Brennan - Psicología General

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R. E. BRENNAN PSICOLOGIA GENERAL Prólogo de FR. M. UBEDA PURKISS, O. P. Profesor de la Esaqela de Psicología de Ir Universidad de Madrid Direotor det Colegio Mayor “ ¿QUINAS" Ciudad Universitaria de Madrid EDICIONES MORATA Pandaoián de JAVIER MORATA, Editor, bu 19» MADRID (4 )

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R. E. BRENNAN

PSICOLOGIA GENERAL

Prólogo de

FR. M. UBEDA PURKISS, O. P.P rofesor de la Esaqela de P sico log ía de Ir

Universidad de Madrid D ireotor det C olegio M ayor “ ¿Q U IN A S "

Ciudad U niversitaria de Madrid

EDICIONES MORATAPandaoián de JA V IE R M ORATA, Editor, bu 1 9 »

M A D R I D (4 )

GEN ER AL PSYCHOLOGYA Study o f Man based on St. Thom as Aquinas

© Copjfriffth 1962 (Revised edition) in the United States o f Amtriea by TEE MACMILLAN COMPANY.

(Second Printing}AJ1 rights reaerved-no part o f this book may be re- produced in any form without perm ission in writing from the publisher, excep t b y a rev iew er who -wishes tu quote b rie f passages in connection wjtb a rev iew written ‘fo r inoluslon In m agazine or

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Tit* Macmillan Company.

TITULO ORIGINAL DE LA OBItA

E S P R O P I E D A D D e r e c h o s R e s e r v a d o s de la v e r s ió n e s p a ñ o la E D I C I O N E S M O R A T A Segunda edición, revisada R e i m p r e s i ó n 1 9 6 5 R e g is tr o n ú m e r o 960-52 Depósito Legal: M. 13.186-1960 1 9 6 5 - M A D R I D

P R I N T E D I N S P A I N - I M P R E S O E N E S P A Ñ A

Imprento de José Luis Coseno - Palma, 11 - Teléfono 222 55 95 - Madrid.

O Thoma, laus et gloria

Praedicatorum Ordinis,

Nos transfer ad caelestia Pro/esor Sacri Numinis

NIHIL OBSTAT:JO SEPH CELESTINE T A Y L O R , O . P., S. T. L. R ., Ph. D . BEN JAM IN U R BAN F A Y , O . P., M . A-, Ph. L.

IMPRIMi potest:TERENCE STEPHEN M cD ERM O TT, O . P.,Provincial

MIH1L OBSTAT:J O H N M. A . FEA R N S, S. T. D .Gewor L ibrom m

IM PRIM ATUR:* FRAN CIS C A R D IN A L SPELLM AN.Arxobiipo dr Jfotr Fori

S . T. Lr. LL. D .

u í í ostial e Imprimatur declaran oficialm ente que tía Ubro o fo lle to se Baila k bre de e r r o r e s m orales o doctrinales. (E llo d o im plica que estén d e acu eid o eoa el conten ido, ias opin iones o las afirm aciones expresadas Dor el autor.) F 1

INTRODUCCION A LA VERSION CASTELLANA

POR

MANUEL UBEDA PURKISS, O, P.P rofesor de la Escuela de Paleolog ía de la U niversidad de Madrid

D irector del C olegio M ayor “ AQU INAS’ VCiudad Universitaria (Aladrití;

El estudio de los procesos psíquicos en sus estructuras, mecanismos y comportamientos, es objeto hoy de numerosos trabajos de carácter experi­mental, inductivo y estadístico. Bajo este punto de vista, las abras de psico­logía, inspiradas en el pensamiento de S a n io T omás, son a menudo fruto de una inducción no pocas veces insuficiente y una experiencia rudimenta­ria, forzosamente limitada a la mera observación de datos groseros y con una documentación a todas luces elemental.

Por otra parte, la ciencia actual, y en primer lugar la Psicología, que ha llegado a una increíble depuración y especialización técnica, siente cada día con mayor urgencia la necesidad de retornar a la unidad del hombre, im­pulsada por una visión más dinámica de su realidad integral.

La psicología escolástica se preocupó de estudiar los fenómenos psíquicos desde el punto de vista de su causalidad formal. Busca definiciones esencia­les y procura encajar sus explicaciones dentro de la dinámica de los princi­pios del ser en general y del ser móvil en particular (tránsito de la potencia al acto). El substratum fisiológico u orgánico es reconocido, pero acerca de él no se hace sino afirmaciones vagas.

La psicología experimental en sus distintas ramas ha avanzado> por él contrario, en la línea de la causas material y eficiente, y, siguiendo el método hipotético-deductivo, trata de alcanzar la máxima posibilidad de predicción, de formular hipótesis con viabilidad experimental o técnica y de obtener datos susceptibles de ser manipulados por la metodología estadística. Esta orientación, ademást negó licitud científica, o simplemente otorgó un valor histórico, a los postulados fundamentales propios de la psicología racional, desarrollados por el pensamiento tradicional escolástico.

La escolástica, que nunca negó legitimidad al estudio experimental de la mayoría de los problemas que trata la psicología, rara vez les prestó la debida atención, y a menudo se preocupó más de la refutación de las “ metafísicas" implicadas en las formulaciones teoréticas de los experimen- talistas, que de intentar una verdadera integración de sus halla,zgos con los principios de verdadera vigencia psicológica.

Esta tarea de integración es la que se propuso el P. B r e n n a n en la presen­te obra, dedicada a estudiantes que por primera vez toman contacto con las disciplinas psicológicas. A través de sus capítulos va discurriendo con cla­ridad de conceptos sobre los problemas fundamentales de la psicología, armonizando las ideas claves del pensamiento tomista con la interpreta­ción que, de los fenómenos psíquicos, ofrecen las obras fundamentales de la psicología experimental. El carácter escolar de la obra de B r e n n a n hace que la orientación crítica y la investigación más profunda sobre problemas

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psicológicos fundamentales, que debe abordar todo intento de verdadera integración, hayan tenido que quedar subordinados a la sencillez y claridad pedagógicas. Por esto, y dada la escasez de publicaciones de esta índole al alcance de los estudiantes de habla española, nos ha parecido que, en ser- vicio a ellos, y teniendo también en cuenta la fecha ya avanzada desde que se escribió el original de esta obra, la actualización en un breve resu­men introductorio, de algún problema de los que plantean hoy las obras de psicología experimental, y su análisis desde el punto de vista de lo que podríamos llamar pensamiento psicológico tomista al día, podrá servirles de ejemplo y orientación para ulteriores y más profundos estudios.

La revolución cartesiana escindió totalmente él mundo del espíritu del de la materia, haciendo que toda psicología quedara reducida alternativa­mente por unos u otros a metafísica idealista, a biología, o, más exacta­mente, a fisiología del sistema nervioso o, en sus interpretaciones teoréti­cas, a meros sistemas o "modelos" mecanicistas.

Esta última orientación fue la que dominó los tratados de psicología experimental de inspiración behaviorista y, en buena parte también, algu­nas interpretaciones de la psicología guestaltista. Gran parte de las obras de psicología experimental hasta hace años, estaban inspiradas en el plan­teamiento o interpretación que, de los fenómenos psíquicos, hacia el beha- viorismo. En la actualidad el pensamiento psicológico se va abriendo cami­no hacia interpretaciones más amplias, en las cuales el objeto de la psicología trata de abarcar la integridad del hombre en su doble realidad psíquica y somática.

La psicología significaba antiguamente, afirman los autores contem­poráneos, tratado de la mente (no dirán del alma), pero hoy, continúan diciendo, con visión estrictamente científica, constituye la ciencia de la conducta, o, si se quiere, el estudio de la actividad observable de los suje­tos. Es decir, que si la definición original de psicología se explícita en todo su contenido, alcanzará no sólo al estudio de la mente en sí misma consi­derada, sino en todas sus actividades que, tomadas conjuntamente, reciben hoy la denominación de conducta.

En una primera y general mirada, nada habría que oponer a esta afir­mación, salvo aclarar que la psicología “ antigua”, a menos que se desconoz­ca su verdadero sentido, hecho harto frecuente en los autores modernos, si bien tenia por objeto primordial el estudio del alma, incluía también el de sus facultades o funciones, tanto superiores o intelectuales como senso­riales, y en su doble vertiente cognoscitívo-tendencial, responsables en último análisis, de los fenómenos de conducta. Pero, además, cuando se analiza el valor que en el contexto de los autores modernos tiene el término "mental” o "mente”, fácilmente se comprueba que ha sido reducido a mera actividad del sistema nervioso, despojado de todo contenido psíquico.

El término "behavíoristícs” (denominación más actuat y menos radical que la ya clásica de "behavíorism,')i se escribe hoy, se refiere al conoci­miento de estos dos aspectos mente-conducta, objeto de la psicología; por­que para alcanzar un conocimiento de la actividad de los sujetos (conduc­ta) se requiere un conocimiento de lo que pasa por su mente, o más propia­mente dicho, de las actividades correspondientes del sistema nervioso. Es

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decir, que según esta interpretación, común hoy entre los psicólogos, ¡os llamados procesos mentales son identificados con la actividad más com­pleja del sistema nervioso, con lo cual en la ecuación psiquissoma (cuerpo- alma) la actividad psíquica queda reducida a los términos de un proceso meramente nervioso. Hasta aquí condujo el dualismo cartesiano al pensa­miento psicológico contemporáneo.

Consecuentes con esta interpretación, los grandes capítulos de la psi­cología han sido despojados de su verdadero valor psíquico y reducidos a mera reacción neuro-hormonal provocada por un estimulo simple o por una situación estimulante compleja, sin que contenido subjetivo alguno, es de­cir, de valor psíquico, intervenga en la respuesta.

El avance conseguido en estos últimos años por la psicología fisioló­gica, obligó al behaviorismo a rectificar sus postulados más radicales y admitir que entre el estimulo (S), recibido por los órganos sensoriales, y la respuesta (R), ejecutada por los sistemas motor o visceral, existe un proce­so llamado "central", “autónomo”, "intrínseco” o, más recientemente, "in­termediario”, del cual son responsables las estructuras más complejas del sistema nervioso central. En virtud de este proceso, toda respuesta a una situación-estimulante compleja tiene un carácter opcional, es decir, que en ella interviene un factor llamado de "plasticidad” del sistema nervioso, en virtud del cual la respuesta escapa en algún sentido a la determinación tiránica y rígida que, según la interpretación mecanicista del behaviorismo, imponía el estímulo.

La psicología conciencista actual ha sentido también la necesidad de superar sus postulados más radicales, afirmando que el hombre no es pura conciencia, y que, por tanto, no agota su realidad psíquica en la pura intencionalidad; su conducta se revela como intencionalidad inserta en un mundo de objetivaciones.

Así la psicología actual desde estas dos perspectivas, y desde otras a las que se podría hacer alusión, pone de relieve el equívoco fundamental que se encubría bajo la aparente simplicidad del dualismo cartesiano, al divorciar los dos componentes que constituyen esa realidad psicofisiológica que es el hombre; conciencia y cuerpo, psiquis y soma.

Si se recurre a los datos proporcionados por la experimentación animal, tan cultivada actualmente, también la interpretación estrictamente meca­nicista del behaviorismo radical se ha visto superada al comprobarse que la cortesa cerebral, en la mayor parte de su actividad funcional, no operar como se pretendía, a manera de una central que recibe "llamadas" de estí­mulos y automáticamente funciona con respuestas preestablecidas, sino que la cortesa cerebral en su actividad es "equipotencial”, es decir, que cada zona puede funcionalmente sustituir a otras, haciéndose responsable de las actividades de éstas. Es decir, que la corteza cerebral, que representa la parte más diferenciada, o por así decir, más perfecta del sistema nervioso, se adapta funcionalmente y en todo momento a las situaciones estimu­lantes, que solicitan su actividad mediadora de una respuesta, tanto como a circunstancias subjetivas.

Estas dos cualidades del sistema nervioso—equípot'encialidad y plasti­cidad—son las que garantizan el carácter opcional, autónomo o indetermi­

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nado del conjunto de respuestas que, debidamente coordinadas, constitu­yen los fenómenos de expresión de la conducta. —

La psicología actual se orienta, pues, por nuevos cauces; desde una revisión de la posición concieneista, desde un behaviorismo renovado, y desde las adquisiciones puramente experimentales de la psicología fisioló­gica, la psicología se define hoy como ciencia de la conducta, entendida ésta, no como mera actividad somática fneuro-hormonal principalmente), ni como puro acto de conciencia, sino como actividad subjetlvada.

Estas nuevas tendencias no evitan que desde el campo de la pura expe­rimentación, muchos autores sigan planteando, y hasta intentado resolver, problemas psicológicos que, en su contenido, así como en 2a metodología que le es adecuada, trascienden por completo los limites, síevipre reducidos, de la técnica experimental.

Son muchas las obras de psicología experimental en las que el proble­ma fundamental de la naturaleza de las relaciones del alma con el cuerpo se plantea en los siguientes o similares términos:

“El propósito de nuestra obra es cubrir todo el campo de la psi­cología fisiológica: las reacciones de una célula nerviosa aislada o de la fibra muscular; el tiempo de reacción de las articulaciones existen­tes entre las células nerviosas (sinapsís); los niveles del sistema nervioso; las reacciones plásticas del sistema nervioso en relación con los fenómenos de aprendizaje; las reacciones de la corteza cerebral; y, finalmente, las relaciones entre el cerebro y la mente.”

Y a continuación:"He aquí algunas de las cuestiones fundamentales que nos plan­

teamos: Qué tipo de seres somos nosotros. Si estamos realmente compuestos de dos “substancias", espíritu y materia. Procesos que intervienen en los fenómenos de percepción y volición. Cómo se re­lacionan los estados de conciencia con las actividades cerebrales. Cómo se relaciona esa entidad denominada el “yo” con esa cosa que llamamos "cuerpo” .*

«D escartes fracasó en su intento de dar respuesta a estos proble­mas, porque su ciencia, demasiado primitiva, desacreditó a su sistema dualísta-interaccionista. Los importantes avances conseguidos con la técnica electrónica hacen posible que intentemos responder a estas cuestiones, al menos en alguno de sus aspectos. Para este propósito el dualismo cartesiano se hace válido como hipótesis de trabajo, puesto que lo que se intenta obtener es un conocimiento científico más profundo acerca de la naturaleza del hombre." *.

La lectura detenida de esta extensa cita dará al estudiante una idea de cómo la ausencia de conocimientos epistemológicos, la ignorancia de lo que a la elaboración científica aporta la lógica y la falta de ideas claras sobrelo que es la estructura de la ciencia, lleva a tantos autores a mezclar, sin discriminación alguna, cuestiones que pertenecen ya a la pura técnica

* Eccles, j. C.: The Neurophysiological Basis of Mind, 1952, Introduc­ción.

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experimental, ya a las especulaciones de la ciencia filosófica y de la psico­logía racional, campos Que exigen hábitos mentales y métodos científicos bien diversos.

Al estudiar los mecanismos de la conducta, la primera cuestión que se plantea la psicología es conocer cómo influyen en ella los procesos sensoria­les y en qué medida son capaces de dirigirla y controlarla. Se sabe que su influencia y control lo ejerce por medio del sistema nervioso, que, en esen­cia constituye una sistema transmisor. El sistema nervioso, en su actividad más elemental (movimiento reflejo), se comporta como simple “ línea” de comunicación entre un estimulo (interno o externo) que, actuando sobre los órganos de los sentidos, da origen a una actividad (neuro-sensorial), que a través de las estructuras más complejas del cerebro, pone en función actividades de respuesta a cargo de músculos y glándulas. Esta simple acción transmisora puede complicarse con un determinado número de fac­tores, dando lugar a mecanismos de respuesta mucho más complejos. El análisis de estos procesos sensoriales lleva al psicólogo a plantearse qué relación existe entre la complejidad de los mecanismos sensoriales y los diversos niveles de conducta.

Esta inquisición, que a primera vista parecería fácil, encuentra serías dificultades. Los hallazgos experimentales de las últimas décadas han con­tribuido poderosamente al esclarecimiento del papel mediador que el sis­tema nervioso juega en los procesos psíquicos; pero se está aún muy lejos de poseer un conocimiento satisfactorio de la relación que existe entre procesos neuro-hormonales y actividades sensoriales. Merced a las técnicas experimentales, escribe Ad r iá n , se pueden seguir los impulsos nerviosos desde los órganos receptores sensoriales hasta el cerebro, y desde éste a los órganos ejecutores. Pero cuando se intenta descubrir los mecanismos últi­mos de las funciones cerebrales en virtud de las cuales tieTie lugar la “ tra­ducción” de las actividades propias de un estímulo sensorial a re sp u e sta s s ig n ific a t iv a s d e u n a c o n d u ta , "comienzan a surgir curiosas e intangibles dificultades que las técnicas no llegan a alcanzar"'. Sobre estas “curiosas e intangibles dificultades” , la opinión de los psicólogos contemporáneos se encuentra dividida: algunos creen que el desarrollo progresivo de las téc­nicas electrónicas o similares pondrán con el tiempo en manos del cientí­fico los instrumentos adecuados para descubrir hasta sus últimas conse­cuencias los secretos de los fenómenos psico-somáticos; otros, más juiciosos en el enfoque de estas cuestiones, afirman que el conocimiento último de estos fenómenos, es decir, el llegar a alcanzar la n a tu r a le z a de ¡o s mismos, es problema que, trascendiendo los límites del científico experimentalista, compete a la filosofía de la naturaleza.

Y es que en este problema, como en casi todos los que se plantea la psicología, subyace la eterna cuestión de la constitución del hombre en su doble realidad corporal y anímica o psico-somática, como se enuncia hoy, cuestión que compete a la psicología racional o, si se quiere, a la antropolo­gía, ramas de la filosofía de la naturaleza que entienden en el estudio de las ra z o n e s ú lt im a s de los fenómenos psíquicos que definen la conducta del hombre.

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En él estudio de los d in a m is m o s s e n s o r ia le s en sus formas más comple­tas, por ejemplo en los p r o ce so s d e p e r c e p c ió n , la psicología experimental implica, sin solución de continuidad, p r o ce so s que pertenecen a niveles psí­quicos diversos: el sensorial u orgánico y el intelectivo, estrictamente racio­nal. Cierto que la realidad observable ofrece todos estos procesos confun­didos y como expresión de la totalidad integral y unitaria que es el hombre.

Función propia de la ciencia es analizar esa realidad en su diversidad fenomenológica, para mejor comprender cada uno de los componentes que la integran, pero sin confundir funciones o procesos que pertenecen a nive­les distintos. Después, y bajo los principios de la psicología racional, debe reestructurar el resultado de dichos análisis en la totalidad integral con que se ofrecen en la realidad.

Pero la psicología experimental desestimó el valor científico y hasta negó licitud a los principios de la psicología racional, sin ayuda de los cuales se hace difícil esa reestructuración de los fenómenos analizados en la totalidad integrada del sujeto.

Lo cierto es que cuanto más a fondo se estudian estos principios, tal y como fueron concebidos y formulados en las obras de S anto T om ás, y a la vista de los estudios e interpretaciones de la psicología experimental actual, más se llega al convencimiento de que entre ambos, y por estar situados en un distinto nivel de conocimiento científico, lejos de existir contradic­ción, se da una armonía que resplandece tanto más cuanto mayor y más profunda es la comprensión de estos respectivos puntos de vista.

Una de las grandes dificultades que se presentan para realizar una verdadera in te g r a c ió n entre los principios psicológicos formulados por Santo T om ás, y ¡a s interpretaciones de la psicología experimental actual, está en que precisamente por situarse en niveles distintos de conocimiento cientí­fico no se pueden, como casi todos los autores intentan, establecer yuxta­posiciones o paralelismos entre los términos y conceptos psicológicos utili­zados por ambos puntos de vista. Las categorías psíquicas en ambos extre­mos no son paralelas y es preciso “inventar” una terminología nueva que, conservando el sentido verdadero de los conceptos, acerque entre si a los que son a fin e s , por referirse a una misma realidad psíquica. Este ha de ser el primer paso para poder alcanzar ulteriores entendimientos.

Un ejemplo: la psicología actual es eminentemente dinámica; al analizar un fenómeno lo hace en función del p r o ce so , es decir, del contexto de facto­res o funciones en que se da dicho fenómeno. Esto es muy claro en cualquier capitulo de la psicología. Así, se habla de los p r o c e s o s perceptivos, de la motivación o del aprendizaje. Pues bien: cuanto más a fondo se estudia la exposición que S anto T omás hace de las teorías o interpretaciones que en su sistema doctrinal corresponden a estos p r o ce so s , s a lv a d a s las diferencias que acabamos de se ñ a la r , más se llega al convencimiento de que u n p r in c i ­p io d e d in a m is m o in te g r a d o r d e d iv e rsa s fu n c io n e s preside toda la concep­ción formulada por S anto T omás sobre estas cuestiones. Esto es a s í porque, como ya se dijo, la psicología actual estudia los fenómenos psíquicos desde el punto de vista de su causa material, es decir, analizándolos en sus detalles morfológicos, estructurales o funcionales, mientras que la psicología d e s a r r o ­lla d a por S anto T omás estudia la realidad psíquica desde el punto de vista de Za causa formal, e s decir, de las ra z o n e s ú ltim a s , del p o r qué, de la n a t u ­

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raleza, de todos los mecanismos que constituyen la “materialidad teñóme- nológica” de la realidad psíquica. Pero es precisamente en el conocimiento de la formalidad que se encierra en todo fenómeno, donde verdaderamente encontramos su contenido psíquico. Por esta razón las interpretaciones y los conceptos de la psicología actual están tantas veces desprovistos de contenido psicológico verdadero. Se trata, podríamos decir, de una psico­logía extrínseca, esto es, planteada y vista desde los factores que determinan la realidad psíquica, pero no desde esa realidad misma.

El tema de las bases orgánicas, y más concretamente nerviosas, de la conciencia ha sido recientemente abordado en diversas reuniones científi­cas y ■publicaciones colectivas.

En todas ellas se aprecia que la realidad experimental a la que se refie­ren los distintos autores es radicalmente diversa y que el concepto de conciencia tiene para cada uno significados totalmente distintos. Baste con recoger algunas definiciones:

Conciencia es:

“El estado de excitabilidad general del organismo" (H ess ).

“La integración misma, la relación de una parte funcionante con otra” (S. Cobb).

“Es una integración experimentada o vivenciada” (F essabd).

“La existencia de algo llamado conciencia es una venerable hipó­tesis; no un dato directamente observable, sino una inferencia de otros hechos" (H ebb).

“La conciencia de algo implica y depende de la habilidad de dife­renciar el mundo del Yo, del mundo del no Yo” (K übie).

A partir de esta disparidad de conceptos, los experimentálístas intentan responsabilizar a una determinada estructura del sistema nervioso central de ser el substratum mediador de funciones tan diversamente concebidas. De aquí podemos deducir: primero, que cuando distintos autores emplean el término de conciencia están refiriéndose a funciones o realidades com­pletamente diversas. Segundo, si esto es así, ¿cómo se puede afirmar que funciones o realidades tan dispares puedan tener como substratum orgáni­co la misma estructura o la misma base funcional en el sistema nervioso? Se incurre en estas contradicciones por aplicar el término de conciencia en un sentido univoco, tanto a la conciencia inferior o experiencia sensorial, como a la superior o experiencia de la propia realidad subjetivo-personai.

A la vista de estas definiciones podemos observar también cómo se confunden, como si se tratara de una sola y única realidad, la conciencia sensorial, es decir, la experiencia que el sujeto tiene de “ haber sentido" algo, con la conciencia de orden superior, en virtud de la cual el sujeto se expe­rimenta o vivencia como un ser cerrad o sobre sí mismo, capaz de volver sobre sus actos, y abierto a la realidad circundante; es decir, la experiencia de ser un “yo” .

La psicología de S anto T omAs estudia con profundidad el concepto aná­

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logo de la conciencia. A la concieticia sensorial llega, mediante un minucioso análisis de los elementos funcionales (pie integran el proceso de la síntesis perceptiva.

Acerca del proceso perceptivo, la psicología actual se esfuerza por descu­brir la naturaleza de la síntesis perceptiva. Reduciendo este problema a términos neuronales, investiga acerca de la interrelación de los complicados circuitos cerebrales, y en el conocimiento de estos procesos intenta encon­trar respuesta satisfactoria a este problema. Hoy por hoy, todo lo que sabe­mos es que la actividad de los órganos de los sentidos se proyecta sobre unas determinadas zonas de la corteza cerebral y que allí, en una red de compli­cados circuitos neuronales, con funciones integradoras más complejas todar- vía, tiene lugar el proceso que denominamos intermediario, de carácter psicofisiològico, en virtud del cual el sujeto percibe la unidad del objeto, que en su realidad física está constituido por una serie de cualidades sensi­bles (forma, color, peso, olor, etc.).

S anto T omás estudia el proceso perceptivo, pero naturalmente no desde el punto de vista de las estructuras y funciones nerviosas que intervienen en él, sino desde su formalidad y realidad psíquica sensorial, en la cual intervie­nen determinados órganos (causa material).

Esta primera y rudimentaria experiencia del orden subjetivo, que es la síntesis perceptiva, corresponde al llamado “ sensus communis” , que es concebido como proceso de integración objetivo-subjetivo-sensorial prima­rio. Por definición competen a este proceso dos funciones:

Primera. Función de integración objetiva, en virtud de la cual las diversas cualidades se7isibles, r e c ib id a s independientemente por ios distintos sentidos externos, son experimentadas y distinguidas por el sujeto como diferentes unas de otras, y son, además, reconocidas por él en una primera síntesis perceptivo-objetíva, como pertenecientes a una única realidad física: el objetivo-estímulo.

Segunda. Función de integración subjetiva primaria. La síntesis comparativa-abstractiva de las diversas cualidades sensibles es posible porque la actividad de los diversos sentidos es resumida o integrada por una función superior—la del sensus communis—en virtud de la cual la actividad de los distintos sentidos es referida a la unidad del sujeto sentiente: las diversas inmutaciones sensoriales que me llegan a través de mis diversos órganos de los sentidos me afectan y las percibo incorporadas o integradas en la unidad viviente, o vital, de mi propio ser sentiente.

Por la síntesis sensorial o integración primaria que realiza el sensus com­munis, la actividad sensorial original se perfecciona, se inmaterializa (con­cepto característico de la psicología de S anto T omás), al hacerse consciente y revelar, por una parte, la dualidad implícita en la unidad acto-objeto, y, por otra, evidencia también la unidad del sujeto que percibe y reconoce la pluralidad de cualidades sensibles en la síntesis perceptiva del objeto total. Es decir, que, en último análisis, la unidad del objeto (diverso en cuanto a sus cualidades sensibles como cosa o realidad física) es reconocido en vir­

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tud de la función integradora perceptiva que supone la experiencia subje­tiva de la unidad vital de un sujeto sentiente. Y es en esta síntesis, encuen­tro o asimilación subjetivo-objetiva en donde está, para la psicología de S anto T ocias, la razón última del proceso perceptivo-sensorial.

Claro £stá que siendo la actividad sensorial común al hombre y a los ani­males, cabe preguntarse si la experiencia sensorial, tal y como la hemos descrito, es aplicable también al animal. La cuestión es importante, porque una de las objeciones más serias que puede y debe hacerse a la psicología experimental, sobre todo a la de antecedentes behavioristas, es la de aplicar, sin solución de continuidad, las conclusiones experimentales obtenidas en animales, al ser humano.

La filosofía natural (y aquí del valor orientador de sus principios para la ciencia experimental pura) afirma, que la naturalesa animal es de diversa especie que la naturaleza humana, y que todas las funciones, por inferiores que sean, se realizan participando de la naturalesa a la cual pertenecen. Es decir, que la sensación que experimenta un animal no puede identificarse con la sensación, fenómeno humano. Esta última participa de la superior dignidad ontològica, racional, de la naturaleza humana. Y es precisamente en la capacidad rudimentaria reflexiva o de “ subjetivación" de las cualida­des sensibles donde se distinguen radicalmente la sensación humana y la del animal. Aquélla, en virtud de la dignidad superior de la naturaleza racio­nal, refleja o participa¡ bien que rudimentariamente, de la posibilidad que tienen las facultades intelectuales de volver sobre sus propios actos, es decir, de ser reflexivas.

El estudio de las funciones y actividades dei sistema nervioso central rea­lizado en estos últimos años ha proporcionado datos de indudable valor, relativos al conocimiento de lo que la psicologia escolástica denomina la causa material de los procesos sensoriales.

Estos hallazgos revelan que la inmutación provocada por el estímulo sigue a lo largo del sistema nervioso un doble recorrido. Uno ràpido, y en virtud del cual el estímulo sensorial, " traducido” en forma de corriente de impulsos nerviosos, llega hasta la corteza del cerebro y alli "proyecta” una imagen que representa una réplica del objeto estimulante. Es decir, que la forma de un objeto que, por ejemplo, se toca, es reproducida en la corteza que denominamos táctil o somestésica, con dimensiones proporcionadas con las de la realidad física de dicho objeto.

Igualmente la “figura que vemos’' tiene su correspondiente réplica en la corteza visual: bien que en este caso, como en el de la audición, la corres­pondencia proporcional entre el estímulo y su representación en la corteza sensorial, visual y auditiva, se establezca según el factor temporal, esto es, en términos de una determinada frecuencia.

Además de esta proyección estrictamente objetiva, se da otra, más lenta que la anterior, es decir, que la primera le precede en unas décimas de mili- segundo que, siguiendo vías nerviosas diferentes, alcanza estructuras del sistema nervioso central que están en la vecindad de los centros vegetativoso neuro-hormonales que regulan el ritmo vital del sujeto. Y, naturalmente, ambas estructuras se relacionan funcionalmente de tal manera que la acti-

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vidad provocada por el estimulo sensorial, a través de estas vías, se integra en la actividad que regula el ritmo vital del sujeto.

Finalmente, ambas actividades, la objetivante y la vital, se integran y relacionan entre si en los dinamismos de integración última proye divo- representativa y vegetativo-vital que se dan en la corteza cerebral como estructura superior del sistema nervioso que actúa como substratum media­dor en el proceso psico-fisiológico de síntesis subjetivo-objetiva.

Los análisis que acabamos de hacer no suponen más que un simple inten­to de acercamiento entre los puntos de vista de la psicología de S anto T omás y él estado actual de los conocimientos experimentales acerca del proceso sensorial. Como se ve, este acercamiento no sólo es posible, sino fructífero, pues con él ambos puntas de vista se enriquecen y completan mutuamente. Ello exige un conocimiento crítico, y no de tal o cual dato o conclusión experimental, más o menos provisional e insuficientemente verificada, sino de la marcha general de la ciencia experimental en sus conclusiones adecua­damente valoradas en su contexto experimental y en su interpretación hipotético-deductiva. También exige una indagación de los principios de la psicología de S anto T omás, no limitándose al análisis textual de fórmulas repetidas una y otra vez por sus comentaristas, o a consideraciones exegéti­cas de valor puramente histórico de los textos de S anto T omás

En materia psicológica, y sobre todo en lo que se refiere a la psicología de funciones orgánicas o sensoriales, la interpretación última de la doctrina de S anto T omás exige, si quiere ser científicamente fecunda, un conocimien­to de primera mano de la ciencia experimental de nuestros días.

M. ü. P., o. p .

C O N T E N I D O

Págs.

Introducción a la versión española............................................................ 9Prefacio a la edición revisada ................................................................... 21Prólogo a ¡a primera edición, por El Dr. Rudolf Alleus ................... 25Gratitud ........................................................................................................ 35

1. Primera edición, 35.—2. Segunda edición, 36.

I ntroducción ............................................................. .................................. 37

Capitulo 1.—LA PSICOLOGIA DE TOMAS DE AQUINO....................... 371. Los Caminos de la Sabiduría, 37.—2. Puntos de partida, 38.—3. La Psicología de Santo Tomás, 40.—I. Método, 40.—n. Intros­pección, 42.—HI. Contenido, 44.—4. Aquino y Aristóteles, 46.—5. Aquino y la Psicología moderna, 48.Bibliografía al Capítulo I ..................................................................... 50

•Capitulo 2.—CONCEPTO DE PSICOLOGIA GENERAL............ 511. Discusión terminológica, 51.—2. El Estudio del Hombre en cuan­to hombre, 51.—3. El significado tomista de Ciencia, 52.—4. El significado moderno de Ciencia, 54.—5. Psicología científica y Psicología filosófica, 57.—6. Noción de Psicología general, 59.—7. El valor de la Psicología filosófica, 60.—8. El valor de la Psico­logía científica, 81.Bibliografia al Capítulo I I .................................................................. 63

Libro primero: VIDA VEGETATIVA

Sección I .— L a c ie n c ia d e l o rg a n ism o

Capítulo 3.—EL CONCEPTO DE VIDA ORGANICA................................ 671. Biología del organismo, 67.—2. Estructura de la célula, 68.—I. Citoplasma, 68.—II, Núcleo, 69.—III, Composición química de la célula, 70.—IV. El Cuerpo Humano, 71.—3. Funciones de la cé­lula, 72.—I. Metabolismo, 72,—II. Crecimiento y Desarrollo, 72.

12 Contenido

Págs.

III. R e p r o d u c c ió n , 72. — IV. M o v im ie n to s d e a d a p ta c ió n , 73.—V. C o m p o r ta m ie n to v e g e ta t iv o del h o m b r e , 75.Bibliografía al Capitulo 111 ................................................................. 76

Sección II.—F ilosofía de la vida orgán ica

Capítulo 4.—TEORIA DE LA MATERIA Y DE LA FORMA ........ ........ 771 Naturaleza de los cuerpos físicos, 77.—2. Noción de cambio acci­dental y cambio sustancial, 77.—3. Implicaciones filosóficas del cambio sustancial, 78.—4. Términos de la teoría de la materia y la forma, 79.-^5. Valor de la teoría de la materia y la forma, 81.Bibliografía al Capitulo IV ............................ .................................. 82

Capítulo 5.—NATURALEZA DE LA VIDA ORGANICA ........................ 851. Concepto filosófico de vida, 83.—2. Teorías mecanicistas de la vida, 84.—I. Mecanicismo absoluto. 84.—II. Evolución emergen­te, 85.—III. Mecanicismo teísta, 86.—3. Valoración de las teorías mecanicistas, 86. — I. Mecanicismo absoluto, 86. — n . Evolución emergente, 86.—III. Mecanicismo teísta, 88.—4. Teorías vitalicias de la Vida, 88.—I. Teorías de la emergencia vital, 88.—II. Teoría de la entelequia o del agente formativo de Dreesch, 89.—m . Teo­ría aristotélica del principio vital, 90.—5. Valoración de las teorías vítalistas, 91.—I. Teorías de la energía vital, 91.—II. Teoría de la entelequia o del agente formativo de Driesch, 91.—III. Teoría aristotélica del principio vital, 92.—A. Unidad biológica, 92.—B. Finalidad intrínseca de las funciones vitales, 93.—C. Flexibilidad de las propiedades vitales, 93.—D. Ley de la conservación, 94.—6. Naturaleza del principio vital, 95.—I. Acto primero, 95.—II. Or­ganismo natural y organizado, 95.—III. Organismo potencialmen­te vivo, 96,Bibliografía al Capítulo V ................................................................... 98

Capítulo 6.—ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ORGANICA............. 991. Origen de la vida en la tierra, 99.—2. Teorías de la emergencia absoluta, 100.—I. Formas de emergencia absoluta, 100.—II. Va­loración, 101.—3. Teoría de la creación, 103,—I. Dios como origen directo de la vida, 103.—II. Valoración, 103.—4. Teoría de la emer­gencia restringida, 105.—I. Dios como origen indirecto de la vida, 104.—II. Valoración, 104.—5. El origen de la vida orgánica en el momento actual, 106.—6. La Causa final de la vida orgáni­ca, 107.Bibliografía al Capítulo VI ...................................... 108

Libro segundo: V ID A S E N S IT IV A

Sección I.—L a cien cia de la vida sen sitiv a

Capítulo 7.—EL PROBLEMA DE LA CONCIENCIA ................................. 1111. Significado de la conciencia, 111.—2. Escuelas Psicológicas, 113.3. Estructuralísmo, 114.—4. Funcionalismo, 115,—5. Psicología Hór- mica, 116.—6. Befiaviorismo o conductismo, 117.—7. Psicología

Contenido 13

Pág s.

agestáltica», o de la forma, 118.—8. Escuela psicoanalittca, 119.—9. Comentario sobre las escuelas, 120.—10. Psicología tradicio­nal, 121.Bibliografía al Capítulo V I I ................................................................ 123

Capitulo 8.—LA BASE ORGANICA DE LA CONCIENCIA...................... 125Parte I.— Estructura del sistem a n ervioso ... ... ...................................... 1251. La Neurona, 125.—2. El Sistema nervioso cerebroespinal, 126.3. El sistema nervioso autónomo, 128.Parte II.—F unciones del siste m a n e r v io s o ............. ........................ 1291. Concepto de reflejo, 129.—2. Características del reflejo, 130.—3. Reflejos simples, 130.—4. El reflejo condicionado, 131.Bibliografía al Capítulo V l l l ................................................................ 133

Capítulo 9.—LA SENSACION...................................................................... 1351. Concepto de sensación, 135.—2. Análisis de la sensación, 137.—3. Cualidad de la sensación, 138.—4. Intensidad de la sensación,139.—5. Duración de la sensación, 140.—6. El objeto en la con­ciencia, 140.Bibliografía al Capítulo I X ................................................................. 141

Capitulo 10.—SOMESTESIA ............. ........................ ............................. 14S1. La Piel, 143.—2. Sensaciones táctiles o de presión, 144.—3. Sen­saciones ¿olorosas, 145.—4. Sensaciones térmicas, 146.—5. Sensa­ciones de movimiento, 147.—A, Músculos, 147.—B. Tendones, 147. C. Articulaciones, 148.—6. Sensaciones de equilibrio, 148.—A. Equi­librio estático, 148.—B. Equilibrio dinámico, 149.—7. Sensaciones orgánicas, 150.—I. Necesidades corporales, 150.—II. Satisfacciones corporales, 151.—III. Fatiga corporal, 172.—IV. Sensaciones que acompañan a la enfermedad, 152.—V. Bienestar corporal, 153.Bibliografía al Capítulo X .................................................................. 154

Capítulo 11.—LOS SENTIDOS QUIMICOS .............................................. 155Parte primera.—E l O l f a t o ................................................................... 1551. Organismos receptores, 155.—2. Estimulación, 156.—3. Cualidad,156.—4. Umbral, 157.—5. Adaptación, 157.Parte II.—El G u s t o ............................................................................... 1581. Organos receptores, 158.—2. Estimulación, 159.—3. Cualidad, 159.4. Umbral, 160.—-5. Adaptación, 160.—6. Comparación entre el gus­to y el olfato, 161.Bibliografía al Capítulo X I ................................................................. 162

Capítulo 12.—LA AUDICION........................... . ... .................................. 1631. Estimulo, 163.—2. Estructura del oido, 164.—I. Oído externo,164.—n . Oido medio, 164.—III. Oído interno, 165.—3. Estimula­ción, 166.—4. Sensaciones auditivas, 168.—I. Sonidos musicales,168.—5. Teorías sobre la audición, 170.—I. Teoría de la resonancia,170.—II. Teoría telefónica, 171.—III. Teoría de la descarga, 171.—IV. Teoría de la configuración tonal, 172.Bibliografía al Capítulo X I I ...................................... ....................... 172

Capítulo 13.—LA VISION............................................................................ 1731. Estímulo, 173.—2. Estructura del ojo, 173.—3. Estimulación, 175.

14 Contenido

4 Las maravillas de la visión del ojo, 176.—5. ScnsciciOiics visuales cromáticas 176.—I. Matiz, 176.—n . Saturación, 177.—III. Bri­llo 177_0 Sensaciones acromáticas, 178.—7. Peculiaridades dela 'respuesta visual. 179.—I. Adaptación a la luz y a la oscuridad,179_2i imagen consecutiva, 179.—III. Contraste cromático,18q'__rv Ceguera cromática, 180.—8. Teoría de la duplicidad, 181.9 Teoría de la visión cromàtica, 182.—I. Teoria de Y oung-H el- mholtz, 182.—II. Teoria de H e r in g , 183.—HI. Teoria de Ladd-Fhan- ot.tw, 183.—10. Resumen, 184.Bibliografìa al Capitulo X I I I ............................................................... 185

Capítulo 14—SENTIDO COMUN Y PERCEPCION ................................. 1871. Los sentidos internos, 187—2. Concento de sentido común, 188.3. Los Objetos del sentido común, 188.—4. Naturaleza psicosomátí- tica del sentido común, 189.—I. Elemento psíquico, 189.—II. El elemento somático, 190.—5. Características espaciales de la Per­cepción, 191.—I. Extensión en superficie, 191.—II. Forma, 192.— n i. Solidez, 192.—IV. Distancia, 193.—V. Tamaño, 194.—VI. Mo­vimiento, 194.—fi. Características temporales de la percepción, 195.I. Duración, 196.—II. Ritmo, 197.—7. El sentido común y la teoría <gestálticav, 198.—8. Particularidades de la percepción, 199.—I. Am­bigüedades, 199.—n . Ilusiones, 201.—9. Fuentes de la ilusión, 202.—10. Ilusión e Ilación, 204.—11. El papel de la percepción en el co­nocimiento, 205.Bibliografía al Capítulo X I V ............................................................... 206

Capitulo 15.—IMAGINACION .................................................................... 2071. Concepto, 207.—2. Naturaleza psicosomàtica de la imaginación,207.—I. Elemento psíquico, 207.—II. Elemento somático, 208.—3. Diferenciación entre imagen y percepción, 209.—4. El efecto motor de la imágenes, 210.—5. Tipos de imágenes, 210.—I. Imáge­nes sensoriales, 210.—II. Imágenes eidéticas, 211.—III. Imágenes alucinatorias, 212.—IV. Imágenes hípnagóglcas, 212.—6. Los sue­ños, 212.—I. Estimulo, 213.—II. Interpretación, 213.—7. Imagina­ción reproductora y creadora, 214.—8. Fapel de la imaginación en la vida mental, 215.Bibliografía al Capítulo XV ................................................ ............. 216

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Capítulo XVL^-MEMORIA.......................................................................... 217I, Concepto de memoria, 217.—2. Naturaleza psicosomática de la memoria, 217.—I. Elemento psíquico, 217.—II. Elemento somáti­co, 218.—3. Memoria y Reminiscencia, 219.—4. Leyes de la asocia­ción, 219.—5. El Aprendizaje, 220.—I. Curvas del aprendizaje, 220.II. Materia del aprendizaje, 221.—III. Sujeto del aprendizaje, 222.IV. Proceso del aprendizaje, 224.—6. Retención, 226.—I. Curva de retención, 226.—II. Inhibición retroactiva, 227.—III. Cambios de ambiente, 228.—7. <Testsv de asociación, 229.—8. Papel de la me­moria en la vida mental, 230.—9. Reglas para cultivar la memo­ria, 230.Bibliografía al Capítulo X V I ............................................................... 231

Capitulo 17.—SENTIDO ESTIMATIVO E INSTINTO............................. 2331, El Sentido estimativo, 233.—I. El sentido estimativo en el ani­mal, 233.—n . El sentido estimativo en el hombre, 234.-2. Concep-

Contenido 15

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to del instinto, 234.—3. Naturaleza psicosomàtica del instinto, 235.I. Elemento psíquico, 235.—II. Elemento somático, 236.—4. Carácter finalista de los instintos, 23G.—5. Clasificación de los instintos, 237.6. Desarrollo y modificación de los instintos, 238.—I. Desarrollo,238.—II. Modificación, 239.—7. Teorías sobre el instinto, 240.—8. Va­loración, 241.—I. Teoria del control reflejo, 241,—II. Teoría del control intelectual, 241.—III, Teoria del control sensitivo, 242,—9. Papel del instinto en el hombre, 243.—10. El sentido cogitativoy la vida mental, 243.Bibliografía al Capítulo X V II .............................................................. ..244

Capítulo 18,—VIDA EMOCIONAL Y CONDUCTA EXTERNA ............. ..245Parte Primera.—Los Apetitos sen sib le s ......................................... 2451. Concepto de apetito, 245,—2. Tipos de apetito sensible, 245.— 3. Los actos del apetito sensible, 246.—I. Sentimiento, 247.—H. Emoción, 248.—A, Causa eficiente, 248.—B. Causa formal, 249.—C, Causa material, 249.—D. Causa final, 249.—4. Clasificación de las emociones según Santo Tomás, 249,—5. Estudios experimen­tales, 250.—I. Estímulos favorables y desfavorables, 250.—II. Pre­sencia y ausencia de estímulo, 252.—in . La dificultad del estí­mulo, 252.—IV. Inclinación y aversión, 253.—V, Factores de tranquilidad y emergencia, 253.—6. Teorías sobre la emoción, 254.—I. Teoría de D ar w tn , 254.—II. Teoría de Jam es- L an ge , 254,—III. Teoría talámica, 254.—IV, Otras teorías, 255.—V. Comentariofinal sobre las teorías, 256.— 7. Control de las emociones, 257.Parte II.—E l m ovim iento local ....................... . ............................. 2581. Significado de conducta externa, 258.—2. La conducta animal,258.—3. La conducta humana, 259,

Bibliografía al Capitulo XVIII ......................................................... 260

Sección II.— F ilo s o f ía de l a vida s e n s it iv a

Capítulo 19.—NATURALEZA DE LA VIDA SENSITIVA ........................ 2611, Distinción entre la planta y el animal, 261,—2. El principio de la vida sensitiva, 262.—I. Conocimiento, 252.—II. Orexis, 262.—III. Comportamiento externo, 263.—3. El animal, compuesto de alma y cuerpo, 264.—4. Unidad psicosomàtica del animal, 264.Bibliografia al Capitulo XIX ............................................................. 265

Capítulo 20.—ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ANIMAL................... 267Parte primera.—C onsideraciones prelim in ares ............................ 267

' 1. Limites de la teorización científica, 267.—2. Dos principios filo­sóficos, 267.—I. El principio de continuidad, 267.—n. El principio de la proporción causal, 268.-3. Evolución y especie, 268-—I. La especie en la ciencia, 269.—n. La especie en la filosofía, 269.Parte II.—La evolución de las e s p e c i e s ............................................. 270I. El hecho probable de la evolución. 270.—I. Paleontologia, 270.—II. Genética, 270.—III. Factores activos de la naturaleza, 272.—IV. Estudios comparativos, 272.—V. Conclusión, 274.—2. Teorías de la evolución, 274.—I, Teoria de Darwin, 274.—II Teoría de La- marck, 275,—III. Teoría de Buffon-Hilaire, 276.—IV. Teoría vita­lista, 276.—3. La evolución del cuerpo humano, 277.—I. Anatomía,277.—n . Embriología y fisiología, 278.—m . Organos rudimenta-

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ríos 278— IV Paleontología, 279— a) Hombre de Kanam, 279.— bj Hombre de Foxhall, 2 7 9 c> Pithecanthropus erectus (hom­bre-mono erecto), 279.^-d) Sinanthropus Pekinensis (Chino de Pekín) 279.—e) Hombre auroral de Piltdown, 280.—/; Hombre de Rhodesia 280 —g) Hombre de Heidelberg, 280.—h) Hombres nean- derthaloldes, 280.— Hombre de Cro-Magnon, 280—V. Conclu­sión, 281.Parte III.—E l origen de la vida a n im a l ........................................ 2811 En sus comienzos, 281—I. Teoría de la emergencia absoluta,281__ii. Teoría de la creación, 282.—III. Teoría de la emergenciarestringida, 282.-2. En el presente, 283.Parte IV.—E l destin o de la vida an im al ........................................ 2&4Bibliografía al Capítulo XX .............................................................. 285

Libro tercero: VIDA INTELECTUAL

Sección I.— La c ie n c ia de l a vida in t e le c t u a l

Capítulo 21.—LA MENTE HUMANA ........................................................ 28fl1. Gama de las facultades humanas, 289.—2. Métodos de estudio,289.—3. Concepto de inteligencia, 290.—4. Principios de la inte­ligencia, 291.Bibliografía al Capítulo X X I ............................................................. 293

Capitulo 22.—EL PROCESO CONCEPTUAL............................................. 2951. Significado del término «concepto», 295.—2. El proceso concep­tual, 297.—3. papel del fantasma en el conocimiento intelectual,299.—4. Estudios experimentales, 300.Bibliografía al Capítulo X X I I ............................................................. 302

Capitulo 23.—EL PROCESO DEL JUICIO ................................................ 3031. Carácter discursivo del intelecto, 303.—2. Concepto de juicio,303.—3. Proceso del juicio, 304.—Distinción entre conocimiento sensitivo y conocimiento intelectual, 306.—5. Estudios experimen­tales, 307.Bibliografía al Capítulo XXIII ........................................................ 308

Capítulo 24.—EL PROCESO INFERENCIAL............................................. 3091. Concepto de inferencia, 309.—2. El proceso inferencíal, 309.—3. El proceso inferencial en la ciencia y la filosofía, 310.—4. Es­tudios experimentales, 311.—5. La memoria como función del in­telecto, 311.Bibliografía al Capítulo XXIV ......................................................... 312

Capitulo 25.—MOTIVACION....................................................................... 3131. Orexis intelectual, 313.—2. El motivo intelectual, 313.—3. Con­diciones de la motivación, 314.—4. Estudios experimentales, 315.Bibliografía al Capítulo XXV .......................................................... 310

Contenido 17

Págs.

•Capítulo 26.—VOLICION............. ............................................................. 317I. Concepto de volición, 317,—2. Formas de volición, 317.—3. Ca­racterísticas generales de la volición, 349.—4. Rasgos particulares de ¡a elección, 319.—5. Tendencias determinantes de la voluntad,320.—6. Estudios experimentales, 322.—I. El acto voluntario, 322,—II. Medición de la fuerza de voluntad, 323.Bibliografia al Capitulo XXVI ......................................................... 324

Capitulo 27.—LA ATENCION .................................................................... 3251, Concepto de atención, 325.—2. Abstracción, 325.—3. Clases de atención, 326.—4, Cualidades de la atención, 327.—I. Amplitud,327.—II. Intensidad, 328.—III. Fluctuación, 328.—5. Fenómenos relacionados con el proceso de la atención, 329.—I. Fenómenos de precedencia, 330.—II, Fenómenos concomitantes, 331,—III, Fenó­menos consecutivos, 331.—6. Teoría sobre la atención, 331.Bibliografía al Capitulo XXVII ......................................................... 333

Capítulo 28.—ASOCIACION Y PENSAMIENTO CREADOR.................. 3351. La asociación y el acto volimtario, 335.—2. Actividad libre de las imágenes e ideas, 335.—3. Actividad controlada de las imáge­nes, 336,—4, El pensamiento creador, 377.Bibliografía al Capítulo X X V III .......................................................... 339

Capítulo 29,—LA ACCION EN EL HOMBRE ........................................ 341I. Concepto de conducta humana, 341.—2. Amplitud de la con­ducta humana, 341.—3. Derivación de la conducta de la volición,342.—4, Papel de la imaginación en la conducta controlada, 344.—5. Conductas especiales, 347.—I. Reacciones de defensa, 344.—II. Reacciones sustitutivas, 345,—III. Solución de conflictos, 345.Bibliografía al Capitulo XXIX ......................................................... 346

Capitulo 30.—HABITO ................................................................................ 3471. Concepto de hábito, 347.—I. Permanencia, 347.—II. Desarrollo por la inteligencia y la voluntad, 348.—III. Rapidez, facilidad y placer en la acción, 349.—2. Bases del hábito, 349.—3. Tipos de hábito, 350.—4. Evolución del hábito, 350.—5. Refuerzo y debili­tamiento del hábito, 352,—6. Teorías sobre el hábito, 353.—I. In­terpretación behaviorista, 353.—II. Interpretación pslcoanalítica,354.—III. Interpretación hórmica, 354.—7. Control de los hábitos,354.—I. Cultivo de hábitos deseables, 354.—II. Eliminación de hábitos indeseables, 355.—8. Función del hábito en la vida men­tal, 356,Bibliografía al Capítulo XXX ............................................................. 357

Capitulo 31.—EL YO ................................................................................... 3591. Concepto del yo, 359.—2. Distiriciones del Ego, 359.—I, Yo psi­cológico, 359.—II. Yo moral, 360.—III. Yo ontològico, 360.—3. Ex­periencia del yo, 361.—I. Observación simple, 361.—II. Observación científica, 362.—4. Naturaleza sustancial del Ego absoluto, 363.—5. Introspección del yo, 363.—I. Sección transversal, 363,—II. Sec­ción longitudinal, 364.—6. Cambios fenoménicos del Ego, 365,—I. Cambios parciales, 365.—II, Cambios totales, 365.Bibliografía al Capitulo XXXI ......................................................... 366

Brennan, 2

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Púgs.

1, Concepto de carácter, 367.-2, Elementos del carácter, 367.—I Ambiente 367.—n. Herencia, 368.—III. Acción, 368.—IV. Reco­nocimiento de valares, 369,—V. Hábitos, 369.—VI. Resumen, 370.—3 Desarrollo genético del carácter, 371—I. La voluntad del poder,371.__n . El sentimiento de inferioridad, 372.—III. Educación, 372.IV, La Voluntad de comunidad, 372.—4. Maduración del carácter y formación de la virtud, 373.—5. Tipos de carácter, 374.—I. Juwg, 374.— II. K re tsch m e r , 374.—III, Jaensch , 375.—IV. H ex - m ans, 376.— V. S p ra n g e r , 377.— 6. Carácter e ideales, 377.Bibliografía al Capitulo XXXII ........................................................

capitulo 33.—LAS FACULTADES ................................................... ........ 3791. Acceso al problema, 379.—2. Análisis del objeto, 379.—3. Aná­lisis del acto, 380.—4. Análisis de la facultad, 381.—I. Nivel ve­getativo, 382,—II. Nivel sensitiva, 382.—III, Nivel intelectual, 383.5. La Teoría de Aquino y la investigación moderna, 383.— I. Facul­tades vegetativas, 383.—II. Facultades sensitivas, 384.—A) Facul­tades cognoscitivas, 384.—B) Facultades apetitivas, 385.—C) Fa­cultades motoras, 386.—III. Facultades intelectuales, 386.^6. La psicología factorial y las facultades, 387.—7. Tests y medicio­nes, 388.—8. Diferencias individuales, 389.Biliografia al Capítulo XXXIII ......................................................... 390

Sección II.—F ilosofía de la vida intelectual

Capítulo 34.—NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO INTELECTUAL ... 391 1. Diversas escuelas, 391.—I. Sensualismo, 391.—II, Intelectualls- mo, 392,—III. Realismo, 393.—2, Discusión entre las formas hu­mana y animal de conocimiento, 395.—I. Lenguaje, 395.—II. Cul­tura, 395.—HI. Moral, 396.—IV. Arte y estética, 396.—V. Reli­gión, 397.—3. El principio de inmanencia, 398.Bibliografía al Capitulo X X X IV ................................ ....................... 399

Capítulo 35.—NATURALEZA DE LA VOLICION .................................. 4011. Diversas escuelas, 401.—2. Teorías del determinismo extremado, 401.—I. Determinismo físico, 401.—II. Determinismo biológico, 402. m . Determinismo psicológico, 404.—3. Teorías del indeterminismo extremado, 405.—4. Teoría del indeterminismo moderado, 405.—I. Naturaleza de nuestro concepto del bien, 406.—II. Naturaleza de nuestro método discursivo, 407.—III. Creencias y costumbres delhombre, 408.—5, Libertad y estudios inductivos, 409.Bibliografía al Capitulo XXXV ......................................................... 409

Capítulo 36.—NATURALEZA, ORIGEN Y DESTINO DEL ALMA HU­MANA ................................................................................................. 411

I. Atributos del alma humana. 411.—I. Inmaterialidad, 411,—II. Sustancialidad, 412.—m . Simplicidad, 413.—2. Naturaleza del alma humana, 414.—3, Relaciones entre el cuerpo y él alma, 414.—I. Monismo, 415.—II. Dualismo extremado, 415.—III. Dualismo moderado, 416.—4. Pruebas de la unión sustancial, 416—I. Forma sustancial, 416.—II. Sensaciones y Emociones, 417.—III. Interac­ción de facultades, 417.—IV. Unidad del yo, 418.—V. Repugnancia al sufrimiento y a la muerte, 418.—5. Origen del alma humana, 418.—I. Evolución emergente, 419.—IL Teorías de origen paterno

367

373

Contenido 19

Págs.

del alma, 419-—III. Emanación, 4X9.—IV. Creación, 420.—6. Tiem­po de origen, 420.—I. Preexistencia, 420.—II. Transmigración, 421,III. Teoria de las formas sucesivas, 421.—IV. Teoría de la forma única, 422.—7. Destino del alma humana, 423.—I. Extinción, 423.—II. Supervivencia impersonal, 423.—Ut. Supervivencia personal,423.—Prueba ontològica, 424.—Prueba psicológica, 424.—Prueba moral, 425.—8. Destino del cuerpo humano, 425.Bibliografia al Capítulo X X X V I ........................................................ 426

Fuentes de la Psicología de Santo Tomás ............................................. 427

I ndice a l f a b é t ic o ....................................................................... ............................................. 435

PREFACIO A LA EDICION REVISADA

Actualmente todo el mundo tiene conciencia del vasto desarrollo que ha alcanzado la ciencia, y de los problemas que esto ha creado. Su extensión y su complejidad se han hecho abrumadoras. En el des­pertar de dicho desarrollo surge, además, la trascendental tarea de relacionar e integrar su extenso caudal de datos y teorías.

Esto, que es cierto en general, refiriéndose a la ciencia, lo es tam ­bién para la Psicología. Las investigaciones e Interpretaciones psico­lógicas, prescindiendo de su mayor o menor valor, se han diseminado tan ampliamente, que es fácil encontrarlas en cualquier sitio. Por consiguiente, tanto al estudiante que solicite una breve preparación psicológica com o al que desee profundizar en este campo, o simple­mente al lector de periódicos y revistas, le es difícil escapar a su influencia. Pero, aunque la psicología científica pretenda ayudar a una persona a entenderse a sí misma y a entender a los demás, sin embargo, sus efectos suelen ser a veces, más contraproducentes que esclarecedores. El estudiante de psicología individual suele tener que enfrentarse con una muy grande cantidad de inform ación sobre m a­terias altamente especializadas y complicados campos de investiga­ción, al mismo tiempo que ignora el modo de sintetizar estos conoci­mientos y de llegar a un concepto comprensible y funcional de la totalidad del hombre. Necesita, por esto, no sólo la información, sino también integración, de modo que le sea posible referir los hechos y las teorías a un esquema coordinado y adecuado de la persona humana.Y necesita, además, conocer cóm o se relaciona la ciencia de la psico­logía con otras ciencias, con la realidad totalf y con el último sentido y finalidad de la existencia humana, tanto en el tiempo como en la eternidad. Sólo así se halla en condiciones para valorizar el conjunto de datos psicológicos (vulgares) y científicos con los que se encuentra, no sólo en las aulas, sino en todas partes.

Esta integración y orientación, tan indispensables para la Psicolo­gía moderna y, sin embargo, ausentes con tanta frecuencia de los textos de Psicología general, ha sido el móvil esencial de la obra del padre Brennan, Su libro es una continuación de los resultados de gran parte de las investigaciones modernas con un punto de vista finalista del ser humano, cosa que raramente encontramos en los estudios psicológicos. No es sorprendente, pues, que su texto haya resultado tan efectivo a través del tiempo y que haya sido reeditado tantas veces. Después de quince años de ser utilizado en numerosos colegios superiores y universidades, este texto ha sido nuevamente

22 Prefacio

revisado. El padre Brennan presenta esta revisión desde la riqueza de perspectiva, dada por largos años en la enseñanza y por las sugeren­cias de los profesores que han hecho uso de él durante años, y, como podrá observar el lector si compara el texto revisado con el original, logrando una penetración mayor aún en los fundamentos radicales de la naturaleza humana. Esta obra revisada tendrá seguramente mayor difusión aún que la anterior.

Con el fin de provéerse de los medios necesarios para la integra­ción y orientación última del vasto desarrollo de la psicología m o­derna, el padre B r e n n a n acude a los escritos de S a n t o T o m á s de A q u i- ito. No lo hace, sin embargo, con intención meramente histórica, sino como ló haría un psicólogo moderno ampliamente familiarizado con los puntos de vista actuales que encontrase aún en el pensamiento vivo del Doctor Angélico el medio más completo y adecuado para la integración y orientación de la ciencia, aun la de más alcance y actualidad. Las ideas de S a n t o T o m á s son importantes para el psicó­logo y para todo pensador moderno, no porque haya vivido y escrito en el pasado, sino porque sus ideas, penetrando en las relaciones últimas e inmediatas de la realidad, continúan siendo consideradas com o el retrato más completo y extenso del hombre mismo y de su sentido final. Así com o la muñeca, sin haber visto los dedos parece inútil, así también a primera vista, los principios filosóficos y los conceptos teológicos no parecen tener gran significación de tipo prác­tico para las ciencias empíricas y en particular para la Psicología; pero así como los dedos mismos con sus miles de terminaciones ner­viosas y sus complejas relaciones anatómicas serían prácticamente inútiles para el hombre sin la coordinación aportada por la muñeca y el antebrazo, igualmente el com plejo desarrollo de las distintas ramas de la psicología ganan en firmeza e integridad cuando es refe­rido a la filosofía y a los principios teológicos tomistas.

La Psicología moderna está volviendo a una visión personalista, dando creciente énfasis a los aspectos psicosomáticos de la naturaleza humana. Esta es también la esencia de la psicología tomista. Por esta razón, este punto de vista filosófico, básico de S a n t o T o m á s , provee de un sólido campo de acción y un marco de referencia para la inter­pretación de los resultados de los análisis de laboratorio y de los des­cubrimientos de la psicología clínica. Así. el carácter esencialmente dinámico del punto de vista tomista nos proporciona los principios que luego serán ilustrados y aclarados a través de los resultados de la investigación científica.

Pero puesto que la psicología considerada com o un estudio del hombre en sí mismo se orienta, naturalmente, hacia la ética o fina­lidad de los actos humanos, y hacia la teología definidora de la meta y causa final del hombre, el psicólogo cristiano no puede prescindir completamente de Dios com o ser sobrenatural; por esto dice S a n t o T o m á s :

«Todas las consideraciones de la razón humana dirigidas a orde­nar las verdades de la ciencia tienen como fin el conocimiento de la ciencia divina (que e s la teología).» (Exposición del Libro de B o e c io

Ch. A. Curran 23

sobre ia Trinidad: lección 6, artículo I, respuesta a la tercera parte.)He aquí el principio básico integrador del tomismo. S a n t o T o m á s ,

habría estado de acuerdo en que el hombre es el tema que debería estudiar la humanidad, pero habría aclarado posteriormente que el fin último de este estudio debería ser Dios.

«La filosofía— dice Santo Tomás (y es seguro que incluye a la psi­cología, considerada como filosofía de la naturaleza humana)— sólo es sabiduría en cuanto esté supeditada a la sabiduría divina... Sepa­rada de Dios se convierte en una simpleza.» (Comentario a los Corin­tios, I, capítulo 15, lección 5.)

A la luz de estas citas podemos afirmar que si Santo Tomás viviese hoy, aún seguiría pensando a la vista de toda la ciencia moderna que una ciencia de la naturaleza del hombre que no estuviese subordinada a la verdadera filosofía, sería una simpleza.

La integración final sólo es posible si la ciencia del hombre se dirige hacia una filosofía verdadera de la naturaleza humana que esté orientada asimismo hacia el verdadero conocimiento de Dios.

El padre B r e n n a n ha expresado el credo del tomismo moderno así: «Si somos verdaderos tomistas, debemos pensar y hablar en función de los problemas de nuestra época y vibrar con ellos.» (Essays in Thomism, editado por R o b e r t E. B r e n n a n , O. P„ Nueva York: Sheed & Ward 1942, p. 20; ed. española, Morata, Madrid, 1963) (*).

Este texto revisado de Psicología General es una demostración de la obra de un tomista que vibra con su época y, al mismo tiempo, ofrece al estudiante una visión del hombre, como criatura, cuyo últi­mo destino es alcanzar a Dios.

C h a r l e s A . C u r r a n .

Seminario de St. Charles.Columbia, Ohio.

(*) Ediciones Morata, Madrid - 4, tiene publicadas, además, las siguien­tes obras del R. P. B r e n n a n , O. P.: Psicología General, Historia de la Psico­logía, Psicología tomista, El maravilloso ser del hombre y Ensayos sobre el tomismo.

P R O L O G O A L A P R I M E R A E D I C I O N

POR EL DOCTOR

RUDOLF ALLERS, Viena

No es tarea fácil hacer la introducción de un texto de este tipo* especialmente en un publico con el que me encuentro poco familiari­zado. Sin embargo, estoy deseoso de asumir este riesgo, en la certeza de que algunos valiosos rasgos del libro del doctor B r e n n a n deben ser señalados de antemano, y, además, porque el espíritu que anima al texto entero es el que yo desearía encontrar en toda la psicología. Hay dos cosas de las que estoy convencido: La primera es que la psicología sólo puede esperar un progreso esencial si se arraiga en estratos filo­sóficos; la segunda, quet entre todas las corrientes filosóficas, la que ha elegido el doctor B r e n n a n , como fundamento de sus teorías, es, con mucho, la más adecuada para una auténtica ciencia de la natu­raleza humana. Ambas aseveraciones pueden dar lugar a extensa dis­cusión, pero lo realmente importante es que sean captadas por el estu­diante antes de que com ience a trabajar en este libro.

I

La Psicología fue la última de las ciencias naturales que se separó de la Filosofía. De hecho, hasta la primera mitad del siglo X IX , prác­ticamente toda contribución al campo de la Psicología fue de carácter filosófico, y aún hoy se conservan huellas de esta antigua unión. G u s t a v T heodor F e c h n e r y W il h e m W u k d t , considerados como los fundadores de la Psicología moderna, fueron ambos com petentes filó­sofos, y W i l l ia m J a m e s era, por lo menos, tan buen filósofo com o psicólogo. Sin embargo, desde que la Psicología se instituyó como una ciencia apartet hace aproximadamente un siglo, la tendencia general se ha inclinado hacia la separación de las dos disciplinas. La verdad es que la filosofía misma, especialmente las ideas de H e g e l y de S c h e l l in g , en Alemania, fueron causantes del descrédito hacia la es­peculación que surgió entre los científicos, para quienes sólo los hechos contaban. Actualmente, oímos hablar bastante más de filoso­fía que hace treinta años, y nuevamente parece ganar terreno la idea de que la especulación filosófica no es del todo inútil, aun para la ciencia empírica.

La Psicología es un tipo de ciencia muy característico. Su peculia­ridad no ha sido quizá suficientem ente reconocida. Es diferente de cualquier otra ciencia que trate de hechos reales, diferente de la

26 Prólogo

biología y de la física, de la sociología y de la historia. .Esta diferen­cia, sin embargo, no es la que debería desprenderse del tema tratado. La Física, por ejem plo , se diferencia de la historia en que cada una trata de un aspecto distinto de la realidad. Pero todas las ciencias, a excepción de la Psicología, tienen que ver únicamente con los hechos que estudian, siéndoles posible perm anecer dentro de sus propios límites. El físico aplica sus métodos de estudio a los objetos físicos, y allí termina su labor. Si desease desarrollar una filosofía de la física, cesaría automáticamente de ser un físico y se convertiría en un filó­sofo. Esto mismo puede aplicarse al historiador, al biólogo y al soció­logo; pero, repetimos, el caso de la Psicología es diferente. La Psico­logía es la ciencia de la experiencia interior y así seguirá siendo, a pesar de que los behavioristas o los psicólogos objetivistas no estén de acuerdo con esto , ¿No le es posible al conductista hablar de con­ducta, sólo porque conoce de antemano, por la introspección, el sig­nificado de este térm ino? Y, ciertam ente, el psicólogo objetivista no podría darle sentido a su ciencia si no hubiese una psicología subje­tiva para oponerla a suya. Pero la experiencia interior es siempre experiencia de algo que con mucha frecuencia no es fenóm eno mental en absoluto, sino un objeto, una res ad extra, como decían los pensa­dores medievales. Las relaciones de estos objetos entre sí y las leyes que los gobiernan, determinan el tipo y la sucesión de la experiencia mental a que nos vemos sometidos. El hecho de que el color naranja ocupe un lugar intermedio entre el rojo y el amarillot no se debe a ningún principio psicológico, sino a la estructura especial del mundo de los colores. La evidencia y la necesidad asociadas a cualquier silogis­mo al modus Darii— todos los hombres son mortales; Cayo es un hom­bre, luego Cayo es mortal—, no es el resultado de ninguna posible pecu­liaridad de la m ente humana, sino de las leyes que rigen el mundo de la lógica. La convicción general de que perseguir objtivos buenos es pre­ferible a perseguirlos malos—prescindiendo del modo como definimos e l bien y el mal—no es un mero hecho de la vida mental, sino la conse­cuencia de que el bien esté dotado de un valor superior al mal. Por lo menos, un psicólogo científico no puede objetar que esto sea sólo apa­riencia, y que, en realidad, eso que denominamos color no existe, o que la lógica es simplemente un producto de los procesos mentales, o que ios valores sean sólo experiencias puramente subjetivas. No le es posible objetar esto, puesto que el color es experimentado como algo distinto e independíente de la mente, y porque las leyes de la lógica son experimentadas como pertenecientes a un mundo objetivo de verda­des, y porque los valores se experim entan como un aspecto peculiar de la realidad.

Además de lo que la Filosofía pueda opinar, la Psicología, como ciencia, tiene que considerar que el hecho de nuestra experiencia está con certeza determinado por leyes no mentales. Pero la experiencia del color naranja como una transición entre el rojo y el amarillo, ■es, sin embargo, un fenóm eno mental, y lo mismo ocurre con la suce­

i

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sión de premisas que forman el silogismo, y también con el conoci­miento del bien preferido al del mal, que es igual que decir que la psicología científica, al estudiar su objeto particular, que son los datos de la experiencia, no puede escapar a la necesidad de tomar en cuenta también a los datos objetivos y no psicológicos. De hecho, el ‘psicólogo que se limita deliberadamente a estudiar sólo los estados mentales, cesa de serlo.

A otras ciencias les es necesario hacer abstracción de sus relacio­nes entre el objeto propio de su ciencia y otros aspectos del mundo. El físico, por ejem plo, no está interesado en saber si los hechos que él observa y analiza son reales o aparentes. Para él, la corriente alterna será igualmente corriente alterna, tanto si es producida por un dis­positivo eléctrico, como por una contracción muscular. Es posible, de todos modos, que haya dificultad para decidir si ciertos temas, como la geometría abstracta o la multiplicidad, pertenecen al campo de la física o de la filosofía; entre estas dos formas del saber existe, no obstante, una marcada diferencia. Pero mientras el hecho físico sería, por así decir, unilateral, el mental, en cambio, tendría un carácter bilateral. Originado dentro del terreno de la mente, pertenece tam ­bién de algún modo a los dominios de la realidad extramental.

Esta postura única de la Psicología, dentro de los sistemas cien ­tíficos, puede ser descrita de otro modo, puesto que los problemas de que trata y la m ente que los trata pertenecen al mismo tipo de entes,o para explicarlo de modo distinto, el carácter objetivo que poseen otras ciencias carece de base, hasta cierto punto, en Psicología. Pues, aun bajo las condiciones experimentales más adecuadas, cuando el observador y el sujeto observado son dos personas distintas, los resul­tados de la observación sólo se hacen significativos cuando los referi­mos a la propia experiencia del investigador. Además, la Psicología manifiesta una diversidad de relaciones con otras ciencias que la hace única. Necesita la ayuda de la Fisiología para ampliar sus cono' cimientos sobre los órganos de los sentidos. Una parte de la Psico­logía posee un carácter esencialm ente fisiológico, lo que no quiere decir, en modo alguno, que la Psicología se haya convertido en una rama de la Fisiología. Cuando su estudio se dirige hacia fenóm enos como el amor, las inclinaciones, el juicio moral, la escala de valores, las convicciones, etc., la ciencia de la psicología necesita recurrir a la ética o a la lógica. Y, sin embargo, los problemas de la ética y de la lógica se consideran generalmente como pertenecientes a la filo­sofía. La psicología científica se encuentra, pues, en una postura límite rozando los campos de la biología y la filosofía. Pero este hecho no es una prueba absoluta de que la Psicología no pueda existir sin el re­curso de la filosofía. Podemos argüir que los puntos en los que el psicólogo necesita apelar al filósofo, si bien de gran importancia, son sólo unos pocos. La postura de la Psicología entre la filosofía y la biología es simplemente la consecuencia de la posición asignada al objeto que debe estudiar el psicólogo. El hombre es, a la vez, un orga-

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nismo viviente y un ser dotado de un sentido moral, de una conciencia y de sentimientos de responsabilidad. AitTiQ'iie se o.ji7vic lo contvciTio, la m ente humana se sabe distinta al cuerpo al que está ligada. El problema psicofísico es un tema fundamental que no puede ser igno­rado. Sin embargo, ni la Biologíat ni la Psicología, entendida simple­mente como ciencia de los fenóm enos mentales, lo han resuelto. Aun para acercarse a él se requiere un punto de vista más allá de la Biología y de la Psicología, que no se encuentra más que en el campo de la Filosofía. Esto se repite en el caso del problema del Ubre albe­drío. Los deterministas sostienen que la libertad del hombre es una ilusión, y que su actividad se halla restringida por los mismos prin­cipios causales que operan en el nivel de la materia inerte.

No es mi propósito discutir en este momento si el concepto de la causalidad física ha perdido su significación debido a la imposibilidad Ae calcular la suma total de factores que obran en el microcosmos. Este argumento cuasi filosófico, planteado por algunos físicos de m en­talidad metafísica, me da la impresión de ser carente de base. Si el libre albedrío es una ilusión, el origen de esta ilusión debe ser expli­cado, y ningún filósofo de la escuela determinista nos ha dado aún la respuestat ni tampoco las teorías de la física moderna, por ejem plo, el principio de Hetsembeeg, han contribuido ni un ápice al estableci­miento del Ubre albedrío. Nuestra incapacidad para hacer medidas exactas no es una prueba de la invalides de las leyes de la causalidad.Y aun si fuese posible descubrir los principios de la libertad en el nivel de las dimensiones infraatómicas, no solamente no se ganaría nada con dicha teoría, sino que surgiría entonces un problema aún más sutil qu$ complicaría el asunto. Pues dicha explicación postularía la existencia de la libertad en ese nivel, pero la negaría en el caso de los acontecimientos físicos corrientes, gobernados por leyes esta­dísticas. Tendría, además, que explicarnos esta teoría por qué desapa­rece la libertad en el mundo material de dimensiones macroscópicas y se hace otra vez manifiesta en el hombre.

Se ha dicho con exactitud que el su jeto y el objeto de la inves­tigación filosófica sonr en cierto modo, una misma cosa. El hombre forma parte de esa misma realidad que trata de comprender, y cuya estructura desea averiguar. No se necesita más que revisar los proble­mas de la epistemología para darse cuenta de la certeza de esta afir­mación. ¿Y no es éste también el caso de la Psicología, a la que no le es posible comprender su objeto y su tarea, o comprenderse a sí misma, si ignora la base esencialmente filosófica sobre la que esté asentada?

Actualmente creo que vamos dando un mayor relieve a la intimi­dad existente entre la Filosofía y la Psicología científica, pero estamos aún lejos de admitir su verdadera importancia. Nada puede hacer con ­tribuir más a la extensión de este concepto fundamental, de cuya aceptación depende en gran parte el destino de la Psicología, que una obra como la presente, prueba palpable de cómo la ciencia de la Psico- cología puede beneficiarse de normas filosóficas firm es.

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nEl postulado de que la Psicología debe estar basada en la Filosofía

está ganando terreno entre los intelectuales de mayor reputación. El profesor G e m e l l i 1 presta especial atención al hecho de que algunos de los psicólogos de más vigencia mundial están empezando a recono­cer cada vez con más frecuencia la necesidad de poner en correla­ción los resultados de sus investigaciones con algunos principios filosóficos, y de construir sus teorías sobre fundamentos filosóficos. El profesor K a r l B ü h le r , de la Universidad de Viena, es también par­tidario de esta actitud. Pero aunque esta necesidad fuese ampliamente reconocida por la mayoría de los investigadores, queda el problema de elegir la filosofía adecuada. Existen varios sistemas filosóficos, cada uno profesando sus propios puntos de vista y hablando su pro­pio lenguaje y siendo, además, la mayoría de las veces, opuestos unos a otros. La confusión de lenguas en la torre de Babel difícilmente sobrepasaría a la existente en la filosofía moderna. Los adeptos a K a n t , H e g e l , T o m á s de A q u in o o W h iteh e a d , pueden estar realmente empleando idénticos términos, pero sus ideas son absolutamente dis- tintas. No es de extrañar entonces que el psicólogo experim ente asom­bro cuando se le diga que su ciencia tiene necesidad de una filosofía y que debe hacer una selección entre los numerosos sistemas de ac­tualidad.

¿Existe algún criterio que lo pueda guiar en su elección? Creo que sí, lo mismo que creo que aplicándolo no necesita apoyarse en con­ceptos ajenos a su especialidad. El método es simple. Consiste en pre­guntarse: ¿qué sistema filosófico me garantiza el máximo de ayuda; cuál, entre todos, me ofrece las mejores y más simples explicaciones psicológicas? Vemos perfectam ente, por ejem plot que el materialismo no es adecuado. Afirmar que los fenóm enos mentales no son más que manifestaciones de intrincados procesos cerebrales no nos sirve de gran cosa. Porque pronto nos cercioramos de que la pretensión del materialista de no alejarse de la realidad es el resultado del engaño a que se som ete a sí mismo. Lo mismo sucede con la filosofía del idealismo trascendental. ¿Puede la discusión de las categorías m etafí­sicas, o del juicio a priori, o del nuomeno y el fenóm eno ser de algún provecho para el psicólogo? Personalmente, lo dudo. Después de dis­cernir este asunto, vemos que muy pocos sistemas filosóficos se han introducido lo suficiente en la realidad para que sean de utilidad a la ciencia. Y entre estos pocos hay uno precisamente que sobresale con claridad definida, porque está más cercano que ningún otro a la vida y a la realidad diarias. Es la filosofía desarrollada por el genio de S a n t o T o m á s d e A q u in o , partiendo de una larga tradición griega y cristiana. A continuación explicaré las razones que tengo para sos­tener que éste es el único sistema al cual es posible adherirse de un modo seguro. Pero antes de ir sobre ese punto me gustaría contestar

1 Comunicación leída en Roma, en el Congreso Internacional de Filo­sofía Tomista, 1936.

30 Prólogo

a la objeción que probablemente se me fiará en contra de mi reco­mendación. La escolástica, se me dirá, tiene solamente interés como algo antiguo. T o m á s de A q u in o era indudablemente un genio, pero per­teneció a una época totalm ente ignorante de la ciencia moderna.

Sus conocimientos sobre física, astronomía y biología eran suma­m ente ingenuos. Desconocía prácticamente la ley de la gravedad, la división celular o los procesos químicos. Estaba mucho menos infor­mado que cualquier estudiante corriente de hoy. ¿Cómo es posible, pues, que nos preste ayuda en nuestra tarea tan alejado como está de nuestra época? Responderé, antes que nada, que el intelectual del medieval poseía un conocimiento mucho más profundo de las cien­cias naturales de lo que generalmente se cree. Nú tenemos más que echar una mirada sobre la extensa obra de A l b e r t o M a g n o para darnos cuenta de ello. En segundo lugar, T o m á s d e A q u in o era, de profesión , filósofo, no científico, y es su filosofía y no su ciencia lo que vamos a considerar. Como filósofo, se dedicó a descubrir las leyes que orde­nan las entidades visibles e invisibles del mundo, y a determinar el lugar relativo que ocupan los diversos niveles del ser en la «echelle d ’étre» total. Para precisar la posición de la materia inerte en dicho esquema de la realidad no es absolutamente necesario conocer las leyes de la gravedad o las relaciones entre la luz y la electricidad. Si este conocim iento tuviese que ser necesario, entonces no podría existir la filosofía. La labor de la ciencia se continúa indefinidamente y la cantidad de información de que disponemos en la actualidad no es más que un pequeño fragm ento de la que se acumulará dentro de unos siglos. La física moderna está , eso sí, mucho más cercana a su meta que en los tiempos de N e w t o n , o aun de M a x w e l l , pero no deja el físico de reconocer, sin embargo, que está lejos de poseer un com pleto control de sil materia. La ciencia es, verdaderamente, tal com o K a n t la definió, una tarea infinita. Y, sin embargo, para cono­cer la naturaleza esencial del mundo de los objetos con que trata el físico, sólo es necesario conocer un breve y simple número de hechos, como la transformación del agua en vapor por ebullición, la caida de los objetos más pesados que el airer la producción de ondas ondu­latorias cuando se arroja una piedra al agua, etc. Además, el hecho de que las plantas sean estructuras vivas diferenciadas de los ani­males nos perm ite asignarles una posición dentro del orden de los seres. No es necesario ningún complicado experim ento para reconocer que la vida sensitiva posee un desarrollo superior al de la simple vida vegetativa. Aunque existiesen las formas de vida intermedias, posibilidad con la que A r i s t ó t e l e s estuvo familiarizado, no por eso dejaría de ser cierto que la planta más altam ente diferenciada per­tenecería a un orden inferior, en la escala de los seres, que el animal menos diferenciado. La famosa frase de Linneo: «Natura non facit saltus», fue pronunciada por un hombre de ciencia, no por un filósofo. La idea de aplicar el principio de continuidad, no solamente al mo­vimiento y a los procesos, sino también a las estructuras, no se le ocurrió al pensador medieval. Su cerebro refinado se vio en la impo­sibilidad de percibir alguna relación esencial entre el hombre y el

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animal. Y aunque existiera alguna igualdad de tipo anatómico entre el cuerpo humano y el cuerpo de los demás seres, nunca tuvo la duda de que el hombre se hallaba colocado en un lugar mucho más alto, dentro de la escala de los seres vivientes, que el animal más diferenciado. El que se niegue a aceptar esta jerarquía de la natura­leza, escribió A n s e l m d e Ca n t e r b u r y , no m erece que se le considere como un ser humano. La teoría evolucionistaI que supone una tran­sición de tipo continuo entre el animal y el hombre, ignora una serie completa de hechos históricos. Debería negar que el hombre tiene historia, puesto que el animal carece de ella.

La tradición y la cultura humanas deben asimismo ser descontadas. No puede ningún observador consciente cuya m ente no haya sido ofuscada por esas enseñanzas, s e r ciego al hecho de que los fenó­menos mentales pertenecen a un nivel de la realidad muy distinto a cualquier otro. Ahora bien : la ciencia de la Psicología sólo puede en ­contrar la ayuda que necesita en una filosofía que reconozca la dife­rencia esencial que existe entre los distintos niveles del ser viviente y, más particularmente, la diferencia entre los fenóm enos mentales y otros tipos de realidad; y hasta donde conozco, no hay otra filosofía fuera de la escolástica que tenga conciencia de los hechos ya m en­cionados, y el sistema de S a n t o T o m á s e s el más consistente de todos.

Otro problema de tipo psicológico relacionado con la filosofía es el de la relación que hay entre la m ente y la materia. La solución monista es imposible, como he dicho, dado que se basa en la suposi­ción imposible de que los fenóm enos mentales y corporales son idén­ticos. El dualismo platónico es igualmente inaceptable, ya que no nos proporciona ninguna hipótesis para hacer comprensible la interacción de cuerpo y alma. La única teoría plausible que conozco e s la creada por A r is t ó t e l e s y adoptada por S a n t o T o m á s . Me llevaría demasiado lejos intentar explicar cómo la mente, considerada como la forma sustancial del cuerpo, dando al hombre su real unidad psicofisica, permite la interpretación más satisfactoria de los hechos experim en­tales. Esta idea es simplemente una aplicación particular de la más amplia teoría de la materia y la forma, que tiene tan alto significado para la psicología científica.

Tómese, por ejemplo, el complicado problema del instinto y su relación con la voluntad. Aunque diferentes una de otrat estas dos tendencias están indudablemente conectadas de algún modo.

El psicoanálisis enseña que los fenóm enos volitivos son reacciones instintivas transformadas. Otra escuela de ciencia mental sostiene que el poder de la voluntad es simplemente un impulso de tipo ani­mal inhibido. Pero ninguna de estas explicaciones es adecuada, por la razón de que no encajan en nuestra propia experiencia de las cosas. Si, sin embargo, consideramos que los planos superiores de la vida mental utilizan las fuerzas que surgen de los planos más inferiores, y que los niveles inferiores sirven a los propósitos de los superiores, del mismo modo que la materia prima está determinada por su forma sustancial, la relación que se obtiene entre el impulso y la voluntad humanas se haría más inteligible.

32 Prólogo

Pero el núcleo de la filosofía tomista es su principio dualista de acto y potencia.

¿Cuántos psicólogos se han dado cuenta que el concepto de dis­posición de capacidad, de posibilidades latentes que se manifiestan bajo ciertas condiciones, proviene de la antigua idea de «potentia» ? Todos los intrincados problemas relacionados con la influencia de la constitución y el medio ambiente en la formación del carácter se harían mucho más claros si se les aplicara la enseñanza básica de acto y potencia. La potencia llega a ser acto si se le añade un nuevo factor que la transforma. He explicado en otra ocasión que, en mi opinión, la reducción de todo rasgo caracterológico a influencias here­ditarias es no menos parcial y , por lo tanto, no menos equivocada que el hecho de considerar a los factores ambientales como omnipo­tentes ‘¿.

Me gustaría terminar la enumeración de los principios filosóficos fundamentales con una breve discusión sobre lo que S a n t o T o m á s llama el principio de analogía. Hablando de un modo general, analogía significa un tipo de igualdad que coexiste con la desigualdad. T o m á s de A q u in o utiliza esta idea repetidas veces al analizar la naturaleza de los atributos de Dios. Así la semejanza existente entre el Creador y Su creación nunca puede llegar a ser tan grande que sobrepase a su diferencia. Las relaciones de analogía, sin embargo, no sólo se utilizan en teología, sino que existen también en los demás estratos de las criaturas vivientes. La idea de la causalidad nos proporciona un excelente ejem plo de su amplia aplicación. Las relaciones causales entre los cuerpos inanimados no son seguramente las mismas que regulan los movimientos coordinados de un organismo viviente. Otra vez encontramos que las leyes que determinan las funciones orgá­nicas son distintas de las que controlan los motivos y las operaciones de la m ente humana. El concepto de analogía nos ofrece distintos tipos de causalidad, parecidos entre sí, pero fundamentalmente dis­tintos. El problema de las enfermedades mentales, uno de los más difíciles de definir, se puede facilitar considerándolo desde el punto de vista de su analogía con la enfermedad corporal, y lo mismo po­demos decir en relación con los problemas de las enfermedades de tipo moral o social.

En Alemania, al menos, la Psicología ha sido muy influidat creo, por el lema de “ ¡Vuelta a la realidad!” , de E d m u n d H u s s e r l , y ¿dónde puede encontrar el estudiante un “ sistema tan impregnado de senti­do común” , para citar al profesor M a r t ín S . G i i -l e t , O , P . , como en la filosofía de T o m á s de A q u in o ? La ciencia insiste en que los fenómenos deben ser considerados en sí mismos, sin prejuicios sobre su importan­cia o su inutilidad. Si hay por cierto algún sistema que dé a las cosas su propio valor y que continúe la primada dada a la experiencia inmediata a la realidad, es la filosofía de S a n t o T o m á s d e A q u in o , y estoy firm em ente convencido que la mayor familiaridad con sus en -

1 The Psychology of Character, de Rudolf A lle r s . Trad, por Strau ss . Shsed & Ward, 1934, pp. 34-40.

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señam os contribuirá a restaurar puntos de vista más sanos no sólo en la ciencia, sino también en el mundo de la vida práctica. Una gran parte de la infelicidad que aqueja a la humanidad moderna se debe al hecho de que los filósofos han perdido contacto con la realidad. Una filosofía que tenga sentido común es el único remedio para esta situa­ción. La influencia ejercida por el psicólogo en particular) hace que sea de una gran importancia el que su pensamiento sea recto y ade­cuado. Sus ideas—para bien o para mal—se infiltran diariamente en los campos de las ciencias aplicadas, de la pedagogía, la psicoterapia y la sociología. Es por esto que creo que la obra del doctor Brennan no es sólo una importante contribución a la ciencia, sino también un paso más hacia la rehabilitación de la mente y de la humanidad.

Lo mismo al estudiante que al lector en generalt pues¡ recomiendo este libro, igual que el antiguo autor romano recomienda el suyo con un entusiasta "jLege feliciter!".

Rudolf Allers, M. D.

Universidad de Viena, 1936.Universidad de Georgetown, 1952.

N ota.— Esta es una versión ligeramente modificada del prólogo original, hecha con el permiso del Dr. A lle e s .— El Autor.

BRENNAN, 3

G R A T I T U D

1. P r im e r a e d ic ió n .

Por la escritura del manuscrito y la ayuda prestada en su plan­team iento final, deseo expresar mi gratitud a ios profesores R u d o lf A l l e r s , de la Universidad de Viena; P . E. B a r b a d o , O. P., de la Aca­demia pontificia de Ciencia, Rom a; C h a r l e s J. C a l l a n , O. P., y J ohn M cH u g h , O. P.t editores de “ The Homiletic and Pastoral Reviem” ; E d- w a r d Or. F it z e r a l d , O. P.; J ohn E , R aüth , O. S- B , y F u l t o n J . S h e e n . de la Universidad Católica de América; J ohanstes L in d w o r s k y , S. J., de la Universidad Alemana de Praga; D a n i e l J. O ’N e i l , del Colegio de la Providencia; G e r a l d B . P h e l a n , Presidente del St, Michael’ s Institute o f Medieval Studies, Toronto; R . P . P h i l l i p s , ex miembro del Seminario de St, John, Wonersh, Inglaterra; W a l t e b B . P il l s b u r y , de la Univer­sidad de Michigan; E d w a r d S . R o b in s o n , de la Universidad de Yole, y A l f r e d B . S a y lo h , ex miembro del Dominican Studium, Washing­ton, D. C.

Deseo agradecer la cooperación que me prestaron en la revisión* de algunos trozos del manuscrito los profesores W a l t e r B . C a n n o n , de la Universidad de Harvard; A l e x i s C a r r e l , del Instituto R oeke- feller; H ü m b e r t K a n e , O. P., del Dominican Studium, Chicago; G r e - g o r y J. S c h r a m m , O. B. S., ex miembro de la Universidad Católica de Peking, y P a u l I . Y a k o v l e v , del State Hospital for Epileptics, Palmer Mass.

Por la reproducción de las ilustraciones y algunos grabados origí­nales estoy en deuda con el profesor F r a n k A . B i b e r s t e i n , de la Uni­versidad Católica de América, y por la cubierta y la mayor parte de los dibujos del texto, con el profesor J a m e s E . M cD o n a l d , del Providen- ce College.

Finalmente doy mis más sinceras gracias a los miembros del Tho- mistic Institute of Providence College que me ayudaron en la lectura de las pruebas y en la elaboración del índice.

1937. EL AUTOR.

36 Gratitud

2. S e g u n d a e d ic ió n .

Desde que fue escrito lo anterior, más de quince años atrás, algu­nos de mis lectores académicos o críticos fian fallecido; otros se han trasladado a nuevas esferas de actividad. Para todos ellos, mi mas cálidos sentimientos de gratitud.

Durante los tres lustros de existencia que ha tenido la Psicología General la he enseñado a cientos de estudiantes. He aprendido de ellos, a cambio, la frescura y juventud de sus ideas, y sus dudas y confusiones han sido para mi un estímulo. Sólo el maestro sabe cuán­ta riqueza y originalidad yace dormida en la mente juvenil. Los juicios críticos del libro han sido también fuente de informaciónt ayudando al autor a “salirse de su propia perspectiva” , como diría W u n d t , y ver su obra con frialdad objetiva. Confío haber obtenido provecho de sus amistosos juicios.

Deseo, sin embargo, agradecer principalmente la ayuda recibida de los profesores que han leído o utilizado este libro desde su apari­ción en 1937, Me es imposible citar todos sus nombrest pero quisiera mencionar ios siguientes a causa de su prolongado interés por mi obra, sus instructivos consejos y por su indulgencia hacia mis errores: M o r - t im e r A d l e r , de la Universidad de Chicago; C h a r l e s A . C u r r a n , del St. Charles College Seminary, Columbia, Ohio; C h a r l e s D e k o n in c k , de la Universidad de Laval; W a l t e r F a r r e l , O. P., ex miembro del Do­minican Studium, Chicago; B e n j a m í n U . F a y , O. P., del Dominican Studium Somerset, Ohio; C h a r l e s A . H a r t , de la Universidad Católica de América; N o e l M a il l o u x , O. P., mi compañero en la Universidad de Montreal; J a c q u e s M a r it a i n , de la Universidad de Princenton; A n ­t ó n C . P e g i s , Presidente del St. Michael’s Institute o f Mediaeval Stu- dies, Toronto, y J o se ph C . T a y l o r , O. P., del Dominican Studium, So­merset, Ohio.

A las hermanas del.St. Mary of the Springs Academy and College, Columbus, Ohio, que cedieron tan generosam ente su tiempo para leer las pruebas de la segunda edición, mi más sincero agradecimiento.

Agradezco, por último, a la D. Van Nostrand Companyt Inc., a la MacMillan Company y John Wiley and Sons, Inc., por su permiso para utilizar el material ilustrativo de algunas de sus publicaciones.

1952. EL AUTOR.

I N T R O D U C C I O N

CAPITULO I

LA PSICOLOGIA DE TOMAS DE AQU1NO

1. LOS CAMINOS DE LA SABIDURIA.—Existen dos modos de acercarse a la Filosofía. Uno es estudiar un sistema i ya existente, profundizar en él lo más posible y verificar continuamente los hechos de modo que se pueda probar la veracidad del sistema. El otro es estu­diar primero los hechos, analizarlos en sus componentes, ajustarlos a otros hechos e ir luego en busca de algún principio por medio del cual puedan ser interpretados.

El primer método es el más fácil y el más cóm odo de los dos. Pero su inconveniente reside precisamente en su facilidad. Los hechos de la experiencia se asoman tímidamente por los rincones de nuestra conciencia, pero nos damos escasa cuenta de su presencia. De todos modos existe el peligro de descuidar su verdadero significado o de dar por sentado que conocemos todo lo referente a ellos. Con dicha men­talidad casi no queda lugar para la duda o la incertidumbre. El pensar no nos causa penas ni trabajos; y si nos surge alguna idea contradic­toria, ésta nace en una insensible media luz. Es tarea del sistema que ésta no nos produzca dolor alguno. Si seguimos este camino, podremos llegar a ser unos buenos estudiantes de Filosofía, pero no es posible garantizar que lleguemos a ser buenos filósofos.

El segundo camino ha sido seguido sólo por unos pocos. De los que se aventuran por él, algunos desesperan y eventualmente abandonan su tarea, Pero algunos al pasar esta prueba logran una madurez que los capacita para tener sus propios puntos de vista; y éstos, sean sus ideas falsas o verdaderas, son por lo menos pensadores y filósofos

1 Se llama sistema en Filosofía a un conjunto metódico de ideas o prin­cipios. No tiene por qué ser necesariamente cierto, pero posee una coheren­cia y una disposición lógica que le hace aparecer como un todo integral. Como haré ver más adelante, el sistema filosófico de S anto T omás es real­mente un totum organicum y su psicología es una parte de su sistema que comparte también la verdad y la armoniosa belleza del conjunto. Podemos comparar, con toda propiedad, esta filosofía a un organismo, es decir, a un conjunto de partes, unificado por un principio vital que le permite asimilar nuevas ideas, crecer y adaptarse a las variaciones de tiempo y de lugar. En resumen, vivo y vitalmente consciente de los nuevos descu­brimientos y hechos que poseen un sentido para su desarrollo. Con el fin de obtener una información sobre la posición del sistema filosófico tomista entre los pensadores cristianos, véase S. R am ír e z , O. P., «The Authority of St. Thomas», The Tomist. Ene. 1951, pp. 1-109.

de verdad. Sus dudas son propias, y su sabiduría es la reacción vital de su mente a los problemas del mundo que los rodea.

S a n t o T o m á s d e A q u in o pertenece a este último grupo 2. Parte de la realidad, en lo que se iguala al mejor de nuestros hombres de cien­cia modernos. Su asidero a la realidad es poderoso y firme. El gigan­tesco puño que quebró la mesa del rey Luis es un símbolo exacto de nna inteligencia que libró siempre una lucha sin tregua contra el error. T o m á s de A q u in o comete a veces equivocaciones; pero, cuando lo hace, su debilidad no está precisamente en su poder de extraer in fe­rencias verdaderas, sino en las limitaciones que ejercía la ciencia de su época sobre la observación de la naturaleza.

Los instrumentos eran escasos, y el hombre debía depender exclu­sivamente de la agudeza de sus sentidos. La cantidad de hechos de la que se podría extraer conocimientos científicos era relativamente pequeña, y tengo entendido que S a n t o T o m á s se dio perfecta cuenta de esto. Al comentar algunas de las opiniones de los astrónomos de su tiempo, dice así:

«Sus teorías aparentemente explican los hechos. De esto no se de­duce, sin embargo, que las explicaciones sean necesariamente verda­deras, puesto que es posible que otra razón aún desconocida para el hombre pueda darse de los movimientos de los cuerpos celestes» 3.

La actitud del científico no ha variado después de setecientos años, y sigue siendo la misma que sostenía S a n t o T o m á s . Asi lo prueban estas palabras de E d d in g t o n : «La prueba es el ídolo ante el que se tortura el matemático puro. E n física nos contentamos con sacrificar­nos ante el altar menor de lo plausible... En la ciencia abrigamos a veces convicciones sobre la solución de un problema que no podemos, sin embargo, justificar» 4. No era otra la actitud de A r is t ó t e l e s , el maestro de los pensadores de la antigüedad, acerca de este punto. Después de comentar algunos de los raros hábitos de las abejas, resu­me sus descubrimientos con esta cautelosa advertencia: «Estos he­chos, no obstante, no han sido aún lo suficientemente observados. Si llegan a serlo, debemos dar crédito a la observación con predominio sobre la teoría, si deseamos un verdadero adelanto del conocimiento. Sólo podemos considerar como verdadera la teoría cuando coincida con la observación de los hechos» 5.

2. PUNTOS DE PARTIDA .—A lo que quiero dar importancia aquí

38 Psicología de Santo Tomás

2 S anto T om ás de A quino nació a fines de 1224 o a comienzos de 1225. Ingresó en la Orden dominicana en 1244, tuvo de maestro a A lberto el M agno en Paris y en Colonia y comenzó su profesorado en la Universidad de Paris en 1252, donde continuó sus lecciones hasta 1259, La mayor parte de la década siguiente la pasó en Italia. Su segunda estancia en Paris, desde 1269 hasta 1272, marca el periodo de su más alta producción literaria. Murió a los cuarenta y nueve años, en 1274.

1 In Aristotelis. De Cáelo. Libro II. Lección 17. Véase también E. B. T., q. 6. a. 1.

1 E d d in g ton , A. S.: The Nature of tfie Physical World. N. Y. MacMillan, 1928, p. 337.

•' On the Generation of Animáis, L. III, c, 10.

Punios de partida 39

no es precisamente a los errores que tuvo T o m á s de A q ü in o , ya que la ciencia de su época buscaba aún a tientas los secretos de la natura­leza, M e gustaría en cambio llamar la atención sobre algo más sig­nificativo que el mero hecho de haber cometido algún error. M e refiero a su reverencia incondicional por el hecho. A r is t ó t e l e s la tenía en un alto grado, y sabemos que su mentalidad y su interés por la expe­riencia hicieron fuerte impresión en S a n t o T o m á s . Pero el hombre que tuvo más influencia en los momentos de su aprendizaje fue A l b e r t o M a g n o fi. Este hombre es ahora un hito en la historia de la ciencia moderna. Fue un verdadero iniciador; un maestro del método induc­tivo, un genio del detalle y, sin embargo, el mejor intelectual de su tiempo. Fue A l b e r t o quien dijo : «La aspiración de la ciencia natural no es simplemente aceptar las afirmaciones de los demás, sino estu­diar las leyes que actúan en la naturaleza» ", y hablando de sus inves­tigaciones en Botánica, una de sus materias preferidas: «El experi­mento es la única guía posible en tales estudios» s,

T o m á s de A q u in o fue el discípulo más sobresaliente de A l b e r t o M a g n o . No es que hiciese ninguna contribución especial a la ciencia, ya que desde ese punto de vista su genio fue sobrepasado ampliamen­te por el de su maestro. Pero aprendió de él el valor de los hechos, y se mantuvo en la convicción de que el dato más pequeño y trivial con­duce muchas veces a la más elevada verdad.

El proceso desarrollado por su mente fue más bien lógico que bio­lógico, basado en su interés por la Filosofía, más que en la ciencia. Sin embargo, esto no es óbice para que el Aquinatense creyese que las cosas debían empezarse desde el principio 9. Así, fue sobre esta perspectiva de completo contacto con la realidad creado para él por una de las eminencias de la ciencia de su época, que S a n t o T o m á s empezó a cons­truir la estructura de su filosofía. No podemos ofrecer ejemplo mejor de la influencia de la ciencia de un hombre en la filosofía de otro que en el método seguido por S a n t o T o m á s en la argumentación,

r - Era un detalle característico en su actitud de filósofo el estar siem­pre deseoso de aceptar el punto de vista del adversario si con esto se beneficiaba el argumento. Tal vez el nombre más adecuado para esto fuese el de duda metódica, una actitud análoga a la del científico

_cuando supone que sus teorías son solamente probables.A r is t ó t e l e s había hecho hincapié en que nuestra entrada en la

sabiduría debería hacerse a través de la puerta de la duda metódica,

6 A lb e r t o M a g n o nació en 1206 y entró en la Orden dominicana en 1223. Enseñó en Paris y en Colonia entre los años 1245 y 1254; llegó a obispo de Ratisbona en 1260; renunció a esta dignidad dos años más tarde y reemprendió su magisterio, en el que continuó hasta que tuvo que retirarse por su avanzada edad. Murió en 1280. Lo mismo que S a n to Tom ás, fue un gran escritor, S an A lb e r t o es venerado como el patrón de los hombres de ciencia, asi como Santo Tom ás es considerado como el patrón de los filósofos y los teólogos.

7 Mineralia, L, II, t. 2, c. 1.* Parva Naturalia, De Vegetabilibus. L. VI, t. 1, c. 1," C hesterton, G K .: St. Thomas Aquinas. N. Y. Sheed & Ward, 1933,

P. 99.

1

como un juez justo que no se atreve a juzgar antes de haber conocido todos los aspectos de un problem a10. Al explicar este pasaje, Aouino dice así: una persona se encuentra, atada^y desea verse libre, lo primera que hace _e.s estudiar cuídadosamente-sus. ligaduras para de­terminar qué clase de nudo la mantiene sujeta. Del mismo m o jio ^ i deseamos llegar" a las raíces de un problem a, debemos pesar^primeto todas las dificultades qlie le rodean y tratar de.eneontrar sus causas - -.

Intentar acercarse a una“ verdad sin haber examinado los pros y los contras es como el caso de un hombre que sale de viaje sin saber a dónde va... Si consigue alcanzar su meta es sólo por casualidad o por buena suerte... Así puede uno ir en busca de la verdad y no saber cuándo la ha logrado...

Si realmente deseamos llegar a la solución del problema investigar cuidadosamente toda evidencia presentada por el contrarío» n .

3. LA PSICOLOGIA DE SANTO TOMAS.—No escribió el Aquinaten- se ningún texto de Psicología. El hecho es que su interés por la natura­leza humana era sólo parte de un desenvolvimiento histórico de mayor magnitud, debido principalmente a su interés por Dios. Pero su inte­rés por la creación y por las misteriosas leyes de la existencia era tan intenso que el estudio del hombre se le hizo indispensable. Esto no quiere decir que no se hubiese preocupado de la Psicología si no llega a estar relacionada con la Teología. Al contrario, hubiese admitido al momento que el estudio propio de la humanidad es el hombre, aña­diendo a continuación que su estudio adecuado es Dios. Así, «todas las consideraciones de la razón humana en sus esfuerzos para ordenar las vérdades de la ciencia tienen como fin último el conocimiento de la ciencia divina (es decir, la teología)» 12. En la práctica se atuvo al principio de que un m ejor conocimiento de nosotros mismos nos lleva siempre a un m ejor conocimiento de Dios, y que ambas formas de sabiduría se ordenan en última instancia a la visión de la Esencia Divina.

Por consiguiente, de una gran cantidad de escritos sobre la natu­raleza del hombre vamos a intentar presentar las enseñanzas de A qutno de modo que tengamos una visión total de sus ideas sobre Psicología. Podemos aún dar el nombre de sistema a estas enseñanzas, un térmi­no muy empleado por los modernos, siempre que no olvidemos que entendemos el sistema de S a n t o T o m á s como algo siempre vivo y abierto a toda clase de ideas; que es capaz de asimilar lo que es útil a su organismo, que está estructurado com o un todo viviente y que como algo que ha resistido el paso de los siglos tiene aún mucho que ofrecer al psicólogo moderno en busca de un marco adecuado para el fruto de sus investigaciones.

I. M é to d o .— La primera preocupación que debe tener un estudian­te de Psicología, aquí como en cualquier otro caso, es conocer el mé­

40 Psicología de Santo Tomás

lfl Metaphysica, L. III, c. 1.11 In .¿risioíeiis Metaphysica, 1. m , L. 1.11 E. B. T.: q. 6, a. 1, respuesta a la tercera parte.

Il

Método 41

todo de la materia particular que va a estudiar 13. Ahora bien, una ley básica de la metodología es ir desde el hecho, lo que captamos por medio de la experiencia inmediata, al principio que yace tras él. Partimos de lo conocido y avanzamos gradualmente hacia lo menos conocido. Este es el único método razonable de estudio. Como acon­seja S a n t o T o m á s al estudiante Juan: « S i te lanzas de improviso al mar, estás perdido. Pero si entras primero en un arroyo que desem­boca en un río y vas luego por el río hasta llegar al mar, no hay ninguna razón para creer que no puedas mantenerte a flote» O, para emplear otra imagen, comenzamos un viaje partiendo desde el primer escalón, que es el hecho, y lo continuamos subiendo paso a paso la escalera que nos lleva a los conocimientos generales. Tene­mos por meta la síntesis y nuestra llegada se anuncia con la apari­ción de una ley o principio último que explica los hechos de los que partimos, al mismo tiempo que nos proporciona la clave del sig­nificado de otros hechos todavía desconocidos para nosotros. nna_ ven qnp ijnmlnemosJiLÍ£y_jLprincipiQ1-podemos utilizarla.romo punto

acabo de decir se puede aplicar igualmente a la ciencia y a la filo­sofía, Pero lo ilustraré en relación con esta última. La división del ser en acto y potencia surgió com o consecuencia de los estudios que hizo A r is t ó t e l e s sobre los cambios del mundo físico. Una vez que captó con claridad la idea, le fue posible utilizarla en materias ajenas a los cambios físicos. Repetimos entonces que el método analítico repre­senta un ascenso gradual en la escala de los conocimientos generali­zados, mientras que el método sintético actúa en dirección contraria una vez que la ley o principio ha sido proclamado verdadero. La cien­cia se apoya con firmeza en el primer método. La Filosofía, por su naturaleza, encuentra más útil el segundo.

De todos modos, visto que ambos son útiles el uno al otro, hay un constante intercambio entre los dos.

Partiendo de los hechos que son de común conocimiento, A q u in o construye su ciencia de la naturaleza humana. Su sistema psicológico es filosófico en su mayor parte, ya que su genio se inclina más hacia la síntesis que hacia el análisis. Podríamos decir que posee dos aspec­tos: uno, «material», que trata principalmente de los hechos que llegarían más adelante a pertenecer al campo del investigador cien­tífico; el otro, «formal», ocupado fundamentalmente del sentido final que atribuimos a estos hechos y, por lo tanto, que concierne más al filósofo. Y a causa de que el mismo A q u in o dio una gran im portan­cia al sentido último, podemos decir con propiedad que la esencia de su Psicología es filosófica. Otro modo de describirla sería decir que la Psicología de S a n t o T o m á s es un feliz equilibrio entre el conoci­

13 «Se debe conocer el método de una ciencia dada antes de estudiarla.» (E. B. T,, q. 6, a. 1, ob. a la segunda parte, r. 3.)

1J Epístola ad Joannem de Modo Studendi. Ver también A ristó teles ,. Physics. L. I, c. 1.

15 G arrigou-L ag k an ge , R., O. P .: De Methodo Sancti Thomae. Roma- Schola Typographica. Pío X, 1938, pp. 19 ss.

4'¿ Psicología de Santo Tomás

miento de lo contingente y el conocimiento de lo necesario en la naturaleza humana, esto es, entre los lados observados por la expe­riencia y las conclusiones finales que se siguen a ellos.

n . I n t r o s p e c c ió n ,-—Lo que hemos dicho hasta aquí se refiere al método en general. Es el modo de trabajar que tiene nuestra mente sobre cualquier rama del saber: empezamos por lo obvio e inmediato, como lo que vemos, oímos o sentimos, y continuamos con las reali­dades más ocultas y hondas, no por eso menos verdaderas, como la existencia de una psyche o alma que dé cuenta de nuestra experien­cia vital. Pero para el Aquinatense y la mayoría de los psicólogos mo­dernos, hay otro método que puede utilizarse solamente en Psicología. Carece de valor para el físico que estudia la estructura de la materia y para el astrónomo cuyo interés se centra en los movimientos de los astros. Pero es sumamente útil para el que se dedique al estudio de la naturaleza humana. Lo llamamos introspección u observación de nuestro propio interior, Y la razón de su particularidad reside en que es el único caso en que sujeto y objeto de estudio coinciden. Podemos, por asi decir, sin movernos de casa, aprender lo esencial de la naturaleza humana, observándonos en el espejo del ser, para saber qué tipo de persona somos. En conjunto no deberíamos, pues, tener grandes dificultades en esta rama del conocimiento, va que siempre podemos apelar a nuestra experiencia' 'péTsoñalT o~ a lo que sugedlTen nuestro Tfiteflór cuarrdó~aueremos cerciorarnos de lo aue experimentan los demás. . .

Santo Tomás fue, por supuesto, un introspeccionísta. Cuando se refiere al uso de este método de exploración del yo, dice: «Los objetos que pertenecen por esencia al alma son conocidos por medio de un cierto tipo de conocimiento que es la experiencia interior; del mismo modo que un hombre por sus actos es consciente del origen de ellos. Así, nos damos cuenta que tenemos deseos por el acto de desear, de que estamos vivos porque somos conscientes de las manifestacio­nes vitales» 16. Para el Aquinatense, la introspección es el medio más seguro de acceso a los datos de la Psicología. No emplearla hubiese sido como arrojar el martillo y la sierra cuando nos disponíamos a construir un edificio; o rehusar encender una luz cuando no vemos lo suficiente para realizar nuestro trabajo.

En lo que respecta a nuestro T o m á s de A q g in o , pues, la introspección es la herramienta básica para extraer los datos de la experiencia, en la creencia de que sobre estos hechos se funda nuestro conoci­miento de la naturaleza humana. Si buscase fuera datos adicionales, sería principalmente con el fin de compararlos con los que le pro­porcionó la introspección. Y hay que decir que la mayoría de sus errores proceden precisamente del estudio de materias que no se pue­den verificar por medio de la introspección. Vale la pena llamar la atención sobre este punto desde el momento en que gran parte de las controversias en la Psicología moderna se centran en la discusión del valor del método introspectivo. ¿Es éste un método lícito de obtener inform ación? La respuesta depende, claro está, del uso que

10 S. T., p. I-II, q. 112, a. 5, r. a obj. 1.

Introspección 43

le demos, o del cuidado y la precisión con que lo apliquemos. Cuando es utilizado como cualquier otro instrumento fidedigno, puede con­vertirse en la más rica fuente de conocimiento. Esta es la opinión de O s w a l d K ü l p e , que dice: «El experimento no puede desplazar a la introspección en Psicología, del mismo modo que no puede desplazar a la observación en Física. Sólo debe ser un suplemento del método introspectivo que llene los huecos que quedan cuando se utiliza la introspección, y que sirva para verificar sus hallazgos y hacerla, en general, más digna de confianza» *7. Podemos añadir que ha sido K ü l p e el primero de los psicólogos modernos que se ha acreditado por hacer un estudio científico del método en Psicología.

En unas manos hábiles, la introspección es un método que permite al observador ir en busca de los detalles de su propia experiencia como provisto de una lupa. Toda la reacción consciente es cuidado­samente percibida y deshecha, si es necesario, en períodos fracciona­dos. Las mismas tareas se hacen una y otra vez con el fin de corregir y ampliar el informe. Algunas veces se le pide al sujeto que fije su atención en algo particular, pero más a menudo se le deja actuar libremente, sin prevenirle sobre lo que debería observar.

¿Qué tenemos nosotros que decir de la introspección de S a n t o T o m á s ? Si nos basamos en los informes que ha dejado, debió de ha­berla empleado metódicamente. Sin duda alguna; hubo ocasiones en que quedó perplejo. Pero a un hombre de su constancia e inventiva el trabajo que le producía explorar los misterios de la conciencia no era más que un estímulo para su curiosidad.

No es difícil imaginarse su método. Primero iba produciendo la percepción, la imagen, el sentimiento, el juicio o el proceso mental requerido. Luego revisaba inmediatamente los detalles de su expe­riencia para poder describir exactamente cómo la había hecho. Es la tarea que todos los grandes introspeccíonistas se han impuesto, desde A r is t ó t e l e s hasta K ü l p e , y los psicólogos modernos. Cuando las circunstancias de tiempo y de lugar varían, nunca se puede asegurar lo que se va a observar, o de si está examinando el mismo tipo de datos repetidamente. Además, siempre existe el peligro de refinar las propias experiencias hasta el punto de que se hagan irreales. Esto es lo que sucede si abusamos de la llamada actitud de laboratorio, donde la experiencia común o ingenua se descarta a favor de la expe­riencia corregida. Para ser un buen introspeccionista se debe ser cons­ciente; luego consciente de ser consciente; luego lo suficientemente hábil para describir todo lo que sucede estando consciente.

Lo que hizo probablemente S a n t o T o m á s , lo mismo que el intros­peccionista moderno, fue ejecutar varias veces una misma tarea.

Algunos rasgos comunes de todas estas experiencias sucesivas irían apareciendo gradualmente con mayor relieve, pudiendo entonces ais­larse y repetirse con más exactitud. Todavía continúa siendo cierto para el experto actual en introspección, tal como lo descubrió S a n t o

17 K ü lp e , O .: Outlines of Psychology. T ra d , p o r E. B. T it c h e n e r . n . Y . M a c m illa n , 1895, p . 10,

Tomás, que el contenido total de una experiencia dada difícilmente podía ser captado en toda su riqueza de detalles. La ley de la limita­ción de la energía mental se opone a esto.

Como F r a n c is A v e l in g d ice : «Sólo tenemos conciencia de un modo absoluto de una parte infinitesimal de lo que captan nuestros sentidos externos en un momento dado. La extensión de nuestra conciencia está igualmente limitada cualquiera que sea el tipo de experiencia. Se necesita un gran número de observaciones, por consiguiente, para desentrañar los fenómenos que ocurren en el más simple proceso mental» 1S. Sin embargo, como quiera que investigase la validez esen­cial del método de A q u in o se muestra una y otra vez por el gran acuerdo existente entre el relato de sus datos introspectivos y los informes dados por los psicólogos modernos.

III. Co n t e n id o .—El sistema ideal en Psicología sería el que pudie­se representar todo lo que sabemos acerca del hombre en un todo consistente y unificado. Dicho sistema abarcaría todos los datos de la experiencia humana, asi como las leyes o principios que hacen comprensibles esos datos. Podemos afirmar, de paso, que no puede existir ni existirá un sistema psicológico perfecto mientras la natu­raleza humana siga teniendo secretos para nosotros. Como cualquier otra aventura del conocimiento humano, la Psicología debe tener su correspondiente parte de errores, complicaciones y de malentendidosf aun entre hombres bien intencionados.

Probablemente sea ésta la mejor razón para dejar en claro desde un principio lo que considero como el núcleo de la psicología tomista. Para llegar a él es necesario sobrepasar los límites de nuestro cono­cimiento del hombre y entrar en el terreno más amplio de nuestro conocimiento del ser, puesto que lo que es cierto sobre el ser en general debe también serlo para el humano en particular.

Ahora bien, a la más ligera ojeada que demos a las páginas de la filosofía de S a n t o T o m á s percibimos que el principio fundamental que une entre sí a todos los conocimientos es la doctrina del acto y la potencia. Brevemente, viene a ser esto: que una cosa que se halla en estado de potencia debe continuar en ese estado hasta ser movida por otra en estado de acto. Es posible, pues, que el agua fría se torne caliente. Pero el agua fría no puede de ningún modo calentarse a no ser que actúe sobre ella algo ya caliente. Lo mismo podemos decir en cuanto al movimiento. La doctrina no descansa, sin embargo, en la noción de cómo actúa una cosa. También nos dice qué es una cosa: basándose en el principio que la operación de una cosa sigue el pro­pio curso de su ser y es un camino o una pista para averiguar la naturaleza de su ser. Por consiguiente, se desprende que todo ser se divide en potencia y acto. Así, todo lo que pertenezca al mundo de la realidad puede considerarse com o potencia, como acto o como una combinación de ambos. Aqui hemos tocado suelo firme en la filosofía

44 Psicología de Santo Tomás

1S A v e lin g , F .: Emotion, Conation and Will. Feelings and Emotions. E d . por c. Murchison. Worcester Clark University Press. 1928, p. 52. Ver también S pearm an , C.: The Abilities of Man. N. Y. Macmillan, 1927, pp. 98 ss.

Contenido 45

de A q u in o : el principio d e la existencia real, ya sea en forma de actoo de potencia. Veamos cóm o adapta esto a sus enseñanzas psico­lógicas.

Hallamos primero su doctrina de la unidad del compuesto hum a­no. El alma del hombre es el acto o forma sustancial de su cuerpo y su forma única. El cuerpo del hombre, por otra parte, en su aspecto básico de materia prima, es pura y simple potencia. La unión de su alma con la materia prima convierte de inmediato esta materia »en un cuerpo, un cuerpo viviente y un cuerpo humano. A esto nos referi­mos cuando decimos que el hombre está compuesto de cuerpo y alma.

Nuevamente, las potencias de la mente y la voluntad son distintas a las del alma misma. Desde el momento en que son perfecciones del alma, su relación con ésta es la misma que la que existe entre el acto y la potencia, Pero las potencias mismas son perfeccionadas por la acción. Luego el pensamiento es a la mente, y la elección a la voluntad, lo que el acto a la potencia. Y lo mismo sucede con el resto de nuestras potencias.

Finalmente, las potencias entran en acción por medio de los obje­tos. Vemos cuando la luz nos hiere la vísta. Oímos cuando el sonido llega al oído. Y conocemos el mundo de la realidad porque de algún modo este mundo queda impreso en la mente. De todo esto se deduce no solamente que las potencias por medio de las cuales conocemos son distintas de los objetos, sino también que son esencialmente pasi­vas en relación con ellos. El conocimiento, en resumen, debe venir del exterior, y la mente permanece en estado de potencia hasta el momento en que se ve impulsada a actuar por su objeto, es decir, por algo lanzado hacia ella desde fuera. ¡Qué falso es, pues, decir que ella crea a su objeto, cuando la verdad es que es el objeto el que hace posible la existencia de los pensamientos!

La misma nota de potencia es detectable en la voluntad que, aun­que capaz de determinarse en el momento de la elección, es, sin em­bargo, naturalmente pasiva respecto a su motivo. Además, como el resto de las criaturas, está sujeto a la influencia de Dios, que la crea y actúa sobre ella de acuerdo con su naturaleza: llevándola hacia la meta que El desea, sin interferir en lo más mínimo su libertad19.

13 Uno de los problemas que ofrece más dificultades en la psicología tomista es la relación que existe entre la voluntad humana y la divina. Esto es, en realidad, un problema teológico. Sin embargo, ya que siemprelo tenemos presente al estudiar el acto voluntario, me dirijo al texto clásico (S. T., pp. I-II, q. lo, a, 4) para ver lo que nos dice S anto T o m á s : «Como dice D ion ysh is (en su Tratado Sobre los nombres divinos, TV), no entra en el plan de la divina Providencia destruir la naturaleza de las cosas, sino más bien conservarlas intactas. Es por esto que El actúa sobre las cosas siempre de acuerdo con las condiciones de cada ser. Hace esto tan sabia­mente que, bajo la influencia de su acción divina, los efectos fluyen nece­sariamente de causas necesarias; mientras que los efectos de los agentes libres se producen libremente. Ahora bien, puesto que la voluntad humana es un agente activo y no está, determinado por una cosa, sino que se rela­ciona de un modo indiferente con muchas, Dios debe actuar sobre ella de tal manera que no la determina necesariamente. Asi, pues, el acto voluntario.

Otras conclusiones que no fueran las mencionadas harían peligrar la totalidad del sistema de S a n t o T o m á s . Todas ellas tienen, pues, su origen en la doctrina de la potencia y el acto.

4. AQUINO Y ARISTOTELES.—La estructura total de la filosofía tomista se basa en A r is t ó t e l e s , A quisto ha sido el primero en recono­cer su deuda con el sabio de Estagíra. Si A l b e r t o lo educó en el método analítico, A r is t ó t e l e s le enseñó el poder de la síntesis y abrió su mente a las impresionantes alturas de la m etafísica, le dio una visión que abarcaba desde las profundidades del cosmos hasta el trono de Dios, que es la vida misma, la razón misma y el mismo ser, excelente y eterno 20. Es digno de mención el hecho de que, lo mismo para el más grande de los peripatéticos como para el mayor de los escolásticos, la necesidad de la síntesis fue originada por el contacto con menta­lidades con inclinación científica. Lo mismo que S to T o m á s , A r is t ó ­t e l e s creció en un ambiente favorable al espíritu de la observación exacta.

La Historia nos cuenta cómo la Medicina era una tradición en su familia. Una atmósfera así puede provocar, ciertamente, una reacción positiva en un filósofo que se esté formando. Primero aguza su interés por el descubrimiento de hechos, luego le estimula a esta­blecer un cierto tipo de orden en sus descubrimientos y, por último, le suministra el incentivo necesario para formar un sistema por medio del cual los numerosos datos aislados puedan reunirse en un con­junto armonioso y se les pueda dar su sentido final. Este contacto constante con la realidad, característica de toda la filosofía de A r i s ­t ó t e l e s , está descrito m ejor que nadie por él mismo. Sus palabras nos parecen un pasaje autobiográfico: «Los que vivan en prolongada comunión con la Naturaleza y sus fenómenos tendrán cada vez más capacidad para construir principios que se presten a un desarrollo amplio y coherente y que sean la base de sus teorías. Los que, en cambio, se entreguen a la abstracción y abandonen la observación de los hechos, sólo estarán deseosos de asentar dogmas a propósito de sus escasas observaciones» 21.

46 Psicología de Santo Tomás

lejos de ser forzado, permanece libre, siendo la única excepción cuando es movido por su propia naturaleza.»

Debemos explicar que «la voluntad es movida por su propia naturaleza» cuando se inclina hacia el bien. En presencia de dicho objeto que agotó nuestra concepción de la bondad, no le es posible a la voluntad sino desear­la. Refiriéndose a los puntos anteriores, al responder a la objeción primera de este articulo, S anto T omás dice que la voluntad de Dios comprende no sólo el acto, sino también el modo como se hace una cosa, abarcando de una vez tanto la sustancia como el modo de acción de cada criatura. Sola­mente así es respetada su propia Naturaleza infinita, al respetar la natu­raleza finita de todas las cosas que El ha creado. Por eso lo más loable para El es el hecho de no actuar sobre los hombres libres, y el de no permitirse intervenir en sus propias decisiones, puesto que la libertad es una cualidad que les pertenece en cuanto seres racionales. Ver también: D. P. D., q. 3, a. 7, y obj. 12 y 13.

50 Metavhysica, L. XII, c. 7.31 De generatione et corrupfíone, L. I, c. 2.

Celi
Resaltado
Genial!!advierte sobre la necesidad de construir ppos realistas, en psicología observamos esta gran necedidad de tener psicologos cuyos razonamientos se encuentren afincados en la relaidad y no en meros constructos teóricos que muchas veces falsean la realidad y la targiversan en pos de sus dogmas..
Celi
Nota adhesiva

Aquino y Aristóteles 47

Pero A q u in o aprendió con A r is t ó t e l e s algo más que un método. El contenido de su filosofía misma (y esto es particularmente cierto para su doctrina de la naturaleza humana) es también aristotélico en el fohdo. Hay, por cierto, quien dice que no hizo casi nada más que manejar el pensamiento de A r is t ó t e l e s , pero quien haya dicho esto es que desconoce la magnitud de la mente de A q u in o tanto como la hondura y originalidad de sus escritos.

Con el suficiente discernimiento, se verá que la verdadera razón que tuvo para aceptar el punto de vista aristotélico no fue ni la autoridad ni la tradición que representaba, sino el hecho intrínseco de su veracidad.

Uno se podría también preguntar si la tradición y la autoridad de A r is t ó t e l e s era reconocida tan ampliamente en los tiempos de A q u in o , y la evidencia nos responde que no fue así, por lo que, vista la gran extensión que tomó la vuelta a A r is t ó t e l e s después de la síntesis tomista, no podemos menos que reconocer todo lo que A r is t ó t e l e s le debe a S a n t o T o m á s 22.

Pero lo que se discute es algo más vital. El panadero, por ejemplo, nos suministra el pan. Lo ingerimos, lo asimilamos y pasa a formar parte de nuestro organismo. Del mismo modo, A r is t ó t e l e s alimentó la mente de A q u in o , Ahora bien: el pan, y no el panadero, es lo que interesa al cuerpo. Del mismo modo, la verdad, y no A r is t ó t e l e s , era lo que le interesaba a A q u in o . Y así, cuando las doctrinas del Esta- girita le parecían correctas, las aprobaba únicamente porque corres­pondían a la realidad. Es el mismo motivo que tiene para estudiar filosofía, «No para aprender lo que otros han pensado, sino para llegar a la verdad de las cosas» 23. Aceptar la verdad que le ofrecía A r is t ó t e l e s , no por ser A r is t ó t e l e s , sino por ser verdad, fue el más alto motivo de su rendición intelectual.

Sin embargo, durante el proceso de la nutrición algunos productos son rechazados y considerados de desecho. Así, al digerir el pensa­miento aristotélico encontró S a n t o T o m á s algunos hechos no asimi­lables. Sólo la verdad es alimento adecuado para la mente. Nada más

12 Sería una grave falta creer que a S anto T omás le hubiese bastado con «bautizar a A ristóteles», como se dice. La verdad es que le dio nueva vida y organización a todo el sistema aristotélico: Re valorizó de principio a fin la antigua filosofía pagana y la unificó bajo un solo principio. A ristóteles llegó a la cumbre de su estudio de la realidad en su visión de Dios como el Acto Primero, infinitamente puro, radiante, vivo, bondadoso y eterno; y puesto que este Acto es carente de limitaciones, debe incluir la perfección de una existencia infinita. A ristóteles es, pues, el más grande de los exis- tencialistas paganos.

La concepción del ser de S anto T om ás , y especialmente del ser infinito del Acto Primero, es la misma en esencia que la aristotélica; es, sin embar­go, una aclaración de las doctrinas de este último, y nos presenta un análi­sis más satisfactorio de los atributos divinos y desarrolla de un modo posi­tivo la noción de una providencia infinita que se ejerce sobre cada una de las criaturas a las que Dios ha dado el ser. Esto es un existencíalismo de los mejores y posiblemente S anto T omás sea el mayor de los ezistencialistas. Ver M a r it a in , J . : Existence and the Existent. Trad. por L. G alan tiere y G, B. P helan , N. Y. Pantheon., 1948, c. 5.

33 In Aristotelis De Cáelo, L. I, lee, 22.

48 Psicología de Santo Tomás

lejos de la intención de A q u in o que considerar su sumisión a A r is t ó t e - uss como un refugio contra el error. Una de las pocas veces en que se muestra impaciente con sus críticos es en su ensayo Sobre la Unidad del Intelecto. Un comentarista de A r is t ó t e l e s , S ig e r io de B r a b a n t e , había hecho la observación de que quizá el significado atribuido por A q u in o a un texto de A r is t ó t e l e s era equivocado, a lo que éste le repli­có, sin ambages, que lo que se discutía no era lo que A r is t ó t e l e s había pensado o enseñado, sino lo verdadero. ¡Si sus opositores podían pro­bar que la interpretación que ellos hacían de A r is t ó t e l e s era la ver­dadera, tanto peor para A r is t ó t e l e s ! 24,

El hecho es que S a n t o T o m á s extrajo los materiales para su ñlosofía de todas las fuentes posibles—griegas, árabes, paganas o cristianas— , y así logró un todo orgánico, en el que conocimientos de diverso tipo mantenían su unidad al ser recogidos por un principio único.

Este principio, es claro, había sido creado por el propio A q u in o a través de largas meditaciones, siendo consciente totalmente de sus implicaciones. No le importaba que lo considerasen terco si era en honor a la verdad. De cualquier modo, no hay posibilidad de duda acerca de su originalidad. Como parte de su gran sistema filosófico, su psicología es una réplica fiel de sus opiniones y experiencias, y se puede demostrar, sin lugar a dudas, que se esforzó constantemente en referir siempre a la realidad sus observaciones sobre la naturaleza del hombre 25.

5. AQUINO Y LA PSICOLOGIA MODERNA— ¿Tiene la doctrina de S a n t o T o m á s algún valor para los psicólogos modernos? Podemos afir­mar que sí, sin lugar a dudas. Existe, sin embargo, el inconveniente de que muy pocos de los psicólogos de hoy conocen la psicología tomista y no han saboreado aún los frutos de su estudio. Pero el interés por ella es creciente, y la corriente de investigación, que se dirige hacia una visión total y personalista de la naturaleza del hom­bre, observada con bastante frecuencia en la actualidad, es posible que signifique que el psicólogo moderno se está, por fin, sintiendo atraído por la integridad de esta tendencia. Ahora bien: la psicología de A q u in o se caracteriza precisamente por poseer una visión de conjunto y personalista del ser humano. Cuando el hombre de ciencia se dé

14 D. U. I., c. 7.Esta explosión tan poco corriente a ia que me refiero aparece al final

de su tratado. Es digno de citarse por el profundo deseo de verdad que muestra en ella. «Si alguno, engreído de falsa sabiduría, desea discutir lo que he escrito, que no hable por las calles a las gentes ni a los niños sin experiencia, que no distinguen lo verdadero de lo falso. Que se atreva, en cambio, a escribir contra lo que yo he escrito. Encontrará, entonces dispues­tos a oponerse contra sus falsas doctrinas y a aconsejar su ignorancia, no sólo a mí, sino a todos los amantes de la sabiduría.»

25 M a r it a in , J.: The Degrees oj Knowledge. Trad. por B. W all y M. R. Aham son . N. Y. Scribners, 1938, pp. XIV-XV.

B arbado, E., O. P,: Introduzione alla Psichologia Sperimentale. Roma. Facoltà Filosofica dell’sAngelicum». 1930, c. 9,

L attey, C., s. J. Editor. St. Thomas Aquinas. Cambridge. Eng. Heffer, 1925, cc. 3 y 4.

Aquino y la Psicología moderna 49

cuenta de esto, cosa que tarde o temprano tendrá que suceder, debería reconocer entonces totalmente lo que Wundt sólo adivinó: que la doctrina de Aristóteles y Aquino es el único sistema capaz de encua­drar todo el producto de su labor se.

Pero Aquino tenía sus propias ideas sobre la naturaleza humana, de gran valor para un investigador responsable. Al establecer el signi­ficado de mente, voluntad, sentido, instinto, conducta externa y demás problemas de la Psicología, su modo de explicar los actos y las poten­cias del hombre debe ser tomado en cuenta conjuntamente con las demás afirmaciones teóricas de la Psicología 27. No podemos prometer que tendrá respuesta para todos los problemas, puesto que hay temas que ni siquiera discutió. Al mismo tiempo debemos recordar que era un hombre de su época. Mas lo que escribió tiene un contenido que no puede descuidarse. El hacerlo sería tomar lo medieval por lo m o­derno. Por eso atacar su lenguaje, o ignorar el fondo que tras él se oculta, o darle una interpretación distinta a la que les corresponde, sería también ser injusto con la intención de Santo Tomás 2m.

Uno de los sucesos agradables de ver en la Psicología moderna es la reaparición de cuando en cuando de ideas y puntos de vista que pertenecen definitivamente a la tradición aristotélica y tomista. Para variar la conocida imagen, esto es lo mismo que poner el vino viejo en nuevos odres. La vuelta al pasado, en ese caso, no amengua el valor de los que han redescubierto la verdad y la han puesto al servicio del hombre moderno.

Por el contrario, esta postura tiene varias ventajas. Por un lado, puede ser interpretada como signo de nuevo interés por un cuerpo de doctrina que vale la pena volver a considerar, debido a su valor como guía en la investigación. Por otro, nos suministra un medio para dis­tinguir lo verdadero de lo falso en las teorías modernas. Además, hace volver al filósofo a sus textos con el fin de cotejar sus descubrimientos en el laboratorio y en la clínica con la doctrina aristotélica y tomista y ver si la completan, arrojan más luz sobre ella o la ilustran. Finalmen­

26 Wundt, W.: Grundzüge der physiologischen Psychologie. Leipzig. En- gelmann, 4.a edición, 1893, L, II, c. 23,

Digo que W undt sólo adivinó esto porque su posición respecto al hombre y especialmente a la relación cuerpo y alma dista mucho de la de A ristóteles y Santo T om ás. E s así como estuvo en lo cierto al afirmar que los resultados de sus experimentos solamente podían comprenderse dentro de la tradi­ción aristotélica, pero lo que no supo fue interpretar correctamente esta tradición.

17 S pearm an , C .: The Nature of Intelligence and the Principies of Cognt- tion, London. Macmillan, 2.a edición, 1927, p. 22.

16 G il s o n , E.: The Philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad. por E. Bui.- lough. St. Louis, Herder, 1937, p. 260.

La advertencia hecha por G ilso n de que S anto T omás perteneció al si­glo xm es correcta. Sin embargo, podemos cometer la equivocación de con­siderar al Doctor Angélico sólo como un producto de su época, olvidando el hecho de que las verdades que expuso trascienden a los períodos históricos como tales. Su filosofía se ha llamado por eso perenne. Su valor excede el momento histórico en que fue concebida. No es una pieza de museo, sino un pensamiento lleno de vitalidad capaz de influir en el de los hombres de todas las épocas.

BRENNAÍÍ, 4

50 Psicoloffia de Santo Tomás

te, nos da esperanzas de que algún día lo m ejor del pensamiento anti­guo, medieval y moderno se sintetice logrando darnos una idea más total del hombre en sus actos, en sus potencias y en su compleja na­turaleza corpóreo-espiritual.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO I

Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941, ca­pitulo 1. Ed. esp., Morata, Madrid, 1960.

Chesterton , G. K .: St. Thomas Aquinas. New York. Sheed & Ward, 1933. D ’A rc?, M. C., S. J.: Thomas Aquinas. London, Benn, 1930.G ils o n , E .: The philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E. B ullough.

St. Louis, Herder, 1937.G rab Ma n n , M.: Thomas Aquinas. Trad, por V. Michel. O. S. B. New York,

Longmans, Green, 1928.M a r it a in , J. : St Thomas Aquinas, Angel of the Schools, Trad, por J. A. S c a n -

l a n . New York, Sheed & Ward, 1938.Mure, G. R. G. : Aristotle. New York, Oxford University Press, 1932.

CAPITULO II

CONCEPTO DE PSICOLOGIA GENERAL

1. DISCUSION TERMINOLOGICA.—La Psicología, en su signifi­cado original, es el estudio del alma, pero en la realidad es algo más que esto, puesto que también estudia a la cosa que tiene alma.

Ahora bien, cuando pensamos en las cosas que tienen alma inme­diatamente nos imaginamos tres clases de criaturas: las plantas, los animales y los hombres. Puede que existan otras en otro lugar del universo, pero no sabemos nada acerca de ellas. De cualquier modo, ya que la Psicología trata de los seres que poseen un alma, abarca todas las manifestaciones vitales del mundo, tanto las más como las menos diferenciadas. Concretamente, sin embargo, la Psicología es el estudio del hombre. ¿Quiere decir esto que abandonamos las formas de vida de las plantas y los animales cuando centramos nuestro inte­rés en el hombre? No, puesto que el hombre es la suma de todas las potencias y las perfecciones de estas formas inferiores, además de poseer otras potencias y otras perfecciones que son sólo propias de él.

Como el resto de las cosas del universo, el hombre manifiesta sus potencias y sus perfecciones al actuar. Nos sería difícil conocer su interior si no estudiásemos su conducta. Esto estaba claro para S a n t o T o m á s , que dijo que debemos comenzar a estudiar los actos del hombre y continuar con sus potencias antes de que lleguemos, por fin, a com ­prender su naturaleza. El suponía, con mucha razón, que las poten­cias de una cosa son una parcela de su naturaleza, puesto que son propiedades que provienen de ella i, A r is t ó t e l e s era también de la misma opinión; que la naturaleza humana, como cualquier otra, es el principio tanto de sus propiedades com o de sus operaciones 2.

2- EL ESTUDIO DEL HOMBRE EN CUANTO HOMBRE. — S a n t o T o m á s estaría de acuerdo, probablemente, en que el sujeto adecuado de la Psicología es el hombre, e insistiría, además, en que era ésta la idea fundamental de la Psicología de A r is t ó t e l e s . Pero mientras A r i s ­t ó t e l e s tomaba contacto con la materia de estudio, haciendo refe-

1 S. T., p. I, a. 77, a. 3, sed contra, Ver también C. D. A., L. H, 1, 6. Aquí S anto T omás, siguiendo a A ristóteles, dice que los actos se conocen estudian­do los objetos; las potencias, estudiando sus actos y el alma o el cuerpo poseedor de un alma, estudiando sus potencias. No es necesario añadir que cualquiera que siga este método debe producir una psicología objetiva en el mejor sentido de la palabra.

2 De anima, L. II, c. 4. Metaphysica, L. V, e. 4.

52 Concepìo de Psicologia generai

rencia explícita al alma, S a n t o T o m á s desvía su punto de vista al hom ­bre mismo. A la larga viene a ser la misma cosa, puesto que el alma del hombre es la razón misma de su ser. Pero considero que el cambio de perspectiva efectuado por A q u in o , su énfasis en el hombre en cuan­to hombre es de mayor alcance y proporciona una base filosófica m ejor y una guia más segura para las corrientes psicológicas de hoy. Explicándolo en términos históricos, lo que hicieron los pensadores medievales fue hacer la filosofía antigua más comprensible y, por lo tanto, más útil para el hombre moderno.

Además, si S a n t o T o m á s hubiese elegido un nombre para estudio del hombre, creo que hubiese preferido el término de Antropología al de Psicología, En realidad, ninguna de estas palabras aparece en sus escritos, ni nos interesa mucho esto tampoco, siempre que no olvidemos que el tema principal de la Psicología tomista es el hombre en cuanto hombre, que el alma es simplemente una parte del hom ­bre, esencial para su naturaleza, pero, sin embargo, sólo una parte de él; que el cuerpo es la otra parte esencial y que el hombre se mani­fiesta a través de las potencias o propiedades que le permiten actuar.

Ahora bien: existen dos modos de considerar al hombre, psicoló­gicamente hablando. El primero es el cientifico, utilizado por la mayo­ría de los psicólogos modernos. El segundo, el filosófico, que es el pre­ferido por S a n t o T o m á s , Esta separación neta de las dos formas de conocimiento es una de las adquisiciones del pensamiento moderno. Digo moderno porque no hubiese sido posible su existencia de no exis­tir los métodos e instrumentos modernos de la investigación. Pero existía, sin embargo, en embrión en la mente de hombres como R o g e r B a c o n y A l b e r t o M a g n o , personas las más adecuadas para haber pre­visto este desarrollo. Por su importancia en las divisiones de nues­tro texto, examinaremos esto con más detalle,

3. EL SIGNIFICADO TOMISTA DE CIENCIA.—Según S a n t o T o ­m á s , algunos conocimientos se buscan simplemente por el afán de saber; a éstos los llamamos especulativos. Otros se adquieren con el fin de actuar, y éstos son los prácticos. Los que nos interesan aquí son los conocimientos de tipo especulativo. Podemos dividirlos con un criterio doble: si representan diferentes perfecciones de la mente o si describen áreas distintas de la realidad explorables por la mente.

En el primer caso es en la excelencia de la mente y su mayor conocimiento de las causas en lo que se hace hincapié; en el segundo, la excelencia del objeto, la mayor abstracción de materias, es lo prin­cipal.

Desde el punto de vista de su propia perfección, hay tres conoci­mientos especulativos que perfeccionan la mente humana: la com­prensión o hábito de tener primeros principios de pensamiento; la ciencia, que es un conocimiento cierto, que posee la certeza de la prueba y que extrae sus conclusiones de principios, ya sean mediatao inmediatamente evidentes y que lleva sus investigaciones a las causas últimas de las cosas en un determinado orden de entes, y la «sabiduría», que también se basa en la prueba y que no encuentra

Significado tomista 53

reposo hasta alcanzar las razones últimas de las cosas en todos los órdenes del ser. Vemos, en consecuencia, como dice S a n t o T o m á s , que la ciencia es decisiva en un género u otro de objetos cognoscibles, mientras la sabiduría es decisiva desde todos los ángulos, puesto que solamente ella es esencial en todo género de conocimientos 3.

Desde la perspectiva de la excelencia del objeto o de su grado de abstracción de la materia, hay también tres formas de conocimiento que puede utilizar la mente: la física, que considera las cosas que dependen de la materia y que no pueden ser pensadas como carentes de materia, por ejemplo, el hombre mismo, cuyo cuerpo es parte de su esencia y cuya definición debe incluir la noción de materia; las matemáticas, que consideran las cosas que dependen de la materia para su existencia, pero que pueden ser pensadas como inmateriales; por ejemplo, una curva, que es posible definir sin referirse al objeto material que es curvo; la metafísica, que centra su interés en objetos no dependientes de la materia, ya sea porque nunca los encontramos materialmente, como, por ejemplo, Dios, o porque pueden concebirse inmaterialmente, como, por ejemplo, el acto y la potencia de los seres 4. La física, pues, para S a n t o T o m á s es una forma de conocimiento filo­sófico. Es la filosofía de la naturaleza. Por naturaleza en este caso se entiende el mundo del ser que se mueve a través del tiempo y del espacio y está dotado de propiedades y accidentes que pueden ser percibidos por los sentidos. Abarca el cosmos de un modo general, y al hombre en particular, por ser el rey de las criaturas del universo.

Asi tenemos los términos modernos de Cosmología y Psicología para definir lo que A q u in o llamaba física. Y puesto que este tipo de conocimiento se basa en la demostración y no abandona su búsqueda hasta encontrar las causas finales de las criaturas del universo en el orden especial en que se encuentran—su esencia, su origen, su desti­no— , se la puede llamar verdaderamente ciencia.

Las matemáticas también, en el sistema de S a n t o T o m á s , son una forma de filosofía. Es el más exacto de nuestros conocimientos filo ­sóficos. Tiene que ver con la cantidad y con las cosas que se relacio­nan con la cantidad. Además, a causa de su exactitud y de la firmeza con que prueba sus conclusiones, puede llamársele ciencia con el máximo derecho.

La Metafísica es la más alta y noble forma de conocimiento filo­sófico, tratando com o trata del ser en su dominio más abstracto y en el grado más apartado de la materia. Aquí de nuevo se introducen nuevos términos para indicar los diferentes accesos de la mente a la realidad. Así, el estudio del ser como tal ser es llamado Ontología,

3 S. T .t p p . I - n , q. 57, a. 2,1 La disertación clásica de los grados de abstracción se encuentra en

la «Exposición del libro de B oecio sobre la Trinidad», de S anto T om ás, E. B. T., qq. 5 y 6. A quino estudia aquí en detalle el origen de la división de la filosofía que he dado en el texto, asi como los métodos de investigación propios de cada división. He hecho uso constante de estos dos aspectos al formular las relaciones que existen entre la ciencia moderna y la filosofía del Doctor Angélico.

54 Concepto de Psicología general

que trata del ser en su aspecto más general. De un modo más especial también ineluye el ser de la verdad, que es la Epistemología, y el ser de Dios, que es la Teología, Resulta, pues, obvio que la Metafísica, que es la búsqueda de las causas más altas en todo género de objetos cognoscibles, es la verdadera sabiduría; el tipo de conocimiento que S a n t o T o m á s llama la ciencia de las ciencias. En consecuencia, se deduce que las ciencias son muchas, ya que exploran distintos tipos de realidad. La sabiduría es una sola, sin embargo, ya que lo considera todo desde el punto de vista total del ser: descendiendo hasta la materia inerte del cosmos, ascendiendo a través de las criaturas vivientes hasta llegar al ser de los seres, la causa primera y el rey del universo; extendiendo su poder desde un extremo a otro y ordenán­dolo todo.

i. EL SIGNIFICADO MODERNO DE CIENCIA.— ¿No es posible, acaso, tener otra forma de conocimiento que confirme la verdad de sus leyes por medio de pruebas y que, sin embargo, no llegue hasta la naturaleza o la esencia de las cosas? Los hombres que trabajan en el laboratorio dicen que sí, y señalan la Física (en su acepción moderna), la Química, la Biología y aun la Psicología como ejemplos de lo que entienden por ciencia; cuando lo que se investiga no es la naturaleza de las cosas en sí, sino las funciones y las estructuras que nos revelan esta naturaleza, así como las leyes constantes que la gobiernan. ¿Lo estudió S a n t o T o m á s esto mismo en su camino hacia el conocimiento filosófico de la naturaleza? La respuesta es sí y no. S a n t o T o m á s se interesaba en el comportamiento y la estructura de la materia y del hombre, principalmente, porque este conocimiento le proporcionaba la clave para llegar a conocer su esencia y su naturaleza. Como filó­sofo estaba obligado a ir más allá de las apariencias de las cosas. Pero su inform ación sobre estas apariencias o fenóm enos no fue recogida con los métodos de la ciencia moderna.

Además, cuando terminó de dedicarse a estas materias le interesó más conocerlas y definirlas en su naturaleza o en su relación con la naturaleza que considerarlas sólo en cuanto fenómenos.

De cualquier modo, los conocimientos que adquirió A q u in o sobre los actos y las propiedades de las cosas no fueron ni controlados ni de tipo experimental, sino meras experiencias, y, como recalcaremos en seguida, no fueron estos conocimientos afinados con el instrumental de gran perfección inventado más adelante, sino que fueron el resul­tado de lo que pudo observar puramente con sus sentidos. S a n t o Tomás dependió, pues, solamente de la integridad de sus sentidos y de los datos de la experiencia corriente, puesto que es eso lo que necesita la filosofía para establecer sus más altas verdades. Si fuera de otro modo, no hubiera podido existir un verdadero conocimiento filosófico del hombre y su universo hasta que no hubiesen sido inventados los instrumentos y los métodos experimentales, lo que es evidentemente falso, puesto que lo que A r is t ó t e l e s y A q u in o conocieron sobre la naturaleza de los objetos del universo ha sido confirmado, una y otra vez, tanto por las observaciones de los filósofos posteriores como por

Significado de Ciencia 55

las observaciones de los hombres de ciencia. Para establecer con más claridad las diferencias llamaremos a la ciencia del conocimiento filosófico simplemente Filosofía} y al conocimiento de tipo experimen­tal, Ciencia.

