Dos sillas y un cadáver
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Dos sillas y un cadáver
Ellos colocan dos sillas, una para el cuerpo, otra para la cabeza. Luego dos más. Se sientan a
tomar té, a fumar. Nunca sonríen. A diferencia de estos últimos años, miran la máquina que
cuelga de la pared. Los rostros se contraen. Al parecer aprenden a sentir miedo. Me extraña que
no hubiesen reparado en ella con anterioridad. Levantan sus cuerpos, caminan hacia la puerta.
Antes de abrirla y marcharse, cada cual esgrime la cruz que pende sobre el pecho. Lanzan una
maldición.
Tiempo después la puerta vuelve a abrirse, entran dos personas, se llevan el cadáver y aparecen
los mismos de antes con otro cuerpo, otra cabeza. Esta vez visten de blanco. Hacen lo
acostumbrado hasta que sienten miedo. Entonces se levantan, agarran la máquina y tras
quebrarla contra el piso, escupen sobre ella. Retiran la cruz de sus cuellos y dejándola caer,
ladean sus ojos en dirección a mí como si pudiesen verme. Uno de ellos grita. En segundos entra
una persona con dos sillas y las sitúa a continuación del nuevo cadáver. Se marcha. Ellos toman
asiento. Inician un cigarro, una taza de té. Miran las sillas, luego hacia mí: por primera vez sonríen
y yo, comienzo a sentir miedo.
Ignorancia
Ignorar s virtud para el que vive conociendo tan sólo lo que busca.
Andrés Mirón.
Treinta años después del aterrizaje forzoso en un desierto de Australia, los humanos han dejado
de hacer experimentos. Piensan que mi sangre puede curar una de las enfermedades que
diezman su población y, a partir de mañana, la utilizarán como vacuna.
Mi objetivo era llegar a Júpiter, donde hace 400 años fundé tres colonias, y extraer de mí los
embriones que asegurarán mi descendencia
¿Causalidad o azar?
--Esos eran los últimos humanos.
--Es cierto. ¿Qué haremos ahora? preguntó mirando hacia el interior del recipiente que se
hallaba entre ellos.
--Empezar de cero. respondió el otro agregando polvo cósmico a una esfera de energía y
provocar, luego de arrojarla al recipiente, una gran explosión.
Confesión
Tal vez mi vida dependa de la ignorancia de los seres humanos, o del hecho de ser el ejemplo, el
experimento de una nueva raza que vendrá desde arriba. No pedí estar aquí, soy otro de los
obligados (cruz o espada) a repetir ¿la verdad? Pero ¿podré mañana hablar bien del sitio de
donde me expulsaron y luego se fingió una descendencia? No Dios-Padre-Señor, las cosas no
son así. ¿Recuerdas la noche que desenvainaste la espada (cuando el big-bang) para demostrar
tu poder y ser fiel a ti mismo? ¿Recuerdas aquel el día (¿Sodoma y Gomorra?) que me
amenazaste con ella? Pensé durar treinta, cuando llegué a esa edad, quise llegar a los cuarenta y
ahora, que estoy en los cincuenta siglos, no deseo morir.
Después que Jesús terminó de confesarse, la paz reinó en el mundo: había desaparecido la
especie humana.
El pequeño creador
A la memoria de Juan Carlos, el Kodama.
imaginen que soy un dios y en ocasiones puedo meterme en la mente de los humanos. De
quien les he hablado, tenía la maravillosa y maldita facultad de hacer palpable lo que soñaba. En
una ocasión soñó con un elefante negro pastando frente a su casa. Al despertar y mirar por la
ventana del cuarto, vio un elefante negro. Una noche al abrir los ojos, no recordó lo soñado y
cuando miró a su alrededor, se encontraba junto a mí. Sorprendido, inclinó la vista hacia donde
debía encontrarse la Tierra y sólo vio el vacío.--dijo el pequeño creador mirando de soslayo a las
gelatinosas criaturas que, sentadas en algo similar a tronos, lo contemplaban. Quizás ustedes se
pregunten cómo he logrado saber todo esto pero, imaginen que soy otro dios que puede estar en
la mente de los dioses y
Próximo a la cordura
En ese día o instante, observé en el cielo dos peces que se lanzaban al mar. Cuando emergieron,
vi en sus bocas dos pájaros negros con rostros sonrientes. Extraño suceso, rara vez miro al cielo.
A esas horas de la nada me dirigía a la Escalera del Tiempo. A lo lejos, tres pirámides invertidas,
transparentes, repetían mi nombre. No quise escuchar; dicen que es peligroso oír palabras de las
cosas que uno no cree. Debajo de las pirámides, el azul de la hierba era opacado de forma
intermitente por algunas nubes. Ellas formaban relámpagos que no podían iluminar Ciudades al
Viento. Unos metros, o unas millas a la izquierda estaba el Sendero de la Memoria. Comencé a
caminar. A mis costados se erguían numerosos árboles cuyas lágrimas, dificultaban el ascenso a
una pendiente que culminaba en el vacío. Pero, ¿alguien puede ver a través del vacío? Creo que
sí. Luego de levantar la vista al verde resplandor de un cielo que jamás imaginé, mis actos no se
realizaron con coherencia, sin embargo, vi dos escaleras: la de los Ángeles que Bajan y la de los
Demonios que Suben. Ahora que pienso mejor las cosas e intento escribirlas, me doy cuenta que
esas escaleras equilibran el mundo para que la gente, no comience a vivir en paisajes como éste
y les vaya a pasar lo mismo que a mí, cuando desperté en la boca de un pez con deseos de
hablar con Dios y mostrarle mi cabeza degollada. Hoy, a estas horas o instantes del Olvido
aprendí a mirar al espejo sin devolver falsas imágenes y aunque camino en círculos, sé a quien
enseñarle mi cabeza. Debo tener cuidado, si la pierdo de vista todo puede tornarse coherente.
Desde la oscuridad
Pensando en El borracho de Guy de Maupassant.
Aquella noche al salir del bar rumbo a su casa, sintió que seguían sus pasos. Miró varias veces
hacia atrás y no vio nada, pero tuvo la sensación de ser observado desde la oscuridad. Su hijo de
un año había quedado solo. En su mente, los malos presagios comenzaban a crecer y la vista se
le enturbiaba. Los pasos eran zigzagueantes. Se detuvo al faltar unas cuadras y soltando un
suspiro, extrajo de su bolsa una botella de ron casi vacía. Bebió y al secarse los bigotes le
pareció escuchar un sonido que le obligó a mirar en todas direcciones y creyó ver, a su derecha,
una sombra que se le venía encima. Corrió en desenfreno. Llegó a la puerta y empezó a abrirla
muy nervioso. Entró y cerrándola con estrépito, fue resbalando por ella hasta sentarse. En su
cabeza todo se tornaba confuso. Afuera lo que fue una llovizna, se transformó en un prolongado
aguacero. Los relámpagos iluminaban las desiertas calles de la ciudad. Mientras levantaba su
cuerpo apoyando una de las manos contra el piso, imaginó tener los pensamientos en orden.
