Sistema electoral y voto estratégico

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1 EL SISTEMA ELECTORAL Y VOT0 ESTRATÉGICO Pablo Oñate (Universidad de Valencia) Publicado en I. Crespo (ed.), Las campañas electorales y sus efectos en la decisión del voto. Volumen II. La campaña electoral de 2000: partidos, medios de comunicación y electores, Valencia, Tirant lo Blanch, 2004 (198-222). 1. Introducción: Los sistemas electorales y sus consecuencias políticas Hace casi cinco décadas que Maurice Duverger dejó sentadas, en Los partidos políticos (1972; e.o. de 1951), las bases sobre las que se edificó el estudio de los sistemas electorales y sus eventuales consecuencias o efectos para los sistemas políticos. Dos décadas después, Douglas W. Rae (1971) dedicó su conocida obra al estudio de esas consecuencias políticas. Desde entonces han sido mucho los tratados y monografías que han señalado al sistema electoral como uno de los elementos o aspectos más importantes de un sistema político, ya que se trata de una de las variables institucionales que en mayor medida puede condicionar los resultados de los procesos electorales, por mucho que siga siendo una exageración hablar de una ingeniería electoral (Sartori: 1994: 27 ss.), con el poder para determinar esos resultados desde el diseño del sistema electoral. El sistema electoral fue definido por Rae (1971: 14) como el “conjunto de normas, técnicas y procedimientos que rigen el proceso por el que la voluntad política de los ciudadanos se manifiesta en votos, y éstos son transformados en distribución de autoridad gubernamental (normalmente escaños parlamentarios) entre las fuerzas políticas contendientes”. Se trata, en breves palabras, del instrumento institucional que sirve para transformar los votos en escaños. Y, en tanto la mayoría de las instituciones en un sistema democrático son el resultado directo o indirecto de la distribución de fuerzas resultante de un proceso electoral, se hace innecesario insistir en la importancia que puede

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EL SISTEMA ELECTORAL Y VOT0 ESTRATÉGICO

Pablo Oñate (Universidad de Valencia)

Publicado en I. Crespo (ed.), Las campañas electorales y sus efectos en la

decisión del voto. Volumen II. La campaña electoral de 2000: partidos, medios

de comunicación y electores, Valencia, Tirant lo Blanch, 2004 (198-222).

1. Introducción: Los sistemas electorales y sus consecuencias políticas

Hace casi cinco décadas que Maurice Duverger dejó sentadas, en Los partidos

políticos (1972; e.o. de 1951), las bases sobre las que se edificó el estudio de

los sistemas electorales y sus eventuales consecuencias o efectos para los

sistemas políticos. Dos décadas después, Douglas W. Rae (1971) dedicó su

conocida obra al estudio de esas consecuencias políticas. Desde entonces han

sido mucho los tratados y monografías que han señalado al sistema electoral

como uno de los elementos o aspectos más importantes de un sistema político,

ya que se trata de una de las variables institucionales que en mayor medida

puede condicionar los resultados de los procesos electorales, por mucho que

siga siendo una exageración hablar de una ingeniería electoral (Sartori: 1994:

27 ss.), con el poder para determinar esos resultados desde el diseño del

sistema electoral.

El sistema electoral fue definido por Rae (1971: 14) como el “conjunto de

normas, técnicas y procedimientos que rigen el proceso por el que la voluntad

política de los ciudadanos se manifiesta en votos, y éstos son transformados en

distribución de autoridad gubernamental (normalmente escaños

parlamentarios) entre las fuerzas políticas contendientes”. Se trata, en breves

palabras, del instrumento institucional que sirve para transformar los votos en

escaños. Y, en tanto la mayoría de las instituciones en un sistema democrático

son el resultado directo o indirecto de la distribución de fuerzas resultante de un

proceso electoral, se hace innecesario insistir en la importancia que puede

2

cobrar el sistema electoral, especialmente si consideramos que no se trata,

normalmente, de un mecanismo aséptico, sino que provoca efectos que

pueden condicionar esos mismo resultados.

La cuestión de si los sistemas electorales producen efectos (si éstos

existen, qué aspectos del sistema político condicionan y en qué medida, y si

tales consecuencias pueden conocerse, medirse y anticiparse) ha sido

largamente debatida desde la inicial formulación de Duverger. Hoy, no

obstante, son pocos los que niegan que los sistemas electorales generan

consecuencias y que éstas pueden conocerse: si bien el efecto multiplictivo que

Duverger predicaba de los sistemas electorales proporcionales (puros) ha sido

contundentemente cuestionado, es ya un lugar común que los sistemas

proporcionales impuros o los mayoritarios generan efectos que pueden ser

adecuadamente medidos y determinados (Sartori: 1994: 29 y 47).

Duverger (1972: 252) distinguió entre efectos mecánicos y efectos

psicológicos de los sistemas electorales. Más recientemente, Sartori (1994: 32

y 33) ha hablado, en el mismo sentido, de efectos reductores (reductive) y

efectos constrictivos (constraining), según se den sobre el sistema de partidos

o sobre los votantes. Los efectos mecánicos o reductores se manifiestan, como

es sabido, en la sobrerrepresentación e infrarrepresentación de los partidos

políticos al transformar los votos en escaños, en virtud de que sean los (dos)

más votados en la circunscripción o los que ocupan ulteriores posiciones en

cuanto al apoyo de los electore. Esto es, los primeros partidos obtienen mayor

porcentaje de escaños que el que les correspondería en atención a su

porcentaje de voto (propiciándose, así, la formación de mayorías artificiales o

manufacturadas [Lijphart, 1994: 75]), y al revés para los partidos que ocupan la

tercera y sucesivas posiciones.

Los efectos psicológicos o restrictivos se proyectan, principalmente,

sobre los votantes que, anticipando los efectos mecánicos del sistema

electoral, adaptan su comportamiento electoral a los efectos mecánicos que

prevén se derivarán del sistema electoral para su opción: los que se sienten

cercanos a una formación que no tiene posibilidades reales de lograr

representación en el distrito en cuestión pueden optar por votar a otro partido

del que no se sientan tan cercanos, pero que sí tenga opciones efectivas de

hacerse con un escaño. Los electores intentan así evitar que su voto sea

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desperdiciado, acudiendo a lo que se denomina voto útil, estratégico o

sofisticado, que refuerza los efectos mecánicos que se derivan del sistema.

Todo sistema electoral, incluso los más proporcionales, suponen en

alguna medida, una merma de la estricta proporcionalidad entre el porcentaje

de voto que recibe cada partido y el porcentaje de escaños que, en virtud del

mismo y a través del sistema electoral, se le atribuye. El grado de ese sesgo

desproporcional derivado de la operación de transformar votos en escaños es

lo que nos permite calificar a los sistemas electorales como proporcionales o

mayoritarios (Nohlen, 1981: 102 y 145), aunque todos ellos pueden ser

clasificados en un continuum, en cuyos polos estarían, respectivamente, los

sistemas débiles y los sistemas fuertes, en atención a las consecuencias que

produzcan sobre el sistema de partidos y los electores (Sartori, 1994: 37). Debe

tenerse presente, no obstante que -como advirtiera Lijphart (1994: 75)- aunque

la proporcionalidad suele ser un objetivo de casi todos los sistemas electorales,

puede no ser el único. La estabilidad y la gobernabilidad pueden ser objetivos

tan importantes o más que la proporcionalidad. Esa opción entre la lógica de la

representación, por un lado, y la lógica de la gobernabilidad del sistema y la

estabilidad gubernamental, por otro, será la que se plasme en la opción política

que implica el principio de representación que cada sistema adopta. Se trata de

una decisión que hará que el sistema electoral resultante esté más próximo de

los proporcionales (débiles) o de los mayoritarios (fuertes, en la terminología de

Sartori). No obstante, debe recordarse que la variable institucional constituida

por el sistema electoral no condiciona el resultado de los comicios por encima

de lo que lo hace la distribución del voto entre los diversos partidos. Será a ésta

a la que habrá que atender para explicar esos resultados, una vez, eso sí, que

hayan sido tamizados por el filtro que el sistema electoral supone.

