La propiedad intelectual de las traducciones

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ADI 34 (2013-2014): 209-230 LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE LAS TRADUCCIONES EUGENIO OLMEDO PERALTA * RESUMEN A diferencia de lo que ocurre con los demás tipos de obra intelectual, la obra literaria precisa ontológicamente un soporte lingüístico sobre el que se puedan articular las ideas expresadas. Ello supone la necesidad de adoptar un idioma de expresión, opción que limita la comprensión de sus contenidos a las personas que conocen sus reglas y significados. Para poder extender el disfrute de la obra a personas desconocedoras de su idioma de expresión original será nece- saria la cooperación entre dos sujetos el autor y el traductor. La relación entre ambas implicará, igualmente, la existencia de dos obras —la originaria y la traducción como obra derivada— cada una de ellas merecedora de los derechos que confiere la normativa sobre propiedad intelectual. Naturalmente, el grado de protección que merece la traducción será limitado y quedará subordi- nado a la protección de la principal, al suponer la obra derivada un esfuerzo intelectual menor. El objeto de este artículo es trazar un deslinde del ámbito de protección intelectual de ambas, así como analizar los principales supuestos en que pueden colisionar. Palabras clave: propiedad intelectual, traducción, contrato de edición, convenio de Berna, recomendación de Nairobi, derechos morales, integridad de la obra, obra derivada, actividad creativa, traducción informática, obra literaria, transformación, licencia de propiedad intelectual. ABSTRACT Unlike other kinds of intellectual work, literary works need ontologically a linguistic support to construct the expressed ideas. This implies the need to adopt a language of communication, option that limits the potential of its contents to be understood just by the people that know the rules and meanings of this determined language. To extend the public that can access to the con- tents of the work, allowing to comprehend it to people that do not know the original formulation language, it will be necessary the cooperation between two subjects, the author and the transla- tor. The relationship between them also implies the existence of two works —the original and the translation as a derivate work—, both of them worthing the rights conferred by intellectual proper- ty. Obviously, the level of protection that the translation deserves is limited and subordinated to the main work protection, because the derivate work requires a lower intellectual effort. The aim of this paper is to draw the demarcation of the field of intellectual protection of both works, so as to analyze the main cases in which they may collide. Keywords: intellectual property, translation, publishing contract, Berne Convention, Nairobi recommendation, moral rights, work integrity, derivate work, creative activity, computer transla- tion, literary work, transformation, intellectual property licence. * Doctor Europeo en Derecho por la Universidad de Bolonia. Área de Derecho Mercantil. Universidad de Málaga. Campus de Excelencia Internacional Andalucía Tech. [email protected].

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ADI 34 (2013-2014): 209-230

LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE LAS TRADUCCIONES

eugenio olmedo peralta*

RESUMEN

A diferencia de lo que ocurre con los demás tipos de obra intelectual, la obra literaria precisa ontológicamente un soporte lingüístico sobre el que se puedan articular las ideas expresadas. Ello supone la necesidad de adoptar un idioma de expresión, opción que limita la comprensión de sus contenidos a las personas que conocen sus reglas y significados. Para poder extender el disfrute de la obra a personas desconocedoras de su idioma de expresión original será nece-saria la cooperación entre dos sujetos el autor y el traductor. La relación entre ambas implicará, igualmente, la existencia de dos obras —la originaria y la traducción como obra derivada— cada una de ellas merecedora de los derechos que confiere la normativa sobre propiedad intelectual. Naturalmente, el grado de protección que merece la traducción será limitado y quedará subordi-nado a la protección de la principal, al suponer la obra derivada un esfuerzo intelectual menor. El objeto de este artículo es trazar un deslinde del ámbito de protección intelectual de ambas, así como analizar los principales supuestos en que pueden colisionar.

Palabras clave: propiedad intelectual, traducción, contrato de edición, convenio de Berna, recomendación de Nairobi, derechos morales, integridad de la obra, obra derivada, actividad creativa, traducción informática, obra literaria, transformación, licencia de propiedad intelectual.

ABSTRACT

Unlike other kinds of intellectual work, literary works need ontologically a linguistic support to construct the expressed ideas. This implies the need to adopt a language of communication, option that limits the potential of its contents to be understood just by the people that know the rules and meanings of this determined language. To extend the public that can access to the con-tents of the work, allowing to comprehend it to people that do not know the original formulation language, it will be necessary the cooperation between two subjects, the author and the transla-tor. The relationship between them also implies the existence of two works —the original and the translation as a derivate work—, both of them worthing the rights conferred by intellectual proper-ty. Obviously, the level of protection that the translation deserves is limited and subordinated to the main work protection, because the derivate work requires a lower intellectual effort. The aim of this paper is to draw the demarcation of the field of intellectual protection of both works, so as to analyze the main cases in which they may collide.

Keywords: intellectual property, translation, publishing contract, Berne Convention, Nairobi recommendation, moral rights, work integrity, derivate work, creative activity, computer transla-tion, literary work, transformation, intellectual property licence.

* Doctor Europeo en Derecho por la Universidad de Bolonia. Área de Derecho Mercantil. Universidad de Málaga. Campus de Excelencia Internacional Andalucía Tech. [email protected].

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SumARIO: I. INTRODUCCIÓN: DIVERSIDAD LINGüÍSTICA Y PROPIEDAD INTELECTUAL. LA TRADUCCIÓN COMO CONExIÓN ENTRE OBRAS.—II. ELEMENTO OBJETIVO: LA OBRA ExPRESADA LINGüÍSTICAMENTE Y SU TRADUCCIÓN COMO OBRA DERIVADA.—1. obra originaria base de la traduCCión.—2. CaraCterizaCión de la traduCCión Como objeto de pro-piedad inteleCtual.—A. Tratamiento legal: la traducción como obra derivada.—B. La traducción como transformación de la obra original: requisitos.—C. Apropiación intelectual y nueva aportación. La relación entre obra original y traducción.—D. Autorización del autor de la obra original.—III. ELE-MENTOS SUBJETIVOS: DERECHOS DEL AUTOR Y DEL TRADUCTOR.—1. dereCho moral a deCidir sobre la divulgaCión de la obra.—2. dereCho moral a reClamar la paternidad de la obra.—3. dereCho moral a exigir el respeto a la integridad de la obra.—4. dereChos morales a modiFiCar la obra y a retirarla del ComerCio.—5. dereCho de explotaCión.—IV. EL CONTRATO DE TRADUCCIÓN.—1. ConFiguraCión del Contrato.—2. la traduCCión en el marCo de los Con-tratos de ediCión.—3. responsabilidad del traduCtor.—V. EL INTERéS GENERAL COMO LÍMITE A LA EXCLUSIVA DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL: RéGIMEN ESPECIAL PARA PAÍSES EN DESARROLLO.

CONTENTS: I. INTRODUCTION: LINGUISTIC DIVERSITY AND INTELLECTUAL PROPERTY. TRANSLATION AS A NExUS OF WORKS.—II. OBJECTIVE ELEMENT: THE LINGUISTIC-Ex-PRESSED WORK AND ITS TRANSLATION AS A DERIVATE WORK.—1. original work base oF the translation.—2. CharaCters oF translation as an ip objeCt.—A. Legal treatment: translation as a derivative work.—B. Translation as a transformation of the original work: requirements.—C. Intellectual appropriation and new contribution. The relationship between original work and translation.—D. The origi-nal work author’s authorization.—III. SUBJECTIVE ELEMENTS: AUTHOR’S AND TRANSLATOR’S RIGHTS.—1. moral right to deCide about the CirCulation oF the work.—2. moral right to Claim the authorship oF the work.—3. moral right to Claim For the integrity oF the work.—4. mo-ral rights to modiFy the work and to withdrawal the work From the market.—5. exploitation rights.—IV. THE TRANSLATION CONTRACT.—1. ConFiguration oF the ContraCt.—2. transla-tion in the Framework oF edition ContraCts.—3. translator’s liability.—V. GENERAL INTER-EST AS A LIMIT TO THE ExCLUSIVE OF INTELLECTUAL PROPERTY: SPECIAL RULES FOR DEVELOPING COUNTRIES.

I. INTRODUCCIÓN: DIVERSIDAD LINGüÍSTICA Y PROPIEDAD INTELECTUAL. LA TRADUCCIÓN COMO CONExIÓN ENTRE OBRAS

Cuando se emplea la palabra para expresar ideas originales se concibe una obra de propiedad intelectual que queda sujeta a las potencialidades y limitacio-nes propias del lenguaje. Potencialidades, a causa de la especial facilidad para que sus contenidos sean reproducidos, tanto de forma oral como escrita. Limi-taciones, por la necesidad de que la expresión se produzca utilizando una clave lingüística, un sistema de códigos-significaciones necesariamente restringido a la población que lo conoce. Uno y otro carácter afectan al modo en que se confi-guran los derechos de propiedad intelectual implicados en la obra literaria.

En los esquemas de la propiedad intelectual, el traductor realiza una labor de intermediación, a través de la cual permite acceder a la obra a un público que desconoce la lengua en que originariamente fue expresada por su autor. Sin em-bargo, su labor excede los límites de los intereses privados. El lenguaje en sus diversas formas de expresión conforma la herramienta más idónea para la trans-misión de la cultura y el conocimiento, por lo que la búsqueda de equivalencias entre códigos para que las ideas expresadas sean comprensibles por todos los grupos humanos se convierte en una actividad de interés general.

Las regulaciones sobre derechos de autor se enfrentan al reto de hallar el punto de equilibrio en que se concilien los intereses implicados con la obra

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intelectual, a saber, los intereses particulares de autores, intérpretes y ejecutan-tes, titulares reales de la obra en tanto que creadores de la originalidad que se protege; y el interés general a la difusión de la cultura, la ciencia y el arte 1. En este marco, los Estados han de actuar como garantes del interés general, promo-cionando el acceso a las creaciones intelectuales.

