Más y más sandinista: Tensión y ambigüedad en las memorias de Ernesto Cardenal
Transcript of Más y más sandinista: Tensión y ambigüedad en las memorias de Ernesto Cardenal
“MÁS Y MÁS SANDINISTA”:
TENSIÓN Y AMBIGÜEDAD EN LAS MEMORIAS DE ERNESTO CARDENAL
JOSÉ MARÍA MANTERO
XAVIER UNIVERSITY
Recientemente, un número de escritores y figuras públicas nicaragüenses
ha publicado memorias que indagan implícita o explícitamente en la
transformación del sandinismo y en la relevancia ideológica de la revolución
sandinista a la actualidad sociopolítica de su país. Textos escritos por Gioconda
Belli, Sergio Ramírez y Violeta Chamorro, entre otros, repasan de distintas
maneras acontecimientos que unían sus vidas particulares a las vivencias del
pueblo. Aparte de ser uno de los documentos más notables sobre la evolución del
compromiso individual con los más marginados, los tres volúmenes de las
memorias de Ernesto Cardenal, Vida perdida (1998), Las ínsulas extrañas
(2002) y La revolución perdida (2004) entran en diálogo con otras
autobiografías nicaragüenses y participan en la continua creación y
fragmentación de la identidad nacional. Para nuestras intenciones,
demostraremos que Cardenal se sirve de las posibilidades semánticas del término
“pueblo” para elaborar un tercer espacio que nace de las ambigüedades narrativas
y que emerge de la tensión entre lo subalterno y la hegemonía sandinista post-
revolucionaria.
La reconstrucción de un tercer espacio discursivo habitado por la síntesis
entre desdoblamientos epistemológicos nace, según Alberto Moreiras, de una
“tensión entre centro y periferia, Norte y Sur, identidad y diferencia, canon y
endogeneidad” que se complica cuando los escritores son miembros de una “élite
2
culta” “cuyo gesto estético fundamental no pasa primariamente por la
reivindicación de la subalternidad” (Tercer espacio 17). Por ello, “permanece
como tarea crucial extraer elementos antihegemónicos de la producción
hegemónica misma” (27) para elaborar un discurso que emerge de las mismas
fronteras entre campos ideológicos inscritos en distintas tradiciones autónomas.
El origen de un tercer espacio se encuentra en la angustia identitaria y emerge
como alternativa a las alternativas, inmune a cualquier intento por parte de las
jerarquías de secuestrarlo y testigo de “cualquier paradigma de aplicación
hermenéutica” (44). Para Moreiras, el impasse entre centro y periferia nos
remonta a textos cuya característica principal es ofrecer una ambigua
(des)construcción de la relación entre la subalternidad y la hegemonía y exige
“explorar la noción de un tercer espacio, el espacio de las localizaciones
intermedias” (118). Tal construcción, sin embargo, sugiere la necesaria
elasticidad de un discurso nacido del conflicto que manifiesta la posición
privilegiada del observador y que hace hincapié en la obligación de hurgar en la
herida epistémica identificada por Moreiras como el punctum (45).
La narrativa autobiográfica nicaragüense de los últimos veinte años refleja
la tendencia de explorar el punctum para comprender las consecuencias de la
revolución sandinista y de lo que fue, en opinión de un número importante de
escritores, la traición de Daniel Ortega a los valores sandinistas. La trayectoria
literaria de Ernesto Cardenal representa una indagación en la otredad que busca
utilizar su experiencia con la marginación, opresión y persecución y rastrear las
manifestaciones polifónicas del poder. A pesar de que la familia de Cardenal era
miembro de la burguesía en Granada, Nicaragua y que, de joven, disfrutó de las
3
ventajas que le ofrecía la solvencia económica, sus inquietudes particulares le
llevaron a hacerse sacerdote, a completar su formación espiritual en Estados
Unidos, México y Colombia y, posteriormente, a fundar en 1965 una comunidad
en el archipiélago de Solentiname, en el lago Nicaragua. En 1979, tras la victoria
del Frente Sandinista contra las fuerzas de Anastasio Somoza, fue nombrado
Ministro de Cultura, puesto que retuvo hasta 1987. Durante su participación en la
administración presidencial de Ortega, Cardenal continuó escribiendo versos que
denunciaban la intervención de los Estados Unidos en asuntos nicaragüenses y la
paulatina demolición, desde fuera, del proyecto sandinista. En sus obras, la
confluencia de un humanismo emancipatorio y un creciente descontento político
se evidencia a través de una espiritualidad que parte de una convivencia con el
pueblo y una postura ética solidaria para condenar la opresión y defender a los
más desamparados, especialmente a los más pobres de las Américas. Sus obras,
consecuentemente, representan esa nueva literatura gramsciana que se adentra
en “el humus de la cultura popular tal como es, con sus gustos, sus tendencias,
etc., con su mundo moral e intelectual” (Gramsci 270).
En su afán por rescatar la cultura popular nicaragüense y subrayar las
injusticias sufridas a lo largo de la historia por los más marginados, sin embargo,
Cardenal expresaba una visión algo estrecha de “cultura” y manifestaba cierto
espíritu hegemónico cuyos cimientos se encuentran en el entorno de su infancia.
