El drama de México. Sujeto, ley y democracia

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EL DRAMA DE MÉXICOSujeto, ley y democracia

Israel Covarrubias

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MÉXICO, 2012

EL DRAMA DE MÉXICOSujeto, ley y democracia

Israel Covarrubias

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Dr. Enrique Agüera IbañezRector

Mtro. Alfonso Esparza Ortiz Secretario General

Dr. Fernando Santiesteban LlagunoVicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura

Dr. Jorge David Cortés MorenoDir de Comunicación Institucional

Dr. Carlos Contreras CruzDirector de Fomento Editorial

Primera edición, diciembre 2012&*/": 978-607-487-526-3

© Israel Covarrubias

© D. R. Benemérita Universidad Autónoma de PueblaDirección de Comunicación Institucional4 Sur 303, Centro, Puebla, Pue. C.P. 72000

Diseño y edición: Paola Martínez Hernández

Impreso y encuadernado en México Printed and bounded in Mexico

ÍNDICE

PRÓLOGO, 9

1. ESPECTROS Y EXPERIENCIAS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA, 29En el nombre de la revoluciónEl Estado como tránsitoFuturo pasado. Una semántica sin tiempo

2. EL FANTASMA DEL PRI Y LA ANOMALÍA ESTATAL, 63“El que se mueve, no sale en la foto” Un fantasma recorre México… es el fantasma del PRI¿Quién le debe a quién?

3. LA CONFLICTIVA BÚQUEDA DE UNA EDUCACIÓN PARA LA DEMOCRACIA, 83 La personalidad democráticaLa invención de un sujeto-lectorRetos politicos de la educación

INTRODUCCIÓN, 19¿Porqué el drama de México?

Del dramático abogado de la legua y otros azoros, 9 Rafael Estrada Michel

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4. LA PERRERA Y LA MORDIDA, 111

“Un político pobre, es un pobre político”Renovar lo imposibleSuspensiones y perversiones

5. DIAGONALES DE UNA SOCIEDAD INDEFENSA, 137El nuevo autoritarismo: excluir incluyendoIlusión de cambio¿Dónde está el compromiso?

6. APUNTES DE UN ESTADO SIN LEY, 165

¡Lo que falta es la ley!Las !cciones de la autoridad y la legitimidadFallas y vicios del Estado

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PrólogoDel dramático abogado

de la legua y otros azoros

Quienes, desde los años noventa, apostamos por un Derecho de jueces, tenemos que reconocer que, en cuanto a la generación de una cultura jurídica, que no “de legalidad”, partimos de un diagnóstico ingenuo, como muestra Israel Covarrubias. La cuestión cultural resulta mucho más compleja que el contar simplemen-te con una élite de juristas facultada para juzgar a las leyes en cuanto a su pertenencia a un sistema perfecto y compacto y a los operadores jurídicos por lo que toca a su disciplina también sistémica y con pretensiones de perfección. Aunque poseer uno o varios tribunales de constitucionalidad ayuda, la transición democrática ha demostrado que modi!car los hábitos de la pobla-ción frente a las fuentes de las que mana el Derecho es cuestión multifactorial y, en tanto que humana, no dada a reduccionismos.

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El péndulo entre un país de leyes y un país de jueces, tan antiguo como el Occidente jurídico mismo, no ha dejado de moverse entre nosotros. La gran reforma judicial de 1994-1995 pareció resolver la oscilante tensión a favor del control jurisdiccional de la consti-tucionalidad de las leyes tras décadas, quizá centurias, de autoritarismo con ropajes legalistas. Pero nuestra venerante actitud ante éste ahí sigue, intacta. De ahí que sigamos buscando soluciones voluntaristas para todo y su orden. De ahí que procuremos que la Supre-ma Corte de Justicia conozca de todas las cuestiones políticas que surjan en la República. De ahí, en !n, que la Constitución siga siendo entre nosotros, des-esperantemente, más una forma que hace nacer otras formas que un instrumento sustantivo de armonía social en la justicia.

La solución de los noventa, aparentemente incon-movible por ser la puerta abierta perfecta a la transi-ción democrática, dejó sin resolver muchas cuestiones culturales que el libro de Israel Covarrubias contribuye no sólo a denunciar sino a comprender y, por ende, a poner en cauce de superación.

Uno de estos aspectos culturales es, qué duda cabe, la postura de los mexicanos frente a la ley, sea ésta legítima (“respetable”, dice Vargas Llosa) o no. Décadas de autoritarismo priista, bien descritas por Covarrubias a partir de interesantes categorías propias de la ciencia política, han traído consigo consecuencias sociológicas de pronóstico, a fuer de poco reservado, preocupante.

Nuestra esquizoide relación con la legalidad, que nos hace incumplir las leyes al tiempo en que las veneramos cual fetiches y criticar acremente a los

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legisladores a la par de considerar que sus obras –las leyes- son impolutas y dignas de acatamiento incon-dicional, se explica en razón de prácticas paternalistas y hasta cínicas. Su característica multisecular no debe servir para consolarnos ni mucho menos como evasión de la responsabilidad presente. No sé si fue culpa de Hernán Cortés en el siglo "#$, pero ciertamente no lo es en el ""$.

Esta suerte de vacuidad de la legalidad a la que nos hemos referido, con una ley reducida a su mera forma pero adorada como ídolo de bronce, provoca distorsiones perniciosas y alejamientos, cada vez más palpables, de nociones o intuiciones necesarísimas para la convivencia, como es la de “orden justo”. Quisiera referir al respecto una vivencia personal.

Resulta curso tras curso más difícil convencer a los jóvenes estudiantes de Derecho en el sentido de que no son meros especuladores de una técnica legaloide, sino profesionales al servicio de un ordenamiento que se pretende justo y sensato. El estudiante “de leyes” ha tomado carta de naturaleza entre nosotros en forma acrítica y totémica. Nuestros abogados en ciernes, que cada año engrosan las !las de la administración pública, los despachos privados, las empresas y las legislaturas, no son obligados por sus profesores a reparar en la ley, a la vieja usanza tomista, como una ordenación “de la razón”, esto es, de la sensatez, para el bien de la comunidad. Por el contrario, la ley es una forma que posee válidamente los contenidos que le vienen en gana al detentador del poder público. Un abogado que sea tal debe resignarse a aplicarla sin cuestionamientos.

Se trata de una manifestación más de esa legali-dad espectral y autoritaria que describe Covarrubias,

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derivada de una Revolución, la mexicana, que tomó del antiguo régimen por!riano lo que le convino, a bene!cio de inventario. Alguien debió recordarle a Díaz su segundo apellido, como si de un imperator romano se hubiese tratado: “Memento Mori”. Don Por!rio no supo –no ha sabido– morir.

Resultado: leyes no respetables que, sin embargo, debieron ser acatadas sin chistar durante nuestro largo siglo "". Atrocidades indecibles al lado de evasiones ridículas del tipo “las corporaciones llamadas Iglesias no existen”. Y ante ensoñaciones onanistas semejantes no falta quien se sorprenda de que entre nosotros, como muestra la continuada discusión de la reforma en materia de Justicia Penal elevada a rango constitu-cional en junio de 2008, la Constitución, como la vida, no valga nada. En efecto, casi tres años después de la reforma numerosos expertos siguen cuestionando no sólo su conveniencia –lo cual es no sólo legítimo sino deseable– sino sus saludables principios democráticos (el mecanismo acusatorio como propio de un Estado constitucional), sus extremos técnicos (la racionali-zación de la prisión preventiva) y los supuestos de su aplicación (la sustitución, por ejemplo, del concepto de “cuerpo del delito”). A la Constitución, nada más que una simple “leyezota”, vale criticarla y denostarla per omnia saecula saeculorum. Sus principios (la pre-sunción de inocencia, verbigracia) resultan bellos para el discurso, pero imprácticos e incómodos a la hora de tornarnos ricos con el dolor de los otros.

Rousseau aún y siempre entre nosotros: una “vo-luntad general” que nadie ha visto jamás y que, sin em-bargo, es interpretada con una ligereza digna de mejor suerte. ¿Para qué consultar a todos si tenemos oráculos

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inefables que saben lo que nos conviene y lo que nos gusta, lo que una generalidad jamás interrogada debe interiorizar como adecuado?, ¿para qué perdemos el tiempo con derechos sustanciales, como el debido proceso, si nos basta con las formalidades esenciales de la Ley para ser felices?, ¿y quién dice lo que es ya no formal, sino esencial en los procedimientos judi-ciales? La voluntad general nos guía como una nube sobre el tabernáculo de nuestro desierto, un páramo de ideas y valentías. Hay que evitar la fatiga: como en la Historia o!cial, como en los sangrientos murales que la adornan, la Ley, la voluntad de los otros, resuelve nuestras tribulaciones.

Se nos olvida, por su parte, que el ginebrino no habló de una voluntad que, por general, pudiese hacer lo que le viniera en gana. Se nos olvida que el contrato social, si alguna vez suscrito, se !rmó para mantener inalterados los derechos de los que gozábamos antes del surgimiento de la propiedad privada, en esa dorada era natural en la que éramos felices. Se nos olvida, en suma, que a partir del Iluminismo no hay más buena y verdadera ley que aquella que reconoce y garantiza la inalienabilidad de los derechos que gozamos en virtud de nuestra simple calidad de seres humanos, eminente-mente dignos y acreedores de un aparato público que tiene que funcionar so pena de remoción.

En lo sustancial, que nos disgusta y nos genera desazón, México se caracteriza por el olvido del principio kantiano libertario que busca que la ley se dirija, solamente, a garantizar la misma libertad para todos (artículo 4º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789). Se trata nada menos que de los límites de la ley que nunca nos han

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quedado claros, porque pretendemos que la Ley (y nos encanta citarla con mayúsculas, para que suene al Law de las películas y series estadounidenses) sirva para refundar la realidad.

La supervivencia jurídica novohispana, para para-frasear a Edmundo O’ Gorman, es fácilmente hallable en el discurso patriotero, Borbón y por!riano-priista, reivindicador de reconducciones liberales a normas hipotéticas fundamentales que terminan por no existir, al alimón de mantenimientos de culturas estamentales en las que reconocemos, en lo más íntimo, la verda-dera capacidad regulatoria. Así, el segundo principio de Kant, el de la igualdad, que sostiene que todos debemos hallarnos en igual sumisión a la misma ley y que, por lo tanto, es preciso que la sede legislativa monopolice las potestades de coacción (artículo 5º de la misma Declaración) no tiene entre nosotros más campo que el del “cinismo desconsolado” que describió Vasconcelos.

Sólo la ley, y no el estamento, el rango o el privi-legio, puede poseer poder coactivo, con expresiones idénticas para todos. Esto, que parecería evidente para cualquiera que haya tomado alguna clase de civismo elemental (Covarrubias se re!ere también en el volu-men, brillantemente, a la necesidad de una educación para la democracia), no lo es tanto en nuestras coyun-turas desesperantemente permanentes. Sabemos que las cúpulas empresariales, el crimen, los sindicatos, las iglesias, los partidos políticos, las potestades fácticas y un largo etcétera regulan nuestras vidas y no se quedan cortos al momento de pretender coaccionarlas. Se sir-ven, de hecho, con la cuchara grande, y un sinnúmero de repúblicas (la de las letras no es mal paradigma)

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habitan nuestra República. El ámbito auténticamente republicano de ejercicio de las libertades queda, por tanto, sumamente ralentizado. Decía Ortega que los hispanos no habíamos nacido para comprender la ló-gica omnicomprensiva, expropiadora y centralizadora del Estado moderno. Cierto pero, por lo menos los hispanos del septentrión americano, ¡cómo la hemos loado sin comprenderla y sin aplicarla, en detrimento de la igualdad real y de la justicia material!

Hoy, entre dos Nobeles, nuestra generación haría bien en recordar que, en América Latina, ha faltado sobre todo la fraternidad, el extremo frecuentemente olvidado al que se re!rió Octavio Paz en su Discurso de Estocolmo que de!nió, o debió de!nir, nuestro rumbo común. Tan importante como la libertad y la igualdad (o, mejor, importante en razón de la liber-tad y de la igualdad), la fraternidad habría permitido superar el paternalismo idolátrico desde hace décadas. Nos habría traducido en sociedades de hermanos, preocupadas por la extensión e!caz de los derechos sociales, incómodas ante el mero cumplimiento de las formas legales que no se traduzca en una equidad social efectiva. Salud, vivienda, trabajo y, ante todo, la ya referida educación. ¡Cuán trascendente habría sido !jarnos, en serio, en garantizarlas, en hacer ope-rativo el principio, constitucional donde los haya por fundamental y cimentador, de la compartida dignidad humana!

Y ya que Israel Covarrubias se re!ere a los festejos bicentenarios, bien haríamos en detenernos a escuchar a José María Morelos quien, al sistematizar los senti-mientos de una nación en trance de parto, se acordó de que sólo la “buena ley” (y no cualquiera) es superior a

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todos los hombres. ¿Y cuándo es buena la ley? Cuando se !ja efectivamente en la dignidad del ser humano, cuando modera “la opulencia y la indigencia”, cuando obliga “a constancia y patriotismo”, cuando aumenta “el jornal del pobre” en forma tal que aleja “la igno-rancia, la rapiña y el hurto”. Toda una lección para la insegura, injusta e inepta posmodernidad política en la que vivimos.

El drama de México se hace cargo de un drama ma-yor, que lo excede: el que aqueja a toda la modernidad estatalista occidental. Cierto, en estas latitudes el drama ha resultado particularmente sonoro, pues el Estado se ha traducido en inoperancia. Pero no es menos cierto que la contradicción se halla en la base misma del sistema de mentalidades que nos ha acunado desde Rousseau: somos ciudadanos, iguales y libres como lo éramos en el status naturae, pero ahora sólo lo somos merced a la existencia y conducta del aparato estatal, que brinda una ley que no puede menos que sacralizar-se, por cuanto procede de una voluntad que es general y que, por lo tanto, nos pertenece a todos.

Cosa curiosa, lo que los colectivos en minoría han solicitado desde que el aparato corporativo estamental fue desmontado (entre nosotros, por supuesto, sólo en apariencia) es su inclusión en el mecanismo de los privilegios antes que la abolición de estos últimos. Si las instituciones jurídicas no sirven para lograr inclusión semejante, las eliminamos o desvirtuamos (a través, frecuentemente, de su sacralización que deriva en integrismos) en nombre de una aparente e hipócrita igualación. No nos ha sido su!ciente el título de “ciu-dadanos”. A casi dos centurias de los Sentimientos de la nación queremos otros títulos. Y queremos que nos los

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otorgue la ley sin entender que a cambio de ellos las leyes “que todos nos damos” nos van a exigir, como a Sócrates, que renunciemos a cosas tan fundamentales como el debido proceso o, incluso, la vida. La nuestra y la de los otros, que es la más importante.

Libertades que se conquistan y que después, paradó-jicamente, el Estado otorga y tutela (el problema está, claro, en que quien otorga puede quitar). Igualdades que no son tales sino en el imaginario de los princi-pios y de las normas. Fraternidades que no aparecen por ningún lado en el in!erno de las realidades. Y así queremos cumplir con una legalidad que deriva de una “cultura” supuestamente interiorizada y más bien arti!ciosamente impuesta.

El reto de la transición se encuentra en encontrar los límites del legislador, esto es, en determinar aquello que puede hacer y aquello que no, así sea en nombre del combate a la discriminación, como debió quedar claro en las discusiones, en sede judicial suprema, sobre la despenalización del aborto o sobre la posibilidad de celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo, que implicó la rede!nición legislativa de una categoría milenaria que procede de la Ciencia jurídica y que al mismo tiempo resacralizó una institución que desde Juárez era supuestamente civil, republicana y secular. Piénsese solamente en que la no discriminación a los colectivos gay quedaba asegurada gracias a las socieda-des de convivencia, institutos de gestación ruidosa y de existencia efímera. Repárese también, por favor, en que atentos al argumento expansivo todos los impedi-mentos para contraer matrimonio resultan hoy discri-minatorios, pues excluyen a polígamos y a incestuosos de una institución que es inconscientemente sagrada

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y que requiere, en su nueva concepción, de pontí!ces, monaguillos y altares. Siempre laicos, por supuesto.

Reta también a nuestros talentos y capacidades el de!nir qué áreas de la vida social deben ser autorre-guladas, sin caer por ello en imperios de insoportable facticidad y dudosa validez. Determinar, caso por caso (no se puede hacer a priori) aquello que no le podemos con!ar ni a leyes ni a jueces. Ciudadanía y cultura constitucional como valladares frente a leyes no respetables y sentencias absurdas, pero también frente a regulaciones alternas extrajurídicas y, por tanto, no judicializables. Sociedades robustas, en suma. Como la que quiere Israel Covarrubias para que México aban-done este drama y se apreste, como entidad humana que es, a enfrentar el drama que viene.

Rafael Estrada MichelEscuela Libre de Derecho

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Introducción¿Por qué el drama de México?

En un estudio clásico sobre el desarrollo, el premio nobel de economía Gunnar Myrdal criticaba las a!rmaciones y los lugares comunes acerca del fra-caso asiático en las décadas posteriores a la !nalización de la Segunda Guerra Mundial, con relación a una supuesta incapacidad para desarrollarse económica y políticamente. Es decir, criticaba las visiones re-confortantes del desarrollo precario de una sociedad cuando ésta era leída en modo jerárquico, lo que hacía suponer que la imposibilidad del desarrollo se debía fundamentalmente a problemas como la falta de una cultura y una práctica política racional, moderna y democrática, el cinismo rampante de las clases polí-ticas locales, la depredación de los recursos públicos, la parálisis cínica de las propias sociedades, entre otras “anomalías”. Frente a estos lugares comunes, su análisis se desplazaba hacia un punto angular que es compartido por las propias democracias que saldrían de la experiencia de la guerra y que en la actualidad

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puede ubicarse como un desafío crítico: la erosión de la con!anza y la ausencia de credibilidad y reputación pública, ya que al !nal estos problemas se encuentran en el centro del respeto o no a la legalidad, así como en la base de las formas de producir el orden político y una forma real del Estado de derecho. Este era, según el autor, el auténtico Drama de Asia "tal y como lo ilustra el título de su libro. De hecho, en el citado estudio, el lector puede encontrar una historia que es de enorme actualidad para el caso mexicano:

Consideremos, por ejemplo, el jefe de la policía del Distrito de Nueva Delhi, donde vivimos por un tiempo, y con el cual nos hicimos amigos. Una vez nos lamentábamos con él sobre el hábito de que los taxistas ignorasen todas las reglas del trá!co. “¿Por qué no le ordenas a tus agentes que hagan respetar estas reglas?”, le preguntaba, “¿y cómo podría?”, respondió, “si un policía le levanta alguna infracción a un taxista, éste podría decir: “Lárgate, de otro modo le diré a la gente que me has pedido diez rupias”. Y si el policía le replicara diciendo que no es verdad, la respuesta del conductor podría ser: “¿y quién te va a creer?”.1

El colofón es natural. La verdad es imposible porque siempre está cruzada y sostenida con y por los criterios que la subjetividad produce cuando “aparece” la ley. Con ello, es posible entender la fatiga y las negativas para salir de la trampa culturalista de muchos analistas actuales cuando discuten el por qué precisamente una sociedad, en un determinado momento histórico, es más proclive a respetar la ley y las reglas estatales frente a aquellos momentos donde simplemente éstas se au-

1 Gunnar Myrdal, Il dramma dell’Asia, Milán, Il Saggiatore, 1971, pp. 294-295.

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sentan casi por completo, para permitir el nacimiento y reproducción de procesos y órdenes metapolíticos que al !nal cohabitan con la regla impersonal: son caras de una misma moneda, de una misma realidad política y social. He aquí, pues, la alegoría para nombrar la presente obra.

El drama de México. Sujeto, ley y democracia es una re#exión que contiene una vocación práctica "en el más puro sentido weberiano" por discutir algunos mo-mentos relevantes de la formación del orden político y estatal a lo largo del siglo $$ en México. En particular, intento hacer una lectura desde la teoría política sobre un ámbito especí!co que está necesitado de ser inte-ligido en la re#exión politológica mexicana: la ley y su relación con el concepto de Estado en un contexto que tentativamente llamaré de suspensión democrática. Por ello, desde el punto de vista de método de lectura, es una obra “a caballo” entre la sociología política y la ciencia política, ya que la primera al poner el acento sobre el Estado como fenómeno histórico y la segunda al encuadrar su re#exión sobre los procesos estatales como fenómeno institucionales, me permiten abordar de manera más precisa uno de los problemas clásicos tanto de la ciencia como de la sociología de corte político: la producción del orden con su reverso de improductividad, corroborando que democracia no es sinónimo de orden, mucho menos de estabilidad. De este modo, pienso que puedo conectar de mejor mane-ra la relación entre ley y la suspensión de la democracia a partir de las distintas estrategias hacia el sujeto "pues sin sujeto no hay democracia" que se han dispuesto en los pasajes internos de la forma que adopta el Estado despúes de la Revolución mexicana.

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Dicho en otras palabras, una de las intenciones de la presente obra radica en observar la trayectoria his-tórica de los dispositivos simbólicos de la democracia y la ley. La hipótesis de trabajo de la cual partimos es que tanto la ley como la democracia son el resultado de una !na elaboración de !cciones y representaciones sociales e institucionales acerca de lo justo y lo injusto, lo real y lo espectral, la obediencia y la resistencia social, la apertura y la clausura de la impronta democrática. Por ello, el objetivo especí!co es rastrear e indicar los lugares históricos de los procesos de subjetivación y, simultáneamente, sujeción que determinados fenó-menos "como la violencia, la corrupción, las ilusiones sobre el cambio político, la parálisis intelectual, la prohibición de lo impolítico" imprimen al sujeto y a la subjetividad. La insistencia de hablar de sujeto y no de ciudadano, tiene una razón simple en este trabajo: nuestro país tiene votantes, no ciudadanos. Es por ello que el vocablo ciudadano aparece solamente en con-tadas ocasiones a lo largo del ensayo. Las razones que me empujan a ello tienen que ver con la posibilidad y la necesidad de descolocar el “lugar” clásico de los estudios acerca del presidencialismo y el autoritarismo mexicano, junto a las formas de cambio político que irán acompañando la larguísima transición de un go-bierno autoritario a uno democrático en el país a partir de los años setenta del siglo $$. En estos procesos, se privilegiaron obsesivamente la relación del presiden-cialismo y sus funciones prácticas e ideológicas, con el autoritarismo soportado, se decía, en el sistema político posrevolucionario y, quizá, con el régimen político, pero no con el Estado. Es decir, el presidencialismo no era únicamente una forma del sistema político, se

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volvió el órgano central del orden estatal en el sentido de aludir a una compleja elaboración simbólica y como proceso político fundado en una auténtica religión política, ya que unía y desaparecía a los sujetos en los pasajes interiores de un cuerpo que a un solo tiempo era forma de gobierno y forma de Estado. Me parece que esa ha sido la función que ha cumplido a lo largo del siglo $$ el lugar que ha ocupado el presidente y sus instituciones en la formación de la noción de autoridad pública en nuestro país.

Es necesario agregar que en México nos encontramos en un momento crucial de cambio. Contrario al deseo de-mocrático que muchos imaginaron y por el cual también muchos trabajaron, en la actualidad nuestro país vive en una situación preocupante. En particular, cuando en la vida diaria observamos una sucesión de imágenes y hechos que tienen su soporte en los fenómenos de la violencia, la desorganización social y económica, la irresponsabilidad política y la desconexión entre las aspiraciones de los sujetos y la poca sensibilidad de la clase dirigente para cubrirlas en modo satisfactorio. Lo que es evidente en el México actual es la creciente zozobra y descon!anza de numerosos sectores sociales hacia sus representantes, hacia las instituciones y, particularmente, hacia el Estado. ¿Qué le pasó al Estado mexicano? Ante todo, es una interrogante que cobra signi!catividad cuando la pensamos en medio del intento de responder a la situación de crisis que él mismo ha generado y que lo ha llevado a una estrepitosa caída. De igual modo, pareciera que estamos obligados a insistir sobre la necesidad y la urgencia de edi!car una nueva agenda pública de discusión y acción política para reactivar la polvosa y olvidada relación entre sociedad y Estado. Necesitamos construir nuevos lugares de

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un proyecto donde estatalidad y sociedad vuelvan a tejerse y produzcan un eje fundamental del desarrollo mexicano.

Por ello, buscar y discutir acerca del método más pertinente para esta tarea es una cuestión fun-damental. Es decir, no estamos en un momento de ausencia o parálisis de la escritura acerca del presente político mexicano. El problema no es prag-mático. Estamos frente a un reto mayor que es el de la sintáctica, es decir, la necesidad de produccir una lectura para interrogarnos sobre los temas y debates, sobre la semántica propia de y para la democracia, estando consciente de que quizá no es posible del todo. Es decir, habría que comenzar a elaborar un balance crítico (en el sentido de poner en crisis los referentes y los significados acerca de la democracia en México, no de la democracia tout court), ya que “algo falta”, intelectual y políticamente. Sugerir que algo nos falta no presupone concluir que la demo-cracia mexicana ha fallado. En realidad, lo que no está, al menos yo no lo encuentro, son las lecturas acerca de cómo acompaña a la producción amplia-da y constante del orden político "pues, como se sabe, todo orden es constante, lo que varía son sus formas de cambio y reproducción" la generación de los lugares de la ley, en particular, su escritura y su fuerza por un lado, y la creciente pluralización del universo de su interpretación, por la otra así como la subjetivación de la política y particularmente de la política democrática.

Por su parte, cuando digo que es un estudio desde la teoría politica, entiendo la noción de teoría en el sentido que Roland Barthes le da: “Teoría quiere decir

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descripción, producción pluricientí!ca, discurso res-ponsable, que dirige su mirada hacia el per!l in!nito de un problema y acepta ponerse a si mismo en duda como discurso de la cienti!cidad”.2 De igual modo, la presente obra forma parte de una serie de trabajos que tanto como editor y como autor he venido desa-rrollando en los últimos años en diferentes lugares. Uno de ellos, es el trabajo realizado desde hace varios años como Director editorial de la revista Metapolíti-ca, donde hoy recupero y cierro un ciclo con muchas de las intuiciones y peticiones que les he dirigido a colegas y amigos respecto a los temas que en este libro discuto, y a los cuales les expreso mi agradeci-miento, comenzando con Rafael Estrada Michel por su gentileza al escribir el “Prólogo” que acompaña este trabajo, y muchas otras páginas que le han dado fuerza a la revista. De hecho, esta obra procesa, discute y expande los ámbitos de signi!catividad de los más de veinticinco números de la revista que he editado, siempre con la intención de otorgarle un lugar más preciso a la palabra-concepto que lleva en su título: metapolítica.3

2 Roland Barthes, “Por una teoría de la lectura”, en Roland Barthes, Variaciones sobre la escritura, Barcelona, Paidós, 2002, p. 84. 3 Asimismo, no quiero dejar pasar la ocasión para decir que muchas de las páginas de este libro tienen vínculos estrechos con algunas monografías que he coordinado sobre los temas que aquí me interesan. Me re!ero en particular a: “¿Por qué se pervierten las democracias? Laberintos de la corrupción” (Metapolítica, vol. 9, núm. 45, enero-febrero, 2006, pp. 33-111); “México: la sociedad indefensa” (Metapolítica, vol. 13, núm. 63, enero-febrero, 2009, pp. 40-81); “Urgencias y desastres. Discutir el Estado en México” (Metapolítica, vol. 13, núm. 66, septiembre-octubre, 2009, pp. 53-92) y “Regresiones y promesas incumplidas en la democra-cia” (Metapolítica, vol. 14, núm. 71, octubre-diciembre, pp. 24-77).

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Es necesario manifestar que versiones anteriores de la mayoría de los capítulos que componen el presente libro fueron discutidas y, en su caso, publicadas en di-ferentes lugares entre 2006 y 2010. En consecuencia, el trabajo de escritura y sobre todo de reescritura, siempre empujan a nuevas hipótesis y nuevos planteamientos. A pesar de la semejanza de todos ellos con sus escrituras y postulados pasados, me parece que lo que los une es precisamente su distancia en términos de objetivos y desarrollos. “Espectros y experiencias de la Revolución mexicana”, es una versión ampliada de un texto leído en ocasión de las jornadas académicas “Procesos ideoló-gicos de la Independencia y la Revolución mexicana”, organizadas por el Instituto Salesiano de Estudios Su-periores y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, el 25-26 de febrero de 2010 en el Recinto Homenaje a Benito Juárez del Palacio Nacional, y que después sería publicado como “Política, escritura y tiempo: espectros y experiencias de la Revolución mexicana” en Carlos Mújica Suárez y Edgar Morales Flores (coords.), Ideología, nación y política. Figuras e ideas de la Inde-pendencia y la Revolución, México, %&'(/)%*%, 2010, pp. 129-164. “El fantasma del (+) y la anomalía estatal”, es una versión ampliada de un articulo que apareció con el “El (¿fantasma?) del (+) y la anomalía estatal” en la revista Doxa, de la Facultad de Ciencias Políticas y So-ciales de la Universidad Autónoma de Chihuahua, vol. 3, núm. 4, 2010, pp.65-78; algunos puntos ya habían sido discutidos en el artículo “El (+) y la política como vacío”, que apareción en la revista Metapolítica, vol. 12, núm. 62, noviembre-diciembre, 2008, pp. 39-42; una primera versión fue publicada como “Prólogo” al libro de Juan Pablo Pampillo Baliño, PRI, el sistema

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político mexicano y la transición democrática. Historia, balance y perspectivas, México, Ediciones de Educación y Cultura, 2008, pp. 9-13. “La con#ictiva búsqueda de una educación para la democracia”, es una versión ampliada de un texto leído el 19 de julio de 2010 en el posgrado en Educación de la Universidad Salesiana. Una primera versión fue leída el 23 de junio de 2009 en el Centro de Educación Continua-Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana, en la pre-sentación de la revista Metapolítica (vol. 13, núm. 64, marzo/abril de 2009), cuyo tema central de discusión fue “¿A quién le importa la educación en México?”. “La perrera y la mordida”, es un capítulo escrito ex profeso para este libro, salvo algunos párrafos que recupero del capítulo 3: “México: problemas de corrupción, problemas de consolidación democrática”, de mi libro Las dos caras de Jano. Corrupción y democracia en México, México, Centro de Estudios de Política Comparada/Anzuelo, 2006. “Dia-gonales de una sociedad indefensa” es una versión amplia-da del artículo “Quién ofende a quién, quién de!ende a quién”, que apareción en la revista Metapolítica, vol. 13, núm. 63, enero/febrero, 2009, pp. 42-48. “Apuntes sobre un Estado sin ley es una versión ampliada del artículo “De policías y ciudadanos. Apuntes sobre un Estado sin ley”, que apareció en la revista Metapolítica, vol. 13, núm. 66, septiembre/octubre, 2009, pp. 84-88.

Para !nalizar, lo que aquí propongo es un estudio generador de hipótesis que sirva como puerto de partida para la elaboración de una serie de trabajos de investigación de más largo respiro, y que está registrado en el proyecto “México: Estado, ley y democracia” (Clave del proyecto: 7,-172400*) en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde desde

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2006 vengo realizando distintas labores docentes y de investigación. Además, muchas de estas páginas tam-bién son resultado de las notas de trabajo y discusiones de los cursos de posgrado de teoría política, historia cultural y metodología que he impartido en diferen-tes universidades en los últimos años, así como de las sesiones del seminario permanente “Psique, poder y técnica”, cuyos integrantes han contribuido a precisar en distinta medida los argumentos aquí expuestos, en particular, Arturo Santillana Andraca y Napoleón Estrada. De igual manera, extiendo mi gratitud a mi compañera Paola Martínez Hernández, cuya agudeza y generosidad me han resultado invaluables para con-cretar este primer ejercicio conjunto que le apuesta al presente, a su historia y a la evidencia más que real de nuestro porvenir. Su trabajo de edición ha sido de una calidad pocas veces observada. Ojalá que este libro sea un instrumento de utilidad para el lector de la demo-cracia mexicana por-venir.

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Espectros y experiencias de la Revolución mexicana

La política se ha vuelto el género predominante en la escritura de la historia. Quizá podríamos decir que siempre lo ha sido. Más allá de aludir a una centralidad inherente a la política para dar cuenta de la escritura histórica de un país, en realidad expresa una enorme capacidad de “hacerse presente” en los momentos de cambio, aunque éstos no sean únicamente en la orde-nación política. Sin embargo, y como pareciera lógico, la escritura de la política y la visibilidad de la historia presuponen un ejercicio de re!exión que comienza con la identi"cación de los lugares de encuentro de esos pasajes que fundan un régimen de historicidad distinto o, incluso, nuevo y que, al mismo tiempo, permiten el nacimiento, como efecto de la producción de historicidad, de otro tipo de régimen de mentalidad y sedimentación social en cualquier país en una época determinada.

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Vale la pena hacer una breve señalización sobre lo que estamos entendiendo por historicidad. Quien se ha ocupado en años recientes sobre la noción de régimen de historicidad es el historiador francés François Hartog. Primero, el autor entiende por régimen aquello que es propio de lo humano y que se puede organizar (comu-nidad), “alrededor de las nociones de más o de menos, de grado, mezcla, compuesto y equilibrio siempre pro-visional o inestable”.1 Segundo, la historicidad es hablar de “momentos de crisis del tiempo, aquí y allá, justo cuando las articulaciones entre el pasado, el presente y el futuro dejan de parecer obvias”.2 Entonces, un régi-men de historicidad es una irrupción temporal donde pasado, presente y futuro no tienen un lugar especí"co y, por ende, plenamente identi"cable, dado el proceso de extrañamiento que producirá la emergencia histórica. Con ello, prosigue el autor su re!exión diciendo que en Occidente moderno se construyó un tipo particular de historicidad cuando se miraba al pasado como fuente primigenia de soporte del presente (por ejemplo, a partir de la Revolución francesa). Un segundo momento, es cuando se deja esta concepción para depositar en el futuro la fundamentación del presente (que, por su parte, dominaría el siglo ## con la idea del hombre nuevo, tanto en su variante técnico-capitalista, como en aquella socialista). Finalmente, en un proceso más cercano a nosotros en términos temporales, asistimos a una transformación de los regímenes de historicidad cuando se agrieta el presente de modo tal que, deján-dolo en completa “suspensión” de sus raíces históricas como de su tiempo por-venir, da vida a la inmediatez 1 François Hartog, Regímenes de historicidad, México, $%&, 2007, p. 15. 2 Ibid, p. 38.

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y a la simultaneidad, al presentismo del tiempo, que ocasiona un sentido de urgencia para responder con la escritura, el discurso o la acción política a cualquier reclamo venido desde lo social.

Sirva lo antes dicho de pretexto y guiño intelectual para interrogarnos e interrogar a nuestros procesos históricos en el siguiente sentido: ¿qué fue y que ha pasado precisamente con el régimen de historicidad que se produjo después de la Revolución mexicana? Es decir, ¿qué concepciones del tiempo y de la escritura de la política fueron formuladas en los años y en las décadas posteriores a la "nalización de la Revolución?, ¿en qué sentido podría permitirnos signi"car los ava-tares más recientes del régimen político mexicano y ante todo del Estado?

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Si partimos de la constatación que el vocablo “revo-lución” en la historia de la modernidad está directa-mente relacionado con los orígenes de la tradición del pensamiento democrático,3 tenemos entonces que en los inicios del siglo ## en nuestro país se asiste a la escalada de una revolución en tanto guerra civil declarada, donde la liberalización de distintos proce-sos de la violencia ubicaron su modo de existir en la representación de un acto escénico, hic et nunc, con 3 Es decir, está articulado con distintos procesos ideológicos y políticos que dieron vida a la formación de los regímenes y de los Estados de-mocráticos modernos en la experiencia continental a partir de 1789 en Francia. Cfr. Giorgio Agamben, Stato di eccezione. Homo sacer II, Turín, Bollati Boringhieri, 2003, p. 14.

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porcentajes considerables de dramatización en un intento por abrir el porvenir en una pretendida direc-ción democrática. Con independencia de su éxito o fracaso, lo evidente fue la ruptura con el orden político, primero, y después con el orden social anterior (etapa por"rista), precedida por un fuerte y gradual cambio de los aspectos organizacionales de la vida en común y de la vida social, ya evidente hacia "nales del siglo #%#, sobre todo en el ámbito regional y con algunos rasgos de"nitorios en sentido liberal y republicano.4 Como efecto de esta nueva moralidad, se asistiría a la crisis terminal del régimen por"rista. Así lo ha hecho ver Rhina Roux, para quien:

Tres crisis coincidieron en el estallido de la Revolución mexicana y prepararon la caída del régimen por"rista. Por un lado, la crisis económica de 1907-1910, que implicó tanto una crisis de subsistencias como la caída de la producción minera, que afectó sobre todo a los estados del norte. De otra parte, una crisis social expresada en un nuevo ciclo de violencia agraria, estallidos de insubordinación obrera y crecimiento de la organización liberal opositora en el mundo urbano. Por último, una crisis política manifestada simultáneamente en el quiebre de la relación de mando-obediencia, el surgimiento de diversas oposiciones al régimen y la ruptura de la unidad interna de la élite política.5

Luego entonces, al ser el anhelo de justicia (que es un reclamo de democracia) el horizonte de la Revolución mexicana, en los años posteriores a su "nalización

4 Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana del buen gobierno, México, El Colegio de México/'(), 1993, pp. 118-199.5 Rhina Roux, El príncipe mexicano. Subalternidad, historia y Estado, México, )*&, 2005, p. 102 [cursivas de la autora].