En las siguientes páginas se va a describir brevemente cómo se

configuran los elementos del sistema electoral que rige la elección del

Congreso de los Diputados para, a continuación, analizar las consecuencias

que se derivan de esa configuración y, en especial, cuáles fueron los efectos

concretos en el proceso electoral celebrado el 12 de marzo de 2000.

2. Los elementos del sistema electoral del Congreso de los Diputados

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Los elementos más relevantes de un sistema electoral son el tamaño de la

asamblea, el número de escaños que se reparten en la circunscripción o distrito

electoral (esto es, su magnitud o tamaño), la fórmula electoral empleada para

transformar la distribución de votos en reparto escaños, la estructura del voto

(forma de la candidatura y tipo de voto) y la cláusula de exclusión o barrera

legal.

El Congreso de los Diputados tiene 350 escaños, lo que convierte a

nuestra Cámara Baja en una asamblea pequeña, si se compara con las de

otros sistemas europeos y, por tanto, algo más desproporcional ab initio. Esos

350 escaños se reparten entre las circunscripciones o distritos, que coinciden

con las provincias, en función de un doble criterio: por un lado, se atiende a la

igualdad territorial, al atribuirse a cada distrito un mínimo de (dos) escaños; por

otro, se presta atención a la proporcionalidad, al repartirse el resto de escaños

en proporción a la respectiva población1. Esta forma de repartir los escaños

genera considerables diferencias entre los diversos distritos en cuanto a su

ratio electores/escaño. Así, en un distrito de magnitud o tamaño reducido hay

aproximadamente 30.000 electores por escaño, mientras que en uno grande

como Madrid o Barcelona esa cifra asciende a 125.000. Esas diferencias, que

favorecen a los distritos poco poblados y, por lo general, de fisionomía

primordialmente rural, fueron conscientemente buscadas por quienes

concibieron el sistema electoral español2.

El distrito o circunscripción –su magnitud o tamaño, esto es, el número

de escaños que se reparten en su seno- es el elemento del sistema electoral

que más incidencia tiene sobre la proporcionalidad resultante del sistema; más

que la derivada del resto de elementos juntos (Rae, 1971: 114 ss.; Taagepera y

Shugart, 1989: 112; y Lijphart, 1994: 25 y 26). La posibilidad de que las 1 Artículo 68.2 de la Constitución Española (CE) y 162.2 de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio (BOE de 20 de junio), de Régimen Electoral General (LOREG), de 1985. El artículo 68 de la CE contempla, no obstante, una Cámara de hasta 400 escaños, sin precisar el número mínimo de escaños iniciales que corresponden a cada distrito. Es la LOREG la que se encarga de precisar estas cifras. 2 Oscar Alzaga manifestó abiertamente que ese fue el encargo explícito que recibió el grupo de expertos a quienes se encomendó la redacción del sistema electoral poco antes de las primeras elecciones de 1977: configurar un sistema electoral con el que el partido del Gobierno (UCD) pudiera hacerse con la mayoría absoluta de escaños con un porcentaje de votos menor que el que necesitaría su más inmediato contendiente, el PSOE, para conseguir la misma mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Y cumplieron bien el encargo (cfr. Alzaga, 1989: 125 y 126). No obstante, ese mismo diseño se confirmaría cinco años más tarde, al redactarse la LOREG, ya bajo un Gobierno y una mayoría parlamentaria socialista, tendencia política que había sido generosamente beneficiada por el sistema electoral concebido para castigarle cinco años atras. Una vez más, se cumplía la ley de la inercia de los sistemas electorales.

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pequeñas formaciones consigan representación dependerá de que el número

de escaños que se reparten sea suficientemente alto. El tamaño medio de las

circunscripciones españolas es de 6,7 escaños, pero hay 30 de ellas en las que

se reparten 5 o menos de 5 escaños: entre todas esas circunscripciones suman

el 25% de los 350 escaños del Congreso de los Diputados y congregan el 33%

de los electores españoles. En 27 de las 30 circunscripciones pequeñas sólo

dos partidos logran escaños, quedando el resto sin representación (en los tres

distritos restantes [Álava, Girona y Lleida], un tercer partido consigue hacerse

con un escaño, siendo alguno de ellos un partido de ámbito no estatal). Una

elección en la que sólo dos partidos logran representación denota claramente

un perfil de una elección mayoritaria como, sin duda, ocurre en esos 27

distritos.

La fórmula electoral es el mecanismo matemático mediante el cuál los

escaños son atribuidos a las distintas formaciones en cada distrito en atención

a los votos escrutados en el mismo. Existen diversos tipos de fórmulas,

habiéndose elegido para el Congreso de los Diputados una de tipo proporcional

de divisor, la fórmula D´Hondt3. Se trata de una fórmula que genera efectos

proporcionales cuando es aplicada en distritos de magnitud media o grande,

pero que da lugar a considerables sesgos desproporcionales cuando es

utilizada en distritos pequeños, en los que se distribuyen menos de 6 ó 7

escaños. Así ocurre en esos 30 distritos en los que se reparten menos de 6

escaños. Como bien apuntaba Sartori (1994: 43), los sistemas electorales

fuertes no sólo incluyen a los mayoritarios, sino también a los que utilizan una

fórmula electoral proporcional impura.

La estructura del voto alude a dos subelementos complementarios: el

tipo de voto y la forma de la candidatura. El tipo de voto se refiere al número de

posibilidades que se atribuyen al elector en el acto de la votación: si se le

permite realizar una sola opción (por tratarse de distritos uninominales o

plurinominales mediante candidatura de lista completa, cerrada y bloqueada) o

si puede manifestar varias preferencias, convirtiéndose en selector. La forma

de la candidatura puede ser unipersonal o de lista. Y en este último caso, cabe

3 También se utiliza esta fórmula para las elecciones autonómicas, municipales y europeas. Sólo para la elección del Senado se usa una fórmula de mayoría relativa, que atribuye los escaños a los candidatos que más votos obtengan.

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que la lista sea completa, cerrada y bloqueada (si el elector no puede tachar ni

introducir nombres de candidatos en el elenco que le presenta cada partido ni

alterar su orden); completa, cerrada pero no bloqueada (si se le permite variar

el orden de los candidatos –o manifestar alguna preferencia entre ellos,

utilizando el voto preferente-); y de panachage o abierta (cuando el votante

tiene libertad para componer su propia lista, a partir de los nombres de

candidatos que le presentan los partidos).

