LA IMPORTANCIA DE UNA BUENA LEGISLACION CULTURAL
Y LA TUTELA DEL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL.
Buenas tardes, primero que nada quisiera agradecer a las
autoridades de esta Facultad que me han honrado invitándome hoy
a esta sede para tratar algunos aspectos de un tema que
probablemente se diferencia respecto a los argumentos que se
tratan habitualmente en ocasiones como esta y que les puedo
asegurar los operadores del mundo cultural consideran tan
lejano a la conservación, restauración y gestión del patrimonio
cultural que en algunos casos llegan a sentir completamente
ajeno a la formación cultural y que sin embargo es tan
importante que extiende su influencia a todos los ámbitos del
patrimonio cultural.
Es el tema de la legislación cultural y en modo aún más exacto
el de la importancia que reviste para un país y una sociedad
modernas el poseer una buena legislación cultural que extienda
su ámbito de influencia hasta permitir y asegurar la
salvaguardia del mayor número posible de tipologías del
patrimonio, como por ejemplo, el del acervo cultural de tipo
inmaterial o intangible.
Es así que primeramente, voy a dar lectura a una serie de
reflexiones generales sobre este argumento que nos van a servir
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para situarlo, explicarlo y desarrollarlo y luego tratare de
manera particular el tema de la tutela del patrimonio cultural
inmaterial también a la luz de la reciente inscripción en 2009
en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial
de la Humanidad de la UNESCO de las festividades comunitarias y
los ritos centrados en el agua del pueblo otomí-chichimeca con
el título “Lugares de memoria y tradiciones vivas de los otomí-
chichimecas de Tolimán: la Peña de Bernal, guardiana de un
territorio sagrado” .
En el amplio mundo de las obras producidas por los seres
humanos el bien cultural ha sido siempre tenido en alta
consideración: deseado incansablemente, cuidado con devoción,
transmitido de generación en generación y, en ciertos casos,
hasta venerado. La razón de toda esta atención reside en
aquella plusvalía que vuelve el bien cultural diferente de
todas las otras obras producidas por el hombre. Es difícil
expresar exactamente lo que constituye esta plusvalía: uso de
materiales preciosos, rareza y curiosidad, valores estéticos,
importancia histórica, virtuosismo técnico, valencias mágicas y
taumatúrgicas, relevancia religiosa. Estos u otros elementos
más, se entrelazan y suman constituyendo la particularidad que
hace digno de atención un producto manufacturado. Una de las
consecuencias de la concientización de esta particularidad es
la necesidad, cada vez más difundida, de una legislación que
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tutele y valorice todo tipo de bien cultural en el mejor modo
posible permitiendo no sólo su conservación para el futuro,
sino también las mejores condiciones de lectura que permitan un
correcto y capilar gozo por parte de la comunidad.
La producción de textos de ley como elemento fundamental
para asegurar la tutela de los bienes culturales, acompaña
entonces las diferentes colectividades a través de la historia,
Así, la protección de los bienes culturales deja de ser de
competencia exclusiva del poseedor del bien y se vuelve materia
de disposiciones y restricciones emanadas por la más alta
autoridad del territorio en nombre del interés común. El bien
cultural empieza a ser concebido no sólo como exclusiva
posesión de un individuo sino, en mayor o menor medida, como
patrimonio de una colectividad que reivindica algunos derechos
sobre el bien. El concepto de bien cultural muta a través del
tiempo extendiéndose cada vez más hasta incluir todos los
productos materiales e inmateriales de la actividad humana que
como tales testimonian la identidad histórica de la
colectividad. Estas colectividades no viven aisladas o cerradas
en sí mismas, sino que viven e interaccionan con otras
estableciendo relaciones de tipo político, social, comercial y
cultural. Estas relaciones dieron lugar a una fuerte
circulación de obras de arte en ocasión de comercio e
intercambio, guerras y batallas y tráfico ilegal relacionado a
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la pobreza o a las guerras. Las obras de arte han sido objeto
de comercio e intercambio en todos los períodos de la historia.
