ESCUELA DE PSICOLOGIA

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ESCUELA DE PSICOLOGIA DIRECTORA: DRA. ALICIA RISUEÑO “Fobia: su especificidad y abordaje psicoterapéutico” TRABAJO FINAL INTEGRADOR Tutor: Dra. Amelia Imbriano Autor: Maffei Ana María Marzo 2010

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ESCUELA DE PSICOLOGIA

DIRECTORA: DRA. ALICIA RISUEÑO

“Fobia: su especificidad y abordaje psicoterapéutico”

TRABAJO FINAL INTEGRADOR

Tutor: Dra. Amelia Imbriano

Autor: Maffei Ana María

Marzo 2010

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INDICE:

I- Introducción 4

II- Desarrollo

Capítulo primero: Generalidades.

1.1 Etimología del vocablo fobia. 8

1.2 El concepto de fobia en la historia de la psiquiatría. 9

1.3 Clasificación actual. 12

1.4 Freud: la histeria de angustia. 15

Capítulo segundo: Conceptualización freudiana de la fobia.

2.1 La fobia y la angustia. 17

2.2 Primeros abordajes. 18

2.3 Análisis de la fobia de un nuño de cinco años. 20

2.4 Trabajos metapsicológicos. 23

2.5 Giro en la segunda tópica: “Inhibición, síntoma y angustia”. 26

Capítulo tercero: Conceptualización lacaniana de la fobia.

3.1 El significante fóbico. 29

3.2 La fobia como placa o plataforma giratoria. 34

Capítulo cuarto: Incidencia sobre las manifestaciones psicopatológicas actuales del

contexto social y cultural de la posmodernidad.

4.1 El ataque de pánico como manifestación actual de la fobia. 38

4.1.1 Enfoque psicoanalítico del ataque de pánico. 39

3

4.2. Globalización y posmodernidad: efectos sobre la subjetividad. 42

4.2.1 El discurso capitalista. 44

Capítulo quinto: Respuesta del psicoanálisis a los síntomas contemporáneos.

5.1 La oferta del psicoanálisis. 47

5.1.1 El deseo del psicoanalista. 48

5.2 Posibilidad de abordaje y resolución de la fobia desde el nivel del

significante. 50

III-Conclusiones. 53

IV-Referencias Bibliográficas. 58

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INTRODUCCION

La delimitación del estatuto clínico de la fobia ha sufrido modificaciones a lo

largo de la historia de la psiquiatría planteándose, ya desde el siglo XIX, diferencias

entre los clínicos e investigadores que abordaron el tema, destacándose entre ellos la

figura de Freud quien también, en su vasta obra, concibió la fobia de diversos modos a

medida que iba formalizando la teoría psicoanalítica.

La ausencia de univocidad conceptual respecto a la fobia llega hasta nuestros

días observándose que desde algunas corrientes dentro del psicoanálisis, se sostiene que

tanto la psiquiatría como el psicoanálisis usan simultáneamente el vocablo fobia sin que

ello exprese coincidencia de los enfoques clínico y teórico ni de las clasificaciones

nosológicas, sino la confusión entre miedo y angustia y la no distinción entre lo

semiológico y lo metapsicológico. De allí que se insista en la necesidad de asignarle al

término fobia una definición más precisa indicando, por otro lado, que tampoco dentro

de la tradición analítica se ha delimitado claramente como una entidad clínica.

Desde el mismo marco conceptual, y siguiendo a Lacan, otros autores entienden

que la fobia es la entrada a la neurosis misma, su punto de partida, afirmando que la

misma toma la forma de una plataforma giratoria, lo que indica el momento lógicamente

anterior al posicionamiento del sujeto quien finalmente llegará a la histeria, a la neurosis

obsesiva o a la perversión.

También desde una orientación lacaniana, se postula que el psicoanálisis es una

clínica que bordea los tres puntos de la estructura que son lo real, lo simbólico y lo

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imaginario, señalando que una de las interrogaciones centrales en la actualidad remite al

momento en que lo real o lo imaginario hacen signo y llevan a la consulta de

emergencia, tal como ocurre hoy en día con la fobia en su manifestación, tan

generalizada, de ataque de pánico. En dicha consulta, se expresa una auténtica prisa

subjetiva por encontrar una salida que se convierte en una dificultad para el profesional,

ya que ante signos es difícil abrir las puertas de la palabra.

Otros autores, también dentro de esta corriente, proponen que tanto las

impulsiones como los trastornos vinculados a la fobia, reflejan en sus síntomas los

nuevos desórdenes contemporáneos, los cuales poseen una indeterminación acorde al

espíritu de nuestra época. La llamada posmodernidad se caracteriza por la desesperanza,

la falta de sentido y el reinado de el todo en tanto todo se puede curar, decir y solucionar

de la forma más rápida y fácil. En este contexto, el psicoanálisis iría a contramano de la

época al afirmar la lógica del no todo ya que no ofrece satisfacciones inmediatas, ni

busca taponar la angustia, ni da respuestas rápidas, sino que brinda la oportunidad de

interrogarse e implicarse subjetivamente con el propio padecer, en un tiempo no breve.

Desde otro enfoque diferente del tema tratado, rigen los criterios clasificatorios y

diagnósticos del D.S.M.IV en el cual, sin plantear hipótesis etiológicas y haciendo

referencia fundamentalmente a las manifestaciones, se engloba a la fobia dentro de los

llamados trastornos de ansiedad, distinguiendo dentro de los mismos, diferentes tipos.

Desde esta conceptualización, el abordaje de la fobia se centraliza en lo conductual y

cognitivo.

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En el presente trabajo se parte de la idea de que la fobia posee cierta peculiaridad

en relación con otros cuadros clínicos, lo cual ha hecho más ardua la tarea de la

definición nosológica de la misma y, en consecuencia, de su tratamiento.

El aporte consistirá en un intento de aunar criterios, desde la perspectiva del

psicoanálisis, tanto de las diversas concepciones etiológicas de la fobia como así

también de las diferencias existentes respecto a su carácter estructural o sintomático, con

miras a alcanzar un abordaje terapéutico eficaz.

El predominio presente en la fobia de la inhibición sobre el discurso y la

dificultad del paciente para implicarse en su padecimiento, se convierten en un desafío

que lleva a buscar nuevas intervenciones desde el nivel de la palabra, atendiendo

siempre a lo singular del caso por caso y respondiendo a la urgencia con que hoy se

presenta.

El objetivo general del trabajo consistirá en establecer la especificidad de la

fobia, delimitando su concepto, siendo los objetivos específicos describir la relación

entre la noción de fobia definida y las manifestaciones patológicas predominantes en la

clínica actual y plantear un abordaje terapéutico posible desde el lugar habilitador y

constituyente del deseo, que es la palabra.

Las preguntas que orientarán la investigación son las siguientes:

-¿Qué lugar ocupa la fobia dentro del psicoanálisis?

-¿Porqué tanto Freud como Lacan no mantuvieron una posición inmutable ante la

misma?

-¿Qué hay en la fobia de peculiar?

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-¿Cuál es su estatuto clínico?

-¿Qué relación existe entre las manifestaciones actuales de la fobia y el contexto social y

cultural de la posmodernidad?

-¿Es posible, ante la urgencia de quien consulta, abordar la fobia en los tiempos que

supone el encuadre psicoanalítico?

Para responder a estas preguntas se realizará un recorrido temático partiendo del

significado del vocablo fobia y de su empleo en la psiquiatría desde el siglo XIX hasta

las clasificaciones actuales. Luego se planteará como la noción de fobia se fue

modificando en relación a los diferentes momentos de la obra de Freud y de Lacan,

describiendo la incidencia de dichas conceptualizaciones en las formulaciones

psicoanalíticas contemporáneas. A continuación, y desde el marco teórico propuesto por

ambos autores, se describirá la relación existente entre las manifestaciones de la fobia en

el presente y el contexto sociocultural posmoderno para, finalmente, plantear la

posibilidad de su abordaje terapéutico en función de la palabra y atendiendo a la

urgencia con que hoy se presenta.

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CAPITULO 1

GENERALIDADES

1.1 Etimología del vocablo fobia.

El plantearse el estatuto clínico de la fobia requiere, en primer lugar, definir el

significado del vocablo desde la etimología del mismo, ya que le otorga un matiz a lo

noción que se mantuvo a lo largo de la historia desde los diferentes encuadres teóricos

que abordaron el tema.

La palabra fobia proviene de Fobos, hijo de Afrodita, diosa del amor y de Ares,

dios de la guerra, mencionado por Hesíodo (siglo VIII a.C.) en la Teogonía: “(…) con

Ares, perforador de escudos, Afrodita concibió a los temibles Miedo (Fobos) y Terror

(Deimos) que ponen en confusión a las compactas falanges de varones en la guerra

sangrienta, junto con Ares destructor de ciudades (…)” (Hesíodo, 933-935).

El origen del término muestra que el afecto central de la fobia es el miedo

distinguiéndose del terror que se vincula tanto al dios Deimos como al dios Pan, de

quien surge la palabra pánico. Graves (1985) afirma que Pan, hijo de Hermes y de

Dríope, era tan feo al nacer que su madre huyó de él aterrorizada. Era pastor y se

vengaba de quienes lo molestaban en su siesta con un grito repentino que provocaba un

intenso temor.

Esta distinción entre el miedo asociado a la fobia y el terror vinculado al pánico,

dará lugar en el campo del estudio de las perturbaciones psíquicas al establecimiento de

diferencias en relación a los cuadros en los que estos afectos participan.

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Este acercamiento inicial al tema conduce a la descripción de las distintas

formas bajo las cuales fue conceptualizada la fobia a lo largo de la historia de la

psiquiatría.

1.2 El concepto de fobia en la historia de la psiquiatría.

La preocupación humana por el miedo irracional que caracteriza a la fobia es

muy antigua y, como señala Nemiah (1982), se la menciona en antiquísimos documentos

médicos egipcios y en el Corpus Hippocraticum, pero no es hasta mediados del siglo

XIX que el fenómeno comienza a interesar a clínicos como Westphal y Legrand du

Saulle, quienes publicaron estudios sobre la agorafobia abriendo el camino para que

otros investigadores catalogaran largas listas de fobias, dándoles a cada una un nombre

de origen griego o latino que designaba el objeto o la situación temidos.

