Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero

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1 Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero 1 Resumen A partir del enfoque de la literatura de viajes, en este trabajo analizo Viaje al corazón de la península (1998) de Hernán Lara Zavala. Me interesa demostrar cómo va configurando el concepto de identidad, al oscilar de una concepción tradicional, afincada en la genética y la herencia cultural, a otra sustentada en el conjunto de las elecciones del individuo. Conforme avanza la narración, el lector puede identificar puntos de fuga diversos que terminan por proponer la identidad como la construcción de un sujeto que “aprende”, que se interpreta y se entiende, a la manera de un performance que permite su aceptación, su pertenencia o su distanciamiento de un grupo social dado. Así, el autor se asume como un sujeto multiplicadamente híbrido: campechano y yucateco; peninsular y republicano. Abraza esta aceptación desde la posición privilegiada de quien, desde su muy personal dislocación (cultural, histórica y geográfica), se siente parte de una comunidad, con la posibilidad de circular, de entrar y salir de ella. Palabras clave Literatura mexicana, literatura del siglo XX, literatura de viajes, identidad como performance, identidad e hibridez cultural, Hernán Lara Zavala 1 Castro, M. (2010). “Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero” en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, año XVI, no. 46, vol. XVII. Universidad de Texas at El Paso, Ed. Neón, julio-septiembre, pp. VI-XIII. ISSN14052687

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Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero1

Resumen

A partir del enfoque de la literatura de viajes, en este trabajo analizo Viaje al corazón de la

península (1998) de Hernán Lara Zavala. Me interesa demostrar cómo va configurando el

concepto de identidad, al oscilar de una concepción tradicional, afincada en la genética y la

herencia cultural, a otra sustentada en el conjunto de las elecciones del individuo.

Conforme avanza la narración, el lector puede identificar puntos de fuga diversos que

terminan por proponer la identidad como la construcción de un sujeto que “aprende”, que

se interpreta y se entiende, a la manera de un performance que permite su aceptación, su

pertenencia o su distanciamiento de un grupo social dado. Así, el autor se asume como un

sujeto multiplicadamente híbrido: campechano y yucateco; peninsular y republicano.

Abraza esta aceptación desde la posición privilegiada de quien, desde su muy personal

dislocación (cultural, histórica y geográfica), se siente parte de una comunidad, con la

posibilidad de circular, de entrar y salir de ella.

Palabras clave

Literatura mexicana, literatura del siglo XX, literatura de viajes, identidad como

performance, identidad e hibridez cultural, Hernán Lara Zavala

1 Castro, M. (2010). “Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero” en Revista de Literatura Mexicana

Contemporánea, año XVI, no. 46, vol. XVII. Universidad de Texas at El Paso, Ed. Neón, julio-septiembre,

pp. VI-XIII. ISSN14052687

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Hernán Lara Zavala y los hallazgos del viajero

Maricruz Castro Ricalde

Tecnológico de Monterrey, campus Toluca, México

Soy el hijo pródigo que regresó a casa demasiadas veces

Marco Antonio Campos

En 1998, Hernán Lara Zavala publica Viaje al corazón de la península. Este texto se

centra en el “retorno al origen” y en el significado personal que le confiere a los lugares en

donde nacieron sus padres: Campeche y Yucatán.2 La elección se vincula a ciertos aspectos

de su vida privada, pero también a la indudable atracción ejercida por la región como fuente

de su literatura. Desde años atrás, Lara Zavala había plasmado su interés por ficcionalizar

los recuerdos de sus vacaciones infantiles, las anécdotas contadas por sus familiares, las

experiencias de sus amigos y conocidos peninsulares en obras como su primera colección

de cuentos, De Zitilchén (1981) que recrea “la vida en los típicos pueblos del sureste”

(1998: 127);3 la narración para niños Tuch y Odilón (1992), en el que el demonio Kakazbal

pone a prueba la lealtad del perrito Tuch;4 la novela testimonio Charras (1990), basada en

la historia del Efraín Calderón Lara, el asesinado líder sindical yucateco.5 En su obra más

reciente, Península, península (2008), retorna a ese enclave geográfico y, mediante

estrategias propias de la metaficción histórica, vuelve a unir, en un mismo espacio textual,

dos sitios separados en lo geopolítico, pero inextricablemente ligados en lo cultural: los

mencionados estados de Campeche y Yucatán.