El contraste aquí aparece entre la filosofía de la naturaleza de A q u in o y la ciencia de la naturaleza de los modernos 5.

La primera diferencia que observamos es en sus fines. Asi, la ciencia se interesa por lo periférico. Rodea a su objeto, por asi decir, observando cuidadosamente sus actos y considerándolo desde el punto de vista de su conducta y estructuración. Esto conduce a un conoci­miento de sus accidentes y de las leyes estables que controlan sus operaciones. La Filosofía tiene un fin de tipo central. Se interesa pol­la esencia o sustancia de su objeto, o, mejor por las causas subyacen­tes a esa esencia. En resumen, tanto la ciencia como la Filosofía de la naturaleza tienen el mismo objeto material, es decir, a las dos les atañe lo mismo, que es precisamente un ser capaz de moverse a través del espacio y del tiempo y de hacer impresión en los sentidos. Pero mientras la ciencia se queda, diríamos, en la superficie de su objeto, la Filosofía se sumerge en el interior de éste para apoderarse de su corazón mismo. Podemos expresar esto de otro m odo: diciendo que el interés primordial de la ciencia está en la causa que precede inm e­diatamente a cualquier efecto dado, y que es la razón próxima de su existencia, mientras la Filosofía está dispuesta a descubrir la última en una serie de causas naturales o la razón final de cualquier efecto dado. Resumiendo, aunque filosofía y ciencia tengan el mismo objeto material, se distinguen en cuanto a su objeto form al6.

La segunda diferencia está en el método, que, como hace notar S a n t o T o m á s , debería estar en correspondencia con la materia inves­tigada y el fin que se pretende Ahora bien: lo que persigue la ciencia es un conocimiento preciso y detallado de los fenómenos, ya que sus leyes se funden en gran parte en dicho conocimiento. La ciencia debe

s Maritain: The Degrees of Knowledge. Trad. por Wall y Adamson. N. Y. Scribners, 1938, c. 1. Al establecer un contraste entre la ciencia y la filosofía, no debemos olvidar que la filosofía es también una ciencia. La filosofía es, sin embargo, un tipo de sabiduría más perfecta que la llamada ciencia moderna. La razón es muy simple: la ciencia, en su sentido filosófico, es un conocimiento cierto, adquirido por medio de la demostración de princi­pios, ya sean mediata o inmediatamente evidentes, y en su sentido positivoo científico es sólo un conocimiento probable derivado de principios sólo plausiblemente ciertos, tal como Eddington recalcó en el primer capítulo de nuestro libro.

* Vemos este ejemplo de la diferencia que existe entre los objetos forma­les y materiales del conocimiento: Supongamos varias personas interesadas en un mismo terreno. Una ve en él la posibilidad de instalar una granja, otra un jardín, la tercera piensa en una mina. Esto se debe a que la primera la ve como agricultor, la segunda como horticultor y la tercera como mine­ralogista. Así sucede también con el científico y el filósofo, que hacen del hombre el objeto de su investigación. Los dos tratan con la misma cosa, materialmente hablando, pero cada uno tiene su propio punto de vista y su propia finalidad. Formalmente son, pues, distintos sus respectivos tipos de conocimiento.

7 B. B. T. Lee. 2, entre qq. 4 j 5.

descubrir lo más posible el modo como el objeto se constituye, parte por parte y el modo como actúa. Para procurarse dicha información ha ideado el método experimental o de laboratorio, es decir, ha insta­lado el escenario para sus investigaciones. Al hacerlo puede así uti­lizar los instrumentos que ha creado para añadir facultades a sus sentidos. Más aún: puede preparar las condiciones exactas bajo las cuales desarrolla sus observaciones, de tal modo que le sea posible repetirlas las veces que considere necesarias y comprobar el resultado de sus predicciones. La Filosofía, por el contrario, no hace nada de esto, puesto que le basta con los datos que le proporciona la simple observación para construir una ciencia de la causas finales.

Puede confiar en la inform ación de sus sentidos, ya que éstos son las fuentes básicas de información en la economía del conocimiento humano 8.

La tercera diferencia es una consecuencia de la segunda. La cien­cia, con el adelanto de sus instrumentos, tiene un determinado alcance de la realidad que no le es dispensado a la Filosofía. Existe la misma diferencia que entre mirar un objeto determinado a simple vista que cantarlo en todos sus detalles por medio de la lente de un microscopio. En ambos casos se comienza con la experiencia que resulta de la relación entre los órganos de los sentidos con los objetos capaces de ser percibidos. Pero lo que tiene de común la experiencia del filósofo, puesto que es la misma que la del resto de los hombres, se hace espe­cializada en el científico cuando aplica los instrumentos de labora­torio a la materia de su estudio. Veamos ahora estas mismas dife­rencias en el terreno de la Psicología 9.

56 Concepto de Psicología general

5 Como punto de partida para la especulación filosófica, basta con lasimple observación; pero con ello no queremos decir que el método filosófi­co se limite a esto. No hay nada que prohíba al filósofo comenzar su búsque­da partiendo de los datos proporcionados por el científico. Además, el méto­do filosófico debe ser capaz de conducir la mente desde la observación Inicialhasta un conocimiento de la naturaleza o principio que esté más allá del hecho observable. La complejidad del método filosófico aparece ya en la Física de A ristó teles , donde éste indica el camino que debe seguir la in­vestigación.

9 La distinción formal entre ciencia y filosofía es mantenida por J acques M a r ita in (Degrees of Knowledge, pp. 58-63) y M ortim er A dler (What Man Has MacLe of Man. N. Y. Longmans, Green, 1937, pp. 131-39). Según este punto de vista, los dos tipos de conocimiento se consideran operativos en el mismo plano de pensamiento, que es el primer grado de abstracción. En este plano, el objeto es considerado sin sus notas individuales, es decir, sin las características que lo identifican como una cosa singular, en resumen, considerado simplemente como sujeto a los cambios físicos. Por otra parte, hay tomistas como R e gin ald G arrigou-L a g ran g e , O. P., y S antiago R a m í­r ez, O . P., que insisten en que no hay distinción formal entre la ciencia y la filosofía. Según ellos, es el mismo tipo de conocimiento el que capta la sus­tancia y las accidentes de una cosa. La sustancia, de hecho, se nos mani­fiesta sólo a través de los accidentes. Luego para tratar de captar más fina­mente la noción de sustancia debemos utilizar todos los medios posibles que nos hagan comprender sus propiedades y su modo de actuar, es decir, el razonamiento inductivo y el deductivo, la observación directa y la efectuada por medio de instrumentos refinados, etc., manteniéndonos todo el tiempo en el primer grado de abstracción, y así, dentro de la misma categoría de

Psicología científica 57

.5: PSICOLOGIA CIENTIFICA Y PSICOLOGIA FILOSOFICA.—La, Psicología, considerada como una forma de conocimiento filosófico, es tan antigua com o A r is t ó t e l e s . Como una rama de la ciencia, es tan moderna como W u n d t . Ambas formas de conocimiento tienen el mismo objeto material, que es el hombre. Ambas lo estudian como una cria­tura estructurada materialmente y sujeta por las mismas leyes de tiempo, espacio y movimiento que actúan sobre el resto de las cosas materiales. Se diferencian, sin embargo, en sus métodos y en sus fines. Así, el fin de la ciencia del hombre es comprender a éste en sus propiedades y accidentes, y el de la Filosofía del hombre captar el sentido del ser humano en su esencia o en sus causas de origen. El método de la primera es la experimentación, en la que utilizamos instrumentos para aumentar la esfera de las experiencias proporcio­nadas por los sentidos; el de la segunda es la simple observación, con la que se obtiene el conocimiento sin la ayuda de instrumentos y sin las ventajas de ninguna experiencia especial más allá de lo que nos revelan corrientemente los sentidos. Ya hemos dicho esto con ante­rioridad, pero creemos necesario repetirlo aquí, ya que conduce a una serie de observaciones que han de ser tenidas en cuenta al aproxi­marnos al estudio de la Psicología.

En el principio de nuestro libro dijimos que el método científico es fundamentalmente analítico, y el de la Filosofía, sintético. Corrien­temente nos referimos hoy a ellos empleando los términos de método inductivo para la ciencia y deductivo para la Filosofía. No hay discu­sión a propósito de esta distinción, puesto que es verdadera, en tér­minos generales. Al mismo tiempo debe ser recordado que el científico utiliza el método deductivo al idear sus leyes generales e igualmente el filósofo emplea la inducción cuando parte de los hechos observa­bles. Este último puede aún utilizar los descubrimientos de la ciencia como material del que extraer sus deducciones filosóficas. Por otra parte, el científico no está limitado a los datos experimentales al construir su ciencia. El también puede—y lo hace a menudo—utilizar la observación común. Esto cuenta especialmente para la Psicología, donde es necesario beneficiarse de la introspección con el fin de com ­pletar nuestro conocimiento del hombre. S a n t o T o m á s , como veremos en los próximos capítulos, hace a menudo observaciones que coinciden exactamente con las de los científicos modernos.

Tenemos luego el problema de las relaciones de la Psicología cien­tífica con la Psicología filosófica, según la excelencia de los princi­pios de cada una. Veamos lo que dice S a n t o T o m á s . Según sus ense­ñanzas, un cuerpo ideológico está subordinado a otro cuando este último es capar de darnos la razón última de las cosas de las que trata el primero 10, De acuerdo con esto, la Psicología científica estaría

conocimientos. Desde este punto de vista, la Psicología sería la unión de la especulación filosófica y la investigación científica en una sola doctrina, que sería el estudio del hombre. Para un informe claro de la postura uni- íicadora de ciencia y filosofía, ver A. F ernández Alonso , O. P., Scientiae et Philosophia secundum S. Albertum Magnum. Angelicum. 1936, pp. 24-59.

10 E. B. T., q, 5, a. 1, r. a. obj. 5.

regida por la Psicología filosófica, puesto que es la Filosofía del hom­bre, en última instancia, la que nos proporciona las razones de por qué el hombre es lo que es y actúa como actúa.

Además, puesto que la ciencia persigue una meta distinta a la de la Filosofía, no pertenece al mismo tipo de conocimiento que la anterior. ¿Cuál es la causa de esto? Porque, aunque coincida el tema de su estudio, tienen diferentes objetos formales. Así tenemos que el objeto formal de la Psicología científica es el hombre en sus accidentes, pro­piedades y leyes que regulan su conducta, mientras que el de Psicología filosófica es el hombre en su naturaleza y en las leyes que ordenan su ser. Si se dijese que la Filosofía también estudia las propiedades y los accidentes, la respuesta ya ha sido dada: en la Psicología científi­ca, el conocimiento de los accidentes y propiedades del hombre es la meta hacia la que tiende; en la Psicología filosófica, este tipo de conocimiento es simplemente un medio para alcanzar su meta, que es el conocimiento de la naturaleza humana. De todos modos, está claro que ciencia y filosofía están relacionadas, puesto que el hombre es el objeto material de ambas formas de conocimiento. También queda claro que la una está subordinada a la otra, ya que un conoci­miento de las razones próximas está ordenado a una conocimiento de las razones finales cuando ambos tratan de la misma materia, que aquí es el hombre 11.

A causa de esta subordinación se deducen ciertas ideas de capital importancia para una recta comprensión del campo de la psicología. Asi tenemos que no es de la incumbencia del psicólogo científico, en cuanto científico, el estudio de las causas finales de la naturaleza del hombre. Y, puesto que el alma es realmente la razón básica del

5i Concepto de Psicología general

11 El siguiente esquema es un resumen de los principales puntos que hemos subrayado en nuestro libro referentes al conocimiento en Psicología:

CIENCIA FILOSOFÍAObjeto material

Hombre oh f.uauto sor sensible —> H om bre

Objeto formal ........ Accidente o propiedades o aspectos fenomenoló- gicos.

Sustancia o naturaleza o aspectos ontológicos.

Leyes operativas o causas próximas.

Leyes del ser o causas fi­nales.

Método .................... Experimental y clínico. Experiencia.

Como indica nuestro esquema, ambas, ciencia y filosofía del hombre, tienen el mismo objeto material, que es el hombre en cuanto ser sensible. Podemos explicar esto de otro modo, diciendo que tienen idéntico asunto, ya que es sobre el mismo y determinado ser, el hombre, sobre el que inves­tiga tanto el científico como el filósofo.

Para obtener una idea más completa sobre el objeto material como sujeto o materia de estudio, ver M a r it a in , J . : Existence and the Existent. Trad. por G alandiere & G . B. P helan. N. Y. Pantheon, 1948, p. 14

Psico£o£?¿a general 53

ser del hombre, no le corresponde al científico, como tal, el estudio del alma. De hecho, le es posible escribir todo un tratado de Psicología sin mencionar el alma. Por otra parte, no está dentro de sus derechos contradecir las adquisiciones de la psicología filosófica cuando éstas ya han sido establecidas como verdades por medio de una demostra­ción. No debe nunca olvidarse que la ciencia del hombre está bajo el control de una forma superior de conocimiento, que es la filosofía del hombre.

Luego el psicólogo científico debía de interesarse por que ninguna de sus deducciones a propósito de la conducta, las propiedades o los accidentes del hombre estén en contradicción con las inferencias ya establecidas por la psicología filosófica12. Si, por ejemplo, hay una prueba filosófica del alma humana, no puede deducir de sus investi­gaciones científicas que el hombre carece de alma, o si la psicología filosófica puede demostrar la libertad humana y la naturaleza espi­ritual del alma, él no puede deducir de sus descubrimientos que el hombre es meramente un animal muy diferenciado y un esclavo de sus instintos. En resumen, su ciencia está subordinada a la filosofía y debe ser conducida por los principios de ésta, de tal modo que am­bas. ciencia y filosofía del hombre, puedan complementarse y unirse para darnos una visión total de éste13.

6. NOCION DE PSICOLOGIA GENERAL.—Recordando lo que he­mos dicho sobre las dos vías de conocimiento del hombre, podemos ahora definir la Psicología, de un modo general, como tel estudio del hombre en sus actos, propiedades y esencia». Hay tres puntos de especial interés en esta definición de tipo descriptivo.

En primer lugar, la Psicología es un estudio del hombre. Hemos dicho ya que, etimológicamente, la Psicología es la ciencia del alma;

13 Quisiera señalar aquí que lo que la ciencia moderna llama propiedad puede o no ser esencial a la cosa de la que es inhe rente. Le corresponde al filósofo, precisamente como filósofo, decidir si determinado atributo o ca­rácter es simplemente un accidente y, por lo tanto, no esencial, o unapropiedad en el sentido estricto del término, y, por lo tanto, esencial. Másadelante, cuando el filósofo llega al conocimiento de la naturaleza de unacosa, ha alcanzado la realidad ontològica, que es la fuente y la razón básicade las propiedades. Así, la naturaleza del hombre, al ser intelectual, es la causa de que éste posea la potencia o propiedad del intelecto.

18 Todo lo que he dicho sobre la Psicología como ciencia es verdadero de un modo técnico. Pero si puede o no ser estrictamente científico en la práctica, eso es discutible. Es cierto que la conducta del hombre, como cria­tura dotada de libertad, no puede someterse a una predicción rigida. La parte material de su naturaleza es el único elemento de su estructura que se puede medir cuantitativamente. Aun en este caso, por ser un cuerpo dotado de alma, no se rinde tan fácilmente a las condiciones experimen­tales como la materia inanimada.

Más aún, a causa de que sus propiedades espirituales (mente y voluntad) no son materiales por naturaleza, no son tan dóciles a las técnicas de labo­ratorio como las potencias de tipo mixto (sentidos), que dependen del cuerpo y del alma para sus operaciones. Luego, por una especie de paradoja, ten­dríamos que cuanto más se acercase la Psicología a la ciencia, tanto menos auténtica se haria, y estaría entonces regida por conceptos de tipo fisico y fisiológico.

pero, desde los tiempos de S a n t o T o m á s , el centro del interés se ha tras­ladado desde el alma del hombre al hombre como ser poseedor de alma. Este cambio fue posible porque el hombre es fundamentalmente hom ­bre por poseer un alma humana. O, para explicarlo a la inversa, no puede ser un hombre o un ser humano a no ser que posea un alma hu­mana. Podemos dar por sentado, ya que posee un alma, puesto que ambas, ciencia y filosofía psicológicas, suponen la existencia de su materia de estudio, que es el hombre, o un ser compuesto de un cuerpo y un alma humanas.

En segundo lugar, nuestra definición abarca el terreno de la llama- mada Psicología general.

Por ésta entendemos la Psicología estudiada desde ambos puntos de vista, científico y filosófiico. Los aspectos científicos de nuestra materia aparecen en el estudio del hombre en sus actos y propieda­des, puesto que éstos, al mismo tiempo que las leyes que surgen como consecuencia de ellos, son la meta hacia la que tiende el saber cien­tífico. Su aspecto filosófico es expuesto en el estudio del hombre en su esencia, ya que un conocimiento de su esencia es el fin que persigue la filosofía del hombre. Se sobreentiende, además, que este saber incluye causas que trascienden la esencia humana, pero que están, sin embargo, intimamente conectadas con ellas. Estas son: la causa que explica el origen del hombre y la causa que da razón de su fin o des­tino.

En tercer lugar, al volver sobre las huellas del sentido de los actos y las propiedades del hombre, la Psicología general no se mantiene ni en el nivel de las experiencias corrientes ni en el de las especializa­das, sino que busca determinar la naturaleza o la esencia del hom ­bre en función de la cual los datos de ambos tipos de observación deben encontrar su sentido final. Es necesario recordar, una vez más, pues, que tanto la filosofía como la ciencia del hombre tienen su punto de partida en la experiencia. Sin ese contacto con la realidad, la primera podría ser justamente acusada de ser un conocimiento ilusorio, lo que es francamente falso, especialmente en el caso de la

. filosofía tomista 14,

7. EL VALOR DE LA PSICOLOGIA FILOSOFICA.—Como una for­ma de conocimiento filosófico, la Psicología ocupa un puesto ventajoso, que S a n t o T o m á s no tardó en reconocer.

En primer lugar, com o una parte de la filosofía de la naturaleza, estudia la más importante de las criaturas del universo: el hombre. Pues el hombre es, tal como diría A q u in o , un microcosmos, todo un

€O Concepto de Psicología general

11 La exposición de la Psicología general que he dado se puede resumir así: el estudio del hombre (genus) posee dos tipos de conocimiento: el pri­mero, de los actos y las propiedades del hombre (primera species: la ciencia del hombre): el segundo, de la esencia del hombre (segunda species: la filosofía del hombre). El género aquí es el mismo, puesto que el objeto mate­rial o la materia con la que trata la Psicología es el hombre. El género es compartido por dos especies de conocimiento que resultan de dos clases de diferencias últimas: el objeto formal de la ciencia, originando una; el de la Filosofía, la otra.

Psicología científica 61

universo en miniatura. Conociéndole se llega a conocer m ejor tanto la naturaleza de los animales como la de las plantas, ya que está dotado de las mismas propiedades que dan a estas formas inferio­res de vida su perfección en cuanto organismos vivientes. Su cuerpo, también como cuerpo, tiene masa y peso, color y extensión, y todas las demás prpiedades materiales; asi, pues, al discernir lo que hay de corpóreo en su naturaleza, podemos aprender mucho acerca de la naturaleza de la materia.

Luego la Psicología tiene valor como una introducción a la Meta­física, que es la ciencia de las causas finales en todos los órdenes del ser. ¿Por qué es esto? Porque la Psicología estudia el nacimiento de la idea, y nos dice exactamente cómo, partiendo de los niveles más Inferiores de la conciencia, podemos remontamos, paso a paso, hasta un conocimiento de las más altas razones de las cosas. En otras pala­bras: para comprender absolutamente el concepto de causa debemos captar la obra de la mente tal como va progresando desde las per­cepciones de los sentidos, a través de las imágenes, hasta los concep­tos; ensanchando sus horizontes mentales hasta llegar a la Razón de las razones, que es también la Causa de las causas.

Además, la Psicología establece la base sobre la que se construye toda la estructura de la moral natural del hombre. Con el fin de probar esta aserción basta apuntar a la doctrina del libre albedrío, unida inseparablemente al problema de la responsabilidad del hom ­bre. Así, pues, es inútil hablar de normas de conducta o de la justicia del premio y del castigo, a no ser que el hombre sea libre. Pero S a n t o T o m á s ve la relación existente entre la Psicología y la Etica de un modo más concreto. Se dirige hacia la discusión de las potencias del hombre, particularmente al estudio de la perfección de esas poten­cias, llamadas hábitos. Ahora bien: la virtud, que es la esencia de la vida moral del hombre, no es casi otra cosa que un hábito, esto es, un modo adquirido de conducta que contribuye a su bienestar total y lo mantiene en la ruta hacia la felicidad final

Por último, aunque no lo menciona, S a n t o T o m á s seguramente estaría de acuerdo en cuanto al valor que la Psicología tiene para el arte, la otra forma de saber práctico que siempre se coloca en con­traste con la Etica. Pues el arte también es un hábito, en cuya form a­ción están comprometidos los sentidos y el intelecto, y para cuyo ejer­cicio se requiere el conocimiento de las pasiones y la influencia reguladora de la voluntad. Todas éstas, sin necesidad de decirlo, son materias que debe estudiar en detalle el filósofo de la naturaleza humana.

8. EL VALOR DE LA PSICOLOGIA CIENTIFICA.— Hablando en general, la ciencia del hombre tiene el mismo valor para las otras ramas de la ciencia que la filosofía del hombre para el resto del saber filosófico.

Así, pues, la Psicología científica es el cimiento de todas las demás

15 C. D. A. L. I, lee. 1.

ciencias, hasta el punto que estudia las leyes en las que se basan todos nuestros procesos mentales, y enjuicia los mejores métodos de estudio.

Nuevamente sus espléndidas experiencias en la formación de hábi­tos, sus investigaciones sobre la fisiología de las pasiones, sus análisis sobre las facultades humanas y sobre los rasgos de carácter, tienen seguramente significación para la Etica; del mismo modo que el conocimiento científico de las facultades y la conducta exterior del hombre, si las entendemos correctamente, son capaces de darnos nue­vas perspectivas sobre determinadas áreas de la ciencia ética, en la que el hombre es estudiado como ser político y social, necesitado de un programa adecuado de educación que- desarrolle al máximo sus posibilidades y le haga alcanzar la felicidad que le corresponde.

Además, sus descubrimientos en el campo de la percepción y de la formación de im ágenes^donde tonos y colores, figura y fondo, y los elementos de la experiencia estética son estudiados con minucioso cuidado— puede ser de gran servicio a las bellas artes; del mismo modo que el interés científico en los impulsos naturales del hombre: el juego, la curiosidad, la capacidad de imitación, su abertura a las sugerencias—lo mismo que su enfoque en los factores de la persona­lidad humana— , se puede aplicar a las artes prácticas y aun a la industria y a los negocios.

Finalmente, la cieiícia de la Psicología revela una gran riqueza de nuevos e interesantes datos útiles al filósofo en su búsqueda de las tesis fundamentales sobre la naturaleza humana. Y aun en estos casos, donde los datos no son nuevos, suministran a menudo ejemplos que. ilustran las verdades filosóficas. Por último, los descubrimientos de laboratorio proveen al filósofo de puntos de vista de mayor hondura en relación con muchos hechos y principios que hasta el momento sólo había conocido de modo superficial1G.

62 Concepto de Psicología general

14 No estaría de más, antes de cerrar este capítulo, decir unas palabras sotare la división de la Psicología en racional y empírica. Esta es una de las mayores confusiones que se le infligen al estudiante, que generalmente cree que esta división es equivalente a la de la psicología en científica y filo­sófica. Esto es un error. Por empírico entendemos una forma de conoci­miento que proviene de los sentidos con la ayuda o no de instrumentos. Por racional entendemos, por otra parte, lo que es conocido por medio de la razón, un dato empírico, por lo tanto, es el producto de los sentidos, mien­tras un dato racional es el resultado de una reflexión. Desde este punto de vista, resulta claro que la Psicología científica es racional tanto como empí­rica. ya que reflexiona sobre sus datos, y que la Psicología fiosófica es empírica tanto como racional, ya que parte de la experiencia de los sentidos.

La división en Psicología empírica y racional nos viene de C h ristian von W olff. Entre otros desórdenes causados por este filósofo, estaba su costum­bre de considerar a la Psicología como parte de la Metafísica, contra todas las tradiciones aristotélicas y tomistas.

S anto T omás considera a la psicología como una parte de la filosofia de la naturaleza. Es cierto que admitía que el alma, como una sustancia sepa­rada, es objeto de la metafísica, lo mismo que el conocimiento de Dios, los ángeles y todos los seres inmateriales es también metafísica. Pero no es así como lo estudiamos en Psicología. Por el contrario, como un objeto del conocimiento psicológico, como un objeto del conocimiento psicológico, el alma se considera siempre como una forma unida a la materia, en resumen, como la forma del hombre. La única ventaja que le veo a esta división

Bibliografía 63

BIBLIOG-RAFIA AL CAPITULO II

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B andas, R. G.: Contemporary Philosophy and Thomistic Principles. Mil­waukee, Bruce, 1932, Cap. 2.

M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B. W all y M. R. Adam son .New York, Scribners, 1938, Caps 1. y 3.

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Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York. Holt 5.* ed., 1949, Cap. 1.

de la Psicología en racional y empírica es una consecuencia de su mismo error. Del mismo modo que una herejía ayuda a esclarecer las verdades de la íe, este falso modo de considerar el estudio del hombre hace que sea necesario darle importancia, primero, al modo de analizar el alma en Psico­logía, como una forma de la materia (aunque en el caso del hombre, capaz de existir sin la materia); segundo, al lugar que tiene la Psicología dentro del conocimiento filosófico, que está dentro de la Física de A ristóteles , es decir, de la Filosofía de la Naturaleza. Ver Adler, m. J.: What Man Has Made of Man. N. Y. Longmans, Green, 1937, pp. 196-99, B r e n n a n , R., O. P.: The Mansions of Thomistic Philosophy. The Thomist. Abril 1939, pp. 62-79.

LIBRO PRIMERO

V I DA V E G E T A T I V A

SECCION I .-L A CIENCIA DEL ORGANISMO

CAPITULO IU

E l CONCEPTO DE LA VIDA ORGANICA

1. BIOLOGIA DEL ORGANISMO.— Comenzaremos con la vida en su nivel inferior, el tipo de existencia que el hombre comparte con la planta. El hecho de que sea ésta una vida menos diferenciada no indica, en absoluto, que sea simple o carente de interés. Por el con­trario, si el hombre no hubiese poseído en su naturaleza las cualidades de la vida vegetativa, no le hubiese sido posible vivir. Cuando hacemos uso, pues, de la palabra vida, de un modo indiscriminado nos referi­mos a la manifestación de estas propiedades básicas, sin las cuales no existirían en la tierra criaturas vivientes. A esto se refería A r is t ó t e l e s al decir; «Para el ser viviente, vivir es sen J.

Para una persona corriente, vida significa movimiento, especial­mente el tipo de movimiento cuya causa permanece oculta. Esta prueba es, por supuesto, demasiado tosca y simple, pero, sin embargo, no es del todo equivocada. Sabemos que el relámpago que va de una nube a otra o el viento que mueve las ramas de un árbol no tienen vida, porque estamos m ejor informados que nuestros antepasados sobre la naturaleza de estas cosas. Pero ¿quién de nosotros no ha palpado un insecto para comprobar si se mueve y está realmente vivo? Aun las cosas que sabemos que no tienen vida, a veces se las describe como vivientes de un modo simbólico, porque, com o dice S a n t o T o m á s , parecen moverse por sí mismas. Por ejemplo, hablamos de aguas con vida cuando fluyen y no cuando están estancadas, o de la movilidad del azogue, que parece que se mueve por sí mismo 2.

El científico tiene una visión más concreta de este asunto. Para él, la vida es un modo de organización, y puesto que hablamos aquí de vida orgánica y vegetativa, es éste el tipo particular de organización que encontramos en todo protoplasma, manifestándose a través de ciertas propiedades vitales, que son; el crecimiento, la reproducción y la capacidad de efectuar movimientos con el fin de adaptarse. Para considerar a un objeto com o vivo en el sentido biológico, pues, debe exhibir estas características en un grado de mayor o menor organi­zación.

De hecho, la organización es la clave del concepto de vida del bió­logo. Tal como él lo ve, la vida de un organismo está en estrecha rela­ción con la disposición particular de las estructuras y funciones que

1 De anima. L. II, c. 4. a C. G. L. I, c. 97.

68 Vida orgánica

le capacitan para absorber el alimento, desarrollarse, alcanzar la m a­durez y luego dar origen a otro ejemplar análogo, todo esto dentro de una maravillosa adaptación al ambiente que le rodea. Para lograr estos objetivos se supone que existen en su proptoplasma estas dos cosas: primero, una disposición adecuada de sus partes u órganos; segundo, el acoplamiento de estas partes en una función simple y uni­taria. Con el fin de darnos una idea más exacta de lo que es esta vida orgánica, vamos a seleccionar una célula tipica y ver cómo está hecha y su modo de acción.

2. ESTRUCTURA DE LA CELULA.—El cuerpo humano está hecho de billones de compartimientos, llamados células. Una ameba, en cambio, consta de una sola célula. Sin embargo, la ameba tiene todo lo indispensable para su existencia, y vive en su propio plano de un modo tan perfecto como el hombre. Respira, aunque carece de pulmón. Digiere su alimento sin poseer un estómago. Responde a los estímulos, aunque no tiene un sistema nervioso. Carece de una dispo­sición elaborada de músculos y tejidos, aunque posee partes especia­lizadas que son verdaderos órganos capaces de llevar a cabo ciertos actos y de asegurar su reproducción.

Lo que deseo poner en relieve es que podemos concretarnos a la investigación de una sola célula y hallar, sin embargo, en ella las características esenciales de la vida vegetativa del hombre.

La base física de la vida es el protoplasma. Es una masa gelatino­sa parecida a la clara de huevo. Es la sustancia celular, y está rodea­da, ya por una pared o por una membrana. Consta de dos partes principales: citoplasma y núcleo.

I . C it o p l a s m a .—Lo primero que se observa en la sustancia cito - plasmática de la célula es una red o retículo que le da el aspecto de una esponja, por lo que a veces se le llama espongioplasma. Dentro de ella existen varios huecos conocidos por el nombre de vacuolas y pueden ser de varios tipos: vacuolas aéreas que suministran el oxige­no a la célula; vacuolas flúidas; vacuolas nutritivas, que captan los elementos nutritivos que la célula es capaz de absorber; vacuolas excretoras, que pueden contraerse repentinamente y expulsar su contenido. También existen, esparcidos por el retículo, unos peque­ños cuerpos llamados plastídios. Se cree que actúan de centros que irradian energía necesaria para el trabajo celular. Cuando contienen sustancias colorantes, le dan a la célula una tonalidad especial.

Los condriosomas son estructuras filamentosas que aparecen con bastante constancia en varios tipos de células. Los cuerpos de G olgi son un sistema de bastoncillos que rodean al núcleo. Estos, igual que los condriosomas, tienen com o función el crecimiento y el desarrollo de la célula. Otro órgano importante cercano al núcleo es la centros­fera o centro de atracción, en cuyo interior existe un pequeño cuerpo llamado centrosoma. Ambos están relacionados con las funciones reproductivas, y donde faltan, como en las células nerviosas de los adultos, no tiene lugar la división celular. El término plasmosoma está.

Estructura eie la célula 69

E spongiof

Plastidic

Hinchazoi

producici

plasmosoD

Nucleolo*

Condrios

Vacuola

Fio. 1. —Una célula tipica.

reservado para ciertas sustancias invisibles para el científico, pero cuya existencia se presume debido a los abultamientos que los de­sechos de su metabolismo producen en el cuerpo celular. Finalmente, las sustancias paraplasmáticas, que no form an parte de la célula, pero que se hallan en la cercanía de sus límites, tales como partícu­las de calcio, glóbulos grasos, material que no ha podido ser digerido y subproductos de la nutrición de los que no ha podido liberarse la célula.

EL Núcleo.—En el interior de la célula hay otro cuerpo con aspec­to de célula, mucho más pequeño, llamado núcleo, que tiene también envoltura y un retículo. Después que una célula ha sido tratada quí­micamente, vemos que una parte de este retículo se tiñe y la otra no. A la primera la llamamos cromatina, y a la segunda, linina. El conte­nido total del núcleo es llamado nucleoplasma. Un célula puede care­cer de un núcleo de forma diferenciada, en cuyo caso encontramos a la sustancia nuclear esparcida en forma de gránulos por todo el cuer­po de la célula.

Con frecuencia encontramos en el interior del núcleo una estruc­tura más pequeña llamada nucléolo. No se sabe exactamente cuál es su cometido, pero, com o desaparece al dividirse la célula, se supone que sirve para almacenar reservas metabólicas para el proceso repro­ductivo, Cuando la célula está en reposo, es decir, cuando no se está realizando la reproducción, la cromatina aparece en forma de grá­nulos dispersos en forma de cordones a través del retículo de linina. Pero a medida que se va efectuando la división celular, estos gránu-

70 Vida orgánica

los se colocan formando un filamento denominado espirema, que tiene el aspecto de un trozo de collar con sus correspondientes cuen­tas. Las partículas que componen el filamento se llaman cromosomas. Existe un número definido para cada especie viviente, por ejemplo, cuarenta y ocho en el caso del hombre.

Cada cromosoma es realmente un paquete de genes, partículas tan diminutas que no son visibles ni aun con el microscopio *. Estas últimas son, probablemente, los elementos más importantes de todo el protoplasma, a causa de su papel en la transmisión de los carac- res hereditarios.

En algunos lugares del núcleo, donde se entrecruzan los filamentos de cromatina, Se form an a veces nudos llamados cariosomas, que no deben ser confundidos con los nucléolos. Finalmente, observamos la presencia de pequeñas perforaciones en la membrana nuclear que establecen una relación directa entre el núcleo y el citoplasma, de modo que la sustancia celular pueda ser considerada como un todo físico continuo3.

m . C o m p o s ic ió n q u ím ic a d e l a c é l u l a .— Es imposible distinguir la materia viva de la que no lo es basándose sólo en sus componentes químicos, ya que un análisis del protoplasma nos revela elementos tan comunes como el carbono, oxigeno, hidrógeno, azufre, nitrógeno, fós­foro, etc., cuyo peso total es el mismo antes que después de haber cesado la vida. Hay, sin embargo, una clara diferencia en la forma com o están combinados estos elementos. De hecho la complejidad de la materia viviente es tanta que nos vemos en la imposibilidad de crear una fórmula que exprese adecuadamente su estructura química. Las moléculas que la componen son enormemente grandes y com plica­das si se comparan con las de la materia no viviente.

Descomponer químicamente una célula implica destruirla. Los re­sultados obtenidos por dichos análisis, pues, sólo se aceptan de un modo restringido, puesto que el paso de la vida a la muerte causa una serie de cambios estructurales en forma de descomposiciones y recom­binaciones. De donde se deduce que los componentes encontrados en la materia inanimada nos ofrecen, a lo más, sólo una idea parcial de la composición de la materia viviente. Indirectamente llegamos a la conclusión que los cuerpos vivientes tienden a mantener marcada­mente su integridad. Sólo son permeables a las sustancias exteriores de un modo selectivo, es decir, admiten el alimento, el agua y el aire sólo en cuanto son necesarios para las necesidades vitales de su orga­nismo.

Los componentes del cuerpo viviente son tanto orgánicos como ln -

* Hoy se sabe que los genes son macromoléculas de ácido desoxlrribonu- deinico, cuyas diferencias de estructura tendrían análogo papel que las per­foraciones (en número y disposición diversa) que se hacen en las tarjetas de las grandes máquinas calculadoras y electrónicas: dichas tarjetas, como los genes, contienen así en forma potencial órdenes de trabajo para series muy prolongadas de actos. (N. del T.)

3 C arrel, A.: Man The Unknown. London. Hamilton, 1935, c. 3. Eulen- burg-Wiener Fearfully and Wonderfully Made. N, Y. Macmillan, 1939, c. I.

Estructura de la célula 71

orgánicos. Entre las sustancias inorgánicas, el agua es la más abun­dante y representa cerca de un 80 por 100 del contenido total. Las sales están también presentes en variadas formas. El oxigeno y el anhídrido carbónico se encuentran en solución. Las sustancias orgá­nicas de la célula están representadas por tres clases de compuestos químicos: azúcares y grasas, que suministran energía mediante la oxidación y sirven también de material constructivo; y las proteínas, que son los más com plejos de todos los tipos de materiales nutritivos utilizados por el organismo.

Si estudiamos la célula desde el punto de vista químico, hallamos un compuesto esencialmente inestable que sólo se mantiene mediante recombinaciones que suponen un gasto continuo de energía. Esta ener­gía es recibida de un modo potencial con las materias alimenticias que asimila y que libera en forma de energía mecánica, calor, fenó­menos magnéticos, etc. La labilidad del organismo viviente se demues­tra por la facilidad con que los más ligeros cambios producidos en su medio lo destruyen y reducen su contenido material a una mezcla irreversible y desorganizada de sustancias4.

IV. E l c u e r po h u m a n o ,— El cuerpo humano es un conjunto de in ­numerables células que han crecido y se han desarrollado a partir de un solo huevo fecundado. Consta de tejidos y órganos, bañados en líquidos apropiados, protegidos por membranas y sostenidos por los huesos. Estos últimos proporcionan puntos de inserción a los múscu­los y armazón y resguardo a los órganos vitales. El cerebro, con su valiosa corteza, es la parte más delicada del cuerpo humano, y está resguardado por el cráneo. La médula espinal, protegida por las vér­tebras, y los nervios, que recorren el cuerpo, están envueltos en cubiertas. El corazón y los pulmones están colocados dentro de una fuerte Jaula ósea, las visceras se alojan en una gran cavidad debajo de los pumones y comprenden: el estómago, el intestino, el hígado, los riñones, el bazo, el páncreas y las glándulas sexuales.

Toda esta disposición de tejidos y órganos entretejidos en armo­niosos sistemas, están contenidos potencialmente, com o la flor en la semilla, en la célula única con que comienza el hombre su existencia en la tierra. Así, al llegar al nacimiento, posee una serie de aparatos fisiológicos de increíble complicación. Para llevar a cabo sus activi­dades nutritivas y ayudarle a alcanzar la madurez, posee los sistemas digestivo, circulatorio, respiratorio y excretorio. Para protegerle, so­portarle y hacerle posible el movimiento, posee el sistema locomotor.

Para asegurar las correlaciones en el tiempo y en el espacio nece­sarias a un cuerpo tan delicadamente equilibrado y tan lábil, posee el sistema nervioso. Y para terminar de asombrarnos, todos estos órganos y sistemas tan finamente acondicionados han sido llevados a una perfección relativa y entrelazados en una unidad biológica aun antes de su nacimiento.

4 H opk in s, F . Q . : Some Chemical Aspects of Life. Science. Sept. 1933, pá­ginas 219-31.

72 Vida orgánica

3. FUNCIONES DE LA CELULA.—La célula no es solamente la unidad anatómica del protoplasma, sino también una fuente de acti­vidad vital. Puede captar energía del exterior y mediante el ejercicio de una capacidad inherente a ella es capaz de utilizar esta energía de un modo peculiar.

Se nutre, crece, se reproduce y se adapta a las circunstancias cam ­biantes de la vida.

I . M e t a b o l is m o .—La célula posee la capacidad de incorporar la materia y la energía de su alrededor y utilizarla para sus actividades vitales. Este proceso es conocido con el nombre de metabolismo.

Consta de dos ciclos. El primero es el anabólico, durante el cual las partículas energéticas son ingeridas, elaboradas y finalmente conver­tidas en sustancia celular. El segundo es el catabòlico, en el que parte de la materia del protoplasma celular es consumido al irse desinte­grando las complejas moléculas orgánicas en compuestos de menor energía. La liberación de la energía potencial del alimento se lleva a cabo mediante la oxidación o aplicación de oxígeno al protoplasma vivo, de un modo parecido a com o se liberan las energías almacenadas en un pedazo de carbón al ser quemado. La totalidad de este proceso metabòlico es posible debido a la extrema labilidad de la composición

' química de la célula.

II. C r e c im ie n t o y d e s a r r o l l o .—Por crecim iento se entiende el au­mento de tamaño, y es la consecuencia directa de la fase constructiva del metabolismo. Es un fenómeno vital debido a que, tal como la función anabólica, es esencialmente intususceptivo.

Esto significa que las nuevas partículas de materia que se depositan en la sustancia viva de la célula se transforman en protoplasma y no son, pues, adiciones meramente mecánicas. Cuando el organismo es joven, la fase anabólica es mayor que la catabolica, y hay, en con -' secuencia, un aumento de masa. En el organismo maduro se establece un equilibrio relativo entre las dos fases y se estabiliza la masa.

En la vejez, el catabolismo va sobrepasando al anabolismo, de modo que hay un consumo gradual de masa física y una disminución de la actividad química del organismo. La muerte natural, en su aspecto fisiológico, no es realmente más que el descenso de los pro­cesos metabólicos más allá del punto en que los productos de desecho pueden eliminarse y el intercambio necesario de energía con el mundo físico puede ser efectuado.

El desarrollo está estrechamente relacionado con el crecimiento. Involucra no solamente cambios de tipo cuantitativo o aumento de tamaño, sino también los procesos concernientes a la obtención de una estructura orgánica definida. Podemos imaginárnoslo, brevemente, como crecimiento más especialización. Lo que esto significa lo enten­deremos m ejor al hablar de la reproducción del ser humano.

m . R e p r o d u c c ió n .— La reproducción incluye toda la secuencia de hechos por medio de los cuales surgen nuevos seres vivientes y es asegurada la continuidad de la especie. El organismo, en cuanto in -

Funciones de la célula 73

dividuo, está sujeto a la vejez y a la muerte, y si la especie tiene que ser abastecida, nuevos individuos deben ser producidos de la materia suministrada por el organismo paterno. Se dice muy a menudo que las funciones más importantes del protoplasma se centran en las actividades nutritivas y reproductivas.

De esto no se deduce que dichas funciones sean rigurosamente cir­cunscritas, sino que indica simplemente la dirección de las fuerzas vitales hacia estos dos fines particulares: la preservación del indi­viduo y la continuidad de la especie. Los procesos reproductivos pue­den ser agámicos o gámicos.

r~ La reproducción agámica se presenta en cuatro formas fundam en-* tales. La gemación, en la que las células se multiplican en ciertas

i partes del organismo produciendo brotes o yemas que dan origen a I nuevos individuos; la esporulación, que es la formación de pequeñas | masas nucleadas de protoplasma llamadas esporas; la amitosis. en | la que una célula se divide en dos por la simple fragmentación de su [ citoplasma y su núcleo, y la mitosis, que es el método empleado por í la naturaleza para formar el cuerpo humano a partir de la célula

única que resulta de la concepción. A la mitosis se la llama también división celular indirecta, porque se necesita una preparación previa de la sustancia cromática y una actividad especial en el área de la centrosfera de la célula madre antes de que la célula se divida en dos. En el preciso momento de la división, el espirema o cordón de cuen-

[i tas cromáticas se parte a lo largo, dando lugar a dos grupos bien definidos de mitades de cromosomas. Al mismo tiempo, se apodera de toda la célula un movimiento convulsivo que lanza su contenido en

' todas direcciones y se separa en dos partes. Lo que tenemos ahora, en realidad, son dos nuevas células, existiendo gracias a la Inmolación que hace de sí misma la célula original. Este drama se repite cientos de veces hasta tener, por fin, un cuerpo humano completo y bien conformado, preparado para nacer y vivir su propia vida indepen­

d ie n t e del seno materno.Los modos gámicos de reproducción presuponen el desarrollo de

unidades vitales especiales llamadas gametos o células germinales, tales como el espermatozoide y el óvulo, en el hombre y en los ani­males, y el polen y el óvulo, en las plantas en flor 5. Aunque la par- tenogénesis o nacimiento virginal es un fenómeno conocido en la naturaleza, los gametos, por regla general, se unen en parejas para dar origen a un organismo unicelular llamado cigoto, que a su vez se divide mediante el proceso de la mitosis que acabamos de descri­bir. Las células se unen unas con otras y continúan creciendo y divi­diéndose hasta especializarse gradualmente en órganos y sistemas j dar lugar a un cuerpo completo, capaz de existir por si mismo.

I V . M o v im ie n t o de a d a p t a c ió n .—La adaptación es el ajuste estruc-5 Aun en la partenogénesis o nacimiento virginal, en el aue se producen

hembras de huevos no fecundados, a veces se pueden engendrar machos, j entonces la reproducción bisexual es recapitulada. La partenogénesis, por lo tanto, es simplemente una modificación del método común de generación mediante la unión del espermio y el óvulo.

74 Vida orgánica

tural y funcional del protoplasma al medio que lo rodea. Tanto si se posee o no un sistema nervioso, hay una tendencia natural en todo organismo a reaccionar vitalmente frente a los estímulos exteriores. Estas reacciones son conocidas como tropismos, y su presencia es ana prueba del poder selectivo que posee la materia viviente de equi­parse lo m ejor posible para la existencia en las condiciones ambien­tales. Hay algo de instintivo en el modo que tiene una semilla al ger­minar de hundir sus raíces en el suelo y enviar su tallo hacia lo alto, no importa en qué posición se la plante. Esta misma clase de inteligencia se observa en las plantas que dirigen sus hojas hacia la luz, o sus raíces en la dirección del agua. Estos movimientos son todos tropismos, y su propósito es hacer al organismo vivir lo mejor posible.

El protoplasma se adapta a su medio de varios modos. Es irritable. Se excita aun por los más ligeros estímulos. A veces la intensidad de la respuesta es desproporcionada a la del estímulo aplicado. Me­diante cambios en su forma o en el movimiento es capaz de respon­der de un modo efectivo a lo que la situación externa o interna le demande.

Además, el protoplasma posee un notable poder de conservar su integridad. Como cualquier otro cuerpo material, está sujeto al des­gaste y a las lesiones. Para poder vivir necesita consumir continua­mente sus energías vitales y estar siempre dispuesto a reparar cual­quier daño accidental que surja. Esta mejoría se efectúa por medio de un fenómeno llamado reparación.

De este modo, las heridas se curan al cabo de cierto tiempo y las células gastadas son reemplazadas por otras nuevas.

Pero aún más asombrosa, desde el punto de vista biológico, ea la regeneración, en la que trozos enteros que se habían destruido son reemplazados del todo, y un órgano se reconstruye a partir de un frag­mento de tejido, o en la que un cuerpo viviente total es completado partiendo de lo que fue solamente una parte de él, con la única con ­dición de que la parte que luego dará origen a un organismo com ­pleto contenga algo de materia nuclear. La regeneración se ha obser­vado en plantas y animales inferiores, pero su poder es limitado en los organismos más diferenciados. Esto es debido a la mayor espe- cialización de órganos y estructuras que existe en los animales supe­riores, así com o a la amplitud de la división del trabajo fisiológico, especialmente el del metabolismo.

Como un rasgo final de la adaptación tenemos la inestabilidad de la estructura química del protoplasma, que permite una fácil sepa­ración de sus partes con la consiguiente liberación de energía. Esto a su vez, prepara el camino para nuevas actividades anabólicas, al tiempo que el nuevo material es introducido en el cuerpo o que se formen recombinaciones a partir de los subproductos de la oxidación. Es interesante el contraste que ofrecen a veces estas reacciones quí­micas. Así vemos que la planta en su nutrición absorbe anhídrido

Funciones de la célula 7S

carbónico y libera oxigeno, mientras en el animal se Invierte este proceso.

V. C o m p o r t a m ie n t o v e g e t a t iv o d e l h o m b r e .— Hay tres clases de m a­teriales que abastecen al hombre en sus necesidades de tipo vegeta­tivo : el alimento que ingiere, el aire que respira y los fluidos secreta­dos por sus glándulas internas. El aire le suministra el oxigeno nece­sario para la combustión de los tejidos y para liberar la energía nece­saria en el esfuerzo físico. El alimento, sobre el que actúan los jugos digestivos al pasar a lo largo del tracto digestivo, que se absorbe a través de las paredes intestinales y es transportado por todo el orga­nismo por la corriente sanguínea, en la cual vierten también las glán­dulas de secreción interna su contenido. Estas secreciones no sólo tienen valor nutritivo, sino que poseen también una influencia esti­mulante sobre las funciones vitales. Pero la corriente sanguínea sólo ha hecho parte de su trabajo al llevar el alimento y el oxígeno hasta los tejidos necesitados. Debe también contribuir a la eliminación del material de desecho que queda del metabolismo, llevar el anhí­drido carbónico a los pulmones y otras sustancias de desecho al riñón. La mayoría de las sustancias fecales que eliminamos no son en realidad subproductos del metaolismo, pues no han estado for­mando parte del cuerpo anteriormente.

El crecimiento del hombre depende de su actividad nutritiva. En el estadio unicelular por el que pasa momentáneamente no hay nin­gún signo que nos haga adivinar su desarrollo ulterior. Sin embargo, y como dijimos anteriormente, este desarrollo existe en él de un modo latente. Después del nacimiento, y mientras es joven, las fuer­zas constructivas de su organismo son más manifiestas que las des­tructivas, y como consecuencia, aumenta de tamaño y de peso. En la edad media de la vida, estas dos fases metabólicas están equili­bradas relativamente, pero en la vejez empiezan a manifestarse los signos de la decadencia, el catabolismo supera al anabolismo y el hombre muere finalmente cuando ya no puede oponerse a las leyes de la disolución a las que esté sujeto su organismo. Mucho antes de su muerte, sin embargo, ya en el momento de la plenitud de su vida, puede reproducirse y así contribuir a la conservación de su especie. De un modo explícito, la reproducción del ser humano significa ia unión del espermatozoide y el óvulo y la fusión de sus núcleos para formar una sola célula. Esto implica que tanto el padre como la madre se reproducen en su descendencia y ésta comparte dos líneas hereditarias distintas. En su aspecto esencial, pues, la generación es un acto puramente vegetativo. Pero se convierte en un asunto de gran interés debido a la suma de sensación y sentimiento, de pen­samiento y de amor idealizado con la que es capaz de rodearse. Tal es así, que puede dar un nuevo giro a toda una vida, dar origen a nuevas normas de perfección y sacrificio y aun intervenir en su sal­vación final 6.

* B henn an , R. E„ O. P.: Thomistic Psychologv. N. Y. MacmUlan, 1&41. pá­ginas 85-99. Ed. esp., Morata, Madrid, 1960.

76 Vida orgànica

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO III

C arrel , A.: Man the Unknown. London, Hamilton, 1935, Cap. 3.K ahn, F.: Man in Structure Function, Trad, por G. R o sen . New York, Knopf,

1943, Vol. I, Caps. 1 y 2.M avor, J. W.: General Biology. New York, Macmillan, 3.n ed., 1947, caps, 2 y 4. V u iE s , C. A.: Biology: The Human Approach. Philadelphia, Saunders, 1950,

Caps. 3 y 4.

SECCION II.—FILOSOFIA DE LA VIDA ORGANICA

CAPITULO IV

TEORIA DE LA MATERIA Y DE LA FORMA

1. NATURALEZA DE LOS CUERPOS FISICOS.—Para S a n t o To­m á s , la explicación de la naturaleza de los cuerpos fisicos se basa en la doctrina de la materia y la ferina de A r is t ó t e l e s . No supone m a­yor diferencia el que estos cuerpos sean o no vivos, pues ambos se incluyen dentro de los amplios límites de su filosofía.

Según A r is t ó t e l e s , todas las sustancias materiales, desde el mine­ral hasta el hombre, constan de dos principios originales: uno, mate­rial y pasivo; otro, formal y activo. Estos dos principios se com ple­mentan, ya que son incompletos. Uno es necesario al otro, y solamente cuando ambos se hallan íntimamente unidos se realiza la perfección del ser corpóreo, ya sea viviente o inanimado. Veamos cómo esta concepción de la materia y la forma que explica la esencia de todas las criaturas del universo tomó forma en la mente de A r is t ó t e l e s 1 .

2. NOCION DE CAMBIO ACCIDENTAL Y CAMBIO SUSTANCIAL. Las cosas cambian continuamente de aspecto. Estos cambios, sin em­bargo, son meramente accidentales, ya que aunque producen diferen­cias en el objeto, no afectan a su naturaleza o esencia. Podríamos decir que son, en general, cambios superficiales. La mayoría de ellos afectan sólo a los sentidos.

A r is t ó t e l e s distingue tres tipos de cambio accidental. El primero es el movimiento local, que se percibe claramente cuando los cuerpos se desplazan de un punto a otro. El segundo es el cambio cualitativo, por ejemplo, la variación de colores en la naturaleza. El tercero es

1 Sería interesante recordar aquí ciertos conceptos íntimamente conec­tados con la teoría aristotélica de la materia y la forma. Resumámoslos: sustancia, lo que puede existir por sí mismo; accidente, lo que necesita un sujeto para manifestarse; naturaleza, el principio sobre el que actúa una sustancia; propiedad, el principio o fuerza inmediata por medio de la cual actúa la naturaleza; esencia, lo que corresponde a la estricta definición de una cosa. La esencia de las criaturas materiales está compuesta por la materia y la forma, es decir, la materia prima y la forma sustancial. Nótese, además, que la sustancia de una cosa es su ser mismo, mientras sus acciden­tes son solamente seres del ser. Más aún, todas las potencias o propiedades de una sustancia son accidentes, aunque no todos los accidentes son poten­cias o propiedades. Finalmente, la forma se identifica a veces con la esencia, en cuyo caso significa la forma total o la esencia total y no la forma parcial, que es sólo una parte de la esencia (la otra parte seria la materia). Ver On Being and Essence, c. 1 y 2.

TS Materia y forma

el crecimiento o la reducción material de las cosas, o cambio cuanti­tativo. Todos estos distintos tipos de cambio tienen un factor común, que es su incapacidad para cambiar la naturaleza interna de la cosa. Una naranja, por ejemplo, puede ser transportada localmente, puede pasar de verde a amarilla, de amarga a dulce; puede aumentar su tamaño a medida que madura. Sin embargo, sigue siendo la misma al pasar por todos estos cambios que se suceden en el tiempo y que no modifican la naturaleza de la fruta, que sigue siendo una naranja.

El cambio sustancial es, sin embargo, muy diferente. Tratamos aqui con un acontecimiento que penetra en el núcleo mismo de la cosa y la transforma en algo enteramente nuevo. En este caso pode­mos decir que la cosa ya no es lo que era, sino algo distinto. Se ha modificado su naturaleza. Así, si la naranja que sostenemos en las manos se transformase repentinamente en un organismo viviente, consideraríamos este cambio como algo drástico. Sin embargo, es esto precisamente lo que sucede, de hecho, cada vez que es ingerida y transformada en protoplasma. He aquí un ejemplo de lo que es el cambio sustancial2, el cual nos impulsa a examinarlo con mayor detención.

3. IMPLICACIONES FILOSOFICAS DEL CAMBIO SUSTANCIAL. Cuando la naranja se convierte en tejido vivo, algo debe conser­varse a través del cambio, pues el fin de los procesos digestivos es nutrir y proporcionar energía al cuerpo. Este substrato permanente se llama materia prima en la filosofía aristotélica. Pero también es cierto que hay algo que se pierde en el cambio, puesto que la naranja com o tal desaparece, y lo que queda de ella, su substrato material, adquiere inmediatamente algo nuevo. Lo que ha perdido la naranja, según A r is t ó t e l e s , es su form a sustancial, y lo que adquiere su subs­trato material es la forma sustancial del organismo. Es posible, pues, mediante una simple inferencia, indicar las partes fundamentales de que consta una naranja. Estas son: la materia prima, que es un principio indeterminado, pero determinable, que suministra la base que hace posible la transformación de la naranja en protoplasma; y la forma sustancial, el principio determinante responsable de que la naranja sea ella misma y no otra cosa.

Cada uno de estos constituyentes básicos, sin embargo, es sustan­cial en su naturaleza, aunque ninguno sea por sí mismo una sus­tancia completa. Para alcanzar la plenitud, la materia prima debe hallarse unida a la forma sustancial. Cada uno de estos principios es aún así real, aunque su realidad sea alcanzada por un proceso deductivo. Simplemente, el hecho de que la naranja es capaz de ali­mentar al organismo debería ser una prueba evidente de la realidad de la materia prima, es decir, de un substrato permanente que hace posible la transformación de la sustancia. Por otro lado, es igualmente

* E n e l le n g u a je d e A qüino , e l c a m b io lo c a l se l la m a latió o lo c o m o c ió n ; el cu a lita t iv o , alteratio o a lt e r a c ió n ; el c u a n t ita t iv o , augmentatio y diminu- tio, c r e c im ie n to y d is m in u c ió n , y e l c a m b io s u s ta n c ia l, generatio y corruptio,o g e n e r a c ió n y c o r r u p c ió n .

Términos de la teorìa 79

«ìerto que este substrato material pierde algo real al desaparecer la naranja, así com o gana algo real en la transformación metabòlica.

Además, cuando, durante la transformación, la forma material de la naranja desaparece, su substrato toma inmediatamente una nueva forma, la de protoplasma. Así en ningún momento el substrato mate­rial se halla carente de forma o la materia prima carece de principio determinante.

Pero se halla unido a una sola form a a un tiempo. Esta unión con la forma es necesaria, porque es solamente parte de la sustancia de cualquier criatura corpórea. Está claro que no existe media sus­tancia, ni medio ser, ni tampoco algo así como una cosi naranja 3.

4. TERMINOS DE LA TEORIA DE LA MATERIA Y LA FORMA — Partiendo de observaciones sobre el cambio sustancial del tipo de las que acabamos de hacer, nos es posible comprender cóm o pudo A r i s ­t ó t e l e s bosquejar su vasta teoría de la materia y la forma que expli­case la naturaleza o la esencia de todos los cuerpos físicos. Vamos a revisar otra vez los puntos principales de su doctrina: todas las criaturas del universo que poseen un cuerpo están compuestas de materia y forma. Por materia entendemos la materia prima o el substrato material subyacente a todas las cosas. Por form a enten­demos la forma sustancial o el principio que hace de una cosa lo que realmente es. Cada uno de estos factores últimos es no sólo sustancial, sino real. Cada uno es opuesto al otro por naturaleza. A causa de esta oposición es posible separarlos en el pensamiento, aun­que no en la realidad. No existe la materia, sino la forma, y con la sola excepción del alma humana después de la muerte, tal como luego veremos, no existe tampoco la forma carente de materia.

La materia prima en sí misma no tiene carácter. Carece de fisono­mía, es indefinida, carente de calidad y de cantidad. Lo que la define, le da carácter y la hace una cosa particular es la forma sustancial. Por consiguiente, excepto su predisposición a unirse con una u otra clase de form a, no existen diferencias dentro de la materia prima. Es básicamente la misma dondequiera que se la encuentre; en los elementos, en las plantas, en los animales o en el hombre. Todas estas cosas, pues, difieren unas de otras en esencia, sólo porque su materia prima está unida a una forma sustancial de esencia dis­tinta 4.

3 Aunque es verdad que una cosa o es o no es, es también cierto que una cosa puede estar convirtiéndose en otra. El agua, por ejemplo, puede gra­dualmente transformarse en vino. El movimiento supone una serie de gene­raciones y corrupciones. Pero, en cualquier momento, no existe la materia carente de forma, es decir, cuando una cosa no es nada. Porque en el pre­ciso instante en que la materia pierde una forma, adquiere otra. De hecho, la aparición de una forma nueva es la razón de la desaparición de la forma anterior, según el dicho aristotélico: la generación de una eosa supone la corrupción de otra. Nótese, sin embargo, que es la cosa total (no la materiao la forma en particular) la meta de la generación y la corrupción,

4 La materia hace posible que el mismo tipo de forma sustancial se mul­tiplique en muchos individuos; por ejemplo, que haya muchos hombres con el mismo tipo de alma racional. Para S anto T omás, las causas del proceso de

SO Materia y forma

Podemos llegar a la conclusión, por lo que hemos dicho, que el concepto aristotélico de materia prima no es el mismo que lo que entendemos vulgarmente por materia. Cuando en el lenguaje corrien­te decimos que una determinada materia difiere de otra, nos refe r imos a lo que A r is t ó t e l e s llama materia segunda, es decir, el objeto que percibimos con nuestros sentidos hecho de materia prima y forma sustancial, con todas sus propiedades naturales, dotado de cualida­des sensibles, cuantitativo y considerado com o un individuo separado de los otros. Decimos, por ejemplo, que una molécula de oxigeno, un roble, un pájaro o un hombre es una clase de materia segunda, ya que cada uno de estos casos es una combinación proporcionada de materia prima y form a sustancial con las consiguientes propiedades que derivan de su naturaleza, de modo que le es posible exhibirse a los sentidos en toda su concreta realidad.

Vemos, además, que, así como la materia prima se distingue de la materia segunda, así la forma sustancial se diferencia de la forma accidental. En la teoría aristotélica, la forma sustancial es parte de la esencia de un ente corpóreo. Hace existir a ese ser. La forma acci­dental, por otra parte, le es dada a un ser ya existente. O si aún deseamos llamarlo un ser, sería el ser de un ser. Según sus funciones respectivas, la forma sustancial constituye, mientras que la forma accidental solamente modifica lo que se haya constituido, dándole, por ejemplo, su color, forma y peso particulares. La materia prima puede ser cualquier cosa, según la forma que se le imprima. Tendría todas las posibilidades, pero no sería nada concreto.

Solamente se hace algo al adquirir forma. Precisamente por esta razón, A h is t ó t e l e s llam a a la forma sustancial de un objeto su per­fección primera, ya que explica el hecho de que una cosa sea, y de que sea algo particular, que se puede distinguir por su naturaleza de otras especies de cosas. Esto nos lleva a la más importante de las antítesis aristotélicas, la existente entre potencia y acto, ya que la materia prima considerada metafísicamente cae dentro del concepto general de potencia, mientras que la forma sustancial se reduce a acto. Para repetir esto en otras palabras, la materia es todo en cuanto potencia y nada en cuanto acto. Lo que la actualiza creando una determinada forma es la llamada forma primera o sustancial5.

Individualización son materia quantitate sign ata, la materia señalada por la cantidad.

5 Se desprende de lo que hemos dicho en el texto que el punto de vista de A r i s t ó t e l e s sobre los cuerpos físicos era de naturaleza filosófica. Comprende la noción de sustancia (materia prima y forma primera unidas dando ori­gen a algo que puede existir por sí mismo) y accidentes (formas segundas, que necesitan siempre un sujeto en el que manifestarse). Se interesa por un conocimiento de la naturaleza interna de los objetos materiales. El punto de vista científico de los cuerpos físicos, por otra parte, como todo lo incluido en los fines de la ciencia moderna, no va más allá de un conocimiento de las propiedades, estructura y conducta de la materia. Por esto, el científico habla de la materia como si estuviese compuesta de un sistema de partículas diminutas tprotones, electrones, etc.) combinadas en diversas formas y en­riquecidas por una enorme reserva de energías que utiliza del modo que su

Valor de la teoría 81

Estos son, en bosquejo, los rasgos esenciales de la teoría de la materia y la forma, a la que S a n t o T o m á s tuvo tal aprecio que la recogió sin reserva alguna y aplicó, especialmente en su aspecto metafísico de acto y potencia, a todos sus escritos. Su importancia para la psicología se hará más evidente cuando veamos cómo la utilizó A q u in o para resolver algunas discusiones sobre la naturaleza del hombre.

5. VALOR DE LA TEORIA DE LA MATERIA Y LA FORMA.— Desde la época de A r i s t ó t e l e s hasta la nuestra, la teoría de la materia y la forma ha reclamado su puesto en los circuios filosóficos y ha llegado a ser ampliamente considerada, por las razones que veremos a con­tinuación.

Primeramente, está basada en la experiencia, empezando por el dato de que una sustancia se transforma en otra. Explica, además, por qué todos los cuerpos físicos tienen algo de común, al mismo tiempo que poseen sus propiedades particulares. Debemos señalar, sin embargo, que ni la materia prima ni la forma sustancial son perceptibles por los sentidos. Representan contrastes que exceden los límites de nuestra capacidad sensorial. Debemos confiar en criterios de tipo intelectual si queremos estimar el valor de la doctrina aris­totélica. No es una explicación científica, sino filosófica de la natu­raleza de los objetos materiales, una interpretación de los datos de observación basada en los principios originales subyacentes a estos datos. Está además basada en conceptos que llegan al fondo mismo de la naturaleza física, ya que proclama los principios filosóficos últimos del acto y la potencia.

A lo largo de toda la psicología vemos la necesidad que ésta tiene de unificación y no puede ser perjudicial el probar esta espléndida concepción de la naturaleza, aplicándola como instrumento para la valoración de los descubrimientos científicos. Aunque de gran exten­sión, no pone límites al objeto con el que trata. Explica igualmente la constitución de todos los grados de los seres del cosmos, desde el m i­neral hasta el hombre, y es precisamente en la unidad biológica humana en la que estas proposiciones tienen más fuerza. Pero, a cualesquiera que las apliquemos, lo más importante es hacer hincapié en los dos principios esenciales de que está compuesta la materia, ya sea animada o inanimada: la materia prima, que es lo primero que está sujeto a cambio, y la forma sustancial, el acto primero o la primera perfección de la materia 6.

sistema se lo permite. Pero no se aventura a opinar sobre la esencia de la materia, excepto para decir que la desconoce.

8 Para la teoría aristotélica de la materia y la forma, ver: Physics, L. I- VIII; On the Heavens, L. ÜI-IV; De Generatione et Corruptione, L. I-II; Meta-physics, L. V-X. Para las teorías tomistas, ver: Commentary on Aris­totle’s Physics, L. I-II. Trad, por R. A. K ocotjrek. St, Paul. Minn, North Cen­tral publishing Co.. edición revisada, 1951.

On Being and Essence. Trad, por A. M auher, C. S. B. Toronto. Pontifical Institute of Mediaeval Studies, 1949. C. 1, 2, 5, 6.

On the Principles of Nature. Trad, por R. A. Kocodree, St. Paul, Minn. b r e n n a n , 6

82 Materia y forma

Aquino, S. Tomás: Against the Gentiles. Lib. II, Cap. 30.__Sum of Theology. Parte I, Cuestión 66.A r ist ó t e l e s : Physics. Lib. II, Caps. 1-4.M e r c i e r , D.: A Manual of Modern Scholastic Philosophy, Trad, por T. L. y

S. A.’ P a r k e r . St. Louis, Herder, 2.n ed., 1919, Vol. I, pp. 73-82.P h illips , R. P .: Modern Thomistie Philosophy, London, Bums Oates & Wash-

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BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO IV

North Central Publishing C., edición revisada, 1951. Este libro y el anterior. Commentary on Aristotle’s Physics, se han publicado juntos balo el título de An Introduction to the Philosophy of Nature

D. S. C„ a. 1.

CAPITULO V

NATURALEZA DE LA VIDA ORGANICA

1. CONCEPTO FILOSOFICO BE VIDA .—Preguntad al filósofo qué entiende por vida orgánica y os extrañaréis de su respuesta hasta da­ros cuenta de que lo que dice no sólo es aplicable a la vida vegetativa, sino a toda clase de vida. Tomemos a S a n t o T o m á s como un ejemplo de esta última actitud. Debe hacerse notar, para empezar, que su punto de vista completo se desarrolla a partir de sus observaciones personales sobre los hechos de la vida orgánica. Tales hechos, como él señala, están en relación con el organismo precisamente com o organism o: su nacimiento, producido por la potencia generadora; su existencia, asegurada por la nutrición, y su desarrollo, por el creci­miento.

Pero, mientras las fuerzas del crecimiento y la nutrición tienen relación con el organismo mismo, la facultad de reproducirse ha sido dada por la naturaleza con el fin de crear otro organismo, y por esto es la más noble y perfecta de nuestras propiedades vegetativas y 1¿l más cercana a las propiedades de la vida animal *. Esta última obser­vación nos indica cómo A q u in o ve el sentido final de las cosas, ya que ilustra un principio que utiliza constantemente en sus escritos psicológicos. «Lo más alto de una naturaleza inferior se acerca a lo más bajo de una naturaleza superior» 2.

Elevándose desde los datos observables hasta una concepción filo­sófica de la vida, A q u in o señala la importancia de tres rasgos de los actos vitales: nutrición, crecimiento y reproducción. Primero hay formas de movimiento, es decir, de cambio desde la condición de potencia en la que el organismo sólo posee la capacidad de actuar, a la condición de acto, por medio de la cual lleva a cabo las tareas que la vida le impone. Segundo, todos los actos vitales provienen del organismo mismo. Esto es perfectamente claro si nos hacemos cargo de que el cuerpo viviente posee una capacidad innata para alimentar­se, crecer y reproducirse. Estas propiedades son signos de la espon­taneidad de la vida. Por último, todos los actos vitales tienen la propiedad de perfeccionar el agente del que proceden. De cualquier modo, es éste su primer efecto, porque es sólo después que el orga­nismo se ha asegurado y hecho uso, por asi decir, de los objetos que le son necesarios, que puede traspasar su energía a otros cuerpos.

Es principalmente a través de esta última cualidad, que él llama

1 S. T., p. I, p. 78, a. 2, C. D. A., L. II, lee. 7-9.J C. G„ L. II, c. 91.

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inmanencia, como distingue A qdino a las formas de movimiento animadas o inanimadas. «La vida es, pues, cualquier clase de m ovi­miento que sea espontáneo e inmanente» 3.

Aunque adoptemos cualquier actitud filosófica para explicar la naturaleza del organismo, hay ciertos hechos aceptados por la gene­ralidad, que debe tener en cuenta el filósofo. Estos datos constituyen los llamados datos primarios de la vida orgánica y son: la unidad biológica del organismo; la finalidad intrínseca de sus procesos; la flexibilidad de sus propiedades, y la coordinación de su energía vi­viente en el sistema cerrado de la mecánica del universo.

Las interpretaciones que se han hecho de la vida se suelen agru­par en dos, según le den un sentido mecanicista o vitalista al com ­portamiento del organismo.

2. TEORIAS MECANICISTAS DE LA VIDA .*—Aunque se diferen­cien en su forma o en su exposición, las teorías mecanicistas tienen varios puntos en común 4. Todas están de acuerdo en que los fenó­menos vitales son solamente energía de tipo material, ya sea física, química, electromagnética, etc. Además concuerdan en que el postu­lado o principio vital que explica la organización de la vida es injus­tificable por ser innecesario. Sin embargo, existen entre ellas algunas diferencias que hacen que debamos estudiar estas teorías por sepa­rado. Hay tres tipos importantes de mecanicismo.

I . M e c a n ic is m o a b so l u t o .—El mecanicismo absoluto ve la tota­lidad del mundo físico, tanto el animado como el inanimado, como el resultado de la mutua interacción de las fuerzas de la materia. Viene a decirnos que todos los procesos de la naturaleza, sin excep­ción, están determinados mecánicamente y que pueden explicarse mediante leyes físicas o químicas. Según esto, la vida orgánica es simplemente el resultado de una energía perteneciente a la materia, es decir, de una tendencia que surge de las raíces mismas de su ser y que le pertenece por si misma.

F é l i x l e D a n t e c , C h a r l e s D a r w i n , T h o m a s H u x l e y , E r n s t H a e c k e l y la mayoría de los biólogos evolucionistas de finales del siglo X IX

5 C. G., L. IV, c. 11.S. T „ p . I, q. 18, a. 2 ; q. 78, a. 1 y 2.D. V., q. 4, a. 8.1 Debido a que el protoplasma es un sistema organizado, se le considera

comúnmente como si fuese una máquina. El ojo, el oido y la totalidad del cuerpo humano son descritos corrientemente como mecanismos más o menos delicados. No hay disputa sobre este punto siempre que compren­damos lo que se pretende con dichas comparaciones. La máquina es un sistema organizado. Sus partes están tan coordinadas que su conjunto como causa se adapta a la consecución de fines determinados, sus efectos. Esta concepción puede aplicarse tanto al universo como a una ameba, pero con una diferencia, por cierto. El universo físico es un sistema puramente me­cánico, que opera según las leyes de una finalidad externa. La ameba, en cambio, representa una organización especial de la materia controlada en sus funciones por las leyes de la finalidad interna. Esto mismo rige para el cuerpo humano, que es mucho más complejo que el de una ameba. Ver Carrel, a.: Man the Unknow. London Hamilton, 1935, p. 106.

Teorías mecanicistas 85

pertenecen a esta actitud extremista. Entre los exponentes actuales de este materialismo monista total, J oh n B. S. H a l d a n e es quizá el más notorio 5.

n . E v o l u c ió n e m e r g e n t e .— Esta es una forma más moderada de mecanicismo, que se aferra a la idea de que la vida es una actividad vital típica y que requiere para ser descrita términos que trascienden los ingenuos conceptos del mecanicismo absoluto. Esta actitud está representada por C . L lo y d M o r g a n , el primero en asociarse a esta teoría de la evolución emergente.

M o r g a n establece una diferencia entre los acontecimientos que él llama resultantes, que pueden ser totalmente conocidos al conocer sus componentes, y los em ergentes, que son imposibles de predecir aun cuando conozcamos los factores de que están compuestos. Estos factores pueden hallarse en la materia inanimada, pero son carac­terísticos de la vida, que es una emergencia de compuestos químicos complejos. La mente humana queda también incluida en este proceso, ya que apareció cuando algunos de estos modos impredecibles de re­lación se organizaron altamente, permitiendo al hombre el pensa­miento '■>.

La teoría de la evolución emergente ha tenido muchos seguidores y marca un nuevo punto de partida para otras interesantes teorías, todas ellas muy parecidas. A s í tenemos el élan vital de H e n r i B e r g s o n . la matriz espacio-tiempo de S a m u e l A l e x a n d e r , el principio de acción total de J a n S m u t s , la concepción de A l f r e d W h iteh e a d del universo como un totum organicum , del cual es un ejemplar el organismo viviente, y muchas otras maneras veladas de expresar la misma idea emergentista7. Además, si examinamos detalladamente cada teoría, veremos que los límites entre la materia en cuanto vida y la materia fuera de la vida han desaparecido prácticamente. No existe una dife­rencia real entre la emergencia en el reino físico y la emergencia de los reinos biológico y mental. Y aunque los teóricos niegan la ade­cuación de leyes puramente físicas o químicas para explicar los fenó­menos vitales, se oponen, sin embargo, a cualquier form a de vitalismo que rehúse aceptar la teoría de la emergencia de la vida a partir de las fuerzas de la m ateria8.

5 Le Dantec, F.: The Nature and Origin of Life. Trad, por S. Dewey, Lon­don. Hodder and Stoughton, 1907.—Darwin, C.: The Origin of Species, The Descend of Man. N. Y. Cerl and Klopfer. The Modern Library Series.— Hüxley, T. H.: Darwiniana. London. Macmillan, 1907.—Haeckel, E,: The Riddle af the Universe. Trad, por J. McCabe. London. Watts, 1889.—Halda­ne, j. B. S.: The Causes of Evolution. London. Longmans, Green, 2.“ edi­ción, 1935.

“ M organ , C. Lloyd: Life, Mind and Spirit. London. Williams and Nor- gate, 1926.

T B e r g so n , H.: Creative Evolution. Trad, por A. M itchell. N. Y. Holt, 1911.—Alexa n d e r , s.: Space, Time and Deity. London. Macmillan, 1920, dos volúmenes,—S m uts, J, C.: Holism and Evolution. N. Y. Macmillan, 1926,— W hitehead, A. N.: Process and Reality. N, Y. Macmillan, 192&.

a M cD ougall, W .: Modem Materialism and Emergent Evolution. N. Y . Van Nostrand, 1929.

86 Vida orgánica

H I . M e c a n ic is m o reteT A .— El mecanicismo teísta sostiene que la materia ha recibido su poder para producir efectos vitales de una fuente externa, es decir, de un Creador. Este poder se ha transmitido luego de un organismo a otro. Si fuese así, la materia viviente no necesitaría ningún principio o fuerza propia que fuese la responsable de sus propiedades particulares, ya que ha recibido de la Causa Pri­mera la capacidad que le permite vivir. Ulrich A, Hauber ha defendido recientemente teorías parecidas a ésta 9-

3. VALORACION DE LAS TEORIAS MECANICISTAS. I. Meca­n ic is m o a b s o l u t o .—Uno de los principales obstáculos que existen para la aceptación de cualquier teoría del tipo mecanicista es el de la finalidad intrínseca de todas las funciones biológicas. Aunque estu­viésemos de acuerdo con la opinión de que la vida orgánica podía ser expresada mediante leyes generales de la materia, hay, sin em­bargo, una diferencia entre la materia animada y la inanimada que no está explicada. No es a causa de la naturaleza especial de su energía física, ni de la com plejidad de su estructura química por lo que la materia viva sobresale de un modo tan notorio sobre el resto del universo material, sino más bien porque emplea toda su energía para realizar su fin intrínseco, que es la preservación total de su organis­mo. Aun el más simple análisis de la vida celular nos revela que no existe ninguna función que sea independiente del sistema total del organismo. Es el modo inmanente com o estas funciones son referi­das a su punto de partida o su orientación hacia el organismo mismo lo que constituye la verdadera diferencia entre la materia viva y la materia fuera de la vida. Decir que la materia al estar viva posee una capacidad innata de adaptación significa, en efeeto, que es capaz de nutrirse a sí misma, crecer, desarrollarse y reproducirse, y también que todos estos fines particulares persiguen otro más amplio perte­neciente al organismo como totalidad. En cambio, en la materia fuera de la vida no existe evidencia de una finalidad interna de este tipo.

II. Evolución emergente.—O tra debilidad del mecanicismo, espe­cialmente en su forma moderada, la llamada evolución emergente, es su incompatibilidad con la noción filosófica de causalidad. Cada efecto debe tener una causa que lo provoque, y no debe ser desproporcionado a ella. No puede, por ejemplo, sobrepasar a su causa, así como una piedra no puede ser mayor que la roca de la cual proviene. Vamos a suponer ahora que fuese verdad lo dicho por Desiré Mercier: «Los cambios químicos del organismo viviente son de la misma naturaleza que los que acontecen en el laboratorio, y las propiedades físicas de los cuerpos vivos son idénticas a las desplegadas por los cuerpos Inorgánicos» De todos modos persiste el hecho de la inmanencia

• I I a u b e r , ü . A.; The Mechanistic Conception of Life. New S c h o la tic ism . Julio, 1933, pp. 187“200.

10 M ercber, D. A.: Manual of MocLern Scholastic Philosovhy, Trad. por T. L. y S. A. P arker. St. Louis Herder. 1919. Vol. I, p. 169. S anto T omás (S. T., p. I, p. 78, a. 2, r. to obj. 1) viene a decir algo parecido cuando señala que las potencias vitales son llamadas naturales, porque producen efectos

Valoración 87

o finalidad intrínseca, que no se explica lo suficiente por medio de transformaciones físicas o químicas. Decir que la vida es una emer­gencia proveniente de la materia Inorgánica, o que la colocación especial de la materia inanimada hace necesaria la aparición de la vida, implican que un tipo de organización estructural y funcional superior es capaz de surgir de otro inferior a él. Puesto que se niega la existencia de un principio vital, sólo podemos explicar dicha emer­gencia mediante la energía inherente a la materia.

Las fuerzas de la materia, sin embargo, tienden constantemente hacia el exterior, ya que su disposición natural es producir efectos fuera de la materia de la que proceden. Cuando el sodio, por ej,, se une con el cloro para formar sal, el foco energético obra fuera y en dirección al nuevo compuesto que surge como producto de su unión. Las funciones de tipo vital, por el contrario, se dirigen de un modo uniforme hacia el interior. S a n t o T o m á s expresa esto muy escueta­mente al decir: «La acción puede ser de dos tipos: una dirigida hacia algo exterior, como el acto de cortar o de calentar; la otra, que permanece en su agente, com o comprender, sentir y querer. Se dife­rencian en que la primera no es una perfección del agente que ac­túa, sino de la cosa sobre la que actúa, mientras la segunda es una perfección del agente mismo» n . Así, en el ejemplo anterior, los movimientos del sodio y del cloro sólo son transeúntes, com o diría A q u in o , puesto que tienden hacia algo que está más allá de cada elemento en particular, mientras que el acto por medio del cual un organismo vivo asimila su alimento es inmanente.

Ahora bien: la teoría de la emergencia es incapaz de establecer esta diferencia entre el movimiento transeúnte y el inmanente. Atribuyendo a la materia el poder de pasar por sí misma de una finalidad extrínseca a una intrínseca, viola la ley de la causalidad, ya que supone un efecto que excede los poderes conocidos de la materia. También porque predice, sin garantía, la emergencia de un tipo de existencia más diferenciado, com o es la vida, de otro menos diferenciado, como es la materia. Si hubiese razones para predecir esto, seria diferente. Pero la evolución emergente no estipula ningún agente dador de vida, ya sea dentro o fuera del organismo, que expli­que el hecho de que esté vivo. Al mismo tiempo que invoca las leyes de la naturaleza para explicar la emergencia de la vida a través de las posibilidades innatas de la materia, desecha completamente las otras leyes naturales que gobiernan la constancia de la relación entre la causa y el efecto *2.

parecidos a los de la materia inerte. Asi, las potencias vitales emplean realmente las energías físicas y químicas de la naturaleza como instrumen­tos para la adquisición de sus respuestas vitales,

11 S. T„ p. I, q. 18, a. 3, r. a obj. 1.12 Algunos científicos, por ejemplo, J. N eedham (The Sceptical Bíologist.

N, Y. Norton, 1930) y E. B. W il s o n (The Cell in Heredity and Environment. N. Y. Macmillan, 3.a edición, 1934), proponen el mecanicismo simplemente como una ficción, procediendo en sus estudios como si la teoría fuese cierta. Se supone que esto se aviene mejor con el espíritu de la Investigación cien­tífica moderna. Pero ¿no es también abandonar el problema real de la vida?

SS Vida orgánica

III. M e c a n ic is m o t e ís t a .— En cuanto posible explicación de la vida orgánica no tenemos querella contra la teoría del mecanicismo teista. Negar que pueda ser así sería limitar el poder que posee Dios de pro­ducir resultados que están dentro del margen de Su acción e influen­cia, Pero contemplando el problema desde otro ángulo, ¿es verdade­ramente una actitud científica referir la explicación de la vida de un agente exterior cuando podría encontrarse una causa más inme­diata de ésta en el organismo mismo? Tenemos que, según la teoría teísta, la materia viviente se diferencia de la no viviente únicamente por el hecho de que Dios mismo actúa en lugar del principio vital y produce los efectos típicos de la materia viviente.

En otras palabras, si la interpretación mecanicista está fuera de lugar, no existe otra alternativa para el mecanicismo teísta excepto el asumir una participación interna de la Causa Primera en el ejer­cicio de las funciones biológicas. No admite, recordémoslo, la pre­sencia de un principio vital del organismo mismo. Antes de aceptar dicha opinión debemos estudiar detenidamente las teorías vitalistas.

i. TEORIAS VITALISTAS DE LA VIDA.—Las teorías vitalistas han tenido siempre muchos seguidores. Aunque varían grandemente entre sí en el modo de interpretar las causas de la vida, todas están de acuerdo en estos puntos: primero, que una explicación puramente mecánica de los fenómenos vitales es inadecuada; segundo, que debe de haber algún principio de acción o fuerza biòtica distinta de las energías fisicoquímicas del organismo que explique la unidad funcio­nal y estructural de la materia viva.

La necesidad de admitir este nuevo elemento surge del hecho de que las propiedades de la vida no pueden ser comprendidas dentro del marco de un sistema puramente mecánico. En sus esfuerzos por encontrar este factor, los vitalistas han adoptado distintos puntos de vista 13.

I. T e o r ía s de l a e n e r g ía v it a l .—Todas las teorías de la energía

Además, si el investigador se dedica solamente a los aspectos Químicos y físi­cos de la vida, ¿no perdería con ello la visión de la unidad del organismo?

Por otra parte, los que manifiestan desagrado por esta ficción no dan necesariamente una explicación vitalista de la vida. J. B. S. H aldane, por ejemplo (op. cit., c. 5), incluye las propiedades del protoplasma dentro de los limites de un sistema físico-quimico, describiendo dichas propiedades como materiales en vez de mecánicas. Asi, aunque rechaza la ficción meto­dológica, es Igualmente vehemente al negar la postura vitalista. (La con­troversia entre H aldane y A bnold L u n n sobre los méritos del mecanicismo frente al vitalismo se encuentra en la obra de este último: Science and the Supernatural. N. Y. Sheed and Ward, 1935). M a r ita in alude a una perspec­tiva más moderna cuando dice: «Los biólogos están empezando a darse cuenta de que aun cuando se le conceda mayor espacio al análisis fisico- químico y energético de los fenómenos vitales, la biología sólo puede pro­gresar de verdad rompiendo expresamente con la teoría mecanicista.» Ver M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge, Trad. por B. W all y A dam son . N. Y. Scribners, 1938, p. 240.

13 W h e e l e r , L. R.: Vitalism. Its History and Validíty. London, Witherby,1939.

Teorías vitalistas 89

vital, como su nombre lo indica, mantienen la idea de que una deter­minada energía viva o fuerza biótica actúe en el organismo. Todas ellas, también se oponen a la concepción mecanicista de la vida.

Uno de los principales representantes de esta postura es E u g e n io R ig n a n o . La materia viva, según R ig n a n o , es capaz de almacenar cantidades de un determinado tipo de energía que recibe del medio ambiente.

Esta energía vital es separada en formas cualitativamente dife­rentes, según las necesidades del organismo. En el estado embrionario de la vida, las células del germen constituyen un centro de dina­mismo desde donde determinadas cantidades de energía biótica son irradiadas sobre otras células, y así sucesivamente, siguiendo el curso del desarrollo. Además, lo mismo si tratamos con un organismo unice­lular que con uno pluricelular, hay un constante intercambio de energías entre éste y su ambiente.

Este mismo concepto funcional de vida lo hallamos en la hormé, de C o n s t a n t in v o n M o n a k o w , una fuerza vital del protoplasma dotada del poder de representarse el futuro al mismo tiempo que de resumir el pasado; también en la actividad hórmica, de C h a r l e s M cD o u g a l l , que explica la vida como una manifestación de tipo energético con un fin determinado; en la libido, de C a r l J u n g , que es la suma de los impulsos vitales; en la energía biótica, de B e n j a m í n M o o r e ; en el bion químico, de H e n r y O s b o r n , y en la teoría bergsoniana del élan vital. El concepto de B e r g s o n , sin embargo, como apuntamos anteriormen­te, se puede interpretar más adecuadamente como una forma de evo­lución emergente, ya que, vitalista por su nombre, aplica, sin embargo, el concepto central de un «impulso a vivir» a toda la materia I4.

n . T e o r ía de l a e n t e l e q d ia o d e l a g e n t e f o r m a t iv o de D r ie s c h .— Una de las teorías más conocidas entre los biólogos es la de H a n s D r ie s c h , que considera que la vida es debida a un agente formativo del organismo. Para describir este agente utiliza el término de en te - lequia, que es el usado por A r is t ó t e l e s para designar la forma sus­tancial: la perfección básica de las criaturas materiales que les da el ser, y con la cual la materia prima tiende a unirse.

Después de estudiar detenidamente ciertas formas de vida, por ejemplo, el amphioxus y el erizo de mart D r ie s c h se percató de que al dividir al embrión en varios fragmentos cada uno de ellos daba lugar a un organismo completo. Vemos así que a partir de células que debían constituir sólo una parte del animal, se originaban animales

“ R ig n a n o , E,: The Nature of Life. Trad, por N. M a llin so n . N. Y, Har- court. Brace, 1930. M onakow , C. von , y M ourgue, R .: Introduction Biologique a VEtude de la Neurologie et de la Psychopathologie. Paris. Alcan, 1928.

M c D o u g a ll , W.: Modern Materialism and Emergent Evolution. N. Y. Van Nostrand, 1929.

Jung, C. G.: Psychology of the Unconcious. Trad, p o r B. M. H in ck le . N. Y. Moffat. Yard, 1916, M oore , B.: The origin and Nature of Life. N, Y, Holt, Home University Library Series.

Osborn, H. F.: The Origin and Evolution of Life. N. Y. Scribners, 1917.B erg so n , H.: Creative Evolution. Trad, por M itchell. N. Y , Holt, 1911.

96 Vida orgánica

completos. Utilizó entonces esto como prueba de la existencia de un poder flexible del organismo capaz de dirigir sus procesos vitales por un camino u otro, y de adaptar las energías de tipo físico o químico a sus propios fines. La entelequia sería, pues, una especie de vigilante de todos los procesos vitales del organismo, cuya finalidad es dirigirlos hacia la perfecta realización del cuerpo. Para indicar las líneas direc­trices que siguen el crecimiento y desarrollo, emplea otro término aristotélico, el psicoide, que en griego quiere decir algo sem ejante a un alma. Puesto que existen varias líneas directrices, debe haber varios psicoides en el organismo. Fundamentalmente, sin embargo, es la idea de entelequia como agente encargado de las energías vitales del orga­nismo lo más importante en la teoría sostenida por D r ie s c h 15.

III. T e o r ía a r is t o t é l ic a d e l p r in c ip io v it a l .—La más antigua de las teorías vitalistas es la de A r is t ó t e l e s , que, como ya hemos dicho, es el creador del término entelequia. Hemos explicado ya su teoría de la materia y la forma. La entelequia forma parte de este concepto, ya que se identifica con la noción aristotélica de forma sustancial: lo que hace a una cosa ser lo que es, y en el cuerpo viviente, lo que origina la unidad biológica entrelazando sus componentes físicos y armonizando sus funciones para alcanzar un todo unificado. El orga­nismo, pues, tiene dos componentes: la materia prima o substrato material y la forma sustancial o entelequia. Como es un cuerpo vivien­te, llamamos a esta entelequia principio vital para indicar de dónde proviene la vida. Así, pues, si bien es cierto que todo principio vital es «na entelequia, no lo es que toda entelequia sea un principio vital.

El principio vital es antes que nada entitativo, es decir, algo que le da al organismo su capacidad de ser. Es una parte de la esencia de la «osa viviente, siendo la otra la materia prima. Sin embargo, se dife­rencia de la materia del mismo modo que la forma sustancial se dife­rencia a su vez del substrato sobre el que se asienta. Pero el principio vital es también un principio operativo, que se cumple por medio de la posesión de determinadas fuerzas que en el nivel vegetativo se utilizan para la nutrición, desarrollo y reproducción del organism o16

Las ideas aristotélicas sobre la naturaleza y la función del principio vital contenido en la vida orgánica fueron recogidas por S a n t o T o m á s e incorporadas a su interpretación de la conducta del organismo. Asi, en contra de lo sostenido por los mecanicistas, nos dice: «Ser un principio vital o una cosa viva no depende de la materia en sí, porque

,s D riesch , H.: The Science and Phllosophy of the Organism. London. Black, 2.» edición, 1929,

14 De Anima, L. II, c. 1-4.Puesto que la palabra entelequia contiene la noción de telos o fin, puede

definirse como aquello hacia el cual la materia tiende como meta. De hecho, la sed que tiene la materia de forma es inagotable, puesto que nunca se la encuentra sí no es unida a la forma. Poseer una forma viviente, sin embar­go, es una meta mucho más perfecta que el hallarse unido a una forma no viviente. A ristóteles dice que el alma no es solamente la causa formal del cuerpo vivo, sino también su causa final. Puede aún llamársela causaeficiente, puesto que permite al organismo actuar en virtud de sus propie­dades vitales.

Teorías vttalistas 91

en ese caso toda la materia estaría viva.» Combatiendo a los que hablan de energía vital, pero que no obstante no quieren admitir un principio vital o alma, nos dice : «Aunque un órgano sea un principio de vida, como el corazón es el principio del movimiento vital en el animal, sin embargo, nada material, ni los órganos ni la energía des­plegada por ellos puede ser el principio vital.» Y finalmente, coinci­diendo con A r is t ó t e l e s : «Por l o tanto, el alma, que es el principio primero de la vida, no es un cuerpo, sino el acto (es decir, el acto primero o forma sustancial) de un cuerpo» 11.

5. VALORACION DE LAS TEORIAS VITALISTAS.—I . T e o r ía s d e l a e n e r g í a v i t a l .—Existen ciertas dificultades relacionadas con todas las teorías sustentadoras del principio de la energía vital o de la fuerza biòtica. Primeramente, si las reacciones vitales son considera­das como efectos y no como causas de la vida, entonces se puede ar­güir que las diversas formas de energía que aparecen en el organismo no son autónomas, sino que dependen para su recepción y liberación de otro principio que no es precisamente la energía, pero que contro­la la cantidad y la disposición de la energía física y la química en relación con el organismo.

Además, el crecimiento y el desarrollo del organismo hasta alcan­zar la madurez nos hace suponer sin lugar a dudas que existe en los ■cuerpos vivos algún tipo de fuerzas que no son puramente mecánicas.

Pero aún tendríamos que explicar por qué están estas fuerzas unificadas y dirigidas hacia la formación de un organismo completo como único fin. Finalmente, debe existir alguna razón que explique por qué las fuerzas materiales del universo se han convertido en fuerzas vitales. Decir que un organismo está vivo porque funciona de un modo vital es eludir el problema y no ser capaz de dar una razón última de la cualidad vital de estos actos.

I I . T e o r ía de l a e n t e l e q u ia o d e l a g e n t e f o r m a t iv o de D reessch— La teoría de D r ie s c h , como el clásico trabajo de H a n s S p e m a n n sobre em briones18, se funda en una evidencia que es concluyente contra las pretensiones mecanicistas. Pero dudo mucho de que tuviese una noción filosófica exacta de la entelequia aristotélica. No hay nada de mal en decir que existe en el organismo algo que «actúa de un modo teleológico y total» 19, y llamar entelequia a este agente form a­tivo o directivo. Ese no es, sin embargo, el sentido esencial de esta término para A r is t ó t e l e s . Para repetir lo que hemos dicho : A r is t ó t e ­l e s entiende por entelequia una causa o principio primordialmente entitativo y secundariamente operativo. En resumen, el organismo debe existir antes de actuar y la entelequia es la razón básica de su «xistencia.

” S. T., p. I, q. 75, a, 1.18 S p e m an n , H .: Embryological Development and Induction. New Haven,

Yale University Press, 1938.19 D riesch , T.: The Breakdown of Materialism. The Great Design. Edi­

tado por Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 288.

92 Vida orgánica

Además, referirse a los psicoides como agentes vitales es un claro malentendido. Esta afirmación está en franco desacuerdo con la ma­ravillosa unidad biológica desplegada por el organismo. Para poner de acuerdo a varios agentes vitales—cada uno siguiendo su propia línea energética—con la conducta coordinada del organismo debemos pensar con A r is t ó t e l e s que dichos agentes son solamente fuentes in­mediatas de vida; que son, en resumen, meras potencias del cuerpo vivo que le permiten utilizar sus energías físicas y químicas en distinto sentido, según sus necesidades, pero siempre sin perder de vista la perfección total de su ser como organismo. Visto así, el psicoide no es más que una propiedad de la entelequia. Esta idea concuerda con lo dicho por S a n t o T o m á s , de que: «no todo principio vital es un alma» 20 sino únicamente aquel principio que sea la forma sustancial del or­ganismo.

Así tenemos que, si el agente formativo de Driesch fuese también considerado como un principio informador, podría ser compatible con el concepto aristotélico de entelequia, siempre que lo entendiésemos como el acto primero o la forma sustancial del organismo.

m . T e o r ía a r is t o t é l ic a d e l p r in c i p io v it a l ,:—La explicación más satisfactoria que se ha dado hasta hoy de la vida orgánica está con ­tenida en la teoría de la materia y la forma de A r is t ó t e l e s . Comen­zando por el hecho de la organización biológica, ella explica la unidad del cuerpo vivo, lo mismo que la armonía de sus actos, por medio de la presencia de un alma o principio vital diferente del cuerpo y al mismo tiempo unido a él por una unión sustancial y dotado de potencias que permiten al organismo nutrirse, crecer y reproducirse. La teoría aristotélica se basa en los siguientes puntos:

A. Unidad biológica.—A pesar de las diferencias que hay entre sus partes u órganos, el cuerpo vivo se conduce de un modo tan armo­nioso com o ningún otro cuerpo de la naturaleza. Se mueve, responde a los estímulos, respira, se alimenta, ejecuta complicadas reacciones químicas, aumenta de tamaño y se reproduce. El fin de todas estas actividades es, primero, el organismo mismo, no algo fuera de él, y segundo, la totalidad del organismo, y no alguna de sus partes. Una unidad de propósito com o ésta no puede ser el resultado de una mera agregación de partículas materiales com o las moléculas, los átomos, los protones, los electrones, etc. Más bien nos demuestra palp able­

go S. T„ p. I, q. 75, a. 1.Aun una función tan simple como la respiración muestra la gran coordi­

nación que logra el cuerpo vivo. Así vemos que en el easo del hombre no se trata solamente de Inhalar oxigeno y exhalar anhídrido carbónico, sino también de armonizar todos los procesos entre si y con otras actividades fisiológicas. Tal como nos dice un gran científico que ha dedicado largos años de labor a la Investigación de esta función: una descripción mera­mente física y quimica de la actividad respiratoria del organismo no puede darnos idea del equilibrio, armonía y el desarrollo de extensas áreas de coordinación que supone el acto de respirar. Ver I I aldane, J. S.: Respiration. New Haven. Yale üniversity Press, prefacio a la 2.a edición, 1935 (no con­fundir J. S. H albane con J. B. S. H aldane, al que nos hemos referido ante­riormente).

Teorías vitalistas 93

mente la existencia de un cierto tipo de unidad, de carácter biológico, creada y mantenida frente a un enorme número de fuerzas que actúan sobre el protoplasma. Una constancia de organización tal com o ésta debe tener indudablemente alguna causa que la produzca 21.

B. Finalidad intrínseca de las funciones vitales.—Cuando deci­mos que la nutrición y el crecimiento son actos vitales, no pretendemos que todos los procesos físicos y químicos que intervienen en el m eta­bolismo sean funciones vitales. Es obvio que las transformaciones por las que pasa el alimento hasta la incorporación de sus partículas materiales al protoplasma representan formas transitorias de ener­gía. Son meras etapas que preparan el camino para la asimilación. Así vemos que es la transformación del alimento en tejido vivo y la formación interior de nuevas células y tejidos lo que hace que el crecimiento y la nutrición sean unas formas únicas de actividad.

La comparación con el crecimiento de un cristal nos servirà para aclarar esto. Cuando un cristal aumenta de tamaño lo hace simple­mente por medio de la aposición de capas de cristal partiendo de un núcleo y extendiéndose gradualmente hacia afuera. La intususcepción de alimento, en cambio, es la transformación de la materia carente de vida en otra totalmente diferente que está viva. Además, el cristal, al formarse, libera energía, mientras que el organismo almacena energía a medida que crece. Por último, es imposible concebir que el cristal tenga otro tipo de unidad estructural que no sea accidental, mientras el organismo nos proporciona suficientes pruebas de que la suya es sustancial. Ya sea que lo observemos directamente o por medio del microscopio, los elementos del cuerpo viviente nunca aparecen inco­nexos, ni nos dan nunca la impresión de haber sido unidos acciden­talmente 22.

C. Flexibilidad de las propiedades vitales.—Uno de los rasgos más sorprendentes del organismo es su capacidad para restaurar sus par­tes dañadas.

Si un área protoplasmatica es herida, todo el organismo reacciona ante esto. El curso normal del metabolismo se modifica, ya que las energías vitales se unen en un esfuerzo común por curar la parte lesionada. Otros fenómenos regenerativos, basados en la evidencia experimental, nos revelan la flexibilidad de la vida orgánica en con­traste con la rigidez de la máquina y el carácter único de las reac­

21 Después de un cuidadoso examen de las más importantes investiga­ciones del campo de la fisiología, McDoügall deduce que ninguna función orgánica puede ser explicada basándose solamente en principios físico- químicos; que en cada proceso vital se manifiesta un «poder de selección,de regulación, de restitución o de síntesis» que impide que se le explique de un modo puramente mecánico. M arjtatn lleva sus observaciones hasta las raices del problema cuando señala que aun cuando el organismo trabaja mediante energías físico-quimicas, también da pruebas de poseer un prin­cipio de inmanencia que utiliza estas fuerzas mecánicas de un modo muy superior a la dinámica de los cuerpos inanimados. Ver McDoügall, W.: Body and. Mind. N. Y. Macmillan, 1611, p. 235,

M a rita tn . J.: The Degrees of Knowledge, pp. 236-37.E2 D riesch , H .: The Science and Philosophy of the Organism, p p . 85-109.

94 Vida orgánica

ciones químicas y físicas que siempre se verifican en un mismo sentido. De sus estudios sobre la regeneración, D r ie s c h dedujo la exis­tencia de un armonioso sistema equipotencial del organismo. Así, en los estadios embrionarios más tempranos del erizo de mar cada célula posee la capacidad de llevar a cabo cualquier función, ya que la que está efectuando depende simplemente de la posición que ocupa dentro del sistema del organismo.

Pero nos preguntamos, ¿qué es lo que hace que estas potencialida­des se lleguen a efectuar? O, como diría S a n t o T o m á s , ¿qué es lo que reduce la potencia a acto? No puede ser nada que venga del exterior, puesto que fuerzas externas como la luz, la gravedad y otras no tienen efecto sobre la ontogénesis. Ni puede deberse a procesos químicos provenientes del organismo, puesto que, como D r ie s c h señaló23, sólo el equilibrio o una nueva disposición geométrica surge de la desintegra­ción química. Algún factor no mecánico, presente en el organismo, debe ser la causa, primeramente, del orden existente en sus poten­cialidades y también de la dirección que tomen éstas al actualizarse. Los comentarios de A r i s t ó t e l e s sobre el crecimiento y la adquisición de un tamaño adecuado pueden aplicarse en este caso a los procesos regenera ti vos. Así, en el caso de los cuerpos vivos o «totalidades organizadas naturalmente, hay un poder limitador que determina su tamaño y crecimiento. Más aún, dicha fuerza controladora es una manifestación del alma (del organismo) y pertenece más a la forma que a la materia» 24,

D. Ley de la conservación .—La ley de la conservación presenta una dificultad que todos los vitalistas deben arrostrar. Expresa la Idea de que la energía total de un sistema material dado, aunque capaz de ser transformado, no aumenta ni disminuye por la acción de ninguna de las partes del sistema. Pero si el principio vital es la fuente de formas especiales de energía, ¿cóm o puede dicha energía ajustarse a esta ley? La respuesta no es difícil de encontrar si hacien­do justicia a A r is t ó t e l e s intentamos captar su concepto de principio vital.

Primeramente observamos que el quantum de trabajo efectuado por el organismo es precisamente igual a la cantidad de energía material proveniente del exterior. Esta misma idea puede expresarse diciendo que toda la energía que se incorpora al organismo en forma

25 De anima, L. II, c. 4. Ver también C. D. A., L. II, lee. 8.M cD ougall señala el vasto cuerpo de información recogido por los fisió­

logos modernos sobre la estructura de la célula y los complejos procesos que se suceden en el huevo feendado a medida que crece, se divide y se desarro­lla. «Pero sobre las fuerzas que están obrando y sobre la potencia que guia a estas fuerzas en la construcción del organismo lo ignoramos todo.» Ver M cD odgall, W.: The World of Life. N. Y. M o ffa t , Yard, 1911, pp. 318-19.

El problema de la vida, debemos señalar, no es enteramente algo cien­tífico ni podemos tampoco esperar que el hombre de ciencia nos dé la res­puesta a problemas de Índole más bien filosófica. Por cierto, la concepción aristotélica del alma como factor último del desarrollo del organismo no solamente es esclarecedora, sino que también complementa en un nivel filo­sófico todos los conocimientos que han sido adquiridos por el científico.

** De Anima, L II, d. 1, Ver también C. D. A., L. I, lee. 1.

Principio vital 9»

de alimento, agua, aire, etc., eventualmente es devuelta al mundo de la materia inerte.

A continuación, vemos que el papel asignado al principio vital es simplemente el de regular el intercambio de energías desde lo no viviente, es decir, desde una condición de existencia de finalidad ex­trínseca a una condición de existencia de finalidad intrínseca. De este modo, el principio vital es capaz al mismo tiempo de dar origen al movimiento y mantenerlo dentro de una finalidad interna, cuando, por ejemplo, impele al organismo a la busca de alimento y distribuye la energía según las necesidades del organismo viviente. Pero su pro­pósito es siempre el de dirigir y no el de crear las fuerzas físicas y químicas que utiliza.

Por último, debemos recordar que de cualquier modo que explique­mos su acción sobre las energías del organismo, el principio vital no es un agente extraño al cuerpo o algo unido a éste de un modo accidental. (Esto fue lo sostenido por P l a t ó n .) Ni es mucho menos algo que esté fuera o por encima del orden natural. Por el contrario, es tan propio del organismo que sin él no sería posible la existencia de la planta, del animal o del hombre.

6 . NATURALEZA DEL PRINCIPIO VITAL.— A r is t ó t e l e s define el principio vital com o: «el acto primero de un organismo natural, orga­nizado y potencialmente vivo» 25. En esta definición aparecen tres conceptos, todos ellos necesarios para la comprensión de sus ense­ñanzas.

L A c to p r im e r o .—El acto primero de un cuerpo físico es su forma sustancial. Que el principio vital es la forma sustancial del organismo puede inferirse desde varios ángulos: primero, porque es la fuente de todas las propiedades y funciones características del organismo vivo, que lo separan claramente de los cuerpos inanimados; segundo, porque al desaparecer, varía totalmente la naturaleza del organismo, cesa su actividad vital y su contenido es devuelto al mundo de la materia inerte 20; tercero, porque el principio vital es aquel por medio del cual el organismo está vivo— el acto primero o perfección primera por medio de la cual vive y ejecuta todas sus operaciones vitales— . De hecho, esta perfección primera es tan extensa que por ella, o por su unión con la materia prima 27, el organismo es a la vez una sustancia, un cuerpo y un organismo vivo, todo en uno. Para distinguirlo de las formas sustanciales de los cuerpos inanimados, a la forma sustancial del cuerpo se la llama psique o alma.

II. O r g a n is m o n a t u r a l y o r g a n izjld o .— El cuerpo sobre el que se manifiesta el principio vital es a la vez natural y organizado. Es na­tural porque, aunque compuesto de varios elementos, no es una colec­ción puramente artificial de partículas materiales, sino algo unido

as S. T„ p. I, q. 76, a. 1.a* S. T., p. I, q. 76, a. 4, r. a obj. 1." Joad, C. E. M.: Guide to Modem Thought. N. Y. Stokes, 1933, pp. 114-15.

36 Vida orgánica

intimamente y que aparece como un todo consistente. Resumiendo, es algo verdaderamente natural y no el producto de un arte o de un acto mecánico.

Además—en cierto sentido, pues el organismo es un todo— , está organizado o compuesto de partes que, aunque diferentes en cuanto a estructura y función, se unen armónicamente y bajo un único pro­pósito, que es el bien del organismo total. Como ha dicho C y r il J o ad , es algo más que la simple suma de sus partes, que sería la unidad de máquina. Debe ser más bien considerado como superior a sus partes, «surgido de la unión de ellas, pero no redueible a ellas* 2S.

n i . O r g a n is m o ' p o t e n c ia l m e n t e v iv o .—En la definición aristotélica, el cuerpo es considerado como potencialmente vivo, ya que, hasta que sea informado por un principio vital, está solamente vivo en poten­cia. Vemos, pues, que el alma, como una forma sustancial, se une a la materia prima para originar un cuerpo; pero, com o es una forma sustancial viviente o un agente vital, también da lugar a un cuerpo viviente. Cuando A r is t ó t e l e s nos dice entonces que es el acto de un cuerpo que está potencialmente vivo, se refiere al acto de la mate­ria dispuesto para la vida por su organización especial. La materia de una piedra, por ejemplo, carece de esta disposición. No está organizada de tal modo que dé lugar a actos propios de la vida. Carece de la disposición natural, por parte de su sistema material, a nutrirse, cre­cer y reproducirse, por lo que no está viva en potencia 29. Solamente un organismo que posea dicha disposición, debido a su estructura, es capaz de convertirse en un cuerpo vivo mediante la unión con el principio vital.

Hemos llegado ya a la diferencia fundamental que existe entre los cuerpos animados y los inanimados. Utilizando como clave el axioma de A r is t ó t e l e s de que el acto de una cosa es una consecuencia de su naturaleza, podemos establecer una comparación entre la materia viviente y la materia no viviente.

En primer lugar, en las transformaciones químicas de los cuerpos inanimados, por ejemplo, en la conversión del hidrógeno y el oxige­no en agua, la materia prima es constante y lo que varía es la forma sustancial, puesto que el hidrógeno y el oxígeno como tales desapa- cen, surgiendo en su lugar la forma del agua. En las transformacio­nes vitales, en cambio, por ejemplo, en la conversión del alimento en tejido vivo, la materia prima es lo que varía, ya que está cons­tantemente entrando y saliendo del organismo, y el alma o forma sustancial es lo que permanece constante30.

Además, tanto los órganos com o sus actos tienen en el cuerpo vivo una unidad de propósito ausente en un sistema puramente mecánico. Podemos desarmar totalmente un mecanismo y estudiar en detalle

28 G redt, J ., O. S. B.: Elementa Phtlosophiae. Freiburg. Herder, 1932. Vol. I, pp. 331-32.

29 O ’T oole g . B. ; The Case Against Evolution. N, Y. Macmillan, 1925, p. 175.

Jo ad : Op. cit., pp. 113-14.

■ f mi

Principio vital 97

todas sus piezas, ver cóm o engranan unas con otras y luego volver a ponerlas en su lugar. El organismo no se presta a esto. No es impo­sible imaginar cómo un reloj, desajustado, pudiera él mismo reajus­tarse. o, roto, repararse. Mucho menos nos podemos imaginar que una de sus partes produjese otro nuevo reloj. Y, sin embargo, la ma­teria viviente es capaz de hacer todo esto por sí misma.

Por último, la diferencia más importante entre las funciones vita­les y las no vitales se basa en el estudio de su respectiva finalidad. En el primer caso es intrínseca, puesto que la energía de la materia viviente se dirige hacia el interior, hacia el autocontrol y la perfec­ción propia. En el caso de la segunda es totalmente extrínseca. Lle­gamos aquí a las raíces mismas de la diferencia entre las formas de la energía animadas e inanimadas, diferencia que, como dice G. B a r r y O’Toole: «No consiste en poseer o no una entelequia, ni tampoco en la naturaleza particular de las energías desplegadas en la ejecución de las funciones vitales, sino solamente en la orientación de estas fuerzas hacia una finalidad interior» 31.

A esto se refiere Aquino cuando nos dice que mientras los cuerpos carentes de vida son capaces, por medio de su energía natural, de preservarse, aumentar de tamaño y, por medio de combinaciones químicas dar origen a otros cuerpos no vivos, el cuerpo viviente e je ­cuta esto mismo «de un modo más acabado», es decir, por medio de actos inmanentes que tienen su propia perfección como finalidad in ­mediata. Así, se conserva vivo mediante la nutrición, aumenta de tamaño mediante el crecimiento y produce otros cuerpos vivos como él por medio de la generación

Resumiendo todos los puntos de que hemos hablado sobre la dife­rencia que existe entre los cuerpos vivos y los inanimados, veamos nuevamente lo que nos dice S a n t o T o m á s :

«La acción de un principio vital es superior a la de una naturaleza inanimada por partida doble: primero, en su modo de actuar, y se­gundo, en los efectos que produce.

«Sobre su modo de actuar... cada operación de un principio vital debe surgir de una causa intrínseca, puesto que este tipo de acción es viviente, y una cosa viviente es la que se mueve por sí misma.

«En cuanto a sus defectos, fijémonos primero en que no toda ope­ración de un principio vital es superior al de una naturaleza carente de vida. Así, vemos que la existencia y todas las cosas que le son necesarias debemos suponerlas también como existentes, tanto en los

Sl O ’T oole, p. 176. Ver también S. T ., p. I, q, 78, a. 1. Aquí S anto T omás dice que, aunque las operaciones vegetativas son las más inferiores en la escala vital {debido a su íntima dependencia de la materia y los órganos materiales), sin embargo son superiores a las operaciones de naturaleza material, porque estas últimas «son causadas por un principio extrínseco, mientras que las operaciones vegetativas proceden de un principio intrín­seco ».

Así, desearía observar, Interpretando lo dicho por O ’T oole, que las cosas pueden tener una finalidad operativa Intrínseca sólo cuando poseen un principio operativo intrínseco.

42 S. T„ p. X, q. 73, a. 2. r. a. obj. 1. b r e n n m í, 7

98 Vida orgánica

cuerpos vivos como en los carentes de vida. La existencia, sin embar­go, en los cuerpos inanimados es conferida por un agente extrínseco. En los cuerpos vivos, por el contrario, lo es por agente intrínseco. Aho­ra bien: los actos hacia los que se dirigen las potencias del alma vege­tativa pertenecen a esta segunda clase. Así, tenemos que la potencia reproductiva tiene com o fin crear el organismo; la potencia de cre­cimiento, desarrollarlo; la nutritiva, mantenerlo vivo. En los cuer­pos carentes de vida, en cambio, estos efectos son originados por un agente enteramente extrínseco” 33.

En este pasaje de Aquino vemos todos los elementos de su concepto filosófico de vida, recogidos de sus estudios sobre ésta en su nivel más inferior. Para concluir, la conducta de un organismo es una for­ma de actividad, que surge de un principio capaz de suscitar en sí la acción, y que procede de una dirección determinada, movida por una finalidad intrínseca. Así, la vida, fundamentalmente, puede defi­nirse como una forma de actividad espontánea e inmanente.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO V

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1924, caps. 25-29.

53 D. A., a. 13 (las letras en bastardilla son mías).

CAPITULO VI

ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ORGANICA

1. ORIGEN DE LA VIDA EN LA TIERRA.— Todas las corrientes de la investigación moderna se inclinan hacia la opinión de que la vida sobre la tierra proviene de otra sustancia ya viviente. La ley de la biogenésis ha tenido una historia interesante. En su forma más general dice que «toda cosa viviente proviene de otra cosa viviente». F h a n c e s c o R e d i la expresó asi hace ya trescientos años. Un siglo des­pués se reafirmó esto nuevamente basándose en la evidencia presen­tada por L á z a r o S p a l l a n z a n i . Por último, Louis P a s t e u r solucionó el problema, de una vez por todas, mediante una serie de experimentos efectuados entre los años 1860 y 1876. No existe duda alguna, hasta el momento, acerca de que la vida proviene siempre de algo ya vivo. La ley de la biogénesis, sin embargo, no excluye la posibilidad de que la vida provenga de la materia inerte. Dice simplemente que ningún caso de dicha posibilidad ha caído aún dentro de la esfera de la ciencia.

Mientras el concepto de biogénesis se iba convirtiendo en ley, la idea de la célula, considerada como la unidad estructural del proto- plasma, era proclamada por M a t t h ia s S c h l e id e n y T heodor S c h w a n n . La fórmula original de R e d i se concretó posteriormente con R u d o lf V ir c h o w en «toda célula proviene de otra célu la»; conclusión que pro­puso en el año 1855, y con W a l t e r F l e m m in g en «todo núcleo proviene de otro núcleo», dicha en el año 1882.

Después de estudiar más detenidamente el núcleo se siguió espe­cificando, y así, T eo d o ro B o v e r i llegó a decir que «todo cromosoma proviene de otro cromosoma». Esto sucedía en el año 1903. Final­mente se llegó al estudio del gen y parece ser que la frase propuesta por R ic h a r d A l t m a n n «todo granulo proviene de otro granulo» está empezando, al cabo de cincuenta años, a encontrarse apoyada por los hechos

Por otra parte, los hombres de ciencia están de acuerdo en que hubo un período en la historia de la tierra en que la vida no era po­sible, pues faltaba el ambiente adecuado. Y todas las teorías que explican el orden de nuestro planeta son concluyentes en el punto de que dicho ambiente no existía en las primeras etapas de su for­mación. Está también claro que la primera forma de vida que apa­reció sobre la tierra fue la vegetativa, ¿Cómo empezó, pues? Aunque

1 Genetics in the 20th Century. Editado por L. C. Dunn, N. Y. Macmillan, 1951.

160 Vida orgánica

se han propuesto un gran número de soluciones al problema, es po­sible agruparlas dentro de tres tipos principales: teorías de la emer­gencia absoluta, de la creación y de la emergencia restringida.

Toda esta discusión es sólo filosófica, ya que carecemos de pruebas directas sobre las primeras formas de vida que fueron probablemente, como hemos dicho, simples organismos vegetativos. Sin embargo, no debemos olvidar algunas evidencias que poseen una conexión indi­recta con el problema. Así, pues, no hay aparentemente ningún ca­mino fuera de la ley biogenética, hasta donde puede juzgarse por las observaciones modernas, aunque esto no implica que la materia viva no haya podido derivarse en su comienzo de materiales inorgánicos. Con todo, su aplicación universal a los orígenes de la vida en tiempos presentes nos haría precavidos contra cualquier teoría que no estu­viese de acuerdo con el contenido general de la le y 2.

2. TEORIAS DE LA EMERGENCIA ABSOLUTA.—Por estas teorías entendemos las explicaciones que hacen derivar la vida de la materia por medio de fuerzas que pertenecen a la materia misma. Este es el punto de vista de los que sostienen, por ejemplo, que los primeros organismos surgieron como un efecto de la evolución activa del uni­verso; que la materia emergió a la vida por medio de potencias total­mente insólitas en la esfera de actividad del sistema material del universo, y que las leyes naturales de la física y la qtfímica son su­ficientes para explicar el origen de la vida 3.

I . F o r m a s o s e m e r g e n c ia a b s o l u t a ,—Algunos científicos, tales como H e r b e r t S p e n c e r y sus continuadores, sostienen que las condiciones ambientales de los primeros periodos de la tierra fueron más favo­rables a la vida. Otros, como E r n s t H a e c k e l , niegan que sea posible refutar la conversión de la materia en vida, ya que entonces no que­daría otra alternativa que asumir, excepto la de la Causa Primera, que no están dispuestos a aceptar.

Otro grupo, en el que se incluyen T h o m a s H ü x l e y , E u w i n S. G o o ­d r ic h y J ohn B . S . H a l d a n e , aceptan la abiogénesis, o aparición de la vida proveniente de la materia inanimada, como la única explicación plausible para los que rechazan la idea de un agente que actúe fuera de la materia.

Otros, basándose en la teoría de la evolución emergente de C. L l o íd M o r g a n , explican el origen de la vida com o el resultado de cierta configuración química surgida de un accidente afortunado de la na­turaleza. Esta es la posición mantenida recientemente por A l e k sa n d hI . O parest. Por último, existen otras teorías, com o las de A u g u s t W e i s -

3 P h illips , R . P .: Modern Thomistíc Philosophy. London, Bums Oates& Wastiboume, 1934, vol. I, pp. 322-27. Ed. esp. Morata, Madrid, 1964.

1 El problema del origen de la vida orgánica está íntimamente rela­cionado con el de su naturaleza. Es por esto que los que sostienen que proviene de la materia, lógicamente tienen un concepto materialista de su naturaleza, del mismo modo que los que lo explican por medio de leyes físicas o químicas tienen obligadamente un punto de vista mecanicista de la emergencia de la vida.

Teorías de la emerge7icía 101

j i a n n y Benjamín Moore, que hacen derivar los primeros organismos de unidades que se hallan fuera del campo de observación a causa de su pequeñísimo tamaño y cuyo nacimiento a partir de la materia no viviente estaría fuera de la esfera de actividad del científico4.

II. V a l o r a c i ó n .— La primera critica que podemos hacer a cual­quier teoria de emergencia absoluta, se funda en nuestro conoci­miento de las propiedades naturales de la materia. Los hombres de ciencia admiten una constancia en las leyes que controlan los fenó­menos materiales. El químico, por ejemplo, nos informa de que una molécula de sal común está compuesta por un átomo de sodio y otro de cloro. Esta combinación es constante respecto a la sal. Lo mismo puede decirse de todas las síntesis de tipo químico. Las afinidades esenciales de los elementos no varían. Esto es más simple aún cuando consideramos a la materia como tal, y no a ningún tipo determinado de ella. Los electrones son todos semejantes, los protones también lo son entre si. Todas las cosas materiales, como señala R o b e r t A i t k e n , «de la tierra, del sol, de los astros en nuestro propio sistema solar y en el millón de sistemas independientes, está hecho de las mismas unidades fundamentales» e.

Si esto es cierto, entonces el científico que desee penetrar en la remota historia de la tierra cuando surgió la vida por primera vez, no tiene más que proyectar al pasado los métodos actuales de la na­turaleza. Porque, o las leyes de la naturaleza son inmutables, o no lo son. Si no lo son, entonces no hay posibilidad alguna de averiguar el origen de la vida. Si son inmutables, entonces nuestra explicación de los comienzos de la vida debe corresponder a nuestros conocimientos actuales sobre la naturaleza. Pero la materia, tal como la conocemos hoy, no origina vida de un modo activo. ¿Justifica esto el que presu­mamos que nunca lo ha hecho?

Por otra parte, si la finalidad interna es algo característico de to­das las funciones vitales, ¿cómo llegó la materia a adquirir esta per­fección? Es cierto que actualmente no la posee. Decir que surgió por

* Spen cer , H .: Principies of Biology. N. Y. Appleton. Edición revisada y aumentada, 1900. 2 volúmenes. H aeckel, E.: The History of Creation. Tra­ducida por E. R. L ankaster , N. Y. Appleton, 187S, vol. I, pp. 348-49.

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* Aitken, R. G.: «Behold the Starts!». The Great Design. Editado por F. Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 33.

102 Vida orgánica

casualidad no es una explicación científica. Igualmente (alsa es la afirmación de que debió suceder, puesto que no existía nada fuera de la materia, porque puede probarse que la Causa Primera ha exis­tido siempre. Además, el suponer condiciones ambientales sobre algo que desconocemos es, simplemente, evadirse del problema.

Dichas condiciones, en todo caso, difícilmente podrían haber sido algo más que los aspectos físico-químicos de la superficie terrestre. Cualquiera, pues, que sostenga que la materia fue el principio activo de la vida vegetativa debe reconocer que un efecto puede ser superior a su causa. Es inútil apoyarse en el ejemplo de la nutrición: que la emergencia de las sustancias inorgánicas en tejido vivo es algo que sucede todos los días. Este proceso es enteramente pasivo por lo que se refiere a las partículas alimenticias. Depende enteramente del he­cho de que el organismo está ya vivo. Y nuestro problema se refiere al origen de la vida.

Tampoco soluciona el problema el referim os a las unidades invi­sibles de las que proviene la vida de la célula, ya que esto solamente nos hace retroceder hasta el punto en que la discusión se hace es­téril, La célula es considerada aún com o la unidad más simple de la vida orgánica independiente. Aun cuando es posible que ciertos elementos más allá de la esfera de la visión microscópica, como el gen, sean capaces de perpetuarse, su reproducción siempre se lleva a cabo dentro del cuerpo de la célula. No se ha descubierto aún nin­gún organismo que no contenga por lo menos estos dos componentes esenciales de gran com plejidad: la sustancia cromática y el cito­plasma.

Más aún, todo organismo, aun el más inferior, es capaz de nu­trirse y propagarse.

La complejidad de los órganos y de las funciones hace casi im­posible la tarea de establecer un paralelo entre la materia viviente y la inanimada. Vemos así que el estudio de las mezclas físicas y los compuestos químicos nos muestra una tendencia constante en la m a­teria fuera de la vida hacia un equilibrio de todas sus fuerzas, lo mismo que una disposición homogénea de todas sus partes. La ma­teria viva, por el contrario, está siempre construyendo y destruyendo sus componentes. Su unidad biológica es notable precisamente por la extensión de sus partes y funciones0. Aunque concediésemos que las energías materiales del universo pudiesen realmente originar sustan­cias altamente complejas, como las que se encuentran en el cuerpo vivo, se necesita de todos modos un agente directivo capaz de trans­formar estos compuestos en patrones organizados que pudieran ser

* C an n o n señala que la palabra equilibrio se usa de un modo más ade­cuado ai referirnos a los sistemas más simples y cerrados de fuerzas pura­mente físicas y químicas en las que Intervienen energías conocidas. Los pro­cesos fisiológicos, en cambio, aunque equilibrados, son muy complejos, y el equilibrio que alcanzan es típico de los cuerpos vivientes. Es por esto que sugiere el término de homeostasis para definir dicho equilibrio. Ver C an - n o n , W. B.: The Wisdom of the Body. N. Y. Norton, 1932, p. 24.

Teoría de la creación 103

utilizados como instrumentos para la nutricióni crecimiento y repro­ducción 7.

3. TEORIA DE LA CREACION. I, Dios co m o o r i g e n d i r e c t o n* ia vida.—La creación es definida por S a n t o T o m á s como la producción del ser total de una cosa a partir de la nada s. si aplicamos esto a las primeras formas de vida sobre la tierra, se referiría al origen de la sustancia total del organismo, es decir, su sustento material, que es la materia prima, y su forma sustancial, que es el alma o prin­cipio vital. La creación, pues, difiere de la producción en el sentido corriente de este último término. O tal vez sería más adecuado decir que la creación es una forma única de producción. Del químico, por ejemplo, se dice que produce sal combinando cloro y sodio. Es obvio que este proceso presupone la existencia de una materia prima que pasa de un estado a otro. Lo que en realidad hace el químico es que la materia pierda una forma y adquiera otra. Esto significa que él no crea en realidad la nueva forma, sino que contribuye a extraerla del seno de la materia prima donde ya existía en estado potencial. La creación, en cambio, no da nada por supuesto, absolutamente nada, excepto el agente creador. Los que sostienen este punto de vista crea- cional deben mantener que el origen de la vida estuvo en la produc­ción, tanto de la materia como de la forma, o, lo que es igual, del cuerpo y del alma. ¿Qué diremos de dicha teoría?

II. V a l o r a c ió n .—No hay lugar a dudas de que algo así pudo haber sucedido. Surge la objeción, sin embargo, de que la creación de orga­nismos primitivos supondría, sin razón, la multiplicación de causas materiales y así violaría la ley del mínimo. Esta ley dice que algo que puede ser explicado por un pequeño número de causas no es presu­mible que haya sido producido por muchas. O, dicho con las palabras de A q u i n o : «Si el poder de la naturaleza es suficiente para la produc­ción de sus propios efectos, no existe razón alguna para invocar a la Potencia Divina com o productora de estos mismos efectos» 9. Es asi

7 Wasmann, E. S. J . : Modem Bíology and the Theory of Evolutíon. Tra­ducida por A. M. Buchanan. st. Louis. Herder, 2.a edición, 1923, c. 7. El proble­ma total del origen de la vida se halla en un estado poco satisfactorio en lo referente a la ciencia. Quizá L. J. Henderson esté en lo cierto al afirmar (The Finess of Environment. N. Y. MacMillan, 1913, p. 310, al pie) que la ma­yoría de los biólogos modernos siguen la idea de S pencer al sostener la evolu­ción gradual de la vida proveniente de la materia inerte. Y esto a pesar de que los investigadores actuales se ven más que nunca imposibilitados de comprobar dicha emergencia. Aparentemente, sin abordar el problema de un modo concluyente, prefieren hacer suposiciones poco científicas antes que dejar que continúe siendo un misterio. Pero continuará, al menos en rela­ción con la ciencia, porque este problema es en realidad de índole filosófica.

8 S. T„ p. I, q. 45, a. 1.9 C. L. III, c. 70. La única dificultad que veo en la teoría de la crea­

ción reside en la iey del menor esfuerzo. Es perfectamente posible el que esta ley no se aplicase a la causalidad divina en el momento en que la vida apareció sobre la tierra; en resumen, que Dios realmente hubiese creado las primeras especies vivas. Me parece, sin embargo, que la ley del menor esfuerzo está en desacuerdo con la teoría creacional, y por esto en la sec­

que ningún constructor se tomaría la molestia y el gasto de traer un nuevo aporte de materiales si ya tenía a mano todo lo necesario para construir su edificio. Si juzgamos con este mismo criterio, segu­ramente humano y limitado, nos es difícil comprender por qué una Inteligencia Suprema tenía que crear un substrato material para la vida, puesto que la materia ya existía.

Según las teorías aristotélicas que hemos seguido al explicar la naturaleza de la vida, un cuerpo vivo difiere de uno carente de vida no a causa de que su materia sea diferente, sino porque posee una forma especial capaz de ciertos efectos imposibles para las formas no vivientes. En resumen, bastaría con organizar adecuadamente la materia para convertirla en cuerpo de un organismo. La creación, en­tonces, seria muy improbable en el caso de los primeros seres v ivos10.

4. TEORIA DE LA EMERGENCIA RESTRINGIDA. I. Dios com o o r ig e n in d ir e c t o d e l a v id a .—Si la materia no viviente no ha podido por sí misma transformarse en materia viva, y si existen dudas ra­zonables acerca de la creaciónp debemos entonces buscar otra solución para el problema del origen de la vida. Podemos encontrar la respues­ta, creo yo, en el postulado de una causa eficiente superior al universo material y fuera de él capaz de hacer surgir la vida de las potencias ocultas de la materia no viviente. Cierta forma de emergencia res­tringida fue seguramente la base de la aparición real de los primeros organismos. S a n t o T o m á s no resolvió el problema de este modo, pero creyó en la teoría de la generación espontánea. Según el Doctor An­gélico, tanto las plantas como los animales, por su puesto inferior en el orden vital, provenían de la materia inerte mediante la acción de los rayos solares y la influencia de otros cuerpos celestes. Sostuvo además (y ésta es la parte crítica de su doctrina) que el poder de producir vida de este modo espontáneo le era dado a la materia por el Creador 11. Se hallaba en un error, por supuesto, como ahora sa­bemos, al hacer provenir los cuerpos vivos de la sustancia orgánica en descomposición. Sin embargo, com o muchas de sus equivocadas ex- plicac’ones, su opinión nos ayuda a solucionar el problema al señalar estos dos hechos: primero, que la materia está de algún modo rela­cionada con la aparición de la vida en la tierra, y segundo, que la Causa Primera debe ser el agente responsable en última instancia, de que la vida provenga de la materia.

n . V a l o r a c ió n .— Es necesario hacer ver que nuestro problema ac­tual no reside en el origen de la materia, aunque supone un ciertoción siguiente he propuesto la teoría de la emergencia restringida como una explicación más probable del origen de la vida orgánica. En realidad es más perfecto crear que producir, tal como dice S anto T omás (S. T., p. I, q. 45 a 1. r. a. obj, 2). pero el problema persiste: ¿por qué habría Dios de crear, si podía hacer uso de leyes ya existentes en la naturaleza para que apare­ciesen las primeras formas de vida vegetativa?

10 D. p. D., q. 3, a. 11, r. a obj. 12.5. T„ p. I, q, 45, a. 8, r. a obj. 3; q. 71, a. 1, r. a obj. 1; q. 72, a 1. r. a obj. 5;

q. 105 a 1. r. a obj. 1.11 S. T., p. I. q. 2. a 1.

104 Vida orgánica

Emergencia restringida 105

orden dentro de las leyes de la naturaleza. Así, la materia, que de otro modo hubiese sido incapaz de cumplir esta tarea, habría podido ser gradualmente preparada para recibir la vida, haciendo posible de tal modo la entrada del alma o forma viva en ella. Detrás y dirigiendo todo el proceso, pero sin formar parte de la materia misma, debe haber habido un agente responsable de esto, como su Causa Primera. No es nuestro propósito el dar aqui las razones de por qué este agente ha existido siempre, por haberlo hecho ya S a n t o T o m á s por medio de solidísimas pruebas de tipo filosófico. Basta con decir que, empezando por las observaciones sobre el movimiento físico y los efectos de las leyes naturales y continuando con la idea de la contingencia y fina­lidad en el mundo de los hechos que nos rodean, llega por fin a la noción de un supremo ser inmutable, el único necesario, la sola inte­ligencia capaz de planear y regir el universo; en una palabra, Dios 12. Dada por sentada una causa de este tipo, la única dificultad que nos queda es determinar si la aparición de la vida orgánica es compatible con el Poder Divino, por un lado, y con las posibilidades naturales de la materia, por otro.

Primeramente, en lo que se refiere al Poder Divino, cualquier efecto dado cuyoa términos no se excluyan mutuamente— como el cuadrado excluye el círculo—■, cae dentro de la esfera de Su actividad creadora. Ahora bien; es obvio que materia y vida no se contradicen por na­turaleza, puesto que la materia puede estar viva.

En segundo lugar, no existe ninguna dificultad inherente a la idea de crear el alma de una planta de las potencialidades de la materia, porque un alma de este tipo es realmente de naturaleza material. Está totalmente circunscrita por la materia en todas sus funciones, y sin la materia no tendría existencia, puesto que su razón de existir es ser la forma de un cuerpo. La emergencia de un alma relativamente simple como ésta de la materia no viviente no significa de ningún modo una violación de la naturaleza.

Pero lo que interesa recalcar aquí es la necesidad de seguir las huellas de esta emergencia hasta la Causa Primera, puesto que la materia com o tal no posee la perfección de la vida. Así, Dios, en nuestra teoría, hizo actuar a la naturaleza y produjo la vida usando como causas segundas a las que ya entraban en acción. Ciertamente que El puede «producir efectos naturales sin el concurso de la na­turaleza», como dice Sjlnto Tomás, «pero prefiere actuar a través de la naturaleza para conservar la armonía de las cosas». Se cree que Agustín tenía presente esta idea emergentista cuando propuso su teo­ría de las razones sem inales: que la materia inerte fue dotada de un comienzo por Dios de principios vitales latentes, llamados de un modo figurado semillas, que dieron origen, al desarrollarse, a los organis­mos vivientes, siguiendo un orden determinado de acontecimientos naturales1:*.

14 D. P. D., q. 3, a 7, r, a obj. 16.13 Esta giosa del De Generi ad Litteram, de A g u s t ín , es, por lo menos,

probable. Ver:M cK eozgh , H. J.: The Meaning oí the Rationes Seminales m St. Agustín.

106 Vida orgánica

5. EL ORIGEN DE LA VIDA ORGANICA EN EL MOMENTO AC­TUAL.—Hemos señalado varias veces el hecho de que cada organismo es una unidad biológica, ¿cómo, pues, se divide y reproduce? Para res­ponder a esto recordemos ciertos puntos de la doctrina aristotélica. Primero es el organismo total, compuesto de materia y forma, lo que se reproduce. Cuando sostenemos que la materia prima y la forma sustancial se unen para formar un organismo completo, no existe implicación alguna de que la unidad así establecida sea indivisible. Lo que está indiviso es, pues, capaz de división.

Ahora bien: en los modos de reproducción típicos de la vida vege­tativa, tales como la mitosis y la gemación, y aun en la generación de ciertas especies de animales inferiores, tales como los sapos, los erizos de mar y las lombrices de tierra, si partimos un ejemplar de ellos en trozos, vemos que no existe nada que prevenga al organismo de esta división, con tal que cada una de estas partes posea lo ne­cesario para su continuidad vital. NI tampoco descubrimos nada en la naturaleza del alma que impida el que pueda soportar esta división.

De hecho, el principio vital de los organismos inferiores es con­siderado como potencialmente múltiple por Aristóteles, aunque, como existe unido a un cuerpo, sea actualmente uno *4.

Algo similar a esto sucede en el caso de los cuerpos inanimados, en los que su organización es uniformemente igual, tanto para el todo como para cada una de sus partes. Una hogaza de pan, por ejemplo, puede ser cortada en varios trozos. Cada trozo es tan pan com o toda la hogaza. Ahora bien: en el organismo no sucede exacta­mente lo mismo, ya que posee una sola forma, mientras que la hogazaW a s h in g to n , D. G. C a th o lic ü n lv e r s it y P ress , 1926. S a n to Tom ás c o m e n ta la te o r ía a g u s t ln la n a e n su tr a t a d o sob re la la b o r d e lo s se is d ía s d e la c r e a ­c ió n (S. T ., p. I , q. 69, a. 2 ): «E n r e la c ió n c o n la p r o d u c c ió n de la s p la n ta s , la e x p lic a c ió n q u e n o s d a A g u s t ín d if ie re d e la d e o tros . Asi, algunos c o m e n t a ­r istas , b a s á n d o s e e n u n a le c tu r a su p e r fic ia l d e l te x to (d e l G én es is ), so s t ie ­n e n q u e los o r g a n is m o s v e g e ta t iv o s fu e r o n p r o d u c id o s en acto e l te r c e r d ía d e la c r e a c ió n .. . , e n ta n t o q u e A g u s t ín p ie n s a qu e e n a q u e l m o m e n to fu e ro n c r e a d o s en causa. L o qu e é l qu iere d e c ir es q u e la t ie r r a re c ib ió e n to n c e s e l p o d e r p a ra p r o d u c ir lo s , y b a s a su o p in ió n e n la S a g ra d a E s c r itu r a .. . ; p o r lo ta n to , la s fo r m a s v e g e ta tiv a s d e la v id a fu e r o n p r im e r a m e n te c o n c e b id a s e n e l s e n o d e la t ie r r a e n sus ca u sa s g e rm in a le s a n te s d e qu e su rg ie se n y cu b r ie s e n la su p erfic ie d e la t ie rra . L a ra z ó n co n fir m a e s ta in te rp re ta c ió n . Asi, e n e s to s p r im e ro s d ías . D io s c r e ó to d a s la s co s a s e n su o r ig e n o cau sa , y lu e g o d e sca n só . P e r o trabajó hasta hoy, es d e c ir , su t r a b a jo c o n t in ú a , p o r m e d io d e l g o b ie r n o que e je r c e so b re lo s p r o c e so s r e p ro d u c tiv o s . A h o r a b ie n : e l n a c im ie n to d e u n a p la n ta e s u n t r a b a jo d e r e p r o d u c c ió n , lu e g o n o fu e p r o d u c id o e n a c t o e l te r c e r d ía , s in o e n sus ca u sa s .» P a ra d e m o s tra r q u e la p o s tu r a d e A g u s t ín es s o la m e n te p r o b a b le , S a n to Tom ás a ñ a d e : «S e g ú n o tr o s a u tores , s in e m b a rg o , la c r e a c ió n d e la s e sp e c ie s p e r te n e ce a l t r a b a jo d e los s e is d ías, m ie n tr a s que su r e p r o d u c c ió n ca e d e n tr o d e l g o b ie r n o d e l u n i­v erso .»

Parece ser que S anto T omás se inclinaba por la opinión de que las primeras plantas fueron creadas por Dios en sus respetivas especies, Pero la inteli­gencia del Doctor Angélico, que no vio contradicción alguna ni en la teoría agustiniana de las causas seminales, ni, en la de la generación espontánea de la vida a partir de la materia inerte, no hallaría tampoco contradicción alguna en una teoría de emergencia restringida.

14 De Anima, L. n, c. 2. Ver también:

Causa final Í07

tiene tantas formas como unidades físicas de pan. Pero el ejemplo nos sirve para comprender por qué un organismo simple puede ser dividido y transformado en dos o más organismos. Es así que A qu : n o dice: «Sus partes son semejantes y, por tanto, semejantes al orga­nismo como un todo. Además, su alma es imperfecta dentro de la escala de almas y por esto no necesita de una gran diversidad de órganos. Luego (después de haber ocurrido la división), el alma puede existir en cada una de sus partes» 15.

S a n t o T o m á s es más explícito que A r is t ó t e l e s en este caso concreto del problema de los orígenes de la vida, y sostiene que «toda alma vegetativa es extraída de las potencialidades de la materia, lo mismo que otras formas materiales» *6. En otro pasaje, sus Ideas sobre el contraste existente entre las funciones de las plantas y de los ani­males aparecen de un modo más extenso. Así: «El cuerpo (de todo organismo) tiene que estar internamente proporcionado y tener dis­tintos órganos para la ejeciición de sus variadas potencias, en tanto que el alma es el acto de un cuerpo organizado de un modo natural, y puesto que ninguna parte del animal (superior) posee esta d ife ­renciación de órganos, ninguna parte puede ser identificada con la totalidad del animal. En cambio, el alma de los organismos menos nobles por la naturaleza y que poseen menos potencias se halla mate­rializada en todo, el cuerpo y en cada una de sus partes de un modo uniforme. Por consiguiente, con la división del cuerpo en partes, un alma separada se crea de cada una de estas partes, tal com o lo vemos al partir lombrices y plantas. Antes de dividirse, sin embargo, no podemos referirnos a una parte del organismo com o si fuese el todo, excepto de un modo potencial» n . De cualquier modo, sin que inten­temos establecer, finalmente, cómo surgen las plantas y los animales inferiores, podemos decir que, mientras que antes que el acto repro­ductivo haya sido llevado a cabo hay un solo organismo, después de la reproducción tenemos dos o más organismos; y también que, en tanto que el alma es una cuando el organismo es uno, después de la división hay tantas almas como nuevos organismos.

6. LA CAUSA FINAL DE LA VIDA ORGANICA.— Para S a n t o T o ­m á s , el cosmos es un lugar ordenado y la expresión de un plan muy acabado de la mente del Creador, Pero el orden implica el que algu­nas cosas sean más perfectas que otras y también que la perfección menor exista para bien de la mayor. Si esto no fuera así, no podría haber una escala del ser que se elevase desde la tierra al cíelo y fuese creciendo en perfección a medida que se aproximase a la de la Causa Primera.

Ahora bien: en esta visión del universo descrita por A q u in o se su­pone que la materia sirve a la vida, y la vida en sus formas menos diferenciadas contribuye al bienestar de las más perfectas. Así, pues,

1S C. D. A., L. II, L, 4.]í D. P. D., q. 3, a. 11.11 In Pétri Lombard! Quatuor Libres Sententiarum, b. I, d. 8, q. 5, a. 3,

r. a obj. 2.

IOS Vida orgánica

la finalidad inmediata del reino vegetal es suministrar el alimento para la nutrición del hombre y del an im al1S. Aquí, el Doctor Angélico cita un texto de la Sagrada Escritura: «He aquí que te he dado todas las yerbas..., y todos los árboles... para que sean tu alimento» i».

Además de esta finalidad de tipo físico, la planta es también una fuente de placer estético para el hombre. La riqueza y la variedad de sus colores, forjada por el paso de las estaciones, el milagro de su nacimiento y de su crecimiento, el peso de sus frutos maduros que coronan su labor reproductiva, todo esto ha sido hecho con la inten­ción de producir reposo y alegría al corazón humano y de aumentar su sentido de la belleza. ¡Cuánto perderían nuestras vidas si no exis­tiese el verdor y las flores, con su perfume, haciéndolas placenteras! Pero esto no es todo. En los designios de la Providencia, las criaturas del reino vegetal pueden considerarse como un medio de progreso en la vida moral. Así como el alimento, su uso moderado es también un objeto de la virtud de la templanza. La razón última de su existencia, sin embargo (que comparten con todas las demás criaturas), es la gloria de su Hacedor. Y, a su modo, mostrar la bondad de Dios me­diante la magia de su belleza y su capacidad de vivir, crecer y repro­ducirse.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO VI

Aquí«o, S. Tomás: Sum of Theology. Parte I, cuestión 2, art. 3; cuestión 45, art. 1.

D odson , E. O.: A Textbook of Evolution. Philadelphia, Saunders, 1952, Cap. 7. G oodrich, E. S.: Living Organism. An Account of their Origin and Evolution.

Oxford, Eng., Oxford University Press, 1924.O 'T oole, G. B.: The Case Against Evolution. New York, Macmillan, 1925, Par­

te H, Cap, 1.P h il lip s , R. P .: Modern Thomistic Philosophy. London, Burns Oates & Wash-

bourne, Vol. I, 1934, Cap. 17. Ed. esp, Morata, Madrid, 1&64.W a sm a n n , E., S. J.: Modern Biology and the Theory of Evolution. Traducción

por A. M. B tjchanan. St. Louis, Herder, 2.a ed., 1923, Cap, 7.W nroue, B. C. A.: The Church and Modern Science. St, Louis, Herder, 3.' ed..

1923, Cap. 30,

,s C. G., L. HI. c. 81. Génesis, c. 1, vv, 29-30.

LIBRO SEGUNDO

V I D A S E N S I T I V A

SECCION I .-L A CIENCIA DE LA VIDA SENSITIVA

CAPITULO VII

EL PROBLEMA DE LA CONCIENCIA

1. SIGNIFICADO DE LA CONCIENCIA.—La conciencia es el rasgo más evidente que separa la vida sensitiva de la vegetativa. Nos da a entender, en efecto, que dondequiera que la encontremos, estamos delante de algún organismo animal. La planta, en cambio, no da se- fiales de darse cuenta de sus actos.

La noción de conciencia es dificil de expresar. Sabemos lo que es por nuestra propia experiencia, pero dar una definición satisfactoria de ella es mucho más difícil. Viene del vocablo latino com cire, qué a su vez es abreviatura de cum alio scire, y según S a n t o T o m á s significa «aplicación del conocimiento a algo». Continúa diciendo que cuando se la considera simplemente como un acto, es decir, solamente en su aspecto psicológico, es lo que llamamos ser consciente (consciousness). Mas cuando se mira desde el punto de vista moral, como algo buenoo malo, se la conoce por conciencia (conscience) * l .

Además, puesto que la conciencia es un acto, es siempre atribuible a una potencia en particular o a un grupo de potencias. Así, cuando contemplo a un amigo, es mi potencia visual la que está actuando. Si estoy estrechando su mano, escuchando lo que me dice y reflexionando sobre su consejo, entonces el oído, el tacto y la razón están también

(*) Este «ser consciente» (ser, verbo, y no sustantivo) se corresponde con las ideas modernas sobre la «vivencia* y su aparición en los seres vivien­tes. Entendemos la vivencia como un iluminarse la vida desde dentro para que el resplandor, o vislumbre así producido, o sea de algún modo -captado por el mismo ser en el que tal proceso se desarrolla; es como el percatarse (aun de la forma más elemental y oscura) de algo que en aquel momento afecta. En tal sentido, esto no sucede—no lo precisan—en las plantas, qüe viven ligadas al suelo, del cual, o reciben lo que necesitan para vivir, o mueren. Pero la «vivencia» surge, con la posibilidad de trasladarse de sitio, en el animal. Dasde el más elemental (el gusano, que repta hacia el alimen­to o la humedad que le conviene) hasta el hombre, con todas sus compli­caciones. (Sobre este sentido, en mi opinión el más exacto y claro de la «vivencia», véase L e r s c h : La estructura de la personalidad. Barcelona, 1959.) En los párrafos que siguen observaremos lo asombrosamente modernas de estas ideas (como otras muchas) en S a n to Tom ás. (N. del T.)

' D. V., q. 17 a. 1. Ver también S. T., p. I, q. 76, a. 13.En lengua inglesa existen dos términos para designar lo que en latín

llamamos conscientia; éstos son consciousness, o ser consciente, y conscien­ce, o conciencia. Mientras el ser consciente en su aspecto sensitivo es común al animal tanto como al hombre, la conciencia es propia del hombre, ya que es necesaria la razón para el juicio moral. Además. S anto T omás considera la conciencia tanto un acto como un hábito.

