El valor simbólico de las mujeres, visto desde la perspectiva de la masculinidad mexicana...
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EL VALOR SIMBÓLICO DE LAS MUJERES, VISTO DESDE LA PERSPECTIVA
DE LA MASCULINIDAD MEXICANA CONTEMPORÁNEA
Dr. Roberto Rivera Pérez1
Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo
Universidad Autónoma Metropolitana
En los últimos años, se ha podido escuchar sobre el fenómeno de la crisis de la masculinidad.
Sin embargo, lo que aparentan ser cambios significativos en las relaciones estructurales del
género, tienden a encubrir formas alternas y sutiles de la dominación masculina
contemporánea. En ese sentido, de qué manera participa la mujer en la construcción y
reproducción de los capitales simbólicos, que ostentan y presumen los hombres en diferentes
arenas públicas y demás espacios sociales.
Palabras claves:
Capital simbólico, arena, crisis de la masculinidad, masculinidad y pilares de la
masculinidad.
The symbolic value of women, seen from the perspective of masculinity
Abstract:
In recent years, it has been heard about the phenomenon of the crisis of masculinity.
However, what appear to be significant changes in the structural relationships of gender, tend
to cover alternative forms and subtle contemporary male domination. In that sense, how
women participate in the construction and reproduction of symbolic capital, flaunt and boast
different men in public squares and other social spaces.
Keywords:
Symbolic capital, arena, crisis of masculinity, masculinity and pillars of masculinity.
1 Artículo publicado en la sección de “Máscaras e identidad” de la revista electrónica PACARINA DEL SUR.
REVISTA CULTURAL DE PENSAMIENTO CRÍTICO, #18 ENERO-MARZO 2014.
LINKOGRAFÍA: http://www.pacarinadelsur.com/home/mascaras-e-identidades/892-el-valor-simbolico-de-
las-mujeres-visto-desde-la-perspectiva-de-la-masculinidad-mexicana-contemporanea
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Nos últimos anos, tem-se ouvido falar sobre o fenômeno da crise da masculinidade. No
entanto, o que parece haver mudanças significativas nas relações estruturais de gênero,
tendem a cobrir formas alternativas e sutil dominação masculina contemporânea. Nesse
sentido, como as mulheres participam na construção e reprodução do capital simbólico, exibir
e possuem diferentes homens em praças públicas e outros espaços sociais.
Palavras-chave:
Capital simbólico, agencia, crise de masculinidade, masculinidade e pilares da
masculinidade.
Introducción
Las relaciones sociales en el ámbito mundial, están reguladas por una serie de reglas no
escritas, pero bien conocidas por los agentes y sujetos sociales de la cultura a la que refiramos.
Sobre la base de lo anterior, sucede que a razón de una diferencia física que es obtenida
mediante nacimiento, es decir la presencia o la ausencia del falo. Será parte de la causal, que
determinará si el recién nacido podrá o no ser asociado al significado positivo que se tiene
del falo, y toda la cosmovisión que se construye alrededor del mismo. Asimismo, esta
presencia / ausencia determinará en qué forma y en qué condiciones será el estilo del trato
con ese actor social; a razón de su semejanza con unos, pero también por las diferencias con
los otros.
La organización social y las relaciones estructuras del género, sufrieron grandes
modificaciones a partir de las primeras décadas del siglo XX, particularmente a razón de la
Primera y Segunda Guerra Mundial. Ya que estos procesos del orden internacional,
requirieron de la salida de las mujeres al espacio público, exigiéndoles su incorporación al
ámbito laboral y económicamente remunerado. Este proceso de transformación social, se
complementó de la inserción de las mujeres en los campos académicos, universitarios y como
parte de las plantas docentes en las universidades públicas y privadas de diversos países.
Finalmente, se comenzó a impugnar la institución del matrimonio y la intención de la
procreación como fundamento de la unión matrimonial, unión libre y otras formas de
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relaciones íntimas socialmente aprobadas. Dando lugar a las siguientes premisas: ¿Cuáles
son los campos masculinos que han sido impugnados por los recientes procesos de
transformación estructural al interior de las relaciones de género?, ¿Existirá alguna forma de
resistencia masculina a razón de este embate femenino? Y finalmente, ¿De qué manera se
puede representar esas formas de resistencia? Y a razón de las premisas anteriormente
expuestas, se pudo plantear el siguiente objetivo: Manifestar y evidenciar aquellos campos
masculinos que han sido impugnados en los años recientes, y que han provocado la llamada
crisis de la masculinidad. Asimismo, enunciar aquellos pilares de la masculinidad que se
han reforzado a razón de las impugnaciones contemporáneas.
1. El marco teórico como recurso para el análisis interpretativo.
Cuando Lévi-Strauss descubrió los fundamentos centrales de la teoría estructuralista, él
denotó que las sociedades humanas en el ámbito mundial se apoyan en el principio de las
relaciones diádicas y tríadicas, o lo que es lo mismo, los pares de oposición y dos pares de
dicotomías con un elemento nulo, respectivamente (Levi-Strauss 1987 y Turner 2007). En
ese sentido, no será una novedad el poder reconocer las distinciones: animalidad / humanidad,
arriba / abajo, izquierda / derecha, público / privado, penetrado / impenetrado, pasivo / activo,
semejante / diferente, hombre / mujer, entre muchos otros pares de oposición existentes en
todas las culturas del ámbito mundial. Donde más allá de centrarse en conocer y describir
una serie de diferencias culturales, la corriente del estructuralismo se centró en la búsqueda
de las variantes y continuidades de los fenómenos descubiertos en otras regiones del mundo.
En ese sentido, uno de sus más grandes aciertos fue el establecer la distinción entre las
nociones de estructura y las relaciones sociales, cito: “El principio fundamental afirma que
la noción de estructura social no se refiere a la realidad empírica, sino a los modelos
construidos de acuerdo con ésta. Aparece, así, la diferencia entre dos nociones tan próximas
que a menudo se las ha confundido; quiero decir, las de estructura social y de relaciones
sociales. Las relaciones sociales son la materia prima empleada para la construcción de los
modelos que ponen de manifiesto la estructura social misma. Esta no puede ser reducida, en
ningún caso, al conjunto de las relaciones sociales observables en una sociedad determinada”
(Lévi-Strauss, 1987: 301).