El ensamble entre estos dos grupos de intereses reviste especial relevancia por lo que respecta a las traducciones. En ellas confluyen los derechos morales y económicos del autor sobre su creación con el interés general del público en acceder a la obra, interés que, en el caso de que se trate de una colectividad no conocedora de la lengua de expresión, precisará de la intervención de un nuevo sujeto, el traductor. éste tendrá, igualmente, intereses y derechos sobre la trans-formación y la nueva forma de expresión de la obra. Así las cosas, el sistema se configura sobre un objeto: la obra expresada lingüísticamente, que reviste un interés general y sobre el cual se despliegan los derechos del autor —creador originario— y del traductor —persona que lleva a cabo una adaptación de la obra para permitir su acceso a un público más amplio—. En este proceso de adaptación lingüística la obra se desdobla en dos, pudiéndose distinguir entre la obra originaria —fruto del esfuerzo del autor— y la traducción —obra deri-vada de la primera—. Materialmente, lo único que se precisa para desarrollar la traducción es la expresión total o parcial de la obra originaria empleando el lenguaje, ya sea en su forma oral o escrita.

La Ley de Propiedad Intelectual 2 en los artículos 10, 11 y 12, realiza una categorización de las obras objeto de protección en función de su grado de ori-ginalidad, distinguiéndose entre creaciones originales, obras derivadas y colec-ciones y bases de datos. En su artículo 13, la norma excluye de protección a ciertas creaciones que, por su carácter público u oficial no son objeto de pro-tección intelectual, pese a que hayan supuesto un esfuerzo creativo que conlle-ve originalidad en su formulación y hayan sido expresadas externamente; nos referimos a las disposiciones legales o reglamentarias y sus correspondientes proyectos, las resoluciones de los órganos jurisdiccionales y los actos, acuerdos, deliberaciones y dictámenes de los organismos públicos; igualmente se excluye la propiedad intelectual de las traducciones oficiales de estos documentos 3.

El objetivo que perseguimos en esta reflexión es tratar de deslindar los ca-racteres propios de las dos obras implicadas en la traducción —la original y la derivada—, así como de analizar el modo en que se articulan los derechos del autor y del traductor sobre sus creaciones. Igualmente, se pretende ofrecer una

1 Resulta interesante esta visión de la propiedad intelectual como resultado de un compromiso entre inte-reses generales y particulares. En este sentido, l. manderieux, «La propriété intellectuelle et son environne-ment linguistique et culturel: les enjeux», en m. C. jullion (dir.), Lingüística e proprietà intellettuale, Franco Angeli, Milano, 2001, pág. 16, afirma que «la propriété intellectuelle moderne est le résultat d’un compromis: la propriété intellectuelle a une fonction cruciale pour permettre au créateur de créer et être reconnu et rétribué —et l’intérêt matériel pousse sans aucun doute à la créativité—, mais aussi une fonction fondamentale pour l’Etat qui est de promouvoir l’intérêt général au nom de deux principes: encourager le progrès de la science, et permettre au plus grand nombre d’accéder à la culture et au savoir».

2 Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, regularizando, aclarando y armonizando las disposiciones legales vigentes sobre la ma-teria —en lo sucesivo LPI—.

3 Ello «no significa que no puedan tener la consideración de obras, pues normalmente se trata de crea-ciones originales, sino simplemente quedan al margen de la protección legal y, por tanto, pueden ser utilizadas por cualquiera sin pedir permiso ni efectuar remuneración alguna», p. barberán molina, Manual práctico de Propiedad Intelectual, Tecnos, Madrid, 2010, pág. 20.

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visión sobre el interés general al acceso a la obra intelectual y el modo en que la normativa lo tutela. Finalmente, acercándonos al ámbito de la praxis, trataremos de analizar la configuración contractual de estos derechos, así como los princi-pales litigios que se pueden generar en el seno de los contratos de traducción y de edición.

II. ELEMENTO OBJETIVO: LA OBRA ExPRESADA LINGüÍSTICAMENTE Y SU TRADUCCIÓN COMO OBRA DERIVADA

El hecho generador que hace nacer los derechos de propiedad intelectual es la simple creación de una obra literaria, artística o científica 4. No obstante, para que la obra sea merecedora de protección ha de tratarse de una creación original que sea expresada por cualquier medio o soporte, tangible o intangible, actualmente conocido o que se invente en el futuro 5. En lo que a nuestro análi-sis compete, nos interesarán las obras que empleen como medio de expresión el lenguaje humano en cualquiera de sus formas —escrita, oral, grabada, por ultrasonidos...— 6. Siguiendo la filosofía de la norma, fundada en la protección de la creación cualesquiera que sean sus formas de expresión, entenderemos por obra literaria aquella que emplee el lenguaje como medio de manifestación. Por lenguaje consideraremos cualquier sistema que atribuya significados a signos, de tal modo que permita la expresión material y unívoca de ideas comprensibles por el receptor que conozca el código lingüístico empleado 7.

Resulta crucial deslindar el concepto de «creación original» 8 a efectos del reconocimiento de protección por nuestro sistema de propiedad intelectual, pues la traducción se configura como una obra derivada de la misma. Para ser merecedora de tutela, cualquier creación ha de revestir los caracteres de origi-nalidad objetiva y subjetiva, así como lo que se ha configurado por los tribu-nales como «altura creativa». Este contenido creativo puede predicarse de los

4 Cfr. artículo 1 LPI.5 Cfr. artículo 10 LPI.6 En efecto, esta percepción se fundamenta en el concepto de traducción ofrecido por la Recomendación

sobre la protección jurídica de los traductores y de las traducciones sobre los medios prácticos de mejorar la situación de los traductores, aprobada por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) reunida en Nairobi del 26 de octubre al 30 de noviembre de 1976, en su 19.ª reunión, que la considera como «la transposición de una obra literaria o científica, incluso de una obra técnica, de una lengua a otra, esté o no esté la obra preexistente, o la traducción, destinada a ser publicada en forma de libro, en una revista, en un periódico o en otra forma, a ser representada en el teatro, o a ser utilizada en el cine, la radio o la televisión, o por cualquier otro medio de comunicación».

7 El propio diccionario de la RAE no ofrece un concepto claro de lenguaje, por lo que resulta necesario unir varias de las acepciones que aporta. Así, lo considera como «conjunto de señales que dan a entender algo» y como «conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente». Según la Real Academia, el término lenguaje puede ser sinónimo de lengua, entendiéndose ésta como «sistema de comuni-cación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana». En lo que interesa a nuestra reflexión consideraremos el lenguaje como código de signos-significaciones comprensibles por una comunidad humana con independencia del modo en que se manifieste —oral, escrito...—. La relevancia reside, por tanto, en tratarse de un código compartido por una colectividad que permita la expresión y comprensión de ideas.

8 ésta y no «obra original» es la denominación elegida por el legislador al caracterizar el objeto de pro-piedad intelectual en el artículo 10, lo cual ha sido valorado positivamente por la doctrina. En este sentido, j. m. rodríguez tapia, «Obras y títulos originales», en j. m. rodríguez tapia (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Civitas, Madrid, 2009, pág. 120, quien considera que «la diferencia parece irrelevante, pero, acudiendo al término creación en la definición del objeto, se elude el espinoso problema de determinar si las obras incompletas se protegen, el grado de acabado y —lo que es más difícil de determinar en obras no científicas— cuándo está acabada una obra, dado que el autor o su muerte deciden cuál es su integridad».

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ámbitos literario, científico o artístico requiriéndose sólo que la obra se exprese por cualquier medio o soporte. Precisamente, el legislador emplea el término «expresadas» y no «plasmadas», de donde se desprende que no se requiere que la obra se fije, sino que se exprese 9.

La Ley de Propiedad Intelectual emplea un sistema de numerus apertus al enunciar la obra intelectual, mencionando sólo algunos supuestos —verdadera-mente amplios— en los que ésta merece protección, pero permitiendo la cabida de otros. No obstante esta omnicomprensión, sí lleva a cabo una categorización de las obras en función de la altura creativa de la aportación 10, considerándose tres niveles: el de obras y títulos originales, el de obras derivadas y el de colec-ciones y bases de datos. Las traducciones se insertan indudablemente dentro del segundo nivel de protección, como «obras derivadas» ya que, si bien suponen un esfuerzo intelectual, no implican una creación de la misma altura que la que generó la obra original, sino que se configura intrínsecamente sobre la base de una creación —literaria— ya existente. De forma sintética, podríamos decir que, en primer lugar, encontramos una obra de carácter literario meritoria de protección intelectual y que, sobre ella, se desarrolla una nueva actividad crea-tiva —de menor originalidad— que da lugar a una segunda obra, afluente de la originaria, dependiente aunque igualmente digna de protección.

1. obra originaria base de la traduCCión

Para caracterizar la traducción como obra intelectual, hemos de partir del concepto de obra literaria empleado por la normativa. Como apuntábamos, nuestra LPI no exige la fijación de las ideas, sino simplemente su expresión. El carácter literario se deriva precisamente del empleo del lenguaje como forma de manifestación de la originalidad artística o científica desarrollada por el au-tor. Este empleo del lenguaje como medio básico —si bien, no necesariamente exclusivo— de expresión será lo determinante para que la obra original pueda ser objeto de traducción. No será posible la traducción de una obra pictórica, es-cultórica o arquitectónica, tampoco —a mayor abundamiento— el de una pieza musical o un perfume 11, pues su comprensión se agota en la simple apreciación de la obra. En cambio, sí podrán ser objeto de traducción otras obras compues-tas por elementos lingüísticos —aunque sea parcialmente—, tales como una película, un cómic, una presentación audiovisual... 12.

Una vez expresada la creación de forma lingüística, sobre ella podrán lle-varse a cabo modificaciones mediante la incorporación de adiciones a la misma

9 En este sentido, j. m. rodríguez tapia, «Obras y títulos originales», op. cit., pág. 127. La perpetuación de la obra en soporte material no es requisito necesario para la protección de la obra. En el ámbito de la creación literaria no tendrá relevancia a efectos de propiedad intelectual el proverbio latino «verba volant, scripta ma-nent» puesto que tanto las palabras pronunciadas como las escritas serán merecedoras de protección jurídica.

10 Artículos 10, 11 y 12 LPI.11 Sobre los más dispares objetos que pueden ser protegidos por propiedad intelectual nos remitimos a la

obra de l. anguita villanueva y h. s. ayllón santiago, Nuevas fronteras del objeto de la propiedad inte-lectual: puentes, perfumes, senderos y embalajes, Reus, Madrid, 2008.