Las posibilidades económicas de su familia en León conllevaban unas posturas
políticas que, de joven, le llevaron a Cardenal a identificarse con un catolicismo
conservador y a identificarse con las luchas europeas por promulgar una
ideología más tradicionalista. En los años ochenta, sus labores en el gobierno
4
sandinista manifestaban una visión estética que privilegiaba la producción
emergida de las clases populares y subordinaba la expresión artística a la
autenticidad pluralista. A partir de la victoria de la revolución sandinista contra la
dinastía Somoza en 1979, Cardenal como Ministro de Cultura buscó favorecer
una “democratización de la cultura” y dar paso a la libre elaboración de textos,
obras plásticas u otros proyectos de iniciativa personal para que el concepto de
“cultura” fuera asumido por el pueblo como algo factible y accesible a toda la
población nacional.1 Para tales fines, pedía que el pueblo absorbiera las nociones
de una cultura popular y ofreciera sus servicios y bienes culturales tras seguir un
proceso que simplificaba la elaboración y después de que Cardenal les hubiera
digerido las reglas. En este sentido, la “cultura popular”—entendida como “the
possibility of alternatives to currently dominant cultural patterns” (Rowe y
Schelling 97)—era una simple reiteración de ideales promulgados desde la cúpola
sandinista. De hecho, sus talleres de poesía popular se basaban en principios
estéticos elaborados por Ezra Pound y no consideraban que otras expresiones
populares como las telenovelas pudieran ser más corrientes entre el pueblo que
los mismos cursos de escritura (Rowe y Schelling 230). La distancia que empezó
a crecer entre escritura y escritores aprobados por la hegemonía sandinista y las
polifónicas expresiones populares ejemplifica la distinción gramsciana entre las
vivencias de unos y otros, ya que “[l]os sentimientos populares no son vividos
como propios por los escritores ni éstos tienen una función ‘educativa nacional’,
esto es, no se han planteado ni se plantean el problema de dar forma a los
sentimientos populares después de haberlos vivido y asimilado” (167-68). Como
ha escrito Terry Eagleton sobre la transformación de la ideología, cualquier clase
5
social revolucionaria corre el riesgo de pecar de personalismo: “Una vez izada en
el poder, sus intereses egoístas empezarán a resultar más patentes, y esto les hará
pasar de una posición universal a otra particular a ojos de algunos de sus
anteriores partidarios” (85). Durante este tiempo Ernesto Cardenal y el
Ministerio de Cultura no sólo fueron promoviendo la creación de una cultura
nacional popular: en el esfuerzo, Cardenal transformaba y transparentemente
reformulaba y destapaba la noción de lo nicaragüense, construyendo así un tercer
espacio donde convivirían la subalternidad del pueblo nicaragüense con la
hegemonía de la revolución sandinista. A pesar de que la trayectoria estética y
política de Cardenal refleja un compromiso con y para los más oprimidos, su
posición crítica, sin embargo, frecuentemente revela un pensamiento
conservador cuyas raíces se hallan en la posición económicamente privilegiada de
su familia.2
La revolución sandinista, producto del levantamiento de las altas capas
sociales de artistas, empresarios y políticos contra la represión de Somoza y del
compromiso del pueblo nicaragüense con estos ideales, acabó cimentando su
propia hegemonía cultural a través del control de Ernesto Cardenal y su
Ministerio de Cultura. En un análisis del poemario Hora 0 (1960), Stephen
Henighan subraya las raíces políticamente conservadoras de Cardenal y afirma
que el escritor “only identified himself as a Socialist after his 1970 visit to Cuba”
(337). Este conservadurismo, sin embargo, coexistía con su admiración por la
figura de Augusto César Sandino (332) y se conectaba con un nacionalismo,
catolicismo y anti-americanismo típicos de su generación (331). Por ello,
Henighan afirma que los versos de Hora 0 no nacen de unas circunstancias
6
subalternas, ya que Cardenal “writes his testimonial not from a subaltern
position, such as that of [Rigoberta] Menchú, but rather from that of the witness
invested with authority due to his hierarchical privileges” (344-45). Aunque esta
apropiación hegemónica del proceso estético representa un distanciamiento del
pueblo, también contribuye a crear un tercer espacio donde el pueblo es, a la vez,
subalterno y hegemonía, punto de encuentro que produce el punctum. En el caso
de Cardenal, se puede apreciar la construcción de un tercer espacio a través de la
coexistencia de conocidos “elementos antihegemónicos” en obras como
Epigramas (1961), Salmos (1964) y Homenaje por los indios americanos (1969),
por ejemplo, y su trabajo como Ministro de Cultura.
La crítica en torno a su obra ha profundizado repetidamente en las
conexiones epistemológicas entre la historia y la escritura.3 Recientemente,
críticos de las memorias de Cardenal han subrayado en los textos la
representación de la historia como proceso continuo (Arcos 131) y han destacado
la presencia de un narrador “que habla de su vida perdida para el mundo
(burgués) con la vanidad de quien se cree carne divina, libre de los errores y de
las tentaciones, ajeno a todo cuanto sea la autocrítica o el examen de conciencia”
(Domínguez Michael 88). Con respecto a la “democratización de la cultura” de los
años ochenta, Juan Duchesne Winter ha señalado cómo la labor de los talleres de
poesía formaba parte del renacer del pueblo, hasta el punto que “[las] críticas
contra los trabajos de los talleristas se estimaron como hirientes y despreciativas
de la sensibilidad popular” (93). Para el Ministerio de Cultura, un ataque contra
los poemas escritos en un estilo tallerista representaba, por ende, una agresión
contra el pueblo mismo, ya que se anunciaba que el pueblo había retomado las
7
riendas de su propia elaboración cultural y que participaba activamente en el
proyecto formativo nacional. Durante los años ochenta, sus acciones como
Ministro de Cultura y sus obras contribuyeron a construir paulatinamente un
tercer espacio que emergió de la tensión entre la deseada recuperación de la
expresión subalterna y la implícita imposición de la hegemonía revolucionaria
sandinista.
