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EL SISTEMA ELECTORAL Y VOT0 ESTRATÉGICO
Pablo Oñate (Universidad de Valencia)
Publicado en I. Crespo (ed.), Las campañas electorales y sus efectos en la
decisión del voto. Volumen II. La campaña electoral de 2000: partidos, medios
de comunicación y electores, Valencia, Tirant lo Blanch, 2004 (198-222).
1. Introducción: Los sistemas electorales y sus consecuencias políticas
Hace casi cinco décadas que Maurice Duverger dejó sentadas, en Los partidos
políticos (1972; e.o. de 1951), las bases sobre las que se edificó el estudio de
los sistemas electorales y sus eventuales consecuencias o efectos para los
sistemas políticos. Dos décadas después, Douglas W. Rae (1971) dedicó su
conocida obra al estudio de esas consecuencias políticas. Desde entonces han
sido mucho los tratados y monografías que han señalado al sistema electoral
como uno de los elementos o aspectos más importantes de un sistema político,
ya que se trata de una de las variables institucionales que en mayor medida
puede condicionar los resultados de los procesos electorales, por mucho que
siga siendo una exageración hablar de una ingeniería electoral (Sartori: 1994:
27 ss.), con el poder para determinar esos resultados desde el diseño del
sistema electoral.
El sistema electoral fue definido por Rae (1971: 14) como el “conjunto de
normas, técnicas y procedimientos que rigen el proceso por el que la voluntad
política de los ciudadanos se manifiesta en votos, y éstos son transformados en
distribución de autoridad gubernamental (normalmente escaños
parlamentarios) entre las fuerzas políticas contendientes”. Se trata, en breves
palabras, del instrumento institucional que sirve para transformar los votos en
escaños. Y, en tanto la mayoría de las instituciones en un sistema democrático
son el resultado directo o indirecto de la distribución de fuerzas resultante de un
proceso electoral, se hace innecesario insistir en la importancia que puede
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cobrar el sistema electoral, especialmente si consideramos que no se trata,
normalmente, de un mecanismo aséptico, sino que provoca efectos que
pueden condicionar esos mismo resultados.
La cuestión de si los sistemas electorales producen efectos (si éstos
existen, qué aspectos del sistema político condicionan y en qué medida, y si
tales consecuencias pueden conocerse, medirse y anticiparse) ha sido
largamente debatida desde la inicial formulación de Duverger. Hoy, no
obstante, son pocos los que niegan que los sistemas electorales generan
consecuencias y que éstas pueden conocerse: si bien el efecto multiplictivo que
Duverger predicaba de los sistemas electorales proporcionales (puros) ha sido
contundentemente cuestionado, es ya un lugar común que los sistemas
proporcionales impuros o los mayoritarios generan efectos que pueden ser
adecuadamente medidos y determinados (Sartori: 1994: 29 y 47).
Duverger (1972: 252) distinguió entre efectos mecánicos y efectos
psicológicos de los sistemas electorales. Más recientemente, Sartori (1994: 32
y 33) ha hablado, en el mismo sentido, de efectos reductores (reductive) y
efectos constrictivos (constraining), según se den sobre el sistema de partidos
o sobre los votantes. Los efectos mecánicos o reductores se manifiestan, como
es sabido, en la sobrerrepresentación e infrarrepresentación de los partidos
políticos al transformar los votos en escaños, en virtud de que sean los (dos)
más votados en la circunscripción o los que ocupan ulteriores posiciones en
cuanto al apoyo de los electore. Esto es, los primeros partidos obtienen mayor
porcentaje de escaños que el que les correspondería en atención a su
porcentaje de voto (propiciándose, así, la formación de mayorías artificiales o
manufacturadas [Lijphart, 1994: 75]), y al revés para los partidos que ocupan la
tercera y sucesivas posiciones.
Los efectos psicológicos o restrictivos se proyectan, principalmente,
sobre los votantes que, anticipando los efectos mecánicos del sistema
electoral, adaptan su comportamiento electoral a los efectos mecánicos que
prevén se derivarán del sistema electoral para su opción: los que se sienten
cercanos a una formación que no tiene posibilidades reales de lograr
representación en el distrito en cuestión pueden optar por votar a otro partido
del que no se sientan tan cercanos, pero que sí tenga opciones efectivas de
hacerse con un escaño. Los electores intentan así evitar que su voto sea
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desperdiciado, acudiendo a lo que se denomina voto útil, estratégico o
sofisticado, que refuerza los efectos mecánicos que se derivan del sistema.
Todo sistema electoral, incluso los más proporcionales, suponen en
alguna medida, una merma de la estricta proporcionalidad entre el porcentaje
de voto que recibe cada partido y el porcentaje de escaños que, en virtud del
mismo y a través del sistema electoral, se le atribuye. El grado de ese sesgo
desproporcional derivado de la operación de transformar votos en escaños es
lo que nos permite calificar a los sistemas electorales como proporcionales o
mayoritarios (Nohlen, 1981: 102 y 145), aunque todos ellos pueden ser
clasificados en un continuum, en cuyos polos estarían, respectivamente, los
sistemas débiles y los sistemas fuertes, en atención a las consecuencias que
produzcan sobre el sistema de partidos y los electores (Sartori, 1994: 37). Debe
tenerse presente, no obstante que -como advirtiera Lijphart (1994: 75)- aunque
la proporcionalidad suele ser un objetivo de casi todos los sistemas electorales,
puede no ser el único. La estabilidad y la gobernabilidad pueden ser objetivos
tan importantes o más que la proporcionalidad. Esa opción entre la lógica de la
representación, por un lado, y la lógica de la gobernabilidad del sistema y la
estabilidad gubernamental, por otro, será la que se plasme en la opción política
que implica el principio de representación que cada sistema adopta. Se trata de
una decisión que hará que el sistema electoral resultante esté más próximo de
los proporcionales (débiles) o de los mayoritarios (fuertes, en la terminología de
Sartori). No obstante, debe recordarse que la variable institucional constituida
por el sistema electoral no condiciona el resultado de los comicios por encima
de lo que lo hace la distribución del voto entre los diversos partidos. Será a ésta
a la que habrá que atender para explicar esos resultados, una vez, eso sí, que
hayan sido tamizados por el filtro que el sistema electoral supone.
En las siguientes páginas se va a describir brevemente cómo se
configuran los elementos del sistema electoral que rige la elección del
Congreso de los Diputados para, a continuación, analizar las consecuencias
que se derivan de esa configuración y, en especial, cuáles fueron los efectos
concretos en el proceso electoral celebrado el 12 de marzo de 2000.
2. Los elementos del sistema electoral del Congreso de los Diputados
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Los elementos más relevantes de un sistema electoral son el tamaño de la
asamblea, el número de escaños que se reparten en la circunscripción o distrito
electoral (esto es, su magnitud o tamaño), la fórmula electoral empleada para
transformar la distribución de votos en reparto escaños, la estructura del voto
(forma de la candidatura y tipo de voto) y la cláusula de exclusión o barrera
legal.