12 A este respecto, el Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas del 9 de septiembre de 1886, con sus modificaciones posteriores, la última, la enmienda de París de 28 de septiembre de 1979, en su artículo 11 reconoce a los autores de obras dramáticas, dramático-musicales y musicales el derecho a autorizar la traducción de sus obras. Vid. r. sánChez aristi, «Artículo 11», en r. berCovitz rodríguez-Cano (coord.), Comentarios al Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, Civitas, Madrid, 2013, págs. 941-974.

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o sometiéndola a transformaciones que afecten a su contenido o a su forma. Con ello, se incorpora una nueva actividad creativa, que genera una nueva obra objeto de propiedad intelectual, la traducción. El ámbito de la obra originaria determinará los caracteres propios de su traducción. Así, el lenguaje empleado por las obras científicas rige literalidad en su traducción, por lo que la aporta-ción creativa tendrá una extensión reducida; en cambio, las obras literarias de carácter artístico admiten una cierta interpretación por parte del traductor, lo cual implicará una mayor participación por su parte. Piénsese la diferencia entre la traducción de la composición de un medicamento —basada eminentemente en la literalidad— y la traducción de un poema —en cuyo caso además de las palabras adecuadas se deberán tomar decisiones sobre otros aspectos de la obra, tales como el ritmo, la métrica, la sonoridad o la rima—.

Lo protegido en la obra literaria original es una expresión lingüística con independencia del canal que se haya empleado para la transmisión de su con-tenido, sea éste la palabra escrita —sin que resulte relevante su materialización en papel o en otros soportes como un archivo informático—, las palabras regis-tradas en dispositivos de grabación de voz o incorporadas a otras creaciones, el relieve de puntos de las palabras representadas en braille o simplemente la expresión de la obra viva voce 13. Con esta concepción amplia, la obra originaria queda desligada de los requerimientos estrictos de expresión y fijación en forma escrita, si bien será dicho medio el que principalmente se emplee para la plas-mación de la obra literaria, dada su fácil difusión y su permanencia.

2. CaraCterizaCión de la traduCCión Como objeto de propiedad inteleCtual

A. Tratamiento legal: la traducción como obra derivada

La traducción se configura como una obra derivada por transformación de otra original y supone la generación de una nueva creación independiente y compatible con ésta 14. Se trata de una obra derivada en tanto que carece del re-

13 Resulta suficientemente expresivo el contenido del artículo segundo del Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas en su dicción tras el Acta de París de 24 de julio de 1971 y la enmienda de 1979, al disponer que: «Los términos “obras literarias y artísticas” comprenden todas las produc-ciones en el campo literario, científico y artístico, cualquiera que sea el modo o forma de expresión, tales como los libros, folletos y otros escritos; las conferencias, alocuciones, sermones y otras obras de la misma naturaleza; las obras dramáticas o dramático-musicales (...)», continúa el precepto con la enumeración de distintos tipos de obras artísticas, si bien sin pretensión de exhaustividad. Lo relevante es considerar que el derecho de autor nacerá con independencia del soporte que se emplee para fijar —o simplemente transmitir— el contenido de la obra al exterior.

14 La consideración de la traducción como obra per se por nuestro ordenamiento jurídico sigue la re-comendación de la UNESCO ofrecida en la Conferencia de Nairobi, cuyo tercer punto recomienda que «los Estados miembros deberían extender a los traductores, por lo que respecta a sus traducciones, la protección que conceden a los autores de conformidad con las disposiciones de las convenciones internacionales sobre derecho de autor en las que son partes o de su legislación nacional, o de una y otras disposiciones, y esto sin perjuicio de los derechos de los autores de las obras preexistentes». Estimar que la traducción es una obra por sí misma implica atribuirle al traductor los mismos derechos que corresponden al autor, coordinándose sin embargo los derechos de ambos y reconociendo la mayor altura creativa de la obra original. Tratamiento similar ofrece el Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, vid. p. marisCal garrido-Falla, «Ar-tículo 2.3», en r. berCovitz rodríguez-Cano (coord.), Comentarios al Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, Tecnos, Madrid, 2013, págs. 141 y sigs. El artículo 6 de la versión originaria del Convenio asimilaba las traducciones lícitas a las obras originales, siendo posteriormente suprimido el cali-ficativo de licitud.

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quisito de originalidad objetiva exigido a una creación, siendo tributaria de otra obra a la que reconoce como germen de sí misma. Las obras derivadas no impli-can una actividad creativa original, sino que simplemente suponen la modifica-ción o el cambio de estructura de la obra primitiva. En el caso de la traducción, dicha derivación se produce mediante la transformación de la obra original, lográndose su exteriorización de una forma diferente, toda vez que su contenido permanece relativamente invariable; este cambio de forma estará representado, precisamente, por la novación de un lenguaje de expresión por otro 15.

Las obras derivadas pueden ser de diversos tipos según la forma en que se produzca la transformación, afectando ésta a la composición o a la expresión. Cuando la transformación afecte a la composición nos encontraremos ante una antología; modificando la expresión de la obra original nos encontraremos con la traducción —mismo contenido, diversa forma de expresión—; finalmente, si al mismo tiempo se produce la modificación de la forma de expresión y de la composición de la obra, nos encontraremos ante adaptaciones, refundiciones, revisiones o actualizaciones 16.

B. La traducción como transformación de la obra original: requisitos

Para que la creación que supone la traducción pueda ser protegida se pre-cisa que reúna los mismos requisitos que se exigen para la obra originaria en el artículo 10 de la LPI. Se ha discutido en la doctrina sobre si la obra derivada supone propiamente una aportación original, pues en realidad el traductor no lleva a cabo una creación, sino que simplemente realiza una transformación en la forma de expresión de la obra. La aportación del traductor ha de ser de tal en-tidad que suponga la conversión de la obra original en una obra diferente, pues cuando tales cambios no sean lo suficientemente relevantes, nos encontraremos ante una simple reproducción 17 y no ante una transformación 18.

Lo que se exige al traductor no es la aportación de una originalidad, pues ello supondría la creación de una nueva obra ab radicem, sino la transformación del modo de expresión de la creación original, de forma que, si bien su conte-nido sea idéntico —tanto más cuanto más fielmente se haya llevado a cabo la traducción—, será diferente el modo en que éste se exprese, propiamente el idioma que se emplee para ello. Se ha afirmado que el nivel de exigencia de ori-ginalidad mínima en las obras derivadas no es elevado 19. Podría decirse, en con-secuencia, que lo que se protege no es ninguna creación u originalidad de parte del traductor, sino el «esfuerzo intelectual» que supone la traducción al implicar ésta la elección de palabras y frases que se correspondan con las empleadas en

15 j. m. rodríguez tapia, «Transformación», en j. m. rodríguez tapia (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Civitas, Madrid, 2009, págs. 204-205. De hecho, el glosario de términos de la OMPI defi-ne la traducción como «la expresión de obras escritas u orales en un idioma distinto al de la versión original».

16 Vid. d. espín Cánovas, «El proyecto de Ley de Propiedad Intelectual de 1986», Diario La Ley (1986), versión digital, pág. 10.

17 Artículo 18 LPI. Este será el caso típico de las correcciones de erratas, por ejemplo.18 Vid., de forma genérica, r. Casas vallés, «El estatuto jurídico del traductor», en Segundas Jornadas

sobre el derecho de propiedad intelectual de los escritores en la práctica, Asociación Colegial de Escritores-CEDRO, Madrid, 1996, págs. 77 y sigs.

19 Vid. r. berCovitz rodríguez-Cano, «Obras derivadas», en r. berCovitz rodríguez-Cano (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Tecnos, Madrid, 2007, pág. 191.

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el texto original 20. Se considera que cuando la traducción suponga simplemente la sustitución literal de unas palabras por otras —caso extraño, pero no impo-sible, si se piensa por ejemplo en textos de marcado carácter científico—, ello no podría ser objeto de un derecho exclusivo sobre la nueva obra creada 21, por un lado, dado que propiamente la actividad llevada a cabo sobre la original no ha supuesto un esfuerzo intelectual digno de protección y, por otro lado, porque cualquier otra traducción que se llevase a cabo sobre la original llevaría, nece-sariamente, al mismo resultado.

Cuando la creación suponga el desarrollo de una labor mecánica, no restará lugar para la actividad creativa, debiendo quedar la obra al margen de posible protección. Este argumento justifica más que suficientemente que no se dispen-se protección a las traducciones de textos llevadas a cabo de forma automática mediante el empleo de programas informáticos: si bien se llega al resultado de una transformación de la obra mediante la alteración del modo de expresión de ésta, dicha obtención no se ha producido aplicando la creatividad o el esfuerzo intelectual sobre la obra originaria, sino sometiéndola a un procedimiento au-tomático 22. La actividad creativa carecerá del requisito del esfuerzo intelectual preciso para el reconocimiento de la propiedad intelectual de la nueva obra.

No obstante, no siempre que se empleen medios informáticos para realizar una traducción se ha de negar la protección jurídica de la obra resultante. Se dis-tinguen, a los efectos de la automatización de la traducción, tres procedimien-tos en función del grado de implicación máquina-factor humano: la traducción humana asistida (Machine Assisted Human Translation), en la que el peso de la traducción recae en manos del traductor, que se sirve de los medios informá-ticos sólo para agilizar el proceso de búsqueda de significados; la traducción automática con asistencia humana (Human Assisted Machine Translation), en la que los medios informáticos ofrecen una primera traducción de la obra, que será modulada por el traductor procediendo a una adaptación más adecuada al lenguaje de recepción; y, finalmente, la traducción completamente automática (Fully Automatic Machine Translation) que difiere de la anterior en que carece de revisión por parte del traductor, en este caso, la máquina completa todo el proceso. En este último caso, se ha de negar rotundamente la protección jurídica del resultado que se alcance pues no se ha incorporado a la obra ningún esfuerzo creativo, y siempre que se introduzca la misma obra original en el programa se obtendrá el mismo resultado. En el supuesto de la traducción humana asistida no se puede negar la protección a la obra, pues el traductor sólo emplea la máquina como instrumento de auxilio, al igual que podría utilizar un diccionario. Mayor debate admite el supuesto de traducción automática revisada por el traductor, pues en él sí hay un esfuerzo humano creativo, pero su entidad es reducida y se basa sencillamente en la adaptación de determinadas expresiones ofrecidas por la máquina que no encajan con el lenguaje real 23.

