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AEDOS FORO DEBATE DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA I SESIÓN ENERO 2014 1 EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL PAPA FRANCISCO Con ocasión de la Exhortación Evangelii Gaudium, invitación a una ciencia económica alegre. Bruno R. Zazo 1 Gloria Dei, vivens homo(Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 20, 7) “Entonces el Señor preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel?. No lo sé, respondió Caín. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?.” (Gn. 4, 9) PREAMBULA SCIENTIAE 1. Vivimos un momento de generalizada acritud y desconfianza. Sorprendentemente, también, en la Iglesia. Y al tiempo que los mensajes del Romano Pontífice no llegan en absoluto a la mayoría de los [sociológicamente] católicos, porque simplemente no escuchan ya nada, son recibidos con la frialdad de una autopsia en los también católicos círculos académicos: quizá porque los Papas no acaban de decir lo que la intelectualidad quiere que digan. No es fervorina el escuchar filialmente los mensajes del Pontífice, sino la natural actitud de un hijo hacia su padre. Sin amor filial la recepción del mensaje se vuelve deficiente: parcial. Parcial y escéptica, descreída, recepción de un mensaje que, quizá, acogido con la caridad acorde, pudiera dar frutos abundantes. Si insistimos, con la severidad y la ironía de quienes están de vuelta de todo, en matar al padre y en negar el carácter sobrenatural de la Madre Iglesia, nuestra escucha y nuestra consiguiente tarea de reflexión acerca de la Doctrina Social de la Iglesia serán resentidas, y no escucharemos palabras como “184. (…) Además, ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país»”. Si insistimos en la acritud, nuestra tarea será sobre vanos fundamentos y absolutamente infructuosa, como hasta ahora lo ha sido la tarea de tantos y tantos grupos de trabajo que se constituían supuestamente como la vanguardia de la reflexión en la Doctrina Social de la Iglesia. 2. Una escucha más amorosa –y alegre- es lo primero que propongo y la condición para que se escuche en toda su entidad “lo” que se acaba de recibir; en línea con el sentido de la exhortación, “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.” Desde la alegría de la recepción de Jesús, desde este corazón y esta vida llenos, escuchemos la exhortación del Papa como escuchamos la Palabra de la Buena Nueva. 1 Profesor del Instituto San José de Humanidades de Madrid y de la Universidad Francisco de Vitoria.

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I SESIÓN – ENERO 2014

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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL PAPA FRANCISCO

Con ocasión de la Exhortación Evangelii Gaudium,

invitación a una ciencia económica alegre. Bruno R. Zazo1

“Gloria Dei, vivens homo”

(Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 20, 7)

“Entonces el Señor preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel?. No lo sé, respondió Caín. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?.”

(Gn. 4, 9)

PREAMBULA SCIENTIAE 1. Vivimos un momento de generalizada acritud y desconfianza. Sorprendentemente, también, en la Iglesia. Y al tiempo que los mensajes del Romano Pontífice no llegan en absoluto a la mayoría de los [sociológicamente] católicos, porque simplemente no escuchan ya nada, son recibidos con la frialdad de una autopsia en los también católicos círculos académicos: quizá porque los Papas no acaban de decir lo que la intelectualidad quiere que digan. No es fervorina el escuchar filialmente los mensajes del Pontífice, sino la natural actitud de un hijo hacia su padre. Sin amor filial la recepción del mensaje se vuelve deficiente: parcial. Parcial y escéptica, descreída, recepción de un mensaje que, quizá, acogido con la caridad acorde, pudiera dar frutos abundantes. Si insistimos, con la severidad y la ironía de quienes están de vuelta de todo, en matar al padre y en negar el carácter sobrenatural de la Madre Iglesia, nuestra escucha y nuestra consiguiente tarea de reflexión acerca de la Doctrina Social de la Iglesia serán resentidas, y no escucharemos palabras como “184. (…) Además, ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país»”. Si insistimos en la acritud, nuestra tarea será sobre vanos fundamentos y absolutamente infructuosa, como hasta ahora lo ha sido la tarea de tantos y tantos grupos de trabajo que se constituían supuestamente como la vanguardia de la reflexión en la Doctrina Social de la Iglesia. 2. Una escucha más amorosa –y alegre- es lo primero que propongo y la condición para que se escuche en toda su entidad “lo” que se acaba de recibir; en línea con el sentido de la exhortación, “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.” Desde la alegría de la recepción de Jesús, desde este corazón y esta vida llenos, escuchemos la exhortación del Papa como escuchamos la Palabra de la Buena Nueva.

1 Profesor del Instituto San José de Humanidades de Madrid y de la Universidad Francisco de Vitoria.

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Es esta escucha –y la consecuente respuesta- lo que realmente podría conformarse como base de una nueva racionalidad, de una nueva manera católica de hacer ciencia, más allá de las lúgubres dudas y escrúpulos metódicos que tan poco fruto dieron. ¿Tiene algún sentido seguir escuchando y respondiendo como si Dios no existiese, como si el acontecimiento de Cristo no hubiera acontecido en la realidad, sino en nuestra mera emotividad? ¿No podríamos hacer ciencia sin más, una pura ciencia? No, pues la natura ya no es la natura pura previa a la redención.

The New law as the grace that orders nature is not some otherworldly and anti-natural event working through an ineffable theophanous mystery. It is a form that can elicit our vision, and is found in the teaching and the pronouncements entrusted to the apostles. This constitutes a tradition of thought, language, and vision capable of eliciting our will and our reason toward our final end—the God who as Trinity is charity. This vision must necessarily be repeated, and in so doing the natural is graced. The natural alone cannot be the basis for Christian teaching on morality precisely because the natural alone no longer exists (if it ever did) because God has assumed human flesh. In so far as Catholic social teaching recognizes that what is found in nature will be the same as that which the New law discloses, it offers to theological reflection on economics the service of overcoming the fiction of a ‘natural theology’ that falsely assumes a rigid division between nature and supernature and provides autonomous space for economic analysis. Such a division, in whatever form it appears—in Scholasticism’s two-tiered grace and nature, or in Weber’s fact-value distinction—always reduces theology to the non-historical irrational remainder: it becomes that to which appeal can be made when reason fails. In so far as Catholic social teaching assumes that what is found in the ‘natural laws’ to which economists appeal are reasons sufficient in and of themselves, then the bifurcation between theology and economics remains. Theology will be relegated to the ascribing of ‘values’ or to fundamental orientation. Little recourse will be had to the end of human life as supernatural, and thus the theological virtues become irrelevant. Economics can be discussed under the virtue of justice alone. Once the theological virtues are rendered irrelevant, the rules prescribing and proscribing certain actions will lose their significance and so will appear arbitrary—or, worse yet, they can be only arbitrary—insisted upon solely for the sake of the power of some authority.2

La ciencia, todo lo natural que se quiera, es alegre porque su objeto ha sido redimido. Nuestra racionalidad es alegre y esperanzada. Una racionalidad que no puede admitir ya, nunca más, el postulado moderno que ha recluido la fe al ámbito de lo privado, liberando el ámbito público precisamente de lo único que otorga el sentido racional a la acción: Cristo. Admitir, so prurito científico, y en aras del diálogo interdisciplinar, que el conjunto de la realidad científica es la materia es admitir las reglas de un juego falso de toda falsedad. Y toda ciencia que parta de este postulado es falsa si Cristo es verdadero.

182. Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos –sin pretender entrar en detalles– para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie. Hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que «puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones actuales». Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común».

