Consideraciones sobre la recepción del evolucionismo en la Argentina. El disparatado caso de la...
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REFERENCIA: Palma, H. (2018), “Consideraciones sobre la recepción del
evolucionismo en la Argentina. El disparatado caso de la regeneración social en
Quijotanía”, en Miranda, M.; Ruiz, R. y Puig Samper, M. (2018), Darwin y el
darwinismo. Desde el sur del sur, Madrid, Doce Calles, 2018, pp. 139-154.
Consideraciones sobre la recepción del evolucionismo en la Argentina.
El disparatado caso de la regeneración social en Quijotanía
Héctor A. Palma
Universidad Nacional de San Martín
Este artículo tiene tres objetivos: hacer algunas consideraciones sobre
las distintas formas del evolucionismo; proponer algunas claves de
interpretación sobre las razones por las cuales la recepción del darwinismo ha
sido tan compleja y siempre en tensión con un evolucionismo social general;
analizar con cierto detalle esta recepción en la novela de Juan B. Alberdi
Peregrinación de Luz del Día. O Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo
Mundo.
1. La metáfora evolucionista
La recepción y el conocimiento de la figura de Charles Darwin en el Río
de la Plata, luego de la publicación de El Origen de las Especies (1859) fue
casi inmediata y atravesada, obviamente, por discusiones internas de la
2
(incipiente) comunidad científica y cultural local1. Montserrat señala que la
mentalidad evolucionista –en verdad una mezcla de spencerismo, darwinismo y
transformismo predarwiniano- se instaló con cierta envergadura polémica a
partir de la década de 1870 en una élite intelectual y política, ―dentro del marco
genérico de una ideología, la del Progreso‖ (Montserrat, 1999), en medio de las
disputas políticas por la conformación del Estado Argentino y en un contexto
positivista de avance y consolidación de las ciencias2, lo cual explica las
controversias entre el clero católico y sectores conservadores por un lado y los
grupos anticlericales por otro lado, convencidos de la necesidad de abandonar
el dogmatismo católico para entrar en la vía del progreso (véase: Di Stefano,
2012).
Pero, además, las dificultades para explicar la expansión/recepción del
darwinismo/evolucionismo en los distintos países y comunidades científicas y
culturales –probablemente un caso único en la historia de las ciencias-,
provengan de cuestiones no siempre tenidas en cuenta en su real dimensión.
En primer lugar, la pluralidad semántica de la expresión ―darwinismo‖.
Mayr (1991), por ejemplo, encuentra nueve usos distintos del término: como ―la
teoría de la evolución de Darwin‖; como sinónimo de ―evolucionismo‖; como
―anticreacionismo‖; como una ―antiideología‖; como ―seleccionismo‖; como
―evolución variacional‖; como el ―credo de los darwinistas‖; como una ―nueva
visión del mundo‖ y como una ―nueva metodología‖. Más allá de la cantidad de
acepciones diferentes, es innegable que ―darwinismo‖ refiere a cosas distintas
y a estatutos epistemológicos diversos.
1 Véase: Glick, Th; Puig-Samper, M. y Ruiz, R. (edit) (1999).
2 Véase el artículo de Pedro Scalabrini (1888).
3
En segundo lugar, una cuestión que se solapa parcialmente con la
anterior: la diversidad y amplitud de la metáfora3 evolucionista que puede dar
cuenta de ese complejo entramado de evolucionismo socio-histórico,
evolucionismo biológico general y evolucionismo darwiniano en particular4.
Concretamente: no hay un evolucionismo, sino muchos. Es difícil determinar
claramente cuál es la genealogía histórica remota de los usos modernos de
―evolución‖, pero podríamos señalar que la mentalidad evolucionista que se
hace hegemónica en el siglo XIX5 proviene de dos fuentes temáticas diferentes:
la de la reflexión acerca de las sociedades, las culturas y la historia en la
Modernidad, y otra que surge en el siglo XVII alrededor del problema de la
reproducción biológica.
El evolucionismo socio-histórico que se consolida y expande sobre todo
en el siglo XIX, tiene su origen en el siglo anterior con los filósofos de la
Ilustración, y es deudor de la idea de progreso6 que aparecerá en los filósofos
evolucionistas del siglo XIX como G. Hegel, K. Marx, H. Spencer y los
sociólogos y antropólogos como A. Comte, E. Taylor y L. Morgan, por ejemplo.
3 Considero que las metáforas científicas, a las que en otro lado he denominado ―metáforas
epistémicas‖ (Palma, 2016) tienen valor cognoscitivo y no meramente heurístico, didáctico o estético. Ellas dicen algo por sí mismas y forman parte del léxico científico no como un sustituto de otro lenguaje especializado sino como la forma en que esos científicos describen la realidad. Por ejemplo: el mundo es una ―máquina‖, la mente es una ―computadora‖, la computadora es una ―mente‖, hay una ―información‖ genética que se transmite de una generación a otra, etc. Por lo tanto la expresión ―metáfora evolucionista‖, no implica un menoscabo epistémico en cuanto a la rigurosidad conceptual y teórica del evolucionismo, sino que refiere a la habitual práctica en la actividad científica de extrapolar conceptos de unas áreas a otras. 4 Muchos errores historiográficos y epistemológicos surgen, en parte, de no considerar estos
aspectos: el uso de categorías equívocas (e incluso erróneas) como ―darwinismo social‖; interpretaciones sociologistas que ven a Darwin como un mero reproductor del laissez faire del liberalismo inglés; del otro lado ingenuas y esforzadas hagiografías que esperan dejar en claro que la eugenesia es sólo un ―mal uso‖ del darwinismo o que Darwin no participaba de las creencias racistas generalizadas de la época. 5 Véase Randall, 1940; Nisbet, 1976.