Razones de prestigio personal, orgullo dinástico y propaganda
ideológica han llevado a la formación de grandes colecciones en
todas las regiones del mundo. Obras y artistas viajaban
continuamente y los coleccionistas estaban dispuestos a todo
con tal de asegurarse las obras que deseaban. En los siglos
pasados alrededor de las colecciones principescas se formó un
universo conformado de regalos que tenían por objeto favorecer
estrategias políticas, ingentes y preciosas dotes, cambio y
prenda de obras, clamorosos robos y ventas. Junto a este
mercado poblado por reyes y emperadores, señores y prestigiosos
agentes, se fortaleció en el siglo XVII el gusto por el
coleccionismo y nació un mercado “plebeyo” de las obras de
arte. Amberes, capital de la Europa burguesa y comercial, se
volvió también la capital del comercio de arte. Se compraba a
través de intermediarios, pero también en ferias, ventas
públicas y liquidaciones mortuorias. Por cuánto concierne en
cambio al arte antiguo el mayor centro de mercado fue Roma,
meta principal del Grand Tour europeo en la que los jóvenes de
la buena sociedad europea se deleitaban con el objetivo
principal de la búsqueda del perfeccionamiento cultural, aunque
mucha importancia tenia también el lograr adquirir piezas de
arte antiguo para llevar a casa.
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Además, aunque definitivamente mucho más deplorable, entre
los motivos de circulación de los bienes culturales tenemos que
considerar el robo con ocasión de guerras y batallas. Su valor
venial y de prestigio a menudo ha convertido los bienes
culturales en objeto de robo y botines de guerra. Armas,
tesoros y obras de arte significativas para las poblaciones
derrotadas, cuando no eran destruidas, eran transportadas hacia
nuevos destinos por los ejércitos vencedores. Grandes museos
han sido constituidos de este modo, uno sobre todos, el Louvre
instituido por Napoleón removiendo sistemáticamente obras de
todos los países conquistados. Y otros han sido, por suerte,
sólo soñados: como el museo que quería crear Hitler en la
ciudad de Linz con las obras depredadas no sólo de los países
invadidos y de Italia, sino también a los numerosos
coleccionistas alemanes obligados a huir de Alemania dejando
sus colecciones de arte. Después de la segunda guerra mundial
muchas de estas obras fueron devueltas a sus propietarios, de
muchas otras se perdieron las huellas y otras fueron
transportadas por los rusos a la Unión Soviética creando una
situación particularmente complicada por lo que concierne a su
restitución a los antiguos propietarios. (Lamentablemente lo queHitler si logró fuè la destrucción de 500 obras de lo que consideraba “arte
degenerada”, que fueron quemadas en Berlín por los bomberos después de la
“Exposición de Arte Degenerada” de 1937 (dadaísmo, cubismo, expresionismo,
primitivismo, abstractismo + Klee, Kandinsky, Dix, Kirchner, Nolde, Munch y el mas
degenerado Picasso). En 1938 organizó también la “Exposición de Música Degenerada”
5
que era toda la música moderna considerada bolchevica: jazz, swing, música atonal y
dodecafónica y música compuesta por los judíos. Los compositores fueron expulsados
de Alemania como: Bartok, Shonberg, Ber, Webern, Weill, Dessau.) El tema de la
legislación internacional en materia de protección de bienes
culturales en caso de conflicto armado es sin duda muy amplio y
merecería ser tratado a parte.
Paralelo al tráfico de bienes culturales en caso de
guerras, encontramos el tráfico ilícito unido a la profunda
pobreza de algunas zonas del mundo definido de modo muy
apropiado con el término “arqueología de subsistencia” (Nicolas
Stanley-Price, docente en el Istitute of Archeology de Londres). Para tener
algunos ejemplos es suficiente concentrar nuestra atención
sobre el continente africano. Uno de los factores que favorece
fuertemente el aumento del tráfico ilícito de bienes culturales
es, además de la guerra, la pobreza. Los habitantes de las
aldeas africanas, en muchos casos convertidos al islamismo o al
cristianismo, ya no encuentran ninguna utilidad en conservar
los numerosos ídolos paganos de sus antepasados cuando a duras
penas logran sobrevivir. Entonces se dedican a buscar en la
tierra algo que vender a los anticuarios de la zona por pocos
dólares, y resultan también muy numerosos los robos en museos y
universidades. De cualquier modo algunos países africanos están
tratando de poner remedio de alguna manera a esta situación,
por ejemplo, las autoridades de Nigeria han establecido
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negociaciones con los traficantes prometiéndoles algún tipo de
compensación a cambio de algunos de los restos arqueológicos
conservando de este modo al menos algunas de las decenas de
objetos que pasan cada año entre sus manos.
En nuestros días, en un mundo dónde se habla cada vez más
de globalización económica, social y también cultural; dónde
caen las fronteras y los medios de comunicación nos ponen
constantemente en contacto con regiones lejanas, esta gran
circulación, más o menos legal, de obras de arte se ha
multiplicado de manera exponencial. Subastas, exhibiciones,
ventas, ferias, solicitudes de restitución de obras robadas o
ilícitamente exportadas, hechos de crónica se suceden
suscitando la atención de un público cada vez más vasto e
interesado en los muchos aspectos del arte y los bienes
culturales. Los grandes museos del mundo son visitados cada año
por millares de personas y lo mismo sucede con las ferias de
arte. Las exhibiciones temporáneas anunciadas como
acontecimientos únicos e irrepetibles, llaman a si una enorme
muchedumbre atraída por la posibilidad de ver obras a menudo
procedentes de lugares lejanos. Filas interminables fuera de
los espacios expositivos y reservaciones realizadas mucho
tiempo antes de la visita están volviéndose ya elementos
usuales de la relación museo-visitador.
