas intensas ni compromiso formal alguno, sino solamente
iniciarse como un proceso progresivo de autovalidación que implicaría la total salvaguarda de la
soberanía nacional. Por ello es más realista y políticamente aceptable que otras fórmulas.
Si se considera este ejemplo solamente como un posible escenario futuro y no como un resultado
necesario, se podría imaginar que este proceso podría abrir la puerta a una cooperación más amplia en
etapas posteriores.
En la medida en que se llegue a un consenso dentro del grupo formado por los encargados de formular las
políticas económicas, se podría prever una intensificación de la cooperación, planteando el tema ante los
órganos de decisión regional según los procedimientos vigentes.
1) En algunas subregiones, el paso siguiente podría consistir en el uso del MCR para alcanzar una
posición común sobre metas cambiarias sostenibles o bandas de fluctuación entre socios para
fortalecer su estabilidad mutua. Las autoridades contribuirían a modelar las expectativas de los
mercados dando señales acordadas colectivamente sobre los tipos de cambio establecidos como
metas. En esta etapa el propósito no sería fijar paridades bilaterales sino evitar disparidades
manifiestas dentro de la subregión. Por supuesto, ello es factible solamente si existe la voluntad
política necesaria para avanzar hacia esta forma de cooperación monetaria implícita. En tal caso,
el proceso de generación de consenso sobre cada tipo de cambio debería provenir en primer lugar
del nivel del GOMM, con la opinión y posible apoyo técnicos del GAM. Culminada esta primera
etapa técnica, si el GOMM y el GAM alcanzaran una posición común sobre metas cambiarias
sostenibles, lo ideal sería que el CMBC anunciara las bandas recomendadas para los tipos de
cambio compatibles con las políticas económicas nacionales establecidas y previstas32
. Este
concepto de bandas recomendadas no implica un sistema de paridades bilaterales fijas o de límites
obligatorios pues también se aplicaría a los tipos de cambio flotantes. En un comienzo, estas
bandas serían amplias y no vinculantes, y solamente servirían para alertar a los mercados sobre la
existencia de una orientación consensuada de las políticas económicas nacionales.
2) Una herramienta complementaria para ejercer influencia sobre las expectativas de los mercados
sería encomendar al MCR la creación de un mecanismo para la realización de consultas
formales (obligatorias) en el ámbito del GOMM y en última instancia del CMBC, en aquellos
casos en que se produjera un acercamiento a los límites de las amplias bandas fijadas por
consenso. Estas consultas obligatorias estimularían el diseño e implementación de las reglas y
procedimientos establecidos en el mecanismo de monitoreo regional (MMR). Este sistema de
consultas funcionaría por consenso; por ello, se otorgaría a cada miembro, incluso a un banco
central nacional individual, el poder de veto absoluto, en un intento por alcanzar el consenso sobre
los ajustes de política económica que se presentarían a las autoridades nacionales. La herramienta
31
Este diálogo debería incluir la reflexión sobre todos los aspectos de las políticas cambiarias, incluida la cuestión
del anclaje de las monedas latinoamericanas a una o a varias monedas de referencia, en particular en el caso de países
que se caracterizan por un alto grado de diversificación de sus relaciones comerciales y financieras internacionales.
Ver a este respecto Miotti, Plihon y Quenan (2002) y Escaith y Quenan (2003). 32 Se pueden encontrar antecedentes teóricos sobre el enfoque de bandas recomendadas, por ejemplo, en Williamson (2003) y Krugman (1991).
más obvia para esta segunda etapa es la publicación de un “comunicado conjunto” en el que se
expresara públicamente el grado de consenso sobre los indicadores fundamentales de la región y
sus políticas.
3) El próximo nivel de cooperación consistiría en decidir las acciones comunes a adoptar más allá
de los límites de los ajustes de las políticas económicas nacionales y los comunicados conjuntos.