Lara Zavala ha sido reconocido a través de importantes galardones como el Premio

Latinoamericano de Narrativa Colima por obra publicada (1987) con El mismo cielo, el

2 El libro fue el último de la colección “Cuaderno de viaje” que arrancó en 1994, con el de Fernando Solana y

su evocación del estado de Oaxaca. Otros autores de la serie fueron María Luisa Puga, Silvia Molina, Ana

García Bergua, Francisco Hinojosa y Álvaro Ruiz Abreu, entre otros. 3 Dada la cantidad de ocasiones que citaré este texto, a partir de este momento sólo asentaré el número de la

página correspondiente. 4 Palabra maya que significa “ombligo” y se utiliza dentro del vocabulario cotidiano de los habitantes de estas

zonas. 5 El nudo de lo individual y lo social se estrecha mucho más en esta obra, pues el protagonista es primo lejano

de Lara Zavala. Ambos provienen del mismo tronco familiar (fueron oriundos de Hopelchén tanto el padre de

Hernán como el mismo “Charras”). En Viaje […], es ostensible su amigable cercanía, según se percibe en su

último encuentro en Mérida. Por otro lado, esa zona del sureste (la de los Chenes) es central en el libro que

analizaremos.

3

José Fuentes Mares (1994) con Después del amor y otros cuentos, el Iberoamericano de

Novela Elena Poniatowska Ciudad de México (2009) por Península, Península, y recibido

diversos reconocimientos en el ámbito de la difusión cultural y el mérito del conjunto de su

obra literaria. Vinculado desde muy joven a entidades editoriales y organismos

universitarios, ha sido invitado como profesor y como escritor en residencia en el extranjero

y, por lo tanto, vivido en Estados Unidos y Europa, en distintos periodos de su vida.6 Tal

vez el acercamiento a otras culturas nacionales y la experiencia de haber dejado transcurrir

gran parte de su vida en la capital mexicana ha agudizado su atracción hacia otra tierra: no

adoptiva, sino suya, “por elección propia”; lejana a su entorno habitual, pero muy próxima

en sus recuerdos, en algunas de sus prácticas cotidianas y en su visión sobre el enmarañado

lazo formado por la identidad personal y la colectiva.

Ser yucateco o campechano, no es una cuestión de mera elección, sino es de índole

hereditaria y de naturaleza genética, podría inferirse de varias de las páginas del libro. Su

articulación como el sujeto de la enunciación, cuya mirada dirige la de los lectores, es uno

de los puntos de fuga que enriquecen ese primer concepto sobre la identidad y lo que, ante

mis ojos, convirtió a Viaje al corazón de la península en un libro especialmente atractivo,

dada la oscilación que revela entre el esencialismo de esa primera aproximación y su

construcción como un sujeto que ha “aprendido” a ser “yucahuach”. El volumen, entonces,

permite entrever la existencia de espacios, físicos y simbólicos, parcialmente fijos y, al

mismo tiempo, precarios y cambiantes, indispensables para comprender la identidad de los

sujetos como un performance.

Señas de identidad: viajero

El punto de arranque de Viaje al corazón de la península es el presente histórico (“Estamos

a finales de marzo de 1996” (15)), a través del cual se describirá la situación de lo que hoy

es uno de los municipios más grandes en extensión del estado de Campeche, Hopelchén. De

6 En una extensa entrevista, se sostiene: “En la literatura mexicana en general y en tu generación en particular,

casi no existen los viajeros. Tú –si no eres un caso único- eres uno poco frecuente” (Carballo, 1998: 36). Me

parece inexacta la afirmación. De esta misma generación es Héctor Manjarrez, Silvia Molina, María Luisa

Puga, Jorge Aguilar Mora, Luis Arturo Ramos, Marco Antonio Campos, por nombrar a algunos. Todos los

mencionados, desde jóvenes, manifestaron su vocación de viajeros que, además, ha quedado plasmada en los

escenarios, las temáticas, los personajes de su obra literaria o en su labor como traductores. Algunos, incluso,

han permanecido varios años en el extranjero, en donde han fijado, temporalmente, su sitio de residencia, sin

cortar sus lazos culturales con su país natal.

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manera paralela, intercalará datos históricos, generalmente ligados con su propia

genealogía. En cada uno de los lugares visitados, el escritor se reencontrará con parientes

más o menos lejanos, descubrirá filiaciones, comprenderá el papel que sus antepasados

desempeñaron en el crecimiento económico de esa parte de la península y conocerá las

haciendas fundadas por sus ancestros desde fines del siglo XVIII (como don Salvador

Baqueiro, dueño de San José Ucuchil), su tatarabuelo Pedro Advíncula Lara y su bisabuelo