Caminó hacia la habitación donde se hallaba su hijo y encontró una aquella sombra
apoderándose de la cuna del pequeño. Se abalanzó y comenzó a golpearla con la botella. La
imaginación auguraba un desastre. Los ojos volvieron a nublarse. No podía ver al niño. Sólo
alcanzaba a observar los ojos de fuego de aquella abominación que se tornaban cada vez más
lejanos. Continuó golpeando hasta que sus piernas temblaron y desfalleció. Al día siguiente, al
despertar, vio los restos de una botella ensangrentada y a la izquierda, la destrozada cuna de su
hijo.
Al otro lado del papel
Abro los ojos; a mí alrededor todo está en blanco, incluso, el suelo por donde camino. No hay
puntos de referencia, sólo me guía el instinto de llegar a algún sitio. ¿Adónde voy?, no lo sé. Es
evidente: estoy perdido.
Me detengo, escucho a mi derecha un prolongado chirrido, volteo el rostro, descubro una puerta.
--¿Qué habrá al otro lado?--me pregunto antes de abrirla. Tras ella, veo una criatura de
innumerables dientes. La cierro con estrépito y pienso que esas cosas no existen; es el miedo, las
dudas quienes crean monstruosidades. El corazón se acelera. Tengo deseos de gritar, pero sé
que nadie escuchará. Trato de imaginar algo agradable; mi casa, mi mujer, las niñas, lo feliz que
fui con ellas
Respiro más tranquilo, las piernas no tiemblan y las ideas parecen tener coherencia. Empujo la
puerta. No hay nada. Doy unos pasos. Lo que alcanzo a ver me resulta conocido. Camino una vez
más, cierro la puerta y percibo un fuerte aroma a té de limón semejante al que acostumbro a
tomar. Voy por un pasillo en cuyas paredes cuelgan retratos de mi familia.
Termino de recorrer el pasillo, aparece una escalera y al subirla, a mi izquierda, encontraré mi
cuarto.
--Es mi casa, no tengo dudas. pienso al entrar a la habitación y el sillón donde suelo sentarme a
escribir, es ocupado por un anciano canoso y macilento.
--¿Quién es usted? pregunto en voz alta y no recibo respuesta.
--Tal vez los años le han atrofiado el cerebro. digo casi en un susurro y camino cuando
abandona su posición de perfil y da la espalda. Recoge del suelo una hoja de papel y da
continuidad a lo escrito en ella. Me sitúo a escasos centímetros, coloco una de mis manos sobre
su hombro derecho y no se da por enterado. Su rostro se parece al mío pero más demacrado,
más viejo. Convencido de que me ignora e intrigado por el afán con que se aferra al papel,
comienzo leer los párrafos contenidos en la arrugada hoja: Abro los ojos; a mí alrededor todo
está en blanco
La taberna
--Quizás, si la voluntad existe, no es propia de los hombres.
--Las piedras también pueden tenerla, ¿acaso ellas, al igual que nosotros, no poseen códigos,
partículas y destino?
Los dos hombres se hallaban alrededor de una mesa redonda que fue de plástico, metal o cedro
ya gastado por los años. Segundos después el más barbudo y delgado habló:
--¿No crees que han quemado demasiados libros?
--Es lastimoso además, prescindir de otros que no fueron escritos.
Ambos se miraron como si contuvieran algún deseo y en ese instante, cuando dejé de mirar sus
ojos, noté que las túnicas que cubrían sus cuerpos no estaban. En su lugar, dos trajes a rayas
negras y respectivas flores rojas en la solapa. Este cambio en las ropas no lo puedo porque a
pesar de ser un ente observador de Todo, hay cosas que no me han sido reveladas. Diré algunas
que pueden ser ilusorias, inverosímiles, pero así es como llegaron hasta mí, nada más.
--Mis vecinos piensan emigrar, por desgracia para ellos, sólo existirán mientras yo los recuerde.
dijo el más corpulento abanicando las manos.
--Los míos ya desaparecieron, ahora mi vecindario está lleno de gente loca: el que se cree
descubridor de la gravedad, el autor de Das Kapital , los inventores del cinematógrafo, el
fundador de Microsoft, cinco hombres llamados Adolf, dos tripulantes del Argos y uno de la
política
--Creo interrumpió el otro casi sonriendo que tu vecindario se asemeja al mío. Yo tengo
además, cercanos a mi caverna, bohío, penthouse o casa; árboles, agua, un millón de piedras,
montañas, aire, el tiempo, el azar
--Es curioso que no nos encontráramos antes.
--El problema es, si no has logrado entender, que el Vecindario suele distorsionarse con
frecuencia, quizás nos veamos en este segundo, luego, dentro de diez mil años y ya no seamos
los mismos; hoy esto puede ser una taberna, mañana un hotel.
El idioma, la vestimenta y los temas se sucedieron. No fue extraño escuchar Ex nihilo nihil, avanti,
the crow, das parfum, rue Saint-Telliere el tránsito de sandalias de cuero y pullovers a kimobnos
y pies descalzos, a trajes negros y zapatos de piel de cocodrilo la simultaneidad y
correspondencia entre lo fatal y práctico del existencialismo, las teorías de Darwin, los virus
informáticos, el comunismo, la poética griega, los talibanes, los teoremas de Yorgo Heine
Lo que llamó mi atención fue que inicialmente había un orden pero más tarde, las cosas se
mezclaron y Todo se transformó: entorno a ellos giraron imágenes que representaban lo existente
en el Vecindario. Sé que diez mil años como mesero no me ofrecen la exacta medida de las
cosas, pero al menos debería estar acostumbrado, más ahora que dos hombres representan seis
mil millones.
--¿Vas a tomar cerveza? preguntó el menos barbudo.
--Creo que hoy nos hemos bebido hasta la eternidad. respondió el otro presto a levantarse.
En ese minuto, yo estaba detrás de ellos, invisible o ignorado. Imagínense, el que se considere
buen mesero debe saber cobrar y también, resignarse cuando no recibe propina.
--¿Te marchas? indagó el más barbudo.
--Sí, todavía tengo que unificar al Vecindario.
--Voy contigo. dijo poniéndose de pie y sonrió.
--Disculpen señores interrumpí ¿quién paga?
--¿Cómo te llamas? preguntó el menos barbudo al otro.
--Jesús.
--¿Del monte?
--De Nazaret.
--Mucho gusto, soy Judas.
--¿Y bien, quién paga? insistí.
