Autoridades y prácticas judiciales en el Antiguo Régimen

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Autoridades y prácticas judiciales en el Antiguo RégimenProblemas jurisdiccionales en el Río de la Plata, Córdoba, Tucumán, Cuyo y Chile

María Paula Polimene coordinadora

Autoridades y prácticas judiciales en el Antiguo RégimenProblemas jurisdiccionales en el Río de la Plata, Córdoba, Tucumán, Cuyo y Chile

Rosario, 2011

Autoridades y prácticas judiciales en el Antiguo Régimen: problemas jurisdiccionales en el Río de la Plata, Córdoba, Tucumán, Cuyo y Chile / coordinado por María Paula Polimene. - 1a ed. - Rosario: Prohistoria Ediciones, 2011.268 p.; 23x16 cm. - (Actas / María Paula Polimene y Carolina Piazzi; 19) ISBN 978-987-1855-05-6

1. Historia Política Argentina. I. Polimene, María Paula, coord.CDD 320.982

Fecha de catalogación: 30/11/2011

Composición y diseño: mbdiseñoEdición: Prohistoria EdicionesIlustración de tapa: composición de mbdiseñoDiseño de Tapa: Gracias Úbeda, vos tampoco vuelvas

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Este libro se terminó de imprimir en Booverse, en el mes de mayo de 2012. Tirada: 300 ejemplaresImpreso en la Argentina

ISBN 978-987-1855-05-6

índice

PresentaciónMaría Paula Polimene ......................................................................................... 9

IntroducciónElisa Caselli ........................................................................................................ 11

La pesquisa de Mutiloa en Buenos AiresConformación de facciones y lucha por el poder en el cabildo porteño (1700-1715)Carlos María Birocco .......................................................................................... 33

“Para que mi justicia no perezca”Esclavos y cultura judicial en Santiago de Chile, segunda mitad del siglo XVIII Carolina González Undurraga ............................................................................. 57

El alcalde de la Hermandad del pago de Bajada entre 1784 y 1786Autoridades locales y disputa jurisdiccional María Paula Polimene ......................................................................................... 77

Las parroquias del suroriente entrerriano a fines del siglo XVIIILos conflictos en GualeguayMaría Elena Barral .............................................................................................. 93

“…que por su juicio y dictamen no puede perjudicar a la quietud Publica…”Acerca de la administración de la justicia en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII Romina Zamora .................................................................................................. 115

Jurisdicciones en cuestiónCabildos y autoridades militares en la administración borbónicaGobernación Intendencia de Córdoba a finales del siglo XVIIIMaría Elizabeth Rustán ....................................................................................... 139

Repartir sin pasión ni aficiónPrácticas jurídicas en torno al uso del agua en Mendoza virreinalInés Elena Sanjurjo de Driollet ........................................................................... 157

Trayectorias judiciales, movilidad social y vida públicaLos jueces inferiores en Mendoza, 1770-1810Eugenia Molina ................................................................................................... 181

Faltando a los deberes de buen vasalloEl juicio a los acusados de intentar independizar el Río de la Plata, 1809-1810Irina Polastrelli .................................................................................................... 201

El alcalde, el cura, el capitán y “la Tucumanesa”Culturas y prácticas de la autoridad en el Rosario, 1810-1811Darío G. Barriera ................................................................................................ 221

Los autores y las autoras ..................................................................................... 263

Presentación

El origen de este libro se encuentra en la realización de las Primeras Jornadas de Historia Social de la Justicia. Actores, prácticas y culturas judiciales en territorios de frontera (Chile, Cuyo, Tucumán y el Río de la Plata, 1600-1850)

que tuvieron lugar en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario los días 12 y 13 de agosto de 2010. Las mismas contaron con el auspicio de CONICET1 y de la Red Columnaria,2 así como con el apoyo del ISHIR, y con la participación de Carlos M. Birocco, Darío Barriera, Carolina González, María Elena Barral, Paula Salguero, Irina Polastrelli, Romina Zamora, Gabriela Tío Vallejo, María Paula Parolo, María Angélica Corva, Melina Yangilevich, Carolina Piazzi, Griselda Tarragó, Patricio López, Eugenia Molina, Inés Elena Sanjurjo, Elisabeth Rustán y quien coordina este volumen. Asimismo, estuvieron presentes Juan Carlos Garavaglia y Raúl Fradkin, como conferencista y comentarista respectivamente. La organización del encuentro no hubiera sido posible sin la colaboración de Marta Bonaudo, Laura Badaloni y Fernando Navarro por el ISHIR y de los integrantes de nuestro equipo de investigación –Matías Legrestti, Miriam Moriconi, Anahí Pagnoni e Irene Rodrí-guez– a quienes se agradece sinceramente. De igual modo, nuestra gratitud con Elisa Caselli, quien aceptó con mucho entusiasmo y dedicación la propuesta de introducir este volumen.

La publicación de las actas de dichas jornadas, reelaboradas a la luz de las dis-cusiones sostenidas, se materializó en dos compilaciones: la presente que reúne los trabajos dedicados a problemáticas que se anclan en el Antiguo Régimen y otro co-ordinado por Carolina Piazzi, titulado Modos de hacer justicia. Agentes, normas y prácticas. Buenos Aires, Tucumán y Santa Fe durante el siglo XIX.

Este libro puede ser recorrido en múltiples direcciones, atendiendo a intereses diversos. El propio título puede pensarse como un itinerario propuesto en torno el problema político de la construcción de la autoridad en algunos de los territorios ul-tramarinos de la Monarquía hispánica, cuestión que para el periodo propuesto resulta inescindible del quehacer judicial de diferentes agentes. En esta dirección, la intro-ducción define ciertos trazos compartidos por el conjunto de los trabajos, más preci-

1 Fondos para costear gastos parciales de la organización fueron solventados por CONICET, a través de la convocatoria para Reuniones Científicas (Resolución CONICET N° 374-10). Se agradece este apoyo, la atención del personal de Innova-T para su administración y también el que los diferentes in-vestigadores obtuvieron de sus Universidades de pertenencia para correr con los gastos no alcanzados por el subsidio.

2 Red Temática de investigación sobre las fronteras de las Monarquías Ibéricas en los siglos XVI al XVIII –coordinada por José Javier Ruiz Ibáñez (Universidad de Murcia), Gaetano Sabatini (Universi-dad de Roma Tre) y Pedro Cardim (Universidade de Lisboa).

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samente repasa algunos de los elementos que componían la cultura jurídico/judicial hispánica, sustrato común a los territorios de la Monarquía más allá de las particulari-dades otorgadas por la localización de las experiencias. Es justamente este basamento el que permite establecer continuidades que trascienden 1810, de allí la inclusión de dos trabajos que sobrepasan el siglo XVIII pero mantienen el eje de la discusión en la misma clave.

Si bien el título y la introducción plantean un eje posible que vincula los trabajos, pueden detectarse otras líneas de articulación que definen derroteros de interpretación convergentes. Para los interesados en el periodo borbónico, se ofrece una serie de re-flexiones apoyada en procesos concretos que contribuyen a problematizar el tan men-tado “reformismo” a partir de casos puntuales. En esta dirección, se puede mencionar la preocupación por el problema de la creación institucional en tal contexto, esto es, por la densificación de las redes institucionales de la Monarquía sobre todo en la campaña, cuestión advertida a través de la multiplicación de la designación de agentes que revestían como autoridades de distinta índole (políticos, eclesiásticos, militares). Además, el análisis de la configuración del poder político a nivel local atraviesa las interpretaciones, fundamentalmente mediante la reconstrucción de redes sociales y tramas parentales para acceder al conocimiento pormenorizado de los intereses de los agentes intervinientes. En términos metodológicos existen premisas que operan en todos los trabajos: la consideración de la justicia como práctica enfocada desde las acciones de una multiplicidad de agentes (ya los encargados de su administración, ya quienes recurrían a aquellos en procura de algún tipo de reparación) así como la existencia de una abigarrada cultura judicial perceptible a través del intento de reso-lución de conflictos de diversa naturaleza (entre los cuales cobran especial relevancia los derivados del solapamiento jurisdiccional propio de esta forma de poder político).

Las inquietudes que impulsen a los lectores diseñarán otros tantos recorridos posibles; queda hecha la invitación a realizar una lectura crítica y a sumarse a las discusiones sugeridas por el material que sigue.

María Paula PolimeneUNR-ISHIR/CESOR, CONICET

Rosario, diciembre de 2011

Introducción

Elisa CasElli

Debo confesar que cuando Paula Polimene me propuso que escribiera la intro-ducción del presente libro me sentí muy halagada, a la vez que gratamente sorprendida. El halago es por permitirme participar de un volumen que reúne

trabajos de excelente calidad. La sorpresa, porque mis investigaciones se han circuns-crito al Reino de Castilla durante la temprana Edad Moderna, mientras que los capítu-los aquí compilados tratan sobre el sur de Sudamérica, en las postrimerías del período colonial. Sin embargo, unos y otros comparten dos características esenciales: una, más evidente, es que ambos espacios formaban parte de la Monarquía Hispánica. La otra, que nuestra indagación sobre el pasado se realiza a partir del mismo tipo de docu-mentos (los procesos judiciales), sobre los cuales formulamos unos interrogantes que también son compartidos. La lectura de los trabajos vino a confirmar lo que en tantos encuentros y coloquios habíamos discutido; la distancia tiempo/espacio que a primera vista separa nuestros estudios se evanesce no solo ante la presencia de una cultura jurídica común sino, sobre todo, ante unas prácticas judiciales y políticas que conser-van una misma esencia. En la presente introducción trataré de realizar un bosquejo, en trazos muy gruesos, de los rasgos esenciales de esa cultura, de la organización y la práctica de la administración de justicia; y en especial, de cómo se gestionaban los ofi-cios de la justicia y cómo los diversos agentes actuaban, estratégicamente, dentro de la dinámica jurídico-política. Lo haré a través de un recorte preciso en período y lugar: finales del siglo XV y comienzos del XVI, en el ámbito jurisdiccional de la Corona de Castilla. La elección se corresponde con una etapa crucial en el desarrollo de las instituciones judiciales castellanas, de cuya reorganización nacieron los modelos que luego, con sus especificidades, se aplicaron en América. La intención es dar cuenta de sus características fundamentales, muchas de las cuales se repiten en los trabajos que componen este libro.

Las coincidencias que más arriba he mencionado no acaban allí; estoy segura de que quienes participamos de esta edición compartimos una idéntica pasión por las fuentes que analizamos. Afirmar que los procesos judiciales constituyen un material de estudio de una riqueza excepcional no es ninguna novedad. Va de suyo que al tra-tarse de documentos originados en un litigio, fuera éste civil o criminal, sus aristas sobresalientes se corresponden con los aspectos más conflictivos de la sociedad. Sin embargo, las raíces de los enfrentamientos, el papel de cada uno de los agentes invo-lucrados, ya fuera en calidad de demandante, de acusado, de testigo o de juez u otro oficial de justicia, sus acciones y argumentaciones, develan mucho más que la gestión

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del mero trámite judicial. Las imágenes de la cotidianidad son, a menudo, felizmente abrumadoras para nuestra mirada ávida. No pocas veces, al tratar de dar cuenta de una extensa causa, se tiene una sensación cercana a la frustración, por no alcanzar a transmitir de manera íntegra todo el caudal de información que allí se revela. En su costado jurídico, los pleitos dibujan un espectro heterogéneo dentro del cual es posi-ble observar los diferentes alcances de la normativa; desde su total incumplimiento hasta el sobrepasarse, es decir, ir más allá de lo que la letra dispone, acrecentando su rigor. O bien reclamar su aplicación en un tiempo ya lejano a la entrada en vigencia de la ley, simplemente porque entonces sí el momento era propicio para desempolvar viejas disposiciones. En otras palabras, permite apreciar las relaciones que los agentes establecían con los recursos jurídicos disponibles.

Ahora bien, resulta pertinente señalar también las limitaciones de esta fuente documental. Por un lado, sabemos que, exceptuados los escritos presentados por los procuradores de parte, el resto de las declaraciones, testimonios y demás documen-tos probatorios que conforman un proceso no provienen de la pluma de las partes enfrentadas ni de quienes testifican, sino de los escribientes (incluso más que de los escribanos).1 Esto hace que éstas sean fuentes intermediarias entre lo que efectiva-mente se pronunció y lo que se plasmó en el papel; un pase donde la capacidad, idoneidad y sensibilidad de quien escribía jugaban un rol trascendente. No se trataba solo de la aptitud del escribiente para realizar su trabajo, sino también de la empatía para captar y transmitir el relato que estaba escuchando. Otra limitación la constituye la imposibilidad de conocer los efectos reales o el cumplimiento de los fallos o sen-tencias de un proceso judicial, salvo que eventualmente se persiga, y con éxito (lo cual no es sencillo), el posterior derrotero de sus protagonistas. Finalmente, la más evidente de todas ellas: las escasas posibilidades para ponderar su representatividad. Con excepción de temas puntuales, vinculados por lo general con la práctica judicial, que son susceptibles de ser medidos con relación al conjunto de procesos (propor-ción de demandas directas, apelaciones, suplicaciones… por ejemplo), es muy difícil llegar a establecer la incidencia social de los casos analizados; es decir, resulta muy dificultoso establecer con precisión cuál era el alcance o la frecuencia de un fenómeno hallado. Es cierto que la repetición de cuestiones similares en un conjunto acotado de procesos puede darnos una idea general sobre el problema, pero seguimos limitados a su tratamiento en el terreno judicial, sin conocer la totalidad de aquellos episodios que se desarrollaron sin inconvenientes y que no llegaron, por lo tanto, al ámbito de la justicia. Por estas razones, el investigador debe tratar de contemplar la mayor cantidad de causas disponibles, dentro del tema abordado, por supuesto. Pero sobre todo, dar a

1 Para evitar intromisiones indebidas y falta de cumplimiento de las tareas de los escribanos, en las Ordenanzas y Leyes dictadas en 1502 (Capítulo 43), se disponía “que los escribanos escriban por sí los dichos de los testigos”, salvo por justo impedimento (vejez, enfermedad…) en cuyo caso se debía designar un reemplazante. Reiterada en la Novísima Recopilación (1805), Libro XI, Título XI, Ley VII.

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las mismas un tratamiento intensivo para exprimir al máximo su calidad informativa. Solo así es posible recuperar, con mayor sutileza esas ricas, sugerentes y hasta inge-niosas imágenes de la cotidianidad a las que hacíamos referencia. Por otra parte, el cruce, no siempre accesible, con otro tipo de fuentes permite completar y profundizar los estudios de caso. Todos y cada uno de los trabajos reunidos en este volumen cuen-tan con ese mérito; al que debe sumarse la capacidad de análisis e interpretación de los hechos que realizan sus autores.

“Justicia es una de las virtudes por la cual mejor e mas enderesadamente se go-bierna el mundo...”. Con estas palabras comienza la definición de “Justicia” en la compilación de Hugo de Celso que se publicara hacia 1538.2 Para Díaz de Montalvo, la justicia era la más perfecta de las virtudes que consistía, esencialmente, en dar a cada quien lo que le correspondía.3 Si bien el aforismo denota antigüedad, la idea de que cada uno debe tener lo que le corresponde podríamos hallarla en cualquier momento de la historia. Hacer justicia es (y ha sido siempre) precisamente eso. Claro que, lo que se ha modificado y modifica ha sido y es la noción de correspondencia con relación a los sujetos. Si, por ejemplo, comparáramos la sociedad occidental ac-tual con la denominada de Antiguo Régimen veríamos que, al menos en teoría, ya no se da a cada quien lo suyo de acuerdo a su condición social, como era entonces. Sobre la idea de igualdad que comenzara a instalarse en Occidente a partir de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX, se parte de considerar que todos somos ciudadanos con idénticos derechos, amén de que, como es de sobra conocido y parafraseando al genial Orwell, existen algunos que son más iguales que otros... Aun así, hoy por hoy, cualquier desigualdad frente a la ley, ya sea basada en la condición social, cultural, religiosa o política de un individuo, puede ser catalogada ciertamente como injusta y esa es la gran diferencia con la noción que primaba con anterioridad a las revoluciones aludidas y que éstas buscaron dejar atrás.

El conjunto de artículos que reúne el presente libro nos remiten a un tiempo en el cual, si bien se perfilaban ciertos cambios, esa ruptura no se había producido aún. En ellos se abordan, desde diferentes ángulos, aspectos que hacían a la dinámica jurídico-judicial en los territorios del Río de la Plata, Córdoba, Tucumán, Cuyo y Chile durante el período colonial. Tratan, por lo tanto, sobre una sociedad que puede muy bien definirse como de Antiguo Régimen, una de cuyas características centrales era, justa-

2 DE CELSO, Hugo Las Leyes de todos los Reinos de Castilla: abreviadas y reducidas en forma de Repertorio decisivo, Valladolid, 1538.

3 “Porque la justicia es muy alta virtud e por ella se sostienen todas las cosas en el estado que deben e es perfecta más que todas las virtudes porque comunica e participa con todas e distribuye a todos e a cada uno su derecho”. DÍAZ DE MONTALVO, Alonso [Obra original sin título, generalmente conocida como Ordenanzas Reales de 1484; se trata de una compilación de leyes y pragmáticas que Díaz de Montalvo realizara atendiendo un mandato de los Reyes Católicos y que terminara de escribir, según reza el manuscrito, en Huete, durante el año 1484].

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mente, la desigualdad jurídica. Según este principio, cada persona poseía una calidad que le era dada por nacimiento, en consonancia con el estamento al cual pertenecía, y era de acuerdo a ella que se dibujaba su horizonte social. Esta calidad era difícil de cambiar pero de ningún modo era inmutable; y esto es importante señalarlo. Afirmar lo contrario equivaldría a negar cualquier tipo de movilidad social y nada sería más inexacto. Los cambios se producían y esas variaciones significaban, a menudo, una modificación en el status jurídico de la persona, que a su vez presuponía una trans-formación en lo que la misma merecía. Es decir, lo que debía recibir de acuerdo a su condición social. Eso era lo justo.

Estos, como otros principios, hundían sus raíces en las concepciones más pro-fundas del mundo ibérico. En efecto, el ámbito aquí estudiado formaba parte, por entonces, de los territorios de la Monarquía Hispánica y como tal, poseía unas ca-racterísticas y unas ideas sobre la justicia que invariablemente remitían a la cultura jurídico-judicial forjada desde hacía tiempo en ese universo jurisdiccional.

La cita que inaugura este apartado brinda otra pista clave en este sentido: la justicia era concebida como un acto de gobierno. Y este es otro elemento que marca una diferencia sustancial con la sociedad actual. La ausencia de división de poderes hacía que, como muy bien lo señalara Tomás y Valiente, en el acto a través del cual un tribunal pronunciaba una sentencia se veía algo más que un acto judicial en sentido es-tricto, esto es, una aplicación singular y procesal de la norma o normas previas –como será la tendencia dominante a partir de la Ilustración– sino que simultáneamente había también en dicha actuación “un acto de gobierno, en función del cual penetran en el acto judicial una serie de consideraciones que iban más allá de la simple y singular justicia del caso procesalmente tratado y resuelto”.4 Además de impartir justicia, a cada agente que fungía como juez le eran encomendadas diversas tareas de gobierno. Podían tener a su cargo la supervisión del cuidado de las calles, la conservación de la tranquilidad pública o la designación de ciertos oficios, por mencionar algunos ejemplos. Y esto era así tanto en el nivel local, para alcaldes ordinarios o corregidores, como para los miembros del Consejo Real o las Chancillerías.5

En este punto, resulta imprescindible recordar una cuestión primordial y es la inherencia,6 en el sentido más literal de la palabra, entre religión y poder político, que durante siglos caracterizó a los Reinos Hispánicos. La expresión más evidente la hallamos en la concepción sagrada de la institución monárquica, según la cual el rey era designado por Dios. Se consideraba que era Vicario de Dios en la tierra para hacer

4 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco La tortura judicial en España, Crítica, Barcelona, 2000 [1ª edición 1973, Ariel, con el título censurado: La tortura en España], p. 89.

5 Sobre esta institución, Cfr: GÓMEZ GONZÁLEZ, Inés La justicia, el gobierno y sus hacedores. La Real Chancillería de Granada en el Antiguo Régimen, Comares, Granada, 2003.

6 Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, “inherencia” (del latín in haeren-tia): unión de cosas inseparables por su naturaleza o que sólo se pueden separar mentalmente y por abstracción.

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justicia en su nombre. Por gracia divina el monarca poseía el monopolio de la gracia, de donde derivaban las prerrogativas regias (entre ellas, por ejemplo, la facultad de perdonar o de suspender, en ciertos casos, la aplicación de una ley) y a él pertenecía la instancia máxima en la administración de justicia en el reino. De allí que el impartir justicia fuera en sí mismo un acto de gobierno y que la imagen del “rey justiciero” fuera una de las de mayor perdurabilidad. Como sabemos, el rey era, ante todo, juez. Poseía la máxima potestad sobre el espacio jurisdiccional del reino. Merced a esta summa potestas, el rey podía delegar jurisdicción, tanto en señoríos como en ciuda-des. Cada ámbito jurisdiccional reproducía el ejercicio de impartir justicia como un acto, si se quiere el principal, de gobernar ese espacio.

Dentro de estos parámetros, la justicia adquiría una doble dimensión: por un lado, una justicia distributiva, que dependía exclusivamente del monarca, en virtud de la cual, haciendo uso de su magnificencia y liberalidad, podía otorgar gracias y mer-cedes a cada uno según lo mereciera. Por otro, una justicia conmutativa, que entendía sobre los tratos y conflictos que los hombres tuvieran entre sí y cuya última palabra también pertenecía al rey. Así, la prescriptiva presuponía que la administración de justicia funcionaba (o debía funcionar) de acuerdo a una organización piramidal, en cuyo vértice se hallaba el monarca.

Junto con el rey y con jurisdicción suprema se encontraban los miembros del Consejo Mayor del Rey o Consejo Real, quienes a su vez podían enviar jueces pes-quisidores o jueces delegados con el mandato preciso de dictar sentencia; con ellos y formando parte de la esfera personal de la justicia regia, se encontraban los Alcaldes de Casa y Corte (estos, por lo general, no entendían sobre apelaciones ni enviaban pesquisidores por fuera de las cinco leguas del lugar donde estuviera la Corte). Con capacidad para entender sobre las mismas causas que los anteriores, conformando junto con aquéllos lo que podríamos denominar instancias mayores de justicia, se hallaban las Chancillerías Reales o Corte y Chancillería y las Audiencias (con la di-ferencia de que los miembros de éstas debían residir de modo permanente en las sedes institucionales). Nos encontramos luego con los Adelantados o Alcaldes de Adelan-tamientos –los adelantamientos (o merindades, según se trate, de allí que también se hablara de Merinos Mayores) se corresponden con divisiones territoriales originadas en el siglo XIII– quienes eran designados por el rey para “regir e gobernar” en su nombre, contaban con la facultades para juzgar y conocer en las apelaciones que se interpusieran ante los alcaldes de su provincia.

En el nivel local, podían administrar justicia, en primera instancia: alcaldes or-dinarios, justicias mayores (o alcaldes mayores), corregidores o sus lugartenientes; en apelaciones (y también en primera instancia, siempre que residieran en el lugar): adelantados, gobernadores o sus asistentes. A esto deben agregarse instituciones de-dicadas a atender casos específicos, como los Alcaldes de las sacas y cosas vedadas, los Alcaldes de la Mesta y cañadas o los Alcaldes de la Hermandad. Todos los ofi-cios hasta aquí mencionados suponen dos cuestiones fundamentales: la primera, que

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se trataba de funciones originadas, directa o indirectamente, a instancias reales, vale decir, eran administradores de la justicia regia; la segunda, que estos cargos poseían el carácter de ordinario, esto es, atendían a todos los casos, dentro del ámbito de su competencia. Por contraste, se sumaban los jueces delegados o jueces comisarios quienes, también por mandato real, eran especialmente comisionados para ocuparse y fallar sobre un caso en particular.

La órbita de administración de justicia no acababa allí. En los espacios jurisdic-cionales señoriales cedidos por la monarquía se repetía, a grandes rasgos, una idéntica organización administrativa, donde el señor delegaba facultades gubernamentales, en-tre las que contaba la capacidad de exigir tributos e impartir justicia. Aunque existían variaciones de acuerdo a la envergadura del señorío, en líneas generales, encontra-mos: alcaldes ordinarios (generalmente electos por el señor, a propuesta del concejo), corregidores (electos por el señor), audiencias (con sus oidores y a veces con cargo de presidente y oidores) y el señor, como última instancia dentro de su jurisdicción. La ley indicaba que se podía luego recurrir a la justicia regia, pero bajo determina-das condiciones. Los máximos tribunales regios debían guardar la justicia señorial, reservándose para sí las apelaciones, pero siempre que hubieran sido agotadas las instancias dentro de la jurisdicción señorial o bien que el pleito involucrara al propio señor. Ahora bien, si un vasallo lograba probar que sus derechos no se encontraban garantizados, podía presentarse directamente ante la Audiencia.

No toda la administración de justicia derivaba del monarca. Como es bien sa-bido, existía, de modo paralelo, una muy activa justicia eclesiástica, que no tenía miramientos para inmiscuirse en ámbitos de jurisdicción real. No es casual que en la descripción de cada uno de los oficios de justicia arriba mencionados, las leyes de este período se ocuparan de recordar a sus responsables que estaba a su cargo impedir la intromisión de “jueces eclesiásticos”, defendiendo la justicia real que ellos repre-sentaban. En los señoríos eclesiásticos, tanto el sustento jurídico (derecho canónico) como la organización judicial (Curia Diocesana de Justicia) se definían con caracte-rísticas especiales y huelga decir que su legitimación no derivaba de la justicia regia. Sin embargo, en la práctica, su administración funcionaba de manera similar, con sus jueces, lugartenientes, promotores fiscales, notarios, abogados, etc.; e incluso en la jerga procesal se hablada de “alcalde del obispo” u “oidor del obispo”. En las alzadas, siempre dentro de la justicia eclesiástica, el fallo del obispo o del arzobispo se apelaba ante el arzobispo metropolitano y de allí solo restaba la apelación a Roma (algunas veces la vía era del obispo a Roma directamente). En el desarrollo judicial cotidiano, las sentencias de los obispos eran apeladas ante la Audiencia; y si el derecho de ape-lación no era otorgado, el apelante podía realizar una presentación directa, la cual, de

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ser aceptada por los oidores, daba lugar a una disputa jurisdiccional entre la justicia eclesiástica y la regia.7

Las superposiciones jurisdiccionales –tan habituales en el período estudiado y tan persistentes en el tiempo, como se verá– ocasionaban conflictos constantes. Vale resaltar que estas colisiones no se limitaban a las disputas entre la justicia regia y la eclesiástica o la señorial, sino que se producían también dentro de la órbita regia. La jurisdicción (iuris dictio) implicaba en sí la facultad para construir, en palabras de Pérez-Prendes: “un juicio de valor revestido de coacción”.8 Pero para usar de la jurisdicción se necesitaba, asimismo, tener “competencia” y ésta se definía, primero, considerando a quién y por qué motivos podía juzgar un juez determinado y luego, en qué momento o instancia de la vida del litigio tenía éste facultad para intervenir.9 Las funciones y el grado de competencia que se asignaba a cada uno de los oficios de jus-ticia se repetían, con frecuencia, en cargos diversos, o bien aquellas no se establecían con la claridad necesaria. Esto hacía que en una misma villa, por ejemplo, distintos oficiales se consideraran competentes para conocer sobre un mismo caso. Dicho de otro modo, un delito podía devenir juzgable (si se me permite el neologismo) por varios jueces (o “justicias”, como se los mencionaba). Esta imprecisión permitía a los litigantes presentar sus demandas ante jueces diferentes, lo cual podía derivar en la constitución de causas paralelas o bien en una disputa jurisdiccional por la prosecu-ción del proceso. En este punto, un aspecto central era el fuero (eclesiástico, militar, por vecindad, etc.). Según se lo mirase, éste bien podía ser una potestad, visto desde la competencia de un tribunal o un derecho, visto desde el justiciable, quien podía argumentar sentirse desaforado.

Los pleitos que dan cuenta de entrecruzamientos jurisdiccionales no son los me-nos. En ellos se aprecia la colisión no sólo de las justicias eclesiástica, señorial o regia entre sí por invadir unas a otras su ámbito jurisdiccional, sino también el enfrenta-miento entre agentes ejecutores de la justicia real. Tomemos un ejemplo: los alcaldes de la Hermandad podían entender solamente sobre hurtos y daños de bienes muebles y sobre robo o violación de mujeres (que no fueran “mundanas”); también sobre asaltos en los caminos, muertes y heridas, siempre que se tratara de lugares despoblados (léa-se: menos de treinta vecinos). Sin embargo, esta limitación no operaba si la cuestión

7 La presente afirmación, como otras que se expresan en esta introducción, haciendo referencia a aspec-tos de la práctica procesal o a las actitudes de diversos agentes sociales, salvo que se especifique otra procedencia, las expreso basándome en la lectura minuciosa que he realizado de más de seiscientos procesos judiciales, cartas ejecutorias y relaciones de causas, que se conservan en el Archivo General de Simancas y, particularmente, en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.

8 PÉREZ-PRENDES, José M. “El Tribunal eclesiástico (sobre el aforamiento y la estructura de la Curia diocesana de justicia)”, en MARTÍNEZ RUIZ, Enrique y PAZZIS PI, Magdalena –coordinadores– Ins-tituciones de la España Moderna. 1 Las jurisdicciones, Actas Editorial, Madrid, 1996, p. 144.

9 PÉREZ-PRENDES, José M. “El Tribunal eclesiástico…”, cit.

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afectaba a cualquier miembro de la Hermandad o a sus familiares, situaciones en las cuales se los facultaba para entender tanto sobre casos civiles como criminales. De igual modo, podían intervenir en todos los delitos que se cometieran en la villa donde sesionara la Junta de la Hermandad. Como es de imaginar, en la práctica, esto daba lugar a un sinfín de choques con alcaldes ordinarios o con corregidores.

Las probables superposiciones no acababan allí. Como muy bien señala António M. Hespanha,10 los documentos guardan vestigios de la fuerte presencia de una jus-ticia oral. Una justicia lega (o incluso “iletrada”), una “infrajusticia” como también se la ha denominado,11 que no ha dejado más rastros que referencias tangenciales en los procesos escritos. Se trataba de una justicia que atendía a un orden jurídico alter-nativo. Quienes juzgaban, por lo general, no eran oficiales de carrera sino personas honorables de la notabilidad local, escogidas por su prestigio y no por su cualificación técnica. Su profundo conocimiento sobre lo justo y lo injusto, entendido desde la costumbre local, no era fácilmente reemplazable. Estos “jueces árbitros” o “jueces de avenencia” eran escogidos de común acuerdo entre las partes; podían actuar “como si fuesen jueces ordinarios” y emitir su “juicio afinado según los méritos del pleito”, es decir, seguían aunque por vía oral, el derrotero de un proceso. Pero también estaban los llamados “amigables componedores”, quienes “por su buen albedrío” buscaban “librar la contienda” sin llegar al pleito.12 Esta justicia lega apuntaba a lograr el con-senso entre los contendientes; buscaba evitar la derrota irremediable y definitiva de alguna de las partes, tratando de que ambas sacrificaran algo, procurando, de esa ma-nera, mantener un equilibrio estable.13 De todos modos, si bien el juez árbitro interve-nía por acuerdo de las partes, no era extraño que una de ellas en un primer momento lo aceptara, pero luego, mientras aún se debatía el litigio, se presentara ante el corregidor o ante el alcalde, con lo cual se producían dos sentencias superpuestas. He encontrado varios casos que dan cuenta de este tipo de situaciones y gracias a estas apelaciones tenemos una referencia escrita de la intervención oral del juez de avenencia.

Cabe señalar que mientras se sostuvo la presencia de minorías religiosas, tanto la comunidad judía como la musulmana contaban con sus propios jueces con capacidad para dirimir cuestiones internas. Podían estos conocer tanto en el orden civil como en el criminal, aunque a partir de último cuarto del siglo XV se tendió a que sus facul-tades se limitasen a casos de justicia civil. La vía formal de las apelaciones conducía primero al juez mayor de cada comunidad y luego a la Real Audiencia o al Consejo Real. Sin embargo, los pleiteantes, al igual que sucedía con los cristianos, recurrían

10 HESPANHA, António M. La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, p. 21.

11 MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás “El peso de la infrajudicialidad en el control del crimen durante la Edad Moderna”, en Estudis, 2002, pp. 43-75.

12 Todas las expresiones entrecomilladas de este párrafo han sido tomadas de la obra de Hugo de Celso, ya citada.

13 HESPANHA, António M. La gracia del derecho…, cit., p. 37.

Introducción 19

al tribunal que mejor se adecuara a sus intereses.14 Por lo tanto, no se circunscribían a los jueces de su propia comunidad, produciéndose también aquí superposiciones jurisdiccionales y no pocas veces, la constitución de causas paralelas.

Como veremos a continuación, las superposiciones afectaban también a los más altos tribunales del reino. Desde el momento de su constitución,15 la Audiencia repre-sentó la persona del rey; en consecuencia, las decisiones de los oidores, adoptadas colegiadamente, devenían inapelables. La institución gozaba de una consideración unitaria, aunque cada nombre que la refería comportaba una precisa significación: Audiencia, tribunal superior real; Chancillería, custodia del sello y Corte, para ma-nifestar la preeminencia que la presencia regia, simbolizada en el sello, le confería a la primera. En su origen, fue solo la Chancillería de Valladolid cuyo ámbito juris-diccional era coincidente con la jurisdicción del rey y del Consejo Real. En 1494 se desdoblaría con la creación de la Chancillería de Ciudad Real, más tarde trasladada a Granada. A partir del siglo XVI se crearían nuevas Audiencias, con espacios jurisdic-cionales más acotados –esto era así en el espacio europeo, no así en América, donde la magnitud del territorio haría que cada institución atendiera ámbitos más vastos– y grados competenciales diversos, pero cuya cobertura permitía una mayor cercanía con los máximos tribunales de la justicia real.

En primera instancia las Audiencias y Chancillerías conocían fundamentalmente de los denominados “casos de cortes”, que se dirimían entre partes. Asimismo, se hallaban facultadas para entender en pleitos originados en el lugar donde residían hasta cinco leguas alrededor (rastro), en concurrencia con las justicias ordinarias lo-cales. En grado de apelación, atendían a todas aquellas interpuestas contra sentencias dictadas por cualquier juez, ya fuera ordinario como delegado. Por ser jurisdicción real, también eran competentes para el conocimiento de las apelaciones de lugares de señorío, como ha sido señalado.

El funcionamiento de la institución carecía de una formalidad plena. Era difícil lograr que presidente y oidores asistieran con asiduidad a la Audiencia. Tampoco se respetaba la renovación prescripta; los nombramientos no se hacían mediante elec-ción anual según rezaban las disposiciones y cuando ésta se llevaba a cabo, muchas veces recaía en las mismas personas, lo que a menudo suponía la perpetuidad en el cargo. A esto debe añadirse la presencia de oidores sin quitación (oidores de honor),

14 He abordado esta cuestión en: CASELLI, Elisa “La administración de justicia y la vida cotidiana. Judíos y cristianos en el ámbito jurisdiccional de la Corona de Castilla (siglo XV)”, en Historia Social, núm. 62, 2008.

15 Si bien la Audiencia había sido mencionada con anterioridad –han sido hallados documentos que ha-blan de “los oidores de la Audiencia del rey” pertenecientes a la primera mitad del siglo XIV– fue recién en las disposiciones surgidas de las Cortes de Toro de 1369 y de 1371 cuando se establecieron y precisaron los propósitos para su existencia. Cfr. DÍAZ MARTÍN, Luis V. Los orígenes de la Audiencia Real castellana, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1997, p. 20.

20 Autoridades y prácticas judiciales...

a los cuales se les permitía, mientras se les enseñaba el oficio, actuar como abogados; obviamente, con frecuencia lo hacían en pleitos sobre los cuales luego fallarían como jueces.16 Todas estas irregularidades iban acompasadas por los juegos de alianzas de grupos que disputaban su supremacía en las relaciones de poder político (locales y supralocales) y cuya trama excedía, como era lógico, el marco de la institución.

Citemos un ejemplo: el doctor García Gómez de Castro era catedrático de la Universidad de Valladolid y en mayo de 1492 fue designado oidor. Sin embargo, hemos hallado un pleito del año 1489 (en el que se enfrenta con otro vecino por una propiedad) donde ya aparece mencionado como “oidor de la Real Audiencia”, haciendo valer su calidad en tanto tal.17 Es probable que por entonces solo fungiera como “oidor sin quitación”, no obstante, es evidente que gozaba de las prerrogativas del cargo e incluso hemos encontrado una sentencia con su firma, cuando todavía no se hallaba facultado para hacerlo, pues la misma está fechada en febrero de 1492, es decir, antecede en tres meses a su nombramiento formal.18 En marzo de ese mismo año se produjo una destitución masiva de presidente y oidores (que no alcanza a Gómez de Castro, pues aún no había sido designado); no existe ningún documento oficial que indique las causas de la remoción, solo se sabe de la misma por crónicas y por la constatación realizada sobre las firmas de las ejecutorias. Según Garriga, esto se enmarcaría en un proceso de sucesivos intentos de control de la Chancillería por parte de los Reyes, quienes procuraban, sin éxito, que sus oficiales cumplieran las normas a ellos atinentes.19 Es probable que ese haya sido el propósito de los monarcas. Sin embargo, de acuerdo a estos documentos que hemos hallado, es más factible que la causa de esta remoción general estuviera vinculada con enfrentamientos, corporativos e incluso personales, imperantes en el nivel local. Uno de los oidores de la nueva plantilla será precisamente García Gómez de Castro, entonces sí investido de modo formal. Existían choques permanentes entre los miembros del tribunal y los integran-tes del claustro universitario vallisoletano debidos a que los primeros se arrogaban el derecho de intervenir en la asignación de cargos en la Universidad. Diversos pleitos por la nominación de cátedras y del cargo de director de la Universidad, uno de los cuales involucra de modo directo a nuestro personaje, revelan un mar de fondo que siembra dudas sobre cualquier interpretación que pudiéramos ensayar aquí acerca de las verdaderas razones de esa exoneración masiva, pero que ilustran muy bien los enfrentamientos y las alianzas circunstanciales que atravesaban la institución.

Con relación al Consejo Real (también integrado imperativamente por un núme-ro mínimo de prelados), debemos decir que sus atribuciones no diferían radicalmente

16 VARONA GARCIA, María A. La Chancillería de Valladolid en el reinado de los Reyes Católicos, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1981, p. 47.

17 ARCHV. RE. 1489-25-28.18 ARCHV. RE. 1492-43-27.19 GARRIGA, Carlos La Audiencia y las Chancillerías castellanas (1371-1525), Centro de Estudios

Constitucionales, Madrid, 1994, pp. 144-145.

Introducción 21

de las asignadas a la Audiencia y Chancillería, ocasionando superposición de jurisdic-ciones y de competencias en el interior de la propia justicia real. En sus orígenes no se definían para el Consejo facultades específicas para administrar justicia pero, como ya hemos señalado, en tanto esa era una tarea de gobierno, es obvio que las tenía. Durante el reinado de los Reyes Católicos se produjeron cambios trascendentales en diversos ámbitos, pero muy especialmente en el terreno de la justicia. Se le otorgaron al Conse-jo amplias facultades judiciales, permitiéndole conocer prácticamente sobre cualquier pleito –con lo cual se ubicaba a la institución en el mismo grado jurisdiccional que la Chancillería– y se le concedía un extenso margen discrecional para firmar cartas y provisiones en nombre de los Reyes.

Los litigantes acudían al Consejo, en la mayoría de los casos, para obtener una carta de emplazamiento destinada a la parte contraria, en la cual se le ordenase a ésta modificar su actitud con relación al punto de conflicto o se le exigiese una reparación por un acto cometido. O bien se podía solicitar un amparo o medida cautelar ante la posible acción del adversario (para mencionar los casos más comunes). En la práctica esto conllevaba a que la institución conociera sobre infinidad de litigios, aunque no siempre se desarrollaran de manera procesal. Por lo general, la vía del expediente se convirtió en el cauce característico para la tramitación de pleitos ante el Consejo.20 Algunas veces enviaba jueces comisionados para entender sobre un asunto particular, pero no necesariamente ocurría de este modo, pues según se indicaba en 1480, el Con-sejo se encontraba autorizado para expedirse en causas tanto civiles como criminales sin necesidad de “hacer de ellas comisión” y “sin figura de juicio”, simplemente, “una vez sabida la verdad” podían determinar y dictar sentencias, de las cuales no cabía otro recurso que la suplicación (nombre que recibía la apelación a una sentencia dada por los tribunales reales).21

La capacidad de la Audiencia y Chancillería y del Consejo Real para atender sobre casos similares devenía, como es obvio, de una falta de precisión en las defini-ciones de sus áreas de competencias y derivaba en una superposición constante en el desenvolvimiento de la actividad judicial. Uno de los problemas más serios que esta superposición ocasionaba era la emisión de cartas reales que determinaban sobre un mismo litigio de manera contradictoria –recordemos que tanto el Consejo como la Chancillería firmaban con el sello real. En el transcurso de nuestra investigación he-mos encontrado en infinidad de oportunidades situaciones de esta naturaleza. Durante el desarrollo de un proceso judicial tramitado ante la Audiencia, una de la partes podía presentar una petición ante el Consejo y así obtener una carta intimando a la parte adversa u ordenando la ejecución de un procedimiento a la justicia local. Acabado el

20 CALDERÓN ORTEGA, José M. “La justicia en Castilla y León durante la Edad Media”, en AA.VV. La administración de justicia en la Historia de España. Actas de las III jornadas de Castilla-La Man-cha sobre investigación en archivos, Junta de Comunidades Castilla-La Mancha, Guadalajara, 1997.

21 Cortes de Toledo de 1480, ítem 26.

22 Autoridades y prácticas judiciales...

proceso, los oidores pronunciaban su fallo y expedían una carta ejecutoria sobre el mismo asunto, que no siempre ni necesariamente sería coincidente con aquella emiti-da por el Consejo, aunque ambas comenzaran con la idéntica leyenda y las dos fueran portadoras del sello real. También podía ocurrir a la inversa, es decir, que primero se acudiera al Consejo y luego a la Audiencia, dando lugar, en uno u otro caso a la posi-ble emisión de fallos superpuestos.

Como decíamos, estas órdenes contradictorias se formulaban ambas en nombre de los Reyes. En incontables oportunidades he hallado cartas y sobrecartas insistiendo sobre una cuestión que a todas luces no se cumplía y la razón de esa falta de cumpli-miento se encontraba en el acatamiento de otro mandamiento emitido también por orden real. Está claro que ante dos mandatos contrapuestos, solo se podía cumplir con uno de ellos, aunque formalmente, en tanto se trataba de órdenes reales, se declarara obedecer a ambos. Los Reyes no eran ajenos a esta situación. Desde hacía tiempo el tema era discutido en Cortes y periódicamente se legislaba con la intención de impedir que cartas emanadas del propio seno de la monarquía entorpecieran el funcionamiento de sus más altos tribunales. Vale incluir aquí una aclaración sustancial y es que me estoy refiriendo a cartas que afectan a procesos judiciales entre particulares y no a aquellas que se consideraba atentaban contra los fueros o costumbres locales, en cuyo caso, la existencia de reclamos en Cortes es muy anterior y es un tema que ha sido ya muy bien estudiado. La primera manifestación clara en el sentido aquí aludido la hallamos en las Cortes de Burgos de 1453. En su ítem 17 se denuncian las actitudes de aquellos que, con algún pretexto, consiguen cartas con firma real para ser sobreseídos en algún proceso o bien para sacar el pleito de la Chancillería o de las justicias ordi-narias ante las cuales está pendiente, con el evidente propósito de tratarlo ante jueces que les resulten más favorables. Agrega que tales cartas “sean obedecidas y no cum-plidas no embargante cualesquier palabras que contengan”. Como vemos, la conocida expresión obedézcase pero no se cumpla alcanzaba también, como la norma señala: a los “negocios entre particulares”. La ley prosigue advirtiendo a los escribanos o secre-tarios que no permitan que tales cartas y provisiones pasen, so pena de la privación de sus oficios. Esta disposición se reitera con textos casi idénticos en las Cortes de Toledo de 1462, de Salamanca de 1475, de Burgos de 1515, de Valladolid de 1523 y en las de Madrid de 1528 y de 1534. Y sería recuperada, incluso con mayores precisiones, en la Novísima Recopilación de las Leyes de España de 1805.22

Se procuraba impedir la emisión de cartas “contra derecho”, como también se las llamaba –entiéndase contra el derecho de una de las partes. Una medida del año 1480 buscaba restringir en los tribunales la presencia de abogados o personas ajenas a los mismos para evitar su influencia en este sentido. Aclara que si algunos caballeros tuvieran necesidad de ingresar al recinto para tratar sus asuntos, que luego salgan y “no oigan otros negocios ni libren nuestras cartas”, aunque si estos eran “arzobispos

22 Libro III, Título IV, Leyes IV a VII.

Introducción 23

o obispos o duques o condes o marqueses o maestres de Ordenes, porque éstos son del nuestro consejo por razón del título, queremos que puedan estar en el nuestro consejo cuando ellos quisieren”.23 La elocuencia de la cita casi exime de cualquier comentario… Durante este período sin dudas se fortaleció la institución monárquica, sin embargo, como este solo aspecto de la gestión del gobierno lo muestra, este for-talecimiento de ningún modo implicaba la ausencia de clero y nobleza; muy por el contrario, estos tenían (e iban a seguir teniendo) una clara injerencia en los espacios de toma de decisiones. Debemos agregar que las reiteraciones de disposiciones seme-jantes y muy especialmente, la constatación que hemos realizado de cartas libradas contra algunas de las partes litigantes de un proceso judicial en curso, evidencian el incumplimiento de esta medida.

La pregunta obligada es ¿quiénes se encontraban, efectivamente, detrás de la firma de esas cartas reales? Por supuesto que no se trataba solo de las personas de confianza de los Reyes, ni de aquellos que por “razón de su título” podían ejercer su influencia. Redes clientelares, parentales, amistades o enemistades, alianzas o rivali-dades, siempre contingentes, conformaban una trama vincular de servicios y contra-prestaciones asimétricas, que incidían de una manera u otra en la gestión de la justicia. Estos vínculos, per se aleatorios, se modificaban, asimismo, por el desplazamiento de los agentes –quienes en la mayoría de los casos hacían una verdadera carrera dentro de la administración. Cuando afirmo esto no me estoy refiriendo solamente a los más altos tribunales reales, sino al conjunto de los administradores de la justicia real. Y quizás debería decir justicia a secas, pues no olvidemos que la aludida presencia de nobles y obispos no significaba solo la posibilidad de ejercer influencia, sino que estos y sus vasallos también hacían justicia en sus respectivas jurisdicciones y al mismo tiempo, no pocas veces, firmaban en el Consejo Real o en Chancillerías; con lo cual estos caballeros y prelados se encontraban, a menudo, actuando como jueces en la jurisdicción señorial y en la regia al mismo tiempo –el caso del Condestable es un ejemplo clarísimo de esto.

En medio de conflictos jurisdiccionales, navegando entre usos y costumbres y ordenamientos generales, cada agente desempañaba su oficio velando por el bien co-mún, pero cuidando también el suyo personal. Sin desatender a quienes se debía por los favores recibidos, iba tratando de incrementar su propia capacidad, simbólica y material, para lograr un mejor posicionamiento en trama relacional o lo que es lo mis-mo, para ubicarse mejor en las relaciones de poder. Sobre este complejo entramado, atravesado por negociaciones permanentes, descansaba y se gestionaba el gobierno de la monarquía. En cada oficio judicial se conjugaban un costado público, el de administrar justicia en nombre del rey y con ello hacerse partícipe de la gestión de la monarquía misma; y un costado privado, la optimización del beneficio particular. Ambos inseparables e imprescindibles para su mutua supervivencia.

23 Cortes de Toledo de 1480, ítem 32.

24 Autoridades y prácticas judiciales...

“Los jueces son en lugar del rey y las armas del juez son la voz del rey…”. Así lo expresaba Hugo de Celso, en la obra que ya hemos mencionado. Para ser temidos, los magistrados no necesitaban más armas que la voz del rey que se expresaba a través de la justicia que ellos impartían. De los jueces se esperaba que “sean leales e de buena fama e sin mala codicia e que tengan sabiduría para juzgar los pleitos derechamente [...] e buena palabra e sobre todo que teman a Dios…”.24 Claro que las expectativas no siempre se cumplían. Aquellos hombres estaban encargados de impartir, en pala-bras de Montalvo, “la más alta de las virtudes”: la justicia. Pero, como en todos los oficios (y casi podríamos decir, como en todos los órdenes de la vida), había quienes respondían cabalmente a su misión, quienes lo intentaban y quienes sólo buscaban su propio beneficio.

En todo el ámbito castellano, cada juez sabía que la autoridad de su juicio deri-vaba de una mención real era, por lo tanto, perfectamente conciente de que cualquier acto suyo hacía a la gestión de la monarquía. Pero, al mismo tiempo, cada juez era, asimismo, gestor de su propio cargo. En este punto reside, a mi juicio, una de las ca-racterísticas más específicas de la administración de justicia durante el Antiguo Régi-men. Todo agente (jueces, notarios, fiscales…), en cada decisión tomada en la práctica judicial, asumía un acto que atendía en sí mismo a un aspecto público y a otro privado, dentro de un espectro bastante amplio de maniobras posibles. Los márgenes para esas maniobras eran tan flexibles como la capacidad y ductilidad que poseyera para llevar adelante su cometido. En esta doble misión, los menos hábiles (o quizás menos discre-tos e inescrupulosos) a menudo infringían las normas, acometían con “exorbitancias” (en términos de la época) y provocaban el descontento y las quejas que con frecuencia llegaban a Cortes. Los reclamos por prevaricación y cohecho inundan las peticiones y, por ende, las ordenanzas de estos años. Sin embargo, el accionar de los agentes de justicia y los reclamos de procuradores, formaba parte de un engranaje de negocia-ciones. Unos y otros conformaban redes de poder, que a nivel local se enfrentaban en luchas banderizas. Las quejas provenían de aquellos que, circunstancialmente, veían sus intereses más afectados y lograban hacerse oír. Pero podía ocurrir que al año si-guiente la situación local se revirtiera y aquellos que ayer se quejaban ahora pasaban a tener en sus manos el ejercicio de impartir justicia, acometiendo a sus rivales con los mismos atropellos por ellos denunciados. En otras palabras, eran las avenencias y componendas propias de esa particular forma de poder político.

Unas líneas más arriba hemos hablado de la gestión del propio oficio. Volvamos a este punto. La normativa establecía los mecanismos de designación de jueces y ofi-ciales, como así también sus respectivos salarios y quién debía solventar los mismos. Para las designaciones se debían considerar, además de la edad, determinados requi-sitos físicos (la ceguera, la sordera o la insania mental, entre otras, eran incapacidades que impedían el acceso a estos cargos), éticos (ser hombres probos, íntegros y demás

24 Partida III, Título IV, Ley III.

Introducción 25

virtudes como las señaladas anteriormente) y sociológicos (exigencia de orden sacro para ciertos cargos, limpieza de sangre y por supuesto, ser buen cristiano, con lo cual los excomulgados quedaban excluidos, como asimismo, los de oficios viles). Tampo-co podían ser “naturales” del lugar, ya las Partidas señalaban “como sacrilegio” que alguien pudiera “ganar oficio de juzgador u otro cualquiera en aquella tierra donde es natural”, pues eso haría poner en dudas su imparcialidad,25 aunque como es sabido esto pocas veces se respetaba.

En tanto nos estamos refiriendo a la justicia regia, debemos señalar que, ya fuera por decisión directa o bien a través de quienes se hallaban facultados para hacerlo, los nombramientos dependían del Rey. De manera extremadamente sucinta, en líneas generales podemos decir que los cargos de los máximos tribunales, ya fueran Alcal-des de Casa y Corte, jueces del Consejo Real u oidores de la Audiencia o alcaldes de Corte y Chancillerías, eran proveídos directamente por el monarca. Del mismo modo, procedían de una designación directa real el cargo de corregidor (y de éste dependía la designación de su lugarteniente), aunque la ley indicaba que solo debía ser nombrado si la ciudad, villa o lugar así lo solicitaba. Por el contrario, los alcaldes ordinarios eran elegidos (a través de distintos mecanismos según las épocas) por las ciudades y villas, y esta decisión debía ser propuesta al Rey para su confirmación. Algo similar sucedía con los alcaldes de la Hermandad o los alcaldes de merinos o adelantados. Ahora bien, una vez obtenido el nombramiento real, a través de diversos artilugios, estos cargos se enajenaban, se transferían (lo más común era mediante la renuncia con propuesta del sucesor) o se alquilaban, como si se tratara de cualquier otro bien, aunque sobraban las disposiciones que condenaban estos traspasos.26 En las Cortes de Burgos de 1453 (ítem 16) la queja es generalizada: “corregidores, alcaldes, alguaciles, merinos [...] arriendan los dichos oficios”; lo cual iba “en deservicio” de la monarquía e implicaba un “gran daño” a las ciudades, pues los arrendatarios no eran personas hábiles para desempeñarlos y, además, cometían graves abusos. En la obra de Hugo de Celso, ya mencionada, cuando se hace referencia a “aloguero o alquilado”, se incluyen los car-gos de jueces, alcaldes y abogados, y se especifican, para el caso de fallecimiento, las condiciones bajo las cuales los herederos podían continuar con el alquiler.

Pero este carácter privado de los oficios no se expresaba solamente en la posi-bilidad de su arrendamiento. Además de los beneficios por exenciones tributarias, derechos de aposentamiento y consideraciones honoríficas, los jueces y oficiales de justicia, en general, contaban con los ingresos provenientes de su salario o quitación, de los aranceles por cada acto procesal, del décimo de las ejecuciones y de la parti-cipación proporcional en las penas materiales destinadas al acusador cuando éste no

25 Partida I, Título XVIII, Ley XI.26 Este vasto tema, que escapa a los propósitos de esta introducción, ha recibido ya un amplísimo y

excelente tratamiento. Basta con recordar los clásicos trabajos de Francisco Tomás y Valiente o de Benjamín González Alonso; y más recientemente, los estudios de Inés Gómez González y de Francisco Andújar Castillo, por mencionar solo algunos ejemplos.

26 Autoridades y prácticas judiciales...

existía y se actuaba de oficio. Como contrapartida, por una mala actuación en primera instancia un juez podía ser condenado en instancias de apelación con las costas del juicio. Los jueces y oficiales de justicia tenían en sus manos gestionar la optimización de sus recursos, pero también podían ser condenados a pagar de su bolsillo las costas ocasionadas por sus errores o por sus abusos. Estos dos aspectos, que podrían ser vis-tos como las dos caras de una misma moneda, hacían a la gestión privada del oficio. Su prolongada existencia –sucumbieron recién a la luz del constitucionalismo deci-monónico– y su incidencia en la administración cotidiana hace que deban incluirse entre las características más destacables de la justicia de Antiguo Régimen.

Los procesos cuya sentencia en apelación incluye una condena al juez de primera instancia por haber actuado mal son, en verdad, copiosos. Lo más frecuente era la condenación de costas (que a veces contemplaban las realizadas en primera instancia y en apelación), acompañada, según se trate, de un embargo del salario del juez. En las causas criminales también podía sumarse otra pena, como la de suspensión del oficio o incluso el destierro. Estos castigos, previstos por la ley aunque sin demasiada especificación, buscaban moderar las conductas abusivas de muchos jueces cuando, a la hora de dictar sentencia, pensaban más en su bolsillo que en la ejemplaridad de la pena que debían aplicar. El interrogante que surge aquí es axiomático: ¿qué sucedía con estas sentencias dictadas contra jueces por el mal desempeño de su oficio? A pesar de que las leyes expresaran lo contrario, los alcaldes o corregidores trababan vínculos personales en las ciudades donde ejercían su oficio, adquiriendo con ello un importan-te peso en las relaciones de poder locales. Por lo tanto, no es fácil saber si esos fallos en su contra alcanzaban cumplimiento, la cuestión dependía también de quién hubiera sido el acusador o demandante que obtenía el dictamen favorable. Amén de los casos donde el juez condenado ejercía su justicia en la órbita eclesiástica o señorial, en cuyo caso, todo pasaba a depender de la reciedumbre del manto protector que podía o no ofrecer su señor. De todos modos, me inclino a pensar que no se actuaba por mero afán. Si esas peticiones se realizaban era porque se suponía que alguna compensación o resarcimiento podía recibirse; porque la reparación a un daño sufrido por jueces que hacían un mal uso de su oficio era esperable. La prueba es que este tipo de denuncias perduraron en el tiempo y eran una práctica corriente en la Península al menos hasta los siglos XVII y XVIII, como muy bien lo muestran los trabajos de Tomás Mante-cón.27

Los abusos y “negligencias” cometidas por ciertos magistrados tenían una re-lación directa con las diversas vías que podían seguir para optimizar sus ingresos o dicho de otro modo, hacer rendir mejor su oficio. Sin embargo, cabe señalar que, aunque resulte paradójico, esto no siempre ni necesariamente se hallaba reñido con la

27 MANTECON MOVELLÁN, Tomás “El mal uso de la justicia en la Castilla del siglo XVII”, en FOR-TEA, José; GELABERT, Juan y MANTECON, Tomás –editores– Furor et rabies. Violencia, conflicto y marginación en la Edad Moderna, Universidad de Cantabria, Santander, 2002.

Introducción 27

buena administración de justicia, todo dependía, claro está, de las extralimitaciones y de la catadura moral de cada juez o cada oficial de justicia.

No es posible explicar aquí con detenimiento las maneras en que percibían su salario los jueces y oficiales de la justicia. De manera muy somera, podría decirse que los salarios de los jueces y oficiales de los más altos tribunales se pagaban con libra-mientos emitidos sobre las percepciones que de las rentas reales realizaban arrendata-rios y recaudadores privados dispersos en el conjunto del reino. Esto podía significar que a un agente se le pagara con una libranza sobre un lugar no coincidente con aquel donde éste desempeñaba su oficio, dependiendo de su buena estrella que lograra hacer efectivo su sueldo –incluso corría a su cargo entablar una demanda al recaudador si éste le daba un monto inferior o si directamente se negaba a pagarle. El resto de los oficiales (escribanos, relatores, registradores, contadores, chancilleres, porteros…) cobraba de acuerdo a lo actuado siguiendo una tabla de aranceles establecidos. En el nivel local, los jueces (alcaldes mayores, alcaldes ordinarios, corregidores) percibían un salario que debía ser afrontado por las ciudades –estas erogaciones se cubrían afectando a los propios o estableciendo derramas especiales sobre los pecheros. Co-braban, además, una serie de derechos arancelarios, pero de una ínfima envergadura. Debido a las dificultades de las ciudades para asumir el costo, en la composición del ingreso tenían una mayor incidencia los recursos derivados de las actuaciones judi-ciales. Así, estos agentes debían agudizar su ingenio para hacer que su oficio fuera rentable. Desde ya que la parte más relevante provenía, sin lugar a dudas, de las penas pecuniarias. No existía homogeneidad en lo estipulado para la destinación de éstas; la porción que iba asignada al juez actuante variaba según el delito. La distribución podía ser: un tercio para la Cámara Real, un tercio para el juez y un tercio para el acusador; o bien, un tercio a repartir entre el juez y el acusador y dos tercios para la Cámara. Si la consumación del delito comprendía una falta religiosa o había afectado un bien común se destinaba un tercio para la fábrica de la iglesia, para una obra pía o para la ciudad, según se tratase, otro tercio para la Cámara y el tercio restante para el juez. Otros casos contemplan una división por mitades: una para la Cámara y la otra se subdividía entre el juez y el acusador, por partes iguales. Cuando no existía parte acusadora y el juez actuaba por oficio, sumaba en su haber la porción que le hubiera correspondido al delator –esto está indicado así en todos los casos y se mantuvo casi sin modificaciones hasta la Novísima Recopilación de 1805.

Sobre el último punto hay algo que las leyes repiten hasta el cansancio: la divi-sión y asignación de las penas solo podía realizarse una vez que se hubiera dictado sentencia, es decir, sobre bienes confiscados mediante un fallo judicial y no sobre bienes preventivamente secuestrados. Cuando el juez se hubiera pronunciado, recién entonces y nunca antes, podía procederse a la realización de los bienes, generalmente mediante remate público. Sin embargo, los procesos dan cuenta de que en infinidad de ocasiones los oficiales se dirigían desde la vivienda donde habían tomado los bienes a la plaza para realizar la subasta; es decir, se pasaba, sin dilación, del secuestro a la

28 Autoridades y prácticas judiciales...

venta en almoneda. Y llegamos aquí a otro de los recursos importantes para los oficia-les de justicia: el diezmo de ejecución. En efecto, el alguacil, alcalde o quien tuviera a su cargo ejecutar los bienes, llevaba para sí un diez por ciento del monto obtenido en el remate. Otra disposición que también se reitera en innumerables oportunidades es la que advierte que ningún juez pueda imponer penas destinadas a la Cámara, con la intención oculta de llevarlas para sí. He hallado no pocos casos en los cuales los bienes que un tercero había adquirido en un remate, pasaban misteriosamente a manos del alcalde (nada nuevo bajo el sol…!). Huelga señalar que las disposiciones conde-naban el soborno, bajo cualquier forma que éste pudiera adoptar y toda “actividad lu-crativa” reñida con la ley, como la emisión de documentos falsificados. Sin embargo, los pagos clandestinos existían y como bien dice Richard Kagan,28 su importancia no debe ser subestimada.

La manera en que los jueces percibían su salario –o mejor dicho, los medios a través de los cuales lo procuraban para sí– constituye un elemento central a la hora de analizar las disputas jurisdiccionales. Si los litigantes trataban que la causa se trami-tara ante el juez que, suponían, resultaría más favorable a sus intereses, los jueces no desdeñaban la posibilidad de atender el caso, y más aún si la envergadura del pleito era considerable, aunque éste escapara de su área competencial, pues allí abrevaban sus medios de subsistencia.

La capacidad de los jueces y el conocimiento de los pleiteantes entraban en juego en ese tablero de jurisdicciones superpuestas. Además de la ostentación de honores y beneficios simbólicos, en tanto correspondían a su cargo tareas de gobierno (y, por ende, de decisión en la asignación de recursos económicos), ser juez implicaba una clara participación en las relaciones de poder. En este marco, las resoluciones tomadas en el ejercicio de su oficio no eran ajenas a esa trama relacional y como consecuencia, tampoco descuidaban la calidad de los pleiteantes. Estos, por su parte, conocían (o intuían muy bien) el entramado político, y algunas veces también el acervo jurídico disponible. Y esta afirmación es válida no sólo para quienes provenían de los esta-mentos más elevados de la sociedad, sino asimismo para aquellos considerados “mi-serables personas” a quienes se les asignaba un abogado de los estrados. Incluso las mujeres, cuya autonomía para actuar ante la justicia se veía condicionada por celosas restricciones, hacían lucir con frecuencia su conocimiento de las leyes; lo cual no deja de ser un aspecto digno de ser señalado –como los son también las conductas re-sueltas y hasta intrépidas que no pocas de ellas exhibían. En el momento de presentar una demanda o una denuncia criminal, cada una de las partes en conflicto ponderaba no sólo que juez podría ser más beneficioso, sino también aquél que fuera capaz de ejercer una mayor presión sobre su oponente, para obligarlo a aceptar o negociar un

28 KAGAN, Richard Pleitos y pleiteantes en Castilla. 1500-1700, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1991 [1ª. edición en inglés: 1981], pp. 60-61.

Introducción 29

determinado acuerdo, o en caso de que se arribara a una sentencia, que contara con la fuerza necesaria como para llevarla a efectivo cumplimiento.

Tal vez, el relato de un caso concreto29 ilustre mejor que mis palabras las es-trategias y superposiciones a las que me he estado refiriendo. Una mañana, un judío vecino del lugar de Villadiego descubrió que su mula había desaparecido del establo. Al sospechar que el ladrón había sido un clérigo, se presentó sin dilaciones ante el vicario en la villa. No conforme con esto, realizó asimismo una gestión directa ante el obispo de Burgos. Con el visto bueno del obispo, el vicario secuestró y ejecutó bienes del clérigo por la suma de 18.000 maravedíes, cifra en que fue estimado el valor de la mula; y previa deducción de su salario, le pagó al judío.

Por su parte, el clérigo recurrió ante don Iñigo de Velasco, señor de Villadiego y solicitó que la causa fuera tratada por los alcaldes del señorío. Estos realizaron su pro-pia pesquisa, cuyos resultados enviaron a don Iñigo. Es decir, se iniciaron dos causas paralelas, una señorial y otra eclesiástica. Ahora bien, probablemente enterado de la intervención del obispo y tratándose de una denuncia sobre un miembro de la Iglesia, don Iñigo se mostraba reticente a pronunciarse sobre el particular. Así las cosas, el clérigo acudió entonces a los oidores de la Real Audiencia solicitando se intimase a don Iñigo a que dictara sentencia o bien que remitiera el proceso a ese tribunal.30 Finalmente, la causa iniciada ante en el señorío llegó por vía de remisión a la Audien-cia. Mientras tanto, de la sentencia adversa pronunciada por el obispo de Burgos, el clérigo solicitó el recurso de apelación para proseguir la causa ante el Sumo Pontífice (luego nos enteraremos de que no continuó por esta vía y la misma fue considerada desierta).

Ante los oidores, ambas partes discutieron sobre la competencia que sobre el caso tenía el máximo tribunal del reino. El procurador del clérigo insistió en la inocen-cia de su defendido, en la parcialidad del juez eclesiástico por enemistades y enfrenta-mientos en el interior de la iglesia y denunció que el remate se había llevado a cabo sin esperar los resultados de la pesquisa, por ende era necesario que el conocimiento de la causa pasara a la Audiencia. Por su parte, el procurador del judío respondió diciendo que, “con la reverencia que debía”, los oidores no “eran jueces para conocer en dicha causa”; puesto que la misma había sido tratada ante el obispo de Burgos y que por el fallo que éste había dado era “cosa juzgada”. En cuanto a la ejecución de los bienes, afirmaba que la habían realizado jueces eclesiásticos competentes “que de la dicha causa podían e debían conocer por ser como era el dicho parte adversa clérigo de orden sacra” y que “no era de creer” que los oidores se “entrometieran” en una causa

29 ARCHV. RE. 1489- 22- 29.30 La ley indicaba que antes de recurrir a los tribunales reales debían agotarse previamente las instancias

dentro de la jurisdicción señorial o bien el peticionante debía justificar que allí sus derechos no estaban garantizados.

30 Autoridades y prácticas judiciales...

después de estar “fenecida e acabada con sentencia” y solicitaba por consiguiente que renunciaran como jueces de la misma.

En el proceso, que es extremadamente largo, salen a relucir escenas muy pinto-rescas. Al clérigo se lo acusa de haber escondido la mula en casa de una mujer, que luego resultó ser su amante. Las declaraciones de las sobrinas y criadas de ésta, así como las deposiciones de otros testigos que discuten sobre los pelos y señas del ani-mal hurtado, son por momentos desopilantes. Los oidores dictaron su sentencia, en ella exoneraron de toda responsabilidad al religioso y ordenaron que le fueran resti-tuidos los bienes rematados, así como que fuera repuesto “en su honra e buena fama”, un fallo que difícilmente haya tenido acatamiento, en especial, lo que a la restitución de bienes se refiere. Pero lo que interesa rescatar aquí, además de la premura del vi-cario en llevar bienes a remate y cobrar su parte, es la recurrencia de los pleiteantes. Aunque parezca el reino del revés, el judío acudió a la justicia eclesiástica y el clérigo a la señorial primero y a la regia después, argumentando ambas partes que lo hacían para respetar la jurisdicción de su adversario..! Es evidente que el judío conocía de las desavenencias dentro de la iglesia y por eso, a pesar de que, en teoría y según el abogado del clérigo, sus intereses hubieran estado mejor defendidos por la justicia real, presentó su denuncia ante la eclesiástica.

La administración de justicia como un acto de gobierno, el accionar de quienes se encontraban encargados de impartirla, las actitudes de los diversos agentes sociales frente a la justicia, la defensa de los fueros y muy especialmente, las disputas jurisdic-cionales (y por lo tanto, políticas), son temas recurrentes en los trabajos que siguen. En su conjunto, ellos muestran que la distancia en tiempo y espacio con relación al esbozo que hemos intentado, si bien le ha dado un cariz particular a esas característi-cas fundamentales de las que hablábamos, no las mutó ni en su esencia ni en su diná-mica. Durante mucho tiempo, la división impuesta entre “España” y “América” por los estudios académicos logró escindir un ámbito que históricamente era uno, el de la Monarquía Hispánica. Por fortuna, está dejando de ser así. Aunque en los organismos de enseñanza las asignaturas continúen presentándose como compartimentos estan-cos, cada vez son más los investigadores o los equipos de investigación que, a través de estudios transversales e interdisciplinarios, hacen que los marcos de discusión pro-puestos coincidan más con la realidad histórica que con las exigencias institucionales. En los espacios donde la presencia de descendientes de los pueblos originarios era mayoritaria los rasgos específicos fueron más acentuados; sin embargo, aun así, la cultura jurídico-política hispánica fue, por razones obvias, predominante.

Si existe un aspecto, además del religioso, donde ese sustrato común se hacía ostensible era en las relaciones políticas en el nivel local, en su vinculación con el poder monárquico y en la administración de justicia, incluida la eclesiástica. De allí las pinceladas que hemos intentado en esta introducción, coloreadas con algún que otro ejemplo; no solo porque (nobleza obliga) es más sensato hablar sobre lo que uno

Introducción 31

conoce, sino porque he considerado que era la oportunidad ideal (que agradezco) para plasmar en papel los puntos de coincidencias de nuestros trabajos, sobre los cuales tantas veces hemos conversado con los autores que participan del presente volumen. Solo me resta invitar al lector a continuar con las páginas que siguen, en la certeza de que la calidad de los artículos aquí reunidos no lo defraudará.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos AiresConformación de facciones y lucha por el poder

en el cabildo porteño (1700-1715)

Carlos María BiroCCo

Atardecía el 27 de marzo de 1712 cuando el licenciado Juan Joseph de Mutiloa y Andueza, alcalde de Casa y Corte, arribó al puerto de Buenos Aires. Había sido enviado por Felipe V para enjuiciar al gobernador Manuel de Velasco y

Tejada, a quien un grupo de vecinos había denunciado por haber emprendido el con-trabando a gran escala con los franceses. El desembarco se llevó a cabo con sigilo: un lanchón lo trajo desde la rada de Montevideo, donde aguardaban los navíos de registro que lo trasladaron al Río de la Plata. Pidió que de inmediato lo condujeran al convento de San Francisco, donde había resuelto alojarse hasta decidir cuáles serían las acciones a seguir. La elección de este sitio era de por sí un gesto político: en sus claustros se hallaba refugiado el capitán Joseph de Arregui, cabecilla de la facción de vecinos que se había opuesto a Velasco desde el Cabildo y había pedido asilo a los franciscanos luego de que éste ordenara encarcelarlo por desacato. La noticia de su arribo pronto llegó a los oídos de otros miembros de la facción opositora, que se apresuraron a acercársele para ponerse bajo sus órdenes.1

Cerca de la medianoche, Mutiloa abandonó el convento e hizo llamar a los al-caldes del Cabildo para hacerles entrega de la Real Cédula por la que Felipe V lo nombraba juez pesquisidor, intimándoles a que la acataran. Luego se presentó en el fuerte, asistido por una partida de soldados, y arrestó al Gobernador. Lo hizo custodiar hasta uno de los navíos que se hallaban en el puerto y dispuso que permaneciera allí hasta que le iniciara juicio. La principal acusación que presentó contra él fue la de haber recibido mercancías del capitán de un navío francés, Monsieur Benac, y haber-las vendido por su cuenta en la tienda de un mercader porteño, Antonio Meléndez de Figueroa.2 También fueron puestos en prisión los oficiales de la Real Hacienda, Diego de Sorarte y Juan Antonio de Anuncibay, acusados de complicidad, y el secretario del gobernador, Francisco Antonio Martínez de Salas. A Meléndez de Figueroa se le ordenó que permaneciera recluido en su casa hasta nueva orden.3

1 Archivo General de la Nación (en adelante, AGN) IX-39-9-8, Copia de diferentes autos que tocan a la recusación hecha a Velasco.

2 Archivo General de Indias (en adelante, AGI) Escribanía de Cámara, 901, Juicio de residencia a Ma-nuel de Velasco y Tejada.

3 AGN, IX-39-9-8, Testimonio de la pesquisa, prisión y embargo de bienes contra Velasco.

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Con la intervención de Mutiloa, el Monarca ponía fin al poder autocrático que habían ejercido los gobernadores del Río de la Plata entre el último cuarto del siglo XVII y la primera década del siglo XVIII, quienes gracias a la coacción y al contra-bando habían mantenido bajo su dominio el tráfico de cueros con los capitanes de los navíos de registro y los asentistas franceses. Esto lo consiguieron despojando al Cabil-do de Buenos Aires, única entidad que podía servirles de contrapeso, de sus prerroga-tivas y recursos, y depositando en personajes de su entorno el manejo de sus negocios, entre los que se hallaban el reparto de provisiones y mercancías entre los militares del Presidio y sus familias, que eran parte sustancial de la población de Buenos Aires, y el envío de flotas de carretas cargadas de textiles europeos al Alto Perú.

El clan Samartín-Gutiérrez de Paz y la conformación de una facción opositoraLa vecindad de Buenos Aires no se había mostrado impasible frente a los negociados de Velasco, que la dejaron apartada del tráfico con las embarcaciones de ultramar. Alrededor de una de las principales parentelas de la ciudad, los Samartín-Gutiérrez de Paz, se formó un polo de oposición que fue, a la larga, el que provocó la caída del gobernador. No se trató de un caso aislado en la América Hispánica: los epi-sodios de enfrentamiento entre las autoridades y las oligarquías locales, opuestas a cualquier medida que afectara su preeminencia, no fueron sino otra faceta de la au-tonomía que éstas habían logrado conquistar hacia finales del período Habsburgo.4 Dichas oligarquías habían encontrado una plataforma institucional en los cabildos: desde que en 1606 una Real Cédula declaró que los oficios capitulares eran vendibles y renunciables, los sectores locales de mayor prestigio y fortuna pudieron adueñarse de los ayuntamientos, no sólo para hacerse del control de los asuntos municipales sino para defender sus intereses cuando las autoridades centrales o la misma Corona los amenazaban.5 Pero si el monopolio de las funciones municipales les aportó una herramienta de negociación para tratar con los representantes de la Monarquía y un instrumento para imponerse a los sectores subalternos, su cohesión como sector de poder debía más a la trama relacional en que se apoyaban. Ésta estaba conformada por

4 Los ejemplos son muchos, tanto en las capitales virreinales como en las ciudades marginales. Véase, entre otros, PAZOS, María Luisa El ayuntamiento de la ciudad de México en el siglo XVII: continuidad institucional y cambio social, Edición de la Diputación, Sevilla, 1999; GELMAN, Jorge “Economía natural, economía monetaria (Los grupos dirigentes de Buenos Aires a principios del siglo XVII)”, en Anuario de Estudios Americanos, Consejo Superior de Investigaciones científicas, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Vol. XLIV, Sevilla, 1987, pp. 89-107; GONZALEZ MUÑOZ, Victoria Cabildos y grupos de poder en Yucatán (siglo XVII), Edición de la Diputación, Sevilla, 1994; PONCE LEIVA, Pilar Certezas ante la incertidumbre: Élite y cabildo de Quito en el siglo XVII, Abya Yala, Quito, 1998; DE LA PEÑA, José y LOPEZ DIAZ, María Teresa “Comercio y poder. Los mercaderes y el cabildo de Guatemala, 1592-1623”, en Historia Mexicana, Vol. XXX, 4, México, abril-junio de 1981, pp. 469-505.

5 GARCIA BERNAL, Manuela Cristina “Las élites capitulares indianas y sus mecanismos de poder en el siglo XVII”, en Anuario de estudios americanos, núm. 1, 2000, Sevilla, pp. 90-91.

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densas redes familiares vinculadas entre sí por lazos de parentesco, prácticas sociales compartidas e intereses comunes, lo que les permitía identificarse a sí mismas como una vecindad.6 Pero no todos las parentelas que las integraban tenían el mismo peso en la trama relacional y, en casos como el que analizaremos, una red familiar conse-guía colocarse en el centro de gravedad de la elite dominante, aliándose con otras o desplazando a las rivales.7

Dichas parentelas solían estructurarse en torno a una figura de prestigio: el pa-triarca. Quienes se integraban a la trama parental aceptaban la supremacía de éste y renunciaban a la promoción de sus intereses individuales, pues reconocían que su propia posición derivaba de su pertenencia a un linaje y de la prominencia que éste pudiera adquirir en el ámbito local.8 Pero esa jefatura podía rotar entre los miembros de la familia, ajustándose a sus necesidades inmediatas como grupo y a las coyunturas políticas o económicas. El liderazgo podía ser compartido o pasar alternativamente de manos, ya que la parentela no siempre contaba con quien reuniera en su persona todas las aptitudes necesarias para resolver los problemas que se presentaban en distintos campos de acción e incumbían a los intereses comunes. Ello explica que la conforma-ción originaria del clan Samartín-Gutiérrez de Paz se centrara en dos figuras de pres-tigio. Una de ellas fue el maestre de campo Juan de Samartín, personaje que poseía una reconocida trayectoria militar pero había caído en desgracia en 1680, cuando al comandar una expedición contra los indios serranos ordenó que una tribu aliada fuera pasada a cuchillo por sus soldados. Luego de un pleito largo y ruidoso, un tribunal peninsular lo condenó a 11.000 pesos de multa, pero sus parientes respondieron por él, ofreciéndole fianza ante la justicia. En tanto, este extenso grupo de parentesco había encontrado una segunda figura rectora en el capitán Antonio Guerreros, esposo de Ana de Samartín. Este era oriundo de Portugal pero estaba afincado en la ciudad desde me-diados del siglo XVII, donde había recibido el beneficio de una real cédula de Carlos

6 La caracterización de las elites americanas –cuya expresión a nivel local fueron las vecindades– ha sido objeto de un intenso tratamiento durante las últimas dos décadas. Una lograda síntesis de este análisis colectivo puede encontrarse en los siguientes artículos: LANGUE, Frédérique “Las elites en América española, actitudes y mentalidades”, en Boletín Americanista, Año XXXIII, núm. 42-43, Uni-versidad de Barcelona, 1993, pp. 123-139; “Las elites en América colonial (siglos XVI-XIX). Reco-pilación biblio grá fica”, en Anuario de Estudios Americanos, Tomo LIV, núm. 2, Sevilla, 1997, pp. 199-228; PONCE LEIVA, Pilar y AMADORI, Arrigo “Elites en la América Hispana: Balance biblio-gráfico (1992-2005)”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos [en línea] http://nuevomundo.revues.org/1576 [consulta: 30 de marzo de 2010].

7 GARAVAGLIA, Juan Carlos y MARCHENA, Juan América Latina de los orígenes a la independen-cia. II: La sociedad colonial ibérica en el siglo XVIII, Crítica, Barcelona, 2005, pp. 257-258.

8 KICZA, John “Formación, identidad y estabilidad dentro de la élite colonial mexicana en los siglos XVI y XVII”, en SCHRÖTER, Bernd y BÜSCHGES, Christian –editores– Beneméritos, aristócratas y empresarios. Identidades y estructuras sociales en las capas altas urbanas en América hispánica, Vervuet Iberoamericana, Madrid, 1999, p. 31.

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II, expedida el 3 de agosto de 1689, que le otorgaba licencia para que pudiera “tratar y comerciar en los reinos de las Indias sin embargo de ser portugués”.9

Guerreros, de hecho, ya era un mercader de renombre en Buenos Aires desde hacía bastante tiempo atrás, como lo indica el fechado de los primeros libros-abece-darios de su tienda, que se inician en 1673 y 1674, de modo que la Real Cédula no venía sino a confirmar lo ya consumado. En la década de 1690, este lusitano habría de secundar al general Miguel de Riblos, el comerciante que administraba los alma-cenes del gobernador Agustín de Robles, repartiendo socorros de ropas y alimentos a los soldados del Presidio de la ciudad, práctica que se había hecho habitual debido al retraso de la llegada del situado.10 Años más tarde, Guerreros ocuparía el lugar de Riblos: en 1702, el gobernador Alonso de Valdés Inclán le encargaría el aprovisiona-miento de las ocho compañías de la guarnición, obligadas a proveerse en su tienda mediante un sistema de vales. Por entonces, Buenos Aires mantenía todavía un fluido contacto con la metrópoli, con presencia de varios navíos de registro en el puerto. De allí provenían los géneros de Castilla que Guerreros distribuyó entre los militares a cambio de vales.11 No se trató solamente de textiles europeos: en una memoria, este mercader refiere haber asimismo repartido ropa de la tierra entre soldados y oficiales, que bien pudo haber provenido de los intercambios que sostuvo con el capitán Juan de Zamudio, que fuera gobernador del Tucumán entre 1692 y 1702.12 La triangulación se completaba con el cargamento de géneros que envió a Asunción del Paraguay con Juan Méndez de Carabajal, de los que no nos extrañaría saber que tuvieron un retorno en yerba.

Pero para Guerreros, este golpe de fortuna sería breve: una Real Cédula de Felipe V, obedecida en Buenos Aires en julio de 1705, dispuso una represalia contra todos los portugueses que residieran en sus posesiones americanas, a causa de lo cual sus bienes fueron confiscados. La caída en desgracia de este comerciante portugués, seguida por el deceso de su cuñado, el maestre de campo Juan de Samartín en 1707, y por su pro-pia muerte en 1709, favoreció el ascenso de una nueva figura dominante en el seno de la parentela: el alférez real Joseph de Arregui, sobrino del referido maestre de campo. Este actuaría como cabecilla de la resistencia contra el gobernador Velasco y conse-guiría un nuevo posicionamiento político para su parentela gracias a la intervención del pesquisidor Mutiloa. No obstante, aunque Guerreros no llegó a presenciar estos

9 AGN, IX-42-8-1, Diversos procedimientos de represalia contra los portugueses.10 AGN, Sucesiones 6249, Testamentaria de Antonio Guerreros.11 En 1703, éste se obligó con Carlos Gallo Serna, capitán de dos de dichos navíos, por la suma de 7.754

pesos, que consideraba el resto de las cuentas que habían tenido hasta ese fecha; AGN, IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 298v.

12 Entre los papeles de Guerreros, en efecto, se menciona un libro de las cuentas que tuvo con su “com-padre”, el gobernador Zamudio; AGN, Sucesiones 6249, Testamentaria de Antonio Guerreros. Todavía en 1704, luego de que Zamudio dejara el gobierno de Tucumán, el vínculo comercial persistía; AGN, IX-48-9-3, Escribanías Antiguas, ff. 155 y 164.

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sucesos, fue a él a quien el clan debía su cohesión interna. Varios de los vecinos que participaron activamente de la repulsa contra el Gobernador y luego se movilizaron para aportar pruebas en su juicio de residencia habían ingresado al clan de los Samar-tín entre fines del siglo XVII y los primeros años del XVIII gracias a que Guerreros facilitó su casamiento con las sobrinas de su esposa, a quienes proveyó de bienes dota-les. Como era usual, las nuevas parejas, lejos de constituirse en una unidad autónoma, dieron origen a una rama más dentro del grupo de parentesco criollo y colaboraron a reforzar la posición del mismo.13

El capitán Antonio Guerreros y su esposa doña Ana de Samartín no tuvieron hijos: ello permitió a este comerciante distraer parte de su patrimonio para contribuir a la crianza de las jóvenes pertenecientes al clan y colocarlas luego con ventaja en el mercado matrimonial. “En vida de mi primera esposa criamos y alimentamos en mi casa desde su niñez a dos sobrinas suyas llamadas doña Antonia de Azócar y doña Gregoria Gutiérrez de Paz”, aclara Guerreros en su testamento; a ambas, además, las dotó generosamente, la primera cuando casó con el capitán Joseph Martínez de Aberasturi y la segunda al unirse con el capitán Joseph Narriondo.14 A dos hermanas de Antonia de Azócar, Dionisia y María, aunque no refiere haberlas criado, las dotó con vestuario, cama y ajuar. Al esposo de la primera, Antonio Pereyra, le entregó además 1.500 pesos en mercancías que compró a Francisco de Retana, capitán de un navío de permiso, para que pasara a la provincia del Tucumán a beneficiarlos. Cuando Pereyra murió, Dionisia de Azócar casó en segundas nupcias con Pedro Constanza, y Guerreros volvió a dotarla con vestidos. En cuanto a María, cuando se unió a Andrés Gómez de la Quintana su tío le concedió permiso para construir una casa en un solar de su propiedad. Como Gómez de la Quintana era capitán de una de las compañías del Presidio, Guerreros no sólo lo asistió prestándole “…más de seiscientos pesos para vestuario suyo y de su familia…”, sino que extendió el fiado a los soldados que estaban bajo su mando. Aunque en noviembre de 1704 llegó a Buenos Aires el situa-do, el mercader jamás recuperó las sumas que le insumiera la manutención de este militar, su familia y sus subordinados; aún así, mandó en su testamento que le fueran condonadas estas deudas: “…siempre le hemos procurado asistir y socorrer –declaró Guerreros– mando que no se le cobre cosa alguna…”. También socorrió, por último, a una prima de las Azócar, Ana de Ruiloba, “por haberle tenido el amor que a todas”, cuando contrajo matrimonio con el capitán Gerónimo Gutiérrez de Escobar, hermano del gobernador del Paraguay Antonio de Escobar, aportando a la carta dotal 4.576

13 KICZA, John Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México du rante los Borbo-nes, FCE, México, 1986, p. 181.

14 Antonia recibió en esa ocasión 6.500 pesos, mientras que Gregoria fue beneficiada con 6.325 pesos, de los que 4.000 eran en plata corriente y 320 en plata labrada. AGN, IX-39-9-5, Copia de la demanda que puso Joseph de Narriondo en la residencia de Valdés Inclán.

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pesos en bienes, ya que el cuñado de Ana, Joseph de Narriondo, sólo había podido dotarla en la suma de 1.433 pesos.15

Aunque corresponde reconocer en Antonio Guerreros a quien por medio de alianzas matrimoniales llevó a cabo el reclutamiento que más tarde daría al clan una amplia base para enfrentar el poderío del gobernador Velasco, fue Joseph de Arregui quien alineó a sus integrantes tanto política como económicamente. En torno a este comerciante se observa una red de vínculos puesta al servicio de los intercambios interregionales. Sus excursiones mercantiles al Alto Perú se sostuvieron tanto en el tráfico de negros como en el de ganado mular. En 1705 adquirió la mitad de los es-clavos que el navío Amphitrite traía desde Angola y en 1709 compró una parte de los que trajo el navío La Esphére, que en febrero de ese año condujo al Tucumán y el Perú. En asociación con el maestre de campo Antonio de la Tijera, vecino de Jujuy, había implementado en 1705 una compañía con el mercader peruano Francisco Díaz de Pereda por la cual le remitiría anualmente 6000 mulas a las invernadas de Salta y Jujuy, que éste retribuiría en plata y ropa de la tierra.16 Todos estos emprendimientos estaban, sin duda, relacionados con su participación en el contrabando con aquellas provincias: más tarde se lo acusaría de “…haber extraviado ropa de Castilla, piñas, barras y tejos de oro y plata y fundiciones que había hecho…”.17 Asimismo, tuvo ne-gocios en las plazas meridionales del Virreinato. En noviembre de 1711, extendió un poder a Santiago y Lucas Ruiz Gallo para que lo obligaran en la ciudad de Santa Fe por hasta 10.000 pesos, y un mes más tarde comisionó a Ignacio de Ibarra, de partida a Chile, para que comprara mercaderías en ese reino por la suma de 8.000 pesos.18

Los compromisos que Joseph de Arregui adquiriera con Díaz de Pereda contribu-yeron a integrar verticalmente las actividades económicas del clan. Como acopiador de ganado, Arregui se aseguró una parte de los animales que debía remitir a las pro-vincias andinas mediante adelantos en metálico que hizo a sus parientes hacendados. Juan de Samartín, su tío materno, propietario de un extenso latifundio en el pago de los Arrecifes, se obligó a entregarle “…todas las mulas que tengo en las crías de mis cuatro estancias de tres y cuatro años a doce reales cada mula…”, pues declaró que “…por cuenta de lo que montaren las mulas que se entregaren tengo recibidos qui-nientos pesos…”.19 Pedro Gutiérrez de Paz, otro de sus tíos, propietario de tres suertes de estancia en el mismo pago, reconoció en su testamento deberle 2.000 cabezas de ganado vacuno.20

Los miembros ricos del clan Samartín se aprestaron a sustentar a sus deudos pobres, solventando los ritos mortuorios de los difuntos y sosteniendo a las viudas y

15 AGN, Registro de Escribano N°2 de 1707-1709, f. 128.16 AGN, IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 143.17 AGI, Charcas 212, Denuncia de Fernando de Esquivel contra Joseph de Arregui. 18 AGN, IX-48-9-1, Escribanías Antiguas, ff. 533 y 552.19 AGN, IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 65.20 AGN, IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 857.