Emilio. Cada uno de estos episodios está concebido también como una especie de guía del

pasado y el presente cultural de la zona. Así, abundará en definiciones (las sartenejas “son

las cavidades calcáreas de menor tamaño donde también se acumula agua de lluvia” (45)) y

traducciones del maya (Bolonchenticul significa “nueve pozos”; Xtacumbil Xunaan, “la

señora escondida”; beyhualé, “tal vez, puede ser”); interpretará giros culturales: “

‘Ordenados y delicados’, meros eufemismos peninsulares para calificar a tacaños y

quisquillosos” (21); explicará cuestiones de tipo geográfico (clima, suelo, hidrología,

ausencia de orografía) y cultural (la arquitectura maya, la de las iglesias coloniales y los

conventos franciscanos); describirá a sus habitantes (“Las mujeres también son un dechado

de pulcritud con sus ternos blancos e impecables, su mirada bonachona y sus cuerpos

regordetes” (30)); hablará de sus personalidades (Crescencio García Rejón, Olegario

Molina Solís, Lorenzo de Zavala, Consuelo Zavala) y de los famosos viajeros que

exploraron la región (Stephens, Caterwood); se detendrá en algunos de sus hitos

temporales: la Guerra de Castas, la industrialización del chicle, el auge henequenero, los

efectos de la Revolución de 1910. La liga entre todo este conocimiento y la experiencia del

autor ciñe su nudo en las páginas finales, cuando explicita su deseo “de hablar sobre el

impacto que la cultura yucateca ha ejercido sobre mi persona” (127). Es amplísimo el

listado de nombres (sobre todo de escritores e historiadores) y libros con el que cierra la

obra.

Hay en el escrito de Lara Zavala, cierta inquietud por las transformaciones que se

registran en el presente, como el asentamiento de una comunidad menonita de más de mil

personas que “ha cambiado totalmente el perfil étnico del pueblo” (61); el arribo de nuevos

pobladores que llegan “[...] de toda la república a buscar trabajo cerca de Quintana Roo”

(36); “La invasión que ha sufrido de las diversas sectas protestantes principalmente las de

religión bautista” (37). Late en el texto, el deseo de la semejanza del paisaje contemporáneo

5

con el guardado en la memoria, pues si aquél se tornara en algo extraño o ajeno, se

rompería el sistema de identificación que le ha permitido reconocerse en la acepción

positiva del “yucahuach”.

La estructura es sencilla y su relato prefiere basarse en la observación y en una línea

narrativa cimentada en una temporalidad que avanza y, algunas veces, se quiebra para

retroceder al pasado, pero casi siempre desde una perspectiva sustentada en la objetividad

de los acontecimientos. Su punto de vista es didáctico, como si deseara descubrirle al lector

las particularidades de la región y su noción de identidad se liga a una cuestión de orden

genético y a una cercanía cultural fomentada por los círculos afectivos del sujeto. No se

detiene demasiado en detalles, algunos de los cuales se le escapan. Lara Zavala confía en su

memoria (por ejemplo, confunde las botanas llamadas “charritos” y él las denomina,

“rancheritos”) y, por ello, equivoca algún dicho y escribe incorrectamente algunos lugares,

al reproducir fonéticamente nombres o expresiones.

Sus estrategias discursivas tienen muy presente al lector; se recurre a la narración de

aventuras y a la configuración de un personaje identificado con el “yo” que cuenta sus

peripecias, pleno de convicciones y respuestas. Las convergencias aparecen en el tono de

sus cuadernos de viaje, los cuales mezclan (en distinta medida, sin embargo) el dinamismo

de la narración de acontecimientos, la argumentación crítica sobre la situación

socioeconómica y política de la región, la descripción de los rasgos más sobresalientes de la

cultura campechana así como la exposición de la flora, la fauna y las etnias, entre muchas

otras manifestaciones más. Es decir, es un viajero culto que focaliza su atención en ámbitos

específicos y, a partir de esta restricción, intenta brindar una perspectiva panorámica,

abarcadora y casi total, en lo que al devenir histórico se refiere.

Echa mano de una gran variedad de documentos, a la manera de los primeros

viajeros: cuentas, cartas antiguas de parientes y conocidos, bibliografía de diversa índole,

investigaciones académicas, visitas a archivos, entrevistas y recopilación de testimonios,

por mencionar algunas fuentes. Conoce la literatura pasada y presente de la región, ha

leído las crónicas de viajes más relevantes y rastreado siglos de la genealogía familiar. El

narrador configurado en este libro se caracteriza por múltiples rasgos híbridos: nacido fuera

de Campeche, su nexo con esta tierra es la familia del padre, pues la madre es yucateca. En

Lara Zavala, sin embargo, la atmósfera peninsular se siguió respirando en su casa de la

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capital mexicana. La fuerte presencia paterna, viva, dicharachera, que instala en un “bar

familiar” su “oficina” para saludar a los amigos y los parientes, cuando está en tránsito en

Yucatán, le permite al autor concebir este proyecto literario como una aventura en donde,

físicamente, emprende un recorrido hacia el pasado y le confiere un sentido mucho más

estable acerca de su pertenencia a una tierra y una cultura.