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encontramos la institución de un régimen de histori-cidad fundado en la reelaboración del pasado glorioso y heroico, así como en la grandilocuencia del caudi-llismo relacionado con la mitología de la guerra civil. No hay que olvidar que la estructura fundante de la Revolución fue el mito de la democracia, en particu-lar, en el terreno de la igualdad social pero también en el terreno de los derechos políticos (por ejemplo, la exigencia política de Francisco I. Madero respecto a la efectividad del sufragio). Por ello, siempre está presente la insistencia sobre el ámbito de la justicia y su reverso: el agravio producido precisamente por el profundo sentimiento de injusticia de las clases sub-alternas frente a los dominios del poder político. Sin embargo, el mito estará presente con mayor fuerza en la conclusión de la misma. Tal parece necesaria una mitología democrática para permitir el nacimiento de una estación política que, por un lado, dibujara el punto de quiebre y el límite desde el cual podría ser posible el cambio de experiencia frente a la Revolución y, por el otro, frente al porvenir.

Uno de los momentos que ponen en evidencia el deseo de cambio es cuando alguien comienza a hablar en el nombre de la Revolución, la justicia y el pueblo para organizar los procesos de recomposición social y política y que, al pretender ser identi"cado clara-mente, se transforma en actor político y/o social al grado de indicar una dirección histórica que fungiera como justi"cación de la Revolución. En su origen, el momento preciso de develar a ese alguien y del efecto que producirá en términos institucionales y sociales, es la aparición de la “palabra” de la ley frente a los disturbios presentes a lo largo del país, interpretables

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como una pura fuerza de ley. Por lo menos a partir de 1917, cuando el proceso constituyente ocupa el lugar de una persona !cticia,6 la cuestión urgente y central era el cómo cerrar o detener y cómo cambiar o desplazar hacia otro terreno la querella por una nación disuelta y desbordaba en espirales de violencia local, incluso sin conexión entre ellas.7 Hay que tomar en cuenta que el proceso constituyente de 1917 es el lugar de la “palabra” de la ley y la Constitución (Carta Magna) resultante es la “escritura” de la ley. Pero, además, tenemos un tercer elemento que necesita ser obser-vado. La noción de fuerza de ley es fundamental ya que puede ser de"nida como un oxímoron, al ser a un mismo tiempo un proceso que une y tensa: “éxtasis-pertenencia”.8 Es decir, fuerza de ley es lo que ya no puede ser interpretable y mucho menos sancionable por la ley escrita y su ejercicio. Paradójicamente se emparenta más con la palabra de la ley. En este sen-tido, es un indecible, un espacio suspendido que la ley produce en su actuación, y por ello no puede ser 6 Al respecto, Jaime Labastida dice que: “Los conceptos de res !cta y de persona !cta están asociados a la fórmula jurídica de los cuerpos (o de las corporaciones) y de las personas morales (en su calidad de ‘cuerpos’ que poseen cabeza y miembros): Iglesia, Estado, Corona, Rey (en tanto que jefe del Reino y no como persona ‘física’ o ‘natural’)”, Jaime Labastida, El edi!cio de la razón. El sujeto cientí!co, México, Siglo ##% Editores, 2007, p. 2.7 De cualquier manera, la constitucionalización de 1917 expresa lo que Dussel de"ne como las maneras con las cuales una comunidad desea “darse un gobierno”, y que tiene siempre una naturaleza democrática en cuanto proceso de constitución de comunidad, no frente a los resul-tados que dicho momento instituyente producirá. Cfr. Enrique Dussel, 20 tesis de política, México, Siglo ##% Editores/(*)'&+, 2008, pp. 29-33, 62-68, 94-99. 8 Agamben, Stato di eccezione…, op. cit., p. 48.

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pensada como un puro momento antijurídico. Viene a colación el término fuerza de ley, ya que precisa-mente nos permite entender la diferencia, primero, entre “palabra” y “escritura” de la ley y, segundo, tener una mayor precisión no sólo conceptual, sino histórica respecto a la Carta Magna mexicana que es, al "nal, un momento constituido y no únicamente constituyente, ya que es un instante que amarra dos tiempos: el pasado como presente y el presente que con"rma el tiempo porvenir. De aquí se desprendería que la ley y su escritura son, en efecto, un elemento fundante de la soberanía estatal, pero dado que lo que fundan es un orden arti"cial posterior a las formas de relacionarse entre los sujetos, al mismo tiempo edi"ca su excep-ción en su sentido constitucional. Luego entonces, el Estado posrevolucionario se transforma en un proceso de escrituración de la ley y, al mismo tiempo, de suspensión de normas y reglas, lo que presupone la apertura a una aporía traducible como otro tipo particular de fuerza de ley: otorgar un primado a la excepción del Poder Ejecutivo que se vuelve fuente de producción legislativa a través, por ejemplo, de la facultad de dictar decretos. De aquí, pues, que la ley que emana del Estado no sólo ordena (nomos), sino que también regula el vacío que existe entre los hombres (lex), sobre todo cuando se constata que no se puede eliminar del todo la posibilidad permanen-te de la guerra de abierto carácter civil (stásis).9 Por ende, lo que tenemos respecto a la fuerza de ley es

9 Sobre la diferenciación entre nomos y lex, implicando las tradiciones "losó"cas de ambos vocablos, remito al capítulo 6.

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un pluralismo de la palabra de la ley, que produjo el éxtasis revolucionario mexicano.10

Por consiguiente, ¿cómo fue posible la formación del Estado y de las instituciones en los años posteriores a la Revolución?, ¿qué tipo de cuerpo ordenó estatal-mente la vida social?, ¿qué órganos fueron privilegiados en el sentido de permitir su conexión efectiva con el cuerpo del Estado posrevolucionario? Para empezar, se puede decir que: “[…] a la Revolución le tomó diez años, de 1911 a 1920, destruir el antiguo régimen por"riano; pero como la obra acabó por ser total, la Revolución se quedó en 1920 sin enemigo al frente, dueña indiscutida del campo. Esto quiere decir que las posibles oposición y división estaban dentro del grupo vencedor y no fuera de él”.11 Por tal motivo, el cambio resultante de los diez años de lucha armada en México generó un proceso de reuni"cación ,quizá como pre-tendida respuesta de continuidad, de la totalidad de relaciones sociales, integrado ,por una parte, en un cuerpo estatal (persona "cticia), cuyos órganos internos de"nirían la composición de la sociedad mexicana que termina agrupada, dividida y segmentada en un pacto ,por la otra, constitucionalizado (escritura de la ley), en efecto, en 1917, pero que al no ser su!ciente 10 La revuelta (stásis) se vincula con el vocablo estasiología que, en palabras de Baechler, quiere decir “alzarse en contra”. El autor lo usa para dar cuenta de los fenómenos que de"ne como antisociedades, por la capa-cidad de poner en predicamento los principales núcleos de historicidad y cohesión de un régimen social y político, así como de un Estado y en función de permitir el cambio en la dirección organizacional de una sociedad. Cfr. Jean Baechler, Los fenómenos revolucionarios, Barcelona, Península, 1974, passim.11 Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano. Las posibilidades del cambio, México, Joaquín Mortiz, 1982, p. 50.

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para evitar el resquebrajamiento político total del país, paralelamente generó un régimen de historicidad donde el Estado posrevolucionario privilegiaría tanto al presidencialismo con su impronta ideológica, así como, ya entrados los años veinte, al Partido Nacional Revolucionario (-.*), como agencia estatal de control y negociación social y política.12 Para Cosío Villegas, el -.* fue creado para tres funciones básicas: “contener el desgajamiento del grupo revolucionario; instaurar un sistema civilizado de dirimir las luchas por el poder y dar un alcance nacional a la acción político-administrativa para lograr las metas de la Revolución mexicana”.13

La puntualización del Estado como cuerpo y que nace al término de la Revolución mexicana tiene va-rias razones en esta sede. La primera, y quizá la más evidente, es que el Estado posrevolucionario fundaría uno de sus ejes de reproducción (relaciones de mando-obediencia y producción de una sólida base de legitimi-dad) en la puesta en marcha de una serie de fundaciones institucionales y de procesos inherentes a ellas desde un per"l abiertamente corporativo.14 La segunda, si la democracia es uno de los anhelos que dinamitan el proceso revolucionario en México, entonces resulta importante no olvidar los estrechos vínculos teóricos e históricos entre democracia y cuerpo social. La tercera y última, el lugar que ocupa en la historia del siglo ## mexicano el cuerpo político y sus múltiples representa-12 Ibid, p. 21. 13 Ibid, p. 35.14 Un estudio estupendo que problematiza los orígenes históricos del corporativismo mexicano es Marialba Pastor, Cuerpos sociales, cuerpos sacri!ciales, México, ''y+-$.&//'(), 2004.

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ciones, sobre todo en una especí"ca que pretendemos dilucidar aquí: las formas bajo las cuales el cuerpo político irá apareciendo en el espectro público-estatal, y conjuntamente los modos de su gradual desaparición de ése lugar potencialmente de todos, a través de la permanencia de la noción abiertamente política del cadáver de la Revolución, junto al lugar que ocupará en el interior del Estado posrevolucionario como órgano espectral (jamás como muerto) con la activación de los procesos de estructuración ideológica mexicana en las décadas sucesivas.15

Por consiguiente, los órganos ya visibles hacia la se-gunda mitad de los años veinte en México, permitieron la estructuración del espectro público-estatal mexicano a partir de una noción original ,aunque se alejará del cuerpo semántico de la pragmática democrática, de or-den y centro que se presentaba en el escenario como una suerte de clausura al proceso armado. En primer lugar, la escritura de la ley se le opone a la fuerza-palabra de ley; no obstante, sigue existiendo una insu"ciencia para 15 En el “regreso” a Marx que hace Derrida para proponer un nuevo debate en torno al tema de la justicia, dice que el espectro (que ya estaba presente desde la primera línea del Mani!esto del Partido Comunista) es aquella instancia que puede “ver sin ser visto”. Es decir, es lo que funda una presencia histórica terrible, ya que es una ausencia permanente, oculta en el anonimato de la falta de nombre propio (por eso puede volverse cuerpo político) y que dispara sus dardos al tiempo presente y su dilatación hacia adelante, a pesar de que el futuro sea un lugar, nos dice el autor, que “sólo puede ser de los fantasmas”. Por ello, la aparición y sobre todo la reaparición en la historia del fantasma de la justicia y la democracia ,para meter el tema especí"co de este trabajo, es una reapa-rición y un regreso de y a un pasado interminable, pues su con"guración está vinculada al “primer personaje paterno”, Jacques Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional, Madrid, Trotta, 2003, pp. 11-89.

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contractualizar a la nación en coherencia con su origen revolucionario. Lo que se construyó fue una idea de orden que justi"caría por muchas décadas el ejercicio discrecional del poder político, encarnada precisamen-te en el nombre que evocaba el Poder Ejecutivo, o sea el presidente de la República, que a su vez hablaba a nombre del pueblo mexicano, lo que le permitió for-mar una ilusión de certidumbre sobre todo cuando su "gura era acompañada por una forma excepcional para construir, aplicar e interpretar la ley: fue un nombre que no designaba ni representaba a alguien (era Uno: a un solo tiempo ese alguien y la representación de él), un órgano completamente autónomo, la ley y su aplicación, el nosotros democrático frente al pasado y en espera del futuro. Según el Diccionario de la Real Académica Española, evocar (evocare) es de"nible en dos sentidos: el primero, “Traer algo a la memoria o a la imaginación”; el segundo, “Llamar a los espíritus y a los muertos, suponiéndolos capaces de acudir a los conjuros e invocaciones”.16 Luego entonces, el signi"-cante que estamos construyendo en este trabajo tiene que ver con ese alguien que evoca una noción de orden a partir de “traer algo a la memoria”, pero sobre todo al imaginario social (en este caso, aludo claramente al nombre y a la escritura de la ley mediatizados por el nombre y la "gura del presidente), pero también pre-supone traer algo a la memoria, en efecto, por parte del anonimato del orden para convocar al espectro de la

16 Diccionario de la Real Académica Española, “Evocar”, Madrid, Real Academia de la Lengua Española, Vigésima segunda edición, 2010, en http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=evocar [consultado el 7 de junio de 2010 [cursivas mías].

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Revolución en la medida de tejer una "na elaboración simbólica capaz de crear un espacio ilusorio de certezas, ontológicas y sociales, sustentadas en la decisión (que por origen es política) en vez que en el proceso jurídico de otorgamiento y aseguramiento de los derechos y de respeto impersonal de la ley.17 En este sentido, era un nombre (“el presidente”) y sobre todo un hombre que quebró la forma "cticia de la república y ataba al pueblo y a sus deseos en una esperanza vacía. Por tal motivo, no resulta exagerado el término acuñado por el politólogo Juan José Linz para de"nir el genus político mexicano de presidencialismo extremo.18

Por otro lado, habría que subrayar la ambivalencia semántica del vocablo pueblo, ya que anuda en modo simultáneo dos funciones históricas especí"cas cuan-do, en realidad, estamos hablando de dos procesos de distinta signi"catividad política. Por una parte, la noción de Pueblo (con mayúscula) está presente cuando el cuerpo se vuelve político en el momento en que produce comunidad, o sea, orden político. La segunda acepción, pueblo (en minúscula) designa al sujeto, no al proceso pretendidamente unitario de for-mación histórica de la comunidad y del Estado. Quien 17 Con relación a los usos semánticos y sobre todo pragmáticos de la ley en México, remito al capítulo 6. Acerca del tema de la ilusión de certidumbre en la política, Fernando M. González, “Algunos aspectos de la ilusión en política”, Per!les latinoamericanos, año 8, núm. 15, di-ciembre, 1999, pp. 47-71, sobre el nombre y el proceso de subjetivación inherente a él en términos teóricos, Labastida, El edi!cio de la razón…, op. cit., pp. 2 y ss.18 Miguel Ángel Centeno, “0e Failure of Presidential Authoritaria-nism: Transition in Mexico”, en Scott Mainwaring y Arturo Valenzuela (comps.), Politics, Society, and Democracy. Latin America, Boulder, Co., Westview Press, 1998, p. 27-47.

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designa y a"rma que un sujeto pertenece al pueblo en minúscula o a la comunidad política es precisamente el Estado. En última instancia, la autoridad (con in-dependencia de saber cómo obtuvo dicha autoridad) es quien decreta (incluso como puro acto de habla) la pertenencia o no del sujeto al pueblo como cuerpo político y/o subjetivación, sobre todo cuando adopta la función normalizadora sobre ellos. La derivación lógica es evidente. La ley que se produce en el interior del Estado es para normalizar y normativizar a los sujetos a través de la actuación del poder en su dimensión más simple: la fuerza. Por ello, con una fuerte dosis de iro-nía, escribe Claudio Magris que “La ley es la tutela de los débiles, porque los fuertes no necesitan de ella”.19 19 Claudio Magris, Literatura y derecho. Ante la ley, Madrid, Sexto Piso, 2008, p. 60. Por otra parte, es necesaria una “cierta” distancia critica respecto a las interpretaciones culturalistas que han pretendido describir y sobre todo explicar que la ausencia de respeto a la ley en nuestro país por parte de la autoridad instituida y de muchos grupos sociales es un producto (¡genuino!) de una cultura política tradicional, premoderna y asimétrica respecto a lo que supone el ejercicio democrático y moderno, por ende, racional, de la autoridad. De entre los autores que reciente-mente insisten ,aunque en modo insu"ciente, sobre la centralidad de la cultura como variable explicativa del surgimiento y resurgimiento del populismo en el contexto democrático de las últimas décadas (y vinculado a esa cultura premoderna y antidemocrática) está Roger Bartra, para quien el populismo, por ejemplo, es “una forma de cultura política, más que la cristalización de un proceso ideológico. En el centro de esta cultura política hay ciertamente una identidad popular, que no es un mero sig-ni"cante vacío sino un conjunto articulado de hábitos, tradiciones, sím-bolos, valores, mediaciones, actitudes, personajes e instituciones”, Roger Bartra, “Populismo y democracia en América Latina”, Letras libres, año #, núm. 112, abril, 2008, p. 50. Frente a ello, es conveniente no descuidar las variables políticas que pudieran, al incorporar algunos componentes o categorías culturales, explicar precisamente los fenómenos políticos, y en cuyo terreno la cultura ya no tiene capacidad de diferenciación

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Incluso, para cerrar la idea, Giorgio Agamben sugiere que: “un mismo término [pueblo] nomina tanto al sujeto político constitutivo como a la clase, que de hecho no de derecho, está excluida de la política”.20 Más adelante agrega:

Todo sucede como si eso que llamamos pueblo fuese, en realidad, no un sujeto unitario, sino una oscilación dialéc-tica entre dos polos opuestos: por una parte, Pueblo como cuerpo político integral, por la otra el subconjunto pueblo como multiplicidad fragmentaria de cuerpos necesitados y excluidos; Pueblo como inclusión que se pretende sin resi-duos, y pueblo como exclusión que se sabe sin esperanzas; en un extremo, el Estado total de los ciudadanos integrados y soberanos, en el otro, la banda de los miserables, los opri-midos, los vencidos.21

explicativa. De otro modo, se caería en la trampa lógica de desplazar la semántica inherente a cualquier proceso político (que a su vez tiene una raíz sintáctica por de"nición política) y referir que los fenómenos políticos son explicables por su pragmática, es decir, por su puesta en acción (prácticas sociales). Con ello, al terminar los fenómenos y proce-sos políticos de"nidos y encerrados en la dimensión cultural, se llegaría rápidamente a la presuposición de que la cultura es el problema real de origen (por ejemplo, el populismo como pragmática), no un efecto (muchas de las veces no esperado) de las variables políticas. Es decir, la ley, aun en su pura dimensión de legalidad, es una variable política, ya que relaciona a un fuerte con un débil frente a una disputa por la apli-cación de la legalidad, no por la justicia que los contrayentes exigen. Por ende, lo que hay que poner en evidencia son los juegos de imposición y abuso de aquellas clases políticas que se encuentran en posiciones de franca superioridad respecto al ejercicio del poder político y social, frente a clases debilitadas por la imposibilidad de ejercer algún tipo de poder, incluso legal, frente a la exclusión.20 Giorgio Agamben, Mezzi senza !ne. Note sulla politica, Turín, Bollati Boringhieri, 2005, p. 30.21 Ibid, p. 31.

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Ello nos llevaría, por consiguiente, a lo que el autor llama “una fractura biopolítica fundamental [entre] aquello que no puede ser incluido en el todo del cual forma parte y que no puede pertenecer al conjunto en el cual ya se encuentra siempre excluido”.22 Por lo tanto, la democracia como régimen político y el Estado de derecho como forma relacional e histórica que soporta al primero, apuestan siempre por la constitución del Pueblo, derogando las formas de manifestación espacial y temporal del pueblo de los excluidos, que terminan en un circuito periférico del cuerpo político unitario. Esto equivale a decir que el sujeto en la democracia es y existe como ciudadano, presuponiendo que hay una suerte de motor “existencial” que produce al ciudadano en el momento mismo de nombrar a la democracia.23

22 Ibid, p. 32.23 Ya en su famoso prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, Sartre decía en modo análogo que “Reclamar y negar, a la vez, la condi-ción humana: la contradicción es explosiva”, Jean-Paul Sartre, “Prólogo”, en Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, México, '(), 1965, p. 19. No olvidemos en este mismo orden de ideas, que en 1965 Arnaldo Or"la Reynal fue destituido literalmente por la controversia suscitada por la publicación, cuando todavía era director del Fondo de Cultura Económica ('()) en 1964, del libro del antropólogo norteamericano Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana donde se manifestaba en modo fehaciente la necesidad de abrir el espectro público a la “voz” a los excluidos del desarrollo mexicano. Cfr. Víctor Díaz Arciniega, Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1996), México, '(), 1996, pp. 147-155. Jaime Labastida, actual director general de Siglo ##% Editores, comenta con relación al caso de la salida de Or"la Reynal del '() y el nacimiento de Siglo ##% Editores, poco tiempo después del incidente: “La publicación del libro de Lewis generó un malestar en la clase dirigente de nuestro país, ya que se suponía que en aquella época México había resuelto en lo fundamental sus grandes problemas, que la revolución se había hecho para acabar con todos losmalestares generados en la época de la dictadura de Por"rio Díaz. Por

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En este sentido, el paradigma posrevolucionario lo constituyó, sin duda, el general Lázaro Cárdenas, al hacer coincidir con relativo éxito el momento de la soberanía nacional (donde se enarbola la noción de Pueblo como cuerpo político integral) con el de la soberanía popular (donde el pueblo no se presenta en una noción máxima deseable, ya que supuso más bien indicar el papel del excluido, el desheredado, el insatisfecho), bajo la estructuración ideológica del nacionalismo revolucionario. Sin embargo, el costo del intercambio fue enorme, ya que “Cárdenas ,es-cribe Octavio Ianni, pasa a simbolizar la sociedad, la nación, el Estado y las posibilidades reales de de-sarrollo económico y social”.24 Frente a ello, no hay posibilidad de autonomía social, lo que dio lugar a una representación heterónoma y populista entre el presidente y su pueblo.25 No es fortuita la creación de la Confederación de Trabajadores de México ((1/) en 1936 para “domesticar” al sector obrero, la Con-federación Nacional Campesina ((.() en 1937 para hacer lo suyo con el campesinado, el control del ejército con la expulsión del país de Plutarco Elías Calles, Luis

consecuencia, si había un avance económico en la época de Díaz era por-que había sido posible a las espaldas de los trabajadores, provocando una profunda injusticia social”, Jaime Labastida, “En la cultura mexicana, lo revolucionario es no cambiar”, entrevista realizada por Israel Covarrubias, Metapolítica, vol. 14, núm. 70, julio-septiembre, 2010, pp. 30-31.24 Octavio Ianni, El Estado capitalista en la época de Cárdenas, México, )*&, 1991, p. 53.25 Israel Covarrubias, “Breve historia del populismo en México”, en Carlos Aguiar Retes, Rodrigo Guerra López y Francisco Porras (coords.), Neopopulismo y democracia. Experiencias en América Latina y el Caribe, Bogotá, ()+&/, 2007, pp. 91 y ss.

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N. Morones, entre otros, en 1935, la expropiación petrolera en 1938,26 año que el -.* deviene Partido de la Revolución Mexicana (-*/). Todos ellos serían eventos que esbozaban la formación de un orden es-tatal y político basado en una contractualización sui generis: al mismo tiempo, informal y racional, legal y discrecional, autoritario y carismático.27

Para algunos observadores del fenómeno, el principal objetivo era sacar a !ote y construir una suerte de dique institucional y social al evidente “fracaso” de la Revo-lución mexicana, ya que hasta ese entonces no había podido mantener las promesas de respuestas estatales ,no sólo del gobierno, a las causas que la habían crea-do. En efecto, la llamada política de masas del carde-nismo fue dirigida hacia los terrenos agrario, laboral y educativo como respuestas efectivas, sí, a las promesas incumplidas de la Revolución pero también por la recomposición de los grupos sociales, y que afectarían en modo transversal tanto a las clases trabajadoras como a los campesinos, al alargamiento de las clases medias como a la clase intelectual, incluso afectaba las posiciones y relaciones de clase de la burguesía que se cobijaba en el seno del Estado.28

26 Donde aparece por vez primera con el vigor de tener un cuerpo político recién creado, el ejercicio “litúrgico” de la fuerza de ley del Estado. 27 Ianni, El Estado capitalista…, op. cit., pp. 39-55, y Covarrubias, “Breve historia del populismo…”, op. cit., pp. 90-93. 28 Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, México, )*&, 1974, pp. 17 y ss., también José Romano Muñoz, “De la revolución económica a la revolución racial. El futuro papel de la universidad”, Revista de estudios universitarios, tomo %, núm. 1, julio-septiembre, 1939, pp. 8-9.

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Derivado de este primer momento, se estructuró una noción peculiar de centro, cuya "sonomía clau-suraba la existencia del afuera (por ello, los enemigos estaban dentro del grupo vencedor de la Revolución),29 donde los órganos del cuerpo político nacional revolu-cionario eran construidos y leídos en su literalidad: sólo existe el adentro y su detrás que fundaría un régimen invisible, reglas “no escritas”, espectrales, pero siempre presentes para dirimir los con!ictos.

Luego entonces, si es necesario el mito para abrirle espacio (lugar) a la Revolución, también es necesario subrayar que ella nace como espectro, no se vuelve con el pasar del tiempo en espectro, siempre mantuvo la estructura de un espectro, precisamente, sin tiempo. Estaba desde el inicio de la Revolución ahí: en el lugar del pueblo y la democracia, en sustitución del proceso de lucha y articulación de distintas ideologías que cul-minarían con el momento constituyente de 1917, cuya función era articular y direccionar, repito, una violencia anomica hacia una serie de representaciones políticas y sociales que desactivaran el profundo sentimiento de injusticia presente en distintos ámbitos sociales respecto a las dos "guras clásicas de la ley: la política y el Estado. El espectro no se volvió representación, ya que al ser una ausencia sin tiempo socavaría en los decenios posteriores la propia dinamita revolucionaria

29 Ya en 1918, Venustiano Carranza lanzaba la petición de fundar un “De-partamento Con"dencial” en el interior de la Secretaría de Gobernación que con el tiempo adoptaría la forma de la policía política del Estado mexicano y que tendrá en la Dirección Federal de Seguridad (2'3) uno de los capítulos más lamentables de la fuerza de ley posrevolucionaria. Cfr. Sergio Aguayo Quezada, La charola. Una historia de los servicios de inteligencia en México, México, Grijalbo, 2001, pp. 50 y ss.

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del país. La sofocó al grado de colapsarla y presuponer que no había ya necesidad de construir otro espacio social, real y plausible, no puramente espectral.

Por tal motivo, el Estado posrevolucionario y el presidencialismo, jugando con sus nociones de orden y centro, recuperaría una herencia no ideológica de la guerra (interior y exterior) que le es dada desde el siglo #%#, para después articularla en un entramado muy rentable para la o"cialización de la historia en una "sonomía ideológica que justi"có la propiedad exclusiva de la nación y el Estado, de la ley y su dege-neración, del pueblo y su exclusión, y que se vuelve un momento clave de la sedimentación de conductas, actitudes, creencias, maneras de ser y hacer (formación de la subjetividad) a través de ponti"car y construir una memoria compartida y ubicable en la experien-cia de los llamados “grandes acontecimientos”, cuya ubicación temporal puede iniciar con: “la invasión estadounidense de 1846-1848, los con!ictos entre li-berales y conservadores de las décadas de 1850 y 1860, la intervención francesa de 1862-1867 y la Revolución mexicana de 1910-1920”.30

En el primer tercio del siglo ##, al fundar la nación y la unidad mexicanas bajo la sombra de una ideolo-gía que tuvo como rasgo distintivo un nacionalismo unitario y colaboracionista (la “unidad” encapsulada por el corporativismo hacia las clases sociales, la bur-guesía de Estado, una élite política “sensible” en las confrontaciones con los grupos sociales, etcétera), se 30 Roderic Ai Camp, Reclutamiento político en México, México, Siglo ##% Editores, 1996, p. 81, también Fernando Escalante Gonzalbo, “Los crí-menes de la patria. Las guerras de construcción nacional en México (siglo #%#)”, Metapolítica, vol. 2, núm. 5, enero-marzo, 1998, pp. 19-38.

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pone en marcha un recambio de la herencia cultural e ideológica del positivismo del siglo #%# para dar vida a una serie de formas imaginarias que pretendieron cubrir una parte considerable de la subjetivación de la sociedad naciente. Incluso, lograrían la estetización de la Revolución y sus escombros a través del papel que desde tiempo atrás (aun antes de la aventura revolucio-naria) venía cumpliendo el museo y, por otro lado, en pleno despliegue del Estado posrevolucionario, el papel determinante del muralismo.31 En paralelo, sobresale por su éxito la nueva función económica, demográ"ca y abiertamente política de la organización y modulación del pueblo (el excluido) en censos de población, donde según Luis Astorga, la “magia matemática” del aparato estatal (censor) reduce al pueblo a un conjunto poblacional cuyo reconocimiento institucional resulta precario y autoritario, dadas las necesidades de construir una serie de indicadores numéricos para tutelar el comienzo de la modernización del país.32

31 Cfr. Carlos Monsiváis, “El muralismo: la reinvención de México” y Luis Gerardo Morales, “Ojos que no tocan: la nación inmaculada”, en Ilán Semo (coord.), La memoria divida. La nación: íconos, metáforas, rituales, México, Fractal/(4.&($+1&, 2006, pp. 179-198 y 263-288 respectivamente. Ambos textos aparecieron originalmente en la revista Fractal, vol. 5%%, núm. 31, octubre-diciembre, 2003. 32 Y señala: “El terreno donde la producción simbólica demográ"ca dominante ha tenido mayor éxito es la reproducción. Forma parte del lenguaje común imputarle al crecimiento demográ"co los males del país o a"rmar que no es sino reduciendo éste como aquellos desaparecerán. El Estado ha establecido límites a ese crecimiento basándose en un modelo matemático cuya e"cacia mágica empieza a cuestionarse incluso con sus propias armas, mostrándose asimismo lo imposible de su objetivo inherente, pero aún sin trascender la lógica que lo inspira”, Luis Astorga, “Census, censor, censura”, Revista mexi-cana de sociología, año +%%, núm. 1, enero-marzo, 1990, pp. 257-258.

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Así pues, a los indígenas se les otorga la protección del indigenismo o"cial; a las masas analfabetas, la educación rural; a los obreros, la seguridad del trabajo creado de arriba hacia abajo (con porcentajes cada vez mas altos de “charrismo sindical”); a las clases ilustradas e intelectuales, la Universidad Nacional Autónoma de México ($.&/) y el '(); a los técnicos, el Instituto Politécnico Nacional (%-.). De lo que se trataba era de formar el criterio de la unidad nacional con el obje-tivo de atisbar el futuro de la nación, el presente de la política y el Estado y provocar la evocación constante del pasado a lo largo del territorio, las instituciones públicas y los grupos sociales.33

!%#!23+*&#/&'&#3)4"203&

Cuando está en marcha el proceso de otorgamiento de derechos sociales al mayor número posible de la población y sin conexión, por varios lustros, con el terreno de los derechos políticos, el Estado posrevo-lucionario se vuelve un simple momento de tránsito, un impasse, donde el presidencialismo autoritario desarrolla nichos cada vez más amplios de con"anza y cohesión social mientras que mina el anhelo de democracia, volviéndola un momento importante

33 David A. Brading, “Manuel Gamio y el indigenismo o"cial en Méxi-co” y David L. Raby, “Ideología y construcción del Estado: la función política de la educación rural en México, 1921-1935”, Revista mexicana de sociología, año +%, núm. 2, abril-junio, 1989, pp. 267-284 y 305-319 respectivamente, también José María Calderón Rodríguez, Génesis del presidencialismo en México, México, El Caballito, 1972, pp. 135-147.

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en las dinámicas de legitimación política en el nivel simbólico, pero no en las prácticas sociales que pre-tendía encarnar.34

La democracia se vuelve una censura y un punto ciego en el proceso de elaboración del Estado y pos-teriormente en las burocracias del Partido Revolucio-nario Institucional (-*%) que lo irán componiendo, ya que se presentaba en el teatro público-político como un discurso integrador, expresado en dos funciones típicas de control: la territorial, mediante los procesos electorales y las estructuras de intermediación de los cacicazgos, donde el -*% deviene una máquina “atrapa todo”;35 la interna, donde bajo la égida de la movilidad y la “inclusión”, se garantizaba una circulación cons-34 En términos analíticos, este tipo de problemáticas tienen que ver con el llamado “efecto túnel” propuesto por Hirschman para caracterizar los usos políticos del tiempo en los procesos y las instituciones adherentes al credo democrático, ya que lo que tenemos es la conjugación del fenómeno de postergación inde"nida de los logros y la e"cacia de un régimen político con un tiempo político presente ine"ciente. Cfr. Albert O. Hirschman, Essays in Trespassing. Economics to Politics and Beyond, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, passim.35 En este punto cobra especial importancia el peso que ha jugado la llamada “legalidad autoritaria”. La celebración puntual de elecciones nacionales y loca-les, con independencia de que muchas elecciones sin duda alguna las ganaría el -*%, estaban sostenidas en la recurrencia constante del fraude electoral, cuyas prácticas comunes fueron el uso preponderante y masivo de credenciales falsas para votar, el cambio de último minuto de las casillas, la intimidación de los votantes, la destrucción de las urnas que contenían los votos favorables a la oposición. Junto a ello, también se haría presente el llamado voto verde de los ámbitos rurales, donde los mecanismos tradicionales de control político estaban delegados a una serie de "guras tales como los caciques en pequeñas comunidades indígenas y campesinas. No es fortuito que las mayores ex-periencias de descontento anti-régimen que adoptó la movilización radical (guerrillas) nacerán en zonas rurales de alta marginación. Centeno, “0e Failure of Presidential Authoritarianism…”, op. cit., pp. 30 y ss.

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tante de los puestos públicos, el acceso y la posibilidad de seguir manteniendo un nosotros cohesionado.36

El resultado ha sido la formación de una dimen-sión pública desarrollada desde mediados de los años cuarenta del siglo pasado que enarbola la bandera de la justicia ,la cual corregía y asumía como propia, pero que, al mismo tiempo, tejió su contrario y su comple-mento en una dimensión espectral que manifestó la dilapidación de la nación ,después de algunas efecti-vas pero engañosas décadas de ascenso económico y productividad amarrados por un supuesto proceso de modernización continua,, cuyo síntoma más evidente era un crecimiento fragmentado, ya que como señala Cordera:

[…] el trayecto del Estado mexicano posrevolucionario al con"gurar una sociedad protegida y armónica, con sus con!ictos siempre encauzados y sometidos a un control, fue un proyecto inconcluso desde el punto de vista social porque nunca se planteó de manera seria la creación de un régimen de bienestar universal. Quienes hablan de un Estado de bienestar en el caso mexicano, hablan de manera apresurada, ya que no hay elementos su"cientes para pensar que íbamos rumbo a un Estado de bienestar propiamente dicho, sin menoscabo de que, a lo largo del siglo ##, hubo avances importantes en materia de lo que suele llamarse ,de manera laxa, desarrollo social. Por un buen número de años aumentó el nivel de vida promedio y el nivel de vida general; aumentó el salario real; aumentó el empleo; mucha gente se incorporó al trabajo asalariado y por esa vía a la protección derivada del Instituto Mexicano del Seguro Social, etcétera.

Sin embargo, desde los años setenta del siglo ## en adelante, la idea de un régimen ,que podríamos llamar

36 Roger D. Hansen, La política del desarrollo mexicano, México, Siglo ##% Editores, 1981, pp. 159-173.

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residual de bienestar, segmentado, comenzó a manifestar sus insu"ciencias. Por un lado, la economía no producía los empleos asalariados que la población en crecimiento estaba demandando, y esto dejaba ,de manera progresiva, a una parte creciente de la población trabajadora ,o en edad de trabajar, fuera del régimen de protección.37

¿Cuál es el resultado de producir un Estado como tránsito? Ante todo, abrir la puerta a la institucionali-zación ampliada del Estado en su forma discrecional con el objetivo de suspender los cimientos y las prácticas del Estado legal. Con las reservas que entraña el caso, prueba fehaciente de ello es el pico que se ubica en el año de 1968, donde la violencia ,y la corrupción,, con sus aberraciones, aparecen como la culminación de lo que llamaría el descaro funcional del espectro legal mexicano.38

El año de 1968 es la culminación del proceso parti-cular de desarrollo y modernización política vivido en 37 Rolando Cordera, “Decepcionante, la democracia mexicana”, entre-vista realizada por Israel Covarrubias, Metapolítica, vol. 13, núm. 67, noviembre-diciembre, 2009, p. 30 [cursivas mías].38 Al respecto, Carrión señala que: “El carácter ambivalente de la actividad corruptora de la política aparece en las manifestaciones de la clase en el poder. De un lado, a la hora de los ditirambos, discursos, informes, monografías y propaganda en general, los oradores hablan de la pureza, la honradez, la lealtad a los principios y la elevada política de la Revo-lución sustentada por los hombres (emanados) de su seno. Pero cuando surge un brote de descontento, ya se trate de grupos de maestros o de ferrocarrileros adultos, o de jóvenes estudiantes […] inmediatamente aparece el coro de la oligarquía política, los lideres charros, los dirigentes de organizaciones empresariales bancarias y "nancieras, y los voceros periodísticos del imperialismo, para atribuir la disconformidad a la intromisión de elementos políticos inadmisibles”, Jorge Carrión, “La corrupción en la política”, en &&.55., La corrupción, México, Nuestro tiempo, 1970, p. 131.