2 LONG, Stephen D., Divine Economy: Theology and the Market, Routledge, 2000, p. 217.

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La tristeza de admitir una realidad amputada cesa cuando se admite que la realidad ha sido redimida –que Cristo ha resucitado- y ello manifiesta la consiguiente alegría: la alegría del conocimiento de la realidad: bella, buena, verdadera y única. Dios ha asumido, restaurado y elevado la naturaleza humana, para siempre. Esta es la clave de la nueva ciencia y de la nueva racionalidad. Como dice el profesor Prades3, Dios ha salvado la distancia. Y lo racional es alegrarse y responder a su visita, a su llamada: abriendo la puerta del ser para que nos habite la Vida y la Verdad. Esa será, a partir de la Buena Nueva, la clave de nuestra moralidad y el ordenamiento de nuestra racionalidad. De ahí que, salvada la naturaleza, quizá la teología tenga aún que salvar a la ciencia4. 3. ¿Hay alguien, en la academia, que reciba el mensaje y que lo haga desde esta confianza? Sin este preámbulo de confianza, ¡cuánta tristeza a nuestro alrededor! ¡Y qué difícil será, pues, compartir y escuchar –paciente y esperanzadamente, sin acrobacias metafísicas, sin florituras sociológicas, sin búsqueda de novedades caprichosas o sin promoción de intereses de lobby- a palabras como:

1. (…) En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (…)

Un católico que abandonó la fe lleno de resentimiento y racionalismo y que, convertido, se dedica al estudio del sentido sobrenatural de la Economía, escucha así la Exhortación del Papa; tanto desde recuerdo de la aspereza del alejamiento como desde un presente plenamente esperanzado y consciente. Y la considera necesaria para su condición de católico y muy útil para el desempeño de su actividad, una actividad natural que ya nunca más podrá ser meramente natural.

18. (…) perfilar un determinado estilo evangelizador que invito a asumir en cualquier actividad que se realice. Y así, de esta manera, podamos acoger, en medio de nuestro compromiso diario, la exhortación de la Palabra de Dios: «Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito, ¡alegraos!» (Flp 4,4).

Desde el recuerdo de las algarrobas del exilio el mensaje del Papa se recibe como el mensaje del Padre, en una tonalidad de reconciliación: invitación para hacer algo juntos, dejando atrás cualquier reclamación o pendencia; ven, vamos a compartir la alegría que hoy sentimos. Y ese compartir va a acontecer en, ahora sí, un presente pleno, tanto en lo anímico (pues me habla el amado Vicario de Cristo) como en lo intelectual (pues me habla el Vicario del Maestro, del Rabuní): un compartir basado en el corazón y sus razones. Escribo, pues, compartiendo simultáneamente con quienes me acompañan entre los cerdos –siempre potencialmente presentes, los cerdos, en mi vida de pecador- como con quienes me acompañan en el banquete de la fe; y también con los hermanos que no quieren entrar al banquete porque juzgan que no necesitan el perdón. ¿Qué nos dice hoy el Papa, a los economistas católicos, si acaso nos dice algo? ¿Cómo nos lo dice? ¿De qué nos sirve y qué enseñanzas podríamos obtener de este documento? ¿Cooperaremos con la Iglesia, discípula misionera, desde nuestra tarea científica? ¿Será la nuestra una ciencia que permita al Magisterio sacar indicaciones concretas que le ayuden a 3 PRADES, Javier, Dios ha salvado la distancia, Ediciones Encuentro, Madrid, 2003. 4 TYSON, Paul, Can Modern Science be Theologically Salvaged?, Reflections on Conor Cunningham’s theological and

metaphysical evaluation of modern evolutionary biology, Radical Orthodoxy: Theology, Philosophy, Politics, Vol. 2, Number 1 (January 2014): 118-139.

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desempeñar su misión? ¿O vamos decididamente en contra de lo que nuestra Iglesia enseña? ¿Contribuye nuestra tarea a esa armonización que hace el Espíritu de las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, o más bien añade dificultades al camino? ¿Es la nuestra una ciencia triste, una dismal science5, o tenemos los mimbres, con la Ley Nueva en la mano, para hacer una nueva ciencia alegre?

“40. La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad. La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia». De otro modo también lo hacen las demás ciencias. Refiriéndose a las ciencias sociales, por ejemplo, Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia presta atención a sus aportes «para sacar indicaciones concretas que le ayuden a desempeñar su misión de Magisterio». Además, en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio.”

Podríamos sintetizar el mensaje de la exhortación en un: “Tú (fiel), alégrate y, por consiguiente, anuncia bien el Evangelio”. Este es el mensaje que a los economistas nos puede servir como ejemplo, material y formal, en la formulación de una nueva economía. Analizaremos el mensaje a continuación, formulándonos una serie de preguntas para economistas tras cada aserto del Papa. TÚ (CATÓLICO)… ¿Cómo es el “tú” del católico economista? 4. El Papa crea un entorno que hace posible la conversación (desde la humildad del que invita y desde la confianza que pide), resaltando la relación: la exhortación tiene un carácter netamente personal, de diálogo sincero y de reflexión amistosa:

3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él (…) No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor».

Podría el Papa hablar en su exhortación en forma de aviso, advertencia o plática, pero sabe que quienes escuchamos no estamos ya preparados para esos formatos, y se adapta en consecuencia a nuestras capacidades. Por ello, el Papa se pone a sí mismo una serie de limitaciones en su exhortación, de modo que su mensaje no adquiera un talante demasiado adusto:

16. Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación. Al hacerlo, recojo la riqueza de los trabajos del Sínodo. También he consultado a diversas personas, y procuro

5 CARLYLE, Thomas, en Occasional Discourse on the Negro Question: “Not a "gay science," I should say, like some we have

heard of; no, a dreary, desolate and, indeed, quite abject and distressing one; what we might call, by way of eminence, the dismal

science.”

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además expresar las preocupaciones que me mueven en este momento concreto de la obra evangelizadora de la Iglesia. Son innumerables los temas relacionados con la evangelización en el mundo actual que podrían desarrollarse aquí. Pero he renunciado a tratar detenidamente esas múltiples cuestiones que deben ser objeto de estudio y cuidadosa profundización. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».

Cuando los economistas hacemos ciencia, intentamos compartir la verdad que creemos poseer con nuestros hermanos. ¿Lo hacemos con esta cordialidad y desde la sugerencia, o más bien desde la aspereza y desde el dogmatismo? ¿Conseguimos que la verdad que percibimos que desprende la realidad se transmita de modo que a nadie excluya en su formulación, sin amputar las posibilidades de nuestro entorno? El Papa consulta a diferentes autoridades y habla de descentralización… ¿cómo trabajamos hoy los que nos dedicamos a la economía? ¿Generamos conversaciones colaborativas en nuestra actividad? ¿Nos autolimitamos en el alcance de nuestra ciencia o seguimos manteniendo pretensiones de omnicomprensión? 5. El Papa habla en su exhortación desde el entusiasmo tranquilo de quien se sabe animado por la alegría del Espíritu, buscando personificar en obra lo que de palabra comunica: la alegría del comunicar la buena noticia. Y el género literario de la exhortación se configura como un aviso que incita a alguien con palabras, razones y ruegos a que haga o deje de hacer algo… ¿Tenemos los economistas actuales la capacidad para responder a las palabras, razones y ruegos que la verdad de la realidad nos lanza? ¿Somos capaces de convertir esas palabras, razones y ruegos en acciones consistentes con lo exhortado? ¿Dialogamos con la realidad de modo que ambos, la realidad y nosotros, morimos y nacemos continuamente en la búsqueda de la verdad, o la pretensión que nos ubica en nuestra atalaya la convierte en baluarte defensivo inexpugnable? ¿Logramos los economistas que la palabra y la obra se correspondan con el pensamiento y que transmitan la consiguiente alegría de la coherencia? 6. La exhortación versa sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. ¿Es acaso un manual de instrucciones para anunciar el Evangelio en el mundo actual? Lo es. No debiéramos los católicos, a quienes se dirige la exhortación, buscar intenciones segundas en el documento emitido. Se nos exhorta a evangelizar. Son muchas las veces que el Papa hace referencia a los términos “salida”, “misión” y “camino”, términos que se aplican a una Iglesia que hasta ahora ha sido no-misionera. El capítulo I de la Exhortación define ese “tú” de la exhortación que somos los católicos del mundo (los obispos, los presbíteros, los diáconos, las personas consagradas y los fieles laicos, según sea la vocación de cada uno); y lo hace calificándonos como Iglesia que se transforma en misionera (así se titula el capítulo).

15. Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia». La actividad misionera «representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia» y «la causa misionera debe ser la primera». ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras?

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Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. (…)

Estamos ante el requisito de la conversión personal, la conversión en evangelizadores: de toda la Iglesia. Una Iglesia en salida (§20-24) responde a lo que su Creador quiso de ella. Esa, y no otra, es la Iglesia leal, real. Esa salida de la Iglesia no es más que la muerte de la Iglesia a su propia inercia, a su querencia más humana, en búsqueda amorosa del sentido, siempre otorgado por el Otro. Muere la Iglesia entelequia, autorreferencial y nace la Iglesia enérgica: no voluntarista, sino dulcemente llamada, en su naturaleza, desde la gracia.

3. (…) Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». (…)

Conviene quizá acudir a las recientes palabras del Papa Francisco durante su visita a Tierra Santa, concretamente al Cenáculo:

(…) Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, Resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió con potencia sobre María y los discípulos, aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de Amor en el corazón. Jesús resucitado, enviado por el Padre en el Cenáculo, comunicó a los Apóstoles su mismo Espíritu y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30). Salir, partir, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida custodia la memoria de aquello que ocurrió aquí. El Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido. (…)

¿Estamos los economistas viviendo ya en misión, en salida y en camino, o estamos aún cómodamente instalados en un cómodo entorno? ¿Acudimos a los demás, o son los demás quienes deben acudir a nosotros? ¿Somos transmisores de mensajes de verdad o nos hemos convertido en el mensaje? ¿Es la causa misionera nuestra primera causa como economistas? ¿Somos Iglesia; por tanto, somos Iglesia misionera? 7. Esa peregrinación convierte a la Iglesia en pueblo no aferrado a ninguna tierra y en comunidad capaz de comprender cualquier lengua que proceda del corazón del hombre: una Iglesia fuerte, por ser espiritual, por ser y actuar movida por el Espíritu, por ser en el Espíritu y por estar todo en manos del Espíritu. Esa es, a mi entender, la –tan manida, tan mal entendida por los materialistas6- pobreza de la Iglesia que quiere el Papa: una Iglesia no mundana a la que la idolatría de lo material no le afecta.

“22. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su

6 He llegado a escuchar en una reciente conferencia la propuesta de la venta de los bienes y obras de arte de la Iglesia para dar de comer a los pobres, como respuesta coherente (sic) a la pobreza [espiritual] que el Papa nos pide. Me vino repentinamente a la cabeza Judas y su prurito repartidor en Jn. 12, 4-8.

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manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas.”

¿Somos los economistas evangelizadores en salida, en misión, pobres de espíritu en nuestro caminar buscando y transmitiendo la esperanza de la verdad, o más bien nos hemos ya detenido para conservar las posiciones y privilegios que otorga el ocupar un sitio, un lugar en el espacio y el tiempo social? ¿Somos mundanos? ¿Lo queremos Todo o ya lo tenemos todo? ¿Permitimos que la verdad siga su curso y cause su benéfico efecto o nos empeñamos en aherrojarla como si fuera nuestro el monopolio de sus efectos? Nuestra economía, nuestros actos, la gestión de los asuntos humanos, ¿la mueve el Espíritu? ¿O más bien utilizamos los asuntos humanos como Judas a los pobres en Jn. 12, 4-8, como excusa para no sobrenaturalizarlo todo7? Y este quién, que es la Iglesia empobrecida y sobrenaturalizada, cristificada, transformada en misionera para los pobres que no tienen la Palabra, está formada, no por una casta de puros (dispuesta a condenar y a apedrear a quien se tercie) sino por pobres. Esta Iglesia es de los pobres porque yo formo parte de ella y es a mí a quien tiene que salvar Jesús; no a los “otros” pecadores. Esa venida, y ese reconocimiento de que Señor, apiádate de mí, que soy un pecador, enseguida me cualifica, me vuelve rico, infinitamente rico en el reconocimiento de mi pequeñez. Yo lo tengo [solo] a Él. Mejor: Él me tiene a mí. Ya hemos analizado el “tú”, el vocativo de la exhortación. ¿Cuál es el predicado? “…, ALÉGRATE Y,…” ¿Cómo es la “alegría” del católico economista? 8. Hoy todo es desasosiego y discordia; la convivencia es muy difícil, pues el ambiente –marcado, entre otros, por una economía inhumana- la dificulta sobremanera. Hemos aceptado el principio de divergencia de intereses y su consecuencia, la ley jungla como modo societario de vivir. Sin convergencia de intereses no hay un bien común, por tanto la virtud y la moralidad de la ciudad se vuelven inasequibles: la política queda reducida a la guerra civil otros medios, como nos recordó MacIntyre en Tras la virtud.

Pues lo mismo pasa en lo social: los que toman como base de partida el principio de divergencia de intereses, considerándolo como algo insoslayable y como constitutivo esencial de nuestro ser social, confunden lo accidental con lo esencial, la enfermedad con la salud, y les parece ley natural lo que en realidad no es sino su misma negación. (…) El hombre no está compuesto de dos naturalezas extrañas y aun opuestas entre sí, y si nuestros respectivos intereses materiales divergen ciertamente con frecuencia en lo particular e inmediato, no dejan de ser coincidentes o convergentes en última instancia en lo universal y a largo plazo, acabando siempre por unirse en el ideal de justicia y amor que nos propone la religión. 8

La situación actual es lúgubre, especialmente para una civilización que ha puesto sus esperanzas en lo material, y que ha convertido a la ciencia económica en una nueva teología y al consumo en su dios. En consecuencia, se habla de la economía como de la “ciencia lúgubre”. ¿Realmente tiene que serlo? ¿Cuánto contribuimos los economistas con nuestra

7 Según proponía el sabio jesuita Padre Orlandis: sobrenaturalizarlo todo, incluso al Romano Pontífice. ¿Qué nos pide el Papa Francisco, cuando nos insta a rezar por él? 8 THIBON, Gustav, y LOVINFOSSE, Henri, Solución Social, Editorial Tradere, Madrid, 2011, p. 68.

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ciencia a perpetuar la oscuridad y la tristeza social? ¿Cuánto nos atrevemos los economistas a repensar las bases antropológicas y teológicas de la economía dominante? Ya que sólo de una realidad esperanzada puede venir una alegría fundada: ¿contribuye nuestra tarea científica a iluminar esa esperanza que se basa en la realidad, o construimos constantemente modelos de realidad que, lejos de reflejar su belleza, insisten en empañarla? Pero no es la opción del cristiano la Cuaresma sin Pascua:

2. (…) Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

Con cuánta delicadeza (y alegría) habla el Papa de esa miseria, en una exhortación dirigida precisamente al pobre que yo soy: sin ofenderme, sin aludirme demasiado directamente:

2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

Nadie da lo que no tiene: el triste no tiene nada que dar y no tiene a nadie con quien compartir. Pero yo (es a mí, soy el “tú” a quien se dirige la exhortación, la exhortación está dirigida a los nuevos ricos, a los que tenemos el tesoro de la Palabra) ya tengo algo que dar, lo Único: Él. El pobre que soy se ha vuelto rico al recibir la Buena Nueva. Y, lleno de alegría, en lógica consecuencia, comunica ese bien recibido, ese “buen αγγέλιον”, ese buen mensaje; y lo hace, ahora sí, lleno de misericordia hacia el pobre que aún no ha escuchado el mensaje. La alegría y la esperanza se tienen que transmitir.