El viaje: del corazón de la península al corazón del escritor

El título elegido por Lara Zavala implica movimiento y una direccionalidad precisa:

él viaja hacia el corazón de la península. No hay ni incertidumbre ni duda en el derrotero

seleccionado. Su trayectoria sigue un itinerario específico, surgido a partir de los lugares

que “han marcado” a su familia: en la primera parte, Hopelchén, cabecera del municipio del

mismo nombre, en el cual se encuentran otros dos de los puntos de interés: la región

arqueológica de los Chenes y Holcatzín, la hacienda donde se produjo un otrora famoso ron

de la zona; en la segunda sección del libro, Mérida (y, en menor medida, Izamal). El

nombre de cada uno de ellos es el título de los capítulos de su libro, los cuales son, en

cuanto a la forma literaria elegida, “[...] simultáneamente, un viaje sentimental, un álbum

de recuerdos, un retorno al origen, un recorrido histórico y anecdótico” (12). Nótese la

abundancia de términos semánticamente vinculados (“viaje”, “retorno”, “recorrido”) y

asociados todos ellos con la noción del acontecimiento pasado o reciente. Hernán cumple

su ofrecimiento inicial, pues el lector lo acompañará en un viaje caracterizado por un

recuento, en el que se pueden ubicar varios intervalos temporales. El de los Chenes y

Hopelchén describirían un mismo periodo; el de Hocaltzín, una visita más breve (apenas

dos o tres días), mientras que el de Mérida aglutinaría el sinfín de ocasiones en que el

escritor ha viajado a esta ciudad desde su niñez.

El título del libro guarda una relación clara de intertextualidad con la novela de

Julio Verne, Viaje al centro de la tierra (1864). Las semejanzas son numerosas al igual que

con las múltiples narraciones de los descubrimientos de la colonización europea: periplos

arriesgados, guías nativos, exploraciones cuyo premio es el encuentro de mundos

maravillosos, olvidados o ignorados, y que sirven como revelación de otras culturas. El

centro terrestre del francés equivale al corazón del escrito de Lara Zavala y esto es

doblemente significativo: el corazón de la península se encuentra en la región de los

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Chenes, el lugar en donde hay decenas de ciudades prehispánicas enterradas por la selva y

el sitio en donde se gestó la Guerra de Castas, en la que el indomable espíritu maya se

manifestó con especial violencia; pero también los pueblos y las haciendas de su familia,

establecida ahí desde el siglo XVIII. Es el corazón de una etnia y, al mismo tiempo, el de

una familia de origen campechano; es el centro de la Historia de la península y el origen de

su propia historia.

Dados los antecedentes del escritor,7 imposible obviar la alusión a la famosa novela

de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness, 1902) y, en general, a su

intención de convertir en un complejo artefacto literario el género de la novela de

aventuras. Sus excursiones a ciertos rincones de la selva campechana son narradas como

auténticas expediciones, en las cuales sus protagonistas corren el riesgo de perderse, ser

amenazados por peligrosas serpientes, mordidos por innumerables garrapatas y sufrir las

terribles inclemencias de la zona. De hecho, no es sino hasta ese momento, con el propósito

de escribir su crónica de viajes, cuando Lara Zavala logra su objetivo, después de varias

ocasiones fallidas: “[...] siempre se me argumentaba o bien que era inaccesible por el lodo y

la maleza que producían las lluvias, o bien que estaba muy crecida la hierba y había muchas

víboras por la seca” (78). A semejanza del relato de Conrad, el paisaje selvático cobra

especial relevancia; el ritmo narrativo varía para testimoniar la lentitud y la

inexpugnabilidad del recorrido y se opta por la descripción minuciosa del entorno:

La vereda tiene la tierra húmeda, es un poco oscura pues por donde vamos apenas se

alcanza a ver el cielo por ciertos claros que permite la vegetación [...] Nos

enfrentamos a una extensa y luminosa llanura verdiamarilla. Casi no se ven árboles.

