El valor simbólico de las mujeres, visto desde la perspectiva de la masculinidad mexicana...

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1 EL VALOR SIMBÓLICO DE LAS MUJERES, VISTO DESDE LA PERSPECTIVA DE LA MASCULINIDAD MEXICANA CONTEMPORÁNEA Dr. Roberto Rivera Pérez 1 Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo Universidad Autónoma Metropolitana En los últimos años, se ha podido escuchar sobre el fenómeno de la crisis de la masculinidad. Sin embargo, lo que aparentan ser cambios significativos en las relaciones estructurales del género, tienden a encubrir formas alternas y sutiles de la dominación masculina contemporánea. En ese sentido, de qué manera participa la mujer en la construcción y reproducción de los capitales simbólicos, que ostentan y presumen los hombres en diferentes arenas públicas y demás espacios sociales. Palabras claves: Capital simbólico, arena, crisis de la masculinidad, masculinidad y pilares de la masculinidad. The symbolic value of women, seen from the perspective of masculinity Abstract: In recent years, it has been heard about the phenomenon of the crisis of masculinity. However, what appear to be significant changes in the structural relationships of gender, tend to cover alternative forms and subtle contemporary male domination. In that sense, how women participate in the construction and reproduction of symbolic capital, flaunt and boast different men in public squares and other social spaces. Keywords: Symbolic capital, arena, crisis of masculinity, masculinity and pillars of masculinity. 1 Artículo publicado en la sección de Máscaras e identidadde la revista electrónica PACARINA DEL SUR. REVISTA CULTURAL DE PENSAMIENTO CRÍTICO, #18 ENERO-MARZO 2014. LINKOGRAFÍA: http://www.pacarinadelsur.com/home/mascaras-e-identidades/892-el-valor-simbolico-de- las-mujeres-visto-desde-la-perspectiva-de-la-masculinidad-mexicana-contemporanea

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EL VALOR SIMBÓLICO DE LAS MUJERES, VISTO DESDE LA PERSPECTIVA

DE LA MASCULINIDAD MEXICANA CONTEMPORÁNEA

Dr. Roberto Rivera Pérez1

Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo

Universidad Autónoma Metropolitana

En los últimos años, se ha podido escuchar sobre el fenómeno de la crisis de la masculinidad.

Sin embargo, lo que aparentan ser cambios significativos en las relaciones estructurales del

género, tienden a encubrir formas alternas y sutiles de la dominación masculina

contemporánea. En ese sentido, de qué manera participa la mujer en la construcción y

reproducción de los capitales simbólicos, que ostentan y presumen los hombres en diferentes

arenas públicas y demás espacios sociales.

Palabras claves:

Capital simbólico, arena, crisis de la masculinidad, masculinidad y pilares de la

masculinidad.

The symbolic value of women, seen from the perspective of masculinity

Abstract:

In recent years, it has been heard about the phenomenon of the crisis of masculinity.

However, what appear to be significant changes in the structural relationships of gender, tend

to cover alternative forms and subtle contemporary male domination. In that sense, how

women participate in the construction and reproduction of symbolic capital, flaunt and boast

different men in public squares and other social spaces.

Keywords:

Symbolic capital, arena, crisis of masculinity, masculinity and pillars of masculinity.

1 Artículo publicado en la sección de “Máscaras e identidad” de la revista electrónica PACARINA DEL SUR.

REVISTA CULTURAL DE PENSAMIENTO CRÍTICO, #18 ENERO-MARZO 2014.

LINKOGRAFÍA: http://www.pacarinadelsur.com/home/mascaras-e-identidades/892-el-valor-simbolico-de-

las-mujeres-visto-desde-la-perspectiva-de-la-masculinidad-mexicana-contemporanea

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Nos últimos anos, tem-se ouvido falar sobre o fenômeno da crise da masculinidade. No

entanto, o que parece haver mudanças significativas nas relações estruturais de gênero,

tendem a cobrir formas alternativas e sutil dominação masculina contemporânea. Nesse

sentido, como as mulheres participam na construção e reprodução do capital simbólico, exibir

e possuem diferentes homens em praças públicas e outros espaços sociais.

Palavras-chave:

Capital simbólico, agencia, crise de masculinidade, masculinidade e pilares da

masculinidade.

Introducción

Las relaciones sociales en el ámbito mundial, están reguladas por una serie de reglas no

escritas, pero bien conocidas por los agentes y sujetos sociales de la cultura a la que refiramos.

Sobre la base de lo anterior, sucede que a razón de una diferencia física que es obtenida

mediante nacimiento, es decir la presencia o la ausencia del falo. Será parte de la causal, que

determinará si el recién nacido podrá o no ser asociado al significado positivo que se tiene

del falo, y toda la cosmovisión que se construye alrededor del mismo. Asimismo, esta

presencia / ausencia determinará en qué forma y en qué condiciones será el estilo del trato

con ese actor social; a razón de su semejanza con unos, pero también por las diferencias con

los otros.

La organización social y las relaciones estructuras del género, sufrieron grandes

modificaciones a partir de las primeras décadas del siglo XX, particularmente a razón de la

Primera y Segunda Guerra Mundial. Ya que estos procesos del orden internacional,

requirieron de la salida de las mujeres al espacio público, exigiéndoles su incorporación al

ámbito laboral y económicamente remunerado. Este proceso de transformación social, se

complementó de la inserción de las mujeres en los campos académicos, universitarios y como

parte de las plantas docentes en las universidades públicas y privadas de diversos países.

Finalmente, se comenzó a impugnar la institución del matrimonio y la intención de la

procreación como fundamento de la unión matrimonial, unión libre y otras formas de

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relaciones íntimas socialmente aprobadas. Dando lugar a las siguientes premisas: ¿Cuáles

son los campos masculinos que han sido impugnados por los recientes procesos de

transformación estructural al interior de las relaciones de género?, ¿Existirá alguna forma de

resistencia masculina a razón de este embate femenino? Y finalmente, ¿De qué manera se

puede representar esas formas de resistencia? Y a razón de las premisas anteriormente

expuestas, se pudo plantear el siguiente objetivo: Manifestar y evidenciar aquellos campos

masculinos que han sido impugnados en los años recientes, y que han provocado la llamada

crisis de la masculinidad. Asimismo, enunciar aquellos pilares de la masculinidad que se

han reforzado a razón de las impugnaciones contemporáneas.