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el país, ya que paradójicamente puede ser interpretado como una manifestación intensa, quizá inconexa y fugaz, del papel determinante que juega en el cambio político la modernización por lo menos respecto a los procesos en ocasiones simultáneos de urbanización, alfabetización y nacimiento de nuevas clases sociales,39 junto a las llamadas nuevas fuentes de riqueza social, relacionadas a su vez con el ascenso y la capacidad de acceso de los nuevos grupos sociales a dichas fuentes.40 La movilización registrada en 1968 fue una reacción contra la ausencia de canales de participación política, lo que permitió un aumento signi"cativo de la mo-vilización no controlada de la protesta (por ende, ya no dirigida por alguien en nombre de…, ni en el lugar de…). Consecuencia de ello, lo fue la llamada “aper-tura democrática”, promocionada por el presidente Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), que permitía, entre otras cosas, la organización de formaciones de izquierda, aunque ello no signi"case su cabal institu-cionalización como para participar en la contienda electoral de 1976.

Sin embargo, hay que señalar que la “apertura democrática”, al surgir como una suerte de amnistía o “perdón” hacia todas aquellas agrupaciones y orga-nizaciones estudiantiles, sindicales y campesinas que habían coincidido precisamente en las movilizaciones

39 Sobre el estrecho vínculo entre modernización y cambio político, sugie-ro Leonardo Morlino, Como cambian los regímenes políticos. Instrumentos de análisis, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985. 40 Israel Covarrubias, Las dos caras de Jano. Corrupción y democracia en México, México, Centro de Estudios de Política Comparada/Anzuelo, 2006, p. 71.

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del 68, más bien llevó a la práctica una suerte de “nunca más” invertido, con el objetivo de borrar cualquier resto o huella de la protesta. Este proceso es evidente cuando el cuerpo político posrevolucionario, incluso a pesar del bono histórico de legitimidad y del cemento ideológico del nacionalismo, quedó suspendido (des-apareció) para permitir la aparición de sus órganos puramente defensivos (violencia).41

Cabe destacar que 1968 también ha sido inter-pretado (por sus propios protagonistas) como una iniciativa que se corona al momento de interrumpir la prosa (semántica) del autoritarismo mexicano y con ello poder instituir un “campo de historicidad auténticamente democrático”, cuando el 68, y no sólo en México, es un puerto de llegada, no un inicio y, mucho menos, el puerto de origen del cambio político en sentido democrático de nuestro país.42 Por su parte, José Luis Barrios subraya que lo que se dirimió en el 68 es un entredicho entre deseo y representación jamás resuelto ni durante las jornadas de movilizaciones y protestas ni en los años siguientes al acontecimiento. Esto es, un cortocircuito que manifestaba la distancia cada vez menos des-morti"cante entre la intensidad in crecendo de la producción del goce ,“la política de los deseos”, como movimiento (la lógica del día a día, las jornadas de trabajo, la cultura como emancipación, la representación de la calle en cada uno de los inte-grantes del movimiento), y sus lugares de visibilidad (los liderazgos, las consignas y los desenlaces) que 41 Pablo González Casanova, El Estado y los partidos políticos en México, México, )*&, 1981, pp. 139-145.42 Mario Perniola, “El 68 mexicano: nacidos para ser vencidos, no para negociar”, Revista de Occidente, núm. 332, enero, 2009, pp. 25-40.

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terminarían por construir un sistema de objetos que dejaron a los sujetos precisamente huérfanos de aquello que pretendían enarbolar y desplegar hacia el porvenir: escribir la historia desde la política.43

Su consecuencia es un régimen de historicidad en la tercera acepción que propone Hartog: un puro presente, sin pasado ni futuro, una grieta que permi-te trasminar deseos apagados por la violencia, pero vueltos ecos inmediatos (apagados por la velocidad con la que pasan) desde la insistencia año con año en su presencia, al punto de pensar más como si todos los años posteriores al 68 fuesen el 68. Es decir, el 68, en última instancia, fue una apuesta por el futuro, no por el pasado y mucho menos por el presente. El futuro se alcanzo, la democracia también, pero el 68 y las generaciones que de ahí salieron (víctimas o no) perdieron la historicidad que ellos mismos pretendían levantar: se han vuelto un puro presentismo. Por ello, su característica central al día de hoy es la imposibilidad de elaborar su memoria.

El movimiento estudiantil y su fracasada pretensión de extenderlo a un movimiento nacional anti-régimen, dio la pauta para el desarrollo posterior de los grupos y actores de la izquierda mexicana, institucionalizada, semi-institucionalizada o radical durante los años setenta. En el interior de este proceso, uno de los casos más emblemáticos fue la Liga Comunista 23 de septiembre que a partir de 1973 y hasta 1980, sería el grupo guerrillero que encabezó la protesta más radical en aquel periodo. ¿Por qué hablar de la Liga? Porque

43 José Luis Barrios, “El 68 es como el pop: maravilloso si no estuviste ahí”, Fractal, vol. #%% núm. 49, abril-junio, 2008, pp. 17, 20.

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en relación directa con ella, es elocuente la "gura de suspensión de los cimientos del Estado legal en la tra-yectoria histórica de la extinta 2'3 y su función espec-tral en el espacio público. Sobre todo en su punto de declive hacia "nales de los años setenta, precisamente en el momento en que los guerrilleros, como expresión de las "guras del excluido y desheredado, desaparecerán por lo menos dos veces. La primera, a partir de que “el combate a la guerrilla urbana se convirtió en una obsesión de la Dirección Federal de Seguridad y de un sector del ejército […] Las denuncias por desaparición forzada y tortura contra guerrilleros [manifestarían] la existencia de un organismo paramilitar creado desde la cúpula de la 2'3 y la policía militar”;44 la segunda, con la Ley de Amnistía promulgada por el presidente José López Portillo el 28 de septiembre de 1978, “que bene-"ciaría a los integrantes de los grupos armados”.45

En efecto, desaparecen dos veces ya que, primero, el guerrillero es considerado un enemigo identi"cable como sujeto por afuera del Estado, está excluido, pues al atentar contra este último, quedaba nombrado, in-cluso en el silencio y la violencia que la desaparición forzada presuponía, como una tendencia delictiva, residual y difusa, y no en los términos de una polémica (polemos) contra la autoridad. (Por ello, aquel que decide quién está en el Pueblo o en el espacio de ex-clusión es el Estado y la autoridad.) De aquí, pues, la noción vertical y cerrada del “perdón” y la “amnistía” sobre aquellos sujetos por afuera de la ley, con lo cual

44 Jorge Torres, Nazar, la historia secreta. El hombre detrás de la guerra sucia, México, Debate, 2008, p. 120.45 Ibid, p. 115.

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anularía cualquier posibilidad para que respondieran a sus actos dentro del Estado.46

En segundo lugar, la "gura del desaparecido anula cualquier petición elemental de justicia, pues se desplaza con la amnistía estatal el punto de con!icto: se suspende la desaparición como fuerza de ley del Estado y se lleva la querella hacia las probables o improbables posibilidades de su reaparición, quizá ya no como sujeto, antes bien como cadáver o espectro. Es decir, termina negándosele el derecho de poder aparecer en la ciudad como ciudadano.47 Entonces, ¿quién fue el enemigo de quién?, ¿a quién perse-guir y desaparecer?, ¿a qué sujeto desaparecer sin derecho a la ciudad?, ¿quién, al "nal, terminó como presencia espectral y quién meramente se volvió un cadáver?48

El desenlace de lo anterior es bien conocido. Estos procesos dieron la pauta para el desarrollo de organi-46 El sociólogo argentino ya fallecido, Juan Carlos Marín, traduce este fenó-meno como las “formas de personi"cación contable del poder del régimen”, Juan Carlos Marín, “Los Hechos Armados”, en Juan Carlos Marín, Acerca del estado del poder entre las clases (Argentina 1973-76), Buenos Aires, (%(34, Serie Estudios núm. 43, 1982, pp. 83-84.47 Paul Virilio sugiere que el proceso por el cual se “puede hacer desaparecer” al sujeto para transformarlo en “extranjeros del interior” de un Estado es a partir de la pérdida de identi"cación y la desposesión progresiva de cualquier derecho. Al desaparecerlos como sujetos, el Estado los hace reaparecer como “muertos vivos” (espectros) y no como sujetos, Paul Virilio, “Les folles de la place de mai”, La Ceremonie Traverses. Revue du Centre de Creation Indus-trielle, núms. 21-22, mayo, 1981, pp. 9-18.48 Sobre este mecanismo de gradual desaparición del enemigo y junto con él, de la ley que lo designaba como tal, Derrida decía que el mundo político contemporáneo se caracterizaba por ser “[…] el tiempo de un mundo sin amigo, el tiempo de un mundo sin enemigo […] reservándose en lo único, quedaría pues, sin relación con ningún otro [...] La cosa sería, quizá, como si alguien hubiese perdido al enemigo, guardándolo sólo en su memoria, la sombra de un fantasma sin edad, pero sin haber encontrado todavía la amistad, ni al amigo [...] podríamos proponer un ejemplo masivo [...] justo

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zaciones de izquierda institucionalizada que tendrán en los años ochenta una participación destacada en la apertura democrática del régimen priista. Es de particu-lar relevancia señalar que el incremento cualitativo de la izquierda, y con mayor fuerza a partir de 1988, la llevó a su consolidación institucional mucho tiempo antes de que el Estado le reconociera sus victorias electorales y, al mismo tiempo, está estrechamente vinculado con el incremento sustancial de la competitividad de las elecciones locales que estaban obligando a cambiar la propia dinámica autoritaria.49 El elemento que sirve de base al proceso de transformación frente a su manera de relacionarse con el centro izquierda es que el orden político autoritario en México construyó su éxito (de para indicar un rumbo: a partir de lo que una escansión ingenua fecha con la ‘caída-del-muro-de-Berlín’ o el ‘"n-del-comunismo’, las ‘democracias-parlamentarias-del-Occidente-capitalista’ se encontrarían sin enemigo principal [...] sin enemigo y en consecuencia sin amigos, sin poder contar ni a sus amigos ni a sus enemigos, ¿dónde encontrarse entonces?, ¿dónde encontrarse a sí mismo?, ¿con quién?, ¿contemporáneo de quién?, ¿quién es el contemporáneo?, ¿cuándo y dónde estaríamos nosotros, [...] ‘vo-sotros’?”, Jacques Derrida, Políticas de la amistad, Madrid, Trotta, 1998, pp. 94-95 [cursivas mías].49 Víctor Alejandro Espinoza Valle, La transición difícil. Baja California 1995-2001, México, Centro de Estudios de Política Comparada/El Cole-gio de la Frontera Norte, 2003. Por su parte, Jorge I. Domínguez, señala que “La izquierda política en México, jugó un papel histórico clave, y sin precedentes, para provocar el prolongado proceso de democratización que caracterizó la política nacional a partir de la segunda mitad de los años 80. La democratización no se inició en Los Pinos; tampoco había sido su"ciente la acción loable y perdurable del -&. para hacer avanzar la democratización mexicana. Cuauhtémoc Cárdenas, y la coalición que posteriormente fundaría el Partido de la Revolución Democrática, fue-ron esenciales para esta transformación nacional”, Jorge I. Domínguez, “Cinco falacias sobre la democracia en América Latina”, Letras Libres, año %5, núm. 38, febrero, 2002, p. 15.

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ahí su larga persistencia) a partir de la implementación de un sistema de restricciones (suspensiones) políticas selectivas, ya que jamás existió una exclusión sistemá-tica.50 En este sentido, no es gratuito que precisamente hayan sido las organizaciones de centro izquierda las que comenzaron a manifestar los primeros síntomas de descon-tento y que ellas fuesen también las primeras promotoras y receptoras de los cambios en la liberalización del sistema político mexicano.

5.3.)&#6+2+*&7#8"+#2$'4"30/+#20"#30$'6&

¿Qué lección nos enseña la historia del siglo ## en Méxi-co? Primero, un desplazamiento semántico y sintáctico de la palabra revolución que ha terminado por repre-sentar su contrario: no sólo el congelamiento ideológico de los procesos de unión y atro"a que soportaron el largo siglo ## en México, sino también la pérdida de las formas de legitimación y reproducción del orden en su sentido social.51 En consecuencia, 1910, 1810 y 2010 son fechas, números y cadáveres cuyos cuerpos aún no aparecen en la reunión nacional para evocar y convocar a los tiempos, siempre yuxtapuestos, que rompen y atan a la vez la línea histórica de continuidad que nuestro país mani"esta: en 1810 fue la Independencia; en 1910 fue la Revolución; en 2010 ¿qué será después?, ¿cómo no dedicar un brevísimo comentario a esta disyuntiva?, ¿qué palabra nombrar con mayúscula para sostener una pretendida y fallida solución de continuidad? 50 Centeno, “0e Failure of Presidential Authoritarianism…”, op. cit., p. 29.51 Labastida, “En la cultura mexicana…”, op. cit., p. 30.

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Estamos, por decirlo de algún modo, en una semántica sin tiempo: un momento irrepetible de relectura y reescritura de nuestro pasado. Porque tanto 1810 como 1910, y ahora 2010, corroboran un hecho incuestionable desde el punto de vista de la historiografía del presente mexicano: es imposible en la actualidad enmarcar la de"nición de la nación y de sus problemas en una simple enumeración de criterios de unidad. Más aún, cuando nuestro país ha sido ,en su experiencia histórica del siglo ##, un proyecto que perdió la búsqueda a mitad del camino, en el sentido de haber perdido toda imagen, idea o ícono de su propio futuro. Sus "guras terminaron petri"cadas. ¿Acaso no fue ésta la idea central de la conmemoración del llamado BiCentenario? Es decir, para poder hablar como nación desde un nuevo lugar ,y que puede volverse común por permitirnos estar en compañía del otro, es una obligación reconocer las profundas diferencias que llevamos a cuestas, así como saber si todavía es vigente seguir hablando de un nosotros auténticamente nacional. Es común decir que un pueblo que no tiene memoria rápidamente encuentra el fracaso como destino. Sin embargo, ¿un pueblo, como el nuestro, con exceso de memoria no presupone otro destino que abraza las fronteras del fra-caso? De este modo, podríamos sugerir que el cadáver de la Revolución mexicana es una forma que excluye en oposición a una serie de procesos ideológicos que incluían distintas experiencias en un lugar que, alguna vez, fue de todos y de ninguno.

Segundo, en la actualidad reaparece como espectro sin memoria el problema de la justicia, el tema de los derechos y las maneras de asegurarlos por parte del

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Estado. Luego entonces, ¿cuál es la razón del regreso de la disputa por los derechos al primer plano de la política mexicana? Si hoy el tema de los derechos está en el centro de la discusión política, quiere decir dos cosas: jamás terminaron de desarrollarse en el espacio social e institucional del país, lo que corroboraría que nuestra experiencia es “un régimen residual de bienestar”,52 o han aparecido en el espectro público nuevos sistemas de necesidades (¿nuevos fantasmas?) que exigen su incorporación a la dinámica democrá-tica del Estado. Tal parece que lo que hay en México es una mezcla de ambas dimensiones. Por un lado, agravios históricos, ninguneo político, más una base ideológica tanto de derecha como de izquierda torpes para desactivar el con!icto en el territorio que otrora era llamado “nacional” y que quizá es precisamente lo único que nos enlaza como país. Por el otro, si bien es cierto que el Estado mexicano hoy mani"esta algunos intersticios claramente democráticos, también es verdad que aún tiene y mantiene una Deuda cons-tante y dramática con el pasado, una abierta Negación acerca del porvenir, y una insistencia constituyente y constitutiva entre ley, discrecionalidad y excepción. Deuda y negación podrían ser las palabras que hay que escribir con mayúscula. Durand Ponce recientemente ha señalado que:

Como en los gobiernos liberales del siglo #%#, desde la República Restaurada hasta el por"riato, ahora los gobiernos neoliberales (desde De la Madrid hasta Calderón) difunden la imagen mítica de una sociedad conformada por ciudadanos iguales, iguales ante el derecho y ante el Estado: nada más falso. De la misma forma

52 Cordera, “Decepcionante…”, op. cit., p. 30.

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en que en el régimen corporativo se creó el fetiche que apartaba al régimen, y sobre todo al presidente de los errores de los can-didatos, funcionarios y burócratas; ahora el fetiche consiste en transformar la desigualdad y la heterogeneidad en ciudadanos con iguales derechos. Parece que la democracia borra las diferencias sociales y permite la existencia del individuo libre.53

La invención de áreas de igualdad en la democracia mexicana no necesariamente reduce las desigualdades y los agravios históricos, ya que las respuestas estatales a ello pasan por la negociabilidad de los derechos y de sus pro-pietarios. En vez de asegurar un nuevo ciclo de derechos, estamos en la antesala de su fragmentación, ya que éstos y la justicia que es inherente a ellos como mecanismo de distribución de bienes y desagravios, se están confeccio-nando literalmente “a la carta”,54 dependiendo del cliente que tenga el mayor número de títulos de propiedad (o los espectros más paralizantes) en los órganos internos del poder público-estatal.

53 Víctor Manuel Durand Ponce, “La cultura política de los mexicanos en el régimen neoliberal”, en Octavio Rodríguez Araujo (coord.), México. ¿Un nuevo régimen político?, México, Siglo ##% Editores, 2009, p. 141.54 Decir que la justicia se produce “a la carta”, suspendiendo la neutralidad que pretende enarbolar en la lógica de la igualdad de los derechos, es un síntoma fehaciente de aquello que el "lósofo italiano, Danilo Zolo, ha de"nido como “sistema dual de justicia”. Es decir, un sistema a dos velocidades donde existe “una justicia sobre medida”, que es la que se necesita y por obligación el Estado acepta, incluso, simplemente ausen-tándose del proceso de producción de legislación, en el nivel económico-regulatorio, tanto nacional como transnacional, y “una justicia de masas”, que es aquella aún garante del aseguramiento, aunque sea de “fachada” de los derechos en la arena territorial nacional (por ejemplo, es el caso de la retórica política o"cial acerca de los derechos humanos y su defensa institucional), Danilo Zolo, Globalizzazione. Una mappa dei problemi, Roma-Bari, Laterza, 2004, p. 92.

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El fantasma del PRI y la anomalía estatal

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Hace décadas, Fidel Velázquez, el longevo dirigente de la !"# acuñó la frase que abre éste parágrafo y que con el tiempo no sólo se volvería una huella memorable sino también importante para entender lo que el $%& era por aquellos años cuando recién nacía y, por supuesto, en los decenios posteriores durante los cuales fue el eje sobre el cual gravitaría la vida política de México. Dando rienda suelta a las múltiples interpretaciones que produjo la oración, hubo unas que aludían a la rígida disciplina de partido, traducida en el respeto a las jerarquías y escalafones; otras, a los mecanismos informales de in-termediación entre la política y la economía, entre la sociedad, los sujetos y las instituciones públicas bajo la poliédrica forma del cacicazgo y mecánicas análogas

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entre el centro y la periferia del poder político y del Estado. Dichos engranes, a pesar de lo pernicioso que re-sultan para la producción de con'anza y legitimidad en el seno de la sociedad mexicana actual, en su momento permitieron, como he señalado en el capítulo anterior, la estructuración de nociones singulares de orden y centro por la vía del corporativismo, cuyo momento más alto está en los sabotajes y las as'xias al trabajo y a las clases trabajadoras por parte de la !"# y de la intermediación de su líder, Fidel Velázquez.

Sin embargo, los casos de este síntoma se suceden por dondequiera a partir de la alternancia política. Por ejemplo, tenemos los casos de los exgobernadores Ulises Ruiz en Oaxaca y Mario Marín, “el gober precioso”, en Puebla, que ya en 2008 encabezaban a los peores gobernadores de los estados del país, con un 4.4 y 4.6 por ciento respectivamente, según la Encuesta Nacional 2008 del Gabinete de Comunicación Estratégica.1 A ellos, habría que sumarle el asalto político e institu-cional a la Ciudad de México, encabezado por René Bejarano en 2004.2 O bien, el caso de Chimalhuacán en 2000, que se forjaba como la representación híbrida de un tránsito de formas tradicionales de organizar el poder hacia formas posmodernas de caciquismo. Si recordamos el caso de Guadalupe Buendía Torres, “La Loba”, detenida el 18 de agosto de 2000, y sobre la cual existían 380 actas judiciales levantadas en su contra,3 1 Jorge Zepeda Patterson, “Los Gobernadores. La república corrompida”, en Jorge Zepeda Patterson (coord.), Los intocables, México, Planeta, 2008, pp. 234-235.2 Israel Covarrubias, “La plebe que devino gobierno. La corrupción de la élite política del $%(”, Doxa, vol. 2, núm. 3, segundo semestre, 2008, pp. 41-66.3 Greco Sotelo, “Arqueología de la ilegalidad”, Letras Libres, año &&, núm. 24, diciembre, 2000, pp. 48-51.

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veremos el lento camino de un adjetivo )y no un simple apodo) que adoptó la metáfora del animal para volverse cuerpo político integral e integrador (función de intermediación).4 Se dice que por su recámara tenía acceso directo al Salón del Cabildo del Palacio Muni-cipal de Chimalhuacán.

El papel histórico de reducción de inestabilidad que jugaría esta 'gura, al ser un auténtico broker que conectaba y expandía de abajo hacia arriba la relación de mando-obediencia del poder político era, de hecho, una forma prototípica de poner en acto el mecanismo de operatividad e interacción entre instituciones, sujetos y Estado. De aquí, el recurso hasta nuestros días de los lla-mados “operadores” políticos.5 No obstante, habría que observar una distinción importante. El cacique, además de su funcionalidad en términos de integración política al mantener en orden la casa,6 produce un triple con*icto. El primero )donde el análisis generalmente se detiene) entre legalidad e ilegalidad, recurriendo a la idea de que orden político y legalidad son una misma realidad. El segundo, importante para entender su persistencia en el contexto de democratización de la última década, entre acción ilegal y acción criminal, donde es más 4 Lorenzo Meyer, “Los caciques: ayer, hoy ¿y mañana?”, Letras Libres, año &&, núm. 24, diciembre, 2000, pp. 36-40.5 Véase, por ejemplo, respecto a Emilio Gamboa Patrón como la 'gura actual de un operador político de larga data en la vida estatal de nuestro país, a Jenaro Villamil, “Emilio Gamboa. El Broker”, en Zepeda Patter-son, Los intocables, op. cit., pp. 169-194.6 Según Fernando Salmerón, la palabra cacique proviene de Kassicuan, lengua indígena de los antillanos Arawak, que quiere decir “tener o mantener una casa”, Fernando Salmerón, “Caciques. Una revisión teórica sobre el control político local”, Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, vol. +++, núms. 117-118, julio-diciembre, 1984, p. 107.

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sintomática la agresión a la legalidad por parte de la acción criminal que de la acción puramente ilegal, cuyo universo es de un origen distinto, aun socialmente. El tercero, entre situación moral y el código categórico en términos nominales de la ley, corroborando la fuerte y, por momentos, inabarcable distancia entre moral, obediencia a la ley y decisión política.7

Entonces, si bien es cierto que una frase como la dicha por el dirigente cetemista supone decir que quizá es el síntoma de un mundo pasado, esto es, un proceso cerrado y ausente, una suerte de olvido deliberado, lo que resulta fundamental para la discusión que aquí deseo proponer es rastrear el signi'cado y el lugar en el cual se encuentra hoy. En particular, porque expresa un pasado en tránsito que instaló en el orden del tiempo presente un régimen permanente de paradojas, sobre todo desde el momento en que devino una 'sura de nuestra experiencia histórica, un indicio de nuestro desgano para desplazarnos como sociedad y Estado hacia otro lugar menos estéril y, por qué no decirlo, menos imposible. Digo menos imposible porque lo que necesita México con urgencia es precisamente destrabar las contradicciones postergadas y, por consi-guiente, no resueltas que siguen ordenando desde hace varias décadas la vida público-estatal del país. En este sentido, estamos frente a una frase heredada que ha producido un sentido histórico inédito: volverse por la fuerza de la repetición una función latente y mani'esta de nuestro drama como Estado y de nuestra derrota 7 Para mayor detalle sobre las mecánicas del segundo y tercer con*icto, Steven Chibnall y Peter Saunders, “Worlds Apart: Notes on the Social Reality of Corruption”, British Journal of Sociology, vol. 28, núm. 2, 1977, pp. 138-154.

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como sociedad en el umbral que se nos abriría )en términos de inventar un horizonte democrático) para cambiar las formas sociales y políticas de nuestra histo-ricidad en los años más recientes. Todo ello, en medio de la vanagloria democrática de los días que corren al presentar y representar al $%& como una suerte de nunca más,8 pero que más bien expresa lo contrario: un prin-cipio y 'n que jamás ha logrado reescribirse simbólica y realmente. Por consiguiente, reescribir la historia de nuestro país presupone recomponer y encontrar una nueva posición en el tiempo, una nueva oposición a nuestro pasado, y un nuevo espíritu del presente frente al fantasma que no permite mirar el futuro.9

De este modo, ahora podemos comprender algu-nas de las consecuencias que a partir del año 2000 se crearon con relación al esperado “parricidio” priista (por supuesto, pienso en la silla presidencial). Por un lado, tenemos un año, unas elecciones, una quiebra )parafraseando a Hartog) del tiempo, una fecha cargada simbólicamente, que ha terminado hasta el momento como una fascinación en tanto escansión democrática inaugural que nos persigue a todos lados.

8 Que resulta, a mi juicio, la pretensión suicida y desdibujada de las llamadas alianzas electorales en 2010 en distintos estados de la república entre actores tan disímbolos y antagónicos como lo son el Partido de la Revolución Democrática ($%() y el Partido Acción Nacional ($,-), y cuyo objetivo pareciera ser construir un dique político, un “nunca más”, frente al $%& que sigue ahí, en la vida público-estatal con un vigor inédito y creciendo constantemente. Cfr. Israel Covarrubias, “El $%& como orilla de la democracia. Después de las elecciones en México 2010”, Nueva sociedad, núm. 230, noviembre-diciembre, 2010. 9 Enrique Semo, “México está en decadencia, hasta dejamos de ser simpáti-cos”, entrevista realizada por Israel Covarrubias y Ricardo Moreno Botello, Metapolítica, vol. 13, núm. 66, septiembre-octubre, 2009, p. 52.

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Pero, por el otro, tenemos un hecho claro: algo se bloqueó y se perdió en esa fecha enigmática, ya que su resultado ha sido inverso a lo que se esperaba. Es decir, no apareció en el horizonte un proceso de rein-vención, ya que del 2000 en adelante la revelación más palpable es un ardiente y dramático signo contrario: el $%& es tiempo y lugar presente. ¿Qué quiere decir esto? Desde el momento en que lo volvieron el enemigo de todas aquellas voces y acciones que enarbolaban la bandera de la democratización del país en las últimas dos décadas del siglo ++ (“habrá democracia cuando el $%& esté fuera de Los Pinos”),10 el deseo por sacarlo de la presidencia de la república fue tan fuerte y vio-lento que terminó en una circularidad obsesiva, o sea un regreso a lo mismo. A fuerza de repetir la necesidad de “sacarlo” del poder y de “borrarlo” del lugar que había ocupado por decenios (incluso, en los casos más dramáticos, con espirales crecientes de violencia), lo volvieron el antagonista (el otro) de su propio prota-gonismo: lo Uno en una soledad total y bajo la forma

10 Y si lo volvieron enemigo, entonces la alegoría signi'caba irnos a la guerra, real o simbólica, por un horizonte abierto, plural y democrático, contradi-ciendo uno de los principios fundamentales de cualquier alegato en favor de la democracia: la coexistencia, en la medida de lo posible, pací'ca. De este modo, cuando aparece en la escena pública de nuestro país la noción del $%& como el “enemigo” de la democracia )no olvidemos que la frase es de Vicente Fox), estábamos frente a un cambio “hacia atrás”, un regreso que tiene todas las resonancias de que las únicas relaciones posibles entre política y Estado son aquellas dirigibles a la confrontación radical, es decir, hacia la guerra, hacia la diferenciación funcional de los amigos y los enemigos. ¿Estaremos regresando a Schmitt? Cfr. Carl Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2005, pp. 49-106; también Soledad Loaeza, “Un combatiente de la Guerra Fría”, Nexos, núm. 375, marzo, 2009, p. 52, y los pies de página 15 y 48 del capítulo 1.

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de una imposibilidad nuevamente necesaria. ¡Qué peculiar batalla! Volverlo un enemigo de sí mismo: el $%& y su sombra, el $%& y su Estado, el $%& y sus paradojas, el $%& como necesidad para todos los otros (partidos, oposiciones, ciudadanías) que empezaban a girar por afuera del centro de gravedad que mantenía aún en pie, permitiéndole con ello moverse en modo casi nuevamente perfecto:

[…] con la pérdida de la presidencia )señala Gerardo Ávalos Tenorio), el $%& no se desintegró pues conservó parte de su control territorial y siguió siendo un factor de poder local y regional pero también tuvo una presencia importante en los congresos estatales y en el federal. La falta de pericia en el ejercicio de la presidencia por parte del gobierno panista de Vicente Fox fue un factor importante para no desmantelar al $%&. También lo fue el hecho de que ese gobierno quedó atrapado en la contradicción de, por un lado, garantizar la estabilidad económica del país, lo que también se tradujo en la protección del poder y privilegios de una clase, y por otro lado, cumplir con las expectativas ciudadanas de democrati-zación efectiva. El gobierno de Fox simplemente sucumbió en medio de la corrupción, la represión y el desencanto ciudadano.11

Ahora bien, no deja de ser oportuno señalar el efecto nocivo de fondo. Por accidente o por omisión, abrir un país como México a la democracia con un meca-nismo que identi'ca al $%& como enemigo de ésta, exportó efectos graves para la búsqueda de un orden político democrático. En efecto, el anhelo se vuelve deseo intenso de democracia, pero al ser ubicado como una noción de vida o muerte, termina por totalizar el 11 Gerardo Ávalos Tenorio, “El Estado mexicano en disolución”, Metapo-lítica, vol. 13, núm. 66, septiembre-octubre, 2009, p. 65.

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espectro público y con ello paraliza la traducción real del cambio democrático. De este modo, al igualar al $%& como enemigo de un nosotros !cticio en sentido democrático, se asiste a un movimiento de expropia-ción de su centralidad histórica para ofrecerle, por pura insistencia y a partir de asumirlo como el otro, es decir, como orilla no-democrática en México, un campo abierto (¡todo el porvenir democrático le fue obsequiado!), libre y transversal en la vida pública de nuestro país. Esto es, abrirle la esfera pública y estatal a una forma inédita de performance para efectuar desde una pura invención de no-centro una obra teatral que tiene como rasgo identitario los modos particulares )parafraseando a Derrida) de dividirse y oponerse, violando “la diferencia que lleva en él […] ‘di'riendo de él mismo’”.12

En suma, terminó como el otro, aceptó el reto y cubrió las expectativas del nosotros democrático. Hoy, sobre todo a partir de los resultados electorales de 2009, 2010 y 2011, conocemos sus efectos. Por ello, es necesario señalar el olvido deliberado de los “enemigos” del $%&, al no tomar en cuenta que ya no era necesaria una centralidad, debido )entre otras cosas) a que la democracia, en tanto régimen político y sobre todo como Estado, no puede mantener un centro, no lo tiene, pues su carácter fundacional es la inseguridad.13 Si a ello le agregamos el incremento real en México de la intensidad del cambio, la competencia y la apertura democrática, la señal era precisamente un nuevo esce-nario político en medio de una creciente ausencia de

12 Derrida, Políticas de la…, op. cit., p. 110.13 Sobre el particular, remito al capítulo 3.

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centro.14 Por ello, el $%& aceptó el lugar en el margen desde el cual su participación ha resultado crucial tanto para dibujar un nuevo punto de gravedad de la política en el país como para convertirse, con disfraces o frases, en “una bisagra fundamental para la operación política de la nueva administración federal, permitiéndole jugar un papel pro-tagónico en la construcción de los acuerdos nacionales”.15 En la actualidad, entonces, es un afuera que constituye un adentro democrático. Ergo, de ser enemigo “di'riendo de él mismo”, se transforma teatralmente en un “amigo” central de la democracia. Al 'nal, haber sugerido que el $%& era el enemigo de la democracia fundó un falso dilema, ya que en realidad el dilema por el que hay que decidirse )co-rroborando que la decisión es esencial en la fundación del orden político) es triple: incluirlo en el juego democrático sin excluirlo del todo, o bien, incluirlo excluyéndolo, o más aún, excluirlo desapareciéndolo para volverlo una excepción, en el sentido de que su nombre (como propiedad y como representación) aún siguen siendo relevantes en la toma de decisiones estatales.16 De aquí, pues, que con su desapari-14 Sin ser el especialista que hoy se ha inventado en el seno de las formas cultu-rales de apropiación y reproducción del régimen democrático )y del mercado de los bienes simbólicos que en parte lo legitiman) en México, Octavio Paz ya señalaba este elemento de base de la democracia claramente en 1993: “En las sociedades democráticas modernas los antiguos absolutos, religiosos o 'losó'cos, han desaparecido o se han retirado a la vida privada. El resultado ha sido el vacío, una ausencia de centro y de dirección”, Octavio Paz, “La espiral: 'n y comienzo”, en Octavio Paz, Sueño en libertad. Escritos políticos, selección y prólogo de Yvon Grenier, México, Seix Barral, 2001, p. 53.15 Juan Pablo Pampillo Baliño, El PRI, el sistema político y la transición demo-crática. Historia, balance y perspectivas, México, Ediciones de Educación y Cultura, 2008, p. 135.16 Sobre la relación entre excepción y exclusión, Giorgio Agamben, Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Turín, Einaudi, 1995, pp. 21-35, 57-71 y 131-138.

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ción se podría indicar que en efecto sí hubo un cambio de lugar, un deslizamiento, no sólo cambio de partido político en el gobierno federal. Luego entonces, ¿los demócratas donde quedaron? Quizá detrás del propio $%&, o quizá en su seno…

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La salida del $%& de Los Pinos expresaba una caída ya anunciada desde años atrás, pero también una virtud renovada en un tiempo político precisamente de caída. Sobre el particular, Alberto Aziz Nassif sugiere que esto se debe más a la actitud y al lugar que han ocupado los enemigos del $%& y menos al lugar y a los movimientos del propio $%&.17 Por lo tanto, al no ser sepultado por sus contradicciones y por la creciente oposición (sobre todo social) hacia él, el $%& es hoy por hoy una suerte de fantasma que da vida y forma a las fracturas onto-lógicas del presente mexicano.18 “Desaparecido (por el

17 “Diversas voces se plantean si este triunfo del $%& [en las elecciones de 2009] puede representar un regreso al pasado. Sin embargo, habrá que preguntarnos si el panismo no representa un pasado, tal vez de otro tipo, pero ciertamente no ha sido una opción de modernidad democrática para México, como lo han demostrado en estos nueve años que ya tienen en Los Pinos. También se escuchan voces que indican que el PRI regresa al poder sin haber tenido que pasar por una transformación. Sin embargo, la falta de contrincantes modernos y la ausencia de un proyecto de futuro para el país, tanto de la izquierda, como de la derecha, le dan al $%& la oportunidad de un regreso sin abandonar su cultura política, sus modos y sus inercias”, Alberto Aziz Nassif, “El severo deterioro del Estado mexicano”, Metapolítica, vol. 13, núm. 66, septiembre-octubre, 2009, p. 59.18 En el sentido especí'co que le da Klossowski: “Espera escapar de la dolorosa experiencia de la pérdida negando al objeto su presencia, mientras que en el

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momento) el $%& )a'rma Ugo Pipitone) como partido de Estado, subsisten sus fantasmas”.19

Así pues, más que preguntarnos por lo que necesi-tamos hacer en un momento tan problemático como lo es el presente mexicano, tendríamos que empezar a tomar en serio la oportunidad actual, abierta e impaciente, para reelaborar nuestra historia como so-ciedad y sobre todo como Estado. En particular, con el objetivo de subrayar con insistencia el problema, quizá principal, de la ordenación política mexicana: el enorme dé'cit (que a la letra quiere decir deuda) en los regímenes de representación (por lo menos en tres sentidos: jurídico, simbólico y real) que el $%& provocó con la pérdida de sus principales instancias políticas de regulación y control, y con el vacío sobre el cual dejó al sistema político a partir de su forma ahora excepcional de participar en el cambio político.20 Es decir, el $%& se ha vuelto una excepción que aún mani'esta la ilusión de existir como regla, por ende, régimen (constitucional y político), incluso podríamos aventurar que ley en su sentido profundo. Esto nos mismo instante muere de deseo de ver al objeto, reintegrado en el presente”, Pierre Klossowski, “El monstruo”, en Georges Bataille, Pierre Klossowski, et. al., Acéphale. Religión, sociología, !losofía 1936-1939, Buenos Aires, Caja negra, 2005, p. 29.19 Ugo Pipitone, “Retardos costosos”, reseña del libro de Roger Bartra, La fractura mexicana. Izquierda y derecha en la transición democrática, Letras Libres, año +&, núm. 130, octubre, 2009, p. 74.20 Muy próxima a esta idea, aunque con un objetivo parcialmente distinto al que aquí trabajo, Aziz Nassif nos dice que los desafíos y los dilemas (o problemas) que existen en México para la consolidación efectiva de la democracia pueden ser identi'cables por lo menos en tres “aterrizajes”: estructural (jurídico), cultural (simbólico) e institucional (real), Alberto Aziz Nassif, “El desencanto de una democracia incipiente. México después de la transición”, en Rodríguez Araujo, México…, op. cit., pp. 12 y ss.

