Azócar Gabriela. 2009. “Del control a la coordinación: las transformaciones normativas del...
Transcript of Azócar Gabriela. 2009. “Del control a la coordinación: las transformaciones normativas del...
Magíster Gobierno y Sociedad
Del control a la coordinación: las transformaciones normativas del estado
Tesis para optar al grado de Magíster Gabriela Alejandra Azócar de la Cruz
Profesor guía: Aldo Mascareño Lara
Santiago Junio, 2009
Magíster Gobierno y Sociedad Título: Del control a la coordinación: las transformaciones normativas del estado. Alumna: Gabriela Alejandra Azócar de la Cruz. Profesor guía: Aldo Mascareño Lara. Santiago Junio, 2009
Resumen El análisis de la evaluación del estado indica que este proceso puede ser entendido como un
referente de los procesos de diferenciación por los que ha atravesado la sociedad moderna.
El estado cambia tanto en su forma administrativa como en relación con los ejes normativos
a partir de los cuales ha orientado su función reguladora en las distintas etapas históricas
del proceso de diferenciación funcional de la sociedad moderna. La organización jerárquica
de las sociedades estratificadas determina el inicio de una forma estatal basada en el
principio normativo del bien común, el cual se aplica sobre los estamentos que gozan de
mayores privilegios económicos y políticos. Los procesos de diferenciación funcional de la
sociedad dan cuenta de cambios en las orientaciones normativas del estado el que acoplado
a la figura de la nación empieza a entender las diferencias sociales en términos de
desigualdad. La cohesión e integración de la sociedad pasan a ser entonces los principios
valóricos que guían la función de los estados nacionales modernos. El estado de bienestar,
en dicho contexto, representa un giro mayor hacia el mandato normativo de la igualdad.
El aumento creciente de los procesos de complejización de la sociedad moderna da cuenta
de la necesidad de desplegar una nueva estrategia de conducción de los procesos de toma
de decisiones conducidos por el estado. La coordinación actúa entonces como el
mecanismo estatal de observación de los procesos de modernización de la sociedad cuyo
principio normativo es la aceptación de la diferencia, el conflicto y la diversidad.
Las características particulares de la diferenciación funcional en Latinoamérica, evidencia
un cambio en las orientaciones normativas que han influenciado el diseño de políticas
públicas en el continente y particularmente en Chile. La posición central que adopta el
sistema político en la estructura social, genera una fuerte influencia en los procesos
decisionales que se desarrollan en su entorno. Esto significa que la lógica centralizada del
control persiste como principio normativo que orienta la actuación estado en torno a
valores como la integración, la igualdad y la equidad. Esta situación se ve reforzada por la
influencia de la estratificación social en la configuración de posibilidades diferenciadas de
inclusión social. La persistencia de la lógica del control estatal, asociada a la diferenciación
funcional concéntrica de las sociedades latinoamericanas, limita la capacidad de despliegue
de estrategias de coordinación en el diseño de políticas públicas y programas de
intervención política. Esto obstruye las posibilidades de situar la responsabilidad de la
intervención en el conjunto de actores y sistemas involucrados en problemas de exclusión y
desigualdad social, situación que reduce las posibilidades de romper con las barreras de la
estratificación. Un ejemplo de ello se observa en el análisis de los procesos diseño e
implementación de políticas públicas de educación en nuestro país.
3
INDICE INTRODUCCIÓN............................................................................................................................................................................................................5 MARCO DE REFERENCIA ...........................................................................................................................................................................................6 OBJETIVOS ...................................................................................................................................................................................................................11 HIPÓTESIS ....................................................................................................................................................................................................................12 METODOLOGÍA...........................................................................................................................................................................................................12 I CAPÍTULO 1: ESTADO DE CONTROL...................................................................................................................................................15
I.I LOS ORÍGENES DEL CONTROL .........................................................................................................................................................15 I.II EL PASO A UN ORDEN SECULAR.....................................................................................................................................................17 I.III LAS NUEVAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO POLÍTICO Y SU INFLUENCIA EN LA NOCIÓN DE ESTADO................19 I.IV ESTADO-NACIÓN Y CONTROL COMO INTEGRACIÓN ...............................................................................................................29 I.V INTEGRACION Y ESTADO DE BIENESTAR ....................................................................................................................................35
II CAPITULO 2: ESTADO DE COORDINACIÓN.......................................................................................................................................39
II.I DIFERENCIACIÓN FUNCIONAL Y SUS CONSECUENCIAS PARA LA FUNCIÓN DEL ESTADO ..................................39 II.II ESTADO Y DEMOCRACIA ..........................................................................................................................................................42 II.III ESTADO Y GOBERNANZA MODERNA ....................................................................................................................................44 II.IV REQUISITOS PARA LA COORDINACIÓN ................................................................................................................................46 II.V COORDINACIÓN COMO FUNCIÓN DEL ESTADO MODERNO............................................................................................47 II.VI CARACTERÍSTICAS DE LA COORDINACIÓN COMO ESTRATEGIA DE VINCULACIÓN PRAGMÁTICA ..................49
a) Coordinación y diferenciación funcional .................................................................................................................................................51 b) Coordinación descentrada y horizontal....................................................................................................................................................53 c) Coordinación y participación, la colonización de la esfera pública.........................................................................................................54 d) Coordinación como proyección del futuro...............................................................................................................................................55 e) Coordinación y normas.............................................................................................................................................................................57
II.VII CARACTERÍSTICAS DE LA COORDINACIÓN COMO ESTRATEGIA DE VINCULACIÓN NORMATIVA ....................58 a) Deliberación como coordinación..............................................................................................................................................................59 b) Orientación contextual como coordinación .............................................................................................................................................62
II.VIII PROBLEMAS A LOS QUE SE PUEDE VER ENFRENTADA LA COORDINACIÓN.......................................................63 III CAPITULO 3: CONTROL Y COORDINACIÓN EN AMÉRICA LATINA............................................................................................66
III.I CONSTRUCCIÓN DEL ORDEN SOCIAL EN LATINOAMÉRICA ..........................................................................................67 III.II CONTROL Y DÉFICIT DE COORDINACIÓN EN LAS POLÍTICAS DE EDUCACIÓN EN CHILE.....................................71
CONCLUSIONES..........................................................................................................................................................................................................81 BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................................................................................................................86
4
INTRODUCCIÓN
La propuesta contenida en este documento consiste en una investigación de corte teórico
sobre la evolución de la función del estado como consecuencia de los procesos de
diferenciación por los que ha atravesado la sociedad moderna. A partir de una revisión
histórica y conceptual, amparada principalmente en los constructos de la teoría de sistemas,
se pretende analizar los principios orientadores que han direccionado la función del estado
moderno desde su origen hasta nuestros días, con el fin de demostrar como este ha perdido
su capacidad de control social a medida que ha reorientado su función hacia la coordinación
de decisiones vinculantes adoptadas desde el sistema político.
La hipótesis central de la investigación persigue demostrar la asociación que existe entre
estado de control y la noción de orden social basado en el principio normativo de la unidad
como integración, así como la asociación entre estado centrado en la coordinación y la
noción de orden social basado en la vinculación de diferencias normativas. Se planeta
además que, mediante el despliegue de estrategias de coordinación el estado amplía su
capacidad de respuesta ante las demandas y expectativas de inclusión en los sistemas que
definen la estructura de una sociedad funcionalmente diferenciada. Finalmente se sostiene
que carácter unificador y centralizado que ha orientado la actuación del estado en Chile, ha
limitado el despliegue de estrategias de coordinación en el diseño de políticas públicas, lo
que ha repercutido en una menor capacidad de respuesta antes las demandas y expectativas
de participación en sistemas funcionales, situación que se analizará en para el caso
particular del sistema de educación.
El trabajo de análisis se ha estructurado en tres etapas. En la primera de ellas se analizan las
características del denominado estado de control dando cuenta de los ejes normativos a
partir de los cuales este ha orientado su función reguladora en las distintas fases históricas
del proceso de diferenciación funcional de la sociedad moderna para luego, en una segunda
etapa, delimitar conceptualmente la función de coordinación que ha de asumir es estado en
el contexto de mayor complejidad de la sociedad actual. Finalmente se da cuenta de las
particularidades que los procesos de diferenciación funcional adquieren en Latinoamérica
5
para, en base al análisis de políticas de educación implementadas en Chile, dar cuenta de la
influencia que la lógica política del control ejerce sobre lo que se ha denominado como
déficit de coordinación en los modelos de intervención del estado.
Se aspira con este trabajo a la identificación de lineamientos y orientaciones que permitan
el desarrollo de una política pública de carácter pragmático y descentralizado, adecuada a
las condiciones de complejidad de la sociedad chilena. Se pretende con ello contribuir
elementos teóricos que permitan un análisis crítico de los principios normativos que
influyen sobre el diseño de políticas públicas. Lo que se propone es un cambio de sentido
hacia una normatividad vinculante, sosteniendo que está permite representar las
expectativas de participación de los individuos en las esferas funcionales de la sociedad
moderna. Entenderemos entonces que la coordinación es una estrategia requerida por el
estado, en tanto le permite una mayor capacidad de respuesta ante las demandas de la
modernidad.
MARCO DE REFERENCIA
La observación actual de la sociedad desde el punto de vista de su diferenciación en
sistemas funcionales y las consecuencias que este proceso de modernización conlleva, nos
obligan a reinterpretar los conceptos centrales desde los cuales hasta ahora nos hemos
explicado sus lógicas de operación y funcionamiento. Entender la sociedad como sistema
implica replantear la idea de unidad como cohesión y pasar a entenderla como una
multiplicidad de diferencias. En tal sentido se propone entender la sociedad como una
unidad omniabarcadora que contiene todas las distinciones posibles que la definen como tal
y que al sólo poder ser observada desde una posición interna, se incluye a sí misma en la
descripción. La sociedad ha evolucionado entre formas menos y más complejas de
diferenciación interna que derivan en distintos tipos de estructuración de la sociedad. Las
formas de diferenciación pueden ser entendidas como reglas recursivas de las diferencias
inclusión/exclusión dentro de la sociedad.
6
Las principales formas de diferenciación corresponden a las sociedades segmentarias
caracterizadas por la posición de igualdad que ocupan los sistemas parciales de la sociedad;
las sociedades en las que domina la diferenciación centro periferia, donde los sistemas
parciales se posicionan desigualmente uno en referencia al otro; las sociedades
estratificadas caracterizadas por la desigualdad de rango de los sistemas parciales y
finalmente en las sociedades diferenciadas funcionalmente caracterizadas tanto por la
desigualdad como por la igualdad de los sistemas parciales, los que se encuentran
transversalmente posicionados a la vez que se diferencian por la especialización y
particularidad de sus funciones (Luhmann 2007).
La evolución de la sociedad hacia la diferenciación funcional puede ser descrita como un
aumento de complejidad. Dicho concepto se refiere a la multiplicidad creciente de lógicas
funcionales especializadas, posiciones normativas y modos de vida que determinan las
probabilidades de inclusión/exclusión de individuos en rendimientos sistémicos. Dada su
mayor complejidad, las posibilidades de inclusión/exclusión en las sociedades
funcionalmente diferenciadas son más amplias y diversas que en las sociedades
estratificadas, a la vez que dejan de ser jerárquicas y lineales. Se encuentran reguladas por
sistemas funcionales autopoiéticos, lo que dificulta que puedan ser controladas o
supervisadas por elementos de su entorno. En sociedades estratificadas, en cambio, la
inclusión se regula asignando posiciones determinadas a los individuos limitando con ello
sus probabilidades de inclusión. Esto quiere decir que los recursos con que los individuos
cuentan para su inclusión, se encuentran predeterminados por su pertenencia a un
determinado estamento de la sociedad. En el caso de sociedades funcionalmente
diferenciadas su mayor complejidad implica la diversificación de las posibilidades de
inclusión en los distintos sistemas parciales lo que deriva en una mayor individuación de
sujetos que ya no pueden ser ubicados en una posición determinada y duradera. Desde
posiciones cambiantes se generan expectativas complementarias orientadas a la
participación en las distintas esferas sociales. Esto no significa, sin embargo, que las
estructuras de carácter estratificado dejen de influir en las posibilidades de inclusión en los
rendimientos sistémicos, generando con ello desigualdades de acceso a los mismos
(Mascareño 2007). Esto se explica en el hecho de que diferentes formas de diferenciación
7
pueden coexistir en la sociedad pero que solo una de ellas actúa como dominante. De
hecho, se puede estimar que la existencia de diferentes formas de diferenciación es un
requisito de la evolución social, entendiendo que esta no siempre sigue una trayectoria
lineal.
La forma dominante de diferenciación permite la designación del orden social a la vez que
delimita los grados de libertad o posibilidades de innovación de los sistemas parciales que
la estructuran. Una forma pasa a ser dominante cuando limita las posibilidades de
realización de las otras formas de diferenciación, haciendo que jueguen un papel secundario
(Luhmann 2007). El propio proceso de evolución se ve limitado ante la predominancia de
una determinada forma de diferenciación social, en cuanto las posibilidades de
transformación o desarrollo de la sociedad se ven constreñidas por el tipo de orden que esta
produce. Solo es posible pasar de una forma a otra cuando se ha logrado una ruptura
efectiva del orden anterior, lo que Luhmann denomina como “catástrofe”. Tal concepto no
debe entenderse en un sentido normativo en cuanto no designa un hecho no valorado o
negativo, solo describe el resultado de un proceso de desestabilización del sistema social
que culmina en una nueva forma de estabilidad. En tal sentido es que constituye una
potente herramienta de análisis que en cuanto nos obliga a fijar la mirada en los puntos de
ruptura de una determinada forma de diferenciación que permiten el surgimiento de una
nueva forma dominante (Luhmann 2007). Siguiendo esta estrategia metodológica es que la
descripción de las forma de diferenciación social implican la constante referencia a sus
antecesoras así como la identificación de cómo estas últimas siguen influyendo en las
posibilidades de inclusión/exclusión determinadas por el ordenamiento actual.
La revisión teórica e histórica del concepto de estado como organismo político y
administrativo se torna particularmente relevante si consideramos que los procesos
evolutivos por los que este ha transitado reflejan el tipo de orden con que se va definiendo
la sociedad moderna en sus distintas etapas de transformación. En tal sentido lo que se
plantea es que el análisis de los procesos de conformación del estado moderno, nos permite
observar las etapas fundamentales de la propia modernidad, agudizando la mirada en los
antecedentes y orígenes de los procesos de diferenciación funcional y en como estos han
8
influido en la renovación de la función estatal inicialmente orientada por la noción de
control. Desde sus orígenes el estado moderno se sitúa como el principal mecanismo de
control social en la medida en que a través de este se orienta a las comunidades hacia un
orden unificado de funcionamiento, sin embargo, a medida que la sociedad transita por
procesos de transformación estructural, el mandato inicial del estado va perdiendo sentido.
Los procesos de diferenciación funcional desjerarquizan a las esferas de operación social a
la vez que, a través de estas, se instalan diferentes lógicas y órdenes de funcionamiento. En
este escenario el estado pierde protagonismo como ente regulador, transformándose en un
mecanismo de coordinación social.
La pérdida de la función reguladora del estado, sin embargo, no debe confundirse con una
pérdida de normatividad en términos de su orientación movilizante. Los procesos de
transformación de la sociedad moderna han repercutido en cambios relevantes en la forma
que en la normatividad opera como orientación de la función estatal, lo que no significa que
esta haya dejado de influir en los procesos de toma de decisiones políticas adoptados por el
estado. La sociedad moderna, la sociedad diferenciada, requiere y demanda el desarrollo de
nuevas destrezas al estado en cuanto le exige la capacidad de observar y razonar la
complejidad social así como el talento que implica vincular las consecuencias esperadas y
no esperadas del funcionamiento de los distintos sistemas funcionales. La coordinación
pasa a ser entonces la habilidad esperada que se le demanda al estado moderno. La
normatividad, sin embargo no deja de estar presente en esta tarea ya sea por que el estado,
la refresca como parte del contenido de la vinculación, o bien por que las instituciones que
debe coordinar, se encuentran cargadas de orientaciones axiológicas. El cambio está
entonces en que el control deja de ser su principio orientador, sin que esto implique una
pérdida de sentido normativo, la coordinación puede verse igualmente cargada de valores
que, bajo acuerdos, también requieren ser coordinados.
En este contexto la investigación propuesta pretende dar cuenta del tránsito que ha
recorrido la función del estado, en el marco de los procesos de diferenciación funcional de
la sociedad moderna. Para ello se han determinado analizar los ejes normativos a partir de
los cuales el estado ha orientado su función reguladora relacionando este proceso con los
9
cambios estructurales por los que ha atravesado la sociedad moderna desde su origen hasta
nuestros días. Por otro lado se propone delimitar conceptualmente la función de
coordinación que ha de asumir es estado en el contexto de la sociedad moderna actual para,
desde tal marco conceptual, analizar como la lógica del control ha influido en el déficit de
coordinación que se observa en el diseño de políticas públicas en Chile.
10
OBJETIVOS
Objetivos Generales
Describir y analizar teóricamente el proceso de evolución de la función del estado y su
relación con los cambios estructurales por los que ha atravesado la sociedad moderna.
Describir y analizar la relación entre las características particulares de la diferenciación
funcional en Latinoamérica y las orientaciones normativas que han influenciado el diseño
de políticas públicas en Chile.
Objetivos Específicos
Describir y analizar los ejes normativos a partir de los cuales el estado ha orientado su
función reguladora en las distintas etapas históricas del proceso de diferenciación funcional
de la sociedad moderna.
Describir los principios y mecanismos que definen a la coordinación como estrategia de
actuación y función del estado moderno.
Analizar los principios normativos que han orientado el diseño de políticas públicas en
Chile, dando cuenta de cómo estos determinan la capacidad de respuesta del estado ante los
problemas y expectativas de participación en el sistema de educación.
11
HIPÓTESIS
El estado de control responde a una noción de orden social basado en el principio
normativo de la unidad como integración, mientras que el estado centrado en la
coordinación responde a una la noción de orden social basada en la vinculación de
diferencias normativas.
Mediante el despliegue de estrategias de coordinación el estado amplía su capacidad de
respuesta ante las demandas y expectativas de inclusión en los sistemas que definen la
estructura de una sociedad funcionalmente diferenciada.
El carácter unificador y centralizado que ha orientado la actuación del estado en Chile, ha
limitado el despliegue de estrategias de coordinación en el diseño de políticas públicas, lo
que ha repercutido en una menor capacidad de respuesta antes las demandas y expectativas
de participación en sistemas funcionales, particularmente en el sistema de educación.
METODOLOGÍA
Se ha desarrollado una investigación de carácter teórico basada por ende el la revisión
bibliográfica de los principales autores que han trabajado concepto de estado desde un
punto de vista sociológico, político y o histórico. La perspectiva de análisis y marco
conceptual desde el cual se aborda el estudio se sitúa en el marco de la teoría de sistemas.
Las etapas de trabajo que a continuación se detallan se han estructurado en función de los
objetivos de la investigación:
Etapa 1
Análisis de los ejes normativos a partir de los cuales el estado ha orientado su función
12
reguladora en las distintas etapas históricas del proceso de diferenciación funcional de la
sociedad moderna, comenzando como antecedente de este proceso en la sociedad medieval
para luego analizar la influencia del pensamiento político de los siglos XVII y XVIII en la
conceptualización del estado así como en las orientaciones éticas y morales que este asume
en el ejercicio de su función reguladora.
Se finaliza con el análisis de la conformación y desarrollo del estado nación, centrando la
mirada en los principios de soberanía y territorialidad en los que este se sustenta, así como
en su relación con los conceptos de ciudadanía y democracia. El análisis considera
determinar como los procesos de diferenciación funcional de la sociedad han influido en el
reposicionamiento del estado y la redefinición de sus funciones así como en la influencia
que en tales cambios ha tenido el aumento de la complejidad social. Se revisará con
especial atención el periodo de desarrollo del denominado Estado de Bienestar entendiendo
que la crisis en económica en que este desemboca, refleja como la organización jerárquica
de operación del estado no logra responder a las necesidades y problemas de una sociedad
cada vez más compleja y diversa que no deja ser dominada.
Etapa 2
Se describen las características y formas de coordinación que los estados modernos han
establecido como formas de operación, dando cuenta de las características requeridas para
la conducción de procesos políticos de carácter contingente.
Se da cuenta de como mediante la coordinación es posible vincular posiciones normativas
diversas logrando con ello respuestas mas eficientes a las demandas de sociedades
complejas.
Etapa 3
Se describen particularidades que los procesos de diferenciación funcional adquieren en
Latinoamérica y la influencia que ejerce la permanencia de órdenes estratificados sobre las
13
posibilidades de inclusión de los individuos. El análisis considera la influencia de dichos
fenómenos en las estrategias y orientaciones normativas que comandan la actuación de los
estados latinoamericanos.
Se toman como ejemplo políticas de educación implementadas en Chile, para dar cuenta de
la influencia que la lógica política del control ejerce sobre lo que se ha denominado como
déficit de coordinación en los modelos de intervención del estado en nuestro país.
14
I CAPÍTULO 1: ESTADO DE CONTROL
I.I LOS ORÍGENES DEL CONTROL
Los siglos finales de la época medieval nos ubican en la raíz de la configuración descriptiva
del estado como institución encargada del mantenimiento de una forma de orden social que
se sustenta en premisas valóricas de carácter religioso. La autoridad política de los
príncipes y monarcas es entendida como una atribución que proviene directamente de la
voluntad de Dios. Si bien ellos se encuentran en una posición de privilegio en la estructura
social y son los encargados de decidir y comandar el curso de la sociedad, son vistos como
seres inferiores que, al igual que cualquier otro hombre, debe someterse al mandato de lo
divino. En tal sentido es que los hombres son vistos como iguales en cuanto comparten una
posición de inferioridad ante Dios de lo que deriva el sometimiento a sus leyes y voluntad.