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a sus hijos. Al morir Joseph Martínez de Aberasturi, esposo de una de sus sobrinas, Antonio Guerreros hubo “suplido de su propio caudal” los gastos que insumió su funeral.21 El capitán Gerónimo de Escobar, por su parte, recogió a su cuidado a las niñas Ana y María, hijas del fallecido, “como sobrinas carnales de mi mujer doña Ana de Ruiloba”.22 Detrás de esta preocupación solidaria por los más jóvenes estaba, obviamente, el interés por que el patrimonio del difunto no saliera de la órbita de la parentela, para lo cual sus miembros adultos se sirvieron de la figura jurídica de los réditos pupilares, gracias a la cual los bienes de menores pasaban a manos de un administrador. Fue así que Joseph de Arregui se apoderó de 4.000 pesos que perte-necieron a los hijos pequeños de Martínez de Aberasturi, lo mismo que de 444 pesos pertenecientes a su primo Roque de Azócar, que se hallaba en España, cuando falleció el padre de éste.23

Gobernadores, cabildo y facciones: hacia una historia política del períodoDebido a que sólo contaba con cuatro miembros, el Cabildo porteño había jugado un flaco papel durante la última década del siglo XVII, situación que sólo tendió a variar a comienzos del siglo siguiente, con la tardía aplicación de una Real Cédula de Carlos II de 1695 que incrementaba en seis el número de sus regidurías. El gobernador Agustín de Robles había impedido durante un lustro el cumplimiento de esta disposición del rey, desarmando al ayuntamiento como potencial ámbito de oposición. De esa mane-ra, a fines de siglo los miembros con derecho a voto se reducían a un regidor decano, un alguacil mayor y dos alcaldes ordinarios elegidos anualmente. La Real Cédula sólo fue obedecida en 1701, durante el breve gobierno de Manuel de Prado Maldonado. Entre quienes ocuparon ese año las seis nuevas regidurías tuvieron todavía expresión los miembros de ciertas familias de antiguo prestigio, tales como Baltasar de Gaete, cuyo bisabuelo había sido vecino conquistador de Buenos Aires, y Fernando Rivera Mondragón y Juan de Castro Naharro, hijo uno y nieto el otro de segundos pobladores de la ciudad. El ascendiente de las familias de la elite en el concejo estuvo bastante repartido hasta 1704. Todavía los Samartín no pisaban allí con la firmeza con que lo hicieron más adelante, aunque Joseph de Arregui y el esposo de una de sus primas, Baltasar de Quintana Godoy, se convirtieron en regidores, y en 1702 su tío Antonio Guerreros fue elegido alcalde de primer voto. Mientras este último gozó del favor de Valdés Inclán, todo el clan se acogió a la mano benefactora de este Gobernador.

Resulta significativo que esta parentela no se estructurara como grupo de influen-cia en el ámbito capitular hasta 1705, año en que Guerreros cayó en desgracia; no fue hasta entonces que se vio necesitada del ayuntamiento como instrumento de poder. Hasta que en julio de ese año se puso en vigencia la Real Cédula de Felipe V que

21 AGN, IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 668.22 AGN, Sucesiones 3858, Testamentaria de Antonia de Azócar.23 AGN, IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 736v.; AGN, IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 668.

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disponía la confiscación de los bienes de los portugueses, este mercader, como se re-cordará, había cumplido con el reparto de mercancías entre los militares del Presidio, posiblemente la empresa más lucrativa que existía entonces en Buenos Aires. Tras el decomiso de su tienda, Valdés Inclán asumió por sí mismo el aprovisionamiento de la guarnición y los Samartín perdieron su relación de proximidad con él.

Esta parentela tendió, a partir de entonces, a acaparar posiciones en el ayunta-miento, ocupándolas sus propios miembros o favoreciendo el ingreso de sus aliados a la corporación. A partir de aquí es posible hablar ya no de red familiar, sino de facción, ya que los Samartín tendieron a acrecentar su base de poder por medio de alianzas extraparentales. Esta política fue clara a partir de 1705, cuando al producirse la muer-te de dos regidores, Baltasar de Gaete y Juan de Castro Naharro, sus escaños fueron ocupados por Gaspar de Avellaneda y Juan Bautista Fernández Parra, que se sumaron al grupo opositor. Ese mismo año, Arregui fue elegido alcalde ordinario interino y en 1708 alcalde ordinario de primer voto, mientras que Baltasar de la Quintana Godoy, esposo de una de sus primas, detentó la procuraduría de la ciudad en 1707 y la alcal-día provincial de la Santa Hermandad entre 1705 y 1708. Francisco de Tagle Bracho, entroncado asimismo con el clan por medio del matrimonio, que ejercía el cargo de protector de naturales desde 1702, se convirtió en procurador interinario de la ciudad en octubre de 1708, acumulación de funciones que le permitiría participar activamen-te en el juicio de residencia a Valdés Inclán.

La coalición contra Valdés Inclán tuvo una primera ocasión de manifestarse con motivo de haberse arrogado éste el control sobre el aprovechamiento de los montes de árboles silvestres, cuya administración correspondía al Cabildo. Como se sabe, los principios de la legislación indiana reservaban aguadas, pastos y montes al usu-fructo comunitario. En julio de 1707, el Cabildo remitió copia al Gobernador de la Real Cédula del 25 de noviembre de 1695, que declaraba la publicidad de montes y aguadas; éste, no obstante, permitió solamente el libre corte de maderas en el puerto de las Conchas, pero prohibió el uso de lanchas y botes para pasar de Buenos Aires a la Banda Oriental “…por ser este puerto cerrado y prohibido con tan repetidas Reales Ordenes…”.24 Baltasar de Quintana Godoy, entonces procurador de la ciudad, rebatió esta afirmación con temeridad: si el puerto seguía estando cerrado para las canoas de los vecinos no lo había sido para los navíos de Francia, que no encontraban estorbo alguno para salir y entrar de él. Expresó, además, su sospecha de que las lanchas con que el gobernador traía maderas de la otra orilla del río para vendérselas a los vecinos fueran utilizadas para el contrabando, ya que las embarcaciones que iban y venían de Santo Domingo Soriano no recibían la inspección de los oficiales reales, aún cuando se hallasen presentes en el estuario barcos negreros o de arribada.25

24 Archivo del Extinto Cabildo de Buenos Aires (en adelante, AECBA) Serie II, Tomo I, pp. 653-656.25 AECBA, Serie II, Tomo I, pp. 658-667.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos Aires 41

El conflicto entre Valdés Inclán y los Samartín alcanzó su mejor expresión en los capítulos que el Cabildo de Buenos Aires, ahora dominado por el regidor Joseph de Arregui, interpuso en el juicio de residencia de este gobernador. Quien abrió el debate fue Francisco de Tagle Bracho, que se desempeñaba como protector de naturales, y enfrentó a Valdés Inclán a causa de que éste había acaparado el trabajo de los mitayos de las reducciones de Santa Cruz de los Quilmes y Santo Domingo Soriano.26 No se trataba, en este caso, de avasallamiento de las prerrogativas del ayuntamiento, ya que el reparto de la mita era una atribución del gobernador, que representaba al rey en los asuntos concernientes a los reales pueblos de indios. Sólo en las ocasiones en que éste se ausentó de la ciudad esa función fue ejercida por los alcaldes ordinarios de primer voto, no porque le correspondiera a ellos sino porque en Buenos Aires se hizo costumbre que dichos alcaldes desempeñaran el cargo de tenientes de gobernador.27 Tagle Bracho presentó la protesta de los caciques quilme y acalián, quienes referían que los indios de la reducción de Santa Cruz estaban continuamente ocupados en el servicio del gobernador, sin que éste les permitiese atender sus sementeras, pero tam-bién las quejas de los vecinos y las corporaciones religiosas, que se vieron excluidos del reparto de mano de obra mitaya.

Tagle Bracho recurrió al testimonio de caciques, indios de tasa y curas doctrine-ros de las reducciones de Santa Cruz de los Quilmes y Santo Domingo Soriano para presentar pruebas contra Valdés Inclán, al que asimismo acusó de “…querer ser el dueño de las maderas, caña y todo lo demás que se puede traer de la otra Banda de este río para vendérnoslas…”, excluyendo a los vecinos del aprovechamiento de los montes orientales para monopolizar este recurso.28 Otro miembro del clan Samartín, el capitán Joseph de Narriondo, invocó las numerosas deudas que Valdés tuviera con Antonio Guerreros, a fin de que los bienes de éste, incautados durante la represalia contra los portugueses, pudieran ser recuperados.29

De acuerdo con lo prescrito por las Leyes de Indias, el juicio de residencia fue presidido por el nuevo gobernador, Manuel de Velasco y Tejada, que había arribado a Buenos Aires en febrero de 1708. Complicado desde su arribo en el contrabando

26 Para la organización del sistema de mita en la reducción de Quilmes y el progresivo acaparamiento de la mano de obra que llevaron a cabo los gobernadores, véase: BIROCCO, Carlos María “Los indígenas de Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII: los reales pueblos de indios y la declinación de la enco-mienda”, en Revista de Indias, Vol. LXIX, núm. 247, Madrid, 2010.

27 Entre las funciones de los tenientes de gobernador de Buenos Aires, cuando el gobernador se hallaba ausente, se cita: “repartirán la mita ordinaria que da a esta ciudad por orden de este gobierno el pueblo de los Quilmes en la conformidad que se ha estilado, sin preferir en dicho repartimiento a persona alguna sin que ha de hacer con toda igualdad y como es justo y conviene a la conservación de la repú-blica, asistiendo a las pobres viudas y más necesitados”; AGN, IX-42-2-7, Real Hacienda sobre una información.

28 AGN, IX-11-1-3, Capítulos puestos al Juicio de residencia de Valdés Inclán.29 AGN, IX-39-9-5, Copia de la demanda que puso Joseph de Narriondo en la residencia de Valdés

Inclán.

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con los franceses, éste había extorsionado al capitán del navío francés que lo había conducido hasta este puerto, monsieur Lereux, exigiéndole 32.000 pesos en merca-derías, y cuando se apoderó de ellas las entregó al capitán Diego de Sorarte para que las condujera al Potosí a venderlas. Como se comprenderá, no estaba en el ánimo de Velasco castigar a su predecesor por negociados semejantes ni mucho menos devolver al Cabildo sus antiguos privilegios. Durante su gobierno, las maderas de la Banda Oriental siguieron estando vedadas al disfrute de la vecindad. Acusó a Tagle Bracho de agitador y lo condenó a pagar una multa de 500 pesos, la mitad de la cual sería aplicada a la construcción de una iglesia en la reducción de Santa Domingo Soriano, pues en su opinión no había probado nada contra Valdés Inclán, sino que sólo había hecho manifestación de “…su travieso bullicioso e inquieto natural, queriendo con la mezcla de indios, frailes seglares y clérigos alborotar al pueblo…”.

La decisión de Velasco se acomodaba, en realidad, a su intención de mantener en funcionamiento el aparato creado por su antecesor para explotar los escasos recursos que ofrecían estas provincias. Había comprado el cargo en 3.000 doblones de oro y pretendía hacer rentable esa inversión. En ese sentido, creemos que su participación en el juicio de residencia de su predecesor le fue de gran utilidad para instruirse sobre qué resortes podía activar para enriquecerse. Es revelador, asimismo, que tomara a su servicio a quien fuera secretario de Valdés Inclán, Francisco Antonio Martínez de Salas, y al administrador de sus almacenes, Antonio Meléndez de Figueroa, quienes estaban al tanto de las operaciones fraudulentas que se habían llevado a cabo hasta entonces. Meléndez ejercería una suerte de privanza sobre el nuevo gobernador y administraría en su nombre las mercancías adquiridas a los franceses por medio del contrabando, repartiéndolas a los militares del Presidio por medio de vales. Su vínculo con Velasco se consolidó por medio del parentesco, ya que casó a su hija Beatriz con Juan Vicente Vetolaza, “…criado que fue y vino de los reinos de España con dicho Señor don Manuel…”, quien había sido “ayo de la señora gobernadora” y compartió desde entonces con su suegro la administración de los suministros a la guarnición.30

El Gobernador encontró también sólidos aliados en los oficiales de la Real Ha-cienda, sin el concurso de los cuales no hubiera podido llevar a cabo el contrabando en gran escala.31 La contaduría de las Reales Cajas estuvo durante todo el período en manos de miembros de una parentela rival al clan de los Samartín, los Báez de Alpoin –primero en las de Miguel de Castellanos y a partir de 1711 en las de Diego de So-rarte– mientras que la tesorería fue ejercida desde 1707 por un oficial real de carrera, Juan Antonio de Anuncibay. Estos también habían formado parte de la camarilla de Valdés Inclán y pasaron al entorno de Velasco, una muestra más de que este último

30 AGN, IX-39-9-7, Contra Manuel de Velasco por abuso de poder.31 El hecho de que los oficiales de la Real Hacienda estuvieran complicados en asuntos de contrabando

no era cosa inusual en las posesiones americanas. Véase al respecto BERTRAND, Michel Grandeur et Misère de l´Office: les officiers de Nouvelle-Espagne, XVIIe-XVIIIe siècles, Publications de la Sor-bonne, Paris, 1999.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos Aires 43

procuró mantener intactos los dispositivos montados por su antecesor para sacar ta-jada de la administración de estas provincias. Los oficiales reales y el Gobernador practicaron el contrabando a cara descubierta, comprando textiles y otras mercancías a los asentistas franceses que remitirlos al Perú y recibir su producto en plata en piñas.

Velasco entraría pronto en fricción con el Cabildo de Buenos Aires debido a la disputa por el control sobre el ganado cimarrón de las pampas, pues impidió a éste del ejercicio mediar entre los accioneros y los capitanes de navío que querían adquirir cueros; se trataba, a decir verdad, de la última fase de un proceso de despojo que se había iniciado en la última década del siglo XVII, ya que desde los tiempos de Agus-tín de Robles los gobernadores venían arrogándose la facultad de autorizar vaquerías y recogidas, tradicionalmente atribuida al ayuntamiento. Aquel se sirvió de uno de sus agentes, el capitán Domingo Cabezas, para otorgar licencias para vaquear a unos pocos vecinos, excluyendo a los accioneros, y se apropió como gravamen de uno de cada cuatro cueros que hicieran los vaqueadores, pero luego lo reemplazó por una contribución de 2 reales por cuero que se vendiera en el puerto.

La conspiración del clan de los Samartín contra VelascoAnte las repetidas protestas del Cabildo, Velasco logró neutralizar este peligroso polo de oposición proclamando la nulidad de los títulos de los regidores con el pretexto de que no habían recibido la confirmación real. A resultas de esto, cinco de ellos queda-ron excluidos de la corporación. La facción de los Samartín fue la más perjudicada. En diciembre de 1708 quedó cesante Baltasar de Quintana Godoy y a comienzos del año siguiente Joseph de Arregui se vio obligado a poner a disposición de los demás capitulares los oficios de regidor y alférez real, que había ejercido durante seis años sin que sus títulos hubieran sido refrendados por el monarca. Lo mismo sucedió con las regidurías de Juan Pacheco de Santa Cruz, Fernando Rivera Mondragón y Diego Pérez Moreno, de modo que también resultaron afectadas otras parentelas influyentes.

Las grandes familias porteñas, aunque usualmente rivalizaban por el poder, se coligaron frente a la embestida del Gobernador. En las elecciones de capitulares de 1709 y 1710, la facción que encabezaban los Samartín se atrevió a desafiarlo, lo-grando para ello el apoyo mayoritario de los capitulares. Nunca como en 1709 dicha facción logró un monopolio tan claro de los oficios electivos. Baltasar de Quintana Godoy y Francisco de Tagle Bracho fueron nombrados alcaldes ordinarios y cuando este último abandonó su sitial para pasar a España a litigar contra la multa que le co-brara Velasco en el juicio de residencia a Valdés Inclán, se lo substituyó en la alcaldía por Juan Bautista Fernández Parra, que a su vez abandonó la defensoría de menores para ser reemplazado por Gaspar de Avellaneda. Hacia esta época se incorporaron a la facción Pedro de Giles y su yerno Joseph Ruiz de Arellano; éste último obtuvo el voto de los coligados para convertirse en procurador de la ciudad. En 1710, los Samartín siguieron ampliando su base de alianzas, proyectándose esta vez a la plana mayor de la guarnición, donde el comisario del Presidio, Manuel de Barranco Zapiain, se sumó

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al sector discrepante. Este militar remitiría ese año una carta a Felipe V en la cual relataba los excesos cometidos por el gobernador, motivo por el cual el Monarca se decidiría finalmente a realizar en el Río de la Plata la pesquisa que le venía recomen-dando el Consejo de Indias.32

Velasco reaccionó contra la consolidación de sus enemigos mediante un intento burdo pero efectivo de introducir a sus acólitos en el ámbito del ayuntamiento: en diciembre de 1710 fraguó el remate de las regidurías y otros oficios venales que se hallaban vacantes. El episodio, que permite deslindar sectores de alianza y oposición al gobierno dentro de la elite local, merece ser expuesto con algún detalle. En aque-lla ocasión, los pregones convocaron a la vecindad para las cuatro de la tarde, hora en que eran costumbre este tipo de almonedas. Pero la subasta, según afirmaría un testigo, se efectuó al mediodía, “…con notable aceleración y hecha en los primeros postores, parciales del gobernador…”. El único miembro de la facción opositora que pudo hacerse presente fue Pedro de Giles, alcalde de primer voto, que no consiguió que la almoneda se pospusiera hasta la hora en que había sido convocada. Fue así que por medio de un remate fraudulento, los acólitos del gobernador se adueñaron de todos los cargos venales: Sebastián Delgado se convirtió en alcalde provincial de la Hermandad, Joseph Rubín de Celis y Cristóbal de Rivadeneira en regidores y Miguel de Obregón en alguacil mayor; a ellos se agregaron Juan Joseph Moreno, que había adquirido en 1707 una regiduría cuyos títulos habían sido hasta entonces rechazados por el Cabildo y vinieron a ser ahora reconocidos por Velasco, y el general Miguel de Riblos, que se convirtió en depositario general. Cuando los demás interesados en adquirir esos oficios se presentaron ante el Gobernador, éste se negó a admitir su que-ja y mandó colocar en prisión a Domingo de Oliva y Jofre, que fue al parecer el que protestó con mayor vehemencia.33

Con el recibimiento de los nuevos capitulares, Velasco contó por primera vez con un ayuntamiento que le era –en su mayor parte– adicto. Aunque el 23 de junio de ese año, una orden de la Real Audiencia dispuso que los regidores anteriores fueran re-puestos en sus oficios, otorgándoles una prórroga para que tramitaran la confirmación de sus títulos, Velasco y sus partidarios se limitaron a posponer su cumplimiento.34 Los capitanes Joseph de Arregui, Antonio de Larrazábal y Tomás de Arroyo se presentaron entonces en el cabildo a intimar a sus miembros a que obedecieran la disposición de

32 La misiva de Barranco Zapiain, de septiembre de 1710, advertía al rey sobre el contrabando que venían llevando a cabo Velasco y los oficiales reales. Que el Consejo de Indias ya estaba al tanto de esta situa-ción lo demuestra su respuesta a la consulta regia del 21 de enero de 1710, en que recomendó a Felipe V que encarcelase a Velasco y que para ello despachase un pesquisidor en los navíos de permiso que preparaban su partida para el Río de la Plata. PEREZ-MALLAINA BUENO, Pablo Emilio Política naval española en el Atlántico, 1700-1715, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1982, pp. 95-97.

33 AGN, IX-39-9-5, Contra Sebastián Delgado, Miguel de Obregón y otros.34 AECBA, Serie II, Tomo II, pp. 438-453.

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la Audiencia. Por toda respuesta, Velasco los mandó prender.35 Larrazábal permaneció cuarenta días detenido en el fuerte, hasta que Gaspar de Avellaneda ofreció fianza para que saliera libre. Arroyo y Arregui fueron relegados a los calabozos del cabildo, pero mientras que el primero estuvo preso sólo cuatro días, el otro quedó recluido por tiempo indeterminado.

A partir del encarcelamiento de Joseph de Arregui, el convento de San Francis-co, en el que profesaban sus hermanos fray Juan y fray Gabriel, se convirtió en el epicentro de la oposición. Desde hacía una década, Arregui se desempeñaba como síndico de esa comunidad religiosa y los franciscanos solicitaron a Velasco que le concediera la libertad en virtud del fuero eclesiástico de que gozaba. Pero éste se cuidó de reconocerle fuero alguno, pues de haberlo hecho lo hubiera convertido en poco menos que intocable para el poder secular. Al ver frustradas sus pretensiones, los frailes desairaron al Cabildo, al que reconocían adicto al Gobernador, excluyéndolo de sus ritos y procesiones. El 23 de diciembre de 1711, el ayuntamiento protestó con-tra “…la conmoción de ánimos que motiva el Reverendo Padre Guardián fray Juan de Arregui de orden de San Francisco, haciendo se transmuten los ánimos de los vecinos a inquietudes perjudiciales a la paz pública […] no queriendo convidar a este cabildo para las celebridades de los Santos de su religión”.36

El enfrentamiento entre facciones se trasladó entonces al seno de la iglesia porte-ña. El 7 de enero de 1712, fray Francisco Benítez, provincial de los franciscanos, y los frailes Juan de Arregui, Pedro del Castillo y Joseph de Cárdenas se presentaron ante el cabildo eclesiástico de la ciudad a denunciar que el síndico de su convento se hallaba preso por orden del Gobernador, quien se negaba a liberarlo, pese a los derechos fo-rales que le otorgaba su cargo. Pero el deán Domingo Rodríguez de Armas, que desde la muerte del obispo Azcona Imberto se hallaba interinamente a la cabeza del obis-pado, se excusó de intervenir en el asunto. El Provincial franciscano lo amenazó con recurrir a la Curia romana para hacerlo despojar de sus dignidades eclesiásticas, pero sólo logró que aquel endureciera aún más su postura. Cuando el 20 de enero, preso de alguna indisposición, Rodríguez de Armas no concurrió a la sesión del cabildo ecle-siástico convocada para ese día, un jerarca del clero secular que simpatizaba con los Samartín, el maestro Joseph Marciáñez, proclamó la vigencia “…de los privilegios concedidos a los síndicos del Señor San Francisco…” y consiguió que la corporación los reconociera en Joseph de Arregui. Al día siguiente, no obstante, el Deán ordenó anular el acuerdo de la jornada anterior, bajo el pretexto de que no había sido él quien había abierto el cónclave.37

35 Fueron prendidos por Velasco, según refiere un testigo, “…sin más causa que haber solicitado intimar a diferentes capitulares una real provisión…”. AGI, Escribanía de Cámara 887A, De la acusación, defensa y sentencia de Juan de la Camara.

36 AECBA, Serie II, Tomo II, p. 472.37 ACTIS, Francisco C. Actas y documentos del Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires, Junta de Historia

Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 1943, Tomo I, p. 233.

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En tanto, Arregui logró fugarse de los calabozos del cabildo y se refugió en el convento de San Francisco. Su hermano Juan, el padre guardián, mantuvo cerradas las puertas del monasterio y aún de la iglesia, llegando a no permitir que los feligreses entraran a oír misa por temor a que un piquete de soldados asaltara el convento. Pero Velasco no se atrevió a cometer un acto que hubiera sido tomado por sacrilegio y era de todos modos innecesario, tras haber logrado sacar a su principal opositor de esce-na. El Gobernador y los oficiales de la Real Hacienda se prepararon para gozar –por cierto, no por mucho tiempo– de un horizonte despejado de competidores, tanto en el contrabando como en el comercio interregional. Velasco proyectó una incursión comercial a las provincias arribeñas y por medio de su secretario, Francisco Antonio Martínez de Salas, encargó a Fernando Miguel de Valdés Inclán, hijo de su predecesor en el gobierno, que le trajese del Perú hasta 12.000 pesos en mercaderías.38

Los graves contratiempos sufridos por la facción de los Samartín entre finales de 1711 y principios de 1712, entre ellos el aprisionamiento de su cabecilla, no debilita-ron el sesgo opositor que exhibieran hasta entonces. Hubo, en todo caso, un recambio de liderazgos, y en los dos duros meses que mediaron entre el encarcelamiento de Jo-seph de Arregui y la deposición de Velasco presenciamos el ascenso de una figura que hasta entonces no había tenido sino una importancia secundaria dentro de la facción: Alonso de Beresosa y Contreras. Este asumió la conexión entre el convento francis-cano, donde Arregui había hallado asilo, y el mundo exterior. Finalmente, la noche del 27 de marzo de 1712 el licenciado Juan Joseph de Mutiloa y Andueza desembarcó de incógnito en Buenos Aires. No queda duda de que los Samartín estaban avisados de su llegada desde tiempo atrás; de otra manera, resulta inexplicable la celeridad con que Mutiloa entró en contacto con ellos. Apenas desembarcado, según relata un testigo, “…vino a parar en casa de dicho don Joseph de Arregui y de allí al convento de San Francisco, donde estaba retraído [...] Aquella misma noche don Antonio de Larrazábal, que estaba preso debajo de fianzas, y don Alonso de Contreras anduvieron convocando gente a dicho convento en nombre del padre guardián”.39

Cercana la medianoche, como referimos al comenzar este artículo, Mutiloa pasó al fuerte para arrestar a Velasco y luego lo hizo trasladar a uno de los navíos de Mar-tínez de Murguía. También fueron puestos bajo vigilancia los oficiales reales Diego de Sorarte y Juan Antonio de Anuncibay, el secretario Francisco Antonio Martínez de Salas y el mercader Antonio Meléndez de Figueroa. La versión que presentó el defensor de Velasco en el juicio de pesquisa que se le inició no hace sino confirmar la complicidad entre Mutiloa y la facción opositora. De acuerdo con éste, Alonso de Beresosa y Contreras era “acérrimo enemigo” de Velasco y Joseph de Arregui era “íntimo amigo del dicho Contreras” y “enemigo capital” de aquel.40 Mutiloa, según

38 AGN, IX-48-9-1, Escribanías Antiguas, f. 565.39 AGN, IX-39-9-8, Copia de diferentes autos que tocan a la recusación hecha a Velasco.40 AGN, IX-40-1-2, Autos contra Juan Joseph de Ahumada.

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indicó, había actuado en confabulación con estos, “…especialmente con don Joseph de Arregui, con quien comía y cenaba [...] sirviéndose de sus criados y viviendo hasta hoy en su casa en prueba de la amistad que con él tuvo y ha mantenido tan estrecha con sus parientes”. Entre los miembros de la facción encabezada por Arregui, agre-gaba, se hallaban los esposos de tres de sus primas, Lucas de Belorado, Baltasar de la Quintana Godoy y Tomás de Arroyo, y los vecinos Joseph Ruiz de Arellano, Alonso de Beresosa y Contreras, Juan Bautista Fernández Parra, Pablo González de la Quadra y Antonio Larrazábal, “…los más regidores y todos parientes y aliados”.41

El pesquisidor Mutiloa afrontó algunas dificultades al disolver el cabildo que había conformado Velasco a partir de la subasta fraudulenta de oficios. Su primera medida fue reincorporar a los regidores que quedaran cesantes en 1708 y 1709, aun-que sin excluir a los que habían ingresado posteriormente. El 6 de abril ordenó al ayuntamiento que prosiguiera la demanda contra el gobernador anterior, Alonso de Valdés Inclán, en especial los capítulos que le había puesto Francisco de Tagle Bracho como procurador de la ciudad: era una forma de dejar bien en claro que hacía suyos los reclamos de Arregui y sus aliados. Esto se constituyó en una provocación para los partidarios de Velasco, que había dejado en suspenso las penas contra Valdés Inclán. El vocero de estos, el alcalde ordinario Pedro de Saavedra, rechazó el pedido de Mu-tiloa, argumentando que Tagle Bracho había procedido en esa ocasión “…sin acuerdo de este cabildo ni poder…”, y fue apoyado por el voto de Joseph Antonio de Roxas y Acevedo, Sebastián Delgado, Miguel de Obregón, Juan Pacheco de Santa Cruz, Jo-seph Manuel Rubín de Celis y Juan Joseph Moreno. El Pesquisidor sólo contó con el sufragio de Baltasar de Quintana Godoy, Juan Bautista Fernández Parra y Gaspar de Avellaneda: resultaba obvio que el bando de los Samartín continuaba aún en minoría en el ayuntamiento.42 Sin embargo, no le faltaban otros medios de intimación, y pocos días más tarde el alcalde Pedro de Saavedra fue asaltado y golpeado en plena calle por un soldado, al parecer una advertencia detrás de la cual estaban el mismo pesquisidor y sus secuaces.43

El 23 de mayo, finalmente, Mutiloa comunicó al Cabildo que había hecho de-tener a Pedro de Saavedra en su casa, imputándole haber socorrido a Velasco en el ocultamiento de barras de plata, e indicó a la corporación que su vara debía pasar al regidor más antiguo. Como éste, Hernando Rivera Mondragón, se excusó por falta de salud, la misma fue ofrecida al que le seguía en antigüedad, Baltasar de Quintana Godoy. Uno de los partidarios de Velasco, el regidor Juan Joseph Moreno, intentó dar un contragolpe: protestó de la nulidad de las sesiones en tanto no se determinara si los regidores Gaspar de Avellaneda, Juan Bautista Fernández Parra, Baltasar de Quintana Godoy y Hernando Rivera Mondragón habían sido legitimados o no por la confirma-

41 AGN, IX-39-9-8, Copia de diferentes autos que tocan a la recusación hecha a Velasco.42 AECBA, Serie II, Tomo II, p. 502.43 AECBA, Serie II, Tomo II, p. 513.

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ción real.44 No hubo, por lo tanto, acuerdo al respecto. El 27 de junio Saavedra obtuvo la libertad bajo fianza y se reintegró a su alcaldía.

Finalmente, el 29 de agosto de 1712, Mutiloa hizo conocer al Cabildo una Real Provisión de la Real Audiencia del 17 de junio que reiteraba la nulidad del remate fraudulento de los oficios venales perpetrado por Velasco e invalidaba las elecciones de alcaldes que se llevaran a cabo en enero de ese año. La camarilla de Velasco en el ayuntamiento recibió con ello el golpe de gracia. Se notificó a Sebastián Delgado, Jo-seph Rubín de Celis, Cristóbal de Rivadeneira y Miguel de Obregón que habían cesa-do en sus oficios.45 Arregui fue llamado a la casa capitular y allí expresó su propuesta sobre quienes debían ser los nuevos alcaldes, que fue seguida en forma casi invariable por los demás regidores. A resultas de ello, recibieron la vara Antonio de Larrazábal, que había sufrido prisión en tiempos de Velasco, y Alonso de Beresosa y Contreras.46 En los meses siguientes, los oficios venales vacantes fueron ocupados por parientes y coligados: Lucas Manuel Belorado y Pablo de Ramila se convirtieron en regidores, Joseph Ruiz de Arellano en alcalde provincial de la Santa Hermandad y Joseph de Narriondo en alguacil mayor.47 La facción de los Samartín se había apoderado nueva-mente del ayuntamiento. No obstante, Arregui no pudo disfrutar más que por un par de meses de su victoria. Mutiloa había premiado su lealtad al monarca encargándole la conducción del grueso de las mercancías que trajeran de Cádiz los navíos de permiso de Martínez de Murguía, y en octubre de ese año partió hacia Potosí, a la cabeza de un cargamento varias veces millonario.48 Ya no volvería a Buenos Aires: murió en esa villa al año siguiente, en circunstancias que describiremos más adelante.

Al caer nuevamente bajo la órbita de los Samartín, el Cabildo recuperó todas sus antiguas facultades corporacionales. La usurpación del uso comunal de los montes de árboles concluyó el 31 de marzo de 1712, cuando Mutiloa presentó al Cabildo dos reales cédulas de 1711, una para que los vecinos gozaran sin impedimentos de su derecho a montes y aguadas y otra que les franqueaba el corte de maderas y el libre uso para su conducción de botes, lanchas y canoas.49 Desde 1713, el ayuntamiento

44 AECBA, Serie II, Tomo II, pp. 516-517.45 AGN, IX-41-1-4, Pablo González de la Cuadra sobre nulidad de remate.46 AECBA, Serie II, Tomo II, pp. 534-537.47 Belorado, como se recordará, era el esposo de una de las primas de Arregui, mientras que Pablo de

Ramila era sobrino del socio de éste, Pedro García de la Yedra. AECBA, Serie II, Tomo II, pp. 553, 578 y 597.

48 El 25 de octubre de 1712 Arregui ya no se hallaba en Buenos Aires, pues el estandarte que debía portar como alférez real en las fiestas de San Martín de Tours fue llevado por Beresosa y Contreras (AECBA, Serie II, Tomo II, p. 569). Para el escribano Fernando de Esquivel, no cabían dudas de que Mutiloa conocía su participación en el contrabando y le había permitido “ir a las provincias del Perú con la cargazón de los navíos de registro del cargo de don Andrés Martínez de Murguía, sin duda para que ejecute los extravíos de piñas para la carga de dichos navíos como lo acostumbra” (AGI, Charcas 212, Denuncia de Fernando de Esquivel contra Joseph de Arregui).

49 AECBA, Serie II, Tomo II, p. 497.

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recuperó de hecho el control sobre el ganado cimarrón de las pampas, cuando los capitanes Alonso de Beresosa y Contreras y Lucas Manuel Belorado, en nombre de la comuna, se ajustaron con el director del asiento para venderle 20.000 cueros de toro. Sin embargo, no recobró formalmente su derecho hasta 1716, en que una Real Cédula otorgó definitivamente la facultad privativa para repartir licencias para hacer coram-bre al Cabildo de Buenos Aires.50

El Monarca y su Pesquisidor favorecieron, además, a los Samartín y a sus aliados con suculentas prebendas. La más codiciada tocó, como es obvio, a Joseph de Arregui, al que se hizo merced del gobierno del Tucumán a cambio de 3.000 pesos que éste pagó de contado y otros 2.000 que ofreció saldar a futuro. Nunca llegó, sin embargo, a posesionarse de esa dignidad, pues sus credenciales se extraviaron sospechosamente en los navíos de Martínez de Murguía, que las conducían a Buenos Aires, y sólo lle-garon al Río de la Plata en forma de copia después de su muerte.51 Más afortunado fue su hermano fray Gabriel de Arregui, quien fue nombrado obispo interino del Río de la Plata por Real Cédula del 23 de junio de 1713 y se hizo cargo de la sede vacante en febrero del año siguiente.52 Mutiloa ofreció, además, la tenencia de gobernador de la ciudad de Santa Fe a Lucas Manuel Belorado, primo de los anteriores, y comisionó la visita a la gobernación del Paraguay a Antonio Ruiz de Arellano, hermano del alcalde provincial de Hermandad Joseph Ruiz de Arellano.53 En respuesta a estas larguezas, el nuevo bloque dominante manifestó su lealtad al pesquisidor en una presentación al rey, en que agradecían la intervención de Mutiloa y calificaban de “penosamente tiránico y arrogante” al gobierno de su predecesor. Dicho bloque adquirió mayor co-hesión cuando en 1714 el joven Juan Ignacio de Samartín, primo de Arregui, desposó a doña María Rosa Avellaneda, hija del regidor Gaspar de Avellaneda y cuñada de Antonio de Larrazábal, a quien aquel sucedió a ese año en la alcaldía de primer voto. De esa manera el clan de los Samartín, que durante su oposición a Valdés Inclán y a Velasco había ampliado su base convirtiéndose en facción, al recuperar los espacios perdidos de poder municipal volvía a recobrar su configuración originaria de red de parentesco, es decir, a cerrarse en sí mismo.

50 AYALA, Manuel Josef Diccionario de gobierno y legislación de Indias, Madrid, 1989, Tomo V, p. 7.51 El Monarca hizo despacho de una merced a Arregui del gobierno del Tucumán por medio de Andrés

Martínez de Murguía, pero las instrucciones se perdieron en el camino. La compra de la gobernación es referida por PASTELLS, Pablo Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay, Li-brería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1933, Tomo VI, p. 287. En junio de 1713 se menciona en una escritura que Arregui había sido “electo gobernador y capitán general de la provincia de Tucumán” (AGN, IX-48-9-5, Escribanías Antiguas, f. 433).

52 CARBIA, Rómulo Historia eclesiástica del Río de la Plata, Alfa y Omega, Buenos Aires, 1914, Tomo II, p. 71.

53 AGN, IX-39-9-8, Copia de diferentes autos que tocan a la recusación hecha a Velasco.

50 Autoridades y prácticas judiciales...

Joseph de Arregui cae en desgraciaLa vuelta de los Samartín al cabildo no estuvo exenta de desquites. Al igual que suce-diera en el ayuntamiento, la llegada de Mutiloa produjo desplazamientos en la cúpula del Presidio. El enviado del monarca hizo encarcelar durante doce días al ingeniero militar Joseph Bermúdez, dueño de una foja de servicios impecable, que había servido en Flandes como jefe de los artilleros y enviado luego a Buenos Aires a rediseñar las fortificaciones de la ciudad, porque había representado en la guarnición, también di-vidida en facciones, los intereses del depuesto gobernador Velasco. Aunque el motivo real de esta detención era sustituirlo como castellano del fuerte por el principal aliado de los Samartín en el Presidio, el comisario de la caballería Manuel de Barranco Za-piáin, Mutiloa arguyó que había actuado para “satisfacer al público”. Esta expresión del Pesquisidor quizás no fuera un mero formulismo y puede que buena parte de la elite de comerciantes y de los militares de alto rango se hubiera volcado hacia la nueva facción dominante. El mismo Velasco daría prueba de ello cuando afirmó en el juicio de pesquisa: “…la astucia de mis enemigos ha conseguido que los más favorecidos y los criados más antiguos se hayan vuelto mis contrarios…”.54

La víctima principal de las represalias fue el general Miguel de Riblos, uno de los comerciantes más ricos de Buenos Aires, que había colaborado desde su función de depositario general en la confiscación de los bienes de Arregui cuando éste fue encarcelado por Velasco. Riblos no se vio comprendido por las purgas que sufriera el Cabildo en agosto de 1712, pero se lo intimó a que en su carácter de depositario general diera razón de las fianzas que habían estado en su poder desde que subastara el oficio. Llamado a presentarse en el ayuntamiento, sólo consintió en hacerlo en enero del año siguiente e incluso entonces se negó a dar razón de cuenta alguna, alegando que ninguna ley disponía que debía informar de los depósitos a los demás capitula-res.55 Sus adversarios, sin embargo, hallaron su flanco más débil. El esposo de una de las primas de Arregui, Pedro Constanza, que había pasado a España diez años atrás como médico de Agustín de Robles y regresó a la ciudad en los navíos de Martínez de Murguía, facilitó el instrumento con que se selló la suerte de Riblos: una ejecutoria contra éste por 9025 pesos que la justicia peninsular lanzara a favor de uno de sus acreedores, el mercader gaditano Francisco de Rivera.

Provistos de esta nueva arma, los enemigos de Riblos provocaron finalmente la caída de éste en febrero de 1713. Estuvieron implicados en la intriga, además de Constanza, el pesquisidor Mutiloa y el alcalde Alonso de Beresosa y Contreras, en representación de los capitulares que le mostraran mayor hostilidad. El ardid de los coaligados consistió en dar gran notoriedad a la ejecución de bienes a favor de Ri-vera, con lo que lograron que el resto de los acreedores de Riblos, temiendo verse postergado en sus reclamos, se constituyera en concurso. Aunque la fortuna de este

54 AGN, IX-39-9-5, Manuel de Velasco y Tejada, su prisión. 55 AECBA, Serie II, Tomo II, pp. 539, 547 y 619.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos Aires 51

fuerte comerciante doblaba las sumas que se le exigían, su disponibilidad inmediata de metálico no llegaba a satisfacer el conjunto de las deudas: tratándose del mayor prestamista de la época, es explicable que el grueso de la plata que ingresaba en sus arcas entrara en circulación rápidamente, impidiéndole responder en forma ágil a un imprevisto como éste. A pesar de que ofreció sus bienes inmuebles como garantía de pago, Mutiloa ordenó al alguacil mayor Joseph de Narriondo que procediera a su arresto y aprisionamiento en la cárcel real. La quiebra fue tan inesperada y las circuns-tancias de la misma tan notoriamente escandalosas que, para evitar la deshonra de ser conducido en público a prisión, Riblos se refugió en el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Allí residiría durante más de tres años, amparándose en la condi-ción de lugar sagrado concedida a los edificios religiosos y gozando de la protección de los jesuitas, gracias a la cual no debió temer el ingreso de los oficiales de justicia. Pero sus propiedades fueron embargadas por un concurso de acreedores, donde varios representantes de la facción que le era contraria lograron introducirse en calidad de representantes de sus demandantes.

Mientras Riblos encontraba asilo en el Colegio de San Ignacio, su esposa, Jo-sepha Rosa de Alvarado, quedó abandonada al ataque de sus adversarios. Esta mujer aún joven (tenía sólo veintidós años) que había sido criada en la clausura de un bea-terio, sobresaldría por la energía extraordinaria con que sostuvo los intereses de su esposo frente al concurso de acreedores. Apenas repuesta de su primer parto, debió afrontar sola la afrenta de ser sometida al embargo, confiado por Mutiloa al principal enemigo de Riblos, el alcalde Beresosa y Contreras. El acto mismo del decomiso se convirtió en un desquite, pues con la sola intención de humillarla, Beresosa incautó sus tocados y los de su hijo recién nacido, objetos que en su mayor parte eran de esca-so valor, sin perdonar siquiera la cuna del niño.56 Sin embargo, Josepha Rosa lograría influenciar a parte de los acreedores de su esposo para que confiaran la administración de sus haciendas de campo al capitán Pedro de Saavedra, miembro de la facción de Velasco, y gracias a ello consiguió apropiarse de una parte de las utilidades de la venta de las mulas criadas en ellas.57

Poco después de que Miguel de Riblos fuera víctima de esta celada y se viera obligado a refugiarse en la mansión conventual de los jesuitas, le tocaba su turno a Arregui en la lejana Potosí. De acuerdo con Bartolomé de Arzans de Orsúa y Vela, cronista de esa villa, el pesquisidor Mutiloa, luego de cargarlo de honores, se deshizo de él: en mayo de 1714, relata, “…llegó un soldado de Buenos Aires enviado por el señor Mutiloa con pliegos secretos para la Real Audiencia, que luego fue preso don José de Arregui, y pidiendo de ello certificación el soldado se volvió sin detenerse ni

56 AGN, sucesión 8122, Concurso de bienes de Miguel de Riblos, carta del 25 de enero de 1714.57 Para la administración de las estancias de Riblos antes y después del concurso de acreedores, véase:

BIROCCO, Carlos María “Historia de un latifundio bonaerense: las estancias de Riblos en Areco, 1713-1813”, en Anuario de Estudios Americanos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1996, Tomo LIII, núm. 1.

52 Autoridades y prácticas judiciales...

dar tiempo a enviar alguna súplica…”. A continuación, fue embargada la hacienda de su socio Pedro García de la Yedra y éste fue apresado por orden de la Audiencia, lo mismo que Arregui, “…por las piñas que habían llevado…”. De la misma manera se confinó a unos hermanos Romero que llevaban sus recuas de mulas cargadas de piñas de plata que traían “…por orden de sus dueños para los navíos que vinieron a cargo de don Carlos Gallo…”. Pero como Arregui y García de la Yedra supieron sobornar a los oidores, según refiere Arzans de Orsúa, quedaron rápidamente en libertad.58

Así se hallaban las cosas cuando Arregui murió sorpresivamente en Potosí, en agosto de 1714. En Buenos Aires, en tanto, la lucha facciosa continuaba. En mayo de ese año, el licenciado Mutiloa invistió como gobernador a Alonso de Arce y Soria, que había comprado el cargo a la Corona a cambio de un donativo de 18.000 pesos. El 2 de octubre de 1714 éste murió, dejando designado sucesor en el ingeniero militar Joseph Bermúdez, que fue reconocido por la Real Audiencia de Charcas mediante Real Provisión del 14 de noviembre de ese año. Este había sido uno de los partidarios de Velasco, lo que explica que durante su breve y accidentado gobierno reivindicara a este gobernador, llegando a levantar la pena de destierro que el Pesquisidor había fulminado contra quien había sido su secretario, Francisco Antonio Martínez de Sa-las.59 El Cabildo, dominado por los Samartín, se negó a admitirlo y confirió el gobier-no político a Pablo González de la Quadra, alcalde de primer voto, mientras que el comisario de la caballería Manuel de Barranco Zapiain fue proclamado gobernador militar de la Plaza. Los soldados de la guarnición dividieron sus lealtades, pero los dos bandos en disputa acordaron firmar un compromiso por el cual el obispo electo Gabriel de Arregui y el pesquisidor Mutiloa serían los encargados de dirimir a quién correspondía el mando. Como era obvio, estos se pronunciaron a favor de González de la Quadra y Barranco Zapiáin. El ingeniero Bermúdez rechazó el fallo y se atrin-cheró junto con sus partidarios en el fuerte, pero el comisario Barranco procedió a sitiarlo y consiguió que los sublevados se rindieran.60

58 ARZANS DE ORSUA Y VELA, Bartolomé Historia de la villa imperial de Potosí, Brown University Press, 1965, Tomo III, pp. 5-15.

59 Una anotación marginal en una escritura refiere, efectivamente, que Bermúdez “alzó la pena de destie-rro” que se había impuesto a Francisco Antonio Martínez de Salas. AGN, Registro de Escribano núm.2, 1707-1709, f. 182v.

60 El enfrentamiento entre Barranco y Bermúdez es descrito por CARBIA, Rómulo Historia eclesiásti-ca…, Tomo II, pp. 72-73 y por BRUNO, Cayetano Historia de la Iglesia en la Argentina, Don Bosco, Buenos Aires, 1968, Vol. IV, pp. 128-132. El defensor de Velasco atribuyó la culpa de estos desórdenes a Mutiloa, quien dio “…su parecer firmado y por escrito para que recayese el gobierno político en don Pablo de la Cuadra y el militar en don Manuel Barranco, de que se originó la conmoción de la gente del Presidio, el sitio del fuerte y el alboroto que fue público y notorio…”. AGN, IX-39-9-8, Copia de diferentes autos que tocan a la recusación hecha a Velasco.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos Aires 53

Unas palabras finalesLa participación de los Samartín en el conjunto de episodios que acaecieron entre la confiscación de los bienes de Antonio Guerreros en 1705, la pesquisa de Mutiloa de 1712 y el pronunciamiento del ingeniero Joseph Bermúdez en 1714 nos ofrece la oportunidad, bastante poco usual, de observar una red parental en construcción y examinar su funcionamiento en el plano político.

Es imposible hacer una apreciación exacta de cuáles fueron los costos materiales de la conformación de esta red familiar, pero es indudable que los miembros más ri-cos de la parentela distrajeron parte de sus fortunas en concretar nuevas alianzas para extender la trama vincular. Se consiguió, en efecto, una ampliación en el número de sus integrantes gracias a la incorporación de elementos surgentes –comerciantes re-cién instalados en la ciudad o jóvenes oficiales del Presidio– atrayéndolos a través de ofertas matrimoniales ventajosas. La parentela contaba con varias mujeres jóvenes en edad de desposarse, pero algunas de ellas habían quedado huérfanas o no tenían bie-nes suficientes para encontrar marido dentro de los sectores elitistas locales. Antonio Guerreros y su esposa Ana de Samartín se hicieron cargo de su crianza y de facilitarles una dote al casarse, para lo que debieron hacer inversiones sustanciosas. Ello dio lugar a que ingresaran al grupo familiar peninsulares que atravesaban su etapa inicial de arraigo en la ciudad, como Joseph de Narriondo, Baltasar de Quintana Godoy y Pedro Constanza. Al no disponer de vínculos anteriores con otros linajes locales, estos re-sultaban mucho más maleables a los intereses de sus parientes criollos. Ellos jugarían un importante papel más adelante, cuando la parentela se vio obligada a defender su posición en la lid política y ocupar la mayor cantidad de asientos en el cabildo.

Lo que garantizaba la efectividad a este tipo de conformaciones parentales era su capacidad de apelar a las lealtades familiares para atender a la defensa de los inte-reses grupales. Como afirma atinadamente Michel Bertrand, lo que las distinguía era la facilidad de movilizar a quienes estaban relacionados por este tipo de conexiones en caso de necesidad.61 El ensamblaje originario de la parentela que nos ocupa estuvo montado sobre sus actividades económicas. Para que una red familiar pudiera pro-yectarse eficazmente en el plano económico debía lograr, como explica Frédérique Langue, una integración de sus actividades, diversificar las inversiones y constituirse en una unidad directiva bajo la autoridad de un patriarca.62 En el caso de los Samartín, la distribución de funciones en el seno de la parentela se estructuró en derredor de las actividades de una figura patriarcal. A comienzos del siglo XVIII, esa figura rectora fue Antonio Guerreros, encargado de los negocios personales del gobernador Valdés

61 BERTRAND, Michel “La elite colonial en la Nueva España del siglo XVIII: un planteamiento en términos de redes sociales”, en SCHRÖTER, Bernd y BÜSCHGES, Christian –editores– Beneméritos, aristócratas y empresarios…, cit., p. 45.

62 LANGUE, Frédérique “Los grandes hacendados de Zacatecas: permanencia y evolución de un modelo aristocrático”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos [en línea] http://nuevomundo.revues.org/631 [consul-ta: 30 de marzo de 2010].

54 Autoridades y prácticas judiciales...

Inclán y administrador de los almacenes de provisiones de los soldados del Presidio, que además tenía trato con los comerciantes gaditanos y con el Perú. Cuando en 1705 Guerreros cayó en desgracia, su joven pariente Joseph de Arregui asumió el liderazgo del grupo. Este buscó reconstruir la relación con la metrópoli, anudando el comercio ultramarino con el envío de mercancías a Potosí. Para enviar expediciones comercia-les a esa ciudad altoperuana, Arregui debió enmascararlas tras el comercio de mulas. Éstas las adquiría en pequeño número a criadores modestos, pero el grueso de las tropas le era proporcionado por su tío Juan de Samartín, cuyas estancias en Arrecifes eran entonces uno de los establecimientos ganaderos de mayores dimensiones de la campaña bonaerense.

Hubo, como se ve, una rotación entre los miembros más importantes de la pa-rentela para ocupar la jefatura de la misma, ajustándose a las necesidades del grupo y a las coyunturas económicas. La red vincular de los Samartín también resultó ser de probada eficacia cuando se proyectó hacia el campo político. Las estrategias matrimo-niales, que estuvieron diseñadas para conservar y acrecentar el patrimonio familiar, contribuirían a que la red familiar contara con la masa crítica mínima para hacer frente a los contratiempos que debió afrontar durante los gobiernos de Valdés Inclán y Velas-co, pero no resultaron suficientes para permitirle actuar como un bloque autónomo. La trama familiar debió ampliarse y convertirse en facción en tiempos de enfrentamiento con el gobernador Velasco y su camarilla, incorporando como aliados no emparenta-dos a miembros de otras importantes familias locales cuyos intereses habían sido tam-bién dañados. Pero así como la trama relacional se ampliaba en los momentos críticos, regresaba a sus dimensiones originales (esto es, se “cerraba”) cuando las dificultades a enfrentar desaparecían.

La trama parental no sólo actuó como barrera de contención en tiempos de reve-ses económicos o políticos, sino que proyectó su influencia al plano de la ritualidad. Los Samartín contaron con una capilla privada en el interior de una iglesia conventual donde sus difuntos pudieran ser sepultados. Durante el último tercio del siglo XVII, el capitán Luis Gutiérrez de Paz había hecho edificar una capilla consagrada a la Pura y Limpia Concepción en la iglesia de San Francisco, cuyo patronato pasaría en 1699 por medio de la dote de su hija Gregoria a su yerno Joseph de Narriondo.63 Esta se convirtió en un verdadero sitio de culto familiar, donde el maestre de campo Juan de Samartín y el capitán Antonio Guerreros dispusieron por testamento que se les diera sepultura.64 Al dar instrucciones a sus albaceas para que sus cuerpos descansaran en un enterratorio familiar, los dos patriarcas ofrecían un ejemplo a seguir por el resto de la parentela. Se trataba de otra estrategia de cohesión, tan efectiva como la de dotar a las huérfanas de la familia o apadrinar a los varones jóvenes al iniciarse en los nego-

63 AGN, IX-39-9-5, Copia de la demanda que puso Joseph de Narriondo en la residencia de Valdés Inclán.

64 AGN, IX-48-9-5, Escribanías Antiguas, f. 53; AGN, IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 582.

La pesquisa de Mutiloa en Buenos Aires 55

cios. El hecho de compartir un sitio de culto y un lugar donde inhumar sus muertos era un claro indicador de pertenencia al linaje, cuyos miembros apuntalaban su prestigio frente al resto de la vecindad y a la vez se diferenciaban de la gente del común, que recibía un entierro individual y anónimo.

“Para que mi justicia no perezca”Esclavos y cultura judicial en Santiago de Chile,

segunda mitad del siglo XVIII1

Carolina GonzálEz UndUrraGa

Presentación

En febrero de 1753 el procurador de Pobres Pedro Antonio Lepe levantaba un pedimento dirigido al Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, quien por entonces era Domingo Ortiz de Rosas. En él solicitaba que se obligase a

Bernardo Pintado a dar papel de venta a su esclavo Pedro, mulato, ya que éste le había “…informado que su amo le castigó rigurosamente sin más motivo que haberse que-rido casar en esta ciudad […] y no le da[ba] el vestuario necesario”.2

Diez años después, por su parte, María de Gracia de los Santos, mulata, era te-nida por esclava de doña Luciana Cabrera. El procurador de Pobres, Diego Toribio de la Cueva, alegaba ante la Real Audiencia de Santiago que a su representada se le debía reconocer la libertad. Ésta se le había concedido graciosamente cuando niña, en Mendoza. El padre de María de Gracia era el bachiller don Manuel de los Santos Duarte, médico en Santiago y ex amo de la madre de la litigante. Éste, al enterarse de su paternidad, había traído a María de Gracia a dicha ciudad con la intención de educarla. Sin embargo, después de unos años en el monasterio de las agustinas la sacó de ahí para venderla como esclava, haciendo caso omiso de su estado de libre.3

Casos como los citados forman parte de un conjunto de, aproximadamente, 159 litigios entre 1700 y 1810. En su mayoría, fueron elevados en Santiago por esclavos que vivían en dicha ciudad al momento de litigar. Para ello, se presentaron ante el tribunal supremo del Reino de Chile (la Real Audiencia de Santiago) o ante alguna autoridad que impartiese justicia en Santiago (alcaldes ordinarios; el corregidor o subdelegado; el gobernador o intendente).

1 En este artículo se presentan algunos avances preliminares de mi investigación doctoral sobre esclavos litigantes en Santiago de Chile, siglos XVIII y XIX, dirigida por el Dr. Oscar Mazín Gómez en el Pro-grama de Doctorado en Historia, El Colegio de México.

2 Archivo Nacional Histórico de Chile (en adelante, ANHCh), Capitanía General, Vol. 109, pieza 28, ff. 350-362, 1753, Santiago: “El Procurador de Pobres por la defensa de Pedro, mulato esclavo, contra su amo, Bernardo Pintado, por maltrato y castigo”, f. 350.

3 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 949, pieza 1, ff. 1-61v, 1764, Santiago: “María de Gracia de los Santos mulata con doña Luciana Cabrera sobre su libertad”.

58 Autoridades y prácticas judiciales...

Ahora bien, estos pleitos se concentran durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se registran 124 casos, es decir 77,98% de la muestra total de demandas.4 Por este motivo he acotado esta ponencia para dicho período con el objetivo de dar un panorama general al respecto. Por otro lado, he revisado cabalmente algunos casos a partir de la década de 1740.5 De ahí la pertinencia de lo anterior.

Si bien el uso de la administración de justicia por parte de la población esclava es evidente, la explicación de esta práctica pasa por responder diversas preguntas. Entre éstas, hay algunas básicas y generales sobre las que pretendo ahondar de manera pre-liminar en esta oportunidad. Estos interrogantes, que se complementan entre sí, son cómo, por qué y bajo qué argumentos se construyeron las demandas por justicia de esclavos, esclavas o familiares de alguien en estado de esclavitud.

En torno a ellas he organizado la presente exposición en cuatro apartados. En el primero, me refiero a los derechos que apoyaban, así como a los procedimientos judi-ciales que permitían la sustanciación de las demandas de la población esclava. En el segundo punto describo los objetivos de los litigios en términos cuantitativos e indago sobre los motivos de su aumento hacia la segunda mitad del siglo XVIII. En un tercer apartado me aproximo a la respuesta de la administración de justicia a través de las sentencias. Un último acápite lo he destinado a modo de conclusión, para referirme a la población esclava como parte de una cultura jurídica-judicial.6 Esto último, la cul-tura jurídica y judicial, no ha sido considerado por la historiografía chilena como un

4 Los datos que presento aquí se desprenden de la revisión general de los inventarios del Fondo de la Real Audiencia y del de la Capitanía General de Chile y no, necesariamente, de una lectura de cada caso. Hay datos que presentan los catálogos que son relativamente confiables (género del demandante y del demandado, objetivo y/o motivo de la demanda, año, lugar en algunos casos) y permiten estable-cer ciertas conclusiones preliminares sobre la litigación esclava en términos cuantitativos. He optado como límite temporal para este artículo el año de 1810, cuando se inicia el proceso de Independencia. Dicho proceso afectó, en parte, la organización de la administración de justicia. Los recursos jurídicos, por otro lado, si bien son similares a los del siglo XVIII, se ven interferidos por una nueva organi-zación política. Leyes, como la de libertad de vientres del 11 de octubre de 1811, que establecía que quienes nacieran de esclavas no reproducirían la condición de sujeción de sus madres, dieron un cariz republicano a ciertas demandas presentadas entre esa fecha y la abolición definitiva de la esclavitud en Chile, el 24 de julio de 1823. Por otro lado, la permanencia de una institución monárquica, como la esclavitud, en un espacio público que abogaba por la libertad, la ciudadanía y la igualdad hace que las demandas de la población esclava (unas 12 hasta 1823) deban ser analizadas de manera más precisa, lo que excede los propósitos del presente trabajo.

5 Hasta la fecha he fichado de manera aleatoria 53 casos, es decir 33% de la muestra total reseñada en este artículo. Estos casos corresponden a la segunda mitad del XVIII.

6 El término jurídico-judicial lo tomo de Tamar Herzog quien afirma que durante el Antiguo Régimen existía una articulación, o una continuidad incluso, entre lo jurídico, es decir lo que corresponde al derecho, y lo que atañe a la administración de justicia (lo judicial), pues no existía distinción entre estos ámbitos. Es por ello que los jueces no letrados, así como los representantes judiciales subalternos, hicieron una gran contribución a la difusión y construcción de lo que se puede identificar como una cultura jurídica-judicial. HERZOG, Tamar “Sobre la cultura jurídica en la América colonial (siglos XVI-XVIII)”, en Anuario de Historia del Derecho, Vol. LXV, 1995, pp. 903-904.

“Para que mi justicia no perezca” 59

tema particular de estudio hasta fechas muy recientes. De ahí la breve digresión final sobre el estado de la cuestión.

Sobre derechos, privilegios y procedimientos judicialesLos esclavos demandaban para reparar una injusticia cometida por sus amos. Los alegatos se amparaban en una serie de derechos específicos que le correspondían a la población esclava y que se encontraban estipulados en corpus jurídicos variados, como ordenanzas, sínodos, la Recopilación de las Leyes de Indias y las Siete Partidas. En ese sentido, el ordenamiento jurídico que definía la condición de esclavo partici-paba del carácter recopilatorio y casuista de las obras de derecho vigentes en la época. El intento frustrado del Código Carolino7 no pasó de ser una Instrucción más en 1789 debido a la presión y negativa de los dueños de esclavos para aplicarlo.8 Entonces, las fuentes de argumentación a las que recurrían las partes litigantes y que elaboraba el procurador, podían tener múltiples referencias, todas ellas posibles y en competencia para convencer al juez de la causa más justa.

Por otro lado, los derechos particulares que tenían los esclavos estaban gene-rados por la doble condición jurídica específica en que se encontraban. Al mismo tiempo, se les consideraba una cosa “…que puede venderse, empeñarse, y en general ser objeto de todo acto jurídico…”, así como un ser humano que, por ello, tenía cier-tos derechos. Entre estos figuraban tener un peculio; comprar su libertad o pagar su rescate;9 ser tratado de buena manera, si bien podía ser castigado paternalmente; si se le castigaba con exceso (lo cual, por cierto, se prestó a todo tipo de interpretaciones por parte de los amos y las autoridades) podía hacer denuncias, ante lo cual el juez podía ordenar poner al denunciante en depósito en un lugar seguro, como una casa o en la cárcel. Si se comprobaba la denuncia, el esclavo podía ser vendido a otro amo a precio justo. También tenía derecho a hacer vida maridable, a ser alimentado por el amo, entre otros.10

7 Al respecto ver LUCENA, Manuel Los códigos negros de la América Española, UNESCO-Universi-dad de Alcalá, España, 1996.

8 CHAVES, María Eugenia María Chiquinquirá Díaz: Una esclava del siglo XVIII. Acerca de las iden-tidades de amo y esclavo en el puerto colonial de Guayaquil, Archivo Histórico de Guayas, Ecuador, 1998, p. 119.

9 Este término refleja también el contexto de la dominación musulmana en la península Ibérica así como la Reconquista española en esa zona, cuestión evidenciada en algunas de las leyes del título XX de la IV Partida. En ésta, el término rescate remite al prisionero hecho en guerra santa. Cuestión que no se correspondía necesariamente con la forma en que habían sido hecho esclavos los africanos llegados a América. Con todo, amos y esclavos usaron de manera diferente este argumento para sostener o rechazar la posibilidad de obtener la libertad. Ver DE TRAZEGNIES, Fernando Ciriaco de Urtecho: Litigante por amor. Reflexiones sobre la polivalencia táctica del razonamiento jurídico, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1981.

10 DOUGNAC, Antonio Manual de Historia del Derecho Indiano, UNAM, México, 1994, p. 395.

60 Autoridades y prácticas judiciales...

La relación de protección de la justicia había quedado ya bastante clara en las Siete Partidas. En ellas se establecía que, si bien el señor (el amo) tenía total poder sobre su siervo (el esclavo), no por ello podía tratarlo cruelmente. De ser así: “…fe pueden quexar los fieruos al Juez […] de fu oficio, deue pesquerir [investigar] en verdad…”.11 Pedir justicia, por lo demás, se fundamentaba en dos derechos, entre otros, que tenían los súbditos del rey: el derecho de petición y el derecho de defensa.12

En el primer caso, el derecho de petición estaba bastante extendido tanto en el plano personal como colectivo. Annick Lempérière ha identificado la petición como una de las formas de representación política durante el Antiguo Régimen. Formas que, no ha de extrañar por lo demás:

“…tuvieron algo que ver con la Justicia. Por un lado, la represen-tación permitía hacer valer derechos –los de los vasallos, de las co-munidades, de los estamentos, de las corporaciones, de un reino– o bien la ‘causa del Público’. Por el otro se utilizaba para expresar y, si fuera posible, resolver conflictos entre vasallos, entre ciudades o comunidades, entre el reino y el rey”.13

Según Lempérière la petición fue quizás la “…forma originaria de la representación y sin embargo perduró hasta mucho más allá del siglo XVIII”. En efecto, Lex Heerma Van Voss ha afirmado, con base en una serie de trabajos sobre las peticiones desde la Edad Media a la Segunda Guerra Mundial, que ellas son:

“…demandas por un favor, o para reparar una injusticia, dirigidas a alguna autoridad establecida. Como la distribución de la justicia y la caridad es parte importante del gobernar, los gobernantes difí-cilmente podían negar a sus súbditos el derecho a acercárseles para implorarles ejercer justicia, o garantizar una solicitud”. 14

El derecho de petición en el Antiguo Régimen, por su parte, “…se ejercía mediante la redacción de escritos llamados ‘súplicas’, ‘quejas’, ‘representaciones’, ‘peticiones’, que se dirigían al rey o a sus Consejos pasando por la jerarquía judicial o mediante el envío de un procurador a la corte”.15

11 IV Partida, Título XXI, Ley VI, Las Siete Partidas del Sabio Rey Alfonso X “El Sabio” Rey de Castilla y León 1221.1284, edición facsimilar Suprema Corte de Justicia de México, México, 2004 [1758], p. 169. El destacado es mío.

12 DOUGNAC, Antonio Manual de Historia…, cit., p. 384.13 LEMPÉRIÈRE, Annick “La representación política en el Imperio Español a finales del Antiguo Régi-

men”, en BELLINGERI, Marco Dinámicas de Antiguo Régimen y Orden Constitucional. Representa-ción, Justicia y Administración en Iberoamérica, siglos XVIII-XIX, Otto Editores, Torino, 2000, p. 58. El destacado es mío.

14 VAN VOSS, Lex Heerma “Introduction”, Internacional Review of Social History, 46, 2001, p. 1. La traducción me pertenece.

15 LEMPÉRIÈRE, Annick “La representación…”, cit., p. 58. El destacado es mío.

“Para que mi justicia no perezca” 61

Para nuestro caso, estos escritos son los llamados auto de pedimento, petición, presentación, entre otros, que introducen los litigios y que a lo largo de estos se reite-ran y adoptan variados nombres según los recursos procesales pertinentes.16

Ahora bien, este derecho de petición está vinculado con el derecho de defensa. Éste consistía en que “…cada persona podía reclamar de los derechos que le habían sido violados ante los tribunales de justicia”.17 Esto correspondía a la llamada justicia conmutativa o judicial. Ésta presuponía “…la igualdad de las partes y su realización [exigía], por lo tanto, que no [hubiese] acepción de personas, es decir, que el juez [estuviera] libre de toda pasión (amor, odio, temor, codicia) que [pudiese] inducir parcialidad al decidir”.18

En teoría, eran los procuradores de ciudad quienes debían tramitar este tipo de solicitudes ante la autoridad que fuese pertinente. Este era el mismo protector que debía encargarse de tramitar las peticiones que todo súbdito del rey tenía derecho de hacer. En 1784 el gobernador Ambrosio de Benavides advertía a procuradores y abogados sobre la correcta presentación de sus escritos y actuaciones. Al parecer era usual que:

“…pedimentos y memoriales que presentan las partes, e interesados a este Superior Gobierno vienen con las lineas, ô renglones escritos hasta el extremo del dobles de los pliegos u ojas, y que cosiendose estos en expedientes quedan encubiertas las ultimas palabras o dic-ciones causando grave fastidio y dificultad a la inteligencia de sus contenidos”.19

En el caso de esclavos y esclavas, lo anterior se concretaba al ser representado por el procurador de pobres e, idealmente, estar asesorados por un abogado sin costo alguno debido a su extrema pobreza. Es decir, debido a la condición de miserables que les suponía la esclavitud.

Dado lo anterior, se presentaban ante las instancias de justicia como caso de cor-te. Se consideraba caso de corte aquel que, según “…la materia grave de que se tratara o por las personas involucradas, se sustraía del conocimiento de los tribunales corrien-

16 Un ejemplo sobre uno de los usos de este derecho en Chile en GONZÁLEZ, Bernardo “El derecho a petición en el mundo masculino: una súplica exigida”, en Anuario de postgrado, núm. 2, Escuela de Postgrado, Universidad de Chile, 1997, pp. 203-216; sobre el procedimiento y causales para la petición de libertad: LAGOS OCHOA, Gustavo “Las causas de libertad en negros e indígenas en el Chile in-diano”, en Memoria de Prueba Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 1995, pp. 17-25.

17 DOUGNAC, Antonio Manual de Historia…, cit., p. 385.18 GARRIGA, Carlos “Las Audiencias: justicias y gobierno de las Indias”, en BARRIOS, Feliciano El

gobierno de un mundo Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, España, 2004, p. 719.

19 ANHCh, Capitanía General, Vol. 3, f. 548, 1784: “Ambrosio de Benavides. Establece reglas para la presentación de peticiones que deben ser debidamente marginadas”.

62 Autoridades y prácticas judiciales...

tes pasando a la Audiencia”.20 En estos casos estaban involucradas personas rústicas y miserables como viudas, huérfanos, indios y, por cierto, esclavos que tenían derecho de acceder gratuitamente a la justicia. Estos últimos, por su condición de miserables así como por el contenido de sus denuncias, gozaban del privilegio estipulado en la Ley octava, título 9, Libro 7 de la Recopilación de las Indias “…por la qual se con-cede el caso de corte a los Negros, Negras u otros cualesquiera tenidos por esclavos, quando proclamaren a la libertad”.21 No obstante, también se consideró la petición por papel de venta y tasación a precio justo. Por otro lado, no fue la Real Audiencia el único tribunal que siguió estos casos, según lo demuestran los expedientes revisados para esta investigación.

Los esclavos se presentaban a la justicia bajo este privilegio de caso de corte. Por ejemplo, Juana Manuela Jáuregui, mulata, esclava de Don Próspero Delso, quien se presentó “por notorio caso de corte” en 1757 ante la Real Audiencia. Durante el pleito, Juana Manuela argumentaba, o más bien su Procurador, que no le correspondía pagar las costas del juicio por su extrema pobreza:

“…porque yo soy una Pobre lo mismo que Esclaba sin mas oficio que servir a mis amos, y no tengo alguno en donde adquirir dinero para pagar estas costas; Menos que hurtandolo a mis amos; o buscan-dolo por otro medio ylisito; Repugnante a mi christiandad y buena crianza: Y asi debe connumerarseme en la clase de los Pobres que tienen el Pribilegio de litigar en esta real Audiencia y demas tribuna-les sin pagar derechos; Pues a la verdad ninguno lo es en realidad y tan miserable, como un ynfelis esclavo”.22

Por otro lado, los procuradores o abogados de pobres no siempre mostraban una dis-posición inmediata a quienes acudían a ellos como miserables. En 1762, Isabel Cañol, negra esclava, reclamaba ante la Real Audiencia que el procurador había rechazado representarla en su demanda por carta de libertad. El motivo, se habría encontrado muy ocupado:

“…aunque para usar del derecho que en tal casso me compete e ocu-rrido al Abogado de Pobres en busca de su patrocinio se a resistido sin otro titulo según, entiendo que el de ser una triste desvalida y no tener con que pagarle su onorario”.23

20 DOUGNAC, Antonio Manual de Historia…, cit., p. 152.21 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 2872, pieza 3, ff. 72-104, 1757: “Juan Manuela, esclava, sobre su liber-

tad”, f. 97.22 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 2872, pieza 3, ff. 72-104, 1757: “Juan Manuela, esclava, sobre su liber-

tad”, f. 97.23 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 2605, pieza 4, ff. 109- 125, año 1762: “Isabel Cañol, esclava. Autos con

Francisco Solano Gómez, sobre su libertad y por el uso torpe que de ella hizo”, f. 109.

“Para que mi justicia no perezca” 63

Ante esto, la Real Audiencia ordenó que Hilario Cisternas, abogado de dicho tribunal, fuese el Abogado de Pobres que defendiera a Isabel.

Más de 30 años después la historia continuaba. Esta vez, la esclava María Mate, alegaba haber:

“…ocurrido al Abogado de pobres en lo civil que a mas de hayarse sumamente embarazado con la expedicion de muchos negocios de pobres que tiene a su cuidado, no puede patrocinarme â causa de que tengo que valerme de cierta [con]testacion del mismo Abogado, por cuyo motibo se hallaria implicado para hacerlo, y siendo yo una miserable que por tal debo ser protegida por patrocinante que no me llebe dinero pues no lo tengo he de merecer de la piedad de V.A. se digne nombrarme Abogado que me patrocine…”.24

He podido establecer, con base en los inventarios de los fondos documentales y los casos revisados hasta el momento, que la figura del procurador de pobres es una pre-sencia permanente en la mayoría de los pleitos. Dicho funcionario participa desde el inicio del litigio o bien se integra durante el proceso. En algunas demandas está ausente o, al menos, el cargo no es explícito. Ello pudo deberse a que otros asesores letrados aconsejaban al demandante o porque algún familiar, como el marido de una esclava, representaba al denunciante.

Hubo procuradores/abogados de pobres (aparece indistintamente el término, aunque no era lo mismo, pues un procurador no necesariamente tenía estudios de abo-gacía) que se mantuvieron por décadas en dicho cargo. Destacan nombres como el de Pedro Antonio Lepe para las décadas de 1740 y 1750; y el de José Toribio de la Cueva para las décadas de 1760 y 1770, aproximadamente. Ellos representaron durante su carrera a cientos de esclavos y otros miserables.

Hasta ahora no he encontrado, para Chile, ningún estudio exclusivo sobre el procurador de pobres, ni siquiera para los procuradores en general; tampoco se les menciona en diccionarios biográficos o genealógicos.25 Esta es, sin duda, una tarea pendiente. Es fundamental lograr establecer quiénes eran los procuradores de pobres para apreciar su influencia en la transmisión de un conocimiento judicial entre la po-blación en general, así como en la forma de estructurar los testimonios de la pobla-ción esclava y de ajustarlos al formato y lenguaje jurídico. No olvidemos que en un escenario urbano, la cultura jurídica comprendía un “…conjunto de ideas, actitudes y expectativas respecto del Derecho y las prácticas legales así como su uso cotidiano, faceta en que abogados y procuradores intervenían activamente”.26 Además, y junto

24 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 2199, pieza 4, 1805, Santiago: “María Mate, esclava, con Francisco Mate, sobre su libertad”, f. 114.

25 Para el caso de Nueva España ver GAYOL, Víctor Laberintos de Justicia. Procuradores, escribanos y oficiales de la Real Audiencia de México (1750-1812), El Colegio de Michoacán, Zamora, 2007.

26 HONORES, Renzo “Pleytos, letrados y cultura legal en Lima y en Potosí, 1540-1640”, en Latin Ameri-can Studies Association XXVI International Congress, San Juan de Puerto Rico, 15-18 de marzo 2006,

64 Autoridades y prácticas judiciales...

a estos, intervenía la población litigante pues, en definitiva, era ella la que usaba el andamiaje jurídico-judicial para los fines más diversos.

Por otro lado, debe intentar establecerse las redes sociales y políticas en que estos agentes de justicia subalternos se movían. Para explorar, por ejemplo, si los esclavos litigantes formaban parte de una red clientelar como en el caso de Guayaquil. Al res-pecto, María Eugenia Chaves ha señalado, para el cabildo porteño, el efecto que tuvo en la litigación esclava la aparición de abogados y procuradores que, desde la década de 1780:

“…presentan sus títulos al Cabildo porteño expandiendo la oferta de estos servicios. A este hecho hay que añadir la informalidad con que en Guayaquil se manejaban la producción, administración y control de la “palabra escrita”… Empíricos y otros letrados sacaban prove-cho de este tipo de litigantes, que era una clientela en aumento, para posicionarse”.27

Esta informalidad explicaría “…la intervención de los esclavos litigantes en los pro-cesos judiciales de los cuales eran protagonistas”.28 Es decir, la población esclava se vio favorecida por una impartición de justicia más laxa o heterodoxa, pero no por ello menos efectiva o menos legitimada socialmente.

Para nuestro caso, la negativa de un relator de la Real Audiencia a entregar por escrito el informe de ciertas causas criminales, da cuenta de esas informalidades:

“…el día 16 de abril el relator don Miguel Rocha había hecho rela-ción oral de una causa criminal por salteos y homicidios, negándose a relatar por escrito, e insultando de viva voz al fiscal. Habiéndose quejado Zerdán [el fiscal] y a su instancia el 17 de abril de 1779 la audiencia dispuso que la relación de las causas criminales arduas y graves debía hacerse en adelante por escrito”.29

Objetivos de la litigación esclava y su aumento durante la segunda mitad del siglo XVIIIEsclavos, esclavas o familiares de alguien en estado de esclavitud usaron las institu-ciones de justicia establecidas en la ciudad de Santiago para, principalmente, deman-dar a sus amos y así obtener carta de libertad o papel de venta. La carta de libertad era un documento que reconocía legalmente el fin de la sujeción del esclavo y, por ende, su estado de libre o liberto, como indistintamente refieren las fuentes revisadas.

p. 31 [en línea] www.justiciaviva.org.pe/informes/historia/lasa_2006_honores.doc 27 CHAVES, María Eugenia María Chiquinquirá Díaz..., cit., p. 101. El destacado es mío. 28 CHAVES, María Eugenia Honor y Libertad…, cit., p.101.29 BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La Real Audiencia…, cit., p. 55.

“Para que mi justicia no perezca” 65

El papel de venta, por su parte, era un documento que señalaba las características del esclavo, su precio de tasación y a quién debía dirigirse el interesado en comprar la pieza ofertada. De esta forma se comprobaba la voluntad del amo para vender a su criado, pudiendo éste cambiar de señor o, incluso, auto manumitirse o ser comprado por algún familiar que posteriormente le otorgara la libertad.

Los esclavos acusaron a sus amos, o a los herederos de sus legítimos señores, de no entregarles una alimentación adecuada, tenerlos desnudos y enfermos, de intentar separar matrimonios, cometer sevicia o de no reconocer la carta de libertad testada por un amo ya fallecido.30 En el caso particular de las esclavas, existían agravantes específicas, como la de tener ilícita amistad el amo con su esclava, muchas veces bajo la falsa promesa de libertad.

Un aspecto a tener en cuenta para reconstruir las motivaciones de la litigación es la distribución de los objetivos de los litigios. De la información reunida que ofrece la actividad litigante conservada en los fondos de la Real Audiencia y de la Capitanía General a lo largo del siglo XVIII, se puede establecer que del total de demandas 60,37% (96 casos) tuvieron como propósito obtener carta de libertad, o que se reco-nociera ésta, y 52 casos (32,70%) tuvieron como objetivo conseguir papel de venta o que se regulara dicha situación (Tabla 1).

Dicho de otra manera, encontramos que la población esclava tendió, en más de la mitad de los casos, a litigar con el objetivo de obtener carta de libertad. La expli-cación de esto es compleja y no se remite sólo al repudio por una institución como la esclavitud, detestable ante nuestros ojos.

La mayoría de litigios en consecución de carta de libertad puede significar la pre-tensión de cambiar de estado jurídico y, en ese sentido, una forma de conseguir cierta movilidad social. También puede obedecer a la denuncia de una potestad ilegítima de un amo, como en el caso de herederos o albaceas que no reconocen una carta de liber-tad otorgada graciosamente en testamento. En ese sentido, este porcentaje mayoritario de casos cuyo objetivo era la demanda por carta de libertad debe ser analizado con un lente amplio. En efecto, no necesariamente se está cuestionando la esclavitud misma, como institución o sistema de dominación, sino la legitimidad de la propiedad espe-cífica de un amo, de ahí la referencia al esclarecimiento o reconocimiento de libertad en algunos casos.

Por su parte, durante la segunda mitad del siglo XVIII –a partir de la década de 1750 (Tabla 2)– aumentó la litigación de manera considerable. En efecto, dicho perío-do concentra 77,98% de los casos, es decir, 124 de un total de 159 litigios para todo el siglo. Dentro del alza, la década de 1790 registró el punto más alto con 33 demandas

30 Esto se repitió en diferentes territorios de la Monarquía. A modo de ejemplo, véase el caso de Buenos Aires analizado por PERRI, Gladys “Los esclavos frente a la justicia. Resistencia y adaptación en Buenos Aires, 1780-1830”, en FRADKIN, Raúl –compilador– La ley es tela de araña. Ley, justicia y sociedad rural en Buenos Aires, 1780-1830, Prometeo, Buenos Aires, 2009, pp. 51-81.

66 Autoridades y prácticas judiciales...

(20,74%). En este período las demandas por carta de libertad representan 58,06% (72 casos) y las de papel de venta 34,67% (43 casos).

Esta alza (Gráfico 1), de la segunda mitad del siglo, no es extraña en el contexto de un aumento demográfico sostenido, así como de un comercio de esclavos más intenso en Santiago.31

Tabla 1Objetivo de los litigios presentados

según fondo Real Audiencia y fondo Capitanía GeneralTotal de casos 1700-1810, por décadas y objetivos demandas

Otros Totales Década Libertad Venta No indica motivos década % 1700 3 1 1 0 5 3,14 1710 2 0 0 0 2 1,26 1720 9 2 1 0 12 7,54 1730 5 1 0 0 6 3,77 1740 5 5 0 0 10 6,28 1750 8 9 0 1 18 11,32 1760 9 7 0 1 17 10,69 1770 13 10 0 1 24 15,09 1780 10 7 0 2 19 11,94 1790 19 10 0 4 33 20,75 1800-1810 13 0 0 0 13 8,17 Totales por objetivo 96 52 2 9 159 Totales % 60,37 32,70 1,26 5,66 Promedio

de demandas 14,45= 9%

31 Ver respectivamente, DE RAMÓN, Armando Santiago de Chile (1541-1991) Historia de una sociedad urbana, Sudamericana, Santiago, 2000 y SOTO, Rosa La mujer negra en el Reino de Chile. Siglos XVII-XVIII, Tesis para optar al grado de Magister Artium en la mención de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad de Santiago de Chile, 1988, p. 80.

“Para que mi justicia no perezca” 67

Tabla 2Objetivo de los litigios presentados

según fondo Real Audiencia y fondo Capitanía GeneralTotal de casos 1750-1810 por décadas y objetivos demanda

Décadas L V N/i O-M Total % 1750-1810 % 1700-18101750 8 9 0 1 18 14,51 11,321760 9 7 0 1 17 13,70 10,691770 13 10 0 1 24 19,35 15,091780 10 7 0 2 19 15,32 11,941790 19 10 0 4 33 26,61 20,751800-1810 13 0 0 0 13 10,48 8,17Total 72 43 0 9 124 - 77,98% 1750-1810 58,06 34,67 0 7,25 % 1700-1810 45,28 27,04 0 5,66 % respecto 75 82,69 0 100 total objetivo

Gráfico 1Actividad litigante total y por objetivos según décadas entre 1700-1810

68 Autoridades y prácticas judiciales...

Además, autores como Carlos Aguirre han afirmado que durante el siglo XVIII se dio un despertar jurídico de los esclavos.32 Fernando de Trazegnies, por su parte, habla de la abolición privada que se dio durante el siglo XVIII.

Por otro lado, se puede estar de acuerdo con que durante el siglo XVIII “...se consolidan las instituciones judiciales y también las posibilidades de reclamo de justicia”.33 Sin embargo, ello debe ser explicado con base en un análisis que relacione la evidencia de los litigios con, por ejemplo, la realidad de los agentes de justicia, el aparato judicial y de gobierno en general.

Ahora bien, es común adjudicar a las reformas borbónicas y a la circulación de ideas ilustradas un mayor celo judicial y un consiguiente aumento de litigios.34 En particular, por medio de las primeras se habría pretendido hacer más eficiente la im-partición de justicia, sobre todo en lo criminal. Ello habría sido especialmente efectivo durante el reinado de Carlos III, con las innovaciones de las audiencias indianas por José de Gálvez en 1776. Éstas significaron la creación de la plaza de regente y de una segunda fiscalía, la del crimen, en la Real Audiencia de Santiago de Chile.35 Sin embargo, esta última fue de corta duración pues no era necesaria, según se le había informado al regente Álvarez de Acevedo. Éste decretó el cese de esta segunda sala en 1781 pues:

“…esta Audiencia no necesita en la actualidad más ministros que quatro, y un regente, y un fiscal con dos agentes, para desempeñar cumplidamente la administración de justicia y los demás negocios a que debe atender”.36

Por otro lado, si bien el aparato de justicia fue objeto de críticas por parte de los agen-tes borbónicos, éste no experimentó mayores transformaciones.37 Refuerza lo anterior la comparación entre algunos autos acordados de la Real Audiencia, que insistían en

32 AGUIRRE, Carlos Agentes de su propia libertad, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1993, pp. 182-184.

33 ARAYA, Alejandra “La fundación de una memoria colonial: la construcción de sujetos y narrativas en el espacio judicial del siglo XVIII”, en CORNEJO, Tomás y GONZÁLEZ, Carolina –editores– Justi-cia, poder y sociedad en Chile: recorridos históricos, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2007.

34 Entre otros, ARANCIBIA, Claudia; CORNEJO, José Tomás y GONZÁLEZ, Carolina –estudio in-troductorio y transcripción– Pena de muerte en Chile colonial. Cinco casos de homicidio de la Real Audiencia, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, RIL Editores, Santiago, 2003; LEÓN, Leo-nardo “Real Audiencia y bajo pueblo en Santiago de Chile colonial 1750-1770”, en VALENZUELA, Jaime –editor– Historias Urbanas, Homenaje a Armando de Ramón, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2007; SAN MARTÍN, William “Abolición de la esclavitud en Chile. Ser esclavo y ser libre en Chile tardo colonial” [en línea] http://www.memoriachilena.cl.

35 BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La Real Audiencia en Santiago de Chile…, cit., p. 53.36 BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La Real Audiencia en Santiago de Chile…, cit., p. 71.37 BARRIENTOS GRANDÓN, Javier La Real Audiencia en Santiago de Chile…, cit., p. 71.

“Para que mi justicia no perezca” 69

el correcto procedimiento con que se debían llevar en los litigios,38 versus la práctica de los tribunales que muestran una cooperación entre las justicias.39

Elocuente de los deseos de una justicia reformada o reformista es el siguiente co-mentario del Procurador de Pobres en lo criminal a inicios de la Independencia. Para éste, esa cooperación no era posible sino sólo un signo de caos y barbarie:

“El Procurador de Pobres en lo criminal represento â VS quien el dia de ayer con horror de todas las almas sensibles hemos presenciado en la carzel el ultimo extremo de la barbarie, y falta de pudor, y de respeto â los repetidos autos acordados y orden del Tral. una infeliz joben de 18 años domestica de Dn Pedro del Solar, ha sido cruelmen-te azotada por mano del Berdugo, y por mandado segun se dice del Alcalde interino Dn Gabriel de Tocornal (lo que atendida su mode-racion quasi se hace inverosimil) Este hecho escandaloso llama la atension del Tral, ya porque son muchas las consideraciones, que se merece el mas pequeño individuo de la Sociedad; ya por el transtor-no que ocaciona el abrogarse los Magistrados mas facultadas que las que les competen”.40

Lo anterior, en definitiva, da cuenta de las tensiones entre la administración de justicia que se quería y la que efectivamente se tenía.

Por otro lado, no obstante algunas modificaciones como las señaladas, la admi-nistración de justicia, en particular lo relativo a los jueces (para lo cual se encuentran investigaciones), siguió siendo representada por “…un personal muy reducido y muy selecto”.41 Quizás la impartición de justicia fue más ágil durante el siglo XVIII; sin embargo, mantuvo el cariz que hasta entonces la había identificado: dar a cada quien lo que le correspondía. Es decir, seguía fincada en el ideario del rey justiciero. Aun cuando los diversos debates en torno a la justicia durante ese siglo muestran un “…enfrentamiento de distintas culturas jurídicas, basadas en líneas de pensamiento muy distintas sobre lo que es estado, sociedad y justicia”.42

38 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 3137, Autos Acordados. Cuaderno Primero: “26 de marzo de 1778, Sobre que los letrados estén instruidos en las leyes para la Buena Administración”, f. 198.

39 Al respecto ver HERZOG, Tamar La administración como un fenómeno social: La justicia penal de la ciudad de Quito (1650-1750), Centro de Estudios Constitucionales, España, 1995, pp. 45-48; BA-RRIERA, Darío “La ciudad y las varas: justicia, justicias y jurisdicciones (ss. XVI-XVII)”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 31, Buenos Aires, 2003, pp. 69-95.

40 ANHCh, Real Audiencia, Vol. 1951, pieza 5, 1812-1813: “Azotes a una doméstica de Don Pedro del Solar”, f. 115.

41 BRAVO LIRA, Bernardino “Los hombres del absolutismo ilustrado en Chile bajo el reinado de Carlos III”, en CAMPOS HARRIET, Fernando et al. Estudios sobre la época de Carlos III en el Reino de Chile, Universidad de Chile, Santiago, 1988, p. 327.

42 BRAVO LIRA, Bernardino “Los hombres del absolutismo…”, cit., p. 50.

70 Autoridades y prácticas judiciales...

Dado lo anterior, se debe ser cuidadoso a la hora de considerar las reformas borbónicas como causal evidente del aumento de la litigación. Pues, obviando cues-tiones de conservación de archivos, durante el siglo XVIII se yuxtapusieron “…dos dimensiones del gobierno, una antigua, fundamentalmente judicial, encuadrada den-tro de términos jurídicos y otra nueva”.43 Esta nueva manera de entender el poder la encarnaba la imagen del rey gobernante. Ello implicaba un modo de gobierno más expedito y eficaz, que buscaba la felicidad de los gobernados. Lo anterior se tradujo en reformas urbanas impulsadas por las autoridades en Santiago, como la construcción de los tajamares del río Mapocho o el puente de Cal y Canto. Un interés especial fue la fundación de villas para urbanizar el Reino y controlar una población rural muy dispersa (lo que se consiguió medianamente).44 Sin embargo, como bien lo ha descrito Horst Pietschmann para la Nueva España, estas dos formas de entender el poder en-traron en tensión. Las reformas no significaron que toda una cultura jurídica o política anterior se hubiese borrado, al contrario.45

La respuesta de la administración de justiciaUna forma de conocer la respuesta de la administración de justicia es pesquisando las sentencias. Es decir, un ha lugar o un no ha lugar pueden ser observados para medir la recepción favorable o negativa que los jueces tuvieron ante la litigación esclava. Sin embargo, un primer análisis cuantitativo como el que aquí presento someramente, da cuenta de que las deducciones son imprecisas al respecto y plantea la pregunta de cómo medir o, incluso, si se pueden medir las sentencias en un sistema de justicia casuístico.