Una enorme sabana con leves hondonadas y elevaciones se extiende ante nuestros

ojos hasta el horizonte (82)

La voluntad del autor por llegar al final del trayecto y conocer las ruinas mayas

inexploradas, localizadas a casi dos horas de extenuante caminata desde la derruida casa

principal de Hocaltzín, sobresale ante la presencia de un personaje mucho más frágil: Aída,

su pareja. Los nervios y el temor de la mujer contrastan con el deseo del varón de conocer

la pequeña ciudad ceremonial. Él la alienta, la conforta, la guía (“yo voy por delante”), la

toma de la mano, la premia (“te portaste muy valiente”). Así, Lara Zavala se erige a sí

7 La pasión del autor de Península, Península por la literatura inglesa no es ningún secreto. Tanto su

formación universitaria, sus publicaciones académicas como sus declaraciones dan cuenta de esta admiración:

“me parece que en tanto tradición y continuidad es la mejor literatura que se ha escrito en la edad moderna” y

a la hora de enumerar este derrotero “sin baches”, menciona a Conrad (Carballo, 1998: 36-37).

8

mismo en un personaje al estilo de los testimonios de los conquistadores, quienes llegan a

buen puerto, no sólo a pesar de los augurios pesimistas de su tripulación, sino sosteniendo

la moral de sus compañeros de viaje. Los recursos de la narración también acercan este

último episodio dedicado al estado de Campeche al viaje de Kurtz, el personaje de Conrad,

pues “Su viaje al infierno de la jungla devoradora de hombres no es como el de Dante, un

camino de salvación, sino una manera de poner a prueba su fuerza y sus convicciones”

(Silva, 2000: 97); éstos, atributos concedidos a la figura paterna (fuerza, independencia,

vigor, firmeza y carácter) y establecidos desde las primeras líneas del volumen. Hernán,

como su padre, a través de sus acciones, de su “performance” vital, se inserta, así, en la

línea genealógica de los Lara, los Baqueiro, los Barrera, aquéllas que si bien explotaron esa

región y a sus indios, “gracias a la iniciativa y al empuje de esas familias […] la zona había

podido desarrollar la agricultura, el comercio y la industria” (95).

Lara Zavala aprovecha la tradición de los libros de viaje, al emplear un gran número

de fuentes y testimonios e incluir las peripecias acaecidas durante el derrotero mismo. Los

primeros relatos sobre los descubrimientos y las conquistas exhibían cierta falta de interés

por el trayecto en sí, tal vez porque éste debía ser una “minucia”, en comparación “con el

interés mayor de cuanto estaba al fin del viaje mismo [...] otro mundo” o bien, por el

“reblandecimiento físico y moral que al parecer tenemos los hombres de hoy en

comparación con aquellos fundadores” (Martínez, 1984: 15). No es el caso del libro

analizado, pues ilustra desde las incomodidades hasta los enormes placeres provocados por

el desplazamiento. Si bien es cierto que las condiciones climáticas descritas son extremas y

se plantean como un rasgo inherente a los lugares visitados (a tal grado que se proponen,

casi, como una huella de identidad), se convierten en escollos mínimos, al ser comparados

con la recompensa. En una entrevista, Lara Zavala afirmó: “Yo creo que el viaje ofrece la

posibilidad de enfrentarse consigo mismo” (Carballo, 1998: 35). En el volumen analizado,

el “otro mundo” que re-descubre es tanto su lado aventurero (él, cuya misión en Campeche

es de orden intelectual: presentar un libro universitario, Los mayas pacíficos de Teresa

Ramayo) como el de sus propios orígenes.

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Los hallazgos del viajero: el privilegio de ser “yucahuach”

Viaje al corazón de la península se estructura, según hemos mencionado, en dos

partes desiguales en su extensión. La primera, la más extensa, es dedicada a Campeche y,

en concreto, a la región central de la península de Yucatán. Consta de tres capítulos (“Los

Chenes”, “Hopelchén” y “Hocaltzín”) y por sus características son la columna vertebral del

libro, si deseamos considerar éste como una muestra de la escritura de viajes. El segundo

segmento ocupa, con exactitud, la cuarta parte del volumen y es “Mérida: ‘Nuestra

ciudad’”. Si es pertinaz la presencia del desplazamiento, del recorrido, en la sección sobre

Campeche, en la relativa a la capital del estado de Yucatán, se cuentan varios trayectos, de

manera aislada y sin relacionarse entre sí, pues más bien los hilos conductores son la

genealogía materna, la idiosincrasia de los pobladores del lugar y los vínculos tanto

emocionales como literarios que unen al narrador con esta ciudad.

La estructura se hermana con la visión del autor en torno del significado atribuido a

los lugares de origen de sus progenitores y los rasgos de ambos. Me explico: Lara Zavala

comienza con la afirmación siguiente:

Mi padre es un pueblo de Campeche. Un pueblo fuerte, independiente y vigoroso

con estirpe y con carácter que ha logrado sobrevivir a base de trabajo y de talento

[…] Mi madre es dos ciudades de Yucatán: una amarilla y sagrada y otra blanca,

limpia y bien trazada. Mi madre es suave, armónica y un poco melancólica […]

(11).