1. El marco teórico como recurso para el análisis interpretativo.

Cuando Lévi-Strauss descubrió los fundamentos centrales de la teoría estructuralista, él

denotó que las sociedades humanas en el ámbito mundial se apoyan en el principio de las

relaciones diádicas y tríadicas, o lo que es lo mismo, los pares de oposición y dos pares de

dicotomías con un elemento nulo, respectivamente (Levi-Strauss 1987 y Turner 2007). En

ese sentido, no será una novedad el poder reconocer las distinciones: animalidad / humanidad,

arriba / abajo, izquierda / derecha, público / privado, penetrado / impenetrado, pasivo / activo,

semejante / diferente, hombre / mujer, entre muchos otros pares de oposición existentes en

todas las culturas del ámbito mundial. Donde más allá de centrarse en conocer y describir

una serie de diferencias culturales, la corriente del estructuralismo se centró en la búsqueda

de las variantes y continuidades de los fenómenos descubiertos en otras regiones del mundo.

En ese sentido, uno de sus más grandes aciertos fue el establecer la distinción entre las

nociones de estructura y las relaciones sociales, cito: “El principio fundamental afirma que

la noción de estructura social no se refiere a la realidad empírica, sino a los modelos

construidos de acuerdo con ésta. Aparece, así, la diferencia entre dos nociones tan próximas

que a menudo se las ha confundido; quiero decir, las de estructura social y de relaciones

sociales. Las relaciones sociales son la materia prima empleada para la construcción de los

modelos que ponen de manifiesto la estructura social misma. Esta no puede ser reducida, en

ningún caso, al conjunto de las relaciones sociales observables en una sociedad determinada”

(Lévi-Strauss, 1987: 301).

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Particularmente, la corriente estructuralista podría ser señalada de siempre apelar a una suerte

de universalismo cultural -que ocasionalmente se hace evidente en fenómenos particulares-,

pero que dicta sobre la base de las reglas ya escritas, el cómo son las cosas y el cómo deben

ser para cada sociedad; otorgándole un peso fundamental a todas las instituciones.

Hipotéticamente en ese modelo, todos los actores sociales actuarían conforme a su

inconsciente colectivo, y todas las variantes y contradicciones que puedan surgir en el teatro

social, serían el resultado de los reacomodos estructurales de las reglas que conducen a estos

agentes. De tal suerte que la transformación estructural, deberá ser observada como algo que

ya se esperaba, o que estaba prescrito dadas las condiciones de las instituciones de la cultura

a la que uno se pueda referir.

Este principio estructural, evidentemente descarta toda decisión personal que los actores

puedan tener, y su práctica, o demás acciones que de manera consciente pueden tomar, a

razón de contener y / o retardar lo inevitable (la transformación del modelo estructural de su

cultura). Por ende, Pierre Bourdieu sugiere complementar el modelo estructuralista,

otorgarle un mayor peso a la práctica social, perfeccionando el estado del alma propio del

estructuralismo con el estado del cuerpo, que es pertinente del habitus bourdieano. Y que

ambas en conjunto, serán empleadas en esta tesis. Cito: “Los condicionamientos asociados

a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistema de

disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas dispuestas a funcionar

como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de

prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin

suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones

necesarias para alcanzarlos, objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser para nada el

producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas

sin ser el producto de la acción organizadora de un director de orquesta” (Bourdieu, 2009:

86).

En lo que respecta a la dicotomía que se puede establecer entre el espacio público y privado.

El primero estará socialmente considerado como zonas peligrosas, con frecuentes conflictos

por la apropiación del espacio y en ocasiones como espacios intersticiales destinados al

tránsito, los cuales, tienen una lógica y reglas comunes que deben ser conocidas y aplicadas

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por los transeúntes (y que pueden cambiar de forma constante, dependiendo el uso social que

se le asigne al espacio), a manera de lograr una adecuada negociación para evitar una

confrontación que podría finalizar con violencia física. Por lo tanto, se entiende que debe

existir una institución reguladora de la violencia legítima a manera de evitar la anarquía tanto

en el ámbito nacional como regional o local. A pesar de que en la mayoría de los casos, los

problemas locales se resuelven mediante los métodos consensados por sus habitantes. Otra

de las características de este espacio es que en él se encuentran los centros de trabajo o sitios

que se consideran como lugares de castigo y de la rutina diaria, mismos que afectan de

manera diferente tanto a los hombres, mujeres, niños, ancianos y jóvenes que se ven

obligados a utilizar este espacio. En oposición aparece el espacio privado, que se caracteriza

por ser un sitio para descansar, en el cual sus ocupantes establecen sus propias reglas, normas,

obligaciones y derechos, además de contar con la capacidad de imponer el orden de las cosas

materiales. Debo enfatizar que socialmente este espacio está considerado como un sitio de

seguridad individual e intimidad personal y como un espacio intersticial para las personas

que no están familiarizadas con él.

Una segunda dicotomía, será la relación estructural establecida entre lo masculino y lo

femenino, es decir, las relaciones estructurales del género. Éste, debe ser entendido como un

constructo social que está sustentado en múltiples y complejos procesos históricos de larga

duración, que presenta contradicciones internas y cambios coyunturales en las relaciones

sociales (entre los hombres y las mujeres) que están insertas en una estructura social y sexual

preestablecida. En la cual, designado por nacimiento y sobre la base de las diferencias físicas,

se establece una la serie de labores, actividades, prescripciones y prohibiciones, que cada uno

de los géneros tendrá que cumplir y acatar de forma distinta. No sobra indicar, que los

privilegios, las oportunidades para la representación y el acceso al poder, por lo regular estará

destinado al ámbito masculino. Esta forma particular de identidad (la masculinidad), siempre

estará descrita, asociada y caracterizada en oposición a todo lo que hacen o puede identificar

a la más mínima práctica femenina.

Por ende, socialmente se espera que las mujeres estén destinadas al rol del matrimonio, la

reproducción del grupo, atentas sobre los cuidados de la familia y débiles sociales (ancianos,

enfermos e infantes), y a la apropiación del espacio privado (doméstico). Inversamente, serán

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los varones quienes serán ubicados en los espacios para la representación pública

(principalmente frente a las mujeres, pero también delante de otros hombres), estarán

encomendados a la protección de su grupo familiar, su reproducción social, y finalmente

cumplirán el rol de proveedores económicos. Sobre la base de esta sencilla descripción

genérica, se hace evidente el principio de la doble metamorfosis de Godelier. La cual, puede

ser definida de la siguiente manera: “A través de las relaciones de parentesco, que son las

relaciones personales y entre generaciones que pasan de individuo a individuo y de

generación a generación, se transmiten riquezas, recursos que son, a su vez, las condiciones

materiales y sociales de su existencia. En general, en todas las sociedades, a través del

parentesco la tierra pasa de hombre a hombre, del padre al hijo, por ejemplo, mientras que a

la hija se le excluye de la propiedad de la tierra …Por lo tanto, no son las mismas cosas las

que pasarán de generación en generación, de sexo a sexo” (Godelier, 1997: 19).

