El nacimiento de la Generación del 27: El maravilloso engaño de lo que nunca pasó en Madrid

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1 A mis padres. [ Parte de este trabajo fue recogido en el ensayo La invención de la Generación del 27, Editorial Berenice, España, 2011 (ISBN: 978-84-96756-95-3), 208 pág.] El nacimiento de la Generación del 27 El maravilloso engaño de lo que nunca pasó en Madrid Manuel Bernal Romero

Transcript of El nacimiento de la Generación del 27: El maravilloso engaño de lo que nunca pasó en Madrid

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A mis padres.

[

Parte de este trabajo fue recogido en el ensayo La invención de la Generación

del 27, Editorial Berenice, España, 2011 (ISBN: 978-84-96756-95-3), 208 pág.]

El nacimiento de la Generación del 27 El maravilloso engaño de lo que nunca pasó en Madrid

Manuel Bernal Romero

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Preámbulo

La singularidad o interés de La invención de la Generación del 27. La

verdadera historia del nacimiento del grupo literario del 27, después de todo lo

se lleva escrito sobre la misma, es mostrar, desde el reconocimiento y la

admiración de sus componentes, la dimensión más humana de aquellos jóvenes

que por cumplir su sueño desafiaron a lo establecido, y fueron capaces de urdir

una de las tramas más ‘literarias’ de nuestra literatura.

Investigar sobre el período en que se sitúa el nacimiento del grupo, entre

mayo de 1926 y diciembre de 1927, saca a relucir que algunos de los hechos que

se cuentan y que se han estudiado y se estudian como ciertos (y hasta

fundamentales para entender la historia de la literatura española del siglo XX) ni

fueron tan esenciales ni tan reales como se nos ha transmitido, más bien

respondieron a una recreación que solo puede estar al nivel de la genialidad de sus

impulsores y de sus protagonistas.

Quienes estudian Periodismo saben que lo anunciado por una fuente

solvente difícilmente se cuestiona y casi automáticamente se convierte en noticia.

4

Eso fue lo que ocurrió también en esta ocasión. Lo dicho entonces por Gerardo

Diego relatando lo acontecido, con el asentimiento callado de los demás, no se

convertiría en noticia pero sí en algo mejor: en historia, en una parte esencial de la

correspondiente a la literatura en español del siglo XX. Gracias al argumento de

autoridad de quien la emitía, su crónica terminó convertida en la versión más

difundida y casi la única referencia de un tiempo y de unas inquietudes que

sirvieron como pistoletazo de salida para el reconocimiento del núcleo más

considerado del grupo literario o de la generación del 27.

Y así fue como de la mano de Gerardo Diego y de la aquiescencia del otro

de los protagonistas de esta maravillosa invención, su amigo y compañero Rafael

Alberti, a la sazón secretario de la comisión organizadora de los actos organizados

en torno a Góngora, que la crónica de los sucesos de Madrid pasó de ser una feliz,

jocosa y hasta afortunada invención, tan propia del clima, los usos de la

modernidad y de las vanguardias españolas y europeas, a convertirse en historia.

Todo lo demás lo hicieron el paso de los años y el silencio de camaradas y

compañeros; que, o bien callaron, o se limitaron casi siempre a relatar o a

confirmar lo que ya había anunciado Gerardo al principio. El resto, la guinda, la

pusimos los estudiosos, los investigadores y los profesores de Literatura

Española, que entendimos que aquellos días de contestación y rebeldía eran

esenciales y definitorios para el nacimiento del grupo y hasta para contribuir al

nacimiento del mito. La historia que se nos había contado era de por sí

merecedora de todos nuestros reconocimientos y además hermosamente literaria y

5

acorde a la valía de sus impulsores, creadores rebeldes que lo habrían dado todo

en la defensa de la nueva literatura enfrentándose a los sectores más rancios y

caducos de su tiempo.

Cuando se revisan las fuentes directas que pudieron dar o dieron cuenta de

lo supuestamente montado en Madrid en mayo de 1927 para conmemorar el tercer

aniversario de la muerte de Góngora, una lectura minuciosa de los textos nos va a

regalar la grata sorpresa y la frescura de lagunas sobre las que no se ha buceado lo

suficiente, y en las que vamos a vislumbrar que lo que acaeció en torno a

Góngora, tanto en la capital de reino como en Sevilla, no transcurrió como nos lo

contaron, e incluso que algunos eventos ni siquiera sucedieron.

Lo que sí terminaría convertido en verdad fue el sueño de sus

protagonistas, el propósito de ser que les impulsaba, que vino a ser confirmado al

paso del tiempo con una obra ingente, y en algunos casos con una vida

comprometida con la literatura y la sociedad, que habría de superar con creces los

momentos de oscuridad y de sombra –que también los hubo- de aquellos ‘felices’

años veinte.

Sin desmerecer y sin olvidar el calificativo de ‘Generación de la amistad’

con el que en tantas ocasiones se ha nombrado al grupo, en este trabajo se

6

aprovecha también para clarificar el papel de algunos de sus autores y su

posicionamiento frente a Góngora, e incluso ante los actos de diciembre de 1927

en Sevilla, de la misma manera que se justifican y explican algunas ausencias en

los últimos (Salinas y Cernuda) y por ende en la foto ‘oficial’ que rubrica el

momento del nacimiento.

Conscientes de lo anecdótico de la foto, pero también de su oportunidad y

de su valor testimonial, se documenta igualmente quién tomó realmente la

archireproducida instantánea que puso colofón a los recitales y conferencias

organizados por el Ateneo de Sevilla, al tiempo que se contextualizan unos actos

que, aunque siempre se presentaron como el resultado de una exitosa

conmemoración, ya habían sido anunciados por voz de uno de sus más fervientes

propulsores –Rafael Alberti- como un rotundo fracaso, entre otras razones por su

intrascendencia contemporánea y porque la nómina de autores reconocidos de su

tiempo, entiéndase Antonio Machado, Gabriel Miró, Concha Espina o Ramón

Gómez de la Serna, o no cumplieron el compromiso asumido, o, como Pérez de

Ayala, Ortega y Gasset o Eugenio d’Ors y otros más, ni se dignaron contestar a la

propuesta. Y eso sin contar los que respondieron con agrias notas o cartas de

negativa: Unamuno, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez entre otros.

En cualquier caso y a pesar de todo, a aquel momento ya histórico se debe

el resurgir de la figura de Góngora, y de aquellos años nos han llegado algunos

textos interesantes y singulares publicados por la Revista de Occidente, Litoral o

La Gaceta Literaria, por citar algunas de las publicaciones más relevantes de la

época.

Por todo eso, ahora, cuando ha pasado el tiempo y es necesario el

restablecimiento de la verdad contrastada, sabemos que el proceder de nuestros

7

estimados autores solo debe contribuir a entender que fueron su dominio de la

realidad y su capacidad, los que convertirían la frustración del fracaso inicial en

un éxito innegable. Y sobre todo que la campaña de autopromoción y de

lanzamiento de sus componentes, de innegable repercusión en la proyección

futura de su obra, quizá fue una de las primeras campañas de marketing y

publicidad exitosa diseñada desde dentro de la literatura española. Ese sin duda

sería otro de los méritos de la que José Bergamín -uno de los participantes en los

eventos- llamaría después la ‘Generación del 27 Sociedad Anónima’: su

capacidad para rentabilizar cada una de sus apariciones públicas con el propósito

de ser y de vivir de y para la Literatura.

Por eso esta obra, que busca en los recodos de la humanidad y de la

genialidad de nuestros autores, posiblemente contribuirá a restar a lo que Luis

García Montero con otros autores llama «la mitología del 27»1 y a sumar a favor

del conocimiento de unos creadores de primera fila que tuvieron muy claro desde

el principio su firme propósito de existir.

1 García Montero, Luis, “La Generación del 27 como razón de Estado”, en Ínsula, núm. 732,

diciembre, 2007, pág. 2-3.

8

uno

El amor y la muerte

Quizá en el principio del nacimiento del grupo de poetas del 27

estuvieron el amor y la muerte, como en las viejas tragedias. Y no solo porque

alguno los nombrara como la ‘Generación de la amistad’, que también; sino

porque es allá donde a mi entender estuvo el génesis y el germen de todo, en el

amor, en los toros y en la muerte. Y nada mejor que esos ingredientes para crear y

vender una historia de fama y autopromoción, que fue lo que al final procuraban

nuestros poetas, sin que ello contradiga a Gerardo Diego, uno de sus grandes

valedores y sin duda el «incansable impulsor de las actividades del centenario,

sobre todo en relación con las publicaciones deseadas»2, cuando se pregunta:

¿Qué pasó en 1927? Históricamente nada. Es un año como otro cualquiera. En la

historia de la poesía española es fecha en cambio, capital. En ella termina de constituirse un

grupo de diez o doce poetas que se ha venido fraguando lentamente. En ella este grupo,

estos amigos, ya reconocidos entre sí y sabedores de quién es cada uno, plantean y realizan

una vindicación de don Luis de Góngora, porque la fecha era la del tercer centenario de su

muerte. Su proyecto parecía temerario y condenado al fracaso. No ocurrió así. Por el

contrario, todo salió a pedir de boca. La repercusión en el ámbito literario fue inmensa.

Góngora quedó, creemos que para siempre, alzado a la cima de su gloria, y definitivamente

barrida la opinión hasta entonces reinante entre profesores, críticos y escritores, reinante

2 Morelli, Gabriele –edición, introducción y notas-, Gerardo Diego y el III centenario de Góngora

(correspondencia inédita), Editorial Pre-Textos, Valencia, 2001, pág. 13.

9

desde hacía más de dos siglos, de que al lado de un Góngora menor, florido y popular,

había otro oscurísimo, tenebroso, indescifrable, ejemplo de mal gusto, de perversión y poco

menos que de locura.3

Pero dejando la poesía y la literatura aparte, todo quizá había

empezado algo antes. El 16 de mayo de 1920 toreaban en Talavera de la Reina

(Toledo) Ignacio Sánchez Mejías y Joselito, quizá el torero más grande de todos

los tiempos, del que Ignacio era tan admirador como amigo. Joselito había sido su

maestro en el ruedo e Ignacio había emparentado con él casándose con su

hermana Lola. Joselito era novio de la bailarina Encarnación López, La

Argentinita.

Esa tarde de mayo el toro Bailaor hirió de un cornalón tremendo e

inesperado a Joselito. Mientras lo trasladaban a la enfermería Ignacio lidió y mató

al toro. Cuando Ignacio se acercó a verlo, Joselito ya había muerto. Ignacio se

pasó la noche entera velando el cadáver y llorándolo, ya cogido de la mano del

muerto o acariciando su cabeza ya inerte. Se ha dicho que lo velaría una noche y

lo lloró toda la vida. Debió de ser como si esa madrugada se hubiese prometido no

olvidarlo nunca. Quizá por eso, para estar cerca, por tener lo que había sido suyo y

porque no fuera de nadie más (un concepto del amor muy machista y muy torero)

se enamoró perdidamente de La Argentinita, para la que –a falta de divorcio en

España- dispuso hasta de habitaciones en su casa cortijo de Pino Montano

(Sevilla). Y así fueron suyas la hermana y la novia.

3 Diego, Gerardo, Obras completas, Prosa, Tomo VIII, prosa literaria, Volumen 3, Editorial

Alfaguara, Madrid, 2000, pág. 270.

10

Ese aciago día de mayo Ignacio y José María de Cossío –otra de las

claves del nacimiento del 27- acompañaron el viaje a Sevilla del ataúd de Joselito

en un furgón ferroviario.

A la muerte de Joselito en Talavera el 16 de mayo de 1920, cogido por el toro Bailador,

se sumió (José María de Cossío) en una profunda tristeza y se recluyó voluntariamente en

Tudanca, donde aún se conserva la imagen de la Virgen ante la que Joselito rezaba antes de

cada corrida. Pues bien, Cossío supo transmitir su afición (a los toros) a los amigos poetas,

con quienes fue a muchas corridas, y movilizarles en la búsqueda de poemas taurinos. No

solo Diego, también Alberti le enviará citas con fragmentos taurinos de Juan Ramón

Jiménez.4

Ya con Encarnación y de la mano de José María de Cossío y Rafael

Alberti, se haría Ignacio muy amigo de Federico García Lorca, quien le musicó a

la cantante Los cuatro muleros, y a la que ayudaría a montar y a crear muchos de

sus espectáculos populares. Y con Lorca conoció a Manuel de Falla y a otros

amigos del poeta.

Pero había sido antes, y pensando en homenajear a Joselito, cuando

Ignacio habría contactado con Alberti para que le escribiera una elegía torera.

Rafael ya había escrito algunos poemas con los toros de fondo, cuando Ignacio le

pidió a José María de Cossío, poeta, gran conocedor de Góngora, de la poesía

barroca en castellano y eminencia crítico-taurina, que le presentara al poeta de El

4 Neira, Julio, La quimera de los sueños. Claves de la poesía del 27. Editorial Veramar, Málaga,

2009, pág. 93.

11

Puerto de Santa María. De aquel propósito nacería A Joselito en su gloria,

recitado por primera vez en un homenaje al torero en Sevilla.

Y sin olvidar ni la muerte ni los toros habrá que recordar que años

después Federico escribiría por Ignacio una de las elegías más conocidas de la

lírica española.

Pero entonces ya Ignacio los había llevado a todos a Sevilla a recitar

por primera vez en público sus poesías, a homenajear a Góngora dijeron, pero

sobre todo a retratarse para el futuro. Y retratados y convertidos en historia y

leyenda literaria, aquel culebrón romántico y casi folletinesco entre la coplista y el

torero, habría de quedar, quizá no deba ser de otra forma, olvidado y al fondo para

gloria de los verdaderos protagonistas de la historia.

12

dos

Madrid o la invención literaria

Todo empezó en abril de 1926 al amparo de una «improvisada y amistosa

tertulia»5 en uno de «esos simpáticos cafés madrileños que amábamos»,

6 cuando

un puñado de creadores de provincias (complemento y calificativo que Ernesto

Giménez Caballero –Gecé- echó en cara a Gerardo Diego7) pusieron sobre la

mesa la necesidad de celebrar el tercer centenario de la muerte de Góngora, así

como enaltecer su figura. Lo de “provincianos” lo resaltaría Diego también y con

cierta sorna, cuando la prensa de Sevilla los nombró como «un grupo de literatos

madrileños», tras considerar tan solo desde qué ciudad habían llegado en tren.

En aquellos primeros días se cuenta que estaban entre los contertulios,

además del propio Gerardo –que es la fuente de la información-, Pedro Salinas,

Melchor Fernández Almagro y Rafael Alberti. Aunque quizá pudo haber alguien

más cuyo nombre se ha perdido en el silencio de la memoria, como referiría

Diego en su crónica de los hechos. Dice él que fueron los presentes quienes

vieron la necesidad de honrar a don Luis, como lo llamarían en adelante, y en

cierta medida la obligatoriedad de hacerlo ellos. Desconfiaban de lo que se

5 Diego, Gerardo, “Crónica del centenario de Góngora, 1627-1927”, en Carmen y Lola, edición

facsimilar, números 1 y 2, Turner, Madrid, 1977. 6 Alberti, Rafael, La arboleda perdida, Editorial Bruguera, Barcelona, 1982, pág. 220.

7 Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 984.

13

pudiera organizar desde el régimen político y académico en que vivían y del que

no esperaban gran cosa; y que por lo pronto, además de someter la vida cotidiana

y la prensa a la censura, mantenía a Miguel de Unamuno desterrado en Hendaya,

desde donde en su momento remitiría su agria negativa a participar en los actos de

Madrid. Recordando el momento Diego habría de decir después:

Y tenemos que hacerlo nosotros. Si esperamos que lo hagan las corporaciones

oficiales pasaremos por el bochorno de que España celebre el centenario de su más grande

poeta entre una absoluta indiferencia, con cualquier actillo exterior y falso, algún certamen

novelesco y media docena de artículos de enciclopedia, contentos de haber matado el tema

nuestro de cada día o semana de colaboración.8

Se trataba de Luis de Góngora y Argote, a quien hasta «oficial y

tradicionalmente [se había] considerado un demonio con cuernos, un “ángel de las

tinieblas” y un verdugo del idioma, sobre todo en aquellos dos poemas geniales –

Soledades y Fábula de Polifemo y Galatea-, centro de nuestra admiración

entusiasta»,9 como dijera Alberti. Y es que por Góngora apenas apostaba nadie de

los consagrados: desde Azorín a Machado, y mucho menos la Academia. «Un

pobre cura provinciano», había dicho Antonio; un «poeta lascivo», referiría desde

la Real Academia Española un académico de apellido Alemany que había

publicado El vocabulario de Góngora; un curata inhumano, frío, pedante y

fornicador, había proclamado Unamuno desde su destierro. Con un planteamiento

similar se pronunciará Valle Inclán en carta a Rafael Alberti. La epístola la

conocemos porque el gaditano la reproduce en otra que envía a su camarada

Gerardo para contar lo aseverado por el Barbas, que es como entre ellos apodan a

8 Íbid., pág. 969.

9 Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 220.

14

Valle:

Releí a Góngora hace unos meses –el pasado verano- y me ha causado un efecto

desolador, lo más alejado de todo respeto literario -¡Inaguantable!- De una frialdad, de un

rebuscamiento de “precepto...”. No soy capaz de decir una cosa por otra. Perdone y mande

a su atento amigo q.l.e.l.m.

Valle Inclán.10

Según lo escrito por Gerardo Diego, a la primera asamblea gongorina

concurrieron con los citados Antonio Marichalar, Federico García Lorca, José

Bergamín, José Moreno Villa, José María Hinojosa, Gustavo Durán y Dámaso

Alonso. En la distancia «se adhirieron otros amigos»11

que no pudieron asistir.

Sin embargo, de la enumeración y recuento que hace Dámaso Alonso,

cuando relata al mismo Gerardo en carta del 20 de junio de 1926 qué sucedió con

aquellas reuniones una vez que él dejó Madrid para regresar a su residencia en el

norte de España, deduciremos que el número de participantes es bastante menor.

Cuenta Alonso que tras marchase Diego se sucedieron tres reuniones preparatorias

más, y que de estas desapareció Marichalar, que había estado acudiendo hasta

entonces. El primer día se reunieron, además de Alonso, Alberti, Durán e

Hinojosa. El segundo día solo aparecieron Moreno Villa y Alonso. Y el tercero y

último Alberti y Alonso, razón por la que el remitente exclamará: «Querido

10

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 73. 11

Diego, Gerardo, Obras completas...,op. cit., pág. 970.

15

Gerardo: Es una vergüenza.»12

Debe hacerse notar que Dámaso, de los participantes que anunció Diego,

obvia a García Lorca y Bergamín. Nada dice. Por eso la pregunta es evidente:

¿Cómo le extrañó a Dámaso solo la ausencia de Antonio Marichalar y no las de

Federico, Salinas, José Bergamín y Melchor Fernández Almagro? ¿O es que los

últimos nunca estuvieron en los primeros encuentros y fueron una aportación

gratuita de Diego? Solo así se explicaría que Alonso ni siquiera los echara de

menos, como sí hace con Marichalar.

Habrá que esperar hasta el 2 de julio para conocer por Dámaso Alonso uno

de los sitios en los que se reúnen nuestros escritores, el lujoso hotel Palace de

Madrid, situado frente al Palacio de las Cortes y lugar habitual de reuniones de

muchos artistas, intelectuales y escritores en los años veinte. Al tiempo

constataremos la vuelta a escena de Marichalar y la llegada de Salinas, Bergamín

y Melchor Fernández Almagro. Lorca seguirá siendo el gran ausente:

Querido Gerardo: Ayer (¡por fin!) nos reunimos en el Palace Bergamín, Salinas, Fz.