El Congreso de los Diputados tiene 350 escaños, lo que convierte a
nuestra Cámara Baja en una asamblea pequeña, si se compara con las de
otros sistemas europeos y, por tanto, algo más desproporcional ab initio. Esos
350 escaños se reparten entre las circunscripciones o distritos, que coinciden
con las provincias, en función de un doble criterio: por un lado, se atiende a la
igualdad territorial, al atribuirse a cada distrito un mínimo de (dos) escaños; por
otro, se presta atención a la proporcionalidad, al repartirse el resto de escaños
en proporción a la respectiva población1. Esta forma de repartir los escaños
genera considerables diferencias entre los diversos distritos en cuanto a su
ratio electores/escaño. Así, en un distrito de magnitud o tamaño reducido hay
aproximadamente 30.000 electores por escaño, mientras que en uno grande
como Madrid o Barcelona esa cifra asciende a 125.000. Esas diferencias, que
favorecen a los distritos poco poblados y, por lo general, de fisionomía
primordialmente rural, fueron conscientemente buscadas por quienes
concibieron el sistema electoral español2.
El distrito o circunscripción –su magnitud o tamaño, esto es, el número
de escaños que se reparten en su seno- es el elemento del sistema electoral
que más incidencia tiene sobre la proporcionalidad resultante del sistema; más
que la derivada del resto de elementos juntos (Rae, 1971: 114 ss.; Taagepera y
Shugart, 1989: 112; y Lijphart, 1994: 25 y 26). La posibilidad de que las 1 Artículo 68.2 de la Constitución Española (CE) y 162.2 de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio (BOE de 20 de junio), de Régimen Electoral General (LOREG), de 1985. El artículo 68 de la CE contempla, no obstante, una Cámara de hasta 400 escaños, sin precisar el número mínimo de escaños iniciales que corresponden a cada distrito. Es la LOREG la que se encarga de precisar estas cifras. 2 Oscar Alzaga manifestó abiertamente que ese fue el encargo explícito que recibió el grupo de expertos a quienes se encomendó la redacción del sistema electoral poco antes de las primeras elecciones de 1977: configurar un sistema electoral con el que el partido del Gobierno (UCD) pudiera hacerse con la mayoría absoluta de escaños con un porcentaje de votos menor que el que necesitaría su más inmediato contendiente, el PSOE, para conseguir la misma mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Y cumplieron bien el encargo (cfr. Alzaga, 1989: 125 y 126). No obstante, ese mismo diseño se confirmaría cinco años más tarde, al redactarse la LOREG, ya bajo un Gobierno y una mayoría parlamentaria socialista, tendencia política que había sido generosamente beneficiada por el sistema electoral concebido para castigarle cinco años atras. Una vez más, se cumplía la ley de la inercia de los sistemas electorales.
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pequeñas formaciones consigan representación dependerá de que el número
de escaños que se reparten sea suficientemente alto. El tamaño medio de las
circunscripciones españolas es de 6,7 escaños, pero hay 30 de ellas en las que
se reparten 5 o menos de 5 escaños: entre todas esas circunscripciones suman
el 25% de los 350 escaños del Congreso de los Diputados y congregan el 33%
de los electores españoles. En 27 de las 30 circunscripciones pequeñas sólo
dos partidos logran escaños, quedando el resto sin representación (en los tres
distritos restantes [Álava, Girona y Lleida], un tercer partido consigue hacerse
con un escaño, siendo alguno de ellos un partido de ámbito no estatal). Una
elección en la que sólo dos partidos logran representación denota claramente
un perfil de una elección mayoritaria como, sin duda, ocurre en esos 27
distritos.
La fórmula electoral es el mecanismo matemático mediante el cuál los
escaños son atribuidos a las distintas formaciones en cada distrito en atención
a los votos escrutados en el mismo. Existen diversos tipos de fórmulas,
habiéndose elegido para el Congreso de los Diputados una de tipo proporcional
de divisor, la fórmula D´Hondt3. Se trata de una fórmula que genera efectos
proporcionales cuando es aplicada en distritos de magnitud media o grande,
pero que da lugar a considerables sesgos desproporcionales cuando es
utilizada en distritos pequeños, en los que se distribuyen menos de 6 ó 7
escaños. Así ocurre en esos 30 distritos en los que se reparten menos de 6
escaños. Como bien apuntaba Sartori (1994: 43), los sistemas electorales
fuertes no sólo incluyen a los mayoritarios, sino también a los que utilizan una
fórmula electoral proporcional impura.
La estructura del voto alude a dos subelementos complementarios: el
tipo de voto y la forma de la candidatura. El tipo de voto se refiere al número de
posibilidades que se atribuyen al elector en el acto de la votación: si se le
permite realizar una sola opción (por tratarse de distritos uninominales o
plurinominales mediante candidatura de lista completa, cerrada y bloqueada) o
si puede manifestar varias preferencias, convirtiéndose en selector. La forma
de la candidatura puede ser unipersonal o de lista. Y en este último caso, cabe
3 También se utiliza esta fórmula para las elecciones autonómicas, municipales y europeas. Sólo para la elección del Senado se usa una fórmula de mayoría relativa, que atribuye los escaños a los candidatos que más votos obtengan.
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que la lista sea completa, cerrada y bloqueada (si el elector no puede tachar ni
introducir nombres de candidatos en el elenco que le presenta cada partido ni
alterar su orden); completa, cerrada pero no bloqueada (si se le permite variar
el orden de los candidatos –o manifestar alguna preferencia entre ellos,
utilizando el voto preferente-); y de panachage o abierta (cuando el votante
tiene libertad para componer su propia lista, a partir de los nombres de
candidatos que le presentan los partidos).
Para la elección del Congreso de los Diputados (así como para la de las
elecciones autonómicas, municipales y europeas) se utiliza un voto único y
listas completas, cerradas y bloqueadas4. Al comienzo de la transición se optó
por esta forma de candidatura para fortalecer a las organizaciones partidistas,
permitiéndoles canalizar la opción del votante, y para simplificar el
procedimiento de la votación a unos electores poco habituados con ese acto. El
paso del tiempo ha debilitado la fuerza de las razones para mantener esa forma
de candidatura. No obstante, aunque se trata del elemento al que se le
atribuyen –indebidamente- muchos de los males del funcionamiento de nuestro
sistema democrático, no parece que los ciudadanos españoles harían un
intenso uso de otras opciones, como los resultados de la elección del Senado,
con listas abiertas, pone de manifiesto5.