112 Problemas de la conciencia

en actividad. En resumen, no es posible la conciencia de un modo abstracto. Es siempre la manifestación de un cierto tipo de conoci­miento que proviene de un determinado poder cognoscitivo.

Lo que interesa retener es que la conciencia implica siempre un sujeto que conoce, además de un objeto conocido. Pero también nos da la idea de una forma determinada de conocimiento, ya que siem­pre se es consciente de algo. Además, este conocimiento del que ha­blamos está unido al del ser (o lo que está en lugar suyo)2, ya que es de nuestros sentimientos, percepciones, imágenes, pensamientos, etcétera, de lo que nos percatamos. Para repetir: cuando estoy cons­ciente es siempre de algo especial que me está sucediendo a mí, y no puedo ser consciente de lo que le sucede a otro.

Sin embargo, no somos conscientes de todo con el mismo grado de claridad. Puedo estar escuchando una bella música y oír sólo vaga­mente sonar el reloj, o bien puedo estar siguiendo el curso del pen­samiento con tanta atención que sólo me doy cuenta vagamente de un dolor en mi cuerpo. Asi, decimos que la conciencia puede ser clarao confusa, completa o atenuada. También decimos de ella que tiene un foco y una parte periférica, un presente y un pasado. Paradójica­mente, llamamos a uno de sus niveles subconsciente o inconsciente. Pero en ningún caso hacemos de este término un uso que no suponga estas dos cosas: primera, una cierta forma de conocim iento; segunda, la aplicación de este conocimiento a un objeto particular o a una situación particular de nuestra vida. Este es, por lo menos, el punto de vista de S a n t o T o m á s .

Ciertos rasgos que debemos recalcar aquí tienen relación con la idea de conciencia como un acontecimiento cognoscitivo. Así, se puede considerar a la conciencia, ya como un acto, ya como un contenido. La sensación, por ejemplo, puede ser el proceso sensorial o el resul­tado del acto, y así también el pensamiento puede ser el acto de pen­sar o el fruto de dicha reflexión. Estos dos ejemplos aluden a otro hecho sobre el que Sa n t o T o m á s seguramente hubiese llamado la aten­ción: el de que hay una forma de conciencia puramente sensitiva y común al hombre y a los animales, y otra, intelectual y propia sólo del hombre. Por esto, y para la claridad del texto, reservaré la palabra «mental» para los procesos Intelectuales humanos. En esto sigo a S a n t o T o m á s , que dice que sólo las criaturas pensantes tienen «mente» en el sentido estricto del término, ya que por emente» él entiende un alma intelectual o una potencia intelectual3. Mientras que la vida

1 Digo «el ser (o lo que está en lugar suyo)», p o r q u e el animal, que noes un ser o una persona, es también consciente de lo que acontece a su alre­dedor. Me parece que posee cierto tipo de conocimiento de si mismo como individuo, una cierta forma de conciencia moral de la relación concreta queexiste entre él y su ambiente. Esto sería un conocimiento de sí mismo sólo enactu exercito, es decir, en el hecho mismo de ser afectado por los estímulo3externos, y no in actu signato, que es genulnamente reflexivo y típico sólodel hombre,

8 S. T ., p. I, q. 75, a. 2; q. 79, a. 1. r. a obj. 3, a. 10, Sa n to T omás (D. V.,a. 10, a. 1, r, a obj. 2), deduce la palabra mente de medida (mens a mensura). Esto interesa a nuestras reflexiones, puesto que sólo una mente puede ser

Escuelas psicológicas 113

consciente del animal no es más que sensitiva, la del hombre es a la vez sensitiva e intelectual.

Además, la conciencia es algo vital. Para utilizar un término del lenguaje nutritivo, es com o un proceso metabòlico en el que las cosas son colocadas dentro de la esfera de la actividad de las potencias cognoscitivas y transformadas en objetos del conocimiento, dándoles así, tal como nos enseña S a n t o T o m á s , una nueva form a de existencia que no poseen por derecho propio. La conciencia recibe lo que le da el mundo, y luego reacciona4. Aunque A r is t ó t e l e s use el ejemplo del sello y la cera para ilustrar esto», está lejos de ser toda la verdad, porque las impresiones hechas en la cera son cosas sin vida, mientras que las impresiones hechas en la conciencia están vivas y vibrantes de energía. En este último caso no se reduce a ser testigo pasivo delo que ocurre en relación con el agente consciente, sino una realiza­ción activa de las potencias y los fines de ese agente ».

Finalmente, aunque se nos muestre en un gran número de funcio­nes según las potencias que la ejercen, la conciencia es la experiencia de una persona solamente, y tiende a asumir la unidad del sujeto al cual pertenece. Este hecho no debe ser olvidado, aunque con el fin de estudiarla la descompongamos en sus partes. Siempre existe el peligro de deformar una experiencia viva al intentar analizarla. Sólo estamos dispuestos a considerarla viva y real cuando la vemos en su unidad y totalidad 7.

2. ESCUELAS PSICOLOGICAS.—A causa de lo decisivo que es en la vida del hombre y del animal, el problema de la conciencia nos proporciona un punto de partida para discutir el punto de vista de los psicólogos modernos. Ya acepten o rechacen éstos el hecho de la conciencia, tienen ante él una actitud definida; así, partiendo de esta idea tenemos una escala para medir los sistemas psicológicos. Lo que ofrecemos, sin embargo, es más el desenvolvimiento de la idea de conciencia que una revisión completa de las escuelas psicológicas m o­dernas.

Cuando, hará escasamente unos setenta y cinco años, la psicologíala medida de la verdad y Za realidad. Así. mientras que la mente divina es ciertamente esa medida, nuestras mentes son medidas a su vez por la ver­dad y la realidad. En su acepción moderna, mente es una palabra engañosa que se aplica tanto al hombre como al animal y, por lo tanto, tan vaga que ya casi no significa nada real. Y, sin embargo, es una palabra lo suficiente­mente buena para no perderla de nuestro vocabulario. Ver B h en n an , R. E.,O. P.: Thomistic Psychology, N. Y. Macmillan, 1941, pp. 83-84. Ed. esp. Mo­rata, I960.

4 D. V., q. 2, a. 2.s De anima. L. II, c. 12.6 El ejemplo dado en el texto señala la cualidad viviente del proceso cog­

noscitivo; el ejemplo de A ristóteles , por el contrario, recalca la no supre­sión de la forma que es recibida. La nutrición, en cuanto a acontecimiento vital, es incomparablemente inferior al conocimiento. La primera destruye la forma de lo que recibe; el segundo, la deja intacta. O, diciéndolo de otro modo: la nutrición suprime su objeto, mientras que el proceso cognoscitivo le permite permanecer en su alteridad. Como S anto T omás diría: la función nutritiva recibe las cosas subjetivamente; la cognoscitiva, objetivamente.

7 M ichel, V. O S B.: Psychological Data. The Neto Scholasticism. Abril,1929, pp. 185-88.

BRENNAN, 8

114 Problemas de la conciencia

se proclamó como una ciencia natural, la conciencia fue para el psicó­logo de entonces lo más digno de estudio: sus fenómenos, sus leyes, sus condiciones, etc. Este punto de vista se abandonó en algunos círculos. Había opiniones muy diversas sobre el tema, entrando inclu­so en el debate elementos ajenos a la ciencia. Ahora, ya tranquilizados los ánimos, la mayoría de los psicólogos persisten en la idea de que la conciencia es un objeto de estudio científico. Debemos decir que cada escuela ha contribuido a su estudio con su aportación particu­lar sobre el tema, y también que muchos de los psicólogos actuales prefieren escoger, según su criterio, lo m ejor de cada escuela antes que ajustarse a una sola. Este es un punto de vista sintético, y es un buen signo, ya que quiere decir que se acercan a una visión más amplia del hombre s, dentro de la que es más fácil que surja una reconciliación y ayuda mutua entre la ciencia y la filosofía del hombre.

Para los que han seguido en detalle la dirección divergente que han tomado las escuelas psicológicas, la separación entre ellas no es tan grave com o podría parecer en el primer momento. Es así que un hombre puede no ser tan fanático de un sistema que rehusé acep­tar algo de otro. Los títulos de las secciones de este capítulo son más bien, de tendencias en la interpretación de los datos psicológicos. Si pensamoss que la ecuelas no modos distintos de interpretar los datos psicológicos 9 creadas por los científicos, entonces los encabezamientos siguientes pueden utilizarse para correlacionar estos modos según la relación existente entre unos y otros.

3. ESTRVCTURAL1SMO.—Para el químico, la materia está com ­puesta de moléculas y átomos. Para el físico está hecha de protones y electrones. Del mismo modo, los defensores de la psicología estructu­ral se refieren a la conciencia en función de sus elementos. Estos son las sensaciones, las imágenes y los sentimientos, pero, particular­mente, las sensaciones. Según E d w a r d T i t c h e n e r , discípulo de W il h e lm W u n d t , la sensación es el resultado inmediato de la acción de un estímulo sobre un órgano sensorial. Es, además, el único tipo de expe­riencia de cuya simplicidad podemos estar seguros. Pero T i t c h e n e r

a L a v is ió n del h o m b r e c o m o u n to d o es u n a h e r e n c ia qu e p r o v ie n e d ir e c ­ta m e n te d e A ristóteles y S anto T omás, es d e c ir , de lo q u e m e re fe r iré a lo la r g o d e l t e x to c o m o p s ic o lo g ía tradicional. D ire m o s a lg o sob re el o r ig e n ds e s ta tr a d ic ió n . L a o b r a m a e s tra d e A ristóteles , on the Soul (Sobre el Alma), fu e la p r im e r a s is te m a tiz a c ió n d e l h o m b r e h e c h a p o r lo s a n t ig u o s . O tros a n te s q u e él, e s p e c ia lm e n te D emócrito y P latón , se h a b ía n o c u p a d o de a lg u ­n o s p u n to s d e v is ta v e rd a d e ro s p a r a p o d e r d a r les c a b id a e n su s .s tem a . T r a z ó su p la n d e l h o m b r e c o n m a n o firm e, y c u a n d o lo h iz o e fe c t iv o , fu e fu n d á n d o s e e n su p r o p ia e x p e r ie n c ia . L a d is p o s ic ió n d e su p s ’ c o lo g ía , en su to ta lid a d , n o h a v a r ia d o su fo r m a . S anto T omás r e c o n o c ió su v a lo r y d - d l - c ó u n a g ra n e x te n s ió n d e sus e s cr ito s a la e x p a n s ió n de las id ea s d e A r -stó - teles . E n la a c tu a lid a d , h u e lla s d e la s d o c t r in a s d e l E s ta g ir ita la s e n c o n ­tr a m o s p r á c t ic a m e n te en c a s i to d a s la s e scu e la s p s ic o ló g ic a s m o d e rn a s . V er B r e n n a n , R. E-, O. P.: Troubador of Truth. Essays in Thomism. E d ita d o p o r R. B re n n a n , O. P., N. Y. Sheed a n d W a rd , 1942, p p . 18-19. Ed. esp . M o r a - ta , 1963.

5 L evine , A. J . : Current Psychologies. Cambridge, Mass. Art, Publishers, 1940, p . 11.

Funcionalismo 115

parece haberse quedado detenido en este punto.10. Hablar de la sensa­ción como el último átomo de la conciencia que corresponde a la más simple unidad de estimación fisiológica y afirmar que todas las demás experiencias de nuestra conciencia provienen de esos átomos, puede ser verdadero hasta sólo cierto punto. S a n t o T o m á s , por ejemplo, sos­tiene que todo conocimiento empieza con la sensación, y que todo deseo se basa en el conocimiento. Pero, com o él habría señalado, la explicación atomista de T it c h e n e r puede ser difícilmente una expli­cación completa de lo que sucede cuando percibimos una cosa con nuestros sentidos, y mucho menos cuando pensamos en ella con nuestro intelecto. Es como pulverizar la conciencia y no poder volver a rehacerla más.

Recientemente, la psicología estructural de T i t c h e n e r ha encon­trado un medio de expresión en las obras de H a r r y P. W e l d y A l b e r t C. R e í d 11. Es una rama de la psicología del contenido, de W u n d t 12, y desciende en línea directa de las teorías asociacionistas de D a v id H u m e, J a m es M i l l y A l e x a n d e r B a in .

4. FUNCIONALISMO.— Todos los psicólogos actuales se preocupan de un modo u otro de la función, ya que la naturaleza de su ciencia les exige que observen los actos y las propiedades de una cosa con el fin de descubrir las leyes que la rigen.

En este sentido, todos pueden ser llamados funcionalistas. Pero la psicología funcional es el nombre que damos en particular al punto de vista que considera a la conciencia com o una serie de actos o pro­cesos más que como una serie de contenidos. Esta ideología fue in i­ciada en Alemania por C a r l S t ü m p f 13 y surgió de su interés por la música. Fue continuada en América por hombres com o J ohn D e w e y 14, J a m e s R, A n g e l l , H a r v e y A. C a r r y G-l e n n D. H i g g i n s o n . Aquí se recalca la utilidad de los fenómenos conscientes para la adaptación del hom ­bre y el animal a su ambiente, insistiendo también en la función de dichos fenómenos cuando el organismo se enfrente con una situa­ción problemática. La psicología dinámica de R o b e r t S. W o o d w o r t h 15 puede ser considerada también como una rama del extenso árbol del funcionalismo. Estudia los fenómenos de la conciencia com o la acción reversible de causas y efectos, centrando su interés en los motivos subyacentes a dichas manifestaciones.

La psicología del acto es una forma más reciente de este m odo dinámico de manejar los hechos de la conciencia. Le fue dado un

10 T itchner , E. B . : An Outline of Psychology. N. Y, Macmillan, 1923.11 W eld, H. P.: Psychology as a Science. N. Y. Holt, 1928. R eid , A. C .:

Elements of Psychology. N. Y. Prentice Hall, 1938.12 W undt, W .: Outlines of Psychology. Trad, por C. H. Judd, N. Y. Ste­

elier t. 1897.13 Stum pf, C .: Tonspsycholcgie. Leipzig. Hirzel, vol. I, 1883; vol. II, 1890.14 D 'sw e y , J.: The Reflex Arc Concept in Psychology. Psychological Re­

view, 189G, 3, pp. 357-70. A n g e l l , J, R.: An Introduction to Psychology. N. Y. H olt, 1918. C a rr , H . A .: Psychology. N, Y. Longmans, Green, 1925. H ig g in - s o n , G, D.: Psychology. N. Y. Macmillan. 1936.

15 W o o d w o r t h , R, S.: Dynamic Psychology. N. Y. Holt, ed. rev,, 1929.

116 Problemas de la conciencia

puesto entre las escuelas modernas debido a F r a n z B r e n t a n o , que enseñó que todo hecho consciente posee un aspecto Intencional, es decir, una relación fundamental con los objetos que lo ponen en m ovim iento1(:. Esta unión entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido es natural y fue señalada hace ya siglos atrás por A r is t ó t e ­l e s . es posible que B r e n t a n o tomase la idea de este autor, ya que fue instruido en la tradición del Estagirita. La psicología factorial es otra escuela relacionada con la función, pero centrando su interés en los descubrimientos de tipo estadístico que surgieron de una larga labor experimental. Su fundador y figura principal es C h a r l e s S p e a r m a n . Tiene com o fin hallar las condiciones subyacentes a nuestros actos conscientes. Los resultados nos revelan la existencia de facultades tanto generales com o especiales. Un problema posterior es descubrir el número, la relación y la organización de estas facultades1’ . Lo mismo que B r e n t a n o , S p e a r m a n también parece haber extraído sus ideas de A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , especialmente en lo que se refiere a la idea tradicional de las facultades.

Hay una nota común, al menos, en las escuelas que hemos nom ­brado: todas se interesan en particular por el aspecto operativo de la conciencia. Al intentar describir sus actos, cada sistema procura contribuir a la comprensión de los misterios de la conciencia. Al mismo tiempo, todos los psicólogos intentan imponer su propio sen­tido y orden en los hechos que atraen su atención, pero también suce­de que es difícil hallar interpretaciones con las que todos estén de acuerdo. Sin embargo, la psicología funcional, en conjunto, ha apor­tado estas dos ideas fundamentales: primeramente, nos ha propor­cionado un conocimiento más perfecto de las leyes en las que se basa la adaptación en general, y del aprendizaje en particular, y en segundo lugar nos ha señalado la intencionalidad fundamental de nuestra vida consciente.

5. PSICOLOGIA HORMICA.—-La simple mención de la palabra propósito, en relación con los datos de la conciencia, nos recuerda de inmediato la psicología hórmica de W i l l ia m M c D o u g a l l . Esta idea de intencionalidad no es nueva, sino que aparece ya en A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s . M cD o u g a l l ha hecho girar a toda su escuela en torno a esta idea. El psicólogo funcional se refiere también a la intención, pero para él es suministrada por la situación misma en la que el organismo opera. M c D o u g a l l , en cambio, sostiene que la conciencia misma es su meta y en ello reside la diferencia. La cualidad o pro­piedad hórmica (del grigeo impulso a la acción) no es algo que adqui­rimos a lo largo de la vida, sino que es innato y se manifiesta en un gran número de tendencias, siendo la principal el ser dominante y hacer valer sus derechos en un caso, o ser tímido y sumiso en el otro. A causa de estas dos direcciones en nuestra estructura, ten-

18 B rentano , F.: Psychologic vom empirischen Standpiunkte. Leipzig. Meiner, vol. I, 1924; vol. II, 1925.

17 S pearm an , C .: The Nature of “ Intelligence” and the Principles of Cog­nition. London. Macmillan, 2‘ . ed., 1927.

Behaviorlsmo o conductismo 117

demos a exhibir rasgos ya de amo o de esclavo, según las situaciones. Pero en los niveles más elevados de la conciencia somos libres, y la función de la voluntad es llevar a cabo nuestras ideas y convertirlas en ideales vivos. Así, aunque las disposiciones instintivas del hombre y el animal tienen ambas un definido valor hórmico, la voluntad y la lucha del hombre están cargadas de sentido. Además de hacerse eco de muchas ideas básicas de la psicología tradicional, debemos dar gracias a M cD o u g a l l por mantener la idea de instinto’ en la mente de los psicólogos modernos, en una época en que estaba en peligro de ser desechada is.

6. BEHAVIORISMO O CONDUCTISMO.—Alejándose de la con­ciencia y renunciando, al menos en apariencia, a todas sus adquisi­ciones, la psicología behaviorista crea una nueva modalidad dentro de las escuelas modernas. Fue creada gracias a los esfuerzos que hizo J ohn B . W a t s o n por estudiar al hombre y a los animales desde un punto de vista puramente objetivo. Sólo los hechos observables deben ser registrados por el observador. Los niños se prestan muy fácil­mente a una labor de este tipo, y por esto W a t s o n se dedicó mucho tiempo á observar sus reacciones. La forma más simple de conducta es el reflejo. A partir de él se puede construir todo lo demás. Si se le condiciona, se resuelven todos los problemas que plantea la conducta humana, aun los complicados procesos del pensamiento y la volun­tad 1B. La objeción principal al sistema de W a t s o n , por supuesto es que ha descendido a un nivel fisiológico desde donde intenta dar razones para todo lo que ocurre en los niveles superiores. Alguien ha dicho que, al rechazar la conciencia, W atson «tanto lo quiso asar, que lo quemó». Más cierto seria tal vez decir que lo que W a t s o n arrojó por la puerta principal está entrando ahora tímidamente por la puerta de servicio. Hombres como W alter S. H toteh y K ael S. Lashlet, también empedernidos behavloristas, se han adelantado al fundador de la escuela. Es así que estén dispuestos a hablar sobre los hechos de la conciencia, aunque les dan otro otro nombre 2<>. Después de un periodo de calma y otro de crítica, la idea behaviorista ha vuelto a surgir con un nuevo grupo de investigadores, tales com o E d w a r d C. Tolman, Clark L. H u ll y Burrhus F. Skotner 21,

La psicología de la respuesta también está interesada en la con ­ducta. Igual que la escuela de Watson, se jacta de una actitud ob­

18 McDougall, W.: An Outline of Psychology. London. Methuen, 3.a edi­ción, 1926.

10 Watson, 3. B.: Behaviorim. N. Y. Norton, ed. rev., 1930.20 H unter , W, S.: Human Behavior. Chicago. University of Chicago Press,

1928. Lashley, K. S.: Brain Mechanisms and Intelligence. University of Chica­go Press, 1929.

21 Tolman, E. C.: Purposive Behavior in Animáis and Men. N. Y. Centu- ry, 1932. H ull, C. L . : Principias of Behavior. N. Y. Appleton Century, 1943. Bkinner, b. F.: The Behavior of Organisms. N. Y. Appleton Century, 1938.

22 Dunlap, K.: Elements of Psychology. St. Louis. Mosby, 1936. Lang- feld, H. A.: A resvonse Interpretación of Consciousness. Psychological Re- view, 1931 38, pp. 87-108. Thorndike, E. L.: Human Leaming. N. Y. Centu­ry, 1931.

US Problemas de la conciencia

jetiva hacia las cosas. Aquí vemos los aspectos motores de la conducta muy subrayados. La conciencia es admitida de un modo indirecto, dependiendo su existencia y su importancia de la obtención real de las reacciones externas. Esto significa que le concede importancia sólo hasta el punto en que se exterioriza en formas de conducta. Los principales seguidores de teorías de este tipo son: K n igh t D u n l a p 22, H e r b e r t S. L a n g f e l d y E d w a r d L. T h o r n d ik e ,

Reconocemos a los behavioristas el mérito de haber impulsado el conocimiento de los estados corporales que acompañan a la con ­ciencia. Sin sus afanosas investigaciones, estaríamos aún sin saber nada sobre muchas cosas que ocurren en el interior de nuestra es­tructura somática cuando un estimulo se aplica al cuerpo. Han puesto en claro también que no se puede empezar la educación, tanto moral como física de un niño a una edad demasiado temprana. Puede ser que los adultos del futuro agradezcan más a los behavioristas sus teorías que lo que hacen los del presente. Al mismo tiempo, no debe­mos olvidar el hecho de que toda la escuela behaviorista está en deu­da con los originales descubrimientos de V la d im ir M . B e k h t e r e v e I v á n P. P a v l o v en el campo de la reflexología 23.

7. PSICOLOGIA GESTALTICA, O DE LA FORMA.—Descontento con la visión parcial de la experiencia de la que tanto W u n d t como sus discípulos estaban tan satisfechos, M a x W e r t h e im e r intentó dar una idea más completa y viva de los hechos de la conciencia al con­siderarlos com o conjuntos preceptivos. Esta idea de tener distintas sensaciones unidas form ando un todo, se le había ocurrido ya a A r is t ó t e l e s . Pero W e r t h e im e r llegó a ella de una manera más con­trolada y científica, como resultado de experimentos que estaba efec­tuando sobre la Percepción del Movimiento 24. Sus decubrimientos fue­ron recogidos por W o l g a n g K o h l e r , K u r t K o f f k a y K u r t L e w i n , con los que se elaboró un nuevo sistema conocido como la psicología de la gestalt. Sus partidarios creen que se debe retornar en busca de da­tos a la experiencia pura, donde encontramos no meras agrupaciones de partes, sino todos unificados 2ñ, no meras sensaciones, sino árboles, nubes, puestas de sol y sinfonías. Es así que la experiencia consciente se nos presenta como algo organizado. Si le falta algún elemento, tiende a añadirlo; si está incompleta, tiende a completarse. Mirando un grupo de líneas, una mancha de colores o una serie de objetos parcialmente relacionados entre sí, nos Inclinamos a verlos como un todo unificado. Esta es la experiencia que la psicología debe explicar,

33 B echterev, V. M.: General Principies of Human Reflexology. Trad, porE. y W. MimpHY. N. Y. Intematicr.í’i Publishers, 1932. P avlov, L. P.: Condi- ttoned Reflexes. Trad. por G . V. A n r e p . London. Oxford University Press, 1927.

21 W ertheimer, M .: Experimentelle Studien über das Sehen von Bewegung. Zeítschrift für Psychologle, 1912, 61, pp. 161-265.

2S K B hler , W.: Gestalt Psychology. N . Y. Liverigh. ed. rev., 1947. K o f f - ka, K .: Principies of Gestalt Psychology. N, Y. Harcourt, Brace, 1935. L e w in , K. A.: Dynamie Theory of Personality. Trad. D. K. A dans y K. E. K e - n e r . N. Y. McGraw-Hill, 1&35.

Escuela psicoanalitica 119

y el psicólogo gestaltxsta intenta hacerlo con su teoría de la con fi­guración. Su escuela se opone a la idea de que las reacciones del hombre y del animal pueden ser explicadas en su totalidad por la relación estímulo-respuesta, y en este punto está en desacuerdo con el behaviorista. Está también dispuesto a defender la causa intros- peccionista, aun cuando sea simple y no se preocupe de las leyes.

Como todos los demás sistemas, la psicología de la gestalt ha sido también criticada, y con justicia en muchos casos, especialmente cuando generaliza sin garantía, desde el campo de la física y de la fisiología al de la experiencia consciente, y más allá, hasta el de la personalidad humana y la sociedad, haciendo valer la misma idea en todos los casos. Sólo por lógica debería ser rechazado tal procedi­miento, cuanto más vitalmente. Sin embargo, las doctrinas de esta escuela han hecho impacto en la psicología, haciendo que se revisen algunas restricciones que se habrían hecho indebidamente poderosas en la ciencia del hombre. Además, su extenso programa de investi­gación nos ha llevado a una visión más abierta y directa de la ex­periencia.

8. ESCUELA PSICOANALITICA—Otro modo dinámico de consi­derar los hechos de la conciencia se basa en la psicología psicoanalí- tica de Sigmünu F r e u d 26, El eampo total de la conciencia aparece como teniendo dos niveles o planos. El primero es el inconsciente, constituido por fuerzas instintivas y recuerdos ancestrales, que se nos presentan en forma muy difusa, como si fuesen sombras. El segundo es el plano consciente, que posee elementos tanto de la razón como de la voluntad. Si reunimos los instintos y todos sus oscuros impul­sos, tenemos el ello de F r e u d . Si hacemos lo mismo con los actos de la razón, tendremos una idea adecuada de lo que F reud llama el egoo yo, y si colocamos sobre esto la voluntad, tendremos el súper ego freudiano. Vemos que es difícil acoplar el lenguaje psicoanalítico a los términos de la escuela tradicional. A s í, el instinto, o ello y su es­fera de influencia es más extensa en F reud que en A r is t ó t e l e s o en A q u in o . La razón o el ego, en cambio, tiene un radio de acción mucho menor. La voluntad, o súper ego, no tiene prácticamente equivalente en la psicología tradicional. Su única función parece ser la de man­tener las tradicionales mores, o costumbres, dentro de las que hemos nacido. Además, en la doctrina freudiana, tanto el ego com o el súper ego, se originan en el ello. Esto hace que el inconsciente tenga un papel importantísimo, para bien o para mal, en la conform ación de nuestra vida consciente. Prácticamente, todos nuestros actos tienen alguna relación con el inconsciente. Esto rige especialmente para las represiones, esto es, experiencias que han sido repudiadas por la con ­ciencia y obligadas a permanecer en las profundidades del subcons­ciente, donde se atrincheran y se oponen vigorosamente a todos los esfuerzos que hacemos para hacerlas regresar a la experiencia actual.

28 F reud, S.: New Introductory Lectures on Psychoanalysis. N. Y. Nor­ton, 1933.

IZO Problemas de la conciencia

Con el fin de hacerlas volver otra vez a la conciencia, F keu d creó su elaborado método del psicoanálisis. Ha sido muy útil en el trata­miento de ciertos desórdenes nerviosos y mentales, y esto ya es su­ficiente, descartando los errores e imperfecciones en su interpretación del hombre, para que reconozcamos su mérito. Entre los psicólogos modernos, sin embargo, hay muchos que no quieren aceptar la psi­cología fretidiana, sosteniendo que no es una ciencia en sentido es­tricto. Dicen que puede ser empírica, pero no es experimental. La escuela de F reu d les responde que la ciencia no termina sólo en la téc­nica experimental, sino que también el método clínico o el del diván son también científicos.

A partir del método psicoanalitico de F reud se ha formado otra serie de sistemas. Uno de ellos es la psicología de los tipos, de Carl Juno 27, que agrupa a los individuos en introvertidos y extrovertidos. Otra es la psicología individual, de A l f r e d A d i,e r , construida sobre la idea de que el sentimiento de inferioridad, físico o mental, es la fuerza directiva más importante en el desarrollo de la personalidad. Es ne­cesario aclarar que este sentimiento de inferioridad, o inadecuación, en el sistema adleriano, no es precisamente un com plejo de inferio­ridad, aunque puede transformarse en él si no se le trata correcta­m ente28. Un tercer sistema ha surgido de la escuela de F reu d , la psicología de la voluntad, de O t t o R a n k . En ella la conciencia es con­siderada como voluntad, en vez de ego y súper ego. De ella proviene la energía psíquica necesaria para form ar el carácter del individuo y permitirle dirigir su curso entre la tracción de las fuerzas ambienta­les, por un lado, y el ciego impulso de los instintos, por el o tr o 20.

9. COMENTARIO SOBRE LAS ESCUELAS.—Al empezar este capí­tulo, llamamos la atención sobre el eclecticismo, que parece estar sur­giendo entre los psicólogos modernos. Probablemente la señal más clara de esta tendencia la encontremos en que casi nunca oímos a alguien que se llame a sí mismo estructuralista, behavíorista o ges- taltista, aunque se continúe hablando bastante aún de los ismos, re­presentados por esos nombres. Puede ser que los hombres de ciencia se hayan cansado o sentido avergonzados de tener que etiquetar su labor con un título estrecho, siendo asi que el estudio del hombre demanda una perspectiva de más amplios horizontes30. A r is t ó t e l e s

21 Ju n g , G .: Psychological Types. T r a d . p o r H . G . B a sh es . N, Y . H a r c o u t t , B ra ce , 1923.

38 A dler, A .: The Practise and Theory of Individual Psychology. N. Y . Harcourt, Brace, 2.“ edición, 1927.

13 B ank, O .: Will Therapy. N. Y . K n o p f , 1936.■*° L a o r ie n ta c ió n g ra d u a l d e la p s ic o lo g ía m o d e r n a h a c ia e l e s tu d io d e l

hombre como tal p u e d e v erse m u y b ie n e n la te n d e n c ia p e r s o n a lis ta d e v a ­r ia s escu e la s , e sp e c ia lm e n te lo s p s ic ó lo g o s d e la hormé, los a c tu a le s g e s ta l- tis ta s y lo s p s ico a n a lis ta s . E s p e c ia lm e n te d ig n a d e m e n c ió n es l a la b o r de M cD ougall, cu y a in s is te n c ia e n la in te n c io n a lid a d su b y a ce n te a la c o n ­d u c ta h u m a n a h a s id o la re sp o n sa b le , s e g ú n m i o p in ió n , d e la s id e a s p e r so n a lis ta s que a p a r e c e n a h o r a e n lo s lib ros . P e ro a d e m á s de la in flu e n - o ia d e la p s ic o lo g ía d e la hormé, u n p u n to d e v is ta m á s n u e v o e in te g ra l d e b ía d e p r o d u c ir s e , d e b id o a l c r e c im ie n to a v a s a lla d o r d e lo s h e c h o s e x p e -

Psicologia tradicional 121

dijo que el alma humana es pos p a n ta 31: casi infinita en sus posibi­lidades. Ahora bien: la naturaleza humana es el fruto de la unión del alma y cuerpo y, por tanto, ella es también inconmensurable en su altura y profundidad. Le conviene al estudiante, pues, al com en­zar su estudio de la conciencia, conocer los distintos modos que exis­ten de ver al hombre. Las escuelas tienen todas sus defectos. Tal vez diremos, con E d w i n B o r in g 32, que, como escuelas en sí, carecen de importancia. Sin embargo, han ampliado nuestra perspectiva del hom ­bre, y lo que hay de bueno en ellas ha pasado a formar parte de la psicología, como ciencia unificada. La ciencia verdadera, como la filo­sofía verdadera, sobrepasa a las escuelas, ¿por qué? Porque la verdad es una e indivisible, y su descubrimiento y exposición no puede lim i­tarse a la visión de una sola escuela. Esto nos conduciría a la parcia­lidad; y ello es siempre peligroso en cualquier clase de conocimiento humano 33.

10. PSICOLOGIA TRADICIONAL.—Un sistema filosófico, com o un sistema científico, abarca todo el campo de hechos y principios sobrerimentales, tanto del laboratorio como de la clínica. Se requería un marco de referencia mayor, y precisamente el personalismo lo porporcionaba. La conexión del personalismo con el intencionalisrao es muy interesante, ya Que implica que todas nuestras actividades psicológicas se dirigen hacia la formación, desarrollo y complexión de la personalidad, que, a su vez, como añadiría S a n to Tom ás, se dirige al cumplimiento del destino del hombre en cuanto persona. Lo que comprende ese destino es más bien materia del filósofo ético; pero no puede ser otra cosa que la felicidad o unión última del hombre con lo divino. Como ejemplo de la tendencia personalista en la psicología actual, mencionaremos: A l lp o r t , G. W .: Personality: A Psycholo- gical Intervretation. London. Constable. 1947. B o r in g , E. G.; L a n g fe ld , H. A., y W e l d , H. P . , cuyos tres textos, Psychology, A Factual Textbook, Introduc- tion to Psychology and Foundations of Psychology, editados en 1935, y a los que nos hemos referido constantemente en nuestra General Psychology. interesa darle el punto de vista personalista.

L e w in , K, A.: Dynamic Theory of Personality, anotado anteriormente en. las obras de los gestaltistas. S tern , W . : General Psychology from the Fersonalistic Standpoint. Trad. por H. D. S foerl. N. Y. Macmlllan, 1938. Para ver cómo las teorías behavioristas de autores como J. B, W atson ,C. L. H ull y E. C. T olmaw son adecuadas o no a las demandas del persona­lismo, ver: Smith, F, V.: The Explanation of Human Behavior. London. Constable, 1951.

31 De anima, L, m , c. 4.32 B o r in g , E. G.: The Nature of Psychology. Foundations of Psychology.

Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, p. 11.3:1 Si una auténtica ciencia del hombre sobrepasara a una escuela o vi­

sión parcial cualquiera, con más razón aún una auténtica filosofía del hom­bre debe estar empeñada en una concepción total del hombre. La inten­ción de la filosofía es conocer las cosas en sus causas finales, y las mentes de A ristóteles y S anto T om ás , según mi opinión, han sido las que se han acercado más a esta visión unitaria de la realidad. Su finalidad, como filó­sofos, era la sabiduría, y como psicólogos, la sabiduría o verdad última del hombre. De jure, por lo tanto, la psicología tradicional busca el conoci­miento de la verdad total del hombre, y en este sentido simplemente sobrepasa a todas las escuelas o perspectivas parciales. De fado, por su­puesto, hay muchas cosas que aún la psicología tradicional ignora, puesto que la naturaleza humana es algo tan complejo que sólo la sabiduría de Dios es capaz de conocerla en su totalidad.

122 Problemas de la conciencia

los que se funda. Da por sentado que este material, entendido recta­mente, debe servir de prueba a las leyes que lo convierten en un sistema. Ahora bien: la psicología tradicional, por su declarado in­terés en las causas Anales, es finalista en su meta. Pero es norma­tiva, tanto como filosófica, en el sentido de que proporciona los ins­trumentos necesarios para la valoración del trabajo hecho por el psi­cólogo científico. Como un modo de interpretar la naturaleza humana, parte de A r is t ó t e l e s , y a causa de que los puntos principales de su doctrina no han sido nunca combatidos de un modo serio, se la ha llamado con propiedad psicología perenne.

Admite, por supuesto, a la conciencia como un hecho primario de la vida. Pero no se limita su acción a los datos de los sentidos o a los fenómenos afectivos, y mucho menos a la órbita de la conducta ex­terna. El pensamiento y la voluntad también se incluyen en su pers­pectiva, puesto que ellos son el alimento que sustenta la vida mental. Y como son manifestaciones que fluyen precisamente de la natura­leza humana, ellos suministran la base para todo lo que puede de­cirse sobre los hábitos del hombre y sobre su persona, su origen y su fin. Además, el alma humana se considera com o esencialmente dis­tinta a su cuerpo, aunque los dos se combinen para form ar un solo ser. Debe quedar, pues, en claro que el dualismo que sostiene la es­cuela tradicional no es el de P l a t ó n o D e s c a r t e s , sino el de A r is t ó ­t e l e s . Esta es la postura que huye de la idea de que el hombre es pura materia o pura mente, o una unión accidental entre estas dos. Repitamos, para A r is t ó t e l e s y luego para S a n t o T o m á s , la única unión que nos permiten los hechos de la experiencia es la sustancial, en la que alma y cuerpo, o materia y mente, se unen para formar esta criatura que es el hombre. A causa de que es un modo de apro­ximación a la naturaleza humana a través de sus causas fundamen­tales, la psicología tradicional tiene una posición ventajosa, desde donde inspecciona los frutos de la experimentación y de la investi­gación; una posición que le permite observar y dirigir la ósmosis final de los descubrimientos de la ciencia en el cuerpo de la filosofía. Como ya dijimos anteriormente, posee los instrumentos críticos para examinar los datos del laboratorio y de la clínica, y así puede dar a estos datos una mayor coherencia y un sentido más hondo que los que le proporciona la ciencia. Al mismo tiempo, debe ajustarse a los descubrimientos de la ciencia para tener seguridad, en relación con los actos y las propiedades del hombre. A propósito de esto, A r is t ó ­t e l e s y S a n t o T o m á s serían los primeros en reconocer que su psicología no tendría valor, a no ser que hiciese precisamente eso, por la simple razón de que no puede ser verdadera si no logra conformarse a los conocimientos demostrados por los investigadores34.

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CAPITULO VIH

LA BASE ORGANICA DE LA CONCIENCIA

Parte primera.— Estructura del sistema nervioso

1. LA NEURONA.— El sistema nervioso del hombre es la parte más delicada del cuerpo. Su tarea es doble: regular su vida vegeta­tiva inconsciente, y suministrar la base orgánica de los actos cons­cientes. La unidad del sistema nervioso es la neurona. Los antiguos consideraban al hombre como un microcosmos, puesto que resume en su naturaleza todas las propiedades más importantes de la creación. Del mismo modo, la neurona puede considerarse como un sistema nervioso en miniatura. Posee unas prolongaciones de entrada deno­minadas dendritas, a causa de su parecido con las ramas de un árbol; luego un cuerpo celular, con su núcleo y demás contenidos vivientes, y finalmente una larga prolongación de salida llamada axón. La unión entre dos neuronas es la sinopsis. Permite a la corriente nerviosa pasar desde el axón de una célula a las dentritas de otra i.

A causa de los billones de neuronas que hay en el sistema nervio­so, se podría pensar que éstas son de pequeño tamaño. Es verdad sólo en lo referente a su diámetro; pero sus axones pueden ser de varios pies de longitud; por ejemplo, desde el cerebro hasta el fin de la medula espinal, o desde ésta hasta los pies. Lo que llamamos corrien­temente nervios son en realidad manojos de axones unidos entre si por tejido conjuntivo, como los cordones de un cable. Se ha calcu­lado que se pueden encontrar unos cuatro millones de axones en la estructura de un solo nervio.

La neurona tiene propiedades muy interesantes. Primeramente, es en extremo excitable; de hecho, el protoplasma más excitable que exis­te. Así, un estímulo muy pequeño puede hacerle moverse. Cuando la in ­tensidad del estímulo es capaz de poner en actividad la energía celu-

1 Se discute si la sinapsis es una unión realmente física entre las neuro­nas o es sólo de tipo funcional. De cualquier modo, los hechos nos mues­tran: primero, que el paso de una corriente nerviosa a través de una sinap­sis lleva más tiempo que su conducción por una neurona, lo que indica que actúa de amortiguador; segundo, que la sinapsis está más expuesta a las sustancias venenosas que la neurona; en tercer lugar, que corrientemente un impulso nervioso pasa por .la sinapsis solamente en una dirección: hacia dentro, por el axón, y hacia afuera, por las dendritas, haciendo asi la función sináptica comparable a la de las válvulas cardíacas; en cuarto lugar, se previene que se extienda la degeneración de una neurona a las que están vecinas a ella mediante la resistencia de la sinapsis.

126 Base orgánica de la conciencia

lar, la consideramos como un umbral. Al aumentarla observamos una mayor respuesta por parte de la célula. Pero se llega finalmente a un grado de intensidad, más allá del cual no se aprecia ninguna di­ferencia en el modo de reaccionar. En este caso hemos llegado a lo que se conoce técnicamente como el punto de saturación. Además, la neurona es capaz de conducir impulsos a través de todo el siste­m a: desde las dendritas al cuerpo celular y de allí al axón. Como la corriente va siempre en esa dirección, no hay movimiento de reflujo en su actividad. Además, una vez que la corriente se ha puesto en marcha mediante la aplicación de un estímulo, excita a la célula ner­viosa todo a lo largo de ella. Por último, la neurona puede conducir impulsos a otra neurona. La transmisión se efectúa en la sinapsis. Cada neurona, por lo tanto, es una unidad de conducción, y las vias nerviosas están hechas de varias de estas unidades. Por medio de esta disposición los impulsos siguen sus propias huellas. La verdadera na­turaleza de la corriente nerviosa es, sin embargo, desconocida. Des­pliega ciertas cualidades de tipo magnético, pero su velocidad, de unos cien metros por segundo en el hombre, no se puede comparar de nin­gún modo con la de la corriente eléctrica. Se cree que el impulso ner­vioso se transmite de modo ondulante más que de continuo, para que en los intervalos la célula pueda reparar lo que ha gastado en la liberación de energía 2.

Existen dos grandes divisiones en el sistema nervioso del hombre, en relación con sus necesidades como animal y como planta: pri­mero, el sistema nervioso cerebrospinal, que controla sus actos sen­sibles, y el sistema nervioso autónomo o vegetativo, que regula sus funciones vegetativas.

2. EL SISTEMA NERVIOSO CEREBROSPINAL.— El sistema ner­vioso cerebrospinal posee un área central y otra periférica. La pri­mera abarca el encéfalo, la medula oblonga y la medula espinal. La segunda conecta este eje central con las áreas periféricas del cuerpo, por medio de doce pares de nervios craneales y treinta y un pares de nervios espinales, o raquídeos.

El cerebro, por supuesto, es la parte más importante del sistema nervioso para la vida consciente. Consta del cerebrum, o cerebro ma­yor, y cerebellum, o cerebro menor. La capa externa de materia gris que se encuentra en ambas estructuras es el cortex, o corteza. Hasta donde sabemos, solamente el cortex del cerebrum está asociado a nuestros actos conscientes. No mide más de un octavo de pulgada de grosor, pero está compuesto de billones de células dispuestas en un modelo muy bien delineado y unidas por fibras de asociación. Un mapa del cerebro humano, que mostrase estas innumerables lineas de comunicación, estaría más entrecruzado que un diagrama de to-

2 C arm ichael, L.: The Response Mechanism. Psychology. A Factual Text­book, Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935. c. 2. Lickley, J, D.: The nervous System. London. Longmans. Green. 2.a ed.. 1931. c 3. M o rg a n . C. T . : The Response Mechanism. Foundations of Psychology. E ^ - tado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1&48, c. 2.

S. N. cerebrospinal 127

dos los servicios telefónicos de Norteamérica. Esta es la materia, tan finamente trabajada y equilibrada, que actúa como base orgánica de la mente. Sin ella, no tendríamos ni sensaciones ni imágenes, y puesto que éstas, según S a n t o T o m á s , son las precursoras del pensamiento, sin ella no podríamos adquirir hábitos de ciencia y de sabiduría.

Fig. 3.—Sección del sistema Fia. 2.—Neurona tiplea. nervioso ceretnospinal

Es fácil ver, pues, por qué los científicos han dedicado tanto tiem­po al estudio del cerebro. Hace unos cien años, o más, F ie r r e F lo u - r e n s publicó algunos descubrimientos suyos sobre esto y extrajo de ellos dos conclusiones: la primera, que la corteza cerebral es capaz de trabajar como un todo para el bien del organismo, y la segunda, que, dentro de esta esfera total de actividad, ciertas áreas de la cor­teza se separan para ejecutar funciones distintas. Otros descubri­mientos más recientes, como los de Henhy H ead y K a r l L a s h l e y , confirman lo sostenido por F l o u r e n s 3.

El resultado más interesante de todo este trabajo es, seguramente, la asociación de nuestros actos conscientes con regiones específicas de la corteza. El asignar una localización para uno u otro tipo de experiencia, sin embargo, no es una labor de adivinanza. Por el con ­trario, es el fruto de una gran pericia en el trabajo; seccionar el cerebro después de haber sido atacado por la enfermedad, extirpar partes de la corteza de animales vivos, estimular áreas que han que-

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128 Base orgánica de la conciencia

dado al descubierto por accidente, seguir la via de los nervios, hacer estudios comparativos sobre el tamaño cerebral en los distintos ani­males. De todas estas fuentes la evidencia nos muestra ampliamente que parte de los lóbulos occipitales sirven de base a la vista; que los lóbulos temporales están relacionados con la audición; que una parte del lóbulo frontal, llamada centro de B r o c a , es el área motora del lenguaje; que otra parte del mismo lóbulo, llamada centro de W e r ­n ic k e , es el área auditiva del lenguaje, y que, finalmente, el lóbulo parietal, por delante de la fisura de R o l a n d o , se relaciona con el movimiento corporal4.

3. EL SISTEMA NERVIOSO AUTONOMO.— El sistema nervioso autónomo tiene una regulación propia, como su nombre indica. Sin embargo, se halla colocado a lo largo del eje central del sistema ce­rebrospinal, con el que está estrechamente conectado. Es una pre­visión de las demandas del cuerpo que nos hacen perder materia cons­tantemente. Debemos comer para poder vivir, por lo que tenemos que ingerir alimento, digerirlo y hacerlo pasar por las células de las que se componen los tejidos y los órganos del cuerpo. Mientras se está ejecutando esto, los pulmones deben ser llenados de aire, el corazón debe continuar latiendo, los productos de desecho deben eliminarse, de modo que podamos continuar viviendo, crecer, y luego en la ma­durez, reproducirnos. La mayoría de las personas se olvidarían de atender a sus necesidades físicas o, mientras se ocupaban de una cosa, abandonarían la otra. La madre naturaleza muy sabiamente, pues, nos ha librado de esta ocupación y la ha puesto a cargo del sis­tema nervioso autómono: una disposición especial de ganglios o cen­tros nerviosos con fibras que van a todas partes del cuerpo. El secreto del sistema autónomo es su poder para regular la actividad natural de los músculos y glándulas. El eorazón, por ejemplo, tiene una forma de latir, pero tiene que variar la velocidad de los latidos en algunas circunstancias. Esto mismo sucede con los demás órganos. Algunas veces hay que apresurar su funcionam iento debido a las demandas del momento, otras hay que hacerlo más lento. El sistema autónomo hace siempre lo que es necesario en. cada situación—y está siempre pendiente, diríamos, del bien de la totalidad del organismo— . Ade­más ejecuta sus funciones sin que la conciencia se percate de ello, siendo esto, aunque parezca extraño, más una ventaja que un incon­veniente. De todo esto debemos estar, pues, agradecidos: primero, por­que nunca podríamos manejar nuestras vidas vegetativas tan bien com o el sistema nervioso autónomo, y segundo, porque sin esa carga

* Existe abundante literatura sobre la anatomía y la fisiología del cerebro. Como obras recientes, citamos las siguientes: L aslett , P. (editor): The Phy­sical Basis of Mind. N. Y. Macmillan, 1950.

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Concepto de reflejo 129

en nuestra mente, podemos dedicar nuestras energías con más pro­vecho a cultivar nuestras facultades superiores.

El sistema nervioso autónomo está situado a ambos lados del eje central del cuerpo. Se extiende desde la base del cerebro hasta el final de la columna vertebral. Los nervios que salen de su parte su­perior y de su parte inferior se llaman craneales y sacros, respectiva­mente, y forman el sistema parasimpático. Los que provienen de la parte central son los toracolumbares y forman el sistema simpático. Los órganos de musculatura lisa y glándulas poseen nervios de am ­bos sistemas, y puesto que la acción del simpático es antagónica a la del parasimpático, esto permite lograr efectos opuestos en la misma glándula u órgano. Así, la corriente proveniente de un nervio acelera la acción, y la del otro, la retrasa. Los efectos del simpático son ge­nerales y difusos. Como C a n n o n señala, son com o la acción del pedal sobre el piano, que libera todo el teclado y nos permite oír todas las notas. La del parasimpático, en cambio, es comparable al sonido de las claves separadas, cuando no empleamos el pedal®.

Parte II.—Funciones de! sistema nervioso

1. CONCEPTO DE REFLEJO.—Desde un punto de vista teórico, la unidad de acción del sistema nervioso estaría formada por dos células nerviosas solamente: una neurona aferente, que conduce el impulso desde el estímulo, y otra neurona eferente, que lo lleva al área motora. En la práctica, sin embargo, las cosas no son tan sim­ples, por lo menos en el hombre o en los animales superiores. Cada célula aferente está unida con varias células eferentes, y a menudo, con cierto número de células de conexión que se hallan en la médula. Es posible, sin embargo, que una corriente nerviosa que comienza en el exterior, digamos en la superficie de la piel, siga su curso sin llegar a la corteza cerebral. Esto sucede en el animal espinal cuya médula espinal se ha desconectado del cerebro. Así, cuando se le es­timula mediante una gota de ácido aplicada a un costado del cuerpo, responde con un claro movimiento de rascarse. Esto es un reflejo simple, y nos muestra cóm o movimientos que corrientemente son conscientes pueden a veces se ejecutados sin el concurso de nuestra conciencia.

W a l t e r H ü n t e r define el reflejo com o «un modo de respuesta here­dado, controlado por el sistema nervioso* fi. Esto implica tres cosas: primero, un estímulo que es aplicado fuera del sistema nervioso cen­tral; segundo, un mecanismo nervioso en el que se incluye: a) un receptor, cuya tarea es recoger el efecto producido por el estímulo;b) un mediador perteneciente al sistema nervioso central y compuesto por una célula aferente, célula de conexión y una célula eferente, yc) un efector que incluye una fibra nerviosa y el músculo o glándula

s C n n o n , W . B.: The Wisdom. of the Body. N. Y . Norton, 1932, pp. 230-48.6 H ünter , W . S . : Human Behavior. C h ica g o . U n iv e rs ity o f C h ic a g o P ress ,

•edición rev isa d a , 1928, p. 175.BRENNAN, 9

130 Base orgánica de la conciencia

a la que se halla unida; tercero, una respuesta que es la contestación del sistema nervioso al estimulo. Todo este proceso, de principio a fin, es innato e involuntario 7.

2 . CARACTERISTICAS DEL REFLEJO.— C h a r l e s S h e r r in g t o n hizo unos trabajos clásicos sobre el reflejo empleando como sujeto al ani­mal espinal. Entre las cosas que descubrió, estaba el periodo refracta­rio, durante el cual el reflejo no puede ser despertado a causa de que la corriente nerviosa está bloqueada en las sinapsis y sólo puede atravesarlas en intervalos rítmicos y regulares. Esto nos beneficia, ya que los estímulos pequeños que constantemente actúan sobre la su­perficie del cuerpo son así detenidos y no pueden provocar respuestas reflejas. Pero a veces sucede que dos o más estímulos débiles unen sus fuerzas y dan origen al flujo nervioso. Este fenómeno se conoce con el nombre de adición o sumación.

S h e r r in g t o n descubrió también el período de latericia, que trans­curre entre la aplicación del estímulo y la aparición de la respuesta. Sabemos lo rápida que es la corriente nerviosa. Conocemos también la longitud del arco en que se mueve. Sin embargo, el cálculo basado en estos datos es siempre menor que el tiempo que tarda en realidad en aparecer la respuesta. ¿Cómo podemos explicar esta diferencia? Añadiendo el efecto amortiguador de la sinapsis. Además, si vamos aumentando gradualmente la intensidad de un estímulo, los impulsos ocupan nuevas vias motoras. Esta característica se conoce con el nom ­bre de irradiación.

Por último, S h e r r in g t o n se dio cuenta que los reflejos unas veces se facilitan y otras se oponen los unos a los otros. En el caso del bloqueo, sin embargo, el efecto no siempre proviene de otros reflejos, porque la corteza cerebral es también capaz de frenar a los centros nerviosos inferiores, Pero un buen ejemplo de inhibición que no tiene nada que ver con el cerebro o con el control consciente, es el reflejo de privile­gio de paso. Está en relación con la seguridad, por lo que los reflejos protectores están por encima de todos los demás. Así, volviendo al ani­mal espinal de S h e r r in g t o n , el reflejo postural siempre tiene prioridad sobre el reflejo de rascamiento, si empujamos al perro al mismo tiem­po que le hacemos cosquillas 8.

3. REFLEJOS SIMPLES.—La manera más fácil de conocer las funciones del sistema nervioso es estudiarlas en el plano vegetativo. Veamos asi varios sistemas del organismo. Entre los más primitivos reflejos del ser humano están los relacionados con el sistema circu­latorio. Aunque el corazón se mueve por si mismo, su acción debe ser armonizada con las necesidades montáneas del cuerpo. Si estamos en reposo, debe tener un cierto ritm o; si está bajo los efectos de una

7Carmichael, L.: The Response Mechanism. Introduction to Psychology. Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1939, pp. 223-29.

8 Sherrington, C. S.: The Integrative Action of the Nervous System. New Haven. Yale University Press, 1906, pp. 45-65, 120-28; ver también Hunter, W. S.: Op, cit., pp. 175-82.

Reflejo condicionado 131

e m o c i ó n o tiene un gasto mayor de energía el organismo, entonces el corazón debe acelerar sus movimientos. Esto se lleva a cabo m e­diante una serie de reflejos cardíacos. Del mismo modo, el sistema nervioso está a cargo de la regulación de la presión sanguínea contra­yendo o relajando los vasos.

De gran importancia son, también, los reflejos del sistema respi­ratorio. Aquí puede ser llevado a actuar todo el sistema, como en el caso de la respiración normal, con sus fases de inspiración y de espi­ración de aire; o solamente partes de él, com o en el caso del estor­nudo, la risa, el llanto, la tos o el bostezo. Entre estas formas de conducta, y los reflejos del sistema digestivo, están el de olfatear el alimento y otras cosas olorosas, y el de chupar, que se produce al poner en contacto los labios o la lengua con un objeto firme.

En el sistema digestivo hay un gran número de actividades refle­jas, tales como la deglución y el vómito, la secreción de saliva, la contracción rítmica de las paredes del estómago y la abertura y cierre de los esfínteres al paso del alimento, la secreción de jugos gástricos y el movimiento ondulante del intestino delgado, llamado peristalsis, que impide que los alimentos se detengan. Esta misma clase de movimiento aparece también en el intestino grueso y ter­mina con la defecación. Entre los principales reflejos del sistema excretorio están los movimientos de la vejiga y del uréter en el acto de orinar. Por último, debemos señalar los reflejos del sistema repro­ductor, que comprenden una serie de actos que producen la tumes­cencia de los órganos de la generación, así com o movimientos rítmi­cos de los vasos deferentes, de la vagina y otras partes del sistema, con sus consiguientes descargas; añadiremos también los movimien­tos naturales del parto, que hasta cierto punto son de naturaleza refleja. Los actos que he mencionado no agotan en modo alguno la lista de reflejos. Quizá para que tuviésemos una idea más aproximada del trabajo que se ejecuta en el plano vegetativo tendríamos que aña­dir que todos los músculos del cuerpo que no están bajo el control de la voluntad, además de todas nuestras glándulas, tales com o las de la sudoración, el tiroides, las suprarrenales y demás, se hallan bajo el control de movimientos reflejos9.

4. EL REFLEJO CONDICIONADO.—Los reflejos simples, como los que hemos estudiado, son un regalo de la naturaleza. No necesitamos aprenderlos, ya que empiezan a actuar aun antes del nacimiento, Pero los psicólogos modernos, especialmente los behavioristas, han hablado mucho acerca de otro tipo de reflejo que no es innato, sino que necesita para su cumplimiento de una serie de condiciones- Veá- moslo mediante un ejemplo.

Supongamos que la piel es estimulada con un trozo de hielo al mismo tiempo que el olor del alimento hace afluir la saliva a la boca. Después que estas dos condiciones se presentan unidas repetl-

9 Tholand, L. T.: The Principies of Psychophysiólogy. N, Y. Van Nostraud, 1932, vol. n i, pp. 322-42.

132 Base orgánica de la conciencia

das veces, vemos que el contacto con el trozo de hielo produce sali­vación, aun cuando el alimento se halle ausente. Tenemos aquí dos reflejos simples, uno que produce la contracción de los músculos, y otro la secreción de una glándula, no existiendo entre ellos ninguna co­nexión original. Pero al estimular a ambos simultáneamente un núme­ro considerable de veces, se logra producir entre ellos una forma de respuesta unitaria. Pavlov fue el primero que hizo un cuidadoso estudio de este fenómeno y lo llamó reflejo condicionado. Podemos definirlo, de un modo académico, com o «una respuesta adquirida pro- producida originalmente por un estímulo A, pero que ahora es pro­ducida por otro estimulo B, que se ha presentado varias veces en el organismo con el estímulo A». Según Pavlov, el condicionamiento supo­ne la participación de la corteza cerebral, puesto que es solamente en este nivel superior donde pueden formarse nuevas uniones sináp- ticas entre los arcos de los reflejos simples. Es asi que al hacer este experimento con animales descerebrados no se produjo el condicio­namiento 10.

El condicionamiento, sin embargo, es tan antiguo como el ser hu­mano. Pavlov no lo descubrió, sino que lo hizo objeto de investigación con las técnicas precisas de laboratorio. Los niños están todos sujetos a él, especialmente en la form ación de hábitos de tipo fisiológico. Pero también penetra profundamente hasta el origen de nuestra conducta emocional, El primer relámpago que vimos o el primer trueno que oímos cuando niños seguramente nos sobresaltó; y nadie intentó luego modificar nuestra impresión de que con ello corría peli­gro nuestra vida. Por esta razón, hasta el dia de hoy, tenemos miedo cuando sentimos que se aproxima una tormenta.

Por otra parte, no es difícil educar a un niño en el tipo correcto de respuestas, siempre que nos ocupemos lo suficiente de los objetos que lo afectan emoclonalmente. En esta primera etapa de la vida, el niño es flexible y abierto a toda clase de entrenamiento, lo mismo bueno qúe malo. El que sea capaz de adquirir malos hábitos y que éstos puedan ser eliminados si los cogemos a tiempo, nos conduce a un asunto de gran importancia, que es el desacondicionamiento y su valor para el bienestar del niño, que es tan grande como el del con­dicionamiento. Este es un problema de desaprender lo que no debi­mos haber aprendido. Podemos aclarar esto con un ejemplo. Un niño ha sido condicionado para que tema a un pez que está dentro de una pecera. Las palabras «que muerde», «no lo toques» y demás, así com o gestos de apartarse con la mano, han sido utilizados para producir la respuesta emocional. Para que desaparezca el miedo, colo­camos ahora la pecera, con su pez dentro, en la mesa donde come el niño, pero lo suficientemente lejos como para que éste se sienta seguro. Luego, dia por dia, vamos disminuyendo la distancia hasta que, finalmente, la pecera puede estar muy próxima al niño, sin

10 Pavlov, I. P.: Lectures on Conditioned Reflexes. Trad. por W. H. Gantt. N. Y. International Publishers. Vol. I, 1928; vol. II, 1941.

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que ésta le produzca temor. Esto sucede porque ha sufrido un des­acondicionamiento

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L A S E N S A C I O N

CAPITULO IX

1. CONCEPTO DE LA SENSACION.—Para poder ver un objeto, las ondas luminosas deben chocar con la retina ocular. El estímulo libera una corriente nerviosa que llega hasta un área central cortical pasan­do a través de la vía óptica. El resultado ñnal del proceso es despertar la actividad de la conciencia. Somos conscientes de la présencia, del objeto, es decir, experimentamos una sensación visual.

Supongamos que contemplamos una luz verde. La primera etapa de la sensación es la acción del estímulo sobre los conos de la retina. Esta es la fase física del proceso. Es seguida por una especie de reac­ción química de la sustancia visual del ojo. Esta es la fase fisiológica. Por último, por medio de una alquimia viviente sobre la que no sabe­mos prácticamente nada, las corrientes nerviosas del cerebro originan un estado que nos hace conscientes de la luz. Esta es la fase psicoló­gica de la sensación; y mientras que las otras fases eran sólo los peldaños que nos llevaban a su producción, el hecho de darse cuenta de la existencia de la luz es el hecho que tiene verdadera Importancia para nosotros.

A causa de que en la sensación encontramos el principio de toda la actividad mental superior, S a n t o T o m á s le dedica especial interés. Sus descubrimientos por medio de la introspección no han sido aún mejorados, aun cuando la ciencia ha aportado una gran cantidad de información sobre el estímulo y los procesos fisiológicos. Es así que yo no veo mejor que antes porque sepa que la luz es una energía de tipo magnético que viaja a una velocidad de miles de millas por segundo. Ni toda la erudición fisiológica dei mundo nos aclara cómo una co ­rriente nerviosa no consciente es transformada en un hecho cons­ciente. Resumiendo, pues, la sensación es esencialmente un dato psicológico, y hasta donde sea posible, debe ser descrita en términos psicológicos.

Partiendo de esto, S a n t o T o m á s hace una distinción entre los cam ­bios puramente físicos y los psicológicos. En el primer caso, el objeto que produce el cambio es recibido, según su modo natural de existen­cia, en la cosa que cambia: tal como el calor del fuego penetra en el agua y la calienta. En el segundo caso, el objeto que produce el cambio es recibido, según una forma nueva y psicofísica (a falta de otro término mejor) de existir, en la cosa que se transforma. Ahora bien: esto es lo que sucede cuando un estímulo actúa sobre uno de los órganos de los sentidos. De hecho, si el cambio no fuese de este

136 La sensación

tipo, no habría n i n g u n a razón para decir que las cosas sin vida no ex­perimentan también sensaciones. Además, el impacto del estímulo produce conocim iento; y aunque la conciencia de algo sea tan simple y elemental que no hallemos una definición adecuada para ella, el co ­nocimiento subsiguiente a la estimulación nos hace conscientes de algún objeto. Por último^ puesto que la naturaleza nos ha proporcio­nado diferentes tipos de órganos sensoriales con el propósito claro de que recojamos impresiones de diferentes clases de estímulos, la sen­sación es siempre una forma determinada de experiencia, que surge de un determinado tipo de estímulo. Podemos resumir todo el pen­samiento del Doctor Angélico definiendo la sensación como una ope­ración vital, que sigue a la estimulación de un órgano sensorial por un objeto adecuado, y que termina en conocimiento x.

Examinemos esta definición más detenidamente. Primero, vemos que la sensación es conocimiento. Este es el punto más importante de todos, porque el conocimiento es un suceso claramente distinto entre los muchos que hemos estudiado sobre las cosas vivientes. Para expresarlo de un modo corriente, la sensación es nuestro modo natural de obtener información, y lo que es más cierto aún, según Santo Tomás, el órgano sensorial está de algún modo impregnado de la form a del objeto que actúa sobre él. Es precisamente esta forma la que al ser recibida en los sentidos y producir un equivalente vivo de sí misma, nos permite conocerla. Así, percibimos el color que vemos, el perfume que olemos o el sonido que oímos, porque es una reproducción de estas cualidades materiales en el interior de nuestra conciencia. Ade­más, vemos que la sensación es una operación viviente. No es, pues, la mera respuesta pasiva de un órgano a un estimulo, como sucede­ría en el ejemplo de Aristóteles de la cera que recibe la impresión de un sello. Por supuesto que es difícil ilustrar un movimiento vivo más que con otro movimiento vivo. Podríamos decir que lo mismo que una ameba rodea una partícula de alimento y la convierte en parte de su propio sistema, así la potencia sensorial es despertada de su estado natural de reposo por el estimulo, se une activamente a él y extrae de él una forma por medio de la cual es capaz de conocer. Este es el verdadero sentido del ejemplo puesto por Arisóteles, que nos muestra cómo una cosa puede imprimirse en otra, y al hacerlo, dejar en ella su forma. Ahora bien; la sensación es el resultado de la res­puesta vital de un órgano sensorial a la acción de un estímulo. No es otra cosa que una actividad vital.

Pero la naturaleza del cambio producido en el órgano sensorial pol­la impresión de un estímulo es aún muy oscura, y Santo Tomás mismo se siente perplejo ante ella. No es enteramente física, puesto que no pertenece al cuerpo solamente, ni es tampoco enteramente psíquica, ya que no pertenece al alma solamente. Es más bien la forma de cambio propia de un órgano material cuya fuente de vida sea también el origen de la conciencia. Por esto me refiero al cambio como a algo

1 S. T„ p. I, q. 78, a. 3.D. V., q. 26, a. 3, r. a. obj. 4.

Análisis de la sensación 137

de tipo psicoíísico, ya que, como Aquino dice, no es ni totalmente mate­rial, ni totalmente inmaterial, igual que el hombre mismo, comparte la naturaleza tanto del cuerpo como del alma.

Por último, vemos que el objeto que provoca la sensación es siem­pre el objeto propio del sentido excitado. Así, en el hombre y los animales superiores todos los sentidos no hacen el mismo tipo de trabajo. Están especializados para sus respectivas tareas y uno no puede llevar a cabo la labor del otro. El ojo, por ejemplo, está cons­truido naturalmente para la recepción de la luz, no para la del sonido. Del mismo modo, el resto de los sentidos poseen su propio campo de acción, desde donde envian sus informes al cuartel general. Un objeto adecuado es, pues, el que por su naturaleza propia despierta una forma determinada de sensación. Pero, tal como dijimos hace un momento, el órgano sensorial está hecho de tal manera que nor­malmente no responde a la acción de un estímulo que no sea el que le corresponde en propiedad.

2. ANALISIS DE LA SENSACION.—En la experiencia corriente, lo que acontece en la conciencia es siempre un proceso unificado. Un hecho se relaciona con otro del mismo modo que una piedra se rela­ciona con la piedra próxima a ella en un edificio terminado. No hay nada que quede sobrando o sin relación con la estructura total. Ni hallamos tampoco brechas ni paredes desnudas. Todo es de una pieza, por así decir, un proceso dando lugar a otro sin ninguna interrup­ción ostensible. Esto supone que nuestras sensaciones no tienen exis­tencia si se las separa del contenido total de la conciencia. O, para decirlo más concretamente, no existen cosas tales como sensaciones simples y sin relacionar. ¿Por qué? Porque com o sensaciones aisladas carecerían de importancia, ya que su razón de ser es preparar el ca­mino para las percepciones dentro de las que adquieren sentido y tienen valor para la mente. Como S a n t o T o m á s dice una y otra vez: el conocimiento empieza en los sentidos; pero su perfección está más allá de la mera sensación 2.

Aunque aceptando la importancia de la sensación, debemos, sin embargo, precavernos de dos tipos extremos de opinión: el primero, de que la sensación es una forma perfecta de conocimiento, y aun la única forma de conocimiento que el hombre y el animal son capaces de adquirir, y el segundo, de que la sensación es sólo el preludio del conocimiento, y un asunto puramente fisiológico sin relación alguna con la conciencia. Ambos puntos de vista están reñidos con la doc­trina de A quíno, com o puede deducirse de sus precisas afirmaciones al respecto: primero, que ningún sentido está capacitado para la comprensión de relaciones abstractas y el hombre posee ciertamente esta forma de conocim iento; en segundo lugar, que los sentidos ex­ternos no son sólo base de contacto con el mundo exterior, sino tam­bién fuentes de experiencia, y con toda seguridad el animal posee esta forma de conocimiento 3,

a S. T„ p. I, q. 84, a. 6.s S anto T omás a ñ r m a (S . T ,, p . I, q. 78, a, 3 ): «S e r c o n s c ie n t e d e la n a -

138 La sensación

Más aún, com o nos revela la introspección, la sensación es la forma más simple de conocimiento de que somos capaces; y desde este punto de vista T it c h e n e h estaba en lo cierto al decir que es el elemento de la conciencia. No es posible reducirla a nada mediante el análisis. Por debajo de ella en la escala de los seres vivos se halla el plano vegetativo. Los tropismos de las plantas son a veces tan par­ticulares que hasta podría parecem os que existia en ellas cierta for­ma de conciencia. Pero, puesto que las plantas carecen de sistema nervioso y, por lo tanto, de base para el conocimiento, no hay ninguna razón para decir que son conscientes o capaces de tener sensaciones. Ahora bien: además de la característica de ser conscientes, que es un dato primario, ¿qué otras propiedades generales poseen las sen­saciones? Se suele hablar de tres: calidad, intensidad y duración ■*,

3. CUALIDAD DE La SENSACION.—La cualidad es el atributo que define a la sensación, diferenciándola de las demás, como, por ejemplo, la experiencia de un color rojo, de un tono musical, de un perfume, de una superficie suave, etc. Este aspecto cualitativo es debido, en parte, a la naturaleza del estímulo, y, en parte, a la estruc­tura del órgano sensorial estimulado. Es así que distinguimos un color de un sonido, primeramente, porque las ondas luminosas son física­mente diferentes de las ondas sonoras, y, en segundo lugar, porque la estructura del o jo es distinta a la del oído, y además, cada uno posee en el cerebro un centro nervioso distinto, en el cual termina.

Pero ¿no es cierto que la corriente nerviosa es siempre idéntica, no importa de dónde provenga, y qué vía siga? Y si esto es así, ¿por qué la sensación de color es distinta a la de sonido o el olor es di­ferente al tacto? Según la teoría de la energía nerviosa específica de J o h a n n e s M ü l l e r , la causa principal es que la corriente nerviosa tiene distintas estaciones terminales en el cerebro. Prácticamente viene a ser com o si considerásemos como una unidad, diferente a otras, el conjunto de órganos sensoriales, vías, y centro nervioso, y admitié­semos que era capaz de producir sus propios efectos. Para explicar esto con más claridad, veamos un ejemplo de la física, en el que una misma corriente eléctrica puede hacer sonar un timbre, iluminar

turaleza de las cualidades sensibles no es tarea de los sentidos, sino del intelecto.» El acento aquí está puesto en la palabra naturaleza. Luego, mien­tras los sentidos son capaces de conocer las cualidades de los objetos sen­soriales, no lo son así para captar la esencia de dichas cualidades. Reco­nocen un color rojo, por ejemplo, pero no aprecian el significado del rojo como tal. Aqeino continúa: «el sentido es una potencia pasiva que se mo­difica naturalmente por la acción de un objeto externo sensible. Por lo tanto, es la causa exterior de este cambio lo que es captado de inmediato por el sentido». Esto quiere decir que nuestros sentidos se dan cuenta de un modo directo del impacto de un estímulo exterior sobre ellos, de lo que se deduce que en la sensación hay conciencia y, por lo tanto, conocimiento en las potencias sensoriales externas.

* Boring, E. G.: Sensatíon. Introduction to Psychology. Editado por Be­ring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1939. c. 16.

Smith Stevkns, S.: Sensation and Psychólogical Measurement. Foundation of Psychology. Editado por la anterior, 1948, c. 11.

Intensidad, de la sensación 139

una lámpara o dar calor por medio de una estufa, dependiendo cada caso del aparato a través del cual se hace pasar. Pero el estímulo también debe ser reconocido como un factor especiñcador de la sen­s a c ió n , M ü lle r cree que la clave del misterio se halla en los centros corticales e insiste en que, si pudiésemos liberar las vías óptica y auditiva de su presente relación anatómica con el cerebro, e inter­cambiar sus centros respectivos, entonces veríamos el trueno y oiría­mos el relámpago. De un modo u otro, lo cierto es que el color tiene un efecto sobre la conciencia que no es igual al del sonido; y lo mis­mo sucede con el resto de las diferencias cualitativas de nuestras sensaciones 5.

4. INTENSIDAD DE LA SENSACION.—La intensidad es el atri­buto que sitúa a una determinada experiencia sensorial en una es­cala que va de mayor a menor, o viceversa. Por medio de ella somos capaces de decir si una sensación es más fuerte o más débil, más viva o más apagada que otra. Las diferencias, una vez más, se expli­can, ya sea por la fuerza que ejerce el estímulo, o por las variaciones en la cantidad de energía que se producen en las vías nerviosas. Es­tos cambios pueden ser debidos, a su vez, a la irradiación de los impulsos por muchas fibras nerviosas o a’ muchos impulsos en la misma fibra, o a ambas razones. Pero cualesquiera que sean las razo­nes que demos, lo mismo físicas que fisiológicas, la conciencia regis­tra el hecho de la diferente intensidad de las sensaciones. La llamada ley de W e b e r - F e c h n e r es un intento de explicar la relación entre un estímulo y los cambios cuantitavos que le siguen en la sensación. Afirma que «un aumento relativamente igual de estímulo produce un aumento absolutamente igual en la intensidad de la sensación». Por ejemplo, si se introduce una bujía en una habitación oscura, nos da­mos cuenta de la intensidad de la sensación. Si introducimos una segunda bujía, hay el doble de luz. Ahora bien; un aumento rela­tivamente igual al estímulo significaría que cada vez que la estimu­lación se intensificase habría doble cantidad de luz de la que había: 1, 2, 4, 8 , 16 bujías, y así sucesivamente. Pero mientras el estímulo aumenta en progresión geométrica, la intensidad de la sensación lo hace en progresión aritmética: 1, 2, 3, 4, 5 grados, y así sucesiva­mente. La investigación reciente nos muestra que la ley de Webeh- F echster es cierta de un modo aproximado— excepto para los estímu­los muy débiles o muy intensos— , en todos los campos sensoriales, menos para el gusto y el olfato. Su significación psicológica vendría a ser que nos es más fácil percibir las diferencias de intensidad entre una sensación y otra cuando el estímulo es suave y que esta dife­rencia de matices desaparece si el estímulo se hace muy intenso. Volviendo al ejemplo anterior: el aumento percibido por la concien­

s Para una discusión sumarla de la teoría de la energía nerviosa espe­cifica de Johannes Müller, ver: De la Vaissif.ee, J., S. J.: Elements of Ex­perimental Psychology. Trad, por S. A. Raemers. St. Louis, Herder, 2.* edi­ción, 1927, pp. 60-62. También: Garret, H. E.: Great Experiments in Psycho­logy. N. Y. Appleton Century, edición revisada, 1941, c. 15.

140 La sensación

cia al aparecer la segunda bujía es muy notorio, pero la introducción, de la bujía número 17, cuando ya hay 16 dando luz, producirá un efecto apenas perceptible para nosotros.

5. DURACION DE LA SENSACION.—La duración es el atributo que da a la sensación su carácter temporal. Es la expresión del tiempo que dura la sensación. No nos referimos aquí a la unión de una serie de estímulos]'en un todo perceptivo, como una serie de sonidos, por ejemplo, forman un conjunto melódico o canción; ese tipo de expe­riencia pertenece a una potencia más perfecta que los órganos sen­soriales, como veremos en las lecciones siguientes, A lo que nos refe­rimos aquí, más bien, es solamente a la continuidad de la sensación que se debe al hecho de que el estímulo sigue haciendo impacto so­bre el órgano sensorial, sin interrupción. Podríamos considerar en la duraciónj com o hizo T it c h e n e r , los términos de ascenso, equilibrio1 y descenso de los procesos nerviosos. Sin la acción persistente de d i­chos procesos, la sensación desaparecería de la conciencia casi inm e­diatamente. TJn problema de interés es el relacionado con los es­tímulos sucesivos. Un estímulo puede aparecer a intervalos, pero cuando éstos se hacen muy pequeños, ya no pueden ser registrados en la conciencia. Por ejemplo, la experimentación nos prueba que si las ondas luminosas chocan contra la retina con una frecuencia ma­yor de cinco por segundo, ya no pueden ser vistas separadamente,, sino que producen una sensación visual ininterrumpida.

6. EL OBJETO EN LA CONCIENCIA.— Como ya hemos observado, la serie de acontecimientos que tienen lugar entre la aplicación de estímulo y la respuesta de la conciencia, es algo que ignoramos, Pero probablemente se nos haría más fácil captar estos factores si los imagináramos como una serie de etapas que van desde el estímulo a la conciencia: primero, la acción del ambiente o la actividad del estímulo hasta ponerse en contacto con el órgano sensorial, luego la serie de cambios que ocurren en el sistema nervioso cuando los im ­pulsos producidos van desde su origen hasta el área cerebral corres­pondiente, a continuación, la configuración de estos impulsos en la corteza antes de aparecer en la conciencia, y finalmente, la sensa­ción. Esto, sin embargo, no nos hace penetrar el misterio que separa al ^estímulo de la sensación, pero es todo lo que podemos decir 6.

Lo que tenemos que recordar, como observa Santo Tomás, es que la sensación es una forma de conocimiento. Es debida al poder de separar las formas de los objetos de su materia, o sea, de dejar atrás a la materia, por así decir, y dar a la forma un nuevo ser psico- físico. El acento puesto en la forma y su separación de la materia,, es muy importante, ya que para Aquino es el secreto de todo el pro­ceso cognoscitivo. Esto nos sugiere de inmediato otro punto. El Doctor Angélico nunca utiliza el término estímulo al referirse al problema de la sensación. Para él, es siempre un objeto. Y yo diría que la d i-

* A drian , E. D. : The Basis of Sensation. N. Y. Norton, 1928, pp. 118-20.

Bibliografía 14.1

ferencia que hay entre estos dos términos es la misma que existe entre el punto de vista medieval y moderno del conocimiento. Un estímulo es, pues, un acicate para la acción fisiológica como una es­puela lo es para un caballo. Un objeto es un reto, un insulto que se lanza a la cara de un hombre. Un estímulo termina de actuar cuando origina la corriente nerviosa. Un objeto no ha hecho su labor como objeto si no logra penetrar el interior de nuestra conciencia. El es­tímulo es el asistente del objeto, por medio del cual le es posible entrar en la vía que la naturaleza ha establecido como entrada al recinto del conocimiento. La página impresa que enfoco en este m o­mento es el objeto de mi visión, pero llega hasta mis ojos y hasta mi conciencia sólo a través de la luz que es el estímulo de mi vista.

A q u in o agrupa nuestras sensaciones bajo cinco epígrafes en los que cada uno trata de algún aspecto especial del universo en que vi­vimos, Un grupo, que abarca una gran extensión de experiencias, las referentes a nuestras sensaciones corporales, es el de la somestesia,o tacto. Los otros están relacionados con los objetos que ingresan en la conciencia por las rutas del olfato , el gusto, el oído y la vista. Nos ocuparemos de cada grupo en el orden mencionado.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO IX

A drian , E, D.: The Basis of Sensation. New York, Norton, 1928, Caps, 5-6.A quino, S. T o m á s : Suma Teologica. P a rte I, c u e s t ió n 78, a rt. 2.A ristóteles: De anima. Libro II, Caps. 5-12.B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941.

pp. 111-112, ed, esp., Morata, Madrid, 1960.Garrett, H. E.: Great Experiments of Psychology. New York, Appleton-

Century, ed. rev., 1941, Cap, 15.M äher, M., S. J. : Psychology. London, Longmans, Green, 9.* ed., 1926, Lib, I,

Cap. 4.S teven s , A . S .: Sensation and Psychological Measurement. Foundations of

Psychology. Editado por Boring, Langfeld y Weld, New York, Holt, 1948, Cap. 11.

Warren, H. C., y Carmichael, L,: Elements of Human Psychology. Boston, Hougthon Mifflin, ed. rev., 1930, pp. 145-48.

CAPITULO X

S O M E S T E S I A

1. LA PIEL.—Las sensaciones provenientes de nuestro cuerpo pue- ser explicadas en términos de presión, dolor, y sensaciones térmicas, consideradas aisladamente o en conjunto. Las cualidades sensibles de las que somos conscientes son las que Santo T omás incluía en el término de tacto 1, un nombre genérico del sentido por medio del cual somos conscientes de la propiedad de nuestro cuerpo y otras cualida­des del mismo.

La piel nos pone en contacto inmediato con las fuerzas materiales de los objetos que nos rodean. Su cara externa está expuesta a la acción de la luz, del viento, de la humedad y sequedad, del calor y del frío y a los variados efectos que un cuerpo ejerce sobre otro. Su cara interna está en contacto con los líquidos que bañan y pro­tegen los órganos del cuerpo. La piel es húmeda, flexible y capaz de resistir al uso. Su durabilidad es debida al modo como está cons­truida, capa sobre capa: primero, la epidermis, que es resistente y córnea; luego la dermis, o piel propiamente dicha, que es suave, espon­josa y flexible. Las células que componen estas dos capas están siem­pre multiplicándose.

En las ventanas nasales, la boca, el ano, la uretra y la vagina, la piel se modifica para form ar las mucosas o membranas que cubren las superficies interiores del cuerpo. Por medio de esta disposición tenemos espacios en el interior del cuerpo que realmente pertenecen al exterior de éste, del mismo que lo que está contenido en estos espa­cios, el alimento, en el caso del estómago; el aire, en los pulmones; la orina, en la vejiga, y el feto, en el seno materno, están también, estrictamente hablando, fuera del cuerpo. La piel es impermeable a los gases y al agua, y las mucosas de los pulmones y del intestino permiten el paso de éstas y otras sustancias nutritivas libremente.

Las áreas cubiertas por membranas interiores son enormes, por ejemplo, si la membrana que tapiza los alvéolos pulmonares fuese desplegada, mediría más de cuatrocientos metros cuadrados. Las su­perficies digestivas son igualmente extensas. Por consiguiente, el cuer­po humano presenta el aspecto de un universo cerrado, limitado de una parte por la piel y de otra por las mucosas. Por todo el organis­mo, pero especialmente en sus superficies externas, encontramos una gran cantidad de pequeños receptores sensoriales que según su estruc-

1 S. T., p. I, q. 78, a. 3, r. a. obj. 3.

144 Somestesía

tura particular registran los cambios de presión, dolor y temperatura& los que está sujeto el cuerpo 2.

2. SENSACIONES TACTILES O DE PRESION.—Si pasamos len­tamente sobre la piel un pelo de grosor y longitud adecuados, obser­vamos la existencia de una serie de puntos donde se percibe la sensa­ción de contacto o de presión ligeros. El estimulo necesario para este tipo de experiencia es cualquier fuerza relativamente pequeña que sea capaz de deformar la piel. Corrientemente, basta con una pequeña presión, pero una tracción actúa lo mismo. Por ejemplo, si damos un ligero tirón a un cabello, se produce la misma respuesta consciente que si hubiésemos ejercido presión sobre la piel. Los órganos recepto­res de estas sensaciones en las regiones pilosas del cuerpo son los folículos pilosos. En otras regiones se cree que los corpúsculos de

Fig. 4.—Receptores táctiles: A. Folículo piloso. B. Corpúsculo de Meissner.

M eissner actúan com o receptores, aunque puede haber también otros. La cualidad de las experiencias táctiles es difícil de describir. Si un cabello se toca suavemente, o si rozamos con una pluma de ave una superficie lisa, una débil sensación de cosquilleo aparece, difícil de localizar. Si se actúa con una fuerza más intensa, hallamos entonces puntos precisos donde se produce una cualidad de presión sólida. Cualquier estímulo intermedio entre estos dos, produce una sensación de simple contacto, que es al mismo tiempo distinta, pero débil.

La discriminación táctil se mide por la distancia mínima que puede haber entre dos puntos de presión en los que se produzcan sensaciones distintas al ser estimulados al mismo tiempo. Compro­badas de este modo, E r n e s t W e b e r halló que las áreas más sensibles del exterior del cuerpo son aquellas que usamos más frecuentemen­te: las puntas de los dedos, la palma de la mano, el borde de los labios y el extremo de la lengua. En algunos tumores craneales y otras

2 C arrel, A .: Man the Unlcnown. L o n d o n , H a m llto n , 1935, p p . 64-69.

Sensaciones dolorosos 145

alteraciones del sistema nervioso se pierde en gran parte o desapa­rece del todo la discriminación táctil 3.

Aristóteles pensaba que la delicadeza del tacto era un indicio de inteligencia4. Comentando esto, Santo T omás nos da dos razones de esta conexión. Una es que el tacto es nuestro sentido más extenso, de modo que el que lo tenga muy refinado también será proporcional- mente muy refinado él mismo, y la otra ranzón es que una buena s e n s ib i l id a d indica un cuerpo fisiológicamente sano y bien constitui­do, y esto estaría de acuerdo con nuestra afirmación anterior de que la pérdida de tacto es un síntoma de alteración del sistema ner­vioso 5.

3. SENSACIONES DOLOROSAS. — Utilicemos ahora una punta aguda, como la de una aguja o un alfiler, y presionemos con ella moderadamente la piel. En ciertas zonas se siente un dolor agudo, que se diferencia de la sensación táctil en que tiende a provocar algún tipo de respuesta motora, especialmente cuando estamos despreveni­dos. El estímulo puede ser cualquier objeto capaz de penetrar a través de la p ie l: una gota de ácido, el borde de un instrumento afilado, etc. El experimento nos revela que en el estímulo mecánico la presión precede generalmente al dolor y se fusiona con él. Esto es debido a la estructura de la piel, cuya capa externa debe ser deformada antes de que pueda ser perforada. Los receptores del dolor cutáneo son terminaciones nerviosas libres situadas en la piel. Se encuentran en número suficiente para corresponder a los puntos dolorosos que se han descubierto en la superficie del cuerpo. Nadie ha sido todavía capaz de dar el número exacto de estos puntos, pero se cree que son aproximadamente de tres a cuatro millones.

Este número es significativo si lo comparamos con el de los puntos que corresponden a la presión, que es alrededor del medio millón. Nos demuestra, entre otras cosas, que la sensación dolorosa tiene un valor biológico mucho mayor que la sensación táctil. La delicadeza de la respuesta al estímulo doloroso es máxima en la córnea y en el conducto auditivo externo. Esto se debe a que estos tejidos están prácticamente llenos de terminaciones nerviosas de este tipo. En ge­neral, las sensaciones dolorosas son especialmente finas en las zonas en que los grandes nervios y vasos sanguíneos marchan cerca de la superficie de la piel. Nuestro lenguaje es particularmente rico en la descripción de la cualidad de las sensaciones dolorosas. La sensación más leve de este tipo seria el picor, e iría aumentando en el pinchazo hasta llegar a una clara sensación dolorosa. El paso de un tipo de dolor a otro sería debido, en parte, a la intensidad de estímulo, y en parte al lugar de su aplicación. Desde el punto de vista de la actitud consciente, observamos que la sensación dolorosa puede ser tanto

3 W eber, E. H .: üeber das Tastsinn, Archiv für Anatomie und Physiolo­gie, 1835, pp. 152-59-. Ver también G eldard, F. A.: Somesthesis. Foundations of Psychology. Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, p. 365.

* De anima, L II, c. 9.’ C, D. A., I. II, lect. 19.

B R E N N A N , 10

146 Somestesía

agradable como desagradable. Así vemos que la picazón de una herida que está cicatrizando, el contacto de una especia sobre la lengua, o el dolor que aparece de pronto al mover un diente flojo, pueden ser agradables para algunas personas. En cambio, el dolor agudo produ­cido por el aguijón de una abeja, o una quemadura en la piel son muy difícilmente considerados como sensaciones placentera,s,

4. SENSACIONES TERMICAS.— Si se pasa sobre la superficie del cuerpo una punta roma de metal cuya temperatura sea unos pocos grados inferior a la de la piel, ciertas zonas reaccionan con una sen­sación de frío; si las marcamos cuidadosamente, se repite en ellas la misma sensación cada vez que son estimuladas. Si aumentamos la temperatura del instrumento, aparecen otros puntos en los que se produce una sensación de calor. Estas reacciones, sin embargo, no dependen de ninguna temperatura absoluta del estímulo, sino más bien de la relación que hay entre la temperatura del estímulo y la de la piel. Así, si un objeto causa ia desaparición del calor, es sentido com o frío, o por el contrarío, si aumenta la temperatura de la piel, lo sentimos como si fuese caliente. Nuestros sentidos térmicos, como los táctiles y dolorosos, actúan corrientemente bajo excitaciones de pe­queña escala.

El estimulo para esta clase de sensaciones es un cambio en la temperatura de la piel. Con el fin de hallar un modo uniforme de registrar la temperatura, consideramos primero a la piel en su estado de indiferencia a la temperatura. En esta situación las cosas no se sienten ni como calientes ni com o frías. Este sería el cero fisiológico, y varía de una parte a otra del cuerpo, y aun en la misma zona según el momento. Supongamos que estamos en una habitación que está a 22° centígrados. El cero fisiológico está próximo a 37° centígrados bajo la lengua, a 35° centígrados en las partes cubiertas del cuerpo, a 33° centígrados en las manos y cara y a 26° centígrados en los lóbulos de las orejas. Estas son cifras aproximadas, pero nos dan una idea de cómo varia el cero. Nos permiten también considerar la relatividad de los estímulos: los objetos por encima del cero fisiológico producen sensaciones de calor, y los que están debajo, sensación de frío. Esto es lo corriente, pero en algunos casos un estímulo con una tempera­tura superior al cero nos produce frío. Así, si tenemos nuestra espalda vuelta hacia el fuego en un día de invierno, podemos sentir un esca­lofrío a lo largo de la columna vertebral, porque el calor nos ha estimulado de algún modo los receptores del frío.

Los órganos receptores de la temperatura nos son aún descono­cidos, pero se deduce que deben ser terminaciones nerviosas libres de la piel, a causa de su gran abundancia. Hay pocas variaciones, o nin­guna, en la cualidad de nuestras sensaciones térmicas; unas y otras guardan un gran parecido entre sí. Poseen, además, un elemento dolo­roso sobreañadido. Los puntos en los cuales se producen sensaciones térmicas son muy numerosos y están distribuidos por toda la super­

Sensaciones motoras 147

ficie del cuerpo; para el calor son aproximadamente unos 125,000, y para el frío, unos 16.000e-7.

5. SENSACIONES DE MOVIMIENTO.—Las partes del cuerpo rela­cionadas con la conducta motora han sido estudiadas muy detenida­mente por los fisiólogos. Comprenden los músculos, los tendones y las articulaciones, los cuales proporcionan todos los elementos necesarios para el movimiento de cualquier clase Que éste sea, desde el gesto de levantar un dedo, a la más complicada acrobacia. Los músculos y los tendones proporcionan la energía necesaria, mientras que las articu­laciones actúan de palancas. Toda esta disposición, trabajando en una gran armonía, produce una serie de experiencias que llamamos cines- tésicas. Este término es griego y significa sensibilidad al movimiento, así como somestesia es sensibilidad corporal.

A. Músculos.—-Cualquier fuerza capaz de producir la contracción o la extensión de los músculos puede servir de estímulo para las sen­saciones musculares, lo mismo si juntamos los dedos al cerrar la mano, que si los extendemos al abrirla. Los receptores de este tipo de sensación que se hallan en todos los músculos voluntarios del cuerpo son las terminaciones nerviosas libres, le« corpúsculos de F a c in i y los husos neuromusculares, que están alojados en el tejido conectivo. Las respuestas son muy variadas, dependiendo del grado de intensidad de la estimulación. Con estímulos débiles, la sensación es de presión sorda en los movimientos pasivos, y viva si son activos. Con estímulos de mayor intensidad se siente un dolor sordo, que se convierte en agudo si el estímulo se intensifica o se prolonga.

B. Tendones.—Los tendones dan origen también a sensaciones cinestésicas, aunque es difícil producirlos independientemente debido a la irradiación. Esta sensación se describe más bien como un esfuer­zo que al aumentar la intensidad del estímulo da lugar a un dolor sordo, primero, y luego, a un dolor agudo, siendo esta respuesta muy parecida a la que se producía en el músculo. Cualquier cosa que ofrezca resistencia a un tendón o que le produzca un movimiento de torsión, actúa de estímulo para este tipo de sensación. Pero se necesita más fuerza y menos cambio de forma que en el caso del músculo. Excepto donde se unen a los músculos, los tendones están provistos de un

8 Howell, W. H. A.: Text-book of Physiology. Phila. Saunders, 12.a edi­ción, 1933, p. 291.

7 Referencias a las sensaciones cutáneas: Dallenbach, K. M.: Somesthe- sis. Psychology. A. Factual Text-book. Editado por Boring, Langfeld Weld. N. Y. Wiley, 1935, pp. 154-73.

G eldard, F. A.: Op. cit., pp. 360-70.N a fe , J. P.: The Pressure, Pain and Temperature Senses. A. Handbook of

General Experimental Psychology. Edited by C. Murchison. Worcester. Clark University Press, 1934, pp. 1037-72.

T r o la n d , L, T .: The Principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nostrand, 1930; volumen II, pp. 296-328.

148 Somestesía

pequeño número de receptores, que son las terminaciones nerviosas libres, los corpúsculos de Paceni y los husos tendinosos.

C. Articulaciones. — Las articulaciones constan de huesos, liga­mentos, cartílagos y membranas, unidos íntimamente, de modo que, en la práctica, es imposible estimular estas zonas sin que se exciten los músculos y los tendones. El estímulo para las sensaciones articu­lares es una fuerza que ejerza presión sobre las superficies articulares. La cualidad de la sensación producida puede ser de presión suave cuando usamos una articulación que no solemos mover con frecuen­cia; por ejemplo, la primera articulación de los dedos de la mano, o cualquiera de las de los pies, y puede ser también dolorosa. Los recep­tores son terminaciones nerviosas libres, o corpúsculos de P a c i n i . Antes de terminar con el tema de la cinestesia, debemos señalar que las sensaciones de molestia y dolor, tanto de los músculos como de los tendones y las articulaciones, pueden ser producidas por estímulos que proceden del interior del organismo, tales como toxinas u otro tipo, de sustancias químicas que se acumulan en estas zonas 8.

6. SENSACIONES DE EQUILIBRIO.—Las sensaciones de equilibrio tienen que ver con la totalidad del cuerpo.

En el reposo, experimentamos una sensación que podríamos llamar estática, y cuando nos movemos, otra distinta a ésta, que llamaremos dinámica. En ambos casos somos capaces de resistir a la fuerza de gravedad, que amenaza con hacerlos perder el equilibrio.

A. Equilibrio estático .— La estructura que nos permite mantener este equilibrio reside en el oído interno. Este consta de dos partes: la sección coclear, que está relacionada con la audición, y la porción vestibular, que interviene en el equilibrio. Los receptores para el equilibrio estático se hallan en el epitelio que tapiza el sáculo y el utrículo, llamado la màcula. La mácula está formada por células en forma de columna que poseen unas vellosidades.

Esparcidas entre las vellosidades, se encuentran unas pequeñas concreciones de carbonato càlcico, parecidas a granos de arena. Como la función de la mácula es perm itim os conocer cuándo se halla el cuerpo en su posición vertical, que es la más frecuente, es impor­tante que sea estimulada adecuadamente. El estímulo es proporcio­nado de un modo indirecto por la fuerza de la gravedad, que actúa constantemente, pero de una manera directa, por el choque de las partículas de carbonato càlcico sobre las vellosidades. El peso de estas pledrecillas afecta a las vellosidades, de un modo, cuando la cabeza está recta, y de otro, cuando se halla inclinada fuera de la vertical. Las terminaciones nerviosas que se hallan en la base de las vellosi­dades, son estimuladas de un modo diferente según la posición de la

* Rereferencias a las sensaciones de movimiento: Dailenbach, K. M,: Op, cit., pp. 173-76.

Geldard, P, A. : Op. clt., pp. 370-72.N afe, J. P. : Op. cit., pp. 1072-73.Troland, l . T.: Op. cit., pp. 336-47.

Sensaciones de equilibrio 149

cabeza. Las corrientes nerviosas que se originan van a través de la sección vestibular por medio del nervio auditivo Hasta su centro en el cerebro, y mediante las sensaciones que se producen, somos capaces de reconocer la posición que tiene nuestro cuerpo en reposo: erguida, tumbada, reclinada, etc.

F ig . 5.—Laberinto membranoso del oído interno. La sección vestibular compren­de el utrículo, el sáculo y los canales

semicirculares.

B. Equilibrio dinámico.—Para tener una idea clara del equilibrio cuando el cuerpo está en movimiento continuaremos estudiando el oído interno; partiendo del utrículo vemos tres canales semicirculares dispuestos de modo que están situados entre si en ángulo recto. Cada canal tiene en su extremo una parte ensanchada llamada ampolla por su vaga semejanza a un jarro o frasco. En el interior de cada ampolla hay un revestimiento semejante al que existía en la mácula, pero que en este caso denominamos cresta. La corriente nerviosa es puesta en acción por medio de la endolinfa, que es un líquido acuoso que circula libremente a través de los pasajes membranosos del oído interno, y cuyo flu jo sigue los movimientos de la cabeza. Como poseemos dos oídos y dos grupos de canales semicirculares, si aumenta la presión en una ampolla disminuye en la ampolla que corresponde al otro oído.

Para el equilibrio, cuando el cuerpo está en reposo, basta con la fuerza de la gravedad ejerciendo su acción sobre las partículas ca l­cáreas de la mácula. Cuando el cuerpo está en movimiento, sin embar­go, es necesario que el flu jo de la endolinfa actúe sobre las termina­ciones nerviosas, colocadas en la base de las vellosidades de la cresta. Se producen corrientes lo mismo que en la viácula, que van por fibras nerviosas que conectan con la sección vestibular del nervio auditivo. Cuando llegan a los centros situados en el cerebro, entonces somos conscientes del equilibrio, o de la falta de él, de nuestro cuerpo. Una vez que hemos aprendido a caminar o a correr, nuestras sensaciones

150 Somestesia

de equilibrio son algo tan corriente que ya no nos percatamos de ellas siquiera. Pero si sacudimos fuertemente la cabeza o hacemos girar nuestro cuerpo por un rato, percibimos de inmediato la pérdida del equilibrio. Este tipo de sensación puede persistir horas después que los movimientos corporales han cesado. Trataremos de explicar esto me­diante un pequeño experimento. Si colocamos unos trozos de corcho sobre la superficie de un recipiente lleno de agua y lo hacemos girar, las partículas de corcho continuarán girando después que hemos dejado de mover el recipiente. Del mismo modo, si movemos enérgi­camente la cabeza de un lado a otro, de adelante atrás o de arriba abajo, y si continuamos este movimiento por un rato, hay siempre un movimiento de líquido en el canal semicircular correspondiente, que continúa aún después de que cese el movimiento de la cabeza. Por tanto, mientras continúa el movimiento de la endolinía, las termina­ciones nerviosas de la base de Las vellosidades siguen estimulándose.

Además de las sensaciones provenientes de la mácula y la cresta, otros sentidos también contribuyen a que nos demás cuenta de la posición del cuerpo. La inform ación que nos viene de la vista, el tacto y los músculos se añade a la originada en el oído interno. Los bailari­nes de ballet, los equilibristas y los marineros, no podrían mantener el equilibrio si dependiesen solamente de las sensaciones producidas por el movimiento de la endolinfa. En estos casos, la estimulación de las vellosidades de la cresta debe ser en algunas ocasiones muy vio­lenta en comparación con los que experimentan las demás personas. Esto nos prueba la gran capacidad que posee el hombre de adaptarse a nuevas condiciones®.

7. SENSACIONES ORGANICAS.—Nuestras experiencias orgánicas provienen de la estimulación de sentidos colocados en los órganos internos del cuerpo. Los podemos agrupar bajo estos cinco títulos: necesidades, satisfacciones, fatiga, malestar y bienestar corporales. Los trataremos en el mismo orden que sigue Luigi Lüciani 10.

I. N e c e s id a d e s c o r p o r a l e s .—Las necesidades corporales dan origen a un cierto número de sensaciones cuya característica principal es el elemento de urgencia que todas ellan poseen, son necesidades que exigen una satisfacción más o menos inmediata. Hay algunos casos de mayor urgencia que otros, pero, en general, actúan sobre la con­ciencia de un modo muy intenso y persistente.

* Referencias a las sensaciones de equilibrio : Dallenbach, K. M. : Op. c it , pp. 176-84.

D usser de B erentte, J. G.: The Labyrinthine and, Postural Mechanism. A. Handbook of General Experimental Psychology. Edited by C. Murchison. Worcester. Clark University Press, 1934, p., 204-46.

Geldahd, F. A.: Op. cit., pp. 374-78.Howell, W, H.: Op. cit., c. 21.N afe, J. P.: Op. cit., pp. 1073-74.Troland, L. T. : Op, cit., pp. 329-36.1,1 Luciani, L. : Human Phisiology. Trad, por F. A. Wei.by. London Mac­

millan, 1917; vol. rV, pp. 57-125.

Sensaciones orgánicas 151

El hambre es el impulso que tiene más fuerza, puesto que por medio de él se logra la supervivencia individual. Se experimenta como una sensación producida por la contracción de las paredes del estómago, y es sentida como una corrosión, acompañada de dolor sordo. Esto es debido a la presencia de ciertas condiciones físicas y químicas, ya que la actividad gástrica continúa aún durante la digestión del ali­mento, El apetito es una necesidad de alimento independiente de la sensación dolorosa del hambre. Depende, principalmente, de sensacio­nes placenteras que hayamos tenido con anterioridad. Así, si el pan, la carne y las legumbres son los principales objetos del hambre, el postre sería el del apetito. Como veremos más adelante, el término apetito posee otro significado para la psicología tradicional, más im ­portante que la mera actitud hacia el alimento.

La sed se debe principalmente a sensaciones de sequedad y calor en la boca y en la garganta. Es el resultado directo de la disminución de la humedad de los tejidos del organismo, especialmente de los de la faringe. Esta disminución, del contenido de agua puede ser produ­cida por varias causas, com o el ejercicio, el clima caluroso, o la inges­tión de ciertos alimentos, como las especias, la sal, las habas y otros que tienden a extraer agua del organismo. La sed, ya sea más o menos intensa, es siempre percibida como una tonalidad de displacer.

La experiencia erótica, considerada meramente en cuanto sensa­ción, es producida por la tumescencia gradual de los órganos sexuales y por las descargas de glándulas provocadas por la excitación de la zona genital. Cualitativamente comprende una serie de sensaciones idénticas a las que se originan al tocar, presionar o pellizcar la piel. La dificultad de su análisis surge del hecho de que las sensaciones eróticas se presentan unidas a las emociones eróticas. Esto lo veremos con más claridad en el capítulo siguiente, pero señalamos, sin embar­go, que la sensación es materia del conocimiento, mientras que la emoción pertenece al cam po del deseo, u orexis.

La necesidad de orinar se relaciona con sensaciones producidas por la presión existente en la vejiga, así como la necesidad de defecar está asociada con la presión del intestino grueso. En las madres, la nece­sidad de amamantar es producida por la presión de la leche en el interior de la glándula mamaria. La necesidad de aire produce disnea especialmente angustiosa para la conciencia. Son debidas más bien, como sabemos, a los trastornos funcionales del mecanismo respira­torio, que u la falta de oxígeno o exceso de anhídrido carbónico de la sangre circulante. Por último, la necesidad de cambio es otro con ­junto de sensaciones difíciles de analizar que reciben el nombre de nervosismo. A veces se experimenta com o falta de algo, como en el caso de las necesidades orgánicas que aparecen en un momento en que no pueden ser satisfechas. Pero en otros casos puede ser una condición más o menos permanente debida al ocio forzado, o a una serie de factores centrales del sistema nervioso.

n . Satisfacciones corporales.-—De todo lo que hemos dicho se desprende que las necesidades orgánicas son estados corporales reía-

152 Soviestesia

donados con la conservación de la salud, de la vida y de la capacidad de adaptación al ambiente. Si las separamos en sus elementos cons­titutivos, aparecen como sensaciones de tacto, presión, temperatura, dolor, etc. Al liberarse el organismo de las tensiones producidas por dichas sensaciones, se produce otro tipo de experiencias.

El dolor de hambre desaparece corrientemente con la ingestión de alimentos, y es reemplazado por una sensación de plenitud gástrica. La sed se satisface por el contacto del liquido con las mucosas secas de la boca y la garganta y se acompaña de sensaciones de frescura y humedad. El orgasmo sexual, considerado solamente como una sen­sación orgánica, se debe a las contracciones musculares que se produ­cen en los genitales, tanto masculinos como femeninos. Al producirse aquél se experimenta una sensación de reposo y de liberación de la tensión.

La satisfacción de deseo de vaciar la vejiga o de expulsar las heces es percibida como una sensación de liberación de la presión. Lo mismo sucede cuando la madre vacía sus mamas. El aire fresco o la norma­lización de la respiración hace desaparecer la sensación de ahogo. Por último, la satisfacción de los deseos corporales puede hacer desapare­cer el nervosismo. En otros casos, sin embargo, es necesario tomar otras medidas, como el reposo absoluto, cambio de ocupación o de ambiente, liberación de responsabilidades, un alejamiento del ambien­te social, etc.

Antes de terminar quisiera mencionar algunas necesidades y satis­facciones que no son naturales, sino provocadas. Por ejemplo, la necesidad imperiosa del alcohol que tiene el bebedor, o de nicotina el fumador. El deseo, en estos casos, puede llegar a hacerse tan profundo que actúe como una segunda naturaleza, y llegue a actuar sobre la conciencia de un modo tan insistente como el hambre o el deseo sexual.

III. F a t ig a c o r p o r a l .—La fatiga surge después de haber efectuado un trabajo determinado y se experimenta de un modo general en todo el cuerpo, o bien localizada en una parte precisa. La fatiga muscular suele estar localizada a un miembro. Cuando es intensa es percibida como un dolor. En su forma localizada puede ser debida a la destruc­ción de tejido a causa del esfuerzo, o a la acumulación de sustancias metabólicas de desgaste en algunas zonas del cuerpo. Pero si la fatiga es general, se debe a toxinas presentes en la sangre circulante. Estas sustancias tóxicas actúan sobre las células corticales del cerebro pro­duciendo una sensación de somnolencia. L u c ia n i incluye en el grupo de la fatiga corporal a la sensación de la saciedad que se produce después de realizado el acto sexual, o después de una comida copiosa. En relación con esto, es interesante señalar que la mente, al trabajar, se conduce de un modo muy distinto. Así, se ha visto mediante la ex­perimentación que la actividad mental no fatiga el intelecto y que tampoco influye de un modo notorio sobre el metabolismo.

IV. Sensaciones que acompañan a la enfermedad.—La mayoría de las sensaciones que acompañan a la enfermedad son dolorosas. Apa-

Sensaciones orgánicas 15$

recen cuando los tejidos y los órganos han sido dañados, heridos o destruidos. En otros casos, el cuerpo o uno de sus miembros no funcio­na normalmente, y es entonces cuando el dolor aparece como la única sensación de enfermedad. Nuestros órganos internos sufren este tipo de sensaciones sólo con el estimulo adecuado. Asi, el intestino puede ser cortado o quemado en una operación quirúrgica sin que se pro­duzca dolor; pero un trozo de carne sin digerir, o un fragmento de patata poco cocida, pueden producir un agudo cólico.

Otros ejemplos nos informarán del dolor de los órganos internos. El dolor muscular, por ejemplo, puede ser producido por la excesiva torsión o flexión de los tejidos, por la concentración de sustancias tóxicas, lesión de las células por exceso de trabajo, etc. El dolor de muelas es debido a las caries dentales o a alguna anomalía de tipo químíco o térmico de los dientes, pero puede ser producido por el caloro el frío extremos, o por cambios poco frecuentes en la química del diente. El dolor de cabeza se debe a la presión entre el encéfalo y el cráneo. La sensación varía con la presión arterial y puede llegar a producirnos la impresión de una banda de metal que nos ciñe la cabeza fuertemente. El dolor de tipo cólico es producido por la disten­sión del intestino que actúa sobre el peritoneo.

El dolor referido, o heterotópico, es aquel que localizamos en una parte del cuerpo cuando el estímulo actúa en realidad sobre otra. Generalmente se origina en un órgano interno y se siente en cualquier lugar de la superficie del cuerpo; por ejemplo, un dolor debido al corazón que es percibido en el hombro. Existe otro tipo de molestias orgánicas que se suelen considerar como dolores, pero que se acom ­pañan, sin embargo, de sensaciones sumamente desagradables, como la náusea, que puede ser debida a la presencia en el estómago de alimentos de difícil digestión, o a lo movimientos reflejos que se pro­ducen para expulsar dichas sustancias. Basta algunas veces con que nos imaginemos los alimentos que nos han puesto enfermos con ante­rioridad, o con que recordemos hechos relacionados con la sensación nauseosa, para que se produzca el vómito. Respecto al valor del ele­mento imaginativo que entra en el mareo es difícil conocerlo con exactitud, ya que en los barcos siempre hay un cierto balanceo, aun en los días más tranquilos.

V. Bienestar corporal.—Etimológicamente, la palabra cenestesia significa una percepción general de las sensaciones, lo mismo agrada­bles que desagradables, pero se utiliza corrientemente en psicología al hablar del conjunto de experiencias orgánicas que nos informan de la salud del cuerpo. Como la salud es sólo un medio, y puesto que no pensamos en ella cuando la tenemos, las sensaciones de bienestar están normalmente en el margen de la conciencia y sólo se convierten en el centro del interés si les prestamos atención. Su función es pro­veernos de un fondo sobre el que proyectar las sensaciones. Sólo en algunos casos, por ejemplo, después de un partido de tenis seguido de una ducha, la conciencia del bienestar físico alcanza un alto grado de intensidad. Llamamos euforia a una sensación de marcado bienes-

154 Somestesia

tar y energía, pero también se emplea este término para describir un estado anormal de bienestar que carece de base fisiológica, en el que lo natural sería sentirse en ferm o]1.

BrBLIOGRAF'IA AL CAPITULO X

G eldard, F. A.: «Somesthesis», Foundations of Psychology. Edit. Boring, Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 16.

K ahn, F.: Man in Structure & Function. Trad, por G. Rosen, New York.Knopf, 1943, Vol. II, Caps. 42 y 45.

Morgaw, C. T., y Stellar, E.: Physiological Psychology. New York, McGraw- Hill, 2.a ed., 1950, Caps. 11-12.

T r o l a n d , L, T,: The Principles of Psychophysiology. New York, Van Nostrand, 1930. Vol. II, Caps. 17-18 y nota G.

!1 Referencias a las sensaciones orgánicas; Dallenbach, K. M.: Op. cit., pp. 184-86.

G eldard, F. A : Op. cit., pp. 372-74.T roland, L. T .: Op. cit., pp. 365-60.

CAPITULO XI

LOS SENTIDOS QUIMICOS

Parte primera.—El olfato

1. ORGANOS RECEPTORES.—Nuestras sensaciones olfativas son producidas por medio de las células olfativas, que se hallan coloca­das en la parte más alta de las fosas nasales. La zona ocupada por ellas, de un color amarillo-pardusco, se distingue claramente del resto del epitelio que tapiza las fosas nasales. Cada célula posee un proceso dentrítico que termina en seis u otro filamentos finos y un largo axón, que forma una de las fibras del nervio olfatorio. Las terminaciones libre de las células están colocadas en dirección al estímulo y sus filamentos flotan en la delgada capa acuosa que se encuentra en el interior de la nariz. Las partes basales envían sus fibras primero al bulbo olfatorio, donde se hallan todas reunidas, y de alli al centro del olfato en la corteza cerebral. Por esta breve descripción nos damos «uenta que los filamentos sensitivos de las células están en contacto Inmediato con el aire de los compartimientos nasales o con las par­

tículas olorosas que se alojan alli. Este es el único caso, entre los ór­ganos de los sentidos en el que una vía nerviosa no interrumpida va directamente desde el estímulo exterior al centro cortica l1.

1 H o w e l l , W. H. A.: Text-book of Physiology. Fhila. Saunders. 12.1 e d i ­ción, 1933, pp. 310-12.

Fig. 6.—Células olfativas. Fig. 7.—Prisma olfatorio de Henning.

156 Los sentidos Químicos

2. ESTIMULACION.—Las partículas olorosas que flotan en el am­biente penetran en las fosas nasales y se ponen en contacto con las células olfativas.

Estas partículas están en forma gaseosa o vaporizada, es decir, existen como moléculas individuales esparcidas entre las moléculas del aire. No sabemos con exactitud lo que les sucede, pero segura­mente se disuelven en el líquido que baña a la membrana mucosa, y luego se establece alguna reacción de tipo químico en los filamentos de las terminaciones nerviosas2. Los líquidos no pueden actuar como estímulos adecuados a no ser que sean volátiles, y esto se prueba por el hecho de que una sustancia tan olorosa como el agua de rosas puede llenar los compartimientos nasales sin ser percibida.

Un cierto grado de humedad en los extremidades de los filamentos es necesario para que haya respuesta al estímulo, y si la parte alta del epitelio nasal se seca, las sensaciones olfativas disminuyen marcada­mente. Durante la respiración normal, el aire entra y sale por la parte inferior de las fosas nasales, y no somos conscientes de los olores. Si deseamos oler, husmeamos, y, al hacerlo, hacemos penetrar el aire a lo alto de las fosas nasales. Puesto que los filamentos de las células sensoriales se hallan en relación con los vapores que se extienden, suponemos que son estimulados por las partículas olorosas.

3. CUALIDAD.—Aunque al referirnos a otras sensaciones hable­mos de su temperatura, color, si son dulces o amargas, etc., no existe un lenguaje tan definido para hablar de las sensaciones olfativas. Decimos, en cambio, que algo huele a canela, a incienso, o a pana­dería, o a droguería, por ejemplo, según la calidad del objeto o del grupo de objetos a que nos referimos.

El holandés Hendrick Zwaardemaker 3 dedicó casi toda su vida al estudio de los olores; y su clasificación de éstos se encuentra en la mayoría de los libros de texto. La damos a continuación, con un ejemplo que ilustre cada caso: etéreo, manzana; aromático, alcanfor; fragante, la hierba recién cortada; ambrosíaco, almizcle; aliáceo, ce­bolla; quemado, el humo del tabaco y el café tostado; caprino, su- doración; repulsivo, beleño; nauseabundo, carne en putrefacción.

La otra gran autoridad en este tema es Hans Henntng 4. En su prisma olfatorio tenemos un modo más simple de agrupar los olores. Sugiere la idea de que existe una continuidad cualitativa en nuestras sensaciones olfativas, Los seis vértices del prisma llevan los nombres de: floral, frutal, especiado, resinoso, pútrido y quemado. Para al­gunas personas, el olor del cedro es una combinación de olores de flor, de fruto, de especias y de resina, y el olor a cebollas puede des­

2 Para un comentario de los posibles modos de la estimulación ver: T r o - la n d , L. T.: The Principies of psychophysiology. N. Y. Van Nostrand, 1930; vol. II, pp. 275-78.

3 Zw aardem aker, H.: Die Physiologie des Geruchs. Leipzig. E n g e lm a n n . 1895.

— L’Odorat. Paris. Doin, 1925* H e n n in g , H .: Der Geruch. L e ip z ig . Barth, 2.a e d i c ió n , 1924.

Umbral olfativo 157

componerse en pútrido y quemado, con calidades florales y de especias añadidas.

Es muy difícil que llegue a conseguirse una escala objetiva de olores. Antiguamente se decía que en materia de gusto no había ar­gumentos de valor, y ahora que sabemos que el sabor depende tanto del olfato como del gusto, tampoco podemos pronunciarnos respecto a este tema. Las múltiples relaciones del olfato se hallan com plica­das por la presencia de sensaciones táctiles presentes en algunos casos; el mentol, por ejemplo, tiene un olor fresco, el amoníaco un <>lor picante, y la pimienta uno ardiente, ya que estas sustancias son capaces de excitar la sensibilidad cutánea que existe en la base de las fosas nasales. Según algunos, de los 60.000 objetos que poseen olor, sólo unos 50 provocan sensaciones olfativas puras.

4. UMBRAL.—La agudeza del olfato no es la misma para todos los olores. Se ha medido el umbral tomando en cuenta la cantidad -de sustancia olorosa existente en el aire inhalado. Uno de los m a­teriales favoritos empleados en esta clase de experimentos es el m er- captano, ya que tiene un olor especialmente desagradable y el olfato es muy sensible a él. Se ha hallado que una parte del mercaptano puede ser detectada en cincuenta billones de partes de aire. Este ejem plo se hace más significativo al comprobar que el espectroscopio —el instrumento más delicado que existe para el análisis en el labo­ratorio— , es trescientas veces menos sensible en el caso del sodio, por ejemplo, que nuestro olfato. El hecho de que una sustancia olorosa posea un umbral bajo nos puede hacer pensar que si la utilizamos en grandes cantidades puede producir sensaciones muy intensas, pero no siempre sucede asi. El té, las violetas y la vainilla, por ejemplo, pueden olerse en cantidades muy pequeñas, pero la intensidad de la sensación aumenta muy poco si aumentamos la cantidad.

5. ADAPTACION.—Después que hemos estimulado nuestro órga­no olfatorio durante un cierto tiempo, va siendo cada vez más in­sensible a los estímulos que lo provocan. Por ejemplo, si colocamos un fraseo de agua de colonia delante de la nariz, el olor se va gra­dualmente debilitando hasta que desaparece. La adaptación varía según los cuerpos olorosos: para el agua de colonia, el tiempo es de siete a doce minutos; para el alcanfor, entre cinco y siete; para la tintura de yodo, alrededor de cuatro minutos, y para el bálsamo, de tres a cuatro minutos. La fatiga del órgano receptor desaparece al variar la intensidad del olor o si lo retiramos durante un rato.

La capacidad de adaptación, en lo referente al olfato, es un factor importante en nuestra vida corriente. Algunas personas, por ejemplo, tienen que trabajar en una atmósfera desagradable para el olfato, pero logran hacerlo gracias a esta capacidd de adaptación, una vez que los primeros momentos desagradables pasan. Muchas veces, la naturaleza desagradable de algunos olores es una señal biológica que nos previene contra la sustancias que podrían ser dañinas para nos­otros. En cambio, los olores agradables se hallan asociados a objetos

158 Los sentidos químicos

que son beneficiosos para nosotros de un modo u otro. Es así que el uso más común que hacemos de nuestro olfato es indudablemente en el momento de comer, donde el sabor contribuye a aumentar el ape­tito y favorecer la secreción de jugos digestivos y con ello hacer la digestión más saludablemente 6.

Paite II.—El g u s to

1. ORGANOS RECEPTORES.— Si nos miramos la lengua con un espejo, podemos observar que su parte superior está cubierta por un gran número de pequeñas protuberancias que tienen el aspecto de granos pequeños. Por esta razón se les ha llamado papilas. En ellas se hallan los órganos receptores del gusto.

No se encuentran solamente en la lengua, sin embargo, sino tam­bién en el epitelio mucoso de la epiglotis, de la laringe y en parte de la garganta.

El cloroform o no tendría ese olor dulzón si algunas de las par­tículas inhaladas no cayesen sobre el paladar blando y estimulasen sensaciones gustativas.

Los órganos sensoriales que pro­ducen experiencias gustativas son las células gustativas. Se encuen-

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F ig . 8—Un bulbo gustatorio. (Esquema.)

Fig. 8.—Pirámide gustatorla de H e n jíin g .

s P faffm an , C .: Taste and Smell. Foundations of Psychology. E d lta d o por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 356-59.

Zigler, M. J.: Taste and Smell. Psychology A. Factual Tex-book. Edit, por Boring, Langfeld, Weld. N, Y. Wiley, 1935, pp. 146-53.

Células gustatorias 159

íran en las papilas form ando grupos que tienen el aspecto de un bulbo. En sus extremos libres tienen unos pequeños filamentos que salen a la superficie de la lengua, a través del poro del bulbo, y se ponen en contacto con la saliva. En el extremo interno, cada célula está rodeada por ramas terminales del nervio glosofaringeo, que con­duce los impulsos hasta el cerebro. La lengua posee también fibras del nervio lingual que está relacionado con la corteza, mediante el cual percibimos las cualidades de temperatura, presión y dolor de los objetos que se encuentran en la boca e.

2. ESTIMULACION.—Antes de que el alimento pueda actuar so­bre las vellosidades de las células gustatorias, debe ser solubilizado. Esto se consigue mediante la masticación y la salivación. Lo mismo que en el caso del olfato, tampoco aquí somos capaces de explicar cómo se produce la estimulación, pero se supone que es debida a una determinada reacción química que se produce en las vellosidades de las células sensorias al ser éstas bañadas por la saliva. Si secamos la punta de la lengua con un trozo de papel secante y luego colocamos en ella unos granos de azúcar, no sentimos el gusto dulce hasta que los poros se vuelven a humedecer otra vez. La dispersión molecular que se produce al mezclar el alimento con la saliva produce un cambio en la estructura química de los filamentos, que puede ser suficiente para producir corrientes nerviosas que al llegar a su centro cerebral correspondiente originen sensaciones gustativas7.

3. CUALIDAD.— Corrientemente se distinguen cuatro cualidades primarias gustativas: ácido, salado, amargo y dulce. Se desconoce la relación existente entre la experiencia de estas cualidades y La natu­raleza química del estímulo que las produce. Como ejemplos de las sustancias que provocan estas sensaciones podemos mencionar: para lo ácido, el ácido clorhídrico; para lo salado, la sal de mesa; para el sabor amargo, la quinina, y para el dulce, el azúcar de caña. Aunque existen excepciones, podemos afirmar que, en general, las sensaciones ácidas son provocadas por los ácidos, las saladas por las sales inorgá­nicas, especialmente el cloro, el bromo y el sodio; el sabor amargo es producido por los alcaloides, y el dulce, por los hidratos de car­bono. Henning 8 utilizó su pirámide para ilustrar los cuatro gustos primarios, colocando lo dulce, lo ácido y lo amargo en la base, y lo salado en el vértice. Lo mismo que en el prisma olfatorio, sugiere la idea de que hay mezclas de estos gustos primarios.

Pero las diversas maneras com o se combinan los gustos funda­mentales no nos proporcionan tantas experiencias distintas com o po­dría creerse. Lo que comemos se nos hace agradable no sólo por su sabor, sino también por su aroma, su apariencia, su tacto y su grado de temperatura. Con la nariz tapada, aun el mejor vino sabe a vi­

* Howell, V. H.: Op. cit., pp. 305-07.' Troland, L. T .: Op. cit., pp. 292-95.* He n n in g , H.: Die Qualltütenreihe des Oeschmacks, Zeitscrtft für Psi-

ehologie, 1£>16| 74, pfp. 203-19.

160 Los sentidos químicos

nagre, y el caldo de carne no sabe mejor que una solución salina débil. Un vaso de limonada helada en un día de verano resulta delicioso por varias razones: combina el sabor ácido, dulce y amargo muy agra­dablemente, tiene un grato aroma frutal y es suave y refrescante para la lengua y la garganta.

Tenemos algunas pruebas de que existen cuatro órganos receptores distintos correspondientes a los cuatro gustos primarios. Ignoramos si todas las células de un bulbo gusta torio son iguales entre sí o no, pero es posible que lo sean. Es también probable que todos los bulbos de una misma papila sean iguales. El hecho de que el gusto se halla localizado nos llevaría a la misma conclusión. Así, gustamos lo dulce más fácilmente en la punta de la lengua, por lo que debe haber alli más cantidad de bulbos gusta torios específicos para ese tipo de sen­sación. Igualmente, los bordes de la lengua son más sensibles a los sabores de la lengua salados y ácidos, mientras que la región posterior percibe m ejor los amargos 9.

4. UMBRAL.—Los valores umbrales del gusto no son tan bajos como los del olfato. Esto se debe probablemente a que es más fácil para la naturaleza proteger contra un posible daño por medio del olfato que por medio del gusto, ya que es más cómodo y rápido olfa­tear que gustar. Por esto la nariz es más sensible que la lengua.

Medimos los valores umbrales en gramos por 100 centímetros cú­bicos de agua. Vemos así que las mínimas cantidades capaces de pro­vocar sensaciones precisas son: para el azúcar de caña, 0,5 gr.; para la sal de mesa, 0,25 gr,; para el ácido clorhídrico, 0,007 gr., y para la quinina, 0,00005 gr. Las sustancias amargas, que generalmente son alcaloides, no son muy necesarias al organismo y, de hecho, hasta pueden ser perjudiciales. En cambio, las sustancias dulces son ne­cesarias para suministrar energía. La naturaleza muy sabiamente hace que sea mayor la sensibilidad a la sustancia que podría ser peli­grosa

5. ADAPTACION.—La adaptación de la lengua a cualquier gusto acostumbra ser bastante rápida. Suele tardar de uno a tres minutos, pero se recupera también con bastante facilidad. Además, la adap­tación de una zona de la lengua a un determinado gusto no implica la pérdida de la sensibilidad para otro sabor. No nos damos cuenta de esto porque el sabor de nuestros alimentos suele variar en el curso de la comida y porque, fuera de los casos en que se come demasiado aprisa, generalmente dejamos un lapso de tiempo entre cada bocado. Una de las cosas más interesantes que hemos experimentado es el •contraste de los sabores. Así, vemos que, con la misma cantidad de azúcar, una taza de café antes de tomar el postre tiene un sabor mucho más dulce que al finalizar la comida completa. Y si una ciruela

0 Burton-Opitz, A.: A Text-book of Phisiology. Phila, Saunders, 1921, pá­ginas 751-52.

10 T rolant>, L. T . : O p . c it ., pp . 284.

Gusto y olfato 161

nos sabe ácida sí la tomamos después de un pastel, nos sabe dulce, en cambio, si la comemos después de una toronja n .

6. COMPARACION ENTRE EL GUSTO Y EL OLFATO—Hemos hablado ya de un modo más o menos casual de la relación entre el gusto y el olfato, vam os ahora a compararlos de un modo ordenado.

Desde el punto de vista del estímulo, la mayoría de las sustancias de cualidad puramente gustativa no tienen aroma. Ejemplos de esto son la sal, el azúcar y la quinina. Algunas sustancias tienen un gusto parecido y las distinguimos solamente por otras propiedades, como su olor, su tacto, su temperatura, etc. La manzana y la cebolla son un buen material para hacer una prueba. Dejemos la cebolla en re­m ojo hasta que pierda totalmente su olor y luego, si colocamos sobre la lengua de una persona trozos de esta cebolla mezclados con otros de manzana, con las narices tapadas, es imposible distinguir una de otra, puesto que ambas tienen un sabor dulce. Otra diferencia se halla en que las sustancias fáciles de gustar son solubles en agua, mientras que las que se huelen se disuelven fácilmente en aceite. De hecho, las esencias de menta, rosa y trementina y otras sustancias típicamente aromáticas, son aceites.

Desde el punto de vista del umbral, gustamos sólo soluciones más concentradas de una sustancia, pero podemos oler otras más diluidas. Esto, sin embargo, es relativo. Para establecer una comparación exac­ta tendríamos que utilizar una sustancia que pudiese ser a la vez olida y gustada. El alcohol corriente, llamado espíritu de vino, satis­face estas dos condiciones. Comprobamos el hecho sorprendente de que necesitamos unas 24.000 veces más alcohol en solución para gus­tarlo que para olerlo. Sin duda alguna, el olfato es superior al gusto. Sin embargo, en el hombre es un órgano muy tosco comparado con el de los animales. El hombre posee, en cambio, su inteligencia para protegerse, por lo que no debemos preocuparnos por su falta de des­arrollo en este sentido.

Visto desde el ángulo de la reacción consciente, los olores están mucho más íntimamente ligados a la memoria y a las emociones que los sabores. Esto es cierto, tanto para los recuerdos agradables como para los desagradables. Solemos asociar los estímulos del gusto con la boca, puesto que los alimentos son para comerlos, pero en el caso del olfato, aunque el estímulo vaya a la nariz, no lo pensamos en relación con ésta, sino, más bien, con el objeto del cual provienen las partículas olorosas. A mucha gente le horripilaría imaginarse que todas las cosas desagradables que huele están directamente en con­tacto con sus órganos olfatorios, siendo que esto es así precisamente.

Por último, desde el punto de vista de la supervivencia, el olfato se pierde primero que el gusto con los años. Es por esto que la mayoría de las personas ancianas se suelen quejar de que la comida ya no les sabe com o antes, pero esto sólo prueba lo que ya dijimos anterior-

u p fa ffm a n n , C.: Op. c i t „ pp. 353-56. Zigler, M. J.: Op. cit., pp. 140-46.

B R E N N A N , 11

162 Los sentidos Químicos

mente: que los llamados placeres del gusto son en realidad placeres del olfato, como lo sabe el que padece un catarro nasal. En algunos casos, el olfato puede desaparecer totalmente 12.

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CAPITULO XII

LA AUDICION

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1. ESTIMULO.—La materia impresiona nuestros sentidos de muy distintos modos y aunque no poseemos receptores para recoger todos sus mensajes, somos, sin embargo, capaces de reunir sobre ella un conjunto de informaciones. Los receptores somestésicos registran sus presiones y tracciones, además de sus cualidades térmicas y doloro- sas. La nariz y la lengua nos informan de sus cualidades químicas. El oído se ha construido para registrar sus movimientos vibratorios y,

como veremos en el capítulo siguien­te, el ojo revela, al menos, algunos de los secretos de su enería electro­magnética.

Para comprender cóm o el sentido de la audición es estimulado, tom e­mos un ejemplo de la ílsiea. Cuando se golpea un diapasón, el aire alre­dedor suyo es puesto en movimiento. La alteración producida por las osci­laciones del diapasón se conoce por sonido objetivo. El aire es medio elás­tico y, por esto, cualquier movimiento de sus partículas se transmite a las demás, y esto sucede hasta que el diapasón se detiene. No olmos sus movimientos finales porque no son perceptibles por el oido. En el aire seco, la velocidad del sonido es de 340 metros por segundo, que viene a ser algo más de 12 millas por minu­to. Un hombre en un avión a propul­

sión puede ir más rápido, asi que si un trueno se produjera detrás de su aparato, no lo oiria. Veamos otro ejemplo de la física para aclarar algunos detalles.

Cuando ponemos en movimiento un péndulo, vemos que su disco se balancea siguiendo un trayecto determinado. Supongamos que par­te de un punto fijo A en nuestra figura. Se mueve desde A hasta B y luego regresa otra vez a A. El arco así descrito es una vibración completa. Si contamos el número de movimientos de vaivén efectua­dos durante un segundo, obtenemos la frecuencia de vibración, y si

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r-A

*“vaFig. 10.—La oscilación pendular.

164 Audición

medimos la distancia que hay desde B (el punto de mayor despla­zamiento) hasta A (el punto de partida), obtenemos la amplitud de vibración. Por supuesto, el péndulo oscila demasiado lentamente para ser oído, pero todos los hechos que hemos observado en él se pueden aplicar ál diapasón. Vemos que el tono producido depende de la fre­cuencia de las vibraciones del diapasón, mientras que la intensidad depende de la amplitud de las mismas. El tono permanece igual, pero la intensidad decrece gradualmente a medida que la energía comu­nicada por el golpe se va consumiendo i.

2. ESTRUCTURA DEL OIDO.—El oído consta de tres partes: el oído externo, que está en relación con el sonido que viene del exterior; el oí cío medio, llamado también tímpano o tambor, y el oído interno, que además de su función auditiva está relacionado también con el equilibrio, como vimos en el capítulo anterior.

I. O ído e x t e r n o .—El oído externo consta a su vez de dos partes: el pabellón de la oreja y el conducto auditivo externo. La oreja puede ser grande o pequeña, redonda o picuda en su parte superior, salienteo paralela a la región lateral de la cabeza. Su función no es muy importante, puesto que podemos pasam os sin ella con facilidad. El conducto auditivo extem o termina en el tímpano. Varía su diámetro al curvarse hacia el interior y contiene una secreción parecida a la cera, que protege al oído de la entrada de cuerpos dañinos. Su aspecto es parecido al de una trompeta o, más bien, al de un embudo. Aunque es bastante firme, puede ser estirado o traccionado. Las orejas de los perros son más útiles que las del hombre, ya que pueden alzarse y dirigirse hacia el lugar de donde proviene el sonido; en cambio, el hombre tiene que girar la cabeza.

II. O ído medio .—El oído medio, o caja del tímpano, está separado del oído externo por una membrana de estructura delicada que se pone fácilmente en movimiento con las ondas sonoras y se detiene con rapidez cuando cesa el movimiento de las ondas. Es ligeramente curva, y sus fibras están dispuestas de tal modo que no están tensas en ninguna dirección. De este modo no vibra por sí misma, no cau­sando asi alteración alguna al sonido que pasa a través de ella. Los movimientos de la membrana timpánica se transmiten por medio de una cadena de hueseemos llamados martillo, yunque y estribo, por su parecido con estos objetos. Si miramos a la figura correspondiente, vemos que la base del estribo se apoya en otra membrana que cubre la ventana oval. Esta es la entrada al oído interno.

Puesto que hay membranas en ambos extremos del oído medio, comprendemos ahora por qué se le llama a éste tambor. El oído medio está hecho de tal modo que las ondas sonoras, al ir de un extremo a otro a través de la cadena de huesecillos, se amplifican unas no­venta veces. El oído medio posee también un conducto llamado trom -

' W eber. E. G.: Audition. Introduction to Psychology. Edit, por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1939, pp. 561-65.

Estructura auditiva 165

pa de Eustaquio, que comunica con las fosas nasales. Suele estar cerrado, pero se abre en el momento de la deglución. De este modo, el aire que hay en el interior del oído medio es renovado y se man­tiene el equilibrio entre la presión del aire, por fuera y por dentro de la membrana timpánica. Cuando se viaja a grandes alturas, se rompe este equilibrio y aparece una sensación de presión en el tím ­pano y, además, disminuye la audición.

m . Oído in t e r n o .— El oído interno es el más importante de los tres, ya que en él se aloja el órgano receptor de la audición. Está colocado en el hueso temporal y comprende un sistema de canales

PQfTtO *estibufor

Óseos dentro de los que hallamos un sistema de membranas. El ves­tíbulo y los canales semicirculares del oído interno han sido ya es­tudiados al hablar del equilibrio. Veamos ahora la cóclea o caracol, que está relacionada con las sensaciones auditivas. Se la llama así porque externamente tiene el aspecto de la concha de un caracol. Aunque consta de una serle de partes, el tamaño total del caracol no es mayor que el de una habichuela.

Desde la base al vértice mide unos 5 milímetros, pero, a pesar de su tamaño, tiene una función muy importante, ya que aloja el órgano milagroso que transforma las ondas sonoras en sensaciones sonoras y musicales de gran complejidad.

Las paredes del caracol se hallan enroscadas dando dos vueltas y media alrededor de un eje central llamado modiolus. Un diminuto entrepaño óseo, la lámina, espiral, da vueltas alrededor del eje, si­guiendo un curso superior hacia el vértice del caracol, como las es­piras de un tornillo. Esta lámina se proyecta lateralmente dentro del tubo coclear, pero sin alcanzar su pared interna, por lo que es com ­

166 Audición

pletada por la membrana basilar. El interior de la cóclea queda así dividido en dos cámaras, una superior y otra inferior. Al mirar el dibujo del texto, observamos que existe una segunda membrana di­visoria que ee dirige oblicuamente desde la lámina espiral hasta las paredes cocleares, formando así, con la membrana basilar, un com­partimiento triangular, la cámara media, que está llena de un líquido claro llamado endolinfa, que es idéntico al que encontramos en el vestíbulo y los canales semicirculares. Esta segunda membrana divi­soria es la membrana de R e is s n e h . Así como en los canales semi­circulares el papel de la endolinfa era el de excitar las terminaciones nerviosas del sentido del equilibrio, en este caso su función es la de excitar las terminaciones relacionadas con la sensación auditiva. Las cámaras superior e inferior contienen también un líquido, que se llama aquí perilinfa, que es igual al líquido endolinfático, y que sólo se diferencia de éiste por encontrarse en distinto lugar del tubo co­clear. La comunicación entre la cámara superior y la inferior y sus líquidos correspondientes se efectúa mediante una pequeña hendidura, el helicotrema, en el vértice del caracol. Hemos visto anteriormente cómo la ventana oval se cierra mediante una membrana ajustada a la base del estribo. Esta ventana se abre a la cámara coclear superior. Debajo de ella está la ventana redonda, cubierta también con una membrana floja y que es la vía de acceso a la cámara inferior. En el interior de la cámara media, formada por la membrana basilar, la membrana de R e iss n e r y la pared interna de la cóclea, se halla el órgano de Cohti, la parte más importante del oído. Descansa sobre la membrana basilar, como vemos en. el dibujo, y consta de un grupo de células, con pequeños filamentos nerviosos. Son los receptores de los estímulos auditivos. Estos filamentos se hallan recubiertos por la membrana tectorial y contienen las dendritas de las fibras nervio­sas que van por un túnel en la lámina espiral, avanzan luego a través del eje del caracol y, finalmente, se unen para form ar la rama coclear del nervio auditivo2.

3. ESTIMULACION.—-Las ondas sonoras, penetrando a través del conducto auditivo externo chocan con la membrana timpánica y se transmiten por medio de la cadena de huesecillos del oído medio. Cada vibración empuja la porción plana del estribo hacia dentro, aumentando así la presión del líquido dentro de la cóclea. Una vez que el flúldo de la cámara superior se desplaza, sus movimientos son transmitidos al fluido de la cámara inferior, ya sea a través del heli­cotrema o por presión hacia abajo sobre el líquido de la cámara intermedia, ya que tanto la membrana basilar como la de R e is n n e r son fácilmente presionables. La comunicación a través del helico­trema sólo se produce cuando las vibraciones del cuerpo sonoro son muy lentas. Para los sonidos corrientes de frecuencia relativamente alta, los movimientos de la perilinfa de la cámara superior se trans-

1 Gray, H.: Anatomy of the Human Body. Phila, Lea and Febiger, 22 edi­ción, revisada por W. H. L ew is, 1930, pp. 1022-52.

Estimulación auditiva 167

miten a la cámara iníerior a través del líquido de la cámara media, para completar los datos anteriores diremos que al hundirse hacia dentro la membrana de la ventana oval, se produce un abultamiento hacia fuera de la membrana de la ventana redonda. Esto es simple­mente debido a una ley de la presión: si hundimos la superficie de un balón de goma en un punto, se producirá un abultamiento en otra zona de él.

Lo más importante en toda esta explicación es la oscilación hacia delante y hacia atrás de la membrana basilar al ponerse en m ovi­miento el líquido de la cámara intermedia, puesto que el órgano de C o r t i es estimulado de este modo precisamente. Para llegar al área de la estimulación vemos que el camino no es tan directo como en

Fig. 12.—Corte transversal del caracol.

el caso del olfato. Las vibraciones de la membrana basilar producidas por la presión alternante de la endolinfa estimulan el órgano de C o r t i . Las células receptoras son empujadas primero en una direc­ción, luego en otra, por la membrana tectorial que las cubre. De este modo, la corriente nerviosa se descarga en las fibras que conectan las células receptoras con la rama coclear del nervio auditivo. Ya en esta via, los impulsos nerviosos llegan hasta la corteza cerebral, don­de son transformados en sensaciones 3.

3 Mobgan, C. T., y Stellar, e,: Physiological Psychology. N. Y. McGraw HUI, 2.“ edición, 1950, pp. 200-08.

168 Audición

4. SENSACIONES AUDITIVAS— Las sensaciones auditivas pue­den agruparse en dos tipos: sonidos musicales (sonidos propiamente dichos) y ruidos (sonidos no musicales).

I . S onidos m u s ic a le s .—En primer lugar, cada sonido posee un tono, que depende de la frecuencia en que son emitidas las vibracio­nes por el cuerpo sonoro. Las frecuencias audibles por el oído humano abarcan desde 20 hasta 20.000 vibraciones por segundo. La mayoría de la música que escuchamos, sin embargo, suele hallarse entre los tonos comprendidos en las cuerdas del piano: 32 vibraciones por se­gundo para la nota más baja y 4.096 para la más alta. Aun para estos estrechos límites, hay personas que no aprecian los tonos extremos.

En segundo lugar, vemos otra característica del sonido, la inten­sidad, que depende de la amplitud de la onda emitida por el cuerpo sonoro. Los cambios de intensidad son fáciles de apreciar. Cuando la cuerda de un violín se mueve con fuerza, vemos que la linea de defle­xión es mucho mayor que cuando la tocamos con suavidad. El efecto sobre nuestros oídos es un impacto más poderoso de las ondas sono­ras y la percepción de un mayor volumen. Pero, sin embargo, si la energía con que golpeamos las cuerdas de un piano se mantiene cons­tante, los tonos no suenan igualmente altos.

En tercer lugar, vemos que cada sonido tiene un timbre propio. Por eso es posible distinguir los sonidos que tienen el mismo tono. Por ejemplo, el piano, el violín, la flauta, la trompeta y la voz humana, pueden estar dando la misma nota, pero cada uno suena de un modo distinto cualitativamente. Para explicar este fenómeno, volvamos a la figura del texto. El Do más bajo del piano vibra 32 veces por segun­do. Si utilizamos ciertos métodos de laboratorio, podemos variar los movimientos de la cuerda, dividiéndola en dos partes, de modo que cada una vibre el doble, en cuyo caso cada mitad sonará a 64 fre­cuencias por segundo, o doblará el número de la nota original. Esto mismo puede hacerse con terceras, cuartas o quintas partes de cuerda, hasta donde deseemos llegar, pero baste con decir que todos los cuerpos que vibran efectúan estas divisiones por sí mismos, por la ley natural de la armonía.

Volviendo ahora al ejemplo anterior, cuando se hace sonar el Do, éste produce no una nota, sino varias, formadas de: a) sonido fun­damental de 32 vibraciones por segundo, que corresponde a las vibraciones de la cuerda en total, y b) sonidos armónicos, que son la respuesta a la vibración de la cuerda por partes. El timbre se debe principalmente a ellas. Toda clase de variantes en los sonidos armó­nicos pueden ser producidos por el tipo de material, la edad y la es­tructura del cuerpo que produce el sonido, el modo de usarlo, etc. Otro punto de interés que puede extraerse de la figura, es la explica­ción de las octavas. ¿Por qué producen la misma impresión sonora en nuestra conciencia? Simplemente debido al hecho de que los sonidos armónicos son idénticos.

Cuando dos tonos musicales se oyen juntos, pueden producirnos la sensación de una experiencia única y agradable, o bien la de una

Sensaciones auditivas 169

mezcla de sensaciones, áspera y desigual. El primer efecto es de consonancia y el segundo de disonancia. La mayor autoridad de los tiempos modernos en materia de audición lúe H e r m a n n Ludwig von H e lm h o l t z 4. A él le debemos casi todo lo que se sabe sobre los sonidos armónicos. Lo mismo que en el caso de las octavas, en el problema

natura!

F i g , 1 3 .—Producción de los tonos par­ciales y su correspondencia con las

octavas superiores,

de los sonidos armoniosos y discordantes, el secreto de sus cualidades peculiares yace en los sonidos armónicos, o, com o H e l m h o t z los llama, supertonos parciales.

Vemos que cuando hay identificación de estos supertonos obtene­mos una sensación de consonancia. En cambio, cuando no se unen, se produce la disonancia. Este fenómeno sugirió a H elm h oltz la expli­cación de la experiencia del latido. Esta es una sensación de pulsa­ción de los sonidos que escuchamos. Se percibe más fácilmente cuan­do un organista toca dos notas juntas entre las que sólo existe una leve diferencia. Si sus sonidos armónicos se fusionan, hay un aumen­t o ‘del volumen del sonido; pero si las notas van unas contra otras, la fuerza total del estímulo se apaga. Cuando las pulsaciones son muy frecuentes producen el mismo efecto desagradable sobre la concien­cia que cualquier estímulo discontinuo e irregular.

Nuestras sensaciones disonantes, sin embargo, no dependen sola­mente del desacuerdo de los sonidos, A veces no estamos seguros si

1 H elmholtz, H . L, von: On the Sensations of Tone. Trad, por A. J. El l is . N. Y. Longmans, Green, 4.Jl edición, 1912. cc. 1 y 10-13.

Como el traductor señala, el término de H elmohltz, Obertóne, es una concentración de Oberpartialtone, que en inglés se traduce más correcta­mente por sonidos armónicos parciales, que por sobretonos. Ver también: W eber, E. G.: Op. cit., pp. 577-88.

170 Audición

una pieza musical es consonante o disonante. Desde el punto de vista psicológico, el estudio está muy relacionado con la apreciación de tonos y sus combinaciones. Lo que al oír por primera vez nos lia parecido desagradable, puede, con el tiempo, llegar a sernos agrada­bles. Si fuésemos a juzgar por lo sucedido en el pasado, muchas de las cosas que actualmente consideramos como disonancias se esti­marán como bellas probablemente en el futuro. Con esto vemos que el problema es, al menos en parte, producto de una ecuación per­sonal b.

5. TEORIAS SOBRE LA AUDICION.—Aunque la ciencia lleva in­vestigando cerca de un siglo los problemas de la audición, no nos ha logrado dar aún una explicación completa del modo como anali­zamos los sonidos. Lo sorprendente es la gran cantidad y variedad de tonos que podemos oír, por ejemplo, en una sinfonía. Aquí el oído no sólo distingue un sonido de otros, y muchos de ellos al mismo tiempo, sino que es también capaz de distinguir los sonidos armónicos y reconocer con exactitud el instrumento que produce cada sonido de­terminado. ¿Cómo se efectúa esto? La respuesta sigue siendo un enig­ma aun para un genio com o el de H e l m h o l t z . Sin embargo, su explica­ción tal vez sea la m ejor que se haya dado hasta el momento actual.

I . T e o r ía d e la, r e s o n a n c ia .—Según H e l m h o l t z , el poder analítico del oído se basa en el principio de la vibración simpática. Asi, si se canta el Do natural en un piano abierto, la cuerda que tiene la misma frecuencia A se pone en movimiento, y además las cuerdas que co ­rresponden a los sonidos armónicos más prominentes también vibra­rán. H e l m h o l t z propuso la idea de que el oído interno actúa del mismo modo cuando las ondas sonoras pasan a través del caracol. Buscando un resonador que produjese estos efectos, naturalmente, se fijó en la membrana basilar, puesto que sobre ella se halla el órgano de C o r t i . Consta éste de unas 24.000 fibras y su estructura es parecida a las cuerdas de un piano. Para que el parecido sea aún mayor, encontra­mos también diferencias en la longitud, la tensión y la masa de las fibras, lo mismo que en las cuerdas de un piano. Observando cuidado­samente, apreciamos:

1.° Que unas fibras son tres veces más largas que otras.2.<’ Que los cambios en la tensión son suministrados por el liga­

mento espiral que une la membrana basilar a la pared interna del caracol; y

3.° Que el aumento de la masa está relacionado con el aumento en la carga que las fibras deben soportar a medida que el nivel de la vibración se aleja de la ventana oval, su punto de entrada en el caraco ls.

Se le ha objetado a esta teoría que no existen fibras que tengan menos de una quinta parte de la pulgada de largo, y que la proximi­

15 Moore, H. T .: The Genetic Aspect of Consonance and Disonance. Psy­chological Monographs. 1914, 17, 68 p.

‘ H elmholtz. H. L. v o n : Op. cit., c. 6.