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Particularmente, la corriente estructuralista podría ser señalada de siempre apelar a una suerte
de universalismo cultural -que ocasionalmente se hace evidente en fenómenos particulares-,
pero que dicta sobre la base de las reglas ya escritas, el cómo son las cosas y el cómo deben
ser para cada sociedad; otorgándole un peso fundamental a todas las instituciones.
Hipotéticamente en ese modelo, todos los actores sociales actuarían conforme a su
inconsciente colectivo, y todas las variantes y contradicciones que puedan surgir en el teatro
social, serían el resultado de los reacomodos estructurales de las reglas que conducen a estos
agentes. De tal suerte que la transformación estructural, deberá ser observada como algo que
ya se esperaba, o que estaba prescrito dadas las condiciones de las instituciones de la cultura
a la que uno se pueda referir.
Este principio estructural, evidentemente descarta toda decisión personal que los actores
puedan tener, y su práctica, o demás acciones que de manera consciente pueden tomar, a
razón de contener y / o retardar lo inevitable (la transformación del modelo estructural de su
cultura). Por ende, Pierre Bourdieu sugiere complementar el modelo estructuralista,
otorgarle un mayor peso a la práctica social, perfeccionando el estado del alma propio del
estructuralismo con el estado del cuerpo, que es pertinente del habitus bourdieano. Y que
ambas en conjunto, serán empleadas en esta tesis. Cito: “Los condicionamientos asociados
a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistema de
disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas dispuestas a funcionar
como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin
suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones
necesarias para alcanzarlos, objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser para nada el
producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas
sin ser el producto de la acción organizadora de un director de orquesta” (Bourdieu, 2009:
86).
En lo que respecta a la dicotomía que se puede establecer entre el espacio público y privado.
El primero estará socialmente considerado como zonas peligrosas, con frecuentes conflictos
por la apropiación del espacio y en ocasiones como espacios intersticiales destinados al
tránsito, los cuales, tienen una lógica y reglas comunes que deben ser conocidas y aplicadas
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por los transeúntes (y que pueden cambiar de forma constante, dependiendo el uso social que
se le asigne al espacio), a manera de lograr una adecuada negociación para evitar una
confrontación que podría finalizar con violencia física. Por lo tanto, se entiende que debe
existir una institución reguladora de la violencia legítima a manera de evitar la anarquía tanto
en el ámbito nacional como regional o local. A pesar de que en la mayoría de los casos, los
problemas locales se resuelven mediante los métodos consensados por sus habitantes. Otra
de las características de este espacio es que en él se encuentran los centros de trabajo o sitios
que se consideran como lugares de castigo y de la rutina diaria, mismos que afectan de
manera diferente tanto a los hombres, mujeres, niños, ancianos y jóvenes que se ven
obligados a utilizar este espacio. En oposición aparece el espacio privado, que se caracteriza
por ser un sitio para descansar, en el cual sus ocupantes establecen sus propias reglas, normas,
obligaciones y derechos, además de contar con la capacidad de imponer el orden de las cosas
materiales. Debo enfatizar que socialmente este espacio está considerado como un sitio de
seguridad individual e intimidad personal y como un espacio intersticial para las personas
que no están familiarizadas con él.
Una segunda dicotomía, será la relación estructural establecida entre lo masculino y lo
femenino, es decir, las relaciones estructurales del género. Éste, debe ser entendido como un
constructo social que está sustentado en múltiples y complejos procesos históricos de larga
duración, que presenta contradicciones internas y cambios coyunturales en las relaciones
sociales (entre los hombres y las mujeres) que están insertas en una estructura social y sexual
preestablecida. En la cual, designado por nacimiento y sobre la base de las diferencias físicas,
se establece una la serie de labores, actividades, prescripciones y prohibiciones, que cada uno
de los géneros tendrá que cumplir y acatar de forma distinta. No sobra indicar, que los
privilegios, las oportunidades para la representación y el acceso al poder, por lo regular estará
destinado al ámbito masculino. Esta forma particular de identidad (la masculinidad), siempre
estará descrita, asociada y caracterizada en oposición a todo lo que hacen o puede identificar
a la más mínima práctica femenina.
Por ende, socialmente se espera que las mujeres estén destinadas al rol del matrimonio, la
reproducción del grupo, atentas sobre los cuidados de la familia y débiles sociales (ancianos,
enfermos e infantes), y a la apropiación del espacio privado (doméstico). Inversamente, serán
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los varones quienes serán ubicados en los espacios para la representación pública
(principalmente frente a las mujeres, pero también delante de otros hombres), estarán
encomendados a la protección de su grupo familiar, su reproducción social, y finalmente
cumplirán el rol de proveedores económicos. Sobre la base de esta sencilla descripción
genérica, se hace evidente el principio de la doble metamorfosis de Godelier. La cual, puede
ser definida de la siguiente manera: “A través de las relaciones de parentesco, que son las
relaciones personales y entre generaciones que pasan de individuo a individuo y de
generación a generación, se transmiten riquezas, recursos que son, a su vez, las condiciones
materiales y sociales de su existencia. En general, en todas las sociedades, a través del
parentesco la tierra pasa de hombre a hombre, del padre al hijo, por ejemplo, mientras que a
la hija se le excluye de la propiedad de la tierra …Por lo tanto, no son las mismas cosas las
que pasarán de generación en generación, de sexo a sexo” (Godelier, 1997: 19).
Posteriormente apunta en relación a la dominación simbólica masculina: “Los signos de
superioridad masculina –signos que son buscados, inventados- siempre tienen un carácter
arbitrario. Cuando parte de que la dominación masculina parece derrumbarse, se tiene que
recurrir al reinvento de nuevas pruebas de dicha supuesta superioridad …En ciertas
sociedades, las mujeres tejen porque son inferiores. En otras sociedades, los hombres tejen
porque son superiores. La materialidad del acto de tejer no dice nada, pero siempre está
cargada de sentido, y se nota un desplazamiento constante de sentido” (Godelier, 1997: 26).