Los primeros poemarios de Cardenal, Gethsemani Ky (1960), Epigramas
(1961) y Salmos (1964), logran combinar una preocupación sociohistórica con
una visión profundamente íntima que no se abstrae completamente de sus
circunstancias personales. En los escritos de Cardenal, la manifestación de una
conciencia “popular”—es decir, de una percepción de la presencia y la
importancia del pueblo para la construcción de una identidad nacional—es un
tema recurrente.4 En sus memorias, Cardenal extiende la labor al
invariablemente persistir en sus esfuerzos de definir al “pueblo” como único
sinónimo connotativo de “nación.” Curiosamente, a lo largo de los tres volúmenes
no sólo aparecen inferencias y descripciones acerca de qué debe ser el pueblo,
sino, para mejor recalcar sus conceptos, también de lo que no es, matizado por
nosotros aquí como el anti-pueblo o el “no-pueblo.” En los textos, el ejemplo
principal del anti-pueblo se encuentra en la figura del dictador Anastasio
Somoza. En una anécdota, Cardenal relata que “un prominente somocista
granadino había contado a [José] Coronel Urtecho que en una isleta de Granada
que Somoza tenía, se ponía a gritar, estando solo, frente al lago: <<¡Yo soy el
presidente de Nicaragua!>>. Una y otra vez gritaba: <<¡Yo soy el presidente de
Nicaragua!>>. Como que necesitaba convencerse de la realidad” (II 165).5 Por
8
mucho que gritara, Somoza no podía hacerse verbalmente con el país ya que,
como se indica, al pueblo auténtico se le convence por sus costumbres y sus
acciones, no por palabras que pueden carecer de peso propio o que protegen su
poder con la amenaza. En otro momento de sus memorias, Cardenal cita a una
mujer anónima en Estelí que comenta: <<¡Ay Diosito, por qué sos tan malo con
nuestro pueblo y sólo sos bueno con Somoza!>> (III 237). En el ejemplo,
Cardenal no solamente diferencia entre el pueblo y Somoza sino que se subraya la
patente injusticia de que Somoza goce desde su posición y que el pueblo sufra
tanto bajo el mando del dictador. En los dos ejemplos textuales, Cardenal
contrapone “el pueblo” a Somoza: el pueblo ha padecido a manos de la dinastía
Somoza y, por ello, no le “pertenece” al dictador. La construcción de un tercer
espacio emerge aquí de la constante presencia en las memorias de la figura de
Somoza: Cardenal matiza la presencia de una cultura popular nicaragüense y la
contrapone a la ausencia del dictador en la nueva Nicaragua. Tal ausencia, sin
embargo, se mantiene patente a través de una ambigüedad discursiva nacida de
la herida de la identidad post-revolucionaria, de ese punctum que no acaba de
reconciliarse con los esfuerzos por reconstruir el país.
A lo largo de sus memorias, los ejemplos que ofrece Cardenal participan en
la elaboración de un tercer espacio al reunir elementos de la hegemonía y la
subalternidad y presentarlos dentro de un marco de tensa ambigüedad. En la
Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), “se les preguntaba [a los
soldados] quiénes eran, y contestaban a coro: <<¡Tigres!>>--<< ¿Y qué beben los
tigres?>>--<<¡Sangre!>>--<<¿Sangre de quién?>>--<<¡Del pueblo!>>” (III
233). De hecho, la creación de la EEBI representó una afirmación y, a la vez, una
9
rebelión contra la tradicional estructura militar, ya que Anastasio Somoza III, el
“Chigüín,” buscaba crear una unidad de élite que velara directamente por sus
intereses. Como escribió Edwin Sánchez en un artículo de “El Nuevo Diario”
sobre los miembros de la EEBI: “Un soldado de nuevo tipo, más agresivo y sin
compasión, a la medida de los manuales de la Escuela de Las Américas, estaba
‘rompiendo’ la cáscara del huevo incubado en las alturas de la oficialidad
castrense.” En su lucha contra la guerrilla y por consolidar el poder político,
Somoza había roto la estructura jerárquica tradicional del ejército y desplazado a
las fuerzas de la temida Guardia Nacional. Esta ruptura, sin embargo, significaría
una estrategia ambigua por parte del presidente: utilizar sectores militares para
consolidar la lucha contra las fuerzas sandinistas y, a la vez, desmembrar
cualquier dispositivo que pudiera actuar en contra de Somoza. La ferocidad de los
soldados de la EEBI que relata Cardenal contiene un elemento importante de
ansiedad epistémica, ya que éstos eran los agentes de una agresividad doble que
actuaba en contra del pueblo y de las fuerzas sandinistas y, a la vez, se apropió del
poder de la Guardia Nacional.
En otras descripciones, Cardenal resalta el hecho que el pueblo se va
haciendo “más y más sandinista” según empieza a reflejar y poner en acción los
ideales del FSLN y lograr hacer suya la victoria contra Somoza. La frustración de
ciertas partes de la sociedad con el FSLN durante la década de los ochenta, sin
embargo, surgió de la incapacidad del gobierno sandinista de saber involucrar a
la pluralidad nacional en un programa de reconstrucción post-revolucionaria. La
marginación de los sumus, mískitos y ramas en la costa atlántica, por ejemplo,
contribuyó a que se levantaran contra el gobierno de Managua y que nacieran
10
organizaciones armadas como Misurasata, liderada por Brooklyn Rivera. Estas
circunstancias generaron en Nicaragua lo que la revista Envío definió como una
“dinámica negativa:”
La izquierda tradicional, tanto en América Latina como en América
del Norte, ha hecho pocos esfuerzos exitosos por incorporar a sus
teorías y prácticas de clase la realidad palpable de la opresión
étnica. Por su parte, los movimientos étnicos e indígenas
encuentran difícil ver más allá de una opresión étnica, a su típica
posición de explotación dentro de una estructura de clases en el
país. (“Los indígenas sumus de la costa atlántica”)
La posibilidad de construir un gobierno heterogéneo fue descartada por las
autoridades sandinistas al decidir impulsar un programa revolucionario que no
tuviera en cuenta la pluralidad étnica de la costa atlántica y la inmensa distancia
cultural entre esta región y la capital de Managua. En sus memorias, Cardenal
utiliza expresiones y vocablos que contribuyen a mantener en la periferia
nacional a los pueblos indígenas. Cuando se refiere a los residentes de la Costa
Atlántica, por ejemplo, Cardenal escribe de “la población indígena” (III 456), y
los señala como “ellos” (III 455), “los [habitantes] de la otra costa” (III 455) y “la
población miskita” (III 457) sin emplear el vocablo “pueblo” para referirse a ellos.