Campeche, tropo de la figura paterna, con su fortaleza, su autonomía y su determinación

induce al viaje, al descubrimiento, a la aventura. Esta faceta induce a Hernán a presentar la

región desde la perspectiva de lo desconocido que invita a ser develado, y subraya los

ángulos todavía ocultos de la zona (ruinas arqueológicas invadidas por la maleza; haciendas

derruidas y olvidadas; caminos intransitables y solitarios). Por lo tanto, el relato se centra

en los desplazamientos hacia ciertas poblaciones que no había “tenido el tiempo ni el ánimo

de visitar” (a pesar de haber estado tantas veces en los alrededores) y en los recorridos por

espacios emblemáticos de la tierra de sus mayores, que ahora son alumbrados por otros

reflectores, a partir de filtros distintos. El discurso narrativo se impone por encima de

cualquier otra modalidad de la escritura literaria, dada la intencionalidad textual de

enfatizar el discurrir, las acciones y su proximidad, en relación con el tiempo de la

escritura. Si bien se insertan datos con valor documental, éstos aparecen sólo en función del

viajero que recuerda e ilustra al lector, conforme su mirada se pasea por los lugares.

10

Mérida e Izamal son la madre. La antítesis de Campeche. Al vigor de éste le

correspondería la suavidad y la melancolía de aquélla. La independencia del primero (que

tantos conflictos y enfrentamientos le produjo a lo largo de su historia) tiene su otra cara en

la armonía de la capital yucateca. Tal concepción se traslada al texto mediante las

estrategias discursivas propias de la descripción y la exposición, por lo que el tono es más

pausado, evocador e, incluso, invoca a estatizar el pasado para examinarlo con más detalle.

Recurre también a la construcción de pasajes de índole hipotética (lo que hubiera querido

vivir “y ya no haré jamás”). Este apartado es más conciso, pero también más inconexo, en

el sentido de plantear varios ejes temáticos, centrados todos sea en el recuerdo (los viajes de

su niñez y su juventud hacia Mérida), sea en información bibliográfica (la historia de su

antepasada Consuelo Zavala, en el que se concede un considerable espacio al Primer

Congreso Feminista realizado durante el régimen de Salvador Alvarado).

Por supuesto, saltan a la vista los estereotipos de género, tanto en la caracterización

del padre y la madre, como en los recursos discursivos elegidos para hablar de una región

campechana o de las ciudades yucatecas de Mérida e Izamal, personificadas en un varón y

una mujer. Las acciones multiplicadas en los espacios campechanos, regidos por un tiempo

presente o por un pretérito perfecto (“Estamos a finales de marzo de 1996” (15)) contrastan

con un mayor ejercicio de la memoria e investigación histórica en los yucatecos,

singularizados por el uso del pretérito perfecto simple (“Me impresionó entonces ver esa

ciudad tan blanca y tan limpia” (99); “mi madre ingresó en la Escuela elemental y

Profesional dirigida por su tía, la educadora Consuelo Zavala” (114)).

La interrogante sobre la identidad se presenta desde las primeras líneas. Desde un

“yo”, Lara Zavala formula un deseo: “rescatar mis raíces”. Quiere emprender, junto con el

lector, tanto un periplo afectivo como visitar “algunos lugares de la península que han

marcado a mi familia” (12). La voz autoral liga la experiencia personal con los valores del

grupo al cual se adscribe, basándose en argumentos como la pertenencia por genealogía,

vivencia e identificación. Éste fue el punto de arranque de mis reflexiones: el texto propone

la configuración de una identidad híbrida sustentada en un sistema de representación

consistente y reiterada. Un performance, propiamente dicho. Pero la aparición de algunas

fisuras en esta representación que el autor realiza sobre sí mismo dota al texto de un gran

11

atractivo, pues revelan ciertas contradicciones y algunas tensiones, principalmente en

nociones tan nodales como las de raza, clase social y género, según hemos ido adelantando.

