El evangelio de la misericordia para familias heridas

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© SAN PABLO DIONIGI TETTAMANZI de la El evangelio para familias heridas misericordia

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El cardenal Tettamanzi aborda en este libro, desde una perspectiva pastoral y apoyándose en el magisterio de Benedicto XVI y Francisco y en el Sínodo de los Obispos sobre la familia, la problemática de las familias cristianas que se encuentran en situaciones difíciles e irregulares y, en particular, la cuestión de las parejas de creyentes divorciados y vueltos a casar. Lo hace respondiendo a preguntas como ¿cuál es la postura de la Iglesia ante estas familias heridas?, ¿por qué no pueden acercarse al sacramento de la reconciliación y recibir la eucaristía?, ¿hay, en un futuro no lejano, posibilidad de apertura? La primera tarea de la Iglesia, afirma el cardenal, es anunciar el "evangelio de la familia", demostrando toda la singular belleza humana y evangélica del amor conyugal y familiar según el designio de Dios. Solo con

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Introducción

Muy numerosas y a la vez diversificadas son las reflexiones que en estos últimos años –en realidad, en todo el período posterior

al concilio Vaticano II– se han desarrollado sobre la problemática de las familias cristianas que se encuen-tran en situaciones difíciles e irregulares y, en parti-cular, sobre la cuestión de las parejas de divorciados y casados de nuevo.

En el ámbito de los creyentes, el interés dominan-te, si no el único, ha sido y sigue siendo el que tiene que ver con la posición de estas parejas en la Iglesia y, más específicamente, con la recepción, por parte de ellas, de los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía.

A decir verdad, la pastoral conyugal y familiar abar-ca un ámbito mucho más amplio y no menos exigente del que tiene que ver con las llamadas «situaciones difíciles e irregulares» de matrimonio. Y esto no debe olvidarse nunca. En efecto, la primerísima tarea de la

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Iglesia no es reservar una debida y, a veces, privilegia-da atención a las heridas que vulneran la vida con-creta de las parejas y de las familias –en especial con el «fracaso del amor»–, sino mostrar toda la singular belleza humana y evangélica del matrimonio según el designio eterno y cotidiano de Dios acerca del hombre y la mujer.

Por lo demás, solo el reconocimiento de la belleza y grandeza del amor conyugal y familiar puede permitir captar, por un lado, el carácter seriamente problemá-tico de estas situaciones difíciles e irregulares y, por el otro, la necesidad, y hasta la urgencia, de enfrentar las crisis y los fracasos y de esforzarse por caminos de curación y, de alguna manera, de recuperación y relan-zamiento de la fe en las situaciones concretas de vida.

También yo me he sentido frecuente y profunda-mente interpelado en el ministerio sacerdotal por estas reflexiones sobre las situaciones conyugales y familia-res concretas. Quisiera retomarlas y profundizarlas una vez más: ante todo, para mí mismo, pero también para todos aquellos que, por variados motivos, puedan tener algún «interés» al respecto. En modo alguno es lícito que nos hagamos ajenos al contexto familiar concreto en el que vemos a la gente vivir y, a veces, también sufrir fuertemente, y ello no solo en nuestra sociedad y cultura actuales, sino también en nuestras

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mismas comunidades cristianas. En efecto, cada vez se ha hecho más vasto y frecuente el espacio ocupado por las que podríamos llamar «familias heridas». En un contexto semejante, cada uno de nosotros se encuen-tra implicado de alguna manera. Y de cerca.

Se trata de un fenómeno creciente que, aunque en muchas personas no produce asombro alguno ni menos aún escándalo, que para muchas otras provoca preguntas nuevas y más insistentes o incluso críticas sobre la posición que sigue asumiendo la Iglesia al res-pecto, de la cual quisieran, en lugar de eso, respuestas más audazmente abiertas y más capaces, en un sentido realista, de infundir esperanza en el sufrimiento que muchos experimentan al sentirse lejanos y hasta re-chazados por la comunidad cristiana, y esto a pesar de las reiteradas invitaciones por parte del Magisterio a sentirse acogidos, respetados, comprendidos y, de he-cho, ayudados a proseguir el camino fundamental de la fe en su situación conyugal concreta. Por tanto, aquí se encuentra para todos una responsabilidad histórica de la que no podemos desertar, sino que se nos pide enfrentar con humildad, sabiduría y confianza.