6 Resultaría imposible discutir aquí las manifestaciones de la idea de ―progreso‖ a lo largo de la
historia occidental desde los griegos (véase Nisbet, 1980).
4
En todos estos casos, la mencionada creencia en el progreso permite describir
la historia de la Humanidad e incluso la historia futura, según una secuencia
cuyas etapas son predecibles: el despliegue dialéctico de la libertad; el
desarrollo dialéctico de los modos de producción; la creciente transformación
de lo homogéneo a lo heterogéneo; los estadios religioso, metafísico y positivo;
el pasaje por el salvajismo, la barbarie y la civilización.
La línea biológica, por su parte, se origina en las disputas del siglo XVII
por explicar la ontogénesis, es decir el desarrollo de un ser vivo desde el
germen más elemental hasta la edad adulta, y que tenía por un lado a los
epigenistas y por otro a los preformacionistas. La discusión es matizada, larga
y muy interesante (véase: Jacob, 1970; Cohen, 1985; Richards, 1992) pero,
básicamente, mientras los primeros sostenían que los nuevos seres se iban
formando por agregación y crecimiento de nuevas partes, los preformacionistas
por su parte, sostenían que los nuevos seres ya estaban preformados (algunos
en los huevos, otros en los animálculos del semen, es decir en los
espermatozoides) y sólo crecía y se desplegaba lo que ya estaba. Hasta
mediados del XVIII prevalecieron las tesis preformacionistas7; de hecho
Albrecht von Haller utilizó el término ―evolución‖ en su forma latina para
referirse a la embriología preformacionista del entomólogo holandés Jan
Swammerdan. También aquí, ―evolución‖ responde a la idea de despliegue de
lo que ya está, despliegue en el que se recorren pasos y secuencias conocidas,
preestablecidas y en un tiempo determinado. En la medida en que esos pasos
7 Los conocidos dibujos del homúnculo en la cabeza del espermatozoide solo son una versión
un tanto grotesca del preformacionismo que, al ir refinándose ya no sostenía que había un ser en miniatura que aumentaba de tamaño sino que simplemente contenía las sustancias necesarias de las cuales va emergiendo el individuo adulto.
5
se dan, también puede hablarse de progreso pero, sobre todo, de
direccionalidad de la evolución.
Y no son los únicos ejemplos biológicos. El evolucionismo lamarckiano
se basaba en una suerte de fuerza innata que compelía a los individuos a subir
posiciones en la escala natural en respuesta a las necesidades que
experimentaban, desde los seres más simples a los más complejos. Las
distintas versiones de la teoría de la recapitulación según la cual la ontogenia
repite la filogenia, abreva en la misma estructura de la metáfora. Ernst Haeckel,
por ejemplo, sugería que a lo largo de su crecimiento, cada individuo atraviesa
una serie de etapas que corresponden, en ese mismo orden, con las diferentes
formas adultas de sus antepasados. El reconocido paleontólogo
norteamericano E. Cope usaba la recapitulación para explicar la inferioridad de
las razas no blancas, mujeres, blancos del sur de Europa (con relación a los del
Norte) y clases inferiores dentro de la raza blanca. J. Down, consideró que
algunos idiotas congénitos (los que tienen ―síndrome de Down‖) presentaban
rasgos que no tenían sus padres, clasificándolos como de ―variedad etíope‖ o
―malaya‖, y otros, en cambio, eran ―típicos mongoles‖. Una de las formas de la
recapitulación más influyente y extendida fue la antropología criminal
desarrollada por el médico y criminalista italiano Ezechia Marco Lombroso- más
conocido como Cesare Lombroso-, según la cual la criminalidad nata no sólo
era una vaga afirmación del carácter hereditario del crimen, sino una verdadera
teoría evolucionista que sostenía que la criminalidad surge de rasgos atávicos,
aletargados, que en algunos individuos afloran y los llevan a delinquir.
6
En todos los casos precedentes, las ideas de direccionalidad, etapas en
secuencias fijas y previsibles, están presentes en mayor o menor grado y
corresponden a la connotación central de ―evolución‖. El sustantivo ―evolutio‖
(de la forma verbal infinitiva ―evolvere‖) indica la acción o efecto de
desenvolverse, desplegarse, desarrollarse paulatina y gradualmente algo que
estaba plegado, arrollado o envuelto. El concepto puede ser aplicado a
cualquier proceso de la realidad: ideas, organismos, culturas, ecosistemas,
sociedades, economía, etc.
