“De la euforia a la depresión: las condiciones de la intervención intelectual”

17
MARIANO PLOTKIN y RICARDO GONZALEZ LEANDRI (Editores) LOCALISMO Y GLOBALIZACION APORTES PARA UNA HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN IBEROAMERICA · CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS INSTITUTO DE HISTORIA MADRID, 2000

Transcript of “De la euforia a la depresión: las condiciones de la intervención intelectual”

MARIANO PLOTKIN y RICARDO GONZALEZ LEANDRI (Editores)

LOCALISMO Y GLOBALIZACION APORTES PARA UNA HISTORIA

DE LOS INTELECTUALES EN IBEROAMERICA·

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS INSTITUTO DE HISTORIA

MADRID, 2000

Quedan rigurosamente prohibidas, sin Ia autoriza­ci6n escrita de los titulares del Copyright, bajo las san­ciones estabelecidas en las !eyes, Ia reproducci6n total o parcial de esta oba por cualquier medio o procedi­miento, comprendidos Ia reprograffa y el tratamiento informatico, y su distribuci6n.

m CSIC ©CSIC ©Mariano Plotkin y Ricardo Gonza.Jez Leandri (eds.)

NIPO: 403-00-013-0 ISBN: 84-00-07905-1 Deposito Legal: M. 7803-2001

Impreso en Espana. Printed in Spain Gr:ificas/85, S. A. 28031 Madrid

DE LA EUFORIA A LA DEPRESION: LAS CONDICIONES DE LA INTERVENCION INTELECTUAL

CLAUDIA GILMAN

(Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofia y Letras)

Pasados los encuentros destinados, aunque mas no fuera ret6ricamente, a descifrar desde diversos angulos elfin de siglo, la convocatoria que dio origen al presente libro «The "New World Order" and the Role of lntelectuals in La­tinamerica. Present and Future Perspectives on the Verge of the New Mille­nium» apunta mas bien al futuro: ya no el fin sino el advenimiento, ya no la centuria sino (cuanta responsabilidad) un nuevo milenio.

~Que nos exige semejante cambio de perspectivas, si acaso algo? Quiero pensar que se trata de propuestas, habida cuenta de los muchos lamentos que han sido proferidos en ocasi6n de las despedidas al siglo que pas6 y de que nos interpela Ia convicci6n de que tanta autocompasi6n provocada por los finales ha dejado de ser efectiva.

En todo caso, seguimos moviendonos entre fines y comienzos. Aunque si hablamos de «intelectuales», en el sentido clasico del termino, se trata antes de fines que de comienzos. S6lo la poderosa fuerza de la inercia insiste con la vie­ja ret6rica, pues a decir verdad, la historia de los intelectuales tal como la he­mos conocido, termin6 su ciclo, que dur6 aproximadamente un siglo.

No por eso se puede dejar de despejar un malentendido, que a veces se trans­forma en acusaci6n. No hay razones en esos fines que justifiquen la denuncia de una nueva «traici6n» de los intelectuales, ya que el mundo en que esa cate­gorfa cultural denominada «intelectuales» (y no solamente ella) ha sufrido una mutaci6n radical que, entre otras consecuencias, repercuti6 sobre las posibili­dades de intervenci6n de los intelectuales y su capacidad para desempefiar la funci6n que consideraron la suya a lo largo del siglo que se ha ido.

Sin dudas, Ia noci6n de intelectual siempre se inscribe en el campo de una problematica y una lucha por Ia definicion de una categorfa y su funci6n so-

172 CLAUDIA GILMAN

cia!. Ninguno de los muchos estudios que han tratado de definir la categorfa «intelectual» agota el objeto de referencia.

En los artfculos recopilados en La duda y La elecci6n, Norberto Bobbio afir­ma la existencia de una «funcion» intelectual, que -segun opina- siempre ha existido y seguini existiendo, minimizando Ia importancia de la innovacion im­plicada en la emergencia, a fines del siglo pasado, del terrnino «intelectuales».

Pero si presumimos sentido a Ia emergencia del neologismo para identificar un nuevo producto historico, un nuevo modo de agrupacion, un esquema de percepcion y una categorfa polftica, que como tal surgio en Francia, entre 1880-1900, en la epoca de estabilizacion de Ia Republica, encontramos que el obje­to de referencia no es intemporal y que la palabra «intelectual» resulto ser una innovacion historicamente necesaria. Segun Cristophe Charle el llamado «Ma­nifeste des intellectuels» constituyo una ruptura respecto de las reglas del de­bate politico, ya que se trato de una protesta que, por primera vez en la histo­ria, se fundaba en la conjuncion de tres derechos: el derecho al escandalo, el derecho a la asociacion y el derecho a reivindicar un poder simbolico a partir de los propios tftulos, saberes y competencias 1

Otra evidencia que surge entonces, es que el intelectual, en singular, no exis­te o por lo menos, no se encuentra enteramente designado por la palabra que, de facto, pretende nombrarlo. La categorfa, como arguye convincentemente Zygmunt Bauman\ se declina necesariamente en plural ya que supone, ines­cindiblemente del concepto que encarna, algun tipo de asociacion, que por lo demas, es particularmente deliberada. No hay intelectuales sin «toque de reu­nion» (o llamamiento) y no hay llamamiento digno de tal nombre que no haya encontrado su respuesta en la historia de los intelectuales. Esto es, supone que no hay intelectuales cuando no existe Ia vocacion por influir sobre la opinion publica reivindicando una relacion particular con los valores, sean estos la ver­dad o la justicia.

Y si bien Ia busqueda de una definicion «perfecta» nos enfrenta a una suer­te de callejon sin salida, es preciso convenir que existe un suelo comun sobre el que se fundan las mas persistentes convicciones intelectuales nacidas hacia fines de siglo y consolidadas durante la centuria. Las diferencias puntuales e incluso las polemicas que parecerfan indicar puntos de vista antagonicos sobre los rumbos concretos de la intervencion intelectual, se basan en una creencia ampliamente compartida que define de un modo contundente la identidad inte­lectual.