--A partir de hoy Jesús salda mis cuentas.
Jesús, entre molesto y sorprendido, arrojó sobre la mesa treinta monedas de plata y mirando a
Judas, dijo:
--Vamos al Vecindario y serás inmortal.
Luego se marcharon con rostros sonrientes y dudosos. Yo, con las monedas en mis manos,comprendí porque nunca hablaron de religión.
Debajo de las nubes
Siempre fue un misterio, pero la delicadeza emanada de sus ojos provocó que desde pequeño,me sintiese atraído por su hermosura. La primera vez que la vi aparentaba unos 25 años, yo tenía12. Su rostro daba la impresión de estar iluminado y las personas que la rodeaban en aquellatarde sin sol, se tornaban grises de movimientos pausados y mecánicos. Estaba sentado en laescalera de mi casa en el momento que pasó frente a mí. Sabía que la observaba y me miró deforma intensa. Luego, volteó el rostro y continuó alejándose. Los contornos de su cuerporesplandecían. Debió ser un ángel.
Nunca imaginé que a mis 30, la encontraría en el mercado, al parecer haciendo algunascompras. La contemplé emocionado; ella sonrió y acercándose dijo que me conocía. Me parecióextraño que una mujer como ella recordara a alguien tan insignificante como yo. Cuando me invitóa salir, quedé sorprendido. No pude negarme a su petición, era un imán para cualquier hombre.
Sarah y yo, caminamos largo rato en zonas aledañas a la bahía hasta las primeras horas de lamadrugada. Llegamos a su apartamento. Enseguida estuvimos desnudos, en el piso,besándonos, haciendo el amor. Cuando amaneció nos despedimos prometiendo reencontrarnos.
Al otro día volví a su casa. El sol caía lento coloreando el cielo con matices rojizos que sereflejaban en las nubes y debajo de ellas, numerosas aves de color blanco volaban velozmente.Al llegar, la puerta estaba semiabierta. La empujé y vi a Sarah zigzagueando sobre la pelvis deun hombre. Su rostro estaba enardecido; en las manos comenzaban a formarse esferasluminosas. Alzó los brazos a la altura de sus senos creando una bola blanca suspendida en elaire que lanzaba hacia todas partes delgados haces de luz. El hombre abrió los ojos en demasía.Tenía miedo. Trató de gritar y de su boca, brotaron destellos de varios colores, que fueronfusionándose al cuerpo de Sarah. Juntó las manos y aquella masa de luz se introdujo despacioen sus ojos, acompañada de volutas de humo. Mas tarde, comenzó a vestirse y chasqueando losdedos, despertó a aquel desgraciado que yacía inerte sobre la cama. Él, luego de tambalear unpoco, caminó hacia la puerta. Pasó muy cerca de mí y lanzó una débil mirada como si estuviese apunto de desfallecer. Sus ojos estaban oscuros. El rostro se había tornado gris. Era una criaturade pasos lentos y en zigzag, que chocaba a intervalos con las paredes del estrecho pasillomientras se alejaba. Enterada de mi presencia caminó hacia mí. El cuerpo centelleaba iluminandotodo a su alrededor. Acarició mis labios, sentí que los músculos se contraían. Colocó sus brazosentorno a mi cuello y de forma pausada, dijo:
Algún día aprenderás a distinguir criaturas como esas, alguna vez te tocará castigarlas.Se alejó unos pasos y fabricó una gigantesca esfera luminosa dificultando mi visión. Al colocarmis manos delante de la cara, el inmenso haz de luz desapareció dejando en el pasillo un avepequeña de color blanco que me miró fijo y se echó a volar.
Laura
--Salgo muy poco de aquí, por eso casi no tengo amigos. A veces siento deseos de ir al parque,pero mi mamá dice que está cansada. Entonces me molesto con ella y comienzo a llorar. Antes,cuando papá vivía con nosotras, era distinto. Estoy aburrida.--dijo Jessica con tono melancólico.--Yo voy a donde quiero y conozco mucha gente. Oye, no hables de tu papá como si--¿Como si hubiera muerto?--Sí.--respondió Laura.--Él discutía mucho con mamá y se iba de la casa por unos días. La última vez esperamos dosmeses y no regresó.--Algo parecido hizo mi madre. Oye, hablaré con tu mamá para que te deje salir conmigo.--Me gustaría mucho. ¿Harías eso por mí?--¡Claro, por algo somos amigas!--¿Amigas?, sí lo somos, pero todavía no sé tu nombre y mi madre dice que los amigos debenconocerse. ¿Dónde vives?--Jessica, me llamo Laura y vivo en la casa vieja que está al final de la calle 24. --¿Quién te dijo mi nombre?--Tu abuela.--¿Cuándo?--Hoy. Le dije que en el aula te sientas a mi lado y que venía a hacer las tareas.--¿Por qué le mentiste? Y ¿viniste sola desde allá?--Estás preguntando mucho. Te pareces a los mayores. Ellos creen que interrogándonos puedensaberlo todo. Nosotros también tenemos secretos.--¿Qué secretos?--Si vienes conmigo te los cuento.--Mi mamá se molestará si salgo de aquí.--¡Eso no importa! Y si te dijera que tu padre los conoce.--¿Sabes quién es mi papá?--Hace años y desde entonces, hablamos mucho de ti.--¡Eso es mentira!--No tengo que mentirte. Mira, él me dio esto por si dudabas de mí--dijo Laura mostrando una fotodonde Jessica reía en medio de sus padres.--¿Me llevarás al lugar en que se encuentra?--¡Seguro!--exclamó Laura mientras apretaba la mano izquierda de su nueva amiga. Selevantaron de la cama y caminaron en dirección a la puerta. Cuando estuvieron próximas a ella seabrió, y la madre de Jessica no pudo ver la imagen de dos niñas que atravesaban su cuerpo ybajaban las escaleras rumbo a la calle.
Reencuentro
Al salir de la casa de mi madrina un negro flaco y lleno de collares se acercó despacio. Mientras
pregonaba sus dulces, me dijo: Ven a mi casa por la noche y verás lo rápido que salimos de
eso. Sus ojos ejecutaban una férrea mirada. Tenía la certeza de conocer mi problema y yo, sin
poner en dudas todo lo escuchado, acepté la propuesta. Después de una sonrisa manchada por
el tabaco, comenzó a caminar y en segundos, desapareció en la segunda esquina. ¿Por qué me
ayudaba? Sólo nos habíamos visto un par de veces en los bembés.
Hacia las nueve fui a visitarlo y cuando toqué, una voz que parecía lejana me incitó a empujar la
puerta. En un mueble pequeño con la pintura derruida por el tiempo, aquel viejo vestido de
blanco, con unos gajos de abrecaminos en sus manos, decía en voz baja extrañas oraciones. Me
miró de soslayo. Mientras se levantaba, arrojó a mis pies un muñeco negro de trapo envuelto en
una tira roja. Cerré los ojos. En segundos tuve la sensación de estar cayendo lentamente.
