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MORTIMER WHEELER, LEONARD WOOLLEY Y JOHN BRYAN WARD-PERKINS. DE EL-ALAMEIN A TÚNEZ. LA PROTECCIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO EN EL NORTE DE ÁFRICA DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Francisco Gracia Alonso

Universidad de Barcelona

Antes de la guerra, ningún ejército había pensado en la protección de los monumentos del país en el cual y con el que estaba en guerra, y no había precedentes que se-guir… Todo esto cambió tras una orden emitida por el Comandante Supremo antes de dejar Argel, la orden vino seguida por una carta personal a todos los comandantes… el buen nombre del ejército dependía en gran medida del respeto que mostrara por el patrimonio artístico.

LEONARD WOOLLEY, 1946

INTRODUCCIÓN. ARQUEÓLOGOS EN GUERRA

Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, el Military Intelligence Research (MIR), antecesor del Special Operations Executive (SOE), inició el recluta-miento de un gran número de arqueólogos e historiadores para que sirvieran en el teatro de operaciones del Mediterráneo, en especial en el Egeo y el nor-te de África, debido a su conocimiento del terreno; los contactos establecidos con los naturales del país durante sus misiones o estancias de investigación y el dominio de las lenguas locales. Entre ellos se encontrará lo más granado de los Colleges de las universidades de Oxford y Cambridge, como John Pendlebury,1 antiguo director de las excavaciones de Tell el-Amarna y Cnos-

1. John Pendlebury (Londres, 12/10/1904-Creta, 22/05/1941). Arqueólogo formado en el Pembroke College de Cambridge y, especialmente en la British School of Athens, adquirió un

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sos que morirá fusilado por paracaidistas alemanes durante la batalla de Cre-ta en 1941 (Beevor, 2002; Grundon, 2001); Nicholas Hammond,2 graduado en el Fettes College, futuro catedrático en Bristol y Cambridge y experto en el Imperio macedónico; David Hunt,3 miembro del Magdalen College; Tho-mas James Dunbabin,4 arqueólogo australiano y futuro autor de la obra clási-ca The Western Greeks (1948), que combatirá como miembro del SOE en Creta aprovechando sus conocimientos sobre los yacimientos arqueológicos de la isla, alcanzando el grado de teniente coronel, tras lo que se unirá a los Monuments Men; y Kenneth Steer,5 futuro presidente de la Society of Anti-quaries of Scotland, entre otros.

profundo conocimiento del mundo micénico y de las relaciones entre el Egeo y Egipto durante la Edad del Bronce. Dirigió intervenciones en Tell-el-Amarna y Cnossos. Sus principales obras son: Tell el-Amarna (1935) y The Archaeology of Crete: an introduction (1939), <http://en.wi-kipedia.org/wiki/John_Pendlebury>.2. Nicholas Geoffrey Lemprière Hammond (15/11/1907-24/03/2001). Especialista en el Im-perio macedónico y en la fi gura de Alejandro Magno, estudió en el Fettes College y en el Gonvi-lle and Caius College de Cambridge. Experto conocedor de la topografía de Albania y Grecia, durante la guerra formó parte del SOE desarrollando misiones en Creta, Albania, Tesalónica y Macedonia. Tras el confl icto ejerció como profesor en el Clare College de Cambridge y catedrá-tico de griego en la Universidad de Bristol (1962-1973), <http://en.wikipedia.org/wiki/N._G._L._Hammond>, Graham, 2001.3. David Wathen Stather Hunt (25/09/1913-20/07/1998). Arqueólogo, diplomático y perio-dista. Estudió en el Wadham College de Oxford e ingresó como profesor en el Magdalen College en 1937. Durante la guerra sirvió en el estado mayor del mariscal Harold Alexander desarrollan-do misiones en los Balcanes, Italia y el norte de África, alcanzando el grado de coronel. Tras la guerra ocupó diversos puestos en la administración siendo secretario privado de Clement Attlee y Winston Churchill. Ejerció destinos en Pakistán, Uganda, Chipre y Nigeria, <http://www.independent.co.uk/arts-entertainment/obituary-sir-david-hunt-1170946.html>.4. Thomas James Dunbabin (1911-1955). Arqueólogo y clasicista australiano de origen tasma-no. Estudió en la Univesidad de Sydney y en el Corpus Christi College de Oxford. Durante la guerra sirvió en el SOE alcanzando el grado de teniente coronel. Finalizado el confl icto obtuvo una plaza de reader en Arqueología Clásica en el All Souls College de Oxford <http://en.wiki-pedia.org/wiki/Thomas_Dunbabin>; <http://www.specialforcesroh.com/showthread.php?37212-Dunbabin-Thomas-James-%28Tom%29&highlight=Dunbabin>.5. Kenneth Steer (Rotherham, 12/11/1913-Cheltenham, 20/02/2007). Graduado en Arqueo-logía por la Universidad de Durham, ingresó como investigador en la Royal Commission on the Ancient and Historical Monuments of Scotland (RCAHMS) en Edimburgo. Alistado en 1941, desarrolló tareas de inteligencia y análisis de reconocimiento aéreo en las 56 y 5 Divisiones de Infantería británicas. Trasladado al MFAA en 1945 realizó tareas de protección del patrimonio con base en Dusseldorf hasta 1946. Reingresado en la RCAHMS, alcanzó el puesto de secretario ejecutivo en 1957. Entre 1972 y 1975 fue presidente de la Society of Antiquaries of Scotland, <http://en.wikipedia.org/wiki/Kenneth_Steer>; <http://www.thetimes.co.uk/tto/opinion/obituaries/article2079328.ece>; <http://www.monumentsmenfoundation.org/the-heroes/the-monuments-men/steer-capt.-kenneth-cbe>.

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En el norte de África servirán Mortimer Wheeler;6 (Fig. 1) John Bryan Ward-Perkins,7 (Fig. 2) ayudante de Wheeler en el Museo de Londres entre 1936 y 1939 en que accedió a la cátedra de prehistoria de la Royal University of Malta, y que tras su paso por el norte de África dirigirá la subcomisión aliada para la protección de monumentos y obras de arte en Italia, siendo nombrado director de la British School of Rome en 1946; Max Mallowan,8 conocido por su matrimonio en 1932 con la escritora Agatha Christie, que había sido ayudante de Leonard Woolley en las excavaciones de Ur entre 1925 y 1931, y director de las intervenciones en Irak antes de la guerra como encargado de misiones del British Museum y de la British School of Ar-chaeology en Irak (Mallowan, 2001); Paul Geddes Hyslop,9 miembro de la British School of Rome; Denys Eyre Lankester Haynes,10 museógrafo y espe-

6. Sir Robert Eric Mortimer Wheeler (Glasgow, 10/09-1890-Londres, 22/07/1976). Uno de los arqueólogos británicos más infl uyentes durante el siglo XX. Graduado en la Universidad de Londres en 1912, sirvió en la Artillería Real durante la I Guerra Mundial. En el período de en-treguerras realizó diversas intervenciones arqueológicas en Gran Bretaña y Francia. Nombrado en 1944 director del Servicio de Antigüedades de la India, cargo que ocupó hasta 1948. Poste-riormente organizaría el Departamento de Antigüedades de Pakistán entre 1949 y 1950, <http://en.wikipedia.org/wiki/Mortimer_Wheeler>, Hawkes, 1982.7. John Bryan Ward-Perkins (Bromley 03/02/1912-Cirencester, 28/05/1981). Arqueólogo e historiador británico, se graduó en el New College de Oxford en 1934. Tras la guerra obtuvo la dirección de la British School de Roma (1946) donde impulsó un amplio programa de documen-tación y estudio de los monumentos romanos en Italia y el norte de África. Retomó el estudio de la Tabula Imperii Romani, <http://www.monumentsmenfoundation.org/the-heroes/the-mo-numents-men/ward-perkins-lt.-col.-john-bryan>; <http://en.wikipedia.org/wiki/John_Br-yan_Ward-Perkins>; <http://www.bsrdigitalcollections.it/wp.aspx>.8. Sir Max Edgard Lucien Mallowan (Wandswoerth 06/05/1904-19/08/1978). Graduado en Estudios Clásicos en el New College de Oxford, participó en las excavaciones de Ur (1925-1931) como ayudante de Leonard Woolley. Posteriormente dirigiría las intervenciones del British Mu-seum y de la British School of Archaeology en Irak en los yacimientos de Chagar Bazar, Tell Arpachitah y Tell Brak en Siria y Nimrud (Irak). Durante la guerra sirvió en la Royal Air Force Volunteer Reserve alanzando el grado de Wing Commander y, tras la misma, ejerció como pro-fesor de arqueología en las universidades de Londres y Oxford, <http://en.wikipedia.org/wiki/Max_Mallowan>; Mallowan, 2001; Cameron, 1979.9. Paul Geddes Hyslop (?-1989). Arquitecto miembro del infl uyente Grupo de Bloomsbury. Defensor del estilo clásico y de la integración de los edifi cios en el paisaje, se especializó en la rehabilitación de mansiones de los siglo XVIII y XIX. Durante la guerra sirvió en los Royal En-gineers y estuvo vinculado a los Monuments Men, <http://en.wikipedia.org/wiki/Geddes_Hyslop>.10. Denys Eyre Lankester Haynes (Harrogate, 1913-Oxford, 1994). Graduado en Arqueología clásica en el Trinity College en 1936, amplió estudios en Bonn y en la British School of Rome (1936-1937) antes de ingresar en el British Museum. Alistado en la Royal Artillery en 1941 fue transferido a la sección de inteligencia en el estado mayor del general Harold Alexander duran-te la campaña de Italia (1943-1945). Reingresó en el British Museum en 1946 llegando a ser

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FIGURA 1. Sir Mortimer Wheeler (izquierda) y otros veteranos del 42 Regimiento de Artillería Antiaérea durante una reunión conmemorativa. Foto: Wikimedia Commons.

FIGURA 2. John Bryan Ward-Perkins. Foto: Wikimedia Commons-Monument Mens Foundation.

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cialista en arte griego; Richard George Goodchild, especialista en arquitectu-ra romana; y el helenista Geoffrey Stephen Kirk,11 que ingresará en la Royal Navy en 1941 y combatirá en las islas del Egeo formando parte de la Levant Schooner Flotilla realizando repetidas incursiones en las posiciones alemanas para las que empleará como referencia los yacimientos y monumentos ar-queológicos (Kirk, 2009). Junto a ellos, el mayor sir Leonard Woolley,12 quien a partir de 1941 desarrollará tareas de asesoramiento para el War Offi ce a raíz de la crisis provocada por las denuncias de destrucción del Museo de Ci-rene; asumirá las funciones de Archaeological Adviser de la Direction of Ci-vil Affairs en octubre de 1943 con el encargo de «defi nir y supervisar medi-das para la protección y conservación de los monumentos antiguos y las obras de arte en los territorios en los que operaban las tropas británicas» (Woolley, 1947: 5), y jugará un papel decisivo en el Monuments, Fine Arts and Archives Section del alto mando aliado (Winstone, 1990).