Las primeras páginas de este breve volumen dan la impresión de partir de un

concepto tradicional sobre la identidad, como si ésta fuera algo dado y sin ningún tipo de

problematización. Así, Hernán va en pos de sus orígenes, a partir de una idea bastante clara

de en dónde se encuentran. Por una parte, él asume su condición de ser un sujeto producto

de una mezcla que cuenta con una denominación, una designación comprendida por

cualquiera que forme parte de un grupo específico: el de los peninsulares

Por ser hijo de yucatecos –de hecho de padre campechano y de madre yucateca– y

por haber nacido en la ciudad de México soy lo que en la península se suele llamar

un ‘yucahuach’. Pero qué duda cabe, por estas mis venas, quiéralo o no, corre

sangre yucateca o, si se prefiere, peninsular, es decir de la hermana República de

Yucatán, como reza la irónica expresión (11).8

A través de la modalidad verbal del presente del indicativo (“soy”) se instaura la

certidumbre de una respuesta a dos preguntas hipotéticas, relacionadas entre sí: “¿Quién

eres?”, “¿de dónde eres?”. Se advierte la intención del autor de dar por sentado su origen y

el vínculo con la tierra de sus padres, sin que la constitución del sujeto se vea conflictuada;

éste es determinado por una historia familiar y social que va más allá de la voluntad

personal.

Lara Zavala también alude a un contexto mucho más amplio, contextual e

históricamente hablando. La opción entre apelar al adjetivo “yucateco” o “peninsular” se

refiere a los siglos en los que Campeche fue parte de la Capitanía General de Yucatán, pues

no fue sino hasta 1862, cuando Campeche se constituye como un estado independiente del

de Yucatán. La añeja rivalidad entre ambos territorios es resuelta por el escritor, con el

adjetivo “peninsular”, al permitir la convergencia en él de su linaje yucateco, por la línea

materna, y el campechano, por la paterna.9 Además, las cursivas de “la hermana República

de Yucatán” recuerdan tanto las numerosas ocasiones, durante el siglo XIX, en que la

8 Las negritas son nuestras, a fin de remarcar la certidumbre del escritor sobre su origen.

9 Muchas páginas después, Hernán abunda en este punto: “[...] a pesar de formar una entidad étnica, cultural y

geográfica orgánica, la península ha estado desde la época prehispánica invariablemente dividida” (108).

Explica, de manera sintética, las razones históricas en las que descansa esta rivalidad que, en el presente, se

manifiesta en las bromas y los chistes mutuos y no en acciones políticas concretas.

12

entidad se separó de la nación, como las particularidades culturales de la región que, dentro

del imaginario social, la constituyen como un mundo aparte, diferente del resto del país.10

Implícitamente, el autor se asume como un sujeto doblemente híbrido: campechano

y yucateco; peninsular y republicano. Abraza esta aceptación desde la posición privilegiada

de quien desde su muy personal dislocación (por lo menos, cultural, histórica y geográfica)

se siente parte de una comunidad, con la posibilidad de circular, de entrar y salir de ella. El

término “yucahuach” suele poseer una connotación despectiva; se emplea para marcar una

línea divisoria que advierte la importancia del origen (el de adentro, el yucateco; en

oposición al de afuera, al que proviene de cualquier otra parte). Nuestro narrador, en

cambio, lo despoja de esas implicaciones, al establecer –de manera multiplicada y

reiterada– su derecho a reclamar su pertenencia a un “soy de aquí” y a proclamar un “soy

como tú”. A la inferioridad tácita del “yucahuach”, incapaz de comprender, en razón de su

diferencia, Lara Zavala revalora el vocablo, al situarse en el mismo nivel del nacido en la

península, mediante argumentos poderosos dentro de la lógica peninsular (según va

infiriendo el lector): jerarquía familiar y estatus social, avalados por un linaje que forma

parte de la historia pasada y presente. En su estirpe –de acuerdo con los testimonios

personales y documentales del libro–, figuran políticos, historiadores, periodistas,

educadores y empresarios que constan en los anales yucatecos y campechanos. Y esto es

tan relevante como la existencia de miembros presentes en la “otra” historia: la de la vida

diaria, impresa en los nombres de una panadería, una escuela, una calle.

Debra Castillo, al discutir sobre las estrategias de los inmigrantes de América Latina

en Estados Unidos para mantener y re-construir lazos con sus lugares de origen, observa

con agudeza que estos sujetos nunca están “del todo en su propio lugar. El lugar de origen

retrocede en el tiempo y el espacio” (2009: 233). Lara Zavala consigue fundir el pasado con

el presente para que aquél lo autorice a echar mano de aquellos códigos que favorezcan una

interacción que pone en suspenso su condición de “huach” y mantenga actual su cualidad

de “yuca”. De aquí su facilidad para desplazarse de un pueblo a otro y encontrar conocidos,

amigos y parientes. No es necesario concertar citas o planear visitas: “ ‘¡Hernán Lara!’ grita

alguien de repente. Me vuelvo y veo a mi primo, el doctor Emilio Lara, actual diputado por

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Símbolos como la bandera y el himno yucatecos afianzaban este sentimiento que se transparenta en la

humorística frase: “Si se acaba el mundo, me voy a Yucatán”.