Por último, la barrera legal o cláusula de exclusión suele ser un
porcentaje de voto mínimo que se exige a una candidatura para ser tenida en
consideración a la hora de realizar los cálculos para la distribución de los
escaños. Se trata de un mecanismo ideado para facilitar la dinámica del trabajo
parlamentario, evitando que haya en la Cámara respectiva fuerzas “demasiado
pequeñas”. La LOREG establece que para la elección del Congreso de los
Diputados no se tendrán en cuenta aquellas candidaturas que no hubieran
obtenido, al menos, el 3% de los votos válidamente emitidos en la
4 Ni la Constitución ni la LOREG aluden a la forma de las candidaturas para este tipo de elección. La opción por listas completas, cerradas y bloqueadas hay que deducirla de los artículos 96.2, 163.1.e, 169.2, y 172.2 de la LOREG. 5 Para la elección de la Cámara Alta la LOREG establece en su artículo 172.3 un sistema de lista de panachage, mal llamada abierta, y un voto múltiple limitado: el votante señala hasta tres candidatos (de los cuatro que se eligen en cada distrito), al objeto de favorecer las posibilidades de los candidatos minoritarios del mismo o de distinto partido. No obstante, la mayoría de los votantes optan por las opciones que le presenta un mismo partido, eligiendo a los tres candidatos de la misma formación. Las diferencias entre los resultados que logran las diversas formaciones en la elección del Congreso de los Diputados y del Senado son escasas.
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circunscripción6. No obstante, en un sistema que combina muchas
circunscripciones de pequeña magnitud con una fórmula electoral D´Hondt,
una barrera legal con un porcentaje tan bajo y que toma como referencia el
voto válidamente emitido en el correspondiente distrito (no en el conjunto del
territorio del Estado) apenas tiene aplicación. La barrera efectiva, esto es, el
promedio de porcentaje de voto que una formación debe lograr para conseguir
efectivamente un escaño, y que es establecida de facto por la combinación
mencionada de elementos, es mucho más alta: según los cálculos de Lijphart
(1994: 75 ss.) en España alcanza el 10,2% del voto.
3. Los elementos del sistema electoral para la elección del Senado
Para la elección del Senado se configuró un sistema con el que se pretendió
generar efectos mayoritarios, para que, en la medida de lo posible, en la
constitución de la Cámara Alta primara el criterio de la relevancia de las
personalidades que la integran sobre la de los partidos. Al tiempo, se intentó
configurarla como una Cámara de representación territorial, motivo por el que
primará el criterio de la igualdad territorial en la representación, frente al de la
proporción a la respectiva población, a la hora de establecer la magnitud de los
distritos. Así, las distintas circunscripciones -las provincias- tendrán igual peso
en cuanto a su magnitud, esto es, al número de escaños que se reparten en su
seno.
Aunque el artículo 69 de la Constitución, en el que establece las bases
para la elección del Senado, es enormemente parco en cuanto a su concreción
(se limita a establecer el número de senadores que se eligen en cada
circunscripción), las normas de la LOREG (artículos 165, 166 y 172) que lo
desarrollan han establecido, como es habitual en las instituciones homólogas,
un sistema electoral clara y pretendidamente mayoritario.
El número de senadores que se eligen en cada provincia es de cuatro,
configurándose las islas como circunscripciones (en las que se eligen tres o un
senador, según su respectivo tamaño); las poblaciones de Ceuta y Melilla
eligen cada una dos senadores. La fórmula electoral es la de mayoría simple,
por lo que serán proclamados electos los candidatos que obtengan mayor 6 Artículo 163.1.a de la LOREG.
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número de votos. El tipo de voto es limitado, para evitar que todos los escaños
en liza en una circunscripción sean ganados por la misma formación política
(mayoritaria). Así, en las provincias en las que se eligen cuatro senadores, los
ciudadanos sólo pueden votar por tres (por dos en las islas mayores). De esta
forma se garantiza que el segundo partido más votado logrará al menos uno de
los escaños en juego. Las candidaturas adoptan la forma de panachage, mal
llamadas abiertas, en las que los nombres de los candidatos aparecen
agrupados por su respectiva formación y, en cada una de ellas, por orden
alfabético del respectivo apellido: los electores pueden señalar uno, dos o tres
candidatos de igual o de distinto partido.
4. Efectos del sistema electoral del Congreso de los Diputados
La configuración de los elementos del sistema electoral utilizado para la
elección del Congreso de los Diputados da lugar a una desproporcionalidad
considerablemente elevada. Los sesgos desproporcionales han propiciado,
como consecuencia de unos relevantes efectos mecánicos (reforzados por los
psicológicos), la sistemática sobrerrepresentación de las dos fuerzas más
votadas, y la infrarrepresentación de las terceras y siguientes, salvo que éstas
sean fuerzas que concentran sus apoyos en unos pocos distritos7.
El cuadro 1 recoge las primas y penalizaciones experimentadas por
cada partido en los ocho procesos electorales sucedidos en España desde
1977, manifestadas en la forma de ratio % de escaños-% de voto (Taagepera y
Shugart, 1989: 68)8. En él se aprecian los sesgos desproporcionales derivados
del sistema electoral para las distintas formaciones en cada convocatoria
7 El sistema de partidos español presenta la peculiaridad, no obstante, de que junto con los partidos de ámbito estatal conviven otros de carácter regional que compiten con los primeros en las pocas circunscripciones en las que presentan candidaturas, desplazando de las primeras posiciones a los de ámbito estatal. Ello da lugar a una pluralidad simultánea de sistemas o subsistemas de partidos, de cuyas pautas y características nos hemos ocupado en otro lugar (Ocaña y Oñate, 1999; y Oñate y Ocaña, 2000). Conviven, de este modo, un reducido número de partidos estatales con un considerable número de formaciones de ámbito no estatal, sin que la primacía de los primeros quede en momento alguno cuestionada en el conjunto del territorio: las cifras de concentración suelen superar el 70% del voto y el 80% de los escaños del Congreso de los Diputados. 8 Como es lógico, las cifras que superan la unidad implican sobrerrepresentación para el respectivo partido, mientras que las que oscilan entre 1 y 0 señalan infrarrepresentación, esto es, que se les atribuyen menos escaños de los que proporcionalmente les corresponderían. La unidad implica proporcionalidad entre escaños y voto.
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electoral de las ocho celebradas hasta la fecha. Se observa que el partido que
gana las elecciones resulta considerablemente sobrerrepresentado, aunque en
distinto grado, al depender de los resultados de cada distrito en la respectiva
convocatoria. Así, ha habido partidos como el PNV, el PSOE, AP/PP (a partir
de 1982 y, notablemente, en la de 2000), UCD (en las dos primeras
elecciones) o CC (en las tres últimas) que han conseguido estar
sobrerrerpesentados en casi todas las ocasiones. Otros, como CiU, EE, HB y
ChA logran unas tasas de representación bastante proporcionales a los
porcentajes de voto que consiguen en las urnas. En cambio, otras formaciones
son sistemáticamente penalizadas por el sistema electoral (en grado nada
desdeñable, y de forma sistemática, PCE/IU y ERC).