Posteriormente apunta en relación a la dominación simbólica masculina: “Los signos de

superioridad masculina –signos que son buscados, inventados- siempre tienen un carácter

arbitrario. Cuando parte de que la dominación masculina parece derrumbarse, se tiene que

recurrir al reinvento de nuevas pruebas de dicha supuesta superioridad …En ciertas

sociedades, las mujeres tejen porque son inferiores. En otras sociedades, los hombres tejen

porque son superiores. La materialidad del acto de tejer no dice nada, pero siempre está

cargada de sentido, y se nota un desplazamiento constante de sentido” (Godelier, 1997: 26).

Y más adelante continua: “…por una parte, uno ve constantemente una violencia física, una

violencia psicológica, una violencia social ejercida sobre las mujeres, mediante el desprecio,

la burla: las mujeres no saben treparse a los árboles, no pueden matar a un enemigo, no saben

usar un arco; claro, nunca lo han hecho por lo cual no saben hacerlo. Ahí tenemos una

retroacción, uno tiene evidencias sensibles ya que están creadas todas las condiciones de la

retroacción, de la retroalimentación del sistema” (Godelier, 1997: 28).1

Culturalmente se establece que los varones serán los únicos facultados para la administración

de los campos públicos –como lo sostiene una fuerte tradición enunciada desde Aristóteles

(2010), seguida por Bourdieu (2000) y muchos más-. Los hombres serán quienes

administren los espacios y teatros –en términos de Balandier (1994)- para la representación,

la exaltación del prestigio y la exhibición de los distintos capitales (económicos, políticos,

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sociales, materiales y simbólicos) que hayan sido adquiridos o en sus defectos heredados.

Asimismo, ellos estarán destinados al ejercicio del poder político y al uso de la socialmente

autorizado de la violencia (verbal, física, simbólica y ocasionalmente hasta sexual).

Finalmente, los varones serán quienes también se apropien de todos aquellos campos –en

términos de Bourdieu (2009)- en donde se puede acceder al uso de la razón y al incremento

de los capitales culturales, es decir, los grados académicos, medallones –en términos de

DaMatta (2002)- y demás formas de distinciones académicas. Sin olvidar, el acceso continúo

de todas las formas de masculinidades, en aquellos espacios sociales en donde está permitida

la construcción y reproducción simbólica.

Reconociendo que las relaciones estructurales del género han sufrido fuertes cambios

coyunturales en los últimos años desde la Segunda Guerra Mundial, seguida por la revolución

sexual y el nacimiento de la corriente del feminismo en la década de los setentas; hasta la

caída del Muro de Berlín en el año de 1989 y la identificación formal y teórica de los

fenómenos de globalización. Han sido parte del escenario, que ha llevado al surgimiento de

la llamada <<crisis de la masculinidad>>. Es decir, la impugnación directa de sus pilares

centrales, como son: a) El ejercicio de la sexualidad y la incuestionable apropiación

masculina de la descendencia procreada por las mujeres (Héritier 1996 y 2007); b) La

exclusividad masculina de ser el único proveedor económico, c) El ejercicio del poder

político y público, d) La negociación del tiempo libre masculino, e) El acceso a los espacios

para la educación formal y f) La capacidad de la construcción y demostración simbólica.

2. Impugnación de los pilares de la masculinidad.

Antes de comenzar este apartado, me gustaría recordar que los estudios e indagaciones sobre

la temática de género en México, comenzó a desarrollarse a partir de la década de los setentas.

Durante esta época, estas investigaciones se centraron en denunciar los espacios propios de

la desigualdad sexual, la serie de privilegios masculinos, las desventajas de haber nacido

mujer, entre muchas temáticas más. Sin embargo, todos estos estudios y demás aportaciones

teóricas estaban incompletas a razón de que no se había incorporado el rol y las distintas

formas para la construcción de la identidad masculina. Actualmente, es teóricamente

incorrecto realizar una investigación sobre alguna postura de género (feminismo,

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masculinidades, etcétera), sin hacer una mínima mención del sexo opuesto y a la vez

complementario.

La falta de los estudios sobre la masculinidad y masculinidades durante la década de los

setentas, provocó el establecimiento de dos posturas teóricas centrales y aún vigentes

(activas) de la corriente del feminismo radical. La primera, también conocida como el

feminismo de la igualdad. Pugna por establecer una equidad sexual en las oportunidades

laborales (remuneradas y domésticas), jurídicas, políticas y sociales entre los hombres y las

mujeres. Fundamentalmente estas últimas, han pugnado por distintas oportunidades para

acceder a los espacios que durante décadas les estuvo negado, por su condición de nacimiento

(Montesinos, 2005). El problema de esta corriente del pensamiento femenino, es que nunca

se ha considerado que las relaciones sociales están establecidas sobre la base de la diferencia

sexual (una ubicación sexual preestablecida en la estructura social), y por lo tanto, no se logra

apelar eficazmente a la equidad de género sobre la base del valor social y simbólico que tiene

asignado la presencia y ausencia del pené. Sumado a lo anterior, se presenta el principio de

la valencia diferencial de los sexos de Héritier. La cual se puede definir de la siguiente

manera –retomo-: “…es un fenómeno tan masivo que se vuelve invisible, como un dato

natural no cuestionable, a pesar de que no es natural y puede ser cuestionado. Así, el

privilegio confiscado se convierte en desventaja. Para que la confiscación sea irreversible,

las mujeres fueron confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas

del uso de la razón, excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico. En este último punto

es donde se juega la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178).

Por ende, el ejercicio de la dominación masculina, dictará que las mujeres son sujetos sociales

con una constante tendencia a la objetivación, por tres razones centrales: 1) “…las mujeres

no son vistas ni tratadas como sujetos de derecho, como ocurre con los hombres” (Héritier,

2007: 79); 2) Su capacidad innata de procrear lo semejante (otras mujeres) y lo diferente

(varones), aunado a la incapacidad masculina por la procreación; y 3) La incapacidad

femenina por controlar y elegir el justo momento en que voluntariamente derramará su propia

sangre (sangre menstrual). A diferencia de los varones, quienes oportunamente eligen el

momento y las condiciones sociales en que deberá ser esparcida su sangre o la de sus

contrincantes, es decir, durante su participación en los juegos de la masculinidad, las guerras,

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vendettas, las competencias deportivas, al interior de los teatros para la demostración de la

virilidad y en las circunstancias para la defensa de su honor –en términos de Pitt-Rivers

(1979)-. Sin mencionar, el derramamiento voluntario de su sangre-semen durante las

relaciones sexuales ocasionales, con la pareja marital y en aquellos momentos de infidelidad

conyugal. Cabe enunciar que en todas las anteriores, el varón tendrá que demostrar su

capacidad sexual de activo o pasivo-penetrador frente a otro agente femenino o masculino,

que a su vez, cumplirá un rol de pasivo o activo-penetrado.