Según Saurí (1984) fue Morel (1866) quien con el nombre de delirio emotivo

describió por primera vez, de forma sistemática y ordenada, las neurosis fóbicas y

obsesivas pero, en la medida en que se centró en el trastorno afectivo, ubicó en una

misma categoría diferentes estructuras. La diferenciación la realizará Janet (1903) (en

Saurí J. comp., 1984), quien muestra que ciertas fobias tienen características propias de

las llamadas psicastenias, mientras que otras se emparentan con las obsesiones

estableciendo, además, una distinción dentro de las neurosis entre la histeria, cuyo

origen es una disociación de la conciencia y que se caracteriza por fenómenos

sensoriomotores y la psicastenia, que incluye entre sus síntomas la fobia, la ansiedad y la

depresión. Considera a las fobias como el resultado de un descenso constitucional de la

energía nerviosa, descenso que sería el punto de partida que conduce a la neurosis.

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Desde otro enfoque, dentro de la escuela alemana de psiquiatría, Kraepelin

(1883), en las diferentes ediciones de su Compendio de Psiquiatría, incluye a las fobias

en las obsesiones y en la neurastenia, estableciendo una estrecha relación entre aquellas

y estos cuadros.

Pero fue a fines del siglo XIX en Francia, en la Salpetrière donde, a partir del

estudio de la histeria, Freud (1893) inicia las formulaciones teóricas psicodinámicas que

no solo lo diferencian de sus contemporáneos, sino que también inauguran una nueva

concepción nosológica de las alteraciones neuróticas y del funcionamiento del aparato

psíquico. Sus investigaciones, siempre basadas en la clínica, lo llevarán a establecer una

distinción entre la histeria de conversión y la histeria de angustia, siendo la fobia una

manifestación de esta última. Su conceptualización de la fobia, la cual se halla en íntima

relación al desarrollo que hará de la noción de angustia, sufrirá modificaciones a lo largo

de su obra, siendo éste el tema que constituye el eje del capítulo siguiente del presente

trabajo.

La insoslayable mención a la figura de Freud dentro del breve recorrido histórico

de la noción de fobia, tiene como propósito indicar cómo a partir de su obra, se inician

diversas corrientes de investigación que abordarán el problema, por un lado, dentro del

marco teórico del psicoanálisis por él inaugurado y, por otro lado, fuera del psicoanálisis

y siguiendo la vertiente clásica de la psiquiatría. Desde esta última posición se comienza

a hablar de neurosis fóbica, término con el que se designa a la fobia en los actuales

tratados psiquiátricos.

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En esta última línea de investigación se encuentran las conceptualizaciones de

Freedman, Kaplan y Sadock (1982) que caracterizan a la neurosis fóbica de la siguiente

forma:

1) En la neurosis fóbica, la ansiedad es el componente central, no

se trata de una “ansiedad flotante”, como ocurre en la neurosis de

ansiedad, sino que esta ligada a una idea, objeto o situación

específica que no constituye un peligro real, 2) la ansiedad no esta

justificada por el estímulo que la provoca, o por lo menos, es

desproporcionada frente a la situación real y 3) la víctima es

completamente conciente de la irracionalidad de su

acción.(p.1377-1378).

Desde este marco conceptual, propio de la psiquiatría norteamericana y por lo

tanto acorde al D.S.M.IV (2004), se homologa el concepto de ansiedad al de angustia, lo

cual indica una entre muchas de las diferencias respecto al modelo psicoanalítico, en el

cual, como se verá posteriormente, la angustia será el vector que orientará la

conceptualización freudiana.

Desde la psiquiatría actual se plantea, entonces, que la fobia se caracteriza por la

aparición de miedo en relación a personas, objetos, situaciones o actos, miedo que no

puede ser modificado ni por el razonamiento ni por la voluntad y que lleva a conductas

de evitación y reaseguramiento. Como se señaló, el objeto fobígeno debe cumplir la

condición de no constituir un peligro real, pero la cualidad amenazante con que lo

reviste el sujeto provoca en el mismo un afecto de tal intensidad que lo lleva a perder el

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control de sí. Se entiende que la fobia es el síntoma central y diagnóstico de la neurosis

fóbica pero, si bien se realiza una extensa descripción y clasificación de sus diferentes

modalidades y se establece el diagnóstico diferencial con otros cuadros, no se especifica

la etiología de la misma ni el origen de la ansiedad (angustia) asociada a ella.

El concepto de neurosis fóbica aparece por primera vez en el D.S.M.II (1972) en

reemplazo de la anterior denominación de reacciones fóbicas, como un intento de

acercar la taxonomía norteamericana a los usos internacionales.

Lo dicho conduce a ubicar el concepto de fobia tal como es entendido en la

actualidad, dentro del D.S.M.IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación

Americana de Psiquiatría (2004).

1. 3 Clasificación actual.

A partir del D.S.M.III (1988), la psiquiatría norteamericana volvió al enfoque

descriptivo fenomenológico, centrado en los síntomas de la psiquiatría clásica tal como

la sistematizara Kraepelin (1883). La versión actual, el D.S.M.IV, basa su clasificación

en criterios clínicos es decir, en la descripción de las manifestaciones clínicas, de los

síntomas, sin plantear hipótesis respecto a la etiología.

En relación a las fobias, las ubica dentro de los llamados “Trastornos de

ansiedad” que incluyen los siguientes trastornos:

300.01- Trastorno de pánico sin agorafobia.

300.21- Trastorno por pánico con agorafobia.

300.22- Agorafobia sin antecedente de trastorno de pánico.

300.29- Fobia específica.

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300.23- Fobia social.

300.3 - Trastorno obsesivo compulsivo.

309.81- Trastorno por estrés postraumático.

308.3 - Trastorno por estrés agudo.

300.02 - Trastorno de ansiedad generalizada.

293.89 – Trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica.

………- Trastorno de ansiedad inducido por sustancias.

300.00 – Trastorno de ansiedad no especificado.

Se observa que el criterio clasificatorio actual, en tanto se basa en las

manifestaciones sintomáticas de los diferentes trastornos sin atender a su etiología,

nuevamente ubica estructuras diversas en una misma categoría, tal como

precedentemente se señaló hiciera Morel en el siglo XIX.

La fobia aparece en tres de los doce ítems de los Trastornos de ansiedad,

estableciéndose su distinción en función del elemento fobígeno. Esta agrupación

coincide con la descripción hecha por Janet a fines del siglo XIX, quien distingue tres

categorías de circunstancias asociadas a la fobia: fobias de objetos, fobias de situaciones

y fobias de funciones y para quien las fobias de situaciones incluyen a la agorafobia tal

como aparece en el D.S.M. IV, que es el miedo a los espacios abiertos, donde escapar es

difícil y que se relaciona a situaciones características como estar fuera de la propia casa,

mezclarse entre la gente en la calle, viajar en auto, en ómnibus o en tren; y también

abarca la otra forma de temor a los espacios, en este caso cerrados, que es la

claustrofobia.

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Las fobias de objetos aparecen en el Manual como fobias específicas, las cuales

se caracterizan por un miedo intenso y persistente a objetos o situaciones reconocibles y

circunscritas. El miedo surge ante el objeto o ante la anticipación de su aparición. Por

último, las fobias de funciones de las que habla Janet (1903) (en Saurí J. comp., 1984),

incluyen la eritrofobia o miedo a enrojecer y que se presenta en situaciones en las cuales

se hallan presentes otras personas y que remite, en la clasificación actual, a las fobias

sociales.

El breve recorrido realizado en relación al tema de la fobia desde los comienzos

de la psiquiatría hasta los criterios clasificatorios actuales, mostraría que pese al esfuerzo

realizado por las diferentes corrientes de investigación para definirla y darle un lugar

dentro de la nosografía, ello no se habría logrado de un modo cabal. Esto podría deberse,

como se indicó, a que no se habría establecido una diferenciación en cuanto a las

estructuras clínicas en las que aparece la fobia, por lo cual ésta se presentaría como un

denominador común, lo cual habría llevado a la agrupación de diversas entidades sin

atender a la especificidad de las mismas ni a la especificidad de la fobia. Se observa,

entonces, que tanto en autores como Morel (1866), quien se centró en el factor afectivo

como en la psiquiatría actual, centrada en lo sintomático, no se pudo arribar a la

delimitación del estatuto clínico propio de la fobia.

El camino a seguir lleva al problema de la etiología de la fobia, camino que

conduce al planteo realizado por Freud.

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1.4 Freud y la histeria de angustia.

A partir del estudio de la histeria Freud (1893) sienta los fundamentos del

psicoanálisis y en su búsqueda del mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos

postula la importancia capital de la sexualidad en la etiología de las neurosis sosteniendo

que la sexualidad es un factor determinante y causal. Esto lo lleva, en 1894, a asumir

una posición diferente respecto a Janet con quien compartiera igual preocupación por la

etiología de los fenómenos neuróticos.

Mientras que el planteo de Janet (1892) fue que lo que caracteriza a la histeria es

la disociación de la conciencia como resultado de una debilidad congénita de la

capacidad de síntesis psíquica, el de Freud (1894) fue que esta disociación es adquirida y

depende de un proceso de defensa patológico, el que se implementa ante

representaciones que surgen siempre del terreno de la experiencia sexual, y que son

siempre penosas.

Planteando que en el aparato psíquico no solo existen representaciones de

eficacia traumática, sino también que éstas están asociadas a un monto de afecto por el

que adquieren carácter traumático, señala que:

(…) en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto,

suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad (…);

algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y

descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones

como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos (Freud,

1894/ 1998, p.61).

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Desde esta perspectiva, caracteriza a la histeria de conversión, a la neurosis

obsesiva y a la fobia a partir de la forma en que se lleva a cabo en ellas el mecanismo

psíquico de la defensa, estableciendo así la distinción con las neurosis actuales.

En la misma época (1894), escribe un artículo ubicando a las fobias formando

parte de las neurosis de angustia, una de las neurosis actuales, y por lo tanto, carente de

mecanismo psíquico.

El problema que se presenta ya entonces respecto a la especificad de la fobia no

será retomado hasta 1909, momento en el que esclarece estos puntos oscuros

introduciendo una nueva entidad clínica: la histeria de angustia, diferenciándola de la

histeria de conversión.