Todos las formas precedentes de evolucionismo se encuentran en las
discusiones académicas y científicas del siglo XIX y, en este contexto, aparece
la teoría darwiniana de la evolución que en términos de la estructura de la
metáfora evolucionista representa una anomalía, pues no implica la existencia
de pasos predeterminados en una secuencia conocida y, por tanto se elimina
toda referencia al progreso8, a la direccionalidad y a una teleología cósmica9 en
el mundo de lo viviente. A pesar de estas diferencias estructurales insalvables,
la expansión del darwinismo aconteció entremezclada con esas otras formas
de evolucionismo (biológico y sociohistórico) y esto no se debió a una mala o
errónea comprensión de la teoría biológica sino a otros elementos, como por
ejemplo:
8 Conciente de ello, Darwin no utilizó nunca en las cinco primeras ediciones de El Origen la
palabra ―evolution‖ (utlilizaba ―descent with modification‖) sino sólo ―evolved‖, y curiosamente, una sola vez como la última palabra del libro. Recién en la sexta edición utiliza ocho veces ―evolution‖. 9 La cuestión de la direccionalidad de la evolución aún se discute (Mayr, 1991, 2004;
Wagensberg, 1998, Gould, 1987, 2002). Para la discusión sobre si Darwin mismo abonaba una versión progresiva de la evolución, véase: Richards, 1992; Castrodeza, 1989.
7
1. El clima cultural de mediados del siglo XIX era marcadamente
evolucionista y la teoría darwiniana era, aunque importante, un elemento
más.
2. No es un dato menor que mientras la idea del origen común de los
seres vivos fue aceptada inmediata y casi unánimemente, la hipótesis de
la selección natural que era la que permitía eliminar la idea de progreso
y cualquier posibilidad de predicción a largo plazo en el mundo viviente y
por tanto toda teleología cósmica, fue relativamente cuestionada desde
distintos sectores hasta por lo menos la tercera década del siglo XX.
3. Por último, no hay que olvidar que siempre que se habla de
evolución biológica se está hablando de la condición humana. De hecho,
la teoría biológica condujo a consecuencias antropológicas, filosóficas y
culturales que modificaron irreversiblemente nuestra autocomprensión,
nuestra manera de concebir y valorar la historia y la vida en sociedad: la
especie humana deriva de ancestros no humanos y, sobre todo, es
resultado de una historia particular y contingente.
El movimiento eugenésico10, enunciado por F. Galton en el último tercio
del siglo XIX y que se extendiera por el mundo en la primera mitad del siglo XX
(fundamentalmente entre 1910 y 1940) es, probablemente y por sus
consecuencias, el caso más dramático en el cual se produce ese entrecruce
10
Sobre la eugenesia en el mundo y en la Argentina en particular, véase, por ejemplo: Álvarez Peláez (1985, 1988); Farral (1979); García González y Álvarez Peláez (1999); Chorover (1979); Kevles (1995); Stepan (1991); Scarzanella, 1999; Romeo Casabona (1999); Palma (2005, 2016a, 2008, 2008a, 2012, 2013); Suárez y López Guazo (2005); Miranda y Vallejo (2005, 2008, 2012); Bashford, A. y Levine, P. (edit.), (2010); Vallejo y Miranda (2008, 2010); Miranda y Girón (2009).
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difuso entre evolucionismo social y biológico, entre biología y política. Fue un
extendido y complejo programa interdisciplinario en el cual estuvieron
comprometidos importantes sectores de la comunidad científica internacional) y
cuyo objetivo era el mejoramiento/progreso de la raza o la especie mediante
una selección artificial que suplantara o ayudara a la selección natural a través
de políticas públicas destinadas a promover la reproducción de determinados
individuos o grupos humanos considerados mejores e inhibir la reproducción de
otros grupos o individuos considerados inferiores o indeseables. Proponían,
para lograrlo, una batería de tecnologías sociales y biomédicas: certificado
médico prenupcial, la esterilización forzada, el aborto eugenésico, el control
diferencial de la reproducción, controles sobre la inmigración deseable (o
indeseable). Volveremos luego sobre esto.
2. El Darwin de Juan B. Alberdi
La recepción en la Argentina del darwinismo no escapa a las
consideraciones generales precedentes más allá de las particularidades
idiosincráticas que fue adquiriendo. Luego de las tempranas, y sin repercusión
pública en ese momento, lecturas del joven William. H. Hudson (1918), la
comunidad científica, política y cultural se fue haciendo eco de las nuevas
ideas entremezcladas con una ideología del progreso como ya se ha señalado.
En este trabajo sólo nos ocuparemos, como ya se adelantara, de la versión
(disparatada) del darwinismo en la novela Peregrinación de Luz del Día. O
9
Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo (en adelante
Peregrinación), de Juan Bautista Alberdi.
Alberdi había sido nombrado Ministro Plenipotenciario de la
Confederación Argentina ante las Cortes Europeas por J. J. de Urquiza en
1854, pero con la derrota de éste en la batalla de Pavón (1861) a manos de
Bartolomé Mitre, debió abandonar su cargo. Comenzaban sus penurias de
exiliado en Europa agravadas por la imposibilidad del retorno a una Patria
convulsionada. Había pasado aproximadamente una década de la publicación
de las Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República
Argentina (1852) y faltaba otro tanto para la publicación de Peregrinación, que
constituye luego de esos 20 años de biografía personal ―el doloroso lamento de
quien, ante el fracaso de sus proyectos, no se resigna a dejar de lado la
ambición crítica‖ (Botana, 2013). Alberdi se había opuesto con vehemencia a la
Guerra de la Triple Alianza, que habían emprendido Argentina, Uruguay y
Brasil contra el Paraguay, lo que le valió, incluso, la imputación de ―traidor a la
Patria‖.