Estas acciones y herramientas comunes abarcan una amplia gama de opciones, que van desde la
aplicación de criterios de convergencia y la implementación de reglas del juego obligatorias con
recompensas o sanciones, hasta acciones de cooperación ad hoc, intervenciones conjuntas a favor
de monedas específicas o el anuncio de nuevas bandas fijadas por consenso o de ajustes
coordinados de política económica para respaldar el cumplimiento de las bandas acordadas.
Transcurrido un período de prueba, el sistema probablemente estaría en condiciones de diseñar un
procedimiento común de orientación cambiaria mediante el anclaje de las expectativas del
mercado a través de criterios precisos y procedimientos formales, proporcionando así información
transparente sobre las respectivas posturas de política económica que justifican la fijación de las
bandas y el ritmo de ajuste requerido.
4) Gradualmente, y si los miembros participantes pudieran llegar a un grado real de consenso y
cohesión demostrado por su respeto de los criterios y reglas comunes establecidos en el MMR, se
podría analizar la opción de experimentar una banda real o nominal en torno a una red de
relaciones de paridades. Dado el continuo fortalecimiento del consenso en el contexto de una
consolidación de la integración real (mayor intercambio comercial recíproco y convergencia
nominal), los pasos subsiguientes podrían transformar el MCR en un Sistema Monetario Regional
(SMR) y en última instancia en un Mecanismo Cambiario Regional . Por supuesto, este tipo de
flotación dirigida basada en reglas exige un acuerdo firme entre bancos centrales y demás
autoridades nacionales y podría lograse una vez que el MMR y sus reglas de convergencia
estuvieran suficientemente desarrolladas y su credibilidad quedara demostrada.
El ejemplo de la posible orientación de este enfoque intenta demostrar que las administraciones nacionales
podrían llegar a un consenso para elaborar reglas y criterios comunes y aplicarlas al nivel regional
apropiado, es decir, mediante la supervisión del grupo bajo el control de los economistas y los mercados.
Este enfoque transparente se transformaría en un poderoso catalizador de las reformas y en un mecanismo
adecuado para el fortalecimiento de la capacidad institucional. Podrían así concebirse la mayoría de las
reformas que requiere urgentemente cada economía, promoviéndolas y supervisándolas mediante este
método colegiado basado en la cooperación regional y dando lugar a economías de escala, responsabilidad
digna de confianza y un verdadero “alineamiento regional hacia arriba”, así como a incentivos endógenos
y al apoyo social de un público escéptico. En particular, la estabilidad cambiaria y macroeconómica podría
transformarse más fácil y sensatamente en un aspecto regional común, contribuyendo tanto a la
participación democrática como a moldear una identidad regional. Por supuesto, como se mencionó al
comienzo, si se desea evitar el parasitismo o el riesgo moral, toda esta dinámica debe presuponer la
existencia de un regionalismo no centralista ni burocrático (subsidiariedad y transparencia estrictas) y la
posibilidad permanente de optar por la salida (auto-exclusión en caso de desacuerdo profundo).
Por ello, debe quedar claro que nuestra propuesta para avanzar hacia la creación de un SMR no requiere el
establecimiento de una moneda única ni el uso de paridades bilaterales fijas a nivel subregional, sino un
sistema para fortalecer la estabilidad macroeconómica mediante un acuerdo para el tratamiento explícito y
colegiado de las políticas cambiarias. Comparado al que se implementó en Europa, este sistema
tendría una naturaleza diferente: no se limitaría sólo a una configuración en la que los países optan
por tipos de cambio relativamente fijos, sino que abarcaría también numerosos casos de flotación
libre así como los casos de dolarización. Esto permitiría analizar y diagnosticar en forma colegiada las
implicaciones, para las políticas nacionales, de los regímenes cambiarios, y el papel del tipo de cambio en
la combinación de políticas económicas y en la estrategia de desarrollo.
Por consiguiente, el método descrito anteriormente es mucho más amplio que los actuales enfoques de las
IFI, que tienden a privilegiar las “soluciones extremas” en materia cambiaria y solamente las tratan con las
autoridades nacionales individuales sobre una base bilateral. En particular, un sistema efectivo de
monitoreo regional provisto de reglas y poder de aplicación tendría capacidad de actuar como un
verdadero anclaje regional. En una situación como esta, es posible prever implicancias importantes para
promover el debate sobre los regímenes cambiarios más adecuados para los países latinoamericanos.