Teorías sobre la audición 171

dad que existe entre unas y otras va en contra de la suposición de que actúen como resonadores individuales. Estas dificultades son más imaginarias que reales. Es difícil para nosotros imaginarnos un pia­no del tamaño de la uña del pulgar o más pequeño aún, como debe ser la membrana basilar. Pero ¿por qué no? No se trata de dimensiones, sino de proporciones, y si está bien construido, un resonador pequeño puede ser tan perfecto com o uno grande. Además, ciertos hechos, como la fatiga tonal y la sordera tonal, se explican m ejor con la teo­ría de H e l m h o l t z , Así, la desaparición de la capacidad de responder a un sonido dado se podría explicar por la fatiga o la pérdida de ener­gía de las fibras que responden al sonido de un modo simpático. La incapacidad para oír ciertos tonos podría explicarse por la ausencia de sus fibras correspondientes, o por la presencia de las llamadas islas tonales de la membrana basilar. En fin, la razón por la que separamos unos sonidos de otros se debe a que tenemos un receptor especial para registrar cada uno de ellos por separado. Este receptor, en su forma más simple, es una fibra de la membrana basilar con su conjunto de vellosidades que sobresalen del órgano de C o r t i . Este receptor es puesto en movimiento simpáticamente por una onda de la endolinfa que corresponde a su frecuencia natural de vibración. Hay una dis­posición graduada de estos receptores en el interior del caracol.

II. T e o r ía t e l e f ó n ic a .—Otra explicación de nuestro poder de dis­criminación auditiva es la teoría telefónica de W i l l ia m R u t h e r f o r d . Sugiere éste la idea de que la membrana basilar vibra como un todo, más que por partes. En este caso el caracol se considera simplemente como un instrumento que transmite mensajes al cerebro. No separa los sonidos que oímos en la orquesta en sus diferentes tonos, sino que los transmite de un modo integro hasta llegar a la corteza cerebral, en donde se efectúa el análisis de los componentes del mensaje auditi­vo. En este caso las corrientes nerviosas originadas en el órgano de C o r t i son fielmente reproducidas en la conciencia, en donde son ana­lizadas. Para la frecuencia e intensidad de las ondas sonoras hay un equivalente exacto en la frecuencia e intensidad de las corrientes nerviosas en los centros auditivos cerebrales. Esta teoría no carece de interés 7„ pero se ha abandonado al saberse que la velocidad de los impulsores nerviosos no es lo suficientemente rápida para explicar las altas frecuencias de sonido que oímos.

III. T e o r ía d e l a d e s c a r g a .—Para intentar explicar la última difi­cultad mencionada, ha surgido la teoría de la descarga, de E r n e s t W e b e r y C h a r l e s B r a y . Fueron ideados unos experimentos muy inge­niosos para probar que las fibras nerviosas del órgano de C o r t i pue­den ser excitadas de un modo alterno. Por medio de la acción común de varias fibras, una descarga de corrientes puede surgir y dirigirse al cerebro. Igual que un tambor que utiliza dos palos es capaz de tocar un redoble con velocidad dos veces mayor que la que obten­

7 R u t h e r f o r d , W.: Tone Sensation. British Medical Journal, 1898, 2, pá­ginas 353-58.

172 Audición

dría con uno solo de los palos. Pero esta teoría también acepta la idea de una distribución de las frecuencias a lo largo de la membrana, basilar, y así conserva lo que considera mejor, tanto la teoría de H e l m h o l t z como de la de R u th e r fo r d

IV. T e o r ía de l a c o n f ig u r a c ió n - t o n a l .—Las teorías anteriores han intentado explicar el fenómeno de la audición, pero no de probar sus- aflrmaciones. Antes de terminar este capítulo, hablaremos de los descubrimientos de J u l iu s E w a l d , que trabajó con un modelo de caucho de la membrana basilar. Dedujo de sus experimentos que el estímulo sonoro produce ondas estacionarias idénticamente espacia­das entre sí en la membrana basilar y que el número de dichas ondas varía con los diferentes sonidos. En fotografías tomadas del modelo en movimiento se veían las ondas como oscuros trazos transversales de tamaño microscópico con intervalos ñjos entre cada sonido. Esto llevó a E w a l d a creer que la membrana basilar vibra en conjunto ante cualquier sonido, pero con distinta configuración para cada nota o serie de notas. E l principal problema de esta teoría reside en quer para ser cierta, el modelo y la membrana basilar deberían tener fibras de, proporcionalmente, la misma longitud, tensión y masa, y que deberían trabajar de modo idéntico, cosa de la que el mismo E w a l d no estaba totalmente seguro. La teoría de la configuración del sonido es completamente opuesta a la idea de H e u h h o l t z de que la audición se basa principalmente en la resonancia de los elementos del oído interno 9.

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CAPITULO XIII

LA VISION

1. ESTIMULO.—La luz es una forma de energía electromagnética, proviene de los astros y otros cuerpos luminosos, y su velocidad de propagación es de 187.000 millas (300.000 kilómetros) por segundo. La velocidad de todas las formas de energia electrom agnética: calor, luz, electricidad, rayos X , rayos ultravioleta y rayos cósmicos, es la mis­ma prácticamente. Se diferencian unas de otras por su longitud de onda. Ciertas longitudes de onda son capaces de atravesar la opaci­dad natural de la retina y de producir corrientes nerviosas. Cuando esto sucede, vemos. Para darnos una idea de la longitud de las ondas luminosas, si la distancia entre los extremos de la onda es de 760 milimicras, vemos el color rojo. Si es alrededor de 390 milimicras, tenemos la sensación del violeta. Entre estos dos limites están todos los demás colores perceptibles por el o jo humano. Cuando los vemos juntos en el arco iris, nos produce una impresión de belleza de las mayores que existen en la naturaleza. Volviendo a nuestras medidas, observamos que las ondas rojas poseen aproximadamente el doble de longitud que las violetas. Esto nos sugiere una comparación de los colores del espectro con la octava, que se caracteriza también por el efecto de doblar. Esta comparación es beneficiosa, siempre que recordemos que en un caso nos referimos a longitudes de ondas lumi­nosas, y en el otro a ondas sonoras. En realidad es difícil imaginarse algo tan pequeño como una onda luminosa, pero quizás nos podamos dar una ligera idea de su pequenez cuando sepamos que la longitud del rojo más largo no es más que un milésimo del diámetro del punto de esta letra i 1.

2. ESTRUCTURA DEL OJO— El o jo humano es un globo que tiene un diámetro de una pulgada (2,5 cm.), con una proyección en la región anterior que tiene el aspecto de un segmento de globo más pequeño colocado dentro del mayor. Por el dibujo del testo, vemos que el o jo tiene tres cubiertas o túnicas: la cubierta externa es la esclerótica, que en su región anterior se modifica para formar la capa córnea , que es transparente. La cubierta intermedia es la coroides, que se caracteriza por su riqueza en vasos sanguíneos, y cuya función prin­

1 Fcller, R. W.; Brownlee, R. B., y Baker, D. L.: Elementa of Physics. N. Y. Allyn and Baeon, 1946, c. 24.

Purdtí, D. M .: Vision. Introduction to Psychology. Edit. por Boring, Lang- íeld, Weld. N. Y. Wiley, 1939, pp. 531-33.

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cipal se relaciona con el metabolismo del globo ocular. Se adhiere a la túnica externa en toda su extensión, excepto en la región anterior. Aquí se refleja para formar el iris, que tiene en el centro una abertura llamada pupila. Iris, recordémoslo, era la diosa del arco iris, y su nombre lo utilizamos para designar la parte coloreada del ojo. Posee

o +

unas pequeñas Abras musculares que regulan el tamaño en la pupila, los procesos ciliares. La cubierta interna es la retina. Consta de diez capas, y la segunda de ellas, contando en la dirección en que penetra la luz, posee un conjunto de órganos llamados bastones y conos, que son los verdaderos receptores de los estímulos luminosos.

En la región central de la retina el tejido se adelgaza de manera que hay una exposición más directa de los órganos visuales a la acción de la luz. Esta zona se conoce con el nombre de mancha amarilla. Su parte contrapuesta es el -punto ciego, donde las fibras del nervio ópti­co se reúnen para abandonar la retina. Los conos y bastoncillos for­man un delicado mosaico en el que estos receptores se hallan orde­nados con gran regularidad. Los conos, sin embargo, están más desarrollados y tienen un aspecto más robusto que los bastones, ya que sus propiedades son superiores. En la mancha amarilla no se encuentran bastones, pero al irse alejando de ella comienzan a su­perarse en número a los conos, hasta que estos últimos desaparecen.

Detrás de la pupila hay un cuerpo denso y elástico llamado crista­lino, que actúa com o una lente. Esta no es, sin embargo, la única que existe en el sistema óptico. En realidad, tiene menos que ver con la

Estímulos ópticos 175

refracción de la luz que la córnea, pero tiene el poder de ajustarseo acomodarse más que ésta. Es convexa por ambas caras y separa el interior del o jo en dos cámaras, la anterior, que limita con la córnea y que contiene el humor acuoso, y la posterior, que se extien­de hasta la retina y contiene el humor vitreo. Lo mismo que el agua y el vidrio, de los que vienen sus nombres, ambos humores son medios de refracción. El efecto de la luz pasando a través de la córnea, el cristalino y ambos humores, es llevar la imagen del objeto a la pan­talla retiniana. Esta imagen queda, por supuesto, invertida, pero com o estamos acostumbrados a esto desde siempre, la corteza cerebral se encarga de interpretarla en su posición normal 2.

3. ESTIMULACION.— El trabajo del o jo puede considerarse como una serie de movimientos de adaptación hechos para responder al impacto de las ondas luminosas. Primeramente, vemos que el globo ocular se aloja en su cavidad, la órbita, de tal modo que puede ser girado en diversas direcciones, aun sin mover para nada la cabeza. Esto se lleva a cabo por medio de seis fuertes músculos unidos a su circunferencia.

En segundo lugar, el iris puede contraerse o relajarse haciendo asi que varíe la cantidad de luz que entra en el o jo al variar el tamaño de la pupila. En algunos casos, el tamaño de la pupila disminuye para proteger al o jo del exceso de luz, o porque miramos un objeto cercano que no necesita demasiada luz. En caso contrario, la pupila aumenta otra vez a su diámetro.

En tercer lugar, el cristalino posee la propiedad de variar su grosor, de acuerdo con la distancia del objeto. Esto es la acomodación. Asi, si miramos algún objeto muy cercano, a unos seis metros de distan­cia, por ejemplo, el cristalino engrosa su parte anterior, pero si diri­gimos nuestra vista a un objeto más lejano, el cristalino relaja su tensión.

En cuarto lugar, y esto es lo más importante de todo, la retina pue­de adaptarse a la clase y cantidad de luz que cae sobre ella, y esta adaptación persiste durante un lapso de tiempo. La naturaleza actúa de un modo protector, puesto que las fluctuaciones luminosas pueden dañar la vista si la retina no se prepara adecuadamente para ellas. La luz sobre la retina es el estímulo que produce la visión. Los conos y los bastones son células nerviosas, y cuando las longitudes de ondas luminosas los afectan generan corrientes que se dirigen, por medio de una serie de células intermediarias, a las neuronas del nervio ópti- tico. Las fibras que provienen de estos conos y bastones se reúnen en el punto ciego, donde forman el comienzo de la via óptica. Una vez que un estímulo ingresa en esta vía, nada le impide llegar al centro visual en el cerebro 3.

2 G ray , H .: Anatomy of the Human Body. Lea and Feblger, Philadelphia, 22 edición, revisada, 1930, pp. 994-1013.

3 B urton O p it z , A.: A Text-book of Physiology. Phila. Saunders, 1921, c. 68-72.

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4. LAS MARAVILLAS DE LA VISION.— Cuando intentamos esta­blecer una jerarquía de importancia en nuestras sensaciones, las visuales generalmente son las que ocupan el primer lugar. Esto es cierto no sólo a causa de su gran número, sino también porque tienen un signiñcado especial para la vida mental superior. Consideramos que la ceguera es una pérdida mucho mayor que la sordera. Existe un elemento psicológico especial en relación con nuestras sensacio­nes de luz y color. Es casi como si fuesen capaces de compartir nues­tro pensamiento. Cuando comprendemos algo solemos decir ya veo, y la visión interior es un modo de describir nuestra capacidad intui­tiva. Además de esto, tenemos por costumbre transferir cualidades visuales a nuestros sentimientos; por ejemplo, cuando decimos que son azules, o cuando hablamos de sentimientos oscuros, o a otras sensaciones (dolor claro u oscuro, color tonal, etc.).

El poder visual es, pues, distinto de los otros, y su riqueza de infor­mación para el intelecto supera grandemente a la de los demás senti­dos. Las sensaciones producidas por la luz, en sus múltiples formas, son lo que podría llamarse un grado último del conocimiento senso­rial. En esto quiero decir que no es posible describir este dato más que por sí mismo. Podemos utilizar las categorías de la experiencia visual para describir otras sensaciones, tal como he señalado ante­riormente, pero ¿qué términos utilizaríamos para expresar nuestras reacciones conscientes al color? Esto es una simple indicación, ya que a medida que ascendemos en la conciencia, surgen problemas cada vez más difíciles de solucionar. Volviendo a nuestro tema, las sensa­ciones luminosas son de dos clases: las cromáticas, relacionadas con el color, y las acromáticas, cuyas ondas luminosas no son verdaderos colores, aunque corrientemente se las considere como tales.

5. SENSACIONES VISUALES CROMATICAS.—Nuestras sensacio­nes de color aparecen en la conciencia com o una serie cualitativa, que empieza en el rojo, pasa por el naranja y el amarillo hasta llegar al verde y continúa en el azul y el violeta. Esta experiencia cromática tiene características propias. En el caso de los sonidos, hablábamos de tono, volumen y tim bre; al hablar de colores nos referimos a su tinte o matiz, a su saturación y a su brillo o luminosidad A.

I. Matiz.— El tinte o matiz de un color está determinado por su longitud de onda. Si no se halla mezclado con otras ondas luminosas en el momento en que cae sobre el ojo, tenemos una sensación de color puro, ya sea éste rojo, verde, violeta, etc. Pero si dos o más lon­gitudes de onda se hallan combinadas, la sensación que se produce depende de la proporción en que se halle cada una. He aquí la dife-

* Dimm ick, F, L.: Color, Foundations of Psychology. Edit, por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, c. 12,

T roland , L. T.: The Principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nostrand, 1930, vol. II, pp. 351-56.

W oodwoeth, R. S., y M arqtjis, D . G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.a edici6n, 1949, pp. 444-51.

SeTisaciones cromáticas 177

reacia entre la vista y el oído. Así, cuando el Do y el Mi se tocan en el piano al mismo tiempo, el oído no las oye como un tono intermedio entre ambas, sino separadamente. Pero cuando el rojo y el amarillo estimulan al o jo al mismo tiempo, éste no los ve como rojo y amarillo separadamente, sino com o naranja, que es un color intermedio. Así, si consideramos al oído com o un órgano de análisis, debemos considerar al ojo como a un órgano de síntesis. Uno separa los estímulos que se presentan unidos, y el otro los combina para formar algo nuevo.

Las leyes de las combinaciones de colores establecen lo que sucede cuando varias clases de luz estimulan la vista. Así, para cada longitud de onda hay otra que, mezclada con ella, produce una sensación incolora. Esta es la primera ley, y el fenómeno recibe el nombre de complementación. Cuando las proporciones no se neutralizan entre sí entonces se produce una sensación de matiz intermedio. Esta es la segunda ley. La tercera y última, establece que cuando los colores que se parecen se mezclan, se obtienen resultados parecidos. Por ejemplo, si el amarillo y el azul al mezclarse dan blanco, y lo mismo el rojo y el verde, entonces al mezclar los cuatro colores también se producirá una sensación de blanco.

II. S a t u r a c ió n .— Quizá el m ejor modo de explicar lo que se en­tiende por saturación es decir que un color es tanto más saturado cuanto menos cantidad de luz blanca esté mezclada con él. Es el color puro, libre de toda clase de luz que pueda cambiar su aspecto. Como generalmente vemos los colores bajo una u otra clase de iluminación, nos es difícil darnos cuenta de su grado de saturación. Unicamente podemos estar seguros de esto si los miramos uno por uno al espec­troscopio. Entonces podemos ver el color que sea: rojo, verde, amarillo, en su propia luz.

m . B r il l o .—El brillo o luminosidad del color es su proximidad natural con el blanco. Desde este punto de vista, el amarillo es más brillante que el azul. Está relacionado con la longitud de onda objeti­vamente y con la sensibilidad de la retina subjetivamente. Como algunas personas tienen una retina más sensible que otras, el matiz exacto de amarillo que parezca más brillante puede variar. Lo que llamamos «ecuación personal» en nuestra conducta, se origina a partir de las diferencias de respuesta que se producen en el campo visual con el mismo estímulo. Es también interesante observar las diferen­cias del mayor brillo, entre el amarillo y el verde, al disminuir la luz. Si estoy en mi biblioteca al llegar el crepúsculo, los libros con cubier­tas de color amarillo se volverán grises antes que los de cubiertas verdes. Esto sugiere la idea de que si el brillo se puede medir en un sentido por su proximidad con el blanco, también se lo puede reco­nocer en sentido opuesto según su alejamiento del gris o del negro. El brillo se debe, por supuesto, a la energía de las ondas luminosas que actúan sobre el ojo. Pero esto no es todo, ya que vimos que la misma cantidad de energía producía diferentes grados de luminosidad según las distintas personas, ya que la ecuación personal también juega su papel.

BRENNAM, 12

178 Visión

6. SENSACIONES ACROMATICAS. —- Cuando nuestra experiencia luminosa está desprovista de matiz, la llamamos acromática. Las sen­saciones de esta clase, com o las de color, se pueden colocar en una serie continua que empieza en el blanco, pasa a través de varios matices de gris y termina en negro. En un extremo tenemos la ausencia de color (puesto que la luz blanca es una combinación de todos los colores, por lo que no se la puede designar por ninguno), y en el otro, la ausencia de luz. El gris pertenece a la zona intermedia. Puede considerarse desde dos puntos de vista, ya com o una mezcla de blanco

blanco

negroFie. 15.—El cono de color. (Cortesía de D. Van

Nostrand, Company Inc.)

y negro, o más bien com o la aproximación del blanco al negro. El único rasgo que caracteriza a estas sensaciones acromáticas es el del brillo. Depende objetivamente de la cantidad de energía luminosa que cae sobre la retina, pero, como es un aspecto de la conciencia, puede variar subjetivamente,, como hemos dicho ya. La visión acromática es una anomalía de la retina que hace que los colores sean incoloros, es decir, en tonos de gris. Puede ser heredada o adquirida.

La figura del texto nos muestra los atributos que hemos dado a nuestras sensaciones visuales. Consta de dos conos que poseen una base común. Un vértice es blanco y el otro negro. Los colores colocados en el perímetro son los cuatro colores fundamentales. Una línea que fuese desde cualquier punto del perímetro hacia el vértice del blanco representaría el brillo de la serie cromática. La línea que va de vértice

Respuesta visual 179

a vértice a través del centro de la figura representa el brillo de la serie acromática. Finalmente, la línea que va del centro de la base hacia el perímetro indica la saturación del color. Llega al perímetro sólo cuando el color es absolutamente puro.

7. PECULIARIDADES DE LA RESPUESTA VISUAL.—Existen al­gunos hechos de la experiencia visual que deben ser considerados antes de discutir las teorías sobre la visión.

I. A d a p t a c ió n a l a l u z y a l a o s c u r id a d .—Si pasamos de la luz del dia a una habitación poco iluminada experimentamos una descon­certante sensación de ceguera. Después de unos minutos, sin embargo, la retina se acomoda a la luz, lo que significa que se hace progresi­vamente sensible a los estímulos luminosos débiles. La acomodación completa tarda media hora en efectuarse. Podemos ahora ir, desde los objetos más débilmente iluminados, aumentando la intensidad de la luz hasta llegar a la brillante luz del mediodía. Pero si en vez de irlo haciendo gradualmente, pasamos de un modo brusco de la oscuridad a la luz, notaremos el mismo efecto cegador que en el proceso inverso. En éste, sin embargo, el tiempo de acomodación es más breve, basta con unos momentos.

Otro hecho que nos es familiar es la incapacidad de la retina adaptada a la oscuridad para percibir el color. A la luz de la luna las cosas son más claras o más oscuras, pero nunca rojas, verdes o de algún otro color. En relación con esto podemos también mencionar el hecho de que la parte central de la retina pierde gran parte de su sensibilidad durante la noche, de modo, que si el objeto que miramos es poco luminoso, com o una estrella lejana, lo vemos m ejor con el rabillo del ojo.

II. L a im a g e n c o n s e c u t iv a .— Lo que estoy viendo ahora puede ha­llarse condicionado por lo que haya mirado un momento antes. Este es el significado de la imagen consecutiva, que es la sensación que sigue como un efecto residual de la sensación previa. Si la experiencia actual invierte las cualidades de la precedente, la Imagen consecutiva es negativa, tal com o el negro es blanco y el blanco es negro en la placa del film. En cambio, si las cualidades son las mismas, la imagen es positiva 5.

El tiempo durante el cual esta imagen sigue actuando no depende tanto de la duración del estímulo como de su intensidad. Así, podemos mirar fijam ente y por largo tiempo la llama de una vela sin que se produzca ningún efecto posterior de importancia, pero una simple mirada que demos al sol puede producirnos efectos que nos dúren horas. En este último caso la imagen no sólo persiste, sino que puede aparecer en la conciencia como una sucesión de colores: empezando

5 En el texto he mencionado solamente un modo de distinguir las imá­genes positivas de las negativas. Para conocer otros, ver: Warhen, H. C.„ editor: Dictionary of Psychology. Boston, Houghton-Mifflin, 1934, después- de donde dice: la «ante-imagen».

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por el verde azulado brillante hasta hacerse azul del todo, volviendo luego al naranja y al amarillo verdoso, y así sucesivamente.

Es extraordinario pensar cuántas cosas de las que estamos muy acostumbrados pueden explicarse com o imágenes consecutivas. La cola de una cerilla que se hace girar en la oscuridad, o la línea lumi­nosa que vemos en el cielo al pasar un meteoro, por ejemplo. El caso más claro de todos es quizás la imagen en movimiento que aparece en el cine cuando obtenemos la impresión de una sensación ininte­rrumpida no porque veamos la partícula como si estuviese en movi­miento, sino porque la sensación de una fotografía no ha desaparecido aún cuando surge la siguiente.

III. C o n t r a s t e c r o m á t ic o .—Otro efecto bastante conocido de la estimulación de la retina es el contraste cromático. Aparece cuando dos colores son vistos juntos o en sucesión muy rápida. En el primer caso, los dos colores que tienen que compararse se hallan colocados en el mismo plano. Los bordes toman entonces un color intermedio, o si son opuestos, tienden a complementarse. Un ejemplo es el cambio de matiz que se produce en los polvos cuando éstos se extienden sobre la piel. En el segundo caso, la imagen consecutiva de un color es superpuesta en parte al fondo del otro. Así, si una persona permanece en una habitación roja brillante el tiempo suficiente para acomodarse a la luz y luego pasa a otra amarilla brillante, ve las paredes no de este color, sino color naranja. De hecho, el efecto es el mismo que si el rojo y el amarillo se hiciesen girar juntos en una rueda hasta que se viese el color naran ja6.

IV. C e g u e r a c r o m á t ic a .—SI les asignamos la tarea de colocar jun­tos, trocitos de telas de diferentes colores, hallamos que ciertos indi­viduos colocan los grises al lado de los verdes, por lo que se supone que no tienen noción del verde como tal. Si continuamos la prueba, se pueden revelar toda clase de alteraciones. Es corriente distinguir tres clases de anomalías oculares en las que hallamos dificultad en la identificación de colores. La primera, que se encuentra en un cuatro por ciento de los varones, es la ceguera al rojo y al verde. El que padece este defecto no percibe ni el color rojo ni el verde, aunque si es capaz de distinguir los amarillos, los azules y los tonos grises. El segundo defecto es muy poco corriente. Es la ceguera al amarillo y al azul y para el que lo padezca sólo son apreciables los rojos, los verdes y los grises. Finalmente, en la ceguera cromática total no existe nin­guna sensación de color, sólo blancos, grises y negros, tal como en una fotografía corriente

El hecho de que una persona padezca ceguera cromática no le impide saber dar los nombres adecuados a los colores. De esta for­ma puede aprender a asociar un tipo particular de sensación visual con el color que no puede ver. Por ejemplo, puede asociar el tamaño,

* L i n d w o r s k y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de Silva. N. Y. Macmillan, 1931, pp. 36-39.

1 L in d w o h sk t , J .: Op. cit., pp. 43-44. D im ju ck , F . L . : Op. cit ., pp. 288-90.

Teoría de la duplicidad 1S1

la forma o la posición del objeto con su color. Por medio de procedi­mientos de este tipo, quizás es posible que alguien que padezca ceguera al rojo y al verde consiga conducir un automóvil sin que se descubra su defecto. De cualquier modo, la existencia de la ceguera cromática parece haber pasado inadvertida para el hombre hasta hace poco tiempo. El químico inglés John Dalton 8 fue el primero que dio un informe científico sobre este hecho, y esto fue a fines del siglo XVHI.

8. TEORIA DE LA DUPLICIDAD.—La teoría de la duplicidad esta­blece que la experiencia visual se debe a dos clases de órganos que se encuentran en la retina: los conos para la visión de día y las sensa­ciones de color, y los bastones para la visión crepuscular y las sensa­ciones de blanco, gris y negro. Aquí encontramos la base para esta­blecer la diferencia entre las sensaciones cromáticas y las acromá­ticas. Esta teoría fue propuesta por vez primera por Johannes vow Kriks en 1894, y ahora existen tal cantidad de datos que la apoyan, que más bien puede considerársela como una ley que com o una teoría.

Vemos que si las luces rojas y verdes inciden en la retina, hay zonas centrales donde se ven correctamente, y otras, más alejadas, donde se pierde el color. Esto mismo se repite al utilizar luces amari­llas y azules. En la periferia de la retina no hay reacción alguna al color. Todo esto está en relación con lo que dijimos anteriormente de la distribución de los conos en el centro de la retina, los bastones en los bordes y una mezcla de ambos en la zona intermedia. Mientras el amarillo es el color más brillante con la iluminación diurna, el verde lo es a la luz crepuscular. Esta curiosa experiencia que hemos observado con anterioridad fue estudiada unos cien años atrás por el checo J o h a n n e s P d r k in j e y ha recibido su nombre. Es un efecto debido a la púrpura retiniana, una sustancia química que es muy sensible a la luz verde, pero no a la amarilla. La púrpura retiniana se encuen­tro sólo en los bastones. El fenómeno de P u h k in j e , pues, es interpre­tado com o un signo de la transición de nuestras sensaciones desde la visión producida por conos a la originada por bastones, puesto que ocurre en aquellas partes de la retina que poseen ambas clases de receptores.

Además, investigando en la retina de los animales nocturnos, como los búhos y los murciélagos, observamos que tienen muy pocos conos en su vista, mientras que otros animales que están activos sólo duran­te el día, como las serpientes y los lagartos, casi no tienen bastones. Los búhos y los murciélagos, aunque no posean conos, no por eso ven peor de noche. Por el contrario, cuando el cielo está claro, pueden ver también como veríamos nosotros en un día nublado, aunque no perci­ben el color como lo hacemos nosotros. Ser tan ciego como un mur­ciélago se puede decir, pues, de alguien que no vea de día, pero no de alguien que está ciego totalmente.

* D alton , J.: Extraordinary Facts Relating to the Vision of Coulov.ru. Memoirs of the literary and Philosophical Society of Manchester. 1798, 5. parte I, pp. 31-35.

1S2 Visión

Como última evidencia en favor de esta teoría nos referiremos a la marcada disminución de La sensibilidad del área central de la retina durante la noche. Una estrella brillante puede ser observada si miramos con esta área exactamente, porque la estrella posee la suficiente luz para formar una imagen en la fóvea llena de conos. Pero si al mirar una estrella más apagada no logramos verla, esto es debido a que no posee luz suficiente para estimular los conos de la fóvea. Tenemos entonces que torcer la cabeza y dejar que la imagen caiga en el borde de la retina, donde hay bastones en abundancia. Parece, pues, ser cierto lo dicho por Von K ries, que los conos son órga­nos para la visión diurna, mientras que los bastones se utilizan cuando la iluminación es menos intensa, y puesto que sólo percibimos los colores cuando el estímulo luminoso es intenso, como sucede durante el día, se supone con propiedad que los conos sean los órganos de las sensaciones cromáticas y los bastones los de las acromáticas

9. TEORIA DE LA VISION CROMATICA.—El siguiente problema es el de las diferencias que hacemos entre un color y otro. Esta es una tarea difícil, y como la de distinguir los sonidos por separado, está llena de opiniones opuestas. Describiremos únicamente las más im­portantes.

I . T e o r ía de Y o u n g -H e l m h o l t z .— Cuando H e l m h o l t z dio a conocer su teoría de la visión en 1852, la atribuyó a T h o m a s Y o u n g , que había trabajado en este mismo problema unos cincuenta años antes. Sin embargo, posiblemente no hubiese sido admitida tan fácilmente en ios círculos científicos si no hubiese sido por los brillantes descubri­mientos hechos por H e l m h o l t z en el campo de la óptica.

La teoría de Y o u n g -H e lm h o ltt : es un punto de vista fisiológico del problema de la visión del color. Se fundó en la suposición de que existen tres clases de elementos nerviosos en la retina, cuya excitación produce sensaciones de rojo, verde y violeta, respectivamnte. Todos los otros colores surgen de la combinación de estos elementos. Así, si los correspondientes al rojo y al verde se estimulan simultáneamente, percibimos un color naranja o amarillo. Si el verde y el violeta se estimulan al mismo tiempo, percibimos el azul o índigo. Si todos los elementos nerviosos se estimulan a la vez, entonces la sensación que obtenemos es blanca.

Además, aunque se excite un solo elemento, hay siempre alguna respuesta a los otros dos. Por esta razón los colores nunca son total­mente puros y siempre tienen algo de brillo. El negro se explica sim­plemente por medio de la ausencia de órganos que lo estimulan. Los tres elementos nerviosos de H e l m h o l t z y Y o u n g no han sido descu­biertos, pero la teoría es igualmente válida suponiendo que sean tres clases de sustancias fotoquímicas que se encuentran en la retina las que expliquen estos mismos fenómenos I0.

* P urdy, D. M.: Op. cit., pp. 542-44.D im m ick , F. L.: Op. cit., pp. 294-95.10 H elmholtz, H. L. von: Treatise on Physiological Optics. Trad, por

Visión cromática 183

I I . T e o r í a d e H e r i n g .—La teoría de E w a ld H e r i n g e s una expli­cación psicológica de la visión cromática. Su punto de partida es n u e s t r a tendencia consciente a considerar una experiencia visual como opuesta a otra. Así, colocamos el rojo como contrario del verde, el azul opuesto al amarillo y el blanco al negro. Estos tres grupos de sensaciones son debidos a tres sustancias fotoquímicas de la retina que tienen una actividad opuesta al ponerse en contacto con la luz: una catabòlica y la otra anabólica. Así vemos que las ondas rojas, amarillas y blancas desintegran las sustancias, mientras que las ver­des, las azules y negras las construyen. Por ejemplo, una luz roja hace impacto sobre la sustancia química del rojo y el verde. Esto produce un proceso de desasimilación y una sensación de color rojo. En el momento siguiente la sustancia química empieza su actividad asi­milativa, lo que explica la aparición de la sensación del verde después del rojo. Además, la longitud de onda no actúa solamente sobre su propia sustancia retiniana, sino también sobre la del blanco y el negro. Cuando todos los colores actúan sobre todas las sustancias visuales, se anulan unos a otros, pero como también afectan a la sustancia del blanco y del negro, se produce una sensación de gris.

Las zonas de color de la retina están determinadas por la presen­cia o la ausencia de elementos fotoquímicos. Así, la zona más interna, que es el centro de la retina, posee las tres; la zona media posee la del amarillo-azul y la del blanco-negro, y la más externa posee sola­mente la del blanco-negro. La ceguera cromática se explica por la ausencia de los elementos visuales m encionados11.

n i . T e o r ía d e L a d d - F r a n k l in .—La teoría de L a d d - F r a n k u n parte de un punto de vísta genético. Supone que nuestra actual sensibilidad al color ha surgido de un primitivo estado de visión acromática. Cuan­do esta teoría fue propuesta, las ideas de D a r w in estaban en pleno auge. Siguiendo estas ideas evolucionistas, C r is t in e L a d d - F r a n k l in sugirió que la retina humana ha tenido una historia semejante a la de la génesis total del cuerpo. Así, en los comienzos, la sustancia visual era idéntica en conos y bastones. Sigue siendo la misma en los bastones, órganos característicos de la zona externa de la retina, donde produce sensaciones de gris. Pero en algunos conos se ha diferenciado en dos partes, una de las cuales es afectada por las ondas más largas del espectro, dándonos la sensación del amarillo, mientras que la otra es estimulada por ondas más cortas, produciendo la sensación del azul. Estos son los órganos que hallamos en la zona intermedia de la retina. Por último, están los conos en la zona más

j. p. c. Southall. Ithaca. N. Y. The Optical Soclety of America, 1924-25, tres volúmenes.

Este tratado, además de Las Sensaciones Sonoras, mencionado en el ca­pítulo anterior, representa una cantidad de investigación considerable para un solo hombre. H elmholtz se dedicó al estudio de la audición y la visión, efectuó Investigaciones de tipo experimental sobre ellas, Ideó nuevos méto­dos de estudio y contribuyó con sus importantes teorías. Se dice que tenía sus facultades auditivas y visuales altamente desarrolladas.

11 Hering, E.: Gnmdziige der Lehre vom Lichtsinn. Berlín. Sprlnger, 1920.

184 Visión

interna, donde la parte de la reacción al amarillo se ha vuelto a dife­renciar, dando lugar a las sensaciones del rojo y el verde.

Cuando la sustancia visual se ha desintegrado completamente por la acción de la luz, nuestra experiencia es siempre de gris o de blanco. Esto les puede suceder a los órganos sensoriales de cualquiera de las zonas de la retina. Así, si ondas azules y amarillan estimulan los conos de la zona intermedia simultáneamente, obtenemos una sensación desprovista de color, puesto que la sustancia retiniana se ha desinte­grado totalmente. Pero si ondas verdes y rojas caen sobre los conos de la zona interior, el efecto es una sensación de amarillo, posible­mente porque la sustancia visual se descompone sólo en la parte del rojo y del verde. Luego, para experimentar una sensación de blancoo de gris en esta porción central, deben añadirse ondas azules a las rojas y verdes12.

10. RESUMEN,—Diremos algunas palabras sobre las teorías ex­puestas antes de terminar el capítulo. Todas ellas tienen un rasgo en com ún: explican nuestra experiencia del color como la función de sustancias fotoquímicas de la retina. La acción de la luz, de diver­sas longitudes de onda, tiene el efecto de liberar energía en esta3 sustancias. Cuando una actividad de este tipo ocurre en los conos y es de tal naturaleza que no produce complementación, entonces se pro­duce una sensación cromática. Aquí nos hallamos en terreno seguro. Pero cuando pretendemos ir más allá y averiguar cómo separamos uh color de otro, el problema se complica grandemente. H e l m h o l t z es qui­zá el que ha propuesto las soluciones más adecuadas. El mérito de su teoría es que empieza con hechos físicos—las leyes de las mezclas del color—■; pero al abordar los problemas de la conciencia, su fuerza se debilita en parte. Existe siempre una imagen de experiencia, que no se explica con el conocimiento del estimulo y su modo de actuar. H e r i n g , en cambio, empieza en los hechos de la conciencia y encuen­tra las dificultades en el terreno de las leyes físicas. Su interés para el psicólogo se centra en su natural acepción de la experiencia del mundo del color. L a d d - F r a h k l in no añade gran cosa a nuestra com­prensión del problema del color, después de lo dicho por H e lm h o l t z y H e r i n g . S u teoría no se beneficia mayormente con la perspectiva evolucionista, ya que no termina de aclarar nuestra capacidad actual para distinguir unos colores de otros. Las sustancias visuales, con sus correspondientes divisiones y subdivisiones, pudieron haberse hallado en el ojo humano desde sus comienzos, y aunque se hubiesen desarro­llado posteriormente, no por eso se diferencia esta teoría de las sostenidas por H e l m h o l t z y H e r i n g , ya que ellos también afirman que existen elementos diferenciados en la retina que explican las diferen­cias de nuestras sensaciones cromáticas.

Uno de los problemas que ofrece mayores dificultades es nuestra percepción del negro, que puede ser considerado como la oveja negra

12 L a d d - F r a n k l i n C.: Color and Color Theories. N. Y. Harcourt, Bra­ce, 1929.

Bibliografía 185

de los teóricos. Para H e l m h o l t z se debe a la ausencia absoluta d e estímulo luminoso. ¿Significa esto que es un producto de la concien­cia? Para H e r in g es una consecuencia de la adaptación de la retina, ¿ebida a ciertos procesos que ocurren en el ojo. Para L a d d - F r a n k l in es simplemente la respuesta a un objeto que no refleja luz. El proble­ma reside en que nuestra conciencia del negro es la consecuencia de una experiencia positiva. Así, al mirar las palabras que estoy escri­biendo en este momento, los signos negros contrastan con el papel blanco. Del mismo modo, cuando apago la lámpara de mi habitación, percibo perfectamente la oscuridad en que ésta queda. Vemos que en los dos casos soy tan consciente del color negro como del blanco, y que ambos poseen la característica de ser positivos, es decir, de tener «cuerpo». Y si esto es así, la teoría de H e r in g es probablemente la que esté más cerca de los hechos reales13.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XIII

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13 G ruender H. S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee. Bruce, 1932n pp. 4 2 -4 3 ; 77-81.

CAPITULO XIV

SENTIDO COMUN Y PERCEPCION

1. LOS SENTIDOS INTERNOS,—No hace falta ser psicólogo para reconocer que el conocimiento no se limita solamente a las sensacio­nes. Lo que el o jo ve y el oído oye no es más que una fase del conoci­miento por asi decir. Sí nos analizamos algo, podemos darnos cuenta de que poseemos la capacidad de unificar nuestras sensaciones y con­vertirlas en tonos perceptivos, como también de formar imágenes de objetos ausentes que ya no impresionan nuestros sentidos, de recordar hechos pasados, de conocer sin experiencia previa y al momento lo que es bueno y lo que es malo para el organismo

Para explicar estas formas de conocimiento adicionales que aca­bamos de describir, S a n t o T o m á s postula la existencia de cuatro sen­tidos internos: el sentido común, la imaginación, la memoria y la capacidad de estimación. Esto es una mera continuación de las doc­trinas de A r is t ó t e l e s , aparte de algunas aclaraciones no encontradas en este último. El que pudiese S a n t o T o m á s dar una explicación más equilibrada y sistemática de estos niveles superiores de la experiencia sensorial fue debido, en no pequeña medida, a la labor de los com en­taristas hebreos y árabes de A r is t ó t e l e s . Este es particularmente el •caso de la capacidad de estimación o potencia cogitativa.

Podemos preguntar por qué hemos escogido la cifra de cuatro para los sentidos internos. La respuesta se debe en parte a la experiencia y en parte a una consideración de los variados aspectos de los objetos apreciados por los sentidos. Así, cuando observamos una actitud cons­ciente hacia algo, es decir, cuando nos aproximamos a ello de un modo diferente al que lo hacemos con otros objetos, cuando, además, esta actitud consciente se relaciona con algún rasgo especial o «for­malidad» del objeto, como A q u in o afirma, entonces nos hallamos írente a una facultad especial. Volviendo a los descubrimientos del análisis personal, tenemos una impresión determinada de las cosas al ser éstas presentes, otra cuando están ausentes, otra aún cuando son pasadas y otra cuando son útiles, o cuando son dañinas. Ninguno de estos aspectos es similar a los demás, y puesto que podemos ser

1 En este capitulo, y a lo largo del texto, sólo utilizaré el término percep­ción para el conocimiento de tipo sensorial. Se suele emplear, sin embargo, en el sentido más amplio de comprensión, como, por ejemplo, en el pasaje de la Biblia que dice: «percibo que eres un profeta». Existen varios términos en nuestro idioma que describen los procesos del intelecto, mientras que percepción es el único que corresponde con exactitud a los actos de los sen­tidos internos, y especialmente al sentido común.

188 Sentido común y percepción

conscientes de todos ellos, debemos poseer los cuatro sentidos inter­nos. Esta es la conclusión a la que llega S a n t o T o m á s , cuyo pensamien­to seguiremos en sus principales puntos a través de este texto 2.

2. CONCEPTO DE SENTIDO COMUN. — Debemos señalar, para empezar, que el sentido al que nos referimos aquí no está relacionado con el razonamiento o la form ación de juicios de tipo práctico, como los implicados, por ejemplo, en la expresión: «Es un hombre que tiene un buen sentido común.» Por el contrario, el sentido común es exacta­mente lo que su nombre denota: un sentido que tiene algo en común con los demás sentidos. Concretamente, recibe las impresiones de todos los sentidos externos y es la raíz vital de donde proviene su energía consciente. Podemos imaginárnoslo com o un receptáculo en el cual se fuesen colocando los frutos de la sensación de modo que pudieran ser elaborados, refinados y convertidos en unidades de per­cepción.

Para ver cómo actúa, supongamos que frente a nosotros hay un objeto. Su color estimula nuestra vista, su olor nos produce un efecto agradable al llegar a nuestras fosas nasales; lo tocamos con la mano y hallamos que algunas partes son suaves y lisas y otras son ásperas, rugosas y punzantes. Tal vez se rompa un fragmento del objeto y nos lo llevemos a la boca. Su sabor es amargo e insípido, Y de este modo prosigue nuestro examen al ser estimulados uno tras otro nuestros sentidos externos y se comunica a la mente algunas de las propie­dades del objeto en cuestión. Por último, reunimos con naturalidad toda esta inform ación y decimos simplemente que el objeto que exa­minamos es una rosa. Un conjunto de datos sensoriales se ha unifi­cado en una determinada configuración, haciéndonos posible referir varias cualidades distintas a un solo objeto. El instrumento psicoló­gico con el que llevamos a cabo esta experiencia es el llamado sentido común, que podemos definir como la capacidad de percibir, de un modo sensible, objetos que están estimulando en el momento presente al organism o3.

3. LOS OBJETOS DEL SENTIDO COMUN. — En el ejemplo que acabamos de dar solamente mencionamos las cualidades que actuaban sobre los sentidos externos. Pero los objetos tienen también otros

a S. T., p. I, q. 78, a. 4.a D. P. A., c. 4. Aquí la teoria de A chino se halla resumida del siguiente

modo: «El sentido común es la potencia de la que se derivan todos los de­más sentidos, a la cual dirigen éstos sus impresiones, y en la que son inte­grados.» «Esto concuerda de un modo sustancial con lo que afirma A r is ­tóteles fSobre el dormir y el despertar, c. 2). Todo sentido (externo) posee algo propio y algo común; propio, como la visión es propia de la vista, la audición del oído, etc., y común, ya que todos los sentidos externos se rela­cionan con el sentido común por medio del cual la persona percibe que oyeo que ve, ya que no por medio de la vista en última instancia vemos ni por medio del tacto o de la vista nos damos cuenta de que lo dulce es dis­tinto que lo blanco. Esto se lleva a cabo por medio de una facultad que posee un nexo común con todos los órganos sensoriales.»

Ver también: S. T., p. I, q. 78, a. 4, r. a. obj. 2.

Naturaleza psicosomàtica 189

atributos, como su tamaño, su forma, su solidez, la distancia existente «ntre éstos y la vista, y el movimiento local, etc.; y estos aspectos adicionales son objetos del sentido común. Los colores, los sonidos, los olores, los sabores, y las cualidades táctiles son llamados sensibles propios. Están perfectamente delimitados, ya Que, por ejemplo, el co­lor sólo estimula un receptor sensorial, la vista. Por esta razón, A r i s ­t ó t e l e s y S a n t o T o m á s las llaman sensibles propios, ya que cada uno posee un órgano, cuya sola tarea es la de registrar ese objeto en par­ticular y ningún otro. El sentido común, en cambio, no está tan deli­mitado. Puede abarcar toda la inform ación de los sentidos externos añadiendo su propio conocimiento de los rasgos espaciales y tempo­rales de un objeto que no pueden ser captados por ningún sentido externo. Como estas últimas cualidades son comunes a todo objeto que exista en el espacio y en el tiempo, se conocen en la psicología tradicional como sensibles com unes4.

é. NATURALEZA PSICOSOMATICA DEL SENTIDO COMUN.-—Uti­lizamos aquí el término psicosomático en su sentido literal; esto quiere decir que posee tanto elementos del cuerpo como del alma. Desde esta perspectiva todo sentido es una potencia mixta o psicosomática,o, como dice S a n t o T o m á s , todo sentido es una facultad del compues­to alma-cuerpo. Veamos lo que esto significa para el proceso per­ceptivo.

I . E l e m e n t o p s íq u ic o .—‘Primeramente vemos que la percepción im­plica un conocimiento de la sensación. Podemos expresar esto de otro modo diciendo que, por medio del sentido común, nos damos cuenta de todo lo que sucede en los sentidos externos; por ejemplo, vemos que vemos. Esto, como nos dice S a n t o T o m á s , no podia ser efectuado por un órgano sensorial «cuyo rango de conocimiento no va más allá de la aprehensión de la forma sensible por la que es m odificado». Si careciésemos de sentido común, los sentidos externos no tendrían ningún valor para la mente. De ella reciben el supremo don de la conciencia y el poder de percibir sus propios objetos. Además, si el ojo percibe el color y el oído percibe el sonido, es debido solamente al hecho de que estos sentidos externos están en relación con un sentido central que los capacita para percibir, ya que la percepción pertenece realmente a un sentido interno.

En segundo lugar, el sentido común nos permite distinguir unas sensaciones de otras, ya que sería una gran desventaja si no fuese así. Por esta razón( el sentido común pertenece a un nivel superior a los sentidos externos, y puede así, por ejemplo, darse cuenta de que una experiencia visual no es igual a una auditiva o a otra proveniente de cualquier otro sentido. Por medio del sentido común tenemos con­ciencia de que la blancura es distinta a la dulzura o a la fragancia, y así sucesivamente. Está claro, pues, que la capacidad de discriminar

1 A ristó tele s : De anima, L. III, ce. 1 y 2. C. D. A., L. III, lecciones 1 y 3. Brennan. R. K, O. P.: Thomistic Psychology, N. Y. Macmillan, 1941, pá­

ginas 122-123; 1940-141. Edición española, Morata, Madrid, I960.

190 Sentido común y percepción

entre varias clases de sensaciones debe pertenecer a un nivel mental más elevado.

En tercer lugar, el sentido común es capaz de realizar una síntesis de sensaciones. Nos hallamos aquí frente a un proceso unitario y di­ferente de la sensación separada. Cuando la luz alcanza la retina, somos capaces de ver; cuando el sonido llega al oído, oímos; pero la ex­citación separada de varios órganos terminales no puede explicar cómo y por qué diferentes sensaciones son adscritas a un mismo objeto. Es especialmente en esta habilidad para realizar algo nuevo y sintético donde halla A q d ik o la superioridad del sentido común sobre los de­más sentidos. Al mismo tiempo que reconoce las diferencias de color, olor y sabor, y propiedades táctiles, es capaz de estructurarlas y darles una forma unitaria5. Finalmente, una vez que la percepción se ha llevado a cabo no es necesario en futuros procesos perceptivos en los que se trata del mismo objeto repetir cada una de las sensaciones individuales que entraron en el conjunto de la experiencia individual. A s í, si miro hacia el Jardín, veo los primeros narcisos de la temporada alegrando la hierba con sus manchas de vivo color. Estrictamente ha­blando, las percibo sólo con la vista, pero como he percibido anterior­mente sus otras cualidades, puedo completar mi conocimiento por medio de imágenes. Esto no seria posible, por supuesto, si no hubiese estado en anterioridad en relación con las cualidades mencionadas por medio de los órganos sensoriales.

n . E l e l e m e n t o s o m á t ic o .— Como una facultad perteneciente al cuerpo además de al alma, el sentido común requiere el funciona­miento adecuado del sistema nervioso. Por ser un sentido de tipo central requiere además la integridad de los centros cerebrales en los cuales los impulsos nerviosos provenientes de los sentidos externos se transforman en procesos conscientes. Su base cortical fue clara­mente reconocida por S a n t o T o m á s . La capacidad del sentido común para producir unidades de experiencia superiores, partiendo del ma­terial suministrado por las sensaciones, requiere la integración corres­pondiente de las funciones por parte del sistema nervioso. El sentido común está limitado solamente por las restricciones propias de la actividad cortica l0.

s D. A., a. 13. En el pasaje al que nos referimos aquí, S anto Tom ás señala claramente las tres características del sentido común que hemos descrito en el texto. En primer lugar, permite a su poseedor formar «algún juicio sobre las cualidades sensibles» que recibe de los sentidos externos; en se­gundo lugar, «distingue sus cualidades unas de otras», y en tercer lugar, ejecuta su tarea por medio de su capacidad de síntesis, capacidad por me­dio de la cual «todas las cualidades sensibles {provenientes de los sentidos externos) se relacionan».

6 D. P. A., c. 4. La postura de S anto T omás es la siguiente: «La corteza cerebral, donde se originan los nervios de los sentidos externos, es el ór­gano del sentido común. De este modo, la respuesta de los sentidos depende del sentido común. Sin embargo, el sentido común aprehende los objetos solamente cuando éstos actúan sobre los órganos sensoriales, y si estos ór­ganos no le proporcionasen la información necesaria no le sería posible el conocimiento.»

características de la percepción 191

Si intentamos imaginarnos lo que sucede en el cerebro antes de que la percepción se lleve a cabo, vemos que por lo menos son ne­cesarias tres condiciones para que ésta tenga lugar. Primera, debe haber integridad de los centros corticales implicados en las sensa­ciones específicas. Segunda, tales centros deben estar separados es­pacialmente. La teoría de la energía nerviosa específica, de la que se habló en el capítulo referente a la sensación, supone que determina­das áreas corticales tienen relación con sensaciones determinadas, y la localización de estas áreas ha sido tarea del científico por más de un siglo. Tercera, las áreas corticales diferenciales deben estar co­nectadas. Esto se realiza probablemente por medio de las vías de asociación. Las condiciones que hemos establecido para el funciona­miento del sentido común también son ciertas para los otros sentidos internos como la imaginación, la memoria, etc., ya que ellos utilizan la síntesis realizada por el sentido común como la base para nuevas actividades más elevadas de la conciencia.

5. CARACTERISTICAS ESPACIALES DE LA PERCEPCION.—La Psicología moderna ha dado una explicación mucho más minuciosa de las cualidades sensibles comunes que la que podían darnos A r i s ­t ó t e l e s o S a n t o T o m á s con sus conocimientos científicos mucho menos desarrollados. Examinaremos primero aquellos aspectos de la percep­ción relacionados con la conciencia que tenemos de los cuerpos como localizados en el espacio tridimensional.

I. E x t e n s i ó n e n s ü íe r f i c i e .— ¡Nuestro conocimiento de la extensión en superficie de los cuerpos está en relación principalmente con el tacto y la vista. La manera más fácil de estudiar cómo se forma este tipo de percepción es observar al niño y ver cómo va manifestando un interés creciente por los objetos que le rodean.

Así, desde el punto de vista de la somestesia, la primera experien­cia de la extensión superficial parece empezar con una sensación de tacto o de presión localizada en cualquier parte del cuerpo. Pero la discriminación de un área respecto, a otra implica la tactación de doso más puntos sobre la piel. Supongamos que dejamos descansar la mano derecha sobre la izquierda. En este caso notamos una doble sensación táctil que puede ser descrita simplemente como la impre­sión de una superficie en contacto con la otra. Movemos entonces la palma de la mano a lo largo del brazo, un gesto muy corriente entre los bebés. La superficie del brazo es explorada punto por punto. Cada sensación táctil se presenta a la conciencia como separada y coex- tensiva, correspondiendo a la separación y extensión de la materia fuera de los receptores cutáneos. La impresión de extensión en super­ficie así provocada es reforzada y precisada por la conciencia del m o­vimiento muscular conform e va la mano de una zona a otra del cuerpo.

Desde el punto de vista de la visión, se ha supuesto que la per­cepción de superficies extensas es un dato primitivo de la experiencia del nifi.0 recién nacido. Si se presentan al niño que abre por primera vez los ojos dos bandas de color, éste las percibe inmediatamente

192 Sentido común y percepción

como extensas. De otro modo no podría haber conciencia de dónde termina un color y empieza otro. Además, las personas ciegas de na­cimiento que adquirieron posteriormente la vista nos iníorinan de que su primera reacción a los objetos visibles comprendía una ex­periencia de superficies extensas o de colores planos, en dos dimen­siones solamente, ya que la percepción de la profundidad constituye un perfeccionamiento u lterior7.

I I . F o r m a .— La percepción de las formas es también un producto de las sensaciones táctiles y visuales. En el caso del tacto, significa que el objeto es tomado en la mano, palpado con los dedos o presio­nado contra la piel. Se pueden añadir movimientos a lo largo de la superficie o alrededor de los bordes para completar la exploración. En el caso de la visión la forma del objeto se precisa haciendo re­correr la vista por los bordes de éste. Para obtener una visión perfecta, podemos retroceder de modo que podamos abarcar el objeto en conjunto. La impresión de un objeto extenso, parte por parte, pro­viene de sensaciones musculares del ojo, al hacer que éstas converjan en un punto, y luego pasen a otro. De este modo los límites super­ficiales del objeto revelan su forma. Esta puede ser regular, como una figura geométrica, o irregular, como la mayoría de los objetos que hallamos en la naturaleza 8.

III.—S o u d e z .—Después de captar las dimensiones planas de un objeto, el paso siguiente es la apreciación de su profundidad. Com­prendemos fácilmente cómo el tacto nos puede proporcionar este co­nocimiento, puesto que el simple contacto con un objeto nos revela que éste es sólido. El caso de la visión es más complicado y requiere una exposición preliminar de las diferencias entre los efectos mo­noculares y binoculares en el uso de los ojos. Para tener clara visión1 de un objeto, su imagen debe caer sobre el centro de la retina. Esto no significa que la imagen sea exactamente la misma para ambos ojos. De hecho, siempre vemos un poco más del lado derecho del objeto con el ojo derecho y un poco más del izquierdo con el ojo izquierdo, especialmente cuando miramos un objeto cercano. Es esta visualización del objeto con ambos ojos lo que le da el aspecto de solidez. Lo que sucede en realidad es que los ejes visuales convergen y se encuentran en un punto por detrás del objeto, de modo que cuando las dos imágenes procedentes de la retina se fusionan en la conciencia, se obtiene una impresión de profundidad. Esto puede ve­rificarse estudiando dos imágenes idénticas en el estereoscopio (figu­ra 16).

7 B r o w n , W .: «The perception of Spacial Relations». Psychology. A Fac­tual Text-book. Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1935, pá­ginas 207-210. _

C arr H. A.: Introduction to Space Perception. N. Y. Longmans Green, 1935, pp. 9-18. M aher, M ., S. J.: Psychology. N. Y. Longmans Green. 9.« edi­ción, 1926, pp. 131-39.

8 B r o w n , W,: Op. cit, pp, 210-13; C arr , H. A.: Op. cit., c. 11.

Características de la percepción 193

Con él podemos ver cómo las Imágenes que se producen son pro­yectadas hacia atrás en la línea visual y la convergencia de los ejes se produce más allá de la visión ordinaria. Nuestra sensación de pro-

pxa. 16.—Estereoscopio. Dos espejos están dispuestos en ángulo recto. Se montan fotografías duplicadas, R. y L, de tal manera que el ojo derecho solamente vea la reflexión de R, mientras que el ojo izquierdo ve tan sólo la reflexión de L. Las imágenes retlnianas son mentalmen­te proyectadas hacia atrás hasta el pun­

to F, donde se cruzan los ejes visuales.

fundidad es más marcada y sorprendente cuando nos damos cuenta que los cuadros son superficies planas s.

IV. D i s t a n c i a .—Las sensaciones musculares y táctiles nos dan por lo menos un fundamento para nuestras percepciones de distancia. El brazo del niño se esfuerza por alcanzar los objetos, y si no lo logra, puede moverse en su dirección. Pero muy pronto abandona los m éto­dos que dependen enteramente de la visión para la estimación de la distancia. Si tenemos en cuenta lo que acabamos de exponer acerca de la percepción tridimensional, comprendemos con más facilidad el modo general de calcular las distancias. Asi, cuando contemplamos algo cercano, el esfuerzo muscular comprendido en la convergencia de los ejes visuales es mucho mayor que el efectuado al mirar un objeto distante. Además de estas sensaciones cinestéticas, experimen­tamos simultáneamente una sensación muscular que proviene de los movimientos de acomodación del cristalino y las pupilas. Estas sen­saciones son particularmente intensas cuando el objeto está cerca. A partir del contenido total de las reacciones musculares, aprendemos gradualmente a apreciar la distancia.

Otro factor que nos ayuda considerablemente es la posición de los objetos inmóviles en nuestra línea de visión. Cuando este factor se halla ausente, por ejemplo, cuando miramos a través de una gran masa de agua o hacia el firmamento, es fácil cometer equivocaciones en la apreciación de las distancias. Los ciegos congénitos que recupe­ran más tarde la vista nos informan de que al principio todos los objetos les parecen próximos a los ojos. Esto mismo le debe de su­ceder al niño que alarga el brazo para alcanzar la luna o cualquier otro objeto que despierte su interés10.

Las sensaciones auditivas son también una ayuda para la perfec­

9 B r o w n , W.: Op. cit., pp. 222-28; C arr , H. A.: Op. cit., c. 6 ; D im m ick , F. L.: Visual Space Perception. Foundations of Psychology. Edit. Boring, Lang- leld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 298-304.

10 B r o w n : Op. cit., p. 216; C a r r : Op. cit., cc. 7-9.BRENNAN, 13

194 Sentido común y percepción

ción de la distancia de los objetos sonoros. En primer lugar, la in­tensidad del sonido nos ayuda a distinguir su proximidad o lejanía. La com plejidad tonal puede también utilizarse, ya que cuanto más cerca nos hallemos del lugar donde proviene el sonido, podemos cap­tar m ejor sus sonidos armónicos. Un silbido nos parece débil en la distancia porque oímos solamente su tono fundamental. En tercer lugar, la fase es también un ayuda, pero depende de la audición con ambos oídos. Es de especial utilidad para localizar la dirección del sonido. Así, si las ondas que oímos llegan a ambos oídos al mismo tiempo y con la misma intensidad, sabemos que el cuerpo sonoro está enfrente de nosotros. Pero si éste se encuentra a nuestra dere­cha o a nuestra izquierda, entonces no sólo varía la intensidad y la complejidad tonal, sino también la fase. Este último factor, sin em­bargo, no es tan importante como los dos primeros en la localización de la fuente del son ido11.

V. T a m a ñ o .—La percepción del tamaño de las cosas depende, en cierta medida, de nuestro conocimiento de las distancias. Por esto lo hemos colocado al final de la lista de los atributos espaciales. La per­cepción del tamaño se verifica corrientemente por medio del tacto. Pero tal proceder nos restringe a un contacto inmediato con el ob­jeto. La visión, en cambio, nos evita esto. Su estimación del tamaño se basa a su vez en la amplitud del ángulo visual que es proyectado por el objeto sobre la retina. Pero com o objetos de tamaños diferentes pueden estar comprendidos en el mismo ángulo, es necesario tener algún conocimiento preliminar de su distancia antes de poder hacer una apreciación correcta de sus dimensiones. El niño considera a la luna mayor que las estrellas porque la primera produce una imagen mayor sobre la retina. Desconoce todavía la relación entre el tamaño y la distancia.

La convergencia de los ejes visuales y la sensación de esfuerzo muscular subsiguiente desempeñan también un papel en la elabora­ción de las percepciones de tamaño. Así, cuando miramos cuerpos que tienen el mismo ángulo visual juzgamos que ha de ser mayor aquel que requiere menor convergencia. Por ejemplo, un lápiz sostenido a la distancia del brazo extendido, puede tener la misma longitud en la retina que un árbol distante. Pero si fijamos la vista en cada uno de ellos separadamente, percibimos notables diferencias en el grado de tensión muscular. Aquí, como en la distancia, la intervención de varios objetos y el modo en que se hallan colocados tienen también efecto sobre la percepción del tamaño. Cuando el sol y la luna están sobre el horizonte nos parecen mayores que cuando los vemos en lo a lto12.

VI. M o v im ie n t o .— El movimiento com o un rasgo espacial de los cuerpos, significa el cambio de lugar o de posición. Desde este punto

11 B r o w n : Op. cit,, pp. 236-38; C a r r ; O p. cit., cc. 4-5.12 B r o w n : O p. cit, pp. 210-11, 213-15; C a r r : Op. cit,, c. 11; Dimm ick, F .L .:

Op. cit, pp. 304-07.

Características temporales 195

de vista puede ser el objeto de varios sentidos: el tacto, la cines tesia y la visión. En la percepción del cambio, cuando nuestros propios cuerpos están en movimiento, utilizamos la inform ación de estos tres sentidos. Pero si se trata de objetos que no se relacionan directamente con nuestro cuerpo, la conciencia del movimiento es en gran parte función de la vista. El factor que explica este tipo de conocimiento es la unidad del campo perceptivo. Está lleno de objetos y es un todo continuo para todos los tamaños que podamos ver, y no un mosaico con huecos. El movimiento es simplemente un cambio en este cuadro. El fondo permanece igual, pero algo varía de posición con respecto a él. Observamos que hay más fondo a la derecha del objeto que a la izquierda. Después que ha sido movido, vemos más fondo a la izquier­da y menos a la derecha. Y esto es cierto para movimientos en cual­quier dirección.

Hay, sin embargo, un grado mínimo de velocidad, por debajo del cual el movimiento no es percibido. Podemos comprobar esto nosotros mismos tratando de registrar los cambios de la manecilla de un reloj pequeño. Lo que observamos en realidad no es el movimiento, sino la posición de la manecilla en diferentes puntos en los distintos m o­mentos. Un hecho bastante curioso es que el paso de objetos por las superficies cutáneas del cuerpo, o a través de la retina, nO conduce necesariamente a la percepción de movimiento. Asi, puedo deslizar mi mano sobre la superficie de la mesa o dejar que mi vista explore el paisaje sin que se produzca la impresión de que la mesa o el paisaje se mueven. En cambio, si el globo ocular es movido por una serie de rápidos y leves toques, las cosas parecen moverse, aunque sabemos que no lo hacen i3.

6. CARACTERISTICAS TEMPORALES DE LA PERCEPCION.— To­das las cosas materiales se hallan sujetas a las leyes del tiempo y del espacio. Además, nuestro conocimiento de esas leyes como generali­zaciones de la experiencia es un producto intelectual, aunque esté basado en datos provenientes de los sentidos. En lo que se reñere a las percepciones del sentido común, somos conscientes sólo de la duración de los hechos y de ciertos efectos rítmicos cuando dichos acontecimientos se agrupan de un modo ordenado. Habría que seña­lar que el movimiento posee también aspectos temporales por natu­raleza. Nuestra conciencia del tiempo puede ser considerada como una serie de movimientos en los que el instante presente cruza como un relámpago por el escenario de la conciencia y se dirige hacia el pasado, mientras el instante siguiente va a ocupar su lugar. El cono­cimiento que tengo de este tipo de acción, sin embargo, no es el mis­mo que la percepción del movimiento por medio del cual me dirijo desde el estudio a la sala de clase. Este último es el llamado movi­miento local. En resumen, el tiempo no va de un lugar a otro del

13 B en tley , M, : The Field of Psychology. N, Y. Appleton, 1924, pp. 231-34; Carr: Op. cit., c. 10; De Silva, H, R.: Perception of Movement. Psychology. A Factual Text-book. Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1935, pp. 260-73; Dimmick: Op. cit., pp. 307-11.

196 Sentido común y percepción

espacio. Es más bien la medida de los movimientos de los cuerpos que efectúan dichos cambios loca les14.

I . D u r a c ió n .—Existe una cualidad de duración en todas nuestras sensaciones, es decir, tenemos conciencia del aspecto temporal de ellas. Uno de los problemas de más interés para el psicólogo es el modo como varía el tiempo de una persona a otra o en la misma persona según su edad y las circunstancias por las que pasa. Como S h a k e spe a r e dice, «el tiempo viaja por diversos lugares con diversas personas. Te diré con quién el tiempo va al paso, con quién trota, con quién galopa y con quién permanece quieto» 15. Va al paso con el hombre rico que no padece gota y vive alegremente porque no tiene dolores. Trota con la doncella que espera el día de su matrimonio; galopa con el bandido que va a galeras, y permanece quieto con los abogados en vacaciones, que duermen entre las sesiones del tribunal.

Entre los psicólogos modernos, W il l ia m J a m e s nos ha proporcio­nado una explicación bastante adecuada de las variaciones de nues­tra actitud respecto al tiempo. Por ejemplo, si el día* está lleno de una variedad de experiencias interesantes, parece ser de corta dura­ción. También si nos hallamos muy concentrados en algo, no nos damos cuenta de que pasa el tiempo. En cambio, si estamos esperando con impaciencia que algo suceda, o aguardamos un acontecimiento de mucho interés para nosotros, o si nos sucede algo desagradable, por ejemplo, tenemos algún dolor, alguna molestia, o alguna restric­ción de nuestra libertad, entonces la duración del tiempo parece pro­longarse. Finalmente, con el aumento de los años disminuye nuestra conciencia de la duración. En nuestra infancia, las vacaciones de ve­rano se nos hacían tan largas que nos alegrábamos casi de volver otra vez al co leg io1G.

A l e x i s C a r r e l compara el tiempo con el fluir de un río por un valle. En la aurora de la vida, cuando está exuberante de energía, el hombre corre alegremente a lo largo de la ribera y va más rápido que la corriente, antojándosele ésta lenta. Hacia el mediodía, su paso pierde algo de brío y camina con la misma rapidez que la corriente. Al llegar la noche, el hombre está triste y cansado. La corriente parece aumentar en velocidad y ya no puede seguirla, y se va quedando atrás. Entonces se detiene y descansa para siempre. El tiempo ya no existe para é l 17.

i d El tiempo, según la doctrina de S anto T omás (S . t ., p. I, q, 10, a. 1), es la clase de duración propia de las cosas mudables. Es la medida de los mo­vimientos de las criaturas corpóreas, es decir, de las cosas que tienen pa­sado, presente y futuro. P latón consideraba el tiempo como la imagen en movimiento de la eternidad. S an A g u st ín , como la expansión del alma por su contacto con la materia. A ristóteles y A quitío, como el número o medida del movimiento secundum prius et posterius, es decir, según las partes pri­meras y últimas de este movimiento.

15 S hakespeare: As Y ou Like It. Acto III, escena 2.a10 Jam es , W.: Psychology. N. Y. Holt,1892, pp. 283-85.17 Carrel , A.: Man the Vnknown. London. Hamilton, 1935, p. 185. Otros

textos que tratan con más amplitud los aspectos temporales de la percep-

Características temporales 197

IX. Ritmo..—Cuando la duración aparece com o una sucesión regu­lar de acontecimientos, la llamamos ritmo. La naturaleza perceptiva de nuestra apreciación del ritmo es atribuida al hecho de que los acontecimientos que entran en su estructura son reunidos en la con ­ciencia. Así, un grupo de sensaciones despierta nuestro interés preci­samente por el hecho de hallarse reunido temporalmente. El agru- pamiento puede referirse a cosas vistas, como los movimientos de una danza, o a cosas sentidas, como las pulsaciones del corazón, o a cosas oídas, como el tictac de un reloj. Cada grupo de estímulos tiende a ser percibido com o un conjunto, que se enlaza y compara con otros conjuntos. El hecho fundamental común a todas las formas de ritmo es el encadenamiento de las impresiones mentales, y el sentido común nos suministra el hilo con el cual los datos de los sentidos externos son reunidos para form ar unidades de experiencia.

Los materiales más ricos de la percepción del ritmo nos vienen in ­dudablemente del oido. Así, la rápida y fácil comprensión del lenguaje, como la fluencia en su uso, dependen principialmente de la capacidad de reconocer el orden de los sonidos sucesivos, de combinar las síla­bas para la form ación de palabras y de distinguir unas partes del lenguaje de otras. La unión de sílabas, por supuesto, se encuentra solamente en idiomas que utilizan varios sonidos para expresar una sola palabra. En el inglés, por ejemplo, utilizamos el acento para ayudarnos a dar el valor adecuado a cada sílaba. En el francés se pone el mismo énfasis más o menos en todas las sílabas. En el chino no es necesaria la acentuación, puesto que cada sonido es una palabra distinta y los cambios se efectúan por medio de la modulación de la voz.

La apreciación de la melodía implica una capacidad para elabo­rar conjuntos a base de tonos individuales, pero también está rela­cionada con la capacidad de apreciar la periodicidad de lo que escu­chamos, o de captar la recurrencia regular de los sonidos después de los intervalos y de calcular la longitud y la intensidad de las notas o de extraer temas de un conjunto.

Finalmente, el goce de la poesía es en gran parte un efecto de la discriminación auditiva donde la cadencia, la división rítmica, la pau­sa y el efecto de la igualdad de las terminaciones, desempeñan un papel importante. Con un estudio más detenido podría comprobarse que los rasgos perceptivos del verso no se diferencian demasiado de los de la melodía. Podríamos llegar a afirmar que la poesía es una forma musical del lenguaje, tal como la prosa es más bien una form a no m usical1®.

ci6n son: N e w m a n n , E. B.: perception. Foundations of Psychology. Edit, por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 242-45; T in ker , M, A.: Tem­poral Perception. Psychology. A Factual Text-book. Edit, por Boring. N. Y,, 1935, pp. 246-56.

18 Miner, J. B.: «Motor, Visual and Applied Rhythms». Psychological Review Monograph Studies, 1903, 5, niim. 21; Newmann: Op. cit., pp. 245-49; Tinzee, M, A.: Op. cit., pp. 256-59.

198 Sentido común y percepción

7. EL SENTIDO COMUN Y LA TEORIA GESTALTICA.— Está claro, aun para un observador casual, que la moderna teoría de la gestalt está relacionada con la teoría tradicional del sentido común. Asi, por muy lejos que vayan sus premisas originales, la primera y básica pro­posición de los gestaltistas es que experimentamos el cosmos—sus co­lores, sus sonidos, sus olores, forma, tamaño, movimiento, etc.—como conjuntos perceptivos. Con seguridad, esto es otro modo de decir lo que ya habían afirmado A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s siglos atrás: que la tarea del sentido común es precisamente la de unir las impresiones de los sentidos externos y darles un sentido sintético que no son capa­ces de obtener por sí mismas. Siempre existe algo de la emoción del pionero en descubrir, por nuevos e inexplorados caminos, lo que ya se conocía en el pasado. Los gestaltistas han analizado el proceso per­ceptivo de un modo mucho más sistemático que el que les fue posible a los hombres antiguos y del medievo. Veamos ahora cómo la ciencia aclara e ilustra un punto de vista de la psicología filosófica.

La experiencia nos hace conscientes de que los objetos se hallan separados de su fondo, de que las cosas se distinguen por su forma, aspecto y otras cualidades tangibles. Las melodías son algo más que una serie de sonidos, y así, sucesivamente. Las características funda­mentales de la gestalt son : primera, que el todo es mayor que la suma de sus partes; segunda, que las partes del todo son intercambiables. En su explicación de dichos fenómenos los gestaltistas señalan que en la naturaleza misma encontramos conjuntos análogos a los que hallamos en la conciencia. Por ejemplo, si un lazo de seda es colocado sobre una capa de agua jabonosa de modo que ésta no se rompa, y si el área que abarca el lazo se cierra con un alfiler, la forma resul­tante será siempre circular, prescindiendo de la forma original del lazo. No tenemos que remontarnos tanto para hallar configuraciones en la naturaleza. Un copo de nieve o la forma esférica de la gota de agua nos sirven como ejemplos de configuración natural. En todos estos casos una unidad material organizada ha sido originada por fuerzas de tipo físico. Según los gestaltistas, los impulsos nerviosos poseen esta misma tendencia a la configuración que las energías de la naturaleza, y de esta estimulación obtenemos configuraciones en la conciencia. Existen varias razones para rechazar esta apreciación puramente mecánica, pero todas ellas pueden resumirse en la simple afirmación de que todas las fuerzas físicas y fisiológicas del universo no pueden explicar suficientemente la percepción o cualquier otro dato de tipo psicológico. Si pudiesen hacerlo, no tendríamos por qué tener facultades para el registro de las propiedades del universo y el sentido común no tendría razón de ser si la conciencia dependiese de la física o si los todos perceptivos pudiesen ser explicados en tér­minos puramente fisiológicos19.

Veamos nuevamente lo que ha dicho Aquino sobre nuestra capaci-

in LmbwoRSKY, J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de S ilva. N. Y. Macmillan, 1931, 6." sección, c. 1; M oore, T. V-, O. S. B.: Gestalt Psy­chology and Scholastic Phisolophy. The New Scholasticism. Enero 1934, pá­ginas 46-80.

Particularidades de la percepción 199

dad para conocer las cosas como conjuntos o configuraciones. Cual­quiera que sea la naturaleza del estímulo o de la corriente nerviosa, el hecho es que somos capaces de forjar patrones partiendo de los datos de la experiencia. Debemos, pues, de tener una facultad para realizar una tarea de este tipo, y ésta es el sentido común. Este es a la vez selectivo y uniñcador. Citam os: «Todo sentido externo conoce sus propios objetos distinguiendo unos de otros. El ojo, por ejemplo, puede distinguir entre el blanco, el negro y el verde, pero ni el o jo ni la lengua pueden distinguir entre lo blanco y lo dulce, porque si no cada sentido tendría que conocer ambas cualidades para darse cuenta por qué son distintas. Luego la discriminación de los diferentes tipos de sensaciones que experimentamos debe ser labor del sentido común para el que todo conocimiento proveniente de los sentidos externos debe ser referido a una meta com ú n »zo.

Es obvio que las más elementales Gestalten se caracterizan por estar organizadas. Una mancha de color sobre un fondo blanco, un círculo dentro de un cuadrado, un sonido en su conjunto musical, son captados cada uno por si mismos y al mismo tiempo en relación con lo que los rodea. Cada grupo de estímulos representa una forma orga­nizada de experiencia. Esto mismo rige para más altas síntesis sen­soriales. Cuando miramos un cuadro o estudiamos la melodía de una nueva canción, cada parte del objeto en cuestión es percibida antes de que se una con las demás para formar un conjunto completo.

En resumen, los mismos hechos que han conducido al estudio de la gestalt como fenómenos sintéticos, refuerzan la opinión de Aquino de que la percepción es algo más que una función de los sentidos externos. El único modo de explicarla es postulando una facultad superior capaz de construir conjuntos mentales partiendo de las sen­saciones.

8. PARTICULARIDADES DE LA PERCEPCION.—La percepción presenta muchos problemas que son de la experiencia diaria, y que han originado una serie de controversias.

I. Ambigüedades.—Utilizando los mismos estímulos, es posible ob­tener dos tipos diferentes de reacción mental. En las figuras adjun­tas, por ejemplo, notamos un marcado cambio en la percepción, si miramos las figuras durante un cierto tiempo. Veamos primero la figura de la escalera. A primera vista tenemos la impresión de verla desde arriba, pero si continuamos mirándola, poco a poco, va varian­do la percepción y entonces tenemos la impresión de verla desde abajo. Después, nuestra percepción puede variar en un sentido o en el otro indistintamente. El vaso griego nos muestra cómo pueden in ­vertirse figura y fondo. En la primera ojeada vemos la figura de un vaso. Luego, si continuamos mirando al dibujo, la primera impresión desaparece y vemos dos perfiles, uno frente a otro. Del mismo modo, en lugar de la estrella que se encuentra en el interior del hexágono, vemos la figura de varios cubos. Esta figura asteroide tiene también

20 S. T„ p. I, q. 78, a. 4, r. a. obj. 2.

200 Sentido común y percepción

interés porque demuestra lo natural que es para nosotros ver objetos tridimensionales en todas las configuraciones que admiten una visión, de este tipo.

La figura de S a n t o r d nos demuestra una nueva característica, cuyo valor perceptivo depende, en parte, de la ecuación personal. Observa­mos de inmediato que en el dibujo no aparece una serie continua de líneas o de elementos, sino que hay varias configuraciones potenciales,

y aunque son muchas las posibilidades, hay una marcada tendencia a agrupar los círculos de tal modo que den lugar a configuraciones con el mismo número de elementos.

R o b e r t W o o d w o r t h ha hecho un estudio especial sobre los cambios perceptivos y ha obtenido una lista de los factores que nos hacen inclinarnos por un tipo determinado de asociación más que por otros. El primer factor es la proximidad de ciertos elementos entre sí. Tene­mos una tendencia natural a agrupar los árboles que vemos en un paisaje y formar archipiélagos con las islas que se hallan esparcidas por el océano. El segundo factor es la similitud: si en una figura

F i g , 17.— L a e s ca le ra a m b ig u a . F ig . 18,— El v a so griego.

F ig . 19.— L a e s tre l la va r ia b le . F ig . 20.— F ig u ra de S anford

Constancia de tamaño

No existe dificultad para apreciar que tanto los arcos de la derecha, que se alejan en la perspectiva, como los del fondo, son del mismo tamaño. Mídase sobre el grabado la altura reproducida del orco más próximo y podré observarse que aparece cuatro veces mayor que el más alejado

{tamaños de perspectiva).

Figuras y fondos reversibles

Vaso griego y trébol

TAdviértase que la parte vista como figura tiende a parecer como ligeramente en re­lieve respecto al fondo, aun cuando se sepa que está impresa sobre la superfi­

cie de la página.

Particularidades de la percepción 20T

damos a algunos de los elementos la misma forma o color, esto nos, hace tender a agruparlos por su semejanza. El tercero es la continui­dad, que puede ser hallada dentro de un conjunto informe de ele­mentos y que nos proporciona un criterio para su ordenación. Muchos rompecabezas han sido construidos de este modo. Un cuarto factor es la inclusividad, que proporciona una ventaja a unos elementos sobre los otros, de modo que los que no encajan dentro del esquema preformado, son simplemente rechazados. El quinto factor es la fami­liaridad, según el cual las cosas más conocidas tienen preferencia sobre las menos frecuentes. Esto sucede, por ejemplo, cuando vemos un perfil humano en una confusión de lineas o en una masa informe de nubes. El sexto factor es la expectativa, que nos predispone de antemano a ver ciertos objetos en los estímulos presentados. Si se nos dice, por ejemplo, que en el dibujo del rompecabezas aparece la figura de una bruja, nos es mucho más fácil verla que si se nos ordena simplemente observar lo que vemos. Un séptimo factor que Wood- worth no menciona, pero que nos surgieren las leyes de la asociación de A ristóteles, es el contraste, en el que el nexo de unión de los elementos es precisamente la diferencia que hallamos entre ellos. De este modo, una asociación frecuente es la del blanco y negro, o del rojo y verde, o azul y amarillo, no porque se parezcan, sino precisa­mente por ser distintos. El último factor que menciona Woodworth es nuestra tendencia a la percepción de las cosas como un conjunto. Este factor resume a los demás en cierto modo, pero se le ha consi­derado aisladamente a causa de que proporciona una ventaja espe­cial a las partes que se perciben com o elementos de un conjunto integrado 21. Para terminar, hemos de decir que esta lista de factores no es exhaustiva en modo alguno, ya que las posibilidades de asocia­ción son extremadamente ricas. Tampoco pretende explicar todas las particularidades de la percepción, ya que cada hombre percibe las cosas de un cierto modo y por unas razones personales, de modo que serla necesario establecer una ley para cada caso particular.

n . I lusioites . .— La ambigüedad en la percepción significa que existen dos modos de ver una misma cosa y que ambos pueden ser ciertos. La figura del vaso griego, por ejemplo, puede también ser interpretada como dos caras vistas de perfil. La ilusión, en cam bio, es un modo único de interpretar los datos de los sentidos, pero de una forma falsa. Podemos definirla como un modo equivocado de enjuiciar ciertos elementos sensoriales en determinado terreno perceptivo. La mayoría de los errores de este tipo provienen de sensaciones visuales. Tenemos un ejemplo en el caso del sombrero de copa. Juzgando solamente por la apariencia, diríamos que la altura de su copa es mucho mayor que el ancho de su ala. Esto se debe a que la parte vertical del sombrero se halla colocada en ángulo recto en el medio de la horizontal. Veremos esto claramente si dibujamos dos trazos de

21 W oodw orth , R, S.: Psychology. N, Y. Holt, Edición revisada, 1929, pá­ginas 331-92; Carr, H. A.: Op. cit., pp, 277-83.

202 Sentido común y percepció?i

la misma longitud, uno horizontal y el otro en ángulo recto dividiendo a este último en dos partes iguales.

altura, luortesia üe D. Van Nostrand Co.,

Inc.) F tg. 23,—Ilusión de contraste.

La figura de los círculos demuestra cómo la extensión interrum­pida crea la ilusión de un área menor que la extensión no interrum­pida.

Aunque no lo parezca, la distancia entre los bordes exteriores de los círculos de la derecha es la misma que la existente entre los bordes internos de los círculos de la izquierda.

La figura siguiente es una ilusión de contraste. Las dos líneas verticales son de igual longitud, pero su apariencia de igualdad des­aparece si añadimos líneas trazadas desde el punto medio.

La escena de los pilares nos muestra cómo líneas paralelas pueden producir la ilusión de perspectiva. Los elementos son los mismos que ios de la figura anterior, pero ahora son utilizados para crear una sensación de profundidad. En el mundo que nos rodea, aunque parezca extraño, no solemos darnos cuenta de lo relacionado con la perspecti­va, aunque ésta juegue también su papel en la percepción. Así, si vemos venir a un persona desde lejos en dirección nuestra, no nota­mos que vaya aumentando de tamaño a medida que se aproxima a nosotros 22.

9. FUENTES DE LA ILUSION.—Puesto que las ilusiones son pro­ducidas por un juicio erróneo, tienen implicaciones de más trascen­dencia para la vida mental que la simple ambigüedad. ¿Cómo se expli­can? Hay tres fuentes de las que pueden originarse las ilusiones.

La primera y la más importante es el estímulo. Los objetos mismos pueden presentarse frente a los sentidos de un modo diferente a como son en realidad. El porqué aparecen así, por ejemplo, torcidos cuando son derechos, o cortos cuando son largos, etc., constituye un tema de

22 B row n , W .: Op. cít., pp. 230-34; Dimmick: Op. cit„ pp. 305-06; Luc- khesch, M.: Visual Illusions. N. Y. Van Nostrand, 1922, c. 4-8; W oodw orth. R. S. and M arquis. D, G. Psychology. N. Y. Holt. 5.a edición, 1949, pp. 429-35.

Particularidades de la percepción 203

discusión para los psicólogos desde hace tiempo. El hecho es que los estímulos nos proporcionan datos falsos y nada podemos hacer en contra de esto más que probar su error por medio de las mediciones.

La segunda posible fuente de error proviene de los órganos de los sentidos. La causa puede ser un trastorno de tipo funcional o un defecto físico. Es fácil comprobar cómo la sordera, los defectos de la refracción ocular, el daltonismo o simplemente la fatiga o el nervo­sismo, pueden ser causa de una percepción defectuosa. En estos casos

la mente no es responsable de la interpretación de los datos falsos que recibe.

El tercer factor que influye en la producción de las ilusiones es el estado mental del sujeto que percibe. A veces no dejamos el tiempo suficiente para que el estímulo actúe sobre los sentidos adecuada­mente, como en el caso de la persona que come con tanta prisa que no tiene tiempo para saborear los alimentos. O bien podemos prestar tanta atención a un determinado objeto del campo perceptivo que se pierda su proporción con el resto de los demás. Puede también existir una mezcla de imágenes inadecuadas con la impresión de los sentidos. Es imposible, pues, predecir el influjo de la ecuación personal, cómo un determinado estimulo puede modificarse según el ambiente, el temperamento y las ideas del que lo recibe. Casi todo el mundo tiene una actitud prefbrmada a través de la que juzgan lo que le rodea. Supongamos, por ejemplo, que antes de que un estímulo actúe sobre mí, tengo la impresión de que me hará actuar de un modo determi­

204 Sentido común y percepción

nado o me producirá un efecto determinado, en cuyo caso cualquier estímulo que tenga la más ligera semejanza con lo que espero, será capaz de producirme ese efecto 2ft.

10. ILUSION E ILACION.—Para Santo Tomás, el punto de mayor interés en las ilusiones fue el cómo un error de los sentidos era capaz de producir un error del intelecto. Sólo la mente es capaz de juzgar la validez o la falsedad de determinados estímulos, pero Santo Tomás había observado que el sentido común es también capaz de ejercer una cierta clase de juicio, puesto que discrimina y sintetiza. La rela­ción existente entre el sentido común y la mente, sin embargo, no se basa tan sólo en una mera semejanza de acción. El material con el cual elaboramos todas nuestras ideas proviene de la percepción, por lo que si ésta yerra es posible que nuestro pensamiento también resulte erróneo a fin de cuentas. Examinemos esta posibilidad más detalladamente.

Vemos, primero, que es cierto que los sentidos externos nos pro­porcionan a veces datos equivocados. Si, por ejemplo, veo algún objeto gris cuando en realidad es verde, o siento un sabor dulce cuando es amargo, ha habido un fallo en mis órganos receptores. Si veo movi­miento donde no lo hay o veo los objetos grandes cuando en realidad son pequeños, el sentido común no ha llevado a cabo su función adecuadamente. En este segundo caso Aquino afirma que el error puede ser debido a varias causas: ya sea a una debilidad de los senti­dos externos de los que depende el sentido común para sus percep­ciones, o a la fantasía que confunde lo irreal con lo real, o bien el estímulo que puede presentarse a los sentidos de un modo poco co­rriente. Como observa Santo Tomás, no depende del sentido común el que la luna se vea tan grande com o el sol, a lo que podemos añadir que tampoco es un defecto de nuestra vista si un palo sumergido parcialmente en el agua parece que estuviese quebrado, o de nuestro oído si un silbido suena más intensamente al oírlo de cerca, ni del tacto si al palpar un guisante con los dedos cruzados tenemos la impresión de que son dos. Estos errores, como podemos ver, no depen­den en sí del sentido común.

Seguidamente podemos hacernos esta pregunta: si los sentidos pueden equivocarse, ¿cóm o podemos asegurar que la mente no se equivoque tampoco? Santo Tomás nos responde: en general, podemos considerar a los sentidos como testigos fiables de lo que sucede alre­dedor nuestro, y aunque existe siempre alguno que otro error, éstos se pueden considerar más bien como la excepción que confirm a la regla. La mente puede además hacerse cargo de estos errores. Negar

as Brennan, R. E.p O. P.: A Theory o} Abnormal Cognitive Processes ae- cording to the principies of «S. T.» Tomas Aquinas. Wash. D. C. Catholic University of America, 1925, pp. 35-37.

Como la ilusión es un dato de la percepción, se incluye, por consiguiente, de un modo directo dentro de las propiedades sensibles comunes. Indirecta­mente, sin embargo, puede considerarse como una cualidad sensible propia cuando existe algún defecto del órgano receptor que registra a dicho sen­sible.

Papel de la percepción 205

la validez esencial de los sentidos es negar toda la experiencia de la humanidad. Más aún, es negar la posibilidad tanto de la ciencia como de la filosofía, ya que sus adquisiciones de orden superior están basa­das en última instancia en los datos que nos proporcionan los senti­dos. El realismo práctico de Aquino considera a la sensación como una respuesta a los estímulos que actúan sobre el organismo y que son conocidos tal como afectan la conciencia. El valor de dicho cono­cimiento es sólo relativo, y sólo se hace absoluto en el momento en que la mente lo considera24.

11. EL PAPEL DE LA PERCEPCION EN EL CONOCIMIENTO.— Resumiendo nuestras conclusiones sobre el sentido común, podemos afirmar que la percepción es un proceso mediante el cual los datos del conocimiento que han llegado a la mente en forma de sensaciones son reunidos y conformados en experiencias completas. La percepción amplía enormemente el campo de nuestra conciencia. Por lo general, los órganos sensoriales registran solamente un aspecto del mundo que nos rodea, a veces un simple detalle. La percepción es un proceso mediante el cual unas partes son enlazadas con otras para formar un todo coordinado. Y lo interesante es que ese todo representa mucho más que la suma de sus partes. La percepción es la que proporciona el factor adicional dando unidad, perspectiva y sentido a los datos sensoriales.

Más aún, la percepción nos proporciona los datos necesarios para pensar. Los sentidos y el intelecto trabajan uno al lado del otro para el provecho mutuo del conocimiento humano. La naturaleza humana está hecha de tal modo que cuando se pone en contacto con algo comprensible no puede evitar el formar una idea. ¿De dónde proviene este impulso por conocer, o cómo tiene conciencia del impacto de la realidad? A través del sentido común y sus productos de integración. La percepción está hecha a la medida para las funciones mentales, por asi decir, y su presencia constituye como un reto e incentivo para nuestra capacidad de comprensión. De este modo, añadiendo pene­tración a los datos sensoriales, esto es, captando la naturaleza de lo que nos presenta la percepción, nos es posible ampliar nuestro cono­cimiento mucho más allá de lo meramente sensorial.

Por último, vemos que la percepción nos prepara para la acción. Hemos nacido para vivir en sociedad y nuestros pensamientos e ideas serían estériles si no se convirtiesen en motivos de conducta. La

84 S. T„ p. I, q. 16, a. 2; q. 17, a. 1-3; q. 85, a. 6.El intelecto, cuya tarea es tratar lo universal, y cuyas funciones están

esencialmente libres de las contingencias del aquí y el ahora, está siempre en una posición estratégica para supervisar los datos de los sentidos y para corregir los errores de información que a veces surgen de los órganos sen­soriales. Esto lo efectúa apelando a una experiencia mucho más amplia que con la que están ocupados los sentidos, estableciendo comparaciones con conocimientos previos que ayudan a interpretar la información actual de los sentidos, haciéndose cargo de los defectos conocidos de los órganos re­ceptores, y así sucesivamente. Ver también: M a r it a in : The Degrees of Know- iedye. Trad. por B, W all y M. R. Adamson, N. Y. Bcribners, 1938, pp. 142-44.

206 Sentido común y percepción

percepción se halla localizada entre la mente, por un lado, y el mundo exterior, por otro, y su función es la de revelarnos el universo, ayu­darnos a desarrollar nuestras facultades y disponernos a la acción.

BIBLIOGRAFIA. AL CAPITOLO XIV

A quino, St. T. : Suma Teologica. Parte I, q. 78, art. 4.—. De Anima, art. 13.A b is t 6tet.e s : De anima. Libro II, Cap. 5 ; libro III, Caps. 1-2.C are, H. A.: An Introduction to Space Perception. New York, Longmans

Green, 1935.L uckiesh, M .: Visual Illusions. New York, Van Nostrand, 1922, Caps. 4-6. N ewm an , E. B.: «Perception». Foundations of Psychology. Edit, por Boring,

Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 10.Pxllsbifry, W. B.: The Fundamentals of Psychology. New York, Macmillan

3.a ed„ 1934, Caps, 14-15.Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.1 cd„

1949, Cap. 13.

CAPITULO XY

I M A G I N A C I O N

1. CONCEPTO.—La experiencia nos informa de que somos capa­ces de revivir conscientemente lo que nos ha sucedido con anteriori­dad. Asi, aunque el objeto no se halle presente en la actualidad, puedo, sin embargo, imaginármelo en la pantalla de mi conciencia. Todos sabemos cómo son los colores de una puesta del sol, o el sonido de un violín, o la fragancia de una madreselva. Hemos aprendido por el uso habitual cuál es la sensación del agua, qué efectos nos producen la marcha o la carrera, cuál es el placer de una buena comida. Aunque estas cosas se encuentran en el momento presente lejos del alcance de nuestros sentidos, somos capaces, sin embargo, de traerlas nueva­mente al campo de la conciencia por el simple acto de imaginarlas. El único requisito previo para la realización de este hecho mental es que es necesario haber percibido con anterioridad los objetos evocados.

La imaginación puede ser definida com o el poder para represen­tarse de un modo concreto objetos que ya han sido percibidos con anterioridad por los sentidos, pero que no se hallan actualmente pre­sentes. Como observa S a n t o T o m á s , las mejores cosas de la vida no significarían tanto para nosotros si tuviesen que ser siempre expe­rimentadas en el momento. Para liberarnos de esta necesidad y per­mitirnos completar nuestro conocimiento, la naturaleza nos ha pro­porcionado el poder de evocar las cosas cuando éstas se hallan ausen­tes. Esta es precisamente la tarea de la imaginación. Pero no debemos pensar que sóZo actúa cuando los objetos se hallan ausentes. El hecho es que los mismos estímulos que actúan dando origen a percepciones, también dan origen a imágenes. Lo que puede ser evocado espontá­neamente debe haber sido poseído con anterioridad, de modo que podemos considerar a la imaginación como un almacén de las formas que hemos recibido de los sentidos

2. NATURALEZA PSICO-SOMATICA DE LA IMAGINACION.—Lo mismo que el sentido común, la imaginación es una facultad tanto del cuerpo como del alma, y Santo Tomás confirm a esta opinión.

I. E lem en to p s íq u ic o .— Es necesario que haya existido una impre­sión original sobre los órganos receptores y que ésta haya sido reco-

1 S. T., p. I, q. 78, a. 4; D. Á., a. 4, obj. 1 y a. 13; D, P. A., c. 4. B r e n n a w : The Thomistic Concept of Imagination. New Scholasticism, Abril 1941, pá­ginas 149-61.

208 Imaginación

gida por el sentido común, antes de que pueda iniciarse el proceso imaginativo. Luego debe existir la retención de los efectos de la sen­sación y la percepción, en un nivel inconsciente, a esto se refiere Aquino cuando compara la imaginación con un almacén de impre­siones provenientes de los sentidos externos.

Por último, debe haber una evocación consciente de lo que se ha experimentado previamente. Por regla general, sin embargo, no todos los detalles de la impresión original son reproducidos, puesto que la imagen tiende a ser menos vivida que la percepción. En cambio, el cuadro puede ser completado con otros rasgos que no provengan de la experiencia original. Por esta razón, las imágenes son siempre menos definidas que las percepciones, ya que por medio de un proceso selectivo se han ido borrando ciertos rasgos acusados que poseían originalmente 2.

II. Elemento somático.—Desde el punto de vista orgánico, nuestro conocim iento de lo que sucede en el sistema nervioso durante el proce­so imaginativo no ha avanzado más allá de los principios generales de Aquino, en los que se afirma que la imaginación es función de la corteza cerebral 3. Se da por sentado en la actualidad que todos los impulsos nerviosos relacionados con el proceso de la percepción que­dan registrados en el cerebro. Siguiendo las líneas de la investigación moderna, distinguimos tres tipos de registros: trazados sensoriales, que son cambios permanentes de la sustancia cerebral producidos por los impulsos que vienen de los órganos de los sentidos y de los cuales extraen su form a; trazas motoras, que nos proporcionan un sistema excitador persistente capaz de reproducir la configuración original de las descargas motoras, y trazas sensomotoras, que unen los ele­mentos de los dos anteriores registros. Se supone que estas tres clases de requisito, separada o conjuntamente, están relacionados con la evocación de imágenes. Es difícil explicar fisiológicamente estos pro­cesos, pero parece ser que el impulso nervioso original se hace reapa­recer otra vez en la corteza. Cada registro retiene aparentemente su propia integridad nerviosa a pesar de que las mismas vías nerviosas y las mismas áreas corticales están implicadas en el registro de varias impresiones. Es, sin embargo, muy poco probable que las corrientes nerviosas que provocan una percepción sean repetidas en su forma original cuando se evoca la imagen del objeto percibido 4.

* C. D. A., L. in , Lee. 5 y 6.3 S anto T omás sólo conocía la anatomía del cerebro grosso modo como

un órgano terminal de los impulsos nerviosos. Desconocía la localización de los centros corticales, tal como se conoce en la actualidad. El localiza, por ejemplo, el centro de la imaginación en un área cortical «posterior al órgano del sentido común, donde la sustancia nerviosa es menos húmeda». Según esta teoría, el grado menor de humedad explica el poder retentivo de esta zona. Ver: D. P. A., c. 4.

* T roland, l . T . : The Principies of Psychophysiology. N . Y. Van N ostran d , 1932, Vol. III, pp. 15-50.

hnagen y percepción 209

3. DIFERENCIACION ENTRE IMAGEN Y PERCEPCION.—Existen -varios modos de diferenciar la imagen de la percepción. En primer lugar, son el producto de facultades diferentes, de lo que se deduce que deben poseer rasgos también diferentes. En segundo lugar, el hecho de que una de ellas se relacione con objetos presentes y otra con objetos ausentes, debería dar a cada una de ellas un matiz psi­cológico distinto. Pero la actitud de la persona que las experimenta juega también un papel en su diferenciación, y sucede que, bajo ciertas condiciones experimentales (descritas en páginas siguientes), la imagen y la percepción pueden perder los rasgos que las identifican. Corrientemente, sin embargo, no es demasiado difícil el identificarlas.

La primera diferencia es la de su intensidad. La imagen nunca .alcanza en la conciencia el mismo grado de intensidad que la per­cepción, sino que es mucho más pálida y débil. Esto es natural, puesto que las impresiones que recibimos directamente del estímulo exterior son mucho más intensas y vividas que las imágenes, las cuales sólo se hallan condicionadas por el estímulo de un modo indirecto. Ade­más, la viveza de la imagen depende en gran parte de la intensidad de la atención que hayamos prestado a la impresión original y del número de veces que la impresión se repite. La viveza de la percep­ción, en cambio, no está tan determinada por estos factores.

La segunda diferencia se refiere a la estabilidad. Mientras m ira­mos las lineas de la palma de la mano las percibimos claram ente; pero si cerramos los ojos e intentamos representarnos las líneas en nuestra imaginación, vemos que van apareciendo varias imágenes distintas de la palma de la mano, que cada vez se van acercando menos en su parecido a las originales. Por último, aparecen en la conciencia imá­genes de otro tipo, y las de la palma de la mano sólo reaparecen a intervalos. Vemos que este caso es muy distinto al del sentido común, en el que el impacto continuado del estímulo sirve para que el con ­junto perceptivo sea más sólido y durable.

La tercera diferencia se refiere a la integridad. Este es uno de los rasgos más característicos de la percepción, del mismo modo que su ausencia es un atributo frecuente de la imagen. Los contenidos de la percepción son claros y minuciosos; los de la imagen, al contrario, son difusos e irreales. Sin embargo, debe observarse que las descrip­ciones de la imagen como débil, inestable e incompleta, no son abso­lutas, sino sólo en relación con las cualidades de la percepción. Para hacer una distinción más imparcial entre ellas seria necesario pesar los aspectos objetivos y subjetivos de cada una. Para Abistóteles la diferencia reside en que podemos imaginarnos las cosas siempre quelo deseemos, mientras que la percepción requiere necesariamente la presencia del objeto 5.

* A r i s t ó t e l e s : De anima, Libro III, c. 3; C. jD. A., L. III, lección 4-6; C. G., L. II, c. 73.

D e la V aissiere, J„ S. J.: Elements of Experimental Psychology, trad. porS, A. R aemers. St. Louls, Herder, 2.a edición, 1927, pp. 90-95.

L in d w o rsk y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S ilv a .N. Y. Macmillan, 1931, pp. 132-35

BRENJÍAN, 14

210 Imaginación

4. EL EFECTO MOTOR DE LAS IMAGENES.— Si la vista del ali­mento nos hace la boca agua, la imagen es capaz también de produ­cir el mismo efecto. Igualmente los estímulos sexuales capaces de provocar emociones y movimientos corporales pueden ser iniciados por la simple representación de una situación erótica. Estos casos se refieren a impulsos naturales del ser humano, y los efectos motores provocados por dichas imágenes son debidos a la puesta en marcha de reflejos que siguen su curso, por más esfuerzos que hagamos para controlarlos. Pero aun con los músculos sujetos a control voluntario, la influencia de las imágenes en movimiento es muy característica! Si nos imaginamos, por ejemplo, que vamos caminando por el borde de un edificio muy alto, al instante nuestro cuerpo se pone tenso y tembloroso de excitación, y una pesadilla produce efectos aún más fuertes sobre nosotros.

Probablemente el ejemplo más claro de cómo nuestros cuerpos se hallan configurados conscientemente para el movimiento, por me­dio de imágenes, es bajar las escaleras en la oscuridad. Asi, vemos que hay unos ciertos movimientos para el descenso, y otros distintos para andar a nivel; luego nos imaginamos que hemos llegado al suelo, y nuestros músculos se relajan. ¡Qué sobresalto se siente entonces al confirmar que todavía nos falta un escalón para llegar al fin de la escalera!

Uno de los usos corrientes que hacemos de las imágenes motoras es en el aprendizaje de ciertas habilidades. No hay nada más natural que imaginarnos cóm o se hace una cosa antes de hacerla. Es muy probable que la mayoría de las formas de la conducta exterior em­pleen imágenes de este tipo para completar el hueco que existe entre la teoría y la práctica. Además, vemos que en la formación del há­bito. por ejemplo, al aprender a jugar tenis o golf, la tarea de las imágenes motoras no queda reducida al comienzo del proceso, sino que continúan dando el empuje inicial cada vez que nos ejercitamos, aun cuando ya no seamos conscientes de los movimientos corporales producidos 6.

5. TIPOS DE IMAGENES: I. I m á g e n es se n so r ia l e s -— Cualquier experiencia producida en los receptores sensoriales puede repetirse en forma de imágenes. Desgraciadamente, nuestro vocabulario es po­bre en la descripción de los productos de la imaginación, ya que sólo- tenemos términos tales como imaginar y figurar, como si sólo la vista interviniese en este proceso. El hecho es que las imágenes pueden ser producidas por cualquiera de los procesos perceptivos, ya sean del tacto, del gusto, del oído o del olfato, además de la vista. Sin embargo, algunos de estos campos se hallan representados más adecuadamente que otros, pero todos tienen valor para la mente. La investigación ha confirmado lo que ya sabíamos por la introspección, esto es, que las imágenes del tacto, del olfato y de los movimientos viscerales son

8 Gruendeh, H., S. J.: Eorperim-ental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pp. 177-82.

Tipo de imágenes 211

escasas, mientras que las de la vista, el oído y los movimientos vo­luntarios son numerosas. Más interesantes son las diferencias que se producen a causa de la ecuación personal. Es así que algunas per­sonas se imaginan con más facilidad las cosas vistas que las oídas. Son buenos observadores y pueden recordar un rostro con más faci­lidad que un nombre. Otros, en cambio, recuerdan m ejor las cosas oídas. Otros, especialmente los que han sido privados de la vista y el oído, tienen una sorprendente capacidad para utilizar las imáge­nes cinestésicas i. De todos los campos sensoriales, el de la visión es el que nos ofrece el m ejor material para el estudio. La prueba de las manchas de tinta, por ejemplo, ha sido muy utilizada. Se pro­yectan figuras de varias formas y tamaños sobre una pantalla y se pregunta al sujeto qué objetos o escenas le sugieren a la imagina­ción. Han sido valoradas estadísticamente las respuestas procedentes de un amplio grupo de sujetos, y se utilizan ahora como base para el diagnóstico de las inclinaciones o los rasgos earacterológicos. Así, por ejemplo, los que dan más respuestas de tipo crom àtico son tipos emocionales, los que dan respuestas de movimiento son imaginativos y los que prefieren las respuestas de ordenación geométrica o formal son intelectuales. Este test ha probado también su utilidad en el diag­nóstico de tendencias psicológicas anorm ales8 (*).

n. Imágenes eidéticas-—Cuando un producto de la imaginación es tan claro y tan real que toma el aspecto de una percepción, lo llamamos imagen eidètica. En todos estos casos, sin embargo, el su­jeto se da cuenta perfectamente de que es una imagen y no una percepción. Erich Jaeksch 9 fue el primero en hacer un estudio sis­temático de estas imágenes. Se presentan más frecuentemente en los niños, cuyas imágenes son tan vividas que parecen verdaderas per­cepciones. Pero algunas veces las hallamos también en los adultos, en el tipo de hombre que tiene ensueños, el que construye castillos en el aire, la persona que prefiere la fantasía a la dura realidad.

En los niños, la imaginación eidètica representa una fase normal de su desarrollo y aunque es más acentuado en algunos de ellos, no se la puede considerar como algo anormal. Esto tiene mucha im por­tancia para los padres, que en algunos casos juzgan equivocadamente la conducta de sus hijos. El eidètico tiene la capacidad de imaginarse las cosas con una sorprendente claridad y detalle. Puede precisar el número de botones de la chaqueta de un guardia, o de manzanas que hay en un árbol, o de bigotes que tiene un gato. Generalmente

7 G alton , F.: Inquiries into Human Faculty and its Development, Lon­don. Macmillan, 1883, pp. 83-144.

8 B e c k , S. J.: The Rorschach Test Applied to a Feebleminded Group. Ar­chives of Psychology, num. 136. N. Y. Columbia University, 1932.

(*) Se refiere aqui el autor al conocido test de R orschach. Pero preci­samente la téGnica que indica, colectiva y proyectándose las láminas, ideada por H arrower-E rikson, es de mucho menos valor psicológico que la indivi­dual clásica de R orschach. (N. del T.)

9 Jaensch, E. R .: Eidetic Imagery and Typological Methods of Investiga­tion. N. Y. Harcourt. Brace, 1&30.

212 Imaginación

estos pormenores no se encuentran relacionados con ningún núcleo de hechos, y la facilidad con que el niño nos da la información puede hacer que le tomemos por un embustero o un exagerado k>,

I I I . I m á g e n e s a l u c i n a t o r i a s .— El eidètico sabe que sus imágenes no son verdaderas percepciones, en cambio la persona que padece una alucinación no es capaz de hacer esta distinción. Sus imágenes son tan vividas y reales, que el sujeto está convencido de su objetivi­dad. Por eso se las suele considerar como seudopercepciones, pero no siempre son anormales. Nuestros sueños se hallan poblados de ellas. Pueden también ser inducidas por drogas o por el uso excesivo del alcohol. Se consideran como síntomas de anormalidad mental sólo cuando se presentan en el estado de vigilia y en ausencia de estimu­lantes patológicos. La alucinación, por supuesto, es distinta a la ilu­sión. Esta última se debe a un juicio erróneo de objetos actualmente presentes para nuestros sentidos. La alucinación, en cambio, carece de está base perceptiva. Por el contrario, supone la existencia real de objetos que no se hallan presentes. Se puede ver u oír o sentir cosas que no tienen existencia más real que el gato de Alicia en el país de las maravillas. Los psicólogos se han interesado por saber si una percepción puede alguna vez ser confundida con una imagen. En las condiciones normales, esto no sucede, pero mediante métodos ex­perimentales especiales se observó que una persona podía confundir la imagen de un objeto proyectada sobre una pantalla con el objeto mismo, ya que al efectuar el reemplazo ésta no se percató de ello n .

IV. Imágenes hipnagógicas.—La imagen hipnagógica se llama así porque aparece en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Se la considera com o una transición desde el mundo real al soñado. Puede aparecer bien en el comienzo o al ñnal del sueño, pero para la mayoría de las personas, el primero es el periodo más rico en imá­genes. Rostros, escenas y acontecimientos que parecen reales desfilan por la mente algunas veces sin esfuerzo de la voluntad y otras a pesar de ella. Con frecuencia son tan vividas que tienen todas las carac­terísticas de una alucinaciónI2.

6. LOS SUEÑOS.—‘Los hombres siempre han concedido una sig­nificación especial a los sueños y ha llegado a ser enorme la cantidad de explicaciones que se han acumulado desde Aristóteles hasta nues­tros días. Los sueños pueden ser estudiados desde dos ángulos: el primero, su causa; el segundo, su significado.

10 Allport, G. W.: Eidetic Imagery. British Jotirnal oí Psychology, 1924, 15, pp. 99-120.

11 B ra.2, C. W. : Imagery, Psychology. A Factual Text-book. Editado por Borine. N. Y.. 1935, p. 356; B rennan , R. E., O. P .: A Theory of Abnormal Cognitive Processes, According to the Principies of St. Thomas Aquinas. Wash. D. C. Catholic University of America, 192&, pp. 34-40; M oore, T. V., O. S. B . : Cognitive Psychology. Phila. Lippincott, 1939. pp. 277-312; P eres, C. W. : «An Experimental Study of Imagination.» American Journal oí Psy­chology, 1910, 21, pp. 422-52.

12 B bay, C. W.: Op. cit., p. 368.

Sueños 213

I . E s t ím u l o .— Una persona dormida se halla sujeta a gran varie­dad de estímulos, entre ellos luces, sonidos, olores, presiones, etc. Se ha visto que si tocamos la frente de una persona, por ejemplo, esto puede ser causa de que la persona sueñe que la pica un insecto, que le duele la cabeza o que le dan una bofetada. Si descubrimos el cuerpo y lo ex­ponemos al frío, puede provocar en el sujeto sueños de hallarse esca­lando una montaña, vadeando un río, o de estar desnudo. Una luz repentina o el caer de un libro pueden provocar sueños de tormenta. Además de estos estímulos externos, los sueños pueden ser producidos por algunos estados orgánicos, como calambres musculares, mala di­gestión o cólicos que suelen producir pesadillas. Lo reciente de un estímulo está íntimamente relacionado con el tipo de sueños que te­nemos. Si nos fijam os bastante, observaremos que la mayoría de nuestros sueños proceden de sucesos que han ocurrido no mucho tiempo antes de dormirnos. Si, por ejemplo, hemos estado mirando grabados en un libro, la imaginación se suele inspirar en ellos duran­te nuestro sueño. También suele ser frecuente que cierta línea de pensamiento pase del estado de vigilia al del sueño. Esto no significa, sin embargo, que nuestros sueños no se relacionen con acontecimien­tos pasados, ya que algunas veces tratan de cosas tan lejanas que aparentemente las hemos olvidado del todo.

I I . I n t e r p r e t a c ió n .—Mientras la mayoría de los hechos que acaba­mos de mencionar son reconocidos por todos los psicólogos, no sucedelo mismo al tratar de la interpretación de los sueños. En este terreno sobresale en la actualidad S ig m u n d F r e u d , con su teoría de la realiza­ción de los deseos. En sus aspectos generales, debe admitirse que esta teoría se apoya en la experiencia real de los hechos. Por ejemplo, un niño a quien se le dio sólo un dulce, se levanta por la mañana con ­tando que soñó que se comía una fuente entera de ellos. Algo parecido nos sucede cuando en una fría mañana de invierno en que no desea­mos salir de la cama volvemos a adorm ecem os y soñamos que ya nos hemos levantado y que estamos ya ocupados con nuestro trabajo.

Pero la explicación de F reud es mucho más complicada y llena de matices. Como señala, algunas de las características más corrientes de los sueños son su aspecto grotesco y su distorsión, lo que representa una manera de velar deseos que en nuestra vida consciente nos pare­cerían desagradables o vergonzosos. Rechazar el pensamiento de las cosas prohibidas no elimina nuestro deseo de ellas. Por el contrario, ellas continúan influyendo sobre nosotros de un modo inconsciente y forman el contenido latente de nuestros sueños, del mismo modo que su aspecto extravagante forma el contenido manifiesto. Durante el sueño, las represiones disminuyen y se consigue una satisfacción vica- riante. Además, según F r e u d , toda represión representa un deseo sexual y así la deformación del sueño es un símbolo que representa un deseo sexual reprimido.

A pesar del hecho de que el término sexo es empleado por F reu d en el amplio sentido de impulso animal— deseo de alimento, por ejemplo, tanto como deseo relacionado con la reproducción— , su teoría ha sido

214 Imaginación

severamente criticada sobre este punto particular. La mayoría de lo* psicólogos sostienen la opinión de que cualquier deseo desagradable puede ser reprimido. En resumen, el núcleo de la teoría freudiana ha sido rechazado. Sin embargo, hay acuerdo general en que los deseos insatisfechos pueden ser, y generalmente son, la causa de nuestros sueños y, además, que la naturaleza velada y deformada de las imá­genes de nuestros sueños puede ser debida a la intensidad de nues­tras represiones 13.

7. IMAGINACION REPRODUCTORA Y CREADORA.—La distin­ción que hacemos aquí entre las simples funciones reproductoras de la imaginación y aquellas de carácter creador, proviene de A r i s t ó t e ­l e s 14-

La imaginación reproductora se refiere a la representación de ob­jetos y acontecimientos de una forma no elaborada. Su tarea es la de darnos una copia fiel de la experiencia sensorial. Si se nos invita a evocar la apariencia de un huevo, un triángulo, una violeta, un perro pastor, la sola mención de los nombres basta para que aparezcan estas imágenes en nuestra conciencia. No se necesita ningún esfuerzo especial de construcción ni de control de la voluntad, ni de búsque­da de nuevas disposiciones. La reproducción está presente en la ima­ginación simplemente, igual que lo encontramos en la realidad. Supo­nemos que este tipo de fenómenos existe tanto en el hombre como en los animales.

La imaginación creadora, por el contrario, es algo propio del hom­bre. No es una propiedad nueva, sino simplemente un nuevo uso dado a la capacidad que el hombre comparte con el animal. Pero en este caso su ejercicio implica una relación con la voluntad y la razón, ya que requiere evidentemente propósito y selección. Así, cuando ima­ginamos un acontecimiento del futuro o algo que aún no existe o algún lugar sobre el que hemos oído hablar o leído, pero que no conocemos, hay implicado algo más que la simple experiencia per­ceptiva. Un fenómeno de este tipo significa la existencia de una capa­cidad de modificar, transformar' y re combinar las imágenes de las impresiones sensoriales previas. En fin, algo ha sido añadido a la simple transcripción imaginativa de los hechos de la experiencia. Los resultados pueden ser meros caprichos de la fantasía, como las qui­

13 P reod, S.: The Interpretation of Dreams. Trad, por A. B r il l . N . Y. Macmillan, edición revisada, 1923, c. 3.

D e S a n c tis S . and N eyhoz, V.: Experimental Investigations Concerning the Depth of Sleep. Trad, por H. C. W a r r e n . Psychological Review, 1902, 9, pp. 254-82.

M oore, T . V ., O . S. B .: The Driving Forces of Human Nature and their Adjustement, N. Y. Grune and Stratton, 1948, c. 5. Entre los breves tra­tados de física que aparecen en: The Basic Works of Aristotele (editado por R. McKeon. N. Y. Random House, 1941), el estudiante hallará una ver­sión completa del tratado On Dreams (Sobre los sueños). El análisis que hace A ristóteles es muy interesante y está hecho con un admirable espíritu científico.

1,1 De anima, L. in , final del c. 10 y comienzo del c. 11. Ver también C. D A., L. m , lee. 16.

Imaginación y vida mental 215

meras o los grifos de los antiguos, o pueden representar conquistas útiles para la ciencia15.

8. PAPEL DE LA IMAGINACION EN LA VIDA MENTAL.—Lo mis­mo que la percepción, la imagen tiene para la mente un sentido do síntesis y de conjunto. Esto es lógico, puesto que una es la represen­tación de la otra. Se diferencian solamente porque el objeto de la percepción se halla siempre presente, mientras que el de la imagina­ción esté ausente, y se reconoce precisamente como ausente. Vemos que la facultad de realizar análisis y síntesis que existe en el sentido común también se observa en la imaginación. Pero en esta última, la influencia de la razón es mucho más notable, manifestándose como una actividad de tipo creador. En sus escritos, S a n t o T o m á s prefiere emplear la palabra griega phantasma en vez del término latino imago para describir el producto de la representación de la percepción. T o­das estas facultades—imaginación, memoria y capacidad de estima­ción—están más próximas a la mente que el sentido común o cual­quiera de los sentidos externos, y el Doctor Angélico se refiere a sus phantasmas como ideas en potencia. Esta es la clave de su im por­tancia para la economía del conocimiento, ya que ellas nos capacitan para formar conceptos abstractos. Sobre esto trataremos más ade­lante.

La imaginación es un instrumento muy útil para nosotros para la solución de nuestros problemas. Veamos un ejemplo. Un cubo de tres pulgadas, pintado en todas sus caras es dividido en cubos más pequeños de una pulgada cada uno. ¿Cuántos cubos podríamos dibu­jar sobre tres caras? Y cuando encontremos la solución, nos plantea­remos la pregunta siguiente: ¿Cómo solucionaríamos estos problemas si no utilizásemos la imaginación para representarnos el material presentado y todos los aspectos sensibles de las cosas?

Además, puesto que la imaginación es capaz de crear, desempeña su papel en todos los casos en que la mente se halle ante situaciones nuevas y difíciles. Por ejemplo, consideremos el papel que desempeña en el trabajo del inventor. Primeramente éste traza un esquema de la meta que desea alcanzar. Luego desfilan por su mente toda clase de imágenes, pero concentra su atención sobre aquellas que posiblemen­te le sirvan para alcanzar su objetivo. Después de una fase de ensayos y errores en busca de nuevas combinaciones, se llega finalmente a elegir una estructura particular que sea la que represente m ejor lo que el inventor buscaba. Esta actividad imaginativa se halla presente en todos los tipos de creación, ya sean de un artista, los de un escri­tor, los de un científico o aun los de un filósofo que, como S a n t o To­

15 La razón tiene la misma influencia sobre la memoria que sobre la ima­ginación, como veremos en el capitulo siguiente. Ambas facultades en el hombre tienen funciones noéticas tanto como sensitivas. De este modo, la función creadora de la imaginación se combina con la función de remi­niscencia de la memoria.

216 Imaginación

más nos dice, debe referirse siempre, aun. en los momentos de máxima, abstracción, a las humildes funciones de la im aginación1B.

b ib l io g r a f ia a l CAPITOLO XV

A quino , St. T . : Stima teològica. Parte I, q. 78, art. 4.— De anima, art. 13.A ristótei.es : De anima. Libro III, Cap. 3.B ray, C. W.: Imagery. Psychology. A Factual Textbook. Editado por Boring,

Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1935, pp. 344-73.G ruender, H. S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Brace, 1932, Cap. 9. M aher, M„ S. J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.a edición

1926, Cap. 8.FxLLSBURY, W. B.: The Fundamentals of Psychology. New York, Macmillan

3." ed., 1934, Cap. 18.

11 S. T.( p. I, q, 84, a. 7 ; D. P. D., q. 3, a. 9, r. a. obj. 22. Aquí S anto T omás observa que cuando se lesiona la corteza cerebral se suprime la com­prensión. La razón es obvia. El intelecto necesita imágenes para poder pen­sar, y la formación de imágenes se relaciona con las actividades corticales. La conversión de la mente a los phantasmas se verifica en todas las formas de conocimiento por medio del uso constante de ejemplos concretos, que van ilustrando los puntos que se discuten. Ver también: B ray, C. W.: Op. cit.r páginas 349-53.

CAPITULO XVI

M E M O R I A

1. CONCEPTO DE MEMORIA.—Aunque la imaginación sea capaz de evocar hechos del pasado, no los reconoce como tales. Es distinto^ por ejemplo, imaginarse una naranja que recordar la última naranja que hemos comido. En el primer caso no interviene la historicidad en nuestra imagen. En el segundo, lo que imaginamos está relaciona­do esencialmente con el pasado. Para S a n t o T o m á s , esta capacidad de localizar las cosas en el tiempo es suficiente para que la consideremos como una facultad distinta de las demás; de este modo incluimos a la memoria en la lista de los sentidos internos. La definimos según las doctrinas de A q u in o , como la facultad de evocar hechos del pasado e identificarlos como tales. Compartimos esta facultad con los anima­les. El hecho de que reconozcamos las imágenes de la memoria como localizadas en el pasado es una prueba, según S a n t o T o m á s , de que la memoria es una potencia relacionada con lo material y con los aspec­tos témpor o-espaciales de las cosas, lo mismo que el resto de nues­tros sentidos. En cambio, la mente no posee limitaciones de este tipo, ya que es capaz-de elevarse por encima de las dimensiones del tiempo y el espacio, i,

2. NATURALEZA PSICO-SOMATICA DE LA MEMORIA.—La m e­moria, en el sentido estricto del término, es decir, la facultad de evocar el pasado como tal, sólo puede pertenecer a una creatura com ­puesta por un complejo-psico-som ático. Como veremos más adelante, la mente también posee la capacidad de evocar, pero esto no implica la existencia en el nivel intelectual de una facultad especializada para el recuerdo. Como la memoria es una potencia mixta, tiene caracte­rísticas tanto psíquicas como somáticas.

I. E l e m e n t o p s í q u i c o .—Desde el punto de vista del conocimiento, la memoria nos supone el mismo esfuerzo que la imaginación. Prime­ramente es necesaria una impresión original en la que se requiere un cierto esfuerzo para la fijación de la experiencia en la conciencia. En lenguaje experimental se le llama la fase del aprendizaje. A con ­tinuación viene la retención , en forma de imágenes, de lo ya perci­bido. Estas imágenes se almacenan para un futuro uso. La tercera lase es la de la restauración de los hechos pasados en el terreno

1 S T., p. I, q. 78, a. 4. D. V., q. 10, a. 2.

218 Memoria

actual de la conciencia. Hasta aqui todos los hechos concuerdan coa los de la actividad imaginativa. La diferencia surge en la cuarta fase, que es la de la capacidad de identificar lo que aparece en nuestra conciencia actual con alguna experiencia ocurrida con anterioridad,o, lo que es lo mismo, localizar la imagen históricamente 2.

En la actualidad se hace distinción entre el reconocimiento o iden­tificación y el recuerdo. En el primer caso tenemos la ayuda de un estímulo, y en el segundo, no. Por ejemplo, nos puede resultar bas­tante fácil identificar a T h o m a s J efferso pt en una serie de retratos presidenciales y, sin embargo, no poder recordar su aspecto sin la ayuda de los retratos. Se han dado varias razones para explicar esta diferencia. Es posible que el hecho que intentamos recordar sea muy complicado y lleno de detalles, o que haya sucedido hace largo tiem­po, o que no ha sido recordado con frecuencia, o que en el momento de su fijación no hayamos puesto mucho interés, o que se haya con­fundido con otras impresiones. Todos estos factores dificultan el recuerdo, pero no tienen la misma influencia negativa sobre la iden­tificación s.

II. E l e m e n t o s o m á t ic o .—Se ha probado científicamente que la me­moria depende de la actividad cerebral. Así, sin la ayuda de los des­cubrimientos acuales, S a n t o T o m á s supo reconocer esta relación. Hace eiete siglos hizo notar ya que las lesiones de la corteza o estados de estupor producidos por drogas podían ejercer efectos decisivos sobre la imaginación y la memoria y llegar a imposibilitar el recuerdo de conocimientos anteriores 4.

Aunque carecemos de inform ación directa sobre lo que sucede en el cerebro durante las primeras etapas del aprendizaje, sabemos que se produce el mismo tipo de trazas que en el caso de la imaginación, com o ya hemos visto en el capitulo anterior. Estas trazas no repre­sentan sucesos externos, sino que son registros de la actividad de ciertas zonas de la corteza. En realidad, tenemos tantos tipo? de me­moria como maneras distintas de percibir las cosas, y cada tipo debe estar asociado con una estructura particular de las células nerviosas en el cerebro. La asignación de cada tipo de memoria a un área determinada del cerebro se basa también en estudios efectuados sobre lesiones parciales o totales de estas zonas. Sin embargo, en el caso de hallarse lesionadas estas zonas, las funciones de la memoria pueden desarrollarse en otra parte de la corteza sin gran dificultad.

Lo que debemos señalar principalmente es que la memoria no es una función puramente biológica, como sostuvieron los científicos materialistas del siglo XIX, No basta con el conocimiento de las co­rrientes nerviosas o de los potenciales cerebrales, por ejemplo, para explicar el fenómeno de la evocación consciente. S h e r r in g t o n , al refe­rirse al paso de los estímulos nerviosos al nivel del conocimiento reco­

1 S. T„ p. I, q. 79, a. 6; D. A., a. 13.■’ Moohe, T. V., O. S. B.: Cognitive Psychology. Phlla. Lippincott, 1930,

página VI, c. 5.4 S. T„ p. I, q. 94, a. 7; D. P. A., c, 4.

Leyes de asociación 2í9

noce que se produce un cambio «totalmente distinto a lo que se había visto hasta ese momento, y totalmente inexplicable para nosotros». Lo que sucede—continúa—es que estamos demasiado acostumbrados a los milagros de la conciencia para que nos sorprendan sus elementos no biológicos. En vez de sentirnos maravillados por la labor de los sentidos, sólo nos sorprendemos ligeram ente5 Esto lo dice uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo.

Por otra parte, no debemos olvidar que ia memoria depende bási­camente del cerebro, primero desde un punto de vista estructural, a través de la presencia de huellas o configuraciones corticales que determinan la naturaleza del registro de la memoria, y en segundo lugar, funcionalmente, a través de la repetición de la actividad neuronal que acompaña a la impresión de dichos registros. Ambas condiciones son absolutamente necesarias para que sea posible la restauración de cualquier hecho del pasado <\

3. MEMORIA Y REMINISCENCIA.—Siguiendo a A r is t ó t e l e s , S a n ­to T o m á s distingue dos tipos de memoria en el hombre. E l primero es la «evocación o simple recuerdo» que posee tanto el animal com o el hombre. La segunda es una adquisición estrictamente humana, debi­da al hecho de ser guiada por la razón. Esta es la misma diferencia que hallamos en el caso de los procesos imaginativos. Cuando la acti­vidad de la memoria es dirigida por la energía superior de la mente y la voluntad, se la llama reminiscencia. A q u in o la compara con la inferencia, transición lógica en la que se pasa de lo conocido a lo desconocido. Por un proceso de este tipo, es posible llegar a aconte­cimientos olvidados, utilizando como puntos de partida los contenidos conscientes de la mente. H e r m a n w E b b in g h a u s , autor de una obra clá ­sica sobre la memoria, ha seguido las enseñanzas de A r is t ó t e l e s , haciendo una distinción entre las experiencias que son llamadas de nuevo a la conciencia espontánea y las que son evocadas deliberada­mente por medio de procesos voluntarios y racionales ?.

4. LEYES DE LA ASOCIACION.—La memoria no trabaja al azar, com o veremos al estudiarla más detenidamente. Aun en las formas más espontáneas de evocación, existe alguna conexión entre las im á­genes que regresan a la conciencia. Según S an to T om ás , la razón fundamental de esta relación se basa en una tendencia natural de la mente a reproducir las imágenes sensoriales en el mismo orden en que fueran registradas. Solemos percibir varios objetos en una expe­riencia determinada y cada objeto es registrado por su propio sen­tido. Nuestra reacción a la experiencia total se manifiesta en una serie

* S h e r r i n g t o n , C.: Introductory. The Physical Basis of Mind. Edit por Laslett. N. Y. Macmillan, 1950, p. 3.

* M aher, M ., s. J.: Psychology. N. Y. Longmans. Green, 9.' ed., 1926, c. 9 .7 A r istó tele s : De Memoria et Reminiscentia, cc. 1 y 2 ; D. M . R., lec­

ción 8; S, .T., p. I, q. 78, a. 4.E b b i n g h a u s , H.: Memory. Trad, por H. A. R t j g s r j C. E. B t t s s e n iu s . N. Y.

Columbia. University, 1913, pp. 1-2.

220 Memoria

de imágenes asociadas naturalmente, de modo que el retorno de una imagen a ia conciencia arrastra consigo otras imágenes o aún todas las demás.

Utilizando como guía las normas aristotélicas, A q u in o observa que el proceso del recuerdo avanza a lo largo de una serie temporal de acontecimientos, comenzando con aquellos más recientes y retroce­diendo gradualmente hasta los más remotos. Señala a continuación las tres clases de relaciones que utiliza la conciencia para hacer revivir las imágenes. Estas son las conocidas leyes de la asociación, de A r i s ­t ó t e l e s . La primera es la ley de la semejanza, que expresa el hecho de qlie recordamos las cosas por el parecido que hallamos entre ellas; así, S ó c r a t e s nos hace recordar a P l a t ó n , ya que ambos son filósofos griegos. La ley siguiente es la ley del contraste, que establece que hay una asociación que se produce precisamente entre las cosas opuestas. Por ejemplo, el nombre de Héctor nos hace recordar el de Aquiles, puesto que fueron grandes adversarios. La tercera es la ley de la proximidad, según la cual la asociación se establece entre los objetos que se hallan cerca unos de otros, ya sea temporal o espacial­mente. Así, por ejemplo, un cumpleaños puede recordarnos la estación de las lilas, la imagen de una cuidad puede sugerirnos la del río que la atraviesa, o el recuerdo de un hijo puede traernos a la memoria la imagen de su padre. Podríamos quizás resumir estas tres leyes di­tiendo que cuando se recuerda parte de una experiencia anterior, é&ta, tiende a evocar las partes restantes 8.

La investigación moderna ha confirmado las observaciones de A r is t ó t e l e s y A q u in o , y ha llamado la atención además acerca de uno o dos puntos que se hallaban sin desarrollar en sus escritos. Por ejemplo, se ha comprobado experimentaimente que ciertos recuerdos aparecen en la conciencia sin ninguna razón aparente que los jus­tifique, Las ha llamado asociaciones libres, pero como son muy poco frecuentes, sólo las podemos considerar como las excepciones que «onflrman las reglas enunciadas por A r is t ó t e l e s , Otro fenómeno de interés revelado mediante experiencias de laboratorio es la tendencia a la perseveración de la memoria. Este hecho fue mencionado por primera vez por G e o r g M ü l l e r hace unos cincuenta años y puede ser definido diciendo que una imagen que ha aparecido una vez en la conciencia tiende a volver a ella nuevamente con facilidad9. La importancia fundamental de la perseveración se basa en su aplica- tión para el estudio y el aprendizaje, com o veremos más adelante.

5- EL APRENDIZAJE.—La memoria nos ofrece un amplio campo' de acción para la investigación. La mayoría de los estudios se han centrado sobre los temas del aprendizaje, la retención y la asociación.

I. C u r v a s d e l a p r e n d iz a j e .—Desde el punto de vista de la m e-

* D. M. R., lect. 5,9 M ö l l e r . G. E., y P il z e c k e r , A.: Experimentelle Beiträge zur Lehre von-

Gedächtniss. Zeitschrift für Psychologie, 1900, E r g b d . 1.

Aprendizaje 22 í

m oría í0, en el aprendizaje lo que hacemos fundamentalmente es ir almacenando impresiones en forma de imágenes. El investigador in ­tenta averiguar cómo progresamos en un cierto período de tiempo, qué proporciones de materia son aprendidas en diferentes periodos de tiempo y qué condiciones afectan la forma de la curva que re­presenta el proceso íntegro. La curva del aprendizaje, como vemos en la figura correspondiente, puede seguir cualquiera de estas tres

direcciones. Primero, puede seguir una aceleración negativa, en cuyo caso el sujeto adquiere más m ate­rial de conocimiento en la primera parte del periodo de aprendizaje que en el segundo. La aceleración puede invertir su velocidad, ini­ciándose de un modo lento y au­mentando progresivamente. Este es el caso de la aceleración positiva. Por último, la curva puede ser una combinación de las anteriores, em­

pezando con un impulso positivo que va aumentando de velocidad a medida que avanza, para luego empezar a declinar después de haber alcanzado el punto de máxima eficiencia. Esta constituye quizá el tipo de curva que se encuentra con más frecuencia11.

n . M a t e r ia d e l a p r e n d iz a j e .— Se ha observado que las materias significativas, com o un pasaje de prosa o de poesía, son retenidas por la memoria más fácilmente que las materias carentes de sentido, como las sílabas de E b b in g h a ü s . La ventaja de las primeras sobre las segundas reside en su valor asociativo, lo que significa que ya se conocen parcialmente antes de que comience el periodo de aprendi­zaje, pero estas últimas nos ofrecen la oportunidad de demostrar mejor la capacidad de nuestra memoria. E l estudiante puede com ­parar esto por sí mismo observando e l tiempo que tarde en aprender los siguientes versos, e l primero de L o pe d e V e g a , en La Dorotea, y el segundo una muestra fie rima carente de sentido construida por ■Ma r ia n o B r u l l ,

A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos.

10 Digo aquí: «Desde el punto de vista de la memoria», porque en el aprendizaje entran muchos otros factores además de la memoria. Desgra­ciadamente en casi toda la literatura de la psicología moderna la palabra •aprendizaje se limita al nivel de los sentidos, siendo que este tipo de cono­cimiento es sólo el comienzo de la educación. Para S anto T omás el proceso esencial del aprendizaje del hombre es la formación de hábitos mentales y de voluntad, siendo la memoria un factor secundario en la perspectiva total de la educación del ser humano.

J1 M cG eoch, J. A.: Learning. Psychology. A Factual Text-hook. Edlt. por Soring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935, pp. 306-09.

F ig . 25.—Curvas del aprendizaje, (Cortesía de John Wiley and

Sons, Inc.)

222 Memoria

Olivia oleo oloriíe alalai cánfora sandra milingítara girólora zumbra ulalinüre calandra *.

n i . S u j e t o d e l a p r e n d iz a j e .— Todo buen maestro conoce las di­ferencias individuales que existen en la capacidad para el apren­dizaje 12. Asi como las estrellas son distintas unas de otras, lo mismo les sucede a los individuos en lo que se refiere a las dotes naturales y al modo que tienen de utilizarlas.

Vemos, pues, que el primer problema reside en las diferencias individuales. Este es un hecho que no es posible modificar y que es preciso reconocer para evitarnos más de un dolor de cabeza. Dicho en pocas palabras, significa que existen variaciones no sólo entre los diferentes individuos, sino también en el mismo individuo en lo re­ferente a distintas facultades, o en las distintas etapas del desarro- eo. Así, por ejemplo, la capacidad para memorizar mecánicamente varía de un individuo a otro entre los miembros de un mismo curso. Puede también haber buena memoria acompañada de baja inteligen­cia. Por último, la memoria puede ser muy buena en la juventud y perezosa con los años por la falta de ejercicio.

A continuación vemos que la edad es otro factor muy importante de la memoria. Las investigaciones no coinciden en absoluto con la opinión popular de que la memoria se va perdiendo de un modo muy

acentuado con los años. Es posible que esta pérdida aparente se explique en parte, como acabamos de mencionar, por la falta de ejercicio, pero las razones son más bien otras. En primer lugar, los adultos utilizan mucho menos la memoria mecánica que los niños, por lo que se pierden las ventajas de su uso diario. Además, los adul­tos tienen mucho menos interés que la gente joven en memorizar.

* He sustituido por esta poesía de L ope de V ega la que el autor transcribe, de S hakespeare («Maldición de la bruja», en Macieth), casi imposible de traducir rimada. Y también los renglones poéticos sin sentido de P hilip B allard , del original inglés, por otros análogos de una «jitanjáfora* (asi llamadas por A lfo nso R e se s ), de M arian o B rijll. (Véase en A lfo nso R e y e s : La experiencia literaria. Buenos Aires. Ed. Losada, 1942, p. 201.) (N. del T.)

13 B all a r d , P. B .: «Obllviscence and Reminiscence». British-Journal of Psychology, 1913, 1, núm. 2, p, 9. (Para B a l l a r d la palabra reminiscencia significaría un incremento del aprendizaje no debido a la práctica. Para A r is t ó t e l e s , en cambio, supone una búsqueda activa de imágenes guiada por la razón. Los dos significados no se oponen, sin embargo, ya que el Incremento no debido a la práctica puede ser debido a una conexión de la memoria con las facultades superiores.)

M cG eoch, J. A.: «Experimental Studies of Memory». Readings in General Psychology. Edit. por Robinson, Chicago. University of Chicago Press, 2.* edi­ción, 1929, p. 378-32.

' » - 1_____ i _ _ l ____J— J - — i -0 ¡O 2 0 3 0 4 0 SO SO > 0 8 0

Fig. 26.—Capacidad de aprendi­zaje en relación con la edad.

Aprendizaje 223

Quizá también, una falta de confianza en la propia capacidad para aprender tenga un efecto inhibidor sobre el esfuerzo útil. Todos estos factores han sido examinados cuidadosamente por E d w a r d T h o r n d ik e y sus colaboradores, y los resultados de sus tests, efectuados en per­sonas desde los cinco a los cuarenta y cinco años, aparecen en la figura 26 *3.

El sexo ha sido también motivo de estudio en relación con la capacidad para aprender. Aunque no se haya enunciado ninguna ley general para expresar los resultados de la investigación, se han ob­tenido las suficientes pruebas de que las diferencias entre el sexo masculino y el femenino eran pequeñas, si las había, y debidas más bien a los distintos intereses de cada sexo. Un muchacho, por ejemplo, puede tener una memoria m ejor para las ciencias, pero una niña le puede aventajar en las artes. En cambio, en el caso de que el m a­terial empleado no permita la intervención de las inclinaciones del entretenimiento previo, como, por ejemplo, empleando las sílabas sin sentido, no se observan diferencias dignas de mención entre los dos sexos, o cuando existen, aunque son ligeras y sin importancia, son a favor del sexo fem enino14.

Vemos además que a medida que las personas maduran, suelen dar 'preferencia a un tipo de sensaciones sobre las demás. A veces esto se puede explicar como un resultado de las diferentes dotes de cada individuo. H e l m h o l t z , por ejemplo, era una persona con una extraordinaria agudeza sensorial para el oído y la vista, y se interesó desde muy temprano por los terrenos donde sus facultades naturales tuviesen aplicación. Por otra parte, la preferencia puede deberse al ambiente o al entrenamiento. Los chinos son proverbialmente cono­cidos por su capacidad para memorizar, no porque tengan m ejor me­moria que los demás, sino porque han desarrollado el hábito de leer en alta voz lo que están intentando aprender. Relacionado con esto, aunque dependiente de otro sentido, es la costumbre de mover los labios mientras se estudia. Finalmente, vemos que algunas personas además de leer suelen escribir las materias que desean aprender. Pero, prescindiendo de las dotes particulares, es evidente que la manera de obtener mayor fruto de nuestro estudio es utilizando tanto la vista, como el oído o el sentido muscular.

Otro de los descubrimientos de la investigación experimental ha sido el reconocimiento de hecho de que la memoria no tiene relación intrínseca con la inteligencia, es decir, que no podemos deducir el nivel intelectual de una persona de su capacidad para memorizar. Los investigadores están de acuerdo en su mayoría en que una de­ducción de este tipo es imposible, ya que estamos tratando con dos tipos diferentes de facultades. Indiscutiblemente, señala C h a r l e s S p e a r m a ít , es mucho más fácil memorizar que captar el sentido de las cosas. Y continúa diciendo que la memoria es la responsable de

19 T horndike, E. L .; B regm an , E. O . ; T ilto n , J. W ., y W oodyard, E .: Adult Learning. N. Y . Macmillan, 1&28.

14 G aret, H . E .: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton-Cen- tury. Sdicf6n revisada, 1941, pp. 80-35.

224 Memoria

muchos de nuestros errores, confundiendo las épocas de determina­dos sucesos, los lugares, e t c .1S. En relación con esto, yo desearía añadir que la memoria no puede ni fue creada para resolver nues­tros problemas. Su papel, como insiste S a n t o T o m á s , es el de enrique­cer nuestra experiencia por medio de las imágenes, de suministrarnos material para el pensamiento y de ofrecernos ejemplos concretos delo que intentamos comprender de un modo abstracto. Pero pedirle a la memoria ideas es como pretender que nuestro perro nos resuelva los problemas de matemáticas. Además es tener a la mente muy poco en cuenta el hecho de recurrir a la memoria cada vez que se nos presenta un problema de tipo racional, y, sin embargo, ¡cuántos de nosotros recurrimos a la memoria cuando lo que se nos exige es una cavilación honda y sincera sobre el problema! Tal com o afirmamos al comienzo de este libro, cualquiera que se ejercite en el uso de la memoria puede llegar a convertirse en un estudiante de Filosofía o de Psicología de primera categoría, pero solamente aquellos que luchen con sus ideas y que lleguen a obtener conclusiones de tipo personal sobre el hombre y el universo, merecerán ser llamados en propiedad filósofos o psicólogos.

Finalmente, la intención de aprender puede jugar un importante papel en la tarea del aprendizaje. Este factor se encuentra sólo en el hombre, cuyos sentidos se hallan sujetos a un control superior. En este caso interviene la voluntad instigando a la memoria y refor­zándola cuando vacila y prestándole impulso. La emoción a su vez puede ser una ayuda para la memoria, siempre que sean emociones favorables a ella, tal como las promesas de premio o de castigo. Sin embargo, a veces nuestros sentimientos son irracionales o dificultan la actividad de la memoria, en cuyo caso son una desventaja para el proceso del aprendizaje. La ansiedad, la excitación emocional, el miedo al castigo o a disgustar a la persona que se quiere o respeta son causas que inhiben la libre actividad de la memoria i®.

IV . P r o c e so d e l a p r e n d iz a j e .— Se han analizado experimental­mente los métodos y condiciones más adecuados para el estudio y se han obtenido resultados muy interesantes.

En primer lugar, se ha establecido que la práctica espaciada es mucho más eficaz que la distribución hecha al azar del tiempo des­tinado al estudio. El tiempo óptimo de descanso es aproximadamente proporcional al tiempo que se tarda en aprender una tarea. Han sido propuestas varias explicaciones para este fenómeno, pero quizás la más plausible sea la de las tendencias perseverativas de la memoria, que hemos mencionado anteriormente. Esto significa que la memoria continúa funcionando mucho después de haber cesado la tarea de aprender. Por el contrario, la form ación de imágenes y sus retoques definitivos se lleva a cabo, en gran parte, en un nivel inconsciente.

,iS S p e a r m a n , C .: The Abilities of Man. N. Y , M a cm illa n , 1927, c . 16.^ M cG eooch , J. a . : Reading in General Psychology, p p . 382-89 ; Neu­

m a n n , E.: The Psychology of Learning. Trad, p o r J. W. B aird . N. Y. A p p leton , 1913. p p . 281 y ss .; M oore , T . V., O. S B .: Op. cit., p . VI c 8.

Aprendizaje 225

Esto explica el hecho de que muchos de nuestros problemas los re­solvamos después de haber dormido. Uno de los mejores momentos para aprender es precisamente el anterior al sueño. Así, el ensayar una lección o un discurso la noche antes de la aparición en público nos proporciona el doble de ventajas que si lo hiciésemos el mismo día del acto.

En segundo lugar, vemos que el problema de el todo frente a la parte ha sido también objeto de estudio por parte de los investiga­dores, pero en este caso la evidencia no ha sido tan clara. Por ejem ­plo, al aprender un poema de memoria, algunos estudiantes prefieren ir línea por línea y obtienen mejores resultados con este sistema. Para otros es más fácil repetirlo en su totalidad. Si se trata de un trozo breve, por ejemplo, de unas líneas, no importa mayormente qué recurso utilicemos. La edad también puede influir, ya que a medida que nos hacemos adultos aumenta nuestra capacidad para visualizar las cosas con más perspectiva. Existen algunas personas con una capacidad de retención tan intensa que con una o dos lectu­ras son capaces de grabar en la memoria un material muy extenso. S a n t o T o m á s parece haber poseído esa dote, ya que confesó en una ocasión, hacia el final de su vida, que nunca olvidaba lo que había estudiado. Pero era una persona que ejercitaba mucho su memoria, y ése es otro punto que tenemos que considerar al hablar del apren­dizaje. En resumen, puesto que los gustos y las aptitudes son tan diversos, no podemos afirmar en definitiva cuál es lo m ejor en lo referente al problema del todo frente a las partes.

A continuación, vemos que se ha hecho un estudio también sobre el problema del recitado fren te al no recitado, y se ha observado que el primer método aventaja al segundo. La razón es evidente. Así. si un estudiante recita la lección para si mismo antes de darla en clase, obtiene con ello tres ventajas. En primer lugar, descubre de ante­mano las dificultades que presente su trabajo. En segundo lugar, proporciona claridad y enfoque a sus ideas, y por último, le da a su material la forma que deberá tener en su reproducción final. En la experiencia así adquirida y mediante una apreciación adecuada de sus puntos fuertes y sus debilidades puede equilibrar sus esfuerzos para lograr la maestría. Este es el secreto de un buen recitado, ave­riguado por la investigación, pero conocido de siempre de modo em­pírico, como en el caso del refrán que dice que el m ejor modo de saber si un pastel es bueno es comerlo.

Finalmente, tenemos el problema del ritmo, o cadencia del len­guaje hablado. Puede adoptarlo un material de cualquier tipo, desde los cuentos infantiles hasta los poemas épicos, como la Eneida, la Odisea o el Poema del Cid. Aun las reglas más áridas de la lógica han sido sometidas a este tratamiento con felices resultados para el lógico novel. En todos los casos el ritmo proporciona una ventaja con ­siderable cuando nos hallamos en la necesidad de memorizar, y su su­presión puede ser desafortunada para la gente Joven. Tanto el ritmo como la rima se utilizan en la música, y uno de los modos más fáciles de averiguar su valor para la memoria es tratar de recordar la letra

BRENNAN, 15

226 Memoria

de una canción sin su melodía correspondiente. Vemos, pues, que la recurrencia seriada de intervalos, producida por palabras o frases que se pronuncian unidas, se graba fuertemente en la memoria, de modo que sin el contexto rítmico en que la letra de la canción fue aprendida, resulta sumamente difícil hacerlas regresar a la conciencia.

Del examen de los factores precedentes puede deducirse con se­guridad que la adquisición de conocimientos puede mejorarse mu­cho perfeccionando nuestros hábitos de estudio, aunque la mayoría de los psicólogos sostienen, como J a m e s , que la memoria, como cua­lidad innata, no se modifica después de cierta edad. Pero empleando un método adecuado y una práctica constantes, un estudiante menos dotado puede llegar a emplear m ejor su memoria que otro más ca­pacitado, pero que hace peor uso de ella. Incluso las realizaciones sorprendentes de los denominados expertos en memoria pueden ser explicadas en gran parte por la preparación. Los resultados expe­rimentales llevan a la conclusión de que la memoria puede conse­guir progresos evidentes mediante el empleo de una técnica relativa­mente sencilla17.

6. RETENCION.— En lenguaje experimental llamamos retención a cualquier grado mensurable de persistencia de los materiales con­fiados a la memoria. Por contraste, aplicamos el término de olvido a cualquier fallo en la reaparición de estos materiales en condiciones experimentales. El hecho de que no podamos recordar todo lo que hemos aprendido no siempre es desventajoso, puesto que es una dis­posición de nuestra naturaleza. Por ejemplo, nos es muy útil el poder olvidar los sucesos desagradables o trágicos de nuestra existencia.

El olvido es en realidad una expresión de la actividad selectiva de la conciencia. Es una señal de que la memoria, por la razón que sea, no desea evocar un hecho determinado. Podemos explicarlo de un modo fisiológico diciendo que es una consecuencia del abandono o la desaparición de determinadas impresiones corticales, o en el caso de que sea un fenómeno temporal, de la interferencia de los procesos nerviosos concomitantes al acto de evocar. Pero esto es me­ramente dar una explicación en términos neurológicos, ya que en realidad ignoramos casi por completo lo que sucede en las regiones corticales cuando olvidamos. Me estoy refiriendo, es claro, a fallos de la memoria en circunstancias normales, y no a los efectos pro­ducidos por lesiones, fatiga o uso de drogas. Examinaremos, pues, el problema desde el punto de vista psicológico y estableceremos los factores mentales que intervienen en é l 1S.

I. C o rva de r e t e n c ió n .—La curva de retención representa un in­tento para expresar gráficamente lo que sucede cuando memoriza-

17 J a m e s , W . : Psychology. N . Y . Holt, 1892, p p . 296 y s i g s . ; M c G eoch : Rea­dings in General Psychology, p p . 289-96.

18 M cG eoch , J . A . : Psychology. A Factual Text-book, p . 301; P il l s b u - r y , W . B .: The Essentials of Psychology. N . Y . M a c m i l la n , e d i c i ó n r e v is a d a , 1925, p p . 217-18.