Es de entenderse el por qué la sangre femenina está asociada a un elemento contaminante,

destructivo y que tiende a representar la muerte ontológica de los hombres (perdida de la

virilidad), la perdida de la cosecha, pero también es un signo metafórico de la no procreación.

En ese sentido, la descendencia (masculina o femenina) que haya sido procreada por una

mujer, será susceptible de ser apropiada por el hombre que social y públicamente la

representa y la controla al interior de una estructura que privilegia la diferencia social.

La segunda postura: el feminismo de la diferencia. Se ha limitado a exaltar e idealizar al

género femenino, abriendo y desarrollando debates inconclusos que no atentan de ninguna

forma al discurso hegemónico masculino, y sí tiende a ser una causal que produce más

argumentos que por lo regular tienden a reforzar la dominación masculina. Muchos de los

aspectos que han criticado y analizado esta corriente del pensamiento contemporáneo, está

limitada al discurso del ejercicio de la violencia física y económica que es ejercida por un

varón estereotipado. Lo anterior, descarta por completo la posibilidad de un cambio de

mentalidades de los géneros (particularmente el pensamiento masculino), y nunca apela a un

cambio significativo en las relaciones sociales, sexuales o en la relación estructural del

género.

Una de las principales críticas que se han construido alrededor de esta corriente del

feminismo, ha sido el no considerar la posibilidad de que las mujeres se tendrían que

incorporar al espacio público, laboral y económicamente remunerado, a razón de las

constantes crisis económicas que se han vivido durante las últimas décadas en el continente

americano. Con lo anterior, se ha provocado una considerable transformación en el principio

de la división sexual del trabajo, y por ende, ha provocado el derrocamiento de la teoría más

radical del feminismo contemporáneo.

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2.1 Proveedores económicos, primer pilar masculino.

Una de las principales consecuencias de la inserción de las mujeres en el campo laboral, fue

la impugnación de la supuesta exclusividad masculina de ser el proveedor económico de su

familia. Con lo anterior, las mujeres comenzaron a ganar sus propios recursos económicos,

renegociaron su papel social que las limitaba al rol de madres-esposas, y finalmente

adquirieron una serie de derechos y privilegios al interior de su grupo doméstico y familiar.

Como una respuesta de la identidad masculina a esta impugnación, las mujeres cobrarían y

cobran una menor cantidad económica por el mismo tiempo y la misma actividad laboral que

también pueden realizar los varones. Asimismo, sus ingresos económicos serán social y

públicamente percibidos como meros apoyos financieros al varón que social y públicamente

la representa; es decir, su padre, esposo, novio o amante. No sobra pensar, que esta forma

particular de desvalorización laboral, también debe ser vista como un constante intento

propio de la identidad masculina por reintegrar a las mujeres trabajadoras al espacio

doméstico y a sus roles socialmente establecidos (madres y esposas). O en su defecto,

seguirse ateniendo al constante desempeño de la doble jornada. Que se puede definir de la

siguiente manera: “El cumplimiento de las obligaciones contraídas a partir de un trabajo

formal remunerado, el cumplimiento de una jornada de trabajo, y después, al llegar al hogar,

el cumplimiento del trabajo doméstico asignado culturalmente a la mujer …La combinación

entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico reflejan la forma como las sociedades

patriarcales someten a la mujer a una sobreexplotación. La mujer moderna de las ciudades

se proyecta a partir de esta representación de la mujer que cumple con la doble jornada en un

contexto en el cual la economía mexicana se encontraba todavía estable” (Martínez V., 2005:

57).

2.2 Segundo pilar: El tiempo masculino.

Actualmente al referir sobre la <<doble jornada>> femenina, también es necesario comentar

sobre la notoria la incorporación de algunos varones en la atención de los quehaceres

domésticos en los últimos años.

Pudiendo plantearse un primer supuesto general: Considerando el principio de la doble

metamorfosis, cabría la posibilidad de pensar que la desvalorización social y simbólica de

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las actividades que se realizan en el espacio doméstico, se fundamentan en una nula o mínima

participación masculina y una evidente labor femenina, que no es remunerada y tampoco

reconocida. Inversamente, la reciente incorporación y participación de algunos varones en

las labores domésticas (lavar trastes y ropa, quehaceres domésticos, atender a los débiles

sociales, etcétera), podría comenzar a ser considerado como un nuevo campo para el prestigio

social y el reconocimiento público (incluyendo la presunción femenina), a razón de que –

cito-: “Una práctica inicialmente noble puede ser abandonada por los nobles, y es muy

frecuente que la adopte una fracción creciente de burgueses o pequeños–burgueses, incluso

las clases populares …una práctica inicialmente popular puede ser retomada en otro

momento por los nobles” (Bourdieu, 2011: 27). Por ende, la supuesta renegociación del

tiempo libre masculino, ahora deberá ser considerado como un nuevo campo contemporáneo

que permite el incremento de los capitales simbólicos y sociales, a razón de una “voluntaria

y desinteresada” participación masculina en el espacio doméstico.

De ser cierto lo anterior, la participación masculina contemporánea en los espacios

domésticos ha provocado una revalorización positiva de estas actividades, por el simple

hecho de que ahora ya también hay hombres que lo hagan. Inversamente, ¿Será posible que

el incremento de la participación femenina en algunos campos masculinos específicos, podría

provocar la desvalorización de ese espacio y campo de interacción? Premisa que será

discutida a continuación.

2.3 Los pilares del ejercicio del poder y la educación académica.

En la historia de los estudios de género, se reconoce que los últimos años de la década de

los veintes y principios de los treintas, los hombre tuvieron la necesidad de soportar que sus

mujeres se incorporaran al espacio público y realizaran labores económicamente

remuneradas como resultado de los procesos y transformaciones económicas que

acontecieron en el ámbito internacional, particularmente la crisis económica del año de 1929.

Lo que apuntaba a ser una estancia femenina temporal, como una alternativa de todo grupo

doméstico para sobre llevar las penurias económicas que impuso esta época. La estancia

femenina en el espacio público, se vio fomentada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial

en Europa y la incorporación de los Estados Unidos al conflicto armado en el año de 1944.