Frente a ellos, el Deutsches Afrika Korps (DAK), embrión de las tropas alemanas en la campaña del norte de África entre 1941 y 1943, empleó tam-bién arqueólogos conocedores del desierto norteafricano, pero no en relación con la protección de yacimientos arqueológicos puesto que dicha tarea queda-ba en manos de la estructura administrativa italiana –aunque la propaganda alemana no dudó en presentar a Erwin Rommel como un entendido en ar-queología clásica, lo cual era falso–, sino en apoyo de sus operaciones milita-res de exploración en el desierto, donde las unidades especiales Brandenburg y las patrullas de reconocimiento alemanas (Von Luck, 2008) se enfrentaban a las británicas del Long Range Desert Group (LRDG) (Swinson, 1971; Jen-ner List, 2000) y el Special Air Service (SAS), entre las que fi guraban anti-

responsable del Departamento de Antigüedades Griegas y Romanas entre 1956 y 1976. Su prin-cipal cometido fue la instalación de las esculturas del Partenón, <http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2344551/>.11. Geoffrey Stephen Kirk (Nottingham 03/12/1921-10/03/2003). En 1946 accede a una plaza de investigador en el Trinity Hall de Cambridge; profesor visitante en las universidades de Yale y Harvard, en 1974 obtiene la prestigiosa cátedra Regius Professor of Greek en Cambridge. Entre sus principales obras fi guran: The songs of Homer (1962) y The Iliad: A commentary (1985-1993), <http://en.wikipedia.org/wiki/Geoffrey_Kirk>; <http://www.theguardian.com/news/2003/may/05/guardianobituaries.highereducation>; <http://www.telegraph.co.uk/news/obituaries/1424438/Professor-Geoffrey-Kirk.html>.12. Sir Charles Leonard Woolley (Londres 17/04/1880-20/02/1960). Uno de los arqueólogos británicos más infl uyentes durante la primera mitad del siglo XX. Estudió en el New College de Oxford. Dirigió las intervenciones en Carquemish (1912-1914), Ur (1922-1936), Al Mina (1936), Alalakh (1937-1939) y Tell Atchana (1946-1949). Entre sus principales obras destacan: Ur of the

Chaldees (1950) y Spadework: Adventures in Archaeology (1953), <http://en.wikipedia.org/wiki/Leonard_Woolley>; Winstone,1990.

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guos miembros de las expediciones arqueológicas y geográfi cas inglesas al desierto del Sahara realizadas durante la década de 1930, y, esencialmente, en las tareas de infi ltración de agentes tras las líneas enemigas (Carell, 2008: 351-368). Entre ellos fi gura el aristócrata húngaro Laszlo Almásy,13 (Fig. 3) (Bierman, 2005) integrante de las expediciones de Leo Frobenius14 desarro-lladas los años treinta, en el trascurso de las cuales fueron descubiertas las pinturas rupestres de Wadi Sura, y se intentó localizar el oasis de Zerzura y el ejército perdido de Cambises (Kelly, 2003). Almásy, en compañía de dos agentes del Abwerh, el servicio de inteligencia del alto mando de la Werhma-cht, Hans Joaquim von der Esch –un ingeniero que había participado como navegante en las expediciones al desierto libio de Almásy en 1934 y 1935– y Nikolaus Ritter (Ritter, 1972), trazaron, entre otros, los planes para introdu-cir en El Cairo a dos espías alemanes, John Eppler y Hans Gerd Sandstede, mediante un viaje de más 3.000 kilómetros a través del desierto desde Trípo-li a Assyut culminando con éxito15 la denominada Operación Salam (Gross, Ralke, Zboray, 2013; Zboray, 2014), una misión que ni el propio mando ale-mán creía pudiera llevarse a cabo, y cuyos resultados a la postre no fueron los deseados debido a contingencias que no formaban parte de la planifi cación de la misma (Kelly, 2003), pero que hubiera podido suponer un factor decisivo en la campaña del norte de África debido al apoyo de parte de la ofi cialidad del ejército egipcio a la causa alemana (Cooper, 1989).

13. László Ede Almásy de Zsadány et Törökszentmiklós (Borostyánkö, 22/08/1895-Salzburgo, 22/03/1951). Aviador y explorador húngaro. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió en el cuerpo de aviación imperial austro-húngaro. Finalizada la guerra participó sin éxito en diversas intentonas políticas y, posteriormente, consiguió fama como explorador en el desierto del Saha-ra. Durante la Segunda Guerra Mundial fue reclutado por el Abwehr, servicio de inteligencia alemán y adscrito a la Luftwaffe. Tras la guerra fue encarcelado en Hungría por los soviéticos, pero pudo trasladarse a Egipto, <http://en.wikipedia.org/wiki/L%C3%A1szl%C3%B3_Alm%C3%A1sy>; Kelly, 2003; Bierman, 2005; Gross/Rolke/Zboray, 2013.14. Leo Viktor Frobenius (Berlín 29/06/1873-Biganzolo, 09/08/1938). Etnógrafo y explorador alemán, desarrolló sus primeras investigaciones bajo el patrocinio del Káiser. Fundó en 1920 el Instituto de Morfología Cultural en Fráncfort. Organizó diversas expediciones durante las déca-das de 1920 y 1930 a África, Italia, la Península Ibérica y el Próximo Oriente con fi nes de estu-dio etnográfi co y, especialmente, del arte rupestre, <http://www.frobenius-institut.de/index.php/de/>.15. Más allá de la edulcorada y falsa visión de Almásy en el fi lm El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), la colaboración del noble húngaro con las tropas alemanas se había expuesto detalladamente en el fi lm Rommel llama al Cairo (Wolfgang Schleif, 1959). Un interesante Rommel camufl ado como arqueólogo aparecía en el fi lm Cinco tumbas al Cairo (Billy Wilder, 1943) como explicación de sus éxitos frente a las tropas británicas. (Gracia, 2013)

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PROTECCIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO ANTES DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

La estructuración de un cuerpo legislativo destinado a la protección de bienes culturales en caso de guerra se desarrolló durante la segunda mitad del si-glo XIX (De Rueda, 1998-1999). El primer intento partió de la normativa elaborada por Francis Lieber durante la Guerra Civil Americana y eliminar aprobada en Washington el 24 de abril de 1863 con el título Instructions for

the Government of the Armies of the United States in the Field. En ella se basó la Declaración sobre las leyes y costumbres de la guerra establecida en la Conferencia de Bruselas en 1874, en cuyo artículo 17 se indicaba que en caso de bombardeo o asalto a un núcleo urbano debían establecerse las medidas necesarias para preservar los edifi cios públicos dedicados a las artes, las cien-cias y fi nes caritativos, declarándose que el saqueo (art. 18) era contrario al derecho internacional, por lo que se decretaba la prohibición de destruir o requisar los bienes del enemigo que no tuvieran una utilidad directamente relacionada con el desarrollo de las operaciones militares. Un texto que, sin embargo, no tuvo ninguna incidencia concreta al no ser subscrito por ningún gobierno. Como tampoco la tendría el intento aprobado en Oxford en 1880

FIGURA 3. El conde Lázlo Almásy junto a un cartel en las proximidades de Assyut du-rante el desarrollo de la Operación Salaam. Foto: András Zboray por intermediación de Desperta Ferro Ediciones.

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por el Instituto de Derecho Internacional bajo el epígrafe Manuel des lois de

la guerre sur terre.

Sin embargo, los primeros textos trascendentes corresponden a los acuer-

dos de las dos primeras Conferencias Internacionales de Paz celebradas en La

Haya los años 1899 y 1907 y recogidas en los respectivos Reglamentos sobre

Leyes y Costumbres de la Guerra Terrestre aprobados durante la II y IV Con-

venciones. Aunque la mayor parte de los mencionados textos se refi ere a los

bienes inmuebles con expresión específi ca de los edifi cios dedicados a las ar-

tes y los monumentos históricos (art. 27), el artículo 56 de los reglamentos de

ambas Conferencias incluye la protección de los bienes culturales, determi-

nándose la prohibición de cualquier requisa, destrucción o daño intencionado

de tales bienes aunque sean de titularidad estatal. Si se producía una incauta-

ción, destrucción o deterioro intencionado de los bienes sujetos a protección,

se preveía una responsabilidad penal individual para los infractores, así como

indemnizaciones que debían ser asumidas por el estado beligerante responsa-

ble de la destrucción. Cabe indicar que dichos textos se referían a casos con-

cretos de guerras declaradas entre estados en las que existiera ocupación del

territorio enemigo. Dichas disposiciones serán ampliadas en 1913 por el Ins-

tituto del Derecho Internacional de Oxford mediante un manual específi co

sobre la guerra naval, y posteriormente en 1923 por las Reglas de La Haya,

cuyo objetivo era intentar restringir los efectos de la guerra aérea tras la ex-

periencia de la Primera Guerra Mundial, en la que se había demostrado que

el desarrollo de la aviación militar trastocaba completamente el concepto de

guerra clásica basada en frentes y movimientos de tropas para convertir todo

el territorio de los contendientes en objetivo militar. Con todo, las primeras

disposiciones efectivas no se tomarán hasta 1935 mediante la Convención

para la protección de las instituciones artísticas y científi cas, conocida como

«Pacto Roerich», una iniciativa de diversos países americanos que tendrá in-

fl uencia tan sólo en el continente americano. En la Convención se consagró el

principio de neutralidad de los monumentos históricos, museos e institucio-

nes científi cas, artísticas, educativas y culturales, que debían ser protegidas a

ultranza excepto si se dedicaban a fi nes de guerra, debiendo cada uno de los

gobiernos llevar a cabo la elaboración de un listado de los bienes que se soli-

citaba quedasen incluidos en la protección otorgada por la Convención.

Sin embargo, y pese a las pérdidas en el patrimonio histórico y arqueoló-

gico a raíz de la Primera Guerra Mundial, especialmente en Francia, Bélgica

y la Europa oriental, no será hasta la Guerra Civil española cuando la proble-

mática de la destrucción del legado histórico-artístico se haga plenamente

patente y se plantee la defi nición de una reglamentación específi ca para la

protección de bienes muebles e inmuebles (Gracia/Munilla, 2011 y 2013). El

Offi ce International des Musées, un organismo con sede en París dirigido por

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Euripides Foundoukidis dependiente del Institut International de Coopéra-tion Intellectuelle adscrito a la Sociedad de Naciones, compiló entre 1937 y 1939 (AAVV 1937 y 1939) una serie de recomendaciones o normas destinadas a facilitar la evacuación y protección de los bienes muebles e inmuebles, in-cluyendo la creación de depósitos perfectamente identifi cados para almace-nar las obras de arte y la defi nición de garantías jurídicas para el transporte de dichas obras al territorio de terceros estados aún cuando el confl icto fuese de carácter civil. Dichas recomendaciones servirán de base teórica –que no legal– para la creación del Comité internacional para el salvamento de las obras de arte españolas, que a principio de febrero de 1939 establecerá un acuerdo con el gobierno de la República para trasladar bajo su protección los tesoros artísticos españoles –incluidas una gran parte de las colecciones del Museo del Prado– a Ginebra para que fuesen custodiadas por la Sociedad de Naciones hasta el fi nal de la Guerra Civil (Colorado, 2008). Durante la Se-gunda Guerra Mundial tan sólo se registrará una actuación en el ámbito in-ternacional referida a la protección de obras de arte, promovida por la Aso-ciación internacional Lieux de Genève que basará su propuesta en las experiencias de la guerra de España y en el segundo confl icto chino-japonés iniciado en julio de 1937, aunque el Offi ce International des Musées publica-rá un resumen de sus actividades una vez fi nalizada la contienda (AAVV 1945). Pero las recomendaciones sirvieron para proteger las colecciones fran-cesas durante el confl icto (Valland, 2014), aunque no las colecciones propie-dad de israelitas (Jungius, 2012; Cassou, 1947; Feliciano, 2004; Nicholas, 1996).