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Para focalizar el enorme interés que suscita hoy día el
arte, podemos analizar algunas cifras recientes: imaginemos los
758 mil visitantes que del 9 de junio al 22 de octubre del 2012
asistieron al Tokio Metropolitan Museum a la exhibición de
obras maestras del siglo de oro holandés provenientes del
Mauritshuis Museum o las 123 mil personas que en tan solo 30
días han visitado la exposición de obras de Tiziano aun en
curso en el Museo Pushkin de Moscú. Pero quizás aún más
asombrosas pueden resultar las 150 mil personas que en tan solo
5 días, del 15 al 19 de febrero del 2012, visitaron en Madrid
la Feria Arco. Otro termómetro de la atención hacia el mundo
del arte es el de las decenas de subastas que cada año aumentan
el mercado del arte. Las obras alcanzan a menudo precios casi
inimaginables. Pasará seguramente a la historia las subasta del
5 de Mayo del 2013 en la que Christie’s subastó obras de arte
por un total de 495 millones de dólares subastando un Jackson
Pollock (Number 19 1948) a 58 millones de dólares y un Roy
Lichtenstein (Mujer con sombrero de flores de 1963) a 56
millones de dólares. La obra subastada más cara de todos los
tiempos es al momento una de las cinco versiones de los
“Jugadores de cartas” de Paul Cezanne subastada a finales del
2011 en un asta privada secreta y vendida por 254 millones de
dolores a la familia real de Qatar. Y la atención que
despiertan las exhibiciones y los museos no es para menos. Ya
en 1984 los boletos puestos en preventa en toda Europa para la
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exhibición holandesa de Van Gogh se agotaron rápidamente y más
recientemente filas largas kilómetros y reservaciones
completamente agotadas registraba ya a pocos meses de su
apertura el nuevo Museo de Altamira en España, inaugurado en
julio del 2001. También las solicitudes de restitución de obras
robadas o ilícitamente exportadas son cada vez más frecuentes.
Por ejemplo ya desde 1983 Grecia solicita a la Gran Bretaña la
restitución de los famosos mármoles del Partenón adquiridos en
1816 por el gobierno británico después de que Lord Thomas Elgin
los llevó a Londres. Las solicitudes oficiales se han sucedido
en el tiempo, una de las últimas iniciativas tuvo lugar en 2012
en ocasión de loa Juegos Olímpicos de Atenas con una petición
internacional, pero los mármoles Elgin todavía se encuentran en
el British Museum de Londres y no parece que por ahora los dos
países estén cercanos a encontrar un acuerdo que ponga fin a
esta situación.
Desafortunadamente a menudo los hechos de la crónica
relacionados con los bienes culturales resultan particularmente
desagradables y negativos. El más clamoroso de los últimos años
ha sido, sin duda, el de la destrucción de los Budas afganos de
Bayaman por mano de los Talibanes el 12 de marzo del 2001. La
destrucción fue ordenada por el mullah Mohammed Omar y apoyada
calurosamente por Qadratullah Jama, titular del Ministerio de
Cultura afgano, con el objetivo de eliminar todas las huellas
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no islámicas del territorio afgano. Contra esta decisión se
levantaron voces de protesta y condena y ofertas de adquisición
de las estatuas. La comisión de Cultura de la Unesco envió a
Afganistan a un representante, Pierre Lafrance, para entablar
negociaciones y disuadir a los Talibanes de sus intentos;
también la organización de la Conferencia islámica intervino
mandando una delegación para convencer a los Talibanes a
cambiar idea y dos países como Irán y Japón se mostraron
dispuestos a hospedar las estatuas. Pero fue imposible alcanzar
un acuerdo y los dos gigantescos colosos de 53 y 38 metros
realizados en el siglo VI fueron dinamitados y destruidos. Las
imágenes “del acontecimiento” saltaron a las primeras páginas
de los periódicos de todo el mundo despertando gran
indignación. De cualquier modo, de hechos definitivamente
deplorables como este se puede constatar, al menos, un dato
positivo: la gran atención y la decidida indignación expresadas
por la comunidad internacional, por los medios de comunicación
y por el público en general, que aunque no nos repaga por lo
sucedido, es índice de la adquisición de la conciencia que,
aunque lejanos millares de kilómetros y pertenecientes a