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En las siguientes décadas tras la conclusión del conflicto internacional, fue cada vez más

evidente una serie de transformaciones sociales que se comenzaban a realizar a favor de la

construcción de la identidad de género y de los derechos humanos. Prueba de lo anterior,

fueron las múltiples y distintas voces que se alzan a favor de los discursos y las distintas

posturas de la naciente corriente feminista. Acto seguido, se pelea en distintos campos –en

términos de Bourdieu (1991)- y arenas –en términos de Turner (1974)- a favor de la igualdad

de derechos de la gente de color u otras minorías raciales y sexuales. Ya para la década de

los setentas, oportunamente se abrió la puerta a la liberación sexual (con el descubrimiento

de la entrada de la píldora anticonceptiva, propiciando la oportunidad de sostener relaciones

sexuales ocasionales sin la necesidad de esperar hasta el matrimonio). Pues no se debe

olvida, que “…el honor masculino reside en la virtud de las mujeres de la familia” (Héritier,

2007: 77). Por ende, el participar (apelando al convencimiento de la voluntad femenina) o

atentar (perpetuar una agresión física y sexual) que provoqué la pérdida de la virginidad

femenina tendrá que ser solventada con la formación obligada de la alianza matrimonial, el

desconocimiento de la mujer deshonrada o el inicio de una vendetta familiar, ya que “…la

violencia física, conserva la bofetada ritual en la cara como desafío para zanjar una cuestión

de honor, y se admitía comúnmente que las ofensas de honor sólo podían redimirse con

sangre” (Pitt-Rivers, 1979: 23).

El escenario descrito anteriormente, también se complementó por las múltiples protestas en

contra de los movimientos armados que caracterizaron a las primeras décadas de la Guerra

Fría. En donde la mayoría de las mujeres no abandonaron el campo laboral, y sí se

incorporaron a los campos de la educación formal universitaria. Por ende, la resistencia

masculina no se hizo esperar, manifestándose en la construcción y asignación de carreras

universitarias que estarían determinadas por los roles sexuales, es decir, carreras como

pedagogía, enfermería y secretariado, fueron tendenciosamente construidas para el ámbito

femenino. Asimismo, se profundizó en la enseñanza de carreras con perfiles de análisis

matemático, físico y con procedimientos específicos para los hombres, al fue el caso de las

carreras de medicina, arquitectura, todos los tipos de ingenierías, entre muchas otras áreas

básicas. Y todo lo anterior, probablemente también puede ser explicado sobre la base del

principio de la doble metamorfosis de Godelier y el repentino incremento de agentes

femeninos en espacios y campos que antes pertenecían a lo masculino. No sobra mencionar,

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que el problema del ingreso de las mujeres a las universidades se agudizó en el justo momento

en que comenzaron a recibirse o titularse, y comenzaron a ejercer de manera profesional,

hasta adquirir puestos de mando. Es decir, puestos directivos que tendrían por subordinados

a otras mujeres, pero también a uno o más hombres.

Este fenómeno ha demostrado que el conflicto masculino no se desarrolla en el espacio

laboral, pues al ser puestos para el ejercicio del poder (académico, político, laboral, etcétera)

que ahora serían ocupados por mujeres con ciertas características particulares y excluyentes;

ellas tendrán que demostrar que se encuentran a la altura de un espacio que fue concebido,

construido y administrado desde sus orígenes por los varones, y para hombres específicos

que los desempeñarían, administrarían y representarían. Y en el remoto caso de que una

mujer logré acceder a alguno de estos puestos –esquivando eficazmente <<el techo de

cristal>>-, ella tendrá que demostrar social y públicamente que se encuentra a la altura de

uno de los escalones que socialmente está determinado para su opuesto. Lo anterior, en

algunos casos ha provocado el surgimiento del principio de la masculinización de la

feminidad –en términos de Bourdieu (2000)-. Por su parte, Montesinos (2007) explica que

los conflictos que se pueden establecer a razón de la inserción de las mujeres en los campos

públicos del poder, son más evidentes al interior de las relaciones maritales (incluyendo

uniones libres heterosexuales), a diferencia del espacio público para la administración del

poder. La razón del conflicto se sustenta, en que los ingresos económicos que son generados

por el hombre, el cual tiene por obligación el rol social de ser el único proveedor económico,

puede llegar el caso en que sean superados por su pareja marital y sexual. En ese sentido, la

mujer profesionista, independiente y que labora en un puesto de mando público e

institucional, se convierte en uno de los capitales simbólicos que ostentan y exhiben la mayor

parte de los varones con los que está directamente emparentada (por filiación y

descendencia). Donde su participación en estos campos de la masculinidad, le podrán otorgar

un incremento en su valor social al interior de las arenas del mercado matrimonial, es decir,

simbólicamente valdrá más una señorita casadera que sea virtuosa (virgen), perteneciente a

una familia socialmente reconocida y ubicable, con una belleza física reconocida

culturalmente (Lévi-Strauss 1985 y 1997) y que participa de la educación universitaria

(capital cultural –en términos de Bourdieu (1991)-) o ya tiene alguno de los medallones de

esta institución (título profesional). A diferencia de otra señorita que no cumple cabalmente

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con todos o algunos de los preceptos enunciados anteriormente. Ya que al final de cuentas,

cito: “Las familias son cuerpos articulados animados …Es decir, por una tendencia a

perpetuar su ser social con todos sus poderes y sus privilegios. Esta tendencia está en el

principio de las estrategias de reproducción, estrategias matrimoniales, estrategias de

sucesión, estrategias económicas y, en fin, y sobre todo, estrategias educativas” (Bourdieu,

2011: 95). Donde la educación formal y la obtención de grados académicos (capitales

culturales que no se devalúan), son elementos que han venido a mantener las diferencias

sociales e incrementar esa distinción. Y aun así, a pesar de que las mujeres se comiencen a

transformar en agentes de la dominación simbólica masculina. Ellas ya han demostrado, que

el poder ya no tiene sexo (Montesinos 2007).

2.4 El control del cuerpo femenino, quinto pilar para la dominación.

Una de las consecuencias no previstas de la introducción de los métodos anticonceptivos en

la década de los setentas, fue que más allá de permitirles a los varones su acceso a las

relaciones sexuales prematrimoniales y sin el requerimiento social del matrimonio. También

provocó que las mujeres pudieran hacer uso de su cuerpo y ejercer libremente su sexualidad

sin tener la preocupación de embarazos no deseados y enfermedades veneras que vinieran a

confirmar la pérdida de la virginidad y el deshonor masculino de sus parientes por filiación

(sus hermanos y primos) y descendencia (su padre).

