Voces, discursos e identidades coloniales en los Andes del siglo XVI

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VIVAR, Gerónimo

1979 [1558] Cróníca y relación copiosay verdnd.era de los

Reinos de Chile.Ed. a cargo de Leopoldo Saez-Godoy; Biblioteca

Ibero americana, Colloquium Verlag, Berlín.

WHITE, Hayden

1992 El contenido de la forma. Paidos, Barcelona.

ZAPAIER, Horacio

1973 Los cronistas chilenos a través de cronistas y viajeros.

Editorial A¡drés Bel'lo, Santiago.

1992 la búsqueda d.e la paz en la guerra de Arauco. Padre

Luis de Valdivia. Editorial Andrés Bello, Santiago.

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VOCES, DISCURSOS E, IDENTIDADESCOLONIALES EN LOSANDES DEL SIGLO X\rT1

José Luis Mgrtíne2 C.

I PRIMERAAPROXIMACIóN

He seguido con mucha atención las exposiciones que se hanpresentado aqul en estos días. Para mi tienen un interés particula¡:se Íata de trabajos que provienen, en su gran mayoría, de miradasdisciplinarias diferentes a la etnohistórica y que, sin embargo,abordan en lo esencial, parte de las mismas problemáticas con lascuales me estoy enfrentando en mi propio quehacer. Como se

trata de uno de esos escasos espacios multi disciplinarios que hayhoy día, he escuchado con enorme interés miradas que ciertamenteenriquecen mis propias perspectivas.

Pero, al mismo tiempo, me he sentido invadido por una dobleinquietud. La primera, más elemental: la de ssr capaz de encontraruna forma de comunicación que me permita una aproximación haciaquienes probablemente escuchan por primera vez hablar de laetnohistoria o conocen únicamente de referencia sus temáticas (un

ejemplo de esto, que me encantó, por las posibilidades que sugiere,

es ese error en el discurso inaugural, de hablar de "etno-historiografla" y no de etnohistoria). Los etnohistoriadores engeneral no tenemos la práctica de dialogar sino con historiadores yantropólogos. He buscado una temática que, espero, pueda

ayudarme en este intento comunicacional, contra el que la mismaestructura de esta exposición conspira, obligrándome a obviarmatices y a mostrar -simplemente grandes pinceladas.

¡ Esta ponencia es resultado de los proyectos roroecvr 1 960774 y o¡o s 9620.Fué lelda en el I Taller de Extensión, organizado po¡ la Facultad de Filosofia yHumanidades en enero de 1999.

La segunda inquietud es más complicada. Tiene que ver tanto

con una convicción intelectual surgida de mi práctica de

etnohistoriador y antropólogo, como con una sensación de piel,

de ser habitante de este país y de estaAmérica, hoy día. Me refiero

a uno de los temas que puso en discusión Grinor Rojo con su

exposición sobre el pensamiento identitario martiano2. En

resumen, es éste: ¿desde dónde se construyen las identidades, o

se reflexiona sobre ellas? Mi interés no se centra tanto en lapropuesta identitaria en sí, sino en los referentes que sirven para

pensarla y constituirla. Si todas las identidades son, pordefinición,dialogales, si resultan de una relación entre un nosotros y varios

otros, o de una imposición de alguno de esos otros sobre los

nosotros, ¿con quién estamos dialogando, cu¿áles son los referentes

a partir de los cuales se construyen las identidades americanas?

Estoy consciente de que el objetivo de Grinor Rojo era

reflexiona¡ sobre la propuesta de Mafl y no sobre esto que yo estoy

planteando, pero me parece igualmente necesa¡io abordarlo. Porque,

en definitiva tengo la sensación de que tanto Mafí, como muchos

otros pensadores latinoamericanos de antaño como de hoy, han

generado su reflexión teniendo como referentes de su discusión a

Europ4 a Estados Unidos, "al mundo" en general, y se ha construido

un olvido y un silencio tremendamente importantes: ¿dónde quedan

las sociedades indígenas en esta construcción identitaria? Porque me

parece bastan¡e claro que en una propuesta como la de una "Américamestiza" no esgín sino diluidas, y en una propuest¿ como la que se

formula para el Chile ac¡¡al, eitán -simplemente- excluidas.

Los indígenas mexicanos saben perfectamente bien hasta qué

punto ellos han sido olvidados y silenciados en la construcción

de una identidad en Méxicor y esa enumeración podría seguir,

'? "La cuestiór¡ de la identidad latinoamericana: el pe¡samiento de Martf';prescntada en cl I Taller de Exl.ensión, Fac. de Filosofía y Humanidades, Santiago,

enero de 1999.

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con algunas pequeñas excepciones. En Perú, en el frontispicio de

un importante edificio de las Fuerzas Armadas hay un enormemural, en el que ocupan lugar destacado las figuras de losresistentes andinos -inkas y sucesores- al dominio español. EnMéxico, como en Chile y en el Caribe, las figuras de Cuhautémoc,Lautaro o Siboney son parte del discurso oficial de "los orígenes"de los actuales "nosotros". Pero los discursos, los imaginarios ylas propuestas identitarias, sean progresistas o conservadoras,congelan en esa función de ser "nuestras raíces" o "nuestropasado", a las sociedades indígenas americanas.

Si traigo este tema a reflexión no es por realizar un actotestimonial, sino *como lo acabo de señalar más arriba- por unaconvicción resultante de mi propia experiencia inielectual y vital.Porque estoy convencido de la imposibilidad de construir una

identidad común, sea latinoamericana o como quiera que se ledenomine, sin asumir que al lado mío (no soy indígena), hay otrasidentidades, con propuestas a veces radicalmente diferentes y que

no es!ín -necesariamente integradas a esa nuestra/otra identidady que muchas veces, las más, no están ni siquiera interesadas enincorporarse.

De algo de esto quisiera reflexionar aqul, aportando algunosantecedentes rcspecto de cómo creo que funcionaron, al menos enparte, los discursos identitarios y la relación entre la sociedadcolonial españolay las indígenas durante el siglo XVI. Mi impresiónes que alll están, también, algunos de los mismos temas que estamosdiscutiendo hoy y podía ser un interesante ejercicio de distan-ciamiento el intentar una mirada con las preguntas del ahora. Mehe permitido tomar prestadas algunas de las ideas y materiales que

3 Piénsese, nada más, en textos como la Decla¡ación del Sub-ComandanteMa¡cos (EZLN) a la Conve¡ción Democrática Nacional: "...1a oportunidad dcdesaparecer de lamisma forma cn que aparecimos, de madrugada, sin¡ost¡o, sintuturo..." (EZLN 1994: 3ll). Véase tañbién Bonñl Batalla 1981.