20 La doctrina ha apuntado a que «a la hora de calificar la originalidad de una traducción resulta indiferente para la protección de la traducción tanto la dificultad del idioma de origen o su proximidad o lejanía con el de aquélla como la calidad de la misma», p. marisCal garrido-Falla, «Artículo 2.3», op. cit., pág. 163.

21 p. greCo y p. verCellone, «I diritti sule opere dell’ingenio», en F. vassalli (dir.), Trattato di Diritto Civile Italiano, Utet, Torino, 1974, págs. 84-85.

22 Para una mayor profundización sobre la traducción automática, vid. k. martin, «Machine Translation», American Journal of Computational linguistics, vol. 8, núm. 2 (1982), págs. 74-78.

23 Esta visión ha sido mantenida por la doctrina al negarse que exista un «acto creativo» cuando la activi-dad no se lleve a cabo mediante la acción del hombre, vid. j. a. valbuena gutiérrez, Las obras o creaciones

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Para la protección autónoma de la obra derivada no es requisito necesario que el autor de ésta y el de la obra originaria sean sujetos distintos. El autor de la obra original podrá ser quien desarrolle la traducción de la misma, siendo una y otra objetos independientes de propiedad intelectual. En este supuesto se evitan los posibles problemas de concesión de autorizaciones y licencias que podrían surgir cuando ambas obras proceden de autores diversos. Tampoco será preciso para la protección de la traducción como obra derivada que la originaria sea objeto de propiedad intelectual. Cualquier traducción de una obra, aunque haya caído en el dominio público, supone el ejercicio de un esfuerzo intelectual por parte del traductor, que origina una nueva creación merecedora de protección intelectual 24.

Se exceptúa la protección de las traducciones de documentos oficiales, dis-posiciones legales o reglamentarias y de las resoluciones de los órganos ju-risdiccionales en virtud del artículo 13 de la LPI, las cuales, al igual que la creación base, carecerán de propiedad intelectual. Este tipo de traducciones sólo están privadas de la protección de su propiedad intelectual cuando tengan el carácter de oficiales, esto es, provengan de órganos públicos que tengan como misión ofrecer dicha versión. Una traducción privada de un documento oficial, sí podría ser objeto de propiedad intelectual. Piénsese en la traducción y edición de leyes extranjeras en nuestro idioma —versiones no oficiales—, o la traduc-ción de sentencias de los tribunales de otros Estados. Negar la protección de este tipo de valiosas obras supondría privar de motivación a su realización y de reconocimiento a sus autores.

El alcance de la protección dispensada a las traducciones será necesaria-mente el mismo que se ofrece a las obras originarias, pues ambas suponen la generación de una obra como consecuencia de la inversión de una actividad creativa. Se tratará, sin embargo, de una obra dependiente, pues para su realiza-ción y explotación se precisará el consentimiento del autor —o el titular de los derechos de explotación— de la obra originaria.

Siguiendo con el razonamiento expuesto anteriormente hemos de considerar que si para la protección de una obra originaria basta con que ésta haya sido ex-presada sin que se requiera en nuestra legislación su fijación en ningún soporte, dicho requisito no debe ser tampoco exigido para considerar la traducción como obra derivada. En tal caso, una expresión que no fuera fijada en soporte material se trataría de una traducción simultánea o la interpretación de un discurso o de cualquier creación literaria —que podrá estar fijada o no en un soporte mate-

intelectuales como objeto del derecho de autor, Comares, Granada, 2000, pág. 12. Similar apreciación era ofre-cida en la Exposición de Motivos de la Ley 22/1987, de 11 de noviembre, de Propiedad Intelectual, que definía la obra objeto de propiedad intelectual como fruto de una «tarea puramente humana y personal».

A mayor abundamiento considera r. berCovitz rodríguez-Cano, «Obras y títulos originales», en r. berCovitz rodríguez-Cano (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Tecnos, Madrid, 2007, pág. 153, que «no son obras protegibles tampoco las realizadas por una máquina: los dibujos o gráficos, o la música, o la poesía, o la traducción realizada por un ordenador. La consideración de obra y su protección por el derecho de autor correspondería al programa de ordenador, ya que éste es el que contiene todos los elementos determinantes de la obra». En la misma obra apuntará F. rivero hernández, «Transformación», en r. berCo-vitz rodríguez-Cano (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Tecnos, Madrid, 2009, pág. 391, que no es una obra derivada la traducción que «se hace por un ordenador u otro aparato semejante, porque el derecho de propiedad intelectual sólo corresponde a las creaciones del hombre —sin perjuicio de otros derechos que puedan corresponder al creador del programa o al dueño del aparato—».

24 Cfr. artículos 129 y 41 LPI.

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rial—, igualmente susceptible de ser considerado objeto de protección 25. Nada impide que sean objeto de traducción obras de otros ámbitos que igualmente empleen el lenguaje como uno de los elementos de expresión, tales como las obras cinematográficas o las audiovisuales. Sobre las mismas se podrá llevar a cabo un proceso de doblaje o traducción que, igualmente, darán lugar a una nueva obra derivada, objeto de propiedad intelectual.

C. Apropiación intelectual y nueva aportación. La relación entre obra original y traducción

El reconocimiento dispensado por nuestra normativa a la obra traducida como objeto de propiedad intelectual la mantiene, sin embargo, en una situa-ción de dependencia —más de contenido que de protección jurídica— de la obra literaria original de la que trae causa. La traducción sólo puede ser en-tendida estructuralmente como una transformación de la obra primera. Se ha conceptuado esta transformación como una exteriorización de la obra en una forma diferente, permaneciendo el contenido relativamente invariable 26, aunque sea, lógicamente, imposible que la variación de la forma no altere el contenido, pues la propia concepción de obra ofrecida por nuestra legislación de propiedad intelectual la entiende como una forma concreta de expresar y exteriorizar unas ideas. La transformación implica necesariamente una «apropiación intelectual» del contenido de la obra original 27 y, al mismo tiempo, una nueva aportación por parte de la persona que lleva a cabo dicha transformación, que vierte su esfuerzo intelectual en la misma. De la conjunción de ambas se originará una nueva obra de carácter derivado. Justificando aún más su protección, se ha afirmado que el genio de cada lengua da a la obra traducida una fisonomía propia, y el traductor no es un simple obrero. Participa él mismo en una creación derivada cuya propia responsabilidad asume él 28.

Según la LPI, la transformación debe afectar a la forma externa de expresión y representación de la obra en sus elementos configuradores, lo cual, en el caso de una traducción queda claro. No bastaría, sin embargo, una mera modificación material de la forma concreta de fijación física de la obra. En este sentido se ha apuntado, por ejemplo, que no supone una verdadera transformación —a los efectos de la propiedad intelectual— la digitalización de una obra que antes exis-tía de forma analógica, en tanto que no hay aportación original ni nada nuevo en su contenido, salvo el nuevo formato. Se configura así la necesidad de aportar el transformador un esfuerzo creativo de modificación de la forma de expresión de la obra original sin que tal suponga una destrucción de las bases de la misma, en cuyo caso se estaría excediendo los límites de la mera transformación.

Los problemas se originarán, lógicamente, cuando colisionen los derechos del autor originario y del traductor sobre sus respectivas obras y, más concreta-

25 La doctrina acepta la protección de este tipo de traducciones inmediatas. Así, r. berCovitz rodríguez-Cano, «Obras derivadas», op. cit., pág. 195, «en principio no cabe descartar la originalidad de las traducciones simultáneas en obras que se expresen oralmente (conferencias, discursos, entrevistas...), aunque normalmente se caracterizan por su carácter estrictamente literal y rutinario».

26 Vid. j. m. rodríguez tapia, «Transformación», op. cit., pág. 204.27 Vid. F. rivero hernández, «Transformación», op. cit., pág. 380.28 Vid. r. savatier, Le droit de l’art et des lettres, LGDJ, Paris, 1953, §207 (citado por F. rivero hernán-

dez, «Transformación», op. cit., pág. 390).

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mente, en los asuntos relacionados con la difusión de la obra de forma lícita y autorizada. En principio, no será necesaria la autorización del autor de la obra originaria para desarrollar la traducción de ésta. Nos encontraríamos ante el ejercicio de una actividad creativa sobre tal objeto a los meros efectos privados, siendo merecedora de protección intelectual la nueva obra a la que se llegase. El desarrollo de esta traducción no puede ser prohibido por el autor de la obra original, pues supone una utilización a los meros efectos particulares, fruto del esfuerzo del propio autor. En este sentido, el artículo 21 de la LPI considera que los derechos de propiedad intelectual de la obra traducida corresponden al autor de la misma, sin perjuicio del derecho de autor de la obra preexistente de autorizar la explotación de estos resultados. De este modo, sólo será necesario el consentimiento del autor —y, en ocasiones, este consentimiento estará forzado como veremos— en el supuesto de que el traductor decida la explotación de la nueva obra.

D. Autorización del autor de la obra original

Enfocamos ahora la materia de la autorización del autor, que vendrá referida necesariamente a la explotación de la obra y no a la realización misma de ésta, pues tal actuación, por sí, será libre. La explotación de la traducción, en tanto que afecta al derecho moral del autor a decidir la forma en que su obra sea di-fundida —art. 14.1.º LPI—, así como a sus intereses en el ejercicio del derecho patrimonial de explotación de la obra —art. 17 que confiere al autor el ejercicio exclusivo de explotación de su obra en cualquier forma—, sí precisará la auto-rización de éste o del cesionario de los derechos de explotación de la obra.