Si bien esta sugerencia es puramente especulativa, en debates futuros se deberían considerar los siguientes
aspectos.
Un esquema ideal de cooperación macroeconómica a nivel subregional puede reflejar una mayor
credibilidad que las reglas puramente nacionales (como las relativas a la responsabilidad fiscal o la
independencia monetaria) o la dolarización, al tiempo que también podría adaptar las reglas y posiciones
de política económica a la medida de cada situación o posición coyuntural específicas de un país. Con la
cooperación macroeconómica regional el problema del ERR cambia radicalmente: el sistema de
monitoreo regional (MMR y MCR) puede activar el mismo tipo de mecanismo de “importación de
credibilidad” que la dolarización al limitar la discrecionalidad, pero en este caso en términos de políticas
monetarias y fiscales, aunque sin restringir necesariamente su flexibilidad.
Esta combinación de ventajas significa que sería posible obtener beneficios de credibilidad equivalentes a
los de la dolarización sin soportar sus desventajas de rigidez y su naturaleza exógena, además de alcanzar
la flexibilidad que brinda la flotación sin exponerse al mismo riesgo de inestabilidad y reajustes excesivos.
Por consiguiente, este esquema subregional podría:
1) brindar simultáneamente las ventajas de ambos polos del ERR, flexibilidad y credibilidad,
2) sin imponer sus costos (rigidez o inestabilidad),
3) internalizando los efectos-derrame de las políticas económicas nacionales y haciendo posible
concebir una respuesta común y coherente en términos de políticas frente a los desafíos de la
mundialización y
4) promoviendo activamente la integración e identidad regionales.
Más específicamente, ello significa que la opción subregional tendría el “poder de alquimista” de
combinar las ventajas de ambas soluciones extremas sin imponer sus costos, lo que otorgaría a los
encargados nacionales de formular las políticas económicas una libertad significativamente mayor.
Por supuesto, esto no significa desconocer los obstáculos que deberán enfrentar, para avanzar en esta
perspectiva, los grupos de integración regional en Amérique Latina y el Caribe. Es cierto que, como se
expuso en el punto 1.6, los mecanismos de incentivos que han funcionado en Europa deberían ser aun más
potentes en países que enfrentan mayores dificultades de gobernanza. Pero el déficit reputacional de la
región es elevado y la ausencia de un “ancla” (Alemania en el caso europeo) no debe ser subestimada. Sin
embargo, es precisamente este déficit y esta ausencia de ancla que lleva a orientarse hacia un mecanismo
subregional capaz de compensar lo que ningún país de la región puede ofrecer por si mismo sin pasar por
muchos años de pruebas. En definitiva, con o sin cooperación, el déficit reputacional es un hecho y el
método cooperativo subregional presentado no puede empeorarlo: al contrario, todo indica que podría
solucionarlo a menor costo individual. Por otra parte, el contexto actual, de reactivación del crecimiento
en un escenario internacional más bien favorable, ofrece un marco más propicio para el desarrollo de
actitudes cooperativas y, por ende, para poner en marcha la dinámica expuesta.
3. Ampliando el método del nivel subregional al nivel regional o la cooperación entre subregiones de
América Latina y el Caribe como complemento activo de los mecanismos subregionales propuestos:
propuestas específicas para el nivel regional completo (ALC)
Todo lo anterior (incluso la palabra genérica “regional”) se refiere al plano “sub-regional”, es decir que se
sitúa en el marco específico de los cuatro esquemas de integración económica existentes, dado que se trata
del nivel más adecuado para iniciar y desarrollar la dinámica explicada utilizando los mecanismos
institucionales existentes y respetando plenamente las peculiaridades, los ritmos diferentes y los vínculos
históricos de cada subregión.