Practicamente no existe teoria de los intelectuales ni propuestas sobre su de­ber ser en las que no se invoquen dos elementos, contracara uno del otro, como atributo fundamental de esa categorfa cultural. Esos son exterioridad valorati­va y conciencia critica. Ambos constituyen ese suelo comun donde se asienta la identidad intelectual, tal como se ejercio y concibio durante un siglo.

1 CHARLE, Christophe, Naissance des «lntellectuels» (1880-1900), Minuit, Paris, 1990. 2 BAUMAN, Zygmunt, Legis/adores e interpretes. Sabre Ia modernidad, Ia posmodernidad

y los intelectuales, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1997.

DE LA EUFORIA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 173

Una de las formulaciones mas emblematicas de esta identidad fue formula­da por Karl Mannheim, en su busqueda por establecer las condiciones de posi­bilidad del conocimiento y una gufa cientffica para Ia vida polftica. Segun Mann­heim, Ia particular vigilancia bacia Ia realidad historica del presente solo puede ser proporcionada por un estrato no clasista, un conocimiento que no este fir­memente anclado en el orden social. Ese estrato es Ia intelligentsia libre, naci­da en Ia era modema, capaz de constituirse en portadora de una sfntesis de los diversos estilos de pensamiento 3

• En el orden social, cada uno de esos «estilos de pensamiento» esta determinado (es decir, deformado) por las diversas pers­pectivas que configuran los intereses parciales de los individuos segun su per­tenencia a determinados sectores politicos, sociales y economicos. Pero, por ser miembro de una categorfa excluida del ambito de las clases economico-socia­les, solo el intelectual esta posicionado por encima de los intereses concretos. Situado entre las clases, no forma ninguna, aunque tampoco queda suspendido en el vacfo ya que absorbe en sf mismo todos los intereses de los que esta pe­netrada Ia vida social.

Este borde ambiguo entre lo interior y lo exterior, esta «resistencia» a ser introducido en categorfas sociologicas en las que sf puede taxonomizarse el res­to de los individuos define Ia mision cientffica del intelectual. Se entiende por ello una relacion privilegiada con Ia verdad y, consecuentemente, con Ia etica y Ia moral. El intelectual es un abogado predestinado de los intereses del todo y por eso sus conclusiones poseen una significacion indispensable y legftima.

Es esa situacion privilegiada de «objetividad» Ia que da sustento a Ia idea de que los intelectuales acceden mas facilmente que cualquier otro grupo, a per­cibir Ia inadecuacion entre «valores universales» y «relaciones desiguales de dominacion». Desprendida como Ia rama mas vigorosa del arbol misional, Ia nocion del intelectual como conciencia crftica de Ia sociedad, producto de esa posicion interior y exterior respecto de Ia sociedad como un todo, ha sido y si­gue siendo uno de los puntos de convergencia mas interesantes, polemicos y diversamente argumentados de Ia historia de los intelectuales. Se Ia encuentra paradigmaticamente expresada en Ia frase de Edgar Morin cuando declara no concebir lfmites mas alia de los cuales Ia crftica se tomarfa malsana o esteril y permite vincular a Emile Zola y Julien Benda, Norberto Bobbio Jean Paul-Sar­tre, Edward Said, Pierre Bourdieu y Alvin Goulnder 4

• (Deliberadamente inclu­yo en esta lista tanto a intelectuales que han protagonizado diversos «toques de

3 MANNHEIM, Karl, Jdeologfa y utopia. Introducci6n a Ia sociologfa del conocimiento, ed. Aguilar, Madrid, 1958 (traduccion espanola de Ia septima reimpresion de Ia version inglesa ( 1954) de Routledge & Kegan, Paul).

' <<El intelectual es un individuo con un papel publico especffico en Ia sociedad dotado de Ia facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una vision, una actitud, filo­soffa u opinion para y en favor de un publico que se encuentra en el mismo barco que el de­bil y el no representado>>. SAID, Edward, Representaciones del intelectual, Paidos, Barcelo­na, 1996. Ver tambien GouLDNER, Alvin, El futuro de los intelectuales y el ascenso de Ia nueva clase, Alianza ed., Madrid, 1980; BOURDIEU, Pierre, Les regles de ['art, Seuil, Parfs, 1992.

174 CLAUDIA GILMAN

reunion» y «llamamientos» como a aquellos estudiosos que han considerado a los intelectuales como objetos de su estudio.)

Incluso si solo puede hablarse de intelectual a partir de la era moderna, los usos deliberadamente «anacronicos» del termino se justifican sabre la base de esa tradicion, como hace Jacques Le Goff cuando encuentra en la Ectad Media una identidad intelectual caracterizada por Ia criticidad encarnada en los «go­liardos», que por su pretension universalista basada en la posesion fundamen­tal del conocimiento, por su voluntad de oponerse a poderes locales, por su con­viccion en el canicter universal del conocimiento y la filosoffa se inscriben en el suelo comun sabre el que se definen insistentemente las identidades de los intelectuales 5 •

Logicamente, el enfasis en el ideal del intelectual como crftico puede con­ducir a los intelectuales a franquear la linea de frontera que lo constituye como intelectual. El mas celebre de estos franqueos es el «pasaje de clase» esbozado en el «Manifiesto Comunista», cuando afirma que en el perfodo de desintegra­cion de la clase dominante toda la vieja sociedad adquiere un canicter tan vio­Iento, tan agudo, que una pequena fraccion de esa clase reniega de ella y se ad­hiere ala clase revolucionaria y que del mismo modo en que anteriormente una parte de la nobleza se habfa pasado a la burguesfa, en esas fases de desinte­gracion posteriores, un sector de la burguesfa se pasa al proletariado. Ese sec­tor es, particularmente, aquel compuesto por los ideologos burgueses que se han elevado teoricamente basta la comprension del conjunto del movimiento histo­rico.