―Cada trabajo publicado por Alberdi motivaba ataques y persecuciones. La
prensa de Buenos Aires no ahorra agresiones personales y lo acusan de
estar pagado por el gobierno paraguayo y de conspirar para el
derrocamiento de Mitre. Por añadidura, el episodio de la llamada ―carta de
la traición‖ incrementó en Alberdi la amargura que impregna la escritura de
Peregrinación de Luz del Día‖ (Lois, 2013: 21)
10
Peregrinación de Luz del Día Peregrinación fue escrita, probablemente, entre 1870 y 1871, año en que
Darwin publica The Descent of Man, su segunda gran obra y ya llevaba
publicadas cinco de las seis ediciones de El Origen, que se había traducido al
alemán y al francés pero no al castellano, lo cual ocurrió en 1877.
Peregrinación cuenta la historia de la Verdad, que cansada de residir en
Europa donde todos vivían según moldes burdos y decadentes y de soportar
los triunfos de su indigna rival, la Mentira, decide viajar a América para no
verse obligada a suicidarse tan joven. Toma el nombre de ―Luz del Día‖ y, dado
que la Verdad no tiene sexo, adopta forma de mujer. Al llegar a destino se
encuentra con muchos personajes literarios, la mayoría de los cuales
representan aspectos negativos de la Europa de la época, que habían
emigrado a América y, en ese traslado, se habían resignificado con relación a
los originales. Se encuentra con Tartufo (personificación de la hipocresía), Gil
Blas (el gestor político, servil y acomodaticio) y Basilio (la calumnia y la intriga).
También aparecen el Cid, el Quijote y Sancho Panza, Pelayo y Fígaro. Pero:
―[…] el Cid ha degenerado, como han degenerado todas las especies
emigradas de la Europa, desde la especie humana hasta la especie
bovina; desde Don Quijote hasta su rocinante; desde Sancho hasta su
jumento El suelo desierto tiene una acción embrutecedora, como el suelo
cultivado y poblado tiene una acción civilizadora. Así los Pelayos y los Cid
de la América del Sud se han vuelto flojos, perezosos, sedentarios; se han
acanallado por efecto de la democracia, y han cobrado un apetito
11
desordenado de los bienes del prójimo […el Quijote] sin dejar de ser
siempre el mismo loco, en América se ha vuelto un loco pillo, un loco
especulador […y Sancho Panza] es indudable que ha ganado y es más
feliz que su amo; lo pasa mejor y tiene mayor aceptación; sus cualidades
son más americanas, por decirlo así, en el sentido que son más
democráticas‖. (Alberdi, 191611: 101)
Fígaro, personaje central de la novela de Alberdi ha adoptado varios
disfraces aptos para la política: ―escritor, publicista, diputado, orador, hasta
soldado, hasta médico, hasta clérigo".
El Episodio de Quijotanía
Luz del Día vive en su periplo numerosas aventuras y realiza diversos
experimentos y estudios de "zoología moral" sobre la sociedad del nuevo
continente hasta que, al final, desilusionada y abatida por sus experiencias en
América, decide regresar a Europa dando previamente un discurso sobre la
libertad en Sudamérica ante un escasísimo público que, además, bosteza y se
duerme, lo que la lleva a concluir que ese país nunca será de sus dominios, de
la Verdad. Las referencias al darwinismo aparecen en el llamado ―Episodio de
Quijotanía‖ que resultaba parte de los datos que ―Fígaro suministraba a Luz del
Día para prepararla a dar su conferencia sobre la libertad y el gobierno libre en
11
Las citas de la novela de Alberdi están tomadas de la edición de 1916. Hay una excelente edición Crítico-genética con un estudio Preliminar de Elida Lois, que publicó la Universidad Nacional de San Martín en 2013.
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Sud-América‖. Para ello, Fígaro le relata el experimento que Don Quijote, a la
sazón con ―una ensalada en su cabeza insegura y fantástica‖, ensaya en
América y que consistía en aplicar la teoría de Darwin a la regeneración social.