Y más adelante continua: “…por una parte, uno ve constantemente una violencia física, una
violencia psicológica, una violencia social ejercida sobre las mujeres, mediante el desprecio,
la burla: las mujeres no saben treparse a los árboles, no pueden matar a un enemigo, no saben
usar un arco; claro, nunca lo han hecho por lo cual no saben hacerlo. Ahí tenemos una
retroacción, uno tiene evidencias sensibles ya que están creadas todas las condiciones de la
retroacción, de la retroalimentación del sistema” (Godelier, 1997: 28).1
Culturalmente se establece que los varones serán los únicos facultados para la administración
de los campos públicos –como lo sostiene una fuerte tradición enunciada desde Aristóteles
(2010), seguida por Bourdieu (2000) y muchos más-. Los hombres serán quienes
administren los espacios y teatros –en términos de Balandier (1994)- para la representación,
la exaltación del prestigio y la exhibición de los distintos capitales (económicos, políticos,
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sociales, materiales y simbólicos) que hayan sido adquiridos o en sus defectos heredados.
Asimismo, ellos estarán destinados al ejercicio del poder político y al uso de la socialmente
autorizado de la violencia (verbal, física, simbólica y ocasionalmente hasta sexual).
Finalmente, los varones serán quienes también se apropien de todos aquellos campos –en
términos de Bourdieu (2009)- en donde se puede acceder al uso de la razón y al incremento
de los capitales culturales, es decir, los grados académicos, medallones –en términos de
DaMatta (2002)- y demás formas de distinciones académicas. Sin olvidar, el acceso continúo
de todas las formas de masculinidades, en aquellos espacios sociales en donde está permitida
la construcción y reproducción simbólica.
Reconociendo que las relaciones estructurales del género han sufrido fuertes cambios
coyunturales en los últimos años desde la Segunda Guerra Mundial, seguida por la revolución
sexual y el nacimiento de la corriente del feminismo en la década de los setentas; hasta la
caída del Muro de Berlín en el año de 1989 y la identificación formal y teórica de los
fenómenos de globalización. Han sido parte del escenario, que ha llevado al surgimiento de
la llamada <<crisis de la masculinidad>>. Es decir, la impugnación directa de sus pilares
centrales, como son: a) El ejercicio de la sexualidad y la incuestionable apropiación
masculina de la descendencia procreada por las mujeres (Héritier 1996 y 2007); b) La
exclusividad masculina de ser el único proveedor económico, c) El ejercicio del poder
político y público, d) La negociación del tiempo libre masculino, e) El acceso a los espacios
para la educación formal y f) La capacidad de la construcción y demostración simbólica.
2. Impugnación de los pilares de la masculinidad.
Antes de comenzar este apartado, me gustaría recordar que los estudios e indagaciones sobre
la temática de género en México, comenzó a desarrollarse a partir de la década de los setentas.
Durante esta época, estas investigaciones se centraron en denunciar los espacios propios de
la desigualdad sexual, la serie de privilegios masculinos, las desventajas de haber nacido
mujer, entre muchas temáticas más. Sin embargo, todos estos estudios y demás aportaciones
teóricas estaban incompletas a razón de que no se había incorporado el rol y las distintas
formas para la construcción de la identidad masculina. Actualmente, es teóricamente
incorrecto realizar una investigación sobre alguna postura de género (feminismo,
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masculinidades, etcétera), sin hacer una mínima mención del sexo opuesto y a la vez
complementario.
La falta de los estudios sobre la masculinidad y masculinidades durante la década de los
setentas, provocó el establecimiento de dos posturas teóricas centrales y aún vigentes
(activas) de la corriente del feminismo radical. La primera, también conocida como el
feminismo de la igualdad. Pugna por establecer una equidad sexual en las oportunidades
laborales (remuneradas y domésticas), jurídicas, políticas y sociales entre los hombres y las
mujeres. Fundamentalmente estas últimas, han pugnado por distintas oportunidades para
acceder a los espacios que durante décadas les estuvo negado, por su condición de nacimiento
(Montesinos, 2005). El problema de esta corriente del pensamiento femenino, es que nunca
se ha considerado que las relaciones sociales están establecidas sobre la base de la diferencia
sexual (una ubicación sexual preestablecida en la estructura social), y por lo tanto, no se logra
apelar eficazmente a la equidad de género sobre la base del valor social y simbólico que tiene
asignado la presencia y ausencia del pené. Sumado a lo anterior, se presenta el principio de
la valencia diferencial de los sexos de Héritier. La cual se puede definir de la siguiente
manera –retomo-: “…es un fenómeno tan masivo que se vuelve invisible, como un dato
natural no cuestionable, a pesar de que no es natural y puede ser cuestionado. Así, el
privilegio confiscado se convierte en desventaja. Para que la confiscación sea irreversible,
las mujeres fueron confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas
del uso de la razón, excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico. En este último punto
es donde se juega la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178).
Por ende, el ejercicio de la dominación masculina, dictará que las mujeres son sujetos sociales
con una constante tendencia a la objetivación, por tres razones centrales: 1) “…las mujeres
no son vistas ni tratadas como sujetos de derecho, como ocurre con los hombres” (Héritier,
2007: 79); 2) Su capacidad innata de procrear lo semejante (otras mujeres) y lo diferente
(varones), aunado a la incapacidad masculina por la procreación; y 3) La incapacidad
femenina por controlar y elegir el justo momento en que voluntariamente derramará su propia
sangre (sangre menstrual). A diferencia de los varones, quienes oportunamente eligen el
momento y las condiciones sociales en que deberá ser esparcida su sangre o la de sus
contrincantes, es decir, durante su participación en los juegos de la masculinidad, las guerras,
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vendettas, las competencias deportivas, al interior de los teatros para la demostración de la
virilidad y en las circunstancias para la defensa de su honor –en términos de Pitt-Rivers
(1979)-. Sin mencionar, el derramamiento voluntario de su sangre-semen durante las
relaciones sexuales ocasionales, con la pareja marital y en aquellos momentos de infidelidad
conyugal. Cabe enunciar que en todas las anteriores, el varón tendrá que demostrar su
capacidad sexual de activo o pasivo-penetrador frente a otro agente femenino o masculino,
que a su vez, cumplirá un rol de pasivo o activo-penetrado.
Es de entenderse el por qué la sangre femenina está asociada a un elemento contaminante,
destructivo y que tiende a representar la muerte ontológica de los hombres (perdida de la
virilidad), la perdida de la cosecha, pero también es un signo metafórico de la no procreación.
En ese sentido, la descendencia (masculina o femenina) que haya sido procreada por una
mujer, será susceptible de ser apropiada por el hombre que social y públicamente la
representa y la controla al interior de una estructura que privilegia la diferencia social.