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indica una sola cosa: un 'n de régimen que jamás se concretó, pues el antiguo régimen no se acabó con la supuesta derrota del $%& en 2000, ya que desde ese año al día de hoy, en su lugar se ha consolidado una terrible ambigüedad constitucional y política, síntoma de que poco o nada se ha reescrito en la memoria política de las élites que administran constitucional y socialmen-te nuestro país.21 Al respecto, Miguel Carbonell nos advierte de que “los signi'cados semánticos del texto constitucional deben ser protegidos en contra de los intentos de ‘partidizarlos’, poniéndolos a salvo de las acechanzas que se asoman desde las sedes de algunos poderes públicos o de ciertos partidos políticos”.22

De este modo, habría que señalar la necesidad de inaugurar un ciclo distinto de proyecto de Estado, pasando por un régimen político igualmente dis-tinto. Si progresivamente se empezó a dudar de la profundidad del cambio a partir de 2006 en dirección democrática, es porque a pesar de que el $%& había perdido la presidencia seis años atrás y algunos de los lugares estratégicos en la política nacional, los campos 21 “Es por ello )escribe Rafael Estrada Michel) que el $%& resulta un convi-dado incómodo en el joven banquete de nuestra democracia. Su tradicional inde'nición, su apertura hacia lo que sea y su imposible delimitación ideológica generan disonancias y debilitan acuerdos en el seno de una transición que debe buscar equilibrar las posturas de izquierdas y derechas sólidas y estructuradas en torno a mecanismos partidistas consolidados. Es imposible integrar constitucionalmente la ambigüedad. Mientras sigamos sin saber qué clase de bicho es el $%&, su inde'nible agenda seguirá siendo la que impere en un ambiente constitucionalmente inculto”, Rafael Estrada Michel, “Constitucionalismo y 'n de régimen en México”, Metapolítica, vol. 12, núm. 62, noviembre-diciembre, 2008, p. 54.22 Miguel Carbonell, Dilemas de la democracia constitucional, México, Miguel Ángel Porrúa/Comisión Estatal de Derechos Humanos-Aguas-calientes/Cámara de Diputados .+ Legislatura, 2009, p. 198.

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de historicidad en él conscientes y por él establecidos sólo desaparecieron en modo parcial, sin ser reemplazados o reelaborados para dirigirlos hacia una serie de mecanismos del orden democrático. Es precisamente en los campos de estructuración histórica donde podríamos observar el verdadero avance, ya que en ellos el $%& fundó lo que Fernando Escalante Gonzalbo de'ne como un conjunto exitoso de “mecanismos de integración política”.23

En México, la ausencia de mecanismos de reemplazo a la informalidad priista )y cuya función era la triple acción de socialización, integración y educación políticas),24 fue sustituida por una serie de decisiones tomadas en modo apresurado en aras de “desintoxicar” a la política nacional y a la vida pública de nuestro país del abrigo autoritario y presidencialista “a la priista”, y que ha generado, después de doce años de alternancia federal panista, el crecimiento acelerado de la presencia mediática y real de las distintas disputas territoriales y económicas del trá'co de drogas, junto a las formas de violencias que le han estado acompa-ñando durante todos estos años. Aún más, en un contexto, a partir de 2008, de una crisis económica global que ha 23 Al respecto agrega: “La integración se logró mediante lo que, con alguna exageración, se po dría llamar una ‘debilidad calcula da’ del Es-tado: una extensa red de intermediarios, en el partido, podía negociar el incumplimiento selectivo de la ley para sus clientelas; y el orden del conjunto estaba garantizado por el control de las instancias formales de poder, desde las presidencias municipales hasta el Congreso y la Presidencia de la República […] En ese contexto se desarrollaron los mercados informales y también los mer cados ilícitos, el contrabando y el narcotrá'co. Lo más notable es que, durante décadas, pudieron prosperar con niveles muy bajos de violencia. El cambio de los últimos años está en eso”, Fernando Escalante Gonzalbo, “¿Puede México ser Colombia? Violencia, narcotrá'co y Estado”, Nueva Sociedad, núm. 220, marzo-abril, 2009, p. 95.24 Sobre el particular, remito al capítulo 3.

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impactado en modo excepcional los sueños de profundi-zación de la democracia mexicana después del $%&.25

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Se puede decir que el $%& no murió después del 2 de julio de 2000. Fueron los otros (ese nosotros democrático que recorre cualquier discusión, cualquier debate, cualquier escritura sobre el presente mexicano) quienes pretendie-ron suplantarlo en la institución de una lógica suicida: el triunfo-invención de la democracia es la derrota-muerte del $%&. Lo que se logró con ello fue el nacimiento de un horizonte democrático pero acompañado )por el efecto de la pérdida de la silla presidencial) con una especie de “deuda perpetua” invertida.26 Es decir, a pesar de cobrarle 25 Al respecto, son precisos los señalamientos recientes de Rolando Cordera Campos y Camilo Flores Ángeles Flores: “México recibe la crisis en medio de una inseguridad colectiva aguda, a la que se suma y sumará una inseguridad pública asediada por el crimen organizado, la desorganización del Estado y la explosión del desempleo urbano. Y sin válvulas de escape e'cientes para por lo menos dinamizar el desencuentro entre su economía (globalizada) y su sociedad (escindida, urbanizada, empobrecida y poblada por jóvenes adultos)”, Rolando Cordera Campos y Camilo Flores Ángeles, “De crisis a crisis: del cambio de régimen económico al derrumbe global (trayectoria y contexto)”, en Rodríguez Araujo, México…, op. cit., p. 84.26 La noción de “deuda perpetua” es y se le debe a Louis Althusser, al momento de escribir su propia condición de “no ha lugar”, es decir, su condición de inimputable para la justicia francesa después de haber asesinado a su esposa Hélène en 1980. A los ojos de la justicia francesa, Althusser se encontraba “fuera de sí” en el momento en que asesinó a su esposa y ello derivaría, en la lectura althusseriana del acontecimiento, en habérsele cancelado toda posibilidad de justicia; toda posibilidad, por consiguiente, de derecho en tanto ciudadano a la justicia en el régimen democrático, al estar obligado a pagar por su acto en la cárcel, lo que quiere decir tener la posibilidad de la obligación de pagar para “limitar” en el tiempo la pena por la deuda que

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in'nidad de “facturas” históricas y sociales durante muchos años, 'nalmente él terminará pagando mu-chas de ellas )incluso, a costos altísimos para el país como lo fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Sin embargo, pagó menos de lo que debiera, ya que pesar del peso simbólico precisamente de la pérdida de la presidencia de la república, y en vez de insistir que era un muerto en vida, un espectro, se le trans'gura su posición, ya que es la ciudadanía quien ahora absorbe la deuda y la vuelve una constante, la perpetua y con ello la dispara hacia un porvenir que se vuelve )como lo sugiere Louis Althusser) largo… De aquí, pues, que no alcancemos a saber qué es, ni cómo debemos de pagar una factura sin dueño y sin nombre. ¿Qué resulta de lo anterior? Un bloqueo histórico que no permite construir formas y 'guras donde, en efecto, el $%& y sus secuaces pueden seguir jugando, un juego distinto: menos rapaz y más abierto.

Luego entonces, a pesar de los votos del año 2000 y de aquellos otros arrojados en su contra (y también para detener la frenética carrera intoxicada con mo-ralina del panismo) en 2006 (con fraude o sin él), lo que encontramos es, por arriba, en la clase política, un

contrajo al volverse criminal (pues este sería, se supondría, el objetivo en el horizonte mediato de la justicia en el interior del Estado democrático). Al ser declarado el “no ha lugar”, fue ubicado en el lugar del “loco homicida” que no tiene un límite en el tiempo de pago, por lo que la deuda jamás se salda y se vuelve, entonces, perpetua. Cfr. Louis Althusser, El porvenir es largo. Los hechos, Barcelona, Destino, 1992, passim, también Élisabeth Roudinesco, “Louis Althusser: la escena del crimen”, en Élisabeth Roudinesco, Filósofos en la tormenta, Buenos Aires, /!0, 2007, pp. 145-191. Sobre el caso mexica-no, cobra relevancia el “no ha lugar” ya que es una 'gura análoga al proceso político de la desaparición de los años setenta con el papel que en este caso jugaría la (/1 (véanse el capítulo 1 y capítulo 4).

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auge que cae; por abajo, en la sociedad, voces, miradas, resistencias y expectativas como vacío que asciende. En efecto, el $%& nos dejó un vacío que está siendo colmado por manifestaciones múltiples que oscilan entre la ampliación de las libertades y las formas de resistencia inherentes a las primeras que son generadas precisamente para hacerle frente a los dominios del poder y la obediencia, tal y como lo había soñado hace mucho tiempo Kant.

Insisto, de lo que se trata es de reescribir las prin-cipales coordenadas de socialidad y convivencia en el país, reescribir el Estado en tanto proceso de cohesión social, no como aparato burocrático-administrativo. Para aquellos que piensan en la solución de continui-dad del presente en la política mexicana, el cambio llega por abajo y no por arriba. No es la institución de la política el origen y el 'n de las transformaciones y los ajustes, sino la sociedad en su conjunto y, sobre todo, en sus diferencias: lo uno y lo múltiple al mismo tiempo. En este sentido, la sustitución de élite en el poder no se traduce en modo automático en opción(es) otra(s) de sociedad(es). La consecuencia de poner al $%& como principio y 'n de toda acción política es más que evidente.27

Entonces, ¿de qué estamos hablando?, ¿transición, práctica democrática o cambio social? Cuando se

27 Un ejemplo simplísimo: el desconocimiento, en términos de régimen político, del andamiaje constitucional creado precisamente por el $%&, en función de los proyectos que a partir de 2008 se abrieron acerca de la reforma petrolera. Cfr. Rafael Estrada Michel, “En contra de la idolatría paternalista de la ley”, Metapolítica, vol. 12, núm. 58, marzo-abril, 2008, pp. 29-32 y Arnaldo Córdova, “La Constitución y la reforma energética”, Metapolítica, vol. 12, núm. 60, julio-agosto, 2008, pp. 55-58.

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inventa al $%& como enemigo de los amigos de la de-mocracia )incluidos (¡cómo olvidarlo!) los “Amigos de Fox” y algunos otros prominentes personajes políticos de los últimos años),28 los improperios ideológicos que le arrojaron resultaron ser nocivos para la profundi-zación, la claridad del debate y la propia realidad del cambio, al grado de que la crítica fue acorralada en la coyuntura en tanto lugar del cual ya no podemos salir. Por accidente o premeditación, la volvimos un estado de ánimo, una normalización de los términos y los adjetivos que, bajo un anonimato sutil, se insta-laron en la escena pública para de'nir los niveles y las intensidades de las discusiones, de lo que sí se puede decir y lo que está prohibido incluso pensar desde nuestra existencia pública.29 El problema radica en que 28 Aquí es sintomática la irrupción de formas “democráticas” de la co-rrupción. Mejor aún, la corrupción como input de la democracia. En el caso de los “Amigos de Fox”, una conclusión, más bien una confesión de boca de uno de sus protagonistas, es más que clara: sin dinero negro y, por ende, anónimo, Vicente Fox jamás hubiera ganado la presidencia. Cfr. Lino Korrodi, con la colaboración de José Luis López, Me la jugué. El verdadero amigo de Fox, México, Grijalbo, 2003, passim, también Jaime Cárdenas Gracia, Lecciones de los asuntos PEMEX y Amigos de Fox, México, &&2-3-,#, 2004, pp. 25-57, 81-13 y Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Sentencia sobre el caso “Amigos de Fox”, 13$-%,$-098/"0$2//2003/10-"0-!&,1 %0.04,-"01, 2004.29 Xavier Rodríguez Ledesma lo ha señalado claramente: “El dedo inquisidor sólo se levanta contra aquellos que, desde sus propios pará-metros, no han actualizado su discurso. Ellos, al sí haberlo realizado, se eximen automáticamente de verse a sí mismos en el espejo. La auto-complacencia abarca tanto al sujeto como a sus nuevos compañeros de viaje. La declaración intelectual sustituye lo empírico. Los silencios se comparten, las complicidades se diluyen bajo el aura deslumbrante de la frase: ‘todos somos demócratas’”, Xavier Rodríguez Ledesma, “Silencios intelectuales. La crítica en tiempos de crisis”, Metapolítica, vol. 13, núm. 66, septiembre-octubre, 2009, p. 91.

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con la salida del $%& de Los Pinos, lo primero que olía a pérdida eran las coyunturas, las instancias sociales y políticas en las cuales se revelaba. De la derrota electoral del partido que deseó hegemonizar todo, lo que resultó evidente fue el aumento de la participación de los su-jetos en la exaltación del cambio en detrimento de la duración o'cial que ha permitido, hasta el día de hoy, la escritura de la historia en México )entiéndase por duración la hegemonía cultural y política del Estado priista autoritario.

Existir, aminorar los costos sociales y políticos, exaltar, construir, subsistir, sobrevivir, mentir. To-dos son verbos de una constelación que hoy más que nunca a*oran por su sola persistencia en el desarrollo de una mirada que no trae más pretensiones que pluralizar el lugar que dejó libre el $%& y que, para-dójicamente, no ha sido ocupado ni por el $,- ni por el $%( ni por los otros partidos. Por tal motivo, no es gratuito que la irresponsabilidad, la emergencia (después de un sexenio de democracia, ahora habla-mos de “narco-terrorismo” y de “Estado fallido”) y el delito se vuelven acercamientos y puntos ciegos de los avatares que nuestro presente lleva a cuestas y del cual todavía habrá mucho por debatir. La frontera entre lo prohibido y lo no prohibido en sus distintos campos de inteligibilidad (moral, político, cultural, social, existencial), puede ser la bisagra y el espejo sobre el cual tejer la serie de re*ejos y fragmentos que están completamente diseminados a lo largo de la cartografía política mexicana de la actualidad. Lo dramático del caso es el olvido intencional de dejar de señalarle al $%& su autoría en todo ello, así como olvidar cínicamente que el mapa (por ejem-

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plo, “la democracia como paraguas”, “los empeños gubernamentales”, “la lucha contra el narcotrá'co” o en contra de lo que sea, “el frente estatal a la crisis económica”) no es el territorio.

Por otro lado, para repensar el presente político de México es necesario revisitar y construir el análisis y la crítica sobre el $%& desde su isomor!smo30 para llegar a una sugerencia sencilla: estamos, por decirlo de al-guna manera, frente a una crisis de complejidad de la vieja estructura institucional, donde la estructura del Estado obtenía su identidad para reproducirse en la organización de partidos. De aquí que todo partido asumió la forma del Estado, su estructura, sus moda-lidades y prácticas, ya que eran la copia original de la 'delidad política de este país. Sin embargo, hay que decir que hablar de una crisis de complejidad no supone pensar en una crisis compleja de la polí-tica y de sus actuales sistemas de referencia, ya que en esta segunda acepción no estaríamos hablando de otra cosa que de la expresión de una banalidad que termina inscrita como una crisis “complicada”. También, estamos en presencia de una crisis de la inteligencia que no está escribiendo y reelaborando la otra historia y la crítica de la crisis. Lo que muestra el horizonte a la mirada es el auge del crimen de la crítica falaz de la crisis y, de igual modo, el ocaso de la crítica sobre los crímenes que la crisis política ha dejado en los muchos años del Estado autoritario y ahora en los primeros años del Estado posautoritario, en cuyo seno se han producido formas autoritarias 30 Es decir, el isomor'smo es la posibilidad de poder atraer una serie de fenómenos, procesos, instancias, lugares, instituciones e, incluso, al propio Estado hacia su orilla de gravedad.

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inéditas y por momentos irreversibles.31 El punto crítico expresa precisamente ello: un desierto de la política y sus actores, donde la aridez y la hostilidad siguen manifestando ser los principales sellos de la clase dirigente.

Tal parece que en México estamos en una época de efectos, problematicidades e interrogantes. Una época en la cual las respuestas al desastre social e institucional no resultan ser la solución, antes bien, el inicio real de los problemas; una época más transparente y democrática, pero que ha empujado a la escena pública una opacidad lacerante en dos sentidos. Por un lado, la salida a la luz de una serie de adeudos sociales, económicos y morales que, bajo la forma de la desorganización, por momentos son identi'cables en la ilegalidad al cuadrado, la violencia difusa, el monopolio y descontrol de la actividad 'nanciera y bancaria, dejando en manos del intempestivo regreso de la lex mercatoria, un proceso estructural donde sólo pocos señores juegan y ganan con leyes ad hoc y, por si fuera poco, un terrible abaratamiento del lenguaje usado para dirimir las oposiciones y disputas. Por el otro, la inauguración de una inevitable construcción fronteriza que subyace a la pérdida casi absoluta de enemigos y, por consiguiente, del orden que le era inherente, para permitir el nacimiento de modos de reestablecimiento estatal. En otras palabras, es como si lo único que queda sea habitar y existir en los límites mismos del sistema de convivencia donde cualquier situación puede ser posible a fuerza de tanta imposibilidad. Una conclusión provisoria pareciera vislumbrarse en el tiempo inmediato y quizá también en el mediato: el $%& sigue ocupando una orilla central en la vida pública del país (y en la vida privada también), a pesar de que con mucha probabilidad es un espacio vacío. 31 Sobre el particular, remito al capítulo 5.

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La conflictiva búsqueda de una educación para la democracia

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A lo largo del siglo !!, la democracia y los mitos que ella ha encarnado "particularmente el de la igualdad y la inclusión", han sido los momentos más deci-sivos que tanto los Estados como las naciones han experimentado respecto a los modos especí#cos bajo los cuales cada uno de ellos le dan forma (ethos) a la identidad, la cultura, la sociedad y a la vida en común (comunidad). En el interior de este proceso histórico de largo respiro "y con independencia de las profundas diferencias, por ejemplo, entre las distintas experiencias y trayectorias históricas de Europa occidental frente a Latinoamérica", el rasgo que sobresale por los efectos que ha producido para la institucionalización de los regímenes políticos democráticos es la llamada incor-

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poración de las masas a la política,1 con el objetivo "y que funcionó como matriz operativa del siglo !!", de politizar a la sociedad (subjetividad) y conjuntamente socializar a la democracia y a la política, en un abierto juego de ida y vuelta, es decir, de “arriba hacia abajo” (top-down) y de “abajo hacia arriba” (botton-up).

Ahora bien, esto no fue posible sin la invención y reproducción de un poder público que nació como garante indiscutible de las libertades individuales y los derechos políticos, cobrando vida en el cuerpo del Estado democrático, tal y como lo conocemos en la actualidad, a pesar de su accidentada y con$ictiva trayectoria histórica. Existen tres casos ejemplares de las múltiples fracturas que los Estados democrático han sufrido a lo largo del siglo !!, y que están direc-tamente relacionados con la educación democrática: la Segunda Guerra Mundial; las violentas guerras de descolonización de África y Asia frente a distintos Estados europeos y la experiencia del cambio político en América Latina a partir de 1959 con el triunfo de la Revolución cubana.

De este modo, tenemos que la Segunda Guerra Mundial corroboró una singularidad constitutiva de la democracia como experiencia social: los mecanismos democráticos de acceso al poder son causa y consecuencia potencial de la guerra. Es decir, la democracia es un pro-ceso político que permite la integración institucional entre sujetos y Estado, pero dado que la integración 1 Bajo distintas modalidades como lo han sido los partidos políticos, la masi#cación de la educación "sobre todo en su talante pública, la garantía de la movilidad social, el aseguramiento estatal de derechos sociales, entre otras. Cfr. Leonardo Morlino, Democracias y democratizaciones, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2009, pp. !-!%.

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jamás es completa, en los intersticios que deja abiertos se pueden producir una serie de intentos por suturar esta situación de incertidumbre, sobre todo cuando es cada vez más evidente que en sus espacios no cerrados aparece una lógica reactiva tensa y no intencional como lo es el caso de la guerra.2 Por ello, el carácter paradó-jico y no resuelto del llamado orden democrático es el que provoca cambios largos o breves en su dinámica, afectando su estructuración institucional y, por ende, la profundización "en distintos niveles institucionales y sociales" de su efectividad. El elemento por subra-yar es que en la base del orden democrático hay una tonalidad identi#cable con la lucha del estar en guerra (polemos), con el otro pero también con uno mismo, y que es origen y #n de la transformación, incluso caída, del Estado democrático.3 Hay que recordar que tonalidad y lucha son vocablos que en términos 2 Claude Lefort, La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, Barcelona, Anthropos, 2004, pp. 36-51. 3 Si ethos es dar forma y construir una personalidad, entonces es posible sugerir que cuando hablamos de Estado democrático en realidad esta-mos pensando en una suerte de personalidad democrática. Es decir, una persona, no sólo un cuerpo, #cticio donde tiene lugar la consagración de la inclusión, y quizá sea el rostro más característico de dicha revelación, sin presuponer que ello exporte en modo implícito alguna forma de inclusión social o política. De sostener que, en efecto, si es posible pensar desde un punto de vista pragmático que hay inclusión al momento de su conjunción simbólica, entonces solo podríamos hablar de inclusión por default, lo que nos llevaría a un callejón sin salida. En realidad, de lo que estamos hablando es de una sacralización del dispositivo me-tapolítico de la democracia a través de la forma que adopta la noción de persona en el sentido político moderno cuando conjuga a un solo tiempo representación y actuación. A pesar de no ser un promotor de la democracia, ni siquiera de la inclusión, quién sentó las bases de este mecanismo de la representación moderna es &omas Hobbes, Leviatán

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etimológicos permiten generar una tensión. En este sentido, una tensión del orden político presupone, desde luego, la apertura de un tiempo de crisis de la vida público-estatal, manifestándose en una secuencia de largos periodos de desacatamiento de la ley, abuso del poder, confrontación al Estado (por ejemplo, con la amenaza del terrorismo y el crimen organizado), inestabilidad política y económica, y que pueden apa-recer en la arena pública bajo múltiples formas como lo son los asesinatos políticos, la caída de la moneda, hasta llegar a la posibilidad de un golpe de Estado o el uso constitucional por parte del Poder Ejecutivo para decretar un estado de excepción, en particular, con relación a tres de sus manifestaciones clásicas: la guerra civil, la insurrección y la resistencia social y popular al poder político.4 Es decir, una situación abierta de descontrol o falta de manejo político de una crisis social, económica o abiertamente política, lo que podría dirigir a un régimen político hacia su caída sin que necesariamente le siga un escenario de cambio. Por los efectos institucionales y sociales que tuvieron, vale la pena recordar que después de la quiebra económica de Estados Unidos en 1929, surgió en 1933 el llamado New Deal de Roosevelt, instituido a partir de “un poder ilimitado de reglamentación”, contenido en la National Recovery Act del 16 de junio de 1933.5 Pero también, no o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil, vol. 1, cap. !'%: “De las personas, autores y cosas personi#cadas”, Buenos Aires, Losada, 2003, pp. 153-157, también véase Mario Piccinini, “Poder común y representación en &omas Hobbes”, en Giuseppe Duso (coord.), Para una historia de la !losofía política moderna, México, Siglo !!% Editores, 2005, pp. 98-112. 4 Agamben, Stato di eccezione…, op. cit., p. 9. 5 Ibid, p. 32.

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dejemos de lado que fueron los mecanismos electorales estatuidos democráticamente los que en la década de los años treinta del siglo !!, permitieron el ascenso y desarrollo del totalitarismo de derecha en Alemania e Italia.6 Paradójicamente, la propia democracia se volvería en el inicio de la segunda posguerra la salida “natural” a estos movimientos anti-democráticos.

Al ser la democracia una salida a la experiencia totalitaria, la pregunta que empezaba a vislumbrarse en Europa al término de la Segunda Guerra Mundial era: ¿qué condiciones sociales, culturales y económicas pueden asegurar el desarrollo y el compromiso con la democracia para que esta última pueda perdurar y des-terrar en lo posible la tensión interna que le subyace? La respuesta estuvo dada por las nuevas funciones que adoptó el Estado como garante y promotor de una cultura política y una educación en una dirección abiertamente democrática, a pesar de que es el mo-mento de mayor descrédito y descon#anza hacia ella y sobre todo hacia la noción de “mayoría”.

Por su parte, los procesos de descolonización en los años cincuenta y sesenta, observarían el llamado de las nuevas naciones al provocar una rápida transformación de las economías de la posguerra (industrialismo) y una mayor interconexión de los Estados en el concierto 6 Para el caso de Alemania, encontramos el laboratorio de la caída de la República de Weimar a principios de 1932, con el ascenso de Hitler y del nazismo, donde se asiste a la puesta en acción del famoso artículo 48 "escrito a sugerencia de Max Weber" de la Constitución de Weimar (creada en 1919), cuando se le “con#ere al presidente del Reich poderes excepcionales amplísimos”, Ibid, pp. 24 y ss. Sobre el caso de Weber y el artículo 48 de la Constitución de Weimar, o Diktatur Paragraph, véase Franco Ferraroti, “Introduzione”, en Karl Jasper, Max Weber. Il politico, lo scienziato, il !losofo, Roma, Riuniti, 1998, p. 14.

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internacional.7 En este sentido, hay que puntualizar que el crecimiento acelerado (1945-1975) vivido en Europa y Estados Unidos, con menor intensidad en América Latina y con un ritmo aún más ralentizado en África pero no así en Asia, provocaría cambios considerables en el interior de las sociedades de la posguerra, como lo fue el con$icto de clase, el con$icto generacional y la disputa por los llamados valores post-materiales.8

Por último, para el caso particular de América Latina, las formas políticas que adoptaba el cambio en ese entonces mostraban un carácter aparentemente contradictorio. Una dirección estaba siendo tomada hacia la experiencia de la guerrilla y el cambio a través de la revolución (con mayor énfasis, repito, después de 1959 con el triunfo de la Revolución cubana hasta llegar a las experiencias de las guerras civiles centroame-ricanas); otra, adoptaba la forma de vincular Estado y desarrollo,9 en aras de describir, explicar y poner en acto del mejor modo posible la idea en boga por aquellos años de una modernidad inacabada, junto a una modernización fracturada, o en el mejor de los casos sui generis. Ello fue así por el hecho de pensar 7 De aquí la noción de democracias maduras en contraposición de aque-llas democracias recientes que no han alcanzado un grado su#ciente de aseguramiento económico y que posteriormente será una preocupación central del debate sobre la calidad y las tareas de la educación hacia la democracia. 8 Gian Enrico Rusconi, “Il concetto di società complessa. Una esercitazio-ne”, Quaderni di Sociologia, vol. !!'%%%, núms. 2-3, 1979, pp. 261-272.9 Cabe anotar que la cuestión del desarrollo económico ya estaba presente desde la década de los cincuenta en las múltiples iniciativas y publicaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (()*+,). Cfr. ++.''., “()*+,. Cincuenta años, re$exiones sobre América Latina y el Caribe”, Revista de la CEPAL, número extraordinario, octubre, 1998, passim.

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y leer a América Latina “desde algún lugar” que, con independencia de haberlo encontrado con precisión, dibujaba algunos de los rostros más visibles de los grandes temas que posteriormente le interesarían a la ciencia política y a la sociología política.10 Junto al desarrollo o colateral a él, también ha sido recurrente en las preocupaciones principales de América Latina en general, y de México en particular, temas tales como el autoritarismo (en sus distintas génesis); la explotación, la desigualdad y la pobreza en la relación con$ictiva entre el campo y la ciudad; las clases sociales, la de-pendencia socioeconómica y política en la relación centro (países desarrollados) y periferias (países en vías de desarrollo).

De este modo, muchos de los temas antes citados manifestarán un común denominador: la con#gura-ción gradual de un particular concepto de transición (del campo a la ciudad, de la dependencia a la auto-nomía, de la pobreza al bienestar). En efecto, se puede decir que el concepto de transición esbozado por estas preocupaciones, en muchos casos se enfocó casi exclusivamente en los retos institucionales y estatales que, para distintos países de la región, representaban los aspectos demográ#cos y urbanos que presuponían. Asimismo, la idea de transición fue una categoría que históricamente se emparentará en América Latina con el concepto de cambio político y social, como lo sería no sólo el caso de la revolución y la guerrilla, sino también el viraje de corte autoritario radical (a partir 10 En América Latina, el giro hacia la sociología política fue motivado, en gran medida, por los distintos esfuerzos de construir teorías “locales” o de área (es decir, regionales) que dieran cuenta de la formación y la transformación del Estado.

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de 1964 con el golpe de Estado en Brasil y extendido posteriormente a lo largo de Sudamérica).

De este modo, podemos entender el por qué tiempo después la categoría de transición es recurrente en la re$exión politológica latinoamericana. En particular, a partir de 1978, en la conferencia anual del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales ((,+(-.) que tuvo lugar en esa ocasión en Costa Rica, y de cuyas conclusiones se desprende la idea del horizonte de-mocrático como una “probable” salida a los distintos autoritarismos que manifestaba la región y que poco tiempo después tomaría forma, con una cierta impre-cisión teórica y política, en la voz de “transición a la democracia”.11

Empero, lo que aquí resulta oportuno señalar es que el Estado, bajo las dinámicas del régimen demo-crático (elecciones, pluralismo y disenso políticos, participación e intensi#cación de la competencia), inscribió en el tiempo presente la categoría de espe-ranza política en el sentido de elaborar una creencia, una forma de responder y convertir al ciudadano (por eso se pretendía politizar la subjetividad y subjetivar

11 Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santiago de Chile, /(), 1990. Por su parte, junto con Guillermo O’Donnell hay que puntualizar que el trabajo colectivo que dio forma a los cuatro volúmenes de Transiciones desde un gobierno autoritario, no fue un esfuerzo por de#nir, enmarcar y discutir transiciones a la demo-cracia, pues esta última era un puerto, quizá el más deseable, pero no era el único probable de tales transiciones, lo único claro era el puerto de partida: gobiernos con distintos tipos de autoritarismo, Guillermo O’Donnell, “Ciencias sociales en América Latina. Mirando hacia el pasado y atisbando el futuro”, El debate político. Revista iberoamericana de análisis político, año 1, núm. 1, verano, 2004, pp. 120-121.

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la política)12 en el momento en que el Estado, única-mente él, en su soledad más absoluta, se encargaría o bien ocuparía, por medio de la acción de socialización e integración (¡como el *0%!), del mejoramiento de las condiciones materiales de la existencia (salud, trabajo, vivienda) y de la producción de recursos simbólicos a través de la educación de los sujetos y de la sociedad en su conjunto a partir de mecánicas como la generación de opiniones propias, la formación de un per#l de la cultura nacional, de la ley, de la autoridad y del estar juntos. Por ello, “La noción de conversión "nos dice Michel Onfray" […] se aproxima a una trans#guración espiritual”.13 Eso fue lo que sucedió y soportó la subje-tivación del Estado con su correspondiente politización del sujeto. Entonces, este mecanismo indujo a pensar y generar una lectura social donde el Estado podía contri-buir a la transformación positiva de la sociedad y de los sujetos, al grado de construir un deseo de democracia inherente a dicha transformación. Si bien es cierto que el llamado Estado de bienestar surgirá como una respuesta al con$icto de clases sociales, ocasionado por el crecimiento de las desigualdades y la pobreza que el desarrollo económico habría producido desde las tres 12 Este mecanismo tiene su origen en una particular concepción de la libertad como lo es la libertad de conversión del pluralismo religioso. Inclusive, es una concepción de libertad anterior a la formación de las modernas democracias de masas. Es decir, la libertad de conversión re-ligiosa estaba basada en la posibilidad de convertir al prójimo al propio credo. Con este tipo de libertad, se pretendía transformar a las personas y a su pasado, volverlos otra persona (convertirlos en última instancia). Cfr. Israel Covarrubias, “Los desafíos del pluralismo cultural”, Metapolítica, vol. 10, núm. 49, septiembre-octubre, 2006, pp. 101-103.13 Michel Onfray, La comunidad !losó!ca. Mani!esto por una Universidad popular, Barcelona, Gedisa, 2008, pp. 38-39.

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primeras décadas del siglo !!, también es verdad que la retirada del Estado a partir de los años setenta pro-dujo una desconexión institucional entre crecimiento económico y legitimación política. Por ello, surgirá el tema de la “ingobernabilidad de las democracias”, acompañado con el resurgimiento del tema de la crisis, después de tres décadas de conexión sólida y positiva entre crecimiento económico y legitimación política, y que van del #nal de la Segunda Guerra Mundial a la primera mitad de los años setenta.14

Lo que valdría la pena preguntarnos hoy es: ¿por qué la estructuración de este particular mecanismo político ha sido olvidado y por ello es relevante para comprender tanto la herencia como la actualidad de la educación hacia la democracia? Es una pregunta que cobra mayor vigencia en un país como el nuestro que mani#esta claros síntomas de regresiones y sus-pensiones de su orden político democrático, ya que para decirlo brevemente México se encuentra en un proceso creciente y pervertido de desmonopolización del mercado de los hábitos, actitudes, creencias, ac-ciones y fundaciones, que lo único que nos muestran es la cara menos amable de una moneda que nadie sabe realmente hacia donde se dirige. En doce años de profundización de la democracia, somos testigos de un cambio “hacia atrás” y que viene de “arriba hacia abajo”. Por ejemplo, el presidente Felipe Calderón en su guerra contra el crimen organizado siempre ha diri-gido sus palabras a los mexicanos, no a los ciudadanos 14 Cfr. Francisco Colom González, Las caras del Leviatán. Una lectura política de la teoría crítica, Barcelona, 1+2-Iztapalapa/Anthropos, 1992, pp. 230 y ss., y Marco Revelli, La sinistra sociale. Oltre la civiltà del lavoro, Turín, Bollati Boringhieri, 1997, pp. 28-35.

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de este país. En modo análogo, los partidos políticos se dirigen a los electores no a los mexicanos, mucho menos a los ciudadanos. Por lo tanto, la educación para la democracia es una apuesta urgente y oportuna en México, ya que puede abrir una ventana nueva desde la cual sería creíble y efectiva la lectura de y por la democracia.

De lo antes dicho, se desprenden dos argumentos simplísimos. El primero, la vida pública de las demo-cracias es el resultado de una tensión permanente, no resuelta en lo mínimo, entre la proliferación de las necesidades (y con esto no pienso únicamente en el orden material), los medios para alcanzarlas (aquellos que el Estado ha pretendido cubrir con distintos ámbitos de institucionalidad) y el impacto de los re-sultados obtenidos en el nivel de la experiencia del sujeto (en general, por debajo de las expectativas generadas en la sociedad por parte de la política y sus sistemas de representación).

El segundo, tiene que ver con las velocidades, los altibajos y las dinámicas siempre inacabadas donde, por lo menos en México, se ha con#gurado la lógica perversa de que la educación (particularmente la pú-blica, pero en años más recientes también la privada) es "o al menos lo fue", por el hecho de ser otorgada, reconocida o regulada estatalmente, la palanca central del desarrollo y de la democracia de nuestro país. En efecto, al pretender neutralizar determinadas formas de desigualdad por medio de la movilidad social con la sola posibilidad de acceso al sistema de educación (con una fuerte insistencia en el nivel superior), no se tuvo capacidad de reaccionar frente a los costos cre-cientes de ampliación y reproducción de otras formas

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de desigualdad que estaban generándose en el interior del sistema educativo y como efecto de él.15 En aras de la e#ciencia, la cuanti#cación, la calidad educativa, los proyectos más recientes de modernización y pro-fesionalización de la educación han olvidado que la modernización, así como sus estrategias y avances, no tienen una relación directamente proporcional con la subjetividad.16 Hay que reiterar que hablar de calidad en la educación no es sinónimo de otorgar compe-tencias para el mercado de trabajo, mucho menos es garantía de una formación solida, por lo menos res-pecto a la lectura y a los métodos de lectura necesarios para volver de ella una experiencia signi#cativa en la vida diaria. De igual modo, otro problema "de corte institucional" que llama poderosamente la atención del lugar que está ocupando la educación en nuestro país, es que el gasto social en educación por parte del Estado mexicano disminuyó en modo considerable entre los años 2000-2009, privilegiando otros rubros como lo es la asistencia social y la salud. Es decir, ha dejado de ser una prioridad para el gasto social del Estado democrático.17

15 Adrián Acosta Silva, “Universitarios”, Metapolítica, vol. 14, núm. 70, julio-septiembre, 2010, pp. 46-50. 16 Sobre el particular, remito al capítulo 5, también Norbert Lechner, Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política, Santiago de Chile, ,.2, 2002, pp. 43-60. 17 Ciro Murayama, “Financiamiento y desarrollo de la educación superior 2000-2009. Entre la inercia y el mercado”, Metapolítica, vol. 14, núm. 70, julio-septiembre, 2010, pp. 61-65.