culturas diferentes de la propia, los bienes culturales son un
patrimonio común a la humanidad entera que por esta razón debe
empeñarse en todos los modos posibles para tutelarlos,
valorizarlos y conservarlos para las generaciones futuras. Y es
por eso que hoy, ante el inminente peligro de una guerra en
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Irak la comunidad cultural internacional ha pedido al govierno
de los Estados Unidos que tenga en consideraciòn la ubicaciòn
de los sitos històricos y artisticos en la elaboraciòn de
eventuales planes de ataque. Se cree que la invasiòn podria
comenzar con un fuerte bombardeo de la capital lo que
implicaria probables daños a museos, mosqueas y monumentos de
Baghdad. En caso de una invasiòn via tierra, en cambio, serian
los numerosos sitios arqueologicos los que correrian el mayor
peligro, especialmente en el sur del paìs y ante la necesidad
de hacertrincheras parael combate. Ya durante la Guerra del
Golfo de 1991 los expertos habian señalado como muchos de los
principales sitios arqueologicos y monumentos arquitectònicos
iraquenos surgen en los alrededores o en algunos casos hasta al
centro de instituciones militares o fàbricas de armamentos. Hoy
egùn los expertos elnùmero de sitios arquologicos en Irak està
entre los 10 mil y los 100 mil por lo que el riesgo repsecto a
la 1° guerra del golfo es mucho mayor. Los E.U. adhieren
tacitamente a la Convenciòn de la Haya de 1954 para la
salvaguardia de los bienes culturales en caso de conflicto
armado que establece que los sitios culturales no pueden
volverse objetivo de ataques a menos que vengan utilizados por
el enemigo conm fines militares. Scott Silliman, profesor de
derecho de la Duke University que colaborò en la realizaciòn de
las listas de objetivos durante la Guerra del Golfo afirma que
las sofisticadas armas de presiciòn a disposiciòn de E.U.
11
permiten circunscrivir los objetivos militares evitando daños a
bienes y personas. En todo caso deve procederse con extrema
cautela recordando que a pesar de los esfuerzos hechos durante
la 1° Guerra del Golfo importantes sitios arqueologicos, como
la ciudad de Ur, fueron dañados durante las operciones
militares, y que durante y despues de la guerra muchos de los
repertos de los principales muesos iraquenos desaparecieron. Lo
ùnico que podemos esperar es que los expertos militares y
legales de las fuerzas armadas estadounidenses posean las
informaciones necesarias para elaborar un plan de ataque que
asegure la protecciòn del patrimonio cultural y q ue durante
las operaciones belicas sean repetados los principios de la
Convenciòn de la Haya de 1954.
Numerosas son las iniciativas que la comunidad
internacional ha puesto en pie desde para la protecciòn del
patrimonio cultural. La señal más significativa de un empeño de
tutela mundial de los bienes culturales es, sin duda, la
Convención para la tutela del patrimonio cultural y natural
mundial firmada por la Unesco en 1972 a la que han adherido
hasta ahora 150 Estados y que tiene como instrumento principal
el de nombrar los bienes más significativos como “patrimonio de
la humanidad.” La Convención, en el intento de definir lo que
conforma el patrimonio de toda la humanidad subraya que, por
sus excepcionales calidades, algunos bienes culturales resultan
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de relevante valor para el mundo entero y que su deterioro o
destrucción constituye una pérdida irreparable por toda la
humanidad sin excepciones. Otros importantes instrumentos que
han sido adoptados a nivel internacional son: la ya mencionada
Convención de la Haja de 1954 para la protección de los bienes
culturales en caso de conflicto armado, la Convención UNESCO de
París de 1970 que contenie las medidas necesaria para prohibir
e impedir la ilícita importación, exportación y traslado de
propiedad de bienes culturales y la Convención UNIDROIT de 1995
sobre la restitución internacional de los bienes culturales
robados o ilícitamente exportados. En ámbito europeo, en
cambio, han sido emanados el Reglamento 3911/92/CEE y la
Normativa 93/7/CEE que regulan respectivamente la circulación
extracomunitaria de bienes culturales y establecen los
mecanismos de restitución de los bienes culturales salidos
ilícitamente del territorio de un Estado miembro de la Unión.