La radicalizacion (entendida en el sentido de la politizacion -y aun mas, la asuncion de tareas y posiciones revolucionarias-) es un aspecto secuencial de la criticidad, que puede asumirse o declinarse, como en el caso de Theodor Adorno, quien insistfa en defender la libertad del intelectual respecto al control del partido y, en realidad, respecto de cualquier responsabilidad directa del efec­to de su trabajo sabre el publico, sin dejar de sostener al mismo tiempo que la actividad intelectual era por sf misma revolucionaria 6•

Despues de todo, el mismisimo Julien Benda incurrio en la traicion que el mismo denunciaba al activar en los movimientos contra el nazismo y afirman­do que no era su culpa si debia unirse con hombres cuyas ideas rechazaba, dado que desde bacia media siglo la burguesia incurria en «Ia mas cinica de las trai­ciones respecto de los valores que deberia defender» 7 • En realidad, el proble­ma que se presenta a los intelectuales en los nudos historicos en que su rela­cion con lo politico parecio urgente y casi constitutiva, es que la adhesion a una causa triunfante y la consecuente necesidad de realizar acciones afirmativas im­plica el abandono del ideal critico y conduce, entonces, a las crisis de identi-

' LE GoFF, Jacques, Los inteLectuaLes en La Edad Media, Gedisa, Barcelona, 1993, p. 77. 6 BucK MoRss, Susan, Origen de La diaLectica negativa (I 977), Siglo XXI, Mexico, 1981,

p. 81. 7 BENDA, Julien, Les cahiers d'un clerc, (1936-1949), (I 947), Parfs, Gallimard, I 949,

p. 153.

DE LA EUFORIA A LA DEPRESJ6N: LAS CONDICIONES ... 175

dad, a la asuncion de un nuevo tipo de intelectual revolucionario cuya premisa principal es la subordinacion a la dirigencia partidaria y, por lo tanto, al an­tiintelectualismo, que se usa para atacar a los intelectuales que se mantienen fieles al ideal crftico. La problematica de la accion supone un lfmite categorial de la identidad intelectual en Ia medida en que corroe la objetividad de la dis­tancia totalizadora desde la que el intelectual ejerce y elabora sus intervencio­nes y pone en cuestion la relacion entre palabra y accion. Tal vez porque Ia identidad intelectual esta caracterizada por cierto clivaje entre pensamiento (o discurso) y utilidad practica. De los miembros de Ia republique des lettres, afir­ma Bauman que podian darse el lujo de pensar los asuntos politicos en termi­nos de principios, mas que de utilidad practica. Nunca tenfan la oportunidad de someter sus ideas a Ia prueba de Ia factibilidad. Mucho mas tarde, en Ia revis­ta Arguments, Michel Mazolla describfa el mismo estado de casas: habituado a la ineficacia de su rebelion, el intelectual termina por valorizarla, por temati­zarla en rebelion pura, en puro movimiento del alma y por tornarse un alma be­lla, al punto de llegar, en nombre de la rebelion pura a rechazar la rebelion real.

Es desde la criticidad que surge, una y otra vez, la tentacion de los intelec­tuales por intervenir en la «cosa publica». Por eso, Ia supuesta distincion entre «intelectual puro» e «intelectual revolucionario» parece no advertir el caracter secuencial por el cual el juicio se convierte en busqueda de aplicacion concre­ta de un conjunto de ideales y valores en Ia intervencion polftica.

La historia conoce varios de esos momentos en que los intelectuales procu­raron pensar su estatuto como «agentes sociales» a partir de las condiciones de intervencion previamente evaluadas en su caracter de conciencias crfticas de la sociedad.

No es posible dejar de mencionar una de las paradojas que Ia identidad in­telectual, fundada en Ia criticidad, implica en terminos de la accion. La para­doja consiste en que el pasaje a la accion puede borrar o aniquilar la identidad intelectual, toda vez que la adhesion y la lucha por una causa, cuando esta triun­fa, exige de los intelectuales inicialmente involucrados acciones afirmativas y, en ciertos momentos, el abandono del ideal critico.

Este proceso puede observarse en la radicalizacion de los intelectuales en los afios sesenta y setenta en America Latina. No puedo desarrollar plenamen­te aquf como ocurrio ese proceso -fundamentalmente a partir del apoyo a la causa cubana-. Lo que sf quisiera argumentar es que fueron precisamente las tensiones entre la criticidad y la afirmatividad las que rompieron la poderosa coalicion de intelectuales de izquierda constituida exitosamente en los afios se­senta. El llamado «caso Padilla», en 1971, constituyo el sfntoma de discusio­nes que venfan teniendo Iugar al menos desde mediados de los sesenta.

DE LA EUFORIA

Volvamos unos pocos afios atras. La escena transcurre en Mexico, en 1960. El por entonces influyente sociologo norteamericano Wright Mills, arengaba a

176 CLAUDIA GILMAN

Ia intelectualidad mexicana sosteniendo que el intelectual era el actor social fun­damental y unico factor de transformaci6n en las sociedades pobres y analfa­betas del Tercer Mundo y que si las transformaciones revolucionarias no tenf­an Iugar, Ia culpa recaerfa basicamente en el intelectuaJB.

La convicci6n expresada par Mills y compartida par un amplio grupo de Ia intelectualidad latinoamericana era que las zonas perifericas del mundo propor­cionaban condiciones privilegiadas para Ia intervenci6n intelectual y Ia impor­tancia de ese grupo para iniciar y consolidar transformaciones revolucionarias.

En esos afios, los intelectuales elaboraron Ia hip6tesis de que debfan hacer­se cargo de una delegaci6n o mandata social que los volvfa representantes de Ia humanidad, entendida indistintamente par entonces en terminos de publico, naci6n, clase, pueblo o continente, Tercer Mundo u otros colectivos.

Si en los pafses del capitalismo avanzado de Ia segunda posguerra, Ia im­portancia del intelectual estaba ligada a un replanteo de Ia noci6n del agente hist6rico del cambia, dado que las clases trabajadoras habfan perdido interes o potencialidad para comprometerse en Ia actividad revolucionaria porque el Es­tado de Bienestar las habfa integrado en un equilibria relativamente pacffico, en America Latina en cambia, Ia importancia de Ia acci6n intelectual se cen­traba en Ia insuficiente constituci6n de los actores clasicos.

