Optimismo socrático, pesimismo platónico
Transcript of Optimismo socrático, pesimismo platónico
1
Optimismo socrático, ¿pesimismo platónico?
Socratic optimism, platonic pessimism?
Natalia Costa Rugnitz1
Resumen: En El Nacimiento de la Tragedia Nietzsche indica que en el
pensamiento socrático están presentes tres axiomas del espíritu optimista: “la
sabiduría es la virtud; se peca solo por ignorancia; el hombre virtuoso es
el hombre feliz”. Existe una difundida valoración según la cual la filosofía
platónica constituye también un “ejemplo de optimismo difícilmente superado
históricamente, ni incluso por las interpretaciones más favorables de la
teología cristiana”. Sin embargo, existen múltiples dimensiones en las que la
postura platónica se inclina al pesimismo. Pretendemos mostrar que, mientras
en diálogos como la República Platón entiende que la razón es lo más
noble del alma, que la virtud está relacionada al conocimiento y que solo a
partir de éste es posible una vida feliz, al mismo tiempo, en notable contraste
con su maestro, adjudica importantes limitaciones a la parte racional y no
parece creer en su capacidad de alterar el fondo moral del individuo. Con
fundamento en esta “desconfianza”, defenderemos que Platón pregona una
posición que, si no merece ser denominada pesimista, por lo menos es
digna de ser excluida del ámbito del optimismo ingenuo.
Palabras clave: Platón, pesimismo, Sócrates, optimismo, Nietzsche
*
Abstract: In The birth of Tragedy Nietzsche indicates that in Socrates´ thought
we can find three basic axioms of the optimistic spirit: that knowledge is virtue,
that no one does wrong willingly and that the virtuous man is the happy man.
1 Doctoranda Universidade Estadual de Campinas, Unicamp, São Paulo, Brasil; orientador: Lucas Angioni; órgano de fomento: FAPESP; e-mail: [email protected]
2
There is a common interpretation according to which Plato´s philosophy adhere
to these maxims, constituting “a system of optimism which has hardly been
surpassed - even by the most favourable interpretations of Christian theology”.
However, there are multiple dimensions in which the platonic position inclines to
pessimism. We intend to show that even if we accept that in dialogs like
Republic Plato understands, like Socrates, that reason is the noblest element in
the soul, that virtue is intrinsically related to knowledge and that it´s only due to
knowledge that a happy life is possible to human being, we will have to accept,
as well, that in great contrast to his master he points out several limitations to
the rational capacity and doesn´t seem to believe in its capability to change the
moral background of individuals. We will state that this “mistrust” is enough to
exclude Plato´s position from the field of ingenuous optimism.
Key words: Plato, pessimism, Socrates, optimism, Nietzsche
*
I
Anotemos en primer lugar que cuando hablamos de pesimismo nos referimos a
una actitud teórica, eminentemente filosófica, que surge como fruto de una
tarea especulativa, metódica y racional, y no a la disposición del ánimo
negativa o depresiva que corrientemente se asocia con el término (hasta donde
tal distinción es posible). Esta anotación debería estar de más, puesto que
aplicamos el calificativo “pesimista” a la obra de uno de los referentes máximos
de la Filosofía occidental; sin embargo, el hecho de que Platón sea antes
hombre que filósofo hace posible que se piense que la referencia es a una
propensión subjetiva del individuo Platón. En vista de este malentendido, queda
dicho entonces que al hablar de un pesimismo platónico nos referimos a una
posición que, aunque pueda – e incluso deba - encontrar algún reflejo en el
ámbito de las inclinaciones íntimas es, antes, un fenómeno de naturaleza
intelectual. Defenderemos puntualmente que el pesimismo platónico tiene sus
raíces en la concepción que el pensador presenta de la interioridad humana,
sus componentes, estructura y tendencias más fundamentales. Nuestra
estrategia será exponer lo que puede ser entendido como un optimismo
3
socrático, ya que en el contraste con él la posición platónica revela su veta más
oscura.