Para analizar lo anterior cuento con la información de 53 casos para la segunda mitad del siglo XVIII. En su mayoría fueron motivados por malos tratamientos. De estos, 27 tenían como objetivo obtener papel de venta y 25 conseguir carta de libertad. Se debe sumar un litigio que considero un caso especial, pues el esclavo pide se le ponga en un hospital. Por ende, consideraré sólo 52 casos para efectos de describir los datos de las sentencias.

La resolución de los litigios, en caso de haberla, se presentó de la siguiente ma-nera: 9 de los casos llegaron a buen término, es decir, el juez falló a favor del deman-dante; en 18 el Juez no favoreció al demandante sino al demandado: el amo o ama. Finalmente, 25 pleitos no se resolvieron; es decir, no conocemos el veredicto final.

De manera más específica, en las demandas por papel de venta y/o tasación a precio justo, 4 casos resultaron a favor del esclavo, 11 a favor del amo y 12 no se resolvieron. En cuanto a las peticiones por carta de libertad o reconocimiento de ésta,

43 BRAVO LIRA, Bernardino “Los hombres del absolutismo…”, cit., p. 303.44 Ver LORENZO, Santiago y URBINA, Rodolfo La política de poblaciones en el siglo XVIII, Editorial

el Observador, Quillota, 1978. 45 PIETSCHMANN, Horst “Justicia, discurso político y reformismo borbónico en la Nueva España del

siglo XVIII”, en BELLINGERI, Marco Dinámicas…, cit.

“Para que mi justicia no perezca” 71

5 fueron “ha lugar”, es decir a favor del esclavo, 7 favorecieron al demandado y 13 no se resolvieron.

De esta muestra según objetivo del litigio, podríamos decir que no es el tipo de petición lo que influye en el veredicto de los casos, ya que la diferencia entre las sentencias, según si eran por carta de libertad o papel de venta, es pequeña. De ahí que debamos fijarnos, más bien, en las estrategias judiciales utilizadas para obtener un fallo favorable, antes de concluir con apoyo en las cantidades. Si bien éstas son ilustrativas no resultan, dado el estado de avance de la investigación, representativas de una tendencia judicial. Ello, además, por las dudas que abren los casos que hemos calificado como no resueltos. Esto quiere decir que el caso está trunco o que no se siguió por vía escrita. Ello puede indicar un arreglo extrajudicial satisfactorio para ambas partes o una resolución en juicio verbal de la cual no ha quedado registro escri-to o que se ha perdido el original. Estos casos también obedecen a situaciones en las que el amo no cumple con los traslados y el pleito queda detenido, a pesar de que las resoluciones del juez durante un juicio determinado indiquen una tendencia por fallar a favor del esclavo.

Ante esto, las sentencias deben ser tratadas en relación con los recursos jurídicos en el contexto de un aparato de justicia casuístico. Es decir, desde una perspectiva más cualitativa. En este momento de la investigación no es posible establecer rela-ciones precisas entre una sentencia, el tipo de demandante, demandado y los recursos jurídicos en juego. No obstante, es interesante notar, incluso en una lectura superficial de los casos, que los recursos usados por los representantes de los esclavos tienden a basarse en el estado jurídico de tal (su legitimidad o no), así como en una serie de pruebas que avala la alta moral de sus defendidos en contraste, a veces, con las de sus amos. Los autos de defensas de los amos, por su parte, se plantean desde una estra-tegia que insiste en destacar el comportamiento deplorable de los esclavos según una serie de prejuicios sociales y, además, en el derecho de propiedad que les corresponde como dueños de una pieza. Estos recursos dan cuenta de concepciones sobre el poder y las relaciones sociales que circulaban en la sociedad.

A modo de conclusión: los esclavos se hacen parte de la justicia Las demandas por carta de libertad y papel de venta competían no sólo a sus protago-nistas más evidentes, los esclavos, sino a una serie de actores, ya que la administración de justicia operaba en una diversidad de redes sociales y políticas. La demanda nos muestra un engranaje social, esto es, una serie de actores involucrados previamente a la acción judicial misma y que se reencontraban en ella (amo o ama, testigos, en caso de haberlos, en definitiva, la red social y familiar de la cual formaba parte el deman-dante). Esta esfera estaba relacionada, por otro lado, con los representantes judiciales que traducían las demandas al lenguaje jurídico-judicial y eran los únicos autorizados para tramitarlas. Estos agentes, en particular el procurador de pobres y el escribano,

72 Autoridades y prácticas judiciales...

operaron como un puente entre el mundo del demandante y el del tribunal, entre los ámbitos siempre en contacto de lo oral y lo letrado.46

En continuidad con ese universo del demandante, se encuentra la esfera institu-cional. En efecto, la acción de litigar se halla inscrita en un entramado administrativo que es imposible dejar de lado, por razones metodológicas e históricas: es en el marco y la normativa de una institución específica donde se produce el documento, el re-gistro que nos permite hacer esta investigación. La vinculación de los esclavos con estas instituciones y sus agentes, fundamentales para producir una solicitud judicial, dio lugar, parafraseando a Kathryn Byrns, a una co-producción de la documentación con la que contamos hoy en día. En efecto, “…la producción de un documento [legal, judicial, notarial, etc.] era un proceso altamente colaborativo”.47 Esto hace que nuestro clásico archivo “…se empiece a sentir como un tablero de ajedrez…” en el que los sujetos implicados sabían cómo se jugaba el juego.48

Asimismo, las lógicas históricas y políticas de organización de la administración de justicia son las que impactaron en las condiciones de posibilidad que permitieron que alguien con estado de esclavo, y por ende miserable, pudiese usar del privilegio de presentarse como caso de corte. Así, según el caso, se podía obtener un estado jurídico nuevo, una identidad distinta: la de liberto o libre.

La práctica de litigar muestra un mundo donde los esclavos se hacen parte de la justicia, ya sea participando en los tribunales como litigantes, para así mudar de estado; ya sea usando las instituciones de justicia como medios para ajustar cuentas y dejar constancia de que, a pesar de su condición de subordinación, tienen el derecho y la capacidad, el poder, de denunciar aquello que es injusto y deshonroso. En efecto, el estado de esclavitud no significaba estar impedido jurídicamente. De esta manera, esta investigación pretende inscribirse en una historia de los usos socio-culturales del mundo jurídico-judicial por parte de sujetos subordinados, los esclavos.

La actividad de demandar justicia se sostenía, entonces, en una visión del mundo donde lo jurídico y lo judicial iban de la mano. En ese sentido, los esclavos litigantes forman parte de la cultura política, es decir jurídica, de su época. Al mismo tiempo

46 En su estudio sobre los escribanos en Quito durante el siglo XVII, Tamar Herzog da cuenta de cómo estos tuvieron un rol tanto institucional como social. Para la autora, lo que se refiere a los escribanos también se puede aplicar para otros agentes subalternos de la administración de justicia como “pro-curadores, relatores y abogados”. La escribanía, afirma Herzog, fue una verdadera revolución pues introdujo “tanto en el mundo judicial como en el extrajudicial […] un régimen obligatorio de escritura pública […] Esta novedad, aparentemente modesta y de carácter meramente técnico, transformó en realidad el mundo subjetivo –y en consecuencia, poco cierto y seguro– de la ‘fe particular’ (de las partes en un negocio o de los testigos en un juicio) en un mundo de ‘fe pública’, considerado objetivo, neutral y duradero” (p. 3). HERZOG, Tamar Mediación, archivos y ejercicios. Los escribanos en Quito (siglo XVII), Vittorio Klostermann Frankfurt am Main, Alemania, 1996.

47 BURNS, Kathryn “Notaries, truth, and consequences”, en American Historical Review, Vol. 110, núm. 2, 2005, p. 357.

48 BURNS, Kathryn “Notaries, truth…”, cit., p. 357.

“Para que mi justicia no perezca” 73

que son afectados por ella, la intervienen. En ese sentido, y como bien lo ha expresado Raúl Fradkin, para el caso de la población rural bonaerense, el espacio judicial no es un mero dador de sentencias sino que opera como un intermediario y transmisor de las culturas jurídicas y políticas de diversos grupos que se vinculaban por medio de las instancias verbales y no letradas de justicia.49

Por lo tanto, al referirme a esclavos litigantes entiendo no sólo lo evidente: suje-tos que acuden a un tribunal de justicia para resolver un conflicto; sino que entiendo toda una cultura que gira en torno a la práctica de la litigación. Es decir, como bien lo hizo notar Richard Kagan hace casi tres décadas para el caso de Castilla en los siglos XVI y XVII, una práctica que era “…consecuencia de una visión del mundo”.50 El pleito se convirtió, así, “…en un ingrediente permanente de la vida europea”.51 Ingre-diente que pasó a los territorios de la Monarquía Española en América por medio de sus agentes y, en general, por los súbditos del rey, ya fuese de manera escrita u oral. Por lo tanto, no debe extrañar encontrar a esclavos solicitando se les hiciera justicia en diversos tribunales, tanto de ciudades americanas como Lima, Guayaquil, Buenos Aires, Santiago; y ciudades españolas, como Valencia y Granada. Es decir, en diversos territorios de la Monarquía Española.

Frente a esta constatación, bastante obvia incluso, así como asentada para estu-dios sobre los usos de la justicia en casos como los del Río de la Plata52 y la Nueva España53, parece pertinente hacer un breve excurso respecto a la historiografía chi-lena. El estudio de la difusión de la cultura jurídica y judicial, sus mecanismos de circulación y usos por parte de la población afro descendiente libre o esclava, de los indios, mestizos y de la plebe en general, ha sido poco explorada.

La historia del derecho y de las instituciones políticas se ha centrado en la des-cripción de leyes y procedimientos. Si bien útil para un primer acercamiento, esta aproximación no explica cómo las instituciones funcionaban en la práctica.54 Afortu-nadamente, en las últimas décadas, los investigadores del derecho se han orientado a darle un carácter social al mundo institucional. En efecto, a través del análisis de la

49 FRADKIN, Raúl “Cultura jurídica y cultura política: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-1830)”, en FRADKIN, Raúl –compilador– La ley es tela de araña…, cit., p. 162.

50 KAGAN, Richard Pleitos y pleiteantes en Castilla, 1500-1700, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, Salamanca, 1991, p. 22.

51 KAGAN, Richard Pleitos y pleiteantes…, cit., p. 23. 52 Entre otros, BARRIERA, Darío –coordinador– La justicia y las formas de autoridad. Organización

política y justicias locales en territorios de frontera. El Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán, siglos XVIII y XIX, ISHIR CONICET-Red Columnaria, Rosario, 2010; FRADKIN, Raúl –compilador– La ley es tela de araña…, cit. y El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural (1780-1830), Prometeo, Buenos Aires, 2007.

53 CUTTER, Charles “El imperio ‘no letrado’: En torno al derecho vulgar de la época colonial”, en PALACIO, Juan Manuel y CANDIOTI, Magdalena –compiladores– Justicia, política y derechos en América Latina, Prometeo, Buenos Aires, 2007, pp. 169-180.

54 ZORRILLA CONCHA, Enrique Esquema de la Justicia en Chile colonial, Colección de Estudios y Documentos para la Historia del Derecho Chileno, Santiago, 1942.

74 Autoridades y prácticas judiciales...

judicatura y de algunos letrados, así como de autoridades de gobierno, se conoce un poco mejor cómo operaban las relaciones de poder en las instituciones, los conflictos entre sus miembros y su relación con la Corona española.55

También se encuentran estudios sobre las ideas y prácticas políticas locales, que exploran cómo operaba la distribución social del poder en el Chile colonial. En esa misma línea, encontramos textos sobre la importancia de las ceremonias profanas y religiosas como medios de legitimación de la Monarquía.56 Por otro lado, trabajos so-bre la Guerra de Arauco, la esclavitud indígena, la frontera y evangelización mapuche, también pueden ser considerados dentro de la historiografía sobre el comportamiento político en el Chile de los siglos XVI al XVIII.57

Finalmente, desde fines de la década de 1980 y durante la de 1990 se produjo una serie de investigaciones sobre historia social, de las mentalidades y de la vida coti-diana que han usado las fuentes judiciales como documentos para describir y analizar las dinámicas de la organización social.58 Si bien han llenado un vacío historiográfico

55 Al respecto: DOUGÑAC RODRÍGUEZ, Antonio “El escribano de Santiago de Chile a través de sus visitas en el siglo XVIII”, en Revista de Estudios Histórico-jurídicos, 1997, núm. 19, pp. 49-93; BA-RRIENTOS GRANDÓN, Javier “La creación de la Real Audiencia de Santiago de Chile y sus mi-nistros fundadores: sobre la formación de familias en la judicatura chilena”, en Revista de Estudios Histórico-jurídicos, 2003, núm. 25, pp. 233-338; GERTOSIO PÁEZ, Alberto “Los abogados en el Chile indiano a la luz de las ‘relaciones de méritos y servicios’”, en Revista de Estudios Histórico-jurídicos, 2005, núm. 27, pp. 233-250; BARRIENTOS GRANDÓN, Javier “La Real Audiencia en Santiago de Chile (1605-1817) La institución y sus hombres”, en GALLEGO, José Andrés –director científico y coordinador– Tres grandes cuestiones de la historia Iberoamericana, Mapfre-Tavera, Fun-dación Ignacio Larramendi, CD-ROM con 51 monografías, Madrid, 2005.

56 Ver, por ejemplo, MEZA, Néstor La conciencia política chilena durante la Monarquía, Universidad de Chile, Santiago, 1958; GÓNGORA, Mario El Estado en el Derecho Indiano, Universidad de Chile, Santiago, 1951; BARBIER, Jacques Reform and politics in Bourbon Chile 1755-1796, University of Ottawa Press, Ottawa, 1980; VALENZUELA, Jaime Las liturgias del poder. Celebraciones públicas y estrategias persuasivas en Chile colonial (1609-1709), LOM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2001.

57 JARA, Álvaro Guerra y Sociedad en Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1981 [1ª ed. en francés 1961]; PINTO, Jorge; SALINAS, Maximiliano y FOERSTER, Rolf Misticismo y Violencia en la Tem-prana Evangelización de Chile, Departamento de Humanidades, Facultad de Educación y Humanida-des, Universidad de la Frontera, Temuco, 1991; FOERSTER, Rolf Jesuitas y Mapuches 1593-1767, Editorial Universitaria, Santiago, 1996.

58 Una síntesis de ello en: SAGREDO, Rafael y GAZMURI, Cristián –directores– Historia de la vida Privada en Chile, Tomo I, Taurus, Santiago, 2005. Se deben destacar, por otro lado, las publicaciones de historiadores como René Salinas e Igor Goicovic sobre los conflictos cotidianos y su relación con la justicia, así como el análisis de la vida cotidiana y las transgresiones por medio de fuentes criminales en el llamado Chile “tradicional”. Aquellas se encuentran, principalmente, en algunos números de la revista Contribuciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Santiago de Chile y, posteri-ormente, en la Revista de Historia Social y de las Mentalidades de la misma Casa de Estudios. Al re-specto, SALINAS, René “La transgresión delictiva de la moral matrimonial y sexual y su represión en Chile tradicional (1700-1870)”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas. Área Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 114, 1996, pp. 1-23; CORVALÁN, Nicolás “Amores, intereses y violencias en la familia de Chile tradicional. Una mirada histórica a la cultura afectiva de niños y jóvenes”, en Con-

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importante, no siempre han considerado una articulación con el entramado judicial mismo, que es el que produce la documentación analizada.

Otras investigaciones se han ocupado de relacionar la historia del derecho y la impartición de justicia en la colonia con prácticas sociales, como la injuria, el uxorici-dio, el vagabundaje, entre otros. Ello en conjunto, a veces, con una reflexión sobre los registros judiciales mismos.59 Con todo, no se puede afirmar que exista en la historio-grafía chilena actual un área de investigación que articule de manera más sistemática el entramado judicial con el social y el político. Sin embargo, la conformación de grupos de estudio e investigaciones recientes auguran un panorama historiográfico más promisorio.60

tribuciones Científicas y Tecnológicas. Área Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 114, 1996, pp. 57-78; GOICOVIC, Igor “El amor a la fuerza o la fuerza del amor. El rapto en la sociedad chilena tradi-cional”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas. Área Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 118, 1998, pp. 97-135; CAVIERES, Eduardo “Faltando a la fe y burlando a la ley: bígamos y adúlteros en el Chile tradicional”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas. Área Ciencias Sociales y Hu-manidades, núm., 118, 1998, pp. 137-151; SALINAS, René “Violencias sexuales e interpersonales en Chile Tradicional”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, núm. 4, 2000, pp. 13-49.

59 Entre otros, ARAYA, Alejandra Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile colonial, Centro de investigaciones Barros Arana, DIBAM, Santiago, 1999; ARANCIBIA, Claudia; CORNEJO, José To-más y GONZÁLEZ, Carolina “‘Hasta que naturalmente muera’. Ejecución pública en Chile colonial”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Año V, núm. 5, USACH, 2001, pp. 167-178; “‘Veis aquí el potro del tormento? Decid la Verdad!’ Tortura judicial en la Real Audiencia de Santiago de Chile”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Año IV, núm. 4, USACH, 2000, pp. 131-150; FERNÁNDEZ, Marcos “Justicia colonial, indulto y sujeto popular. El hombre pobre frente al perdón y la justicia. Chile, siglo XVIII”, en RETAMAL AVILA, Julio –coordinador– Estudios colonia-les I, RIL-Universidad Andrés Bello, Santiago, 2000, pp. 195-212; ALBORNOZ VÁSQUEZ, María Eugenia “Seguir un delito a lo largo del tiempo: interrogaciones al cuerpo documental de pleitos judi-ciales por injuria en Chile, siglos XVIII y XIX”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Año X, Vol. 2, 2006, pp. 195-225; CORNEJO, Tomás Manuela Orellana, la criminal. Género, cultura y sociedad en el Chile del siglo XVIII, Tajamar Editores, Centro de Investigaciones Diego Barros Ara-na, Santiago, 2006; Los diversos artículos publicados en CORNEJO, Tomás y GONZÁLEZ, Carolina –editores– Justicia, poder y sociedad..., cit.; RIVERA MIR, Sebastián “Los verdugos chilenos a fines del periodo colonial. Entre el cambio, la costumbre y la infamia”, en Historia Crítica, julio-diciembre 2008, pp. 150-175; UNDURRAGA, Verónica “‘Valentones’, alcaldes de barrio y paradigmas de civi-lidad. Conflictos y acomodaciones en Santiago de Chile, siglo XVIII”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 14, núm. 2, 2010, pp. 35-72; para el siglo XIX cabe destacar, entre otros, el libro de ROJAS, Mauricio Las voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción (1820-1875), Centro de investigaciones Barros Arana, DIBAM, Santiago, 2009.

60 Me refiero al Grupo de Estudios Historia y Justicia creado recién a fines del año 2010 (http://grupo-historiayjusticia.blogspot.com/) o a investigaciones como las de María Eugenia Albornoz y Verónica Undurraga.

El alcalde de la Hermandad del pago de Bajada entre 1784 y 1786

Autoridades locales y disputa jurisdiccional1

María PaUla PoliMEnE

Introducción

Hasta 1813, cuando Paraná se erigió como villa con cabildo propio, los conflic-tos que tenían lugar en el pago de Bajada quedaban bajo la jurisdicción del Cabildo de Santa Fe. Sin embargo, el proyecto de reorganización territorial

impulsado por Tomás de Rocamora en la década de 1780, que se materializó en la fundación de Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú en 1783 –sobre el “oriente” de la frontera del Imperio Hispánico con el portugués y, entre otras cosas, en función de esta cercanía– tuvo fuerte impacto sobre los alcances de la jurisdicción santafesina. En primer lugar, porque generó una nueva dinámica política para estos pueblos, segregada de la órbita del Cabildo de Santa Fe, lo cual ocasionó una puja entre éste, que reclamaba derechos sobre su jurisdicción original, y las nuevas au-toridades –fundamentalmente, los comandantes militares– que fungían en aquellos territorios. Pero, además, porque el plan inicial de Tomás de Rocamora (que contaba con el aval de las autoridades virreinales asentadas en Buenos Aires) contemplaba la sujeción de la Bajada del Paraná y Nogoyá a esa nueva autoridad jurisdiccional.

El objetivo de este trabajo es, entonces, abordar estos procesos a partir del aná-lisis de los conflictos que se produjeron en torno a la designación del alcalde de la Hermandad para el pago de Bajada entre 1784 y 1786. Examinaremos, por una par-te, las características de la iniciativa de Rocamora, para luego sugerir algunas ideas acerca de las estrategias establecidas por el Cabildo de Santa Fe para hacer frente a la disgregación del territorio definido por su jurisdicción.

El conflicto analizado puede ser entendido como puerta de entrada y observatorio para realizar un acercamiento al proceso de equipamiento político del territorio en cuestión, así como también se propondrá una interpretación acerca de la pugna entre proyectos políticos diversos sobre el modo en que debían organizarse tales territorios, impulsados por agentes de la Corona con intereses localizados.

1 La realización de este trabajo se enmarca en el PIP 0318 (2010-2012) “Relaciones de poder y cons-trucción de liderazgos locales. Gobierno, justicias y milicias en el espacio fronterizo de Buenos Aires y Santa Fe entre 1720 y 1830”, CONICET, dirigido por Darío G. Barriera. Además, forma parte de mi tesis doctoral en curso La justicia rural y la organización territorial en Santa Fe durante el periodo colonial: el pago de Bajada (1660-1813).

78 Autoridades y prácticas judiciales...

Los Borbones en el Río de la Plata: el proyecto de Rocamora2

Hacia fines del siglo XVIII, las tierras allende el río Paraná que se prolongaban hasta el río Uruguay constituían un vasto espacio que formaba parte de la frontera de la Monarquía Hispánica con los dominios portugueses, términos rurales originariamente atribuidos a la ciudad de Santa Fe.

La distribución inicial del terreno había redundado en la concentración, en torno al grupo de notables ligado a Garay, de largas franjas de superficie que reconocían la costa del Uruguay como fondo. El proceso de poblamiento europeo de esta extensión fue tardío, fundamentalmente por los obstáculos supuestos por las epidemias y los ataques indígenas; en sus orígenes, había quedado reducido a su uso como suertes de estancia, donde la multiplicación de ganado cimarrón había dado lugar a su explota-ción mediante el otorgamiento de licencias para vaquear. La presencia de ciertos ocu-pantes precarios, así como la circulación constante de hombres en procura de ganado (algunos con permiso para hacerlo pero muchos sin él) se sumaban a los charrúas en la configuración de un espacio que no terminaba de ajustarse a la lógica de ordenamiento hispana.

Recién en la década de 1720 se registró una preocupación por equipar política-mente este espacio a partir del asentamiento de autoridades. Hacia 1725, el Cabildo designaba a los capitanes Francisco de Páez y Francisco de Frías como alcaldes de la Hermandad para sus distritos rurales, sin especificar cuál correspondía al pago de los Arroyos3 y cuál a la otra banda del Paraná pero estableciendo la división entre los mismos; la elección de 1734 sería la primera en deslindar nominalmente tal cuestión.4 Además, en 1730 se organizó el curato en la Bajada del Paraná y para 1731 el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires designó al primer cura párroco, iniciativa auspiciada por el gobernador Bruno Mauricio de Zabala.5

2 Para el abordaje de estos procesos remitimos, entre otros, a: CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. Contribución a la historia de la República Argentina, 1573-1853, UNL, Santa Fe, 1979 [1907], 3 vols.; PÉREZ COLMAN, César Historia de Entre Ríos, Imp. de la Provincia, Paraná, 1936, 3 vols; SUÁREZ, Teresa y TORNAY, María Laura “Poblaciones, vecinos y fronteras rioplatenses. Santa Fe a fines del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, LX, 2, Sevilla, 2003, pp. 521-555; DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad en la arcadia criolla, Formación y desarrollo de una sociedad de frontera en Entre Ríos, 1750-1820, Tesis Doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 2003; SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección en tiempos de guerra. So-ciedad, economía y poder en el Oriente entrerriano posrevolucionario, 1810-1852, Prometeo, Buenos Aires, 2004; BARRIERA, Darío Conquista y colonización hispánica. Santa Fe La Vieja (1573-1660), Tomo 2 de Nueva Historia de Santa Fe, Prohistoria-La Capital, Rosario, 2006.

3 Barriera pudo comprobar, mediante la correspondencia, que Frías se desempeñaba en los Arroyos. BARRIERA, Darío –director– Instituciones, Gobierno y Territorio. Rosario, de la capilla al municipio (1725-1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010, pp. 46-49.

4 Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Actas Capitulares (en adelante, AGSF, AC), 1º de enero de 1734, T. X, ff. 190-192.

5 La fundación de la parroquia y la designación del cura párroco no pueden escindirse del proceso de equipamiento político que se estaba llevando adelante. La erección de un curato en la otra banda del río Paraná se entiende, entonces, como parte de un proyecto político impulsado por el gobernador Bruno

El Alcalde de la Hermandad... 79

La organización política de este espacio alcanzaba, entonces, casi exclusivamen-te a la costa del río Paraná, dejando al resto bajo la órbita de la lejana autoridad san-tafesina. Esta situación fue registrada por el gobernador del Río de la Plata Juan José de Vértiz y Salcedo que, hacia el último cuarto del siglo XVIII, reforzó la presencia política hispánica sobre la “otra banda del Paraná” enviando comisiones volantes a la franja oriental de este territorio, preocupado por el avance portugués y por la existen-cia de ladrones, vagos y cuatreros.

El proceso de reformas borbónicas tuvo diferentes implicancias en esta parte marginal del imperio. La reformulación de la relación entre la Monarquía y sus terri-torios ultramarinos, sustentada por la pretensión ilustrada de “modernizar”, atendió a su conflictivo reposicionamiento en el sistema europeo, materializado en las disputas sostenidas con Inglaterra y Portugal –que tenían en este espacio de frontera un esce-nario privilegiado desde la instalación de la Colonia del Sacramento. La implemen-tación del régimen de intendencias y la creación del virreinato del Río de la Plata constituyeron algunos de los resultados más nítidos de esa reconfiguración política y administrativa del imperio hispánico impulsada por la ambición intervencionista del gobierno borbónico.6

En ese marco, en 1782 Vértiz y Salcedo, segundo virrey del recientemente crea-do virreinato, confió al ayudante mayor de dragones Tomás de Rocamora la misión

Mauricio de Zabala para estas tierras, que comprendió la creación interrelacionada de tramas insti-tucionales políticas, militares y eclesiásticas. Esto es, la presencia de curas en la campaña respondía no solamente a cuestiones estrictas de evangelización sino también a la territorialización del espacio, poniéndole literalmente el cuerpo a la Monarquía. En este sentido, es interesante la consideración de que no era suficiente con que la población rural se sometiera a la autoridad monárquica, sino que era indispensable que participara de su mismo orden de ideas, lo cual le otorgaba un rol político central a estos curas de campaña. Este análisis debe enmarcarse en un contexto en el que el avance portugués y la problemática indígena eran acuciantes, por lo cual las iniciativas que Zabala sostuvo en su juris-dicción pueden interpretarse como intentos de refrenar aquello mediante la organización política del espacio en cuestión. En este sentido, postularemos que el proceso analizado fue simultáneo con el que se desarrolló en otros lugares de la jurisdicción (sur de Santa Fe, Buenos Aires) y continuación del iniciado unos años antes en Montevideo. La creación de la parroquia sumada al nombramiento de un alcalde de la Hermandad constituyeron elementos fundamentales del proceso de organización política de dicho espacio; su ordenamiento vinculado con la autoridad de un cura párroco y un alcalde de la Hermandad suponía la territorialización del mismo, es decir, la sujeción efectiva a la Monarquía me-diante la implantación de la lógica europea de vinculación hombre-medio –fijación de la población en torno a un centro poblado– por sobre la indígena y, además, un intento de consolidación del dominio hispano sobre un territorio cuya conservación era puesta en cuestión por la cercana presencia portugue-sa e inglesa (proceso que se cerró recién en las últimas dos décadas del siglo XVIII, con la fundación de poblaciones sobre el río Uruguay).

6 Entre otros, TARRAGÓ, Griselda “Las reformas borbónicas”, en BARRIERA, Darío –director– Eco-nomía y sociedad (siglos XVI a XVIII), Tomo III de Nueva Historia de Santa Fe, cit. MOUTOUKIAS, Zacarías “Gobierno y sociedad en el Tucumán y el Río de la Plata, 1550-1800”, en TANDETER, En-rique –director– La sociedad colonial, Tomo II de SURIANO, Juan –director general– Nueva Historia Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 2000.

Juan Pablo
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80 Autoridades y prácticas judiciales...

de adentrarse en las tierras comprendidas entre los dos ríos con el fin de brindarle un informe de la situación –pedido cuya motivación inmediata radicaba en el conflicto que se había desencadenado a partir de la instalación de una nueva parroquia en Gua-leguay y el intento de traslado de la capilla por parte del Pbro. Fernando Quiroga y Taboada.7

El intercambio entre Rocamora y el Virrey durante ese año y los siguientes fue profuso. En el informe inicial que el primero enviara al segundo, daba cuenta de las condiciones naturales de ese espacio –ponderando la calidad de los pastos y la posibi-lidad que brindaban para el pastoreo la formación de rinconadas entre los ríos y arro-yos, que permitían un cierto resguardo del ganado– a la vez que elaboraba un padrón en el cual listaba el número de casas y ranchos, la población blanca y la cantidad de hombres en condiciones de tomar las armas.8 Alabando las potencialidades del lugar, atribuía el atraso y la falta de explotación a la desidia de las autoridades santafesinas:

“…ni forma tiene, ni cárcel, ni prisiones ni aún Casa de Cabildo […] me aseguraron que se veían precisados muchas veces a mantenerse con charque seco por negárseles la carne fresca que para Santa Fe extraían”.9

Para revertir dicha situación de abandono, que comprometía los intereses de la Mo-narquía en tanto configuraba ese espacio como “terreno libre” para los vagabundos y salteadores –alterando la vida en policía– así como para los portugueses al constituir un frontera políticamente débil, Rocamora elevó una serie de propuestas, la más im-portante de las cuales consistía en la fundación de tres pueblos con cabildo propio –en la porción suroriental y oriental del espacio en cuestión– y en la reunión de los mismos más la Bajada y Nogoyá –ubicados sobre la margen occidental del terre-no– bajo un único mando político y militar a los fines de defensa. Los argumentos esgrimidos era múltiples: desde la consideración de la homogeneidad física del es-pacio, determinada por su ubicación entre dos ríos (uno de los cuales, el Paraná, era tan caudaloso que, según aquél, dificultada la comunicación y el socorro por parte del Cabildo santafesino),10 hasta la necesidad de la Corona de asegurar una correcta

7 Ver al respecto el trabajo de María Elena Barral en este volumen.8 Oficio de Rocamora al virrey Vértiz, Gualeguay, 11 de agosto de 1782. Reproducido en PÉREZ COL-

MAN, Cesar Historia…, cit., T. II, pp. 222-230.9 Oficio de Rocamora al virrey Vértiz, Gualeguay, 30 de diciembre de 1782. Reproducido en PÉREZ

COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. II, p. 239.10 “… a río crecido toda la distancia es agua, porque se cubren las islas donde se hace pie para descansar

los caballos, tiene crecida de verano qe empieza a fines de enero y tardan en bajar […] si el río está crecido no hay paso, si no está tanto puede pasarse […] quedan los caballos y los nadadores qe los re-putan cansados y rendidos por algunos días. Y finalmte, si hay niebla o hace aire, tampoco se pasa el río, aunque este bajo. De suerte Sor Exmo. qe el pasage del mismo río solo es fácil en ocasiones qe se aprove-chan a costa de esperarlas: actualmte hay animaladas detenidas aquí qe las aguardan algunos meses hace y los Paraguaes qe han venido de ese lado para su país se han visto precisados a vender los caballos en

El Alcalde de la Hermandad... 81

administración de justicia en esos lugares, procurando la cercanía de las autoridades; además, un mando unificado haría más efectiva la persecución de los malhechores que circundaban los campos.

En su respuesta del 4 de septiembre, Vértiz autorizó a Rocamora a llevar a cabo su plan, con una salvedad: “sin hacer novedad en el Paraná por ahora”.11 Ante la evidente preocupación del virrey por las repercusiones de tal decisión en el Cabildo santafesino,12 Rocamora sostenía que tal proyecto no afectaba la jurisdicción Real ni la eclesiástica y, como al pasar, admitía que a la ciudad de Santa Fe “…se le per-turba un poco, en cuanto se le desprende aquel girón”. Retomando el argumento de la separación natural entre estos territorios, signada por un río caudaloso, el propio Rocamora introducía de manera sutil una de las razones de mayor peso para anexar

Sta fe a bajo precio pr no poder pasarlos.Todas estas dificultades, no abultadas Sor Exmo. sino publicas, y muchas veces naturalmte insuperables, han hecho conocer y vocear a Sta fe qe el Paraná le es inútil en las circunstancias exigentes de verse invadida…”. Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, Santa Fe, Expedientes Civiles (en adelante, DEEC, EC), Tomo XLI, leg. 488, año 1785, “Información sobre la representación que hizo Tomás Rocamora al Sr. Virrey sobre que las milicias del Paraná estén independientes de las de Santa Fe”, ff. 59v-60.

11 Comunicación del virrey Vértiz a Rocamora, Montevideo, 4 de septiembre de 1782. Reproducido en PÉREZ COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. II, p. 236.

12 “…porqe algunos de los qe tienen [silla] en aquel cabildo se hallan con pretensiones [sobre] esos terri-torios y anhelan contra la formación de su vecindario qe precisamte miran [como] freno de su ambicion. Por de ellos se hallan actualmte en esa capitl agentes indirectos de esta [ciudad…] el uno Don Teodoro Larramendi se presentó aquí a Ormachea con Provida del Gobno para qe se le posesionase de la maior y mejor parte de en el terreno con fondos desde el Paraná al Uruguay (lo menos 60 leguas) qe sabido pr ser pretensión repetida ocasionó repetida conmoción de este vecindario, qe signifique a VEa antece-dente po aquel comandante no dio cumplimto así porqe no hallo bastante documentada la Provida como porqe se oponía a las de Superr Gobno en cuanto dejaba todas las villas hechas, y por hacer, señoreadas con su comprensión. Las continuas voces con qe han producido sus flaquezas algs stafecinos son muy notorias, ellas me motivan a qe haga presente a VEa aquellas segundas intenciones. No ignora Sta fe qe los socorros de la gente del Paraná han de ser tardos por los obstáculos de la situacon, prescindiendo la repugnancia con qe miran a los qe pretenden desposeerlos de un terreno qe con su afán y poca ayuda ex-purgaron de los indios charrúas qe lo infestaban. Pero esta precisa dilacón deja lugar al mismo Sta fe para qe atribuiendola a la independencia clame siempre sobre ella”. DEEC, EC, Tomo XLI, leg. 488, año 1785, “Información…”, cit., ff. 59v-61v. Las palabras de Rocamora dan cuenta de la trama política y de los intereses económicos que subyacían a la situación planteada en torno a la necesidad de concentrar la organización de las milicias y nos invita a considerar la relación entre Cabildo, agentes e intereses locales. Los motivos por los cuales las autoridades virreinales no encararon una acción más contun-dente sobre el tema de la disgregación de la jurisdicción santafesina, manteniendo el statu quo en lo que respecta a la costa del Paraná por ejemplo, también constituye un frente a explorar en el futuro. En esta dirección, sería particularmente interesante reflexionar sobre cómo fue variando la capacidad de negociación de la ciudad de Santa Fe frente a Buenos Aires, teniendo en cuenta que por entonces la primera venía de perder su condición de puerto preciso (Cfr. TARRAGÓ, Griselda “El largo beso del adiós: Santa Fe y el conflicto por el privilegio de puerto preciso (1726-1743)”, en VII Jornadas Inte-rescuelas/Departamentos de Historia, Salta, 2001). Algunos estudios en curso nos ayudarán a pensar las relaciones entre los santafesinos que procuraban para la ciudad en Buenos Aires y cómo quedaron posicionados después de la creación del Virreinato (FORCONI, María Celeste Familia, negocios y poder político en la ciudad de Santa Fe durante el siglo XVIII, UNR, tesis doctoral en curso).

82 Autoridades y prácticas judiciales...

también a Paraná: “…es lo más poblado. Se necesita su unión para que avalore el Partido General [de Entre Ríos]”.13

La importancia del poblamiento, como sinónimo de riqueza y de espacialización europea del área, quedaba refrendada, además, por las ideas esgrimidas en torno al conflicto que se suscitó cuando Agustín Wright denunció como propias unas rincona-das que estaban siendo aprovechadas de manera informal por familias caracterizadas como “pobres”; en este sentido, Rocamora proponía:

“…[contener] los desmedidos deseos de algunos pocos. Redúzcanse a lo que necesiten, mas que sea con abundancia; pero […] no se les permita que adquieran lo muy superfluo, para que encuentre acomo-do el pobre vecino. ¿Qué son al erario repito, diez mil ni veinte mil pesos [refiere al ingreso que registró la Real Hacienda por las tierras] de una Provincia? Asegúrese en quietud a estos vecindarios”.14

Resulta claro que el plan de Rocamora para estos territorios priorizaba el poblamiento (y, en este sentido, evaluaba que la concentración de la tierra operaba en contra), aún si esto iba en desmedro de algunos intereses ligados a ello, en tanto formaba parte de un proyecto mayor que requería la consolidación de pueblos avecindados que funcio-naran como escudo ante la frágil frontera. Rocamora sabía que esto podía ser cues-tionado en función de los intereses de la Real Hacienda y por eso aclaraba el carácter eminentemente político de su propuesta:

“No trato Señor Exmo. de causar gastos, que ya signifqué; pero tam-poco lisongeo la atención de V. E. ofreciendo ingresos que aunque nunca verifique, siempre promete la polilla de los Arbitristas, para que

13 Oficio de Rocamora al virrey Vértiz, Gualeguay, 3 de octubre de 1782. Reproducido en PÉREZ COL-MAN, Cesar Historia…, cit., T. I, pp. 441-442.

14 La explicación de cómo se había llegado a dicha situación es significativa: “Como la denuncia [de las tierras] y consiguientes [medición, evaluación, compra] cayó sobre rinconadas que son porciones de tierras comprendidas entre arroyos fuertes y ríos, los más propios para contener ganados mansos y asegurarles las aguadas, y tales parajes por la misma comodidad estaban ya ocupados con vecindarios, aunque no reunidos formalmente, pero pobres por ser familias que la estrechez del Paraná y otros des-tinos colocó en éstos, hubo intimaciones, hubo expulsiones y algunas tropelías. Ignorantes estos infeli-ces del privilegio de avencindados y poseedores; ignorantes de los remates judiciales en la Capital y sin facultad para trasladarse a ella y pleitar…”. Oficio de Rocamora al virrey Vértiz, Gualeguay Grande, 11 de agosto de 1782. Reproducido en PÉREZ COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. II, pp. 233-234. Lo que queda evidenciado es un conflicto no solo por las tierras sino entre derechos en pugna, esto es, entre los derechos sobre las tierras adquiridos por Wright a partir de su actuación en un remate y los derivados de la ocupación y utilización productiva de las mismas. De los dichos de Rocamora, parece resultar que los ocupantes no habrían hecho valer tales derechos por ignorancia. La reflexión sobre este tema no será continuada en tanto implicaría abrir una línea paralela a la postulada como eje del análisis, excediendo los propósitos de este trabajo.

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se admitan sus proyectos. A dar vasallos, principal riqueza del Mo-narca, y darles con que se alimenten, se reduce mi pensamiento...”.15

El reaseguro de la frontera estaba vinculado estrechamente, entonces, con el asenta-miento de súbditos leales a la Monarquía hispánica. La presencia de hombres, ade-más, estaba asociada con la puesta en producción de los terrenos, en el marco de un proceso elocuentemente designado como “asegurar la tierra”.16

La jurisdicción del Cabildo de Santa Fe Jurisdicción y derechos inmemorialesEl 4 de noviembre de 1782 el teniente de Gobernador de Santa Fe Melchor de Echa-güe y Andía recibió una comunicación del virrey Vértiz en la que le informaba que:

“…[había] comisionado al Ayudante Mayor de Dragones Don To-más de Rocamora para la plantificación de Poblaciones en los cinco Partidos de Gualeguay, Gualeguaychú, Arroyo de la China, Paraná y Nogoyá […] a cuyo efecto he resuelto, que por ahora y sin perjuicio de esa jurisdicción, le estén subordinados los Comisionados de Justi-cia de estos dos últimos, con inmediata dependencia de este Superior Gobierno…”.17

Los fundamentos de esta decisión se vinculaban con la necesidad de impedir que esa extensión fuera ganada por los “enemigos del Rey”, proveyendo una mejor y pronta asistencia y auxilio a partir de un mando centralizado; no obstante, le solicitaba que en consorcio con el Cabildo elaborara un informe al respecto. Tres días más tarde Echa-güe y Andía recibió una nueva misiva, esta vez firmada por Rocamora, notificando las órdenes del Virrey. A su vez, el sargento mayor Juan Broin de Osuna, comandante de milicias de la costa del Paraná, lo había prevenido sobre la segregación política y militar de la que sería objeto la jurisdicción. Ante la duda sobre el carácter de la separación –si sería solamente militar o política y militar– el Teniente de Gobernador le solicitaba a Rocamora que aclarara sus dichos, fundamentalmente para disponer la designación o no del correspondiente alcalde de la Hermandad; ante lo cual aquél se pronunciaba de la siguiente manera:

“…la separación del Paraná y Nogoyá de esa dependencia es general y absoluta […] quedando en lo Político a una y en lo Militar sujeto a

15 Oficio de Rocamora al virrey Vértiz, Gualeguay Grande, 11 de agosto de 1782, cit., p. 230.16 BARRIERA, Darío “Asegurar la tierra: la justicia de campaña y los jueces rurales en el Río de la Plata

(Siglos XVII-XVIII)”, en Négocier l´obéissance - Colloque en hommage à Bernard Vincent, Paris, 2010.

17 Oficio del virrey Vértiz al teniente de Gobernador de Santa Fe, Montevideo, 4 de noviembre de 1782. Reproducido en PÉREZ COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. I, p. 445.

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otro sería multiplicar deformidades […] tal separación, aunque per-turba algunas de sus regalías [las del Cabildo de Santa Fe], y puede perjudicar indirectamente a uno o dos de sus particulares, en nada altera los establecimientos recíprocos comunes…”.18

En la reunión del día 18 de noviembre el Cabildo acusó recibo de la novedad. A la luz de las cartas presentadas por Echagüe y Andía y ante el pedido de informe del Virrey, comenzaron a tomar forma los argumentos en contra de la separación de los partidos allende el río.

La primera estrategia para defender la jurisdicción se basó en la reivindicación de los derechos que Santa Fe tenía sobre tales tierras. Los mismos derivaban, por un lado e inicialmente, del acta de fundación de la ciudad (en la que constaba que la ex-tensión asignada por Garay llegaba 50 leguas más allá del río Paraná), con lo cual tales derechos se constituían en mejores y podían prevalecer sobre otros en tanto adquirían el carácter de inmemoriales –donde la memoria a la que se apelaba coincidía, claro está, con la historia europea de ese territorio. Por lo mismo, tal competencia recaía no solo sobre Paraná y Nogoyá, que a los ojos de Vértiz y Rocamora parecían ser los únicos territorios en litigio, sino también sobre los poblados nuevos, en tanto estaban comprendidos en las 50 leguas originarias. Además, tales derechos habían sido con-solidados por la acción emprendida contra los infieles charrúas, que había completado el proceso de conquista y la territorialización efectiva entre 1749 y 1750.19 Agregando la ponderación positiva sobre el río, que no podía ser considerado un obstáculo a la comunicación y defensa ya que podía ser traspuesto a nado en tres horas, solicitaban que tal separación fuese transitoria “en tanto se establecen las nuevas poblaciones” y que mientras tanto no se impidiese la designación del alcalde de la Hermandad. Como contrapropuesta, se sugería la necesidad de fundar un pueblo en el paraje Feliciano, camino a Corrientes.20

De esta manera, la primera argumentación en contra de la segregación de parte de la jurisdicción de la ciudad de Santa Fe se asentaba en el respeto por su configura-ción original, esto es, la demarcada en el acto de fundación. Este acto era fundante, en lo político y en lo jurídico, de la ciudad y la jurisdicción que esta implicaba. Gracias a la delegación de potestas y de auctoritas de la Monarquía que recaía sobre Garay como teniente de Adelantado, éste había procedido a la sujeción de tales extensiones

18 Carta de Rocamora a Echagüe y Andía, Bajada, 10 de noviembre de 1782. Reproducido en PÉREZ COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. I, pp. 443-444.

19 Entre diciembre de 1749 y enero de 1750 el teniente del gobernador José de Andonaegui –Francisco Antonio de Vera Mújica– se trasladó a la otra banda del Paraná “a dar las providencias convenientes” para castigar a los charrúas; la gestión culminó con la muerte de buena parte de los indígenas y otros tantos reducidos. AGSF, AC, 19 de noviembre de 1749, T. XII, ff. 81v-82; 3 de febrero de 1750, T. XII, ff. 89-90.

20 Respuesta del Cabildo al Virrey, Santa Fe, 4 de diciembre de 1782. Reproducido en PÉREZ COLMAN, Cesar Historia…, cit., T. I, pp. 448-449.

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bajo la autoridad de un cuerpo político de origen europeo –la ciudad y, más precisa-mente, los alcaldes y regidores reunidos en cabildo sobre quienes reposaba el gobier-no local– que tenía competencia jurisdiccional sobre los conflictos que se produjeran en las mismas. Este proceso supuso la territorialización de dichas extensiones, es de-cir, su conversión en territorios de la Monarquía Hispánica; en este sentido, António M. Hespanha nos advierte sobre la estrecha vinculación entre territorio y jurisdicción derivada, justamente, del término iurisdictio, es decir, que la capacidad de decir el derecho no puede ser escindida de una localización precisa. Barriera enfatiza que, en el caso de la monarquía agregativa en cuestión, el carácter policéntrico del poder político se tradujo en una administración de la justicia también plural; esto ocasionó, en muchos casos, la coexistencia en un mismo lugar de diversas varas de justicia, con el consiguiente solapamiento de jurisdicciones.21

La sujeción jurídica de un territorio podría considerarse como una primera etapa, si se quiere “formal”, de este proceso, que no siempre fue acompañada del asenta-miento en el lugar de pobladores o autoridades; de hecho, como se mencionó, en la Bajada del Paraná pasaron varios años hasta que esto sucedió. Justamente, tal proceso estuvo ligado con la derrota de las parcialidades charrúas. Es por eso que, en ocasión del conflicto analizado, los capitulares santafesinos se ocuparon de enfatizar que los derechos que legítimamente reivindicaban sobre esas tierras estaban refrendados por su acción concreta contra los indígenas infieles, que había permitido incorporar de-finitivamente esos espacios a la Corona. La territorialización se había efectivizado gracias a la acción de los agentes locales de la Monarquía.

Prácticas jurisdiccionalesLa designación del alcalde de la Hermandad para el pago de BajadaEn el primer cabildo del año 1783, se renovó la designación de Sebastián de Aguirre como alcalde de la Hermandad para el pago de Bajada, quien también había desempe-ñado esa función durante 1777 así como la de correo entre Bajada y Santa Fe en 1774. El 31 de marzo una carta del Virrey confirmaba las elecciones capitulares; en el caso del alcalde en cuestión, aclaraba:

“…en vista de lo qe le ha informado el Sor Thente de Govor de esta ciudad acerca de la confirmación qe hizo de los oficiales electos para el preste año la ha aprobado por decreto del mismo día sin perjuicio de las providencias dadas y qe se dieren por aquella Superioridad por

21 Seguimos los planteos de HESPANHA, António M. “El espacio político”, en La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993 y de BARRIERA, Darío “Un rostro local de la Monarquía Hispánica: justicia y equipamiento político del territorio al sureste de Charcas, siglos XVI y XVII”, en CLAHR, Vol. 15, núm. 4, fall 2006.

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lo respectivo al alcalde de la Hermd del partido de Paraná, que acaso quedará desmembrado de esta jurisdicción…”.22

En enero de 1784 resultó electo como alcalde de la Hermandad para ese pago Ramón Hernández, que no pudo ser avisado de inmediato porque se hallaba ausente.23 El 29 de marzo el Cabildo santafesino debatió sobre una carta que Tomás de Rocamora, como Comandante General de Entre Ríos, había enviado al Alcalde de 1º voto a raíz de la notificación del nombramiento de Hernández.

“…a cuia venida a recibirse de este empleo se opone enteramte pre-textando varios motivos inútiles, y por último de ellos qe se halla ya en el caso de reunir los habitantes del Paraná y Nogoyá con creazn de cavdos formales y qe en tal caso pareze mui ocioso sostener la pro-visión de un empleo qe subsistirá mui pocos días. Los Sres dijeron qe contemplándose este cavildo con absoluta potestad pa elegir y posesionar aquel Alcalde, respecto de no estar el referido partido desmembrado de esta ciud según se deja concebir de los oficios del Exmo Sor Virrey qe se han tenido presentes, y qe por los mismo se sirvió Su Exca en el año próximo antor aprobar la reelección de Dn Se-bastián de Aguirre, y en el preste en Sor Intentendte Govor la hecha en el nominado Hernández, se saque testimonio de todos los documtos referentes, y qe en el inmediato correo se recurra a su Señoría a fin de qe se sirva mandar a aquel comandte deje a este cavdo el libre uso de sus facultades sin perturbarselas como lo ejecuta, y qe el dicho Dn Ramón baje a recibirse de su empleo, y lo ejerza en aquel partido mientras llega el caso de otra Supor provida para el establecimto de el cavildo o cavildos de qe haze mension…”.24

Del acta se desprende el rechazo de Rocamora a una nueva designación, argumen-tando la inutilidad de tal medida con vistas a la desmembración de la jurisdicción del Cabildo santafesino que impulsaba, lo cual redundaría en la pérdida por parte de tal cuerpo de la potestad de realizar la elección del alcalde de la Hermandad para ese territorio. El pronunciamiento del Cabildo al respecto fue enérgico. Por un lado, se destacó la falta de concreción de tal proyecto, por lo cual no se había producido inno-vación jurisdiccional alguna que afectara su legítima potestad de elegir y posesionar “funcionarios” competentes. La potestas se realizaba aquí en su sentido más lato: no solo implicaba la facultad capitular de designar alcaldes de Hermandad –lo cual ubicaba al Cabildo como un agente prioritario en el ordenamiento político local del territorio– sino que ese acto conllevaba una nueva delegación de autoridad en dichos

22 AGSF, AC, 31 de marzo de 1783, T. XV, f. 100. 23 AGSF, AC, 1º de enero de 1784, T. XV, f. 113; 7 de enero de 1784, T. XV, f. 114v.24 AGSF, AC, 29 de marzo de 1784, T. XV, f. 118. El destacado me pertenece.

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alcaldes para que se ocuparan de los asuntos de justicia en los espacios rurales. A su vez, se impugnaba la capacidad de Rocamora para efectuar tal rechazo y se apelaba, convenientemente, al principio de superioridad jurisdiccional para dirimir sobre quién recaía la potestad de hacerlo –conservarían la facultad de designar alcaldes hasta que una autoridad con mayores atribuciones indicara lo contrario; esto no solo no había sucedido sino que habían recibido la ratificación de las últimas elecciones (y, por ende, de su capacidad para llevarlas a cabo) por parte del Virrey y del Gobernador Intendente.

Durante 1784 se produjeron algunos cambios político-institucionales que impac-taron en el desarrollo del conflicto. El virrey Vértiz y Salcedo fue sustituido por Ni-colás Cristóbal del Campo, Marqués de Loreto, lo cual tuvo consecuencias sobre los planes de Rocamora quien tenía en aquél Virrey su principal base de apoyo. De hecho, entre abril y diciembre de ese año el propio Rocamora fue relevado de su puesto y re-emplazado por Francisco de Ormaechea. Esto supuso un relajamiento de la situación para el Cabildo de Santa Fe y abrió un cierto compás de espera.

Los dos años siguientes el Cabildo renovó la designación de Hernández como alcalde de la Hermandad del Paraná.25 Sobre el particular, tenemos noticias por la reunión del 23 de octubre de 1786:

“…qe las elecces de Alce de la Sta Hermandad del partido del Paraná ha hecho tres años continuos no han tenido efecto por la oposición del comandante Dn Thomas de Rocamora […] pide se le represen-te al Sr Govdor Intente con los documtos […] qe la restitución de la jurisdicción de todos aquellos partidos qe se corresponden de esta ciudd qe interinamte segregó el exmo virrey anterior Dn Juan José de Vértiz…”.26

De esta manera, nos enteramos de que la designación de Hernández nunca pudo con-cretarse gracias a la sostenida defensa que hizo Rocamora de su plan de organización política de esos territorios.

Para 1787 el nombramiento como alcalde de la Hermandad para la Bajada del Paraná recayó sobre José de la Rosa. Un nuevo rechazo por parte del comandante general del partido llamado de “Entre Ríos”, Juan Francisco Somalo (que había rele-

25 “…y para el Paraná, respecto no haberse recibido Dn Ramón Hernández, que fue electo el año próximo pasado…” (AGSF, AC, 1º de enero de 1785, T. XV, f. 139v). El 18 de marzo de 1785 el electo Alcalde de la Hermandad del Paraná notificaba al Cabildo que había escrito al Comandante Tomás de Roca-mora “para bajar a recibirse”, pero que éste no le había contestado, por lo cual suponía que “no le ha agravado la elección” (AGSF, AC, 18 de marzo de 1785, T. XV, f. 147). El 24 de diciembre de ese año Ramón Hernández solicitó una constancia de que había sido elegido como alcalde de la Hermandad en dos oportunidades (AGSF, AC, 24 de diciembre de 1785, T. XV, f. 167v). La designación se reiteró en 1786, AGSF, AC, 1º de enero de 1786, T. XV, f. 168v.

26 AGSF, AC, 23 de octubre de 1786, ff. 197v-198.

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vado a Rocamora en 1786), cargó las tintas sobre el conflicto que venía sosteniendo con el Cabildo de Santa Fe.27 Ante la negativa a aceptar al reemplazante de Sebastián de Aguirre, puesto que Ramón Hernández nunca había podido asumir su función, se describían las acciones impulsadas por el Procurador de la ciudad ante el Gobernador Intendente sobre el particular, dejando constancia de que la separación de esos cin-co partidos había sido “interina, sin perjuicio de la jurisdin de esta ciudd” y de que, cesados los motivos que la habían ocasionado, debían ser restituidos.28 La condición interina de esa separación era presentada por contraposición con los derechos de la ciudad de Santa Fe sobre su indisputable jurisdicción, derechos justos que la habilita-ban, entre otras cosas, a designar autoridades.

En esa dirección, la argumentación continuaba así:

“…aunque Dn Sebastián de Aguirre se hallaba ejerciendo el empleo de Alce desde el año mil setecientos ochenta y dos hasta la actualidad no ha sido con la aprobación del Exmo Sor Virrey Dn Juan José de Vértiz, como equivocamte se persuade Dn Juan Franco Somalo pr qe el dho Aguirre solo ha sido Alcalde por eleccn y releccn de este Cavdo confirmado por aquel Exmo Sor en los años mil setecientos ochenta y dos y ochenta y tres y qe en los años sucesivos ha estado intrusamte tolerado pr la despotica autoridad con qe lo mantuvo Dn Thomas de Rocamora […] y qe no pr esto ha perdido este Cavdo, ni mera esta ciudd, los justos derechos qe cada uno retiene en sí y se hallan recla-mados.

Que por consiguiente ha agraviado Dn Juan Franco Somalo los res-petos y autoridad de este Cavdo no tanto con oponerse a qe Dn José de la Rosa sea admitido de Alcalde qto con estampar pr causal en su carta, qe el Cavdo no puso Alcalde para aquellos partidos en los de-más años antecedentes, cuia novedad qe quiere hazer en el presente le confirma qe no tiene derecho pa ello, pr cuyo motivo no puede condescender en qe se admita a Dn José de la Rosa”.29

27 En la sesión del 22 de enero se consideraron las cartas de Juan Broin de Osuna, comandante particular de la Bajada, y del propio Somalo; en la primera se indicaba “…se halla con orden del Sor Comandte gral pa qe no admita pr Alcalde de aquel Partido a Dn José de la Rosa ni permita se releve a Dn Sebastián de Aguirre hasta qe pr este cavdo se le comunique la orden supor qe derogue la Regalía qe hasta aquí ha inhibido a este cavdo…”. AGSF, AC, 22 de enero de 1787, f. 207v.

28 “…consiguientemte al derecho qe esta ciudd mantiene a aquella parte de su indisputable jurisdicn y la especial condn de elegir y cambiar anualte Alce pa ella, con que convino este Cavdo en interina separacn, havia electo al nominado Dn José de la Rosa y tenido a bien confirmado el Sor Govdor Intendte, qe en consecuencia el referido recurso no solo estaría persuadido sino ya bien informado de ser aquellos partidos Rl y justamente comprendidos en la jurisdn de esta ciudd, sin cuyo perjuicio se havia resuelto la enunciada interina separación”. AGSF, AC, 22 de enero de 1787, f. 208.

29 AGSF, AC, 22 de enero de 1787, ff. 208-208v. Destacado en el original.

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La confirmación de la permanencia de Sebastián de Aguirre en el puesto de alcalde de la Hermandad en la Bajada nos llega junto con la apreciación que desde el Cabildo se hizo sobre tal hecho como una irregularidad propiciada por Rocamora. La puesta en evidencia de la maniobra del Comandante General de Entre Ríos servía para rei-vindicar las elecciones que se habían hecho posteriormente (la designación de Ramón Hernández, cuya asunción del cargo había sido impedida reiteradamente por Roca-mora, quien a su vez había operado en favor de la continuidad de Aguirre)30 y, funda-mentalmente, para ratificar el derecho que el Cabildo poseía para hacer tal elección. De hecho, ese es el punto central de la cita reproducida: lo agraviante de la actitud de Somalo no era tanto su negativa a aceptar un nuevo alcalde de la Hermandad para Bajada –después de todo, venían arrastrando esta situación los últimos años– como el argumento con el que lo hacía, ya que sostener que la designación del alcalde de la Hermandad para ese Partido se trataba de una innovación que quería introducir el Ca-bildo santafesino implicaba desconocer la existencia de los nombramientos previos, implicando su negación como práctica inmemorial. El matiz del gesto no es menor y por eso la réplica: de ambos lados sabían que admitir una afirmación semejante supo-nía resignar la atribución del Cabildo de ejercer el gobierno mediante la elección de las autoridades encargadas de administrar justicia en los conflictos que involucraran a los habitantes de esos términos.

En este punto, podría proponerse que la estrategia más contundente a la que apostó el Cabildo santafesino para oponerse al embate del proyecto de Rocamora fue, como se vio, asegurar la continuidad de la designación del alcalde de la Hermandad para el pago de Bajada, garantizando de esta manera el equipamiento político del territorio bajo su órbita, reafirmando su jurisdicción mediante la presencia de una autoridad cuya elección reivindicaba.

Notas finalesLa organización política del territorio al calor de la disputa jurisdiccionalLa elaboración de este trabajo partió de una simple constatación: en el listado de alcaldes de la Hermandad para Paraná producido por Pérez Colman, se repetía la designación de Ramón Hernández para los tres años comprendidos entre 1784 y 1786.

La indagación sobre los procesos que se hallaban en el origen de este dato fun-cionó, entonces, como punto de partida para producir un primer acercamiento a las dinámicas políticas locales de un territorio concreto durante el período de trasforma-ciones impulsadas por los Borbones.

La fundación de Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú en 1783 dio lugar a una nueva dinámica jurisdiccional para el oriente entrerriano, segregado

30 Es claro que sería conveniente tener más información sobre estas personas, de modo tal de poder incorporar a la explicación sus propias motivaciones e intereses personales puestos en juego en tales circunstancias; esto será materia de exploraciones futuras.

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de la órbita del Cabildo de Santa Fe. El proyecto original de Rocamora también con-templaba que los pagos de la Bajada y Nogoyá se desligaran de la jurisdicción del Cabildo santafesino, lo cual originó conflictos por el gobierno de tales territorios.

El Cabildo de Santa Fe encaró el reclamo de tal iurisdictio como propia me-diante dos tipos de acciones, a las que calificamos como estrategias en el sentido de destacar una agencia encaminada a la consecución de un fin. Por un lado, se apeló a la reivindicación de los derechos inmemoriales que poseían sobre tales tierras y, por el otro, a la de la capacidad que poseía el cabildo santafesino para designar alcaldes de la Hermandad en la otra banda del Paraná. En esta dirección, se propuso la consi-deración de la no renuncia a tal potestad –allende los inconvenientes políticos que se derivaron de la continuidad de la elección anual del alcalde de la Hermandad para el territorio que era objeto de disputa– como un signo de la consabida importancia que tenía el equipamiento político del territorio en cuestión, entendiendo que tal acción comportaba la concreción de la potestas y de la auctoritas sobre la base de las cuales se asentaba el gobierno de la ciudad.

Que la designación de autoridades para la Bajada del Paraná se produjera desde la ciudad de Santa Fe o desde el gobierno del Virreinato asentado en Buenos Aires nos habla no solo de una disputa por los recursos materiales disponibles en tal espacio –lo cual es indudable– sino de proyectos diferentes a la hora de pensar en la organización política ese territorio, comandados desde un eje u otro.

El equipamiento político de la Bajada del Paraná se erige, entonces, en una de las claves posibles a la hora de pensar en la reconfiguración interna del espacio rio-platense desde la llegada de los Borbones al trono, más precisamente a partir de la gobernación de Bruno Mauricio de Zabala en tanto impulsó, según Griselda Tarragó, la mutación de la misma en sentido militar.31 Este proceso, que había comenzado en la década de 1720 con la designación del cura y del primer alcalde de la Hermandad para ese pago, asistía por estos años a una nueva formulación, sobre todo si tenemos en cuenta que, pocos años después de los conflictos estudiados, el Cabildo de Santa Fe multiplicó la designación de jueces pedáneos y comisionados para la otra banda del Paraná. La elección de tales autoridades para, por ejemplo, Nogoyá, La Ensenada,

31 Tarragó sostiene que el período de Zabala como gobernador se caracterizó por la militarización de su jurisdicción. En consonancia con el acrecentamiento de la dimensión militar desde el ascenso de los Borbones al trono, este Gobernador tuvo como prioridad dotar al Río de la Plata de sólidas bases militares capaces de contrapesar la presencia portuguesa e inglesa en el área, en el marco de lo cual se comprende la fundación de Montevideo y, como vemos, la multiplicación de autoridades en el espacio analizado, ya que puede ser pensado como uno de los márgenes del imperio y era necesario garantizar su territorialización en el marco del proyecto del que Zabala era la cabeza visible. Sobre la militari-zación de la gobernación como una nueva forma de equipamiento político del territorio, TARRAGÓ, Griselda “Las venas de la Monarquía. Redes sociales, circulación de recursos y configuraciones terri-toriales. El Río de la Plata en el siglo XVIII”, en IMIZCOZ BEUNZA, José María et al. –editores– Economía doméstica y redes sociales en el Antiguo Régimen, Silex, Madrid, 2010.

El Alcalde de la Hermandad... 91

Feliciano y Paraná a partir de 1791,32 reafirmaba sus derechos sobre tales territorios sobre la base de la dotación de mayor densidad a su trama institucional.33

Si las fundaciones de 1783 supusieron un importante recorte a la jurisdicción de Santa Fe, las acciones posteriores del Cabildo pueden entenderse en el sentido de impedir el avance de tal proceso sobre la costa del río Paraná. En marzo de 1787 el Virrey resolvió el conflicto existente a favor del cuerpo capitular santafesino, permi-tiendo que continuara designando las autoridades para la porción de la otra banda que seguía bajo su injerencia. No obstante, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX los intereses locales de un grupo de vecinos de Paraná cuajaron en el pedido de decla-ración de villa para ese poblado, con creación de un cabildo propio y la consiguiente separación de Santa Fe; este tipo de reclamos condujeron, finalmente, a la segregación total de los territorios allende el río de la jurisdicción santafesina.

32 Cfr. AGSF, AC, Varios Documentos 1634 -1816, 10 de enero de 1791, Legajo 20, ff. 5v-7.33 En otros espacios se han documentado procesos semejantes que nos permiten plantear la posibilidad

de un análisis comparativo. Ver, por ejemplo: FRADKIN, Raúl y BARRAL, María Elena “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en FRADKIN, Raúl –compilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007, pp. 25-58; TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen y Liberalismo. Tucumán, 1770-1830, Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-sidad Nacional del Tucumán, Tucumán, 2001; PUNTA, Ana Inés Córdoba borbónica. Persistencias coloniales en tiempos de reforma (1750-1800), Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1997. ROMANO, Silvia “Instituciones coloniales en contextos republicanos: los jueces de la campaña cor-dobesa en las primeras décadas del siglo XIX la construcción del espacio provincial autónomo”, en HERRERO, Fabián –compilador– Revolución, política e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp. 175-178; RUSTÁN, María E. De perjudi-ciales a pobladores de la frontera. Poblamiento de la frontera sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba a fines del siglo XVIII, Ferreyra, Córdoba, 2005, cap. IV. Ver también los trabajos de María Elizabeth Rustán y de Eugenia Molina en esta compilación.

Las parroquias del suroriente entrerriano a fines del siglo XVIII

Los conflictos en Gualeguay

María ElEna Barral

Introducción

Las parroquias del suroriente entrerriano –Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China, luego Concepción del Uruguay– fueron creadas luego de la visita realizada en 1779 por el obispo de Buenos Aires Sebastián Malvar y Pinto.

La construcción de esta micro-red parroquial se inició con fuertes conflictos entre grupos locales –liderados, en su mayoría, por autoridades institucionales, aunque con amarres locales y referentes supralocales– en torno a dos ejes: el lugar y el nombre.

San Sebastián –el santo del nombre del obispo Malvar, propulsor de las parro-quias– lideró las candidaturas, al menos en Gualeguay y Concepción del Uruguay, y también las perdió sistemáticamente.1 En el contexto de un intenso enfrentamiento entre facciones locales se buscaba la primacía en la fundación con el nombre y con el sitio. Si la batalla por el nombre se jugaba en un terreno si se quiere más simbólico, en la localización del templo parroquial intervenían intereses mucho más concretos. Uno de los vecinos los expresaba con claridad: el párroco buscaba instalar la sede parro-quial allí donde había “mayor número de vecinos y de limosnas”.2 Al mismo tiempo, el traslado de la parroquia al sitio nuevo que había determinado el Obispo era evalua-do por quienes se oponían el mismo como una operación de los grandes propietarios del partido orientada a asegurarse las tierras que aún no contaban con títulos seguros. Estos grupos de poder local habrían encontrado en las estructuras eclesiásticas, el Obispo y en el párroco aliados oportunos para organizar la maniobra expropiatoria.3

El despliegue de esta mini-red eclesiástica en el suroriente entrerriano puede mirarse como parte de un proceso de institucionalización más amplio. Este movi-miento institucional reconoce como fundador a Tomás de Rocamora, un militar que acumulaba experiencias andaluzas en los procesos de colonización de Sierra Morena junto a Pablo de Olavide. Julio Djenderedjian, quien ha analizado este proceso en su

1 SEGURA, Juan José Antonio Historia eclesiástica de Entre Ríos, Imprenta Nogoyá, Nogoyá, 1961, pp. 35-52.

2 AGN, IX-30-2-9, exp. 2.3 Djenderedjian sugiere esta sospecha por la vinculación entre el párroco Fernando Quiroga y Taboada

y el sacerdote hacendado Pedro García de Zúñiga. Puede verse DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad en la Arcadia criolla. Formación y desarrollo de una sociedad de frontera en Entre Ríos, 1750-1820, Tesis de Doctorado, UBA, 2003.

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tesis doctoral, advierte en la fundación de estas villas un hecho trascendente en los años finales del régimen colonial porque se trata de una región donde la presencia de la autoridad sólo se había manifestado en “borrosos comandantes de ocasión, en general estancieros de residencia local”.4 El proceso fundacional representa un intento de control motivado por razones estratégicas en el marco de la lucha interimperial que asumía una modalidad enmarcada en la ideología fisiocrática y centralizadora de la monarquía borbónica.

Sin embargo, este proceso de institucionalización no operaba en el vacío y en consecuencia se topó con grupos de poder a nivel local que no estaban dispuestos a ceder sin más a la expropiación de las formas de ejercicio de la autoridad. Distintas personas, grupos y facciones detentaban el poder local y el proceso fundacional debió construir espacios de negociación que los incluyera para lograr una insegura e ines-table obediencia.

La serie de episodios conflictivos que aquí se analizan se inició a fines de enero de 1782 en Gualeguay y forma parte de otros enfrentamientos que el experimento bor-bónico en el suroriente entrerriano buscó apaciguar. Con esta misión el Virrey enviaba a Tomás de Rocamora con un destacamento de tropa. Un año después se convertía en el fundador. El Virrey, en función de sus detallados informes, lo facultó para fundar los pueblos –con sus cabildos– y le encomendó la formación de compañías de milicias y el nombramiento de comandantes.

Estos episodios pueden verse como manifestaciones de diferente tipo de con-flictos exacerbados por la embestida borbónica en un territorio prácticamente virgen de autoridades de la monarquía española, aunque atiborrado de formas diversas de construir, de ejercer y de fundamentar el ejercicio del poder. Otros trabajos han ana-lizado los conflictos económicos y las pujas por el acceso al control de la incipiente estructura institucional y este intento fisiocrático –fallido, por cierto– de reunir po-blación dispersa y repartir tierras.5 Este trabajo mira cómo se dirimió el conflicto

4 DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad…, cit.5 Merecen destacarse los trabajos de DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad…, cit; “Fuentes

pobres, métodos complejos. Producción agroganadera y sociedad en un área fronteriza del Río de la Plata tardocolonial: un análisis estadístico”, en Anuario de Estudios Americanos, LIX, 2, 2002, pp. 463-489; “Construcción del poder y autoridades locales en medio de un experimento de control político: Entre Ríos a fines de la época colonial”, en Cuadernos del Sur, núm. 32, UNS, 2003, pp. 171-194; “¿Un aire de familia? Producción ganadera y sociedad en perspectiva comparada: las fronteras rioplatenses a inicios del siglo XIX”, en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Böhlau Verlag Köln/Weimar/OEIN, núm. 41, 2004, pp. 247-273. Han sido consultados asimismo: SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección en tiempos de guerra: sociedad, economía y poder en el Oriente entrerriano posrevo-lucionario, 1810-1852, Prometeo, Buenos Aires, 2004; BARRIERA, Darío Conquista y colonización hispánica. Santa Fe la Vieja (1573-1660) y Economía y Sociedad (siglos XVI a XVIII), Prohistoria-La Capital, Rosario, 2006; TARRAGÓ, Griselda “Fundar el linaje, asegurar la descendencia, construir la casa: la historia de una familia en Indias: los Diez de Andino entre Asunción del Paraguay y Santa Fe de la Vera Cruz (1660-1822)”, en IMÍZCOZ BEUNZA, José María Casa, familia y sociedad: (País Vasco, España y América, siglos XV-XIX), UPV, Bilbao, 2004, pp. 239-270 y “Los Diez de Andino: un

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en un registro específico –el de las disputas religiosas y eclesiásticas– y analiza los argumentos esgrimidos en su desarrollo, situados, en gran medida, en el terreno de las disputas jurisdiccionales.

Los conflictosUna parte importante de quienes intervinieron en estos conflictos lo hicieron desde su posición de autoridades de un poder institucional y alegando privilegios como ta-les. En la gestión parroquial se destaca por sus pretensiones jurisdiccionales el Pbro. Fernando Quiroga y Taboada, de origen peninsular y con experiencias previas como cura doctrinero en el Alto Perú. Fue el primer párroco de Gualeguay –designado por el obispo Malvar– y su decisión de trasladar la sede parroquial al norte del partido des-encadenó una fuerte disputa con el alcalde local Francisco Méndez, que analizaremos luego. La intervención del párroco operó como un catalizador de conflictos y temores más profundos vinculados con las fases iniciales del proceso de institucionalización en la región y con la incertidumbre sobre la apropiación de los múltiples recursos que este proceso ponía en movimiento.

Como consecuencia del conflicto, el cura Quiroga fue apartado del curato a fi-nes de 1784. Pero antes de su partida protagonizó fuertes intercambios verbales con Tomás de Rocamora durante el tiempo que ocupó la Comandancia militar con sede en Gualeguay y con otras autoridades judiciales como el alcalde Vicente Navarro. Por su parte, quien se había desempeñado como alcalde en 1782, Francisco Méndez, encontró la muerte en la cárcel de Gualeguay luego de liderar un intento de sedición en el que participó un grupo de indígenas que le había conferido el título de Protector.

Por su parte, la salida del virrey Vértiz, el principal apoyo de Rocamora, provocó la inestabilidad del Comandante Militar y del proyecto fundacional en general. Tomás de Rocamora fue relevado provisoriamente del cargo –varios meses en 1784– y su puesto fue ocupado por Francisco Ormaechea. En su breve gestión como comandante militar Ormaechea se enfrentó con varias autoridades de Gualeguay, entre ellas con el sucesor de Quiroga: el párroco Juan Marcos Cora.

Ellos fueron algunos de los protagonistas de los conflictos que se analizan en este trabajo en un espacio y unos años de persistentes contiendas ocasionadas por los intentos de construcción de un nuevo orden institucional en el suroriente entrerriano. La intransigencia que caracterizó a las intervenciones de los funcionarios borbónicos colisionó con formas de autoridad preexistentes que nutrían sus batallas por la preemi-nencia en una rica y abigarrada cultura jurídica y política.

linaje colonial santafesino”, en Cuadernos de Historia Regional, núm. 16, UNLu, pp. 43-86; SUÁREZ, Teresa “Poblaciones, vecinos y fronteras rioplatenses: Santa Fe a fines del siglo XVIII”, en Anuario de estudios americanos, Vol. 60, núm. 2, 2003, pp. 521-555; ARECES, Nidia y SUÁREZ, Teresa –com-piladoras– Estudios históricos regionales en el espacio rioplatense. De la colonia a mediados del XIX, Cuadernos de Cátedra, UNL, 2004.

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Los días del santo patrono: la disputa Méndez-QuirogaLa fiesta patronal era uno de los ritos colectivos más importantes de estas comuni-dades, expresaba sus devociones y señalaba días y semanas intensos en el calendario local. La fiesta anual en honor al santo patrono renovaba los vínculos de obligación y lealtad y, a su vez, expresaba la organización correcta y jerárquica de la religión y la sociedad y la necesidad de intercesores oficiales.6 Al mismo tiempo, los participantes le otorgaban a las celebraciones sus propios significados e intencionalidades, variados y múltiples, como veremos enseguida.7

El día de la fiesta patronal de Gualeguay –por entonces San Sebastián, el 20 de enero– como era rutina en estas celebraciones, en la casa parroquial se ofrecía comida y bebida y asistían al convite las autoridades civiles.8 Así sucedió en Gualeguay y el alcalde Francisco Méndez participó de los agasajos. Luego de comer y antes de la pro-cesión –el acto central del día– los comensales quisieron dar las gracias a la cocinera. En el trayecto, el alcalde Méndez advirtió una situación que calificó como una afrenta a su autoridad e investidura: un mozo –hijo de Bernardo Albornoz, el correntino, del grupo del párroco Quiroga y Taboada– se encontraba frente a él con el sombrero pues-to y de a caballo. Quienes declararon en el juicio fueron forzados a describir en detalle esta situación y uno de ellos precisaba “…que estaba a caballo, de espaldas, que en aquella postura le faltaba el respeto y le dijo [Méndez a Albornoz] que qué poca crian-za era la que tenía y que quién le había enseñando a estar delante del juez…”.9

El intento de disciplinarlo le costó a Méndez un garrotazo (con una vara de sauce) del padre del muchacho insubordinado y se sumó al conjunto de motivos esgrimidos para la destitución del alcalde por parte del cura. Esta quimera encendería la mecha de los explosivos días subsiguientes donde las facciones en pugna, acaudilladas por el párroco de un lado y el alcalde del otro, se disputaban la autoridad y la obediencia de la población del partido.

Tanto los contemporáneos a estos episodios como historiadores actuales y no tanto los interpretan como una lucha facciosa entre los de Gualeguay arriba y los de Gualeguay abajo.10 El traslado de la capilla dispuesto por Quiroga y Taboada –junto a una serie de imposiciones relacionadas con la construcción de la nueva iglesia– había profundizado las diferencias y exasperado los ánimos.

6 CHRISTIAN, Williams Religiosidad local en la España de Felipe II, Nerea, Madrid, 1991.7 BARRAL, María Elena “El calendario festivo en Buenos Aires rural en las primeras décadas del siglo

XIX”, en Cuadernos de Trabajo del Centro de Investigaciones Históricas, Serie Investigaciones núm. 14, UNLa, Departamento de Humanidades y Artes, 2009.

8 AGN, IX-30-2-9, exp. 2. 9 Todas las citas correspondientes al alboroto el día de San Sebastián pertenecen a AGN, IX-30-2-9, exp.

2.10 Los vecinos de la Cuchilla y El Arrecife apoyaban al cura y los vecinos del sur o del Albardón apoya-

ban a Francisco Méndez, el alcalde.

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El día del patrono, Méndez estaba tomado por la ira, los festejos habían termina-do para el alcalde. Pese a ello el cura lo pudo convencer para que asistiera a la proce-sión –“Es posible Dn Francisco que un día como este nos haya de querer dejar”– tan especial para todos los de Gualeguay… El pedido debió ser acompañado de forcejeos y alguna persecución para detener al alcalde y pidieron para ello “favor de la Iglesia”. Méndez parece no haber tenido más remedio que asistir a la procesión.

La tregua duró poco. Algunos testimonios cuentan que los días subsiguientes a los festejos patronales se oyó al alcalde Méndez, encolerizado, amenazar: “…no hay más virrey, no hay más cura ni obispo y, que había de pegar fuego a las casas y capilla”. Luego del “garrotazo” ordenaba detener al grupo que había intervenido en la golpiza. Los comisionados los encontraron en la capilla y les entregaron la orden para que comparecieran ante el alcalde Méndez. Al parecer, el cura desaconsejó acatar la orden debido a que la casa del alcalde se encontraba custodiada por gente armada. Tan armada como los comisionados de Méndez. Tan armado como el propio párroco con “parapetos sagrados”.

Los testimonios sobre este tramo de los acontecimientos abundan en detalles acerca de la actuación del cura Quiroga. La declaración de Lorenzo Ramón Jaualera –un importante estanciero y comerciante y presunto autor de unas décimas11 contra el cura, quien denunciaría todos estos actos a las autoridades de Santa Fe– muestra los procedimientos del cura para ganarse la voluntad de los comisionados y lograr que dejaran las armas:

“…el cura les quitó la orden, les pidió que se apeasen a los comi-sionados y que entrasen a la capilla donde hizo dicho cura traer un frasco de cachaza y otro de vino y juntos bebieron y pitaron, que concluido les suplicó a todos dicho cura le acompañasen a llevar a SM, puso al cuello del caballo una campanilla y el colocó pendiente de su cuello una bolsa de cordones [donde colgaron al Santísimo], fueron a lo de Albornoz”.

Todos los relatos coinciden en que Quiroga se dirigió a la casa de Méndez con el Santísimo (dentro de la “bolsa de cordones”) y una cruz colgados del cuello. También ordenó poner la campanilla en el pescuezo del caballo. Esta campanilla era utilizada en un tipo de práctica procesional que buscaba informar que se estaba portando el viático. Sólo estaba previsto que se extrajera el Santísimo Sacramento de los templos

11 Las décimas comenzaban y terminaban con los siguientes versos: “Oh! Gualeguay desgraciado/ Te eligió el obispo un cura/ Pobre, loco y empeñado.” E incluían pasajes como: “Oh! Pobre cura desgra-ciado/ mejor te fuera tratar/ de lo que debe pagar/ y la capilla no haber mudado […] Como gallego eres de nación/ y muy pariente de Greco/ te nos quieres colar por meco/ de esta nuestra población/ no lo verá tu ambición […] mejor te fuera permitido/ habernos acá dejado/ y haberte relacionado/ con aquellos de junto al río”. Las décimas completas pueden verse en PÉREZ COLMAN, César B. Historia de Entre Ríos, época colonial (1520-1810), Imp. de la Provincia, Paraná, 1936-1937, p. 57.

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en dos ocasiones: para dar el santo viático a los enfermos –sobre todo en peligro de muerte y en el marco del “ejercicio santo de ayudar a bien morir”– y durante el Cor-pus Christi: la celebración –una de las más importantes en el calendario religioso del mundo católico– destinada a honrar a Dios sacramentado en la Eucaristía.12 La opera-ción buscaba mostrar y ocultar. Mostrar la presencia del Cristo e incitar la veneración debida y ocultar una maniobra para desarmar a sus oponentes. Uno de los testimonios agrega que Quiroga había procedido de modo casi teatral frente a los hombres de Méndez exclamando: “Pues tire, tíreme VM aquí, señalando el pecho que llevaba la cruz y la bolsa”.

Sin embargo, la mayoría de los testigos calificaron la maniobra como: “…un parapeto de maldades coordinadas por un sacerdote…”, una “insignia” con la cual lo-graba que los auxiliares del alcalde rindiesen las armas frente al Santísimo y “…para aterrar a los fieles que no hagan armas contra él…”. El testigo Ubaldo Enriquez no usó demasiadas insinuaciones en su declaración y expresaba que Quiroga era un cura bo-rracho que continuamente usaba “…las armas de la iglesia, sacramento, campanilla y un Cristo dorado para aterrar al vecindario, quitar y poner jueces con facultad real…”.

Lo que sucedió luego, al llegar a la casa del alcalde Méndez, también se recubrió de un marco ritual. La destitución del alcalde se realizó frente al Santísimo colocado sobre una mesa y alumbrado con velas y luego de hacer una oración en común de ro-dillas. Marcos Molina presenció la llegada del cura con la campanilla y la “procesión ordenada como para viático” y, en su reconstrucción, disponía los hechos uno tras otro como parte de una misma manipulación: “Al Señor depositado en una mesa con luces le hicieron adoración con el mismo ministro, nombró juez, fue a la pulpería”.

La destitución del alcalde continuó con el cura tratando a Méndez de “…hereje, ladrón, ebrio y parcial de Tupac Amaru…” (y, según algunos testigos, de “defrauda-dor de la renta”)13 y para luego preguntar a los presentes si lo querían o no por juez. El alboroto continuó con el nombramiento del nuevo alcalde –Juan Pérez, pulpero y fiel estanquero– y con vino y aguardiente en la pulpería de Pérez, inmediata a la casa de Méndez.

Podemos conjeturar que los rituales que Quiroga dispuso al llevar a cabo la des-titución del alcalde Méndez buscaban no solamente desarmar a sus contendientes y facilitar la concreción de sus objetivos. También pudieron convertirse en otros recur-sos puestos en juego en el controvertido proceso de institucionalización que se estaba

12 En Hispanoamérica era festejo de “obligación” para los cabildos. En Buenos Aires se hacia el novena-rio en su octava y se levantaban dos altares en el recorrido de la procesión que se adornaba con ramas, flores y colgaduras de telas vistosas.

13 Francisco Méndez era Administrador Particular de la Renta de Tabacos y por esa condición intervinie-ron en un principio los funcionarios de la Real Renta de Santa Fe. Luego se anuló todo lo actuado por estos funcionarios con el argumento de que el descontento contra Méndez había sido por sus funciones en la administración de justicia y no por las que desempeñaba como administrador particular de la Renta de Tabacos.

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abriendo, aunque apelando a unas prácticas conocidas por todos: la campanilla, el santísimo, la oración comunitaria. Sólo así puede asegurarse el éxito del rito: cuando se realiza a través de formas reconocidas por el grupo. Bourdieu ha analizado este aspecto de los ritos como actos de institución orientados a consagrar o legitimar y, de modo complementario, “…a reconocer en tanto que legítimo, natural, un límite arbitrario […] a efectuar solemnemente, de decir de manera lícita y extraordinaria, una transgresión de los límites constitutivos del orden social”.14 El rito naturaliza y di-ferencia al mismo tiempo. E instituye, sancionando y santificando un estado de cosas.

Luego de la destitución, las alternativas para Méndez no eran demasiadas. Se presentaba en la casa de Lorenzo Ramón Jaualera, se victimizaba: “soy un David Per-seguido” y le anunciaba su partida frente a una segura persecución de sus enemigos locales. No se equivocaba. Le seguían los pasos.

Habían pasado apenas unas horas cuando el cura y sus hombres llegaban a la casa de Jaualera, revisaban sus papeles y encontraban las décimas sobre Quiroga. El cura, a punto de ponerle los grillos al dueño de casa, ironizaba: “Yo también soy poeta”. Jaualera lograba disuadir a Quiroga duplicando la donación que tenía comprometida para la fábrica de la Iglesia, pedía perdón y hasta estaba dispuesto a besar los pies al párroco. Estas acciones –que sus adversarios describen con gran minuciosidad y algo de satisfacción disimulada– lo libraron de una prisión segura. Su dadivosidad con la Iglesia –un verdadero rescate– le permitió quedar libre para luego informar a las autoridades de Santa Fe sobre los sucesos que ahora lo tenían junto a Méndez como principales víctimas de la facción enemiga.

Jaualera informaba a través de una carta al Administrador de la Renta de Tabacos en Santa Fe de todo lo sucedido y como consecuencia llegaba a Gualeguay un comi-sionado –José Rute– a entender en estos episodios. Es probable que esta carta haya sido un encargo del propio Méndez –como administrador de la renta– en su último encuentro con Jaualera cuando huía del partido. Y pese a que el comisionado Rute lle-gó a levantar información y apresar a algunos hombres, cuando Tomás de Rocamora tomaba cartas en el asunto, todo volvía a foja cero. Al llegar a Gualeguay e interio-rizarse de los hechos Rocamora consideraba que: “…siendo el sujeto de la sumaria caso complicado extraordinario que excede mucho la esfera de común exige prueba sobreabundante y no lo es tanto la de diez o doce testigos (transeúntes algunos)”. Así cuestionaba los procedimientos de Rute tanto por el número como por la calidad del interrogatorio y porque “pasó a proceder contra individuos y asuntos ajenos…”.

Tomás de Rocamora ocupó el centro de la escena. Sus informes y su intervención en estos conflictos tuvieron como inmediata consecuencia la conducción del proceso fundacional de las tres villas del suroriente entrerriano. Si por un lado se iba concre-

14 BOURDIEU, Pierre “Los ritos como actos de institución”, en PITT-RIVERS, Julian y PERISTIANY, J. G. Honor y Gracia, Alianza, Madrid, 1993, p. 114.

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tando el proceso fundacional, la región seguiría siendo un escenario altamente conflic-tivo más allá de la salida de estos primeros contendientes.

¿Quién es mejor cristiano y quién es mejor vasallo?: la pelea Quiroga-RocamoraLa llegada de Rocamora a Gualeguay fue motivada por el alboroto liderado por el cura Quiroga. Dos años más tarde, en 1784, las villas ya estaban fundadas. Sin em-bargo, el nuevo escenario y el proceso fundacional en marcha no garantizaron la paz pública. El comandante militar y el cura párroco –en este caso Rocamora y Quiroga, pero luego la dupla tendría otros protagonistas– se enfrentaron durante todo el tiempo en el que compartieron el gobierno local. Ahora el registro de las disputas lo imponía las permanentes acusaciones del párroco: Tomás de Rocamora no era “católico cris-tiano”, no se confesaba, no oía misa.15

Las oportunidades para medir fuerzas entre uno y otro se multiplicaban en las acciones que emprendían. Quiroga y Rocamora se enfrentaban, por ejemplo, por el modo en que debían realizarse las confesiones durante la Cuaresma. El cura había dis-puesto para efectuar el empadronamiento (de almas), “…citar nominadamente y por escala a determinados sujetos a los cuales les preguntaría sobre la doctrina cristiana y si la sabían les despacharía el cumplimiento y de lo contrario deberían aprenderla”. Ante esta innovación, el alcalde y varios regidores por orden del Comandante ex-hortaban al cura –según sus palabras “interrumpiéndome en el confesionario”– para que se observara la práctica general de “citar a todos en común, y no ir citando en particular”.