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hemos ido trabajando en conjunto con varios otros colegas, en el

taller de Teoría y análisis del discurso quc funciona hace ya varios

años cn cl Departamento de Ciencias Históricas de la Facultad.

Mis agradecimicntos a cllos.

II VOCES Y NARRACIONES

Hace algunos años atrás, mientras estaba en el Archivo Gcncral

de Indias, en Sevilla, buscando materiales sobre un grupo indígena

del altiplano meridional bolivianoa, encontré un documento que se

refeía a ellos de manera muy tangcncials , y que en realidad trataba

de la tramitación burocrática dcl expediente de la encomienda que

le fue otorgada a Martín García de Loyola, cn 1575 por el entonces

virrey Toledo. En ella quedaba incluida una "parcialidad" de esos

chichas que yo buscaba y de ahí mi llcgada al documento.

Varios de los personajes mencionados en esc texto son

históricamente importantes y sus acciones tuvieron tremendasconsecuencias en la construcción de las sociedades colonialesamcricanas. El Virrey Francisco de Toledo fuc el gran constructor

dcl Estado colonial en América del sury muchas de sus instituciones

como por ejemplo, la mita minera y el tributo indígena se

tr¿nsformaron cn herramienlas decisivas para la dominación europea,

hasta el ñnal del dominio español en América. Tolcdo fue, también,

cl quc dirigió la embestida final contra los últimos gobemantes i¿k¿s

en Vilcabamba y quién ejecutó -por desmembramiento en una

ejecución que recuerdan muchos mitos andinos, a Túpaq Amaru I.

r Proyccto Fondccyt 1960774 y DTI S 9620

5 Sc t¡ata dc los chichas. ACI Lima lcgajo 199 ¡" 7, ano 1575, 6 fs.: "Expedicntcde confirmación dc cncomicnda dc Pocoata, Puquina y Chichas a Marlín GarcíaJc Lo¡ola .

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Otro de los pcrsonajes quc aparccc en este documento, es ese

mismo Túpaq Amaru que acabo de nombraq acaso una de las figuras

menos estudiadas del grupo de últimos dirigentes cuzqueños que

resistieron hasta 1572 ¿Ll dominio español y que reivindicaron hasta

e1 I'inal su derecho a gobemar al Thwanlinsuyu. Es en parte por su

imagcn dc último inka y eslabón con el pasado inkaico, que en 1789

otroresistente, Josó Gabriel Condorcanqui, tomó el nombre de TúpaqAmaru II para dirigir la gan sublcvación indígcna, que se extcndióporcasi todas las provincias andinas dcl virreinato del Peni, llegando

al menos a Bolivia, el norte argentino y el norte de Chile.

Martín García de Loyola, el terccr pcrsonajc mencionado en

este documento, no se queda affás. F-ue é1, precisamente, quienapresó a Tupaq Amaru mientras huía, derrotado, hacia la sclva.

Por esta acción, el sobrino de Ignacio de Loyola recibió entreotros premios, la mano de la ñusta Beafriz Coya, importantemiembro de la nobleza cuzqueña, produciendo la primera alianzaoficial entre las élitcs gobernantes tanto europea como andina.Posteriormente García de Loyola tuvo destacada actuación en laguerra de Arauco. Se trata, efectivamente, de personajes que

estuvieron en el centro de un momento histórico crucial para

América: el final de la última rcsistencia militar formal, conducidapor alguna de las élites gobemantes prehispánicas, ocurrido ya a

fines del siglo XVI (ver figs. 1 a 3).

Y cl documento trata, precisamente, de ese momento.Describe, con detalle, el papel que le cupo a García de Loyola en

la conquista de Vilcabamba y cn la delrola y captura del /nk¿r así

como de muchos de sus capil.anes, hijos, esposas y otros familiarcs.Permitánmc lccrlcs un párrafo, tal vez algo largo, pero estoy seguroque compartirán conmigo la tensión que atraviesa ese relato.

Sigamos al virey Toledo:*

* Sigo las normas dc transc¡ipción acordadas por la Primera reunión intcramericana sobre archivos (W¿shinglon, 1961). Los subrayados indican las lctrasreslituídas en li¡ transcrifci(in quc lallaban cn cl original por las abrcviaturas.

I3l

-1VElAg^O BIERI,'10

?pffiAt#QFrpJpf

l,: E::0 ,H:: n:0:l

--:\

Uucn Gohicmo/ Don ljranciscodc Tolcdo, m¿yordomo de Su Majcstad, visoñcycl cua(o dc csl.o reino / cn Lima / visorrcy 4 / Don [irancisco dc Tolcdo gobcrnridcsdc cl año dc mil y quinientos sctcnta hasta el mes de julio <lcl año mil y

quinicnl.os y ochenta y uno, cn tiempo dcl rcy Fclipc cl scgundo.

't32

bV EVIG BI EPLTO

-;:

Htnfla{r

Bucn Cohiorno / La prisión dc Topa Amaro lnga, inlanle Rcy, lo llcva prcso con

su corona cl capil.án Martín Car cía dc Oyola / cn cl Cuzco.

---=--

133

-_-

Bucn Gobiemo /ATopaAmaro lc cofa¡ la cabeza en el Cuzco. lnca Uanacauri

maylam rinqui sapra aucanchicchoc manahuchayocta con cayquitacuchon UncaUanacauri ¿dónde te vas? Nuestros perversos enemigos, sin culpa algufla lc han

coflado el cuellol / cn el Cuzco.

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"... acorde de mandar hacer la guerra a los sucesores del dicho

Mango Ynga, habióndolos primero prevenido con todos losmedios posibles, y uno dg los instrume4tos //[f. 2] entre otrosque para la ejecución dg la d¡qha guerra tome, fue [enviar] al

capitián Martín García de Oñaz y Loyola, caballero d9 la orden

de la milicia y caballeria de Calatrava, que con la gente de

mi casa y allegados della sirvió con conducta de capitán pormi, para seguir la guerra en servicio de dios y d9la majestad

del rey don Felipe nugsllro sglÉor. Y el diqho capitán MartínGarcía de Loyola se hallo en la vanguardia, en el primerre[n]cuentro e guagauara que los capitanes e indios de guerrad9 la provincia salieron a dar al campo de su majestad, ypeleando por su persona y las de sus soldados, el y el maese

de campo que con el iba hasta llegar a los brazos con losdighos indios infieles, no embargante el daño que había fecho

en ellos antes que llegaran a los brazos, Ia arcabucería, loshicieron retraer con perdida de cinco capitanes e otros indiosprincipales, e habiendo llegado después de algunos días al

fuerte principal de Guayna Pucara que los djghos Yngas había

tantos días quq hacían fortificar, e donde pensaron y salierona hacer su ofensa, tocando al dlgho capitan Martin Gargia de