Tanto la figura como las ideas de Sócrates sugieren que existió en él una
confianza absoluta en la capacidad racional de todo ser humano de aprehender
la verdad y adecuar la acción al conocimiento resultante; su polémica premisa
“nadie se equivoca voluntariamente” es vestigio de ello. En El nacimiento de la
tragedia (1872/1886), Nietzsche lo explica de un modo iluminador con la
distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolo es el dios de la apariencia, del
límite y por lo tanto del orden, la belleza y lo comprensible – la fuerza apolínea
triunfa “con la ayuda de un poderoso espejismo de ilusiones agradables”
(Nietzsche, 2009: 43 y ss.), dice Nietzsche. Dionisio, en contraste, es la
divinidad de la embriaguez y del éxtasis, de la explosión primaveral y de la
irracionalidad (Nietzsche, 2009: 34-35). Dionisio sería, podríamos decir, el
elemento constitutivo “de fondo” de la realidad, el “caos primordial”; Apolo, la
apariencia ordenada de la superficie. Pues bien: Nietzsche dirá que el arte, en
sus manifestaciones más altas - como lo es para él por antonomasia la tragedia
griega- nace de la perfecta combinación de estos dos impulsos: el apolíneo y el
dionisíaco. Según su interpretación de la cultura griega, existía en la época del
nacimiento de la tragedia (siglo VII a.C.) un contacto profundo con el aspecto
dionisíaco – esto es: extático y, en fin, dramático - de la realidad, contacto cuya
sublimación constituye, justamente, la raíz de la obra de arte trágica:
“El alma profunda del heleno, tan incomparablemente dotada para
sentir el dolor más ligero o más cruel, se consuela [con el arte trágico].
El griego había contemplado, con mirada penetrante, los espantosos
cataclismos de lo que se llama historia universal y había reconocido la
crueldad de la naturaleza; y se encontraba entonces expuesto al
peligro de aspirar a la negación budista de la voluntad. A este griego lo
salva el arte” (Nietzsche, 2009: 64)
En su aspecto musical, sublime e incomparable según Nietzsche, la tragedia de
la “Gran Época” (Esquilo y Sófocles) es dionisíaca, mientras la escena y el
diálogo constituyen el aspecto más comprensible, es decir apolíneo. Sin
embargo, con Eurípides empieza el ocaso de esta manifestación artística.
Eurípides encuentra en los dramas de sus antecesores demasiado misterio y
4
oscuridad; “no los comprende”, e inicia una nueva forma, la “Comedia Ática
Nueva”, donde todo se torna más claro: los personajes explican sus acciones,
el diálogo se torna omnipresente, la música se simplifica. Y en este estado de
espíritu, Eurípides encuentra “otro espectador que no comprendía la tragedia y,
por este motivo, la despreciaba” (Nietzsche, 2009: 90): Sócrates. Sócrates
“rechazaba deleitarse frente al espectáculo de los abismos
dionisíacos… [y] observaba en éste arte trágico sublime y glorioso,
según la frase de Platón… algo completamente irracional, causas sin
efectos y efectos sin causas, y sobre todo esto, un conjunto tan confuso
y diverso que un espíritu reflexivo debía sentirse escandalizado; y las
almas ardientes y sensibles, peligrosamente turbadas” (Nietzsche,
2009: 101)
La tendencia antidionisíaca de Eurípides es, según Nietzsche, un eco del
socratismo estético, que fue el “primer asesino” de la tragedia (Nietzsche, 2009:
97) y cuyo dogma supremo es, a grandes rasgos, que “todo tiene que ser
comprensible para ser bello”. Para Nietzsche, es la irrupción de este “espíritu
crítico” y del “ciego racionalismo” anexo a él lo que empobrece la tragedia de
Eurípides en comparación con la de sus antecesores y aún más: lo que inicia la
decadencia de la cultura griega como un todo:
“Fue Sócrates quien profirió la frase más incisiva sobre el nuevo y
extraordinario valor que se le otorgaba al conocimiento y al juicio… Al
visitar a los hombres de Estado, a los oradores, a los poetas y a los
artistas célebres, veía en todos la pretensión de sabiduría. Reconoció…
que… todas esas celebridades no poseían ningún conocimiento
correcto y cierto, y obraban sólo instintivamente. “Solo instintivamente”:
es esta sentencia la que nos revela la médula y el corazón de la
tendencia socrática… Desde esa perspectiva, Sócrates consideró
necesario reformar la existencia; como precursor de una cultura, un arte
y una moral diferentes” (Nietzsche, 2009: 98-99)