El presbítero Quiroga manifestaba su molestia frente a lo que consideró una in-trusión en su ministerio y mandaba a decir al comandante, nada menos que Tomás de Rocamora, “…que no se entrometiese en mi Jurisdicción y que antes bien debía ser el primero para ejemplo de sus súbditos”. Y agrega: “…que él llamaría a los vecinos por el referido cumplimiento de Iglesia de uno en uno, de dos en dos o como le diese gana”.16

Como consecuencia de su forma de concebir el ejercicio de su ministerio, donde raramente se registra algún fragmento de pensamiento ilustrado, y sin atender a las advertencias del Comandante, el párroco excomulgaba a algunos de los feligreses y anoticiaba al alcalde local acerca de estas “extremas” medidas. El Alcalde, por su parte, en la misma línea que el Comandante le contestaba que “…ni debo obedecer semejante excomuniones y haré lo que me pareciese pues bien sabe soy alcalde de ordinario y menos le llevaré primicia y me confesare cuando me diere la gana…”. La respuesta de Quiroga no se hizo esperar: “…le dijese al Alcalde (tan ordinario) que mientras estuvo escribiendo tales barbaridades mejor hubiera hecho en venir a misa…”. El Alcalde simplemente estaba desconociendo la autoridad del párroco y

15 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, ff. 1-1v.16 AGN, IX-31-4-5, exp. 376, f. 1v.

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cada una de las obligaciones que tenía como feligrés de la parroquia (confesarse y pagar la primicia) y, además, le negaba sistemáticamente la asistencia –como brazo civil de la autoridad local– que el párroco solicitaba para ejecutar y publicar las exco-muniones y aprehender a los inobedientes. Por su parte, Rocamora acusaba al párroco de “alargar su capa espiritual hasta donde quiere” y sin demasiadas vueltas en materia de explicaciones doctrinales y manifestaba a uno de los auxiliares laicos de la Iglesia, el mayordomo del Santísimo: “¿No sabe Ud. que primero es el rey que Dios?”.17

¿Dios o el rey? Se trata de una discusión presente en todos los testimonios, en boca de autoridades religiosas y civiles, de algo así como un clima de época. El pen-samiento regalista redefinió los vínculos entre el Rey, el Papa y Dios. La corona es-pañola se había acercado al ejercicio del patronato universal luego del concordato de 1753 y a nivel de los obispados y virreinatos este cambio se expresó en continuos conflictos. En el plano parroquial también es posible registrar las resistencias de los párrocos a aceptar los nuevos términos y jerarquías de estas relaciones.

El cura Quiroga de Gualeguay, por ejemplo, se adjudicaba competencias para nombrar autoridades seculares. Desde la destitución de Méndez y en distintos foros locales –el principal: el púlpito– afirmaba haber sido “juez foráneo”. Uno de los tes-tigos en aquel episodio declaraba: “…en plática de la Misa Mayor explicó que como juez foráneo él podía quitar y poner jueces seculares, que eso mismo incluía el térmi-no de foráneo”.18 El uso y abuso de las competencias, rituales e imágenes religiosas es denunciado por casi todos los testigos. Algunos lo acusaban inclusive de visitar pulperías “…abusando para mejor lograr la combinación de las sagradas religiones, quita jueces, nombra procuradores diciendo que tiene facultad del rey para ello….”.19

Hasta se le oyó decir que “tenía el rey en el cuerpo”.20 Quiroga atrasaba. Hacía tiempo que los eclesiásticos venían perdiendo fueros y competencias como jueces eclesiásticos. La interpretación de su judicatura era, al menos, amplia. Los obispos podían nombrar jueces foráneos a determinados eclesiásticos “…para ejercer la juris-dicción ordinaria delegada en un partido fuera de la capital diocesana, en los pueblos o distritos, que se les designa”.21

A las autoridades civiles y militares no les quedaban dudas acerca de los des-aciertos de Quiroga en materia judicial. Tampoco prestaban colaboración a aquellas funciones vigentes, en teoría, de los párrocos como la excomunión. Aquí la amenaza de excomunión no surtía efecto y menos aún la categoría late sentencie que se utili-zaba en casos de extrema urgencia y por eso podía obviar cualquier juicio, tribunal o sentencia. Así, el alcalde Vicente Navarro se negaba a colaborar con el párroco en

17 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 2.18 AGN, IX-30-2-9, exp. 2.19 AGN, IX-30-2-9, exp. 2.20 AGN, IX-30-2-9, exp. 2.21 DONOSO, Justo Instituciones de derecho canónico, París, 1868 [1854], Tomo Primero, Libro Segun-

do, Capitulo VII, pp. 377-378. Agradezco la cita a Valentina Ayrolo.

102 Autoridades y prácticas judiciales...

obligar a que se presenten los excomulgados y expresaba: “…no estoy sujeto a la Igle-sia por ser alcalde ordinario”.22 Y agregaba “ni menos le llevaré primicias”.

Desde su llegada al curato, Quiroga había impulsado cambios en la composición de las primicias y extendido su pago a nuevos productos como la grasa, el sebo y la leche. Lo mismo que para el conjunto de aranceles eclesiásticos y para el acceso al trabajo de sus feligreses. El alcalde Méndez en 1782 lo había acusado de imponer multas “…a quienes no concurrían al trabajo en la capilla nueva que había mudado sin conocimiento ni parecer de los vecinos o a quienes no contribuían con las limosnas que él mismo asignaba”.23

Se libraba una competencia por el acceso a la mano de obra. Los principales, y más eficaces, argumentos de Rocamora reforzaban esta disputa. La causa fundamental por la cual no estaba dispuesto a colaborar con el cura arrestando a los inobedientes era que el cura les daba por penitencia el trabajo –entre quince o veinte días, uno o dos meses según la falta cometida– en su chacra en tareas de labranza o de construcción de cercos. Rocamora detallaba el modo en que el párroco conmutaba penas de penitencia por trabajo en sus granjerías:

“…a unos por tardos y a otros con motivo de que no sabían la doc-trina de noche se les enseñaba un rato. Algunos continuaron este gé-nero de penitencia anticipada hasta que los absolvieron y algunos se aburrieron y escaparon pero llevando a cargo excomunión. El año pasado supe que se continuó la misma maniobra bien entendido que el maestro para enseñar la doctrina no era el párroco sino uno de los mismos penitenciados y este año anuncia ya lo propio el consabido cura…”.24

Y se preguntaba “…si es tolerable hablando civilmente que sea precio de un rato de enseñanza de doctrina (obligación constitutiva del párroco) el trabajo personal de todo un día”.25

Por su parte, Quiroga se quejaba de no recaudar primicias –sólo dos fanegas en un año– porque Rocamora “…los tenía a todos trabajando en el monte sin permitirles sembrar ni cosechar”. Tampoco le proporcionaba mano de obra para limpiar las ca-lles para las fiestas patronales a las cuales no asistía la feligresía por estar trabajando bajo las órdenes del Comandante. Quiroga sostenía que en aquellos días, o en otras celebraciones como la octava de Corpus, Rocamora “…hizo juntar todos los vecinos y forasteros y con rigor y desprecio de SM que en aquel día estaba manifiesto los hizo trabajar en un monte sin permitirles oír misa, dejándome solo en esta Parroquia”.26

22 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 6-6v.23 AGN, IX-31-4-5, exp. 376.24 AGN, IX-31-4-5, exp. 376.25 AGN, IX-31-4-5, exp. 376.26 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 1v.

Las parroquias del suroriente entrerriano... 103

Nada colaboraba para que Quiroga permaneciera en Gualeguay. Entre marzo y diciembre de 1784 produjo una gran cantidad de correspondencia –un legajo de cincuenta fojas– a distintas autoridades –virrey, provisor del obispado– buscando una solución. En una de las últimas cartas al Virrey reconoce su persistencia algo pato-lógica “…que ya parece más que desatino y locura mía el repetir a VE una multitud de escritos y cartas”.27 En estas cartas pedía el relevo de Rocamora, hablaba del “mal olor”28 que el Comandante había esparcido en Gualeguay, de cómo se había apropiado de ambas jurisdicciones y que tenía a toda la gente trabajando en el desmonte y enton-ces nadie cumplía con la Iglesia. Como la muestra de una batalla perdida admitía ha-ber tenido que aceptar el traslado de la sede parroquial a la casa donde vivía el mismo comandante Rocamora. Quiroga, abatido, se daba por derrotado: “…aquí estoy solo como los ermitaños de Thebayda sin tener quien me ayude en Misa ni quien muchas veces me haga un bocado de comida”.29

Con la salida de Quiroga se iría también el patronazgo de San Sebastián. La parroquia sería ahora tutelada por San Antonio, la imagen elegida por los vecinos y pobladores desde antes de la visita del obispo Sebastián Malvar y Pinto. En la batalla por el nombre –y en su resultado– puede verse tanto la derrota de las intenciones fundadoras de la iglesia diocesana como la fuerte persistencia de los propósitos de los habitantes del partido. El comandante Rocamora informaba acerca de la “desazón” producida en los pueblos por la mudanza de los Santos Patronos y el nuevo cura –Juan Marcos Cora– consultaba al Cabildo Eclesiástico qué hacer sobre el particular (ya que se debía inaugurar el nuevo templo y permanecían las resistencias hacia San Sebas-tián). Desde la sede diocesana este Cabildo decidía –a dos años de haberse creado la parroquia bajo el nombre del santo del obispo Malvar– que “de acuerdo con el vecin-dario se eligiese el que tuviese más derecho”.30 San Antonio había ganado la partida.

La paja en el ojo ajeno: el enfrentamiento Cora-OrmaecheaEntre fines de 1784 y comienzos de 1785 se enfrentaban en Gualeguay el párroco Juan Marcos Cora con el comandante Francisco Ormaechea.31 Cora y Ormaechea era la dupla sucesora y sustituta de Quiroga y Rocamora en el gobierno eclesiástico y militar de Gualeguay.

El conflicto se desató en el ámbito eclesiástico aunque rápidamente se unió a otros y así se vieron involucradas diferentes autoridades institucionales del gobierno local. En principio se trataba de un conflicto jurisdiccional entre los párrocos de Para-ná y Gualeguay a propósito de sus competencias en el casamiento entre dos feligreses de otra parroquia: la de la Bajada del Paraná en el occidente entrerriano. Al casamien-

27 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 21. 28 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 8. 29 AGN, IX-31-4-4, exp. 361, f. 21. 30 AGN, IX-3-5-6.31 AGN, IX-31-4-5, exp. 394.

104 Autoridades y prácticas judiciales...

to había precedido un “rapto”: Mateo de la Rosa de 18 años se había fugado con Lucía Peralta a Gualeguay con la intención de casarse fuera de su parroquia de pertenencia debido a que su padre se oponía al casamiento por desigualdad de sangre. El plan estaba armado: Mateo llevó consigo a Lucía hasta el sitio denominado puntas del Clé, la dejó con su primo y mientras tanto se dirigía a la casa del cura de Gualeguay para acordar el casamiento.

El cura Cora escribía al párroco Martiniano Alonso, de la Bajada del Paraná, notificándolo el hecho, buscando “eximirse de la causa” y solicitándole que se hiciera cargo “de ellos como ovejas distraídas del rebaño”. De ello resultaba que el alcalde de Gualeguay apresara a Mateo hasta que se resolviera el caso. Por su parte Lucía era “depositada” en la casa de un tío de Mateo, algo inadmisible desde el punto de vista de los procedimientos según determinaría el comandante Ormaechea.

Luego de un mes sin resolución ni respuesta de ninguna autoridad, y aprovechan-do la ausencia de Ormaechea, el cura Cora pasaba a la Guardia, donde estaba detenido Mateo, con la novia y los padrinos y casaba a Mateo y Lucía. Según el testimonio del cabo de la Guardia, el párroco había entrado por la fuerza a la cárcel diciendo: “Que ninguno le había de embarazar a lo que iba pues era un asunto de la Iglesia que nadie podía impedirle”.32 El cabo, por su parte, le suplicaba que no lo pusiera en aprietos con Ormaechea, cuyas medidas correctivas conocían y temían.

Aquí también los conflictos eran previos. Francisco Ormaechea, comandante de Gualeguay, consideraba al sacerdote como “revoltoso”, principal caudillo y difama-dor y expresaba acerca de su desempeño:

“…no ha omitido medio por donde desairar mis órdenes por sí y por interpósitas personas desde que me opuse al designio que mostró de mezclarse en la Jurisdicción real Ordinaria como manifesté a VE con fecha 26 de septiembre. Ha pasado a tomar declaraciones (como si residiera en él facultad) sobre averiguar de algunos vecinos cuánto han subministrado de mi orden para la capilla, preguntando a cada individuo el cuanto”.33

E inscribía la conducta de Cora en la misma línea que su antecesor porque desde que había llegado a la parroquia “…entró repitiendo los desafueros y escándalos de Quiroga y Taboada”.34 También se reiteraban las disputas por recursos materiales. Francisco Ormaechea se quejaba no sólo de la intromisión del cura en los asuntos de su jurisdicción y de la desatención de la Iglesia y del servicio religioso –como la cons-tante “indecencia” del rancho que sirve como capilla– sino también de participar de

32 AGN, IX-31-4-5, exp. 394, ff. 3-3v.33 AGN, IX-32-3-6, exp. 3.34 AGN, IX-31-4-5, exp. 394.

Las parroquias del suroriente entrerriano... 105

los contubernios de la facción de Francisco Méndez, otrora enemigo de su antecesor Quiroga.

Pero, además, cuestionaba los propios procedimientos del cura en el ámbito ecle-siástico. Sobre el matrimonio celebrado entre los feligreses de Paraná, el Comandante consideraba que:

“…procedió contra toda orden al proclamarlos tres veces el mismo día […] sin otro objeto que desairar mis disposiciones con conocida violación de la misma Real Cédula en que SM previene a los párro-cos no casen a hijos de familia sin que el juez laico se declarase si son o no racionales los motivos que sus padres o parientes alegan”.35

En carta al obispo, Ormaechea exponía dos posibles argumentos para declarar la nu-lidad de este matrimonio. En primer lugar, “…por carecer de jurisdicción según el capítulo 1 de la Sección 24 de Reformatione Matrimonii en el punto qui aliter quam presente parocho”. Y en segundo lugar argumentaba que “…habiendo rapto no puso a la robada en lugar seguro y libre como ordena el capítulo 6 de la misma sección”36 por ser hospedada en la casa del tío carnal del raptor. A lo que sumaba un rosario de incorrecciones del cura donde se combinaba la crítica por el poco celo en su ministe-rio de pastor de almas y el señalamiento de sus principales aliados en la villa. Decía Ormaechea acerca del párroco en carta al Virrey:

“No contento con estos excesos se paso el día 6 a la conchera de Dn Carlos Wright donde estuvo con Dn Francisco Méndez y otros de su facción cinco o seis días invertidos en formar papeles sobre la prisión de Morales y sus motivos dejándonos sin misa el día de N. S de la Concepción y otros por haber dejado encerrado el cáliz y llevádose la llave hasta que teniendo noticia casualmente había en-tregado a dicho Méndez se le pidió a este y la entrego el día dieciséis con motivo de hallarse en esta población el Padre Maestro Dn. Pedro González para que dijera misa. Posteriormente se ha visto haberse pasado a esa capital dejándonos sin pastor y con el sacramento de la eucaristía en el sagrario expuesto a corrupción con otros hechos in-decorosos e irregulares a su Estado que no los refiero por no molestar la atención de VE”.37

Los conflictos de jurisdicción entre las autoridades locales persistían otorgando a la dinámica local su rasgo más característico: la autoasignación de las mejores y más adecuadas competencias y la impugnación y descrédito de los abusos del adversario en el ejercicio del poder. Por esto el Comandante señalaba los desaciertos del párroco

35 AGN, IX-31-4-5, exp. 394.36 AGN, IX-31-4-5, exp. 394.37 AGN, IX-32-3-6, exp. 3, f.1v.

106 Autoridades y prácticas judiciales...

en materia de procedimientos matrimoniales. La obediencia estaba en juego porque ella motorizaba la apropiación de considerables recursos.

La sedición de Méndez y los presagios cumplidos de QuirogaHacia fines de 1784 Ormaechea fue relevado como Comandante Militar y el cargo vol-vió a ocuparlo Tomás de Rocamora. Desde esa posición castigó brutalmente a quien lideró una sedición a fines de 1785 que apenas llegó insinuarse. Este líder encontraría la muerte en prisión en un suicidio al menos sospechoso: clavándose él mismo un cuchillo. Este episodio ha sido analizado por Julio Djenderedjian quien ofrece algunas claves explicativas del intento de sedición: Méndez había sido elegido Protector por un grupo de indígenas para que los representara frente a las autoridades de Buenos Aires como modo de hacer frente a las presiones de los labradores hispanocriollos.38 En el proceso de creación de las villas de suroriente entrerriano los indígenas habían llevado las de perder y fueron desplazados hacia áreas menos útiles del territorio. En ese contexto, explica Djenderedjian, la búsqueda y nombramiento de un Protector se encontraba entre las opciones posibles y legítimas que la monarquía barroca ofrecía para vehiculizar las quejas indígenas. Según su reconstrucción de los hechos:

“La junta en que Méndez fue nombrado Protector ocurrió en un pa-raje apartado, y los concurrentes fueron a ella llevando armas. Esto, y el reparto entre ellos mismos de diversos cargos militares, hizo que cundiera la alarma: una vez sabido todo por Rocamora, la reacción inmediata y bastante histérica de él y de las autoridades resulta un indicio de hasta dónde estaban sensibilizados los ánimos, destem-plados por los cercanos levantamientos del Alto Perú, a los cuales hay referencias explícitas en los autos. Se ordenó la captura de los implicados, levantándose embargos y sumarios que se remitieron a la Audiencia […] La histeria resulta patente también en que no se paró en determinadas formalidades; incluso Rocamora intentó obte-ner confesión de un preso sometiéndolo a tortura con la llave de un fucil, y colgandolo amarrado pr. los lagartos [sic] de los brazos”.39

El líder de la sedición era Francisco Méndez: el alcalde destituido a comienzos de 1782 por el cura Quiroga y Taboada. Volvemos al inicio de esta serie de episodios.

El cura Quiroga al destituirlo lo calificaba como “parcial de Tupac Amaru” una imputación con profundas resonancias para aquellos meses y mucho más aún en boca de un sacerdote que acababa de llegar del Alto Perú donde servía como párroco.

El entorno se encontraba especialmente sensible para este tipo de calificativos. En junio de 1781, apenas a siete meses del alboroto, el obispo de Buenos Aires Mal-

38 DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad…, cit.39 DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad…, cit.

Las parroquias del suroriente entrerriano... 107

var y Pinto enviaba una Pastoral a sus diocesanos donde se refería a los rebeldes andinos como “hombres traidores a Dios, a la Iglesia y al Rey”, los cuales “…no hubo maldad que no cometieron, delito que no hayan perpetrado, ni sacrilegio que dejasen de hacer…”.40 Entre los sacrilegios más graves detallaba:

“…pusieron sus sacrílegas manos en los sacerdotes del Señor, dego-llaron a los ministros del santuario, arrastraron las adorables imáge-nes de los santos, profanaron los vasos sagrados, pisaron el Venerable y Sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, hollaron con sus infames pies las hostias consagradas, e hicieron finalmente a los tem-plos testigos de sus más abominables obscenidades y lascivias...”.41

Al mismo tiempo el diocesano ordenaba las celebraciones de acción de gracias con motivo de la derrota de José Gabriel Tupac Amaru y concedía indulgencia plenaria a los que se confesaran y comulgaran en esos días.

“Cantemos en el primero una misa y Te Deum, dando gloria al Pa-dre, al Hijo y al Espíritu Santo. Expóngase al mismo tiempo el sa-grado cuerpo de Nuestro Salvador, en desagravio de los desacatos, irreverencias y maldades, que contra él, y en su misma presencia cometieron, nuestros falsos hermanos. Téngase por otros tres días patente a este Señor Sacramentado, para que todo el pueblo le alabe, lo bendiga y engrandezca con súplicas, ruegos y ardientes suspiros. Concédase últimamente indulgencia plenaria a los que se confiesen y comulguen en estos tres días, pidiendo a Dios por la salud y vida de nuestro amable Rey, por la de los Serenísimos Señores, Príncipe y Princesa, y demás familia real, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz y concordia entre los príncipes cristianos, y por todas las necesidades de España”.42

¿El nombramiento como Protector por parte de un grupo de indígenas a Francisco Méndez confirmaba alguna buena percepción por parte del cura Quiroga? ¿Había re-conocido en sus comportamientos algunos rasgos del liderazgo que también descu-brieron los indios que organizaron la sedición? ¿Se trataba sólo de un epíteto descali-ficatorio eficaz para aquel momento?

Como explica Djenderedjian para este caso y otros autores han estudiado para otras regiones, estos recursos –como nombrar Protectores para pedir el reconocimien-to de derechos como súbditos de la Corona– eran legítimos en el repertorio de estrate-gias elaboradas por los indígenas en sus batallas cotidianas para erosionar o perturbar

40 AGI, Audiencia de Buenos Aires, leg. 600.41 AGI, Audiencia de Buenos Aires, leg. 600.42 AGI, Audiencia de Buenos Aires, leg. 600.

108 Autoridades y prácticas judiciales...

las exigencias del orden colonial.43 También sería un recurso –y quizás una tradición de arraigo local– en el contexto de la guerra revolucionaria y quizás una anticipación de otro Protector como lo fue Gervasio Artigas.44

Recursos para más –y más seguros– recursosEl proceso de institucionalización en el suroriente entrerriano –además de ser parte de una estrategia defensiva– buscaba ordenar la distribución de recursos de distinto tipo. Sin lugar a dudas, el acceso a la tierra –y a su apropiación– constituyó uno de los mo-tores del proceso y el factor central de las disputas que se han presentado. Al mismo tiempo este proceso generaba nuevos recursos –como las magistraturas– que podían asegurar, o al menos acercar, el control de los recursos básicos: la tierra y los hombres.

Djenderedjian se detiene en su análisis en el papel que los cabildos pudieron des-empeñar en este sentido debido a que por largo tiempo fueron estos cuerpos quienes otorgaron tierras, aun a título precario. Esta posibilidad –así como la de crear cuerpos de milicias– convirtió a los ayuntamientos en cajas de resonancia de los conflictos lo-cales y habilitó la conformación de ámbitos de influencia, de clientelas y de facciones que buscaban obturar el acceso de la contraria a puestos de cabildo. Pero el recurso a las magistraturas que ofrecía el andamiaje jurídico de la Monarquía no era nuevo tampoco en la región.

En 1779 los vecinos de Gualeguay solicitaban al obispo Malvar la erección de varias capillas en distintos parajes.45 Para ello ofrecían su trabajo y manifestaban sus temores: “…siempre estamos temerosos de que después de trabajar nos expulse de las tierras como continuamente estamos recibiendo amenazas de Dn. Agustin Wright”.46

Estos vecinos se habían enterado de que Wright había alcanzado el título de coman-dante y temían que “…hará lo que al dicho le parezca con la superioridad y como la experiencia acredita que otros poderosos han expulsado a otros vecindarios dejando sus casas corrales y todo trabajo personal”.47

Por eso recurrían a Su Ilustrísima: “…ahora estamos tan consolados y esperan-zados en el Paternal amor y caridad del Illmo. Sor Obispo nos tome bajo su poderosa protección a fin de que no seamos expulsados de dichas tierras”.48 Así ofrecían su tra-bajo y se manifestaban: “…que en caso necesario estamos prontos a comprar nuestros terrenos esperando será el precio de las expectativas tanto por primeros pobladores y poseedores y haber sido dichas tierras limpiadas de los infieles a costa y mención y

43 STERN, Steve Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la con quista española, Alianza, Madrid, 1986, pp. 219-292.

44 Remitimos nuevamente a DJENDEREDJIAN, Julio Economía y sociedad…, cit., especialmente el capítulo 4.

45 AGN, IX-39-4-3, exp. 12.46 AGN, IX-39-4-3, exp. 12.47 AGN, IX-39-4-3, exp. 12.48 AGN, IX-39-4-3, exp. 12.

Las parroquias del suroriente entrerriano... 109

derramamiento de sangre de nuestros antepasados y aún parte de nosotros hasta dejar-las diáfanas y poder poblar los cristianos”.49

La instalación de las capillas se presentaba como un medio para afirmar sus in-seguros títulos. La nota contaba con la adhesión de medio centenar de vecinos y una veintena de “naturales casados” por los cuales firmaba Francisco Méndez, a esas altu-ras juez comisionado del partido y con gran prestigio a nivel local. Entre los firmantes se encontraban algunos de los vecinos y pobladores que se enfrentarían en los años sucesivos.50

Una vez instaladas las parroquias la diversificación de los cargos asociados a la gestión religiosa también se sumó a este conjunto de recursos institucionales que permitían acortar el camino hacia el goce de ciertos privilegios. En particular, algunas funciones como la mayordomía de fábrica y la mayordomía del Santísimo51 eximían a quienes las ejercían del servicio de armas y del ejercicio de toda pensión concejil. En 1793 José Sánchez Calderón era nombrado como Mayordomo de fábrica de la parroquia de Gualeguay por el obispo Azamor quien mandaba que “…se le presten y franqueen los auxilios que necesitase al mejor desempeño de su comisión y empleo guardando y haciendo guardar todas las prerrogativas, exenciones y privilegios que corresponden al servicio de la Iglesia”.52

Varios años después, en 1808, el párroco Antonio Díaz Casaferniza en ocasión de solicitar autorización para recolectar limosna, pedía que se eximiera a Juan de la Rosa Millán –el limosnero– de otras obligaciones:

“…y mediante estar dispuesto en el Real Reglamento de los síndi-cos, sacristanes y sirvientes de Iglesia de cuya clase debe considerar-se al referido Millán sean exentos del servicio de milicias declárese mientras subsista esta ocupación no debe ser ocupado en función alguna de estos cuerpos”.53

Si algunos cargos ofrecían privilegios en términos de exenciones de servicios a la Corona, todos lo cargos permitían la apropiación de mano de obra a través de distintos mecanismos. El comandante Rocamora tenía derecho a cuotas de trabajadores –en el desmonte– para la fundación del pueblo. El cura Quiroga se quejaba porque esto lo afectaba de varias maneras: al no trabajar en sus tierras ofrecían menguadas o nulas primicias; tampoco asistían a las funciones religiosas y no pagaban las obvenciones correspondientes. Este párroco implementaba nuevas vías para la obtención de bienes y trabajo, un botín disputado entre las autoridades locales. Establecía multas a los

49 AGN, IX-39-4-3, exp. 1250 Por ejemplo Francisco Méndez y Bernardo Albornoz (el correntino), los protagonistas de la pelea en la

fiestas patronales de 1782. Ambos aparecen firmando por otros en el petitorio.51 AGN, IX-31-4-4, exp. 361. Por ejemplo, Bernardo Calzada era mayordomo de Santísimo en 1784.52 AGN, IX-31-6-1, exp. 836.53 AGN, IX-23-7-4, exp. 731.

110 Autoridades y prácticas judiciales...

inobedientes, a los penitentes o a los que no acudían a la construcción de la capilla nueva y, así, accedía a brazos para sus producciones particulares. Además, aumenta-ba los derechos parroquiales y sumaba más productos a los habitualmente ofrecidos como primicias. Los beneficios eran para el sacerdote y sus propios negocios y sólo en algunos casos esos hombres trabajaban en tareas comunitarias vinculadas con el arreglo de calles y del templo para los días festivos.

Estas prácticas de apropiación de recursos por parte de los eclesiásticos –y la competencia por los mismos en el interior de la elite de poder local– han sido am-pliamente estudiadas para otras regiones hispanoamericanas como en las doctrinas de indios del Alto Perú. En el área andina, por ejemplo, se registra la mita de confesión –penas de trabajo para cumplir las penitencias ordenadas en confesión– y el ricuchicu (aportes de dinero y productos ofrecidos a los curas para las fiestas). Era muy frecuen-te la utilización indebida de mano de obra por parte del cura y la alteración del destino de la cuota legal de mano de obra que le correspondía como cura doctrinero al orientar el trabajo de los feligreses indios hacia sus propias producciones agrícolas o textiles, prohibidas en teoría. Como en Gualeguay, los ayudantes del cura obtenías beneficios y exenciones, como por ejemplo de la mita y, en ocasiones, del tributo y también eran comunes los conflictos en torno a la forma y monto del pago de las primicias.54

Palabras finalesLa experiencia histórica en el suroriente entrerriano de estos años se define en gran medida por la concentración de recursos de distinto tipo, los cuales aún no habían sido apropiados por ningún grupo en forma estable.

En el proceso de institucionalización, los pobladores de Gualeguay ofrecieron respuestas veloces y entramaron sus propios intereses con las políticas imperiales orientadas a la defensa de las fronteras y con el proyecto borbónico que las enmarca-ba. Así, el experimento en la región se configuró en un diálogo y confrontación entre intereses locales y supralocales.

Otras innovaciones del proyecto borbónico acumulaban más tensiones para la región. Algunas de ellas –el establecimiento del estanco del tabaco, la anulación del puerto preciso de Santa Fe y la instalación de la Intendencia de Buenos Aires– gene-raron nuevas disputas, alejaron al suroriente entrerriano del control de Santa Fe y lo acercaron a Buenos Aires. Pese a ello, los protagonistas de algunos conflictos busca-ban aún la intervención de las autoridades santafesinas como la denuncia que realiza Lorenzo Jaualera –aunque sin un efecto duradero– a la Real Renta de Tabaco. Una vez que Santa Fe apareció desplazada de la escena, el enfrentamiento más furioso se dio entre curas y comandantes militares. De este modo, las dependencias institucionales

54 HÜNEFELDT, Christine “Comunidad, curas y caciques hacia fines del período colonial: ovejas y pastores indomados en el Perú”, en HISLA, núm. II, 1983, pp. 3-31.

Las parroquias del suroriente entrerriano... 111

civiles, militares y eclesiásticas de las villas entrerrianas inclinaban el fiel de la balan-za hacia la capital virreinal.

Los argumentos esgrimidos en los conflictos reponen una riqueza de representa-ciones difícilmente concebible para un área vacía. En el conjunto, es posible registrar variadas discusiones en las que se ponían en juego fragmentos de una abigarrada cul-tura jurídica: competencias en pugna para nombrar o destituir autoridades (ya fueran alcaldes de hermandad o protectores de indios); cuestionamientos acerca del modo de llevar a cabo las designaciones de estas mismas autoridades (en un contexto ritual, en los montes o parajes apartados, con los parapetos de la religión para desarmar al enemigo o repartiendo armas); divergencias en torno al modo de “componerse” frente a las autoridades (montado a caballo o apeado, sin sombrero o con sombrero); diversidad de opciones para la obtención de privilegios y exenciones de determinadas obligaciones y el papel de los cargos religiosos para lograrlo; desacuerdos en torno a las jurisdicciones más ajustadas para intervenir en los distintos episodios de conflic-tividad (y los conflictos en el interior de cada una de ellas) e, inclusive, las distintas maneras de concebir y de actuar el proceso mismo de institucionalización (con desig-naciones administrativas o rituales).

La intensidad de la conflictividad en la región puso de manifiesto una heterogé-nea y rica cultura jurídica. Como ha planteado reiteradamente Fradkin, la cultura jurí-dica conformaba un núcleo central de la cultura política en la medida que informaba las concepciones que sobre el poder, la autoridad y las relaciones sociales tenían los paisanos.55 Las tensiones que la atraviesan podrían, quizás, habilitar el plural. Estas culturas concentran un conjunto de nociones sobre la ley, los derechos, las formas de autoridad y los procedimientos judiciales organizados a partir de una apropiación selectiva y creativa de la cultura letrada elitista.

Es probable que los eclesiásticos desempeñaran un importante papel en la di-fusión de determinadas nociones jurídicas y que hayan favorecido, quizás incluso contra su propia voluntad, estas adaptaciones creativas. Su presencia en la región fue variada y este rol de difusores –pese a la intensa conflictividad en la que desarrollan sus acciones y la convivencia con otras autoridades– pudo darse desde las distintas posiciones que se descubren en la región: como párrocos, clérigos estancieros o mi-sioneros (fundamentalmente jesuitas pero también franciscanos y mercedarios). La diversidad institucional y de formas de intervención que caracterizaba a la Iglesia colonial permitía esta presencia múltiple y variada.

Pese a ello, la política regalista de los Borbones de las últimas décadas coloniales –que acompañó la experiencia poblacional en el suroriente entrerriano– ubicaba a los eclesiásticos en una nueva obediencia –en general, incómoda– frente a otros magis-

55 FRADKIN, Raúl “Cultura jurídica y cultura política: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-1830.)”, en FRADKIN, Raúl “La ley es tela de araña”. Ley, justicia y sociedad rural en Buenos Aires, 1780- 1830, Prometeo, Buenos Aires, 2009, pp. 159-186.

112 Autoridades y prácticas judiciales...

trados locales y supralocales. Los eclesiásticos buscaron defender sus privilegios y su primacía en el liderazgo comunitario, pero en términos generales fueron desplazados por otras autoridades y desoídos en sus reclamos.

Este nuevo contexto permite establecer algunas diferencias en cuanto al proceso de institucionalización de la región en relación con la experiencia más antigua de la campaña bonaerense. Veamos solamente algunas diferencias en cuanto al papel de las parroquias y los párrocos.

En los pueblos bonaerenses los párrocos se desempeñaron como mediadores pri-vilegiados y como los guardianes del orden comunitario a lo largo de casi todo el siglo XVIII. En Buenos Aires, desde la creación de los primeros curatos rurales en 1730 los párrocos contaron con variados recursos que le permitieron construir este papel de me-diadores: eran parte de instituciones formales y desempeñaban roles de liderazgo, con-taban con capacidades judiciales, eran capellanes de cofradías, encabezaban las fiestas y celebraciones, manejaban recursos vinculares y materiales. Durante décadas, la mayoría de los hombres y las mujeres de la campaña de Buenos Aires reconoció en los párrocos a la única autoridad de un poder institucional, pero a medida que avanzaba el siglo XIX, y en gran parte desde las reformas rivadavianas, se multiplicaron las autoridades no religiosas. Los párrocos se vieron rodeados, en el ámbito local, de nuevas figuras –como los jueces de paz– que acumulaban protagonismo y con quienes entraban en competencia y disputaban los espacios de mediación social.

En el suroriente entrerriano los párrocos pudieron contar con algunos de estos recur-sos pero en la pelea por el liderazgo comunitario había muchos competidores. Tampoco colaboraba la política regalista borbónica que encontró en esta región un espacio privile-giado de experimentación.

En esta región, si bien las parroquias se cuentan entre las primeras estructuras de un poder institucional –y, en este sentido, el proceso puede equipararse a la experien-cia de la campaña bonaerense– su papel fundacional fue mucho menos evidente dado que pocos años después de su creación, las tres parroquias debieron convivir con los cabildos y las comandancias militares en una dependencia directa de Buenos Aires lo cual desgajaba estas zonas del pretendido –y a estas alturas, perdido– control de Santa Fe. Y, más bien, las dificultades que la instalación de las parroquias puso de relieve desencadenaron, en alguna medida, la fundación de los pueblos. Los párrocos se en-contraban lejos de haber asegurado la obediencia de sus feligreses cuando ya se halla-ron rodeados de otras autoridades institucionales que buscaban encuadrar su acción.

La situación de las parroquias entrerrianas a fines de siglo XVIII se parece más al escenario que en Buenos Aires inauguraron las reformas rivadavianas. En cierto modo, anticipan las condiciones que se dieron en las áreas rurales de Buenos Aires

Las parroquias del suroriente entrerriano... 113

desde la década de 1820, al menos en un sentido: el disputado papel de mediadores privilegiados.56

El análisis de estos conflictos –como aquellos porteños de 1820–57 muestra con claridad las fuertes limitaciones que debieron enfrentar los párrocos a la hora de ejer-cer su ministerio parroquial. Es evidente que estos párrocos se encontraron desem-peñando sus funciones en un período de fuerte fiscalización de sus funciones y, en algunos casos, en zonas atravesadas por una serie de tensiones que en la campaña de Buenos Aires no se registraban para los mismos años. Estas tensiones tienen que ver con la competencia por los recursos entre pobladores y hacendados y también por otro tipo de recursos disputados en distintos terrenos jurisdiccionales y corporativos.

56 Sobre este papel de mediadores: BARRAL, María Elena De sotanas por la pampa. Religión y sociedad en el Buenos Aires rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2007 y “Los párrocos como media-dores en las fronteras del mundo colonial (Buenos Aires rural en el siglo XVIII)”, en BARRIERA, Darío –compilador– Justicias y Fronteras. Estudios sobre la historia de la justicia en el Río de la Plata (Siglos XVII a XIX), Editum, Murcia, 2009, pp. 65-88.

57 BARRAL, María Elena “Ministerio parroquial, conflictividad y politización: algunos cambios y per-manencias del clero rural de Buenos Aires luego de la revolución e independencia”, en AYROLO, Valentina –compiladora– Estudios sobre clero iberoamericano, entre la independencia y el Estado-Nación, CEPIHA-UNSA, Salta, 2006, pp. 153-178.

“…que por su juicio y dictamen no puede perjudicar a la quietud Publica…”

Acerca de la administración de la justicia en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII1

roMina zaMora

Introducción

En 1799, en la Real Audiencia se presentó una causa promovida por el Defensor de Menores y Pobres de la ciudad de San Miguel de Tucumán contra el Alcalde ordinario de 2° voto. La denuncia fue presentada por don Salvador Alberdi, en

su calidad de Defensor, contra don Pedro Antonio de Zavalía, alcalde con dignidad de regidor, por abusos contra indios. Lo que había sucedido, según la denuncia del De-fensor, era que Zavalía se había llevado a la hija de un indio que vivía en los márgenes de la ciudad, para depositarla en casa de unos amigos suyos, para servir.

“…que Justo Pedraza haciendo mal uso del favor que tenía con el Juez mantenía en su casa, aprovechándose de gracia del servicio de la miserable, con pretesto de darle buena educación, que es este ti-tulo con que se pretende justificar ordinariamente la violencia que se hace a estas miserables, para reducirlas a una servidumbre seme-jante a la esclavitud…”.2

Cuando Alberdi antepuso una demanda, Zavalía se negó a oírlo diciendo que la jurisdicción del Defensor de Naturales (como llamaba Zavalía al cargo, en vez de Defensor de Menores y Pobres) estaba limitada a los indios tributarios y, como la indiecita depositada era de casta libre, este defensor no podía tener injerencia.

“…que nada tenia que ver el señor Fiscal cuio oficio protectorial no comprendia sino Indios tributarios y no siendo de esta clase la Indiecita entregada al servicio de Pedraza, no estava obligado a dar razon de su conducta a nadie…”.

1 Este trabajo ha sido financiado por el proyecto “El Derecho local en la periferia de la Monarquía Es-pañola. El Río de la Plata, Tucumán y Cuyo en los siglos XVI-XVIII”, bajo la dirección del Dr. Víctor Tau Anzoátegui y del Dr. Thomas Duve. ANPCYT. PICT 01591-2007.

2 AGN, IX-36-2-2. S. M.de Tuc. Abusos sobre indios Alcalde 2º voto Pedro A. de Zavalía. 1799. El resaltado es nuestro. Las citas posteriores son del mismo documento.

116 Autoridades y prácticas judiciales...

Ante la recusación de Alberdi, Zavalía dijo que el padre de la niña era hijo de mulato, por tanto no era indio y por ende, el defensor designado para los indios no tenía juris-dicción para defenderla ni para inmiscuirse en este asunto de justicia.

“Siendo el ministerio de dicho Alberdi contrahido solamente a la proteccion de Indios, ha querido hacerlo comprehensivo también de Mulatos y esclavos…”.

En oposición, Alberdi argumentaba que la Defensoría de Menores y Pobres no se limi-taba a una clase de gente sino que actuaba a favor de todos los necesitados de defensa:

“…un oficio que yo estoy enterado que es de algun decoro porque su caval desempeño tiene por termino la defensa del oprimido mise-rable y rustico…”.

Por todo esto es que el caso había llegado a los tribunales de la Real Audiencia de Buenos Aires. Zavalía acusaba a su vez a Alberdi de desacato, audacia y de haber lle-vado daño a los indios, evitando los depósitos que él hacía para su honrada educación. El debate no se siguió sobre la correcta aplicación de la justicia sino sobre la jurisdic-ción de los empleos de Defensor de Menores y Pobres, y si correspondía o no a Al-berdi impugnar el accionar del Alcalde en esta cuestión. La última estrategia utilizada por el Alcalde fue abstraer el caso de la órbita de la justicia para evitar la injerencia del defensor, diciendo haber actuado no como Juez sino como Padre. De esta manera, no se trataba de un caso de justicia sino de fraternal corrección, por lo que su autoridad de Padre de la Patria no podía ser cuestionada ni podía interferir una voz contraria:

“…esta Ciudad, y su jurisdicción se ha visto esta tan sumergida en vicios esta plebe que puedo asegurar a V.A. que viven de tal suer-te encenagados en todo genero de torpezas que no se ve en ellos alguna comun demostraciones de Religión cuidando tanto de vivir en esta vida brutal, que olvidan todas sus obligaciones Cristianas, y Políticas. Estos defectos no he querido corregirlos como Juez, solo contarlos como Padre de la Patria…”.

Esta argumentación, lejos de constituir un caso excepcional, era parte de un ima-ginario jurídico específico. Al presentarse a sí mismo como padre de la Patria, el Alcalde nos muestra la alteridad de la concepción de Antiguo Régimen del empleo público de alcalde ordinario y de regidor, situado en las antípodas de la noción actual de administración. Este vecino, desempeñando el empleo público de alcalde y con la dignidad de padre de la patria, se mostraba ejerciendo, para con la plebe de la ciudad, la tutela correctiva similar a la de un padre en el ámbito doméstico. Así, este caso resulta ilustrativo para presentar al menos dos problemas concomitantes en torno a la administración de la justicia, esto es, por un lado, la concepción vigente del orden y

“…que por su juicio y dictamen...” 117

de la justicia; y por otro, la noción de autoridad doméstica como un padre extendida a los regidores y alcaldes del Cabildo.

Estas preguntas están guiadas por algunos de los postulados básicos dentro de las propuestas teóricas de la historia crítica del Derecho, que proponen desnaturalizar el lenguaje jurídico y analizar los significantes de Antiguo Régimen hallando sus pro-pios significados.3 Se trata de un nuevo criterio historiográfico que modifica la idea de gobierno y de administración de justicia como un producto del accionar de un dispo-sitivo centralizado de la Monarquía, proponiendo un modelo alternativo para describir ese universo político, otorgando un valor preponderante a lo local. Propone entender el derecho no como un discurso ajeno o situado por encima de las prácticas sociales sino como una construcción dentro de una cultura jurisdiccional y como vehículo para mantener el orden vigente y la quietud pública. Esto en la confluencia de múl-tiples órdenes normativos frecuentemente contradictorios, que podían ser utilizados indistintamente según el arbitrio del juez. Bajo esas consideraciones, la jurisdicción en tanto la facultad de decir derecho estaba distribuida en los cuerpos sociales, con la capacidad de asegurar los equilibrios establecidos y, por tanto, de mantener el orden, dentro de un sistema jurídico de carácter natural-tradicional. Tampoco se refiere a un Estado como fuente de derecho sino a una pluralidad de jurisdicciones y de potesta-des, estrechamente dependientes de otras prescripciones normativas. El derecho, al no ser producto de un Estado centralizado, establece fronteras fluidas y dúctiles entre otros saberes normativos.4 Así, la justicia penal sólo puede entenderse a partir de las claves culturales que le daban sentido, que tenían que ver con el mantenimiento de un orden teológico y religioso estamental y que debían conservar poniendo en práctica valores que no estaban tan relacionados con la aplicación de la ley como con el accio-nar de los jueces y el fin social de la administración de justicia: cuestiones tales como clemencia, perdón, disimulo, ejemplaridad y utilitarismo, en una sociedad corporativa y compuesta por elementos (personas) necesariamente desiguales.5

3 “Son historiadores del derecho que asumieron aquellas lecciones de las ciencias sociales: debieron aprender a rastrear el punto de vista interno (la razón local) de un lenguaje, de unas categorías (de unas instituciones) que les eran decididamente ajenas”. AGÜERO, Alejandro “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en LORENTE, Marta De justicia de jueces a justicia de Leyes: hacia la España de 1870. Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid, 2006, p. 23.

4 HESPANHA, Antonio Manuel Cultura jurídica europea: síntesis de un milenio, Tecnos, Madrid, 2000, p. 38. Ver también: GARRIGA, Carlos “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen” [en línea] http://www.istor.cide.edu/revistaNo16.html; CLAVERO, Bartolomé Tantas personas como esta-dos. Por una antropología política de la historia europea, Tecnos, Madrid, 1986 y “Del estado presente a la familia pasada”, en Quaderni Fiorentini. Per La Storia Del pensiero giuridico moderno, núm. 18, U Firenze, 1989.

5 Para un desarrollo extenso del nuevo paradigma en la historia de la justicia penal de Antiguo Régimen, ver: AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar cuando conviene a la República. La justicia penal de Córdoba del Tucumán, siglos XVII y XVIII, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.

118 Autoridades y prácticas judiciales...

Nuestra principal hipótesis es que la finalidad de la aplicación de la justicia era mantener o restablecer el orden social correspondiente al propio lugar donde se había producido el conflicto o la transgresión. Ante el crecimiento de población libre pro-ducido a fines del siglo XVIII, el orden tradicional tucumano se veía amenazado por la sola existencia de esta plebe, de status indefinible, que había que incorporar dentro de los mecanismos tradicionales de disciplina. Ante el nuevo problema del volumen de población por fuera del espacio doméstico, se proponía una solución antigua: ex-tender la autoridad del padre al exterior de la casa. Las argumentaciones de fiscales y defensores giraban, por un lado, en torno a observar la calidad de los inculpados y la equidad con que debían actuar los jueces y, por otro lado, a observar la ley y brindar castigos ejemplares a la comunidad.

Las fuentes utilizadas han sido principalmente las actas capitulares y los expe-dientes conservados en las secciones Administrativa y Judicial del Crimen del Archi-vo Histórico de Tucumán (en adelante, AHT), entre 1767 y 1810, sección Interior, Tribunales y Justicia del Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), así como las publicaciones de las Actas Capitulares de San Miguel de Tucumán a partir de 1810 y del Libro de Informe y oficios de la Real Audiencia de Buenos Aires.

La “cultura jurisdiccional” y la creación del DerechoPara resolver el problema conceptual del poder y de la justicia en un mundo conce-bido sin el Estado, desde la historia crítica del derecho han comenzado a pensarse las relaciones políticas de Antiguo Régimen como fenómenos localistas y en clave de una cultura jurisdiccional.6 La idea central de este concepto es concebir al poder tal como era expresado en la cultura jurídica de la época: como iurisdictio. Esto significa considerarlo como la capacidad de hacer justicia, como la potestad de decir derecho, que era considerada legítima en tanto restableciese el equilibrio del orden divino.7

El concepto de hacer justicia equivalía a dar a cada uno lo suyo en un mundo concebido como desigual por naturaleza, donde cada uno era diferente al otro y cum-plía una función distinta, en semejanza a las partes del cuerpo humano, y donde el orden era concebido como divino, anterior a la acción humana.8 La particularidad de esta concepción radica en que no se podía crear un orden sino restablecerlo en caso de haber sido alterado por un conflicto. La iurisdictio era entonces una especie de poder público con potestad para resolver una confrontación, en un marco donde tenían espe-cial relevancia los intereses y los poderes locales.

La acción de hacer justicia no se limitaba a la aplicación de la ley, que se volvía una cuestión circunstancial, en tanto la justicia se desenvolvía en un marco jurídico

6 Ver GARRIGA Carlos Orden jurídico..., cit.; AGÜERO, Alejandro “Las categorías básicas…”, cit.7 HESPANHA, Antonio Manuel Cultura jurídica europea..., cit.8 CLAVERO, Bartolomé Tantas personas como estados…, cit. AGÜERO, Alejandro “Las categorías...”,

cit.

“…que por su juicio y dictamen...” 119

donde confluían múltiples órdenes normativos y no sólo la ley emanada por el rey. El derecho en el Antiguo Régimen no era producto de un órgano central estatal sino de una pluralidad de jurisdicciones, de derechos particulares y de fueros, a los que se sumaban, e incluso con mayor fuerza, los devenidos de la conquista. Estos últimos es-taban relacionados sobre todo con el hecho de ser conquistadores, fundadores y ade-lantados, que era la primera condición reconocida por la Corona sobre un territorio considerado jurídicamente vacío. A partir de ahí, se puede considerar la instalación de instituciones como la ciudad en tanto la reunión de las familias de los conquistadores y de los primeros pobladores, lo que equivale a casa y hogar, es decir, las casas pobla-das, su familia extensa y su servidumbre.

La necesidad de resolver conflictos novedosos en el Nuevo Mundo hizo que se dictaran sentencias para casos específicos que adquirían fuerza de ley para todo el territorio americano. Cada nivel de Gobierno, no sólo las Reales Audiencias sino también las Gobernaciones y los Cabildos, podía dictar ordenanzas o autos dentro de su jurisdicción. Así, tenían vigencia a un mismo tiempo las leyes emanadas por el Consejo de Indias, las ordenanzas emitidas por cabildos particulares (pero que se hicieron extensivas a todos los Reinos de Indias) que se encontraban reunidas en re-copilaciones o cedularios, y las dictadas localmente por la autoridad residente para so-lucionar el caso local. Cuando se alude al incumplimiento de la ley, como señala Tau Anzoátegui, se suele tener en cuenta los dos primeros tipos y a veces sólo el segundo.9 De todas maneras, el cumplimiento de la ley escrita no era el centro del problema de la aplicación de la justicia en este marco jurídico en el que confluían múltiples órde-nes normativos. Recién en el último cuarto del siglo XVIII comenzó a insistirse en la observancia del texto de las leyes, como lo veremos más adelante.

Por último, la costumbre inmemorial de un lugar también tenía vigor normativo, aunque en algunas ocasiones se opusiera a la ley.10 En esa forma de construcción del espacio jurídico, el uso y costumbre ocupaba un lugar determinante. En la base de la costumbre, la consuetudo, estaban lo que se consideraba el orden natural de la socie-dad, de la casa, la familia y también la disciplina de las almas. En tanto la sociedad era considerada como un cuerpo, sus partes eran necesariamente desiguales. Ese orden natural consuetudinario era el que debía resguardarse como era de uso y costumbre, llegando a veces a enfrentar y a imponerse esa fórmula por sobre las leyes. 11 Al abrir cada sesión de Cabildo, los capitulares lo hacían reunidos según uso y costumbre:

9 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La Ley en América Hispana, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1992, p. 13.

10 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor Casuismo y sistema, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1992.

11 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor El poder de la costumbre. Estudios sobre el derecho Consuetudinario en América Hispana hasta la emancipación, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2001.

120 Autoridades y prácticas judiciales...

“Nosotros los Señores que componemos este Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento, que firmaremos juntos y congregados en esta Nuestra Sala que sirve de acuerdos a son de campana como lo tenemos de uso y costumbre, para tratar asuntos convenientes a la República…”.12

Tal expresión podría considerarse no sólo como una fórmula tradicional, sino como una estrategia utilizada por los gobiernos locales (la República) para delimitar los campos de acción de la justicia local y la real. Los usos y costumbres de un lugar eran los que determinaban, a fin de cuentas, su constitución política y su marco jurídico, y su resguardo estaba a cargo de los vecinos. También puede decirse que establecían un espacio de autonomía y de albedrío ante la ley emanada por la autoridad superior.13

Pero por encima de todo, estaba la palabra de Dios. Los textos de la Biblia, así como la palabra de los santos, podían determinar una sentencia.14 En los archivos ju-diciales emanados por los miembros del Cabildo de San Miguel de Tucumán, pueden hallarse ejemplos de resolución de conflictos apelando a todos estos órdenes normati-vos e, incluso, optando entre dos opuestos. Un interesante ejemplo es la queja de don Joaquín Monzón, Capitán de las milicias urbanas, contra el Justicia Mayor don Juan Silvestre Dehesa y Helguero, fechado en 1782. Monzón recurrió, como fuentes nor-mativas, a la Biblia, al derecho romano, a las Siete Partidas, a las palabras de Alfonso X, al derecho real, al ius commune y a las palabras de San Lucas.

“Si el principio sabio de gobernar los pueblos, y mantenerlos en equidad y justicia es el temor al Señor, faltándole a Helguero esta inestinguible lámpara que hace brillar el Gobierno de las Repúblicas, desde luego quedarán sumergidas en una eterna ceguedad expuestas a ruinas y al ultimo catastrofe: Así lo anuncia Geremías al Cp. S 25 y 26.

12 Esta fórmula, más o menos sin modificaciones, era la que inauguraba todas las sesiones de Cabildo. AHT, Actas Capitulares, Vol. XII, 1796, ff. 262v-263. Después de la Revolución de Mayo de 1810, la fórmula continuaría siendo la misma, solamente que sin la expresión de hacerlo por uso y costumbre, dado que la situación era del todo novedosa. Documentos tucumanos. Actas de Cabildo (1810-1816), Tucumán, 1939.

13 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Órdenes normativos y prácticas socio-jurídicas. La justicia”, en ACA-DEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Nueva historia de la Nación Argentina, Tomo II, 2° parte, Planeta, Buenos Aires, 1999, pp 283-316.

14 “No se piense, sin embargo, que el recurso a la ‘ley divina’ o a los textos sagrados era una estrategia re-servada sólo para reforzar genéricamente el valor persuasivo de un argumento. Para la doctrina jurídica de la época, por poner un ejemplo, los elementos esenciales del procedimiento judicial se entendían fundados en la ley divina y en el derecho natural y por lo tanto, resultaba completamente coherente que se buscase en los textos sagrados argumentos para resolver problemas de estricta índole procesal”. AGÜERO, Alejandro “Las armas de la Iglesia. Saber religioso y auxilio espiritual en la justicia secular de Córdoba del Tucumán (siglos XVII y XVIII)”, en Revista de la Junta Provincial de Historia de Córdoba, núm. 24, 2º época, Córdoba, 2007, pp. 23-54.

“…que por su juicio y dictamen...” 121

Esta política que ha insertado mui contraria álas máximas no solo del Derecho Real sino del comun recivido de las gentes, pues las menos cultas reciben los pardos de subordinación a los Superiores...”.15

La finalidad de la aplicación de la justicia era mantener o restablecer el orden social correspondiente al propio lugar donde se había producido el conflicto o la transgre-sión. Así lo podemos ver expresado por el fiscal Villota de la Real Audiencia en Bue-nos Aires, en su participación en un proceso de esta ciudad:

“…el consentimiento del promotor no debe ser arbitrario sino regu-lado por las disposiciones del derecho y por consiguiente que por su juicio y dictamen no puede perjudicar a la quietud Publica”.16

Hacia finales del siglo XVIII, la nueva tendencia legalista comenzó a ser visible en la reiteración de la observancia de las leyes. Pero las leyes no eran solamente las ema-nadas por el Rey, sino también las Siete Partidas, las Leyes en Toro, la recopilación justinianea, el ius commune, el derecho castellano, las leyes recopiladas, las disposi-ciones del Virrey, las providencias del Gobernador y las ordenanzas de Cabildo, sin desmedro del valor normativo de los usos y costumbres.

Era más frecuente la referencia a las leyes y la necesidad de su rigurosa apli-cación, pero sin decir de cuál de todas ellas se trataba. Así lo indica la información dada por la Real Audiencia de Buenos Aires en 1791, obligada por la “…religiosa observancia de las Leyes confiada a los Tribunales superiores para sostener el derecho Público, y felicidad del Estado…”.17

Los fiscales hacían referencia al cumplimiento de la ley para pedir castigos, al igual que los defensores para exonerar a los acusados del mismo.

“…por la expresión del Promotor fiscal resulta que ignora lo que es honor, o qual es la disposición de la Ley: pues si supiera cuales son los sentimientos de la naturaleza, no violentaría el sentido de la Ley […]Dejo aparte su doctrina e imposibilidad moral con que quiere demos-trar delinquente a mi inocente recomendado, porque ni la moral ni la naturaleza le impedían de usar a su legítimo derecho que mas cuando el delito del complice, fue salvaguardia de la vida de mi protegido.Querer impedir el uso de su derecho, como solicita el promotor fis-cal, aconsejándole la fuga y el recurso a las justicias eclesiásticas seculares, es querer que se borren todas y tantas Leyes que permiten

15 AGN, Justicia, IX-31-4-2. 16 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 33. 10 de enero de 1800. Homicidio a José Felipe Reyes. 17 Libro de informes y oficios de la Real Audiencia de Buenas Aires (1785-1810), Publicaciones del Ar-

chivo histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1929, p. 54.

122 Autoridades y prácticas judiciales...

al esposo que hagan con su mujer adúltera lo que hizo Ignacio con su mujer…”.18

Por otro lado, frente a la solicitud de la aplicación rigurosa de la ley, especialmente en los casos en que la misma determina castigo grave o pena aflictiva a los acusados, los defensores solicitaron la puesta en práctica de otros valores que debían ser propios de los jueces y guiar su accionar, tales como la caridad, la piedad y la misericordia:

“Mi parte hace seis meses que padece una pena y triste y juiciosa suficiente para compugnar el delito que se le considere; perdió sus cortos vienes en la destrucción que le hizo el Alcalde de la Herman-dad quemándole su rancho, quedando la mujer e hijos al desamparo e inclemencia del tiempo y por su tierna edad necesitados a pedir limosna, que aunque todo sea de poco valor es lo que necesita un infeliz, y la mas que puede adquirir en una vida llena de trabajos. Estas son dos penas capaces de compugnar otro mayor delito y de-ben ser mui suficientes para mover la equidad y misericordia de la Justicia...”.19

El defensor, Francisco de Monteagudo apelaba así al valor de equidad y piedad del juez en el justo desempeño de sus funciones.20

“Si con el perdón de la parte minora la Ley el castigo del delinquen-te que merece la rigorosa pena de muerte, con mas razón debemos acomodarla en el presente caso donde hemos de suponer que los pro-cedimientos de Paula en quanto a herir al Marido tuvieron su origen en discusiones caseras, en que el Marido acaso tuvo la misma culpa.Por la diligencia del alcalde de las Trancas consta que este no pide nada, que cede y renuncia todo su derecho y por legal inferencia debemos decir que solicita la compañía de su mujer, quien perdonó otro mayor agravio y se acomodo a olvidarlo.En este caso dice el Derecho que al Juez solo le queda un limitado poderío, para demostrar que los excesos deven ser castigados con moderación y con una pena mui leve, para satisfacer el publico ofen-dido y considerándose este satisfecho con la pricion que padece la rea, pide el defensor a su nombre equidad y justicia […]

18 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 38. 10 de marzo de 1800. Por haber degollado a su mujer en el Rio de Medinas. Ignacio Graneros. El resaltado es nuestro.

19 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 31. 10 de enero de 1800. Desacato y atropello a la real justicia. El resaltado es nuestro.

20 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., pp. 145 y ss.

“…que por su juicio y dictamen...” 123

Las Leyes de Partidas, juzgando por ofensa esta especie de aconteci-miento dice que el que matare en estos casos no merezca pena porque son estrechos suficientes para infundir temor de perder la vida…”.21

Tanto la piedad como la equidad tenían como objetivo aminorar la pena y el rigor de la ley.22 En los alegatos forales, el fiscal promovía aplicar el castigo que el delito merece, lo que es una forma muy antigua de determinación de las penas, que en ge-neral equivalía a la pena aflictiva o pena de muerte por robos, homicidios, lesiones, desacato o por cargar armas. Por su parte, el defensor, al pedir equidad y piedad a los jueces, apelaban a los valores, no menos antiguos, que debían regir el comportamiento de los jueces, haciendo propia la misma lógica de lo actos de gracia del rey.23 Pedía también que se considere la calidad y el juicio de los imputados como atenuante del delito y por tanto, un valor a favor de estos a la hora de determinar las penas, o el he-cho de haber sido perdonado el delito por la parte afectada.24 Solicitaba también que se computara como pena cumplida la prisión sufrida durante el proceso, lo cual era un argumento habitual. Oscilando entre uno y otro argumento, la sentencia del juez dependía de su arbitrio, que tenía como objetivo el restablecimiento del orden local y las penas en general eran más leves de lo que se esperaría, precisamente porque un valor primordial era no alterar la quietud pública.

Por su parte, los cabildos siguieron en la observancia de sus usos y costumbres antes que la ley, si ésta se oponía a aquellos. El marco jurídico de la ciudad y la con-servación de su buen orden era lo que importaba, y para ello podía tener preeminencia una ordenanza municipal por sobre las leyes del príncipe. Es decir, que según las reglas de conflicto aceptadas en aquella cultura jurídica, como señala Garriga, el de-recho municipal prevalecía por sobre el derecho del reino.25 Por ejemplo, al respecto de una Real Pragmática sobre el uso de armas cortas que había sido emitida a raíz de

21 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 40. 23 de marzo de 1800. Campero, Ma Paula. Por heridas a su marido.

22 EQUIDAD: Quando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delinquente. En lo literal vale igualdad y rectitud; pero en el uso mas común se toma esta palabra por templanza y bondad de animo bien intencionado: por moderación en el rigor del uso de las leyes: y en cierto modo por equivalencia, e interpretación, que mira a la intención del legislador que a la letra y rigor de la ley. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Nuevo Tesoro lexicográfico de la lengua española. Diccionario academia usual, 1783 [en línea] http,//buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0. Disposición de ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece. RAE. ACADEMIA USUAL, 1992.

23 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., pp. 146-147.24 Sirva como ejemplo, AHT, Judicial del crimen, Caja 12, Expte. 22. 3 de marzo de 1799. Sumario por

una muerte hecha por el indio Cañas Juan de la Cruz.25 “…lex specialis derogat generali, decía la regla de derecho, o sea, la corrige o modifica en su ámbito”.

GARRIGA, Carlos “Patrias criollas, plazas militares. Sobre la América de Carlos IV”, en MARTIRÉ, Eduardo –coordinador– La América de Carlos IV; Cuadernos de Investigaciones y documentos, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2006, pp. 44-45.

124 Autoridades y prácticas judiciales...

las actuaciones del Cabildo de Córdoba del Tucumán, el Defensor alegaba que en esta ciudad era sencillamente impracticable.26

“El otro [delito] que también se agrega por haver traido armas prohi-bidas, como es una daga, no es de los graves, ni de considerarse por tal, por las siguientes razones: estos hombres campesinos con exer-cicio diario en los montes y tablados, cuando andan solos y desarma-dos son salteados por los muchos ladrones que hay, y se hacen en la proporción de indefensión, y por estas consideraciones se les permite y tolera a todos traer las armas que puedan, de modo que aquí es impracticable la Real Pragmática que prohive el huso de arma, a no ser que con mi parte se quiera hacer particular exemplar...”.27

El Cabildo podía dictar un auto con vigencia dentro de su jurisdicción, aunque estu-viera opuesta a una ley penal emanada por una autoridad superior o incluso en algunos casos podía decidir si ésta tenía vigencia o no. De esta manera, se resaltaba el valor normativo de los usos y costumbres que eran ubicados, aunque fuera discursivamente, por sobre el valor normativo de la ley. Precisamente, una característica de la ley de Antiguo Régimen es que se trataba de un acto de jurisdicción, ya que no era necesario que sea emanada por el Consejo de Indias o por las Reales Audiencias; una ordenanza de Cabildo podía llegar a ser ley para todos los virreinatos si esa era la voluntad de las autoridades superiores, como lo demuestran las múltiples procedencias que se obser-van en las Leyes Recopiladas del siglo XVII y que un letrado tucumano llamaba, a la sazón, leyes Municipales Recopiladas. Un ejemplo de esto es el dictamen del dr. don Domingo García, fechado en 1803, sobre la participación del Síndico Procurador en las elecciones concejiles del Cabildo de San Miguel de Tucumán.

“...aun cuando el auto acordado [por el Cabildo el 5 de mayo de 1766] se dilatara fuera de la ley [8 y 9, título 9, libro Cuarto de las Municipales Recopiladas] a conceder al Procurador tal intervención, no debería ponerse en ejecución y cumplimiento por ser contra uso, derecho y costumbre...”.28

26 Sobre el mecanismo de tramitación y emisión de esta ley, AGÜERO, Alejandro “Ley penal y cultura jurisdiccional. A propósito de una Real Cédula sobre armas cortas y su aplicación en Córdoba del Tucumán, segunda mitad del siglo XVIII”, en Revista de Historia del derecho, núm. 35, Buenos Aires, 2007, pp. 13-45.

27 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 31. 10 de enero de 1800. Desacato y atropello a la real justicia. El resaltado es nuestro.

28 AHT, AC, Tomo XIII, ff. 92v y ss. El resaltado es nuestro.

“…que por su juicio y dictamen...” 125

En este caso, la resolución del conflicto se realizó según criterio del juez en contra del auto acordado, no por estar opuesto a la Ley Recopilada, sino por ser contra uso y costumbre.

Por otro lado, los jueces legos estaban obligados a pedir asistencia a un asesor letrado. Se consideraba que una sentencia es un acto propio del arbitrio del juez, pero este arbitrio de un juez lego debía estar guiado no por su propia voluntad sino por el dictamen de un asesor letrado. Sobre todo después de la instalación de la segunda Real Audiencia en Buenos Aires, se reforzó la insistencia en las antiguas obligaciones de consultar las sentencias graves y de recurrir a un letrado antes de dictar sentencia.29

Las costas de la asesoría corrían a cargo de los jueces ordinarios, quienes solían recu-rrir al “…auxilio que los letrados debían procurar a los pobres…” a fin de conseguir que el asesor no cobrara por su tarea.30 Las actuaciones de los letrados se veían insertas en un doble juego, de respeto a las prescripciones de derecho real por un lado y de resguardo del orden local por otro. Los alcaldes reclamaban a los letrados que actúen como vecinos y no como asesores externos, ya que esa era la mejor forma de mantener el orden tal cual estaba planteado en el lugar. Los letrados podían aceptarlo o no, ya que los alcaldes podían presionar sobre ellos para imponer una voluntad específica sobre la resolución de un caso.

“Aunque tengo propósito formado de No dar dictámenes en causas que se actúan en mi Patria, porque lo que soporto son disgustos y porque también no quisiera mezclar mi firma en unos negocios de puro choque contra el estilo, pero será preciso limitarlo para coad-juvar al deseo sinsero que Vmd manifiesta de administrar justicia y proceder con acierto…”.

Es importante observar que si el dictamen de un asesor se estimaba injusto aunque se adhiriese a una ley, en ese caso era considerado viciado de nulidad y no era vinculante. Una consulta letrada, si no era justa, era nula, porque faltaba a su objetivo de restable-cer el equilibrio en el acto de administrar justicia.

“La Ley consultada smd es acierto tanto en el seguimiento de los Pleytos como en su determinación no solamente tuvo cuidado de encargar estrechamente a los Jueces Legos su inferencia en las cau-sas que ante ellos pendencien, a tomar dictamen y juicio de Letra-

29 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit, p. 411.30 “…aunque cuando se le recibió de Abogado prometi solemnemente defender a los pobres de balde,

pero nunca lo hize ni se me pidió de dar consejo a ningún Juez, tal vez por ser cosa demasiado clara en-tre los Jurisconsultos, que los jueces ordinarios están obligados a pagar asesores de su propio peculio… o ya también porque podría muy bien suceder como ahora, que un letrado, que no tiene relación alguna con los intereses de otra comunidad, se viese precisado por su profesión a soportar las cargas no solo de la suya propia…”. AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 31. 10 de enero de 1800. Desacato y atropello a la real justicia.

126 Autoridades y prácticas judiciales...

do conocido, sino que también después de todo procura obligarlos a conformarse con el no siendo manifiestamente injusto, porque es positivo que aun en la duda están precisados a seguirle, demuestre que siempre que se atropellen por ellos estas máximas sabiamente establecidas sus juicios serán ningunos y absolutamente arbitrarios.[…] en el caso de ser manifiestamente injuria, vendría a proceder precisamente de no ejecutarla así, que jamás podría la indicada con-sulta tomar el carácter de sentencia en un conocido y manifiesto vi-cio de nulidad”.31

En estos casos, el tribunal superior podía revocar la sentencia al considerar que el juez lego había actuado solo y sin consulta, ya que el dictamen era considerado nulo. Así, vemos que este complejo entramado que conformaba el espacio jurídico era mucho más amplio que la sola ley escrita emanada desde la autoridad superior y en él, a fin de cuentas, lo que resultaba determinante era el arbitrio del juez: una justicia de jueces y no de leyes. En ella, no era preciso garantizar la aplicación de las leyes sino, por sobre todas las cosas, el comportamiento justo de los jueces. De ahí que se haya tenido a la elección de personas sin mérito como una de las causas de los malos gobiernos.32

El Cabildo “justicia y regimiento”El gobierno de la ciudad estaba a cargo de su propio cuerpo político, que recibía el nombre de República, lo que equivale a una tradición de autogobierno municipal corporativo, consustanciada con la tradición hispánica de Antiguo Régimen.33 Esta es la principal novedad conceptual que proponen las nuevas corrientes historiográficas sobre el gobierno de las ciudades y sobre las relaciones entre el gobierno local y el Rey entre los siglos XVI y XVIII: primero, que la República de Antiguo Régimen era el cuerpo político de la ciudad, compuesta por el Cabildo y las corporaciones exis-tentes en ella, así como por los vecinos y sus privilegios; y tenía la doble obligación de brindar servicios al Rey y servicios al pueblo, en pos del Bien Común.34 Segundo,

31 AHT, Judicial del Crimen, Caja 12, Expte. 40. 23 de marzo de 1800. Campero, Ma Paula. Por heridas a su marido Martin Medina. Presentación de José Antonio Cáceres de Zurita, procurador de pobres en lo criminal de la Real Audiencia de Buenos Aires.

32 LORENTE, Marta De justicia de jueces..., cit. AHT, Actas Capitulares, Vol. X, f. 317. Exposición del Sindico Procurador, quejándose de la prodigalidad en el otorgamiento de títulos de cuadrilleros y comisionados a personas sin méritos. 1810.

33 “L’histoire de la formation territoriale de la monarchie espagnole a conféré à la république urbaine une importance politique considérable”. LEMPERIERE, Annick Entre Dieu et le Roy, la Republique. Mexico, XVI-XVIII siecle, Les belles lettres, Paris, 2004, p. 67; GARRIGA, Carlos “Patrias criol-las, plazas militares…”, cit.; ANNINO, Antonio “Imperio, constitución y diversidad en la América Hispana”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2008 [en línea] http://nuevomundo.revues.org/index33052.html.

34 LEMPERIERE Annick Entre Dieu…, cit., pp. 17 y ss.

“…que por su juicio y dictamen...” 127

que la autonomía relativa de los cabildos en el gobierno de la ciudad y su jurisdicción, tanto en la Península como en Hispanoamérica, no era una anomalía política sino que era parte del marco jurídico de las relaciones entre el Rey las múltiples corporaciones de las ciudades, con las que debía negociar constantemente. 35

Para ser reconocida como ciudad, la población debía contar con un Cabildo, encargado de la justicia y el regimiento. Dicho de otra manera, el cuerpo tanto de la re-pública de españoles como de la república de indios, necesitaba del Cabildo como su cabeza. La razón de ser del Cabildo era procurar el bien común para los vecinos y po-bladores de su jurisdicción, en función de esto debía atender a la justicia y al gobierno económico y político (regimiento) de la ciudad.36 La función de justicia y regimiento constituía una de las atribuciones consideradas como privativa de los pueblos y era el propio cuerpo político de la ciudad que debía encargarse de la administración de sus bienes y sus relaciones. Ambas funciones se complementaban mutuamente para consolidar la autoridad de la corporación de vecinos a nivel territorial.

La función de regimiento del Cabildo. Los padres de la patriaLa autoridad del padre de familia era considerada la fuente de legitimidad que habili-taba a una persona para acceder a los empleos públicos. Dentro de estos, los regidores tenían la función de administrar la ciudad y eran los principales del vecindario.37 Los

35 El hecho de pensar a la Monarquía de Antiguo Régimen como un Estado “…ha dificultado la com-presión del carácter y relevancia de las instituciones de ámbito municipal, tanto en el caso americano como en el de su modelo de referencia, es decir, el castellano”. AGÜERO, Alejandro “Ciudad y poder político en el Antiguo Régimen. La tradición castellana”, en Cuadernos de Historia, núm. 15, Acade-mia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2005, p. 239. Ver también HES-PANHA, Antonio Manuel Cultura jurídica europea…, cit.; GARRIGA, Carlos Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen, Dossier http://www.istor.cide.edu/revistaNo16.html; TÍO VALLEJO, Gabriela “Los ‘vasallos más distantes’. Justicia y gobierno, la afirmación de la autonomía capitular en la época de la Intendencia. San Miguel de Tucumán”, en BELLINGERI, Marco –compilador– Dinámicas de Antiguo Régimen y orden constitucional. Representación, justicia y administración en Iberoamérica, siglo XVIII-XIX, Otto Editorial, Torino, 2000.

36 La composición institucional del Cabildo de la ciudad de San Miguel de Tucumán en el siglo XVIII no había sido observada por la historiografía en sus características propias de Antiguo Régimen. Princi-palmente, las funciones de regimiento y las características particulares del oficio de regidor, así como sus funciones en el ordenamiento urbano, en la administración de propios y en la elección de los oficios no han sido identificadas como privativas de estos empleos, lo que condujo a caracterizar como “per-manencia muy ostensible” a la repetición de los mismos nombres en los cargos de regidores que eran perpetuos. La concentración de poder en ellos mismos, al ser los únicos a cargo de realizar las elec-ciones, no era una anomalía propia de esta ciudad sino el funcionamiento normal de un Cabildo. Cfr. GARCÍA DE SALTOR, Irene La construcción del espacio político. Tucumán en la primera mitad del siglo XIX, UNT, Tucumán, 2003, pp. 23-28. En contraposición, la función de justicia de los miembros del Cabildo sí ha sido trabajada exhaustivamente, en sus relaciones internas dentro de la corporación de vecinos así como en sus relaciones con los poderes reales. Ver TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen y liberalismo. Tucumán, 1770-1830, Cuaderno Humanitas, FyL, UNT, Tucumán, 2001.

37 “Es tanta la calidad de los Regidores, que representan el pueblo, y son toda la ciudad, y cabeça della, y pueden introduzir costumbre, como dizen Baldo y otros, porque aunque es verdad, que en la congrega-

128 Autoridades y prácticas judiciales...

regidores perpetuos sustentaban la mayor parte del poder en el seno del Cabildo y conformaban el estrato más influyente de la corporación de vecinos, tanto que se puede considerar que la detentación del empleo era un elemento de distinción social reservado a los miembros más prominentes de la ciudad.38 Ellos encarnaban las figuras más representativas de esta concepción del gobierno y del orden de Antiguo Régimen, en tanto el poder político estaba sostenido por el poder social, y en cuanto la legitimi-dad del cuerpo político de la ciudad estaba sustentada por la autoridad doméstica de sus miembros.39

En el ámbito urbano de Antiguo Régimen, lo público y lo privado no estaba cla-ramente definido a la hora de delimitar la utilización de los espacios. El ámbito de la casa no estuvo entendido como privado hasta que no surgió un poder público diferen-te del doméstico que podía tener injerencia en el espacio reservado caseramente a la autoridad del padre. Recién cuando comenzó a imponerse una concepción del Estado como función de un aparato administrativo y no de las familias, la experiencia de la sociabilidad doméstica comenzó un proceso de privatización en tanto la experiencia política tendía a ocupar un espacio más definidamente público.40

Este modo, propio del Antiguo Régimen, de entender las funciones del empleo público que debía ser cubierto por los propios vecinos para garantizar el buen orden y el bien común, puede considerarse una de las principales alteridades con relación al concepto de administración, por lo menos en lo que se refiere a la concepción de

cion y universidad de todo el pueblo (que se llama concejo abierto) residia la mayoria y superioridad, pero ya por costumbre reside en los Ayuntamientos y consejos (sic) los quales solos pueden todo lo que el pueblo junto…”. CASTILLO DE BOVADILLA Política para corregidores y señores de vassallos, en tiempos de paz y de guerra y para juezes eclesiásticos y seglares, juezes de comisión, regidores, abogados y otros oficiales públicos, 1597, Lib. III, Cap. VIII, n. 18, t. 2, p. 121.

38 Ello ha sido señalado también como un elemento central en la composición de los cabildos en otras latitudes. Ver, por ejemplo, JOCHEN MEISSNER “La introducción de los regidores honorarios en el cabildo de la ciudad de México”, en Actas XI Congreso Internacional de Historia del Derecho Indiano (1995), Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1997; SANTOS PEREZ, José Manuel Élites, poder local y régimen colonial: el Cabildo y los regidores de Santiago de Guatemala, 1700–1787, Universidad de Cádiz, Cádiz, Plumsock Mesoamerican Studies y CIRMA, 2000. Para los regidores en los cabildos andinos, ver LUMBRERAS, Luis Guillermo; BURGA, Manuel y GARRI-DO, Margarita Historia de América Andina, Colombia, Universidad Andina Simón Bolívar, Libresa, 1999 [en línea] http://books.google.com.ar/books?id=iA1Erx51BWIC.

39 Ver FRIGO, Daniela Il padre di familia. Gobernó della casa e gobernó civile nella tradizione dell “economica” tra cinque e seicento, Bulzoni, Roma, 1985; BRUNNER, Otto “La ‘casa grande’ y la ‘oeconomia’ de la Vieja Europa”, en Nuevos caminos de la historia social y constitucional, Alfa, Bue-nos Aires, 1976 [1º edición en alemán 1968]; TAU ANZOÁTEGUI, Víctor Los Bandos de buen go-bierno del Río de la Plata, Tucumán y Cuyo (época hispánica), Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2004; HESPANHA, Antonio Manuel Cultura jurídica…, cit.

40 Ver MANNORI, Luca “Justicia y administración entre antiguo y nuevo régimen”, en roManElli, r. Magistrati e potere nella storia europea, Bologna, 1997, pp. 39-65 (la traducción al castellano ha sido realizada por Alejandro Agüero y María Julia Solla); HESPANHA, Antonio Manuel Cultura ju-rídica europea…, cit.

“…que por su juicio y dictamen...” 129

gobierno de la república en el nivel local. Es que el gobierno de la ciudad se concebía, tal como lo expresaba Castillo de Bovadilla, como una proyección del gobierno de la casa y así como la función de administrar los bienes y las relaciones domésticas co-rrespondía al padre de familia era función de los Padres de la República o Padres de la Patria hacer lo propio con los bienes, las personas y las relaciones de la ciudad.41 Estos Padres eran los regidores. Justicia y regimiento eran funciones que se com-plementaban mutuamente para consolidar el espectro de autoridad indiscutible de la corporación de vecinos a nivel territorial.

Esa autoridad de la que gozaba el padre hacia el interior de la familia, para te-ner proyección sobre el gobierno de la ciudad, primero debía ser reconocida por la corporación, por la vecindad. Esa autoridad doméstica no era cuestionada, porque al interior de la familia no había pluralidad: el padre de familia no mediaba entre inte-reses dispares, sino que su función era la de tutelar la casa, mandar a sus miembros y administrar el patrimonio. “No tenía voces contradictorias: el poder del padre gozaba de una fuerza ‘ejecutiva’ inaudita para cualquier autoridad jurisdiccional”.42

Los cargos electivos de alcaldes ordinarios, elegidos por bienio según la regla-mentación de la Instrucción de Intendentes, también estaban investidos de la dignidad de regidor. Ellos, junto a los regidores perpetuos, eran los encargados de realizar las alecciones anuales para cubrir los demás cargos elegibles del Cabildo, incluido el de alcalde de 2º voto, que ocuparía el 1º voto al año siguiente.

La política de los alcaldes actuando como padres era consecuente con el discurso de la conservación del orden, que era fundamentalmente el doméstico de la casa y la familia. Por eso, estaba destinada al control de una población que se situaba al margen de los mecanismos tradicionales de disciplina.43 Como padre, actuaba con disimulo para no alterar la quietud pública y sin convertir las ocasiones de control social de la plebe en casos contenciosos ya que no se trataba de castigar delitos sino de ejercer fraternal corrección. En el alegato que citamos al comienzo, el alcalde ponía en pri-mer lugar su función de padre de la patria como encargado de velar por el orden de la ciudad de la misma manera en que lo haría un padre de familia en el interior de su casa, por lo que no tenía que dar cuentas a nadie ya que su accionar no había sido judicial. De esa manera, el Defensor no podía tener ninguna participación en un acto que no era de jurisdicción sino que se presentaba como de autoridad paternal.

41 “…el justo gobierno de la casa es el verdadero modelo del gobierno de la Republica:… porque la casa es una pequeña ciudad, y la ciudad es una casa grande…”. CASTILLO DE BOVADILLA Política para corregidores…, cit., lib. I, cap. I, n. 29, t. 1, p. 12 citado por AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., pp. 403-404.

42 AGÜERO, Alejandro “Las categorías básicas…”, cit., p. 50. “Ellos, en tanto europeos, padres de fa-milia, católicos, propietarios, eran los garantes de un orden concebido como divino”. CLAVERO, Bar-tolomé El orden de los poderes. Historias constituyentes de la trinidad constitucional, Trotta, Madrid, 2004.

43 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., p. 252.

130 Autoridades y prácticas judiciales...

“…Como nuestro principal instituto no es tanto para exercer juris-dicción contenciosa, quanto para zelar de oficio en que todos los sujetos a nuestra jurisdiccion cumplan con sus obligaciones, así na-turales, como de Religión y Policía, hemos procurado los Jueces en lo posible evitar la corrupción que a pesar nuestro estamos continua-mente observando en la plebe, y precaver algunos hijos del conta-gio, y peligro, que sus mismos Padres, y Deudos ofrecen á todos sus cohavitantes.Esta tan sumergida en vicios esta plebe que puedo asegurar a V.A. que viven de tal suerte encenagados en todo genero de torpezas que no se ve en ellos alguna comun demostraciones de Religión cuidando tanto de vivir en esta vida brutal, que olvidan todas sus obligaciones Cristianas, y Políticas. Estos defectos no he querido corregirlos como Juez, solo contarlos como Padre de la Patria. Quando he procedido como Juez, no he negado al Protector Partidario de Naturales su intervención en los casos que le corresponden: pero quando el caso lo permite, que no lo sepan otros, y solamente he usado del noble oficio del Juez como no trataba de escarmentar delitos, no he podido menos que ocultarlos de todos los particulares para así mantener a todos en su respectiva reputaciones sin dar larga a los Vicios…”.44

Era frecuente que los defensores tuvieran que enfrentarse a las justicias capitulares. La mayoría de los casos de abuso de autoridad eran promovidos por los defensores de menores y pobres contra jueces pedáneos, los jueces comisionados y contra los alcal-des de Hermandad.45 Pero, como en la causa que venimos citando, se intentaba limitar la actuación del defensor (y se lo lograba), abstrayendo la causa de su jurisdicción y presentándola como una actuación de los padres de la república.

Probablemente para aumentar el ámbito de acción de este empleo, así como su carga de notabilidad, es que se le confirió calidad de regidor en 1799, al tiempo que se nombraba un fiscal criminal con los mismos honores de regidor.46 El Defensor podía tener participación en los casos que considerase de injusticia o abuso por parte de las justicias capitulares y los regidores contra la gente del común ya que también

44 AGN, IX-36-2-2. S. M. de Tuc. Abusos sobre indios Alcalde 2º voto Pedro A. de Zavalía. 1799. El resaltado es nuestro

45 Como ejemplos, AHT, Judicial del Crimen, Caja 10, expte. 7, 19 de septiembre de 1790. Amaicha. Por abuso de autoridad de los jueces pedáneos. Caja 10, expte 4, 2 de septiembre de 1790. Contra el juez Comisionado. Por haber dado azotes.

46 “…para que de esta suerte, se facilite el curso de las causas…”. AHT, AC, Vol. XII, f. 330. Sobre el Defensor de Pobres. 1799.

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actuaba como un padre.47 Este Defensor con calidad de regidor no sería propietario sino que seguiría siendo elegido anualmente por el Cabildo, de modo tal que podía cuestionar el accionar de los demás regidores y justicias, pero estos no dejaban de ser los encargados de elegir a quienes iban a ejercer aquel empleo, limitando así la elevación de voces contradictorias.

La aplicación de justicia y el control social no judicial El objetivo del gobierno de la ciudad a cargo de la República local era el bien común de sus habitantes. Los conceptos tanto de bien común como de utilidad pública es-taban en la base del Buen Gobierno municipal y podían ser usados arbitrariamente contra los sectores de la población que se considerasen dañinos a la buena salud del cuerpo social compuesto por los vecinos y las corporaciones de la ciudad.

La desigualdad entre las personas era un dato constitutivo del orden socio-político de Antiguo Régimen que se reflejaba a la hora de administrar justicia, considerando que ésta vehiculizaba las pautas generales de legitimación del orden corporativo, a través del castigo institucional.48 A excepción de las causas iniciadas contra jueces por abuso de autoridad y alguna que otra notable excepción, el resto de las causas penales que se conservan en el AHT estaban dirigidas contra hombres y mujeres que no pertenecían a la corporación de vecinos. Dentro de éstas, casi la mitad se trataba de agresiones físicas y verbales (calumnias, lesiones y muerte), computadas las más de las veces a la forma brutal de vida de la plebe.49

47 Esto se puede ver particularmente a partir del año 1800, con la participación de Francisco de Montea-gudo en función de Defensor de menores y pobres en lo criminal. AHT, Judicial del crimen, Caja 12, Expte. 31. 10 de enero de 1800. Desacato y atropello a la real justicia; Expte. 33. 10 de enero de 1800. Homicidio a su patrón José Felipe Reyes; Expte. 40. 23 de marzo de 1800. Campero, Ma Paula. Por heridas a su marido Martin Medina.

48 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., p. 185.49 Este concepto de “plebe” no era una forma de auto adscripción, ya que era aplicado siempre desde las

autoridades coloniales y sobre todo en las ordenanzas relativas al control social o al ordenamiento del espacio, que era donde la distinción se hacía evidente a través de sus signos externos. Así, el proble-ma que se planteaba era la identificación del criterio de inclusión/exclusión para la construcción de la sociedad local. No se trataba solamente de extender el reconocimiento de la deferencia a la nueva población, sino que era necesario instalar nuevas legislaciones que propusiesen cómo incorporarlos al orden social urbano, como una manera de remozar las estructuras de dominación pero todavía en una forma corporativa de ordenar la sociedad. Sobre la plebe en Tucumán a fines del siglo XVIII, ZAMO-RA, Romina “Lugares sociales. La población urbana y el ordenamiento social de Antiguo Régimen”, en San Miguel de Tucumán, 1750-1812. La construcción social del espacio físico, de sociabilidad y de poder, Tesis Doctoral, La Plata, 2009, inédita, capítulo II. Para la primera mitad del siglo XIX, PARO-LO, María Paula “Ni súplicas ni ruegos”. Las estrategias de subsistencia de los sectores populares en Tucumán en la primera mitad del siglo XIX, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2008.

132 Autoridades y prácticas judiciales...

Tabla 1Causas penales en San Miguel de Tucumán, 1767-1810

Imputaciones sobre el total de procesos cantidad %Contra la propiedad 89 24Contra las personas. Lesiones y homicidios 140 37Contra las personas. Calumnias e injurias 37 10Contra la autoridad. Desacatos 22 6Abuso de autoridad 15 4Vida privada 29 8Escándalo público 6 2Información sobre ocupación/ vagancia 20 5Fianza 9 2Fuga 4 1Otros 3 1Total 374 100

Fuentes: AHT, Judicial del Crimen, cajas 7 a 13, 1767-1810

En muchos de los casos se presentaban varios delitos conducidos concomitantemente sobre los mismos imputados, a veces con el único fin de justificar la gravedad de las penas, pero para esta estadística sobre las causas penales hemos tomado como indicadores solamente los motivos indicados por los que se iniciaron los procesos. A pesar del sesgo que pueda tener, es posible utilizarla para señalar una tendencia; así, vemos que en esta ciudad la mayoría de los procesos (47%) se imputaban a agresiones a las personas, ya sean muertes, lesiones o injurias, y en segundo lugar (24%) robos y agresiones a la propiedad. En el estudio de las causas criminales entre 1799 y 1864 realizado por Parolo, se muestra una tendencia similar: el 55% de los procesos fueron iniciados por delitos contra las personas y el 28% por delitos contra la propiedad.50

Así, vemos el accionar de la justicia especialmente celoso frente a la conducta escandalosa y amenazante de la plebe.51 Paralelamente, fue necesario aumentar el nú-mero de jueces encargados del control de esta población. Así, se reformó la estructura institucional de justicias en la última década del siglo XVIII, multiplicando los alcal-

50 PAROLO, María Paula “Ni súplicas…, cit., p. 228. A la inversa, para la ciudad de Córdoba del Tucu-mán, Agüero encuentra que, sobre el total de procesos iniciados entre 1776 y 1808, el 42% estaba re-presentado por delitos contra la propiedad y el 19% contra las personas. AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., p. 255.