Al utilizar las palabras “población” y “ellos,” Cardenal utiliza la demografía y los
desplaza hacia una condición de inferioridad que los impide participar
plenamente en los derechos del pueblo y gozar de los logros de la revolución
sandinista. Su posición, sin embargo, revela una ambigüedad que contribuye a
construir un tercer espacio: al no obviar la cuestión indígena ni incluir a las
11
comunidades como partes orgánicas del “pueblo,” Cardenal usa de la otredad
como síntoma de esa “tensión entre centro y periferia” (Moreiras Tercer espacio
17).
En otro momento, Cardenal describe un evento en el teatro nacional y
escribe del antiguo “capricho del público” (II 466, nuestro énfasis) durante
tiempos de Somoza—y no del pueblo—para subrayar la presencia de individuos
adinerados que simplemente consumían lo que antiguamente se conocía como la
cultura “alta” y distinguir a estas personas de las que realmente pertenecían al
“pueblo.” Por ello, en la sociedad post-revolucionaria el consumo de cultura es
derecho de todas las capas de la sociedad, no sólo de una minoría que se puede
permitir la compra de las entradas. En la nueva Nicaragua, el público ha sido
sustituido por un pueblo que no depende de su solvencia económica para
disfrutar de un concierto musical, por ejemplo. La presencia de los dos en las
memorias de Cardenal, sin embargo, ejemplifica la tensión agónica que existía
durante los ochenta y la ambigüedad discursiva de estos términos y, al cabo, de la
jerarquía sandinista. Juntas, las referencias a un “anti-pueblo” encarnado por
Somoza y un “no pueblo”—sectores burgueses de la sociedad que no participaban
en el proyecto nacional popular—matizan aún más las posibles lecturas de sus
memorias y la sutil transposición que hace Cardenal de “pueblo” y “nación.” La
representación de soldados, poblaciones indígenas de la Costa Atlántica y el
público espectador establece una dicotomía entre “ellos” y “nosotros” y
ejemplifica la lucha por el espacio discursivo. Tal espacio surgía durante la época
post-revolucionaria, sin embargo, de la necesaria integración a la reconstrucción
nacional de militares somocistas, etnias indígenas y una incipiente clase media—
12
poblaciones recientemente marginadas—y representaba esa transformación del
ellos y el nosotros, ya que ambos términos acabaron adquiriendo connotaciones
imprecisas, dificultando la proyección de una identidad post-revolucionaria
homogénea y confundiéndose entre sí, ya que ellos son nosotros.
En sus memorias, Cardenal deja claro que “el pueblo” es primero y ante
todo sinónimo ineludible del sandinismo y de la lucha revolucionaria contra la
dictadura de Somoza. Antes de la creación del Frente Sandinista de Liberación
Nacional en 1961, claramente existía un “pueblo” pero no se había afirmado
desde el pueblo una conciencia de pueblo unido, por expresarlo así. Con la
fundación del Frente en la década de los sesenta y las acciones a finales de la
década de los setenta contra el gobierno de Somoza, el sandinismo renovó la
acción revolucionaria y se convirtió en el supuesto portavoz de las voces
subalternas del pueblo. En diciembre de 1974, miembros del Frente Sandinista
tomaron a varios rehenes en una fiesta en casa del somocista Chema Castillo y,
tras varios días de negociaciones, hicieron que el gobierno de Somoza aceptara
sus demandas: que les permitieran difundir por radio un comunicado, que les
proporcionaran un millón de dólares y que se les permitiera la libre salida hacia
Cuba. Escribe Cardenal que, cuando los sandinistas salieron camino del
aeropuerto, “[e]l pueblo de Managua se volcó a las calles, a pesar del estado de
sitio y la ley marcial. . . . Fue un recorrido triunfal el que tuvo el bus, desde la casa
del secuestro hasta el aeropuerto, entre banderas, vítores y aplausos, las calles
atestadas de gente a pie, en motos y en carros” (II 351). Más que una
manifestación espontánea, la descripción que ofrece Cardenal de la reacción de
los ciudadanos de Managua—del pueblo de Managua—representa un mítin
13
político con índices ideológicos. “El pueblo” les ofrece a los guerrilleros una salida
triunfal de la capital, prorrumpiendo en masa para celebrar la victoria de los
sandinistas y, simbólicamente, para representar al resto del país. “A partir de
entonces,” escribe Cardenal, “el pueblo empezó a ser cada vez más y más
sandinista” (II 354). En esta trayectoria hacia el sandinismo popular, lo que
Cardenal representa como “el pueblo” deja de ser sujeto incondicional de un
proyecto renovador para ser objeto de la manipulación del poder y, por
consecuencia, convertirse en cómplice de la próxima hegemonía nacional. La
tensión entre una identidad nacional, arraigada en el pueblo, y la identidad
sandinista, consecuencia de una revolución armada, se empieza a manifestar a
través de la inesperada creación de un tercer espacio que dejaba atrás una
aparente inocencia dialéctica sin llegar a ser plenamente cómplice del poder
hegemónico.