La segunda postura: el feminismo de la diferencia. Se ha limitado a exaltar e idealizar al
género femenino, abriendo y desarrollando debates inconclusos que no atentan de ninguna
forma al discurso hegemónico masculino, y sí tiende a ser una causal que produce más
argumentos que por lo regular tienden a reforzar la dominación masculina. Muchos de los
aspectos que han criticado y analizado esta corriente del pensamiento contemporáneo, está
limitada al discurso del ejercicio de la violencia física y económica que es ejercida por un
varón estereotipado. Lo anterior, descarta por completo la posibilidad de un cambio de
mentalidades de los géneros (particularmente el pensamiento masculino), y nunca apela a un
cambio significativo en las relaciones sociales, sexuales o en la relación estructural del
género.
Una de las principales críticas que se han construido alrededor de esta corriente del
feminismo, ha sido el no considerar la posibilidad de que las mujeres se tendrían que
incorporar al espacio público, laboral y económicamente remunerado, a razón de las
constantes crisis económicas que se han vivido durante las últimas décadas en el continente
americano. Con lo anterior, se ha provocado una considerable transformación en el principio
de la división sexual del trabajo, y por ende, ha provocado el derrocamiento de la teoría más
radical del feminismo contemporáneo.
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2.1 Proveedores económicos, primer pilar masculino.
Una de las principales consecuencias de la inserción de las mujeres en el campo laboral, fue
la impugnación de la supuesta exclusividad masculina de ser el proveedor económico de su
familia. Con lo anterior, las mujeres comenzaron a ganar sus propios recursos económicos,
renegociaron su papel social que las limitaba al rol de madres-esposas, y finalmente
adquirieron una serie de derechos y privilegios al interior de su grupo doméstico y familiar.
Como una respuesta de la identidad masculina a esta impugnación, las mujeres cobrarían y
cobran una menor cantidad económica por el mismo tiempo y la misma actividad laboral que
también pueden realizar los varones. Asimismo, sus ingresos económicos serán social y
públicamente percibidos como meros apoyos financieros al varón que social y públicamente
la representa; es decir, su padre, esposo, novio o amante. No sobra pensar, que esta forma
particular de desvalorización laboral, también debe ser vista como un constante intento
propio de la identidad masculina por reintegrar a las mujeres trabajadoras al espacio
doméstico y a sus roles socialmente establecidos (madres y esposas). O en su defecto,
seguirse ateniendo al constante desempeño de la doble jornada. Que se puede definir de la
siguiente manera: “El cumplimiento de las obligaciones contraídas a partir de un trabajo
formal remunerado, el cumplimiento de una jornada de trabajo, y después, al llegar al hogar,
el cumplimiento del trabajo doméstico asignado culturalmente a la mujer …La combinación
entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico reflejan la forma como las sociedades
patriarcales someten a la mujer a una sobreexplotación. La mujer moderna de las ciudades
se proyecta a partir de esta representación de la mujer que cumple con la doble jornada en un
contexto en el cual la economía mexicana se encontraba todavía estable” (Martínez V., 2005:
57).
2.2 Segundo pilar: El tiempo masculino.
Actualmente al referir sobre la <<doble jornada>> femenina, también es necesario comentar
sobre la notoria la incorporación de algunos varones en la atención de los quehaceres
domésticos en los últimos años.
Pudiendo plantearse un primer supuesto general: Considerando el principio de la doble
metamorfosis, cabría la posibilidad de pensar que la desvalorización social y simbólica de
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las actividades que se realizan en el espacio doméstico, se fundamentan en una nula o mínima
participación masculina y una evidente labor femenina, que no es remunerada y tampoco
reconocida. Inversamente, la reciente incorporación y participación de algunos varones en
las labores domésticas (lavar trastes y ropa, quehaceres domésticos, atender a los débiles
sociales, etcétera), podría comenzar a ser considerado como un nuevo campo para el prestigio
social y el reconocimiento público (incluyendo la presunción femenina), a razón de que –
cito-: “Una práctica inicialmente noble puede ser abandonada por los nobles, y es muy
frecuente que la adopte una fracción creciente de burgueses o pequeños–burgueses, incluso
las clases populares …una práctica inicialmente popular puede ser retomada en otro
momento por los nobles” (Bourdieu, 2011: 27). Por ende, la supuesta renegociación del
tiempo libre masculino, ahora deberá ser considerado como un nuevo campo contemporáneo
que permite el incremento de los capitales simbólicos y sociales, a razón de una “voluntaria
y desinteresada” participación masculina en el espacio doméstico.
De ser cierto lo anterior, la participación masculina contemporánea en los espacios
domésticos ha provocado una revalorización positiva de estas actividades, por el simple
hecho de que ahora ya también hay hombres que lo hagan. Inversamente, ¿Será posible que
el incremento de la participación femenina en algunos campos masculinos específicos, podría
provocar la desvalorización de ese espacio y campo de interacción? Premisa que será
discutida a continuación.
2.3 Los pilares del ejercicio del poder y la educación académica.
En la historia de los estudios de género, se reconoce que los últimos años de la década de
los veintes y principios de los treintas, los hombre tuvieron la necesidad de soportar que sus
mujeres se incorporaran al espacio público y realizaran labores económicamente
remuneradas como resultado de los procesos y transformaciones económicas que
acontecieron en el ámbito internacional, particularmente la crisis económica del año de 1929.
Lo que apuntaba a ser una estancia femenina temporal, como una alternativa de todo grupo
doméstico para sobre llevar las penurias económicas que impuso esta época. La estancia
femenina en el espacio público, se vio fomentada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial
en Europa y la incorporación de los Estados Unidos al conflicto armado en el año de 1944.
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En las siguientes décadas tras la conclusión del conflicto internacional, fue cada vez más
evidente una serie de transformaciones sociales que se comenzaban a realizar a favor de la
construcción de la identidad de género y de los derechos humanos. Prueba de lo anterior,
fueron las múltiples y distintas voces que se alzan a favor de los discursos y las distintas
posturas de la naciente corriente feminista. Acto seguido, se pelea en distintos campos –en
términos de Bourdieu (1991)- y arenas –en términos de Turner (1974)- a favor de la igualdad
de derechos de la gente de color u otras minorías raciales y sexuales. Ya para la década de
los setentas, oportunamente se abrió la puerta a la liberación sexual (con el descubrimiento
de la entrada de la píldora anticonceptiva, propiciando la oportunidad de sostener relaciones
sexuales ocasionales sin la necesidad de esperar hasta el matrimonio). Pues no se debe
olvida, que “…el honor masculino reside en la virtud de las mujeres de la familia” (Héritier,
2007: 77). Por ende, el participar (apelando al convencimiento de la voluntad femenina) o
atentar (perpetuar una agresión física y sexual) que provoqué la pérdida de la virginidad
femenina tendrá que ser solventada con la formación obligada de la alianza matrimonial, el
desconocimiento de la mujer deshonrada o el inicio de una vendetta familiar, ya que “…la
violencia física, conserva la bofetada ritual en la cara como desafío para zanjar una cuestión
de honor, y se admitía comúnmente que las ofensas de honor sólo podían redimirse con
sangre” (Pitt-Rivers, 1979: 23).