La radicalizaci6n de los intelectuales se inscribi6 tambien en Ia crisis gene­ralizada de los valores e instituciones tradicionales de Ia polftica: Ia democra­cia parlamentaria y los partidos y los criterios clasicos de la «representaci6n» polftica.

Par otra parte, las situaciones en que artistas e intelectuales sufrieron, en America Latina, persecuci6n o censura (par parte de gobiernos como los de Ba­tista, Perez Jimenez, Stroessner, Miguel Yidfgoras Fuentes, Onganfa y muchos otros) no hicieron mas que confirmar las presunciones respecto de su propia importancia.

Esta convicci6n no pudo menos que reforzarse con los reiterados intentos de cooptaci6n intelectual realizados par los Estados Unidos y la preocupaci6n par neutralizar el fmpetu revolucionario de los intelectuales contestatarios par intermedio de las polfticas culturales de la Alianza para el Progreso, esbozadas par los Estados Unidos.

Despues de todo, no fueron los intelectuales radicalizados y una porci6n sig­nificativa de Ia sociedad Ia que pronostic6 la inminencia de Ia revoluci6n en el continente. En los Estados Unidos, en un discurso del 12 de mayo de 1966, el senador Robert Kennedy reconoci6 publicamente lo que parecfa evidente al campo de las izquierdas: «Se aproxima una revoluci6n en America Latina( ... ) Se trata de una revoluci6n que vendra queramoslo o no. Podemos afectar su ca­racter pero no podemos alterar su condici6n de inevitable». Ante semejante pre­dicci6n z,c6mo no habrfa de generalizarse en America Latina la creencia en la inminencia del fen6meno revolucionario?

8 MILLS, Wright, <<lzquierda, subdesarrollo y guerra frfa. Un coloquio sobre cuestiones fundamentales», Cuadernos Americanos, no 3, mayo-junio 1960, Mexico, pp. 59-60.

DE LA EUFORIA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 177

Ese perfodo, que Halperin Donghi describi6 como una «etapa crftica del des­arrollo de una autoconciencia latinoamericana» 9, se caracteriz6 por la percep­ci6n generalizada de una transformaci6n inevitable y deseada del universo de las instituciones, de la subjetividad, del arte y la cultura, percepci6n bajo la que se interpretaron acontecimientos verdaderamente inaugurales, como la Revolu­ci6n Cubana. Siguiendo el modelo propuesto por Albert Hirschman, la epoca podrfa incluirse en una teorfa de ciclos de comportamiento colectivo como un ejemplo particularmente notable de la clase de ciclo definida por el interes re­pentino e intenso por los asuntos publicos 10

Conocemos los hechos: la revoluci6n mundial no tuvo lugar. La gran comuni­dad de izquierda, tan potente en su producci6n de discursos y tan convincente respecto de los cambios que anunciaba, sumado al hecho de que grandes masas se movilizaron como pocas veces antes (,fue resultado de una ilusi6n sin funda­mento? Fredric Jameson parece insinuarlo cuando sostiene que el impulso anti­capitalista que conmovi6 entonces al mundo escondfa, en realidad, la revigori­zaci6n imponente y a gigantesca escala de aquello cuya muerte se auguraba 11

(,NO es posible pensar, por el contrario, que la sucesi6n de golpes militares y represiones brutales fue una respuesta imbuida de la misma convicci6n de que la revoluci6n estaba por llegar, y que por lo tanto era necesario combatir­la? L,Estaban errados los diagn6sticos o las relaciones de fuerza se modificaron con el prop6sito de sofocar pulsiones revolucionarias existentes?

No podemos responder esas preguntas, aunque nos parece obligatorio for­mularlas. Muchos protagonistas y testigos de esos afios se encuentran aun hoy en proceso de revisar sus creencias y convicciones de entonces. Lo prueba una masa creciente de libros e investigaciones sobre el perfodo, que evidencian mas o menos simpatfa por la revoluci6n que no fue y que indican que la interpreta­cion de esos afios no ha concluido.

Si una epoca se define por el campo de los objetos que pueden ser dichos en un momento dado, la clausura de ese perfodo esta vinculada a una fuerte re­distribuci6n de los discursos y a una transformaci6n del campo de los objetos de los que se puede o no se puede hablar. En 1971, el general Hugo Banzer derroc6 a su colega Torres, cuyo gobierno nacional populista fue apoyado por buena parte de la izquierda. Entre 1971 y 1974 Banzer fue consolidando un regimen represivo de corte singularmente parecido al de otros dictadores lati­noamericanos. En 1973, un verdadero afio negro para America Latina, se clau­sur6 una de las experiencias que dieron sentido a las expectativas de transfor­maci6n (me refiero al derrocamiento del gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile). En Uruguay, el presidente electo Bordaberry, que habfa lle­gado al poder en 1971, derrotando en las elecciones al Frente Amplio de iz-

9 HALJ5ERIN DoNGHJ, Tulio, «Nueva narrativa y ciencias sociales hispanoamericanas en Ia decada del sesenta», en RAMA, Angel (ed), Mas alta del boom: literatura y mercado, Folios, Buenos Aires, 1984.

' 0 HIRSCHMAN, Albert, lnteres privado y acci6n publica, (1982), FCE, Mexico, 1986.

" JAMESON, Frederich, Periodizar los 60 (1984), Cordoba, Alci6n editora, 1997.

178 CLAUDIA GILMAN

quierdas, habfa limitado los derechos civiles en un proceso que se profundizo cuando, en 1976, fue impuesto Aparicio Mendez como gobernante de facto. En agosto de 1975, el general Morales Bermudez derroco al tambien general Ve­lasco Alvarado, que habfa sido apoyado por importantes intelectuales de iz­quierda y aun ex militantes guerrilleros y bajo cuyo gobierno se hable realiza­do una reforma agraria en perjuicio de los latifundistas. En marzo de 1976, un nuevo golpe regimen militar se imponfa en la Argentina, inaugurando una re­presion que alcanzo niveles nunca conocidos anteriormente en ese pafs. La co­ercion de los dictadores impuso por la fuerza los objetos de discurso y llevo a extremos los objetos de silencio, acalhindolos por medio de la censura y meto­dos aun peores de silenciamiento.