En tal contexto, la razón es vista como una forma de iluminación que proviene de lo divino
lo que implica que no se encuentra vinculada a cualidades o facultades humanas.
La idea de orden social que prevalece en el medioevo proyecta la imagen de una
comunidad fuertemente integrada como unidad social, en la que los individuos comparten
su sometimiento al control de la moral religiosa. Valores tales como el bien común y la
justicia son principios que dan cuenta de aquello que Dios espera de la sociedad y que por
ende la hace constituirse como tal, en un mundo donde lo secular no se ha logrado
diferenciar de lo divino (Cassirer 2004). Bajo dicha forma de ordenamiento, la estructura
social se organiza primariamente en la distinción de lo divino y lo terrenal, siendo esta
primera esfera la que ocupa una posición de absoluta superioridad. El poder político se
legitima solo en la medida en que actúa en representación de la divinidad.
Otra fuente de legitimación del poder que por cierto se encuentra igualmente vinculada a la
voluntad de Dios, dice relación con la propiedad de la tierra. Durante la era medieval los
reinos se constituyen como órdenes territoriales unificados en los que la comunidad
depende de las decisiones del dueño de la tierra el que por supuesto responde a su vez a una
15
autoridad suprema de carácter divino. La territorialidad pasa a constituir el espacio en el
que se configura un orden espacial imaginario que asume la forma de unidad.
Cabe señalar que el principio de unidad que hay detrás de la noción de comunidad
territorial se ve fortalecido con el inicio de un largo periodo de guerras por la defensa de la
territorialidad. Con la guerra se propicia una cada vez mayor organización interna de los
reinados. Se puede decir por ende que la conformación de ejércitos profesionales que se
encuentran al servicio de los monarcas y que velan por la soberanía territorial, potencia la
relación entre regímenes monárquicos que se han homogenizado internamente y que por
ello persiguen el reconocimiento de su autonomía y jurisdicción sobre las comunidades que
los conforman (Held 1997). La Paz de Westfalia en 1648, se configura como el hito
histórico que, junto con delimitar el inicio de las relaciones internacionales entre reinados
que se transforman en estados soberanos, refleja la consolidación de la unificación
territorial de los mismos (Vallespín 2000).
En tal escenario, en los albores de su conformación el estado se plantea como una figura
omnipresente facultada en la intervención de diversos asuntos y esferas sociales y por ende
como el encargado de controlar el presente y futuro de la sociedad (Cassirer 2004). De ello
deriva el carácter fuertemente centralizado y verticalista en que se organiza el proceso de
toma de decisiones políticas y que se concentra principalmente en la figura de los
monarcas. En tal sentido es que se puede decir que la era medieval da paso al nacimiento de
un estado de control, asumiendo la forma de unidad centralizada de decisiones normativas
escasamente diferenciadas. En base a esta idea la autoridad política ejerce su poder de
control sobre diferentes aspectos de la vida social, cumpliendo funciones propias de la
economía, la justicia y el derecho sin que lo político pueda diferenciarse aún como una
esfera decisional autónoma.
En el estado de control, en los albores de su nacimiento, es reflejo de la una forma
jerarquizada de orden, que se presentan como la forma predominante de descripción de la
sociedad. La sociedad figura como un orden de escalamientos que permite diferenciar entre
el mundo de lo divino y el mundo de lo terrenal o mundo de los hombres. En este esquema,
16
el primero es el encargado de comandar lo que sucede en el segundo, determinando una
serie de expectativas de comportamiento de carácter moral. El rol de la política es en este
caso procurar que el mandato de la moral religiosa sea cumplido, tarea que sólo puede
ejercer desde una posición superior. El carácter normativo del estado de control se presenta
en la forma de esta moral religiosa encargada de definir y exigir a los hombres virtudes y
valores tales como el autocotrol y el sometimiento a la voluntad de Dios. Se puede decir
que la normatividad en el estado de control homogeniza a la sociedad, configurando una
única posibilidad de pensamiento moral que integra a la comunidad en función de
principios valóricos que se plantean como incuestionables.
I.II EL PASO A UN ORDEN SECULAR
La necesidad de los monarcas de delegar funciones específicas que por sí solo no eran
capaces de ejercer y controlar, da paso a una mayor diferenciación interna de la estructura
administrativa del estado. Quienes asumen este tipo de responsabilidades son
principalmente miembros de la nobleza, quienes pueden ser considerados como los
primeros tecnócratas que surgen como tales a medida que empiezan a ejercer cargos
administrativos cada vez más especializados. Tales tareas se encuentran asociadas al
control de esferas particulares de la sociedad que, de igual manera, empiezan a adquirir
mayor autonomía en su lógica de funcionamiento. Este proceso se ven intensificado ante el
surgimiento de centros urbanos, el despliegue de la economía y el inicio de los procesos de
industrialización que obligan a los monarcas a recurrir al apoyo de sus cortesanos en la
cada vez más difícil tarea de gobernar. Surgen de este modo lo que podríamos denominar
como los primeros mecanismos de coordinación política conformados tanto por organismos
estamentales de representación entre los cuales se encuentra asambleas, cortes, parlamentos
y dietas conformadas por el rey, el clero y la nobleza, así como por figuras burocráticas
encargadas de aspectos administrativos y de control fiscal. La aparición de tales organismos
implica una incipiente descentralización de las decisiones, las que ya no son tomadas
exclusivamente por el monarca pero que siguen procurando la mantención y control del
orden social (De Gabriel 2000).
17
Durante la época del renacimiento, el cuestionamiento de los principios religiosos de
legitimidad del poder político, darán paso a una forma de control de carácter secular. La
sociedad empieza a describirse bajo la forma de la estratificación, lo que significa la
diferenciación entre estamentos sociales que se caracterizan por diferentes modos de vida y
niveles de concentración de poder político y económico. La nobleza constituye el
estamento que goza de un acceso privilegiado a esferas de carácter funcional que aún no se
encuentran diferenciadas, situándose con ello en una posición superior con respecto al
estamento conformado por aquellos que pertenecen al pueblo. En tal sentido es que la
estratificación de la sociedad se presenta como un orden de rangos que se definen por
distintas cualidades y expectativas morales a ellos asociadas. La secularización de la
política se basa entonces en la necesidad de parte de la nobleza de legitimar su riqueza sin
tener que recurrir a preceptos de carácter religioso. La legitimidad del poder basada en la
delegación de esta facultad por parte de Dios, era un principio orientado a los monarcas,
excluyendo de este privilegio a los nobles de menor rango. Se puede interpretar que la
influencia que este estamento va adquiriendo sobre la conducción política de la sociedad, le
permite desarrollar una nueva fundamentación que respalda y protege sus bienes e intereses
particulares. Con ello se hace posible la instauración de un poder político de carácter
centralizado, que en la figura del estado será el encargado de la regulación de las
diferencias entre estamentos.
La progresiva secularización de los fundamentos de legitimidad de la autoridad política,
hacen que lo que se entiende como el bien común deje de ser definido desde un punto de
vista religioso y pase a ser entendido como lo que los propios hombres definen como tal.
Lo común sin embargo tiene un carácter fuertemente excluyente cuando se define desde la
unidad de un estamento particular, situación que dará paso a nuevas formas de
cuestionamiento de la forma en la que se fundamenta el orden social.
La diferenciación de la sociedad en estratos mutuamente excluyentes y la búsqueda de
legitimación de esta clase de diferencias, si bien surge del desplazamiento de la moral
religiosa, generan una nueva fuente de críticas. La legitimidad del poder político en base a
18
la posesión de la tierra también empieza a ser discutida durante la época renacentista. Se
puede decir que como consecuencia del proceso de reconocimiento y consolidación de la
soberanía territorial de los estados, la relación entre los soberanos y su comunidad
comienza a adquirir un carácter diferente en la medida en que el sentido de pertenencia e
integración que se genera en torno a lo territorial, cuestiona el carácter patrimonial en el
que los reyes y luego la nobleza legitimaban su autoridad. El sentido de comunidad dota al
territorio de un carácter más público, propiciando una transformación relevante en la forma
en la que se concebía la relación con la autoridad.
I.III LAS NUEVAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO POLÍTICO Y SU
INFLUENCIA EN LA NOCIÓN DE ESTADO
El desarrollo del pensamiento político entre los siglos XV y XVIII refleja la instalación de
un nuevo orden basado en un mandato de carácter moral, de orientación secular que poco a
poco va entendiendo las diferencias estamentales bajo el prisma de la desigualdad. El
estado empieza a ser visto como mecanismo de control de la sociedad en la medida en que
se espera que oriente el comportamiento de los hombres en función de lo que se concibe
como virtudes públicas. El bien común como valor, pasa a ser el principio normativo de
este nuevo orden.
El cuestionamiento de los fundamentos éticos en los que se ha pretendido legitimar el poder
político se puede entender como una consecuencia de una mayor complejización de la
sociedad que se da a partir de mayores posibilidades de intercambio entre distintas regiones
del mundo, lo que es propiciado tanto por el desarrollo del comercio como por las guerras
de defensa de la soberanía territorial. Por otro lado es posible observar la proliferación de
diversas ideas políticas y éticas que gracias a la creación de la imprenta pueden ser
promulgadas y discutidas entre sujetos de distintas comunidades políticas. Este aumento de
diversidad propicia que las leyes del mundo político comiencen a concebirse como objetos
de investigación independientes de la moral religiosa lo que implica el surgimiento de una
serie de nuevas teorías y corrientes de pensamiento sobre la relación entre la autoridad y la
19
comunidad. Estas persiguen establecer nuevos parámetros de legitimación del poder del
estado. La racionalidad se presenta como la estrategia adecuada para la formulación de los
nuevos conceptos políticos, en la medida en que es entendida en contraposición al
pensamiento orientado por la religión, el cual ha perdido validez en la medida en que deja
de ser eficaz ante un mundo que comienza complejizarse con cada vez mayor velocidad. A
ello se suma el surgimiento de una serie de nuevas figuras administrativas y especializadas
en torno a temas fiscales, tales como recaudadores y auditores que empieza a configurar un
aparato burocrático de asesoría y apoyo a la labor del rey y que progresivamente va
ampliando sus fronteras de poder. La consolidación de la nobleza como estamento
encargado de la regulación del orden da paso al cuestionamiento de diferencias sociales que
empiezan a ser vistas como injustas e indeseadas. Tales procesos derivan en un ambiente de
desorden generalizado por la carencia de leyes que regulen eficientemente el aumento de la
complejidad. Surge entonces la necesidad de elaborar nuevos fundamentos de legitimidad
del poder así como una estructura reguladora de las formas e instancias de operación del
estado.
El desarrollo del pensamiento político que surge a partir del renacimiento, es reflejo de las
transformaciones estructurales y normativas que dan cuenta del origen del estado moderno.
Se trata de una respuesta ante las nuevas figuras de operación que adquiere el estado y al
replanteamiento de la relaciones de carácter político que se empiezan a establecer en
comunidades unificadas territorialmente. Los principales y más relevantes pensadores que a
continuación revisaremos, desarrollan sus teorías y conceptos a partir de la observación de
lo que acontece en su entorno y que muchas veces, desde el interior del propio estado, sus
contemporáneos, no son capaces de observar. Tales pensadores describen, analizan e
interpretan las necesidades de legitimidad de la época a la vez que desarrollan conceptos
primarios relativos al funcionamiento de un sistema político que ha empezado a actuar de
manera autónoma y que por ende se diferencia de otras esferas de la sociedad.
Maquiavelo es sin lugar a duda pionero en el desarrollo de estas nuevas corrientes de
pensamiento considerando que es el primero que se revela de manera abierta ante la
primacía de la moral religiosa y empieza ha describir al estado desde una perspectiva
20
secular. Tal descripción la realiza a partir de la observación empírica de su entorno y de su
experiencia como asesor de la monarquía. El propio término de estado es acuñado por este
autor dando pie al uso regular y técnico de este concepto.
Sus postulados reflejan los cambios que, desde una perspectiva política, dan cuenta del
surgimiento del renacimiento. Mediante una estrategia netamente inductiva, va
describiendo y sistematizando las figuras, estilos y funcionalidades de las diferentes formas
de gobernar de los príncipes y monarcas de la época. Lo que Maquiavelo observa y
describe es el quiebre del sistema jerárquico medieval que dividía al mundo en el estadio
superior de lo divino y el inferior de lo terrenal. En tal sentido es que da cuenta de cómo las
premisas que príncipes y monarcas utilizan en el ejercicio del poder, se encuentran ligadas
a objetivos funcionales asociados a su propia voluntad y no a la de una voluntad superior
divina e integradora. Evidencia entonces la ineficiencia de la normatividad religiosa como
eje orientador de lo político y considera que el objetivo del estado es instaurar un nuevo
orden que logre contrarrestar la desorganización social de aquel basado en la moral
religiosa (Melossi 1992).
Los postulados de Maquiavelo describen cómo el estado empieza a abandonar sus
fundamentos metafísicos religiosos, dando cuenta del inicio de los procesos de
diferenciación funcional de la esfera política. Sus propios escritos constituyen una forma de
especialización de la teoría política en los que se empiezan a trazar los límites de
funcionamiento del estado como referente descriptivo del sistema político. Su concepción
normativa del bien común se perfila entorno a la idea de un orden secular cuyo objetivo es
la regulación de las relaciones entre los reyes y sus vasallos. Para él esta nueva moral
política debe reemplazar a la de carácter religioso que hasta entonces predominaba. Del
antiguo orden solo mantiene la estructura jerárquica de organización del estado, en cuanto
estima necesaria la existencia de una autoridad que comande y decida sobre diversos
aspectos de la vida social. Tal premisa se encuentra fundamentada en su idea de que la
naturaleza humana es corrupta e inmoral y que por ende debe ser controlada (Cassier 2004).
21
Para Maquiavelo es en el propio control del poder donde se sitúa la justificación de la
soberanía territorial lo que es reflejo de que su atención y preocupación se encuentra
centrada en los medios más que los fines. En tal sentido para él la legitimación del poder
del monarca se asienta principalmente en la tradición, en el traspaso de esta facultad de
manera hereditaria (Maquiavelo 2006).
Otro de los pensadores políticos donde es posible observar como la figura del estado
empieza a autonomizarse es Thomas Hobbes en cuyos escritos el estado se encuentra
asociado al concepto de república. La república para este autor se plantea como la
conformación de un pacto de representación en la que los representados entregan por
voluntad propia el poder de dirigirlos a un hombre o una asamblea de hombres. Este
traspaso de poder se entiende como reducción de voluntades en una única voluntad
(Hobbes 2003). La república para Hobbes es la unidad en que se sintetizan múltiples
voluntades sometidas en mutuo acuerdo a las decisiones del soberano que les representa. En
tales ideas es posible observar como el estado deja de estar legitimado en el vínculo con lo
divino, para constituirse en una fuente de poder que se válida en la representación de los
intereses de la comunidad y en la cesión voluntaria del poder de protección y conducción
de la sociedad. Lo que según este autor se transfiere a la república es el derecho natural de
los hombres a gobernarse a así mismos, proceso de traspaso de poder que ha de tomar la
figura de un contrato.
El orden social que se configura en el establecimiento de esta forma simbólica de contrato
surge como respuesta de los hombres a la necesidad de superar lo que Hobbes define como
estado de naturaleza. Este puede ser entendido como el estado en que cada hombre utiliza
de manera libre e individual su poder de autopreservación lo que deviene en un uso
irrestricto de los medios y recursos que para ello requieren. El estado de naturaleza es por
lo tanto un estado en el que prima la inseguridad y el temor de ver amenazada la
sobrevivencia. Tales argumentos justificarían en Hobbes, la renuncia voluntaria de los
hombres a esta forma de libertad a favor del establecimiento de una forma colectiva de
dominación. La comunidad, en tal contexto, nace de la restricción de la libertad individual,
a partir de la cual se establece un nuevo orden según el cual el comportamiento de los
22
hombres ha de ser regulado por la autoridad. En tal sentido es que la vida en sociedad, al
definirse en oposición al estado de naturaleza también es definida como un estado de paz.
Este nuevo orden de carácter social es ejercido en la figura del poder y por medio de leyes
las cuales contendrían la distinción normativa entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.
Tales dicotomías permiten observar el comportamiento de los hombres como colectivo y
por ende solo pueden darse en la vida en sociedad. Se puede interpretar que bajo tal
perspectiva el estado se encuentra normativamente orientado hacia el objetivo central
puesto en la idea de bien común.
Siguiendo el pensamiento de Hobbes se puede observar que la cohesión y unidad de la
comunidad no solo están delimitadas por las fronteras simbólicas del bien común. La
comunidad adquiere su forma unitaria también en el trazado de fronteras de carácter
territorial. El soberano es por ende el encargado de la defensa de la comunidad en relación
a conflictos con otras naciones o repúblicas que constituyen en si mismas núcleos
territoriales en los que se vela internamente por su propia cohesión social.
En la lectura de Hobbes la figura del soberano y los poderes que a este se le atribuyen como
representante de la comunidad, dan cuenta del carácter centralizado de la república, donde
la toma de decisiones se encuentra concentrada en esta única figura. En el soberano se
concentra y centraliza el poder de decidir sobre el curso de lo social describiéndose de este
modo un estado de carácter fuertemente jerarquizado. La estructura administrativa del
estado se configura por debajo de la autoridad máxima en la forma de distintas instancias
políticas encargadas de administrar y regular asuntos relativos a la economía, las relaciones
exteriores, la instrucción del pueblo y la justicia. Es así como Hobbes describe los ámbitos
de competencia de ministros y cuerpos políticos a quienes asigna la tarea de asesoramiento
y representación del soberano y que en tal calidad se encuentran sometidos a su voluntad.
Tales figuras son reconocidas como personas públicas a diferencia de los consejeros y de
otros miembros de la comunidad quienes al no tener un vínculo directo con la autoridad, no
son considerados como perteneciente a la esfera de lo público (Hobbes 2003). Esto indica
que la noción de lo público en este autor se encuentra estrechamente ligada al vínculo con
23
la autoridad política y por ende con la figura naciente del estado. De esta manera Hobbes da
cuenta de cómo la política comienza a diferenciarse como esfera particular de la sociedad.
La conformación del estado como aparato político encargado de la representación de
intereses y la regulación del orden social puede ser también observada en los escritos de
John Locke. Según los postulados de este autor el poder político es definido como el
derecho de hacer y establecer leyes de protección de la propiedad privada mediante
sanciones de diverso nivel de gravedad. El estado figura entonces como el encargado de
imponer la ejecución de tales normas lo que incluye la defensa de lo que el autor denomina
como atropello extranjero (Locke 1941).
De manera similar a lo propuesto por Hobbes, este pensador plantea como fuente de
legitimidad del estado el sometimiento voluntario de los hombres a una autoridad a la que
se le delega el poder de defensa y protección de la comunidad. En este caso la idea de
comunidad es más fuerte que la planteada por Hobbes, dado que se considera que es ésta la
que como conjunto es representada por la figura del estado. La comunidad en tal sentido es
entendida como una sociedad política que actúa en defensa de la propiedad de los hombres
y que por medio de hombres facultados regula y vela por el orden social.
La sociedad política en Locke se contrapone a la idea de estado de naturaleza en el cual los
hombres actúan libremente sin someterse a la voluntad de otro. La idea de bien común,
vuelve a aparecer como objetivo de un estado que ha nacido en función de la conformación
de un colectivo social que reduce la individualidad en función de la cohesión y la unidad.
El estado actúa mediante leyes que se definen por su carácter común a la vez que constituye
el organismo encargado de velar por su cumplimiento mediante la aplicación de sanciones.
Locke en este punto señala la necesidad de separar el poder y funciones del estado
distinguiendo entre la dimensión legislativa y la ejecutiva del mismo, lo que denota un
mayor grado de diferenciación interna que la hasta ahora revisada en los postulados de
Maquiavelo y Hobbes. En un sentido similar, otro punto relevante que surge del
pensamiento de Locke dice relación con la diferenciación entre estado y gobierno,
pudiendo este último adquirir diversas figuras sin que ello interfiera en la idea de
comunidad que se representa mediante la figura estatal.
24
Es posible observar como los postulados de este autor reflejan la idea de que el
sometimiento a la autoridad del estado implica que nadie ha de quedar fuera del
cumplimiento de las leyes y que el cuerpo político conformado por la comunidad se debe
regir por la voluntad de la mayoría. La norma común es por ende la que determina lo que es
justo e injusto, restringiendo en función de ello la libertad natural. La conformación de la
sociedad política implica la pérdida de esta forma de libertad lo que es entendido como
conveniente en la medida en que con ello se salvaguardan los interesen y bienes privados
de los ciudadanos. En particular lo que el estado protege es la propiedad territorial lo que
implica que los gobiernos tengan jurisdicción directa sobre la tierra y que los gobernados
sean solo aquellos que son dueños de un territorio. La sociedad civil para Locke por lo
tanto se restringe al conjunto de propietarios que consienten libremente ser gobernados y
que reconocen la utilidad que para ellos esto significa.
La idea de estado como comunidad se hace más fuerte en los postulados de Rousseau quien
considera a este como un colectivo compuesto de particularidades. Se trata de una
agregación de individuos que suman sus fuerzas en función del establecimiento de acuerdos
comunes a los que se someten de manera voluntaria. A diferencia de lo planteado por
Hobbes y Locke, la idea de libertad en Rousseau no se contrapone la de orden social en
cuanto éste señala que los hombres no pueden perder sus libertades individuales en la
conformación de la comunidad política y que por el contrario el estado actúa como su
garante.