En consecuencia, cuando se desarrolle la campaña del norte de África a partir de mediados de 1940, no existirá ninguna normativa internacional para la protección del patrimonio histórico-arqueológico de obligado cumpli-miento por los contendientes, no siendo hasta la Convención de La Haya de 14 de mayo de 1954 cuando, bajo el patrocinio de la UNESCO, se establezcan unas normas de cobertura amplia para el patrimonio cultural que, en la prác-tica, distan mucho de ser respetadas, como han demostrado, por ejemplo, la Guerra de los Balcanes o Guerras Yugoeslavas de secesión entre 1991 y 2001, las guerra en Afganistán entre 2001 y 2014, o la Guerra de Irak entre 2003 y 2014.

LA ARQUEOLOGÍA ITALIANA EN EL NORTE DE ÁFRICA

El desarrollo de la arqueología italiana en Libia durante el régimen fascista se caracterizó por la suma de tres factores: la potenciación del mito de la Ro-

manità; el desarrollo de la arqueología colonial característica del periodo

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comprendido entre mediados del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX; y la supeditación de la investigación a directrices políticas. El propio Mussolini

había defi nido en 1922 dicho concepto:

nosotros vemos en Roma la preparación del futuro. Roma es nuestro mito. Soñamos

con una Italia romana, es decir, sabia y fuerte, disciplinada e imperial. Gran parte

del espíritu inmortal de Roma renace con el fascismo: romano es el fascio, romana

nuestra organización de combate (Canfora, 1991: 83)

y la Mostra Augustea della Romanità, celebrada en 1937 con motivo del bi-

milenario del nacimiento de Augusto a partir de una idea propuesta al Duce

en 1932 por Giuglio Quirino Giglioli,16 director del Museo del Imperio, y en

la que una inscripción que rezaba: «italianos, hagamos posible que las glorias

del pasado queden superadas por las futuras», recibía a los visitantes entre

dos bustos del emperador y Mussolini, no hizo sino conferible carta de natu-

raleza académica (Barbanera, 1998: 145-146). Por ello, la restauración que el

arquitecto Armando Brasini17 dirigió en el castillo de Trípoli tenía un único

objetivo: asegurar la visibilidad ideológica de la continuidad ininterrumpida

entre la presencia de la Roma antigua y el Nuevo Estado Fascista en el terri-

torio. Convertidas en un instrumento de reivindicación política, las interven-

ciones arqueológicas en las ciudades romanas de Leptis Magna, Sabratha,

Tolemaida y Cirene debían servir para demostrar y difundir la idea del dere-

cho a la colonización y explotación del territorio norteafricano por la Italia

fascista. Durante su primera visita a Tripolitania en abril de 1926 (Munzi,

2006: 85-86), Mussolini recorrió detenidamente los conjuntos arqueológicos

de Sabratha y Leptis Magna, expresando su satisfacción por encontrarse en

un lugar llamado a ser el núcleo de unión entre «la Roma del pasado y la del

futuro», una máxima que los arqueólogos italianos se encargaron de afi anzar

durante la década siguiente mediante una política museográfi ca de carácter

16. Giuglio Quirino Giglioli. (Roma, 25/03/1886-11/11/1957). Licenciado en Estudios Clási-

cos por la Universidad de Roma en 1910 con una tesis sobre el trono de Zeus de Fidias en Olim-

pia, ejerció como conservador en los museos de Nápoles (1912) y Villa Giulia (1913). Catedrático

de la Universidad de Roma en 1925 tras haber ejercido previamente en las de Pisa y Turín, se

vinculó ideológicamente con el régimen fascista, por lo que sufrió un proceso de depuración,

extrañamiento y pérdida de cargos entre 1944 y 1947, momento en el que fue rehabilitado,

<http://www.treccani.it/enciclopedia/giulio-quirino-giglioli_(Dizionario-Biografi co)/>.

17. Armando Brasini (Roma, 21/09/1879-18/02/1965). Decorador, arquitecto y urbanista. De-

bido a su gusto por la arquitectura clásica y a la teatralidad de sus construcciones, se convirtió en

uno de los arquitectos preferidos de Mussolini, quien le encargó repetidas obras públicas hasta el

fi nal del ventenio fascista, <http://www.treccani.it/enciclopedia/armando-brasini_(Diziona-

rio-Biografi co)/>.

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monumentalista. En marzo de 1937, con motivo de la inauguración de la ca-

rretera costera que vertebraba la región de la Cirenaica, conocida como la Via

Balbia, Mussolini visitó Cirene y Trípoli –donde admiró el arco honorífi co de

Marco Aurelio y Lucio Vero–, Leptis Magna y Sabratha, pudiendo compro-

bar a través de las explicaciones que le proporcionó el soprintendente Giaco-

mo Caputo,18 que sus indicaciones expresadas once años antes relativas a la

necesidad de vincular el pasado esplendoroso de la antigua Roma y el futuro

de la Italia fascista que soñaba alcanzar, se habían cumplido. La satisfacción

del dictador era el resultado del interés que los sucesivos gobernadores de la

Cirenaica y la Tripolitania habían demostrado respecto a la potenciación de

la investigación arqueológica. Giuseppe Volpi (1922-1925) apoyó económica-

mente las intervenciones de la Soprintendenza de Tripolitania dirigida por

Renato Bartoccini19 en Leptis Magna y Sabratha, así como la reorganización

de los museos de Trípoli y Homs-Lebda, adoptando para las inscripciones

honorífi cas destinadas a marcar las obras realizadas durante su mandato el

título de praeses en referencia a la denominación de los gobernadores de la

Tripolitania a partir de la tetrarquía. Aunque las intervenciones arqueológi-

cas fueron protegidas también por sus sucesores Emilio De Bono (1925-1933)

y Pietro Badoglio (1933-1935), será Italo Balbo (1933-1940) quien retomará

el título de «procónsul de Libia» tras la unifi cación de ambas provincias, y

con dicho título fi gurará en la inscripción honorífi ca del Arco dei Fileni, si-

tuado en la Via Balbia en el antiguo límite fronterizo entre ambas, un exce-

lente marco propagandístico de su plan de infraestructuras, como se indicaba

en los documentales de propaganda:

el arco marmóreo rompe el silencio milenario de la región que observa ya las obras

de Roma y reúne el pasado con el presente. La civilización latina recuperada y re-

novada para siempre por el genio de Mussolini, con la nueva carretera imperial

vuelve a indicar al mundo la renacida majestad de Roma.

18. Giacomo Caputo (Palma di Montechiaro, 1901-Florencia, 1992). Investigador en la Escuela

Italiana de Arqueología en Atenas, dirigió las excavaciones de Poliochni (Lemnos). Soprinten-

dente arqueológico en Tripolitania y Libia (1935-1943), tras la guerra ejerció el mismo cargo en

Etruria (1951-1966), dirigiendo las intervenciones en Sesto Fiorentino, Roselle y Orvieto,

<http://www.treccani.it/enciclopedia/giacomo-caputo_%28Enciclopedia-Italiana%29/>;

<http://www.treccani.it/enciclopedia/giacomo-guidi_%28Dizionario-Biografi co%29/>.

19. Renato Bartoccini (Roma 25/08/1893-09/10/1963). Licenciado por la Universidad de

Roma (1917), ejerció sucesivamente los cargos de soprintendente de arqueología en Tripolitania

(1923-1928), director arqueológico de Ravenna (1929-1933), del Museo de Tarento y de la re-

gión Puglia (1933) y de la isla de Rodas (1940). Vinculado al régimen fascista, apoyó la Repúbli-

ca de Saló, por lo que fue depurado tras la guerra, <http://www.treccani.it/enciclopedia/rena-

to-bartoccini_(Dizionario-Biografi co)/>.

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134 EGIPTO

Una majestad que quedaba refl ejada en las inscripciones que enmarcaban

los relieves decorativos, en las que se recordaba tanto la frase de Horacio

(Carmen Saeculare, 9) en la que se indicaba cómo el Sol no había iluminado nunca nada más grande que Roma, como el discurso pronunciado por Musso-lini el 5 de mayo de 1936 para explicar la conquista de Etiopía:

hemos terminado una etapa de nuestro camino. Seguimos marchando en la paz para conseguir lo que esperamos del mañana, y que protegeremos con nuestro co-raje, con nuestra fe y con nuestra voluntad.

Balbo potenció las intervenciones en Leptis Magna y Cirene así como en el castillo de Trípoli, obteniendo importantes resultados que servirán no sólo a la propaganda de la Romanità, sino también para desarrollar una incipiente acti-vidad económica basada en el turismo. Una política que continuará, tras su muerte el 28 de junio 1940 al ser derribado su avión por la propia artillería antiaérea italiana cuando se aproximaba al aeropuerto de Tobruk, su sucesor Rodolfo Graziani, quien se lamentará muchos años después de fi nalizada la guerra del silencio con el que se trataba su intervención en la protección de los yacimientos arqueológicos de la colonia debido tanto a su derrota frente a los británicos como a su apoyo a la República de Saló (Munzi, 2006: 88-89). Pero para conseguir los fi nes exigidos por Mussolini, se sacrifi cará el rigor metodo-lógico científi co en el altar de intervenciones monumentalistas que pudieran ser empleadas con fi nes propagandísticos en las sucesivas visitas del Rey o de altos personajes del estado a las excavaciones difundidas a través de los docu-mentales de LUCE,20 en los que los mensajes transmitidos a la población no podían ser más claros: «documentos de piedra de un pasado de majestad y edi-licia nunca sobrepasado (…) testimonio de un imperio que ha dejado huella en el mundo». Las intervenciones a gran escala se convirtieron por tanto en la norma básica de la política arqueológica colonial dirigida desde las Soprinten-denzas de Tripolitania y Cirenaica, pese a que investigadores como Renato Bartoccini, responsable de la región de Trípoli entre 1923 y 1928, intentarán compaginar los intereses científi cos con los políticos, aunque estos últimos aca-barían primando. En 1934 se produjo la unifi cación de la estructura arqueoló-

20. Pueden citarse, entre otros los documentales LUCE B0418 (1934): Tripoli. I nuovi scavi di

Leptis Magna; BO678 (15/05/1935): I príncipe di Piemnonte tra le rovine della città natale di

Settimio Severo; BO930 (05/08/1936): Gli ultimi scavi di Leptis Magna; B1227 (29/12/1937): Visita ai ruderi monumentali di Leptis Magna; B1514 (17/95/1939): Libia Leptis Magna; B0264 (05/1933): S. M. il Re in Cirenaica. La visita alla zona archeologica di Cirene; B0655 (03/04/1935): Tripoli Sabratha; B0144 (18/01/1939): Sabratha; C0090 (1940): Segni di Roma in

Africa. I recenti scavi di quella che fu la romana Cirene in terre d’Africa.