Queda lógicamente excluido de esta necesidad de autorización el caso en que la titularidad de la obra que se traduce haya pasado a ser de dominio público por el transcurso de los plazos legales de protección —art. 41 LPI—. En este supuesto, la explotación de la traducción será libre, sin embargo, el traductor deberá reconocer expresamente la autoría original de la misma, por tratarse éste de un derecho de carácter moral e imprescriptible del autor. Al tratarse de una obra perteneciente al dominio público, dicha explotación no gozará en cambio del beneficio de realizarse en exclusiva, es decir, que no será la única traducción que pueda distribuirse en una determinada lengua —como sí podría pactarse en el caso de una traducción autorizada por el autor—. Ello es debido a que la tra-ducción se lleva a cabo sobre un objeto respecto del cual no existen derechos pa-trimoniales susceptibles de apropiación o transacción, por lo que cualquier otra persona pudiera proceder igualmente a la traducción del mismo 29. Obviamente, el autor de la traducción sí será el único que pueda explotar su traducción, por lo que la concurrencia sólo haría referencia a las otras traducciones que de la obra original pudieran llevarse a cabo. En este sentido se han pronunciado nuestros tribunales que reconocen que el hecho de pasar una obra a dominio público no

29 Quedarían, sin embargo, a salvo las posibles acciones tanto por la vía civil como por la penal en el caso de que una de las dos traducciones haya supuesto el plagio o el empleo del contenido de la otra. En este sentido se pronuncia el Tribunal Supremo en la Sentencia de la Sala de lo Civil de 29 de diciembre de 1993, en que considera que se lesiona el derecho de propiedad intelectual de un traductor al incorporarse de forma parcial su traducción en otra versión de la obra originaria. Para apreciar tal plagio se han de tener en cuenta las «coinci-dencias cualitativa y cuantitativamente significativas entre la versión del demandado y la traducción del actor que se exterioriza en los parafraseos, estructura sintáctica, similitud léxica y verbal...».

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excluye de protección a la traducción que en el presente se lleve a cabo, consti-tuyendo cualquier utilización no autorizada de la misma una vulneración de su propiedad intelectual 30.

Si, por el contrario, la obra traducida todavía se encuentra sometida a pro-tección, la explotación de una traducción que de ella se haga sí necesitará de la autorización del autor. Normalmente dicha autorización se insertará dentro de un contrato de traducción que podrá tener autonomía propia o bien estar inte-grado dentro de los esquemas más amplios de un contrato de edición. A través de él se dará la anuencia del autor de la obra originaria para que se proceda a la distribución y explotación de la obra en la forma traducida —el autor es el titular del derecho moral a decidir la forma en que se ha de divulgar su obra— y, al mismo tiempo, se llevará a cabo el deslinde de las titularidades de derechos sobre la nueva creación, pues si bien ésta supone el desarrollo de una nueva expresión fruto del esfuerzo intelectual del traductor, el contenido del mismo pertenece al autor originario, el cual tendrá derecho a parte de los beneficios que de la explotación de la nueva forma de su obra se generen.

III. ELEMENTOS SUBJETIVOS: DERECHOS DEL AUTOR Y DEL TRADUCTOR

La creación de una obra originaria confiere a su autor, por el solo hecho de su creación 31, una serie de derechos de contenido moral y patrimonial, resultan-do los primeros de carácter irrenunciable e inalienable por el autor, y en cambio, pudiéndose transmitir los segundos mortis causa o inter vivos 32. Ambos tipos de derechos afectarán a la posibilidad de desarrollo de traducciones sobre las obras originarias. Podemos, sin embargo, advertir que el compendio de derechos que nuestra legislación reconoce a los traductores tendrá, en abstracto, el mismo alcance que el atribuido a los autores primigenios.

1. dereCho moral a deCidir sobre la divulgaCión de la obra

El autor de una obra literaria goza del derecho moral de decidir si su obra ha de ser divulgada y determinar en qué forma se ha de producir esta difusión. En principio, podrá determinar si quiere que la obra que ha creado tenga divulga-ción pública o no, podrá especificar el alcance que desee que tenga y podrá de-limitar los medios, soportes o procedimientos por los cuales esta comunicación tenga lugar 33. Por lo que afecta a las traducciones, la negativa del autor a divul-gar su obra 34, conllevará la negativa a que pueda ser explotada una traducción.

30 Vid. STS de 29 de diciembre de 2010.31 Artículo 1 LPI.32 Artículos 42 y 43 LPI.33 Especialmente ilustrativo se muestra el modo en que trata este derecho respecto de las traducciones

el artículo 8 del Convenio de Berna, al disponer que «Los autores de obras literarias y artísticas protegidas por el presente Convenio gozarán del derecho exclusivo de hacer o autorizar la traducción de sus obras mien-tras duren sus derechos sobre la obra original». Un completo comentario sobre la gestación y discusión de este precepto es ofrecido por b. ribera blanes, «Artículo 8», en r. berCovitz rodríguez-Cano (coord.), Comentarios al Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, Madrid, Tecnos, 2013, págs. 643-703.

34 El concepto de difusión empleado por nuestra normativa sigue de cerca la definición ofrecida por los instrumentos internacionales, disponiendo el artículo 4 de la LPI que: «(...) se entiende por divulgación de una

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Al menos en un primer momento, el autor puede decidir en qué forma tendrá lugar esa divulgación, con lo cual podría oponerse a la traducción de la misma a las demás lenguas o a determinadas lenguas en concreto. Sin embargo, por lo que respecta a las obras literarias esta afirmación presenta dos excepciones que enunciamos a continuación. El autor y el traductor podrán, igualmente, retirar la obra del comercio, respetando los derechos de terceros.

En primer lugar, el autor de una obra literaria que haya decidido su divulga-ción pública no podrá oponerse a que la obra sea transcrita en lenguaje braille. En este caso no nos encontraríamos ante una vía de explotación de la obra, sino ante la realización de una copia privada de la misma que, en virtud del artícu-lo 31.2 LPI, no precisará de autorización cuando se lleve a cabo por una persona física para su uso privado a partir de las obras a las que haya accedido legal-mente y la copia obtenida no sea objeto de una utilización colectiva ni lucrativa, sin perjuicio de la compensación equitativa a la que se refiere el artículo 25. En nuestro país, la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE), lleva a cabo la transcripción en braille, en relieve o en audio digital, de forma gratuita de cuantos documentos sean precisados por los miembros del colectivo para su lectura. Asimismo, la Organización dispone de una biblioteca digital y una red de bibliotecas territoriales en las que se da difusión en estos formatos a una amplia selección de fondos bibliográficos 35.

La segunda de las excepciones alude a las traducciones de forma más di-recta. Nos referimos al sistema de licencias obligatorias de traducción recogido en el Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, que será objeto de estudio más adelante, al estar referido fundamentalmente a la explotación de la obra.

2. dereCho moral a reClamar la paternidad de la obra

El autor de la obra original tiene derecho a que en todo momento sea reco-nocida su autoría sobre la misma. Como derivación de ello, el traductor deberá recoger dentro del texto de la nueva creación tanto el nombre del autor de la obra original como el título con el que éste la publicó inicialmente. Igualmente el de-recho a exigir el reconocimiento de la paternidad de la traducción pertenecerá imprescriptiblemente al traductor, quien ante vulneraciones de su derecho podrá obra toda expresión de la misma que, con el consentimiento del autor, la haga accesible por primera vez al público en cualquier forma; y por publicación, la divulgación que se realice mediante la puesta a disposición del público de un número de ejemplares de la obra que satisfaga razonablemente sus necesidades estimadas de acuerdo con la naturaleza y la finalidad de la misma». Por su parte, la Convención Universal sobre Derecho de Autor define la publicación en su artículo VI como «la reproducción de la obra en forma tangible a la vez que el poner a disposición del público ejemplares de la obra que permitan leerla o conocerla visualmente». Ofrecer un concepto claro de qué debe ser entendido por publicación no es un elemento baladí, puesto que de la precisión de dicho acto y el momento en que tal tenga lugar se solventarán los principales conflictos en materia de titula-ridad de derechos y licencias de explotación.

35 En esta transcripción al lenguaje braille encontramos una materialización del mandato contenido en la Disposición Adicional Segunda de la Ley 10/2007, de 22 de junio de la Lectura, del Libro y las Bibliotecas, que determina que «Los planes de fomento de la lectura y los programas de apoyo a la industria del libro tendrán en cuenta las necesidades particulares de las personas con discapacidad, especialmente en la promoción, difusión y normalización de formatos y métodos accesibles, como los soportes en alfabeto braille, los soportes sonoros, los soportes digitales o los sistemas de lectura fácil». Para el cumplimiento de este objetivo, establece la norma que el Ministerio de Cultura y las demás administraciones suscribirán convenios de colaboración con las entidades de iniciativa social sin ánimo de lucro.

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ejercitar las acciones oportunas en su defensa 36. Al ser el traductor igualmente autor de la obra derivada se le ha de garantizar una publicidad proporcional a la ofrecida al autor, en particular, su nombre deberá figurar en lugar destacado en todos los ejemplares publicados de la traducción.

3. dereCho moral a exigir el respeto a la integridad de la obra

Corresponde al autor de la obra original el derecho a impedir que se lleve a cabo cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra la obra originaria que perjudique a sus intereses o su reputación, exigiendo con ello el respeto a la integridad de la misma. Este derecho se muestra especialmente problemático ante supuestos de transformación de la obra como es la traducción 37. En ellos se pro-duce una modificación radical de la forma de expresión que, en cualquier caso, ha de cumplir la máxima de respetar la «integridad» de la originaria 38. El respeto a la integridad implica —en sede de traducciones— que esta última se haga lo más ajus-tadamente posible al contenido, de tal suerte que no se introduzcan modificaciones innecesarias, ni añadurías, ni se suprima parte del contenido. Obviamente, tratándo-se de la explotación de la obra, éste será el derecho que mayor litigiosidad genere entre autores y traductores, al afectar directamente la fidelidad de la traducción a la altura de la creación original, epicentro del interés del autor.

No puede quedar desapercibido el hecho de que este derecho moral corresponde igualmente al traductor como creador de una obra derivada. Al igual que el autor, éste también podrá reivindicarlo cuando se distribuya su traducción con modificaciones sobre su versión 39. Nuestros tribunales han reconocido este derecho de los traducto-res sobre su obra cuando en la edición de la misma se ha producido una desviación considerable de elementos de la traducción que suponen una alteración sustancial del contenido de la obra original y que conllevan un menoscabo de la reputación del traductor. Se debe tratar de modificaciones que «atenten contra el texto original de igual manera, modificándolo y cambiando su sentido gravemente, al atentar contra la pureza del texto» 40, no bastando con meras correcciones ortográficas o de erratas.