Retención 227

mos, desde el momento en que ha terminado la fase de aprendizaje. La forma clásica de esta curva la debemos a E b b in c h a u s , y su validez ha sido confirmada por investigaciones ulteriores. Esta desciende rá­pidamente durante las primeras veinticuatro horas que siguen al

DiasF ig . 27.— C u rv a d e re te n cM n

d e EE3INGBAUS.

término del período de aprendizaje, continúa descendiendo con más lentitud en las segundas veinticuatro horas, para luego continuar declinando de un modo casi imperceptible. Según esta curva, la m a­yor parte de lo que vamos a olvidar se olvida casi a continuación de haberlo aprendido.

Una excepción parcial de la forma corriente de la curva se pre­senta en la reminiscencia, en cuyo caso la memoria parece mejorar sin necesidad de ejercitarla. Pero la reminiscencia, en la acepción moderna de la palabra, sólo es posible cuando aprende parcialmente, pues la maestría completa no dejaría lugar para que se produjese mejoría alguna. Hasta el momento actual desconocemos la causa de la reminiscencia 19.

n . I n h ib ic ió n r e t r o a c t iv a .— El aprendizaje, com o una fase de la memoria, ocurre cuando las imágenes se agrupan de un modo ade­cuado. Se ha comprobado por medio de la investigación que una aso­ciación formada en un período más tardío tiende a desintegrar las asociaciones establecidas con anterioridad. Este efecto inhibidor de un grupo de imágenes sobre otro se ha llamado inhibición retroactiva. Conocemos tres razones por lo menos que explican este fenómeno.

En primer lugar, si el material es muy parecido puede producirse una confusión. En el cuadro siguiente utilizamos como ejemplo el latín y el francés, ya que están ambas lenguas intimamente relacio­nadas. En cambio, el latín y la lógica no poseen ningún rasgo común en particular.

18 B a l l a r d : Op. cit.; E b b in g h a t js : Op. cit.

228 Memoria

9,00 9,30 10,00Estudio Estudio RecitadoLatín Francés Latín (a)Latín Lógica Latín (b)

La diferencia entre (a) y ib) indica la Inhibición retroactiva pro­ducida por la semejanza de las materias de estudio.

En segundo lugar, puede ser debida a la falta de espaciamiento durante el periodo de aprendizaje. En los dos cuadros siguientes se indica cóm o se logra la separación mediante un período de descanso,o, en el caso de no ser esto posible, colocando un material diferente entre dos semejantes.

9,00 9,30 10,00Estudio de latín Descanso Recitado de latín (a)Estudio de latín Estudio de francés Recitado de latín (b)La diferencia entre (a) y (b) indica cuánta inhibición retroactiva

se ha producido debido a la falta de espaciamiento.

9,00 9,30 10,00 10,30Estudio Estudio Estudio RecitadoLatín Francés Lógica Latin (a)Latin Lógica Francés Latín (b)

L,a diferencia entre (a) y (b) indica cómo el espacimiento produ­cido mediante la interposición de materias distintas entre las seme­jantes ha reducido la inhibición retroactiva.

En tercer lugar, la práctica inadecuada o un bajo nivel de apren­dizaje es quizás la razón fundamental para que se produzca la inhi­bición retroactiva. Esto significa que cuando los datos que intenta­mos retener han sido captados sólo superficialmente nos es mucho más difícil retenerlos. Por consiguiente, la posibilidad de desaloja­miento es mucho mayor. Es un hecho sabido que las lecciones mal aprendidas se confunden unas con otras y que partes de una lec­ción pueden bloquear el recuerdo de otras. Cuando pensamos en la cantidad de imágenes que necesitamos para aprender el hecho más simple, debemos maravillarnos no de nuestra tendencia a olvidar, sino de que podamos recordar alguna cosa. Nos hallamos en lo cierto al procuram os todos los puntos de vista que la ciencia nos revela para mejorar nuestros hábitos de estudio2«.

III. C a m b io s d e a m b ie n t e .— El proceso de la memoria tiene dos tipos de ambiente. El primero es exterior y abarca los lugares en que

20 M cG eoch : Reading in General Psychology, p p . 339-403.

Tesis de asociación 229

estudiamos, por ejemplo, los libros que utilizamos, la atmósfera crea­da por el profesor por medio de su mirada, su tono de voz, sus gestos, su manera de explicar, etc. El segundo es interno e incluye cierto estado de salud, de descanso y fatiga, la postura, el apetito, las sen­saciones de extrañeza o familiaridad con el ambiente, etc.

Es así que durante todo el proceso del aprendizaje el estudiante va formando inconscientemente poderosas asociaciones entre las imá­genes que intenta retener y los elementos de fondo que acabamos de mencionar. Tan cierto es esto que, si modificamos algunos de estos rasgos concomitantes, a veces puede llegar a hacerse imposible la evocación. Un alumno, por ejemplo, puede experimentar una verda­dera dificultad en recordar, si sus exámenes se efectúan fuera de su clase. Y aun al profesor le sucede que recuerda con más facilidad las cosas cuando trabaja en su ambiente habitual, en su estudio, por ejemplo, y ante su escritorio y los libros que han llegado a form ar parte de su personalidad. La influencia del ambiente puede llegar a ser tan fuerte que cambiarla o hacerla desaparecer puede interferir en todos su sistema de conocimientos. Recuerdo el caso de un ame­ricano que vivió varios años en China y llegó a aprender correcta­mente el idioma. Al regresar a su patria su habilidad fue disminu­yendo con gran rapidez hasta que le fue imposible recordar los ca­racteres más simples, pero al volver nuevamente a China y al ponerse en contacto otra vez con el ambiente en el que había aprendido la lengua, recuperó su maestría de mandarín en poquísimo tiempo. Tal vez muchos de nosotros podamos recordar hechos parecidos21.

7. TESTS DE ASOCIACION.—Es posible determinar los intere­ses generales de un individuo y aun los rasgos de su carácter por el modo como asocia sus imágenes. La investigación en este terreno fue comenzada por F r a n g ís G a l t o n y desarrollada por W elhem W u n d t haciendo hincapié en el aspecto cognoscitivo del problema. Más tar­de, C a r l Jung efectuó una larga serie de estudios sobre la relación de las emociones y los sentimientos en el proceso asociativo, siendo el resultado de todas estas investigaciones standardizado en tests que han pasado a formar parte del equipo de todos los psicólogos modernos. Veamos un ejem plo: se le da a un sujeto una lista de pa­labras pidiéndole que conteste a ellas lo más rápidamente posible con la primera palabra que le venga a la mente. Se observa una gran variedad de respuestas, que, sin embargo, es posible separar en su mayoría en tres grupos: respuestas objetivas, que son consideradas como signos de una visión intelectual de la realidad; respuestas ver­bales, que señalan una visión imaginativa, y respuestas de tipo em o­cional.

La respuesta puede ser retardada com o si el sujeto intentase evitar una asociación desagradable u ocultar el curso natural de su im a­ginación. En algunos casos, puede no responder en absoluto, ha­ciéndose necesario repetir la palabra estímulo varias veces. Además,

21 Carb, H. A.: Psychology. N. Y. Longmans Green, 1927, pp. 251-52.

230 Memoria

vemos que el sujeto puede dar respuestas distintas a la misma pala­bra si la repetimos en otro t e s t 22. El valor de una técnica de este tipo depende en gran parte de la precisión con que se lleve a cabo, además de la capacidad del investigador para interpretar las res­puestas del sujeto. Aunque no es un método infalible, el test basado en la asociación es útil para averiguar las tendencias subconscientes

8. PAPEL DE LA MEMORIA EN LA VIDA MENTAL.—En la psi­cología de S a n t o T o m á s , las imágenes provenientes de la memoria tienen el mismo valor que las de la imaginación. Cada una repre­senta el germen de una idea, cada una es la representación de un dato concreto de la experiencia basándose en el cual la mente pro­duce sus abstracciones. Si careciésemos de estas imágenes, la com­prensión no seria posible, ya que se relacionan con la razón del mis­mo modo que los objetos sensibles se relacionan con los sentidos. De Igual forma que no podríamos ver si no hubiese luz, no existiría acti­vidad verbal sin imágenes que estimulasen el pensamiento. A q u in o da una importancia especial a esto23.

Sin embargo, el trabajo de la memoria es mucho más significativo para la mente que el de la Imaginación. En primer lugar, es un tra­bajo menos caprichoso y además está más en contacto con la rea­lidad. Su tarea es recordar los sucesos pasados, no de un modo ca­prichoso, como la imaginación, sino tal como sucedieron en realidad. Además, com o Aristóteles señaló hace ya veintitrés siglos, «la ex­periencia se basa en el recuerdo» 2<(, y puesto que la ciencia, el arte y el resto del conocimiento humano se basa en la memoria, el papel de ésta es realmente único. Por esto Aquiko se interesó en particular en ejercitarla, no por lo que es en sí misma, ya que es un mero sen­tido que participa de todas las cualidades materiales de éstos, sino por su contribución a la vida mental.

9. REGLAS PARA CULTIVAR LA MEMORIA.—Las reglas de S a n to T o m á s para el cultivo de la memoria son extremadamente simples. Son, sin embargo, el fruto de la sabiduría de un gran pensador, que poseía además una extraordinaria capacidad de retentiva. Con el fin de darles una orientación moderna me he permitido invertir ligera­mente su orden.

En primer lugar, debemos introducirnos en nuestro trabajo con verdadera voluntad de aprender, o, como dice, A q u in o , «debemos es­tar ansiosos y preocupados por aprender». Cuanto más profunda­mente nos impresione un objeto, más difícil es que lo olvidemos. El

22 Jüng, C. G-.: Studies in Word Association, trad, por M. D. Edek. N. Y. Moffat, Yard, 1919. Es interesante comparar los agrupamíentos que se in­dican aqui con los que se produjeron en el test de la marca de tinta (des­crito en el capítulo anterior). La disposición geométrica indica una perso­nalidad de tipo intelectual; el movimiento, un tipo imaginativo, y el color, un tipo emocional.

33 C. D. A., L. m , lee. 12; S. T., p. I, q. 84, a. 7; O. S., a. 15.21 Posterior Analytics, L .in , c. 19. Ver también Santo Tomás: In Aristo-

telis Posteriora Analytica, L. III, lee. 20.

Bibliografía 231

Doctor Angélico c i t a a C ic e r ó n , que dice; «la ansiedad por aprender da firmeza a nuestras imágenes».

En segundo lugar, debemos examinar cuidadosamente y luego dar un cierto orden a lo que deseamos memorizar. De este modo, la razón, que es la facultad ordenadora, interviene en el proceso, creando re­laciones que estén más allá del poder de los simples sentidos.

A continuación, debemos buscar ejemplos claros de lo que desea­mos retener. Las cosas menos frecuentes son más útiles que las más frecuentes como ejemplos, ya que nos producen una impresión más profunda. Esta es la causa, según S a n t o T o m á s , de que recordemos con tanta exactitud sucesos de nuestra infancia, ya que entonces todo era nuevo y extraño para nosotros.

Finalmente, debemos repetir con frecuencia lo que intentamos retener, ya que la repetición es la base del aprendizaje. De todas las reglas mencionadas, esta es la fundamental, ya que el método más corto y seguro de aprender algo es traerlo las más veces posibles al campo de la conciencia25.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XVI

Aquxno, St. T.: Suma teologica. Parte I, q. 78, art. 4; Parte II-III, q. 49, articulo 1.

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1949, Cap. 17.

” S. T., p. II-II, q. 49, a. 1, r. a, obj. 2.

CAPITULO XVII

SENTIDO ESTIMATIVO E INSTINTO

1. EL SENTIDO ESTIMATIVO.—Además de todos los sentidos que hemos mencionado poseemos otro sentido, necesario para la conser­vación del individuo, cuyo objeto es reconocer lo que es útil y lo que es nocivo para el organismo. Pero puesto que la razón en el hombre es capaz de cumplir esta finalidad, este sentido tiene mucho más interés para el animal.

I. El sentido estimativo en el animal.—El gran Aristóteles se sorprendía tanto del importante papel que desempeña este poder en el animal, que lo denominaba simplemente naturaleza; término bas­tante adecuado, ya que esta facultad es innata *. Para Santo Tomás, también en la posesión de esta facultad radica la diferencia entrelo vivo y lo inerte. ¿Cómo podríamos explicarla? Realmente no hay explicación para ella, salvo considerarla como hace el Doctor An­gélico, como un instrumento psicológico necesario para su vida, su­ministrado por el Creador. De este modo, la abeja construye su panal y el pájaro su nido, con la maestría de un ingeniero, y el ciervo huye del león y la oveja del lobo con el mismo pánico con el que huimos nos­otros de un loco, ya que basta una ojeada, un ruido o un olor, para percibir la cercanía del peligro. Podemos preguntamos cómo han ad­quirido los animales esta facultad, puesto que no les viene del apren­dizaje, ni de la práctica, ni de la experiencia, ni tampoco lo aprenden de sus progenitores. Sólo podemos responder a esto afirmando que- es una facultad innata, que sólo necesita para manifestarse el des­arrollo corporal del animal. Es esto que Santo Tomás considera como la facultad de estimación del animal y podemos definirla como la facultad, de percibir, sin ejercicio o experiencia previa, tanto las cosas útiles como las nocivas para el organism o2. Para dar una explicación más completa de la doctrina de Aqtjino debemos señalar, primero, que el poder estimativo es un poder formador de imágenes o. mejor aún, un poder capaz de hacer volver a la conciencia imágenes que son inna­tas. El hecho de ser innatas hace que las separemos tanto de los pro­ductos de la memoria com o de los de la imaginación. Pero existe tam ­bién otro rasgo que distingue a estas imágenes; así, según Santo Tomás, el sentido estimativo se refiere a las cualidades insensibles de los objetos, es decir, a sus aspectos utilitarios. Insensible no significa

1 Physica, L. II, c. 8.s S. T„ p. I, q. 78, a. 4; D. A., a. 13; D. P. A., c. 4.

234 Sentido estimativo e instinto

en este caso que dicha cualidad no pueda ser percibida, sino que no puede serlo por ningún sentido más que por el estimativo. El o jo del eiervo, por ejemplo, puede ver al león, su oído puede percibir el rugido, su nariz puede captar su olor, pero no existe nada de estas percep­ciones provenientes de los sentidos externos que le señale el peligro. Este es el papel de otro sentido, superior a los anteriores: el estima­tivo. Vemos que ni la imaginación ni la memoria tienen que ver con este proceso, aunque esta última puede conservar la experiencia de situaciones anteriores de peligro. Cuando un gato ha sido cazado por un perro, parece no olvidarlo, y cuando a un perro le castiga su amo tampoco lo olvida con facilidad. Basándose en el hecho de que el sentido estimativo reconoce elementos de la experiencia que ningún otro sentido es capaz de captar, S a n t o T o m á s lo eleva a una categoría superior. Más aún, dado su alto valor biológico, lo considera el sen­tido más elevado del animal.

II. E l s e n t id o e s t im a t iv o e n e l h o m b r e .—En el hombre, el sentido estimativo está relacionado tan íntimamente con la mente, que toma de ella la comprensión y la facultad de emitir juicios. Por eso S a n t o T o m á s lo denomina sentido cogitativo. Esto no implica necesariamen­te que sea capaz de pensar o de penetrar en la naturaleza de su objeto, ya que en ese caso la igualaríamos a la razón, y ningún sentido, por muy perfecto que sea, puede aspirar a esto. Sin embargo, trabaja de un modo parecido al de la comprensión. De hecho, aun en los mis­mos animales la prudencia natural con la que efectúan sus actos ins­tintivos es tan sorprendente que podemos llegar a confundirla con la inteligencia. Con más razón, pues, hallamos en el poder estimativo del hombre ciertos rasgos de inteligencia. Llevando la comparación establecida por A q u in o un poco más lejos: el animal reconoce lo útil o lo nocivo por medio de sus instinto natural. El hombre, en cambio, conoce esto mismo de un modo más perfecto, haciendo que su inte­ligencia asuma la situación biológica y permitiendo que el sentido estimativo actúe como si fuera una facultad inteligente. La tarea de la mente, por supuesto, es la de captar las relaciones abstractas que existen entre los objetos, Al sentido estimativo no le es dado hacer esto, pero es capaz de captar las relaciones concretas de un modo casi racional 3.

2. CONCEPTO DEL INSTINTO.— El concepto moderno de instinto eomprende los siguientes factores: primero, el conocimiento de lo útil o-nocivo de un objeto; segundo, la experiencia de una emoción como resultado de este conocimiento, y tercero, una conducta de tipo motor que varía según la naturaleza del conocimiento y de las emo­ciones que la originan. El proceso se ha efectuado eslabón por esla­bón, de un modo concatenado, de modo que si suprimimos el primer eslabón, que es el conocimiento, el proceso se suspende. Esto significa que, a no ser que admitamos la base estimativa del instinto, no Iogra-

3 C. G., L. c. 66; S. T„ p. I, q. 83, a. 1; p. II-II, q. 95, a. 7; In Aristotelis Physica, L. n , lee. 13.

Naturaleza del instinto 235

remos comprender su modo de acción. Luego cuando S a n t o T o m á s afirma que «el instinto es la causa de la conducta animal» *, rem on­ta la acción de éste hasta una cierta forma de conciencia del valor biológico del estímulo. Su opinión en este punto concuerda en gene­ral con la de M cD o u g a l l , que, más que ninguno de los psicólogos m o­dernos, luchó por mantener el concepto de instinto dentro del campo de la psicología científica. Partiendo del sentido estimativo y siguien­do las ideas de M cD o u g a l l , podemos definir el instinto como un con­junto innato de facultades de tipo animal que perm ite a su poseedor reconocer de inmediato la utilidad o el peligro de ciertos objetos, experimentar emociones com o consecuencia de este conocimiento y actuar o sentir la necesidad de actuar de un modo determinado según el valor biológico de los objetos percibidos s.

Lo más característico del instinto es que se relaciona siempre con temas de gran valor para la supervivencia del animal. Como S a n t o T o m á s señala: «Si el animal actuase de acuerdo con lo que es agra­dable o desagradable para sus sentidos, no tendríamos por qué atri­buirle otra facultad que la de la percepción de estos sentidos externos. Sin embargo, busca o evita ciertas cosas no precisamente por su tonalidad placentera o displacentera, sino por su utilidad o peligro­sidad para el organismo. Así, por ejemplo, la oveja no huye del lobo por su aspecto, sino porque éste es su enemigo natural, y el pájaro no recoge pajas para su nido porque la parezcan bellas, sino porque son útiles para construirlo» e. Vemos, pues, la posición estratégica que ocu­pa el sentido estimativo dentro de la estructura total del instinto.

3. NATURALEZA PSICOSOMATICA DEL INSTINTO.—El instinto es común al hombre y a los animales. Como un conjunto de potencias abarca toda la vida sensitiva, demostrando cóm o el conocimiento, la emoción y la conducta externa pueden servir de un m odo armónico a los intereses del organismo. Cada elemento pertenece al com plejo alma-cuerpo, por lo que el instinto, como un todo, es también de natu­raleza psicosomática.

I. Elemento psíquico.—Lo que el animal sabe de antemano, gra­cias a su sentido estimativo, el hombre tiene que aprenderlo por medio del estudio y la investigación. El castor, por ejemplo, constru­ye su presa com o si conociese los principios hidráulicos; una cierta especie de avispa paraliza al insecto del que se alimenta, con tal des­treza, que pensaríamos que posee un conocimiento a fondo de la anatomía de aquél. Otra especie de avispa se alimenta de una presa que la sobrepasa varias veces en peso y tamaño, arrastrándola des­pués de muerta por el agua corriente, para evitar su peso. La araña teje su red sobre el modelo de una espiral logarítmica. Estos no son sino unos pocos entre los miles de posibles ejemplos de la sabiduría del

* S. T„ p. II-II, q. 95, a. 7.s M c D o u g a ll , W .: An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce.

Edición revisada, 1926, p. 30.* S. T., p. I, «. 78, a. 4.

instinto del animal, una forma de conocimiento independiente de la. experiencia, pero que se halla presente en el animal en las circuns­tancias en que sea necesario.

El elem ento emocional del instinto es una especie de garantía, natural de que los propósitos del instinto serán realizados. No le ser­viría de nada al cordero si su conciencia del peligro, despertada por la proximidad del lobo, no le procurase una intensa emoción de te­mor. Esto mismo sucede en el caso del hambre, del deseo sexual o de la necesidad de amparo y protección. Podríamos decir, con razón, que toda actividad instintiva es impulsada por una emoción. Al pájaro puede no agradarle el lodo de donde extrae las pajas para su nido,, pero el interés por construirlo y tener un lugar donde acomodar a sus crías pesa más sobre él.

La conducta motora completa la estructura de las tendencias ins­tintivas. Por medio de ella, el animal es capaz de cumplir el pro­pósito básico de su naturaleza, utilizando modos distintos según la conform ación de su aparato motor: ya sea corriendo, arrastrándose,, nadando, volando o mediante cualquier otro tipo de movimientos. De este modo, el animal da expresión externa a su conocimiento y a la fuerza de sus emociones, adaptando a cada instante su actuación a las necesidades reales, ya sean momentáneas o de previsión para el-, fu tu ro7.

II. E l k m e n t o s o m á t ic o .— En su aspecto orgánico, el instinto está relacionado íntimamente con el conocimiento y la maduración del sistema nervioso. Tanto el sentido estimativo, que es la fuente del conocimiento, com o el apetito sensible que da lugar a la emoción, com o la respuesta motora, dependen del sistema nervioso de un modo u otro. Desde el punto de vista fisiológico, pues, el instinto es incon­cebible sin una base de tipo cortical, de igual modo que desde el punto de vista psicológico no es posible el pensamiento separado de la conciencia. De hecho, si suprimimos estos dos factores—corteza cerebral y conciencia— es imposible establecer una distinción entre instinto y reflejo. Como M cD o u g a l l sostiene, éste es uno de los fallos de la escuela behaviorista, cuyos seguidores excluyen la conciencia de su explicación del instin to8.

4. CARACTER FINALISTA DE LOS INSTINTOS— El problema de la teleología del instinto constituye uno de los más delicados temas- de la ciencia moderna. La mayor parte de las dificultades que se pre­sentan para la aceptación de esta idea son debidas a prejuicios o falta de comprensión, a pesar de que el concepto de teleología es claro y se presenta con frecuencia en el mundo que nos rodea. En su

236 Sentido estimativo e instinto

7 M cD ougall, W.: p. cit., c. 2; O ’T oole, G . B.: The Case Against Evolu­tion. N. Y. Macmillan, 1925, pp. 247-48; W a sm a n k , E. (S. J.); Comparative Studies in the Psychology of Ants and of the Higher Animals. Trad, por G ummersbach. St. Louis Herder, 1905.

8 M cD ougall, W., y W a t so n , J. B.: The Battle of Behaviorism. N. Y. Nor­ton, 1929.

Clasificación de los instintos 237

más simple expresión, significa que la naturaleza actúa siempre de -un modo inteligente. La conducta animal, por ejemplo, demuestra de un modo evidente una intencionalidad oculta tras ella. Esta es una de las pruebas más claras de la existencia de un plan y de un Creador. Con esto no afirmamos que el animal conozca el fin de sus actos, sino que sin él, el instinto resultaría ininteligible. Así, pues, como sostiene S a n t o T o m á s , la explicación final sólo se logra considerando al ins­tinto como un don del Creador,

A q u in o no trata del instinto en detalle; no obstante, coincide con la mayoría de los investigadores cuando insiste en que la cualidad más sorprendente de la conducta instintiva es la ignorancia del pro­pósito con que se realiza. Así, afirma que «los animales de una misma especie siempre actúan del mismo modo, impulsados por la natura­leza, y no por el arte, en la ejecución de sus tareas. Así, vemos que todas las golondrinas construyen su nido, y todas las arañas su tela, siguiendo el mismo modelo» &. El animal no piensa en lo que hace, sino que sigue constantemente una línea de conducta. Si se lanza una flecha a un blanco, la flecha nos indica la existencia de un arque­ro, y la dirección que ésta sigue, la existencia de una mano que la ha guiado. Pero ni la flecha ni el animal conocen la razón de sus actos, ni tampoco tiene mayor interés que la conozcan, puesto que la dirección de sus actos es única y ya van encaminados hacia ella. La conducta del hombre, en cambio, es bastante diferente, ya que no sólo es capaz de comprender la finalidad de sus actos, sino que tam ­bién puede elegir el modo de alcanzar esta finalidad.

Sigue siendo cierto, sin embargo, como señala S a n t o T o m á s , que el animal actúa con «prudencia natural» en su búsqueda de lo útil, y su huida de lo peligroso y esta sagacidad tan manifiesta es un claro testimonio de la intencionalidad subjetiva de sus instintos y de la presencia objetiva de una Inteligencia 10.

5. CLASIFICACION DE LOS INSTINTOS.—has clasiñcaciones de los instintos suelen ser más o menos arbitrarias y a los autores les es muy difícil ponerse de acuerdo sobre este punto. Posiblemente el criterio más lógico para la agrupación sea el de la finalidad a la que sirve cada uno. Como M cD otjgall señala, cuanto más descendamos en la escala de la conducta instintiva, mayor es la tendencia de la m ani­festación emocional a hacerse de carácter inespecífico. Esto no signi­fica que posean menos fuerza; por el contrario, los instintos relacio­nados con nuestras necesidades puramente vegetativas poseen un carácter de urgencia muy extremado y una tonalidad afectiva muy intensa. Pero su inespecificidad no nos permite darle otro nombre que el de la necesidad que tienden a satisfacer.

Los instintos más primarios son el hambre y la sexualidad. Están relacionados con el organismo de un modo muy directo y su finalidad es perentoria, ya que, sin su existencia, peligrarían seriamente tanto

* C. G., 1, n i, C. 82.!0 S. T., pp. I-II, 13, a. 2, r. a obj. 3; también q. 11, a. 2.

238 Sentido estimativo e instinto

el individuo como la especie. Este hecho hace que los situemos en el núcleo, por así decir, de nuestra existencia física, y, quizás por tal razón, sean tan complejos desde un punto de vista emotivo. Podría­mos afirmar que tienen igual significado afectivo para nosotros que nuestra vida misma. En un nivel superior de la escala instintiva aparecen otras necesidades relacionadas con la supervivencia y que continúan siendo poco diferenciadas emocionalmente. Estas son, por ejemplo, los impulsos relacionados con la selección y la preparación del alimento, la construcción de viviendas, la cría de la prole, la invención de medios adecuados de protección, la adaptación del orga­nismo a los cambios ambientales y la adaptación del individuo a la vida en comunidad. Podríamos simplificar la clasificación diciendo que este segundo grupo de tendencias instintivas no es más que la manifestación de las necesidades básicas del hambre y la sexualidad en un plano más elaborado.

Si continuamos ascendiendo en la escala instintiva llegamos hasta los instintos diferenciados emocionalmente. El problema de que tra­tan no es el de la supervivencia, sino el de la preparación del orga­nismo para su defensa en las situaciones especiales de la vida. La lista de ellos sería interminable, por lo que seguiremos el criterio de McDougall, mencionando sólo los más importantes. Estos son: la fuga y la emoción de temor, la agresividad y la emoción de ira, la repulsión y la emoción de disgusto, la curiosidad y la emoción de admiración, la auto-humillación y la emoción de opresión, la auto- afirmación y la emoción de exaltación, el instinto paternal y la emo­ción de ternura. Finalmente hallamos en el plano más diferenciado ciertas tendencias que tienen más relación con la vida mental del individuo que las demás, ya que pueden ser satisfechas de un modo muy vanado y con multiplicidad de objetos. Así, por ejemplo, posee­mos una tendencia innata al Juego y al recreo, a la imitación, a la sugestión y a la simpatía. El niño suele imitar la mímica del adulto y también su modo de hablar, del mismo modo que se entretiene con todo lo que le ponemos a mano. La sugestión y la simpatía juegan un papel muy importante en el desarrollo de su mente y de su volun­tad. Sin embargo, los adultos tampoco nos hallamos completamente libres de estas tendencias instintivas y su persistencia a lo largo de nuestra vida es una prueba de lo que dijo el poeta: que los hombres no son más que niños un poco crecidos11.

6. DESARROLLO Y MODIFICACION DE LOS INSTINTOSI. D e s a r r o l l o .—Mientras algunos de nuestros instintos se presentan desde el instante del nacimiento, otros, sin embargo, deben esperar el desarrollo del organismo para manifestarse; incluso los instintos más precoces en su aparición requieren ser ensayados repetidas veces antes de alcanzar su desarrollo completo. Uno de los estudios expe­

11 McDougall, W.: An Introduction to Social Psychology, c. 3 y sup. c. 4,

— An Outline of Psychology. London, Methuen, 3.* ed., 1926, c. 5.

Modificación de los instintos 239

rimentales más interesantes que se han efectuado sobre este tema es el instinto del picoteo en el pollo joven. Antes de salir del cascarón, el polluelo realiza una serie de movimientos con la cabeza parecidos a los del picoteo. Durante uno de estos movimientos, que comprende la totalidad del cuerpo, la cáscara se rompe y el polluelo sale fuera de ella. Dedica sus primeros esfuerzos al aprendizaje de su alimenta­ción. Al comienzo no acierta a dar el picotazo sobre la partícula ali­menticia elegida, o bien puede lograrlo, pero luego no consigue rete­nerla en el pico. Unicamente al cabo de varios días picotea adecúa- mente y se alimenta com o un ave adulta. Si a algunos de estos polluelos se les alimenta artificialmente, sin permitirles picotear durante un cierto tiempo, aprenderán a picotear con la misma habilidad que los polluelos alimentados normalmente y que habían iniciado con ante­rioridad el aprendizaje. Por medio de observaciones de este tipo se hace evidente que tanto la maduración como la práctica desempeñan un papel importante en la perfección del funcionamiento de los ins­tintos 12.

II. M odificación.— En su aspecto cognoscitivo podemos hablar de una modificación del instinto. Así, la percepción de un objeto que ori­ginariamente provocó miedo instintivo puede ser modificada de modo que llega a desaparecer todo el impulso a huir. Este caso está demos­trado en la domesticación de animales salvajes. Por otra parte, pode­mos invertir el proceso, de modo que una percepción o una imagen que no provocó ninguna emoción de primera instancia puede llegar a hacerlo eventualmente. Por ejemplo, las aves de una isla desierta por lo general no muestran temor ante el hombre, pero después que su aparición ha sido asociada repetidas veces a atentados contra su vida, la vista del hombre es suficiente para provocar la huida. En el hombre es posible también la conducta instintiva por medio de las ideas. Esto es cierto, en particular, en el caso del hambre o del deseo sexual. Igualmente el sentimiento instintivo del peligro o de la muer­te, que suele ser muy fuerte, puede modificarse considerablemente bajo el influjo de la fe religiosa.

En su aspecto afectivo, el instinto es poco modiflcable. Es cierto que al alterar la idea de una cosa se modifica también la emoción que la acompaña. En el caso del hombre, su vida afectiva es un problema no sólo psicológico, sino también de orden moral. De esto hablaremos en un capítulo próximo. Podemos adelantar, sin embargo, que si es muy difícil modificar nuestras emociones, podemos, en cambio, diri­girlas hacia una meta distinta de la que tendían naturalmente.

Por último, en su aspecto motor es donde hallamos la mayor capa­cidad para una modificación de los instintos, y podemos citar ejem ­plos muy diversos. Vamos a limitarnos a dos. En el primer caso se trata de un animal que está aprendiendo a adaptarse a una nueva situación. Una rata, por ejemplo, es colocada en un laberinto donde se la deja actuar. Por curiosidad natural, tiende a introducirse por

la Hunter, W. S.: Human Behavior. Chicago. University of Chicago Press, 1928, pp. 183-69.

.240 Sentido estimativo e instinto

todos los pasajes, pero castigándola cuando utiliza unos y premián­dola cuando utiliza otros, podemos modificar su conducta m oto­ra de tal modo que las respuestas al impulso de explorar se convierten en respuestas al impulso del hambre. En el segundo caso, podemos utilizar nuestros propios impulsos afectivos. En nuestra infancia, te­nemos escaso control de nuestros sentimientos de temor, de ira o de insociabilidad, pero a medida que crecemos aprendemos las razones <jue tenemos para modificar nuestra conducta y el modo de hacerlo, de tal forma que llegamos a poder burlarnos de lo que nos atemorizao a sonreír cuando estamos de mal humor, o a producir la impresión •de que nos encontramos muy bien cuando en realidad estamos suma­mente deprimidos 13.

7. TEORIAS SOBRE EL INSTINTO— Las explicaciones que se han ■dado sobre el instinto pueden ser agrupadas bajo tres enunciados.

En primer lugar, tenemos la explicación que reduce los instintos a actividades reflejas. Esta teoría parte de las ideas de R e n é D e s c a r t e s . que consideraba a los animales com o meros autómatas. Modernamen­te se halla representada por investigadores como I v á n P a v l o v , J acques L o e b , J o h n W a t s o n y la mayoría de los conductistas, que consideran las respuestas instintivas com o manifestaciones de reflejos encade­nados, formando estructuras y condicionados por las necesidades am­bientales del an im al14. Según este punto de vista, el control de la conducta instintiva se encuentra en un nivel vegetativo.

En segundo lugar, veemos las teorías que hallan en el instinto una expresión de la actividad intelectual. La conciencia de las situaciones puede no ser tan clara como la del ser humano, pero el modo que tiene de reaccionar el animal sería un índice de cierto tipo de activi­dad mental. Esta es la opinión de los psicólogos com parativos15 y en su forma más extrema afirman que el principio de la conducta ins­tintiva se encuentra en el nivel racional.

En tercer lugar, vemos la teoría que considera al instinto como la labor combinada de las facultades sensoriales y el conocimiento sumi­nistrado por el sentido estimativo, actuando ambos de estímulo de los efectos emocionales y motores del instinto. Este es el punto de vista sostenido por S a n t o T o m á s . Entre los exponentes modernos de esta teo­ría podemos mencionar a E r ic W a s m a n n , H e n r i F a b r e y D e s ir é M e r -

■c ie r . Ocupa una posición intermedia entre las demás anteriores, soste­

13 H u n te r , W. S.: “The Standpoint of Social Psychology” . Psychological Review, 1920, 27, pp. 248-50.

11 D escartes, R.: Philosophical Works (Principles of Philosophy). Tra­ducida por E. S. H aldane y G. R. T. Roos. N. P. Macmillan, 1912, 2 vols. Pavlov I. New Researches on Conditioned Reflexes. Science. Nov. 1923, pá­ginas 359-61; L oeb, J.; Comparative Physiology of the Brain and Compa­rative Psychology. N. Y. Putnams, 1900, c. 13; W a tson , J. B.: Behaviorism. N. Y, Norton, edición revisada, 1930, c. 5 y 6.

15 K ohler, W.: Intelligence in Apes. Psychologies of 1925. Edit, por Murchison. Worcester: Clark University Press, 1925, c. 7; W ashburn, M. F.: The Animal Mind. N. Y . MacMillan, 4.* edición, 1936; Y erbes , R. M,:

Almost Human. N. Y . Century, 1925.

Control intelectual 241

niendo que el principio de la conducta instintiva se halla en el nivel sensitivo 16.

8. VALORACION. T e o r ía d e l c o n t r o l r e f l e j o .—El hecho que nos induce con más fuerza a ir en contra de las teorías del control reflejo es la presencia de una cierta conciencia en los actos instintivos del animal. Por ejemplo, un gusano dejará de repasar el capullo de seda que teje si se da cuenta que se lo estamos rompiendo. La abeja tam ­bién adaptará su instinto constructivo si su panal necesita reparación, tal como lo demuestra H e n r i F a b r e 17. Un caso similar es el que cita H a iís D r ie s c h , en el que un gusano de seda no tejió su tela cuando se le colocó en una caja de tul, construida con el fin de suprimir, por razones económicas, la primera etapa de la labor de éste1S. Los refle­jos se hallan presentes ciertamente en las respuestas instintivas, pero no pueden pasar nunca de ser más que un factor parcial. Como observa H e r b e r t J e n n i n g s , el estado del organismo considerado como una totalidad, debe ser tomado en cuenta, y señala el ejemplo de la lombriz de tierra, que puede volverse hacia la derecha a causa de que su giro anterior ha sido hacia la izquierda, pero que es capaz también de efectuar varios movimientos hacia un lado antes de variar de dirección 19. Vemos que si la conciencia del estímulo se halla presente en organismos muy poco diferenciados, con cuánta más razón lo podemos hallar en los animales superiores. El león, por ejemplo, cuando está al acecho de su presa se adapta continuamente a los cambios ambientales, pero después de haber capturado y devorado a su víctima, su actitud hacia el alimento es enteramente distinta de la que presentaba cuando estaba hambriento. El mismo tipo de con ­ciencia del estímulo y adaptación a los complejos elementos ambien­tales se observa en el apareamiento de los animales.

II. T e o r ía d e l c o n t r o l in t e l e c t u a l .— Creemos que es igualmente insatisfactorio adscribir a la inteligencia el control del comportamien­to instintivo. Para Sa n t o T o m á s , la comprensión es la capacidad de captar y penetrar la realidad, mientras que la inteligencia es la capa­cidad para obtener conocimientos generalizados, o de hacer abstrac­ciones. Basándose en este criterio, no es posible afirmar que el animal resuelva sus problemas por medio de la comprensión o la inteligencia. Sólo el hombre es capaz de utilizar la abstracción. Sin embargo, tanto en la fantasía popular como en algunos círculos científicos, persiste

“ W a sm a n n , E. (S. J.): Instinct and. Intelligence in the Animal King­dom. Trad, por’ G ummersbach . St. Louis, Herder, 1903; F abre , H.: Bramble- Bees and Others. Trad, por A. T. de M attos . N. Y. Dodd, Mead, 1915; M e r c ie s , D. A.: Manual of Scholastic Philosophy. Trad, por T. L. y S. A. P arker. St. Louis, 1919, vol. I, pp. 214-17. Ver también: M uckerm ann , H. (S. J.): The Humanising of the Brute. St. Louis, Herder, 1906.

17 F abre , H.: Op. cit., c. 7.18 D riesch , H .: The Science and Philosophy of the Organisms. London-

Black, 1908, vol. II, p. 47.15 J e n n i n g s , H. S.: Behavior of the Lower Organisms. N. Y. Columbia

University Press, 1931, p. 251 ss.BRENNAN, 16

242 Sentido estimativo e instinto

la idea de que el animal posee una inteligencia rudimentaria. Citaré tres ejemplos.

El primero ea el del mono, de W o l f g a n g K ó h l e h , que fue capaz de unir varios palos para apoderarse de un plátano que se hallaba lejos de su alcance. Según mi opinión, este ejemplo no prueba más que la conciencia de una relación concreta entre un palo y otro y de la longitud total de los palos en relación con la distancia que hay desde la fruta a la jaula. Supongamos ahora que reemplazamos los palos por una cuerda, que el animal utiliza directamente para acercar el pláta­no. Entonces podríamos pensar que había habido una verdadera abs­tracción y que el animal se había hecho este razonamiento: «Lo que yo deseo es algo que me permita llegar más lejos, y la cuerda cumple esta condición tan bien como los palos.» Luego, el primer experimento no nos prueba que el mono haya utilizado nunca los instrumentos de un modo racional, o que haya solucionado su problema basándose en la com prensión20.

El segundo ejemplo es el del perro, de D e s i r é M e r c ie r . Su amo lo había acostumbrado a que le trajese, a una señal suya, una esponja con la que extraía el agua de su bote. Pero sucedió que uno de los días el perro no logró hallar la esponja y regresó sin ella. Si el perro hubiese traído en su lugar un trapo en vez de la esponja, pensaríamos que había razonado de este m odo: «Lo que mi amo necesita es algo que empape para recoger el agua, y un trapo sirve también para esto.» Su amo hubiese razonado así en su ca so21.

El tercer caso es del sabueso, de S a n t o T o m á s , que citaré con sus propias palabras: «Un sabueso está persiguiendo a un venado por el olfato, cuando llega a un cruce de caminos. Después de Internarse por el primero y el segundo y comprobar por su olfato que el venado no había huido en ninguna de esas dos direcciones, toma el tercero, sin detenerse a olfatear, como si hubiese razonado de este m odo: «El venado no ha huido ni por el primero ni por el segundo camino, luego tiene que haber elegido el tercero.» Según S a n t o T o m á s , basta con la simple aprehensión de los sentidos para explicarse este hecho. Sigue siendo cierto, sin embargo, que lo que el animal conoce por instinto, el hombre sólo puede aprenderlo de un modo racional22.

III. T e o r ía d e l c o n t r o l s e n s it iv o .—Según S a n t o T o m á s , el cono­cimiento proveniente de los sentidos y las emociones que surgen al percibir el valor biológico de los objetos, son suficientes para expli­carnos la conducta instintiva del animal. Se empieza, por ejemplo, con la percepción de un color, un sonido o un olor que viene del exterior, o bien del hambre, la sed o un deseo sexual, proveniente de nuestro organismo. Esta percepción va siempre acompañada del cono­cimiento de la utilidad o perjuicio de dichos objetos. Al instante se producen las imágenes que nos describen los actos necesarios para

20 K oh ler , W .: The Mentality of Apes. Trad, por E. W in te r . N. Y. Harcourt, Brace, 1925.

31 M e rc ie r : Op. cit., loc. cit.13 S. T., p. I-II, q. 13, a. 2, obj, 3, y respuesta.

Sentido cogitativo 243

la aproximación o la huida, y la aparición de estas imágenes va acom ­pañada de una necesidad imperiosa de actuar. El resto del proceso se reduce a completar el ciclo que empezó con el conocimiento y que bajo la presión emotiva se ha llevado a cabo. Es poco probable que el animal conozca las razones de sus actos. Santo Tomás asegura esto, y afirma además que mucho menos piensa o delibera sobre los medios para asegurar el fin de los mismos.

Continúa simplemente en el surco trazado por la naturaleza, y me atrevo a sostener que, si pudiésemos descubrir la dinámica de su con­ciencia y observar directamente cómo trabaja el instinto, vertamos que se trata fundamentalmente de imaginar los actos que deben ser ejecutados al instante con el fin de sobrevivir. Este contenido ima­ginativo, más el sentido estimativo como base, tiene una doble tarea: en primer lugar, la de provocar una fuerte emoción que mueva al animal a responder a las demandas de la situación, y en segundo lugar, servir de guia en la ejecución de los actos instintivos.

9. PAPEL DEL INSTINTO EN EL HOMBRE.— El rasgo más im­portante del instinto en el ser humano es su plasticidad. Su conducta Instintiva puede adoptar diversas formas, y la forma definitiva de­pende, en parte, del objeto que las provoca y en parte de la Influencia que la inteligencia y la voluntad ejercen sobre su desarrollo y madu­ración. Es obvio, por ejemplo, que el ser humano puede seleccionar el alimento que desea ingerir o la pareja con la que se va a unir, o el hogar donde piensa vivir. Y después de hacer la elección puede, ade­más, idear el modo cóm o piensa regular sus manifestaciones instinti­vas. La razón aparece en el hombre a una edad bastante temprana y con ella surge la conciencia del sentido moral de sus impulsos. Desde ese momento, sus instintos empiezan a sufrir una modificación, de modo que nunca vuelven a ser simples e irreflexivos com o en la in ­fancia. Pueden ser bien o mal utilizados, según lo decida cada cual, pero el hecho de que son relativamente manejables por la voluntad y la razón, es una prueba de la superioridad del hombre sobre el resto de los animales.

10. EL SENTIDO COGITATIVO Y LA VIDA MENTAL.— Antes de terminar este capitulo debemos mencionar el sentido cogitativo y su especial significación en la vida mental. En la psicología de Santo Tomás está relacionado íntimamente con el problema de lo que es útil y lo que es perjudicial para el organismo, de modo que viene a ser un equivalente del sentido estimativo del animal. En el hombre, sin embargo, se halla en un lugar más próximo a la mente y recibe la Influencia de ésta de un modo directo. Su tarea es la de cotejar, es decir, reunir y establecer comparaciones entre los datos de la expe­riencia y que llegan a la conciencia provenientes de los sentidos exter­nos. Su actividad es tan semejante a la que utiliza la razón, compa­rando unas premisas con otras, antes de emitir un juicio, que Aqtjino !o describe como una actividad discursiva. Todos los sentidos contri­buyen a su labor, ya que utiliza imágenes provenientes de todos ellos.

244 Sentido estimativo e instinto

Y puesto que estas imágenes representan una síntesis de experiencias asociadas a nuestras necesidades biológicas más profundas, Santo Tomás las considera como el conjunto de datos más altamente orga­nizado con que trabaja la mente. Si los productos de la imaginación y la memoria se consideran como gérmenes de ideas, los del sentido cogitativo vendrían a ser los frutos que utiliza el intelecto en sus funciones de abstracción 23.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XVII

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1925, Cap. 5.

23 In Aristotelis Analytica Posteriora, 1. II. lee. 20; In Aristotelis Me- taphysica, 1. I, lect. I ; B r e n n a n , R. E. (O. P.): Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941, pp. 144-46; ed. esp. Morata, Madrid, 1960; F aero , C.: KTiowleage and. Perception in Artstotelic-Thomistic Psychology. New Scholasticism. Oct. 1938, pp. 337-65.

CAPITULO XVIII

VIDA EMOCIONAL Y CONDUCTA EXTERNA

Parte primera. — Los apetitos sensibles

1. CONCEPTO DEL APETITO—Hasta el momento nuestros estu­dios han hecho resaltar únicamente los aspectos cognoscitivos de nuestra naturaleza. Los productos de nuestros sentidos, tanto inter­nos como externos, representan procesos de conocimiento por medio de los cuales la mente entra en posesión de un cierto tipo de hechos. Sin embargo, existe otro grupo de funciones, también de naturaleza sensible, que se hallan colocadas en el polo opuesto al intelecto. Este nuevo tipo de datos psicológicos son los apetitos, conocidos en el len­guaje moderno por el nombre de orexis. Ambos términos tienen el mismo significado original, que es el de tender hacia algo, impulsados por un deseo. Asi, vemos que si la finalidad del conocimiento es la posesión del objeto por medio de la conciencia, la del apetito es la posesión del objeto en sí mismo. Como afirma S a n t o T o m á s , «la labor de la función cognoscitiva se completa cuando el objeto conocido se une al sujeto que conoce. La de la función apetitiva, en cambio, sólo termina cuando el sujeto que apetece es impulsado hacia el objeto apetecido» *.

Además, puesto que el deseo se origina en el conocimiento, debe­ríamos hallar un tipo de apetito relacionado con el conocimiento sensorial. Este es el apetito sensible, que procede de las facultades que poseemos en común con el resto de los animales. Debemos dis­tinguirlo, por su naturaleza puramente animal, del apetito volitivo, que es totalmente espiritual, como veremos más adelante. El hecho de ser sensible implica su procedencia, tanto física como psíquica2, es decir, de fuerzas que son en parte psíquicas y en parte somáticas.

2. TIPOS DE APETITO SENSIBLE.— Como observa Santo T o m á s , aun en las criaturas carentes de conocimiento hallamos una doble tendencia básica en su naturaleza: la primera hacia la búsqueda delo necesario para subsistir, la segunda hacia la lucha contra las fuerzas de desintegración. Tanto en nosotros como en los animales hallamos, en primer lugar, la tendencia a la posesión de los objetos necesarios para nuestra vida animal, y en segundo lugar, el impulso

1 S. T., p. I, q. 81, a. 1. Ver también: D. V., q. 22, a. 3, r. a. obj. 4.1 S. T„ p. I, q. 80, a.a. 1 y 2.

246 Vida emocional

a Juchar por conseguir nuestras necesidades. He aquí, pues, los dos tipos de apetito que compartimos con los animales: el primero, el apetito concupiscible, llamado así porque se refiere a los bienes que son objeto del placer sensible, y el apetito irascible, cuya función es la de impulsamos a la lucha por los bienes difíciles de conseguir.Y puesto que la vida es una lucha constante, especialmente en el plano sensible, se deduce que «el animal debe primero asegurarse su victoria a través de la actividad del apetito irascible antes de poder disfrutar de los bienes del apetito concupiscible*. Estos últimos son, primordialmente, el sexo y el alimento, y son los objetos por los cuales se lucha con más frecuencia 3. No debemos pensar, sin embargo, que nuestras facultades apetitivas se refieren sólo a bienes. En general, éste suele ser su objeto, pero al mismo tiempo que existen cosas atractivas, otras originan repulsión. Por tanto, los bienes y los males tienen un sentido para nuestros apetitos sensibles, como veremos más adelante,

3. LOS ACTOS DEL APETITO SENSIBLE.—En la psicología da S a n t o T o m á s , el acto de un apetito sensible es denominado pasión. Este es un término muy adecuado, aunque haya sido abandonado por los psicólogos modernos. Tiene su origen en una palabra latina, que implica un sufrimiento, de una u otra clase, y en verdad tenemos que admitir que la pasión nos suele producir alteraciones. Esto es natural, puesto que la pasión siempre se acompaña de modificaciones en el organismo y sólo es factible en la medida en que estamos com­puestos de materia. Además, aunque se diferencie del resto de los procesos cognoscitivos, depende, sin embargo, en gran medida del conocimiento. Al menos ésta es la opinión de S a n t o T o m á s , y podemos resumir los principales elementos de su doctrina definiendo la pasión como «la actividad del apetito sensible que resulta del conocimiento, y que se caracteriza por las alteraciones corporales que produce» <.

Los psicólogos modernos, sin embargo, como acabamos de señalar, utilizan escasamente el término pasión, salvo quizás para describir estados de cólera o de amor, que corresponden precisamente al apeti­to irascible y concupiscible, respectivamente, aunque con éstos no se agoten de ningún modo todas las posibles respuestas del apetito sen­sible.

El psicólogo actual, en cambio, utiliza los términos de sentimiento y em oción para describir los actos apetitivos. Esta terminología és perfectamente lícita, siempre que no olvidemos que ambas palabras se hallan incluidas en la idea general de pasión, tal como la describe S a n t o T o m á s . Las ventajas de separar el sentimiento de la emoción son obvias si por sentimiento entendemos actos del apetito sensible que producen escasas alteraciones corporales y por emoción las que producen, en cambio, modificaciones más intensas. Probablemente A q u in o habría aceptado también esta clasificación.

3 D, V., q. 25, a. 2; también q. 26, aa. 2-5.* S. T„ pp. I-n , q. 22.

Apetitos sensibles 247

I . S e n t im ie n t o .— Todos nos hallamos familiarizados con los esta­dos sentimentales, y, sin embargo, nos resulta difícil su descripción. Esto es perfectamente comprensible, puesto que el sentimiento no es materia del intelecto. Sucede, además, que si intentamos analizarlo de un modo consciente, este mismo hecho hace que empiece a extin­guirse hasta desaparecer completamente. En realidad el intelecto y la sensibilidad se hallan relacionados, pero uno no puede ser explicado en términos del otro, del mismo modo que la emoción que nos produce una sinfonía no puede explicarse por medio de una lectura de las notas que la componen. El sentimiento, tal com o señala S a n t o T o m á s , se halla presente en todos nuestros actos conscientes. Cuando éstos son perfectos y completos, nuestro sentimiento es de carácter pla­centero; cuando son inacabados o imperfectos, nuestros sentimientos son de desagrado y de depresión. Esto es igualmente válido tanto para los actos intelectuales como para los sensoriales, puesto que se rigen por la misma regla de que «todo acto es placentero siempre que se lleve a cabo perfectamente» 5. Y al afirmar esto, A q u in o se adelantó a las teorías de los modernos.

Mas repetimos otra vez, con él, que el sentimiento no es lo mismo que el conocimiento, ni siquiera una variante de él. Biológicamente se le considera como un dato irreducible, que se clasifica con Inde­pendencia del resto de los demás.

La dificultad surge al compararlo con la sensación y más espe­cialmente con las sensaciones llamadas orgánicas. Es posible que en este caso el problema resida en el lenguaje, puesto que solemos em­plear los términos sentir y percibir de un modo indiscriminado. Sin embargo, está perfectamente claro que son hechos psicológicos dife­rentes, uno apetitivo y otro cognoscitivo. En el lenguaje popular y también en el científico decimos, sin embargo, que sentimos hambre, sed, deseo sexual, etc. Lo que queremos decir con esto es que somos conscientes de ciertos estados fisiológicos del organismo y que este conocimiento es acompañado de una experiencia oréctica que puede ser agradable o desagradable. Ahora bien: la percepción está en rela­ción con los sentidos, mientras que el sentimiento es el producto de un apetito. Aunque vayan unidos, no por esta razón debemos identi­ficarlos. F r o b e s efectuó un estudio experimental detallado sobre las tres posibles teorías que existen en relación con este problema: que el sentimiento es un atributo de la sensación y que el sentimiento es un dato psicológico primario que no puede reducirse a ninguna otra categoría, llegando a la conclusión de que la última postura, sostenida también por Santo T o m á s , es la que posee una base más firme s.

La importancia del sentimiento, lo mismo para el cuerpo como para la mente, es muy grande. El primer objeto de experiencia que posee el recién nacido es su propio cuerpo y sus funciones orgánicas. Los sentimientos placenteros señalan las condiciones que son bioló-

5 In Aristatelis Ethica ad Nichomachum, L. X, lec. 6. Ver también. C. G„ L. I, c, 90.

n F robes , J ., S. J .: Psychologia Speculativa. Freiburg. Herder, 1927. Tomo I, pp. 209-13.

248 Vida emociotial

gieamente favorables, y los sentimientos desagradables, en cambio, actúan de señales de las condiciones desfavorables. Tan básica es la significación de estos procesos orée ticos, que difícilmente podríamos vivir sin ellos, y algunos psicólogos han llegado a considerarlos como los datos más primitivos de la mente, aun anteriores a las Sensa­ciones. Esta es una opinión exagerada, puesto que el sentimiento es la consecuencia del conocimiento y éste no podría existir sin la sensación. Sin embargo, es cierto que nuestros sentimientos poseen un valor vital considerable y desde este punto de vista son más impor­tantes que nuestras sensaciones primarias. S a n t o T o m á s , compartiría esta opinión hasta el punto de considerar que el ejercicio normal y saludable de toda potencia en desarrollo produce sentimientos pla­centeros y de satisfacción, mientras que una actividad o una restric­ción exageradas van acompañadas de sentimientos de displacer. Esto es válido aun para el desarrollo de las funciones intelectuales, de manera que desde el comienzo hasta el fin de nuestra existencia la naturaleza nos proporciona los sentimientos adecuados para garan­tizar la correcta realización de las funciones vitales para el orga­nismo 7.

II. E m o c ió n — La diferencia existente entre sentimiento y emoción es sólo de grado y no cualitativa. Se basa en la intensidad de los cambios fisiológicos que los acompañan. En los sentimientos, los cambios son muy poco notorios, aunque siempre se hallan formando parte del proceso. En nuestras emociones, en cambio, los distinguimos con facilidad y pueden ser tan violentos a veces que nos hacen perder el control completamente. Repetimos, sin embargo, que fuera de la diferencia cuantitativa de las modificaciones corporales, la emoción y el sentimiento poseen los mismos elementos causales.

A . Causa eficiente .—La emoción se origina siempre en el cono­cimiento, tal como se afirma en la regla sostenida por A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , según la cual todo apetito actúa movido por un moti­vo, que es siempre una cierta forma de conocimiento. Aunque todos los sentidos pueden suministrar el motivo, es el sentido estimativo en particular el que actúa sobre los apetitos, puesto que es la facultad que distingue la bondad o maldad de un objeto, y las dificultades que pueden surgir al intentar captarlo o al huir de él. A q u in o añrma: «el apetito sensible no se estimula por la simple percepción del objeto, sino que es necesario que su objeto sea aprehendido en función de su bondad o de su utilidad o de sus cualidades negativas. La facultad apetitiva del animal es impulsada a la acción por la estimación na­tural» 8. Esto significa, por supuesto, que en el hombre el motivo

T S. T., p. I-II, q. 32, a. 1, r. a obj., 3.5 C. D. A., L. IÚ, lect. 4. El hecho de que el conocimiento proveniente

de otros sentidos puede también estimular al apetito sensible se deduce d e otro pasaje de S anto T omás tS . T ., p. I, q. 81, a. 3, r. a obj. 2), donde dice: "El apetito sensible es naturalmente estimulado no sólo por el sen­tido estimativo en el animal y el cogitativo en el hombre, sino también por la imaginación y otras facultades de los sentidos.” De este texto ob­tenemos la conclusión, sin embargo, que A qu in o se refiere a la percepción

Clasificación de las emociones 249

inmediato de su comportamiento emocional viene dado por el cono­cimiento de tipo intelectual de los objetos que despiertan sus apetitos, pero son las imágenes del sentido cogitativo los factores que influyen de un modo directo sobre la génesis de la emoción.

B. Causa formal.—Una vez que hemos percibido las cualidades positivas o negativas de un objeto, el apetito entra en acción. La dirección del apetito depende de nuestra valoración previa del objeto. Sí lo percibimos como útil, el impulso del apetito es posesivo, y hay un movimiento de aproximación; si, por el contrario, vemos que el objeto es perjudicial para nosotros, la tendencia del apetito es a protegerse por medio de un movimiento de huida. Estos actos, tanto en la emoción como en el sentimiento, van acompañados de una sen­sación de agrado o desagrado, que aumenta la intensidad de la urgencia que posee el apetito.

C. Causa material.—'Para S a n t o T o m á s , los cambios corporales también pertenecen a la esencia de la emoción. Estos comprenden tanto la descarga de la energía nerviosa como modificaciones de orden fisiológico en los diversos sistemas 9. La investigación ha demostrado que estos cambios orgánicos son muy profundos y que producen, por ejemplo, la aceleración del ritmo circulatorio, del respiratorio, el alimento de la secreción glandular, la parálisis de los músculos vo­luntarios, la disminución del peristaltismo, así como excitación ner­viosa, sudor ación, indigestiones, ete., según la naturaleza de las emo­ciones. Estas modificaciones pueden presentarse con independencia del factor emotivo, pero lo que no debemos olvidar es que la emoción va siempre acompañada de este correlato fisiológico.

D. Causa final.—Lo que hemos afirmado sobre el valor biológico de los sentimientos es válido también para las emociones. Como po­tencias pertenecientes tanto al cuerpo como al alma, nos ponen en eomunicación con nuestro ambiente circundante y su finalidad es el desarrollo y la conservación de nuestro bienestar físico. Por ser ade­más fuentes de nuestros actos externos y ser guiadas por la razón, pueden utili2arse en la formación del carácter.

4. CLASIFICACION DE LAS EMOCIONES SEGUN SANTO TOMAS. A pesar de los repetidos esfuerzos que se han hecho en este sentido, no se logrado mejorar la clasificación hecha por Santo Tomás Está basada en dos principios sencillos: primeramente, según la naturale­za del estímulo que origina el apetito, y en segundo lugar, según el modo con que reacciona el apetito frente al estímulo. Se ha com pro­bado, sin embargo, su validez por medio de la experiencia y de la ob ­servación empírica y las pruebas que nos suministra la investigación actual no han hecho más que confirmarla en sus rasgos generales.

Como ya hemos señalado anteriormente, los apetitos se dividen en dos tipos fundamentales el primero es el concupiscible, que produ­

o imaginación de objetos agradables o desagradables, cuya apreciación final, precisamente en relación con el matiz placentero, pertenece al sen­tido estimativo o al cogitativo.

* S. T„ pp. I-II, q. 22, a. 3; D. V.. q. 26, aa. 2, 3 y 10.

250 Vida emocional

ce un tipo de reacciones llamadas tranquilas por los psicólogos moder­nos. Es motivado por la estimación del objeto según su utilidad o peligrosidad y puede producir respuestas de amor u odio, deseo, aver­sión, alegría o tristeza.

El segundo es irascible, que origina un tipo de emociones llamadas actualmente de emergencia. En este caso el motivo implica una cierta dificultad en la consecución del objeto, y produce emociones de espe­ranza o desesperación, si el estímulo es favorable, y de valor, miedoo ira, si el estimulo es desfavorable10. En el cuadro adjunto aparecen resumidos los principales rasgos de esta clasificación11.

5. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—G r e g o r y S c h r a m m h a a is la d o v a r i o s f a c t o r e s d e la c l a s i f i c a c i ó n q u e a c a b a m o s d e m e n c i o n a r y h a d e m o s t r a d o c ó m o h a n s id o c o n f i r m a d o s p o r m e d i o d e la in v e s t ig a c ió n c i e n t í f i c a 12.

I . E s t í m u l o s f a v o r a b l e s y d e s f a v o r a b l e s .— El biólogo H e r b e r t J e n - n i n g s efectuó un estudio especial sobre las reacciones de la Euglena virtáis en relación con la iluminación. Este organismo diminuto se halla en el agua que contiene materia orgánica en. descomposición, tiene la forma de una pera y carece de vista, pero posee una región que es más sensible a la luz que el resto del cuerpo. J e n n i n g s observó que, cuando se iluminaba a la Euglena con una cierta intensidad, ésta respondía con movimientos de huida. Estos movimientos continuaban al seguir exponiendo a la luz diferentes partes del cuerpo hasta alcan­zar la intensidad favorable al an im alJ3. C h a r l o t t e B ü h l e r ha efec­tuado experiencias similares en niños pequeños, observando que cier­tas condiciones favorables en su cuidado, tales como la tibieza, la ausencia de humedad, la alimentación regulada y los movimientos

10 C. G., 1, I, c. 89. In Petri Lombardi Quatur Libros Sententiarum,1. III, d. 26, q. 1, a. 2; D. P. AI., c. 5.

11 S. T. pp. I-II, qq. 23-25. Solamente la cólera en la enumeración de la s emociones, según S a n t o T o m á s , no tiene una emoción antagónica. Pues­to que se origina en la posesión afectiva de un mal arduo, su contrario debería ser la posesión afectiva de un bien arduo. Además, puesto que la cólera se refiere a un mal difícil de evitar, la emoción opuesta deberla relacionarse con un bien difícil de retener. W . M . M a r s t o n , en La emoción en las personas normales, menciona varios casos donde aparece este tipo de emoción; por ejemplo, durante un noviazgo, en una partida de caza y otras actividades. S a n t o T o m á s consideró la posibilidad de dicho estado emotivo, pero lo abandonó, basándose en el razonamiento de que estando ya en posesión del bien, carece de valor su característica de ser de difícil obtención. Las emociones descritas por M a r s t o n pueden explicarse con las categorías que hemos mencionado, por ejemplo, la posesión de un bien, ya sea de fácil o difícil obtención, proporciona una alegría. Frente al peligro de perderlo sentimos el miedo. Si lo perdemos, estamos apenados. En estos dos últimos casos, la aparición de un factor desfavorable causa la emoción, puesto que la privación de un bien es ya un mal. (Ver S. T ., pp. I-II, q. 23,a . 3; q. 35, a. 1, r. a obj. 3; q. 36, a, 1.)

12 S c h r a m m , G. J., O. S . B.: The Mediaeval System of ETnotions. P e k in g . Natural ñistory Bullelin, 7, p. IV, pp. 275-81.

18 J e n n i n g s , H. S.: Behavior of the Lower Organisms. N. Y. Colum- toia Unívesity Press, 1931, p. 17. ss.

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252 Vida emocional

suaves originaban respuestas positivas, mientras que condiciones des­favorables, como el frió, la humedad, el hambre, la sed o estímulos sensoriales muy intensos de cualquier tipo provocaban conductas ne­gativas en general14.

II. P r e s e n c ia y a u s e n c ia de e s t ím u l o .— W a l t e r H u n t e r ha estudia­do la reacción retardada de los animales frente a estímulos discon­tinuos, midiendo el tiempo que tardaban éstos en orientarse adecua­damente hacia el alimento después de haber encendido una luz. Observó que el retardo es muy variable: diez segundos en las ratas blancas, veinticinco segundos para los coatíes y cinco minutos en los perros15. H il d e g a r d H e t z e r efectuó una serie de experimentos análogos en nifios, con el fin de determinar la expectación frente a un estímulo que va a aparecer. Colocó a un niño delante de una pantalla con un agujero en ella, en el que se hizo sonar una campana durante diez segundos, y luego hubo un silencio de otros diez segun­dos. Se repitió esta operación seis veces, observándose que, si durante el curso de la demostración la campana no sonaba después de los consabidos diez segundos, el niño mostraba inquietud por medio de movimientos oculares y de cabeza que intentaban localizar la cam ­pana, y, com o no la encontrase, mostraba su impaciencia por medio del lenguaje i0.

III. La dificultad del estímulo.—El factor que representa la difi­cultad ha sido confirmado por medio de dos experiencias de labora­torio. La primera fue un estudio efectuado en ratas por Fred Moss. Fueron colocados obstáculos de varias clases en el camino, dificul­tando así su llegada hasta el alimento, que actúa como estimulo. Utilizando una rejilla electrificada, Moss halló que las faltas en alcanzar la meta estaban en proporción directa con la magnitud de los obstáculos. Llegó a la conclusión de que la conducta del animal es la resultante, por un lado, de la urgencia afectiva a actuar, y por otro, de la resistencia real de los obstáculos, por lo que la fuerza de sus impulsos puede ser medida en términos de las dificultades contra las que tiene que lu ch a r17 El problema correlacionado con lo expues­to del esfuerzo mínimo en la conducta animal fue investigado por Loh S e n g Ts'ai. El experimento consistió en aislar y estudiar el factor facilidad y se logró situando a las ratas delante de un número de puertas detrás de las cuales se había colocado el alimento. A cada puerta se le colocó un peso diferente, para que actuase de resistencia a su apertura. Se observó que después de un cierto número de pruebas

'■* B uhler, C. B .: The First Year of Life. Trad, por P. G reenberg y R. Rn>m. N. Y. Day, 1930, pp. 21-73.

, i H u n te r , W . S .: Delayed Reaction in Animals and Children. Behavior Monographs, 1912, 2, num. 6.

14 H etzer, R. h., y W is litzk y , S.: Kindheit und Jug end. Leipzig. Hirzel, 1931, p. r(9 ss.

17 Moss, F. A.: “Study of Animal Drives” . Journal of Experimental Psychology, 1924, 7, pp. 165-85.

Estudios experimentales 253

las ratas utilizaban regularmente las puertas que requerían un m íni­mo esfuerzo para abrirse ,H.

IV. I n c l in a c ió n y a v e r s ió n .—Referimos a continuación otros dos experimentos. Utilizando un mecanismo de obstrucción, F r a n c é s R o l ­d e n estudió las reacciones de cruce, contacto y salto de ratas, frente a una rejilla electrificada. Se registró un cruce cuando los animales atravesaban efectivamente la rejilla, se aproximaban y se apoderaban del alimento depositado como cebo. Se registró un contacto cuando las ratas sólo tocaban la rejilla y retrocedían después de recibir un choque inicial, o cuando cruzaban parcialmente la rejilla en la d i­rección del estímulo, pero se retiraban luego a causa de la corriente eléctrica. Un salto se inició cuando el animal intentaba escapar a la situación estimulante en su totalidad. La reacción de cruce se con ­sidera positiva; la de contacto también, pero seguida de respuesta negativa, y la de salto, enteramente negativa19. L e s u e M a r s t o n halló resultados parecidos en un estudio de las reacciones de los niños du­rante el juego. Observó que si se aproximaba un adulto desconocido mientras éstos jugaban, algunos niños se acercaban a él espontánea­mente, otros esperaban que éste sonriese, otros necesitaban una in­vitación expresa y otros necesitaban que se los incitase a ello, ofre­ciéndoles un caramelo o un juguete y se les asegurase que no se les causaría daño alguno, y Analmente otros rehusaban acercarse de n in­gún modo 20.

V. F a c t o r e s de t r a n q u il id a d y d e e m e r g e n c ia .—Las situaciones calculadas para producir emociones tranquilas fueron estudiadas por C h a r l e s K i m m i n s en su análisis de los ensueños infantiles Comprobó que dichas fantasías se nutrían de deseos que abarcaban varios tipos de intereses, tales como los alimentos, el hogar, las amistades, inte­reses para el futuro, etc. Intimamente unidos a fantasías de este tipo están las formas de juego con representación en las que el niño actúa, por ejemplo, de soldado con sus juguetes o de dueña de casa con sus muñecas 21.

J ohn W a t s o n efectuó varias experiencias en situaciones de emer­gencia cuando los movimientos del niño fueron obstaculizados seria­mente. Las respuestas fueron perfectamente claras; por ejemplo, si se impedía la libre actividad del cuerpo presionando ambos lados con masas de algodón, se provocaba una marcada tensión o rigidez del cuerpo, sacudidas de brazos y piernas y gritos vehementes. Las res­puestas continuaron manifestándose hasta que el factor que las pro­ducía fue retirado22.

18 T s ’a i , L. S .: China National Research Monogravhs. Peiping, 1932, 1.15 H o l d e n , F.: A Study of the Effect of Starvation upon Behavior by

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254 Vida emocional

6. TEORIAS SOBRE LA EMOCION.—Quizá no exista en la psico­logía otro tema que haya suscitado tantas teorías como el de la emo­ción, por su gran interés humano; sin embargo, a pesar de toda la investigación de que ha sido objeto, continuamos desconociéndolo en gran parte. Veamos las explicaciones dadas hasta el momento.

I. T e o r ía de D a r w i n .—La teoría evolucionista de C h a r l e s D a r w in representa uno de los primeros esfuerzos científicos para llegar a una explicación correcta del fenómeno. De acuerdo con el resto de su doctrina, tiende a subrayar el valor de la conducta emocional en la lucha por la existencia y la supervivencia del animal. Aunque no han sido comprobadas experimentalmente en el sentido técnico moderno, las observaciones de D a r w i n representan un agudo análisis de las reacciones tanto del hombre como del animal en situaciones de inc­iensa excitación emotiva. Según este investigador, las emociones son hábitos útiles, especialmente en las situaciones dé lucha, de defensa y agresión. Un ejemplo de este tipo de respuestas lo hallamos en el acto de apretar los puños cuando se presenta la cólera, o en el de enseñar los dientes bajo un impulso de furor. La conducta emocional ae manifiesta también en actitudes agresivas com o las que presentan los gatos cuando se ven en peligro. Finalmente, las emociones repre­sentan una expansión de las tensiones nerviosas, como en el alivio que se experimenta en el llanto, el temblor, la sudo ración, la micción Involuntaria, e t c .23.

II. T e o r ía d e J a m t ;s - L a n g e .— La teoría de W il l ia m J a m e s y C arl L a n g e se basa en la introspección y el análisis fisiológico de la emo­ción. Para describirla mejor, utilizaremos el ejemplo de una expe­riencia afectiva. Como nos dice J a m e s , vemos, por ejemplo, un perro peligroso y oímos su gruñido. Desde el punto de vista del conoci­miento, el perro provoca una serle de percepciones de tipo visual y auditivo. Pero el proceso no termina aqui, sino que, como con­secuencia de nuestras aprehensiones, una serie de impulsos motores se tranmiten a los músculos, glándulas y visceras, poniéndolas en actividad. Estas modificaciones son a su vez transmitidas a la corteza donde el objeto aprehendido es transformado en objeto emocional­mente sentido. Y es la percepción de los cambios corporales lo que constituye el núcleo de la experiencia emocional. El curso del proceso es, pues, A, percepción del objeto; B, modificación fisiológica; C, per­cepción del trastorno fisiológico 2*.

III. T e o r ía t a l Ám ic a .'—Antes de discutir la teoría de W a l t e r C a n - n o n , debemos decir unas palabras sobre la localización del tálamo. Inmediatamente debajo de las capas de la corteza cerebral hallamos una sustancia blanca y pulposa, que contiene, sin embargo, ciertas zonas de sustancia gris, dos de las cuales, colocadas a ambos lados de

33 D a r w in , C.: Expressions of the Emotions of Man and Animals. N . Y. Appleton, 1872.

21 L an g e , C. G ., y J am es , W .: The Emotions. Edit, por Dunlap. Psycho­logy Classics», Vol. I. Maltlinore, Williams and Wilkins, 1922.

Teorías aobre la evioción 255

la linea media, constituyen los tálamos. Experimentando en animales inferiores, C a n n o n observó que, s i eliminamos la materia gris colo­c a d a antes del tálamo, se seguían manifestando los signos de furor, mientras que si eliminábamos el área talámlca, estas respuestas des­aparecían. De esto dedujo que el tálamo es el centro coordinador de la conducta emocional, habiéndose observado que la presencia de un tumor que afecte al lado del tálamo, produce muecas de un solo lado de la cara.

En contraste con la ordenación del proceso en la teoría de J a m e s - L a n g e , el curso de éste, según la explicación de C a n n o n , es el si­guiente: A, percepción; B, experiencia activa; C, modificación fisio­lógica, con la reserva de que los cambios fisiológicos y los signos externos de emoción pueden presentarse sin que exista una experien­cia afectiva genuina. Debe señalarse, además^ puesto que los resonan­cias de temor halladas por C a n n o n son idénticas a las de furor, que es imposible distinguir estas emociones por sus caracteres orgánicos. De hecho, casi ninguna emoción puede ser especificada por el tras­torno fisiológico que provoca.

L a teoría de C a n n o n se basa en las emociones de tipo emergente en las que se movilizan rápidamente las energías del organismo con el fin de hacerse cargo de la gravedad de ciertas situaciones. Las modificaciones más importantes desde el punto de vista biológico son la aceleración del ritmo cardíaco, la desviación de la sangre circu­lante desde los órganos abdominales a los músculos activos, la en­trada de adrenalina en la corriente sanguínea y la liberación de azúcar por el hígado. Estas son las modificaciones típicas que se pro­ducen en los estados de cólera y temor, y cóm o todos los mecanismos de defensa del cuerpo, se producen por medio del sistema nervioso vegetativo 25.

IV. O t r a s t e o r ía s .—Han sido propuestas otras teorías para ex­plicar las emociones, pero ninguna ha alcanzado la importancia acor­dada a las de J a m e s - L ajtge y a C a n n o n . M c D o u g a l l explica la em o­ción com o un elemento del instinto 20, lo cual es efectivamente cierto y digno de mención. Significa, pues, que toda emoción es una m ani­festación de la conducta instintiva. Esto confirma las teorías de S a n t o T o m á s de que los actos de los apetitos sensibles se hallan siempre m o­tivados por el conocimiento que surge del sentido estimativo o del cogitativo.

Para W a t s o n y el resto de los behavioristas, las emociones son en parte heredadas y en parte modos de respuesta adquiridos. Asi, el te­mor, la cólera y el amor, por ejemplo, pueden ser provocados sin que haya un conocimiento previo del objeto. Los estados afectivos no de­penden de la conciencia, o, dicho de otro modo, la conciencia no

25 C an n o n , W. B.: “The James-Lange Theory of Emotlons: a Critical Examination and an ALternative Theory” . American Journal of Psychology, 1927, 39, pp. 100-24, y "Again the James-Lange and the Thalmic theories of Emotion” . Psychological üeview, 1931, 38, pp. 281-95.

« M cD ougall, W.: An Introduction to Social Psychology. Boston Luce. Edición revisada, 1926, p. 35.

256 Vida emocional

interviene para nada en la emoción, que se considera pura y simple­mente como una reacción de tipo corporal. Se diferencia de otras res­puestas orgánicas por su origen visceral y está constituida básica­mente por actos reflejos 27.

F reud y sus discípulos ofrecen una perspectiva de tipo clínico del problema de la emoción. Para ellos todo estado afectivo se asocia de un modo u otro con la libido, que es el impulso primario protector y propagador de la vida física. De esta energía animal básica se deri­van todas las emociones, ya se relacionen éstas con la alimentación, la reproducción o con intereses más elaborados, como el amor a la familia, a los amigos o a la nación 2S. Ahora b ien : aunque S a n t o T o­m á s insiste en que hay otra forma de amor dependiente de la volun­tad, que juega un papel importante en nuestra vida, estaría de acuerdo con F reu d en dar la primacía a la libido o amor de los sentidos en lo referente a las emociones. De hecho, la pasión amorosa es el prin­cipio y el fin, el alfa y el omega de las demás pasiones. Si ésta no existiese, ni odios y rencores, ni alegrías y penas, ni esperanza y desesperación, tendrían razón de ser29.

V. C o m e n t a r io f in a l s o b r e l a s t e o r ía s .—Ya hemos señalado en lineas generales la interpretación que da S a n t o T o m á s del proceso emocional. Como una etapa preliminar a la orexis, es necesario su­poner alguna forma de conocimiento dentro del campo de la con­ciencia, al menos una valoración del objeto com o deseable o indesea­ble, ya que sólo el conocimiento puede poner a la orexis en actividad. El resultado de esto es la a-petición, es decir, la inclinación del apetito sensible hacia un objeto cómo ñn de sus tendencias oréctícas. Debe­mos señalar aquí que la tendencia fundamental del apetito es siempre hacia el bien, de modo que aun cuando se trata con estímulos des­favorables, está siempre buscando el bien el organismo, y esto expli­ca sus movimientos de repulsión al relacionarse con dichos estímulos. Finalmente, los cambios fisiológicos que hemos mencionado con an­terioridad son concomitantes al proceso apetitivo y son comparables al resto de la emoción, com o la causa material a la causa formal 3°.

Volviendo ahora a las explicaciones actuales, observamos que las teorías de A q u in o concuerdan con las de J a m e s - L a n g e en hacer re­saltar la importancia de una situación significativa como punto de partida de la experiencia afectiva, pero discrepan de la postura de W a t s o n , que elimina la conciencia com o factor causal en la apari­ción de la emoción. Además, la división que hace S a n t o T o m á s de conocimiento, apetencia y resonancia fisiológica en la estructura de la emoción, está de acuerdo en general con la investigación actual,

iJ Watson, J. B.: Behaviorism. N. Y. Norton. Edición revisada, 1930, c. 1.,8 F reod , S . : A General Introduction to Psychoanalysis. Trad. p o r H a ll .

N. Y, B o n i and Liveright, 13.a edición, 1924, lee. 26; H e n d r i c k , I.: Facts and Theories of Psychoanalysis. N. Y. Knopf, 1934, c. 1, 5 y 6.

M S. T., pp. I-n , q. 27, a. 4; q. 28, a. 6.80 S. T ., p p . I -H , q. 22, a. 2, r. a o b j. 3. A q u i S anto T omás a firm a : «E l

e le m e n to m a te r ia l e n la d e f in ic ió n d e la a c t iv id a d d e l a p e t ito sen s ib le es e l c a m b io n a tu r a l d e lo s ó r g a n o s d e l c u e r p o ."

Control de ios ejnociones 257

especialmente con los hallazgos ele C a n n o n . Pero el último factor citado, el de la resonancia fisiológica, no es meramente una conse­cuencia de la experiencia emocional en la teoría del Doctor Angélico, sino que pertenece a su núcleo esencial. Insistimos, pues, en que es imposible para A q u in o el concebir la emoción sin modificaciones de orden fisiológico aun cuando, como ha demostrado C a n n o n , el com ­portamiento emocional puede presentarse en cambio sin ir acom ­pañado de "una experiencia emotiva. Para S a n t o T o m á s , de todos modos, el interés no reside en establecer si es el sentimiento o los cambios corporales los que se presentan primero, sino más bien en afirmar que existen dos factores, uno físico y afectivo y otro somático y fisiológico que constituyen la esencia de la emoción, tal como el cuerpo y el alma forman la esencia de la naturaleza humana.

7. CONTROL DE LAS EMOCIONES,— Como ya hemos señalado ■con anterioridad, la emoción estimula a la acción. En la estructura general del instinto es el modo que tiene la naturaleza de proveer a las necesidades del organismo y de asegurar una conducta adecuada en las situaciones de peligro y de coacción. Pero también posee significado para la vida mental superior, puesto que estimula la con­secución del conocimiento de tipo intelectual. Además, como señala S a n t o T o m á s eon acierto, ejerce influencia sobre nuestros actos vo­luntarios, reforzándolos. En creaturas com o nosotros., compuestas de materia y de espíritu, hay una constante interacción entre lo físico y lo mental, de modo que si la emoción influye en los actos de la voluntad, «ésta a su vez también influye sobre los apetitos sensi­bles» si.

Por desgracia, a veces lo que la naturaleza pretende que sea un bien, se convierte en un obstáculo, ya que las emociones y los sen­timientos pueden en ocasiones, por pérdida del control, dar origen a trastornos mentales o a inadaptaciones sociales, o, peor aún, a trans­gresiones de la ley moral. Ninguna otra de nuestras facultades, pues, está tan necesitada de control com o nuestros apetitos sensibles. El secreto del éxito se halla, tal com o señaló A r is t ó t e l e s , en el empleo de un control adecuado de nuestras emociones e implica dos aspectos de igual interés: el primero es la comprensión del valor biológico que tiene la emoción, y el segundo, la creación de hábitos que nos pro­tejan tanto contra un uso excesivo como insuficiente de nuestros apetitos. En lo referente al apetito concupiscible, esto significa que no debemos ni menospreciar ni amar en exceso los bienes sensibles, ya que ambas cosas son perjudiciales; y para el apetito irascible rige también la regla aristotélica del justo medio, de modo que no debemos ser cobardes ante el peligro, pero tampoco demasiado osados.

Puesto que las emociones son, pues, dones naturales, sería inade­cuado ignorarlas o luchar para destruirlas. Ellas son la fuente de los impulsos creadores de los que se han derivado beneficios notables para el arte, la música, la poesía y hasta para la religión. No deben,

31 S. T., pp. I-n, q. 77, a. 6.BRENNAN, 17

258 Vida emocional

pues, reprimirse las emociones, sino sublimarse, dirigirse de un modo consciente de acuerdo con nuestra naturaleza de seres racionales. El hombre es el único ser del reino animal capaz de idealizar la expre­sión de sus emociones, rigiendo a sus instintos por medio de la razón y la voluntad para lograr fines más elevados, siendo así capaz de transformar su cólera en justa indignación, su temor en misericordia, su amor en filantropía y su valor en sacrificio 32.

Parte II.— El movimiento /ocal

1. SIGNIFICADO DE CONDUCTA EXTERNA.—En la psicología de A q u in o la conducta es el producto de la potencia del movimiento local. Esta es la última de las facultades que compartimos con el animal, y con una breve reseña de ella completaremos el cuadro de la vida sensitiva.

Aunque los reflejos pertenecen al movimiento local, no dependen de la conciencia. Es a través de los músculos, controlados por el sis­tema nervioso central, que respondemos al conocimiento proporcio­nado por los sentidos y a los impulsos de los apetitos. Aquí también tenemos ventaja sobre los animales, ya que podemos imprimir sobre la materia nuestras ideas y voliciones; resumiendo, esto significa que nuestra conducta puede ser inteligente aunque sea de origen instin­tivo. Además, puesto que la voluntad es un agente libre, es capaz de utilizar la facultad de la locomoción de un modo imposible para el apetito sensible, que, como afirma A q u in o , está siempre «determinado en su acción» 33.

2. LA CONDUCTA ANIMAL.— S a n t o T o m á s nos ha proporcionado varios ejemplos de conducta de tipo animal. Hemos visto ya el caso de la oveja y el lobo, citado anteriormente. En él aparecen todos los elementos de la respuesta instintiva típica. Vemos así que el cono­cimiento del peligro, experimentado a través del sentido estimativo, le causa una emoción de temor. La actividad del apetito sensible se dirige hacia la fuga. La estructura de la conducta es aqui perfecta­mente clara: reconocimiento de un estímulo desfavorable; impulso de retirada; actuación de la facultad de locomoción, permitiendo a

32 S. T., pp. I-II, c¡. 59-61. Ver también: W a r r e n , B. C . y C a r m ic h a e l , L . : Elements of Human Psychology• Boston, Houghton Mifflin, ed. rev., 1930, pp. 239-41; D o c k e r y , P. C . : General Psychology. N. Y. Prentice Hall, ed. rev., 1935, c. 19. Además de la emoción y el sentimiento, existe una gran variedad de experiencias apetitivas que se engloban en el término general de senti­mientos propiamente dichos. El mejor modo de describirlos es quizá con­siderarlos como una constelación de sensaciones y emociones que tienen como núcleo ciertas ideas e imágenes. El sentimiento requiere comprensión, por lo que es propio sólo del hombre. Para una interpretación moderna del sentimiento, ver: M c D o u g a l l , W . : Op. cit.; W a r r e n y C a r m i c h a e l : Op. cit., pp. 241-45; G e m e l l i , A. E., O, F. M.: “Emotions et Sentiments". Revue de Philosophic, 1931.

33 C. G.. 1, n, C. 66; S. T-, p. I, q. 83, a. 1.

Conducta humana 259

la oveja huir del lobo, Al explicar la conducta como un fenómeno de la vida animal, A q u in o considera el papel del conocimiento como directivo, el de la emoción como imperativo y el del movimiento mus­cular como ejecutivo. Una vez más se hace aparente la importancia del apetito sensible para la conducta: en el animal hay una obedien­cia ciega a éste, y podemos decir que, fuera de la educación que puede recibir del hombre, el animal sólo actúa movido por el sen­timiento o la emoción 34.

3. LA CONDUCTA HUMANA.—También el hombre actúa bajo el impulso de sus apetitos sensibles, pero recibe además la influencia de la voluntad, iluminada por la razón, por lo que su facultad de locomoción puede servirle para determinadas artes que están fuera del dominio del animal. La mano, el pie, y la lengua principalmente, son los instrumentos más adecuados para dar expresión a su pen ­samiento y a su voluntad.

La mano del hombre es una obra maestra de flexibilidad y doci­lidad. Mediante ella le es posible manipular y moldear la materia a su antojo. Puede moverse en todas direcciones y doblarse y adaptarse a la form a de los objetos que se ponen a su alcance. Puede esgrimir una pluma, un escalpelo o una espada con igual gracia y destreza. Siendo ella misma un instrumento, es capaz de manufacturar otros que sirvan a la humanidad. Como A r is t ó t e l e s dice, es «el órgano de órganos» 3S. Sus dedos pueden alzarse en una bendición, extenderse para acariciar, o empuñarse para golpear con violencia. En cierto sentido representa simbólicamente a la cultura humana tanto com o el cerebro o el corazón, ya que ella da expresión a lo que el hombre concibe y desea.

El pie es también un buen servidor de los pensamientos y deseos humanos. Es elástico, fuerte y capaz de ajustarse a las superficies sobre las que camina, ya sean ásperos senderos, selvas vírgenes, ca­minos de montañas o lisos pavimentos. Sirviéndose de él, el hombre puede andar, correr, trepar y recorrer de este modo, si así lo desea, toda la superficie de la tierra en busca de nuevos objetos sobre los que ejercitar su poder de observación.

Finalmente, el hombre posee una lengua que le permite hablar. Ningún acontecimiento de orden material se halla tan íntimamente relacionado con la mente como la creación de las palabras, puesto que éstas son signos sensibles del pensamiento, y es precisamente esta adquisición humana sobre todas las demás, la que le separa de un modo evidente del resto de la creación. Por medio del lenguaje puede comunicar sus ideas y exteriorizar sus más recónditos deseos Sin él, por el contrario, no hubiese sido posible establecer un recuento de sus progresos mentales y morales. Sin embargo, no debemos o l­vidar que los movimientos de su lengua, com o los de sus miembros,

31 D. P. A„ c. 5; A. G., 1. II, c. 82; S. T„ p. I, Q. 75, a. 3, r. a obj. 3;q. 78, a. 1, con r. a obj. 3 y 4.

ss De anima, 1, III, c. 8. Ver también: S. T., p. I, q. 76. a. 5, r. a obj. 4.

260 Vida emocional

no son sino la manifestación de sus voliciones en forma de conducta inteligente'36.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XVHI

A quino , St. T.: Sum of Theology, parte I, q. 80 y 8 1 ; Parte I-II, q. 22, 23 y 25.

A ristóteles: On the Soul. Libro m . Caps. 9-10.J B rennan , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,

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1949, Cap. 11.

36 C ahrel, a.: Man the Unknown. London, Hamilton, 1935, c. 3.

SECCION II—FILOSOFIA DE LA VIDA SENSITIVA

CAPITULO XIX

NATURALEZA DE LA VIDA SENSITIVA

1. DISTINCION ENTRE LA PLANTA Y EL ANIMAL.—S a n t o T o ­m á s nos inform a que <manimab> proviene de anima palabra latina que significa alma. Esto no quiere decir que la planta carezca de un principio vital, pero implica, por comparación, que el animal está en posesión de un número mayor de fuerzas vitales que la planta y que su órbita de actividad es mucho mayor. El animal puede conocer, desear y moverse al tiempo que va creciendo y desarrollándose, y según S a n t o T o m á s esto equivale a hallarse situado en un nivel más elevado de la escala de los seres vivos.

La amplitud de horizonte que se produce mediante la percepción, la capacidad para imaginarse las cosas y para evocar lo pasado, las múltiples formas de adaptación que se manifiestan en la respuesta instintiva, son todas ellas expresiones de un principio vital diferente al de la planta, que no posee ninguna de estas facultades. No es sin razón, pues, que A q u in o establece la diferencia esencial existente en­tre la vida vegetativa y la sensitiva.

Al mismo tiempo, sin embargo, no se olvida de séñalar que tanto la planta como el animal son seres vivientes por las mismas razones: en primer lugar, porque su actividad es espontánea, y en segundo lugar, porque es inmanente. Y puesto que esta segunda cualidad nun­ca se halla presente sin que exista la primera, podemos considerar a la inmanencia como el criterio filosófico para distinguir lo vital. Ade­más, si el animal es más perfecto que la planta, se debe a que la inmanencia de la vida sensitiva alcanza mayor perfección que la de la vida vegetativa. Esto se puede confirmar comparando entre sí estoa dos procesos: la asimilación alimenticia de la planta y la asimilación de conocimientos del animal. En el primer caso, la materia es tomada y abandonada la forma, mientras que en el segundo es recogida la forma y abandonada la materia, y se considera que la unión formal con una cosa es más perfecta que la unión material con la misma. Además, en el conocimiento, «cuanto más lejos vaya el proceso, más profundamente penetra y la inform ación es más perfecta. Así, el objeto sensible imprime primeramente su forma en los sentidos, luego alcanza el nivel mental de la imaginación y no se detiene hasta ha­llarse alojado en la memoria» 2.

1 S. T„ p. I, q. 97, a. 3.3 C, G., L. V, c. 11. Ver también L I, c. 97 y 98.

262 Vida sensitiva

2. EL PRINCIPIO DE LA VIDA SENSITIVA.—La teoria del prin­cipio vital ha sido ya discutida de un modo relativamente extenso en capítulos anteriores. Allí se demostró que la existencia de un prin­cipio animado que explicase los fenómenos de la vida vegetativa era valedera tanto para los científicos como para los filósofos. A los pro­cesos de la vida vegetal, añadimos ahora los de la vida animal, supo­niendo a fortiori la presencia de un agente vital que sea no solamente principio de vida, sino además fuente del conocimiento, la emoción y el movimiento. Veamos lo que A q u in o nos dice sobre estos actos sen­sitivos.

I . C o n o c im ie n t o .—Analizar el conocimiento en términos más sim­ples que el mismo hecho cognitivo es tarea difícil. En su esencia con­siste en la unión del objeto con el sujeto de un modo intencionado. El proceso comienza en los sentidos, puesto que son ellos los que se hallan en contacto más inmediato con los objetos materiales. Un estímulo actúa sobre un receptor, produciendo su reacción corres­pondiente. El resultado es una modificación del órgano sensorial. Este cambio, según S a n t o T o m á s , no es totalmente material ni totalmente inmaterial, puesto que es algo más que un simple fenómeno de orden físico y, sin embargo, algo menos que un fenómeno puramente psí­quico, Lo podemos llamar entonces psicofisico. Pero, cualquiera que sea su nombre, el efecto de la acción del estímulo sobre el organismo es vital, y constituye la determinante física del conocimiento senso­rial. En su propia terminología, S a n t o T o m á s lo denomina species sensibilis, que puede ser traducido por especie sensible. Representa el enlace entre la impresión y la expresión, y su función es la de dar especificidad a la facultad que informa. Es así como la acción del objeto sobre el receptor sensorial se puede comparar a la siembra en una fértil potencia que intencionalmente se une con el objeto. Al ser impresionada la especie sensible en la conciencia, nace la percep­ción. Luego, al actuar sobre los sentidos representativos, obtenemos la formación de imágenes que son especies sensibles expresadas. El producto obtenido en cada caso, percepción o imagen, no es lo que percibimos, sino el medio psicológico viviente por medio del cual per­cibimos.

Esto es muy importante, puesto que, solamente bajo la condición de que conozcamos las cosas primero en sí mismas, podemos luego es­tar seguros de que nuestro conocimiento de la realidad es verdade­ramente objetivo. Por último, vemos que el órgano sensorial y su ob­jeto, llevando a cabo sus respectivas funciones, logran configurar un principio cooperativo único en la adquisición del conocimiento, tal como A q u in o observa agudam ente3.

II. O r e x i s .— La orexis o apetición constituye un nuevo fenómeno de orden psicológico, porque representa una tendencia hacia el ex-

0 S. T., p. I, q. 27, a. 5; q. 78, a. 3 y 4; q. 85 a. 2, r. a obj. 3; A. G., L. I, c. 65; D. V., q. 8, a. 5, a. 7, r. a obj. 2; q. 26, a. 3, r. a obj. 4; In Pelri Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, L. I, d. 40, q. 1, a, 1, r. a obj- 2

Principio üe la vida sensitiva 263

terior, contrastando con el conocimiento, cuya meta está colocada en dirección opuesta. Para expresarlo más sucintamente, diremos que en el conocimiento el objeto se mueve en dirección al sujeto, mien­tras que en el caso del apetito es el sujeto el que se dirige hacia el objeto. O aun de un modo más simple: la finalidad del conocimiento es la unión del objeto con el sujeto; la del apetito, la unión del sujeto con el objeto. Vemos además que, tal como en la actividad de los sentidos no existe la expresión mientras no haya impresión, así en la actividad apetitiva no puede existir emoción ni sentimiento sin que haya un conocimiento previo. Esta necesidad de una especie para determinar el conocim iento y de un motivo para mover el apetito, está en la naturaleza misma de las cosas.

Aqüino señala también la presencia de la emoción en todas las actividades humanas, diciendo así: «no sólo existe placer en las sen­saciones del tacto y del gusto, sino también en todas las operaciones de los demás sentidos, y no sólo en las funciones sensitivas, sino también en las especulaciones mentales. Nos sentimos alegres, por ejemplo, cuando en nuestra búsqueda de la verdad hallamos por fin la certidumbre. Esta es una regla válida para todas las potencias del conocimiento, que los actos que ejecutamos con mayor perfección nos producen más placer... y de esto deducimos que cuaquier acto puede ser placentero en la medida en que sea más perfecto» 4.

m . C o m p o r t a m ie n t o e x t e r n o .—El hombre está compuesto de m a­teria y sus actos están por ello sujetos a las leyes temporales y espa­ciales. Lo mismo que el animal, tiende a proyectar su conocimiento y sus apetitos en los moldes de la conducta motora, Pero sus actos adquieren un sentido más elevado si son capaces de expresar un conocimiento de tipo espiritual o la emoción del amor. Mientras que en el animal el único principio que rige su comportamiento motor es la ley del apetito sensible, que es una ley basada puramente en lo emocional, los actos del hombre se hallan controlados por la razón y la voluntad. Sin embargo, el hombre es también de naturaleza animal y su conducta motora no es esencialmente distinta a la de éste. P o­demos resumir nuestras conclusiones sobre este punto en estas pala­bras de S a n t o T o m á s : «El motivo de la conducta del animal es algo que origina un acto inmediatamente que es percibido. Pero el papel del motivo puede ser considerado desde distintas perspectivas. Desde una, su tarea es la de guiar; desde otra, la de dar órdenes, y desde una tercera, la de ejecutar estas órdenes. Asi, nosotros vemos que la guía proviene de la facultad imaginativa y la estim ativa...; el co­mando es función del apetito irascible o concupiscible,.., mientras que la ejecución real de las órdenes pertenece a la facultad de la locomoción, que actúa mediante los músculos, los tendones y los ner­vios del organismo» 5.

* In Aristotélis Etìlica ad Nicomachum. L. X, lect. 6. Ver también: S. T., p. I, Q. 81. a. 1.

3 D. P. A., c. 5.

264 Vida sensitiva

3. EL ANIMAL, COMPUESTO DE ALMA Y CUERPO.—Nuestros estudios de los fenómenos de la vida sensitiva revelan un hecho sor­prendente sobre el cual los psicólogos modernos están en perfecto acuerdo con S a n t o T o m á s . Este es que todos los procesos mentales poseen una función fisiológica correspondiente. Aun las actividades de orden superior necesitan poseer un substrato orgánico, puesto que presupone la integridad tanto de los órganos sensoriales como de sus conexiones con la corteza cerebral. En este punto es suficiente señalar que si la vida mental del animal puede considerarse como una guía para llegar al conocimiento de su naturaleza, se deduce de ello que el sujeto de (ales actividades sensoriales debe ser un compuesto de cuerpo y alma. Además, lo mismo que en la planta, también en el animal tanto el cuerpo material como el alma que representa la > forma son sustancias incompletas, de modo que una necesita de la otra para la form ación de un organismo completo. La relación de contraste que existe entre el cuerpo y el alma del animal es la misma que la existente entre la materia prima y la forma sustancial de todo cuerpo natural.

La presencia de estos dos elementos básicos de la naturaleza hu­mana fue demostrada por S a n t o T o m á s de varias maneras, pero en especial por medio de los actos en que la conciencia tenía participa­ción. Desde eí punto de vista analítico, la sensación es el fenómeno mental más simple que se conoce, y, sin embargo, su existencia sería imposible sin el concurso tanto del cuerpo com o del alma. Por un lado es un fenómeno material producido mediante la acción de un estímu­lo sobre un réceptor y la form ación consiguiente de corrientes ner­viosas que son transmitidas al cerebro, pero sólo se completa mediante el aspecto inmaterial del fenómeno, que es la percepción del objeto por la conciencia. La primera fase del proceso es propia del cuerpo, puesto que implica la interacción de fuerzas de tipo material, pero la segunda es totalmente distinta y sólo puede explicarse refiriéndola al alma. De este modo (y aún más claramente en el caso de las emo­ciones en las que los cambios corporales son más evidentes) llegamos a la conclusión de que el animal es un compuesto de alma y cuerpo 0.

4. UNIDAD PSICOSOMATICA DEL ANIMAL.—Aún de más impor­tancia desde el punto de vista de su configuración es la unidad bioló­gica del animal, ya que nos fuerza a considerar que tanto el cuerpo como el alma no son completos en sí mismos, sino que forman parte de una sola sustancia. Fue evidente, pues, para A q u in o , como lo es para el investigador actual, que una sensación o una emoción son unidades de experiencia, aunque presenten rasgos psíquicos y somáticos. Lo que determina efectos únicos debe tener una causa única. Solamente par­tiendo de la unidad psicosomática del animal podemos explicar la unidad de sus experiencias. A esta misma conclusión se llega en un terreno más amplio, estudiando cada acto concreto del animal desde la perspectiva de su finalidad.

* C. G., L. n, e. 82.

Bibliografia 265

Entonces vemos que tanto el conocimiento, como el apetito, como la conducta, se hallan unidos en un propósito único que es el bienes­tar del organismo en su totalidad, Pero si la unidad de acción es debida a la unidad de naturaleza, ¿cuál es la causa última de esta unidad? La respuesta lógica, tal com o piensa Santo Tomás, es la unidad de la forma sustancial7. Luego «el animal no tendría unidad si poseyese va­rias formas sustanciales, puesto que nada en el mundo de las sustan­cias corpóreas es absolutamente uno, a menos que posea solamente una forma que sea, además, la causa de su existencia, puesto que existencia y unidad se derivan del mismo prin cip io 8-

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XIX

A quino, St. T.: Contra Gentiles. Libro II, Cap. 82; Libro IV, Cap. 11.G ils o n , E .: The Philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E. B ullough*

St. Louis Herder, 1937, Cap. 11.M aher, M„ S. J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.“ edición,

1926, Supl. A.M ercier , D.: A Manual of Modern Scholastic Philosophy. Trad, por T. L. &

S. A. P arker. St. Louis, Herder, 2.» ed.. 1919, pp . 181-232,P h illips , R . P .: Modern Thomistic Philosophy. London, Burns Oates &

Washbourne, 1934, Vol. I. Parte II, Caps. 7-10. Ed. esp. Morata, Ma­drid, 1964.

' C. G„ L. II, c. 57. Aqui S anto T omás se refiere principalmente a la uni­dad del compuesto humano, pero su argumento se puede aplicar “a pari" a la unidad básica del animal.

* S. T., p. I, q. 76, a. 3.

CAPITULO XX

ORIGEN Tí DESTINO DE LA VIDA ANIMAL

Parte primera.—Consideraciones preliminares

1. LIMITES DE LA TEORIZACION CIENTIFICA.—'Existen ciertos limites establecidos por la filosofía dentro de los cuales debe confi­narse toda la teorización de orden científico acerca del origen de la vida animal. Sin una Causa Primera, la existencia de la materia y las leyes que la gobiernan resultarían ininteligibles. Es éste, sin em ­bargo un problema cosmológico que no nos corresponde tratar aquí, pero vemos también que sin la existencia de esta misma Causa Prim e­ra, no podríamos explicarnos la aparición de los organismos primiti­vos en la tierra. No es necesario que haya existido un acto creador particular que les diera origen, com o ya vimos en lecciones anteriores, sin embargo, puesto que la materia en sí misma no es fuente de vida (de otro modo toda la materia seria viviente) el origen del principio vital debe residir entonces en un agente exterior a la materia, y éste sería la Causa Primera. Finalmente, vemos que sin un acto creador especial para cada caso es imposible que nos expliquemos la exis­tencia de la mente humana, como demostraremos más adelante. Sin embargo, esto no implica el que las plantas y los animales hayan podido originarse de las potencias de la materia en el supuesto, es claro, de que ésta haya sido creada por la Causa Primera

2. DOS PRINCIPIOS FILOSOFICOS..—S a n t o T o m á s nos ha propor­cionado dos principios filosóficos de especial interés para nosotros por su relación con el problema de la evolución.

I. E l p r in c ip io d e c o n t in u id a d .—La vida en el mundo que nos rodea se presenta como el cuadro de un todo ininterrumpido. Esto nos su­giere una comparación proveniente del campo de las matemáticas; siempre hay un triángulo en potencia en toda figura de cuatro lados, y un cuadrilátero en potencia en toda figura de cinco lados, y, del mismo modo, como dice A r is ó t e l e s , «los seres vivientes form an una serie en la que cada término contiene potencial mente a su predece­sor» 2. La naturaleza parece ser activada por alguna fuerza oculta que

1 W asman., E.( S. J.: Modern Biology and the Theory oí Evolution. Tra­ducida por A, M. B uchanan. St. Louis, Herder, 1923, pp. 284-84.

3 De Anima, L. II, c. 3. A ristóteles expresa esta misma idea y sus im­plicaciones de un modo algo distinto, cuando dice (Historia de los Animales,

268 Origen y destino de la vida animal

le permite unir todos los niveles vitales y rellenar los huecos que van quedando, de modo que no se pierda su regularidad. S a n t o T o m á s , en su formulación del principio de continuidad, dice así: «La naturaleza de orden superior se relaciona en sus grados menos elevados con los más elevados de la naturaleza inferior» 3. Esto significa, con toda seguridad, que los seres vivos se hallan divididos en diversos órdenes y que cada uno está en íntima relación con el otro, Pero éste es un hecho tan evidente que es posible que S a n t o T o m á s le diese un sentido más dinámico y de mayor profundidad a su principio. La vida pre­senta un desarrollo progresivo y la expresión de este hecho en el prin­cipio de continuidad puede abarcar no sólo ía continuidad en sí mis­ma, sino también la actividad interna de los órganos y potencias por medio de las cuales una forma de vida tiende a relacionarse estrecha­mente con otra. Dicha actividad implicaría estas dos cosas al menos: en primer lugar, un desarrollo más perfecto de los cuerpos, y en segun­do lugar, un uso más amplio y más perfecto de sus facultades. S a n t o T o m á s sólo exigiría del evolucionismo el que éste partiese de la vida ya creada y que mantuviese la diferencia esencial entre la planta y el animal y entre el animal y el hombre.

II. E l p r in c ip io d e l a p r o p o r c ió n c a u s a l .— Como fondo a su mane­ra de tratar el problema de la creación, S a n t o T o m á s emplea otra fór­mula básica, que, como la anterior, puede citarse también a favor de la hipótesis evolucionista. Expresada brevemente, dice así: «La potencia de una causa es proporcional al número de efectos que pueden produ­cirse por medio de ella» 4. Aplicando este principio al problema de la creación, se deduce que los acontecimientos particulares del universo no necesitan en cada caso de la intervención particular del Creador. Por el contrario, puesto que Él es un ser infinitamente poderoso, puede conseguir los efectos deseados utilizando simplemente causas secun­darias, como las leyes naturales. De este modo, por ejemplo, ha sido como la materia primitiva se ha transformado hasta alcanzar su for­ma actual y se ha llevado a cabo la aparición de la vida y el desarrollo, a partir de ella, de los animales y plantas hasta su estado presente de perfección.

3. EVOLUCION Y ESPECIE .—Aplicada al individuo, la evolución significa el desarrollo progresivo y gradual de un organismo a partir de sus características hereditarias. El cambio, en este caso, debe ser de tal naturaleza que suponga una perfección, puesto que por evolu­ción se entiende el desarrollo de las facultades latentes y el tránsito

L. VIII, c. 1): ‘‘La naturaleza procede gradualmente de la materia inani­mada hasta la vida animal, de tal modo que es imposible fijar una línea exacta de demarcación. Asi, después de la materia inorgánica pasamos a la planta, y entre éstas hay diferencias respecto al grado de perfección viviente que han alcanzado, de modo que continuamos ascendiendo asi hasta llegar a la escala animal.”

* C. G., L. H, c. 91. Ver también: In Petri Lombardi Quatuor Libros Sen- tentiarum, L. m , d. 26, q. 1, a. 2; D. V., q. 15, a. 1; D. S. G., a. 2.

* S. T., p. I, q. Gó, a. 3. Ver también C. G., L, III, c. 69, 70, 76, 77 y 94-

Evolución y especie 369

desde un nivel de vida inferior a otro superior, al mismo tiempo que implica también la herencia y la propagación de las nuevas carac­terísticas.

Aplicado al grupo, el progreso que acabamos de referir debe afectar a una clase completa de individuos, haciendo que este grupo particu­lar se diferencie claramente de los otros por la posesión de ciertos rasgos que se transmitan a su descendencia. Es difícil fijar los límites de dicho desarrollo, pero el científico suele utilizar el término especie para designar estas diferencias. Sin embargo, esta denominación ha dado lugar a varias controversias, y puesto que también es empleado en filosofía vamos a explicar brevemente qué entendemos por especie en cada uno de los casos.

I . L a e s p e c ie e n la c ie n c ia .— E l hombre de ciencia distingue entre la especie natural y la sistemática. Por especie natural entiende los primitivos grupos de animales y plantas de los que se derivan las presentes especies, géneros y familias. En su forma singular represen­ta una serie autónoma de seres vivos o un grupo de organismos separado del resto de los demás. Hasta el presente desconocemos la cantidad de líneas separadas de ascendencia que existen sobre la tie­rra, y es difícil que lleguen-a conocerse en su totalidad, a pesar de las investigaciones.

La especie sistemática es un concepto más delimitado. Esta espe­cie está formada por un grupo de individuos que tienen características de color, forma, tamaño, etc., semejantes, que puede aparearse entre sí por medio de la reproducción bisexual y que transmiten sus carac­teres a su descendencia. sin modificaciones o con las modificaciones resultantes de un cambio de ambiente o de alimentación. Hasta donde es capaz de observar la ciencia, estas especies sistemáticas perma­necen a través de los cambios temporales y ambientales y las m odi­ficaciones que sufren sólo llegan a producir variedades dentro de la misma especie.

XI. L a e s p e c ie e n l a f il o s o f ía .—Según A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , la materia es especificada por la forma, es decir, la unión de la mate ria prima y la forma sustancial origina un individuo de una deter­minada especie. Además, los diferentes grados de perfección que ob­servamos entre las creaturas materiales es el resultado de la dife­rencia esencial de sus formas. Por esta razón un elemento o compuesto de materia inerte es distinto por naturaleza de un organismo vivo. Pero aun entre los seres vivientes existen diferencias de forma esen­ciales que dan lugar a una nueva diferenciación de especies. Así, por ejemplo, el principio vital de una planta es esencialmente dife­rente al de un animal, y el de éste al del hombre. Desde el punto de vista filosófico, pues, distinguimos tres especies de organismos dife­rentes. Cada una de estas especies sustanciales abarca, por supuesto, un gran número de individuos que se agrupan para los fines de la ciencia en especies naturales y sistemáticas. Pero la diferencia exis­tente entre los individuos y los grupos que form an una especie filosó­fica es siempre puramente accidental. En resumen, según S a n t o T o m á s ,

270 Origen y destino de la vida animal

en la especie filosófica los miembros que la componen participan de la misma naturaleza esencial y actúan por medio de las mismas pro­piedades esenciales, y desde este punto de vista existen sólo tres es­pecies de organismos: la planta, el animal y el hombre 5.

Parte II.—l a evolución de las especies

1. EL HECHO PROBABLE DE LA EVOLUCION.—Debe señalarse desde un principio que las explicaciones más completas que ha pro­porcionado la ciencia parten de la suposición de la existencia de las especies naturales. Lo que nos interesa en este momento no es en su origen—puesto que ése es un problema que concierne al filósofo y que será estudiado más adelante— , sino la posibilidad y el modo en que se transformaron en las especies sistemáticas que conocemos hoy,

I . P a l e o n t o l o g ía .— 'Aceptan la mayoría de los científicos que la edad de nuestro planeta es de, aproximadamente, mil quinientos millo­nes de años 6, una cifra bastante diferente que la calculada por U ssh er hace tres siglos, que situó la creación a las nueve de la mañana del dia 26 de octubre del año 4404 antes de Cristo 7. Durante un tiempo tan extenso la superficie del globo terrestre ha sufrido repetidos cambios, haciendo surgir montañas y hundiendo otras zonas, e incluyendo a las creaturas existentes en diversos periodos en los diversos estratos te­rrestres. A partir de los fósiles que han quedado es posible estudiar la evolución de un gran número de plantas y animales.

Cuidadosos estudios nos han revelado, primero, que amplios grupos de formas de vida diferenciadas existen desde remotas edades en nuestro planeta; segundo, que los organismos que existieron posterior­mente poseyeron, en general, una estructura más compleja que los primeros, aunque hubo algunas excepciones, y tercero, que los fósiles más recientes están estrechamente relacionados con las especies vi­vientes en la actualidad. Estos hechos son interesantes y tienen su valor, pero nos presentan la vida bajo un aspecto más rígido que móvil, haciendo que la evolución no se presente como un hecho evi­dente8. Existe evidencia, además, de degeneración tanto como de evolución en los restos fósiles; por ejemplo, quedan todavía ciertas plantas y animales parásitos de mucha menor complejidad que las especies de las cuales se ha supuesto que descendían. La ciencia no ha dado aún una explicación satisfactoria de estas desviaciones.

II. G e n é t ic a .—La base más segura que acredita la teoría de la

6 Para obtener referencias sobre las teorías de S anto T omás acerca de la forma sustancial, ver el c. 4 de este texto. Para lecturas posteriores, espe­cialmente en su aplicación moderna, ver: W a sm a n n , E., S. J.: Op. cit. 296- 302, Adler, M. J.: Problema for Thomists. The Problem of Sv'ecies. N. V. Bheed and Ward, 1940.

• L ecomte de N oüy, P.: Human Destiny. N. y. Longmans Green, 1947, p. 57.7 Jam es U ssher nació en 1581 y murió en 1656. Fue arzobispo de Armagh

(Irlanda) y uno de los más grandes escolásticos bíblicos de su época.* B a t h e r , F. A : Cardiff Meetíng of the Geological Section of the

B. A. A. C„ 24 agosto 1920.

EvoIucí&h y especie 271

evolución proviene de la ciencia genética. Pues si hay un factor que controle en mayor grado que los demás la reproducción y la heren­cia, esto es la ley del cambio constante, presente en todos los fenó­menos de orden vital. Con esto no pretendemos decir que las varia­ciones sean grandes dentro de un período de tiempo dado, sino que, por el contrario, sólo se presentan pequeñas diferencias y nunca se ha registrado un verdadero cambio de especies. No obstante, existen ciertos cambios, y si pensamos en la magnitud de los intervalos que separan las formas más simples de las complejas, debemos inclinam os ante la posibilidad de la teoría del desarrollo progresivo. De todos modos, la genética nos demuestra las alteraciones que están sufrien­do continuamente los organismos vivos y que algunas de ellas se trans­miten de una generación a otra dentro de un mismo grupo. Aquí llega­mos a las raíces del problema de la evolución, pues se hace evidente que la aparición de nuevas especies requiere no sólo la adquisición de caracteres nuevos, sino también su transmisión hereditaria estable 9.

Fue A u g u st W e is m a k n el que dio forma a la idea, ya conocida en los circuios científicos, de que todo organismo está compuesto de dos tipos de sustancia: el somatoplasma y el plasma germinal o grermo- plasm a lü. El primero no interviene en la herencia, sino que le sirve como protección, como fuente de nutrición y como vehículo para la actividad del segundo. Cada célula germinal, a su vez, consta de cito­plasma y núcleo, y es en la sustancia nuclear donde hallamos los cromosomas y los genes, que son los verdaderos portadores de los rasgos hereditarios. Si la especificación tuvo lugar en el pasado, debió de haberse llevado a cabo por una serie de modificaciones en el núm e­ro, calidad y ordenación de dichos genes. Los estudios biológicos han demostrado que la mayoría de los cambios adquiridos no son capaces de transmitirse, pero también han probado que ciertos cambios del somatoplasma pueden afectar en ocasiones a las células germinales, pudiendo entonces heredarse.

El punto de capital importancia que se deriva de esto es que el plasma somático y el germinal no son funcionalmente independientes uno de otro. Si esto fuese así, el desarrollo de las especies hubiese sido biológicamente imposible ya desde sus comienzos. Al mismo tiem ­po, para asegurar la existencia del desarrollo, deben ser concillados dos extremos aparentemente opuestos: por una parte, la tendencia de la herencia a conservar los caracteres que ya existen en la espe­cie, y por la otra, la necesidad de un cambio en el plasma germinal, del que se originen las nuevas especies. Estudiaremos a continuación las posibles causas que han llegado a producir estas modificaciones germinales n .

s El estudio del monje agustino G r e g o r M e n d e l sobre las variaciones y su herencia fue fundamental. Para una apreciación de estos trabajos ver: B a te so n , W.: Mendel’s Principies of Heredity. Cambridge. Eng. University Press, 4.'1 edición, 1930.

10 Weismann, A.: The Germ-Plasm: A Theory of Heredity. Trad. por W. N. P arker y H. R o n n feld t . N, Y. Scrlbners, 1893.

11 M org an , T. H .: The Theory of the Gene. New Haven, Yale University Press, edición revisada, 1928.

272 Origen y destino de la vida animal

III. F a c t o r e s a c t iv o s d e la n a t u r a l e z a .— El ambiente fisicoquimico contiene varios elementos que en el transcurso del tiempo pueden haber actuado sobre el plasma somático y haber afectado así, indi­rectamente, las células germinales. El factor más importante de todos es la alimentación, y su función como agente de transformación se infiere del hecho de que es el que suministra el material para la formación de cada célula del organismo. Es la fuente de la energía física, y sin él la vida no sería posible. El clima es otro factor rela­cionado con el crecimiento y desarrollo del organismo, e incluye ele­mentos tan variados como el calor, el frío, el grado de humedad, de luminosidad, de presión atmosférica, las corrientes de aire, etc.; en resumen, todos los factores climáticos a los que deben adaptarse los organismos para poder sobrevivir.

Los efectos de la alimentación y el clima pueden estudiarse en las nuevas distribuciones geográficas, a las que se someten miembros separados de una misma familia. Por ejemplo, el canguro australiano y el opossum americano se hallan relacionados indudablemente, ya que ambos son marsupiales. La extensión del espacio que los separa puede ■explicarse debido a la posible existencia de un puente de tierra que unió antes a estos dos continentes, mientras que la diferencia de su aspecto general es debida probablemente a la acción fisicoquímica de distintos factores ambientales. Otro caso interesante es el del pez pul- monado, que originariamente fue quizá un pez branquial en el que se desarrolló su aparato respiratorio cuando las aguas del lago en que vivía comenzaron a secarse.

Como un factor final, el biólogo señala que la naturaleza tiende a m ejorar aquellas partes del cuerpo que funcionan más que las demás, mientras que las partes inactivas degeneran. Estos fenómenos se agrupan dentro de la ley del uso y del desuso. El olfato en el hombre, por ejemplo, ha ido degenerando gradualmente, aunque no existe nin­guna otra razón—salvo la de que no lo utilizamos en la medida que los hace el animal—para que no sea tan perfecto como éste. Todos los factores que hemos descrito, actuando sobre el organismo a lo largo de los siglos, primero a través del somatoplasma y luego sobre las células germinales, sirven para explicar por qué las tendencias conservadoras de la herencia no se oponen a la idea de la modifica­ción de las especies12.

IV. E s t u d io s c o m p a r a t iv o s .-—La semejanza no constituye una prue­ba de parentesco; sin embargo, si las especies distintas de organismos tienen un origen común, lo más probable es que presenten una cierta similitud en su estructura y en sus funciones. Esto no constituye una prueba, pero sí una suposición de la existencia de un proceso evo­lutivo.

P aton, D. N.: The Physiology of the Continuity of Life. London, Mac­millan, 1926; W addington, C. H.: An Introduction to Modern Genetics. N. Y. Macmillan, 1935, in parte. Genetics and Evolution.

12 M e n g e . E. J.: General and Professional Biology. Milwaukee, Bruce 1922, pp. 407-08; Smith, H. W.: Kamongo, N. Y. Viking, 1932.

Estudios comparativos 273

La anatomía es una de las fuentes más fecundas del estudio com ­parado de las especies. Cualquier sistema del organismo puede ser utilizado, lo mismo la disposición del esqueleto, que el aparato diges­tivo, que el aparato locomotor o cualquier otro; sin embargo, los mejores estudios se han realizado sobre el sistema nervioso. Así, partiendo del Amphioxus, que es el organismo menos diferenciado de la escala de los vertebrados, es posible construir una serie de estruc­turas de complejidad gradual que abarcan la medula espinal, el bulbo, el cerebelo y el cerebro, hasta llegar al hombre, en el cual el sistema nervioso ha alcanzado el máximo desarrollo. Una continuidad de esta suerte es la que deberíamos buscar, si es que la evolución ha tenido lugar; pero, como acabamos de decir, la relación de las estructuras y funciones menos complejas con las de mayor complejidad debe ser establecida basándose en algo más que en la semejanza, antes de que su valor comparativo adquiera significado.

La Embriología ha establecido dos hechos importantes para la teoría de la evolución en primer lugar, que la historia prenatal de ciertos organismos es con frecuencia la única guia segura para su cla­sificación adecuada, y en segundo lugar, que algunas de las fases de la embriogénesis individual sólo tienen explicación en relación con la historia entera de la raza a que el individuo pertenece.

Como un ejemplo de la primera afirmación tenemos el caso de la Sacculina, que vive en el abdomen del cangrejo. Según toda su apa­riencia externa, no es más que una burbuja de protoplasma sin estruc­tura definida, salvo una pequeña proyección radicular que se extiende hasta el cuerpo, en el que se hospeda, y a través de la que absorbe el liquido necesario para su alimentación, sin embargo, el embrión de este diminuto parásito tiene una forma claramente perfilada, con extremidades articuladas y otros rasgos que lo sitúan, indudablemen­te, dentro del grupo de los crustáceos. Para ilustrar la segunda afir­mación citemos el caso de la ballena. En su fase fetal está provista de dientes, pero la forma adulta sólo presenta láminas dentales. Los descubrimientos de la paleontología han revelado que en cierta época las ballenas estuvieron provistas de dientes, que conservaban a lo largo de su vida, de modo que las estructuras dentales que apa­recen en el embrión de la ballena moderna son una reminiscencia filogenética de algo que fue útil a sus antepasados. Ejemplos de esta clase, señala Eric W a s m a n n , son un paso más a favor de la certeza de la evolución, puesto que ésta es la única interpretación posible de ellos. Será discutida más adelante la posibilidad de etapas semejan­tes en el desarrollo del cuerpo hum ano13.

La Fisiología ofrece varias posibilidades de comparación, pero la mayoría carecen de interés para la teoría evolucionista. El estudio comparativo de la Serología posee, sin embargo, un cierto interés. Así, por ejemplo, si inyectamos suero sanguíneo a un cobaya, la sangre extraña actúa de antígeno; es decir, provoca la producción de anticuerpos, que se precipitarán y destruirán el antígeno inyectado

13 M en g e , E. J .: O p . c it ., pp , 408 -1 0 ; W a s m a n n : O p. c it ., p p . 452-53. BRENNAN, 18

274 Origen y destino de la vida animal

al cobaya en una segunda sesión. Estas reacciones son altamente específicas en el sentido de que los anticuerpos que producen la pre­cipitación de la sangre de una especie son inactivos, en general, contra la sangre de otras especies. Por ejemplo, un suero que ha sido inmunizado contra la sangre de una especie determinada, A, precipi­tará la sangre de las especies B, C, D, y así sucesivamente, cada vez en menor grado a medida que la relación de la especie a con estos otros vaya disminuyendo. Para explicarlo más concretamente, el sue­ro de un animal que ha sido inmunizado contra la sangre humana se coloca en cinco tubos de ensayo, añadiendo suero humano de mono antropoide, de un mono del viejo mundo y de lémur a continuación. La cantidad de precipitado que se forma en cada caso es menor en el mismo orden que acabo de mencionar, de lo que se deduce que existe este mismo grado de parentesco sanguíneo entre el hombre y los animales utilizados14.

V. C o n c l u s ió n — La mayoría de los científicos actuales aceptan la evolución como un hecho probable. Partiendo de las pruebas acumu­ladas en distintos campos de la investigación, se ha llegado a la con­clusión de que las especies, géneros y familias actuales, tanto del reino animal como del vegetal, representan el término del desarrollo progresivo de las especies naturales. No es posible afirmar el número de estas últimas dado el estado actual de nuestros conocimientos, pero, puesto que las huellas de las grandes plantas y animales no ofrecen signos de haber estado relacionadas o de haberse originado de un tronco común, parece que la evolución polifilética (varias líneas de ascendencia para las plantas y los animales) es la que ofrece un índice mayor de probabilidad. G u s t a v S t e in m a n n , un notable paleon­tólogo, ha llegado a afirmar que es posible que este punto no pueda ser nunca confirmado de un modo absoluto. «Estoy seguro—dice—que los más antiguos animales y plantas representativos de cada especie permanecerán siempre desconocidos para nosotros, ya que sus huellas han desaparecido probablemente, debido a los grandes cambios sufri­dos por los estratos terrestres más antiguos» 15.

2. TEORIAS DE LA EVOLUCION.—Si admitimos la evolución com o un hecho probable, puesto que hay evidencias en favor de su certeza, nuestra tarea inmediata es dar alguna explicación acerca de la manera como fue efectuada. Han sido propuestas varias expli­caciones, pero ninguna de ellas aclara los hechos de la evolución. Es posible que con el tiempo surja una explicación ecléctica, que, to­mando elementos de cada una de las teorías, nos proporcione una descripción científica aceptable del proceso evolutivo.

I. T e o r ía de D a r w i n .—La teoría de D a r w in proclama la Idea de que, como resultado de las luchas, los accidentes y otras numerosas vicisitudes que ocurren más o menos espontáneamente en la historia

** Dodson, E. D.: A texbook of Evolution. Phlla, Saunders, 1952, pp. 67-69.15 S t e in m a n n , G .: Die Erdgeschichtsforschung während der letzten vier

Jahrzehnte. Freiburg, 1899, L. I, p. 33.

Teorías de la evolución 27S

de los organismos, la naturaleza sólo permite sobrevivir a los más aptos. Este concepto no tiene su origen en D a r w i n , aunque éste hizo más que cualquier otro investigador para establecerlo sobre bases científicas. Seiscientos años ya antes de Cristo los filósofos griegos comenzaron a especular sobre el problema de la evolución, y E m p é d o - c l e s de A g r ig e n t d m es recordado en especial por haber hecho unas afirmaciones muy explícitas sobre el poder de selección de la naturale­z a 16. La hipótesis de D a r w i n ha sido puesta al día por científicos com o J o h n B. S. H a l d a n e , J u l iá n H u x l e y y T h o m a s M o r g a n , quienes la acep­tan, sin embargo, no com o una explicación de origen de nuevas espe­cies, sino más bien como un posible modo de explicar ciertas clases de adaptación. Está admitido de un modo general que la supervivencia de los más aptos es un principio fundamental en el reino animal; pero esto es bastante diferente a afirmar que las leyes naturales que obran sobre la supervivencia hayan sido lo suficientemente fuertes como para producir la formación de nuevas especies. Como las trans­formaciones sufridas han sido, sin embargo, lo bastante profundas como para originar mutaciones de naturaleza secundaria, debemos admitir que la selección natural es un factor activo en los procesos del desarrollo17.

n . T e o r ía d e L a m a r c k ,—La teoría de L a m a r c k se basa en la idea de que todo progreso orgánico es la consecuencia del uso de las partes del cuerpo, mientras que la degeneración es la consecuencia del desuso. Este principio ya nos es familiar, puesto que lo hemos estu­diado como uno de los factores naturales que actúa probablemente sobre las células germinales. Esta idea fue también vislumbrada por los griegos, aunque su formulación científica no se llevó a cabo hasta finales del siglo XVIII por el naturalista francés J ea ,n B a p t is t e La­m a r c k . Modernamente ha recibido otra vez por parte de E d w a h d C o p e , L o u is M o r e y A l e s H r d l ic k a . La debilidad de esta hipótesis yace en la su p c^ ió n de la herencia inmediata, por la generación siguiente, de los efectos de la adaptación individual. Para una formación de espe­cies es necesario que los caracteres adquiridos recientemente alcan­cen una fase final en la que puedan ser transmitidos a la descenden­cia. Queda, sin embargo, la duda de que el uso y el desuso com o factores modificadores puedan explicar algo más que la evolución,o retroceso de ciertos órganos *a.

16 O sbo rn , H. F.: From the Greeks to Darwin. N. Y. Macmillan, 1834. E mpedocles, que nació en el año 495 antes de Cristo, sostuvo la hipótesis de la abiogénesis. También enseñó que la lucha por la existencia y la supervi­vencia de los más aptos ejerce influencia sobre el desarrollo de la vida. Al­gunas de sus ideas, a su vez, fueron inspiradas en las doctrinas de Anaxi­menes, que vivió unos cien años antes que él.

17 Haldane , J. B. S.: The Causes of Evolution. London. Harper, 1931, H u x l e y , Julián S.: Problems of Relative Growth. N. Y. Dial Press, 1932. M org an , T . H .: The Scientific Basis of Evolution. N, Y. Norton, 1932,

18 C ope, E. D.: The Primary Factors of Organic Evolution. Chicago. Open Court, 1893; M ore, L. T.: The Dogma of Evolution. Princeton. University Press, 1925; H rdlicka, A.: Organic Evolution; Its Problems and Perplexities. Science, 28 febrero 1932, pp. 230-33.

III. T e o r í a d e B u f f o n - S a i n t H i l a i r e .—La teoría de B u f f o n - S a i n t H i l a i r e postula la acción directa del ambiente favorable o desfavo­rable al organismo, con consecuencias indirectas sobre las células germinales. La observación y la experimentación modernas se han dedicado en gran extensión a la tarea de determinar, lo más exacta­mente posible, la influencia del medio fisicoquimico sobre la materia viva. La alimentación y el clima se consideran factores decisivos en la transformación, pero es más bien la reacción del tejido germinal a estos agentes naturales, las posibles mutaciones y su herencia, lo que constituye el tema de interés del científico. Hasta donde nos es posible comprobar, el principio de la acción directa del ambiente fa ­vorable o desfavorablemente se limita a la modificación de los ór­ganos existentes más que al desarrollo de otros nuevos, y aun este papel modificador es limitado. Queda claro, sin embargo, que este tipo de cambios está muy lejos de producir los requerimientos nece­sarios para la formación de nuevas especies19.

IV. T e o r ía v it a l is t a .— A pesar de todas las investigaciones efec­tuadas hasta el momento, está claro que falta todavía algún elemento esencial en la teoría de la evolución. Sin embargo, cuanto más se profundiza en el problema mayor se hace la convicción de nuestra ignorancia respecto a él. Y es por esta razón por la que el hombre de ciencia está considerando otra vez la posible presencia de un factor vital que le ayude a llenar los huecos y completar el cuadro de la evolución gradual de las especies. Después de años de investi­gación intensiva, autoridades eminentes, como H e n r y O s b q r n , se muestran propicias a admitir la necesidad de dicho factor para expli­car la evolución; éste dice así: «Aunque manteniendo enérgicamente que la entelequia de A r is t ó t e l e s y sus continuadores es una suposi­ción teórica, no debemos, de ningún modo, excluir la posibilidad de que se demuestre por medio de observaciones o inducciones ulteriores que en la vida existe algo del tipo de un principio interno perfec­tible» 20.

En relación con esto, no es difícil señalar que la única clase de vitalismo que cuadra satisfactoriamente con todos los hechos de inducción es la propuesta por A r is t ó t e l e s y desarrollada más tarde por S a n t o T o m á s . Este problema ya ha sido examinado en su totali­dad en la sección correspondiente a la filosofía del organismo. Repi­tiendo lo expuesto allí, diremos que la vida es fundamentalmente un asunto de inmanencia, de modo que una evolución de la vida sig­nificaría, en última instancia, una expansión de las propiedades in­trínsecas del organismo. Para conseguir dicho efecto es necesario suponer una interacción armoniosa entre el principio anímico o vital, por un lado, y las leyes secundarias de la naturaleza, por el otro. Para tener una visión del problema en su perspectiva adecuada, pues, debemos recordar que el rasgo esencial del proceso evolutivo es su

276 Origen y destino de la vida animal

1S P a t ó n , D. N.: Op. cit., c. 1, 5, 6. 7.20 O sbo rn , H . F . : Recent Revivals of Darwinism. Science, 24 fe b r e r o 1933,

p p . 199-202.

Evolución del cuerpo humano 277

carácter vital o inmanente, y, como tal, debe suponer un principio que sea parte sustancial del organismo. En resumen, la evolución de las especies sería una pura contradicción si careciese de un principio anímico que le diese sentido.

3. LA EVOLUCION DEL CUERPO HUMANO.—Las pruebas citadas a favor de la evolución del cuerpo humano a partir de una forma animal más primitiva no significan que éste descienda, en realidad, del mono, sino simplemente que tanto él como los primates superiores se hallan emparentados colateralmente, por descender de un ante­pasado común a ambos. Como vimos al comienzo de este capítulo, no existen dudas sobre la evolución del alma humana, puesto que por ser ésta de naturaleza inmaterial no puede hallarse sujeta a las leyes del crecimiento y el desarrollo orgánicos. Para el estudio de la evo­lución del hombre emplearemos el mismo método utilizado anterior­mente, agrupando los hechos por materias.

X. A n a t o m ía .— En el reino animal la estructura corporal más pa­recida a la humana es, evidentemente, la de los monos antropoides. No obstante, si los comparamos detalladamente hallaremos algunas diferencias notables. El cráneo del hombre, por ejemplo, está espe­cializado para las funciones superiores de la inteligencia, mientras que el del mono lo está para la masticación y la defensa. La capaci­dad de la cavidad cefálica es en el hombre de 1.500 centímetros cúbi­cos, mientras que la de los monos más desarrollados no pasa de 500 a 600 centrímetros cúbicos. El cerebro mismo pesa en el hombre máso menos 1/37 parte del peso total del cuerpo, mientras que el del mono es sólo una centésima parte. Además, a causa de sus múltiples circunvoluciones, el área cortical del cerebro humano es cuatro veces mayor que la del mono. La columna vertebral del hombre posee una doble curvatura, uniéndose con la caja craneana perpendicularmen­te, de modo que la cabeza se balancea sobre la columna vertebral como sobre un pivote. El raquis del mono, por el contrario, sólo tiene una curvatura, lo que le impide la erección de la cabeza y le obliga a marehar sobre las cuatro extremidades. Las extremidades anteriores del mono son largas y las posteriores cortas, y ambas se hallan capa­citadas para ejecutar movimientos prensiles, mientras que el hombre tiene los brazos relativamente cortos y las piernas largas, con pies plantigrados, con los que sólo puede andar. Por último, vemos que el torso del mono tiene forma de barril, mientras que el del hombre está moldeado más delicadamente, convergiendo el pecho y el abdo­men en una zona estrecha, que es la cintura21.

51 O’T o o l e , G. B.: The Case against Evolutíon. N. Y. Maemillan, 1925, pp 271-74.

S anto T omás ha hecho unas interesantes observaciones sobre la posición bípeda del hombre y por qué es ésta más natural en él que en el animal. Una de las razones es la función diferente de los sentidos y apetitos. Asi, vemos que la vida del animal gravita alrededor de la nutrición y el sexo. El hombre, en cambio, se Interesa por cosas que están más allá que estos bienes físicos y los placeres que proporcionan. Puede alzar su vista y con-

278 Origen y destino de la vida animal

Podríamos enumerar otros rasgos aún, pero lo que tiene interés señalar es que una comparación de este tipo nunca se podrá estable­cer de un modo absoluto, puesto que la estructura y el funciona­miento del organismo humano sólo puede explicarse a través de sus facultades racionales, que lo separarán siempre del animal, a pesar de su posible semejanza anatóm ica22.

II. E m b r io l o g ìa t f is io l o g ía .—Aparentemente, el embrión de la especie humana no se diferencia del de otros animales que se desarrollan en el seno materno. Según E r n e s t H a e c k e l , lo que acon­tece durante el período fetal es simplemente un recuento o una rápida repetición de los sucesos más importantes de la historia biológica de la especie. Esto fue formulado en la conocida ley de la ontogénesis, y mientras se discutía su validez han sido descubiertos otros hechos que la transforman en una generalización de tipo científico. Por ejemplo, uno de los argumentos era la existencia de bolsas branquia­les en el embrión humano, en las que basaba H a e c k e l el paso del hombre actual por una fase de pez durante su evolución. Pero, según opinión de otros científicos, dichas bolsas, aunque parecidas a las estructuras branquiales, son de estructura y función faríngea, en cuyo caso el ejemplo carece de validez.

Sin embargo, la presencia de dientes fetales en la ballena, como ya hemos señalado, representa una auténtica recapitulación filoge­nètica, por lo que parece que la opinión sustentada por H a e c k e l posee ciertos fundamentos. Sin embargo, la ciencia no ha podido aún esta­blecer la veracidad de este hecho en el caso del hombre.

Hemos descrito también dentro de este mismo capitulo las pruebas efectuadas con suero sanguíneo, que parecen indicar la existencia de un parentesco fisiológico entre el hombre y los primates. El sentido final de estas pruebas, sin embargo, debe decidirse a la luz de otros estudios ajenos a los comparativos; por ejemplo, a los de la inves­tigación directa de los especialistas en G enética23.

I I I . O r g a n o s r u d im e n t a r io s — Se ha dado muchísima importancia a ciertas partes vestigiales del cuerpo humano, que, según se supone, han perdido su valor funcional por el desuso. Pero, como sabe el bió­logo, en muchas estructuras que se consideraron inútiles se ha de­

templar el sol, la luna, las estrellas y meditar sobre el maravilloso orden del universo. Otra de las razones es la diferente función de sus miembros. Por ejemplo, si el hombre tuviese que usar sus miembros superiores para la deambulación, le sería muy difícil cultivar las artes y demás habilidades que dependen del empleo de los dedos. ¡Imagínense un pintor, un escultoro un cirujano cuyas manos fuesen como pies! La tercera razón está rela­cionada con nuestra facultad de comunicación. Como S anto T omás señala, las manos ejecutan una serie de actos útiles, preservando asi a los labios y la lengua para la tarea más refinada del lenguaje, el canto y la expresión poética, que son funciones estrictamente humanas <S. T., p. I, q. 91, a. 3).

33 D w ig h t , T.: Thoughts of a Catholic Anatomist. N Y. Longmans Green,1927, pp. 188-89.

23 R anke , j ,: Der Menso)i. Leipzig. Bibliographlsches Institut, T , I, 1888, p. 145 ss. Para una discusión de la ley de la ontogénesis, ver: O ’T oole, G. B.: Op. clt., pp. 275-86; W a sm a n n , E., S. J.í Op. cit., pp. 446-55.

Evolución del cuerpo humano 279

mostrado actualmente su valor funcional para el organismo. Así, por ejemplo, la glándula pineal, la hipófisis, el tiroides y las glándulas suprarrenales, fueron considerados com o carentes de función en los tiempos de D a r w i n . Entre los órganos rudimentarios citados por los partidarios de D a r w i n a favor de la teoría de la evolución humana hay tres que son de especial importancia. El primero es el repliegue semilunar del ángulo del ojo, que se consideró como un vestigio de la membrana nictitante de la serpiente y otros animales. No obstante, este pliegue tiene una finalidad, puesto que ayuda a regular el flujo de las lágrimas. La segunda formación rudimentaria es el timo, indis­pensable para la form ación de las membranas y la cáscara del huevo en las aves, pero que en el hombre desaparece al segundo año de nacimiento. Sin embargo, los fisiólogos actuales han llegado a la con­clusión de que este órgano cumple una función definida antes de desaparecer en el organismo humano. Según unos, regula el creci­miento en las primeras fases, y según otros, interviene en la form a­ción de los elementos sanguíneos.

El tercer caso que vamos a mencionar es el del cóccix, que es un conjunto de cuatro pequeños huesos colocados al final de la columna vertebral. Los darwinistas lo describieron como un vestigio de cola, pero no carece completamente de función, puesto que actúa como punto de inserción de varios pequeños músculos, que sin él serían incapaces de m ovim iento24.

IV. P a l e o n t o l o g ía . — Se han hecho esfuerzos para obtener una serie de fósiles intermedios que pudiesen conectar al hombre y al mono con algún antepasado común. Sin embargo, hasta el momento no existen datos concluyentes, puesto que se ha demostrado que estos restos son humanos. La lista que damos a continuación es sólo un bosquejo que pretende establecer el orden histórico de estos fósiles:

a) El hombre de Kanam, que se considera el fósil humano más antiguo que se conoce. Lo único que poseemos de él es una mandíbu­la, descubierta en Africa oriental. Según cálculos aproximados, se presume que tiene una edad de quinientos mil años.

b) El hombre de Foxhall, que es también uno de los ejemplares más antiguos de la cultura prehistórica. Ha sido identificado sola­mente por sus instrumentos de sílice, lo que indica que fue tan inte­ligente como nosotros,

c) El pithecanthropus erectus (el hombre-mono erecto) ha deja­do también escasos restos: una bóveda craneana, un fémur y dos molares. Sobre él ha habido numerosas discusiones. Su nombre indi­ca que fue hombre o simio, aunque no un ser intermedio. Si fue hom ­bre, era seguramente de muy baja estatura, y si fue simio, era pro­bablemente mucho más alto de lo que son las especies actuales de mono.

d) Sinanthropus PeJcinensis (el chino de Pekín) da pruebas de haber sido un verdadero ser humano. Se ha llegado a esta conclusión

D a r w in , C.: The Descent of Man. N. Y. Cerf and Klopfer. The Modern Library, c. 1 ; 'O ’T oole, G. B.: Op. cit., pp. 286-308.

280 Origen y destino de la vida animal

por medio del estudio de instrumentos, madera carbonizada, hoga­res, etc., que fueron descubiertos en unas cuevas cercanas a Pekín, en el mismo lugar que sus restos.

é) El hombr - axiroral de Piltüown se halla representado por un cráneo, una mandíbula y dos molares, pero es difícil ajustar estos restos, y lo más probable es que provengan de dos especies distintas, una de las cuales pudo ser humana.

/) El hombre de Rhodesia, hallado en Afriea del Sur, nos ha legado una calavera sin el maxilar inferior. Es humana, dados los cuchillos y las raederas que fueron descubiertos al lado de sus restos.

g) Todo lo que poseemos del hombre de Heidelberg es una man­díbula y sus dientes. Aunque muestra una inclinación delantera su- gerente de mono, el ejemplar es humano en todos los demás rasgos.

h) Los hombres neanderthaloides comprenden un grupo de ejem­plares ampliamente distribuidos, cada uno de los cuales muestra ras­gos evidentemente humanos. Pertenecieron a la edad de piedra, y fueron la mayoría de ellos trogloditas. Además de los Neanderthalen- sis, de los que tom ó el nombre este grupo, hay fragmentos de hombres de Naulette y Spy en Bélgica, de hombres de Kravina en Croacia septentrional, de hombres de Le Moustier, La Chapelle y La Quina en Francia; del hombre romano, el hombre de Gíbraltar, el hombre de Crimea en Rusia; los hombres de Mongolia, los de Capharnaum en Palestina y los hombres del Monte Carmelo en Galilea.

El estudio de los instrumentos que utilizaron estos tipos primiti­vos, sus formas de enterramiento, la utilización de animales, etc., da pruebas indudables de que poseyeron inteligencia humana.

í) El hombre de Cro~Magnon ha sido restablecido partiendo de los esqueletos de tres ejemplares encontrados en una cueva cerca de Charente, en Francia. Como representa un tipo que todavía existe, no queda duda de que haya sido humano. Resumiendo las pruebas provenientes de la paleontología, podemos afirmar con seguridad que sólo una especie humana ha habitado la tierra y que el eslabón que enlace al hombre con otras especies animales más antiguas no ha sido aún confirmado de un modo científico. Aun la suposición de un desarrollo progresivo desde el píthecanthropus (suponiendo que haya sido humano), a través del Neanderthalensis, hasta llegar al moderno homo sapiens, no está demostrada absolutamente, aunque la mayo­ría de los expertos se inclinan por esta linea de descendencia 2r>.

2i K obel, J.: The Evolution of Man. The Francíscan Educational Con- ference. Wash. D. C„ 1933, pp. 76-90; Stenger, F. R.: «Recent Data on Pri~ mltlve Man». American Ecclestastical Revzew, oct. 1939, pp. 301-10,

S anto T omás (S. T ., p. I, q. 91, a. 2) se inclina por la opinión de que el cuerpo del primer hombre fue hecho directamente por Dios. Admite, con S an A g u stín , que podía haberse hallado presente de un modo virtual en la materia del universo. Sin embargo, ya que «ningún cuerpo preexistente ha sido formado, por medio del cual otro cuerpo de la misma especie pudiese ser generado», concluye que el primer cuerpo humano fue originado direc­tamente por la acción del Creador. Otro punto debatido por los teólogos es si nuestro primer padre, Adán, fue más perfecto, física y mentalmente, que los hombres que acabamos de mencionar. La opinión más probable es que éstos fueran descendientes más o menos degenerados del fundador de la raza humana.

Comienzos de la vida animal 281

V. C o n c l u s ió n ,— Todos los datos que hemos señalado tienen un valor acumulativo, pero no demuestran con certeza la descendencia del hombre. Podríamos preguntarnos si es posible que se llegue en el futuro a demostrar la evolución del cuerpo humano No existe razón para que no haya sido así, pero la ciencia necesita más pruebas aún para demostrarlo. Una cosa es citar los descubrimientos de los estu­dios comparados y demostrar las relaciones anatómicas y fisiológicas que existen entre el hombre y los primates, y otra completamente distinta establecer con certeza que su cuerpo, al mismo tiempo que el de los demás animales superiores, ha evolucionado partiendo de un antepasado común. Repitiendo, las pruebas de la ciencia no son tan avasalladoras que no podamos sostener la idea de la creación, en cuyo caso la ley del mínimo esfuerzo habría sido abandonada por el Crea­dor por razones particulares.

Por otra parte, las autoridades que se inclinan por la teoría crea- cionista no poseen los argumentos suficientes para acallar la h ipó­tesis evolucionista. Finalmente, es importante señalar que la expli­cación bíblica del origen del hombre no se opone a las conclusiones, a las que, partiendo de los datos que nos proporciona la ciencia, debe el filósofo llegar26.

Parte III.—Eí origen de la vida animal

1. EN SUS COMIENZOS.—La aparición de la vida animal ha sido un tema de amplia especulación filosófica. Han sido formuladas tres clases de soluciones.

I. T e o r ía d e l a e m e r g e n c ia a b s o l u t a .—Esta teoría representa el punto de vista mecanicista y evolucionista sobre el origen de la vida animal y sostiene que ésta se deriva de alguna forma de vida orgá­nica previamente existente, y en última instancia, de la materia inorgánica. En ambos casos, el principio por medio del cual se produce este desarrollo progresivo de los fenómenos vitales es Inherente a la materia misma. La emergencia de la vida, a partir de la materia de cualquier clase, y la imposibilidad que supone, han sido ya examinadas en capítulos anteriores. Además, com o un efecto de fuerzas, vitales ya en acción, la emergencia de la vida sensitiva de una forma de vida vegetativa más primitiva aún es igualmente inadmisible en el terreno filosófico. Según S a n t o T o m á s , una forma sustancial por sí misma es incapaz de perder ninguna de sus propiedades esenciales o de adquirir otras nuevas. Refiriéndonos a la posibilidad, tan discutida por los escolásticos de entonces, de la posible evolución del. alma humana, Aquino nos d ice : «Algunos insisten en que el mismo principio vital que informa la vida vegetativa... evoluciona en un alma sensitiva, y que ésta, a su vez, se desarrolla hasta llegar a un alma animal. Pero

=6 C ooper, J. M.: «Primitive Man». Quarterly Bulletin of the Catholic Anthropological Conference. Wash. D. C. Catholic University of America. Vol. VIII, enero y abril 1935. (El folleto también discute la imposibilidad de una evolución de la mente humana.}

282 Origen y destino de !a vida animai

una hipótesis de esta índole representa una clase de progreso impo­sible, porque nada puede añadirse o quitarse a una forma sustan­cial» 27. Y luego: «La forma sustancial de una cosa es algo que no permite su división, de modo que cada adición o sustracción le pro­duce un cambio en su especie, lo mismo que en el caso de los núme­ros...; por tanto, es imposible para una forma sustancial ser el sujeto de alteraciones en más o m enos» 2S. Ni las fuerzas innatas de la ma­teria ni las potencias del alma vegetativa pueden explicar la apari­ción de la vida animal.

I I . T e o r ía d e l a c r e a c ió n .— La teoría de la creación sostiene la producción directa e inmediata del animal de la nada, causada por un acto especial de la Causa Primera. Existe la posibilidad de que esto haya ocurrido así, pero es poco probable, ya que va contra la ley del mínimo, pues es evidente que tanto la materia inerte como el sistema material que forma parte del organismo vegetal existieron antes que el animal. Citando otra vez a A q ü i n o : «Si un efecto puede ser producido adecuadamente por medio de una causa, no es necesa­rio invocar varias para su producción, ya que observamos que la Na­turaleza no suele emplear dos instrumentos si le basta con uno... En la suposición, entonces, de que las fuerzas naturales sean suficientes para la producción de un efecto dado, seria superfluo el que la poten­cia Divina lo ejecutase»29. En resumen, si los elementos materiales ya existían, ¿a qué postular la producción de la materia de novo para el cuerpo animal? Por supuesto, con esto no se pretende excluir del todo la acción de la Causa Primera en el origen del animal, como veremos a continuación, pero la preexistencia de la materia hace que la teoría de la creación sea altamente improbable, en especial a causa del principio del mínimo esfuerzo *.