Sin embargo, el nivel regional completo, es decir la región América Latina y el Caribe, tiene sus funciones
propias en el desarrollo de la dinámica expuesta así como su existencia institucional como tal.
3.1. Funciones del nivel regional completo
La dinámica expuesta y las propuestas concretas del punto anterior serían fortalecidas si una forma
adecuada de cooperación entre las subregiones pudiera ser concretizada. Ya la experiencia de la fase 1 de
REDIMA33
demostró la existencia de una demanda y una función propia del nivel regional amplio que
estimuló las actividades de cada red subregional. Tal como estaba previsto e implementado en REDIMA,
es conveniente asegurar la cooperación entre subregiones mediante el intercambio regular.
En efecto, el interés de esta dimensión regional es fomentar el intercambio de experiencias y dificultades
entre participantes de las diferentes subregiones, generando efectos de aprendizaje y de emulación entre
ellos que reproduzcan y amplifiquen el mecanismo de la “competición cooperativa” expuesto en el punto
anteriormente. Además, este tipo de cooperación permite alcanzar objetivos mayores e imprescindibles
para los participantes tantos nacionales como los que pertenecen a organismos subregionales, en términos
de información y estrategia. Tanto las similitudes como las diferencias en materia de políticas económicas
entre las diferentes subregiones merecen ser tratadas en forma colegiada como una etapa básica para
conformar una cultura común y generar una identidad regional en ciertos campos clave para hacer frente a
los desafíos de la globalización. Tal como ya se indicó, la globalización tiende a reforzar la importancia de
las regiones y el interés directo de los países –cualquiera sea su tamaño–, consiste en poder beneficiar de
un peso mayor en el concierto internacional. Tomando en cuenta las enormes dificultades y los altos
costos para llegar a acuerdos o posiciones comunes de la región en los foros internacionales tradicionales,
es obvio que ampliar el método propuesto en este trabajo del nivel subregional al nivel regional entero
ofrece ventajas cruciales para llegar a menor costo y tiempo a un consenso regional en temas puntuales de
las políticas macroeconómicas: no necesita cambios institucionales sino utilizar las entes existentes (ver
más abajo 3.2). Sin nuevos mandatos o negociaciones, y gracias a reuniones plenarias en las que los países
no tendrían otro compromiso que ser participante a través de su propia subregión, se puede avanzar sin
costo hacia un conocimiento más profundo de las realidades regionales, de las estrategias de sus actores,
abriendo así el camino a la construcción concreta de un consenso latinoamericano, es decir a la
formulación de posiciones comunes frente a terceros o en las instituciones internacionales.
3.2. Propuestas de asignación de responsabilidades regionales
33
REDIMA 1 tuvo una sesión plenaria anual de sus tres redes en 2001, 2002, y 2003, así como un sitio web propio
con posibilidades de conferencias electrónicas permanentes entre participantes de diferentes subregiones (sistema del
WebBoard de la CEPAL). REDIMA 2, que ha comenzado en junio de 2005 esta por acabarse y organizó sesiones
plenarias en octubre de 2005, de 2006 y en noviembre de 2007 en Santiago de Chile, así como varias reuniones
subregionales en la CAN y en el MCCA. Para el MERCOSUR, un proyecto distinto soportado por la Comisión
Europea esta en marcha a nivel del GMM.
Existen, como es sabido, instituciones regionales que abarcan a todos los países de la región.
Especialmente en el tema de la coordinación de políticas, conviene mencionar a dos: la CEPAL y al
SELA. Por un lado, la CEPAL ejerce su mandato de información y fomento de la cooperación e
integración entre todos los países latinoamericanos y caribeños en los campos económicos y sociales, y en
este marco impulsa las redes autogestionadas REDIMA que funcionan principalmente a nivel subregional
pero con una cooperación regional que difunde los resultados entre subregiones. También, el mandato de
la Secretaría Ejecutiva de la CEPAL estipula que coordine “las actividades de la CEPAL con las de los
principales departamentos y oficinas de la Sede de las Naciones Unidas, los organismos especializados y
las organizaciones intergubernamentales a fin de evitar la duplicación y lograr la complementariedad en el
intercambio de información”.