Si bien estos desarrollos serán completados y ampliados en los trabajos

metapsicológicos posteriores, ya en 1909 establece que aunque ambas formas de histeria

poseen el mismo mecanismo psíquico (defensa), en la histeria de angustia la libido no es

convertida en inervación corporal sino que se libera como angustia. Las considera,

además, como la forma de psiconeurosis de aparición más temprana en la vida.

El punto de partida del presenta trabajo es, entonces, que la concepción de Freud,

la del psicoanálisis por él inaugurado, es la que posibilitará discernir el estatuto clínico

de la fobia.

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CAPITULO 2

CONCEPTUALIZACION FREUDIANA DE LA FOBIA

2.1 La fobia y la angustia.

Abordar la cuestión de la fobia desde la concepción freudiana, lleva

necesariamente a considerar el tema de la angustia, ya que desde el inicio de su obra ese

afecto es central y característico de dicha manifestación patológica. Tanto la pregunta

por el origen de la angustia como por la función que ella desempeña, sufrirán

modificaciones a lo largo de la teoría freudiana, siempre sustentadas en la labor clínica

permitiendo, en el tema del presente trabajo, delimitar el estatuto clínico de la fobia.

En relación con la primera tópica o constitución del aparato psíquico conformado

por los sistemas inconsciente, preconciente y conciente, la noción de angustia se vincula,

por un lado, con las neurosis actuales (neurastenia, neurosis de angustia e hipocondría)

que remiten al concepto de estasis libidinal, es decir que la libido como energía de la

pulsión sexual, al no satisfacerse, se transforma directamente en angustia. Pero, por otro

lado, respecto a la histeria de la angustia, definida como una de las psiconeurosis de

defensa, plantea que la angustia es posterior al proceso represivo, es decir que una vez

producido el clivaje entre representación y afecto, éste no desaparece sino que se

transforma en angustia.

Más adelante, cuando desarrolla la segunda tópica, en la que divide

estructuralmente al aparato psíquico en las tres instancias que son el yo, ello y súper yo,

la teoría de la angustia cambia ya que afirma que ésta última es anterior a la represión.

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Cabe aclarar que el psicoanálisis freudiano mantuvo siempre la concepción de la

angustia como un afecto ligado a un monto, a una cantidad o suma de excitación, lo que

remite al factor económico, que junto con el tópico y dinámico, darán cuenta de la

metapsicología en tanto descripción de un proceso psíquico en función de dichos

factores, tal como Freud lo explicitara en 1915.

A partir de esta breve descripción de la noción de angustia, se verá su

articulación con la fobia en los primeros trabajos freudianos.

2.2 Primeros abordajes.

Tal como se mencionara, Freud (1894) describe, a partir del mecanismo de la

defensa, la constitución de las representaciones obsesivas y de las fobias. En ese

momento, afirma que cuando no hay disposición en el sujeto para la histeria de

conversión, ante una representación intolerable de carácter sexual, se pone en marcha el

proceso defensivo por el cual se separa la representación del afecto, quedando ésta fuera

de la conciencia y el afecto, devenido libre, llamado en la fobia angustia, se enlazará a

cualquier representación (como los animales, la oscuridad, las tormentas o cosas

asociadas a lo sexual, como orinar, defecar, etc.)

En la misma época planteó que ni las obsesiones ni las fobias forman parte de la

neurastenia sino que son neurosis independientes con un mecanismo y etiología especial,

estableciendo la distinción a partir del fenómeno de la angustia. Es así que distinguió,

por una parte, a la neurosis obsesiva, definida como neuropsicosis de defensa, y por otra

a la fobia, como manifestación psíquica de una nueva entidad clínica que es la neurosis

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de angustia. Esta última queda separada de la neurastenia pero integrada al conjunto de

las neurosis actuales.

De tal modo, las fobias, al formar parte de las neurosis de angustia, carecen de

mecanismo psíquico, ya que su etiología, si bien tiene origen sexual, se debe a un

aumento de la tensión somática (estasis libidinal) provocada por abstinencia sexual o por

una satisfacción insuficiente en el coitus interruptus. Lo dicho se vincula con la primera

teoría de la angustia, la cual en relación a estos cuadros, como ya se dijo, remite a una

transposición directa de la libido sexual insatisfecha en angustia. En el caso de las

fobias, las caracteriza por su estado emotivo, que es siempre la angustia y distingue dos

grupos en función del objeto que las suscita: las fobias comunes, como el miedo

exagerado a las cosas que todos temen (por ejemplo, la noche, las serpientes, la muerte,

etc.) y las fobias ocasionales, como el miedo en circunstancias que normalmente no

provocan temor (como la agorafobia y las fobias de locomoción).

Desde esta forma, plantea una peculiaridad de la fobia en relación a la angustia

que es la aparición de un objeto que provoca miedo. Se observa, así, que si bien la fobia

como manifestación de la neurosis de angustia implica que en ella la angustia no es

derivada psíquicamente, de todas formas el afecto se enlaza con una representación que

aparece como un objeto. De esta manera surgiría una dificultad, en términos de

diferencia, entre la neurosis de angustia, la cual no posee mecanismo psíquico, y la fobia

en tanto posibilidad de efectuar un falso enlace entre la angustia y una representación en

carácter de objeto.

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Como se mencionara, este problema que plantea la especificidad de la fobia,

quedará en suspenso durante unos años para ser retomado en 1909 en el historial clínico

de Juanito, momento en que planteará otra entidad clínica: la histeria de la angustia.

2.3 Análisis de la fobia de un niño de cinco años.

En 1909 Freud define una nueva entidad clínica a la que llama histeria de

angustia, estableciendo así una diferencia esencial respecto al planteo anterior, ya que

mientras la fobia considerada como manifestación de la neurosis de angustia no poseía

mecanismo psíquico, ahora afirma que tiene el mismo mecanismo que la histeria de

conversión, es decir, el de la defensa (represión). Pero la distingue de esta última en un

punto y es que, mientras en ella, la libido desprendida de una representación intolerable

a partir de la represión se convierte en inervación somática, en la fobia, en cambio se

libera como angustia. De esta manera, la representación queda reprimida y la libido

liberada se enlaza, vía desplazamiento, a un objeto. De este modo se establece junto con

la represión y el mecanismo de desplazamiento, un objeto y el miedo a través del cual se

exterioriza la angustia.

Arriba a dichas conclusiones a través del análisis de un niño de cinco años,

Juanito, análisis que no fue conducido directamente por él sino a través del padre del

niño. En las primeras páginas del historial, señala el comienzo de la angustia y el de la

fobia, estableciendo una diferencia temporal entre ambas ya que el de la angustia lo

vincula a un sueño de angustia, en el cual el niño sueña que su madre está lejos y no

puede acariciarlo, por lo cual se despierta llorando y agrega que, incluso, la primera vez

que Juanito llora en la calle cuando pasea en compañía de una niñera, lo que expresa es

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angustia y no miedo, por que carece de objeto. La ligazón a un objeto se produce en el

paseo que realiza al día siguiente en compañía de su madre, momento en que

nuevamente llora y dice que tiene miedo a que un caballo lo muerda. Freud (1909/1998)

lo expresa del siguiente modo:

La perturbación se introduce con unos pensamientos tiernos-

angustiados y luego con un sueño de angustia. Contenido de

éste último: perder a la madre (…). Es fuerza pues, que la

ternura hacia la madre se haya acrecentado enormemente

(…). Es esta acrecentada ternura por la madre la que

súbitamente vuelca en angustia, lo que, según nosotros

decimos, sucumbe a la represión. (p. 23).

La neurosis se anuda, entonces, a una vivencia accidental, ubicando al caballo

como objeto de angustia, por lo que en ese momento ya no se habla de angustia sino de

miedo y de fobia, ya que la libido queda enlazada a un objeto.

Por ello interpreta la fobia de Juanito, el miedo a que el caballo lo muerda, a

partir del complejo de Edipo positivo, que consiste en el predominio de mociones tiernas

hacia la madre y hostiles hacia el padre, por lo que el caballo que muerde simboliza al

padre como agente de la castración, ya que el psicoanálisis postula a ambos complejos

como nucleares de la neurosis.

En el único encuentro personal que tuvieron Juanito y su padre con Freud, éste

le revela al niño que le teme al padre justamente porque quiere mucho a su madre. A

partir de ese momento, se inicia la mejoría de Juanito a la par que produce riquísimas

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construcciones imaginarias, que Lacan comparará con mitos, y que inician el proceso

que se encamina a la resolución de la fobia.

En la epicrisis del historial, Freud (1909) indica que “La posición de las

“fobias” dentro del sistema de las neurosis sigue indeterminada hasta hoy”( p.94),

agregando que ellas son vistas como síndromes adjudicables a diferentes neurosis a los

que no habría que otorgarles el valor de un proceso patológico particular, pero que él va

designar, esperando otorgarle carta de ciudadanía, como histeria de angustia en virtud

de la posesión, como se señalara precedentemente, de un mecanismo psíquico

específico.

Considera que las histerias de angustia son las más comunes y frecuentes de las

psiconeurosis y las de aparición más temprana en la vida, por lo que las denomina

neurosis de la infancia.

En este mismo apartado, marca el carácter esencial de esta entidad clínica que

consiste en que se desarrolla progresivamente como una fobia, fobia por la cual el

paciente puede liberarse de la angustia pero a condición de someterse a limitaciones y

prohibiciones. Esta psiconeurosis exige al aparato psíquico un trabajo permanente de

ligadura de la angustia, pero indica que este trabajo, de todas formas, no permite volver

a mudar la angustia en libido, por lo cual la persona se ve obligada a bloquear toda

situación posible de emergencia de la angustia construyendo parapetos psíquicos

protectores, a través de precauciones, inhibiciones y prohibiciones. Esto, según afirma,

es la esencia de la enfermedad.

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Si bien logra delimitar clínicamente a la fobia, continúa formulándose dos

preguntas: “¿En virtud de qué influjo llegó la situación descrita en Juanito al vuelco, a

la mudanza, de la añoranza libidinosa en angustia? ¿En qué extremo sobrevino la

represión? Difícil decirlo…” (Freud, 1909/1998, p.109).

La respuesta y la explicación ampliada y profundizada del mecanismo represivo

propio de la fobia, será desarrollada en los trabajos metapsicológicos.