9. El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).

Por contraste con la oscuridad, la luz y la alegría que da el poseer humanamente la verdad del Evangelio y el vivir conforme a ella se experimentan en la tarea diaria: en ella se percibe la convicción de que la Vida ha triunfado definitivamente sobre la muerte, y el Bien sobre el Mal, la Palabra sobre la anti-Palabra y el Amor sobre el anti-Amor. ¿Somos capaces de encontrar en la ciencia económica las pruebas de tal victoria, y se reflejan por consiguiente en la alegría “científica”? ¿Estudiamos con ilusión a la espera de

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encontrar en la verdad el infinito consuelo que la Verdad otorga? ¿Se constituye nuestra tarea en una cooperación en el consuelo y reparación de un mundo roto por la falsa ciencia y la falsa filosofía? ¿Es nuestra economía un Magnificat o un Réquiem? ¿Esperamos –y, por consiguiente, desesperamos- donde no tenemos que esperar? ¿Dónde radica la fecundidad de nuestra existencia: en la Vida o en sucesivos abortos de vida? ¿Comprendemos, aplicándolo en nuestra tarea, que la alegría del Evangelio radica más en la aparición de posibilidades donde antes no las había, que en la hiperbolización de lo existente de modo mecánico y autorreferencial? ¿Sentimos la alegría de compartir la verdad con los demás, o buscamos su monopolización? ¿Hacemos una economía desde la conciencia de ser ricos en Verdad, o más bien nos consideramos pobres? ¿Viene la Palabra con nosotros o la hemos excluido de nuestro mensaje científico? ¿Sabemos los economistas que los primeros necesitados de la verdad de esa evangelización, y de toda verdad en general, somos precisamente nosotros mismos y nuestros muy desarrollados países, que viven al margen de cualquier verdad? ¿Acaso no coincidió la expansión del Cristianismo con el desarrollo cultural, económico y político de Occidente, el lugar al que preferentemente se dirige esa nueva evangelización de la que tanto hemos oído hablar pero que tan poco practicamos? Los mártires cristianos mueren muy lejos, ¿acaso porque aquí ya no hay Cristo por el que morir? ¿Morimos en nuestro desempeño profesional por Cristo? ¿Somos conscientes de que haciendo nueva ciencia, nueva economía, damos cuenta y razón de una realidad hasta ahora fragmentada y carente de Verdad, y que con ello contribuimos a evangelizar, presentando de nuevo al mundo lo bueno, lo bello y lo verdadero? ¿Nos damos por aludidos ante la barbarie científica reinante? 9. Una Iglesia transformada en misionera para pobres y formada por pobres sabedores de que lo son adquiere loores de santidad y empieza a vivir, a moverse, sobrenaturalmente y, por tanto, pobremente en términos humanos. Dando preeminencia al inicio de procesos (en lugar de obsesionarse con los resultados), y al tiempo (en lugar de dar preeminencia al espacio). Los espacios queridos lo son para el Papa si son lugares de encuentro, lugares de acogida (cuando se trata del propio espacio cordial); serán espacios aborrecidos cuando son espacios que separan, espacios que empoderan a unos debilitando a otros; o espacios que alejan de Dios.

222. Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El «tiempo», ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio. 223. Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y

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los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.

¿Da nuestra tarea de economista la preferencia a procesos que generan sociedades y comunidades en sincronía temporal y cordial, o más bien nos centramos en espacios económicos que tienen como condición de subsistencia la oposición a otros espacios considerados siempre como hostiles? ¿Se mueve nuestro sistema económico y científico bajo el dinamismo de la plenitud que busca abarcarlo todo o más bien se mantiene en apertura constante a lo porvenir, sin mayores pretensiones? ¿Vivimos el Reino o la administración del gobierno? ¿Vivimos escatológicamente o demasiado económicamente? ¿Con la alegría de María o con la preocupación de Marta? La angostura que produce el limitado espacio, la instalación en términos de materia, y que tanta falsa ciencia ha requerido su fallido (por virtual) ensanchamiento, se transmuta en holgura cuando comenzamos a trabajar en términos de procesos y de tiempos. El espacio limitado en el que todo es conflicto (por los recursos, por el poder…) nos conduce al embargo por la tristeza y la desesperanza: pero, haciendo caso al Santo Padre, tenemos motivos para la alegría. Tantos, tan grandes, como para hacer de ella nuestra instalación vital. Uno de los mecanismos que se ve favorecido por el tiempo es el de la comunicación, el de la comunicación de lo bueno, que no es un bien económico que se agota cuando se entrega. Al contrario, su donación es exponencialmente fructificadora y el don que se da espera y recibe amor de vuelta.

10. La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojala el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».

10. Uno de los peligros que tiene el economista, teólogo del sistema idólatra actual, radica en perder la alegría confiada y en desesperar ante la imperfección y la limitación del mundo, cayendo en el activismo, olvidando que sólo se puede dar lo que se tiene: que Cristo asumió la naturaleza sin aborrecimiento alguno de lo natural. La tarea (económica) no consiste en sustituir a Dios, sino en cooperar con él. Y la alegría emana del convencimiento de que Él ha vencido y ha salvado la distancia que nos separaba, pues Él nos amó primero y Él deposita en nosotros el deseo de amarle. La alegría proviene de tenerlo a Él.

12. Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y

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entender. Jesús es «el primero y el más grande evangelizador». En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. (…) 39 (…) la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio»”.

La base de la moral no es el conjunto de leyes, sino la permanente apertura a la escucha (Shemá (ְׁשַמע)) del Creador por parte de la creatura, una permanente actitud orante que adopta como palabra la Palabra9. ¿Escuchamos la realidad en nuestra labor o ciega y sordamente manoseamos y manipulamos la realidad sin dejarla mostrarse como epifanía? ¿Acaso olvidamos que la Creación es buena? ¿Reparamos10 o remediamos el mundo?

12. (…) En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo. 13. Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir.

11. No proviene la alegría de tener todo lo que se estima necesario, que nunca es suficiente. La tarea económica tampoco consiste en eliminar la escasez11 –esa angustia derivada de unos deseos ilimitados que se topan siempre con la limitación natural. ¿Qué sentimiento de escasez tendremos, cuando nuestros deseos ya están colmados con el único bien? Mucho menos consistirá en fomentar un sentimiento de escasez para luego ofrecer las herramientas para paliarlo. ¿Acaso no es suficiente clave de bóveda de pensamiento económico esta afirmación? ¿Obtendremos los economistas mejores modelos de la realidad, y con un mayor retorno, que aquellos que promueven el don fructífero en lugar del simple intercambio que se agota

9 Podría servir de indicación el modo judío de orar, descrito en COSGROVE, Elliot J., Teología judía de nuestro tiempo, Editorial Sígueme, Salamanca, 2014. 10 Ver FACKENHEIM, Emil, Reparar el mundo. Fundamentos para un pensamiento judío futuro, Editorial Sígueme, Salamanca, 2008. 11 “Scarcity means having less than you feel you need, and economics is the study of how we use our limited means to achieve our

unlimited desires” en MULLAINATHAN, Sendhil, y SHAFIR, Eldar, Scarcity. Why having too little means so much, Allen Lane, Londres, 2013, p. 4 y 11.

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en sí mismo? Conscientes de la buena nueva, nos toca a los economistas hacer ciencia sobre una realidad asumida, restaurada y elevada por Cristo. Encontrar los ámbitos en los que una realidad aparentemente neutra o, incluso, defectuosa para el ojo naturalista, se articula con una realidad salvífica y entra en diálogo con ella: hallamos así el hilo conductor que actúa de cabo salvador en la tormenta general de la escasez, material y espiritual. En nuestro quehacer científico, ¿somos capaces de explicar con claridad esos fundamentos basales que podrían dar con la clave de la teoría? ¿Hemos profundizado en nuestra teología para poder comprender cómo las economías de la creación, la revelación y la redención pueden iluminar las economías humanas? “… POR CONSIGUIENTE,…” ¿Cuáles son las consecuencias de la alegría evangélica para el católico economista? 12. Alegres en nuestra instalación vital de hijos salvados, debiéramos aspirar a más: a comunicar el bien que llevamos dentro. Ese “y”, que manifiesta un sí pero todavía no, nos mueve a la acción evangelizadora que es, siempre, donante. Es un “y” dinámico (que no angustiado) que produce un movimiento, imagen del movimiento de Dios, generador de una economía propia: la humilde y preciosa economía humana, cooperante en la difusión del bien recibido, en pensamiento, palabra y obra. Pero no es un activismo; más especialmente ahora que todo está en permanente revolución, es mejor un acompañamiento sosegado.

46. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. (…)

En la cooperación al anuncio desde la ciencia económica nos cabría a los cooperantes el encontrar razones para la esperanza en la propia realidad económica (creación divina, a fin de cuentas), y en el propio dinamismo de la economía. Pero dichas razones para la esperanza son difíciles de encontrar en nuestra sociedad. Ese “por consiguiente” tiene doble sentido: tanto por la alegría que te ha sido dada con la noticia, como por la tristeza reinante a tu alrededor, donde la noticia no ha cundido, has de evangelizar. Has de evangelizar con la fuerza que te mueve y hacia la debilidad que agoniza. Con todo tu cuerpo y con toda tu mente, con tu conocimiento y tu palabra, en el rincón de la realidad donde mejor puedas evangelizar. Nosotros, los economistas, en las escuelas y facultades, en los libros, en las empresas y en sus consejos de administración, en los seminarios y en los medios de comunicación. Es el propio Papa el que a ello nos invita:

51. No es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos». Se trata de una responsabilidad grave, ya que algunas realidades del presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más adelante. Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino –y aquí radica lo decisivo– elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. Doy por supuestos los diversos análisis que ofrecieron otros documentos del Magisterio universal, así como los que han propuesto los episcopados regionales y

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nacionales. En esta Exhortación sólo pretendo detenerme brevemente, con una mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras.

El “por consiguiente” no sólo indica consecuencia lógica de la alegría, sino antítesis: evangeliza porque llevas la alegría dentro… y porque los demás no están alegres. Mira a tu alrededor y verás que no están alegres. Porque no conocen la Palabra; y porque viven inauténticamente, en una existencia poco humana, lejos de la verdad. Lejos de la verdad de la realidad, en cada una de sus vertientes, especialmente lejos de la verdad de la realidad económica. Así que… transmite, anuncia la Verdad, y di “las verdades”, aunque a veces duela.12 “…ANUNCIA BIEN EL EVANGELIO” ¿Cómo ha de ser el anuncio del Evangelio por parte del católico economista? 13. Evangelizamos haciendo ciencia. Desde hace siglos la economía –como el resto del saber- se ha independizado de la teología. Hemos pasado de considerar todas las realidades del mundo como dotadas de su propia ley natural pero subordinadas a la ley divina –en una relación filial con Dios, y, por tanto, siendo redimidas por Él- a considerar todas las realidades el mundo como entidades independientes, con sus propias normas y no subordinadas a ninguna entidad superior. Toda ciencia que tenga pretensión de tal tiene que parecer independiente y neutral para las demás: la pátina de neutralidad es requisito indispensable para que se le otorgue legitimidad científica. Siempre me sorprenderá el párrafo de uno de los manuales en los que me inicié a la Macroeconomía y su concepto de economía como un sujeto autónomo:

Macroeconomics is concerned with the behaviour of the economy as a whole –with booms and recessions, the economy’s total output of goods and services and the growth of output (…) Macroeconomics focuses on the economic behaviour and policies that affect consumption and investment (…) To understand these issues, we have to reduce the complicated details of the economy to manageable essentials. Those essentials lie in the interactions among the goods, labour, and assets markets of the economy, (…)13

Acríticamente los católicos aceptamos en las facultades que toda ciencia tiene que abstenerse de hacer juicios sobre la realidad del tenor del que nos invita a hacer el Papa, “51. (…) Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino –y aquí radica lo decisivo– elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo.” Si hacemos caso al Papa, cabe evangelizar en una facultad de económicas, y hay que hacerlo bien, discerniendo lo que es de lo que no es. Desde un pretendido purismo en la intención, la rebelión de los ricos sobre los pobres que encabezó la llamada ética protestante, con su odio a la naturaleza, tiene como corriente de fondo la negación del ser personal de Dios, culminada en la negación total de Dios y el

12 Contra lo que propone MÁRQUEZ PAILOS, OSB, Víctor, ¿Decir las verdades? Apología de la fe a la intemperie, Religión y Cultura, LIII (2007), 47-66. 13 FISCHER, Stanley, y DORNBUSCH, Rudiger, Macroeconomía, McGrawHill, 1996.

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nihilismo: Dios es cuestión de opción y, a poder ser, opción privada. Eliminado Dios del ámbito público y suprimida su condición personal, queda Dios como un sentimiento íntimo, cercano a la emoción. Su realidad es poco menos que aventurada. Desde el emotivismo le toca al católico vérselas con una metafísica que no acaba de aceptar al ser, y mucho menos al Ser; con una gnoseología que es más bien sensismo y positivismo; y con antropología que convierte al hombre en materia e individualidad –por tanto, lo convierte en percibible como imagen, pero en incognoscible por el entendimiento. Y con estos bueyes le toca al católico operar en el mundo, y tomar decisiones –morales- en él y hacer ciencia. En un ámbito tan alejado de lo natural, tan virtual, como el económico. El contractualismo social imperante convierte la economía en una economía de libre mercado y de intercambios que se agotan en sí mismo tan pronto como acontecen: una economía del lujo y de la lujuria estéril; el don (la fuerza motriz de la Economía por antonomasia, la de la Salvación) queda reducido a lo meramente emotivo y desinteresado, atentando gravemente contra la estructura intencional de la acción humana que, siendo donante, siempre contiene un interés.

Precisamente, en la medida en que se asume la lógica del amor, se da una dimensión nueva a la cuestión del interés que tiene que ver directamente con la dimensión de intencionalidad propia de la acción. La atracción del bien es fuente de intereses realmente morales, que siempre hay que fomentar. La cuestión es saber ordenar los bienes queridos. Esto significa introducir la dimensión del interés en un ordo amoris que lo incluye. Esta es la tarea prioritaria de la educación moral. En tal dinamismo del bien se puede ver la primacía de un interés común, social, en cuanto apunta a un bien más grande el bien común.14

El amor –bajo su caracterización occidental: luterano- se convierte en apocalíptico sacrificio de uno mismo por un “otro” universal –el Hombre, tan caro a Marx- y anónimo, con la filantropía, enemiga acérrima de nuestra católica caridad. De la filantropía no nacen más que emotivas relaciones de sumisión; el don todo lo da porque todo lo quiere y todo lo espera. 14. Es evangélico anunciarle a los colegas economistas que Dios ha salvado la distancia con el don de Sí, inaugurando una Economía que no se agota en el mero intercambio: que nunca espera un recíproco equivalente, pero que lo espera absolutamente todo. Una economía que vigoriza el do ut des que rige las relaciones jurídicas entre los hombres (actúa sobre la naturaleza, asumiéndola), pero que sobrenaturaliza la justicia en la misericordia (restaurando y elevando lo natural). Un do ut des que no es quid pro quo, como equivocaron los ingleses: que no sustituye nada por nada, porque los bienes que compartimos con eucarísticos: infinitos. De esta circulación que no es mero intercambio se ensancha el mundo, se aumentan sus posibilidades de acuerdo al mandato divino; se crea Riqueza y se contribuye al sentido. Estamos creando: triunfando sobre la muerte mediante la entrega sacrificial de la propia vida. La madre, el empresario, llevan la alegría en sus entrañas: no por el rédito que obtienen, sino por la inmensa labor creadora que su vientre o su negocio albergan. Vida que engendra más vida, más posibilidades. ¿Acaso no encontramos raíces suficientes en la Buena Nueva evangélica y en la Redención, en esa economía de creación y salvación, como para explicar de sobra un ámbito tan humano como el natural? ¿Qué entorno nos encontramos los científicos a la hora de hacer ciencia? ¿Desde donde hacemos ciencia: desde las ideas que describen la realidad que es o desde los meros fenómenos que hacen imposible cualquier juicio acerca de la conformidad entre el acontecimiento y la realidad?