[Fernández) Almagro, Marichalar y yo y pudimos hablar unos minutos sobre Góngora.

Marichalar dijo que Ortega está dispuesto a editar lo que le demos. Como V. ve las cosas se

presentan muy bien y hay que evitar que por desidia nuestra esto se malogre.

No tendría nada de extraño que se malograra. Por lo menos, creo que poco se hará hasta

12

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 43.

16

Octubre porque cada uno tira por su lado y es difícil llegar a un acuerdo.13

Sobre la participación de Federico García Lorca, sabemos por Rafael Alberti

en carta a Gerardo Diego, que en noviembre de 1926 todavía no se había arrimado

a los actos previstos de homenaje. Así lo confesaba su amigo Rafael:

Querido Gerardo:

Soy un sinvergüenza. Pero a pesar de mi mutismo, uno de los que más trabaja en favor

de D. Luis. Llevo escritas muchas cartas. Todo el mundo responde y promete. Federico es

el único que se calla. Ahora me falta visitar a la gente más gorda: Valle-Inclán, los

Machado y Juan Ramón. A éste lo temo. Veremos si se niega.14

Sin embargo, también por Morelli15

conoceremos que Lorca intentó escribir

una ‘soledad’ que envió a Guillén en febrero de 1927. Pero su evidente desinterés

vendría a ser reconfirmado hasta por Diego en su Crónica del homenaje:

Y la broma un tanto pesada que le gastamos a Lorca en el mismo número (de La Gaceta

Literaria) contrahaciéndole un “Romance apócrifo” en castigo de no presentarse a los actos

de Madrid, ni enviar siquiera adhesión, resultaban detonantes e injustas en un número de

homenaje a Góngora, acomodaticio, pancista y de una seriedad impropia del aire juvenil

que debía tener siempre La Gaceta Literaria, y más tratándose de honrar a un joven

auténtico de 366 años, a un bisiesto de la poesía.16

13

Ibid., pág. 45. 14

Ibid., pág. 67. 15

Ibid., pág. 22. 16

Diego, Gerardo, Obras completas...,op. cit., pág. 981.

17

El proyecto de homenaje, en palabras de Gerardo Diego, consistiría en una

relación de actos «un poco en el estilo del siglo XVII»17

que recogería sucesos,

anécdotas y epístolas, además de otro tipo de actividades y fiestas en honor de don

Luis.

El auto de fe en desagravio de tres siglos de necedades (y los que vendrán). La

representación de una comedia de Góngora. El concierto de música antigua y moderna

sobre Góngora. Una verbena andaluza decorada por nuestros artistas. Y la exposición de

sus hojas y grabados. Y conferencias. Y lecturas. Y toda clase de manifestaciones juveniles

en serio y en broma, según conviniese a la oportunidad del momento.

Tan primoroso programa tropezó desde entonces con acumulados obstáculos. Pobreza

pecunaria, incapacidad organizadora de los artistas, invencible pereza española, el

disolvente del verano inmediato. Sin embargo, alguna de estas fiestas, el concierto por

ejemplo, aún puede y debe tener realización, aunque sea fuera del año del centenario.18

Antes de proseguir con el relato de los hechos habrá que pararse un

momento y recapacitar sobre las últimas líneas leídas. Cuando se redactan, no solo

habían pasado las reuniones preparatorias del homenaje, sino también el homenaje

en sí. Hay que recordar que cuando Gerardo Diego escribe la crónica que después

aparecería en la revista Lola (Carmen y Lola se publican por primera vez en

diciembre del 1927) ya es consciente de que muchos de los actos previstos se

17

Ibid., pág. 970. 18

Íbid., págs. 970 y 971.

18

quedaron en el camino, sin embargo eso no le impedirá, además de expresar su

queja por los incumplimientos, declarar su esperanza de que alguna de esas fiestas

(se refería al concierto de música) pudiera realizarse aunque se programara fuera

de 1927, el año del centenario.

«En aquellas tertulias primaverales de víspera se discutieron sabrosamente

los nombres invitables al homenaje.»19

Quedó establecido que habían de ser

españoles y espiritualmente jóvenes, con las excepciones de Miguel Artigas –

erudito ejemplar- y el mejicano Alfonso Reyes, que se prestaron para las

celebraciones. En honor a la verdad habrá que decir que el requisito de la juventud

venía -en cierta medida- impuesto por la circunstancia derivada de que sus

mayores, Juan Ramón, don Miguel de Unamuno y don Ramón del Valle Inclán, se

habían negado a participar, mientras que Manuel Machado y Ramón Basterra ni

siquiera respondieron a la invitación. Antonio Machado, Salinas y Dámaso

Alonso sí prometieron participar, pero no llegaron a enviar sus versos; Dámaso sí

terminaría muy implicado en el homenaje, pero encargándose de elaborar y

realizando la edición de las Soledades de Góngora, obra que obtuvo «un unánime

éxito de cultos entusiasmos y disfrazados ladridos»,20

todo lo contrario de los

Romances la edición preparada por José María de Cossío, que incluyó un número

importante de errores.

Al final –según Rafael Alberti, secretario de la Comisión para el

homenaje, que es con Gerardo Diego una de las fuentes básicas de esta

información- los participantes serían, además de los citados, Aleixandre,

19

Íbid., pág. 972. 20

Íbid., pág. 971.

19

Altolaguirre, Adriano del Valle, Cernuda, Buendía, Frutos, Diego, Lorca, Guillén,

Bergamín, Pedro Garfias, Joaquín Romero Murube, José Moreno Villa, Juan

Larrea, José María Hinojosa, Emilio Prados y Quiroga, que ofrecieron sus poemas

para ser publicados en los números que la malagueña revista Litoral dedicaría al

homenaje. Una nómina de autores que pasado el tiempo nadie diría corta y escasa.

La revista Litoral coronó el homenaje a Góngora con un número triple especial (5,

6 y 7) en el que colaboraron Picasso y Falla, junto a los ya citados. La revista se

publicaba en Málaga bajo la dirección de los poetas Emilio Prados y del

jovencísimo Manuel Altolaguirre, que también participaron de la misma.

En prosa la opinión extendida desde el primer momento fue la del fracaso

completo. Algunos publicaron sus artículos en el número de junio de La Gaceta

Literaria y otros en la revista murciana Verso y prosa; pero Alberti –secretario de

los actos, como ya dijimos- apenas recibió los originales de José María de Cossío.

Y eso que los habían prometido Miró, Marichalar, Espina, Benjamín Jarnés,

Ramón Gómez de la Serna, Almagro, Giménez Caballero, Alfonso Reyes y algún

otro más. Ni siquiera le contestaron Vela, Ors, Pérez de Ayala y Ortega. Sin

embargo, como después veremos, esta afirmación no es del todo cierta. Sí lo es

que no le remitieron sus colaboraciones a Rafael, que actuaba como secretario de

los actos, pero no se puede obviar que Jarnés, Gómez de la Serna, Pérez de Ayala

y Ortega, prefirieron enviar sus cartas o sus notas directamente a La Gaceta

Literaria, hecho que incomodó sobremanera a Alberti por sentirse en cierta forma

ninguneado.

20

Debe observarse también que en este momento, cuando se publica el

número en honor a Góngora de La Gaceta Literaria, las relaciones entre los

organizadores y la dirección de la revista no son las más apropiadas. Solo ese

hecho justificaría que las negativas a secundar el homenaje se incluyesen en

portada, dejando para la página 2 y siguientes los originales de Gómez de la

Serna, Guillén, Artigas, Alberti, Ayala, Cossío, Alonso y otros. Una selección de

estos textos publicados en el número 11 de La Gaceta Literaria nos permite

hacernos una idea del panorama reinante:

GÓNGORA EL CORDOBÉS

Enjuto y flaco Góngora, consumido como un hachón por las metáforas, por el

fuego artificial de querer iluminar con luces distintas y con más permanentes luces,

aclarativas de la noche.

Enjuto Góngora, con su cara de cabra triste, alegre de imágenes, con los ojos

engarabitados y movibles gracias a que fue el visionario de las imágenes, vivas y vibrantes

en la Naturaleza como las hojas de los chopos que vibran en las brisas de la tarde. […]

Góngora fue este buen pagador de la realidad que le circundaba. Elevó el bienestar de

sus tardes, pacíficas y graciosas, a la más alta categoría. Encontró que para vivir con más

encanto y dignidad hay que elevar la vida que se vive.

En vez de caer como una redundancia la alabanza sobre la propia naturaleza, buscaba

gritos metafóricos de más suntuoso optimismo. Todo está hecho, sin embargo, por las

sencillas y agradables acacias, todo es embriaguez de sus hojas mojadas, todo es

reverberación de la concha alegre de sus hojuelas.

El modesto curita, con sus andares de mujer sin caderas y sin tacones, con ese andar

desdichado y fantasmal de los curas, que atropellan sus faldas al andar, sentía en lo bajo, en

lo hondo de la alameda, la pasión por la vida, y daba sus suspiros hiperbólicos.

21

Góngora es el horror maravilloso de la primavera en un hombre que quiere quedar

impregnando todas las primaveras. […]

Ramón Gómez de la Serna.

SU ORIGINALIDAD

El verso gongorino no responde a una diversa actitud humana. Tampoco obedece como

creación formal a un empuje primario. En este verso no entran componentes que no sean

históricos; todos se hallan más o menos dispersamente apercibidos. Conste bien claro: los

componentes. Y a pesar de todo… ¡Oh falaz gracia paradójica! En el arte, los componentes

no son toda la composición: es decisivo su orden. Por eso se introducen estas novedades en

el coto mismo de lo por excelencia ya acotado, en lo más íntimo de la historia. Góngora,

modelo de continuidad, se limita a instaurar, paso a paso, otro orden.

¿Inventa, pues, su orden? Bien centrado, sin perderse por vías laterales, avanza por la

vía mayor. Mayor: de su tiempo, no solo suya. […]

Jorge Guillén.

GÓNGORA EN LA TORERÍA

Don Luis de Góngora contestó al cargo de tratar con gentes menos graves, que le

imputara su obispo, afirmando ser tan poca su teología que prefería su condena por liviano

antes que por hereje. Toda la multitud jacarandosa que servía las necesidades lúdricas de

sus contemporáneos fue su sociedad predilecta, y aquel gran aficionado a toros que se

llamó D. Pedro de Cárdenas destinatario preferido de sus lirismos ocasionales.

Esa sociedad de ágiles polemistas del coro con los modernos Cárdenas en cabeza, de

modo inesperado por adivinación portentosa, se han sumado a los homenajes gongorinos

con fervor devotísimo de un torero que Góngora hubiera coreado entre todos “Los galanes

de Andalucía”, un poeta verdadero de hoy, Rafael Alberti, ha encontrado el auditorio justo

para los versos de dos Luis. Nada querían saber estos hombres de precedencias ni

22

secuencias gongorinas; pero con intuición admirable han subrayado toda la gracia bética

que rezuma el soneto. […]

¿Qué otro auditorio hubiera deseado Góngora? El halago verbal suplía, o, mejor,

superaba oscuridades sintáxicas, y cuando sonaba en “¡Su flor de España!”, del admirable

soneto a Córdoba, el jadear del auditorio flamenco daba su justa calidad, morena y ardiente,

a la imagen.

Ante el inesperado auditorio, Alberti solicitado por un torero –Ignacio Sánchez Mejías-

se decidió a dar un paso más, y la recitación adquirió su verdadero carácter de homenaje al

gran amigo de la torería. Ya no eran los temas béticos y ardientes. La tercera Soledad,

compuesta por el admirable poeta de hoy, inscribía en el ámbito saturado de manzanilla y

humo, toreros, selva y peregrino, driadas y oreades, magos y unicornios y el mundo mítico

evocado pactaba con los finos andaluces, sonoros y la cuerda de oro –brillante y vibradora-

que todos llevan entre primas y bordones de guitarra, zumbaba metálica y distinta.

Un minuto de silencioso fervor halagaba en su fanal transparente, la imagen de plata del

gran amigo de la torería.

José María de Cossío.

Las palabras de Cossío hacen evidente referencia a la ‘Soledad tercera’ compuesta por

Rafael Alberti y recitada en el homenaje al torero Joselito, acto en el que –como después se

contará- también participa José María. El guiño al “admirable poeta de hoy” que hace el crítico a

Rafael Alberti hay que inscribirlo en las malas opiniones que estos y otros devaneos que se

mueven entre la literatura y la publicidad están generando hacia el portuense entre sus compañeros

de generación. Confirman además las palabras de Cossío el ambiente nocturno en el que se

desarrollan estos y los otros actos vividos por los miembros de la generación del 27 durante sus

visitas a Sevilla.

23

En el mismo número de La Gaceta Literaria escribe también Dámaso Alonso como

ahora veremos. Póngase atención en la precisa diferenciación que hace entre los términos que

aluden a lo oscuro y a lo difícil, a la oscuridad y dificultad de la poesía gongorina. Es la precisión

cirujana de quien ya domina la suerte del idioma; la concreción pulcra y meridiana del matemático

que tiene claro los conceptos con los que trabaja.

GÓNGORA Y ASCÁLAFO

En este tercer centenario de la muerte de don Luis de Góngora, no todo ha de ser

regocijo y tirarle de la barba al académico. Estamos, los amigos de don Luis, en trance de

una batalla muy seria y, afortunadamente, casi ganada: la de la incorporación definitiva del

poeta a la historia normal de la literatura española. Conviene, antes de jugarnos la carta

decisiva –que a priori sabemos favorable-, meditar un momento cuáles son el terreno de la

lucha, el enemigo que tenemos enfrente y el alcance mismo de la contienda. Volvamos, por

hoy, al tema de la “obscuridad”.

Góngora –todos sus verdaderos lectores lo saben. Es difícil; oscuro, no. Oscuro es lo

que no reúne en sí los elementos necesarios para la comprensibilidad; difícil, lo que,

reuniendo los elementos necesarios para ser comprendido, exige del que lo quiera

comprender, inteligencia, estudio, esfuerzo. Góngora es difícil antes de su estudio. Pero,

después de una valiente y esforzada lectura, resulta diáfano, clarísimo, con una claridad

lírica que, a fuerza de perfección, a fuerza de poética exactitud, se aproxima a la claridad

matemática. Contra este postulado inconcluso para cualquier amigo de Góngora, allá,

enfrente, un sueño, una pereza, una lobreguez tres veces secular, sigue atacando a Góngora,

tildándole de oscuro e incomprensible.

Estudiemos este caso patológico. Creo que, para mayor claridad, podemos dividir a los

lóbregos, partidarios de la tesis de la lobreguez, en cuatro grupos: a) Los que nunca han

leído a Góngora. b) Los que le han leído en abominables ediciones. c) Los que le leyeron

sin conocer suficientemente la lengua española. d) Los que, además de estar, en algunas

24

ocasiones, incluidos en los grupos b) y c), no puedan comprender a Góngora por ser,

fundamentalmente, incapaces de comprensión poética y, a veces, de bautismo.

Pero yo sería ahora injusto y parcial si creyera que estos cuatro grupos se refieren solo a

los enemigos de Góngora. No: son también muchos los que se dicen amigos del poeta y, sin

embargo, no le han entendido por pertenecer de hecho a alguno de los anteriores apartados.

A éstos los designaré con las letras A, B, C y D.

a) Pertenecen a este grupo, mientras no se demuestre lo contrario, casi todos los

académicos; pertenecen a él también, algunos catedráticos de Universidad y de Instituto.

Signos característicos: Repiten todos de memoria la lección aprendida en Menéndez

Pelayo. Cuando en sus amenos libritos, tienen que poner un ejemplo de la “obbbscuridad”

gongorina, siempre citan el principio de la Soledad Primera: “Era del año la estación

florida…” (Lo único que conocen) […]

Dámaso Alonso.

Siguen en La Gaceta otras intervenciones favorables como las de Diego,

Artiga y Ayala. Sin embargo, por su peso literario en el momento al que nos

referimos, y por cuanto influyeron sus negativas en los organizadores, tuvieron

mayor resonancia las respuestas de quienes contestaron a la invitación pero

criticando y desdeñando la iniciativa. Son notables las agrias cartas de negativa de

Unamuno, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. Famosa fue la controversia entre

Gerardo Diego y Juan Ramón a partir de la demanda de participación.

Reproducimos los textos de las cartas que se cruzaron durante una de las

más famosas batallas de la literatura española del siglo XX.

Todo empezó cuando Juan Ramón contestó a Rafael Alberti, que actuaba

como secretario del comité organizador, anunciando su renuncia a participar.

Decía así:

25

Esquela contra

Madrid, 17 febr., 1927.

Sr. D. Rafael Alberti.

Madrid.

Mi querido Alberti: Bergamín me habló ayer de lo de Góngora. El carácter y la

extensión que Gerardo Diego pretende dar a este asunto de la Revista de Desoriente, me

quitan las ganas de entrar en él. Góngora pide director más apretado y severo, sin

claudicaciones ni gratuitas idea fijas provincianas –que creen ser aún ¡las pobres! gallardías

universales. Usted –y Bergamín- me entienden, sin duda.

Suyo siempre

K. Q. X.21

No recibe Diego de buen grado la afirmación de Juan Ramón al pedir para

Góngora un director más apretado y severo. Independiente del tono sarcástico de

la misiva, el dolido Gerardo responderá “por la misma vía Alberti y en serio,

aunque pasado ya el fragor del homenaje, debido a que K.Q.X. no publicó su

respuesta a nuestra invitación sino hasta fines de 1927, a pesar de aparecer

firmada a principios de ese mismo año.”22

La carta de Gerardo a Alberti se

expresa en los siguientes términos:

Esquela pro

Madrid, 3 –diciembre- 1927.

21

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 230. Este juego de iniciales identifica a Juan Ramón Jiménez y aparece también en una sección que encabeza con estas mismas en algunos número de La Gaceta Literaria. Por tales siglas, Rafael Álberti en La arboleda perdida se atreve a llamarle Kuan Qamón Ximénez. En opinión de Alberti el de Moguer “comenzaba a cansarse de todo –y de todos nosotros, sus más fieles amigos-, llegando este cansancio hasta las iniciales de su propio nombre –J.R.J.-, que sustituyó precisamente en esos día de exaltación gongorina, y no sin cierta gracia andaluza, por las de K.Q.X., «las tres letras –según le oí decir en no sé qué momento- más feas del alfabeto»”. 22

Íbid., pág. 231.

26

Querido amigo Rafael: Leo hoy la Esquela contra que me propina K.Q.X. por tu

conducto. Me interesa rectificar dos errores históricos que advierto en su texto. Sobre todo

para que conste en la “Crónica del centenario”. El carácter y la extensión del homenaje a

don Luis ha sido como todo el mudo sabe –y K.Q.X. por lo visto lo ignoraba- acordado

entre unos cuantos amigos: los seis firmantes de la invitación y varios más, según consta en

mi verídica “Crónica”. La Revista de Occidente ha sido simplemente editora, y el asunto

Góngora, por consiguiente, no tiene más relación con ella que la de agradecimiento por

haberse ofrecido amablemente a editar cuanto entregásemos, dejándonos en la más plena

libertad. Por lo tanto, la condenación que sobre mí pesa en esa leve esquela, repartírosla a

cargas iguales tú, Salinas, Lorca, Bergamín, Dámaso, etc. Yo no he hecho otra cosa –todos

lo sabéis- que animaros a trabajar, y someter a vuestra aprobación un plan general de

ediciones. Si esto merece la condena de K. Q. X. la respeto gustoso, sabiendo que en ella

me acompañáis todos vosotros, igualmente pecadores. Por lo demás –ya tú y Bergamín me

entendéis, sin duda- hemos ya comentado suficientemente esta lamentable actitud de K. Q.