En los años subsecuentes, los avances tecnológicos han permitido el incremento del número

de métodos anticonceptivos; las legislaciones de algunos países ya autorizan la ley a favor

del aborto, más la evidente realidad del deseo y pulsión sexual que pueden tener y ejercer

ambos géneros (masculino y femenino), sin importar su edad. Y la relativa facilidad con la

que las mujeres y los hombres ya pueden adquirir anticonceptivos en la actualidad, han sido

algunos de los factores que han intervenido para que las mujeres pudieran acceder a un campo

en donde se limita el poder hegemónico masculino. Pues a partir del principio de que: “La

apropiación del cuerpo de las mujeres es un derecho natural de los hombres” (Héritier, 2007:

73). Y que la descendencia procreada por ella (hijas de forma general e hijos de forma

particular), socialmente le pertenecerá al varón que ha participado en el hecho. Pues es de

entenderse, que todas las hijas apropiadas por su padre, en el momento adecuado tenderán a

ser signos para el intercambio al interior del mercado matrimonial sobre la base de su

15

capacidad innata de la procreación. Héritier podría sostener al respecto: “Las mujeres no son

dominadas por su condición sexual de mujeres, ni porque tengan una anatomía diferente, ni

porque naturalmente tengan formas de pensar y actuar diferentes a la de los hombres, ni

porque son frágiles o incapaces, sino porque tienen el privilegio de la fecundidad y de la

reproducción de varones. La anticoncepción las libera del mismo tema por el que fueron

hechas prisioneras” (Héritier, 2007: 128).

Asimismo, esas mujeres –previamente apropiadas por su padre- antes y después de la alianza

matrimonial, también podrían transformase en capitales simbólicos que son resguardados,

exhibidos y exaltados por los varones con los que está relacionada (ya sea la familia de origen

o el otro grupo receptor). Por su parte, los hijos apropiados por su padre, tendrán la

encomienda de la trascendencia de su nombre y el honor de su familia de origen, Pitt-Rivers

comentaría al respecto: “Los grupos sociales poseen un honor colectivo en que sus miembros

participan; la conducta deshonrosa de uno se refleja en el honor de todos, al tiempo que un

miembro comparte el honor de su grupo. <<Soy quien soy>> incluye a <<aquellos con

quienes estoy asociado>>. <<Dime con quién andas y te diré quién eres>>. El honor

incumbe a los grupos sociales de cualquier dimensión, desde la familia nuclear, hasta la

nación, el honor de cuyos miembros va ligado a su fidelidad al soberano. Tanto en la familia

como en la monarquía una única persona simboliza el grupo de cuyo honor colectivo va

investida su persona” (Pitt-Rivers, 1979: 35-36).

Por ende, “…la anticoncepción se aplica en el lugar mismo de la dominación” (Héritier,

2007: 210). Y a pesar de los recientes cambios coyunturales al interior de las estructuras

mentales (sobre todo en la desmoralización de la relación sexual previa al matrimonio) y la

forma en que se establecen las relaciones de género (evidenciado con mujeres que acceden y

ejercen el poder). Una forma particular de resistencia masculina, se hace evidente tras apelar

al principio de los anticonceptivos como una de las herramientas que ahora les permitirá

acceder a un mayor número de parejas sexuales, sin importar su situación civil (soltera, viuda,

abandonada, divorciada y casada). De forma particular, serán las mujeres casadas e infieles

a las que se les adjudicará esta particularidad, cito: “…se piensa que el hecho de que las

adúlteras se encuentren dos semillas masculinas, ambas irreductibles, implica efectos

negativos para el más débil de los hombres. Necesariamente el más débil es el marido, porque

16

ignora el adulterio de su mujer, mientras ella y el otro hombre actúan con conocimiento de

causa. El encuentro de humores de la misma naturaleza hace que uno de ellos, el más fuerte,

pueda expulsar al otro en el cuerpo emisor” (Héritier, 2007: 57).

Por ende, la incapacidad físico-biológica de los hombres por procrear, pero su habilidad y la

autorización social por apropiarse de la descendencia procreada por sus mujeres, era la forma

indiscutible en que se manifestaba el dominio físico y simbólico sobre el cuerpo de la mujer.

La impugnación de esta forma particular de la dominación masculina, surgió en el justo

instante en que ya no se puede aseverar el origen real de la paternidad, que siempre será

conocida por las mujeres, pero a su vez, desconocida por los varones. Excepto, si se tiene la

oportunidad y el capital económico suficiente para acceder a una prueba de laboratorio

genético. Asimismo, este problema se incrementa en el instante en que social y públicamente

el varón tendrá que mantener, educar y proteger a los supuestos hijos e hijas que han sido

procreados por su mujer. Dando lugar a una dudosa paternidad biológica, pero a una real

obligación social.

El fácil acceso al sexo por ambos géneros, y sin tener la obligación de establecer un

matrimonio. Aunado los recientes cambios coyunturales en las estructuras metales, que han

provocado una suerte de devaluación del significado del matrimonio, frente a una

revalorización positiva de la institución del divorcio, que incluso ya puede ser promovido por

las mujeres. Lo anterior, solamente viene a cuestionar a la institución del matrimonio como

tal, y nunca al principio de reciprocidad e intercambio en el que se ha fundamentado, pues la

forma de reciprocidad en el intercambio matrimonial, ahora se puede observar en la

autodonación -como lo sugiere Rivera Pérez (2009)-, o en la formación de uniones libres.

Donde ambas formas de intercambio contemporáneo, permitirá que los grupos participantes

puedan aprobar la práctica sexual entre los agentes interesados en su reconocimiento social.

El fenómeno en que las mujeres pueden acceder e incluso promover su propio divorcio,

también se puede acompañar del decremento social público que tiene una mujer que desea

volver a formar parte de una alianza matrimonial en el seno de alguna familia compuesta. Es

decir, dos individuos dispuestos a formar una unión libre o una alianza matrimonial que es

posterior a una relación previa que ha fracasado, pero en la cual hubo descendencia (ya sea

de uno o ambos agentes). Una de las características que no han sido analizadas del fenómeno

17

del nacimiento de las familias compuestas, es que el varón que formó parte de la primera

relación, ha utilizado a una mujer (su antigua esposa) para procurarse su propia descendencia,

a pesar de que ésta no haya sido su intención desde un inicio. Cabe mencionar, que la

manutención y educación de los hijos del otro o de la otra, dependerá directamente de una

serie de acuerdos y negociaciones que se tendrán que establecer de forma constante entre los

agentes que han decidido darse una nueva oportunidad en una nueva relación.