Después sentí que unas delicadas manos se anclaron a las mías y por unos instantes, me pareció
escuchar una voz que repetía mi nombre. Luego vino un momento de absoluta calma. Los
párpados se abrieron, y en medio de la incertidumbre, me vi a tu lado, querida y difunta esposa.
1945
--La ciudad no volverá a ser como antes. dijo él con una sombra de preocupación en los ojos.
Ella, mirándolo como si hurgara en la memoria respondió:
--Es cierto, esta noche se siente solitaria, parece que todos hablan bajo.
--Dicen que cuando dormimos, el alma se separa del cuerpo en busca de su propia satisfacción, que
de otro modo, al día siguiente existirían contradicciones entre ellos.
--Sí, también durante la noche los
--¿Oyes eso? interrumpió el hombre.
--Son personas que piden ayuda. Creo que vienen hacia acá. ¿Ves los faroles?
--Es verdad, ¿por qué no vas adentro a preparar té?, es bueno para darle orden a los pensamientos
y calmar el espíritu.
--Está bien, ahora vuelvo. dijo Ohisa entrando a la casa. Hacía rato que conversaba en el portal con
su esposo Kaname. Este último, comenzó a mirar el cielo con tanta fijación, que parecía
hipnotizado
Al cabo de unos minutos se oyeron unos gritos procedentes del interior de la casa.
--¡¿Qué sucede?! ¡¿Por qué ?!
Cuando Ohisa salió al portal con el rostro pálido le fue imposible ver a Kaname, en cambio, pudo
sintió una fría brisa arrastrando consigo una voz que decía:
-- No te preocupes, ya te acostumbrarás.
Mientras ella cerraba los ojos, las personas que se aproximaban creyeron ver, sobre un montículo de
cenizas, la imagen de una mujer que se desvanecía.
María
Para Flavio y MM.
Verla muerta, terriblemente inanimada como una roca en medio del camino, que ve pasar la
gente sin emitir una palabra. Está muerta y parece que fue ayer el día que la conocí. Cumplía
12 años y ya, era evidente que iba a ser hermosa. Al principio su timidez hizo mella en nuestra
relación, pero después le dio riendas a sus palabras y sentimientos. Una noche confesó
quererme y apretándome contra su pecho, me besó. No pude dormir, la sinceridad de su
mirada y el rubor de su rostro turbaron mis sentidos, conduciéndome a un insomnio acogedor
que duró seis horas. Me creí dueño de aquella adolescente fogosa, que colmaba mis días y
noches de confesiones. Cuatro años más tarde las cosas cambiaron; un extraño mutismo la
envolvió. Lloraba, reía, y tragándose las palabras que sin duda ayudarían a desahogarse, me
abrazaba y se iba a la cama. Todos los días ocurría lo mismo. Quizás fui el culpable por no
demostrar lo que sentía.
Estuve dos semanas indeciso e ignorando la probabilidad de que ella tuviese otra persona,
apartándome casi definitivamente de su vida. Una vez me presentó a un joven que según ella,
era un amigo y que por la noche, yo viera entrar por la ventana de su cuarto. Esa fue una de
las primeras noches que dormí debajo de la cama junto a las revistas pornográficas con las
que se masturbaba de vez en cuando. Las cosas se repetían tres veces por semana: la ropa
en el suelo, los gritos de ella cuando la penetraban, los gemidos que emitía al conseguir el
orgasmo, el ruido que producía la cama cuando él se tumbaba con estrépito luego de eyacular
y porque no, el baboseo casi eterno que protagonizaban, cuando las fuerzas no daban abasto
para saciar el deseo incontenible de amarse. Esperé unos meses imaginando que aquello era
pasajero, que pronto se cansaría y me abrazaría con el mismo calor de antes. Eso no
sucedió. Una noche cuando se marchó y ella dormía presa de la fatiga, salí de abajo de la
cama. Me coloqué frente al espejo, envenenado por un odio en ascenso que cambiaría
drásticamente el rumbo de las cosas. Tenía los pelos erizados, los ojos brillaban y las ideas,
alcanzaban niveles aterradores. Me sentí poseído por el mismísimo diablo. El cuerpo no
respondía y por más que quise alejarme de aquel lugar, permanecí varios minutos
observando los cambios que experimenté en esos momentos sombríos. Los dientes crecieron
algunos centímetros, blancos y puntiagudos, listos para perforar pieles y agrietar carnes.
¿Qué se puede hacer cuando una persona se enamora? ¡Mátala, aprovecha que ahora eres
fuerte y desalmado! escuché.
Pensé que todo tenía sentido. Subí a la cama, me abalancé sobre mi víctima, la dulce y ahora
no tan hermosa María. Mordí su garganta varias veces y de ella brotaron delgados hilos de
sangre que descendieron a las sábanas donde horas más tarde acudirían las hormigas. Bajé
de la cama, me acosté debajo y entablé una conversación con sus antiguas muñecas. Desde
entonces, espero la oportunidad de conseguir una nueva dueña.
Medel
Para Medel, por supuesto.
Todos tenemos un cáncer común: el tiempo. Este tiene dos hijos, la vida y la muerte. Él es
infinito, entonces, de cierto modo, la muerte también. Una muerte infinita puede ser; levantarte e ir
al trabajo, regresar, ver la televisión y dormir, o llevar a cuestas la voz del que asesinas. Cuando
matas te sientes Dios y por tanto, inmortal: con las primeras personas que maté sentí un gran
vacío, tal vez no tenía absoluta conciencia de que mutilar personas y esparcir sus órganos, fuera
un acto divino. ¿Acaso el hecho de crucificar a Jesús, no lo hizo imperecedero? En la segunda
temporada de asesinatos, después de cavilar entorno a las víctimas y sus expresiones, me sentí
reconfortado, orgulloso. Creí que Dios obraba a través de mis manos pues él sabía, que esas
personas iban a morir de todas formas. Luego me di cuenta que Dios veía en mí una maquinaria,
que me utilizaba. El tiempo también es un dios, quizás el primero y él es quien me sentenciará, no
usted, estúpido fiscal. dijo Medel satisfecho y contempló con arrogancia al hombre que poco a
poco fue palideciendo entre sus manos hasta desaparecer y formar parte de otro discurso, otro
tiempo, otra realidad.
Detrás la ventana
A Amilkar Mazorra, donde quiera que esté.