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Ahora bien, es necesario buscar e indicar los modos particulares de formación histórica del mecanismo de la esperanza política en los pasajes internos del Estado posrevolucionario mexicano, ya que podemos decir que lo que instituyó fue un mecanismo $exible y complejo de intercambio por lo menos respecto a la arquitectura institucional que soportaría a la educación desde una lógica abiertamente política. Y no sólo a las instituciones de educación básica, sino cubría todo el sistema educativo nacional. Este mecanismo es quizá la variante mexicana de la esperanza política y puede ser leída como un intercambio de promesas por con!anza (legitimidad).18 Sin embargo, volver a la educación un deseo presupone realizarlo, o sea actuarlo, en el orden de la expectativa, no en aquel de la experiencia, y con ello lo que se formó históricamente entonces fue una suerte de “no todavía”,19 como respuesta para neutrali-zar determinadas formaciones históricas de la desigual-dad, y que dieron paso a un horizonte de expectativas "para usar la fórmula de Reinhart Koselleck" que se disuelve en el tiempo cada vez que el sujeto está por 18 ¡Como la ma#a! Pues la materia central de la compra-venta de protec-ción, carácter central de las organizaciones ma#osas, es la con#anza, como valor obviamente informal. Cfr. Diego Gambetta, La ma!a siciliana. El negocio de la protección privada, México, /(), 2007. 19 En palabras de Remo Bodei, el “no todavía” es una “proyección más allá de los márgenes extremos de una realidad plena de humillaciones, de ofensas y de dolor […] un lugar en el que la vida se refugia para readquirir un nuevo espesor de sentido, la rati#cación y la espasmódica espera de solución de un malestar profundo y de un deseo incolmable”, Remo Bodei, Libro de la memoria y de la esperanza, Buenos Aires, Lo-sada, 1998, p. 22.

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alcanzarlo.20 A pesar de este carácter de inalcanzable, de tensión entre pertenencia y no pertenencia, entre exclusión e inclusión, fue una opción para construir un horizonte a millones de mexicanos, del nivel básico al profesional y posgrado.

Por consiguiente, la herencia del siglo !! en México con relación al tema de la educación para la democracia mediado por una espera constante, inicia en pleno pro-ceso armando de la Revolución, con el nacimiento de distintos periódicos "emblemáticos no sólo en aquella época sino hasta nuestros días" como El Universal en 1916, Excélsior en 1917 y El Heraldo de México en 1919, y que sugerían la formación de un criterio distinto de aquel que había puesto en marcha el proceso armando para entender la vida pública de nuestro país.21 Y hacia principios de la siguiente década, con el papel que juega José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación Pública (-)*), y en particular con la puesta en marcha de una suerte de “evangelización” de la cultura y el libro como objeto “redentor”,22 de la lectura y especialmen-te con la invención de un sujeto-lector que hasta ese momento no estaba presente.23 El analfabetismo, que 20 Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, pp. 333-357.21 Engracia Loyo, “La lectura en México, 1920-1940”, en ++.''., Historia de la lectura en México, El Colegio de México/Ediciones del Ermitaño, 1988, p. 247. No hay que olvidar que en 1914 había nacido la Editorial Porrúa, cuya colección “Sepan cuantos…” ha sido indispensable para la formación de muchísimas generaciones de estudiantes de México en todos los niveles. 22 Xavier Rodríguez Ledesma, Abonando la utopía, México, (.3+(1,4+/Océano, 2006, p. 16. 23 La invención del sujeto lector quizá no fue la mejor, pues Vasconcelos estaba convencido de que todos los mexicanos podían leer y formarse a partir de los 524 títulos organizados en las cinco colecciones para ex-

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llegaba al 80 por ciento de la población y que se volvía uno de los saldos de la Revolución mexicana, enmar-caba un problema fundamental para las posibilidades de transformación radical que la guerra civil había generado.24 Por ello, lo que se pretendió con la cruzada por la alfabetización, más allá de su traducción práctica de la escritura constitucional, era la de formar una con-dición auténticamente mexicana a partir de la función que tendría el libro de texto gratuito y sus contenidos desde el nivel básico de la educación, en un intento por aprender y comprender algo acerca de la mirada y la lectura que en el imaginario nos une como nación. De aquí, pues, el nacimiento de una vida y de un espacio público que involucraba no solo la formación política del Estado, sino también de una forma cultural que nu-triría al Estado de vitalidad y de narrativas propias como lo sería el caso de la llamada novela de la Revolución.25 Tiempo después, en los años treinta, está el nacimiento del /() (1934), antecedido por la creación de la revista El Trimestre Económico (cuyo primer número apareció en abril de 1933), donde se reuniría una generación inte-lectual (particularmente abogados y economistas) entre cuyas #guras más destacadas se encontraban Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, Manuel Gómez Morín, Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor, entre otros. De hecho, los dos últimos compartirían en sus inicios la dirección de El Trimestre Económico.26 Es importante

pandirlas territorialmente a partir de su cruzada alfabetizante, y donde no olvidemos que se encontraban autores como Dante y Platón, Tolstoi y Balzac, Plutarco y Shakespeare, etcétera, Ibid, p. 26.24 Loyo, “La lectura en…”, op. cit., p. 243. 25 Ibid, pp. 250-251.26 Díaz Arciniega, Historia de la casa…, op. cit., pp. 43 y ss.

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señalar que el nacimiento del /() se dirigía, en una de sus líneas esenciales, a la minoría de lectores profesionales que el desarrollo mexicano estaba construyendo.27

Asimismo, no se olvide el impacto político, aca-démico, cultural y literario que produjo en nuestro país la migración española hacia #nales de la misma década, ocasionada por la guerra civil en aquel país, ya que dio vida a la Casa de España (fundada para ofertar cursos y conferencias de varios tópicos vincu-lados a las ciencias sociales y humanidades) en 1938, cuya primera sede física la compartía en el edi#cio que entonces tenía dispuesto el /() para sus actividades en el centro histórico de la Ciudad de México, al grado de que “dentro de una especie de consejo editorial [del /()] estaban José Gaos, Ramón Iglesia, José Medina Echavarría y Manuel Pedroso”.28 La Casa de España posteriormente se volvería El Colegio de México, institución fundamental para el desarrollo y recepción de las ciencias sociales y humanidades de nuestro país. De hecho, tiempo después, José Medina Echavarría dirigiría la sección de sociología y Manuel Pedroso la de ciencia política del /().29

Por último, tenemos el nacimiento de Siglo !!% Editores en 1965, donde la prohibición cultural del o#cialismo priista, como se ha dicho en el capítulo 1, se volvería un input de la formación de múltiples lecturas y lectores sobre la circunstancia mexicana. De hecho, es el inicio de los cuatro movimientos emblemáticos 27 Carlos Monsiváis, “Arnaldo Or#la Reynal y la ampliación del lecto-rado”, en ++.''., Arnaldo Or!la Reynal. La pasión por los libros, México, U de G, 1993, p. 28.28 Díaz Arciniega, Historia de la casa…, op. cit., p. 78. 29 Ibid, p. 88.

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de ruptura entre la clase política mexicana y la clase intelectual universitaria, ya que después del despido de Arnaldo Or#la Reynal de la dirección del /(), y con la fundación de Siglo !!% Editores, tendríamos en el escenario nacional la agresión por parte del ejército en 1966 a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y en 1967 a la Universidad de Sonora, culminando en 1968 con la toma de la Universidad Nacional.30

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En la actualidad, el punto de partida para cualquier intento de educar desde el nivel básico educativo hacia la democracia pasa por restituir el lugar de los vocablos lectura y lector en las formas de enseñanza, pues esta restitución ya sería un avance signi#cativo en dirección democrática. ¿Hasta cuando sí podrá ser una realidad?, ¿hasta cuando la educación puede permitir la formación de un ethos social original, es decir, la construcción de una personalidad compartida que reúna en un solo tiempo y lugar individualidad con capacidad de producir recursos simbólicos? En una palabra, ¿hasta cuándo se producirá experiencia de sociedad y experiencia de Estado, ambos en sentido democrático?, ¿no es hoy el momento más adecuado para aprender a leer la sociedad en la cual se habita, la posición social, espacial y temporal en la cual se está? Si por mucho tiempo la respuesta a las interrogantes

30 Labastida, “En la cultura mexicana…”, op. cit., p. 31, también Mon-siváis, “Arnaldo Or#la…”, op. cit., pp. 32-34.

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anteriores estaba atada a la persistencia del Estado au-toritario que, se decía, bloqueaba las posibilidades de cambio, ¿qué ha sucedido cuando ya no está presente el Estado autoritario?

La cuestión de la individualidad en tanto subjetividad supone decir que cada paso de cambio en cada escuela desde el nivel básico, comienza con la revaloración del lugar del maestro y del alumno, cuyo inicio está simbo-lizado por la necesaria neutralización pedagógica de la ignorancia como mecanismo de diferenciación y chan-taje entre maestro y alumno.31 Pero además, habrá que tomar decisiones encaminadas a identi#car y distinguir los conocimientos por incluir como necesarios de aque-llos que sólo son su#cientes. De igual modo, habría que saber qué estamos haciendo con las formas para resolver los problemas derivados de la buena o mala calidad de las condiciones materiales e inmateriales para el trabajo docente.32 Al respecto, es ilustrativo de las condiciones materiales e inmateriales de la educación, el estatuto que se le otorga y la atención que se le da a la frecuencia en el uso y actualización de las bibliotecas del país. Sobre el particular, Fernando Escalante Gonzalbo dice que en México se tienen registradas 6610 bibliotecas que resguardan un acervo de 33 millones de libros y atienden por año 87 millones de consultas.33 Y agrega:

31 Sobre el particular, Maud Mannoni se pregunta “¿qué sería del profesor si no se impidiese aprender al alumno?”, Maud Mannoni, La educación imposible, México, Siglo !!% Editores, 2005, p. 48.32 Bonifacio Barba Casilla y Margarita Zorrilla Fierro, “La formación inicial de docentes en México, ¿tiene salida?”, Metapolítica, vol. 13, núm. 64, marzo-abril, 2009, pp. 42-46. 33 Fernando Escalante Gonzalbo, A la sombra de los libros. Lectura, mercado y vida pública, México, El Colegio de México, 2007, p. 159.

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Como término de comparación tomemos al Reino Unido, que tiene aproximadamente la mitad de población: 4715 bibliotecas, 108 millones de volúmenes, cerca de 340 millones de visitantes anuales (y un promedio de 23 mil volúmenes por biblioteca). El resto de los datos es predecible: más de la mitad de la población británica acude a la biblioteca al menos una vez al mes, casi tres cuartas partes están registrados en la biblioteca de su localidad.34

Imaginemos qué sucede con las librerías y las editoriales como lugares públicos de socialización y formación de lectores en la democracia mexicana. Más aún, cuando es importante, señala Jaime Labastida, que el lector no sólo compre o acepte aun como regalo y lea un libro, “sino que lo comprenda, no solo que lo comprenda, sino que lo critique, no solamente que lo critique y lo haya comprendido, sino que lo ponga en acto”.35

En #n, sería importante formular una ética de la responsabilidad por parte de maestros y alumnos, soportada por lo menos en dos direcciones: primero, compromiso de aquel que enseñanza y aquel que aprende; segundo, separando en la medida de lo posible los lugares de la vida académica de aquel de la vida política "y que no se traduce directamente en vida pública.36 Sin embargo, como se ha dicho, con un gobierno federal como el que tenemos en la actualidad en México, podemos deslizar la hipótesis que no hay posibilidades reales para esperar un cambio profundo de las subjetividades que componen la escuela y la 34 Ídem. 35 Labastida, “En la cultura mexicana…”, op. cit., p. 34.36 Benjamin Arditi Karlik, “En defensa del elitismo. Tres decálogos para una ética de la responsabilidad y de la excelencia académica”, en Judit Bokser (coord.), Las ciencias sociales, universidad y sociedad. Temas para una agenda de posgrado, México, 13+2, 2003, pp. 523 y ss.

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educación respecto a los temas por impartir en las aulas, con el objetivo de “actualizar lo inactual”, traducible como un intento radical y necesario por desmembrar nuestros retrasos y letargos históricos respecto a la de-mocratización de la educación y de la cultura en por lo menos dos de sus variantes fundamentales: la social y la institucional.37

Lo que estamos observando y experimentando hoy en el terreno de la educación de nuestro país es la caída !nal de la postergación de las buenas (o malas) intenciones de aquellos que han dirigido los intereses de los muchos, contenidos en el interior del sistema de educación a un mejor tiempo.38

Luego entonces, es probable que a la pregunta ¿a quién le interesa la educación hacia la democracia en México? se le responda con otra pregunta que sólo indica el inicio del problema que tenemos en las ma-nos: ¿de qué sirve mostrar los rumbos posibles acerca de la educación democrática, tanto en los próximos 37 Sobre el particular, remito al capítulo 5, parágrafo 3, también Germán Cervantes Ayala, “¿Cursos o formación continua de los maestros?”, Me-tapolítica, vol. 13, núm. 64, marzo-abril, 2009, pp. 47-50, y Rodríguez Ledesma, “Silencios intelectuales…”, op. cit., pp. 89-92.38 Recientemente, Alba Martínez Olivé lo ha señalado claramente: “Ya no es posible ni sensato posponer un debate nacional, democrático, de miras elevadas, con propuestas de base y espacios para el análisis y el aporte, que conduzca no a una reforma coyuntural más, que siga agobiando a los profesores y di#cultando a los alumnos el aprendizaje, por exceso o inadecuación de contenidos, sino a un replanteamiento sólido del signi#cado de lo básico imprescindible en educación, que reencuentre y aquilate los valores que dieron origen a la educación pública mexicana, reconozca lo que debe permanecer en este siglo !!% y modi#que o elimine lo que no es útil”, Alba Martínez Olivé, “Por una nueva agenda de la educación básica en México”, Metapolítica, vol. 13, núm. 64, marzo-abril, 2009, p. 33.

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meses como para los próximos años, si en la situación estatal de nuestro país la palabra horizonte ya perdió su densidad para ceder su lugar a la palabra crisis? Y no es un hecho únicamente en su sentido de que “algo está ocurriendo” en sentido inverso al proceso de generación de expectativas, más bien, en el sentido de que sin una noción mínima de la educación como eticidad, como forma de sociedad, es poco lo que se podrá avanzar en la promesa ya no de mejora, por lo menos de com-promiso. Es necesario recodar que nuestro sistema de educación es heredero tanto de la inercia histórica del mal menor, cuya traducción semi-estatal ahora es un esfuerzo por mediatizar la educación (por ejemplo, en el acuerdo de Elba Esther Gordillo y Televisa), así como de la feudalización de las formas del cambio edu-cativo a través de lo que ha representado el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (-34)) respecto al nivel básico de enseñanza.39 Acentuado, precisamente, en los últimos diez años.

La feudalización del cambio educativo por parte del -34) y su líder pueden tener hoy una clave de inteli-gibilidad si lo consideramos un efecto de los procesos de balcanización política que nuestro país ha sufrido en las tres últimas décadas, entendido como el proceso que acompañará el largo fenómeno de la democra-tización nacional: se democratizaron algunas de las instituciones fundamentales del régimen político pero al costo de feudalizar al Estado. La sugerencia es que la balcanización política mani#esta el distanciamiento 39 Vale la pena una observación: cambio y reforma no son sinónimos. Es decir, las distintas reformas al sistema de educación básica parten de reformar algo ya establecido, pero eso no es garantía de que en la realidad cambie.

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respecto a la política de la lealtad y de la respuesta por parte de los grupos de poder en el interior del Estado, trastornando radicalmente la representación terri-torial y la representación de intereses para construir un espacio intermedio, publico y privado al mismo tiempo,40 donde ocuparán al Estado exclusivamente como estructura para responder a los “deseos de los líderes de estos grupos de poder”.41 Incluso, este espa-cio intermedio de comunicación entre poder político y grupos de poder ha sido de#nido como “zona gris” del juego eminentemente político de los nuevos ac-tores que al transformarse paulatinamente de grupos organizados "bajo el cobijo de la ilegalidad-legalidad y de la protección política" a grupos de presión y que en algunos casos han logrado incrustarse en las sedes decisionales del Estado mexicano.42

Entonces, el efecto principal de la balcanización expresable en el peso político del -34) y su líder, es la invención histórica de un cuerpo político de#nible como magisteriocracia, en tanto expresión de una #gura de pasaje (cuatro sexenios ya cuenta en su carrera Elba Esther Gordillo), estatuida en el país desde la época de su antecesor, Carlos Jonguitud Barrios.43 Con ello, el 40 Sobre el particular, remito al capítulo 5. 41 Giulio Sapelli, Cleptocracia. El “mecanismo único” de la corrupción entre economía y política, Buenos Aires, Losada, 1998, p. 17 [la cursiva es mía], también Danilo Zolo, “El ocaso de la democracia en la globalización”, Metapolítica, vol. 14, núm. 71, octubre-diciembre, 2010, pp. 36-44.42 Leonardo Curzio, “Crimen organizado y #nanciamiento de campa-ñas políticas en México”, en John Bailey y Roy Godson (eds.), Crimen organizado y gobernabilidad democrática. México y la franja fronteriza, México, Grijalbo, 2000, pp. 142-143. 43 José Martínez, La maestra. Vida y hechos de Elba Esther Gordillo, México, Océano, 2003, pp. 68 y ss.

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carácter fundacional de su persistencia está dado por su enorme capacidad de improductividad de cambio semántico y pragmático en las confrontaciones con el poder político y con su base de legitimidad.44

De este modo, el problema es que precisamente el -34) y Elba Esther Gordillo han generado una lógica de representación autárquica que ha terminado por volverse un problema frente a las nociones de la ley, ya que el imperio de ésta última es posible cuando no se traduce en una persona física, puesto que histórica-mente es una persona moral. En efecto, el reclamo por el profundo dé#cit de representación con el -34) radica en ello: volver física una estructura inmaterial, imper-sonal y sin nombre propio: eso es ley. La trampa que ha permitido volverse una respuesta de continuidad histórica es obnubilar la #cción (como forma) inhe-rente a cualquier formación histórica de la ley, pues sin ella no existe. Mientras no se logre desintoxicar la atro#a de esta estructuración, incluso ideológica, en los pasajes internos del -34), poco podremos hacer para cali#car aprobatoriamente la asignatura pendiente de la educación por y para la democracia en una de sus principales instancias de reproducción.

Ergo, ¿a dónde nos lleva esto? A indicar, discutir, pensar la educación como Estado, en especí#co, como problema crucial de la estatalidad democrática. Para comenzar, habría que preguntarnos qué corregir, qué cambiar, qué clausurar respecto a la erosión de 44 Sobre las causas del no reconocimiento de la transformación histórica de las corporaciones, sugiero Marialba Pastor, “Corporación y corrupción”, en Horst Kurnitzky (comp.), Globalización de la violencia, México, Coli-brí/Instituto Goethe de México, A. C./Asociación Mexicana de Amigos de la Universidad Ben Gurión en el Néguev, +. (., 2000, p. 98.

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la con#anza del sujeto frente al Estado. Han sido demasiadas las promesas no mantenidas del Estado mexicano frente a los sujetos y frente a una sociedad cada vez más precaria. Al no mantener tales promesas (por ejemplo, ¿la educación aún permite abrir una puerta al tiempo futuro o simplemente la termina de cerrar?), estaríamos en la presencia de una sociedad que sólo con mucha fatiga confía en el Estado y, en general, en el otro.45 Una sociedad que le cuesta enormidades creer (pues de eso se trata, de creer, de tejer sentido con lo que el Estado dice, hace, no dice, no hace). Por ende, ¿cómo es posible en la hora actual detectar en nuestra sociedad una persona en la cual podemos depositar nuestra con#anza?, ¿cómo se transforma en alguien capaz de ser respetable (autoridad) al punto de convertirse en nuestro con#dente?, ¿cómo puede el Estado participar en ello, sobre todo si pensamos en perspectiva que las generaciones actuales del sistema nacional de educación básica son, se quiera aceptar o no, la ciudadanía del futuro de México?46 En un estudio reciente a partir de los resultados de un grupo de enfoque re$exivo, Gabriela Ynclán y Elvia Zúñiga

45 Pongamos un ejemplo social simple: las acciones histéricas y siste-máticas de acoso del sistema crediticio del país en los retrasos en el pago de distintos tipos de créditos en una situación general de crisis y de in$exibilidad económica. ¿No se supone que el crédito está basado en la con#anza mutua de los contrayentes? No hay que olvidar que la con#anza, central para entender las dinámicas institucionales, es un recurso informal. 46 Hay que aclarar que existen dos tipos de con#anza, una sistémica y otra biográ#ca. La primera, es la que se le otorga al Estado o la que él produce (legitimidad) y es de corte vertical; la segunda, tiene su razón de ser en algunos de los principios que rigen el sistema educativo: ética, solidaridad, convivencia, construcción de vida en sociedad y es de corte horizontal.

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con una serie de entrevistas testimonian sobre los tipos de liderazgos en el interior de las escuelas, la particular forma de relacionarse entre los padres de familia y los maestros, entre éstos últimos y los directores y entre todos ellos con los alumnos. Al #nal, lo que se puede inferir de este trabajo, son las percepciones más recu-rrentes (las herencias autoritarias) acerca del Estado, la institución y la educación. ¿Qué derivación tiene ello? Evidenciar, según el juicio de las autoras, “prácticas antidemocráticas y autoritarias que se reproducen en la relación y el trato con los alumnos en el trabajo en las aulas y que no son privativas de ellas”.47

Por su parte, un punto que nos puede permitir entender el problema de la con#anza es el que señala el papel que juegan los aspectos informales en el interior de la forma institucional que tenemos en la estruc-tura de la educación. Por ejemplo, tanto el realismo en la forma de la producción de decisiones como la no vinculación de muchos sectores de la sociedad acerca de la educación como derecho, sobre todo en lo que compete a la educación pública, ya que la educación privada corresponde a una lógica distinta. Los ejemplos respecto a la educación privada sobran. Sin embargo, pongamos uno sobre la mesa que resulta fundamental: en los últimos años, evidenciamos un incremento signi#cativo de programas de posgrado en las universidades privadas, muchos de los cuales están registrados en el patrón de excelencia del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología ((.3+(y4), bene#-ciándose de los recursos que el (.3+(y4 concede a esos 47 Gabriela Ynclán y Elvia Zúñiga Lázaro, “La escuela que tenemos… La que queremos transformar”, Metapolítica, vol. 13, núm. 64, marzo-abril, 2009, p. 41.

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programas. La cuestión, a manera de hipótesis, es que muchos de los estudiantes que entran a esos posgrados, reciben su beca de estudios para cubrir, en el mejor de los casos, las colegiaturas que los posgrados estatuyen, desplazando y trastornando radicalmente el objetivo institucional original de una beca de estudios. ¿No es ésta una forma de que el Estado también se ha estado ocupando de la educación privada?

Por lo tanto, la cuestión es: ¿hay que exigir o reci-bir? En efecto, el Estado ha intentado construir áreas mínimas de igualdad a lo largo del horizonte de la sociedad; sin embargo, dichas áreas no son fructíferas si únicamente las pensamos como cifra y cobertura. Este es el problema, ya que en vez de instituir una lógica de la cooperación, se pretende seguir avanzan-do, sin proyecto claro de estatalidad y sin opciones de sociedad, hacia una línea más imaginaria que real sobre las nociones educativas y formativas del orden, la ley y la autoridad. Quizá precisamente por ello, la palabra ley ha dejado de ser un signi#cante crucial de la convivencia social.

Para terminar, valdría la pena discutir el tema de la educación en la extensión del triple problema que en la actualidad mani#esta el Estado mexicano: la au-sencia de integración en el terreno económico (¿hasta cuándo se seguirá oponiendo el Estado al mercado?), en el terreno de convivencia social y en el ámbito de la justicia. Parece que el Estado no ha terminado de entender a su sociedad, a los sujetos que la forma, y pareciera que no tiene la gana de hacerlo, cuando re-sulta una obligación urgente. De lo contrario, podrán seguir sucediéndose en el futuro próximo reformas a la educación sin cubrir ni representar lo más básico de

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todo ello: el nivel de las vivencias, el sentido, la coexis-tencia, pues el Estado, siempre el Estado, se ha quedado únicamente en una serie de respuestas técnicas que no cubren los adeudos hacia la sociedad, mucho menos el deseo social de sentirse representado por alguien para que, en efecto, pueda nacer una noción y una práctica de “comunidad” distinta, quizá democrática, a pesar de sus contradicciones.

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La perrera y la mordida

En su número de 1951, la revista Diógenes dedica sus contenidos al tema “Moral y luces”, donde describe la historia del griego Diógenes “el cínico”, oriundo de Siope y que vivió en el siglo !" a. C. Diógenes fue discípulo de Antístenes, que a su vez era discípulo de Sócrates. La historia de Diógenes está vinculada con un gimnasio de entrenamiento para los jóvenes humildes de Atenas en el tránsito del siglo "-!" a. C., llamado cyno-sarges, traducible como “la perrera”. Según esta revista, cynosarges deriva de la voz griega kynos, que es el origen etimológico de cinos y can; también corresponde a la etimología de “cínico, perroides, perrunos o semejantes a perros”.1 El uso semántico en ese entonces se dirigía hacia dos direcciones, donde perro era símbolo de: 1) respeto hacia su dueño porque expresaba una #rme lealtad, “#el como un perro”;2 2) animal descon#ado, 1 Revista Diógenes, México, Talleres Grá#cos Nacionales, 1951, p. 19.2 Ibid, p. 20.

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“#era ladradora, mordedora”. Ahora bien, la paradoja de las dos acepciones estriba en el hecho de que: “El homónimo, sin embargo, lleva algo de despectivo. Entraña bajeza, indignidad, falta de pudor. Porque el perro no es generoso para la generalidad, sino apegado sólo a su amo. El sentido de libertad, el espíritu de in-dependencia, son virtudes a las que es completamente ajeno. Hasta en el mejor de los casos, la comparación del hombre con el perro es #gura de desprecio”.3

De igual modo, la misma revista dice que la mordida $de#nida por el tipo de mecanismo que adopta y no por los montos del intercambio corrupto$ puede ser clasi#cada en tres modos: a) mordida de buena voluntad; b) mordida infame; c) super mordida. De este modo, el primer tipo sería la expresión de un intercambio relativamente pernicioso para las instituciones. Esto es, “El funcionario o empleado no la exige. El empleado o funcionario está dispuesto a cumplir con su deber en el curso y ritmo de su trabajo cotidiano. Pero el particular, a quien le urge que le despachen su asunto con la mayor rapidez, se congracia con el funcionario o empleado, y con muestras de amistad o simpatía le hace un regalito. Ese regalito es una mordida”.4 Algunos ejemplos pueden ser el pourboire francés, el tip inglés o la propina en el mundo iberoamericano, acciones que “premian” un buen servicio y no el servicio debido.5 3 Ibid, pp. 20-21.4 Ibid, p. 30. 5 Es importante insistir que los actos de corrupción no son necesariamente actos en contra de la legalidad, por lo que su universo pragmático es no sólo complejo, sino de frontera: legal-ilegal al mismo tiempo, formal y discrecional, etcétera. Cfr. Miguel Carbonell, Transparencia, ética pública y combate a la corrupción. Una mirada constitucional, México, !!%-&'(), 2009.

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El segundo tipo estaría representado por una forma irregular de corrupción. Por ejemplo, la mordida bu-rocrática, “fundada en un mal servicio”. En este caso, existe una omisión deliberada por parte del funcionario o empleado público para no hacer efectivo un servicio debido. El tercer tipo, el cual debería llamar la atención en el contexto mexicano, es propiamente hablando, la mordida política, incluyendo en esta acepción a la “alta corrupción”.

Es interesante recuperar la idea de fondo que trae esta historia: la distinción entre e#ciencia y honradez $esta última vinculada a su vez con la humildad y la sencillez. La primera no presupone la segunda (por ejemplo, se puede ser e#ciente y corrupto al mismo tiempo), pero la segunda sí puede presuponer a la primera, ya que se vuelve una de sus condiciones necesarias de existencia. Y ambos atributos, con independencia de su positividad o negatividad, están presentes en las dinámicas de la mordida. Hecho extraño, pero además se puede aludir que la e#ciencia es un componente público y la honradez es un componente privado. Se premia la e#cacia del funcionario, del político, del profesor, del profesional. En cambio, la honradez, ¿cómo se detecta y, después, cómo puede premiarse? Este mecanismo simple cobra relevancia en nuestro país, ya que la honradez no es una precondición para la acción política,6 quizá es su opuesto: donde hay honradez no hay política, lo que quiere decir que las mordidas (en cualquiera de sus tamaños) fundan una particular acepción de la fuerza 6 Israel Covarrubias, “Responsabilidad, corrupción y servidores pú-blicos”, en José Luis Calva (coord.), Agenda para el desarrollo, vol. 15: “Democracia y gobernabilidad”, México, &'()/Miguel Ángel Porrúa, 2007, pp. 260-261.

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de ley y no de su escritura. Más que evidente en la lógica que subyace a muchas de las formas de “pre-sentarse” en público del gobierno federal en los años más recientes, al esceni#car un drama donde él es un reducto moral de la nación, pretendiendo resolver problemas del orden político, del orden de los sujetos y de su existencia política, con golpes de redención a problemas públicos y también privados (como lo ha sido la propensión a intentar gobernar la intimidad), que son reducidos y de#nidos como vicios seculares y privados que corrompen la convivencia frente a la virtud de los dirigentes del Estado. Incluso, esto se ha desdoblado sistemáticamente en un uso discrecional de las palabras, ya que muchas veces sus discursos ocultan y vuelven secreto cierto tipo de información hasta hacerla aun desaparecer. ¿Esta no es una forma inédita de corrupción en nuestro país?7

Por ello, cuando se pretende estudiar la corrupción política, estamos obligados a no perder de vista los dos procesos que asume y que no son coincidentes: la corrupción de la política y la política de la corrup-ción, donde el primero es el conjunto de las formas de desviación del ejercicio de la autoridad (de aquí la 7 Es lo que podríamos llamar el “principado de las respuestas vacías”, y que como lo ha señalado la comisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (!*(!), Jacqueline Peschard, puede sugerir una profunda confusión de los términos y las prácticas en el ejercicio de las decisiones por parte del gobierno federal mexicano, sobre todo con relación a los mecanismos institucionales de la rendición de cuentas, ya que esta última nos dice: “se ha entendido como la generación de gran cantidad de datos que ha terminado provocando opacidad en la administración pública […] pareciera que transparencia y rendición de cuentas van por sendas separadas”, La Jornada, 1 de marzo de 2010, p. 40.

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presuposición de que los poderosos no necesiten la ley); el segundo, es la legalización de lo prohibido, que permite la producción de un umbral de legitimidad de la acción ilegal y criminal. Entonces, lo que podemos intentar en su estudio es inteligir las características que con#guran histórica e institucionalmente la vida público estatal, ya que es en ésta donde la corrupción como palabra de ley y mediante sus formas más per-niciosas, pone en predicamento la funcionalidad del Estado democrático, por lo menos respecto a su ope-ratividad y no tanto a su legitimidad. Una paradoja interesante al respecto es que la líder vitalicia del +',-, como lo sugiero en el capítulo 3, es una de las #guras más penetrantes en el imaginario social respecto a lo que se puede desarrollar en cuanto a las ocasiones de enriquecimiento ilícito y criminal desde el lugar que se esperó, en retrospectiva histórica, fuera el proceso político e institucional que podría construir una per-sonalidad #ncada en la eticidad, no en la corrupción.8 No obstante, lo que indicaba el desarrollo en la historia reciente del sistema educativo es la relación por mo-mentos simbiótica entre educación $y no sólo en el nivel básico$ y corrupción y que más que corroborar una relación inversamente proporcional donde a mayor desarrollo en términos educativos, menores ocasiones

8 Raúl R. Villamil Uriarte y Roberto Manero Brito, “Corrupción y educación. Notas para la inteligibilidad del caos presente”, Anuario de investigación 2006, México, &()-Xochimilco, 2007, pp. 579-581. Un dato conservador pero que es alarmante: ya en el 2007, en nuestro país cada familia pagaba al año aproximadamente 30 dólares extras en el nivel básico de la educación, cuando constitucionalmente es un servicio gratuito para la población, Transparency International, “La corrupción en el sector educativo”, Berlín, Documento de Trabajo, núm. 4, 2007, p. 2.

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de corrupción serán posibles,9 ha causado una quie-bra de los umbrales de reputación del signi#cado de la educación pública en nuestro país, tanto en la arena institucional como en sus prácticas que ha desarrollado hasta la actualidad. No se olvide que en el sexenio de Vicente Fox Quesada (2000-2006), la +-. fue una de las dependencias federales que manifestaron mayores actos de corrupción e irregularidades administrativas $piénsese, por ejemplo, en la Enciclomedia y en las llamadas Escuelas de calidad$ (El Mañana, 29 de enero de 2007; La Jornada, 8 de diciembre de 2007).

En este sentido, la corrupción tiene una relación más cercana con las formas históricas de elaborar la subjetividad y el rechazo o aceptación al orden político y al Estado, que con los mecanismos de controlarla. Es curioso que siempre se hable de mecanismos de control a la corrupción, incluso desde el punto de vista académico, a pesar de que lo que falta es construir su fenomenología, ya que al #nal es una pretensión de instituir un umbral de bloqueo a la pragmática del pro-blema, lo que supondría sugerir que no se va a acabar, que siempre estará ahí, en el espectro público-estatal. Un caso extraordinario de la postergación inde#nida del fenómeno, dosi#cándolo dependiendo la situación histórica concreta, es la particular historia de la Ley 9 La asimetría que se abre entre desarrollo y menos ocasiones de corrup-ción están demostradas en el Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, donde existe una mayor incidencia a dar mordidas en 38 trámites públicos en aquellos hogares donde se tiene mayor escolaridad (preparatoria y universidad) y se es joven que en los hogares más pobres y con jefes de familia no jóvenes. Cfr. Transparencia Mexicana, Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, México, Transparencia Mexi-cana, 2001, 2003, 2005 y 2007, en http://www.transparenciamexicana.org.mx/-'/01/ [consultados en mayo de 2010].

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Federal de Responsabilidades de los Servidores Pú-blicos, que nace hacia #nales de los años treinta del siglo 22, a petición del presidente Cárdenas, cuando había sido pensada para volverse escritura de la ley en las semanas posteriores al proceso constituyente de 1917. Por lo tanto, México es un país de deseos fracturados y controles olvidados, pues tuvieron que pasar poco más de veinte años para la escrituración de un órgano de regulación que incluso al día de hoy funciona tibiamente.

Por otra parte, junto a las tres formas mencionadas de mordida, es necesario agregar dos elementos para saber frente a qué tipo particular de situación de co-rrupción nos encontramos. El primero de ellos, es la aceptación o rechazo (tolerancia o intolerancia) de los actores del sistema político frente a las ocasiones de corrupción, con independencia de participar o no en los intercambios corruptos. El segundo, es el grado de disponibilidad (en distintos niveles de percepción) por parte de la llamada opinión pública hacia los casos de corrupción que se vuelven visibles.10

Arnold Heidenheimer realizó un trabajo seminal en este sentido al distinguir tres grandes tipos de la corrupción: blanca, gris y negra, de#nidas por el grado de aceptación o rechazo de la élite política y la opinión pública hacia ella. Para este autor, la corrupción blanca signi#ca que la élite política y la opinión pública no apoyan su sanción porque ambos consideran que no es perniciosa para las instituciones públi-10 Aunque habría que comenzar con los propios actores (principalmente los medios de información) que construyen un parte sustancial del criterio de la opinión pública y su disponibilidad para aceptar dinero o “concesiones” a cambio de favores políticos y/o informáticos.