Cuadro 1. Primas y penalizaciones a los partidos en elecciones generales
1977 1979 1982 1986 1989 1993 1996 2000 Media PSOE 1,07 1,13 1,19 1,18 1,25 1,17 1,07 1,03 1,14 AP/PP 0,55 0,43 1,15 1,14 1,18 1,16 1,16 1,15 0,99 UCD 1,30 1,37 0,48 1,05 CDS 0,21 0,59 0,50 0,00 0,33 PCE/IU 0,57 0,62 0,28 0,44 0,54 0,53 0,57 0,42 0,50 CiU 1,11 0,88 0,92 1,00 1,00 0,98 1,00 1,00 0,99 PNV 1,35 1,33 1,21 1,06 1,08 1,17 1,08 1,25 1,19 HB 1,00 0,60 1,27 1,00 0,67 0,86 0,90 ERC 0,50 0,43 0,43 0,38 0,43 0,33 0,42 EE 1,00 0,60 0,60 1,20 1,20 0,92 CC 1,22 1,22 1,00 1,15 BNG 0,67 0,69 0,68 EA 0,86 0,50 0,60 0,75 0,68 UV 1,00 0,86 0,60 0,75 0,00 0,64 ChA 1,00 1,00 Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Junta Electoral Central y del Ministerio del Interior.
La concreta distribución de fuerzas en la elección de 2000 ha dado lugar
a algunas peculiaridades en cuanto a la proporcionalidad: es, junto con la de
1977, la convocatoria en la que el PSOE apenas ha obtenido
sobrerrepresentación, cuando el segundo partido más votado en el ámbito
estatal ha estado primado en todas las demás convocatorias; y es la elección
en la que mayor efecto mecánico ha generado el sistema electoral para un
partido, el más votado en el ámbito estatal (el PP). Puede decirse que el
sistema electoral ha tenido en la convocatoria de marzo de 2000 una incidencia
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en el sistema de partidos de un nivel desconocido hasta la fecha,
incrementando en mayor medida de lo que venía siendo habitual la victoria del
partido más votado, así como, en sentido contrario, la derrota del segundo
partido, el PSOE. Los efectos mecánicos del sistema electoral se han
manifestado con más fuerza que en los anteriores comicios. Puede afirmarse
que, a la vista de estas primas, el sistema electoral es una de las principales
variables para explicar la medida del triunfo del Partido Popular, que opera
sobre unos resultados, una distribución del voto, que suponen el factor
principal.
Como es lógico, no en todos los distritos se registra la misma
desproporcionalidad: es mayor en los distritos pequeños, lo que puede
apreciarse fácilmente si se calcula la desproporcionalidad registrada en cada
uno de los tipos de distrito en los que estos pueden agruparse en atención a su
magnitud. Como se aprecia en el cuadro 2, para las elecciones de marzo de
2000, el sesgo desproporcional tiende a ser mayor cuanto menor es el número
de escaños a repartir, y genera considerables efectos mecánicos o reductores
sobre el respectivo sistema o subsistema de partidos.
Cuadro 2. Desproporcionalidad* según el tamaño del distrito.
Número de escaños 1 3-5 6-8 9-16 Más de 30
Desproporcionalidad 42,9 14,6 11,3 8,1 3,8
(*) Se trata del índice de cuadrados mínimos de Lijphart (1994: 60 ss.), calculado para las elecciones de marzo de 2000. 1 escaño: dos casos en las elecciones de 2000; 3-5 escaños: 28 casos; 6-8 escaños: 11 casos; 9-16 escaños: 9 casos; más de 30: 2 casos.
Los efectos mecánicos o reductores del sistema electoral español son
tan intensos que no dejan lugar a dudas acerca de su ubicación entre los
sistemas fuertes. Si se analiza la desproporcionalidad que se registra en
España en las elecciones del Congreso de los Diputados y se compara con la
alcanzada en otros sistemas de nuestro entorno político se deduce que el
sistema español no puede ser calificado de sistema proporcional, sino, más
bien, como mayoritario atenuado, como apuntaron hace años Vallés y Montero
(1992: 7).
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Estos son los efectos del sistema electoral respecto de los que el PSOE
e IU pretendían sacar provecho electoral, con el pacto preelectoral en la
convocatoria de 20009. La intención inicial de los líderes del PSOE era que IU
desistiera de presentar candidaturas propias al Congreso de los Diputados en
las 34 circunscripciones o distritos en los que esta formación nunca había
obtenido representación, y para el Senado en aquellos distritos en los que el
PSOE fuera minoritario. De esa forma, los votos de IU, pensaban esos líderes,
irían a las listas del PSOE, incrementando en mayor medida (por los efectos
mecánicos) las opciones de este partido. Finalmente, el acuerdo de
desistimiento parcial sólo alcanzó a las candidaturas del Senado y en 25
distritos, con la intención de evitar que el PP se hiciera en cada una de ellas
con tres actas de senador. No obstante, los resultados no fueron los
esperados: en ninguna de las 25 circunscripciones se evitó que el PP se hiciera
con tres escaños de senador. Dados los resultados, aunque hubieran sumado
aritméticamente los votos de ambos partidos, tampoco se hubiera logrado el fin
alcanzado: el pacto sólo hubiera tenido efectos en los tres distritos de
Andalucía y los dos de Extremadura en los que el PSOE pensaba que tenía la
mayoría y que, por ello, prefirió dejar fuera del pacto. Los resultados hicieron
que la ingeniería electoral intentada por los líderes de ambas formaciones
fallara para la elección del Senado.
Los efectos psicológicos o constrictivos derivados del sistema electoral
en la elección del Congreso de los Diputados ha experimentado considerables
variaciones a lo largo de las ocho elecciones generales celebradas hasta la
fecha. Su intensidad ha dependido de las circunstancias de la elección, del
grado de incertidumbre o previsibilidad del resultado, así como de las
posibilidades de victoria clara –bien por mayoría simple o bien por mayoría
absoluta- de uno de los partidos que aspiraba a hacerse, en cada caso, con la
mayoría en la Cámara Baja10.
Dos de las formas propuestas para medir la incidencia de los efectos
psicológicos permiten registrar su presencia en las elecciones al Congreso de
9 Respecto de los detalles y la deriva de ese pacto ver el tratamiento que hace de esas cuestiones en esta misma obra Juan José García Escribano. 10 Nos hemos ocupado de esta cuestión de forma específica en C. Moreno y P. Oñate, “Tamaño del distrito y voto estratégico en España (1982-2000)”, ponencia presentada en el V Congreso de la
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los Diputados en España, evidenciando que hay una influencia de la variable
institucional (sistema electoral y, más concretamente, tamaño o magnitud del
distrito o circunscripción) en la decisión del votante. En primer lugar, si se
compara el grado de fragmentación que se registra en los distritos electorales,
agregándolos en distritos grandes y pequeños se observa que es
sistemáticamente menor en los segundos que en los primeros (donde los
pequeños partidos tienen más posibilidades de lograr representación). En la
agregación no se tienen en cuenta factores de carácter geográfico o político
que puedan justificar ese menor nivel de los índices utilizados (número efectivo
de partidos). El carácter notablemente aséptico del criterio de agregación (el
respectivo tamaño o magnitud del distrito) evita los sesgos de naturaleza
política o geográfica. Cabe explicar las diferencias en los respectivos
promedios de los índices de ambos tipos de distritos por la utilización que
hacen los votantes de los pequeños del voto estratégico: los electores de esos
distritos votan por los partidos pequeños en menor medida que los de los
grandes, puesto que intuyen que difícilmente lograrán representación. Prefiere
no desperdiciar su voto y lo otorgan a una de las fuerzas que, saben o prevén,
ganará algún escaño. Esa misma tendencia se ha mantenido en la elección de
2000, como puede apreciarse en el cuadro 3, en el que se han separado los
datos de esta última elección.