51 El crecimiento demográfico se constituía así en una fuerza periférica al poder político capaz de provo-car la ruptura de los equilibrios tradicionales de poder y de justicia. HESPANHA, Antonio Manuel Vís-peras del Leviatán. Instituciones y poder político, Portugal, siglo XVII, Taurus Humanidades, Madrid, 1989. HERZOG, Tamar Defining Nations. Immigrants and citizens in early modern Spain and Spanish America, Yale University Press, New Haven-London, 2003.

“…que por su juicio y dictamen...” 133

des de Santa Hermandad para la campaña y creando los cargos de alcaldes de barrio para la ciudad.52 Pero no sólo se aumentó la cantidad de oficiales de justicia, sino que se concentró en el Cabildo local la capacidad de nombrarlos, eliminando los cargos que hubieran sido designados por alguna instancia del gobierno real (el intendente o el alcalde provincial).53 Tío Vallejo verifica, además, la concentración social de los jueces, lo que equivalía a la consolidación de las familias de los vecinos principales como el cuerpo político la ciudad.

Las formas de control sobre esa población no fueron únicamente judiciales sino que se fueron desarrollando otras formas de represión y compulsión que, si bien es-taban a cargo de las mismas personas, no requerían el inicio de procesos ya que con-sideraban que no actuaban como jueces sino como padres. Tal era la función que le otorgaban, al menos en el siglo XVIII, a la función de policía y a la obligación del conchabo.

La extensión del nombramiento de los jueces pedáneos en la campaña es para-digmática de esto. Sus funciones, legalmente, eran las judiciales, bastante amplias en lo criminal y para causas menores en lo civil.54 Pero, de hecho, se encargaron de las causas de policía que, en general, no formaban proceso, como los casos de vagancia, de uso de armas o de juegos prohibidos. Las atribuciones más importantes de los jue-ces pedáneos tenían por objetivo controlar a la plebe.55

Como un ejemplo de la extensión de esta capacidad de policía de perseguir a los vagos, podemos ver la baja ocurrencia de las imputaciones de vagancia que en esta ciudad representaban un 5% sobre el total de procesos penales iniciados, mientras que en la ciudad de Córdoba del Tucumán, para el mismo período, representaban un 14%.56 Probablemente eso no haya significado una menor incidencia de la vagancia en la ciudad de San Miguel de Tucumán que en la de Córdoba, sino que es probable que en San Miguel se tratasen como causas de policía y no de justicia y por tanto, no se inicie un proceso.

La policía representaba el poder doméstico extendido al espacio exterior, que escapaba en principio a la autoridad casera del padre y que debía mantenerse dentro de esos parámetros de orden. La función de policía se refería al buen orden y com-portamiento en los espacios públicos, con la misma autoridad que tenía el padre al interior de la casa.57 Probablemente la extensión de la función de policía al control de

52 TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo régimen y liberalismo…, cit., p. 128 y ss.53 TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo régimen y liberalismo…, cit., p. 125.54 “…en los criminal sean muertes, hurtos, salteamientos, juegos prohibidos, pendencias y vidas escan-

dalosas… y en lo civil hasta en cantidad de 12 pesos…”. AHT, AC, Tomo XI, ff. 7 y 8, 1788. Cit. por TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo régimen y liberalismo…, cit., pp. 121-122.

55 TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo régimen y liberalismo…, cit., pp. 121-127.56 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., p. 255.57 La función de policía, tal como aparece en el diccionario, equivalía a “…la buena orden que se observa

y guarda y en las ciudades y republicas, cumpliendo las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno. Disciplina política, vel civilis // Cortesía, buena crianza y urbanidad en el trato y las costum-

134 Autoridades y prácticas judiciales...

la vagancia haya sido, como señala Agüero, un factor más en el proceso de despro-cesalización de la represión y, simultáneamente, una extensión de la capacidad de los vecinos de control sobre las personas, a través de una función institucionalizada pero de contenido doméstico.58 Vallejo señala el contenido doméstico y paternal que conte-nía la noción de policía según la tratadística ilustrada del siglo XVIII:

“…un magistrado de Policía no es juez, sino un amigo, un protector de los ciudadanos. La ciudad exige de él los mismos cuidados y sen-timientos que un padre debe a sus hijos. El amor del bien público es la ternura paterna del juez de Policía; el reconocimiento y sumisión son las obligaciones de los que participan de los beneficios de su administración”.59

Vemos que durante la segunda mitad del siglo XVIII, en estrecha relación con el aumento de población, se fueron definiendo un espacio exterior, público, de concu-rrencia múltiple que escapaba al simbolismo de la diferenciación social proyectada en el espacio. Por eso, la noción de policía contenía en sus orígenes la representación de ese poder del padre extendido al espacio exterior a la casa, con capacidad represiva en tanto entraba dentro de la noción de fraternal corrección. A lo largo del siglo XIX fue perdiendo su contenido tutelar en tanto fue multiplicando su facultad represiva.

La población que no dependía directamente de una casa se caracterizaba por la movilidad, la falta de empleo o el empleo ocasional, inestabilidad que se corregía con el trabajo obligatorio: siendo pobres y libres, la forma de controlarlos no era la prisión o el destino de los fuertes, sino incorporarlos al mundo del orden, es decir, adscribirlos a una casa. Las ordenanzas de conchabo respondían a una forma tradicional de incor-porarlos al orden social, ya que el conchabo, al menos en sus orígenes, no era una ca-tegoría específicamente de producción como sí de control y de disciplinamiento.60 En el uso que se le daba en el siglo XVIII, el conchabo no tenía que ver con la formación de un mercado de trabajo bajo coacción, sino que, como señala Agüero, se constituía en una especie de bisagra que articulaba la represión pública con el control doméstico,

bres. Urbanitas, civilitas”. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Nuevo Tesoro lexicográfico de la lengua española. Diccionario academia usual, 1780. [en línea] http,//buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0. Para un estudio de la función de policía en los bandos de buen gobierno, ver TAU ANZOÁTEGUI, Víctor Los Bandos..., cit.

58 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., p. 441.59 VALLEJO, Jesús “El concepto de la policía”, en LORENTE, Marta –coordinadora– ¿Justicia y/o Ad-

ministración? Una historia de la jurisdicción administrativa en España, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2009.

60 Ver ZAMORA, Romina “Los Autos de Buen Gobierno y el orden social. San Miguel de Tucumán, 1780-1810”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 32, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2004.

“…que por su juicio y dictamen...” 135

ya que aconchabarse sobre todo tenía el sentido de adscribir a una persona pobre y libre al orden de una casa, bajo la autoridad de un patrón.61

En las causas judiciales también es posible encontrar la convergencia de modos domésticos y públicos de represión. Algunos casos de abuso de jurisdicción domés-tica alcanzaron pública notoriedad las veces que los padres de familia, ejerciendo su función tuitiva, eran también justicias del Cabildo y procedían al castigo de modo doméstico actuando en nombre de la República.

“Josef Tomás Núñez, natural de esta jurisdicción pobre labrador ante VM parezco y digo que el dia 22 del pasado repentinamente me prendio el juez Comisionado Pedro Josef de Mena y sin oírme ni hacerme presente ningún delito me mando colgar y me hizo castigar cruelmente con más de doscientos azotes en la presencia de Pascual Mendez y de un Heredia que vive en Los Planchones, y de don An-dres Helguero y Para poder bindicarme y justificar el ningun delito que dio merito para semejante tropelía suplico a la integridad de VM se sirva mandar al espresado comisionado manifieste la causa […]“[Andrés Helguero, vecino de esta ciudad…] dijo que un dia havia venido del Potrero de Tapia, hallo que el comisionado dn. Pedro Jo-sef Mena traia al suplicante atado, y luego mando que lo ataran a un arbol, y que un mozo yerno de Cuenca lo castigase como lo ejecuto hasta cansarse, y luego tomando dicho Cuenca las riendas lo volvió a azotar cruelmente, y preguntando el declarante qual era la causa del castigo nadie le supo responder, hasta que al dia siguiente fue informado de que lo castigaron por el trato que tenía con una moza hija del expresado Cuenca…”.62

A la inversa, los jueces podían actuar como padres cuando su fin era mantener el buen orden de la ciudad como hemos visto ya, máxime si se trataba de personas de inferior calidad como indios o mulatos, cuya condición no ameritaba que se iniciara proceso. En este caso, las justicias locales podían considerar que no se trataba de un abuso en la medida en que se hacía para resguardar la quietud pública y conforme a la tradición local. Especialmente, los alcaldes argumentaban la necesidad de castigo ejemplar a la

61 Ver ZAMORA, Romina “Acerca de las discusiones sobre el salario de las criadas. Algunas reflexiones sobre el orden jurídico local en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 39, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2010 [en línea] http:// www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853-17842010000100008&lng=es&nrm=iso&tlng =es.

62 AHT, Judicial del Crimen, Caja 10, expte. 4. Por haber dado azotes. 2 de septiembre de 1790. El resal-tado es nuestro.

136 Autoridades y prácticas judiciales...

plebe, que requerían obviar los requisitos procesales ya que corrían el riego de quedar sin castigo ante la falta de cárcel o por la demora de las consultas.63

Los alcaldes percibían algunos excesos como conforme a derecho porque consi-deraban legítima la aplicación de métodos correctivos en clave tuitiva si estos servían para restablecer o resguardar el orden, incluso llegaban a considerarse como señales de amor paternal. Como advierte también Mallo, para la concepción jurídica de Anti-guo Régimen no se trataba de abusos sino de resortes propios de las atribuciones que correspondían a sus funciones, en el ejercicio de un poder respaldado por y a resguar-do de un orden de base doméstica y de origen divino.64

ConclusionesLa finalidad de la administración de la justicia no consistía en hacer cumplir una ley positiva sino en mantener o restablecer el orden social correspondiente al propio lugar donde se había producido el conflicto. La quietud pública y el bien común primaban por sobre otros criterios y podemos ver que el gobierno capitular se encargaba de administrar justicia evaluando las penas en términos de utilidad o de perjuicio para el público. El destinatario de ese bien común, el pueblo o público de Antiguo Régimen no era otro que el cuerpo conformado por los vecinos.

Ante el crecimiento de población libre producido a fines del siglo XVIII, el or-den tradicional tucumano se veía amenazado en su razón y su moralidad por la sola existencia de la plebe, de status indefinible, que había que incorporar dentro de los mecanismos tradicionales de disciplina. Las argumentaciones de fiscales y defensores oscilaban entre observar la calidad de los inculpados, la equidad con que debían actuar los jueces y la observancia del rigor de la ley ante la necesidad de brindar castigos ejemplares a la comunidad. Pero sobre todo, ante el nuevo problema del volumen de población por fuera del espacio doméstico, se proponían soluciones antiguas: exten-der la autoridad del padre al exterior de la casa, por medio de la función de policía, o incorporar a la gente libre en el interior de la casa y la economía doméstica, mediante el conchabo.

La administración de justicia era la razón de ser del gobierno local, juntamente con el regimiento, la administración política y económica de la ciudad. Los regidores eran los padres de la patria y el gobierno local era una cuestión de familia. Por eso

63 Así justificaba su accionar en esta ciudad en alcalde Manuel Pérez Padilla, en un sonado caso de abuso de autoridad que fuera tratado por la Real Audiencia, castigando a su vez a dicho alcalde. AGN, IX, Tribunales, leg. 223, expte. 4. Este documento ha sido analizado por LEVAGGI, Abelardo “Las penas de muerte y aflicción en el Derecho Indiano rioplatense”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 3, Inst. de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1975, pp. 105-106 y AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar…, cit., pp. 411-414.

64 MALLO, Silvia “La Autoridad de los Alcaldes. El uso y abuso del poder. 1768-1833”, en La sociedad rioplatense ante la justicia. La transición del siglo XVIII al XIX, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, La Plata, 2004, p. 96.

“…que por su juicio y dictamen...” 137

el Cabildo debía dar lugar a ejercer poder político a todos los padres de familia con-siderados como parte de la corporación de vecinos. A la vez, aumentando el número de oficiales de justicia y dotándolos de función de policía, se buscaba dar remedio al principal problema que se planteaba a finales del siglo XVIII: la cantidad de hombres y mujeres que desarrollaban sus actividades cotidianas al margen del control domés-tico de los vecinos.

Sin duda, los vecinos en los que confluía la autoridad como de padres de familia, propietarios y representantes de la República, ejercían el regimiento de la ciudad y la aplicación de la justicia muchas veces con procedimientos y razones domésticas en el ejercicio de su poder jurisdiccional o, dicho de otra manera, abstrayendo los con-flictos de la órbita jurisdiccional de la justicia para buscar remediarlos como padres. Lo que podría considerarse como transgresiones en la aplicación de la justicia, más que la acción de jueces legos, era producto de sus características domésticas, visible en esta ciudad que no era sede de Intendencia ni de Real Audiencia, en un momento en que en estas capitales de justicia ya se desarrollaba un pensamiento de corte más legalista y administrativo. Quedaría por profundizar las pervivencias de esos criterios domésticos en la administración de la justicia después de la Revolución, pero la nueva historiografía está demostrando que pervivieron durante buena parte del siglo XIX, tanto en el leguaje institucional como en las normativas y en la forma de asimilar las novedades, todavía incorporadas mediantes mecanismos jurídicos tradicionales.

Jurisdicciones en cuestiónCabildos y autoridades militares en la administración borbónica

Gobernación Intendencia de Córdoba a finales del siglo XVIII

María ElizaBEth rUstán

El tema propuesto se enmarca en un trabajo mayor en el que nos interesa anali-zar las formas de construcción y ejercicio del poder político de las autoridades en la frontera sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán

(Córdoba, San Luis y Mendoza) en un período de profundas transformaciones, que tienen lugar desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta 1820 aproximadamente. En el contexto del proceso, nos proponemos analizar específicamente cuáles fueron las formas de construcción y ejercicio del poder político de las autoridades de frontera, consideradas tanto con relación a la población indígena independiente del dominio hispanocriollo, como con aquella sometida a su accionar (fundamentalmente, milicia-nos y población campesina) y con los poderes locales representados en los cabildos.

En esta oportunidad, presentamos algunos avances y reflexiones en torno a con-flictos que involucraban a miembros del ejército y de los cabildos, fundamentalmente las disputas de índole jurisdiccional, exponiendo dos casos de Villa La Carlota en la década de 1790 y otro de Mendoza, en la de 1780.

Si consideramos el espacio colonial en una escala imperial, el período que es-tudiamos coincide con una etapa de sustanciales reestructuraciones en las fuerzas ar-madas coloniales, dentro de un proyecto más amplio de reformas imperiales. Este proceso se inició en Cuba, por el impacto que causó la pérdida de La Habana en 1762 en manos de los ingleses y en el marco de la Guerra de los Siete Años.1 En forma muy sintética, las reformas militares de la administración borbónica operaron en dos pla-nos: en la reorganización de las fuerzas regulares y en la expansión y entrenamiento de las milicias coloniales, como apoyo para el ejército en períodos de guerra.

El aspecto de las reformas que aquí nos interesa es el que expresa McFarlane, quien señala que bajo el reinado de Carlos III el gobierno español se propuso forta-lecer la monarquía desafiando las estructuras y los privilegios corporativos. De esta manera, los Borbones colocaron a oficiales del ejército en cargos administrativos, con el propósito de socavar los privilegios de la nobleza y de las provincias. Del mis-mo modo, en América, los oficiales peninsulares del ejército fueron los favoritos del

1 KUETHE, Allan “Las milicias disciplinadas en América”, en KUETHE, Allan y MARCHENA FER-NANDEZ, Juan –editores– Soldados del rey: el ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independiencia, Publicacions de la Universitat Jaume I, Castelló de la Plana, 2005, p. 106.

140 Autoridades y prácticas judiciales...

sistema de gobierno reformado, considerados como los agentes más eficaces para el control centralizador. Eso significa que con estas reformas se elevó el grado de parti-cipación militar en las sociedades coloniales; se pretendió así “militarizar” las comu-nidades americanas exigiendo que todos los hombres aptos se alistaran en unidades de milicia y se entrenaran en el uso de las armas.2

Nos preguntamos, entonces, hasta qué punto esta militarización en las colonias desafió de manera efectiva a la autoridad política tradicional. Algunos autores enfa-tizan el impacto disruptivo que tuvieron las reformas militares en las sociedades co-loniales por los privilegios corporativos incluidas en ellas, como fue el fuero militar, que permitía a los soldados soslayar la justicia ordinaria y presentar gran parte de sus causas ante los tribunales militares.3 McFarlane, por el contrario, señala que sería erróneo concluir que la militarización en las colonias amenazó seriamente la autori-dad política española o la jerarquía social en que se fundaba. Su fundamento es que en la mayoría de las colonias el servicio militar afectaba sólo a una pequeña parte de la población pese al crecimiento de las fuerzas armadas y que, sin dudas, el impacto de las reformas militares fue mucho más fuerte en algunos lugares, fundamentalmente en ciudades donde se concentró un notorio crecimiento del ejército, como ocurrió en Veracruz, Cartagena, Caracas, Lima o Buenos Aires. Este autor asegura que incluso en aquellos lugares donde el ejército y las milicias contaban con un importante número no existen aún evidencias contundentes para aseverar que al ampliar el acceso al fuero militar, las reformas subvirtieran la autoridad civil.4

Pensamos que el análisis de casos concretos puede contribuir a comprender me-jor estos fenómenos en otros espacios. Los que vamos a explorar se desarrollaron en la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán, en diferentes jurisdicciones y con distintos protagonistas pero tuvieron lugar en un período en el que las medi-das de los Borbones con relación a la frontera situaron a los militares como agentes principales del gobierno con el objetivo de expandir y aplicar la autoridad colonial. Esta apreciación es evidente en las relaciones diplomáticas con los grupos indígenas independientes en la frontera sur de dicha Gobernación Intendencia.

Sin embargo, también se trata de una etapa de transición institucional y de apli-cación de la Real Ordenanza de Intendentes en la que se vislumbra la superposición de jurisdicciones entre los distintos poderes que requerían de permanentes ajustes e intervenciones de las autoridades, ya que en la práctica se producían fuertes tensiones y pugnas para mantener o aumentar el poder de los actores en disputa. Máxime si tenemos en cuenta que la creación de la Gobernación Intendencia de Córdoba incluyó

2 McFARLANE, Anthony “Los ejércitos coloniales y la crisis del imperio español, 1808-1810”, en His-toria Mexicana, El Colegio de México, México, Vol. LVIII, núm. 1, julio-septiembre, 2008, pp. 229-285.

3 McALISTER, citado en KUETHE, Allan y MARCHENA FERNANDEZ, Juan –editores– Soldados del rey..., cit., pp. 11-12.

4 McFARLANE, Anthony “Los ejércitos coloniales…”, cit., pp. 248-250.

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en este nuevo espacio político institucional a ciudades y jurisdicciones como las tres cuyanas, que hasta ese momento habían dependido de la Capitanía General de Chile. Sin olvidar los fuertes lazos mercantiles que ellas tenían allí, especialmente en el caso de Mendoza, este nuevo ordenamiento debe haber implicado cambios significativos todavía no lo suficientemente estudiados.

Los conflictos en Villa La CarlotaEste caso es un ejemplo de una Villa de fundación borbónica, de reciente creación en el espacio de la frontera sur, con el correspondiente establecimiento de un Cabildo, lo que produjo tensiones y conflictos entre las autoridades militares existentes en la frontera y esta nueva institución. Particularmente, nos preocupan los conflictos origi-nados por la superposición de funciones entre los poderes locales, representados en este Cabildo, y las autoridades militares de los fuertes cercanos a dichas villas.

Desde que el gobernador Sobremonte (1784-1797) comenzó a gestionar la erec-ción de Villa La Carlota (1789), hasta la creación del Cabildo y el nombramiento de capitulares, transcurrió un periodo de diez años en los que el Comandante general de la frontera de Córdoba, Simón de Gorordo, se desempeñó como un referente de auto-ridad política. En las fuentes revisadas hasta este momento, vemos que dicho Coman-dante se encargó del registro de los padrones (1789 y 1796) y de los parlamentos con varios caciques ranqueles, que culminó en la suscripción del tratado de 1796. Además, el Gobernador lo había nombrado Juez Pedáneo en 1786 porque el juez que tenía jurisdicción no podía cumplir con esa función debido a la distancia en que residía. 5

Como primera reflexión contamos con evidencias que nos permiten sostener que el establecimiento del Cabildo, en el caso de La Carlota, implicó una reducción de las prerrogativas que disponía el Comandante de la frontera de Córdoba. Dichos privi-legios habían sido otorgados por el Gobernador Intendente y posiblemente también apropiados por la “costumbre” por el propio Comandante.

Realizaremos una breve reconstrucción del proceso por el cual las autoridades de Córdoba intentaron establecer concentraciones de población en los espacios con-trolados de sus fronteras pero menos poblados o con población cuyo patrón de asen-tamiento era más disperso si lo comparamos con las formas de ocupación del espacio de la campaña en general. Luego, veremos situaciones que nos muestran fricciones entre los protagonistas y realizaremos algunos comentarios que se desprenden de la evidencia documental.

Concentración y control de la población en la fronteraEn el caso de la frontera sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba, considera-mos que uno de los elementos clave a tener en cuenta para comprender el lugar de

5 Biblioteca “Monseñor Pablo Cabrera”, Sección “Estudios Americanistas y Antropología”, FFyH, UNC, Córdoba (en adelante, BMPC), documento 9371.

142 Autoridades y prácticas judiciales...

los espacios fronterizos en la agenda política es la importancia que había adquirido el intercambio mercantil en la ruta que articulaba el Atlántico y el Pacífico. En este sentido, a partir de 1750 el espacio de la frontera sur de las jurisdicciones de Córdoba y Cuyo adquirió un papel relevante en las políticas borbónicas desde el punto de vista geoestratégico y económico, fundamentalmente para controlar las activadas relacio-nes mercantiles del virreinato del Río de la Plata con Chile. Algunos estudios señalan el papel geoestratégico que poseían los espacios fronterizos como el Gran Chaco, la Araucanía y las Pampas, estos dos últimos en el sentido de garantizar el control del estrecho de Magallanes, que era la puerta de acceso al Pacífico. Es decir, que también respondía a los intereses de la política exterior de la Corona española con relación a otros estados europeos.6 Conforme a lo anterior, desde mediados del siglo XVIII vemos que el estado borbónico orientó recursos militares en las áreas periféricas y se intentó un control social y político de esos espacios.

En la Gobernación Intendencia de Córdoba, Sobremonte promovió una decidida política de control de la población y del espacio, especialmente de los de la fronte-ra. En este sentido, el Gobernador sostenía en el informe al Virrey en 1785, que el problema tenía que ver con “la falta de pueblos formales” y de villas e insistía en la necesidad de poblar la frontera:

“El mal general de toda la provincia es la falta de pueblos formales; acostumbradas las gentes a vibir separadas las unas de las otras, en nada piensan menos que en reunirse á poblacion de villa, y buscan-do las razones de este mal encuentro que procede comunmente del deseo de su libertad apartandoles esta dispersion de la vista de las justicias, y de los curas, que les perseguirian en sus éxcesos, y en sus robos de ganados que tanto frecuentan…”.7

En la lógica de la representación colonial se proyectaban estos espacios como vacíos y por eso hablaban de poblamiento pero, en realidad, lo que le interesaba a Sobremonte era agrupar a la gente o reforzar los núcleos de población cercanos a los fuertes. Las medidas tendentes al reforzamientos de estos núcleos, a fines del siglo XVIII, estuvie-ron impulsadas principalmente para la protección de la ruta comercial que articulaba Buenos Aires con Cuyo y Chile e implementadas a través de traslados compulsivos de población, no siempre exitosos.8 Ciertamente, el mismo fuerte de la Punta del Sauce (Partido de Río Cuarto), construido en la década de 1750, fue proyectado para auxiliar tanto a la frontera como a la ruta comercial. Así lo expresaba el gobernador de la Pro-

6 Cfr. LÁZARO ÁVILA, Carlos “El reformismo borbónico y los indígenas fronterizos americanos”, en GUIMERÁ, Agustín El reformismo borbónico, Alianza, Madrid, 1996, pp. 277-292.

7 Informe del Gobernador Intendente Sobremonte al virrey Loreto, en TORRE REVELLO, José El mar-qués de Sobremonte, Apéndice Documental, Buenos Aires, 1946, pp. C y ss.

8 RUSTÁN, María Elizabeth De perjudiciales a pobladores de la frontera. Poblamiento de la frontera sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba a fines del siglo XVIII, Ferreyra Editor, Córdoba, 2005.

Jurisdicciones en cuestión 143

vincia del Tucumán, Martínez de Tineo, en 1752, en respuesta a los reclamos hechos por las autoridades de Chile respecto al reducido número de gente que podía defender la frontera del Río Cuarto:

“Para remediar este daño discurrí formar un Fuerte en la Punta del Sauce que se ve construido de material sólido, y en él puse artille-ría y 40 partidarios, pagados del derecho de sisa que se cobraba en dicho Río 4º de la yerba que transitaba a ese Reino, y auxiliaba así esta Frontera como el Camino Real y caminantes de Buenos Aires a Chile”.9

Años después, movilizado con la misma preocupación y en correspondencia con las políticas virreinales, el Gobernador Intendente Sobremonte gestionó la categoría de Villas Reales de las poblaciones de Punta del Sauce (Villa La Carlota, en 1789) y Concepción de Río Cuarto (1794).10 En sus escritos pronosticaba y exaltaba la futura prosperidad de ambas villas:

“…por ser el paso obligado de todo el tráfico y comercio entre Bue-nos Aires, Mendoza y Chile [...] el tránsito preciso para las dichas tropas [de carretas] y arrias del Reino de Chile, San Juan, Mendoza y San Luis”.11

Para el caso de Concepción de Río Cuarto y de La Carlota, el Gobernador solicitaba se concediera los títulos de villas, los que venían acompañados de ciertas distinciones como eran: erección de justicia, cabildo, escudo de armas y otros privilegios.12 Cierta-mente en el Diccionario de Autoridades de 1737 se definía a la villa: “Se llama oy la población, que tiene algunos privilegios, con que se distingue de la Aldea, como ve-cindad, y jurisdicción separada de la Ciudad.”; otra definición complementaria: “Vi-lla. Se toma tambien por el cuerpo de los Regidores, y Justicias, que le gobiernan”.13

Cabe señalar que esta medida también fue practicada por la Corona en otros espacios fronterizos del Virreinato. Los trabajos de Frega dan cuenta de este tipo de fundaciones en los territorios ubicados en ambas riberas del río Uruguay, como So-riano, Gualeguay y Arroyo de la China (dependientes de la Intendencia de Buenos

9 FASSI, Juan “Camino Real de Buenos Aires a Mendoza y Reino de Chile”, en El heraldo de Reduc-ción, Año XXI, N° 21, Reducción, Córdoba, Abril de 1947, p. 20.

10 Asimismo el Gobernador Intendente Sobremonte fundó cuatro fuertes en la frontera sur de la jurisdic-ción de Córdoba: Loreto, en Zapallar; San Rafael, en Loboy; San Carlos, en el Paso de las Terneras y San Fernando, en Sampacho. Estos se sumaban a los ya existentes antes de su gestión: Tunas, Punta del Sauce y Santa Catalina. “Noticias sobre la intendencia de Córdoba del Tucumán (1788)”, en La Revista de Buenos Aires, 1861, p. 584.

11 FASSI, Juan “Camino Real…”, cit., p. 21.12 Real Cédula de Fundación de Villa La Carlota, en CÁCERES, Santiago Arbitrajes sobre límites inter-

provinciales, Imprenta de Pablo Coni, Buenos Aires, 1881, pp. 146-153.13 RAE A 1737, Real Academia Española, Madrid.

144 Autoridades y prácticas judiciales...

Aires), a las cuales se les otorgó ciertos beneficios territoriales e institucionales como los Cabildos, a fin de fomentar allí el arraigo de la población.14

En la Real Cédula de fundación de Villa La Carlota se hacía referencia a un auto de Sobremonte de 1789 por el cual decidió:

“La formación del proyectado pueblo al mismo comandante de la frontera, dándole tambien la comision de juez pedáneo de toda ella con extensión de una y otra al andante de ella, y capitan del fuerte de las Tunas para que con subordinación al primero entendiese en ambos objetos con la prevencion de que debia llevarse la nueva villa al Norte del citado fuerte [del Sauce], entre él y el Rio Cuarto y titu-larse la Carlota…”.15

Es importante resaltar la facultad de comisión de Juez Pedáneo que, nuevamente en 1789, Sobremonte le atribuyó al Comandante del fuerte de La Carlota en el momento de solicitar la erección de villa, lo que implicaba que en estas condiciones de tránsito, hasta la erección del Ayuntamiento, Gorordo concentraba funciones muy amplias.

En la Real Cédula también se detallaban especificaciones sobre los ejidos y re-parto de terrenos, calculando el establecimiento de doscientos vecinos; también se designaron los sitios para la iglesia, la casa del cura, el ayuntamiento y la cárcel. Asi-mismo se preveía que la villa estuviera cercada con zanja o foso.

Entre otras indicaciones, en la Real Cédula se establecía que se erigiera el ayun-tamiento, compuesto de un alcalde ordinario, cuatro regidores, un alguacil, un escri-bano y un mayordomo, y que para dichos oficios se debían elegir sujetos que fueran pobladores e idóneos y “de mejores circunstancias”. Según una relación de 1798,16 los oficios concejiles de Villa La Carlota eran siete: Alcalde Ordinario, Regidor Decano, Regidor Fiel Ejecutor, Regidor Defensor de Menores, Regidor Defensor de Pobres, Procurador oral y Alguacil.

En este marco, presentaremos algunos episodios en los que se entrecruzaron discrepancias y situaciones de tensión entre los capitulares y el comandante de La Carlota, que evidencian estas disputas entre los poderes civiles y militares a los que hacíamos mención.

14 FREGA, Ana “Temas y problemas para una historia regional rioplatense”, Conferencia en el 13° Con-greso de la APHU en Paysandú, 12 de octubre de 2002, p. 10.

15 Real Cédula de fundación de Villa La Carlota, en CÁCERES, Santiago Arbitrajes sobre límites…, cit., p. 148. El resaltado es nuestro.

16 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99.

Jurisdicciones en cuestión 145

Episodios conflictivos: exploración documental17

Como lo hemos mencionado, la estrategia de la política borbónica con relación a los espacios de la frontera del Imperio conllevó un creciente papel de las autoridades militares como instrumento esencial para expandir y aplicar la autoridad real. Sin embargo, el establecimiento de los Cabildos en las Villas constituía también una ne-cesidad de la Corona, en tanto otorgaba beneficios que fomentarían el poblamiento y la concentración de población. Ambos mecanismos de control político –autoridades militares y cabildos– eran, a su vez, antagónicos y complementarios a los fines de la centralización política que los Borbones intentaban alcanzar. Cabe aclarar que ela-boramos la reconstrucción de estos conflictos sobre la base de dos expedientes de un tomo de Gobernación Intendencia de Córdoba, en el repositorio del Archivo General de la Nación. Ambos expedientes contienen información sobre los mismos episodios, pero los diferencia el hecho de que uno fue iniciado por el Gobernador Intendente Interino, Nicolás Perez del Viso, mientras que el otro fue gestionado por el propio comandante Gorordo en el que solicitaba aclaración de competencias.

En el intento de elaborar un primer ordenamiento, los episodios que presentamos tienen diferentes marcos de discusión: el primero es relativo a la emisión de un bando sobre las actividades que se realizarían con motivo del cumpleaños de la Reina e invo-lucró disputas de orden juridiccional. El segundo episodio, referido a la autorización que el Comandante dio a un cacique para apropiarse de ganado alzado en territorio “controlado”, se enmarcaba en un debate de carácter económico y de disputas por el control de recursos.

El primer incidente que relataremos, en apariencia intrascendente, da cuenta de las tensiones de competencias, en tanto originó una considerable correspondencia con la Intendencia de Córdoba (en ese entonces en manos del Gobernador Interino, Nico-lás Perez del Viso) y con Buenos Aires. Además, por algunos conceptos allí formula-dos, vemos que en realidad evidencia una pugna y disputas de espacios de poder para sus protagonistas, en un contexto de cambios institucionales. Es evidente que aquí la pugna por el “capital simbólico” es parte integral del conflicto político en el marco del Antiguo Régimen. El incidente se inició con motivo de los festejos del cumpleaños ya mencionado, por el cual el alcalde ordinario de La Carlota, Juan Antonio Arias de Cabrera, solicitó al comandante Gorordo el auxilio de la tropa para la publicación de un bando, a fin de que el vecindario tomara conocimiento de que dos días después se iba a celebrar una misa y requería, también, auxilio para la luminaria. El comandante Gorordo le respondió que lo haría, con la condición de que el bando saliese de la puer-ta del fuerte. Para explicar su negativa, el argumento de Gorordo ante las autoridades de Buenos Aires se centró en que el Alcalde pretendía que el bando debía salir de su

17 En este punto trabajamos con dos expedientes sin número y sin folios contenidos en un tomo de Go-bernación Intendencia de Córdoba. AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99.

146 Autoridades y prácticas judiciales...

casa particular porque allí funcionaba el Cabildo y que él no acordaba con eso. El Comandante explicaba que:

“No parece regular a mi entender que sea suficiente hallarse con la vara de Alcalde para que todos los honores se conboquen a su exal-tación, y que se depongan del respeto por una particular casa, una de Nuestro Catolico Monarca (que Dios guarde) como lo es este fuerte, sin mas motivo que el de juntarse en ella este Ilustre Cabildo cosa que mas es forzosa, que no de obligacion pues por conbeniencia pro-pia han de hacerlo respecto no tener la que les corresponde el juntar-se en alguna; y siendo este Alcalde relebado anualmente por consi-guiente se mudara y poco a poco quedara en practica este abuso...”.18

Notemos que su testimonio se centraba en el hecho que el Cabildo funcionaba en el domicilio del Alcalde, que era un espacio privado y que lo que hubiera correspondido era que este acto de publicar un bando se hiciera en un espacio del Monarca, como lo era el fuerte. Pero, además, en su defensa ante las autoridades de Buenos Aires, Gorordo exponía a continuación sus diferencias con los capitulares:

“…me es forzoso assimismo hacer a su exelencia presente, que no obstante haver sido el que ha creado desde su principio esta Villa, y despues por nueva comision, igualmente este Cabildo, y el de la Vi-lla de la Concepcion y de haver pacificado esta frontera no encuentro la mas minima atencion de dicho Cabildo, con que sin ultrajar los fueros que me son concedidos, pudiera distinguirme, como por agra-decimiento, si lexos de esto, reconozco quiere tomar un dominio con que obliga a menospreciarme, haviendo tenido en esta frontera un general mando, sugeto ahora al de quatro indibiduos. No tengo Exelentísimo señor la menor ambicion a extender mis fa-cultades, sino solo la de atender a las de mi obligacion como hasta aqui, haviendo procurado como procuro siempre huir de competen-cias, que suelen perjudicar el servicio y apeteciendo la buena armo-nia…”.19

Así, el Comandante informaba que los miembros del Cabildo no tenían con él la más mínima deferencia, considerando que había tenido hasta ese momento el general mando de la frontera, aunque reconociendo que no habían afectado sus fueros. En esta disputa, el Gobernador Interino, en correspondencia enviada a Buenos Aires, se inclinaba visiblemente a favor de los capitulares:

18 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1799. Gorordo a autoridades de Buenos Aires (sin especificar).

19 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1799. Gorordo a autoridades de Buenos Aires. El resaltado es nuestro.

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“Exmo. SeñorLa adjunta representacion que me hace el Alcalde de la Villa de la Carlota D. Juan Antonio Arias de Cabrera, instruirá a V. E. suficien-temente de la solicitud del Comandante de Frontera D. Simon Goror-do agena al parecer de la razon, y justicia y contraria constantemente de la practica y costumbre; sin que parescan no haver establecimien-to de casas capitulares para acceder a los justos deseos del Alcalde referido, pues los vandos de su naturaleza siempre salen de las casas del que tiene el Govierno y mando político, siendo este tan propio en la jurisdiccion de aquella Villa del Alcalde que representa, como del Cabildo los Acuerdos, que fuesen necesarios para ello: la decision de V.E. cortará de raiz unas competencias que sin utilidad ni probecho de la causa publica nos ocupan demasiado unos instantes destinados a fines de mayor importancia.[…] Nicolas Perez del Viso”.20

Desde Buenos Aires le respondieron a Gorordo que deberían omitirse tales bandos en lo sucesivo y que para lo demás que se publicara se dispondría que salieran de la plaza de la villa, hasta que hubiera una casa capitular.

Para la misma época (1799), el otro suceso que causó diferencias fue el relativo a la autorización que Gorordo había dado un cacique –Millanao– para “potrear” duran-te seis días acompañado por un grupo de partidarios y de otros indios, en territorios ubicados entre el fuerte de La Carlota y Río Tercero. En sus informes a Buenos Aires, Gorordo aclaraba que este cacique era un “amigo […] uno de los principales que en el tratado de Pazes que se hicieron” –aunque con este nombre no figuraba ningún caci-que en el acta de 1796–21 y que habían acordado con los indios que no se apropiarían de animales marcados.

En dichos informes, Gorordo le otorgaba cierto grado de legitimidad a la autori-zación justificando que no había sido sólo decisión personal, sino que había resultado de una “Junta Militar” en el fuerte de La Carlota. En esa oportunidad, el Comandante exponía que era aconsejable habilitar a los indios para “potrear”, porque desde el tiempo que se habían hecho las paces (se refería al tratado de 1796 suscrito con varios caciques ranqueles) la frontera se hallaba muy poblada y pacificada. Continuaba argu-

20 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1799. Nicolás Perez del Viso a autoridades de Buenos Aires. El resaltado es nuestro.

21 Archivo General de la Provincia de Mendoza (en adelante, AGPM), Gobierno, carp. 42, Correspon-dencia de Córdoba a Mendoza, Dcto. 35, 1796. De Sobremonte al Comandante de Armas de Mendoza. También se puede encontrar una versión del tratado transcrito en LEVAGGI, Abelardo Paz en la fron-tera. Historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglos XVI-XIX), Universidad del Museo Social Argentino, Buenos Aires, 2000, pp. 157-159.

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mentando que gracias a estas condiciones el comercio con Chile, San Juan y Mendoza se practicaba con seguridad y, además, se habían rescatado a tres cautivos.

De esta manera, el comandante Gorordo sintetizaba como logros alcanzados, algunas de las preocupaciones de las autoridades borbónicas para la fundación de villas en la frontera: se la había “poblado”, se había logrado la paz con los naturales, el rescate de algunos cautivos y, en consecuencia, la circulación mercantil se desa-rrollaba sin conflictividad. Con relación a la realización del tratado de paz de 1796, ciertamente el comandante Gorordo había sido una pieza importante, porque fue él con quien los caciques ranqueles habían establecido contacto y se había realizado el primer parlamento, antes de la suscripción del acta.22

Para reforzar su explicación, Gorordo exponía que la habilitación dada a Milla-nao, lejos de perjudicar a los hacendados los beneficiaba, ya que los animales que los indios obtenían entorpecían a las haciendas mansas:

“…antes al contrario parecian bien publico el que dichos indios en su corrida procurasen alejar de esta frontera y recostar a la costa del Rio Tercero que ay de distancia cosa de treinta leguas todas las haciendas alsadas respecto a que los animales que llaman bagualas, son los que unicamente procuran sacara dichos indios y estos lexos de ser utiles son perjudiciales, en estas inmediaciones, pues en qualesquiera des-cuidos procuran reunirse con las haciendas mansas, é incorporadas unas con otras, todas se espersan (sic)”.23

Sin duda, éstas eran las justificaciones del Comandante ante las autoridades, pero conjeturamos que pudo haber habido otro tipo de negociaciones entre aquél y los indios, relativas a una apropiación compartida de los animales que pudieran capturar. La autorización también tuvo una gran resistencia del Cabido de La Carlota, posible-mente por un interés económico, ya que los vecinos habrían pretendido apropiarse de la hacienda por su cuenta y a Gorordo le sumó inconvenientes con el Gobernador In-tendente Interino Nicolás Perez del Viso, quien le informó este asunto al virrey Avilés.

El Alcalde del Cabildo de La Carlota en principio le había prevenido a Gorordo que suspendiera la corrida y le había informado que esas decisiones le correspondían al Alcalde:

“Hallandose noticioso este Cavildo de que los indios acompañados de algunos besinos de esta Villa de mi mando estan por salir a aser una corrida de la banda del Norte de esta Villa y su jurisdiccion y no siendo esto combiniente como por estarse tratando la materia en

22 AGPM, Sección Gobierno, Correspondencia de Córdoba a Mendoza, Carpeta 42, Dcto. 33, 1796. Frag-mentos de este documento también están citados en LEVAGGI, Abelardo Paz en la frontera…, cit., pp. 156-157.

23 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1799, Gorordo a autoridades de Buenos Aires.

Jurisdicciones en cuestión 149

mi Ayuntamiento, a prebencion partisipo a Usted se sirva mandar suspender la salida de los indios a dicha corrida hasta que yo havise a usted de lo que resulte en el acuerdo sin embargo de perteneser-me a mi solo como Alcalde Ordinario y defensor de Real hasienda el proibir las atajadas y corridas de campo no presediendo lisencia superior…”.24

En este conflicto también participó el Procurador del Cabildo de La Carlota, quien opinó que le parecía inconveniente que los indios se hicieran dueños de las haciendas alzadas y que tampoco se debía permitir que los indios se hicieran “prácticos” y ba-queanos de los territorios.25 Luego de este informe, se elaboró un acuerdo del Cabildo y nuevamente se mandó un oficio al Comandante para que despachara a dos soldados, a fin de suspender la “potreada”.26 A este oficio el Comandante les respondió:

“En atencion al oficio de Usias recivido el beinte y nuebe en la noche y en su contesto digo que atendiendo a las causales que se han pro-puesto y quedan reserbadas para su devido tiempo no puedo menos que aser presente a Usias cumplir con el acuerdo selebrado por ese Ilustre Cavildo, siempre y cuando quede de cargo de responsabilidad de ese Ayuntamiento todas las resultas que puedan originarse resul-tivo de haserlos regresar a dichos indios de cuio echo pueden resen-tidos pribarse en algun modo de la paz tratada y buena tranquilidad con que hasta la presente se han manifestado, y en efecto esta visible todo lo que hago presente a Usias para que en vista de lo expuesto se sirva resolber lo que estime por combiniente…”.27

Luego de esta respuesta del Comandante, en la que responsabilizaba a los miembros del Cabildo de La Carlota por las represalias que se pudieran producir por parte de los indios ante la suspensión de la autorización de potrear, los cabildantes decidieron en un acuerdo remitir todas las actuaciones al Gobernador Intendente, quien derivó el problema a Buenos Aires, aunque tomando partido por el Cabildo de La Carlota:

“…la representasion que se me hace por el Cavildo de la Carlota hace poco equiboca la extencion que se quiere dar por el Comandan-te de Frontera a su conocimientos puramente militares: la paz que gozamos con el indio fronterizo, parece dar mayor merito a la queja

24 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Juan A. Arias de Cabrera (alcalde) a Gorordo.

25 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Francisco Solano Arballo (procura-dor) a Juan A. Arias de Cabrera (alcalde).

26 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Juan A. Arias de Cabrera a Gorordo.27 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Gorordo al Cabildo de La Carlota.

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de dicho Cavildo, y la depresion de sus facultades lo son indubita-blemente del que tiene el Govierno y mando político de la Provincia si Vuestra Excelencia por un efecto de su justificasion no se digna tomar una providencia, que ataje esto daños, serán las disputas in-terminables, y la causa publica no bien servida; los indios cada dia se abanzan a mas, y si sobre los agasajos, y continuas gratificacio-nes, tenemos que hacerlos dueños de nuestras cortas pocesiones no se que juicio formen los infelices fronterizos de las tropas que les defiende…”.28

Como podemos ver, en esta disputa el Gobernador Intendente también acordó con el Cabildo de La Carlota y nuevamente remarcó que el Comandante tenía facultades “puramente militares”, mientras que las del Cabildo eran las de gobierno y “mando político”. De la misma manera, desde Buenos Aires apoyaron la posición del Cabil-do de La Carlota, argumentando que al permitir a los indios potrear en los campos del norte del fuerte, obtenían conocimientos de esos terrenos para incursiones que pudieran planificar y porque también les posibilitaba apropiarse de ganado marca-do. Además, le advirtieron a Gorordo que no debía haber tomado esa determinación “…ni ocurrir a esta superioridad sino por el conducto de su inmediato gefe” (en tanto que Gorordo, por su parte, también había consultado a Buenos Aires).29

Las tensiones entre el Cabildo de la villa y el Comandante eran evidentes, y si bien las autoridades políticas superiores apoyaron en este caso a los cabildantes de La Carlota, el comandante Gorordo ejercía un poder allí que, más allá de las reconven-ciones que recibió, le evitó otras sanciones por parte de las autoridades virreinales.

Amigorena versus el Cabildo de MendozaOtro ejemplo de tensiones entre autoridades políticas y militares se dio en la frontera mendocina. En julio de 1784 el Cabildo de esa ciudad inició una sumaria contra el Co-mandante de Armas de Mendoza, José Francisco de Amigorena, imputándole procedi-mientos de abuso de autoridad a propósito de una expedición a los indios de la fronte-ra de esa jurisdicción. En la sumaria atestiguaron varios oficiales y concretamente las acusaciones del Cabildo consistían en que Amigorena había reclutado gente, armas y municiones generando un total desamparo de la ciudad y, por este motivo, arriesgando a su población. Denunciaban, además, que el comandante Amigorena manifestaba pú-blicamente oposición y desprecio a la autoridad del Cabildo. Asimismo, lo acusaban de liberar a unos presos y de encarcelar a otros a su antojo.

28 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Nicolás Perez del Viso al Virrey Avilés.

29 AGN, IX-5-10-5, Gobernación Intendencia de Córdoba, 1798-99, Autoridades de Buenos Aires a Go-rordo.

Jurisdicciones en cuestión 151

Los miembros del Cabildo dejaron constancia que desde 1770 hasta 1783 ese organismo había estado a cargo de los asuntos de guerra contra los indios y de los tratados de paz que se habían celebrado en el Ayuntamiento, con acuerdo e interven-ción de los capitulares y con asistencia del Comandante de la Frontera y oficiales de milicias. También argumentaban que eran ellos los que tomaban las decisiones eco-nómicas relativas a la frontera. Aclaraban que estas atribuciones no sólo las tuvieron cuando Cuyo dependía del Reino de Chile, sino también cuando pasaron a depender del Virreinato del Río de la Plata. También dejaron constancia de que en 1783:

“…recusando el referido comandante de esta frontera hacer los ul-timos tratados de paz en la sala capitular y acuerdo del Cabildo, le compelio a ello el señor corregidor que lo era Don Pedro Ximenez Castellanos”.30

El expediente que contiene estas denuncias es bastante extenso y tiene numerosas aristas para analizar. Para poder comprender este conflicto es necesario contextua-lizarlo y examinar cuáles eran los cambios que a nivel institucional tenían lugar en Cuyo en este período.

Recordemos que desde sus fundaciones, las ciudades de Mendoza, San Luis y San Juan conformaron el Corregimiento de Cuyo y constituían una subdivisión admi-nistrativa del Reino de Chile. El corregidor era el representante del rey en la ciudad y tenía jurisdicción en los cuatro ámbitos de gobierno colonial: administración, ha-cienda, guerra y policía.31 En la descripción de Ots Capdequí, los corregidores esta-ban supeditados directamente a los virreyes, presidentes, gobernadores y capitanes generales, según los casos, y representaban el poder inmediatamente superior en las ciudades en que ejercieron sus funciones de gobierno; con frecuencia tuvieron con-flictos jurisdiccionales con los cabildos municipales y con sus alcaldes ordinarios.32

En el momento de la conformación del Virreinato del Río de la Plata (1776), Mendoza era la capital del Corregimiento de Cuyo y, a partir de allí, pasó de su de-pendencia de Lima, a través de la Capitanía de Chile, a supeditarse a Buenos Aires. Un poco después, en 1782, con el sistema de intendencias, se suprimieron los corre-gimientos, pero igualmente el virrey Vértiz designó a Pedro Giménez Castellanos como su nuevo corregidor, hasta la definitiva desaparición de esa figura (1787) y el nombramiento de un subdelegado de la Intendencia de Córdoba. Cabe señalar que la elite de Mendoza interpretaba que su ciudad podía ser cabecera de Gobernación

30 AGPM, Colonial, Dcto. 10, Carpeta 82, 1784. Sumario instruido por el Cabildo de Mendoza contra el comandante Amigorena.

31 PRIETO, María del R.; DUSSEL, Patricia y PELAGATTI, Oriana “Indios, españoles y mestizos en tiempos de la colonia en Mendoza (siglos XVI, XVII y XVIII)”, en ROIG, Arturo; LACOSTE, Pablo y SATLARI, María Cristina –compiladores– Mendoza a través de su historia, Colección Cono Sur, Caviar Bleu, Mendoza, 2004, p. 55.

32 OTS CAPDEQUÍ, José M. El Estado español en las Indias, FCE, México, 1965 [1941], pp. 60-61.

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Intendencia tanto por la Real Ordenanza de Intendentes como por consejo de Vértiz. Finalmente la Real Cédula aclaratoria de 1783 impuso que la misma iba a formar parte de la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán.33

Ciertamente, por Real Cédula de 1783, Mendoza junto con San Juan, San Luis y La Rioja pasaron a formar parte de la Intendencia de Córdoba, a lo que se sumó la creación de la función de Comandante de Armas.34 En esa oportunidad (1784) se de-signó para ese cargo a José Francisco de Amigorena,35 que era Maestre de Campo de Mendoza desde tiempo atrás.36

A partir de este nuevo ordenamiento político administrativo se agudizaron las tensiones entre los funcionarios del viejo esquema de gobierno, resistentes a los cam-bios y al acotamiento de poder que estos implicaban, y las nuevas autoridades, en este caso, el comandante Amigorena.

Volviendo a la imputación del Cabildo a Amigorena cuestionando fuertemente su accionar, en la sumaria se adjuntaron copias de la Real Audiencia de Santiago de Chile con las que los capitulares pretendían legitimar su jurisdicción respecto a que todos los asuntos relativos a las expediciones y defensa de la frontera se debían consultar y acordar con el Cabildo como se había hecho anteriormente. En el expediente los miembros del Cabildo solicitaban la intervención de Sobremonte:

“…sin otro objeto que el de reparar el honor, y decoro de su au-toridad, y de evitar los malos efectos que produzen al publico con

33 SATLARI, María Cristina “De las reformas borbónicas a la desintegración de Cuyo (c. 1760-1820)”, en ROIG, Arturo; LACOSTE, Pablo y SATLARI, María Cristina –compiladores– Mendoza a través de su historia…, cit, p. 98. La autora señala que desde Mendoza no se renunció al empeño de elevar la ciudad a capital de intendencia y que son innumerables los pedidos de las autoridades mendocinas en ese sentido.

34 Según Beverina el Comandante Militar o de Armas era un jefe con funciones especialmente militares incumbiéndole, además, funciones de policía en el distrito: conservación del orden, represión del con-trabando, persecución de desertores, cuatreros y salteadores, auxilio de correos, etc. BEVERINA, Juan El virreinato de las Provincias del Río de la Plata. Su organización militar, Círculo Militar, Buenos Aires, 1935, pp. 54-55.

35 SATLARI, María Cristina “De las reformas borbónicas…”, cit., pp. 97-102.36 El nombramiento de Amigorena como Maestre de Campo en 1778 tuvo lugar en un contexto de per-

manentes incursiones indígenas en la frontera de Mendoza. Este militar realizó numerosas campañas contra los pehuenches y a comienzos de la década de 1780 se celebraron varias paces en Mendoza y con ellos comenzó un proceso que implicó el establecimiento de fuertes lazos con estos grupos indíge-nas. Ese militar, junto con caciques de estas parcialidades, acordaron la instalación de tolderías en un territorio contiguo a la frontera que perduró hasta 1806, año de fundación del fuerte de San Rafael en Mendoza. Los indios fronterizos cumplieron importantes funciones: militares (defensivas, ofensivas y de logística), diplomáticas (porque oficiaban de embajadores con otros grupos pehuenches) y económi-cas porque abastecían a la ciudad con mantas, ponchos y sal durante años. ROULET, Florencia “Guerra y diplomacia en la frontera de Mendoza: la política indígena del Comandante José Francisco de Ami-gorena (1779-1799)”, en NACUZZI, Lidia –compiladora– Funcionarios, diplomáticos y guerreros. Miradas hacia el otro en las fronteras de Pampa y Patagonia (siglos XVIII y XIX), Publicaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2002, pp. 71-86.

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perjuicio tal vez de la subordinación. En cuya conformidad, nada desearia mas este Cavildo, que el que la superior intervencion de VS y benignas insignuaciones fuesen bastantes para que el referido Co-mandante se redujese a aquella buena armonia, urbanidad y corres-pondencia con este Cavildo, para proceder con union y tranquilidad a los importantes objetos del servicio del Rey y del Publico…”.

En su diplomática respuesta, Sobremonte era bastante claro en su respaldo a Amigore-na en el terreno de las decisiones militares y de reclutamiento de gente pero aclaraba que el Comandante debería haber informado al Cabildo con las formalidades del caso. Respecto a las atribuciones conferidas al Cabildo por Chile, señalaba que:

“…las decisiones de la Real Audiencia de Chile que en testimonio ha remitido el Cavildo para comprobar la intervencion que deve te-ner en los negocios de expediciones, solo rigen en aquel caso que las motibaron; bien que sin embargo de ello, hallo justo tengan su valor en quanto a que el Commandante, trate con dicho Cavildo en el de una irrupcion imprevista de los enemigos, que presise a salida […] pero esto no tendra lugar ni para el servicio que no sea extraordinario ni quando las salidas o operaciones dependen de ordenes positibas de la superioridad al Comandante y ordeno que por este y el Cavildo se procure y guarde la mayor union y armonia de jurisdicciones…”.

Indudablemente con esta misiva el Gobernador, al tiempo que les comunicaba que en casos extraordinarios de un ataque inesperado de los indios de frontera tendrían facultades para intervenir, también les mostraba sus límites aclarando que esas fa-cultades estaban restringidas cuando se trataba de los servicios habituales o cuando el Comandante operara de acuerdo con órdenes de la superioridad, o sea, del mismo Sobremonte.

Esta respuesta de Sobremonte no está fechada, pero se puede calcular que es de octubre de 1784. La documentación consultada muestra que el Gobernador y el co-mandante Amigorena mantenían una comunicación epistolar bastante frecuente sobre asuntos militares y fundamentalmente sobre las operaciones con los grupos indígenas de la frontera. Precisamente en una correspondencia de agosto del mismo año del Gobernador hacia el Comandante, y que constituye una evidente respuesta a una con-sulta de éste último respecto a estas disputas con el Cabildo, Sobremonte también le expresaba que debía avisar formalmente sobre determinadas acciones a los Alcaldes Ordinarios y en un tono de reprimenda le ordenaba que:

“…se abstenga de contextaciones y disputas con el Cabildo de esa ciudad que se ciña unicamente a el mando militar de las Armas que no proceda contra los que no gozen fuero, […] y que no vea yo tan

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continuados recursos contra los procedimientos de VM pues es evi-dente que no pone de su parte los medios que yo esperaba para lograr la union de las jurisdicciones y del mando con esta confianza declare a VM el de las Armas de esa ciudad…”.37

Conflictos por fuerosHasta aquí, los conflictos reconstruidos evidenciaban tensiones entre las autorida-des políticas y militares. El siguiente caso está vinculado con el fuero militar y abre un espectro social más amplio, ya que tiene que ver con la inclusión, dentro de la justicia militar, de amplios sectores de la población: grupos subalternos, en general fuertemente mestizados, como era esta población campesina que debía concurrir a la defensa de la frontera. Este breve ejemplo muestra también como éste era otro de los problemas que preocupaban a las autoridades políticas, que veían así fuertemente recortada su injerencia en el campo de la justicia.

Unos años atrás, en 1779, Amigorena había solicitado al virrey Vértiz que acla-rara al Cabildo respecto a los fueros que gozaban los oficiales de las milicias, en tanto los capitulares los limitaban al tiempo que se encontraban “en armas”.38 La contesta-ción de Vértiz confirmaba la posición del Maestre de Campo, esto es, que los fueros los gozaban los oficiales, sargentos y cabos de milicias siempre que estuvieran em-pleados en los respectivos cuerpos y no se reducía al acto de encontrarse en armas, pero no incluía allí a los milicianos.

Nuevamente el Cabildo se dirigió al Virrey aclarando que dicho cuerpo había comprendido correctamente, pero que uno de los vocales había expresado una opinión sin que se pudiera interpretar como un punto acordado o decidido. A partir de allí, le exponían sus preocupaciones sobre el perjuicio que los fueros militares ocasionaban a la autoridad civil por el número de oficiales, cabos y sargentos que tenía el cuerpo de milicia de Mendoza (194 en total) y continuaba diciendo que:

“Los soldados de estas compañia son el infimo pueblo, los peones y trabajadores. Si aquel numero de oficiales tiene esencion de la ju-risdiccion ordinaria, viene a quedar por resorte de esta la peonada y gente de trabajo y por consiguiente los jueces reducidos a tener solo en nombre de tales en el pueblo y padecer el sonrojo de ser declina-dos en cada momento.El Cavildo cree que no ha sido este el animo de VE; y por lo mismo espera, que por medio de una nueva competente declaracion, hara se precavan los daños que resultan en el orden publico de aquella providencia en la constitucion singular de este pueblo que al parecer

37 AGPM, Gobierno, Carpeta 50, Dcto. 5, 1784. Sobremonte a Amigorena.38 AGN, Guerra y Marina, Leg. 2, expte. 20.

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no admite este numero de esentos sin aniquilar aquella misma juris-diccion en el todo o hacerla quasi imaginaria…”.39

Indudablemente, la instauración de privilegios aplicables a tantas personas –aunque no se incluían a los milicianos– tensionó fuertemente las instituciones políticas y so-ciales existentes. Desde el punto de vista político, al sustraer de la justicia ordinaria a sectores de los habitantes activos, el fuero militar era experimentado, por parte de la elite de la política local, como una medida que minaba la autoridad de los cabildos. Es bastante curiosa la referencia a que los milicianos pertenecían a los sectores subal-ternos porque en realidad los fueros no los alcanzaban, pero al gozarlos los oficiales, percibían que esos sectores también se podían escapar a su jurisdicción.

Reflexiones finalesLos ejemplos trabajados evidencian las disputas de poder entre las autoridades mi-litares y las civiles pero también, en el caso de Mendoza, nos muestran las enormes dificultades para integrar y hacer gobernable este nuevo espacio político institucio-nal recién creado: la Gobernación Intendencia, cuya corta permanencia –hasta 1814, cuando se creó la de Cuyo– estaría hablando de que esa integración difícilmente pudo ser alcanzada. En efecto, estamos frente a una transformación que implicaba que toda una unidad administrativa, el Corregimiento de Cuyo, se separaba de la Capitanía General de Chile para pasar a formar parte del Virreinato del Río de la Plata. Según la historiografía revisada, esto nunca dejó de ser resistido por la elite local que tenía pretensiones de erigirse como capital de la nueva gobernación intendencia.

El otro problema que abordamos en este trabajo es la incidencia de la militariza-ción operada por las reformas en el campo colonial y, dentro de esto, un aspecto cen-tral es el efecto de la ampliación de los fueros militares, tanto para la tropa (soldados de línea) como para los milicianos en ejercicio. Problemas sin duda complejos ya que esto significó la incorporación de un número significativo de gente, en su mayor parte constituido por sectores subalternos, que no sólo serían importantes por su papel mi-litar en las guerras de independencia y en las civiles que la continuaron, sino también por la mayor participación política que fueron teniendo a partir de su incorporación al ejército y a las milicias.

En la agenda de problemas a seguir investigando nos interesa analizar hasta dón-de estos fueros militares significaron de hecho, más que un incremento de la partici-pación política, un mayor poder de control y dominación de los cuadros del ejército sobre esta “gente plebe”.

39 AGN, Guerra y Marina, Leg. 2, expte. 20.

Repartir sin pasión ni aficiónPrácticas jurídicas en torno al uso del agua en Mendoza virreinal

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La importancia del agua en Mendoza

Mendoza era una ciudad periférica del imperio español en América que se ubicaba al pie del cordón andino en la frontera más austral. Situada en una zona semidesértica, necesitaba para su sustento del agua del río Mendoza,

cuyo caudal dependía de la cantidad de nieve acumulada cada temporada y llegaba al casco urbano y alrededores por un entramado de acequias. Para el mejor aprovecha-miento del oasis y por el bien de todos, los vecinos debieron acordar las reglas relati-vas al buen uso y reparto del agua sin que falte ni sobre para que no haga daño,1 según se decía, ya que cualquiera de las dos situaciones resultaba nociva para la población.

Fundada el 20 de febrero de 1561 por una expedición proveniente de la Capitanía de Chile que cruzó la cordillera al mando de don Pedro del Castillo, Mendoza confor-mó el Corregimiento de Cuyo junto con las vecinas ciudades de San Juan y San Luis. En 1776, al crearse el Virreinato del Río de la Plata, Cuyo fue incorporado a la nueva jurisdicción, dejando de formar parte de la Capitanía trasandina, reforma que no se produjo sin que mediaran gestiones del cabildo mendocino, que alegó la incomunica-ción con Santiago durante los meses de invierno, a causa de la cordillera nevada. Los españoles aprovecharon el sistema de irrigación mediante acequias que ya utilizaban los indios huarpes, acorde con las ordenanzas de fundación, que indicaban la necesi-dad de abundancia de pastos y buenas aguas para beber y para regadíos en la zona en que debía situarse una ciudad. Por crónicas posteriores se sabe que los fundadores se valieron de al menos cuatro acequias principales, que constituyeron la matriz de dis-tribución usada por los nuevos habitantes y cuyo beneficio permitía el cultivo dando valor a las tierras.2 Aunque no se mencionan los canales en el Acta de fundación ni en otra del 9 de octubre de repartimiento de suerte de heredades, se habría configurado entonces, en lo esencial, el sistema de aprovechamiento del oasis del río Mendoza,

1 Archivo General de la Provincia de Mendoza (en adelante, AGPM), Colonial, Carpeta 80.2 La legislación mandaba respetar el derecho prehispánico, en cuanto que en “…las tierras que fueran

repartidas a los españoles debía guardarse el mismo orden que los indios tuvieron en la división de las aguas”. MARILUZ URQUIJO, José María “Contribución a la historia de nuestro derecho de aguas. Un reglamento catamarqueño de 1797”, en Trabajos y comunicaciones, Vol. 2, Buenos Aires, UNLP, 1951, p. 3.

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caracterizado por una delineación del casco y del ejido que tuvo en cuenta las posibi-lidades de utilización del agua de acuerdo con la inclinación del terreno.3

Por el acta de repartimientos se formalizó el cesión de propiedades en nombre del rey a los primeros pobladores, a fin de que pudiesen sembrar lo necesario para el sustento de sus familias. Las mercedes otorgadas consistieron en solar, o en solar y chacra, a razón de cuatro solares por manzana, en tanto que las chacras se ubicaban en las inmediaciones.4 Estas extensiones no eran parte del ejido, que debía estar cons-tituido por tierras adyacentes y que recién en 1566 fue cedido en merced a la ciudad. Rápidamente se organizó un régimen público de administración del recurso hídrico, en el que el alarife realizó la medición de tierras y solares y medió entre los vecinos, trazando surcos y asignando cupos, situación similar a la que se verificaba en otras ciudades del Reino de Chile que poseían riego por acequias, como Santiago, La Se-rena, Copiapó y Curicó. Con el tiempo se implantó el sistema llamado de abasto del río, que consistía en el reparto del agua por medio de un subastador, cuyo contrato adjudicaba el Cabildo en subasta pública. Éste debía hacer llegar el agua hasta las tomas y mantener en buen estado los cauces y la toma principal que derivaba el agua del río. El agua que regaba cada porción de terreno se medía por medio de marcos que se ponían en las tomas y se repartía por turnos. Con este régimen, cada regante debía pagar una prorrata o cuota a fin de mantener el servicio.5 Cada nuevo propietario debía pedir que se le concediese abrir una toma para poder regar su parcela y el Cabildo debió controlar que no se abrieran sin permiso.

Existían otras cuestiones que escapaban a la voluntad humana, como los aluvio-nes que bajaban de la montaña en verano y que ponían a la ciudad en un verdadero peligro, por la destrucción de cauces, calles, haciendas, sembradíos y edificios que podían ocasionar. Para sortear los daños, y también para que llegara a la ciudad la can-tidad de agua necesaria para su abasto, se realizaron obras hidráulicas, como la de la Toma del río Mendoza en el siglo XVIII. Con el fin de obtener los medios necesarios para tales trabajos, el Cabildo no sólo recurrió a la colaboración de los vecinos sino también a los organismos superiores para que se le derivaran recursos de la Corona, lo cual le llevó largas y costosas tramitaciones.6 Existió algún caso en que luego de

3 PONTE, Ricardo De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias, Ediciones Ciudad y Territo-rio, Mendoza, 2006, p. 60.

4 CUETO, Adolfo Historia del proceso de enajenación de la tierra fiscal en Mendoza (siglos XVI-XIX), Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, pp. 183-185.

5 MARTÍNEZ, Pedro Santos Historia económica de Mendoza durante el Virreinato 1776-1810, Ciudad Argentina, Buenos Aires, p. 89.

6 Un artículo de Edberto Acevedo realiza un aporte documental poniendo a la luz un grueso expediente sito en el Archivo Nacional de Chile, iniciado por el cabildo ante la audiencia de esa Capitanía hacia 1760. En un período en que había aumentado el caudal del río, se solicitaban recursos para construir “un cal y canto que atraviese la caja de la acequia (que salía del río) […] para que sólo pase a esta ciudad el agua suficiente y se vierta por el desagüe toda la superflua, pero como esta obra no se puede emprender sin que la ciudad tenga algún ramo de que echar mano, se ha de servir vuestra señoría de mandar o hacer vista de ojos o información de ser cierto […] que no hay otro medio para reparar estos

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arduas negociaciones, todo terminó en un pleito, como el que se planteó entre el ayun-tamiento y el asentista Francisco de Serra Canals, con motivo de la obra y saca del río Tunuyán en 1872.7

Pero no son estas realizaciones las que nos interesa estudiar, sino más bien ese ámbito de relaciones vecinales, tuteladas por la ciudad a través de su órgano de go-bierno y justicia, en las que los distintos tipos de propietarios –entre los que se conta-ron padres de familia, mujeres viudas o solteras, corporaciones religiosas– reclama-ban por sus derechos en el usufructo del agua. Los vecinos debieron concertar sobre el uso cotidiano para lograr, todos y cada uno, el agua necesaria para sus hogares, haciendas y chacras, en una ciudad que al comenzar el siglo XIX contaba con unos 13.000 habitantes en el oasis formado por el río Mendoza.8 Por ello, un reparto que se quería equitativo necesitó de repetidas disposiciones de buen gobierno o policía, a través de bandos que mandaban a los vecinos limpiar y reparar las acequias de su interés –tanto para evitar los desbordes que anegaban calles y sembradíos, como para que no faltase el agua a otras haciendas– no abrir nuevas tomas sin permiso, cuidar la limpieza del agua, etc. Pero los abusos y desacuerdos entre propietarios dieron lugar a no pocos pleitos en los que tuvieron que intervenir las justicias locales y es particu-larmente este espacio de controversias el que nos proponemos indagar, para descubrir valoraciones y prácticas puestas en juego en torno a la justicia de aguas en Mendoza. Intentamos acercarnos, así, a su cultura jurídica, en tanto funcionamiento social del derecho, por lo que no sólo atenderemos a la normativa o a la doctrina sino también a las “…actitudes, valoraciones y creencias que en relación al derecho son compartidas en una sociedad, pues ellas determinan la forma en que las personas se relacionan, como operadores o como público, con las instituciones y las normas jurídicas”.9 Un conjunto de expedientes con causas iniciadas en la mayoría de los casos ante los alcal-des ordinarios, nos facilitan el objetivo que nos hemos propuesto.10

Principios jurídicos en torno al uso y reparto de aguas en la América españolaComo se sabe, en virtud de lo dispuesto por las bulas de donación, las tierras fueron consideradas propiedad de la Corona. Fueron bienes realengos todas aquellas que no pertenecían a los indios y las que no habían sido concedidas por el rey; de allí que

perjuicios.” ACEVEDO, Edberto “Sobre el problema del riego en Mendoza. Contribución documen-tal”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, II Época, núm. 6, Tomo I, Mendoza, 1976, p. 327.

7 MARTÍNEZ, Pedro Historia económica…, cit., p.51.8 MARTÍNEZ, Pedro Historia económica…, cit., p. 24.9 ACCATINO SCAGLIOTTI, Daniela “El saber dogmático en nuestra cultura jurídica”, Revista de

derecho, Vol. 8, núm. 1, Valdivia, diciembre 1997, p. 2 [en línea] http://mingaonline.uach.cl/scielo.php?pid=S071809501997 000200001&script=sci_arttext [consulta: 20 de abril de 2010].

10 Agradezco los comentarios realizados a este trabajo en las I Jornadas de Historia Social de la Justicia realizadas en Rosario en 2010. Un avance del mismo fue expuesto en el XVII Congreso del Instituto Internacional de Derecho Indiano realizado en Puebla (2010).

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desde muy temprano la legislación comenzara a usar los conceptos de concesión, repartimiento o merced. Estas concesiones de tierras se realizaban a cambio del cum-plimiento de ciertas obligaciones, como el cultivo y el arraigo de los beneficiados al menos por cuatro años, tal como se establecía en la Recopilación. Es decir, la propie-dad estaba condicionada por la observancia de requisitos que se ordenaban a garan-tizar la subsistencia del propietario, el bien común del vecindario y el cumplimiento del objetivo de la Monarquía de afianzarse en el territorio. Los abusos produjeron quejas, lo que en el Río de la Plata dio lugar a una Real Orden solicitando informe a las autoridades locales, debido a las compras de tierras realengas a precios exiguos y la conformación de latifundios que dejaban desamparados a muchos por no poder ad-quirir una pequeña propiedad. Sobre esta cuestión del arreglo de los campos, el fiscal de la audiencia de Buenos Aires declaró, a fin de evitar la adquisición de terrenos de mucha extensión, que no parecía justo que algunos dilatasen “…demasiadamente sus posesiones a pretexto de colocar sus ganados quedando desatendida la causa pública que interesa en que los demás vecinos participen del beneficio en su bien ordenada distribución como lo dicta la razón política”.11

También las aguas fueron bienes de realengo, remontándose en esto al derecho castellano, que en el Ordenamiento de Alcalá dispuso: “Todas las aguas y pozos sala-dos que son para hacer sal, y todas las rentas de ellas, rindan al Rey, salvo las que dio el Rey por privilegio, o las que ganó alguno por tiempo en la manera que debía”.12 Se habló de repartimiento o mercedes de aguas, aunque hubiese ciertos derechos de agua implícitos en las cesiones de tierra sin que se los hubiese señalado expresamente. La tramitación debía hacerse, según disponían las Ordenanzas de 1563 de Felipe II –para el caso de la instalación de ingenios en surcos de agua– mediante petición ante la autoridad máxima local, ya fuera virrey o presidente de Audiencia debía previamente consultar al Cabildo para que “…envíe a decir su parecer con un Regidor, para que visto por el Virrey o Presidente, provea lo que convenga”.13 Sin embargo, respecto de las aguas es particularmente preciso el modo en que en numerosísimos textos indianos se advierte su carácter de bienes comunes. La concesión podía ser hecha al común de alguna ciudad, villa o lugar, y en tal caso “…dejaban de ser reales para convertirse en públicas…”, lo cual, según Mariluz Urquijo, “…no variaba su destino, pues ya fueran realengas o públicas eran afectadas al uso común…” de los pobladores.14 Una Real

11 MARILUZ URQUIJO, José María El régimen de tierras en el derecho indiano, Perrot, Buenos Aires, 1978, pp. 44-45.

12 Ordenamiento de Alcalá recogido en la Nueva Recopilación 6, 13, 2: “Pertenecen a los reyes todas las aguas”. VERGARA BLANCO, Alejandro “Contribución a la historia del Derecho de aguas III. Fuentes y principios del Derecho de Aguas Indiano”, en Revista Chilena de Historia del Derecho, Vol. XIX, núm. 2, 1992, p. 319.

13 Recopilación de Leyes de Indias, 4, 12, 8: “Que declara ante quien se han de pedir solares, tierras y aguas”, Archivo Digital de la Legislación en Perú [en línea] http://www.congreso.gob.pe/ntley/LeyIn-diaP.htm [consulta: 10 de mayo de 2011].

14 MARILUZ URQUIJO, José María “Contribución…”, cit., p. 1. El resaltado nos pertenece.

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Provisión de 1533 recogida en la Recopilación (4, 17, 7) señalaba –con el objetivo de proteger la ganadería– que “…pastos y aguas de los lugares, y montes contenidos en las mercedes, que estuvieren hechas o hiciéramos de Señoríos en las Indias, deben ser comunes a los españoles e indios…” y obligaba a virreyes y audiencias a hacer cumplir esta providencia.15

De la búsqueda del bien comunitario se desprendía otra nota fundamental del derecho de aguas: era esencialmente modificable a la luz de las circunstancias. “Ni un rigor legalista, ni una costumbre fosilizada”, es la caracterización que Tau Anzoátegui realiza del derecho indiano,16 principio que tuvo vigor hasta bien avanzado el período. En los derechos de aguas, mucho más que en los relativos a tierras, se dio esta parti-cularidad que derivaba de la subordinación al bien común y de ser el agua imprescin-dible para la vida. Las autoridades locales podían tomar una decisión que cambiara la situación de la posesión si las necesidades del común así lo demandaban, actuando una especie de dominio eminente por parte de la Corona. Es en este sentido que Mar-gadant subraya la diferencia entre la concesión de tierras y la de aguas mediante una merced: la primera era firme relativamente, si había cumplido con los requisitos, y podía perderse si no se cultivaba en cuatro años o por necesidades sociales superiores. Respecto de las aguas, estaban más particularmente sujetas a ese principio básico repetido en la antigua literatura sobre tierras y aguas –presente en las Partidas–17 “…el interés individual siempre debe ceder ante el comunal, y el de los grupos peque-ños ante el general…”, lo que volvía “…sorprendente encontrar un derecho de aguas en forma exclusiva a algún particular o inclusive a alguna comunidad”.18 Es verdad que la consideración de las necesidades acuciantes podía quedar moderada en ciertos casos concesión al prior in tempore, potior in iure que indicaba el Ius Commune, pero no existía un propósito de petrificar la distribución de aguas por respeto a dicho principio.19

Cabildo, justicia y regimientoComo bien dice Alejandro Agüero, de acuerdo con la tradición política de la Europa medieval la principal meta del gobernante era mantener a los súbditos en la justicia.

15 Citado por DOUGNAC, Antonio “El derecho de aguas a través de la jurisprudencia chilena de los siglos XVII y XVIII”, en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, Santiago, 1991, pp. 101 y ss.

16 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor El poder de la costumbre. Estudios sobre el derecho consuetudinario en América hispana hasta la emancipación, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2001, p. 53.

17 Partidas 3.28.8: “Beneficios de todos no deben ser impedidos por beneficios de algunos”.18 MARGADANT, Guillermo “El agua a la luz del derecho novohispano. Triunfo del realismo y flexibi-

lidad”, en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, Vol. I, 1989, p. 145.19 MARGADANT, Guillermo “El agua…”, cit. Este autor define al derecho de aguas de la Nueva España

como un “…conjunto flexible, realista y polifacético, de normas y costumbres, además de principios dogmáticos y usos administrativos…”, que eran aplicados equitativamente en las decisiones teniendo en cuenta la necesidad planteada y modificados a la luz de nuevas circunstancias.

162 Autoridades y prácticas judiciales...

El ejercicio legítimo del poder quedaba definitivamente vinculado con la noción teo-lógica de justicia, en tanto que el orden trascendente, divino o natural era la referencia de lo justo e injusto. Acorde con ello, la noción de iurisdictio designaba “…tanto el poder público para resolver una controversia (declarando derecho) como el de dictar preceptos generales…”, y en ese sentido, tanto la sentencia como la ley (costumbre, estatuto, ordenanza) eran actos de jurisdicción.20 Justicia y gobierno estaban en manos de los magistrados o tribunales, es decir, todos los que eran autoridad pública con ca-pacidad de tomar decisiones coactivas habían de ser magistrados o tribunales, y esto ocurría de un modo particular en el ámbito de la ciudad.

Como es sabido, no fue poca la intervención que los cabildos indianos tuvieron en materia de justicia, comenzando por ser los primeros asesores de los que se valie-ron virreyes y audiencias, tal como lo dispuso expresamente Felipe II. Su ejercicio de la justicia estaba íntimamente vinculado con el poder del rey, dado que la Corona era la que mantenía a cada cuerpo que conformaba la Monarquía española en el goce de sus derechos, lo cual “…explica la preeminencia de la función jurisdiccional […] desplegada por el poder real sobre los espacios corporativos…”;21 toda jurisdicción importaba, pues, una delegación de la potestad de administrar justicia en el regio nombre. Pero tratándose de los cabildos, esta delegación se daba de un modo especial: la incidencia de la acción regia en la gestión de los intereses colectivos de cada ciudad era relativa, debido a que aquellos cuerpos gozaban de una esfera de autonomía.22 Los jueces de la república o pertenecientes al Cabildo –los alcaldes de 1° y 2° voto– ejer-cían la justicia ordinaria de primera instancia, que estaba vinculada con los vecinos de la ciudad. El Cabildo como cuerpo también tuvo funciones judiciales cuando actuaba como un tribunal de apelación para causas de no mucha cuantía, elegía a los alcaldes ordinarios y de la Hermandad así como a una variedad de jueces menores, etc.

Pero, además de los pertenecientes al Cabildo, en el ámbito de las ciudades ac-tuaron otro tipo de magistrados: los reales. Entre estos jueces de designación regia, en Mendoza estuvo hasta 1783 el corregidor, justicia mayor y teniente de gobernador de Cuyo. Este funcionario dependió directamente del capitán general de Chile y pre-sidente de la audiencia de Santiago hasta 1776, cuando pasó a depender del virrey del Río de la Plata. Con la sanción de la Ordenanza de Intendentes de 1783 se suprimió el corregimiento y las tres ciudades cuyanas pasaron a ser parte de la Gobernación Inten-dencia de Córdoba del Tucumán, con capital en Córdoba. Con la desaparición del co-rregidor y justicia mayor, la instancia superior fue la Audiencia de Charcas entre 1776

20 AGÜERO, Alejandro “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en LORENTE, Marta De justicia de jueces a justicia de leyes: hacia España de 1870, Cuadernos de Derecho, Madrid, 2006, p. 31.

21 AGÜERO, Alejandro Castigar y perdonar cuando conviene a la República. La justicia penal de Cór-doba del Tucumán siglos XVII y XVIII, Centro de Estudios políticos y constitucionales, Madrid, 2008, p. 40.

22 AGÜERO, Alejandro Castigar…, cit., pp. 40 y ss.

Repartir sin pasión ni afición 163

y 1785, año en que se creó la de Buenos Aires. Hay que decir que la relación entre el poder regio consolidado como suprema potestad del reino a través de los funcionarios reales y los cabildos en cuanto gobierno propio de las ciudades, no era necesariamente antagónica, sino muchas veces de mutua colaboración e intereses comunes. 23

Los cabildos tenían también el ejercicio del regimiento o gobierno político y económico de la ciudad, potestad que se ordenaba a la conservación y bienestar de la comunidad y sus miembros y que se considerada privativa de los pueblos. El pro-pio cuerpo municipal compuesto por sus miembros naturales recibía el nombre de regimiento. Ahora bien, sin importar la forma de designación de los capitulares –por elección de sus pares o adquirido el oficio a la Corona– el ayuntamiento se conside-raba naturalmente vinculado con la comunidad local y representante de ella, según la concepción corporativa de la sociedad. Si la justicia se ejercía en nombre del rey, el cabildo o regimiento se presentaba como el pueblo mismo, como la misma ciudad, que con un grado de autonomía realizaba la gestión de sus bienes y la asistencia de sus miembros.24 En el siglo XVIII se usó más frecuentemente el término policía, que se refería en general al buen “…orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliendo las leyes u ordenanzas para su mejor gobierno…”25 y que era expresión de la actividad de bienestar hacia la que se dirigían las políticas de la Corona según la concepción ilustrada de los Borbones.26

Lo cierto es que el ejercicio de ambas actividades, justicia y regimiento, cons-tituían un ámbito complejo en el que no mostraban una delimitación precisa. En lo relativo a la administración del agua, como todo lo correspondiente al gobierno eco-nómico de la ciudad, era una actividad privativa del Cabildo, pero si devenía en asunto contencioso podía ser materia de justicia y autorizar la intervención de los tribunales, ocupando un lugar central las alcaldías ordinarias. También en su calidad de cabeza

23 MORELLI, Federica “Pueblos, alcaldes y municipios: la justicia local en el mundo hispánico entre Antiguo Régimen y Liberalismo”, en Historia Crítica, núm. 36, Colombia, pp. 36-57 [en línea] http://www.scielo.unal.edu.co/scielo.php?pid=S0121-16172008000200004&script=sci_arttext [consulta: 10 de mayo de 2011].

24 AGÜERO, Alejandro Castigar…, cit., pp. 40 y ss.25 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor Los bandos de buen gobierno, del Rio de la Plata, Tucumán y Cuyo

(Época Hispánica), Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2004, p. 54. Sobre la base del Tesoro de Covarrubias (1611), Tau sostiene que policía, en una de sus principales acepciones apunta a designar “…el gobierno de las cosas menudas de la ciudad y adorno de ella y limpieza…”, en tanto que el diccionario de autoridades, un siglo después, introdujo un matiz cuya fuerza se manifestó en la duración del mismo en el tiempo: término por el que se designa al cuerpo que mantiene el orden público y la seguridad de los ciudadanos.

26 GARCÍA FERNÁNDEZ, Javier El origen del municipio constitucional. El origen en Francia y Espa-ña, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1983, p. 35. Prototipo de la función de policía son las disposiciones de la Real Ordenanza de Intendentes de 1782-83, bajo el título Causa de policía, conducentes a “la Policía y mayor utilidad de mis Vasallos”, sobre puentes y caminos, orden y costumbres, seguridad en los pueblos y caminos, aumento de la agricultura y la ganadería, higiene y urbanismo en las ciudades y villas, abasto y control monetario (art. 53 a 70).

164 Autoridades y prácticas judiciales...

del Cabildo actuó el corregidor en esta cuestión de gobierno, quien como justicia mayor entendió además en litigios en primera y segunda instancia. Sin embargo, al desaparecer el corregimiento en 1783 la corporación quedó como única autoridad local en la materia, pues aunque la Real Ordenanza de Intendentes encargó la cuestión del agua a estos, en el caso de las ciudades sufragáneas debieron delegarlas en los ayuntamientos. No conocemos que el cabildo mendocino haya dictado un reglamento específico, como ocurrió por ejemplo con el de Catamarca,27 aunque dictó numerosas ordenanzas sueltas sobre limpieza y recomposición de acequias para que no falte a nadie y evitar las inundaciones y otras múltiples reconvenciones a la población, como la prohibición de lavar ropa en la del molino a causa de las pestes, o que por faltar agua en la ciudad se manda traerla del río o que se hable al prior para que deje pasar agua por su convento, etc.

Jueces y auxiliares de justicia en cuestiones de aguas en Mendoza Para el cumplimiento de la normativa relativa al recurso hídrico emanada del Cabildo hubo épocas en que éste nombró autoridades especiales, como la alcaldía de aguas creada en 1603 con el fin de “…que las reparta sin pasión ni afición y mande dar a cada chacra de los vecinos encomenderos y de los indios naturales y otras personas que sembraren, el agua que fuere necesaria para dichas chacras y así más para las viñas que están fuera del ejido de la ciudad”.28

Así se dijo, quedando claro que su función debía ejercerse con equidad y aten-diendo al bien común y no a intereses o preferencias particulares. Ya en la primera mitad del siglo XVIII, salvo la existencia de un alcalde mayor de aguas entre los miembros del Cabildo en 1706,29 fueron los alcaldes ordinarios quienes ejercieron la justicia de aguas. En 1755, sin embargo, la Audiencia de Santiago permitió a la corporación que nombrase dos alcaldes de aguas, lo que se hizo regularmente cada año entre 1759 y 1764, con el fin de “…atender la distribución de las aguas y limpiar las acequias…” y de que “…distributivamente gocen los labradores el beneficio de el agua…”. Tales funcionarios debieron actuar “…despachando autos y actuando en lo que fuere perteneciente a la buena repartición de aguas…”,30 siempre en los territorios que se les asignaba. En su calidad de jueces menores debían, además, “…conceder las apelaciones que les fuesen impuestas…”,31 que podían ser presentadas ante los alcal-des ordinarios pero también ante el corregidor y alcalde mayor, tal como lo atestigua

27 MARILUZ, José María “Contribución…”, cit., p. 6 ss.28 ZULOAGA, Rosa El cabildo de la ciudad de Mendoza. Su primer medio siglo de existencia, Univer-

sidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1964, p. 32. El resaltado nos pertenece.29 SANJURJO DE DRIOLLET, Inés Muy ilustre Cabildo Justicia y Regimiento. Estudio institucional del

cabildo de Mendoza en el siglo XVIII, Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo, Mendoza, 2005, p. 236.30 AGPM, Colonial, Carpeta 14.31 AGPM, Colonial, Carpeta 14.

Repartir sin pasión ni afición 165

un auto dado en 1761 por don Félix Villalobos, “Corregidor Mayor de esta Provincia de Cuyo, Lugarteniente de Capitán General y Alcalde Mayor”, quien:

“…por cuanto se le ha mandado por el Alcalde de Aguas Dn. Bernar-do Sarmiento a Dn. Diego Fredes que borre la acequia que de auto-ridad propia ha sacado […] del molino de Dn. Francisco Escalante, en perjuicio de los reverendos de la Compañía que se han quejado dos veces verbalmente en este juzgado […] y no habiéndola borrado dicho don Diego […] se le hará saber por el presente escribano que dentro del día de hoy borre dicha acequia […] y se sirva por la que siempre se ha surtido, y que se tuviese que pedir lo haga por escrito pena de veinte y cinco pesos aplicados para nuestra cámara de justi-cia Mayor y gastos de justicia”.32

En 1765, sin embargo, la Audiencia de Santiago suprimió las alcaldías de agua, es-tableciendo que fueran los alcaldes de 1° y 2° voto los que alternándose en turnos de tres meses tuvieran a su cargo esa función.33 Obviamente resultaron escasos los dos jueces ordinarios para cumplir con esta tarea primordial en una ciudad que si bien era periférica, creció en complejidad durante el siglo XVIII. Hay que tener en cuenta que entre 1720 y 1776 Mendoza tuvo un aumento de 3.000 a más de 6.000 habitantes34 y, como consecuencia de ello, aparecieron barrios suburbanos y nuevos núcleos de población en la campaña. Se hizo necesario, así, el nombramiento de diferentes jueces territoriales por parte del ayuntamiento, como los alcaldes de barrio para los distritos urbanos y suburbanos, que se sumaron a los alcaldes de hermandad, que actuaban en las afueras, y a los jueces pedáneos y los comisionados, designados para tareas determinadas en zonas más alejadas o en el ámbito urbano. Todos debieron colaborar con los alcaldes ordinarios en el mantenimiento del orden y la solución de los con-flictos interpersonales, en lo que puede considerarse una pluralidad de jurisdicciones menores.35

32 AGPM, Colonial, Carpeta 5. Existen entre los expedientes del período del corregimiento (hasta 1783) datos sobre la intervención de los corregidores en cuestiones de aguas, tanto en el ejercicio de su función de gobierno, reglamentando su uso, como en la administración de la justicia ordinaria, que le competía por ser justicia mayor de la jurisdicción cuyana.

33 AGPM, Colonial, Carpeta 15.34 El censo de 1777 que se realizó por curatos, dio una cantidad de 7.478 habitantes para el de Ciudad.

COMADRÁN RUIZ, Jorge “Nacimiento y desarrollo de los núcleos urbanos y del poblamiento de la campaña del país de Cuyo durante la época del hispana, 1551-1810”, en Anuario de Estudios America-nos, Vol. XIX, Sevilla, 1962.