III. T e o r ía d e l a e m e r g e n c ia r e s t r in g id a .—Esta teoría supone que la materia, tanto la inerte como la que posee un alma vegetativa, podría haberse hallado dispuesta de un modo próximo a la apari­ción de la vida animal, bajo la acción de los cambios ambientales. 6in embargo, puesto que ni la materia, ni los vegetales, ni las leyes que controlan su actividad natural poseen un poder intrínseco para dar origen a un ser sensitivo, se hace necesario postular la acción de una causa externa, que sería la responsable, en última instancia, del origen de la vida animal. Más concretamente, esta teoría nece­sita la intervención de la Causa Primera, no para crear, sino para extraer el principio de la vida sensible de un sistema material pre­existente. Esta acción conjunta de dos causas, una de orden material, dispuesta por las leyes de la Naturaleza para la unión con formas superiores, y la otra, eficiente, capaz de extraer dicha forma de las

27 S. T.p p. I, q. 118, a. 2, r. a obj. 2. aa S. T.( p. i, q. 76, a. 4, r. a obj. 4.” C. G-, L. m , c. 70.* Sobre la posición científica más moderna respecto a estas cuestiones,

véase F. R e v il l a : «La síntesis biológica ante la ciencia, la filosofía y la reve­lación» (Razón y Fe, Madrid, 11-1960, 165-172). (N. del T.)

Vida animal presente 283

potencialidades de la materia, está de acuerdo con las enseñanzas de S a n t o T o m á s . Así vemos que, «cuando se afirma que un cierto «fecto es producido tanto por la Causa Primera com o por una cau­sa de orden secundario, esto no significa que parte de la labor se debe a la Causa Primera y parte a esta causa segunda, sino que el efecto en su totalidad procede de ambas, pero de diferente manera, del mismo modo que el mismo efecto se adscribe al instrumento y al agente que lo utiliza»30. Además, como señala el Doctor An­gélico, el alma humana ha sido creada basándose en la materia pre­existente con la que se ha unido. En este caso, le es posible a la Naturaleza disponer la materia, por así decir, para la aparición de la forma racional31. Con más razón, pues, podríamos decir que las leyes secundarias de la Naturaleza eran capaces de disponer la m a­teria para la recepción de una forma menor, como es el alma del animal. Todos los efectos que la Naturaleza produce, los puede pro­ducir Dios indiscutiblemente sin ninguna ayuda; sin embargo, «El ha preferido actuar por medio de las leyes naturales para conservar el orden de las cosas» 32.

2. EN EL PRESENTE.—El origen del alma animal en el pro­ceso de la reproducción se halla rodeado de misterio y plantea un problema que sólo puede ser resuelto teóricamente. Según A qxjino , el principio de la vida sensitiva, como el de la vegetativa, depende enteramente de la materia para su existencia y operaciones. El ani­mal representa un sistema material que, por su conducta específica, requiere una cantidad definida de energía que debe ser extraída del alimento que consume. Sin este proceso nutritivo básico, la activi­dad vital sería imposible. Además, todos los actos del animal son de naturaleza psicosomática, estando formados de materia y con­ciencia, o de elementos corporales y espirituales, form ando una uni­dad. Y como no existe ninguna excepción a este respecto, es impo­sible, pues, que la forma sensible exista fuera del sistema material al que informa. Según esto, Hay por lo menos dos maneras de expli­car su aparición.

La primera posibilidad es a través de la división del alma del organismo progenitor. Una lombriz, por ejemplo, puede ser cortada transversalmente y ambas partes sobrevivir; o las células embrio­narias que dan origen a un organismo pueden ser separadas y cada una desarrollarse y evolucionar hasta la formación de un animal completo. La segunda posibilidad es a través de la emergencia del alma sensitiva de las potencialidades de la materia, en cuyo caso la extracción de una nueva alma se lleva a cabo por medio del poder reproductor del organismo paterno. Podemos imaginarnos que éste es el método empleado por la Naturaleza cuando el alma es difundida a través de las células germinales. Cada gameto no sólo es capaz de existir por sí mismo, sino que en realidad se hace inde­

3íi C. G., L. III, c. 70.51 D. p. D., q. 3, a. 4, r. a obj. 7.52 D. P. D„ q. 3, a. 7, r. a obj. 16.

pendiente tan pronto como es separado del tejido germinal del or­ganismo paterno.

Si aceptamos estos dos métodos, ya sea la división del alma pa­terna cuando el cuerpo paterno se divide en dos o más partes, o bien la extracción del alma de las potencialidades de la materia, como los únicos modos posibles de reproducción, podemos aplicarlos tanto a los seres vegetativos como a los sensitivos. Santo Tomás se inclina por este segundo método para ambos cuando afirma: «Los animales y las plantas, lo mismo que otras formas materiales son extraídas de las potencialidades de la materia» 33.

284 Origen y destino de la vida animal

Parte IV.—El destino de la vida animal

Como hemos señalado hace un momento, todos los actos de la vida sensitiva dependen del cuerpo, de modo que el alma sensitiva no tiene actividad propia. Todos sus actos son consecuencia de su unión con la materia. Si el alma del animal no posee actos propios, no tiene entonces vida propia, y perece al perecer el cuerpo, o, para usar la expresión de S a n t o T o m á s , vuelve a las potencialidades de la materia de donde provino 34. Pero si el animal no posee otra meta que la de conservar y propagar su propia vida, esto le hace perte­necer a un cierto grado dentro de la jerarquía de la perfección del cosmos. Así, si contemplamos los distintos niveles del ser, vemos la vida surgiendo y dominando a la materia, la vida sensitiva en un plano superior a la de la mera nutrición, es decir, la vegetativa, y la vida intelectual por encima de todas las demás.

El animal, como hemos visto, no posee una inteligencia para re­solver los problemas propios. Sin embargo, alcanza un cierto grado de conocimiento que le permite atender a sus necesidades bioló­gicas, y a causa de ser un ser consciente, está en un plano superior al del reino vegetal y demás seres carentes de conocimiento. Pero eí la vida vegetal se ha hecho para servir a los intereses del animal, este último, a su vez, se halla destinado a servir al hombre, sumi­nistrándole alimento, ayudándole en su trabajo y sirviéndole de distracción, ya que tal como las propiedades de la materia inani­mada se hallan subordinadas a las de la planta, de igual manera las del animal lo son a las del hombre. De lo que se deduce, tal como dice S a n t o T o m á s , que el Creador dispuso su creación dentro de un cierto orden, cumpliéndose así lo dicho por el Apóstol: «Todas las cosas existentes han sido ordenadas por Dios» 35.

3!l D. P. G., q. 3, a. 11, r. a obj. 7, Ver también referencias a la s doctrinas d e S anto T omás al ftn al del c. 6 de este libro. También: P h illips , R . P .: Modern Thomístic Philosophy. London: Burns Oates and Washbourne, Vol. I, pp. 207-10, Ed. esp. Morata, Madrid, 1964.

” C. G.t L. II, c. 82.*6 C. G., L. m , c. 81.

Bibliografia 28S

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XX

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A. M. B uchanan . S. Louis, Herder, 1923.

LIBRO TERCERO

VIDA I N T E L E C T U A L

SECCION L—LA CIENCIA DE LA VIDA INTELECTUAL

CAPITULO XXI

LA MENTE HUMANA

1. GAMA DE LAS FACULTADES HUMANAS.—El grado más ele­vado de conciencia, dentro de los seres pertenecientes al universo,lo hallamos en el hombre. Además de su capacidad para vivir y reproducirse que comparte con la planta, y para sentir, que com ­parte con el animal, él puede pensar y desear. Su ciencia y su sa­biduría son las formas de conocimiento más elevadas que encon­tramos entre las creaturas terrenales, del mismo modo que su ca­pacidad de escoger y de modelar su propio destino es la manera más perfecta de manifestar las apetencias. Conoce la naturaleza de las cosas que le rodean y también su propia esencia, y basándose en esto, es capaz de construir un sistema de conocimientos que unifi­que todos los datos de la experiencia. Luego, con el conocimiento como guía, puede establecer ciertos designios prácticos e ideales que darán sentido a todos sus esfuerzos conscientes. Finalmente, le es posible alcanzar la meta que se ha fijado mediante la comprensión inteligente de sus deberes, la constancia en sus propósitos y el valor para enfrentarse con los obstáculos que se le presenten. El pensa­miento y la voluntad constituyen los contenidos específicos de la mente humana, y es precisamente de los que nos ocuparemos en esta sección de nuestro libro.

2. METODOS DE ESTUDIO.—El pensamiento y la voluntad son los actos mentales más difíciles de estudiar. Las observaciones or­dinarias no bastan para poner al desnudo los procesos de nuestros mecanismos mentales conforme producen una idea o alcanzan una decisión. Los procesos vegetativos y las reacciones más simples de los sentidos pueden ser medidos hasta cierto punto y aun seguidos de un modo paralelo por medio de la experimentación, pero la for­mación de un juicio o una decisión desafía a todos los análisis ma­temáticos. Mas la capacidad para form ar un pensamiento abstracto partiendo de los datos de la experiencia sensorial no puede ser es­tudiada tal como estudiamos nuestras percepciones o nuestras emo­ciones. No hay fórmula para calcular de qué modo va a responder el hombre a los estímulos ambientales. Esto no significa que los métodos experimentales no sean aplicables en absoluto a los nive­les del pensamiento y de la volición. Quiere decir, sin embargo, que debe ponerse un cuidado extremado en proyectar una técnica in -

BHENNAN, 19

290 La mente humana

trospectiva adecuada para alcanzar las profundidades de estas en­tidades impalpables. Pues debe quedar claro para todo investigador que el autoanálisis, o la exploración de la propia conciencia, es el único método adecuado para aprender algo acerca de dichas pro­piedades inmateriales de la mente y de la voluntad y de sus igual­mente inmateriales— aunque no por eso menos reales— contenidos.

Para muchos psicólogos, sin embargo, especialmente para los de la escuela behaviorista, cualquier cosa que requiera a la conciencia para establecer su realidad se considera inútil y carente de inte­rés 1, en cuyo caso, por supuesto, el behaviorista no se considera obligado bajo ningún aspecto a estudiar dichos fenómenos. Pero por mucho que se esfuercen los psicólogos modernos en restar impor­tancia a los datos puramente mentales, no les será posible modificar el hecho esencial de que las operaciones intelectuales de la con­ciencia son las más importantes de todas para el hombre, puesto que son los únicos actos que lo diferencian de los animales. Ignorar estos hechos o considerarlos inabordables por la investigación cien­tífica no implica que no sea posible comprenderlos por medio de una larga y laboriosa introspección y de que de ello no se deriven felices consecuencias. Considerándolos, pues, material asequible a la inves­tigación, el problema no reside en si la psicología ha de internarse en terreno que, según algunos, no le es propio, sino más bien en cómo puede extender los métodos científicos a las regiones en las que no se puede emplear un criterio de estrecha exactitud.

3. CONCEPTO DE INTELIGENCIA .— En el tema del instinto hi­cimos referencia a algunas observaciones de la psicología comparada en relación con el sentido de la inteligencia. Desde el comienzo del siglo ha crecido el interés en relación con el problema de la inte­ligencia, especialmente la del hombre. La labor de A l f r e d B in e t im­pulsó una larga serie de experiencias cuyo fin era clasificar los dis­tintos niveles intelectuales en el hombre 2. Gran parte de la inves­tigación, sin embargo, se ha encaminado a la determinación de criterios externos de inteligencia, tales com o la capacidad de eje­cución de tareas dentro de varios campos, la habilidad para hallar la propia vocación, para adaptarse de un modo adecuado a las cir­cunstancias, para mantener la posición y el prestigio en la vida, etc., más que al problema de mayor importancia de hallar qué es en sí mismo y cómo actúa en la acumulación de conocimientos. Una no­table excepción a esta regla es la contribución de C h a r l e s S p e a r m a n y su escuela. Este investigador ha hecho un sincero esfuerzo por rehabilitar el término inteligencia y darle la importancia que tuvo en los tiempos de A q u in o y A r is t ó t e l e s 3. Pues las enseñanzas de

1 El principal sostenedor de esta opinión es J. B. W atson , el padre delbehaviorismo. Ver su obra: Behaviorism. N. Y. Norton. Edición revisada, 1930, c. 1 y 10.

3 B in e t . A.: Etude expérímentale de VIntelligence. París, Schleicher, 1903. s Spearm an, C.: The Nature of Intelligence and the Principles of Cogni­

tion. London. Macmillan, 2,1 edición, 1927, c. 1.

Principios de la inteligencia 291

los escolásticos sobre el sentido de la inteligencia quiaá sean la he­rencia más preciada que nos ha dejado la psicología tradicional, y ja falta de los investigadores modernos en apreciar su significado para la economía de la vida humana ha resultado ser un obstáculo para el progreso de la investigación.

En sentido estricto, la inteligencia es el hecho de ser inteligente, tal como la Justicia es el hecho de ser justo. Además, si la inteli­gencia, como una condición habitual, es constante y perdurable, tam ­bién se incluyen dentro de ella los actos intelectuales de que está formada. De cualquier modo, para ser inteligente es necesario poseer un intelecto, y ambos términos, tal como señala S a n t o T o m á s , se derivan del latín intus legere (leer dentro), y su justeza descriptiva puede ser apreciada por el hecho de que la fuerza del intelecto nos permite ir más allá de las apariencias externas de las cosas y al­canzar su naturaleza o esencia. El intelecto, en resumen, es la capa­cidad para la abstracción. Por medio de ella podemos generalizar y llegar a captar la sustancia subyacente a los accidentes. las causas que hay tras los efectos, los fines remotos hacia los cuales pueden dirigirse las actividades pasajeras y momentáneas Vemos, pues, que el concepto de inteligencia de A q u in o es claro y carente de am ­bigüedad y que concuerda en sus aspectos generales con el de A r i s ­t ó t e l e s . Pero en las manos de hombres menos capaces este término estaba destinado a convertirse en una fuente de confusiones y de errores. En sus fases degenerativas finales se le hizo sinónimo de cualquier tipo del proceso cognoscitivo, incluso de la sensación y la memoria, y se aplicó igualmente al hombre y al animal. No es sor­prendente entonces, com o indica S p k a r m a n , que la busca por parte de los psicólogos modernos de algún significado específico que atri­buir a la inteligencia haya terminado en fracaso, ya que el hombre ha olvidado o pretendido ignorar que él es el único ser capaz de comprensión 5.

4. PRINCIPIOS DE LA INTELIGENCIA.—En el sistema de Santo Tomás, el mismo intelecto es capaz de producir estos tres efectos: la simple aprehensión, que es el concepto o término mental; el juicio, que une o separa conceptos, y la inferencia, que compara los ju i­

4 In Petrí Lombardi Quatuor Libros Sententíarum, 1. III, d. 35, q. 2, a. 2; q. 3, solución 1; S, T., p. I, q. 79, a. 10; p. II -m , q. 8, a. 1.

Para S a n t o T o m á s , e l concepto esencial de inteligencia humana se basa en la capacidad de abstracción. No se detiene aqui, sin embargo, en su análisis. Desde el punto de vista del objeto, la inteligencia se ejerce adecua­damente en la naturaleza de las creaturas corpóreas, e s decir, de seres com­puestos (como él mismo) de materia y forma. Pero sólo se ejerce de un modo exhaustivo en la consideración de la verdad infinita y absoluta. En resumen, la definición correcta de la inteligencia humana se centra en e l concepto de capaz abstractionis, o poder de abstraer ideas de los datos sensibles; pero su definición perfecta está nada menos que en su capaz Infinitt, o capacidad para obtener el conocimiento de la Verdad, es decir, de Dios. Para las doctrinas de Aquino sobre este punto, ver: S. T., p. I-H, q. 2, a. 8, r. a obj. 3; q. 3, a. 8; q. 5, a. 5, r. a obj. 2.

5 Spearm an , C.: Op. cit., pp. 19-20.

292 La mente humana

cios entre sí y llega a conclusiones. Así, la mente empieza «por aprehender o captar algo relativo a su objeto, como su pura esen­cia, siendo éste el objeto primero y propio de la inteligencia. Luego viene la fase de comprensión de las propiedades y los accidentes que rodean y circunscriben la esencia— en la que se hace necesario com ­parar una cosa con otra por medio del análisis o la síntesis— . Final­mente, como consecuencia de esta actividad comparativa, surge otra operación que es el proceso del razonamiento» 0

Como fondo a esta discusión de los fenómenos mentales sería útil mencionar la labor del psicólogo factorial, que estudia la inteli­gencia por el procedimiento de los tests. Según S p e a r m a n , la mente humana es una potencia esencialmente creadora. Aparte de sus con­tactos con el mundo objetivo, puede elaborar nuevos contenidos, que a su vez dan origen a otros nuevos. El estudio cuidadoso de su modo de actuar demuestra que está regida por tres principios, que repre­sentan tanto la extensión como las limitaciones de su poder crea­dor: primero, el de la aprehensión de experiencia, según el cual cualquier experiencia consciente implica un conocimiento tanto de los atributos del objeto que la producen como del sujeto que la ex­perimenta; segundo, el de la educción de relaciones, en virtud del cual la presencia de dos o más ideas dentro de la conciencia tiende inmediatamente a originar el conocimiento de la relación o no re­lación existente entre ambas, y tercero, el de la educación de corre­latos, en el que la presencia de una idea y de una relación en la mente tiende de inmediato a producir el conocimiento de algún hecho correlativo7. Si estos principios representan a nuestras fun­ciones intelectuales básicas, tal com o lo han revelado las investi­gaciones experimentales, parece que el tan deformado sentido del intelecto humano ha recobrado algo de su prestigio original, y que la ciencia y la filosofía están descubriendo gradualmente una base común sobre la que plantear el problema de & inteligencia de un m odo más provechoso y adecuado.

No depende sólo de los trabajos de S p e a r m a n y sus colaboradores la confirmación de la doctrina tradicional. Otros investigadores se inclinan también por las opiniones de A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s . Vemos, por ejemplo, que L e w i s T e r m a n , uno de los mejores inves­tigadores en el terreno de la inteligencia, afirma que: «un individuo es inteligente en relación con su capacidad para el pensamiento abstracto» ®. El D octor Angélico estaría profundamente de acuerdo con esta afirmación. Tal como S p e a r m a n señala, también, la concep­ción 'de la inteligencia que aparece en los escritos de A q u in o y del Estagirita puede utilizarse para formular una definición científica. Su criterio, capacidad de abstracción, es más libre, en todos los sentidos, que el criterio ambiguo y oscuro de términos tales como

6 S. T., p. I, q. 85,' a. 5.7 S pearm an , C. : Op. cit., pp. 341-43.8 T e r m a n , L C., con E. L. T h o r n d ik e y otros : «Intelligence and Its Measu­

rements; a Symposium*. Journal of Educational Psychology, 1921, 12, pa­ginas 123-212.

Bibliografía 293

adaptabilidad, capacidad para adaptarse con éxito, capacidad para ser educado (todos los cuales, en mayor o menor grado, pueden apli­carse tanto al animal como al hombre), que deforman las discusiones de los modernos sobre el problema de la inteligencia 9.

BIBLIOGRAFIA AL CAPOTTLO XXI

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CAPITULO XXII

EL PROCESO CONCEPTUAL

1. SIGNIFICADO DEL TERMINO CONCEPTO — Según S a n t o T o m á s , el c o n c c p t o es un contenido individual consciente que repre­sentadla esencia cle un objeto. El objeto propio del intelecto, en el caso del hombre, es siempre- la esencia de una sustancia corpórea, puesto que él mismo es un compuesto de materia y fo rm a 1 Como principio cognoscitivo, el concepto se denomina también idea. Como principio activo, por ejemplo, en la mente de un artista se le conoce por ejem plar2. Difiere de los productos de los sentidos externos e internos a causa de sus propiedades impalpables y universales. La función del concepto es revelar la naturaleza de las cosas, tarea que está evidentemente más allá de los límites de los sentidos. Dicho por A q u in o : «Los sentidos externos no captan la esencia de los ob­jetos, sino únicamente sus accidentes. De igual modo, los sentidos internos sólo conocen las imágenes de los cuerpos. El intelecto es el único que penetra en la esencia de las cosas» 3. La labor del in­telecto se define, en sentido estricto, como la abstracción de lo con­creto, y puesto que implica una penetración o bien un progreso desde el conocimiento de los accidentes al de la naturaleza o sustancia, utilizamos el término intelecto de un modo correcto para descri­bir la capacidad de formar conceptos. Su actividad va de lo par­ticular a lo general o de lo concreto a lo universal; por ejemplo, de la percepción y la imagen del rojo de una rosa a la idea de rojo, y con un conocimiento más amplio de sus propiedades, al concepto de rosa.

En la psicología de Aqutho, el intelecto está formado por dos po­deres distintos que efectúan la doble tarea que es necesario llevar a cabo en todo proceso conceptual. Así, el intelecto activo prepara los materiales suministrados por los sentidos para su conversión en ideas. El objeto, tal como se presenta en la imagen, es todavía algo concreto y sólo comprensible potencialmente. Para hacerlo realmen­te comprensible necesitamos una potencia especial que sea capaz de elevar los datos sensoriales a un nivel apropiado a nuestra ca­pacidad de comprensión. La función del intelecto activo es, pues, la de despojar al contenido sensorial de todos sus aspectos materiales

1 S. T„ p. I, q. 84, a. 7; q. 85, a. 2, r. a obj. 2.- S. T„ p. I, q. 15, a. 2 y 3; D. V., q. 3. a. 3.3 S. T., p. I, q. 57, a. 1, r. a obj. 2. Ver también: C. G., L. n , c, 66;

D. S. C., a. 1

296 Proceso conceptual

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Proceso conceptual 29T

e Individuales, con el fin de captar en su pureza la esencia del ob­jeto. Sin embargo, se reserva al intelecto posible la tarea compren­siva. Esta se lleva a cabo dando expansión consciente a la esencia que ha sido abstraida por el intelecto activo y plantada, como una semilla dentro de su seno. La germinación de la semilla corresponde a la génesis de la idea, por medio de la cual comprendemos.

La primera form a de intelecto se denomina activa, porque abs­trae la naturaleza universal de los datos concretos de los sentidos, creando una forma inteligible. La segunda clase de intelecto recibe el nombre de posible, porque posee en potencia todas las cosas inte­ligibles, especialmente la forma inteligible que el intelecto activo siembra en su interior, fertilizándolo con el germen de la idea4.

La necesidad de estos dos intelectos para la formación del con­cepto puede ilustrarse mediante una simple analogía relacionada con la visión. Un objeto que se encuentra en una habitación oscura sólo es visible en potencia hasta el momento en que se da la luz, ha­ciéndose entonces visible realmente. Pero sólo es visible después que se ha formado su imagen en la retina ocular y el centro cortical ha sido estimulado por un impulso nervioso. De un modo semejante, los datos sensoriales son sintetizados en percepciones e imágenes por los sentidos internos y son sólo comprensibles en potencia hasta el momento en que caen dentro del medio de acción del intelecto activo, bajo cuya luz se hacen comprensibles de un modo efectivo. No son, sin embargo, comprendidos hasta que el ojo del intelecto posible haya sido inform ado por la especie inteligible que le es pre­sentada por el intelecto activo, después de lo cual ésta responde creando una idea, que es el medio de comprensión, o, mejor dicho, el medio que utiliza el intelecto humano para captar la esencia de un objeto percibido por los sentidos5.

2. EL PROCESO CONCEPTUAL.—Haciendo memoria de lo que acal>amos de decir, podemos estudiar a continuación las cuatro fa ­ses necesarias para la producción de un concepto: primero, la im ­presión del objeto en el órgano receptor sensorial; segundo, la fo r ­mación de una imagen o fantasma por el sentido interno; tercero, abstracción de su esencia por el intelecto activo, y cuarto, produc­ción del concepto por el intelecto posible. Examinemos este proceso en detalle.

El conocimiento, como ya sabemos, supone una separación entre la forma y la materia; y el conocimiento intelectual parte de do»

* S T., p. I, q. 78, a. 1; q. 79; q. 80, a. 1.—C. D. A., L. III, lee. 7-10.—Jn Petri Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, L. II, d. 17, q. 2, a. 1;D. A., a. 14; D. U. I., c. 5 y 6; D. S. C., a. 9 y 10; C. T,, c. 81, 83, 87, 88.

5 D. A ., a, 15; D, S. C., a. 1 y 2; In Petri Lombardi Quatuor Libros Sen- tentiarúm, L. III, d, 14, q. 1, a. 1, pregunta 5, solución 2. Como indica A r is ­tóteles (De Anima, L. I, c. 4): «Decir que es el alma la que está encoleri­zada es lo mismo que decir que es el alma la que teje una tela o cons­truye una casa. Por esta razón, pues, es preferible evitar afirmaciones tales como que el alma se apiada, o bien que el espíritu aprende o que razona, sino que el hombre las ejecuta por medio de su alma.»

sentidos. Ahora bien, el objeto de los sentidos consta de dos ele­mentos físicos: materia y forma. Este produce una impresión o una serie de ellas sobre un receptor sensorial, surgiendo como conse­cuencia una respuesta vital, y en el curso de su actividad, una forma intencional del objeto (distinta de su form a física) es generada por la potencia sensorial. El propósito de dicha forma es determinar la potencia cognoscitiva. Puesto que los objetos en general se pre­sentan ante varios sentidos, según sus diferentes cualidades sensi­bles, varias formas intencionales son originadas. Todas estas sen­saciones originadas son unificadas por el sentido común y se con­vierten a su vez en un estímulo para la form ación de fantasmas o imágenes por las facultades representativas: imaginación, memoria y sentido estimativo o cogitativo. Lo que nos interesa de los fan­tasmas en relación con el proceso conceptual es que éstos son pro­ductos de síntesis y que cada uno, com o dice S a n t o T o m á s , es una idea en potencia. Esto significa que la inform ación carente de con­figuración que llega a la conciencia a través de los sentidos debe ser unificada por los sentidos internos antes de que el intelecto pueda actuar sobre ella.

El fantasma es, pues, el verdadero punto de partida, en el orden natural, para todas las operaciones intelectuales. Basta con su pre­sencia para que la mente empiece a actuar. En el momento en que aparece, el intelecto activo comienza su labor de abstracción des­pojando al fantasma de todas las cualidades materiales que repre­sentan al objeto como algo concreto y particular, y luego por medio de la capacidad de intuición y de penetración llega a la esencia que yace más allá de los rasgos que individualizan al objeto. La na­turaleza desnuda que surge entonces es considerada también como una form a intencional, pero difiere de la forma intencional produ­cida por los sentidos, pues mientras esta última representa al objeto aún individualizado, en aquélla se halla despojado de estas carac­terísticas. O bien, de otro m odo: si la especie, sensible producto de ios sentidos, representa al objeto concretam ente, la especie inteli­gible formada por el intelecto activo lo representa de un modo abs­tracto. En resumen, la especie o forma intencional de los sentidos es de naturaleza material, puesto que se origina por una energía material, y la del intelecto activo, en cambio, es inmaterial. Con la producción de dicha forma inmaterial, el intelecto posible tiene aho­ra un estímulo que puede despertar sus propias energías inmateria­les. Una vez que ha sido fecundado por la especie de intelecto activo, es capaz de expresar su poder creador dando origen al concepto: el contenido consciente que representa la esencia del objeto conocido®.

6 S. T„ p. I, q. 75, a. 2 y 5; q. 76. a. 1; q. 84; q. 85; a. 1 y 2. C. G., L. II. c. 59-78; c. 96. En el capítulo 73, S anto T omás enumera las facultades en las que aparece el fantasma mediante el cual se produce la abstracción. Estas son: imaginación, memoria y sentido estimativo o cogitativo. En resumen, todas las facultades representativas.

C. D. A., L. m , lect 3-8; D. V., q. 10, a. 4, 5, 6, 8, D. V-, a. 3, 5 y 20.C. T ., c . 38. A q u í S a n to TomAs n o s e x p lica p o r q u é es ló g ic o h a b la r de

concebir u n a id e a : «N os r e fe r im o s a q u e a lg o h a s id o c o n c e b id o d e u n

298 Proceso conceptual

Conocimiento intelectual 299

Una teoría como ésta evita dos extremos: primero, el de suponer que nuestro conocimiento sea un com plejo de sensaciones e im áge­nes, y segundo, el de explicar nuestros procesos mentales sin refe­rencia alguna a las funciones sensoriales. Lo primero representa la tradición de D e m ó c r it o en la psicología, y lo segundo, la postura de P l a t ó n . N o es necesario casi aclarar que las enseñanzas de S a n t o T o m á s se derivan de la psicología de A r is t ó t e l e s .

3. PAPEL DEL FANTASMA EN EL CONOCIMIENTO INTELEC­TUAL.—Aunque los sentidos y el intelecto cooperan en la producción del concepto, la dependencia de este último respecto al primero es de índole objetiva. Esto significa que la labor de los sentidos es simplemente la de producir al intelecto el material que termina en la formación del fantasma, que es el dato con el que el intelecto activo trabaja. Una vez que el fantasma se ha producido, no ne­cesitamos utilizar las sensaciones y percepciones que le dieron ori­gen, puesto que las imágenes pueden ser retenidas y evocadas. Lo que nos interesa recalcar es la falta absoluta de proporción entre el fantasma, que es concreto y particular, y la idea, que es abstracta y universal. Sin embargo, esta idea depende enteramente del fan­tasma, puesto que es sólo a través de él como la mente toma con ­tacto con el objeto. Hasta donde nos es posible verificar, el intelecto nunca opera sin emplear imágenes. Como A r i s t ó t e l e s sostiene: «Para el alma pensante, los fantasmas significan lo mismo que el objeto para los sentidos.» Pero está claro que la sensación no es posible sin la presencia del objeto que estimula los sentidos, por lo que concluye el Estagirita: «No puede haber pensamiento sin la presencia de un fantasma» 7. S a n t o T o m á s mantiene también esta misma opinión, y en favor de ella señala en primer lugar la tendencia general de la mente de aducir ejemplos palpables cuando desea aclarar una idea; en segundo lugar, nuestra costumbre de intentar visualizar cosas que es imposible ver, como, por ejemplo, la energía, la potencia, la sustancia, y en tercer lugar, el hecho de que los ciegos de nacimiento no poseen la idea del color, puesto que carecen de fantasmas de don ­de abstraería s.

modo fisiológico cuando se ha formado en el seno materno por medio del principio activo o masculino y el receptivo o femenino y cuando lo que se ha concebido se asemeja a ambos progenitores. Lo que concebimos en lamente se forma alli por medio del movimiento activo del objeto y el pasivo de la mente, y el concepto posee rasgos tanto del objeto como mentales.» Elobjeto fertiliza o impregna la mente, es decir, al intelecto posible, mediante la especie inteligible del intelecto activo.

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7 De Anima, L. III, c. 7. También c. 8.8 S. T. p. I, q. 75, a. 2, r. a obj. 3; q. 84, a. 3 y 7; D. A., a. 15; C. D. A.,

L. III, lect. 13; C. T., c. 82; E. B. T., q. 6, a. 2, r. a obj. 5.S anto T omás hace la concesión a una potencia obedencial en el intelecto

de concebir conocimientos sin conversión a fantasmas, pero esto no sucede corrientemente, ni en nuestra existencia actual. Sobre este punto, ver:

300 Proceso conceptual

La dependencia natural del intelecto respecto a los sentidos es. simplemente expresión de una dependencia más general de la mente respecto a la materia, o del alma respecto al cuerpo. Este es un punto crítico en la doctrina del Doctor Angélico, por lo que le dedicaremos un comentario especial. Aristóteles sostiene que no es el intelecto el que comprende, sino el hombre, mediante su intelecto. El hombre está formado por la unión del alma y el cuerpo9, por lo que este último también participa en la form ación del pensamiento. El hecho es que ninguna idea surge en la conciencia sin que se haya produ­cido un largo proceso previo en el que tanto las funciones vegetati­vas com o las sensitivas han tomado parte. La experiencia, «que pro­viene del recuerdo» 10, es un lento producto de ambas clases de sen­tidos, tanto los externos como los internos, y la fisiología está en la base de todas estas actividades. De ello se deduce que no es sólo desde la perspectiva de los procesos orgánicos, sino en correlación con ellos como nuestras operaciones intelectuales se üevan a cabo. Santo Tomás afirma que nadie puede pensar, aun cuando evoque ideas previamente adquiridas, sin convocar para ello un conjunto de imágenes, recuerdos y emociones que form an el medio cultural de sus procesos intelectuales.

Además, cuando deseamos despertar una idea en otra persona,, ¿cómo lo hacemos? Utilizando una palabra o un signo que impre­siona su oído o su vista en primer lugar, actúe luego estimulando su imaginación, su memoria y sus emociones y creando asi el medio para que descubra ella nues.tra idea y la posea como propia. Desde este punto de vista, es sólo a través del cuerpo como podemos co ­municarnos con la mente. Al mismo tiempo, Aquino insiste con igual vehemencia en que el poder del intelecto en sí, traducido en sus actos de abstracción y de comprensión, es por completo inmaterial. La materia y la inteligencia evidentemente son polos opuestos, y es sólo cuando la imagen o fantasma se libera de todos sus rasgos ma­teriales cuando lo que posee de comprensible en potencia se hace efectivamente comprensible y contribuye así a la formación de la idea i 1.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—Las investigaciones efectua­das tanto en el campo de la psicología normal como en el de la patológica han confirmado las observaciones de Aquino sobre el ca­rácter general de nuestros conceptos. Una sensación auditiva no

S. T., p. I, q. 89, a. 2; p. III, q. IX, a. 2; q. 34, a. 2, r. a objt. 3. Aun en la tierra (pero sólo de un modo sobrenatural) le es posible al intelecto, ilu­minado por la fe y perfeccionado por el don de la comprensión, «recibir las verdades propuestas por Dios, sin la participación normal de los fan­tasmas o imágenes corpóreas». Estas serian, por supuesto, las experiencias místicas de los santos. Ver: S. T., p. II-ET, q. 8, a. 8.

* De Anima, L. I, c. 4 (traducido antes).10 Aristóteles: Posterior Analyties, L. II, c. 19.11 S. T., p. I, q. 76, a. 2, r. a obj. 3; D. V., q. 19, a. 1; q. 26, a. 3, r. a obj. 12.

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Estudios experimentales 30t

estructurada, por ejemplo, se convierte en una percepción sintetizada de una palabra, en una imagen verbal y, por último, en una com ­prensión significativa cuando el intelecto actúa sobre ella. No pode­mos negar ninguna de estas fases. Más aún, el significado de térmi­nos abstractos como virtud, maternidad o sabiduría no proviene de la cualidad tonal de la palabra en cuanto a tal. Toda sensación, percepción o imagen es concreta y particular, mientras que el con­cepto es esencialmente universal, sin limitaciones temporoespacia- les, puesto que su contenido puede aplicarse sin modificación a cual­quier ejemplar dentro de un grupo determinado. Este es el aspecto más importante confirmado por la labor experimental, y ello esta­blece una jerarquía y distinción entre los acontecimientos cognosci­tivos de orden sensible y material, de un lado, y los intelectuales, que son inmateriales, del otro.

Los trabajos de August Messer y K arl Bühler, especialmente de este último, han conducido a la formulación de la teoría del pen­samiento sin imágenes. Se han planteado grandes discusiones res­pecto a esta teoría, pero una lectura objetiva de los descubrimientos sobre los que se basa, nos indica que los procesos conceptuales, aun­que sujetos a la introspección, no son en sí de carácter sensorial o imaginativo. En otras palabras, en la elaboración de la idea de un objeto hay algo más que la imagen fantasmal que acompaña al pro­ceso. Alfred Binet había llegado anteriormente a la misma conclu­sión en sus experimentos sobre la inteligencia de sus hijas, y Robert Woodworth ha corroborado esta opinión desde entonces. Otros in­vestigadores han negado el carácter irreductible del concepto. John W atson, por ejemplo, que lo considera producto de la actividad re­añeja, y Edward T itchener, que mantiene que es sólo una sensación volatilizada, o una imagen débil y evanescente. Sin embargo, el ba­lance de pruebas expuestas por los Investigadores se inclina a favor de la opinión de Bühler 12.

Esfuerzos posteriores han sido realizados para verificar la necesi­dad del fantasma en la producción del concepto, pero los resultados han sido vagos, a juzgar por la inform ación de los sujetos sobre los que experimentó. Algunos de ellos, según Bühler, experimentaron pensamientos carentes de imágenes, mientras que otros afirmaron la

12 B ühler, K .: «Tatsachen und Problema zu einer Psychologie der Denk­vorgänge». Archiv für die gesamte Psychologie: I. «Uber Gedanken», 1905,9, pp. 297-3S5. II. über Gedamkenzusammenhänge», 1908, 12, pp. 1-23. UL über Gedankenerinnerungen», 1908, 12, pp. 24-92.

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presencia de dichas imágenes, sobre todo durante los procesos pro­longados de ideación. A le x a k d e r W i l l w o l l ha revisado detallada­mente los descubrimientos de B ü h leh , y su interpretación confirma la opinión de S a n to T om ás sobre la necesidad ontológica del fantasma en el proceso ideativo, necesidad, en fin, perfectamente lógica para el hombre, puesto que su alma intelectual es también la forma de su cuerpo13. El éxito en esta clase de experimentación reside, según mi opinión, en estos dos factores: primero, en el tipo de material sobre el que el sujeto efectúe la introspección, y segundo, en la habilidad y comprensión con que dé la información. Debería empezarse, tal como L in d w o h sk y indica, por los objetos más corrientes de nuestra experiencia y efectuarse una revisión muy minuciosa de la manera exacta como reconocemos estos objetos. Por ejemplo, si examinamos un caballo, se nos hacen evidentes varios hechos: su tamaño, su forma, sus cuatro patas, su larga cola, sus orejas cortas, etc. Algunos de estos caracteres se aplican a todos los caballos, otros, sólo a cierto número de ellos, otros a cualquier otro animal. La suma total de todos los rasgos aplicables a todos los caballos representa nuestro concepto de este animal. Los rasgos que pueden aplicarse a todos los caballos son de carácter general y no pueden ser reproducidos en una imagen concreta. Sin embargo, no pudieron obtenerse de primer momento sin una imagen palpable del objeto. Estos hechos incluyen también factores relacionantes, tales como la semejanza y el contraste, y ellos, a su vez, sólo pueden ser captados por medio de la abstracción a partir de los contenidos de imágenes concretas14.

302 Proceso conceptual

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XII

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CAPITULO XX1I1

EL PftOCESO DEL JUICIO

1. CARACTER DISCURSIVO DEL INTELECTO. — Aquino afirma fue el Intelecto no alcanza un conocimiento completo en su primera aprehensión de las cosas. Por ser una forma unida a un cuerpo, la mente humana requiere un esfuerzo repetido y persistente, captando un rasgo, y luego otro, añadiendo una idea a otra antes de que pueda lograr una Información perfecta. No utiliza la Intuición, sino que su método propio es el discurso, método de ir de una parte a otra, de acercarse y alejarse, contemplar en detalle las cosas añadiendo una idea a otra idea. Vemos, pues, que la Impresión original que la mente obtiene de un objeto suele ser generalmente tosca e imprecisa, por lo que debe ir enriqueciendo sus conceptos y precisándolos mediante juicios sucesivos. Un conocimiento determinado de las propiedades y accidentes, de aquellas cosas que «rodean y encubren la esencia» i, tal como dice Santo Tomás, debe hallarse presente en la primera aprehensión, antes de que el objeto sea captado de un modo com ­pleto y sintético.

Sin embargo, aun ante los seres más geniales, la realidad parece tener un poder elusivo, un constante escapar ensanchando siempre los horizontes con que en nuestros continuos avances tratamos de delimitarla. Al mismo tiempo que nutre y mantiene nuestra vida mental, no es agotada por ella. Tal como León Noel observa aguda­mente: «La realidad precede al despertar de la mente y precede también todos sus pasos, hasta el último, conservando una indepen­dencia que se realiza más completamente conforme el pensamiento progresa» 2. De modo que después de una vida dedicada a la bús­queda de los tesoros de la ciencia y la sabiduría., nos sentimos incli­nados a pensar, al igual que Fausto3, que no hemos avanzado ni un paso en el camino de la Verdad, que es infinita *.

2. CONCEPTO DE JUICIO— Desde el punto de vista psicológico, el juicio «es la expresión consciente de las relaciones que concebimos que existen entre ciertos objetos». Ya que es una aprehensión de tipo conceptual, posee un carácter abstracto que la distingue de inme­diato de las aprehensiones del animal que se refieren siempre a ex­

1 S. T., p. I, q. 85, a. 5. Ver también: E. B. T., q. 5, a. 3.3 N o e l , L.: The Realism of ST Thomas. Blackfriars, n o v . 1935, p . 827.3 G oethe , W . : Faust. Trad, por A . G . L a th am . N. Y. Dutton, p. 54.4 M a e it a in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B, W a i x y M. R.

A d a m s o n , N Y. Scribners, 1&38, p. 38 ss.

304 Proceso del juicio

periencias particulares captadas de un modo concreto. Según Santo Tomás, la form ación de un juicio es un asunto de división o compo­sición, puesto que niega o afirma alguna cosa de otra. En este caso precisamente vemos la función única del intelecto, que es capaz de «diferenciar elementos que se hallaban unidos entre sí, o de unir elementos separados» 5. Existen tres factores implícitos en todo jui­c io : un sujeto, un predicado y la conciencia intelectual de su mutua inclusión o exclusión. Decimos, por ejemplo, que «el cielo es azul», y eada factor expresado en la proposición—la idea de «cielo», la idea de «azul» y la idea de la cópula «es»—representa el resultado del proceso ideativo que hemos descrito en el capítulo anterior.

La función esencial del juicio es, pues, la comprensión de la re­lación sujeto-predicado; relación, repitámoslo, que puede ser de in­clusión o de exclusión. Aqdino llega a la raíz misma del proceso al afirmar: «El objeto propio de la inteligencia es la esencia de las cosas materiales.» En todo objeto material existe una doble composición. La primera es la de la materia y. la forma y a ésta corresponde la acción compositiva del intelecto, en la que el todo universal es pre­dicado de su parte (por ejemplo, cuando decimos: «el hombre es un animal racional», ya aquí «animal» es el todo genérico, del que «racional» e «irracional» son sus partes especificadoras). La segunda composición es la de accidente y sujeto, y a ésta corresponde la ac­ción compositiva del intelecto en la que un accidente es predicado del sujeto del cual es inherente, como cuando decimos el «hombre es blanco» 6,

El asentimiento a un juicio dado es cuestión distinta. Depende de que la composición o división de las ideas esté de acuerdo con nuestra aprehensión de la realidad, o de que tengamos alguna razón externa para afirmar o negar lo que se expresa en el juicio. Por ejemplo, si alguien afirma «la Psicología es tanto ciencia como Filosofía», com­prendemos la afirmación perfectamente, primero, porque sabemos lo que es Psicología, y segundo, porque conocemos las definiciones de Ciencia y Filosofía. Sin embargo, nuestra comprensión del juicio no significa necesariamente que aceptemos la proposición como verda­dera. Lo que quiero señalar es que los motivos para el asentimiento pueden provenir de otras fuentes distintas de la evidencia interna, tales como nuestras preferencias, prejuicios, sentimientos, etc. Este último factor tiene especial importancia, ya que los sentimientos se suelen confundir frecuentemente con los juicios mismos, cuando en la realidad son sólo tendencias apetitivas, ya sea a favor o en contra de las tendencias implícitas en los hechos o movimientos intelec­tuales7.

3. PROCESO DEL JUICIO.—Tan pronto como empieza a actuar el intelecto, percibe espontáneamente las relaciones existentes entre las cosas. Por ejemplo, cuando examinamos dos objetos, es natural hacer

S. T., p. I-II, q. 27, a. 2, r. a obj. 2. ■ S. T., I, q. 85, a. 5, r. a obj. 3.7 M a r it a in , J,: Op. cit., p, 117 ss.

Concepto de juicio 305

alguna comparación entre ellos para determinar sus semejanzas y diferencias. Los hallazgos constituyen en este caso las relaciones entre tales objetos. Es de este modo como descubrimos las propieda­des comunes al hombre y la bestia, juzgándolos entonces a ambos como animales, o bien pensamos en las propiedades características del hombre, juzgándolo entonces como un animal racional. Algunas veces, la relación se establece entre distintas cualidades de un mis­mo objeto, como en el caso ya citado, en el que la mente establece un nexo entre la naturaleza humana y el color, al deeir: «el hombre es blanco».

No debemos pensar, sin embargo, que cada vez que dos o más hechos separados se presentan a consideración, la mente los coloque inmediatamente uno al lado del otro para hacer patentes sus cuali­dades características. Al contrario, se ha demostrado que podemos no responder ante datos comparables. Por ejemplo, dos triángulos iguales pueden ser presentados en un campo visual junto con otras figuras, sin que reconozcamos su semejanza. Esto nos suele suceder, ya que la adquisición de nuevos puntos de vista o la profundización en los ya conocidos es cuestión de ver las conexiones que no había­mos pensado antes que pudiesen existir. De un modo u otro, la ca ­racterística fundamental del juicio es su consciencia intelectual de las relaciones, consciencia a la que sólo se llega mediante la abs­tracción. El mero conocimiento de que los objetos se relacionan entre sí no es suficiente, puesto que aun el animal es capaz de captar esto, para que exista un verdadero juicio, la relación ha de ser concebida y debemos reconocerla como diferente de los conceptos individuales que se relacionan entre sí. Así, por ejemplo, el concepto de hombre es una cosa y el de blanco es otra. La esencia del juicio está en el acto de acoplar mentalmente dos ideas por medio del término «es», que es también otro concepto igual que los anteriores.

Aún más sorprendente es la proposición comparativa. Si decimos, por ejemplo, que «una montaña es mayor que una topera», un nuevo elemento, la noción mayor que, se añade a los conceptos de montaña y topera, y este nuevo factor es una creación puramente mental, algo que, según S a n t o T o m á s , «no puede hallarse fuera de la mentes ®. Debemos considerarlo más bien como un desenvolvimiento de conte­nidos mentales preexistentes, y representa una extensión ulterior de nuestra capacidad innata de contemplar la realidad en su aspecto universal. Resumiendo, pues, el proceso del juicio constituye en el fondo la unión del sujeto con el predicado, y la operación se com ­pleta en cuanto expresamos esta relación conscientemente. La adi­ción de palabras, miradas o gestos no añade realmente nada a la es­tructura interna del juicio, puesto que éstos son sólo los signos sen­sibles de algo que ya ha sido efectuado mentalmente, pudiendo com ­pararlos con el eco de una v o z 9.

a D. V., q. 1, a. 3, Todo este problema es de capital importancia para la comprensión de la teoría de S a n t o T o m á s sobre el juicio.

9 L in b w o k s k y , J ., S . J.; Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S il v a . N. Y. Macmillan, 1931, pp. 268-72.

B H E N K A N , 20

306 Proceso del juicio

4. DISTINCION ENTRE CONOCIMIENTO SENSITIVO Y CONO­CIMIENTO INTELECTUAL.—La distinción esencial entre los produc­tos de los sentidos y los del intelecto puede estudiarse más ventajo­samente al tratar del juicio. En primer lugar, la relación abstracta que es la base del juicio intelectual, es un contenido mentalmente irreducible. Por su misma estructura, es general e impalpable. Las percepciones y las imágenes, al contrario, siempre se refieren a ex­periencias particulares y palpables. Tal como dice Aristóteles: «Lo que conocen los sentidos es individual, lo que percibe el intelecto es universal* 10. Y en su comentario sobre este pasaje, Santo Tomás señala: «La forma del objeto captada por los sentidos representa a este objeto en su singularidad. La forma captada por el intelecto, al contrario, representa a dicho objeto en su universalidad» n . Aun una forma de conocimiento tan importante como es el conocimiento ins­tintivo del animal, al que Aquino considera una clase de juicio, no se eleva por encima del nivel de lo con creto12.

Además, los datos de los sentidos siempre se refieren a las cuali­dades materiales del universo, que representan de un modo particu­lar, mientras qxie las ideas carecen de rasgos materiales, excepto de un modo figurado. El intelecto busca la esencia y no las cualidades externas, aun en su trato con las sustancias corpóreas, que son su objeto propio. Como dice Santo Tomás, la función de los sentidos es la de «percibir las cualidades externas de las cosas, tales como el color, el sabor, la cantidad, etc., mientras que el intelecto penetra en el núcleo mismo del objeto. Y como el conocimiento se efectúa a través de la semejanza existente entre el sujeto que conoce y el objeto conocido, se deduce de ello que debe existir cierta semejanza entre el objeto presente en los sentidos y los sentidos mismos, por una parte, y entre el intelecto y las esencias, por otra» w.

Finalmente, vemos que los fenómenos cognoscitivos de orden sen­sorial poseen varios grados de intensidad. Una sensación, por ejem ­plo, puede ser débil o fuerte, según la naturaleza del estímulo, y existe además un punto de saturación, más allá del cual el órgano sensorial no puede ser estimulado. Pero hablar de intensidad o de saturación del juicio carece de sentido, puesto que la relación entre el sujeto y el predicado es percibida o no percibida; si la relación es falsa o verdadera, eso ya es otra cosa, pero sigue siendo cierto que el juicio carece de grados de intensidad. Santo Tomás señala, en relación con esto: «La impresión de un objeto sobre un órgano sen­sorial se acompaña de cambios corporales, de modo que un estímulo demasiado intenso daña el órgano. Esto, sin embargo, nunca sucede en el caso del intelecto, sino que, por el contrario, la mente que capta los objetos de más difícil intelección puede con mayor razón captar los que se hallan en un nivel menos elevado.» Esto no significa, añade Aquino, que la materia carezca de influencia sobre la mente. Todos

10 De Anima, L. n , c. 5.11 C. D. A., L. II, lect. 12.« S. T., p. I. q. 83, a. 1.

C. G„ L. IV, c. 11.

Estudios experimentales 307

sabemos que cuando el cuerpo se halla fatigado, esto afecta nues­tras operaciones intelectuales. Pero esto, nos dice S an to T o m á s , sólo ocurre accidentalmente, «en cuanto el intelecto depende de los sen­tidos en las fases preliminares que conducen a la formación de la imagen» 14.

5. ESTUDIOS EXPERIMENTALES. — A causa de las dificultades que surgen al volver sobre el proceso del juicio una vez que éste ha sido efectuado, los resultados de la experimentación no han sido del todo satisfactorios. K arl Marbe 15 hizo un esfuerzo notable para es­tudiar la estructura interna del juicio, pero sus hallazgos fueron en su mayor parte negativos. Así, comprobó que al comparar pesos, sus sujetos no pudieron expresar cómo llegaban realmente a las nocio­nes de «más pesado que» o más «ligero que», al estimar la diferente presión que producían en sus manos los objetos que sostenían. Lo que registraron, sin embargo, fue el hecho de que a pesar de la abundancia de sensaciones, imágenes y otros datos de naturaleza sensible, estos datos no parecían desempeñar ningún papel de im ­portancia en la formulación del juicio. Tomada en conjunto con los resultados de Georg Müller 10 y sus discípulos, la labor de Marbh confirma también la doctrina tradicional de que el juicio no consiste en la comparación de las percepciones efectivas de un objeto con la imagen revivida de otro, aunque sean los sentidos los que suministren el material con el que eventualmente se forme el juicio en la mente. Por el lado positivo poseemos hechos experimentales que indican que el juicio está conectado con relaciones abstractas. Su carácter im ­palpable y su irreducibilidad a fenómenos de naturaleza sensorial han sido establecidos por August Messer, que perfeccionó la técnica de Marbe; las conclusiones de Messer, a su vez, han sido confirmadas por observaciones posteriores de Brentano y Lindworsky 17. Los re­sultados demuestran que para un juicio genuino, todo lo que se ne­cesita es la conciencia de la conexión entre los contenidos cognosci­tivos de la mente, en cuyo caso procedemos componiendo y dividiendo, como describe Aquino, esta actividad: formulando juicios positivos y negativos sobre las cosas y extendiendo nuestro conocimiento hacia lo que no percibimos en nuestra primera aprehensión.

Naturalmente, es común cometer errores, ya sea porque afirmamos relaciones que no existen o porque negamos las que existen. Esto nos conduce a la afirmación de que tanto la verdad como la falsedad se hallan presentes solamente en el juicio y no en la percepción de las

14 S. T , p. I, q. 75, a. 3, r. a ob], 2.15 M arbe, K.: Experimentell psychologische Untersuchungen über das

Urteil. Leipzig, Engelmann, 1901.16 M üller, G. E., y M artin , L. R.: Zur Analyse der Unterschiedsempfind­

lichkeit. Leipzig, Barth, 1899.17 M e s s e r , A.: «Experimentell psychologische. Untersuchungen über das

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zig. Dunker und Humbolt, 1911.L in d w o r sk y , J„ S. J.: Loc. cit.

30S Proceso del juicio

esencias, y afortunadamente nos es posible reconocer el error una vez cometido. Pero, ya sea falso o verdadero, desde el momento en que se lia efectuado una predicación, ha sido formulado un juicio genuino, y esto es lo que interesa en realidad al psicólogo i».

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXIII

Aqudío, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 85, arts. 5 y 6.G b u e n d e b , H. S. J,: Experimental Psychology. St. Louis, Herder, 1932, pá­

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Parte V, Cap. 3.

18 S. T., p. I, q. 17, a. 3, q. 85, a. 6.

CAPITULO XXIY

EL PROCESO INFERENCIAL

1, CONCEPTO DE INFERENCIA.—Como observa S a n t o T o m á s , si nuestra mente fuese capaz de captar la verdad de inmediato, no sería necesario el proceso del raciocinio. Pero no sucede así. Según vimos en el capítulo anterior, el primer acto de la mente es la simple aprehensión de la esencia de su objeto, que es seguida luego por un conocimiento más detallado de sus propiedades, accidentes y demás relaciones; desde los actos de composición y división implicados en este proceso, el intelecto procede a nuevas composiciones y divisio­nes, estableciendo así el proceso del r a c i o c i n i o S i el juicio, pues, surge de la comparación de conceptos, la inferencia es el resultado de la comparación de juicios. Podemos definirla como «la actuación especial del intelecto por la que, partiendo de un conocimiento pre­existente, logra la aprehensión de nuevas relaciones». Un ejemplo gráfico lo tenemos en la novela policíaca de tipo analítico, en la que se le dan al lector todas las claves y se le reta para que obtenga su propia solución del caso. Evidentemente, la derivación de nuevos contenidos mentales constituye una ampliación de nuestro horizonte intelectual; no obstante, aparte de su origen, que representa una emergencia de inform ación adicional a partir de nuestro presente bagaje de ideas, de inferencia no es esencialmente diferente del ju i­cio. El hecho de que podamos razonar así es una prueba clara de nuestro derecho al título de homo sapiens. Dicho con las palabras de S a n t o T o m á s : «El pensamiento es la operación propia del hombre, el acto que lo separa del resto de los animales, plantas y creaturas no vivientes, ya que éste significa la ocupación de nuestra inteligencia con ideas universales e incorruptibles» 2.

2. EL PROCESO INFERENCIAL. — Según S a n t o T o m á s , podemos inferir precisamente por la misma razón que somos capaces de for­mular juicios, es decir, a causa de la capacidad del intelecto para discernir las relaciones abstractas de las cosas. En ambos casos, el proceso se resuelve por último en la tarea de unir o separar nuestros conceptos mentalmente. Puesto que no podemos llegar al conocim ien­to completo de un objeto cualquiera por simple aprehensión, nos es necesario analizar y sintetizar, dividir y componer, y llegar mediante este procedimiento a conclusiones que representan nuevos fenómenos

1 S. T., p. I, q. 85, a. 5.1 C. Q., L. II, c. 79.

310 Proceso inferencial

para la mente. Este es el método discursivo que, según A q u i n o , viene a ser un movimiento de vaivén de nuestra m ente: «Todo movimiento viene de algo anterior y se dirige hacia algo posterior; luego el conocim iento discursivo significa que, partiendo de lo ya conocido, llegamos a comprender lo desconocido, o sea, aquello que antes igno­rábamos. Sin embargo, si otras cosas son percibidas simultáneamente en el objeto comprendido, por ejemplo, como un objeto y su imagen, son percibidos al mismo tiempo en el espejo, en ese caso no se trata de conocimiento discursivo» 3. Esta última sería una visión intuitiva de la verdad, propia de los ángeles o los espíritus puros, pero no lógica en el hombre, que es un ser material. El núcleo interno del proceso inferencial consiste en una relación activa de dos o más juicios. Asi, cuando el nexo entre una premisa y otra no se eleva al plano consciente, no hay una inferencia genuina, sino una aprehen­sión sucesiva de ideas. En cambio, si se cree que existe una relación intelectual positiva donde efectivamente no hay ninguna, el hecho mismo de que seamos conscientes de tal afinidad hace de la conclu­sión una auténtica inferencia, aunque nuestro juicio sea erróneo. La manera más segura de obtener la verdad de una proposición es repetir el proceso lógico por medio del cual hemos llegado a ella. Este es el método silogístico, que es simplemente una forma de ra­zonamiento que se va probando paso a paso. Sin embargo, no es el método normal que sigue nuestro pensamiento, y podemos llegar a la verdad sin hacer uso de él. De hecho, corrientemente se suele des­cuidar u omitir premisas, o bien variar su orden. Aun estando ejerci­tados, a veces llegamos a una conclusión sin percibir los elementos lógicos que la precedieron 4.

3. EL PROCESO INFERENCIAL EN LA CIENCIA Y LA FILOSO­FIA .—La distinción entre inducción y deducción carece de importan­cia desde el punto de vista psicológico, pues ambas son formas de Inferencia basadas en la aprehensión intelectual de relaciones. Pero como la inducción toma como punto de partida datos concretos y operando con hipótesis y teorías llega a alguna ley de tipo general, se considera corrientemente como el método propio de la ciencia. Como la deducción, al contrario, invierte este proceso obteniendo con­clusiones particulares a partir de principios generales, se la considera de hecho como el método propio de la filosofía. En la práctica, sin embargo, ambas formas de razonamiento son empleadas tanto por el científico como por el filósofo, ya que el criterio diferencial entre estos dos métodos no es en realidad básico. Así vemos que las con­clusiones de la ciencia son próximas en el sentido de que se refieren a los accidentes, mientras que las conclusiones a que llega la filosofía son últimas, es decir, que se refieren a las esencias. Cada una de ellas representa un esfuerzo para obtener una explicación racional, pero

3 S. T., p. 1, q. 58, a. 3, r. a obj. 1. Ver también: a. 4.1 L indworskv, J„ S. J.: Experimental Psychology, Trad, por H. R. de S ilva.

N. Y. Macmillan, 1931, pp. 259-63.

Estudios experimentales 311

mientras que la ciencia se preocupa de la observación y la experi­mentación, la filosofía se inclina hacia un punto de vista estable­cido, mediante el que expresa la verdad que yace en el fondo de la realidad.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—Es el modo natural de razo­nar, más que el silogístico, el que constituye el punto de partida de la investigación experimental. Todos los hallazgos indican claramen­te, primero, que cada inferencia es una adquisición consciente pre­cisa en la que nuevas formas de conocimiento se derivan de conteni­dos mentales, ya existentes; segundo, que este fenómeno no requiere ulterior percepción; tercero, que el razonamiento es esencialmente una ampliación y una profundización de nuestro conocimiento de relaciones. Algunos investigadores insisten en que el entimema, en el ■cual se omite una premisa, representa el modo más corriente de razonar. Decimos, por ejemplo, «el hombre piensa, luego es superior al animal». O bien, «la planta se propaga, luego es más perfecta que un planeta». Pero, como indica L in d w o r s k y , poner demasiada con­fianza en esta forma de inferencia es descuidar el rasgo más impor­tante de todo el proceso inferial, que es la adquisición de un nuevo conocimiento. Solamente cuando tenemos dudas sobre la corrección de un nuevo conocimiento y deseamos verificarlo, vemos la necesidad del factor luego para demostrar la relación interna que existe entre las premisas y las conclusiones 5.

El silogismo es una creación especial del intelecto humano y re­quiere un estudio muy penetrante para descubrir su estructura in­terna. Hay en él dos aspectos dignos de mención que le diferencian del modo natural de razonar. Primero, la conclusión a la que se llega rara vez es conocida desde el comienzo, sino que tiene que deducirse. Segundo, se prepara la dirección de la inferencia por la posición preferente del sujeto y del predicado. Tomemos el ejemplo conocido d e : «toda virtud es loable, la bondad es una virtud, luego la bondad es loable», en el que sólo llegamos a la conclusión cuando el término intermedio, virtud, se ha hecho significativo en relación con los otros dos: bondad y loable6.

5. LA MEMORIA COMO FUNCION DEL INTELECTO.—En la doc­trina de S a n t o T o m á s , el intelecto puede tener conciencia de los he­chos pasados, pero sin individualizarlos precisamente como pasados, ya que ésa es tarea de los sentidos. De hecho, cuando pensamos en un objeto en particular, lo percibimos independiente de sus relacio­nes espaciales o temporales. En la memoria sensible, al contrario, la condición de pasado es esencial, pudiendo referirse dicha condición

5 L in d w o r sk y : O p . c lt., L. III, c. 6.0 Op. cit., pp. 261-63.Das schlussfolgernde Denken. Freiburg, Herder, 1916.S torring, G.: «Experimentelle Untersuchungen iiber einfache Schluss-

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312 Proceso inferencial

ya sea al objeto evocado o al acto mismo de evocarlo. Desde el punto de vista del objeto, no existe capacidad memorativa en el intelecto, puesto que éste capta la esencia de las cosas independientemente de su c o n t i n g e n c i a temporal. Desde el punto de vista del acto, sin em­bargo, le es posible al intelecto tener conciencia de que lo que está p e n s a n d o l o ha pensado ya en otra ocasión, y considerado de este modo, podemos referirnos a una forma intelectual de memoria, o tal como dice A q u in o : « E l concepto de memoria, considerado como c o n c i e n c i a d e l pasado, se conserva en el intelecto, no como una per­cepción del pasado com o algo existente en el tiempo y en el espacio, sino sencillamente como la percepción de que lo que pensamos en e s t e momento lo hemos ya pensado con anterioridad»

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXIV

A q u in o , St. T.: Suma Teológica. Parte I, q. 58, art. 3; q. 79, arts. 6 y 7. A r i s t ó t e l e s : Analytica posteriora. Libro I, Caps. 31 y 32.G r u e n d e r , H., S, J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­

ginas 381-95.U nhworsky, J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de S ilva.

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Parte V, Cap. 4.

7 S. T., p. I, q. 79, a. 6, r .a obj. 2.

CAPITULO XXV

MOTIVACION

1. OREXIS INTELECTUAL.—Lo mismo que tenemos un conoci­miento de carácter intelectual, así también tenemos una cierta forma de apetito que requiere el razonamiento y la comprensión y que, según las palabras de S p e a r m a n , se manifiesta en «persistencia en la acción, debida a la voluntad» 1. Una tendencia oréctica, como se re­cordará, es la inclinación que tiene un apetito a identificarse con el objeto que ha reconocido como bueno. El ser consciente de que el objeto es agradable constituye lo que denominamos motivo de la tendencia apetitiva, de lo que se deduce, según S a n t o T o m á s , «que los apetitos se diferencian según nuestras facultades aprehensivas*. En el hombre hallamos dos niveles distintos de potencia apetitiva: «En primer lugar, la voluntad, que se interesa por los bienes que son conocidos mediante la inteligencia, por lo que son percibidos de un modo simple y universal, y en segundg lugar, los apetitos sensibles, que se interesan por los bienes de los sentidos, percibidos de un m odo particular y limitados. 2. La primera fase de cualquier form a de ape­tencia es, pues, el conocimiento de la bondad del objeto. El hecho mismo de que seamos impulsados hacia él indica que tiene un valor especial para nosotros, que es percibido por el conocimiento antes de que se convierta en motivo del apetito. Verdaderamente, tal como señala A q u in o , nos es imposible inclinarnos hacia cualquier cosa que no veamos como buena, ya que cuando el objeto se nos hace vil o repugnante, es la misma bondad deseada por el apetito la que nos hace apartarnos 3.

2. EL MOTIVO INTELECTUAL.—El motivo del apetito sensible proviene de los sentidos, o, dicho de otro modo, una pasión es siempre motivada por alguna imagen o percepción. Pero com o la voluntad es una facultad inmaterial, necesita un estímulo también inmaterial que la mueva, y éste sólo puede ser suministrado por el intelecto. Así vemos que la volición debe estar siempre motivada por un concepto, un juicio o una inferencia.

Lo que no debe olvidarse es que el objeto ofrecido al apetito por el conocimiento debe tener siempre un elemento de bondad, ya que de

1 S p e a r m a n , C.: «G» and After-A School to End Schools. Psychologies of 1930. Editado por Murchinson. Worcester. Clark University Press, 1930, pit- gina 359.

2 In Petri Lombardi Quatuor Libras Sententiarum, 1, III, d. 26, q, 1, a. 2.

314 Motivación

no ser asi no despierta el interés del primero. De acuerdo, pues, con las enseñanzas de S a n t o T o m á s , podemos definir al motivo como iodo objeto presentado por el intelecto como un valor, realizable mediante un acto volitivo. La meta erigida puede ser puramente material, como los bienes tangibles corporales, o bien inmaterial, como la adquisición de ciencia y virtud, que son bienes espirituales, pero debe ser conce­bida, es decir, ser expresada intelectualmente antes de que pueda actuar sobre la voluntad4. Además, com o señala A r is t ó t e l e s , «el objeto del apetito puede ser un bien real o sólo un bien aparente» Así, por ejemplo, lo que es deseable para los apetitos puede no estar en conformidad con la razón, de modo que si la voluntad también lo desea, lo hace bajo el disfraz de un bien aparente(i.

Repetimos, los motivos que el intelecto ofrece a la voluntad son muy variados, y provienen de diversas fuentes. Como bienes o valores, pueden ser reales o aparentes; si son reales, pueden ser materialeso inmateriales, y si son aparentes, pueden ser especulativos o prác­ticos. Los valores especulativos son bienes de tipo intelectual, tales com o el conocimiento científico o filosófico. Los valores prácticos son bienes de tipo apetitivo, aunque basados en el conocimiento, tales com o hábitos de prudencia o de arte. Finalmente, los valores de tipo práctico pueden ser bienes individuales o colectivos. El motivo que origina el acto volitivo queda incluido siempre dentro de alguna de estas categorías 7.

La experiencia nos inform a que los apetitos superiores suelen ha­llarse en lucha con los inferiores. Como resultado de esto, los motivos poseen grados de interés. Además, cuando la voluntad desea algún fin, este acto suele ir acompañado de emociones y sentimientos. Estos pueden ser agradables o desagradables, según lo cual favorecen o no el movimiento de la voluntad hacia el objeto. En la solución de con­flictos, la ecuación personal juega un papel muy importante, ya que la atracción que ejerce un determinado valor no sólo depende de su voluntad, sino también de las tendencias generales del individuo que lo aprehende, de su temperamento, sus inclinaciones apetitivas, su educación, los ideales que persigue, etc. Existe también el hecho psi­cológico de que cuando un objeto particular ocupa nuestra mente con exclusión de otras ideas, éste asume una importancia excesiva, que en realidad no posee 8.

3. CONDICIONES DE LA MOTIVACION.—La voluntad es una fa ­cultad que se muestra pasiva hasta que es estimulada. No conoce sus deseos, sino que éstos le vienen del intelecto. Es así que necesita varias condiciones para asegurar su movilización.

3 S. T., p. I, q. 82, a. 2, r, a obj. 1.J S. T., p. I-H, q. 10, a. 3, r. a obj. 3.s De Anima, L. III c. 10.c C. D. A., L. III, Lect. 15.7 La ciencia que estudia los valores es la Axiologia. Para una explicación

de los valores que mueven a la voluntad, ver: Me Loüghlin, J.: The Philo- sophy of Valué. Irish Ecclesiastical Record, sept. 1939, pp. 277-91.

* Lindworsky, J.p S. J.; Experimental Psychology. Trad. por H. R, de Silva. X, Y. Macmillan, 1931, pp. 303-05.

Estudios experimentales 31S

En primer lugar, el motivo debe hacerse claramente consciente. Según A q u in o , los valores no pueden operar sobre la voluntad si no son antes conscientes. De un modo estricto, pues, no puede existir la motivación inconsciente, o actos de voluntad, sin una previa percep­ción de los valores. Debemos comprender primero la deseabilidad de un objeto antes de que lo deseemos intelectualmente. Sucede, sin embargo, que la apreciación de un valor suele producir sentimientos de agrado o desagrado, que permanecen mucho tiempo después que nuestra idea del valor deseado se ha desvanecido del nivel consciente. Otro factor que debemos considerar es la frecuencia con que varia nuestro reconocimiento de valores. El aumento de nuestros conoci­mientos y de nuestra experiencia y el transcurso de los años con las transformaciones que esto implica en nuestros instintos y en nues­tros hábitos, produce com o consecuencia natural muchas alteracio­nes en nuestras actitudes y opiniones; asi vemos que lo que en una época nos pareció de gran importancia, puede con el tiempo perder su valor. Visto de este modo, nos explicamos perfectamente las ofus­caciones ocasionales que todos tenemos respecto a ciertos fines, así com o las decepciones que sufrimos en relación con lo que considera­mos lo más deseable en la vida.

En segundo lugar, el motivo debe poseer una intensidad adecuada para que pueda actuar sobre la voluntad. Su mera presencia en la conciencia no es suficiente garantía para que se produzca un acto de voluntad, de modo que el reforzamiento de un valor es siempre un modo de evitar la indecisión. Esto puede realizarse de varias ma­neras: ya sea comparando el objeto presente con otros cuyos defectos conocemos muy bien, o mediante un examen más detallado de un valor conocido, que revela cualidades que hayamos pasado por alto,o bien combinando varias razones o motivos, para forzar asi un motivo débil. El hábito puede servir también para resolver nuestra vacilación, lo mismo que el respeto a la opinión ajena, o bien los motivos que nos han guiado en ocasiones anteriores. De todo esto se deduce que existen dos caminos para llegar a la voluntad, uno directo, por una franca presentación del valor que debe ser aceptado por sus propios méritos, y otro indirecto, en el que la costumbre u otras circunstancias extrínsecas proporcionan el impulso necesario para efectuar la elección 9.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—El trabajo de A l b e r t Mi- c h o t t e y E m il e Prüm sobre la elección y sus antecedentes inmediatosha arrojado considerable luz sobre el problema de la motivación. Lefueron presentados a un sujeto problemas aritméticos sencillos y sele dejó en libertad para decidir entre sumar, restar, multiplicar odividir. Los resultados demostraron que antes de llegar a una deci­sión el sujeto examinó primero detalladamente la serie de números y procedió luego a valorarlos basándose en sus valores abstractos,tono sentimental asociado, o cualquier otro criterio de agrado o

0 L i n d w o r s k y : Op. cit., pp. 305-07.

316 Motivación

desagrado que la tarea tuviese para él. Cuando descubría un motivo 1q suficientemente fuerte, procedía a elegir. Si no aparecía un motivo bastante fuerte, la necesidad de completar el experimento actuaba de motivo. Si el sujeto vacilaba antes de tomar una decisión, se infe­ría que el establecimiento del motivo continuaba en discusión. Con­forme creció el número de experimentos, los motivos inferiores se hicieron menos evidentes y fueron suplantados por consideraciones abstractas de deber, complacencia con el deseo de otros, respecto de sí mismos, etc. Entre la decisión de ejecutar una tarea y su reali­zación efectiva, el sujeto se hizo consciente de la inevitabilidad de su tarea, porque había decidido llevarla a ca b o 10.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXV Aquino, St. T.: Suma Teológica. Partes I-II, q, 9.G ruender, h., S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­

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1949, Cap. 10.

10 M ich o tte , A. E., y Prüm, E,: «Étude expérimentale sur le choix volon­taire et ses antécédents inmédiats.» Archives de Psychologie, 1910 10, pá­ginas 119-299.

CAPITULO XXVI

V O L I C I O N

1. CONCEPTO DE VOLICION.—Que hay un proceso volitivo es una convicción compartida tanto por el hombre de ciencia como por el observador inculto. ¿Significa esto que el acto de voluntad repre­senta un fenómeno psicológico irreductible? Existen varias opiniones al respecto. H e r b e r t S p e n c e r , por ejemplo, y después de él R ib o t , P ie r r e J a n e t , E b h in g h a u s y T r o l a n d lo explican como la imaginación espontánea de ciertos actos que van a efectuarse. W u l t a m J a m e s sustituye las imágenes por ideas, mientras que H ugo M ü n s t e r b e r g considera el acto volitivo como la conciencia de un esfuerzo. Eviden­temente, esto es considerar la voluntad como un hecho cognoscitivo. W ix-hem W u n d t se refiere a él como a una forma de deseo de tipo emocional cuya finalidad se halla en seguir su propio curso. En este caso la explicación se deriva hacia el plano oréctico, aunque perma­nece dentro de la categoría de los fenómenos sensibles.

En cambio, autores como Aon, M ic h o t t e , S p e a r m a n , A v e l in g y L in d w o r s k y insisten en que la volición es una forma particular de orexis que no puede explicarse en términos de imágenes, ideas, senti­mientos o em ociones1. Este es también el punto de vista de S a n t o T o m á s , que sigue la opinión de A r is t ó t e l e s . Para A q u in o , la volición es una actividad única, de naturaleza tan simple y tan inmaterial como la actividad del intelecto. Difiere de esta última, sin embargo, como el deseo del conocimiento. Así, vemos que el fin del intelecto es la creación de una idea, por medio de la cual el objeto se fusiona con el sujeto, mientras que el fin de la voluntad, en cambio, es el de originar un impulso que lleve al sujeto a unirse con el objeto. Ade­más, la verdad del objeto o el hecho de su existencia son suficientes para estimular al intelecto, pero solamente la bondad del objeto o el hecho de que sea deseable es capaz de incitar a la voluntad. Estas dos potencias, intelecto y voluntad, están en cierto modo relacionadas, sin embargo, ya que, como vimos en el capítulo anterior, la voluntad para actuar necesita ser movida por el conocimiento del objeto que efectúa el intelecto 2.

2. FORMAS DE VOLICION.—A q u in o nos ha legado una descripción completa del fenómeno volitivo. De sus estudios introspectivos llega a la conclusión de que la volición es una experiencia sui generis; una

1 S p e a r m a n , C.: Psychology Down the Ages. London, Macmillan, 1937,■c. 10 y 17.

318 Volición

forma de orexis intelectual basada en la razón y que finaliza con la unión inmaterial con su objeto. Pero no todos los actos volitivos son idénticos. Existen algunos objetos que son siempre valorados positi­vamente, así como el intelecto posee ciertos primeros principios. La felicidad, por ejemplo, representa un valor de este tipo que la volun­tad desea siempre. Existen otros objetos, sin embargo, que tienen el mismo sentido para la voluntad que las conclusiones de los primeros principios para el intelecto, y por lo que podemos tanto aceptarlos como rehusarlos, ya que no son absolutamente necesarios. La prime­ra forma de volición es la llamada volición natural, y denominamos a la segunda volición deliberada 3.

La volición natural busca siempre la obtención de la felicidad o del bien en general. Según S a n t o T o m á s , se compone de tres actos separados. El primero es la complacencia natural de la voluntad en el supremo bien, es decir, en la felicidad. El segundo es la intención, que es la dirección efectiva de la voluntad hacia su fin, empleando los medios para lograrlo. El tercero es la fruicióm o el disfrute de la felicidad luego que se ha logrado. Estos son los actos fundamentales de 2a voluntad y corresponden de un modo análogo a los actos básicos de los apetitos sensibles, que son: amor o complacencia afectiva en un bien sensible; deseo o inclinación afectiva, y alegría o posesión afectiva.

La volición deliberada, en cambio, se interesa por los medios que existen para obtener la felicidad; no nos referimos a los medios que se hallan implicados en la intención, y que comparten la naturaleza universal de la finalidad, sino a los medios particulares que, no extin­guiendo nuestra idea de la bondad, pueden ser deseados o no indis­tintamente. S an to T om ás distingue aquí también tres clases de actos: primero, la elección, que es la preferencia de la voluntad por un objeto determinado; segundo, el consentimiento, que es la aplicación de la voluntad o la dirección de su actividad hacia el objeto elegido, y tercero, el uso, que es el empleo efectivo del bien particular como ruta hacia el bien final. Aquí también, aunque de un modo menos fundamental, percibimos la analogía existente entre los actos voliti­vos y los concupiscibles. Así, el amor es complaciente (com o la elec­ción) ; el deseo tiende a la unión (com o el consentimiento), y la alegría posee (com o el uso). Además, tal com o todas las emociones poseen un sentido final, consecuencia de la actividad primera del apetito sensible, que es la complacencia de un tipo de valor particular, asi también los actos volitivos, especialmente los que se relacionan con los medios, poseen un sentido final, consecuencia del acto primero de la volición natural, que es la complacencia en el bien universal. Para completar la comparación, señalaremos, con S an to T om ás , que la misma facultad oréctica puede hallarse relacionada con objetos opuestos, aunque no del mismo modo. Asi, vemos que la voluntad, lo mismo que el apetito sensible, se encara con el mal tanto como con el bien, pero deseando el bien y apartándose del mal. «Por consiguien-

3 S. T.. p. I, q. 82, r. a 1 y 2; p. III, q. 18, a. 3.

Características generales 319

te, el deseo efectivo de la voluntad hacia el bien se denomina voli­ción..., y la huida del mal, nolición 4.

3. CARACTERISTICAS GENERALES DE LA VOLICION. — Desde el punto de vista negativo, la introspección del acto voluntario nos revela que éste no puede ser reducido a sensaciones de esfuerzo, imáge­nes, sentimientos, emociones o aun ideas, aunque tales cosas pueden hallarse presentes durante el acto volitivo. Desde el punto de vista positivo, la volición se asocia siempre con una conciencia del yo. En realidad, podemos considerarla como una de las manifestaciones más claras del ego, especialmente en situaciones en que hay que efectuar una elección, donde la interpolación del yo parece ser el único modo de resolver el dilema cuando se le presentan a la voluntad bienes de igual valor. La volición aparece como un impulso espontáneo hacia una finalidad que se presenta como deseable. Algunos autores consi­deran a la resistencia un rasgo característico del acto voluntario. Esto puede ser cierto desde el punto de vista ético, en el sentido en que lo considera el Apóstol, de no hacer lo que se desea, o, en sentido más general, de una debilidad inherente de la voluntad frente a las situa­ciones de orden moral. Pero, como un rasgo psicológico, su presencia en el acto volitivo es dudosa. Así, vemos que la voluntad, por su misma naturaleza, se halla inclinada a amar, no a resistir el bien, de modo que en el único caso en que hallaríamos un atributo de este tipo seria cuando, frustrado en su inclinación por un bien determinado, dirige su impulso hacia otro. Aún más sujeta a debate es la inclusión de la intensidad entre las propiedades de la volición. Se ha demostrado definitivamente que la debilidad o la fuerza no tienen una conexión íntima con el acto volitivo. La voluntad tiende hacia su objetivo, no con una intensidad variable, sino con más o menos dependencia de ciertas influencias, tales como el estado del organismo, la presencia de imágenes más o menos vividas, de emociones intensas y otros factores que varían de una persona a otra. Por otra parte, la expresión externa del acto volitivo que reside en el lenguaje, en la mímica y en los ges­tos, puede presentar una intensidad variable. En realidad, la volición no es un hecho aislado. Tal como el alma necesita un cuerpo a tra­vés del cual operar, así también el acto volitivo tiende naturalmente a manifestarse en forma de conducta, con el fin de asegurar su ten­dencia efectiva hacia una meta determ inada5.

4. RASGOS PARTICULARES DE LA ELECCIOJV.—W illum James nos ha dejado una interesante explicación sobre el modo en que la

4 S. T., p. I-II, q. 8, a. 1, r. a obj. 1. Para un estudio de los actos voliti­vos enumerados en el texto, ver: S. T., pp. I-II, qq. 8-16. Para una com­prensión más amplia de la naturaleza de la voluntad, ver: D. V-, q. 22, y especialmente aa. 1, 3, 4, 10, 13 y 15.

5 L indworsky, J.. S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S ilv a . N. Y. Macmillan, 1931, pp. 194-96.

Der Ville. Leipzig, Barth, 3.“ edición, 1923.The Training of the Will. Trad. por Steiner y Fitzpatrick, Milwaukee.

Bruce, 1929, c. 1.

320 Volición

voluntad manifiesta sus deseos cuando existe la alternativa y es posi­ble expresar una determinada preferencia. Así, vemos que cuando varios valores se le presentan al sujeto y un examen cuidadoso nos revela que uno de ellos aventaja considerablemente a los demás, la selección de éste prueba que la elección ha sido razonable. Si hay incertidumbre y nos impacientamos ante lo que consideramos como ineptitud para tomar una decisión, adoptándola entonces de un modo temerario, la voluntad es culpable de una elección impetuosa. Cuan­do la fuerza de la costumbre, o la tendencia natural de nuestro carác­ter, o el giro presentado por las circunstancias o intereses de tipo general suministran el motivo para actuar, la elección se denomina aquiescente. Cuando por alguna razón más seria, como una pena, un temor o una conversión religiosa modificamos toda nuestra escala de valores, obligándonos a abandonar proyectos superficiales y a aceptar más serias alternativas, decimos que la elección es grave. Finalmente, cuando lo que nos mueve a actuar, más que nuestra inclinación na­tural, es el sentido del deber, y cuando, a pesar de considerarla dolo- rosa o desagradable tomamos una decisión, nos referimos a ésta como concienzuda 6.

Para S an to T om ás , la forma particular que adopte la elección de­pende en el fondo del tipo de deliberación que le preceda. El hábito mental que dirige a la voluntad en dicho caso y la ilumina hacia un fln determinado es la deliberación. Se requiere especialmente cuando es necesario efectuar determinaciones razonables, que son, probable­mente, las más importantes de las enumeradas por W il l ia m J a m es . Veamos por qué es cierto esto. En primer lugar, dice A qu in o , existe siempre bastante incertidumbre sobre lo que debemos hacer o sobre la linea de conducta que debemos seguir. Además, nuestros actos morales están siempre relacionados con sucesos particulares y con­tingentes, y esto también origina dudas y errores, a causa de la naturaleza variable de dichos actos; de modo que el intelecto no se halla dispuesto para emitir un juicio o para ofrecer a la voluntad un motivo que elegir antes de que se haya efectuado una consulta previa, que es la deliberación7. Por consiguiente, A r ist ó t e l e s afirma que la elección es el impulso de la voluntad hacia lo que hemos deliberado, puesto que su objeto es «lo que hemos decidido, basándonos en una deliberación previa» s.

5. TENDENCIAS DETERMINANTES DE LA VOLICION. — Mien­tras que las ideas pueden reunirse para emitir juicios u obtener infe­rencias, la unidad esencial del acto voluntario permanece constante.

8 James, W.: Psychology. N. Y. Holt, 1900, pp. 429-34.7 S. T., p. I-H, q. 14, a. 1.8 Ethica ad Nicomachum, L. III, c. 3. En este mismo capítulo A ristóteles

hace referencia a la diferencia fundamental que existe entre medios y fines en relación con el acto volitivo. Asi, por ejemplo, la deliberación o elección «no se refiere a los fines, sino a los medios». Un médico, vemos por caso no delibera si ha de curar o no a su enfermo, puesto que ésa es la finali­dad de su arte, sino que, asumiendo dicha finalidad, delibera sobre los medios que ha de emplear en la curación. Ver también la obra de Santo TomAs: In Aristotelis Ethica ad Nicomachum, L. III, lect, 5.

Tendencias determinantes 321

La actividad del intelecto puede ir de conclusión en conclusión, m ien­tras que la de la voluntad termina con la posesión del objeto hacia el que se tendía. Lo único que puede modificarse en este proceso es el objeto de la voluntad, y aun en este caso no se trata tanto del cambio del objeto, sino de su locus, es decir, de su proximidad a la voluntad. El impulso hacia un objeto no indica que la voluntad no pueda elegir libremente, sino que una vez decidida a seguir un determinado curso manifiesta un impulso persistente hacia su meta. Esta tendencia pue­de ser inconsciente, pero su presencia es, de todos modos, real. Yo decido ir a la ciudad. Una vez que he tomado esta decisión ya no es necesario pensar más en ella, ni continuar debatiendo sus pros o sus contras, sino que me intereso más bien en los medios que necesito para lograr mi objetivo. Aun así, esta resolución está ejerciendo in­fluencia sobre cada paso que doy a su consecución.

Otro ejemplo de este mismo fenómeno lo hallamos en la hipnosis. A un sujeto se le ordena que multiplique ciertos números. Al desper­tarse se le presenta una serie de figuras, por ejemplo, 5 y 7, y él res­ponde inmediatamente dando la cifra 35, con la particularidad de que no puede explicar por qué ha multiplicado dichos números. Es evi­dente que la voluntad hipnotizada, al acceder a efectuar la tarea ordenada, dio origen a una determinada tendencia, que permaneció hasta que el sujeto fue despertado, y ejecutó lo que se le había indicado. Es el mismo caso del poliglota que, a una simple señal, es capaz de abandonar un idioma y continuar hablando en otro. Las palabras adecuadas surgen, y las reglas gramaticales se mantienen en una tarea que parece ser enteramente inconsciente. El músico manifiesta estas mismas tendencias cuando ejecuta una pieza musi­ca l completa en una clave determinada, habiendo aceptado su tarea con una simple mirada inicial a la escala en que estaba escrita la composición.

N a r z is s A ch9, a quien debemos el primer estudio completo sobre este aspecto del acto voluntario, insiste en que las tendencias deter­minantes son uno de los factores más importantes de nuestra vida ordinaria. Así, por ejemplo, constantemente estamos iniciando activi­dades, y tomando las precauciones necesarias para llevar a cabo nuestra resolución. Y mientras esto sucede, el fin hacia el que tien­den nuestros actos permanece impreciso, situado en el margen de la conciencia y olvidado enteramente. El hecho significativo sobre las observaciones de A ch es el modo como confirman la idea de S anto T omás de que la voluntad es un apetito cuyo objeto adecuado es el bien razonable, y de que el acto voluntario es una tendencia hacia un fin determinado, viniendo a ser el valor y la finalidad la misma cosa. Dé hecho, el Doctor Angélico parece haber comprendido perfecta­mente el fenómeno que Ach ha estudiado de un modo experimental. Para citar sus propias palabras: «Una vez que la voluntad ha elegido una meta, se mantiene invariablemente en ella, ya sea de un modo

9 A ch, N.r über den WÜlensakt und das Temperament. Leipzig. Quelle und Meyer, 1910; Lindworsky, J„ S. J,: The Training of the Will (como el anterior), p. 35 ss.

BRENKATT, 21

322 Volición

efectivo (consciente) o por hábito (inconsciente), sin modificarla a no ser que un acto especial o una discusión venga a romper esta relación* 10.

6. ESTUDIOS EXPERIMENTALES. I. E l acto voluntario,—Acb dispuso una serie de experimentos encaminados a provocar un acto voluntario, por el método fructífero de presentar obstáculos. Hizo que los sujetos aprendiesen pares de sílabas y luego les pidió que recita­sen la primera palabra de cada par, pero no la segunda. Había que sustituir esta última por otra diferente. Naturalmente, la huella me­morativa de la segunda creó un impedimento real para el cumpli­miento de lo requerido. Con el fin de evitar esta dificultad, el sujeto tenía que hacer un esfuerzo voluntario especialmente enérgico, ya que, a pesar de la represión constante, la sílaba memorizada tendía Insistentemente a aparecer. La técnica de Ach logró también que sus sujetos de experimentación fueran plenamente conscientes del pro­ceso voluntario. Para algunos de ellos, ésta fue la primera vez que percibieron el verdadero sentido de este acto 11.

M ichotte y P rüm , cuyo trabajo ya ha sido citado, hicieron elegir entre series de problemas aritméticos. Se dispuso a continuación que tan pronto como se efectuase la selección debía presionarse una llave de Morse. Esto representa una ventaja sobre el método volun­tario durante la mayor parte del experimento, y no antes. No se le permitía al sujeto terminar la tarea, sino que era interrumpido tan pronto como indicaba su elección. De este modo la dificultad para observar lo que le interesaba al investigador, esto es, el acto volun­tario, quedó muy reducido. A pesar de la sencillez del material em­pleado, todos los sujetos fueron conscientes de la dificultad requerida para tomar una determinación, exactamente como sucede en nues­tra vida ordinaria. El hecho de que no se alcanzase una solución no supuso ninguna diferencia, ya que la presión sobre la llave fue una demostración suficiente de que la resolución se había llevado a cabo. Se notó además que los sujetos aprendieron a observar y describir sus reacciones volitivas sólo de un modo gradual y después de una larga práctica 12.

Honoria Wells realizó algunos experimentos semejantes sobre la elección, pero con aumento considerable del número de las alterna­tivas posibles. Se prepararon ocho clases de líquidos incoloros e inodoros. Algunos eran de sabor agradable, otros desagradables y

10 In Petri Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, 1. IV , d . 16, q. 1, a. 2, d u d a 5, s o lu c ió n 1 : «V o lu n ta s s e m e l a d a liq u íd flxa, a b i l io n o n d iv e l- la tu r q u in a c tu ve l h a b itu in eo m a n e a t, n is i p e r a c tu a lle n d issen su m a b il io , v e l in sp ec ia li, v e l sa ltern in g e n e re .»

Un interesante problema moral reside en la relación entre el concepto moderno de tendencias y la doctrina de Santo Tom ás sobre los actos voli­tivos que son sólo «virtualmente» voluntarios. Sobre este punto, ver: Gruen- d e r , H.t S. J. : Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pp, 404-05.

11 A ch. N .: O p. c i t . ; L in d w ok sey , J., S, J .: The Training of the Wül ( c o m o el a n te r io r ) , p . 43 ss.

12 M ic h o t t e , A. E., y P r ü m , E. : Op. cit. en el capítulo anterior.

Estudios experimentales 323

otros indiferentes. En una serie de pruebas preliminares, las cualida­des gustativas de cada líquido fueron asociadas a una determinada sílaba carente de sentido. Cuando el sujeto llegaba a dominar estas asociaciones comenzaba la fase importante del experimento. Se le presentaban, sobre una mesa, dos vasos de líquido colocados exacta­mente debajo del lugar en que aparecían sus respectivas sílabas sin sentido, y se le ordenaba al sujeto que eligiese uno de ellos, dando, lo más rápidamente posible, una seria razón que explicase esta elección. La advertencia de que diesen una razón seria causó alguna dificultad, especialmente cuando los dos líquidos eran igualmente agradables o desagradables al gusto. Aquí, lo mismo que en los tests de M i c h o t t e y P r ü m , el sujeto en muchas ocasiones eligió simplemente porque sintió la obligación de completar el experimento. Sin embargo, en otros casos en que no se hallaba un motivo lógico sobre el que basar la elección, se llegó a ésta por medio de una sencilla autodeterminación, es decir, haciendo intervenir al yo entre dos alternativas, insolubles de cualquier otro m odo13.

n . M e d i c i ó n d e l a f u e r z a d e v o l u n t a d . — Puesto que una parte esencial de su experimento residía en la interposición de un obstácu­lo en la realización de un fin, A ch supuso que esto podía ser utilizado para medir la fuerza de voluntad. Si consultamos una vez más sus Informes, vemos que algunos sujetos no se preocuparon de sustituir las sílabas, sino que se abandonaron totalmente a las impresiones provocadas por el experimento y a asociaciones que surgieron rela­cionadas con él. Otros, en cambio, fueron capaces de mantener sus resoluciones en la conciencia— aun siendo aquéllas débiles, compara­tivamente—y de suprimir asi cualquier asociación que surgiese. Pero, como señala L i n d w o r s k y , esta técnica no mide en realidad la fuerza de voluntad, sino solamente la fuerza psicológica relativa de doa tendencias conscientes: una de voluntad, impulsando al sujeto hacia la consecución del ñn que se ha propuesto, y otra de la asociación, exprestándose por medio de la tendencia perseverativa de la memo­ria 14.

O t to S e l z atacó el problema desde un ángulo diferente, pidiendo a los sujetos que eligiesen entre un estímulo doloroso y otro agrada­ble. A los que aceptaron el primero se les consideró en posesión de una voluntad mayor que los dem ás15; pero ¿es esto cierto? La impre­sión de una voluntad más fuerte es dada a veces por la conducta que manifiesta el sujeto al soportar un dolor; por ejemplo, su llanto, sus contracciones musculares, sus gestos, etc. Sin embargo, como señala­mos antes, la conducta externa no pertenece al acto voluntario mis­mo y puede ser producida independientemente de la capacidad para soportar el dolor. Es claro que la aplicación continua de un estímulo

13 W e l l s , H. M.: «The Phenomenology of Acts of Cholee», Britísh Jour­nal of Psychology. Monograph Supplement, núm. 11.

14 A ch, N.: Op. cit.; L iw d w o r s k v : Experimental Psychology (como el an­terior), pp. 313-15.

14 S e l z , O . : «Dle experimentóle Untersuchung d e s Willensakt». Zeitschrift für Psychologie, 1910, 57, pp. 241-70.

324 Volición

doloroso puede hacer que la voluntad sucumba finalmente. Por otra parte, también es posible que nuestra decisión sea fortalecida por el hecho de centrar nuestra atención en motivos que favorecen el sacri­ficio. Todo esto nos lleva a la conclusión de que la voluntad es débilo fuerte de un modo distinto a com o pueden serlo nuestros miem­bros. Comparar su acción con el golpe de un martillo (comparación favorita de los psicólogos) es un error. Si es necesario emplear un ejemplo de tipo mecánico, entonces, como dice L in d w o r s k y , sería me­jo r utilizar el ejemplo del cierre de un conmutador, que en un caso enciende una lámpara y en otro derriba una montaña haciéndola explotar por su base. El único modo adecuado de referirse a la fuerza de voluntad es, pues, en términos de los motivos que producen la decisión. Así, vemos que cuanto más numerosas sean las razones para hacer algo y más convencidos nos hallemos del valor de nuestro obje­to, más lógico será que nos aferremos a nuestras decisiones. Esto es especialmente cierto en el caso de las ideales que motivan nuestra conducta. Esto explicaría, primero, por qué unos individuos tienen una gran voluntad para algunas cosas y poca para otras, y segundo, por qué la fuerza de voluntad no depende de la edad ni del sexo, sino que es capaz de aparecer en las condiciones más imprevistas i®.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVI

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10 L indw orsky: Experimental Psychology (como el anterior), p. 315. The Training of the Will (como el anterior), p. 50 ss.

CAPITULO XXVII

LA ATENCION

Puesto que la inteligencia y la voluntad son propiedades que per­tenecen al mismo sujeto, es natural que trabajen en colaboración, originando así ciertos efectos comunes a ambas que son de capital importancia para el psicólogo. Estos agregados de nuestras facultades intelectivas y volitivas pueden considerarse desde dos puntos de vista: el primero, operacional, manifestándose en los fenómenos de la aten­ción, la asociación y la acción controlada racionalmente; el segundo, disposicional, en el que la inteligencia, la voluntad y las demás facul­tades sujetas a su influencia son perfeccionadas por el desarrollo gra­dual de los hábitos, la personalidad y el carácter. El resto de nuestro tratado sobre la naturaleza humana lo dedicaremos a estos seis te­mas, incluyendo un capítulo final acerca de las íacultade$ humanas, que vendría a ser como un resumen de todo lo anterior.

1. CONCEPTO DE ATENCION.—Al tratar de la atención nos refe­rimos a un dato mental tan frecuente, que todo el mundo tiene de él al menos un concepto de tipo práctico. Como concepto científico signi­fica la dirección de nuestras potencias cognoscitivas hacia un objeto determinado, con la intención de conocer sus cualidades y comprender su esencia. La sola conciencia no es suficiente, ya que es necesario que se produzca un cambio desde el estado de receptividad pasiva de los estímulos al reconocimiento activo de lo que acontece en los sen­tidos y en el intelecto. Es así que por el uso más realista y vital de nuestras facultades cognoscitivas somos capaces de proyectar nueva luz sobre las impresiones ya existentes, y las cualidades que pudieran pasar inadvertidas en primera instancia son elevadas a un plano de mayor claridad, donde pueden ser examinadas más detalladamente. Podemos comparar la función de la atención en nuestra vida mental con la del microscopio para el científico. En ambos casos enfocamos algo que nos interesa de un modo especial, permitiéndonos captar más detalladamente su estructura y llegar así a una síntesis comprensiva del objeto

2, ABSTRACCION.—La proverbial distracción del investigador o el intelectual es, en realidad, un signo de capacidad atentiva alta-

1 C. G., L. I, c. 55. Aquí S a n to Tomás establece la ley general de la aten­ción al afirmar: «La potencia cognoscitiva sólo puede conocer a través de la atención.» P i l l s b u r y , W. B.: The Fundamentals of Psychology. N. Y. Mac­millan, 3.® edición, 1934, pp. 357-58.

326 La atención

mente desarrollada, que le permite concentrarse tan intensamente en una dirección, que el resto de los temas pasan inadvertidos. Este fenómeno se denomina en Psicología abstracción. Puesto que los procesos atentivos no solamente ponen al observador en presencia del hecho, sino que originan una determinada actividad mental que abandona todos los demás hechos, está claro que la atención y Ja abstracción (en su acepción moderna) son actos correlacionados. Se han ideado gran número de experimentos con el fin de demostrar cómo se produce la abstracción. Por ejemplo, se le indica a un sujeto que se fije sólo en el gusto de un líquido determinado o en los ángulos rectos de una figura geométrica complicada, o en el rojo de un prisma cromático. La selección de ciertos estímulos dentro de un campo y su consideración separada recibe el nombre de abstracción positiva. La separación voluntaria de otros estímulos o su rechazo por parte de la atención es la llamada abstracción negativa. Está última, por su­puesto, se debe a un acto voluntario represivo. El sujeto que se abs­trae además es perfectamente consciente de que su abandono de un tema para el bien de los demás es un fenómeno puramente mental y de que su concentración se refiere sólo a una determinada zona del campo de observación.

Santo Tomás conocía la abstracción en su sentido actual. Se refiere a ella com o «una forma absoluta y simple de consideración, que se realiza del mismo modo que comprendemos una cosa determinada sin prestar atención a otras.,.; por ejemplo, cuando observamos sólo el color o cualquier otra cualidad de una fruta y no consideramos la naturaleza misma de ella». Esta forma de abstracción pertenece al intelecto posible, puesto que presupone la comprensión de la idea de color, o, en el caso del ejemplo dado por Aquino, la formación de la idea de color y no la de una fruta coloreada. Existe también una for­ma de abstracción propia del intelecto activo, tal como vimos en un capítulo precedente. Así, continuando con el Doctor Angélico: «Los factores que form an parte de la esencia de un objeto corpóreo—una piedra, por ejemplo, o un caballo, o un hombre—pueden separarse mentalmente de los principios individuales que no pertenecen a la esencia. Esto es precisamente lo que hacemos al abstraer lo universal de lo particular, o la idea del fantasma (en la que se halla contenida en potencia), donde, en resumen, consideramos la esencia desnuda del objeto, separándolo de sus rasgos individuales, que se hallan re­presentados en las imágenes» 2. La abstracción, pues, según la defi­nición que dan de ella los psicólogos modernos, presupone un acte mental que infiera lo universal de lo particular.

3. CLASES DE ATENCION.— Aunque es posible hablar de un pro­ceso atentivo en un nivel puramente sensitivo, no nos interesa en particular aquí, ya que una vez que la razón y la voluntad se han desarrollado, la atención se puede considerar como dependiente del intelecto. La distinción que nos importa, en realidad, es la basada en

3 S. T., p. I, q. 85, ft. 1, r. a obj. 1.

Cualidades 327

la presencia o ausencia de control. La atención voluntaría, tal comolo expresa el nombre, es deliberada. No procede de la voluntad, sino que es activada por ella, como dice S a n t o T o m á s , ya que los poderes cognoscitivos son centrados por medio de un acto voluntario espe­cial 3. La atención involuntaria, en cambio, no implica que el pro­ceso atentivo no sea de tipo intelectual, sino solamente que la mente no tiene un propósito especial, y es selectiva sólo por el atractivo que posee en si el objeto. Sabemos, por ejemplo, que hay cosas tan interesantes que no necesitamos ningún esfuerzo de la voluntad para mantener la atención centrada sobre ellas. Repetimos, pues, que la atención, tal com o la define el psicólogo moderno, es esencialmente un acto cognoscitivo que lleva a la mente y a los sentidos a consi­derar ciertos aspectos de un objeto, hecho o situación, desligándolos de su conjunto 4.

4. CUALIDADES DE LA ATENCION. I. A m p l it u d .— Existen li­mites en la extensión de la conciencia, y aun dentro de ellos, los contenidos que ocupan nuestra atención son mucho más reducidos de lo que sospechamos. La experimentación ha demostrado que la amplitud del proceso atentivo varia mucho de un individuo a otro, y aun en un mismo individuo, en los diferentes momentos. Aunque se han intentado varias mediciones, no se ha hallado aún un método satisfactorio que nos informe sobre la amplitud de nuestra atención. Puede obtenerse un determinado patrón si se encarga al sujeto una tarea que puede resolverse únicamente por concentración, pero que sea lo suficientemente breve para no permitirle que deje vagar su atención de un lado a otro. Si se amplía el problema de modo que Incluya varios grados de dificultad y luego se aplica a grupos, es posible obtener una idea aproximada del promedio de atención. Es­tudiado de este modo, los investigadores han hallado que un adul- to de habilidad corriente es capaz de reconocer de cuatro a seis objetos no relacionados, mientras que un niño de doce años sólo puede identificar tres o cuatro. En cambio, si los contenidos par­ciales son reunidos en conjuntos, por ejemplo, los seres vivos de un paisaje o las figuras de una cierta forma en un rompecabezas, podemos atender simultáneamente a un gran número de estos con ­tenidos.

Existe, pues, una tendencia general de la gente, observada ya por Aquino, quien nos dice: «El intelecto es capaz de conocer varios objetos a un tiempo siempre que se hallen relacionados de tal modo que formen una unidad, pero no le es posible captar varias cosas simultáneamente en su multiplicidad.» Y luego: «Los objetos par­ciales pueden ser conocidos de dos modos: primero, de un modo yago cuando se hallan reunidos en una estructura común, en cuyo caso son captados de un modo total, como formando parte de un conjunto; segundo, de un modo preciso, cuando son examinados uno

n S. T., p. I-II, q. 9, a. 1.* B re e se , B. B.: Psychology. N. Y . S cr ib n e rs , 1921, pp . 58-67.

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a uno, cada cual según su propia especie o naturaleza, en cuyo caso no son conocidos en conjuntos 5. Asi, lo que ganamos abarcando numerosos aspectos en una experiencia dada, es contrarrestado por nuestra incapacidad para conocer cada cosa detalladamente. Esta es una observación particularmente interesante del Doctor Angélico, puesto que él mismo parece haber sido capaz de ocupar su mente aí mismo tiempo con objetos diferentes.

II. I n t e n s id a d .— Existe la opinión de que la intensidad de nues­tra atención varía en proporción con la amplitud del campo sobre el que se ejerce. Esta idea es correcta, en general, y ha sido con­firmada por la experimentación. Sin embargo, lo mismo aqui como en el caso de la conducta externa que acompaña al acto voluntario, debemos ponernos en guardia y no admitir sensaciones de esfuerzo' actitudes musculares, tensión corporal, etc., como criterio de inten­sidad de la atención. Teóricamente, el criterio más seguro sería la claridad con que captamos el objeto; pero éste no es un método muy seguro, puesto que el grado de comprensión que podemos obtener respecto a un hecho u objeto cualquiera depende de la capacidad natural de comprensión, que varia de un sujeto a otro. Ha sido por esto utilizada una técnica más práctica que nos proporciona resul­tados indirectos de una ejecución que requiere atención. Mientras el sujeto está pendiente de cierta labor, se introducen varios es­tímulos que tienen un valor umbral para la conciencia. Por ejemplo, se puede encender la radio, primero con una intensidad mínima para ser oída, e ir aumentando el volumen paulatinamente. Los resultados demuestran que antes de que un estímulo exterior penetre- en el umbral de la conciencia, su intensidad debe ser aumentada pro­porcionalmente a la concentración de la atención. Así, pues, com­probamos que la opinión corriente no es del todo cierta, ya que no todo factor extraño es capaz de alterar nuestra concentración, sino que, por el contrario, somos capaces de acostumbrarnos a tales fuer­zas disipadoras, o, cuando su presencia es innegable, dedicar un es­fuerzo mayor a la tarea que estábamos ejecutando. Vemos, pues, que en los extremos de nuestra vida mental, tanto en la intensa concentración del pensador como en el reposo completo del dur­miente, nos es posible habituarnos a estímulos sensoriales que al comienzo tenían el poder de distraemos o de mantenernos des­piertos.

III. F l u c t u a c ió n .— Si a un sujeto se le pide que persista aten­diendo a un contenido de conciencia dado, una de las primeras cosas que éste percibe es que el proceso no es continuo. Tan cierto es esto que la fluctuación es la regla, siendo necesario que volvamos una y otra vez sobre el objeto que estamos considerando. Per consiguiente, cuando nos concentramos en estímulos muy débiles, tales como per­fumes muy leves, por ejemplo, vemos que la sensación desaparece a intervalos regulares. Esto mismo sucede cuando escuchamos el tic-

1 S. T., p. I, q. 85, a. También r. a obj. 3.

Proceso de la atención 32Í

tac de un reloj desde lejos. Aunque sabemos que sus movimientos son regulares, hay algunos momentos en que no los percibimos. Se discute si estas fluctuaciones de la conciencia son de origen perifé­rico o central. Pueden explicarse fisiológicamente mediante varia­ciones en el ñujo sanguíneo de las áreas corticales, debilidad de los órganos receptores, etc., o bien psicológicamente por falta de interés o por la presencia de alguna cualidad Inherente a nuestras- facultades cognoscitivas que les imposibilite el mantener la atención fija sobre un objeto por un tiempo indefinido. Este último factor es­taría en la raíz del problema, puesto que aun en las mejores con­diciones corporales y mentales no es posible mantener la atención de un modo absoluto fija sobre el mismo contenido de conciencia, excepto por cortos períodos de tiempo. Un modo de soslayar esta ley seria centrar el problema en el esfuerzo atentivo y no en el objeto que requiere nuestra atención.

Volviendo otra vez al objeto mismo, se ha observado que cuanto mayor sea su número de partes más tiempo atraerá éste nuestra atención. De este modo, por ejemplo, prolongamos la atención de un niño por un juguete si éste consta de un mecanismo que puede ser desarmado y observado pieza por pieza. Por otra parte, requiere madurez mental y determinación el ñjar la conciencia sobre un ob­jeto cuyo único interés resida en la abundancia de imágenes que sea capaz de provocar, o la historia con que se relaciona, o la reve­rencia con que ha sido tratado por otros, o por alguna otra razón ajena al objeto en sí mismo.

Finalmente examinemos el problema de la rapidez de la fluc­tuación. Primero se la consideró muy alta, hasta que las pruebas de laboratorio revelaron que el cálculo no podia ser fijado en menos de un tercio de segundo. Un problema diferente, aunque en rela­ción con esto, es la rapidez con que la atención puede desviarse de un objeto a otro. Haciendo pruebas sobre un grupo de estudiantes con materiales de memoria, se descubrió que, bajo condiciones cons­tantes, aquellos que retuvieron el mayor número de datos fueron los que tenían más capacidad para adaptarse con rapidez a los da­tos nuevos. Pero la habilidad para adaptarse rápidamente en estos casos no es debida enteramente a la intensidad del poder de con­centración, sino que la capacidad de formar asociaciones adecua­das juega también un papel importante en el proceso. Así, ciertos complejos de imágenes son necesarios para el estudio adecuado de una tarea dada y para manejar con maestría el material que se pre­tende estudiar, y cuanto más rápidamente se formen las asocia­ciones, con más prontitud puede la atención canalizarse en nuevas direcciones fi.

5. FENOMENOS RELACIONADOS CON EL PROCESO DE LA ATENCION.—El científico ha hecho un estudio de ciertos factores que no están incluidos en el proceso atentivo mismo, pero que se

* L i n d w o r s k y , J., S . J . : Experimental Psychology. Trad. por H. R. d e S il v a N. Y. Macmillan, 1931, pp. 323-28.

330 La atención

relacionan intimamente con él. Algunos de ellos son anteriores a la atención, otros concomitantes, mientras que otros son productos de la atención misma.

I. F e n ó m e n o s d e p r e c e d e n c i a .—Desde el punto de vista del ob­je to al que se atiende, existen varios factores ventajosos que han sido señalados por R o b e r t W o o d w o r t h . En primer lugar, el cambio de un estimulo al que nos hemos acostumbrado por otro nuevo, o bien el mismo estímulo, variando la intensidad, es capaz de desper­tar nuestro interés. El tictac de un reloj puede pasar inadvertido hasta el momento en que se detiene, del mismo modo que alguien que habla de un modo lento y monótono pasa inadvertido hasta el momento en que empieza a gritar, e igualmente los golpes de tam­bor que aparecen de pronto en la Sinfonía de la Sorpresa, de H a y d e n , suelen ser interpretados vulgarmente como una forma de estimular la atención de los oyentes. En segundo lugar, la repetición permitea. menudo al estímulo penetrar en el eampo de la conciencia cuando una sola impresión no habla producido efecto. Así, vemos que un lamento o un grito ahogado puede no llam am os la atención de mo­mento, pero al continuar terminamos por dam os cuenta de él e investigamos su causa. Por otra parte, podemos habituarnos tantoa. la repetición de un estímulo que perdamos todo nuestro interés por él. En tercer lugar, lo llamativo de un objeto, por ejemplo, un color brillante, una nota muy alta, un dolor, una punzada, cual­quier sensación lo suficientemente intensa, puede atraer nuestra atención.

En cuarto lugar, una forma muy definida también es capaz de atraer nuestra atención, de modo que si un objeto se destaca bas­tante de su alrededor, por esta misma razón tendemos a observarlo. Otro caso es la percepción de un motivo musical definido que apa­rezca continuamente a través de una serie de variaciones

Desde el punto de vista del sujeto que atiende, los factores que nos disponen a concentrarnos tienen que ver generalmente con los reflejos, adaptación de los órganos sensoriales, etc. Por ejemplo, la «.tención sobre lo que tenemos en la mano puede despertarse mi­rándolo desde varios ángulos, dándole la vuelta, etc., por lo que te­nemos en la boca, masticando y saboreando con lentitud su gusto; por un perfume, aspirándolo; por un sonido, volviendo la cabeza y dirigiendo la vista hacia el objeto sonoro; por una lección que ne­cesitamos aprender, instalándonos cómodamente y dirigiendo nues­tras facultades hacia la tarea que nos proponemos; por un proble­ma que debe ser meditado, buscando un lugar tranquilo donde se pueda sentar o pasear sin ser interrumpido y adoptar una actitud reflexiva. El hecho de que empleemos nuestro cuerpo y nuestros sentidos del modo que acabamos de describir no nos prueba la exis­tencia de la atención, ya que la mente puede hallarse ocupada por otros objetos y no sobre los que centramos nuestros sentidos. Esto

1 W oodworth, R . S., y M arqttis, d. G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.» e d ic ió n , 1949, p p . 402-08 .

Teorías sobre la atención 331

quiere decir que mientras ciertas predisposiciones por parte de la3 facultades inferiores pueden ser altamente favorables al proceso de la atención, ellas no constituyen su esencia en modo alguno. Son necesarias, digamos, antes de que el interés involuntario pueda ser producido, pero es posible pasar sin ellas, com o en el caso de la aten­ción voluntaria, en que la única condición necesaria es un acto de voluntad.

II. F e n ó m e n o s c o n c o m it a n t e s .—Una vez más debemos distinguir entre la conducta exterior que acompaña a la atención y el proceso mismo. El cerrar los ojos, apretar las manos contra la cabeza, arru­gar la frente, cerrar las manos, mantener los labios en una postura rígida, en general toda la atención muscular, suele ser señal de una actividad interior en la que tanto la mente como los sentidos diri­gen su esfuerzo a una mayor concentración. Pero la atención puede tallarse presente, sin embargo, sin ellos y no tienen otro significado para la estructura interna del acto de la atención que los cambios en el pulso, en la respiración, en la presión sanguínea, que apare­cen cuando nos interesamos en especial por un determinado objeto. Existe evidencia experimental de que la atención no coordina de un modo consciente los contenidos mentales sobre los que se halla concentrada con las reacciones fisiológicas que la acompañan. De hecho, sólo captamos éstas cuando inhiben o alteran al proceso atentivo.

III. F e n ó m e n o s c o n s e c u t iv o s .—Un efecto curioso, producido por nuestro esfuerzo por concentrarnos, es la intensificación de las sen­saciones débiles. Un buen ejemplo de esto es el aumento de placer que nos producen alimentos corrientes cuando nos detenemos cons­cientemente a percibir su gusto. Este caso es algo distinto a lo que sucede con las sensaciones muy intensas, en las que los órganos sen­soriales se saturan y pierde así agudeza la respuesta. Así, sucede que mientras que percibimos muy agudamente un estímulo a causa de su intensidad original, si ésta aumenta mucho llega un momento en que no lo percibimos. Otro tipo de efecto, aunque diferente al an­terior, es el debilitamiento de nuestros afectos si intentamos con ­centram os sobre ellos. Por ejemplo, la cólera tiende a disiparse, más que a aumentar, con la introspección, es decir, al concentrarnos so­bre el proceso apetitivo en si mismo más que sobre el objeto que lo provoca. Al analizarlo, tiende a desvanecerse y perder su sentido. La razón es fácil de comprender, ya que el apetito necesita el incentivo del conocimiento no sólo para originarlo, sino también para que con­tinúe actuando8.

6. TEORIAS SOBRE LA ATENCION.—Se han hecho varios inten­tos para explicar la ateneión científicamente, pero existe poco acuerdo sobre su interpretación. Examinemos brevemente las explicaciones más importantes que se han dado.

a L in dw orsky; Op. cit., pp. 328-30.

332 La atención

La teoría de la inhibición de Wiliiem Wundt supone que la aten­ción es sólo una represión de todos los contenidos conscientes, ex­cepto del que atendemos en aquel momento. Esta inhibición se pro­duce por medio de un centro perceptivo especial, situado en la cor­teza0. El problema de esta teoría reside en su incapacidad para informarnos por qué algunas cosas son reprimidas, tal como Wundt lo describe, y otras no. Además, la existencia de un centro cortical selectivo para esta función es una mera suposición.

La teoría del refuerzo de E r n s t M ach explica la atención como una predisposición de los órganos sensoriales 1°. De lo que hemos dicho sobre las condiciones previas de la atención, está claro que una explicación de este tipo no llega al núcleo del problema, aun­que una actuación normal de nuestras potencias inferiores, tal como insiste S a n t o T o m á s , sea condición preliminar para la acción poste­rior de la inteligencia y la voluntad u.

La teoría motora de T héodu le R ib o t , en contraste con la de M ach . pretende que el proceso de la atención consiste en una serie de actos sensoriales concomitantes. Asi, ciertos tipos de sensaciones son ne­cesarias para que la atención se despierte. Si éstos se distribuyen de un modo uniforme a través de los niveles de la conciencia, la atención aumenta. Cuando desaparecen, ya no es posible que haya atención12. Pero, com o señalan las críticas, es difícil ver cómo un contenido mental determinado sobre el que centramos la atención puede ser mantenido y reforzado por la percepción de la actividad muscular y otras sensaciones corporales que acompañan al acto de atender. Como señalamos anteriormente, la conciencia de dichos fac­tores representa más una distracción que una ayuda.

La teoría centrosensorial de G e o r g M ü l l e r sostiene que, cuando la atención se fija sobre un contenido mental, la percepción previa de este contenido es revivida en forma de imagen. El proceso es entonces un movimiento retroactivo en el que la percepción poste­rior del contenido mental se correlaciona con la imagen revivida de él, aumentando así la intensidad de la impresión y, con ello, la in­tensidad de la concentración13. No hay lugar a dudas de que esto sucede cuando centramos la atención sobre objetos palpables, pero no asi cuando la atención se ocupa dé objetos impalpables. Además, la percepción y la form ación de imágenes es un producto de los sentidos, y la labor de los sentidos termina cuando se han sinteti­zado los datos y preparado de un modo adecuado para la abstracción,, estableciendo así las condiciones para la actividad de la atención.

La teoría de la facilitación de H e r m a n n E b b in g h a u s se basa en la

* W undt, V.: Grundzilge der physiologischen Psychólogie. Leipzig, En- telmann, 4.* edición, 1893, Bd. II, pp. 266-301.

10 M ach, E.: The Analysís of Sensations. Trad. por C. M. W illiams. Chica­go, Open Court, 1914, p. 178 ss.

11 S. T., p. I, q. 85, a. 7.12 R ibot, T.: The Psychology of Attention, Trad. por F itzgerald. N. Y .

Humboldt, 1889.13 M üixer, G. E.: Zur Theorie der sinnlichen Aufmerksamkeit. Universi­

dad of G5ttingen, 1873,

Bibliografia 333

idea de que la estimulación repetida de las mismas áreas corticales nos facilita el atender a un mismo objeto. Los impulsos nerviosos siguen actuando dentro de ciertos limites, de modo que la percepción del objeto se haga clara y precisa Sin embargo, todo esto sólo es verdadero en cierta medida, ya que si fuese exactamente asi la aten­ción dependería sólo de la práctica, pretensión que no ha sido jus­tificada por los hechos. Es posible afianzar nuestra conciencia en un estímulo débil y sobre el que apenas se haya reflexionado, y lograr, sin embargo, captarlo con gran claridad y precisión.

La teoría genética de J o h a n n e s L in d w o r s k y explica la atención com o el resultado de la actividad conjunta de la voluntad y los pro­cesos cognoscitivos. Esta es la explicación más correcta dada hasta el momento, y sigue, en general, las ideas de S a n t o T o m á s y de los demás psicólogos de la escuela tradicional. Según L in d w o r s k y , la com ­prensión del proceso de la atención requiere que captemos de un modo adecuado el fondo total de actividad sobre el cual se desarro­lla. El niño se interesa en un determinado objeto y su primera reac­ción es entonces concentrar sus sentidos sobre él, de tal modo que desarrolla gradualmente sus órganos sensoriales y una conducta ade­cuada a la inform ación que desea obtener. Con la práctica y la m a­duración de sus facultades va progresando hasta lograr una serie de hábitos altamente ventajosos para el proceso de la atención. L a capacidad de concentrarse puede llegar a hacerse perfectamente na­tural, pero ha surgido, sin embargo, de una conducta derivada de un acto voluntario. En cuanto a la atención deliberada, por supuesto, no existe dificultad alguna, ya que es la consecuencia de la voluntad, que dirige y controla las facultades cognoscitivas is.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVII

A quino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 85, arts. 1 y 3.D e la V aissiere, J., S. J.: Elements of Experimental Psychology. Trad, por

S. A. R aemers, St. Louis, Herder, 2.“ ed., 1927, pp. 246-58.G ruender, H., S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, Ca­

pítulo 11.L i n d w o r s k y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R, d e S i l v a .

New York. Macmillan, 1931, pp, 323-36.F i l l s e u r y , W. B.: The Fundamental of Psychology. New York, Macmillan,

3* ed., 1934, Cap. 12.W oodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.a ed.

1949, Cap. 13.

11 E b b in g h a u s , H.: Psychology. Trad. por M. Meyee. Boston, Heath, 1908, 1949, Cap. 13.15 L indw orsky: Op, cit., pp. 332-34.

CAPITULO XXVIII

ASOCIACION Y PENSAMIENTO CREADOR

1. LA ASOCIACION Y EL ACTO VOLUNTARIO.—La asociación, de un modo amplío, significa el establecimiento de relaciones entre los contenidos de conciencia. En el nivel sensitivo, el proceso es, en gran parte, un asunto de unión de imágenes, pero en el nivel inte­lectual existe también una tendencia a crear un vínculo entre las ideas y esta inclinación; sigue, en líneas generales, la misma es­tructura que en el caso anterior. Así, vemos que tanto en el intelecto como en los sentidos descubrimos que las leyes de la semejanza, del contraste y de la proximidad cumplen una función muy importante en el desarrollo de los hábitos del conocimiento. Ahora bien: dichas tendencias pueden ser dirigidas por la razón y la voluntad. Las leyes del recuerdo de A r is t ó t e l e s son realmente leyes dianoéticas de la memoria, es decir, de una facultad que está bajo la influencia de otras potencias intelectuales superiores a ellas. Con mayor razón, pues, está la mente capacitada para dirigir sus propios procesos aso­ciativos y para ser dirigida por la voluntad 1. En la cuestión presente trataremos de hallar qué relación existe entre la asociación de im á­genes e ideas, por un lado, y el comportamiento voluntario, por el otro.

2. ACTIVIDAD LIBRE DE LAS IMAGENES E IDEAS.—La expe­riencia nos informa que hay cambios constantes en la conciencia a medida que las imágenes y las ideas se suceden de un modo es­pontáneo. Cuando analizamos la energía existente detrás de esta actividad natural, hallamos una serie de factores orgánicos que nos pueden servir para explicarlas. Por ejemplo, las necesidades biológi­cas y la fatiga corporal están indudablemente relacionadas con el modo con que empleamos nuestra inteligencia y nuestros sentidos. Las dificultades respiratorias y circulatorias—sobre todo estas úl­timas—, al afectar el riego del cerebro, pueden producir detenciones momentáneas del flujo de la conciencia. Y, aunque dichas detencio­nes sean imperceptibles, pueden, sin embargo, llegar a modificar la

1 La causa de que la asociación de ideas sea regida por las mismas leyes que la asociación de imágenes es explicada así por A r i s t ó t e l e s (De Memoria et Reminiscentia, c. 1): «Sin una base sensorial, la actividad in­telectual es imposible», y luego: «Aun la memoria de objetos de tipo inte­lectual presupone una representación sensorial.» Para completar los detalles de esta aserción, podríamos añadir que el orden de las ideas asociadas sigue el orden de las representaciones de la memoria y de la imaginación, que, a su vez, siguen el orden de las presentaciones sensoriales. Ver tam­bién: D. M. R., Iect. 5.

dirección de nuestras imágenes e ideas. Pero, aparte de estas m o­dificaciones de tipo biológico, nuestras ideas e imágenes se hallan en un estado de flujo constante, y, excepto mediante un acto volun­tario, no logramos captarlas.

Supongamos que sentimos la necesidad de un nuevo panorama y paseamos por las calles o por el campo, donde el paisaje cambiante nos satisface plenamente, y nos hallamos a gusto recibiendo pasiva­mente las múltiples impresiones que se ofrecen a nuestros sentidos De pronto, un objeto determinado despierta nuestro interés—una ca­baña, la loma de una colina, un grupo de árboles—, e inmediatamente lo rodeamos con las imágenes provenientes de experiencias anterio­res. Este estímulo, con su constelación de representaciones sugeridas, se convierte, a su vez, en un nuevo punto de partida para otras imágenes e ideas que pueden llevarnos a una meta que no esperá­bamos al comienzo del proceso. Sin embargo, si somos capaces de remontarnos otra vez hasta los primeros momentos, vemos que existe generalmente una cierta continuidad en el tema, que explica la di­rección que han seguido nuestras asociaciones. Esto sucede de un modo tan espontáneo que no es necesario ningún acto de voluntad que explique la constancia del interés, o si dicho acto se halla pre­sente, es siempre de tipo irreflexivo. Algunas veces, sin embargo, el flujo continuo y natural de las asociaciones es interrumpido delibe­radamente por la evocación de una idea o imagen que no se halla relacionada con las anteriores. En estos casos nuestra fantasía se corta bruscamente por el reforzamiento voluntario del nuevo pro­blema que nos preocupa. Naturalmente, si los materiales sobre los que trabaja una cierta línea de pensamiento o imaginación son tri­viales o carecen de la energía suficiente, no se requiere un acto es­pecial de volición para hacernos pensar en otras cosas. La conciencia varía de dirección tan pronto com o hacen su aparición contenidos mentales más nuevos o atractivos2.

3. ACTIVIDAD CONTROLADA DE LAS IMAGENES.—No es ne­cesaria una gran destreza introspectiva para percatarnos del hecho de que la actividad de la imaginación y de la memoria puede ser guiada mediante una tarea. Las etapas comprendidas en la ejecu­ción de un designio deliberado han sido estudiadas de un modo muy com plejo por O tto Selz. En este caso vamos a considerar la función de la imaginación solamente en la realización de esta tarea. En pri­mer lugar, está la fijación de una meta, que es imaginada de un modo concreto y representada de tal modo que puede actuar como un esquema anticipado de cuanto va a seguir. A continuación, los medios son explorados imaginativamente en relación con su utilidad para el fin propuesto. Se consideran varias posibilidades, seleccio­nando únicamente las que servían de un modo más completo. Por último, las imágenes se modifican de modo que se integren en el

-336 Asociación y pensamiento creador

3 U n d w o rsk y , S. J.: Experimental Psychology, trad. por H, R. de S il ­v a . N. Y. Macmillan, 1931, pp. 338-40.

Pensamiento creador 337

esquema original. Esta última etapa es la más crítica del proceso, puesto que Implica que la elección final dependerá, en última ins­tancia, de la selección aprehendida entre lo que imaginamos en el momento presente y la meta que nos proponemos. Si no existe dicha relación, entonces debemos o tratar de incluir nuestras imágenes de un modo u otro dentro del esquema total, o bien comenzar la tarea otra vez 3.

La descripción que acabamos de hacer puede ilustrarse por medio de un sencillo ejemplo. Supongamos que queremos lograr un favor de cierta persona. La finalidad queda establecida en la imaginación, e inmediatamente procedemos a considerar todos los medios posi­bles que podemos utilizar para llegar a ella. Estos también se nos presentan a la imaginación: una visita personal, una llamada tele­fónica, una carta o por medio de amistades mutuas. El camino puede llegar a hacerse demasiado complicado e incluir varios factores con los que no contábamos. Pero, aunque aparentemente nos hayamos desviado de la ruta, el método apropiado estará siempre en relación con nuestra primera intención, siéndonos, finalmente, posible conse­guir el favor que pretendíamos. Este proceso es también una ilus­tración excelente de la concepción de A q u in o del proceso intencio­nado como «un movimiento básico de la voluntad hacia una meta, que presupone la actividad de la razón, ordenando los medios ade­cuados para conseguirla» 4.

4. EL PENSAMIENTO CREADOR.—En el pensamiento creador se emplean los mismos principios que en la actividad controlada de las imágenes. Vemos que aquí también la primera tarea del pensador es el establecimiento de una meta o la creación de un esquema pre­vio que le sirva de marco de referencia para la investigación de los medios apropiados, y más adelante la exploración cuidadosa de las ideas en un nivel intelectual, con la eliminación del material inade­cuado y la elección del que esté más de acuerdo con el propósito. Por último, se lleva a cabo el proyecto. S e l z , que ha estudiado en espe­cial este proceso, enumera cuatro vías posibles para conseguir la productividad.

En primer lugar, pueden ser conocidos tanto la finalidad como los medios, de modo que todo lo que se necesite conocer luego sea la manera de coordinarlos. Por ejemplo, supongamos que nos he­mos propuesto la tarea de multiplicar una serie de números altos, y se nos presentan varias maneras de resolver el problema. Conside­ramos entonces una forJna y decidimos, por fin, utilizar el cálculo logarítmico.

En segundo lugar, puede conocerse la finalidad, pero aún no los medios. Empieza entonces una activa búsqueda y las leyes de la aso­ciación son puestas en juego. Acudirán probablemente grupos hete­rogéneos de ideas y cada uno de ellos habrá de ser probado. La

3 S e l z , O.: über die Gesetze des geordneten Denkverlaufs. Stuttgart. Spemann, 1913.

4 S. T., p. I-II, q. 12, a. 1, r. a ofoj. 3.B R E N N A N , 22

338 Asociación y pensamiento creador

comprensión y la Inventiva intervienen activamente en este proceso. Por ejemplo, buscamos un instrumento que nos sirva de tenaza. De lo único que disponemos es de un par de tijeras, y al primer vistazo nos parecen inútiles. Sin embargo, al volver a pensar en ellas nos damos cuenta de que si las sostenemos horizontalmente las tijeras pueden servir para asir y sostener los objetos, por lo que las utili­zamos para este fin, logrando así nuestro objetivo. Nuestra capacidad para razonar nos libra frecuentemente de la influencia que ejercen sobre nosotros las asociaciones inmediatas y obvias, aunque las con­clusiones que obtenemos dependan, en gran parte, de las condiciones de asociación. Así, hemos visto que las propiedades de las tenazas nos llevan a suponer cómo puede también hallarse en otros objetos esta misma capacidad para asir y sostener las cosas.

En tercer lugar, puede tenerse la finalidad en la imaginación, pero sin haber ideado los medios, y, careciendo de una experiencia pasada que nos proporcione sugerencias útiles, contamos sóío con elementos ocasionales. Se supone, naturalmente, que existe una firme determinación de llevar a cabo la tarea que nos proponemos. Tal disposición nos conduce al descubrimiento de los medios adecuados mediante hallazgos accidentales que están posiblemente relacionados de algún modo con el fin propuesto. La labor del inventor o del in­vestigador es un buen ejemplo del pensamiento creador.

En cuarto lugar, tanto la finalidad como los medios pueden ser el resultado del azar, en cuyo caso no hay necesidad de esforzarse para llevar a cabo la tarea. El hombre primitivo, por ejemplo, trató de formar un vaso de arcilla en una cesta trenzada y ésta quedó impresa en él, dándole un aspecto ornamental. Incluso si tal hombre hubiese buscado deliberadamente este efecto, con dificultad lo hu­biese logrado mejor. Naturalmente, este ejemplo es sólo ilustrativo del pensamiento creador si el descubrimiento es reconocido como una meta posible para la actividad futura. El discernimiento y la reso­lución de utilizar estos sucesos casuales se hallan implicados aún en el progreso rudimentario del hombre prim itivoE. Partiendo del análisis de las formas principales de pensamiento creador—finalidad y medios ideados: finalidad ideada, pero no los medios; finalidad ideada y medios casuales; tanto finalidad como medios casuales— , se deduce fácilmente que la voluntad ejerce una función básica sobre este proceso. Sin ella, nuestro esfuerzo creador carecería de la ener­gía necesaria para empezar, dirigir, ordenar y finalizar los diversos actos que nos llevan a la meta propuesta de un modo racional. De otro modo, podríamos suponer que un drama de Shakespeare fue creado a partir de una mezcla de sílabas incoherentes, o bien que una sinfonía de Schubert se originó de un conjunto de sonidos sin relación alguna entre si. Podemos resumir nuestra idea mejor quizá diciendo, con L in d w o r s k y , que el pensamiento creador no implica so­

5 S e l z . O.: Zur Psychologie des produktiven Denkens und des Irrtums. Bonn, Cohen, 1922.

Bibliografia 339

lamente una finalidad de la razón, sino también una finalidad de la voluntad 6.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVIU

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* L indw orsky: Op. cit., pp. 337-38. Das schlussfolgemde Denken. Frei­burg, Herder, 1916, p. II.

CAPITULO XXIX

LA ACCION EN EL HOMBRE

1. CONCEPTO DE CONDUCTA HUMANA. ■— El apetito, aguzado por el conocimiento, «es la causa de la actividad» segün A r ist ó t e ­l e s . En realidad, sin el impulso proveniente del apetito nada se haría. Las ideas pertenecen a la categoría de lo mental. Para que haya ac­ción deben ser sembradas en el seno de la voluntad. Nuestra conducta tiene una esfera de acción muy amplia, pero sólo podemos conside­rarla como humana cuando interviene en ella la inteligencia y la voluntad. Esto indica que nuestros pensamientos y nuestras volicio­nes no son hechos aislados, sino que tienden a introducirse en todos los aspectos de nuestras vidas dando una configuración especial a fenómenos que de otro modo no podrían diferenciarse de los anima­les o los vegetales. Utilizando nuestra inteligencia y nuestra voluntad nos es posible crear disposiciones permanentes que ejerzan influencia sobre nuestra conducta. Esto es tan cierto que frecuentemente juz­gamos a una persona solamente por su conducta exterior o por su modo de hacer las cosas. Observamos su letra, por ejemplo, y decimos que es enérgica o débil, indicando con esto que su carácter posee estas cualidades. Su manera de hablar, de sonreír, de llevar el som­brero o de saludar se considera, consciente o inconscientemente, como un signo de su actitud hacia los demás o de su postura ante las cosas. El modo que tiene de andar o de detenerse, de empuñar la pluma o encender un cigarrillo, nos puede instruir mucho acerca de esa persona. Bien si juzgamos adecuadamente o no a un determinado individuo, el hecho es que los gestos, los ademanes y otros mocTos de comportamiento exterior, son expresivos de su personalidad, y pueden servirnos de clave para comprender sus motivos y su carácter2.

2. AMPLITUD DE LA CONDUCTA HUMANA.—Las diversos tipos de actos de que somos capaces formarían una lista innumerable si tuviésemos que clasificarlos en su totalidad. Sin embargo, esto no es necesario, ya que la mayoría de ellos han sido estudiados con ante­rioridad. Quizá antes de detenernos en los cuatro grupos que apa­recen a continuación deberíamos señalar la diferencia que existe entre acción y acto. La acción es un proceso, y el acto, un producto. El acto se opone a la potencia, teniendo con ella la misma relación

' De Anima, L. Ill, c. 10.3 Langfexd, H. S.: Action. Psychology. A Factual Textbook. Editado por

Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935, pp. 400-61.

342 Acción en el hombre

que la forma con la materia. La acción, a su vez, considerada como una actividad perfectible, se compara al acto de un modo parecido.

En primer lugar, pues, están nuestros acíos reflejos, que son de naturaleza vegetativa e independientes de la conciencia. Sin embar­go, el hecho de que puedan condicionarse significa que pueden ser influidos por la razón y por la voluntad hasta cierto punto. Así, aun­que no somos capaces de controlar la aparición de nuestros reflejos, ya que funcionan automáticamente ante la presencia de un estímulo, podemos, sin embargo, ejercer una cierta influencia sobre ellos, tal como lp demuestra el desarrollo de los llamados hábitos corporales.

A continuación existe un amplio grupo de actos, tanto sensitivos como intelectuales, denominados espontáneos. Son el resultado de la tendencia natural de nuestras facultades a funcionar en presencia de un estímulo adecuado. Como observa S a n to T om ás , un organismo, como cualquier otra criatura, tiende por su propia forma a la ejecu­ción de aquellos actos propios de ella, de igual modo que tiende a su propia finalidad, lograda mediante dichos actos. Según sea una cosa, así opera y así tiende a lo m ejor que le corresponde por su natura­leza 3. De nuevo observamos aquí diferentes grados de control.

Seguidamente vemos los movimientos de los apetitos sensibles o acíos instintivos. Una vez más, la inteligencia y la voluntad pueden actuar sobre ellos, logrando la formación de hábitos que regulen y atemperen nuestras reacciones instintivas, haciéndoles conformarse al mandato de la razón.

Finalmente está la actividad de nuestras facultades mentales, que trabajan conjuntamente para originar los llamados actos propiamen­te humanos, ya que no son compartidos con ninguna otra creatura en el universo. Tal com o observa Santo Tomás: «Estos son los actos de los que el hombre es amo, y lo es precisamente porque ellos surgen de la actividad de su inteligencia y su voluntad» 4.

3. DERIVACION DE LA CONDUCTA DE LA VOLICION.—La teo­ría ideomotora es un intento para renunciar al acto de voluntad en la formación de la actividad externa. Esta teoría suele ir asociada al nombre de William James, por la importancia que éste le dio en la psicología. Según sus explicaciones, lo que llamamos conducta vo­luntaria es simplemente la consecuencia del efecto motor de las imá­genes e ideas s, Robert Woodworth sostiene un punto de vista similar. Según él, la sola idea de movimiento es capaz de poner en marcha los mecanismos motores y hacer que nuestros miembros exterioricen esta idea 6. La teoría de James y Woodworth, sin embargo, no ha sido confirmada por la experimentación, y las Investigaciones efectuadas no han hecho más que demostrar nuestra experiencia ordinaria de que

3 C. G., L. IV, c. 19.* S. T., p. I-n, q. 1, a. 1. Ver también L indw orsky: Experimental Psycho­

logy, Trad. por H. R. de S ilva . N. Y, Macmillan, 1931, pp. 317-19.a James, W.: Psychology. N. Y. Holt, 1900, pp. 422-28.• W oodworth, R. S.: Cause of Voluntary Movement. Stud, Phil., 1906, pa­

ginas 351-92.

Derivación de la conducta 343

las imágenes e ideas de movimiento tienden a ser expresadas en forma de acción. Además, este hecho, conocido por todos, nos ex­plica por qué somos capaces de dirigir conscientemente nuestro com ­portamiento motor, dar una estructura racional a nuestros actos e inhibir a veces su presentación aun en presencia de imágenes e ideas de contenido motor. De esto se deduce que debe existir alguna fa ­cultad ulterior cuya función sea la de dirigir y cuyos efectos sean distintos tanto de los de la imaginación como de los de la razón 7.

Dicho de un modo más sencillo, sólo hay una manera de explicar el control de la conducta externa, y éste es mediante el acto volun­tario. Lindworsky ha dado una explicación genética del proceso El niño viene al mundo equipado con una serie de mecanismos instin­tivos y reflejos que empiezan a funcionar tan pronto como aparece el estímulo adecuado. La hora de la comida y la hora del juego son ocasiones especialmente favorables para el despliegue de la actividad motora. Cada movimiento que el niño ejecuta deja tras sí una ima­gen que se conecta por vía cortical con las vías motoras que van a inervar los músculos correspondientes. El proceso asociativo va en dos direcciones: una, desde el acto a la imagen que de él se form a; la otra, desde la imagen hacia el acto otra vez, completando el ciclo La imagen puede ser quinestésica o muscular en sentido estricto, es decir, puede representar la postura y el movimiento preciso de Iat¡ diferentes partes del cuerpo, unas en relación con otras. O puede ser, simplemente, una imagen de un movimiento visto. En ambos ca­sos puede llegar a ser la meta de una volición, y esto es lo importante desde el punto de vista del control. Todo lo que se necesita ahora en el niño es el desarrollo gradual de su capacidad volitiva. Poco a poco va aprendiendo a decidir su forma de conducta, y al volver de­liberadamente sobre las imágenes que se ha forjado en su fantasía, comienza una actividad de transición entre el movimiento imaginado y el movimiento ejecutado. De este modo puede aplicar el principio de control tanto a las formas innatas o heredadas de conducta como a las adquiridas posteriormente s.

La teoría de Lindworsky nos proporciona una explicación satis­factoria de dos hechos de la experiencia corriente: el primero, poi­qué las nuevas respuestas motoras sólo se aprenden a base de repe­tición, formando así eslabones funcionales entre los centros corti­cales de imágenes y de movimientos, y el segundo, por qué los movi­mientos voluntarios no se aprenden, aun estando en posesión dei aparato motor apropiado, hasta que hayamos adquirido la imagen adecuada de dichos movimientos, puesto que esta imagen es un es­labón necesario entre el acto de voluntad y el comportamiento motor que se deriva de él.

7 M oore, T. V., O. S. B.: Dynamic Psychology. Phlla., L ipp incott, 1924, página IV, c. 2 y 3.

8 L indw orsky: Op, cit., pp. 319-20. Ver también: Moore, T, V., O. S. B .: The Driving Forces of Human Nature. N, Y. Gruñe and Stratton, 1948. p. VI.

344 Acción en el hombre

4. PAPEL DE LA IMAGINACION EN LA CONDUCTA CONTRO­LADA.— Cuando se trata de llevar a cabo un acto con mucha des­treza, cuyas etapas han sido realizadas con anterioridad varias veces, es m ejor mantener la imagen de la meta delante de la conciencia antes que concentrarse en los detalles. Un experto jugador de tenis, por ejemplo, no centra su atención en los movimientos de su muñeca, en la posición de sus pies o en el ángulo de inclinación de su cuerpo' sino más bien se imagina el lugar donde quiere lanzar la pelota y a continuación la golpea con su raqueta. En este tipo de actos, todas las imágenes de las fases intermedias han sido ya asociadas firme­mente por una larga práctica, de modo que el concentrar la atención sobre ellas resulta perjudicial más bien que útil. Del mismo modo, si intentamos recitar algo que sabemos de memoria, lograremos hacerlo m ejor evocando las imágenes y las ideas en grupos, más que una por una. En realidad, si atendemos a las palabras aisladas, es muy posible que malogremos nuestro recital.

Sin embargo, esto no significa que las imágenes visuales y quines- tésicas que intervienen en un determinado acto sean superfluas o que podamos prescindir de ellas. Al contrario, representan un esla­bón de la cadena que nos relaciona con la meta deseada, un eslabón de la escalera que nos ayuda a elevarnos hasta nuestro punto de des­tino. Además, si estamos perfectamente familiarizados con las imá­genes que se requieren para hacer un cierto acto, vemos que tienden a reaparecer en la conciencia tan pronto como se repite dicho acto. Esto nos permite comparar el acto repetido con nuestras imágenes del mismo y notar las posibles desviaciones del original. De este modo nuestras imágenes quinestésicas nos sirven de ayuda para hacer co ­rrecciones más finas de movimientos efectuados con poca frecuen­cia, mientras que nuestras imágenes visuales nos asistirán al tratar de movimientos más toscos y frecuentes 9.

5. CONDUCTAS ESPECIALES.— El hombre, por ser una creatura racional, posee una visión más amplia de la realidad que los demás animales. A causa de su inteligencia ha desarrollado varias formas de conducta, de manera que si no logra sus deseos de un modo tiene la posibilidad de utilizar otros. Aunque su mente investiga la reali­dad de un modo abstracto, puede también adaptarse de un modo con­creto a los nuevos factores ambientales. Veamos algunos de los modos que ha ideado el hombre de hacer frente a sus problemas.

I. Reacciones de defensa. —• Es perfectamente normal que todos deseemos rehuir las situaciones desagradables de la vida. Si una per­sona nos molesta, procuramos evitarla. Si el ambiente que nos rodea nos disgusta, intentamos cambiarlo. Si nuestros pensamientos nos deprimen, nos vamos a dormir para olvidarlos, o bien emprendemos alguna actividad, que suponemos nos va a alegrar el ánimo. En cada caso lo que hacemos es elevar una barrera defensiva contra las ex­

a L indw orsky: Op. cit., pp. 320-22. The Training of the Will. Trad. por Stexner y E. A. F ritzpatrxck, M ilw aukee, Bruce, 1929, pp. 24-35.

Conductos especiales 345

periencias que tendemos a evitar espontáneamente. Es cierto que po­demos demostrar ante ellas una actitud de estoica indiferencia o bien soportarlas con cristiana fortaleza, pero no seríamos humanos, sin embargo, si no sintiésemos una repugnancia interna hacia ellas. Pro­tegernos de lo desagradable es, pues, una conducta muy normal, aun­que no sea la más heroica.

II. Reacciones sustituttvas. — Si una situación desagradable no puede evitarse mediante un mecanismo de defensa, todavía nos queda la posibilidad de modificarla mediante otros tipos de reacciones. Una de ellas es la compensación, en la que un rasgo indeseable se ocultao se disfraza con uno deseable, o, más corrientemente, cuando algo que amamos y que hemos perdido es reemplazado por un valor pa­recido. En estos casos lo que se pretende es hallar un equivalente delo que hemos sido privados, una forma de conducta que, al crear nuevos intereses, sustituye la pena de lo perdido por la alegría de lo nuevo, el sentimiento de frustración por el de éxito. Otra forma fre­cuente de enfrentarse con las situaciones desagradables es la subli­mación, que, en sentido estricto, significa desviar el impulso sexual hacia objetos que no son propiamente sexuales. Ampliando su sig­nificado, podemos considerarla, además, como un modo de dirigir los impulsos instintivos hacia nietas más elevadas, especialmente de utilidad social. Mediante este mecanismo psíquico canalizamos nues­tras emociones y pensamientos hacia fines altruistas y espiritualiza­mos nuestro placer. La sublimación cumple en la religión una tarea importante. El cambio que se pretende es siempre para bien del in ­dividuo, y si este proceso no logra su objetivo, puede deberse ya sea a su actitud irrazonable o a una falta de apreciación del fin al que le conduce su actividad.

m . S olución de c o n d u c t o s .—Debido a que nuestros instintos sue­len estar en guerra con nuestras aspiraciones morales e intelectuales, nos es necesario modificar y reprimir muchos de nuestros deseos es­pontáneos. La lucha entre la pasión y la razón y entre el individuo y su ambiente, empieza en un período muy temprano en la vida. El niño debe aprender que no puede tener todo lo que desea. Al desarro­llar su inteligencia y su voluntad, llega a comprender que muchas de las cosas que desea de un modo físico no le satisfacen espiritual­mente. Existe una constante afirmación y renunciamiento de dere­chos conform e los ideales de la juventud se enfrentan con corrientes opuestas. Se necesita un cierto control para superar estas batallas, control que se logra mediante el desarrollo de hábitos que servirán para moderar ciertas tendencias autoafirmatívas, por una parte, y fomentar, por otra, la conducta altruista. Sólo cuando la voluntad se ha desarrollado hasta el punto de lograr dominar nuestros impul­sos y tendencias, está asegurada la v ictoria10.

10 M oohe. T. V., O. S. B .: Dynamic Psychology (como el anterior), p. IV, c. 7-9. The Driving Forcés of Human Nature (como el anterior), p, V.

Allers, E . : Self Improvement, N. Y. Benziger, 1939, p. II y III.B arret, J. F.: Elements of Psychology. Milwaukee. Bruce, 2.1 ed., 1931,

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1949, Cap. 12.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXIX

CAPITULO XXX

H A B I T O

1. CONCEPTO DE HABITO.—Hemos venido al mundo dotados de un gran número de facultades, cada una de las cuales, ejercida de un modo apropiado, representa una perfección de nuestra naturaleza. La finalidad de una potencia es el acto correspondiente. Sin embar­go, esto no siempre resulta fácil, especialmente cuando se trata del uso total y sin impedimentos de nuestras facultades sensitivas e in­telectuales. Se requiere en este caso una larga práctica, y con ella, la form ación de hábitos. Según Santo Tomás, sólo cuando la inteligen­cia y la voluntad intervienen podemos hablar de hábito en el sentido estricto de la palabra. Así vemos que existen disposiciones naturales de nuestras facultades vegetativas y de los sentidos externos que nos llevan a actuar tan pronto como el estímulo se presenta, pero éstos no son verdaderos hábitos. Los sentidos internos, los apetitos, y la potencia motora, por otra parte, pueden ser influidos por la inteli­gencia y la voluntad, y aquí, com o dice Santo Tomás, tenemos una base real para el hábito, que puede ser definido como una cualidad perm anente que se desarrolla mediante el ejercicio de la inteligencia y la voluntad y que tiende a hacernos actuar de una manera rápida, fácil y agradable. Veamos con más detalles cada uno de los rasgos de esta definición i.