Así pues, en nuestras reflexiones tendremos que tomar en consideración toda la gama de los múltiples y variados aspectos de la problemática planteada por las familias heridas: desde los aspectos más significati-

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vos, como los afectivos y educativos, pasando por los aspectos más concretos, como los económicos y labo-rales, hasta los más profundos y determinantes, como los socioculturales acerca de los modelos de interpre-tación y comportamiento en la existencia humana y sobre el amor conyugal y familiar: modelos que, no pocas veces, terminan obteniendo el reconocimiento de la ley civil…

En esta perspectiva, nuestra problemática no puede plantearse simplemente al nivel de las parejas y fami-lias individuales y concretas, sino también al nivel de un complejo fenómeno sociocultural. Y esto ahora en el horizonte de una globalización cultural que hace que se encuentren y entren en conflicto las diversas concepciones y experiencias matrimoniales y fami-liares, con la inevitable repercusión en la vida de las personas individuales.

Mis reflexiones quieren moverse solamente dentro de un marco bien circunscrito y específico: como cre-yente y como presbítero estoy interesado de manera particular en los aspectos de la fe y de la vida cristiana de las familias heridas: aspectos que se imponen como objetivamente fundamentales e irrenunciables y, al mismo tiempo, como profundamente necesitados de una atención propiamente teológico-pastoral deta-llada, serena y animosa: es decir, una atención a la

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luz del evangelio y con la fuerza del Espíritu de Cristo o, para usar la expresión conciliar de la constitución Gaudium et spes (GS), «sub luce Evangelii et experientiae humanae» (46).

Retomo así de nuevo el camino de mi experiencia pastoral. En una mirada retrospectiva debo reconocer como momentos significativos de esta atención a las familias heridas aquellos que me remiten a los años marcados por la participación en el Sínodo de los obispos sobre la familia de 1980 y al análisis teórico y práctico de la exhortación apostólica de Juan Pa-blo II Familiaris consortio (FC), del 22 de noviembre de 1981.

Debo atribuir después una importancia singular al servicio de asesoramiento y de implicación activa que, durante esos mismos años, me fue requerido varias veces por la Conferencia Episcopal Italiana sobre estos mismos temas, en especial en la elaboración –solicita-da, además, por Juan Pablo II a todos los episcopados del mundo– de un correspondiente Directorio de pas-toral familiar: para Italia, este directorio halló como su valiosa anticipación y, al mismo tiempo, como feliz concomitancia, toda una serie de documentos y notas de la Conferencia Episcopal Italiana dedicados de manera particular a la pastoral de la Iglesia para con estas familias heridas.

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Puedo puntualizar, inmediatamente, que el espíritu profundo que ha caracterizado siempre mi reflexión sobre las familias heridas no ha sido solamente el de una consciente, convencida y amada fidelidad al ma-gisterio de la Iglesia y a sus indicaciones pastorales y disciplinarias. Tampoco ha sido simplemente el de un análisis objetivo y sereno de las razones evangélicas y humanas que justifican y exigen la que se presenta como la «línea clásica» de la Iglesia acerca del matri-monio cristiano, en especial en su condición de «sa-cramento» de Cristo y en su nota de «indisolubilidad y fidelidad».

Más precisamente, en realidad, el espíritu auténti-co que ha marcado de forma inseparable mi reflexión teológica y mi acción pastoral ha sido –y sigue sién-dolo con mayor convicción– el que inspira la cura animarum («el bien de las almas»), aquel que genera y sostiene el servicio de gracia –en la verdad y en el amor– que la Iglesia ofrece a todos y a cada uno de sus miembros en cada una de sus situaciones concretas de vida: una Iglesia de la que creemos que es, como quie-re el Señor Jesús, indisolublemente Mater et Magistra, madre y maestra.