Para Rousseau, mediante el contrato social los miembros de la comunidad transfieren al
estado su propia voluntad y poder de dirección, conformando en ello la voluntad general.
Bajo este pacto los hombres asumirían la obligación de responder a la voluntad común. En
tal sentido el vínculo social se establece en la subordinación de los particulares a los
derechos de la comunidad de lo que surge la figura pública del estado (Rousseau 2005) . El
compromiso adquirido a través del contrato social es entendido por este pensador como
mutuo y no como obligatorio en tanto se entiende que trabajar por la comunidad es
equivalente a trabajar por si mismo.
25
Cabe destacar el carácter moral que adquiere el estado en los postulados de Rousseau, en
tanto este es definido como una entidad que se diferencia de la voluntad individual y que
actúa bajo principios guiados por la razón. La orientación al bien común en este contexto,
significaría actuar racionalmente en función de la obtención de beneficios colectivos. Así
mismo el carácter moral del estado estaría dado en que mediante el pacto social se establece
una situación de igualdad entre los ciudadanos que a la vez que se ven sometidos a las
mismas obligaciones gozan idénticos beneficios. Perseguir el bien general es entendido
entonces como equivalente a procurarse de beneficios individuales.
Más allá de los diferentes énfasis y diferencias existentes entre estos cuatro autores, a partir
de ellos es posible dibujar la figura y carácter del estado de control que surge de su
independización de la esfera religiosa. El pensamiento político que ellos desarrollan nos
habla de un proceso de secularización de la política que se cristaliza en el divorcio que el
estado hace de lo divino como fuente de legitimidad. La moral religiosa es reemplazada por
la premisa moral del bien común, del cual ahora depende el establecimiento de un nuevo
orden comandado por la propia comunidad social. Bajo este nuevo orden de la razón, la
propiedad privada y en particular la propiedad territorial pasan a ser los principios y
derechos que hay que resguardar y proteger. La individualidad de tales derechos se supera y
sintetiza en la idea de bien común, naciendo de ello la noción de “lo público” como aquel
nodo donde convergen voluntades individuales que pasan a ser comandadas como si
constituyeran una unidad homogénea de intereses. El estado representa lo público en la
medida en que su orientación en la toma de decisiones está orientada a los intereses de la
comunidad. La noción de comunidad y bien común, sin embargo, se encuentran aún
restringidas a aquel segmento de la sociedad que goza de mayores privilegios y derechos de
carácter político. La comunidad política se limita en un principio la nobleza, para poco a
poco empezar a integrar a la burguesía.
Se puede decir que en un principio, la moral religiosa es reemplazada por una moral de
carácter secular que determina las virtudes, valores y expectativas asociadas a los distintos
estamentos de la sociedad. Esto implica la configuración de preceptos morales
diferenciados, que regulan por separado a la nobleza y el pueblo. Siendo la nobleza la que
goza de mayor influencia en los procesos políticos de conducción de la sociedad, es su
26
propia moral la que determina lo que se estima como comportamiento ideal. El estado en
este contexto ha de coincidir con esta forma predominante de moral, regulando a partir de
ella un nuevo orden jerárquico, estratificado y secular. La cohesión y homogeneidad de los
estamentos en los que se basa la estratificación de la sociedad, hace posible que, mediante
el estado, se pueda controlar el curso de lo social en función de las expectativas morales
descritas desde la posición superior que ocupa la nobleza. Se mantiene de esta manera una
cierta estabilidad de la diferencia, lo que más tarde será cuestionado a partir de una nueva
semántica moral que opera en función de la distinción igualdad/desigualdad.
Con el desarrollo y crecimiento del aparato burocrático del estado, la expansión de la
educación y el mayor desarrollo de actividades comerciales de carácter empresarial, la
burguesía comienza a adquirir cada vez mayor participación e influencia en la escena
política de la época, lo que da paso a nuevos cuestionamientos sobre los fundamentos del
orden político y social. La idea de bien común se amplía con ello a la burguesía, la que
empieza a concebir como injusta los privilegios y facultades de la nobleza. El carácter
territorial que con mayor fuerza adquieren las comunidades política, hacen que el territorio
se empiece a transformar en el fundamento concreto de la delimitación espacial de la
comunidad. La propiedad de la tierra comienza a perder con ello validez como la base del
poder político, dando paso a una noción más amplia de bien común. Con ello se da cuenta
de una mayor diversidad social que empieza a poner en jaque la descripción estratificada de
la sociedad, considerando que comienzan a identificarse nuevas posiciones y modos de vida
que ya no pueden ser clasificadas en solo dos formas estamentales.
Desde un punto de vista administrativo los autores revisados van dando cuenta de cómo el
estado requiere de una cada vez mayor diferenciación interna en relación con las áreas
sociales que ha de comandar así como de tipos de funcionarios encargados de la
administración de tales esferas. Si bien el estado se plantea como el encargado del conjunto
de lo social, no puede operar sobre ello sin antes identificar áreas especializadas de
competencia que requieren de operatorias y tipos de decisiones particulares y diferenciadas.
Con ello se esta reflejando el nacimiento de una sociedad moderna donde lo social debe
dejar de ser visto como una unidad homogénea a medida que adquiere diversas formas y
27
lógicas autónomas de funcionamiento. Si bien en el estado de control estas esferas son
reconocidas como independientes, el carácter centralizado de la toma de decisiones que
sobre ellas opera, da cuenta de una visión unificadora de la sociedad en la que prima la idea
de la comunidad integrada y homogénea.
El estado de control tiende a mantener la estructura jerárquica de organización y
distribución de la toma de decisiones. La sociedad sigue comandada desde la cima de la
pirámide, posición privilegiada de observación del conjunto social como unidad. Desde tal
ubicación se proyecta y planifica el curso de la sociedad, se delimitan los derechos y
deberes de los ciudadanos determinándose en ello lo que se considera como justo e injusto
para la comunidad. La puesta en marcha de los proyectos políticos que de tales aspectos
derivan, se ve apoyada en la formulación de normas y leyes en cargadas de encausar la
ejecución de estos planes de acción mediante el establecimiento de sanciones impuestas al
quebrantamiento de lo proyectado como orden social.
Cabe destacar que, al reemplazarse el orden social del carácter religioso por uno de carácter
político, los autores deben recurrir a un referente que sirve como oposición a esta noción de
orden y que, dado el divorcio con la moral religiosa, adquiere un carácter antropocéntrico.
En tal sentido es que la naturaleza humana pasa a ser el referente que se contrapone a la
naturaleza de lo social. Lo social surge como una nueva forma de orden que, dependiendo
de la perspectiva de cada autor, supera o integra la libertad del hombre en su estado de
naturaleza. La sociedad se constituye como tal mediante el control y encausamiento de las
pasiones y vicios humanos, atributos que parecen impedir por si mismos la vida en
comunidad. La política a través del estado sería la encargada de velar por el establecimiento
y regulación de lo que se entiende como la constricción necesaria para que los hombres
puedan vivir vinculados de manera armónica. El bien colectivo se plantea entonces como
un ideal normativo, en el que se fundamenta y legitima la acción estatal.
La representación de intereses en que se funda el poder del estado, se apoya en la idea de
que el bien común es algo a lo que se aspira en la medida en que se traduce en una forma de
protección de los intereses particulares y la sobrevivencia personal. La voluntad común
28
confluye en esta idea, entendiéndose que representa la inclinación de la mayoría a
someterse a un ordenamiento que asegure un estado de paz social. El carácter normativo del
naciente estado moderno se articula en torno a principios colectivos y de carácter secular
los cuales persiguen la protección de los derechos de la comunidad.
I.IV ESTADO-NACIÓN Y CONTROL COMO INTEGRACIÓN
El pensamiento político desarrollado entre los siglos XV y XVIII da cuenta de cómo la
esfera política comienza a diferenciarse como sistema autónomo de la sociedad. Este tipo
de reflexiones pasan rápidamente a constituir parte y objeto de la política misma en un
proceso en que la explicación de los fenómenos sociales se encuentra estrechamente
vinculado al desarrollo de la teoría (Luhmann 1994). De tal proceso deriva el nacimiento de
lo que se denomina como estado moderno, aludiéndose con ello a un estado especializado
en la regulación del orden político. La secularización del estado es una de las primeras
evidencias del proceso de diferenciación de la política, en tanto implica una suerte de
divorcio con los fundamentos religiosos que actuaban como fuente de legitimación de la
autoridad, los que son reemplazados por argumentos relativos al concepto de soberanía.
Tales procesos dan cuenta de una mayor autonomía funcional por parte del sistema político
(Luhmann 1994).
El estado moderno se caracteriza por situar su base de legitimidad en la transferencia del
poder de regulación de la sociedad que es realizada de forma voluntaria por la propia
comunidad. La soberanía, como nueva fuente de legitimidad del poder político, se refiere a
la facultad de representación de la comunidad política que esta misma traspasa a la
autoridad y que permite la distinción entre gobernantes y gobernados. Cabe destacar, que
en dicho proceso el poder político, a diferencia de lo observado en la época medieval, se
configura como una entidad independiente de la persona que representa la autoridad y por
ende trasciende a la figura de los gobernantes. Dicho fenómeno da cuenta y complementa el
proceso de diferenciación de la política, la que empieza a ser distinguida como una función
específica dentro de la sociedad. Como consecuencia de tales procesos, el estado moderno
29
se configura como un aparato administrativo cada vez mas especializado en la regulación y
mantención de un orden de carácter legal. En tal sentido es que el estado moderno es un
estado soberano encargado de diseñar y aplicar las leyes que permiten la protección y
regulación de la sociedad.
Se debe señalar que si bien el nacimiento del estado moderno es consecuencia de un
proceso de diferenciación de la esfera política, este no pierde el carácter centralizado que
había asumido en épocas anteriores. Se puede decir que aún es posible definirlo como un
estado de control que goza de una capacidad omnipotente de tomar decisiones sobre el
curso de lo social. En tal sentido es que el estado moderno seguirá, al menos por un tiempo,
estando situado en la cima de la estructura social ejerciendo desde ella su poder de
regulación y mantención de lo que entiende como orden y que se encuentra aún ligado a la
idea de bien común. Podemos decir entonces que se trata de un estado que, si bien ha
cambiado sus fundamentos, se orienta por valores y principios morales que dan cuenta de
una idea unificada de orden que a su vez asume un carácter ideal. Se aprecia en ello un
cambio fundamental en la noción de unidad con la que se describe la sociedad, en tanto esta
asume el carácter de aspiración. La unidad para el estado moderno es la proyección de un
ideal por el cual se debe trabajar y construir. Este tipo de proyecto pasa a ser entonces el
principal motivo de la política (Luhmann 2007).
Otra característica relevante que ha de asumir el estado moderno es su vinculación con el
proceso de fortalecimiento de comunidades unificadas e independientes entre si. El propio
ejercicio de la soberanía requiere de la distinción de una comunidad integrada y
relativamente homogénea sobre la cual se han de ejercer el conjunto de leyes encargadas de
la mantención del orden social. La identificación de dichas comunidades ha de estar
asociada al establecimiento de límites territoriales que demarcan geográficamente el
espacio de la soberanía y que favorecen la unificación e integración de órdenes políticos
autónomos. En tal sentido es que el territorio permite el ejercicio más eficiente del control
político, estableciendo los límites jurisdiccionales de aplicación de las leyes de los que
ahora empieza a ser entendido como estado nación.
30
El estado nación, apoyado en el principio de soberanía y en la delimitación territorial de la
comunidad, refuerza la idea de integración en términos de orden político y de unidad
cultural. En tal sentido la territorialidad pasa a ser el referente en la delimitación de
fronteras simbólicas en la conformación de identidades nacionales a la vez que constituye
el espacio donde se instala y desarrolla la racionalidad con la que empiezan a operan los
procesos de modernización (Habermas 2005).
Desde una perspectiva administrativa el estado nación representa una acentuada
especialización de funciones internas cada vez mas específicas. En tal sentido se puede
decir que la conformación de los estados nacionales implica el fortalecimiento de la
capacidad reguladora del estado en base al establecimiento de estatutos y procedimientos
particulares que delimitan su forma, a la vez que su campo de actuación. Dotado de
herramientas tales como la constitución, la división de los poderes y la instauración y
fortalecimiento de la democracia se constituyen las bases institucionales sobre las cuales se
forjan las reglas de actuación de la figura estatal moderna (Luhmann 1994).
Los estados nacionales, por otro lado, dan cuenta de la evolución del principio de control
normativo según el cual ejercen su poder de regulación. Bajo los parámetros de la nación se
aspira a la cohesión de la comunidad mediante la mantención de un orden político
unificado. En este escenario, el anclaje territorial de los estados contribuye a la
conformación de identidades nacionales las que, al actuar como fuerzas homogenizantes y
cohesionadoras, refuerzan la función de integración que adquiere el estado moderno. En tal
sentido es que la idea de nación se construye en torno a la identificación de una tradición,
lengua e historia compartida por una comunidad territorial delimitada (Habermas 2005).
Cabe señalar que, sin embargo, tales características no siempre son identificables para todas
las naciones y es por ello que la constitución de un aparato regulatorio unificado puede ser
considerado como el mayor referente en la identificación de los estados nacionales. Se
puede decir que la configuración de la idea de nación sobre tradiciones y factores culturales
comunes tiende a simplificar la historia real que habla de comunidades mucho más
complejas y diversas. Es así como más adelante veremos que es justamente en la negación
31
de la diversidad es que el estado nación verá puesto en jaque la validez de sus aspiraciones
normativas.
Este afán integrador que caracteriza el surgimiento de los estados nacionales puede ser
visto como una reacción natural ante los sucesivos impulsos de abstracción que implica el
proceso de modernización de la sociedad (Habermas 2005). La creciente complejización
que conlleva la diferenciación funcional, envuelve en un principio la necesidad de
establecer un marco de ordenamiento común que se traduce en la implementación
procedimental del funcionamiento del estado, sin embargo, la intención reguladora y
jerárquica que hay detrás de esta lógica, se verá superada en la creciente autonomización de
las esferas funcionales de la sociedad, las que progresivamente durante el Siglo XX irán
independizándose del sistema político.
La orientación normativa que adquieren los estados nacionales en función de la idea de
integración, ha de determinar la forma en que estos observan y entienden el orden social.
La nación por un lado da cuenta de la disolución del orden estratificado que describía la
sociedad en base a la identificación de estamentos de carácter jerárquicos. Nobleza y
pueblo dejan de ser categorías válidas en un mundo en el que la ampliación y desarrollo del
comercio, la educación, la ciencia y las corrientes de pensamiento configuran distintas
posiciones y formas de vida que ya no caben en el esquema simplificado de la
estratificación. El acceso de los individuos a tales esferas funcionales de la sociedad ha
dejado de depender exclusivamente de su posición en la estructura jerárquica de la
sociedad, en la medida en que cada uno es capaz de desarrollar herramientas particulares y
diversas que determinan sus posibilidades de inclusión/exclusión en los rendimientos y
beneficios de tales esferas. El paso de la estratificación a la diferenciación funcional da
cuenta de la autonomización de sistemas funcionales que a la vez que operan de forma
independiente y autorregulada, generan una alta interdependencia entre sí. Esto significa
que el acceso a uno de ellos determina las posibilidades de acceso a otros, así por ejemplo
la educación incide en las posibilidades de trabajo de las personas. Se trata de una
interdependencia de carácter complejo que no puede ser descrita de forma lineal y que da
paso a formas dinámicas de inclusión de individuos que transitan, en distintas condiciones,
32
por las esferas de la sociedad. Se puede decir que el concepto de nación a la vez que diluye
el esquema semántico de la estratificación, da cuenta de cómo se reacciona ante este
aumento de complejidad social. La herencia del esquema de la unidad, transformado ahora
en el mandato moral de la integración, insita al estado nacional a reducir bajo el parámetro
de la nación, la diversidad y dinamismo de posiciones ocupadas por los individuos en la
sociedad. La idea de la comunidad política y territorial que hay detrás del concepto de
nación, actúa como esquema de simplificación de la complejidad, asegurando de esta
manera la conducción política centralizada de dichas comunidades. Las naciones fijan las
fronteras geográficas e imaginarias de unidades políticas en las que se hace posible
proyectar los ideales morales de la integración
El mandato de la integración alude a un mundo uniforme, homogéneo capaz de ser
controlado y donde el bien común representa un estado ideal de equilibrio al que pareciera
todos aspiran por igual. En dicho contexto la toma de decisiones políticas se materializa en
el diseño e implementación de políticas públicas orientadas por tales principios de cohesión
social. El estado moderno en su forma de estado nacional sigue actuando en función del
establecimiento de un orden que figura como única forma y alternativa de regulación, se
trata de un proyecto político que parece ciego ante los procesos de complejización de la
sociedad y la diversificación de posturas normativas que este conlleva. Tal ceguera, sin
embargo, se encuentra normativamente justificada. La diversidad de posiciones en la
estructura social dibujada por la diferenciación funcional, no asegura la igualdad en las
condiciones de vida y bienestar de los individuos. Las consecuencias negativas de los
procesos de industrialización hablan del nacimiento de nuevas formas de pobreza y
marginalidad, dando cuenta con ello de agudas diferencias sociales en la calidad de vida de
los sujetos. A diferencia de lo que ocurría bajo el esquema de la estratificación y bajo la
influencia normativa de la idea de bien común, tales diferencias son ahora entendidas como
desigualdad y se transforman con ello en un nuevo objetivo político de los estados
nacionales. El mandato normativo de la integración incluye en su proyecto el principio de
la igualdad. En base a este se diseccionan el actuar del estado hacia la disolución de las
diferencias sociales que determinan condiciones de vida adversas de los segmentos más
pobres de la sociedad. Al proponerse el estado tales objetivos de carácter moral en función
33
de un proyecto idealizado de sociedad, justifica y refuerza el centralismo con que opera en
la toma de decisiones.
Las consecuencias que esta forma normativa de actuación tendrá para el estado nacional,
hablan de los obstáculos que esta impone ante la necesidad de incorporar la creciente
complejidad del mundo social. Bajo el mandato de la integración y la igualdad el estado no
es capaz de responder por completo a la diversidad demandas de una sociedad cada vez
más diferenciada. El problema surge cuando al operar desde la lógica de la integración se
tiende a obviar la existencia de diversas lógicas funcionales a la vez que se suele actuar
sobre los individuos como si sus demandas y expectativas respondieran a una única
racionalidad. Los proyectos políticos nacionales que se construyen en función de principios
normativos tales como justicia, igualdad, bien común y equidad, como si tales valores
fueran posibles de ser alcanzado siguiendo el trazado de un único camino posible. En la
medida en que el los estados siguen actuando bajo la lógica del control, intentado imponer
tales valores ideales, no son capaces de reconocer las formas en que los distintos sistemas
funcionales comienzan a operar de manera autónoma.
Las políticas de integración, por otro lado, además de movilizarse en función de principios
unificadores, persiguen la cohesión de los sujetos en torno a valores y normas sociales
predefinidas. Esto en tanto los trata como colectivos sociales provistos de identidad
nacional. En tal sentido es que operan sobre una figura homogénea, en la que se resumen
todos los discursos e individualidades y sobre la cual se asumen comunes aspiraciones y
expectativas. Se puede decir que el carácter moral de los objetivos trazados por el estado
nacional a la vez que obstaculiza su comprensión de la diversidad, hace coherentes las
decisiones que este va adoptando. Es consistente si consideramos que actúa en función de
un proyecto político que ha sido trazado sobre el supuesto de que el futuro puede ser
controlado.
34
I.V INTEGRACION Y ESTADO DE BIENESTAR
Un ejemplo claro de políticas públicas orientadas a la integración, está dado en lo que se ha
denominado como estado de bienestar. La consolidación del sistema capitalista y el
aceleramiento de los proceso de industrialización desarrollados a fines del siglo XVIII y
principios del SXIX, implicaron una serie de consecuencias sobre las lógicas de operación
de los estados europeos. La complejización del mundo del trabajo, el aumento del tamaño
de la población así como de la desigualdad en el acceso a los beneficios económicos
derivados de los procesos de industrialización implicó un incremento y diversificación de la
demanda de protección de la comunidad hacia el estado. Se puede decir que la complejidad
social y sus diferencias son incorporadas como asuntos que se espera sean resueltos por la
esfera política.
Al operar bajo la lógica de que el orden solo es posible mediante la figura del contrato
social y en un nuevo escenario donde el bien común se torna cada vez más difícil de definir
de una única manera, los estados nacionales se saturan de demandas y exigencias que
responden a realidades sociales de diversa naturaleza. En tal sentido es que el estado de
bienestar puede ser entendido como una reacción al aumento de inseguridad que se
desencadena con el aceleramiento de los procesos de modernización de la sociedad. En un
sentido similar se trata de una forma de enfrentar la desigualdad heredada del orden
estratificado de la sociedad, el que si bien ha empezado a ser remplazado por la
diferenciación funcional, sigue influyendo en las posibilidades de acceso a los rendimientos
sistémicos de individuos con menores recursos socioeconómicos.
El estado de bienestar se perfila como un estado interventor que procura compensar, desde
la lógica del control, las desigualdades generadas por un sistema económico cada vez más
autónomo e independiente de la racionalidad política. Se puede interpretar entonces como
una reacción ante la perdida de la facultad de control que deriva de los procesos de
modernización de la sociedad y que se legitima en los principios normativos que hacen del
estado el encargado de la mantención del orden social. La reacción es por lo tanto reforzar
35
los niveles de control que han sido amenazados, haciéndose cargo de la seguridad social y
la provisión de servicios básicos a la población, situación que llega a poner en riesgo la
diferenciación entre los sistemas político y económico (Luhmann 1994). Dicho proceso se
ve potenciado con la generalización del sufragio universal, el fortalecimiento de la
democracia y el surgimiento de movimientos sociales de carácter reivindicativo (Muñoz de
Bustillo 2000).