Quijotanía, pueblo compuesto de carneros, vacas y caballos había sido
creado por el Quijote que, fanatizado con el evolucionismo darwiniano,
esperaba que con el tiempo la selección natural convirtiera en seres racionales
a esos animales. Huelga señalar en esta imagen el tono crítico hacia algunos
pueblos de América que, en la visión del autor, eran incapaces para la libertad
política y para una democracia moderna. La ironía y el sarcasmo de Alberdi son
magistrales: aquella estancia de la Patagonia (bautizada ―Quijotanía‖) se había
transformado en ―colonia‖, el gallego asistente del Quijote nombrado ―secretario
general‖, los peones ―intendentes‖ y la población de animales se denominaban:
"homo-ovejas", "homo-vacas" y "homo-caballos". Cuando el gallego objeta al
Quijote su pretensión de conformar un Estado con animales irracionales, recibe
como respuesta:
―[…] ¿y tú crees que esos otros estados se componen de otra cosa que de
animales? […] Toda la diferencia que separa el pueblo de "Quijotanía" de
los otros pueblos cuya risa temes, es que los habitantes del nuestro son
ciudadanos en forma de carneros, mientras los otros son carneros en
forma de ciudadanos […] Tanto mejor si nuestros demócratas de
"Quijotanía" no saben leer, escribir y hablar. Así ejercerán mejor su
soberanía, porque se verán forzados a ejercerla por nuestro conducto, y
nosotros la ejerceremos, como es natural, primero en nuestro provecho y
después en el suyo […] La Inglaterra, que es la patria de la libertad, es la
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patria del carnero por excelencia. Luego el carnero representa la libertad,
precisamente porque es manso y desarmado; es decir porque representa
la paz […] Así como es hoy nuestro pueblo, está mejor dispuesto para el
orden y progreso que lo están los estados más guerreros de la América del
Sud. Más provecho hace al desarrollo de la libertad americana la
mansedumbre de nuestros carneros‖. (Alberdi, 1916: 114)
Las citas precedentes son sólo una muestra del tono en que Alberdi
también aborda muchas otras cuestiones políticas y sociales, que ya no son
objeto de este trabajo. Por detrás de la referencia a Darwin se adivina lo que
señalamos más arriba: la recepción y expansión cultural del evolucionismo que
incluye una tensión irresoluble con la teoría biológica propiamente dicha.
La “evolución” en Quijotanía
Las referencias de Alberdi al darwinismo, en un lenguaje metafórico,
irónico y sarcástico, están en clave política y sociológica, de modo que
resultaría una imperdonable ausencia de sutileza intelectual y, sobre todo, un
absurdo categorial, buscar los paralelos, las discontinuidades o los errores de
interpretación presentes en la obra literaria con relación a la obra biológica
original. Pero sí se puede analizar la lógica evolucionista alberdiana y realizar
algunas anotaciones:
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―Don Quijote había leído en el libro célebre de Darwin, sobre el Origen de
las especies, que todas ellas, según las pruebas que ofrece la historia
natural de la tierra, procedían originariamente de cuatro o seis tipos en que
la vida animal y vegetal había verosímilmente hecho su primera aparición
sobre la faz de nuestro globo; que una ley peculiar a la vida orgánica los
había multiplicado al infinito, y que esta ley era la selección natural, o la
perfectibilidad espontánea de que las especies son capaces por la
acumulación de las mejoras creadas por la educación al favor de la
sucesión orgánica; que según esta ley de creación natural y continua la
especie humana tenía probablemente por origen otra especie menos
perfecta, la del mono, por ejemplo‖ (Alberdi, 1916: 122)
La idea del origen común de lo viviente a partir de algunas pocas
especies originales, es expresada por Darwin siempre de la misma manera en
las seis ediciones de El Origen, refiriéndose a ―cuatro o cinco‖ formas primeras
y en el párrafo final dice ―unas pocas formas o incluso una sola‖. Pero Alberdi
se refiere repetidamente también a la ―selección natural‖, la otra hipótesis
fundamental algo resistida durante varias décadas. Se destaca también en el
párrafo la expresión ―el hombre desciende del mono‖, que recuerda la frase que
cierra The Descent of Man: “el hombre lleva en su hechura corpórea el sello
indeleble de su ínfimo origen‖. El Quijote de Alberdi se apoya desde el inicio en
esta figura que se constituyó en uno de los tópicos de cierta malversación del
darwinismo procedente de una errónea versión vulgarizada. Las caricaturas
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periodísticas de Darwin con figura simiesca y la discusión sobre el ―eslabón
perdido‖12 tienen el mismo origen.
Rápidamente, el Quijote señala algo que constituye un absurdo biológico
pero resulta efectivo para las intenciones del autor:
―Si el hombre es pariente del mono, se dijo él, con doble razón se le debe
creer pariente más cercano del carnero; y a fe que este parentesco hace
más honor al hombre, pues el mono es bellaco, indecente, inútil, ladrón,
inmoral, mientras que el carnero es el símbolo religioso de la
mansedumbre y de la bondad: el carnero hace vivir al hombre, sin vivir del
hombre, lo que de paso confirma que es el padre del hombre.‖ (Alberdi,
1916: 122)
Obsérvese el comentario antropomórfico acerca de la calidad ―moral‖ de
los monos. Esta visión negativa de nuestros ―primos‖ biológicos era moneda
corriente. La naturaleza animal, en esa imagen progresiva de la evolución,
representaba un estadio negativo y brutal. Incluso, hacia fines del siglo XIX fue
un recurso utilizado por el médico italiano E. Lombroso13 en su argumentación
acerca del carácter atávico de la criminalidad nata, ya descripta más arriba
12
La búsqueda de ese eslabón perdido se convirtió en un tópico del trabajo científico y de la vulgarización científica que se puso de moda a fines de la época victoriana en Inglaterra y continuó vigente durante el siglo XX. El affaire del ―hombre de Piltdown‖, un cráneo falsamente considerado ese eslabón perdido fue una de las consecuencias tragicómicas de esa idea (véase Trocchio, 1993; Gould, 1983) 13
Ezechia Marco Lombroso (más conocido como Cesare Lombroso) presenta una imagen antropomorfizada de la naturaleza: hormigas cuya furia asesina las impulsa a matar y despedazar un pulgón; una cigüeña que, junto con su amante, asesinaba a su marido; una hormiga macho que no tiene acceso a las hembras reproductoras y viola a una obrera, cuyos órganos sexuales están atrofiados, provocándole la muerte en medio de atroces dolores (véase Gould, 1996).