I. Permanencia.—Para Aquino, lo mismo que para Aristóteles, el hábito es muy difícil de m odificar2. El Estagirita había observado que «una golondrina no hace verano» 3, y Santo Tomás añade que «una gota de agua no horada una piedra» 4. De igual modo, un solo acto no es suficiente para crear un hábito. Por otra parte, lo que es difícil de lograr debe, a su vez, ser difícil de perder, y esto es precisa­mente lo que sucede con el hábito. Su permanencia es el resultado de la plasticidad de la facultad que lo recibe. No sólo deja una huella a l producir una impresión, sino que esta facultad es capaz de retener

1 S. T., p. I-II, q. 49-61. Estas son las principales fuentes de la teoría de Santo T omás sobre el hábito.

La afirmación más clara y sucinta de A ristóteles sobre la naturaleza del hábito se encuentra en las Categorías, c. 8. La aplicación más impor­tante de su doctrina está en Etnica ad Nicomachum, L. II-V, en la que expo­ne el concepto de virtud moral en sus varias formas, L. VI, que trata de las virtudes intelectuales.

2 S. T., p. I-II, q. 49, a. 1.3 Ethica ad Nicomachum, L. I, c. 7.* S. T„ p. I-II, q. 52, a. 3.

34S Hábito

esta huella. Lo que sucede en el pasado es conservado en el presente y sirve de modelo para el futuro. Actuando gradualmente se va gra­bando tan profundamente que resulta luego muy difícil de modificar o eliminar, tal com o observa S a n to Tom ás. Como una cualidad, ade­más, el hábito significa la adición de nuevas fuerzas a nuestra pro­ductividad. Tiene algo en común con la potencia, ya que es también un principio operativo, pero difiere de ella, sin embargo, porque es adquirida y no innata. Por último, vemos que es también diferente de la disposición, que es, a su vez, un tipo de cualidad. Esta última, como dice A q u in o , es una inclinación más que una potencia, por lo que no es tan firme y permanente como el hábito. La salud y la belleza son ejemplos de disposición, y es muy fácil vernos privados de ellas. Pueden denominarse hábitos sólo en un amplio sentido de algo que se posee, pero su naturaleza es ser entitativos y no opera- cionales, o modificar la sustancia más que los accidentes de la sus­tancia. Queda claro que los hábitos a los que aludimos se refieren a nuestras facultades, que son accidentes, y cuyo interés esencial es ayudarnos a actuar.

IX. Desarrollo por la inteligencia y la voluntad.—El fundamen­to último del hábito, tal como señala Santo Tomás, es el carácter indeterminado de la mente humana. Esto es, sin lugar a dudas, el punto crítico de toda su teoría, ya que es un giro manifiesto del pro­blema a un plano intelectual de interpretación. Así, vemos que de todas las creaturas vivientes sólo el hombre es capaz de conocer de un modo abstracto, es decir, de un modo que le libera de las contin­gencias temp oro espaciales, ya que, como sabemos, una idea es la repre­sentación de la esencia de una cosa, y esta esencia puede ser el predicado de todos los individuos de una misma clase o especie, sin tomar en cuenta el tiempo, el lugar o las diferencias accidentales. Además, como el pensamiento humano puede remontarse sobre lo concreto y particular, su voluntad es también capaz de elegir o recha­zar todo valor que tengan estas mismas características concretas y particulares. Es esta indeterminación esencial de sus facultades racionales, su libertad de pensamiento y de volición la que hace que el hábito sea posible, al mismo tiempo que lo convierte en indispen­sable. De este modo, la inteligencia y la voluntad, verdaderos prin­cipios del hábito, están fuertemente necesitados de su cualidad esta­ble: la inteligencia, debido a los vastos campos de acción que se le ofrecen, seduciéndola todos a un tiempo, y la voluntad, también por la multiplicidad de valores que se le ofrecen como meta para alcan­zar la perfección. Los limites de la verdad y el bien son tan extensos que a no ser que nuestras facultades intelectuales se canalicen en una cierta dirección corremos el peligro de no cumplir nada perma­nente ni valedero. Es así que sólo después que hemos establecido estos limites podemos ampliar la esfera de su influencia, formando hábitos en las facultades sensibles y llegando luego a actuar sobre las vegetativas. El campo de acción es en conjunto bastante extenso, y la formación de hábitos, labor suficiente para ocupar gran parte de

Celi
Resaltado
reveer para utlizar la idea de esto en terapia!!!! la necesidad de encauzar la inteligencia y la voluntad en algo valedero.
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Bases del hábito 349

la vida del hombre. El proceso es condicionado sólo por las lim i­taciones de la mente sobre la materia, es decir, por el grado de con­trol que el intelecto y la voluntad son capaces de ejercer sobre nues­tras facultades cognoscitivas, orécticas, motoras y reflejas.

IIL Rapidez, f a c i l id a d y placer en la acción.—La experiencia nos enseña que existe siempre una fuerte tendencia a repetir los actos a los que estamos acostumbrados. Es así com o los hábitos nos impulsan a la acción apenas aparece el estímulo adecuado. Esto sucede espe­cialmente cuando están muy arraigados y necesitamos un esfuerzo especial de nuestra voluntad para impedir que nos hagan actuar. En estas circunstancias se distinguen difícilmente de las potencias a las que informan, y S a n to T om ás los considera como una especie de segunda naturaleza. Lo que fue lento y difícil en sus comienzos es ahora fácil y agradable. Casi nos parece imposible que hubiese un período en el que fuimos torpes, cuando vemos con qué seguridad y maestría ejercitamos actualmente nuestros hábitos, ya sea en el m a­nejo de los instrumentos el artesano, en el de los colores el pintor, de las palabras el escritor, de los sonidos el músico, de las ideas el pensador, de la oración y la mortificación el santo. Finalmente, los hábitos proporcionan placer a quien los posee, ya que mediante ellos podemos utilizar nuestras facultades del modo más perfecto posible. Desde este punto de vista pueden equipararse a fieles servidores que esperan atentos a una seña de su amo, listos para ayudar haciendo su trabajo no sólo rápida y eficientemente, sino proporcionándole liber­tad y satisfacción 5.

2. BASES DEL HABITO.— En su aspecto fisiológico, el hábito po ­see el mismo contexto orgánico que la potencia a la que perfecciona, y toda potencia, como sabemos, depende ya sea directa o indirecta­mente del funcionamiento normal del organismo. El hábito se halla condicionado particularmente por los impulsos nerviosos, el uso de ciertas vías, el desarrollo de conexiones sinápticas adecuadas, etc. Un estudio detenido de estas estructuras ha arrojado considerable luz en el mecanismo de la formación del hábito, actividad somática que existe paralelamente a la mental en este proceso. Así vemos, por ejem ­plo, que constituye una característica de la sinapsis la de ofrecer resistencia al paso original de un impulso nervioso, pero que una vez que éste ha logrado atravesar la barrera, disminuye esta resisten­cia en los cruces futuros. Si la conexión entre los centros corticales no ha sido establecida por el desarrollo interno del sistema nervioso, es posible, dentro de ciertos limites, producirla mediante el ejercicio. Desde el punto de vista orgánico, pues, el aprendizaje consiste en la formación de nuevas vías en el sistema nervioso central y en la elimi­nación gradual de los obstáculos de la sinapsis. Si un hábito cae en desuso, la resistencia sináptica reaparece y el proceso debe empren­derse nuevamente. Por consiguiente, vemos que existen dos etapas en el desarrollo fisiológico del hábito: la primera es la adquisición

5 S. T., p. I-II, q, 49, a. 1-3; q. 50, a. 1-5; D. V. G., a 1 y 6.

Celi
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350 Hábito

de vias de preferencia para la conducción del impulso nervioso, y la segunda, el reforzamiento de las conexiones sinápticas de modo que las vías preferidas puedan hacerse perm anentes6.

En su aspect» psicológico, el hábito se explica como un fenómeno de reviviscencia. Es un hecho de observación común que los actos pasados, especialmente los más recientes, tienen tendencia a recurrir. Aunque sea solamente un contenido parcial el que reaparezca, existe la tendencia a repetir la experiencia total a la que pertenece este contenido. La intensidad de la recurrencia depende de la extensión en que las tendencias asociativas armonicen con los impulsos actuales de la conciencia. La ley general es la de repetir las experiencias en el mismo orden y disposición con que se presentaron originalmente. Claro que esto conduce a facilitar nuestros actos, especialmente des­pués que nos hemos habituado a utilizar los mismos tipos de respuesta ante determinados estímulos 7.

3. TIPOS DE ÍL4B/TO.—Siguiendo las enseñanzas de S an to T o ­m á s , podemos clasificar los hábitos en tres grupos generales. En pri­mer lugar, está la serie somáticü, en la que la influencia de la inte­ligencia es menos notoria. Está formada por reflejos condicionados, en los que nuestros actos vegetativos se coordinan principalmente con el fin de humanizar estos procesos y contribuir al bienestar indivi­dual y social. Estos hábitos actúan espontáneamente, es decir, se hallan dotados con lo que A quino denomina disposición natural para funcionar de un modo eficiente, aun en ausencia de control cons­ciente. A continuación, viene la serie psicosomàtica. En ella se inclu­yen los hábitos que la inteligencia y la voluntad forman en los senti­dos, los apetitos y la potencia motora. El grado de éxito en la produc­ción de hábitos en las potencias de naturaleza sensitiva, depende del grado de resistencia que ofrece en ellos la materia al efecto liberador de la mente. Por último, se encuentra la serie psíquica, que abarca nuestros hábitos intelectuales y volitivos. El esquema que aparece a continuación no contiene una enumeración completa de los hábitos, pero señala los grupos principales por orden de importancia. Al mis­mo tiempo, proporciona al estudiante una idea general del modo como A qu in o incluiría las agrupaciones de los psicólogos modernos en «n propio sistema.

4. EVOLUCION DEL HABITO.—Los factores que intervienen en la form ación y el desarrollo de un hábito son esencialmente los mis­mos. Ellos comprenden, en primer lugar, un objeto apropiado sobre el que el hábito va a actuar8; en segundo lugar, una serie de pruebas

6 Bentley, M. A.: Psychology for Psychologists. Psychologies of 1930. Edit, por Murchison. Worcester. Clark University Press, 1930, p. 111. San- diford. P.: Educational Psychology. N. Y. Longmans Green.l 928, p. 104.

7 De la Vaissiere, J., S. J.: Educational Psychology. Trad, por S. A. Rae- mers. St. Louis. Herder, 2.“ edición, 1927, p. 235. Maher, M., S. J.: Psycho­logy. London, Longmans Green, 9* edición, 1926, pp. 338-90.

8 Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N, Y. Macmillan, 1941, páginas 272-74. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960,

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352 Hábito

o actos ejecutados con torpeza en los que la potencia Intenta familia­rizarse con el objeto antes de efectuar los reajustes físicos y menta­les que la situación requiere; en tercer lugar, un éxito parcial del proceso; en cuarto lugar, un éxito completo en el que se logra la maestría del hábito. La cuarta etapa ha originado algunas divergen­cias de opinión entre los investigadores. Según H a r v e y C a r r , la fija­ción final del hábito es debida a la frecuencia con que se ejecuta el acto, a lo reciente de esta ejecución y a la intensidad. W a t s o n opina que la frecuencia y lo reciente del acto es suficiente para explicar el fenómeno, mientras que T h o r n d ik e sostiene que basta con la fre­cuencia del acto y el placer con que se ejecuta s. En los tres casos hay acuerdo general sobre la necesidad de la repetición. Esta es también la opinión de A q u in o , auuque él hace además dos observaciones. La primera es que ciertos hábitos se desarrollan con más facilidad eñ unas personas que en otras. Esto puede ser debido a unos sentidos mejor dotados, a un organismo más perfecto en general, en cuyo caso es explicable que los hábitos se adquieran con un entrenamiento más corto. La segunda observación se relaciona con el hábito de los pri­meros principios, o comprensión, que no depende de la repetición, pero que es desarrollado por el intelecto tan pronto como éste percibe la realidad. Esta es seguramente la excepción que confirma la regla, puesto que lo natural es que la adquisición del hábito dependa gene- nalmente de la repetición 10.

5. REFUERZO Y DEBILITAMIENTO DEL HABITO.—Un hábito puede hacerse más fuerte o más débil en relación con el uso que hacemos de él. Nuestro conocimiento de una ciencia determinada, por ejemplo, es reforzado objetivamente en proporción con el núme­ro de hechos, teorías y leyes a las que se extiende, y subjetivamente, cuando los exámenes repetidos de sus contenidos nos dan visión más profunda de los mismos. El reforzamiento se consigue, por lo tanto, del mismo modo como adquirimos el hábito, o sea, mediante la repe­tición, mediante la ampliación de su objeto, el estudio de los detalles, etcétera. El debilitamiento, por otra parte, es el resultado de actos que no poseen la intensidad suficiente. Dichos actos se hallan tan por debajo del umbral, que el hábito termina por cesar de funcionar. Repitamos, pues, con A q u in o : «Si la intensidad de un acto es pro­porcional a la intensidad del hábito o es mayor que él, entonces lo refuerza o tiende a su reforzamiento. Podemos establecer compara­ción con el crecimiento corporal: cada bocado no se transforma en tejido nuevo automáticamente, pero la ingestión continuada de ali­mentos conduce al aumento de tamaño del cuerpo...; así también la repetición de un acto conduce al crecimiento del hábito. Por otra

* Carr, H. A.: Psychology. N. Y., Longmans Green, 1927, pp. 106-08. W at- bon, J. B.: Psychology from the Standpoint of a Behaviorist. Phila. Lippin- cott, 2.1 edición, 1924, pp. 314-16. T horndike, E. L.: Animal Inteligence. N. Y. Macmillan 1911, p. 224.

10 S. T., p. I-II, q. 51, a. 1-3; D. V. G.t a. 8 y 9.

Teorías sobre el hábito 35S

parte, si el acto no alcanza a medir la Intensidad del hábito, no sólo tiende a estabilizar su crecimiento, sino además a disminuirlo» 11

¿Puede un hábito fortalecer o debilitar a otro? La respuesta de S a n t o T o m á s es afirmativa. A favor del refuerzo señala el hecho de que ciertos hábitos pueden originarse de una misma facultad, y al­gunos de sus beneficios se derivan precisamente de su existencia conjunta. Por ejemplo, podemos hallam os versados en varias ramas del saber científico o filosófico, cada una de las cuales refuerza nues­tro conocimiento de las demás. A favor del debilitamiento existe el hecho frecuentemente experimentado de ver nuestros buenos hábitos debilitarse y aun suprimirse por el antagonismo de los malos hábitos. La única excepción a esta regla es el hábito de comprender, que ya hemos mencionado, ya que la oposición a este primer principio es equivalente a una negación de la inteligencia humana. El caso varía respecto a las conclusiones que se obtienen de los primeros principios, ya que aquí podemos hallar una ciencia falsa que se oponga a una verdadera. El conflicto entre los buenos y malos hábi­tos aparece con más frecuencia en el nivel moral, donde la razón y el instinto se hallan generalmente en franco desacuerdo, pero en estos casos disponemos de las armas necesarias para ejercer un control adecuado y eliminar así los rasgos indeseables*2.

6. TEORIAS SOBRE EL HABITO —Veamos a continuación algu­nas de las explicaciones que dan los psicólogos modernos del hábito, estableciendo de este modo una comparación con el concepto de A qoitto.

I . I n t e r p r e t a c ió n b e h a v io r is t a .— El hábito tiene una enorme im­portancia para el psicólogo behaviorista. W a t s o n dedicó largos y penosos esfuerzos a su estudio, llegando a la conclusión de que éste, com o el instinto, puede reducirse a reflejos, sistematizarse y funcionar de un modo seriado cuando el organismo se enfrenta con determina­dos estímulos. La única diferencia existente entre el hábito y el ins­tinto en realidad es su origen: el instinto es innato, mientras que el hábito se adquiere a lo largo de la vida individual. Todos los hábitos del hombre se hallan comprendidos en estos tres grupos: el grupo manual, que incluye los actos del tronco y las extremidades; el grupo visceral, que comprende todas las respuestas de tipo emocional, y el grupo laríngeo, que abarca los hábitos del lenguaje y del pensamien­t o 13. La respuesta del psicólogo da una explicación similar, excepto en que la interpreta en términos de arcos sensitivo-motores en vez de refle jos14. Este tipo de teorías pueden servirnos de ayuda para expli­car la base somática de la formación de los hábitos, aunque no nos

11 S. T., p. I-II, q. 52, a. 3.12 S. T., p. I-II, q. 53.13 W atson, J. B.: Behavior. An Introduction to Comparative Psycholo­

gy. N. Y. Holt, 1914, pp. 184-85.14 Langfeld, H. S.: «A Response Interpretation of Consciousness», Psy­

chological Review, 1931, 38, p. 87-108.B R m N M T , 2 3

354 Hábito

sirvan para interpretar las fases psicológicas del proceso. Además, es un error querer reducir nuestros hábitos intelectuales a manifestacio­nes puramente reflejas o a la compleción de arcos sensitivo-motores.

II. I n t e r p r e t a c ió n p s ic o a n a l ít ic a .—Freud, también, ha dicho mu­cho sobre el hábito, y, en consecuencia con el esquema básico de su teoría, lo incluye en el concepto más amplio de instinto. El hábito es para él el resultado de una especie de repetición-compulsión, es decir, de un sentimiento que nos fuerza a repetir ciertas experiencias una y otra vez. El proceso se manifiesta especialmente en la reproducción de tensiones emocionales pasadas que recurren de un modo espon­táneo, independientemente del placer o desplacer que llevan consigoo del valor que tengan para nosotros individualmente 15. Tenemos aquí la misma visión limitada del problema que en el caso de los behavioristas, y la misma dificultad para comprender el papel de la inteligencia y la voluntad en la formación del hábito. Además, según las ideas freudianas, estar en posesión de hábitos parecería implicar la existencia de una estructura anormal en nuestra conducta, ya que éstos son el resultado de compulsiones, las cuales no son fenómenos normales.

m . I n t e r p r e t a c ió n h ó r m ic a .— La psicología hórmica se interesa por todas las tendencias generales del hombre, de las que el hábito es probablemente una de las más importantes. Según la explicación de M cD o d g a l l , hay una inclinación Innata en nosotros a repetir los actos que hemos ejecutado alguna vez y con cada repetición esta realiza­ción se va haciendo más fácil cada vez. Esto forma parte de su desarro­llo gradual, e ilustra la estructura finalista que yace detrás de toda la actividad del organism o16. Este punto de vista no contiene ninguna novedad en especial, solamente refuerza la opinión de A qütno de que el hábito no sólo empieza siendo natural, ya que nace de una ten­dencia latente originalmente en la potencia, sino que termina tam­bién siendo natural, cuando se ha hecho tan perfecto que no lo dis­tinguimos del acto espontáneo. La finalidad del hábito es la misma que la de la vida humana en general, y ésta es la opinión de McDou- g a l l y sus discípulos que se relaciona más estrechamente con el con­cepto del hábito de S a n t o T o m á s .

7 . CONTROL DE LOS HABITOS. I . C u l t iv o de h á b it o s d e s e a ­b l e s .— Es imposible calcular el valor de un método en la formación de

15 F reüd, S.: Beyond the Pleasure Principie. T ra d . p o r C. J. M. H u b b a c k . N. Y. Boni y Liveright, 1934.

H endrick , I.: Facts and Theories of Psychoanalysis. N. Y. K n o p f , 1934,p á g in a 103. E n r e la c ió n c o n e s to Q u i s i e r a m e n c io n a r qu e m ie n tr a s que la la b o r d e F reud y sus d is c íp u lo s h a a y u d a d o a o r ie n ta r o tr a vez a la p s ic o ­lo g ía m o d e r n a h a c ia u n a v is ió n p e r so n a lis ta y to ta l d e l h o m b re , el re tra to qu e h a c e n lo s p s ico a n a lis ta s d e la p e r so n a lid a d h u m a n a es m á s b ien p a ­to ló g ic o que n o rm a l, y a q u e d esd e sus c o m ie n z o s e l in te ré s d e l p s ico a n á lis is se c e n tr ó en la s m a n ife s ta c io n e s d e d e se q u ilib r io d e l ser h u m a n o .

18 M c D o u g a l l , W.: An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce, edición revisada. 1926, p. 354 ss. An Outline of Psychology. London Methuen,3.» edición, 1926, c. 6.

Control de los hábitos 355

los hábitos. W i l l i a m J a m e s ha dado una extensa explicación sobre sus opiniones respecto a este punto, que resumimos aquí. En primer lugar, la tarea de desarrollar el hábito debe ser emprendida con una inicia­tiva tan enérgica como sea posible. Esto quiere decir que debemos colocarnos deliberadamente en circunstancias favorables al desarro­llo de éste. Una vez que hemos cogido impulso, corremos mucho menos peligro de fracasar en nuestro intento. En segundo lugar, no debé permitirse ninguna excepción hasta que el hábito recién adquirido se haya arraigado profundamente en nuestras vidas. El entrenamien­to debe, pues, ser constante si deseamos progresar de una manera satisfactoria. En tercer lugar, debemos aprovechar todas las ocasiones posibles para ejercitar el hábito, incluso si se hace sólo por placer. La repetición del acto es esencial para el progreso y es el único camino que existe17. Como dice A r is t ó t e l e s : «Uno se convierte en construc­tor solamente construyendo, y en tañedor de lira, solamente tañén­dola» 1S. La razón es muy sencilla, puesto que la tendencia a actuar de un modo habitual sólo se fija en proporción con la frecuencia con que se repite el acto.

EL. E l im in a c ió n de h á b it o s in d e s e a b l e s .— R o b e r t W o o d w o r t h se­ñala, muy ciertamente, que el mero deseo de olvidar los hábitos des­agradables no es suficiente, por lo menos en la mayoría de los casos Siempre es necesaria la actuación. En primer lugar, debemos ser com ­pletamente conscientes de nuestra aversión por dicho hábito, y esto no siempre es fácil, puesto que solemos tender con frecuencia a pasar por alto nuestros propios defectos. En segundo lugar, una vez fam i­liarizados con los que deseamos suprimir, debemos actuar enérgica­mente para crear el hábito opuesto 19. Este método hallaría la apro­bación inmediata de A q u in o , que, como hemos visto, sugiere que debe­mos fortalecer los actos que se oponen a un hábito determinado cuando pretendemos extirparlo. Debemos señalar, sin embargo, que el hecho de que un hábito sea indeseable no implica que sea moralmente malo. Una postura inadecuada, por ejemplo, o el conocimiento incom ­pleto de una materia, no son ciertamente cosas de las que podemos enorgullecemos, pero tampoco implican infracción alguna a la ley moral.

Knight Dunlap sugiere una línea de conducta diferente a la de Woodworth. Estudiando el hábito descubrió, igual que Aquino, que no todo acto sirve para reforzar el hábito. Según él, si nos hallamos en profundo desacuerdo con algún rasgo indeseable, la repetición lenta y consciente de los actos que lo originaron puede llegar a ser un medio real para liberarnos de él. Supongamos, por ejemplo, que tene­mos el hábito, al escribir a máquina, de golpear las letras rte en vez de tre: Cometiendo deliberadamente el error un cierto número de veces, manteniendo nuestra atención centrada en lo desagradable que

17 James, W.; Psychology. N. Y. Holt, 1892, pp. 145-50.Ethica ad Nicomachum, L. II, c. 1.

i '1 W oodworth, R, S.: Psychology. N. Y. Holt, edición revisada, 1929, pá­ginas 176-77.

356 Hábito

este defecto nos resulta, es muy probable que lleguemos a hacerlo desaparecer. D u n l a p logró, efectivamente, este resultado en un expe­rimento. Otro caso práctico, estudiado en su laboratorio, fue el de un sujeto que tenía el hábito de tartamudear. Se le indicó primero que observase detalladamente cómo utilizaba sus órganos vocales. A con­tinuación, DmsrLAF le hizo reproducir conscientemente su manera de­fectuosa de hablar, analizándola minuciosamente y señalándole en detalle cada uno de sus fallos. Por último, animó al sujeto a repetir todos sus errores hasta que éste logró hacerlo tan perfectamente como si el tartamudeo fuese espontáneo. Los resultados fueron muy favo­rables y se logró por ñn eliminar el hábito 20. Debemos añadir que este método, que parece digno de un ensayo serio, no ha sido empleado con mucha frecuencia. Su uso sería limitado, de todo modos, ya que muchos casos de tartamudeo obedecen a causas psicológicas profun­das y no simplemente a una mera dificultad para controlar la activi­dad de los órganos de la vocalización.

8. FUNCION DEL HABITO EN LA VIDA MENTAL — Al nacer, nuestros actos suelen ser en su mayor parte de tipo reflejo o vegeta­tivo, pero no bien han pasado unas semanas, ya podemos descubrir el esbozo de varios hábitos. Estos modos de respuesta adquiridos con ­sisten principalmente en movimientos coordinados de la cabeza, el tronco y las extremidades y ensayos de utilización de los órganos de los sentidos. Todo esto conduce a nuestro bienestar, ya que, como los psicólogos señalan, si nuestros actos no tendiesen a convertirse en hábitos, incluso las operaciones más simples llegarían a agotarnos. Desde que el cuerpo y los miembros se desenvuelven libremente, pode­mos dirigir nuestra atención al desarrollo de los sentidos internos, todos los cuales poseen misiones importantes en el perfeccionamiento de la razón y de la voluntad. Sin todo ello, además, no hay posibilidad de progreso intelectual.

El beneficio es mutuo, en realidad, ya que con el desarrollo del entendimiento y la voluntad la labor de los sentidos puede sistema­tizarse y perfeccionarse. Los hábitos intelectuales empiezan a for­marse, y con el conocimiento aparece la tarea de ejercitar la voluntad en la virtud. Este proceso es limitado, pudiendo continuar hasta el fin de nuestras vidas, y como consecuencia de él adquirimos facilidad y gracia en nuestros actos—ya sean de naturaleza oréctica, cognosciti­va o motora— , hasta el punto que resulte muy difícil diferenciarlos de los actos de puro automatismo. Como observa J a m e s , refiriéndose al aspecto irreflexivo de la mayoría de nuestros movimientos: «Al vestirnos y desvestimos, al comer y al beber, al saludar y dar la acera a las señoras y aun al emplear muchas expresiones corrientes en el lenguaje utilizamos una conducta que podría considerarse casi como refleja» 21.

20 D unlap, K . A .: Revision of the Fundamental Law of Habit Formation. Science, 1928, 67, p p . 360-62.

31 James, W .: Talkt to Teachers. N. Y . H o lt, 1899, p . 65-66.

Bibliografía 357

Aquino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I-H, q. 49-54.A r i s t ó t e l e s ; Categorías. Cap. 8.B r e n n a n , R . E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,

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Morata, Madrid, 1963.Curran, C. A.: Counseling in Catholic Life and Education. New York, Mac­

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Ed. esp.. Morata, Madrid, 1984.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXX

CAPITULO XXXI

E L Y O

1. CONCEPTO DEL YO. — El estudio del yo com o una entidad científica ha sido algo descuidado por los psicólogos hasta hace muy poco tiempo. Quizá una de las razones de la renovación del interés por este fascinante tema sea la labor de los higienistas mentales, como F r e c d y sus discípulos, cuya ambición especial ha sido la de inves­tigar el aspecto anormal de la naturaleza humana e idear medidas adecuadas para su readaptación.

La orientación general de la psicología moderna hacia una pers­pectiva personalista puede ser también otra de las razones, asi como el interés desarrollado hacía todo tipo de pruebas y mediciones. Final­mente, y de un modo indirecto, el crecimiento de la medicina psico­somàtica ha ejercido indudablemente cierta influencia en la configu­ración de los programas de investigación que ahora existen en todo laboratorio bien organizado. De un modo u otro, el problema del yo, con todas sus proyecciones y sus matices significativos, no puede ya de ningún modo ser ignorado. Empezaremos, pues, por la suposición de que hay algo que podemos denominar ego o conciencia del yo, al cual referimos todos nuestros actos, ya sean vegetativos, sensitivos o intelectuales. Lo que es efectivamente el yo será explicado a conti­nuación, pero podemos definirlo desde ahora com o: la conciencia individual del sí mismo como un principio de acción.

2. DISTINCIONES DEL EGO.— Existen tres significados distintos del término ego o yo, todos ellos necesarios para la correcta com ­prensión del mismo.

I. Yo p s i c o l ó g i c o .—'El yo psicológico representa la integración de todas nuestras potencias, hábitos y actos, reunidos y organizados de tal modo que permiten diferenciar a un individuo claramente de los demás. Dicho más brevemente, el yo representa la propia personali­dad: una estructura interna de la mente combinada con determina­dos atributos permanentes que revela qué tipo de hombre se es. Puede ser considerada desde un punto de vista privado cuando se refiere a la vida y a las actividades internas del individuo, como cuando decimos, por ejemplo: «Es una persona muy timida y solitaria», o desde un punto de vista público, cuando expresa la relación del individuo con su ambiente, como al decir: «Es una persona muy sociable» i.

1 L indworsky, J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de S ilva. N. Y. Macmillan, 1931, p. 284.

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360 El yo

II. Yo m o r a l .—El ego o yo moral, com o su nombre indica, se refiere al aspecto ético de los actos. Se le suele denominar carácter. El interés se centra aquí más en la voluntad que en la inteligencia. Así, la personalidad se refiere básicamente a los hábitos de naturaleza cognoscitiva teniendo como eje el intelecto, el carácter se refiere esen­cialmente a los hábitos orécticos, agrupados alrededor de la voluntad. Utilizando nuestro cerebro podemos desarrollar nuestra personalidad, pero nuestro carácter depende del sentimiento y de la fuerza de nuestras inclinaciones. Una persona puede tener una sonrisa agra­dable, una conversación correcta y un ingenio despierto; puede ves­tirse con elegancia y comportarse con distinción. Por todo esto puede considerarse que tiene una personalidad agradable; pero, a no ser que posea ciertas cualidades morales, nadie podrá decir que tiene buen carácter. A la larga, por supuesto, es el carácter el que tiene más valor, y el problema de la adquisición de un sólido carácter es de tal importancia que dedicaremos el capítulo siguiente por com ­pleto a su estudio 2.

III. Yo o n t o l ò g i c o .—Si poseemos facultades y hábitos, personali­dad y carácter, debe existir un fundamento para todos ellos: algo en lo que se hallen arraigados en última instancia y que actúe como su fuente de origen, y eso es precisamente lo que se entiende por el ego o yo ontològico. S a n t o T o m á s lo llama persona, y, siguiendo las ense­ñanzas clásicas de B o e c io , lo define com o: una sustancia individual de naturaleza racional3. Este es un concepto filosófico y también una verdad profunda, pero armoniza perfectamente con el significado vulgar de una aserción tal com o: «Juan Pérez es una persona.» Esto es debido a que suponemos que Juan Pérez es un individuo que existe por derecho propio y no puede ser confundido con ningún otro, que pertenece a la categoría de las sustancias y no de los accidentes, y que dicha sustancia posee la facultad de pensar y de querer. La persona, en resumen, es a lo que se refiere el científico al hablar del yo puro. Es también a lo que el hombre de la calle se refiere cuando dice al hablar: Yo veo, o Yo siento, o Yo sé, porque el Yo en todos estos casos no es solamente el sujeto lógico de la frase, sino el sujeto onto­lògico de cada acto. La presencia del ego como fondo de todos nues­tros actos es tan evidente como nuestra propia existencia. Aun nues­tras experiencias más superficiales que se suceden en un instante y luego se desvanecen, deben pertenecer a un substrato que ni viene ni se marcha, sino que se halla presente continuamente desde el mo­mento en que comenzamos a vivir como seres humanos.

En el desarrollo gradual de la mente, sin embargo, el término yo es utilizado por vez primera por el niño en un sentido personal, ya 3ea privado o público, como consecuencia de su contacto con la genteo con el medio que lo rodea. Pero, al desarrollar su inteligencia, apren­de a pensar en sí mismo como un individuo separado de los otros y

3 Brennan, R- E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941, páginas 291-93. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.

* S. T., p. I, q. 29, a. 1.

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Exptriencia del yo 361

capaz de actuar de un modo personal. Lo que refleja en este caso, aun de un modo inmaduro, está más en relación con el yo puro que con sus manifestaciones de carácter y personalidad. Queda claro, pues, que el yo puro u ontològico es el núcleo o raíz de los demás significados de la palabra 4.

3. EXPERIENCIA DEL YO. I. Ob servació n s im p l e .—Las afirma­ciones de algunos psicólogos de que el ego o yo no es más que un conjunto de sensaciones, imágenes, sentimientos, etc., son opuestas tanto a la experiencia corriente como al testimonio de la Humanidad en general. Porque no existe ningún dato consciente, ya sea de origen sensitivo o intelectual, que aparezca en el campo de la conciencia sin que nos produzca la sensación de ser algo nuestro, de que nosotros so­mos sus dueños además de sus creadores, y de que somos responsables de él. La memoria me prueba, adenras, que yo soy el mismo individuo que ha existido hace diez, veinte o treinta años; y que, mientras los fenómenos conscientes presentan un flujo constante, hay algo tras ellos que los mantiene unidos, proporcionando una base segura y per­manente a la afirmación de que me pertenecen. La extensión de di­chos fenómenos abarca desde las más simples percepciones a las más complejas formas de pensamiento, desde los sentimientos más ele- mentales a las decisiones de más envergadura. Sin embargo, tengo el

1 S. T., p. I, a- 29; p. III, q. 2, a. 1-3, y q. 16, a. 12; D. P. D, q. 9, a. 1-3; O. G., 1. IV, c, 35. De Uníone Verbi Incarnati, a. 1, El desarrollo del con­cepto de persona ha llamado la atención sobre ciertos problemas. Mencio­naremos aquí dos de ellos. El primero se refiere a la diferencia real que existe entre persona y naturaleza. Quizá el modo más concreto de expresar esta diferencia es diciendo que el hombre es una persona, pero posee una naturaleza. La idea de persona como un principium quod, por consiguien­te, es mucho más importante que la de naturaleza como un principium quo. Esta última es un principio de movimiento o de acción, mientras que la primera es un principio de existencia. Sin embargo, la naturaleza de una cosa, por medio de sus facultades, determina el tipo de acción que el objeto ejecuta. Así, por ejemplo, el hombre puede pensar porque posee una naturaleza racional, y a causa de que posee esta naturaleza, es una persona. La diferencia efectiva entre persona y naturaleza fue el descu­brimiento de los filósofos cristianos, que se dieron cuenta, por medio de la fe, de que Cristo tenia naturaleza humana, pero no era una persona humana.

El segundo problema se refiere a la determinación última de la natu­raleza racional, que, cuando se halla presente, constituye una persona. Este punto fue debatido durante siglos, pero la mayoría de los discípulos de Santo T omás infieren su opinión de un pasaje de su tratado: Sobre el Poder de Dios (q. 9, a. 3), en donde dice que «persona significa una cierta naturaleza perfeccionada por un cierto modo de existencia». (Ver tam­bién a. 2, r. a obj„ 1 y 2.) Este modo de existencia, que es un modo de subsistencia, tiene una triple tarea que ejecutar en relación con la natu­raleza a la que perfecciona. En primer lugar, prepara a la naturaleza para recibir su propia existencia; en segundo lugar, para incluir la naturaleza dentro de si misma, y así, en tercer lugar, convertir a la naturaleza en incomunicable. Para una ampliación del tema, ver: G arrigoü-L agrange, R, O. P.: Reality. Trad. por P. Cummins, O. S. B. St. Louis, Herder, 1950, c. 33 y 58. M aritain , J.: Existenee and the Existent. Trad. por L. G alantjere y G. B. Phelan, n. Y. Pantheon, 1948, pp. 62-68.

362 El yo

convencimiento interno, sin necesidad de argumento alguno de que cada uno de estos datos es sólo una parte de la estructura total de mi historia personal, que no puede ser buscado su origen en ningún principio exterior a mí, y que se revela, de hecho, sólo en el interior de mi propia experiencia concreta. Esto no significa, sin embargo, que yo no llegue a la concepción de mi ego por un proceso de abstracción. Si yo no poseyese la facultad de reflexionar sobre lo que acontece en mi conciencia y de llevar lo implicado en mis pensamientos hasta sus últimas conclusiones, sería incapaz de captar en absoluto la idea de un ego o yo como un substrato permanente de todo lo que sucede en mi interior. En resumen, si elimino la razón del contexto de mi histo­ria pasada y presente, continuaría siendo un sujeto que experimenta, pero no un yo, tal com o sucede en las formas puramente animales de conciencia.

II. O b s e r v a c ió n c ie n t íf ic a .—La evidencia de la conciencia del yo puede tener su origen en varias fuentes cientíñcas. W i l l ia m McDou- g a i x , por ejemplo, sostiene que el conocimiento del yo como una rea­lidad idéntica y continuamente existente «se basa en nuestras expe­riencias de esfuerzo, de dedicación de energías en la persecución de nuestros objetivos. Se piensa en uno mismo como en un ser que conoce y lucha, goza y sufre, recuerda y espera» 5. C h a r l e s S p e a r m a n atribuye nuestro concepto del yo a la experiencia inmediata. Discutiendo el tema en su trabajo sobre la inteligencia, afirma enérgicamente que «cualquier psicología del conocimiento no logra explicar la aprehen­sión universal del yo, se halla con toda certeza desfigurada por una grieta tan amplia y profunda que la hace impotente para explicar satisfactoriamente aun el más simple hecho, ya sea de la vida ordi­naria o del laboratorio» 6. La estrecha relación que existe entre el acto de elección y la conciencia del yo ha sido afirmada por varias líneas de investigación. Así, por ejemplo, la fórmula de Ach: «yo deseo real­mente», o la de A v e l i n g : «adopción por el yo... del motivo o motivos para la elección de una de las alternativas»; o la de M cD o u g a l l : «mantenimiento de una conación por la cooperación de un impulso, excitado dentro del sistema nervioso, del sentimiento del yo». Hasta el testimonio indirecto que representa el «super-yo» freudiano, que fundamenta nuestra moralidad en el respeto a las costumbres de la Humanidad, todas constituyen fuentes de inform ación independien­tes que convergen en el concepto del yo, tal como se manifiesta en la actividad volitiva. Este notable acuerdo de opiniones, procedentes de científicos de sistemas psicológicos radicalmente distintos, es uno de los resultados más impresionantes que nos puede ofrecer la investi­gación. Es tanto más sorprendente cuanto que representa un impor­tante cambio de actitud, especialmente si lo comparamos con el punto de vista de H u m e , S p e n c e r , A l e x a n d e r B a in y G e o r g e L e w e s , para

s McDoügall, W.: An Outline of Psychology. London, Methuen, 3.a edi- eión, 1926, p. 426.

6 S p e a r m a n , C.: The Nature of «Intelligences> and the principles of Cogni­tion. London, Macmillan, 2.a ediclón, 1927, p. 54.

Introspección del yo 363

quienes el yo no era casi otra cosa que una asociación del producto de los sentidos y de los apetitos, capaz de desaparecer en cuanto la asociación se desintegrase 7.

4. NATURALEZA SUSTANCIAL DEL EGO ABSOLUTO. — Según S a jít o T o m á s , el intelecto conoce su existencia por cada acto que e je ­cuta. El ego ontològico, por el contrario, no es percibido por dicha actividad reflexiva s. Tanto su existencia como su naturaleza se com ­prenden sólo por inferencia, puesto que éste no es un principio de operación, sino un ente: el principio final en el que nuestros actos, potencias y hábitos hallan su soporte y su sujeto esencial. Ahora bien: lo que sirve de base a otros objetos, pero que no necesita a su vez de ésta, es una sustancia. El concepto de sustancia, sin embargo, se revela sólo gradualmente al ponerse nuestra mente en contacto más directo con la realidad. Así vemos que nuestra experiencia de los cuerpos nos lleva a postular un portador en el que las cualidades que percibimos— color, gusto, fragancia, peso, etc.—se hallen contenidas. Partiendo de este tipo de consideraciones, pasamos gradualmente a comprender y aceptar la idea de una base permanente de todos los atributos que hallamos en nosotros, y así, finalmente, nos vemos for­zados a deducir que el yo psicológico y el moral son simplemente manifestaciones externas de un yo central que no es un accidente, sino un portador de accidentes, que no es operacional, sino el sujeto de las operaciones; en resumen, de un yo de naturaleza ontològica. S a n t o T o m á s , com o hemos visto, se refiere a él como una sustancia de naturaleza racional, puesto que la razón es su propiedad más elevada. Como consecuencia de la razón, aparece la libertad, convirtiendo al yo en sagrado e inviolable. En cuanto persona, pues, el hombre es una criatura independiente que piensa y actúa por sí misma. Es el for­jador de su propio destino, puede usar o abusar de sus facultades a su gusto, pero carga siempre con la responsabilidad de todos sus actos ®.

5. INTROSPECCION DEL YO. I. S e c c ió n t r a n s v e r s a l . . — La vi­sión instantánea de la conciencia revela la vasta complejidad de sus elementos. Leonard Troland nos ha proporcionado un buen resumen de lo que aparece en un momento dado a la introspección. Una sección transversal nos revela: primero, el reconocimiento de las cualidades sensibles de los objetos, su color, su olor, su sonido, etc.; en segundo lugar, la disposición especial de estas percepciones dentro del tiempo y del espacio; en tercer lugar, factores subjetivos de la experiencia, como sentimientos, recuerdos, pensamientos y decisiones que surgen

7 Flugel, J, C.: A Hundred Years of Psychology. N. Y. Macmillan, 1933, páginas 238-39. Aveling, F.: Sí. Thomas and Modern Thought. Sí. Thomat Aquinas. Editado por C. Lattey, S. J. Cambridge, Eng. Heffer, 1925, p, 126.

8 S. T., p.' I, q. 87, a. 1; D, V., q. 10, a. 8 y 9. Ver también Maritain: The Degrees of Knowledge. Trad. por B. W all y M. R. Adamson. N. Y. Scribners, 1938, pp. 103-09 (notas al margen).

9 Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941, páginas 280-90. Éd. esp. Morata, Madrid, 1960.

364 El yo

por el estimulo de las percepciones sensoriales; en cuarto lugar, ei establecimiento de relaciones ulteriores entre los elementos proce­dentes, y en quinto lugar, los cambios que sufren estas relaciones 10. Después de efectuar un análisis ele este tipo, conviene recordar que los múltiples aspectos de la conciencia se estudian sólo como abs­tracciones de una experiencia total que es única, tal como el yo onto­lògico en que se basa.

II. S e c c ió n l o n g it u d in a l .—Ai observar el contenido de la con­ciencia en sentido longitudinal, es decir, en su sucesión temporal, la experiencia es diferente. Tenemos la impresión de un fluir, desde un punto a otro, sea éste de la duración que se desee : tanto un día, como un año, como toda una v id a 11. La introspección, tanto la vulgar como la científica, nos inform a que el curso de la experiencia se desliza de un modo ininterrumpido. Además, puesto que el hecho de percibir conscientemente tal o cual dato se halla indisolublemente unido al yo, que es su sujeto (yo veo, yo siento, yo pienso, etc.), debemos tam­bién percibir la continuidad de este último desde un momento dado al siguiente. Esto sucede especialmente en el caso de la memoria, en el que dos hechos que no tienen relación interna alguna entre sí, al ser evocados, los consideramos a ambos como pertenecientes a nues­tra propia experiencia sólo porque reconocemos la identidad del yo actual con la del yo que experimentó estos mismos sucesos en el pasado. Este acto de identificación no significa, sin embargo, que seamos conscientes de un modo efectivo del substrato que representa nuestra persona o nuestro ego ontològico, sino que es sólo una infe­rencia a la que se puede llegar por medio de la lógica, pero que co ­rrientemente damos por supuesta a priori, basándonos en el sentido com ún12.

Puede surgir la objeción, en el terreno fisiológico, de que si el organismo está continuamente sujeto a cambios materiales, el ego absoluto u ontològico debe afectarse por dicha contingencia. El cuer­po, por supuesto, es esencial para nuestra naturaleza humana, de modo que si éste no es inmutable, ¿cóm o puede serlo la persona? Este problema fue previsto por S a n t o T o m á s , que lo afrontó y solucionó con su clásica claridad intelectual. Así, por ejemplo, si consideramos al protoplasma sólo desde el punto de vista material, vemos que, como todas las cosas materiales, está sujeto al cambio, representado por los procesos anabólicos y catabólicos necesarios para el almace­namiento y la liberación de energías. Pero si consideramos a este mismo protoplasma desde el punto de vista de su naturaleza, siempre retendrá su identidad original, puesto que será siempre un cuerpo específicam ente hum ano13.

10 Trolawd, L. T .: The principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nos­trand, 1929, Vol. I, p. 87.

11 Troland, L. T.: Op. cit., p. 89.12 L i n d w o r s k y : Op. cit., pp. 236-87.13 S. T„ p. I, a. 119, a. 1, r. a obj. 2.

Cambios fenoménicos 365

6. CAMBIOS FENOMENICOS DEL EGO.—Aparte de la naturaleza permanente y sustancial del ego absoluto, tenemos pruebas abundan­tes de que varias personalidades o formas de carácter pueden coexistir en el mismo sujeto. La explicación de dicho fenómeno puede hallarse en los cambios parciales o totales del contenido de la conciencia.

I. C a m b io s p a r c ia l e s ,— Todos nosotros estamos más o menos fa ­miliarizados con la continuidad de nuestras percepciones y con los estados afectivos que surgen del conocimiento. La experiencia de di­cha continuidad, junto con nuestra percepción consciente del yo y de su identidad inmodificable, explica el hecho de que tengamos la sen­sación de que somos una sola persona, aunque nuestras ideas y per­cepciones se sucedan en el tiempo. No obstante, es sumamente fácil alterar esta situación. Supongamos que estemos leyendo un cuento interesante, contemplando una escena muy bella o comprobando la profundidad de un complejo problema. Es fácilmente comprensible que experiencias como éstas alejen los contenidos corrientes de la conciencia al fondo de ella. En estas condiciones especiales, tenemos la impresión de ser diferentes a como somos corrientemente. Esta sen­sación de ser distintos se refuerza cuando los factores fisiológicos están en juego para modificar nuestras sensaciones corporales, que de otro modo son constantes. Trastornos pasajeros tales como zumbido de oídos, agua en el conducto auditivo, mareo, intoxicación, etc., pueden ser la base de nuestra noción del yo modificado. Pero cualquiera que sea la causa, sigue siendo un hecho que cuando el conjunto constante de nuestras sensaciones, imágenes, ideas y sentimientos dej a de sernos familiar, nos sentimos de inmediato distintos a como somos corrien­temente.

II. C a m b io s t o t a l e s .— Cuando los contenidos conscientes se hallan totalmente alterados, la personalidad toma un aspecto decididamente patológico. En estos casos, la evocación de experiencias tempranas es con frecuencia enteramente suprimida. Si una persona retuviese par­te de los contenidos antiguos y familiares al mismo tiempo que experimentaba otros nuevos y extraños, podría resultar una frag­mentación del yo, caracterizada por una pérdida parcial de la memo­ria. Si luego se recupera la memoria del pasado, el individuo puede llegar a ser consciente de los cambios que ha sufrido su yo, y si este proceso se repitiese con lapsos recurrentes de la memoria, habría como consecuencia una sorprendente multiplicación de personalidades. Pre­sumiblemente, en cada caso en que se altera la corriente de los con­tenidos conscientes, el individuo entra en un nuevo campo de ex­periencia con la convicción de que es una nueva persona. Esta adop­ción de diferentes papeles por la misma persona es comparada por L in d w o r s k y con la dramatis personas, en que varios papeles son re­presentados por el mismo actor, pero con la diferencia, naturalmente, de que mientras el actor puede en cualquier momento ser consciente de su vida fuera de la escena, el sujeto que posee una personali­dad múltiple no puede retroceder hasta la existencia normal sin que esté condenado a enfrentarse al mundo con el ego particular

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que sus constelaciones mentales actuales le han impuesto. Debe se­ñalarse, sin embargo, que aun en los casos más extremados de esqui­zofrenia, no hay evidencia científica que nos pruebe la alteración del yo ontològico14.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XXXIA quino, Santo Tomäs : Suma Teològica. Parte I, q, 29, art. 3 ; Parte III,

q . 16, art. 12.B rennan, R. E„ O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941.

Cap. 11. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.L i n d w o h s k y , J„ S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. d e S i l v a .

New York, Macmillan, 1941, libro III, Cap. 10.Marx, M. H.: Psychology. Contemporary Readings. New York, Macmillan,

1951, Cap. 13.M cD ougall, W. : An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce, Ed. rev

1926, Cap. 7.Shaffer, L. F .: «Personality», Foundations of Psychology. Editado por Bo­

ring, Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 21.Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.a edición,

1949, Cap. 4. ,

14 L e n b w o r s k y , J., S. J.: Op. cit., pp. 287-89. Ö s t e r r e ic h , T. K.: Die Phä­nomenologie des Ich in ihren Grundproblemen. Leipzig, Barth, 1910. T. I. Das Ich und das Selbstbewusstsein. Die scheinbare Spaltung des Ich.—Die Probleme der Einheit und der Spaltung des Ich. Stuttgart, Kohlliammer, 192B. F r a n z , S. I.: Persons One and Three. N. Y. Me Graw-Hill, 1933.

S. T . , p. I, q. 30, a. 4, r. a obj. 2. Aquí S a n t o T o m á s dice: «Pertenece a la esencia de la persona el ser incomunicable.» Según esto, la persona debe ser inmutable, de lo que se deduce que no sólo no puede ser comuni­cada a otra, sino también que no puede dar origen a más personas por medio de la división de si misma. Juan no puede transformarse en Pedro, ni tampoco puede transformarse en varios Juanes dentro de los límites de su propio ser. En realidad, a no ser que existiese un sujeto permanente, no podría haber crecimiento ni desarrollo de la personalidad o del carác­ter, de Igual modo que sin la sustancia no pueden existir los accidentes.

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CAPITULO XXXH

CARACTER

1. CONCEPTO DE CARACTER.— Este término, que fue utilizado originalmente por los griegos, parece haber significado una especie de marca personal que era colocada en las posesiones propias con el fin de identificarlas. Más adelante vino a significar cualquier señal generalmente conocida. No es sorprendente, pues, que haya adoptado por último su presente significado psicológico para indicar todos aquellos actos y hábitos que distinguen a una persona de las de­m ás1. Como observamos en el capítulo anterior, el concepto de carácter es similar al de personalidad, ya que ambos son manifes­taciones del ego ontológico, y ambos presuponen una estructura­ción de nuestras facultades racionales. Pero, mientras la persona­lidad, estrictamente hablando, es una entidad psicológica, el carácter se refiere esencialmente al aspecto moral. Así, por ejemplo, nos re­ferimos a la personalidad de un hombre como agradable o brillante, pero hablamos de su carácter como bueno o malo. Habiendo hecho esta distinción, podemos entonces definir el carácter como el princi­pio de nuestros actos morálmente controlados 2.

2. ELEMENTOS DEL CARACTER.—Lo mismo que la personali­dad, tampoco el carácter nace con el individuo, aunque se base en ciertos factores innatos. Todo individuo nace en un cierto medio que ejerce sobre él una influencia notable durante el período del des­arrollo. Todo individuo, además, posee una naturaleza propia, con varias facultades que puede perfeccionar en grado variable. Todos estos factores intervienen en el desenvolvimiento de los hábitos de tipo moral, y su configuración es la clave de nuestro carácter.

I . A m b ie n t e .— La relación entre el ambiente y el carácter se de­muestra según el modo en que la persona recibe la influencia del mundo que la rodea a lo largo del tiempo. Ello incluye su reacción a factores tales como alimento, clima, lazos sanguíneos país, am ­biente familiar y escolar, medio social, político y religioso; en una palabra, al medio en el cual vive día a día y al cual debe aprender a adaptarse. Quizá, en vez de medio, sería mejor llamarlo el mundo

1 Santo Tomás posee más interesantes anotaciones sobre los diferentes significados de la palabra carácter, en S. T„ p. n , q. 63, a. 2. En su época, sin embargo, no tenia la abundancia de acepciones que presenta en la ac­tualidad.

2 B r e n n a n , R. E.: The Image of His Maker. MUwaukee, Bruce, 1948, c. 9. Edición española, Morata, Madrid, 1964.

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del no-yo, ya que, aunque incluimos en él no sólo cosas, sino tam­bién personas, sigue siendo todo lo que no es uno mismo, aunque no por ello sea menos operante sobre el carácter 3.

II. Herencia.—Mientras que el ambiente afecta al individuo des­de fuera, la influencia de la herencia es esencialmente interna, ya que abarca todos aquellos factores que provienen de sus antepasa­dos. A causa de esta estrecha relación con el yo, se suele conceder actualmente más importancia a este último factor que al ambiental. La herencia supone no sólo la posesión de facultades comunes a todo hombre, sino también las posibilidades latentes para un des­arrollo más o menos perfecto de estas facultades, que depende del organismo con el que uno nace. La función del ambiente, en cambio, es principalmente la de modificar estas posibilidades, en especial es­tableciendo las metas hacia las cuales se dirigirán y suministrando el medio en el cual deberán actuar. Desde el punto de vista de la herencia, el temperamento y la disposición tienen una gran impor­tancia en la génesis del carácter4.

El tem peram ento está correlacionado de un modo inmediato con los tejidos y los órganos, especialmente con el sistema glandular y el nervioso. Desde los tiempos de G alen o se acostumbra agrupar al temperamento en cuatro clases distintas: el sanguíneo, definido por una actitud optimista, aunque no tenaz, frente a la vida; el flemá­tico, notable por su modo frío y perezoso de actuar; el colérico, que es el tipo que irradia energía y propenso a las pasiones intensas, y el melancólico, que se caracteriza por su propensión a la tristezas.

La disposición, en cambio, se explica corrientemente como una función de nuestras tendencias innatas, especialmente de nuestros instintos, con todas sus derivaciones de sentimientos y emociones. Decimos, por ejemplo, que la disposición de una persona es fogosa si se encoleriza fácilmente, o apacible si presenta poca inclinación a la lucha. Como la disposición se halla centrada en las facultades más que en los órganos o glándulas, existe mayor posibilidad de modificación que en el caso del tem peram ento6.

III. A c c ió n .—El concepto de acción abarca toda la actividad ex­terna por medio de la cual un individuo manifiesta sus reacciones ante las cosas y las personas que lo rodean, así como sus pensamien­tos o sus decisiones. Desde este punto de vista, la acción es el nexo entre el mundo del yo y el mundo del no-yo. O expresado de un modo más profundo, tal como lo hace S an to T om ás , la acción sig-

3 C hild , C . M.: Physiological Foundations of Behavior. N, Y. Holt, 1924, páginas 12-17, G illet, M, S ., O. P.: The Education of Character. Trad, por G. G reen . London, Bums Oates & Wash bourne, 1927, pp. 18-22. A llers , R.: The Psychology of Character. Trad, por E. B. S trau ss . N. Y. Sheed and Ward, 1934, pp. 34-40.

1 W o o d w o rth , R. S.: Psychology. N. Y. Holt, 4.® edición, 1940, c. 7. M a e- quis, D, G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.a edición, 1949, c. 6.

4 Alberto M a g n o : De Animalibus, L. X X , a. 11.6 M cD otjgall, W . : An introduction to Social Psychology. B o s t o n , L u c e ,

e d i c i ó n r e v is a d a , 1926, pp. 120-24.

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Elementos del carácter 369

niñea el medio que utiliza el hombre para situarse en el continuum del s e r ’ . El es al mismo tiempo un organismo, un animal, una per­sona, un ente político y social y, además, es el amo de su destino. Por medio de sus actos se une con todos estos sistemas de posible perfección. Además, sólo mediante la ejecución real y efectiva llega a comprender lo que es capaz de hacer, lo que los demás pueden esperar justamente de él y el cómo queda incluido en la configura­ción total de la realidad. Es sólo a través de la conducta como po­demos llegar a comprender su naturaleza interna. Es por esto porlo que consideramos los actos como formas de expresión personal. Así como esperamos que el árbol dé fruto, del mismo modo supone­mos que las facultades del hombre deben manifestarse en actos que puedan ser percibidos por los demás. En cada sensación hay un acto en germen; en cada pensamiento, el germen de una palabra o de un signo de comunicación; en cada decisión, el comienzo de una tarea que hay que ejecutar. Ninguna emoción o sentimiento des­aparece de nuestra existencia sin que haya sido expresado de algún modo s.

IV. R e c o n o c im ie n t o de v a l o r e s .— El concepto de valor es esencial a la conducta humana, y sin él careceríamos de norma para la in ­terpretación del carácter. El valor, pues, estimado con justicia es el núcleo del motivo moral, y el motivo de la razón para decidir nuestros actos. «Durante el proceso de la elección—afirma B oyd B a r r e t—el hombre se revela completamente. La elección implica ac­tuación sobre motivos, y no hay nada que nos proporcione una visión tan profunda de la naturaleza del hombre como el conocimiento de sus motivos, ya que ellos nos revelan si es el sentido del deber, o la atracción del placer, lo que juega el papel más importante en su vida» 0. Las implicaciones éticas que posee el valor para la organi­zación del carácter han sido señaladas por todos los psicólogos que han tratado del problema. Así, las investigaciones de E d w a r d W ebb y C h a r l e s S p e a r m a n en el terreno factorial, lo mismo que los descu­brimientos introspectivos de N a r z i s s A ch y de F r a n c is A v e l i n g , todos ellos señalan la existencia de un principio moral general en el núcleo del carácter que es definido como «la estabilidad de la acción, resul­tante de la volición» 10.

V. H á b it o s .—El hábito es la consecuencia natural del uso de nuestras facultades. Pero, puesto que el carácter se relaciona con la

r C. G„ L. IV, c. 11.8 A llers, R.: Op. cit., pp. 21-28.9 B a r r e t , E. B . , S. J.: Strength of Will. N. Y. Kenedy, 1915, p .253.10 S p e a r m a n , C.: «G» y After-A School to End Schools. Psychologies

of 1930. Edited by C. Murchinson. Worcester, Clark University, Press, 1930, páginas 359-61.

S anto T omás reconoce claramente la importancia de los valores en la formación del carácter. Así, en su duodécimo Quodlibet (g. 14, a. 1) se refiere a los factores que modifican la visión del hombre respecto a la vida, para mejor o peor. El bebedor centra su vida en el vino como e l máximo bien; el libertino, en las mujeres; el tirano, en gobernar y dirigir el destino de las gentes; el filósofo, en la búsqueda de la verdad.

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rectitud o la maldad de nuestros motivos, los hábitos por medio de los que actúa, tienen también que poseer un valor moral. La mo­ralidad, en su aspecto subjetivo, es principalmente un problema de conformar los apetitos a la razón, es decir, de regular nuestra con­ducta por medio del dictado de la conciencia. Es por esto por lo que la razón debe en primer lugar conocer las reglas de conducta antes de poder aplicarlas a cada acto singular, y esta forma de conoci­miento es la llamada prudencia. Al expresarse por medio de los ape­titos, se manifiesta en la forma de distintas virtudes: en la voluntad, por la justicia , que es el hábito de actuar rectamente en relación con los demás; en el apetito concupiscible, por la templanza, que nos dispone a ser moderados en los placeres de la comida y del sexo; en el apetito irascible, por la fortaleza, que nos ayuda a soportar con paciencia las pruebas que form an parte de una vida recta. Estas no son las únicas virtudes morales; pero, como observan A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , son las cardinales, funcionando de ejes alrededor de los cuales giran las demás virtudes. Y como son los principios acti­vos inmediatos del carácter, no podemos ser indiferentes a ellas. Asi vemos que cuando ellas se hallan presentes, el carácter es bueno, y cuando están ausentes o aparecen los vicios opuestos, el carácter es considerado como m a lo11.

En la práctica, naturalmente, el proceso de la formación del ca­rácter difiere de una persona a otra, tal com o difiere de una época a otra de la vida del mismo individuo. Esto no tiene nada de raro, puesto que cada individuo está dotado de una herencia y un am­biente distintos y recibe una educación y unas posibilidades también diferentes. Además, mientras que el hombre permanece libre hasta el fin de su vida y puede dirigir sus actos hacia la meta que desee, los rasgos generales de su carácter aparecen ya en una edad tem­prana, por lo que la siguiente observación de James está llena de sabiduría y nos proporciona tema para ulteriores reflexiones: «Si los jóvenes se diesen cuenta de lo pronto que se transforman en seres regidos por sus hábitos, prestarían mayor atención a su conducta mientras ésta es aún plástica. Tejemos nuestro propio destino, bueno o malo, al que no podemos luego variar» i2,

VI. R e s u m e n .— El carácter, pues, es el principio o la fuente de la acción controlada por la moral, que opera a través de los hábitos, haciéndolos rectos o malvados. Aunque adquirido, presupone la exis­tencia de un cierto número de factores tales como el temperamento, la disposición y las facultades, todos ellos modificados por la influen­cia ambiental. Dinámicamente, la elección de valores es el elemento más importante en la form ación del carácter, puesto que es un acto de autodeterminación, y como tal, independiente tanto de la heren­cia como del ambiente. Este punto de vista, relacionado de un modo

11 Aristóteles, como ya hemos indicado en un capitulo anterior, dis­cute las virtudes cardinales en su Ethica ad Nicomachum, 1, II-VI. Además de los comentarios de Santo T omás sobre estos libros, ver también: S. T.r p. I-II, a. 61; D. V. G.. a. 2, 4 y 7. De Virtutibus Cardinalibns, a. 1-3.

12 J a m e s , W.: Psychology. N . Y. Holt, 1892, pp, 149-50.

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directo con la doctrina de A r is t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , no es, sin embargo, admitido por tocios los psicólogos modernos. W a t s o n , por ejemplo, y la mayoría de los conductistas, explican tanto el carác­ter como la personalidad por procesos de condicionamiento, respues­tas motoras ante los estímulos, y por el impacto de factores ambien­tales 13. Similarmente, F reu d y su escuela imponen su teoría com ­pulsiva o determinista (al extremo opuesto de la autodeterminación) sobre toda la conducta humana, convirtiendo a la acción y. como consecuencia, al hábito y al carácter, en el resultado de la consti­tución orgánica, de los impulsos instintivos y emocionales, de la herencia, el factor racial, e t c .14. Para estos investigadores, el libre albedrío no existe en la práctica, ya que deja de tomar en conside­ración lo que el hombre puede hacer por medio de la sola fuerza de voluntad. Sin embargo, otros científicos que han estudiado en particular los actos voluntarios, no sólo nos garantizan la existencia de la elección, sino que defienden su función como la única fuente de la conducta, sea ésta correcta o incorrecta. En verdad, es sólo sobre la base de una voluntad operante, sujeta a fluctuaciones, com o podemos explicar la firmeza y la estabilidad del carácter de algunas personas, o su inestabilidad en otras15.

3. DESARROLLO GENETICO DEL CARACTER.—Debemos princi­palmente a A d l e r y su escuela nuestro conocimiento de las fases que comprende el desenvolvimiento del carácter.

I. La voluntad del poder .— El niño nace con una tendencia fun ­damental a autoafirmación, pero la expansión efectiva de esta ten­dencia es condicionada en parte por su debilidad física y en parte por la escasez de sus conocimientos. A pesar de toda esta combina­ción de elementos en lucha en su interior y de la limitación ejer­cida por las personas y los objetos exteriores, debe aprender a ex­presar su yo y a adaptarse al mundo que lo rodea. Oscuramente en

13 W a t s o n , J. B.: Psychology from the Standpoint of a Behaviorlst. Phila., Lippincott, 2.a edición, 1924, pp. 319-21 y c. 11.

11 F l ü g e l , j , C . : Psychoanalysis: Its Status and Promise. Psychologies of 1930 (como arriba), pp. 374-94. A l l e r s , R.: The New Psychologies. Lon­don, Sheed and Ward, 1933, pp. 15-16.

15 Como obras representativas de la psicología individual podemos men­cionar: A d l e r , A.: The Neurotic Constitution. Trad. por B. G lueck and J . E. L in d . N . Y. Moffat, Yard, 1917. The Education of Children. Trad. por E, y F . J e n s e n . London, Allen y Unwin, 1930. K l a g e s , L.: The Science of Character. Trad. N. H. J o h n s t o n . London, Allen y Unwin, 1929. K r o n f e l d , A.: Psychoterapie, Charakterlehre, Psychoanalyse. Berlín, Springer, 1925. Zur Theorie der Individualpsychologie. Int. Zeitschrift für Individualpsycholo­gie, 1929, 7, pp. 252-64. P f a h l e r , G . : System der Typenlehren. Grundlegung einer pädagogischen Typenlehre. Zeitschrift für Psychologie 1929, Ergbd. 15. P r in z h o r n , H.: Charakter künde der Gegenwart. Berlin, Juncker un Dünn­haupt, 1931. Psychotheravy. Trad. por A. E il o a k t . London, Jonathan Cape, 1931, W e x b e r g , E.: Individual Psychology. Trad. por W . B. W o l f e , London, Allen y Unwin, 1930. Para un estudio de la relación entre el concepto tra­dicional y el moderno del carácter, la mejor obra en inglés es la de R. A l l e r s : The Psychology of Character, que ya hemos citado con anterio­ridad. Se basa principalmente en los descubrimientos de A lf r e d A d l e r .

372 Carácter

sus comienzos y más tarde con mayor claridad, el niño compruebalo que puede ser, y lo que debería ser. Sus ideales se van formando gradualmente, y se manifiesta el conflicto del perpetuo dar y tomar. Es así como se va configurando el carácter.

II. E l s e n t i m i e n t o d e i n f e r i o r i d a d .—La lucha por la propia afir­m ación va acompañada por un sentimiento de inseguridad que im ­pulsa al niño a buscar protección. De la simple comparación entre su voluntad de poderío con lo que es actualmente capaz de alcanzar —más claramente consciente debido a su urgente necesidad de ayu­da—nace un sentimiento de incapacidad, de impotencia para fc ';er frente a la situación. Esta conciencia, según A d l e r . no es un hecho anormal, aunque erróneamente sea considerada como un complejo y algunas veces se transforma en tal. Lo que expresa simplemente es una experiencia de inferioridad, derivada de la inmadurez física y mental del niño. Por compensación, sin embargo, la sola presencia de dicho sentimiento tiende a aumentar la tendencia a la autoafir- raación. Por consiguiente, es necesario poner en juego otras fuerzas que actúen sobre su yo y sirvan de freno a su excesiva voluntad de poder. Estas son principalmente la educación y la voluntad de co­munidad.

III. E d u c a c ió n .—La dirección que la tendencia autoafirmativa toma en sus esfuerzos de expansión, depende principalmente de la educación que reciba el niño, tanto como del factor personal y am ­biental. Al niño se le educa de un modo diferente a la niña, y esto crea una diferencia fundamental desde el principio entre ambos. Existen además otras circunstancias que intervienen en la educa­ción, además del sexo, y éstas son la presencia o ausencia del padre, de la madre o de hermanos, el lugar en el orden de nacimiento, el trato recibido por las personas que lo cuidan, la igualdad respecto a sus hermanos o hermanas, o la falta de ésta, la educación alter­nante entre la blandura y la severidad por parte de los padres, la falta de habilidad o seguridad en los educadores del niño, el mal ejemplo, los malos amigos, etc. Indudablemente, una gran parte de las anomalías del carácter que se manifiestan más tardíamente pue­den originarse en una educación equivocada del niño, ya sea en su hogar o en el colegio.

IV. La v o l u n t a d d e c o m u n id a d . — La voluntad de comunidad es también una tendencia natural, puesto que el hombre es un ser social. Es también la más potente fuerza limitadora de la voluntad de poder. En su aspecto positivo, puede definirse como la conciencia de la existencia de una comunidad que nos rodea y de la correspon­diente inclinación a pertenecer a ella. En su aspecto negativo, sig­nifica un sentimiento de separación respecto al resto del mundo la conservación de nuestro individualismo en medio de los demás. A una edad temprana, naturalmente, el niño comprueba ya que es un ser social y que debe regular su conducta de acuerdo con los intere­ses del resto de la gente. Lo mismo que la meta moral natural de

Maduración del carácter 373

la voluntad de poder es el desarrollo del sentido del valor personal y de la evolución completa del yo, así la meta moral natural de la voluntad de comunidad es el amor a los demás y el deseo sincero de ayudarlos a realizar sus propósitos. Sólo se logra la completa m a­durez del carácter cuando estas dos metas se aproximan recíproca­mente y, puesto que la participación en los asuntos humanos es tan importante para el desarrollo del niño, es vital que éste aprenda a reconocer los obstáculos que le impedirán ser un miembro activo de la sociedad. Así, cualquier debilitación de su sentido de digni­dad personal, colocando su ambiente bajo una luz desfavorable, pue­de ser muy peligroso. La acentuación excesiva de los lazos familiares es también perjudicial, ya que con ello los intereses de la com uni­dad son relegados a un segundo plano. La eliminación de dichas influencias perniciosas, así como el empleo constructivo del trabajo y el juego, sirven para equilibrar el ejercicio de la voluntad de co ­munidad de modo que sea posible la formación de un carácter más equilibrado 1G,

4. MADURACION DEL CARACTER Y FORMACION DE LA VIR­TUD.—Resumiendo los rasgos más importantes d,el análisis que he­mos hecho de los aspectos genéticos del carácter, podemos mencionar cuatro factores como los principales que intervienen en su form a­ción: la voluntad de poder, el sentimiento de inferioridad, la educa­ción y la voluntad de comunidad. El primer factor es esencialmente un problema de conocimiento del yo, y del valor intrínseco que po­see, No hay nada que revista tanta importancia para el niño como su propia persona y el reconocimiento de sus implicaciones como factor responsable en la dirección de la propia conducta es adqui­rido a través del hábito de la prudencia. De este modo, antes de que pretenda entrar en contacto con los demás seres humanos y formar parte de la sociedad, debe aprender a explorar las profun­didades de su propio ser y tener conciencia de las implicaciones morales de todos los actos que ejecuta. El segundo factor, el senti­miento de inferioridad, puede conducirnos fácilmente a cometer ex­cesos, y llevarnos a un com plejo de inferioridad, tal como nos previene A d l e r . Para mantener un sano equilibrio es necesaria la templanza, y más específicamente la forma de templanza que S a n t o T o m á s de­nomina humildad. Lo mismo que el sentimiento de inferioridad, la humildad ha sido corrientemente mal comprendida, ya que no sig­nifica precisamente el apocamiento, el servilismo o la hipocresía ante los demás, sino que en realidad es una virtud sumamente po­sitiva, mucho más útil que cualquier otro método de tipo psicológico o moral ideado para preservar la integridad de nuestra conducta. A q u in o la define como la apreciación razonable de las virtudes pro-

16 A dler, A .: A Study of Organic Inferiority and its Physical Compen­sation. T r a d , p o r S. E. Je l lif e , N. Y . N e rv o u s a n d M e n ta l D iseases . P u ­b lish in g , C o., 1917. V e r ta m b ié n : A llers , R . : The Psychology of Character ( c o m o a rr ib a ), pp . 77-149.

374 Carácter

p ía s17. Esta es, en realidad, la solución al sentimiento de inferio­ridad, la fuerza necesaria para desechar los sentimientos de incapa­cidad y proporcionarnos el feliz equilibrio necesario para el desarrollo del carácter. El tercer factor mencionado es la educación, el des­envolvimiento de nuestras facultades, que se efectúa no sólo en las aulas, en donde se forman nuestros hábitos intelectuales, sino también en todos los momentos críticos de nuestras vidas, en donde debemos aprender a afrontar las dificultades, resolver nuestros pro­blemas y llevar a cabo nuestras tareas a pesar de los contratiempos. La fortaleza es la virtud necesaria para salir adelante con todos esos trabajos. El cuarto factor es la voluntad de comunidad, y puesto que la razón de esta tendencia es la preparación del individuo para un comportamiento social adecuado, la justicia, virtud social por exce­lencia, será la que nos prestará más servicio.

5. TIPOS DE CARACTER.— La mayor parte de la labor efec­tuada en la clasificación del carácter es de naturaleza puramente teórica; sin embargo, su mérito reside en señalarnos sus implicacio­nes prácticas.

I. J u iíg ,— El esquema caracterológico de C arl J u n g se basa prin­cipalmente en la distinción entre el tipo introvertido y el tipo extro­vertido. El primero pertenece a los individuos cuyos intereses se centran en su propia persona: sus pensamientos, sus sueños, sus esperanzas, sus ideales. El segundo, por el contrario, pertenece a los individuos cuya preparación principal reside en personas, lugares u objetos del mundo exterior. Asi, por ejemplo, el tipo introvertido es representado por el escritor, el artista, el científico, el inventor, mien­tras que el extrovertido es el comerciante o el político 1S. Al valorar el trabajo de J u n g , se ha hecho notar que una clasificación de este tipo deja de considerar al grupo probablemente más frecuente, que es el intermedio, o de los ambivertidos. Según W qodw orth , por ejem ­plo, con la misma razón podríamos catalogar a los hombres como genios o débiles mentales, sin ningún grado intermedio 19.

II. K retsch m er . — La clasificación de E r n b t K retsch m er se basa en las desviaciones anormales de las tendencias normales del hombre. Así, el estudio profundo de los fenómenos de la psicosis maníacode- presiva nos revela el carácter de tipo cicloide, asociado fisiológica­mente con un cuerpo obeso o redondeado, y en el aspecto psicológico, con una tendencia a la alegría y a la vida social. Similarmente, el análisis de cierto estado conocido por el nombre de demencia precozo esquizofrenia, nos revela el carácter de tipo esquizoide, asociado fisiológicamente a un cuerpo delgado y alargado, y psicológicamente,

17 S. T., p. n -n , g. 161, a. 6.11 Jung, C. G.: Psychological Types or the Psychology of individuation.

Trad, por H. G, B a y n e s . N. Y. Harcourt, Brace, 1923.l# W o o d w o r th , R . S.: Psychology. N . Y. H o lt , 4.“ e d i c ió n , 1940, p p . 156-57-

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Tipos de carácter 375

con una tendencia al retraim iento20. Aunque estas descripciones re­presentan tipos extremos, es muy corriente hallarlos en la vida nor­mal con los rasgos menos acentuados. A pesar de todo, esta clasifi­cación es demasiado general para ser de gran utilidad para el psicó­logo. Además, las investigaciones ulteriores no han logrado demostrar el estrecho paralelismo postulado por K r e t s c h m e r entre la constitu­ción y el carácter.

Al llegar a este punto, podemos mencionar los intentos que se han efectuado modernamente para demostrar la relación entre la perso­nalidad, el carácter y las glándulas de secreción interna. La más conocida de estas glándulas es el tiroides, y existen pruebas evidentes de que la debilidad mental denominada cretinismo es el resultado de la actividad deficiente de esta glándula. Partiendo de este tipo de descubrimientos, los investigadores han sido conducidos a teorizar sobre la posible relación entre los tipos y el sistema endocrino. Así, los individuos tímidos y que muestran sentimientos de inferioridad se ha supuesto que tienen una deficiente secreción tiroidea. Por el con­trario, los tipos agresivos y que muestran sentimientos de superioridad se los considera com o poseedores de un tiroides hiperactivo. El defec­to o el exceso de secreción de las glándulas suprarrenales se supone que produce el mismo tipo de efectos de contraste en el carácter, mientras que una deficiencia de la secreción hipoflsaria se ha rela­cionado con ciertos rasgos, tales como conducta compulsiva, mentira patológica y una disminución general del sentido ético. Pero la m ayo­ría de estos puntos de vista se hallan aún en la fase especulativa, es decir, no han sido todavía comprobados experimentalmente de un modo absoluto. En su favor se halla, por supuesto, la creencia tradi­cional de que los humores del cuerpo están relacionados de un modo u otro con el temperamento. No es difícil, entonces, que la ciencia del futuro sea capaz de demostrarnos en detalle el modo como las hormonas (análogas a los humores de los antiguos) afectan a la configuración del carácter21.

III. J a e n s c h ..—La clasificación de’ E r ic h J a e n s c h es el resultado de sus investigaciones sobre las imágenes eidéticas. Este fenómeno presenta ciertas diferencias cualitativas que han servido de base para la creación de una tipología. Así, vemos que en algunos individuos, la imagen eidètica puede ser controlada, comportándose com o las imá­genes corrientes de la memoria. Estos constituyen el tipo B o base- dowoide, y existen pruebas de que en él se incluyen un gran número de personas dotadas de temperamento artístico, caracterizadas por poseer un tiroides algo agrandado y tendencia al nervosismo ; en resu­men, presentando síntomas de la enfermedad de B a s e d o w . En otros individuos, al contrario, la imagen eidètica no puede ser controlada, de modo que no es posible variar ni su forma ni su color, ni tampoco

2,1 K retschmer, E.: Physique and Character. Trad. por W. H. J. Sprott. N. Y. Harcourt, Brace, 1925.

21 G arret, H. E.: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton, Cen­tury, edición revisada, 1941, pp. 100-01.

376 Carácter

hacerla desaparecer voluntariamente. Estos constituyen el tipo T o tetanoide, llamado así por su semejanza con los enfermos de tetania. En los individuos de imaginación mixta hallamos aún otros rasgos, pero J a e n s c h no los ha clasificado22.

IV. Heymans. — La clasificación de Heymans es una de las más laboriosas que se han hecho sobre el carácter, pero carece de una forma esquemática que facilite su exposición y reduzca su tamaño. Según las respuestas obtenidas de centenares de cuestionarios, las personas se dividen en dos tipos generales: el em otivo-no activo, des­crito com o impulsivo, violento, irritable, caprichoso, superficial, pro­penso a imitar la opinión ajena, extravagante y libertino, presumido de su apariencia y su vestimenta, ambicioso, pródigo, radical en política, ostentoso, intrigante, mentiroso, distraído y poco puntual; y el no-em otivo activo, caracterizado como lento en sus movimien­tos, calmado, inteligente, independiente en sus actos y opiniones, falto de ingenio, indiferente a la apariencia externa, inclinado a no llamar la atención, modesto, económico, conservador en política, sencillo, reservado, honrado, veraz, atento y puntual. Es imposible, por su­puesto, afirmar en último término el valor que se puede conceder a estas múltiples diferencias23 *.

22 J a e n s c h , E . R . : Eidetik Imaginery and Typological Methods of Inves- tigation. N. Y. Harcourt. Brace, 1930.

23 Heymans, G .: De Classificatie der Karakters. Vereen. Leities v. we- tensch, arbeit, 1907.

— Des méthades dans la psychologie sveciale. Année psychologique, 1911, 17, pp. 64-79.

■— Typologische und statistische Methode innerhalb der speziellen Psy- chologíe. ¡5cientia, 1927, 21, pp, 77-84.

Las categorías de H e y m a n s «no-emotivo activo», y «emotivo-no activo», sugieren otra clasificación psicológica de los individuos en «agresivos» y «sumisos». Los primeros suelen ser jefes y los segundos discípulos o segui­dores. Estos rasgos aparecen a una edad muy temprana y se reconocen fácilmente en los niños tan pronto como se les observa en el juego con los demás. Una discusión sobre este tema aparece en: K a t z , D.: Fersonality. Introductícm to Psychology. Editado por Boring Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1939, pp. 75-78.

* La tipología caracterológica de H e y m a n s fue reelaborada por su mis­mo autor e n colaboración con W ie r s m a y posteriormente sus ideas han sido objeto de un retoque y ampliación a fondo por el francés L e S e n iíe , en cuya última forma ha tenido bastante extensión y repercusión como para merecer nos ocupemos algo más de ella.

Distinguen ahora tres propiedades generales, que son:La emotividad (E), cualidad de afectarse más o menos fuertemente por

los acontecimientos psíquicos (sensaciones, actos, ideas, etc.). Cuando esa afectación suele ser inferior a la del promedio, se tratará de no-emoti­vos (nE).

La actividad (A), que brota espontáneamente, con gusto por la acción, por superar los obstáculos, etc. (Y su contraria, nA.)

La repercusividad, que puede ser primaria (P), cuando el suceso actual absorbe las energías y rechaza a todos los demás, o secundada (S), cuan­do la reacción a un suceso es duradera, aun después de dejar de ser aquél actual.

Por la combinación de estas propiedades, distinguen ocho tipos fun-

Carácter e ideales 317

V . S p r a n g e r .— La clasificación de E d u a r d S p r a n g e r se funda en las perspectivas diferentes, el modo de tomar contacto con la realidad y los intereses que la gente encuentra en su ambiente. Desde este punto de vista existen seis tipos de caracteres: el tipo teórico, cuya pasión es el conocimiento y el descubrimiento de la verdad; el esté­tico, que se interesa principalmente por el mundo de la forma y de la imaginación; el social, que halla su máximo placer en los fines al­truistas; el económico, que se interesa más en la utilidad que en la verdad o en la belleza; el político, que desea gobernar y dirigir a los demás, y el*tipo religioso, que se interesa en especial por el sentido final de las cosas y que orienta su conducta hacia la trascendencia. Todas estas actividades diferentes pueden hallarse en el mismo indi­viduo, según S p r a n g e r , pero generalmente una de ellas es la dom i­nante, y es la que nos sirve para deflnir'su t ip o 24.

6. CARACTER E IDEALES.—Un carácter recto es el resultado de unos hábitos rectos, que a su vez son el producto de las acciones rectas. La razón primordial para la bondad de nuestros actos es la elevación del motivo que nos lleva a ej ecutarlos, y este tipo de motivos son los ideales. Difieren de las ideas del mismo modo que el pensa­miento difiere del amor. Un ideal es, por tanto, una idea transforma­da por medio del amor en un motivo para actuar con rectitud. Podría­mos imaginárnosla como la norma subjetiva de la moralidad, tal como el principio al que representa es la norma objetiva. Veamos ahora cuáles son los elementos psicológicos más importantes que se hallan comprendidos en la formación de un ideal. El primero es la emulación, la cual presupone que aprobamos interiormente a la persona que elegimos com o modelo de nuestra conducta. La segunda es la imitación de lo que hemos aprobado interiormente. En este caso es necesario que conozcamos la jerarquía de los valores y el grado a que nos es posible llegar. Existe un cambio en la manera de valorar las cosas, y donde es más perceptible es en nuestra opinión sobre el sufrimiento y el dolor, que varía mucho al pasar de la infancia a la madurez. Aún más importante es el reajuste de nuestras ideas en lo referente a la meta propuesta y en nuestra capacidad para alcanzarla. Esto hace intervenir un tercer elemento, que nos ofrece nuevas posi­bilidades de tratar el problema: la compensación, mediante la cual

damsntales, cuya descripción nos extendería demasiado y cuya fórmula es­quemática es:

Nerviosos = E nA P, Sanguíneos = nE A P.Sentimentales = E nA S. Flemáticos = n E A S.Coléricos =EAP. Amorfos = n E nA P.Apasionados = EAS. Apáticos = nE nA S.

Aunque no desprovista de interés práctico, por ejemplo, en Pedagogía, peca—como otras muchos tipologías (¿o todas?)—de la esquemática rigides de todo sistema, en el que más o menos se fuerza a la realidad, aunque se pretenda sólo servirla. (N. del T.)

21 Spranger, S.: Types of Men, The Psychology and Ethics of Persona- lity. Trad. por P . J. P ig o r s . Halle. Neimeyer, 1928. Ver también K a t z : Op. clt., pp. 81-83.

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378 Carácter

lo que se nos hace imposible ejecutar de un modo, puede efectuarse de otro distinto, y, basándonos en esto, modificamos nuestro modo de dirigirnos al ideal. Esto no implica una rendición de nuestros idea­les, sino simplemente el reconocimiento de nuestras posibilidades Sería peor que vano mantener esperanzas en cosas irrealizables, ya que con ello no sólo disiparíamos nuestras energías y nos comporta­ríamos inadecuadamente, sino que además correríamos el peligro de desalentarnos y abandonar totalmente nuestro ideal. Por esta razón es necesario un conocimiento intensivo de uno mismo, con una clara conciencia de nuestras limitaciones, un estudio cuidadoso de la con­ducta de otros que con las mismas aptitudes nuestras han conseguido triunfar y la dirección y el consejo de los más experimentados. Estos serían los requerimientos mínimos, en el orden natural, que nos asegurarían que nuestros ideales eran practicables. Lo que debemos reconocer desde el principio con toda humildad es el hecho de que los seres humanos son todos distintos y que al que más le es dado, más habrá de exigírsele. La historia de las personas de talento nos enseña que no es la cantidad objetiva de nuestras realizaciones lo que tiene más valor, sino el uso individual que hagamos de cada una de nuestras dotes naturales 2S.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXII

A u e r s , R.: T h e Psychology of Character, Trad, por E. B. S t r a u s s . New York, Sheed & Ward, 1334.

B ren nan , R. E., O. P.: The Image of His Maker. Milwaukee, Bruce, 1948, Cap. 9, Ed. esp. Morata, Madrid, 1963.

D e la . V a is s ie r e , j., S. J.: Elements of Experimental Psychology. Trad, porS. A. R e a m e r s . St. Louis, Herder, 2.* ed„ 1927, Cap. 11.

J o n g , C.: Contributions to Analytical Psychology. Trad, por H. G. y C. F. Bay­n e s . New York, Harcourt, Brace, 1928.

K h etsch m eh , E.: Physique and Character. Trad, por W, H. J. S f r o t t . New York, Harcourt, Brace, 1925.

S p r a n g e s , e.: Types of Men. Trad, por P. J. Pigors. Halle, Niemeyer, 1928.W o o d w o rth , R. S., y M a r q c is , D. G.: Psychology. New York, Holt, S.* ed..

1949, Cap. 5.

24 Allebs, r . : The Psychology of Character (como arriba) c. 4.

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CAPITULO XXXIII

LAS FACULTADES

1. ACCESO AL PROBLEMA.— S a n t o T o m á s ha formulado ciertas reglas útiles para guiarnos en nuestro estudio de las facultades. El método que emplea es, en rasgos generales, el mismo utilizado por los investigadores modernos. «Una potencia—dice— , por el hecho de ser potencia, es dirigida hacia algún acto, de modo que deberíamos ser capaces de conocer su naturaleza por el acto que intenta llevar a cabo... Los actos, a su vez, son básicamente diferentes, a causa de las diferencias de la naturaleza de los objetos que los originan» A r i s ­t ó t e l e s ha insistido en el mismo orden de inducción al decir: «Para ser capaces de afirmar qué es una potencia intelectual, sensitiva o nutritiva, debemos primero retroceder y dar una explicación del pro­ceso del pensamiento, la sensación o de la nutrición, ya que, según las reglas del análisis, el problema de lo que hace un objeto precede al problema de lo que es capaz de hacer. Además, si esto fuese correc­to, entonces deberíamos retroceder aún más y obtener un concepto claro de los objetos de cada acto, por ejemplo, en el caso citado del alimento, de lo sensible, o de lo inteligible» 2. Asi, vemos que para una solución completa del problema de las facultades, deben ser obser­vadas tres etapas distintas: la primera, el análisis del objeto; la segunda, el análisis del acto, y la tercera, el análisis de la potencia o facultad. Evidentemente, este procedimiento, tal como lo describen A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , es estrictamente científico y muy difícil­mente podemos encontrar en él error alguno, ni aun al enjuiciarlo por úna crítica moderna. La mayoría de los autores que hallan d i f i ­cultades en la teoría de las facultades no han tenido nunca la opor­tunidad para examinarla en su origen. A causa de esto trataremos de presentarla tal com o S a n t o T o m á s la comprendió y la desarrolló. Serán retenidos los rasgos esenciales del método, variando en parte la terminología con el fin de facilitar la discusión de su teoría en relación con las ideas y las experiencias modernas.

2. ANALISIS DEL OBJETO.—Un objeto, como hemos afirmado con anterioridad, es algo que se le ofrece a la potencia, por asi decir, y, por consiguiente, algo a lo cual la potencia puede aferrarse y reaccio­nar. La esencia de una cosa no puede ser aprehendida por los senti­dos, por lo que no es un objeto de los sentidos, sino del intelecto, que

1 S. T., p. I, q. 77, a. 9. Ver también: D. S. C., a, 14.2 De Anima, L. n , c. 4.

380 Facultades

es la única potencia que puede tratar con él. Además, el color, por ejemplo, es percibido por la vista, pero no por el oído, y esto mismo sucede con el resto de las facultades: cada una tiene un objeto deter­minado, al que responde; cada una, com o afirma S a n t o T o m á s , posee una relación con la realidad o un aspecto intencional, por medio del cual se inclina naturalmente a ser despertada por un estímulo par­ticular. El fenómeno inverso es cierto tam bién; que los obj etos tienen un aspecto intencional, puesto que la naturaleza pretende mediante ellos estimular ciertas potencias. Así, el hecho de que seamos capaces de vivir, sentir, reflexionar, decidir y actuar, puede ser explicado únicamente bajo la condición de que el mundo real de los objetos exista, un mundo que es diferente al de las potencias que él activa. Por ejemplo, si yo percibo un color, un sonido o un olor, la razón de esta percepción debe buscarse, en última instancia, en las propiedades de la materia. Además, si conozco a fondo una ciencia determinada, digamos la astronomía, entonces las verdades de esta ciencia no son proyecciones de mi mente, del mismo modo que las estrellas no son productos del pensamiento, sino que el conocimiento que poseo es simplemente el modo en que mi mente considera los objetos que existen independientemente de ella. Por consiguiente, el reconoci­miento de la objetividad que existe en todos nuestros actos constituye un dato primario en el análisis de las facultades y cualquier intento que hagamos para explicarlas o sistematizarlas debe comenzar por la admisión del mundo de la realidad, de un mundo objetivo, con el cual la actividad de nuestras potencias se relaciona como los efectos a la causa 3.

3. ANALISIS DEL ACTO.— Estrictamente hablando, lo que la natu­raleza ejecuta es la única garantía científica que poseemos de lo que es capaz de hacer, y esto es tan cierto para la naturaleza humana como para los cuerpos inanimados. Sin un mundo de objetos que ejerza influencia de distintos modos sobre nuestras facultades, éstas permanecerían pasivas y en estado de inmovilidad, como semillas en invierno, incapaces de germinar hasta que la acción del sol desper­

3 D. P. D., q. 10, a. 2, r. a obj. 4. Aquí S an to T omás añrma que toda po­tencia «trabaja de modo natural para lograr su objetivo».

C. D. A., L. II, c. 24. En este pasaje, A quino nos dice: «La forma tiene un modo de ser en los sentidos y otro modo de ser en el objeto sensible, ya que en este último tiene una existencia natural, mientras que en los primeros su existencia es intencional.» Esto mismo es aplicable a las for­mas presentes en el intelecto: ellas gozan también de una existencia inten­cional. La diferencia estriba en que las formas intencionales en los sentidos se hallan circunscritas aun por las contingencias materiales, puesto que son recibidas en potencias de naturaleza material, mientras que las for­mas intencionales del intelecto, al contrario, se hallan completamente des­provistas de materia. Las primeras, en resumen, son particulares, singu­lares y contingentes, mientras que las segundas son universales. La palabra intencional, como J. F robes señala, expresa que «la potencia cognoscente tiende de algún modo hacia su objeto» <Psychología Speculativa. F re ibu rg , Herder, 1927, vol I, p. 4). Ver también: A llers , R.: The New Psychologies. London, Sheed and Ward, 1933, pp. 59-61.

Análisis de la facultad 381

tase sus energías latentes. Además, el hecho de que mente y materia se hallan unidas formando una unidad psieosomática, sugiere tam ­bién que nuestras facultades, aun las de orden intelectual, dependen en cierto modo del cuerpo para sus operaciones. Sería una completa incomprensión de nuestra facultad de pensamiento, por ejemplo, el separarla de su contexto material o el suponer que no se halla con ­dicionada por la actividad de nuestras facultades sensitivas, ya que en realidad lo es debido a que el hombre está compuesto por la unión equilibrada de elementos materiales y espirituales, de modo que todos sus actos dependen de este hecho. Finalmente, podemos decir, a favor de la primera postura de la ciencia y del punto de vista de W u n d t y contrariamente a la postura behaviorista posterior, que el factor activo más importante de nuestras vidas es la conciencia, tanto la intelectual como la sensitiva, y, como consecuencia, el título de homo sapiens es el más singular que posee el hombre. El es capaz de ir más allá de las informaciones que le proporcionan los sentidos y que le mantendrían en el mismo plano que los demás animales y remontar­se hasta el conocimiento abstracto, en el que puede producir motivos de naturaleza cognoscitiva para explicar la actividad de sus apetitos y de su comportamiento motor. Mas, como un ser pensante, debe vivir, crecer y multiplicarse si desea sobrevivir, de ahí el que en cualquier enumeración completa que hagamos de sus facultades debemos em­pezar por mencionar las vegetativas. Esta es la opinión de S a n t o T o m á s , y la descripción que él nos hace del hombre nos lo muestra primero como un organismo biológico, compartiendo su vida y sus facultades con las de la planta; luego, como un organismo sensible, poniendo de manifiesto su naturaleza a través de una serie de actos psicosomáticos, que ejecuta en común con el animal, y, finalmente, com o un organismo inteligente, en posesión de razón, voluntad y todas las actividades creadoras que le son propias.

4. ANALISIS DE LA FACULTAD.—A partir del hecho de los actos diferenciados, S a n t o T o m á s dedujo la existencia de las potencias dife­renciadas. Por consiguiente, una facultad es una ordenación especial de la naturaleza hecha con el fin de ejecutar diferentes clases de actos ante la presentación de un objeto apropiado. Según este punto de vista, no existe diferencia entre facultad, potencia y propiedad. Todos ellos son accidentes que ñuyen de la naturaleza del objeto al que pertenecen y cuyo propósito manifiesto es lograr la máxima ex­pansión de esa naturaleza. Además, en el sistema de A q u in o no se hace ningún postulado de las facultades, a no ser que exista una evi­dencia funcional que pruebe su existencia real. Esto no significa, sin embargo, que las potencias dependan de un modo absoluto de los actos y los objetos, ya que la ordenación a la que nos referimos en nuestra definición representa una tendencia innata. Por ejemplo, si el niño al nacer no manifiesta discernimiento, no podemos deducir de ello el que no lo posea en potencia; todo lo que puede inferirse es que es aún incapaz para hacer uso de su razón o de manifestarla por medio de la conducta exterior. En realidad, ésta es la actitud que

382 Facultades

debemos tener respecto a todas las facultades del hombre. Asi, aun­que su división en clases no llegue a verificarse más allá de los datos observables, sin embargo, una vez que la experiencia corriente ha establecido la existencia de cierta facultad, sería ilógico negar a al­guien la posesión de esta facultad solamente porque no se ha probado de un modo activo su existencia.

¿Por qué principio general, pues, afirmamos que una determinada potencia de nuestra personalidad es diferente a otra? Según S a n t o T o m á s , por la orientación de la potencia hacia una meta específica denominada su objeto formal, y que se logra mediante una actividad que es específicamente diferente a la de otras potencias. Un fruto, por ejemplo, es percibido como coloreado, dulce, fragante; es recor­dado como un hecho de la experiencia pasada, conocido como un alimento y deseado como algo agradable de comer. Cada uno de estos aspectos es el objeto de una potencia particular, o, como diría Aqüiko, cada uno es una formalidad, que estimula sólo una determinada po­tencia, designada por la naturaleza para apreciarla. Veamos a conti­nuación cómo elabora su clasificación de las facultades humanas so­bre estos fundam entos4.

I . N iv e l v e g e t a t iv o .—Empezamos la vida partiendo de tres capa­cidades básicas: la facultad nutritiva, que hace posible la conversión de materia inanimada en tejido viviente; la facultad aumentativa, que nos permite crecer y lograr la madurez física a través de un complejo proceso de especialización, y la facultad generativa, cuyo ob­jeto es transmitir la vida y continuar de este modo la especie. Esta úl­tima facultad es, según S a n t o T o m á s , la más importante de todas, no sólo porque se refiere a un bien común, sino, además, porque las funcio­nes nutritivas y de crecimiento son también reproductivas, en cierto modo, al originar la división celular y aumentar el tamaño corporal.

XI. N iv e l s e n s i t iv o .— En el nivel sensitivo, el primer grupo de facultades se relaciona con el conocimiento. Algunas de éstas poseen órganos receptores que se comunican con el mundo material. Su labor es percibir los accidentes externos de los cuerpos. Comprenden los ór­ganos sensoriales del ía cío o somestesía, olfato, gusto, visión y audi­ción. El resto de los sentidos son internos y no poseen receptores especiales, por lo que dependen de la inform ación que reciben de los sentidos externos. Son, como sabemos, el sentido común, que nos ca­pacita para percibir los objetos en su totalidad, con todos sus atribu­tos espaciales y temporales; la imaginación, facultad de representar­nos los objetos sensoriales en su ausencia; la memoria, evocadora de las experiencias pasadas, en cuanto pasadas, y los sentidos estimativoo cogitativo, cuya función fundamental es la de distinguir los aspectos beneficiosos de los dañinos de un objeto. El grupo de facultades si­guiente es mucho más pequeño. Son instrumentos del deseo, no del conocimiento, y como su interés reside en los objetos en sí más que

4 S. T., p. I, q. 59, a. 2, r. a obj. 2; q. 77, a. 3. Para una explicación com­pleta de las enseñanzas de Santo T omás, ver: S. T., p. I, q, 77-83. Para un excelente resumen de las facultades humanas, ver: D. A., a 13.

Teoria de Aquino 383

en los accidentes de los objetos, no necesitan ser tan numerosos com o en el caso de los sentidos. Por esta razón existen sólo dos tipos de apetito sensible: el concupiscible, que se ocupa de los valores de los sentidos, y el irascible, cuya tarea es luchar contra las dificultades que se presentan. Finalmente, tenemos la capacidad motora, que, aunque es sólo una en número, es, sin embargo, capaz de expresarse en una variedad de maneras, según el tipo de movimiento que nece­sita efectuar el organismo.

III. N i v e l i n t e l e c t u a l .—Para una explicación completa de la for­mación de las ideas, dos facultades de tipo mental deben ser incluidas en nuestra enumeración: el intelecto activo, cuya tarea es la de abs­traer, y el intelecto posible, que se ocupa de la comprensión, el juicio y el razonamiento. Finalmente, vemos que, del mismo modo que los sentidos se correlacionan con el apetito animal en el nivel sensitivo la facultad de razonar es correlacionada con la voluntad en el nivel intelectual. Esta es la potencia de la volición y de la elección de los actos controlados y las tendencias determinadas, la facultad rectora de las demás y el agente responsable de los actos humanos. En el siguiente esquema vemos cómo A quiito agrupa las facultades del hom ­bre y los nombres que les asigna:

Vegetativas.

FACULTADES , Sensitivas. HUMANAS

Cognoscitivas.

/ I. Nutritiva.II. Aumentativa.

III. Generativa.

IV. T acto (someste- sia),

V. Olfato.V I. G u sto .

VII. Audición.VIII. Visión.

IX. Sentido común.X. Imaginación.

XI. Memoria.XII. Estimativa (cogi­

tativa).

Intelectuales.

Apetitivas. i XIII. ) XIV.

Concupiscible.Irascible.

Motoras. { XV. Locomoción.

Cognoscitivas. j XVI. í XVII.

Intelecto activo. Intelecto posible

Apetitivas. í xvin. Voluntad.

5. LA TEORIA DE AQUINO Y LA INVESTIGACION MODERNA. 1. F a c u l t a d e s v e g e t a t i v a s .—Las facultades vegetativas enumeradas por A q u in o han sido confirmadas repetidamente por estudios bioló­gicos efectuados sobre las funciones contrastadas de la nutrición y la

384 Facultades

reproducción. La especialización y el carácter potencial del embrión son ambos aspectos del proceso del crecimiento, mientras que los tro­pismos están más cerca de los reflejos, y con ello en el límite entre la vida vegetativa y la sensitiva.

n . F a c u l t a d e s s e n s i t iv a s .—Las facultades que compartimos con los animales pueden dividirse en cognoscitivas, apetitivas y motoras.

A) Facultades cognoscitivas.—Los sentidos externos han ocupado a los psicólogos modernos mucho más que el resto de las facultades del hombre. Esto es muy natural, puesto que las facultades que poseen órganos receptores cuyos estímulos se pueden medir, se pres­tan con mayor facilidad a la investigación experimental. A q u in o . com o sabemos, sostiene la existencia de por lo menos cinco sentidos externos. Digo por lo menos cinco, puesto que admite la posibilidad de con el tacto o somestesia sea un género, en cuyo caso la sensibilidad cutánea, la muscular, la del equilibrio y la orgánica serían especies. Los criterios en los que basa esta distinción son tres: el objeto o estí­mulo, el órgano receptor y la función. Asi, vemos que cada facultad es creada por la naturaleza para reaccionar ante algún aspecto del objeto, existiendo una relación de adecuación entre ambos. Aunque puede ser cierta la doctrina mülleriana de que nuestras sensaciones son diferentes a causa de que los órganos receptores tienen diferentes terminaciones nerviosas en la corteza, la experiencia, a su vez, nos inform a de que los estímulos tienen también que ver en el discerni­miento de las cualidades, pues solamente es favorecido el estímulo capaz de proporcionar una excitación adecuada. En todo caso, la conciencia reacciona siempre de un modo característico ante los objetos que le son presentados a través de las vías sensoriales. Ade­más, la introspección nos muestra que existe una diferencia de mati­ces continua entre los fenómenos de un mismo sentido—por ejemplo, en la percepción del ojo, amarillo, naranja, etc.— , pero que éste no existe entre dos sentidos diferentes, como la vista y el oído, por ejem ­plo 5. C h a r l e s H a r t s h o r n e ha intentado establecer dicha continuación con su suposición de una continuidad afectiva que extienda una pe­lícula de sentimiento, por así decir, sobre todas nuestras sensaciones, uniendo imperceptiblemente una modalidad con otra °. Pero esto no se demuestra en la experiencia. Decir, por ejemplo, que los colores de una puesta de sol o las notas de un minué form an un continuo en la conciencia porque ambos son afectivamente placenteros cuando los percibimos unidos, no explica por qué las cualidades de cada uno nos impresionan de un modo diferente, ya que son en realidad diferentes, si la introspección es una guía acertada de lo que sucede en nuestro interior.

Para S a n t o T o m á s , la especialización de los sentidos internos es

5 G lose, J. C.: The Phisolophy of Sensation. Proceedings of the Ameri­can Catholic Philosophical Association. Wash,, D. C. Catholic University of America, 1934, p. 109.

‘ H artshorns, C.: The Phisolophy and Psychology of Sensation. Chicago, University of Chicago Press, 1934, c. 1.

Teoría de Aquino 385

asegurada también por una diferencia de objetos formales. Así, el sentido común percibe las cosas como presentes y sintetizadas; la imaginación, com o ausentes; la memoria, como pasadas, y la esti­mativa, como dañinas o beneficiosas para el organismo. La psicología moderna ha hecho muy poco uso de las facultades; no obstante, utili­za una división parecida a la de éstas, y la separación de las m ate­rias en la mayoría de los textos guarda también semejanza con el análisis de las facultades de A q u in o ,

La percepción, la imaginación y los procesos instintivos son casi siempre estudiados separadamente de la conciencia, aunque la dife­rencia entre la imaginación y la memoria no son claras. Esto no significa, sin embargo, que los psicólogos modernos estén de acuerdo con la clasificación de las potencias. Algunos de ellos dirían proba­blemente que existe sólo un sentido central, cuya función específica es la de percibir y que la imaginación, la memoria y la estimación son sólo actividades asociadas a esta facultad perceptiva única 7. Con el fin de simplificar aún más este problema, otros psicólogos han mantenido que el sentido central es la única potencia del conocimien­to sensitivo, principio tanto de la imaginación como de la percepción, y que la actividad de los sentidos externos era puramente de orden fisiológico®. Tales simplificaciones extremas no han sido, sin em­bargo, comprobadas experimentalmente. Por otra parte, la división de A q u in o tampoco lo ha sido, por lo que me inclino a opinar que las bases de su división le han sido reveladas sólo por medio de la inferencia filosófica, como producto de nuestra actitud consciente entre factores tales como la temporalidad o la utilidad. Finalmente, la mayoría de los psicólogos siguen aún sosteniendo que la sensación es una combinación de factores fisiológicos y mentales, o, dicho con. más precisión, que, aunque depende de procesos nerviosos, es una función del conocimiento.

B) Facultades apetitivas, — Los actos de los apetitos sensibles constituyen uno de los problemas más complejos de la psicología, a pesar de que tanto las emociones como los sentimientos son temas de las experiencia común y de que su base fisiológica ha sido estu­diada extensamente mediante la experimentación. La distinción en­tre los apetitos concupiscibles y los irascibles, en la que S a n t o T o m á s basa su teoría incompleta de la orexis sensitiva, es confirmada por la diferenciación moderna entre las emociones tranquilas y las de emer­gencia, que por ser fenómenos de distinta especie han debido también originarse independientemente. Una opinión a la que el Doctor An­gélico no podría suscribirse es la división de los datos conscientes en cognoscitivos, apetitivos y conativos. Conocimiento y orexis son ad­mitidas por él como categorías diferentes, aunque con el cuidado de señalar que sus actos se dividen posteriormente en los niveles opera­tivos sensitivo e intelectual; que una idea, por ejemplo, no es lo mismo

7 F robeS, J., S. J,: Op. cit„ pp. 184-86.* S um m ers, W . G., S. J.: The Psychology of Sensation. Proceedings, etc .

(como arriba), p. 109.BRENNAN, 25

386 Facultades

que una percepción, aunque ambas son formas de conocimiento, o que una emoción no es igual a un acto volitivo, aunque ambas son formas de orexls.

Pero el principio de la economía le obligaría rechazar la conación como una categoría separada. En su acepción moderna, conatus es simplemente un impulso consciente a actuar, o un esfuerzo consciente por alcanzar una meta determinada. Desde este punto de vista, re­presentaría la fase activa de un apetito, es decir, un aspecto de la orexis. En realidad, querer mantener la diferenciación entre los fe ­nómenos apetitivos y conativos vendría a ser lo mismo que afirmar que la especie humana está compuesta de hombres y de ingleses.

C) Facultades motoras.—Según A q u in o , la ejecución de los movi­mientos externos, tales como la prensión de objetos, la gesticulación, la marcha, la carrera, el lenguaje, etc., se atribuye a nuestra facultad de locomoción, que funciona gracias a los sistemas muscular-esquelé- tico y nervioso. La conducta externa ha sido objeto de una gran cantidad de experimentación. Los psicólogos behavioristas y reaccio- nalistas han elegido especialmente este terreno para sus investiga­ciones, y aunque su labor ha resultado fructífera, no ha sido, sin embargo, interpretada correctamente. Así, por ejemplo, la opinión de que los procesos intelectuales pueden ser explicados mediante re­flejos musculares o que la conciencia depende .de un arco sensitivo- motor, no está de acuerdo con el concepto de A q u in o sobre las fun­ciones de la facultad de la locomoción, y se hace en realidad franca­mente imposible conciliar este tipo de interpretaciones con las ense­ñanzas de la psicología tradicional.

XXI. F a c u l t a d e s in t e l e c t u a l e s .—Si S a n t o T o m á s viviese en la ac­tualidad, se sorprendería de la escasez de atención que se ha conce­dido a la inteligencia y a la voluntad, comparada con la gran exten­sión de la investigación que han alcanzado otras facultades.

Esto le extrañaría seguramente, puesto que el pensamiento y la voluntad son los actos más propiamente humanos, y, por consi­guiente, los fenómenos que más interés deberían despertar en el psicológo. A pesar de que el trabajo realizado es de carácter ele­mental, ha sido suficiente para garantizar la existencia de dos fa ­cultades independientes, inteligencia y voluntad, que operan en un nivel de conciencia que queda fuera de los límites de la emoción y la sensación. En resumen, el juicio y la elección son datos irreduc­tibles, y, por consiguiente, lo son también sus correspondientes fa­cultades. La distinción entre intelecto activo y posible se considera de naturaleza filosófica; no es posible establecerla valiéndose de la introspección, pero sí de la deducción, viendo así que las facultades se distinguen por poseer diferentes objetos formales. Así vemos que el intelecto activo es una facultad separada, porque su objeto eslo potenctalmente comprensible, e, igualmente, el intelecto posible es una facultad distinta, porque su objeto es lo actualmente com ­prensible.

Psicología factorial 387

6. LA PSICOLOGIA FACTORIAL Y LAS FACULTADES.— En lo que hemos dicho hasta el momento, no aparece contradicción al­guna entre el término facultad, de A q u in o , y loa de factor o capaci­dad, de los psicológos modernos. Por el contrario, el factor o la ca ­pacidad serían inútiles si el hombre no hubiese sido dotado con una tendencia innata a la acción. Una diferencia, sin embargo, debe ser señalada; para el filósofo, una facultad es una especie única de potencia, mientras que para el científico puede representar varias habilidades, según la destreza para adquirir diversos conocimientos. C h a r l e s S p e a r m a n , padre de la psicología factorial, ha sido el inves­tigador moderno que ha hecho más por rehabilitar el concepto tra­dicional de las facultades. Tal como él mismo afirma, la teoría de las facultades no fue nunca errónea, ya que por facultad sólo se pretendía, en primer lugar, la agrupación de ciertos actos que estaban relacionados de un modo evidente, y, en segundo lugar, la asigna­ción de tales actos a un principio operativo único. Las dificultades surgieron cuando los psicólogos modernos procedieron a medir las facultades, suponiendo que un miembro de cada clase podría repre­sentar a todo el resto. La evocación visual y la auditiva, por ejem ­plo, son ambas actividades de la memoria, pero tina de ellas no nos sirve para valorar a la otra. De un m odo similar, nuestros conoci­mientos sobre lógica no nos sirven de criterio para suponer nuestra capacidad para los idiomas, aunque ambos son productos de la fa ­cultad intelectual. Con el fin de aclarar este problema y darle una fir­me base científica, S p e a r m a n creó su teoría de los factores. Se había supuesto previamente que las habilidades humanas se hallaban o bien completamente correlacionadas o bien no se correlacionaban en modo alguno. El remedio contra tal hipótesis, que nunca había sido apoyada! por la evidencia, fue la de idear un método mediante el cual la correlación podía medirse con exactitud a través del uso de coeficientes. Estos coeficientes son una serie de cifras que se con ­vierten en unidad cuando dos capacidades que se comparan mar­chan perfectamente juntas, pero que descienden a cero cuando se descubre que las capacidades son independientes entre sí. Ninguno de estos efectos se logró mediante pruebas efectivas, aunque se re­veló, sin embargo, una sorprendente impresión de regularidad en el proceso de correlación.

A l finalizar su trabajo, S p e a r m a n halló que la lectura correcta de las marcas conseguidas dependía de dos postulados, factores bá­sicos: el factor g, o inteligencia general, que permanece idéntico en todas nuestras aptitudes, y el factor s, o capacidad especial, que varía con amplia libertad de una facultad a otra. Con el tiempo, otros factores fueron añadidos al esquema como resultado de una serie de estudios cuidadosamente planeados. Asi, hay un factor p, o perse ve ración, que se manifiesta com o una amplia form a de inercia mental que hace difícil al sujeto pasar con rapidez de una clase de operación psicológica a otra. Además, por el lado caracterológico del

388 Facultades

individuo, hay una facultad, aparentemente diferente, que ha sido denominada factor w, o voluntad *.

Los que lo poseen en alto grado tienden, por lo general, a actuar más por principio que por impulso. Se han hallado datos que prue­ban la existencia de factores adicionales, aunque estos factores no se conocen aún de un modo completo. Uno de ellos es el factor o, u oscilación, que se revela com o una variación de la producción de un momento a otro, demostrable en un amplio campo de actividad. Respecto a las capacidades especiales, los investigadores afirman ha­ber descubierto factores moderadamente amplios relacionados con el lenguaje, las matemáticas, la música y el trabajo m ecán ico9.

Es muy posible que, como resultado final de estas investigaciones, se llegue a lograr un esquema científico completo de las aptitudes humanas. Debemos repetir, sin embargo, que A q u in o se refiere a un factor amplio, que representa la capacidad para ejecutar una ex­tensa variedad de operaciones que se hallan agrupadas por poseer, alguna conexión interna entre si. Así, por ejemplo, la memoria visualo la auditiva pueden ser reconocidas por el psicólogo factorialista com o aptitudes separadas, pero para S a n t o T o m á s ambas son fun­ciones de la misma facultad de evocación. Igualmente, una aptitud para la ciencia física puede coincidir con un aptitud para la filosofía de la naturaleza, pero ambas provienen de una misma facultad, que es la intelectual. Lo que podemos afirmar con certeza es que la psi­cología factorial no ha originado ninguna nueva facultad, sino que se ha ocupado más bien de las facultades que había mencionado ya la escuela tradicional. Por otra parte, debemos señalar esta di­ferencia: mientras el esquema de las facultades del hombre de Aqui- wo es el resultado de la observación corriente, el esquema de los fac­tores y las capacidades del hombre creado por la ciencia actual es el resultado de una observación especial y del uso de técnicas de experimentación que hacen posible un estudio más detallado de las facultades especiales.

7. «TESTS» Y MEDICIONES.—El desarrollo y el uso científico de los tests mentales ha demostrado ser una de las ramas más intere­santes de la psicología actual. La existencia misma de dichas prue­bas presupone naturalmente alguna facultad que debe ser explorada y medida, y como hemos afirmado anteriormente, Spearman fue uno de los primeros en darse cuenta que toda la investigación psico-

* Del inglés will. (N. del TJ* Spearm an , C.: «G» and After. A School to End Schools. The Psycholo­

gies of 1930. Editado por C. Murchison, Worcester, Clark University Press, 1930, p, 340 ff. La literatura sobre el problema de los factores rectores, fa­cultades, etc., ha crecido enormemente. Los siguientes textos pueden servir de introducción: S pearm an , C.: The Nature of «Inteligencet> and the Prin­ciples of Cognition. N. Y. Macmillan, 2.® edición, 1927. The Abilities of Man. N. Y. Macmillan, 1927. What the theory of Factors is not. Journal of Edu­cational Psychology, 1931, 22, p. 112, 17. T hürstone, L. L.: Vectors of Mind. Chicago. University of Chicago Press, 1935. T homson, G. H.: The Factorial Analysis of Human Ability. Boston, Houghton Mifflin, 1939.

Diferencias individuales 389

métrica se basa en el concepto tradicional de las potencias o facul­tades. La mayoría de los esfuerzos de los primeros investigadores com o G a l t o n , E b b in g h a u s y B i n e t fueron dirigidos a la capacidad general del individuo para captar las cosas, y lo que se descubrió en cada caso, se supuso que era la inteligencia. Naturalmente, el fenómeno descubierto demostró ser un factor muy amplio. Al prin­cipio se supuso que la capacidad medida era independiente de la experiencia. Aunque esto era correcto en lo fundamental, se averiguó más tarde que la inteligencia, lo mismo que toda facultad cognos­citiva, se halla siempre condicionada por la práctica, que lo que era medido y examinado no era nunca la inteligencia pura, sino ésta desarrollada y llevada hasta un determinado grado de perfección por el ejercicio. Además de las actividades intelectuales superiores: en las que se aplica el razonamiento en la solución de los proble­mas, se han analizado también mediante tests las funciones de los sentidos, la memoria, la habilidad motora y los aspectos orécticos de nuestra vida mental. Así, el valor teórico y práctico de las prue­bas de carácter ha sido reconocido hace tiempo, aunque no se haya desarrollado aún ningún método estandardizado de medida. Esto no es sorprendente en vista de que las emociones y los sentimientos, así como las diversas formas de volición y control voluntarlo figuran entre las áreas más complejas de la investigación psicológica, mucho más difíciles de analizar que los aspectos cognoscitivos de nuestra vida m ental10.

8. DIFERENCIAS INDIVIDUALES.—-La orientación de la psico- metría hacia una aceptación implícita de la teoría tradicional de las facultades es vista fácilmente cuando examinamos algunas de las conclusiones más importantes que se obtienen de dichas medi­ciones. En este sentido, hay un acuerdo general entre los investiga-

adores sobre los siguientes puntos: primero, que existen diferencias establecidas acerca de la manera de operar de nuestras facultades; segundo, que cada diferencia representa una tendencia a actuar de un modo particular; tercero, que las diferencias entre las distintas capacidades existen desde el nacimiento, aunque puedan mostrar los resultados de la influencia de la práctica o del am biente; cuarto, que las facultades naturales varían de un individuo a o tr o 11. Las ob­servaciones de Santo Tomás sobre las diferencias intelectuales son interesantes en vista de estas conclusiones. Una persona, por ejem ­plo, comprende mejor que otra bien porque posee un organismo más perfecto capaz de reaccionar m ejor mentalmente, o bien porque sus sentidos tanto externos como internos son más aptos para respon­der a los estímulos y poseen una mayor agudeza, proporcionando así

10 F reemaw, F. N.: Mental Test Their History, principles and Applica­tion. Boston, Houghton Mifflin, edición revisada, 1939.

Garret, H. E.: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton Century, edición revisada, 1941, c. 1 y 2.

11 F lvgel, J. C,: A. Hundred Years of Psychology. N. Y. Macmillan, 1933, c. 11. G arrett, H. E.: Op. eit,, c, 3.

390 Facultades

un material más completo para la abstracción. Más aún, en los ca­sos que las dotes intelectuales sean las mismas, todavía es posible hallar diferencias individuales debidas al ambiente, la práctica o el método de estudio12.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXIII

A q ü iso , Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 77; q. 85, art. 7. B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomístic Psychology. New York, Macmillan, 1941,

Cap. 9. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.H art , C. A.: The Thomístic Concept of Mental Faculty. Washington, Catho­

lic University of America, 1930.M aher, M ., S, J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.* ed., 1926

Cap, 3.M oore, T V., O. S. B. : Cognitive Psychology. Philadelphia, Lippincott, 1939,

Parte "VII, Cap. 5.S pearm an , C. : The Abilities of Man. New York, Macmillan, 1927, Caps. 3 y 24

ls S. T., p. I, q. 85, a. 7; p. I -n , q. 51, a. 1. Ver también Slavin, R. J., O.P.: The Philosophical Basis for Individual Differences. Wash. D. C. Catholic University Press, 1936.

SECCION II.—FILOSOFIA DE LA VIDA INTELECTUAL

CAPITULO XXXIV

NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO INTELECTUAL

1. DIVERSAS ESCUELAS.—La importancia de una correcta com ­prensión del significado interno del conocimiento humano no debe ser subestimada. El problema es tan fundamental que sistemas com ­pletos de pensamiento y de acción han sido creados a partir del punto de vista adoptado en la interpretación de nuestras experien­cias cognoscitivas. Después que éstas han sido examinadas cuidado­samente y sus implicaciones han sido reducidas a simples principios, descubrimos que existen tres maneras de valorar los procesos men­tales: ya sea como acontecimientos 'puramente sensoriales o como acontecimientos puramente intelectuales, o como una combinación de ambos.

I . S e n s u a l is m o .—Si el conocimiento es rectamente considerado como una actividad en la que el objeto se une al sujeto, el sen­sualismo comete el error de exagerar la importancia del primero a expensas del segundo. Examinando los escritos de los griegos, ha­llamos con toda claridad una actitud de este tipo en relación con los fenómenos cognoscitivos, D e m ó c r it o , por ejemplo, sostiene que co­nocemos los objetos a causa de imágenes diminutas que en form a de partículas fluyen de sus superficies y llegan eventualmente a la conciencia a través de las vías sensoriales. Así, nuestras ideas son producto de nuestras sensaciones y se hallan limitadas como estas últimas a lo singular y a lo concreto. Los elementos básicos de la interpretación de D e m ó c r it o , que reduce la mente a una potencia material y borra la distinción entre la sensación y el pensamiento, han aparecido a intervalos regulares en la historia de la psicología. D a v id H u m e , A l e x a n h e r B a i n , J a m e s M i l l , T h o m a s R e íd y H e r b e r t S p e n c e r fueron todos sensualistas, y la influencia de sus enseñanzas es todavía muy importante, como lo veremos en algunos sistemas. T it c h e n e r y los estructuralistas, por ejemplo, explican los procesos del pensamiento como una actividad de formación de imágenes o más simplemente, como D e m ó c r it o pensaba, como sensaciones borro­sas y poco definidas. J o h n W a t s o n y sus seguidores interpretan el pen­samiento como una serie de reflejos subvocales, y K o h ler y muchos de los gestaltistas atribuyen nuestros razonamientos a actividades corticales l .

1 T itch ener, E. B,: Lectures on the Experimental Psychology of the

392 Conocimiento intelectual

Sin embargo, este tipo de teorías dejan en realidad el problema sin explicar. No reconocen, en primer lugar, que la mente humana tiende hacia variaciones inherentes de conciencia a pesar de la cons­tancia de los estímulos externos; en segundo lugar, que es capaz de abstraer, generalizar y establecer comparaciones puramente in­telectuales entre los datos de los sentidos, y en tercer lugar, que el contenido del pensamiento tal como ha sido analizado en el labo­ratorio por medio de técnicas creadas especialmente con ese ñn, es irreducible a ningún dato sensorial, ya sea perteneciente a la per­cepción o a la imaginación.

La opinión de los expertos concuerda exactamente con la d e A q u i- n o , que añrma que poseemos dos niveles de potencias cognoscitivas: «uno, de orden sensorial que actúa a través de un órgano corporal y que capta los objetos sólo en su individualidad material, por lo que el rango de su conocimiento no va más allá de lo singular; otro, de orden intelectual, que no actúa a través de un órgano corporal y que capta las esencias no como existen en la materia, sino abs­traídas mediante un acto de consideración intelectual. Con la inte­ligencia, pues, somos capaces de aprehender estas esencias de un m odo universal, hazaña imposible para los sentidos» 2.

II. I n t e l e c t u a l is m o .— Si la tradición del sensualismo exagera la importancia del objeto o la materia a expensas del sujeto o la mente, la tradición intelectualista comete el error opuesto. Es necesario que volvamos nuevamente a los griegos si deseamos conocer los orígenes de esta teoria. P l a t ó n fue el primer gran idealista. Según su doctri­na, los conceptos no se derivan de los datos proporcionados por los sentidos; de hecho, son totalmente independientes de los procesos sensoriales. ¿Cómo explicar entonces su origen? Son innatos, es de­cir, se hallan presentes en nuestra mente desde el primer momento. La doctrina de P l a t ó n estaba basada en la supuesta imposibilidad de derivar ideas abstractas e inmateriales de entidades concretas, com o sensaciones, percepciones e imágenes.

La teoría de P l a t ó n , como la de D e m ó c r it o , ha tenido muchos seguidores a través de las épocas. R e n e D e s c a r t e s , por ejemplo, re­husó admitir cualquier interacción causal entre la mente y la mate­ria. Esta opinión, a su vez, dio origen a dos nuevas interpretaciones extravagantes. La de A r n o l d G e u l in c x y los ocasionalistas, que sos­tenían que el proceso conceptual se corresponde con el proceso per- ceptual, pero que entre ambos no existe relación alguna, y la de N ich o u a s d e M a l e b r a n c h e , V in c e n z o G io b e r t i y otros, que opinaban que como la materia extensa no puede producir impresiones sobre la mente inextensa, nuestras ideas deben ser, por consiguiente, de ori­gen divino. Las tendencias idealistas aparecen también en la obra de K a n t , H e g e l y sus discípulos. Más recientemente se ha señalado

Thought-Processes. N. Y. Macmillan, 1909, lee. 1. Watson, J. B.: Behaviorism, N. Y,, Norton, edición revisada, 1930, c. 10-11. Kohler, W.: Gestalt Psycho­logy. N. Y. Liveright, 1929, c. 6.

a S. T., p. I, q. 12, a. 4, D. S. C., a. 1.

Diversas eseitt’ías 39Í

que las inexistencias intencionales de B r e n t a n o , que Implican la pre­sencia de objetos de pensamiento propuestos, pero no reales, lo mis­mo que la creación mental de cualidades formales de E h r e n f e l s , A l e x i ü s M e in q -n g , y la escuela de G r a t z , en general, son problamente reminiscencias de la postura platónica, según la cual el intelecto es independiente de los sentidos3. S a n t o T o m á s ha alegado los si­guientes hechos en oposición a las teorías de P l a t ó n y sus seguido­res. En primer lugar, que los elementos científicos sólo pueden ser adquiridos partiendo de los datos que nos proporcionan los sentidos. En segundo lugar, cuando carecemos de dichos datos, como, por ejemplo, en el caso de la persona que tiene un defecto en sus ór­ganos sensoriales, no es posible la elaboración del conocimiento in ­telectual. En tercer lugar, el hábito de ilustrar las ideas complicadas por medio de ejemplos tomados de los datos de los sentidos implica la existencia de una relación entre la actividad sensorial y la inte­lectual. Finalmente, y éste es para A q u in o el argumento más impor­tante, si pertenece al orden natural el que la mente se halle unida a la materia, entonces es también natural el que la inteligencia se ayude por medio de los sentidos. En realidad, sin esta cooperación nos sería imposible explicamos cómo el intelecto capta a su objeto, que es la esencia de un ente corpóreo, esencia que se halla, por lo tanto, limitada en todos los sentidos por los accidentes m ateriales4.

III. R e a l is m o .—La opinión de S a n t o T o m á s sobre el problema del conocimiento es a la vez moderada y realista. Procede de las ideas de A r is t ó t e l e s , que se basan en parte en D e m ó c r it o y en parte en P l a t ó n , pero que poseen elementos propios, fruto de su ingenio. El conocimiento humano es un proceso complejo. Empieza con los datos de los sentidos, que son concretos y singulares, pero termina con las ideas, que son abstractas y universales. D e m ó c r it o cometió el error de no ver la diferencia existente entre los sentidos y el inte­lecto, por lo que fue incapaz de explicar cómo nuestro conocim iento termina en lo universal. P l a t ó n , por otra parte, no estableció nin­guna diferencia entre el intelecto que abstrae y el intelecto que com ­prende, de modo que no pudo explicar por qué nuestro conocimiento empieza en lo singular. La postura de A r is t ó t e l e s fue la de postular ir», intelecto activo colocado entre los sentidos, por un lado, y el in­telecto posible, por otro. Veamos ahora con más detalle esta postura, que es la sostenida también por A q u in o tal como él la explica.

Al principio, el intelecto posible está libre de todo conocimiento y no puede poseer idea alguna hasta que los sentidos no empiezan a actuar. El o jo debe ver el color y el oído oír el sonido para que la mente tenga idea de lo que estas cosas significan. Pero los datos recogidos por los sentidos son como alimento aún sin digerir: antes de que pueda absorberse debe ser elaborado debidamente, y ésta es

3 Maker, M., S. J.: Psychology. N. Y. Longmans, Green, 9.1 edición, 1926. c. 13. Moore, T. V., O. S. B.: Gestalt Psychology and Schoslastíc Philosophy- The New Scholasticism, enero 1934, pp. 65-66.

* S. T., p. I, q. 84, a, 3.

394 Conocimiento intelectual

la tarea del sentido común y de la percepción. Mediante un procese de ósmosis psicológica pasan a los sentidos internos para luego apa­recer en la conciencia en forma de imágenes o fantasmas, y cuando esta fase de elaboración finaliza, están preparados para su trans­form ación final, que los elevará del orden de lo sensible al orden de lo inteligible y hará a los objetos que representan capaces de ser comprendidos. Es en este punto, por lo tanto, en el que el intelecto activo entra en acción, arrojando luz sobre lo que figura en forma de fantasmas, considerando sólo la esencia de su objeto, separada­mente de sus rasgos individuales; elevando dicha esencia, por asi decir, fuera del contexto de lo concreto y lo singular, creando una forma libre de toda materia y que pueda actuar como un estímulo sobre una facultad inmaterial. La última etapa de este proceso—para completar nuestra analogía— es la de proporcionar el alimento, es decir, la forma, al intelecto posible, después de lo cual se produce la idea, llegando con esto a su fin el proceso que S a n t o T o m á s deno­mina de simple aprehensión 5.

Pero para las mentes que se hallan unidas a un cuerpo, la simple aprehensión no basta. La verdad es alcanzada sólo por el juicio, es decir, por una aprehensión añadida a otra. Además, la verdad se asegura sólo cuando el juicio formado corresponde con la realidad de las cosas. La realidad, al fin y al cabo, es la medida de la verdad, y nuestro conocimiento es verdadero en proporción al éxito alcan­zado en captar lo que es, y en identificarnos intelectualmente con el objeto de nuestro pensamiento. Pero ¿cómo podemos estar seguros de que lo que conocemos es real? Sólo volviendo sobre nuestros pa­sos, a través de todo el proceso cognoscitivo. Asi, vemos que el inte­lecto activo abstrae de un fantasma que se deriva de la experiencia; y que la experiencia es el resultado de nuestro contacto efectivo con el mundo. Tanto la abstracción como la experiencia deben ser rea­les en este caso, por lo menos tan reales como los objetos de los cua­les representan la imagen consciente. Y para que no perdamos de vista los rasgos objetivos de nuestro conocimiento, S a n t o T o m á s in­siste en que la idea no es lo que conocemos, sino aquello por medio de lo que conocemos. Lo que captamos es el objeto, y la idea es sim­plemente el intermediario entre el sujeto que conoce y el obje­to conocido, permitiendo que este último sea identificado de un modo intencional con el primero. El propósito básico de la idea no es, pues, el de fijar nuestra conciencia (aunque la idea puede en ocasiones convertirse en objeto de reflexión como A q u in o señala), sino más bien el de dirigir nuestro pensamiento al objeto que re­presenta. Sólo bajo esta condición puede el conocimiento ser objetivo y sólo cuando es objetivo podemos tener certeza de que es verdadero e.

4 S. T ., p . I , q. 76, a. 2, r. a o b j. 3 ; q. 84 y 85. D . V., a. 15. D.' S, C., a, 1,2, 9, 10

6 S. T ., p . I , q. 76, a. 2, r. a o b j. 4 ; q. 85, a. 2. D . V ., q. 1, a. 1-3 , D . U , I., c . 7, C. G ., L . IV , c. 11. A q u i S anto T omás a firm a : « P o r e s p e c io in te lig ib le e n t ie n d o la f o r m a d e l o b je t o c o m p r e n d id o q u e la m e n te c o n c ib e e n sí m is ­m a ... E l q u e e s ta e sp e c ie in te lig ib le n o s e a la c o s a que co m p r e n d e m o s es

Formas humana y animal 396

2. DISTINCION ENTRE LAS FORMAS HUMANA Y ANIMAL DE CONOCIMIENTO.—Por conocimiento humano entendemos cierto tipo de conocimiento característico del hombre, revelado interiormente por medio de la introspección y exteriormente por la conducta inte­lectual, pero que nunca se ha encontrado en el anim al; en resum en: el tipo de conocimiento que implique la captación de relaciones de un modo abstracto. En realidad, nosotros no podemos observar di­rectamente lo que ocurre en el interior de la conciencia animal, pero sí podemos estudiar su modo de actuar, y sobre esta base objetiva, comparar su conocimiento con el del hombre.

I. L e n g u a j e — Las funciones del lenguaje, com o manifestación ex terna de nuestra capacidad de abstracción, han sido resumidas de un modo excelente por K a r l B ü h le r . En primer lugar, sirven para representar hechos que el sujeto ha captado; en segundo lugar, sir­ven para transmitir inform ación; en tercer lugar, para originar res­puestas conscientes correspondientes en la mente del lector o del oyente. El lenguaje es, en resumen, un medio de comunicar ideas por medio de símbolos universales. Es evidente, por lo tanto, que el que lo crea y lo utiliza debe haber percibido la significación universal que tienen los hechos, las relaciones, etc., antes de que haya ideado dicho medio para la expresión de sus pensamientos. El animal, en cambio, sólo es capaz de expresarse por medio de signos de carácter em ocio­nal, es decir, de sonidos guturales o vocales que manifiestan sus ten­dencias instintivas y sus sentimientos 7.

II. Cultura.—La cultura del hombre presupone la existencia de un cerebro humano para crear, de un corazón humano para decidirevidente, ya que se requiere un acto para comprender una cosa y otro dis­tinto para comprender la idea de una cosa. Esta última actividad ocurre (sólo) cuando'el intelecto se refleja en su acto.» Ver también: Noel, L .: The Realism of St. Thomas. Blackfriars, noviembre 1935, pp. 827-30. M a r i -

ta in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad. por B. W a ll y M. R. Adamson. N. Y. Scríbners, 1938, pp. 106-08. Notas al margen, p. 155.

r B ühler, K,: Kritísche Musterung der neueren Theorien des Satzes. Indo- germanisches Jahrbuch, 1919, 6. Les loís genérales d’evolution dans le lan- gage de Venfant. Journal de Psychologie, 192S, 23, pp, 597-607. Ver también: Ljndworsky, j . s . J .: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de S ílva . N. Y. Macmillan, 1931, pp. 347-53; L achanoe, L. O, P.: The Philosophy of Langage. The Thomist, octubre 1942, pp. 547-88.

S anto T omás hace algunas interesantes observaciones a su comentario del tratado de A ristóteles On Interpretation (En Aristóteles, Perihermenias.1. I, lect. 2), que se relacionan con el problema del lenguaje del hombre: «El hombre es por naturaleza un animal social, por lo que comunica sus pensamientos a los demá,s hombres por medio del lenguaje. Por consiguien­te, si los hombres deben vivir unidos les es necesario una forma de comu­nicación espiritual. Además, si el conocimiento humano quedase limitado al sensorial, seria suficiente con el empleo de los sonidos que utilizan los animales. Pero el hombre es capaz de elevarse por encima del medio quelo rodea. Se da cuenta no sólo del presente, sino del futuro y de cosas que se hallan situadas lejos de su alcance en el espacio. Para expresar este tipo de conocimiento es necesaria alguna forma de lenguaje y de escritura.

8 B rennan , R. E„ O. P.: The Thomistic Concept of Culture. The Thomist, enero 1943, pp. 111-36. L indworsky, J.: Op. cit, pp. 355-57. Vierkandt, a,: Die Stetigkeit im Kultiincanclel. Leipzig. Duncker und Humbblot, 1908.

396 Conocimiento intelectual

y de unas extremidades humanas para actuar, todos ellos puestos al servicio del progreso social del hombre. A causa de su propia na­turaleza, la cultura sólo puede desarrollarse al cabo de los siglos y de generaciones de hombres sabios y prácticos.

El hecho de que algunas naciones permanezcan en un nivel cul­tural relativamente bajo, no supone ninguna dificultad especial, pues­to que los instrumentos más primitivos y las costumbres más fijas poseen aún un cierto valor intelectual, ya que, aunque en menor grado, el razonamiento fue necesario también para su creación.

Aunque el animal muestra un asombroso parecido familiar con el hombre respecto al uso de los bienes que se relacionan con el alimento y el sexo, no existe evidencia alguna en el primero de su capacidad para variar su finalidad o emplear sus facultades con la libertad característica del hombre. Al menos por lo que podemos deducir de las apariencias, el animal no amplia su conocimiento de la realidad más allá de lo que le es necesario para su mantenimiento individual o de la especie 8.

III. M o r a l ,—Desde el punto de vista individual, existen ciertos actos que se consideran permisibles y otros no, y el juicio de la con­ciencia en estos casos se interpreta com o una norma moral de con­ducta. Este fenómeno, al menos en su aspecto elemental, se repite a través de todas las épocas y en todos los hombres. Pero la concien- ciencia carecería de significado si no existiese la libertad y la volun­tad, y la libertad a su vez sólo es posible en las criaturas que posean la capacidad de abstracción. Por otra parte, no existen datos obser­vables en la vida del animal que nos lleven a suponer que éste po­sea una conciencia. Su conducta está determinada por un instinto, sin que exista ningún discernimiento aparentemente de valores éti­cos en sus actos.

Desde el punto de vista comunal, la sociedad humana acordó aceptar ciertas leyes, que consideró justas y útiles para el bienestar de los ciudadanos en general. Estas leyes son en realidad factores puramente reguladores, pero cualquiera que sea la explicación que de­mos de ellos, su existencia requiere una aprehensión de relaciones abstractas imposible para la mentalidad del animal. No implican ne­cesariamente un alto grado de inteligencia, y pueden haber sido motivadas sólo por un principio de autoconservación. Pero, con todo, presuponen discernimiento, ya que se basan en un principio de bien, común. En el animal no hallamos ni siquiera un esbozo de activida­des de este tipo 9.

IV. A r t e y e s t é t ic a .—Según G u s t a v F e c h n e r , la belleza es esen­cialmente un problema de relaciones, y su apreciación denota una aprehensión de tipo intelectual del orden de unas partes con res­pecto a otras y de la armonía del con ju n to10. Esto concuerda con

“ L indworsky, J., S, J.: Op. clt., pp. 357-60. Stoker, H. G.: Das Gewissen. Bonn, Cohén, 1925.

fechneh , G. T.: Vorschule der Aestetik. Leipzig Breitkopf und Hartel,2.“ edición, 18&7, p. I, c. 3.

Religión 397

e l concepto de S a n t o T o m á s , quien define la belleza como un conjunto de elementos que son a la vez integrados, proporcionados y que se distinguen por su claridadn. Todo lo que cumpla estas condiciones puede convertirse en un objeto de placer estético: los colores y los tonos; la forma y la estructura de las líneas y el ritmo de los m o­vimientos; la elegancia inmaterial de las ideas y el atractivo de la virtud o del b ien 12. La función del arte es la de captar dicha belleza y expresarla de modo que todos los hombres puedan gozar de ella. Pero el arte es imposible sin la inteligencia, puesto que requiere que el artista ordene su actividad creadora de acuerdo con las ideas que él abstrae de la materia y que volverá a reincorporar en ella al ejecutar su obra. No es necesario casi que afirmemos que la apre­ciación estética de la belleza tal com o la hemos descrito es inasequi­ble al animal 13.

V. R e l ig i ó n .— 'Tanto si sostenemos la hipótesis de una religión politeísta com o si opinamos que los pueblos primitivos adorasen a un Ser Supremot el significado de la religión com o un criterio que sirva para diferenciar al hombre del animal reposa en el hecho de que está basada en convicciones. Ahora bien; las convicciones son el resultado de procesos intelectivos en los que la voluntad se añade para aumentar su firmeza. En su esencia, el mismo tipo de pensa­miento que guía al hombre culto actual, condujo al hombre pri­mitivo a aceptar un poder divino, aunque en muchas ocasiones este último fuese revestido de atributos humanos. La existencia de la oración y el modo como se desarrolló entre las culturas más in fe­riores es una prueba suficiente de esta afirmación. Además, la creen­cia en que este poder divino podía otorgar premios y castigos con­dujo lógicamente a la idea del sacrificio como un acto propiciatorio 14.

El estudio del desarrollo religioso individual sólo sirve para hacer más evidente la brecha que nos separa de los animales. La duda, por ejemplo, es un fenómeno corriente de la pubertad, y cuando ésta pasa, el individuo puede ampliar su desarrollo religioso en múltiples direcciones. Como lo demuestra W il l t a m J a m e s en su interesante es­tudio sobre los tipos religiosos, algunos individuos tienden más hacia la vida religiosa contemplativa que hacia la activa. Algunos son op -

11 S. T., p. I, q. 5, a. 4, r. a obj. 1; q. 39, a. 8; p. I-II, q. 27, a. 1, r. a obj. 3: p. II-II. q. 145, a. 2; q. 180, a. 2, r. a obj. 3.

12 El hecho de que los objetos materiales se conviertan en una fuente de placer estético lo ilustra concretamente A quino cuando afirma (S. T„ p. I, q. 91, a. 3, r. a obj. 3): «El hombre está dotado de sentidos no sólo con el pro­pósito de que pueda asegurarse las cosas que necesite para su vida, como en el caso del resto de los animales, sino también para que éstos le sirvan de conocimiento. Es asi que mientras los demás animales disfrutan de los objetos sensoriales a causa de su relación al alimento o la sexualidad, e! hombre puede disfrutar con ellos debido a su belleza, es decir, por el ob­jeto en sí.»

13 Caulahan, J. L., O. P.: A Theory of Esthetic Accordíng to the Principies of St. Thomas Aquinas. Wash. D. C. Catholic University Press, 1927. Lind- worskt, J., S. J.: Op. cit„ pp. 361-66.

14 L indworsky, J., S. J.: Op. clt., pp. 367-72.

398 Conocimiento intelectual

timistas en sus creencias y otros pesimistas o llenos de dudas. Estos modos de ser dependen externamente del ambiente religioso en que uno nace, e internamente del cultivo que se le haya dado a la reli­giosidad y de la clase de hábitos morales que hayamos cultivado. Existe también el hecho indiscutible de que, independientemente de la edad, el sexo, la posición o el ambiente, los valores religiosos tie­nen más significación para algunos individuos que para otros. La única explicación satisfactoria de este fenómeno es que dichos indi­viduos están especialmente dotados para la experiencia religiosa15.

La fuerza acumulativa de todas las pruebas que acabamos de pre­sentar a favor de la diferencia esencial existente entre el hombre y los animales es abrumadora. Sin embargo, no todos los psicólogos modernos la admiten, y esto se debe a un error en la interpretación del concepto de razón y de inteligencia.

De cualquier modo existen todavía científicos que opinan, tal como J u liá n H u x le y , que «no hay evidencia, hasta e l momento actual, de que ni aun los animales más superiores posean ideas» 10 Es en rea­lidad difícil de comprender cóm o los investigadores pueden seguir indecisos después de la labor de un J o h a n n e s L in d w o r s k y , que, por medio de sus estudios experimentales, ha demostrado la imposibili­dad de establecer la presencia del conocimiento abstracto en la mente del animal*?.

3 . EL PRINCIPIO DE INMANENCIA.—Para S a n t o T o m á s , el crite­rio básico para distinguir la vida intelectual de la sensorial es el grado de la inmanencia del conocimiento. Hemos señalado cómo este mismo criterio separa al animal de la planta, puesto que esta última no posee conciencia, por lo que debe ser inferior. Aplicando la ley de la inmanencia al conocimiento humano, A q u in o sostiene la superiori­dad de la mente del hombre basándose en estos tres hechos. En primer lugar, su intelecto es capaz de reflexionar y, por consiguiente, puede comprenderse a sí mismo. Ninguna facultad de orden sensorial, en cambio, puede reflejarse sobre sí misma o conocerse tal como un sujeto conoce a su objeto. Para hacerlo tendría que ser simultánea­mente el principio y el término de su actividad consciente. En segundo lugar, el intelecto es capaz de penetrar en el núcleo interno de la realidad. Por medio de las ideas es capaz de captar la esencia de las cosas. Los sentidos, en cambio, sólo pueden tratar de las propiedades

15 Jam es , W.: The Varieties of Religious Experience. N. Y. Longmans Green, 1902. Para bibliografía adicional sobre la psicología de la experien­cia religiosa, ver: D e la V a issie r e , J. ,s. J ,: Elements of Experimental Psy­chology. Trad, por S. A. R aemers. St. Louis, Herder, 2.a edición, 1927, pá­ginas 413-14.

16 H tíxusy, Julián: Essays of a Biologist. N. Y. Knopf, 1923, p. 97, Ver también O’Toole, G. B.: The Case againts Evolution. N. Y. Macmillan, 1925, páginas 257 ss.

17 Este punto de vista de la conciencia animal es desarrollado en Lihd- w o r sk y , J.: Das schlussfolgernde Denken. Preiburg, Herder, 1916, pp. 440 ss.

— Theoretical Psychology. Trad. por H. R . de S ilv a . S t. Louis, Herder, 1932, pp. 122-30.

— Experimental Psychology (como arriba), p. 347 ss.

Bibliografía 399

externas. La mente también, naturalmente, capta los accidentes, pero mientras los sentidos sólo perciben el hecho de su existencia, la inteli­gencia es capaz de conocer lo que son. En tercer lugar, los sentidos alcanzan un grado de saturación a partir del cual no son capaces de responder ante estímulos continuados, mientras que la mente, al ejercitarse con un objeto de difícil comprensión, aumenta con ello su capacidad comprensiva para cosas más fáciles. La causa de esto es igualmente la de los dos hechos anteriores, citados por A qtjino : el que, mientras la actividad de los sentidos depende de la materia, la de la mente no está sujeta a ésta18.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXIV

Aqbino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 79, arts. 2 y 3; q, 84, ar­tículos 3 y 6; q. 85. art. 2.

— Contra Gentiles. Libro II, Cap. 77 ; Libro IV, Cap. 11.B rennan, R. E-, O. P .: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,

Cap. 7. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.G ilson , E;: The Philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E. B ullodgh.

St. Louis, Herder, 1937, Cap. 13.G r a b m a n n , M . : Thomas Aquinas. Trad, por V. M ic h e l , O. S. B., London, Long­

mans, Green, 1928, Cap, 10.L in d w o r s k y , J., S. J. : Experimental Psychology. Trad por H, R. de S il v a ,

New York, Macmillan, 1931, Libro IV,M aher, M ., S. J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.“ ed. 1926.

Cap. 13.Mercier, D.: A Manual of Scholastic Philosophy. Trad, por T. L. y S. A. P ar­

ker. St. Louis, Herder, 1919, Vol. I, pp. 238-59.W a lk er , L. J., S. J.: Theories of Knowledge. London, Longmans Green, 2.a ed.,

1924, Caps, 1 y 2.

14 C. G „ 1. IV, c. 11. 1. n, c. 66. S. T., p. I, q. 14, a. 1; q. 76, a. 1 y a. 4, r. a obj. 3. C. D. A., I III, lect. 5, 7, 13. Ver tambìén: G i l s o n , E.: The Philo­sophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E, B u l l o ugh , St. Louis, Herder, 1937, pàgs. 278 ss.

CAPITULO XXXY

NATURALEZA DE LA VOLICION

1. DIVERSAS ESCUELAS.—Cuando decimos que la voluntad no funciona excepto bajo la influencia de un motivo reconocido, ¿im ­plica esto que está interiormente forzada a actuar? Para responder a esta pregunta adecuadamente debemos primero hacer una distin­ción. Si solamente se halla presente un motivo y si el valor que éste representa es un bien general, entonces la voluntad se ve necesaria­mente impulsada a la acción. Vemos así que el bien absoluto no nos permite la elección desde el momento en que dicho valor se nos pre­senta como un motivo. Sí, por el contrario, se consideran diversos motivos, y si cada uno representa un valor particular para nosotros, entonces existe la posibilidad de aceptar alguno de ellos o bien de rechazarlos todos. La libertad, en sentido estricto, se refiere a este segundo tipo de valores. Se han expuestos numerosas teorías para explicar la naturaleza de la volición, que pueden ser reducidas a estos tres puntos de vista: el determinismo extremado, que niega la libertad y afirma que todos nuestros actos son debidos a la influencia de las fuerzas materiales que obran sobre nosotros; el indeterminismo ex ­tremado, que se coloca en la posición opuesta, negando todos los fa c­tores que pueden condicionar a la voluntad, y el determinismo m ode­rado, que ocupa la posición intermedia entre ambos, manteniendo la compulsión de la voluntad para ciertos actos, pero afirmando también la libertad absoluta de otros.

2. TEORIAS DEL DETERMINISMO EXTREMADO. I . D e t e r m i - n is m o f í s i c o . —Afirmar que una fuerza de origen puramente material puede obligar a nuestra voluntad a actuar es reducir sus funciones a actos mecánicos.

La imposibilidad de incluir la volición dentro del sistema de ener­gías físico-químicas es tan evidente que apenas necesita comentarlo. Las operaciones de la materia están determinadas. Extender su campo de acción hasta abarcar los actos volitivos es suponer que sólo la materia existe. Pero el acto mismo de suponer tal cosa es en realidad el mejor argumento en contra de ellas, del mismo modo que el no querer admitir la libertad de la voluntad es a su vez una prueba de la existencia de esta libertad. Las leyes de la materia se refieren a una determinada categoría de hechos; mientras que las de la inteligencia y las de la voluntad se refieren a otros hechos distintos, y en ciertos aspectos, opuestos a los primeros.