Para la elección del Congreso de los Diputados (así como para la de las

elecciones autonómicas, municipales y europeas) se utiliza un voto único y

listas completas, cerradas y bloqueadas4. Al comienzo de la transición se optó

por esta forma de candidatura para fortalecer a las organizaciones partidistas,

permitiéndoles canalizar la opción del votante, y para simplificar el

procedimiento de la votación a unos electores poco habituados con ese acto. El

paso del tiempo ha debilitado la fuerza de las razones para mantener esa forma

de candidatura. No obstante, aunque se trata del elemento al que se le

atribuyen –indebidamente- muchos de los males del funcionamiento de nuestro

sistema democrático, no parece que los ciudadanos españoles harían un

intenso uso de otras opciones, como los resultados de la elección del Senado,

con listas abiertas, pone de manifiesto5.

Por último, la barrera legal o cláusula de exclusión suele ser un

porcentaje de voto mínimo que se exige a una candidatura para ser tenida en

consideración a la hora de realizar los cálculos para la distribución de los

escaños. Se trata de un mecanismo ideado para facilitar la dinámica del trabajo

parlamentario, evitando que haya en la Cámara respectiva fuerzas “demasiado

pequeñas”. La LOREG establece que para la elección del Congreso de los

Diputados no se tendrán en cuenta aquellas candidaturas que no hubieran

obtenido, al menos, el 3% de los votos válidamente emitidos en la

4 Ni la Constitución ni la LOREG aluden a la forma de las candidaturas para este tipo de elección. La opción por listas completas, cerradas y bloqueadas hay que deducirla de los artículos 96.2, 163.1.e, 169.2, y 172.2 de la LOREG. 5 Para la elección de la Cámara Alta la LOREG establece en su artículo 172.3 un sistema de lista de panachage, mal llamada abierta, y un voto múltiple limitado: el votante señala hasta tres candidatos (de los cuatro que se eligen en cada distrito), al objeto de favorecer las posibilidades de los candidatos minoritarios del mismo o de distinto partido. No obstante, la mayoría de los votantes optan por las opciones que le presenta un mismo partido, eligiendo a los tres candidatos de la misma formación. Las diferencias entre los resultados que logran las diversas formaciones en la elección del Congreso de los Diputados y del Senado son escasas.

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circunscripción6. No obstante, en un sistema que combina muchas

circunscripciones de pequeña magnitud con una fórmula electoral D´Hondt,

una barrera legal con un porcentaje tan bajo y que toma como referencia el

voto válidamente emitido en el correspondiente distrito (no en el conjunto del

territorio del Estado) apenas tiene aplicación. La barrera efectiva, esto es, el

promedio de porcentaje de voto que una formación debe lograr para conseguir

efectivamente un escaño, y que es establecida de facto por la combinación

mencionada de elementos, es mucho más alta: según los cálculos de Lijphart

(1994: 75 ss.) en España alcanza el 10,2% del voto.

3. Los elementos del sistema electoral para la elección del Senado

Para la elección del Senado se configuró un sistema con el que se pretendió

generar efectos mayoritarios, para que, en la medida de lo posible, en la

constitución de la Cámara Alta primara el criterio de la relevancia de las

personalidades que la integran sobre la de los partidos. Al tiempo, se intentó

configurarla como una Cámara de representación territorial, motivo por el que

primará el criterio de la igualdad territorial en la representación, frente al de la

proporción a la respectiva población, a la hora de establecer la magnitud de los

distritos. Así, las distintas circunscripciones -las provincias- tendrán igual peso

en cuanto a su magnitud, esto es, al número de escaños que se reparten en su

seno.

Aunque el artículo 69 de la Constitución, en el que establece las bases

para la elección del Senado, es enormemente parco en cuanto a su concreción

(se limita a establecer el número de senadores que se eligen en cada

circunscripción), las normas de la LOREG (artículos 165, 166 y 172) que lo

desarrollan han establecido, como es habitual en las instituciones homólogas,

un sistema electoral clara y pretendidamente mayoritario.

El número de senadores que se eligen en cada provincia es de cuatro,

configurándose las islas como circunscripciones (en las que se eligen tres o un

senador, según su respectivo tamaño); las poblaciones de Ceuta y Melilla

eligen cada una dos senadores. La fórmula electoral es la de mayoría simple,

por lo que serán proclamados electos los candidatos que obtengan mayor 6 Artículo 163.1.a de la LOREG.

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número de votos. El tipo de voto es limitado, para evitar que todos los escaños

en liza en una circunscripción sean ganados por la misma formación política

(mayoritaria). Así, en las provincias en las que se eligen cuatro senadores, los

ciudadanos sólo pueden votar por tres (por dos en las islas mayores). De esta

forma se garantiza que el segundo partido más votado logrará al menos uno de

los escaños en juego. Las candidaturas adoptan la forma de panachage, mal

llamadas abiertas, en las que los nombres de los candidatos aparecen

agrupados por su respectiva formación y, en cada una de ellas, por orden

alfabético del respectivo apellido: los electores pueden señalar uno, dos o tres

candidatos de igual o de distinto partido.

4. Efectos del sistema electoral del Congreso de los Diputados

La configuración de los elementos del sistema electoral utilizado para la

elección del Congreso de los Diputados da lugar a una desproporcionalidad

considerablemente elevada. Los sesgos desproporcionales han propiciado,

como consecuencia de unos relevantes efectos mecánicos (reforzados por los

psicológicos), la sistemática sobrerrepresentación de las dos fuerzas más

votadas, y la infrarrepresentación de las terceras y siguientes, salvo que éstas

sean fuerzas que concentran sus apoyos en unos pocos distritos7.

El cuadro 1 recoge las primas y penalizaciones experimentadas por

cada partido en los ocho procesos electorales sucedidos en España desde

1977, manifestadas en la forma de ratio % de escaños-% de voto (Taagepera y

Shugart, 1989: 68)8. En él se aprecian los sesgos desproporcionales derivados

del sistema electoral para las distintas formaciones en cada convocatoria

7 El sistema de partidos español presenta la peculiaridad, no obstante, de que junto con los partidos de ámbito estatal conviven otros de carácter regional que compiten con los primeros en las pocas circunscripciones en las que presentan candidaturas, desplazando de las primeras posiciones a los de ámbito estatal. Ello da lugar a una pluralidad simultánea de sistemas o subsistemas de partidos, de cuyas pautas y características nos hemos ocupado en otro lugar (Ocaña y Oñate, 1999; y Oñate y Ocaña, 2000). Conviven, de este modo, un reducido número de partidos estatales con un considerable número de formaciones de ámbito no estatal, sin que la primacía de los primeros quede en momento alguno cuestionada en el conjunto del territorio: las cifras de concentración suelen superar el 70% del voto y el 80% de los escaños del Congreso de los Diputados. 8 Como es lógico, las cifras que superan la unidad implican sobrerrepresentación para el respectivo partido, mientras que las que oscilan entre 1 y 0 señalan infrarrepresentación, esto es, que se les atribuyen menos escaños de los que proporcionalmente les corresponderían. La unidad implica proporcionalidad entre escaños y voto.