4. dereChos morales a modiFiCar la obra y a retirarla del ComerCio

El autor de una obra tiene el derecho moral a modificar su obra respetando los derechos adquiridos por terceros, entre los cuales encontraremos al traductor

36 Vid. STS de 29 de diciembre de 1993.37 Se ocupa de él específicamente el artículo 6 bis del Convenio de Berna. Una interesante valoración de la

gestación de este precepto y de los intereses discutidos en el mismo es ofrecida por p. Cámara águila, «Artícu-lo 6 bis», en r. berCovitz rodríguez-Cano (coord.), Comentarios al Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, Madrid, Tecnos, 2013, págs. 467-483.

38 En este sentido, la obra intelectual ha de ser respetada tanto en la forma como en el fondo. «Son aten-tados a la forma todas las modificaciones materiales, como la destrucción, modificación, mutilación o la frag-mentación de la obra en partes. En cambio, constituyen atentados de fondo todas las alteraciones del sentido o espíritu de la obra que impriman un carácter distinto del deseado por el autor, modificando el argumento, la composición o el carácter de la obra. Así pues, la violación del derecho a la integridad puede producirse no sólo por mutilación material de la obra, sino también por traicionar el pensamiento de su autor», C. lópez sánChez, La transformación de la obra intelectual, Dykinson, Madrid, 2008, pág. 35.

39 La recomendación de Nairobi de la UNESCO insta a que se establezca expresamente en los contratos de traducción que «a reserva de las prerrogativas del autor de la obra preexistente, en el texto de una traducción destinada a la publicación no se introducirá modificación alguna sin acuerdo previo del traductor».

40 SAP de Madrid, Sección 28.ª, de 23 de febrero de 2007, rec. 553/2006.

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de ésta. En función de la negociación que se haya llevado a cabo entre el autor de la obra original y el traductor se dará una configuración distinta a la relación entre este derecho moral de modificación y el derecho del traductor a transfor-mar la obra y explotar la obra nueva —en exclusiva o junto a otras licencias de explotación—. Por un lado, resulta indubitado que el autor de la obra literaria, como creador de la misma, podrá disponer cuantas alteraciones del contenido de ésta estime convenientes para precisar, mejorar o completar su contenido. Pero no debe resultar ajeno que, en ocasiones, esa transformación puede acarrear un perjuicio a los intereses del traductor de la obra, sobre todo si éste goza de un derecho de exclusiva a su difusión en un determinado idioma. La situación se completa considerando, además, el derecho analizado anteriormente que tiene el autor a decidir el modo en que quiere que se difunda su obra. Así, el creador podrá establecer modificaciones de contenido sobre su obra y determinar que desde ese momento todas las ediciones de la misma se hagan incorporando las alteraciones que ha introducido. Si bien no se puede negar estos derechos esen-ciales del autor, sí se estimará que, en esta situación, su ejercicio puede suponer un perjuicio al traductor que deberá realizar una nueva labor de transformación de la obra —sobre la versión modificada— para que se difunda conforme a los deseos de su autor. El perjuicio puede ser mayor cuando el traductor tenga con-certados contratos de edición o comprometidas o publicadas ciertas tiradas de la versión anterior de la obra. En estos casos se estará a la autonomía negocial de autor y traductor y, en caso de que no se llegue a acuerdo, deberá tratar de equilibrarse los intereses por vía judicial, donde, en busca del equilibrio, el juez ponderará las circunstancias de cada caso, derivadas del contrato de cesión de los derechos de explotación (v. gr. cesión exclusiva o no exclusiva), en atención a las razones que justifiquen la modificación (razones morales o económicas), coste económico de las mismas (v. gr., que sobrepase el porcentaje de las modi-ficaciones convenido en el contrato), momento de su ejercicio, etcétera 41.

Por su parte, el derecho de retirada o arrepentimiento permite al autor, ante un cambio de convicciones intelectuales o morales decidir que su obra deje de ser explotada y se retire del comercio. Indudablemente, el ejercicio de tal de-recho supondrá un perjuicio tanto a editores como a los eventuales traductores de la obra, que implicará la necesidad de que antes de que se lleve a efecto se indemnice a éstos por el daño sufrido y que se justifique debidamente la retirada de la obra del mercado. Al mismo tiempo, entendemos que se debe garantizar a los cesionarios de derechos sobre la obra, un derecho de preferencia en el caso de que se reemprendiese la explotación de la misma. El traductor podrá, igualmente, retirar su obra derivada del comercio, respetando los derechos de terceros 42.

5. dereCho de explotaCión

A los autores les corresponde, igualmente, el derecho exclusivo de explotación de su obra en cualquier forma. En este ámbito se engloban los derechos de repro-

41 Vid. p. martínez espín, «Contenido y características del Derecho moral», en r. berCovitz rodríguez-Cano (dir.), Comentarios a la Ley de Propiedad Intelectual, Tecnos, Madrid, 2007, pág. 229.

42 Vid. j. mollá, «Las obras derivadas en el derecho español, con especial consideración de las traduc-ciones», I Congreso Iberoamericano de Propiedad Intelectual, Derecho de autor y derechos conexos en los umbrales del año 2000, t. I, Ministerio de Cultura, Madrid, pág. 564.

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ducción, distribución, comunicación pública y transformación que, a diferencia de los derechos morales que son inalienables, sí podrán ser objeto de transmisión inter vivos o mortis causa. Propiamente, la traducción implica la transmisión por parte del autor de su derecho patrimonial a realizar esta concreta transformación de la obra. Una vez creada la traducción, el traductor tendrá estos mismos dere-chos patrimoniales sobre la obra creada 43, sin perjuicio del sistema de derechos y relaciones que haya acordado con el autor de la obra originaria como contrapres-tación —en el caso de que la hubiese— a la realización de la traducción.

Se puede pensar en supuestos en los que, incluso, se quiera producir una transformación de la obra derivada —no necesariamente una traducción de la traducción, piénsese también en otras opciones como el comentario y anotación de la traducción o la realización de una versión de ésta—. Se trata de un supuesto de ejercicio de los derechos patrimoniales sobre ambas obras, esto es, la original y la traducida, que implicará la necesidad de la concurrencia de consentimientos de autor y traductor para que se pueda explotar lícitamente la nueva obra.

IV. EL CONTRATO DE TRADUCCIÓN

1. ConFiguraCión del Contrato

Si bien no es descartable la opción de la realización de traducciones a título privado como ejercicio en el aprendizaje de otro idioma o por simple diverti-mento, normalmente la traducción completa de obras literarias, artísticas o cien-tíficas se lleva a cabo en cumplimiento de la relación obligacional articulada por medio de un contrato de traducción. Se trata de una figura contractual atípica subsumida dentro de la categoría más genérica de los contratos de transforma-ción de la obra intelectual. Su propia configuración nos lleva a considerarlo como un contrato de obra, que implica una obligación de hacer para una de las partes, que se compromete a transformar una obra literaria, traduciéndola, de modo que sea expresada en un idioma distinto al originariamente empleado; la otra parte, sinalagmáticamente, estará obligada bien a satisfacer un precio cierto por dicha labor —aunque nada obsta que se puedan configurar otras formas remuneratorias distintas— 44.

Se trataría, en cualquier caso, de una obligación de resultados pues lo rele-vante en la configuración contractual es la obtención de una obra traducida; para

43 Esta materia es recogida en el artículo 11 del Convenio de Berna, sobre la base del cual se ha afirmado que «una vez autorizada la elaboración de la traducción, es al autor de ésta a quien compete controlar la ulte-rior explotación de la misma, quedando comprendida la autorización para explotar la traducción, al menos en una cierta medida, en la autorización dada para confeccionarla», r. sánChez aristi, «Artículo 11» op. cit., pág. 962.

44 Al tratarse el contrato de traducción de una figura atípica en nuestro ordenamiento, pese a las ciertas alusiones que a él se hacen, puede discutirse si estamos ante un contrato formal. En contra de esta consideración encontramos que no existe una norma positiva que exija el cumplimiento de ninguna solemnidad en su realiza-ción. En cambio, su normal inclusión en el ámbito del contrato de edición —contrato típico éste— recomienda su formalización por escrito. Igualmente aconseja la forma escrita la Recomendación de Nairobi de la UNESCO en su punto cuarto. En cualquier caso, el 29 de junio de 1989 se firmó en Madrid un acuerdo entre la Sección Autónoma de Traductores de la ACE y la Federación de Gremios de Editores, por el que se establecían tres modelos orientativos de contratos de traducción: un contrato con royalties desde el primer ejemplar vendido, otro para las cesiones a tanto alzado con expiración a diez años y otro mixto, mediante un tanto alzado para la primera edición y porcentajes para sucesivas ediciones. Para mayor profundización en los caracteres formales del contrato, vid. j. mollá, «Las obras derivadas en el Derecho español...», op. cit., págs. 565-568.

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la realización de la cual resultan claves las cualidades personales del traductor —su dominio de ambas lenguas y sus dotes de expresión fundamentalmente—, por lo que la relación se configurará como un hacer de carácter personalísimo. El intuitu personae del traductor es esencial, de modo que en el desempeño de sus funciones deberá aplicar la lex artis de la profesión y proceder conforme a los usos profesionales en el desarrollo de la labor, sin desviarse del sentido original de la obra y ofreciendo una redacción de la misma que resulte en todo caso natural al lector. Este carácter personal hace que la relación contractual se base en la confianza que se deposita sobre la persona del traductor, aun cuando el profesional se sirva de colaboradores para llevar a cabo la obra 45, o cuando la designación de la persona del traductor haya caído sobre una persona jurídica, que será la que designe a la persona o personas físicas que, en concreto, efectúen la traducción.

2. la traduCCión en el marCo de los Contratos de ediCión

Esta sencilla configuración bilateral del contrato entre autor y traduc-tor es verosímil pero no la más habitual. Normalmente, el contrato de tra-ducción se incorpora a un conjunto de relaciones jurídicas más complejas integrándose en el contrato de edición o de coedición de obra literaria. A través de este contrato, el autor de una obra artística, literaria o científica o sus causahabientes, ceden a otra persona, llamada editor, el derecho a reproducirla y explotarla comercialmente 46, por su propia cuenta y riesgo, a cambio de la obligación de hacerlo y, normalmente —aunque no necesa-riamente—, de una retribución económica en beneficio del cedente 47. Con la celebración del contrato, el editor asume el derecho a la explotación de la obra, asumiendo igualmente el deber de reproducirla y difundirla en las condiciones pactadas en el contrato 48. La causa de este tipo de contratos se fundamenta en la carencia del autor de los medios materiales y de los cono-cimientos necesarios para la difusión y explotación de la obra, así como por la ventaja que supone aprovechar las economías de escala generadas cuando un sujeto se dedica profesionalmente a la edición de obras. En el contrato

45 Esta visión no es más que una concreción del artículo 1.596 CC, según el cual, «el contratista es respon-sable del trabajo ejecutado por las personas que ocupare en la obra».