Cuadro 3. Número efectivo de partidos en elecciones generales, según tamaño
del distrito
Tamaño del distrito (*) España
1 3-5 6-8 9-6 30-
1977/96 2,71 3,11 3,35 3,38 3,72 3,21
2000 2,78 2,44 2,92 2,72 3,13 3,03 Fuente: actualizado para 2000 de Oñate y Ocaña (1999: 82). (*) Tamaños de distrito: 1 escaño, dos casos en la elección de 2000; de 3 a 5 escaños, 28 casos en la elección de 2000; de 6 a 8 escaños, 11 casos en la elección de 2000; de 9 a 16 escaños, 9 casos en la elección de 2000; más de 30 escaños, dos casos en la elección de 2000.
Esos distintos valores tendrían una explicación evidente si se tratara de
la versión parlamentaria del índice, dados los severos sesgos
Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración, Santa Cruz de Tenerife, septiembre de
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desproporcionales (efectos mecánicos) que se derivan del sistema electoral
español en los distritos pequeños, en los que sólo los grandes partidos logran
representación. La lógica es de otro tipo cuando se trata de la versión electoral
del índice: hemos de suponer que el comportamiento electoral de los votantes
es previo a la generación de dichos sesgos desproporcionales; las variaciones
entre los valores del índice del número efectivo de partidos deben ser, en
principio, explicadas por la utilización estratégica del voto que se hace en los
de menor tamaño. No obstante, es posible que la simpatía por los partidos
pequeños sea menor en los distritos pequeños que en los grandes, por lo que
habrá que tomar estas consideraciones con cautela.
La segunda forma de medir la presencia de voto estratégico (Cox, 1997:
85 ss. y 103 ss.), consiste en comparar el valor que alcanza en distintos
distritos el índice SF (second/first), que viene dado, para un sistema electoral
como el español, por la ratio resultante de dividir el cociente de votos de la
segunda lista perdedora por el de los de la primera lista perdedora al realizarse
el reparto del último escaño en cada distrito11. Cox distingue dos posibles
situaciones (ideales) que puede darse en cada uno de estos: la de equilibrio
duvergeriano, en la que sólo dos partidos tienen posibilidades efectivas de
lograr representación dada la distribución habitual del voto (el apoyo de las
otras opciones es mucho menor, por lo que la competición electoral se da
solamente entre los dos partidos más votados). En los distritos en los que se
registra esta pauta de competición encontraremos una distribución
generalmente unimodal del índice SF, con una tendencia al 0: en este tipo de
distritos los resultados electorales serán considerablemente predecibles
respecto de las terceras y sucesivas fuerzas políticas (en el sentido de que no
lograran representación), por lo que puede anticiparse que la presencia del
voto estratégico será significativa.
En cambio, en una situación de desequilibrio duvergeriano, los terceros y
sucesivos partidos compiten efectivamente con los dos primeros por obtener
representación, siendo menos previsible el resultado del reparto de escaños.
Los terceros y cuartos partidos cuentan con posibilidades reales de obtener
algún acta de diputado, por lo que el presupuesto para la utilización estratégica
2000. 11 Como es lógico, el rango del índice SF oscila entre 0 y 1.
14
del voto desaparece. Como también Gunther comprobaba, el uso estratégico
del voto apenas tiene razón de ser en los distritos medianos y grandes. La no
utilización estratégica del voto se manifestará en una distribución del índice SF
de carácter unimodal con frecuencias más abundantes en torno al valor 1.
Como es obvio, la situación de equilibrio duvergeriano es propia de
ámbitos en los que el sistema electoral genera considerables sesgos
desproporcionales (sistemas mayoritarios o proporcionales impuros en distritos
pequeños), mientras que la de desequilibrio duvergeriano se dará allá donde el
sistema propicie mayores niveles de proporcionalidad (sistemas proporcionales
puros o impuros en distritos grandes). Desde esta lógica, si en un sistema
proporcional impuro, como el español, se agregan los valores del índice SF
atendiendo al tamaño pequeño o grande de los distritos y para un conjunto de
elecciones sucesivas, cabrá interpretar que las diferencias entre las tendencias
de las distribuciones del índice de uno y otro grupo de distritos se deben a la
utilización estratégica del voto, evidenciándose su presencia en los distritos
pequeños por distribuciones distintas de las observadas como promedio de
todos los distritos o de los distritos grandes. En términos generales, cabe
pensar que, para el conjunto del territorio, la existencia de distritos de diversa
magnitud así como la pluralidad de pautas de competición electoral dentro de
los mismos (en algunos, terceros y cuartos partidos compiten con éxito con los
primeros y logran representación), darán lugar a una distribución de
frecuencias del índice SF de carácter bimodal. No obstante, el predominio de
un tamaño de distrito pequeño y la competición entre sólo dos partidos
(mayores probabilidades de utilización del voto estratégico) se manifestará en
una distribución de frecuencias del índice SF (con tendencia a una distribución
unimodal con acumulación de casos en torno al valor 0) distinta de la registrada
en los distritos grandes (que será más bien de carácter bimodal o unimodal con
clara acumulación de casos en torno al valor 1).
El fenómeno del voto estratégico tiende a desaparecer a medida que
aumenta la magnitud del distrito, fundamentalmente cuando se supera el
umbral a partir del cuál la formula electoral comienza a generar efectos
proporcionales (por encima de los seis escaños). Hemos comprobado12 que en
12 Moreno y Oñate, 2000. También ahí hemos considerado algunos de los problemas que encontraba Cox al aplica sus análisis al caso español, repasando sus cálculos y encontrando soluciones que hacen el
15
los distritos de 7 escaños se registra una distribución de casos casi
unánimemente ubicados en el 1 (situación de desequilibrio duvergeriano),
mientras que en los de 3 escaños hay más casos en los que el índice SF se
ubica en posiciones inferiores al 0,5 (equilibrio duvergeriano y más espacio
para el voto estratégico)13.
Si se agregan los 52 distritos de las elecciones generales en atención a
que su tamaño o magnitud sea bien superior, o bien inferior o igual a cinco
escaños, se observa que las respectivas distribuciones del índice SF en las
elecciones celebradas de 1982 a 2000 siguen pautas bien distintas (gráfico 1).
Como cabía esperar, la distribución de la agregación de los valores de los
índices correspondientes a distritos en los que se reparten más de cinco
escaños es de carácter unimodal, con la mayor acumulación de casos en torno
al valor 1. No hay ningún caso para ese tamaño de distrito que registre un valor
de índice SF por debajo del 0.5. En este tipo de distrito no existen las
condiciones para que los ciudadanos puedan predecir con cierta certeza a
quién corresponderá ese último escaño, excluyéndose, por tanto, los
presupuestos para la utilización estratégica del voto.