En ámbito americano, en cambio, la Organización de los Estados
Americanos adoptò en 1972 la Convención de San Salvador sobre
la protección del patrimonio arqueológico, histórico y
artístico de los Estados Americanos. En el mundo árabe
relevante resulta el trabajo desarrollado por la Liga árabe que
ha promovido entre sus miembros la adopción de una Ley Estándar
para las Antigüedades y de un Modelo de Ley para la Protección
de los Escritos. Por cuánto a Asia concierne, Japón se ha hecho
promotor junto al Centro Cultural Asia-Océano Pacífico de la
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Unesco (ACCU) de un Proyecto de cooperación para la protección
del patrimonio cultural de las naciones asiáticas en 1999 y
existen numerosos proyectos de conservación entre algunos
países asiáticos como China, Camboya y Japón.
Pero junto a estos válidos instrumentos internacionales el
primero y más eficaz instrumento de tutela es, y seguirá
siéndolo, la legislación interior de cada nación. Sin una
adecuada reglamentación dentro de cada país que permita
establecer cuales son los bienes que son representativos para
ella, y que por consiguiente pueden serlo para el mundo entero,
y que implemente una serie de mecanismos de defensa aplicables
a estas obras, los esfuerzos internacionales resultan inútiles.
La condición de instrumento primario para la protección de los
bienes culturales de la legislación interna también es
subrayada por el artículo 5 de la Convención UNESCO de 1970 en
el que se afirma que, para asegurar la protección del
patrimonio cultural, es necesaria la elaboración de proyectos
legislativos y reglamentarios y la institución de servicios
nacionales de tutela de este patrimonio. Poco pueden hacer
materialmente insignes restauradores, estudiosos e
historiadores del arte y sofisticadas técnicas e instrumentos
de investigación y diagnóstico si no somos capaces de impedir
los numerosos peligros que amenazan el patrimonio cultural.
Alteración o demolición de un monumento por parte de su
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propietario, irrazonable exportación de una obra del territorio
nacional, descontextualización de un área de relevante
importancia cultural, inadecuada manipulación de una obra
fortuitamente hallada en el subsuelo o en las aguas
territoriales, irreversible deterioro de obras y monumentos
dejados sin proteccion, irremediable pérdida de tradiciones
culturales y folklóricas, estos son sólo algunos de los
numerosos peligros que una adecuada legislación es capaz de
contrastar. Una semejante legislación establece, en efecto,
desde el punto de vista de la legitimidad a realizar
determinadas acciones por parte de quien tiene a su cargo los
bienes, y es decir desde el punto de vista del derecho, lo que
se puede hacer y lo que no se puede hacer con un bien cultural
y de qué manera tiene que hacerse. Impedir los peligros que
amenazan la conservación de los bienes y tutelar el derecho de
la colectividad al gozo de los mismos son entonces los
objetivos primarios de cada legislación nacional en materia de
bienes culturales.
Dicho esto resulta obvio como la propriedad privada de
bienes culturales de relevante interés debe de estar sometida a
la vigilancia del Estado a través de un sistema de declaraciòn,
clasificaciòn y registro que asegure una correcta conservaciòn
y el gozo de la colectividad estableciendo una serie de
obligaciones y prohibiciones. En este modo el privado poseedor
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se ve limitado en sus derechos de propriedad en nombre del
prioritario interés de la colectividad sobre el bien. La
validez legal de este concepto fue establecida por la doctrina
europea hace ya algunos años sobre la base del caràcter
meramente declarativo y no constitutivo de la declaraciòn de
interés cultural de un bien. Y esto porque la “cualidad
cultural” es una caracterìstica intrinseca que el bien posee
desde su creaciòn y que al momento de la declaraciòn de interés
cultural viene a ser reconocida por la colectividad. Este
reconocimiento implicarà entonces una serie de limitaciones que
en algunos paises, como per ejemplo en Francia, han sido
compensados otorgando una indemnizaciòn al proprietario
privado, pero aun asì cabe destacar que la gran mayorìa de las
legislaciones culturales no preveen indemnizaciòn alguna para
los proprietarios a los cuales se les declaran sus bienes.
Del anàlisis comparado de la ley mexicana de 1972 con
algunas leyes culturales de diversos paises europeos,
americanos, asiaticos y africanos resulta evidente la necesidad
en México de una reforma que actualize algunos de los conceptos
de la ley de 1972. Indudablemente esta ley ha servido para
proteger el patrimonio cultural mexicano, pero tambien es
indudable que en los ùltimos 30 años los conceptos y los
peligros relacionados con el patrimonio cultural han mutado
enormemente. Es asì que para enfrentar los nuevos retos que
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plantea la conservaciòn del patrimonio cultural debemos hoy
emprender algunas reformas entre las cuales podemos sugerir las
siguientes:
Ampliar el concepto de bien cultural hasta incluir los
testimonios del patrimonio cultural demo-etno-antropologico
e inmaterial,
Replantear el proceso de declaraciòn de un bien cultural
para permitir al proprietario privado presentar sus razones
y defender sus intereses incorporando en modo claro el
derecho de audiencia,
Eliminar la anacrònica prioridad del interès arqueològico
sobre el històrico y el artìstico, y del històrico sobre el
artìstico contenida en la ley de 1972 ya que cada bien
cultural constituye una realidad particular donde la
prevalencia de un interes sobre otro debe de ser
considerada caso por caso,
Favorecer la participaciòn del sector privado en las
actividades culturales (gestiòn, restauraciòn, exposiciòn)
a través de una serie de incentivos fiscales que hagan màs
interesante financiar proyectos culturales.