2.4 Trabajos metapsicológicos.

En los trabajos de metapsicología ubicados aún dentro de la primera tópica,

Freud (1915) define, entre otros, dos de los conceptos fundamentales en tanto fundantes,

del psicoanálisis: lo inconsciente y la pulsión. Ambos estaban presentes desde el inicio

de su obra.

En cuanto al concepto de pulsión, había sido delineado en 1905 como aquel que,

en la medida en que se diferencia del instinto, permite distinguir la sexualidad humana

de la animal. La define como “(…) un concepto fronterizo entre lo anímico y lo

somático (…)” (Freud, 1915/1998, p.117) y cuyos elementos son la fuente, la meta, el

objeto y el empuje y la caracteriza por éste último en términos de fuerza constante,

factor pulsionante que exige el aparato psíquico un trabajo permanente.

Por otro lado, la noción de pulsión se entrama con la de represión, ya que postula

que la represión primordial o primaria es la fijación del representante de la pulsión en lo

inconsciente, con lo cual se establece la articulación con el primero de los conceptos

fundamentales mencionados. Lo reprimido primordialmente ejerce una atracción que

recae sobre “(…) los retoños psíquicos de la agencia representante reprimida” (Freud,

24

1915/1998, p.143), dando lugar a la represión propiamente dicha o secundaria, cuyo

fracaso conduce al retorno de lo reprimido, que es aquello observable clínicamente en

forma de síntomas, sueños, fallidos, etc. También plantea que los mecanismos de

represión tienen algo en común que es la sustracción de investidura energética o libido.

En uno de estos trabajos metapsicológicos y a partir del análisis de un joven ruso

que realiza en esa época y publica en 1918, Freud (1915) describe el mecanismo de la

represión en la histeria de angustia en un caso de fobia a los animales, considerando

distintos tiempos o fases en la constitución de la fobia:

- En la primera fase, la angustia surge sin que se perciba ante que. Esto hace

suponer que en el inconsciente existió una moción de amor que buscaba pasar al sistema

preconciente, haciendo que la investidura inconsciente aparezca como angustia y que la

preconciente se vuelque a una representación sustitutiva, que mantiene nexos asociativos

con la rechazada por vía del desplazamiento, jugando el papel de una contrainvestidura.

- En la segunda fase, esta contrainvestidura del sistema preconciente lleva a la

formación sustitutiva, por lo que la nueva tarea es inhibir el desarrollo de angustia que

parte del sustituto. Esto se realiza invistiendo todo el entorno que rodea a la

representación sustitutiva y que es el llamado parapeto fóbico. Pero agrega que estas

precauciones protegen de excitaciones percibidas como provenientes del exterior no

funcionando así “(…) contra la moción pulsional que alcanza a la representación

sustitutiva desde su conexión con la representación reprimida” (Freud, 1915/1998,

p.180). De allí que afirme:

25

A raíz de cada acrecentamiento de la moción pulsional la muralla

protectora que rodea a la representación sustitutiva debe ser trasladada un

tramo más allá. El conjunto de esa construcción, establecida de manera

análoga a otras neurosis, lleva el nombre de la fobia (Freud, 1915/ 1998

p.180).

Esta huida frente a la investidura preconciente de la representación sustitutiva, es

lo que provoca las evitaciones y prohibiciones que caracterizan a la fobia.

- La tercera fase amplía el trabajo de la segunda, convirtiendo a todo el parapeto

fóbico en un lugar de influencia de lo inconsciente:

(…) mediante todo el mecanismo de defensa puesto en acción

se ha conseguido proyectar hacia afuera el peligro pulsional.

El yo no se comporta como si el peligro del desarrollo de

angustia no le amenazase desde una moción pulsional, sino

desde una percepción, y por eso puede reaccionar contra ese

peligro externo con intentos de huida: las evitaciones fóbicas.

(Freud, 1915/ 1998, p. 181).

Sin embargo, agrega que la huida ante exigencias pulsionales es infructuosa, por

lo que el resultado de la huida fóbica sigue siendo insatisfactorio.

Será a partir de la segunda tópica, en articulación con una nueva teoría de las

pulsiones y de la angustia, que esta última concepción de la proyección de un peligro

interior al exterior será considerada como una explicación insuficiente.

26

2.5 Giro en la segunda tópica: “Inhibición, síntoma y angustia.”

Freud (1920) formula la segunda teoría pulsional, en la cual la anterior

oposición que estableciera entre pulsiones de autoconservación y pulsiones sexuales es

sustituida por la oposición entre pulsión de vida, que incluye a las dos anteriores, y

pulsión de muerte.

Tres años después da inicio a la segunda tópica, integrando dentro de esta nueva

perspectiva la concepción en términos de sistemas. Desde esta posición, postula que el

yo no solo es la sede de la angustia sino también quien instrumenta los mecanismos de

defensa, por lo que surge la necesidad de esclarecer el vínculo entre la angustia y la

defensa.

Desde tiempo atrás, el Complejo de Edipo había adquirido un lugar central en la

teoría, afirmando que la defensa se instrumentaba sobre sus ramificaciones. Es por ello

que la angustia aparece ahora como angustia de castración, por lo cual, al reaparecer en

1926 el tema de las fobias, las vincula con el complejo de castración. Esto lleva a Freud

(1926) a rectificarse respecto a lo que había planteado en 1915:

Ya una vez he adscrito a la fobia el carácter de una

proyección, pues sustituye un peligro pulsional interior por un

peligro de percepción exterior (…). Mi puntualización no era

incorrecta, pero se quedaba en la superficie. La exigencia

pulsional no es un peligro en sí misma, lo es solo porque

conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración. Por

27

lo tanto, en la fobia, en el fondo solo se ha sustituido un

peligro exterior por otro. (Freud, 1926/ 1998, p. 120).

Son entonces las fobias las que le demuestran que la angustia es anterior al

síntoma, ya que éste protegerá frente al estallido de la misma, afirmando que cuando el

yo percibe el peligro de castración, emite la señal de angustia e inhibe el proceso de

investidura amenazador del ello. De aquí que afirma que en los dos casos de zoofobia

descriptos en sus historiales, el motor de la represión es la angustia a la castración, lo

cual se opone a lo que postulara en la primer teoría de la angustia cuando afirmaba que

era la represión la que creaba la angustia, siendo ella uno de sus destinos en calidad de

afecto. Señala que con la formación de la fobia, la angustia de castración recibe otro

objeto que se presenta desplazado, ya que ser mordido por el caballo o ser devorado por

el lobo (en referencia a los dos historiales de zoofobia), sustituyen el ser castrado por el

padre. El objeto fobígeno (caballo, lobo) permite no solo una solución a la ambivalencia

en tanto el padre es amado y odiado, sino que además impide la irrupción de angustia.

Por ello sostiene que la fobia no proviene del proceso represivo sino de lo

represor: “(…) la angustia de la zoofobia es la angustia de la castración inmutada, vale

decir, una angustia realista, angustia frente a un peligro que amenaza efectivamente o

es considerado real” (Freud, 1926/1998 p.104).

En tanto la angustia como señal de alarma es motor de la represión, adquiere un

carácter defensivo, defensa que se instrumenta ante una moción pulsional incestuosa,

definiendo, de este modo, la función de la angustia.

28

A través de este recorrido por la obra freudiana es posible afirmar que en la

medida en que la histeria de angustia se desarrolla progresivamente hacia una fobia, esta

última adquiere un estatuto clínico propio dentro de las neurosis como un proceso

patológico independiente, del cual explicita tanto su mecanismo como así también la

función que en ella desempeña la angustia.

Treinta años más tarde, Lacan (1956), en su retorno a Freud, realizará un análisis

minucioso del historial de Juanito afirmando, en relación a la angustia, que esta surge

cuando el niño descubre la dimensión de la falta, cuando descubre a la madre como

deseante de algo más allá de él mismo, sosteniendo que la angustia se presenta como

angustia de insuficiencia cuando el niño compara aquello por lo que es amado y su pene

como algo miserable, consideraciones que se desarrollarán posteriormente.

29

CAPITULO 3

CONCEPTUALIZACION LACANIANA DE LA FOBIA

3.1 El significante fóbico.

Tal como ocurre en la obra freudiana, la posición lacaniana respecto a la

fobia también sufrió modificaciones a lo largo de su enseñanza por lo que se tomará en

este punto lo que planteó en el seminario que dictara durante los años 1956 y 1957.

Ya en esta época había definido sus tres fórmulas fundamentales:

-El inconsciente esta estructurado como un lenguaje.

-El inconsciente es el discurso del Otro.

-El deseo es el deseo del Otro, fórmula que define como gnómica, es decir, como

sentencia y que mantendrá durante toda su obra, por lo cual, respecto a la fobia, inicia el

análisis del caso Juanito de Freud (1909), a partir de la relación del sujeto con el deseo

del Otro desde el momento en que el niño descubre la falta de falo en la madre.

Postula que el orden simbólico preexiste al sujeto y que lo determina en tanto el

sujeto es efecto del significante, señalando que el niño se introduce en el sistema

significante a partir de la relación con la madre, encarnadura del Otro primordial, por lo

que la primera experiencia simbólica se basa en el juego de oposición del par presencia-

ausencia. Pero, agrega “No podemos conformarnos con dos términos, se necesitan

más.” (Lacan, 1957/2008, p.61), por ello, el siguiente paso lleva a la presencia de tres

términos: madre-niño-falo. Se trata del falo imaginario, ese falo que a la madre le falta y

cuyo lugar el niño puede ocupar, completándola.

30

Este momento corresponde al primer tiempo del complejo de Edipo que se ubica

entre la relación primitiva de frustración y el comienzo del Edipo, etapa en la que: “(…)

el niño se introduce en la dialéctica intersubjetiva del señuelo. Para satisfacer lo que no

puede ser satisfecho, a saber, el deseo de la madre, que en su fundamento es insaciable,

el niño (…) toma el camino de hacerse él mismo, objeto falaz.” (Lacan, 1957/2008,

p.197).