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como un rasgo atávico, y que agregaba en las descripciones físicas de los
delincuentes natos sus supuestos rasgos simiescos.
Alberdi ubica a la locura de su Quijote en la Patagonia, cerca de las
―Falkland‖14, porque: ―él sabía que la Patagonia había inspirado a Darwin su
grande idea sobre el origen de las especies‖. Es bastante discutible el lugar y la
ocasión de inspiración de cualquier teoría científica, al menos en el sentido
heroico y fundacional que se le suele dar. Lo cierto es que las cartas y
cuadernos de notas de Darwin, su Autobiografía y el Diario del Viaje alrededor
del mundo no aportan elementos para alimentar chauvinismos inspiracionistas
de argentinos, uruguayos, chilenos o ecuatorianos acerca del privilegio del
lugar y momento preciso en que a Darwin le surge su peligrosa idea. Recién
varios años después de su regreso definitivo a Londres pudo, por fin, ordenar el
rompecabezas de la evolución.
La eugenesia en Quijotanía
Los planes de regeneración social del Quijote incluían una propuesta
anticipatoria de lo que décadas después fue el movimiento eugenésico:
―Para ello debe la ley señalar un término improrrogable a las ovejas y
demás ciudadanos animales, pasado el cual todo habitante que, en vez de
nacer en forma de hombre, nazca como hasta aquí en forma de carnero,
será suprimido según el uso de Esparta, como ciudadano imperfecto e
14
Alberdi se refiere a ―Falkland‖ en lugar de ―Malvinas‖, a pesar de conocer perfectamente el reclamo argentino sobre las islas, casi desde la ocupación inglesa en 1833
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inútil, o como un mal tipo, según la ley de Darwin (selección natural).‖
(Alberdi, 1916: 144)
Está claro que la cita precedente se refiere al conocido y mítico caso
espartano, pero en Peregrinación vuelve una y otra vez sobre la cuestión de la
inmigración, un tópico del movimiento eugenésico, como ya se señalara más
arriba, que décadas después tuviera su momento de auge.
Desde las primeras décadas del siglo XIX hasta mediados del XX
masivas corrientes migratorias salieron desde Europa hacia distintos países
(principalmente EEUU, Brasil, Argentina, Australia y algunos países balcánicos)
en dos momentos diferenciados. El primero, con algunas variaciones, se
extendió durante la primera mitad del siglo XIX y en algunos países como la
Argentina y EE.UU. bastante más. Es el periodo en el que se favorece la
inmigración mediante distintos mecanismos de promoción. En un segundo
momento se propone limitarla, no tanto por cantidad, sino por la calidad, y los
eugenistas comienzan a abogar por establecer prohibiciones de entrada para
determinados grupos, razas o individuos. Es notable las diferencias de los
discursos eugenistas entre, por un lado, los que surgen de los países
expulsores de población, que rescatan y promueven la recuperación de la
―pureza de la raza original‖ (esto es claro en la eugenesia alemana, italiana y
española), esperando reeditar un pasado mítico glorioso, y por otro lado, el
discurso en los países americanos receptores de inmigrantes en los cuales hay
que hacer otra subdivisión. Aquellos que, en general, habían exterminado a los
pueblos originarios, esgrimían el otro argumento racista consistente en
determinar cuál sería la mejor mezcla de razas exóticas para conformar la raza
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local. La imagen de la Argentina como un crisol de razas refleja esto. Pero, por
el contrario, en los países que tenían una proporción importante de población
nativa preconquista europea (como Perú, México o Bolivia), aparecían ambos
argumentos en conflicto: el discurso sobre la población exótica que debía
suplantar a la nativa, y el otro que, al igual que en los países expulsores de
población, pretendía la recuperación de ese perdido pasado glorioso
precolombino.
Pero volvamos a Peregrinación, a las disquisiciones del Quijote con su
asistente gallego que resultan de una ironía y un sarcasmo inigualables:
―Felizmente, Quijotanía está situada al lado de los manantiales de esa
inmigración preciosa que puebla la Patagonia, la Pampa, la Tierra del
Fuego, etc. Con atraer a los indios de esos desiertos, la población de
Quijotanía quedaría formada en cuatro días de súbditos tan aptos como los
carneros para la obediencia pasiva. La anexión de los indios traería
consigo la de sus tierras, y nuestros dos problemas de vida o muerte
quedarían resueltos de un solo golpe, o por mejor decir, nuestros tres
problemas, siendo el tercero el de una población ilustrada en el callar
absoluto del carnero sajón.
–Pero los indios que quedan en esta parte de América son pocos –observó
el secretario–. Aunque los ganásemos a todos, nos traerían con su
exigüidad los peligros a que los expone la codicia extranjera, de que sus
tierras son objeto.
–A falta de salvajes de la América desierta, los traeríamos de la Europa
poblada –contestó don Quijote, sin la menor ironía.
–Pero, ¿hay salvajes en Europa? –preguntó el gallego.