X. Tu buen amigo, GERARDO.23

Pío Baroja sería otro de los que niega su adhesión al homenaje y se excusa

de ello en carta a Giménez Caballero aduciendo que a Góngora no lo conoce

demasiado:

… Me pareció bien la raíz semítica asignada por usted a D. Juan. La Celestina la tendría

también. El Cid y D. Quijote quedarían como representantes literarios del español no

semítico (a pesar del semitismo que se huele en Cervantes). Si tuviera que escribir sobre

Góngora –no lo conozco bien- creo que creería encontrar una raíz también semítica.24

En la misma columna de La Gaceta Literaria y algo más abajo la opinión de

23

Íbid., págs. 231-232. 24

La Gaceta Literaria (Madrid), 1 junio 1927, número 11

27

Valle-Inclán se hace más exacerbada hasta molestar a Rafael y Gerardo:

Releí a Góngora hace unos meses –el pasado verano- y me ha causado un efecto

desolador, lo más alejado de todo respeto literario. ¡Inaguantable! De una frialdad, de un

rebuscamiento de precepto… No soy capaz de decir una cosa por otra.

Perdónenme y manden a su atento amigo, que les estrecha la mano.25

Por el mismo medio se excusará también Antonio Machado. El 10 de

febrero de 1927 remitirá desde Segovia la siguiente carta para justificar que no se

implicaría en el homenaje:

Mil gracias por su amable invitación a tomar parte de esa bella fiesta de Góngora.

Por mi desdicha, no tengo tiempo que dedicar a trabajos tan de mi gusto como ese que

ustedes me proponen. Todo el día me ocupan clases, prácticas, repasos, etc., en el Instituto.

Con todo, si algo puedo hacer se lo remitiré. Reciban el más cordial saludo de su buen

amigo.26

Estos posicionamientos contrarios a la celebración serán recordados con

manifiesto malestar por Juan Chabás, en La Libertad (4 de febrero de 1928), en un

artículo que titula «Exabruptos»:

Cada vez que en España, con cualquier motivo, se origina una encuesta o publico

debate literario, nos encontramos inevitablemente con algún ejemplo de la dificultad que

tienen nuestros mejores escritores a sentirse responsables ante el público. Cuando se

requiere su opinión, es fácil ver que contesten improvisadamente como sorprendidos por un

tema cuyo contenido no fue nunca objeto de su meditación. De esta ligereza no se libran ni

25

Íbidem. 26

Íbidem.

28

los mejores, es decir, aquellos que por su obra han adquirido, con su justo renombre, más

honda responsabilidad. Sin gran reparo hablan ante el público con descuido casero,

improvisando en mangas de camisa. Es casi seguro que la razón de esta negligencia se halle

en la vida misma de nuestros escritores, generalmente apartados en un aislamiento gremial,

que, por otra parte, no despierta en ellos tampoco ningún interés ni cohesión profesionales

de oficio.

Recuérdense, como prueba de este defecto señalado, las contestaciones de algunos de

nuestros más insignes maestros a una carta que les fue dirigida solicitando su contribución

al homenaje a Góngora, preparado por varios jóvenes poetas. Algunas respuestas

constituían vergonzosos desplantes, pruebas lamentables de irresponsabilidad. Y lo

inexplicable es que esa actitud ligera y apresurada, sin reflexión, suele ser consecuencia de

engreimiento, de vanidosa y áspera soberbia. Cabe pensar que algunos escritores nuestros

son hombres acerbos, sin alegrías buenas en la vida: cuando esta desde un lugar público –el

periódico, la revista, una cátedra- les solicita, se revuelven ariscamente, como vengándose

de la dureza recibida. Es un estado de rencor íntimo, sometido a la desapacible presión de

muchos silencios. ¡Cómo ruraliza a nuestros escritores ese enconado y desaprensivo mal

genio!

Daña más aún el observar que tal actitud se produce con preferencia en quienes en su

época parecieron asumir una postura de grandes preocupados por el bien público, por las

«cosas» de España.27

Más zalamera y agradecida será la intervención de Alfonso Reyes. Reyes y

Salinas aparecen retratados en la portada de La Gaceta Literaria como los

editores de las Letrillas y los Sonetos de Góngora, obras que nunca verían la luz,

aunque según declaraciones de Gerardo Diego sí se llegaron a concluir.

27

Chabás, Juan, Testigo de Excepción, Introducción y selección de Javier Pérez Bazo, Fundación Banco Santander, Madrid, 2011, pág. 111.

29

ALFONSO REYES Y GÓNGORA

Haré cuanto pueda (vivo esclavo) por enviar algo sobre Góngora, algo más que la

mera edición de las letrillas que ustedes me han confiado.

¡Cuánto bien me han hecho ustedes asociándome a sus empresas! ¡Qué generosa

caricia de su juventud! ¡Qué buenos, qué finos y verdaderos poetas ustedes, los nuevos de

España! ¡Qué amigos me he encontrado de pronto, al doblar la esquina de la calle de

Góngora! De suerte que no he esperado en vano. Gracias de veras. Las dos manos.28

Se ha de aclarar que aunque Ortega y Gasset no participó activamente en

el homenaje, ni mostró explícitamente su apoyo a los actos, sí que puso, desde el

primer momento, a disposición de los organizadores la Revista de Occidente para

editar las obras proyectadas para la conmemoración. “Revista de desoriente”, la

había llamado Juan Ramón cuando se negó a participar del homenaje.

Encontraremos también, a pesar de lo afirmado por los organizadores en sentido

contrario, que Ortega sí se prestó a colaborar con La Gaceta Literaria, aunque su

artículo bien leído no pudiera necesariamente entenderse como muy favorable. En

la portada de la revista podía leerse:

En estos días, un ilustre paleontólogo, Edgard Dacqué, sostiene que antes de los

hombres como nosotros existieron hombres con un ojo en la frente: el ojo pineal, de que es

la glándula así llamada última supervivencia. Y añade que aquellos hombres monoculares

no poseían inteligencia, sino una facultad superior de intuición mágica, de penetración

sonambúlica en lo cósmico. Góngora intenta restaurar esa inspiración pineal y mira el

Universo con el ojo ígneo de Polifemo. Las cosas que habían caído en la quietud y en la

prosa vuelven a la danza de las metamorfosis. El racionero, irónicamente, prestidigita y se

28

Íbidem.

30

saca cisnes de las mangas, convierte en áspid la flecha, el pájaro en esquila, la estrella en

avena rubia. Eternamente, la poesía ha consistido en dar gato por liebre, y a quien esto no

divierta, solo cabe recomendar, como la ramera de Venecia a Rousseau, que estudie la

matemática… Yo preferiría, sin embargo, que los jóvenes argonautas de la nave gongorina

se complaciesen en limitar su entusiasmo. Sin límites, no hay dibujo ni fisonomía. Hay que

definir la gracia de Góngora, pero, a la vez, su horror. Es maravilloso y es insoportable,

titán y monstruo de feria: Polifemo y a veces solo tuerto.29

Por estos y otros desencuentros de aquel trámite y de aquellos tiempos no

le quedaron buenas sensaciones a Rafael Alberti. «Como se ve, un gran

fracaso»,30

diría desde las páginas de su arboleda al recordar sus frustraciones de

aquel momento obviando los innegables logros que hemos relatado en torno a la

iniciativa. Peor llevaba, como ya dijimos, que siendo secretario de la comisión, no

fuese la vía elegida por muchos para participar.

Hubo también autores, que totalmente al margen del comité gongorino, se

subieron al carro de la controversia. El 23 de mayo de 1927, coincidiendo con el

aniversario de la muerte del poeta cordobés, Santiago Montoto escribía en ABC

sobre la oportunidad del centenario y la capacidad de sus protagonistas. No podía

dejar más clara su posición:

El vulgo literario, que tanto abunda y es bien conocido, a pesar de lo disfrazado que

anda por esos mundos de Dios, empieza ahora a entusiasmarse con este altísimo poeta, y no

falta quien, sin comprenderlo, pretende definir su significación artística.

29

Íbidem. 30

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 229.

31

No es del caso dilucidar la cuestión sobre la originalidad de Góngora, y si la renovación

que trajo al arte poético fue exclusivamente suya, o inspirada o tomada de su compatricio el

joven poeta Carrillo y Sotomayor [...].

Góngora se distingue en su vida por un ansia de superioridad. Busca fama y fortuna, que

se le escapan de las manos; y así como en su trato social se codea y alterna con los grandes

señores de la corte, con príncipes y Reyes ostentando el lujo de tener coche forrado de

sedas y objetos de plata para su servicio, viviendo vida aristocrática, así también es

refinado, selecto y aristocrático en su obra artística [...].

Cierto que sus mismos panegeristas y amigos, entre ellos el sevillano Salcedo Coronel,

al comentar y al aclarar las obras del gran poeta, señalan la fuente de su inspiraciones que si

unas veces son plagios, otras dan majestad y elegancia a las ideas ajenas de que se sirve;

aunque poco escrupuloso, traduce en más de una ocasión, casi al pie de la letra, tal los tres

primeros versos de Las Soledades:

Era del año la estación florida

em qu el mentido robador de Europa,

media luna las armas de su frente.

Que tomó de Os Lusiadas:

Era no tempo alegre, cuando entraba no robador de Europa

a la luz fevea quando hum, e otro corso me aquentaba.

A mi modo de ver, Góngora no inventó una poética, ni creó una escuela; estaban

ya creadas.31

31

ABC (Madrid), 27 mayo 1927.

32

Si a las anteriores deserciones sumamos las de los músicos, recuérdese que

el homenaje quiso fundir en una sola efeméride literatura, música y artes plásticas,

habría que dar ciertamente la razón a Rafael Alberti.

Los pintores sí respondieron. Hubo aportaciones de Pablo Picasso, Juan

Gris, Salvador Dalí, Benjamín Palencia, José Moreno Villa, Cossío, Gregorio

Prieto, Peinado, Ucelay, Fenosa, Manuel Ángeles Ortiz y Maruja Mallo. La

revista Litoral da cuenta de ellos.

Sin embargo, a los músicos les pasó un poco como a los literatos: mucho

prometer pero al final nada. La excepción fueron Manuel de Falla, Óscar Esplá y

Fernando Remacha. Falla compuso el Soneto a Córdoba, una pieza para canto y

arpa a partir de la composición del mismo nombre; Óscar Esplá, muy amigo

entonces de Rafael, el Epitalamio de las Soledades, pieza para canto y piano; y

Fernando Remacha escribió desde Roma una suite orquestal bajo el nombre de

Homenaje a Góngora, que terminó estrenándose en Italia en 1929. Por contra

nada hicieron ni Ernesto ni Rodolfo Halfter, como tampoco Adolfo Salazar, por

citar alguno de un grupo bastante numeroso entre los conocidos como la

generación musical del 27. Tampoco apoyaron la conmemoración ni Ravel ni

Prokofiev, a pesar de que lo habían prometido.32

El admirable Epitalamio lo compuso Óscar Esplá en dos versiones de piano y

32

García del Busto, José Luis. “Rafael Alberti y la música”, con otros en Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Catálogo de la exposición, Madrid, 2003, Sevilla 2004, pág. 204.

33

orquesta. En cuanto al Soneto a Córdoba es cierta la eficaz intervención de Lorca para que

se consiguiera. Tal vez él mismo le indicaría el texto, como hice yo con Esplá. No es menos

cierto que yo insistí con Falla en recabar su colaboración y que el ejemplar que me dedicó

viene avalado con una dedicatoria: «En homenaje a la Poesía Española y a la amistad y al

arte de Gerardo Diego.» En su correspondencia conmigo hay otras alusiones a esta altísima

música. De la cena a don Manuel me acuerdo todavía perfectamente. Éramos trece y varios

de ellos andaluces. Alguien tuvo la torpe ocurrencia de denunciarlo. E inmediatamente

Federico desapareció y volvió –en menos de un cuarto de hora- de la Residencia con Rubio

Sacristán, que, aunque ya había cenado, se prestó a hacerlo por segunda vez para deshacer

el mal fario. Y yo también respiré, porque a mi lado estaba pasando las de Caín otro insigne

andaluz que no era precisamente Manuel de Falla.33

Lorca había ganado la batalla alterando la opinión y el gusto del músico

gaditano para quien don Luis resultaba, de partida, «probablemente seco, y poco

espiritual».34

Este cambio de actitud es lo que Diego enunciará como “La

conversión de Falla” y a la que el músico en carta del 8 de febrero de 1928

apostillará: «Claro está que mi devoción por nuestro don Luis no es nueva ni

mucho menos, pero sí es cierto que hasta hace poco distaba bastante de ser

incondicional.»35

La intervención de Federico hacía evidente que si bien mantiene

cierto recelo con la organización del homenaje, no le importa apoyarlo.

Se ha dicho muchas veces que en aquellos días nuestros poetas respiraban

felicidad y satisfacción. Sin embargo, quizá no sea tanta. Rafael Alberti había

nombrado aquellos días como los del Madrid alegre y confiado de anteguerra,

33

Diego, Gerardo, “Crónica del centenario…”, op. cit. 34

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 974. 35

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 35.

34

pero no debemos olvidar que por una carta suya de agosto de 1926 al músico

Óscar Esplá, con el que trabajaba en el proyecto musical de La pájara pinta y en

el que su novia Maruja Mallo haría los decorados y los figurines, sabemos que el

escritor andaba ya cansado de su estancia en la Corte: «No soporto esta vida

madrileña tan estúpida. Esplá, yo creo que nos ha llegado la hora. Si triunfamos

con La pájara, el mar es nuestro...»,36

decía para destacar su deseo de saltar a

América de manos de la música. Aquel éxito nunca lo consiguieron. Los que sí

llegaron después fueron los días del Homenaje a Góngora. El aniversario

arrastraba cierto gafe y había sido proyectado quizás con demasiadas prisas.

Diego fue siempre de la opinión de que habría de haberse empezado a preparar un

año antes.

Y tras la primavera del 26 llegó el verano, el disolvente verano -como

había apostillado el de Santander- y con él todo lo previsto sesteó y se hizo fuerte

la incapacidad organizadora de los artistas y la invencible pereza española. Así

que hubieron de esperar hasta el 27 de enero de 1927 –a nuestros poetas les

gustaba jugar con las fechas- para sacar adelante la invitación para un homenaje

que llegaría, dios mediante, con la nueva primavera.

Muy Sr. Nuestro: próxima la fecha -23 de Mayo del año actual- del tercer

centenario de la muerte de Góngora, nos hemos reunido para organizar un homenaje en

honor del gran poeta. Además de editar su obra lírica, se publicarán varios volúmenes, uno

de prosa, otro de poesía y otros de música y artes plásticas, con trabajos inéditos dedicados

a Góngora. Nos dirigimos a Vd. para que, si el homenaje le parece simpático, nos honre con

36

García del Busto, José Luis, op. cit., pág. 203.

35

su colaboración, enviándonos algo de lo que más estime.

La editorial de la Revista de Occidente se ha comprometido a publicar los tomos

de este homenaje.

Con objeto de prepararlo todo puntualmente, la premura del tiempo nos exige

poner como límite a la entrega de los trabajos el 1º de marzo. Esperamos también su

conformidad, a ser posible en el plazo de diez días, para poder dar su nombre en la lista de

colaboradores y hacer la distribución del tomo. Si su aportación es poética, musical o

plástica, no hace falta que aluda a temas gongorinos.

Sus affmos. 37

Sobre el original mecanoscrito que se remitió a Federico invitándolo a

participar de los actos (documento que hoy puede consultarse en la Fundación

Federico García Lorca, Residencia de Estudiantes, Madrid), Rafael Alberti

escribió de su puño y letra: «Sé bueno, Federico, sé bueno y mándame pronto lo

mejor que tengas». Este documento es muy interesante para constatar cuánto jugó

la organización –hay quien preferiría decir cuánto manipuló- para presentar como

que estaba en marcha aquello que casi solo era una idea en las felicísimas mentes

de Diego y Rafael, pero que apenas contaba con apoyo.

Si se observa el documento con actitud crítica, uno comprobará dos cosas:

Primero, que la firma que aparece como de Federico García Lorca es una “vulgar”

falsificación. Y segundo, algo de lo que pueden haberse dado ya cuenta: La carta

mecanoscrita por Rafael aparece firmada por Federico pero también incluye la

nota manuscrita que antes citábamos para él. El hecho que se deduce no puede ser

37

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 973.

36

más evidente: García Lorca estaba totalmente ajeno a la organización de unos

actos en los que sin embargo se postulaba como organizador. Aparte de ese

detalle, la comparación de las firmas estampadas en la misma con las rubricadas

en otros documentos, ayudaría a entender que las que aparecen en estas cartas de

invitación no están realizadas por sus fingidos autores. Pueden compararse -por

ejemplo- con la postal que se cita más adelante y que firman todos en Sevilla tras

la celebración de los actos organizados por el Ateneo, para remitirla a Juan

Ramón Jiménez. En estos actos sí hay constancia de que todos los firmantes

habían coincidido.

Todas las firmas fueron seguramente realizadas por Rafael Alberti, dado el

cargo que ostentaba. Si se tiene la oportunidad de comparar dos de las

invitaciones a participar remitidas, sin duda se observará que un ligero análisis

grafológico de la caligrafía y de sus trazos hace evidente lo que venimos diciendo;

y así –por poner un ejemplo- si tomamos como referencia la firma de Dámaso, si

en una el trazo es firme y levantado, en la otra aparece muy inclinado hacia la

derecha. En cualquier caso, habrá que pensar que este proceder, sería solo la

consecuencia de la economía administrativa y de la imposibilidad ya además

manifiesta de mantenerlos a todos reunidos.

Lo realmente interesante es saber quiénes -o quién- lo están moviendo

todo. Por eso no puede dejarse pasar por alto que en la citada misiva con visos de

convocatoria, otro de los presuntos firmantes era Pedro Salinas. Sin embargo, y

aunque la carta tiene fecha de 27 de enero de 1927, el 26 de febrero del mismo

año, Alberti confesaría en otra epístola a Gerardo Diego, que hasta ese momento

no habían contestado a la invitación «José Ortega y Gasset, J. Moreno Villa, M.

37

Bacarisses, M. Machado, F. Vela, P. Salinas, V. Huidobro, J. Larrea, R. de

Bastella y E. Díez Canedo»38

. Se erige así otra sospecha sobre otro organizador

que tampoco estaba al tanto, y que según consta en el programa de publicaciones

previstas habría además de encargarse de la edición y prólogo de los Sonetos de

Góngora, dedicación posterior que sí ha sido constatada.

De todos modos la ausencia más notable, sabidas las distancias y la

diferencia de edad con Salinas, es sin duda la de Federico, cuya poesía se movía

por gustos más neopopulares. Por eso como venimos diciendo todo apunta a que

el granadino no estaría por la labor de participar en el homenaje a Góngora, o al

menos al nivel que sus amigos esperaban. Aunque tampoco puede olvidarse que

Federico había dictado una muy simpática conferencia en su favor: La imagen

poética de don Luis de Góngora, pronunciada en el Ateneo de Granada el 13 de

febrero de 1926, antes incluso de que tuvieran lugar en Madrid las reuniones

impulsoras de la conmemoración gongorina, o que comenzara a escribir una

‘Soledad’ para la misma.