GRÁFICO 1 AQUÍ
Si se atiende, en cambio, a la distribución que sigue la agregación de los
valores del índice correspondientes a los distritos pequeños, se aprecia que es
de carácter bimodal: hay un número elevado de distritos en los que el índice SF
registra valores por debajo del 0.5, pudiendo ser el resultado de una utilización
significativa del voto estratégico. En esta hipótesis, una parte del electorado no
percibe que las terceras fuerzas tengan opciones para lograr (ese último)
análisis del caso español pertinente. Además, los pocos procesos electorales estudiados por Cox tuvieron unas características que bien pudieron haber sesgado su análisis. Esos sesgos se ponen de manifiesto al estudiar otros procesos posteriores en los que no se dan esas peculiaridades y al compararlos con los de la década de los años 80, estudiados por Cox. En las elecciones de los años 90 se dieron “mejores” condiciones para que el voto estratégico fuera más utilizado (menor previsibilidad del resultado o más competitividad entre los dos primeros partidos). 13 No obstante, hay casos en los que incluso en los distritos pequeños la distribución de valores del índice SF se acerca al valor 1. Esos casos pueden explicase por la no utilización del voto estratégico (dándose un voto no instrumental: el de ciudadanos que votan al pequeño partido pese a saber que no logrará representación) y por la presencia de partidos de ámbito no estatal que compiten con los dos principales de ámbito estatal en determinados distritos, elevando el número de partidos que efectivamente compiten por la representación en ellos a 3 o, incluso, a 4.
16
escaño, por lo que algunos de sus eventuales votantes (instrumentales) optan
por no conferirles finalmente su voto, decidiendo hacer una utilización
estratégica del mismo. No obstante, se registra un buen número de casos que
se ubican por encima del valor 0.5, aproximándose al 1, lo que indica que para
otros electores esos terceros partidos han sido percibidos como competitivos o
que el voto no era visto como tan decisivo para la victoria electoral, de forma
que los simpatizantes de los pequeños partidos han acabado votando por ellos
(renunciando a un comportamiento estratégico) o bien que esos votantes no
son de carácter instrumental14. Esta distribución es, en principio, coherente con
la hipótesis de partida y con las previsiones de Cox (1997: 112). Pero si a
partir de la historia electoral de esos distritos pequeños los electores saben o
intuyen que las terceras fuerzas apenas tienen en ellos posibilidades reales de
lograr un escaño (el último repartido), ¿debemos deducir que los votantes de
esos terceros partidos son votantes irracionales o no-instrumentales? Cabe que
sea ésa, en gran medida, la explicación. No obstante, todavía podemos
precisar un poco más nuestro análisis para tratar de comprender el motivo de la
significativa presencia de voto no-instrumental en estos distritos pequeños.
Las elecciones de la década de los años 80 (1982, 1986 y 1989) se
caracterizaron por unas circunstancias comunes que desaparecieron en la
década siguiente: se trataba de elecciones cuyo resultado era fácilmente
predecible por los ciudadanos: un partido consiguió sistemáticamente la
mayoría absoluta de escaños del Congreso de los Diputados, quedando el
segundo partido a considerable distancia, hecho que fue reiteradamente
anunciado por las encuestas preelectorales. Ése partido no consiguió mejorar
sustancialmente sus resultados en ninguno de los procesos de la década,
mientras que las terceras fuerzas, PCE/IU y CDS incrementaban
progresivamente sus resultados. Por otro lado, en los tres procesos electorales
de la década se registraron cambios notables en la fisonomía de la oposición
que dificultaron que su configuración electoral fuera previsible para los
electores antes de cada proceso15. Por el contrario, en las elecciones generales
14 Dada la forma no instrumental de entender la política de buena parte de los simpatizantes de IU, esta última bien podría ser la causa del carácter bimodal a que se hace referencia. 15 Esas características de la oposición pueden sintetizarse en el colapso de la UCD (que en las elecciones de 1982 sólo logró un 7% del voto y 11 escaños y desapareció en la siguiente convocatoria); el progresivo incremento del voto del CDS (que paso de un 3% del voto y dos actas de diputado en 1982, a tener 16
17
celebradas en la década de los años 90 la victoria –y su grado- fue mucho
menos predecible para los electores (algo más en el año 2000, aunque no en la
medida en la que efectivamente se produjo) y el futuro de los otros partidos de
la oposición (tercero y sucesivos) se aclaró considerablemente16: al aumentar
tanto la competitividad entre los dos primeros partidos el voto de cada
ciudadano contaba más. Los resultados de los comicios de 2000 se alejaron de
estas características, aunque no fueron fácilmente predecibles para la mayoría
de los electores.
Por todo ello, entiendo que resultará útil distinguir, a efectos analíticos,
entre los valores que el índice SF alcanzó en los procesos electorales
celebrados en los años 80 y en los correspondientes a los años 90, partiendo
de la hipótesis de que en éstos hubo más utilización estratégica del voto que en
los comicios de los años 80 (ya que los resultados de éstos eran más
predecibles)17.
GRAFICO 2 AQUÍ
Los datos que se recogen en el gráfico 2 confirman básicamente la
última hipótesis planteada. En las elecciones de 1993, 1996 y 2000 hubo más
utilización estratégica del voto que en las de 1982, 1986 y 1989: en tanto la
competitividad percibida -ex ante- entre las dos fuerzas políticas era en 1993,
1996 y 2000 evidentemente mayor y, por tanto, el voto de cada elector podía
ser percibido como más decisivo, se daban las condiciones para que un
escaños en 1986 y 19 en 1989); la presencia también cada vez mayor del PCE/IU (que pasó de 23 escaños en 1979 a tener cuatro en 1982, siete en 1986 y 17 en 1989); y unos muy variados resultados de los partidos de ámbito no estatal, en cuyas filas se integró buena parte de la elite regional de la UCD cuando esta formación se desintegró, partidos que compitieron con éxito en muchos distritos con los partidos de ámbito estatal, haciendo más complejas las respectivas pautas de competición electoral. 16 Desaparecían los centristas y se consolidaba, generalmente, el apoyo de la coalición IU así como de muchas de las fuerzas de ámbito no estatal. 17 Se conocía el partido que ganaría las elecciones (sabiéndose que lo más probable era que lo hiciera por mayoría absoluta de escaños), el primer partido de la oposición no suponía una amenaza a la preeminencia del partido gobernante, y el voto de los partidarios de las terceras fuerzas tenía menos influencia general. La consecuencia fue, a efectos de este análisis, que el voto de los partidarios de terceras fuerzas condicionaba menos el resultado general, por lo que podían anticipar que su voto no haría ganar o perder a un partido, pudiendo sentirse más tranquilos al conferir su voto a la tercera o cuarta fuerza política y ejercer su voto de manera menos instrumental. El voto a IU en la elección de 1989 sí tenía importancia por poder implicar la pérdida de la mayoría absoluta para el PSOE, pero la cercanía a la coyuntura que culminó con la huelga general de 14 de diciembre de 1988 disminuyó, probablemente, la utilización estratégica del voto, incrementando el carácter no-instrumental del mismo. Además, se tenía la certeza de que el PSOE no perdería la elección a favor del PP.