Loyola aquel dia Ia auanguardia, y estando Quispe Tito hijode Tito Cussi Ynga a la defensa del dlgho ffuerte con sus

capitanes y soldados, el dlgho Martin Gargia de Oñaz yLoyola tomo los altos de la montaña para uenir encima de

los enemygos que hera Io que ellos temian, sin lo qual nopafesqio ser pusible conbatirles el fuerte por lo baxo pordonde yua el canpo y subio la dlgha montaña por donde noparescia pusible poderlo hazer con armas y arcabucería yvna piega de artilleria. Y ganados los dishos altos e uisto porlos yndios que estaban perdidos, desanpararon el djgho fuerte,y por esta causa se gano la djqha prouingia e lugar de

Bilcabanba tomandose la possesion della por su magestad

[el] dia de San Joan Bautista, año pasado de mil e quinietrlos

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G¡r'q1u6'

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y sctcnta o dos años. Y sicndo tan aspcm y difficultosa lamontaña e auiendosc huido por clla toda la mayor pafe de

los indios con'los Yngas capitanes y cabezas, e no parcsgicndoque tenia siguridad la posesión de su magestad ni la poblaciónque en la dlgha prouinEia yo pretendía e quería haccr dg

españoles, sin limpialla de todos los Yngas e cauegasprengipales que en ella a auido, per // [f. 3] seucrando cn ladigha guerra y algamiento de aquella prouingia, el dlqhoManín García de Oñaz y Loyola con animo cobdigioso dclreal seruigio de su magestad e queriendose parti[cullarizar

[?]en es[borrado] pidió a Martín Hurtado de Arbieto milugarteniente, que con los soldados de su compañía le dejase

ir al Capacati en seguimiento de Topa Amaro, provincia tan

áspera y mal acreditada de enferma, que era inhabitable sinodc algunos mitimaes a quicn el Ynga enbiaua para guardar

sus ydolos e guacas e cosas particulares que en ella quería

conservar. Y habiendo el dicho Martín Hurtado dado ligencia,

fue a ello y llego al pueblo de Panquisa, donde hizo prisiónde dos hermanos del dicho Topa Amaro y una hija suya y

cuatro sobrinos y al capitán Aru Pauca¡ principal agresor d9

la dlqha guena, e de cantidad de indios capitanes e particulares

y de ynsignias e aderegos d91 dlqho Ynga, con los quales diola buelta a la giudad de Vilcabanba, dexando de prosseguir

mas adelante por entender de algunos indios quc cl djghoYnga Topa Amaro auia tomado otra derrota, con nueua de

huido. Y auiendo entend'ido en Vilcabanba, por cartas quq yoauia escrito a mi lugarteniente y al dicho capitan Loyola, lomucho qp ynportaua al scruicio de su magestad el auer a las

manos al dicho Ynga e capitanes y el dlgho muchocontentamiento que en esto me daua, por no poder tener

seguridad ni plantar la fe de ngg¡1¡ro señor en la prouincia, cn

tanto que él quedase en ella, [y] aunque al presente se

offrcsEian otras j om adas dondc auia notigia de mucho ynteres,

tomo a pedir al dicho mi lugartiniente le dexasse con su

conpañia yr lal la prouingia de los Manaries adentro, adondc

tcnia notigia auia aportado el dlqho Amaro Ynga. E

habiendole dado la dicha licengia e partido el dlgho capitan

Loyola con algunos soldados en su busca, llego al

embarcadero dg los Guanbos ques en el rio Grande que baxa

a los Manaries. Hallo de la otra parte del dicho rio, ocho o

diez indios manaries amigos del Ynga, que ynbiaua a buscar

a Gualpa Yupangui, su general, y el resto d9 la gcnte que con

el venia, a los cuales prendio los ocho dellos y supo qucl

djgho Topa Amaro estaba cn vn lugar que se llama Momorien tie¡ra de los Manaries, con seguridad que alla no yuan

tras el xsptianos asi por la aspereza ll [f. 4] de la tierra,

como por la dificultad de baj ar por el rio a causa de las muchas

corrientes y raudales que tiene y también entendió dellos

que por ticma tardaría mucho en llegar y que dos indios que

auian escapado llegaían muy antes e tendria lugar de metcrse

el digho Amaro la tierra adentro, donde no era posible hallarle.

Lo cual visto por el dlgho capitán Loyola con la determinación

qp lleuaua de no dejar de buscarle con tanta presteza como

se requería, en el mismo día hizo balsas y se hizo el río abajo

y se determino de seguirle con sus soldados y armas sin otro

ynpedimento, teniendo por cierto que qualquier hora de

dilagion lc cra muy perjudicial. Y auiendo llegado al dicho

lugar de Momori con toda la prisa c deligencia que lleuaua,

auia tenido el dlqho Ynga auiso de su yda e se auia retirado

oon su gcnte la tie¡ra adentro, y entrando el dlgho capitan

Loyola en la tierra al pasar de vn rio caudaloso le salio de

guerra el cagique e indios de Momori, con quien se dio tan

buena maña que hizo dellos amigos e le dixeron adonde podria

auer el general Gualpa Yupangui al qual allaron en vna

montaña tan aspera y ffragosa que sin este auiso hera cosa

ynposible toparle al qual ouo a las manos caminando de

noche con sus soldados por la dicha montaña aspera con

lumbres. Y también le avisaron dgl camino qqg auia llcuado

136 137

el dicho Ynga Topa Amaro, a quien yendo siguiendo el dlghoMartín Carcía de Loyola muy nesgesitado de comida a causade auerse perdido en el rio, donde se le cobraron las balsas,Ie vino a topar casi a vista a los Guanbos, amigos que veníana socorrerle, e le prendió y a el y a Gualpa Yupangue y losdemas indios que con el auian entrado, truxo y metio en laprouingia de Vilcabanba y de alli por orden y mandato miorecogiendo todos los indios e capitanes presos biuos y muertosy enbalsamados e ydolos y cntrcgando dellos el dlpho capitanLoyola y el maese de campo Joan Aluarcz Maldonado, lostruxcron a la giudad dcl Cuzco donde los metio e me losentregaron presos y en cadenas y alli se hizo justiqia dellos y

el dlgho capitán Martín García de Loyola me pidió e suplicole diese licencia e facultad para quejuntamente con las armase ynsignias de la antigüedad y nobleza de su linaje pudieseponcr Ien su escudo] la cabeza del rey Ynga que auia preso,lo qual yo le congedi ..." (AGI Lima 199 n'7 , ts.2-4)