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electoral de las ocho celebradas hasta la fecha. Se observa que el partido que

gana las elecciones resulta considerablemente sobrerrepresentado, aunque en

distinto grado, al depender de los resultados de cada distrito en la respectiva

convocatoria. Así, ha habido partidos como el PNV, el PSOE, AP/PP (a partir

de 1982 y, notablemente, en la de 2000), UCD (en las dos primeras

elecciones) o CC (en las tres últimas) que han conseguido estar

sobrerrerpesentados en casi todas las ocasiones. Otros, como CiU, EE, HB y

ChA logran unas tasas de representación bastante proporcionales a los

porcentajes de voto que consiguen en las urnas. En cambio, otras formaciones

son sistemáticamente penalizadas por el sistema electoral (en grado nada

desdeñable, y de forma sistemática, PCE/IU y ERC).

Cuadro 1. Primas y penalizaciones a los partidos en elecciones generales

1977 1979 1982 1986 1989 1993 1996 2000 Media PSOE 1,07 1,13 1,19 1,18 1,25 1,17 1,07 1,03 1,14 AP/PP 0,55 0,43 1,15 1,14 1,18 1,16 1,16 1,15 0,99 UCD 1,30 1,37 0,48 1,05 CDS 0,21 0,59 0,50 0,00 0,33 PCE/IU 0,57 0,62 0,28 0,44 0,54 0,53 0,57 0,42 0,50 CiU 1,11 0,88 0,92 1,00 1,00 0,98 1,00 1,00 0,99 PNV 1,35 1,33 1,21 1,06 1,08 1,17 1,08 1,25 1,19 HB 1,00 0,60 1,27 1,00 0,67 0,86 0,90 ERC 0,50 0,43 0,43 0,38 0,43 0,33 0,42 EE 1,00 0,60 0,60 1,20 1,20 0,92 CC 1,22 1,22 1,00 1,15 BNG 0,67 0,69 0,68 EA 0,86 0,50 0,60 0,75 0,68 UV 1,00 0,86 0,60 0,75 0,00 0,64 ChA 1,00 1,00 Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Junta Electoral Central y del Ministerio del Interior.

La concreta distribución de fuerzas en la elección de 2000 ha dado lugar

a algunas peculiaridades en cuanto a la proporcionalidad: es, junto con la de

1977, la convocatoria en la que el PSOE apenas ha obtenido

sobrerrepresentación, cuando el segundo partido más votado en el ámbito

estatal ha estado primado en todas las demás convocatorias; y es la elección

en la que mayor efecto mecánico ha generado el sistema electoral para un

partido, el más votado en el ámbito estatal (el PP). Puede decirse que el

sistema electoral ha tenido en la convocatoria de marzo de 2000 una incidencia

10

en el sistema de partidos de un nivel desconocido hasta la fecha,

incrementando en mayor medida de lo que venía siendo habitual la victoria del

partido más votado, así como, en sentido contrario, la derrota del segundo

partido, el PSOE. Los efectos mecánicos del sistema electoral se han

manifestado con más fuerza que en los anteriores comicios. Puede afirmarse

que, a la vista de estas primas, el sistema electoral es una de las principales

variables para explicar la medida del triunfo del Partido Popular, que opera

sobre unos resultados, una distribución del voto, que suponen el factor

principal.

Como es lógico, no en todos los distritos se registra la misma

desproporcionalidad: es mayor en los distritos pequeños, lo que puede

apreciarse fácilmente si se calcula la desproporcionalidad registrada en cada

uno de los tipos de distrito en los que estos pueden agruparse en atención a su

magnitud. Como se aprecia en el cuadro 2, para las elecciones de marzo de

2000, el sesgo desproporcional tiende a ser mayor cuanto menor es el número

de escaños a repartir, y genera considerables efectos mecánicos o reductores

sobre el respectivo sistema o subsistema de partidos.

Cuadro 2. Desproporcionalidad* según el tamaño del distrito.

Número de escaños 1 3-5 6-8 9-16 Más de 30

Desproporcionalidad 42,9 14,6 11,3 8,1 3,8

(*) Se trata del índice de cuadrados mínimos de Lijphart (1994: 60 ss.), calculado para las elecciones de marzo de 2000. 1 escaño: dos casos en las elecciones de 2000; 3-5 escaños: 28 casos; 6-8 escaños: 11 casos; 9-16 escaños: 9 casos; más de 30: 2 casos.

Los efectos mecánicos o reductores del sistema electoral español son

tan intensos que no dejan lugar a dudas acerca de su ubicación entre los

sistemas fuertes. Si se analiza la desproporcionalidad que se registra en

España en las elecciones del Congreso de los Diputados y se compara con la

alcanzada en otros sistemas de nuestro entorno político se deduce que el

sistema español no puede ser calificado de sistema proporcional, sino, más

bien, como mayoritario atenuado, como apuntaron hace años Vallés y Montero

(1992: 7).

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Estos son los efectos del sistema electoral respecto de los que el PSOE

e IU pretendían sacar provecho electoral, con el pacto preelectoral en la

convocatoria de 20009. La intención inicial de los líderes del PSOE era que IU

desistiera de presentar candidaturas propias al Congreso de los Diputados en

las 34 circunscripciones o distritos en los que esta formación nunca había

obtenido representación, y para el Senado en aquellos distritos en los que el

PSOE fuera minoritario. De esa forma, los votos de IU, pensaban esos líderes,

irían a las listas del PSOE, incrementando en mayor medida (por los efectos

mecánicos) las opciones de este partido. Finalmente, el acuerdo de

desistimiento parcial sólo alcanzó a las candidaturas del Senado y en 25

distritos, con la intención de evitar que el PP se hiciera en cada una de ellas

con tres actas de senador. No obstante, los resultados no fueron los

esperados: en ninguna de las 25 circunscripciones se evitó que el PP se hiciera

con tres escaños de senador. Dados los resultados, aunque hubieran sumado

aritméticamente los votos de ambos partidos, tampoco se hubiera logrado el fin

alcanzado: el pacto sólo hubiera tenido efectos en los tres distritos de

Andalucía y los dos de Extremadura en los que el PSOE pensaba que tenía la

mayoría y que, por ello, prefirió dejar fuera del pacto. Los resultados hicieron

que la ingeniería electoral intentada por los líderes de ambas formaciones

fallara para la elección del Senado.

Los efectos psicológicos o constrictivos derivados del sistema electoral

en la elección del Congreso de los Diputados ha experimentado considerables

variaciones a lo largo de las ocho elecciones generales celebradas hasta la

fecha. Su intensidad ha dependido de las circunstancias de la elección, del

grado de incertidumbre o previsibilidad del resultado, así como de las

posibilidades de victoria clara –bien por mayoría simple o bien por mayoría

absoluta- de uno de los partidos que aspiraba a hacerse, en cada caso, con la

mayoría en la Cámara Baja10.