35 Sobre la pluralidad jurisdiccional en las ciudades indianas: BARRIERA, Darío “La ciudad y las va-ras: justicia, justicias y jurisdicciones (ss. XVI-XVII)”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 31, Buenos Aires, 2003, pp. 69 y ss. También MOLINA, Eugenia “De los esfuerzos por institucionalizar la campaña circundante a la consolidación de los jueces inferiores como mediadores sociales en una región periférica del Imperio español, Mendoza, 1773-1810”, en DURAD, Bernard et al. Le juge et

166 Autoridades y prácticas judiciales...

Específicamente para lograr una mejor administración del recurso hídrico, en 1782 fueron creados los jueces comisionados de acequia, con la función de entender en cuestiones relacionadas con los principales cursos, otorgándoseles expresamente la facultad de “…compeler y apremiar a los interesados [de cada acequia] para la ejecución de los reparos y abertura de dicha acequia y distribución económica de sus aguas”.36 El gobernador intendente marqués de Sobremonte, característico funciona-rio borbónico, se ocupó personalmente de la cuestión hídrica en Mendoza en el marco de sus visitas a los pueblos de su jurisdicción y de acuerdo con lo dispuesto por la Real Ordenanza de 1783. Que en 1788, coherente con su estilo de gobierno, recordara a los capitulares su obligación de mejorar las acequias “…por medio de jueces nombrados para ello…” por él mismo,37 da una idea del lugar clave que ocuparon los comisiona-dos de acequia en la administración de aguas. Estos actuaron en calidad de auxiliares de la justicia de primera instancia, mediante la realización de sumarios que debían remitir a los alcaldes ordinarios, y como jueces de ínfima cuantía en la imposición de multas, aunque no consta que tuvieran la misma jurisdicción que habían tenido los alcaldes de agua nombrados anteriormente en Mendoza y los de otras ciudades del Virreinato.38

También fueron nombrados unos comisionados con la misión de informar o dar su parecer previa vista de ojos en el marco de determinados juicios, radicados por lo general en los juzgados ordinarios. Otras veces se solicitó el concurso de una co-misión, que podía estar conformada por un regidor –o un alcalde de Hermandad, si el litigio se suscitaba en la campaña– y vecinos con intereses en la cuestión. Si bien cumplieron una función auxiliar, los comisionados fueron personas de relevancia y de estrecha confianza del juez que los nombraba; en ocasiones incluso habían ocupado una alcaldía. Sin duda constituyeron un engranaje central de la justicia de aguas admi-nistrada por las alcaldías de 1º y 2º voto, tal como se desprende de su asidua interven-

l’outre-mer: Justicia illiterata aequitate uti ¿La conquête de la toison?, Centre d’histoire judiciaire éditeur, Lille Francia, 2010.

36 MARTÍNEZ, Pedro “Régimen jurídico y económico de las aguas en Mendoza durante el virreinato (1776-1810)”, en Revista del Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene, Vol. XII, Buenos Aires, 1961, p. 18.

37 En ACEVEDO, Edberto “Algunas reglamentaciones para Mendoza en el siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 10, Buenos Aires, 1959, pp. 66-69.

38 Un acuerdo de 1802 de la Audiencia de Buenos Aires, en el que tuvo intervención el fiscal Villota, y que se originó a causa de la confusión de competencias a que dio lugar la multiplicación de magistra-turas menores en las distintas ciudades del Virreinato –en este caso particular motivado por un litigio sobre la jurisdicción del alcalde de aguas en la ciudad de Catamarca, que le era negada por los alcaldes ordinarios– determinó que éste pudiera “…proceder a imponer la multa de los cincuenta pesos […] en el caso de encontrar a alguna persona in fraganti tapando acueductos o preparándose para ello, reservándose todos los demás casos a las justicias ordinarias y en particular en las de reincidencia o en que por otras particulares circunstancias deba imponerse mayor pena”. Archivo General de la Nación, Colonia, Gobierno, Tribunales, Legajo 151. Cit. por MARILUZ URQUIJO, José María “Contribucio-nes…”, cit., p. 10.

Repartir sin pasión ni afición 167

ción en los casos substanciados a finales del período indiano y del hecho de que las providencias de los jueces solieron coincidir en todo con sus dictámenes.

Un párrafo aparte merece el nombramiento, entre fines del siglo XVIII y prin-cipios del XIX, de asesores letrados para distintos pleitos, en virtud de una Real Provisión de la Audiencia de 1785, aunque muchas veces fue difícil cumplir con ello por la escasez de abogados. Esto constituyó un verdadero inconveniente, más cuando estaban emparentados con alguno de los litigantes, caso en que podía recusarse el título. De allí que también podía ser convocado para realizar esta tarea algún letrado que estuviera de paso por la ciudad, algo frecuente en el período en razón de que Mendoza se encontraba en el camino de dos reales audiencias: la del distrito, es decir la de Buenos Aires, y la de Santiago de Chile. En 1803, por votación unánime, el Ca-bildo nombró como asesor perpetuo al Lic. Juan de la Cruz Vargas, abogado de ambas audiencias. En 1808, aparece firmando los expedientes de los juzgados en calidad de asesor el Dr. Manuel Ignacio Molina, también abogado de dichos tribunales, quien en 1809 fue elegido alcalde de 1º voto.39 En litigios por cuestiones de aguas se llegó incluso a solicitar que ejerciera el oficio un religioso que fuera licenciado, dado que no estaba prohibido.

También es de destacar la función cumplida por el procurador general del Ca-bildo, mediante peticiones que presentaba ante la corporación a nombre del pueblo, relativas a diversas necesidades. En materia de aguas, constan en las actas múltiples representaciones realizadas por este funcionario, encuadradas en la función de gobier-no aunque con las consiguientes implicancias judiciales en casos de infracciones a la normativa vigente y a las provisiones del Cabildo. Sus intervenciones se refirieron a dificultades de tránsito por inundaciones de calles, daños producidos por aluviones, etc., y muy particularmente en el período analizado, sobre limpieza y contaminación del agua.

En cuanto a las apelaciones, la Audiencia de Buenos Aires constituyó la instancia superior partir de 1885 para los casos de mayor monto y para reclamar ante ella el juez de primera instancia debía conceder el permiso, si correspondía. También actuó el cuerpo del Cabildo como tribunal de alzada en cuestiones menores, como veremos.

Prácticas en torno a la justicia de aguas en Mendoza En cuestiones de derechos de aguas se multiplicaron las denuncias y solicitudes de vecinos y los dictámenes de comisionados, lo cual consta en los documentos de Cabil-do de acuerdo con la tradición de escritura de los actos jurídicos, aunque no siempre están los fallos correspondientes. No sólo se controlaba la cantidad que llegaba a cada propiedad, sino también los daños causados a terceros por negligencias, por ejemplo, en el cumplimiento de los numerosos autos y ordenanzas sobre limpieza y recomposi-ción de acequias, cuestiones en las que los jueces comisionados de acequia tuvieron la

39 AGPM, Colonial, Carpetas 18 y 25.

168 Autoridades y prácticas judiciales...

facultad de imponer multas. Son varios los expedientes que se inician con denuncias de vecinos ante las autoridades del Cabildo, como la interpuesta por un propietario ante el juzgado de 1º voto por el grave perjuicio que habían comenzado a ocasionar a las paredes de su vivienda las aguas echadas a la calle por algunos que tenían tapadas las tomas por falta de limpieza. El damnificado solicitaba que se impusiese las “…pe-nas ordinarias pues de lo contrario reclamaré los perjuicios que se me ocasionen…”, a lo que se dio curso.40 Las sanciones a las infracciones eran establecidas de acuerdo a la gravedad de las mismas. Da cuenta de ello la actuación de una comisión nombrada por el Cabildo en 1780, formada en la ocasión por un alcalde de Hermandad y dos ve-cinos, con la específica tarea de constatar un hecho grave: si era cierto que don Andrés Abeiro había abierto de su propia autoridad una nueva toma en la acequia principal “…que pone a ésta en peligro de derrumbarse…”. En tal caso, debía compelérselo a cerrarla y además traerlo preso para el castigo correspondiente, según las superiores providencias que se tomasen.41

La aplicación de la justicia distributiva, principio que aparece claramente en las atribuciones conferidas a los distintos funcionarios encargados del reparto del agua, se puso de manifiesto muy particularmente en el uso agrícola. Los cultivos se rea-lizaban en una serie de paños en que se dividía la tierra, circunscriptos entre la red hídrica principal y secundaria. El buen aprovechamiento del oasis dio lugar a propie-dades más pequeñas, con una utilización intensiva de la tierra. En planos de la época aparecen señaladas las parcelas, cada una con su correspondiente hijuela de riego.42 Éstas se desprendían de la Acequia de la Ciudad que traía el agua de la Toma del río Mendoza. Una problema que aparece en los expedientes es la apertura de excesivas tomas realizadas particularmente en las partes altas de dicha Acequia, al suroeste, pues los vecinos que estaban a continuación, que eran los más cercanos al casco urba-no y los más antiguos, se quedaban sin agua para sus labranzas. El crecimiento de la zona cultivada y la mayor división de la tierra dieron lugar incluso a que se abrieran tomas clandestinamente, lo que era considerado grave, como hemos visto. En 1803, los dueños de las fincas ubicadas hacia el noreste se quejaron de que más arriba “…las veinte y tantas tomas del partido de Luján en que dedicados sus interesados a cultivar inmensos potreros de estancias de alfalfa en virtud de un incesante riego…” les resta-ban agua para sus tierras. Con tal motivo, el Cabildo ordenó “…disminuir y marcar las tomas de dicho partido de Luján, con proporción que se acomode a las distancias…”. Otra medida fue respecto de la cantidad de agua que entraba a cada finca:

“Que igualmente las siete u ocho tomas y acequias principales que abastecen de agua al resto de la población se arreglen con marco,

40 AGPM, Colonial, Carpeta 23.41 AGPM, Colonial, Carpeta 22.42 No deben entenderse como unidades agrícolas solamente, sino como unidades de riego, sostiene PON-

TE, Ricardo De los caciques…, cit., p. 156.

Repartir sin pasión ni afición 169

tanto en la bocatoma, como en las tomas particulares de cada uno de los interesados de dichas acequias”.43

Una cuestión recurrente fue la del uso de los sobrantes de agua. Resulta muy intere-sante un expediente iniciado ante el juzgado de 1° voto en 1803 por un conflicto entre los vecinos Antonio Lemos y Antonio Román acerca de unos desagües de la hacienda del primero, que el segundo utilizaba para el riego de sus plantaciones. Lemos había cambiado el curso del agua excedente hacia otro costado de su propiedad, para evi-tar, según dijo, las inundaciones que provocaba en la calle que dividía ambas fincas. Debido a ello, Román quedó sin agua. Lemos defendió su accionar con el argumento de que su vecino no tenía ningún derecho afianzado en el aprovechamiento de esos desagües y que sólo se servía de ellos por su negligencia y contumacia al no querer hacer uso de la acequia que le correspondía.44 Esto, y el buen estado en que había quedado la calle, dieron pie a que el comisionado Isidro Sáinz de la Maza –pariente de una de las familias más encumbradas de la ciudad que fue nombrado por el alcalde para informar en este caso particular previa inspección ocular– se pronunciara a favor de Lemos. Pero ante las argumentaciones que realizó Román en su defensa, y luego de una segunda inspección, Sáinz de la Maza cambió su informe a favor de éste.

Es de interés en este punto analizar las argumentaciones de la parte damnificada. Román se refirió en primer lugar a la antigüedad en el uso de esas aguas: “…ha más de sesenta años o setenta que la usa mi porción y la de Dn. Manuel Ilario Almandos, habiéndose criado ambas con ellas…” y luego indicó lo oneroso que le resultaría traer agua de otra acequia: no existía “…arbitrio para que la tomemos de otra parte a no ser con mayores costos…” que los que podía pagar la propiedad. Seguramente, lo meduloso de su defensa consta en el siguiente párrafo:

“Admiro en ver empeñado a un hombre en perder a otros sin más justo motivo que el de su antojo: mi hacienda no tiene ni ha tenido otra agua que la de los desagües de las haciendas del sur, y siendo una agua sobrante de los regadíos de Lemus y de otros a quienes ya para nadie sirven, se ve que Lemos, sin más formal razón que la de su voluntad y mi ruina, quiere que no la aproveche […] sin otro interés que el de hacer en la inmediación y frente de su casa una cancha para la carrera de sus caballos […] es suponerse un dominio absoluto en dichas aguas no teniéndolo.45 Persuadirse que no soy tan acreedor como él a los regadíos necesarios y obrar contra el racional sentimiento de las leyes explicado por el axioma legal quod sibi non nocet et alteris prodest cogetudo quis facere…”. 46

43 AGPM, Colonial, Carpeta 18.44 AGPM, Colonial, Carpeta 35.45 El resaltado nos pertenece.46 AGPM, Colonial, Carpeta 35. Resaltado en el original.

170 Autoridades y prácticas judiciales...

El fallo resultó finalmente a favor de quien corría el riesgo de perder su cosecha. Lo que en un primer momento había parecido una acción realizada en orden a conseguir un bien para la comunidad –el cambio de orientación de un desagüe para lograr la mejor viabilidad en una calle pública– se mostró luego como causante de un grave daño a un tercero. Éste contaba con el derecho que le otorgaba el riesgo de quedar en la ruina él y su numerosa familia, cuando la parte contraria no se vería perjudicada mayormente si las cosas seguían como estaban sino sólo en cuanto a la obtención de un bien superfluo, como lo era la disponibilidad de una calle para carreras de caballos.

El expediente muestra el manejo de antiguos principios por parte de los vecinos y pone de manifiesto la maleabilidad característica de los derechos sobre aguas, por la ineludible subordinación al bien mayor. La posesión de un derecho de aguas nunca fue absoluta y mucho menos tratándose de sobrantes. Así lo aconsejaba el sentido común en Mendoza al comenzar el siglo XIX y esto no obstante la tendencia hacia el rechazo de la propiedad colectiva (la existencia de los ejidos, por ejemplo) y la consolidación de la individual que se iba perfilando entonces, a la que se refiere Mariluz Urquijo.47 Quizá precisamente como oposición a estas nuevas tendencias, pareció necesario rati-ficar el antiguo principio de que no existía un derecho absoluto sobre el uso del agua. Finalmente, se dio prioridad a la necesidad de satisfacer un requerimiento de vital importancia para el sustento del damnificado, más allá de que éste contara también a su favor con cierta antigüedad en el uso del desagüe.

Es de notar, por otra parte, el recurso a aforismos jurídicos, en este caso mediante una cita en latín con la que se quería decir que uno está obligado a hacer lo que a sí mismo no daña y a otro aprovecha, y que remitía a la sentencia quod tibi non nocet et alteri prodest, ad id est obligatus, que la doctrina ha aplicado para los casos de aguas sobrantes de los molinos y de otros establecimientos, considerando como viable su utilización por el propietario del predio que se podía beneficiar con ellas.48 Cabe pen-sar que no fue ajeno a los fundamentos doctrinarios manejados por Román el consejo de alguno de los letrados presentes en la ciudad, aunque por la escasez de estos no ha-bría que descontar que haya intervenido algún clérigo o quizá un escribano. No olvi-demos que las familias principales de Mendoza contaban entre sus hijos a sacerdotes o doctores que se destacaban por su cultura. Varios de ellos dispusieron de bibliotecas privadas más o menos provistas, que se sumaban a las que poseían los conventos y en las que, además de libros de teología, moral o espiritualidad, se contaban ejemplares sobre leyes y doctrina política.49

47 MARILUZ URQUIJO, José María “El régimen de las tierras…”, cit., pp. 127 y ss.48 La colección de sentencias dictadas por el Tribunal Supremo de Justicia de Madrid (Biblioteca Jurídica

de la Revista general de Legislación y Jurisprudencia (Sección jurisprudencia), Recursos y Compe-tencias, Vol. VII, Madrid, 1982) contiene el texto de un recurso que cita dicho aforismo en el sentido y la doctrina admitida según la cual el dueño del predio sirviente en el acueducto tiene derecho para utilizar en el riego las aguas que no sean necesarias para el molino o establecimiento de que se trata.

49 Por ejemplo, la Recopilación de Leyes de Indias mandada a hacer por Felipe IV ocupaba un lugar de preferencia en las bibliotecas del Presbítero Juan Antonio de Leiva y Sepúlveda, D. Francisco Sánchez

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Entre los recursos utilizados en los juicios sobre derechos de tierras o aguas, estuvo también el uso de planos con un fin probatorio, de allí que por lo general estos documentos sólo contuvieran la información mínima necesaria para argumentar lo so-licitado por la parte interesada. Vale decir que eran bastante simples, ya que graficaban sólo la extensión de terreno en litigio, sin mayores detalles. Hay que decir, sin embar-go, que algunos de los realizados con la misma finalidad abarcaron una extensión más amplia, tal el de 1793, que tuvo por motivo un pleito por el uso del agua de la Acequia de Jarillar, también llamada del Rey. Este plano incluía el área fundacional y sus alre-dedores y hoy constituye un importante testimonio gráfico sobre la ciudad en el siglo XVIII. Dicho cauce había sido abierto para contener los torrentes que bajaban por la montaña de modo que no arruinasen la acequia que corría más abajo, en forma para-lela. Con el tiempo, unos portugueses pretendieron regar sus terrenos “…sin derecho con la Acequia del Rey…”; es decir, quisieron valerse del agua del mencionado curso, que sólo era para desagüe, lo que dio lugar al juicio, que finalmente se substanció ante la Audiencia de Buenos Aires.50

Plano de Mendoza a propósito de un litigio de los portugueses en la Acequia del Jarillal, 179351

Villasana, el R.P. Francisco Correa de Saa y el Escribano Pedro Simón Videla. Además, no faltaban en bibliotecas de Mendoza obras de Derecho Canónico ni de doctrina política, como el libro Política In-diana de Solórzano y Pereyra y otros de Hevia Bolaños y Castillo de Bobadilla. COMADRÁN RUIZ, Jorge Bibliotecas cuyanas del siglo XVIII, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1961.

50 Fuente: PONTE, Ricardo De los caciques…, cit. p. 112.51 Restauración digital del plano original en Archivo General de la Nación, en PONTE, Ricardo De los

caciques…, cit., p. 113. La Acequia del Jarillal o Acequia del Rey está marcada con el número 6, tal

172 Autoridades y prácticas judiciales...

No obstante dar una idea del sistema hídrico que abastecía a la ciudad, el plano de 1793 es escueto, precisamente por su carácter demostrativo de lo que específicamente se pretendía argumentar; no señala, por ejemplo, los canales secundarios ni el fraccio-namiento en parcelas del terreno irrigado, como sí ocurre prolijamente, por ejemplo, con el plano más difundido de 1802, mandado a levantar por otros motivos.

Una cuestión alarmante: la minería y la contaminación de las aguasLa zona de Uspallata, ubicada a unas 18 leguas de la ciudad, era rica en minerales y desde antiguo había allí varias minas abiertas, según informó el gobernador intenden-te Sobremonte en 1788; aunque era costoso trabajarlas –por la necesidad de fondos e instrumentos, la carencia de mano de obra y los rigurosos inviernos en la montaña– hubo quienes invirtieron caudales y esfuerzos en esta actividad: Francisco de Serra Canals, Miguel Galigniana y Clemente Benegas, entre otros. La Corona fomentó la minería en América y, concretamente en Mendoza, lo hizo mediante una Real Cédula de 1793.52 Pero las consecuencias del tratamiento de los metales produjeron alarma en la población: el uso del agua para consumo y labores agrícolas se veía afectado a cau-sa de los desechos que trapiches e ingenios mineros arrojaban a las acequias.53 Así lo muestra un litigio de 1798 con motivo de los trapiches situados en la falda de la sierra pertenecientes a Benegas, originado esta vez por una denuncia del procurador, Jacinto de Lemos, y no como un contencioso entre particulares. En su carácter de representan-te del pueblo, expuso ante el Cabildo los graves perjuicios causados a la salud pública y a los sembrados de minestras, “…como se ha experimentado que los que regaron con estas aguas perdieron la mayor parte de ellos, y del mismo modo podría suceder con las demás haciendas de viñas y alfalfares de que se sostiene este vecindario”. La corporación mandó que se diera traslado de la petición al juez protector de minas y, finalmente, se pronunció porque Benegas siguiera con su actividad a condición de la realización de pozos en los que debían quedar los residuos, de modo que no se intro-dujeran en las aguas que servían al uso de los vecinos.54

Sin embargo, la prescripción de evitar “…que los relaves y desagües del bene-ficio de metales caigan a las acequias que dan agua a la población para impedir [...] los daños que podrían seguirse en perjuicio de la salud pública…”55 no se cumplió totalmente. Esto dio lugar, en 1802, a una demanda presentada por el procurador Bue-

como se puede observar, desde ella se desprenden tres canales hacia la propiedad de los portugueses, que está señalada con el número 11.

52 MARTÍNEZ, Pedro Historia económica…, cit., p. 134.53 FIGUEROA, Paola Raquel “Trapiches e ingenios mineros en la Mendoza colonial”, en Tiempo y es-

pacio, Vol. XX, Chillán Chile, 2008, pp. 84-97 [en línea] http://www.ubiobio.cl/miweb/webfile/me-dia/222/Tiempo/2008/06%20Paola%20Figueroa%20%20Articulo%20pag%2084-97.pdf [consulta: 2 de mayo de 2011].

54 Expediente de Cabildo iniciado el 2 de junio de 1798, AGPM, Colonial, Carpeta 25.55 MARTÍNEZ, Pedro Historia económica..., cit., pp. 125 y ss.

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naventura Caveros en referencia al trapiche que el Lic. Miguel Galigniana tenía en las inmediaciones del casco urbano. Allí se purificaba la plata traída de Uspallata, utilizando para ello una corriente de agua que luego vertía en las acequias que surtían a la ciudad. Caveros se refirió al clamor de la población por las enfermedades y otros males que provocaba la contaminación del agua para el consumo doméstico y las labores rurales:

“…la más insufrible tribulación y congoja en que se halla este nume-roso vecindario a causa de estar sujeto a beber de las aguas infesta-das con los desagües de los relaves que descienden de un trapiche o ingenio de beneficiar metales de plata que está ubicado a la parte de arriba de esta Ciudad a poco más de una legua, que es del Licenciado Dn. Miguel Galigniana, cuyo desagüe necesariamente evacua en las Acequias cuyas corrientes contribuyen a esta Ciudad. Este mal tan grave dice todo el Pueblo, que es sin duda la causa de otros mayo-res, que son las continuas enfermedades que se están padeciendo, y experimentando, sin que puedan ser exterminadas, ni aun con la fuerza de sus específicos contrarios por el continuo pábulo que reci-ben para sufrimiento […] de los materiales introducidos y remezcla-dos con los metales, que hacen también se extraigan de estos unas sandaracas56 o betunes que tienen la fuerza y voracidad, no solo, de desequilibrar la más robusta naturaleza, sino también, de matar lentamente a todos los que hacen uso de tan infestadas aguas. Dolor gravísimo Sor., que se conozca el mal y no se quite a la mayor pron-titud. Si Vs. tiene a bien llamar a los Facultativos, y hacerles esta única pregunta ¿Si los antimonios y heces metalúrgicas son nocivas o no a la Humanidad? […] Esta no hay duda fue la causa que mo-vió al Soberano para prohibir expresamente que los dichos Ingenios se situasen en lugares inmediatos a Poblaciones para que estas no sufriesen la desgraciada calamitosa condición de tomar tales aguas tan malignamente teñidas como la sufre nuestro Mendoza”.57

El Procurador aludía a la Ordenanza de Minería que regía para estos reinos, que era la de Nueva España de 1783, adoptada por Sobremonte mediante un Reglamento de

56 Se llamaba así a ciertas sustancias color oro o rojas con olor a azufre, que “…son veneno por la fuerza con que corroen y abrasan, no sólo de los cuerpos, sino también de los metales, como el Antimonio y el Azufre”. ALONSO BARBA, Álvaro Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro, y plata por azogue. El modo de fundirlos todos, y cómo se han de refinar y apartar unos de los otros, Madrid, 1770, p. 22.

57 Expediente de Cabildo iniciado el 26 de marzo de 1802, AGPM, Colonial, Carpeta 25. El destacado nos pertenece.

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1785 sobre el régimen legal de minas.58 Partiendo de esa legislación sostuvo la nece-sidad de poner atención al “…agua para beber en los ríos y asientos de Minas…” y la obligación de cuidar “…la conservación de su origen, de la permanencia y limpieza de sus conductos, y de que no se use de la inficionada con partículas minerales…” e insistió en la prohibición de que se echasen los desagües de minas y lavaderos de trapiches a los arroyos que abastecían a la población.

El empresario, por su parte, alegó que si el agua que llegaba a la ciudad estaba sucia no era específicamente a causa de su trapiche sino por la multitud de minerales que cubrían las montañas, como bolarménicos y litargíricos, y que eran lavados por ríos y arroyos. Según Galigniana, el líquido se pervertía, además, por inmundicias y putrefacciones de animales y plantas que luego encontraba en el llano, “…aunque para beberlas [las aguas] las depure el Pueblo por la destilación que acostumbra…”. Y para dar más fuerza a su argumentación apelaba a la autoridad del libro Arte de los Metales, del Lic. Álvaro Alonso Barba, natural de Andalucía y Cura de Potosí.59 Ante esto, el Cabildo mandó a realizar varias inspecciones para el reconocimiento de los pozos y excavaciones que se le habían ordenado hacer a Galigniana a fin de “…evitar la introducción de los perjudiciales relaves de su trapiche en las aguas de la pobla-ción…”. Pero con motivo de haberse observado que no había realizado los suficientes, se le notificó la orden de trasladar el establecimiento a un lugar alejado o que ampliara los pozos con la “…profundidad proporcionada a resumir y agotar dichos relaves…”,

58 MARTINEZ, Pedro Santos Historia económica..., cit., p. 161. Precisamente el Título 9 de las Orde-nanzas para Nueva España dice: 1. Mereciendo la primera atención las aguas para beber en los reales y asientos de minas, ordeno y mando que se cuide muy particularmente de su conducción a ellos, de la conservación de su origen, y de la permanencia y limpieza de sus conductos, y de que no se use de la inficionada con partículas minerales 2. Prohíbo con el mayor rigor que de los desagües de las Minas de los lavaderos de las Haciendas y Fundiciones se echen las aguas a arroyos o acueductos, que las llevan a la población; y mando que se hayan de pasar por canales o se extravíen de otra manera”. GONZÁLEZ, María del Refugio –editora– Ordenanzas de la minería de la Nueva España formadas y propuestas por su Real Tribunal [en línea] http://www.bibliojuridica.org/libros/libro.htm?l=184. Des-tacado en el original.

59 En el capítulo titulado “De los nombres y usos de algunas tierras” se decía: “Famosos son en los libros de Medicina algunas suertes de tierras por los efectos que hacen en la del [sic] cuerpo humano, y no es fuera de propósito que tenga el Minero de ellas algún género de noticia para que hallándolas en la caba de sus minas, o otras semejantes las conozca y comunique […] El que llaman comúnmente bolarméni-co, por ser opinión que se trae de la Armenia, es semejante a la tierra de Lemnia dicha; desdice su color de roxo en amarillo”. ALONSO BARBA, Álvaro Arte de los metales…, cit., p. 10. Este libro tuvo una edición de 1640, realizada en Madrid por la Imprenta del Reino. El destacado nos pertenece.

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en su defecto.60 Esta última solución podía parecer la adecuada para que el trapiche siguiera funcionando, por los beneficios que la actividad minera traía a la ciudad.61

Sin embargo, en 1805 hubo una nueva controversia con motivo de la solicitud que el empresario realizó para que se le permitiese cavar un canal con el fin de ex-traviar el agua de los relaves amparándose en la promoción de la actividad realizada por el Gobernador Intendente. La corporación envió una comisión formada por un regidor, el procurador y el práctico don Ignacio Roig de la Torre, con la tarea de ins-peccionar el establecimiento, lo que se hizo en un marco de gran tensión con Galig-niana. El informe da cuenta de que al momento el único pozo que había servido para recibir los sobrantes estaba lleno y que se estaba trabajando muy lentamente en una excavación. Es llamativa una presentación realizada por el regidor alguacil mayor, don Rafael Vargas, que también consta en el expediente y en la que remitiéndose a lo dicho por el otrora procurador Caveros, denunciaba vehementemente los graves males que aquejaban a la población por el agua contaminada que iba a parar a las acequias de la ciudad. Vargas hacía hincapié en la obstinación del empresario en continuar con los trabajos en un trapiche ubicado en las cercanías de la ciudad y sin obedecer las disposiciones del Cabildo.62

Este proceso muestra que la colisión entre los intereses particulares y el bien general, entre intereses económicos y la salud pública, no siempre dio lugar a que se lograran imponer las medidas necesarias en beneficio de la comunidad, ni siquiera tratándose de la pureza del agua para beber. El hecho de que ciertas acciones lesivas de los intereses del común se inscribieran en políticas trazadas por la Corona, como el fomento de la minería, pudo incidir en la falta de una firme determinación de las autoridades locales para imponer las resoluciones adoptadas. De todas maneras, en lo relativo a la minería en Mendoza, las controversias debieron disminuir, dado que para la época la actividad había sufrido una gran declinación, y a fines del período indiano muchos establecimientos fueron abandonados.63

60 AGPM, Colonial, Carpeta 25. Cuatro años antes se había suscitado un litigio similar con motivo de los trapiches situados en la falda de la sierra, pertenecientes a don Clemente Benegas. En ese momento el procurador Jacinto de Lemos denunció no sólo los perjuicios causados a la salud pública, sino también a los sembrados de minestras, “…como se ha experimentado que los que regaron con estas aguas per-dieron la mayor parte de ellos, y del mismo modo podría suceder con las demás haciendas de viñas y alfalfares de que se sostiene este vecindario”. El Cabildo mandó que se diera traslado de la petición al juez protector de minas y finalmente dispuso que Benegas siguiera con su actividad si evitaba el daño mencionado mediante la realización de pozos en los que debía quedar el agua de los relaves, evitando así que se introdujeran en las que servían “al uso de los vecinos”. Expediente de Cabildo iniciado el 2 de junio de 1798, AGPM, Colonial, Carpeta 25.

61 FIGUEROA, Paola Raquel “Trapiches e ingenios mineros…”, cit.62 Expediente de Cabildo iniciado el 26 de marzo de 1802, AGPM, Colonial, Carpeta 25.63 MARTÍNEZ, Pedro Santos Historia económica…, cit., p. 148 y CORIA, Luis Alberto Evolución eco-

nómica de Mendoza en la época colonial, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1988, p. 187.

176 Autoridades y prácticas judiciales...

Incidencia de los grupos de poder en las resoluciones del CabildoLos miembros del Cabildo solían señalar su condición de tales en defensa de sus inte-reses, tal como lo muestra una presentación de 1801 realizada ante la corporación por don Nicolás Corvalán, regidor alférez real, quien se quejaba lastimosamente de que “…a pesar de mi mérito y privilegios, soy el más destituido en el común goce de las aguas para los riegos de hacienda, tanto que el presente año, aun siendo general el au-mento de cosechas, he sido singular en la escasez de la mía”.64 Pero además, como se sabe, la influencia de los capitulares se fortalecía por las redes de intereses formadas entre los miembros de la elite. A ello se agrega que las ciudades de corto vecindario, como Mendoza, eran más proclives a que las distintas funciones de gobierno y justicia estuvieran en manos de unas pocas familias emparentadas entre sí, todo lo cual cons-tituía un campo fértil para las arbitrariedades.

Desde mediados del siglo XVIII un círculo de parientes con influencias en la audiencia de Santiago se hizo fuerte en el cabildo mendocino, ocupando varios de sus asientos e incluso, en un determinado momento, el cargo de subdelegado de real hacienda y guerra, además de puestos eclesiásticos.65 La supresión del corregidor y justicia mayor hizo que la función judicial quedara exclusivamente en la corporación, y por ende en manos de ese grupo, sin otros controles en el orden local. Existen de-nuncias sobre atropellos realizados por los capitulares, entre ellas las efectuadas por alguien poco sumiso como el catalán Francisco de Serra Canals, tanto en alegatos que presentó en contra del ayuntamiento como en una obrita literaria que en forma de diálogo entre un español y un indiano escribió hacia 1800.66 Sin embargo, si nos ate-nemos a los expedientes judiciales, no siempre es fácil descubrir los abusos de quienes contaron con distintos resortes de poder, aunque la conjetura adquiere veracidad si uno de los interesados en el pleito era pariente de un miembro del Cabildo o de alguno de los pocos letrados que había en la ciudad con posibilidad de intervenir como asesor de los juzgados ordinarios.

Lo dicho se vislumbra, no obstante no contar con el fallo final, en un juicio de 1801 entre Felipe Calle y Francisco Javier de Rozas. Este último pertenecía a una de las familias que controlaban el gobierno de la ciudad, y contaba en ese momento con su pariente Domingo Corvalán en el cargo de alcalde de 1° voto, y con un aliado del grupo, Fernando Guiraldes, en el de 2º voto. Calle había recibido la orden de abrir en su hacienda de alfalfares una servidumbre de desagüe y una calle, de acuerdo con el pedido de un grupo de vecinos que se caracterizaban a sí mismos como pobres e infelices que sufrían los perjuicios de la negativa de aquél a realizar la obra. Según de-cían, cuando Calle compró la propiedad ésta contaba desde hacía 30 años con un surco

64 AGPM, Colonial, Carpeta 25. 65 COMADRÁN RUIZ, Jorge “Las tres casas reinantes de Cuyo”, en Revista de Historia y Geografía,

Vol. CXXVI, Santiago, 1958, p. 83.66 SERRA CANALS, Francisco de El celo del español y el indiano instruido (estudio preliminar de Jorge

Comadrán Ruiz), CEIHC-UBA, Buenos Aires, 1979, p. 89.

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capaz de “…cursar las crecientes de las aguas…” que bajaban de la finca colindante, perteneciente a Francisco Xavier de Rozas, que también estaba entre los suscriptores de la petición. Para reforzar su postura, Calle por su parte presentó un plano en el que señalaba su hacienda y las contiguas, como prueba de que entre estas últimas ninguna era de propiedad de los vecinos firmantes, los que por lo tanto no debían tener una razón justificada para accionar contra él, y de que el único interesado en la apertura de la servidumbre era Rozas, quien además habría sido uno de los promotores de que él comprara ese terreno. De la lectura del expediente se desprende que quien movilizaba la solicitud de los vecinos era precisamente el mencionado don Francisco Xavier. Éste se afanaba por que don Felipe construyera la servidumbre de paso para que recibiera los desagües de su propiedad a través de un cauce que había desviado para que no co-rrieran por el centro de la misma.67 Ello explica también que Calle pasara por alto en sus alegatos toda referencia al apoderado del grupo de vecinos y hablara directamente de los autos que tenía con Rozas.68

El caso evidencia las astucias que podían ponerse en juego para obtener bene-ficios particulares, como presentar en calidad de demandantes a terceros que no tu-vieran un interés real en el litigio. El bien de los pobres y de un grupo numeroso era invocado para imponerse en perjuicio de otro, pero detrás de esa supuesta necesidad de muchos se escondía el interés individual de un tercero, que pretendía deshacerse de sus desagües de la manera menos costosa para él. Otra cuestión que aparece es la dificultad ya mencionada para designar un asesor letrado que no tuviera vinculaciones con alguna de las partes. El expediente fue pasado al Dr. José Agustín de Sotomayor, quien por el momento estaba ausente en Santiago de Chile, y luego al Dr. Francisco de la Barra, abogado de la Audiencia de Santiago. Don Felipe impugnó este último nom-bramiento por “…considerar que no puede un forastero aconsejar en puntos de hecho, costumbre y práctica que desde luego desconoce, cuando por otra parte no es abogado del reino [del Río de la Plata] ni con facultades para usar en él de su ministerio…”. Y respecto del dictamen que luego realizó Sotomayor –y que fue en beneficio de su pariente– lo rechazó por ser “…notoriamente nula esta providencia […] en atención a la implicancia legal que tiene como sobrino carnal y compadre de Dn. Francisco Javier de Rozas”. Frente a ello, el Cabildo decidió nombrar a otro letrado, esta vez en la persona del ya conocido Miguel Galigniana, pero los vecinos peticionantes en el juicio lo recusaron en razón de que residía en casa de Calle “…o en lo de su suegra…”

67 En el derecho indiano se encontraban presentes entre las servidumbres urbanas distintas figuras de ser-vidumbres romanas, como la servitus fluminis, que se daba “…cuando el gravado debe soportar que las aguas del predio dominante sean encauzadas hacia él por caño o de otra guisa”. DOUGNAC, Antonio “El derecho de aguas…”, cit., p. 117. Destacado en el original.

68 Con el plano también pretendió probar que Rozas había realizado una innecesaria y caprichosa des-viación de la acequia que regaba su terreno y que si era restituida a su trazado original sus sobrantes podrían salir a una calle que corría por el borde de la finca, evitando que su propiedad fuera gravada con una servidumbre que pasara por el medio.

178 Autoridades y prácticas judiciales...

y solicitaron que “…de no haber en la ciudad otro profesor incorporado a la Audiencia del distrito…”, el Alcalde se expidiese de una vez “…con algún parecer privado…” o del modo que le pareciese más conveniente.69

En una oportunidad anterior, en 1785, el Cabildo también había negado a Felipe Calle el permiso para desviar un curso de agua para la construcción de un molino de trigo, luego de una inspección realizada por el Procurador General y cuatro vecinos involucrados en la acequia en cuestión. Estos dijeron haber constatado el “…notable perjuicio a las haciendas interesadas, además de no tener acción el dicho Dn. Felipe al terreno donde pretende construirlo”.70 En aquel momento el círculo contaba con al menos cuatro individuos con asiento en el Cabildo, entre familiares y aliados: Juan Martínez de Rozas (padre de Francisco Xavier) en el cargo alcalde de 2º voto, Nicolás Corvalán en el de regidor alférez real, Francisco Javier de Molina, regidor alcalde provincial, y Fernando Guiraldes, regidor alguacil mayor. Es evidente que no obstante las visitas realizadas por el Gobernador Intendente a las ciudades sufragáneas de su jurisdicción, nada o muy poco hizo o pudo hacer en cuanto a que se cumplieran las leyes de no elección de parientes en los cargos capitulares. La compra de algunos regimientos por parte de los miembros del grupo hizo que desde mediados de siglo se posicionaran cada vez más en la corporación y, ausente el corregidor, fue escasa la oposición que encontraron.71 De allí que se redujeran las garantías de un juicio justo para aquellos cuyos intereses eran contrarios a los de la camarilla.

No hay que pensar, sin embargo, que el Cabildo actuaba siempre en bloque cuan-do el interés de alguno de sus miembros estaba en juego, tal como queda de manifiesto en un expediente iniciado en 1808 por el regidor alguacil mayor Rafael Vargas, pro-pietario de ese regimiento desde hacía unos años y ya al término de su actuación en la corporación. Éste solicitó que no se diera permiso a Manuela Zapata para abrir una toma en la acequia del Tajamar, que ésta estaba construyendo a fin de hacer producir su tierra. Arguyó que una toma en el lugar elegido provocaría el derrame del agua y el consiguiente daño a los edificios de su propiedad. Fundamentaba su posición en un fallo de años atrás, contrario a que se instalara un molino en dicho lugar y en el que se invocaron iguales motivos, pero el expediente de aquel juicio, necesario para probar su argumento, se había extraviado. El alcalde de 1° voto arbitró a favor de doña Manuela, no sólo en razón de que ya había invertido en la obra sino porque estaba en riesgo de perder sus sembradíos. Vargas se presentó entonces ante el cuerpo capitular, que obró para el caso como tribunal de apelación, y alegó que el parentesco político del alcalde con la mujer había llevado a éste a expedirse de esa forma. Sin embargo, ya fuera porque Vargas no contaba con la influencia entre los demás miembros de la corporación que quizá sí tuviera aquélla, o simplemente porque no le asistía la razón,

69 AGPM, Colonial, Carpeta 25.70 AGPM, Colonial, Carpeta 25.71 SANJURJO DE DRIOLLET, Inés Muy ilustre…, cit., pp. 245 y ss.

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el fallo fue a favor de doña Manuela, previo nuevo informe de un perito que sostenía la improbabilidad de que el agua rebalsara a causa de la toma en cuestión.72

Consideraciones finalesDe la lectura de los expedientes se desprende que en el período del Virreinato existía en Mendoza una cultura jurídica en torno a la cuestión hídrica que se apoyaba en antiguos principios, fundamentalmente el del bien común sobre el particular y el de la justicia distributiva: que no falte a nadie, y esto debido a que se trataba de un bien del que dependía la vida de la población y el producto de la tierra. De ellos derivaba toda la normativa expedida por el Cabildo: sobre la pureza del agua, la limpieza de las acequias para evitar inundaciones, el control de la apertura de nuevas tomas a fin de no causar la escasez a los usuarios de más abajo, etc.

No obstante, se ha observado la presencia de intereses de particulares o de grupo con influencias en la justicia capitular, que podían incidir en que se favoreciera más a unos que a otros. En el caso de la minería, por ejemplo, fue engorroso para los jueces capitulares discernir o hacer efectivas las directivas para que prevaleciera la salud del pueblo. Pero sin dudas al tratarse de un bien escaso –variable en su disponibilidad– y esencial para la subsistencia y la economía, no podían permitirse demasiados excesos. La necesidad de que todos contaran con el mínimo indispensable daba lugar a una constante recomposición del acuerdo social. Los estrados judiciales fueron el esce-nario principal en el que se dirimieron tales cuestiones y estuvieron abiertos para que todos los vecinos pudieran presentar sus petitorios, en los que se observa el recurso a antiguos preceptos con raíces en el derecho castellano.

Entre los dispositivos utilizados en los juicios se apeló a fallos de la justicia ex-pedidos anteriormente, vistas de ojos e informes de peritos, la opinión de interesados directos y la presentación de planos, además de la detallada descripción –generalmen-te exagerada intencionalmente– de los perjuicios o la pobreza que padecían los que se sentían damnificados. Varios petitorios revelan el conocimiento del derecho y la doctrina vigentes en Indias, lo que permite presumir que debió recurrirse frecuente-mente al consejo de personas instruidas en la materia, como un escribano o bien algún clérigo, hecho que debió verse favorecido por la formación que tenían los religiosos y su estrecho contacto con la población. La actuación de asesores letrados en los juz-gados ordinarios aparece en juicios de importancia a principios del siglo XIX, aunque a veces costó dar con alguno que no tuviera parentesco o intereses en común con las partes porque eran escasos.

Puede decirse que si la red hídrica principal y secundaria de ese sistema de ace-quias con raíces prehispánicas estructuró el espacio geográfico, los litigios y arreglos en torno al uso del agua muestran el despliegue de una serie de principios y prácticas que configuraron una cultura jurídica y de vida comunitaria particular. Vale recordar

72 AGPM, Colonial, Carpeta 25.

180 Autoridades y prácticas judiciales...

lo que años después dijo Sarmiento sobre las comunidades agrícolas cuyanas, acerca de que las experiencias deliberativas y la imperiosa necesidad de concertar en función del bien común sobre ese recurso vital y escaso en la zona, fueron un antecedente clave de la organización de los municipios en el siglo XIX en la región.73

73 SARMIENTO, Domingo Faustino Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina, Imprenta de Julio Belin I Ca., Santiago de Chile, 1853, p. 181. Sarmiento se refiere en particular a San Juan, la otra provincia cuyana con un sistema de riego y reparto de agua similar a Mendoza, pero tales conceptos se aplican perfectamente a ésta.

Trayectorias judiciales, movilidad social y vida públicaLos jueces inferiores en Mendoza, 1770-1810

EUGEnia Molina

En un balance sobre los estudios de las elites en la Hispanoamérica colonial, Michel Bertrand remarcó la importancia de articular la reconstrucción de los entramados familiares y los trayectos en el control de las instituciones locales.1

Estas investigaciones conforman una sólida línea historiográfica para el área riopla-tense que ha permitido conocer los procesos en su especificidad regional a partir de enfoques microanalíticos que siguen a las elites en sus espacios jurisdiccionales.2

En el caso de Mendoza, ya en la década de 1950 Jorge Comadrán Ruiz se había ocupado de la estrecha relación entre la consolidación del Cabildo y el fortalecimiento de un cerrado entramado familiar que llegó a controlar la vida política local, pero en sus estudios y en los de otros autores se ha forzado esta vinculación hasta llegar a sos-tener la tesis de una oligarquía que, originada en la fundación de la ciudad (1561), se habría proyectado hasta fines del siglo XIX.3 Contrariamente, recientes investigacio-nes han revelado cómo la elite que arribó a 1810 venía reconfigurándose y lo seguiría

1 BERTRAND, Michel “Los modos relacionales de las élites hispanoamericanas coloniales: enfoques y posturas”, en Anuario IEHS, núm. 15, Tandil, 2000. Sobre las articulaciones entre familia, elite, red social e instituciones indianas, la producción hispanoamericana es enorme; a modo ilustrativo ver CASTELLANOS, Juan Luis y DEDIEU, Jean-Pierre –directores– Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, CNRS, Paris, 1998.

2 PUNTA, Ana Inés Córdoba borbónica. Persistencias coloniales en tiempos de reforma (1750-1800), Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1997; MARCHIONNI, Marcelo “Una elite consolidada. El Cabildo de Salta en tiempos de cambios”, en MATA DE LÓPEZ, Sara –compiladora– Persistencias y cambios: Salta y el Noroeste argentino. 1770-1840, Prohistoria, Rosario, 1999; TÍO VALLEJO, Ga-briela Antiguo Régimen y Liberalismo. Tucumán, 1770-1830, Facultad de Filosofía y Letras de la Uni-versidad Nacional del Tucumán, Tucumán, 2001; FREGA, Ana Pueblos y soberanía en la revolución artiguista. La región de Santo Domingo Soriano desde fines de la colonia a la ocupación portuguesa, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2007; BARRIERA, Darío “El equipamiento político del territorio. Del pago de los Arroyos a la ciudad de Rosario (1725-1852)”, en Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la Capilla al Municipio (1725-1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010 y “Un rostro local de la Monarquía Hispánica: justicia y equipamiento político del territorio al sureste de Charcas, siglos XVI y XVII”, en CLAHR, Vo1. 15, núm. 4, 2006.

3 COMADRÁN RUIZ, Jorge “Las tres casas reinantes de Cuyo”, en Revista chilena de Historia y Geo-grafía, núm. 126, Santiago, 1958 y “Mendoza hacia la Revolución de Mayo (1776-1853)”, en AAVV La ciudad de Mendoza. Su historia a través de cinco temas, Fundación Banco de Boston, Mendoza, 1991; CUETO, Adolfo Omar “Elites: un poder que cambia para permanecer. Las elites políticas en la Historia de Mendoza. 1561-1918”, en Revista de Estudios Regionales. CEIDER, núm. 19, Mendoza, 1998.

182 Autoridades y prácticas judiciales...

haciendo con la Revolución y la guerra, primero, y las transformaciones sociales y económicas que acompañaron la formación del estado provincial y las guerras civiles, después. Beatriz Bragoni ha mostrado con qué estrategias las parentelas llegadas a mediados del siglo XVIII lograron posicionarse en el espacio político4 y, en una in-vestigación para el período 1810-1820, hemos marcado la relevancia de la migración peninsular en la reconfiguración del grupo que condujo la Revolución.5

En efecto, este trabajo intenta reflexionar sobre la tesis que plantea que ya antes del proceso revolucionario el entramado de familias que había controlado la institu-ción municipal fue atravesada por la aparición de hombres nuevos, los cuales si bien no lograron cargos capitulares con asiento y voto, comenzaron a ejercer magistraturas con las que iniciaron el fortalecimiento de su capital social.

La elección de esta vía de abordaje de la elite se vincula con dos aspectos teórico-metodológicos. Por una parte, con el rol que la justicia tenía en la experiencia coti-diana de estas sociedades, como objeto básico del oficio de gobierno en el Antiguo Régimen;6 de allí que representarla, aun en forma delegada, otorgaba a quien la ejercía un prestigio adicional al que ya debía tener para acceder al cargo. Por otra parte, la opción de analizar a estos actores de la justicia menor tiene que ver con el proceso de consolidación del cabildo como poder autónomo7 en el contexto de la creación del Virreinato y de la implementación de la Real Ordenanza de Intendentes, en tanto la desaparición del corregidor luego de 1785 selló la acumulación de funciones del municipio mendocino, entre las cuales la justicia se volvió preponderante.8 Como en otros ámbitos rioplatenses, ese fortalecimiento capitular implicó la extensión de su

4 BRAGONI, Beatriz Los hijos de la revolución. Familia, negocios y poder en Mendoza en el siglo XIX, Taurus, Buenos Aires, 1999.

5 MOLINA, Eugenia “La reconfiguración del grupo dominante local durante el proceso revolucionario en Mendoza (Argentina), 1810-1820. Un análisis a partir de los funcionarios subalternos de justicia”, en Secuencia. Revista del Instituto Mora, núm. 73, México, 2009.

6 HESPANHA, Manuel A. “Sabios y rústicos. La dulce violencia de la razón jurídica”, en La gracia del derecho. Economía de la cultura en la edad moderna, Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, Madrid, 1993. Las tensiones entre este sentido comunitario de la justicia y la actuación de los jueces en MANTECÓN MOVELLÁN, Tomás “El mal uso de la justicia en la Castilla del siglo XVII”, en FOR-TEA, José et al. –editores– Furor et rabies. Violencia, conflicto y marginación en la Edad Moderna, Universidad de Cantabria, Santander, 2002.

7 SANJURJO, Inés Elena Muy Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento. El cabildo de Mendoza en el siglo XVIII. Estudio institucional, Facultad de Filosofía y Letras, Mendoza, 1995.

8 MOLINA, Eugenia “De los esfuerzos por institucionalizar la campaña circundante a la consolidación de los jueces inferiores como mediadores sociales en una región periférica del Imperio español. Men-doza, 1773-1810”, en DURAD, Bernard et al. –directeurs– Le juge et l’outre-mer: Justicia illiterata aequitate uti ¿La conquête de la toison?, Centre d’histoire judiciaire éditeur, Lille (Francia), 2010, pp. 17-48. Sobre la justicia de aguas ver el trabajo de Inés Elena Sanjurjo en este mismo volumen.

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control sobre el territorio a su cargo y fue en ese equipamiento institucional9 donde apeló como recurso a estos jueces menores.10

Teniendo en cuenta estos aspectos se ha delimitado el período a abordar entre el año 1773, que marca los inicios del proceso de equipamiento pues por primera vez se designaron alcaldes de barrio en Mendoza, y 1810, que da inicio al proceso revolucio-nario local que generó una reordenamiento de las prácticas institucionales.11

Una pluralidad de jurisdicciones para gobernar “lo vasto” del territorioLos cabildos rioplatenses iniciaron a fines del siglo XVIII una política de equipamien-to territorial para controlar el crecimiento producido en las campañas contiguas al sector urbano. Siguiendo lo planteado por Darío Barriera, las autoridades capitulares de dos siglos después buscaron instalar en las áreas de su jurisdicción las relaciones sociales y judiciales que, expresadas institucionalmente, organizaban una extensión como espacio político.12 En Tucumán, el cabildo desplegó lo que Gabriela Tío Valle-jo ha llamado “reforma judicial” a partir de 1796, esto es, un conjunto de medidas que fueron definiendo las esferas de acción y fuente de legitimidad de una serie de jueces que debían ejercer su función en un continuum urbano-rural, con vista a evi-tar superposiciones jurisdiccionales que afectaran el control de la población y sus actividades.13 En Córdoba, el despliegue de alcaldes pedáneos en la campaña intentó garantizar la vigilancia en una amplia área en la que la ganadería iba adquiriendo pre-sencia creciente.14 Incluso en el área bonaerense la ocupación de los territorios estuvo

9 Este concepto lo tomamos de recientes investigaciones de Darío Barriera; si bien él se refiere específi-camente a la voluntad ordenadora de la Monarquía, consideramos que en tanto los cabildos cumplían funciones judiciales delegadas se les puede aplicar la misma intención de incorporar y controlar terri-torios a partir de una cobertura institucional en las relaciones sociales desplegadas en un determinado espacio. “Conjura de mancebos. Justicia, equipamiento político del territorio e identidades. Santa Fe del Río de la Plata, 1580”, BARRIERA, Darío –compilador– Justicias y fronteras. Estudios sobre historia de la justicia en el Río de la Plata. Siglos XVI-XIX, EDITUM, Murcia, 2009, pp. 45-46.

10 TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen…, cit.; ROMANO, Silvia “Instituciones coloniales en contextos republicanos: los jueces de la campaña cordobesa en las primeras décadas del siglo XIX la construcción del espacio provincial autónomo”, en HERRERO, Fabián –compilador– Revolución, po-lítica e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp. 175-178; FRADKIN, Raúl y BARRAL, María Elena “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en FRADKIN, Raúl –com-pilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007, pp. 25-58.

11 MOLINA, Eugenia “Justicia y poder en tiempos revolucionarios: las modificaciones en las institucio-nes judiciales subalternas de Mendoza (1810-1820)”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 35, Buenos Aires, 2008.

12 BARRIERA, Darío “Conjura de mancebos”, cit.13 Mientras los jueces cuadrilleros, designados por el alcalde provincial, tendieron a desaparecer, se con-

solidó la presencia de los alcaldes pedáneos nombrados por el cabildo, lo que habría reflejado la con-solidación del poder capitular. TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen…, cit., pp. 116-135.

14 ROMANO, Silvia “Instituciones coloniales…”, cit.

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acompañada no sólo por la multiplicación de jueces menores sino por la instalación de parroquias y milicias que configuraron pequeñas comunidades políticas.15

La jurisdicción mendocina también vio crecer su población y habían surgido villorrios por distintos factores sociodemográficos: algunos en torno de oratorios fa-miliares que fueron elevados a capillas y parroquias; otros en terrenos cada vez más intensamente incorporados a la actividad agrícola y varios arraigados a la vera del ca-mino real que venía desde el Desaguadero, al este, hasta la ciudad, y desde ella por el norte hacia la cordillera y Chile. Teniendo en cuenta este desarrollo, no resulta extraño que en 1773 comenzasen a designarse los primeros alcaldes de barrio para ordenar un espacio cuyos habitantes y actividades económicas crecían persistentemente.16 El acuerdo que los nombró por primera vez remarcaba ese objeto de control: “…respecto de la distancia de terrenos de que se compone la Ciudad a que no puede concurrir la Justicia Ordinaria en algunas urgencias que se proporcionan se nombren Alcaldes de barrio en sujetos que sepan desempeñar su obligación…”.17 Los alcaldes de barrio se definieron frente a los de Hermandad, quienes debían abarcar la amplitud de la cam-paña; sin embargo, también se distinguieron de los comisionados, designados por el corregidor, el intendente y luego hasta el virrey, además del cabildo, para realizar una comisión determinada.18

Existía cierta diferenciación espacial entre ambas alcaldías menores, en tanto las de barrio tenían que cumplir en un área específica casi las mismas funciones que los de Hermandad venían realizando desde inicios del siglo XVII en yermos y despo-blados.19 No obstante, los lindes eran bien difusos pues no se reprodujo la distinción urbano-rural que caracterizó a estos institutos en otras ciudades rioplatenses.20 Así, si

15 FRADKIN, Raúl y BARRAL, María Elena “Los pueblos…”, cit. Sobre esta articulación de las tres redes institucionales (judicial, religiosa, militar) a través de las cuales se buscaba el control rural, GA-RAVAGLIA, Juan Carlos “La cruz, la vara, la espada. Las relaciones de poder en el pueblo de Areco”, en BARRIERA, Darío –compilador– Justicia y fronteras…, cit., pp. 89-117.

16 COMADRÁN RUIZ, Jorge “Nacimiento de los núcleos urbanos y del poblamiento de la campaña del país de Cuyo durante la época hispana (1551-1810)”, en Anuario de Estudios Americanos, Tomo XIX, Sevilla, 1962 y BECERRA DE GARRAMUÑO, Alicia Difusión de las ondas de poblamiento en la República Argentina en el sector comprendido entre el río Salado del Norte y el río Colorado, Informe de CONICET, 1981, inédito (agradecemos al Dr. Rodolfo Richard Jorba habernos permitido acceder a este material).

17 Acuerdo del 19 de abril de 1773, en Archivo General de la Provincia de Mendoza (en adelante, AGPM), colonial, sección gobierno, carp. 15, doc. 12.

18 Acuerdo del 16 de febrero de 1782, en AGPM, colonial, carp. 16, doc. 8.19 En 1775 el gobernador Domingo Ortiz de Rozas reafirmó la limitación territorial de los alcaldes de

Hermandad, basándose en la Recopilación de Castilla. SANJURJO, Inés Muy Ilustre…, cit., p. 201.20 Tanto en Córdoba como en Tucumán los alcaldes pedáneos se vincularon con ámbitos rurales, mientras

que los de barrio lo hicieron con el espacio urbano. ROMANO, Silvia “Instituciones republicanas…”, cit. y TÍO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen…, cit. También en Buenos Aires se produjo esta distinción: DÍAZ COUSELO, José María “Los alcaldes de barrio en la ciudad de Buenos Aires”, en Derecho y Administración Pública en las Indias hispánicas. XII Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, Vol. I, Cuenca, 2002.

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en un comienzo las alcaldías de barrio se orientaron a las concentraciones de extra-muros inmediatas a la ciudad, pronto se designaron también para parajes más alejados como Rodeo del Medio21 o Chacras de Coria,22 distantes 15 o 20 kilómetros del casco citadino.

También los distinguían sus funciones judiciales, pues si los de Hermandad po-dían actuar en causas de mínimo monto, a los de barrio no les fue otorgada esta atribu-ción, sino sólo responsabilidades como auxiliares de justicia: “…los reos que dieren merito a ser apreendidos los hagan traer â la Carcel publica dando noticia de sus delitos à quales quiera de los Jueces Ordinarios…”.23

Las casuísticas designaciones de los jueces comisionados, a su vez, complejiza-ron esta pluralidad jurisdiccional ya notable, y ello no sólo por el objeto de su oficio sino también por la fuente de donde derivaba su capacidad de juzgar. Eran designados para cuestiones específicas –“comisiones”– que en Mendoza estuvieron conectadas, sobre todo, con la provisión de agua, siendo nombrados para ocuparse de la compos-tura de acequias y tomas, apertura de ramales nuevos, cobro de prorrata entre los veci-nos para pagar el mantenimiento de aquéllas, entre otras labores.24 En este aspecto, no menor dado el clima árido de la región, también recibían jurisdicción para colaborar con los alcaldes capitulares:

“…para atender à la distribución de Aguas, y cuidar de los Daños, que su desorden se originan […] porque en lo basto de esta pobla-ción no es posible que dos individuos puedan hacer respetables sus providencias con el castigo de los transgresores, y haviendo medi-tado varios medios, [...] nombran Juez Comicionado para la distri-bución de Aguas, y reparos utiles, y necesarios, en cada una de las assequias Principales, de esta Ciudad sus Chacras y extramuros...”.25

Pero no sólo podían ser elegidos por el cabildo sino también por el corregidor, el intendente26 y el virrey.27

21 Acuerdo del 15 de marzo de 1777, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 3.22 Acuerdo del 10 de enero de 1784, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 10.23 Acuerdo del 19 de abril de 1773, en AGPM, colonial, carp. 15, doc. 12. 24 Ver acuerdos del 6 de noviembre de 1773, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 15, doc. 12; 9 de

noviembre de 1776, carp. 16, doc. 2; 23 de noviembre y 14 de diciembre de 1782, carp. 16, doc. 8; 10 de enero de 1784, carp. 16, doc. 10.

25 23 de enero de 1771, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 22, doc. 3.26 Hilarión Jurado era juez comisionado nombrado por el gobernador intendente para el arreglo de la

acequia del Trapiche. “Hilarión Jurado contra Felipe Galaín por injurias”, marzo de 1789, AGPM, colonial, judicial criminal, carp. 2, doc. G-1.

27 Tal el caso de Miguel Teles, quien se presentó al cabildo local con un auto en el que el virrey lo desig-naba “…juez privativo de las Asequias del Jarillal y Guebara con especial comisión para el arreglo, y distribución de las Aguas de de dichas Asequias…”. Acuerdo del 21 de enero de 1804, AGPM, colo-nial, sección gobierno, carp. 18, doc. 5.

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Hay que marcar que aun en los años en que se regularizó la elección de alcaldes de barrio entre 1773 y 1784, también se nombraron jueces comisionados para parajes específicos28 y cuando se dejaron de realizar nominaciones anuales para los primeros, se terminó por identificar a ambos en barrios determinados. El instituto de alcalde de barrio, así, no dejó de estar conceptualmente conectado con la noción de “comisión” en un espacio particular, lo cual había sido expresado al intentar delinear su ámbito de actuación:

“...se le confiere la facultad necesaria para que cele, reprenda y apre-enda en todos los casos criminales los desordenes que se cometiesen para cuio efecto, los vecinos que comprendieren el termino de su jurisdicción lo reconoceran por tal Juez de comicion obedeciéndolo puntualmente sus ordenes, auxiliandolo en los casos que se le ofre-cieren administrar justicia sola pena de que sean reprendidos y casti-gados con las penas prevenidas a los inobedientes”.29

También el alcalde de barrio y el comisionado se asimilaron en el uso cotidiano al cargo de alcalde o juez pedáneo,30 que en otras ciudades rioplatenses remitía a una delimitación jurisdiccional precisa, mostrando las fuentes un sentido indistinto con el cual vecinos y autoridades tendieron a utilizarlo.31

El cabildo fue procediendo con un criterio de prueba y error en la consolidación de su política territorial32 y, aun así, la trayectoria marcó una creciente institucionali-zación reflejada, por una parte, en la fecha en que se elegían, por cuanto si al principio los nombramientos se realizaron en cualquier momento del año tendió a vincularse con la elección del resto de los capitulares a comienzos de él;33 pero, por otra parte, el

28 En abril de 1780 se nombró a Jerónimo Márquez como juez comisionado del Infiernillo por los “…des-ordenes y averias que se ejecuten por los Malvados que en dicho Barrio residen…”. AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 6.

29 20 de abril de 1773, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 22, doc. 10.30 En las fuentes comenzó a aparecer el término a fines de la década de 1780. En otras ciudades, como

Tucumán, se usaba como sinónimo de “jueces territoriales” y “jueces rurales”, pero allí aparecían diferenciados de los comisionados en tanto luego de 1796 estos eran exclusivamente nombrados por el gobernador, mientras los pedáneos lo eran por el cabildo. TIO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régi-men…, cit., p. 121. En Córdoba, los jueces pedáneos eran estrictamente rurales y designados por el gobernador, aunque para un período inmediatamente posterior. PEÑA, Roberto “Los jueces pedáneos en la provincia de Córdoba (1810-1856)”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 2, Buenos Aires, 1974, pp. 121-148.

31 “Causa promovida por Juan de Dios Correas, alcalde de segundo voto, contra Juan Antonio Guajardo por robo de ganado”, agosto de 1802, AGPM, colonial, judicial criminal, carp. 2, doc. G-7.

32 Para la ubicación de barrios y parajes, PONTE, Ricardo De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias. Cinco siglos de historia de acequias, zanjones y molinos, INCIHUSA-CONICET, Mendoza, 2005, p. 152.

33 Las nominaciones de alcaldes de barrio y las elecciones capitulares coincidieron en el mes de enero en 1775, 1778, 1779, 1783 y 1784.

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fortalecimiento de la alcaldía en el ordenamiento local se expresó en su incorporación a los actos habituales del cabildo, los que “por costumbre” se repetían anualmente.34 Ya en 1776 se fundamentó su renovación en “…la costumbre de elexir Jueces de barrios para que prontamente puedan puedan reparar los daños y los desordenes que se cometen á causa de no poder dar avasto y concurrir los Alcaldes ordinarios y de la hermandad…”.35 y todavía en 1784 ello volvía a ratificarse, afirmando que se los ele-gía “…respecto de la costumbre establecida”.36 Finalmente, otro indicio del esfuerzo por reforzar su rol como delegados del cabildo se expresó en la autorización de portar los signos externos del ejercicio de la justicia; así, en 1775 se dispuso que “…para el cumplimiento de sus cargos y que sean respetados se les permite cargar la Insignia de la Justicia…”.37

Sin embargo, la regularidad anual de las nominaciones aparece cortada en las fuentes capitulares a partir de 1785. Si el año anterior el proceso de institucionaliza-ción parecía cristalizado, desde esa fecha las actas no dieron cuenta de la designación de alcaldes de barrio.38 Ello no quiere decir que no se eligieran más; de hecho, el que no se registraran los nombramientos no implicaba que estos no se hicieran por conductos individuales,39 pues otros papeles del cabildo y expedientes judiciales dan cuenta de que en los años siguientes se siguieron nombrando, aunque con títulos que tendieron a identificar el alcalde de barrio con el “pedáneo” o el “comisionado”.

Los jueces menores: actores de una experiencia comunitariaLas biografías colectivas han conformado una metodología adecuada para analizar un grupo social y la historiografía para Iberoamérica ha sido rica en estas investiga-ciones que intentan analizar las identidades sociales a partir de un conjunto más o menos homogéneo por su actividad profesional (comerciantes, mineros, burócratas) o su condición jurídica (origen étnico o geográfico).40 En el caso que aquí se presenta, se parte de la base de que todos los que fueron designados jueces subalternos pertene-cían a la elite en tanto el cargo requería ser “vecino decente” para poder ejercerlo. Las variables de comparación, sin embargo, son escasas y los procedimientos heurísticos seguidos generan matizaciones en las conclusiones a las que se pueda arribar.

34 Ello teniendo en cuenta el sentido jurídico que tenía la costumbre como generadora de derechos y obligaciones dada por la prescripción temporal, el consenso social que la sustentaba y la dinámica que la engendraba. THOMPSON, Edward P. Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1991, pp. 13-28.

35 Acuerdo del 13 de marzo de 1776, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 2.36 Acuerdo del 10 de enero de 1784, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 10.37 Acuerdo del 24 de abril de 1775, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 1. 38 Recién en noviembre de 1810, bajo el impulso de la Revolución, se dispuso la división de la ciudad en

cuarteles y el nombramiento de alcaldes de barrio a su cabeza. MOLINA, E. “Justicia y poder…”, cit.39 Acuerdo del 10 de enero de 1784, AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 16, doc. 10 y carp. 22, doc.

10 y 11. 40 BERTRAND, M. “Los modos relacionales…”, cit., p. 67.

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Para reconstruir el listado de hombres que ocuparon estos puestos se han seguido distintas estrategias. Para los alcaldes de Hermandad se ha contado con las actas ca-pitulares, en tanto desde comienzos del siglo XVII el puesto fue provisto regularmen-te.41 También ha podido utilizarse este recurso para los alcaldes de barrio designados entre 1773 y 1784; sin embargo, para los posteriores y para los jueces comisionados y pedáneos se ha apelado a otros papeles del cabildo, en los que se han encontrado designaciones individuales.42 Los expedientes judiciales, finalmente, han sido clave: se compulsó la sección de criminal colonial en sus tres colecciones (carp. 1 a 3; carp. 211 a 231; carp. 291 y 292),43 para extraer nombres, años y cargos. Esta labor permitió reconstruir un elenco de 120 jueces.

Para hacer un estudio colectivo comparativo se definieron ciertas variables, aún sabiendo que no se contaría con esos datos para todo el grupo. La primera ha sido la procedencia44 y la segunda las ocupaciones, para las cuales se ha apelado a los pro-tocolos notariales y los censos de 1778, 1810 y 1814. La tercera y cuarta variables apuntaron a observar la inserción en la elite tradicional local e incluyó la pertenencia a órdenes terceras y fundación de capellanías, así como los lazos familiares, de com-padrazgo y comerciales. Para ellas se han utilizado protocolos, sobre todo testamen-tos, por cuanto dan noticia de matrimonios y descendencias, relaciones mercantiles, vínculos amistosos (a través de albaceas y testigos) y filiación a grupos religiosos (por entierro solicitado). Finalmente, las intervenciones de los jueces en otros cargos, en cabildos abiertos y en puestos posteriores, incluso a 1810, aportan elementos para pensar la construcción de trayectorias públicas a través de la acumulación de un ca-pital que pudo comenzar a especializarse como público-político.45 Aquí los recursos fueron las actas y papeles del cabildo.

El lugar donde se ha nacidoLa procedencia era un dato clave para la inserción no sólo dentro de una elite sino en cualquier grupo social, en tanto el carácter de “advenedizo” como persona sin vín-culos con la comunidad dejaba a ésta en una situación vulnerable, pues el no natural debía hacer un esfuerzo extra por forjar un nombre público dentro de la comunidad de lazos que lo definía.46

41 Se usó el listado que Sanjurjo anexa al final de su trabajo sobre el cabildo. Muy Ilustre…, cit.42 AGPM, colonial, sección gobierno, carp. 22, doc. 10 y 11.43 Lo cual equivale a 373 causas penales entre 1770 y 1810.44 MOLINA, Eugenia “La reconfiguración…”, cit.45 BOURDIEU, Pierre “Espíritu de Estado. Génesis y estructura del campo burocrático”, en Sociedad.

Revista de Ciencias Sociales, núm. 8, Buenos Aires, abril de 1996, pp. 5-29. 46 MANTECON MOVELLAN, Tomás “Cultura política popular, honor y arbitraje de los conflictos en la

Cantabria rural del antiguo régimen”, en Historia Agraria, núm. 16, julio-diciembre de 1998, pp. 121-151; GONZALEZ BERNALDO, Pilar “Vida privada y vínculos comunitarios: formas de sociabilidad popular en Buenos Aires, primera mitad del siglo XIX”, en DEVOTO, Fernando y MADERO, Marta

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No se ha podido determinar la procedencia para muchos de los jueces porque el censo de 1778 no la incluyó (excepto en pocas situaciones en donde el censor decidió agregarla para peninsulares). Los datos se recogen en el Cuadro 1.

Cuadro 1Procedencias

Procedencias cantidades Mendoza 24 (70%)Reinos de España 5 (15%)Otros (Chile, Río de la Plata, Portugal) 5 (15%)Total 34 (100%)

Fuente: elaboración propia partir de protocolos notariales, censo de 1778 y de 1814 (AGPM, colonial, carp. 28, doc. 2 e independiente, carp. 13).

El Cuadro 1 muestra la preeminencia de los nacidos en Mendoza. No obstante, si se suman las procedencias foráneas, se ve cómo algunos nacidos en otros lugares tuvie-ron éxito en su inserción comunitaria, pues lograron se reconocidos como “vecinos decentes” y merecer una nominación como jueces. Esto es relevante porque confirma lo planteado por Cansanello sobre la reconfiguración que estaba viviendo la categoría de vecindad en el período tardocolonial en tanto la larga residencia pasó a conformar un elemento que podía concretarse en una o dos generaciones.47 Es decir, ya no sólo los descendientes de los fundadores ni de las familias encomenderas accedieron a ese status privilegiado. Pero los datos también son relevantes comparados con el período siguiente, en el que fueron decuriones casi exclusivamente criollos.48

Las procedencias foráneas muestran, sin embargo, la exitosa inserción de al me-nos dos chilenos y dos portugueses, reflejando la intensidad de las relaciones sociales con el reino de Chile, pero también llama la atención el caso del porteño que llegó a ser un personaje destacado en el Fuerte de San Carlos –Francisco Esquivel– y a fundar un linaje de relevante trayectoria posterior.49 Los venidos desde la Península, a su vez, pudieron incorporarse al grupo dominante por matrimonio (en tres casos) con don-

–directores– Historia de la vida privada en la Argentina. País antiguo. De la colonia a 1870, Taurus, Buenos Aires, 1999.

47 CANSANELLO, Carlos De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes repu-blicanos. Buenos Aires, 1810-1852, Imago Mundi, Buenos Aires, 2003.

48 MOLINA, Eugenia “La reconfiguración…”, cit., p. 21.49 El Fraile Aldao tendría una destacada actuación en el Ejército de los Andes y en la política provincial,

hasta convertirse en gobernador en 1841. CORREAS, Jaime “Aldao”, en LAFFORGUE, Jorge –edi-tor– Historias de caudillos argentinos, Aguilar-Altea-Taurus-Alfaguara, Buenos Aires, 1999, pp. 183-229.

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cellas de familias tradicionales (José León Abarrategui se casó con Agustina Videla; Felipe Calle con Magdalena Moyano; y Jerónimo Márquez con Trinidad Corvalán), aunque los otros dos debieron apelar a estrategias alternativas, entre las que las activi-dades productivas fueron claves.50

Ocupaciones y actividades productivasLos datos recogidos en fuentes diversas se agrupan en el Cuadro 2.

Cuadro 2Ocupaciones y actividades productivas

Ocupaciones cantidades Labradores 3Labradores/hacendados 7Hacendados 12Comerciantes 6Otros (pulpero, sangrador) 4Total 32

Fuente: elaboración propia a partir de protocolos notariales, declaración de ganado de 1788 y censo de 1814 (AGPM, colonial, carp. 17, doc. 3; independiente, carp. 13).

El Cuadro 2 requiere matizaciones que explican no sólo la inclusión de una catego-ría de “labradores-hacendados”, en la cual se consignó a quienes en sus testamentos declaraban propiedades y actividades vinculadas con ambas calificaciones, sino que también refieren a los riesgos de presentar esquemáticamente las ocupaciones de la época. En efecto, los estudios para el caso específico de Mendoza51 como los referi-dos a otros espacios rioplatenses52 han mostrado la articulación entre las actividades agrícolas y ganaderas de las elites, guiadas por cierta racionalidad en la reorientación

50 Andrés Gaviola tenía un patrimonio en ganado tan relevante como para entrar en lazos comerciales con otros miembros de la elite; así, era registrado con 800 cabezas en 1788. Listado de hacendados y comerciantes en ACEVEDO, Edberto Oscar “El abastecimiento de Mendoza, 1561-1810”, en Revista de Historia Americana y Argentina, núm. 19-20, Mendoza, 1978-1980, p. 21. José Figueredo incluyó en su testamento a Manuel Silvestre Videla como albacea, lo que indica el estrecho lazo que debió unirlo a la cabeza de una parentela destacada de Mendoza en vísperas de 1810. AGPM, prot. 196, f. 123v (1823). Sobre Videla, MOLINA, Eugenia “La reconfiguración…”, cit.

51 BRAGONI, Beatriz y RICHARD JORBA, Rodolfo “Acerca de la complejidad de la producción mer-cantil en Mendoza en el siglo XIX. ¿Sólo comerciantes y hacendados?”, en GELMAN, Jorge et al. –compiladores– Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX, La Colmena, Buenos Aires, 1999, pp. 145-174.

52 El estudio de referencia es GARAVAGLIA, Juan Carlos Pastores y labradores. Una historia agraria de la campaña bonaerense, 1700-1830, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1999, pp. 300-332.

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de sus inversiones. Existe cierto consenso, así, respecto de que la clasificación de sus miembros como “hacendados” o “labradores” no refleja la complementariedad y den-sidad de las relaciones entre ambas actividades. De hecho, en el marco del elenco de jueces reconstruido, algunos aparecieron registrados en la declaración de ganado de 1788 dentro del primer grupo y en el mismo año ofrecieron para la población de San Carlos fanegas de trigo o maíz.53 Además, hay que contar con que parte de la actividad agrícola se conectaba con la cría de ganado o el engorde dentro del tráfico mercantil. Así, varios de estos jueces declaraban alfalfares en sus sitios a la par de las viñas,54 pues todavía los vinos y caldos eran los principales artículos de intercambio comercial mendocino.55 Esos campos de alfalfa, sin embargo, no sólo servían para la cría de los propios vacunos y caballares, sino también para los que traían desde el Litoral sus dueños o alquilaban a otros hacendados y comerciantes.56

Teniendo en cuenta esto último, es difícil distinguir entre comerciantes y hacen-dados o labradores, por cuanto se puede suponer que la producción de ambos rubros no apuntaba a la subsistencia sino a la mercantilización de un excedente. Ya fuera en el circuito de larga distancia que unía el Litoral con Chile, cuanto el mercado de con-sumo local, la mayoría de estos jueces parecían intervenir en relaciones comerciales diversas. Y si bien en escasas ocasiones se pudo detectar los que lograron reunir los tres rubros con tropas de carretas propias,57 e incluso en menos casos especialización

53 Francisco Olmos aparecía en la declaración de 1788 entre los “hacendados” con 140 cabezas y en el cabildo abierto para la población de San Carlos ofrecía animales y una fanega de trigo. También José Ignacio Hernández ofreció fanegas de trigo y maíz, habiendo sido clasificado como “comerciante” en 1788 con 200 reses y declararía en su testamento potreros y ganado diverso con marca propia. ACE-VEDO, Edberto “El abastecimiento…”, cit., p. 21; AGPM, colonial, carp. 28, doc.6 y prot. 157, f. 165 (1808).

54 Pedro Córdoba declaraba en su testamento un sitio con “viñas y potreros”. Idéntica pareja revelaba el documento notarial de Javier Morales, y con mayor envergadura patrimonial, los de Ignacio Salinas y Jospeh Obredor. Prot. 174, f 94 (1817); prot. 233, f. 3 (1842); prot. 151, f. 108 (1805) y prot. 180, f. 6v (1820).

55 Acevedo sostiene que el proceso revolucionario destruyó el comercio de vinos con los crecientes im-puestos y la competencia de los productos ingleses. Investigaciones sobre el comercio cuyano, 1800-1830, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1981, pp. 17-21. No obstante, los estudios regionales en clave comparativa sobre la base de los diezmos de Garavaglia han mostrado que el intercambio mendocino basado en vinos y caldos ya generaba una balanza negativa a fines del siglo XVIII. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Crecimiento económico y diferencias regionales: el Río de la Plata a fines del siglo XVIII”, en Economía, sociedad y regiones, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1987, pp. 15-64.

56 Nicolás Santander arrendaba propiedades de los dominicos en Uspallata para sus ganados. “Censo levantado en las estancias de Uspallata y Canota”, octubre de 1778, AGPM, colonial, carp. 28, doc. 3.

57 El caso paradigmático es Joseph Obredor, quien en su testamento declaraba viñas y bodegas, potreros, hacienda propia (con bueyes, vacas, caballos y mulas) y una tropa de carretas. Prot. 180, f. 6v (1820).

192 Autoridades y prácticas judiciales...

en el transporte,58 quienes no contaban con ellas podían contratar los servicios de terceros.59

Las propiedades y actividades de los jueces mostraban la intensa articulación entre la labor agrícola (y en ella del viñedo y la producción vitícola expresada en la presencia de bodegas), con la ganadera, evidenciada no sólo en la cría de ganado sino también en la invernada que vinculaba potreros y comercio con el área bonae-rense y Litoral con vista, como se dijo, al mercado chileno. Incluso, si los estudios revelan la preeminencia del vino y las frutas secas en las exportaciones mendocinas, la importancia de la actividad de carretería parece saltar a la vista si se analizan los perfiles ocupacionales de estos jueces, aunque todavía siempre en articulación con la labranza.60

Un aspecto vinculado con las actividades mercantiles en la que la mayoría de ellos estaban insertos, es el de las prácticas crediticias. Algunos no sólo manejaban préstamos de dinero a interés en Mendoza,61 sino también en otras plazas (sobre todo Buenos Aires y Santiago de Chile)62 y hasta hubo quienes conformaron sociedades para ordenar los negocios familiares.63

No obstante, cuatro de estos jueces no fueron hacendados ni labradores, aunque sí estuvieron vinculados de algún modo con el circuito mercantil: tres eran pulperos, dedicados a la venta al menudeo de artículos de abastecimiento, mientras otro fue cen-sado como “sangrador” en 1814. Como se ha visto para la década de 1810,64 su elec-ción no se vinculaba con un capital social sostenido en el linaje o el patrimonio, sino en el conocimiento de los vecinos al que habilitaba su ocupación en tanto implicaba un contacto diario con ellos. Sí llama la atención, no obstante, el reducido porcentaje

58 Melchor Videla llevó como bienes al matrimonio “seis carretas apeadas con los bueyes necesarios para viajar”. AGPM, colonial, prot. 162, f. 58 (1810).

59 Seferino Sosa, juez, al igual que su hermano Pedro Sosa (el luego famoso tropero sanmartiniano), contrataban sus servicios para el tráfico de mercancías, disponiendo de tropas de carretas, capataces y peones. Ver “Don Francisco Silva contra J.A. Acevedo”, colonial, criminal, carp. 1 (A, B, C), doc. 1, 1805 y “José Mora contra J.A. Acevedo”, colonial, criminal, carp. 1 (A, B, C), doc. 2, 1803.

60 A partir de mediados de los años 1830 se instauraría lo que Rodolfo Richard Jorba ha llamado modelo de ganadería comercial con agricultura subordinada que implicaría el reemplazo de los campos de viñas y frutales por alfalfares para potreros. Poder, economía y espacio en Mendoza (1850-1900). Del comercio ganadero a la agroindustria vitivinícola, Facultad de Filosofía y Letras, Mendoza, 1998.

61 Nicolás Santander había solicitado un préstamo y declaraba en testamento su deuda por $1.000 al 5% de rédito. AGPM, colonial, prot. 184, f. 75v (1822). Ignacio Salinas había otorgado un préstamo a Ramón Sánchez por $500 al mismo interés. AGPM, colonial, prot. 151, f.108 (1805).

62 Joseph Obredor no sólo tenía su apoderado en Buenos Aires sino que su yerno actuaba como tal en diversas ocasiones. AGPM, colonial, prot. 180, f. 6v (1820).

63 Francisco Coria declaraba en su testamento su asociación comercial con Fernando Güiraldes en el comercio de granos. AGPM, colonial, prot. 140, f. 85 (1800).

64 MOLINA, Eugenia “La reconfiguración…”, cit., pp. 19-20.

Trayectorias judiciales... 193

de estas ocupaciones en el elenco de jueces en comparación con otras ciudades en las que tenían mayor presencia, tal el caso de Tucumán.65

Teniendo como referencia el empadronamiento patrimonial realizado en Mendo-za tiempo antes del período en estudio,66 pero también las declaraciones realizadas en 1788 y los empadronamientos de 1778 y 1814 (sobre todo en relación con la posesión de esclavos), se ha podido distinguir tres grupos en el conjunto de jueces. Los de ma-yor fortuna, quienes podían tener en efectivo más de $5.000 al momento de testar, que contaban con dos o más propiedades considerables (más de 100 cuadras), y revelaban una diversificación productiva notable (tierras labradas, tierras para potreros, activi-dad mercantil con tropas propias y apoderados a larga distancia). Un segundo grupo, de mediano patrimonio, que podría incluir a quienes declaraban un efectivo entre $500 y $5.000, poseían sólo una propiedad considerable y dos o tres sitios pequeños (entre 2 y 50 cuadras). Y un tercero, que reunía a quienes declaraban $500 o menos y sólo un sitio, que era el de su habitación.

Es claro que estos criterios pueden ser discutidos tanto si se comparan los pa-rámetros con los aplicados en otras jurisdicciones, cuanto si se tiene en cuenta que los datos fueron extraídos en diversos momentos de la trayectoria de cada actor, los cuales pueden no ser coincidentes con el preciso período en que fue juez, teniendo en cuenta las posibilidades de movilidad social dentro de la misma elite.67 No obstante, creemos que aun con matizaciones puede resultar válido para seguir, precisamente, las oportunidades de ascenso en las jerarquías locales.

En este sentido, sólo tres de ellos podían integrar la primera categoría: Felipe Calle, Jacinto Lemos y su hijo Manuel. Todos tenían varias estancias con ganado propio procedente del tráfico, con capataces y peones, y poseían dinero legado como herencia en sus testamentos.68 Un estudio pormenorizado de las propiedades de José Pescara podría mostrar que también podría ser incluido en este grupo, pues contaba

65 TIO VALLEJO, Gabriela Antiguo Régimen…, cit., p. 251.66 “Padrón de Mendoza de 1739”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos, Mendoza, 1936, Tomo

II, pp. 259-266. 67 Este constituye, quizá, el mayor riesgo interpretativo de estas reconstrucciones empíricas de trayec-

torias individuales en clave comparativa a partir de diversas y complementarias fuentes. Agradezco a Carlos Birocco su insistencia en este aspecto metodológico en el marco de las Jornadas de agosto de 2010 que originaron este libro.

68 Felipe Calle llevó $7.000 al matrimonio y ello no incluye las posteriores gananciales y en 1814 fue censado con 13 esclavos y un doméstico en un barrio inmediato al casco urbano. En 1801 aparecía en el listado de alcabalas ingresando artículos desde Chile por uno de los mayores montos ($3.689), mientras en 1810 encabezaba a los fletadores de vino con 728 barriles. AGPM, prot. 119, f. 80 (1787); independiente, carp. 13, doc. 21 y ACEVEDO, Edberto Investigaciones sobre el comercio…, cit., pp. 47 y 59. Jacinto y Manuel Lemos tenían varios cascos de estancias con potreros y “miles” de cabezas de ganado. AGPM, prot. 156, f. 99v (1807) y prot. 210, f. 65 (1833); el primero, además, se había ca-sado con Agustina de la Cruz Castillo, cuyo padre contaba el mayor patrimonio de Mendoza en 1739, valuado en $32.000. “Padrón de Mendoza”, cit., p. 261. Su hijo declaró en su testamento haber llevado al matrimonio “considerable número de miles”. Prot. cit.

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con la mayor propiedad de Barriales a fines de 1810, con una extensa subordinación de campesinos en diversas categorías (10 peones, 2 esclavos y 20 inquilinos);69 por otra parte, su desempeño como comisionado en la jurisdicción de Valle de Uco, podría implicar propiedades también allí. Joseph Obredor, a su vez, requeriría otra investi-gación pormenorizada por cuanto logró una diversificación productiva y patrimonial notable, con viñedos, bodegas, potreros, cientos de cabezas de ganado, tropas de ca-rretas y deudas que denotaban el otorgamiento de créditos.70

Los hombres de mediana fortuna fueron, en cambio, la mayor cantidad dentro del grupo.71 Tanto Juan José Aguilar, Francisco Coria, Andrés Gaviola, Jerónimo Márquez como Alejandro Moyano poseían propiedades similares que articulaban pequeños si-tios con viñas y árboles con potreros para la cría de ganado. Varios de ellos estaban insertos en circuitos crediticios vinculados con el comercio a larga distancia y algunos revelaron una trayectoria empresaria exitosa. Tal el caso de Ramón Sánchez, quien si bien en 1815 –en su testamento– declaraba sólo una chacra,72 ese mismo año los libros de alcabalas muestran que había ingresado $7.500 en productos desde Chile;73 de he-cho, unos años antes, a fines de 1810, ya registraba una “casa” en Barriales74 con ca-pataz y 6 peones a su nombre. También es ilustrativo el trayecto de Antonio Villegas, quien en 1788 declaraba sólo 50 reses75 pero para 1810 tenía ya una estancia también en Barriales con la misma cantidad y calidad de mano de obra que la de Sánchez.76

Sin embargo, también hubo jueces cuyo patrimonio era bastante menor, restrin-gido a un solo sitio, en el que generalmente vivían, y declaraban montos en efectivo o deudas muy reducidos. Así, Pedro Córdoba contaba al testar con su casa y un sitio en Pedregal de 21 cuadras con alfalfares, siendo los bienes aportados por él y sus esposas al llegar al matrimonio, bien escasos.77 Parecida situación era la de Carlos Estrella, quien si pertenecía a la parentela en torno de la cual se pobló el barrio de Carrodilla, no evidenciaba al testar mayores posesiones: una casa y una viña donada por su es-posa con un “pedacito” de tierra con parral; la segunda esposa, a su vez, sólo aportó la cama en que dormían y el censo de 1778 no reveló que tuviera esclavos.78 Pedro Sarandón también era un reflejo del modo en que hombres de escaso patrimonio pero con cierto capital social derivado de su inserción en la zona en que ejerció como juez

69 AGPM, independiente, carp. 13, doc. 2.70 AGPM, prot 180, f 6v (1820).71 Conseguimos datos de 35 del total de 120 jueces detectados.72 AGPM, prot. 174, f. 84 v (1815).73 Cit. en ACEVEDO, Edberto Investigaciones sobre el comercio…, cit., p. 50.74 Barriales era una zona de actividad agrícolo-ganadera con propiedades de dueños ausentes con capata-

ces y peones. MOLINA, Eugenia “Algunas consideraciones…”, cit. 75 ACEVEDO, Edberto “El abastecimiento…”, cit., p. 21.76 AGPM, independiente, carp. 13, doc. 2.77 Llevó al primer matrimonio un caballo y dos mulas; su primera esposa no aportó nada y la segunda una

cuja y una mesa. AGPM, prot. 175, f. 94v (1817).78 Sí mostró dos familias nucleares agregadas a la casa. AGPM, colonial, carp. 28, doc. 2.

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podían acceder a tal puesto. Así, quien fuera comisionado en Corocorto en 1804, en el empadronamiento de seis años después todavía vivía en el paraje con su esposa e hijos como criador de ganado “en invernada”, dedicándose su mujer al tejido.79

Pero, además del patrimonio, existieron otros elementos que se articulaban en la construcción del prestigio público de estos vecinos devenidos jueces. Uno de ellos tenía que ver con vínculos diversos (familiares, amistosos, mercantiles) que los inser-taban en un entramado de lazos, el cual definía su reconocimiento comunitario.