Aunque estc documento pueda no ser muy dilcrente a otrostantos quc se deben habcr cscrito en condiciones similares entoda Arnérica, no se puede desconocer la tremenda violencia que

emergc dc sus líneas, provocando una reacción ótica que quisieracompartir con ustedes, puesto que ella se halla en parte en el origenmismo dc la clnohistoria como preocupación intelectual. Es loque, en otras palabras planteó Wachtel, haciendo una síntesis delo que ha sido una de las propuestas programáticas y -por lomismo paradigmáticas de la ctnohistoria americana:

"Se trata, en cierto modo, de pasar al otro lado del escenarioy escrutar la historiaaL revé s, porqte estamos, efectivamente,acostumbrados a considcrar cl punto dc vista curopeo comoel derecho: en el espejo indígena se refleja cl otro rostro de

Occidente. Sin duda, jamás podremos rcvivir desde el interiorlos sentimientos y los pensamientos de Moctezuma o deAtahualpa. Pcro podcmos, al menos intcntar desprendernos

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de nuestros hábitos mcntales, dcsplazar el punto dc

observación y transferir el centro de nuestro interós a la visión

trágica de los vencidos". (1976:.24-25)

A nivel textual, este fragmcnto me parece igualmenteintcresante, porquc pone de manifiesto varios temas: es el rclato de

una persecución, es cicfo, de la victoria de unos y las derrotas de

los otros. Pero es, también, el testimonio de varias alianzas (la de

varios grupos indígenas ayudando a los españoles, la del matrimonio

con la Coya, etc.), quc de una u otra manera son fundantes de las

convivencias, arrcglos y adecuaciones a que dio lugar el dominio

español en América, rccordándonos constantcmente la nccesidad

de recuperar siempre los matices, si cs que queremos lograr una

comprensión más adccuada de las sociedades americanas. En esta

perspcctiva, me parcce que el documento puede ser visto,

ciertamente, como una síntesis de lo quc posteriormente fucron

algunas de las mctáloras más recurrentes para referirse a América

y de algunos de Ios tcmas con los cuales sc acostumbra a enfrenta¡

hoy día, el análisis de esa época. Corno ya lo señalé es, antc todo,

la historia de un choque brutal y de las dcsestructuraciones de las

sociedades indígcnas; lo es -también- de lo que algunos han

cntendido como "traiciones" (pobres Malinches y Beatriccs Coya)

y asimismo, de apropiaciones culturales dc ambos lados: al menos

en cl conocimiento dcl otro. Pero también muestra otra forma de

apropiación, ésta bashntc frecuentc también: las nuevas identidades

[undadas en la derrota, en la destrucción dc los mundos indígenas,

o en cualesquiera sean los mundos de los otros. El escudo de los

Carcía de Loyola no volverá jamás a ser el mismo -ese que era

conocido en España una vez incorporada la imagen de la cabeza

decapitada del lnka; surgirá de esa imagen una nueva identidad'

"indiana" esta vez.

Por otra parte, el sesgo hispano céntrico del relato, que lo

organiza de tal mancra que el /ntn y sus aliados aparccen siempre

cn una luga hacia los márgenes, hacia los bordes de un afuera

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que no es otro que el de los límites de la sociedad europeo-

cristiana, pcnctrando en un paisaje cargado de tintas peyorativas(un mundo boscoso, cerrado, montañoso, salvajc, tan hostil en

definitiva que es una "provincia tan áspera y mal acreditada de

enlerma, que era inhabitable sino de algunos mitimaes"), no hace

sino proporcionar el material para las primeras construcciones

literarias de lo que será cl espacio imaginario quc, en adclante, sc

hará ocupar a muchas de aquellas sociedades indígenas y que

perdura hasta hoy día en tantos textos escolares: no es dilícil leer

aquí o allá que los indígenas terminaron ocupando los bordes olos márgenes, las "zonas de refugio" en definitiva, sean éstas las

selvas de Túpaq Amaru, los desiefios y la puna u otros espacios,

todos "inhabitablcs" dcsdc la óptica dc la cultura curopea. Allíquedaron los últimos indígenas, se nos dijo durante largo tiempo,allí habrían buscado refugio, sobrcviviendo o malvivicndo, sin

integrarse ni ser integrados a la "civilización".

En el siglo XVI este era un discurso clasificatorio esencial: las

sociedades, entre varios órdenes posibles, eran también clasificadas

culturalmente de acuerdo a su proximidad o lejanía con un tipo de

soci¿lización que se entendía consustancial a los seres humanos6.

Es lo que podríamos denominar como el discurso sobre las

condiciones socialcs de existencia: los indígenas son descritos en

tanto se les percihe como próximos o distantes de un estado de

socicdad, quc es naturalmente entcndida er términos hispanos. Es

una dc las grandes unidades discursivas que proporcionaráestereotipos, arquetipos, etni[icadores, etc. Es el discurso sobre los

"ordenes del mundo".

Y aquí se cstá inaugurando tambión, cntonccs, una dc las

prácticas más gravosas para la construcción de un imaginario que

sea capz de deu cuenta de América Latina: el silencio sobre algunos

r Su continuidad hasta al mcnos cl siglo XVIII. qucda atcstiguada cn cl

intcrcsanlc trabajo dc Wobcr (1998)

1.10

de sus habitantcs, la ncgación de su existencia y la creencia, por

conlrapartida, de que no nos son necesarios para pens¿üTo\ a

nosotros misrnos. Es otra expresión de ese "estar adcntro" de una

centralidad civilizatoria vs. el "pennanecer afucra", que constituye

lo marginal y que es una de las connotaciones de lo "salvaje

primitivo", que permeará tantas metáforas identitariasposteriormente.

Pero también el documento brinda la oportunidad de explorar

otros caminos. Uno de cllos es el tema de las "voces". En el

paradigma disciplinario dc los estudios etnohistóricos en América,

las "voces" constÍtuyen una de esas "generalizaciones simbólicas"(sigo a Kuhn) que se han most¡ado más potentcs. Es la búsqueda,

rescatc y conocimiento de las versiones/visiones indígenas, la que

se ha constituido como un potente motor: las "visioncs de los

vencidos" de León-Portilla y Wachtel, son sólo un ejemplo clásico

de la infatigable búsqueda etnohistórica de textos portadores de

voces, versiones, categorías, cosmovisiones, que fueran capaces

de permitir un acercamiento a otras maneras dc entendel y vivirlos procesos socialcs e históricos americanos.