Que la virtud es la sabiduría, que se peca solo por ignorancia y que el hombre
virtuoso es el hombre feliz, son los tres grandes “principios del optimismo”
(Nietzsche, 2009: 104) que dan muerte a la tragedia y, a su vez, origen a una
forma de cultura que desprecia lo irracional y pone como único valor el
5
conocimiento. Al observar Sócrates la ignorancia en que se encontraban sus
contemporáneos y el hecho de que sus decisiones se apoyaban en opiniones
vagas, entendió que esta era la causa del malestar y los problemas que los
afectaban, y desarrolló una confianza en la capacidad racional de revertir la
situación, pregonando la urgencia de someter a escrutinio todos los aspectos
de la existencia y defendiendo con la vida la idea de que en el ejercicio del
logos, en detrimento de cualquier otro aspecto de la interioridad, se encuentra
la redención. Esta confianza subvirtió las premisas espirituales más básicas y
condicionó la organización de los asuntos humanos por siglos. Según
Nietzsche, la fórmula socrática es de cadencia exclusivamente apolínea y por
esto criticable: la apuesta en que el mundo es un acertijo no solo descifrable,
sino modificable en su esencia, implica un mantenerse en la superficie,
desechando los aspectos oscuros e irracionales, es decir dionisíacos, de la
realidad. “Este esfuerzo del insaciable conocimiento optimista, cuyo paradigma
fue Sócrates” (Nietzsche, 2009: 111-112), es un modo de ser que se escurre
hacia los más diversos ámbitos de la cultura occidental hasta la actualidadi. En
resumen:
Sócrates es el primer modelo del optimista teórico, que con su fe en la
posibilidad de profundizar en la naturaleza de las cosas atribuye al
saber, al conocimiento, la virtud de una panacea universal y considera
el error como un mal en sí. El individuo socrático consideró que la más
noble vocación y la más digna del hombre consistía en indagar las
causas, distinguiendo el conocimiento verdadero del aparente y
erróneo. A partir de Sócrates, este engranaje de conceptos,
proposiciones e inferencias, resultó ser considerado como el talento
más alto, el más maravilloso de la naturaleza y estimado por encima de
todas las demás capacidades. Más aún: las acciones morales más
nobles, como los impulsos de la piedad, del sacrificio, del heroísmo e,
incluso, ese estado al cual el griego apolíneo denominara sophrosyne
[serenidad], que tanto cuesta alcanzar y que solo se puede comparar
con la calma silenciosa del mar inmóvil, todo esto, a los ojos de
Sócrates y sus sucesores, hasta los más modernos de sus discípulos,
es del dominio de la dialéctica del conocimiento, y como tal pueden ser
enseñados y aprendidos” (Nietzsche, 2009: 110-111)
6
Nietzsche es severo en su crítica a Sócrates y al optimismo en tanto posición
teórica. La glorificación optimista del saber y del hombre que sabe se le
aparecen como una magna cobardía, una grosería antifilosófica, símbolo de la
decadencia más que de la elevación humana - “Ese optimismo” dice “se eleva
de las profundidades de la concepción socrática del mundo como un vapor
perfumado, de acción dulzona y pérfida” (Nietzsche, 2009: 137); e insiste: “La
ilusión ilimitada del optimismo: esto es lo que se esconde en lo más profundo
de la cultura socrática y que no se nos debe ocultar” (Nietzsche, 2009: 128).
En general, la posición platónica es asociada a esta postura socrática: Platón
es tenido, de hecho, como un entusiasta constructor de utopías políticas,
sociales e incluso como el creador de la figura del filósofo iluminado como el
modelo a seguir: el hombre sabio, conocedor de lo terreno y lo divino, virtuoso
en todos los sentidos, feliz, moral, es decir el hombre enteramente realizado.
Sin embargo, la hipótesis de un pesimismo platónico empieza a tener cada vez
más adeptosii - y esto se debe a que los textos platónicos mismos presentan
sobrada, aunque sutil, evidencia de su pertinencia. Algunos comentadores han
detectado el espíritu pesimista en la cosmología platónica, otros en la moral,
otros en la filosofía política; nuestra hipótesis es que es posible encontrar una
raíz común en la cual los diferentes aspectos, o al menos la mayor parte de
ellos, se unifican: todo parte, diremos, de la concepción que Platón tiene de la
psyché humana, y de allí se expande al ámbito epistemológico, moral,
eudaimonológico y político.