Dos de las formas propuestas para medir la incidencia de los efectos

psicológicos permiten registrar su presencia en las elecciones al Congreso de

9 Respecto de los detalles y la deriva de ese pacto ver el tratamiento que hace de esas cuestiones en esta misma obra Juan José García Escribano. 10 Nos hemos ocupado de esta cuestión de forma específica en C. Moreno y P. Oñate, “Tamaño del distrito y voto estratégico en España (1982-2000)”, ponencia presentada en el V Congreso de la

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los Diputados en España, evidenciando que hay una influencia de la variable

institucional (sistema electoral y, más concretamente, tamaño o magnitud del

distrito o circunscripción) en la decisión del votante. En primer lugar, si se

compara el grado de fragmentación que se registra en los distritos electorales,

agregándolos en distritos grandes y pequeños se observa que es

sistemáticamente menor en los segundos que en los primeros (donde los

pequeños partidos tienen más posibilidades de lograr representación). En la

agregación no se tienen en cuenta factores de carácter geográfico o político

que puedan justificar ese menor nivel de los índices utilizados (número efectivo

de partidos). El carácter notablemente aséptico del criterio de agregación (el

respectivo tamaño o magnitud del distrito) evita los sesgos de naturaleza

política o geográfica. Cabe explicar las diferencias en los respectivos

promedios de los índices de ambos tipos de distritos por la utilización que

hacen los votantes de los pequeños del voto estratégico: los electores de esos

distritos votan por los partidos pequeños en menor medida que los de los

grandes, puesto que intuyen que difícilmente lograrán representación. Prefiere

no desperdiciar su voto y lo otorgan a una de las fuerzas que, saben o prevén,

ganará algún escaño. Esa misma tendencia se ha mantenido en la elección de

2000, como puede apreciarse en el cuadro 3, en el que se han separado los

datos de esta última elección.

Cuadro 3. Número efectivo de partidos en elecciones generales, según tamaño

del distrito

Tamaño del distrito (*) España

1 3-5 6-8 9-6 30-

1977/96 2,71 3,11 3,35 3,38 3,72 3,21

2000 2,78 2,44 2,92 2,72 3,13 3,03 Fuente: actualizado para 2000 de Oñate y Ocaña (1999: 82). (*) Tamaños de distrito: 1 escaño, dos casos en la elección de 2000; de 3 a 5 escaños, 28 casos en la elección de 2000; de 6 a 8 escaños, 11 casos en la elección de 2000; de 9 a 16 escaños, 9 casos en la elección de 2000; más de 30 escaños, dos casos en la elección de 2000.

Esos distintos valores tendrían una explicación evidente si se tratara de

la versión parlamentaria del índice, dados los severos sesgos

Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración, Santa Cruz de Tenerife, septiembre de

13

desproporcionales (efectos mecánicos) que se derivan del sistema electoral

español en los distritos pequeños, en los que sólo los grandes partidos logran

representación. La lógica es de otro tipo cuando se trata de la versión electoral

del índice: hemos de suponer que el comportamiento electoral de los votantes

es previo a la generación de dichos sesgos desproporcionales; las variaciones

entre los valores del índice del número efectivo de partidos deben ser, en

principio, explicadas por la utilización estratégica del voto que se hace en los

de menor tamaño. No obstante, es posible que la simpatía por los partidos

pequeños sea menor en los distritos pequeños que en los grandes, por lo que

habrá que tomar estas consideraciones con cautela.

La segunda forma de medir la presencia de voto estratégico (Cox, 1997:

85 ss. y 103 ss.), consiste en comparar el valor que alcanza en distintos

distritos el índice SF (second/first), que viene dado, para un sistema electoral

como el español, por la ratio resultante de dividir el cociente de votos de la

segunda lista perdedora por el de los de la primera lista perdedora al realizarse

el reparto del último escaño en cada distrito11. Cox distingue dos posibles

situaciones (ideales) que puede darse en cada uno de estos: la de equilibrio

duvergeriano, en la que sólo dos partidos tienen posibilidades efectivas de

lograr representación dada la distribución habitual del voto (el apoyo de las

otras opciones es mucho menor, por lo que la competición electoral se da

solamente entre los dos partidos más votados). En los distritos en los que se

registra esta pauta de competición encontraremos una distribución

generalmente unimodal del índice SF, con una tendencia al 0: en este tipo de

distritos los resultados electorales serán considerablemente predecibles

respecto de las terceras y sucesivas fuerzas políticas (en el sentido de que no

lograran representación), por lo que puede anticiparse que la presencia del

voto estratégico será significativa.

En cambio, en una situación de desequilibrio duvergeriano, los terceros y

sucesivos partidos compiten efectivamente con los dos primeros por obtener

representación, siendo menos previsible el resultado del reparto de escaños.

Los terceros y cuartos partidos cuentan con posibilidades reales de obtener

algún acta de diputado, por lo que el presupuesto para la utilización estratégica

2000. 11 Como es lógico, el rango del índice SF oscila entre 0 y 1.

14

del voto desaparece. Como también Gunther comprobaba, el uso estratégico

del voto apenas tiene razón de ser en los distritos medianos y grandes. La no

utilización estratégica del voto se manifestará en una distribución del índice SF

de carácter unimodal con frecuencias más abundantes en torno al valor 1.

Como es obvio, la situación de equilibrio duvergeriano es propia de

ámbitos en los que el sistema electoral genera considerables sesgos

desproporcionales (sistemas mayoritarios o proporcionales impuros en distritos

pequeños), mientras que la de desequilibrio duvergeriano se dará allá donde el

sistema propicie mayores niveles de proporcionalidad (sistemas proporcionales

puros o impuros en distritos grandes). Desde esta lógica, si en un sistema

proporcional impuro, como el español, se agregan los valores del índice SF

atendiendo al tamaño pequeño o grande de los distritos y para un conjunto de

elecciones sucesivas, cabrá interpretar que las diferencias entre las tendencias

de las distribuciones del índice de uno y otro grupo de distritos se deben a la

utilización estratégica del voto, evidenciándose su presencia en los distritos

pequeños por distribuciones distintas de las observadas como promedio de

todos los distritos o de los distritos grandes. En términos generales, cabe

pensar que, para el conjunto del territorio, la existencia de distritos de diversa

magnitud así como la pluralidad de pautas de competición electoral dentro de

los mismos (en algunos, terceros y cuartos partidos compiten con éxito con los

primeros y logran representación), darán lugar a una distribución de

frecuencias del índice SF de carácter bimodal. No obstante, el predominio de

un tamaño de distrito pequeño y la competición entre sólo dos partidos

(mayores probabilidades de utilización del voto estratégico) se manifestará en

una distribución de frecuencias del índice SF (con tendencia a una distribución

unimodal con acumulación de casos en torno al valor 0) distinta de la registrada

en los distritos grandes (que será más bien de carácter bimodal o unimodal con

clara acumulación de casos en torno al valor 1).

El fenómeno del voto estratégico tiende a desaparecer a medida que

aumenta la magnitud del distrito, fundamentalmente cuando se supera el

umbral a partir del cuál la formula electoral comienza a generar efectos

proporcionales (por encima de los seis escaños). Hemos comprobado12 que en

12 Moreno y Oñate, 2000. También ahí hemos considerado algunos de los problemas que encontraba Cox al aplica sus análisis al caso español, repasando sus cálculos y encontrando soluciones que hacen el

15

los distritos de 7 escaños se registra una distribución de casos casi

unánimemente ubicados en el 1 (situación de desequilibrio duvergeriano),

mientras que en los de 3 escaños hay más casos en los que el índice SF se

ubica en posiciones inferiores al 0,5 (equilibrio duvergeriano y más espacio

para el voto estratégico)13.

Si se agregan los 52 distritos de las elecciones generales en atención a

que su tamaño o magnitud sea bien superior, o bien inferior o igual a cinco

escaños, se observa que las respectivas distribuciones del índice SF en las

elecciones celebradas de 1982 a 2000 siguen pautas bien distintas (gráfico 1).