A veces, tan sólo con un par de palabras, una persona puede darse a conocer. Me gusta callar,
pues el silencio no desnuda mis finalidades; también la soledad, porque ayuda a desempeñar mi
trabajo sin que nadie lo cuestione y permite hurgar en mis entrañas. Ambos son peces de un
mismo río y dan luz a la satisfacción de mis deseos, a la complicidad de lo terrible. Nadie sabrá
hasta donde conducen mis pasos ni con que objetivo los doy. Mejor me alejo de la ventana,
cualquiera puede confundirme con un sujeto común. Iré a buscar mi víctima o mi victimario,
puesto que muchos giramos entorno a ese ciclo.--dijo el hombre mientras caminaba nuevamente
a la calle y
Amilkar, interrumpió su lectura, cerró el libro, miró en dirección a la ventana creyendo distinguir la
imagen de un hombre que sonreía y se alejaba.
El pie derecho
Morir es un arte, como todo lo demás. Lo hago excepcionalmente bien.
Sylvia Plath.
Ese lunes, salió temprano con su mochila rumbo a la universidad.
--Estoy cansado de esta mierda.--dijo al llegar a la terminal donde un grupo de personas se
agolpaba frente a un camión.
No iré. A fin de cuentas, Laura tampoco lo hará y sin ella, las cosas son distintas. --pensó
mientras regresaba a su casa.
Recogió su bicicleta y antes de dirigirse a la avenida, entró al cuarto donde su madre dormía y le
besó la frente. Al salir, escuchó a su hermana:
--Recuerda que mami está enferma.
--Ahora regreso. respondió desde la puerta.
--Siempre es igual, en la noche mi padre llegará borracho y nadie dirá nada porque como él
mismo dice, es quién lo busca todo.--dijo entre dientes cuando arribó a la carretera y pedaleando
con fuerza se preguntó:
¿Cómo cambiaré las cosas?
Bajó una pendiente que conducía a la represa. Frente al muro, se desmontó de la bicicleta. El día
estaba nublado pero hacía bastante calor. Esperó algunos segundos hasta recuperar el aliento.
Miró fijo el agua que a veces era perturbada por el aleteo de algún pez y dejó caer la bicicleta.
Cargó dos piedras hasta el borde superior del estrecho muro y al sentarse entre ellas pensó: Tal
vez los comemierdas que viven jodiéndome la vida, los vecinos, la profesora de Filosofía... no me
echen de menos.
Entonces, sacó una soga de nylon que hacía varios días cargaba en su mochila y la amarró a su
cintura. Luego ató los extremos a las piedras.
Empezó a llover; el sonido de la lluvia, además de recordarle el día que conoció a Laura, le
pareció una sinfonía.
--No voy a darles el gusto. Mejor regreso a mi casa. Quizás Laura se arrepienta...--dijo presto a
levantarse, pero su pie derecho resbaló.
Mañana
No dejo de imaginar su rostro, el delgado cuerpo, las caricias entregadas al amanecer
Voy por la calle 32 rumbo a la casa de un amigo y tengo la fatídica sensación de que, a partir de
hoy, las cosas serán distintas. Minutos después me detengo. Es innecesario tocar la puerta y
aparece una imagen conocida. Tomo asiento. Antes de beber el acostumbrado trago de ron,
vuelvo a presentir que mi mundo va a cambiar. Pasa el tiempo. La bebida no sabe muy bien pero
hace efecto rápidamente. Los ojos se adormecen. Pierdo el control. Todo se torna oscuro.
Abro los ojos; encuentro a mi derecha una nota, la leo. Me levanto, veo que mi sexo está fuera de
la ropa interior y enrojecido. Abotono el pantalón, salgo a la calle perturbado. Camino hacia mi
casa.
Faltan unas cuadras. Pienso en ella, en sus caricias. Debe estar preocupada, es la primera vez
en cinco años que cometo la estupidez de atrasarme. Espero me disculpe por no tener una buena
explicación de lo sucedido.
Trato de pensar que nada ha pasado y sigo siendo el mismo, pero las cosas cambian y no puedo
volver atrás. A partir de mañana, llegaré tarde todos los días
Mientras amanece
Cuerpo desnudo sobre el sofá. Manchas de sangre. Historia que se repite ante mis ojos, en la
memoria. Al amanecer, su familia sabrá la noticia. Nadie podrá hacer nada. Ella lo sabe muy bien,
y me mira asustada.
Preludio a la orfandad
No imaginó que sus ideas de hacer una lancha y desaparecer, pasarían de broma pesada a
inalterable decisión, tampoco pensó enamorarse. Por eso estaba ahí, en su casa, contemplando
un hombre inmóvil en el suelo que minutos antes le dijera: Me voy esta noche.
La noche
EL FILÓSOFO, 11:30 p.m.Espléndida fluía nuestra conversación acerca de mis teorías sobre el existencialismo. Habíamos
intercambiado ideas, e-mails Era una mujer por la que podría convertirme en terrorista. Pero
como nada es perfecto, llegó un satánico a la fiesta y sólo con mencionar a Aleister Crowley se
fue con él sin una despedida. Volverá pronto, ese no es su mundo. Debe estar aburrida.
EL ROCKERO, 11:45 p.m.La baby estaba en mis garras; ya me había dicho su nombre y dirección. Lo más importante:
acordamos que la visitaría el jueves para meter alcohol y negociar posters de Black Sabbath y
Moonspell. Todo iba bien y susurraba:
they only smiling are you dolls that I made, but you are plastics and so are your brains
Ella sonrió, sin dudas era mía pero Volteó el rostro y caminó hacia la puerta donde alguien la
esperaba.
she tells me I m a pretty bullet, I gonna be star someday
ELLA, 12:00 a.m.Pensé que está noche lograría alejarme de mí y actuar diferente: dejarme moldear por los demás.
Creí que Ernesto lo haría, pero a los cinco minutos me aburrí de sus teorías existencialistas. Por
eso me fui con el rocker que, a pesar de su voz ronca y vestimenta poco convencional, logró
impresionarme. Quince minutos después, me cansé de oír sus hazañas y canciones en inglés
que dejaban entre nosotros un fuerte aliento etílico.
Ambos intentaron halagarme y agradezco los minutos que perdí porque de lo contrario
EL FILÓSOFO, 1:30 p.m.No regresará, quizás ya se fue a casa; de toda formas, hoy no sentía deseos de hacerme más
hombre que nadie, la veré después.
Aún no ha terminado la noche, dicen que ella sólo se pierde cuando dormimos. Llamaré a
Eduardo y aceptaré su propuesta, tal vez mañana, sea otra persona.
EL ROCKERO, 3:45 a.m.La superstar desapareció y no hay drink. Mejor voy para la cueva y le descargo a unas líneas si
Satán quiere, llegaré a mañana.
ELLA, 6:00 a.m.Silvia todavía duerme a mi lado. Llamaré a Eduardo y hablaremos sobre la fiesta. Cuando invente
una explicación, pediré que lleve nuestro hijo a la escuela.