Esta realidad es la que se tambalea cuando aparece la angustia de Juanito,

respecto a la que señala que lo que quiebra esta relación idílica con la madre es la

irrupción en escena del pene real, porque la emergencia de ese elemento hace aparecer

una discordancia al ver ese pene real como miserable. Si este nuevo elemento rompe el

equilibrio anterior es porque no puede ser integrado, por lo cual aparece de repente de

entre los objetos cotidianos que rodean al niño, un caballo que muerde. Entonces, y

siguiendo a Freud (1909), si la angustia al comienzo carece de objeto, como en el

momento en que Juanito tiene un sueño angustioso o cuando llora por primera vez en la

calle, ahora no es sin objeto, pero modifica su valor ya que no se trata de una añoranza

erótica por la madre, reprimida, sino del descubrimiento traumático de la realidad sexual

en su propio cuerpo.

Esto ocurre en el momento en que allí donde juega la relación madre-niño-falo,

el padre deberá pasar a ocupar un lugar, deberá hacerse presente. Se trata del segundo

tiempo del Edipo y del padre terrible, omnipotente, imaginario, que es agente de la

privación.

31

El padre que debe intervenir en este tiempo introduce al niño en el complejo de

castración, por lo cual aparece como terrible pero, por otro lado, también frena el

capricho del Otro primordial, de la madre. Este padre imaginario priva al niño del goce

de su madre, pero también priva a la madre de reintegrar al niño, de devorarlo, por lo

que su figura no solo es normativa sino también tranquilizadora y, en tanto la

interdicción cae también sobre la madre, ello será comprendido por el niño como

castrándola.

Pero Lacan (1957), señala que el padre de Juanito no aparecía como un padre

terrible ya que sus intervenciones no le indicaron con suficiente claridad que no podía

quedarse con la madre como objeto, por lo cual el miedo a ser mordido por el caballo no

se vincula al separarse de la madre, sino a la no separación, a ser engullido por el Otro:

Esa madre insaciable, insatisfecha, a cuyo alrededor se constituye toda la

ascensión del niño por el camino del narcisismo, es alguien real, ella está

ahí, y como todos los seres insaciables, busca qué devorar (…). He aquí

el gran peligro que nos revelan sus fantasmas, ser devorado. Lo

encontramos en el origen y lo encontramos nuevamente en este rodeo, y

proporciona la forma esencial bajo la cual se presenta su fobia (Lacan,

1957/2008, p. 197).

Esa figura imaginaria de la boca abierta de una madre no saciada, es una

respuesta del niño ante el deseo del Otro que lleva a la producción de ese misterioso

objeto fóbico, el caballo, objeto que es un significante y al que Lacan (1961/1979)

32

define en estos términos: “(…) les he enseñado a distinguir el objeto fóbico en cuanto

significante para todo uso para suplir la falta del Otro (…)”. (p.242).

El objeto fóbico remite a la significación fálica y como la significación de todo

síntoma es fálica, es un objeto sintomático y, en tanto en su primera enseñanza entiende

al síntoma como metáfora, como sustitución de un significante por otro, el objeto fóbico

es metafórico, es un significante comodín que suple la falta del Otro.

Este significante se produce por la operación insuficiente del Nombre-del-Padre

en la metáfora paterna, significante fundamental que sustituye al deseo de la madre, lo

que supone que en la fobia, la función del padre real, como agente de castración que

frena la demanda materna e introduce el funcionamiento del significante, resultó fallida,

por lo cual el significante fóbico la suple. Se trata de un significante-objeto que sostiene

la metáfora paterna restaurando al padre e invocándolo. Por ello puede concebirse como

portador de la amenaza de castración que no es lo temido en la fobia sino lo pedido: un

llamado al padre.

Para llegar al tercer tiempo del complejo de Edipo, es necesario que intervenga el

padre real como aquel que para el niño tiene el falo, que usa de él y se hace preferir por

la madre, introduciendo de este modo el orden simbólico, es decir, el reino de la ley : el

falo materno al que se identificaba el niño deviene objeto simbólico y, en la medida en

que es privado del objeto por quien lo tiene, el niño podrá concebir que ese objeto

simbólico le será dado algún día. Este es el papel central de la castración en la

constitución del sujeto como operación que limita y ordena el deseo.

33

En el caso de Juanito, el caballo, el significante fóbico, es una solución ante la

angustia que provoca enfrentarse con la castración en el Otro, con su falta y por lo tanto

con su deseo y oculta la angustia más radical que es la de desaparecer ante esa madre

insatisfecha, que busca algo para devorar.

Retoma el concepto freudiano de parapetos fóbicos entendiéndolos como puntos

peligrosos, de alarma, que reestructuran el mundo:

La fobia introduce en el mundo del niño una nueva estructura (…) Hasta

ese momento, el niño estaba, en suma, en el interior de su madre, acaba

de ser rechazado, o se lo imagina, está angustiado, y entonces, con ayuda

de la fobia, instaura un nuevo orden del interior y del exterior, una serie

de umbrales que se ponen a estructurar el mundo. (Lacan, 1957/2008,

p.247).

Ello indica que el interior excluido pasa a funcionar como exterior temido frente

al que se puede interponer una muralla protectora, por lo que las maniobras evitativas de

la fobia implican una dimensión espacial, observándose tanto en el historial de Freud

(1909) como en la exposición lacaniana, que ambos autores recurren al recurso de

presentar planos de la ciudad donde vivía Juanito para dar cuenta de su fobia.

La formulación de Lacan (1957) respecto a la resolución de la fobia de este niño,

consiste en interpretarla como efecto de la eficacia simbólica del mito, en tanto este

último es tributario del significante, indicando que se trata de la producción mítica de

Juanito bajo la forma de diferentes fantasías, las cuales, afirma, son suscitadas por las

intervenciones del padre: “Podemos concluir que la solución de la fobia está vinculada

34

con la constelación de ésta tríada – orgía imaginaria, intervención del padre,

castración simbólica” (Lacan,1957/2008, p.232). Insistiendo en que el progreso de lo

imaginario a lo simbólico se produce a través de la organización de lo imaginario como

mito, es decir, por la transposición de elementos significantes permutados de un sistema

a otro, ya que dicha permutación le permite al niño pasar de la aprehensión fálica de la

relación con su madre a la aprehensión castrada con la pareja parental. Es este uso de

elementos imaginarios en las sucesivas transformaciones del mito lo que posibilita que

se tornen inútiles esos puntos de peligro que funcionaban como umbral y que constituían

su fobia.

En esta época de su enseñanza, también plantea que dichas permutaciones

significantes constituyen una rotación, un movimiento giratorio de elementos

significantes, que se vincula a lo que planteará años más tarde cuando conceptualice a la

fobia como placa giratoria.

3.2 La fobia como placa o plataforma giratoria.

Como se indicara, la concepción lacaniana de la fobia no se mantuvo inmutable

en el tiempo, entendiendo al objeto fóbico, en tanto significante, como objeto

sintomático, es decir, metafórico, por lo cual afirmará que “La fobia es un síntoma en el

que aparece en primer plano, de una forma aislada y específicamente destacado, el

significante” (Lacan, 1958/2008, p.318), sosteniendo más tarde que es la forma más

radical de neurosis, cuya función es sostener la relación con el deseo a través de la

angustia para, finalmente, concebirla no como una entidad clínica: “No debe verse la

fobia en absoluto como una entidad clínica, sino como una placa giratoria (…) Ella vira

35

muy frecuentemente hacia los dos ordenes de neurosis, histeria y neurosis obsesiva,

también realiza la unión con la estructura de la perversión (…)” (Lacan, 1969/2008,

p.280).

La noción de placa o plataforma giratoria indica el momento lógicamente

anterior al posicionamiento del sujeto, quien finalmente eligirá la histeria, la neurosis

obsesiva o alguna forma de perversión.

En este momento de sus desarrollos teóricos ya ha arribado a la concepción de

que la angustia no es sin objeto y, en relación a ello, a la formulación del objeto a: el

mismo posee un doble estatuto ya que es, por un lado, el objeto perdido causa del deseo

y por otro, plus de goce, que remite a lo real como lo imposible, lo que escapa a la

simbolización. Este objeto, que es una parte del propio cuerpo, que es el resto caído en la

operación de la constitución del sujeto, surge como consecuencia de la falta de sostén

del sujeto en el orden simbólico, ya que el sujeto se constituye en el campo del Otro

como tesoro de los significantes, pero ese Otro, al igual que el sujeto, es inconsistente

porque esta tachado por la estructura misma del significante.

El objeto a aparece en el matema del fantasma, el cual es la respuesta del sujeto a

la pregunta ¿Qué quiere el Otro de mi?, pregunta que supone una dimensión traumática

ya que el encuentro con el deseo del Otro tiene un carácter enigmático que el sujeto no

puede asimilar porque siempre queda un núcleo resistente a la simbolización, es decir, el

objeto a como real. Es así que el fantasma vela ese núcleo real, traumático, por lo que la

angustia surge cuando el fantasma vacila, cuando hay una falla en su función de

cobertura de lo real.

36

En este sentido, en la fobia no habría fantasma por lo que se manifiesta una

angustia radical, ya que ante el deseo del Otro el fóbico se confronta con su propia

insuficiencia para satisfacerlo, y esta falta de respuesta suficiente se debe a la

insuficiente constitución del fantasma. De aquí que afirme:

El campo de la angustia no es sin objeto, siempre que se vea bien que este

objeto es la respuesta misma del sujeto en el campo del narcisismo. Se

revela entonces la verdadera función de la fobia, que es sustituir el objeto

de la angustia por un significante que atemoriza, porque respecto del

enigma de la angustia la relación señalada como peligrosa es

tranquilizadora. Además la experiencia nos muestra que, siempre que se

produzca el pasaje al campo del Otro, el significante se presenta como lo

que es respecto del narcisismo, a saber, como devorador. (Lacan,

1969/2008, p.280).

Por ello el peligro en la fobia mantiene siempre la característica de algo exterior

al sujeto, algo extranjero, que lleva a una invasión del territorio por potencias

extranjeras. Este peligro implica la idea de interior-exterior en la que confluyen

umbrales, encierro, seguridad o riesgo, por lo que el espacio se vive como un territorio

no homogéneo en el que permanentemente puede emerger el peligro, algo con matiz

amenazante. En este sentido, la fobia sería un intento de delimitar un espacio cuya

organización es deficiente, en territorios transitables a costa de evitaciones que

mantienen a lo amenazante confinado.

37

Por lo expuesto, la última formulación lacaniana indica que la fobia, más que la

dinámica de una estructura constituida puede remitirse a la constitución misma de la

estructura, a la fundación del sujeto del significante y, en este sentido, es la puerta de

entrada a la neurosis misma.