• •

Con estas consideraciones, no pretendo solamente anotar Ia palabra «fin» de un perfodo historico concreto, ni tampoco en un capitulo crucial de Ia historia intelectual. Los afios sesenta y setenta suponen finales de ordenes muy hetero­geneos y consecuentemente, nuevos comienzos o asentarniento de otros proce­sos en curso. Por ejemplo, la firme consolidacion de la cultura de masas. Marx Horkheimer, Theodor Adorno y Herbert Marcuse sostuvieron que las condicio­nes en las sociedades occidentales del capitalismo avanzado habfan suavizado las contradicciones del siglo XIX entre el proletariado y el capital, entre el indi­viduo y Ia sociedad, la cultura alta y la cultura baja, presentando la imagen de un todo homogeneizado, una red sin costuras de piezas interconectadas 12

• Por esa razon, en esas sociedades habrfan desaparecido, a manos de Ia industria de la cultura, los ultimos espacios negativos y parcialmente autonomos y por lo tanto, cualquier foco de resistencia desde el cual podrfan crearse las obras de arte dotadas de espfritu crftico.

Sin embargo, no es imposible suponer que las sociedades latinoamericanas de los sesenta, premodernas en ciertos sentidos o al menos, modernas sui ge­neris, en las que Ia industria de Ia cultura se encontraba, salvo excepciones, en estado incipiente y donde las desigualdades se hallaban lejos de haberse suavi­zado, constituyeron por eso un escenario donde era posible encontrar condi­ciones para la pulsion crftica y la energfa revolucionaria cuyas condiciones de existencia habrfan desaparecido en otras zonas del mundo. Y si es cierto que muchos rasgos sesentistas se encuentran presentes a escala mundial , una dife­rencia que distingue al Tercer Mundo esta vinculada con Ia incompleta conso­lidacion de la industria cultural, el papel de los medios de comunicacion y el acceso a los bienes simbolicos. Y ciertamente, en America Latina, Ia impor­tancia de las tareas intelectuales fue directamente proporcional a Ia deficiente conformacion del mercado como Iegislador de la cultura y vehfculo de criterios propios de valoracion de sus productos.

12 ADORNO, Theodor, y HoRKHEIMER, Marx, «La industria cultural>>, en Dialectica del ilu­minismo ( 1944), Sudamericana, Buenos Aires, 1987; MARCUSE, Herbert, El hombre unidi­mensional. Ensayo sobre La ideolog[a de La sociedad industrial avanzada, (!964), Joaquin Mortiz, Mexico, 1968, p. 17.

DE LA EUFORJA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 179

A LA DEPRESION

Pero este desfasaje no dur6 demasiado. La periferia tambien se integr6 al mismo proceso con gran velocidad y Ia industria cultural no tard6 mucho en imponer su poderfo y sus propios sistemas de jerarqufas culturales, en especial, Ia principal, la vendibilidad. Los afios sesenta y setenta no solo constituyeron Ia gran expectativa frustrada sino tambien el canto de cisne de la cultura letra­da en America Latina y en el mundo. Entre los afios sesenta y setenta, cuando los intelectuales se autoasignaron un papel fundamental como actores de la transformaci6n social y el presente, atravesado por la crftica a Ia nueva traici6n intelectual, el sentimiento de impotencia ante la «muerte» de una funci6n inte­lectual o Ia celebraci6n del nuevo rol de traductor para los intelectuales, debe verse un perfodo de bisagra entre dos epocas.

Es curioso que no piensen en las grandes transformaciones entre ese pasa­do y este presente quienes, en los ultimos afios, han venido criticando Ia «trai­ci6n» de los intelectuales. Lo interesante del caso es que muchos atribuyan a los intelectuales mismos la responsabilidad de la catastrofe, debida a su radi­calizaci6n sesentista. Norman Podhoretz llega a sugerir que la ambici6n de los intelectuales de cambiar el mundo fue una suerte de hybris que recibi6 el cas­tigo merecido: ni siquiera la producci6n de obras maestras se consider6 sufi­ciente «tenfan que cambiar el mundo» 13• En un sentido similar se expresa Paul Hollander: «The persistence of Marxist belief in the West can most readily be ascribed to the institutionalization of the values of the protest movements of the 1960s giving rise to the adversary culture» 14

En este marco y en tomo a la evaluaci6n en terminos de historia intelectual de las consecuencias de la radicalizaci6n polftica que caracteriz6 al perfodo se­senta-setenta surge Ia pregunta (y el consecuente debate) sobre el fracaso o el triunfo de los movimientos intelectuales en favor de Ia revoluci6n. Esta discu­si6n se ha dado tanto en America Latina como en el resto del mundo. Conver­siones hubo notables como las del uruguayo Danubio Torres Fierro y la del fran­ces Bernard Henri-Levy, considerado en Francia el intelectual mediatico por excelencia. En artfculos publicados en el diario El Pafs, Torres Fierro, ex cola­borador del semanario Marcha, acusa ala izquierda de casi todos los males que sobrevinieron al mundo, incluso negandose a conceder a sus compafieros de ta­reas de entonces, el impulso crftico que los llev6 a cuestionar muchos de los matices dogmaticos de algunas zonas de Ia cultura polftica de la izquierda 15•

13 PoDHORETZ, Norman, Breaking Rank: A Political Memoir, Harper & Rows, New York, 1979.

14 HOLLANDER, Paul, Political Pilgrims: Travels of Western Intellectuals to the Soviet Union, Cliina and Cuba, 1928-1978, Oxford University Press, 1981 , Introducci6n, p. X.