García Lorca comienza también a escribir una “Soledad” que no llegó a terminar, y de

la cual, en carta a Guillén del 14 de febrero de 1927, envía algunos fragmentos pidiendo al

amigo, como de costumbre, su juicio personal, expresando el temor de no acertar e incluso

amenazando con tirarla al cesto de los papeles. El poema lorquiano empieza así:

Rueda helada la luna cuando Venus

con el cutis de sal, abría en la arena,

38

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 75.

38

blancas pupilas de inocentes conchas.39

Sin embargo son más los detalles que abundan en la desconexión –o al

menos en el desinterés- de Federico con el homenaje. Por ejemplo que,

habiéndose fijado como fecha de entrega máxima para las colaboraciones el 1º de

marzo, el 26 de febrero de 1927 Rafael Alberti escribe a Gerardo Diego y le

advierte que entre los que no habían enviado nada estaba Federico, puntualizando

Rafael que lo que sí tenía era su promesa de que recibiría unas poesías suyas.

Algo que nunca ocurrió. Quizá por estas circunstancias Gerardo Diego calificaría

a Federico en carta a Miguel Artigas como «“nuestro sordomudo epistolar” y,

poco después, “el imposible y dudoso y problemático Federico García Lorca”»40

.

Debían ser tantas las dudas sobre la participación de Lorca, o tan grande la

certeza de que no estaba por cumplir su promesa de mandar algo para el homenaje

al poeta cordobés, que Gerardo Diego le gastó una broma «contrahaciéndole y

firmando con su nombre y apellidos un romance entre gitano y gongorino».41

Y lo

envió a La Gaceta Literaria, que dirigía Giménez Caballero y que se propugnaba

como el periódico oficial del evento, donde fue publicado en portada con el título

Romance apócrifo de don Luis a caballo.42

La broma al principio incomodó a

Federico, pero pronto reaccionó riendo a mandíbula batiente. Fue tal el éxito del

contrahecho que veinte años después sería incluido como original en las Obras

completas de Federico publicadas en 1938 por la Editorial Losada de Buenos

39

Íbid., pág. 22. 40

Íbid., pág. 21. 41

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 989. 42

Íbidem.

39

Aires, Argentina, por Guillermito –como llamara Diego a Guillermo de Torre-,

que no habría estado al tanto de la broma.

Y fue así como -recortando y pegando, como diríamos ahora- Gerardo

Diego, para asegurar la participación del escurridizo Federico, compuso el

romance que ahora reproducimos:

ROMANCE APÓCRIFO DE DON LUIS A CABALLO

43

Por el real de Andalucía

marcha don Luis a caballo.

Va esparciendo su manteo

negra fragancia de nardos

y luciendo su repertorio

en los pliegues de sus paños

el viento, escultor de bultos

y burlador de romanos.

Dos amorcillos, hijuelos

del amor abanderado,

le van enjugando perlas

del noble sudor del cráneo

con pañuelos de estameña

de rayadillo y cruzados.

43

Este romance se publicó por primera vez en el núm. 11 de La Gaceta Literaria en junio de 1927.

40

¿Quién es la niña morena

que va a deponer el cántaro

a la fuente que le dicen

la Fuente de los Espárragos?

—Felices, don Luis de Góngora,

¿no me conoce su garbo?

—Ay, si es mi colmeneruela

del corpiño almidonado.

Ya don Luis se apea airoso

del estribo plateado

y ella le nieva la bota

con el sostén de su mano.

Un rumor de galopines

galopantes, galopando

entre los olivos vienen

con los trabucos terciados.

—¿Quiénes son los tres barbianes?

¿Quiénes son los tres serranos?

—Son tres flamencos de Flandes

que instalaron un semáforo

para dar órdenes falsas

a los vientos y a los barcos.

Ya se acercan, cataduras

feas, ceños renegados.

41

barba que tarde o que nunca

peines de hueso peinaron.

—¿Cómo os llamáis, barbianes?

—La niña tiembla de verlos

aviesos y aborrascados—.

Van diciendo uno, dos, tres.

—José María el Temprano.

—El príncipe de Esquilache.

—Justo García Soriano.

De la abierta carcajada

don Luis se ha desquijarado.

Bastante después este romance desaparecerá de las obras de Lorca y será

incluido en las Obras completas de Gerardo Diego con una nota en la que se

indicaba: «Apócrifo de Jaime de Atarazanas en La Gaceta Literaria, número del

centenario de Góngora.» Con esta apostilla, para autores como Francisco Javier

Díez de Revenga,44

se estaría descartando la autoría colectiva del poema de la

que habló Gerardo en su revista Lola al decir una broma «que le gastamos» Rafael

Alberti y yo, pues Jaime de Atarazanas es el seudónimo que usaba Gerardo para

firmar sus «jinopepas», que como sigue diciendo Díez de Revenga, se configuran

44

Diez de Revenga, Francisco Javier, “Sobre Góngora y el 27: recapitulación”, en Anuario brasileño de estudios hispánicos, 10. Consejería de Educación de la Embajada de España en Brasil, São Paulo, Brasil, 2000, pág. 157-170.

42

«como un espacio para la broma en amistad, ya que este tipo de poemas, como

otros muchos jocosos de Gerardo Diego, son poemas hechos en amistad, para

divertirse entre amigos, y que difícilmente podían llegar a producir un disgusto

serio».45

En ese mismo artículo titulado Sobre Góngora y el 27: recapitulación,

Díez de Revenga reproduce parte de la carta que el poeta de Santander dirigió a

Lorca el 13 de diciembre de 1927:

Mi broma de La Gaceta Literaria –justo castigo a tu incalificable deserción del

homenaje a “don Luis”- surtió el efecto apetecido. Picaron muchos. El número, como viste,

fue una indecencia. Dámaso y yo quedamos justamente indignados. A mí no me quiso

publicar la Crónica, que saldrá ahora corregida y envenenada. Mi ataque a Valle-Inclán y

mi broma a ti resultaron aisladas, desairadísimas: flores equivocadas de juventud, en un

programa acomodaticio de jardín podrido académico.

Pero no fue ese el único intento de sumar contribuciones a la causa

gongorina dejando a un lado la voluntad del autor. También sería el caso de

Bergamín y la décima suya que apareció en la revista Litoral dedicada a Góngora.

Como es sabido, a Alberti le encargó Gerardo Diego una antología de poesías de

poetas contemporáneos a Góngora. Ahora bien, parece que Alberti se llevó un día un

poema de Bergamín, y sin consultarle –o sea, sin pedir su permiso- lo incluyó en la

antología que estaba preparando. Dada la importancia histórica de ese número especial de

Litoral, y dada la carrera posterior del Bergamín poeta, la aparición de un poema suyo fue

poco menos que sensacional. Lo curioso es que, a pesar de su fuerte acento barroco, no se

concibió como homenaje a Góngora: Bergamín lo describe como “un poema cualquiera,” lo

45

Íbid., pág. 165.

43

cual nos da una idea del tipo de poesía que componía con regularidad durante los años 20.46

El número triple (5, 6 y 7) de la revista Litoral publicado en octubre de

1927 incluía el citado poema con el título “Décima” en su página 19:

¿Qué precitado alud

de nieve y cenizas, vierte

su siniestro afán de muerte

sobre tan clara virtud?

Caída, la excelsitud,

¿Mensajera no es, oscura,

el alma que la procura

fugitiva de su luto?

De otoño es el dulce fruto

y semilla de amargura.

El hecho y la decisión ganan más importancia cuando se conoce que era

voluntad de Bergamín no hacer pública su poesía de entonces y que este poema

sería la única excepción de un silencio celosamente guardado47

roto por esta

composición que Gerardo Diego calificaría agriamente como nefanda décima en

el número 5 de su revista Lola.

El homenaje como ya advertimos incluía también un gran proyecto editor

en torno a la figura de Góngora que iba a contar con el apoyo de la Revista de

Occidente. Tanto Alberti como Diego dan cuenta del mismo:

46

Dennis, Nigel R., “José Bergamín, poeta desconocido de la Generación de 1927”, en Actas del Sexto Congreso Internacional de Hispanistas 1977, Coord. por Evelyn Rugg, Alan M. Gordon, Universidad de Toronto, 1980, pág. 207-210. 47

Íbidem.

44

1. Soledades.- Edición, prólogo y versión en prosa de Dámaso Alonso.

2. Romances.- Edición y prólogo de José María de Cossío.

3. Sonetos.- Edición y prólogo de Pedro Salinas.

4. Octavas.- Edición y prólogo de Jorge Guillén.

5. Letrillas.- Edición y prólogo de Alfonso Reyes.

6. Canciones, Décimas, Tercetos.- Edición y prólogo de Miguel Artigas.

7. Antología en honor de Góngora desde Lope de Vega a Rubén Darío.

Selección y prólogo de Gerardo Diego.

8. Poesías de poetas contemporáneos a Góngora. Animador y colector:

Rafael Alberti.

9. Prosas de contemporáneos sobre Góngora. Colector: A. Marichalar.

10. Álbum de dibujos (contemporáneos). Colector: Moreno Villa.

11. Álbum musical.- Colector Ernesto Halfter.

12. Relación del centenario.- Por varios.

Del ambicioso proyecto editor que incluía el homenaje, solo conocieron la

luz tres tomos: las Soledades de Góngora, con edición, prólogo y versión en prosa

de Dámaso Alonso; los Romances, editados y prologados por José María de

Cossío, que sufrió de una «sensible epidemia de erratas»48

de la que se contagió a

la Antología en honor de Góngora desde Lope de Vega a Rubén Darío,

seleccionada y prologada por Gerardo Diego.

De los doce tomos inicialmente previstos, aunque nunca se publicaron,

parece ser que también estuvieron listos los originales de los Sonetos, preparados

48

Diego, Gerardo, “Crónica del centenario…”, op. cit.

45

por Salinas, y de las Letrillas, por Alfonso Reyes, ambos (seguimos con la

opinión de Diego, que los mantuvo siempre en su poder) merecedores del visto

bueno, aunque sus autores no se lo otorgaron. Tiene interés esta aportación para

valorar también justamente la presencia de Pedro Salinas en los actos del

homenaje, pues aunque se dice que estuvo colaborando con la comisión

organizadora desde las primeras reuniones, lo referido en sentido contrario y su

ausencia en las veladas en Sevilla dan lugar a interpretaciones que justificaban su

disidencia o su falta de compromiso, que siendo ciertas, no impidieron la

colaboración académica.

A los publicados en 1927 hay que sumar49

también los textos de Miguel

Artigas, Don Luis de Góngora y Argote, Versos de Góngora. En el centenario del

óbito del poeta (editado por la Real Academia de Córdoba); y el propio de

Alfonso Reyes, Cuestiones Gongorinas (publicado en Madrid por Espasa-Calpe),

que aunque no coinciden en título ni en lugar de edición (los doce tomos estaban

previstos para que vieran la calle como se ha dicho en la Revista de Occidente)

conviene citarlos por la coincidencia de su temática, de sus autores y del

momento.

Otra de las actividades estrella programadas sería la representación de un

auto de fe en desagravio del poeta homenajeado y el montaje de una verbena. O

así se había pensado y acordado en las reuniones preparatorias de la primavera de

1926. Diferente sería lo que después pasara, como algo más adelante veremos.

49

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 11.

46

* * *

Aunque en la invitación que remite Alberti se convoca para el día 24, los

actos propios del evento, siguiendo la Crónica publicada por Gerardo Diego,

tuvieron lugar un lluvioso 23 de mayo entre las dos luces –oro y cera- del

atardecer. Rafael, a pesar de la convocatoria, también menciona esa fecha al

recordar la celebración en su arboleda: «Por la noche –día 23 de mayo- hubo

juegos de agua contra las paredes de la Real Academia.»50

Y lo cierto es que la

muerte del poeta cordobés está datada un 23 de mayo de 1627, razón por la que

habría que dar credibilidad a este día que en 1927 fue lunes.

Los actos tampoco tuvieron lugar en la plaza Mayor de Madrid, como

habían previsto, entre otras razones porque su urbanización no consintió que fuere

el escenario adecuado. O eso argumentó Gerardo Diego. Después quisieron –

pensaron- hacerlo en la plaza de toros, espacio que se desestimó también por su

carácter cerrado e íntimo –o eso adujo Gerardo-, cuando para el acto se quería la

mayor difusión y libertad.

Al final la representación terminó celebrándose en un tétrico solar lejano al

centro, sin nada reseñable y que nunca se ha identificado. Diego se negó a

hacerlo, pero no dudó en afirmar que «los vecinos lejanos creyeron que se

anticipaban en un mes justo las hogueras sanjuaneras»51

, tan tradicionales en

50

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 232. 51

Diego, Gerardo, Obras completas…, op. cit., pág. 976.

47

algunos sitios de España. Una solución por la tremenda, la de optar por un solar

lejano del centro, que ayuda a Gerardo a salir de una propuesta tan inverosímil

como la planteada.

Según la Crónica, el Tribunal que había de juzgar a Góngora y a todos los

que lo habían vilipendiado, se constituyó a propósito de la puesta en escena

ataviado con negras hopalandas y severos hábitos cortados según los cuadros de

época del museo del Prado que recrean el tiempo en el que vivió el homenajeado.

El tribunal lo constituyeron los tres mayores gongorinos: Dámaso Alonso,

Gerardo Diego y Rafael Alberti, al que la sonrisa de siempre se le torcía en un

matiz sarcástico. A última hora Dámaso, «secuestrado la víspera por siete

alemanes en la Sierra de Guadarrama»52

(y no se pierda el hilo de este tono

sarcástico), fue sustituido por José María de Hinojosa. De subdiáconos y acólitos

oficiaban José María de Cossío, Buñuel, Bergamín de fiscal, con la cara larga de

costumbre y condenando a todos los procesados sin apelación, y Chabás, con la

voz más tostada que nunca, además de otros jóvenes autores cuyos nombres se

habrían perdido en el tiempo. De pregonero actuó «felicísimamente»53

–diría

Diego- el escritor soriano, inspector de Magisterio y amigo desde los días de

Gerardo como catedrático de Lengua y Literatura Españolas en Soria, Gervasio

Manrique. Inútil decir que los oficiantes llevaban las insignias y hábitos de rigor,

realizados con figurines de Salvador Dalí y Guillermo de Torre.

Para la quema en las hogueras, que habían de purificar tantos siglos de

desagravio, se habían preparado dos haces de leña, uno mayor, y otro más

52

Íbidem. 53

Íbidem.

48

pequeño para que no se mezclasen las cenizas de una hoguera y otra. Es

interesante y hasta de agradecer que el narrador (o el cronista) no haya escatimado

en detalles a la hora de imaginar los eventos.

Primero ardieron –según el relato de Diego- entre una gran algarabía los

monigotes de trapo realizados por Moreno Villa para representar al erudito topo,

al catedrático marmota y al académico crustáceo, los tres enemigos más

sobresalientes de Góngora. Y después se incendiaron los ejemplares, muchos de

ellos auténticos y otros modelos representativos hechos con papel para la ocasión,

de manuales sobre Literatura Española, como los de Cejador, Hurtado y Palencia;

además de todos los libros de texto representados por los de Méndez Bejarano,

Rufino Blanco, de nuevo Hurtado y Palencia, Felipe Sassone y José Ciurama entre

otros más. Se quemaron también obras de Lope de Vega, Quevedo, Menéndez

Pelayo, Luzán, Moratín, Hermosilla, Campoamor, Galdós, Rodríguez Marín,

Cotarelo, de Ors, Pérez de Ayala, Valle-Inclán, Ortega y Gasset y todos los

boletines de las academias, gramáticas y diccionarios. Por quemar ardieron (y no

se pierda el matiz sarcástico) hasta algunos libros no aparecidos, pero que los

convocados suponían que aparecerían en breve:

Se quemaron también libros inminentes, aún no aparecidos, en simbólico anticipo. Por

ejemplo:

El vocabulario de Góngora, del académico don José Alemany Bolufer (padre) premiado

por la Real Academia Española.

Góngora en la mano (edición Nova Novorum, de García Morente).

Y finalmente, el número homenaje de La Gaceta Literaria54

.

54

Diego, Gerardo, “Obras completas…”, op. cit., pág. 977.

49

La inclusión en la quema del número 11 de La Gaceta Literaria, que había

visto la luz el 1 de junio de 1927, era la consecuencia más directa de las diferentes

opiniones, que como después relataremos, mantuvieron Gerardo Diego y Giménez

Caballero, director de la publicación, sobre la conveniencia o no de publicar la

crónica que nos sirve para hilar estos hechos. Este número 11 era el previsto, y

como tal apareció, para homenajear a Góngora en una publicación que justificaba

su adhesión a los actos «esencialmente en el carácter humanista y cosmopolita de

ambos. Ese carácter que hizo del poeta español del seiscientos un módulo

[modelo] de la época, un tipo superfronterizo, una antena de largas ondas».55

Por

la negativa a Gerardo nuestros autores entendieron que esta publicación, que al

principio pareció decantarse por los propósitos de los organizadores, al final los

había abandonado a su suerte, hecho que no se confirma de repasarse el contenido

del citado número. La “censurada” crónica de Gerardo Diego se terminó

publicando en las páginas de Lola, el suplemento de Carmen, la hermana chiquita,

como él mismo la calificara. Sus revistas al fin y al cabo y donde nadie

cuestionaría su veracidad, que es donde parece ser estuvo el fundamento de la

negativa del director de La Gaceta Literaria.

Por esta misma inquina ya despierta para siempre en los editores de

La Gaceta Literaria hacia el núcleo duro del grupo: Gerardo y Alberti, cuando

meses después tuvo lugar la gira sevillana, los pocos comentarios que incluyó esta

publicación tuvieron un innegable tono despectivo.56

Y es cierto, anticipándose a

lo que pasaría en Sevilla, en su número 24, correspondiente a diciembre de 1927,

se publica:

55

La Gaceta Literaria (Madrid), 1 junio 1927, número 11. 56

Alonso, Dámaso, “Una generación poética (1920-1936)”, en Poetas españoles contemporáneos. Tercera edición, Gredos, Madrid. (El artículo se había publicado por primera vez en Finisterre, núm. 25 en 1948), pág. 155-177, en nota de la 158.

50

Por un lado, el torero –cansado de cabujones y carne de mujerío banal- se compra

la salvación del espíritu con lo que dicen es lo mejor de lo mejor en poesía: el gongorismo.

Haciendo así un gesto de mecenas, de magnate, que no ha tenido ningún magnate de

España. Y subrayando una vez más que el pueblo, lo popular español, es lo único

aristocrático del país.

En cuanto a los poetas que aceptan tal gesto de tronío, se honrarán predicando a las

masas lo que creíamos fue siempre para la minoría, siempre. (No haría menos un socialista

del viejo régimen).

Andalucía, tablado, gongorismo, cuernos.57

En las hogueras se dice también que ardieron las adhesiones que llegaron

desde Sevilla (grupo Mediodía), Málaga (revista Litoral), Murcia (publicación

Verso y prosa), Huelva (revista Papel de Aleluyas), Valladolid, Sigüenza,

Barcelona, Figueras, Gijón, París y Vallecas. También fue pasto de las llamas el

telegrama con el que Jorge Guillén, otra notable ausencia, quiso justificar su falta

por estar en Valladolid, motivo por el que fue excomulgado y apartado del

Góngora F.C., sin que el tribunal del Santo Oficio estimara siquiera como

atenuante el grito de «Viva la novia» con el que terminaba. La novia no hará falta

recordar que era el triste Góngora y el grito otra muestra más del clima reinante en

la organización y en el desarrollo de las jornadas.