14 PÉREZ-SOBA, Juan José, La renovación moral de la vida económica, conferencia, 12 septiembre, 2011.

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15. Dada esta cobardía –bajo excusa de rigor y neutralidad- de la ciencia actual, y dado que el lugar que ocupaba antes la filosofía perenne lo ocupan ahora ideologías de todo pelaje, el Papa aporta unos primeros esbozos de análisis del entorno en el cual el [economista] católico tiene que evangelizar. Valientemente el Papa acuda, para describir el entorno donde evangelizaremos, a factores económicos. Enorme ejercicio de realismo –que no de usurpación de competencias a los engolados economistas- y de humildad el de un Papa que se atreve a definir al economicismo reinante –materialismo, a fin de cuentas- como la Weltanschauung del tiempo presente, dando la razón con todo su pesar al científico Marx. Así, con Bulgakov15, aceptaríamos:

One of the most outstanding traits of contemporary humanity’s outlook is something we might call the economism of our epoch. So-called economic materialism constitutes merely the most radical and perfect formulation of this general attitude and, however questionable this doctrine may seem to us, however shaky its philosophical, scientific, metaphysical, and empirical foundations, this deeper significance makes it something more than just a scientific doctrine that crumbles when it is shown to be inadequate. In a certain sense, economic materialism is actually indestructible, insofar as it describes the immediate reality of a particular experience or apperception of the world that seeks theoretical expression in a scientific or philosophical doctrine.

Realidad castrada y centrada en lo material, determina un ámbito en el que no puede haber sino crisis del compromiso comunitario: ese es el campo de juego de la evangelización. Campo de juego en el que, aparte de evangelizar con la verdad, hay que decir no a la mentira, al no-ser que hoy funge como realidad: una realidad que toma los medios como fines y al hombre como el medio por excelencia. ¿Somos los economistas suficientemente valientes como para reconocer que nos han ganado la partida? ¿Admitimos que en el tablero de la ciencia económica nos lo hemos jugado todo, incluso lo no-económico, y que lo hemos perdido todo? No otro efecto de nuestro despojo podría resultar: la realidad desparramada, desnortada y desarticulada es fiel reflejo “práctico” de esa teoría que un día contribuimos, por inacción y pasividad, a formular. De la unión de liberalismos y socialismos nació el hijo que hoy se nos muestra inviable a todas luces: ¿lo abortamos o lo seguimos alimentando? ¿Hemos aprendido la lección metodológica? ¿Hemos ya tenido el coraje de cambiar los manuales que utilizamos en las clases, o seguimos aferrados a lo antiguo hasta que alguien nos venga a proponer algo mejor? Un primer rasgo de la vida actual es la generalización de la precariedad vital, en su acepción menos utilizada históricamente: no la referida a la suficiencia de medios (que nunca fueron tantos: lo que los anglosajones denominan scarcity) sino a la estabilidad o duración de los mismos (lo que llaman insecurity o uncertainty. A veces es necesario que la dimensión espacial disfrute de estabilidad temporal, y la revolución permanente en que vivimos ha erradicado esta posibilidad: el mismo sistema vive de la precariedad, del cambio, de las oscilaciones… de ahí es donde obtienen el beneficio los que lo obtienen.

52. (…) El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la

15 BULGAKOV, Sergei, Philosophy of Economy. The World as Household, Yale University Press, Yale, 2000, p. 36.

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vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo.

¿Las estructuras accionariales de las empresas y el sistema de financiación de las mismas, el funcionamiento de los mercados financieros, el papel que desempeñan las administraciones públicas en la determinación de las variables macroeconómicas… no son todo factores que coadyuvan a esta precariedad? ¿No son acaso las políticas sociales, de familia y de empleo herramientas que han generalizado la inestabilidad, la deslealtad y la infidelidad de todos hacia todos? Desde esa situación de precariedad el Pontífice dice no a la economía, porque fomenta la exclusión. Las palabras exclusión e inequidad se usan repetidamente. Más allá del detalle del juego de esa economía que tienen como ley la del más fuerte, creo que lo interesante para los economistas no es la descripción positiva que hace el Papa, sino la caracterización que hace de la economía como ente, como sujeto capaz del mal, como entelequia homicida: “Esa economía mata”, dice en §53. Ha sido siempre muy fácil situarnos en el modelo teórico, y jugar a realizar los ajustes pertinentes, en un prurito cientifista. Alguien, el Papa, nos advierte de que esto no es un ejercicio de laboratorio, sino que tenemos en nuestras manos la capacidad de matar y de arruinar vidas. Tan culpable es la acción práctica de esa economía –lo que los gobiernos ejecutan con sus técnicos- como la reflexión que los teóricos hacemos, asumiendo errónea y acríticamente presupuestos antropológicos y metafísicos que luego tienen consecuencias devastadoras. Así, “54. (…) Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».” ¿Hasta que punto nuestra ciencia sabe que trabaja con ecuaciones que deberían contribuir a la felicidad real de los hombres, varones y mujeres, a los que incumben? Se habla del rostro humano o de una ciencia centrada en la persona… ¿realmente ponemos en obra lo que de palabra decimos, o es más sencillo modelizar reduciendo a los seres a meras variables? ¿Decimos no a lo que no debe ser, aunque la economía lo tengo como dato, como conclusión o, aún peor, como premisa? Valientemente el Papa sigue desgranando los componentes de esa realidad rechazable por inhumana, con la crítica a la confianza ilustrada en la razón y sus causahabientes, que ya desde Voltaire y Adam Smith imaginaron –tranquilizando su conciencia- que el bien de uno devengaría bien común sin mayor dificultad.

54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. (…).

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¿Hasta qué punto hemos sido críticos con el actual estado de cosas que tanto dolor produce, o más bien lo hemos sido con los torpes e indocumentados intentos emotivistas de unos cuantos altermundistas que honestamente claman por una realidad más humana? ¿Nos pagan por sostener o por mejorar el sistema? ¿Hacemos ciencia desde entidades que deben convertirse en el acicate del sistema económico y empresarial, o desde entidades que viven corporativamente de que el sistema les comparta migajas? El Papa dice no a una idolatría del dinero calificada como “nueva”, y que acaba con la primacía del ser humano.

55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

¿Acaso no hemos asumido acríticamente que el fin económico del hombre es la satisfacción de necesidades (que contribuyen a incrementar su utilidad) y desde ahí trabajamos? ¿Dónde quedaron las formulaciones de la economía como una ciencia social al servicio de la política, tan caras a Aristóteles? ¿Y dónde la subordinación de la política a Cristo? ¿Por qué estamos trabajando con las herramientas diseñadas por quienes tenían como finalidad la eliminación del hombre en pos de un supuesto Hombre nuevo que nunca llegó, y que se dejó millones de hombres reales por el camino? ¿Quiénes, de entre los economistas católicos, se atreven a incluir en las ecuaciones algo más que el consumo? ¿Cómo lograremos que el business cuadre con el ethics si la ética no conforma la actividad económica, sino que simplemente intenta limitarla?

The moral approved is derived from the ultimate transcendent purpose in economic progress. To put mankind on the path of economic growth is not merely a matter of satisfying personal urges and physical desires; it is also to follow a route that leads eventually to the spiritual fulfilment of mankind. Indeed, in the message of modern economic faith, progress is the mechanism by which sin can be eliminated from the world. To eliminate sin has been throughout Western history the path of moral behaviour. In short, if what is rational is what yields economic progress, and if economic progress will eventually abolish human sinfulness, then it follows directly that to behave rationally must be to obey the highest moral commandment of mankind. Economists in this regard follow in a long line of priests and preachers in the history of theology. 16

En el marco de la idolatría al dinero el Papa hace mención en §56 a la tiranía invisible que fomenta la inequidad (la inequality tal y como la ha calificado un aparentemente innovador economista como Piketty) basándose en ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, contra el derecho a velar por el bien común que tiene el Estado. ¿Quiénes de entre nosotros no conocemos cómo la movilidad social es algo imposible en un sistema que promueve un tipo de economía que prima al que más tiene –porque tiene

16 NELSON, Robert H., Reaching for heaven on earth. The theological meaning of economics, Rowman & Littlefield Publishers, Maryland, 1991.