18
número considerable de partidarios de los terceros y sucesivos partidos
decidieran dar su voto a su segunda opción (second best), que sí contaba con
posibilidades reales de ganar escaños, desertando de su primera opción. La
distribución de los valores del índice SF en las elecciones del primer período de
los señalados (elecciones de 1982, 1986 y 1989) es de carácter unimodal, con
tendencia a la acumulación en torno al valor 1: el cociente del segundo partido
perdedor al repartirse el último escaño en cada distrito quedó
considerablemente cerca del cociente correspondiente al primer perdedor. Por
el contrario, la distribución del índice SF en las elecciones del segundo período
señalado (1993, 1996 y 2000) es de carácter bimodal, con más valores
cercanos al 0: hubo más ocasiones en las que se dio un equilibrio
duvergeriano18.
La última hipótesis que queremos cotejar es la relativa a la relación
entre el carácter par o impar de la magnitud del distrito y la utilización
estratégica del voto. Dada la fórmula electoral utilizada (formula D’Hondt), que
se reparta un número par o impar de escaños puede tener consecuencias
significativas para la proporcionalidad y, por ende, para la mayor o menor
utilización estratégica del voto. La hipótesis que cabe formular en este sentido
es que en distritos con número impar de escaños a repartir habrá una mayor
utilización estratégica del voto que en aquellos en los que el número de
escaños a repartir sea par. Lo lógico sería agrupar los distritos según el
carácter par/impar de su magnitud, pero dadas las considerables diferencias
que se han observado entre los valores del índice SF de los distritos pequeños
y los de los grandes, convendrá hacer la doble distinción para apreciar mejor la
eventual incidencia de la variable “carácter par/impar del número de escaños a
distribuir”.
GRÁFICO 3 AQUÍ
18 No obstante, en estos comicios se registró un buen número de casos en los que los votantes decidieron conceder su voto a terceras fuerzas, tanto de ámbito estatal como de carácter regional. Sin duda, la pluralidad de arenas electorales, en las que más de dos partidos compiten efectivamente por la representación, así como la presencia de votantes no instrumentales entre el electorado de IU influyeron en esos valores del índice SF.
19
El gráfico 3 permite apreciar que apenas hay diferencias entre los
valores del índice en los distritos con magnitud par o impar, siguiendo sus
respectivas distribuciones de índice SF tendencias paralelas. Sí se observan
disparidades significativas, como se mencionó con anterioridad, entre los
distritos pequeños y grandes. Pero si se atiende en cada uno de esos tipos de
distrito a las diferencias debidas a su carácter par/impar, se comprueba que la
variación entre las respectivas distribuciones del índice SF son escasas, si bien
homogéneas: a la luz del gráfico 3, en los distritos con número impar de
escaños, es más probable que se registre voto estratégico en mayor medida
que aquellos en los que se distribuye un número de escaños par. La
distribución del último escaño suele ser la que introduce los mayores sesgos
desproporcionales, por lo que los partidarios de terceras fuerzas pueden tender
en mayor medida a preferir otorgar su voto a su segunda opción y que esta
segunda opción gane el escaño impar en el distrito (colaborando a que no se
haga con él la formación ubicada en el otro lado del espectro ideológico). El
carácter par/impar de la magnitud del distrito es poco relevante a efectos de la
utilización estratégica del voto, aunque se observa sistemáticamente que ha
habido algo más de voto estratégico en los distritos con número impar de
escaños a repartir.
En todo caso, lo más significativo del análisis realizado es que el voto
estratégico se daría en los distritos pequeños (apenas en las circunscripciones
medianas y grandes) y cuando el resultado de la elección no fuera previsible (o
no tan previsible –bien en cuanto a quién ganará la elección o en cuanto a si el
vencedor logrará la mayoría absoluta-). Las distribuciones del índice SF en los
distritos pequeños en España no se ajustan exactamente al modelo de
equilibrio duvergeriano diseñado por Cox: no son unimodales ni sus valores se
acumulan mayoritariamente en el 0. La distribución suele ser, más bien,
bimodal y con acumulación de valores en el 0,5. Esto puede ser causado por la
presencia de relevantes fuerzas de ámbito no estatal en muchos distritos, que
compiten con éxito con los dos primeros partidos de ámbito estatal, así como
por el hecho de que muchos de los votantes de Izquierda Unida no son de
carácter instrumental: no buscan tanto rentabilizar su voto en términos
estratégico-utilitaristas, como afirmar su opción por mucho que ésta sea
20
“marginal”; el carácter posmaterial de buena parte de los votantes de la
coalición apuntaría en el mismo sentido.
En todo caso, cabe buscar la explicación a ese alejamiento del equilibrio
duvergeriano en un factor más sencillo, como es que en los distritos pequeños
haya menos votantes del tercer (pequeño) partido que estamos considerando
en este análisis que en los distritos grandes. No existe una relación entre
tamaño o magnitud de los distritos y su proximidad geográfica o ubicación
territorial en una u otra Comunidad Autónoma. No cabe aducir que en la
agregación de distritos por tamaños quepa percibir una tendencia política
homogénea. No obstante, cabe utilizar encuestas postelectorales19, que
permiten comparar los porcentajes de votantes que, en los distritos pequeños y
grandes, habiendo dicho sentirse cercanos de un partido minoritario o
ubicándose en posiciones ideológicas similares a las que ocupa esta
formación, han acabado confiriéndole su voto. Gunther (1989) afirmaba, a partir
de datos de las elecciones de 1979 y 1982, que los partidarios de las pequeñas
formaciones les votaban menos en los distritos pequeños que en los grandes,
entendiendo que este fenómeno se debía a la intuición de los electores de los
distritos pequeños respecto de las escasas posibilidades reales de esos
partidos de lograr representación. Debido a dificultades para obtener datos
fiables relativos a las distintas formaciones pequeñas que presentan candidatos
en cada distrito, deberemos conformarnos con analizar el caso de IU, ya que es
el único partido pequeño relevante que presenta candidaturas en todos los
distritos del Estado20.