Desde una perspectiva normativa, el estado de bienestar, se apoya en el convencimiento
generalizado de que es el encargado de velar por la seguridad y protección de la población,
procurando con ello combatir los problemas derivados de la inequidad social. Más allá de
las diferencias ideológicas y argumentativas lo que prima es el consenso de que la acción
pública debe estar orientada a limar las desigualdades generadas por el libre mercado
(Muñoz de Bustillo 2000). Se trata de una suerte de compromiso social con el bienestar
social, que se apoya en el reconocimiento y validación de los miembros de las comunidades
nacionales como objeto directo de intervención. En tal sentido es que se trata de un estado
que justifica su intervencionismo en fundamentos morales que orientan su comportamiento
en función de la lógica de la compensación (Luhmann 1994).
Las consecuencias que desde el punto de vista administrativo ha tenido el estado de
bienestar son múltiples. Reaccionar sobre la desigualdad en la sociedad moderna, implica
aprender a identificar las diversas formas y condiciones en que esta se manifiesta, así como
las organizaciones y sistemas involucrados en la planeación de compensaciones. Esto
significó para el estado abrirse a la interacción con distintas organizaciones sociales y
corporativas así como a instituciones privadas, en la búsqueda e implementación de
soluciones ante las desventajas e inequidades en la participación de los individuos en las
esferas funcionales de la sociedad. Por otro lado, desde un punto de vista administrativo, el
estado debe ampliar sus esferas de actuación procurando con ello responder a las distintas
lógicas y condiciones que inciden sobre la inequidad y la desigualdad. Insistiendo la
responsabilidad moral por el bienestar de la sociedad y en un intento de responder ante la
lógica de la diferenciación funcional, el estado tiende a sobrecargarse así mismo con
distintas funciones y objetivos de intervención. Tal sobrecarga afecta su capacidad de
36
respuesta ante problemas que generalmente surgen de lógicas funcionales autónomas que
no pueden ser controladas ni reguladas desde la esfera política. Se debe mencionar que el
rol complementario que en algunos casos pasa a jugar el sector privado, así como la
relevancia del surgimiento de un tercer sector orientado a la intervención especializada de
aquellas problemáticas sociales que el estado por si solo no era capaz de abordar, si bien
constituyen una fuente de apoyo a la labor del estado, implican que este debe asumir la
coordinación de tales instancias y con lo que se transforma en otra mas de sus
responsabilidades y fuente de expectativas.
Al seguir proyectando un ideal social y continuar actuando bajo la lógica del control, el
estado de bienestar toma decisiones sin considerar la autonomía de los sistemas funcionales
y por ende su limitada capacidad de influencia sobre los mismos. Esto implica que al no
poder controlar lo que sucede en su entorno no siempre es capaz de responder a la
diversidad de problemas y demandas que en este se generan. A pesar de ello las
expectativas generadas por el bienestar social tienden a ser cada vez mayores en un mundo
dominado por incerteza de la diferenciación funcional. El orden estratificado si bien
generaba marcadas desigualdades sociales entre estamentos, contaba con reglas más
simples en la delimitación de mecanismos de participación de beneficios funcionales. En el
orden moderno en cambio, participar de los rendimientos sistémicos depende tanto de sus
distintas lógicas de operación como de las herramientas de las que los individuos disponen
para propiciar su inclusión social, lo que hace que esta sea más incierta y riesgosa. En su
pretensión de compensar las desventajas derivadas de las distintas y desiguales formas de
participación en la vida social, el estado de bienestar se hace cargo de la incertidumbre que
prima en la sociedad moderna e intenta responder a ella con promesas de seguridad social.
Otra de las principales repercusiones de esta forma de funcionamiento estatal, dice relación
con la dependencia que el bienestar social adquiere en relación con el estado. Esto implica
por un lado la necesidad de mantener altos niveles de gasto social, no siempre factibles de
financiar, a la vez que una desmotivación por parte de la población en el asumir un rol mas
activo en procurar su propia calidad de vida así como a participar en el consumo. Las
críticas que desde los años 70 empiezan a surgir a este estilo de conducción estatal se basan
37
principalmente en este tipo de falencias y problemas asociados a la eficiencia de la acción
del estado (Muñoz de Bustillo 2000).
La crisis del estado de bienestar deriva principalmente del cuestionamiento de que este sea
efectivamente capaz de actuar racionalmente en función de lo que entiende como bien
colectivo o bien como igualdad y equidad. Lo que se cuestiona entonces es el principio
unificador y homogenizante con el que opera, actuado como si se pudiera controlar y dirigir
de manera lineal el curso de lo social. Por otro lado el intervencionismo estatal genera
modificaciones en el entorno social que derivan en nuevas problemáticas ante los cuales de
manera recursiva debe reaccionar (Luhmann 1994). La limitada capacidad de respuesta que
el estado de bienestar es capaz de generar ante la diversidad de problemas que debe
enfrentar deriva de la posición en la cual pretende estar situado en relación con las demás
esferas de la sociedad. Al definirse como un estado encargado de resolver y compensar los
problemas de la sociedad, pareciera posicionarse por sobre la misma. Bajo tales parámetros
no es capaz de reconocer como autónomas aquellas esferas que se encuentran en su entorno
y por en contrario actúa como si estas fueran factibles de ser intervenidas y controladas.
38
II CAPITULO 2: ESTADO DE COORDINACIÓN
II.I DIFERENCIACIÓN FUNCIONAL Y SUS CONSECUENCIAS PARA LA
FUNCIÓN DEL ESTADO
Bajo la lógica del control, el estado operaba bajo el supuesto de la sociedad como unidad.
La cohesión social, el bien común, la igualdad orientaban la acción del estado dirigiéndolo
hacia el ideal de la integración. El orden social figura como responsabilidad del sistema
político de una sociedad que se organiza de manera jerárquica y que sitúa al estado como el
observador, interventor y decidor por excelencia del curso de lo social.
El aceleramiento de los procesos de diferenciación de la sociedad y el consecuente aumento
de complejidad que estos conllevan, hacen que la imagen del estado bajo la lógica del
control empiece a ser cuestionada. El predominio de la diferenciación funcional y la cada
vez mayor autonomía y autorregulación de las esferas de la sociedad, han fracturado noción
de integración bajo la cual se sostenía un ideal de orden unificador. La idea de unida,
entendida como homogeneidad e identidad, se transforma en un símbolo idealizado que,
cada vez que se define o menciona, nos parece más irreal e imposible de alcanzar. Una
sociedad diferenciada funcionalmente es una sociedad caracterizada por la desigualdad de
lógicas y objetivos de operación de los sistemas a la vez que por la igualdad de los mismos
en relación con su posición en la estructura social (Luhmann 2007). El acoplamiento de
esferas diferenciadas dibuja ahora una estructura dinámica y compleja donde ya no es
posible situar al sistema político en un lugar de privilegio.
Las consecuencias del aumento acelerado de complejidad que caracterizan a la sociedad
moderna de las últimas décadas, se observan no sólo a nivel de las esferas funcionales.
Tanto los sistemas organizacionales como los de interacción se tornan más diversos,
diferenciados e internamente complejos. Expectativas, procedimientos, principios de
regulación se diversifican y aumentan haciendo que la heterogeneidad prevalezca. La
complejidad de la sociedad moderna significa diferenciación, especialización,
39
descentralización y diversidad, lo que implica hablar de un mundo en el que orden se define
por la coexistencia de diversos tipos de orden.
En este contexto, la idea de unidad ya no puede ser pensada en función de lo homogéneo o
lo uniforme, sin embargo, es un concepto requerido para señalar este nuevo ordenamiento
de lo social. La diferencia solo puede ser señalada y comprendida como unidad cuando esta
da cuenta de una distinción entre su lado interno y su lado externo (Luhmann 2007). La
sociedad como multiplicidad de distinciones, como diversidad de posiciones y de
probabilidades, es una sociedad que se define por su complejidad, la que en forma
paradójica significa organización. A partir de la complejidad de la sociedad se puede definir
su orden, entendiendo de antemano que este, al ser complejo, no tiene un carácter
teleológico. En tal sentido es que el concepto de unidad desde la teoría de sistemas, se
diferencia de aquella noción de acabada de unidad en la que se sostienen/no se sostienen las
teorías normativas de la sociedad sobre las que se configuraba el estado de control. La
unidad es solo posible en la medida en que no es como tal una posición única dado que es a
la vez tanto complejidad y multiplicidad. Las consecuencias normativas asociadas a esta
forma de describir la sociedad dicen relación con el reconocimiento de los distintos
discursos éticos que conviven en la sociedad, lo que se traduce en dar cuenta tanto de los
puntos en los que tales discursos pueden converger en consensos como aquellos en los que
se define el conflicto. Reconocer la variedad de posiciones normativas en la sociedad es
negar la posibilidad de una única forma de orden o de un único proyecto moral, es entender
que el orden nace de la observación de las relaciones que se establecen entre sistemas,
organizaciones e individuos y que al depender de la posición espacial y temporal de estos
distintos observadores, es siempre contingente y dinámico. La normatividad del mundo
moderno es por lo tanto la aceptación de la diversidad, el disenso y dinamismo de la
sociedad.
Las consecuencias de la modernidad y en particular las repercusiones que esta ha tenido
sobre el estado y la definición de sus funciones, no son menores sí pensamos en que a pesar
de esta serie de transformaciones sociales, el estado ha seguido actuando como garante de
la integración y se le ha seguido exigiendo como si efectivamente pudiera cumplir esta
40
función. Paralelamente a la diversificación de lógicas, funciones y posiciones normativas se
ha generado un aumento de demandas, expectativas y exigencias que día a día se espera el
estado sea capaz de resolver. El cuestionamiento de la capacidad de respuesta del estado
ante las problemáticas de una sociedad compleja, parece ser muchas veces ciego a esta
propia complejidad. Se le sigue pidiendo que dirija e intervenga sobre áreas en las que no
es competente, se le pide que regule esferas que operan de manera autónoma y de manera
autorregulada. El estado debe ser entendido como un referente del sistema político y este
último como uno más entre diversos sistemas funcionales, por ende no puede representar ni
actuar sobre la sociedad entendida como un todo unitario lo que se traduce en que se
encuentra inhabilitado para tomar decisiones orientadas a dirigir el curso de lo que se debe
hacer en los demás sistemas. A pesar de ello, integración, bien común, cohesión social y
especialmente la igualdad siguen figurando como funciones básicas y primordiales de la
figura estatal.
Una serie de contradicciones y cuestionamientos derivan de este problema. Se cuestiona al
estado en términos de eficiencia, en cuanto pareciera no lograr responder a la multiplicidad
de expectativas y demandas de una ciudadanía más exigente y heterogénea que sigue
actuando como si este fuera capaz de resolver todo tipo de problemáticas en nombre de la
igualdad. Principios como la igualdad, sin embargo, tiende a reducir y simplificar la
multiplicidad de posiciones normativas que caracterizan a la ciudadanía moderna. Lo
común queda cada vez más reducido a una serie de valores universales asociados al respeto
de los derechos humanos los que, a pesar de gozar de cierta transversalidad en términos
éticos, se someten a una diversidad de interpretaciones. Los diferentes actores sociales,
individuales y organizados, formales e informales que se encuentran en permanente diálogo
con el estado, reclaman el reconocimiento de la diversidad, entendida como una
multiplicidad de particularidades. Tal reclamo, contradictoriamente intenta ser abordado a
partir de discursos normativos que aún no abandonan la figura de unidad como
homogeneidad. Hablar de igualdad es pretender seguir actuando bajo la estrategia de la
integración, es seguir pensando en el consenso e ignorar la relevancia del conflicto.
41
II.II ESTADO Y DEMOCRACIA
Las exigencias del mundo moderno y las repercusiones que estas tienen sobre el estado,
incentivan la búsqueda de modelos políticos capaces de adecuarse al aumento de
complejidad social. La democracia goza de ventajas ante este desafío en cuanto se define
como el mecanismo de representación de intereses parciales en los distintos campos de la
sociedad, cuya administración y regulación es delegada en el estado. En tal sentido la
democracia como modelo de conducción de los procesos político a través del estado,
favorece el reconocimiento de posiciones normativas diversas y con ello una mejor
comprensión de la complejidad social. Tales ventajas, sin embargo, se reducen cuando el
estado sigue operando bajo principios valóricos orientados a la construcción de proyectos
ideales de sociedad. Enfrentar la diversidad no puede ser entendido solo como la
identificación de posiciones divergentes, menos aún cuando luego de ello se pretende
simplificar esta diversidad en el establecimiento de acuerdos y consensos respaldados en
utopías tales como la igualdad y el bien común. Esta suerte de contradicción, mirada desde
el prisma de la diferenciación funcional, ha derivado en una serie de críticas y
cuestionamiento de la capacidad de respuesta de los estados democráticos ante las
exigencias de la modernidad.
La crítica a la democracia como modelo de orientación de la sociedad, es reflejo del
cuestionamiento a la capacidad de los estados de establecer vínculos entre la diversidad de
posiciones normativas y pragmáticas de la diversidad de actores que pretenden ser
representados por el modelo democrático (Willke 2005). Como sistema de representación,
la democracia actúa bajo la distinción entre gobernantes y gobernados y a la vez opera bajo
el principio de mayoría/minoría. Esta última distinción simplifica en dos conglomerados la
diversidad de intereses y posiciones que hay detrás de ambas nociones. Si bien esta
distinción básica no persigue ni pretende actuar como una reducción fáctica de la
complejidad, tiende a determinar la forma en como esta se observa y se interpreta. En tal
sentido es que entender a la mayoría como cohesión o comunión de intereses desfavorece el
potencial del que goza la democracia como modelo de representación. Si consideramos que
la legitimidad de la democracia esta puesta justamente en este potencial, no es extraño que
42
se le cuestione por su débil capacidad vinculante, en la medida que si no es capaz de
observar la complejidad de lo que representa no le es posible abordar ni manejar la
diversidad sobre la que opera. Cohesión, consenso y comunión son principios que
enceguecen a la democracia, al estado y a la política cada vez que se presta atención solo al
lado interno de la forma que dibujan, cada vez que se les conceptualiza como unidad
homogénea. Centrar la mirada sólo en ellas es no dar cuenta de la diferencia, el disenso y el
conflicto, es por ende, negarse a comprender la lógica bajo la cual opera la complejidad.
Otra de las dificultades que enfrentan los estados democráticos para hacer frente a la
modernidad, es que tienden a operar bajo la lógica de orientación de sociedades jerárquicas
(Willke 2005). La propia distinción mayoría/minoría en la que se traduce
gobierno/oposición, ubica a los gobernantes en una posición privilegiada en relación con la
toma de decisiones. Si bien los principios de la democracia apelan a la representación de la
diversidad, la responsabilidad de conducción de los procesos de toma de decisiones así
como del diseño de políticas públicas, recae principalmente sobre el segmento de los
gobernantes. Más allá de las intenciones o ideales pluralistas de representación, la
estructura que configura la forma de operación de los estados democráticos, tiende a
mantener la lógica del posicionamiento de la autoridad de gobierno sobre la ubicación
asignada a la oposición.
Si bien la democracia ha presentado problemas de adaptación a los cambios que conlleva la
modernidad y no ha logrado reorientar del todo su mirada hacia la complejidad, sigue
gozando de cualidades irremplazables para hacer frente a este desafío. En términos
normativos la democracia se orienta hacia el reconocimiento de la diversidad así como al
respeto de los derechos humanos (Willke 2005; Messner 1999) principios que más allá de
cualquier interpretación no pueden ser ignorados como valores universales que a la vez que
favorecen la comprensión de lo complejo y permiten vislumbrar formas posibles de
orientación de la sociedad moderna actual.
43
II.III ESTADO Y GOBERNANZA MODERNA
Entender el cuestionamiento de la democracia como déficit en vez de cómo incapacidad,
implica reinterpretarlos como desafíos, como transformaciones requeridas para el
procesamiento de la modernidad, tareas en las que si duda es posible observar avances
relevantes. Los cambios requeridos aluden a la forma en que la democracia debe operar
tanto en términos normativos como en términos pragmáticos y por ende están
principalmente referidos a la función que ha de jugar el estado en el contexto de la sociedad
funcionalmente diferenciada. Una aproximación o forma de entender tal problemática, está
dada en la discusión en torno al concepto de gobernanza. Dicho concepto representa en
parte los desafíos que debe enfrentar el estado en el contexto dibujado por un ordenamiento
complejo de la sociedad, los que según Willke se traducen en el desarrollo de una
capacidad estratégica en el manejo de la complejidad, así como en el desarrollo de una
mayor capacidad de aprendizaje sobre lo que ocurre y como operan las esferas sociales que
constituyen el entorno de la política (Willke 2007). Esto implica un cambio fundamental en
la forma de entender cual es el rol de la política en el mundo actual, lo que a la vez supone
abandonar la idea de que ésta es la encargada de regular y garantizar el orden social. El
orden de la sociedad moderna esta dado por el acoplamiento de sistemas autorregulados,
que dan cuenta de una multiplicidad de órdenes diferenciados. Esto se traduce en un
aumento de especialización, autonomía y autorregulación de los sistemas sociales, que a su
vez significa que ninguno de ellos puede determinar la orientación del resto (Willke 1993).
Bajo la luz de la idea de gobernanza moderna, el rol asignado a la política está puesto en la
producción de decisiones colectivas vinculantes (Willke 2007). Según lo expuesto por
Mayntz se trataría de una forma más cooperativa y no jerárquica de gobierno, caracterizada
por la interacción entre estado y actores no estatales en función de toma de decisiones
mixtas en que se combinan las esferas de lo público y lo privado (Mayntz 1998). Si bien el
estado cumple un rol fundamental como supervisor de este estilo de toma de decisiones,
deja de ser el responsable por excelencia de este proceso lo que implica que ha de generar y
favorecer espacios de participación activa de actores corporativos en el diseño e
44
implementación conjunta de políticas públicas. El carácter descentralizado de esta forma de
operación se ajusta mejor a la lógica descentrada de la sociedad moderna.
La gobernanza moderna no puede prescindir, sin embargo, de los principios democráticos
de representación, dado que requiere de ellos para su propia legitimación. Las autoridades
políticas como responsables de la conducción del proceso de toma de decisiones, deben ser
escogidas mediante canales democráticos que aseguren la representación de la diversidad
de posiciones e intereses de la ciudadanía. También se requiere de una sociedad con
capacidad de organización y diálogo, competentes y eficientes en la representación de sus
intereses. La cooperación señalada por Mayntz, alude a una actitud requerida para la
negociación, según la cual los diversos actores corporativos involucrados en la gobernanza
moderna, debería presentar una disposición al logro de acuerdos consensuados. Hablar de
actores corporativos implica reconocer aquellos grupos organizados en función de intereses
comunes con los cuales el estado debe entablar un permanente diálogo con el fin de
vincularlos directamente en la toma de decisiones.
Bajo este parámetro de actuación, el estado, si bien cumple un rol fundamental, ya no se
ubica en la cima de una estructura jerárquica y por ende deja de actuar bajo la lógica del
control. Deja de proyectarse en la imagen de una unidad homogénea y por ende deja de
operar en función del mandato de la integración. Desde una posición equivalente a la de los
demás actores que participan de la toma de decisiones, favorece el diseño de políticas que
capaces de incorporar la diversidad de visión, intereses y conocimientos de quienes se
encuentran directamente involucrados en su implementación. Si bien el rol del estado
moderno es velar, favorecer y supervisar tales espacios y procesos de cooperación en el
diseño de políticas públicas, tiende a mantener algunas funciones y responsabilidades de
carácter regulatorio. En palabras de Maynzt “Cuando se delega la toma de decisiones a
instituciones de autorregulación social, el Estado conserva el derecho de ratificación legal,
así como el derecho de intervención mediante acciones legislativas o ejecutivas si esa
autorregulación demuestra ser ineficaz.” (2001; Pág. 5).
45
II.IV REQUISITOS PARA LA COORDINACIÓN
Esta suerte de apertura a la diversidad y el rol de supervisión que ha de jugar el estado en el
proceso de toma de decisiones vinculantes, conlleva para él nuevos desafíos en términos de
capacidades a desarrollar. Esto se traduce en que las decisiones adoptadas desde el sistema
político y en particular desde la institucionalidad del estado, deben centrar sus bases en el
conocimiento. Cabe señalar que los principios que respaldan el proceso de toma de
decisiones, con el cambio de la lógica del control a la lógica del manejo de complejidad
pasan de basarse en premisas normativas a sostenerse sobre premisas de carácter cognitivo.
Sobre el desarrollo de esta capacidad de aprendizaje y apertura al conocimiento Willke
plantea que esta puede ser entendida como una apertura al entorno en cuanto se refieren a la
capacidad de adaptación de los procesos de toma de decisiones a diferentes tipos de
circunstancias haciendo que estos sean cada vez más dependientes de conocimientos
específicos y especializados (1993).
La noción de autoridad sobre la cual se debe sostener el estado moderno no jerárquico y
descentrado, debe estar ligada al conocimiento. En tal contexto es que Willke nos habla del
estado como una autoridad cognitiva, donde este requiere estar en permanente revisión y
evaluación de los conocimientos generados desde esferas particulares de la sociedad. Esto
exige entrar en un juego dinámico y permanente de revisión, actualización y evaluación del
conocimiento y sus estándares como una forma de manejo de un escepticismo organizado
que permite la mantención y desciframiento de la complejidad.