Por otro lado, el SELA fue precisamente creado como organismo intergubernamental en 1975 para
“promover la cooperación intrarregional” y “promover un sistema permanente de consulta y coordinación
para la adopción de posiciones y estrategias comunes sobre temas económicos y sociales, tanto en los
organismos y foros internacionales como ante terceros países y agrupaciones de países”. Esta función
ofrece un complemento interesante al mandato de la CEPAL para implementar en forma concreta
mecanismos de cooperación regional en el campo de la coordinación de las políticas macroeconómicas
que podrían reforzar las iniciativas ya en marcha en el marco de la fase 2 de REDIMA, especialmente para
actuar en terrenos más políticos donde la CEPAL, por su pertenencia al sistema de las Naciones Unidas,
tiene más limitaciones que el SELA.
De hecho, las propuestas específicas formuladas en el punto 1.6 anterior, han sido concebidas para poder
realizarse en el plano de cada subregión y según las peculiaridades propias de cada una. Si bien es cierto
que la CEPAL asegura también una cobertura del nivel regional en el marco de REDIMA (aunque todavía
falta incorporar al Caribe), iniciativas complementarias de parte de la Secretaría Permanente del SELA
serían provechosas para la dinámica del proceso en curso, a condición de respetar ciertas condiciones:
principalmente aplicar el método adecuado y no duplicar esfuerzos.
El método desarrollado en el presente trabajo apunta a crear un valor agregado subregional mediante,
como se argumentó en esta tercera parte, la dinámica de un juego endógeno de “competición cooperativa”
(punto 1.2) entre administraciones nacionales que mejore la gobernanza y el crecimiento (punto 1.5). Esta
combinación sutil de competición y cooperación depende de la rigurosidad y credibilidad del monitoreo
macroeconómico subregional, lo que requiere ampliar los debates profesionales y disponer de
contrapoderes autónomos tal como los Grupos Autónomos de Macroeconomistas (GAM, punto 1.6). Para
poder reforzar estos mecanismos mediante una cooperación complementaria entre subregiones, es
necesario también transponer contrapoderes y debates profesionales a nivel de la región en su conjunto y
en plena independencia. Dejar la entera responsabilidad de este tipo de “fiscalización” a un solo
organismo regional o al solo sistema de las redes autogestionadas REDIMA conllevaría una dificultad de
organización y de principio. Por un lado, la CEPAL como responsable técnico y financiero de las redes
REDIMA tiene que permanecer como un árbitro neutro y respetuoso tanto de la autogestión propia de
REDIMA como de las competencias de las instituciones subregionales. Por otro lado, la CEPAL tiene la
misión de promover la integración y la cooperación regional y subregional: este papel de “juez y parte”
podría crear algunas ambigüedades o frenos a la dinámica buscada a nivel latinoamericano y caribeño. Por
lo tanto, existe una justificación objetiva para que la CEPAL, dentro de su mandato de coordinador con
otros organismos intergubernamentales regionales, busque sinergias cooperativas con el SELA cuya
misión es precisamente de promover la cooperación entre subregiones y fomentar posiciones comunes.
Esto llevaría a solicitar el SELA para que actúe como su socio complementario en la organización a nivel
regional de los debates profesionales y políticos sobre el monitoreo y la coordinación macroeconómica
entre los países latinoamericanos y caribeños. Por supuesto, nuestra propuesta tiene sentido sólo en la
medida que la fórmula sea consensuada entre los dos organismos regionales para que ambos saquen pleno
provecho de sus ventajas comparativas. Una condición sine qua non es, conviene reiterarlo, que no se
duplique ninguna tarea y que salgan reforzadas las misiones e eficacia de ambas instituciones.
Propuestas concretas:
1. abrir discusiones formales entre el SELA y la CEPAL para organizar un foro regional que abarque
a las cuatro subregiones latinoamericanas y caribeñas sobre los resultados de los monitoreos
macroeconómicos y de los alcances de los dispositivos de coordinación de políticas
macroeconómicas de las subregiones.