57

La Gaceta Literaria (Madrid), 15 diciembre de 1927, número 24.

51

Siguiendo el hilo de la crónica que de los sucesos hace Diego con

profusión de vocabulario y con un marcado matiz literario sarcástico, el poeta dirá

que serían muy recordados y celebrados los juegos de agua con los que decoraron

las paredes de la Real Academia de la Lengua durante la noche. Los responsables

fueron los más ‘arriesgados y tiernos’ gongorinos, que no dudaron en adornar las

paredes de la Real Academia con surtidores amarillos a manera de armoniosas

guirnaldas, distribuyendo el caudal sobrante en algunos monumentos públicos.

«Yo –diría Alberti-, que me había aguantado todo el día, llegué a escribir con pis

el nombre de Alemany –autor de El vocabulario de Góngora- en una de las aceras. El señor

Astrana Marín, crítico que diariamente atacaba a don Luis, descargando de paso toda su

furia contra nosotros, recibió su merecido, mandándole a su casa, en la mañana de la fecha,

una hermosa corona de alfalfa entretejida de cuatro herraduras, acompañada, por si era

poco, con una décima de Dámaso Alonso [...]: Mi señor don Luis Astrana,/ miserable

criticastro...»58

Por la misma Crónica de los hechos sabremos también de estos obsequios.

Dice Diego que los jóvenes inquisidores, maestros y acólitos premiaron con

delicados presentes a algunos de los enemigos más representativos de Góngora:

un marqués, un erudito y un chantajista, personajes de los que se guarda

reproducir sus nombres, pero a los que dice se entregaron sus presentes envueltos

en versos y ofrendas gongorinas. Eran obsequios comestibles y fumigables, y

entre ellos los cuatro ferruginosos coturnos, curvados en arco de herradura,

58

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 232.

52

utensilio muy útil para favorecer los mejores augurios: «Felicidades a todos»,59

debió de ser la consigna. Estos regalos para los antigongorinos –la aportación la

hace Alonso- se prepararon en el cuarto de hotel de José María de Cossío, «amigo

de todos nosotros.»60

Diego, dentro de la Crónica y en un apartado que titula

“Autenticidades”, apostilla: «[De la autenticidad] de los obsequios los propios

interesados, si no es que prefieren callar. Pregúntese entonces a la servidumbre del

Hotel Majestic, que ayudó a confeccionarlos.»61

Cuenta por último que a la mañana siguiente nuestros protagonistas

acudieron a misa de réquiem por el alma de don Luis en Las Salesas Reales, en la

Iglesia de Santa Bárbara.62

Misa a la que solo asistieron los doce organizadores

que recibieron mutuamente, con toda la parsimonia que la ocasión requería, los

pésames reglamentarios. «Y además ¿por qué había de ser menos Góngora que

Cervantes, a quien la R.A.E. dedica una misa por año? Al menos, una por siglo

para el pobre don Luis»,63

reclamaría Gerardo intentando justificar el acto.

De todos modos este episodio lo recrea mucho mejor Dámaso Alonso:

Pero hay todavía un instante en que veo (¡con tanta ternura!) mi propia generación,

como en esa terrible orfandad de un destino de hombres, entre rumor e indiferencia de

siglos amenazadores, delante, detrás: es dentro del bello barroco tardío, dieciochesco, de la

iglesia de Santa Bárbara, de Madrid. Lucen los cirios del altar, y delante se alza un gran

catafalco. ¡No se quejará don Luis: buenas honras le hemos costeado! El funeral por el

descanso eterno de Góngora se ha anunciado en los periódicos; hemos mandado

invitaciones a las autoridades. Nada: ni un alma. La amplia y noble nave está vacía, salvo el

59

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 979. 60

Alonso, Dámaso, op. cit. 61

Diego, Gerardo, “Crónica del centenario…”, op. cit. 62

Dennis, Nigel R., op. cit., pág. 207. 63

Diego, Gerardo, “Crónica del centenario…”, op. cit.

53

trajín del altar y un banco en primera fila, donde están compactos, codo con codo, once

jóvenes, y con ellos, el pobre don Miguel Artigas, único representante de la erudición que

no había atacado al llamado «príncipe de las tinieblas» (Estaba también por casualidad con

nosotros (había venido de Buenos Aires, donde dirigía ya el Instituto de Filología, que a

tanta gloria había de conducir) Amado Alonso, figura importantísima en la crítica literaria y

en la ciencia del lenguaje.) Alberti y Bergamín lucen en la solapa enormes y rojos claveles

reventones. Los oficiantes nos miran de reojo, muy asombrados. Sin duda, piensan: «¡Qué

extraordinario funeral el de este señor don Luis de Góngora!» Al final nos escrutan a los

doce las caras, sin saber por quién decidirse; resuelven, parece, que el rostro más difícil y

lúgubre es el de Bergamín, porque a él es a quien sahuman. Sí; ese banco, en la iglesia

desierta, lo mismo que la barca nocturna en el Guadalquivir desbordado, representa para mí

el símbolo de la unidad generacional en el momento de su más delimitada y compenetrada

unión. El templo vacío tiene un desolado rumor de caracola marina o de lentas eras,

continuas, indiferenciadas. Como un grito en medio del tiempo, está allí clavada la

generación: en un acto positivo de fe estética: homenaje a don Luis de Góngora.64

Sin duda una formidable puesta en escena, en la que de nuevo la

imaginación –en este caso de Dámaso- juega a favor.

Hasta Giménez Caballero se hizo eco de la misa, aunque fuera para dirigir,

sabiendo quién era el celebrado, cómo había de ser interpretada:

Los actuales jóvenes gongoristas españoles, tomando el frente único y tradicional de

Góngora, le acaban de honrar con una misa por su alma. La ceremonia no ha dejado de

tener sentido. Quizá, demasiado sentido. Se ha querido conmemorar en Góngora, su

amistad al decadente ‘régimen’, su profesión clerical, su adulación con los poderosos y su

tolerancia resignada ante la Inquisición, que trató de censurarle sus obras. Se ha querido

conmemorar a Góngora como ‘liquidador de luces’.65

64

Alonso, Dámaso, op. cit., pág. 169 y 170. 65

El Sol (Madrid), 26 mayo 1927.

54

Imaginación, verdades y mentiras

Después de esta prolija relación de sucesos habrá que aclarar algunos

puntos, para entender por qué La Gaceta Literaria no quiso publicar la crónica de

Gerardo Diego. La verdad de todo aquello, del homenaje en sí, e incluso de si lo

contado fue real o no, de si el relato “censurado” fue fruto de la imaginación de su

autor o sucedió de alguna manera, y hasta si lo narrado aconteció en su totalidad o

en parte, lo tendremos que sacar, además de otras fuentes, de la lectura minuciosa

de las palabras de Gerardo Diego en la revista Lola, amiga y suplemento de

Carmen, números 1 y 2, una vez hemos dicho que el “periódico oficial del

acontecimiento”, dirigido por Giménez Caballero, se negó a dar cabida a aquel

escrupuloso relato de actos y desvaríos.

Cuando uno lee las palabras de Diego (y hasta las de Dámaso para la misa)

termina cayendo en la cuenta de por qué, si el grueso del homenaje se proyectó

para Madrid, todos, incluidos sus protagonistas, identifican a Sevilla como el

lugar en el que nace la generación o el grupo literario del 27, olvidando o

relegando a un segundo plano todo el ingenioso –cuando menos- programa de

actos que se desarrolló en la capital del reino a manos de aquellos jóvenes literatos

55

de provincias.

Esta calificación como grupo literario es la preferida por muchos sectores;

incluso es la preferencia que Gerardo ha planteado alguna vez:

El signo de lo que yo nunca he querido aceptar como generación, sino como grupo, fue

ése, el de la fe y la independencia de la poesía. Y dentro del grupo caben no solo los poetas

que escriben poemas, sino los amigos y creyentes y sabedores de poesía que trabajan en

crítica, ensayo, investigación, historia o ampliación en prosa creadora de la muy enigmática

y muy evidente.66

La razón por la que nuestros autores se decantaron por Sevilla, como ya ha

podido irse vislumbrando y que después aclararemos todavía más, no es otra que

el conocimiento de que en Madrid no pasó nada o casi nada, y que lo que estuvo

previsto, como declararon Alberti o refiriera en Lola Diego, terminó siendo un

gran fracaso que «en general ha resultado todo lo pobre y lo inadvertido que, para

vergüenza de España, era de esperar. Los hispanistas extranjeros –como siempre-

han hecho más que nosotros».67

Lo cierto era que las sesiones de homenaje en Madrid no tuvieron ni eco ni

repercusión, motivo por el que los actos de Sevilla (y hasta los de Córdoba,

ciudad en la que se recitaron poemas al paso desde el tren y en la que se

celebraron unos actos que después relatamos) se significarían y enaltecerían como

el necesario, aunque humilde, desagravio con el que reparar el desaliento de lo

acontecido en la capital. Por esta razón las noches de Sevilla, junto a lo publicado

al amparo de Litoral en Málaga, Verso y prosa en Murcia y la Revista de

66

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 1226. 67

Íbid., pág. 986.

56

Occidente en Madrid, se convertirán en lo único reseñable y destacable de todo lo

acaecido en torno a Góngora.

Y había de ser así porque todo ese broche de oro, que se pensó para el

homenaje y que hemos narrado fundamentalmente por voz de Gerardo, en

realidad quedó en poco más que en una cena en el madrileño restorán Achuri,

propiedad de Cástor Jaureguibeitia Ibarra, a uno de cuyos camareros pone

Gerardo Diego como único testigo -al margen de los protagonistas que no

cuentan- de la combustión en la hoguera purificadora de todos los textos que de

una u otra forma habían ultrajado la figura de Góngora y que ya se refirieron. No

hemos podido constatar si la cena fue con disfraces, a pesar de lo afirmado por

Diego, al modo de las veladas surrealistas que se celebraban en Sevilla por parte

del grupo Mediodía. En cualquier caso, fue un triste fin de fiesta para los

supuestos actos en los habría de reivindicarse con todo lujo de propósitos el

homenaje a don Luis y el nacimiento de la joven literatura.

Con el panorama narrado uno empieza a ir comprendiendo que lo poco que

se celebró ocurrió casi únicamente en uno de los salones del citado restaurante, y

que serían después las mentes geniales de los más singulares creadores del siglo

XX español, las que darían cuerda y el soplo de vida a un relato, que si no fue

inventado solo rozó ligeramente la realidad. Razón por la que poco o nada

trascendió en los diarios madrileños del momento de los hechos extraordinarios

que se relataron como sucedidos por boca de Diego.

Y ese fue también el motivo –la no autenticidad o la falta de veracidad del

relato del santanderino- por el que La Gaceta Literaria, que había solicitado y

57

esperaba la crónica de los hechos, se negó a publicarla. La revista, que había

previsto un número especialmente dedicado a Góngora, incluyó en su número 11

(junio de 1927) los poemas y los textos de los autores que se aglutinaron en torno

al homenaje, y antes había publicado algunos trabajos dentro de la sección

“Estación gongorina”, pero rechazó la Crónica de Diego aduciendo «que estaba

llena de falsedades».68

Y como venimos viendo quizás no le faltaba razón.

A fin de cuentas todo apunta a que casi lo único real, o por lo menos

tangible, que habían hecho los gongorinos en honor de don Luis había sido poco

más que una misa, como ya advirtiera GC, que es como en sus ratos de rabia

Gerardo Diego llamaba a Giménez Caballero, quien a su entender jugó a dos

bandas en esto del homenaje: apoyándolo primero y desautorizándolo después.

Vistos los hechos y ya pulidos por el paso del tiempo, ¿qué importaría si

todo aquello fue real o inventado? A estas alturas nadie hizo más por don Luis que

quienes nos ocupan, ni nadie en la literatura española del siglo XX hizo más por

elevar nuestras letras a las cimas más altas, sin olvidar siquiera y como venimos

viendo las de su publicidad y su difusión. Esta opinión es también la de Alberti:

«Y de este entusiasmo juvenil mucho se ha filtrado a la ‘crítica oficial’. Resulta

casi divertido comparar lo que se decía de Góngora en los manuales de literatura

antes de 1927 y lo que ahora se dice.»69

68

Íbid., pág. 979. 69

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 234.

58

La batalla por Góngora en la prensa

En aquel momento crítico, en aquel río revuelto de sueños e intereses,

hubo también un agrio cruce de acusaciones de diversa índole entre Gerardo

Diego, Juan Ramón Jiménez, Giménez Caballero, Sánchez Maza, E. López-Parra

y Francisco Ayala. Aparecen tales acusaciones en artículos publicados

fundamentalmente por La Gaceta Literaria y los diarios El Sol y El Liberal, y que

si bien empiezan cuestionando el valor de Góngora y la oportunidad del

homenaje, terminan tildando de fascista al homenajeado y a sus seguidores.

Hechos que llevarían tiempo después a Rafael Alberti a expresarse en los

siguientes términos:

Hubo otros incidentes, pero de orden periodístico, relacionados con La Gaceta

Literaria y su director, el ya entonces aspirante a fascista Ernesto Giménez Caballero, y con

El Liberal, por un artículo de un viejo ex ultraísta, López Parra, a propósito de un

malintencionado lío armado por el propio Giménez Caballero con motivo de una misa de

réquiem, celebrada en la Iglesia de las Salesas Reales, por el alma, sin duda en los

infiernos, de don Luis. (No quiero comentar esa pelea, de la que Diego salió airoso, por lo

muy estúpida que hoy a distancia me parece.)70

Lo cierto es que, aparte de esta particular versión y juicio de favor de

Alberti, la polémica entre los implicados fue agria y desarrollada con un tono que

por lo menos dejaba entrever el mal ambiente que se respiraba y que se mantendrá

70

Íbid., pág. 232.

59

en el tiempo, hecho fácilmente comprobable de seguirse lo publicado en La

Gaceta Literaria por Giménez Caballero. Reproduciremos a continuación algunos

extractos de los artículos anunciados para que el lector haga su valoración y saque

sus propias conclusiones.

El comienzo de los ataques de Giménez Caballero habría que situarlo tras

la debacle del supuesto homenaje que hubo de realizarse el 23 o 24 de mayo. Dos

días más tarde (26 de mayo de 1927) Giménez publicó en El Sol “Góngora:

primer romántico. Burgués primero”. En el artículo censuraba a los poetas jóvenes

por haber celebrado los aspectos ‘reaccionarios’ del vate cordobés. El texto es una

muestra sin par de la situación que se está viviendo; en él se mezclan al mismo

nivel la erudición, la crítica y la ironía en torno al homenaje. Merece la pena su

lectura, incluso a pesar de sus excesos:

CENTENARIO GONGORINO

1627-mayo-1927

Góngora: Primer romántico. Burgués primero.

LIQUIDACIÓN DE LUCES

Uno se acoda sobre la poesía de D. Luis de Góngora como sobre un Guadalquivir, a la

hora nona de una tarde estival: ansioso de trascendentalismo. El Sol ya no es el Sol. Las

cosas no son ya cosas. Aquel naranjo, de pomas encendidas, ha fundido sus oros para la

linfa del río. Aquel laurel, tiznado de plata en la hora sexta, ha ofrendado sus verdes a la

fluente vena. Aquella cal de azotea –azulialba al mediodía- ha trasportado sus nieves sobre

el cristal de las aguas.

[...]

60

Uno se acoda sobre la poesía de D. Luis de Góngora para ver atardecer. A ver las luces

del día liquidarse, desfallecidas. No hay fiesta más triste y espléndida, al pronto, que

acordarse sobre los versos de Góngora. Los ojos se caen al río. Y, ya ciegos, llegada la

noche, creemos, sin embargo, seguir gozando la orgía de la luz y del agua: color, color y

color.

OCASO Y ALBA (IRONÍA)

Se comprende que al final del seiscientos, refinado, fatigado y acodado al margen

pacífico del río, dejase caer sus ojos tras la magia y tras la fiesta de la tarde gongorina. Pero

se comprende solo a medias. Porque… He aquí la pregunta decisiva y valiente que nadie ha

formulado todavía sobre la significación de Góngora: “El entusiasmo de los gongoristas,

¿surgió por el presentimiento de un ‘ocaso’ o por la presunción de un ‘alba’? El fin del

seiscientos, ¿divinizó a Góngora por su canto de cisne o por su trino de alondra? ¿Qué fue

de Góngora? ¿Un decadente o un ascendente? ¿Un occidental o un oriental? ¿Un consunto

o un asumpto? ¿Un conservador o un revolucionario? ¿Una voz de anciano o un grito de

adolescente?”

(Ironía. ¡Paradoja de Góngora! A Góngora no se le entenderá más que mirándole

bifrontemente.)

“¿Por qué hoy se vuelve a Góngora? ¿Por qué hoy la juventud más delicada y selecta

regresa a enarbolar la espuma y tornasol de Góngora con la emoción inequívoca de los

hallazgos trascendentes? ¿Por Untergans des Abendlantes o por Ausgang des Morgens?

¿Por tirar hacia Occidente o por pensar en el complejo del lejano Oriente? ¿Por decrepitud

o por incrementad? ¿Por menos o por más?”

(Ironía, ironía. ¡Paradoja de Góngora! A Góngora no se le entenderá más que mirándole

bifrontemente.) […]

Góngora, ¿qué era hasta ahora? Por su patria, un bien nacido de tierra ilustre. Por su

familia, un hijodalgo. Por su educación casera, un niño mimado. Por su adolescencia, un

señorito, golfante, pendenciero, jugador, sensual, dispendioso y ególatra. Por su juventud,

un intrigante en Cortes, ansioso de raíces nobles y de amistades doradas. Por su vejez, un

recoleto de tertulias escogidas, un pulidor de estrofas paganas y un buen cristiano en las

61

horas esenciales.

Góngora: ¿qué era hasta ahora? Un cordobés. Fuego, luz, sabiduría. Oro, plata, verde.

La joya más plurifacética y rica de la corona literaria de Felipe III.

Góngora era el logro de la poesía áulica para reyes, magnates y electos. […]

Es decir, Góngora era un ocaso. Un sublime crepúsculo de la poesía tradicional. La

cima de la luz, el vértice de la delicia, antes de morir. El último resultado (maravilloso) de

los esfuerzos hechos desde la corte de Juan II (Mena, Santillana), pasando a través de la de

Carlos V (Garcilazo, Herrera), por conducir la poesía al grado de refinitura clásica, sabia,

‘antigua’ que se apetecía en un pueblo bárbaro y joven como la reciente España. […]

LA PERILLA ROMÁNTICA DE GÓNGORA

La cosa estaba por decir: Porque Góngora traía las primeras noticias de la Revolución

francesa.

* * *

Había algo en Góngora que no podía aclararse con la sumaria explicación de su

aristocraticismo. Del odio al vulgo. Del desdén al resentido. Góngora, con su poesía, no

apartó de sí tanto al vulgo como al ‘aristócrata’, al ‘señor’. La revolución de Góngora no

estuvo tanto en vencer a la plebe como en vencer a las oligarquías gobernantes. El valor de

Góngora estuvo en ‘autonomizar la poesía’… En hacerla disciplina independiente. En

jerarquizarla en rango primate. En dignificar el oficio de juglar, de cortesano, de trovador.