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gica como resultado de la reorganización administrativa del territorio, siendo

Trípoli la sede de la Soprintendenza líbica que desde 1935 quedará bajo la di-

rección de Giacomo Caputo, quien la mantendrá nominalmente hasta el fi nal de la Segunda Guerra Mundial –puesto que regresará a Italia a principio de 1943–, desarrollándose un tipo de actividad que ha sido califi cado como de «arqueología sin arqueólogos» debido a las implicaciones de las directrices que condicionaban la investigación (Barbanera, 1998: 130) y también al intento que muchos arqueólogos realizaron por distanciarse de las implicaciones de su actuación en el régimen fascista durante los procesos de depuración que se sucedieron tras el fi nal de la guerra, presentando sus actuaciones como «técni-cas», como si las mismas no hubieran tenido evidentes implicaciones políticas.

ARQUEOLOGÍA Y PROPAGANDA

El 9 de diciembre de 1940, las British Troops Egypt (BTE) bajo el mando de Sir Archibald Wawell iniciaron una ofensiva limitada contra las tropas italia-nas asentadas en la posición de Sidi-Barrani (Fig. 4). Pero lo que debía ser

FIGURA 4. Cuartel general del 1er batallón del regimiento Durham Light Infantry establecido el 1 de noviembre de 1940 en el interior de una tumba romana en Mersha Martuh (Egipto). Foto: IWM E-978.

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136 EGIPTO

una operación de corto alcance para rechazar a los italianos más allá de la frontera egipcia que habían atravesado el 13 de septiembre, se convirtió, ante

la facilidad con la que los británicos consiguieron sus objetivos, en una ofen-

siva en toda regla contra la Cirenaica. El 1 de enero de 1941, las Fuerzas bri-

tánicas del desierto occidental cambiaron su denominación por la de XIII

Cuerpo de Ejército. Dirigido por el mayor-general Richard O’Connor, el 5 de

enero consiguieron la capitulación de Bardia, el 22 ocuparon Tobruk, el 24

Derna, y tres días después Bengasi, consiguiendo el 7 de febrero la rendición

en campo abierto de los restos del Décimo Ejército italiano en la Cirenaica

tras la maniobra de envolvimiento llevada a cabo en Beda-Fomm (Macksey,

1975), alcanzando El-Agheila, límite de la Tripolitania, el día 9. Junto a los

emplazamientos militares, las tropas británicas y australianas ocuparon tam-

bién los museos y yacimientos arqueológicos de la Cirenaica sin que se dicta-

ra por parte del mando británico ningún tipo de orden especial para su custo-

dia y protección. Por ello, cuando pocas semanas después la contraofensiva

germano-italiana encabezada por el Deutsche Afrika Korps del general

Erwin Rommel expulsó a las tropas británicas y de la Commonwealth de la

Cirenaica con la excepción de la plaza fuerte de Tobruk, la propaganda italia-

na ejemplifi cará a partir del patrimonio arqueológico las diferencias entre su

visión positiva de la colonización fascista de Libia y la destrucción sistemáti-

ca del legado cultural romano atribuida a sus enemigos: «il confronto illumi-

na in pieno l’insanabile contrasto fra la civiltà plutocrática britannica e que-

lla dell’Italia fascista» (MCP 1941).

Un texto de propaganda encargado por Alessandro Pavolini, ministro de

Cultura Popular del régimen fascista, titulado Che cosa han fatto gil inglesi in

Cirenaica (MCP 1941) intentaba demostrar mediante testimonios presencia-

les y documentación fotográfi ca la destrucción sistemática de propiedades y

recursos económicos practicada por los británicos durante su breve ocupación

de la Cirenaica (Fig. 5), incluyendo amplias referencias al saqueo del Museo

de Cirene, donde, según la propaganda italiana, habrían sido destruidas tanto

las colecciones como el material de administración, y decoradas las paredes

de las salas de exposición con múltiples grafi tos realizados especialmente por

los soldados de la 6ª División de infantería australiana, una unidad especial-

mente odiosa para los italianos.21 El impacto que suponía presentar a la opi-

nión pública mundial la destrucción sistemática de un patrimonio histórico-

21. Pietro Romanelli (Romanelli, 1943) dará en 1943, desde una óptica claramente propagan-

dística, una confi rmación de las inscripciones realizadas por los soldados británicos en los pare-

des del museo indicando que uno de ellos habría escrito en latín la frase «hic Roma quondam»,

respondida por un militar italiano tras la reconquista de la Cirenaica: «ora e sempre». Cit. Mun-

zi, 2001: 120.

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arqueológico que formaba parte del núcleo conceptual de la civilización occidental, fue rápidamente amplifi cado mediante un documental de propa-ganda realizado por los noticiaros de la empresa LUCE. Bajo el título Dove

sono pasati i britanni. I danni provocati dalle truppe inglesi durante la loro

permanenza in Cirenaica, se distribuía el 5 de mayo de 1941, pocas semanas después de la reconquista de Cirene, una grabación en la que sobre las imá-genes de las salas arrasadas se indicaba: «entre los bárbaros que destruyeron la fl oreciente y avanzada provincia romana de África se encontraban los ván-dalos. Émulos de ellos, pero aún más destructivos, han resultado ser los mo-dernos británicos, que se han encarnizado en el Museo de Cirene, encontrado en miserables condiciones, habiendo sido robadas o destruidas sus coleccio-nes». El ministro callaba, no obstante, que durante la retirada italiana a prin-cipio de año, el comandante en jefe, mariscal Rodolfo Graziani, había insta-lado su cuartel general en la necrópolis griega de la ciudad, una acción que le fue reprochada tanto por Mussolini como por el jerarca fascista Roberto Fari-nacci, por lo que los italianos habían sido los primeros en emplear el conjun-

FIGURA 5. Soldados de la IV División India del Ejército británico en las ruinas de Ci-rene el 27 de diciembre de 1941. Foto: IWM E-7346.

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138 EGIPTO

to arqueológico con fi nes militares. Los técnicos italianos no perderán oca-sión de reiniciar las intervenciones en Cirene tras su reconquista por las tropas del Eje, puesto que como indicará Pietro Romanelli, inspector de la investigación arqueológica en el Ministerio de Instrucción Pública desde 1938: «la arqueología italiana tan sólo espera el momento de la victoria para reemprender con mayor fuerza su tarea» (Munzi, 2002: 117).

La propaganda del Gobierno italiano causó preocupación en el británico, y el War Offi ce, encargado de la administración de los territorios ocupados, tomó en consideración los problemas que planteaba la arqueología, por lo que el mayor Leonard Woolley, uno de los arqueólogos británicos más reputados en la fecha, fue nombrado asesor de dichos temas del Director of Civil Affairs, cargo en el que permanecerá hasta octubre de 1943, cuando se consi-derará que todas las actuaciones relacionadas con los yacimientos arqueológi-cos y los monumentos históricos sobre los que fuera necesario «supervisar las medidas de protección en los territorios en los que operaban las tropas britá-nicas» debían pasar al control de la ahora independiente Dirección de Asun-tos Civiles, siendo Woolley nombrado «asesor de arqueología» (archaeologi-

cal adviser) de dicho organismo.Meses más tarde, en diciembre de 1941, cuando los británicos volvieron a

posesionarse de la Cirenaica, nadie se preocupó de visitar las ruinas y el Mu-seo de Cirene y realizar un informe que contrarrestara la propaganda italia-na, y puesto que los británicos volvieron a perder el control sobre la región a raíz de la segunda ofensiva de Rommel en enero de 1942, tardarían más de dos años en disponer de pruebas que confi rmaran la falsedad de las acusacio-nes. Tras un estudio realizado a principios de 1943, se demostraría –o al me-nos así quiso explicarse– que texto y fi lmación eran el resultado de la mani-pulación propagandística, por cuanto las roturas de las estatuas eran en realidad antiguas; las piezas arqueológicas habían sido trasladadas por los conservadores italianos a los almacenes, y aunque las pintadas eran efectiva-mente obra de los soldados británicos, no se habían realizado sobre las obras de arte sino en los muros traseros del edifi cio, donde también se localizaron inscripciones realizadas por soldados italianos (Nicholas, 1996: 263-265), aunque no todas las destrucciones tenían una explicación tan sencilla. Pero lo cierto es que el panfl eto y la película tuvieron una gran repercusión interna-cional y alarmaron al alto mando británico, por lo que se cursaron instruccio-nes para que cuando se produjese el que se consideraba defi nitivo avance so-bre el norte de África italiano tras la batalla de El-Alamein, las operaciones militares respetasen al máximo los recursos culturales, dándose instrucciones a los soldados para que no se produjeran saqueos y actos de vandalismo. En teoría, la Ofi cina de Asuntos Civiles (Civil Affairs Offi ce) desarrolló a fi nales de noviembre de 1942 una serie de instrucciones y recomendaciones dirigi-

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das a su personal para facilitar la preservación del legado histórico-arqueoló-

gico en las regiones de Cirenaica y Tripolitania (Woolley, 1947: 11), indican-

do que tan pronto como fuese ocupado un recinto arqueológico debían

tomarse las disposiciones necesarias para asegurar su protección. En princi-

pio, las instrucciones no fueron específi camente desarrolladas para prevenir

el problema concreto, sino que eran la aplicación del Manual de Legislación

Militar de 1929 en servicio en el Ejército británico, en el que se indicaba: «deben realizarse todos los pasos necesarios, con la mayor rapidez posible, para proteger los edifi cios destinados a actividades públicas, artes, ciencias o asistenciales, monumentos históricos, hospitales y lugares en los que los heri-

dos puedan ser atendidos». Dicho de otro modo, se trataba de la aplicación de

las recomendaciones ya incluidas en el texto de la Declaración de La Haya de

1907, por lo que no signifi caban una nueva aportación en el campo legal, sino

un recordatorio de las propias normas británicas. Unas instrucciones que, en

todo caso, no se demostrarían fáciles de cumplir.