La construcción ideológica de un tercer espacio manifiesta en las
memorias de Cardenal no sólo conecta el movimiento sandinista exclusivamente
con el pueblo, sino que, a lo largo de los textos, la creciente hegemonía ideológica
del Frente se expandía a través de una mitificación de figuras sandinistas
individuales y su vinculación a la causa popular y los problemas sufridos por los
más marginados. Al cabo del éxito de la operación en casa de Chema Castillo, por
ejemplo, relata Cardenal que el jefe de la misión, el Comandante Marcos,
“[q]uería que yo le contara de la reacción que el pueblo había tenido” (II 363),
otorgando al pueblo la autoridad de documentar y determinar la verosimilitud y,
a la vez, retratarse a sí mismo como depositario de la confianza y la verdad. De
Fernando Gordillo, uno de los fundadores del Frente, Cardenal describe su
14
enfermedad y afirma que “[s]u juventud fue como una imagen de la Nicaragua
joven, con ese inmenso tumor o cáncer del capitalismo y de los Somozas, sobre su
glándula del timo que es la reguladora del crecimiento, y exactamente en la
región del corazón. Hablo del amor que él había tenido a su pueblo” (II 179). En
la cita, Cardenal personifica a la nueva Nicaragua en la figura de Gordillo al
comparar la “juventud” de Gordillo a la juventud de la nación, destacando, sobre
todo, el afecto y la devoción que este hombre—repetimos, uno de los fundadores
del Frente—había sentido hacia “su pueblo.” Sutilmente, el narrador va
empalmando la autoridad sandinista con la expresada voluntad popular para
lanzar al poder al subalterno y, a la vez, afianzar la legitimidad de la historia y
jerarquía política. El pueblo no ha desaparecido ni ha perdido legitimidad, pero
tampoco es tan homogéneo ni tan sencillo como lo retrata Cardenal. Al cabo, la
participación en la Nicaragua sandinista de los sectores marginados por la
historia oficial y las voces—y los silencios—de la subalternidad contribuyen a
forjar un espacio poblado de ambigüedades. En 1989, al cabo de diez años de
gobierno sandinista, Xabier Gorostiaga planteaba enfrentarse a los retos de la
“primera década” y se preguntaba sobre el éxito del programa sandinista:
“¿Existe, después de diez años, un proyecto sandinista?, ¿ha conseguido la
agresión, el embargo económico, la crisis regional, el desgaste y cansancio del
pueblo, destruir este proyecto?” (30).
Leonel Rugama, fallecido en combate contra la Guardia Nacional en 1970,
aparece en las memorias de Cardenal igualmente unido al pueblo y al expresado
deseo popular de liberarse de la opresión somocista. Sobre los sacerdotes, señala
Cardenal que, en la opinión de Rugama, “[l]os curas debían dejar sus ritos y ver
15
los problemas del pueblo” (II 328), estableciendo así una distancia entre un
pueblo oprimido y dinámico y una iglesia católica mecánica y subrayando a través
de su lenguaje la solidaridad de Rugama para con los ciudadanos. Los ritos,
según Rugama, alejaban al sacerdocio de la verdadera condición material del
pueblo. Estos ritos católicos, sin embargo, serían suplantados a su manera por
otros ritos revolucionarios promulgados por el Frente que igual se servirían de las
artes plásticas, la escritura y la música.6 Acerca de sus poemas, indica Cardenal
que “la poesía de Rugama estaba empapada de pueblo” (II 331). Igual que se
representan los anhelos de Fernando Gordillo y se vincula la juventud de Gordillo
a la juventud del pueblo nicaragüense, la conexión que establece Cardenal entre
Rugama y el pueblo nicaragüense es metonímica: el papel radical que
protagoniza Rugama y su muerte en combate da voz a la totalidad del pueblo. Si
el nicaragüense anti-Somoza personifica a la nación nicaragüense, en las
memorias de Cardenal el sandinismo se presenta como el único vehículo
ideológico capaz de encarnar la voz del pueblo. Tal actitud, sin embargo, resultó
ser una de las limitaciones más elementales del Frente en el momento de
imponer su programa de renovación nacional. A juzgar por la representación y
configuración estética del terreno epistémico, Cardenal ofrece una cartografía del
pueblo nicaragüense que lo coloca entre el recuerdo de una subalternidad
supuestamente arrinconada y la ilusión de un poder aún no alcanzado. La
abstracción, por ende, de un tercer espacio nace de narrativas preparadas para
ocupar sus lugares designados en la sociedad, concibiendo la utopía y la ilusión
como un permanente proyecto que conjuga los obstáculos del momento y las
posibilidades del futuro.
16
A lo largo de las memorias, se evidencian paralelos entre la subalternidad
y lo hegemónico que subvierten una fácil delimitación del campo político y
participan en la creación de una identidad cultural nacional homogénea radicada
en ideales sandinistas que son, a la vez, actuales y antiguos. Cuando en julio de
1979 se gana la batalla militar contra Somoza, por ejemplo, Cardenal escribe que
“[l]a revolución produjo un pueblo nuevo que creó una nueva cultura. O creó una
cultura que produjo un pueblo nuevo” (III 360). Esta “nueva cultura” nacional
forja una relación simbiótica entre la experiencia del pueblo y la elaboración de
un espíritu político-popular y se aleja a pasos agigantados de lo que se conocía
como “cultura” durante los años de los Somoza. La revolución, como figura
materna, dio a luz a mellizos: un pueblo nuevo emergido de la subalternidad y
una cultura nueva recuperada de los márgenes de la historia nacional, surgidos
simultáneamente, inútil distinguir entre los dos. Esta unión, sin embargo,
impedía un cuestionamiento más ecuánime de los límites de la autoridad
revolucionaria debido al deslizamiento ideológico entre los dos polos
complementarios y ofrecía un ejemplo de, en palabras de Terry Eagleton, una
“dominación que suele legitimarse cuando las personas sometidas a él llegan a
juzgar su propia conducta por los criterios de los gobernantes” (83).