Por lo que se refiere a la necesidad de ampliar el
concepto de patrimonio cultural resulta interesante en esta
sede analizar las particulares necesidades del patrimonio
cultural inmaterial y centrar nuestra atenciòn sobre algunas
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experiencias hechas en este campo por algunos paises europeos,
asiaticos y americanos que se muestran particularmente
avanzados en la tutela del patrimonio cultural inmaterial.
Todos conocemos la enorme dificultad que se encuentra al
momento de definir el concepto de cultura y, por consiguiente,
el de bien cultural. Según una concepción “romántica” la
cultura puede ser vista cómo el fondo comùn de lengua,
creencias, religión, tradiciones y mitos que atan una etnia o
un pueblo haciéndolo diferente de los otros en el modo como
interactuan con la naturaleza y en las relaciones
interindividuales. Siguiendo en cambio una visión “cosmopolita”
o “ilustrada”, la cultura identifica el patrimonio de
civilización transmitido de generación en generación a traves
de la educación. En todo caso del análisis de ambas
concepciones se deduce la importancia que reviste para la
cultura todo aquel patrimonio de bienes no producido por la
cultura de elite, sino ligados a la pertenencia al mundo
popular y local y a la vida de la gente común.
Para estos bienes en los años setenta del siglo XX el
estudioso italiano Alberto Mario Cirese acuñó el nombre Demo-
Etno-Antropológico (DEA) que agrupa tres precisos ámbitos
disciplinales: la demología, que estudia las tradiciones
populares y el folklor; la etnología, que estudia las
18
sociedades extraeuropeas; y la antropología, que analiza las
“invariancias” y estudia las sociedades complejas.
El patrimonio de los bienes DEA, en cuánto diferente a los
“tradicionales” bienes culturales, tiene algunas
características proprias que nos ayudan a definirlo e
identificarlo. La primera es el ya mencionado origen popular, a
esto se acompañan la ausencia de la característica de unicidad
y la importancia del significado de utilizaciòn dado por una
comunidad en algún momento al objeto. Pero no sólo de objetos
està constituido el patrimonio DEA, en efecto, además de las
tradicionales categorías de bienes muebles e inmuebles, también
lo conforma una gran cantidad de bienes inmateriales. Por lo
tanto junto a sitios, objetos o edificios en el patrimonio DEA
tienen gran importancia fiestas, rituales, ceremonias, musica,
danza, teatro, dialectos, costumbres y prácticas simbólicas que
para asegurar su preservación y gozo deben de ser “ejecutados”
y puestos en acto. De todo esto resulta evidente como el
patrimonio DEA constituya la riqueza de una entera civilización
en los mas diversos aspectos, de los dialectos a la
gastronomía, de la artesanía al estilo de vida familiar, de los
objetos de la vida cotidiana a las prácticas simbólicas, a la
musica, la danza y las formas de teatro que acompañan la vida
diaria de una sociedad. Ultimamente a estas categorias del
patrimonio cultural inmaterial se ha sumado una nueva: la de
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los espacios culturales que s erefieren al un lugar, que no
deve necesariamente ser siempre el mismo, en el que se
manifiesta una cierta tradicòn o cultura local.
A nivel internacional la importancia de los bienes DEA ha
sido reconocida en la “Recomendación sobre la salvaguardia de
la cultura tradicional y popular” adoptada por la Conferencia
General de la Unesco en la sesión nùmero 25 que tuvo lugar el
15 de noviembre de 1989 en París. Esta recomendaciòn solicita a
los gobiernos de los Estados miembros a tomar las medidas
necesarias para la valorización y la conservación del
patrimonio de la cultura popular que se expresa en la lengua,
literatura, música, danza, juegos, mitología, rituales,
costumbres, artesanía y arquitectura. En los últimos años la
atención dirigida por la Unesco a la tutela del patrimonio DEA
se ha incrementado y uno de los puntos a la orden del día
durante la 31° Conferencia General de la Unesco serà el de la
creación de un instrumento normativo internacional que prevea
una protección jurídica al patrimonio cultural inmaterial;
entre el 23 y el 27 de septiembre del 2002 los representantes
de la UNESCO en Paris presentaron el primer borrador de una
convenciòn internacional. Y el 18 de mayo del 2001 el
Secretario General de la UNESCO proclamò los primeros 19
representantes del patrimonio cultural inmaterial de la
humanidad. Algunos de ellos son:
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1.- La danza y la mùsica de los Garifuna en Belice.