El conocimiento pasaría, por otro lado, a ser una nueva fuente de legitimidad del estado
como autoridad. Dicho de otra manera la toma de decisiones vinculantes se fundamentan y
legitiman en la experticia, la interpretación de la experiencia y la solidez de los argumentos.
En tal sentido es que se puede decir que este nuevo modelo de actuación del estado requiere
de una mayor capacidad de reflexión y apertura al entorno, requisitos de una nueva forma
de entender como el estado puede ser capaz de intervenir sobre esferas sociales de carácter
autónomo y autorreguladas.
46
II.V COORDINACIÓN COMO FUNCIÓN DEL ESTADO MODERNO
Las características y desafíos que se han impuesto al estado en el contexto de la sociedad
moderna nos hablan de un cambio fundamental en su función así como en el principio
regulador mediante el cual se organiza. Esto implica abandonar la noción de control como
mandato fundamental del estado asumiendo con ello una nueva semántica que describa más
adecuadamente la actual función estatal. El concepto de coordinación se sitúa entonces
como el más apropiado para dar cuenta de las características del estado moderno y las
exigencias de la sociedad moderna.
La modernización implica comprender como un sistema autónomo e independiente que se
diferencia de los otros tanto en la especificidad de sus funciones como en su lógica de
operación. De ello ser deriva además que cada uno de ellos se encuentre situado en una
posición horizontal en relación con las demás. Si bien cada sistema responde a su propia
lógica de operación, debe considerar que las decisiones del resto de los sistemas que
constituyen su entorno, afectarán sus posibilidades de actuación tanto como las suyos les
afectarán a ellos. Esto da cuenta de la paradoja señalada por Luhmann en relación con que
el aumento de la autonomía y autorregulación de los sistemas implica a la vez un aumento
de la interdependencia entre los sistemas. En tal contexto es que se hace necesario el
desarrollo de nuevas habilidades que permitan un adecuado manejo de la vinculación de
diversidad.
Recogiendo las propuestas y desarrollos conceptuales antes señalados, por coordinación
entenderemos la capacidad vincular la toma de decisiones y conducir este proceso en
función de objetivos colectivos (Luhmann 2004). La idea de vinculación alude a la
interconexión de intereses, objetivos y expectativas tanto de los diferentes actores
involucrados en el proceso de toma de decisiones como de las áreas o sistemas funcionales
desde los cuales es posible observar el proceso de planificación e intervención. En el caso
del estado dicha capacidad ha de ser desplegada en el proceso de diseño e implementación
de políticas públicas, refiriéndose por ende a decisiones de orden político. A diferencia del
principio del control, la coordinación figura como un principio de organización de aquellos
47
procesos en los que se debe enfrentar la complejidad de posiciones y valores que a la vez
que se encuentran en conflicto comparten la necesidad de evitar o remediar problemas
asociados a la exclusión social. En ello se actúa considerando que el estado se encuentra
inter-penetrado en la sociedad y no por encima de la misma (Jober 2004)
Inclusión/exclusión constituyen parte de la semántica de la coordinación y en cierto sentido
pasan a reemplazar al concepto de integración como objetivo de la función estatal. La
inclusión/exclusión debe ser entendida como probabilidades de participación en esferas
funcionales que al ser reguladas por sistemas autónomos, no pueden ser controladas por
elementos del entorno. Esto nos da pautas para entender el rol del estado y los límites de
sus facultades, en tanto al ser un referente del sistema político y por ende estar situado en el
entorno de los demás sistemas funcionales, este no puede tomar decisiones referidas a los
procesos de inclusión/exclusión en los sistemas particulares situados en su propio entorno.
El diseño de políticas públicas orientadas al incremento de la inclusión y por ende al
detrimento de la exclusión requiere tomar en cuenta la diversidad de posiciones, recursos y
lógicas de operación que se ven envueltas en el análisis y planeación de cursos de acción
política. Esto significa que el estado en vez de ser el encargado de decidir que es lo que se
va a hacer, pasa a ser el encargado de generar espacios de comunicación entre los diferentes
actores envueltos en este tipo de procesos (Messner 1999). En tal sentido es que las nuevas
exigencias del estado aluden al desarrollo de una mayor capacidad de reflexión y de
observación de la contingencia, así como del talento que implica vincular las consecuencias
esperadas y no esperadas que se derivan de lógicas particulares de actuación.
La coordinación puede ser entendida entonces como una respuesta a una nueva racionalidad
emergente, que da paso a la instalación de un nuevo orden. Implica por ende una nueva
forma de observar y comprender como se estructuran las relaciones entre actores y sistemas
sociales a la vez que persigue la vinculación de las decisiones que surgen en contextos de
complejidad. La racionalidad del nuevo orden es una racionalidad orientada a la
mantención de lógicas de operación recursivas que se producen de manera autónoma y
dinámica estando por ello en permanente transformación. Esto significa la coexistencia de
órdenes diversos y contingentes a los que día a día se debe responder en el marco de una
sociedad compleja. Ninguno de estas lógicas es más o menos relevante, solo podemos
48
ordenarlas en función de la urgencia con que se nos presentan, la que sin duda es relativa a
cada sistema. La coordinación implica la toma de decisiones en función del escenario que
se va dibujando en un proceso de evaluación de las alternativas posibles, de la posición de
los involucrados y de la anticipación de las probables y alternativas de actuación que se
deben proyectar en una cadena secuencial de decisiones. La coordinación es un juego único
e irrepetible cuya estrategia es la proyección de una secuencia de decisiones sucesivas y
prospectivas procurando en ello el menor riesgo de exclusión posible.
Una descripción mas detallada de la coordinación como función del estado moderno debe
desarrollarse en al menos dos dimensiones. Por un lado se debe dar cuenta de la forma de
organización que esta adquiere en un sentido pragmático, es decir, se debe describir en
relación a su lógica procedimental. La segunda dimensión de análisis propuesta dice
relación con el carácter normativo que hay detrás de la diversidad de orientaciones que
deben ser vinculadas mediante la coordinación y como estas han de ser orientadas en
función de objetivos comunes sin que por ello sean sometidas a un mandato de mayor
jerarquía moral.
II.VI CARACTERÍSTICAS DE LA COORDINACIÓN COMO ESTRATEGIA DE
VINCULACIÓN PRAGMÁTICA
La comprensión de la coordinación desde una perspectiva pragmática implica describir
como esta opera, cual es la forma que adquiere, relevando en ello el rol que juega el estado
como responsable de este proceso. Hablar de una orientación pragmática significa que la
coordinación carece de una dirección normativa comandada por un principio unificador.
Mediante la coordinación no se señala un camino a seguir pero se identifican las
orientaciones de los distintos observadores y esferas involucradas en un proceso de
intervención. Esto implica reconocer independencia de sus lógicas operacionales
asumiendo los efectos diferenciados que la toma de decisiones provoca en sus entornos
(Mascareño 2006).
49
Para describir las características de la coordinación nos basaremos principalmente en la
descripción de las estrategias de coordinación mediante redes políticas, formas de actuación
cada vez más frecuentes en el diseño e implementación de decisiones vinculantes. Las redes
políticas dan cuenta de las características que hacen de la coordinación un modelo de
manejo de la complejidad y que derivan en políticas públicas de carácter vinculante.
Se habla de redes políticas cuando en participan actores públicos de carácter estatal junto
con actores corporativos y o instituciones privadas. El carácter político esta dado por la
toma de decisiones de carácter colectivo que son supervisadas y reguladas a través de la
participación del estado. Sus orientaciones responden a lógicas de carácter instrumental en
cuanto se fijan objetivos compartidos que a la vez son interpretados desde los intereses y
posiciones particulares de los involucrados (Jobert 2004).
Mediante el establecimiento de relaciones horizontales de intercambio y negociación las
redes son capaces de regular de manera autónoma relaciones entre actores que presentan
generalmente intereses en conflicto a la vez que constituyen formas de acoplamiento
estructural entre sistemas organizacionales (Kjaer 2008).
Una característica relevante que diferencia a las redes políticas de aquellas de tipo informal,
es que estas deben alcanzar un grado de institucionalización que les dote de un carácter
relativamente permanente. Esto no quiere decir que deban ser vistas como unidades
estables o inmutables, la estabilidad alude a principalmente al establecimiento de contacto e
interacciones recurrentes entre sus actores durante un periodo de tiempo determinado por el
cumplimiento de los objetivos trazados por el colectivo. En tal sentido es que pueden ser
definidas como un variado y denso grupo de relaciones de negociación entre actores
relativamente estables. Se habla de una estabilidad relativa en cuanto otro de los rasgos
característicos de las redes es su dinamismo. Mediante estas se desarrollan e implementan
diversas estrategias de actuación que surgen de la permanente recombinación de sus
recursos y capacidades. Dicho dinamismo nos habla del potencial evolutivo de este tipo
particular de sistemas de organización (Kjaer 2008).
50
A partir de la discusión sobre las características de funcionamiento y formas de
organización de las redes políticas es posible dar cuenta como la coordinación empieza a
transformarse en un principio de actuación del estado moderno. Si bien esta aún no es
posible identificarla como la función dominante del estado y aún es posible reconocer la
lógica del control en gran parte de las estrategias mediante las que este actúa, se puede
advertir que tales mecanismos de enfrentamiento de conflictos representan cada vez más las
transformaciones requeridas por el estado en términos de ser capaz de responder a las
demandas de una sociedad compleja. En tales términos expondremos que las características
que hacen de la coordinación la estrategia y función más apropiada al estado moderno dicen
relación con que esta representa un modelo de observación de la diferenciación funcional
de lo que deriva su forma descentrada de organización, su apertura a la interacción con el
entorno mediante el mecanismo de la participación y su orientación pragmática al futuro.
Se planteará además que la coordinación a través del estado debe estar apoyada en el
desarrollo de un marco normativo legal que a la vez que establece sanciones no interfiere
en la autorregulación de las esferas funcionales. Finalmente como parte de esta descripción
de la dimensión pragmática de la coordinación, se señalarán aquellos obstáculos a los que
la coordinación política mediante redes se puede ver enfrentada dando cuenta de las
precauciones que por ello deben ser adoptadas por el estado al momento de actuar bajo esta
lógica.
a) Coordinación y diferenciación funcional
La lógica de la coordinación desplegada en las redes políticas, implica la capacidad de
reconocer diferentes actores, diferentes niveles campos de actuación y las diferentes
competencias que a la vez que deben ser respetadas en su autonomía y particularidad,
deben ser articuladas en función de objetivos colectivos (Jobert 2004). Una red se compone
de actores individuales u organizaciones que a la vez que representan intereses públicos y
privados observan y definen desde posiciones diferenciadas problemáticas que han de ser
objeto del diseño e implementación de políticas públicas. Los actores que participan en una
51
red actúan en diferentes esferas funcionales de la sociedad, lo que implica que un conjunto
de experticias, conocimientos y competencias diferenciadas entran en una suerte de
competencia en la definición de los problemas y alternativas de solución que cada uno
plantea como prioritaria.
La coordinación puede ser entendida como una forma de sintetizar la complejidad social
(Lechner 2007a) en la medida en que adquiere forma mediante el acoplamiento estructural
entre lógicas operacionales particulares y especificas que se despliegan tanto a nivel de
esferas funcionales como de sistemas organizacionales. La diversidad que representa dice
relación por otro lado con la conjugación de una amplia gama de posiciones normativas.
La articulación demandada por la coordinación implica dar cuenta de las diferentes
perspectivas de observación que están puestas en juego en la conformación de las redes
políticas. Esto debe ser entendido como una forma de reconocimiento de la diversidad a la
vez que una forma de modelar los conflictos y divergencias que emergen del encuentro
entre actores particulares. Es una forma de hacer frente a la sobrecarga de demandas y
expectativas que pesan sobre el estado en el contexto de sociedades complejas (Lechner
2007a).
Una de las principales consecuencias de la diferenciación funcional es la sectorialización de
la sociedad, la emergencia de distintos bloques y formas de actuación desde los cuales
surgen nuevos intereses, problemáticas y demandas. Tal aumento de complejidad genera a
su vez un aumento en la incertidumbre, la perdida de control sobre los resultados de toda
decisión y que se ven potenciados en escenarios donde prevalece el conflicto (Messner
1999). Una forma de comprensión de esta fragmentación social, es la consecuente
fragmentación o sectorialización del estado. La diversificación de las funciones estatales así
como de los instrumentos en los cuales se apoya para hacer frente a las exigencias de la
modernidad, dan cuenta de su propia complejización y por ende de su adaptación a los
nuevos escenarios dibujados por el aumento de diferenciación social (Jobert 2004, Lechner
2007b). Tal diversificación interna puede ser entendida como una habilidad necesaria para
ejercer un rol activo y competente en procesos de coordinación social. Se trata entonces del
52
desarrollo de una capacidad de observación de los sistemas funcionales que, a la vez que
permite conservar una perspectiva de lo general capacita en el procesamiento de la
información producida en cada sistema particular y que por el hecho de ser generada en el
entorno de cada uno de ellos no puede ser interpretada desde su interior. En tal sentido es
que la coordinación puede ser entendida como observación de segundo orden. La
potencialidad de esta función está dada en que hace posible superar la ceguera de sistemas
particulares, hacerlo observar aquello que no eran capaces de observar, hacer de la
información de su entorno, información de su interior. De esta manera el estado figura
como mediador entre perspectivas contradictorias, modelando conflictos, haciendo
observables las diferencias y reduciendo con ello la complejidad.
b) Coordinación descentrada y horizontal
La capacidad de observación de segundo orden que el estado desarrolla como parte de la
coordinación, no significa que este goce de una posición privilegiada o de jerarquía en la
conformación de redes políticas. Por el contrario una de las principales características de la
coordinación es que los actores que por medio de estas articulan sus intereses y estrategias,
se encuentran horizontalmente posicionados en relación con los otros. El estado ha de
situarse por ende en esta horizontalidad. La sectorialización interna del estado le permite
entonces interpretar las diferentes lógicas funcionales que entran en juego en una red
política, sin hacer que ninguna de ellas predomine o se imponga a las demás. Así mismo, el
estado ha de velar por la identificación de los diversos intereses particulares que se
conjugan en una red política, asumiendo que todos ellos son igualmente relevantes.
La horizontalidad que da forma a redes políticas basadas en la coordinación, se traduce
operativamente en procesos de toma de decisiones descentralizadas, dado que ningún
interés o lógica particular ha de controlar el curso de la planeación e implementación de
soluciones a las problemáticas colectivas. La coordinación es necesaria justamente cuando
se percibe y reconoce que las decisiones de un actor generan impactos en materias que son
objeto de interés de otro actor (Scharpf 1994). Implica asumir la interdependencia entre los
53
involucrados, lo que se traduce en un la disminución de las capacidades de control que
estos tienen sobre la implementación de estrategias de solución de sus problemas (Messner
1999).
En el diseño de políticas públicas mediante la estrategia de la coordinación, la eficiencia de
las soluciones proyectadas, se apoya en la capacidad de procesamiento de externalidades, lo
que implica ver mas allá de los propios intereses, vislumbrar las posibles consecuencias de
cada posible decisión y por ende incorporar en ellas información que inicialmente era solo
parte del entorno (Kjaer 2008). Se trata de una forma de procesamiento descentralizado de
información que deriva en corresponsabilidad ante las consecuencias esperadas y no
esperadas de decisiones de carácter vinculante.
c) Coordinación y participación, la colonización de la esfera pública
Trabajar bajo la estrategia de la coordinación trae como consecuencia que diversas fuerzas
e intereses sociales de actores corporativos y privados, asuman mayor protagonismo en el
proceso de diseño e implementación de políticas públicas. El estado deja de ser el
responsable por esta tarea haciendo que quienes antes solo actuaban como beneficiarios
sean ahora también co-responsables en la toma de decisiones políticas (Jobert 2004).
Coordinación en términos ideales significa mayor participación de los diversos actores
afectados directa e indirectamente en la planeación de estrategias de respuesta y solución a
las diversas demandas de la sociedad. Los actores corporativos adquieren un rol activo y
dinámico en la proyección y planeación de su futuro, rol que comparte no solo con el
estado sino que también con actores de carácter privado que juegan un rol estratégico en la
provisión de recursos para la implementación de políticas públicas. El sector privado
cumple un papel de igual relevancia en este proceso en la medida en representa una esfera
de intereses particulares que deben ser articulados con los intereses públicos y sociales de
modo tal de generar políticas públicas más eficientes. A partir de tales características se ha
llegado a plantear que la participación y compenetración de estos diversos actores en redes
54
de carácter político ha significado la disolución de la frontera entre lo público y lo privado
(Lechner 2007a, Kjaer 2008).
El mayor protagonismo que adquiere la ciudadanía en los procesos de conformación de
redes políticas es reflejo de la capacidad de presión y colonización de la acción estatal, que
esta ha desarrollado en el contexto de la modernidad (Lechner 2007a). Esto significa que
uno de los requisitos que se demanda a los actores sociales para su participación en
procesos de coordinación de carácter político sea una alta capacidad de organización. Para
actuar como interlocutor válido entre el estado y la esfera privada, los actores sociales
necesitan articularse internamente en organizaciones que representen intereses colectivos
diferenciados. El estado puede fomentar la formación de actores corporativos de manera de
potenciar la representación de los múltiples intereses sociales en los procesos de toma de
decisiones políticas. En un sentido inverso y complementario se planeta que las
instituciones y organizaciones no estatales asumen la responsabilidad del desarrollo del
estatal (Messner 1999).
La apertura del espacio de lo público a actores corporativos y privados implica que la
responsabilidad de la intervención queda en manos del conjunto de implicados en los
procesos de planeación social y que por ende una perdida en la capacidad de control del
estado sobre tales decisiones. Tal perdida de poder se ve compensada en una mayor y más
eficiente capacidad de representación de la diversidad, que paradójicamente se potencia a
partir de la oposición y el conflicto. En tal sentido es que las redes políticas pueden ser
vistas como formas modernas de representación de la complejidad social (Mayntz 1998).
d) Coordinación como proyección del futuro
Una forma de definir y comprender la coordinación es dando cuenta de su orientación
pragmática hacia el futuro. Los procesos de articulación y vinculación de intereses se
traducen en cadenas de decisiones que dan cuenta de estrategias de actuación en las que se
proyecta solucionar problemáticas sociales o bien responder a un conjunto de demandas. En
55
tal sentido es que mediante la coordinación las diferencias son conducidas hacia una
perspectiva de futuro con el fin de negociar y acordar una solución (Lechner 2007a). Esto
no debe ser interpretado como la superación de los conflictos y oposiciones en los que están
situadas las diferencias, sino que como una planeación de soluciones en las que confluyen
tanto intereses diversos como perspectivas de interpretación de los problemas abordados.
Partiendo de la base de que el futuro no puede ser controlado y que por ende nada asegura
que los resultados de las decisiones tomadas en un momento determinado serán aquellos
que se proyecta o espera alcanzar, las estrategias de planeación basadas en la coordinación
deben caracterizarse por su dinamismo, flexibilidad y capacidad de permanente evaluación.
De esta manera es posible enfrentar el dilema que generalmente se produce entre el diseño
de objetivos y su implementación, especialmente cuando en dicha proyección no se asume
la incertidumbre que va aparejada a cualquier tipo de decisión. La planeación política debe
considerar lo imprevisible del éxito o del fracaso, así como la limitación de los alcances y
la diversidad de riesgos que esta conlleva.
La interdependencia recíproca entre los actores que participan en redes políticas, configura
la toma de decisiones como procesos continuos de armonización de diferencias que van
adquiriendo nuevas connotaciones y formas tras la evaluación de los resultados generados
tras cada decisión. En tal sentido es que el orden político puede ser entendido como el
resultado de una transacción compleja efectuada sobre escenas políticas diferenciadas
(Jobert 2004). La orientación de futuro de la coordinación esta dada por su aspiración a la
reducción de consecuencias negativas tras toma de decisiones consensuadas (Scharpf
1994). Cuando se trabaja sobre un conjunto de intereses en conflicto no es posible
encontrar soluciones taxativas y totalizantes a problemas que se definen por su
complejidad. Se deben proyectar en la medida de lo posible, tanto los beneficios como los
perjuicios que se han de generar con la actuación política, evaluando constantemente los
nuevos escenarios que surgen como consecuencia de la propia intervención a la vez que
actualizando los conocimientos en los que se basa y apoya la toma de decisiones. La
minimización de externalidades negativas puede alcanzarse mediante la vinculación de
racionalidades que sin el recurso de la coordinación tenderían a coalicionar (Kjaer 2008).
56
La proyección del futuro debe considerar que la dificultad que implica llevar a cabo una
evaluación ex ante cuando los intereses y problemáticas sociales se encuentran en
permanente cambio y renovación, más aún cuando los propios procesos de coordinación
implican la incorporación de información del entorno que modifica la perspectiva de los
actores y por ende de lo que estos articuladamente definen como objetivos.
e) Coordinación y normas
Como hemos señalado las redes políticas se caracterizan por la participación del estado
como supervisor y promotor de mecanismos de articulación por la vía de la coordinación.
La presencia de la figura estatal favorece el establecimiento de normas de acción en las que
se plasman y legitiman los acuerdos alcanzados (Jobert 2004, Messner 1999). La
legitimidad de los acuerdos es un factor de alta relevancia si pensamos de ello depende el
que estos sean cumplidos. En tal sentido es que mediante el establecimiento de normas y la
regulación de los compromisos adquiridos por los participantes el estado, apoyado en su
imagen de autoridad pública ha de velar por la concreción de los acuerdos utilizando para
ello, la sanción como recurso (Lechner 2007a). La figura de autoridad y la capacidad de
imponerse como tal ante el resto de los actores, puede ser vista como la herencia adquirida
de la época en que el estado operaba en función del control. Tal recurso puede ser
aprovechado por el estado al momento de asumir la tarea de supervisión que para él
demanda la coordinación.