En estos casos particulares en donde la descendencia ahora forma parte de una familia

compuesta. Los logros masculinos (el hijo del primer matrimonio), pueden ser exaltados

tanto por su padre biológico como por su padre adoptivo. Asimismo, el capital simbólico

que ahora puede representar la hija del primer matrimonio, puede ser susceptible de sr

apropiado y exhibido tanto por su padre como el que representa a su familia compuesta. A

final de cuentas: “…nuestros propios <<grandes momentos>> son <<grandes momentos>>

para otros también” (Turner, 2007: 8).

2.5 El pilar de la representación masculina

En lo que lleva el desarrollo de este ensayo, se han podido enunciar algunos detalles sobre la

hegemonía masculina, la manera en que los procesos históricos mundiales han transformado

a las estructuras del pensamiento y a las relaciones estructurales del género. Asimismo, se

ha observado la forma en que las mujeres paulatinamente han ido saliendo de su espacio

privado, pasando por el espacio público, y finalmente han llegado a los campos de la

educación formal profesional y a la representación en los campos del ejercicio y

administración del poder. Fenómenos sociales que en su mayoría no se han escapado del

análisis de los especialistas y demás estudiosos del género; quienes ahora refieren sobre la

posibilidad de una crisis de la masculinidad (como oportunamente lo han apuntado Connell

(2003) y Montesinos (2002 y 2007)). Para efectos de esta investigación, rescato la propuesta

de Connell, cito: “Como término teórico, crisis presupone un sistema coherente de algún tipo,

que se destruye o restaura gracias a lo que la crisis produce. La masculinidad, como hasta

ahora hemos visto, no es un sistema según este sentido. Más bien es una configuración de la

práctica dentro de un sistema de relaciones de género. No podemos hablar de forma lógica

de la crisis de una configuración; en su lugar hablaremos de su fractura o transformación.

Sin embrago, sí podemos hablar lógicamente de la crisis de un orden de género como un

18

todo, y de sus tendencias hacia la crisis. Este tipo de tendencias hacia la crisis siempre

incluirán a las masculinidades, aunque no necesariamente las fracturan. Las tendencias hacia

la crisis provocarán, por ejemplo, intentos de restablecer la masculinidad dominante”

(Connell, 2003: 126).

Los procesos históricos internacionales que acontecieron en el siglo pasado y en la primera

década de este milenio (Siglo XXI), no permiten negar la evidencia de una transformación

en las estructuras mentales y la forma en que se establecen las relaciones estructurales del

género. Sin embargo, a todo fenómeno de opresión y proceso de transformación al interior

de las instituciones, y / o en la forma en que se desarrollan las relaciones sociales. Se verá

acompañado: a) Por un proceso de la aceptación del olvido o por la continuidad, b) Un

proceso de resistencia frente al cambio cultural, o también c) Podría provocar el inicio de un

nuevo Drama social –en términos de Turner (1974)-. En ese sentido, ¿Cuál ha sido la postura

de algunas de las masculinidades frente a estos procesos de cambios coyunturales en las

relaciones estructurales del género?, ¿Existirá alguna forma de resistencia masculina frente

a estas impugnaciones sociales? O simplemente, la impugnación de la masculinidad –y las

transformaciones culturales- habrán ocurrido en campos específicos (o pilares) de la

dominación masculina contemporánea. Específicamente, la exclusividad como proveedor

económico y la infidelidad marital (anteriormente, casi exclusiva del hombre).

Los fenómenos anteriormente enunciados, han afectado y transformado la manera en que

ahora se establecen y negocian las relaciones sociales del género. Específicamente, la forma

en que ahora se establece la intimidad de la pareja, el ejercicio de la sexualidad y la dirección

del matrimonio y / o unión libre. No sobra enfatizar, que a las relaciones de género le

caracterizan una continúa negociación en donde uno de los sexos (ya sea masculino o

femenino) podrá ganar “terreno” en la forma en que se establecerán las relaciones sociales

frente a su opuesto, pero también tendrá que hacerse de la idea, que podrá llegar algún

momento en que requerirá ceder “terreno” frente a su diferente y a la vez complementario.

Sobre la base de esas formas ocasionales de negociación entre los sexos, cabría el preguntar:

La resistencia masculina que se realizó tras la impugnación de sus pilares, ¿Habrá permitido

el fortalecimiento de alguno de éstos, más que derribarlos? Y ¿Existirá algún campo

masculino en el que las mujeres no han podido incidir de alguna manera? Como se ha

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comentado anteriormente, algunos de los pilares de la masculinidad han soportado

parcialmente el embate de las mujeres, pero otros han sufrido un cambio social más evidente.

Con respecto a la segunda premisa, es necesario recordar la aportación de Héritier sobre la

valencia diferencial de los sexos; en donde ella enfatizó, que: “…las mujeres fueron

confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas del uso de la razón,

excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico. En este último punto es donde se juega

la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178). Y si las mujeres socialmente están relegadas del

campo para la construcción simbólica, ellas serán susceptibles de ser representadas

simbólicamente por algún varón durante los rituales públicos y demás prácticas en teatros

sociales –en términos de Balandier (1994)-. Situación que aparentemente no podrá ser de

forma inversa, es decir, mujeres que simbolicen ritualmente a los hombres. O por lo menos

en el ámbito público y fuera de los tiempos rituales y ceremoniales. En este punto, sí pueden

ser incluidos todos los rituales de inversión –en términos de Turner (1988)- y demás prácticas

derivadas de éstos.

Tomando en consideración, que cultural y públicamente los hombres tendrán que administrar

todas las formas de capitales obtenidos y heredados (lo que incluye el capital económico,

material, social, político, simbólico y cultural), también serán los defensores y representantes

públicos del honor de su familia. Asimismo, serán quienes tendrán que defender y exhibir su

virilidad en las arenas de los juegos de la masculinidad. Sin olvidar, que ellos tendrán el

derecho de la apropiación de la descendencia procreada por las mujeres, el privilegio de

ocupar los puestos de mando y la autorización social de participar en todas las actividades

que reclamen el derramamiento de su propia sangre (deportes, vendettas, peleas físicas y

guerras). Finalmente, el derecho socialmente otorgado para elaborar representaciones

simbólicas durante los periodos festivos y rituales. Sobre la base de lo anterior, se podrá

cuestionar: ¿Existirá la posibilidad de que las mujeres temporalmente dejen de ser actores

sociales y se transformen en capitales simbólicos –en términos de Bourdieu (1991)-? Los

cuales, pertenecerán a varones específicos, quienes serán los únicos que los podrán exhibir,

exaltar y presentar frente a otros hombres, y durante el desenlace de las distintas arenas de la

masculinidad. Para responder esta pregunta, habrá que recordar el significado teórico del

símbolo. Es decir: “…una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica

naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de las cualidades análogas,