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más munición para especular- frente al que tiene menos? ¿Quiénes no conocen la alianza socialdemócrata entre el poder político y el poder financiero, constituyente de una oligarquía que maneja a sus anchas el sistema fiscal, el sistema social y el sistema económico-financiero? El Papa critica esa business ethics de modo indirecto, abogando por una ética absoluta17, no relativista:

57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social más humano.

Sigue el Papa hablando para nosotros (“57. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»”) cuando dice en §58 que el dinero debe servir y no gobernar. Aparte de la tradicional cantinela de la teología de la liberación, ¡cuánta enjundia entraña esta posición para un científico de la economía, que ha olvidado ya que los recursos –financieros- son para los proyectos –económicos-, y no al revés. Ello se manifiesta explícitamente con la petición –escandalosa, seguro, para muchos- de una reforma financiera: “Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano.” La traducción, manifiestamente mejorable, no hace honor al sentido; mejor la inglesa: “(…) and to the return of economics and finance to an ethical approach which favours human beings.” Que podría traducirse como el retorno de la economía y las finanzas a un posicionamiento ético que favorezca a los seres humanos. Nos sirven también los desafíos culturales a los que se refiere el Papa como herramienta de comprensión de la realidad económica a evangelizar, en el bien entendido que no busca el Papa, como ya se señaló, ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, sino el alentar a todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos». Nos sirve como primer desafío el de la primacía de lo exterior sobre lo interior, la apariencia sobre lo real: “62. En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia.” 16. Esta precariedad y superficialidad se adueña de todos los ámbitos vitales, incluido el científico. Cuando las universidades se han convertido en meros centros de tecnificación y cuando a nadie le preocupa la verdad, vemos a decenas de economistas distraídos de lo importante, modelizando absurdas correlaciones que, anecdóticamente, buscan describir una realidad cada vez más pequeña en base a unas regularidades cada vez más forzadas. Las aportaciones de sentido común se descartan por poco modernas o por su escaso aparataje matemático, mientras que se ponen en marcha dotadísimos institutos para estudiar las ocurrencias más excéntricas.

17 Lo que en español se intitula “No a un dinero que gobierna en lugar de servir” en inglés es “No to a financial system which rules

rather than serves”, lo cual añade intensidad a la oposición. La versión latina sigue sin estar disponible.

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64. El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. Como bien indican los Obispos de Estados Unidos de América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de normas morales objetivas, válidas para todos, «hay quienes presentan esta enseñanza como injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos.

Se hace difícil hoy en día encontrar centros académicos que se dediquen al estudio de la realidad económica desde el rigor filosófico, y que en los llamados centros católicos no sean meras esquinas de doctrina social de la Iglesia sin ninguna pretensión de ofrecer a la comunidad bases científicas sólidas; tan sólo aspiran a una labor pastoral. La aparente libertad de cátedra permite la proliferación de tantas aproximaciones a la economía como objetos naturales hay, cada una de ella con sus económetras y estadísticos. ¿En qué queda la teoría económica tras este ruido ensordecedor?

64. (…) Tales alegatos suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual». Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores.

La Iglesia ha cedido el testigo científico a la Modernidad (para congraciarse, muchos de sus elementos, con ella, finalmente, tras el Concilio Vaticano II, pues es muy duro nadar contra corriente), y esta no concluye ninguna verdad en su quehacer. Las facultades de economía –ya su propia existencia, y esta al margen de las de filosofía, me parece una excentricidad- no son capaces de hacer economía, sino estadística o física aplicada y las facultades que lo son de universidades católicas asumen como el carbonero toda una teología de la economía que destruye sus mismos fundamentos como universidades que buscan la verdad reflejo de la Verdad. Incapaces de formular seriamente una metafísica y una antropología (y unas ecuaciones, pues no hay problema en bajarlo todo a ecuaciones) que no sean homicidas del ser y del hombre, se dedican a enseñar liberalismo con la bendición del socialismo, todo ello enmarcado en el sistema político de la llamada democracia avanzada: la que excluye a Dios de todo ámbito.

65. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien común.

¿Tenemos el coraje de romper con la corriente dominante? ¿Salen nuestros alumnos de clase un poco más esperanzados, o un poco más anti-teos? ¿Está salvada la realidad de la que nos ocupamos, o está por salvar? ¿Hay alguna escuela católica en España que no enseñe capitalismo socialista? ¿No existen economistas capaces de explicar científicamente

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el sistema ético que se ve reflejado en la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Se ha intentado estudiar en conexión la metafísica con la antropología y con la economía, para advertir sus contradicciones? ¿Contribuimos a extender ese odio a lo natural que acaba en naturalismo, o somos capaces de contemplar la dimensión religiosa del misterio de la lucha por la vida, como dice el Papa en §72? Pudiera parecer a veces que nosotros mismos nos constituimos en los más férreos paladines de la fragmentación de la realidad, y que nos indignamos cuando uno cualquiera de nosotros, por ejemplo el Papa, nos recuerda que las cosas no son así. Y es que nadie es profeta en su tierra… La crisis de la familia debilita el impulso evangelizador, pero lo vuelve también más urgente. En el campo que nos atañe, una familia fuerte es un sano agente económico, preñado de realismo y fructífero. No es casualidad que la proliferación de los individuos haya contribuido al desarrollo de la economía financista, consumidora de financiación ajena ante el nulo esfuerzo ahorrador del soltero hedonista. Lo lujoso y lujurioso ha sustituido a lo prolijo y a la prole. La añadidura ha sustituido al Reino y la vida cotidiana ya no se ofrece a lo alto, sino a lo más bajo.

67. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. (…)

¿Explicamos a nuestros alumnos la economía como la ciencia de la administración de la casa, y la casa como el ámbito económico por excelencia, o más bien nos dejamos embaucar por las ideologías del individualismo liberal y el colectivismo socialista, que tan ineficientes resultados, también en lo económico, han producido, burbuja tras burbuja, quiebra tras quiebra? ¿Somos conscientes de que el modelo de familia conforma el modelo de país, y viceversa? ¿Hemos insistido lo suficiente en la defensa fiscal, laboral, sucesoria, etc. de la familia o nos hemos vendido a la economía consumista que sustituye a los hijos por los lujos? ¿Advertimos a quien nos rodea de los peligros antropológicos y morales de una economía formulada en términos alternativos de consumo, ahorro e inversión? Científicos con el deber de evangelizar, quizá nos hemos atrincherado en nuestra academia intelectual y no permitimos que nada de fuera nos hiera. Podemos ser unos grandes teóricos de nuestras materias, pero no haber puesto el corazón en ellas. ¡Cuántas veces estamos ciegos al hermano, ante el fulgor de la obra!, como el fariseo; o demasiado apegados a la misma, como el joven rico, como para emprender el camino.

80. Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!

17. ¿Vivimos en la mundanidad espiritual, “94. (…) donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos.”? ¿Vivimos en el

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“neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado? ¿Vivimos en “(…) una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar”? ¿Vivimos en un inmanentismo antropocéntrico? ¿Saldrá algo bueno de una tierra donde ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente? Y, por último: esta pereza puede conducir a la acedia pastoral, que en nuestro ámbito se concentra en el inmovilismo científico.

82. (…) Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros, por apegarse a algunos proyectos o a sueños de éxitos imaginados por su vanidad. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una despersonalización de la pastoral que lleva a prestar más atención a la organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la «hoja de ruta» que la ruta misma. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz. 83. Así se gesta la mayor amenaza, que «es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad». Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio». Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. Por todo esto me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!