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–Cien veces más que en la Patagonia, la Pampa y la Tierra del Fuego
reunidas –contestó don Quijote–.La parte más civilizada de la Europa
contiene millones de hombres que no saben leer ni escribir mejor que un
carnero o que un salvaje de la Pampa. La misma Londres y París están
llenas de salvajes letrados, que no por saber leer y escribir son menos
salvajes que los pehuenches. Poco importa el país de procedencia con tal
que el inmigrado de Quijotanía escriba, lea y hable como un carnero, es
decir que no hable sino por las manos, por los ojos, por los labios de su
gobierno. Más ignorantes que mis pies, no lo serán jamás, y todas mis
libertades me serían estériles sin el auxilio de mis pies, que son mis
mejores súbditos‖. (Alberdi, 1916: 127)
La cuestión de la inmigración fue un tema central en la Argentina del
último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX. Alberdi se había ocupado
ya del tema en las Bases y escritos posteriores aclaratorios de su máxima
―gobernar es poblar‖. En 1930, el médico psiquiatra argentino Gonzalo Bosch
iba a escribir en el contexto de la defensa de los ideales eugénicos: ―Alberdi
decía: ‗gobernar es poblar‘, concepto muy propio de su época; nosotros, hoy
diríamos ‗Gobernar es seleccionar‘‖ (Bosch, 1930). Bosch atribuía falsamente a
Alberdi la creencia acerca de que la mera afluencia de población devendría en
el progreso nacional. La propuesta alberdiana no era muy distinta de la de los
eugenistas posteriores, aunque sin el afectado mandato cientificista y
tecnocrático que luego adquirió. En las Bases había señalado,
inequívocamente, una serie de tópicos que formaban parte del imaginario de
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buena parte de las élites argentinas y latinoamericanas y que luego se irían
acentuando con el correr de las décadas:
―Todo en la civilización de nuestro suelo es europeo, la América misma es
un descubrimiento europeo. […] En América todo lo que no es europeo es
bárbaro […] la Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de
industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe
[…] Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras
masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de
instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja,
consume, vive digna y confortablemente […]‖ (Alberdi, 1858, secciones 14
y 15)
En el mismo texto, Alberdi había señalado que el fomento de la
inmigración para la población del país era un elemento central y la mejor
Constitución era la que hace ―desaparecer el desierto‖ que, en su opinión y en
la de la muchos, era la Argentina de mediados del s. XIX15. Por el contrario, y
contra la lectura que mencionábamos de Bosch del lema alberdiano y en la
misma línea del irónico párrafo de Peregrinación citado más arriba:
―Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con
pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitución que
el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero poblar no es
civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de
15
La campaña militar de expulsión, acorralamiento y exterminio de las poblaciones nativas desde la zona central de la Argentina hasta la Patagonia que llevara adelante, fundamentalmente, Julio A. Roca, entre 1878 y 1885, se denominó eufemísticamente ―Campaña al Desierto‖.
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Asia y con negros de África. Poblar es apestar, corromper, degenerar,
envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la población
trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o
menos culta. Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo; y se
puede estar dentro del texto liberal de la Constitución, que ordena fomentar
la inmigración europea, sin dejar por eso de arruinar un país de Sud
América con sólo poblarlo de inmigrados europeos‖. (Alberdi, ―Gobernar es
poblar‖, página explicativa al texto de las Bases, publicada en 1879)
El lema ―gobernar es poblar‖ tiene, entonces, un carácter restrictivo y
Alberdi también es muy crítico de la tradición y la mentalidad católica española:
―El dilema es fatal: o católica exclusivamente y despoblada: o poblada y
próspera, y tolerante en materia de religión. Llamar la raza anglosajona y
las poblaciones de la Alemania, de Suecia y de Suiza, y negarles el
ejercicio de su culto, es lo mismo que no llamarlas sino para la ceremonia,
por hipocresía de liberalismo‖ (Alberdi, 1858, sección 14)
Otro elemento que surge de Peregrinación y que, en el contexto del
pensamiento alberdiano puede parecer una contradicción o un cambio de
opinión, transita por la discusión acerca de la ―inmigración espontánea‖. En las
Bases Alberdi había señalado: ―la inmigración espontánea es la verdadera y
grande inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla…‖ persuadiendo al
extranjero ―de que habita su patria; facilitando, sin medida ni regla, todas las
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miras legítimas, todas las tendencias útiles‖ (Alberdi, 1858, sección 14). Sin
embargo, en Peregrinación dirá:
―La inmigración, que educa y civiliza, no es espontánea en países nuevos.
Pero la América del Sud no tendrá jamás la inmigración que educa, si se
atiene a la inmigración espontánea; es decir, a la inmigración que viene sin
ser llamada. La población civilizada y libre, no emigra espontáneamente
sino a países libres y civilizados, ricos y seguros. Dejaría de ser civilizada,
si obrase de otro modo. Nadie que vale algo emigra espontáneamente
para empeorar de condición. Para determinar a la buena población de
Europa, a emigrar a países inferiores, es preciso forzar su espontaneidad
por incentivos enérgicos, por irresistibles atractivos. […] La América antes
española, casi toda ella tropical, necesita estimular y provocar las
inmigraciones de libertad si quiere sustraer una porción de ellas a la gran
corriente espontánea, que las lleva en dirección de la libre Unión
Americana, de la libre Australia, de la libre Confederación de San Lorenzo.