Permítaseme hacer una alusión muy personal. Ha sido justamente el espíritu de la cura animarum dentro de la misión de la Iglesia como «palabra y sacramento

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de salvación» el que me sugirió, como arzobispo de Milán, expresarlo de una manera de lo más simple y concreta –popular en el sentido más noble del tér-mino– con la publicación de una carta: El Señor está cerca de quien tiene el corazón herido (Sal 34,19). Carta a los esposos en situación de separación, divorcio y nueva unión (Milán, 6 de enero de 2008). Se trata de una carta que ha tenido varias ediciones y diversas tra-ducciones a otros idiomas, casi como una respuesta a la expectativa y a la petición de muchas familias heridas, pero, aun así, llamadas siempre a comprender de la mejor manera la posición sostenida por la Iglesia (a menudo no conocida realmente o, en todo caso, distorsionada por los medios de comunicación) y a vivir la propia fe y esperanza dentro de los inmensos espacios que Cristo abre a todos sus fieles y discípulos dentro de su corazón misericordioso.

Hoy en día, estas «peticiones» de los esposos en si-tuación de separación, divorcio y nueva unión, y más ampliamente todos los elementos de reflexión que pro-vienen de la comunidad cristiana en su conjunto sobre las más diversas problemáticas que tienen que ver con el matrimonio y la familia, están experimentando un momento histórico de urgencia aún más aguda y de singular valor: en efecto, todos estos elementos podrán encontrar un vasto campo de oración, de reflexión, de

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análisis, de estudio, de escucha, de confrontación, de sugerencias y propuestas en las dos etapas que marca-rán, por voluntad del papa Francisco, la celebración del próximo Sínodo de los obispos convocado ad hoc. Después del encuentro de los cardenales en el Con-sistorio extraordinario del 20 y 21 de febrero de 2014, dedicado a la reflexión sobre «El evangelio de la Fa-milia», tendrá lugar la III Asamblea General Extraor-dinaria del Sínodo de los Obispos (5-19 de octubre de 2014) sobre el tema «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización»; después, en octubre de 2015, le seguirá la asamblea ordinaria.

Justamente en preparación al Sínodo, el papa Fran-cisco quiso enviar una Carta a todas las familias del mundo, en la cual dice, entre otras cosas:

Queridas familias […] este señalado encuentro es

importante para todo el pueblo de Dios, obispos,

sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de

las Iglesias particulares del mundo entero, que parti-

cipan activamente en su preparación con propuestas

concretas y con la ayuda indispensable de la oración.

El apoyo de la oración es necesario e importante es-

pecialmente de parte de ustedes, queridas familias.

Esta asamblea sinodal está dedicada de modo especial

a ustedes, a su vocación y misión en la Iglesia y en la

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sociedad, a los problemas de los matrimonios, de la

vida familiar, de la educación de los hijos, y a la tarea

de las familias en la misión de la Iglesia.

En tal contexto espero que este escrito mío, en su simplicidad, pueda resultar de algún interés. Su come-tido es alentar a cuantos lo deseen a una participación personal de reflexión y de oración en el camino que la Iglesia toda está realizando hacia la celebración si-nodal de los obispos, hacia una obediencia renovada y afectuosa de la Iglesia a la gracia y al mandamiento del Señor Jesús sobre el matrimonio y la familia en nuestro contexto histórico actual.

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Índice

Págs.

Introducción .......................................................... 5

I. Una cuestión aún abierta ........................... 15II. Una entrevista en vuelo al papa Francisco .. 27III. Las preguntas a la Iglesia: Entre sufrimiento y esperanza .................... 41IV. Las respuestas de la Iglesia: La necesidad de su conocimiento .............. 51V. Ampliar los horizontes según la medida del corazón de Cristo y de la Iglesia ........... 61VI. ¿Dentro o fuera de la Iglesia? ..................... 71VII. Para continuar el camino de fe ................... 83VIII. La enseñanza de Benedicto XVI: Un sufrimiento que aprender ..................... 103IX. El Sínodo de los obispos sobre la familia .... 115X. «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» .................................................. 125XI. ¿Es posible una disciplina eclesial renovada para las familias heridas? ............................ 143

Conclusión. La misericordia: Descanso y alegría de Dios ............................................ 151

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