El escenario descrito anteriormente, también se complementó por las múltiples protestas en
contra de los movimientos armados que caracterizaron a las primeras décadas de la Guerra
Fría. En donde la mayoría de las mujeres no abandonaron el campo laboral, y sí se
incorporaron a los campos de la educación formal universitaria. Por ende, la resistencia
masculina no se hizo esperar, manifestándose en la construcción y asignación de carreras
universitarias que estarían determinadas por los roles sexuales, es decir, carreras como
pedagogía, enfermería y secretariado, fueron tendenciosamente construidas para el ámbito
femenino. Asimismo, se profundizó en la enseñanza de carreras con perfiles de análisis
matemático, físico y con procedimientos específicos para los hombres, al fue el caso de las
carreras de medicina, arquitectura, todos los tipos de ingenierías, entre muchas otras áreas
básicas. Y todo lo anterior, probablemente también puede ser explicado sobre la base del
principio de la doble metamorfosis de Godelier y el repentino incremento de agentes
femeninos en espacios y campos que antes pertenecían a lo masculino. No sobra mencionar,
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que el problema del ingreso de las mujeres a las universidades se agudizó en el justo momento
en que comenzaron a recibirse o titularse, y comenzaron a ejercer de manera profesional,
hasta adquirir puestos de mando. Es decir, puestos directivos que tendrían por subordinados
a otras mujeres, pero también a uno o más hombres.
Este fenómeno ha demostrado que el conflicto masculino no se desarrolla en el espacio
laboral, pues al ser puestos para el ejercicio del poder (académico, político, laboral, etcétera)
que ahora serían ocupados por mujeres con ciertas características particulares y excluyentes;
ellas tendrán que demostrar que se encuentran a la altura de un espacio que fue concebido,
construido y administrado desde sus orígenes por los varones, y para hombres específicos
que los desempeñarían, administrarían y representarían. Y en el remoto caso de que una
mujer logré acceder a alguno de estos puestos –esquivando eficazmente <<el techo de
cristal>>-, ella tendrá que demostrar social y públicamente que se encuentra a la altura de
uno de los escalones que socialmente está determinado para su opuesto. Lo anterior, en
algunos casos ha provocado el surgimiento del principio de la masculinización de la
feminidad –en términos de Bourdieu (2000)-. Por su parte, Montesinos (2007) explica que
los conflictos que se pueden establecer a razón de la inserción de las mujeres en los campos
públicos del poder, son más evidentes al interior de las relaciones maritales (incluyendo
uniones libres heterosexuales), a diferencia del espacio público para la administración del
poder. La razón del conflicto se sustenta, en que los ingresos económicos que son generados
por el hombre, el cual tiene por obligación el rol social de ser el único proveedor económico,
puede llegar el caso en que sean superados por su pareja marital y sexual. En ese sentido, la
mujer profesionista, independiente y que labora en un puesto de mando público e
institucional, se convierte en uno de los capitales simbólicos que ostentan y exhiben la mayor
parte de los varones con los que está directamente emparentada (por filiación y
descendencia). Donde su participación en estos campos de la masculinidad, le podrán otorgar
un incremento en su valor social al interior de las arenas del mercado matrimonial, es decir,
simbólicamente valdrá más una señorita casadera que sea virtuosa (virgen), perteneciente a
una familia socialmente reconocida y ubicable, con una belleza física reconocida
culturalmente (Lévi-Strauss 1985 y 1997) y que participa de la educación universitaria
(capital cultural –en términos de Bourdieu (1991)-) o ya tiene alguno de los medallones de
esta institución (título profesional). A diferencia de otra señorita que no cumple cabalmente
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con todos o algunos de los preceptos enunciados anteriormente. Ya que al final de cuentas,
cito: “Las familias son cuerpos articulados animados …Es decir, por una tendencia a
perpetuar su ser social con todos sus poderes y sus privilegios. Esta tendencia está en el
principio de las estrategias de reproducción, estrategias matrimoniales, estrategias de
sucesión, estrategias económicas y, en fin, y sobre todo, estrategias educativas” (Bourdieu,
2011: 95). Donde la educación formal y la obtención de grados académicos (capitales
culturales que no se devalúan), son elementos que han venido a mantener las diferencias
sociales e incrementar esa distinción. Y aun así, a pesar de que las mujeres se comiencen a
transformar en agentes de la dominación simbólica masculina. Ellas ya han demostrado, que
el poder ya no tiene sexo (Montesinos 2007).
2.4 El control del cuerpo femenino, quinto pilar para la dominación.
Una de las consecuencias no previstas de la introducción de los métodos anticonceptivos en
la década de los setentas, fue que más allá de permitirles a los varones su acceso a las
relaciones sexuales prematrimoniales y sin el requerimiento social del matrimonio. También
provocó que las mujeres pudieran hacer uso de su cuerpo y ejercer libremente su sexualidad
sin tener la preocupación de embarazos no deseados y enfermedades veneras que vinieran a
confirmar la pérdida de la virginidad y el deshonor masculino de sus parientes por filiación
(sus hermanos y primos) y descendencia (su padre).