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ya sea por la asociación del hecho o de pensamiento” (Turner, 2007: 21). Sin perder de vista,

que: “El campo de producción simbólica es un microcosmos de la lucha simbólica entre las

clases: sirviendo a sus propios intereses en la lucha interna del campo de producción (y en

esta medida solamente), los productores sirven a los intereses de los grupos exteriores al

campo de producción” (Bourdieu, 2007: 69). Y al combinar positivamente ambos postulados

de la teoría simbólica con la práctica de la dominación masculina, particularmente con el uso

de la razón y la capacidad de control que se puede ejercer sobre otras personas (mujeres, pero

también hombres). Cobra su justo sentido, la existencia de la dicotomía de la capacidad

innata de las mujeres por procrear, y su incapacidad social por apropiarse de la descendencia

que ellas mismas han procreado. Seguido por la falta de control de su sangre menstrual, a

diferencia de los hombres quienes no se pueden reproducir, pero controlan positivamente el

derramamiento de su propia sangre. Por si no fuese suficiente, la mayor parte de los

constructos sociales, como son: la cosmovisión, los mitos, las leyendas, los espacios para el

ejercicio del poder y las arenas públicas. Se consideran como campos, que fueron elaborados

y organizados por los hombres, a favor de otros varones; que terminarán por justificar y

naturalizar la hegemonía masculina frente a todas las mujeres, pero también delante de otras

masculinidades –como anteriormente ya se comentó-. Es en ese punto, que se me permite

cuestionar: ¿En qué circunstancias las mujeres se transforman en capitales simbólicos

masculinos? Como ya se ha mencionado, las mujeres físicamente atractivas, que

oportunamente acceden o participan de los dividendos del capital cultural (educación

universitaria formal), que son “virtuosas”, pero que también pertenecen a una familia

socialmente reconocida o que administre grandes capitales económicos, sociales y políticos.

Provocará que esta forma particular de mujeres, se transformen en formas particulares de

capitales simbólicos que son ostentados y exhibidos por sus grupos de origen;

particularmente por los varones con los que está directamente emparentada por descendencia

y filiación. Por ende, será parte de la labor masculina, el exhibirla durante los rituales

femeninos de la pubertad-fertilidad (la celebración de los XV años, para el caso del territorio

mexicano), la oportuna participación en las danzas regionales, programas de voluntariado

nacional e internacional, la elección de la reina del carnaval, la reina de la fiesta del pueblo

u otras formas de concursos de belleza femenina, que no se traducen más que en otras formas

de arenas de la masculinidad. En fin, la exhibición de la señorita se realizará, pero será

21

vigilada por los varones de su grupo, a fin de que llegue de forma virtuosa (virgen) hasta el

mercado matrimonial con uno de los agentes de otro grupo con el que se desea

particularmente establecer una alianza y constantes formas de intercambio (ceremonial,

económico, militar, ritual, etcétera). Pues no se puede perder de vista, que: “Estas ceremonias

de crisis no conciernen sólo a los individuos en quienes se centran, sino que marcan también

los cambios en las relaciones de todas las personas conexas con ellos por vínculos de sangre,

matrimonio, dinero, control político y de muchas otras clases. Porque en cualquier sociedad

que vivamos, todos estamos relacionados con todos: nuestros propios <<grandes

momentos>> son <<grandes momentos>> para otros también” (Turner, 2007: 8).

No sobra recordar, que todas las actividades femeninas que se realicen en el espacio público,

deberán contar con el apoyo, supervisión y protección masculina. Pues de no ser así, la mujer

puede ser víctima de la violencia verbal, física y hasta sexual por parte de los hombres que

circundan ese espacio. Asimismo, los logros femeninos en el espacio público (concluir una

carrera universitaria, establecer un negocio, etcétera) tenderá a ser socialmente valorado y

exaltado el más mínimo apoyo masculino por alguno de sus cercanos. Y en caso de no

haberlo, no se puede descartar la posibilidad de que algunos varones de su grupo de origen o

con los que está establecida una alianza matrimonial, terminen por adjudicarse ese

desempeño positivo femenino en aras del incremento del prestigio social personal masculino.

Conclusión.

Como se ha comprobado anteriormente, no se puede hablar de una crisis de la masculinidad

en sentido extenso, a razón de un pequeño cambio cultural en la relación estructural de los

géneros. Asimismo, el seguir sosteniendo el principio teórico de la guerra de los sexos

(feminismo radical), no sólo limita el campo de la acción femenina, sino que también prohíbe

una reconciliación en una sociedad que poco a poco va cambiando la forma en que se

establecen sus relaciones estructurales de género. Es en este punto que no se debe olvidar,

que no necesariamente la serie de cambios sociales en el ámbito global, inciden en el espacio

local, y viceversa.

Finalmente, “Cuando se dice que una mujer es libre es, sin titubeos, en el sentido social y

sexual” (Bourdieu 2011: 169). Y sobre la base de la exposición desarrollada anteriormente,

22

se puede sostener que la dominación masculina ha tomado nuevos horizontes frente a todos

los procesos de resistencia femenina. En ese sentido, la única alternativa “visible” que todas

las mujeres tendrán frente al proceso de transformación de sujeto en objeto de prestigio o

capital simbólico masculino. Se limita a dejar de participar directamente en todas aquellas

arenas y demás teatros para la exhibición femenina, es decir: danzas regionales, pasarelas de

moda, concursos de belleza, concurso de la reina de la fiesta y / o del carnaval, entre muchos

otros espacios supuestamente femeninos, pero que en realidad ocultan una gigante arena para

la disputa del prestigio, el honor y el incremento de capitales (económicos, políticos,

simbólicos, sociales y ocasionalmente hasta materiales) exclusivamente masculinos. Ahora

que se han develado las nuevas y sutiles formas del dominio masculino, será una decisión

personal femenina (mujeres en general, pero las señoritas casaderas en particular), el decidir

sí ellas serán sujetos sociales. O continuarán siendo formas particulares de capitales

simbólicos masculinos contemporáneos, que no están desligados de seguirse considerando,

como objetos de intercambio; víctimas de su capacidad innata para reproducir lo diferente.

En ese sentido, “…la mujer es percibida como ese raro recurso que permite a los hombres

reproducir a sus idénticos y constituir un linaje masculino concibiendo a otros hombres”

(Héritier, 2007: 119).

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1 Las cursivas de ambas citas son mías.