Relaciones y sociabilidad en la cimentación del prestigioEn efecto, si los bienes y la ocupación eran recursos clave para pertenecer a la elite, debían estar articulados con otros aspectos que les dieran densidad simbólica. Así, de los 30 vecinos de los que se consiguieron datos, al menos 23 estaban intensamente unidos por distintas relaciones. Primero, por lazos sanguíneos de primer o segundo grado; así, Pedro y Tomás Alvarado y Vicente y Bartolomé Zapata eran hermanos, mientras que Jacinto y Manuel Lemos eran padre e hijo, y el primero primo de Fran-cisco Corvalán. La pertenencia a una parentela implicaba, además, relaciones políti-cas como la que unía a los cuñados Pedro Alvarado y Manuel Peralta, a Felipe Calle y Alejandro Moyano como yerno y suegro, y a Nicolás Maure e Ignacio Salinas como tío y sobrino en vía indirecta. También estaban los vínculos amistosos expresados en el momento del testamento: Juan Antonio Chavarrieta fue testigo de Carlos Estre-lla, Manuel Peralta de Jacinto Lemos, Melchor Videla de Ramón Sánchez, J. Xavier Zoloaga de Joseph Obredor y José María Correa y Clemente Gudiño de Melchor Videla; José Marcial Videla fue albacea de Pedro Córdoba. Finalmente, las relaciones comerciales unieron a Tomás Alvarado con J. Xavier Zoloaga y Clemente Gudiño, y de Nicolás Santander y Vicente Zapata.

Otro indicio de identificación e inserción en la elite se conectó con las prácticas religiosas. Tanto la filiación a una orden tercera o cofradía, como la fundación de capellanías, denotaban los esfuerzos por cimentar el capital simbólico grupal.80 Al menos 7 de los 37 jueces de los que se detectaron sus papeles testamentarios expre-saron su profesión en órdenes terceras, mientras tres fundaron capellanías o fueron patronos de otras (Felipe Calle, José Ignacio Hérnandez y Joseph Obredor). Resulta claro que el ingreso a las primeras otorgó mayor integración comunitaria a quienes no habían nacido en el lugar, en al menos tres casos (Felipe Calle, Pedro Córdoba, Francisco Esquivel Aldao), pero también que podían establecerse estrechas relaciones entre sociedades religiosas y familias, como en los hermanos Zapata, profesos en la

79 AGPM, independiente, carp. 13, doc. 3.80 Así como las órdenes terceras y cofradías implicaban privilegios a la hora del entierro (como ser amor-

tajado con el hábito de la orden o ser sepultado en la capilla), también se conectaban con la búsqueda de mayor espiritualidad en el ejercicio religioso laico. BARRAL, María Elena “Iglesia, poder y paren-tesco en el mundo rural colonial. La cofradía de las Animas Benditas del Purgatorio, Pilar. 1774”, en Cuadernos de Trabajo, núm. 10, Luján, 1998, pp. 17-56.

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de San Francisco. De hecho, estas vinculaciones podían expresarse a través de devo-ciones particulares como la de los Estrella con San Vicente, santo patrono del barrio en que vivían.81

La justicia menor como primer escalón de una trayectoria públicaHasta ahora no se ha aludido a la repitencia en el cargo que lograron algunos ni a la trayectoria pública que concretaron, ni tampoco se ha distinguido entre los cargos me-nores. Sin embargo, es claro que no era lo mismo ser cualquier alcalde que serlo de la Santa Hermandad, cuya tradicional inserción en la organización de la administración de justicia le daba mayor prestigio y una más amplia jurisdicción.

De los 120 vecinos que se desempeñaron como jueces subalternos, 58 fueron alcaldes de la Santa Hermandad, existiendo un muy bajo porcentaje de recurrencia en ese cargo (sólo siete veces) y en ningún caso reelección anual consecutiva. Así, quie-nes lo fueron más de una vez tuvieron que esperar un mínimo de dos años.

De esos 58 alcaldes de Hermandad, 19 también fueron alcaldes de barrio y 3, co-misionados. Lo interesante es que si se tiene en cuenta la posibilidad de que la alcaldía de la Hermandad se considerara de mayor prestigio que la de barrio o la justicia en comisión, se puede ver que hubo al menos catorce trayectorias que reflejaron una con-solidación ascendente de ciertos vecinos en el oficio público. Estas últimas muestran cómo la alcaldía de barrio fue anterior a la de Hermandad, incluso en años seguidos, mientras que en al menos cuatro implicó una carrera bien definida. Así, Nicolás Ba-rros, Francisco Coria, Joseph González y Jerónimo Márquez empezaron su servicio como jueces en sus parajes de residencia, luego se desempeñaron como alcaldes de Hermandad y más tarde volvieron a ser designados para otras comisiones de justicia. Esto es indicio del prestigio logrado en el ejercicio de su cargo pero también una espe-cialización en su rol de mediadores sociales como representantes del poder capitular. De hecho, el nombramiento del último de ellos como juez comisionado establecía que se lo elegía por “respecto de haber desempeñado las comisiones que se les ha dado por el Cabildo, así de alcalde de barrio como de Santa Hermandad”.82

La recurrencia en los cargos, más allá de estas trayectorias ascendentes dentro de la justicia menor en general, también refleja esta especialización (Cuadro 3).

Cuadro 3Recurrencia en cargos de justicia menor

Dos veces Tres veces Cuatro veces Cinco a siete veces Total7 vecinos 6 vecinos 6 vecinos 3 vecinos 22 vecinos

Fuente: elaboración propia sobre la base de datos extraídos de actas capitulares (carp. 15 a 17) y expedientes de judicial criminal colonial.

81 AGPM, prot. 104, f. 101 (1778).82 AGPM, colonial, actas capitulares, carp. 16 (1775), doc. 6.

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El hecho de que muy pocos llegaran a ocupar sillas en el Cabildo durante el período revela que su órbita de poder se hallaba en las relaciones cotidianas. Así, sólo 5 de los 120 vecinos jueces se convirtieron en cabildantes: Ventura Caberos, Jacinto Lemos, Bruno Suárez, Gregorio Moyano y Ramón Sáez, los tres primeros llegando a ser al-caldes de primer o segundo voto y los otros regidores. Lo importante es que si habían desempeñado un puesto en la justicia menor, había sido el más prestigioso en ella, el de alcalde de la Hermandad, mediando un tiempo considerable entre uno y otro cargo. Ello confirmaría el matiz honorífico de esta alcaldía y la posibilidad de ascenso en la carrera pública, aunque reservando para pocos el acceso al máximo sitial.

La carrera posterior de varios muestra, además, que la Revolución generó una mayor movilidad dentro de la elite en tanto abrió puestos capitulares a quienes ya tenían experiencia en la vida pública y demostraron su adhesión a la causa. Sin em-bargo, los que llegaron a ser alcaldes mayores o regidores ya habían pasado por los escalones de la justicia inferior antes o después de 1810, como muestra el Cuadro 4.

Cuadro 4Jueces menores coloniales y trayectorias revolucionarias

Nombres Jueces menores Decuriones Cabildantes (1773-1810) (1811-1819) (1810-1819)Coria, Francisco 1773, 1774, 1776, 1784 1813, 1814 Cuitiño, José 1805 1819 Moyano, Gregorio 1802 1812, 1813Obredor, Joseph 1796 1811, 1815 1813, 1819Pescara, José 1799, 1801, 1802, 1805 1814 Sánchez, Ramón 1808 1814 Santander, Nicolás 1783, 1802 1811Torres, Domingo 1808 1813, 1814 Videla, Marcelino 1806 1814Villegas, Antonio 1784, 1792 1815Zapata, Bartolomé 1800, 1803 1814, 1816 Zapata, Vicente 1804 1813, 1814 1815Zuloaga, José Xavier 1789 1811 1819

Fuentes: elaboración propia a partir de actas y papeles capitulares (carp.18, 745 y 746).

La trayectoria pública-política, no obstante, en cuanto implicaba la intervención en la toma de decisiones comunitarias tenía otro aspecto clave: la participación en cabildos abiertos y extraordinarios. La invitación para asistir a ellos implicaba la inclusión en el listado de vecinos “decentes” del cabildo. En este sentido, no es descabellado pensar que los jueces menores eran electos a partir de esos listados capitulares que ya

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habían evaluado quienes reunían los criterios de limpieza de sangre, arraigo y nombre reconocido. De hecho, por el orden de firmas en las actas de fines del siglo XVIII y la enumeración prefijada de los invitados en los de la primera década del XIX, se ve cómo las autoridades tenían bien definido el grupo de vecinos.

La cuantificación ha tenido en cuenta cabildos abiertos de fines del siglo XVIII y los abiertos y extraordinarios de la última década colonial.83 De los 120 jueces regis-trados, sólo 50 (42%) asistieron alguna vez entre 1788 y 1810 a uno de ellos (Cuadro 5).

Cuadro 5Asistencias a cabildos abiertos y extraordinarios (1788-1810)

Sólo una vez Dos o tres Cuatro o Cinco Más de seis Total 19 17 8 6 50

Fuente: elaboración propia sobre los datos tomados de AGPM, colonial, carp. 17 doc. 3, 4 y 5 y carp. 18, doc. 1, 3, 4, 7, 10 y 11.

Esto indica que si bien quienes ejercieron alguna alcaldía subalterna o comisión de justicia eran reconocidos miembros de la comunidad de iguales que definía la vecin-dad, más de la mitad no asistió a ninguno de los cabildos abiertos convocados desde mediados de 1780. De hecho, algunos de los que fueron en varias ocasiones jueces en sus lugares de residencia nunca asistieron a uno, lo que mostraría que la elite se animaba a ampliar sus propias relaciones sólo incorporando al ejercicio del poder a segundones de familias tradicionales o a quienes sin tener fortuna o linaje demostra-ban eficiencia en el desempeño de sus funciones. Quizá el mejor ejemplo de ello fuera Nicolás Barros, quien en siete ocasiones entre 1787 y 1801 ocupó algún tipo de cargo judicial menor en el área norte de la ciudad y no fue firmante en ninguno de ellos. Otro caso fue Seferino Sosa, que llegó actuar en seis oportunidades como comisionado entre 1802 y 1808 en el Infiernillo y no figuró en las actas de los cabildos abiertos de esos años, como tampoco lo hizo Pedro Serrano, pedáneo entre 1799 y 1806 en Luján o José Marcial Videla, habiendo sido pedáneo o comisionado en el barrio San Nicolás en 1801 y 1805.

Consideraciones finalesEn este trabajo se ha podido observar cómo la justicia menor fue un recurso inestima-ble para el cabildo mendocino en su intento por controlar los barrios de extramuros y

83 Cabildos abiertos de 1788, 1789, 1790, 1800, 1802, 1803 (26/3, 18/6, 22/9) y extraordinarios de 1806, 1809 y 1810 (23/6). También se incluyeron los cabildos abiertos del 25/6 y 22/9 de 1810 en que se eligieron a los diputados a la junta de Buenos Aires. AGPM, colonial, carp. 17 doc. 3, 4 y 5 y carp. 18, doc. 1, 3, 4, 7, 10 y 11.

Trayectorias judiciales... 199

el territorio rural crecientemente poblado. Siguiendo una tendencia casuística, mul-tiplicó progresivamente los alcaldes de barrio para cada villorio entre 1773 y 1784 y apeló a diversos institutos de la justicia menor. Así, alcaldías en apariencia similares como la de Hermandad y de barrio en Mendoza adquirieron perfiles distintos debido a las diferencias en los límites y fuentes de sus jurisdicciones.

En efecto, los alcaldes de la Santa Hermandad eran, entre los jueces subalternos, quienes mayor margen de movimiento tenían, en cuanto la dimensión territorial de su ejercicio era indefinida (“yermos y despoblados”) y contaban entre sus atribuciones la autorización para intervenir en causas verbales de mínimo monto. En tanto, los alcaldes de barrio tenían su cargo restringido al ámbito de su cuartel y no recibieron la delegación de jurisdicción, siendo sólo auxiliares de justicia. Los comisionados, a su vez, tenían más precisados ambos aspectos, pues sólo desempeñaban una “comisión” como labor específica en un lugar determinado, que si bien estuvieron vinculadas con la distribución del agua, luego de 1785 cuando los alcaldes de barrio dejaron de figu-rar en las actas capitulares, terminaron confundiéndose con ellos.

Pero la fuente de la cual derivaba la jurisdicción delegada también era distinta: los alcaldes de Hermandad eran exclusivamente designados por el Cabildo mientras que los jueces comisionados podían serlo no sólo por éste sino también por el co-rregidor, el intendente o el virrey. Así, sólo los primeros eran la expresión del po-der capitular y su esfuerzo por fortalecer la autonomía que venía consolidando desde mediados del siglo XVIII. En este sentido, puede no ser casual que los alcaldes de barrio desaparecieran de las actas y tendieran a asimilarse con los comisionados y los más recientes “pedáneos”, en el momento en que se comenzaba a aplicar la Real Ordenanza de Intendentes que subordinaba la ciudad a Córdoba, haciendo peligrar ese espacio de poder logrado por el Cabildo a costa de tensiones permanentes con los corregidores. La alcaldía de Hermandad conservó, entonces, ese sello capitular que los otros institutos no tenían por ser susceptibles de ser elegidos por otras autoridades también. Teniendo en cuenta esto, se entiende que quienes fueran nominados en ella pertenecieran a los entramados tradicionales y tuvieran fortunas medianas o grandes que sustentaran su reconocimiento público, o bien llegaban a él habiendo pasado antes por el escalón inferior constituido por la alcaldía de barrio que representaba, así, la justicia más a “ras del suelo”.

El estudio del elenco de jueces muestra que si bien la elite más tradicional des-cendiente de los fundadores y encomenderos siguió controlando el núcleo de la ins-titución municipal, también habilitó movilidades dentro de sus miembros y apertura hacia otros nuevos que pudieron ingresar a la experiencia de poder que brindaba la administración de la justicia. Esta última no sólo iba adquiriendo mayor peso coerci-tivo en el contexto de complejización social que acompañó el desarrollo demográfico de la ciudad y su campaña sino que también otorgó un plus de prestigio a quienes la desempeñaron. Se ha mostrado, así, cómo quienes llegaron a hacerlo podían no tener

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grandes fortunas ni vínculos con las familias tradicionales, y algunos siquiera parti-ciparon en los cabildos abiertos que se desarrollaron en el período. Y si bien sólo una minoría de jueces menores pudo sentarse al final de su carrera pública en un sillón del cabildo, varios iniciaron una trayectoria pública que se especializó en la mediación de las relaciones cotidianas expresada en el ejercicio de la justicia menor.

Faltando a los deberes de buen vasalloEl juicio a los acusados de intentar independizar el Río de la Plata,

1809-1810

irina PolastrElli

“Ni la acusación presupone culpa, ni la traición tira-no, pues si fuera así, nadie hubiera inocente ni justi-ficado”.

Francisco de Quevedo, Política de Dios y Gobierno de Cristo

Introducción

Durante el juicio contra los amotinados del 1° de enero de 1809, el testigo Juan Trigo negaba tener conocimiento de lo sucedido aquella jornada. Decía, sin embargo, estar anoticiado de ciertos hechos que, aunque ocurridos con ante-

rioridad, podían ser de provecho para la resolución del caso. La acusación, basada en murmuraciones secretas contra el gobierno, se remontaba al momento de la ocupación inglesa y reconquista de la ciudad y tenía como principales implicados en el grave delito de haber intentado independizar el Río de la Plata del dominio del monarca español, a Martín de Álzaga, Felipe de Sentenach y Miguel de Ezquiaga.1

Iniciada la causa, Trigo declaró acerca de los pormenores de la reconquista así como sobre otras medidas que los acusados esperaban tomar “…si salían felizmente de la acción en independencia del Rey nuestro señor y de la España esta América”.2 Otro testigo, Juan José López, atribuyó a Sentenach el proyecto de independizar el Río de la Plata, una vez que se hubieran expulsado a los ingleses, estableciendo “…una mesa redonda en que todos seamos iguales y no haya alguno superior a los demás”.3

1 Martín de Alzaga era un poderoso comerciante vizcaíno, miembro del Consulado y del Cabildo. Hé-roe en la reconquista y defensa de la ciudad de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Fue el principal líder del movimiento del 1º de enero de 1809. En 1812 fue condenado a muerte por el Primer Triunvirato, acusado de conspirar contra la Revolución. Los catalanes Felipe de Sentancah y Miguel de Ezquiaga eran teniente coronel y capitán, respectivamente, del regimiento “Voluntarios Patriotas de la Unión” (cuerpo armado –sostenido en sus comienzos por Alzaga y luego por el Cabildo– que parti-cipó activamente en los enfrentamientos con los ingleses). Sentenach, director de la Escuela Militar de Matemática, fue degradado y fusilado en 1812 por su intervención en la conspiración de Alzaga.

2 “Declaración de don Juan Trigo”, en Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina, Senado de la Nación, Buenos Aires, 1960, Tomo XII, p. 10911.

3 “Otra [declaración] de don Juan [José] López”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 10923.

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Otro de los declarantes, refiriéndose también a Sentenach, expresó que éste en cierta ocasión, había dicho: “…pues siendo ellos los reconquistadores eran los amos y ha-rían lo que les pareciese, a lo cual agregó otras especies relativas a la felicidad de que gozaban los habitantes de las Provincias Unidas de Norteamérica”.4 Según declaró Juan Vásquez Feijóo, le habría dicho Álzaga “…que esta América era mejor que toda la Europa, y no necesitaba de ella para nada”,5 agregando que después de la reconquis-ta debía prenderse al virrey Sobremonte.

Avanzado el expediente, los fiscales tomaron declaración a los acusados, quienes en extensas confesiones negaron todos los cargos. Álzaga refirió que las acusaciones en su contra formaban una trama urdida “…para oscurecer sus méritos y viéndolo perseguido por el señor Liniers y abatido hasta el último punto, sus enemigos [obra-ban así] para cubrir sus iniquidades…”,6 manifestando que consideraba extraño que se tratara de “…complicarlo en una causa de que ha sido el más acérrimo perseguidor, y que lo supongan combinado con los jefes ingleses de que tiene dadas irrefrenables pruebas de su constante empeño y sacrificios, hechos en oposición a los enemigos de su patria”.7

Cerrado el proceso –en el que declararon 87 testigos– los jueces fiscales ex-tendieron sus conclusiones el 9 de mayo de 1810, donde afirmaban que los únicos denunciantes del crimen de independencia declaraban con falsedad, por lo que pedían la absolución de los acusados. Finalmente, el consejo de guerra de oficiales emitió su sentencia el día 24 de julio de 1810, condenando a los acusadores y testigos Juan Trigo, Juan Vásquez y Juan José López a su expulsión de la ciudad y liberando a los acusados Martín de Álzaga, Felipe de Sentenach y José Miguel de Ezquiaga, “hacién-dose pública su vindicación e inocencia con arreglo a ordenanza”.8

Bajo la denuncia realizada por Trigo, Vásquez y López subyacía una trama de conflictos y recelos que databa precisamente del momento en el cual se ubicaba el delito denunciado. La rivalidad entre ambos grupos es mencionada en la mayoría de los testimonios del proceso judicial, tanto en los de los acusadores como en los de los acusados. Durante la ocupación inglesa, ambos partidos habían congregado a numerosas personas y participado de reuniones con el objeto de coordinar acciones para lograr la reconquista de la capital. El grupo conocido como de los catalanes –co-mandado por Sentenach y apoyado por Álzaga– muy pronto lideró la organización e intentó dirigir al grupo comandado por Trigo, López y Vásquez. En ese momento se suscitaron las primeras diferencias, aunque no impidieron la conjunción de sus esfuerzos a la hora de tomar las armas contra el enemigo inglés. La ruptura decisiva

4 “Otra de don Juan Vásquez Feijoo”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 10928.5 “Otra de don Juan Vásquez Feijoo”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 10930.6 “Confesión del acusado don Martín de Alzaga”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11077.7 “Confesión del acusado don Martín de Alzaga”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11077.8 “Sentencia del consejo de guerra. Buenos Aires, 24 de julio de 1810”, en Biblioteca de Mayo, cit.,

Tomo XII, pp. 11442 y 11443.

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entre ambos grupos se produjo cuando, expulsados los invasores, el nuevo Capitán General –Liniers– aprobó la formación de un regimiento miliciano –los Artilleros de la Unión– cuya oficialidad se eligió entre los catalanes, desplazando de esta manera a Trigo, Vásquez y López. Más allá de los intereses y disputas personales que pudieron haber llevado a los denunciantes a declarar contra los acusados, es interesante abordar ciertos problemas que se desprenden de este juicio porque permiten advertir las per-cepciones de los actores, los lenguajes disponibles y su adaptación en un contexto de legalidades y legitimidades dudosas.

Si se considera que los procesos no sólo eran instrumentos para criminalizar a quienes exhibían disidencias o eran considerados opositores, sino que también expre-saban las percepciones de los actores en torno a la lógica de competencia por el poder, este juicio puede dar cuenta de las disputas originadas en la precaria situación que el Río de la Plata atravesaba como resultado de la crisis de la Monarquía española. En esas circunstancias se agravaron sospechas y temores ya instalados en el territorio rioplatense con las invasiones inglesas y el cuestionamiento de la autoridad virreinal que le siguió.

Este trabajo analiza el proceso judicial seguido a Martín de Álzaga, Felipe de Sentenach y Miguel de Ezquiaga en 1809 para observar cómo se procesó, criminalizó y castigó la disidencia política en un momento en el cual el orden colonial atravesaba una fuerte crisis, visible notablemente en el Río de la Plata. El juicio se estudia en dos niveles: en el primero, se aborda el campo jurídico para analizar el proceso al que fue-ron sometidos los imputados. En lugar de indagar si efectivamente se ejecutó apegado a las leyes y ordenanzas vigentes, la intención es aclarar cómo y con qué resultados se hizo. En el segundo, se trabaja cómo se conceptualizó el crimen y el castigo. En este sentido, el estudio de los lenguajes que vehiculizaron los argumentos para criminali-zar a los imputados y la definición de conceptos clave resulta fundamental.

Apuntes sobre la disidencia políticaDefinir la disidencia política no es tarea sencilla, ya que los elementos que la caracte-rizan varían en función del régimen político vigente. La disidencia parece originarse en una transgresión, en un comportamiento concreto que se aleja del orden estableci-do Pero esta conducta sólo se convierte en una disidencia cuando es considerada como tal desde una posición de autoridad. La figura del disidente es, por esto, esencialmente ambivalente y su definición depende del contexto de sus relaciones con la autoridad. Es esta última la que, en definitiva, establece quiénes cruzan la imprecisa línea que separa el disenso aceptable de la ruptura con el orden social.9

9 CASTRO, Felipe “La introducción de los disidentes en la historia de México”, en CASTRO, Felipe y TERRAZAS, Marcela Disidencia y disidentes en la historia de México, Universidad Nacional Autó-noma de México, México, 2003, pp. 8-9.

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Desde el punto de vista historiográfico, y también teórico, algunos autores anali-zaron el rechazo a la disidencia y a la división del cuerpo político en diferentes expe-riencias históricas. Pierre Rosanvallon10 destaca para el caso revolucionario francés, por ejemplo, que la vocación a la unanimidad política y la impugnación a todo cuerpo intermedio, entre ellos las asociaciones políticas (clubes, sociedades populares, fac-ciones, partidos) fueron un dato de la realidad decimonónica. Tal impugnación deriva-ba del rechazo a cualquier tipo de competencia a la expresión de la voluntad general que pudiera poner en peligro la eficacia y unidad de acción del gobierno.

Mario Sbriccoli, al reflexionar sobre los delitos políticos para el caso italiano, aporta nuevos elementos en su definición:

“Bisogna tenere presente, a questo proposito [de la definición del delito político], l’esistenza di una sorta di ancestrale tabú dello stato italiano liberale nato dalle rovine dell’ ancien regime e contro la lo-gica di potere che vi si esprimeva, nei confronti dio certi principi e metodi del vecchio sistema. [...] essa è il momento di manifestazione della ideologia represiva in campo politico di un intero milieu dot-trinale: il che vuol dire che essa mostra o può mostrare chiaramente, quanta parte abbia il diritto penale nella difesa degli assetti politici esistenti e quele uso si intenda farne nelle varie fasi di sviluppo della vita politica del Paese.”11

Resulta interesante la relación que el jurista italiano establece entre delito político y manifestación de una ideología represiva: la defensa del orden político existente implica el castigo de todas aquellas acciones consideradas disidentes. En esta misma dirección, Antonio Ibarra sostiene que cuando el poder se veía amenazado juzgaba y castigaba la disidencia. De esta manera, se expresaba como fuerza defensora de una justa causa, que apelaba a valores de obediencia pero también castigaba con una enor-me carga simbólica a la disidencia.12 En sus trabajos sobre la disidencia política en las primeras décadas del siglo XIX novohispano, analiza los procesos judiciales como expresión de una cultura de la persecución, de la delación, de la culpa política y de la

10 ROSANVALLON, Pierre El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 hasta nuestros días, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, pp. 15-17

11 SBRICCOLI, Mario “Dissenso politico e diritto penales in Italia tra Otto e novecento. Il problema dei reati politici dal Programma di Carrara al Trattato di Manzini”, en Quaderni fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, núm. 2, Giuffré Editore, Milano, 1973, pp. 615-616.

12 IBARRA, Antonio “Crímenes y castigos políticos en la Nueva España Borbónica: patrones de obe-diencia y disidencia política, 1809-1816”, en TERÁN, Marta y SERRANO, José Antonio –editores– Las guerras de independencia en la América española, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 2002.

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penalización ejemplar. En ellos, el discurso –en su expresión judicial de interrogato-rio– constituye una muestra de los temores políticos de una época.13

Este trabajo se ubica en esta línea de interpretación, puesto que los procesos judiciales no sólo pueden ser interpretados como instrumentos del poder político para criminalizar a quienes exhibían disidencias o eran considerados opositores, sino que también manifiestan las percepciones de los actores en torno a las luchas por el poder. El proceso judicial se convierte, de este modo, en un recurso metodológico a través del cual distinguir el abanico de posibilidades abierto con la crisis de 1808.

Un orden colonial en crisis El 21 de enero de 1809, la Audiencia de Buenos Aires le enviaba a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino una carta en la que enumeraba los últimos aconte-cimientos que habían conmocionado a su jurisdicción y que ilustraba muy bien el conflictivo clima político vivido en aquellos días en el Río de la Plata:

“Receloso el virrey de la conducta del cuerpo municipal por las de-nuncias que se han indicado y por prevenir cualquier alboroto que pudiera originarse con motivo de las elecciones a que habían pre-cedido algunos pasquines tomó en precaución las mismas preven-ciones que había adoptado el año anterior mandando que las tro-pas estuviesen sobre las armas en sus respectivos cuarteles el día siguiente primero del año, lo que así se ejecutó y no fue bastante para contener el sedicioso plan que al parecer estaba dispuesto pues cerca del mediodía primero del año y antes que pasasen a confirmar las elecciones como es de costumbre, se precipitó a tocar a rebato con la campana del Cabildo, medio conocido ya y usado en 14 de agosto de 1806 y 6 de febrero de 1807 para conmover al pueblo; inmedia-tamente se notó que acudieron a Cabildo varios individuos de los tres cuerpos voluntarios, catalanes, gallegos y vizcaínos, sobre cuya insubordinación y exceso desde su formación ha repetido informes este tribunal a vuestra majestad sin que se advirtiese que el pueblo concurriese a la Plaza, ni ningún vecino de honor, pero ellos gritaban pretendiendo unos el establecimiento de junta, otros la deposición del virrey, y todos aclamando al Cabildo”.14

13 IBARRA, Antonio “La persecución institucional de la disidencia novohispana: patrones de inculpación y temores políticos de una época”, en CASTRO, Felipe y TERRAZAS, Marcela Disidencia y disiden-tes…, cit., p. 124.

14 “Carta de la Real Audiencia de Buenos Aires dando cuenta a su Majestad, con varios documentos e impresos que acompaña”, Buenos Aires, 21 de enero de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit, Tomo XI, p. 10617.

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El relato aludía a lo sucedido el 1º de enero de 1809 cuando, en ocasión de la renova-ción de los capitulares, el cuerpo municipal capitalino –liderado por Martín de Álza-ga– intentó destituir al virrey Santiago de Liniers y formar una junta de gobierno en su reemplazo bajo el lema “¡Viva el rey Fernando VII, la Patria y la Junta Suprema!”. Ante la presión, ofreció su dimisión pero no aceptó la formación de una junta. La resolución del conflicto provino de las milicias: Cornelio Saavedra, comandante del regimiento de Patricios, se opuso a la destitución del virrey. La disputa culminó con la inmediata detención, destierro y procesamiento de los responsables del motín y con la disolución de los cuerpos de milicias –gallegos, catalanes y vizcaínos– que habían sostenido al cabildo. Aunque fracasado, el “sedicioso plan” ponía en evidencia la pro-funda inestabilidad que asolaba no sólo al más joven de los virreinatos americanos, sino a la Monarquía española en su conjunto.

La crisis desatada con la desaparición de la figura del rey como garante de la unidad monárquica en 1808 afectó a todos los territorios del imperio. A medida que las noticias de las abdicaciones de Bayona llegaban a las provincias españolas, se sucedían los levantamientos contra los franceses y la formación de juntas insurreccio-nales en nombre de Fernando VII. La misma reacción de lealtad al monarca cautivo se produjo en América. Entre 1808 y 1809, en distintas ciudades se formaron juntas, pero las autoridades coloniales buscaron desalentarlas a través de diferentes medios.15

En el Río de la Plata, el intento juntista de 1809 tenía por escenario, además de la crisis monárquica, una crisis local derivada de las invasiones inglesas, lo que agravó las disputas entre los diferentes cuerpos y autoridades coloniales. La Audiencia, en su lectura del episodio, marcaba la estrecha relación con la frágil situación virreinal legada de 1806 y 1807. La ocupación inglesa puso en evidencia el fracaso de las re-formas borbónicas, cuando al fallar el sistema administrativo y militar quedaron en entredicho los orígenes militares del Virreinato. Pero también provocó una profunda crisis política e institucional con la destitución de la máxima autoridad virreinal.

Aunque esta situación no puso en cuestión el orden monárquico –por el contra-rio, la lealtad se reforzó luego de los triunfos sobre las tropas inglesas– la deposición del virrey Sobremonte abrió, sin duda, una grieta vertical en el orden institucional

15 Las historiografías nacionales de los países hispanoamericanos interpretaron la formación de las pri-meras juntas americanas en esta coyuntura como intentos fracasados de independencia o como an-tecedentes de las emancipaciones posteriores. En los últimos años, la historia política ha revisado y cuestionado aquellas interpretaciones, subrayando que aquel movimiento se caracterizó, en realidad, por una férrea fidelidad al monarca español y que no manifestó propósitos de ruptura con la metrópoli. Tampoco se trató de una confrontación de españoles y criollos o entre peninsulares o americanos, sino que fue la respuesta a la crisis peninsular y al temor que despertó la posibilidad de pasar a depender de Francia. El reclamo de un mayor margen de autonomía de los sectores criollos e incluso de las propias autoridades coloniales en el manejo de sus asuntos locales no implica que esta demanda pueda ser leída en clase de vocación independentista. Para una revisión del movimiento juntero en el bienio 1808-1810, véase CHUST, Manuel –coordinador– 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, FCE-El Colegio de México, México, 2007.

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de la colonia, porque privó al Virreinato (creado hacía sólo treinta años) del primer eslabón sobre el cual se fundaba la relación de obediencia y mando en América en una coyuntura muy particular a nivel mundial.16 La percepción de que la primera acefalía de la autoridad virreinal había creado un escenario que trastornó la vida política de la colonia era compartida también por un observador anónimo de la revolución del 1º de enero:

“¿Cómo era posible conviniesen en una cosa que sólo el rey puede hacer y que era tanto o más escandalosa que la deposición del virrey anterior? ¿Acaso el ejemplar del marqués de Sobremonte que forza-do de las circunstancias tan críticas en que se hallaba la monarquía quedó sin castigo, podía servirles de regla para cometer igual atenta-do con el actual jefe?”17

Tal acefalía creaba a nivel local un margen de incertidumbre jurídica que si bien no era comparable en su naturaleza y magnitud a la desencadenada por la vacatio regis poco tiempo después, se asemejaba en algunos aspectos. El primero se vinculaba con la situación de provisionalidad vivida en esos meses; el segundo, con la emergencia de un cierto margen de autonomía por parte de las autoridades coloniales respecto de la metrópoli.18

Los efectos que los sucesos peninsulares de 1808 desataron en el Río de la Plata no derivaron de 1806 sino que dotaron a ese escenario de un nuevo desafío que se jugaba a escala imperial. La situación de provisionalidad en la que se encontraba el Virreinato dificultó el manejo de la crisis en un marco de cierta calma por parte de las autoridades de la capital, aunque dicha situación no explica todas las derivaciones que provocó la vacatio regis.19 La crisis monárquica abría una nueva etapa, donde al problema de la obediencia política que había dejado al descubierto la deposición del Virrey se sumaba ahora un problema de mayor magnitud: el de la soberanía. Lo peculiar del caso rioplatense era la superposición de dos crisis de autoridad: a la crisis local desencadenada por las invasiones inglesas se sumaba ahora la que se desataba en la Península por el trono vacante.20

16 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Siglo XXI, México, pp. 135-136.

17 ANÓNIMO “Apuntes sobre la revolución de 1809, Buenos Aires [1º al 6º de enero de 1809]”, en Bi-blioteca de Mayo, cit., Tomo V, pp. 4190.

18 TERNAVASIO, Marcela “De la crisis del poder virreinal a la crisis del poder monárquico. Buenos Aires, 1806-1810”, inédito, gentileza de la autora.

19 Sobre esta problemática ver ANNINO, Antonio “Impero, constituzione e diversità nell’America hispá-nica”, en Storica, núm. 33, 2005.

20 TERNAVASIO, Marcela Historia de la Argentina, 1806-1852, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009, p. 57.

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Un dilatado proceso judicial Los episodios que conmocionaron a Buenos Aires en la coyuntura abierta con las invasiones inglesas pusieron de manifiesto las tensiones acumuladas entre los prin-cipales cuerpos coloniales –exacerbadas por los intereses de sus representantes– que terminaron por erosionar su legitimidad, antes de 1810. Los cambios en las relaciones de fuerza y poder durante el período permiten comprender algunos conflictos que se suscitaron durante el desarrollo del juicio.

El proceso seguido contra Martín de Álzaga, Felipe de Sentenach y José Miguel de Ezquiaga se desarrolló entre mediados de enero de 1809 y finales de julio de 1810. Como causa agregada a la del 1º de enero de 1809, se llevó adelante en el fuero mili-tar. Liniers, virrey y capitán general, designó como jueces fiscales a Juan de Vargas, capitán de fragata y Francisco Agustini, coronel de artillería. En julio de 1809, con la llegada de Cisneros y debido a las continuas recusaciones, fueron reemplazados en sus cargos por Domingo Navarro, teniente de navío y Joaquín de Sagasti, teniente de fragata, quienes continuaron la causa hasta extender las conclusiones. A fines de mayo de 1810, Navarro y Sagasti pidieron su relevo ante la Junta, ya que su superioridad –la Comandancia de Marina– no se había posicionado respecto a la variación de gobier-no. Finalmente, fue nombrado el capitán Pedro Antonio Durán, quien se desempeñó como fiscal hasta la reunión del consejo de guerra el 24 de julio de 1810.21

El juicio a los acusados del crimen de independencia fue llevado adelante por autoridades pertenecientes al fuero militar. Como justicia especial, la militar –al igual que la eclesiástica– abarcaba a todos los asuntos judiciales de la persona sometida al fuero y respondía a una concepción estamental de la sociedad, en la cual la justicia debía ser administrada por pares:22

“El fuero de guerra es un privilegio establecido a favor y decoro de los militares, bien para que éstos sean juzgados por sus jefes, bien para que en los casos prevenidos los paisanos sean arrastrados por ellos ante el juzgado militar”.23

Juan de Vargas, el primer juez fiscal designado en la causa, sugería que el delito de-nunciado debía acumularse a la causa de la conmoción del 1º de enero y ser juzgado en el fuero militar, ya que, para su mejor resolución, convenía seguir su mismo curso

21 El consejo de guerra fue nombrado por la Junta y estuvo formado por Bernardo Lecocq (brigadier director subinspector del real cuerpo de ingenieros), Francisco Rodrigo y Nicolás de la Quintana (bri-gadieres de los reales ejércitos), Juan Florencio Terrada, Martín Rodríguez, Agustín de Arenas y Juan Bautista Bustos (coroneles) y de auditor de guerra el doctor Pedro Medrano (conjuez de la Real Au-diencia).

22 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRÉ, Eduardo Manual de Historia de las instituciones argenti-nas, Ed. Histórica, Buenos Aires, 2003, p. 97.

23 “Oficio de Joaquín de Sagasti y Domingo Navarro al virrey Cisneros”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11058.

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y atenerse a las mismas autoridades. El argumento de que miembros de las fuerzas militares tuvieron activa participación durante dicha jornada sirvió en parte a la Au-diencia24 para justificar dicha jurisdicción, en un oficio dirigido a la Junta Suprema de España fechado el 21 de enero de 1809:

“…el curso de la causa que debía formarse para averiguar los reos y cómplices de la sedición; que respecto que ésta había sido fomen-tada y sostenida por individuos de los cuerpos militares con fuerza armada, dirigida contra la seguridad de la real fortaleza aunque con el fin de trastornar el actual sistema de gobierno, nombrase el virrey capitán general un oficial de graduación para fiscal militar que orga-nice la correspondiente sumaria”.25

Sin embargo, como se desprende del fragmento citado, el objeto de la asonada del 1º de enero era trastornar el gobierno –al igual que el crimen de independencia– y por su naturaleza grave podía también corresponder a la justicia ordinaria y, por lo tanto, a la Audiencia. No obstante, ninguno de los acusados de ambas causas objetó la re-solución, aún cuando pudieran verse perjudicados debido a sus disputas con Liniers, virrey y capitán general, y por ello quien designaba a los jueces para el juicio. Los tres acusados decidieron mantener los privilegios que disfrutaban.26 Quizás la decisión pudo responder a la esperanza del nombramiento de un nuevo virrey propietario que reemplazara a Liniers –que lo ejercía en carácter de interino– y con el cual negociar su situación. Tampoco existen indicios de que la Audiencia reclamara la correspondencia del delito a su jurisdicción, con lo cual parecía mantenerse al margen de la resolución de dos casos en los que se encontraban involucrados –en posiciones enfrentadas– au-toridades coloniales que habían entrado en un abierto conflicto: el Virrey y miembros del Cabildo o personas cercanas a dicho cuerpo.

Cuando el fiscal Vargas y su acompañado Agustini se dispusieron a tomar confe-sión a Sentenach y Ezquiaga,27 estos se negaron y recusaron al primer fiscal. El motivo señalado por los acusados era la antipatía de Vargas contra los imputados, notoria en ciertos comentarios expresados. Los jueces comunicaron a Liniers lo sucedido, expre-sando su parecer al respecto:

24 En ese momento la Real Audiencia estaba integrada por Lucas Muñoz y Cubero, Francisco Tomás de Anzotegui, Manuel de Velasco, Manuel de Villota y Antonio Caspe y Rodríguez.

25 “Carta de la Real Audiencia de Buenos Aires”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XI, p. 10620.26 Ezquiaga y Sentenach, como oficiales del regimiento de artillería volante, y Alzaga, como teniente

retirado de infantería de la ciudad.27 Las declaraciones de los reos Sentenach y Ezquiaga fueron realizadas a comienzos de junio de 1809. Es

necesario recordar que Álzaga, como principal implicado en el motín del 1° de enero, había sido deste-rrado a Carmen de Patagones y luego rescatado por un navío de guerra enviado por Elío, el gobernador de Montevideo, por lo que se encontraba aún en esa ciudad. Retornó a Buenos Aires recién a fines de septiembre de 1809, cuando por decreto del virrey Cisneros los acusados en la causa de la conmoción fueron absueltos.

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“…hasta ahora se deja entrever suficientemente la confabulación y acuerdo en que están todos o los más acusados para insistir arbi-trariamente en la recusación del primero de nosotros, a virtud de lo que comprendemos que reiterándose tales artículos desde luego asegurarse que ha de experimentarse más demora en la sustancia-ción, y conclusión del proceso [...] deseamos propender aquí [que] los acusados en causa tan complicada y grave no sufran el receloso disgusto de verse procesados por un fiscal a quien parece tienen de-clarada aversión”.28

Liniers, asesorado por el auditor general Juan de Almagro, no dio lugar al pedido de los acusados y mantuvo a Vargas y Agustini en sus cargos, pues sostenía “…que todo recelo o sospecha que pudieran ocurrir contra la notoria legalidad y arreglo del juez fiscal recusado están precavidos con el nombramiento de acompañado en sujeto que ha sido de la satisfacción de todos los acusados [en referencia a Agustini]”.29

El escenario cambió cuando se produjo el relevo de la autoridad virreinal en julio de 1809. Cisneros, el nuevo virrey, llegaba con instrucciones para acabar con los conflictos que se habían sucedido en la ciudad de Buenos Aires y, a la vez, vigilar y castigar cualquier tipo de sedición o plan revolucionario. Sin embargo, el cumpli-miento de sus objetivos lo obligó a negociar cada una de las medidas con los grupos de poder locales. En este sentido, una de sus primeras medidas fue finalizar –en sep-tiembre de 1809– el proceso iniciado a los responsables de la asonada del 1º de enero de 1809. En su declaración, el Virrey llamaba a la pacificación luego de las disputas y enfrentamientos producidos. Aunque destacaba la actuación de los fiscales que habían llevado adelante el proceso, decidía concluirlo debido a las reiteradas recusaciones in-terpuestas por los imputados, lo que podría significar un aplazamiento en la resolución del proceso. Refiriéndose al motín de enero, señalaba que “…una conmoción popular nunca puede ser excusable, y las mejores intenciones no sinceran el insulto cometido contra un jefe superior, en quien había depositado su representación el soberano”.30 Pero acto seguido, resaltaba la distinción de los acusados. El Virrey declaraba, final-mente, el perdón y la absolución de todos los implicados y el restablecimiento de los cuerpos milicianos de vizcaínos, catalanes y gallegos, disueltos por el apoyo prestado a los amotinados.

28 “Oficio de los jueces fiscales Juan de Vargas y Francisco Agustini dando cuenta al virrey de haber sido recusados por José Miguel Ezquiaga”, Buenos Aires, 17 de junio de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, pp. 11046-47.

29 “Dictamen del auditor general Juan de Almagro”, Buenos Aires, 3 de julio de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11048.

30 “Declaración del virrey Cisneros dando por terminado el proceso iniciado con motivo de los sucesos del 1º de enero de 1809”, Buenos Aires, 22 de septiembre de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XI, pp. 10571-10575.

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Si bien Cisneros daba por terminado el juicio contra los amotinados de enero, proseguía con la causa sobre la independencia, aunque alegaba que “…advertido de que se le habían opuesto repetidas acusaciones [a los fiscales Vargas y Agustini] trans-ferí sus ministerio a otros dos oficiales, que habiendo sido espectadores indiferentes de todas las ocurrencias reunían la confianza general a la probidad y honor que dis-tinguen sus personas”.31 Los nuevos fiscales, Domingo Navarro y Joaquín de Sagasti, contaron con la aprobación de los acusados, quienes no objetaron la designación. La medida adoptada por Cisneros, aunque ponía de manifiesto su intención de neutralizar cualquier intento de sedición, también mostraba su interés por asistir a los acusados al atender sus pedidos de recusación.

Luego de estudiar el desarrollo del proceso, Navarro y Sagasti elevaron en sep-tiembre de 1809 una consulta al virrey asegurando “…que la causa sobre el crimen de la independencia, que se hallaba acumulada a la de la conmoción no correspondía al juzgado militar, sino que siendo de alto gobierno, de naturaleza gravísima, ardua y dificultosa, se sirviese su excelencia de nombrar juez competente, que la continuase con arreglo a las leyes”.32

Los acusados rechazaron la réplica de los fiscales. En ese momento, Álzaga se empeñó en que el juicio siguiera por el fuero militar, sosteniendo que “…ni es tiempo de enmendar cualquier error, que se hubiera padecido, ni lo hubo seguramente cuando se transfirió a la jurisdicción militar el conocimiento de mi causa”.33 Adjuntaba, ade-más, “…un nuevo título derivado del fuero militar que gozo, y que sujeta privativa-mente mi persona a la jurisdicción militar…”,34 obtenido por gracia del virrey Pedro Melo de Portugal en 1796:

“Por cuanto al cansancio y achaques de don Martín de Álzaga, te-niente del regimiento de milicias de infantería de esta capital; he venido en concederle su retiro con el fuero y preeminencias a que es acreedor. [...] Por tanto mando a los oficiales y tropas de plana mayor, y cuerpos existentes en estas provincias, y a los cabildos, justicias y demás individuos de ellas, le guarden y hagan guardar en los tiempos y casos que respectivamente les corresponde, todas las

31 “Declaración del virrey Cisneros dando por terminado el proceso iniciado con motivo de los sucesos del 1º de enero de 1809”, Buenos Aires, 22 de septiembre de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XI, pp. 10571-10575.

32 “Oficio de Joaquín de Sagasti y Domingo Navarro al virrey Cisneros”, Buenos Aires, 1º de septiembre de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XI, pp. 11053.

33 “Representación de Martín de Alzaga al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros”, Buenos Aires, mayo de 1810, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, pp. 11287-8.

34 “Representación de Martín de Alzaga al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros”, Buenos Aires, mayo de 1810, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, pp. 11287-8.

212 Autoridades y prácticas judiciales...

honras, exenciones, y prerrogativas que como a tal teniente de mili-cias retirado le pertenecen”.35

Cisneros no aceptó la sugerencia hecha por los fiscales de que la causa pasara a la jus-ticia ordinaria, ya que probablemente prefirió evitar las innovaciones, mantener bajo su órbita la continuación del juicio y asegurarse la rápida finalización del proceso, medida ajustada al objetivo de calmar los ánimos de la capital.

La destitución de Cisneros y la formación de la Junta en mayo de 1810 origi-naron un nuevo conflicto jurisdiccional, aunque de índole diferente al anterior. Los jueces fiscales entendieron que la capitanía general también recaía en la Junta, por lo que pasaron la causa al nuevo gobierno a fin de informarlo sobre su estado. Pero sostenían que como oficiales “…miembros de la jurisdicción de marina (corporación que no corresponde a esta capital) estamos sujetos en un todo a las inmediatas órdenes de aquel comandante general…”,36 con asiento en Montevideo. Es necesario recordar que Domingo Navarro y Joaquín de Sagasti eran teniente de navío y teniente de fra-gata, respectivamente.

Debido a que las autoridades orientales no se habían posicionado aún respecto a la Junta de Buenos Aires, los fiscales declaraban estar “…muy distantes de pretender dar nuestra opinión sobre la instalación de esa junta superior; no competiéndonos por ningún motivo introducirnos en asuntos que corresponden a nuestros jefes”.37 Navarro y Sagasti pedían ser relevados del cargo de fiscales de la causa, a fin de no comprome-ter su “…honor en el conflicto de dos autoridades que debemos respetar”.38

Para la Junta, no existían impedimentos para que los fiscales continuaran al frente del proceso judicial y sostenía que “…la inmediata dependencia que ustedes recono-cen del señor comandante de marina no los extrae de la que tienen con la constitución general del Estado, y la accidental variación en el mando superior de estas provincias nada puede influir sobre el desempeño de una comisión particular”.39

35 “Decreto del virrey Pedro Melo de Portugal y Villena concediendo a Martín de Alzaga el retiro de te-niente de milicias de infantería de Buenos Aires”, Buenos aires, 28 de diciembre de 1796, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XI, p. 11289.

36 “Diligencia de entregar el proceso, y causas agregadas, [a la Junta]”, 28 de mayo de 1810, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11290.

37 “Buenos Aires, 29 de mayo de 1810 –Don Domingo Navarro y don Joaquín de Sagasti– Enterados del oficio de esta junta en que se les previene deben continuar con el cargo de fiscales de la causa de independencia, insisten en que no pueden ejecutarlo hasta la resolución de comandante de marina”. En Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, pp. 11292-11293.

38 “Buenos Aires, 29 de mayo de 1810 –Don Domingo Navarro y don Joaquín de Sagasti– Enterados del oficio de esta junta en que se les previene deben continuar con el cargo de fiscales de la causa de independencia, insisten en que no pueden ejecutarlo hasta la resolución de comandante de marina”. En Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, pp. 11292-11293.

39 “Diligencia de entregar el proceso, y causas agregadas, [a la Junta]”. 28 de mayo de 1810, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11290.

Faltando a los derechos del buen vasallo 213

Finalmente, los fiscales cesaron en sus cargos el 15 de junio de 1810, cuando ya habían comenzado las hostilidades entre Buenos Aires y Montevideo por el descono-cimiento de la Junta instalada en la antigua capital virreinal. No obstante, el consejo de guerra basó su sentencia en las conclusiones elevadas por Navarro y Sagasti. El Tribunal resolvió no sólo absolver a los acusados y condenar a los denunciantes, sino también reprender al fiscal Vargas, que había iniciado la causa. El equilibrio de fuer-zas nuevamente había variado.

El crimen de independenciaEl principal delito imputado a los acusados fue el de crimen de independencia. Las preguntas de los jueces fiscales a los testigos y acusados insistieron acerca de si des-pués de conquistada la ciudad por los ingleses habían tenido noticias del intento de algunos habitantes de poner estas provincias en independencia del católico monarca. Durante el juicio, sin embargo, el delito no sólo refería a la sustracción de estos terri-torios del dominio del monarca, sino que aparecía rodeado de un conjunto de ideas y percepciones que exhibía cierta lectura de los actores sobre la crítica coyuntura del imperio español, pero específicamente sobre la situación del Río de la Plata.

¿Cómo se conceptualizaba el crimen de independencia? ¿Qué nuevos sentidos cobró en el arco de alternativas que se abrió a partir de 1808? ¿De qué manera se pu-sieron de manifiesto durante el juicio?

En primer lugar, es necesario realizar algunas consideraciones en torno al tér-mino utilizado para definir el delito de independencia. Las discusiones en torno a la ambigüedad en el empleo de este concepto durante la crisis del orden virreinal son co-nocidas.40 Una línea de interpretación ha propuesto entender autonomía cada vez que los discursos de la época hablan de independencia. De esta manera, se comprendería mejor la actuación de gran parte de la elite, que buscaba en la crisis política abierta por la caída de la monarquía, ampliar la esfera del manejo autónomo de sus asuntos, sin que se intentara una ruptura con la metrópoli. Sólo el desarrollo posterior de los acontecimientos llevaría a la independencia.

Sin embargo, resulta evidente que en las acusaciones vertidas durante el juicio, independencia –que en su sentido genérico hacía referencia a “falta de dependencia. Summa libertas”–41 aludía a una acepción más radical y se asociaba con nociones tales como subversión, levantamiento, insurrección y desafío al poder instituido. El crimen

40 Sobre los significados de los conceptos independencia y autonomía, véase: RODRÍGUEZ, Jaime O La independencia de la América española, FCE, México, 1996; PORTILLO VALDÉS, José Crisis Atlán-tica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Marcial Pons, Madrid, 2006; IBARRA, Ana Carolina “Autonomía e independencia en la crisis del orden virreinal” y el comentario realizado al texto de Ibarra de Javier Fernández Sebastián, en el foro virtual IberoIdeas [en línea] http://foroiberoideas.cervantesvirtual.com.

41 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, 1803; citado en GOLDMAN, Noemí ¡El pueblo quiere saber de qué se trata!, Historia oculta de la Revolución de Mayo, Sudamericana, Buenos Aires, 2009, p. 62.

214 Autoridades y prácticas judiciales...

de independencia atentaba contra la integridad de los territorios de la Monarquía y, en última instancia, contra el rey. Los fiscales Sagasti y Navarro definían a quienes co-metían el crimen de independencia como aquellos que “…intentan trastornar el orden de gobierno, o lo que es más, los que pretenden invertirlo en términos de desconocer toda dominación, y dependencia de su legítimo soberano comenten un delito de lesa majestad o alta traición contra el Estado”. 42

Por lo tanto, el delito se enmarcaba en los denominados de alta traición y lesa majestad. Según la tradición romana, así como la tratadística de la época, estos delitos debían ser juzgados de manera breve y castigados de modo ejemplar.43 Debido a la gravedad de su naturaleza, no bastaba la condena del último suplicio sino que tam-bién la “…pena es trascendental a los hijos del reo; quedan infamados para siempre, no pueden ser caballeros, obtener dignidad u oficio, ni suceder a alguno por derecho hereditario”.44

Durante el juicio y de manera reiterada, infidencia aparece como sinónimo de traición. El concepto de infidencia aporta algunos elementos, no sólo en la definición del delito, sino también en la de sus ejecutores. Etimológicamente el término infiden-cia proviene del latín in: privación y fidentia: confianza; es decir, falta a la confianza a otro o “inteligencia con los enemigos del estado para perjudicarle”.45 Ser infidente implicaba, por lo tanto, no ser fiel a la Corona española, ser insurgente y atentar contra los derechos del rey y la seguridad del propio estado.

La infidencia o deslealtad al rey implicaba, de esta manera, el reconocimiento de enemigos internos que eran súbditos de la Corona. Como señala Sara Ortelli para el caso novohispano, a diferencia de momentos anteriores cuando se hacía hincapié en el aspecto religioso (apóstata), étnico (apache, indio) o en la guerra (enemigo), a fines del siglo XVIII el delito de infidencia remitía a un sujeto político entendido como súbdito, que había sido desleal a su soberano.46 Por lo tanto, traición e infidencia cons-truyen la imagen de un enemigo que forma parte del cuerpo político de la Monarquía pero que, por diversos motivos, emprende una acción destinada “a perturbar o destruir la sociedad y también la religión”.47

42 “Oficio de Joaquín de Sagasti y Domingo Navarro al virrey Cisneros”, Buenos Aires, 1º de septiembre de 1809, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11058.

43 BARRIERA, Darío G. “La tierra nueva es algo libre y vidriosa. El delito de ‘Traición a la corona real’: lealtades, tiranía, delito y pecado en jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas (1580-81)”, en Ley, Razón y Justicia. Revista de Investigaciones en Ciencias Jurídicas y Sociales, Año 8, núm. LI, p. 293.

44 “Conclusión fiscal para ser elevada al consejo de guerra de oficiales generales. Buenos Aires, 9 de mayo de 1810”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11248.

45 CASTILLO, Andrés del “Acapulco, presidio de infidentes. 1810-1821”, en IBARRA, Ana Carolina –coordinadora– La independencia en el sur de México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM,

2004.46 ORTELLI, Sara “Enemigos internos y súbditos desleales. La infidencia en Nueva Vizcaya en tiempos

de los Borbones”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, Vol. 61, núm. 2, 2004.47 CASTILLO, Andrés del “Acapulco, presidio de infidentes. 1810-1821”, cit.

Faltando a los derechos del buen vasallo 215

La alianza de los traidores con aquellos considerados enemigos de la patria agra-vaba la naturaleza del delito y alimentaba toda clase de sospechas. A partir de 1806, especialmente, el acercamiento de las dos potencias tradicionalmente enemigas de Es-paña al territorio rioplatense disparó los temores sobre intrigas conspirativas. Desde las invasiones inglesas, las autoridades virreinales temieron la concreción de planes independentistas bajo el protectorado británico. Debido a que el delito denunciado se remontaba justamente a esos años, los jueces se esforzaron en esclarecer si existía al-gún tipo de vínculo entre los acusados y Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, considerados agentes ingleses.48

Las sospechas recaían principalmente sobre Álzaga a quien se acusaba, además, de haber tenido “…comunicación con el mayor general Beresford antes de su huída, en los días que permaneció en esta ciudad, y que estas comunicaciones fueron referen-tes a que se admitiese sin oposición alguna en ella al ejército inglés bajo la condición de que protegiese la independencia del Río de la Plata del dominio de España”.49 En su declaración, Álzaga procuró convencer a los jueces de que sus contactos con Peña y Beresford fueron para “…no malograr el descubrimiento de todo lo que se tramaba con la prematura acción de prender al principal agitador de este crimen”.50

A comienzos de 1808, tanto las autoridades como la población agudizaron sus temores frente a la posibilidad de una nueva invasión británica, especialmente luego de arribar las noticias de la presencia de la Corte portuguesa en Brasil bajo la protec-ción de Inglaterra. La inquietud que despertó el traslado del Rey Juan VI con todo su séquito a Río de Janeiro fue inmediata. Ni siquiera el cambio de alianzas producto del nuevo panorama internacional mitigó las dudas de las autoridades españolas acerca de las intenciones del imperio portugués en estos territorios.

Un año más tarde, las autoridades mantenían la desconfianza hacia los portugue-ses –ahora sus aliados– por lo que buena parte del interrogatorio a Álzaga también estuvo destinado a esclarecer la relación de los capitulares del año 1808 con la corte portuguesa. Con este fin, los jueces también incorporaron al legajo las comunicacio-nes establecidas entre el Cabildo y Rodrigo de Souza Coutinho, conde de Lindares,51

48 Saturnino Rodríguez Peña era un porteño que colaboró, junto a Manuel Aniceto Padilla, con la huida del general Beresford, luego de ser tomado prisionero por las autoridades españolas al fracasar en su intento de conquistar Buenos Aires con las fuerzas británicas en 1806. Después de ello, se refugió en Río de Janeiro. Peña había abrazado la alternativa de una independencia tutelada por Inglaterra entre 1806 y 1807, cambiando de posición en 1808, cuando se convirtió en uno de los más férreos defensores de la regencia de la Infanta.

49 “Confesión del acusado don Martín de Alzaga”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11081.50 “Confesión del acusado don Martín de Alzaga”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 11081.51 Rodrigo de Souza Coutinho, conde de Linhares, ministro de estado de la corte portuguesa. Defensor del

expansionismo portugués sobre la frontera sur española en América y del proyecto de anexar la Banda Oriental a Brasil. Apenas trasladado a Río de Janeiro, y antes del cambio de alianzas internacionales, intentó poner en marcha su plan enviando al Río de la Plata al brigadier Joaquín Javier Curado con un ultimátum a sus autoridades en el que ofrecía colocar a todo el Virreinato bajo la Real Protección de su

216 Autoridades y prácticas judiciales...

y el testimonio del mensajero encargado de transportar dichos pliegos. Aunque era un asunto que Liniers había evaluado en su momento, la denuncia de intentada indepen-dencia reavivó los recelos para con los portugueses.

Aunque los intentos independentistas podían ser más bien un temor de las autori-dades coloniales, lo cierto es que el último tramo del siglo XVIII aportaba un ejemplo en el cual la posibilidad se había transformado en realidad: las colonias norteameri-canas. No sólo ofrecían una experiencia exitosa de ruptura con la metrópoli –según un testigo, Sentenach elogió “…la felicidad de que gozaban los habitantes de las Pro-vincias Unidas de Norteamérica”–52 sino también un modelo alternativo de gobierno, la república. Las preguntas de los jueces sobre la existencia de planes destinados a subvertir el gobierno “estableciendo [uno] democrático o republicano”,53 son tan recurrentes como aquellas destinadas a descubrir las intenciones independentistas. Aunque en la monarquía era frecuente la utilización del concepto república,54 resulta indudable que en este contexto su uso mostraba cierto carácter de confrontación al gobierno monárquico porque atentaba contra sus principios constitutivos.

El crimen de independencia se componía entonces de varios elementos: los acu-sados faltaban a sus deberes de buenos vasallos al intentar romper el lazo colonial y subvertir el gobierno, atacar a las autoridades constituidas y establecer relaciones con enemigos de la patria.

Reflexiones finalesEl juicio al que fueron sometidos Álzaga, Sentenach y Ezquiaga tuvo lugar en una situación en la cual el orden monárquico había comenzado a resquebrajarse en 1808, cuando la vacancia en el trono provocó una crisis inédita en todos los territorios de la Monarquía española. En el Río de la Plata, dicha crisis se superponía a la situación de provisionalidad e inestabilidad institucional heredada con la invasión y ocupación de la capital virreinal por parte de las tropas inglesas. Los episodios que conmocionaron el virreinato durante esa coyuntura –entre ellos, la destitución del virrey en 1807 y el intento juntista de 1809– pusieron de manifiesto que el orden colonial, aunque aún no era discutido, presentaba ciertas fisuras antes de 1810.

soberano, Joao VI, y que en caso de rechazar tal protección se desataría la guerra. En el nuevo contexto creado por la acefalía, Portugal pasó de una estrategia de intervención en el Río de la Plata a una de vigilancia. Según el mismo ministro Souza Coutinho la crisis de la Península otorgaba la oportunidad de alcanzar la unidad ibérica, pero no a través de la infanta Carlota sino del infante D. Pedro Carlos bajo la hegemonía, por lo tanto, de la casa de Braganza.

52 “Otra de don Juan Vásquez Feijoo”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 10928.53 “Otra de don Manuel Migoya”, en Biblioteca de Mayo, cit., Tomo XII, p. 10943.54 ENTIN, Gabriel “De la república desincorporada a la república representada. El lenguaje republicano

durante la revolución del Río de la Plata”, en MARISA, Muñoz y PATRICE, Vermeren –compilado-res– Repensando el siglo XIX desde América Latina y Francia. Homenaje al filósofo Arturo A. Roig, Colihue, Buenos Aires, 2009 [en línea] http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/entin1.pdf

Faltando a los derechos del buen vasallo 217

Dicho proceso judicial tuvo lugar en 1809 y 1810, a raíz de un intento juntista frustrado que se propuso no sólo destituir a la autoridad virreinal sino también erigir una junta que, aunque fidelista, mostraba la intención de modificar el orden monár-quico, en franca crisis desde 1808 con la vacancia en el trono. Pero, además de tener por escenario la crisis de la monarquía, este juicio se hallaba inscripto en una desatada a nivel local a partir de 1806, cuando las invasiones inglesas dejaron como legado la deposición del virrey, en una situación que provocó profundas grietas en el orden imperial, pero no su cuestionamiento. En palabras de Halperin Donghi:

“En 1806, entonces, el orden español presenta, tras de una fachada todavía imponente, grietas cuya profundidad no es fácil de medir. Ese paulatino debilitamiento no justifica su brusco fin; puede decirse de él como de la unidad imperial romana que no murió de su propia muerte, que fue asesinado”.55

En este sentido, no es aleatorio que el delito imputado en el juicio de 1809 se ubicara temporalmente en 1806: en la percepción de los actores 1809 era posible por la situa-ción de inestabilidad institucional abierta en 1806. Las múltiples referencias cruzadas mostraban cuán entrelazados se concebían ambos momentos.

El crimen de independencia denunciado se enmarcaba en los denominados de lesa majestad, pero no sólo refería a la separación de los territorios del dominio del monarca, sino que aparecía rodeado de un conjunto de ideas que exhibía cierta lectura de los actores sobre la crítica coyuntura del imperio español, pero específicamente sobre la situación rioplatense. En sí, contenía buena parte de las alternativas abiertas para el Río de la Plata en 1806: la ruptura de los lazos coloniales bajo el protectorado inglés, la opción carlotista y los temores de expansionismo portugués, la destitución de autoridades consideradas ilegítimas, la independencia. Aunque los términos utili-zados de manera intercambiable para definir el crimen de independencia –como trai-ción, lesa majestad, deslealtad e infidencia– no constituían una novedad, la coyuntura pareció modelar los contenidos específicos de los términos utilizados. La definición del delito mostraba, de esta manera, algunas de las percepciones que los actores te-nían, en las difíciles condiciones que imperaban en el Río de la Plata, de aquellos considerados disidentes.

Por otro lado, el contexto en el cual se desenvolvió el juicio marcó también su curso y la pena impuesta a los acusados. Durante los meses en que se desarrolló el proceso judicial de 1809, las complicaciones que se suscitaron coincidieron con esos críticos momentos del orden virreinal y tuvieron que ver con actuaciones de los im-plicados en el juicio, pero también con las autoridades a su cargo. Los diferentes con-flictos fueron producto de los cambios en las correlaciones de fuerzas. Desde el inicio de la causa, pasando por los momentos de tensión entre las competencias jurisdiccio-

55 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra, cit., pp. 135-136.

218 Autoridades y prácticas judiciales...

nales, hasta las recusaciones y variaciones de los jueces fiscales, tuvieron lugar en un escenario caracterizado por la debilidad institucional del Virreinato. En esas condicio-nes, las disputas por el reparto de poder entre las autoridades coloniales permitieron a los acusados esquivar una probable condena y luego ser definitivamente absueltos. La tensión acumulada entre los diferentes cuerpos coloniales agravó la situación de extrema fragilidad, en la cual las legalidades y legitimidades se convirtieron en boti-nes de disputa. Estas rivalidades fueron utilizadas, según las diferentes coyunturas, a favor de los distintos actores involucrados en el proceso.

El alcalde, el cura, el capitán y “la Tucumanesa”Culturas y prácticas de la autoridad en el Rosario, 1810-1811

darío G. BarriEra1

Introducción

Este trabajo ofrece algunas pinceladas puntuales de un paño más amplio que es un programa de investigación guiado por las siguientes preguntas: ¿qué papel jugaron los “jueces rurales”2 en los procesos de equipamiento político del te-

rritorio en el Río de la Plata entre los siglos XVIII y XIX? ¿Cómo fueron las intersec-ciones entre aquellos jueces rurales y otros agentes a los cuales la misma población a ellos sujeta les reconocía algún tipo de autoridad? ¿Cómo eran las culturas jurídicas y judiciales de los pobladores y de sus autoridades en aquella época de permanentes transformaciones políticas?

A la hora de presentar los resultados, un primer problema es cómo contar lo que vamos sabiendo de esta historia sin conocerla completamente; otro, que no parece más pequeño, radica en cómo hacer comprensible el análisis de un episodio en un proceso que es largo y complejo. Para enfrentar estos desafíos, decidí tener presentes los interrogantes generales que orientan la investigación y componer el relato de los resultados preliminares cruzando algunas historias.

Mi atención se concentra aquí sobre el Pago de los Arroyos, partido de la ciudad de Santa Fe extendido al sur del río Carcarañá, integrado por “el Rosario” y sus vas-tos alrededores, verdadero corredor de hombres, bienes e informaciones que surgió y creció al calor del tráfico entre Santa Fe y Buenos Aires. La contribución apunta a anudar los trazos gruesos del proceso de equipamiento político del territorio con el avance de nuestro conocimiento sobre las características y el savoir faire de los alcaldes de la Hermandad que el cabildo santafesino asignó al Rosario entre 1725 y 1823.3 El análisis hace foco en un periodo que a priori despierta curiosidad, ya que se basa en episodios ocurridos entre 1810 y 1811, “a caballo” de la Revolución. El hilo

1 Este trabajo se inserta en el marco del proyecto PIP 0318 Relaciones de poder y construcción de lide-razgos locales. Gobierno, justicias y milicias en el espacio fronterizo de Buenos Aires y Santa Fe entre 1720 y 1830, financiado por CONICET.

2 Esta designación incluye a los provinciales de la santa Hermandad, los alcaldes de la santa Hermandad, los jueces comisionados, los jueces pedáneos y, eventualmente, a sus auxiliares con capacidad judicial delegada.

3 La fecha inicial responde a la primera designación de un alcalde de la Hermandad para el pago con especificación expresa. El cabildo, que designaba alcaldes de la Hermandad desde 1616, comenzó a nombrar regularmente dos y Francisco de Frías fue enviado “al Rosario” ese año. En 1823 Rosario fue investida con calidad de Villa, cesando el oficio de alcalde de la Hermandad de los Arroyos. Véase

220 Autoridades y prácticas judiciales...

del relato lo constituye la desventurada actuación de don Isidro Noguera como alcalde de la Hermandad del Pago de los Arroyos y los conflictos judicializados en los cuales aparecen involucrados el mencionado alcalde, el cura del pago, un teniente de milicias y algunos ex alcaldes de la Hermandad del mismo territorio.4 La historia, además, está profusamente regada con la presencia de mujeres activas, de buena memoria, lengua filosa y de armas tomar.

La exposición está organizada en tres partes: en la primera se presenta el esce-nario, los episodios y el proceso judicial; en la segunda, puntual pero necesaria, se consignan algunos datos biográficos de los cuatro agentes mencionados en el título que pueden ayudar a terminar de componer su perfil o sencillamente satisfacer cu-riosidades; en la última se realiza un análisis de la percepción que aquellos agentes tenían sobre los fundamentos teóricos y prácticos del ejercicio de la autoridad en este particular contexto.

PRIMERA PARTEEl “Pago de los Arroyos” y el Rosario despuntando el siglo XIXA comienzos del siglo XIX, la campaña de la ciudad de Santa Fe (sujeta a la gober-nación-intendencia de Buenos Aires, virreinato del Río de la Plata) se extendía de manera difusa hacia el norte, aunque a orillas del Paraná existía una demarcación con la ciudad de Corrientes desde el siglo XVII. Sobre ese frente y al oeste, la defensa de la frontera santafesina con el indio propició un modesto poblamiento en torno de los fuertes y reducciones: es el caso de Cayastá, San Javier, San Pedro o Sunchales. Al este, la franja occidental del actual territorio entrerriano era jurisdicción santafesina. Su principal asentamiento era la parroquia y pueblo de Bajada (Paraná), y al conjunto se lo denomina-ba “la otra banda”, justipreciando la posición dominante que la ciudad fundada por Garay pretendía ejercer sobre esas tierras. Al sur, un arroyo que por entonces comenzó a ser llamado “del medio” marcaba los confines australes del territorio desde 1722.

Desde finales del siglo XVII, y más formalmente desde 1725, “Pago de los Arro-yos” designaba la porción del territorio santafesino que se extendía al oeste del río Paraná y que tenía al río Carcarañá por el norte y al Arroyo del medio por el sur como delimitadores precisos.5 El dibujo de la banda oeste del Pago, cuyos bornes con la

BARRIERA, Darío -director- Instituciones, Gobierno y Territorio. Rosario de la Capilla al Munici-pio (1725-1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010, Caps. I a V.

4 Los conflictos que acompañaron la presencia de Noguera en el Rosario no pasaron inadvertidos para la historiografía más clásica de la provincia (los señalan Juan Álvarez, que los analiza y Manuel María Cervera, quien se limita a un comentario sobre la suspensión del alcalde). CERVERA, Manuel María Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe, Santa Fe, 1907, p. 735 [en la edición de UNL, 1979, Tomo III, apéndices, 29). Álvarez cierra con este mismo conflicto el octavo capítulo de su Historia de Rosario. ÁLVAREZ, Juan Historia de Rosario (1689-1939), UNR-EMR, 1998 [Rosario, 1942], pp. 138-139.

5 Nos referimos a la jurisdicción de la ciudad de Santa Fe, que desde 1617 formaba parte de la go-bernación del Río de la Plata y desde la Reforma de Intendentes había quedado bajo la égida de la

El alcalde, el cura, el capitán... 221

jurisdicción cordobesa lo constituían fuertes o postas, era más difuso, ya que si dichos asentamientos eran puntos concretos en los caminos y sitios clave en la organización de las fronteras, no confirmaban un perímetro territorial que cerrara la geometría so-bre el poniente. Para imaginar los bordes de aquella geografía real, es preciso trazar los caminos que unían los fuertes de Guardia de la Esquina, Melincué e India Muerta, confín suroeste de la jurisdicción santafesina.

“El Rosario”, como se mentaba por entonces, era el único caserío del Pago de los Arroyos santafesino (al sur del Arroyo del medio se extendía su costado bonaerense)6 que tenía aspecto de pueblo. Aunque no había sido planificado como una ciudad, la cuadrícula del trazado lo asemejaba a una urbe. Si confiamos en la información ofrecida por el aragonés Pedro Tuella y Mompesar cuando despuntaba el siglo XIX se habían levantado alrededor de la parroquia unas ochenta casas y ranchos, mientras que en las inmediaciones del pueblo se registraban por lo menos ochenta y cuatro es-tancias productivas. Tuella ponderó que en toda la jurisdicción (a la cual asignó la su-perficie de unas veinte leguas cuadradas) el número de pobladores alcanzaba los 5.879 –entre los cuales, detalló, 265 eran esclavos (pardos y morenos, de ambos sexos), 274 pardos libres y solo 9 morenos, también libertos.7 Los hermanos Robertson, viajeros ingleses que pasaron por el sitio en 1811, estimaron que en la parte “urbana” del pue-blo no habría más de 800 habitantes.8

Para 1810, aunque no había sido fundado como ciudad, este pueblo asentado a orillas del río Paraná se organizaba material y simbólicamente al estilo hispánico, al-rededor de una plaza, frente a la cual se emplazaba una iglesia que era sede parroquial y convocaba a una feligresía cuyos hitos de vida católica fueron registrados por el párroco en un libro de bautismos, matrimonios y velaciones. Alrededor de esa plaza sin rollo de justicia, y a falta de cabildo, los modestos resortes del poder político allí localizado funcionaban prolijamente desde las casas particulares de los notables del sitio. Unos pocos capitanes de milicias ostentaban mando sobre un discreto número de soldados y en el pueblo tenía asiento un alcalde de la Hermandad, autoridad residente que representaba al cabildo santafesino que, valiéndose de algunos auxiliares (que la ley denominaba “partida celadora” y la realidad mostraba que podía limitarse a un par de hombres) guardaba el orden en los campos y despachaba los asuntos de su mi-nisterio tanto en los despoblados como en su propia casa, que algunas veces también

Gobernación-Intendencia de Buenos Aires, Intendencia central del virreinato del Río de la Plata, cuya capital era también la ciudad de Buenos Aires.

6 El estudio de referencia es el de CANEDO, Mariana Propietarios, ocupantes y pobladores. San Nico-lás de los Arroyos, 1600-1860, GIHRR, Mar del Plata, 2000.

7 TUELLA, Pedro Relación histórica del Pueblo y Jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el Gobier-no de Santa Fe, Provincia de Buenos Aires, en Memorias y Noticias para servir á la historia antigua de la República Argentina. Compiladas y publicadas por los fundadores de la Revista de Buenos Aires, Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1865.

8 ROBERTSON, J. P. y W. P. Cartas de Sudamérica, Emecé, Buenos Aires, 2000.

222 Autoridades y prácticas judiciales...

sirvió de cárcel. Después de la Revolución, y sin suprimir la figura del alcalde de la Hermandad, la Junta Gubernativa nombró un juez comisionado para que la represen-tase allí en asuntos locales.

Además de estar ocupado por una población permanente, el pueblo era transitado –y hasta habitado provisoriamente– por un gran número de personas. La jurisdicción del alcalde de la Hermandad se extendía sobre una población estable asentada parte en el pueblo y parte (la fundamental y más abundante) dispersa a lo largo de los cami-nos, sobre todo junto a los arroyos y las rinconadas donde se emplazaban las chacras buenas de este enorme territorio; sin embargo, su actividad, podría decirse su compe-tencia, no se limitaba a los asuntos de los pobladores estables, sino que se alimentaba también de los conflictos que podían generar las relaciones que esta gente tenía entre sí y con los estantes, transeúntes o “los de afuera”, en general. No debe olvidarse que si de la capacidad de administrar justicia se trata, la jurisdicción se ejerce menos sobre un número de personas que sobre los conflictos que han decidido judicializar invo-cando la intervención del portador de la vara en un territorio sobre el cual éste tiene la capacidad de decir justicia.

Estos datos, así como la última reflexión, no persiguen otro objeto que el de fa-cilitar una composición de lugar atenta a la ubicación del Rosario en la constelación jurisdiccional y a las posibilidades de circulación de personas y de información que existían en un sitio donde lo que pasaba en las casas podía ganar las calles y ser públi-ca voz y fama en poco rato. Esto apunta a favorecer la imaginación sobre el ambiente donde tuvieron lugar las siguientes historias.

Un alcalde, dos coyunturas, tres episodiosEn la pulpería del tenienteA comienzos de 1810 Isidro Noguera emprendió su tercera experiencia como alcalde de la santa Hermandad del Pago de los Arroyos: la primera fue una sustitución, cuando Nicolás Carbonell debió ausentarse en 1798;9 en 1807 ejerció su segundo “mandato”, primero como titular de la vara, y su paso no parece haber dejado huellas imborra-bles.10 La tercera vez que empuñó esta vara lo hizo designado por el cabildo santa-fesino, sin mediar el envío de una terna por parte de los vecinos del pago y con un cierto apremio: el fiel ejecutor le ordenó realizar urgentemente algunos asuntos de rutina (visitar las pulperías del pago y verificar el cumplimiento de la reglamentación vigente sobre precio de comestibles y peso del pan).

Cuando finalmente aceptó su designación (se verá luego que opuso resistencia en dos ocasiones), Noguera comenzó con su trabajo y durante la visita a la pulpería de Mar-

9 Archivo General de la Provincia de Santa Fe (en adelante, AGSF), Actas Capitulares (AC), Tomo XVI B, f. 461, sesión del 30 de noviembre de 1797; intervino en venta de tierras en el Rosario el 5 de junio de 1798: Archivo del Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc (AMHPJM), Escrituras, I, f. 317.

10 AGSF, AC, Tomo XVII B, sesión del 31 de octubre de 1806, ff. 327-329.

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cos Loaces –quien, además de pulpero, era teniente de milicias– se produjeron algunos incidentes. El agente encontró irregularidades en los pesos y las licencias del comerciante y un forastero –llamado Mariano Mauriño, recaudador de alcabalas de Luján– lo increpó; muy probablemente lo insultó. Ya había caído la noche, y el forastero, guitarra en mano y copas encima, entonó unas glosas que claramente eran burlas para Noguera.11 Éste –que iba armado– se dio por aludido, pero evitó la confrontación. Entre los legos parroquianos se encontraba uno más bien letrado y, a juzgar por el ambiente, también inesperado: el cura Julián Navarro. Aparentemente sin mediar convite, el párroco intervino en la dis-cusión con el afán de apaciguar los ánimos, gesto que el alcalde encontró todavía más molesto que las burlas del extraño.

El 13 de enero de 1810 Isidro Noguera escribió un informe al virrey Cisneros (Juan Álvarez no cita la fuente),12 expresando que la casa de Loaces13 era la más insolente del pago y que en ella el propio cura “…tira las patas a la sota o trata intereses prohibidos”. Cuando Navarro se enteró, lo trató públicamente de loco y el alcalde, desafiantemente, pidió al Virrey que lo haga reconocer por “médicos profesores” para dejar claro que él estaba en sus cabales.

El 5 de febrero de 1810 Cisneros ordenó al Teniente de Gobernador Político y Mi-litar de Santa Fe Prudencio María de Gastañaduy14 reprender al teniente pulpero Marcos Loaces, quien recibió la orden de cuadrarse ante la autoridad del alcalde, cuyo accionar en lo concerniente al control de la pulpería fue refrendado por el Virrey y, con fecha del 13 de febrero de 1810, por la Real Audiencia de Buenos Aires.15 De cualquier modo, la Audiencia no se privó de advertir al alcalde que “...las multas procedentes de estos Ramos las remita a los juzgados ordinarios de Sta Fe para que les de la dirección con-veniente y en quanto a los contrabandos que acusa, ocurra al Exmo Sr. virrey a quien

11 álVarEz, Juan Historia…, cit., pp. 138-139.12 Álvarez no consigna ni la fuente ni la fecha. He trabajado con AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso contra

el alcalde de la Hermandad del Partido del Rosario, don Ysidro Noguera por varios excesos de q le acusan el cura Don Julián Navarro y el Capn. Dn. Pedro Moreno” (en adelante AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”) precioso documento que llegó a mis manos gracias a Miriam Moriconi.

13 “la casa de…” era un modo frecuente de referirse a las pulperías.14 A partir de la creación de la gobernación del Río de la Plata (división de la del Paraguay, por Real

Cédula del 18 de diciembre de 1617), en Santa Fe, y en cada ciudad sufragánea de la cabecera, Buenos Aires, tuvo sede un teniente de gobernador. Tras la implementación del régimen de intendencias (1785-86), las ciudades habían quedado bajo la égida de un Subdelegado de la Real Hacienda. Luego, por un despacho del 18 de diciembre de 1795 firmado por Miguel José de Azanza, Ministro del Despacho Universal de la Guerra, el Rey estableció el empleo de Teniente de Gobernador político y militar para “Santa Fe del Río Paraná” nombrando para él a Prudencio María Gastañaduy, quien lo ejerció desde junio de 1795. AGSF, AC, Tomo XVI B, XVI f. 390v-392v. Sin embargo, a pesar de las reformas de 1785 y 1795, el oficio siguió siendo denominado por uso y costumbre (siglo y medio soldaron una buena argamasa) como “teniente de gobernador”.

15 “...sobre el fraude con que se vende en las casas y pulperias, sin peso, vara y medida sellada se ha pro-veydo con fecha 31 del mismo mes el auto del tenor siguiente: Se aprueba la disposición del Alcalde del Rosario en quanto a zelar el arreglo en el peso varas y medidas de las Tiendas y Pulperías”. AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 97.

224 Autoridades y prácticas judiciales...

se comunicara igualmente por este Tribunal para qe se sirva expedir las providencias convenientes.”16

El pulpero-teniente Marcos Loaces acató las órdenes el 23 de marzo; pero, cu-riosamente, al día siguiente los notables de la comunidad se enconaron contra el al-calde. Lo hicieron de un modo civilizado (escribiendo una “representación”), aunque pusieron a Gastañaduy en la disyuntiva de “elegir” entre el alcalde o todos los vecinos honestos del Rosario, dando inicio al segundo de los episodios.

En las calles del Rosario: el alcalde injurioso, el vecindario difamadoLa acumulación de energías previa a la explosión está relacionada con un problema que se arrastraba del año anterior. Durante marzo de 1809 en Buenos Aires corría un inquietante rumor: se sugería que en Santa Fe estaba tramándose una conspiración. El virrey Liniers –quien tenía fresco el intento alzaguista y a quien le constaban los vínculos entre Martín de Álzaga y Francisco Antonio Candioti, principal referente de la elite santafesina– propedéuticamente envió tropas a Santa Fe sin demora. Cuando éstas arribaron a la ciudad, los integrantes del Cabildo y el teniente de gobernador de Santa Fe, Prudencio María de Gastañaduy, se reunieron con el segundo jefe de la expedición, Pedro Hurtado de Corcuera, quien estaba a cargo de la zumaca Aranzazu. Hurtado de Corcuera alegó que estaba allí para proteger el Paraná de una posible inva-sión desde Montevideo, versión muy diferente de la que manejaban los santafesinos. El Procurador de la ciudad le dijo que creía que Liniers los había enviado para conte-ner cualquier tipo de movimiento insurreccional y subrayó que los rumores sobre la infidelidad de la ciudad dañaban el honor y buen nombre de la misma y, por principio de contaminación, el de sus vecinos.

En Santa Fe nadie desconocía el enfrentamiento de Liniers con el Cabildo de Buenos Aires ni el contexto general de ilegitimidad y sospechas de connivencia con Napoleón que manchaban su gobierno: de hecho, el motín de Álzaga había sido más antifrancés que antiespañol o anticolonial.17 El argumento de Hurtado, de todos mo-dos, no era completamente falso, solo sesgaba la parte de verdad que podía contar a sus interlocutores: en Buenos Aires se pensaba que los santafesinos podían recibir apoyo desde Montevideo, plaza manifiestamente antifrancesa y más temible que la ciudad emplazada junto al Salado. En una reunión sostenida en la casa del alcalde Mariano Comas se resolvió solicitar la suspensión de la entrada de las tropas a la ciu-dad e invitar a Hurtado a constatar la “quietud, fidelidad y subordinación” del pueblo santafesino.18

16 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 97. Esta advertencia no debe acreditarse a algún tipo de sospe-cha personal despertada por Noguera: es un tópico recurrente que se encuentra incluso años más tarde en la correspondencia entre el gobernador y sus alcaldes mayores o jueces de paz.

17 BARRIERA, Darío y TARRAGÓ, Griselda Santa Fe, hace 200 años, La Capital, Rosario, 2010, p. 14.18 AGSF, AC, Tomo XVII B, XVII f. 448v y f. 449.

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Sin embargo, los síntomas que permitían sospechar la existencia de algún malestar santafesino con las autoridades de Buenos Aires existían. Uno de ellos era la renuencia que los vecinos mostraban a la hora de aceptar los cargos capitulares.19 Otro, que los capitulares salientes habían sufrido algún tipo de ataques con connotaciones indudable-mente políticas –sus casas habían sido “emporcadas con inmundicias”– y al menos dos sacerdotes santafesinos no habían querido asistir a la jura de la Junta Central de Sevilla.

El Virrey determinó que ya no aceptaría las excusaciones de los cabildantes electos. Con las tropas enviadas desde Buenos Aires ejerciendo presión, el Procurador de la ciu-dad solicitó un informe para investigar los sucesos relativos al “emporcamiento” de las casas de los capitulares salientes así como a la corrida de los rumores sobre la subleva-ción. El proceso, rápido, encontró su chivo expiatorio en un matarife llamado José Tori-bio Villalba, a quien se acusó y se encontró responsable de difundir “noticias alarmistas”.

A pesar de la rápida resolución, el incidente –probablemente vinculado con Elío y con el apoyo que le profesaban algunos santafesinos– revelaba que en la ciudad había elementos sensibles a los procesos desatados en los territorios hispánicos desde las horas de Bayona, los cuales en septiembre de 1809 eran vox populi en la ciudad. La estrategia adoptada por los sospechados capitulares santafesinos se orientaba a no dejar dudas al respecto: se manifestaron agraviados y el teniente Prudencio María de Gastañaduy sacó a relucir sus credenciales de leal español.

La problemática de la vacatio regis atravesó las relaciones entre la gobernación intendencia de Buenos Aires y la ciudad de Santa Fe durante todo el año de 1809. Me-ses después del envío de fuerzas por agua por parte de Liniers, ya bajo el virreinato de Cisneros (que había abierto el comercio y favorecía a las producciones del litoral) los encontronazos continuaron. En noviembre de 1809, un correo proveniente de Buenos Aires trajo a la ciudad ciertos documentos que el teniente de gobernador Prudencio de Gastañaduy no dudó en caracterizar como “infernales papeles subversivos”.20 Según un informe de este funcionario que se conserva en el Archivo General de la Nación, en dichos panfletos se manifestaba el principio de la retroversión de la soberanía y se proponía la formación de Juntas soberanas gubernativas locales con las formalidades de cortes.21

19 Además, los “vecinos honrados y de buenas cualidades” se negaban por ejemplo a asumir el oficio de Alférez Real (tan disputado durante todo el siglo XVIII) a causa de los excesivos “e inútiles” gastos que implicaba el paseo del Real Estandarte, para lo cual los propios de la ciudad no aportaban un solo real. AGSF, AC, Tomo XVII B, XVII, f .450.

20 Sobre la coyuntura véase CAULA, Elsa y TARRAGÓ, Griselda “Cuando el mañana sólo era desam-paro. Comerciantes rioplatenses en tiempos de guerra. 1806-1820”, en Prohistoria, Año VII, núm. 7, Rosario, 2003.

21 El texto reza: “Que no teniendo el Rey Fernando VII, sucesor, la misma España da norma de que nadie puede ser Rey sin

antes haber jurado de Príncipe de Asturias; y que en su defecto a los Pueblos les toca elegir, nombrar y poner quien los gobierne porque los Pueblos hacen al Rey no el Rey a los Pueblos...

226 Autoridades y prácticas judiciales...

Finalizando el año, el cabildo santafesino reaccionó frente a los incidentes y los rumores que la llegada de estos papeles habían suscitado, y envió un oficio al Virrey expresando la posición de la ciudad –en rigor, de la elite que la gobernaba– frente a la tendencia “juntista”.22 El Teniente santafesino (Gastañaduy) se sintió obligado a dejar sentadas y expresas sus convicciones: “...la sumisión que debemos al Príncipe es ex-tensiva a sus oficiales, en proporción de la autoridad que se ha dignado confiarles, con el precepto divino de no hablar mal, pensar, ni sentir contra ellos”.23 Cisneros ordenó al teniente “...recoger los papeles tendenciosos, y publicar un bando amenazando con severas penas a cuantos los leyesen o esparcieren: serían punibles cualesquiera escri-tos con noticias adversas a la nación española, amén de los alusivos a mudar de forma de gobierno, y los contrarios a éste y demás autoridades constituidas”.24

“Que siendo los jefes unos despóticos se debe formar aquí una Junta Soberana Gubernativa con las for-malidades de Cortes, por medio de las diputaciones de cada provincia en los términos que prescribe con la advertencia de que los militares que deben concurrir a ella sean Patricios...

“Que el Rey Don Fernando no existe y tanto V.E. como la Junta que cuatro meses es de la Francia y otros cuatro de la Inglaterra, nos engañan y quieren entregarnos contra nuestra voluntad; que en esta inteligencia abramos los ojos en vista del golpe que nos amenaza y que antes que nos hagan esclavos de los herejes ingleses, franceses o del insufrible portugués, tratemos de evitarlo armándonos todos cuanto antes para una independencia bajo la protección que se mire más conveniente a la felicidad general de esta América”. AGN, División Colonia, Secc. Gobierno de Santa Fe, 1807-1809. Citado por GIANELLO, Leoncio Histo-ria de Santa Fe, Plus Ultra, Buenos Aires, 1978, p. 163.