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el municipio de Hopelchén” (16); “Iba yo por el paseo Montejo en un automóvil rentado

cuando se me emparejó otro coche. Volteé y reconocí, junto al conductor, a Charras. Nos

saludamos de coche a coche” (124). Tampoco es imprescindible fijarse metas específicas

para toparse con hallazgos detonadores de recuerdos como la tumba de uno de los hombres

más ricos de Hopelchén, Tomás Calderón Negrón (“el tío Tomás”), a cuyo entierro asistió

el narrador, cuando era un niño. La facilidad, la espontaneidad para establecer ligas entre el

pasado familiar y los hechos del presente van naturalizando su adscripción a esa identidad

orgullosa de sus diferencias, que hace gala de aquello que la distingue de “los otros”, “los

fuereños”, “los huaches”. La hibridez identitaria construida textualmente por Lara Zavala

problematiza el enfoque esencialista sustentado en la sangre o el apellido. No obstante,

estas peculiaridades no se desdeñan. Por el contrario, son integradas a la complejidad de

una identidad propia que sin dejar de ser íntima y doméstica, también es compartida y es

columna vertebral de nombres y acontecimientos vinculados con miembros sobresalientes

del ayer y el hoy de Campeche y Yucatán.

En síntesis, el “yo” que habla en el texto de Lara Zavala está ligado tanto al papel

del observador, cuyo propósito es revelar los atributos de una cultura singular, como al del

protagonista que los experimenta por sí mismo o con igual vividez, a través de los relatos

familiares. La carga informativa del testigo prevalece, incluso, cuando el tema central es el

pasado familiar. Se acerca, así, al estatuto canónico de la literatura de viajes, pues el

receptor puede determinar el peso referencial, la condición de “verdad”, sobre la cual

descansan las palabras del narrador. Éste funde lo informativo, lo referencial y el pretérito

con el de quien testimonia, en una configuración narrativa sustentada en lo personal, la

mirada comprometida y acorde con el tiempo de la escritura.11

La hibridez identitaria se

manifiesta, pues, en el sincretismo del discurso desplegado.

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Si siguiéramos al pie de la letra la propuesta de Renato Prada Oropeza (1991: 61-78), deberíamos añadir

una tercera categoría: la del reportaje. Lara Zavala emplearía, en Viaje al corazón de la península, tres tipos

de discurso: el histórico (informa sobre el basado, basándose en documentos de archivo), el reportaje

(denuncia hechos de actualidad, a partir de acontecimientos que permanecen en la memoria colectiva y que

pueden ser recogidos en conversaciones, cartas, entrevistas, fotos de particulares) y el testimonio (el lector

asume como cierto “lo contado por el que cuenta”; prevalece el compromiso, la denuncia, la solidaridad).

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Obras citadas

AAVV. 1999. Historia mínima de Campeche. 2ª ed. Campeche: Gobierno del

Estado de Campeche (colección Lic. Pablo García).

Carballo, Emmanuel (coord.). 1998. Erotismo de hilo fino. Entrevista con Hernán

Lara Zavala. México: Universidad de Colima (Col. Voz de Tinta).

Castillo, Debra. 2009. “Los objetos umbilicales: el cruce de fronteras” en Ileana

Rodríguez y Mónica Szurmuk (eds.). Memoria y ciudadanía. Santiago de Chile: Cuarto

Propio, pp. 227-245.

Conrad, Joseph. 1974. El corazón de las tinieblas. Barcelona: Lumen.

Lara Zavala, Hernán. 1981. De Zitilchén. México: Joaquín Mortiz.

------------------------. 1990. Charras. México: Joaquín Mortiz.

----------------------. 1998. Viaje al corazón de la península. México: CONACULTA

(colección cuaderno de viaje).

----------------------. 2008. Península, Península. México: Alfaguara.

Martínez, José Luis. 1984. Pasajeros de Indias. México: Alianza Universidad.

Prada Oropeza, Renato. 1991. "El discurso narrativo 'objeto' y el discurso narrativo

'ficticio' (La novela reportaje y el hecho: Charras)”, en Escritos. Revista del Centro de

Ciencias del Lenguaje, núm. 7, Puebla, enero-junio, pp. 61-78.

Silva, Lorenzo. 2000. Viajes escritos y escritos viajeros. Madrid: Anaya (col. Punto

de Referencia).

Verne, Julio. 2006. Viaje al centro de la tierra. Madrid: Valdemar.