Por otro lado el sistema político, en su acoplamiento con el derecho, actúa como interprete
de la información generada por el entorno social haciendo que esta se legitime mediante la
definición de normas de carácter legal en las que se estipulan derechos, deberes y
sanciones. El derecho reconstruye en sus propios términos los conflictos que percibe en el
entorno traduciéndolos en términos de normas, procesos y doctrinas de las cuales resultan
decisiones de carácter vinculante. A pesar de esta capacidad de apertura cognitiva, el
derecho no puede romper las barreras de su clausura operativa ni con la de los sistemas de
57
su entorno y por ende no puede ejercer una influencia regulatoria basada en la noción de
control o de causalidad lineal. En vez de ello, el derecho puede ejercer una influencia
modeladora de carácter externo. Esto significa que si bien no puede regular a los demás
sistemas estos, en su relación selectiva con el derecho, pueden utilizarlo de manera interna
construyendo a partir de ello sus propios órdenes internos (Teubner 1993).
En el contexto de las redes políticas las normas dotan de legitimidad al proceso de toma de
decisiones colectivas lo que a su vez la ratifica como mecanismos de representación.
Recurriendo a los mecanismos de control mediante los cuales el estado se posiciona como
autoridad, este podría incluso llegar a imponer decisiones autoritativas en aquellos campos
en los que los actores que participan en las redes políticas no llegan a un punto de acuerdo o
conclusión. A si mismo se plantea la posibilidad de que este pueda intervenir con una
acción legal o ejecutiva en el caso de que un sistema autónomo no satisfaga las expectativas
de regulación que de el se esperan (Mayntz 1998). Esto daría cuenta de la factibilidad de
utilizar de manera combinada recursos provenientes de la lógica del control con aquellos
propios de la coordinación.
Se debe tener en cuenta que la cualidad de adecuación a la lógica de la diferenciación
funcional que subyace al mecanismo de la coordinación implica que el establecimiento de
normas ha de respetar el orden interno de cada sistema, haciendo que estos sean
compatibles. Esto quiere decir que no es factible aspirar a un orden legal unificado y por
ende centralizado que disuelva las diferencias que constituyen una red política (Kjaer
2008).
II.VII CARACTERÍSTICAS DE LA COORDINACIÓN COMO ESTRATEGIA DE
VINCULACIÓN NORMATIVA
Enfrentar la complejidad subyacente a las sociedades modernas no significa únicamente
reconocer la diversidad crecientes de posiciones de observación y lógicas de operación de
actores y sistemas. Se debe reconocer a cada posición particular es reflejo de una posición
58
normativa específica bajo la cual se define lo que es evaluado como bueno o correcto y que
por ende tiende a orientar los intereses y acciones de los sujetos. En tal sentido es que un
juicio ético puede ser considerado normativo en cuanto denota una expectativa de
realización. Asimismo un principio valórico al que se aspira adquiere un carácter normativo
cuando se utiliza como parámetro de evaluación de un hecho o problema.
En el contexto de la modernidad el estado deja de operar bajo el mandato normativo de la
unidad y la integración, los cuales suponían una unidad homogénea de intereses y una
definición univoca de bien común. Bajo la lógica de la coordinación el estado está llamado
a reconocer la multiplicidad de orientaciones normativas que entran generalmente en
conflicto y que por ende requieren ser articuladas.
La forma de entender la vinculación de normatividades y por ende las estrategias y
principios que se sugieren para su alcance, varían de nociones aún centradas en la idea de y
posibilidad de integración (Habermas 2005, Rawls 1996) a aquellas de carácter más
pragmático centradas en el desarrollo de una mayor tolerancia a la diversidad (Willke 1993,
Teubner 1993). Ambas posturas comparte el reconocimiento de la diferencia y de la
necesidad de establecer canales vinculación entre posiciones normativas en conflicto. En tal
sentido ambas representan mecanismos estratégicos de coordinación en el contexto de la
modernidad.
A continuación se revisarán los postulados de tales modelos teóricos dando cuenta de su
vínculo con la idea de coordinación en un nivel normativo, así como de las potencialidades
y desventajas que estos ofrecen a la tarea de interpretación de la complejidad de la
modernidad.
a) Deliberación como coordinación
El modelo deliberativo se plantea como una forma en que la democracia puede enfrentar los
desafíos impuestos por un aumento acelerado de complejidad de la sociedad moderna. Este
59
se encuentra asociado a la idea de coordinación hasta ahora propuesta, en cuanto otorga
gran relevancia a los procedimientos mediante los cuales, a través del estado, se han de
administrar los intereses de los ciudadanos. La particularidad de esta postura está dada en la
valoración de los fundamentos éticos que están a la base de la conformación de la voluntad
política. Con ello se pretende equilibrar la relevancia otorgada tanto a lo normativo como a
lo procedimental.
La deliberación a la vez que da cuenta de la diferenciación de posiciones valóricas, se
apoya en la noción de interés común. Distanciándose de la noción homogenizante de
unidad, lo común es entendido en términos acuerdos logrados mediante un proceso de
entendimiento recíproco entre individuos considerados como libres e iguales, los que
terminan por consensuar las expectativas de realización de una comunidad. En el contexto
de la coordinación tales expectativas tomarían la forma de metas colectivas cuya
realización y cumplimiento sería supervisado a través del estado.
La voluntad colectiva más que representar una comunión de intereses, es entendida como el
resultado de un proceso comunicativo de negociación y mutua persuasión mediante el cual
se delibera por aquello que se considera representa al colectivo. Para Habermas esto se
puede lograr a través de una pluralidad de formas de comunicación tales como la
autocomprensión ética, acuerdos de intereses y compromisos mediante la elección racional
de un medio en relación a un fin, fundamentaciones morales y la comprobación de lo
coherente jurídicamente. En este contexto la voluntad común, entendida como voluntad
política, se constituye por medio de la racionalización discursiva de las decisiones de una
comunidad, lo que por ende persigue es el entendimiento o consenso logrado
comunicativamente (Habermas 1999).
Desde este marco el establecimiento de acuerdos políticos puede ser interpretado como
coordinación entre posiciones diversas que a la vez que confluyen pueden diferir en
distintos puntos de la negociación. A lo que se apunta es al establecimiento de una forma
racional de cooperación en el que todos participen y puedan evaluar las posturas en
contraposición, hasta lograr un determinado acuerdo de carácter político (Rawls 1996).
60
La deliberación demanda a los actores de la esfera política, una actitud de cooperación, una
disposición al acuerdo. Esto puede ser entendido como una forma de actuación requerida
para la coordinación de sistemas funcionales que, al igual que los ciudadanos, se posicionan
y vinculan de manera horizontal. Tarea de la coordinación será entonces procurar las
condiciones para la vinculación de los sistemas, definiendo los procedimientos e
intervenciones que aseguren su autonomía maximizando el tamaño de los residuos que los
separan de una probable estructuración vertical.
Cabe señalar que otro punto en que este modelo se adecua a la idea de coordinación dice
relación con el hecho de que los acuerdos alcanzados a través de mecanismos de
deliberación, no se plantean como una verdad absoluta ni como parámetro a seguir, por el
contrario persiguen de alcanzar un punto de equilibrio para la pluralidad concepciones
valóricas en enfrenamiento. A pesar de ello, se deben reconocer los principios
universalistas que hay detrás de esta postura y que en el caso de Habermas se encuentra
apoyada en la idea de justicia como valor universal.
La justicia es entendida como un valor compartido por la comunidad mundial, al cual se
aspira, más allá de la diversidad de interpretaciones a las que esta puede ser sometida. En
tal sentido es que su carácter universal esta dado en su capacidad de transcender, más allá
de posiciones éticas particulares. El carácter vinculante de la justicia estaría dado entonces
en que ella sintetiza en acuerdos y compromisos la diversidad de discursos éticos que
confluyen a la hora de conformar lo que se entiende por voluntad común. De este modo es
que los resultados de la aplicación de un juicio normativo basado en el principio de justicia,
son considerados como racionales dado que suponen una intersubjetividad de orden
superior. Esta intersubjetividad quedaría representada en los procesos de entendimiento que
se efectúan procedimentalmente a través de la política y que, a través del debate, terminan
por concretizarse en formas regulativas capaces de ser administradas (Habermas 1999,
2005).
61
En tal contexto la coordinación favorecería la conformación de una ciudadanía mundial
moderna que a la vez que se encuentra orientada por principios universalistas, se constituye
por medio de una praxis compartida intersubjetivamente plasmada en una red de relaciones
igualitaria de reconocimiento recíproco.
b) Orientación contextual como coordinación
Un modelo alternativo a la idea de deliberación, surge en el marco de la teoría de sistemas y
se basa en la capacidad de los sistemas auto-referenciales, de incorporar información
proveniente de su entorno haciendo que al pasar a ser parte de su propio contexto pueda
actuar como guía de su autoorientación. De esta manera se platea como posible la
convergencia de diferentes racionalidades sin que con ello se vea afectada la autonomía de
los sistemas (Willke 1993). Bajo la denominación de intervención contextual se plantea la
posibilidad de aprovechar la apertura cognitiva de los sistemas como una estrategia de
orientación de su acción sin que ello implique el controlarlos desde una posición superior.
La apertura cognitiva de los sistemas a su entorno responde al desarrollo de la capacidad de
reflexión de los mismos, la que es entendida como una forma elevada de autorreferencia.
Un sistema que desarrolla esta capacidad es capaz de diferenciar las consecuencias que él
mismo genera en el entorno social de aquellas generadas por los otros sistemas, lo que
significa que es capaz de reconocerlos, comprenderlos y adecuarse a ellos. Esta suerte de
adaptación, permitiría dirigir de manera interrelacionada procesos de tomas de decisiones
colectivas lo que por ende puede ser entendido como una forma de coordinación.
Ver las otras posiciones en juego además de la propia, permite una mejor proyección tanto
de los beneficios como de los costos asociados a cada decisión, transformando las
amenazas externas en riesgos internos que como tales son posibles de ser evaluados. La
posibilidad de mutua influencia entre sistemas en teoría de sistemas es denominada como
interferencia, concepto que alude al proceso de generación información que se realiza sobre
la base de un mismo evento comunicativo. Esto es posible gracias a que la comunicación
constituye la operación básica y común a todos los sistemas sociales. Mediante la
62
interferencia, elementos sociales comunes, adquieren significados particulares al interior de
cada uno de los sistemas en un mismo proceso de selección que se genera desde distintos
contextos. La interferencia corresponde entonces a un tipo particular de apertura cognitiva
al entorno en la que se vinculan piezas de información independientes en un mismo evento
comunicativo (Teubner 1993).
Sobre la base de la intervención contextual esta lo que Willke denomina como discurso
sistémico y que es definido como una forma de entendimiento libre de coacción en la que,
tras la orientación al disenso, se aumenta la conectibilidad de las informaciones. Esta
capacidad vinculante permitiría superar las racionalidades e intereses de actores que
sostienen posiciones éticas divergentes. A diferencia del modelo deliberativo, en este caso
particular de coordinación, la estabilización de las diferencias se lograría a través de la
orientación al disenso. Solo la observación del conflicto y las discrepancias permitiría la
vinculación de los actores en la medida con ello se permite que estos desacuerdos se
transforman en información que puede ser comprendida y conectada (Willke 1993). El
consenso en cambio, al invisibilizar las diferencias, se niega a sí mismo a la vez que da
cuenta de la imposibilidad de establecer un acuerdo de carácter unificador. Es así como este
modelo plantea que el establecimiento de reglas válidas de interacción y actuación conjunta
sólo sería posible si la información del entorno de los actores y sistemas que son
coordinados, es por estos incorporada como parte se sus propios modos y lógicas de
operación.
El modelo de intervención contextual puede ser entendido como un cambio en las premisas
que respaldan los procesos de toma de decisiones que tradicionalmente han orientado la
acción estatal. Al asumir este tipo de estrategias el estado pasaría de basarse en principios
idealizados a premisas de carácter cognitivo.
II.VIII PROBLEMAS A LOS QUE SE PUEDE VER ENFRENTADA LA
COORDINACIÓN
63
Las características y requisitos de la coordinación hasta ahora planteados, pueden ser
entendidos como un conjunto de orientaciones generales que, a la vez que surgen del
análisis de redes políticas concretas, reflejan una serie de expectativas asociadas a un
manejo político mas eficiente por parte del estado. En cierta medida pueden ser
consideradas como condiciones ideales para el despliegue de formas más eficientes de
gobernanza. Tal listado de recomendaciones no puede ser sellado sin antes dar cuenta de
los problemas u obstáculos a los que se puede enfrentar el estado en el ejercicio de la
función de coordinación.
En primer lugar se debe señalar que si bien se ha definido a las redes políticas como nuevas
formas de representación de carácter moderno, estas entran en competencia con aquellas
vías más tradicionales en las que el estado ha basado su legitimidad. En tal sentido es que
los mecanismos de elección de los representantes de aquellas instituciones y organizaciones
que participan en redes políticas, puede ser cuestionado si no se apoya en mecanismos de
carácter democrático. Cuando se exige a la sociedad una mayor capacidad de organización,
se le está exigiendo a la vez que para ello acuda a instancias democráticas de elección de
sus representantes. El problema, sin embargo, pareciera no estar situado especialmente en
organizaciones de actores corporativos, dado que el mayor conflicto figura cuando las redes
políticas interactúan con instituciones del sector privado que como tales representan
intereses de carácter más particular que colectivo. El reconocimiento de la validez de este
tipo de intereses no se encuentra necesariamente aparejado a la legitimación de sus
representantes como interlocutores válidos en el campo que tradicionalmente ha sido
definido como el área de lo público. La disolución de las fronteras entre lo público y lo
privado puede que no siempre sea una forma aceptada de articulación de intereses, siendo
aún necesario el realce de lo público como el espacio de lo que entendemos como
democrático.
Así como la representación de intereses puede presentar problemas de legitimación, la
horizontalidad de las posiciones de los participantes en redes políticas no siempre puede ser
asegurada. La coordinación implica no solo participar en el proceso de toma de decisiones
sino que también hacerse co-responsable en el proceso de implementación de las mismas.
64
Está última exigencia se encuentra directamente asociada tanto a las capacidades
particulares que constituyen las experticias de los participantes como a la posesión de
recursos materiales y económicos necesarios para la implementación de las estrategias y
acuerdos de actuación alcanzados. Las redes políticas pueden enfrentar por ende
desequilibrios en términos de los mecanismos de poder e influencia con los que cuentan sus
participantes (Lechner 2007a, Messner 1999). Ante tal problemática el estado ha de velar
por que tales diferencias en la posesión de recursos no se transformen en bloqueos a las
decisiones, en la imposición de los intereses particulares de los actores más poderosos, o
que actores más débiles acepten soluciones subóptimas para ellos. Como parte de su tarea
de supervisión, el estado ha de procurar que la horizontalidad no se transforme en una
figura simbólica que solo dibuja la forma de la coordinación sin que con ello asegure la real
representación y participación de todos los intereses involucrados.
Finalmente, desde la perspectiva normativa, la coordinación demanda una actitud de
cooperación que no siempre es factible de asegurar. Ya sea esta entendida como
deliberación, propensión al bien común, apertura al entorno o como una actitud
universalista, es necesario que los diferentes actores que escogen la coordinación como
mecanismo de toma de decisiones y resolución de problemas, se reconozcan como parte de
un colectivo que persigue el logro de acuerdos. En tal contexto el estado se ve enfrentado a
la tarea de regular que los mecanismos de negociación en los que se apoya la coordinación,
aseguren cierto equilibrio en la representación de intereses particulares que generalmente se
encuentran en competencia. El manejo del conflicto debe ser entendido por lo tanto como
una suerte de mediación orientada a la validación y valoración de beneficios particulares
que son alcanzados en función de la minimización de externalidades negativas.
65
III CAPITULO 3: CONTROL Y COORDINACIÓN EN AMÉRICA LATINA
El proceso de diferenciación en el continente Latinoamericano si bien siguen una
trayectoria particular, se encuentra claramente influenciado por las formas de estructuración
de las sociedades europea en los distintos momentos de su evolución. Tal influencia esta
dada por el tipo de vínculos políticos y económicos que se establecen entre ambos
continentes. En un principio durante el periodo de conquista y colonización, la relación
entre Europa y Latinoamérica era una relación de control que ubicaba en una posición
inferior a las nacientes sociedades territoriales de nuestro continente. El periodo de
independización latinoamericana da cuenta de la ruptura paulatina de esta forma de
vinculación. La autonomía de los estados nacionales latinoamericanos se construye, sin
embargo, teniendo como modelo la forma de organización de los estados europeos, los que
se sitúan como su permanente punto de referencia y comparación. Esto repercute en que los
procesos de diferenciación funcional en ambos continentes se encuentran estrechamente
ligados a la vez que es posible dar cuenta de particularidades en la estructura de
ordenamiento de los sistemas funcionales. En tal sentido es que la influencia que ejerce el
sistema político en la construcción de proyectos nacionales actúa como un limitante en la
autonomización de los demás sistemas lo que da cuenta de la estructura jerarquizada que
asume la diferenciación de Latinoamérica. Tales diferencias han de repercutir en la
orientación normativa que asumen los estados latinoamericanos haciendo más difícil que
estos abandonen la lógica del control y de la unificación, lo que se puede traducir en
mayores obstáculos en el desarrollo de mecanismo de coordinación por parte del estado.
En este capítulo se describirá brevemente las etapas y características de los procesos de
diferenciación en Latinoamérica dando cuenta de los principios normativos que articulan al
estado de control en el continente, intentando demostrar como estos influyen en lo que se
denominará como déficit de coordinación de los estados latinoamericanos.
Complementando esta tarea, se analizarán ejemplos de políticas públicas chilenas que
permiten sostener la hipótesis de trabajo recién señalada.
66
III.I CONSTRUCCIÓN DEL ORDEN SOCIAL EN LATINOAMÉRICA
El punto de partida de la trayectoria latinoamericana hacia la modernidad es necesariamente
el encuentro entre conquistadores e indígenas. Los conquistadores españoles participaban
de una sociedad que empezaba a diferenciarse funcionalmente pero que aún no lograba
generar una total ruptura con el orden estratificado. Si bien las motivaciones de la conquista
son de diversa naturaleza, tienden a estar discursivamente asociadas a fundamentos
normativos, principalmente de índole religiosa. La participación en la sociedad se regula
por medio de la religión, la que todavía unida a la política y la economía, delimita lo que se
considera como correcto o adecuado a la vez que determina las expectativas de inclusión en
la sociedad. Esta forma jerárquica de estructuración da cuenta de la forma de vinculación
que se establece entre conquistados y conquistadores. Los españoles se observaron y
describieron en oposición a los indígenas permitiéndoles de este modo situarse en una
posición dentro de su estructura social, la que evidentemente fue una posición de
inferioridad.
En una primera instancia de la conquista, los indígenas se encuentran fuera de la sociedad,
no tienen cabida en ella en cuanto no participan de los estratos o sistemas parciales que
estructuran la sociedad española y por lo tanto solo es posible distinguirlos desde la
exclusión. De este modo las posibilidades de participación de los indígenas en esta nueva
estructura social, se regulan primariamente por principios normativos de carácter religioso.
Inclusión para los indígenas es trabajar para los españoles para producir riquezas para el
reino y la iglesia en la cual solo participan si son evangelizados, camino que no deja mucho
espacio a la innovación. La encomienda y la hacienda en su carácter semifeudal
condensaron y reprodujeron este tipo de diferenciación estratificada que utiliza a la raza
como parámetro de diferenciación.
Aquellas comunidades indígenas que lograron resistir mayormente la influencia española y
que por ende logran mantener sus propias tradiciones y costumbres, tuvieron más
posibilidades de innovación en el desarrollo de estrategias de inclusión en la sociedad. La
adopción paulatina y en cierta medida voluntaria de costumbres españolas es reflejo de este
67
proceso. El intercambio y mutua influencia de modos de operar que se dio entre españoles e
indígenas, son reflejo de un ensanchamiento de los grados de libertad permitidos por la
forma aún dominante de diferenciación estratificada, lo que favorece una mayor integración
del sistema social. Este ensanchamiento, sin embargo, también puede ser interpretado como
la inicial ruptura con el esta forma de orden, que da paso a una forma más compleja de
diferenciación funcional.
Se puede establece que la conquista y colonización de América Latina se produce en un
momento evolutivo previo a la catástrofe que sitúa a la diferenciación funcional como
forma dominante. De ello deriva el establecimiento de instituciones semifeudales y
precapitalistas en latinoamérica las que paulatinamente son remplazadas ante la presión
ejercida por una cada vez más diferenciada economía internacional, el surgimiento de
estados nacionales como referentes descriptivos del sistema político, la institucionalización
de la escuela en el espacio de lo público, el desarrollo de conocimientos y verdades más
allá de las fronteras de la religión. Latinoamérica nace en el contexto de una sociedad
mundial cada vez más interconectada y por ende esta expuesta a los procesos de
diferenciación funcional que en esta se desarrollan y que se sitúan como forma dominante
de estructuración.
En el periodo de la independencia ya es posible ver como la creciente diferenciación
funcional se empieza a imponer como forma dominante. La influencia del pensamiento
ilustrado y la racionalidad científica, el modelo de las repúblicas europeas, la creciente
pérdida de control de la iglesia con respecto a la economía, la política y la ciencia impulsan
el proceso de independencia que dará paso a la conformación de las nuevas naciones
latinoamericanas en las que la inclusión/exclusión de los individuos depende cada vez mas
de su participación en sistemas parciales diferenciados funcionalmente. Como señala
Larraín tras la independencia “se adoptan las ideas liberales, se expande una educación
laica, se construye un estado republicano y se introducen forma democráticas de gobierno,
pero todo esto con amplias restricciones de hecho a la participación amplia del pueblo”
(2001, pp 83). Lo anterior indica que la diferenciación estructural sigue actuando e
influyendo en los recursos o estrategias de inclusión con que cuentan los latinoamericanos.