Afirma más tarde Cardenal en sus memorias que “[n]uestro plan en el
ministerio de Cultura era simplemente llevar la cultura al pueblo” (III 380). Es
decir: crear la nación de nuevo a partir de un criterio sandinista revolucionario
que determinara, a su manera, lo que encajaría bajo el rótulo de “Cultura,” con
mayúscula. Los talleres de poesía, consecuentemente, fueron una parte íntegra en
la determinación de esta cultura. Éstos, señala Cardenal, “[e]ran para enseñarle
17
la buena poesía al pueblo” (III 355). La sencilla confirmación de la existencia de
una “buena poesía” oculta sigilosamente el proceso de selección: alguien—
notablemente Cardenal como Ministro de Cultura—determinaría los matices y el
proceso de producir y consumir la “buena poesía” (y, por ende, la “mala poesía”)
de acuerdo con los fines ideológicos del Ministerio. Esta adquisición del pueblo
expresada por Cardenal tiene como vehículo a la poesía, con la intención de
desmitificar el proceso de escritura poética y ofrecer la oportunidad a todo
nicaragüense de incluirse en el proyecto de reconstrucción cultural nacional. Al
establecer de antemano las reglas de composición, sin embargo, el Ministerio de
Cultura de Cardenal jugaba con ventaja ideológica, ya que la declarada libertad de
escritura estaría dirigida por preceptos enunciados desde la jerarquía sandinista.
La “bajada” de la poesía a esferas populares tradicionalmente desconocidas por la
hegemonía de los letrados corresponde con el ascenso de un pueblo cuya
producción cultural había encontrado tierra fértil para que ésta trascendiera lo
meramente costumbrista.
En la difundida opinión de Cardenal acerca del exteriorismo, la poesía
debería reflejar “las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y
palpamos” (citado en Solís). En sus memorias, Cardenal subraya cómo el pueblo
es creador de un sinfín de expresiones coloquiales y, consecuentemente, de un
lenguaje que participa en el acto de reflejar aspectos de la cultura nacional
ignorados durante los años de opresión somocista. Del automóvil de guardias que
vigilaba la limusina de Tacho Somoza, por ejemplo, afirma el autor que el
vehículo era “tan largo que el pueblo le llamaba <<ciempiés>>” (I 107). Y acerca
del genio del pueblo al interpretar la Biblia, indica Cardenal que “[m]e parece que
18
aquella frase final del Evangelio de san Juan, de que si se escribieran todos los
dichos y hechos de Jesús no cabrían en todo el mundo, se refiere a los
comentarios que el pueblo puede hacer de esos hechos y dichos” (II 444). En la
obra, el pueblo está claramente capacitado para crear su propio lenguaje y su
propia cultura; Cardenal, sin embargo, deja entrever que estas interpretaciones
parten de cierta base ideológica que refleja la nueva Nicaragua revolucionaria. Al
recuperar el lenguaje popular hablado y dictar reglas para escribir poesía, la
jerarquía sandinista contribuía a forjar un tercer espacio donde se mantendría la
ilusión de la libertad de expresión y, a la vez, se participaría en la propagación de
la hegemonía. La nueva literatura nicaragüense, esa literatura orgánica que se
originaba “en el humus de la cultura popular” (Gramsci 270), mantendría viva la
tensión entre el pueblo y el culto sandinista al personalismo.
A lo largo de los tres volúmenes de las memorias de Cardenal
repetidamente se vincula la palabra “pueblo”—y por ende “nación”—al término
“cultura,” particularmente en el tercer tomo, que trata específicamente de la
revolución sandinista. Después de la victoria en 1979, por ejemplo, el Teatro
Nacional Rubén Darío se renombró el Teatro Popular Rubén Darío (III 358). Tal
cambio conectaba la refundición del concepto de “cultura” directamente con un
pueblo que, tras la revolución, nacía de nuevo. La sustitución de “Nacional” por
“Popular” señalaba un doble cambio: por una parte, el régimen sandinista se
deshacía de cualquier vestigio de nomenclatura somocista y, a la vez, recuperaba
discursos—como “poesía” y lo “popular”—que habían sido apartados durante
décadas del vocabulario nacional. En su deseo de presentarse como el único
espacio ideológico válido para la reconstrucción, sin embargo, los dirigentes de la
19
revolución paradójicamente contribuyeron a la desestabilización social, política y
económica de Nicaragua.
En sus memorias, Cardenal sostiene que la revolución y el levantamiento
sandinista fueron el impulso principal de este pueblo inédito: “La revolución
estaba creando un pueblo nuevo, que era como decir una cultura nueva” (III
253). Este “pueblo nuevo” se distingue del pueblo pre-revolucionario por ser
sujeto de su propio destino. Tales sujetos, sin embargo, fueron objetos de la
propaganda política de un Frente Sandinista que se encontraba en plena batalla
retórica con los residuos del somocismo y al comienzo de la guerra de la Contra.