Y es en tomo a las posibilidadcs metodológicas de acceder a

esas voces, que se ha desarrollado todo un debate cargado de

mctáforas: esas voces indígenas, que hablan dc si mismas, estarían

en ciefo tipo de textos. Claramente en aquellos escritos por ellos

mismos, a veces afortunadamente en las propias Jcnguas, o en los

papeles burocráticos, quc alcjados dc prcocupaciones como las quc

dan origen a las crónicas, contienen informaciones di¡ectas dc la

población indígena. Se ha planteado tambión quc sería posible

alcanzarlas voces indígcnas "detrás" o "más allá" de los documentos

y que para rescatarlas tendríamos quc "pasar al oko lado del

cspcjo". Una posición contraria plantea, en cambio que dcbcmos

admitir que, del mundo indígena, simplcmcnte sólo aprehendemos

"rellejos", cn los cualcs sc mezcla también e inevitablemente, el

nuestro. En lanto quc cscrituralizadas, esas voces orales se habrían

141

transformado irremediablemente: "Pretender pasar a través del

espejo y captar a los indios fuera de Occidcntc es un ejerciciopeligroso, con frecuencia impracticable e ilusorio" (Gruzinski I 991 :

l2-13). Otros, a su vez, han planteado que sí cs posible encontraresas voces, "dcntro" dc los tcxtos, cual pequcños fragmcntosdisnuptores de la continuidad y del ritmo dcl relato español,plantcando "la posibilidad rte que bajo la operación de sentido que

los españoles realizan del pasado Inka,la oralidad prefigure, y dejerasgos aún no definidos en el relato escrito. Los procesos dcintcrpretación y traducción a la que son sometidas las fuentes orales,produccn pequeños ripios, trazos al interior del relato"7.

lil problema de las voces, de percibir qué se dice sobre si

mismo y los otros, y quiénes lo hacen, cuáles son sus restricciones,condiciones para hacerlo, etc., durante el período colonial, es unode los temas que me ha apasionado en los últimos años. En lopersonal, crco que este es un tema aún más amplio, que involucraetnohistóricamente no sólo a las sociedadcs indígcnas sino tambióna los españoles- ¿Quién cscribe y a nombre de quién?, ¿quiénhabla y cuáles son las categorías empleadas para construir laimagcn de lo indígena?'l'iene que ver, en dcfinitiva, con laproducción de discursos y con su circulación. Y me parece centralcn cl tema de la construcción de las identidades.

Pcro volvamos al documcnto. Por su cstructura formal (unajustificación juídico política de las razones para otorgarle unarenta a García de Loyola, que es presentada ante el Real Consejode Indias), este documento cxhibe una forma dc construcción delsujeto hablante que siendo común cn la ópoca a poco quc larevisemos, plantea varios problemas.

llay un primer plano: cl del relato de la acción propiamentctal. Aquí aparece una primcra sustitución: ninguno dc los

/ L¿ro 1998i 3 ms; En ósto l,aro sigue a Orlí¿ 1992'.

trahato de l-azo en este libro.

142

protagonistas directos es enunciantc dc sus propias acciones. Illlashan sido sistematizadas, dominadas, regularizadas por una voz

oñcial. El tema es más trágico, probablemcnte, para Tupaq Amaruy, por su intermedio, para las sociedadcs indígenas, quc vcn dc

csta manera clausurada una posibilidad de expresar su propiavcrsión. Es uno de los grandes temas que cruza toda ladocumentación de la mayoría dc los territorios coloniales, a pcsar

dc algunas excepciones cn Mcsoamérica. Es, en este caso, una

voz silcnciada. En la metáfora etnohistórica de las voces y los

cspcjos, se trataría de un rcflcjo opacado, imposible de atravcsar.

Pero hay un scgundo plano del tema de las voces cn el

documento, que también me interesa destacar. En este texto, clsujcto enunciante es F'rancisco de Toledo quien, para estos cfcctos,

¿.r la voz del rey. ftl habla por el monarca cspañol, como por otrolado lo hacen prácticamente todos los documcntos oficiales, en

los que los finnantes son la voz del Rey, personajes entoncos quc

no son, que no actúan en tanto ellos, sino como voces del rey,

como enunciantcs que llevan más alliír dc sus límites físicos clacto dcl habla real. Y visualizar la monarquía española como un

acto de habla repetido y diversificado por milcs de voces a lolargo del contincntc, mc parece una imagen atrayente. No sólo el

dominio a través dc la esc¡itura, conro lo planteara Mignolo( 1992), sino también por Ia oralidad...

Sin embargo, al terminar la primera parte del documcnto, uno

sc pucdc percatar quc quicn escribe e intcrvicne en el texto, es el

sccrctario del virrey, don Alvar Ruíz de Navamuel. Y el documento

aparccc, entonces, como el resultado tanto de unos actos dc

cnunciación, dc habla, de oralidad, pero tambión como de unos actos

de transcripción, de fbrmalización y de transposición. Y aquí surge,

entonces, un primer plano de voces sobre las que debióramos

rcflexionar colectivamente: un plano de "voccs transpuestas" o

desplazadas, en el que, sin conflicto aparente, cscritum y oralidades,

cnunciantes y escribientes, se superponen, reemplazan, ctc. Tolcdo,109. Véasc también cl

143

quc asume simultáneamente- dos voces enunciativas: la de García

de Loyolay [adelRey; el secretario, quc interviene la vozdeToledo...

En un trabajo anterior tuve la oportunidad de mostrar cómo

este tipo de desplazamiento parece haber sido bastante común cn

cl mundo colonial del siglo XVI (Martínez C. 1996). Cuando el

Factor de Potosí, Juan Lozano Machuca, le escribe cn l58l una

larga carta re'latoria al virrey de la época, Martín Henríquez, le

señala que en ausencia del informante dirccto y testigo personal

dc lo que debía relatar de manera oral, se ve en la obligación de

hacerlo é1. sustituyendo de e:ta lorma nucvamcntc a un enunciante

por otro, a un hablante por un escribiente:

"...y estando Pedro Sande para se pafir, la rcalAudicncia de

La Plata invió por el por cicrto negocio que contra el trata el

fiscal sobre la herencia de su padre y sobre una negra que

compró que estaba condenada a muerte; y visto esto,

determinó ir en su lugar Diego Enrique Franco, ques el que

esta dará a VE., que ansimismo estaba determinado ir con

Pedro Sande, y alenfo a esfo, me será forzado alargarme en

esta más de lo que hiciera yendo Pedro Sande. Será VE.

servido de mandarme dar para ello licentia. (Lozano

1 992[1 581 ]: 30, f.144r; énfasis mío).

No se trata del único desplazamiento conocido en la época.