Góngora no es ya Tetrarca, ni Villon, ni Mena, ni Voiture, versificadores mediatizados por

“l’ancien régime”. Góngora es el que, con sus amigos los profesores de provincia, logra

rebajar las testas del Rey, de la Iglesia y la Nobleza (Felipe IV, Paravicino, Villamediana)

ante el supremo escalafón de la poesía. De lo intelectual. De lo culto. De la Razón. Góngora

es, el primer delegado de la ‘Enciclopedia’ en España. Lo ‘a priori’ está ya en él. El triunfo

de los nuevos valores sobre los viejos. Del honesto profesor frente al deshonesto aristarco.

Del burgués frente al feudal y al rey. Del romántico frente al antiguo régimen. De la perilla

frente al mostacho borgoñón. Por eso Góngora lo desprecia Luzán. El XVIII. Pero en los

albores del XIX le abre los brazos Quintana, nuestro Chérnier revolucionario y admirable.

62

JUNTO A LA MISA, UN MORRIÓN DE HONOR

Los actuales jóvenes gongoristas españoles, tomando el frente único y tradicional de

Góngora, le acaban de honrar con una misa por su alma. La ceremonia no ha dejado de

tener sentido. Quizá, demasiado sentido. Se ha querido conmemorar en Góngora, su

amistad al decadente ‘régimen’, su profesión clerical, su adulación con los poderosos y su

tolerancia resignada ante la Inquisición, que trató de censurarle sus obras. Se ha querido

conmemorar a Góngora como ‘liquidador de luces’.

Pero creemos que sería menester reparar tal parcialidad y honrar el otro frente

gongorino. Ese otro aspecto: juvenil, dadaísta, creacionista, musical y absurdo, de poeta

que presentía una clase bárbara avanzando a lo lejos, lleno el corazón de fuerza y de alba.

Por eso –en vez de brindar con Góngora a toreros, aristócratas y sacerdotes- se me

ocurre ofrendarle a los milicianos nacionales. No estaría mal –sería hermoso y de genial

humor- contemplar la perilla de Góngora (romántica) divina, bajo la cúpula casi eslava de

un digno morrión.71

Casi un mes más tarde fue publicada una entrevista ficticia realizada por

Ernesto Giménez Caballero a Gerardo Diego que no haría más que hurgar en la

herida. Recuérdese que todo esto está sucediendo tras la negativa de Giménez a

publicar en La Gaceta Literaria la Crónica de los hechos acaecidos en torno a

Góngora. La entrevista a Diego apareció en la página 1 del diario El Sol el 26 de

julio con el título “Visitas literarias: Gerardo Diego, poeta fascista”. La

provocación estaba servida. En ella se llega a calificar al Comité gongorino hasta

de Junta Patriótica y Somatén y a sus miembros de intransigentes:

REGRESA EL PÁJARO A LA JAULA (G.D.)

71

El Sol (Madrid), 26 mayo 1927.

63

Aun cuando los sucesos literarios revisten entre nosotros una fugacidad

característica y es arduo intentar sacudir la inercia de las gentes con un fenómeno poético,

habría que señalar –sin embargo- el reciente del gongorismo, como un éxito de opinión.

(De opiniones.) Aún se palpa en el aire la estela levemente angustiosa que ha dejado el

tránsito meteórico del centenario gongorino sobre España. Todavía se percibe cierto

desasosiego de los espectadores preguntándose cuál será –entre todas las señaladas- la

auténtica significación de ese Góngora redivivo y reexaltado. Y cómo habrá que interpretar

–por un lado- la furia cultural de los jóvenes cultistas. Y por otro -el recelo desdeñoso de

los románticos viejos, de los austeros liberales.

A pesar de tantas definiciones como han llovido sobre ‘el regreso a Góngora’, da

la sensación de que ninguna ha resultado la satisfactoria y concluyente. ¿No es cierto? Y es

porque ha faltado en la guerrilla de miradas el tirador que agazapándose, sin disparar

ningún tiro, saltase de su posición a sorprender la de cualquiera de los litigantes. La de un

Unamuno, la de un Valle-Inclán –por ejemplo-. La de un Gerardo Diego o un Dámaso

Alonso –por otro ejemplo, opuesto.

Agazapémonos hoy nosotros. Discurriendo hacia esa trinchera alborotadora de

muchachos. Y, sin miedo a su metralla, hagamos prisionero al que parece maniobrar, con

aire de jefatura, la caja de los truenos. Encalabocemos a ese estentóreo: a Gerardo Diego. Y

una vez en la jaula, interroguémosle. Fichémosle.

EL CIELO ES LARGO Y LA HORA CANTA (G.D.)

Gerardo Diego dentro de la celda alarga el brazo diestro, todo tenso, para

saludarnos. Mientras el izquierdo, caído a lo largo del cuerpo, mantiene en su extremidad –

convulso- una cartuchera de métricas clásicas, recién disparadas y humantes aún.

Le invitamos a sentarse, y esta invitación él la rechaza con dignidad elegante.

Permanece en pie, encuadrado como místico, como un soldado, lleno de una exaltación

contenida que despierta respeto en quien la contempla.

Gerardo Diego, viste pantalón gris verdastro. Una faja negra. Y una camisa-jersey

del mismo color.

En vista de esa actitud, uno se sienta. Enciende un cigarrillo. Y comienza un

64

interrogatorio casi inútil. Ya que solo recoge monosilabeos abstraídos y lejanos.

-Gerardo Diego: Cuando usted publicó, en 1925, esos Versos humanos, que le

ascendieron a la simpatía oficial del Estado, con un premio solemne, hacía tiempo que ya

fluctuaba usted, ¿verdad? … Que ya veía las cosas de otro modo (el tiempo largo, la hora

canta…)

-Sí.

-Gerardo Diego: Cuando usted se decidió a la vuelta tradicionalista, al

renovamiento del aula nacional de la retórica, ya este fenómeno se había dado en otros

países…

-Sí.

-Gerardo Diego: Usted vió claro el fracaso revolucionario de la postguerra,

¿verdad? Aquel internacionalismo comunista y anárquico que –iniciado ya en lávant-

guerre- se agudizó en los años inmediatos al armisticio. Aquellos ataques a las fábricas del

verso burgués. Aquel nihilismo de dadá decapitado, desde Barrés, a todos los dioses

penates de las naciones. Aquel sindicalismo gremial de las escuelas poéticas, todas con la

pistola al cinto, con el canto de la máquina y del obrero en los labios y en mano siempre la

bomba de las palabras en libertad…

-Sí, sí.

-Gerardo Diego: Sin embargo usted participó de todo aquello. Las proclamas rojas

del creacionismo le alistaron a usted en aquellas pléyades que por primera vez, en la

terminología histórica de la literatura y como consecuencia refleja del movimiento bélico

de que procedían (¡vocabulario de la Gran Guerra!), comenzaron a llamarse las

vanguardias. Y colaboró usted en Avante!, escribiendo aquella magnífica agresión de

‘Imagen’ (1922), que aún repercute, nostálgica y equívoca, en el posterior ‘Manual de

espumas’ (1924).

-¿En Avante!?

-Gerardo Diego: Avante!, es un decir. Un punto de referencia simbólico en la

política italiana.

-¿Y qué tengo que ver yo con la política italiana?

-No tanto como Marinetti, ni Boccioni, ni Soffici, ni Papini… Pero hoy día –por

65

fas o por nefas- todo el mundo tiene que ver algo con esa política… Y sobre todo, la

literatura de vanguardia… A la que los austeros liberales (viejos románticos) comienzan a

llamar de retaguardia…

-Pero usted sabe muy bien que esos austeros señores dicen cosas muy roñosas,

muchas tonterías…

-Gerardo Diego: En este caso, no es más que tontería a medias. Media inexactitud.

Desde luego, tiene usted que convenir en que la vuelta poemática a la décima, al soneto y a

la silva (¡ese admirable y escandaloso Idilio que acaba usted de publicar en “Papel de

Aleluyas”, de Huelva!), es un regreso al antiguo nacionalismo. Es una vuelta a los valores

consuetudinarios. Es una reacción.

… ACEPTAR TODA LEY ESCRITA (G.D.)

... es, Gerardo Diego, lo que Mussolini ha logrado en Italia. Y lo que

proféticamente predecía Maura entre nosotros (Maura, profeta de vanguardia): “la

revolución desde arriba”. Es decir: el vino revolucionario en odres tradicionales. La Pirueta

en el Orden. La acción directa en el conservadurismo. Los temas poéticos de audacia

estupenda en la formalidad arcaica de una décima.

… Aceptación de la ley escrita, Gerardo Diego, es exaltar como revolución osada

la vuelta a Góngora. A un escandaloso, que es, sobre todo, un castizo. Nada ya de

internacionalismos bolchevizantes. Los escándalos, que sean de cepa definida. Con muchos

colores nacionales. De ahí ese aire de Junta Patriótica y de Somatén que ha tenido el

Comité gongorino. Ese Comité que ha realizado actos de puro corte fascista; de

intransigencia violenta; haciendo tomar el aceite ricino de las venganzas al que no se

sometía, al que no se convencía… Así como la bendición de la bandera gongorina en una

misa de campaña… No hay, pues, que extrañarse si la gente –ante ese pronunciamiento

católico, dictatorial, barroco, arrebatado y pasadista- haya creído ver en él una poesía

maurista, reaccionaria…

Una poesía que ha merecido la consagración estatal, por su “marcha a la Roma de

los premios.” Y que se ha llevado la aquiescencia de los amigos del Orden. De un Pérez de

Ayala, por ejemplo… Y el encono de los no relapsos, de los antiguos camaradas, como un

66

Guillermo de Torre…

* * *

Gerardo Diego me ha escuchado sin perder su talante marcial. Con ese su aire seco

y carlista de montañés que se alía a una dulzura religiosa y musical, de guipuzcoano.

-¿Qué le parece a usted todo esto? Si asiente usted, le dejo en libertad.

Gerardo Diego se encoge de hombros y cruza los brazos. Con gesto de

predestinado. De alma que pone todo su esfuerzo y calor en un credo rotundo, sea cual sea

el contenido de ese credo.

-¿De modo, Gerardo Diego –insisto yo-, que aún no es tiempo de nueva poítica?

¿Qué aún hay mucho que pelear contra los poetas bolchevizantes? ¿Contra los comunistas e

internacionales del verso?

Gerardo Diego, como única respuesta, los ojos agresivos e irónicos, ha roto a

cantar el famoso himno de Farinacci:72

“¡Noi siamo i decimisti

terror de gli ultraisti!”73

El tono de la fingida entrevista era agrio, acusador, sarcástico e irónico.

Los vínculos históricos y literarios que establece, suficientemente detallados, dan

cuenta de la acusación que Giménez pone sobre la mesa. Hay además explícitas

referencias al poema-prólogo Versos humanos, publicado por Diego y de uno de

cuyos versos toma el título del artículo:

Regresa el pájaro a la jaula

abierta –se entiende- y teórica.

72

Roberto Farinacci, fue secretario del Partido Nacional Fascista de Italia. 73

El Sol (Madrid), 26 julio 1927. Caballero se permite el juego con los versos de esta estrofa fascista que podría traducirse como “Somos el terror de la diezmada ultraísta”.

67

Y es grato renovar el aula

polvorienta de la retórica.

El conjunto no deja duda del momento personal que viven ambos

escritores.

De todos modos habrá que recordar como Robert Marrast que «no deja

de tener gracia ver a Giménez Caballero, futuro gran teórico del fascismo español

y turiferario de Mussolini, ¡calificar entonces de fascista a Gerardo Diego!»74

El 31 de julio de 1927 (Gerardo Diego lo cita como del 2 de agosto) la

edición madrileña del diario El Liberal publicó un artículo de Ernesto López-

Parra titulado Los innovadores, que obviando -o desconociendo interesadamente-

el carácter ficticio de la precitada entrevista, incluyó apreciaciones en la misma

línea acusadora:

[...] Ahora ya no cabe duda de lo que piensan y lo que quieren esos señores, y los

que todavía no estaban convencidos habrán de comprender el alcance de todas esas piruetas

y vaguedades con que nos venían amargando la vida desde hace unos cuantos años nuestros

falsos innovadores. Después del artículo del Sr. Jiménez [escrito con J en el original]

Caballero (mi tocayo insigne) todo ha quedado reducido a un grupo más de juventudes

católicas que aspiran a imponerse, a fuerza de greguerías y de aspavientos que ya a nadie

sorprenden ni molestan.

74

Alberti, Rafael, Obras completas, Prosa II, Memorias, Edición de Robert Marrast, Seix Barral y Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2009, pág. 994.

68

Está claro el enigma: ‘Gerardo Diego –dice el visitador Sr. Jiménez- viste pantalón

gris verdastro. Una faja negra. Y una camisa jersey del mismo color’. Ignorábamos que

nuestro buen amigo y buen poeta hubiese ingresado tan de repente en el ‘fascio’ español.

No sabíamos que Diego llevase su idolatría por Mussolini hasta convertirse en ‘camisa

negra’. [...] Para definirse tan claramente con una forma tan acicalada de tópicos y lugares

comunes no hacía falta ese previo escamoteo de ideas con que han venido actuando desde

que surgieron a la vida pública. Góngora -¡qué falta de respeto al gran innovador!- les ha

servido para darse a conocer. ‘De ahí ese aire de junta patriótica y de somatén que ha tenido

el comité gongorino’ –exclama con alegre descoco el director de La Gaceta Literaria.

Y es que en el fondo todos estos jóvenes de la minoría selecta, intelectuales

universitarios –recordad la frase despectiva de Unamuno-, no eran más que señoritos luises

con aficiones irrefrenables al ‘deporte’ de las letras. No sintieron nunca la emoción

ciudadana ni otearon la responsabilidad de su destino. Trajeron a su época el lastre de su

educación primaria en los colegios de jesuitas y toda la cursi erudición de las capitales de

segundo y de tercer orden donde nacieron. Casi toda esta señoritada hórrida de retaguardias

que invade Madrid nos vino de provincias como una lepra distinguida... [...] Y ahora,

dueños de un sector seudointelectual, se atreven a hablar claro, no tienen inconveniente en

hacer un acto de fe en el homenaje a Góngora, que les sitúa dentro de las juventudes

católicas de España. No se les ocurre otro medio más ‘literario’ y renovador para honrar la

memoria del poeta del ‘Polifemo’ que dedicarle un funeral, al que asisten silenciosos y

contritos.75

De aquella disputa nos ha quedado también una carta abierta de Gerardo

Diego titulada El señorito Góngora o una víctima del fascismo en la que el poeta

intenta la defensa de los gongorinos. La carta no fue enviada a ningún sitio pero

fue transcrita en su revista Lola:

75

El Liberal (Madrid), 31 julio 1927.

69

Amigo López Parra: Su artículo Los innovadores en El Liberal del 2 de agosto me

obliga a escribirle esta carta abierta para aclarar las cosas. [...] Conste, pues, que yo no soy

fascista, ni en política ni en arte ni en nada. Que soy igualmente ajeno a todo maurismo y a

toda revolución, desde arriba y desde abajo. Que la ‘pirueta en el orden’ no ha sido nunca

mi lema, sino todo lo contrario, sabiendo entenderlo en cierto sentido: «el orden en la

pirueta». Creo también que es usted injusto con nuestros jóvenes escritores. Algunos –no lo

pudimos evitar- somos de provincias. Reconozco que esto es una pena. Enhorabuena por su

Lavapiés o su Chamberí (si es que usted, como es de creer, es de por esos barrios). Pero ahí

tiene usted, por ejemplo, al propio G.C. en cuya prosa se respira –o se padece- el

característico tonillo plebeyo de los madriles. Los hay ricos (o semi ricos) y los hay pobres;

por mi desgracia, me encuentro en esta segunda categoría. Los hay católicos y los hay que

no creen. Vea usted el caso que nos hacen por ejemplo, en El Debate o en El Siglo Futuro y

se dará usted cuenta de lo poco católica que es, en conjunto, la joven literatura.76

Para abundar en estas disputas, recordando los versos del poema-prólogo

que escribiera Diego para su libro Versos humanos, en el que jugaba con la jaula

como metáfora, Benjamín Jarnés escribiría con el don de la oportunidad en un

pequeño libro titulado Ejercicios:

Creo que la vuelta a la estrofa es la vuelta del vencido. Se vuelve a la jaula cuando no se

sabe qué hacer con las alas.

El poema es un hallazgo, la estrofa es un cálculo…, a veces en el peor sentido.77

Conocedor del pronunciamiento de Jarnés y del momento, estas y otras

afirmaciones fueron retomadas por Francisco Ayala al reseñar el citado libro en

76

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 985. 77

Jarnés, Benjamín, Ejercicios, Cuadernos Literarios, Ed. La Lectura, Madrid, 1927, pág. 85.

70

La Gaceta Literaria de 1º de septiembre de 1927. Ayala, tras reconocer y ensalzar

la doble actualidad del libro, advierte y apunta con tino contra los impulsores del

gongorismo con inusitada picardía:

Las mismas armas de aquellos días pueden servir contra los flamantes augustos de

circo… Antes, la batalla a los filisteos. Ahora –es necesario-, a los mixtificadores. A los

emboscados.

Cuadrilla reaccionaria que Jarnés descubre de un tirón risueño. Colgándole un cartel

afrentoso: ningún nombre propio, sin embargo. Con gesto leve, intransigente. Pero seguro.

[…]

En cada palabra suya, en cada movimiento, está latente el deseo de superar lo hecho. El

imperativo de crear cosas nuevas. La convicción de que no es posible quedarse otra vez a la

zaga.

Jarnés no cree que se deba transigir con ninguna especie de regresión. –Regresión al

casticismo. Al torerismo. Al jesuitismo. Al señoritismo. A todas esas putrefacciones que

reconocen como principal causa una deliciosa cursilería de espíritu.

Jarnés no compadece al vencido: la compasión no es la actitud propia del intelectual puro.

Repugna al impotente que –conocedor de su desgracia- se consuela en remedos fríos. En

tristes espejismos de amante imposible…

Y a su posición despierta, agresiva y pugnaz no puede ponérsele tacha de exceso. Porque

nada tan efectivamente peligroso como esas gentes que se creen de vuelta sin estarlo.

Fáciles a la incitación de cualquier vileza. En el arte como en la vida.

Y es necesario –a toda costa- salvar el arte nuevo.78

La reseña, con citas muy expresas a algunos de los apoyos y algunas

presencias vinculadas al Comité gongorino, molestó mucho a Gerardo, y en

especial la referencia final: «Fáciles a la incitación de cualquier vileza. En el arte

78

La Gaceta Literaria (Madrid), 1 septiembre 1927, núm. 17.

71

como en la vida». El santanderino pidió su inmediata rectificación. Ayala con

cierta sorna previa lo hizo en La Gaceta Literaria de 1 de febrero de 1928:

Es extraño que usted, tan sutil en distinciones habilidosas entre lo personal y lo literario,

no haya comprendido que mi doble afirmación era doble precisamente por referirse –

siempre en términos generales y abstractos- a dos realidades distintas, separadas, aunque de

posible coincidencia.

En cuanto al autor de Versos humanos, puedo asegurarle que en ninguno de sus actos –

sean o no de contrición- he encontrado vilezas. (Ni siquiera en la reciente publicación de

ese papelón enfurruñado, ¡tan gracioso el pobre!)