46 «Este contrato supone la cesión de al menos dos derechos exclusivos del autor, puesto que implica la reproducción y la distribución de la obra. Estas dos operaciones quedan a cargo del editor, que las realiza por su cuenta y riesgo», r. sánChez aristi, «Contratos sobre bienes inmateriales. El contrato de edición», en r. ber-Covitz rodríguez-Cano (dir.), Tratado de Contratos, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2009, pág. 4379, obra a la que nos remitimos para un tratamiento más detallado del contrato de edición.

47 a. pérez de la Cruz blanCo, Derecho de la propiedad industrial, intelectual y de la competencia, Marcial Pons, Madrid, 2009, pág. 121. El concepto legal del contrato lo encontramos en el artículo 58 LPI, resultando interesante recordar aquí que, a diferencia del principio general de derecho privado, el contrato de edición es un contrato formal, que ha de adoptar forma escrita e incluir un elenco de menciones mínimas, dispuestas en los artículos 60 y 62 de la Ley. Concretamente este último precepto considera como mención necesaria «la lengua o lenguas en que ha de publicarse la obra», a falta de esta mención el editor sólo adquiere el derecho a publicarla en su versión original.

48 En cualquier caso, como afirman nuestros tribunales, la cesión de derechos que implica el contrato de edición —entre ellos el derecho de exclusiva para su publicación en la forma original o en la traducción a determinadas lenguas— no puede tener una duración temporal que exceda el plazo legal correspondiente a los titulares de los derechos de propiedad intelectual. Una vez que la obra original cae en dominio público, cual-quier sujeto puede proceder a la explotación de la obra siempre que respete los derechos morales de la misma, extinguiéndose, así, cualquier derecho de exclusiva. En este sentido, vid. SAP Barcelona, Sección 15.ª, de 25 de julio de 2005.

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de edición se estipula el modo en que la obra ha de ser explotada 49: el ám-bito territorial en el que el editor puede comercializar la obra, el formato y precio que tendrá la obra en el mercado, la lengua o lenguas en que podrá comercializarla... El autor, a cambio de la cesión de sus derechos, recibirá —aunque no necesariamente— una remuneración fija o variable, pero, al mismo tiempo, adquirirá un derecho a que se lleve a cabo la difusión de su obra según lo convenido 50.

Por lo que afecta al lenguaje, el editor puede comprometerse a editar y pu-blicar la obra en una sola lengua (con independencia del ámbito territorial que se considere) o en varias lenguas y países, para lo cual precisará de la activi-dad del traductor, como sujeto dependiente directamente del editor, o de otro editor con el que se una por medio de un contrato de coedición. En el primero de los casos, nos encontramos con que se ha autorizado al editor a comerciali-zar la obra en una lengua distinta a la original, por lo que éste se encargará de obtener la traducción de la obra y tendrá plenos derechos para la explotación tanto de la original como de la derivada. Para la traducción de la obra el edi-tor podrá utilizar la relación derivada de un contrato singular de traducción, o bien, hacer recurso a algún colaborador estable, que podrá estar vinculado con él por las diversas figuras contractuales, tanto de carácter laboral como mercantil. El segundo caso, la coedición, implica la vinculación contractual de varios editores que se conciertan entre sí, bien para «transmitir» uno los derechos que ostenta sobre una obra terminada al objeto de que otro la comer-cialice en distinto país (y, en su caso, en otra lengua, responsabilizándose uno u otro de la traducción), bien para acometerla conjuntamente la «creación» de una obra, o bien para «publicar simultáneamente» (generalmente en distin-tos países y lenguas) una obra 51. El contrato de coedición es típico en nues-tro ordenamiento, encontrándose regulado en los artículos 27 a 30 de la Ley 9/1975, de 12 de marzo, del Libro. Los casos típicos de coedición en los que se implique la traducción se producirán cuando un editor tenga los derechos generales de explotación de una obra y transmita a otro el derecho a explotarla en un determinado país y lengua —comprometiéndose este segundo editor a la traducción y difusión de la obra en las condiciones pactadas—; o bien en el supuesto en que varios editores conjuntamente adquieran del mismo autor los derechos de explotación de la obra original, una vez realizadas —en su caso— las respectivas traducciones, parcelándose los ámbitos territoriales o de formato de difusión de la obra.

Dado que el editor se obliga con el autor no sólo a dar una remuneración, sino también a un hacer consistente en difundir la obra en las condiciones pac-tadas, en el caso de que el contrato obligue al editor a difundir la obra en otro u otros idiomas o territorios y éste no cumpla con tal obligación en el plazo de 5

49 Subrayamos, como hace notar a. pérez de la Cruz blanCo, Derecho de la propiedad industrial..., op. cit., pág. 121, que el contrato de edición no supone una cesión de los derechos de explotación a cambio de una remuneración, sino que supone la cesión de los derechos de explotación a cambio del desarrollo de una actividad consistente en la reproducción y comercialización de la obra (do ut facias).

50 De este modo, se ponen de manifiesto los derechos patrimoniales que, junto a los morales, corresponden también al traductor de la obra. Alguna sentencia ha considerado que la vulneración de los derechos patrimonia-les del traductor (en este caso, en concreto, el no respetar el sistema de retribución y reversión acordados), po-dría generar un daño moral también indemnizable en caso de vulneración, vid., SAP de Barcelona, Sección 15.ª, de 15 de junio de 2012.

51 Vid. a. pérez de la Cruz blanCo, Derecho de la propiedad industrial..., op. cit., 123.

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años desde la celebración del contrato, el autor estará en condiciones para resol-ver el contrato respecto de las lenguas en las que no se haya publicado 52.

3. responsabilidad del traduCtor

Si configuramos el contrato de traducción sobre las bases teóricas del con-trato de obra, podremos categorizar los niveles de insatisfacción en el cumpli-miento de la obligación. Así, se podría producir un incumplimiento total ma-nifestado cuando no se lleva a cabo la traducción; un incumplimiento parcial, cuando la traducción no se desarrolla sobre la totalidad de la obra; y, finalmente, un cumplimiento defectuoso, producido cuando la obra ejecutada no se ajusta en su contenido a las expectativas reales del titular de los derechos patrimonia-les o a los estándares de calidad exigidos por la lex artis del traductor. Las dos primeras situaciones se ajustarán a los esquemas generales del incumplimiento de obligaciones y contratos, la tercera requiere una mayor reflexión. En cual-quier caso, como hemos afirmado, la relación contractual se configura sobre la base de una obligación de resultado, siendo éste la «correcta» traducción de la obra, de modo tal que no se aleje de las ideas expresadas por el autor ni desvir-túe el sentido de la obra original.

La realización de una traducción no ajustada al contenido de la obra podría suponer una vulneración del derecho del autor a la integridad de su obra, dere-cho moral reconocido en el artículo 14.4.º LPI que le faculta a impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga per-juicio a sus legítimos intereses o menoscabo a su reputación. El ejercicio de este derecho permitiría al autor impedir en cualquier momento la difusión de una traducción que se desviase del contenido de su obra. No obstante, nos encontra-mos con otro inconveniente que incrementa la complejidad de la cuestión: en la mayoría de las ocasiones será normal que el autor no conozca la lengua a la que su obra ha sido traducida, por sí mismo carecerá de la capacidad de deter-minar si la traducción se ajusta o no al contenido y, por tanto, si consiente dicha versión o no. En ocasiones, en la práctica de las editoriales esta difícil situación se trata de solventar sometiendo a verificación el texto de la traducción a través de un revisor, igualmente conocedor de la lengua, que acreditará la corrección de la transformación producida 53. No obstante, una visión crítica de esta labor nos llevará a considerar que más que una revisión de la traducción stricto sen-su, lo que realiza este segundo sujeto es la determinación de que la expresión de la obra encaja en las estructuras y resulta natural en la lengua a la que se ha traducido 54.

52 Cfr. artículo 62.3 LPI, sin perjuicio, en el caso de incumplimientos más graves, del ejercicio del derecho de resolución del autor en los supuestos contemplados en el artículo 68.

53 De hecho, es habitual la introducción en los contratos de edición de las traducciones el declarar el editor que se reserva el derecho de poder introducir, a su criterio, correcciones lingüísticas o estilísticas a la traduc-ción. Sobre este aspecto, vid. SAP de A Coruña, Sección 2.ª, de 6 de junio de 1996. Si bien, la jurisprudencia ha tenido ocasión de declarar que dichas cláusulas, «por lo genérico e incondicionado de su confección (...) resulta contraria al espíritu tuitivo del autor que inspira la mencionada Ley» (refiriéndose a la LPI), sentencia de la misma AP de A Coruña, Sección 2.ª, de 9 de julio de 1999. A los efectos de considerar la nulidad de dicha cláusula puede servir como punto de interpretación también el hecho de que la misma no se encuentra incluida en los modelos orientativos de contrato suscritos entre la Sección Autónoma de Traductores de la ACE y la Federación de Gremios de Editores.