Como cabía esperar, la distribución de la agregación de los valores de los

índices correspondientes a distritos en los que se reparten más de cinco

escaños es de carácter unimodal, con la mayor acumulación de casos en torno

al valor 1. No hay ningún caso para ese tamaño de distrito que registre un valor

de índice SF por debajo del 0.5. En este tipo de distrito no existen las

condiciones para que los ciudadanos puedan predecir con cierta certeza a

quién corresponderá ese último escaño, excluyéndose, por tanto, los

presupuestos para la utilización estratégica del voto.

GRÁFICO 1 AQUÍ

Si se atiende, en cambio, a la distribución que sigue la agregación de los

valores del índice correspondientes a los distritos pequeños, se aprecia que es

de carácter bimodal: hay un número elevado de distritos en los que el índice SF

registra valores por debajo del 0.5, pudiendo ser el resultado de una utilización

significativa del voto estratégico. En esta hipótesis, una parte del electorado no

percibe que las terceras fuerzas tengan opciones para lograr (ese último)

análisis del caso español pertinente. Además, los pocos procesos electorales estudiados por Cox tuvieron unas características que bien pudieron haber sesgado su análisis. Esos sesgos se ponen de manifiesto al estudiar otros procesos posteriores en los que no se dan esas peculiaridades y al compararlos con los de la década de los años 80, estudiados por Cox. En las elecciones de los años 90 se dieron “mejores” condiciones para que el voto estratégico fuera más utilizado (menor previsibilidad del resultado o más competitividad entre los dos primeros partidos). 13 No obstante, hay casos en los que incluso en los distritos pequeños la distribución de valores del índice SF se acerca al valor 1. Esos casos pueden explicase por la no utilización del voto estratégico (dándose un voto no instrumental: el de ciudadanos que votan al pequeño partido pese a saber que no logrará representación) y por la presencia de partidos de ámbito no estatal que compiten con los dos principales de ámbito estatal en determinados distritos, elevando el número de partidos que efectivamente compiten por la representación en ellos a 3 o, incluso, a 4.

16

escaño, por lo que algunos de sus eventuales votantes (instrumentales) optan

por no conferirles finalmente su voto, decidiendo hacer una utilización

estratégica del mismo. No obstante, se registra un buen número de casos que

se ubican por encima del valor 0.5, aproximándose al 1, lo que indica que para

otros electores esos terceros partidos han sido percibidos como competitivos o

que el voto no era visto como tan decisivo para la victoria electoral, de forma

que los simpatizantes de los pequeños partidos han acabado votando por ellos

(renunciando a un comportamiento estratégico) o bien que esos votantes no

son de carácter instrumental14. Esta distribución es, en principio, coherente con

la hipótesis de partida y con las previsiones de Cox (1997: 112). Pero si a

partir de la historia electoral de esos distritos pequeños los electores saben o

intuyen que las terceras fuerzas apenas tienen en ellos posibilidades reales de

lograr un escaño (el último repartido), ¿debemos deducir que los votantes de

esos terceros partidos son votantes irracionales o no-instrumentales? Cabe que

sea ésa, en gran medida, la explicación. No obstante, todavía podemos

precisar un poco más nuestro análisis para tratar de comprender el motivo de la

significativa presencia de voto no-instrumental en estos distritos pequeños.

Las elecciones de la década de los años 80 (1982, 1986 y 1989) se

caracterizaron por unas circunstancias comunes que desaparecieron en la

década siguiente: se trataba de elecciones cuyo resultado era fácilmente

predecible por los ciudadanos: un partido consiguió sistemáticamente la

mayoría absoluta de escaños del Congreso de los Diputados, quedando el

segundo partido a considerable distancia, hecho que fue reiteradamente

anunciado por las encuestas preelectorales. Ése partido no consiguió mejorar

sustancialmente sus resultados en ninguno de los procesos de la década,

mientras que las terceras fuerzas, PCE/IU y CDS incrementaban

progresivamente sus resultados. Por otro lado, en los tres procesos electorales

de la década se registraron cambios notables en la fisonomía de la oposición

que dificultaron que su configuración electoral fuera previsible para los

electores antes de cada proceso15. Por el contrario, en las elecciones generales

14 Dada la forma no instrumental de entender la política de buena parte de los simpatizantes de IU, esta última bien podría ser la causa del carácter bimodal a que se hace referencia. 15 Esas características de la oposición pueden sintetizarse en el colapso de la UCD (que en las elecciones de 1982 sólo logró un 7% del voto y 11 escaños y desapareció en la siguiente convocatoria); el progresivo incremento del voto del CDS (que paso de un 3% del voto y dos actas de diputado en 1982, a tener 16

17

celebradas en la década de los años 90 la victoria –y su grado- fue mucho

menos predecible para los electores (algo más en el año 2000, aunque no en la

medida en la que efectivamente se produjo) y el futuro de los otros partidos de

la oposición (tercero y sucesivos) se aclaró considerablemente16: al aumentar

tanto la competitividad entre los dos primeros partidos el voto de cada

ciudadano contaba más. Los resultados de los comicios de 2000 se alejaron de

estas características, aunque no fueron fácilmente predecibles para la mayoría

de los electores.

Por todo ello, entiendo que resultará útil distinguir, a efectos analíticos,

entre los valores que el índice SF alcanzó en los procesos electorales

celebrados en los años 80 y en los correspondientes a los años 90, partiendo

de la hipótesis de que en éstos hubo más utilización estratégica del voto que en

los comicios de los años 80 (ya que los resultados de éstos eran más

predecibles)17.

GRAFICO 2 AQUÍ

Los datos que se recogen en el gráfico 2 confirman básicamente la

última hipótesis planteada. En las elecciones de 1993, 1996 y 2000 hubo más

utilización estratégica del voto que en las de 1982, 1986 y 1989: en tanto la

competitividad percibida -ex ante- entre las dos fuerzas políticas era en 1993,

1996 y 2000 evidentemente mayor y, por tanto, el voto de cada elector podía

ser percibido como más decisivo, se daban las condiciones para que un

escaños en 1986 y 19 en 1989); la presencia también cada vez mayor del PCE/IU (que pasó de 23 escaños en 1979 a tener cuatro en 1982, siete en 1986 y 17 en 1989); y unos muy variados resultados de los partidos de ámbito no estatal, en cuyas filas se integró buena parte de la elite regional de la UCD cuando esta formación se desintegró, partidos que compitieron con éxito en muchos distritos con los partidos de ámbito estatal, haciendo más complejas las respectivas pautas de competición electoral. 16 Desaparecían los centristas y se consolidaba, generalmente, el apoyo de la coalición IU así como de muchas de las fuerzas de ámbito no estatal. 17 Se conocía el partido que ganaría las elecciones (sabiéndose que lo más probable era que lo hiciera por mayoría absoluta de escaños), el primer partido de la oposición no suponía una amenaza a la preeminencia del partido gobernante, y el voto de los partidarios de las terceras fuerzas tenía menos influencia general. La consecuencia fue, a efectos de este análisis, que el voto de los partidarios de terceras fuerzas condicionaba menos el resultado general, por lo que podían anticipar que su voto no haría ganar o perder a un partido, pudiendo sentirse más tranquilos al conferir su voto a la tercera o cuarta fuerza política y ejercer su voto de manera menos instrumental. El voto a IU en la elección de 1989 sí tenía importancia por poder implicar la pérdida de la mayoría absoluta para el PSOE, pero la cercanía a la coyuntura que culminó con la huelga general de 14 de diciembre de 1988 disminuyó, probablemente, la utilización estratégica del voto, incrementando el carácter no-instrumental del mismo. Además, se tenía la certeza de que el PSOE no perdería la elección a favor del PP.