68
El proceso de conformación de los estados en el continente derivó en una organización
centralizada del poder político y una consecuente concentración tanto de las decisiones
como de la administración de los recursos que las respaldan. Los orígenes de esta forma
centralizada de organización se pueden encontrar en el propio proyecto de estados
nacionales que se sostenía en la lucha por la independencia de las colonias
latinoamericanas, en la medida en que este respondía a una imagen ideal de sociedad
unificada a la que solo se podía aspirar mediante el establecimiento de un orden jerárquico
de regulación. Se puede decir que se trata de un proyecto de integración social basado en el
control que responde a un mandato normativo inspirado en los valores e ideales asociados a
la independencia y el logro de la autonomía como nación. El concepto de control en tal
contexto dice relación con una forma de ordenamiento social que asume una estructura
jerárquica en cuya cúspide se encuentra el sistema político y que opera en base a la toma de
decisiones y asignación de recursos en forma centralizada. El proyecto del estado nación en
América Latina, constituye la justificación normativa de esta forma de estructuración en un
contexto en el cual el espacio territorial de las naciones se trasforma en la frontera de la
identidad nacional unificada y por ende en la simplificación de la complejidad interna.
A principios del siglo XX la diferenciación funcional es claramente la forma dominante de
estructuración de la sociedad latinoamericana. De esto deriva un creciente aumento y
diversificación de los mecanismos de inclusión a la vez que de las formas y posibilidades
de exclusión social. Las clases populares, campesinos, mujeres, indígenas constituyen
categorías de individuos que se caracterizan por menores posibilidades de inclusión en las
esferas funcionales de la sociedad lo que se reflejan en sus limitadas y a veces nulas
posibilidades de participación en procesos electorales, en la educación, así como en su
carencia de recursos económicos y en la inexistencia de leyes que les protejan y den cuenta
de sus derechos y deberes. La exclusión empieza a ser vista como problema en la medida
que es entendida como un obstáculo al desarrollo y progreso de la sociedad. Se puede decir
que la exclusión es interpretada bajo el prisma moral de la desigualdad cuya superación
pasa a constituir uno de los objetivos fundamentales asignados al estado. Se puede observar
de ello, como el principio normativo de la unidad y la integración empiezan comandar
69
proyectos sociales que aspiran a una sociedad más integrada e igualitaria. Esto es un claro
signo de modernidad si consideramos que implica que el futuro pasa a ser un referente
relevante en la toma de decisiones sobre el curso de lo social. Las propuestas orientadas al
desarrollo de una educación pública son signo de esta creciente preocupación por la
desigualdad como limitante del deseado progreso de Latinoamérica. Otro ejemplo de
orientaciones normativas que aspiran a la integración de la sociedad, se observa en las
corrientes de pensamiento indigenistas las que, apelando a la noción universalista de
democracia, perseguían mitigar las condiciones de exclusión de los indígenas de nuestra
región. Se esperaba con ello el reconocimiento de sus derechos y por ende ampliar sus
posibilidades de participación en las esferas funcionales de la sociedad. Tales estrategias
pasan a conformar tareas y responsabilidades del estado, dando cuenta con ello de su
orientación normativa en base a principios de unidad, integración e igualdad.
Paralelamente el surgimiento del debate sobre la “cuestión social” la primera mitad del
siglo XX implica un cuestionamiento del poder que ejerce la estructura social sobre las
posibilidades de inclusión los individuos. De tal cuestionamiento surge un discurso de
carácter público sobre la necesidad de visualizar a los sectores menos favorecidos de la
sociedad clases medias, clases obreras, clases populares son nuevas distinciones que dan
cuenta de la diversificación de la exclusión. Los efectos de las guerras mundiales sobre
Latinoamérica agudizan tales condiciones de exclusión de los segmentos antes señalados.
La solución de tales problemáticas serán encomendadas al estado el que asume dicha tarea
potenciando procesos de industrialización, la ampliación del consumo, el empleo la
educación y los canales de participación política de los distintos segmentos de la sociedad
en lo que se conoce como estado desarrollista (Larraín 2001).
En Latinoamérica, a diferencia de Europa, la diferenciación funcional adquiere un rasgo
particular en su forma organizativa. El rol protagónico que adquiere el sistema político y la
influencia decisional que ejerce sobre el resto de los sistemas repercute en una
reestructuración de la diferenciación funcional y en limitaciones a la autorreferencia de los
sistemas funcionales. La organización estructural de los sistemas funcionales
jerárquicamente interdependientes es reflejo de lo que Mascareño denomina diferenciación
70
funcional concéntrica (2000). Tal forma organizativa se ve reflejada en el hecho de que el
estado como referente descriptivo del sistema político actúa desde una posición
privilegiada, adoptando decisiones sobre el curso de la economía, de la educación, de la
ciencia y en general sobre las distintas esferas de la sociedad, sin atender a sus lógicas
operacionales y por ende restringiendo las posibilidades de especialización interna de tales
esferas. A nivel del estado esto repercute en el desarrollo de una racionalidad centralizada,
según la cual se canalizan las demandas de los distintos actores de la sociedad en base al
mandato normativo de la integración. Esto repercute en el desarrollo del resto de los
sistemas en cuanto los hace dependientes de la capacidad decisional del estado limitando de
esta manera su propio proceso de diferenciación y de especialización de sus operaciones
internas.
III.II CONTROL Y DÉFICIT DE COORDINACIÓN EN LAS POLÍTICAS DE
EDUCACIÓN EN CHILE
El análisis de las políticas de educación implementadas en nuestro país desde las primeras
décadas del siglo pasado, da cuenta de un claro ejemplo de cómo la primacía de la lógica
normativa del control en la toma de decisiones estatales, ha repercutido en un déficit de
coordinación en la implementación de decisiones políticas y con ello en el desarrollo
limitado de respuestas ante las demandas de la sociedad moderna. Si bien se aprecia una
paulatina apertura a la descentralización de las decisiones junto con la incorporación más
activa de actores corporativos y privados en el diseño de políticas de educación, se advierte
que la primacía de principios normativos unificadores que propician la lógica de la
centralización. Esto ha interferido en la capacidad de vinculación del estado con las
distintas esferas y factores sociales involucrados en las condiciones que determinan tanto la
calidad como las posibilidades de inclusión de los individuos en la esfera de la educación.
Un ejemplo claro de políticas orientadas por el mandato normativo de la unificación lo
encontramos en el ámbito de la educación a partir del análisis del denominado Estado
Docente. Durante este periodo, que se extiende desde fines de la década del treinta hasta
71
inicios de los setenta, la educación pasa a constituir uno de los órganos especializados del
estado quién asume la tarea de normar y planear los contenidos pedagógicos bajo los cuales
se espera formar a los chilenos, a la vez que regular los mecanismos de acceso y
administración a las escuelas públicas del país (Nuñez 1993). Si bien esto puede
interpretarse como un signo claro del proceso de diferenciación funcional que comienza a
darse en el plano de la educación a partir del siglo XX, cabe señalar que la tarea integradora
que esta pasa a cumplir en manos del estado, restringe su capacidad de asumir y responder
ante los cambios que se van produciendo en la sociedad. El rol atribuido a la educación se
circunscribe en un proyecto de país más amplio, en el cual esta es vista como la
herramienta central para los fines de integración de la nación. Tal fenómeno es común a los
países Latinoamericanos, los que influidos por el escenario dibujado por la primera y más
tarde por la segunda guerra mundial, asumen como propias las preocupaciones de la
política internacional, centrada en ese entonces en la necesidad de construcción y
fortalecimiento de las naciones. El sentido del nacionalismo que plasmó a la educación,
suponía que la ciudadanía debía comprometerse con el orden social, legal y ético
proyectado y que dicho compromiso dotaría a los sujetos de la suficiente libertad y
autonomía para desarrollarse individualmente. Tal como lo señala Ratinoff la
inconsistencia de dicho discurso se da en tanto la nación es vista como una figura autónoma
y coercitiva que se impone por sobre las lógicas y fines de la comunidad a la vez que se
espera sea el resultado de la conducta de sus miembros (1994).
Particularmente en Chile a fines de la década de 1920, tiempo en que surge el Ministerio de
Educación, el estado se plantea como el responsable del desarrollo de la nación y por ende
se asume como el principal regulador de la economía. Es por ello que sus esfuerzos en
relación con la educación estuvieron orientados hacia la formación de recursos humanos en
función de los procesos de industrialización y urbanización por los que atravesaba el país.
A partir de entonces y al menos hasta la primera mitad del siglo pasado las acciones
emprendidas estuvieron dirigidas a la ampliación de la cobertura de la educación pública, la
obligatoriedad y gratuidad de la educación básica y la diversificación de las áreas de
formación superior y secundaria, especialmente aquellas relacionadas áreas técnicas de
formación, requeridas para reforzar el desarrollo económico del país, en ese entonces
72
fuertemente orientado hacia el ámbito de las exportaciones. Tales esfuerzos se
circunscriben en un trasfondo mayor de carácter político. En tal sentido es que la
obligatoriedad de la enseñanza básica se liga a la necesidad de consolidación de las bases
electorales con las que se pretende solventar a largo plazo el proyecto social iniciado. Por
otro lado con la diversificación de los niveles de educación secundaria y superior se espera
ampliar la participación de las clases medias y su compromiso con dicho proyecto, ante lo
cual se debe tener en cuenta que estas constituyen la base del poder político del siglo XX.
Con el inicio de los años 50, el eje de la integración será el que determine los objetivos que
a de asumir la educación: la democratización política y social del país. En el escenario
internacional, tras el término reciente de la Segunda Guerra Mundial, el discurso
nacionalista es reemplazado por ideas tales como pluralismo y democracia, las que
nuevamente han de influir fuertemente sobre los objetivos y proyectos políticos que para
entonces se trazaban en Latinoamérica. La educación en este nuevo contexto, pasa a ser una
herramienta fundamental para la difusión de los nuevos valores imperantes. Si bien en
nuestro país, estos fueron los conceptos centrales del discurso del estado, su puesta en
práctica se ve enfrentada a una situación de mayor complejidad: la creciente demanda y
cobertura en la educación pública no se había dado en forma paralela a un mayor desarrollo
y mejora en su calidad. Esto implicó que el crecimiento del sistema educativo no
respondiera a los procesos de modernización del país reflejados tanto en un mayor
desarrollo económico, como en las transformaciones sociales que venían aconteciendo,
tales como la diversificación del mercado laboral y el crecimiento sostenido de las capas
medias. Es otras palabras, la educación pública, no contaba con los mecanismos necesarios
para enfrentar las crecientes y diversas demandas de una sociedad cada vez más compleja.
Ante tal escenario, las iniciativas y acciones emprendidas para hacer frente a tal
problemática se centraron en el desarrollo de estrategias para la integración y unificación de
la diversidad de instituciones, modalidades y programas educativos que hasta entonces
habían surgido. Para tales efectos se funda la Superintendencia de Educación, se instaura el
“Planeamiento integral de la educación” y se refuerza la labor de la Oficina Nacional de
Planeación y de las Subsecretarías de Educación. Lo que se busca es ordenar
73
administrativamente un sistema que hasta entonces se mostraba caótico dada la
multiplicidad de instancias y actores involucrados en su manejo.
Las acciones emprendidas no logran, sin embargo, hacer frente al problema de fondo: la
necesidad de modernizar la educación. A pesar de la fuerza de los discursos políticos, estos
no son capaces de influir sobre la lógica de operación y reproducción del sistema, el que se
ve obligado a responder ante la alta demanda generada desde que la educación ha pasado a
ser el principal vehículo de movilidad social. Frente a esto la urgencia se sitúa en la
resolución de los problemas administrativos que obstaculizan el manejo de un cada vez
mayor contingente de alumnos en formación. El pluralismo y consecuente atención a la
diversidad que conlleva este concepto sólo se configura como idea, sin que traspase los
principios, contenidos y metodologías que regulan la enseñanza.
Si bien, no se pueden desconocer las modificaciones realizadas durante este periodo a los
planes y programas y en general los intentos por dotar de mayor flexibilidad al currículum,
en términos técnico pedagógicos los cambios no fueron sustanciales. Incluso las demandas
por renovación impulsadas por los movimientos de estudiantes universitarios durante los
años 1967 y 1968, no lograron repercutir sobre lo netamente educativo, ni menos aún sobre
la tradicional pedagogía de formación superior.
Según lo planteado por Nuñez, el tiempo de vigencia del denominado Estado Docente, el
sistema público de educación:
“...en términos generales, mantuvo sus rasgos de uniformidad curricular de fuerte reglamentación y descentralización de la administración, con la sola excepción del servicio de educación primaria, que tenía un cierto grado de desconcentración, a través de una estructura de direcciones provinciales y departamentos locales. La uniformidad y la centralización eran justificadas como funcionales a los objetivos de integración sociocultural de la nación y a la necesidad de expandir el servicio público de educación y de distribuirlo adecuadamente” (Nuñez 1993, pp 61)
Ejemplo de lo anterior es que a pesar de las múltiples adecuaciones que se fueron
realizando en la educación básica a nivel curricular, la tendencia siempre fue hacia la
74
uniformidad lo que se reflejó en el predominio de un modelo de educación urbana que se
traspasa a las escuelas rurales. De esto modo parecía negarse tanto las transformaciones
sociales dadas tanto a nivel de la urbe como del campo y tratándose a los sujetos como si
las condiciones en las que se desarrollan fueran las mismas.
El principio de unificación de la nación adquirió mayor fuera y preponderancia a principios
de los años 70, periodo en el cual se intentó homogenizar la organización y administración
de las escuelas en base a criterios centralistas de planificación (Cox 2003). El proyecto de
la Escuela Nacional Unificada, si bien no logró ser cabalmente implementado, es un
ejemplo más de cómo el estado orientado por la lógica del control simplifica las exigencias
del mundo moderno.
Durante la década de los 80, las principales transformaciones de la política de educación
tuvieron relación con la descentralización administrativa de las escuelas, el fomento de la
formación técnico profesional y el estímulo a la privatización. Las premisas en las que se
apoyaron tales transformaciones aludían a una mayor eficiencia en el manejo de los
recursos, una mayor participación del poder local en la toma de decisiones así como del
sector privado en el desarrollo de la educación y una adecuación a las exigencias del
mercado en torno a la formación técnica demandada por la modernización en el campo
productivo y de servicios. Se puede apreciar tras este tipo de decisiones una mayor cercanía
del estado con la lógica de la coordinación en cuanto la educación se habré a la
participación de esferas de carácter privado y local. En esta misma línea el incentivo a la
competencia que había detrás de estas políticas se basaba en la idea de que las familias
actuarían como los principales decidores al momento de escoger las escuelas de sus hijos,
lo que redundaría en el mejoramiento de los estándares y calidad de la educación. Los
resultados y consecuencias de este proceso no generaron, sin embargo, los resultados que
desde una esfera política -fuertemente influenciada por la racionalidad económica- se
habían proyectado.
Al interpretar esta problemática desde la lógica de la coordinación se observa que los
procesos de descentralización que se desarrollaron durante este periodo se restringieron al
75
ámbito administrativo sin propiciar su vinculación con la planificación e implementación
de reformas curriculares de carácter participativo. La mayor flexibilidad con la que se
intentó dotar a los planes y programas que conformaban el currículo nacional y que
apuntaba a que cada escuela pudiera definir sus propios proyectos educativos, no se tradujo
en mejoras cualitativas en la educación, considerando que complementariamente a esta
medida se permitió la aplicación de criterios de diferenciación según rendimiento de los
cursos de los distintos niveles educativos. La flexibilidad fue entendida entonces como la
posibilidad de evaluar diferenciadamente a los alumnos, propiciando con ello una menor
calidad formativa justamente entre quienes presentaban menor rendimiento escolar.
Se supuso que reformas en la gestión de los recursos se asociarían directamente a mejoras
en los procesos formativos, sin considerar los factores estructurales asociados a la
desigualdad en la calidad de la educación. La subvención estatal de alumnos de escuelas
municipales y subvencionadas, no se tradujo en una mayor inversión en su proceso de
formación, lo que se hizo evidente a partir del surgimiento de las pruebas estandarizadas de
medición de la calidad de la educación durante los años ochenta. Los resultados de estos
instrumentos mostraron los bajos niveles de aprendizaje en la educación básica y en
particular en las escuelas rurales, así como la asociación directa entre el rendimiento escolar
y el nivel socioeconómico de los sujetos, lo que deja en clara desventaja a los sectores más
pobres de la población y muestra la influencia que la estratificación social ejerce sobre sus
condiciones y recursos de inclusión. Se trabajó bajo el supuesto de la relación directa entre
competencia y calidad, sin consideras las expectativas de carácter económico que este tipo
de subvenciones generaría en el sector privado, así como las condiciones socio-espaciales
que influyen en las decisiones de las familias sobre en que escuela formar a sus hijos. Se
supuso además que la competencia se vería asegurada en la información que de esta se
generaría sobre los rendimientos y logros de las escuelas, pero no se veló por que dicha
información llegará de manera directa a los encargados de decidir la escuela por la que
optarían. La descentralización en este caso es limitada y aparente dado que las decisiones
sobre el modelo de educación al que se aspiraba, seguían adoptándose de manera
centralizada (Serrano y Raczynski, 2005). Tales limitaciones pueden ser entendidas como
un déficit de coordinación.
76
Otra evidencia del déficit de coordinación se puede observar en las decisiones que se
tomaron sobre las condiciones que regulaban la situación laboral del los docentes, los que
pasaron de su condición inicial de funcionarios públicos a empleados dependientes de los
sostenedores de sus escuelas. Esto significó un deterioro en sus condiciones salariales así
como la exclusión del sistema laboral de al menos un quinto de los docentes del país
durante la esta década. Consecuentemente la matrícula de las carreras de pedagogía cae en
alrededor de un 40% (Cox 2003). Tal problemática da cuenta de cómo las decisiones
estatales sobre educación fueron tomadas sin consideras las repercusiones que están podían
tener sobre otras esferas sociales. Al no considerar esta clase de riesgos, se producen
nuevas problemáticas sobre las cuales el estado debe reaccionar. Si las nuevas decisiones
sobre estos problemas se toman siguiendo con la lógica centralizada, se tiende a producir
recursivamente nuevos problemas. Durante los años 90 se intentó revertir el
desmejoramiento de las condiciones laborales de los profesores con mejoras salariales
sustantivas e incentivos ligados al mejoramiento de su calidad como docentes. La
desvinculación entre el ministerio de educación, encargado de promover estas
transformaciones, y las políticas en base a las cuales se definen los estándares que regulan
la formación de profesores, generaron sin embargo disonancias entre los objetivos de la
Reforma Educacional y los objetivos de formación docente. Esto implicó que a pesar de las
mejorías en la situación laboral de los profesores, estas no incidieran significativamente en
los resultados y logros de aprendizaje de los alumnos, los que aún en la actualidad se
encuentran fuertemente influenciados por diferencias de carácter estructural.
El aumento de las diferencias socioeconómicas en relación con la calidad y resultados de la
educación que se generó como consecuencia de las políticas de los años 80, pasó a
constituir uno de los principales objetivos del modelo de intervención que se empieza a
implementar durante los 90. En tal sentido es que el principio normativo que orienta a este
periodo es la búsqueda de una mayor equidad en las oportunidades de acceso a una
educación de calidad. Uno de los principales argumentos en los que apoyaron las
orientaciones de las políticas de educación de esta época aluden los efectos negativos que la
desigualdad genera en relación con la productividad económica, el nivel de ingresos y las
77
posibilidades de acceso a empleos de calidad. Como respuesta a esta problemática se
proyecta ampliar la cobertura y años de permanencia en el sistema educativo junto con
fomentar mejorías en la calidad de la educación. Las estrategias implementadas para el
logro de estos nuevos objetivos se sustentaron en un aumento sustancial del gasto público
en educación- el que entre 1990 y 1993 aumenta en un 40%- cuyo destino fue el desarrollo
de programas de mejoramiento de la educación con una fuerte focalización en los
establecimientos mas pobres y con menores resultados, la revisión y renovación de
currículo nacional estableciendo contenidos mínimos obligatorios como estándares de
exigencia a las escuelas, la ampliación de la jornada escolar y de la cobertura hasta el nivel
prebásico y el mejoramiento de las condiciones salariales de los profesores (Ormeño y
Guerra 2002). Se reacciona con ello a las principales problemáticas generadas en el periodo
anterior a la vez que se mantiene la estructura descentralizada de administración de las
escuelas y los principios de flexibilidad que fomentan el desarrollo de planes y programas
adecuados a las características, expectativas y demandas de los alumnos atendidos por las
distintas escuelas del país.
Los procesos de democratización comandados por el estado y las aspiraciones valóricas que
de estos derivan, hacen que este se plantee como responsable y promotor de la equidad en
el acceso a esferas funcionales tales como la educación. En dicha tarea, si bien goza de
mecanismos de coordinación tales como la descentralización y la flexibilidad curricular,
siguen sigue situando como el principal responsable de la toma de decisiones sobre el curso
de lo social, posición desde la cual procura controlar los procesos de desarrollo y
democratización del país.