Por lo demás, si hubiera reparado en que yo hablaba de peligro para el arte, se hubiera

librado de tal zozobra: fácil era comprender que no me refería a sus producciones.

Por hoy, nada más. Creo que habrá quedado satisfecho de mi rectificación.79

Diego, a pesar de la calificación de sus revistas y de su crónica como

‘papelón enfurruñado’, agradeció la rectificación en otra carta reproducida en el

número 3-4 de Lola, y en cierta manera todo quedó zanjado.

Controversias aparte, lo cierto es que después de tanto ir y venir por este

mar de acusaciones, habrá que concluir que en casi todo lo referido, y ahí están

los textos, hubo mucho de literatura, y hasta bastante de teatro, de representación

fantasiosa más que de realidad. Y sus autores lo sabían. Quizá por eso ya lo

advirtió Diego en las últimas líneas de su Crónica del homenaje:

(Escena última. Yo: -Qué ganas tenía de quedar libre de este gran pelma de don

79

Íbid., 1 febrero 1928, núm. 27.

72

Luis. Alberti: -Hasta la coronilla, chico. ¡Qué lata! (Dámaso refunfuña).80

Un apoteósico final para una puesta en escena digna de algunos de

nuestros mejores autores, como sería después el caso. Habrá que reconocer

también que aquella función, si no fue la más importante de sus vidas, casi con

bastante probabilidad sí fue la obra que los hizo más famosos, sin que importara

siquiera que tuvieran que sufrir cierto desgaste:

La verdad es que estábamos todos un poco hasta la coronilla al terminar el año y la

campaña de Góngora. Y por debajo del en conjunto resultado favorable, positivo, se formó

un confusionismo entre gongorismo, neogongorismo y simplemente homenaje de

desagravio a Góngora, del que todavía no estamos curados del todo.81

Cansancio de Góngora que unos notaron más que otros en sus huesos.

Rafael tampoco fue ajeno al desfallecimiento. Sobre la situación en la que derivó

su compromiso con el homenaje este poeta escribiría más tarde: «Al volver a

Madrid, nubes internas de tempestad me llevarían a oscurecerme por un tiempo,

para lanzarme luego al desconcierto, duro y desesperado, de mis años finales,

antes de la República.»82

Existe también una carta de Rafael, rescatada del archivo de los herederos

de Sánchez Mejías por Andrés Amorós y Antonio Fernández Torres para la obra

Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la Edad de Plata, que debidamente

contextualizada en este verano de 1927, nos presenta al Alberti derrumbado y

80

Diego, Gerardo, “Crónica del centenario…”, op. cit. 81

Diego, Gerardo, Obras completas..., op. cit., pág. 1230. 82

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 243.

73

abatido, víctima del ‘gran fracaso’ antes preconizado, que no encuentra el camino

que espera para vivir de las artes. Transcribimos casi en su totalidad la carta dado

su considerable interés para situar al poeta en el momento que vive:

Madrid, 16 de agosto de 1927

Ignacio, señorito, gloria de España.

Hola.

Yo debía haberte escrito hace ya mucho tiempo. Pero la pereza, la vagancia celeste... En

fin, que ahora te escribo. [...] Y que resulta de que yo no tengo ganas de estudiar y que

tocateja vino y la mula estaba tampoco... (Todo esto es coña).

Y la literatura, una mierda. Así: una M. Mejor dicho: esto de estar parado en el mundo,

es una M. Mejor dicho todavía: esto de no tener ni blanca, es una M.

¿Cuándo ponemos nuestra gran barraca de feria? ¿Te imaginas tú a Villalón haciendo de

tío Cristóbal entre dos cortinillas de percal? Y yo también te veo a ti, no se por qué, vestido

de cura y metiéndole mano a una criada. ¿Te gusta la función?

Por aquí anduvo García Lorca. Hablamos mucho de ti. Está deseando conocerte.

Estamos muy amigos, como siempre. Nos admiramos (¡Ja, ja, ja!)

[...]

Escribo bastante. Quiero terminar un libro de poesías largas. (El de toros lo comenzaré

más adelante). He escrito un madrigal al billete de tranvía; y una fábula de Romeo y Julieta.

Romeo es un auto, roba a su novia y, cuando se va a acostar con ella, se encuentra con que

su cuerpo es de madera y sus pulmones, dos gramófonos de plata.

[...]

Un fuerte abrazo de

Rafael Alberti.83

83

Amorós, Andrés y Fernández Torres, Antonio, Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la Edad de Plata, Editorial Almuzara, Córdoba, 2010, pág. 249.

74

Esta situación de Alberti no es nueva. Mucho tiempo después, en las

páginas de La arboleda perdida, no dudará en hacerse eco de las penurias e

incomodidades que pasaba en Madrid. Nos quedamos con un ejemplo:

La realidad exterior que me circundaba, urdiéndose en la mía, sacudía mis antros con

más fuerza, haciéndome arrojar en medio de las calles, enloquecida lava, cometa

anunciador de futuras catástrofes. Lo hacía enfermo, solo. Nadie me seguía. Un poeta

antipático hiriente, mordaz, insoportable, según los rumores que me llegaban. Envidiaba y

odiaba la posición de los demás: felices casi todos; unos con dinero de su familia; otros,

con carreras, para vivir tranquilos: catedráticos, viajeros por universidades del mundo,

bibliotecarios, empleados en ministerios, en oficinas de turismo... ¿Yo? ¿Qué era yo? Ni

bachiller siquiera; un hurón en mi casa, enemistado con los míos, yendo a pie a todas

partes, rodando como hoja y con agua de lluvia en las plantas rotas de los zapatos. Quise

trabajar, hacer algo que no fuera escribir. Supliqué entonces a varios arquitectos amigos me

colocasen de peón de albañil en cualquier obra. ¡Cómo! Imposible. Pensaban que era una

broma, una extravagancia o manera de llamar la atención. Y, sin embargo, yo insistía:

pocero, barrendero, lo peor, lo más modesto, lo más rebajante... Me urgía salir de aquella

cueva cargada de demonios, de insomnios largos, de pesadillas. [...]84

El estado de desanimo no es exclusivo de Alberti, hasta Lorca (del que

Rafael se carcajeaba en la carta anterior por su supuesta amistad) sentencia en

entrevista que le hace Giménez Caballero para La Gaceta Literaria a finales de

1928: «Ya está bien de la lección de Góngora.»85

84

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 247. 85

Garza, Rafael, El deseo y ... la realidad. Documental. Ojomovil y asociados S.L. producciones,

75

Desenredando el ovillo gongorino y la verdad

Pero las claves para entender cuánto hubo en los actos de Madrid de

fantasioso e inventado no las encontraremos hasta cincuenta años más tarde.

Gerardo Diego pone las cosas en su sitio en un artículo publicado en el diario

Arriba el 30 de enero de 1977 con el título Los sucesos, que se acompañaba de

una ilustración de Cheusa que representa un cenicero en el que se queman unos

papelitos:

Y viene ahora la crónica de los sucesos. Porque hubo sucesos. Ocurrieron hechos y

se imponía contarlos. Lola los cuenta más resumidos que en la primera versión, que, como

consta en sus páginas, no se publicó por causas ajenas a su voluntad. La opinión pública,

desde que apareció Lola, se dividió en dos bandos. Los que creyeron todo lo narrado y los

que no creyeron nada o poco menos. La verdad está de parte de los primeros, pero hay que

tener pesquis para distinguir entre lo real y lo metafórico o simbólico. Hubo auto de fe.

Léase sin más la crónica. Que todo quedase en la combustión de una hojilla de papel de

fumar no invalida la rigurosidad del suceso. La lista de libros herejes y nefandos la hicimos

entre todos. Se los condena a la hoguera purgativa, no por sus menguados méritos literarios,

que en otra ocasión hubieran sido juzgados y aun glorificados en algunos casos, sino en

relación con su gongorafobia.

En cuanto a los juegos de agua, fueron como otro panegírico al duque de Lerma.

No hubo escándalo alguno. Era de noche, y, sin embargo, llovía. Los obsequios: los

beneficiados con ellos fueron Bradomín, al que Alberti llevó y entregó en su domicilio el

Madrid, 2009.

76

objeto de una indelicada décima, en la que varios pusimos nuestras manos y que siento no

recordar íntegra. Empezaba así: ‘Bradomín, yo os juro a tal / que mi olivo en plata fina / no

lo trueco a vuestra encina / honor del Caramiñal...’. Después venía lo peor. El erudito era

Justo García Soriano, y el otro, Astrana Marín, que había empezado a atacar no solo a

Góngora, sino a nosotros, llamándonos maricas o cosa parecida. Todo, antes de salir Lola.

Lo único verdaderamente serio fue la misa por el alma de don Luis.

Rigurosamente histórica y cristiana. Al final, el oficiante se acercó al banco del duelo y

preguntó por «la parte», y todos le señalamos a Bergamín, que muy compungido recibió el

pésame. Continúa la crónica entre el número 1 y 2, aludiendo a varias zarandejas de lo que

se dijo y no se dijo, se escribió y no se escribió. Está tan claro en los autos de ‘Lola’ que no

precisa glosa alguna. Además, al cabo de medio siglo, estas leves pelamesas –pélame ésas-

perdieron toda posible carga explosiva. Algo así puede aclararse. Tal la broma que le gasté

a Federico [...]

En mi respuesta a López Parra, aparte de algunas precisiones sobre fascismo y

fascistas, con predicciones que se cumplieron al pie de la letra, hay una apreciación sobre

provincianismo que viene hoy mismo, y todavía a cuento a propósito de declaraciones y

juicios de Juan Ramón y de Antonio Machado. El madrileñismo y la alabanza de Corte y

cortesanos se aplican por el uno y por el otro en elogio de Lope o de sí mismo. K.Q.X. me

acusa de «gratuitas ideas fijas provincianas» y me acusa de que ellas, mis ideas, «creen ser

aún ¡las pobres! gallardías universales». Y me lo echa en cara el que a sí mismo se apoda

“andaluz universal” y es nacido en Moguer, más distante de la Puerta del Sol que mi calle

de Atarazanas. Y el bueno de don Antonio, en cambio, opina que Góngora es «un pobre

cura provinciano», como si Sevilla no fuera tan provincia y tan alejada de la corte de los

Austrias (en el original se dice los Asturias) como la patria de don Luis. En todo caso,

donde está Góngora y donde está Lope, naturalmente, está la más auténtica capitalidad

poética española, digan lo que quieran los meridianos y la geografía política.86

86

Arriba, 30 enero 1977.

77

Aunque el artículo no tiene desperdicio, por nuestra parte nos paramos en un

vocablo usado por Diego que no es demasiado usual pero que sí tiene para el caso

trascendencia (e importancia). Dice el poeta que “La verdad está de parte de los

primeros, pero hay que tener pesquis para distinguir entre lo real y lo metafórico o

simplemente simbólico”. Y dice nuestro diccionario que pesquis es cacumen,

agudeza, perspicacia. Y que perspicacia es penetración de ingenio o

entendimiento, pero también facultad del hombre para discurrir o inventar con

prontitud y facilidad.

De todos modos Los sucesos y su irrealidad y trascendencia coleaban entre

los del 27 de mucho tiempo atrás. Por ejemplo, pocos meses más tarde y al hilo de

la Crónica publicada en Lola, a nivel privado y en carta a Antonio Marichalar a

finales de febrero de 1928, Diego hacía unas consideraciones que tampoco pueden

obviarse:

[...] Todos queríamos celebrar a Góngora, pero si alguno de nosotros no se

hubiera propuesto llevarlo a cabo por encima de todo, es de suponer que hubiera sucedido

lo que con el tomo de prosas: el consabido ‘unos por otros’. Del proyecto inicial formaba

parte la Crónica o Relación anónima. Si yo no la hubiera escrito ¿la habría escrito alguno?

Y era más necesaria esa Crónica para aclarar las confusiones, no todas de buena fe, que

aparecieron en los periódicos. Yo no he pretendido edificar a nadie. Me considero falible y,

en muchas cosas, culpable. No soy tan fiero inquisidor como me pintan. Usted sabe que

nuestros autos y actos de inquisición, tan auténticos (usted presenció la hoguera) como

ligeros y eutrapélicos, que algunos censores han tomado tan ridículamente por la tremenda,

no fueron más que una inevitable expansión de un momento juvenil y primaveral. Tres días

78

de asueto y de broma, bien ganados por algunos de nosotros que previamente habíamos

trabajado en serio varios meses en honor de Góngora. Burla, burlando, una manifestación –

intrascendente- de independencia y de irrespetuosidad a cosas y personas, respetables sin

duda, pero que dejaban de serlo por su conducta reprobable y torpe frente a Góngora.

Y no es que yo crea que el nombre de dos Luis es sagrado e invulnerable.

Ninguno humano lo es, ni siquiera el de Cervantes. Yo le propuse a Gecé un artículo en su

periódico atacando duramente a Góngora, para lo que no me habrían faltado razones,

mejores, claro está que las necias –nescio, is, ire- de García Soriano en el coránico boletín

académico. Y el desconcierto de mucha gente me habría divertido mucho.

Y es que en España, querido Marichalar, no se comprende la broma o la sátira

inocente, festiva, alegre, desinteresada; sino el ataque injusto, envidioso, sectario, amargado

y barriendo para casa.87

En similar sentido, pero muy tímidamente, dejaría también entrever algo

Dámaso Alonso en la versión que publica de los hechos en 1948:

Gerardo Diego recogió en su revistilla Lola la crónica de ese centenario. Hay allí

algunas bromas que no deben tomarse al pie de la letra (la quema de libros no fue más que

en efigie); pero, en general, es muy verdadera, y al leerla antes de escribir estas líneas se me

han desempolvado bastantes rincones de mi viejo museo romántico. ¿Quiénes firman las

invitaciones? Jorge Guillén, Pedro Salinas, yo, Gerardo Diego, Federico García Lorca,

Rafael Alberti: he ahí, pues (eliminado yo), la nómina completa de las figuras centrales de

la generación en su primera época, ahora coligadas para rendir homenaje a Góngora.88

Una confesión «Hay allí algunas bromas que no deben tomarse al pie de la

letra» que se tuerce al final, y que habrá que justificar recordando, como hiciera

87

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 99-100. 88

Alonso, Dámaso, op. cit., pág. 169.

79

Gerardo Diego, que de aquellos actos –al contrario que de los de Sevilla- Alonso

ni siquiera había sido testigo por encontrarse -como ya hemos dicho antes-

«secuestrado por unos alemanes en la Sierra de Guadarrama». Llama la atención

que se fije en quiénes son los firmantes de las invitaciones, cuando hemos ya

referido y probado que todas las firmas que aparecen en las convocatorias fueron

realizadas por la misma persona.

Sin menosprecio de la obra literaria de los instigadores de los actos, lo que

sí se va vislumbrando es que el resultado de aquella maravillosa invención iba a

tener su plus de mercadotecnia literaria muy en consonancia con los usos

editoriales de la modernidad, pero de la que Alberti, sin embargo, nunca refirió

nada en el sentido que sí lo hicieron Gerardo y Dámaso; es más, jamás aludió a

que hubiera invención o exageración en lo que ha pervivido de aquellos días en

Madrid. Alberti siempre se limitó, además de a su mención en La arboleda

perdida, a remitir a quien se interesase a la crónica publicada por Diego,

convertida de alguna manera en la “versión oficial” de los hechos. Sí tenía, como

hemos ya repetido, muy claro que lo de Madrid había sido en cierta medida «un

gran fracaso»;89

y así lo menciona en sus memorias, donde también deja sitio para

todo lo contrario:

¡Fue un gran año aquel 1927! Variado, facundo, feliz, divertido, contradictorio. Para mí,

sobre todo, pues hasta estuve a punto de ser torero, cuando por segunda vez mi salud comenzaba a

resentirse y una tremenda tempestad de toda índole me sacudía ya por dentro. 90

89

Alberti, Rafael, La arboleda..., op. cit., pág. 229. 90

Íbid., pág. 234-235.

80

Es curioso también observar cómo Pedro Salinas, que aparece como uno

de los ‘instigadores’ de los actos de homenaje, deja en su correspondencia, que va

desde el 3 de agosto de 1926 al 9 de agosto de 192791

, buenas muestras de su

compromiso con los organizadores, así como importantes rastros sobre el proceso

de elaboración, y hasta de las discrepancias que mantiene con Gerardo Diego

sobre la posible ordenación de los sonetos de Góngora, cometido que se le había

encargado para ser publicados como libro por la Revista de Occidente. Sin

embargo no dice nada en esa misma correspondencia -ni en ningún momento- de

los actos supuestamente acaecidos en Madrid en los que hubieran sido los días

cumbre del homenaje. Y si refiere algo es para darnos a entender justamente lo

contrario; como cuando en carta a Jorge Guillén del 10 de mayo de 1927, a 14

días de la conmemoración y estando en la capital, aprovecha para quejarse: «La

joven literatura dispersa: nos vemos poco, por no tener lugar de reunión fijo.»92

El mismo escritor meses antes -en marzo- había manifestado a Gerado

Diego su queja por «las actitudes de los maestros» (entiéndase Valle, Unamuno,

etc.) sobre la conmemoración: «Son lamentables, por ellos. Algunas no me las

explico».93

91

Salinas, Pedro, Obras completas III. Epistolario, edición de Enric Bou y Andrés Soria Olmedo, Cátedra, Biblioteca Aúrea, Madrid, 2007, pág. 172 92

Ibid., pág. 186. 93

Íbid., pág. 183.

81

Este desapego y esta distancia entre los miembros del homenaje también

sería reconocida por Diego en carta de 17 de mayo de 1927 a Miguel Artigas

remitida desde Gijón cuando faltaban poquísimos días para los actos centrales del

homenaje y cuando todavía dudaba si podría incluso participar del mismo:

Deseo estar en Madrid el día 23. Veré si los exámenes de nuevo curso me lo permiten.

Hay que armar algún escándalo ese día. Con menos de apedrear la casa de Valle-Inclán e ir

a la Comisaría no me conformo.

Sin noticias ¡desde Marzo! de José María [Cossío]. Y poco menos de los demás

gongorinos.94

Invenciones o fantasías a un lado, otra cosa sería la importancia y la

repercusión de los actos en la consideración de Góngora en los planes de estudio

españoles, del mismo modo que en el marco de la historia literaria. Y también

parece obvio que ya en todo aquello lucía el propósito de la gloria de los

instigadores, e incluso más que el propio de la memoria del homenajeado, hasta

tal punto que uno de ellos, José Bergamín, un tanto receloso de la técnica de

autopromoción que todo lo pretendido pudiera representar, llegó a calificar

después al grupo como ‘Generación del 27 Sociedad Anónima’, proclamando un

acentuado carácter mercantil para un colectivo que tuvo claro desde el principio

que sin repercusión en los periódicos del momento, sin impacto social, ni aquello

ni ellos serían nada.

Ha de advertirse que la disputa entre Giménez Caballero y los compañeros

94

Morelli, Gabriele, op. cit., pág. 116.

82

de aventura había llegado a tal a partir de los actos en torno a Góngora, que en

julio de 1927, en el número 14 de La Gaceta Literaria, publica una “carta

astronómica”95

titulada “Universo de la literatura española contemporánea”, en la

que a modo de planetas, estrellas y galaxias se vislumbran los más importantes

autores de la literatura contemporánea y los periódicos y revistas a los que se

vinculan. En ese universo, se obviarán los nombres de Alberti, Guillén, Lorca,

etc. A Salinas se le situará en la órbita de Ortega y Gasset, a Bergamín como

satélite solitario en torno a Juan Ramón, y a Dámaso Alonso y Gerardo Diego en

las inmediaciones de Menéndez Pidal y la Revista de Filología. .