18

número considerable de partidarios de los terceros y sucesivos partidos

decidieran dar su voto a su segunda opción (second best), que sí contaba con

posibilidades reales de ganar escaños, desertando de su primera opción. La

distribución de los valores del índice SF en las elecciones del primer período de

los señalados (elecciones de 1982, 1986 y 1989) es de carácter unimodal, con

tendencia a la acumulación en torno al valor 1: el cociente del segundo partido

perdedor al repartirse el último escaño en cada distrito quedó

considerablemente cerca del cociente correspondiente al primer perdedor. Por

el contrario, la distribución del índice SF en las elecciones del segundo período

señalado (1993, 1996 y 2000) es de carácter bimodal, con más valores

cercanos al 0: hubo más ocasiones en las que se dio un equilibrio

duvergeriano18.

La última hipótesis que queremos cotejar es la relativa a la relación

entre el carácter par o impar de la magnitud del distrito y la utilización

estratégica del voto. Dada la fórmula electoral utilizada (formula D’Hondt), que

se reparta un número par o impar de escaños puede tener consecuencias

significativas para la proporcionalidad y, por ende, para la mayor o menor

utilización estratégica del voto. La hipótesis que cabe formular en este sentido

es que en distritos con número impar de escaños a repartir habrá una mayor

utilización estratégica del voto que en aquellos en los que el número de

escaños a repartir sea par. Lo lógico sería agrupar los distritos según el

carácter par/impar de su magnitud, pero dadas las considerables diferencias

que se han observado entre los valores del índice SF de los distritos pequeños

y los de los grandes, convendrá hacer la doble distinción para apreciar mejor la

eventual incidencia de la variable “carácter par/impar del número de escaños a

distribuir”.

GRÁFICO 3 AQUÍ

18 No obstante, en estos comicios se registró un buen número de casos en los que los votantes decidieron conceder su voto a terceras fuerzas, tanto de ámbito estatal como de carácter regional. Sin duda, la pluralidad de arenas electorales, en las que más de dos partidos compiten efectivamente por la representación, así como la presencia de votantes no instrumentales entre el electorado de IU influyeron en esos valores del índice SF.

19

El gráfico 3 permite apreciar que apenas hay diferencias entre los

valores del índice en los distritos con magnitud par o impar, siguiendo sus

respectivas distribuciones de índice SF tendencias paralelas. Sí se observan

disparidades significativas, como se mencionó con anterioridad, entre los

distritos pequeños y grandes. Pero si se atiende en cada uno de esos tipos de

distrito a las diferencias debidas a su carácter par/impar, se comprueba que la

variación entre las respectivas distribuciones del índice SF son escasas, si bien

homogéneas: a la luz del gráfico 3, en los distritos con número impar de

escaños, es más probable que se registre voto estratégico en mayor medida

que aquellos en los que se distribuye un número de escaños par. La

distribución del último escaño suele ser la que introduce los mayores sesgos

desproporcionales, por lo que los partidarios de terceras fuerzas pueden tender

en mayor medida a preferir otorgar su voto a su segunda opción y que esta

segunda opción gane el escaño impar en el distrito (colaborando a que no se

haga con él la formación ubicada en el otro lado del espectro ideológico). El

carácter par/impar de la magnitud del distrito es poco relevante a efectos de la

utilización estratégica del voto, aunque se observa sistemáticamente que ha

habido algo más de voto estratégico en los distritos con número impar de

escaños a repartir.

En todo caso, lo más significativo del análisis realizado es que el voto

estratégico se daría en los distritos pequeños (apenas en las circunscripciones

medianas y grandes) y cuando el resultado de la elección no fuera previsible (o

no tan previsible –bien en cuanto a quién ganará la elección o en cuanto a si el

vencedor logrará la mayoría absoluta-). Las distribuciones del índice SF en los

distritos pequeños en España no se ajustan exactamente al modelo de

equilibrio duvergeriano diseñado por Cox: no son unimodales ni sus valores se

acumulan mayoritariamente en el 0. La distribución suele ser, más bien,

bimodal y con acumulación de valores en el 0,5. Esto puede ser causado por la

presencia de relevantes fuerzas de ámbito no estatal en muchos distritos, que

compiten con éxito con los dos primeros partidos de ámbito estatal, así como

por el hecho de que muchos de los votantes de Izquierda Unida no son de

carácter instrumental: no buscan tanto rentabilizar su voto en términos

estratégico-utilitaristas, como afirmar su opción por mucho que ésta sea

20

“marginal”; el carácter posmaterial de buena parte de los votantes de la

coalición apuntaría en el mismo sentido.

En todo caso, cabe buscar la explicación a ese alejamiento del equilibrio

duvergeriano en un factor más sencillo, como es que en los distritos pequeños

haya menos votantes del tercer (pequeño) partido que estamos considerando

en este análisis que en los distritos grandes. No existe una relación entre

tamaño o magnitud de los distritos y su proximidad geográfica o ubicación

territorial en una u otra Comunidad Autónoma. No cabe aducir que en la

agregación de distritos por tamaños quepa percibir una tendencia política

homogénea. No obstante, cabe utilizar encuestas postelectorales19, que

permiten comparar los porcentajes de votantes que, en los distritos pequeños y

grandes, habiendo dicho sentirse cercanos de un partido minoritario o

ubicándose en posiciones ideológicas similares a las que ocupa esta

formación, han acabado confiriéndole su voto. Gunther (1989) afirmaba, a partir

de datos de las elecciones de 1979 y 1982, que los partidarios de las pequeñas

formaciones les votaban menos en los distritos pequeños que en los grandes,

entendiendo que este fenómeno se debía a la intuición de los electores de los

distritos pequeños respecto de las escasas posibilidades reales de esos

partidos de lograr representación. Debido a dificultades para obtener datos

fiables relativos a las distintas formaciones pequeñas que presentan candidatos

en cada distrito, deberemos conformarnos con analizar el caso de IU, ya que es

el único partido pequeño relevante que presenta candidaturas en todos los

distritos del Estado20.