" ToRRES, Fierro, articulos publicados en el diario El Pafs, de Montevideo: << Una cultu­ra confiscada>> , 24 de diciembre de 1989; <<El luto intelectual>>, 7 de enero de 1990; <<Los fracasos de los ochenta», 21 de enero de 1990; <<Los intelectuales de aquf y los de alia», 15 de enero de 1990; «Animense, o Lenin nuestro que estas en los cielos», 4 de febrero de 1990,

180 CLAUDIA GILMAN

Lamentablemente no estoy en condiciones de desarrollar aquf un topico apa­sionante: como impacto en el pensamiento de izquierda el derrumbe de la Union Sovietica.

Ni las crfticas de la derecha ni las crfticas de la izquierda parecen percatar­se de que las condiciones de la pnictica del intelectual se transformcrron radi­calmente. Una de las principales fronteras entre pasado y presente esta dada por el pasaje de una cultura Jetrada, que reconoce en la palabra escrita su medio de comunicacion fundamental, a una cultura audiovisual electronica cuyas formas de representacion simbolica estan ancladas en los nuevas medias masivos de comunicacion, ya totalmente hegemonicos en la segunda rnitad del siglo xx. Di­cha transformacion es crucial desde el punto de vista de las posibilidades de los intelectuales para formar la opinion publica.

Nos referimos al pasaje entre un perfodo cultural al que ha denominado Gra­fosfera y otro mas reciente, de la Videosfera. Walter Ong, por ejemplo, lo e~­plica en terminos de un pasaje de una cultura letrada a una de oralidad secun­daria, en tanto los modos de acumulacion y transrnision del saber no se dan ya a partir de la escritura sino a partir de una nueva oralidad que, si bien se da en el contexto de culturas ya alfabetizadas (razon por Ia que se puede hablar de oralidad primaria) no logra mantener muchas de las psicodinamicas de escritura (distancia, objetividad, precision, abstraccion) que caracterizaron el mundo letrado 16

• La ocurrencia de ese pasaje se da precisamente a lo largo de los ultimos treinta afios, constituyendonos en observadores y testigos de una radical transformacion, que implica el fin del predominio de la cultura del libro 17

• Pasaje de una vision moderna a una posmoderna, de Ia grafosfera a Ia vi­deosfera, de la cultura letrada a la de oralidad secundaria, lo que importa no es la nomenclatura sino el hecho de que las transformaciones en la esfera publica, el papel de los medias de comunicacion de masas han entrada en competencia con los modos tradicionales (escritos) de la intervencion intelec­tual y mas especialmente, sus posibilidades de circulacion y difusion a nivel masivo.

Si los intelectuales debatieron intensamente en este siglo acerca de que tipo de accion era la palabra, es porque la palabra es precisamente Ia herrarnienta intelectual por antonomasia. Las respuestas a la pregunta por el estatuto prac­tico de esa herramienta pueden haber sido disfrniles, como lo prueba la histo­ria. Lo que actualmente esta en discusion no es eso, sino mas bien como, don­de y para que publico circula hoy la palabra de los intelectuales.

y «Socialismo, una historia enterrada», 22 de marzo de 1990. (HERNRY-LEVI, Bernard, Loues soient nos seigneurs. Une education politique, Parfs, Gallimard, 1996.)

16 ONG, Walter, Orality and Literacy, London-New York, Methuen, 1982. En el mismo sentido, STEINER, Georges, <<After the book», en On dificulty and other Essays, Oxford Uni­vesity Press, Oxford, 1978 y <<i, Toea a su fin Ia cultura del libro?», en Vuelta, no 18, Mexi­co, verano de 1990.

17 RoBBINS, Bruce (ed.), The Phanton Public Sphere, University of Minnestota Press, Min­neapolis, Londres, 1993.

DE LA EUFORIA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 181

La cultura de los medios transformo tanto a los promotores del llamamien­to intelectual como a sus posibles receptores. La perdida de valor de la escri­tura en Ia cultura contemponinea, como dimension central de la difusion de ide­as es un hecho diffcilmente rebatible. Las condiciones de circulacion de los discursos intelectuales y el interes del publico por conocerlos ya no son los mis­mos. No son los intelectuales tradicionales (uso el termino tradicional no en sentido gramsciano sino mas bien con el significado de lo «residual», en el sen­tido de Raymond Williams) quienes forman hoy Ia opinion publica.

De modo que los intelectuales comprendieron que su pulsion crftica no se inscribfa solamente contra los poderes establecidos sino que un nuevo enemi­go, -el mercado y las instituciones a el vinculadas- tal vez mas poderoso, les arrebataba su monopolio para juzgar en materia de jerarqufas culturales.

Los intelectuales historicos existieron fundamentalmente por su vocacion de influir sobre el publico. Puede que la vocacion siga existiendo, pero ya no la posibilidad de generar esa influencia.

i,ES posible que esa posibilidad nunca haya existido? Si juzgamos las crfti­cas a un conjunto de teorizaciones sobre Ia constitucion de la esfera publica (entre las cuales se menciona con insistencia Ia obra de Habermas), considera­das una suerte de idealizacion e incluso de Arcadia mftica y celeste, tendrfamos que concluir, siguiendo sus hipotesis, que nunca existio una epoca en la que los intelectuales tuvieron autoridad para hablar a Ia sociedad en su conjunto, dado que la sociedad, no inclufa solamente burgueses hombres, sino tambien traba­jadores, mujeres, lesbianas y gays 18

• Esto mismo que Bauman enuncia con cier­ta neutralidad valorativa adquiere un tinte ironico en palabras de Bobbio: «El concepto de intelectual se convierte en una insignia de distincion que los inte-1ectuales individua1es se dispensan mutuamente, y que justamente con identica facilidad pueden retirarla; una especie de patente moral de nobleza» 19

La idea de que el publico y lo publico siempre han sido un fantasma o en otros terminos procedentes de otros universos, pura ideologfa, puede ser justa para con Ia comprension de los multiples antagonismos que caracterizan a las sociedades concretas. Puede ser justa respecto de Ia descripcion de un mundo y de identidades mas complejas, mas justa en subrayar mas derechos en juego en el juego social. Quede en claro que no pretendo entrar aquf en la discusion sobre 1a emergencia y conclusiones surgidas a partir de la mirada sobre lo «Otro» y el problema del multiculturalismo.