No debe esperarlo todo de su clima hermoso, ni creer que ella lo
monopoliza, pues también el hemisferio del Sud protege la aclimatación de
la libertad británica en los hermosos climas del Asia del Sud y de la África
austral" (Alberdi, 1916: 178)
Más que una opinión diferente hay que pensar en que se trata de distintas
estrategias para momentos y procesos determinados. Dice Alberdi en la nota
aclaratoria a las Bases, ya mencionada:
―La inmigración espontánea es la mejor; pero las inmigraciones sólo van
espontáneamente a países que atraen por su opulencia y por su seguridad
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o libertad […] pero no se concibe que esas poblaciones [ingleses y
alemanes] emigren espontáneamente a la América del Sud, sin incentivos
especiales y excepcionales‖
En las primeras décadas del siglo XX los eugenistas estaban convencidos
de que la población era escasa y de mala calidad. Se recomendaba atraer a
ingleses, franceses, alemanes y austriacos del norte, así como también
dinamarqueses, suecos, noruegos y suizos. Como contraparte, la cuestión de
la inmigración indeseable se instaló con fuerza en los debates políticos.
El Museo Social Argentino, en las postrimerías de la Primera Guerra
Mundial, realizó una encuesta entre conspicuos representantes de las ciencias,
la política y la jurisprudencia argentina. Se preguntaba, entre otras cosas: ¿Qué
factores pueden favorecer la emigración en los países actualmente en guerra?,
¿cuál es la inmigración que más nos conviene y qué medidas deben adoptarse
para atraerla y retenerla en el país?; ¿Cuál es la inmigración ―no deseable‖ y
cómo podría impedirse?; ¿Cuál es el número máximo de inmigrantes que el
país puede recibir y retener cada año convenientemente? Los resultados de la
encuesta se publicaron precedidos por un artículo del Dr. Emilio Frers quien se
expresa de manera amplia y generosa recordando los dichos de la Constitución
Nacional sobre la libertad de entrar para los extranjeros que vengan a
dedicarse al trabajo y se muestra contrario a todos los prejuicios de raza para
constituir un tipo nacional propio. No obstante, en los resultados de la encuesta
el panorama es diferente. Hay una convicción bastante generalizada de que
resulta deseable propiciar la inmigración de personas de las nacionalidades
mencionadas en el párrafo precedente, que tengan habilidades para trabajar en
24
el campo y que se vayan efectivamente a vivir al campo. Con respecto a la
inmigración no deseable, mientras algunos solo se centran en los que no
tengan habilidades agrícolas o jornaleros sin calificación, sorprende la
coincidencia generalizada en rechazar a la inmigración de raza amarilla —
chinos y japoneses— a los negros y rusos, y algunos agregan hindúes y
gitanos. Es casi unánime la consideración de indeseable de los agitadores
políticos, ácratas (es decir anarquistas), maximalistas (o bolcheviques) y
enfermos como los sifilíticos y tuberculosos.
***
El delirante proyecto del Quijote en la Patagonia no podía terminar de
otra manera: el ideólogo y su mayordomo gallego sometidos a un proceso
criminal. El Quijote fue benévolamente absuelto por ―demencia o monomanía‖
causadas ya no por novelas de caballeros, sino por el libro de Darwin sobre El
Origen de las especies, y por ello, se le confiscó.
Décadas después…
Hoy la Argentina es distinta. Las masas más numerosas de inmigrantes, a
contramano de las propuestas de Sarmiento, Alberdi, Bosch y los eugenistas,
provinieron de países del sur de Europa. El crisol de razas incluyó mezclas
diferentes de las que pensaron las élites en el cambio de siglos, pero la
educación pública permitió, en determinados periodos, una notoria movilidad
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social ascendente. Las utopías liberales y oligárquicas sólo pudieron instalarse
a lo largo del siglo XX a través de las recurrentes dictaduras militares.
Permanece, en buena medida, la matriz estigmatizante del ―otro‖ que, con
el correr de las décadas dejó de ser el inmigrante europeo y comenzó a ser el
inmigrante interno (el ―cabecita negra‖). Actualmente, alentados por climas
políticos propiciatorios, resurgen prejuicios racistas, xenófobos y biologicistas
contra inmigrantes de países limítrofes. Los científicos sociales, por su parte,
miran con desprecio y no sin culpa a sus predecesores evolucionistas. Del
evolucionismo solo queda la teoría biológica que, sorprendentemente, y
aunque consolidada en el campo estrictamente biológico, resulta la única teoría
científica cuestionada desde algunos sectores religiosos y ostenta el récord de
ser también la única teoría científica que se ha discutido en una Suprema Corte
de Justicia (la de los EEUU). Pero todo esto ya es otro tema.
Para terminar, solo resta recomendar enfáticamente la lectura de
Peregrinación. Pero una lectura que prescinda de los prejuicios analíticos de
las páginas precedentes; una lectura que se deje arrastrar y permita disfrutar la
ironía, el sarcasmo, la sutileza y hasta el absurdo, que el autor maneja con
singular inteligencia y agudeza.
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