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cas. El propio Heidenheimer de#nirá a este tipo de corrupción como petty corruption. La corrupción gris o rutinaria sugiere que solamente una de las dos par-tes juzga necesaria su sanción. En la medida de que uno de los participantes en el potencial intercambio corrupto juzga oportuno hacer uso indebido de sus propios recursos para sobornar, por ejemplo, a un agente público y viceversa, el agente juzga necesaria una contribución del ciudadano (extorsión) para agilizar un trámite debido. Este mecanismo es común en las sociedades en cambio, porque si bien es cierto que la élite política reacciona censurando el inter-cambio corrupto “rutinizado”, más bien habría que poner atención al grado de tolerancia y rechazo social hacia la corrupción, ya que algunos esfuerzos bien intencionados por parte de la élite política podrían ser bloqueados dada la extensión de formas cada vez más rutinizadas de corrupción gris, al punto de abarcar, incluso, a la corrupción blanca y a la agravada. Por último, la corrupción negra indicaría que existe un consenso entre élite política y opinión pública para sancionarla. Este tipo, dice Heidenheimer, puede ser de#nido corrupción agravada. Más aún, porque la corrupción negra surge en el intervalo que va de periodos históricos de reforma a periodos históricos de escándalo.11

11 Arnold Heidenheimer, Michael Johnston y Victor T. Levine (comps.), Political Corruption. A Handbook, New Brunswick, Transaction Publis-her, pp. 161 y ss., también Arnold Heidenheimer y Michael Johnston, (comps.), Political Corruption. Concepts & Contexts, New Brunswick-New Jersey, Transaction Publishers, 2002, pp. 141-154.

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Hace algunas décadas, el maestro rural Carlos Hank González se volvería famoso por la frase que encabeza este apartado, y que de hecho puede ser interpretada como un aforismo que repite y reproduce su sentido de aporía: no existe política si existe honradez, no hay política si no hay enriquecimiento ilícito y am-pliado.12 El dato curioso es que nuevamente aparece en el espectro público estatal una #gura que estuvo vinculada a la personalidad histórica que generó la educación básica del Estado posrevolucionario: una política de la corrupción que legaliza y reproduce el negocio ilícito.

Por ende, en México las preocupaciones públicas sobre la corrupción más que recurrentes han sido inter-mitentes, aun cuando comenzó a devenir en obstáculo para su naciente vida democrática. Se puede decir que la mayor sensibilidad en las confrontaciones del proble-ma irrumpe en modo fuerte con la alternancia política a partir del 2000, aunque como después se evidenciaría, con sensibilidad no se resuelve el problema.13 Por lo menos, en el periodo 2000-2006 el balance es negativo, comenzando con los escándalos de desvío de fondos y trá#co de in3uencias de la propia familia presidencial, ya que hasta el día de hoy las investigaciones al respecto

12 El periodista Julio Scherer re#ere otra frase de Hank González que es una semántica por sí misma de la corrupción política en México: “Mien-tras más obras, más sobra”, Julio Scherer, “Carlos Hank González”, en Julio Scherer, La terca memoria, México, Grijalbo, 2007, p. 77. 13 José Antonio Crespo, “México en el siglo 22!: corrupción y rendición de cuentas”, Metapolítica, vol. 10, núm. 45, enero-febrero, 2006, pp. 101-107.

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están congeladas, a pesar de las múltiples evidencias que incluso la Cámara de Diputados en su momento le diera a conocer al ex presidente. Recuérdese los señalamientos y la participación de Manuel y Jorge Bribiesca (hijos de Marta Sahagún) como tra#cantes de in3uencias en licitaciones con Petróleos Mexicanos (.-)-2), y que no sólo fue posible durante el sexenio de Vicente Fox como presidente, sino incluso en los primeros años después de su salida de la presidencia.14 Por su parte, las formas y los usos discrecionales de la posición política de Marta Sahagún la llevarían a construir en 2001 una suerte de “para-partido” con la Fundación “Vamos México”, que en junio de 2004 pondrían al descubierto una serie de desvíos de fondos de la Lotería Nacional hacia la Fundación.15 Por último, no se puede omitir la estructura “Amigos de Fox” y las formas de #nanciamiento ilícito de la campaña que lo llevaría al triunfo presidencial, vulnerando el principio fundamental de la paridad en la competencia electoral.16

Por otro lado, es innegable la existencia de un fuerte elemento estructural y subjetivo de la corrupción en México que puede encontrar algunos cabotajes temporales en el desarrollo del Estado posrevolucionario, incluso antes de su formación.17 Dicho elemento quedaría plasmado en la 14 Desde 2007 ha crecido la preocupación por los cada vez más insistentes y evidentes privilegios, junto al trá#co de in3uencias de Manuel Bribiesca hijo con el actual gobernador del estado de Guanajuato, Juan Manuel Oliva Ramírez (2006-2012). Cfr. Rita Valera, “Marta Sahagún & Hijos. Los Beverly de Guanajuato”, en Zepeda Patterson, Los intocables, op. cit., p. 200. 15 Ibid, pp. 204, 207.16 Sobre el particular, remito al capítulo 2. 17 Un esfuerzo sugerente en esta dirección y poco citado es Miguel Ángel Rodríguez, Génesis del patrimonialismo en México, México, &(/%/0&(./LunArena, 1997, pp. 79-153, también Conrado Hernández López, “Pró-logo”, en Covarrubias, Las dos caras de Jano…, op. cit., pp. 9-14.

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idea de que la corrupción contribuyó a la fuerte institu-cionalización del propio Estado. Por ende, pertenecía al ámbito de las formas organizacionales de la vida pública del país, ya que precisamente era un elemento interiorizado y transversal, y no un simple circuito periférico.18 Su capaci-dad adaptativa le permitió desarrollarse en modo por demás ampliado, sobre todo cuando lubricaba las condiciones siempre cambiantes de la clase dirigente que eran generadas por la función interna de control del .4!, articulada en una fuerte lógica de movilidad e inclusión sexenal.19

Luego entonces, la corrupción, bajo la hegemonía autoritaria del .4! pudo desarrollarse en modo acelerado por una cláusula abiertamente incluyente, en el sentido de que siempre existía la posibilidad de obtener bene#cios a través de mecanismos indirectos e informales de ascenso y de movilidad políticas.20 En este orden de ideas, la corrup-ción funcionaba como potente estructura de incentivos y, al mismo tiempo, como un catalizador de los probables con3ictos en el interior de la clase dirigente, así como de la sociedad que desarrollaba a semejanza. Lo interesante 18 Hansen, La política del desarrollo…, op. cit., pp. 231-233, también Raymond Vernon, !e Dilemma of Mexico’s Development. !e Role of the Private and Public Sectors, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1963, pp. 149-153.19 Así lo ha hecho ver Roger Hansen, para quien “La circulación se realiza en los niveles más altos de la burocracia, lo mismo que en los puestos de elección. En ocasiones esos cambios no implican más que un intercambio de empleos entre un cierto grupo de individuos; los jefes de Secretarías cambian de ministerio y los directores de las empresas estatales se intercambian los cargos. Sin embargo, se conserva el principio de la circulación y entran al sistema nuevos grupos de asesores”, Hansen, La política del desarrollo…, op. cit., p. 232.20 Alan Knight, “México bronco, México manso: una re3exión sobre la cultura cívica mexicana”, Política y gobierno, vol. !!!, núm. 1, ! semestre, 1996, pp. 5-30.

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es que el proceso se trastoca al grado de terminar invertido por completo cuando las transformaciones políticas de #nales de los años setenta, conjugadas con el frágil con-texto económico que ya era patente en esos mismos años, resultaron ser problemas que muy difícilmente podían gestionarse con respuestas de movilidad ascendente, por el hecho de que los recursos principales que tenía el siste-ma de intercambios corruptos comenzaron a escasear. Se pasaba rápidamente a un contexto caracterizado por una cláusula, ya no más incluyente, sino selectiva y prohibitiva para muchos estratos de la propia clase política y de la sociedad, que construirá a partir del gobierno de Carlos Salinas de Gortari una suerte de “cemento de sangre” de la corrupción.21 Una forma de unir corrupción y clan-destinidad en el sentido de transgredir las fronteras que la vida en sociedad impone $como código ilusorio que limita lo tolerable de lo intolerable$ a la corrupción y a la discrecionalidad del poder político. El efecto principal de esto fue la enorme distancia y discrepancia entre política y subjetividad, ya que sólo así era posible aproximar entre 21 “Cemento de sangre” o Blutkitt es un término alemán que nace en el periodo del nazismo y que vincula, sella y compromete el aspecto ritual de la violencia y las formas de corrupción con la generación de códigos de conducta y lealtades fuertemente cohesionadas por el acto criminal (asesinatos, corruptelas, ejecuciones, omisiones deliberadas). Es un me-canismo de ingreso, donde no es posible la salida y se vuelve indistinto su uso cuando una organización o institución mani#estan síntomas crecientes de desorganización o insu#ciencia en la clara identi#cación por parte de sus miembros entre sí y de éstos con la autoridad que los encabeza. Quizá es un mecanismo más identi#cable históricamente con las organizaciones criminales. A pesar de ello, es posible utilizarlo operativamente para el caso del Estado mexicano de los años ochenta del siglo 22 en adelante. Sobre la noción de “cemento de sangre”, W. Michael Reisman, ¿Remedios contra la corrupción? Cohecho, cruzadas y reformas, México, */-, 1984, p. 57.

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sí a los integrantes cada vez menos numerosos de la clase dirigente mexicana.22 Es por eso que a partir del sexenio salinista, el crimen aparecerá como un elemento de#ni-torio de cierta institucionalidad.

Ahora bien, una rápida caracterización de la corrupción política en México entre la década de los setenta y ochenta, está ilustrada en la Figura 1, donde es posible observar

22 Sobre la discrepancia entre política y subjetividad y la identi#cación de la clase dirigente entre sí, Ibid, pp. 57-58.

Figura 1. La corrupción en México por sectores institucionales (1970-1974, 1976-1984).

S-/,54 !'+,!,&/!5'(6 N7)-45 8- (4,9/&65+ P54/-',(%-

Agricultura 83 14,6Banca 48 8,5Comunicaciones, transportes, aduanas 39 6,9Congreso 9 1,6Educación 32 5,6Comercio, industria, compañías paraestatales 44 7,8Poder Judicial 10 1,8Militares 4 0,7.-)-2 34 6,0Policía 51 9,0Empresas Privadas 38 6,7Seguridad Social 16 2,8Estados y gobiernos locales 81 14,3Sindicatos 40 7,0

Fuente: Stephen D. Morris, Corrupción política en el México contemporáneo, México, Siglo 22! Editores, 1992, p. 81. Los datos se basan en un trabajo de selección de artículos sobre casos de corrupción en la prensa nacional ('= 567), entre los sexenios de Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado, aunque la muestra sólo re#ere los años 1970-1974 y 1976-1984. El trabajo usó las siguientes variables: a) tipo de informe (caso, denuncia, reforma); b) tipo de corrupción, utilizando los propios parámetros de la prensa (soborno, mordida, extorsión, nepotismo); c) ámbito institucional; d) ubicación geográ#ca; e) fuente de la denuncia; f) tipo de tratamiento a la noticia (positivo/negativo); g) percepción del problema (personal, sistémica o social).

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algunas de sus tendencias. De particular importancia son los sectores institucionales vinculados con la agricultura y con los gobiernos locales, ámbitos de mayor incidencia de la corrupción (14,6 y 14,3 por ciento respectivamente). Esto tentativamente podría indicar el papel que ha jugado el clientelismo político y el caciquismo en la con#guración de mecanismos informales de control en el nivel local (micro-político) y, sobre todo, donde precisamente la cuestión agraria ha sido preponderante: pequeñas locali-dades campesinas e indígenas.

Es obvio que las percepciones han cambiado con-forme la vida pública del país se ha transformando en una dirección democrática, pero uno de los resultados de todo ello es la percepción de la corrupción como re-curso social y, sólo en un segundo momento, político. Es decir, la corrupción más que una cultura, ha opera-do en México como una estrategia social de realismo político, como lo muestran los datos de Transparencia Mexicana sobre la proclividad de los jóvenes al uso del mercado de la corrupción. Este último elemento es de#nitorio, ya que se encuentra en la base de algunos de los sistemas de informalidad $y entre los cuales se cuentan los sistemas ilegales como los que se expresan bajo el rótulo de las organizaciones criminales$ cons-truidos precisamente bajo el cobijo del Estado priista, donde la integración posible cobra forma, en el caso de la corrupción, bajo la denominación de la lógica de la cooperación que aproxima a los sujetos unos con otros y los introduce en los pasajes menos visibles del Estado respecto a las confrontaciones hacia él (con el mecanis-mo de la socialización del Estado) y hacia la política en general. Al #nal, la cooperación signi#ca con#ar en el otro, lo que sugiere decir que para que tenga lugar el

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acto de corrupción, es necesaria la cooperación y la con#anza que “mostrará” con su silencio.23

3.#&45-$'&$*6%&0*,'.

Como he señalado, será a partir de los primeros años ochenta cuando la corrupción manifestará una fuerte y por momentos abierta confrontación con las pre-tensiones de desarrollo y recuperación económica y política del país. En particular, en 1982, último año del gobierno de José López Portillo, donde las pro-mesas de desarrollo dejan de ser un signi#cante fuerte para los sujetos y la clase política. No es fortuito que al iniciar el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), una de las primeras acciones para otorgar un mínimo de credibilidad y con#anza a su gobierno, fue la llamada renovación moral que preveía, por un lado, la primera cruzada nacional anti-corrupción que hasta ese momento era promovida por las instituciones y, por otro, era acompañada por la derogación de la anterior Ley Federal de Responsabilidades de los Servi-dores Públicos (fundada en los tiempos de José López Portillo)24 para dar vida a una nueva ley, así como la puesta en marcha de una tímida reorganización de los cuerpos administrativos y de seguridad pública.25 23 Diego Gambetta, “Ma#a: i costi della s#ducia”, en Diego Gambetta (comp.), Le strategie della "ducia. Indagini sulla razionalità della coope-razione, Turín, Einaudi, 1988, pp. 203-226. 24 Que a su vez derogaba la ley en la materia que venía de la época de Lázaro Cárdenas. 25 Stephen D. Morris, “Corruption and the Mexican Political System: Continuity and Change”, !ird World Quarterly, vol. 20, núm. 3, 1999, pp. 623-643, también Manuel Robles, “Primeras medidas anticorrupción y una dependencia para vigilar”, Proceso, núm. 318, 6 de diciembre de 1982.

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Ahora bien, la plataforma de gobierno basada en la idea de renovación aludía claramente a la necesidad del Estado mexicano de reorganizarse y reestructurar sus principales instituciones, comenzando con el Poder Ejecutivo. Esta intuición del presidente Miguel de la Madrid, parecía estar en concordancia con el aumento signi#cativo del voto en favor del .4! y, en particular, de su candidato que, en palabras de Gabriel Zaid, confirmaba la petición de: “un cambio a través de la continuidad de un presidente soberano, en la tradición nacional. ¿Qué clase de cambio? El prometido: la renovación moral”.26

Es signi#cativo observar una correlación entre in-cremento de los controles estatales a la corrupción y la visibilidad de algunos de sus escándalos. Cabe agregar que los escándalos de corrupción política que serán de dominio público de 1982 en adelante, involucrarán a #guras prototípicas y de relevancia nacional: líderes de sindicatos de entidades paraestatales, jefes de la policía hasta llegar a gobernadores estatales. Al respecto, basta recordar los casos de las detenciones de Jorge Serrano Díaz, entonces titular del sindicato de Petróleos Mexi-canos (.-)-2) en 1982, Arturo Durazo Moreno, jefe de la Dirección de Policía y Tránsito del Distrito Federal en 1985 y amigo de infancia del presidente López Por-tillo, y del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, en 1989.27 Por ejemplo, en el retrato que hace Julio Scherer de Durazo, se puede leer:

26 Gabriel Zaid, La economía presidencial, México, Vuelta, 1987, p. 149. 27 Raúl Trejo Delarbre y Ana L. Galván (coords.), Así cayo La Quina, México, El Nacional/Aguilar León y Cal Editores, 1989.

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El hombre ama la grandeza y Durazo amo lo grandioso con el corazón henchido. Levantó templos para alojarse en su interior y soñar a sus anchas. Las mil contradicciones del capricho tuvieron acomodo en el palacio que se mandó construir al pie del Ajusco, mucho más que una villa, una ciudad para el placer. En Zihuatanejo, el cielo y el mar por horizonte, estimulado por el sol dorado de las hermosas playas del pací#co, construyó su Partenón particular. Imitó el arte griego, como imitaba al dios todopoderoso. Mandó cincelar su propia estatua y la de su protector y amigo, el presidente López Portillo. Su fortuna, un secreto para todos y quizás un misterio para él mismo, compraría un poder más alto del que ya había conquistado.28

Ya en los inicios del sexenio siguiente y a la par del encarcelamiento de Joaquín Hernández Galicia, con Carlos Salinas de Gortari se con#gurará una estrategia de destituciones y encarcelamientos de líderes y altos mandos de la administración pública. De hecho, el encarcelamiento de “La Quina” se daría a sólo cinco semanas de haber tomado la banda presidencial. En este sentido, basta recordar la destitución de Carlos Jonguitud Barrios, líder del +',- y la institucionali-zación de lo ilegal y del esperado “cambio a través de la continuidad” al dejar el sindicato en manos de Elba Esther Gordillo, el arresto de los hermanos Legorreta por el fraude bursátil de 1987, y la aprehensión de José Antonio Zorrilla, ex Director de la 8*+ y con un “poder sólo limitado por el presidente”,29 que sería a la postre señalado como autor intelectual del asesinato 28 Julio Scherer, Los presidentes, México, Random House Mondadori, 2007, pp. 96-97, también Ignacio Ramírez, “Personajes que debieron saber de los delitos de Durazo. El sistema mismo tendría que ir al banquillo de los testigos”, Proceso, núm. 492, 7 de abril de 1986.29 Julio Scherer, Estos años, México, Océano, 1995, p. 57.

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del periodista Manuel Buendía en 1984, cuyo móvil se debió a que “tenía en su posesión un videocasete en el que se mostraba una reunión de altos funcio-narios del gobierno con narcotra#cantes”.30 Puesto en libertad (anticipada) el 18 de febrero de 2009 y a mediados de año nuevamente revocada dicha libertad, Zorrilla se ocuparía de la 8*+ a partir de 1982 hasta 1985 (cuando desapareció de la vida pública) por sugerencia y petición de Fernando Gutiérrez Barrios, que curiosamente sería Secretario de Gobernación con Salinas de Gortari.

Por su parte, las diferencias políticas entre Joaquín Hernández Galicia y Salinas de Gortari ya eran evi-dentes antes de que el segundo llegue a la presidencia de México. En particular, cuando Salinas de Gortari fungió como titular de la desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto durante el sexenio de Miguel de la Madrid, y que a petición de este último, con#guró el 30 de enero de 1984 el acuerdo de can-celación de la entrega del 50 por ciento del Programa de Inversiones de .-)-2 al sindicato de la paraestatal, para dejarlos a concurso público. Con ello, se bloquea-ba la posibilidad de que terceros participarán como contratistas en las obras públicas de administración, ya que los propios sindicatos o#ciales habían tenido una participación privilegiada en las licitaciones de este tipo de inversión. Esta estrategia tuvo un carácter general, pero estaba dirigida a controlar y adelgazar el poder y las ocasiones de enriquecimiento ilícito de los líderes del sindicato petrolero.31 Desde entonces, las 30 Stanley A. Pimentel, “Los nexos entre política y crimen organizado en México”, en Bailey y Godson, Crimen organizado…, op. cit., p. 68. 31 Trejo Delarbre y Galván, Así cayo…, op. cit., p. 18.

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confrontaciones y los con3ictos entre el sindicato y la dirección de .-)-2 fueron en aumento, así como las mutuas reticencias y desencuentros entre “La Quina” y el futuro presidente de México.32

El encarcelamiento de José Antonio Zorrilla, pue-de ser leído como la punta del iceberg con relación al delicado vínculo entre poder político y crimen organizado en México. Es decir, esta acción vino a signi#car varias cosas. Primero, la disolución de la 8*+ por su poca e#cacia con relación al combate del trá#co de drogas, ya que había devenido en una agencia de “intermediación estructural entre tra#cantes y poder político”,33 y menos una institución pública encargada de la producción de información sobre los problemas que atentasen contra el orden político y social, incluida la cuestión del trá#co de drogas en México. Segundo, la aprehensión de Zorrilla signi#caba el punto #nal $por lo menos político$ de otro hecho en el cual estuvo también involucrado: el secuestro y posterior asesinato de Enrique Camarena Salazar en 1985, agente de la Drug Enforcement Administration (8-() que investigaba los presuntos nexos entre autoridades políticas y tra#cantes de drogas. John Gavin, célebre por su papel de Pedro Páramo en la versión fílmica del libro de Juan Rulfo, embajador de Estados Unidos en México a mediados de los ochenta, en una polémica conferencia de prensa para manifestar la posición del gobierno norteamericano frente al secuestro del agente Camarena (12 de febrero de 1985), diría al respecto: 32 Jorge G. Castañeda, La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México, México, Alfaguara, 1999, p. 252. 33 Luis Astorga, “Crimen organizado y la organización del crimen”, en Bailey y Godson, Crimen organizado…, op. cit., p. 89.

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“El gobierno de Estados Unidos está altamente pre-ocupado por el sustancial incremento de los envíos ilegales de heroína a nuestro país desde México y por la pureza cada vez mayor de ese estupefaciente”.34 Más aún, porque como se sabría tiempo después, en el secuestro y posterior asesinato del agente de la 8-(, estaban involucrados directamente la 8*+ y la Policía Judicial Federal y los tra#cantes Rafael Caro Quintero, Miguel Félix Gallardo y Carlos Fonseca, quienes esta-ban acreditados como personal de la propia 8*+.35

Entonces, el secuestro y asesinato de Enrique Camarena Salazar pondría en evidencia un sistema de intercambios corruptos que poco o nada tenían que referir y vincular con los patrones tradiciones de la pa-tología en el desarrollo a lo largo del siglo 22 de la vida pública del país. La iniciativa de Salinas de Gortari de desmantelar una de las principales redes entre instituciones políticas y el sistema de la ilegalidad que se formaba al cobijo del trá#co de drogas, tendría fuertes repercusiones en la opinión pública nacional y también en la opinión pública norteamericana, y que se explica por el interés personal del presidente Salinas de Gortari para construir un consenso favorable hacia su persona, sobre todo con miras a la #rma del Acuer-do de Libre Comercio de América del Norte entre México, Estados Unidos y Canadá. De igual modo, 34 Miguel Cabildo, “La Procuraduría no conocía lo que dijo Gavin. Agen-tes estadunidenses, no se sabe cuántos, guían aquí la lucha antidrogas”, Proceso, núm. 433, 18 de febrero de 1985. 35 Luis Astorga, “Drug Tra:cking in Mexico: A First General As-sessment”, Management of Social Transformations ()5+,), &'-+/5, Discussion Paper núm. 36, s/f, también Emilio Hernández, “El caso Camarena destapó el gran problema: la cantidad de policías al servicio del narcotrá#co”, Proceso, núm. 441, 15 de abril de 1985.

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coincidía con un conjunto de iniciativas que debieron ser implementadas por las presiones del gobierno de Estados Unidos, precisamente por la preocupación del Congreso norteamericano para combatir en modo más e#caz el incremento del trá#co de drogas proveniente de México hacia Estados Unidos.36 Sin embargo, el desenlace de la historia de Salinas de Gortari y su familia sugieren la reproducción ampliada de formas inéditas de suspender los cimientos de la vida pública mexicana, permitiendo clausurar muchos de los modos de corrupción que el Estado posrevolucionario había articulado en su seno para dar vida al desarrollo de lo que al inicio de este capítulo se ha sugerido como mordidas infames.

Ahora bien, algunas de las funciones más evidentes que la corrupción ha cumplido en el interior del Esta-do mexicano son la de proponerse como mecanismo de circulación de los distintos puestos y burocracias cada seis años.37 También, la de ser una manera de compensar los bajos salarios, sobre todo en los niveles menos especializados del vértice estatal (empleados de ventanillas). Por último, un impuesto indecoroso sobre los pobres donde es evidente una línea de continuidad a lo largo del proceso de democratización mexicana, pues una de las grandes constantes de la corrupción en 36 En este sentido, debe leerse la principal reacción del gobierno norte-americano, con la implementación de la Ley Federal Antidrogas en 1986, cuyo principal eje de ataque al problema fue la llamada Certi#cación que provendrá del Departamento de Estado, y que recompensaba o castigaba a los países productores de estupefacientes, Juan Manuel Ramos, “La política de E.U. hacia el narcotrá#co y la frontera norte de México”, Frontera Norte, vol. 3, núm. 5, enero-junio, 1991, pp. 88 y ss.37 Hansen, La política del desarrollo…, op. cit., p. 232, y Morris, Corrup-ción política…, op. cit., pp. 64 y ss.

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México está compuesta por la triada pobreza-justicia social-extorsión.38

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¿Cómo incide el desarrollo de las diversas modalida-des de la corrupción política en la actual situación de democracia suspendida en México? En primer lugar, tendríamos que preguntarnos sobre los problemas más apremiantes de la suspensión de la democracia en relación al Estado de derecho, pues sin este último, no existe orden democrático probable, mucho menos control institucional de la corrupción. Por ello, algu-nos de los principales bloqueos de la ley y el Estado de derecho tienen que ver con: a) gestión y resolución de los defectos de fondo en las leyes existentes; b) la particularidad en la interpretación y en la aplicación de la ley; c) la relación entre la burocracia jurídica y los sujetos; d) la garantía de un acceso rápido a las di-ferentes instancias del poder judicial que derive en un proceso limpio y justo; y e) respeto parcial del sistema legal.39 Sin embargo, es importante no perder de vista que estamos ante una evidencia dramática: la distancia 38 Esto quiere decir, según los datos arrojados por Transparencia Mexi-cana, que en México en el año 2000 $y los datos para los siguientes años varían muy poco$ se habían registrado 214 millones de actos de corrupción, lo que ha tenido un costo para cada familia de alrededor 10 dólares anuales y en promedio representa el 6.9 por ciento del ingreso de cada familia, porcentaje que se eleva al 13.9 por ciento en las familias más pobres (aquellas que tienen hasta un salario mínimo). Cfr. Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, op. cit. 39 Guillermo O’Donnell, “Polyarchies and the (Un)rule of law in Latin Ame-rica”, Madrid, Instituto Juan March, Working Paper núm. 125, 1998.

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relativa entre la versión ideal de lo que debería ser un Estado de derecho efectivo y su correspondencia prác-tica, sobre todo con relación a su aplicación. Como se ha discutido anteriormente, es importante resaltar las redes y sistemas informales que se tejen en un país, ya que en ese lugar están latentes muchas de las causas potenciales de la corrupción. Al mismo tiempo, esto puede permitir indicar algunas probables respuestas del por qué la llamada “anomia” social ante la ley en nuestro país. A su vez, hay que observar los elementos que componen al Estado de derecho, y cuyos bloqueos antes citados son su producto más acabado: 1) imperio de la ley; 2) división de poderes; 3) #scalización de la administración; y 4) aseguramiento de los derechos fundamentales para toda la población.40 Sin embargo, al no ser de este modo, al no cumplirse ni siquiera en lo mínimo, lo que tenemos en realidad es que: “[...] en sistemas fuertemente presidencialistas [como nuestro país], la mayoría de las decisiones jurídicas relevantes tienen lugar fuera del Parlamento, son frecuentes las delegaciones legislativas y el imperio de la ley se trans-forma en gran medida en imperio del decreto ley”.41 Por ello, el tema de fondo que la cuestión pone en evidencia es el incremento en la negociabilidad de la ley por parte de los actores políticos en situaciones donde su correcta aplicación conlleva costos políticos altos.

40 Elías Díaz “Estado de derecho y legitimidad democrática” y Gerardo Pisarello, “Estado de derecho y crisis de la soberanía en América Latina: algunas notas entre la pesadilla y la esperanza”, en Miguel Carbonell, Wistano Orozco y Rodolfo Vázquez (coords.), Estado de derecho. Con-cepto, fundamentos y democratización en América Latina, México, Siglo 22! Editores, 2002, pp. 65-66 y 280 y ss., respectivamente.41 Pisarello, “Estado de derecho…”, op. cit., p. 283 [cursiva mía].

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Ahora bien, especial atención hay que poner en la dimensión de la #scalización de la administración, ya que es el terreno natural de la corrupción en una de-mocracia suspendida. Sobre todo, esta arena también involucra un hecho aparentemente del todo inédito para la vida pública del orden democrático y que es la necesidad del doble vínculo entre el sistema legal y el sistema informal-ilegal-criminal, que permite que en-tren al juego democrático nuevos actores a la política, sobre todo grupos de interés y grupos de presión, o una clase empresarial que presiona al punto de obligar a la reformulación de reglamentos y leyes para obtener algún bene#cio particular de todo ello.

Frente a la negociabilidad de la ley y frente a la posibilidad de acceso de nuevos actores políticos, aparece en el espectro público como reacción a ello, el mecanismo de la voz. Éste puede permitir sacar a la luz una parte signi#cativa de los actos de corrup-ción. Políticamente, frente a la exclusión del sujeto, la voz se vuelve un poderoso instrumento $no sólo de protesta$ para romper el carácter cerrado del llamado “cemento de sangre”, presente en toda mecánica de corrupción: lealtades no compradas, más bien obliga-das en una cláusula de la ilegalidad y de lo criminal. La lealtad obliga a callar, a relajar las fronteras entre lo prohibido y lo no prohibido, al grado de producir por omisión la complicidad necesaria para la reproducción de la corrupción y por ende el mercado ilegal termina con#gurado como un mercado protegido y elástico, ya que garantiza un mínimo de equilibrio de quienes están en él.

Por lo tanto, se puede sugerir que al sellar las leal-tades en una cláusula del silencio –“mañana puedes

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ser tú el bene#ciado”–, y que puede ser de#nible como una “desmemoria del silencio”, sobreviene un despla-zamiento que ubica el problema de la corrupción en su costo moral.42 Es decir, a pesar de la oportunidad y las ventajas que ofrece la reproducción de las omisiones, el sujeto se vuelve partícipe de la corrupción a condición de corroborar que los efectos de participar en los in-tercambios corruptos serán bajos en su reputación (no en el terreno legal) y en las fuentes que ha creado de “reconocimiento moral”: los círculos de estima que ha generado en el mercado cultural, político, económico y social, y que precisamente el descubrimiento del acto de corrupción pueden llevarlo a una “discusión de su identidad”,43 generando un decrecimiento –a nivel de la subjetividad– en las formas de ser apreciado en los círculos en los cuales desea su aceptación (inclusión). El efecto es doble. Por una parte, el entredicho moral (“costos de la decisión”) que puede representar la di-solución completa del prestigio de una carrera política, y el deseo por entrar –aunque sea desde un mercado de riesgo como es el de la corrupción y a pesar de la contradicción evidente ya que todo mercado es ries-goso– para obtener no sólo un tipo determinado de ventajas económicas, sino ante todo aceptación.

En general, las teorías contemporáneas que preten-den explicar el fenómeno de la corrupción insisten no sólo en la dinámica de los mecanismos que ponen en acción los mercados políticos y económicos, sociales y culturales, sino en las cantidades y el costo agregado 42 Alessandro Pizzorno, “Introduzione: La corruzione nel sistema poli-tico”, en Donatella della Porta, Lo scambio occulto. Casi di corruzione in Italia, Boloña, Il Mulino, 1992, pp. 15 y ss. 43 Giulio Sapelli, Cleptocracia…, op. cit., 20.

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que la patología produce para el Estado y para los sujetos extorsionados o sobornadores. Sin embargo, habría que insistir que la variable económica no es la única que se pone en disputa cuando hablamos de corrupción. Es decir, hay siempre un elemento que no puede ser cuanti#cado y que tiene que ver con el mercado de los bienes simbólicos, donde el objeto por disputar democráticamente es inmaterial, y que es el reconocimiento de la política, sobre el que discutiré algunos puntos en el siguiente capítulo.44

44 Cfr. Alessandro Pizzorno, Il velo della diversità. Studi su razionalità e riconoscimento, Milán, Feltrinelli, 2007.

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Diagonales de una sociedad indefensa

En 1976, en la lección inaugural de su curso anual en el Colegio de Francia, Michel Foucault lanzaba su célebre formulación de que “la política es continuación de la guerra por otros medios”.1 En reali-dad, con la premisa deseaba indicar la transformación que había tenido lugar, a sus ojos radical, en la edad moderna respecto al lugar especí!co que ocupaba la guerra en la organización de la sociedad, al constatar que la confrontación es un elemento inherente a la vida en sociedad. De aquí, pues, que el título general del curso lo fue “Defender la sociedad”. La pregunta sería entonces: defender a la sociedad, ¿de quién y por qué? Para comenzar, habría que preguntarse, a su vez, cómo y cuándo ha podido surgir una tensión, o sea una ofensa (antisociedad) en el seno de la sociedad al grado de dejarla indefensa, de cuyos efectos se producirá una

1 Michel Foucault, “Clase del 7 de enero de 1976”, en Michel Foucault, Defender la sociedad, México, "#$, 2006, p. 28.

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defensa hacia lo que se presupone socialmente como un agravio y frente al cual es necesario utilizar esos “otros medios” que la guerra, a través de la política, le permi-ten poner en acción. He aquí la segunda observación de Foucault: tanto la política como el poder político no son traducibles en primera instancia como de!ni-ciones (sintáctica), antes bien, como actos de fuerza.2 De este modo, es más que oportuno re%exionar hoy sobre dicha premisa del siguiente modo: sin guerra no existe la política. En otras palabras, sin fuerza de ley no hay ley posible, mucho menos efectividad de su forma escrita.

En la actualidad, es innegable que en México asis-timos al colapso de algunas de las vértebras centrales de la arquitectura estatal (por ejemplo, la seguridad, el empleo, las opciones de sociedad y convivencia, la educación, el medio ambiente). Al mismo tiempo, estamos viviendo los efectos de la incapacidad institu-cional para reaccionar a las ofensas contra la sociedad, provengan de donde provengan, ya que es un síntoma característico de lo que nos sucede en la vida diaria. Es decir, la situación actual de México está caracterizada por un creciente efecto expansivo de la crisis, quizá un sentimiento cotidiano de que “algo” anda mal para todos, donde su carta de identidad oscila entre la ine!ciencia y la perspectiva de movernos hacia otro lugar que con!era, socialmente hablando, seguridades compartidas. Pero también es útil hilvanar a un solo tiempo una indicación precisa y que puede ser escan-dalosa para muchos: la guerra no sólo tiene que ver con la política, en el sentido que Foucault señalara,

2 Ibid, p. 26.

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sino también con la invención de la democracia. Es decir, lo que se ha desbordado en México del 2000 en adelante es una fuerte apuesta por profundizar la democratización del país, pero al mismo tiempo la base desde la cual se pretende actuar la democracia es con una serie de frenos y restricciones, lo que nos ha dejado desprotegidos casi por completo, pues ni los partidos políticos, ni las élites empresariales, ni los gobiernos, ni las universidades y mucho menos los intelectuales, han podido reaccionar frente a esta suerte de acoso sistemático a la sociedad. Más aún, cuando no sólo es defendernos como sociedad de las ofensas y las agresiones que nosotros mismos nos infringimos, sino también de aquellas otras que el Estado, en su intento de reaccionar supuestamente defendiendo a la sociedad, termina ofendiéndola y lacerándola todavía más.

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Llevamos doce años de alternancia política en nuestro país, y como suele ocurrir, siempre es necesario tener algunas reservas sobre las regresiones y vacíos que aparecen en un contexto distinto para el quehacer político, y a pesar de mirar ese lugar otro ocupado con los mismos actores políticos y con la restitución de la vieja élite política. Sin embargo, lo que sí vale la pena comenzar a elaborar es un primer balance en términos de adeudos y agravios en el sentido de preguntarnos: ¿fueron desterrados o transformados en algo más so-portable el conjunto de injusticias, reclamos y olvidos que la sociedad, desde distintos frentes y en distintos

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niveles, comenzó a hilar a partir de los años ochenta del siglo pasado hasta la actualidad? Y conste que no todos los reclamos enarbolaban la bandera de la democracia. Más aún, los efectos que está produciendo la democracia, allende el reiterado malestar o desarraigo social hacia ella, ¿qué presuponen?, ¿un nuevo ciclo de reclamos por “algo” semejante a la convivencia diaria en la democracia? O bien, ¿una !sura en el tiempo que no está siendo colmada con las respuestas pretendidamente democráticas a la nueva serie de adeudos y promesas no cumplidas, y unidas con los adeudos históricos, por el Estado?