No obstante, es necesario pensar en la posibilidad de que en la elección
de 1979 no se diera uno de los presupuestos básicos para medir el voto
estratégico: el de que los electores cuenten con la suficiente experiencia
electoral como para estar en condiciones de intuir, basándose en el
conocimiento de las consecuencias de la aplicación del sistema electoral en los
19 Utilizaré datos de los Estudios Postelectorales del Centro de Investigaciones Sociológicas número 1.327, 1.542, 1.543, 1.842, 2.061, 2.210 y 2.384. Debe tenerse en cuenta el posible sesgo introducido por la utilización de estudios de carácter postelectoral: puede haber simpatizantes de IU que han decidido votar por el PSOE y racionalizan ex post, a los pocos días de haber votado estratégicamente, sus respuestas en cuanto a simpatía partidista y ubicación ideológica para hacerlas coherentes con su opción electoral. 20 Podemos agregar las respuestas de los distintos distritos pequeños y grandes respecto de la proximidad a esta formación, la ubicación del entrevistado en posiciones cercanas a las que ocupa esta formación y el
21
distritos pequeños, la infrarrepresentación que sufrirán las formaciones
pequeñas. En todo caso, parece poco razonable -como aducía Cox (1997:
116)- pensar que los electores, aún los más avezados, estén en condiciones de
anticipar los complejos cálculos que la aplicación de la fórmula D´Hondt
implica, para poder predecir qué formaciones ocuparán las posiciones de
primer y segundo perdedor al atribuirse el último escaño del distrito. Sería más
sensato pensar que Gunther se refería -al hablar de los electores españoles- a
una vaga intuición, basada en la experiencia y en los sondeos preelectorales,
relativa a las consecuencias derivadas del efecto reductor del sistema electoral
en los distritos de reducida magnitud para las pequeñas formaciones. Partiendo
de la validez de esta interpretación, la utilización de los datos correspondientes
a la elección de 1979 parece poco recomendable, dada la poca experiencia con
la que contaban entonces los votantes españoles, limitada a un sólo proceso
electoral que además tenía carácter fundacional, como la gran cantidad de
candidaturas que se presentaron puso de manifiesto.
De los datos que se han recogido en el cuadro 4 se desprenden
conclusiones distintas de las propuestas por Gunther. Efectivamente, el
porcentaje de voto a IU es menor en los distritos pequeños que en los grandes,
pero ello parece ser el fiel reflejo de una proximidad al partido también menor
en este tipo de distrito. Sólo en las elecciones de 1979 y 1982, las estudiadas
por Gunther, parece haber una excesiva desproporción entre la diferencia en
voto del partido en distritos pequeños y grandes, y el grado de proximidad
hacia ella en cada tipo de distrito, siendo la diferencia (entre la de distritos
grandes y pequeños) en voto mucho mayor, en términos relativos, que la
diferencia en proximidad21. Pero para el resto de convocatorias parece haber
una relación clara entre la diferencia en el grado de proximidad y la diferencia
voto que finalmente se le confiere, así como comparar los resultados para los diversos casos agregados en el conjunto del territorio del Estado. 21 No obstante, tratándose de unos porcentajes tan reducidos –que implican tan pocos casos en el sondeo-, es arriesgado formular conclusiones de general aplicación. A esas limitaciones se suma que el cuestionario del postelectoral de 1982 no recoge la pregunta relativa a cercanía a los partidos (como ocurre con el de 1996). Por ello se acude también, de forma complementaria, a la ubicación ideológica, siendo conscientes de que buena parte de quienes se ubican en la posición 3 pueden ser votantes del PSOE. También habrá de tenerse en cuenta la diferencia entre el voto manifestado y el voto real de IU en cada elección que fue de 4.0, 4.7, 9.1, 9.6, 10.5, y 5.5%, respectivamente para cada uno de los procesos electorales desde 1982 y para el conjunto del territorio. Todos estos problemas recomiendan tomar las conclusiones a las que este acercamiento apunta con cierta cautela.
22
en voto entre distritos pequeños y grandes, relación que impediría hablar con
suficiente certeza de uso estratégico del voto, al menos de forma significativa.
Cuadro 4. Proximidad y voto a PCE/IU en elecciones generales 1982-2000 (*)
Ubicación distritos
pequeños
Ubicación distritos grandes
Cercanía distritos
pequeños
Cercanía distritos grandes
Voto en distritos
pequeños
Voto en distritos grandes
1982 11,0 11,3 - - 1,5 3,0
1986 21,5 26,9 7,3 8,8 1,7 4,0
1989 18,2 27,8 11,2 19,0 7,6 11,0
1993 20,5 24,6 18,4 21,7 8,2 9,4
1996 19,1 25,5 - - 7,7 10,9
2000 16,2 18,7 7,5 9,1 4,3 5,5 Fuente: Estudios postelectorales del CIS número 1.327, 1.543, 1.842, 2.061, 2.210 y 2.384. (*) Se consideran distritos grandes aquellos en los que se reparten más de 5 escaños. ”Ubicación” se refiere al porcentaje de entrevistados que se sitúan en la escala ideológica en posiciones similares a las que ocupa el PCE/IU (1, 2 y 3). “Cercanía” alude al porcentaje de entrevistados que dicen simpatizar o sentirse cercanos a esta formación. “Voto” se refiere al porcentaje de ciudadanos que dicen haber optado por la formación en la elección inmediatamente anterior.
Las conclusiones han de ser, por tanto, cautas. El sistema electoral del
Congreso de los Diputados está configurado de tal manera que puede generar
–y genera- considerables sesgos desproporcionales en beneficio de los
partidos mayoritarios, y en perjuicio de los terceros y sucesivos pequeños
partidos. Ello da lugar a que en los distritos pequeños (30 de 5 o ménos de
cinco escaños) pueda aparecer el fenómeno del voto estratégico en virtud del
cual los electores cercanos a esos tercer y sucesivos partidos preferirían
otorgar su voto a una opción de la que no se sienten tan próximos, pero que
saben logrará representación. De esa forma, evitarían desperdiciar su voto.
Hemos comprobado que ese fenómeno podría darse, en todo caso, en los
distritos pequeños en los que las terceras fuerzas son tan claramente
penalizadas y cuando los resultados de la elección son menos previsibles para
los electores. No obstante, la manifestación de esa utilización del voto
estratégico está lejos de ser clara. La diferencia que se aprecia entre distritos
grandes y pequeños en cuanto al número efectivo de partidos, a la distribución
del índice S/F, y a la relación entre simpatía-proximidad a un pequeño partido y
23
voto al mismo, no permiten afirmar que en las elecciones del Congreso de los
Diputados se registre voto estratégico en cantidades claramente apreciables.
La existencia de factores distorsionantes, como la presencia de pequeños
partidos de ámbito no estatal que compiten con éxito con los dos primeros
partidos en el ámbito estatal, impide un análisis más claro del fenómeno. No
cabe sino apuntar las tendencias que hemos señalado en cuanto a la utilización
del voto estratégico. Se dan las condiciones institucionales para que se dé,
aunque la utilización de esta práctica dista de ser clara e inequívoca.
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26
GRAFICO 2. INDICE SF SEGUN TAMAÑO DE DISTRITO (EN PORCENTAJES RESPECTIVOS)
0
10
20
30
40
50
60
70
80
90
100
0,2 0,4 0,6 0,8 1
MD </= 5
MD > 5
27
GRAFICO 2. INDICE SF EN DISTRITOS PEQUEÑOS (SEGUN PREVISIBILIDAD RESULTADOS, EN PORCENTAJES RESPECTIVOS)
0
10
20
30
40
50
60
70
80
90
100
0,2 0,4 0,6 0,8 1
% SF 82/89
% SF 93/00