Me parece que situaciones y procedimientos similarcs pudieran

encontrarse igualmente detrás de la re-escritura del diario de Colón

-por parle de Bartolomé de Las Casas y detrás de la crónica dc

Mariño dc l-obera, re escrita por el frailejesuita Escobar, en Lima:

"...solo me resta quc dccir que, aunque yo no soy autor desta

historia, ni he añadido cosa concemiente a la sust¿urcia, antes

quitado ...por evitar prolijidad, y si algunas he de nuevo escrito,

son algunos puntos comunes al Peru y Chile que yo he visto, yh¿ul sido necesarios para dcclaración y enterezade la historia..."(Bartolomé de Escobm, en MeLriño de Lobera 1960 [1595]: 230).

144

Operan, entonces, en la misma fundación de algunos

documentos colonialcs, varias sustituciones: un personaje

puede hablar por otro y lo escrito puede, a su vez, recmplazar

a lo hablado, y los funcionarios toman la palabra escrita del

rey para propagarla oralmcnte, sin que se asuman las

contradicciones que significa tanto el reemplazo, como ese paso

de oralidad a cscritura.

Tanto en el documento del virrey Tolcdo, como en el prólogo

a la crónica dc Mariño de Lobcra, colrlo en la carta de Lozano

Machuca, se asume una homologación básica: parece ser indistinto

que hable uno o cscriba otro, lo que ambos relatarán es,

básicamente, un discurso cuyos parámetros centralcs o cuyos

márgenes (eso habrá que establecerlo), parecieran estar ya

determinados de antemano.

Ello nos pone de lleno en un espacio que, en términos

etnohistóricos, requiere aun de muchos estudios No se trata de la

existencia de lo que podríamos llamar los discursos sociales o

colectivos, los lugares comunes asumidos para hablar o referirse

a algo. las permisiones y re.lricciones quc ese espacio común

pudiese tener, etc., que han recibido atención al menos en lo que

se refiere a la discursividad española. Mc refiero a que,

aparentemente, en esta época las restricciones para "hablar", es

decir, para enunciar algo y par¿ lraspasa¡ lo hablado a la escritura,

parecictan menores que las que aparecerán posteriormente. Tengo

la sospecha dc quc hay una economía política de lo hablado y lo

cscrito, al menos cn ciertos temas (y cl de las identidadcs propias

y dc los otros es uno dc ellos), que funcionaba de manera menos

restrictiva, permitiendo una mayor participación social El simple

hecho de que sc trate de oralidades y no de escrituras, ya evidencia

una mayor amplitud; pcro además, el que se pueda tomar de otros

sus "rclaciones c informaciones ciefas" sin la necesidad de la

cita de autoridad, tambión pateciera apuntar en esta dirección.

rlIIIACERCA DE LA CONSTRUCCIóN DE DISCURSOS

¿Quó tienen quc vcr todas estas aproximaciones con el temade las identidades y los silencios? Algo muy concreto: es cn estosdocumentos en los que se empieza a plasmar una determinadamanera de referirsc a las gentes que habitaban estc continentc,así como a los que lo invadieron, al menos en el área andina, quces la que he estudiado.

Los niveles, formas y espacios en los que funcionan lasidentidades son muchos y, cicrtamente, en esa sociedad colonial delsiglo XVI muchas dc cllas estaban presentes. Identidades regionales,de clase, de profcsión, laborales, etc. Las que me intcresan, aqucllassobre las que creo necesario rcflexionar, son las que la antropologíaha denominado identidades ótnicas, esas identidades sociales ycolectivas que permiten a unos grupos reconocer diferencias respectode otros; identidadcs que buscan auto reproducirse y que generanciertas formas dc adscripción dc las personas y que -en algunoscasosgeneran también una cultura identitaria.

Como lo señalé inicialtncnte. mi lema en esla exposición noes el de las identidadcs, sino de cómo se construyeron, en el sigloXVl. Aunque para algunos pucda sonar fuerte esta afirmación,las identidades no existen, así, como un hecho ,.natural,', que cstáahípara ser observado o que tienc una expresión propia, analizablcde manera aislada. Son más bien vividas, actuadas, muchas vccessin percibirse de ello y, sobre todo, son parte de un imaginario.Del imaginario de otros, primcro, y de sus maneras de decirlo; ya veces, son tambión, construidas, y también, por lo tanto, dichas.Tienen, en este scntido, varios y múltiples planos simultáncos.dinámicos. Y hay va¡ios discursos recubriéndolos, permitiéndolesque operen, que tengan eficacia, dotando a ciertos objetos de unasignificación, a dcterminadas prácticas de otra, transformandoaquellos rasgos, en fin, en signos esenciales, etc.

146

Los españoles en tanto "cristianos" (es esa su identidad más

frecuente) aparecen enfrentados, así, a los "naturales de la tierra".El surgimiento de "los indios" como categoía colectiva dc alteridadaparecerá despuós. Como puede observarse en el documento que

he citado aquí, los hitos del relato lo constituyen todavía lanobleza cuzqueña, individualizada en cuanto personajes y losdiferentes grupos étnicos que los apoyaban: inkas, manaries,momois, guambos, son los sujetos centrales de la descripcrón.

El tórmino "indios" parcce quedar relegado por cl momcnto-a una función más clasil'icatoria: referir a los naturales de la tierra.Todavía no constituye una catcgoría identitaria, que homogeneicea todos los habitantes del continente y sea capaz de borrar todas las

diferencias que csos primeros europeos sí fueron capaccs de

distinguir y señalar8. En los Andes del siglo XVI cl sujeto dc ladescripción parece ser, antc todo, cada grupo entendido como una

unidad. Es recién a fines del siglo XVI y, en algunos lugzres, ya

entrado el siglo XVII, quc aparecen "los indios", como un colectivoaún mayor y que hemos heredado, que reemplazará paulatinamente

las referencias identitarias sobre esos "otros".

Así, me parecc posible advertir en este contexto la tensión cntrealmenos dos tendencias o t¡adiciones discursivase, que seriín patentes

3 Véanse los trabajos dc Silvcrblatt 1992 y Cutiérrez E. (1993: 358 y ss.),

cuando reflexiona sohrc los discursos identitarios dc algunos grupos maya,cakchiquclcs, cn I524, cn los quc sc atribuycn un origen babilónico .

e Por discu¡so voy a cntcndcr los sistcmas de categorías y clasificacioncs,referencias, normas, dispositivos, elc. que pcrmiten que, para rclcrirse a undeterminado tema, u¡ onunciantc dc una determinada época tcnga un conjunto deprcdeteminacioncs quc van a conñgurar al menos los límitcs dc lo dcciblc. Losdiscursos son polcnc¡almcntc rcalizables, y se actualiz¿¡ endiscunividadcs. Aqucllosconjunlos quc sc cstructuran cn la practica cotidiana del docir Básicamcntc, aquelconjunto heterogéneo de prácticas, de enu¡ciados, dc rcfe¡cncias, dc alirmaci<¡ncspositivas y de silencios, dc conccptos y calcgorías, pucstos cn juego en una ópoca

determinada poruna socicdad pára rcfcriñ( (para hablar), sobre alguna cucslión qucrcsulta convcnida, por cllo, cn un objcto discursivo @oucault 1972: 51 y ss.).