Cercano a la realidad
Para Arsenio Rosales y el café que no bebí.
--¿Qué haremos con él?
--Matarlo, no merece otra cosa después de vivir a expensas del Estado y
fornicar con su hijastra.
--Es mejor no ensuciarse por una basura como esa.
--Entonces, lo denunciaremos.
Él oía la conversación sentado en el portal de su casa, como si la escuchara todos los días. Su
esposa se acercó y extendiendo los brazos para entregarle dos pastillas y un vaso con agua,
fingió una sonrisa.
--Gracias su majestad, es muy atenta. Oiga, no quisiera molestar pero debo advertirle que muy
pronto, tendremos guerra con los franceses. ¿Lo sabía?
La mujer quedó sorprendida mas, rápidamente reaccionó:
--Sí lo sabía y he pensado en una solución. Ahora, necesito que se tome esto.
--Disculpe mi reina pero siempre que la visito me ofrece lo mismo.
--Es por el bien del reino.
--¡No quiero beber!
--¡Bueno, si no lo hace llamaré a los verdugos blancos o peor, lo desterraré!
La observó con los ojos perdidos y después de hacer una reverencia, accedió.
Las pastillas comenzaron a hacer efecto y aunque agudizó el oído, la conversación que hacía
unos minutos escuchaba, se fue alejando.
Más tarde, desde el interior de la casa, su hijastra, luego de hacer un paréntesis en el diálogo con
su novio, lo miró de soslayo dando la impresión de recordar algo. El hombre, después de
despertar, se volteó en su silla de ruedas y sonrió.
Cadáver 552
La carne humana es uno de los platos más cotizados que se sirven en muchos restaurantes.
Unos la consumen sin imaginar que se alimentan de sus parientes o amigos desaparecidos.
Otros, en su mayoría millonarios y policías, lo hacen a conciencia porque saben que a los
asesinos, mendigos y prostitutas, nadie les va a echar de menos. La gente engorda con su
ignorancia los bolsillos de los policías y estos a su vez, apoyan las candidaturas para mantenerse
en el poder. Todo es un negocio.
Al principio, cuando comenzaron a escasear las mercancías debido al vertiginoso incremento de
la población y la incapacidad de los mercados para satisfacer las necesidades, el dueño de este
restaurante estuvo a punto de venderlo. Un senador le dijo que iba a asegurarle el suministro de
carne y luego de ponerse de acuerdo en cuanto a precio y cantidad, firmaron un contrato. En unos
días Gabriel supo el origen del producto. Se alarmó y estuvo a punto de cometer la estupidez de
contarle todo al jefe de policía. Según él, permaneció diez minutos con el teléfono en la mano
reflexionando.
--Todo es un riesgo.-- le dije.
El negocio de Gabriel progresó y en menos de un mes recuperó su clientela con creces. Todos
acudían al encuentro con la nueva oferta. Por mi parte, fingía una verdadera amistad y a la vez,
investigaba en secreto. Escurridizo, arriesgado y en ocasiones, buen actor. ¿Acaso la gente no
cambia su personalidad y la utiliza como máscara en determinados momentos, bajo ciertas
circunstancias? El centro de prensa paga muy bien por un reportaje exclusivo y yo
No lo lograré, escucho pasos, son ellos, se aproximan, el lápiz tiembla en mis manos, tengo que
dejar de escribir...
José Antonio
Para José en Gibara.
--Sabía que deseaban matarme; la casa no les pertenecía y como yo era el único heredero, me
convertí en un obstáculo. Dada mi condición de inválido pensaron eliminarme fácilmente: me
llevaron a la playa e hicieron todo lo posible para que nadase, ignoraban que fui de tropas
especiales durante 15 años, pero no accedí; el esposo de mi sobrina mandó a construir un
gimnasio sobre la tercera planta de la casa. Por esta razón, al salir, miraba hacia arriba hasta
convencerme de que todo estaba despejado. Entonces, braseaba con fuerza para escapar de un
posible derrumbe de pared. Muchas personas, asombradas de la velocidad alcanzada por la silla
de ruedas, hacían preguntas sobre mi posible incursión en las competiciones de los 100 m a
celebrarse el próximo verano. El último intento fue la instalación de un mini-telescopio a cielo
abierto, al lado del gimnasio. Cuando subí hubo tanta complicidad en sus ojos, sonrisas
burlonas que en el momento ¡Mire, mejor vamos a la casa! exclamó José Antonio
interrumpiendo su historia.
El policía se lamentaba por las horas de sueño perdidas y golpeaba el borde de la mesa con un
lápiz. Levantó despacio su voluminoso cuerpo y dijo:
--Está bien, vamos allá.
No es fácil, venir a joder a las tres de la madrugada. pensó.
A pocos metros de la casa, la patrulla en que viajaban chocó con algo que José y los dos policías
no alcanzaron a distinguir.
--Seguro fue un gato. dijo el capitán Campanioni, mirando al sargento que conducía.
La calle, en el tramo donde se detuvieron, estaba oscura. Los policías quedaron quietos. A lo
lejos, dos perros jugaban a fornicar y José, tranquilamente, extraía una bolita gris de un orificio
nasal.
--¿Nos vamos a quedar aquí? preguntó intentando deshacerse de la ya pegajosa bola.
Abrió la puerta. Enseguida Campanioni y el sargento Domínguez bajaron del auto para ayudarlo.
Una vez en la silla, el inválido veloz como también le decía la gente, comenzó a alejarse.
--¿Adónde va? preguntaron.
--Ahora vuelvo. respondió, perdiéndose en la oscuridad.
En menos de un minuto la calle se iluminó por completo. Los policías se hallaban a ambos lados
de la patrulla y pudieron ver frente a esta un charco de sangre, debajo, dos cuerpos con el cráneo
abierto.
--Tuve que hacerlo; es mejor golpear antes que te golpeen. dijo el inválido tras sacar de un
bolsillo las llaves de la casa.
Los agentes, con toda la naturalidad que se les podía exigir, charlaban sobre la gravedad del
incidente:
--Lo más cercano a esto, fue aquel ladrón de juguetes hace 10 años. decía Campanioni
rascándose la cabeza y el sargento contestaba:
--No era nada fácil tener a una docena de niños llorando en la estación
Lo cierto, era que el pueblo contaba con una tranquilidad asombrosa: nadie se suicidaba, todos
tenían la misma religión y partido político, no bebían demasiado También, en él había mujeres
fáciles de engañar y bueno, eso no viene al caso.
Cuando José Antonio intentó repetir sus palabras, el capitán, volteándose bruscamente, lo
encañonó con el dedo índice de la mano derecha y preguntó:
--¿Por qué lo hizo?