¿Estamos dando la batalla de las ideas, o ya la hemos ganado? Presas de la desesperación, ¿estamos alterando los ámbitos de acción, y convirtiendo a la Iglesia en una ONG, a la Economía en una Iglesia y a la Universidad en un mercado? ¿Hemos decidido que esto lo arreglamos nosotros, o que esto no tiene arreglo, o que conviene el “arreglismo”? 18. Evangeliza bien. Lejos de toda acedia y de todo pelagianismo, y lejos también de todo odio18 a lo natural, el economista debe abrir cauces para que mane por ellos una vida de la que él no es el autor, y que es buena. De ahí también su alegría. ¿Están en nuestra tarea y en nuestras recomendaciones el fundamento del amor y la esperanzada respuesta al amor plenamente presentes o, más bien, ofrecemos a nuestros hermanos una ciencia rígida, inhumana o voluntarista? ¿Somos de los economistas “realistas” u “ortodoxos” que, en realidad, han admitido la prevalencia de lo material, la fragmentación de la realidad y reducido su ciencia a ciencia natural, tabulando con estadísticas los comportamientos humanos y sujetándolos a experimentos de estímulo respuesta, de acuerdo a los intereses más o menos declarados de la ideología gobernante en cada momento? ¿Nos ha vencido la modernidad? ¿O somos de los economistas utópicos u heterodoxos del “otro mundo es posible” que siguen buscando allende los mares del pensamiento un supuesto paraíso donde no existirá ni la escasez, ni la limitación, ni el hombre, en pos del Hombre con mayúsculas? ¿Estudiamos con una mirada amorosa a la realidad, realidad que ya Dios vio

18 Habría que analizar en otro momento el peso que las doctrinas calvinistas y el artificialismo político han tenido sobre la formulación de la antieconomía.

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que era buena, aunque imperfecta? ¿O hacer ciencia es idear para nosotros el artificio mecánico que, por fin, elimine las impurezas del comportamiento humano y de lugar al sistema perfecto que ponga fin a la historia y construya el Paraíso en la Tierra?

35. Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante.

El anuncio del Evangelio, proclamando que Jesús es el Señor, tiene una dimensión social, una praxis, como dicen los sociólogos, en la que el economista católico, estudioso de lo social, debería brillar. Dicha praxis es efecto inseparable de la evangelización, y no podemos separar la alegría del anuncio de la acción difusora, la misión evangelizadora de la caridad fraterna: “179. Esta inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras que conviene considerar y meditar detenidamente para extraer de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades.” La primera descripción que hace el Papa de la evangelización es ya originadora de polémica entre los científicos, por lo que tiene de efectiva: “176. Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios.” Nos servirá de referencia, pues la hemos escuchado. Podrían surgir las dudas acerca del significado de esa presencia del Reino en el mundo, pero el Papa las acomete con bravura. “178. (…) Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres». Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales”. Por si no hubiera quedado claro:

178. (…) «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables». La evangelización procura cooperar también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.

¿Nos damos cuenta de que el ámbito de nuestro estudio diario, las relaciones sociales entre los hombres, es también el ámbito redimido por Cristo? ¿Cómo será ahora nuestro acercamiento, con qué herramientas, a este ámbito sagrado? ¿Si el Espíritu penetra todos los vínculos sociales, cómo deberemos categorizar las relaciones mercantiles? ¿Contribuye nuestra ciencia, cooperadora a la evangelización, a la promoción humana?

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La propuesta evangélica no es una religiosidad, ni siquiera una relación personal con Dios… sino un Reino. ¿Servirá esta afirmación como respuesta a todos aquellos que no acaban de entender lo de la Iglesia de los pobres, por la derecha o por la izquierda? A este respecto cabría rescatar las palabras de Agamben, y su análisis de la economicidad o escatologicidad de la Iglesia y los católicos:

Al renunciar a cualquier experiencia escatológica de la propia acción histórica, la Iglesia –al menos en el plano de la praxis, porque en cuanto a la doctrina, la teología del siglo XX, desde Barth a Moltmann y a Von Balthasar ha conocido una reanudación de los temas escatológicos– ha creado ella misma el espectro del mysterium iniquitatis. Si quiere liberarse de este espectro, es necesario que ella reencuentre la experiencia escatológica de su acción histórica –de cada acción histórica– como un drama en el que el conflicto decisivo está siempre en marcha. Sólo de esta manera podrá disponer de un criterio de acción que no sea subalterno –como de hecho es ahora– respecto de la política profana y el progreso de las ciencias y de la técnica, que ella parece perseguir por todas partes buscando en vano asentar sus propios límites. De hecho, no se comprende aquello que ocurre hoy en la Iglesia si no se alcanza a ver que ella sigue en cada ámbito las derivas del universo profano que su oikonomia ha generado. Hay, en la Iglesia, dos elementos inconciliables, que sin embargo no cesan de atravesarse históricamente: la oikonomia –la acción salvífica de Dios en el mundo y en el tiempo– y la escatología –el fin del mundo y del tiempo. Cuando el elemento escatológico ha sido puesto de lado, el desarrollo de la oikonomia secularizada se ha pervertido y se ha convertido literalmente en algo sin fin, sin objetivo. A partir de este momento, el misterio del mal, removido del lugar que le es propio y erigido como una estructura ontológica, impide a la Iglesia cada elección verdadera y provee una excusa para su ambigüedad. Creo que sólo si el mysterium iniquitatis es restituido a su contexto escatológico, puede hacerse posible nuevamente una acción política, ya sea en la esfera teológica o en la profana. El mal no es un oscuro drama teológico que paraliza y convierte en enigmática y ambigua cada acción, es en cambio un drama histórico en el que la decisión de cada uno está siempre en cuestión. La teoría schmittiana, que funda la política en un “poder que frena”, no tiene ninguna base en Pablo, en cuyo katechon no hay más que uno de los elementos del drama escatológico y por esto no puede ser extrapolado. Y es en este drama histórico, en el cual el eschaton, último día, coincide con el presente, con el “tiempo de ahora” paulino, y en cuya naturaleza bipartita del cuerpo de la Iglesia, como el de cualquier institución profana, alcanza al fin su apocalíptico despertar; es en este drama siempre en camino donde cada uno está llamado a hacer su parte sin reservas y sin ambigüedad.19

Dice el Papa:

180. Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7).

181. El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre».

19 AGAMBEN, Giorgio, El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2013.

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Debiera la economía analizar con calma si contribuye al desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre o más bien los corrompe como praxis y escandaliza como teoría. Para ello debiera antes tener claro qué es el hombre y en qué consiste su desarrollo. Un desarrollo correlativo a una muy manida justicia social que tampoco nunca ha acabado de entenderse, confundiéndola con la abundancia de recursos, en lugar de con la existencia de una esperanza cierta.

181. (…) Sabemos que «la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre». Se trata del criterio de universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque «toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño». La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.

¿Es nuestra actividad cooperadora con este anuncio, cooperadora con el Reino y su implantación, o más bien distrae, retrasa y dificulta? ¿Es nuestra tarea lo suficientemente inteligente como para dar cuenta y razón de la noticia a toda la creación, y lo logra hacer de modo humano? ¿Tienen las universidades, al igual que lo tienen para materias tan variadas como la seguridad en caso de incendio, las relaciones internacionales o la inserción laboral, un claro protocolo acerca de cómo cooperar con el anuncio evangelizador que, por católicas, les ha sido encomendado? ¿Nos atrevemos, en la primera clase de cualquier materia económica, a definir lo que es el hombre y cuáles son sus fines?

182. (…) Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común». 183. Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. (…).

Plenamente legitimados para opinar y para decir las verdades en los ámbitos social y económico, ¿manifestamos a diestro y siniestro que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas? ¿Afirmamos que la Gloria de Dios es que el hombre viva? ¿O más bien encerramos la alegría y la convertimos en un disfrute

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privado, onanista? ¿Somos capaces de cooperar con esa voluntad de Dios? ¿Dedicamos especial atención, en nuestra teórica conversión, De ahí que la conversión, a la revisión «especialmente [de] todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común».”? ¿Lo hacemos reivindicando la dimensión social de nuestra fe, así como la recapitulación de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10)? ¿Cuántos jefes, cuántos señores tenemos? ¿Es todo demasiado complicado para nosotros? ¿Hacemos demasiados equilibrismos? Para concluir este análisis de la utilidad aplicada que la exhortación del Papa Francisco podría tener para los católicos economistas, sirva citar de nuevo las palabras del Papa:

183. (…) Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».

AMDG