En los años subsecuentes, los avances tecnológicos han permitido el incremento del número
de métodos anticonceptivos; las legislaciones de algunos países ya autorizan la ley a favor
del aborto, más la evidente realidad del deseo y pulsión sexual que pueden tener y ejercer
ambos géneros (masculino y femenino), sin importar su edad. Y la relativa facilidad con la
que las mujeres y los hombres ya pueden adquirir anticonceptivos en la actualidad, han sido
algunos de los factores que han intervenido para que las mujeres pudieran acceder a un campo
en donde se limita el poder hegemónico masculino. Pues a partir del principio de que: “La
apropiación del cuerpo de las mujeres es un derecho natural de los hombres” (Héritier, 2007:
73). Y que la descendencia procreada por ella (hijas de forma general e hijos de forma
particular), socialmente le pertenecerá al varón que ha participado en el hecho. Pues es de
entenderse, que todas las hijas apropiadas por su padre, en el momento adecuado tenderán a
ser signos para el intercambio al interior del mercado matrimonial sobre la base de su
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capacidad innata de la procreación. Héritier podría sostener al respecto: “Las mujeres no son
dominadas por su condición sexual de mujeres, ni porque tengan una anatomía diferente, ni
porque naturalmente tengan formas de pensar y actuar diferentes a la de los hombres, ni
porque son frágiles o incapaces, sino porque tienen el privilegio de la fecundidad y de la
reproducción de varones. La anticoncepción las libera del mismo tema por el que fueron
hechas prisioneras” (Héritier, 2007: 128).
Asimismo, esas mujeres –previamente apropiadas por su padre- antes y después de la alianza
matrimonial, también podrían transformase en capitales simbólicos que son resguardados,
exhibidos y exaltados por los varones con los que está relacionada (ya sea la familia de origen
o el otro grupo receptor). Por su parte, los hijos apropiados por su padre, tendrán la
encomienda de la trascendencia de su nombre y el honor de su familia de origen, Pitt-Rivers
comentaría al respecto: “Los grupos sociales poseen un honor colectivo en que sus miembros
participan; la conducta deshonrosa de uno se refleja en el honor de todos, al tiempo que un
miembro comparte el honor de su grupo. <<Soy quien soy>> incluye a <<aquellos con
quienes estoy asociado>>. <<Dime con quién andas y te diré quién eres>>. El honor
incumbe a los grupos sociales de cualquier dimensión, desde la familia nuclear, hasta la
nación, el honor de cuyos miembros va ligado a su fidelidad al soberano. Tanto en la familia
como en la monarquía una única persona simboliza el grupo de cuyo honor colectivo va
investida su persona” (Pitt-Rivers, 1979: 35-36).
Por ende, “…la anticoncepción se aplica en el lugar mismo de la dominación” (Héritier,
2007: 210). Y a pesar de los recientes cambios coyunturales al interior de las estructuras
mentales (sobre todo en la desmoralización de la relación sexual previa al matrimonio) y la
forma en que se establecen las relaciones de género (evidenciado con mujeres que acceden y
ejercen el poder). Una forma particular de resistencia masculina, se hace evidente tras apelar
al principio de los anticonceptivos como una de las herramientas que ahora les permitirá
acceder a un mayor número de parejas sexuales, sin importar su situación civil (soltera, viuda,
abandonada, divorciada y casada). De forma particular, serán las mujeres casadas e infieles
a las que se les adjudicará esta particularidad, cito: “…se piensa que el hecho de que las
adúlteras se encuentren dos semillas masculinas, ambas irreductibles, implica efectos
negativos para el más débil de los hombres. Necesariamente el más débil es el marido, porque
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ignora el adulterio de su mujer, mientras ella y el otro hombre actúan con conocimiento de
causa. El encuentro de humores de la misma naturaleza hace que uno de ellos, el más fuerte,
pueda expulsar al otro en el cuerpo emisor” (Héritier, 2007: 57).
Por ende, la incapacidad físico-biológica de los hombres por procrear, pero su habilidad y la
autorización social por apropiarse de la descendencia procreada por sus mujeres, era la forma
indiscutible en que se manifestaba el dominio físico y simbólico sobre el cuerpo de la mujer.
La impugnación de esta forma particular de la dominación masculina, surgió en el justo
instante en que ya no se puede aseverar el origen real de la paternidad, que siempre será
conocida por las mujeres, pero a su vez, desconocida por los varones. Excepto, si se tiene la
oportunidad y el capital económico suficiente para acceder a una prueba de laboratorio
genético. Asimismo, este problema se incrementa en el instante en que social y públicamente
el varón tendrá que mantener, educar y proteger a los supuestos hijos e hijas que han sido
procreados por su mujer. Dando lugar a una dudosa paternidad biológica, pero a una real
obligación social.
El fácil acceso al sexo por ambos géneros, y sin tener la obligación de establecer un
matrimonio. Aunado los recientes cambios coyunturales en las estructuras metales, que han
provocado una suerte de devaluación del significado del matrimonio, frente a una
revalorización positiva de la institución del divorcio, que incluso ya puede ser promovido por
las mujeres. Lo anterior, solamente viene a cuestionar a la institución del matrimonio como
tal, y nunca al principio de reciprocidad e intercambio en el que se ha fundamentado, pues la
forma de reciprocidad en el intercambio matrimonial, ahora se puede observar en la
autodonación -como lo sugiere Rivera Pérez (2009)-, o en la formación de uniones libres.
Donde ambas formas de intercambio contemporáneo, permitirá que los grupos participantes
puedan aprobar la práctica sexual entre los agentes interesados en su reconocimiento social.
El fenómeno en que las mujeres pueden acceder e incluso promover su propio divorcio,
también se puede acompañar del decremento social público que tiene una mujer que desea
volver a formar parte de una alianza matrimonial en el seno de alguna familia compuesta. Es
decir, dos individuos dispuestos a formar una unión libre o una alianza matrimonial que es
posterior a una relación previa que ha fracasado, pero en la cual hubo descendencia (ya sea
de uno o ambos agentes). Una de las características que no han sido analizadas del fenómeno
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del nacimiento de las familias compuestas, es que el varón que formó parte de la primera
relación, ha utilizado a una mujer (su antigua esposa) para procurarse su propia descendencia,
a pesar de que ésta no haya sido su intención desde un inicio. Cabe mencionar, que la
manutención y educación de los hijos del otro o de la otra, dependerá directamente de una
serie de acuerdos y negociaciones que se tendrán que establecer de forma constante entre los
agentes que han decidido darse una nueva oportunidad en una nueva relación.
En estos casos particulares en donde la descendencia ahora forma parte de una familia
compuesta. Los logros masculinos (el hijo del primer matrimonio), pueden ser exaltados
tanto por su padre biológico como por su padre adoptivo. Asimismo, el capital simbólico
que ahora puede representar la hija del primer matrimonio, puede ser susceptible de sr
apropiado y exhibido tanto por su padre como el que representa a su familia compuesta. A
final de cuentas: “…nuestros propios <<grandes momentos>> son <<grandes momentos>>
para otros también” (Turner, 2007: 8).