EL TENIENTE CORONEL MORTIMER WHEELER

Habiendo servido en el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial (Hawkes, 1982: 56-74), Mortimer Wheeler, director del Museo de Londres, fue movilizado de nuevo al estallar la Segunda Guerra Mundial con el grado de coronel, siendo destinado al mando de una unidad de la Territorial Army o milicias de defensa del territorio: la 48th Light Anti-Aircraft Battery en la que rápidamente se alistaron varios amigos y colegas suyos como John Bryan Ward-Perkins, Walter Henderson y Nigel Wingate. Wheeler pasó los primeros

años de la guerra organizando y entrenando a la unidad que, a principio de 1941, fue estacionada en la región de Cumbria. Pocos meses después fue inte-grada en un regimiento de nueva creación, el 42nd Mobile Light Anti-Aircraft Regiment, del que asumió el mando, siendo destinado a reforzar al ejército británico en Egipto. Partiendo del Clyde el 24 de septiembre de 1941 integra-

do en un convoy de tropas, el regimiento llegó a Suez en enero de 1942 tras un

largo viaje con escalas en Durban y Adén. El 42nd fue apostado en las proximi-dades del Gran Lago Salado para su adaptación al desierto y en mayo fue

trasladado al Desierto occidental y acantonado en la línea de Gazala para de-

fender los campos de aviación de RAF frente a los ataques de los bombarderos

enemigos. La ofensiva de Rommel en el mes de junio obligó al Octavo Ejérci-to a retirarse precipitadamente hacia el interior de Egipto, estableciendo el general sir Claude Auchinleck una línea de defensa en El-Alamein, una dura

prueba de la que Wheeler salió airoso puesto que consiguió salvar en una or-

denada retirada la mayor parte de sus vehículos y piezas de artillería, por lo

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que al estabilizarse el frente el 42nd continuaba siendo una unidad operativa.

Un éxito que se atribuyó a las arduas tareas de entrenamiento en movilidad a las que Wheeler había sometido a su tropa en Gran Bretaña. El regimiento combatirá en la primera batalla de El-Alamein (1-27 de julio), en Alam Halfa (1-4 de septiembre) y en la segunda batalla de El-Alamein (23 de octubre-4 de noviembre), integrado en la First Armoured Division mandada por el general Harold Rawdon Briggs, perteneciente al X Cuerpo de Ejército del teniente general Herbert Lumsden, participando en la decisiva ruptura de la línea de frente del Eje durante la operación Supercharge: «tanques fuera de combate –muchos de ellos nuestros– cañones anti-tanque abandonados, fusiles, un lí-nea de enemigos muertos con las caras tan lívidas como sus uniformes verdes. El enemigo se ha retirado» (Hawkes, 1982: 213). Durante su estancia en Egip-to, Wheeler no desaprovechó ninguna ocasión para mantener el contacto con la investigación arqueológica. Además de la obligada visita al conjunto ar-queológico de Giza –una de las distracciones con la que el mando británico en El Cairo mantenía entretenidas a las tropas francas de servicio–, pudo analizar las fortifi caciones árabes de El Cairo junto a Archie Creswell, profesor de arte y arquitectura musulmanas; tuvo ocasión de visitar a William Mattthew Flin-ders Petrie en Jerusalén poco antes de la muerte del egiptólogo el 28 de julio del mismo año, de quien indicó que tenía el aspecto de un patriarca bíblico; y empleó como libro de cabecera durante la campaña una copia de la obra de Vere Gordon Childe Man Makes Himself editado en 1936 y en la que analiza-ba la evolución de las sociedades desde una perspectiva marxista.

Según el posterior informe ofi cial de Woolley sobre las tareas de protec-

ción de los conjuntos arqueológicos en el norte de África (1947: 11), las reco-mendaciones de la CAO y de la Ofi cina de Asuntos Tribales (TAO) se aplicaron escrupulosamente en el conjunto arqueológico de Cirene inmediatamente después de su conquista el 23 de noviembre de 1942, manteniéndose en sus puestos a los guardias indígenas bajo la supervisión de subofi ciales británicos. Sintomáticamente, una vez fi nalizada la guerra, los relatos sobre el desarrollo de las operaciones de salvamento que realizarán tanto los antiguos gestores italianos (Pesce, 1953) como los ocupantes británicos (Goodchild, 1976) atri-buirán en gran medida las destrucciones en los conjuntos arqueológicos de Cirene y Tolemaida a los jefes de las comunidades árabes locales, siendo res-ponsables las tropas británicas tan sólo de haberse apropiado de algunos «re-cuerdos» que quedaron tras la destrucción. Y esta explicación será tan sólo una parte de la línea argumentativa ofi cial, por cuanto Genaro Pesce,22 res-

22. Genaro Pesce (Nápoles, 1902-?, 1984). Licenciado en la Universidad de la Sapienza (1927), fue miembro de la Escuela Italiana de Arqueología en Atenas. Destinado sucesivamente en las regiones arqueológicas de Napoli Avellino-Benevento (1929), Reggio Calabria (1933), Piemonte

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MORTIMER WHEELER, LEONARD WOOLLEY Y JOHN BRYAN WARD-PERKINS 141

ponsable de los yacimientos arqueológicos en la Cirenaica, en un artículo pu-

blicado en 1953 bajo el título Comme fu salvato il patrimonio archeologico

della Cirenaica, vinculará dicha protección a la acción decisiva de las autori-dades civiles y militares italianas, cuya actividad habría quedado situada de forma más nominal que efectiva bajo control británico:

en el torbellino de la guerra, en medio de una humanidad embrutecida por la locu-ra de destruir, es una tarea muy difícil defender los valores de la cultura. Promotor de esta defensa fue en Libia el Ejército italiano, el cual, incluso en el trágico desa-rrollo de la derrota, se preocupó por estos intereses. La Administración militar bri-tánica, posteriormente substituida por la italiana, y en la actualidad el estado autó-nomo de Libia han continuado y continúan nuestra obra en homenaje a aquella «religión de la antigüedad» defendida por cualquier pueblo civilizado (Pesce, 1953: 110).

En su alegato, Pesce indica que los escritos y películas de propaganda fue-ron responsabilidad exclusiva de las autoridades políticas fascistas sin inter-vención de los miembros de la Soprintendenza de Libia, quienes, de acuerdo con los ofi ciales del estado mayor del Supercomando del ejército italiano en Libia dirigido por el mariscal Rodolfo Graziani, habían procedido en enero de 1941 a la evacuación de las principales series de materiales de los yaci-mientos situados en el área de la Cirenaica, trasladados bajo protección mili-tar a Trípoli y los almacenes de Leptis Magna, por lo que durante la primera ocupación británica tan sólo resultó afectado el museo de Tolemaida, daños que Pesce achacó a la acción de bandas indígenas lideradas por fanáticos que fueron denunciados a las autoridades de ocupación británicas. Tras la prime-ra reconquista de la Cirenaica por las tropas del Eje, Pesce se encargó de re-mitir a Trípoli todos los materiales que no habían podido ser evacuados con anterioridad, incluyendo las colecciones de referencia de la biblioteca y la fototeca. Tras el segundo refl ujo de la campaña, los italianos llegaron incluso a reabrir las excavaciones en el área del templo de Zeus en Cirene y pudieron realizar un inventario de los materiales perdidos en Tolemaida, atribuyendo la desaparición de algunos de ellos a la acción de las tropas alemanas, espe-cialmente vasos griegos del Museo de Barce, una cabeza de Dionisio y una estatua egipcia del Museo de Tolemaida y diversas piezas en los de Apollonia y Bengasi, consiguiendo del gobernador militar, general Ettore Bastico, los medios necesarios para trasladar a la Tripolitania los fondos aún restantes en los pequeños museos de Cirenaica. Durante la defi nitiva ofensiva británica,

(1936) y Cerdeña (1938). Tras la guerra regresó a Cerdeña (1949) donde realizó una amplia la-bor hasta su fallecimiento, <http://www.sergioatzeni.net/pagina_79.html>.

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142 EGIPTO

Pesce se habría encargado de transportar los fondos a los almacenes de Sabra-

tha donde los encontrarían los británicos, con la excepción de los tesoros nu-

mismáticos que pudieron ser evacuados en última instancia a Italia.

La versión británica será, obviamente muy diferente. Así, durante la per-

secución de las tropas germano-italianas en retirada a través de Cirenaica y

Tripolitania, Wheeler habría tomado conciencia de la imperiosa necesidad de

actuar sobre el patrimonio arqueológico. Mientras atravesaba el desierto se-

ñaló un elevado número de ruinas de época romana, y él mismo tuvo la nece-

sidad de instalar una parte de sus piezas de artillería en unas ruinas romanas

junto a la colonia italiana de Brevigleri. En la región de Trípoli los proble-

mas fueron mayores. Los almacenes y el museo de Leptis Magna sufrieron

saqueos por parte de la tropas, destruyéndose varias piezas cerámicas, mien-

tras que en el conjunto monumental sufrieron serios daños dos estatuas que

los soldados confundieron con símbolos fascistas por lo que fueron severa-

mente mutiladas (Fig. 6); algunos relieves e imágenes de pájaros y cupidos, y

elementos de los baños públicos, además de realizarse numerosas inscripcio-

nes sobre los muros. No sólo los yacimientos arqueológicos. En la ciudad de

Trípoli, tanto las mezquitas como las casas del barrio árabe sufrieron conside-

rables daños como consecuencia de los bombardeos y de los combates que

precedieron a la ocupación de la ciudad.

Wheeler informó al general Briggs y al cuartel general del VIII Ejército

del problema que existía respecto a los yacimientos arqueológicos, especial-

mente los de menor rango como villas, necrópolis y torres de vigía de época

romana, en las que los soldados realizaban inscripciones o simplemente arran-

caban fragmentos constructivos como recuerdo o para comerciar con ellos

(Nicholas, 1996: 264), mientras que en otros casos el paso incontrolado de ve-

hículos pesados ponía en peligro calzadas o mosaicos romanos (Edsel, 2012:

59-61).23 Obtenido el permiso para evaluar la situación y proponer medidas

para que no se repitieran los problemas motivados por el tratamiento dado a

las ruinas de Cirene dos años antes, Wheeler, con la ayuda del mayor John

Bryan Ward-Perkins, segundo jefe del regimiento, inició inmediatamente la

tarea. En primer lugar, acometieron la protección de la sede del museo de

Trípoli, que ya había sufrido las embestidas de los soldados británicos que sa-

quearon las ofi cinas. En Leptis Magna, una división había ya acampado entre

los edifi cios, algunos tanques se encontraban en el interior de la basílica, y la

23. Aunque interesante, la versión española de la obra de Edsel contine múltiples errores en

relación con la actuación de Wheeler durante la campaña africana, al tratarse esencialmente de

un texto destinado a glosar la actuación de los norteamericanos que integraron los Monuments

Men. La versión original no incluye obviamente los errores sumados por la traducción, pero sí,

lógicamente, los del núcleo argumental.

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MORTIMER WHEELER, LEONARD WOOLLEY Y JOHN BRYAN WARD-PERKINS 143

RAF iniciaba la instalación de una estación de radar en el interior de la ciu-

dad construida por Septimio Severo, con lo que a los daños ya causados se unía

la conversión del conjunto arqueológico en un objetivo militar válido que po-

día ser atacado por alemanes e italianos al haber sido empleado como recinto

militar por los británicos. Cuando intentaron detener a la tropa, Wheeler y

Ward-Perkins se encontraron con el menosprecio del jefe de la división que

les espetó: «¿qué importa si todas estas ruinas van a parar al mar?» (Hawkes,

1982: 217). Era evidente que restaba un gran trabajo por hacer.