2.- Las manifestaciones orales de los Zapara en Ecuador y
Perù.
3.- El teatro Kuttiyattam Sanskrit en la India.
4.- El teatro Nopgaku en Japòn.
5.- El espacio cultural de la Plaza Djamaa el-Fna en
Marruecos.
6.- La antigua mùsica ritual y regal del Templo Jongmyo en
Korea.
7.- El espacio cultural y la tradiciòn oral de Semeiskie de
Rusia.
8.- El espacio cultural del Distrito de Boysun en
Uzbequistàn.
En ámbito europeo por lo que concierne la tutela de los
bienes del patrimonio DEA, especialmente de carácter
inmaterial, en línea de principio se puede distinguir un grupo
de países que no preve una específica tutela para los bienes
intangibles, entre los que señalamos Alemania y Francia y otro
grupo que en cambio extiende la tutela al patrimonio inmaterial
como Portugal y España. Portugal es el pais europeo mas
avanzado en este campo ya que no sólo muestra un atento interés
hacia los bienes demo-etno-antropologicos muebles e inmuebles,
sino también inmateriales. En efecto, el artículo 1 de la Ley
13/85 sobre el patrimonio cultural, establece que “el
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patrimonio cultural portugués està constituido por todos los
bienes materiales e inmateriales que, por su valor reconocido,
puedan considerarse de relevante interés para la permanencia y
la identidad de la cultura portuguesa a traves del tiempo”. De
esta norma se deduce la aplicaciòn de un amplio criterio de
patrimonio cultural que suma a los bienes tradicionalmente
considerados del patrimonio histórico, artístico y
arquitectónico una vasta cantidad de testimonios de otras
dimensiones de la cultura intangible cuya notabilidad reside en
empresas y actos de sus autores. A estos bienes està
completamente dedicado el subtitulo II de la ley en el que se
establecen una serie de deberes del Estado como el de promover
el respeto de los valores, de la identidad y de la memoria
colectiva portuguesa; el de proteger los valores lingüísticos
nacionales y la autonomía ortográfica de la lengua portuguesa;
el de asegurar la defensa de los valores culturales,
etnologicos y etnograficos, el de hacer vitales y conservar las
tradiciones populares en peligro de extinción y el de catalogar
y permitir el gozo público del patrimonio fotográfico, fílmico
y fonográfico. Además, el Estado proveerà a la materialización
de las manifestaciones de la cultura popular intangible a
traves de su registro gráfico o audiovisual para favorecer
también su conservación material.
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Pero indudablemente una mayor atención al patrimonio
intangible presentan algunas culturas extraeuropeas. En Japón
la ley actualmente en vigor para la protección del patrimonio
cultural data del año 1950 y uno de los motivos de principal
interés es precisamente el de preveer adecuados mecanismos de
tutela del “patrimonio cultural intangible”, ademàs las
reformas de 1954 y 1975 han extendido ulteriormente esta tutela
creando una categoría independiente representada por el
“patrimonio cultural folklórico” que incluye bienes materiales
e inmateriales. Así se ha venido articulando un vasto concepto
de bien cultural que incluye: bienes materiales, bienes
inmateriales, bienes folklóricos, monumentos y grupos de
monumentos históricos. El gobierno nacional se encarga de
localizar cuales de estos bienes poseen un valor especial y que
necesitan entonces de una particular tutela nacional. La ley
define bienes culturales inmateriales las habilidades y
maestrías empleadas en las formas de teatro, música y artes
aplicadas que poseen un alto valor histórico y artístico para
Japón y reconoce que estas “habilidades y maestrías” se
“encarnan” en individuos o grupos de individuos. Los bienes
intangibles de alto valor cultural para el país son registrados
como “Bienes culturales inmateriales de gran importancia” y la
ley prevee tres formas de reconocimiento de los individuos en
los que estos bienes se “encarnan”: individual, colectiva y
organizacional. A los individuos el gobierno nacional concede
23
anualmente una pension de 2 millones de yen (al abril del 2000)
y el título de “Tesoro Nacional Viviente”, y además ayuda a los
grupos de poseedores de estos bienes con los gastos de
exhibición, performance y training. La segunda categoría de
bienes intangibles es aquélla que, incluso no mereciendo la
tutela nacional, ve designados los “Bienes culturales
inmateriales para los que es necesario tomar medidas de
catalogación y conservación”, en este caso el gobierno nacional
conduce las operaciones de catalogación y concede
financiamientos para iniciativas relacionadas con los bienes
culturales intangibles.