--Ya le dije, yo ellos
--¿Cómo fue?
--Estaba
--¿Sabe cuántos años estará preso?
--Unos
--¡Acabe de hablar!
--Unos
--¡Se acabó, vamos adentro y no diga nada más! exclamó el policía empujando la silla de
ruedas hasta detenerse frente a la puerta de la casa.
El inválido, tembloroso, abrió la puerta y al entrar le dijo a los agentes que pasaran. Ellos, con los
ojos bien abiertos, murmuraban:
--Esto debe costar dos ojos de la cara.
--Daría el ojo y las dos nalgas.
--¿De veras?
--¡Oye, es una broma! exclamó el capitán enfadado.
Se miraron fijo unos segundos, entraron: la sala, mitad jungla mitad desierto, dígase por la
variedad de cactus y enredaderas existentes, en ocasiones atraía muchos insectos. A la
izquierda, colocados en un marco de madera, encontraron dos sprays con repelente y al lado, un
letrero que decía:
¡Peligro, insectos de seis patas y con alas!
Campanioni y el sargento, como era de esperar, aplicaron el repelente. Mientras se acercaban a
José, que fumaba tabaco en una pipa, miraron hacia todas partes.
--Traen una peste. dijo el inválido sonriendo
--Es que
--Olvide decir que el repelente está vencido.
--¡¿Qué?! exclamó el capitán.
--¿Y los insectos? preguntó el otro policía.
--No sé, hace algunos días que no escucho los grillos, las moscas aparecen cuando cocino y
los
--¡Ya basta! dijo Campanioni extrayendo de un bolsillo del pantalón una agenda que tenía en el
borde superior, tres corazones rosa dibujados.
--¡Usted, --señalando a Domínguez suba esas escaleras y regrese en cuanto tenga pruebas del
homicidio!
El sargento, mirándolo de soslayo y pensando qué importancia tendría buscar indicios
incriminatorios, si José había asumido su culpabilidad y dos cadáveres comenzaban a podrirse,
acató la orden.
Mientras Domínguez se alejaba, el capitán, que hacía unos segundos contemplaba el decorado
de la casa, se fue acercando al viejo, que al parecer por aburrimiento, leía un periódico de más de
12 años.
--¿Qué noticias hay?
--Se cayó el Campo Socialista de Europa del Este.
Campanioni, imaginando qué clase de campo se cae, si todos están horizontales al suelo, hizo
otra pregunta:
--¿Qué había en él?
--Mucha gente que trabajaba y otros, como en todo el mundo, que perdían el tiempo
--¿Y los frutos?
--Nunca los probé. respondió el inválido percatándose de la ignorancia del oficial.
Campanioni, teniendo en cuenta que sabía muy poco del asunto y desechando la posibilidad de
visitar el mencionado campo, decidió volver al tema que lo condujo a aquel lugar:
--¿Cuánto tiene en su caja fuerte?
--Todo está en el banco. ¿Por qué pregunta?
--Es que mirando su situación a usted le convendría
--¿Sobornar a alguien?
--Bueno, hay papeles que nos hacen olvidar --dijo el capitán, interrumpiéndose al oír a
Domínguez pedir ayuda.
--No se preocupe, de seguro encontró a Marilyn y a Manson.
--Creí que estaba solo.
--Ellos son
--¡Iré a ver que pasa! exclamó el policía corriendo hacia la escalera y en el momento que iba a
subir, retrocedió al observar como caía su compañero dando vueltas con dos perros en sus
tobillos.
--¡Marilyn! ¡Manson! gritó José Antonio y los perros trotaron hacia él.
--¿! Dónde está ese satánico!? preguntó el sargento sacando su pistola y mirando a todos
lados.
Domínguez, que milagrosamente no resultó herido; escuchó aquellas palabras mientras se
rascaba el trasero y enseguida recordó cuando, unos años atrás, tuvo que cuidar la entrada de un
estadio donde el rockero debía actuar.
--¿Qué le pasa? ¡Guarde el arma! ordenó Campanioni.
--Por culpa de ese maldito una manada de mamuts con tatuajes me arrojaron a un latón de
basura después de darme varias patadas aunque nada hubiese ocurrido si no me hubiera
burlado de la vieja, que en verdad era un hombre y al parecer, bastante respetado por ellos.
--¿Y ese quién es? preguntó el otro policía.
--Es un
--Un grupo de industrial-metal bastante sodomita, excéntrico y --respondió el viejo cuando fue
interrumpido por el capitán:
--¡Dejemos eso! ¡Usted refriéndose al sargento busque más evidencias!
Domínguez volvió a pensar que era innecesario continuar con la mencionada búsqueda pero se
alejó en silencio hasta aproximarse a algo que parecía un gran horno pintado de azul. Campanioni
caminó hacia donde se hallaba José Antonio acariciando sus perros. Enseguida uno de ellos saltó
de las piernas del viejo. El capitán veía al perro mostrar sus dientes y mover la boca pero no
escuchaba nada. Entonces, desesperado, gritó:
--¡Ay diosito, las preocupaciones me han dejado sordo!
--¿Qué le pasa?
--¡Ah, puedo oír, puedo oír ! Discúlpame viejito es que pensé que --dijo al mirar a Marilyn y
enmudeció.
Luego, extrayendo de un bolsillo el pañuelo rosado que su abuela hiciera cuando él era pequeño,
agregó:
--No puedo escuchar a su perro, me estoy volviendo loca ¡Me estoy volviendo loco! exclamó
en un fuerte tono guardando el pañuelo sin dejar de secarse una lágrima que intentaba descender
por su mejilla izquierda.
--Nadie puede escucharlo; es mudo y eso se debe a
--¡No quiero escucharlo!
--Sabemos que nadie puede
--¡A usted!
--¡Yo qué !
--Mire, no quiero más historias, ahora responderá lo que le pregunte.
--Hubiésemos empezado por ahí. Mire, si usted
--¡Hablemos del caso! Interrumpió el policía.-- ¿Cuándo se dio cuenta que sus ?
--Bueno, me percaté desde pequeños cuando vinieron a vivir conmigo; entraron por la puerta de
atrás y
--¿Qué edad tenían cuando llegaron?
--Unos dos meses.
--¿Y ya caminaban?
--¡Señor, corrían por todos lados!
Campanioni quedó pensativo por unos instantes. Algo le resultaba incoherente en esa historia y
se preguntaba: ¿Serían sus sobrinos unos superdotados?
No obstante, decidió ignorar esa clase de preguntas y se encaminó a otra más común:
--¿Cuáles eran sus nombres?
--Bueno, sus nombres son Marilyn y Manson respondió José y los cuadrúpedos, que se habían
echado a sus pies, alzaron las orejas.