Solo pido que se me permita evocar un ejemplo, de entre muchos posibles, que ilustra Ia capacidad de los intelectuales para interesar a Ia opinion publica. Cuando en 1969, el escritor colombiano Oscar Collazos se refirio negativamente

18 BAUMAN, Zygmunt, Legis/adores ... 19 Tales palabras adquieren un tono casi antiintelectual en Ia perspectiva de Konrad y Sze­

lenyi: «Los intelectuales de cualquier epoca se han descrito ideol6gicamente a sf mismos, con arreglo a sus particulares intereses, y si estos intereses han diferido de una epoca a otra, ha seguido siendo una aspiraci6n comun de los intelectuales de todas las epocas representar sus peculiares intereses en cada contexto, como los intereses generales del genero humano. >> KoNRAD, George y SzELENYI, Ivan, Los intelectuales y el poder, Peninsula, Barcelona, 1981.

182 CLAUDIA GILMAN

a la influencia de la literatura de Cortazar, Vargas Llosa y Fuentes sobre las nuevas generaciones del continente, tanto su opinion, publicada en un semana­rio uruguayo, como Ia respuesta de Cortazar y la posterior aclaracion de Co­llazos, se publicaron en decenas de otros medios; en pocos meses la.polemica adopto formato de libro y no paso mucho sin que ese libro conociera sucesivas reediciones. Un debate literario, que era fundamentalmente un debate ideologi­co, tenfa un publico. La palabra de esos intelectuales discutiendo el programa de la contribucion de la literatura a la revolucion interesaba mas alla de los If­mites profesionales. Lo que se discutfa parecfa importante a un nucleo mas am­plio de personas.

Otra de las razones que han puesto en jaque la identidad historica de la ca­tegorfa intelectual ha sido el proceso de reflexividad (que no ha terminado) en torno ala objetividad del conocimiento. Sfntoma de ese proceso, en los ultimos afios, a la siempre problematica definicion de la identidad intelectual, se agre­go una constatacion, que parecerfa obvia pero requirio varias decadas para enun­ciarse. «Las definiciones del intelectual son muchas y variadas. Tienen, sin em­bargo, un rasgo en comun, que tambien las hace diferentes de todas las otras: son autodefiniciones. Sus autores son miembros de la misma rara especie que intentan definir» 20

• Esa identidad, al menos parcial, entre el sujeto del acto de conocimiento y su objeto, permite comprender basta que punto el objeto «in­telectual» no puedl'! ser aprehendido por el sujeto «intelectual» como un sim­ple objeto 2 '.

Naturalmente esto no afecta tan solo la pertinencia de la definicion de los intelectuales como provenientes de los intelectuales, sino en mayor grado aun, la pertinencia de lo que quienes no logran definirse a sf mismos sin incurrir en tautologfas, puedan decide a los demas. La asuncion del caracter autodefini­cional de la nocion de intelectual sumada al rechazo de la idea de que es posi­ble situarse privilegiadamente en un espacio de observacion sin que Ia obser­vacion resulte condicionada por el observador son productos del proceso de reflexividad creciente que afecta al conocimiento.

La metacrftica en aumento, la tematizacion de las condiciones instituciona­les de posibilidad de los conocimientos, lo que se ha llamado el «giro lingtifs­tico», la busqueda por problematizar los fundamentos epistemico-instituciona­les que sostienen a la crftica como practica y la consideracion de los factores institucionales de la crftica, no solo han hecho tambalear las certidumbres de la identidad de los intelectuales: esas certidumbres han hecho tambalear una in­numerable cantidad de disciplinas cientfficas 22

20 LEENHARDT, Jacques, y MAl, Barnaba, Laforce des mots. Le role des intellectuels, Me­grelis, Parfs, 1983.

21 Ver por ejemplo, RoBBINS, Bruce <<The grounding of intellectuals>> , y ARONOWITZ, Stan­ley, <<On intellectuals>>, en RoBBINS, Bruce (ed.) Intellectuals, Aesthetics, Politics, Academics, University of Minessota Press, Minneapolis, 1990.

" Ver GuiLLORY, John, Cultural Capital. The Problem of Literary Canon Formation, Chi­cago and London, University of Chicago Press, 1993.

DE LA EUFORIA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 183

Sin embargo, los llamamientos que jalonan la historia de las intervenciones intelectuales en el siglo xx, no ignoraron ni consideraron problematico el he­cho de que un «nosotros» intelectual invitara a otros a sumarse a elias. El va­lor del pensamiento o el de la acci6n fundada en razones y valores no se ponfa en cuesti6n, no al menos como para neutralizar totalmente la creencia de que como intelectuales, las causas que llamaban a defender debfan ser defendidas. Para poner ejemplos situados en las antfpodas ideol6gicas, tanto Jean Paul Sar­tre como Raymond Aron o Julien Benda, Pierre Bourdieu, Edward Said, Mi­chel Foucault, Wright Mills, Paul Baran, Angel Rama, Mario Benedetti, Ger­man Arciniegas y Victoria Ocampo convocaron a sus pares y a un publico mas amplio con el prop6sito de generar conciencia y discusi6n sobre cuestiones con­cretas de interes general.

En tercer lugar, los intelectuales ya no pueden postular que flotan libremente: los otrora intelectuales estan, como dirfa Sartre, situados, pero no ante el mun­do sino en el mundo. Y por lo general se trata de un mundo bastante pequefio, el de las universidades. Un Small World, como lo indica el tftulo de Ia novela de David Lodge que satiriza los resultados de la academizaci6n y las tecnicas de adquisici6n de prestigio en el interior de las Academias.