Con la idea de la tripartición, presente en el L. IV de República, Platón presenta
su tesis de la existencia de una desagregación estructural característica del
alma, postura que confirma posteriormente cuando dice que la unidad del ser
humano es apenas un “envoltorio exterior”(República, 588c-e). El elemento
apetitivo es retratado como una “criatura monstruosa, multiforme y policéfala”
(República, 588c), que alberga desde simples impulsos relacionados a
necesidades fisiológicas (el hambre, la sed, el ímpetu sexual), pasando por
deseos puramente hedónicos, hasta ejemplares directamente inmorales, como
el deseo de mantener relaciones sexuales con la propia madre o de comer
carne humanaiii. Lo emocional, por su parte, es presentado en esta misma
construcción como un león, y permanece así, a pesar de poseer cierta nobleza,
7
aún como una poderosa fuerza animalesca. De la razón, por último, se sugiere
que es el componente más precioso, aunque el más escaso y, en varios
sentidos, el más débil del alma. En la alegoría del sol, de la línea y de la
caverna, Platón expresa con nitidez su posición respecto a las restricciones de
la capacidad racional humana. En la primera, Platón sostiene que la Idea del
Bien es el máximo objeto de conocimiento (megistón mathema, Rep. 504d-e;
505a, etc), que está más allá de la esencia (epekeina tés ousiá, Rep. 509b) y
que es aquello por lo cual el alma hace todo lo que hace (Rep. 505d). Esto
último evoca el vínculo entre conocimiento y virtud: “la idea del Bien es el
objeto supremo de conocimiento, a partir del cual las cosas justas y las demás
análogas se vuelven útiles y valiosas” (Rep. 505a), dice Platón. En otras
palabras: es por el conocimiento que poseemos del Bien que reconocemos las
acciones virtuosas y, fundamentalmente, que las actuamos – con lo cual se
sella la adhesión a la ecuación socrática. Que la Idea del Bien esté más allá de
la esencia puede ser entendido en el sentido de que ella se encuentra, en la
jerarquía de las Ideas, aún “más distante” que la esencia misma. Este
“alejamiento” es confirmado de hecho por la alegoría de la línea: los objetos
que constituyen tanto el plano sensible como el inteligible están ordenados en
función de su relación con la verdad, siendo que en la cúspide de ese
ordenamiento se encuentra la fuente del resto: la Idea del Bieniv. Con esto, el
Bien sería un objeto cognoscible, como su condición de megistón mathemata lo
exige; sin embargo – y especialmente - sería también “casi incognoscible”,
posicionado en el límite más extremo del Mundo de las Ideas y en la “casi
trascendencia”, cumpliendo así con la condición “más allá de la esencia”. Que
se escurre hacia la incognoscibilidad es algo que, en efecto, se admite
constantemente (Rep. 504d y ss., 505b-c, etc. etc.). Sirva de categórico
resumen la célebre tesis, ya mencionada, de que el bien es “lo que toda alma
persigue y por lo cual hace todo” lo que hace, que se completa con las
siguientes palabras: “adivinando que existe pero sumida en la perplejidad… y
sin poder captar suficientemente lo que es” (Rep. 505e). Este es justamente el
eje sobre el que tiene lugar el movimiento por el que Platón se aleja de eso que
Nietzsche ha definido como “optimismo socrático”: la posición que subyace a
esta visión del ser humano está lejos de ser optimista. Si la Idea del Bien tiene
una importancia tan crucial conjuntamente en el contexto teórico y en el
8
práctico pero al mismo tiempo se encuentra en un lugar remoto al cual la razón
difícilmente puede acceder, entonces existe una dificultad natural para
completar el proceso cognitivo que da sentido a la existencia humana, tanto
desde el punto de vista teórico como de la acción. En otras palabras: en la
misma medida que la Idea del Bien es inaprensible, la acción virtuosa es
irrealizable. Platón parece coincidir en que todo ser humano actúa siempre en
pos de lo bueno pero (y aquí está su desvío) qué es lo verdaderamente bueno,
es algo que se le escapa. Esta impresión de la sujeción humana a un estado
cognitivo y moral inferior coincide, por si aún quedaran dudas, con aquella
propiciada por la imagen de la caverna, donde los prisioneros se encuentran
desde el principio encadenados en un recinto muy distante de la verdad –
recinto del cual no son capaces de salir por voluntad propia y verdad que no
son capaces de contemplar sin pasar por dificultades enormes y por un
proceso antinatural. Esta manera de entender las capacidades - y
principalmente las incapacidades - de la razón, sumada a la forma de concebir
las otras fuentes motivacionales – lo apetitivo y lo emocional- como
determinantes de la acción, llevará a Platón a considerar que la gran mayoría
de los hombres es por naturaleza muy poco apto para avanzar por el camino
del conocimiento que deriva en la virtud y la felicidad – posición que saldrá a la
vista con mayor evidencia en las Leyes. Es a esto que nos referimos,
finalmente, al hablar de un “pesimismo” platónico: la diferencia con la postura
socrática es evidente.