Bajo estas circunstancias, el pueblo post-revolucionario era el auténtico campo de
guerra entre la subalternidad y la jerarquía sandinista. Cardenal comenta que
frecuentemente el pueblo era el que tomaba la iniciativa para representar y
retratar su cultura: “El pueblo en muchas localidades ha comenzado a crear él
mismo sus casas de cultura, y ya están haciendo allí su propio teatro, sus
festivales, sus recitales espontáneos” (III 242), afirmando que estas casas de
cultura nacieron “dondequiera, creadas espontáneamente por el pueblo antes que
hubiéramos tenido tiempo de organizarlas nosotros” (III 336). En la primera
cita, Cardenal le otorga al pueblo una vida propia, una conciencia de capacidad y
creatividad cultural que refleja las inquietudes del contexto histórico ya que,
como indicó, ese pueblo “ha comenzado a crear él mismo sus casas de cultura.”
En el siguiente ejemplo, sin embargo, aparece sutilmente un “nosotros” que se
distingue del pueblo y que se reconoce heredero del liderazgo nacional. En el
contexto, Cardenal se une a los líderes de la junta directiva del gobierno
sandinista y a los del Ministerio de Cultura que, en esos momentos, buscaban
20
reorganizar las prioridades culturales del país. La inocencia del comentario delata
una omnipresente jerarquización que, a largo plazo, pasaría factura al programa
sandinista al no saber incorporar la legitimidad del pueblo al proyecto
revolucionario. Por ello, el pueblo sufrió de un constante tira y afloja que, por una
parte, le otorgaba cierto poder particular (como su participación en la campaña
de alfabetización) pero, por otra, creaba una ambigüedad antagónica entre las
prioridades del Frente y las necesidades materiales y alimenticias de la vida
diaria.
Por mucho que se admiraran y se reconocieran las inquietudes culturales
del pueblo, seguía existiendo una separación implícita entre el pueblo y la
jerarquía del gobierno sandinista que realmente nunca fue franqueada y que llegó
a crear un espacio donde convivían la hegemonía revolucionaria y la
subalternidad. Por ello, el uso en las memorias de Cardenal del vocablo
“espontáneamente,” por ejemplo, nos obliga a preguntar si los esfuerzos del
pueblo por crear una cultura propia fueron realmente tan instintivos e intuitivos
como los describe o si eran simples extensiones y consecuencias del proyecto
nacional sandinista, impuestas por la Junta de Gobierno de Reconstrucción
Nacional (1979-1985). De hecho, la política económica sandinista durante los
ochenta tuvo que reconocer el papel de los que habían sido el “no-pueblo,”
empresarios privados y latifundistas, para mantener la productividad económica
y salvaguardar la unidad política frente a la guerra de la Contra (Rowe y Schelling
182). Esta política, sin embargo, llevó a reducir la participación en las
organizaciones populares y a reforzar “those authoritarian elements of the
political culture inherited from the Somoza era” (Rowe y Schelling 183). El
21
sandinismo había creado un pueblo que, sin estar en contra del esfuerzo
revolucionario, tampoco tenía muy claro porqué debería seguir sacrificándose
por una guerra cuya consecuencia más evidente era la muerte de los jóvenes.
Desde esta perspectiva, el pasado recupera su legitimidad gracias, en parte, a la
perspectiva que ofrece la actualidad. Como ha escrito Paul W. Borgeson,
“Cardenal renueva el pasado para poner a la sociedad de hoy en contacto más
directo con un tiempo que tiene mucho que revelarnos” (168). En las memorias,
su representación del pueblo nos revela la actitud de un hombre cuyos ideales
entraron en conflicto con las limitaciones de la revolución, de la jerarquía
sandinista y del culto a Daniel Ortega.
Las aproximadamente mil cuatrocientas páginas de los tres volúmenes de
las memorias de Ernesto Cardenal representan un verdadero documento para la
historiografía literaria de Nicaragua. Como poeta, Cardenal ha marcado la poesía
contemporánea latinoamericana indeleblemente; como individuo, su presencia
aún se percibe en la vida cultural nacional y continental. Lo ha dejado claro en
sus memorias: para él la revolución sandinista fue, ante todo, la creación de una
nueva nación en cuyo regazo todo nicaragüense encontró la posibilidad y la
libertad de expresarse sin censura institucional. A juzgar por su uso del vocablo
“pueblo,” Cardenal construye un tercer espacio fiel a la ambigüedad y producto
de la intranquilidad histórica entre lo subalterno y la hegemonía sandinista post-
revolucionaria. Los textos ejemplifican, por ende, lo que Moreiras ha
denominado como un tercer espacio que surge de “una tensión entre identidad y
diferencia” (17) y ofrece una muestra de lo que podría ser, según Gramsci, una
“nueva literatura popular.” El esfuerzo de Cardenal de relatar su vida desde el
22
contexto histórico nacional ofrece una muestra de lo que fue la revolución
sandinista para él y lo que pudo haber sido para un pueblo relegado a vivir a la
sombra de los intersticios.