Las primeras medidas consistieron en conseguir la colaboración de la Po-

licía Militar para impedir que el conjunto arqueológico sufriera daños; forzar

el traslado de las instalaciones de la RAF; redactar carteles explicativos y de

FIGURA 6. Soldados británicos de la 51 División Highland visitando el museo de Leptis

Magna en 1943. Dibujo de Edward Jeffrey Irving. Foto: IWM MARTLD-2931.

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144 EGIPTO

advertencia que fueron distribuidos por todo el yacimiento, e imprimir folle-

tos para explicar a las tropas la importancia de los vestigios romanos y la ne-

cesidad de preservarlos. Cuando en el mes de febrero de 1943 se reanudó el

avance hacia Túnez en persecución de las tropas del Eje, Wheeler y Ward-Perkins llegaron hasta Sabratha, la última gran ciudad romana en poder del enemigo, cuyos alrededores habían sido minados. Pese a las medidas adopta-das durante el transcurso de las semanas precedentes, no pudo evitarse que la tropa, al ocupar el conjunto arqueológico, violentara las instalaciones del

Museo, la biblioteca y los almacenes, un extremo que Woolley considerará

«inevitable» en su informe de 1947, aunque el yacimiento sufrió en compa-

ración pocos daños, entre los que se contaron el robo de dos máscaras de már-

mol del museo y de algunas inscripciones del área del Teatro, y el consabido

grafi tado de los muros. Ni los técnicos italianos ni los guardias árabes pudie-

ron hacer nada por evitarlo al carecer de cualquier tipo de autoridad sobre las

tropas británicas y, lo que era aún más importante, el peligro no quedaba

circunscrito al momento de la ocupación, sino que se extendía en el tiempo

tras la conquista, por lo que era necesario aplicar medidas.

A las puertas del museo, Wheeler y Ward-Perkins fueron recibidos por el

subdirector de la Soprintendenza de Libia, Gennaro Pesce –que substituía a

Giacomo Caputo quien había regresado a Italia poco antes de la entrada de las

tropas británicas en Trípoli–, junto al resto del personal técnico de la provin-

cia, unas cincuenta personas, que no habían querido proseguir la retirada hacia

Túnez. Los funcionarios italianos fueron inmediatamente situados bajo el con-

trol del ejército (British Military Administration, BMA) y la administración

civil británica del territorio ocupado (Civil Affairs Offi ce, CAO) encomendán-

doseles la responsabilidad de la protección de yacimientos, museos y obras de

arte, de forma tan efectiva que no tardaron en reanudarse algunas intervencio-

nes con dirección técnica italiana y supervisión de soldados británicos. Las pri-

meras normativas de actuación fueron redactadas por Ward-Perkins, quien

estuvo a cargo del control de los italianos durante la última fase de la campaña

africana, siendo substituido en sus tareas militares por Nigel Wingate. La ver-

sión italiana de los acontecimientos (Pesce, 1953; Muzzi, 2004) presentará una

relación cordial entre los miembros de la administración italiana y de la Sopr-

intendenza que permanecerán en sus puestos y funciones, y los delegados de la

British Military Administration, habiendo concluido en los primeros momen-

tos Wheeler y Pesce un protocolo de actuación al que serán leales ambas partes.

Pocos días después, la importancia de las medidas adoptadas se puso de

manifi esto cuando una unidad de la Royal Artillery preparaba el emplaza-

miento de sus baterías en un terreno situado al este de Leptis Magna. Al ex-

cavarse los pozos para instalar las cureñas de los cañones, se localizaron los

restos de una villa romana con pavimentos de mosaico, que fueron topogra-

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fíados, fotografi ados y vueltos a cubrir con arena para facilitar su conserva-

ción, además de realizarse el traslado de las piezas de artillería a otra posición (Nicholas, 1986: 265). No obstante, cabe indicar que cuando se sucedieron las acciones de protección, el norte de África se encontraba prácticamente en manos aliadas y el riesgo de ataques aéreos alemanes sobre sus bases en Libia era prácticamente inexistente, por lo que era fácil aplicar las medidas de pro-tección (Fig. 7). Se hubiera producido una respuesta muy diferente si el yaci-miento hubiera estado situado en la línea de frente, como se demostrará pos-

FIGURA 7. Soldados de una unidad de transmisiones del V Ejército USA emplean las ruinas de los templos griegos de Paestum (Italia) como base en 1943. Foto: NARA-531170.

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teriormente en otros lugares, como la abadía benedictina de Montescassino

durante la campaña de Italia en 1944, cuando ante las protestas del Vaticano

al ser alcanzado el monasterio por la artillería aliada, el jefe del frente italia-

no, mariscal Harold Alexander, indicó: «no se tolerará que la consideración por la seguridad de esas áreas interfi era en la necesidad militar» (Parker, 2006: 244), y posteriormente, ante las quejas de sus comandantes de campo sobre el efecto psicológico de la preservación del monasterio entre la tropa, añadió: «cuando los soldados luchan por una causa justa y están preparados para sufrir muerte y mutilación en el proceso, no puede permitirse que los ladrillos y el mortero, por venerables que sean, se antepongan a las vidas de los seres humanos». El 15 de febrero de 1944, la 13ª fuerza aérea estadouni-dense redujo a escombros el monasterio benedictino.

En la Cirenaica bajo control aliado y administración francesa, la dirección de las actividades arqueológicas recaerá en el sargento Shimon Applebaum, quien acabará por convertirse en un experto en arqueología hebraica (Muzzi, 2004).

Wheeler, el 30 de enero y el 22 de febrero, y Ward-Perkins, el 30 de enero y el 9 de febrero de 1943, entregaron informes a la CAO en los que proponían una serie de recomendaciones para la organización de la protección del patri-monio histórico-arqueológico (Woolley, 1947: 13-14):

1º El gobierno debe asumir el coste de preservar, en la medida de lo posible y en las actuales condiciones, las excavaciones y reconstrucciones en Leptis Magna, Sa-bratha y otros lugares menos conocidos; sin embargo, las investigaciones y posterior reconstrucción no deben continuarse.2º La Ley Italiana de Antigüedades debe mantenerse, al menos por el momento, en vigor.3º La Administración debe nombrar, por un período de al menos tres meses, a un ofi cial competente como Comisionado de Antigüedades.4º El personal existente, tanto italiano como árabe, debe permanecer en sus pues-tos hasta que el Comisionado de Antigüedades emita un informe.5º La clasifi cación y archivo de los informes, planos y fotografías del departamen-to, desorganizados como consecuencia de la guerra, debe ser responsabilidad de los miembros del personal.6º Los lugares históricos y los museos deben ser accesibles a la tropa, para que de-sarrolle su interés por las antigüedades cuando regresen a casa.

Los informes fueron remitidos tanto a la dirección de la Ofi cina de Asun-tos Civiles en Tripolitania, como al cuartel general británico en Oriente Me-dio, que los aprobaron de inmediato satisfechos de disponer de unas ideas básicas para acometer un problema del que reconocían su importancia pero que no sabían cómo afrontar, puesto que si en el norte de África era relativa-mente sencillo determinar los yacimientos y museos a proteger, la tarea podía

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resultar inabarcable durante las previstas campañas en Sicilia y la península

Itálica. Los esfuerzos de Wheeler para proteger el patrimonio arqueológico le

impulsarán a presentar a principio de junio de 1943 una nueva propuesta al

cuartel general británico para que se tuviera en consideración la necesidad

de preservar los yacimientos arqueológicos de Sicilia durante la inminente

invasión de la isla que planeaba el alto mando aliado, para lo que contó con el

apoyo de Lord Harlech, aunque debido a la premura de tiempo lo máximo

que pudo hacerse fue distribuir ejemplares de la guía turística Baedeker de

Sicilia24 entre los mandos de las divisiones para que, al menos, tuvieran una

idea de los monumentos situados en sus respectivas zonas de operaciones.

Quedaba claro que tanto durante el avance de las tropas aliadas por Sicilia e

Italia, como en una futura invasión en el noroeste de Europa, era necesario

establecer un protocolo explícito y detallado en el que se indicase la forma en

la que las tropas debían comportarse ante los monumentos históricos y los

yacimientos arqueológicos, y qué medidas de protección era necesario esta-

blecer una vez que los mismos estuviesen bajo control aliado.

LAS PROPUESTAS DE WHEELER Y WARD-PERKINS Y EL INFORME WOOLLEY

Ward-Perkins será nombrado responsable del Servicio de Antigüedades en

Tripolitania, permaneciendo en el cargo hasta fi nales de agosto de 1943,

cuando el cuartel general de El Cairo dio por fi nalizada su misión. Para desa-

rrollar su tarea contó con el apoyo de 30 auxiliares árabes y 38 miembros del

servicio técnico italiano dirigidos por Genaro Pesce. Por el contrario, a la re-

gión de Cirenaica no fueron destinados efectivos ni recursos debido a que el

grueso de los materiales procedentes de los yacimientos de Apollonia y Cire-

ne, así como del museo de Bengasi, además de la biblioteca y los archivos fo-

tográfi cos de la Soprintendenza habían sido trasladados a Trípoli por las

autoridades italianas. Aunque no se destinó personal a la Cirenaica, sí se au-

torizaron a lo largo de 1943 diversas visitas de inspección cuya fi nalidad era

no sólo elaborar informes sobre la situación del patrimonio en la zona sino,

más importante aún, determinar la responsabilidad de las tropas británicas

en las destrucciones acontecidas en 1941 que habían servido de base a las

denuncias de la propaganda italiana. Alan Rowe,25 conservador del Museo de

24. Se trataba de la 17ª edición de la guía Southern Italy and Sicily, editada en 1930.

25. Alan Rowe (Horshonds, 1891-?, 1968). Nacido en Gran Bretaña, emigró al sur de Australia

en 1914. Ejerció como profesor en la Universidad de Adelaida durante ocho años antes de incor-

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Antigüedades Greco-Romanas de Alejandría, llevó a cabo dos misiones de

inspección en mayo y agosto concluyendo que el escrito encargado por Pavo-

lini era falso en todos sus puntos, y que las únicas destrucciones constatadas

podían atribuirse a la acción de ladrones árabes durante el gobierno italiano,

por lo que concluía que: «prácticamente no se ha producido ningún daño a

las antigüedades de Cirenaica que sea imputable a los soldados del Ejército

británico» (Woolley, 1947: 14). Una opinión que sería posteriormente corro-

borada por un segundo informe elaborado por el profesor Alan John Bayard

Wace,26 director de la Escuela Británica de Arqueología en Atenas, quien, tras

visitar el conjunto arqueológico de Cirene, indicó que las áreas excavadas

estaban bien protegidas, y que los responsables del yacimiento guiaban a las

tropas y a otros visitantes durante su recorrido, visitas en las que los soldados

respetaban en todo momento las ruinas. Una visión idílica de los programas

de formación cultural de las tropas británicas para reafi rmar que ningún

daño importante sufrido por las ruinas era imputable a los soldados britá-

nicos.