En relación a la función de la fobia en cuanto que es aquello que sostiene la

relación con el deseo bajo la modalidad de la angustia, la clínica actual se enfrenta a la

proliferación de un cuadro ya descripto por Freud (1895) como crisis de angustia y que

la nomenclatura psicopatológica contemporánea llama ataque de pánico. El mismo

resulta un caso paradigmático de la presentación de la angustia invasiva y paralizante

que, como se verá en el capítulo siguiente, se vincula, junto con otras formas de padecer,

a los avatares de la civilización posmoderna.

38

CAPITULO 4

INCIDENCIA SOBRE LAS MANIFESTACIONES

PSICOPATOLÓGICAS ACTUALES DEL CONTEXTO SOCIAL Y CUL TURAL

DE LA POSMODERNIDAD

4.1 El ataque de pánico como manifestación actual de la fobia.

La angustia es el afecto por excelencia que convoca a los psicoanalistas ya que

trabajan con pacientes que la padecen, y que es entendida como el motor esencial del

proceso psicoanalítico. Pero la presentación actual de la angustia, la más frecuente y la

más estruendosa, ocupó su lugar también en los medios masivos de comunicación que

dedicaron largos espacios a hablar de algo que, por tan nombrado, lleva a reflexionar

porqué en este momento y de manera intrusiva está tan presente el denominado ataque

de pánico.

El D.S.M. IV lo ubica dentro de los Trastornos de ansiedad junto con las fobias y

lo describe como episodios de angustia intolerable, de comienzo brusco, duración

variable y carácter espontáneo, ligados o no a sucesos causales identificables. Los

síntomas incluyen combinaciones variadas de sentimientos, de aprensión, miedo o terror

junto con manifestaciones físicas que van desde síntomas cardiovasculares y

respiratorios hasta molestias abdominales, acompañados por mareos, sudoración,

temblor, hormigueos y escalofríos. El paciente refiere, además, un estado de parálisis,

sensación de ahogo y sentimientos de extrañeza referidos a sí mismo o a su realidad.

Estos últimos son estados de despersonalización y desrealización ya que la realidad deja

39

de percibirse como tal, sintiendo y sufriendo una amenaza a su integridad y a la

continuidad de su existencia.

El ataque de pánico es una experiencia aterradora ya que en el momento que se

presenta se altera el cuerpo y la psique y, al no existir un entramado ni externo ni interno

al que se pueda recurrir, al sujeto solo lo rodea el vacío, la nada, la sensación de muerte

inminente.

4.1.1 Enfoque psicoanalítico del ataque de pánico: Desde el marco conceptual del

psicoanálisis freudiano, Toyos (2006, Marzo) sostiene que en el escenario del pánico se

(re)presenta la angustia como traumática, aludiendo al trauma originario de la

conceptualización freudiana, al estado inicial de desvalimiento del ser humano y a su

consecuente larga dependencia de un semejante.

Freud (1926) ubica al yo como sede de la angustia que emite la señal ayudado

por el principio del placer, frente a la amenaza de castración. El efecto de la angustia

señal es la puesta en marcha de la represión propiamente dicha o secundaria, siendo su

fracaso el desencadenamiento de la angustia traumática. Es decir, que si la señal no se

pone en juego frente a situaciones de peligro, se liberan las pulsiones del ello que

rompen las barreras protectoras avasallando al yo, lo cual sumerge al sujeto en un terror

sin palabras, invadido por la angustia traumática.

El planteo freudiano indica que es la experiencia de satisfacción la que, al

articular el desamparo inicial del sujeto con el llamado al otro materno, pone término a

la situación de peligro, desplazando el factor económico en tanto quantum de excitación

que remite a la reactualización del trauma inicial, a la situación de peligro por la pérdida

40

del objeto, dando lugar, así, a una reproducción atenuada del trauma como señal de

angustia.

Freud (1926) postula que la situación de peligro es distinta según el momento de

la evolución libidinal del sujeto: en el primer momento de la constitución del aparato

psíquico, la situación de peligro remite al desamparo psíquico mientras que en la etapa

de dependencia infantil, la pérdida del objeto de amor es sentida como peligrosa. Le

sigue la angustia de castración en la etapa fálica y el miedo al súper-yo en el período de

latencia, siendo siempre la angustia de castración la que resignifica todas estas etapas y

las situaciones de peligro.

Desde esta perspectiva, el pánico es el sentimiento que surge cuando la señal de

angustia no es emitida en tiempo y forma, por lo que la angustia automática o traumática

invade el espacio yoico. La experiencia del ataque de pánico de la psiquiatría

contemporánea es una experiencia de máxima claudicación de toda autonomía del yo, de

colapso súbito y total de ese sentimiento. Toyos (2006, Marzo), agrega:

La multiplicación de los temores a la que asistimos en el momento que

atraviesa nuestra querida civilización (…), multiplicación que ha puesto

de moda en psiquiatría a las enfermedades ocasionadas por “traumas” y

por el “estrés”, así como a las depresiones y al propio cuadro que nos

ocupa, no debe hacernos olvidar a los psicoanalistas que cualquier terror

del mundo nos afecta según nuestra modalidad subjetiva. Siempre

ponemos en juego lo que hemos podido articular como posición ante la

castración y nuestras peculiares tramitaciones de lo pulsional. (p.124).

41

Por otro lado, el planteo lacaniano sobre la angustia se aleja de la concepción

freudiana de la misma en tanto fenómeno del yo, como señal que lo pondría en alerta

contra un deseo inconsciente o contra la demanda pulsional reprimida, buscando un

fundamento de la angustia diferente del complejo de castración. Desde este enfoque se

afirma que aquello ante lo que el neurótico se detiene no es la castración sino hacer de su

propia castración lo que falta al Otro, como garantía de la función del Otro. La angustia

es, entonces, la reacción ante la sensación del deseo del Otro: la pregunta ¿Che vuoi?

(¿Qué me quiere?) esta en el fondo de la angustia porque el sujeto es algo para el Otro,

pero de ese algo no tiene ninguna representación, no tiene certeza de que el deseo del

Otro respecto de él tenga algún límite. La angustia alude a que no sabe qué objeto a es

para el Otro, por lo cual la angustia no es sin objeto, pero ese objeto es el a causa del

deseo, el objeto perdido, el resto de la constitución del sujeto en el campo del Otro.

Desde esta perspectiva, la angustia no engaña porque esta ligada a lo real como

lo imposible, al retorno de lo mismo que queda por fuera del sistema significante,

colocando al sujeto frente a la inminencia de ese real.. Por ello Lacan (1962) afirma que

la angustia no esta correlacionada a una pérdida sino, al contrario, a una presencia

inminente: el deseo del Otro como tal en tanto el sujeto encarna el objeto causa de ese

deseo.

La angustia señala, por lo tanto, la aparición en lo real del objeto a como

consecuencia de una falla en la función del fantasma que es una respuesta forjada por el

sujeto a la pregunta por lo que el Otro quiere de él.

42

En relación a la angustia que se manifiesta en el ataque de pánico, Fernández de

Nieva (2006) señala que uno de los síntomas más jerarquizados del mismo es la

despersonalización y desrealización que, según Rabinovich (1993) son marca del

fenómeno del doble el cual es una presentación atenuada de la angustia automática dada

en dichos momentos. En el fenómeno del doble el sujeto se experimenta en su no

autonomía, se siente comandado como si tuviera que hacer algo en respuesta al llamado

mudo del deseo del Otro. En la desrealización el fantasma desaparece y es el momento

angustioso en que emerge el desampara psíquico.

Actualmente, la insistencia del significante ataque de pánico ante la escucha

analítica puede pensarse como producto de la incidencia sobre la subjetividad del

discurso capitalista como expresión de la globalización propia de la posmodernidad.

4.2 Globalización y posmodernidad: efectos sobre la subjetividad.

En la actualidad, los seres humanos estamos inmersos en un vertiginoso proceso

de cambio que provoca incertidumbre, temor y desconcierto. Estos sentimientos, ligados

a situaciones primitivas tanto de la ontogénesis como de la filogénesis, se actualizan y

generan variadas respuestas, algunas adecuadas al fin y otras desajustadas. En casos

extremos, estas respuestas desencadenan patologías que atentan contra la integración del

hombre como unidad biopsicosocial, pudiendo conducir, incluso, a la muerte.

En esta primera década del siglo XXI, atravesado por ansiedades, desórdenes

psicosomáticos y angustias individuales y sociales, el trastorno vinculado a las fobias

que define a la época, es el llamado ataque de pánico. Sus síntomas son un emblema de

una era que puede caracterizarse por la anomia y la anomalía: vértigo, palpitaciones,

43

terror, sensación de falta de control y de irrealidad. Son síntomas que indican una

desestabilización sensitiva como la de un sistema que implota y se desmorona, análoga

al vértigo de las organizaciones sociales desarticuladas en sus cimientos.

La posmodernidad surge como cuestionamiento de los valores impuestos por la

modernidad pero culmina con el arrasamiento de todo valor, con lo cual todo esta

permitido, todo vale, porque nada vale. Todo cree poder decirse, todo podría ser

investigado, comprendido y solucionado, todo vale lo más rápidamente posible y a

cualquier precio. Nuestra época impone el predominio de tendencias como la

superficialidad, el desencanto, el pesimismo, el descreimiento en proyectos, el

eficientismo, la satisfacción inmediata, el imperio de la escena tecno-comunicacional.

La subjetividad queda así abolida si se acepta que el sujeto se aloja en la hiancia

que abre el no-todo. Imbriano (2006), al plantear los efectos de la globalización sobre la

civilización contemporánea afirma que la forma en que el ser humano enfrenta los

propios desasosiegos caracteriza a las diferentes épocas, siendo el sin límite la

modalidad de nuestros tiempos, agregando que la globalización impone una igualación

pero a partir del consumo por lo que toda organización social queda subsumida a las

leyes del mercado, en el que los valores imperantes son el éxito, la eficacia y el

utilitarismo.

Desde los medios masivos de comunicación se ofrecen soluciones rápidas a un

voraz querer todo ya y todo listo lo cual sintetiza, por un lado, el borramiento de todo

espacio abierto a la interrogación y a la angustia en tanto motorizadota y, por otro lado,

la sacralización de ese borramiento que exige la satisfacción inmediata que solo la droga

44

puede brindar, obturando la dimensión deseante y haciendo imposible el desasimiento

del Otro absolutizado.