En México, estamos en un problema de desmoro-namiento de la forma de Estado, no de gobernabilidad democrática. Por ello, resulta oportuno intentar proble-matizar “eso” que en la actualidad nos está pasando en términos de coexistencia pública y de resultados ine!caces en el nivel de la sociedad, ya que pareciera que rápidamente nos acercamos a una situación política e histórica de acoso sistemático y claudicación institucional que no permite garantizar una reproducción mínima del orden estatal. Al contrario, se encuentra regido por el surgimiento de formas novedosas de exclusión de corte neoautoritario, basadas en un proceso en el cual un sujeto cualquiera en medio de la confusión puede volverse régimen político (fuerza de ley) y, por ende, Estado. Es decir, hemos presenciado en los últimos años (abierto estatalmente a partir de 2000 y llevado a su peor momento en 2006), que aparentemente “cualquiera” puede reclamar “algo” y dicho reclamo rápi-damente deviene en solicitud estatal.

¿Qué efectos ha producido a una década de distancia de la alternancia política? Una justicia de clase3 que, para poder desarrollarse, necesita, primero, identi!car en modo 3 Foucault, Defender…, op. cit., pp. 19 y ss.

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medianamente claro a los amigos de los enemigos,4 a los que ofenden de aquellos que de!enden; segundo, “clasi!car” los modos particulares bajo los cuales puede aplicarse esa justicia: la violencia, el con%icto, la guerra. Dicho en otras palabras: es por medio de la violencia, padeciéndola o ejerciéndola, como se logra abrir un intersticio para que la justicia se vuelva práctica. Claro, se vuelve práctica solo para algunos sujetos que recla-man desde una posición privilegiada y que, además de padecer la violencia, por su posición también están en grado de ejercerla en otro sentido: por ejemplo, a través de los medios de comunicación y ello, no por sus virtudes como sujetos, sino por su proximidad con el poder político.

Entonces, aquí aparece bajo otra !gura el desarro-llo de un triángulo político que conjuga exclusión-participación-ciudadanía (subjetividad) y que es una herencia en parte de la trayectoria de algunas de las formas históricas tradicionales de la exclusión en nues-tro país, soportadas básicamente en la estructura del ingreso y en la de la educación. No obstante, sostengo que estamos más bien frente a los nuevos momentos y criterios de la exclusión del sujeto y que se pueden ubicar, por una parte, en la creciente capacidad de movilización territorial (que puede ser entendida como “capacidad de acceso”) de algunos grupos y sectores sociales &muchos de ellos bene!ciados con el cambio de partido político en la administración federal& que se encuentran en posiciones de clara superioridad (exclu-sividad) frente al conjunto de la sociedad (exclusión); por la otra, es identi!cable en las transformaciones de lo que tentativamente de!niré como la cobertura espa-4 Sobre el particular, remito al capítulo 2.

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cial (o territorial) de la exclusión, donde se conjugan las maneras de participar o no, de producir sentido o no, por parte de los sujetos frente a la experiencia con la democracia.5

En este sentido, una de las cuestiones de fondo que conlleva la alta movilización selectiva es que en el horizonte social de nuestro país sólo se alcanza a vislumbrar un contexto democrático propicio para otorgar oportunidades a minorías sociales privilegiadas (de!nible tentativamente como ciudadanía de clase o grupo), polarizando la coexistencia de los sujetos, los grupos y los sectores que constituyen la vida en sociedad. Ahora bien, aquí lo que está en juego es la creación, el fomento y la necesidad de superar insti-tucional y socialmente el umbral entre la capacidad de acceso en modo efectivo y los límites estructurales que frenan dicho acceso, y que no necesariamente deberá ser óptimo, pero sí por lo menos digni!cante para contrarrestar la debilidad social y simbólica de la llamada ciudadanía de compromiso.6

Las formas de contrarrestar o por lo menos disipar parcialmente la confrontación-conflicto entre las posiciones superiores (exclusividad) y las inferiores (exclusión), pasan por tres alternativas claras: la movili-dad social; el control/dosi!cación de la confrontación-con%icto; y las formas de aislamiento territorial.7 Sobre

5 Con relación a la capacidad de movilidad territorial, hay que señalar que ella afecta directamente las posibilidades de superar el umbral de la poca o por momentos nula intensidad de la participación y socialización de la política por parte de los sujetos. 6 Sobre el particular, sugiero Alessandro Pizzorno, Il velo della diversità…, op. cit., pp. 309-340.7 Ibid, pp. 313 y ss.

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la primera opción, la movilidad (que no es sinónimo de movilización social) resultaba ser &hasta hace muy poco tiempo& el canal preponderante para confrontar/aminorar los costos sociales de la exclusión-participa-ción-ciudadanía, y estaba representado en el caso de la bisagra histórica de la capacidad de acceso del siste-ma de educación en México. Es decir, se estaba ante la posibilidad real de poder desplegar una estrategia “de abajo hacia arriba” para pasar de una posición de inferioridad a una posición de superioridad (inclusión-exclusividad). Sin embargo, este mecanismo ya no resulta ser condición su!ciente para frenar la creciente exclusión y sus efectos inscritos en una dinámica de con%icto que provoca la exclusividad de la formación de ciudadanías de clase, antes bien, devino en una condición únicamente necesaria para remontar la dis-tancia hacia un potencial espacio en común entre las posiciones espacialmente de!nidas y delimitadas.

Con relación al control/dosi!cación de la confron-tación-con%icto, es evidente el aumento en el uso de la fuerza para “paci!car” las consecuencias de no tener una ciudadanía de compromiso, y que puede rápida-mente identi!carse con el incremento de la protesta social en el país como mecanismo de la voz casi único de intensa participación de los grupos sociales en la vida pública, aunado a la exigencia de una demanda por mayores y mejores formas de seguridad provenien-tes de aquellas posiciones privilegiadas y en las cuales sí han resultado efectivas las dimensiones tradicionales de la exclusión.8 Ahora bien, esta con%uencia entre 8 Arturo Santillana Andraca, “Mercado, política y Estado: límites y al-cances de la sociedad civil”, Metapolítica, vol. 14, núm. 69, abril-junio, 2010, pp. 17-20.

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la protesta y el uso controlado de la fuerza pudiera expresar un decrecimiento parcial con el aumento de la institucionalización y profundización de las áreas de igualdad democrática, sobre todo, por los costos sociales que implica la puesta en marcha de la fuerza en términos de legitimidad, con!anza y apoyo en el gobierno y en la dinámica de la rendición de cuentas en términos de premio-castigo de la ciudadanía (ex-clusiva o de compromiso) hacia los gobernantes.9 ¿No fue precisamente este el origen de la querella contra algunos de los líderes de San Salvador Atenco?

Con relación a las formas de aislamiento (te-rritorial), la introducción paulatina de la distancia espacial se ha vuelto el mejor remedio para encubrir la confrontación-con%icto entre exclusividad y exclu-sión. En particular, en términos de mercado político, electoral y cultural. ¿Qué quiere decir? Simplemente que se estaría en presencia de una forma so!sticada de anulación parcial del pluralismo que se vuelve un 9 Sobre el particular, remito al capítulo 1. Es oportuno agregar que en el caso de la violencia política no son claros los límites que las instituciones encargadas de la salvaguarda del orden político imponen a su propio ejercicio. Es decir, se parte del hecho de considerar como amenaza aquella violencia que transgrede abiertamente la ley y pone en entredicho una parte signi!cativa de la estabilidad y el manejo político de la vida en común. Sin embargo, en muchas ocasiones sucede que la violencia legitima, o sea la que está al servicio de la ley y del Estado, puede poner también en entredicho al propio orden político, sobre todo cuando el uso racional resulta excesivo, o bien, termina por desbordar la situación que se necesitaba controlar en un inicio. Al respecto, Philippe Braud señala que: “La violencia siempre ha tenido muchas posibilidades de propagarse si el régimen vigente utiliza la fuerza sin discriminación su!ciente: dispersión de los manifestantes con una brutalidad desproporcionada, detenciones al azar, castigos colectivos”, Philippe Braud, Violencias políticas, Madrid, Alianza, 2006, p. 91.

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elemento indispensable para la creación-consolidación de un compromiso real con la democracia. Es decir, la distancia-barrera territorial anula las posibilidades que los sujetos que se encuentran excluidos de la ciudadanía de clase, no puedan acceder, primero, al mercado cultural que es el terreno desde el cual se podría con!gurar tanto la acción reivindicativa (protesta) como la intensi!cación de la participación mediante formas institucionales y sociales de compromiso con la democracia.10 En este dilema es donde está encerrado todo el potencial de una educación para la democracia en México.

Por consiguiente, hay una justicia de clase en el espectro público mexicano actual porque se ha permi-tido que sólo algunos entren al Estado (no como casa pública, antes bien, como cosa privada, cosa nostra),11 pero bajo formas propias del capitalismo político, in primis, con la corrupción y los mercados informales. Es decir, estamos en presencia de la creación de una clase, público-privada al mismo tiempo,12 que con-10 La invención de las barreras territoriales, justi!cadas por un deseo de seguri-dad o por lo que se quiera, es una forma que contradice el principio histórico de la relación política y litúrgica entre el sujeto y el territorio democrático. Cfr. Jaime Labastida, “Democracia y error”, Revista de la Universidad de México, Nueva Época, núm. 30, agosto, 2006, pp. 23 y ss., también Labastida, “En la cultura mexicana…”, op. cit., pp. 33-34.11 Rafael Estrada Michel, “El regreso de la república”, Metapolítica, vol. 13, núm. 63, enero-febrero, 2009, p. 54.12 La clase público-privada es un tercer tipo de clase institucional, ya que no es electa por los mecanismos democráticos tradicionales, como lo es el caso de la clase política partidaria; mucho menos es una clase propietaria en el sentido de la clase empresarial y que recibe su lugar y su de!nición de las rela-ciones de intercambio del mercado. La clase público-privada es un momento intermedio, cuya legitimidad y poder los recibe del reconocimiento de los otros a partir de la producción de saberes y la producción de combinaciones institucionales y procedimentales. Así lo ha señalado Pizzorno, a quien se

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trola, combate, violenta, de!ende y ofende: va de la política a la economía, del mercado informático al Poder Legislativo, del Poder Judicial al predominio de la tiránica impunidad &que a la letra quiere decir ser inimputables& de los “señores” gobernadores.13 Por lo tanto, en una dinámica de este tipo, la sociedad en su conjunto termina indefensa frente al espectáculo de las ofensas y la justicia de clase que le es inherente. De aquí, pues, que hablar de justicia como valor de la democracia resulta ser un ejercicio super%uo en el país, dada la imposibilidad de ofrecerla en un contexto donde la ley está desapareciendo (“no ha lugar”) cada vez que se recurre a su aplicación y, por ende, camina en una dirección opuesta a ella. El “no ha lugar” de cualquier sistema de justicia es equiparable a la fuerza del desgano cuando cualquier funcionario público no responde a los cuestionamientos de la sociedad, por más irrelevantes que sean, ya que el origen del ejercicio de la respuesta es el fundamento de la responsabilidad en política. Por ello, el no ha lugar es el refrendo de la no posibilidad de resolver los problemas de injustica, desigualdad y exclusión en el seno del orden político

le debe el concepto y quien ha dicho que: “La producción de saberes es entendida en muchos sentidos. saber cientí!co, saber profesional, saber jurídico e institucional, conocimiento de la estructura social y del control de la opinión y, además, un saber que podríamos de!nir de disponibi-lidad y capacidad de ‘dar razón’ […] La producción de combinaciones se puede manifestar tanto en la actividad de representar los intereses de los otros como en construir alianzas, incorporaciones, inclusiones y otras situaciones en las cuales se forman relaciones sociales de con!anza”, Alessandro Pizzorno, “L’ordine giuridico e statale nella globalizzazione”, en Donatella della Porta y Lorenzo Mosca (coords.), Globalizzazione e movimenti sociali, Roma, Manifestolibri, 2003, p. 236.13 Zepeda Patterson, “Los Gobernadores…”, op. cit., pp. 226-285.

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democrático, a pesar de sus respuestas parciales a la cues-tión. Esta salida de la justicia en sus dos sentidos (justicia de clase y no ha lugar de la justicia) producen aporéticamente deudas nuevas. Hoy, por ejemplo, nos encontramos en deuda con el problema del duelo en la política y con las políticas del duelo en la democracia: los desaparecidos por la '"(, aquellos otros por el crimen organizado, las familias de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y el Estado de México &y no sólo en estos dos estados&, de los niños de la Guardería )*# de Sonora… Todos ellos son procesos que para poder limitar la deuda en el tiempo tienen que pasar (saltar) a un campo desigual como lo es el político, elaborando fragmentariamente su duelo en las tensiones que le subyacen a este orden: pertenece a la comunidad, no son manifestaciones exclusivas de un sujeto, ya no puede ser excluyentes.14

Por lo antes dicho, vale la pena hablar y suscribir una agenda de trabajo nacional, individual y colectiva, que teja un discurso sobre los adeudos y, enfáticamen-te, sobre los inicios15 de la ofensa que estamos pagando 14 Un texto reciente que aborda el tema del duelo en la política es Benja-mín Arditi, La política en los bordes del liberalismo. Diferencia, populismo, revolución, emancipación, México, Gedisa, 2010, pp. 185-229. 15 En primer término, habría que intentar rastrear las rupturas, los pasmos, las aperturas reales y las !cticias, las clausuras arbitrarias o no, de la situación de crisis que vivimos cotidianamente en nuestro país en mayor o menor intensidad, dependiendo la posición social y el impacto en el nivel de la subjetividad que está teniendo todo ello. En segundo término, habría que partir, como cuestión de método, de la distinción entre orígenes e inicio y particularmente entre emergencias que inician algo y que en potencia tienen un origen anclado en algún lugar en el tiempo, y emergencias que no encuen-tran un origen preciso. Todo esto, desde el punto de vista histórico, político y, sobre todo, biográ!co. Sobre la distinción metodológica entre orígenes e inicio, Michel Foucault, “Nietzsche, la genealogía, la historia”, en Michel Foucault, Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1978, pp. 7-29.

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&a partir de padecerla& en tanto sociedad y ocasionada por un Estado perdido entre la lógica del homenaje y la ineptitud. Es decir, ¿no fue lo que el gobierno federal mostró a !nales de 2008 con el clamor público &cuando debió ser puramente estatal pues no es posible vincular en automático la dimensión pública exclusivamente en el Es-tado& hacia Carlos Fuentes? En efecto, ochenta años eran signi!cativos, y más en la república de las letras mexicanas proclive a la !esta, pero lo que no podemos dejar de lado es que fue un homenaje de Estado para un escritor que identi!ca su pertenencia (y por ende, su patria) en el Esta-do y no en las letras mismas.16 De igual modo, se ofende a la sociedad mexicana cuando el Estado pretende gobernar a golpes de asepsia social y ayuno político (¡Democracia sí, sociedad no!), aunado a la instalación del arte de la duda (vuelta, por supuesto, deuda) sustentada en el juego de la memoria y el olvido.

Ya hacia !nales de 2008 se rebasaba la cifra histórica, ésta sí una auténtica emergencia en el tiempo político, de poco más de 5 mil ejecutados en ese año. Todo parecía encontrarse dentro del “orden de violencia” de las cosas, pero sucede que es precisamente una cifra cuyo uso en los márgenes de la noción moderna del censo territorial, terminaron por “censurar” (y lógico, clausurar) cualquier tipo de signi!catividad hasta convertirla en una banalidad política: ¡son 5 mil, pero pudieron ser mucho más!17 Es 16 Al !nal, quizá sea más bien una expresión, exagerada y obscena, de lo que Paolo Fabbri sugiere con cierta ironía: “La Conmemorativitis, perturbación posmoderna &junto con la ansiedad, el estrés y las alergias& que reinventa hagiografías, historias sagradas retrospectivas de !nalidad decorativa y litúrgica”, Paolo Fabbri, “Heterotopías”, Revista de Occidente, núm. 325, junio, 2008, p. 13. 17 Sobre el particular, Luis Astorga señala que: “los censos han conservado un objetivo más o menos de!nido: evaluar el potencial humano y económico

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decir, en el caso que nos ocupa, nombrar la violencia diciendo “son cinco mil ejecutados”, sugiere hablar de una economía de la violencia, pero además insti-tuir socialmente (sobre todo a través de los medios de comunicación) una cifra que presupone un límite (o la ausencia de él): después de cinco mil ya nada puede tolerarse. O a la inversa, que pareciera que es lo que en realidad sucede: dada la selectividad de los números enunciados en público (los ochenta años de Carlos Fuentes, los doce años del panismo en el gobierno federal, los cien años de la Revolución mexicana, los doscientos años de la Independencia), se puede leer: son cinco mil ejecutados y esa cifra apenas alcanza, fatigosamente, a volverse umbral de inicio (por ello la ironía de “pudieron ser más”, y en realidad han sido muchos más, ya que hasta !nales de 2011, la cuenta ha-bía excedido por mucho la cifra de 50 mil asesinados). Esto nos lleva a recordar y recuperar la reacción del Cardenal Juan Sandoval Íñiguez frente a las llamadas macrolimosnas (la primera fue de 30 millones de pesos) por parte del gobierno del estado de Jalisco (encabe-zado por el gober piadoso, Emilio González Márquez) que, justi!cando que dicha erogación fue realizada para “fomentar el turismo religioso”,18 provocaría, hacia los meses de marzo y abril de 2008, una reacción social de “6 500 quejas ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco”.19 La reacción del Cardenal ante ello fue: “Cuando vayan unos tres millones de quejas

de un Estado, así como dirigir su gestión en nombre de algo o alguien”, Astorga, “Census, censor…”, op. cit., p. 248 [las cursivas son mías].18 Sanjuana Martínez, “Juan Sandoval Íñiguez. Cardenal de los ricos”, en Zepeda Patterson, Los intocables, op. cit., p. 25. 19 Ídem.

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que se empiecen a preocupar, pues somos seis millones de católicos, ya cuando vayan unos tres millones se preocupan”.20

Entonces, pasamos de un festejo por los ochenta años a la reacción, ésta sí obligada, del Estado al grito clamoroso y desarticulado de un padre a quién le secuestrarían y asesinarían a su hijo: “Si no pueden, renuncien”. Al !nal, el Estado no ha podido con su sombra y no hay atisbo de renuncia. Lo relevante es preguntar: ¿quién se vuelve el censor de quién?, ¿el padre-empresario frente al padre-Estado?, ¿el Uno, ab-soluto por su moral, que grita y perturba en el Palacio Nacional? Perturbar es, no hay que olvidar, uno de los orígenes de la palabra corrupción. Es decir, la palabra corrupción proviene del latín corruptio que signi!ca “acción y efecto de corromper o corromperse”,21 así como alteración, depravación, vicio. La utilidad de la expresión “perturba en el Palacio Nacional” tiene que ver con el su!jo ruptor, ruptoris, que connota sobre todo al actor que rompe, perturba o viola, ocasionando que una situación política o social se vuelva emergen-cia o inicio.22 El empresario Alejandro Martí, en este caso, por paradójico que parezca, puede ser quizá el sujeto que rompe, perturba o viola no al Estado, sino a la dimensión pública por los efectos de su sentencia. Entonces, ¿no es el grito “Si no pueden, renuncien” lo que está ofendiendo realmente a la sociedad mexicana? Y ello por el simple hecho de que no todos pueden vol-20 Ibid, pp. 25-26 [las cursivas son mías].21 Diccionario de la Lengua Española, “Corrupción”, Madrid, Espasa-Calpe, decimonovena edición, 1970, p. 371.22 Israel Covarrubias, “La globalización de la corrupción. Un efecto perverso de las transformaciones recientes en la política y la democracia”, Bajo el Volcán, año 5, núm. 9, 2005, pp. 15-16.

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verse signi!cativos, incluso como pura cifra, a los ojos del Estado. Cabe agregar, que el propio presidente Calderón hacia !nales de 2008 concluía y de hecho hasta el día de hoy regresa cada tanto para consolidar su dicho, después de profundas cavilaciones, que la corrupción es el principal problema del Estado y de sus instituciones en México. ¡Vaya novedad! En el origen de la crisis que vivimos está la corrupción, así como entidad abstracta… ¿y la respon-sabilidad y la ine!cacia no tienen nombre propio?, ¿por qué aquí no funciona el criterio del censor para indicar quién fue y cómo lo hizo? Por eso, los homenajes, los gritos selectivos y las cifras censuradas.23

Luego entonces, al momento de capturar por medio de una cifra y en modo escandaloso &de nueva cuenta, los cincuenta mil ejecutados, los seis millones de católicos&, éstos se “diluyen” o más bien se pierde cualquier referente “tangible”, es decir, real de lo que precisamente quiere decir “cincuenta mil ejecutados”. En última instancia, se pierde la conciencia de lo que se está enunciando y codi-!cando, ya que las ejecuciones dejan de existir, dejan de ser problema, incluso, dejan de ser cadáveres y se vuelven una escritura de la política. Por ello, si, por un lado, decía “son cincuenta mil, pero pueden ser mucho más”, por el otro, se puede concluir: “son cincuenta mil, pero en realidad, jamás han existido”. Al desaparecer, tenemos un intento político accidental que sistemáticamente “cuenta” cadáveres para volverlos indignos de aparecer públicamente como sujetos. 23 Nuevamente Astorga sugiere que con la cifra siempre “existe un uso político de la misma que desborda los límites de su uso particular en ciertos campos del saber. En esta lógica, la política juega con una repre-sentación que se diluye en el momento mismo de relacionarla con algo tangible”, Astorga, “Census, censor…”, op. cit., p. 252.

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Como he dicho líneas arriba, en este país asistimos al nacimiento y puesta en marcha de otro tipo de ofensas cuando, cobijados en un discurso de inclusión “democrática”, se están produciendo y ocultando nuevas formas de segregación social, allende a las formas históricas de exclusión que es, como se sabe, un problema central por sí mismo. Muestra de ello es la política tanto local como federal de la llamada remodelación del “paisaje urbano” que expropia bru-talmente el “derecho a la ciudad”, en tanto promesa, no lo olvidemos, que la modernización llegó a ofre-cernos en su momento.24 Es decir, somos testigos y el hecho de testi!car ya presupone un tipo particular de padecimiento (o angustia)25 pero no de complicidad (ya que no testi!camos en contra de… o a favor de…),

24 Rolando Cordera, “Más allá de la focalización. Política social y desarrollo en México”, Nueva sociedad, núm. 215, mayo-junio, 2008, p. 98. Aquí, habría que suscribir las críticas que en la actualidad son vertidas sobre los fracasos de la focalización de la política social, en el nivel que se quiera, sobre todo aquella que está encaminada a paliar y por tanto para “defensa” de la sociedad, como es la política que combate la pobreza. Al respecto, el propio Cordera señala que: “Lo que debería quedar claro es que los cuellos de botella originados por las estructuras de mercado dominantes reducen la efectividad de los pro-gramas sociales y colocan a los pobres, a quienes no deja de pedírseles que se comporten como si fueran actores estelares en la comedia de la competencia perfecta, en una situación de indefensión frente a las estructuras oligopólicas y, en términos más cotidianos, frente a usureros, comerciantes voraces y una discriminación tan profunda como frecuente”, Ibid, pp. 106-107. 25 Norbert Lechner maneja el problema con la triple inscripción del miedo al otro (traducible en la cuestión de la inseguridad), a la exclusión (económica y social, donde también entraría la exclusión moral) y al sinsentido (vivir en una situación fuera de control, provocada quizá por el surgimiento emergente de un campo de historicidad diverso), Lechner, Las sombras del…, op. cit., pp. 43-60.

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de lo que Serge Paugam llama “las nuevas formas de descali!cación espacial”.26

Los distintos programas que en México serán iniciados (no originados) por los gobiernos locales de izquierda y que, en su momento, se les identi!caba y criticaba como estrategias populistas, han mostrado el efecto contrario: sirven para ganar aplausos, quizá votos, éxitos, pero también enconos y fracasos. Al !nal, muchas de estas iniciativas no disuelven los viejos problemas que aquejan a las ciudades, al contrario, los acentúan. Obviamente, este apetito “neorepublicano” y e!cientista, corresponde a la con!guración de un halo para volver a la política una hija de nuestro tiempo, es decir, edi!car una nueva fuente de legitimidad ya no sustentada ni siquiera en lo ideológico y, por ello, ni en el voto. Lo real, pareciera ser la sugerencia, en tanto cuestión social necesita hoy más que nunca de ser llenado con cemento y monumentos, como noción que pudiera permitir “capturar” y “encap-sular” el presentismo: “conservar para hacer olvidar”,27 volver visible a la política en el aquí y ahora como único tiempo que conocen los partidos políticos en México, y particularmente los que pretenden ser identi!cados a la izquierda del espectro ideológico.28

26 Serge Paugam, Las formas elementales de la pobreza, Madrid, Alianza, 2006, p. 187.27 Anne-Marie Losoncszy, “Le patrimoine de l’oubli. Le parc-musée des statues de Budapest”, Ethnologie francaise, núm. 3, 1999, pp. 445-451, citado en Hartog, Regímenes de…, op. cit., p. 27.28 Al respecto, Claudio Lomnitz agrega que “De manera adicional, existe otro componente de este discurso de lo real: el teatro de las construcciones públicas. El trabajo público, y especialmente el monumental, constituye una especie de imagen indeleble, un acto positivo que contrasta con la corrupción de los regímenes neoliberales, que fallaron en construir este tipo de obras. Por supuesto, son los mexicanos y los brasileños los campeones en esta forma particular de monumentalidad: segundos pisos en las autopistas,

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El hecho de proyectar y poner en marcha una serie de trabajos públicos que serán visibles (no vivibles ni reconocibles, mucho menos soportables y, en conse-cuencia, jamás defendibles) en los llamados, por un lado, segundos pisos, distribuidores viales y, por el otro, en corredores de cultura en tanto proyectos de “rehabilitación” urbana, conlleva la idea de pretender cubrir y ampliar espacialmente el ocio y el consumo derribando las “barreras de clase”, pero a partir de la instalación de una noción arbitraria y excluyente sobre lo “bello”, lo “democrático”, lo “ordenado”, lo “decente”, con el objeto de extirpar la estética de la fealdad de las mismas ciudades. En el caso particular de la izquierda perredista en la capital del país, se puede hablar que anuncian una sola cosa: la imposibilidad de cualquier novedad. Es decir, pareciera que el +,' sólo ha podido construir un horizonte político a partir de una a!rmación existencial y una valoración moral positiva de sí mismos, donde uno de sus rasgos de!nitorios es la circularidad, nuevamente un regreso a lo mismo.

Así pues, lo que hay detrás de esta concepción es la idea de podredumbre (vieja noción sobre la mar-ginalidad y la pobreza) que necesita ser “codi!cada” en una conceptualización política donde al hablar de “rehabilitación” se habla de la desaparición de los excluidos de vario tipo en el nivel social, jurídico y económico y que como lo hemos señalado, son las

sistemas de irrigación, escuelas &igual que en los cincuenta&, son ahora las imágenes de lo real una vez que lo real está en el poder, imágenes de lo que puede lograrse cuando un individuo virtuoso ocupa la presidencia”, Claudio Lomnitz, “La izquierda y los contornos de lo público en América Latina”, Metapolítica, vol. 12, núm. 57, enero-febrero, 2008, p. 70.

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!guras clásicas de la constitución del pueblo como sujeto de la exclusión.29 El punto es: se remodela el paisaje urbano no para incluir a los excluidos, sino para separarlos de lo estéticamente aceptable y hacerlos desaparecer del espacio público democrático, pues este tipo de exclusión parte de la capacidad de acceso que cada sujeto detente para entrar o no a dicho paraíso. La conclusión sería: “te incorporo físicamente, pero te excluyo por lo que realmente eres”. Repito, con esto estaríamos presenciando un lamentable escenario donde la política y el Estado funcionan para otorgar oportunidades a minorías sociales privilegiadas frente a todos aquellos sujetos excluidos, ya no espacialmente, antes bien por su creciente incapacidad de movilización territorial (el territorio es abierto, el acceso es selectivo) por más de que se nos insista desde las instituciones públicas y políticas de lo contrario. Por ello, el término de oposición política, hoy más que nunca, después de doce años de panismo, ha dejado de ser referente para indicar quién ofende y quién de!ende a la sociedad mexicana.

De este modo, se construye una noción de política de la modernización que excluye desde su de!nición y más con su puesta en marcha a la subjetividad. Esta terquedad es un tipo nuevo de ofensa a la sociedad, y muchas veces no es provocada únicamente por el Estado y los gobiernos locales, la sociedad aporta su cuota. Para comenzar, la censura-clausura de los grupos ubicados en posiciones de clara superioridad económica (nuevos y viejos ricos mexicanos) frente a los que se ubican en una posición social precaria

29 Sobre el particular, remito al capítulo 1.

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(nuevos y viejos pobres), y de éstos últimos en sus reacciones a los primeros, participando en un juego suma cero: mi triunfo es la derrota total del otro. Sin embargo, la cuota más signi!cativa, me parece, es la de las ofensas a reciprocidad entre los sujetos de un mis-mo grupo de pertenencia, de una misma clase social: aquí asistimos a la producción de un abierto carácter “antropófago” que pretende precisamente, al devorar al otro que está en la misma situación, devorarse a sí mismo completamente porque le resulta incómodo el lugar en el cual se encuentra.

Los casos son múltiples, van de los trepadores culturales y políticos, pasan por los pilotos de carreras suicidas en proyectos que con mucha fatiga se vuelven logro, hasta llegar a aquellos que están literalmente volcados, en un país donde las clases medias están pulverizadas, a la reproducción30 de un estilo de vida en solitario pero muy contemporáneo: la moda, la música, las nuevas tecnologías, el nuevo lugar del café y el bar como punto de socialización etérea, el regreso al estilo burgués de existencia (un cosmopolitismo kantiano invertido), junto al frenético regreso al estilo proletario de consumo y diversión (cantinas y clubes obreros). Estas expresiones que conjugan lo independiente con lo “chic” y el “cyborg” han querido volverse el sueño por cubrir o por lo menos representar en el teatro de lo real la fantasmagoría del hombre posorgánico y poshu-mano (¡vaya contradicción lógica!) pero que en México con la cornisa de la inclusión democrática, terminan 30 En el sentido que le da Benjamin: imitación no creativa. Cfr. Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductividad técnica”, en Walter Benjamin, Conceptos de !losofía de la historia, Buenos Aires, Terramar, 2007, pp. 148 y ss.

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por fundar un proceso inorgánico en el interior de los órganos del campo de la democracia, en un contexto estructural caracterizado por una escasez in crecendo de recursos económicos y simbólicos.31

Por lo tanto, pareciera que de la noche a la mañana cualquiera que se vuelve político, como primer paso para volverse posteriormente régimen por el hecho de detentar un cargo público parte de una concepción va-cía acerca de la modernización que, sin relación alguna con la modernidad, les hace pensar obstinadamente que tienen la obligación de ofrecer una política, pública y administrativa, “modernizante”: todo se juega en la infraestructura, los servicios públicos (olvidando la regulación de los servicios privados) y en una susten-tabilidad muy elemental. El sentido y la respuesta a la urgencia del acontecimiento no dejan dar forma a la vida compartida del país. ¿Cuántas posibilidades tenemos para responder a las demandas y adeudos que día a día se generan a lo largo del horizonte de la sociedad mexicana? En resumidas cuentas, lo que sabemos es que se construyó históricamente un campo de inteli-gibilidad de la vida en sociedad, sobre todo de su vida moral, en una expectativa que presupuso una enorme apuesta: el compromiso de la política hacia la sociedad y el compromiso de la sociedad hacia la política. Hoy el puente que va de una orilla a otra está fracturado. Es decir, a lo largo del siglo -- mexicano, y con más ímpetu en sus dos orillas, esto es, en los inicios de la formación del Estado posrevolucionario y hacia el !nal de su forma histórica, con la yuxtaposición del Estado 31 Quién ha trabajado sobre el proceso de producción de lo inorgánico en las sociedades actuales es Mario Perniola, El sex appeal de lo inorgánico, Madrid, Trama, 1998.

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no regulado de los tecnócratas mexicanos, tanto la política como sus regímenes de historicidad estaban tejidos en un mosaico que enarbolaba el derecho a reivindicar (y por ende, al momento de exigir ese de-recho por minúsculo que fuera se construía una forma particular de resistencia a una ofensa) cada acción en la apuesta de la esperanza social sobre la política y las opciones institucionales no sólo de respuesta, sino también de coberturas real de la expectativa social ge-nerada por lo menos en cuatro rubros fundamentales y de enorme impacto en el mundo compartido del país: salud, educación, trabajo y vivienda. Todo ello con la pretensión de “desactivar” precisamente potenciales fuentes de con%icto.

Ahora bien, a pesar de las múltiples interpretacio-nes que existen sobre este particular, me parece que el punto central es saber lo que pasó con la cuestión de la triple inscripción del orden, el sujeto y la democra-cia en México. O en su despliegue más reciente: ley (orden), resistencia (sujeto), inclusión (democracia). Sobre la cuestión de la inclusión-exclusión demo-crática, ya he dejado algunos puntos en el parágrafo anterior. Aquí, deseo dirigirme sobre el tema de la ley y las formas de resistencia, en tanto formas de defensa de la sociedad.

En México, la ley, como la justicia, se inscribe en el receptáculo de la Historia con mayúscula. Es decir, la Historia se volvió el soporte principal de la existencia en colectivo y como proyecto en el horizonte nacio-nal de la sociedad posrevolucionaria. En este sentido, ¿qué queda de ello, o más bien, qué no, ya que su permanencia es indiscutible, así como sus recursos? La Historia absuelve y conforta, destraumatiza (sobre

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todo cuando no se reescribe), vuelve llana y lisa a la vida en sociedad. Es el paso invertido del sueño !losó!co y político de los Estados modernos: en vez de transitar de la utopía a la heterotopía, se va de ésta última a un nuevo sueño utópico. Por ello, pareciera necesario hablar de una nueva manera de leernos como sociedad, a partir de conjugar al mismo tiempo régimen de historicidad y régimen moral, el compromiso y la inauguración de un nuevo inicio cultural. Uno de los objetivos que se están disputando en México en términos de la relación orden-resistencia es la construcción de un umbral y una lógica constante de sospecha y rechazo frente al desplome del Estado, frente a la espectacularización de la política y frente a la parálisis gubernamental. Entre el vacío que abre esta situación, no inédita pero sí alarmante, la apuesta, como legítimo derecho de defensa, presupone mirar oblicuamente para construir un nuevo contrato de lectura de la historia, la política y la sociedad que sugiera leer en diagonal, por aproximaciones sucesivas, no en modo frontal, tal y como sugería Walter Benjamin bajo la forma del ángel de la historia.32 32 “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de aconte-cimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”, Walter Benjamin, “Sobre el concepto de historia”, en Benjamin, Conceptos de !losofía…, op. cit., pp. 69-70.

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Por lo tanto, es necesario aprender que la historia jamás se mira de frente, ya que provoca ceguera. Por ello, abrir el debate acerca de las modalidades particu-lares sobre cómo defendernos en tanto sociedad cobra más que actualidad: es vital.

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Si la pregunta por mucho tiempo en los pasillos inte-lectuales y políticos fue ¿cuánto durará el autoritarismo incluyente?, la respuesta-pregunta que hay que dar y discutir es igualmente paradigmática: ¿cuánto tiem-po tiene la democracia mexicana para consolidarse y perdurar en su horizonte institucional e histórico? Más aún, a sabiendas de que la democracia es un gobierno cuyo mandato es !jado por un ineludible límite temporal, y donde el signo más distintivo es, como se ha insistido, la incertidumbre. Si no, ¿qué interés generaría?, ¿qué expectativas podría construir la competencia político-electoral democrática cuando de antemano supiéramos a qué jugamos y sobre todo si supiéramos quién ganará? Sin embargo, el caso que ahora nos ocupa, tiene que ver con una cuestión que en los últimos años se ha vuelto fundamental, y que es de!nitoria del estilo, nivel y profundidad del debate acerca del país que podremos construir en el porvenir próximo. Es decir, es un tema que ha acompañado el proceso de democratización, incluso, en las primeras estaciones de éste último proceso se volvió uno de sus motores más visibles y consistentes. En este sentido, ¿quién o quiénes son hoy los herederos culturales, en términos de plumas, ideas y lugares a cargo de generar

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parte de las expectativas sobre la contienda democrática en el país?

Muchos se preguntan en el país acerca de qué hacer para incentivar en modo más consistente la participa-ción ciudadana &organizada o no& en los asuntos po-líticos y en el debate público (aunque sea únicamente con el mecanismo de la voz), cuando los hechos están manifestando una serie de contradicciones y extravíos que pocos elementos nos sugieren para hacer de la vida política de México, una vida auténticamente pública (en su sentido de involucrar al mayor número posible de personas o voces, aunque sea por puro accidente). Y esto es un problema grave para la salud y fortalecimien-to de la democracia como para las expectativas que en el futuro inmediato se podrán !ncar respecto a la rela-ción entre representantes y representados. Asimismo, puede ser posible si también asistimos a un cambio en el debate, en las ideas, en la clase intelectual que, al parecer, aún corroboran su pesadez biográfica al no dejar de saltar hasta llegar a las antesalas del poder político.33 En la actualidad, la relación entre cultura, intelectuales y poder es más cercana y más inhóspita, pues dicha contigüidad está provocando un verdadero abaratamiento de la calidad de nuestras “cabezas pensantes”, comenzando con su autonomía. Quizá, con las reservas que entraña el caso, la sentencia de Octavio Paz a la mañana siguiente de los lamentables sucesos del 68 puedan ser una elocuente advertencia: decía Paz en aquella ocasión que el señor gobernaba (llámese presidente o suspirante a la presidencia) con sus criados; revisitada la sentencia, en los tiempos 33 Xavier Rodríguez Ledesma, El poder frente a las letras. Vicisitudes republicanas (1994-2001), México, .+/, 2003, pp. 107-194.