Se debe reconocer sin embargo, que las políticas educacionales de los últimos 10 años
gozan de una mayor apertura al trabajo con actores que provienen tanto del interior del
estado como de su entorno. En tal sentido es que en las toma de decisiones que configuran
la intervención en educación participa no solo el Ministerio de Educación sino que también
el Ministerio de Hacienda, El Ministerio de Planificación, el Consejo Superior de
Educación, el Parlamento y la Presidencia. Así mismo se ha propiciado la negociación entre
gobierno y oposición y con el colegio de profesores, la vinculación con organismos
78
internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo y el trabajo con expertos en el
ámbito de investigación en educación. Se ha pretendido además una mayor participación de
la comunidad educativa en la planeación de sus propios procesos de desarrollo enfatizando
la importancia asignada a la familia como co-gestora de la formación de sus hijos. Se debe
reconocer además la orientación hacia el futuro que han tenido estas políticas tanto en
relación con la continuidad con la que han operado como con su común proyección en
función de una mayor modernización del estado. Todos estos elementos, si bien influencian
al estado en asumir la coordinación como estrategia, no han logrado generar los cambios y
resultados proyectados en función del mandato de la equidad. Los resultados arrojados por
las pruebas estandarizadas de medición de la calidad de la educación siguen dando cuenta
de una clara desigualdad a partir del nivel socioeconómico de las escuelas y sus alumnos.
El diagnóstico de esta situación y en particular la comparación a nivel internacional, plantea
que el país no logra responder a los estándares de aprendizaje competitivos propios de la
sociedad mundial (Cox 2003).
El análisis de las políticas de educación en Chile, realizado por la OCDE da cuenta una
serie de factores que influirían en un cumplimiento parcial de los objetivos de equidad
planteados por el estado. En tal sentido se plantea que el marcado centralismo de las
estrategias de intervención estatal se ven limitadas por los mecanismos de mercado bajo
los cuales se opera. Tales limitaciones corresponderían a una restringida capacidad de
respuesta a estímulos de mercado -como el fomento a la competividad propiciado por la
subvención estatal- en el mejoramiento de los procesos de aprendizaje de los alumnos. Se
diagnostica además una débil capacidad de liderazgo instruccional y administrativo por
parte de los directores de escuelas así como una falta de autoridad de supervisión y
delegación de los procesos de reformas y mejoras de aprendizaje a los profesores
capacitados en su conducción (OCDE 2004). Las consecuencias de este problema pueden
ser interpretadas como una débil vinculación entre las decisiones que el estado adopta para
el mejoramiento de la educación y los reales procesos educativos que se desarrollan al
interior de las escuelas. El carácter centralizado de la toma de decisiones y el rasgo
autoritativo que persiste en el carácter del estado se traduce en claras limitaciones en su
capacidad de respuesta ante las desigualdades de acceso a una educación de calidad.
79
La estrecha interdependencia entre el sistema de educación, el sistema laboral y el sistema
económico determina una acentuada interacción e influencia en las condiciones de
inclusión en tales esferas. Un ejemplo de ello es el hecho de que a pesar de que los
estudiantes secundarios de escuelas que imparten formación técnica cuenten con mejores
condiciones académicas para el ingreso a la universidad que quienes optaron por la
formación científico humanista, las bajas expectativas de sus familias y la carencia de
recursos económicos suficientes para costear sus estudios superiores, inciden
negativamente en que estos accedan efectivamente a este nivel de formación. Esto
determina a su vez menores posibilidades de acceso a trabajos mejor remunerados (OCDE
2004). Dicha situación da cuenta de la necesidad que las decisiones estatales logren
vincular las lógicas operacionales autónomas de sistemas diferenciados de modo que su
interdependencia no termine potenciando la configuración de constelaciones de
posibilidades de exclusión. Se debe tener en cuenta que la interdependencia entre los
sistemas funcionales deriva en una estrecha asociación entre las posibilidades de inclusión
que se dan en cada uno de ellos, lo que se traduce en constelaciones de posibilidades de
inclusión/exclusión que pueden reforzar/debilitar los problemas relativos a la desigualdad.
Cuando se habla de un déficit de coordinación se alude a que, a pesar de los esfuerzos del
estado por incorporar en sus decisiones diversas fuentes de información y distintos actores
corporativos y privados, este sigue actuando como si los problemas de la educación
pudieran ser resueltos sin generar consecuencias en otras esferas funcionales de la sociedad.
Al actuar en función de la equidad y negar con ello la introducción de otras premisas
normativas en el enfoque de los problemas ante los cuales ha de responder, el estado se ve
sobrecargado no solo con exigencias y expectativas sino que también con la
responsabilidad de generar nuevas constelaciones de probabilidades de exclusión. Actuar
sobre el déficit de coordinación aquí señalado, se plantea como una estrategia orientada a la
minimización de tales constelaciones y por ende como un replanteamiento del sentido
normativo que ha de guiar la intervención estatal.
80
CONCLUSIONES
Pensar la sociedad implica necesariamente pensar en una forma de orden, sin la cual
pareciera imposible distinguirla y describirla como tal. El estado, como referente del
sistema político, orienta su función en torno a la noción de orden que predomina en las
distintas etapas de diferenciación de la sociedad, dando cuenta con ello de los principios
normativos en base a los cuales se fundamenta la estructura social. Las transformaciones
por las que atraviesa el estado, son por lo tanto reflejo de la evolución de la sociedad hacia
la forma funcionalmente diferenciada que caracteriza el orden de la modernidad.
La organización jerárquica de las sociedades estratificadas se configuró a partir del la
descripción y clausura de un estamento con mayores privilegios económicos que mediante,
el despliegue de la política, legitimaba su posición superior en la estructura social. El estado
surge como una herramienta destinada al aseguramiento de las diferencias y por lo tanto
como el encargado de la regulación y mantención del orden dibujado por la estratificación.
En esta etapa, las diferencias entre el estamento superior y el inferior actúan como
sinónimos de la distinción inclusión/exclusión, en tanto participar de la sociedad significaba
pertenecer al segmento superior. La idea de unidad social se configura entonces en base a la
descripción de los modos de vida de la nobleza. Los principios normativos en los que se
fundamenta esta descripción aluden a la integración y cohesión que permiten distinguir este
estamento. El bien común en este sentido da cuenta de las expectativas de seguridad y
bienestar a las que aspiran quienes se sitúan en la cima de la jerarquía social. Las
consecuencias de esta forma descriptiva de sociedad, sobre el rol que se asignan al estado,
no son menores si pensamos que este nace en rango superior de la sociedad desde donde se
le asigna la tarea de garantizar el orden social, tarea a la que aún se resiste abandonar. Se
puede decir que la memoria genética del estado lo hace revelarse en contra de la perdida de
vigencia de los fundamentos normativos de carácter moral en los que se apoyaba la
estructuración jerárquica de la sociedad.
El inicio de los procesos de diferenciación funcional que dan origen a un nuevo
ordenamiento de la sociedad, implica un primer cambio de sentido en las orientaciones
81
normativas en las que se estipula el mandato moral del estado. Las diferencias de los modos
de vida de los estamentos sociales comienzan a ser interpretados como desigualdad. La
creciente autonomización de los sistemas sociales se traduce en nuevos mecanismos de
participación de los rendimientos funcionales que determinan las condiciones y formas de
vida de los individuos. La influencia de la estratificación en los mecanismos de inclusión en
los sistemas funcionales pasa a ser juzgada por un nuevo código moral, según el cual la
exclusión se define como una situación indeseada que requiere de reparación. La
conformación de los estados nacionales da cuenta de este cambio de sentido y significado
de la normatividad. Estos representan la configuración de una nueva noción de unidad que
se despliega en el espacio geográfico e imaginario trazado en los límites territoriales de la
nación. Ser parte de la nación es participar de la unidad social independientemente de las
desigualdades que internamente esta recoge. Con ello se amplían las nociones de cohesión
y bien común, las que si bien siguen teniendo vigencia como principios normativos ahora
se refieren tanto a los privilegiados como a los que cuentan con menos recursos de acceso a
los beneficios de la sociedad. En este contexto, la orientación normativa del estado persigue
la integración de los individuos en un proyecto nacional donde todos tienen cabida. Esto
hace que los objetivos del estado se reorienten en función de la nueva problemática moral
de la desigualdad.
El estado de bienestar da cuenta de la predominancia que adquiere el mandato normativo de
la igualdad. Cuando se habla de bienestar se alude al aseguramiento equivalente de
posibilidades de participación en las distintas esferas de la sociedad de todos quienes
constituyen parte de una nación. Con ello, la diferenciación funcional es reconocida como
el mecanismo que regula la inclusión de los individuos en esferas con lógicas particulares
de operación. A pesar de ello el estado no desiste en la idea de comandar el curso de lo
social, ignorando con ello la autonomía de los sistemas sobre los cuales pretende influir. En
tal sentido es que si bien reconoce la diversificación de una sociedad más compleja procura
reducirla actuando como si la sociedad fuera una unidad homogénea de intereses que se
delimitan en las fronteras territoriales de la nación. Podemos decir que esto refleja una clara
contradicción entre aceptar la diferenciación funcional como la forma que define la
inclusión/exclusión en la sociedad y seguir actuando como si el orden de la estructural
82
social fuera jerárquico. La contradicción esta dada en la diferenciación funcional
desjerarquiza la estructura social, haciendo que el estado, como referente descriptivo del
sistema político, comparta una posición equivalente a la del resto de los sistemas.
La presión ejercida por la predominancia de la diferenciación funcional durante el siglo
pasado, obliga al estado a cambiar su forma de operar sobre la sociedad, lo que se traduce
en una diversificación interna de sus funciones administrativas y en un nuevo cambio de
sentido de su orientación normativa. El resultado de estas transformaciones es una mayor
vinculación con actores corporativos y privados en los procesos de toma de decisiones
políticas que determinan los modelos de intervención del estado. Otra consecuencia
relevante es el diseño de políticas públicas en base a un trabajo de carácter intersectorial en
el que confluye la mirada experta de actores públicos particulares. Tales cambios dan
cuenta del despliegue de una estrategia moderna de conducción de los procesos de toma de
decisiones denominada coordinación. La coordinación puede ser interpretada como un
mecanismo que favorece la observación de la complejidad social y que como tal se
transforma en el requisito primordial de los procesos de modernización del estado.
El estado de coordinación es un estado que logra ajustarse a las expectativas y demandas de
una sociedad compleja y que por ende comprende el orden de la diferenciación funcional
no es un orden jerárquico. La coordinación se plantea como la nueva función estatal
aprovechando las ventajas de las que el estado goza en su experiencia como observador de
la sociedad. Desde la lógica del control, el estado ha permanentemente dirigido su mirada
hacia su entorno, lo que favorece su capacidad de aprendizaje sobre la forma en como
operan los sistemas funcionales de la sociedad. En tal sentido es que el estado
paulatinamente se ha ido adaptando a su posición en una estructura social sin niveles
verticales de organización, reorientando su experticia en a la lógica de la intervención
contextual.
Al asumir la función de coordinación es estado da cuenta de un cambio de sentido de la
normatividad como eje orientador de su acción. Esto implica abandonar aquellos principios
morales que respondían a la premisa de la unidad desdiferenciada. Significa entender que
83
los proyectos morales de sociedad son ideales irrealizables que tienden a constreñir e
invisibilizar la diversidad de modos de vida individual y las lógicas operativas particulares
que coexisten en la sociedad. La normatividad orientadora del estado de coordinación habla
del reconocimiento de la diversidad en términos de caos y conflicto. Habla valores y
discursos particulares que deben ser incluidos en la toma de decisiones políticas,
asegurando con ello la reproducción de la sociedad como complejidad. La exigencia que
hay detrás de este nuevo sentido normativo es renunciar a pretensiones de unificación,
aprender a pensar la sociedad como la coexistencia de órdenes que dependen de las
posiciones particulares de sus observadores. Esto implica también aprender que el desorden
y el conflicto no son siempre sinónimos de desorganización y que por el contrario son una
forma válida de orientación de la política. Se puede decir entonces que el cambio de sentido
aquí señalado, lejos de significar menos normatividad, da cuenta de un incremento
sustancial de la misma.
La diferenciación funcional latinoamericana se caracteriza por el ordenamiento concéntrico
de los sistemas, figura que se traza ubicando al sistema político en la posición del centro. El
protagonismo de la política como la esfera que comanda los procesos de independización y
conformación de los estados nacionales, se traduce en su fuerte influencia sobre procesos
decisionales que se desarrollan en su entorno. El estado en Latinoamérica persiste en la
mantención de lógicas de control que definen la manera que interactúa con las demás
esferas funcionales de la sociedad. La normatividad unificadora que comanda la actuación
del estado en nuestro continente, define el proyecto de nación en torno a valores como la
integración, la igualdad y la equidad. Tales proyectos normativos se ven reforzados ante la
influencia que en Latinoamérica ejerce la persistencia de la estratificación social, esto se
traduce en una asociación directa entre la posición de los individuos en la estructura
jerárquica de las diferencias socioeconómicas y los recursos que posibilitan su participación
en los sistemas funcionales. Tales diferencias son traducidas bajo en código moral
igualdad/desigualdad.
En el caso de Chile, las distintas estrategias que se han desplegado en función de la
superación de la desigualdad han tenido relativo éxito en la disminución de las brechas
84
socioeconómicas que determinan esta forma de diferenciación. Tales logros, sin embargo,
no han impedido que esta problemática se siga produciendo. Se puede decir que como una
forma de minimizar la resonancia de la desigualdad, dando cuenta de los avances que en
esta materia se han alcanzado, esta ha cambiado su denominación semántica por el código
moral de la equidad/inequidad. En tal sentido los proyectos políticos de las últimas décadas
en nuestro país tienden a trasladar la orientación de sus objetivos en función la equidad.
Esto refleja que más allá de los avances que el país ha presentado a nivel macroeconómico,
la influencia de la estratificación sigue siendo la problemática que mayormente preocupa a
la esfera política. El rol del estado en una sociedad moderna de estructuración concéntrica,
se traduce en una alta exigencia en relación con su capacidad de respuesta ante el problema
de la inequidad, lo que repercute en una fuerte sobrecarga de responsabilidad social.
La persistencia de la lógica del control estatal, asociada a la diferenciación funcional
concéntrica de las sociedades latinoamericanas, limita la capacidad de despliegue de
estrategias de coordinación en el diseño de políticas públicas y programas de intervención
política. Al resistirse a abandonar la responsabilidad moral de disolver las diferencias
sociales marcadas por las condiciones socioeconómicas de los individuos, el estado persiste
en actuar como si fuera capaz de controlar los resultados de sus decisiones. Se puede
reconocer una mayor apertura al entorno en la planificación y diseño de políticas públicas
en Chile, las que chocan con decisiones centralizadas que limitan la influencia del entorno
en la prospección de la intervención de las problemáticas asociadas a la inequidad. Esto se
demuestra en que los numerosos esfuerzos por hacer frente a la desigualdad en la
educación, no han logrado romper con la barrera de la estratificación. Así mismo los
intentos por mejorar la calidad de la educación no han rendido los frutos esperados. Siendo
el estado el que define que se entiende por calidad y como esta debe ser alcanzada, se
limitan las posibilidades de real involucramiento de las comunidades educativas, las
familias y actores privados en la implementación de estrategias de intervención sobre este
problema, restringiendo con ello las posibilidades de responder ante la complejidad de este
fenómeno. El déficit de coordinación de las políticas de educación se evidencia además en
las repercusiones indeseadas que estas han tendido sobre las posibilidades de acceso a
trabajos de calidad y ascenso socioeconómico de los sectores de menores recursos. Se
85
puede afirmar que a pesar de que se es consciente de que las decisiones políticas adoptan la
forma de una cadena de interacciones, los proyectos normativos de carácter moral que
influencian el modelo de intervención estatal, tienden a nublar la vista del estado ante la
necesidad de situar la responsabilidad de la intervención en el conjunto de actores y
sistemas que determinan las posibilidades de acceso a una educación de calidad.
BIBLIOGRAFÍA
Cassirer, Ernst. 2004. “El mito del Estado” México: Fondo de Cultura Económica. México. Cox, Cristián. 2003. “Las políticas educacionales de Chile en las últimas dos décadas del siglo XX”, en Cristián Cox (edi): Políticas educacionales en el cambio de siglo, Santiago: Editorial Universitaria. Crossman, Richard. 1994. “Biografía del Estado Moderno”. México: Fondo de Cultura Económica. De Gabriel, José Antonio. 2000. “La formación del Estado Moderno” en Del Águila, Rafael (edit) “Manual de Ciencia Política” Madrid:Trotta. Habermas, Jünger. 2005. “Facticidad y Validez: Sobre el derecho y el Estado
democrático de derecho en términos de teoría del discurso”. Madrid: Trotta.
1999 “La Inclusión del Otro: Estudios de Teoría Política” Barcelona: Paidos.
Held, David. 1997. “La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita” Barcelona: Paidos. Hobbes, Thomas. 2003. “Leviatán” Buenos Aires: Losada. Jobert, Bruno. 2004. “Estado, sociedad y políticas públicas” Santiago: LOM. Kjaer, Poul. 2008. “Between Governing and Governance: On the Emergence, Function and Form of Europe’s Post-national Constellation” Florence European University Institute. Department of Law.
86
Larraín, Jorge. 2001.“Identidad Chilena”. Santiago: LOM. Lechner Norbert. 2007a “Tres formas de coordinación social” En Lechner, N. “Obras
escogidas”. Santiago: LOM 2007b “El estado en el contexto de la modernidad” En Lechner, N. “Obras escogidas”. Santiago: LOM
Locke, John. 1941. “Ensayo sobre el gobierno civil” México: Fondo de Cultura Económica. Luhmann, Niklas. 1994. “Teoría política en el Estado de Bienestar” Madrid: Alianza.
1997 “Observaciones de la modernidad” Barcelona: Paidos. 2004 “La política como sistema” México: Fondo de Cultura Económica. 2007 “La sociedad de la sociedad”. México: Universidad Iberoamericana, Herder.
Maquiavelo, Nicolás. 2006. “El príncipe” Madrid: Edaf. Mascareño, Aldo. 2007. “Sociología de la cultura: La deconstrucción de lo mapuche”
Revista Estudios Públicos N° 105. pp: 61-112. 2006 “Ética de la contingencia por medio del derecho reflexivo” En
Artur Stanford (ed.), “Sociología do Deito. A práctica da teoría sociológica” Lumen Juris. 2000 “Diferenciación funcional en América Latina: los contornos de una sociedad concéntrica y los dilemas de su transformación” en Revista Persona y Sociedad, Santiago, Abril 2000.
Mayntz, Renate 1998. “Nuevos desafíos en la teoría de la gobernanza” En
http://latinamerica.dpi.org/documents/Mayntz_000.pdf (Marzo 2009) 2001. “El Estado y la sociedad civil en la gobernanza moderna”. Revista del CLAD Reforma y Democracia. N° 21 Octubre 2001. Caracas.Enhttp://www.untref.edu.ar/documentos/niei/jeanmonnet/El%20Estado%20y%20la%20sociedad%20civil.pdf (Febrero 2009).
Melossi, Dario. 1992. “El Estado de Control Social” México: Siglo Veintiuno. Messner, Dirk. 1999. “La transformación del estado y la política en el proceso de modernización” Revista Nueva Sociedad 163. Septiembre / Octubre 1999. pp 71-91. Muñoz de Bustillo, Rafael. 2000. “El estado de bienestar en el cambio de siglo: una perspectiva comparada”. Madrid: Alianza Núñez, Iván. 1997. “El Ministerio de Educación de Chile (1927-1997): Una Mirada Analítica” En Cox, Cristián y otros “160 años de Educación Pública. Historia del Ministerio de Educación” Santiago: MINEDUC, OCDE, 2004. “Revisión de políticas nacionales de educación, Chile” Paris: OCDE.
87
Ormeño, Alejandro y Josefina Guerra “Las políticas educacionales de chile en los últimos 20 años (1980-2000)” Estudios Sociales N° 110/Semestre 2/ 2002. Santiago: Corporación de Promoción Universitaria En:http://biografias.bcn.cl/alegislativo/pdf/cat/docs/5383-04/934.pdf (Marzo 1999) Ratinoff, Luis. 1994 “Las Retóricas educativas en América Latina: la experiencia de este siglo” Boletín 35, Proyecto Principal de Educación. Rawls, Jonn. 1996. “La justicia como equidad: política no metafísica” en La política, revista de estudios sobre el Estado y la sociedad. N° 1 “Liberalismo, comunitarismo y democracia”.Ediciones Paidos Latinoamérica. Buenos Aires. Rousseau, Jean- Jaques. 2005. “El contrato social” Madrid: Edaf. Serrano, Claudia y Raczynski, Dagmar. 2005 “Las políticas y estrategias de desarrollo social. Aportes de los años 90 y desafíos futuros” en “La paradoja aparente. Equidad y eficiencia: resolviendo el dilema.” Meller, Patricio (ed.) Santiago: Taurus. Scharpf, Fritz y Matthias Mohr. 1994. “Efficient Self-Coordination in Policy Networks. A Simulation Study” Max-Planck-Institut für Gesellschaftsforschung. Discussion Paper 94/1. Abril 1994. En http://www.mpi-fg-koeln.mpg.de/pu/mpifg_dp/dp94-1.pdf (Febrero 2009) Teubner, Günther. 1993 “Law as an autopoietic system”. Oxford: Blackwell. Willke, Helmut. 1993. “Teoría de sistemas de las sociedades desarrolladas”
Weinheim/München: Juventa. 2005 “La transformación de la democracia como modelo de orientación de las sociedades complejas” en Revista Persona y Sociedad, Volumen XIX, N°2. 2005. Universidad Alberto Hurtado 2007 “Smart Governance Governing the Global Knowledge Society” Frankfurt, New York: Campus Verlag.
Vallespín, Fernando. 2000. “La formación del Estado moderno”; en Del Aguila, Rafael
(edit) “Manual de Ciencia Política”. Madrid:Trotta.
88