--¡Vayan arriba! les ordenó el viejo y al pasar cerca del otro policía que escudriñaba el horno,
éste los miró con rabia y ellos, enseñaron los colmillos. Razón suficiente para que el sargento
volteara el rostro.
--¡Qué mierda le pasa! gritó el capitán.
--Hasta ahora gozo de muy buena salud aunque a veces, siento un dolorcito en
--¿Intenta tomarme el pelo?
El viejo, meditando en la posibilidad de que con tantos inventos y alcohólicos, los hombres
hubiesen fabricado una bebida a partir del cabello, dijo:
--Oficial, no acostumbro a beber pero creo que
--Me refiero a la antigua frase aparecida ocho siglos antes del nacimiento de Cicerón; hombre
venerado por los persas y mediante el cual, los indios de Las Antillas aprendieron a fumar tabaco
y los chinos a tomar Coca-Cola. Ahora, volviendo al tema inicial, le pregunto:
--¿Cómo fue que asesinó a su sobrina y a su esposo?
--¡Oiga, no soy gay!
--¿Por qué lo dice?
--Porque no tengo esposo.
--No me refería a usted.
--¿Entonces, con quién hablaba?
--Hablaba del esposo de ella.
--¿De quién?
--De su sobrina.
--Sí, pero ella está muerta y le es imposible mantener un matrimonio a menos que algún notario,
en otra vida, haga los trámites pertinentes que validen su unión y
--¿Cómo fue que los mató?
José acarició su barba y pensativo, respondió:
--Bueno, yo estaba durmiendo y escuché un ruido. Al parecer buscaban algo en mis gavetas.
Entonces deslicé una de mis manos por debajo de la almohada y saqué mi revólver. Con la otra
encendí la lamparita de noche. Ellos, asustados, corrieron hacia la puerta: bastaron dos disparos
para ultimar sus miserables vidas.
--¿Qué fue lo que realmente lo impulsó a disparar? ¿Sentía odio o rencor hacia ellos?
--Los despreciaba, desde que llegaron a la casa sólo me han traído problemas, sobre todo con los
alimentos.
--¿Comían demasiado?
--En verdad, no tanto, pero todo querían probarlo y mordían aquí, mordían allá
--No ha respondido por qué disparo.
--Por razones obvias; todos odiamos a los ratones o a usted le gusta convivir con ellos.
--Se refiere a
--Ratones; plural de ratón: mamífero roedor más pequeño que la rata, generalmente gris y muy
ágil. Existen muchas especies que
Campanioni, después de suspirar, retiró su gorra y rascándose la cabeza, dijo:
--¡Quiero que me cuente cómo asesinó a su sobrina! ¿Cuál era su nombre?
--Cleopatra.
--¿Y el de su esposo?
--Darwin.
--OK, cuénteme cómo los mató.
--Yo no fui.
--¿Entonces quién?
--La gravedad. Pienso que si no la hubiera descubierto Edison mucha gente seguiría con vida, por
tanto
--Está bien, está bien explíquese.
--Hace unas horas, en la estación, le dije que habíamos subido a ver el telescopio: los vi mirarme
y sonreír, hablar en voz baja sabía que deseaban matarme.
--¿Y?
--Me acerqué y sin querer arrojé dos de mis pañuelos al vacío y cuando ellos se asomaron, los
empujé.
El capitán, cavilando, caminaba en círculos. Al detenerse y mirar con fijación a José, preguntó:
--¿De qué forma bajó de la tercera planta?
--¡Un elevador, es un elevador! ¡Venga capitán, he descubierto algo importante! gritó
Domínguez agitando sus manos.
--Lo mandé a construir para evitar las escaleras, mucha gente ha muerto por ellas y la maldita
gravedad. dijo el inválido y Campanioni, hablando casi en un susurro, lo interrumpió:
--Oiga, ya que su situación es compleja, por qué no arreglamos todo esto abriendo la caja fuerte
--¡Esto es lo que le daré! exclamó el viejo al cerrar su mano derecha dejando el dedo del medio
estirado. Luego arrugó el entrecejo y comenzó a alejarse del capitán en dirección a Domínguez.
Campanioni muy serio llevó la gorra a su lugar y siguió a José.
Cuando llegaron a donde se hallaba el otro policía, este caminó hacia el interior de una cámara
con el marco abovedado y dijo:
--Mire capitán, con este botón se sube.
El otro agente, aproximándose a él, preguntó:
--¿Dónde está el cajón?
--Lo hice subir para ver si todo funcionaba correctamente.
--¡Ah que bien! ¿Y este es para ? dijo Campanioni presionando un botón rojo y de inmediato
el cajón se desplomó sobre ellos, dejando entrever una compacta masa de carne y huesos
cubierta de sangre.
Entonces, el viejo llamó a los perros. Cuando llegaron moviendo sus colas y con la lengua fuera,
sonrió y mirándolos a los ojos, dijo:
--Ven, ni se lamentaron, parece que la muerte no implica sufrimiento.
Minutos más tarde, cuando comenzaba a amanecer, los vecinos pudieron escuchar unos disparos
y algunos se arriesgaron a decir:
Otra vez ese viejo matando ratones
Yordanis Domínguez Báez
José F. Larramendi # 52 / Pasaje B y Braulio Coroneaux, Rpto. Pedro Pompa, Bayamo, Granma,
Cuba.
CP: 85 100
E-mail alternativo: [email protected]
Teléfono casa: (023) 43 37 09
Sede AHS Granma: (023) 42 16 63 / 42 53 02
ID: 83022121661
Narrador y Poeta. Estudiante de Comunicación Social. Pertenece a la AHS. Miembro fundador del
proyecto socio-cultural Kodamas de la Pérgola en Bayamo. Tiene publicado el libro El señor
Enigma (Ediciones Bayamo, 2006). Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge
Cardoso en su 10mo curso. Ha publicado poemas en revistas como Ventana Sur (Granma, 2010)
y la Antología de la Nueva Poesía Cubana (Perú, 2010). Fue finalista en el concurso Poesía de
Primavera (Ciego de Ávila, Cuba, 2010) y obtuvo mención en el I Premio de Relato corto Catarsis
2008.
Ha colaborado con la TV como productor. Ha incursionado en la plástica (dos exposiciones
colectivas en el 2008): "Revelaciones" y en el Salón Provincial Pinceles de Granma . Realizó una
exposición colectiva de fotografías y esculturas instalativas de pequeño formato (Santa Clara 2009).
También prepara la serie fotográfica Poemas iniciales y dos proyectos de libro Dos sillas y un
cadáver de narrativa y Naufragios para la vida y la muerte de poesía. Por otra parte incursiona en
la realización de happenings y performances.
Algunas de sus creaciones artístico-literarias pueden ser vistas en la web de la AHS en Granma:
http://www.crisol.cult.cu/ahs