14'1

sobre todo dur¿mte el siglo XVI: una, quc rcconocc la cxistcncia de

diversidades, de identidades múltiples, en las que los guambos,

chichas, mana¡íes, etc. no son diferentes, categorialy epistémicamente

hablando, de castell:rnos, vascos, grzuradinos y otros: se trata de un

discurso sobrc las naciones. Y otra, que homogeneiza, que opone

grandes categorías más universales: los moros a los cristianos y éstos

a los indios. Un discurso de dominación. Son, al menos en un primer

ruvel, dos posibilidades diferentes de enunciar al nosotros y al oho.

No necesariamente contradictorias (creo que la contradicción y laexclusión son básicamente unos productos dcl rcpublicanismo del

siglo XIX), sino que operando en distintos niveles de las prácticas

cotidianas coloniales.

Cuando se trata de hablar de las identidades indígenas, de

referirse específicamente a ellas dejando sólo como refe¡ente a

esas otras grandes categorizaciones a las que me acabo de referir,creo que es posible visualizar al menos tres posiciones de

enunciación en ese siglo XVI, que van a ir configurando -de una

u otra manera- distintos discursos y discursividades que, aunque

bien pueden tener algunos puntos de coincidencia mutua,

terminarán por configurar miradas diferentes sobre 1o identitario.

La primera de ellas es la que producen los españoles. Es lo que

en los estudios africanistas se denomina¡ían discursividades"etnificantes"r(r. Se trata ciel¿unente de una practica hegcmo-nizadora

que parte por nombrar o re nombrar No sólo se fradtcen (Ataw

Wal.lpa por Atabalipa, Atahualpa), sino quc sc nombran espacios,

grupos, gentes, personajes. Se toman y se apropian nombrcs

prccxistentes y se generalizan, se amplían y aplican a situaciones

nuevas. Hay un ejcmplo dc csto quc aunquc pcrteneciente a otra

¿irea cultural e histórica, la mexicana me p¿[ece tremendamcntc

gráf,rco. Respecto del diá'logo que, en 1524, sostuvieron los doce

primeros franciscanos Ilegados a México, con los sabios saccrdotcs

0 Amscllc. J-L. ) E. M Bololu r Ig85r.

148

méxicas, los tlamatinime, cntre las ruinas de Tenochtitlan, Baudotseñalaba que:

"De entrada, [para los cspañolesl los Otros son los que habitanticrras nuevas y lejanas, que se empiezan a reducir a niveltextual nombrándolos, invcntándolos, descubriéndolos

[...] ¿rllá en una tierra apatada, los que ahora, por primcra vez lavieron, descubricron a aquellos, nombrados indios, y así sólopor su decisión hicieron, así los sometieron [...]" (l 992: 108)

Nuestro universo en el mundo de los Andes se llena de

"quechuas" y "yungas", ninguno de ellos existentes anteriormentccomo unidades étnicas sino como términos que clasificabanecologías; los accidentes geográficos reciben los nombres de losdirigentes étnicos que las habitaban (Andalién es tanto el nombredel cacique como del río), etc. Se trata de una práctica que nosolo pone nombres a las sociedades indígenas, sino que los etiquetay fija, en el tiempo y en un espacio. La imagen que tenemosactualmente de un espacio poblado por grupos de diferentes grados

de complejidad y tamaño, pero todos con un territorio propio yun nombre que los singularizaba, nombres que por otra partequedarán fijados como etiquetas a todo lo largo del períodocolonial, es ciertamente resultado de esa practica discursivahegemonizadora, basada en los sistemas catcgoriales curopeos

de organizar las diferencias y las alteridades.

Tal como lo señalaba Taylo¡ "se percibe que la cristalizaciónde ¿etnías? reenvía siempre a los proccsos de dominación política,económica o ideológica de un grupo sobre otro" (1991:243).

Se trata, sin embargo, de discursividadcs sobrc las cualcs aun

nos falta mucho por cstudiar. Partiendo por el hecho de que, comolo planteara KlordeAlva para el caso mexicano, son discursividadesque "se apropian" de los discursos y prácticas de los otros paralograr mejor su intcnción de hegemonizar (1992: 339)rr. Uno de

149

los aspectos que me interesa de este proceso es e[ cómo esa

discursividad va constituyendo, en su mismo procedimiento de

construcción, una nueva identidad referencial. Las rel'erencias

altéricas dejarán de ser para 1os españoles los otros que constituían

el universo de Europa, para pasar a ser éstos, los de acá, los

referenciales. Y en ese procedimiento, intuyo, se van consolidandodiferencias también entre los europeos "de allá" y los "de acá".

La segunda de estas posiciones de enunciación es muyconocida para todos nosotros. Mc rcficro a aqucllas discur-sividades heterogéneas (puesto que se generan desde lo indígena

hacia el espacio discu¡sivo hispano)r2, que se producen dentro

dcl sistcma colonial, pcro quc intcntan producir imaginariosalternativos a é1, intentando introducir variedades, matices;intentando explicar y traducir, para una cosmovisión europea, los

mundos prehispánicos. Guaman Poma, Garcilaso, Pachacuti, son

buenos ejemplos de ello. En elcaso de los textos andinos, por sus

pretensiones de crear una "narrativa diacrónica que fueratotalmente inteligible para los españoles contemporáneos pero,

al mismo tiempo estuviera hecha con auténticos materialesandinos, ajenos a la diacronía europea", Salomon los denominóuna "literatura de lo imposiblc" (1984: 82). Imposibilidad de

alcanzar su aspiración de inteligibilidad, de traducción; imposibles

también por su misma estructura de ser portadoras de dos visiones

de mundo contrapuestas y contradictorias:

"Pero cuando se consideran las crónicas indígenas como

trabajos indivisibles y no como canteras para extraer trozos

de la prístina tradición andina, no hay manera de escapar al

problema de la duplicidad cultural". (Salomon 1984: 83)

1r Para una situación similar, pcro aplicada al caso andino, vóase Wachlel 1978

y Mafíncz 1995.

12 Rcdircccionalizadas cotonccs, dc acucrdo a lo plantcado por Licnha¡d, dcsus públicos naturalcs (1989: 69).

150

¿Es ncccsario rccordar quc cl manuscrito qucchua dcHuarochirí (¿1608?), el único que se conoce íntegramente escritoen esa lengua, empieza con las siguientcs palabras:?