En el mapa sí se incluía un satélite con el nombre de “Residencia”, junto al

que aparecía la expresión FRAUD, en referencia a Alberto Jiménez Fraud, el

primer director de la Residencia de Estudiantes.

De verbena por Góngora Entre los actos programados para festejar el centenario se incluía también

“una verbena andaluza decorada por nuestros artistas”. Poco sabemos de ella y lo

que conocemos juega en ese universo fantasioso que ya hemos advertido para

otras iniciativas.

95

Este mismo “Universo de la literatura española contemporánea” se incluyó en el libro Carteles de Gecé (Giménez Caballero), Madrid, Espasa-Calpe, 1927.

83

Es Francisco Ayala quien se hace eco de la misma en su colaboración para

el número que La Gaceta Literaria dedica al homenaje. No tiene desperdicio, es

otro ejemplo de irrealidad y de invención literaria. Es parte del juego y una buena

muestra del espíritu y de la sorna reinantes. La reproducimos:

PREGÓN

A 50 céntimos. Con explicación completa. Góngora, al alcance de todas las fortunas…

Pasen, señores, a ver el fenómeno; pueden entrar en el laberinto de las Soledades y

asomarse a las vistas maravillosas por la lente única de Polifemo.

Y todo por 50 céntimos.

BARRACA

De madera pintada. Con grandes lienzos llenos de alegorías: imágenes primitivas, para

ir haciendo ánimo.

En lo alto, en el frontispicio –letras gordas y desiguales- un letrero: GÓNGORA.

Luego, en cualquier parte, una tela -cartel explicativo, hiperbólico- con la ingenuidad de

todos los carteles. Ortografía arbitraria: ¡tanto mejor!

Y los colores íntegros, limpios (rojo, azul; qué clasicismo. Qué auténtico Partenón, esa

barraca) por los cuatro costados.

“La cabeza viviente. La cabeza parlante: sin radiotelefonía. ¿eh? Sin gesto tierno de

cabeza tronchada.”

Hay que entrar a ver el prodigio: no importa que ya estemos prevenidos contra la

suplantación, y que hayamos visto el juego de espejos –bien sencillo de otras cabezas

portentosas.

84

Hay que entrar a verlo. Y a asomarse por el cristal de Polifemo. Y a perderse –sin hilo

de Ariadna- en el laberinto de las Soledades.

INTERIOR

En el centro, centro, la cabeza del poeta. Cortada. Puesta sobre un plato, en un trípode.

Los ojos, amoratados, entornadizos. Los labios, flácidos. La memoria, perdida. Y sobre la

cabeza -nada de calvicie-, un hervor de serpiente. Una hoguera verde: llamas frías,

retorcidas.

Cabeza gorgónica, de Medusa. Qué terror y qué encanto.

Bajo el plato, un cartelito: NO MIRAR. PELIGRO DE MUERTE. CONVIERTE EN

PIEDRA.

La combinación de espejos, da miedo. No hay manera de encontrar la raya delatora.

¿Por qué no llevan la cabeza a un bosque? Petrificaría al bosque, el sol, el aire. Se

crearía una catedral verdosa…96

Leído el texto de Ayala y asumida su capacidad creativa, algo tan presente

en los actos que venimos contando, cualquier comentario resulta incluso

improcedente.

En el mismo número 11 La Gaceta Literaria incluyó también reseñas que

referían el impacto o la presencia de Góngora en la literatura de otros países y en

otras lenguas. Uno de los rescates que lleva a portada la revista, empeñada en el

carácter europeísta del poeta, es una de las poesías más singulares de don Luis, un

96

La Gaceta Literaria (Madrid), 1 junio 1927, número 11.

85

soneto que, a juicio de la dirección de La Gaceta Literaria, hace evidente que

tanto la publicación como el poeta tienen afán universalista y pluralidad de

lenguas, razón por la que ambos coinciden en este propósito y en este momento.

Por eso, para ese pretendido homenaje internacional, «el mejor retrueque

agradecido que Góngora puede prestar es el de ofrecernos su famoso soneto

cuatrilingüe»97

:

Las tablas del baxel despedaçadas

(signum naufragü pium et crudele)

del templo sacro con le rotte vele

ficaron nas paredes penduradas

Del tiempo las injurias perdonadas

et Orionis vi nimbosae, stallae

recoglio le smarrite pecorele

nas ribeiras do Betis espalhadas.

Volvere a ser pastor, pues marinero

quel Dio non vuol, che col suo strale sprona

do Austro os assopros e do Oceam as goas;

haciendo al riste son aunque grosero,

di questa canna, gia selvaggia donna,

saudade a esferas, e aos penedos magoas.

97

Íbidem.

86

87

tres El centenario en Córdoba

No se ha hablado mucho del homenaje en Córdoba, la ciudad natal del

poeta, solo existe alguna mención aislada a lo dichoso de los actos por parte de

Rafael Alberti, y la evocación de que durante el viaje que realizan a Sevilla

estuvieron recitando poemas al paso del tren por la travesía de la ciudad, de la

misma manera que a la altura de Baeza recitan versos de Antonio Machado.

Sin embargo, y a pesar de las pocas referencias, hubo homenaje en Córdoba,

la ciudad a la que el poeta había dedicado uno de sus más conocidos sonetos, y al

que Manuel Falla habría de poner música.

En el diario El Sol de 24 de mayo de 1927, una noticia firmada por Febos da

cuenta del programa previsto:

Hoy, lunes [se refiere al 23 de mayo], se cumple el tercer centenario de la muerte del

Ilustre poeta cordobés D. Luis de Góngora y Argote. Con este motivo se celebran varios

actos conmemorativos que, iniciados por la Real Academia de Ciencias Cordobesa y

patrocinados por el Ayuntamiento y la Diputación, se dedican a conmemorar al egregio

racionero de Córdoba.

88

Ayer dio la décima y última conferencia del ciclo organizado por la Real Academia

Cordobesa el director de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, de Santander, D. MiguelArtigas,

quien desarrolló el tema “Góngora y el gongorismo”. El conferenciante hizo una exposición

de la modalidad poética del vate cordobés.

El acto se celebró en el Círculo de la Amistad. El orador fue muy aplaudido y felicitado.

La Academia de Ciencias ha obsequiado con un banquete a los señores Artigas, Salinas

y Bacarisse, oradores que han actuado en la última etapa del ciclo de conferencias sobre

Góngora.

En la Escuela graduada aneja a la Normal de Maestras se celebró una simpática fiesta

escolar en honor de Góngora.

Engrosa diariamente la suscripción popular abierta para colocar en lugar preferente de

la entrada de Córdoba una artística lápida de mármol en la que ha de esculpirse un soneto

de Góngora dedicado a esta ciudad.

Hoy se doblará por Góngora en todas las iglesias y ermitas de Córdoba.

En la iglesia catedral se celebran a las once de la mañana solemnes exequias costeadas

por el Ayuntamiento. Asistirán las autoridades, corporaciones y elemento oficial. Se dirá

una misa de réquiem con oración fúnebre y se cantará a toda orquesta el “Responso” del

maestro Gómez Navarro.

Terminada esta ceremonia litúrgica, el obispo de la diócesis, doctor Pérez Muños, se

trasladará desde el trono pontifical, seguido de las autoridades, a la capilla de San

Bartolomé, donde yace el príncipe de los poetas líricos castellanos.

A las siete y media de la tarde celebrará hoy la Real Academia de Ciencias, Bellas

Letras y Nobles Artes de Córdoba sesión extraordinaria, solemne y pública en honor de

Góngora en el salón de fiestas del Círculo de la Amistad para cerrar con ella los actos de

homenaje al inmortal poeta cordobés.

Hablará en nombre de la Academia D. Rafael Castejón, se leerán poesías de Góngora,

se estrenará el himno escolar compuesto para este acto por el poeta Sr. Iñiguez y el maestro

89

compositor Sr. Gómez Camarero, y finalmente pronunciará un discurso relativo a Góngora

el catedrático D. Antonio Jaén.

Con la celebración de estos actos conmemorativos del centenario del ilustre racionero y

poeta cordobés ha cumplido la Real Academia Cordobesa una de sus más altas misiones. El

académico D. José María Rey, cronista de la ciudad, ha publicado un admirable folleto

relativo a Góngora para los niños de las escuelas públicas.98

Como se ha dicho, Salinas, Bacarisse y Artigas participan de los actos

cordobeses. Sin embargo, Artigas, que escribirá para La Gaceta Literaria una

crónica de los actos que se hacen en Córdoba, no alude a la presencia de Pedro

Salinas en la ciudad para participar del homenaje. Sí cita a Andrés Ovejero. Sin

embargo por la crónica de Febos y por su correspondencia sabemos que estuvo en

Córdoba y que pronunció el discurso “Góngora, poeta difícil”, que ahora puede

encontrarse entre sus ensayos en sus obras completas, y que entonces fue

extractado en el Boletín de la Academia de Bellas Artes de Córdoba, VI, 8 (enero-

junio de 1927). Existe incluso en el archivo personal de Gerardo Diego «una

tarjeta postal, sin fecha, pero de mayo del 27, en la que bajo el lema “Córdoba-

Góngora”, firman Bacarisse, Artigas y Salinas.»99

En la correspondencia de Salinas hay también algunas cartas que aluden a

su presencia en Córdoba el día 19 de mayo para intervenir en el Círculo de la

Amistad. El 15 de marzo de 1927 Pedro escribe a Gerardo desde su puesto en la

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla y le comenta el curso

del trabajo que se le ha encomendado sobre los sonetos de Góngora. Salinas

aprovecha además para quejarse de la posición de sus maestros (Juan Ramón, 98

El Sol (Madrid), 24 mayo 1927. 99

Salinas, Pedro, op. cit., pág. 200.

90

Machado, etc.) en torno al homenaje:

[...]

Mis sonetos (en referencia a los de Góngora) están ya al acabar. Me he decidido por el

orden cronológico, para no ser excepción en la serie, aunque ya sabe usted que yo tenía

cierta inclinación por el de asuntos. En estos momentos busco fechas de los sonetos que por

no estar en Chacón van sin fecha en F. Delbosc. Tarea difícil a ratos y enojosa siempre. [...]

¿Qué le parecen a usted las actitudes de los maestros? Son lamentables, por ellos.

Algunas no me las explico.

Otra consulta: he sido invitado por la Academia de Córdoba para una conferencia. Yo

no tengo la menor simpatía por el enlace de Góngora con Academias que tanto le

maltrataron siempre, pero me parece mal negarme. Y decidiría a aceptar si supiera que

usted o algunos de entre nosotros van a venir a Córdoba. Le suplico su opinión. [...]100

Algo más tarde y muy cercana la fecha del aniversario, el 10 de mayo,

Salinas escribirá a Jorge Guillén para comentar aspectos cotidianos y los últimos

cambios acaecidos en su vida tras su traslado a Madrid durante las vacaciones

universitarias de primavera:

Querido Jorge: nuestra venida a Madrid no ha significado para mí hasta ahora gran

bienestar ni reposo. Tuvimos primero a los chicos maluchos; Jaime con una especie de

enfermedad de adaptación física a la corte, sin duda asustado de sus grandezas. Y yo

abrumado de trabajos de encargo, que cada vez me molestan más, y sin tiempo para el

trabajo gustoso. El prólogo para los sonetos, la conferencia que he de dar en Córdoba el 19,

mi traducción para J. Ramón, en fin, fastidios. [...]101

100

Íbid., pág. 183. 101

Íbid., pág. 186.

91

Sin embargo en la prensa no hemos hallado referencias específicas de su

participación. Sí existe sobre los restantes autores y en el sentido que ahora

diremos.

Miguel Artigas, que había publicado con el patrocinio de la Real Academia

de Córdoba la obra Don Luis de Góngora y Argote, Versos de Góngora. En el

centenario del óbito del poeta, es quien nos dará cuenta, además de su

intervención, de la celebración en sí misma y del clima que rodea la

conmemoración en la ciudad. Lo hace en La Gaceta Literaria:

Hay en esta urbe, hermosa y grave una institución secular que es como el arca santa del

cordobesismo: la Academía de Ciencias. Hombres jóvenes, de las más diversas aficiones y

actividades; pero todos despiertos y avizores, [que] al tanto de lo que pasa en el mundo del

espíritu, comprendieron que el Centenario del Poeta era un caso de honra y de más valer

para su pueblo. Desconfiando al principio de sus fuerzas, invitaron a otras instituciones

también seculares y obligados a una colaboración. No les arredró el encontrarse solos, y

redoblaron sus esfuerzos. Se dieron cuenta de que, ante todo, había que sembrar el

gongorismo en su propia tierra, y formaron dos excelentes equipos. Uno de ellos, desde

primeros de Mayo, recorrió los principales pueblos de la provincia: Bujalance, Priego,

Pozolanco, Caba, recitando poesías de Góngora, hablando de la vida, de las obras de don

Luis. En todos estos pueblos, encontraron siempre un poeta devoto que ofrendó sus versos

92

al gran cordobés. El otro equipo, el ciudadano, no dejó escuela, colegio ni corporación

intelectual de las muchas que existen en Córdoba, sin velada literaria, sin acto gongórico, y

siempre, fuera y dentro de la ciudad, un retrato bien pintado de Góngora, presidía los actos.

Pero las palabras, pensaron estos buenos cordobeses, y pensaron bien, se las lleva el

viento e inundaron la ciudad de libros, folletos, hojas sueltas y estampas.

El señor Priego coleccionó una antología de los versos de Góngora. Rey, el cronista de

la ciudad compuso un folletito biográfico para los niños. Se editó un fragmento de la

Égloga fúnebre de Angulo Fungar, alarde de ingenio y de devoción gongorina; pues como

es sabido esta égloga está compuesta exclusivamente con versos de don Luis, y se imprimió

en una postal con el retrato del poeta, el famoso soneto de Góngora a Córdoba. Todas estas

publicaciones en miles y miles de ejemplares. El soneto a Córdoba se grabará en mármol, y

será colocado a la entrada de la ciudad.

Está imprimiendo, además, la venerable Academia, que fundara Argona, un número

extraordinario dedicado, exclusivamente, a Góngora.

Ya, en los días próximos al del Centenario, se organizó un Curso de Conferencias, sobre

Góngora de Andrés Ovejero, de Mauricio Bacarisse y del que firma esta relación.

Y llegó el día del Centenario. En la tarde de la víspera, cuando estábamos en el salón de

actos de la Academia, una docena de devotos, formando un programa de trabajos e

investigaciones sobre el poeta y sobre su obra; pues es preciso que, el Centenario, sea un

comienzo de renovación de los estudios gongóricos, comenzó a sonar el toque de cepa que

solo se escucha a la muerte de algún personaje de una de las familias de la cepa de

Córdoba. Se hizo el silencio, y la sombra de don Luis, cruzó por la sala... Y esta mañana en

la maravillosa Mezquita, se celebraron solemnes honores fúnebres por el alma del Poeta

racionero, y escuchamos, de boca del señor Magistral, un panegírico efusivo. Desde el

púlpito volaba y se extendía por los innumerables arcos de la Mezquita, una interpretación

apologética de Las Soledades.

No podíamos menos de pensar en el soneto de Lope.

93

Quién dijera que Góngora y Elías

Al púlpito subieran como hermanos

Y, por la tarde, en el suntuoso salón del Círculo de la Amistad, una velada literario-

musical espléndida, barroca; el secretario de la Academia, el Alcalde, los poetas de

Córdoba, un capitular de la Catedral y el catedrático Antonio Jaén. Todos rivalizaron en

cantar alabanzas al autor del Polifemo, y llenando los ámbitos del Círculo y trasvasándose a

las calles y plazas del contorno las estrofas del Himno a Góngora, cantado por cientos de

niños que, ya en los libros, en los folletos y en las estampas, habían aprendido a amar y

admirar al poeta.

Córdoba ha cumplido como buena.

La Academia, su presidente, señor Enríquez, que siempre sabe estar en su sitio; Castejó,

el infatigable; el cordobés representativo, José de la Torre; el investigador Zahorí, la

crónica viviente de Córdoba y Paco Azorín que sabe mirar hacia adelante sin desdeñar los

valores espirituales del pasado; Carbonell, el hombre voluntad; Camacho, poeta y erudito;

Priego, gran sembrador y los demás académicos, han sabido llegar al corazón de los

cordobeses. También las autoridades supieron y quisieron obedecer, esta vez, a la voz del

pueblo.

Con un pie en el estribo.102

Es también Miguel Artigas quien anuncia que en los días próximos al

centenario se sucedieron algunas conferencias y que una de ellas fue la de

Mauricio Barcarisse, que habló a los cordobeses un 20 de mayo de 1927 sobre “El

paisaje en Góngora”. Resulta cuando menos curioso que no mencionara para nada

a Salinas, sabiendo como ya sabemos que la tarjeta postal antes referida daba

102

La Gaceta Literaria (Madrid), 1 junio 1927, número 11.

94

cuenta de su presencia en la ciudad:

¿De qué naturaleza es el paisaje que flota, se irisa, se compone y descompone en la

poesía de Góngora? ¿Es acaso Naturaleza, con mayúscula? Indudablemente, se reconoce en

ella continua dilección, tendencia irreprimible a aludir y maridar elementos de campo y aire

libre; mar, arroyos, nubes, árboles, fauna. Esa impulsión centrífuga, de amor a las afueras

de la intimidad, de paseo rural, de vacación extradoméstica, es la última influencia que nos

llega del Renacimiento.

El prurito de enunciar los componentes de un conjunto colectivo, la minuciosidad de

inventario, escrupulosa, honrada, fidedigna, notarial, con proclamación de la igualdad de

los derechos de lo inanimado, caracteriza el procedimiento descriptivo.

Antes de Góngora, solo poseemos dos paisajistas poéticos: Garcilaso y San Juan de la

Cruz. En el primero se advierte un dejo de nostalgia, de campos, ríos, flores, rezagados, en

lejanía, llevados por suaves céfiros implacables a lo remoto, a lo imposible: el paisaje de

Garcilaso recordado, pintado de memoria, tiene un empuje hacia atrás melancólico zaguero,

enclítico. El de San Juan de la Cruz danza delante del afán del alma, iluminado, encendido,

anhelante, como una hoguera de imágenes, vacilando con ese temblor de contornos con el

aire caldeado del estío hace jadear las líneas de las cosas: paisaje de cucaña ansioso, casi

celestial, proclítico. ¿Puede incurrirse en el amor de denominar a ambos meramente

descriptivos?

Góngora es el que ha de recoger el don supremo del Renacimiento: el amor a lo

precioso, y con ello crear un paisaje, síntesis y no reproducción, entelequia y no inventario,

un paisaje de selecciones y aristocracia visual, de preciosidad.103

103

Íbidem.

95

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Documentales Zarza, Rafael, director de El deseo y... la realidad (1ª parte), Ojomovil y

asociados S.L. producciones, Madrid, 2009.

99

Mi agradecimiento más sincero a todos los que, de una forma u otra ayudaron a

que este empeño se hiciera realidad: Jesús Fernández Palacios, Manuel Herrera

Rodas, José Antonio Gómez Machuca, Manuel Sollo Fernández, Mª Purificación

Palazón, Pilar López Vera, Julio Neira, Pedro Muñoz, Fernando Domínguez,

Salvador de la Barrera, Manuel Pimentel.