En relación a este Otro completo se articula el discurso capitalista que en el

planteo lacaniano corresponde al discurso que rechaza la castración.

4.2.1 El discurso capitalista: En la concepción lacaniana, la economía política remite a

una economía política de discursos, es decir, que lo que distribuye la economía y la

política es cómo circula el goce (aquello que esta más allá del principio del placer) en un

sistema simbólico por la estructura del discurso.

Todo discurso supone la relación de cuatro elementos:

agente → otro

verdad producción

Por estos elementos circulan cuatro términos: S1, S2, $, y a, pero sin romper el

orden que liga S1 y S2 ya que son los términos constitutivos del orden significante,

conformando cuatro discursos:

45

El valor de cada una de estas escrituras se establece a partir del papel del agente,

por lo cual la presencia en ese lugar del S1 califica al discurso del amo; la del S2, el

saber, define el discurso de la universidad; la del $, el sujeto, el discurso de la histeria y

la del a, el discurso del psicoanalista.

El discurso del capitalismo es una mutación del discurso del amo y en tanto

altera el orden que liga al S1 y S2, se debate si se trata realmente de un discurso o no.

Dicho discurso promete a todos la satisfacción de todos los deseos pero con la

condición de imponer un precio que es el borramiento de la diferencia entre el objeto del

deseo y el objeto de consumo. Se trata de un discurso en el que el sujeto se encuentra a

la vez sujeto a su objeto y en posición de agente, es decir, en posición de creerse no

sujetado a nada, amo de las palabras y de las cosas. Aquí la alienación se redobla y en

tanto el sujeto cree que dirige la verdad, es un discurso que supone el rechazo de la

castración.

Siendo la propuesta lacaniana un discurso que promueva la producción vía la

renuncia al goce, el discurso imperante en la posmodernidad promueve un exceso de

goce que se patentiza en las patologías actuales como en el caso del ataque de pánico,

entendido como la forma que ha tomado hoy la fobia. Al respecto, Imbriano (2006)

afirma:

La omnipresencia del Otro en el discurso capitalista produce una

variación en la constitución de la realidad psíquica que el síntoma

46

contemporáneo viene a revelar brutalmente: el sujeto quiere ser

representado, quiere hacerse escuchar, aunque sea a precio de los costos y

las costas de sus síntomas, en donde la temporalidad de lo simbólico

parece muy reducida. El sujeto se patentiza, se hace presente, busca su

lugar, en “lo real del síntoma”. (p.95).

Estaríamos asistiendo a un momento de la cultura en el que se cree que se puede

prescindir del padre antes de haberse servido lo necesario y suficiente de él, creyendo

que se puede obviar la función reguladora de su ley.

En este contexto, la búsqueda de satisfacción inmediata, la desaparición del

espacio abierto a la angustia, la necesidad de obtener respuestas rápidas, no

corresponden a lo que se ofrece a aquel que decide iniciar un análisis ya que este implica

la posibilidad de interrogarse en un plazo de tiempo no breve y el poder soportar la

angustia.

La problemática inherente a la época actual lleva a la reflexión sobre el lugar del

psicoanálisis en la misma y sobre la posibilidad, a partir de dicha praxis, de abordar los

síntomas contemporáneos.

47

CAPITULO 5

RESPUESTA DEL PSICOANÁLISIS A LOS SÍNTOMAS

CONTEMPORÁNEOS.

5.1 La oferta del psicoanálisis.

Lacan (1964) define al psicoanálisis como praxis, es decir, como una acción

realizada por el hombre que permite tratar lo real por medio de lo simbólico. Como

praxis, se trata de una clínica de bordes en tanto bordea las tres caras de la estructura:

real, simbólico e imaginario.

Un problema crucial del psicoanálisis en la actualidad remite a cuando lo real o

lo imaginario hacen signo y llevan a la consulta de emergencia: se trata de pacientes con

idealizaciones adictivas de ganar dinero fácil, de alcanzar el éxito, de anhelo de un

cuerpo perfecto que lleva a comer nada o, en relación al tema del presente trabajo,

prisioneros de las limitaciones de la fobia bajo su forma exacerbada de ataque de pánico.

En concordancia con el discurso capitalista que busca taponar la falta estructural

ofreciendo siempre renovados objetos de consumo, florecen alternativas terapéuticas

mucho más afines con los aires fragmentarios de la posmodernidad. En épocas donde la

imagen predomina sobre la palabra, donde la principal dimensión del tiempo es la

inmediatez, donde el utilitarismo es el nuevo nombre de la virtud, donde la obscenidad

del Otro prevalece sobre cualquier criterio ético, se impone la pregunta por el lugar del

psicoanálisis y sus posibles respuestas a los síntomas contemporáneos.

El psicoanálisis iría a contramano de esta época ya que al todo se puede decir,

curar y enfrentar de forma rápida opone la lógica del no-todo, no-todo que remite a que

48

no hay Otro del Otro, a la castración del Otro, a que no hay verdad toda sino un valor de

verdad a producir. La castración del Otro, cuyo matema es S(A), marca la ausencia

estructural que implica no hay relación-proporción sexual, es decir que el punto de real

como lo imposible común a la especie humana en tanto hablante es la pérdida de

naturalidad de los sexos y, por lo tanto, la no complementariedad del hombre y la mujer.

En relación a la castración del Otro, Rabinovich (2006) señala que el deseo

imposible de la neurosis obsesiva, el deseo insatisfecho de la histeria y el deseo

prevenido de la fobia son formas diferentes de no enterarse de la castración, o sea, de no

realizar el deseo como el deseo del Otro, ya que donde hay castración hay pérdida de

goce.

El goce no es el principio del placer, el placer es homeostático, mientras que el

goce se equipara al más allá del principio del placer, ubicándose entonces en la

dimensión de la pulsión de muerte.

Si se toma lo real como lo que vuelve siempre al mismo lugar, hay cierto padecer

que el sujeto busca sin saberlo, padecer que se muestra hoy amplificado en los pacientes

que llegan a la consulta y, mientras el goce del síntoma insista, se justifica la

intervención de un analista.

La propuesta de este trabajo es que el sujeto del lenguaje y la producción

inconsciente son aquello que permiten poner coto a la satisfacción pulsional, propuesta

que en el marco de un análisis posible se fundamenta en el deseo del psicoanalista.

5.1.1 El deseo del psicoanalista: Rabinovich (2007) afirma que el deseo del

psicoanalista es el elemento central en la dirección de la cura respecto a la elección

49

posible para el analizante ya que “(…) si el psicoanálisis no abre para cada sujeto la

posibilidad de ese “poco de libertad” como lo denomina Lacan, su ejercicio deviene

una mera estafa”. (p.9).

Esta autora señala que el deseo del psicoanalista, la responsabilidad del

psicoanalista y la ética del psicoanálisis son nociones solidarias que deben pensarse al

mismo tiempo ya que la posición del analista implica llevar a cabo una conversión ética

que es la introducción del sujeto en el orden del deseo, resaltando el carácter central y

subversivo de la concepción lacaniana del deseo como deseo del Otro, es decir, como

deseo de un deseo.

Lacan (1964) plantea una analogía entre Sócrates y Freud ya que ambos colocan

al deseo en posición de objeto en tanto que ese objeto, que es el deseo del Otro, significa

que ser deseado por el Otro es el objeto del deseo. Lo dicho supone una relación del

sujeto con la falta en el Otro que hace al Otro deseante. Esto se articula con el lugar del

analista ya que es el lugar que se debe ofrecer como vacante, como lugar vacío, al deseo

del paciente para que se realice como deseo del Otro, como deseo de su Otro, el de su

propia historia. Este vacío permite el surgimiento del objeto a causa del deseo.

Lo que necesita el analista para ocupar ese lugar vacío es situarse desde una

docta ignorancia, desde una ausencia de saber e incluso de un rechazo de saber de

características escépticas, que se vincula al sujeto supuesto saber como pivote de la

transferencia.

El deseo del analista implica que éste finge olvidar que él es la causa del proceso

del análisis, en relación a lo cual Rabinovich (2007) sostiene:

50

(…) el problema del deseo del analista es inseparable, primero, del lugar

de causa y segundo, del valor de verdad como contingente. El proceso de

análisis permite descubrir una contingencia de ese sujeto: qué fue él

específicamente para el deseo del Otro. Esta contingencia implica que esa

verdad, terminado el análisis, es una verdad que por ser contingente

puede caer; es una verdad con la que se puede bromear (…). Final irónico

como respuesta a esa pregunta inicial, tan frecuente en análisis ¿quién soy

yo? (p.35-36).

5.2 Posibilidad de abordaje y resolución de la fobia desde el nivel del significante.

El alto montante de angustia presente en la fobia tal como se presenta en la

clínica actual, remite a un déficit en la función normativa y nominante de la castración.

Esta angustia inhibitoria ubica al analista ante el desafío de hallar un recurso frente a lo

real que torna urgente, para el sujeto, la posibilidad de recuperar su condición deseante.

La preponderancia en la fobia de la inhibición sobre el discurso y la dificultad

para implicarse subjetivamente en el padecer del que se trata, exige a los psicoanalistas

diferentes intervenciones, atendiendo siempre a la singularidad del caso por caso.

Partiendo del supuesto lacaniano de que el deseo se constituye hablando,

Imbriano (2006) sostiene:

A los psicoanalistas de hoy nos cabe, también “hacerlos hablar”, para

intervenir allí donde el “sufrimiento en demasía” se desborda y posibilitar

al sujeto un despertar.

51

El trabajo se orienta desde la destitución de los significantes amos que

comandan la repetición que funciona al servicio de la pulsión de muerte

para que naufragando se transforme en creación permitiendo el

advenimiento del ser (p.129).

En relación a las posibles intervenciones en el caso de la fobia, Lerner (1997)

plantea que aunque el analista intervenga a través de lo simbólico con la interpretación

que descifra el síntoma, o por la vía de lo real con la intervención o indicación, acotando

tanto al goce como al déficit de la ley normativa, o por medio de lo imaginario ligando

signos para que se produzca el deslizamiento significante que se ha fijado en la cadena,

las tres vías de entrada del análisis son siempre tributarias de un efecto simbólico que

solo a posteriori dará cuenta de la eficacia del acto analítico.