2. En particular, el SELA podría, por ejemplo, recibir el mandato de contribuir a la difusión de la
información y del fomento de los debates tanto profesionales como políticos sobre el alcance y los
resultados de las iniciativas de cooperación de las diferentes subregiones, así como de posibles
iniciativas entre subregiones o a nivel de la región latinoamericana y caribeña en su conjunto.
3. Entre otras modalidades, el SELA podría contemplar, en forma autónoma, la organización de
“hearings” de especialistas internacionales sobre los trabajos respectivos de los GOMM y GAM,
así como seminarios internacionales con la prensa especializada y las IFIs para valorizar los
efectos reputacionales de los esfuerzos hechos y de los progresos en curso.
4. A nivel político, el SELA tendría la responsabilidad (ardua pero crucial) de involucrar a la
sociedad civil y especialmente a los parlamentos nacionales (en cooperación con los parlamentos
subregionales) en el tema de la cooperación macroeconómica de manera que se internalice más la
problemática regional en las decisiones nacionales.
El conjunto de estas medidas implica la creación de una presión estimulante sobre los participantes tanto
técnicos (GOMM y GAM, CEPAL, SELA) como políticos (ministros y presidentes de bancos centrales)
que activará el proceso de “rendición de cuenta” de cada responsable o institución involucrados.
Así, la dinámica generada podría favorecer que los países latinoamericanos y caribeños avancen en la
mejora de la gobernanza, al tiempo que la integración recupera un rol más protagónico y permite, más
rápidamente, la construcción una identidad regional operacional en el escenario mundial.
Conclusiones
Del análisis desarrollado en este trabajo se desprenden una serie de conclusiones operacionales que se
presentan a continuación.
1. El contexto de la globalización, el “cansancio respecto de la reformas” y la actual fase coyuntural que
atraviesan las economías de América Latina y el Caribe se refuerzan para crear condiciones favorables
para implementar novedosas iniciativas en el plano de la cooperación y la convergencia macroeconómica
a nivel subregional y regional.
2. Los países de América Latina y el Caribe tienen una ventaja importante para avanzar en ese sentido :
todas las subregiones de integración ya disponen – aunque en forma diferenciada y a veces incompleta -
de los mecanismos institucionales mínimos para poder lanzar iniciativas cooperativas entre sus miembros
y tomar decisiones a nivel subregional para fomentar la convergencia macroeconómica.
3. Sin embargo, todas las subregiones comparten una contradicción entre, por un lado, la existencia de
mecanismos suficientes y, por otro lado, una falta o insuficiencia de utilización efectiva de estos
mecanismos para influir en las políticas nacionales. A pesar de que todas las subregiones manifiestan una
cierta demanda de coordinación a nivel del discurso político e institucional, en los hechos, esta demanda
no llega a desarrollar una verdadera dinámica de cooperación y de refuerzo de la credibilidad. Esta
contradicción se resume en la afirmación común de la “falta de voluntad política” en la región, que revela
una parálisis típica de la cooperación en una situación de “dilema del prisionero” en el sentido que no
sería racional para las autoridades nacionales atarse las manos frente a la incertidumbre sobre la capacidad
efectiva de los vecinos de cumplir o de seguir las políticas concertadas.
4. A partir de un análisis de los mecanismos de “economía política” que permiten cambiar un equilibrio
no-cooperativo en una cooperación auto-motivada (es decir sin centralización) se establece un método
para implementar un tipo de “subsidiariedad” adecuada al caso latinoamericano, la “competición
cooperativa” entre administraciones nacionales. El nivel subregional – bajo ciertas condiciones - puede
crear un valor agregado preciso y directamente beneficioso para los niveles nacionales. En este caso, la
fuerza enorme de la competición entre países y administraciones nacionales puede ser canalizada mediante
la cooperación subregional motivada por la creación de este valor agregado común, y la desconfianza
mutua inicial que inhibe la cooperación, se transforma en vigilancia mutua motriz de una cooperación que
se vuelve necesaria para protegerse de los errores de los vecinos y en definitiva sirve para disciplinar a
todos según reglas objetivas cuyo respeto genera precisamente el valor agregado regional (credibilidad).