2.5 El pilar de la representación masculina
En lo que lleva el desarrollo de este ensayo, se han podido enunciar algunos detalles sobre la
hegemonía masculina, la manera en que los procesos históricos mundiales han transformado
a las estructuras del pensamiento y a las relaciones estructurales del género. Asimismo, se
ha observado la forma en que las mujeres paulatinamente han ido saliendo de su espacio
privado, pasando por el espacio público, y finalmente han llegado a los campos de la
educación formal profesional y a la representación en los campos del ejercicio y
administración del poder. Fenómenos sociales que en su mayoría no se han escapado del
análisis de los especialistas y demás estudiosos del género; quienes ahora refieren sobre la
posibilidad de una crisis de la masculinidad (como oportunamente lo han apuntado Connell
(2003) y Montesinos (2002 y 2007)). Para efectos de esta investigación, rescato la propuesta
de Connell, cito: “Como término teórico, crisis presupone un sistema coherente de algún tipo,
que se destruye o restaura gracias a lo que la crisis produce. La masculinidad, como hasta
ahora hemos visto, no es un sistema según este sentido. Más bien es una configuración de la
práctica dentro de un sistema de relaciones de género. No podemos hablar de forma lógica
de la crisis de una configuración; en su lugar hablaremos de su fractura o transformación.
Sin embrago, sí podemos hablar lógicamente de la crisis de un orden de género como un
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todo, y de sus tendencias hacia la crisis. Este tipo de tendencias hacia la crisis siempre
incluirán a las masculinidades, aunque no necesariamente las fracturan. Las tendencias hacia
la crisis provocarán, por ejemplo, intentos de restablecer la masculinidad dominante”
(Connell, 2003: 126).
Los procesos históricos internacionales que acontecieron en el siglo pasado y en la primera
década de este milenio (Siglo XXI), no permiten negar la evidencia de una transformación
en las estructuras mentales y la forma en que se establecen las relaciones estructurales del
género. Sin embargo, a todo fenómeno de opresión y proceso de transformación al interior
de las instituciones, y / o en la forma en que se desarrollan las relaciones sociales. Se verá
acompañado: a) Por un proceso de la aceptación del olvido o por la continuidad, b) Un
proceso de resistencia frente al cambio cultural, o también c) Podría provocar el inicio de un
nuevo Drama social –en términos de Turner (1974)-. En ese sentido, ¿Cuál ha sido la postura
de algunas de las masculinidades frente a estos procesos de cambios coyunturales en las
relaciones estructurales del género?, ¿Existirá alguna forma de resistencia masculina frente
a estas impugnaciones sociales? O simplemente, la impugnación de la masculinidad –y las
transformaciones culturales- habrán ocurrido en campos específicos (o pilares) de la
dominación masculina contemporánea. Específicamente, la exclusividad como proveedor
económico y la infidelidad marital (anteriormente, casi exclusiva del hombre).
Los fenómenos anteriormente enunciados, han afectado y transformado la manera en que
ahora se establecen y negocian las relaciones sociales del género. Específicamente, la forma
en que ahora se establece la intimidad de la pareja, el ejercicio de la sexualidad y la dirección
del matrimonio y / o unión libre. No sobra enfatizar, que a las relaciones de género le
caracterizan una continúa negociación en donde uno de los sexos (ya sea masculino o
femenino) podrá ganar “terreno” en la forma en que se establecerán las relaciones sociales
frente a su opuesto, pero también tendrá que hacerse de la idea, que podrá llegar algún
momento en que requerirá ceder “terreno” frente a su diferente y a la vez complementario.
Sobre la base de esas formas ocasionales de negociación entre los sexos, cabría el preguntar:
La resistencia masculina que se realizó tras la impugnación de sus pilares, ¿Habrá permitido
el fortalecimiento de alguno de éstos, más que derribarlos? Y ¿Existirá algún campo
masculino en el que las mujeres no han podido incidir de alguna manera? Como se ha
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comentado anteriormente, algunos de los pilares de la masculinidad han soportado
parcialmente el embate de las mujeres, pero otros han sufrido un cambio social más evidente.
Con respecto a la segunda premisa, es necesario recordar la aportación de Héritier sobre la
valencia diferencial de los sexos; en donde ella enfatizó, que: “…las mujeres fueron
confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas del uso de la razón,
excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico. En este último punto es donde se juega
la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178). Y si las mujeres socialmente están relegadas del
campo para la construcción simbólica, ellas serán susceptibles de ser representadas
simbólicamente por algún varón durante los rituales públicos y demás prácticas en teatros
sociales –en términos de Balandier (1994)-. Situación que aparentemente no podrá ser de
forma inversa, es decir, mujeres que simbolicen ritualmente a los hombres. O por lo menos
en el ámbito público y fuera de los tiempos rituales y ceremoniales. En este punto, sí pueden
ser incluidos todos los rituales de inversión –en términos de Turner (1988)- y demás prácticas
derivadas de éstos.