Los informes elaborados por Ward-Perkins durante su mandato indican

que en los yacimientos de Tripolitania los guardias indígenas fueron encua-

drados por subofi ciales británicos para dirigir y controlar sus actividades y

que, a grandes rasgos, la actuación de la CAO se ciñó a los planteamientos de

la Soprintendenza Italia para Libia. Los museos fueron reacondicionados y

reabiertos al público –incluyendo la realización de espectáculos de varieda-

des para las tropas en los teatros de Leptis Magna y Sabratha–; los fondos

documentales reordenados; se solicitaron copias de las imágenes obtenidas

por los servicios de información durante los reconocimientos aéreos de la

campaña para ser empleados como base de futuras investigaciones y se dise-

ñaron las líneas generales para la continuidad de las intervenciones arqueo-

lógicas una vez fi nalizada la guerra, labor en la que el propio Ward-Perkins,

nombrado en 1946 director de la Escuela de Arqueología Británica en Roma,

tomará parte activa. Los memorándums de Ward-Perkins insistirán en la crí-

porarse a diversas misiones arqueológicas en Egipto junto a Clarence Stanley Fisher. Tras la

guerra, fue profesor de Arqueología del Próximo Oriente en la Universidad de Manchester entre

1950 y 1958, <http://trove.nla.gov.au/people/1476281?c=people>; <http://www.eoas.info/

biogs/P001211b.htm>.

26. Alan John Bayard Wace (Cambridge, 13/07/1879-Atenas, 09/11/1957). Estudió en el Pem-

broke College de Cambrigde. Director de la British School en Atenas (1914-1923), conservador

del Victoria and Albert Museum de Londres (1924-1934), catedrático de Arqueología Clásica en

Cambridge (1934-1944) y en la Universidad Rey Faruk I (1943-1952), <http://es.wikipedia.

org/wiki/Alan_Wace>; <http://oxfordindex.oup.com/view/10.1093/oi/authori-

ty.20110803120308253>.

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tica a la metodología de intervención adoptada por los técnicos italianos en el

período anterior a la guerra, especialmente en la supeditación de los resulta-

dos científi cos a la arqueología monumentalista con fi nes de propaganda po-

lítica. Con todo, su mayor aportación consistirá en la defi nición de las respon-

sabilidades que debía adoptar la Administración (Woolley, 1947: 15):

1º La conservación de los yacimientos de Leptis Magna y Sabratha y otros enclaves

menos conocidos del territorio que cuentan con vestigios arqueológicos.

2º Clasifi cación y archivo de los centenares de planos y fotografías existentes.

3º Protección frente a los buscadores de recuerdos y destructores.

4º Supervisión británica de los empleados y su trabajo.

5º Desarrollo de una Ley sobre Antigüedades.

El problema de la petición radicaba en el hecho de poner a la CAO frente

a un hecho incuestionable: como vencedores y ocupantes de un territorio

cuyo destino al fi nalizar la guerra se desconocía (podía suponerse que sería

devuelto al país colonial, es decir, a la administración italiana; repartido en-

tre otros territorios como el Túnez francés o el Egipto bajo mandato británi-

co; o se iniciaría un proceso de descolonización que fue lo que en última ins-

tancia sucedió hasta la proclamación de la independencia de la Cirenaica por

el rey Idris I en 1949) eran responsables de la conservación del patrimonio

del territorio, por lo que era imprescindible destinar recursos y personal a

dicha fi nalidad, lo que fue considerado durante unos meses como inacep-

table.

Tras la marcha de Ward-Perkins, quien pasará a formar parte del grupo

de expertos conocido como Monuments Men cuya misión será reseguir y loca-

lizar los depósitos de obras de arte robadas o trasladadas por las autoridades

alemanas en los países ocupados y reintegrarlas a sus propietarios (Fig. 8), ya

fuesen entidades públicas o privadas, las funciones de Comisionado de Ar-

queología fueron asumidas por el jefe de ala de la RAF Max Edgard Lucien

Mallowan, y a partir de agosto de 1944, cuando la CAO concluyó que precisa-

ba para dicho puesto un arquitecto con conocimientos de arte y arquitectura

clásicas, dominio del italiano y el árabe, que formase parte de las fuerzas ar-

madas y que por su edad no pudiera servir en una unidad de combate, fue

designado el mayor Paul Geddes Hyslop, un arquitecto que había formado

parte del personal de la Escuela Británica en Roma, quien ejerció el cargo

hasta su desmovilización en septiembre de 1945, siendo sucedido por el ma-

yor Denys Eyre Lankester Haynes, conservador del departamento de Anti-

güedades griegas y romanas del British Museum, reemplazado a su vez en

septiembre de 1946 por Richard George Goodchild hasta 1948, siendo los dos

últimos encargados británicos del servicio de antigüedades J. C. Morgan has-

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ta 1950 y Cedric N. Johns hasta la constitución del reino de Libia en 1951,

momento en que serán de nuevo arqueólogos italianos los encargados de ve-

lar por la investigación y la conservación del patrimonio arqueológico. Ernes-

to Vergara Caffarelli, que en 1951 sucederá a Caputo en la dirección de la

Soprintendenza tras su regreso a Libia en 1946, reorganizará el Departamen-

to de Antigüedades Libio sobre la base de la antigua Soprintendenza, diri-giéndolo hasta 1961 en que será substituido por Antonino Di Vita quien ejer-

cerá el cargo hasta 1965. Los materiales que las autoridades italianas

evacuaron de la Cirenaica durante la retirada de las fuerzas del Eje fueron

paulatinamente devueltos al museo de Cirene a partir de julio de 1945, pero

sólo las grandes obras, puesto que los objetos de menor tamaño, así como la documentación de Bengasi, permanecieron en Leptis Magna debido a la falta de reparaciones en el edifi cio. De forma paralela se reemprendieron las labo-res de investigación, centradas en un primer momento en la catalogación de las inscripciones del territorio, especialmente en yacimientos de rango menor y, tal y como había sugerido en sus informes Ward-Perkins, se inició el estu-dio de la documentación fotográfi ca facilitada por la RAF.

El interés de Wheeler por la protección del patrimonio arqueológico no se

agotará tras el nombramiento de Ward-Perkins. Ascendido a general de bri-

FIGURA 8. Soldados británicos fuera de servicio pertenecientes a una unidad acorazada

visitando las ruinas de Leptis Magna. Foto: IWM D-85737.

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gada de artillería, tomará parte en la campaña de Italia hasta su retiro del ejército al ser propuesto para el cargo de Inspector de Antigüedades en la India en 1944.

Durante el otoño de 1943, el secretario de estado para la guerra, sir Percy James Grigg, respondiendo a una pregunta en la Cámara de los Comunes, declaró: «cuando las tropas británicas avanzaron a través de Libia en el otoño de 1942, se tomaron inmediatamente las medidas necesarias para preservar de inmediato todos los monumentos arqueológicos de los que nos posesiona-mos» (Hawkes, 1982: 219), una afi rmación sobre la que Wheeler comentará que en el discurso no existía ni un solo punto de verdad y que en la prepara-ción de su intervención había sido completamente engañado por los miem-bros de su ofi cina. Es muy signifi cativo en este sentido que en los informes fi nales elaborados tras la guerra, Woolley indique que las actuaciones en el norte de África habían sido más sencillas y efectivas debido a dos aspectos: la excelente cooperación desarrollada entre los mandos militares y las autori-dades civiles, y el hecho de que en dicha región tan sólo combatieran tropas del Imperio británico, pero no de otros países aliados. Aunque no se engaña-ba al indicar que la preservación de los conjuntos arqueológicos se había de-bido especialmente al tipo de terreno y de combate desarrollado en dicha zona, dado que la posesión del territorio era un factor menor –o muy diferen-te al menos– respecto a la forma de combatir en el teatro de operaciones europeo, por lo que los mayores peligros habían dependido de las acciones aéreas.

Por ello, Wheeler remitirá a sir Alfred William Clapham, presidente de la Society of Antiquaries de Londres, de la que él mismo fue director hasta ser substituido por James Gow Mann, un documento bajo el título Archaeology

in the War Zone: Facts and Needs en el que presentaba las conclusiones de sus experiencias en la campaña norteafricana. Expondrá el contenido del mismo en una reunión celebrada en su sede el 13 de enero de 1944, participando en la discusión subsiguiente Leonard Woolley, A. H. E. Molson y E. C. Norris. Indicó la distancia existente entre la formulación de intenciones y la plasma-ción en realidades tangibles, e hizo hincapié en la necesidad de regular mejor dichos aspectos de cara al futuro, siendo lógico que la efectividad de las me-didas que se proponían dependería de la actuación sobre el terreno de los responsables de ejecutarlas y también de la comprensión del alto mando para facilitar los trabajos y medios necesarios. Refl exionó también sobre la necesi-dad de preparar un plan de actuaciones para los edifi cios y las obras de arte de Francia, Bélgica y Holanda ante la previsible continuación de las opera-ciones militares en Europa, siendo preciso que en todos los países –y aunque la principal responsabilidad recayese sobre los ejércitos aliados– se contase con sus propios técnicos, por ser, debido a sus conocimientos, las personas

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idóneas para apoyar los esfuerzos de los británicos, que en último término serian los últimos responsables de cuanto aconteciera.

No obstante, en el ámbito de las directrices de la guerra, Wheeler culpará de antemano de todas las destrucciones al enemigo por el propio hecho de serlo, negando cualquier responsabilidad en las futuras y previsibles destruc-ciones a las tropas aliadas, cuya actuación entendía como obligada por los imperativos del combate, como indicó en su intervención el 13 de enero de 1944 ante la Society of Antiquaries de Londres: «es inevitable que muchos edifi cios sufran daños, y el sólo hecho de considerar la preservación de una construcción por su gran importancia cultural e histórica tan sólo serviría para que nuestro bárbaro y brutal enemigo lo convirtiera en una fortaleza defensiva. Y esto no es lo último ni lo peor que podemos esperar, puesto que ya hemos visto ejemplos del espíritu destructivo de estos gánsteres alemanes que continuará, esperemos que sea por poco tiempo, hasta su total y defi niti-vo eclipse».

LA LABOR EN EL NORTE DE ÁFRICA, BASE DE LA POLÍTICA DE PROTECCIÓN DEL PATRIMONIO

Tras la experiencia en el norte de África, quedó clara para el alto mando alia-do la necesidad de ampliar las funciones del Archaeological Adviser creando una subcomisión en el War Offi ce que contó con la ayuda del Royal Institute of British Architects, el Corutauld Institute y el Institute of Archaeology de la Universidad de Londres, y operó bajo la denominación de Monuments and Fine Arts Sub-Commission, pero en la práctica tan sólo Woolley, su esposa Katharine Elisabeth Keeling, y un ayudante constituyeron el núcleo esencial de trabajo. Su primera misión fue –tal y como ya había avanzado por su parte Wheeler– confeccionar relaciones exhaustivas de los monumentos y obras de arte de Sicilia y el sur de Italia, tareas a las que pronto se sumaría también el control de los archivos de las zonas de guerra y los territorios ocupados. Una labor en absoluto fácil puesto que a las difi cultades logísticas se unirán los ataques de las propagandas italiana y alemana que, a partir de del inicio de los combates en Italia, acusarán a los responsables de la sección de ser meros saqueadores de obras de arte en benefi cio de los grandes museos y coleccio-nistas judíos de Gran Bretaña y, especialmente, Estados Unidos (Woolley, 1947: 7). Las tareas de Woolley se centraron en el reclutamiento de los miem-bros del Monuments and Fine Arts Offi cers que debían ser personas de reco-nocido prestigio en sus campos profesionales; reunir aptitudes para ganarse el respeto de sus colaboradores; disponer de contactos entre los profesionales del arte en los distintos territorios en los que deberían operar; conocer las

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lenguas de dichos países y no ser indispensables para el servicio de combate.