Por cuánto concierne en cambio a los bienes culturales
folklóricos éstos son definidos como todos aquellos bienes que
se refieren a los aspectos de la cultura que el pueblo japonés
ha producido en el curso de la vida cotidiana y testimonia los
cambios en los usos y las costumbres populares. Esta categoría
està subdividida en dos tipos:
a) Los bienes folklóristicos inmateriales, es decir los usos y
costumbres relativas a la comida, vestuario, viviendas,
ocupaciones, creencias religiosas, fiestas y ceremonias
anuales y artes de la performance folklóristica,
b) Los bienes folklóristicos materiales, es decir vestuarios,
instrumentos y casas usadas en conexión con los bienes
folklóristicos inmateriales.
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En Brasil en cambio es el Decreto Ley n° 25 emanado el 30
de noviembre de 1937 el que asegura la tutela del patrimonio
histórico y artístico nacional. El artículo 1 establece lo que
constituye este patrimonio como “el conjunto de bienes muebles
e inmuebles existentes en el país cuya conservación constituya
un interés público, ya sea por la referencia a hechos
memorables de la historia de Brasil, ya sea por su excepcional
valor arqueológico, etnografico, bibliográfico o artístico.”
Estos bienes están sometidos a un proceso de “tombamento”
definido como un “acto administrativo realizado por el poder
público y que tiene la finalidad de preservar, aplicando la
legislación específica, bienes de interés histórico, artístico,
arquitectónico, ambiental y de valor afectivo para la
población, impidiendo así su destrucción o
descontextualizacion”. Fue solo con el Decreto n°3551 del 4 de
agosto del 2000 que se instituyó el Registro de los Bienes
Culturales Inmateriales del patrimonio cultural brasileño.
Estos bienes vienen inscritos en uno de los cuatro libros de
registro que nos permiten individuar las tipologías del
patrimonio intangible brasileño:
a) Libro del Registro del Saber: cataloga los conocimientos y
las costumbres arraigadas en la cotidianidad de la comunidad,
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b) Libro del Registro de las Celebraciones: cataloga las fiestas
y los rituales de la vida colectiva laboral, religiosa, de
entretenimiento y de otras prácticas de la vida social,
c) Libro del Registro de las Formas de Expresión: cataloga las
manifestaciones literarias, musicales, plásticas, escénicas y
lúdicas,
d) Libro del Registro de los Lugares: cataloga los mercados,
ferias, santuarios, plazas y otros espacios dónde se agrupan
y reproducen las prácticas culturales colectivas.
La inscripción en uno de los libros asegura la documentación
del bien a traves de todos los medios técnicos a disposición
además de la divulgación y promoción del bien a nivel nacional.
En conclusion deseamos subrayar que nuestra intenciòn es
llamar la atención sobre la importancia que reviste en una
sociedad moderna el desarrollo de una buena legislaciòn
cultural y sobre los instrumentos y los mecanismos que el
derecho pone actualmente a disposición para la tutela y la
salvaguardia del patrimonio cultural material e inmaterial a
nivel nacional e internacional. Y esto porque creemos que puede
resultar ampliamente positivo que todos los que desarrollan un
papel dentro del mundo del arte y los bienes culturales en un
modo o en un otro, ya sean restauradores, históricos, técnicos
o estudiosos, conozcan los contenidos principales de algunos
textos legislativos internacionales en materia de bienes
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culturales y los consideren como uno de los instrumentos
fundamentales de la tutela, asi como promuevan una pronta
reforma que permita tutelar eficazmente el gran patrimonio de
experiencia y cultura que representan los bienes culturales
inmateriales Por esto el conocimiento de experiencias
diferentes o lejanas a la nuestra puede constituir una serie de
válidos ejemplos para mejorar el régimen nacional de protección
ampliando el concepto de bien cultural merecedor de tutela.
Estamos en efecto convencidos que en el complejo mundo de los
bienes culturales uno de los primeros pasos para una eficaz
conservación del patrimonio cultural sea el conocimiento de los
instrumentos legislativos que nos permiten salvaguardarlo.
Y ahora no se si hay alguna pregunta......
.
.
.
(......Espero que esto signifique que la exposiciòn ha sido
suficientemente exhaustiva y clara ademas que de su
agrado.........)
Muchas gracias por su atenciòn y
ojalà sigan
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