El hecho es que, contemporaneamente a la verificaci6n de que el capitalis­mo se sobreponfa a los diagn6sticos que presagiaban su inminente agonfa, mu­chos intelectuales se transformaron en academicos. Precisamente de esta insti­tucionalizaci6n de los intelectuales se deriva otro eje central de la discusi6n sobre la supuesta traici6n de los intelectuales. Las tensiones entre «rebeldes» y «academicos» (una falsa oposici6n que presenta al intelectual como figura ya apocalfptica, ya integrada) constituye un eje central de la argumentaci6n de las polemicas sobre la identidad intelectual y sobre el futuro de la conciencia crf­tica una vez asentada en un basamento institucional.

Lo que se discute es si este basamento institucional deforma las aspiracio­nes eticas y polfticas de los intelectuales o en otras palabras, que valor de ob­jetividad puede alegar el pensamiento surgido desde a esa inserci6n. La pre­gunta formulada una y otra vez es si el exito de los intelectuales de izquierda para insertarse en las instituciones educativas y culturales debe considerarse como traici6n, abdicaci6n o fracaso respecto de los ideales sobre un deber ser aut6nomo e independiente.

(,Privatizaci6n de la existencia? (,Especializaci6n de los saberes? (,Frag­mentaci6n del publico y los sujetos sociales en las democracias de masas? (,Cre­cimiento de la necesidad de saber experto? (,Arrinconarniento en instituciones sin relevancia polftica? (,Dernisi6n, entonces?

Sin duda, desde el punto de vista de la capacidad de formar la opinion pu­blica, la corporaci6n periodfstica, que suele postular en muchos casos su pro­pia autonomfa (autonomfa tambien poco confiable, dado el creciente poder de los multimedios, que no dejan de ser un negocio no precisamente regenteado por los propios periodistas) tiene mucha mas eficacia publica que la que pue­den alegar los profesores universitarios.

184 CLAUDIA GILMAN

Es verdad que el mundo de los medios y el mercado de los bienes cultura­les no establece las mismas jerarqufas que el sistema de valores al que se in­clinan los intelectuales. Es verdad que la academizaci6n entrafia riesgos para Ia vocaci6n crftica de los intelectuales y no s6lo para ella.

El desaffo para el nuevo milenio podrfa consistir (lo que noes poco) en vol­ver socialmente importantes los discursos, dentro o fuera de las academias. Para poner un ejemplo: uno podrfa preguntarse z,realmente es crucialla discusi6n so­bre el canon literario que ha erizado a! mundo de las letras en la ultima deca­da? E incluso mas z,esa discusi6n es acaso todo lo «polftica» que cree ser, cuan­do resulta evidente al sentido comun que el sistema que regula el acceso a los medios de la producci6n literaria y cultural es un mecanismo mucho mas efi­ciente de la exclusi6n social que cualquier acto de juicio sobre Ia injusticia de las exclusiones del canon?

Responder a las crfticas que acusan a los intelectuales por haberse acade­mizado no necesariamente implica reconocer una culpa. S6lo hay que recono­cer que algunas ilusiones se han reformulado mientras otras sobreviven: la obs­tinaci6n crftica es una de elias.

Si como decfa antes, la mas persuasiva tradici6n intelectual es la que reite­ra su vocaci6n crftica, si la autocrftica de los intelectuales respecto de sf rnis­mos, que es otra variante de esa criticidad aparentemente constitutiva de la iden­tidad, no es pura ret6rica autodenigratoria y por lo tanto inutil, puro lamento y energfa desperdiciada, los herederos de Zola deberfan reflexionar un poco mas sobre las exigencias de las instituciones en las que se inscriben, ser conscien­tes de sus cegueras e intentar transformarlas. No por fuerza eso es sefial de irre­levancia. Tal vez s6lo lo sea de la relevancia limitada y relativa de sus compe­tencias. Eso no supone (no debe suponer) un destino en el altillo.

z,Acaso las instituciones universitarias no requieren urgentes reestructura­ciones? Juzgarlas para transformarlas es una tarea esencial, que modificara las condiciones de las practicas y los discursos que se realizan en ese ambito, evi­tando la irrelevancia a que condenan muchos requisitos academicos. Como el que indica que los ingresantes deben aprender desde temprano a valorar ante todo la lfnea de curriculum, a costa de la autentica productividad en el campo del saber, a no difundir entre colegas los resultados de sus investigaciones en el marco de la competencia profesional, haciendo imposible cualquier autenti­co toque de reuni6n y libre asociaci6n para el intercambio de ideas y propues­tas. El espacio de interlocuci6n es ciertamente mas endogamico, aunque ni si­quiera eso asegura la verdadera interlocuci6n.

AI leer los innumerables comentarios sobre la traici6n de los intelectuales, se tiene la impresi6n de que s6lo lo contemporaneo esta jaqueado por la crisis. Las jeremiadas actuales asordinan los lamentos del tiempo pasado. Pero con­viene escucharlos para no incurrir en el error de sobrevalorar las cualidades co­rrosivas de nuestro presente.

«Es perentorio hacer uso de la crepuscular luz intelectual que parece dorni­nar nuestra epoca y a cuya luz todos los valores y puntos de vista aparecen en su genuina relatividad ( ... ). Nadie niega Ia posibilidad de Ia investigaci6n em-

DE LA EUFORIA A LA DEPRESI6N: LAS CONDICIONES ... 185

pirica ni nadie sostiene que los hechos no existan ( ... ) pero la cuestion de la naturaleza de los hechos en sf es un problema considerable» 23

.

Excepto por la meridiana claridad de lenguaje, las frases citadas podrian ha­ber sido escritas ayer. Sin embargo, tienen mas de setenta afios y revelan que la sospecha no es un invento reciente. Pero interesa como de parecidos diag­nosticos derivan diversas prescripciones. Partiendo de esa constatacion de lain­existencia de un criteria comtin de validez, del quebrantamiento de la unani­midad, de la ausencia de una conciencia universal, del descentramiento constitutivo de las posiciones y creencias, Mannheim procura establecer las con­diciones de posibilidad de conocimiento. Parece haber llegado la hora de pre­guntarse no solo por sus condiciones de posibilidad, sino tambien por las con­diciones de su autentica relevancia.

23 MANHEIM, Karl, Ideologia ...