Pero: ¿cuál es el punto de resaltar este fondo “negativo” del pensamiento
platónico? Quizá podamos decir algo en relación a los “beneficios” de dejar
atrás una posición como la de Sócrates al observar el proceso intelectual
existente entre la República y las Leyes. Podría decirse que en ambas obras
Platón acomete un mismo objetivo: grosso modo, el de reflexionar acerca de
cuál es la disposición de las cosas que más aproxima, tanto al individuo como a
la sociedad, a la vida próspera. Pero la solución dada en ambos casos es muy
distinta. Una instancia representativa de esa diferencia puede encontrarse,
como señala Gould (1955: )v, en la expectativa que Platón tiene respecto a la
virtud en uno y otro diálogo: mientras en el primero la tríada justicia,
moderación y coraje aparece como correlato necesario de la sabiduría en tanto
9
objetivo y deber supremo de todo hombre, en el segundo este sublime conjunto
se limita al menos “refinado” de sus integrantes: la moderación es lo máximo
que podemos esperar de la masa de los individuos, y muy probablemente
también de los propios gobernantes. Una lección que podemos aprender de
esta transición tal vez sea la siguiente: si nuestro propósito especulativo es
reflexionar acerca de las posibilidades de una vida mejor, es decir acerca del
progreso humano, sea individual o social, un análisis de la condición real del
hombre, de las condiciones que rigen tanto su existencia íntima como la de
relación, que incluya honestamente los limitantes existentes que retrasan o
incluso tornan imposible tal progreso, será de la mayor utilidad. La historia está
llena de este material oscuro, y por paradójico que parezca, si algún progreso
es posible, será solo aquel que parta de su asimilación. Quizá el pesimismo
platónico parezca tal sólo al cotejarlo con el entusiasmo socrático, ingenuo y
optimista, y merezca más ser denominado “realismo”.
Referencias:
Bobonich, Christopher (1991). Plato´s Utopia Recast: His Later Ethics and
Politics. Oxford: Oxford University Press
Gould, John (1955). The development of Plato´s Ethics. Cambridge University
Press
Lorenz, Hendrik (2006). The Brute Within. Oxford: Clarendon Press
Nietzsche, Friedrich (2009). El origen de la Tragedia. Buenos Aires: Gradifico.
1ra.ed. Traducción al español: Alicia Varela [1872/1886]
Platón, Obras Completas, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1998
i “La cultura… cuyo hombre ideal es… el hombre teórico… ha capturado al hombre
moderno en su red. Todas nuestras metodologías educativas comienzan y terminan en
este ideal; cualquier otro género de existencia debe luchar penosamente, desarrollarse
accesoriamente, no como una existencia justificada, sino como una existencia
tolerada” (Nietzsche, 2009: 127)
10
ii Cfr. por ejemplo Lorenz, H., The Brute Within, Clarendon Press, Oxford, 2006 o
Bobonich, Ch., Plato´s Utopia Recast: His Later Ethics and Politics, Oxford University
Press, 1991
iii En relación a esta interpretación, Cfr. PARRY, “The Unhappy Tyrant and the Craft of
Inner Rule”, en: The Cambridge Companion to Plato´s Republic, FERRARI, G.R.F.
editor, Cambridge University Press, 2007, quien traduce “μιαιθονεῖν ηε ὁηιοῦν,
βρώμαηός ηε ἀπέχεζθαι μηδενός” como “la contaminación de la sangre y el comer
comida prohibida”, y cita a Adam (1962, vol II, pp. 319-20), el cual sugiere que
Sócrates se está refiriendo al parricidio y al canibalismo.
iv En la cúspide de lo verdadero brilla, según Platón, la Idea del Bien – es así que
teoría y praxis se entrelazan, que la investigación epistemológica acaba revelándose
una investigación moral.
v Gould dice que en las Leyes “el idealismo moral socrático ha sido abandonado…
dando paso a la “socialización” de la ética”: “La ciudad de Magnesia es… un estado de
propaganda, cuyo objetivo es inculcar la areté en sus ciudadanos por un
“encantamiento” (epoidé) complejo y sutil… En vez de la conversación filosófica… la
búsqueda de la virtud es ahora caracterizada por el texto de un legislador que expone
lo honroso y lo deshonroso y trabaja sobre los placeres y dolores, deseos y miedos de
su sociedad”. Platón requiere en esta segunda utopía suya - mucho más realista que
República, por cierto- un legislador para la masa, hecho a su medida y a su altura – y
no el rey-filósofo iluminado de antaño. Gould agrega que a este nuevo modelo de
gobernante platón “le exige ahora no dotes mentales filosóficos sino… al menos
sophrosyne, en su sentido popular (demodé, 701a)” (Gould, 1955: 97).