B R E H T T A N , 26

402 Naturaleza de la volición

En relación con esto debemos mencionar también la teoría del paralelismo psicofísico, cuyos términos, al menos en su forma orto­doxa, incluyen la idea de una rígida causalidad en todos los actos de la naturaleza. Puesto que la aplicación estricta de dicha ley a un agente del tipo de la voluntad destruiría su libertad, los sostenedo­res de esta teoría no ven otra alternativa excepto la de admitir una separación absoluta entre las energías físicas y las mentales. La realidad, tal com o lo demuestra la experiencia, es que la mente y la materia se influencian mutuamente de manera que la actividad de la voluntad y la corporal no son absolutamente irreconciliables. El problema se resuelve cuando recordamos que, según las enseñanzas de la doctrina tradicinal, el acto voluntario no interñere con la dis­posición establecida de la materia en el cosmos y mucho menos con la actividad de la energía, ya sea en el interior o en el exterior del organismo. La volición lleva solamente la dirección y el control de estas energías físicas, sin aumentar o disminuir su cuantía total. Vemos con esto que la ley de la conservación, que preocupa tanto a los psicólogos mantenedores de la teoría del paralelismo psicofísico, no corre peligro1.

El problema de la libertad humana ha cobrado nuevo interés en los circuios científicos con la introducción en el campo de la física del princicipio de indeterminación de H e is e n b e r g . Se pensaba antes que si la posición y la velocidad de cada protón y electrón del uni­verso fuesen conocidas, sería posible predecir su posición y velocidad en cualquier momento futuro. El principio de indeterminación esta­blece que esto no es así, sino que los movimientos de los átomos mate­riales no nos permiten hacer predicciones futuras, porque la física misma se caracteriza por una indeterminación básica. De esto se dedu­ce que los actos humanos son impredecibles a causa de la configura­ción electrónica del organismo, lo que es absurdo, ya que la libertad de una potencia inmaterial como es la voluntad no puede depender en modo alguno de los átomos materiales. Aunque la facultad de ele­gir se encuentre con fuerzas del organismo que se resisten a sus órdenes, ésta sigue permaneciendo interiormente libre, mientras sea capaz de querer o no querer por sí misma 2.

II. D e t e r m in is m o b io l ó g ic o .—El sistema entero del psicoanálisis se basa en última instancia en conceptos biológicos. La mayor ambi­

1 Para la discusión de algunas de las opiniones modernas, ver: The Psy­chologies of 1930, en los siguientes encabezamientos: a) Paralelismo psico- fisico; b) El problema cuerpo-alma. Editado por C. Murchison. Worcester, Clark University Press, 1930, D r ie sc h , EL: The Breakdown of Materialism. The Great Design. Editado por F. Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 292-95. M ah er , M., S. J.: Psychology. N, Y. Longmans, Green, 9.* edición, 1926, páginas 517-24.

2 D e K o n in c k , C.: Thomism and Scientific Indeterminism. Proceedings of the American Catholic Philosophical Association. W a s h , D . C. Catholic Uni­versity of A m e r ic a , 1936, pp. 58-76. M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B. W a l l y M . R. A d a m s o n . N. Y. Scribners, 1&38, pp. 183 ss,, p. 227. S m it h .' V. E.: Philosophical Physics, N. Y. Harper, 1950, pp. 268 ss, T aube , M . : Causation, Freedom and Determinism. London, Allen y Unwin, 1936.

Determinismo extremado 403

ción de F reu d , s u fundador, fue la de verla convertida en una ciencia estrictamente natural, tal como la física o la química. Por consiguien­te, el reino inexorable del instinto o de la herencia fue aplicado cons­tantemente como explicación de la personalidad, del carácter o de las desviaciones de la conducta. Según él, la conducta humana se halla condicionada de un modo absoluto por estos factores. Podría trazarse una estricta ecaución que representase la suma total de la conducta humana en términos de constitución, más historia personal del indi­viduo, más la acción de ciertos impulsos biológicos. En esta fórmula no queda sitio para la libertad. La voluntad es simplemente una modi­ficación más refinada del instinto, y el psicólogo freudiano que intente introducir el más pequeño elemento de libertad dentro del sistema se vería envuelto de inmediato en una serie de contradicciones3.

Similarmehte, para el behaviorista, la volición se reduce a la rigi­dez de un arco reflejo. W a t s o n no hace referencia alguna a la volun­tad o a sus fenómenos. Numerosos factores determinantes son pre­sentados con el fln de explicar por qué un individuo sigue una linea especial de conducta y el concepto de libertad es tarea tan ajena al sistema behaviorista como al freudiano. Así, para el que observa las cosas sólo externamente, un individuo sólo puede actuar según su entrenamiento anterior y en conformidad con la fuerza o debilidad de sus rasgos heredados. Estos elementos de su estructura poseen tal fuerza, que no le es posible seguir otro camino. De igual modo, la estructura total de la psicología reaccional o de la respuesta está construida sobre la hipótesis de que los contenidos conscientes, cual­quiera que sea su naturaleza y como quiera que aparezcan, están condicionados esencialmente por la coordinación de arcos sensitivo - motores de modo que, indiferentemente del número o de la intensidad de los estímulos y de sus respuestas aferentes, sin la presencia de impulsos eferentes y de su respuesta específica, no puede existir nin­guna forma de conciencia y, por consiguiente, de volución selectiva 4.

El error evidente de estas teorías es su dificultad para reconocer que un acto de voluntad es un dato de tipo intelectual y, por consi­guiente, inmaterial, y no mediatizado por ningún órgano del cuerpo, mientras que los instintos, los reflejos y las respuestas motoras son fenómenos de tipo sensitivo que dependen para su existencia de la materia y sus leyes. Además, una completa aceptación de los métodos del behaviorismo sólo puede producir a la larga el abandono de la distinción entre la Psicología y la Fisiología. La introspección debe permanecer en beneficio de la ciencia del hom bre; y la técnica intros­pectiva revela la volición como una forma especial de experiencia irreducible al instinto y libre de restricciones biológicas.

3 A l l e r s , R.: New Psychologies. London, Sheed and Ward, 1932, p p . 15-16. The Successful Error. N. Y, Sheed and Ward, 1940.

4 W a t s o n , J. B.: Psichology from, the Standpoint of a Behaviorist. Phila., Uppincott, 2.a edición, 1924, p, 319 ss, L a n g f e l d , H. S.: «The Historical Deve­lopment of Response Psychology», Science, 10 marzo 1933, página 243, «A Response Interpretation of Consciousness», Psychological Review, 1931, 38, páginas 87-108.

404 Naturaleza de la volición

III. Determinismo fsicouógico.—Si el determinismo biológico es el resultado del punto de vista de D emócrito, en el que el papel de la materia es resaltado exageradamente, el determinismo psicológico es la consecuencia lógica de las teorías de P latón, en las que, por el contrario, se exagera el papel de la mente. Un punto de vista insiste en la fuerza de los instintos y los reflejos y el otro en el poder de las ideas en la configuración de la conducta del hombre. Reducido a sus más simples términos, el determinismo psicológico viene a expresar que la voluntad se ve obligada a aceptar el motivo más poderoso o a aprobar el objeto de más valor, o, dicho de otro modo, que la voluntad debe hacer su elección de acuerdo con un orden reconocido de valores. El principio de Leibnttz de la razón suficiente es un ejemplo de este punto de vista, y esta misma actitud aparece en la psicología adle- riana, en la que se acentúa la importancia de los valores intelectuales, a expensas de la voluntad, en la form ación del carácter. Natural­mente, se admite el valor de la educación moral, pero siempre bajo la afirmación implícita de que el simple contacto con las demandas de la realidad o la percepción de valores más adecuados para respon­der a estas demandas basta para regular y modificar el curso de nuestras vidas 5.

Ciertos hechos de la experiencia, sin embargo, nos hacen discu­tir este poder determinante de los valores una vez reconocidos. Por ejemplo, en algunas ocasiones seleccionamos objetos conscientes iden­tificados como valores menores, o, expresado de un modo más simple, no siempre elegimos el valor óptimo de los que se nos presentan a consideración. La doctrina de A q u in o es muy clara referente a este punto. Según ella: la elección se presenta a continuación del último juicio práctico emitido por la mente, sugiriendo la preferencia de un valor determinado sobre otro. Asi, la voluntad se fija sobre el bien que la razón le propone como el objeto m ejor a elegir aquí y ahora. La libertad se mantiene, ya que la voluntad es capaz, guiándose por su inclinación, de determinar cuál ha de ser el juicio último Resumien­do, la razón sólo ejerce una influencia de tipo objetivo sobre la facul­tad de elegir, suministrándole el motivo para la selección 6.

s Alle r s , R.: The New Psychologies ( c o m o a rr ib a ), p. 46.0 La postura de S anto T omás en este punto aparece ya indicada en

el cap. 10 del tratado De Anima, de A ristóteles , donde el Estagirita dis­tingue, en primer lugar, el intelecto especulativo del práctico, conside­rando el primero como el conocimiento por el conocimiento mismo, y el segundo como el conocimiento en función de la acción y, por lo tanto, de la elección: y luego continúa: «todo apetito es ordenado (en sus movimien­tos) a algún fin; por lo tanto, lo que se desea precisamente constituye el principio para la actividad del intelecto práctico, y la finalidad de la liberación del intelecto práctico es el comienzo de la acción», puesto que el juicio final del intelecto práctico es el motivo para la elección, y, por con­siguiente, para la conducta que sigue al acto de elegir. Como S anto T omás comenta en el siguiente pasaje: «Cuando deliberamos sobre un determi­nado acto, en primer lugar establecemos una meta y luego consideramos las diversas maneras por las que podemos llegar a ella... La última cosa sobre la que juzga el intelecto práctico es la primera que debe ser ejecu­tada» (C. D, A., 1. III, lect. 15). Ver también: D. A.: q. 22, a, 6; q. 24, a. 1.

Indeterminismo extremado 405

Mientras exista un. motivo para adherirse a un valor determinado, es la voluntad, en última instancia, la responsble de la elección. Su conducta es comparable a la de los motoristas que encienden los focos para ver, y luego determinan la dirección que han de seguir por medio de la luz que han producido. En estas circunstancias siempre es posi­ble aceptar un bien menor, ya que la voluntad puede hacer cesar la consideración del intelecto en el punto que lo desee y utilizar el último juicio práctico. Naturalmente, el hombre puede ser tan necio como para elegir un bien menor, pero, como señala D e s i r é M e r c i e r , es libre de ser necio. Y aun cuando no exista un motivo mejor, él puede sim­plemente considear como un motivo adecuado para su elección el deseo de hacer lo que le place

3. TEORIAS DEL INDETERMINISMO EXTREMADO.—El origen de las nociones exageradas sobre el carácter indeterminado de la voluntad se remontan a la psicología de R e n é D e s c a r t e s . Aunque este punto de vista es poco corriente en la actualidad, se halla, sin embargo, implícito en frases tales com o: deseo inmotivado, motivo inconsciente, y otras, que aparecen en algunas explicaciones corrien­tes de los fenómenos volitivos. La necesidad del conocimiento como estímulo para la actividad de los apetitos, ya sea en el plano sensitivoo en el intelectual, es un dato primario en la doctrina de A q u in o . Ade­más, puesto que la razón se extiende a la aprehensión de diversos valores, debe haber alguna diferencia en la reacción de la voluntad a su presencia en la conciencia. Así, ante un valor general que es reconocido absolutamente como bueno, carecemos de alternativa, y lejos de ser indeterminada, la voluntad no tiene aquí opción en su elección.

Ante valores particulares, por el contrario, tenemos generalmente varias alternativas, ya que un valor de este tipo no representa un bien en todos los aspectos, por lo que la voluntad es libre de elegirloo de rechazarlo. Volveremos a referirnos a este punto en la sección siguiente.

4. TEORIA DEL INDETERMINISMO MODERADO.—Las enseñan­zas de S a n t o T o m á s ocupan un lugar intermedio entre el indetermi­nismo y el determinismo absolutos. La voluntad, por ser una potencia apetitiva, necesita del conocimiento para su acción, por lo que no es completamente indeterminada. Al mismo tiempo es capaz de recha­zar cualquier bien particular, aun cuando el intelecto lo presente y k> reconozca como valor, por lo que no es completamente determinada. Para captar de un modo correcto lo que significa la libertad, debemos recordar que ésta reside esencialmente en la elección y que la elección se practica solamente sobre valores particulares que se consideran como medios para alcanzar nuestra felicidad final. El bien universal,

De Malo: q. 6, a. 1. Z igliara, T. M., O. P.: Summa Philosophic/!. París, Beauchesne, décimosexta edición, 1919, vol. II, p. 404, anotación p. 408-11.

7 Mercier, D.: A Manual of Modern Scholastic Philosophy, trad. por T. L. y S. A. Parker. St. Louis, Herder, 1919, Vol. I, pág. 274.

406 Naturaleza úe la volición

en cambio, representa nuestra única meta, hacia la que nos impulsa sin alternativas nuestra naturaleza, puesto que es tan perfecto que satisface todos nuestros deseos, tan grande que no admite la presen­cia de ningún otro valor. Si esto es cierto, los valores particulares deben participar en mayor o menor grado del bien universal y abso­luto, de modo que cuando elegimos los primeros debemos tener en cuenta la tendencia natural de la voluntad hacia el sumo bien como finalidad últim a8.

Partiendo entonces de la premisa de que tanto la libertad como la coacción absoluta se excluyen mutuamente, S a n t o T o m á s distingue dos formas de indeterminación, o más bien dos estados de indiferen­cia que se hallan siempre presentes antes de que se efectúe la elección. La primera es la indiferencia pasiva, que espera la presencia de un motivo para ser despertada de su inercia, y la segunda es la indife­rencia activa, que, aun en presencia de motivo, deja siempre libre a la voluntad de elegir o rechazar los valores conforme lo desee. Si exa­minamos más detalladamente esta segunda forma de indiferencia, vemos que puede manifestarse de dos maneras distintas, ya sea eli­giendo entre varios valores o bien rechazando la elección. La primera se conoce com o libertad de especificación, y la segunda, como libertad de ejercicio. Esta última, por supuesto, es la esencial para la libertad, ya que no siempre es posible elegir entre varias alternativas.

Una vez que hemos expuesto los términos de esta teoría, veremos cóm o establece Aquino la certeza de la libertad, demostrando su rela­ción interna con nuestras ideas e inferencias y su relación externa con la conducta y las creencias comunes 9.

I. Naturaleza de nuestro concepto del bien.— Expuesto brevemen­te, la voluntad es libre de elegir los valores, puesto que la mente capta la realidad con libertad. Por esta razón, todos tenemos alguna idea de

“ S. T., p. I, q. 83; q. 105;, a. 4; p. I-II, q. 4. a. 4; q. 10; q. 13, a. 6; q. 17, a, l, r. a obj. 2. D. V. q. 22, a. 15; q. 24, v. a. 1-6. C. G., 1. II, c, 48,

0 D e M a lo : q. 6, a, 1. Aqui S anto T omás afirma: «Una forma compren­dida—es decir, una idea—es universal y puede comprender muchas cosas. Cuando el foco de actividad se centra sobre un objeto particular que no agota la potencia del universal, la inclinación de la voluntad se halla sus­pendida de modo indeterminado sobre muchos objetos»; y luego: «La indeterminación de la voluntad se halla, en primer lugar, respecto al acto, puesto que puede desearlo o no desearlo, y en segundo lugar, respecto al objeto, puesto que puede desear esto o aquello.»

S. T., p. I-n , g. 10, a. 2, Aquí S anto T omás aclara la diferencia que aca­bamos de expresar, diciendo: «La voluntad es estimulada de dos maneras, en primer lugar, en cuanto al ejercicio de su acto, y en segundo lugar, en cuanto a la especificación de su acto. En el primer caso, ningún objeto mueve necesariamente a la voluntad, ya que, prescindiendo de la natura­leza del objeto, está en el poder del hombre no pensar en él, y de ese modo no desearlo efectivamente. En el segundo caso, la voluntad es movida necesariamente por un objeto, o por otro, libremente... Así, si se le ofrece un objeto que es universalmente bueno, es decir, deseable desde todo punto de vista, la voluntad se inclina hacia él de necesidad—si origina un acto voluntario—, puesto que no puede desear otra cosa. Si, en cambio, se le ofrece un bien que no es deseable desde todas las perspectivas, no se inclina hacia él de necesidad.»

Indeterminismo extremado 407

los que significa el bien. Un concepto de este tipo es esencialmente abstracto y universal. No puede ser confinado a ningún bien particu­lar, puesto que puede aplicarse con entera corrección a cualquier tipo de valor. Se halla libre de las contingencias de lo singular y concreto y su existencia misma es la prueba de la libre acción del intelecto de todos los rasgos témporo-espaciales que caracterizan a un objeto particular. Cuando dicho objeto particular es sometido a su conside­ración, el intelecto puede siempre establecer una comparación con su concepto universal del bien. El resultado es una básica indiferencia del juicio, puesto que observa, nada más mirarlo, que el objeto con el que trata es finito y limitado, mientras que la bondad carece de lím i­tes, es absoluta y suprema y sólo ella es capaz de expresar de un modo perfecto la idea del bien. En relación con este sumo bien, los bienes particulares pueden hasta llegar a considerarse como bienes nega­tivos al ser comparados con la bondad absoluta. Pero si el juicio del intelecto no se ve forzado por los valores particulares, tampoco lo debe ser la elección de la bondad que esté basada en dicho juicio 10.

I I . N a t u r a l e z a d e n u e s t r o m é t o d o d i s c u r s i v o .—Al llevar su análisis al terreno de la inferencia, S a n t o T o m á s observa cómo ciertas propo­siciones de nuestro razonamiento se hallan necesariamente conecta­das con primeros principios y no podemos negarlas, tal como tampoco podemos negar nuestra facultad de conocer. Otras proposiciones, sin embargo, no se hallan tan íntimamente conectadas con los primeros principios, y a causa de esto somos capaces de rechazarlas. Ahora bien: vemos que la actividad de la voluntad sigue esta misma linea. Ciertos valores, tales como la felicidad y todo lo que se relaciona necesariamente con ella, se nos presentan de tal modo que nos es imposible no desearlos. El que la voluntad rechazase la felicidad o el que nos alejásemos de todo lo que representa el bien universal sería tan absurdo como si el intelecto rechazase los primeros principios. Pero existen otros valores que no están necesariamente relacionados con el supremo bien o con nuestra tendencia natural hacia la felici­dad. Podemos pensar en ellos desde varios puntos de vista y emitir juicios diferentes sobre su valor, reconociéndolos en un momento com o deseables, y en el otro, como no deseables, o por lo menos no indispensables para nuestra felicidad. Y puesto que esto sucede en el caso de nuestras aprehensiones intelectuales, también debe ser cierto para la actividad de la voluntad que se basa en los juicios de la razón. Repetimos: La misma desproporción que existe entre los primeros principios y las inferencias probables en relación con el intelecto, existen también entre el bien universal y los bienes particulares en relación con la voluntad. Pero el intelecto es libre de aceptar o de rechazar una conclusión probable, e igualmente lo es la voluntad de aceptar o de rechazar un valor particular n .

10 S. T„ p. I, q. 83, a. 1; p. I-II, q. 10, a. 2 (traducido arriba). u S. T., p. I. q. 82, a. 2. D. V., q. 23, a. 1. Ver también: G arrigou -L aghan-

g e , R., O, P.: Reality, trad. por P. Cummins, O S. B. St. Louis, Herder, 1950, páginas 189-91.

408 Naturaleza de la volición

Desde luego, un. argumento de esta suerte no tiene valor para los materialistas, que confunden los movimientos vitales con las ener­gías físicas del cosmos, ni para los estructuralistas, que reducen los contenidos mentales a imágenes o sensaciones, ni para los behavio- ristas, que identifican los procesos del pensamiento con actividades reflejas; ni para los gestaltistas, que explican el conocimiento a base de configuraciones; ni para los psicoanalistas, que convierten los im­pulsos de la voluntad en una emergencia instintiva. En realidad, cual­quiera que se niegue a distinguir la diferencia existente entre el pen­samiento y la percepción se obliga, en consecuencia, a negar la liber­tad, ya que no queda ningún principio en el que pueda fundarse la producción de las ideas abstractas, en las que se basa en última instancia la libertad, Pero como A q u i n o ha demostrado ampliamente, no nos hallamos limitados ni por la materia ni por el instinto en la producción de nuestros juicios. A diferencia de los elementos inani­mados que se hallan circunscritos por las leyes del tiempo y del espa­cio, y a diferencia de la planta que responde ciega inconscientemente a las fuerzas materiales de su ambiente, y del animal que es arrastra­do por un impulso irresistible hacia los bienes de los sentidos, el hombre es guiado en sus actos por la razón. Ahora bien; la función de la razón es la de comparar y en la comparación el verse inclinada hacia alternativas diversas. Su juicio debe seguir por consiguien­te una u otra dirección. En realidad, como añrma S a n t o T o m á s , «pue­de aún seguir ciertos cursos que se oponen unos a otros. De cualquier modo, nunca se halla determinada. En tanto que el hombre es, pues, una creatura racional, es necesario que la voluntad sea libre* 12.

III. C r e e n c i a s y c o s t u m b r e s d e l h o m b r e .—La libertad humana pue­de también deducirse de otras fuentes fuera del intelecto y la volun­tad. Así, la negación de nuestra capacidad para elegir se contradice abiertamente con nuestra experiencia. Aun los que la rechazan en teoría la admiten, sin embargo, con facilidad en la práctica, ya que se conducen corrientemente como si fuesen libres. Esto se observa espe­cialmente en relación con situaciones en las que los derechos y los deberes de los individuos se hallan comprometidos. En realidad, el ser responsables de nuestros actos es muy semejante a considerarse libres. Lo primero es consecuencia de lo segundo, ya que no es posible ha­cerse responsable de actos compulsivos. «Suprime la libertad— dice A q u i n o — y negarás el significado de la exhortación y del consejo; de la orden y de la prohibición; del premio y del castigo» 13. Si no pudiéramos modificar nuestros juicios y, por consiguiente, elaborar motivos para conducirnos con mayor perfección, estarían de más todas estas cosas. Además, tal como lo demuestra la experiencia, somos aún capaces, después de fijam os un determinado plan de acción, de se­guirlo con todo detalle, modificarlo o bien abandonarlo totalmente. Nuestra voluntad es en realidad tal lábil que no siempre somos eapa-

1J S. T., p. I, q. 83, a. 1.15 S. T„ p. I, q. 83, a. 1.

Libertad y estudios inductivos 409

ces de elegir la conducta adecuada que nos conduzca a la felicidad última o a la unión con el supuesto b ie n I4.

5. LIBERTAD Y ESTUDIOS INDUCTIVOS—Desde un punto de vista experimental, ni las fuerzas físicas ni las biológicas han demos­trado influir de un modo definitivo en el proceso de la elección, defini­do por L in d w o r s k y com o: «La transición mental desde un valor reco­nocido a los actos volitivos necesarios para alcanzarlo» 15, Tampoco la compulsión psicológica ha demostrado ser de gran peso en los estu­dios experimentales efectuados sobre el proceso volitivo. Esto suce­dería solamente si los valores óptimos nos forzasen a la elección, pero resulta evidente, tanto para el científico como para el lego, que nues­tra voluntad es impulsada frecuentemente por valores de menor im ­portancia. Ante objetos de igual valor podemos experimentar indife­rencia e incluso cuando se nos presenta un solo valor y carecemos de alternativa no se deduce de esto que nos veamos forzados a actuar, ya que una memoria o una imaginación rica en recursos puede siempre representarse otros valores que nos sirvan de comparación para hacer asi que la elección conserve su libertad. Por el contrario, si la imagi­nación es coartada o si no estamos acostumbrados a rechazar a veces la elección, nuestra libertad puede verse apreciablemente limitada. Lo cierto es que en nuestra vida ordinaria no somos tan libres en nuestras elecciones como suponemos. Así, muchas de las decisiones que tomamos o de las selecciones que efectuamos no son sino la con ­secuencia de nuestros hábitos, sentimientos, asociaciones, ambiente y aun temperamento y otras condiciones de tipo biológico. Las normas éticas son descritas a veces como limitadoras de la libertad, pero esta limitación es más aparente que real. Como S a n t o T o m á s observa sa­biamente, el conformarse a las reglas de la recta razón es más bien aumentar nuestra libertad, mientras que apartarse de dichas reglas es caer en la licencia. Las transgresiones de orden moral no suponen evidentemente una perfección de nuestra libertad, sino más bien una im perfección16.

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16 S. T., p. I, q . 62, a. 8, va. a obj. 3. Ver también: De M a i o , q . 6, a. 1.D. V., q. 22, a. 6. Las transgresiones de la ley moral natural, tal como S an to Tomás explica con cierta extensión (S. T„ p. I-II, g. 76-78), pueden surgir por tres causas internas: ignorancia, pasión y maldad. La primera es un defecto de tipo intelectual; la segunda, del apetito sensible, y la tercera, de la voluntad.

Celi
Resaltado

410 Naturaleza de la volición

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CAPITULO XXXVI

NATURALEZA, ORIGEN Y DESTINO DEL ALMA HUMANA

1. ATRIBUTOS DEL ALMA HUMANA.—En su estudio filosófico del alma h u m a n a S a n t o T o m á s la describe com o algo esencialmente inmaterial, simple y sustancial. Todos estos atributos se hallan conte­nidos como implicaciones finales en los datos, sujetos a la introspec­ción, del pensamiento y de la volición.

I . I n m a t e r i a u d a d .— Según A q u i n o , un objeto es inmaterial cuan­do no depende de la materia para su existencia ni para sus operacio­nes. Para sostener que el alma humana carece de materia, basta con demostrar que los productos de su mente y de su voluntad se hallan internamente libres de las cualidades concretas y palpables que carac­terizan los contenidos de los sentidos. La introspección cuidadosa nos revela que, aunque la idea se origina a partir de un dato sensorial, aparece, sin embargo, en la conciencia como algo abstracto e impal­pable, libre de las contingencias materiales e independiente de las dimensiones de espacio y tiempo.

Además, tal como observa S a n t o T o m á s , nosotros somos capaces de captar la esencia de todos los cuerpos, pero para poder conocerlos, el intelecto no debe poseer nada corporal en su propia naturaleza, ya que la presencia de la materia impediría este conocimiento de los demás objetos materiales. Por ejemplo, si la lengua misma tuviese un gusto amargo, entonces todo lo que gustase le sabría amargo y no podría percibir ni lo dulce, ni lo salado, ni lo ácido. «De un modo semejante, si la comprensión tuviese algo corpóreo en su naturaleza, sería incapaz de aprehender la naturaleza de los cuerpos.» «... Más aún, es imposible para el intelecto conocer por medio de un órgano material, puesto que la naturaleza sensible del órgano sería un obs-

1 En los manuales tradicionales, se analiza primeramente la naturaleza del alma y luego sus facultades intelectuales y volitivas, Aqui, por el in­terés de la exposición, he reservado el problema de la naturaleza para el Anal. Como enseña Santo T omás (C. D. A., 1. II, lect. 6. C. G., 1. III, c. 46), en el orden de exposición que se requiere para la enseñanza de la psico­logia, la discusión de los actos y las potencias del alma debe preceder a la de su naturaleza. Pero en el orden de la realidad y la existencia, que es el ontològico, la naturaleza del alma viene primero, puesto que el alma posee un intelecto y una voluntad, ya que es un alma racional. En resumen, la naturaleza inmaterial del alma humana es la raíz y el principio y, por lo tanto, la causa fundamental de la inteligencia, la voluntad y todos los hábitos formados por esas potencias.

412 Naturaleza, origen y destino del alma

táculo para un conocimiento abstracto universal de la esencia de los cuerpos» 2.

Naturalmente, debemos ayudarnos de los sentidos para poder pen­sar, y estos sentidos se hallan alojados necesariamente en un cuerpo. Sin embargo, el pensamiento sólo depende de la sensación de un modo extrínseco. Como explica S a n t o T o m á s : «La mente necesita de un cuerpo no como mediador del pensamiento, sino simplemente para ponerse en contacto con su objeto» 3. Además, la misma independen­cia de la materia que hallamos en nuestro pensamiento se encuentra también en nuestra voluntad y nuestras voliciones, puesto que somos capaces de interesarnos por fines de tipo espiritual, tales como la justicia, el altruismo, etc. A su vez, la libertad inherente a la voluntad es sólo propia de una potencia desprovista de m ateria4.

II. S u s t a n c ia l id a d .—Si el pensamiento y la volición son inmate­riales, deben entonces provenir de potencias que también lo sean. Además, las potencias que sean esencialmente inmateriales no pue­den ser compuestas, es decir, no pueden ser propiedades del cuerpo, puesto que la sola presencia de la materia sería un obstáculo para sus operaciones. Por consiguiente, tanto el pensamiento como la volición deben ser productos del alma, que los crea mediante el empléo de su facultad de pensar y de desear. Pero aun la observación más casual de estos hechos inmateriales nos demuestra que son accidentes, ya presentes, ya ausentes, que van constantemente de un objeto a otro. Además, como accidentes que son, deben poseer un sujeto, tal como el color no puede existir excepto en un cuerpo coloreado. Este sujeto, a causa de su facultad de sustentarse a sí mismo, debe a su vez de ser capaz de sustentar a sus accidentes. Según todo esto, el alma humana debe ser sustancial, ya que la noción de una idea o de una decisión no pueden mantenerse en el vacío.

S a n t o T o m á s resume este argumento del siguiente m odo: «El prin­cipio de la vida intelectual tiene una operación per se, en la cual el cuerpo no participa, Pero sólo algo que subsiste es capaz de fun­cionar per se. Así, vemos que un objeto sólo puede actuar cuando existe de un modo efectivo, y su manera de actuar se deduce de su manera de ser. No decimos, por ejemplo, que el calor calienta, sino

2 S. T., p. I, q, 75, a. 2, Ver también D. U. I., c. 2. C. T., c. 79. D, A.fa. 14. Aquí Santo Tomás resume claramente el argumento de este modo: «La razón principal por la que ningún organismo material es capaz de recibir las formas sensibles de todas las cosas naturales es porque el re­ceptor debe hallarse exento de la naturaleza del objeto recibido... Pero el intelecto, por medio del cual comprendemos, es capaz de captar todas las naturalezas de orden sensible. Por consiguiente, su actividad comprensiva no puede llevarse a cabo por medio de un organismo material. De lo que se deduce que el intelecto posee una operación propia de la que el organismo no participa.»

C. G., L. II, c. 49 y 50, Z ig lía r a , T. M„ O. P., Summa Plülosophica. París, Beauchesne. decimosexta edición, 1919, vol. II, pp. 153-54, M aher, M., S. J.: Psychology. N. Y. Longmans, Green, novena edición, 1926 pp. 469-73.

3 S. T„ p. I. q. 75, a. 2, v. a obj. 3.4 S. T., n. I, q. 80, a. 2; q. 82, a. 2; q. 83, a. 2.

■Aíribtítos 413

que el objeto que es caliente produce calor. Podemos, pues, llegar a la siguiente conclusión: que el alma humana, a la que a veces nos referimos como intelecto o mente, es a la vez incorpórea y exis­tente» 5. Pero aunque cualquier objeto que subsiste es sustancia, no ha de ser forzosamente «completo en una naturaleza específica» 6, tal como señala posteriormente A q u in o . El alma humana, y desde este punto de vista, es algo incompleto.

III. S im p l ic id a d .— 'Desde el punto de vista filosófico, se dice que una cosa es simple cuando no está compuesta de partes separables, ni esenciales, ni cuantitativas. Que el alma no está constituida de partes esenciales resulta evidente, ya que es ella misma la form a sustancial de la naturaleza humana, forma que, mediante su unión con la materia, constituye el principio de la existencia humana. Que el alma carece de partes cuantitativas se deduce del hecho de que es inmaterial. Así, tal como nos demuestra la introspección, un pen­samiento o un juicio no pueden dividirse en dos mitades como se divide una manzana. No posee ninguna estructura comparable a la de los protones, átomos o moléculas de los cuerpos materiales, que les proporcionan su aspecto cuantitativo. Pero, si los contenidos del intelecto son simples, también lo será la facultad que los origina,.que es en este caso el alma, en la que se basa dicha potencia.

Además, el intelecto posee la capacidad de reflejarse a sí mismo. Puede saber lo que conoce y examinar, tanto a sí mismo com o a su acción de conocer, en un solo acto, completo e inmanente. Además, al ejecutar este acto, se dobla o refleja por completo sobre sí mismo, proeza que es totalmente imposible para un objeto material, por ejem ­plo, para una hoja de papel. Las propiedades de la mente, de hecho, son opuestas a las de la materia, y la perfección de nuestra facultad de pensar depende de su capacidad para liberarse a si misma de todo vestigio de restos singulares y concretos de los sentidos, que no po­drían modificarse por ser de naturaleza m aterial7.

5 S. T., p. I, q. 75, a. 2.8 S. T., p. I, q. 75, a. 2, v. a obj. 1 y 2. Ver también: D. A., a. 1, y v.

a obj., 1 y 3.7 C. G., L. II, c. 49. Aquí S a n t o T o m ás discute: «El intelecto, por medio

de sus actos, reflexiona sobre sí mismo, ya que él se comprende a si mismo no sólo en cuanto parte, sino también en su totalidad. Por consiguiente, una sustancia intelectual no es un cuerpo.» Su razonamiento, en el pasaje al que nos referimos, se basa en una premisa extraída de la Física de A r is t ó t e l e s (1. VIII, c. 5), en la que el Estagirita discute que ningún cuer­po es capaz de moverse por sí mismo, sino sólo respecto a una parte, de modo que una parte funciona como motor y la otra como objeto movido. A r is t ó t e l e s se refiere a las enseñanzas de A n a x á g o r a s , diciendo que este último tiene razón al afirmar que la mente o el alma se baila separada de la materia porque es el principio úítimo de todo movimiento vital que se mueve sin ser movido {en el orden de las causas secundarias) y pose­yendo tal control sobre sus movimientos que puede volver la totalidad de su ser sobre la totalidad de su ser en el acto de la reflexión,

Z igliara, T. M., O. P .: Op. cit., pp. 155-60. M aher, M .( S. J.: Op, cit-., pá­ginas 406-69.

2. NATURALEZA DEL ALMA HUMANA.—El alma no es sólo eL sujeto de nuestras facultades intelectuales y el origen de nuestros pensamientos y deseos; es también el principio primero por medio del cual vivimos, percibimos, sentimos y nos movemos. «Pero aquello mediante lo cual un objeto actúa primordialmente—dice S a n t o T o ­m á s—es su forma, y como el alma es el primer principio de la nu­trición, la sensación, el movimiento local y la comprensión..., por consiguiente, es la forma sustancial del cuerpo» 8.

Además, com o forma sustancial, «se halla presente en la totali­dad del cuerpo y totalmente presente en cada parte del cuerpo» 9. Su manera de habitar no es «circunscriptiva», como la del agua en un vaso, o la de la mano en un guante, sino ¿definitiva*, ya que su presencia se halla circunscrita por los límites del cuerpo. Sus faculta­des pslcofísicas, que necesitan operar a través de la materia, se en­cuentran restringidas por los órganos corporales. En resumen, aun­que el alma se halle presente en todo el cuerpo, no ejercita sus pro­piedades en todas sus partes. Además, aunque virtualmente posee todas las propiedades del alma vegetativa y del alma sensitiva, es realmente un alma intelectual única, comparable, según Aristóteles, a un pentágono que contiene y sobrepasa a un cuadrado, el que a su vez contiene y sobrepasa a un triángulo10. Finalmente, el alma humana no es la clase de forma, cuya única tarea es la de conformar a la materia, como en el caso del alma del animal o de la planta. Al contrario, el principio de la existencia humana posee la perfec­ción de la subsistencia, puesto que no se halla ni mezclado con la materia, ni dependiente de órganos que sean materiales, de modo que es capaz tanto de existir como de actuar separado del cuerpo, como veremos más adelante11.

3. RELACIONES ENTRE EL CUERPO Y EL ALMA.— Como cual­quier otra forma sustancial, el alma humana se halla unida con la materia, y sólo cuando su unión es completa podemos referirnos al cuerpo humano o al problema alma-cuerpo. La relación entre ambos ha sido explicada de diversas maneras, pero estas explicaciones pue­den reducirse a tres puntos de vista fundam entales12.

8 S. T„ p. I, q. 76, a. 1.9 S. T., p. I, q. 76, a. 8. Ver también: D. S. C., a. 4.Por ser una sustancia espiritual, el modo como el alma se halla presente

en el cuerpo no puede ser imaginado. S anto T omás nos previene contra los errores de quienes, al tratar de objetos incorpóreos, tales como el alma humana, emplean el lenguaje de la imaginación en vez del de la razón. <La imaginación, como él afirma (D. P. D., q. 3, a. 19), se basa en los senti­dos..., y es incapaz de elevarse más allá de la cantidad, que es el sujeto de toda cualidad sensible. A causa de su fallo para aprehender este hecho y no poder trascender su imaginación, algunas personas han sido inca­paces de comprender cómo puede existir algo sin hallarse circunscrito en el espacio.»

10 C. T., c. 89-92. A r istó tele s : De anima, L. n , c, 3. C. D. A,, L. II, lect, 5.11 S. T., p. L q. 75, a. 2 y 3. C. G., 1. II, c. 53 y 82.13 B arbado, P, E., O. P.: Introducción a la Psicología Experimental. Ma­

drid, CSIC, 2.“ ed., 1943, cap. 4. Aquí se da una explicación exhaustiva de todas las teorías sobre el problema alma-cuerpo.

414 Naturaleza, origen y destino del alma

Naturaleza 41S

I. M o n i s m o .—El monismo sostiene que existe solamente un tipo de sustancia, ya sea material o mental. Así, vemos que el monismo materialista identifica la materia con toda la realidad, mientras que el monismo idealista lo reduce todo a la mente y sus manifestaciones. Existe una tercera forma, la teoría de la mente-materia, que intenta reconciliar las anteriores diciendo que la materia es sólo un aspecto de la mente y la mente sólo un aspecto de la materia, de modo que, en el mundo, ambas son una y la misma realidad. Queda claro que, para los que sostienen este punto de vista, el problema alma-cuerpo no existe. Pero la presencia reconocida en el hombre de propiedades materiales—tales como la extensión de los sentidos—por una parte y de propiedades inmateriales— como la inextensión del intelecto y la voluntad—por otra, además del carácter irreducible de los fenó­menos que se originan de esas potencias separadas de la naturaleza humana, convierten al monismo, de cuadquier clase que éste sea, en una postura imposible de sostener. Así, por ejemplo, actividades fisio­lógicas tales como la asimilación alimenticia, la respiración o la circu­lación sanguínea, no tienen nada en común con el proceso de la formación de las ideas, y actividades psicológicas como la compara­ción entre dos ideas, la resolución de un problema matemático o una decisión de cualquier tipo, no poseen nada en común con los actos reflejos del organismo. De modo que la identificación de mente y m a­teria o de alma y cuerpo carece de base.

II, D u a l i s m o e x t r e m a d o .—Según otros filósofos, la materia y la mente, aunque reales, no se hallan conectadas entre sí de ningún modo, y todas sus relaciones son simplemente de carácter acciden­tal. Esta explicación se remonta hasta P l a t ó n , que fue el primer exponente notorio de la doctrina de que el cuerpo y el alma se en­cuentran unidos de un modo semejante a como un piloto se halla unido a su barco. La opinión de D e s c a r t e s es la misma cuando de­clara que la materia extensa no puede actuar conjuntamente con la mente inextensa y que, por consiguiente, cuerpo y alma no están sustancialmente unidos. La postura moderna del paralelismo psico­físico viene a ser la misma que la de P l a t ó n y D e s c a r t e s . H a n s D r ie s c h la describe de este m odo: lo físico (en el sentido mecánico) y lo mental son dos dominios separados del ser y de la operación que no están relacionados por ninguna conexión causal, pero que se corresponden tan completamente el uno al otro que no existe ningu­na realidad mental sin su contrapartida física, e igualmente ninguna realidad física sin su contrapartida m ental13. La respuesta de S a n t o T o m á s a P l a t ó n es igualmente válida contra las ideas de los carte­sianos y los paralelistas: «Es imposible que la misma operación surja de varios principios de naturaleza diferente. La unidad funcional de la que hablo no se refiere a la finalidad de la operación, sino a la manera como la operación procede del agente. Así, por ejemplo, va­rias personas pueden estar remando en una lancha y los esfuerzos

13 D riesch, H.: Mind and Body, trad. por T. Besterman. N. Y. Dial Press,1927, p. 27.

combinados de todas ellas contribuyen al desplazamiento único de la embarcación. Sin embargo, hay tantos movimientos como golpes de remo. Ahora bien: aunque la mente humana ejecute ciertos actos totalmente inmateriales y en los cuales el cuerpo no toma parte intrínseca, sus otras facultades son capaces de actividades tales como sensaciones, emociones, etc., cuya naturaleza demuestra que ciertos cambios han tenido lugar en determinadas partes del cuerpo. La pre­sencia de estos fenómenos que acabamos de mencionar (a la vez psíquicos y somáticos) nos prueba que el cuerpo y el alma actúan conjuntamente como un solo principio operativo» 14. Evidentemente, los datos psicosomáticos en los ejemplos citados por A q u in o serían inexplicables si el cuerpo y el alma del ser humano estuviesen uni­dos sólo de un modo accidental o si los acontecimientos fisiológicos fuesen un mero paralelo de los psicológicos.

ni. Dualismo moderado.—Según Santo Tomás, la relación del cuerpo con el alma en la constitución total del ser humano es la misma que la de la materia con la forma en las otras sustancias corpóreas. Este fue, como sabemos, uno de los puntos principales de la doctrina de A ristóteles. Así, vemos que el hombre se halla constituido por dos elementos separados, ambos incompletos por sí mismos, pero designados por su naturaleza para complementarse en­tre sí: uno, la forma sustancial, que es el alma racional, el origen del ser y el principio básico del que proceden sus operaciones, tanto las inferiores como las más elevadas; el otro, la materia prima, que cuando ha sido informada por su alma, se convierte de inmediato en un cuerpo humano. El compuesto que conocemos como un hom ­bre posee, por consiguiente, la misma clase de unión que la que existe entre la materia y el principio de la vida sensitiva del animalo entre aquélla y el principio de la vida vegetativa de la planta. Las diferencias esenciales entre estas tres clases de organismos son con­secuencia de diferencias en la forma sustancial. Así, por ejemplo, el alma humana es inmaterial, y aunque sustancialmente es incom­pleta en cuanto especie (ya que debe hallarse unida al cuerpo), es capaz, sin embargo, de existir y de actuar sin depender de un modo intrínseco del cuerpo. El alma de los animales y de las plantas, sin embargo, carece de esta independencia15.

4. PRUEBAS DE LA UNION SUSTANCIAL.—Los argumentos so­bre los que basa Santo Tomás su teoría de la unión sustancial, son los siguientes:

I. F o r m a s u s t a n c ia l .—Esta prueba se considera fundamental, y todas las demás razones son simplemente corolarios o confirmaciones del hecho de que el alma humana es la forma sustancial de su cuerpo. El término sustancial significa no sólo que el alma perte­

416 Naturaleza, origen y destino del alma

14 C. Ü., L. II, c. 57.15 S. T., p. I, q. 76, a. 1-5. C. G., 100, c. 56-58. D. S. C„ a. 2 y 3. B s.en -

k an , R. E., O. P.: THomistic Psychology. N. Y., Macmillan, 1941, pp. 69-73. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.

I

nece al género de las sustancias, y que es, por lo tanto, subsistente, sino también que confiere una existencia sustancial al cuerpo. En resumen, un cuerpo no podría ser un cuerpo si careciese de forma, y el cuerpo humano no sería humano si no tuviese una forma hu­mana. Como observa A q u in o : «Aquello por lo cual vive el cuerpo primordialmente es por el alma; y como la vida en los diferentes niveles opera de distinto modo, aquello por lo que ejecutamos nues­tras funciones vitales es el alma. El alma constituye, pues, el primer principio de nuestros actos vegetativos, sensitivos e intelectuales; por consiguiente, es la forma del cuerpo» is. De hecho, sólo bajo la condición de hallarse unida a un cuerpo es capaz de ampliar y per­feccionar sus facultades. En unión con el cuerpo constituye una sus­tancia completa, que es el hombre.

II. S e n s a c i o n e s y e m o c i o n e s .—Ciertos actos del ser humano son comunes al cuerpo y al alma, ya que en ellos participan tanto los órganos materiales como la conciencia. Esto constituye el punto de partida de la segunda prueba de Santo Tomás (utilizada ya ante­riormente como parte de su argumento contra el dualismo de P l a t ó n ). Así, vemos que el alma humana posee ciertas funciones que le son propias, y en las que el cuerpo no tiene participación, tales como el pensamiento y la voluntad. Pero existen también otros actos que pertenecen al cuerpo y al alma conjuntamente, y éstos son los frutos de las potencias compuestas. Los ejemplos más correctos son nues­tras sensaciones y emociones, que tienen un origen tanto psíquico como somático. Sin embargo, a pesar de estar constituidas por ele­mentos opuestos, una sensación o una emoción representan una ex­periencia única, singularidad que no tiene otra explicación más que la de que sus principios son únicos. Por consiguiente, el cuerpo y el alma del hombre deben form ar una sola sustancia *7.

I I I . I n t e r a c c i ó n d e f a c u l t a d e s .—La mutua influencia que ejer­cen entre sí las partes superiores de la naturaleza y las inferiores es un fenómeno de la experiencia corriente. El comentario que hace S a n t o T o m á s sobre este punto, nos sorprende por su modernidad y su realismo: «A causa de que todas las potencias del alma se ori­ginan a partir de una esencia única y a causa de que el cuerpo y el alma constituyen un compuesto único, es natural que entre el cuerpo y el alma haya una mutua interacción y que las potencias superio­res y las inferiores se influyan unas a otras. Para citar algunos ejem ­plos, las emociones del alma pueden ser tan violentas que modifiquen la temperatura del cuerpo o lleguen a producir enfermedades o la misma muerte. Han existido hombres que han sucumbido debido al exceso de sus emociones, ya fuesen tristezas o alegrías. Por otra parte, los cambios que ocurren en el cuerpo actúan sobre el alma, y las características materiales de uno son reproducidas frecuentemente de un modo inmaterial en el otro, como en el caso en que una en-

Unión sustancial 417

30 S, T., p. I, q. 76, a. 1. Ver también D. U. I, c. 2 y 5.17 C. G., L. II, c. 57. Véase también: S. T., p. I, q. 75, a. 3.

B R E N N A N , 27

fermedad orgánica produce como consecuencia un trastorno mental.«De modo similar, la intensidad de los actos provenientes de las

potencias más elevadas suele influir sobre las potencias inferiores. Por ejemplo, una intensa actividad de la voluntad es seguida inva­riablemente por una actividad correspondiente en el apetito sensible, e igualmente una actividad contemplativa muy profunda suele dis­minuir o detener del todo nuestras funciones animales. Por otra par­te, la intensidad de los actos producidos por las potencias inferiores puede a su vez influir sobre las potencias más elevadas. La razón humana puede hallarse tan cegada por la violencia de sus pasiones que le parezca que lo único valedero es la satisfacción de sus ape­titos» 1S.

IV. Unidad del yo.— Si alguien sostuviese que el alma humana no se halla sustancialmente unida al cuerpo, debería explicar por qué razón todos sus actos, ya sean vegetativos, sensitivos o intelec­tuales, se atribuyen a un sujeto único, como, por ejemplo, cuando decimos: «Yo vivo», «Yo pienso» o bien «Yo siento». Carecería de sentido el referir estos actos a nosotros mismos—nuestros pensa­mientos, decisiones, percepciones y conducta externa, nuestras fun­ciones alimenticias, sueño, etc.—, a no ser que nos perteneciesen y estuviesen unificados internamente por un principio único de ope­ración, el yo. Además, todas estas actividades se encuentran dirigi­das claramente hacia una meta determinada, que es la perfección de nuestra naturaleza individual en su totalidad. Pero si es necesa­rio un compuesto de cuerpo-alma para explicar la presencia de dichas funciones, entonces la unidad del alma con el cuerpo debe ser una unión sustancial 19.

V. R epugnancia al sufrimiento y a la muerte.—La salud y el bienestar del hombre, como observa Santo Tomás, dependen de la sujeción del cuerpo al alma. La enfermedad es, en consecuencia, un fallo en el establecimiento de dicha sumisión. La muerte, por otra parte, es el resultado de la desintegración del cuerpo; una rebelión de la materia contra el espíritu que hace que el trato entre los dos se haga imposible. No hay nada que el hombre desee tan natural­mente como la salud y el bienestar y nada de lo que huya más ins­tintivamente que del sufrimiento y la muerte. El hombre se rebela contra el pensamiento de que la armoniosa interacción entre las fuerzas espirituales y materiales de su naturaleza puedan ser rotas. Esto sólo puede explicarse de un modo lógico a causa de la unión sustancial de alma y cuerpo20.

5. ORIGEN DEL ALMA HUMANA.— Todas las explicaciones que se han dado a propósito del origen del alma humana pueden reducirse a cuatro tendencias filosóficas generales:

418 Naturaleza, origen y destino del alma

18 D. V., q. 26, a. 10.19 S. T.( p. I, q. 16, a. 1.10 S. T., pp. I-n, q. 5, a. 3; pp. II-II, q. 164, a. 1.

Origen 419

I . E v o l u c i ó n e m e r g e n t e .—Según la opinión de los evolucionistas emergentes, la mente y todas sus manifestaciones son simplemente el resultado del desarrollo progresivo de la materia. Pero el derivar una sustancia inmaterial, como es el alma humana, de un sistema puramente material o de un orden del ser que depende intrínseca­mente de la materia, como es el plano de la vida vegetativa o sen­sitiva, queda fuera de lugar a causa de la desproporción existente entre la causa y el efecto en un caso como éste. El argumento que expone A q ü i n o es incontrovertible: «Aunque el alma humana posee materia en su sujeto (ya que se halla unida al cuerpo), no es extraída de las potencialidades de la materia, puesto que su naturaleza es esen­cialmente superior al orden material del ser. La prueba de esta afir­mación se basa en su capacidad para razonar. Además, en cuanto forma tiene existencia propia y continúa, por lo tanto, existiendo al extinguirse el cuerpo» 21.

n . T e o r í a s d e l o r i g e n p a t e r n o d e l a l m a .—Algunos filósofos han sostenido que el alma del niño proviene de sus padres como resul­tado de una generación, ya sea material o espiritual. El origen del alma humana a partir de la materia y sus potencialidades ha sido ya rechazado, como acabamos de ver, y ahora se nos plantea el pro­blema de su emergencia a partir del alma de los padres. S a n t o To­m á s sigue considerando esto como imposible. Dicha postura supon­dría la división del alma en dos partes, del mismo modo com o una célula madre se divide para dar origen a las células hijas, o bien la transformación del alma paterna en el alma infantil. Pero una sustancia inmaterial carece tanto de partes entitativas como de par­tes cuantitativas, y una vez que existe no puede perder su ser o trans­formarse en un ser distinto. Vemos, pues, que de ningún modo es admisible esta teoría de la generación espiritual del alma humana 22.

m . E m a n a c i ó n .—Antes de llegar a su propia solución, A q u i n o nos plantea aún otra posibilidad: que el alma humana sea de sus­tancia divina. Remontándose a la historia de esta teoría, encuentra su origen en los filósofos de la antigüedad, que, «siendo incapaces para elevar su imaginación, supusieron que sólo los cuerpos existían, por lo que sostuvieron que Dios era un cuerpo y el principio de todos los demás cuerpos». Más adelante se llegó a la conclusión de que existía un elemento inmaterial en la naturaleza humana, pero que era inseparable de su cuerpo. Así, por ejemplo, V a r r o m afirmó lo si­guiente: «Dios es un alma que gobierna el mundo por la razón y la acción»; de lo que se dedujo que la forma del hombre es simplemente una parte del alma universal, como el hombre mismo es una parte del universo. Pero esto es falso, puesto que «el alma humana, en primer lugar, se halla en un estado de potencia respecto a lo que es capaz de comprender; en segundo lugar, adquiere el conocim iento mediante la abstracción de los objetos materiales, y en tercer lugar,

11 D. P. D„ q. 3. a. 8, v. a obj. 7.33 D. P. D., q. 3, a. 9.

está dotada de varias facultades (cada una de las cuales es una po­tencia o imperfección en relación con el acto que la perfecciona). Todos estos aspectos del alma son incompatibles con la naturaleza divina, que es acto puro, que no recibe nada de los demás objetos y que no admite en sí misma imperfección alguna» 23.

IV. Creación.—Ya que el alma humana no proviene ni de la ma­teria, ni de otra alma, ni de la sustancia divina, entonces o no existeo bien debe haber sido creada. El que provenga de otra es falso por varias razones. Asi vemos que «el ser creado es el camino para exis­tir y un objeto debe ser creado de un modo adecuado a su manera de ser. Lo que tiene existencia por si mismo es lo que propiamente existe o lo que es capaz de subsistir en su propia existencia, por lo que sólo las sustancias pueden ser realmente consideradas como exis­tentes..., mientras que los accidentes son descritos, más correcta­mente, com o seres del ser. Esto mismo es valedero para todas las formas no subsistentes; en el sentido estricto de la palabra, no son creadas, sino que entran en la existencia cuando el compuesto (del que constituyen una parte) empieza a existir. Pero el alma humana es una form a subsistente, por lo que es capaz tanto de ser como de ser creada» ?4. La conclusión innegable es que, puesto que existe y, sin embargo, no puede originarse a partir de ningún sujeto previa­mente existente, debe entonces provenir de la nada por un acto espe­cial del Creador.

6. TIEMPO DE ORIGEN. I. Preexistencia.—Algunos filósofos, especialmente Platón y su escuela, han sostenido que el alma hu­mana antecede al cuerpo que está destinada a habitar. Según Santo Tomás, esto carece de fundamento y contradice todo lo que hemos afirmado sobre la forma sustancial del hombre. Así vemos que la razón misma de la existencia de un alma racional es la de unirse a la materia. Sin el cuerpo y sus sentidos, no sería capaz de actuar, y sin alguna forma de actividad, su existencia sería inútil. Esta in­capacidad para actuar antes de su unión con la materia es evidente en el caso de las facultades psicosomáticas, que dependen, tanto objetiva como subjetivamente, de sistemas materiales. Pero es tam -

420 Naturaleza, origen y destino del alma

« S. T„ p, I, q. 90, a. 1. Ver también C. T., c. 9431 S. T., p. I, q, 90, a. 2. Ver también C. T., c. 63 y 95. D. P. D„ q. 3,

a. 1, 9 y 10.Como señala Santo Tomás <D. U. I. c. 3), Aristóteles, al menos, alude

a una teoría creacional en su tratado Sobre la generación de los Animales. Con las palabras del Doctor Angélico: «Puesto que el alma Intelectual tiene una operación que es independiente del cuerpo, su existencia no se extingue totalmente en su unión con la materia; por consiguiente, no puede decirse que se haya originado de .las potencialidades de la materia, sino que más bien existe en virtud de algún principio extrínseco.» Esto se deduce claramente de las palabras d= Aristóteles: «Debemos llegar a la conclu­sión, sin embargo, que sólo el alma intelectual viene del exterior y que sólo ella es divina» Este capitulo completo es importante a causa del penetran­te análisis qus ejecuta sobre los argumentos de Aristóteles en pro de la Inmortalidad del alma.

Tiempo de origen 421

bién cierto en el caso de las propiedades puramente psíquicas del alma, puesto que las ideas provienen de la experiencia, y la expe­riencia se adquiere solamente por medio del contacto de los sentidos con las propiedades materiales del cosmos. Tampoco podemos utili­zar el argumento de que el alma es capaz de existir después de la desaparición del cuerpo, ya que entonces la mente posee un cierto número de ideas sobre las que puede reflexionar, no volviéndose a los fantasmas, sino actuando de un modo que es adecuado a la exis­tencia del alma separada del cuerpo 25. Si la muerte ocurriese antes del desarrollo de la razón, entonces la comprensión se ejercitaría por medio de ideas infundidas por su Creador 2fi.

Pero existe otra objeción seria a la teoría de la preexistencia, ya que ésta implicaría una imperfección del alma desde sus co ­mienzos. Así, si pudiese efectivamente existir, pero sin poder actuar, su naturaleza sería muy imperfecta, y esta imperfección tendría que achacarse al Creador, único responsable de su existencia, lo que sería evidentemente absurdo.

II. T r a n s m ig r a c ió n .— Una teoría parecida a la precedente sostie­ne que el alma humana puede unirse, sucesivamente, a varios cuer­pos. Pero para quien, como S a n t o T o m As , esté convencido de la re­lación esencial que hay entre el alma y el cuerpo, esa opinión es insostenible. Según la doctrina del Doctor Angélico, la materia y la forma de la naturaleza humana constituyen una esencia única. Esto significa que el alma individual se halla unida tan íntimamente con el cuerpo particular en el que se materializa, que le es imposible relacionarse esencialmente con ningún otro cuerpo sin perder parte de su naturaleza. Y si el alma no puede modificar su naturaleza, en­tonces se ve forzada a continuar esta relación con un solo cuerpo aun después de la separación de la forma de la materia en la muerte. El carácter único de este plazo actúa en ambas direcciones, ya que desde el punto de vista material el cuerpo humano es específicamente humano porque está unido a un alma humana, e, igualmente, desde el punto de vista formal, el alma humana es individual a causa de hallarse materializada en un cuerpo determ inado27.

n i . T e o r ía d e l a s f o r m a s s u c e s i v a s .—Según A q ü i n o , el substrato material que llega eventualmente a ser un cuerpo humano por me­dio de la unión con un alma racional, es previamente inform ado por una serie de almas menos perfectas. Así, el huevo fecundado existe primero como un simple organismo vegetativo; más tarde, como un animal, y, por último, com o un cuerpo humano al serle infundida el alma humana. Cuando la forma de la planta, al des­aparecer, regresa a las potencialidades de la materia, le sucede in­mediatamente la forma animal, la que, a su vez, se extingue con el

25 S. T., p. I, q. 89, a. 6. Ver también a. 1-5.26 S. T., p. I, q. 89, a. 1, v. a obj. 3.” C. G., L. II, c. 81; S. T., p. IV, q. 50, a. 2, v. a obj. 2; D. A., a. 1, v. a

obj. 2; C. D. A„ L. II, lect. 11; D. P. D., q. 5, a. 10; D. S. C., a. 2, v. obj. 9.

advenimiento de la forma racional28. La dificultad mayor con la que tropieza esta teoría es su fracaso en la explicación de la progresión epigenética del huevo fertilizado hacia la perfección humana, fina­lidad que se halla presente desde el momento de la concepción. Pero la existencia de dicha finalidad y el desarrollo gradual del embrión, ya potencialmente humano desde el principio, implica que las po­tencias que dirigen dicha actividad son también esencialmente hu­manas. Existe, además, otra dificultad en relación con el origen del alma animal. En la teoría de S a n t o T o m á s , aparece como un efecto de lo que se denomina la virtud formativa del líquido seminal. Esta suposición, sin embargo, no há sido confirmada por los conocimien­tos embriológicos actuales, ni puede tampoco ser explicada por la acción del alma vegetativa, ya que las facultades de esta última se reducen a la producción de fenómenos vegetativos. Por consiguiente, se ha propuesto modificar las teorías de A q u in o sosteniendo que en el huevo fecundado nos encontramos ya con el alma sensitiva, de modo que el cuerpo humano es una herencia embriológica del cuerpo del animal.

IV. T e o r ía d e l a f o r m a ú n ic a .—La respuesta más simple a todas las objeciones que han surgido a propósito de la doctrina de A q u in o , es afirmar que el alma racional, y ninguna otra, se halla presente en el organismo desde el primer instante de la concepción, es decir, desde el momento en que los núcleos del espermio y el óvulo se fu­sionan para originar el cigoto. Este punto de vista no contraría el principio de la proporción, que exige que haya cierta simetría entre la materia y la forma. Tal com o los mismos embriólogos sostienen, el huevo humano fecundado posee todas las facultades para con­vertirse con el tiempo en un cuerpo humano perfecto. Su sistema material es la consecuencia, además, de un acto de reproducción humano. El hecho es, naturalmente, que el hombre es identificado com o un ser humano mucho antes de su nacimiento, después del cual va gradualmente manifestando sus propiedades específicamente humanas. Podemos afirmar esto mismo de otra form a; diciendo que del mismo modo que un niño al nacer ya es un ser humano y no se convierte en él por metamorfosis, así también el huevo fecundado, que es la consecuencia de un acto de reproducción, es efectivamente un ser humano y no necesita convertirse en uno durante el periodo de la gestación. El desarrollo embriológico del hombre, según esta hipótesis, no implica un cambio de naturaleza, sino solamente un desenvolvimiento gradual de sus facultades, todas ellas ya presen­tes desde un principio, puesto que el alma racional se halla presente, a su vez, desde el principio Z9-

” c. G., L. II, c. 89; D. P. D., q. 3, a. 9; S. T., p. I, q. 76, a. 3, v. a ob. 3, y q. 118, a. 2.

33 H ugon , E., O. P.; Car sus Philosophiae Thomisticae, París, Letheilleux, 3.1 edición, 1922, vol, III, pp. 197-204. Aqui se discuten los respectivos mé­ritos de las teorías de la forma unitaria o de las formas sucesivas. Ver tam­bién: M essengu er , E. C. (editor), Thcology and Evolution (continuación d e Evolution and Theology), London, Sands, 1949, p. II.

422 Naturaleza, origen y destino del alma

Destino 423

7. DESTINO DEL ALMA HUMANA.— El destino del alma humana después de la muerte ha ocupado siempre un lugar central en las discusiones filosóficas por razones evidentes. Según unos, desaparece con la muerte del cuerpo, o bien continúa existiendo, pero de un modo difuso e impersonal. Según otros, sobrevive como una sustancia in ­dividual, personal y única.

I. E x t i n c i ó n .— A través de las edades hallamos una serie de men­talidades materialistas que han negado la inmortalidad convencidos, en apariencia, de que al desintegrarse el cuerpo el alma desaparece con él. Ya desde la época de los epicúreos esta hipótesis había alcan­zado una exposición completamente sistematizada. En realidad, nin­gún autor materialista actual ha añadido ningún argumento nota­ble a la explicación dada por L u c r e c io sobre el destino último del a lm a :i0. Implicados en esta teoría de la extinción están todos los que sostienen, bien que todos los procesos mentales pueden ser ex­plicados en términos de acontecimientos fisieos o químicos o como fenómenos pertenecientes a un sistema puramente mecánico, bien que tanto el pensamiento como la volición pueden reducirse a sen­saciones, imágenes y sentimientos o a cualquier otro hecho de orden animal, o bien que la conciencia racional es un producto de las ten­dencias emergentes de la naturaleza. De lo que se deduce que todo fenómeno que pueda ser interpretado mecánicamnte o confirmado dentro de los límites de lo particular y lo concreto es de carácter material y debe, por consiguiente, hallarse sujeto a las mismas leyes de desintegración que controlan toda la materia.

n. S u p e r v i v e n c i a i m p e r s o n a l .—Algunos filósofos de tendencias panteístas sostienen que la meta final del alma humana es la ab­sorción en un absoluto consciente o inconsciente, en el que se pierde la identidad personal. Este punto de vista es común a todas las re­ligiones orientales, especialmente entre los seguidores de Buda. La idea fundamental de este sistema es el concepto de nirvana, o libe­ración del sufrimiento y la muerte. Se discute la significación exacta de este término de nirvana, especialmente si implica la extinción de la conciencia, pero aunque ésta sobreviva no parece ser de carácter personal. De un modo u otro, el budismo no garantiza la permanen­cia de la existencia individual31.

XII. S u p e r v i v e n c i a p e r s o n a l .—Firmemente opuesta a todo este tipo de teorías es la postura de S a n t o T o m á s , quien afirma que el alma humana no puede extinguirse. Puesto que es una forma indi-

30 De ñerum Natura, L. III.31 F ell , G.: The Inmortalíty of the Human Soul, trad. por L. V il l in g ,

St. Louis, Herder, 1908. Introducción y capitulo I. El temor de toda la gran polémica de S anto TomAs, De unitate intellectus, es contra la inmorta­lidad impersonal. Asi, si todas las mentes humanas tuviesen que fusionarse en una sola, como él señala en el primer capítulo de su obra, no podría existir el premio para los que obran bien y el castigo para los que obran mal, ya que las diferencias de recompensas se basan en las diferencias de alma.

vidual, debe continuar existiendo como tal, no como una persona, ya que solamente el compuesto alma y cuerpo posee el carácter de especie, sino como algo subsistente, separado e individual, y, por consiguiente, de carácter personal.

Prueba ontològica .—El alma está constituida por una sustancia inmaterial. Así vemos que mientras el ejercicio del intelecto y de la voluntad está condicionado por los datos sensoriales, el pensa­miento y la volición en sí mismos son abstractos e inmateriales, y como tales intrinsecamente independientes de los sentidos. El alma, por lo tanto, posee ciertas actividades en las que no participan el cuerpo y los órganos. Pero si el intelecto y la voluntad, en sentido estricto, no necesitan de la materia, entonces el alma humana, de la que proceden, tampoco requiere, en sentido estricto, de la m a­teria para su existencia. Además, por ser una sustancia inmaterial, el alma humana carece de partes entitativas o cualitativas, • de modo que no posee elementos cuya separación daría lugar a la corrup­ción, como, por ejemplo, el agua que es destruida al separarla en nitrógeno y oxígeno, o el hombre mismo, que es destruido al separar su alma de su cuerpo. De aquí la conclusión de Aqdtno de que el alma humana no puede, de ningún modo, dejar de existir, ya que intrinsecamente es independiente del cuerpo corruptible 32.

A esta misma conclusión puede llegarse partiendo de la conside­ración de los designios del Creador, causa eficiente y final del alma humana. Así, aunque la aniquilación no es imposible, ha sido ex­cluida por la sabiduría divina, que hizo el alma humana inmortal. Además, la idea misma del aniquilamiento repugna a la mentalidad del científico familiarizado con el principio de la inviolabilidad de las leyes naturales. Privar al alma humana de vida sería, pues, iló­gico, tanto para la mentalidad humana com o para la divina 33.

Prueba psicológica.—La meta final del intelecto es llegar a cono­cer la verdad, así como la meta final de la voluntad es la posesión del supremo bien. Sin embargo, dada la imperfección de nuestra vida terrenal, es imposible llegar a lograr aquí nuestros fines, porlo que el alma debe ser inmortal, ya que si no sería imposible que satisficiéramos estas tendencias naturales. S a n t o T o m á s resume este argumento del siguiente m odo: «En todo lo que posee conocimiento, la apetición sigue a la cognición. Los sentidos captan los objetos den­tro de la dimensión temporoespacial, mientras que el intelecto capta las esencias de un modo absoluto e independiente de las limitaciones temporales. Por consiguiente, cualquiera que posea conocimiento de­sea, naturalmente, la supervivencia. Un deseo natural no puede ser

424 Naturaleza, origen y destino del alma

33 S. T-, p. I, q. 75, a. 6; D. A., a. 14; C. G., L. II, c. 78, 79, 82, c. 84;C, T., In Petri Lombardi, Quatuor Libros Sententiarum, L. II, d. 19, q. 1, a. 1.

33 S. T-, p. I, q. 8, a. X, g. 50; a. 5, v. a ob], 3; q. 104. D. P. D., q. 5, a. 3 y 4.

Taylor, A. E.: The Faith of a Moralist, London, Macmillan, 1930, serie I, pàgina 237.

Destino del cuerpo 42S

vano, de lo que se deduce que la sustancia intelectual es incorrup­tible» 34.

Prueba moral.—La prueba moral no se encuentra desarrollada en los escritos de Aquino, pero puede deducirse partiendo de su doc­trina sobre la ley moral y de su reconocimiento de las sanciones eter­nas en las que se basan todas nuestras normas de conducta. Asi vemos que toda la estructura de nuestro sistema ético nos obliga a admitir la supervivencia como la única condición bajo la cual el premio y el castigo pueden llegar a efectuarse, ya que es evidente que los justos suelen sufrir, mientras que los injustos prosperan por medio de su conducta. La distinción entre el bien y el mal carecería de sentido, pues, si no existiese una vida futura en la que la virtud y el vicio recibiesen su justa retribución 35.

8. DESTINO DEL CUERPO HUMANO.— Asi como la naturaleza del alma humana nos proporciona la clave de su destino, así tam­bién podemos llegar a conocer el fln último del cuerpo, que durante la breve vida del hombre es animado por su espíritu mortal. Quizá a primera vista parecería paradójica la afirmación de que el destino del cuerpo puede inferirse del destino del alma, ya que es a través del cuerpo como conocemos el alma. Nuestros pensamientos más sim­ples se refieren a las esencias corpóreas y sólo después de conocer la naturaleza de la materia podemos llegar a conocer la del espíritu. Además, todo lo que sabemos acerca de los objetos inmateriales lo hemos obtenido a través de lo que S a n t o T o m á s denomina vta de negación , es decir, negándole al alma las propiedades esenciales de los cuerpos. De este modo concebimos el alma como carente de m a­teria y de cantidad, de color y de gusto, de peso y de extensión; en resumen, como una sustancia intrínsecamente libre de los atributos espaciales y temporales de los cuerpos. Sin embargo, el hombre está hecho de materia y espíritu, pertenece por naturaleza a ambos mun­dos y comparte, por consiguiente, las propiedades de ambos «viviendo en los confines de las creaturas corpóreas y de las incorpóreas» 36.

Ahora bien: si el cuerpo y el alma se relacionan de un modo esencial, tal como dice A q u in o , entonces la inmortalidad del alma debe de influir de algún modo en el destino del cuerpo, y bien puede

31 S. T„ p. I, q. 75, a. 6. Ver también: C. T., c. 104; C. G., ETC, c. 55rD, A., a. 14.

35 L a p r u e b a m o r a l de la in m o r ta lid a d d e l a lm a se e s ta b le ce , in d ir e c ­ta m e n te , a p a r t ir d e u n o d e lo s a r g u m e n to s de S anto T omás a fa v o r de u n a fu t u r a r e u n ió n d e l a lm a c o n el cu e rp o .

Tal como lo expresa en C. G., L. IV, c. 79: «Durante su vida, el hom­bre, que es un compuesto de cuerpo y alma, se comporta bien o mal desde el punto de vista moral. Por consiguiente, el premio o el castigo dependen tanto de su cuerpo como de su alma. Pero está claro que en su estancia en la tierra el hombre no puede recibir el premio de su felicidad final. Por lo tanto, es necesario postular la reunión de alma y cuerpo, de modo que puede ser premiado o castigado en ambos tal como lo merece.» Para un tratamiento más extenso y moderno de los argumentos tomistas, ver: M a i n a g e , T.( O. P., Inmortality, trad. por J. M. L e l e n . St. Louls Herder, 1930.

“ S. T.. p, I, q. 77, a. 2.

426 Naturaleza, origen y destino del alma

llegar a implicar la reunión del alma con la compañera material de su estancia en la tierra. Los argumentos del Doctor Angélico ya nos son conocidos, aunque han sido empleados en otra dirección. En primer lugar, el alma del hombre necesita un cuerpo para ser perfecta, es decir, para el desenvolvimiento y la maduración de sus facultades.

Y esta necesidad pertenece a la naturaleza del alma. En segundo lugar, el cuerpo es el compañero del alma y actúa conjuntamente con ella. Debería entonces participar en las alegrías o en los sufri­mientos de esta última, según haya sido su comportamiento. Final­mente, tanto el cuerpo como el alma son necesarios a la esencia del hombre, y el hombre, como Santo Tomás acaba de afirmar, repre­senta la unión natural de la materia y el espíritu. Pero esta unión dejarla de existir y faltaría un peldaño en la escala del ser si no hubiese una reunión futura del cuerpo y el alma. Existen sobradas razones, pues, para la suposición de que en un tiempo futuro el hom ­bre volverá a aparecer con sus elementos materiales e inmateriales form ando una unión sustancial37.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXVI

Aquino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 75, 76 y 90.— Contra Gentiles. Libro II, Caps, 49-58 y 79-89.B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,

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Green, 1928, pp. 123-35.M aher, M., S. J. : Psychology. New York, Longmans, Green, 9.® ed., 1926,

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Washbourne, 1934, Vol. I, Parte II, Caps. 14 y 16. Ed. esp. Morata, Ma­drid, 1964.

57 C. G., L. IV, C. 79.D. P. D., q. 5, a. 10; S. T„ p. III del suplemento, q. 75.El argumento puede resumirse, en rasgos generales, en las palabras de

S anto T omás (C. G., L. IV, c. 79: «Es contrario a la naturaleza del alma existir sin un cuerpo. Pero ninguna cosa que sea antinatural puede durar eternamente. Por consiguiente, el alma no permanecerá, sin un cuerpo... Además, el deseo natural del hombre es alcanzar la felicidad, y su feli­cidad final es ser totalmente perfecto... Pero cuando el alma está separada del cuerpo es, en cierto modo, imperfecta,.. Por lo tanto, el hombre no puede obtener su felicidad última a no ser que su alma vuelva a unirse con su cuerpo.»

FUENTES DE LA PSICOLOGÍA DE SANTO TOMAS

La Summa Theologiae ha sido traducida Integramente al castellano por loa pp. Dominicios españoles, Madrid, BAC, 1947-1960,

En la Suma Teológica sobresalen especialmente los siguientes tratados: 1) De homtne (I parte, qq. 75-102); 2) De passionibus (I-n parte, qq, 22-48); De hábitibus (I-II parte, qq. 49-61).

También ha sido vertida al castellano, por los PP. Dominicos españoles, la Summa contra Gentiles (BAC, Madrid, 1952). En este libro diserta Santo Tomás: 1) Sobre las sustancias intelectuales (lib. I, caps. 46-55); 2) Sobre la unión del alma y el cuerpo (lib. I, caps. 56-57); 3) Sobre la naturaleza del alma (lib. I, caps. 58-90).

Otras obras importantes de Santo Tomás son las llamadas Quaesiiones disputatae De Veritate (especialmente las cuestiones 22-2G, De anima, Do Spiritualibus Creaturis, el opúsculo De unitate intellectus, y los Comentarios a Aristóteles; De anima, De memoria et reminiscentia. No debe olvidarse el famoso Compendium Theologiae (existe traducción española de Carbonero y Sol, Madrid, 1880). Hay una traducción castellana de los Opúsculos filosó­ficos (genuinos) de Santo Tomás (Edit. Poblet, Buenos Aires, 1947). Debe notarse que el opúsculo De potentiis animae no es realmente de Santo Tomás, aunque si refleja su pensamiento. Probablemente fue escrito por algún dis­cípulo del Aquitanense.

ABREVIATURAS

Para simplificar las referencias de los textos de Santo Tomás que aparecen en las citas y Bibliografía, se han utilizado las siguientes abreviaturas:ST -T Summa Theologiae (Suma de Teología).c a - Summa contra gentiles (Contra gentiles).DA — De anima (Sobre el alma).CDA — Comentaría in Aristotelis De Anima (Comentarlos a Alistóte.

les: Sobre el Alma).DV = De Veritate (Sobre la Verdad).EBT Expositio in Boet. De Trinitate (Exposición del libro de Boecio

sobre la Trinidad).DUI -- De unitate intellectus (Sobre la unidad del Intelecto).DVG — De Virtutibus in genere (Sobre las virtudes en general).DPD — De potentia Dei (Sobre el poder de Dios).DSC De Spiritualibus creaturis (Sobre las Creaturas espirituales).DMR In Aristotelis: «De Memoria et reminiscentia>.CT Compendium Theologiae (Compendio de Teología).DPA = De potentiis animae (Sobre las potencias del alma).

428 Fuentes de la Psicología

OTRAS ABREVIATURAS

a.L.c,d .

in .

= a r t ícu lo .- lib ro .

= ca p itu lo ,— d is t in c ió n .

lect.

= c o m e n ta r io so b re (p o r e je m p lo : In Aristotelis De Memoriar e tc é te ra ).

= lección.n .o b jP-

= n ú m e ro . c = o b je c ió p .= p a r te (c u a n d o se u sa a n te s d e lo s n ú m e ro s ro m a n o s ; en lo s

d e m á s ca sos , p. = p á g in a ).q-r.t.vol.

= cuestión.— respuesta.= tratado.= volumen.

NOTA SOBRE LAS TRADUCCIONES

T o d a s la s c ita s d e A ristóteles y S anto T omás que a p a re ce n e n el p r e se n te te x to h a n s id o t r a d u c id a s p o r e l a u to r . N o se d i fe r e n c ia n e s e n c ia lm e n te d e o tr a s tr a d u c c io n e s q u e h a n s id o re c o m e n d a d a s a l e s tu d ia n te e n la b ib lio ­g ra fía . H a y a lg u n a s m o d if ic a c io n e s d e c a r á c te r a c c id e n t a l que, s e g ú n e l p a r e c e r d e l a u tor , r e p re se n ta n u n m e jo r a m ie n to . A si, éste se h a p e r m it id o m á s lib e r ta d qu e e l t r a d u c to r lite ra l, c o n e l fin d e o b ts n e r u n a e x p re s ió n m á s p e r fe c t a de la s id ea s d e A quí no y e l E sta g ir ita . A l m ism o t ie m p o se h a tr a t a d o d e p e r m a n e c e r fiel a sus re s p e c t iv o s s is te m a s (q u e s o n b á s ica m e n te u n o ) y n o d e c ir n i m á s n i m e n o s d e lo q u e se su p o n e p r e te n d ía n firm a r los te x to s o r ig in a le s . L a m e jo r g a r a n tía d e q u e S anto T omás ( y A ristóteles m ism o , q u izá ), n a d a h u b ie s e n o b je t a d o a e s ta m o d e r n iz a c ió n d e su p e n s a ­m ie n to , es la a firm a c ió n d e l D o c t o r A n g é lic o fo r m u la d a e n la in tr o d u c c ió n d e Contra Errores Graecorum: «L a la b o r d e l b u e n t r a d u c to r es la d e m a n ­te n e r e l s ig n ific a d o d e l o r ig in a l y a l m is m o t ie m p o a d a p ta r su le n g u a je a l d e l id io m a a l c u a l v ie rte e l te x to .» P o r lo q u e se re fiere a l E s ta g ir ita y la s d if icu lta d e s q u e p r e s e n ta n sus e s c r ito s e n g r ie g o , e s n e ce sa r io re v e la r que h a n s id o in te rp re ta d a s ad mentem divi Thomae, q u ien , seg ú n el te s t im o n io p r o c e d e n te d e e s c o lá s t ic o s im p a rc ia le s , l le g ó a c o m p r e n d e r m á s p r o fu n d a - m e n te que n a d ie la s id e a s d e l g ra n f i ló s o fo d e la a n t ig ü e d a d .

A quino , Santo Tomás de: Summa Teologica, Madrid, BAC, 1947-1960.— Summa contra los gentiles, Madrid, BAC, 1952.— Opúsculos filosóficos (genuinos), Buenos Aires, Ed. Poblé t, 1947.— Compendio de Teología, Madrid, ed. antigua, 1880.B arbado, Manuel: Introducción a la Psicología Experimental, CSIC, 2.1 ed.,

Madrid, 1943.— Estudios de psicología experimental, 2 vols., Madrid, 1946-1948.B r e n n a n , R. E. : Historia de la Psicología, Madrid, Morata, 1958.— Psicología Tomista, Madrid, Morata, 1960.— El maravilloso ser del hombre, Morata, Madrid, 1934.— Ensayos sobre el tomismo, Morata, Madrid, 19G4.

* Para mayor información bibliográfica véanse las obras del Rvdo. Padre: B r e n n a n . ya citadas.

BIBLIOGRAFIA EN CASTELLANO *

Fuentes de la Psicologia 429

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I. El Arquitecto del Universo,II. Búsqueda de la Felicidad.

III. Plenitud de Vida.IV . El Camino de la Vida.

F raile, G . : Historia de la Filosofia, M a d r id , B A C , 1960.G i ls o n , S .: El Tomismo, B u e n o s A ires, 1951.G o n z á le z Z e fe r in o : Estudios sobre la Filosofia de Santo Tomás, 2 v o ls ., 2.1 ed.,

M a d r id , 1886.H irsch b e rg e h , J., y M artínez Góm ez, L .: Historia de la Filosofia, 2 vo ls ,,

B a rce lo n a , 1954-1956.P h il l ip s , R . P .: Moderna Filosofía Tomista, 2 v o ls ., M a d r id , M o ra ta , 1964. R ed d en & R y a n : Filosofia Católica de la Educación, M a d r id , M o ra ta , 1961. "W indelband , W .: Historia de la Filosofia Moderna, 2 vols ., B u e n o s A ires, 1951.

I N D I C E S

INDICE DE LAS ILUSTRACIONES

Figura Páginas

1 U n a c é lu la t í p i c a .............................................................................................. 692 N e u ro n a t í p i c a ..................................................................................................... 1273 S e c c ió n d e l s is te m a n e rv io s o c e r e b r o s p i n a l ..................................... 1274 R e c e p to r e s t á c t i l e s ........................................................................................... 1445 L a b e r in to m e m b r a n o s o d e l o id o i n t e r n o .............................. ............. 1496 C é lu la s o l f a t i v a s ........................................... .................................................. 1557 P r ism a o l fa to r io d e H e n n i k g ..................................................................... 1558 U n 'b u lb o g u sta t o r i o ........................................................ ................................ 1589 P ir á m id e g u s ta to r ia d e H e n n i n g ............................................................. 158

10 L a o s c i la c ió n p e n d u l a r ........................................... ....................................... 16311 E l o í d o ...................................................................................................................... 16512 C orte tra n sv e rsa l d e l c a r a c o l ... ....................................................... ... 16713 L a p r o d u c c ió n d e los to n o s p a r c i a l e s ....................... ........................ 16914 E l o j o ........................................................ ...................................... ... ................ 17415 E l c o n o d e c o lo r ... ......................................... ................................................... 17816 E s t e r e o s c o p io .............................. ............................................ ........................ 19317 L a e s ca le ra a m b ig u a ............. ......................................................................... 20018 E l v a so g r ieg o * ......................................................................... ....................... 20019 L a es tre lla v a r ia b le ................................. ........................................................ 20020 F ig u ra de S a n f o r d ............................................................................................. 20021 I lu s ió n d e a l t u r a ............................................................................................... 20222 I lu s ió n d e la e x te n s ió n in t e r r u m p id a .................................................. 20223 I lu s ió n d e c o n t r a s t e ........................................................................................ 20224 I lu s ió n d e p e r s p e c t iv a ................. ............................................................... 20325 C u rv a d e l a p r e n d i z a je .................................................. ................................. 22126 C a p a c id a d d e a p r e n d iz a je en r e la c ió n c o n la e d a d .......... ... 22227 C u rv a d e r e te n c ió n d e E b b in g h a ü s ........................................... ... ... 22728 F o r m a c ió n d e la i d e a ................................................... .......... ................. 296

* Advertim os al lector que, por error de ajuste, esta figura aparece invertida.BRENNAN, 2 8

INDICE ALFABETICO

A

Abio^énesis 100.Abstracción, 295, 325.— y atención, 326.— Criterio de inteligencia, 291.-------- negativo, 325,-------- positivo, 326.A ccidente, 77.A cción , 341.— y carácter, 368.— diferenciada de acto, 342.— y hábito, 349.— hum ana, 341, 345.-------- Actos espontáneos, 342.------------- hum anos, 343.------------- - instintivos, 342.------------- reflejos, 342.-------- C oncepto, 341.--------- Conductas especiales, 345.-------------------Solución de conflictos, 345.-------- derivada de volición, 342.-------- y papel de las im ágenes, 343,— m asiva cortical, princip io de la, 126. A com odación , 175.A ctitud behaviorista e inteligencia, 290.— científica, 61.— f i l o s ó f i c a , 60.A cto. A cción diferenciada de, 341.— espontáneo, 342.— hum ano, 341, 343,— instintivo, 342.— y potencia, 44, 81.— Psicología del, 115.— reflejo, 342.— voluntario y asociación, 335.-------- y carácter, 370.A daptación a la oscuridad de la reti­

na, 179.— de la retina a la luz, 179. Adquisición del conocim iento, 35.— de energía adecuada, 315.— de sabiduría, 37.A lberto M agno . Esquema biográfico,

38.A lm a hum ana. A nulación del, 424,-------- Atributos, 411, 413.-------- Creación de!, 419.-------- Destino del, 423, 425.

Alm a hum ana. D ualism o extrem ado, 45.

------------- m oderado, 410,-------- Em anación, 419,-------- E volución em ergente, 419.-------- E xtinción del, 423.-------- Form a sustancial, 416.-------- inm aterialidad del, 411.-------- Inm ortalidad del, 423, 425.— — In teracción de potencias, 417, M onismo, 415, 423.-------- . moral, 424.-------- . Naturaleza subsistente del, 414.------------- sustancial del, 414.-------- ontològica, 424.-------- O rigen del, 419, 421.-------- Preexistencia del, 420.— — Pruebas de la unión sustancial

con el cuerpo, 416, 419.-------- psicológica, 424.-------- Repugnancia al sufrim iento y a

la muerte, 418.-------- Sensaciones y em ociones, 417.-------- Sim plicidad del, 415.-------- Supervivencia del, 423, 425,— — Sustanclalidad del, 414.-------- Teorías de las form as sucesivas,

421.-------- — sobre la relación entre el cuer­

po y el alma, 415, 417.-------- T ransm igración del, 421.-------- U nidad del yo, 418.Alucinaciones, 211,Am biente y carácter, 367.— y evolución de la vida, 270. Am bigüedades de percepción, 199, 209. Amitosis, 73.Amphioxus, 273.Am plitud, Atención, 327.Am polla, 149.Anabolism o, 72.Análisis del acto y facultades del h om ­

bre, 380.— del objeto ., facultades del hom bre,

379.Anatom ía com parada, 272.— y evolución del cuerpo hum ano, 277. Anim al. Conducta del, 258.— E stim ación en el, 233.

436 Indice alfabético

Anim ales. Juicio de los, 303.A nulación del alm a hum ana, 424. Apetición, 245 , 317.— Definición de la, 247.— intelectual, 245.— sensitiva, 245, 247.— Significado de la, 248.A petito, y A r i s t ó t e l e s , 341.— c o n c u p i s c i b l e , 249 , 383 .— irascible, 249, 331.— sensitivo y sentido estim ativo, 280. Apetitos sensibles, 245.-------- C oncepto de apetición, 245.-------- Em oción, 245.-------- - Form as de los, 246.-------- y sentim iento, 246.Aprehensión de relaciones, 309.— simple, 300.Aprendizaje, 220.■— Curvas de, 221.— M ateria de, 221.— y m em oria, 221.— Proceso de, 224, 226.— R etención del, 226.— S u jeto del, 222, 225.Aquino y abstracción, 295, 325, 393.■— y acción, 276.— A cto y Potencia, 44, 80.— A ctos hum anos, 264.— Adquisición de sabiduría, 37.— Apetición, 230, 249, 317.— Aprendizaje y M em oria, 221.— y A r i s t ó t e l e s , 46, 48.— Arte, 396.— A tención , 326, 328, 333.— «Bautism o» de A r istóteles , 47.— B ipedestación del hom bre. 277.— Com posición psicosom àtica del ani­

m al, 264.— Com unes sensibles, 189.— C oncepto filosófico de vida, 83, 09.— C onciencia, 112,— C onducta externa, 258.— Contingencia de la ciencia, 38.— T eoría de la Creación, 103.-------- del cuerpo hum ano, 277.— Definición del intelecto, ■ 277.— Deliberación, 320.— D estino del alm a hum ana, 423, 425. de la viJa anim al, 284,— D iferencias individuales, 389.— D istinción entre conocim iento inte­

lectual y senrible, 304, 307.-------- entre form as de conocim iento

anim ales y humanas, 395.— Divisibilidad del princip io vital, 106.— D octrina de, 267, 276, 282.— Dualism o de mente y materia, 122. m oderado, 416.-------- Duda m etódica, 39.— Elección, 319, 403.

A q u i n o . Em ergencia restringida de la vida orgánica, 104.

— Em oción, 257.— Kntelequia, 91.— Especie filosófica, 269.— Esquema biográfico, 38.— E volución del cuerpo hum ano, 277,

280.-------- de la vida, 267, 276, 281.— «E xistencialism o», 46.— Facultades, 379, 384, 386.— Fantasm a, 299.— F ilosofía natural, 55.— F orm a sustancial, 264.— Form as sucesivas del em brión, 421.— H ábito, 347, 349. 353.— Hilem oríism o, 77.— ilusiones, 303.— Im aginación , 207, 215.— In com p lección de la ciencia natu­

ral, 39.— Inferencia , 309.— Inm anencia del conocim iento, 398.— — de la vida, 276. 362,— Inm aterialidad del alm a hum ana,

411.— Inm ortalidad del alm a hum ana,

423, 425.— Instinto, 234, 240, 242.— Intelecto, 295.— Inteligencia, 291. 293.— Introspección, 42.— Juicio, 303.— Leyes de la asociación, 219.— Libertad de la voluntad, 406, 409.— M em oria, 217, 230.-------- intelectual, 311.— M etodología , 40.— M otivación , 313, 315.— Naturaleza sustancial del yo absolu­

to, 137.— O bjeto de la voluntad, 321.— Percepción , 190, 199.-------- de las energías vivientes, 86.— Persona, 360.— Poder estim ativo, 233, 235.— P otencia y acto, 45, 80.— P rincip io de continuidad, 267.-------- de la proporción causal, 268.-------- vital, 91, 276.— Proceso inferencial, 309.-------- intencional, 337.-------- del ju icio , 306.— Prueba m oral de la supervivencia

del alm a hum ana, 424.— Psicología de, 40, 46.-------- de la form a (G esía íí), 199.-------- moderna, 48.— Razonam iento, 310.— R ealism o, 393.— Rem iniscencia, 219.

Indice alfabético 437

A q u in o . Sentido com ún, 187.— Sentidos internos, 187, 217,— Sentim iento, 247, 262.— Sensación, 135.— Sensibles propios, 189.— Sim plicidad del alm a hum ana, 413.— Sistema psicológico, 40, 51.— Svecie-i sensibilis, 262.— Sustancialidad del alm a hum ana.

412.— Tactus, 141.— T eoría creacional, 282.—. — de la em ergencia restringida de

la vida, 282.-------- de la m ateria y la form a, 77.— Ultim o ju icio práctico, 404.— Ü nidad del yo, 418.— U nión sustancial del cuerpo y alma,

416, 418.— Vida sensorial, 262, 264.— V olición, 318.— Voluntad, 317, 321.A rco reflejo, 129,A r is t ó t e l e s , 46, 48.— y AqüDto, 46, 48,— Apetito, 341.— Cam bio accidental, 77.-------- sustancial, 78.— Deliberación, 320,— D istinción entre conocim iento sen­

sitivo y conocim iento intelectual, 305, 307.

—. D ivisibilidad del principio vital, 105.

— D ualism o de m ente y m ateria, 122. m oderado, 416.— D uda m etódica, 40.— Elección, 320.— Em oción, 248.— Entelequia, 79, 92.—■ Especie filosófica, 269.—• Facultades, 379.— Fantasm a, 301.— Form a accidental, SO.—• — sustancial, 77.— H ábito, 347, 354.— Im aginación, 214.— Inteligencia, 290, 292,— Leyes de la asociación, 200, 218, 335.— M ateria prima, 77.-------- secunda, 78.— M em oria, 220, 230.— M otivo, 319.— Percepción, 190.— Poder estimativo, 233, 234.— Potencia y acto. 41, 80.— Principio de continuidad, 267.-------- de la proporción causal, 26E.-------- vital, 95, 276.-^ P s ico lo g ía del acto, 115,■--------de la form a, 198.

Aristóteles, Psicología perenne de, 123.— Realism o, 393.— Sensibles com unes, 189.-------- propios, 189,— Sentido interno, 187.— T eoría de la m ateria y la form a,,

77.— V olición, 317.— Voluntad, 317, 321,Arte, 396.— y belleza, 390.— y conocim iento intelectual, 397.— C riterio de inteligencia, 497.— y estética, 3S7.— y placer estético, 396.Articulaciones. Cualidad de las, 148,— estímulos, 148.— O rganos receptores, 148.— Sensaciones en las, 147. Asentimiento, 304.Asociación y acto voluntarlo, 335.— controlada, 336, 344.— espontánea, 335.— de ideas, 335.— Fibras de, 126.— libre e imágenes, 335.— de palabras y m em oria, 229.— y pensam iento creador, 337.— y volición, 335,Aspecto intenciona] de las facultades,

380.Atención, 325, 327, 333.— y abstracción, 325.— Am plitud, 327.— Cualidades, 328.— Factores ventajosos, 329.— Fenóm enos antecedentes, 330.-------- concom itantes, 331.-------- consiguientes, 331.— Fluctuación, 328.— Intensidad, 328.— involuntaria, 327.— B asgos circunstanciales, 330.— Significado, 325.— Teoría centro-sensorial, 330.--------- de la facilitación , 330.-------- genética, 331.-------- de la inhibición, 330.-------- m otora, 331.-------- del reforzam iento, 330.— Teorías, 329.— T ipos de, 326.— voluntaria, 327.Audición, 163.— biauricular, 193.— Estim ulación, 251.— Estím ulos, 163.— Estructura del oído, 164.— O rgano sensorial, 164.— Sensaciones auditivas, 168.— T eoría de las descargas, 171.

438 Indice alfabético

Audición. T eoría d e la telefónica. M i-------- del patrón sonoro, 171.-------- de la resonancia, 170.— Teorías, 169.Aurícula {o ído externo), 164.Axón, 125.

BBasedowoides. T ipos de carácter, 37». Base orgánica de la mente, 126. Bastones de la retina, 174. eBautism o» de A ristóteles , 47. Behavíorism o y carácter, 371,— y conciencia, 117.— y conocim iento m telertual, 381.— y em oción, 256.— e instinto, 235.— e inteligencia, 290.— y libertad de volición, 493, 401. Belleza y Arte, 395.Bienestar corporal, 153.Biogénesis, 99.B ión quím ico, 89.B ipedestación del hom bre, 377, Brillantez de los estím ulos visuales, 1TI. B roca. Centro de, 128.Bulbo olfatorio, 155.

CCalor. Cualidad, 146.— Estímulos, 146.— O rganos receptores, 147.— Sensaciones de, 145.C am bio accidental, 77,— del fond o del aprendizaje, 228.— Im plicaciones filosóficas, 78.— sustancia y m ateria prim a, 79. C am bios fenom énicos y persona, 365. C apacidades gam ma, 2 8 9 .— hum anas, 379, 388.Carácter, 367, 377.— y acción, 368.— y actos voluntarios, 370.— y ambiente, 367.— y asociación, 229-— y behaviorism o, 370.— y com pensación, 376.— Concepto, 367.— Desarrollo del, 367.-------- genético, 371.— y disposición, 368.— y educación, 371.— y Ego, 359.— y elección, 368.— Elem entos del, 367, 370.— y em ulación, 377.— Etim ología, 367.

Carácter. F orm ación de la -virtud, 389.— y hábito, 369.— y herencia, 368— e ideales, 377.— e im aginación eidética, 374.— e im itación , 377.— y motivo, 369.— y persona, 360, 367.— y personalidad, 367.— y P sicología individual, 371.— y sentim iento de inferioridad, 372.— y tem peram ento, 368.— Tipos d e , 374, 376.— y valores, 369, 377.— y virtud m oral, 373.— y voluntad de com unidad, 372, 374,-------- de poderío, 371, 373.Cariosom a, 72.Catabolism o, 72.Célula típica. C om posición quím ica, 69,

71.— — Estructura, 68.--------- Punciones, 71,75.-------- M ovim ientos de adaptación, 70.Células olfatorias, 155.Cenestesia, 155.C entro de B r o c a , 120.— de W b h k i c k e , 128.Centrosfera, 68.Centrosom a, 68.Cerebelo, 126.Cerebro, 126.Cero fisiológico, 146.C icloide. T ip o de carácter, 374,Ciencia. C oncepto m oderno, 54-57.— — tradicional, 54.— D iferenciada de Filosofía, 53, 57.— y Filosofía, 52, 57, 59.— y plausibilidad, 38.— y proceso inferencia], 310.— y Psicología, 51, 59.Ciencias positivas, 52, 54.Cigoto, 13.Cinestesia, 147.Cisura d e R o l a n d o , 128.Citoplasm a, 68, 70- C lasificación. Facultades de, 383. C óccix , 279.Cóclea, 165.C ognición . D iferenciación entre hum a­

na y anim al, 395, 397.— hum ana, 395.Color. A crom ático, 178.— A daptación , 179.— Brillo, 177.— Ceguera, 180.— C om plem entación, 177.— Contraste, 180.— C rom ático, 176.— Estím ulos, 173.— Leyes de las m ezclas de, 177.

Indice alfabético 439

Color. Matiz, 175, 177.— Post-im agen, 179.— Saturación, 177.C om partim ientos cocleares, 165. Com pensación, 345.— y carácter, 377,C om plem entación, 177.C om posición psicosom ática del ani­

mal, 264.Com unes sensibles, 189.Com unidad. Voluntad de, 372. C onación, Tendencias determ inantes,

320, 383.Conatus, 386.Concepto, 385.— Estudios experimentales, 300, 302,— y fantasm a, 299, 305.— filosófico de vida, 83, 97.— e imagen, 299, 301.— e inmaterial, 298, 303.— Naturaleza Universal, 497, 305.— y percepción, 297, 299, 303.— Significado, 297.Conciencia, 111, 119, 380.— Base cortical, 126.-------- fisica, 125.— y behaviorism o, 117.— Concepto, 111.— y estímulos, 136.— y estructuralism o, 114.— y funcionalism o, 115.— Localización cerebral, 125.— moral, 111.— y psicoanálisis, 119.— y Psicología de la form a, 118.—• — funcional, 115,--------hórm ica, 116.— y tradicionalism o, 122.— del «Y o», 319.Concupiscible. Apetito, 249, 385. Condriosom a, 68.Conducta, 117, 341, 343.— del anim al, 258.— Concepto, 259.— externa, 258, 263, 342.■— del hombre, 258.— m otora, 263.C onflictos. Solución de, 364. C onocim iento anterior al deseo, 262.— y deseo, 248, 405.— D istinción entre form a anim al y hu­

mana, 395.— especulativo, 52.— Form as analíticas, 41.— Inm anencia, 261, 398.— Intelectual. Concepto, 395.-------- y cultura, 395.-------- Escuelas, 391, 394.-------- y estructuralism o, 392.-------- e intelectualism o, 392.— — y moral, 396.

C onocim iento intelectual y princip io de inm anencia, 398.

-------- y Psicología estructural, 391.-------- y realism o, 393, 395.-------- y Religión, 397.-------- y sensualism o, 391.-------- y Teoría de Aqtjino, 393.— Naturaleza del, 262.— objetivo, 263.— práctico, 52.— y sensación, 137.Conos, 174.Conservación. L ey de la, 402. Consonancia, 168.— y sonido, 169.C onten ido latente d e los sueños, 213.— manifiesto de los sueños, 213.— Psicología del, 115.C ontingencia de la ciencia, 38. Continuidad, princip io de, 267. Contraste crom ático, 108.Control intelectual, 240.— reflejo, 240, 242,— sensorial, 240.Córnea, 173.Coroides, 173.Corpúsculos d e M e is s n e r , 144.--------- - P a c in i , 147.Corteza, 126.— cerebral, 126.Cohtt. O rgano de, 166.Costumbres, 395.C reación. Teoría de la, 103.— m ental de las cualidades, 393. Creacionism o, 282.— y cuerpo hum ano, 282.— y doctrina de A quino, 282.— y vida orgánica, 103.-------- sensitiva, 281.C recim iento celular, 72.Creencias y costum bres del hom bre,

408.— religiosas, 397.Cresta acústica, 149.Cristalino, 174.C riterio de inteligencia, 335 , 394, 398. — moral, 396.Cro-Magrian. H om bre de, 280. Crom atina, 69.Crom osom a, 70.Cualidad de gusto, 159.Cualidades. A tención , 326, 329.— de la m em oria, 217, 219.— insensibles de los objetos, 233. Cuerpo. Bienestar, 153.— Enferm edades, 152.— Fatiga. 152.— hum ano, 277, 280.--------y creacionism o, 282.-------- Destino del, 425,--------E volución de], 277, 280.

440 Indice alfabético

Cuerpo. Necesidades, 150.— Satisfacciones, 151.— Sensaciones del, 150.Cuerpos de G olgi, 68.Cultura y conocim iento Intelectual, 395.— Criterio de Inteligencia, 335.Curvas de aprendizaje, 220.-------- y m em oria, 219.— retención de m em oria, 226.

DD arw in . T eoría de, 254, 274. D efecación . Sensaciones de, 151. D eliberación, 320.Dendritas, 125.D esarrollo del carácter, 392.— orgánico, 71.Deseo, 248, 250, 318,— y conocim iento, 247, 414,— satisfecho m ediante los sueños, 212. D estino del alm a hum ana, 423.— cuerpo hum ano, 425.— de la vida anim al, 284. D eterm inism o, 401, 404.— biológico, 402.— físico, 401, 403.— psicológico, 404.D iferencias individuales, 359.-------- y m em oria, 223.D isonancia, 169.— y sonido, 168.D isposición y carácter, 367.D istancia. Percepción de la, 182, D istinción entre conocim iento intelec­

tual y sensible, 307.------------- sensitivo y conocim iento in ­

telectual, 305, 307.-------- form a anim al y hum ana, 395, 397. — de conocim ientos anim ales y

hum anos, 395, 397.D ivisibilidad del principio vital, 105. D ivisiones del sistem a nervioso, 125. D octrina de A q u in o , 267, 276.-------- y creacionism o, 282.-------- y elección , 319.-------- e intelecto, 295.-------- y volición, 406, 408.— A ristóteles y elección, 320.— tradicional e inteligencia, 291.Dolor. Cualidad, 145.— Estímulos, 144.— Organos receptores, 146.— referido, 153.— Sensaciones de, 145.Dramatis personas, 365.D ualism o d e A ristó teles , 122, 418.— de m ente y m ateria, 122.— m oderado, 416.Duda, 39.

D uda m etódica, 39.— y religión, 397.Duplicidad. Teoría de la, 181. D uración. Percepción de, 195, 197,

EEdad y m em oria, 222.Educación y carácter, 371.Educación de correlatos, 292.— de princip io vital, 104, 282.— de relaciones, 292.Ego absoluto, 360.— Cam bios fenom énicos, 365-— y carácter, 360.— C oncepto, 359.— D istinción , 359, 361.— experim ental, 361, 363.— In tro sp e cc ió n , 363.— m oral, 360.— ontològico, 360.— y persona, 359.— y personalidad, 359.— socia l, 360.— sustancial, 363.— Unidad, 353.— y volición , 319.Eidètico, 211.Ejem plos posim agen, 179.Elán vital, 85.Elección, 319, 404, 406.— aquiescente, 320.— y carácter, 368.— y doctrina de Aíjcimo, 320.— — de A ristóteles , 320.— y estudios inductivos, 319.— grave, 320.— im petuosa, 320.— Libertad de, 405.— razonable, 320.— y últim o ju icio práctico, 403.— y volición deliberada, 318.Elem ento psíquico, 217.— som ático, 217.Em briología com parada, 273, 278. Em ergencia, 85, 100, 105, 281, 285, 419.— absoluta, 100, 281, 419.— Form as, 100.— restringida, 104, 282.— V aloración, 104.Em oción, 248, 251, 257.— y apetito concupiscible, 249.— — irascible, 249.— y apetitos sensibles, 246.— A specto cognitivo, 248.-------- psíquico, 248, 256 .-------- som àtico, 249, 256.— y behaviorism o, 256.— carente de em oción opuesta, 248.— Clasificación de Aquino, 251.

Indice alfabético 441

Em oción. Cólera, 254.— y conducta externa, 247,— Control de la, 257.— D iferenciación de sentim ientos. 254.— Elem entos causales, 248.------------- Causa eficiente, 248.-------------------final, 249.-------------------form al, 249.------------------ - material, 249.— Em ergencia, 250.— Estím ulos favorables y desfavora­

bles, 249.— Factores de aproxim ación y aleja­

m iento, 253.— — de dificultad, 252.-------- de emergencia, 253.— F orm a atenuada, 250.—. F unción en la vida m ental, 257.— Interpretación behaviorista, 255.— y m em oria, 223.— M odificación pasiva, 249.— Presencia y ausencia de estímulos,

252.— y Psicología psicoanalítica, 255. hórm ica, 255.

- y sentim iento, 247, 254.— y sistem a nervioso autónom o, 258.— T eoría de A q u i n o , 256.---------de D a r w in , 254.— — freudiana, 256.--------hórm ica, 255.------- - d e J ames-L ange, 255.— Teorías, 69.-------- com paradas, 256-— Tipos, 68.Em ulación y carácter, 377.Endolinfa, 144, 166.Energía mental. L im itación de la, 43. Energías nerviosas específicas. Teorías

de las, 13B.— vitales y ley de conservación, 94. Teorías, 88, 90.-------- Valoración, 91, 95.Entelequia, 89, 92, 95.Entim ema, 310.Entrenam iento y m em oria, 230. Epidermis, 142.Epicúreos, 423.Epigénesis, 422.Equilibrio dinám ico, 149.-------- Cualidad, 149.-------- Estímulos, 150.-------- O rgano receptor, 149.— estático, 148.--------Cualidad, 148.-------- Estímulos, 148.-------- Organos receptores, 148.— Sensaciones de, 148. Equipotencialidad cortical. Principio

de la, 126.Esclerótica, 175.

Escolasticism o y tendencias determi­nantes, 320.

Escuela de G r a t z , 393.Esencia, 77.Especie Científica, 268.— Evolución, 270.— filosófica, 269.— inteligible, 299.— natural, 260.— sensible, 262.— sistem ática, 269.Espirema, 70.Espongioplasm a, 68.Espontaneidad de la vida, 83. Esporulación, 73.Esquem a biográfico, 37.-------- A l b e r t o M a g n o , 38.Esquizoide. T ip o de carácter, 374. Estereoscopo, 193,Estética y Arte, 396.Estim ación en el anim al, 233.— D efinición, 233.— en el hom bre, 234.— innata, 233.— Poder de, 233, 235.— y sentido cogitativo, 233.— T eoría de A q u i n o , 233.Estim ulación, 166.— del oído, 167,— del ojo , 173.Estím ulos, 163.— y conciencia, 136.— Sueños, 212.— visuales. Brillantez de los, 177. Estructura del oído, 164, 167.-------- del ojo , 173.Estructuralism o y conciencia, 114.— y conocim iento intelectual, 312. Estudios experimentales, 301, 307.-------- de la m otivación , 315.-------- y proceso inferencial, 310.— inductivos y voluntad, 409.Euforia, 153.Euglena viridis, 250.E u s t a q u i o . Trom pa de, 165.E volución del cuerpo hum ano, 277, 280..--------------y anatom ía, 277.------------- y doctrina de A q u in o , 282.-------------- y em briología com parada, 278.-------------' y fisiología sanguínea, 273.------------- y órganos rudim entarios, 278. — y paleontología, 279.— emergente, 85, 100, 281, 325, 419. V aloración, 86.— y herencia, 271.— de la vida, 267, 276.— --------y ambiente, 271.------------- y anatom ía com parada, 272.------------------ Concepto, 268. — y doctrina de A q u i n o , 267.------------- y em briología com parada, 272.

442 Indice alfabético

E v o lu c ión d e la v id a y esp ecie , 268.--------------------científica , 270,— — — — natu ra l, 269.-------------------- siste fn ática , 270.---------- — y esp ecies na tu ra les , 269.---------------y fa c to re s a ct iv os d e la n a ­

tu ra leza , 272.-------------- y fis io log ía com p a ra d a , 273.---------------y g en ética , 271.---------------H ech o p rob ab le , 269.---------------L im ites de la T e o r iz a c ió n , 267.-------------- M o d o p rob a b le , 274.-------------------- — H ip ótes is d e B u ít o h -S t .

H íl a m e , 276.--------------------------T e o r ía d e D a r w in , 274,------------------------------- de L am ahk , 275.------------------------------- v ita lista , 105.-------------- y P a leon to log ía , 270.-------------- y p r in c ip io s filosóficos, 267.-------------- y sero log ia , 274.JEvocación. L e y gen era l d e la, 219. E x isten cia lism o , 47.E x p er ien c ia d e la p erson a , 360, 363. E x te n s ió n e n su perfic ie . P e rc e p c ió n de

la, 191.e x t in c ió n d e l a lm a h u m a n a , 423. E x trovertid os , 120, 374.

F

F a c to r <tg», 387.— « lu e g o » y p ro ce so in feren cia l, 311.— «o » , 387.— «p » , 387,— . d e p re te r id a d y m em oria , 317.— as», 387,— «w », 388.F a c to r e s a c t iv o s de la n a tu ra leza , 272.— y fa cu lta d es d e l h om b re , 386.— in ten cion a les , 380.— m en ta les a ct iv os , 380.— p oten cia les , 381.— v en ta jo sos . A ten c ión , 329.F a cu lta d a p etitiv a , 385.— C lasificac ión , 383.— cognitiva, 354.— estim a tiv a , 187.— m otora , 386.F a cu ltad es, 379, 384, 386.— A sp ecto in te n c io n a l d e las, 379.— cog n ltiva s , 379.— d el h om bre . A cceso a l p rob lem a , 379. - — A n á lis is , 380.-------------- N ivel in te lectu a l, 383.-------------------- sen sitiv o , 382.--------------------vegeta tivo , 382.------------- y A quino, 379. — A sp ecto in ten c ion a l, 380.--------------- C la s ifica c ión de A q u in o , 379.---------------y d ife ren c ia s ind iv idu ales, 389.

F a cu lta d es d e l h om b re y fa c to r a ct iv o d e la m en te , 381.

-------------- y fa cto re s , 386, 388.-------------- e in v e st ig a c ió n m od ern a , 383.-------------- P s ico log ía fa cto r ia l, 387. — ---------------- S ig n ifica d o en la teo r ía de

A q u u íO, 379,-------------- >y test y m ed ic ion es , 388.F a n ta sm a , 299, 394.— y co n ce p to , 297, 393.— D ep en d en c ia de p o te n c ia s sen siti­

vas, 307.— P a p e l en el co n o c im ie n to in te lec ­

tu a l, 307.F a tig a s corp ora les , 152.F e y re lig ión , 397.F e n ó m e n o a n teced en te . A ten c ión , 329.— d e P u rk in je , 181.F e n óm en os co n com ita n tes . A ten c ión ,

329.— con sig u ien tes . A ten c ión , 331.F ib ra s d e a so c ia c ió n , 126.F ilo so fía y cien cia , 52, 57, 59,— d ife re n c ia d a d e c ien cia , 52, 57.— M eta , 120.— natural, 54.— n o d ife r e n c ia d a de c ien cia , 56.— y Psicología, 53. 60.F is io log ía com p a ra d a , 273.— san g u ín ea , 273.F lu ctu a c ión . A ten c ión , 328-330. F o lícu lo s p ilosos , 144.F o rm a a cc id en ta l, 79.— C re a c ió n m en ta l d e las cualidades,

393.— en e l in te le cto , 297, 393.— y m a te r ia p rim a , 78 .— N atu ra leza , 78.— P e rce p c ió n de la, 191.— rea lid ad , 79.— en lo s sen tid os, 136, 262.— su sta n cia l, 44, 77, 265.F orm a s a n a lítica s , 41.— su cesiva s del em b r ión , 421. F o rm a c ió n d e im ágen es. F u n ció n en 1»

co n d u cta , 343.F ósiles , 270, 278.F óvea , 173, 182.Foxha.ll. H om b re de, 279.F re cu e n c ia p os im a gen , 179.F río . C u a lid ad , 146.— E stím u los, 146,— O rg a n os recep tores , 146.— P u n tos de , 146.— S en sa cion es , 146.F u erza b ió t ica , 90.— d e v o lu n ta d y ten d en c ia s d eterm i­

n a n tes , 323.F u n c ió n del s istem a n erv io so a u tón o ­

m o, 128.F u n cion a lism o y con c ie n c ia , 115.

Indice alfabético 443

F unciones del sistema nervioso, 129. Furor, 254.

GGam etos, 73,Ganglios, 128.G enes, 69.G enética, 270.— y evolución de la vida, 271. G em ación , 73.G eneración espontánea, 104.G estalt y conciencia, 118.— y libertad de voluntad, 407,— y percepción, 198, 200.— Psicología de la, 118.- y sentido com ún, 198, 200.

— y teoría del conocim iento, 392. Gestalten, 199.Gestaltísm o y conocim iento intelec­

tual, 392.G olgi. Cuerpos de, 68.Gratz. Escuela de, 393.G usto, 158. 101.— Adaptación, 160.— Cualidad, 159.— Estímulos, 159.— y o lfa to , 161.— Organos receptores, 157.— Sensaciones de, 157.— Umbral, 160.

H

Hábito, 347, 350, 353, 354.— y acción, 349.— Bases, 349.--------- fisiológicas, 350.-------- psicológicas, 350.— y carácter, 369.— Categorías de A q u in o , 351.— Concepto, 345, 349.— Control, 354.— Cultivo de los deseables, 355.— Debilitam iento, 356.— Desarrollo a partir de la inteligen­

cia y La voluntad, 347.— y disposición, 368.— Elim inación de los indeseables, 355.— Evolución, 355.— en. fases tem pranas de la vida, 356.— F unción en la vida mental, 356,— e indeterm inación en la m ente hu­

mana, 348.— Interpretación hórm ica, 354.

---------psicoanalítica, 354.— Necesidad, 356.— Perm anencia de cualidad, 355.

- Prontitud, facilidad y placer de ac­ción, 347,

— Psicología, 353.

H ábito Psicología hórm ica, 354.— y Psicología psicoanalítica, 354.— R eforzam iento, 352.— y repetición, 352.— Teoría de A sum o, 347.— Teorías, 353.— Tipos, 350.Ham bre. Sensaciones de, 151. Heidelberg. H om bre de, 280, H eisenberg. Principio d e la indetermi­

nación de, 402.H elicotrem a, 166.H erencia y carácter, 368.— y evolución, 270.— libertad de volición, 403.H erikg . T eoría de, 1E3.Hilemorfismo, 77.H ipnosis y tendencias determ inantes,

320.H om bre. C onducta del, 258.— de Cro-Magnon, 280.— Estim ación en el, 233.— Facultades del, 379,— de Foxhall, 279.— de Heidelberg, 280.— Juicio del, 330.— de Kanam, 279.— de Pütdcmm, 280.— de Rhodesia, 280,H om bres neanderthaloides, 280,Homo Sapiens, 280, 309, 381.Horm é, 89, 116,H um or acuoso, 175.— vitreo, 175.

I

Ideales y carácter, 377.Ideas abstractas y voluntad, 407.— asociación de, 355.Ideogénesis, 393.Ilación e ilusión, 204.Ilusiones, 201 .— Form as, 201.— Fuentes, 201, 203.Im agen y concepto, 295.— y percepción, 209 .Im ágenes, aiucinatorias, 211,— y asociación controlada, 336, 344. libre, 335.— Cualidades, 208.— D iferencias de percepción, 209.— Efectos m otores, 210.— eidéticas, 211.— equivalentes cinestésicas, 211.— F orm ación de, 343.— hlpnagógicas, 212.— librem ente originadas y m em oria,

220.— sensoriales, 210.

444 Indice alfabético

Im ágenes. Significación de contenido, 214.

— visual-cinestésicas, 344.Im aginación . C oncepto de, 207.— creadora, 213.—. Elem ento psíquico, 207.— y m em oria, 217.— Naturaleza psicosotnática, 207.— papel en la vida mental, 215.— reproductora, 214.— y sentido com ún, 214.— y solución de problemas, 215.— y sueños, 212, 214.Im itación , 239.— y carácter, 377.Im pulso nervioso. Ley del todo o nada,

126.-------- Periodo refractario, 130.-------- Punto de saturación, 126.-------- Umbral, 126.-------- Velocidad, 126.In com p lección de la ciencia natural,

37.Inconsciente, 119.Indeterm inación, Principio de, 402. Indeterm inistas. Teorías extremadas,

405.-------- m oderadas, 405, 408.-------- de la voluntad, 405, 408.Indiferencia activa, 406.— pasiva, 406.Inexistencias Intencionales, 393. In ferencia , 309.— concepto, 3C9.— Entim ema, 310.— Silogism o, 309.Inh ib ición retroactiva y m ateria prima,

227.Inm anencia, 83.— del conocim iento, 261, 398.— de la vida, 261, 276.Inm aterialidad del alm a hum ana, 411. Inm ortalidad del alm a hum ana, 423.-------------------Prueba m oral, 248, 425.Instinto, 234, 240, 242.— y behaviorism o, 236,— C arácter intencional, 237.— C oncepto, 234.— C ontrol intelectual, 239.-------- reflejo, 240.-------- sensorial, 240.— D efinición, 234.— D esarrollo, 238.— Elem ento a fectivo o em ocional, 230. cognitivo, 239.— Elem ento m otor, 236, 239.

----------psíquico, 235.-------- som ático, 236.— Form as, 238.— innato, 234.— e inteligencia, 239.

Instinto. In terpretación behavíorista, 236.

-------- hórm ica, 234.— M aduración, 239.— M odificación, 239.— Naturaleza psicosom ática, 235.— n o unido a em ociones bien defini­

das, 238.— Papel de la vida del hom bre, 243.— Plasticidad, 243,— y poder estim ativo, 233.— y reflejos, 239.— y teoria de A quiko, 234, 240.— Teorías, 240,Integridad protoplasm ática. Preserva­

ción de la, 74.Intelecto, 290, 295.— activo, 292, 297.— Definición, 290.— D ependencia objetiva de los senti­

dos, 292, 297.— D iferenciado de sentido, 292.— y doctrina de A q ü tn o , 295.— Libertad, 406,— M eta del, 314.— final, 424.— N aturaleza discursiva, 301.— O bjeto, 395.— posible, 297, 393.— y potencia obedencial, 393.— y sentidos, 398.Intelectualism o y conocim iento intelec­

tual, 398 in teligencia , 290. 292.— y actitud behavíorista, 290.— C oncepto, 290.— Criterio externo, 290.— y doctrina tradicional, 291.— e instinto, 239.— Principios, 291.— Productos, 290.— y P sicología com parada, 290.— factorial, 115.— y teorías modernas, 291,Intención de aprender y m ateria pri­

ma, 233.— e instinto, 236.Intensidad. Atención, 327.— de las sensaciones auditivas, 168. Interpretación de los sueños, 212. Introspección , 42, 411.— y Psicología, 42.Introvertidos, 120, 374.Intususcepción, 72, 93.Investigación m oderna y facultades d e l

hom bre, 383, 404.

JJ a m e s -L a n c e . Teoria sobre la emoción,.

254.

Indice alfabético 44b

Juicio, 303.— de animales, 304.— C oncepto, 393.— Estudios experimentales, 307.— Función, 304.— Naturaleza im palpable, 304,— Proceso de, 307.— y productos de los sentidos, 305.— y sentim iento, 304.

K.Kanam. H om bre de, 279.

LLactación. Sensaciones de, 151. L add-Franklin . T eoría de, 183.L am ark . T e o r ía de, 275.L ám ina espiral, 165.Latidos y sonido, 168.Lenguaje, 395.— Criterio de inteligencia, 394,.— percepción del, 197.Ley de la Conservación, 94.■-------------y voluntad, 402.— y Creación, 105.— general de la evocación , 220.— del m ínim o, 282.— del todo o nada, 125.— de W eber-F echner , 139.Leyes de la asociación. 201, 219.------------- e ideas, 335.------------- e im ágenes, 335.------------- y materia prima, 219.L ibertad de e jercicio y voluntad, 406.— de elección, 406.— de especificación, 406.— de volición y behaviorism o, 403, 407. H erencia y, 403.--------y Psicología individua!, 398.--------------psicoanalítica, 402, 408.— volitiva y Psicología estructural, 407— de la v o lu n ta d , 406, 408.------------- y gestalt, 408.Libido, 256.L im itación de la energía mental, 43. L in fa del oido interno, 165.Linina, 69.Localizaciones corticales, 126.Luz. Adaptación de la retina a !a, 179.— Sen. aciones, 178.-------- acrom áticas, 176, 178.-------- crom áticas, 176, 178.

MM ácula artística, 148.M ancha amarilla, 174.— de tinta. Test de la, 211.M areo. Sensaciones de, 150.

M ateria. Aprendizaje, 220.— Concepto científico, 80.-------- filosófico, 81,— y form a. T eoría de la, 76, 81.— prim a, 77,— — y cam bio sustancial, 77.--------Form a y, 77. — sustancial, 77.-------- e im aginación, 217.-------- e inhibición retroactiva, 227.— — e inteligencia, 223.-------- e in tención de aprender, 223.-------- y leyes de asociación, 219.-------- y m ateria segunda, 80.— — Naturaleza de la, 79.-------- y proceso de aprendizaje, 220.--------y recitación, 225.— — y rem iniscencia, 219.-------- y ritm o, 225.-------- y -sexo , 225.-------- y su jeto del aprendizaje, 222, 224.-------- y tendencias perseverativas, 220.— segunda, 77, 79.-------- y m ateria prima, 79.M atriz espacio-tiem po, 84.M eato, 164.M ecanicism o absoluto, 84.-------- Valoración, 85.— teísta, 86.-------- Valoración , 87.M edula espinal, 127,— oblonga, 127.M e i s s n e r , Corpúsculo de, 144.M elodía. Percepción de la, 197. M em brana basilar, 165.— de Reissner, 166.— tectorial, 167.M em oria, 217, 230.— y aprendizaje, 220.-------- total, 224.— y asociación, 229.------------- de palabras, 229.— y cam bio del fon d o del aprendiza­

je, 228.— Concepto.— Cualidades, 217.— y curvas del aprendizaje, 220.-------- de retención, 226.— D ianoètica, 335.— y diferencias individuales, 223.— y edad, 222.— y educación, 100.— Elem ento psíquico, 217.-------- som ático, 218.— y em oción, 222.— y entrenam iento, 230.— y factor de preteridad, 217.— e im ágenes librem ente originales,

220.— e im aginación, 217.— intelectual, 311.

446 Indice alfabético

M em oria, Naturaleza psicosom àtica, 217,— papel en la vida mental, 230.—■ y proceso inferencial, 311.— Reglas, 230.M ente anim al, 282, 284.— Base orgánica de la, 126.— C oncepto de inteligencia, 290.— Factor activo de la, 381.— hum ana, 289,— M étodos de estudio de los procesos

mentales, 204.— Potencias, 386.— Principios de inteligencia, 290.— Sentido m oderno, 111.-------- tradicional, 111,M eta ñnal y voluntad, 406.— del intelecto, 313.— de la voluntad, 317, 320. M etabolism o, 72.M etem psicosis, 421.M étodo deductivo, 57, 310.— inductivo, 57, 310.— del sistem a psicológico de A q u in o ,

40, 42.M etodología, 40, 42.M icción. Sensaciones de la, 151. M ínim o. Ley del, 282.— P rincip io del, 282.Mitosis, 73.Modiolus, 165.M oral y conocim iento intelectual, 396.— Criterio de inteligencia, 396. M otivación, 313, 315.— Concepto, 313.— Condiciones, 314.— Estudios experim entales, 315.— intelectual, 311, 313.M otivo, 313.— Adquisición de energía adecuada,

314.— A narición en la conciencia, 314.— com o valor, 313.— C oncepto, 313,— Form as, 313.M otivos y carácter, 369.— Sentim ientos y, 313.— y valores, 313.M ovim iento local. P otencia del, 258.— Sensaciones de, 146, 148. M ovim ientos de adaptación del ojo , 174.— Externos, y volición, 342.M uerte fisiológica, 72.Muí,l e u . T eoría de, 138.M úsculos. Cualidad, 147.— Estímulos, 147.— Organos receptores, 147.— Sensaciones en los, 147.

NNaturaleza, 414.— del alm a hum ana, 414.—. del conocim iento sensorial, 261, 263-— Factores activos de la, 272.— Flexible, 93.— de la idea y voluntad, 407.— del m étodo discursivo y voluntario,

407.— y persona, 414.— psicosom àtica, 217, 219,— — del sentido com ún, 188, 190.— subsistente del alm a hum ana, 411-— sustancial del alm a hum ana, 411. N ecesidades corporales, 150.Nervio auditivo, 167.-------- R am a coclear, 167.Nervios craneales, 126.— espinales, 126.Nervosism o. Sensaciones de, 152. Neuronas aferentes, 125, 129.Neuronas. A xón , 125.— conectoras, 129.— C uerpo célula, 125.— Dendrita, 125.— Estructura, 125.— Propiedades, 125.— Sinapsis, 125.Nirvana, 423.N olición, 319.Norm as de m oralidad y voluntad, 408. Núcleo, 69.— de la Psicología Tom ista, 44. Nucléolo, 69.Nucleoplasm a, 69.

O

O bjeto form al, 51.— material, 51.— de la voluntad, 321.O bjetos. Cualidades insensibles de los,

233.O ído. Com paración, con o jo , 176.— Estim ulación, 166.— Estructura, 164.— externo (aurícula), 164.— interno. L in fa del, 165,O jo . C om parado con oído, 176.— Estim ulación, 173.— Estructura, 175.— M ovim ientos de adaptación, 174. O lfato, 155, 161.— Adaptación, 157.— Cualidad, 156.— Estímulos, 156.— y gusto, 161.— O rganos receptores, 155.

Indice alfabético 447

O lfato. Umbral, 157.O lvido, 226.Ontogénesis, 278.O ración y religión, 397.Orexis intelectual, 385.— sensitiva, 256, 261, 385.— y volición, 317.O rganism o biológico, 67.-------- Com posición, 92.-------- D escripción m ecánica, 93.-------- D esijn io interno, 93.-------- - Sistem a equipotencial arm onio­

so, 94.-------- Unidad, 92.Organización, 67.O rgano de C orti, 166.— sensorial, 164, 166.O rganos receptores, 145, 158.— rudim entarios, 278.-------- - Cóccix, 279.-------- Pliegue sem ilunar, 279.-------- Tim o, 279.Orgasm o sexual, 152,Origen del alm a hum ana, 418, 420.~ anim al, 281, 283.— de la vida intelectual, 418, 420. orgánica, 99.------------- sensorial, 281.Oscuridad. A daptación de la retina a

la, 179.

PF a c in i. Corpúsculos de, 147. Paleontología, 270,~ y evolución del cuerpo hum ano, 279.-------- de la vida, 270.Papel en la vida m ental, 229. Paralelism o psicoíisico, 402, 415. Pasión. Concepto, 245.Pensam iento creador y asociación, 337.-------- y volición, 337.--------y volu n tad , 337.— productivo, 337.Percepción, 190, 199.— Ambigüedades, 199, 201.— Características espaciales, 190, 195. tem porales, 195, 197.— y concepto, 285, 304, 382.— Cualidades, 209.— diferenciada de im agen, 209.— de la distancia, 193.— D uración, 196.— Elem ento psíquico, 189, 191.— — som ático, 190.— de las energías vivientes, 87.— de la extensión en superficie, 191.—■ Factores ventajosos, 200.— de la form a, 191.— gestalt, 198.

Percepción. Ilusiones, 201, 203.— del lenguaje, 197.— M ovim iento, 197.— de la m elodía, 197.— Papel en el conocim iento hum ano,

204.— de la poesía, 197.— de profundidad, 191, 193.— y Psicología gestáltica, 198.— del ritm o, 197.— y sentido com ún, 199.— de la solidez, 192,— del tam año, 193.Perilinfa, 166.Período refractario, 130,Persistencia post-im agen, 179.Persona, 359, 361.— y cam bios fenom énicos, 365.— y carácter, 360.— D eterm inación última, 360.— y «ego», 360.— Experiencia, 159, 361.— Inm utabilidad, 360.— y naturaleza, 360.— y personalidad, 360.— Punto de vista tradicional, 360.— Sustancialidad, 361.— Unidad, 361.Personalidad, 359.— y carácter, 360.— y «ego», 361.— múltiple, 365.— y persona, 359.— patológica, 359.Personalism o y psicoanálisis, 359,Piel, 142,Piltdown. H om bre de, 280. Pithecantrovus erectus, 279.Plasm a germ inal, 271.Placer. Sentim iento de, 247, 249, 263. Plasm osom a, 69.Plastidio, 68.Plegaria, 397.Pliegue semilunar, 279.Poder estim ativo, 233, 235.-------- e instinto, 234.— V oluntad de, 371, 373.Poesía. P ercepción de la, 197. Posim agen, 179.— Ejem plos, 180.— Frecuencia, 179.— Persistencia, 180.— Positiva, 179.Potencia y acto, 41, 44, 80.— del m ovim iento local, 258, 259.— Preexistencia del alm a hum ana, 420.— Preservación de la integridad proto-

plasm ática, 74.Presión. Cualidad, 144.— Estím ulos, 144.— Organos receptores, 144.

448 Indice alfabètico

Presión. Sensaciones de, 145.Principio de la acción m asiva cortical,

126.— de con tin u id a d , 267..j_de la equipotencialidad cortical, 126.__filosófico y evolución de la vida, 267,

269.— de indeterm inación, 402.---------de H eisenberg, 402.— de inm anencia, 398,— del m ínim o, 282.— de la proporción causal, 268.— de la razón suficiente, 404.— vital, 95, 97, 276.-------- Naturaleza, 156.Prism a olfatorio, 156.Problem as. S olución de, 221.Proceso de aprendizaje, 224, 226.— — — y m ateria prima, 221.— conceptual, 295, 301.-------- Estudios experim entales, 299.---------Significado, 295.-------- T area del fantasm a, 299.— inferencial y ciencia, 309, 311.---------y estudios experim entales, 310.-------- y fa c to r «luego», 311.-------- y Filosofía, 310.-------- y m em oria, 311.■--------y silogism o, 311.— intelectual diferenciado del senso­

rial, 306.— intencional, 336.— de ju icio y estudios experim entales,

307.------------- y procesos sensoriales del co­

nocim iento, 306.P rocesos de som estesia y tacto, 142. Productos de los sentidos y ju icio , 306. Propiedades de las neuronas, 125. P roporción causal. Princip io de, 268. Protoplasm a, 68.— Adaptación, 73.— Estructura quím ica inestable, 74.— Integridad, 74.— Irritabilidad, 74.— R egeneración, 74.— Preparación, 74.Prueba m oral d e la inm ortalidad, 248.

424.-------- de la supervivencia del alma hu­

m ana, 424.— y conciencia, 119.Psicoanálisis y carácter, 370.— y personalidad patológica, 353.— y personalism o, 354.— y voluntad, 403. 407.Psicología. A ctitud científica, 01.-------- filosófica, 60.— del acto, 115.— de A quino, 38, 45.

— behaviorista, 117.

P sicología y ciencia, 52, 59.------------- en sentido estricto, 59.— científica, 61.— — D iferenciada de filosofía, 56, 59,— com parada e inteligencia, 290.— del contenido, 115.— dinám ica, 115.— y em oción, 255.— em pírica, 59.— Escuelas de, 113.— estructural, 114.— factoria l y facultades del hom bre.

386, 388.-------- e inteligencia, 290.— Filosófica, 60.— e instinto, 119.— funcional, 115.— general, 59.-------- y conciencia, 115.— gestáltica, 118, 198.--------y conciencia, 118.-------- y percepción, 198.-------- y voluntad, 407.— y hábito, 353.— hórm ica y conciencia, 116.— individual, 120.-------- y carácter, 371,-------- y voluntad, 403,— e instinto, 119.— e introspección, 42.— y libertad de volición, 402, 407.— Materia, 52.— M étodos objetivos, 57.-------- subjetivos, 57.— m oderna, 48.— Cualidades insensibles de los, 233.— m otora, 117.— O bjeto form al, 45, 59.— y otras ciencias positivas, 52, 54.— perenne, 120.— Posición en el sistem a de las cien-

cias, 52.— psicoanalítica, 119.— refleja, 118.— y sueños, 212.— tipológica, 120.— Tom ista. M ateria, 51.-------- Núcleo de la, 44.— Tradicional, 120,— Voluntad de la, 120.Pulsación. Sensación de, 168.Punto ciego, 174.— de saturación, 126.Puntos de frío , 146.P uhkinje. F enóm eno de, 181.Púrpura visual, 181.

QQuinestesia, 147.

Indice alfabético 449

RR am a coclear, 167.Rasgos circunstanciales de la atención,

329, 331.Rationes seminales, 105.R azón suficiente. Principio de la, 403. Razonam iento, 310.Reacciones de defensa, 344.— sustitutivas, 345.Realidad. M ateria prim a. 78.Realism o, 393.— y conocim iento intelectual, 393, 395. R eceptores sensoriales, 136.R ecitación y m ateria prima, 225. R eflejo. A cto, 341.— Arco, 130.— C oncepto, 129,— C ondicionado, 131.— Ejem plos, 130.— Estímulos, 129.— ¡acondicionado, 132.— e instinto, 240.— M ecanism o nervioso, 130.— Propiedades, 129.-------- Adición, 130.--------Facilitación , 130.-------- Periodo de latencia, 130.------------- refractario, 130.-------- Privilegios de paso, 131.-------- Propagación, 129.— Psicología del, 118.— Respuesta, 130.— simple, 130.-------- alim enticio, 131.-------- autónom o, 131.-------- c irc u la to rio , 131.-------- excretorio, 131.-------- reproductivo, 131.--------respiratorio, 131.Regeneración, 74.R e i s s n e r . M em brana de, 166. R elaciones. Aprehensión de, 309. R elig ión y conocim iento intelectual,

396.— C riterio de Inteligencia, 396.— y duda, 397.— y Fe, 397.— y oración, 397.— y sacrificio, 397.R em iniscencia, 219.— y m ateria prima, 218.R eparación, 73.R epetición y hábito, 352.Represión sexual y sueño», 213. R eproducción agám ica, 73.— gám ica, 73.Resonancia. T eoría de la, 169. Resonancias, 203.Respuesta. Psicología de la, 169. R etención. Aprendizaje de, 226.

KRENltAN, 29

R etículo, 68.Retina, 174.— A daptación a la oscuridad de la,

179.—■ Bastones de la, 174.Rhodesia. H om bre de, 280.R itm o y m ateria prima, 225.— percepción del, 197.R o la n d o . Cisura de, 128.R o r s c h a c h . Test de, 211.R uido, 169.

StSaccuHna» , 213.Sacrificio y religión, 397.Sáculo, 148.Satisfacciones corporales, 151. Saturación, 177.Sector autónom o del sisteiíia nervioso,

128,Sed, Sensaciones de, 151.Sensación, 135.— Análisis, 137.— Aspecto psicológico, 135.— Carácter cognitivo, 135.-------- vital, 136.— C oncepto, 135.— Cualidad, 138.— D uración, 140.— Estímulos, 135.— Fase física, 135.

— — fisiológica, 135.— Intensidad, 139.— y ley de W eber-Fechner, 139.— O bjeto, 140,— y receptores sensoriales, 136.— R elación del estím ulo con la con ­

ciencia, 135.— Teorías tom istas y teorías m oder­

nas, 140.Sensaciones en las articulaciones, 147.— auditivas, 168, 170.-------- Intensidad de las, 168.— de bienestar, 153.— del cuerpo, 150, 153.— cutáneas de calor, 146.— — de dolor, 145.------------- Frío, 146.------------- presión, 144.— de defecación, 152.— desagradables, 247, 249.— de dolor, 145.— y em ociones, 417.— de enferm edad, 152.— de equilibrio, 148.------------- dinám ico, 149.------------- estático, 148.— eróticas, 151.— de fatiga, 153.

450 Indice alfabético

Sensaciones de frío , 146.------------- paradójico, 140.— de gusto, 158, 161.— de ham bre, 151.— de lactación, 55.— de mareo, 150,— de la m icción, 151.— d e m ovim iento, 147.— en los músculos, 147.— Necesidades de, 150.— de nervosism o, 151.—■ orgánicas, 150, 153— paradójicas, 146,— de presión, 144.— de pulsación, 168.— quinestésieas, 147.— Satisfacciones, 151.— de sed, 151,— de sofocación , 151.— de sonido, 168, 170.— de tacto o presión, 144.— de tem peratura, 146.— térmicas, 146.Sensibles com unes, 189.— propios, 189.Sensualism o, 451.Sentido caritativo, 187, 233, 243.— — y estim ación, 234.— — F unción en la vida m ental, 334,

243.— com ún, 137, 189.-------- - Definición, 187.-------- E lem ento psíquico, 188, 190.-------- - y gestalt, 198, 200.---------e im aginación, 214.-------- Naturaleza psicosom ática del, 188,

191.-------- Objeto, 188.-------- y percepción, 198.-------- y teoría sobre la percepción , 197,

199.— diferenciado de intelecto, 198.— Sentim iento de inferioridad, 372. Sentidos. Form a en los, 136, 261.— e intelecto, 393, 398.— internos, 187, 217.— quím icos, 155, 161.-------- - Gusto, 157, 161.— — O lfato, 155, 161.Sentim iento, 247, 263.— C oncom itancia con los actos cons­

cientes, 246, 263.— Cualidades, 247.— Categorías de, 247.— y em oción, 246, 248, 253.—• de in ferioridad y carácter, 372.— Im portancia para la m ente y el

cuerpo, 247.— y ju icio, 304.— de placer, 246, 249, 262.— y sensación, 247.

Sentim iento. S ignificado en la teoría de AQUINO, 246.

Sentim ientos agradables, 247, 249, 314.— desagradables, 247, 249.— y m otivos, 313.— Teorías, 247.Serologia y evolución de la vida, 273. S exo y materia prim a, 223.Significado de la atención, 325. Significación en la teoría de A q u in o ,

379, 381, 384.Silogism o, 310.— y proceso inferencial, 311. Sim plicidad del a lm a hum ana, 413. Sinanthropus pekinensis, 279.Sistem a nervioso autónom o, 128. ------------- y em oción, 255. — Función, 255.--------Cerebelo, 126.-------- Cerebro, 127.-------- cerebrospinal, 126.----------Divisiones, 127.------- - Funciones del, 129.-------- M edula espinal, 125.------------- oblonga, 126.-------- N ervios craneales, 126.----------------espinales, 126.-------- S ector autónom o, 128.------------- parasim pàtico, 129.------------- sim pático, 129.-------- Tarea, 125.--------U nidad anatóm ica, 125.— psicológico, 40, 51.-------- de A q u in o . M étodo del, 39, 41.S ofocación , Sensaciones de, 151. Solidez. Percepción de la, 192. Solución de conflictos, 345, 364.— de problem as e im aginación, 215. Som atoplasm a, 271.Som estesia y tacto. Procesos de, 142. Sonido y consonancia, 168.— y disonancia, 169.— fundam ental, 168.— Intensidad, 168.— y latidos, 168.Sensaciones, 168.— Supertonos, 169.— Tim bre, 168.— T ono, 169.Species sensibilis, 262.Sublim ación, 258, 345.Sueños. C onten ido latente, 213.-------- m anifiesto, 212.— de los deseos, 212.— D eseos satisfechos m ediante los, 213.— Estímulos, 213.— e im aginación, 212, 214.— Interpretación , 213.— y Psicología psicoanalitica, 213.— y represión sexual, 213,— y teoria de la satisfacción, 213.

Indice alfabético 451

Su jeto del aprendizaje y m ateria pri­m a, 224.

Super-ego, 119.Supertonos, 169.Supervivencia del alm a hum ana, 423,

425.— im personal, 423.— personal, 423, 425.Sustancialidad del alm a hum ana, 422. Sustancias paraplasm áticas, 69.

TTactus, 142.Tam año, Percepción del, 194.Tarea, 336.— d el fa n ta sm a , 298.Tem peram ento y carácter, 368. Tendencias determ inantes, 320.---------y co n a c ión , 320.---------y escolasticism o, 321.-------- y fuerza de voluntad, 323.-------- e hipnosis, 326.-------- perseverativas y m ateria prima,

220 .

T en d on es. C u a lid ad , 147.— Estímulos, 147.— Organos receptores, 147.— Sensaciones en los, 147.Teoría de A q u in o , 233, 234.— — — y c o n o c im ie n to in te lectu a l,

393, 395.-------------- e in stin tos , 234, 240.— crea cion a l, 282.— cen tro -sen soria l, 332.— d el co n o c im ie n to y gesta lt, 391.— de Darw is , 254, 274.—. de las descargas. Audición, 171.— d e la d u p lic id a d , 181.— de la em ergencia restringida de la

vida, 282.— sobre la e m o c ió n d e J ames-L angb ,

254.— de las en erg ías n erv iosas e sp e c if ica ­

das, 13S.— entelequiana sobre la vida, 89.— d e la fa c ilita c ió n , 332.— de las facultades, 356, 388.— freudiana, 256.— g en ética , 333.— de H e r in g , 183.— h órm ica , 255,— ideom otora, 342,— del in d eterm in ism o m od era d o , 405,

40S.—• d e la in h ib ic ión , 343,— d e J ames-Langb, 254.— d e L add-F r a n k l in , 183.— d e L am auck , 275.— de la m ateria y la form a, 77, 79.

T eoría m otora, 332.— d e M üller, 138.— del patrón sonoro, 171.— del pensam iento sin im ágenes, 300.— del reforzam iento, 332.— de la resonancia, 170.— telefónica , 171,— de la transm igración, 421.— sobre la visión crom ática de Ladd-

F ranklin, 133.— vitalista, 276.Teorías de la atención, 331, 333.— de la audición, 170, 172.— filosóficas, 83.— del Indeterm inism o extrem ado, 405,— m ecanicista, 84, 86.— m odernas e inteligencia, 291.— sobre ia percepción, 198, 200.— sobre la visión crom ática, 182.— vitalistas, 88, 90.— de la voluntad, 405, 408.Test de R orsch a ch , 211.— de la m ancha de tinta, 211.— y m ediciones, 388.Tetanoide. T ip o de carácter, 375. T im bre. Sonido, 168.T im o, 373.T ip o de carácter cicloide, 374.-------- esquizoide, 374.-------- tetanoide, 374.T ipos de atención, 326.— de audición, 168.— religiosos, 307.— de visión, 176, 179.T ono, 168.— Sonido, 168.Tradicionalism o y conciencia, 121. Transm igración. Teoría d e la, 421. T rom pa de E u s ta q u io , 165.

UU ltim o ju icio práctico, 404.Unidad anatóm ica del sistem a nervio­

so, 125.— del yo, 418.U nión sustancial del cuerpo y alma,

416, 418.Utrículo, 148.

VVacuola, 69.V alor de la Fsicologia científica, 6). Valores y carácter, 369, 377.— generales y voluntad, 406.— y m otivos, 313.— particulares y voluntad. 405.— y volición. 313.

452 Indice alfabético

Ventana oval, 164, 166.— redonda, 166.Verdad, 394.V ida anim al, en sus com ienzos, 281.— — C om posición psicosom àtica, 263. Creación, 282.-------- Destino, 284.-------- diferenciada de vida vegetal, S61.-------- Em ergencia absoluta, 281.------------- restringida, 282.--------Naturaleza, 261.-------- Origen, 281.-------- Principio, 261.--------en los tiem pos actuales, 383.i -------Unidad, 264.------------- psicosom àtica, 264.— Apetición, 262.— C om posición psicosom àtica, 264.— Conducta externa, 263.— C onocim iento, 262.— Definición, 83.— Espontaneidad de la, 84.— H ábito de la, 356.— Inm anencia d e la, 261, 216.— intelectual, 391.-------- Destino, 423, 425.--------Naturaleza, 414.— — O rigen, 419, 421.— Lim ites de la teorización d eotíftca ,

267.— m ental, Papel en la, 230.— Naturaleza, 260, 263.— orgánica. Causa final, 107.------------- y creacionism o, 103.--------D esignio intrínseco, 93,-------- Naturaleza, 83.--------Origen, 99.— — en sus com ienzos, 103.-------- en el tiem po actual, 106.--------- Propiedades, 67.-------- Unidad, 92.— O rganización de la, 67.— Origen del cuerpo hum ano, 876, J80. sensitivo, 264, 284.— O rigen vegetativo, 264, 284.— Principio de, 262, 264.— Principios filosóficos, 267.— Propiedades orgánicas, 67, *69.— sensitiva, 242, 265.-------- y creacionism o, 264.— sensorial, 262, 264.-------- en los com ienzos, 281.-------- Destino, 284.-------- Origen, 281.-------- en e l tiem po actual, 26*.— Teorías filosóficas, 83.-------- mecanicistas, 84, 86.-------- vitalistas, 88, 90.— Unidad psicosom àtica, 264.— Valoración de la, 85, 90, 94.

Vida vegetal, diferenciada de la vid* anim al, 261.

V irtud m oral y carácter, 373.Visión binocular, 192.— crepuscular, 177, 179.— crom ática. Teorías de H erikg , 18Í. L add-Frankí.in , 183.-------- — Y odng-HelMHoltz, 182.— Estim ulación, 175.— Estructura del ojo, 173.— M aravilla de la, 176.— Peculiaridades de la, 179, 181.— Sensaciones acrom áticas, 178,-------- crom áticas, 176.-------- de la, 175, 178.— Teorías de la duplicidad, 181.-------- de H ering , 183.-------- ’ de L acd-F r a n k h n , 183.-------- de la, 182, 184.-------- de Y o u n o K e i.m h o l t z , 182.— T ipos de, 176, 179.Volición, 317, 323, 401, 409.— y apetición intelectual, 317.— y asociación, 335.— y conciencia del yo, 319,— D octrina de A suino , 405, 408.— y ego, 319.— y elección , 319.— Escuelas de interpretación, 401.— Estudios experim entales, 321, 32*. inductivos, 409.— Form as de, 317.-------- de consentim iento, 318.-------- de elección, 319.— M eta final, 424.— y m ovim ientos externos, 342.— natural, 318.-------- C om placencia, 318.-------- Fruición , 318.-------- Intención, 318.— Naturaleza, 409.— y nolición, 318.— O bjeto de la, 320.— y orexis, 313, 317.— y pensam iento creador, 337.— R asgos generales, 319.-------- particulares, 319.— T endencias determinantes, 320.— Teorías, 401, 409.— y valores, 314.Voluntad, 317, 321, 323, 401, 409.— A cto volitivo, 317, 321.— y asociación, 335.— y behaviorism o, 403, 408.— y bondad, 409.— de com unidad, 372.------------- y carácter, 373, 375.— Concepto, 406.— Creencias y costum bres del hombre.

408.— y deliberación, 320.

Indice alfabético 45S

V oluntad, D octrina de A q u in o , 405, 408.— y estudios inductivos, 409.— Facultad de querer, 406.— Fuerza de, 323.— Funciones de la, 318.— e ideas abstractas, 407.— Indiferencia activa, 406.-------- pasiva, 406.— y ley de la conservación. 402.— Libertad de la, 406, 409,---------de ejercicio, 406.-------- especificación, 406.— y m eta final, 406.— y m otivos, 324.— y naturaleza de la idea de bondad,

407. — del m étodo discursivo, 407.— y norm as de m oralidad, 409.— O bjeto de la, 313, 321,— y pensam iento creador, 337.— de poder, 371, 373.— de poderío y carácter. 371, 373.— y psicoanálisis, 403. 408.

Voluntad de la Psicología, 120— y P sicologia gestáltica, 408.------------- individual, 403.— Teorías biológicas, 402.--------del determ inism o extrem ado. 40 L

405.-------- físicas, 401, 403.-------- del' indeterm inism o extrem ado.

405.-------- m oderado, 405, 408.-------- psicológicas, 404.— y valores generales, 318, 404. particulares, 318, 405.

vrW e r n ic k e . C en tro de, 128,

YY o. Unidad del, 418. Y o t jn g - H e l m h o l t z , 181 -------- Teoría de. 18*