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que corren actualmente sería: el señor populista o el señor técnico pretende por enésima ocasión gobernar con sus criados metamorfoseados.

Los doce años de alternancia política nos han heredado en el terreno cultural un pequeño desierto de intelectualidad y debate, salvo excepcionalidad evi-dente. Sin embargo, en un país de urgencias políticas como México, las excepcionalidades son rebasadas por la madeja de cuestiones por inteligir. Así pues, por ejemplo, la volición del pensamiento y la acción han quedado aplastadas por las violencias fundacionales de este nuevo ciclo de cultura con olor a naftalina; la corrupción cultural &síntoma de un mundo viejo& sigue ahí, en el centro de los cambios. Pero el hecho evidente es que pareciera que la sola presencia del Ejecutivo democratizado hará circular los bienes y los roles de una democracia ya impedida a coexistir con los con%ictos. Habrá que ver hasta dónde esto podrá tener lugar. La mejor vida en sociedad es la que puede enorgullecerse de resolver el con%icto o aminorarlo sin recurrir a la violencia (incluso, sin usar aquella de talante simbólica: no derivar debates de los contenidos de las distintas publicaciones periódicas, así como de los cientos de libros que se salvan en los últimos años). Sobre el particular, habrá que hacer una operación a la letra quirúrgica para identi!car aquellos libros que son fundamentales en estos doce años desde el punto de vista del análisis político, ya que estamos en presencia del asalto por parte del periodismo y de los periodistas a un lugar que en términos históricos y de método, jamás les ha pertenecido: el libro.

Sólo podemos hablar de la semejanza que augura un mal porvenir y un futuro con debate precario y con

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intelectualidad bajo contrato, también, sin muchas llamadas al cambio. Más vale, como sea, y con una honestidad como valor primordial, pensar esto que nos ha pasado en términos diametralmente distintos. Sobre todo por la constatación de que las posibles generaciones del cambio fueron consumidas por la an-tigua política, por el mandarinaje, por el desmembra-miento de los mayores o por la inocencia. Al no existir pensamiento inaugural o anticipatorio, al no tener elementos de voluntad y conciencia capaces de mirar a lo fundamental, habrá que pensar seriamente en la perpetuidad de un cementerio de rostros marchitos por el largo viaje a una casa que pensamos pudo haber sido de todos. Quizá son y serán los sectores menos visibles de lo social los que podrán desplegar esta urgencia necesaria por un cambio cultural profundo.

Estamos en un momento de indecibilidad. Junto a ello, tenemos un exceso de estrategias de adaptación y de recha-zo sobre el cambio y su concepción. ¿Qué puede adaptarse y que sigue siendo rechazado? El rechazo siempre cobrará forma cuando la traducción del cambio político que aún está por hacerse devenga una traición. Recordemos que tanto traducción como traición son palabras vecinas. Su origen es uno: es el mismo.

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Apuntes sobre un Estado sin ley

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Comencemos con una historia simple. En la Ciudad de México, dos veces por año, cientos de miles de propietarios de automóviles, con placas de circulación de la capital del país (aunque se ha extendido a los automovilistas de otras partes de México que viven o que tienen que circular por el Distrito Federal), están obligados a concluir con el procedimiento de la llamada veri!cación vehicular. Como se sabe, es un mecanismo creado para el control y reducción de las emisiones de gases contaminantes. Real o no, efectiva o no, la veri!cación vehicular ha provocado una serie de fenómenos moleculares de diversa índole, entre los cuales se encuentra por su visibilidad y forma corro-siva de resolución, el hecho de que miles o cientos de miles de automovilistas sencillamente no les da la gana veri!car, sea porque no pudieron o no tenían dinero, sea porque se les olvidó, o bien, porque presuponen

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que “no pasará nada” si no lo hacen. Incluso, pueden llegar a la insolencia de dejar correr algunos años sin veri!car sus vehículos. Como es evidente, las razones son múltiples, ya que cada caso es una motivación, una forma individual y su!ciente para entender el por qué no se veri!ca. Por ello, resulta un ejercicio vano intentar acaso esbozar los trazos centrales a través de los cuales un sujeto ha decidido no realizar el trámite al cual está obligado.

No hace mucho tiempo supe de una historia que tenía que ver con lo antes dicho. En efecto, es una his-toria banal en exceso, pero sintomática de las relaciones sociales que se producen entre el Estado y la sociedad en nuestro país, y no sólo en la Ciudad de México. En particular, permite atisbar una parte signi!cativa de la serie de relaciones que se tejen y destejen entre una parte del Estado que pretende enarbolar y volver efectiva la ley y la autoridad, tanto en el ámbito sim-bólico como en el real, y una parte de la sociedad que bajo la forma del sujeto acepta o rechaza. Sin embargo, hay que apuntar que le son necesarias para elaborar su lógica del con"icto, permanente o intermitente, en la vida diaria frente al Estado (o francamente contra él, y contra las nociones arbitrarias de la autoridad y la ley que imprime la estatalidad en un momento histórico determinado).

Decía, pues, que deseaba contar una historia. Un martes por la mañana, un ciudadano (que adopta este carácter cuando hay algo que lo une con un espacio público territorial) circulaba en su automóvil por alguna de las calles centrales del oriente de la Ciudad de México; en un momento dado, una patrulla de tránsito usaría el altavoz para indicar que se detuviera.

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Al hacerlo, el ciudadano (#) sospechaba, quizá en rea-lidad sabía con conocimiento de causa, el motivo de la indicación. Lo que sucedía era que # no llevaba pegada $y en ningún lado$ en su automóvil la calcomanía de la veri!cación vehicular. De hecho, desde que había comprado ese automóvil (con un privado, y en una lógica donde el Estado había participado como un tercero ausente) nunca le había dado la gana veri!car. Sin embargo, a pesar de que # no traía la calcomanía de la veri!cación, traía el comprobante de pago de la multa correspondiente $que otorga una amnistía al transgresor por 30 días para ir a terminar el trámite. Ahora bien, aquí comienza lo interesante del asunto: el policía (%) se aproxima a la ventanilla del automóvil de # y le expresa: “mi nombres es &, mi número de policía es '”, seguido de “¿su veri!cación por favor?”, a lo que # contesta: “no la traigo”. Acto seguido, % le comunica que tendrá que remolcarlo al depósito de vehículos por haber violado la ley. En ese momento, # le pregunta a %: “¿por qué, si traigo la multa pagada, y ahora mismo voy al veri!centro?”, % responde: “de todos modos, no puede circular, es martes y las placas de su coche terminan en 7, hoy no puede circular, cualquier otro día sí”; # pregunta de nueva cuenta: “¿y dónde dice que no puedo circular?”, % dice: “está escrito en el reglamento”; # vuelve a insistir: “quiero ver dónde está escrito”, % revira: “ahora mismo se lo enseño”. % regresa y empieza a buscar en el reglamen-to de tránsito, frente a los ojos de #, la norma que prohíbe que # circule, y al no encontrar donde está estatuido, donde está precisamente escriturado (en este sentido la ley se puede volver Estado) que # no puede circular, o por lo menos por esa calle y frente a

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ese representante de la ley, se abre un silencio $obli-gado para que tenga lugar la palabra de la ley$ por parte de % que al !nal lo quiebra al decir: “bueno, así literal jamás vamos a encontrar escrito que no puede circular, explícitamente no está…”.1 El desenlace es imaginable: nace un con"icto entre dos débiles que se disputan un ángulo de fuerza de ley, # y % se gritan y amenazan. Poco después, llega el compañero de % y le dice a #: “Ok, no hay problema, puedes irte, pero vete directo al veri!centro”. He aquí, pues, el punto central de nuestro alegato.

¿Qué pone en evidencia, tanto del Estado como de la sociedad, el fragmento anterior? En primer lugar, ensambla en una serie de prácticas sociales, relaciones y palabras acerca de la ley, que generan y ponen en juego fuentes potenciales de con"icto entre los sujetos y las autoridades, entre la sociedad y el Estado. Lo más visible es un intercambio que puede terminar en una fuente potencial para una extorsión (si % pidiera dinero) o soborno (si # lo ofreciera) o ambas. Sin embargo, a pesar de que la mecánica de la corrupción está presente, lo que aquí se disputa es una noción más profunda, una idea distinta que persigue, como lo discuto en el capítulo 5, las huellas de una manera oblicua para mirar a la ley y al Estado. En este caso, está en con"icto la obligación por parte del sujeto de llevar a buen puerto un proceso administrativo (que es una de las esquinas más remotas de la ley) bajo el puente de la llamada veri!cación (veri!care), vocablo que a un solo tiempo conjuga lo verdadero (verum) y el hacer (facere), esto es, “demostrar que algo que

1 Sobre la formación histórica de este mecanismo, remito al capítulo 1.

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ofrece dudas es verdadero […] comprobar o examinar la verdad de algo”.2 Entonces, lo primero que se vuelve visible es un con"icto por la existencia mani!esta de una duda legítima sobre la forma particular que adopta la ley como régimen de verdad; un con"icto por una !sura en la escritura de la verdad que no le permite mantenerla en pie, al contrario, la desploma en forma irremediable a causa del pluralismo de la palabra de la ley. Un con"icto, !nalmente, por una norma que es cuestionada, interrogada y agredida en el espacio que está entre # y %. De este modo, siempre crecerá la necesidad de corroborar su autenticidad cada vez que el Estado y su ley son incapaces de disipar precisamente las dudas inherentes a su verdad, a su normatividad, a su pretendida normalidad.3 Aquí, como lo veremos más adelante, de pronto aparece el mismo mecanismo que se pone en marcha en la in!nidad de confronta-ciones (si lo miramos desde el Estado) y resistencias (si lo miramos desde la sociedad) cotidianas a la ley y 2 Diccionario Enciclopédico Grijalbo, “Veri!car”, Barcelona, Grijalbo, 1995, p. 1915 [cursiva mía].3 Aquí, junto con Pierre Legendre, tendríamos que advertir la composi-ción de dos niveles de la necesidad de probar lo verdadero de la ley. El primer nivel, es el vínculo entre la normatividad y la verdad del Estado con el mundo social de aplicación, muchas de las veces ejercidos (quizá la mayor parte del tiempo) de forma equívoca e injusta. El segundo nivel, el vínculo “vital” entre el sujeto y la normatividad, donde, dice el autor: “La empresa de normalización se ha realizado hasta ahora a través de ciertos datos que pueden ser alterados o trastocados de arriba a abajo”, Pierre Legendre, Lecciones IV. El inestimable objeto de la transmisión. Estudio sobre el principio genealógico en Occidente, México, Siglo &&( Editores, 1996, p. 11. Lo que supone, agregaríamos por nuestra parte, que nosotros como ciudadanos no tenemos el derecho de construir una duda en el inicio de cualquier relación con el Estado, una interrogación sobre la ley del Estado.

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sobre todo al Estado en su acepción griega de orden (nomos) y no en la acepción latina que dará vida al régimen político (lex). Quien ha trabajado la distin-ción de la ley para los griegos (nomos) y los romanos (lex) es Hannah Arendt. Para ella, el signi!cado de la ley para los romanos es: “[…] algo que instaura relaciones entre los hombres, unas relaciones que no son ni las del derecho natural, en que todos los humanos reconocen por naturaleza como quien dice por una voz de la conciencia lo que es bueno y malo, ni las de los mandamientos, que se imponen desde fuera a todos los hombres por igual, sino las del acuerdo entre contrayentes”.4 En oposición, para los griegos la ley no es: “[...] ni acuerdo ni tratado, no es en absoluto nada que surja en el hablar y actuar entre los hombres, nada, por lo tanto, que corresponda propiamente al ámbito político, sino esencialmente algo pensado por un legislador, algo que ya debe existir antes de entrar a formar parte de lo político propiamente dicho. Como tal es pre-política pero en el sentido de que es constituti-va para toda posterior acción política y todo ulterior contacto político de unos con otros”.5

De este modo, en primer lugar no hay que olvidar que la verdad existe a condición de que se ordene en “el espacio funcional de una comunicación de factura litúrgica, en el que lo que se dice es siempre verdad, por hipótesis”.6 ¿No es esto lo que pasa con el Estado

4 Hannah Arendt, ¿Qué es la política?, Barcelona, Paidós, 1997, p. 121 [cursivas mías]. Sobre el mismo tema, Cfr. Mario Tronti, “Politik als Beruf: the end”, en Mario Tronti, La politica al tramonto, Turín, Einaudi, 1998, pp. 123-135. 5 Arendt, ¿Qué es…, op. cit., p. 121 [cursivas mías].6 Legendre, Lecciones IV…, op. cit., p. 14.

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mexicano en los últimos años?, ¿no es la punta de lanza de la andanada estatal de panistas, priistas, perredistas y demás enanos partidarios contra sectores cada vez más amplios de la sociedad y que tiene un objetivo único: cruci!carla?

En segundo lugar, el ejemplo muestra un modo de poner en acto relaciones de poder $y por eso po-líticas$ “a la mexicana” entre un representante de la ley (Estado) y un sujeto (sociedad). Es decir, en un primer momento encontramos una forma especí!ca de presentación de %: “soy representante de la ley, estoy en el lugar de la ley, pero no soy la ley”; dicho con una !gura metafórica: “soy representante del Estado, estoy aquí frente a usted en el lugar del Estado, pero no soy el Estado”. Como reacción a ello, encontra-mos una interpelación por parte de # que, a pesar de saber que ha cometido una falta a la ley, pero que ya ha pagado, resiste la representación de %, incluso la niega. Lo relevante es la noción anquilosada de “falta a la ley”, interpretada la mayor parte del tiempo por los representantes de la ley a partir de una mimesis de la apropiación: “faltaste a la ley, me has faltado al respeto”. Sin olvidar, por supuesto, el juego donde la falta se nos presenta literalmente como dé!cit, es decir, connota una necesidad y un deseo de algo que no está presente, que precisamente falta. Por lo mismo, la ley es un objeto ausente que está obligado a encarnar en una representación. En consecuencia, cuando se paga por esa falta, surge otra pregunta: ¿es su!ciente con el pago estatuido y aceptado en modo tácito? En nuestro ejemplo es evidente que no. Entonces, ¿algo tendrá que ver el lugar que ocupa en los juegos de verdad la supuesta culpabilidad del sujeto por dudar de la poca

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claridad de la verdad? Más aún, ¿son éstos juegos los que generan el con"icto o, más bien, las concepciones de unos (#) y otros (%) respecto al resarcimiento del daño provocado por una determinada acción violato-ria?, ¿no es quizá sugerir que nosotros como sujetos y ciudadanos $y sin posibilidad de cambiar este arbitrario esquema$ estamos obligados a pagar en modo inexo-rable por algo, aun por crímenes invisibles? Es decir, ¿no estamos frente a una situación donde contraemos una deuda perpetua por crímenes jamás cometidos, ya que pareciera que toda acción contraria a la ley es un modo de dañar algo o a alguien, aunque nunca se esté en condiciones de saber con precisión que fue lo que realmente se hizo, pues la ley es igual a ninguno? A la par de todo lo anterior, pareciera que también es una estrategia, de naturaleza antidemocrática, donde se instituye un dé!cit social permanente hacia la ley y el Estado, imposible de hacerlo sucumbir y que se vuelve el mecanismo principal para la invención del orden político, a pesar de que éstos últimos se nos presenten en modo ausente.7 No lo olvidemos, ya que junto con Paolo Pasqualucci podemos decir que “atrás de la ley no hay más que la ley, es decir, ninguno. La ley es ley a la ley, no la voluntad de un legislador carismá-tico, de un héroe rousseauniano”.8 Por consiguiente, tanto la ley como el Estado mani!estan siempre una realidad espectral.

Por ello, en el país sigue siendo común que un ciudadano pre!era y decida resolver un problema 7 Sobre la cuestión de la deuda, remito al capítulo 2. 8 Paolo Pasqualucci, Rousseau e Kant, Milán, Giu)ré, 1976, pp. 361-362, citado en José F. Fernández Santillán, Locke y Kant. Ensayos de !losofía política, México, *#+, 1996, p. 77 [cursiva mía].

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ante la ley bajo la vía de la informalidad, del dinero, del arreglo que endeuda a víctimas y victimarios, para evitar pasar por la experiencia judicial. Al !nal, el adjetivo más próximo para caracterizar esta in!nidad de situaciones con la ley, con sus administradores y con sus representantes es la vergüenza por lo poco que han cambiado en México $en sentido democrático$ las prácticas sociales con la justicia y el Estado, por más insistencia litúrgica de que no es así.

En tercer lugar, cuando % dice “explícitamente no está”, tenemos una presencia (la escritura de la ley) que se ausenta por completo, que produce un vacío desde el cual es posible inventar y construir un manejo de la ley. Por consiguiente, muy lejos queda la acción (también legítima) de aplicarla en el ámbito social. Por lo tanto, % corrosivamente deviene en un intérprete de la ley, una boca que la derrama y escupe una forma engañosa de la justicia, al imponerse como juez. Al dejar de lado por completo su función de representante, se sustrae de ella, para terminar en una reiteración funcional donde la palaba sustracción está emparentada con la de robo. Con esto, estaríamos frente a otro ángulo del mismo problema de nuestro Estado: la producción sistemática de un régimen de verdad, expresable en una desquiciante forma imitativa del imperativo de la prohibición (“de todos modos, hoy no puede cir-cular”, “como sea, me has faltado al respeto”) desde el cual %, de ser representante de la ley deviene juez y legislador al mismo tiempo. Adopta una posición inédita (depositario exclusivo de la verdad), se trasviste de teólogo político para actuar bajo la única forma que tiene en la actualidad el Estado mexicano: anulando para abrir un espacio de suspensión de la ley (fuerza de

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ley) con la pretensión de retirar (como acto de violencia) al sujeto y a la sociedad del espacio de la experiencia.9 ¿Qué elementos anula? Deroga dos órdenes del tiempo. Primero, anula la distancia entre la ausencia de la ley en cuanto objeto con su representación (%); segundo, anula el espacio entre # y %, que es ese entre que conecta y produce cualquier relación política moderna.10 La consecuencia es evidente: la ley desaparece, no se vuelve ausente, y frente a la pérdida de orden, cualquier cosa puede producirse, empezando con la violencia “pura” del Estado y la privatización de lo público que son la base sobre la cual se origina lo que podríamos llamar el nuevo clientelismo democrático mexicano, que es “una de las manifestaciones más macroscópicas de la privatización de lo público, es [la] relación típicamente privada, que toma el lugar en muchos casos de la relación pública entre representante y representado”.11

9 Sobre el tema de la suspensión de la ley, en particular, sobre la violencia “pura o divina” como campo de indecibilidad y que está en el origen de la excepción, Agamben, Stato di eccezione…, op. cit., pp. 44-54, 68-83, también Walter Ben-jamin, “Pour une critique de la violence” y “Fragment théologico-politique”, en Walter Benjamin, Oeuvres. vol. I: Mythe et violence, París, Denoël, 1971, pp. 121-148 y 149-150 respectivamente. Por otra parte, la teología política es un mecanismo que pertenece, sin duda alguna, al ámbito de lo que Octavio Paz llamaba la “patología religiosa”, donde “[…] se pasa de la adoración a una divinidad a la de una idea y de ésta a la adoración de los sistemas y los jefes. Se termina en la androlatría, el culto a un hombre divinizado”, Octavio Paz, “Suma y sigue. Conversaciones con Julio Scherer”, en Paz, Sueño en…, op. cit., p. 70, también Ugo Pipitone, “La religión, del consuelo privado a la jaula pública (o, la religiosidad no es un invento de las fuerzas malé!cas del imperialismo)”, en Benjamín Mayer Foulkes (coord.), Ateologías, México, Fractal/#,-.#/01., 2006, pp. 65-79. 10 Arendt, ¿Qué es…, op. cit., pp. 122 y ss.11 Norberto Bobbio, “La politica tra soggetti e istituzioni: le lezioni dei classici”, Democrazia e diritto, vol. &&, núm. 5, 1980, p. 650.

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Hoy por hoy, el principal teólogo político es el presi-dente Felipe Calderón, quien ha mostrado en in!nidad de ocasiones su propensión a ponerle nombre y apelli-do (lo que quiere decir su nombre y apellido) al lugar de la ley y el Estado. Como hemos visto, el nombre del presidente fundó en los inicios del Estado posre-volucionario un modo especí!co de mirar las formas organizacionales de la sociedad y, en efecto, funciono por varias décadas. Sin embargo, con la entrada de la democracia en el espectro público-estatal, ¿por qué se-guir insistiendo sobre el mismo mecanismo? De hecho, el efecto que en la actualidad produce es contrario, ya que mani!esta la pérdida de los referentes incluso constitucionales de lo que ha debido representar como jefe de gobierno y jefe de Estado y no, como es el caso, puramente como jefe de partido.12 Por eso, hoy

12 En este punto es, a mi juicio, donde tiene lugar el nacimiento del llamado Estado doble, es decir, una forma estatal que para con!rmarse en cuanto tal, necesita a la par de un Estado visible y legal, otro invisi-ble, discrecional y, en muchos casos, ilegal de principio a !n. Cfr. Ernst Fraenkel, "e Dual State. A Contribution to the "eory of Dictatorship, Nueva York, Oxford University Press, 1941, también Norberto Bobbio, “Introduzione”, en Ersnt Fraenkel, Il doppio stato. contributo alla teoria della dittatura, Turín, Einaudi, 1983, pp. (&-&&(2. Con importantes reservas, un ejemplo de la tensión que se abre al oscilar entre Estado legal y Estado discrecional, es el ahora olvidado, quizá borrado, caso de “Juanito”, el rey destronado de la Delegación Iztapalapa en el Distrito Federal, por la furia y la querella del perredismo capitalino, y que debiera llamarnos a la re"exión. “Juanito” expresaba una doble dimensión moral y política que se ha tensado radicalmente. Por un lado, las formas ocultas, inmorales e ilegales con las que le obligaron a claudicar políticamente (con acuerdo previo o sin él, eso solo se sabe residualmente) y, por otro,

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más que nunca, los ciudadanos mexicanos tenemos que soportar la imagen continua de un presidente fuera de sí, fuera del Estado y la política. Desnudo y olvidadizo, poco receptivo a la crítica $que es una muestra de su incultura$, nadie a su alrededor ha tenido el coraje de recordarle que demasiada publicidad mata la !gura del presidente.13

Al desaparecer la ley del espacio de los sujetos, de su estar entre, al regresarnos o empujarnos hacia un momento pre-político y pre-moderno, queda en el aire un elemento que la mayor parte del tiempo es casi del exclusivo orden de los sujetos: frente a la injusticia del Estado al momento de aplicar la ley derogándola, el sujeto siempre se le opone, la resiste y niega, a pesar de cualquier intento público-estatal por neutralizar la intensidad de esas formas. Con esta actitud, los sujetos contribuyen con el nacimiento de un horizonte de expectativas (ya que de todo con"icto surgen expectativas),14 o sea, devienen en actores de una suerte de !sura que puede permitir la constitución de una forma de coexistencia sin tener que vérselas, en algunas circunstancias o más bien bajo casi ninguna circunstancia, con la ley y el autoritarismo disfrazado de autoridad furiosa del Estado.

el umbral de visibilidad crucial para el desarrollo democrático: no hay que olvidar que las vivencias diarias con la democracia se nutren de promesas (en este sentido “Juanito” era una promesa) y de “eso” que aún no sucede, es decir, de lo que está porvenir.13 Sobre la relación entre publicidad y la caída-desaparición de la !gura presidencial, sugiero Règis Debray, El Estado seductor, Buenos Aires, Manantial, 1995, p. 69.14 Me parece que en estas coordenadas se puede comprender mejor la idea de sacar al sujeto y a la sociedad del espacio de la experiencia para empujarlo a ese terreno de nadie que es el futuro y donde poco o nada puede hacer el Estado para controlar lo que ahí se gestará.

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Por lo tanto, con la proyección de los sujetos al por-venir, en un horizonte de resistencia a la arbitrariedad y a la violencia del Estado, nos conectamos con el espacio que relaciona la ley con la autoridad y, en particular, con la legitimidad que necesita cualquier autoridad para aplicar e inventar la ley. En México, lo sabemos, la legitimidad del Estado (o lo que queda de ella) tiene que ver con la edi!cación de un mecanismo riesgoso de intercambio político: una promesa constante por nichos periféricos de con!anza.15 La muestra más clara ha sido la no muy lejana resolución de la 3#4- respecto al caso de Acteal, donde la presunta impartición de justicia que dio origen a todo el embrollo $un asesinato colectivo de indígenas$ ha sido desplazada y postergada para un tiempo inde!nido, pues si bien es cierto que la 3#4- resolvió sobre las de!ciencias del debido proceso de los presuntos responsables al liberarlos, también es necesario decir que las familias de los indígenas asesi-nados, se quedaron sin justicia.

De este modo, la legitimidad, arrinconada y con poco eco social, se ha organizado a partir de un principio muy simple: el Estado construye su reputación pública mediante el input de la información que hace visible su presencia y sombra a través de los servicios y los “lo-gros” que ofrece a la sociedad en conjunto: varios miles de muertos por la guerra al narcotrá!co, una economía estancada y una conducción política errática.

15 Sobre el particular, remito al capítulo 3.

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Si partimos del hecho de que la función tradicional de la información y del pluralismo social inherente a ella era la de empujar tanto los deseos como las expec-tativas hacia un tiempo futuro, al momento en que se disuelve casi por completo esta función, la información logrará conectar o poner en relación (una nueva fun-ción que se le ha otorgado) el espacio de lo que está ocurriendo con el escenario de la arena democrática, y del cual surgirá gradualmente una dimensión visible del lugar de la experiencia que a fuerza de presentarlo una y otra vez de tal forma que, por la repetición y la circularidad de la información, termina siendo trans-parente.16 Sin embargo, he aquí un primer desplaza-miento grave que socava cualquier noción de oposición desde el punto de vista social y político: la experiencia terminará en un lugar imposible. Sí, ya que una vez lanzada –la experiencia a través de la información y sus canales: los medios de información– al espacio público, este movimiento terminará por quebrar la forma con la cual la subjetividad se desarrolló en nuestro país por lo menos a partir de la segunda mitad del siglo &&, es decir, la forma de las antinomias (oposiciones) clási-cas del orden político y social: Estado-contra-Estado, normal-anormal, público-privado, legal-ilegal. En la actualidad, las modalidades bajo las cuales se presenta y representa en los medios de información la experiencia de lo social, son los fenómenos de las antisociedades de nuevo cuño: los miedos, la insatisfacción, el pánico y 16 Esto puede detectarse dando seguimiento a los noticieros de tele-visión o de radio: en la mañana se presentan las noticias (“algo pasó realmente”) que se lanzaron en la noche anterior (“algo ha sucedido”), y al mediodía (decir “cómo pasó”) aquello que se dijo por la mañana y así sucesivamente…

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el mal. Por ejemplo, el fenómeno del mal, emparen-tado con el tema de las perversiones, se hace presente en la vitrina mediática a través de formas racionales y metapolíticas con el objetivo de instaurar lo que, en palabras de Ugo Pipitone, supone “un deseo de orden construido sobre la descon!anza en los contagios”.17 El uso mediático de la epidemia de la in"uenza en 2009 sugiere decir que fue un fenómeno que terminó en un desbordamiento social, donde era clara la intención política de ubicar a la enfermedad y al contagio como el punto máximo de un proceso de con!guración de pánico moral, un brote colectivo de miedo y horror extracomunitario, ya que la enfermedad siempre viene de afuera. Desarrollado principalmente por el gobierno federal conjuntamente con los medios de información, este proceso acabará por de!nir el sentido público del fenómeno, sus retóricas, las pautas para saber qué estaba pasando realmente, lo que se podía hacer y lo que no se podía hacer (la prohibición del abrazo, por ejemplo), al punto de producir una suerte de lugar vacío, una tierra de nadie que termina por legitimar la obsesión de las autoridades federales de colmar un núcleo del poder político que siempre ha estado –éste sí habría que recordar$ vacío, con el objetivo de mantener en pie precisamente el poder político en una situación de gran "uidez social.18

Al !nal, lo que se desprende es que si un sujeto en un contexto político democrático estuviera informado 17 Pipitone, “La religión…”, op. cit., p. 79.18 Sobre las formas públicas de conservar el poder en contextos de "uidez social, sugiero Alan Wolfe, Los límites de la legitimidad. Contradicciones políticas del capitalismo contemporáneo, México, Siglo &&( Editores, 1997, p. 70.

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de todas y cada una de las actividades del gobierno, del régimen político, del Estado, por más relevantes que éstas sean para la vida en común, decrecería sustancial-mente su horizonte de expectativa en la democracia y en la política que pretende enarbolar. Por ende, tanto la política como la democracia se disuelven (segundo desplazamiento grave) del horizonte de la expectativa (que es su lugar “natural”, es decir, la democracia y la política como dispositivo de integración y reproduc-ción social sólo existen en el porvenir aunque sean en el tiempo presente) y se desplazan hacia el espacio de la experiencia, produciendo una inversión radical para la institucionalidad y para la vida en sociedad; una lógica cerrada, no antagónica (por lo que anularía toda opo-sición), un tipo “puro” donde cualquier cosa podría ser identi!cada y de!nida con cualquier otra y aparece como “la fórmula clásica del principio de identidad, de .=.”.19 Con ello, se permite la conjugación de nuevas relaciones entre grupalidades y líderes (nuevas teolo-gías políticas). Sobre el particular, Ugo Pipitone dice: “Enfrentarse al drama […] de querer permanecer sin poder cumplir el anhelo, nos crea la necesidad de un sentido fuera del mundo. Nos crea la necesidad de religión: las que conocemos y las que están (siempre hay alguna) aún en proceso formativo”.20

Para terminar, si la democracia mexicana puede ser interpretada como un continente árido, si los vaivenes políticos de los años más recientes han trastornado tanto la con!anza como la representación de los intereses y los sistemas biográ!cos, y si el orden político es el lugar de ninguno, entonces lo esperable y predecible es una 19 Bodei, Libro de la memoria…, op. cit., p. 52.20 Pipitone, “La religión…”, op. cit., p. 68.

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espiral creciente de discrecionalidad ilegal e impune sus-tentada en los procesos informáticos de la política.21

Entonces, la conclusión provisoria puede ser la si-guiente: demasiado deseo publicitario puede asesinar a la democracia. Es importante tomar en cuenta que demo-cracia y legalidad no necesariamente van de la mano. Más democracia no signi!ca mayor respeto a la ley y viceversa. Lo evidente es que somos observadores “privilegiados” de las acciones de una estatalidad que está desapareciendo. Injusto y ausente, capturado por la corrupción y los delitos, tenemos un Estado que ataca al propio Estado, volviéndose su principal enemigo. Y aquí, estaríamos hablando de un momento pre-político y, al mismo tiempo, ultra-político, en el sentido que le da 5i6ek, es decir, como: “El intento de despolitizar el con"icto extremándolo mediante la militarización directa de la política como una guerra entre “nosotros” y “ellos”, nuestro Enemigo, eliminando cual-quier terreno compartido en el que desarrollar el con"icto simbólico (resulta muy signi!cativo que, en lugar de lucha de clases, la derecha radical hable de guerra entre clases (o entre sexos)”.22 En consecuencia, el Estado mexicano le “falta” a los ciudadanos de nuestro país y al propio espíritu que bañó el cambio político democrático en México en las tres últimas décadas.

21 Pienso, por ejemplo, en el caso del candidato del %7( en la contienda presidencial de este año: Enrique Peña Nieto, que como bien señaló en 2007 el diputado local del %78, Francisco Vázquez, gasta más dinero en publicitar las obras que el costo de las obras mismas, Jenaro Villamil, Si yo fuera presidente. El reality show de Peña Nieto, México, Grijalbo, 2009, pp. 55-56, también Zepeda Patterson, “Los Gobernadores…”, op. cit., pp. 247-248.22 Slavoj 5i6ek, En defensa de la intolerancia, Madrid, Sequitur, 2007, p. 29.

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Bibliografia.indd 200 08/06/2012 11:46:40 a.m.

201

A

Agamben, Giorgio: 24, 31, 34, 42, 71, 86, 174. Althusser, Louis: 76, 77. Arendt, Hannah: 170, 174.Astorga, Luis: 48, 129, 130, 148, 149, 151.Ávalos Tenorio, Gerardo: 69.

B

Barrios, José Luis: 54, 55.Barthes, Roland: 25. Bejarano, René: 64. Benjamin, Walter: 156,159, 174.Buendía, Manuel: 128.Buendía Torres, Guadalupe “La Loba”: 64.

C

Calderón, Felipe: 61, 92, 151, 175.Calles, Plutarco Elías: 44.Camarena Salazar, Enrique: 129, 130.

Cárdenas, Lázaro: 44, 117, 125. Caro Quintero, Rafael: 130.Colosio, Luis Donaldo: 77. Cortés Hernán: 11.Cordera, Rolando: 51, 52, 61, 76, 152.Cosío Villegas, Daniel: 36, 37, 97.

D

Derrida, Jacques: 24, 38, 57, 58, 70. Diógenes “el cínico”: 111.Díaz, Por!rio: 12, 43, 44.Durand Ponce, Víctor Manuel: 61, 62.Durazo Moreno, Arturo: 126, 127.

E

Echeverría Álvarez, Luis: 53, 123.Escalante Gonzalbo, Fernando: 47, 75, 100.

Índice de nombres

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202

F

Félix Gallardo, Miguel: 130.Fonseca, Carlos: 130.Foucault, Michel: 137, 138, 140, 147.Fuentes, Carlos: 148, 149.

G

Gaos, José: 98.Gavin, John: 129, 130.Gómez Morín, Manuel: 97.Gordillo, Elba Esther: 103, 104, 105, 127.Gutiérrez Barrios, Fernando: 128.

H

Hank González, Carlos: 119.Hansen, Roger: 51, 121, 131.Hartog, François: 30, 55, 67, 153. Heidenheimer, Arnold: 117, 118.Hernández Galicia, Héctor “La Quina”: 126, 127, 128.

I

Ianni, Octavio: 44, 45.Iglesia, Ramón: 98.

J

Jonguitud Barrios, Carlos: 104, 127.

K

Kant, Immanuel: 14, 78, 172. Klee, Paul: 159.Koselleck, Reinhart: 95, 96.

L

Labastida, Jaime: 34, 40, 43, 44, 59, 99, 101, 145.Legorreta, hermanos: 127.Lewis, Oscar: 43.Linz, Juan José: 40. Lomnitz, Claudio: 153, 154.López Portillo, José: 56, 123, 125, 126, 127.

M

Madero, Francisco I.: 33.Madrid Hurtado, Miguel de la: 61, 123, 125, 126, 128.Marín, Mario: 64. Martí, Alejandro: 150.Medina Echavarría, José: 98.Morelos, José María: 15.Morones, Luis N.: 45.Morris, Stephen D.: 123, 125, 131.Myrdal, Gunnar: 19, 20.

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203

O

O’ Gorman, Edmundo: 14.Onfray, Michel: 91.Or!la Reynal, Arnaldo: 43, 98, 99.

P

Paugam, Serge: 153.Pasqualucci, Paolo: 172.Paz, Octavio: 15, 71, 161, 174. Pedroso, Manuel: 98.Peña Nieto, Enrique: 181.Pipitone, Ugo: 73, 174, 179, 180.

R

Reyes Heroles, Jesús: 97.Roux, Rhina: 32. Roosevelt: 86. Ruiz, Ulises: 64. Rulfo, Juan: 129.

S

Salinas de Gortari, Carlos: 122, 127, 128, 130, 131.Sandoval Íñiguez, Juan: 149.Serrano Díaz, Jorge: 126.Silva Herzog, Jesús: 97.

V

Vargas Llosa, Mario: 10, 15.Vasconcelos, José: 14, 96.Velázquez, Fidel: 63, 64. Villaseñor, Eduardo: 97.

Y

Ynclán, Gabriela: 106, 107.

Z

Zaid, Gabriel: 126. "i#ek, Slavoj: 181.Zorrilla, José Antonio: 127, 128, 129.Zúñiga, Elvia: 106, 107.

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EL DRAMA DE MÉXICOSujeto, ley y democracia

de Israel Covarrubias se terminó de imprimir en el mes de

diciembre del 2012, en los talleres de El Errante Editor, !" de #$, Privada Emiliano Zapata 5947,

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