23
NOTAS
1 Para nuestras intenciones, definiremos al pueblo nicaragüense según la descripción que ofreció en 1989 Xabier Gorostiaga: “El nuevo sujeto histórico está formado por las grandes masas de trabajadores y pequeños productores, obreros, campesinos, pobladores y trabajadores del sector informal” (30). 2 Sobre este tema, es indispensable el estudio de Stephen Henighan “Ernesto Cardenal’s Hora O: A Conservative National Epic.” 3 La mayoría de los estudios se centran en examinar la relación dialéctica entre el pasado y el presente. Con respecto al uso en sus poemas de la historia y la ficción, Paul W. Borgeson, Jr. nota que “es la misma función de historia y ficción en autores como Carpentier, García Márquez, Borges y Fuentes” (56). Kevin Coleman ha escrito que El estrecho dudoso “presenta un doble relato que refiere implícitamente a la Nicaragua somocista y explícitamente al discurso de la historia colonial” y que Homenaje a los indios americanos proyecta el pasado al presente. Robin M. Bower ha señalado que “Cardenal’s poetic interventions upon the historical text furnish the interior book of memory with the stuff of history, so that its embeddedness in the present becomes personal and palpable” (378). Como reacción a los detalles históricos en su poesía, Erick Aguirre Aragón, escritor nicaragüense, ha indicado que “la indiferencia de buena parte de la generación posterior al declive de la revolución sandinista en Nicaragua, hacia el tipo de poesía representado por Cardenal” se debe, en parte, a su excesiva “historización.” 4 Sus talleres de poesía y el texto El amanecer del pueblo—el abecedario de la campaña de alfabetización—, por ejemplo, representaron en la década de los ochenta parte del importante esfuerzo de “auto-educación” (Craven 105). 5 Las referencias a las memorias de Cardenal se limitarán a indicar el volumen y el número correspondiente de la página. Volumen I corresponde a Vida perdida; Volumen II a Las ínsulas extrañas. Memorias 2; y Volumen III a La revolución perdida. Memorias 3. 6 Véase el valioso estudio de David Whisnant, Rascally Signs in Sacred Places. The Politics of Culture in Nicaragua.
24
OBRAS CONSULTADAS
Aguirre Aragón, Erick. “Ernesto Cardenal: ¿profeta en su tierra?” Istmo 11
(2005). http://istmo.denison.edu/n11/articulos/ernesto.html. 1 de marzo de
2012.
Arcos, José Luis. “Ernesto Cardenal: memoria y poesía.” Casa de las Américas
234 (2004): 130-32.
Borgeson, Jr., Paul W. Hacia el hombre nuevo: poesía y pensamiento de Ernesto
Cardenal. London: Tamesis Books Limited, 1984.
Brower, Robin M. “Remembering Things Past: Reading History, Writing
Memory, and the Poetics of Agency in Ernesto Cardenal.” Bulletin of
Hispanic Studies 85.3 (2008): 361-81.
Cardenal, Ernesto. Gethsemani Ky. México, D.F.: Revista de Poesía Universal,
Suplemento de Ecuador 900, 1960.
---. Epigramas. México, D.F: Universidad Nacional Autónoma de México, 1961.
---. Salmos. Medellín: Ediciones de la Universidad de Antioquia, 1964.
---. El estrecho dudoso. Bloomington, IN: Indiana University Press, 1995.
---. Vida perdida. Barcelona: Seix Barral, 1998.
---. Las ínsulas extrañas. Memorias 2. Madrid: Ed. Trotta, 2002.
---. La revolución perdida. Memorias 3. Madrid: Ed. Trotta, 2004.
Coleman, Kevin. “La pedagogía de la burla: Entre los binarios históricos en El
estrecho dudoso.” Istmo 13 (2006).
http://istmo.denison.edu/n13/proyectos/pedagogia.html. 1 de marzo de
2012.
25
Craven, David. “The State of Cultural Democracy in Cuba and Nicaragua During
the 1980s.” Latin American Perspectives 17.3 (1990): 100-19.
Domínguez Michael, Christopher. “Cardenal, de la Trapa a la Revolución.” Letras
Libres 5.60 (2003): 85-89.
Duchesne Winter, Juan. “¿Te dio miedo la crítica? Política cultural y cultura
política en el sandinismo.” Cupey 13 (1996): 88-96.
Eagleton, Terry. Ideología. Una introducción. Trad. por Jorge Vigil Rubio.
Barcelona: Paidós, 2005.
Gorostiaga, Xabier. “Legados, retos y perspectivas del sandinismo 1979-1989.”
Nueva Sociedad 104 (1989): 24-39.
http://nuso.org/upload/articulos/1812_1.pdf. 31 de julio de 2012.
Gramsci, Antonio. Cultura y literatura. Selección y prólogo de Jordi Solé-Tura.
Barcelona: Ed. Península, 1972.
Henighan, Stephen. “Ernesto Cardenal’s Hora O: A Conservative National Epic.”
Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 35.2 (2011): 329-350.
“Los indígenas sumus de la costa atlántica.” http://www.envio.org.ni/articulo/483.
30 de julio de 2012.
Martínez, Juan Manuel. “Sobre la vida personal de Ernesto Cardenal.” Rassegna
Iberistica 69 (2000): 37-40.
Moreiras, Alberto. Tercer Espacio: Literatura y duelo en América Latina.
Santiago, Chile: LOM Ediciones/Universidad Arcis, 1999.
Poniatowska, Elena. “Memory and Identity: Some Historical-Cultural Notes.”
Trad. por Carlos Pérez. Latin American Perspectives 19.3 (1992): 67-78.
26
Porrúa, Ana María. “Ernesto Cardenal: la estrategia del pasado.” Texto Crítico
14.39 (1988): 80-89.
Rowe, William y Vivian Schelling. Memory and Modernity. Popular Culture in
Latin America. México, D.F.: Siglo XXI, 1981.
Sánchez, Edwin. “EEBI: escuela de lealtades al ‘ungido’.” El Nuevo Diario 24 de
febrero de 2008.
http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2008/02/24/nacionales/70836. 27 de
julio de 2012.
Solís, Pedro Xavier. “En los 80 años de Ernesto Cardenal.”
www.ideay.net.ni/servicios/pluma/editorial.php?cod=196&tipo=1. 14 de
abril de 2005.
Whisnant, David. Rascally Signs in Sacred Places. The Politics of Culture in
Nicaragua. Chapel Hill, NC: U of North Carolina P, 1995.
Williams, Tamara. “Narrative Strategies and Counter-History in El estrecho
dudoso.” Inti 39 (1994): 47-57.