5. Este proceso dinámico puede llevarse adelante mediante un proceso de aprendizaje progresivo que está
al alcance de todas las subregiones a través de la implementación efectiva de un diálogo a partir de un
monitoreo macroeconómico colegiado (ya existente) por parte de los técnicos de alto nivel encargados de
las políticas nacionales, que integre también, con un fuerte énfasis, el análisis de los tipos de cambio y de
sus determinantes. En este proceso, el interés de cada miembro del grupo que compite es ser riguroso con
sus socios y obligarlos a respetar las reglas de cooperación del juego del monitoreo (para asegurar el valor
agregado regional y proteger así sus propios intereses). De esta manera, se puede llegar a la creación
rápida y espontánea de contra-poderes que mejoren la transparencia y la calidad de la gobernanza
nacional, y contribuyan a garantizar un sendero de crecimiento sostenible más elevado.
6. Como punto de partida de un debate entre responsables latinoamericanos y caribeños, un conjunto de
propuestas concretas permite destacar dos tipos de mecanismos complementarios para implementar el
proceso de profundización de la cooperación y convergencia macroeconómica:
primero a nivel subregional, y usando los dispositivos existentes o los de REDIMA, la activación
de un sistema subregional de dos niveles (técnico y ministerial) destinado a fortalecer la
credibilidad mediante la generación de una dinámica positiva de diálogos y debates abiertos que
permite crear incentivos para los responsables de las políticas económicas nacionales, a través de
los mercados y la opinión pública cuyas reacciones constituyen recompensas o sanciones, y
secundo, a nivel de la región como conjunto, la creación o activación de un foro que abarcaría a
las cuatro subregiones y abriría una cooperación entre ellas. Esto sería muy beneficioso para la
dinámica de cada subregión al amplificar los intereses de sus propios participantes nacionales. Sin
embargo, este tipo de cooperación requiere de “entes motores” que sean neutros y que abarquen a
todos los países de la región. En el caso presente, parece obvio que la CEPAL, a partir de la
segunda etapa de REDIMA, puede fomentar este nivel regional completo. Sin embargo, una
participación cooperativa del SELA - cuya misión especifica consiste en la cooperación
intrarregional y la búsqueda de posiciones y estrategias comunes en la región - ofrecería ventajas
complementarias para activar los mecanismos de contra-poderes y valorizar a nivel regional los
trabajos subregionales de REDIMA, contribuyendo así a acelerar el impacto de este proceso en las
políticas efectivas de los Estados miembros de la región.
7. Sin duda, los ejemplos concretos de propuestas operacionales presentados en este trabajo pueden ser
objeto de críticas u objeciones. Pero cabe subrayar que los principios de economía política (la
“subsidiariedad latina” y la “competición cooperativa”), que fundamentan la elección de fórmulas de
“coordinación soberana”, han demostrado su validez tanto por las experiencias (incluidos los fracasos)
desarrolladas en Europa y en el G-7, como por los aportes más recientes de la teoría de juegos.
Es nuestra convicción que los responsables de las políticas macroeconómicas de los países de América
Latina y del Caribe disponen de todos los elementos para encontrar con éxito las modalidades adecuadas
para hacer avanzar la cooperación macroeconómica en cada subregión y a nivel del conjunto de la región.
En este contexto, el nuevo paradigma, que un organismo de búsqueda de consenso entre las subregiones y
los países de América Latina y el Caribe como el SELA podría promover, consiste en un enfoque de los
efectos de la globalización sobre el nivel regional, destacando la importancia de la cooperación
macroeconómica a nivel regional y subregional como condición y herramienta de un repunte de la
integración económica, que sería, a su vez, condición de un crecimiento sostenible y elevado con una
participación ciudadana más activa en América Latina.