54 Nuestros tribunales han apreciado que esta labor de mera revisión de la traducción ya llevada a cabo no tiene la altura intelectual propia de las traducciones, por lo que no se le podría reconocer ningún derecho de pro-

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Resulta evidente que el autor podrá exigir responsabilidad del traductor cuando la transformación de su obra suponga una modificación no autorizada de la misma que atente contra sus legítimos intereses. Igualmente, podrá exigir responsabilidad contractual al editor que proceda a la traducción y distribución de la obra en una lengua distinta a las autorizadas. La exigencia de responsa-bilidad se concretará de forma distinta en función de cómo se haya articulado subjetivamente la relación de traducción. Así, si el contrato vincula sinalagmá-ticamente a autor y traductor, la cuestión no ofrecería demasiada complejidad, estaríamos ante un incumplimiento contractual ordinario, a resolver según los cauces del derecho común. En cambio, en el caso de que la relación contractual se haya desarrollado entre el traductor y un editor como titular del derecho de explotación de una obra en una lengua determinada, la situación se complica. El autor no tendrá acción contractual contra el traductor puesto que ambos no se encuentran directamente vinculados. éste deberá reclamar al editor, que a su vez repetirá —en su caso— contra el traductor, configurándose una sucesión de relaciones más compleja. Todo ello sin perjuicio de que el autor pueda accionar directamente por vulneración de su derecho de propiedad intelectual a la integri-dad de su creación, en cuyo caso no se exige que exista ningún tipo de vínculo subjetivo.

Dado que no puede generarse responsabilidad sin culpa, a la hora de valorar el incumplimiento se tendrá que ponderar la diligencia empleada por el traduc-tor en su encargo, en atención a la naturaleza de la actividad ejercitada, del con-tenido de la prestación y del tipo de tarea profesional. La culpa en la traducción podrá derivarse de un actuar negligente, de la imprudencia o de la impericia del traductor. La negligencia supondrá que el incumplimiento o los defectos en la obra resultado de la traducción se han producido por despreocupación, olvido o desatención por parte del que se encarga de la traducción. Esta negligencia se manifiesta típicamente en las traducciones que omiten parte del texto del original. Por su parte, la imprudencia se manifiesta cuando la actividad se lleva a cabo con superficialidad o desinterés. Concretamente en el ámbito de las tra-ducciones, la imprudencia se manifestará cuando se acepte un encargo sin tener la preparación necesaria para realizarlo, esto es, careciendo de los requisitos técnicos y profesionales y de la experiencia necesarios para desenvolver la obra correctamente 55. Finalmente, la impericia consiste en una falta de preparación y de habilidad en el desarrollo de la traducción, esto es, cuando se lleve a cabo sin la pericia que se pudiera exigir a un profesional.

Ante litigio, corresponde al profesional la prueba del correcto cumplimiento y de haber actuado con la diligencia exigida por la lex artis en la realización de la traducción, pues la traducción consiste en una obligación de resultados. Nor-malmente las valoraciones se centrarán en analizar comparativamente la obra original y la obra traducida, considerando si efectivamente el que desarrolló la traducción la llevó a cabo de forma correcta empleando los conocimientos exi-piedad intelectual. Consideramos que se exceptuaría el supuesto en que la revisión fuera de tal entidad que im-plicase a efectos prácticos una nueva traducción. Vid. SAP Barcelona (Sección 10.ª) de 31 de marzo de 2006.

55 En este sentido considera el punto 11 de la Recomendación de Nairobi que: «(...) la traducción es una disciplina autónoma, que exige una formación distinta de la enseñanza exclusivamente lingüística y que requiere una formación especializada», instando seguidamente a los estados que dediquen esfuerzos para la formación técnica y universitaria de estos profesionales, así como para la implementación de cursos de reciclaje y el desarrollo de centros de terminología.

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gibles a un profesional del ramo. La exigencia de responsabilidad se someterá a las normas generales de saneamiento propias del contrato de obra.

V. EL INTERéS GENERAL COMO LÍMITE A LA ExCLUSIVA DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL: RéGIMEN ESPECIAL PARA PAÍSES EN DESARROLLO

Una de las principales diferencias que se aprecian entre la explotación de las obras de propiedad intelectual —copyright— y la de las creaciones protegidas por el sistema de propiedad industrial —patentes— es la existencia de un siste-ma de licencias obligatorias en la explotación de estas últimas, mientras que la difusión de las primeras queda bajo la decisión de su autor. Así, si bien se puede obligar al creador de una patente que no la explota por sí mismo a conceder una licencia a un sujeto interesado en su utilización —lógicamente a cambio de una remuneración justa— fundamentándose en el necesario progreso de la ciencia; en principio, el autor de una obra intelectual no puede ser compelido a difundirla por sí o a autorizar su difusión. Podría pensarse que esta diferencia está justificada, en tanto que las creaciones con aplicación tecnológica precisan ser utilizadas para el desarrollo de nuevas invenciones potenciando, con ello, el progreso de la técnica. Pero este razonamiento no es del todo correcto o, al menos, no del todo completo. Existen numerosas ciencias (economía, psicolo-gía, ciencias jurídicas...) cuyas innovaciones son plasmadas a través de obras intelectuales —sobre todo literarias—. En ellas se hace completamente impres-cindible su difusión para la construcción del conocimiento científico 56.

Considerando que los elementos de propiedad intelectual son bienes sujetos a un interés público 57, esta diferencia de trato que ofrece el sistema no unificado de propiedad intelectual —en el sentido más amplio—, ha de ser considera-da en el marco de los derechos del autor de la creación literaria y ponderada en función de los intereses generales implicados en su difusión. Como hemos afirmado, nada puede obligar a un autor a que difunda su obra intelectual, pues uno de los derechos morales más inherentes al sistema es el de decidir sobre la explotación y el modo en que ésta tendrá lugar. Consciente de la dependencia de estas obras que tiene el progreso de la ciencia y de las desigualdades que las diferencias lingüísticas pueden generar en el desarrollo de los Estados, el Con-venio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas incluye un Anexo en que se recogen disposiciones especiales relativas a los países en desarrollo 58. En este anexo se configura un sistema por el cual las autoridades

56 Sin embargo, «el derecho de autor no otorga ningún monopolio sobre los descubrimientos o las inves-tigaciones científicas», r. antequera parilli, «El derecho de autor y el derecho a la cultura», en I Congreso Iberoamericano de Propiedad Intelectual, Derecho de autor y derechos conexos en los umbrales del año 2000, t. I, Ministerio de Cultura, Madrid, 1991, pág. 71, ello porque el derecho de autor no protege las ideas, sino la expresión concreta de éstas.

57 En este sentido, vid. l. manderieux, «La propriété intellectuelle...», op. cit., pág. 17, que afirma que los Estados tienen que promover el interés general en nombre de dos principios: fomentar el progreso de la ciencia y permitir el acceso a la cultura y al saber.

58 A la necesidad de adaptación de la normativa de propiedad intelectual para los países en desarrollo hace igualmente alusión la Recomendación de Nairobi en su punto 15, considerando que «los países en vías de desa-rrollo deberían poder adaptar las normas y los principios enunciados en la presente Recomendación de la manera que estimen necesaria para satisfacer sus necesidades, habida cuenta de las disposiciones especiales a favor de los países en desarrollo de la Convención Universal sobre Derecho de Autor revisada en París el 24 de julio de 1971 y del Acta de París (1971) del Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas».

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de estos Estados pueden conceder licencias no exclusivas e intransferibles de traducción de estas obras, siempre y cuando los autores de las mismas hayan decidido previamente su publicación en forma de edición impresa o cualquier otra forma análoga 59. La concesión de estas licencias queda restringida al uso de las obras para fines escolares, universitarios o de investigación, e implican la necesidad de constatar la ausencia de una autorización para que se proceda a la traducción siguiéndose los trámites habituales de la autonomía de la voluntad. De este modo, transcurridos tres años 60 desde la primera publicación de una obra sin que se hubiese publicado una traducción de dicha obra en el idioma de uso común en un país en desarrollo, todo nacional de dicho país podrá obtener una licencia para efectuar la traducción de una obra en dicho idioma y publicar tal traducción. Se exceptúa de esta posibilidad cuando la lengua del país en desarrollo sea el español, el inglés o el francés. El sujeto interesado en proce-der a la traducción de la obra deberá justificar ante la autoridad nacional que conceda la autorización que ha pedido al titular del derecho la autorización para efectuar una traducción y publicarla y que, después de las diligencias corres-pondientes por su parte, no ha podido ponerse en contacto con ese titular ni ha podido obtener su autorización 61. Asimismo, el licenciatario —persona física o jurídica— deberá ser nacional del país en desarrollo en cuestión. La posibilidad de difundir la traducción que estas autorizaciones generan queda restringida al ámbito territorial y al idioma del país en desarrollo 62.

El ejercicio de esta posibilidad de pedir una licencia de traducción a la au-toridad y no propiamente al autor, queda subordinada al hecho de que éste haya decidido efectivamente proceder a la difusión de su obra. Igualmente, si el autor decidiese retirar de la circulación todos los ejemplares de su obra, cesará la posibilidad de solicitar este tipo de licencias 63. Se materializa así el objetivo público de evitar que las diferencias lingüísticas sean causa del subdesarrollo de determinados países, cuyo progreso científico y técnico queda lastrado por la imposibilidad de acceder a la ciencia codificada en otros idiomas.

Sobre el concepto de «países en vías de desarrollo» adoptado por el Convenio de Berna, vid. j. C. er-dozain lópez, «Anexo del Convenio de Berna», en r. berCovitz rodríguez-Cano (coord.), Comentarios al Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, Tecnos, Madrid, 2013, pág. 1521. Los criterios que se adoptan para ello son los ingresos per cápita de los países, el índice de activos humanos y el de vulnerabilidad económica.

59 Artículo II, Anexo del Convenio de Berna.60 Este plazo se reduce a un año cuando la obra se pretenda traducir a una lengua que no sea de uso general

en el país en que se autorice la traducción, o cuando los demás miembros del Convenio de Berna hayan autori-zado a un país en desarrollo a la reducción del plazo genérico de tres años.

61 Cfr. artículo IV.1 del Anexo al Convenio de Berna.62 A estas condiciones de explotación hemos de añadir que «la licencia no se extiende a la exportación de

ejemplares; conlleva necesariamente una remuneración equitativa, con pago y transferencia efectiva y expira en el caso de que se produzca la publicación posterior de la traducción por parte del autor; por último, se podrá con-ceder una licencia a un organismo de radiodifusión, siempre que se cumplan ciertas condiciones (párrafos 1 a 8, artículo V ter de la Convención)», vid. C. Colombet, Grandes principios del derecho de autor y los derechos conexos en el mundo, Estudio de derecho comparado, UNESCO-CINDOT, Madrid, 1997, págs. 188-189.

63 J. C. erdozáin lópez, «Anexo del Convenio de Berna», op. cit., pág. 1526.

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