"Runa yndio ñisqap mach.unkunu ñawpa pacha qillqaktay a c hanman karqan, t hay q a hi nantin kaw s a s q ankunap a s

manatn kanankamapas chinkaykuq hinachu kanman" ("Si en

los tiempos antiguos, los antepasados de los hombresllamados indios hubieran conocido la escritura, entonces todas

sus tradicioncs no se habrían ido perdiendo, como ha ocurridohasta ahora"; Taylor 1987: 40-41)

Pe¡o esta discursividad no se construye, me parece,

únicamente de crónicas escritas por indígenas, sino también yprincipalmente por ese gran conjunto de textos burocráticos,judiciales, legales, etc. que recogieron voces indígenas. Estoypensando en aquellos documentos generados por indígenas o en

los que su presencia (y por lo tanto su palabra) fuera ladeterminante. Es el caso de los pleitos por el reconocimiento de

mejores derechos a ejercer como kurakas o caciques, losmemoriales y peticiones que frecucntemente presentaron las

comunidades indígenas para alegar o defender derechos, etc. Oincluso aquellos documentos en los que se mencionan peticiones

o posiciones indígenas, pero que están intermediados por lapa icipación hispana. Es aquí donde se ha desarrollado laetnohistoria y se ha producido fundamentalmente esa búsqueda

de las "voces" indígcnas a las quc mc rcfcrí inicialmcntc.

Se trata, ciertamente, de un espacio apasionante. Es aquí

donde se producen, con mayor virulencia, los choques y tensionesproducidos por el paso de las tradiciones orales a la escritura; porlas traducciones, etc.

Podría pensarse, en primera instancia, que aquí la palabra

indígena para rcferirse a si mismos tiene mayores espacios de

libertad. Se trata sin embargo de una discursividad que 1al como

151

lo han planteado Gruzinski y Licnhardrr, entre otros estabalimitada, rcgulada, normativizada. Así, no es de cxtrañar que, apesar de encontrar aquí muchos elementos que apuntan a laconstrucción dc identidadcs o a su descripción desde un punto dcvista indígcna, ellas los hagan de una manera más o menoshomogeneizada.

El elemento que me intcresa destacar aquí es que, más alláde las variantcs, dc los matices. de las distintas construccionesidentitarias con que cada uno de estos grupos pudo expresaralgunas de sus propias definiciones sobre lo identitario, todas ellascomparten una pcrcepción dc que las socicdades indígenascomponían un universo dc unidades discretas, más o menosflexibles o discretas, dialogalcs y referenciales, construidas cndiversos planos dc significación, marcando así, la ausencia dcuna definición común, integradora de conglomcrados mayores.

La tercera posición de enunciación: desde Ios indígenas áacialas sociedades indígenas es, dc todas, la que mc parece en estemomento más fundamental de cxplorar. Se trata, cn Io esencialde discursos marginales basados generalmente en textos noescriturales: fas pinturas de lnl as y kurakas o dirigentcs indígcnasen algunas dc las iglesias; las dramatizacioncs públicas, querccogían en plazas y calles la vieja tradición andina de latransmisión de una tradición oral a través de los bailes y la músicay en cuyas dramatizaciones las sociedades localcs generaron unaimportante reflexión sobre si mismas. La "Tragedia del fin deAtawallpa", que sc ejccuta año a año en las calles y plazas públicasdc algunos pucblos o ciudades andinas, hasta el día de hoy es unbucn ejemplo de ellas. Los códigos pictóricos como la pinturamural y rupestre, cn la que es posiblc encontrar toda una variedadde grabados hcchos por las socicdades indígenas y en los qucaparecen represcntados los jinctes, las cruccs y varios de los

'r Obs. Cits.

t52

emblemas más sir¡bólicos de la cultura española dominadora,plantcan con fuerza la idea de que allí se desarrolló, medio a

espaldas de los cspañoles, todo un mundo de discursividades. Sonlos que me intcrcsa destacar aquí, porque funcionaban en espacios

dife¡entcs, en los que no estamos acostumbrados a cncontrarlos,y que si alguna vcz fueron clandestinizados (el virrey Toledointentó reprimirlos en 1575), en rcalidad obtuvieron su inmunidaddel hecho dc circular en otros circuitos, dc operar semióticasdistintas. Y allí se produjo una gran reflexión identitaria. Nucstroproblema es quc de óstos discursos, en realidad, Io que sabemos

es prácticamcntc nada. Ni para el peíodo colonial ni durantc las

repúblicas. La arqueología y la antropología nos han aportado

algunos elemcntos, cierto. Pero aquí está, nucvamente, ese gran

silencio del que hablé inicialmente. Marginados o integrados

contradictoriamcnte, normativizadas o controladas las vocesindígenas en cstos otros espacios, siguieron hablando de su

identidad, de si mismas y de los temas centralcs a su socicdad sinque ellas fueran recogidas u oídas por nosotros. Es una dc las

tareas pendicntes para la cual sicnto que sin embargo aún nodisponemos dc las herramicntas suficientcs, ni teóricas nimetodológicas. ¿Qué significa abordar un grabado rupestre comoun texto?, ¿cómo propiciar una lectura etnohistórica -ya no soloantropológica de un baile o un textil?, ¿cómo construir su

literacidad?...

IV PARA FINALIZAR

Me gustaría volve¡ ahora, a mi inquietud inicial: la de losreferentes a pañir de los cualcs se podrían construir nuestras

propias propuestas identitarias. Pienso que, si algo ha quedado

claro de esta cxcesivamentc rápida rcvisión, cs que, en primcrlugar, durante el período colonial Ias identidades colectivas se

constn¡yeron en una cicrta rclación mutua y en el reconocimienl.o

153

de ia existencia de definiciones diferentes. Que ello se haya dado

en un contexto de enfrentamientos y de procesos de dominaciónno obsta para que unos y otros hayan reconocido la existencia del

otro y la hayan usado como referencia.

Más allá de los discursos homogenizadores, construidos desde

el poder, o de las discursividades que intentan matizar,heterogeneizar, hay otras prácticas discursivas que, nos gusten o

no, las conozcamos o no, son diferentes, circulan por sus espacios

propios y no tienen -al menos durante el peíodo colonial- lapretensión de transformarse en un sujeto colectivo continental.Pero existen, están ahí y -frente a ello- pienso que cabe siempre

la posibilidad del diálogo o la del simple reconocimiento de su

existencia, pero no la de su negación, la de su silenciamiento. Y1a tarea de pensarnos a nosotros mismos, entonces, hoy, me parece

que tiene que ser repensada en función de ampliar nuestro número

de espejos donde reflejarnos.

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