No obstante, es necesario pensar en la posibilidad de que en la elección

de 1979 no se diera uno de los presupuestos básicos para medir el voto

estratégico: el de que los electores cuenten con la suficiente experiencia

electoral como para estar en condiciones de intuir, basándose en el

conocimiento de las consecuencias de la aplicación del sistema electoral en los

19 Utilizaré datos de los Estudios Postelectorales del Centro de Investigaciones Sociológicas número 1.327, 1.542, 1.543, 1.842, 2.061, 2.210 y 2.384. Debe tenerse en cuenta el posible sesgo introducido por la utilización de estudios de carácter postelectoral: puede haber simpatizantes de IU que han decidido votar por el PSOE y racionalizan ex post, a los pocos días de haber votado estratégicamente, sus respuestas en cuanto a simpatía partidista y ubicación ideológica para hacerlas coherentes con su opción electoral. 20 Podemos agregar las respuestas de los distintos distritos pequeños y grandes respecto de la proximidad a esta formación, la ubicación del entrevistado en posiciones cercanas a las que ocupa esta formación y el

21

distritos pequeños, la infrarrepresentación que sufrirán las formaciones

pequeñas. En todo caso, parece poco razonable -como aducía Cox (1997:

116)- pensar que los electores, aún los más avezados, estén en condiciones de

anticipar los complejos cálculos que la aplicación de la fórmula D´Hondt

implica, para poder predecir qué formaciones ocuparán las posiciones de

primer y segundo perdedor al atribuirse el último escaño del distrito. Sería más

sensato pensar que Gunther se refería -al hablar de los electores españoles- a

una vaga intuición, basada en la experiencia y en los sondeos preelectorales,

relativa a las consecuencias derivadas del efecto reductor del sistema electoral

en los distritos de reducida magnitud para las pequeñas formaciones. Partiendo

de la validez de esta interpretación, la utilización de los datos correspondientes

a la elección de 1979 parece poco recomendable, dada la poca experiencia con

la que contaban entonces los votantes españoles, limitada a un sólo proceso

electoral que además tenía carácter fundacional, como la gran cantidad de

candidaturas que se presentaron puso de manifiesto.

De los datos que se han recogido en el cuadro 4 se desprenden

conclusiones distintas de las propuestas por Gunther. Efectivamente, el

porcentaje de voto a IU es menor en los distritos pequeños que en los grandes,

pero ello parece ser el fiel reflejo de una proximidad al partido también menor

en este tipo de distrito. Sólo en las elecciones de 1979 y 1982, las estudiadas

por Gunther, parece haber una excesiva desproporción entre la diferencia en

voto del partido en distritos pequeños y grandes, y el grado de proximidad

hacia ella en cada tipo de distrito, siendo la diferencia (entre la de distritos

grandes y pequeños) en voto mucho mayor, en términos relativos, que la

diferencia en proximidad21. Pero para el resto de convocatorias parece haber

una relación clara entre la diferencia en el grado de proximidad y la diferencia

voto que finalmente se le confiere, así como comparar los resultados para los diversos casos agregados en el conjunto del territorio del Estado. 21 No obstante, tratándose de unos porcentajes tan reducidos –que implican tan pocos casos en el sondeo-, es arriesgado formular conclusiones de general aplicación. A esas limitaciones se suma que el cuestionario del postelectoral de 1982 no recoge la pregunta relativa a cercanía a los partidos (como ocurre con el de 1996). Por ello se acude también, de forma complementaria, a la ubicación ideológica, siendo conscientes de que buena parte de quienes se ubican en la posición 3 pueden ser votantes del PSOE. También habrá de tenerse en cuenta la diferencia entre el voto manifestado y el voto real de IU en cada elección que fue de 4.0, 4.7, 9.1, 9.6, 10.5, y 5.5%, respectivamente para cada uno de los procesos electorales desde 1982 y para el conjunto del territorio. Todos estos problemas recomiendan tomar las conclusiones a las que este acercamiento apunta con cierta cautela.

22

en voto entre distritos pequeños y grandes, relación que impediría hablar con

suficiente certeza de uso estratégico del voto, al menos de forma significativa.

Cuadro 4. Proximidad y voto a PCE/IU en elecciones generales 1982-2000 (*)

Ubicación distritos

pequeños

Ubicación distritos grandes

Cercanía distritos

pequeños

Cercanía distritos grandes

Voto en distritos

pequeños

Voto en distritos grandes

1982 11,0 11,3 - - 1,5 3,0

1986 21,5 26,9 7,3 8,8 1,7 4,0

1989 18,2 27,8 11,2 19,0 7,6 11,0

1993 20,5 24,6 18,4 21,7 8,2 9,4

1996 19,1 25,5 - - 7,7 10,9

2000 16,2 18,7 7,5 9,1 4,3 5,5 Fuente: Estudios postelectorales del CIS número 1.327, 1.543, 1.842, 2.061, 2.210 y 2.384. (*) Se consideran distritos grandes aquellos en los que se reparten más de 5 escaños. ”Ubicación” se refiere al porcentaje de entrevistados que se sitúan en la escala ideológica en posiciones similares a las que ocupa el PCE/IU (1, 2 y 3). “Cercanía” alude al porcentaje de entrevistados que dicen simpatizar o sentirse cercanos a esta formación. “Voto” se refiere al porcentaje de ciudadanos que dicen haber optado por la formación en la elección inmediatamente anterior.

Las conclusiones han de ser, por tanto, cautas. El sistema electoral del

Congreso de los Diputados está configurado de tal manera que puede generar

–y genera- considerables sesgos desproporcionales en beneficio de los

partidos mayoritarios, y en perjuicio de los terceros y sucesivos pequeños

partidos. Ello da lugar a que en los distritos pequeños (30 de 5 o ménos de

cinco escaños) pueda aparecer el fenómeno del voto estratégico en virtud del

cual los electores cercanos a esos tercer y sucesivos partidos preferirían

otorgar su voto a una opción de la que no se sienten tan próximos, pero que

saben logrará representación. De esa forma, evitarían desperdiciar su voto.

Hemos comprobado que ese fenómeno podría darse, en todo caso, en los

distritos pequeños en los que las terceras fuerzas son tan claramente

penalizadas y cuando los resultados de la elección son menos previsibles para

los electores. No obstante, la manifestación de esa utilización del voto

estratégico está lejos de ser clara. La diferencia que se aprecia entre distritos

grandes y pequeños en cuanto al número efectivo de partidos, a la distribución

del índice S/F, y a la relación entre simpatía-proximidad a un pequeño partido y

23

voto al mismo, no permiten afirmar que en las elecciones del Congreso de los

Diputados se registre voto estratégico en cantidades claramente apreciables.

La existencia de factores distorsionantes, como la presencia de pequeños

partidos de ámbito no estatal que compiten con éxito con los dos primeros

partidos en el ámbito estatal, impide un análisis más claro del fenómeno. No

cabe sino apuntar las tendencias que hemos señalado en cuanto a la utilización

del voto estratégico. Se dan las condiciones institucionales para que se dé,

aunque la utilización de esta práctica dista de ser clara e inequívoca.

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una batalla”, Claves de Razón Práctica, 61 (36-44).

26

GRAFICO 2. INDICE SF SEGUN TAMAÑO DE DISTRITO (EN PORCENTAJES RESPECTIVOS)

0

10

20

30

40

50

60

70

80

90

100

0,2 0,4 0,6 0,8 1

MD </= 5

MD > 5

27

GRAFICO 2. INDICE SF EN DISTRITOS PEQUEÑOS (SEGUN PREVISIBILIDAD RESULTADOS, EN PORCENTAJES RESPECTIVOS)

0

10

20

30

40

50

60

70

80

90

100

0,2 0,4 0,6 0,8 1

% SF 82/89

% SF 93/00

28

GRAFICO 3. DISTRIBUCION SF, SEGUN TAMAÑO DISTRITO (PAR/IMPAR, PEQUEÑO/GRANDE), 1982-2000, EN PORCENTAJE

RESPECTIVO

0

10

20

30

40

50

60

70

80

90

100

0,2 0,4 0,6 0,8 1

I-P

I-G

P-P

P-G