Debía también supervisar el trabajo de campo de las diferentes ramas del

servicio, aunque los ofi ciales respondían directamente ante las autoridades

militares de cada sector, y se encargaba de publicitar el trabajo realizado,

puesto que los aliados eran conscientes de que tan importante como el propio

salvamento de los bienes muebles e inmuebles era dejar constancia en los

medios de comunicación que nutrían a su vez a la propaganda aliada de la

tarea realizada, por lo que cada acción quedaba registrada mediante fotogra-

fías y fi lmaciones que eran empleadas posteriormente en los noticiarios.27

Así, y con independencia de las destrucciones ocasionadas por los combates

–y también de los saqueos que llevaron a cabo los soldados aliados en los te-

rritorios por los que avanzaban–, la opinión pública retendría la idea de que

SHAEF, el alto mando aliado, había realizado los mayores esfuerzos posibles

para preservar el patrimonio artístico-arqueológico europeo.

Las apreciaciones y la experiencia de Wheeler y Woolley tendrían su plas-

mación en la decisión adoptada por el mando supremo aliado antes del inicio

de la invasión de Sicilia a instancias del mayor general Lord Rennell, nom-

brado jefe de la OAC del Allied Military Government para la isla, quien an-

tes de iniciarse las operaciones distribuyó a los mandos de las unidades las

líneas básicas de actuación y comportamiento en relación con el patrimonio

artístico, lo que en sí mismo ya suponía un avance respecto al reparto de

guías Baedeker (Woolley, 1947: 18):

a) Prohibición total de exportación de cualquier obra de arte de la que se tenga

conocimiento, por parte de cualquier miembro del ejército. Cualquier actuación en

este sentido se considerará una falta disciplinaria.

b) Apoyo y atención absolutas a todos los ofi ciales del OAC cuyo cometido es la

protección y conservación de todas las obras de arte y monumentos antiguos.

c) Transmitir instrucciones a todos los comandantes de las fuerzas de combate

para que transmitan a todos los jefes de unidad la necesidad de que determinados

monumentos antiguos sean declarados como prohibidos para las tropas con excep-

ción de visitas supervisadas.

d) Cierre de todos los museos hasta nuevas instrucciones.

Las citadas instrucciones fueron completadas en julio de 1943 mediante

nuevas especifi caciones dictadas por el Allied Military Gouvernment for Oc-

27. Con todo, la estructura organizativa de los aliados será compleja, puesto que en mayo de

1944 se creará a instancias de Churchill el Comité Macmillan, encargado de estudiar los proble-

mas de restitución o compensación, una vez fi nalizada la guerra, de las obras de arte robadas o

destruidas durante el confl icto, y el Comité Vaucher, creado en abril de 1944 cuyo objetivo era la

protección y restitución de la cultura material (Woolley, 1947: 9).

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cupied Terriorries (AMGOT), en las que se ampliaban los detalles relativos

a yacimientos arqueológicos, monumentos y obras de arte (Woolley, 1947:

18-19):

a) Para el propósito de estas instrucciones, el término «monumento» determina cualquier sitito, edifi cio u otras estructuras, ya sean públicas, religiosas o privadas, que dispongan de un valor histórico, cultural, artístico, tradicional o sentimental que hagan de su protección una materia de interés general. Entre dichos monu-mentos se incluyen las ruinas, museos, bibliotecas, iglesias, memoriales, palacios, etc.b) Tan pronto como sea posible tras la ocupación, la CAO deberá organizar la ins-

pección de todos los monumentos situados en el área a su cargo para determinar las

medidas que sean necesarias para asegurar su protección y conservación.

c) Los monumentos que sean necesarios para el desarrollo de la vida cotidiana

como iglesias, ofi cinas públicas, residencias privadas o similares, deben ser abiertas

y tomadas las medidas para su custodia con el fi n de asegurar el desarrollo de sus

funciones. Los fondos necesarios para ello deben proceder de los recursos locales.

d) LA CAO queda autorizada para, haciendo uso de su discrecionalidad, decidir la

apertura o el cierre de los monumentos que no sean necesarios para el desarrollo de

la vida cotidiana, como museos, bibliotecas, yacimientos arqueológicos y similares.

Cuando se disponga de guardianes y recursos económicos y el monumento se en-

cuentre en buenas condiciones, es aconsejable su apertura. En el caso de que deban

permanecer cerrados, debe publicitarse mediante avisos que su cierre se debe a una

orden de las autoridades militares, y deben tomarse las medidas necesarias para su

protección y conservación, apostando centinelas, llevando a cabo inspecciones fre-

cuentes y otras medidas similares.

e) En su inspección, la CAO debe realizar un informe de los daños sufridos por los

monumentos durante el transcurso de la ocupación, debiendo remitir dichos infor-

mes a través de los canales de comunicación propios de la CAO. Los mismos deben

incluir recomendaciones respecto de las reparaciones necesarias, coste de las mis-

mas, disponibilidad de fondos, posibilidad de contar con personal especializado y

similares.

f) La CAO debe tomar las medidas necesarias para impedir la degradación de los

monumentos por parte de los militares o de la población civil local. Entre dichas

medidas deben incluirse, para asegurar la debida protección, la colocación de avisos

en inglés e italiano; la información a los comandantes de las unidades tácticas para

que aleccionen a sus tropas respecto a la comisión de actos de deterioro, vandalis-

mo, falta de respeto y otros.

g) La CAO deberá promover y recibir las denuncias por cualquier acto que dañe o

atente contra los monumentos; dichas denuncias deben ser siempre investigadas ya

sea personalmente por la CAO o por las autoridades civiles o militares competentes

y, cuando se consideren probados, deben ser duramente castigados.

h) Durante las primeras fases de la ocupación, la CAO probablemente carezca de

informaciones relativas a la protección y control de los bienes muebles y de los ob-

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jetos de arte, pero debe dar los pasos necesarios para proteger tanto los museos

como otras instituciones en que se encuentren. Las instrucciones en dicho sentido

deben ser formuladas posteriormente. La CAO debe ocuparse de prevenir la desa-

parición de objetos artísticos, materiales arqueológicos y similares. Debe también

ocuparse de la protección y conservación de los objetos de este tipo que hayan podi-

do salir a la luz en el curso de las operaciones militares, el acondicionamiento de

edifi cios y similares.

Dos ofi ciales, el estadounidense Mason Hammond y el británico Frede-

rick H. J. Maxse, serán los primeros responsables de la Monuments and Fine

Arts & Archives (MFAA) que llegará a reunir en diferentes subcomisiones y

teatros de operaciones a más de un centenar de especialistas en diversas ra-

mas del arte, y cuya principal misión será intentar restañar al máximo los

inevitables daños ocasionados al patrimonio histórico y arqueológico por la

guerra moderna, creando un importante precedente que no siempre ha ser-

vido de referencia en posteriores confl ictos. Aunque existieron otras iniciati-

vas desarrolladas en paralelo (Edsel, 2012) lo cierto es que la desarrollada por

Wheeler y Ward-Perkins durante el invierno de 1942-1943 constituyó –si

exceptuamos la Guerra Civil española– el primer intento serio de prevenir la

destrucción del patrimonio arqueológico en tiempo de guerra. Sus propuestas

promovieron una interesante refl exión en los estamentos militares aliados

condicionada tanto por el miedo a la destrucción de una parte esencial del

acervo cultural de la humanidad, como al terror a ser acusados precisamente

de dicha acción por la propaganda de las potencias del Eje. A partir de 1943,

las directrices sobre protección de obras de arte y monumentos históricos se

desarrollarán de forma reiterada en el bando aliado afectando a la totalidad

de los teatros de operaciones. No siempre conseguirán su objetivo, pero al

menos servirán para decantar la batalla propagandística disponiendo en la

retina de la población civil norteamericana y europea la idea de que las tro-

pas aliadas habían hecho todo lo posible tanto para salvaguardar el legado

cultural del continente como para recuperar los tesoros artísticos expoliados

durante la invasión nazi.

La orden del general Eisenhower, que a fi nales de 1943 sirvió de base

para las posteriores actuaciones en Italia y el norte de Europa, es signifi cativa

de los aspectos indicados (Woolley, 1947: 22):

En el momento presente combatimos en un país que ha contribuido en gran medi-

da a la formación de nuestra herencia cultural, un país rico en monumentos que

con su construcción ayudó a crear y desarrollar durante su edad de oro las bases de

la civilización tal y como la conocemos. Debemos respetar dichos monumentos más

allá de las vicisitudes de la guerra. En el caso de que se encuentren ante la disyun-

tiva de destruir un edifi co famoso o sacrifi car la vida de sus hombres, recuerden

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que la vida de éstos es infi nitamente más preciosa que cualquier edifi cio. Pero lo

importante es no tener que llegar a plantearse dicha decisión. Nada se resiste ante

el hecho de esgrimir el argumento de la necesidad militar. Se trata de un principio

aceptado. Pero la frase «necesidad militar» se emplea muchas veces para enmasca-

rar decisiones que van más allá de la conveniencia militar o personal. Es una res-

ponsabilidad de los niveles más elevados del mando el determinar junto a los ofi -

ciales del AMG la localización de los monumentos históricos que se encuentren en

las proximidades de los frentes o en los territorios que ocupamos. Esta información

debe fl uir a través de los diversos escalones de la cadena de mando para que todos los comandantes estén en disposición de cumplir con el espíritu de esta orden».

Satisfechos por su actuación durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Gran Bretaña no han aplicado los mismos parámetros en confl ictos posteriores. Sólo a raíz de la Segunda Guerra de Irak, Estados Unidos ratifi có en 2008 la Convención de la Haya de 1954, mientras que el Reino Unido tan solo ha declarado su predisposición para hacerlo aunque sin concretar la fe-cha, 60 años después de la redacción del mismo.

De hecho, en la invasión de Irak que ha supuesto la destrucción de nume-rosos yacimientos arqueológicos y fondos museográfi cos, hasta seis años des-pués de la entrada de las tropas aliadas no se repartió entre las tropas esta-dounidenses un juego de naipes con advertencias sobre la preservación del patriponio del tipo «conduzca alrededor –no por encima– de los yacimientos arqueológicos», demasiado poco y demasiado tarde para un país que califi có la destrucción del Museo de Bagdad de «daños colaterales» y situó el mayor parque móvil de sus tropas junto a las ruinas de Babilonia (Flutsch, Fontanaz, 2010).

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