Tomando en consideración, que cultural y públicamente los hombres tendrán que administrar
todas las formas de capitales obtenidos y heredados (lo que incluye el capital económico,
material, social, político, simbólico y cultural), también serán los defensores y representantes
públicos del honor de su familia. Asimismo, serán quienes tendrán que defender y exhibir su
virilidad en las arenas de los juegos de la masculinidad. Sin olvidar, que ellos tendrán el
derecho de la apropiación de la descendencia procreada por las mujeres, el privilegio de
ocupar los puestos de mando y la autorización social de participar en todas las actividades
que reclamen el derramamiento de su propia sangre (deportes, vendettas, peleas físicas y
guerras). Finalmente, el derecho socialmente otorgado para elaborar representaciones
simbólicas durante los periodos festivos y rituales. Sobre la base de lo anterior, se podrá
cuestionar: ¿Existirá la posibilidad de que las mujeres temporalmente dejen de ser actores
sociales y se transformen en capitales simbólicos –en términos de Bourdieu (1991)-? Los
cuales, pertenecerán a varones específicos, quienes serán los únicos que los podrán exhibir,
exaltar y presentar frente a otros hombres, y durante el desenlace de las distintas arenas de la
masculinidad. Para responder esta pregunta, habrá que recordar el significado teórico del
símbolo. Es decir: “…una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica
naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de las cualidades análogas,
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ya sea por la asociación del hecho o de pensamiento” (Turner, 2007: 21). Sin perder de vista,
que: “El campo de producción simbólica es un microcosmos de la lucha simbólica entre las
clases: sirviendo a sus propios intereses en la lucha interna del campo de producción (y en
esta medida solamente), los productores sirven a los intereses de los grupos exteriores al
campo de producción” (Bourdieu, 2007: 69). Y al combinar positivamente ambos postulados
de la teoría simbólica con la práctica de la dominación masculina, particularmente con el uso
de la razón y la capacidad de control que se puede ejercer sobre otras personas (mujeres, pero
también hombres). Cobra su justo sentido, la existencia de la dicotomía de la capacidad
innata de las mujeres por procrear, y su incapacidad social por apropiarse de la descendencia
que ellas mismas han procreado. Seguido por la falta de control de su sangre menstrual, a
diferencia de los hombres quienes no se pueden reproducir, pero controlan positivamente el
derramamiento de su propia sangre. Por si no fuese suficiente, la mayor parte de los
constructos sociales, como son: la cosmovisión, los mitos, las leyendas, los espacios para el
ejercicio del poder y las arenas públicas. Se consideran como campos, que fueron elaborados
y organizados por los hombres, a favor de otros varones; que terminarán por justificar y
naturalizar la hegemonía masculina frente a todas las mujeres, pero también delante de otras
masculinidades –como anteriormente ya se comentó-. Es en ese punto, que se me permite
cuestionar: ¿En qué circunstancias las mujeres se transforman en capitales simbólicos
masculinos? Como ya se ha mencionado, las mujeres físicamente atractivas, que
oportunamente acceden o participan de los dividendos del capital cultural (educación
universitaria formal), que son “virtuosas”, pero que también pertenecen a una familia
socialmente reconocida o que administre grandes capitales económicos, sociales y políticos.
Provocará que esta forma particular de mujeres, se transformen en formas particulares de
capitales simbólicos que son ostentados y exhibidos por sus grupos de origen;
particularmente por los varones con los que está directamente emparentada por descendencia
y filiación. Por ende, será parte de la labor masculina, el exhibirla durante los rituales
femeninos de la pubertad-fertilidad (la celebración de los XV años, para el caso del territorio
mexicano), la oportuna participación en las danzas regionales, programas de voluntariado
nacional e internacional, la elección de la reina del carnaval, la reina de la fiesta del pueblo
u otras formas de concursos de belleza femenina, que no se traducen más que en otras formas
de arenas de la masculinidad. En fin, la exhibición de la señorita se realizará, pero será
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vigilada por los varones de su grupo, a fin de que llegue de forma virtuosa (virgen) hasta el
mercado matrimonial con uno de los agentes de otro grupo con el que se desea
particularmente establecer una alianza y constantes formas de intercambio (ceremonial,
económico, militar, ritual, etcétera). Pues no se puede perder de vista, que: “Estas ceremonias
de crisis no conciernen sólo a los individuos en quienes se centran, sino que marcan también
los cambios en las relaciones de todas las personas conexas con ellos por vínculos de sangre,
matrimonio, dinero, control político y de muchas otras clases. Porque en cualquier sociedad
que vivamos, todos estamos relacionados con todos: nuestros propios <<grandes
momentos>> son <<grandes momentos>> para otros también” (Turner, 2007: 8).
No sobra recordar, que todas las actividades femeninas que se realicen en el espacio público,
deberán contar con el apoyo, supervisión y protección masculina. Pues de no ser así, la mujer
puede ser víctima de la violencia verbal, física y hasta sexual por parte de los hombres que
circundan ese espacio. Asimismo, los logros femeninos en el espacio público (concluir una
carrera universitaria, establecer un negocio, etcétera) tenderá a ser socialmente valorado y
exaltado el más mínimo apoyo masculino por alguno de sus cercanos. Y en caso de no
haberlo, no se puede descartar la posibilidad de que algunos varones de su grupo de origen o
con los que está establecida una alianza matrimonial, terminen por adjudicarse ese
desempeño positivo femenino en aras del incremento del prestigio social personal masculino.
Conclusión.
Como se ha comprobado anteriormente, no se puede hablar de una crisis de la masculinidad
en sentido extenso, a razón de un pequeño cambio cultural en la relación estructural de los
géneros. Asimismo, el seguir sosteniendo el principio teórico de la guerra de los sexos
(feminismo radical), no sólo limita el campo de la acción femenina, sino que también prohíbe
una reconciliación en una sociedad que poco a poco va cambiando la forma en que se
establecen sus relaciones estructurales de género. Es en este punto que no se debe olvidar,
que no necesariamente la serie de cambios sociales en el ámbito global, inciden en el espacio
local, y viceversa.
Finalmente, “Cuando se dice que una mujer es libre es, sin titubeos, en el sentido social y
sexual” (Bourdieu 2011: 169). Y sobre la base de la exposición desarrollada anteriormente,
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se puede sostener que la dominación masculina ha tomado nuevos horizontes frente a todos
los procesos de resistencia femenina. En ese sentido, la única alternativa “visible” que todas
las mujeres tendrán frente al proceso de transformación de sujeto en objeto de prestigio o
capital simbólico masculino. Se limita a dejar de participar directamente en todas aquellas
arenas y demás teatros para la exhibición femenina, es decir: danzas regionales, pasarelas de
moda, concursos de belleza, concurso de la reina de la fiesta y / o del carnaval, entre muchos
otros espacios supuestamente femeninos, pero que en realidad ocultan una gigante arena para
la disputa del prestigio, el honor y el incremento de capitales (económicos, políticos,
simbólicos, sociales y ocasionalmente hasta materiales) exclusivamente masculinos. Ahora
que se han develado las nuevas y sutiles formas del dominio masculino, será una decisión
personal femenina (mujeres en general, pero las señoritas casaderas en particular), el decidir
sí ellas serán sujetos sociales. O continuarán siendo formas particulares de capitales
simbólicos masculinos contemporáneos, que no están desligados de seguirse considerando,
como objetos de intercambio; víctimas de su capacidad innata para reproducir lo diferente.
En ese sentido, “…la mujer es percibida como ese raro recurso que permite a los hombres
reproducir a sus idénticos y constituir un linaje masculino concibiendo a otros hombres”
(Héritier, 2007: 119).
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1 Las cursivas de ambas citas son mías.