La finalidad sería escribir, porque no han sido dichos, los significantes

separadores que permiten salir de la alienación inicial, y que representarán al sujeto. Es

necesario legitimar el corte que hasta ese momento, por imposible, solo se denunciaba a

través de la angustia.

Por otro lado, Rabinovich (2003) insiste además en que la dirección de la cura

obedece a la indicación lacaniana de no responder a la demanda del paciente, cuyo

sentido es conservar el lugar del deseo en la medida en que el deseo no se confiesa

porque no puede ser dicho. El no responder a la demanda conserva el lugar del deseo ya

que esa falta de respuesta conlleva la frustración en análisis: la demanda no recae sobre

ningún objeto por lo que, al ser frustrada, abre en la experiencia analítica el pasado, es

decir, la regresión. Se trata de una regresión significante, regresión a los significantes

52

orales, anales, etc. en que quedó fijado el deseo y solo a través de esos significantes el

análisis puede afectar a la pulsión. Ya que, como concluye Imbriano (2006) “Entonces,

si hay una clínica posible es en tanto que clínica de la pulsión, una clínica de lo real. El

trabajo del análisis implica el despertar del sujeto y esta es su oferta” (p.132).

El comienzo de un análisis supone iniciar un paciente camino de búsqueda de las

determinaciones que nos han marcado, pero para ganar un margen de libertad. La

apuesta del psicoanálisis sería renovar caso por caso en la clínica, encontrando en el

discurso el tope al todo vale. En el caso de la fobia, implica que el síntoma en sus

diferentes formar y el objeto fóbico en tanto objeto sintomático, pueden resolverse a

nivel del significante mismo con que estaban construidos, con lo que se plantea la

posibilidad de su desaparición junto con la metáfora que los sostenía.

El desafío para el psicoanálisis hoy es no retroceder, no dejarse intimidar ni por

la sociedad ni por la cultura, características del psicoanálisis tal como la practicaran

Freud y Lacan. A partir de la eficacia de los fundadores puede pensarse que la cuestión

no fue la ausencia de crisis sino la forma en que se situaron ante las circunstancias de la

época que les tocó vivir, dando respuestas originales y revolucionarias signando, así, el

camino de la praxis psicoanalítica.

Lacan (1957) preconizó el retorno a Freud para poder, leyéndolo, ir más allá de

Freud: de aquí que pueda pensarse que avanzar en un análisis es ir más allá del padre

para saber hacer ahí con el síntoma. Trasponer ese límite supone la caída de un ideal que

revela la falta radical del Otro, condición para el advenimiento del sujeto deseante.

53

CONCLUSIÓN

La falta de univocidad conceptual respecto al estatuto clínico de la fobia dio

lugar a la interrogación inicial que motivó el presente trabajo, por lo cual se partió de la

idea de que la misma posee cierta peculiaridad en relación a otros cuadros clínicos que

ha dificultado la tarea de su definición nosológica y, en consecuencia, su tratamiento.

Para dar cuenta de esta particularidad de la fobia, se comenzó realizando un

breve recorrido a través de las diferentes conceptualizaciones de la misma a lo largo de

la historia de la psiquiatría desde mediados del siglo XIX, época en que eminentes

clínicos comenzaron a estudiar la agorafobia. Desde entonces se postularon diversos

criterios respecto a este cuadro que llegaron hasta la actualidad, evidenciándose en la

psiquiatría contemporánea el influjo de la escuela alemana con su enfoque descriptivo

fenomenológico de los síntomas, tal como se evidencia en el D.S.M. IV. En dicho

Manual se incluye a la fobia dentro de los Trastornos de Ansiedad y se la plantea en

términos de neurosis fóbica, describiendo sus manifestaciones clínicas sin plantear

hipótesis etiológicas.

La preocupación por la etiología de los fenómenos psicopatológicos tuvo su

punto de inflexión con la obra freudiana, ya que en la misma época en que comenzaron

los estudios psiquiátricos sobre el tema, postuló la etiología sexual de las neurosis

ubicando entre ellas a la fobia.

Se mostró cómo la conceptualización freudiana sobre el tema no se mantuvo

inmutable en el tiempo, modificándose a medida que se formalizaba la teoría

psicoanalítica, ubicándola en un primer momento como síntoma de la neurosis de

54

angustia, una de las neurosis actuales, para plantear años más tarde la existencia de una

nueva entidad clínica, la histeria de angustia, la cual se desarrolla progresivamente como

fobia. Al describir su etiología y mecanismo psíquico, se le otorgó carta de ciudadanía a

la fobia como entidad clínica autónoma, por lo cual se señaló que el hilo conductor de

este trabajo es que el psicoanálisis como marco teórico es el que posibilita la

comprensión del problema tratado y su abordaje terapéutico.

El planteo inicial acerca de la peculiaridad de la fobia que dificulta su

delimitación queda manifiesto no solo en los diferentes enfoques que sobre la misma se

hallaron en la obra freudiana sino también en la de Lacan, autor tomado como referente

central del psicoanálisis contemporáneo.

Se mostró, entonces, que también la conceptualización lacaniana sobre la fobia

evidenciaba cierta ubicuidad, considerándola en un inicio de su enseñanza como

síntoma, en la medida en que el objeto fóbico es un significante, por lo cual es un objeto

sintomático, es decir, metafórico, para más tarde definirla como la forma más radical de

la neurosis, cuya función es sostener la relación con el deseo a través de la angustia. Este

carácter radical de la fobia, se articula con su última concepción sobre ella en tanto que

no sería una entidad clínica sino una placa giratoria, que virará hacia las dos formas de

neurosis, histérica u obsesiva, o hacia la perversión. Se mostró que esta última

formulación, más que la dinámica de una estructura constituida remite a la constitución

misma de la estructura, por lo cual sería la puerta de entrada a la neurosis misma.

En este sentido, el objetivo general del presente trabajo que era establecer la

especificidad de la fobia, queda delimitado a partir de la formulación lacaniana como ese

55

momento radical de la fundación del sujeto del significante ante la angustia que emerge

de la confrontación con el deseo del Otro.

Se señaló, luego, cómo la fobia, en tanto mantiene la relación con el deseo bajo

la modalidad de la angustia, se presenta de modo exacerbado en la clínica actual bajo los

ropajes del llamado ataque de pánico. Se indicó que el mismo expresa de un modo

paradigmático la angustia invasiva y paralizante, siendo sus síntomas el reflejo de una

desestabilización de los sentidos similar a la de un sistema que implosiona y desbarata

sus propios cimientos, señalándose que pueden entenderse como emblema de una época

caracterizada por la anomia y la anomalía: la posmodernidad.

Se estableció, entonces, la relación existente entre el contexto social y cultural

actual atravesado por la globalización y los síntomas contemporáneos, en los que se

incluye el ataque de pánico, indicándose su vínculo con el discurso capitalista como

aquel discurso que rechaza la castración prometiendo la satisfacción de todos los deseos,

pero pagando el precio del borramiento de la diferencia entre el objeto del deseo y el

objeto de consumo. El discurso capitalista promueve un exceso de goce como aquello

que está más allá del principio del placer, por lo que se remarcó cómo este goce es el que

se evidencia en el padecer de quienes hoy consultan.

De aquí, el planteo del trabajo, condujo a la interrogación por el lugar del

psicoanálisis y sus posibles respuestas a las problemáticas que presenta la clínica actual,

indicándose que en el caso de la fobia, el predominio de la inhibición sobre el discurso y

la dificultad para implicarse subjetivamente en el padecer del que se trata, exige a los

56

psicoanalistas diferentes intervenciones, atendiendo siempre a la singularidad del caso

por caso.

Partiendo del supuesto lacaniano de que el deseo se constituye hablando, la

propuesta de este estudio es la posibilidad de un abordaje terapéutico desde el lugar

habilitador y constituyente del deseo que es la palabra.

En el caso de la fobia, se plantea que el síntoma en sus diferentes formas y el

objeto fóbico en tanto objeto sintomático, pueden resolverse a nivel del significante

mismo con que estaban construidos, por lo que es posible su desaparición junto con la

metáfora que los sostenía.

Ante la angustia e inhibición de quien consulta, el problema clínico que se

presenta radica en la exigencia de cierto tiempo de trabajo previo, sin importar que sea

cara a cara o en diván, necesario para que el sujeto pueda sentirse alojado en el espacio

analítico, pero absteniéndose el psicoanalista de interpretar la significación de su

padecer ya que ello alimenta el síntoma, en tanto en la fobia, como siempre que prima la

metáfora, las significaciones invaden el mundo. Dicho trabajo preliminar permitirá que

el paciente ocupe el lugar del sujeto en análisis, es decir, el del sujeto de la asociación

libre.

De aquí que se sostenga que solo hablando el sujeto podrá implicarse en aquello

que lo aqueja, hablando durante un tiempo no breve, en el cual en el despliegue de la

palabra vacía advendrá la palabra plena. Esto supone la producción de significantes de la

metáfora sintomática que posibilitará su disolución, siendo requisito para ello que el

analista haga semblante del objeto a causa del deseo del analizante. Por este camino

57

podrá descubrir qué fue él para el deseo del Otro y su carácter, luego de este recorrido,

de contingente.

La oferta del psicoanálisis, fundamentada en el deseo y la responsabilidad del

psicoanalista articulados a la ética del psicoanálisis, es el despertar del sujeto, atrapado

por el juego mortífero de la pulsión, a un deseo decidido.

El psicoanálisis abre para cada sujeto hablante la posibilidad de un margen de

libertad en relación con el lugar que ocupó como objeto del deseo como deseo del Otro.

Lo que se gana en un análisis es precisamente ese margen de libertad que, en tanto tal,

compromete al analista en su posición.

(…) la interpretación, tal como acaba de ser definida “El psicoanálisis es la interpretación de las raíces significantes de lo que hace a la verdad del destino del hombre”, compromete más que nunca a los que asuman el lugar de analista, porque los coloca en un lugar inédito, el de prestarse a una operación gracias a la cual alguien pueda recobrar un margen, aunque sea mínimo, de libertad. Es una libertad no generalizable, no sometida a ningún imperativo o ley universal (…) sino tan solo es válida para un sujeto en particular. (Rabinovich, D., 2007, p.101).

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