22 Oficio del Cabildo de la Ciudad de Santa Fe al Virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, Santa Fe, 4 de diciembre de 1809: “...del asunto de la recelada conmoción con que infundadamente y sin mérito alguno ha sido sindicada esta muy fiel y leal ciudad de Santa Fe haciéndole en esto la mayor injusti-cia infiriéndole agravio de tan gran tamaño [...] así cupo en este asunto que cree positivamente y con prueba nada equívoca que su intención no es otra cosa que la de aquietar y serenar los ánimos que dislocados y fuera de su juicio por un puro patriotismo se prepara a un caos de conjunción [...] objeto que debe ser la ma-yor atención en los superiores por las circunstancias críticas del Día no permiten semejantes escabrosidades ni embolismos: sino antes bien, procurar por todos los medios la quietud y tranquilidad de los Pueblos que reuniendo los ánimos de los individuos que lo componen a un solo fin, a un solo objeto y con una misma causa sean capaces de hacerse respetables en las demás naciones en sostén de los derechos de su legítimo soberano…

“[Francisco Antonio Candioti, alcalde de primer voto y uno de los acusados en los sucesos de marzo expre-sa que la ciudad, a través de esta nota, está] ...reivindicando su honor tan gravemente ofendido, pero vene-rando con la mayor sumisión y respeto las superiores resoluciones de su Exa y [...] hablar en esta ocasión en mi favor que mi hombría de bien, buen nombre y buena reputación presupuestos necesarios que manifiesta la fidelidad de los buenos vasallos son unos argumentos poderosos e irrevocables que desbaratan y destru-yen una tan horrenda imputación; pues aunque el caballero síndico Procurador en su virtud que le tenemos el manifiesto habló con espíritu lleno de ardor y entusiasmo, que se conoce lo hace como buen ciudadano y patriota, y en cumplimiento de sus deberes, pidiendo […] se nombre Apoderado instruido y expresando que agite y promueva las acciones y derechos que corresponden a la vindicación de este pueblo [...] se sirva si la encontrase inocente de semejante caso librar [una] circular que sirva de Pública satisfacción y [consiga] restablecer con ello el honor casi perdido de esta ciudad y el de su tan caro vecindario ...”. AGSF, AC, sesión del 4 de diciembre de 1809.

23 AGN, Santa Fe, 2 de diciembre de 1809, citado por ÁLVAREZ, Juan Historia…, cit., p. 137. 24 ÁLVAREZ, Juan Historia…, cit., p. 137.

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Fue precisamente la (tardía) divulgación del bando de Gastañaduy en el Rosario el hecho que dio pie para la segunda ofensiva contra Noguera: para los vecinos honestos del Rosario, el autor de la infamia que –según sus propios dichos– pesaba sobre ellos por la difusión de los “papeles subversivos” no era otro que Isidro Noguera, el conflictivo alcalde de la Hermandad. Para Juan Álvarez, el hecho de que Noguera hubiera sido designado sin haber sido incluido en una terna propuesta por los vecinos del Rosario lo convertía en una especie de “teniente” del cabildo santafesino.

“La única concesión de orden político hecha por el cabildo santafe-sino a los vecinos de la Capilla [afirma Álvarez] era permitirles pro-poner, en terna, candidatos para alcalde de Hermandad; lo que no im-pidió que en 1810 se prescindiera de ese sistema nombrando directa-mente a Isidro Noguera, quien había desempeñado el cargo en 1807. Llevaron a mal los rosarinos tal violación de su prerrogativa...”.25

Aunque, como podrá verse, es fácil documentar que Noguera tenía pocas intenciones de asumir nuevamente como alcalde de la Hermandad del Rosario, en este punto lo importante es señalar que un grupo de vecinos del Rosario –cuyos miembros se de-nominaban a sí mismos “honestos” y aseguraban ofrecer sus “vidas por sostener la justicia e servicio del Rey, nuestro suspirado y amado señor Don Fernando Séptimo, y de la Patria”– redactó una representación imputando a Noguera la mentada difama-ción, curiosamente, el día después de que llegara al Rosario la reprimenda del Virrey para Marcos Loaces, el teniente-pulpero.

“Nos hallamos poseídos de amarga sorpresa y consternación a causa de unos carteles que en el día 13 del corriente [marzo de 1810] se fijaron en la plaza y parajes públicos de este pueblo [se refieren a la tardía llegada del Bando de Gastañaduy, fechado el año anterior, en el que se habla de un posible levantamiento…] el autor de esta acusación no puede ser otro que el mismo alcalde de este partido, ni haber ido de aquí en nómina, se sabe que buscó empeños en Santa Fe para conseguir la vara de alcalde y poderse alimentar con ella a fuerza de sacaliñas, como lo está haciendo […] No puede haber, Exmo. Sr., un pueblo más pacífico ni más subordinado a las leyes que éste de la Capilla del Rosario; prueba de ello es que de aquí no se ocupa a los tribunales con pleitos, porque no los tenemos. Este pueblo, que es de los más antiguos de esta campaña, siempre ha cau-sado respeto a los indios infieles, y los ha escarmentado cuando ellos han hecho sus irrupciones. Su jurisdicción se compone de veinte le-guas cuadradas, todo poblado de habitantes hasta el número de seis o

25 ÁLVAREZ, Juan Historia…, cit., p. 137. Todavía ignoro cuál sería el episodio del 26 de mayo.

228 Autoridades y prácticas judiciales...

siete mil almas; pero nuestro alcalde de la Hermandad, que debería correrla, como directamente le toca por su ministerio, no piensa en esto ni en perseguir vagos, sino en escribir papeles Por nuestro honor y por los sentimientos de nuestras conciencias, declaramos ante V.E. y ante todo el mundo, que son nulas, falsas e infundadas estas especies de levantamientos, desobediencias, etc. que nos imputa este Alcalde; y que antes bien sacrificaremos hasta nuestras vidas por sostener la justicia e servicio del Rey, nuestro sus-pirado y amado señor Don Fernando Séptimo, y de la Patria”.26

Estos vecinos del Rosario –que Álvarez denomina “los conservadores”27– acusaban a Isidro Noguera de haber inventado los rumores sobre una posible sedición y el motivo sería que este hombre estaba enfrentado con casi todos los habitantes del pago. Esta representación “contra la imputación de levantiscos”, fechada en el Rosario el 24 de marzo de 1810 y enviada al virrey el mismo día, manifestaba la “amarga sorpresa y consternación” que poseyó a los vecinos del Rosario cuando advirtieron en la plaza y otros parajes públicos del pueblo la fijación del bando de Gastañaduy. La misma fue redactada seguramente por Pedro Tuella (contiene pasajes de sus trabajos publicados en el Telégrafo Mercantil y además se respira su pluma) y la firmaron diez hombres de los cuales siete habían sido alcaldes de la Hermandad del Rosario durante los úl-timos años. Álvarez aseveró que este grupo, conformado por “empleados públicos, ex-funcionarios u oficiales de milicias” (sic) no representaba “a quienes en mucho mayor número y sin propósitos bien definidos aún, iban espesando la atmósfera de al-zamiento, desorden y menosprecio a las autoridades constituidas...”.28 Álvarez afirmó también que la acusación tenía algún fundamento, que en el lugar existía una cierta polarización de la opinión (para mí por ahora incomprobable), que los vecinos que formaban parte del “populacho” estaban imbuidos de aquella “atmósfera” levantisca y que quienes sindicaron a Noguera eran los “conservadores”.

Sin embargo, lo que el texto de Álvarez no dice, pero permite inferir, es que así como Buenos Aires había localizado en Santa Fe los rumores de revuelta,29 desde San-ta Fe se había intentado esconder la basura debajo de la alfombra: para lavar el buen nombre y dejar limpia la fama de la ciudad, además de redactar una airada proclama, Gastañaduy deslocalizaba la impureza colocándola en uno de los patios traseros de Santa Fe (quizás el más conveniente dada su proximidad con Buenos Aires) y man-

26 Citado por ALVAREZ, Juan Historia…, cit., pp. 138-139, énfasis mío.27 Representación de los vecinos del Rosario al virrey, 24 de marzo de 1810, en ÁLVAREZ, Juan Histo-

ria…, cit.,pp. 138-139. 28 Citado por ALVAREZ, Juan Historia…, cit., pp. 138-9.29 Después de conjurado el motín de Álzaga en 1809 pesaba sobre Francisco Antonio Candioti, amigo de

Manuel de Álzaga, y por principio de contaminación por notoriedad, sobre todos los santafesinos, un velo de sospecha.

El alcalde, el cura, el capitán... 229

daba pegar en sus espacios de circulación (lugares públicos) las esquelas y los bandos que ofendieron a quienes Álvarez llama los “rosarinos”.

El tratamiento que Juan Álvarez dio al conflicto está basado en información bas-tante parcial y su aparente defecto (rescata la mirada del grupo de Tuella) es también su gran virtud, ya que no opera sobre esa mirada como un mero texto, sino que po-siciona social (eran “ex funcionarios públicos”) y políticamente (eran “conservado-res”) a sus emisores. La visión facciosa que Álvarez decide retratar del conflicto es incompleta y lamentablemente monofónica pero, lo que es peor, ocluye la presencia de algunos actores y omite juicios.

El juez-historiador prescindió sobre todo de la caracterización que “los conser-vadores” hicieron del alcalde Isidro Noguera. Para contarle al Virrey quién era Isidro Noguera, sus detractores le adjudicaron los siguientes atributos: que era indigente, que era “hijo de un extranjero”, que era vago (no hacía su trabajo), pleitero (se la pa-saba escribiendo papeles), coimero (trataba de alimentarse a fuerza de “sacaliñas”)30 y que había llegado “acomodado” (buscó empeños en Santa Fe y no fue propuesto en terna).31 Sobre este tema, que se integra a la causa judicial con la cual trabajamos, no hubo ningún movimiento procesal. No se constituyó como denuncia, no se levantó una sumaria y el virrey tampoco respondió nada al respecto.

30 Esta acusación fue formulada luego individualmente por su predecesor inmediato, Francisco Fernán-dez, en su declaración del 8 de enero de 1811 ante el juez Vidal.

31 En un texto publicado en 1963, Giannone y De Marco interpretaron que el conflicto entre el cura pá-rroco y el alcalde de la Hermandad no expresaba sino “hondas disensiones entre criollos y españoles”. Navarro habría impedido ocupar su asiento en la iglesia a Noguera a propósito de considerarlo “enemi-go de la causa” y Noguera, de su lado, habría denunciado los excesos del Cura ante la Real Audiencia “incitado por el sector españolista”. GIANNONE, Carlos D. y DE MARCO, Miguel Ángel Rosario y la conjuración de Álzaga, ISEH, Rosario, 1963, pp. 7-8. Este argumento, que no compartimos, podría tener su origen en el informe que el Comandante militar de Rosario, Vicente Lima envió a la Junta. En efecto, el argumento de Lima (que transcribo) es casi idéntico al sostenido en el mencionado artículo:

“En vista del Expediente promovido por algunos vecinos de este Pueblo contra el Cura deel Doctor Don Julian Navarro, é informe reservado que Vuestra Excelencia se sirve pedir a esta comandancia: devo decir en honor a la verdad: Que la maior parte y los mas pudientes de los Europeos de este pueblo, que son los contrarios al citado Cura, son tan enemigos de este como de la patria, por consiguiente no es estraño que procuren hacer quanto mal puedan a todo Patricio.

En mi concepto, y segun los que tengo observado e informadome de su conducta publica, son falsas las imputaciones que se le hacen. Su iglesia es de las mejores y mas bien atendidas que he visto en la campaña, todos los dias festivos les predica, doctrina y exorta a sus feligreses sobre el interés que deven tomar en la justa causa que defendemos ([Y esto he notado que no les agrada])

Veo que con los mejores vecinos y mas honrados patriotas se trata con mucha armonia é intimidad estos lexos de quejarse, les oigo hablar bien de el, y decir que estan muy contentos.”

AGSF, Contaduría, XVI, f. 226. Informe del comandante militar del Rosario, Vicente Lima, a la Junta Gubernativa (borrador), Rosario, 18 de abril de 1811.

230 Autoridades y prácticas judiciales...

El escándalo: sensibilidades al calor de diciembre y de la RevoluciónEl último episodio vinculado con la ajetreada gestión de Noguera como alcalde del Rosario en 1810, resumido muy sumariamente, fue un problema pasional que ganó las calles, se convirtió en un escándalo y, macerado con el lenguaje adecuado, trasmutó en una ofensa para toda la comunidad.

Isidro Noguera había golpeado a su amante y el hecho había sido “público y notorio”. El maltrato físico que el alcalde propinó a esta mujer con la cual tenía una relación extramatrimonial pero pública y por todos conocida (baso la utilización del pretérito indefinido en que el denunciado nunca lo negó) habría sido el punto culmi-nante de una larga serie de escándalos y ultrajes que, según sus conspicuos denun-ciantes, Noguera había infligido a toda la comunidad desde el momento mismo de su llegada al Rosario. Tal y como lo ha planteado José Pedro Barrán en su estudio sobre las sensibilidades en el Uruguay, en “…la sensibilidad bárbara32 la esfera de lo íntimo y personal, de lo que debía permanecer secreto en el seno de la familia o de la persona involucrada, era pequeña; y grande, en cambio, la que correspondía al conocimiento de la sociedad. […] el individuo estaba tan consustanciado con la comunidad que en realidad no percibía la exposición de sus sentimientos como invasión sino como la participación de todos en todo. El recato y el pudor, tan recomendados por la Iglesia para evitar el escándalo […] eran endebles y dejados de lado permanentemente”.33

Este tercer episodio que tuvo a Noguera como protagonista fue “la gota que col-mó el vaso” y el que originó la demanda judicial que ahora se analizará detenidamente, ya que permite conectar estas conductas del alcalde con los dos sucesos anteriores. El objetivo es analizar cómo estos hombres que ejercían oficios en el Rosario –el alcalde, el cura y el capitán– trataron de deteriorar mutuamente sus legitimidades apelando a diferentes registros de las sensibilidades sociales y, de manera tangencial, ponderar el lenguaje que utilizaron en sus reflexiones sobre la autoridad, el orden social y el poder.

El juez en el banquillo: un alcalde del Rosario bajo la lupa de la AudienciaParadójicamente, Isidro Noguera fue caracterizado con el rótulo de “pleitero” por uno de los dos hombres que lo denunció. El capitán Pedro Moreno (antes de la Revolución capitán de milicias, luego de ella comisionado del superior gobierno en Rosario) fue uno de los promotores del pleito incoado contra el alcalde del Rosario seguramente a instancias del otro acusador, el cura Julián Navarro. Dos autoridades del Rosario −uno el jefe de las milicias, el otro, el de las almas− utilizaron el episodio de la golpiza que

32 Es la que corresponde, según el autor, al periodo que examinamos. Barrán divide su obra Historia de la sensibilidad en el Uruguay en dos “libros”. El primero, dedicado a la “cultura bárbara” (1800-1860) y el segundo al mundo burgués o al “disciplinamiento civilizado” (1860-1920). He consultado una edi-ción reciente, que los reúne en un único tomo. Véase BARRÁN, José Pedro Historia de la sensibilidad en el Uruguay, Banda Oriental, Montevideo, 2011.

33 BARRÁN, José Pedro Historia…, cit., p. 192.

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el alcalde −la tercera autoridad, la del cabildo en el pueblo− diera a su amante como el disparador para denunciarlo ante la Junta.

El que avisa no es traidorEl refrán le cabe al capitán Moreno y al cura, pero más al primero, porque mientras que Julián Navarro había advertido de su denuncia al alcalde Noguera a voz en cuello, Pedro Moreno −seguramente con auxilio del segundo a la hora de la pluma− lo hizo por escrito.

El 12 de diciembre de 1810, Moreno −quien ya era comisionado del superior gobierno de Buenos Aires en el Rosario− suscribió una nota en la cual se dirigía per-sonalmente al alcalde Noguera en estos términos:34

“La humanidad se estremece, clama la Religión y la Justicia es inci-tada a vista de su escandalosa conducta. Los últimos pasages de ano-che han puesto el sello à su desesperada vida. Yo me veo presisado pr caridad y pr mi empleo à ocurrir à tantos males, y así con acuerdo del Sr Cura y Vicario he depositado a Da. Manuela la Tucumana gravemte estropeada pr vd previniendole se contenga conduciéndose con la moderación que exige la dignidad de Juez; hasta tanto que la Exma. Junta Provicional disponga de su persona pues de lo contrario usaré de la fuerza pr el bien de la causa publica y quietud del vecin-dario como Juez Commisionado del mismo Superior Govierno a qn con esta fha doy cuenta…”.35

El mismo día, el comisionado Moreno y el cura Navarro dirigieron una queja a sus superiores. No escogieron al cabildo santafesino (quizás porque suponían que No-guera tenía apoyos allí), sino al Presidente y a los Secretarios de la Superior Junta Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata (lo prefirieron por algún motivo no expreso, pero lo importante es que podían hacerlo). En esta presentación, extensa y apasionada, acusaron a Isidro Noguera de haber cometido variados abusos y de mani-festar conductas impropias en el portador de una vara de justicia. Moreno refirió los hechos a la Junta en estos términos:

“No hago a V. E. una exacta comunicación de los terribles desorde-nes de este Alcalde pr qe ya lo hace el Sr. Cura y Vicario a los quales me refiero; debo si agregar a V. E. que Da. Manuela la Tucumana [la amante de Noguera] quedó vastante estropeada pr dho Alcalde y en cama y en esta misma noche he tenido qe traerla à mi casa pr segu-ridad pues se entraba à la casa donde se habia puesto la noche antes

34 No sería improbable que, antes que de su pluma, la nota fuera el fruto de la más lucida y fogosa del cura Julián Navarro, mentado en la misma.

35 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 1.

232 Autoridades y prácticas judiciales...

tubo dha muger q … [v] se enfermo en una cosina pr qe la vuscaba con una pistola cargada, y espada sin duda para matarla: la savia justizia de V.E. se servirá ordenar el mas pronto remedio pr qe ya no hay respeto q contengan à este Alcalde despechado obsequio de la Justicia y pr obviar las desgracias qe este hombre puede ocacionar à este honrado vecindario pr sus tropelias y escandalos”.36

Al día siguiente, Isidro Noguera se dirigió al mismo “Exmo. Sr. Presidente de la Jun-ta” en estos términos: “Suplico a V.E. se sirva mandar se me pruebe lo qe expone el expresado Capn en su oficio para que siendo así como dice me de V.E. el castigo qe considere arreglado”.

Esto demuestra que Noguera tomó en serio el aviso de Moreno: conocía el con-tenido de las presentaciones de sus acusadores informalmente, mucho antes de que les fueran notificadas por la Junta y envió personalmente al mismo destinatario un pedido de investigación que era coetáneo a las presentaciones que lo incriminaban. En crio-llo, “abría el paraguas” antes de que comenzara a caer lluvia. Pero el gesto no le evitó empaparse: las presentaciones de Moreno y Navarro pusieron en marcha un expedien-te judicial incoado por la máxima autoridad judicial en todo el territorio del virreinato en vías de disolución: el 19 de diciembre de 1810 la Junta dio el pase de las denuncias al Relator de la Real Audiencia de Buenos Aires y el 22 de diciembre de 1810, por un auto del Sr. Regente (Dn. Marcelino Calleja Sanz) la Audiencia comisionó a Manuel Vidal para que se hiciera cargo interinamente de la alcaldía de la Hermandad del Ro-sario, para apresar a Noguera y enviarlo custodiado al Tribunal con sede en Buenos Aires.37 La Provisión también lo comisionaba para incoar la “sumaria”.38

El alcalde visto por el curaEl cura, quien se explaya en unas diez fojas, se ubica de una manera distinta a Mo-reno: su corazón, afirmó en su texto, está “penetrado de las desgracias de su pueblo” y, por sus sagrados deberes, se siente en la obligación de elevar a la Junta los “justos clamores” de sus feligreses que están “vejados, [te]midos y escandalizados hasta el estupor por Dn Isidro Noguera Alcalde de la Hermandad que se empeña cada día más en multiplicar los escándalos y testimonios que tantas veces nos ha dado de su relassa-cion y poco juicio”.39 El cura afirma que de buena gana silenciaría la saga nogueriana, pero no solamente elige no hacerlo, sino que la nombra, borgianamente, “el execrable

36 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 1.37 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, ff. 23 y 19. 38 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 36. En la foja siguiente, la licencia para remitir a Noguera con

custodia a la Real Audiencia.39 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 2.

El alcalde, el cura, el capitán... 233

libro de sus hechos”.40 Navarro alega que abre el metafórico libro porque el alcalde ha ultrajado al vecindario, a las autoridades y a “las leyes de la humanidad”. Por lo tanto, su deber era el de exigir la satisfacción (la de la vindicta pública), porque el ataque a los “derechos publicos [y] particulares de los Pueblos” convierte finalmente a los jueces en tiranos. Apelará, se advierte, a la degradación del denunciado en diferentes direcciones: no tiene buen juicio pero además es un tirano.

El cura caracteriza a Noguera como un hombre “que se ha creído del todo in-dependiente de su pastor” (simplifico el citado, “Proceso…”, f. 3), “qe ha roto el freno à sus pasiones y atropella todos los respetos de nuestra sagrada religión y de su propio honor” (f. 4), “furioso”, un “despechado víctima de sus pasiones” (f. 5), “inhumano” (f. 5v), “inútil y peresoso para todo ejercicio decente y honesto” (f. 7). También, admite, lo ha difamado (no dice el contenido de la difamación) esparciendo noticias “ridiculas e indecentes” contra su persona en un Pueblo que −nadie parece conocerlo mejor que su pastor− es caracterizado como “ignorante y poco cauto qe de todo es susceptible”. La lista de hechos que Navarro atribuye a Noguera incluye el encarcelamiento intempestivo del alcalde que lo precedió (Francisco Fernández) y la exigencia de multas indebidas (10$ a varios pulperos por haber tenido abiertas sus casas durante la misa) –aunque, admite, si la trasgresión había existido, hasta el propio cura la toleraba…

En su denuncia, el cura párroco del Rosario intentaba convencer al Presidente de la Junta de que lo que más le había molestado era que cuando llegó al pueblo con su amante –llamada “la Tucumanesa”–41 apelara al nombre del Superior Gobierno soli-citando autoridad y “tal respeto, temor y deferencia hacia esta mujer cual si viniese ocupada en asuntos del alto govierno”. La ignorancia del Pueblo era aparentemente bien explotada por Noguera y la propia Manuela Hurtado y Pedraza (firmaba Manuela Urtado), ya que andaban agitando un papelito.42

Con el objeto de conseguir alojamiento para Manuela, Noguera había invocado a la Junta pero también el nombre del Rey “…y con tan sagrada voz…” consiguió

40 Sobre la argumentación de Navarro, que aquí presentaré resumida, véase mi artículo “El execrable libro de sus hechos. Cultura jurídica, retórica y deslegitimación de la autoridad en un proceso contra el alcalde del Rosario (1810-1811)”, en Anuario del Instituto de Historia Argentina Ricardo Levene, núm. 10, La Plata, 2010, pp. 57-84.

41 El artículo precediendo el patronímico solía utilizarse para designar a mujeres de carácter fuerte que podían, además, exhibir conductas disipadas o que no encuadraban en el arco que la sociedad de enton-ces consideraba “decentes”. Véase BERNAND, Carmen Historia de Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 1999.

42 Se trataba de “la licencia que V.E. concedió á la Tucumana para trasladarse a este destino y el despacho de substeniente con su correspondiente sello, haciendolos valer por las verdaderas credenciales de una misión, y con tales tramollas ha engañado a quatro incautos queriendo de este modo cubrir sus vergon-zosas miserias y colmar de honores al delinquente objeto de su corazón.” Sin embargo, la “tramolla” tenía una base de verdad. El 25 de mayo de 1807 el Cabildo porteño premió a doña Manuela Hurtado, conocida por la Tucumanesa, “que sirvió en la reconquista de esta capital en clase de soldado blanden-gue”.

234 Autoridades y prácticas judiciales...

alojarla, primero en lo de Santiago Ponce de León y luego en lo de Ponciano Gallego, donde siempre según el cura, podían verse “…con más frecuencia y libertad”.43 Nava-rro comentó que desde entonces ya ni comía en su casa y que, en ocasiones, llegaba de madrugada y fustigaba a su mujer a golpes de puño o a piedrazos.

Para construir la figura del tirano, el cura insistió sobre el tópico de la furia: la di-cotomía “juez furioso / pueblo pacífico” resultaba ideal para denostar los fundamentos de la autoridad del alcalde: “nuestro alcalde [afirmaba el cura] se ha presentado en este pacífico pueblo cargado de armas, de trabucos, de pistolas y de espadas, a todos tiene espantados y convenidos.” Apresó y engrilló a José Andrés Aguilar (hijo de Paula Aguilar, una mujer pobre y enferma) como si fuera el mayor facineroso, con el solo propósito de sacarle (a través del “poder de mediación de la Tucumana”, es la textual expresión utilizada por el cura) veinticinco pesos.

Noguera había sido infiel a su esposa, había ultrajado la santidad del sacramento y las leyes de la humanidad y había llevado su amante a su propia casa. El cura anu-daba razones superiores: “La naturaleza, la Religión y la Justicia gimen a vista de tal conducta y esperan de V.E. ver vindicados sus sagrados derechos”.

En un rapto de pasión protagónica, Navarro quizás no midió del todo el alcance de cierto aspecto de su denuncia, en la cual sugirió que él mismo habría sido causante del enojo que terminó en la golpiza que Noguera propinó a su amante: asume haber aconsejado a la Tucumana y nos regala un exquisito relato de la fatídica noche del 11 de diciembre de 1810:

“Habiendo la Tucumana en fuerza de mis Pastorales diligencias des-pedidolo de su casa para evitar el escandalo del Pueblo y disgustos de su familia con tan frequentes visitas, en venganza nuestro Alcalde de tan cristiana ujerersón y con el sable le ha dado tantos golpes, qe la infeliz está postrada y con algún peligro de su vida, el qe ha sido mayor, por haber salido desnuda a albergarse en las barrancas de este pueblo y librarse del terrible golpe de una bala con qe su desayrada pasión le amenazaba, y de este modo pasó la noche fue él [quien] se llevó la llave de la casa. “En seguida se dirigió a la casa de Da. Justa Correa viuda anciana respetable donde fue a dar la última prueba de su relaxacion. Se le ujer la puerta mas de temor que por voluntad, y atropellando todos los respetos humanos y divinos, trató de violentar acostarse con una Niña á vista de su madre, su tía y dos mujeres más ¿Qué diligencias

43 Santiago Ponce de León estaba casado con María del Carmen Villarruel, con quien el 18 de agosto de 1810 bautizaron ante Julián Navarro a una de sus hijas, María Joaquina, y sus padrinos fueron Fermín de Zavala y Josefa Correas. Libro Cuarto de los Bautizados en esta parroquia de Nuestra Señora del Rosario…, f. 397. En 1815 fue censado como jefe de familia en la manzana 8, dos cuadras al sureste de la plaza, frente al río, como “americano” de 48 años.

El alcalde, el cura, el capitán... 235

no fueron precisas para apartarlo de tan infame pro[yec]to? Pero al fin consiguieron aquellas infelices recogerlo en una cama que le dis-pusieron en una sala la qe abandonó antes de nada para volver a sus torpes empeños”.44

El cura no solo estuvo en contacto con la Tucumana, también se comunicaba con Ana Josefa Morales, la esposa de Noguera: ella le envió varias notas escritas de su puño y letra. En una le pedía saber dónde estaba la Tucumana; en otra, reiteraba el pedido y le rogaba discreción “por el peligro que corre su vida”.45 Este testimonio es importante porque no está mediado, y el temor que Noguera había infundido a su esposa no se basa en la composición del cura, sino en lo que Josefa Morales pudo escribir por sí misma.

El punto de vista de los testigosComo se dijo, para investigar los escándalos de Noguera en el Rosario, la Audiencia comisionó a Manuel Vidal, a quien también designó para sucederlo –vieja práctica de Virreyes y Audiencias que solían encargar las “residencias” de los gobernadores salientes a los entrantes, por ejemplo.46 Vidal llegó al Rosario el 28 de diciembre y esa misma noche Noguera se fugó de Rosario llevándose a la Tucumanesa.

Para recabar información, Vidal se presentaba como comisionado y como “alcal-de interino de la Hermandad”. Comenzó su trabajo el 31 de diciembre. Primero fue a la casa de Noguera, donde lo atendió Josefa, su mujer. Ella le confirmó que su marido se había ido a Buenos Aires en un chasque el 28 de diciembre por la noche, pero ase-guró que “no sabía quién lo acompañaba”.

Luego hizo comparecer a Santiago Ponze de León, el vecino a quien Noguera le había pedido “alojar” a la Tucumanesa al llegar de Buenos Aires en su carreta. Según Ponce, Noguera había querido llevarla directamente a su casa pero ella se negó; Ponce había conocido a Manuela en Buenos Aires en ocasión de “haberle prometido servir de empeño pa sacarle de la prisión a un sobrino suyo lo que no surtió efeto después de haverle comido el corazón al padre del preso”.47 Según el relato del informado hués-ped, Manuela tenía experiencia en esto de comerle el corazón a los hombres y tramitar excarcelaciones. Ponce de León hace un retrato muy vívido de la llegada de Noguera con la Tucumanesa al Rosario: el alcalde entró en el pueblo vociferando que la Tucu-mana era la Señora Tenienta del Ejército y agitaba unos “despachos de la Exma Junta

44 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…” ff. 8v-9v. 45 Ana Josefa Morales Bravo era la mujer de Isidro Noguera. 46 BARRIERA, Darío “Conjura de mancebos. Justicia, equipamiento político del territorio e identidades.

Santa Fe del Río de la Plata, 1580”, en BARRIERA, Darío –compilador– Justicias y Fronteras. Es-tudios sobre historia de la Justicia en el Río de la Plata (Siglos XVI-XIX), Editum, Murcia, 2009, pp. 11-50.

47 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 39.

236 Autoridades y prácticas judiciales...

de Buenos Ayres por los quales se ordenaba a las Justicias y cavos militares de este Pueblo que le habían de dar los más altos honores hasta el de una guardia con la orde-nanza para la custodia de su persona”.48 Ponce, percibiendo “impureza” entre ambos, no les hizo buena cara y por ello el alcalde trató de ubicar a su favorita en las casas de don Ponciano Gallegos.

Siempre según Ponce de León, Manuela vivió allí “todo el tiempo que se mantu-vo en esta Capilla donde con esta libertad entraba y salía el dho Noguera de día y de noche según le daba la gana y es publica vos y fama el amancebamiento de ambos”. No obstante, lo grave no parecía ser el amancebamiento (pecado y delito, conducta que trasgredía las leyes de Dios y de los hombres al mismo tiempo): más escandalosa había sido la riña que tuvieron Noguera y la Tucumana una siesta “hasta descalabrar-se”. Este testimonio sugiere que Noguera había golpeado a su amante antes de la no-che del 11 de diciembre. Después de aquella siesta, “la Tucumanesa” habría quedado de cama y, según pudo escuchar el propio Ponce, la víctima habría hecho llamar al Cura, quien dispuso que el capitán Moreno se la llevase a su casa para ponerla a salvo de Noguera. En realidad, primero la llevaron a la casa de don Josef Aguilar quien, temeroso del alcalde, no quiso alojarla y luego de este intento la mujer terminó en la casa de Moreno. Ponce de León, de unos cuarenta años, terminaba su declaración con una amplificatio sugestiva: “dice el declarante que seria un proxeder sin fin si huviese de relatar todos los escandalos que an causado en este Pueblo en pocos dias los dhos Noguera y Tucumana…”.49

Nicolás Zamora fue convocado como testigo para la sumaria por una razón es-pecial: vivía al lado de la casa que ocupaba la Tucumanesa y había tenido ocasión de escuchar una discusión entre Noguera, su mujer y su amante. Testigo privilegiado de oído fino y memoria jugosa, Zamora atesoraba un relato pormenorizado que debió deleitar al sumariante: la Tucumana increpaba a un silente Noguera “que se dejaba gobernar por su mujer”. Ante el mutismo del alcalde, aseguraba Zamora, “la Morales” fue quien gritó a la Tucumanesa “callate grandísima puta descasadora”, a lo cual esta habría respondido “andá puta mala hembra”. Después del intercambio de insultos en-tre las mujeres, “Noguera le dió una sota de palos a la Tucumana de forma q d la traxo en cama por haberla estropeado mucho”.50

48 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 39. En cuanto al grado militar de Manuela existen menciones en otros documentos: el 16 de octubre de 1807, Jaime Alsina y Vergés (teniente coronel del Batallón de Urbanos del Comercio) hablando sobre la defensa de la ciudad en 1807 escribió (en una carta a Luis de la Cruz), fechada en Buenos Aires el 16 de octubre de ese año: “podemos decir que todos fueron los más valientes, hasta aquella oficiala Tucumanesa que ha salido herida de un balazo en un muslo, a la que sin duda se le graduará a tenienta con sueldo’’. AGN, VII-10-6-4, f. 81v.

49 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 39v.50 Este escándalo aparentemente habría tenido lugar el 11 de diciembre., AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proce-

so…”, f. 40.

El alcalde, el cura, el capitán... 237

Sin embargo, Zamora no fue convocado solamente por su posición privilegiada como espectador o escucha de los hechos: podemos inferir que fue reclutado también (o sobre todo) a sabiendas de que había sido uno de los perjudicados por Noguera en sus raides recaudatorios. Zamora era dependiente de uno de los pulperos a los cuales el alcalde había intentado cobrarle una multa de 10 pesos por tener la pulpería abierta a las 12 del mediodía sin dar motivo y Zamora, al cuidado de los intereses de Vicente Pastor, se había resistido a pagarla.51 Su patrón le había ordenado no darle ni medio real al alcalde. El dependiente “oyó decir” que el mismo día que había intentado co-brarle el dinero a él había conseguido sacarle 10 pesos de multa a Manuel Bustamante y a un joven llamado José Aguilar.52 Zamora, verdadero elemento polivalente, había servido además a Manuel Vidal como testigo en la inspección ocular que el juez reali-zó de “las cosas de la Tucumanesa” en casa de Ponciano Gallegos (no olvidemos que vivía al lado), diligencia que había tenido lugar el 3 de enero de 1811, una semana antes de esta declaración.

El 8 de enero de 1811 Vidal hizo prestar declaración a Francisco Fernández, predecesor de Noguera en el oficio de alcalde de la Hermandad del Rosario.53 El exal-calde contó que aproximadamente en junio o julio de 1810 Noguera se ausentó sin aviso y sin dejar reemplazo. El Comisionado don Juan Francisco Tarragona, de paso por el Rosario en su viaje desde Santa Fe hacia Buenos Aires, le advirtió que “...podía y debía hacerse cargo de la bara mientras no parecía Noguera, en cuia virtud exerció sus funciones de Alcde hasta mediados del mes de Noviembre en que se restituió a su ministerio el expresado dn Isidro Noguera después de quatro meces [v] de ausencia en cuio tiempo el declarante desempeñó con zelo y eficacia todos los casos que ocurrie-ron especialmente en proporcionar auxilios a las Tropas que pasaron por este pueblo de cuios oficios recevia las mas expresivas gracias tanto de la oficialidad como de la Admon de Correos”.

Fernández –que se hallaba ejerciendo en reemplazo de Noguera cuando las tro-pas de Belgrano llegaron al Rosario y sumaron las fuerzas arengadas por otro capi-tán rosarino, Gregorio Cardoso–54 “se halló confuso y sorprendido quando dn Isidro Noguera en el instante de su regreso le notificó que traía una orden de la Exma Junta de Gov.o p.a remitirlo preso ala Capital por que havia dejado pasar un Barco p.a el Paraguay; pero como el declarante jamas vio ni tuvo noticia de tal Barco no le hizo impresion la amenaza de Noguera en el supuesto de que estaba inculpado; y como el que declara le instase al dho Alcde a que le manifestase el oficio u orden que devia

51 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 40.52 Zamora es dependiente y firma correctamente, aparentemente maneja la escritura. El joven es José

Andrés Aguilar, hijo de Paula Aguilar, del paraje Los Cerrillos. No confundir con Joseph Aguilar, del Rosario.

53 Electo Alcalde de la Hermandad del Rosario el 6 de febrero de 1809. AGSF, AC, Tomo XVII B, ff. 443v-445v.

54 ÁLVAREZ, Juan Historia…, cit., p. 149.

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tener de la Exma Junta de Govo a esto le respondia que no tuviese cuydado que el ya estaba el componer la cosa porque tenia satisfaciones pa mucho mas con los señores de la Junta. De lo que no puede menos que inferirse que sin dudas el Sr. Noguera que-ria alguna sacaliña de parte del declarante”.55

El 10 de enero de 1811 Vidal hizo comparecer a Joseph López, otro portador de un relato que en tren de desnudar al alcalde, en la hora, cotizaba: López contó que cierto mediodía compartió la mesa del imputado con el anfitrión, su mujer y con Basilio Garay, un vecino del pago. Una comida abundante y regada con vino había provocado una pesadez a la cual se sumó una lluvia intempestiva; sensible, Noguera invitó a sus improvisados huéspedes a dormir la siesta en su casa.

Cuando el alcalde entró a su dormitorio, los comensales −echados en la habita-ción contigua− escucharon con claridad que la “Señora Alcaldesa” le gritó, entre otras cosas, “hijo de puta...”. Luego, uno de ellos (López) advirtió que el alcalde respiraba con dificultad, por lo cual se atrevió a irrumpir en el dormitorio de sus anfitriones y vio cómo la “señora alcaldesa” había aferrado del pescuezo a su marido mientras lo sacudía (aclarándose así el origen de las circunstanciales dificultades respiratorias que experimentaba Noguera). Entre forcejeos, López consiguió separarlos y el cuadro acabó en la calle del pueblo entre gritos y amenazas. La Morales tenía su carácter −debió haberlo tenido para ser la esposa de Noguera.

El 4 de enero de 1811 Vidal tomó declaración a Josef de Aguilar, de 54 años, uno de los hombres que había pagado la multa reclamada a los pulperos. El cura le había pedido alojar a Manuela en su casa hasta que se curara de la paliza que le había dado el alcalde. Aguilar se excusó, pero el cura lo obligó a recibirla. Como bien había previsto el temeroso testigo, la misma tarde se le apareció Noguera pidiéndole ver a la mujer.

Aún cuando la fama del alcalde en el pueblo no era precisamente brillante (al alcalde que lo procesaba no le resultó difícil reunir algunos testimonios en su contra), conforme se incrementaban las voces que narraban los mismos hechos la construcción de algunas acusaciones se complicaba. A la hora de componer el retrato de un No-guera monstruoso, feroz, transgresor de las leyes de Dios, ultrajante, el cura Navarro había afirmado que el alcalde había entrado de noche intempestivamente en la casa de doña Justa Moreyra y que allí había intentado violar a una de las hijas. Sin embargo, cuando Vidal inquirió sobre la noche de referencia a la mujer en su misma casa, doña Justa no refrendó la versión del cura. Según sus dichos, aquella noche de comienzos del mes de diciembre, alguien cantaba a la puerta acompañándose de una guitarra. El hombre, que había atacado musicalmente la zona sin aviso, “...cantaba [con] una vos tan destemplada como el instrumento cuios versos heran disparates...”. El desafinado cantautor, se intuye bien, no era otro que don Isidro Noguera, quien exigió le abrieran la puerta porque era el alcalde. Un alcalde que andaba de malas, porque “...le dixo que se hallaba sin muger y sin casa y que le hiciese el fabor de prestarle un cuero para

55 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 47.

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pasar la noche debajo del monte”. Doña Justa, una mujer iletrada de unos cuarenta años,56 relató haber percibido claramente que Noguera estaba “chumado”, borracho, y que ella le hizo cama en la sala, donde el hombre durmió la mona. Ella se retiró a acompañar a su familia, pero de a ratos iba a ver si el alcalde seguía durmiendo. Al alba, doña Justa le convidó con mate y cuando el alcalde se fue dejó allí su guitarra y su trabuco diciendo que luego alguien vendría a buscarlos.

Por la noche, la dueña de casa tuvo una visita doblemente inesperada: el alcalde (esta vez sobrio, o casi) llegaba con un ladero que trataba de esconder su identidad bajo una capa de hombre. Atravesado el umbral, el manto descubrió la figura de Ana Josefa Morales, “la señora alcaldesa”. El motivo de la visita se relacionaba con la borrachera de Noguera y su ausencia de la noche anterior: a la Morales le había lle-gado (rápido) el chisme de que Noguera había dormido en la casa de doña Justa pero “enamorando a su hija”. El alcalde pidió a doña Justa que le aclarara los tantos, porque la Morales, dijo, “me muele con sus zelos”. Los problemas del alcalde, que ya eran muchos en las calles, continuaban al traspasar la puerta de su propia casa. Por suerte para él, Doña Justa tranquilizó a la esposa del alcalde: tildó de “disparatada” la ver-sión que ella traía y le contó la historia de la guitarra.57

Otro dato importante, también deslizado involuntariamente, lo proporciona Ja-cinto Barrientos: en su declaración, este hombre se reconoce cuñado del capitán Pe-dro Moreno (“hermano político” dice) y revela que el alcalde Noguera pensaba que Navarro era mulato –un mixto, el fruto de una mezcla – y que debía mucho dinero.58 Aunque el sentido no es del todo transparente, la fuerza de la imagen radica en la historia del concepto, forjado en la Península durante el periodo de la “Reconquista” para designar menos una condición étnica o biológica que una elección política: mis-tos o mestizos eran los cristianos que habían optado por aliarse con los musulmanes en contra de los cristianos.59 Esto es incluso más claro si se tiene presente cierta tradición alimentada desde el siglo XVI en todo el virreinato que volvía a los mestizos sospe-chables de por sí, se los consideraba amigos de las novedades y poco amantes de los deberes impuestos por la religión.60 Espetado a un cura de almas, el adjetivo puede

56 Esto es lo que anotó Vidal en el sumario; pero en el padrón de 1815 figura como una mujer de 63 años, imagen que se condice mejor con la descripción del cura, de mujer “anciana y viuda” (a la sazón, Doña Justa debió tener unos 58 años).

57 Para los detalles y citas documentales que sostienen el relato, ver “El execrable…”, cit.58 “Proceso…”, 15 de diciembre de 1810, f. 14.59 BERNAND, Carmen “Mestizos, mulatos y ladinos en Hispano-América: un enfoque antropológico y

un proceso histórico”, inédito, citado en GRUZINSKI, Serge La pensée métisse, Fayard, París, 1999. Al respecto de los significados ocluidos de la voz “mestizo” véase el muy sugestivo artículo de Marisol de la Cadena “¿Son los mestizos híbridos? Las políticas conceptuales de las identidades andinas”, en DE LA CADENA, Marisol –editora– Formaciones de indianidad. Articulaciones raciales, mestizaje y nación en América Latina, Popayam, 2007.

60 Un interesante ejemplo son las cartas que el virrey Don Francisco de Toledo enviara a Felipe II sobre diferentes materias de gobierno, justicia, hacienda y guerra entre 1577 y 1578. LEVILLIER, Roberto

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presumir potencia de violenta descalificación. La cuestión de la deuda puede remitir al gusto por la bebida, el juego u otro tipo de desorden que tampoco era admisible en un párroco. Si Noguera pensaba esto y, sobre todo, si lo había dicho públicamente, pro-bablemente allí radique alguna de las razones por las cuales un cura podría desplegar recursos para atacarlo. Pero el dato proporcionado por el cuñado de Pedro Moreno no aparece jamás en la voz del alcalde ni, como veremos, de su defensor.

El proceso en la Audiencia: el punto de vista del fiscal y las sentenciasLa Audiencia de Buenos Aires recibió la denuncia del cura derivada por la Junta a me-diados de diciembre de 1810 y el 22 del mismo mes ordenó las diligencias a Manuel Vidal. Este, designado pesquisidor y reemplazante del investigado, recibió las ins-trucciones del Alto Tribunal, curiosamente, de manos del cura Julián Navarro. Vidal parece haber obrado con toda celeridad: remitió la sumaria completa el 12 de enero de 1811. Con la misma, remitió a los oidores de Buenos Aires una carta donde dice que ya había sido alcalde durante 1808 y mitad de 1809, que se había casado apenas seis meses atrás y, en consideración a estos antecedentes y sus muchas actividades, pedía ser exonerado del cargo.61 En este sentido, vemos que comparte con su predecesor dos condiciones: no fue propuesto en terna (lo nombró de oficio la Audiencia) y se resistió a tomar el cargo.

Las sentencias dictadas por la Real Audiencia fueron muy duras con todos. El relato del fiscal interino en lo criminal resume la percepción de los hechos desde lejos o desde afuera: el origen de las desavenencias entre todos estos agentes, afirma, debía buscarse en el encargo del fiel ejecutor al alcalde de la Hermandad. Marcos Loaces, el teniente-pulpero, encontrado infractor por el alcalde Noguera, no debía ser eximido por su graduación de teniente, sino penado por su transgresión como pulpero. El fiscal, además, dio por cierto que Loaces insultó al alcalde, pero agregó que “éste se excedió también en su moderación” (f. 54v). También consideró como causa de los mutuos descontentos el hecho público de que el cura “...removió la banca de la Iglesia en que acostumbraban a sentarse los Jueces...”, lo cual, recogiendo alguno de los argumentos ofrecidos por la defensa de Noguera, califica como “mui ageno al ministerio pastoral”.

Otro duro revés para Navarro constituye que la Audiencia lo da por errado e im-prudente en lo que concierne a la demencia “o transtorno del juicio qe falsamente pu-blicó y le atribuye [a Noguera]”. El párroco Navarro fue obligado a reponer el banco

Gobernantes del Perú. Cartas y Papeles, siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias, Tomo VI, Madrid, 1924, p. 12 y ss. Véase también SALINERO, Gregorio –editor– Mezclado y sospechoso. Movilidad e identidades, España y América (siglos XVI-XVIII), Casa de Velázquez, Madrid, 2005.

61 El Regente Darragueyra libró un oficio para que los cabildos del distrito comuniquen autoridades con-cejiles y alcaldías de la Hermandad (f. 51) y a f. 52 se menciona que Noguera, a comienzos de 1811, todavía era “propietario” de la alcaldía de la Hermandad del partido del Rosario.

El alcalde, el cura, el capitán... 241

para los jueces en la Iglesia (por costumbre)62 y su conducta, que intentaba penalizar al alcalde, fue caracterizada como un “exceso jurisdiccional”, ya que, siempre según el fiscal, se ha metido en cuestiones que no le competían, porque “son los tribunales superiores los que tienen que residenciar a los inferiores”. En este sentido, si bien la expresión es técnicamente incierta (el cura no residenció al juez) apunta al nudo de la cuestión: el párroco Julián Navarro efectivamente había castigado al alcalde –además, de una manera muy violenta y visible para todos– retirándole el banco de su iglesia y es el propio castigo el que es considerado un exceso jurisdiccional, ya que la Audien-cia se arroga el derecho exclusivo y excluyente de evaluar la actuación de sus jueces inferiores (de allí que mencione la cuestión de la residencia). Siguiendo a Séneca, el que aquí parece haber demostrado ira no es otro que el cura párroco, quien pretendió que se tuviera por justo lo juzgado.63

Respecto del desavenido matrimonio entre Noguera y su mujer, el dictamen de la Real Audiencia asegura que la “medicina jurídica” (el divorcio) sería peor aún que la enfermedad (el adulterio). Y no dice más. Las acusaciones vertidas sobre su romance con la Tucumanesa fueron caracterizadas por la defensa de Noguera como “una inju-ria por la cual va a reclamar” (f. 74).

Si al cura le fue mal, a Noguera tampoco le fue bien: la Audiencia lo suspendió para ejercer oficios de gobierno por cuatro años64 y a comienzos de febrero de 1811, aunque se lo mentaba todavía como titular de la alcaldía, seguía preso. El 12 de febre-ro, su mujer, argumentando estar sola, cargada de hijos y asegurando que el alcalde era su único sostén, pidió que lo liberaran. La Real Audiencia accedió y el 9 de marzo Noguera fue redimido de su “carcelería” en Buenos Aires para que pueda “...vivir con su muger y llenar sus obligaciones.”65 En el mismo oficio, a Manuela la Tucumana se le prohibió el ingreso a la Capilla del Rosario “para evitar los escándalos que resultan del sumario”.66 Al pie del oficio puede identificarse la firma de Vicente Anastasio de Echevarría, un letrado que conocía bien el pago y que de escandaletes –aunque de otro nivel– también entendía algo.67 El capitán Moreno fue (apenas) seriamente apercibido

62 El texto consigna: “...se ha ordenado entre otras cosas que el expresado Noguera no pueda obtener cargo público ni comisión en el término de cuatro años y que dicho cura no altere la costumbre dejando la banca asiento del Alcalde en el lugar en que se allaba. Y de la superior orden lo comunico a VS para su inteligencia y cumplimiento en la parte que le toque...”. AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 98.

63 “La razón quiere decidir lo que es justo; la ira quiere que se tome por justo lo que ella decide”, SÉ-NECA, Lucio Anneo De la ira, libro I, XVI en Tratados filosóficos, edición de Luis Navarro y Calvo, Madrid, 1884.

64 En este caso, dice: “...se ha ordenado […] que dicho cura no altere la costumbre dejando la banca asiento del Alcalde en el lugar en que se allaba“, AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 98v.

65 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, ff. 56 y 57.66 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 65, 29 de marzo de 1811, firman Saavedra, Azcuénaga, Olmos,

Molina, Robles, Vieytes.67 Vicente vivió en Rosario hasta quedar huérfano, a los doce años. Su tío lo adoptó y lo llevó con él a

Buenos Aires; en el seno de esa casa, se enamoró de su prima hermana, María Antonina, con quien ce-

242 Autoridades y prácticas judiciales...

y condenado a pagar un tercio de las costas. El 17 de octubre de 1811, Noguera alegó que el cura le hizo sufrir “vochornos, gastos y perjuicios en mis intereses y familia sin mas motibo que el de suunico antojo”. Quiso pedir un resarcimiento monetario, pero la Real Audiencia no dio curso a esta demanda.68

SEGUNDA PARTEUn retrato de los agentesJulián Navarro (el cura) fue bautizado en la iglesia de la Merced de la ciudad de Bue-nos Aires el 17 de febrero de 1777;69 él y su hermano Ignacio, también bautizado ese día, eran hijos legítimos de Doña Francisca Gutiérrez y Don Fermín Navarro, carpin-tero dueño de un corralón de maderas en la ciudad.70 Entre 1793 y 1795 Julián estudió filosofía en el Real Colegio de San Carlos (Buenos Aires) pero se ordenó sacerdote en Santiago de Chile.71 Regresó a Córdoba para estudiar Teología, donde se graduó en 1801,72 y su primer destino fue el de “capellán castrense con facultades de párroco de la expedición enviada en 1802 al mando del coronel Tomás de Rocamora contra los indios calchaquíes, que aliados con los minuanes, asolaban las regiones de Entre Ríos y la Banda Oriental”.73 Cignoli afirma que en 1804 pasó unos meses como teniente cura en la parroquia de Arroyo de la China –el titular era el doctor Redruello– desde allí pasó a Morón (también como teniente) y luego estuvo a cargo del curato del Pilar, (donde ejerció interinamente entre el 9 de noviembre de 1805 y el 14 de febrero de 1809)74 hasta que el 21 de noviembre de 1808 fuera designado por concurso como cura del Rosario, donde llegó con su madre y asumió funciones el 20 de febrero de 1809. En abril de 1811, el párroco del Rosario, Julián Navarro estaba en Buenos Aires.

lebró esponsales secretos a causa de lo cual debió enfrentar socialmente un escándalo y judicialmente a su tío, quien se opuso tenazmente al asunto. Sobre este asunto véase CAULA, EIsa “Jurisdicciones en tensión. Poder patriarcal, legalidad monárquica y libertad eclesiástica en las dispensas matrimoniales del Buenos Aires virreinal”, en Prohistoria, Año V, núm. 5, 2001, pp. 123-142.

68 En cambio, el procurador de Noguera consiguió que se compartan las costas: la Real Audiencia las fijó en 351 $ y 1/2 a prorrata, sentenciando a pagar a cada uno $ 117 y 1/2. AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proce-so…”, f. 98v.

69 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro 1777-1854: cura párroco de la capilla del Rosario y maes-trescuela de la catedral santiagueña”, en Investigaciones y ensayos, 12, Academia Nacional de la His-toria, Buenos Aires, 1972.

70 YABEN, Jacinto R. Biografías argentinas y sudamericanas, Tomo IV, Metrópolis, Buenos Aires, 1939, p. 108.

71 Como lo ha afirmado Di Stefano, de esta institución “...surge la última generación de sacerdotes secula-res coloniales, que en muchos casos [tal y como lo hace Navarro] completan su formación en las aulas universitarias de Córdoba, Chile o Charcas.” DI STEFANO, Roberto “Pastores de rústicos rebaños. Cura de almas y mundo rural en la cultura ilustrada rioplatense”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª Serie, núm. 22, 2000, p. 12.

72 YABEN, Jacinto Biografías..., cit., p. 108.73 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro...”, cit., p. 283. 74 “Pilar en la historia” [en línea] http://www.presidentederqui.com.ar [consulta: 20 de setiembre de

2010].

El alcalde, el cura, el capitán... 243

Cignoli no menciona que estaba siguiendo un pleito ante la Audiencia, pero sí que ac-tuó como “...elector y escrutador en la elección del 18 de setiembre de ese año [1811], habiendo obtenido votos para figurar como asesor de gobierno”.75 Su nombre sonaba como uno de los probables componentes del nuevo gobierno (el Triunvirato) “por lo respectivo a la Iglesia”.76

En el libro parroquial de Rosario, Navarro registró que fue separado desde el 14 de abril de 1811 hasta el 10 de febrero de 1812, “en que fui restituido en la posesión de todos mis derechos por consigte. la administración de sus ingresos así de Fábri-ca como de Estela corrió a cargo del Teniente Cura Fr. José María Ximenez, quien no llevó una cuenta individual, cuyo manexo siguió Dn. Pedro Tuella a quien tengo noticia que también se le dió título de Mayordomo de Fábrica pues todo se hizo sin citación ni conocimiento mío y sólo por arbitrariedad del Ilmo. Obispo Dn. Benito Lue...”. Cuando el Triunvirato separó a Lue y Riega a comienzos de 1812, Navarro fue repuesto inmediatamente (oficio del 3 de febrero de 1812, firmado por Sarratea, Chiclana y Rivadavia).77 Cignoli (entre otros) sostiene que, a causa del conflicto con Noguera, Navarro fue separado “injustamente” de sus funciones por el obispo Lue y que dicho episodio se basó en que el teniente Gastañaduy había designado al alcalde (Noguera) sin consultar al vecindario y que el cura había salido en defensa de éste por el atropello, interpretación admitida por varios historiadores que encuentran en este gesto un “avasallamiento” de los derechos de los vecinos del pago. Todos omiten al-gunos datos, como las negativas iniciales de Noguera a asumir en el cargo o la unidad facciosa de quienes le plantearon públicamente su oposición, exalcaldes del Rosario que no le querían con la vara en mano.

Navarro firmó los últimos registros parroquiales del Rosario el 7 de octubre de 1813 y llevó el libro de fábrica hasta mediados de noviembre –la Parroquia se entregó de todos modos el 14 de marzo de 1814 al teniente cura Fr. Benito Carrera y un día más tarde tomó el cargo el Dr. Tomás Gomensoro.78 En Buenos Aires fue nombrado “cura excusador en San Isidro [...] con retención del curato de Rosario, que permutaría con su colega D. Pascual Silva Braga por la capellanía del Regimiento de Artillería que asume el 1 de abril de 1815. En San Isidro, el domingo de Pascua, Navarro fue detenido y embarcado en un buque con destino a Patagones, posiblemente por haber manifestado su disconformidad o criticado la acción del Director Alvear”.79 Luego fue capellán del ejército de los Andes (1817)80 y en 1818 el director O’Higgins lo nombró

75 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro...”, cit., p. 284. 76 Diario de Juan José de Echeverría con referencias a los sucesos de Buenos Aires del 5 a 6 de abril de

1811 y las elecciones de septiembre del mismo año, en Biblioteca de Mayo, Tomo IV, pp. 3613-3625. 77 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro...”, cit., p. 285. 78 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro...”, cit., pp. 286-87. 79 CIGNOLI, Francisco “El Dr. Julián Navarro...”, cit., p. 287. 80 MUZZIO, Julio A. Diccionario histórico biográfico de la República Argentina, Tomo II, Librería “La

Facultad”, Buenos Aires, 1920, p. 19.

244 Autoridades y prácticas judiciales...

Rector del Seminario de Santiago; poco más tarde fue nombrado canónigo de la cate-dral de dicha ciudad y después de 1821, canónigo maestrescuela.81 Cuando falleció el 4 de setiembre de 1854, era Maestrescuela de la Catedral de Santiago de Chile.

¿Quién era Isidro Noguera? Hasta ahora, todo lo que sabemos de Noguera pro-viene del retrato hecho por el cura del pueblo82 y otras pocas noticias ofrecidas por los testigos que depusieron en la sumaria que le inició la Audiencia. Por fuera de esas representaciones judiciales del “colérico” Noguera de 1810, pudimos rescatar la siguiente información de archivos parroquiales: el acta de bautismo de la primera de sus hijas (Antonina Noguera y Morales), indica que Isidro estaba casado con Ana Josefa Morales y que fue bautizada en la parroquia de Nuestra Señora de la Inmacu-lada Concepción, en Buenos Aires, el 3 de setiembre de 1791. Allí se consigna que los padres de la criatura eran vecinos de esa feligresía y “naturales de esta ciudad”,83 pudiendo inferirse que han nacido allí y que, al menos hasta ese año, eran feligreses de la Inmaculada. Los siguientes cuatro hijos de Isidro y Ana Josefa fueron bautizados en el Rosario: Santiago Noguera el 23 de mayo de 1797,84 Mathías Joseph Noguera el 25 de febrero de 1800,85 y Juana Noguera el 8 de marzo de 1803.86 El dato curioso lo pro-porciona el bautizo de María de la Encarnación Noguera, a quien los óleos sagrados le fueron impuestos en el Rosario por Julián Navarro el… 25 de marzo de 1810, esto es, el día después de que los notables del pueblo, alentados por el cura, despacharan la “representación” contra el alcalde.87

Las actas bautismales dejan ver que Noguera no trabó más que dos compadraz-gos en el Rosario: José Rodríguez y Simona Josefa Rodríguez de Villagrán fueron los padrinos de su segundo hijo (Santiago, bautizado en 1797) y los tres últimos bau-

81 YABEN, Jacinto Biografías..., p. 109.82 Sobre este particular retrato véase “El excecrable…”, cit.83 Argentina Catholic Church Records, index and images, FamilySearch, 2009; Family History Library,

Salt Lake City, Utah, USA, (ACCR, FHL), Buenos Aires, Parroquia de Nuestra Señora de la Inmacu-lada, Bautismos, Libro I, f. 36v, fueron sus padrinos Antonio Rodríguez y María Ponce de León.

84 ACCR, FHL, Santa Fe, Libro quarto de los Bautizados en esta Parroquia de N. Sa. Del Rosario Siendo Cura Rector el Doctor Dn. Lorenzo Josef de Gorostiza – Año 1795, f. 38v – bautizado “de edad de un día” y fueron sus padrinos José Rodríguez y Simona Josefa Rodríguez de Villagrán. El cura párroco era el Dr. Dn Lorenzo Josef de Gorostiza.

85 ACCR, FHL, Santa Fe, Libro quarto…, f. 89v – nacido “el día de ayer”, y fueron sus padrinos don Joseph Aguilar y su esposa doña Simona Gómez Recio “a quienes se advirtió del parentesco contraído con el recién bautizado y con sus padres…”. El cura párroco era el Dr. Dn Lorenzo Josef de Gorostiza.

86 ACCR, FHL, Santa Fe, Libro quarto… f. 146v – “el maestro Dn Francisco Argerich cura y vicario de la Parroquia del Rosario bautizó y puso oleo y crisma a una niña que se llamo Juana: nació hoy día de la fecha…” y fueron sus padrinos don Joseph Aguilar y su esposa doña Simona Gómez Recio “a quienes advertí la cognación que habían contraído…”.

87 ACCR, FHL, Santa Fe, Libro quarto…, f. 385v – la bautizó el teniente de cura José María Ximenez, pero firmó el cura Julián Navarro. Fueron sus padrinos don Joseph Aguilar y su esposa doña Simona Gómez Recio “de la misma feligresía, a los qe previne el parentesco espiritual y demás obligs…”. Cuando Josefa presenta un escrito a la Audiencia pidiendo que liberen a su esposo dice que está “recar-gada de seis hijos”. Solo encontramos las actas bautismales de cinco.

El alcalde, el cura, el capitán... 245

tismos presentan a los mismos padrinos, Joseph Aguilar y su esposa Simona Gómez Recio,88 reiteración que podría denotar menos una preferencia que cierta escasez rela-tiva de recursos relacionales.

Uno de los tópicos que recorre el retrato que el cura hizo del alcalde (y que Juan Álvarez recuperó sin crítica) es que Noguera había conseguido el oficio de alcalde de la Hermandad del Rosario gracias a sus relaciones en Santa Fe. El problema surge de la utilización de las premisas en el razonamiento. El silogismo arranca de una premisa cierta (Noguera no había sido propuesto por los vecinos del Rosario), continúa con otra premisa también cierta (Noguera fue impuesto por el cabildo santafesino) pero termina con una conclusión falsa (Noguera quería el puesto, tenía influencia en Santa Fe y por ello lo consiguió).89 La falacia –en realidad, una inducción errónea– se pro-duce porque se asumen como ciertos datos incomprobables: que Noguera deseaba el cargo, que disponía de influencias en Santa Fe y que las movilizó para obtenerlo. Lo único que puede documentarse es todo lo contrario.

El hombre tuvo una breve experiencia como alcalde de la Hermandad del Rosa-rio sustituto de Nicolás Carbonell en 1798;90 más tarde fue electo para cubrir el mismo oficio en 180691 y en 1809, para hacerse cargo de la vara en 1807 y 1810 respectiva-mente.92 Contra la opinión del cura Navarro y de la mayoría de los historiadores, que lo siguieron, los registros capitulares permiten saber que Isidro Noguera se resistió a la última designación como alcalde del Rosario con relativa firmeza: envió al cabildo santafesino sendas representaciones para ser eximido (es la expresión que utiliza en diciembre de 1809) y relevado (pedido de enero de 1810) del oficio.93 Su colega, el alcalde de la Hermandad de Bajada del Paraná, había hecho lo propio y, en la sesión del 9 de enero de 1810 el Teniente de Gobernador prohibió “el deposito de varas”, tra-tando de evitar periodos-ventana entre la celebración de las elecciones y la asunción de los electos. Como se ha visto, su enjuiciador y sucesor, Manuel Vidal, tampoco quiso asumir: las campañas no estaban calmas y el oficio exigía más de lo que daba.

Por su parte, el capitán Pedro Moreno fue un hombre relacionado con el ejerci-cio de la autoridad desde los albores del siglo XIX, que como ya ha sido señalado, estuvo bien ubicado en el Rosario. Fue electo alcalde de la Hermandad para el pago

88 Probablemente hermana de Ramón Gómez Recio, de San Nicolás de los Arroyos, consuegro por parti-da doble de Juan de Pereda y Morante, varias veces alcalde de la Hermandad del Rosario entre 1780 y 1810.

89 En el pleito, Navarro reconoce que en 1810 es “la segunda vez” que Noguera era designado alcalde del pueblo, pero le atribuyó malicia en el modo de conseguir el cargo: “que por intrigas y maldades es segunda vez alcalde de este pueblo”, AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 10.

90 AGSF, AC, Tomo XVI B, f. 461, sesión del 30 de noviembre de 1797; intervino en venta de tierras en el Rosario el 5 de junio de 1798: AMHPJM, Escrituras, I, f. 317.

91 AGSF, AC, Tomo XVII B, sesión del 31 de octubre de 1806, ff, 327-329.92 AGSF, AC, Tomo XVII B, sesión del 30 de octubre de 1809, ff. 501-503v. 93 AGSF, AC, Actas Recuperadas, Caja 1, ff. 9-10, sesión del 23 de diciembre de 1809; Tomo XVII, f.

01-03v, sesión del 9 de enero de 1810.

246 Autoridades y prácticas judiciales...

en 1801.94 En abril de 1802 todavía estaba al frente del oficio “a pesar suyo” (cesante y sustituto para dicho año, en uno de esos periodos de ventana durante los cuales un alcalde saliente todavía no había sido reemplazado por el siguiente) y había escrito al cabildo informando hallarse muy ocupado y falto de salud.95 Del hombre sabemos también que era devoto de la Virgen del Rosario y Pedro Tuella lo sindica como el protagonista de un “prodigio”, ocurrido precisamente mientras ejerció su alcaldía de la Hermandad.96 Pedro Moreno fue electo nuevamente alcalde de la Hermandad de Rosario en la sesión del 31 de octubre de 181397 y asumió el oficio el 24 de febrero de 1814.98 También lo hizo durante 1821 y 1822, cuando actuó como juez en varias transferencias de tierras que involucraban a viejos conocidos: Nicolás Carbonel (y familia) y el pulpero teniente Marcos Loaces99 (entre otros).100

Y ¿quién era “la Tucumanesa”? Por la firma (Manuela Urtado, sic) y por el apodo (“la Tucumanesa”), se trata evidentemente de Manuela Hurtado de Pedraza, conside-rada heroína de los combates de los días 10, 11 y 12 de agosto de 1806 en el marco de la primera invasión inglesa. Su marido (un cabo de Asamblea) cayó atravesado por una bala de fusil y ella tomó su arma y mató al inglés que le había disparado. Fue compensada por Liniers con el grado de alférez y goce de sueldo. Manuela Urtado y Pedraza, “natural del Tucumán y avecindada en esta ciudad” (de Buenos Aires),101 solicitó en 1807 por escrito una suma que decía merecer. “El 5 de junio de 1807 Li-niers, en providencia marginal, ordenó que se pasara oficio a los ministros de la Real

94 AGSF, AC, Tomo XVII A, ff. 4v-5, sesión del 16 de enero de 1801.95 AGSF, AC, Tomo XVII A, ff. 106, sesión del 26 de abril de 1802.96 El texto completo de la anécdota merece la pena, porque además del prodigio relata una escena donde

se retrata el desempeño de un alcalde de la Hermandad: “El día 19 de octubre de este año [1801] el capitán de milicias y alcalde actual de este partido Don Pedro Moreno salió al campo acompañado de seis hombres á prender a tres fasinerosos, quienes lejos de huir de la justicia como era regular, mas bien le esperaron unidos cara a cara, y tan resueltos y desalmados, que al intimarles el alcalde se diesen presos por el Rey, le respondieron con tres trabucasos á quema ropa, á cuyo tiempo, también el alcalde descargó contra ellos sus dos pistolas, que ambas erraron fuego, y fué, que no quiso la virgen del Rosario que aquí hubiese otra desgracia que la de haberle escoriado una bala al alcalde la mejilla derecha, y hecho un boquerón en su sombrero. ¿No es esto un verdadero prodijio? En fin tuvo fortuna el alcalde en prender dos de estos infelices, á quienes luego despachó a la reales cárceles de la capital: el otro se escapó á beneficio de su caballo; que siempre estos malévolos andan en los mejores que el campo tiene. Debo acreditar que dicho alcalde y los que ivan en su auxilio han acreditado su devoción para con María Santísima en la obra de la Iglesia nueva que se va a hacer en este pueblo en honor de su patrona.” TUELLA, Pedro Relación…, cit., pp. 125-126, los énfasis son míos.

97 AGSF, AC, Actas recuperadas, Caja I, ff. 45v-47. 98 AGSF, Actas Recuperadas, Caja 1, f. 12v -13.99 Hacia 1821 figura en una venta como esposo de Ana María Fernández, hija de Mateo Fernández; es-

tas tierras fueron recibidas por la mujer vía donación. Uno de los testigos había sido Isidro Noguera. AMHPJM, Escrituras, I, f. 545 (donación) y 545v (la venta).

100 AMHPJM, Escrituras, I, f. 556, 565.101 AGN, IX-26-7-4, f. 245.

El alcalde, el cura, el capitán... 247

Hacienda para que se entregaran a la peticionante diez pesos fuertes…”.102 El 25 de mayo de 1807 el Cabildo porteño acordó a doña Manuela Hurtado, conocida por la Tucumanesa, “que sirvió en la reconquista de esta capital en clase de soldado blanden-gue” una gratificación única de cincuenta pesos “y también, mientras durase la guerra con Gran Bretaña y a partir del mes de junio, inclusive, el goce del prest (sueldo) de diez pesos mensuales, como soldado del Cuerpo de Artillería de la Unión”.103

Es mentada en el poema de Pantaleón Rivarola sobre la reconquista (“Manuela tiene por nombre, Por patria, tucumanesa”) y Udaondo (en Calles y Plazas de Buenos Aires) afirma que apareció dos veces en un juicio por desalojo en Buenos Aires. En estos textos, que abonan su retrato en clave de heroína –culminan con su muerte a mediados del siglo XIX, anciana, olvidada por los gobiernos y sin techo– nada se dice de sus capacidades como comedora de corazones, como mediadora, y mucho menos se mencionan sus conflictos con Noguera y el cura.104

TERCERA PARTELos fundamentos y las formas de la autoridad desde la praxis de los agentes

La deslegitimación, por el camino de la tiranía Como mostré en otro trabajo, el cura Julián Navarro desplegó una batería de recursos bastante completa para deslegitimar al alcalde Noguera. Utilizó tres niveles comuni-cacionales: la vía oral con un auditorio cautivo (sus feligreses), la simbólica ante una comunidad católica (suprimió un objeto de la iglesia) y la vía judicial. Oralmente lo trató de loco frente a sus fieles –debe recordarse que los feligreses del cura estaban su-jetos a la jurisdicción del alcalde; simbólicamente lo descalificó quitando de la iglesia el banco que él solía ocupar (el que por costumbre ocupaban los jueces del Rosario y que la Audiencia mandó reponer); por último, judicialmente y por escrito, trató de persuadir al fiscal de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires de que Noguera era un verdadero tirano, es decir, una autoridad cuya legitimidad estaba erosionada, cuestionada, porque había abusado de ella.105

Sobre el primer nivel hay que decir lo mismo que argumentó Noguera: la ca-pacidad de persuasión del cura de una comunidad sobre sus fieles era más o menos

102 PALOMBO, Guillermo “La tucumanesa, heroína de la defensa”, en La gaceta literaria, Azul, Buenos Aires, 23 de setiembre de 2007.

103 PALOMBO, Guillermo “La tucumanesa…”, cit. 104 Véase SOSA DE NEWTON, Lily Diccionario biográfico de mujeres argentinas, aumentado y actuali-

zado, Plus Ultra, Buenos Aires, 1980, p. 349; sobre las palabras que le dedicó Liniers, MUZZIO, Julio A. Diccionario…, cit., p. 314.

105 Sobre la construcción de la figura del tirano en procesos judiciales en BARRIERA, Darío “La tierra nueva es algo libre y vidriosa. El delito de ‘traición a la corona real’: lealtades, tiranía, delito y pecado en jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas (1580-81)”, en Ley, Razón y Justicia, Año VIII, Núm. 11, Córdoba, 2010, pp. 281-305.

248 Autoridades y prácticas judiciales...

indiscutible. Si el párroco decía que el alcalde estaba loco, sus feligreses tenderían a creerle.

El episodio del banco apuntaba a los ojos del mismo auditorio, reforzando el argumento oral desde la acción, y constituía una muy parroquial señal que sugería la exclusión del rebaño de una de las ovejas notables. Sobre estos dos niveles volvere-mos a la hora de reflexionar sobre el poder pastoral. Concentrémonos ahora sobre el tercer nivel, sobre los fundamentos con los cuales se construyó la acusación por vía judicial del abuso de autoridad.

El cura desarrolló sus argumentos por escrito pero ¿cómo se figuraban el abuso de autoridad de manera práctica, concreta, literal aquellos que no eran letrados como el cura, sino legos? Una de las imágenes de este abuso alude a razones de gobier-no –aparece en la denuncia escrita y también en los testimonios orales recogidos en la sumaria – retrata su estilo para “recaudar fondos”. Algunos testigos aseguran que Noguera utilizaba su “autoridad de alcalde” para exigir multas basadas en faltas que no siempre eran comprobables o que, como en el caso de las pulperías abiertas a la hora de la misa, eran toleradas hasta por el mismo cura (supuestamente el más dam-nificado) y las declaraciones de quienes el mismo Noguera alinea como sus enemigos lo acusaban de tratar de vivir de “sacaliñas” (sobornos).106 El testimonio de Paula Aguilar permite establecer que existía una cierta continuidad en el funcionamiento de ese mecanismo, practicado por los alcaldes y también por sus auxiliares.107 Félix Ximénez –auxiliar de varios alcaldes– es el blanco de las acusaciones de la madre del joven apresado por el auxiliar.

Otros perfiles de este abuso tienen que ver con el tratamiento que recibió la ma-dre del joven apresado. Cuando el auxiliar de justicia Félix Ximénez se llevó preso al hijo de Paula Aguilar (por haberse negado a acompañarlo como “auxilio” para cobrar más multas), la humilde vecina del paraje Los Cerrillos puso en juego sus legos sa-beres sobre las precedencias y los intersticios en materia de autoridad: Paula fue “a la Capilla” (es decir al núcleo de manzanas del Rosario) a presentar sus reclamos al alcalde, a quien corporalmente reconocía como la autoridad inmediata ante la cual tenía que reclamar porque, entre otras cosas, era quien lo tenía engrillado –biopolítica en estado puro.

106 En Novela de los Perros de Mahudes, sobre el abasto de la carne en Sevilla. Los dueños de los animales se “conciertan” con el populacho no para que no les roben (que esto es imposible) sino para que se mo-deren en pedirles tajadas y sacaliñas, p. 208. CERVANTES SAAVEDRA, Miguel Novelas exemplares, Madrid, 1803.

107 En diciembre de 1810, mientras Noguera no estaba en el Rosario, la señora Aguilar recibió la visita de Félix Ximénez, auxiliar del sustituto del alcalde de la Hermandad (Francisco Fernández), que lo había enviado a buscar “ayuda de caballos”. El hijo de Paula Aguilar le dijo que no podía dárselos porque tenía pocos y fue apremiado. Cuando Noguera regresó a la titularidad de su alcaldía, hubo otro episodio similar.

El alcalde, el cura, el capitán... 249

Isidro Noguera, que la despachó en su casa, en lugar de oír su queja para admi-nistrar justicia (siempre según la declarante) le gritó y le propinó insultos de diverso género, en medio de los cuales la amenazó con “remitir preso a su hijo a la disposi-ción de la Justicia superior de Buenos Aires”. La mujer dejó la improvisada sede de la justicia, desconsolada, “sin saber donde bolber sus ojos”. En la calle, dice que por casualidad, se encontró con el cura Navarro, a quien le contó lo que acababa de vivir. Sobre todo se lamentó por “no tener ni un medio rreal que poder dejar a su hijo para mantenerse en la prisión en que estaba; y que entonces el dho Sor le dio unicamente quatro rreales y que ni antes ni después le prestó ni le dio mas de los dhos quatro rreales”.108 Esto es curioso porque en su versión del mismo encuentro, el cura ase-gura haberle prestado ¡16 pesos!, esto es, una suma treinta y dos veces superior a la que la señora afirmaba haber recibido…109 Paula Aguilar aseguró que en el cura no halló “más auxilio ni consuelo que el del cortes prestamo que acaba de referir” –es significativo el énfasis en lo que no sucede, como a sabiendas de que el cura tenía otra versión– y que luego fue a desahogarse con una amiga suya, quien le ofreció una verdadera solución: la manera de sacar a su hijo de la prisión era llegando a Noguera “por medio y empeño de la Tucumana da. Manuela”.

Paula Aguilar fue inmediatamente al encuentro de “la Tucumanesa” y “de su voluntad propia” le ofreció veinticinco pesos “con tal que consiguiere la libertad de su hijo”. Cumplida la diligencia, doña Paula –que ya había perdido cinco caballos a ma-nos del exigente Félix Ximénez– tuvo que vender cinco fanegas de trigo y una yunta de bueyes para llevarle la suma prometida a la eficiente mediadora.110

El recorrido que dibujan los pasos de doña Paula para sacar a su hijo de la cárcel, su trazado –que es el de un camino que no fue indicado por ningún pastor, ningún go-bernador, sino orientado por los saberes legos de la madre de un joven preso– además de aportar más evidencias sobre el modo en que el alcalde recaudaba dinero y maltra-baja a sus justiciables abusando de su autoridad, permite mostrar otro registro acerca del funcionamiento y de los resortes de la relación entre las autoridades.

Por último, el relato de doña Paula es relevante porque todas las acciones referi-das son realizadas por mujeres (doña Paula, su amiga, la Tucumanesa). Esto permite demostrar la existencia de saberes, que claramente componen una cultura judicial, de los cuales eran portadoras esas mujeres de sectores del bajo pueblo, muy alejadas de los sitios donde circulaban los saberes formales sobre la autoridad, pero capaces de desenvolverse de manera óptima cuando estaban involucradas en situaciones que exigían tomar resoluciones. Entre ellas, la Tucumanesa ocupa claramente un lugar diferente, y de influencia, ya que gozaba de grado militar y, en calidad de amante del

108 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 46. 109 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 6v. 110 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 47.

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alcalde, era quien ponía precio a su capacidad de persuasión –en este caso, para liberar al joven preso.

La figura de “la Tucumanesa” En el retrato que Ponce de León hizo de la llegada al Rosario de Noguera con su amante puede advertirse la escena que el alcalde montó valiéndose del grado militar de la mujer y de su papel como vínculo con la Junta: desde el momento de su llega-da (relató el calificado testigo) Noguera vociferaba que la Tucumana era la Señora Tenienta del Ejército y agitaba unos papeluchos diciendo que eran “despachos de la Exma Junta de Buenos Ayres por los quales se ordenaba a las Justicias y cavos milita-res de este Pueblo que le habían de dar los más altos honores hasta el de una guardia con la ordenanza para la custodia de su persona”.111 Esta jugada era osada, puesto que Noguera informaba a viva voz que, en una imaginaria cadena de mandos, ponía “a las justicias y cabos militares” de la plaza bajo la autoridad de su preferida; el blanco de su ataque, en realidad, no eran los “cabos militares” ni quienes estaban en ese nivel, sino el capitán Pedro Moreno, hombre al cual estaba enfrentado y que había conse-guido reunir en algún momento dos potestades: una jurisdiccional (la de alcalde de la Hermandad en el pago, nombrado por el cabildo) y la otra de mando: como capitán de milicias era un hombre a quien se reconocía autoridad.

La Tucumanesa, se ve, traía consigo mañas pero también blasones (la distinción militar no era tan alta como pretendía el alcalde, pero existía; solo estaba exagerando un poco): Noguera intentó utilizar los segundos y disciplinar las primeras, pero el escándalo brotado de los insultos y los golpes lo sacó fuera de los circuitos de la auto-ridad –y a la Tucumanesa, de la ciudad misma.

El juez facineroso y el pastor enconado: reflexionando sobre el poder pastoral En su ya mentada presentación a la Junta, rematando la deslegitimación del juez con-tra el cual había decidido cargar, el cura Navarro se preguntaba:

“¿A qué desastre no está expuesto el honrado vecino con un Juez tan díscolo, atrevido, petulante y facineroso? […] al mismo tiempo qual debería ser el castigo de tantos desordenes? Solo V. E. podrá propor-cionarlo á vista de los exesos de Dn. Ysidro Noguera.”“El honor, la vida, y la hacienda son bienes todos sujetos á la ar-bitrariedad de nuestro Alcalde. Nadie está libre de sus furias y aun yo mismo temo algunas veces ser víctima de sus locuras. […] El Pueblo está atemorizado y confundido espresando su unico alivio de las Justificaciones de V. E. los quales apuran y cada día se temen mayores, solo V. E. puede terminarlos y esperamos que una pronta

111 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 49.

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y eficaz resolución nos libertará de este opresor que por intrigas y maldades es por segunda vez alcalde de este Pueblo y dará una nueva lección tanto a Dn Ysidro Noguera como a sus sucesores que no son autorizados para injuriar, rapiñar y escandalizar sus vecinos…”.112

El cura, en este párrafo, demuestra que persigue algo más que la descalificación de un alcalde en particular: pretende aleccionar a Noguera pero también a sus sucesores, “que no son autorizados”, dice –y podemos leer, que no tienen autoridad para– “in-juriar, rapiñar y escandalizar a sus vecinos.” La frase con la que remata el pedido de justicia, el remedio solicitado a la Junta, se enfoca en generar la sintonía fina con el discurso revolucionario y, por vez primera, pone a los alcaldes de la Hermandad en una vereda y a los vecinos en otra. El cura, que ya no está preocupado por la difusión de noticias falsamente revolucionarias, ahora advierte “…qe las quejas de los pueblos empiezan ya a ser oydas y que a ninguno es permitido atacar impunemente la tran-quilidad publica y los derechos del ciudadano” (“Proceso…”, f. 10). La educación ilustrada adquirida en el Colegio San Carlos aflora en la pluma, limpia y útil.

Pero ¿cómo se veía esto desde el lado opuesto? En el ejercicio de su defensa –es decir, también construyendo un discurso judicial– Noguera y su apoderado Juan de la Rosa Alba113 sostuvieron frente a la Audiencia que el alcalde no había abusado de su autoridad sino que había cumplido con sus deberes.

La retórica elegida se ejemplifica bien en estos tópicos: sobre la acusación de “las rapiñas en el exercicio de su ministerio”, el Procurador afirmó que sólo se trató de celo en el castigo a los contraventores de un bando de buen gobierno. Sobre el cargo de violencia contra el joven José Andrés Aguilar, la jugada es de máxima y alega que incluso se quedó corto con el castigo: “acaso mereciera algun apercibimiento su de-masiada moderacion en castigarse con tres dias solo de prision a un hombre que habia tenido el atrevimiento de decir qe no ovedecia a este superior govierno ni al Jues del Partido y esto en materias interesantes al serbicio de la Patria”.

La posición adoptada es la de quien ha sido injustamente calumniado y Noguera solicitó que el cura Navarro y el capitán Pedro Moreno fueran severamente repren-didos.114 Para la defensa de Noguera, el cura habría desplegado todo odio y rencor contra su representado desde el inicio de su periodo como alcalde por los medios

112 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 10. 113 El procurador que se le había asignado a Noguera en la RABA era Juan de la Rosa Alba. Poder de

Noguera al procurador Juan de la Rosa Alba para todos sus pleitos. 22 de febrero de 1811 a ff. 68 y 69.114 AGN, IX, Trib., 62, 9, “Proceso…”, f. 70. El 23 de abril de 1811 Navarro firmó un poder al Procurador

Martín José de Segovia para que lo represente en la Real Audiencia de Buenos Aires (80 y 81) y el 29 de abril de 1811 Pedro Moreno, en Rosario, firmó otro a Fermín Navarro para que lo represente ante el mismo Tribunal. Moreno firmó ante el alcalde Manuel Vidal como “Capitán de las milicias de las fron-teras de Buenos Aires, Juez Comisionado por el Superior Govierno, vecino de la Capilla del Rosario” y los testigos fueron Alexo Grandoli y Ramón Corvera (82).

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“más indecorosos e indebidos”. Para la defensa, cualquier juicio sensato podría notar el “furor y encono” con el que el cura dictaba sus diatribas, que además faltaban a la verdad. Su lenidad y falta de moderación, por lo demás, dejaban ver lo lejos que el cura estaba de “…tener aquellas virtudes qe deben caracterizar al qe está constituido para ser exemplo de sus feligreses: habiendo mi parte aceptado el cargo de Juez, no le era permitido dexar de cumplir con los deberes qe se había impuesto, mucho menos dexar hoyar las prerrogativas de su empleo por acceder â los antojos y caprichos del cura” (f. 70v).

Esta persecución habría comenzado a manifestarse desde el episodio en la pul-pería del teniente Loaces, donde el cura se metió a mediar sin que lo llamen. Las actitudes del pastor eran cuestionables: además de prohijar a quienes no cumplían con sus deberes buscando complicidad en otras autoridades (el capitán Moreno), se había dirigido “sin facultad a sus amigos y paniaguados [para que] les dice qe para asuntos convenientes al desempeño de su Pastoral ministerio se sirvan informarle de la falta de juicio y demencia qe hubiesen advertido en mi parte como igualmente de la inquie-tud y alarma en qe habia puesto al pueblo en el corto espacio de tres días que hacian se habia publicado de Jues.”

Las reflexiones del procurador de Noguera sobre el “poder pastoral” son bien interesantes e ilustran otra lectura de los fundamentos de la autoridad del cura: Rosa Alba afirma que su parte llevaba las de perder con los testigos del pago porque ¿quién iba a atreverse a contradecir al cura? Éste formaba las conciencias, creaba las condi-ciones de la opinión sobre el juez, era efectivamente el que orientaba la formación de los juicios morales de la comunidad. En la iglesia o en las calles, delante de muchos, el cura Navarro “profirió las expresiones de toquen canten tiren cohetes y no le hagan caso â ese loco”, poniendo a sus feligreses contra Noguera. Estas actitudes, por sí so-las eran contrarias al “desempeño de su Pastoral Ministerio”; para probar la locura de su representado (argumenta judicialmente) “deberian haverse dirigido a pedir el com-petente auxilio a quien correspondiese pa tenerle en la demencia quiso figurarles po no valerse de unos medios y paso qe son indebidos e impropios de su Ministerio”.115

El defensor de Noguera, desde el punto de vista de una retórica judicial, hizo lo mismo que había hecho el cura con su defendido: intentó destruir las bases sobre las cuales reposaba la autoridad del acusador, tratando de hacer presente al juez la tre-menda contradicción existente entre un ministro de la iglesia y las conductas de quien encarnaba el ministerio. Calumnia movida por el rencor, sentimientos pecaminosos impropios de un hombre de Fe; pero también argumento muy corriente para tratar de

115 Sería injusto no rendir tributo aquí a las inspiradoras páginas que Michel Foucault ha dedicado al tema del gobierno, la gubernamentabilidad y al poder pastoral. Sobre el último punto, sobre todo, Seguridad, territorio, población, Curso en el Collège de France (1977-1978), FCE, Buenos Aires, 2006, traduc-ción de Horacio Pons, pp. 151 y ss.

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obtener la desestimación de una denuncia (la pública enemistad) en cualquier tipo de casos.

Para el procurador de Noguera, los dichos del cura (que él mismo refiere, no tie-ne testimonios para esto) manifestaban claramente el “rencor y odio del Cura contra mi parte”. Esos sentimientos –que son sobre todo emociones – hundían sus raíces en una relación previa: las emociones son productos de creencias (de lo que las personas creen acerca de los comportamientos propios y ajenos, del carácter de los otros y del propio) y en general se ven determinadas por la relación establecida entre el sujeto de la emoción y su objeto (en este caso, otro sujeto).116 En la cultura jurídica castellana, la recusación por enemistad pública –la publicidad importa por cuanto las emociones mencionadas eran evidentes para toda una comunidad, cuyo bienestar es, en definiti-va, el objeto final de la justicia y el gobierno – está firmemente documentada.117

La construcción del defensor del alcalde es brillante, además, porque apuntó al zócalo de la autoridad del cura: mientras que éste pretendía mostrarse sensible a la voz del pueblo y los derechos del ciudadano, el Procurador le recordaba al fiscal de la Audiencia que la base del predicamento del cura no era otra que “el temor a Dios”.

Sin embargo, el dato no proporcionado, la premisa no obligatoria sobre la cual se basó toda la inferencia del defensor de Noguera es tan discutible como cierta: todo su razonamiento se apoyó en la certeza de que los testigos pusieron su condición de devotos feligreses de la parroquia y buenos corderos del rebaño por delante de la de buenos convecinos solidarios o incluso temerosos del juez de su partido. Lo jugoso del modo en que está construido el argumento es que arroja a la cara de los altos jueces una jerarquía de los temores no dicha –el temor a Dios es preeminente frente al temor al juez, incluso a las violentas reacciones que podría tener el mal juez– pero tan per-ceptible como plausible para tachar todo el trabajo de la sumaria de Vidal.118

No obstante, la defensa de Noguera jugaba otra carta incluso más fuerte: el cura habría tergiversado la naturaleza de su función.

“El pastor qe debe cuidar de la quietud de su rebaño, qe debe inspi-rar â los fieles la obediencia â las autoridades legitimamente cons-tituidas, â este se ve incitarlos de oficio contra el jues, valiendose de su Ministerio de Paz para imputarle por este medio la mas atros

116 Al respecto es orientativo el capítulo 8 del libro de ELSTER, Jon Rendición de cuentas: la justicia transicional en perspectiva histórica, Katz, Buenos Aires, 2006.

117 Véase GARRIGA, Carlos “Contra Iudicii improbitatem remedia: La recusación judicial como garantía de la justicia en la corona de Castilla”, en Initium, Revista catalana D´historia del Dret, 11, 2006.

118 Me he referido a esta relación entre los temores a los jueces (seculares y Divino) en BARRIERA, Da-río “Lenguajes y saberes judiciales de los legos en el Río de la Plata (Siglos XVI-XIX)”, en SOZZO, Máximo –coordinador– Historias de la Cuestión Criminal en la Argentina, Editores del Puerto, Bue-nos Aires, 2009, pp. 83-99. Véase también AGÜERO, Alejandro “Las penas impuestas por el Divino y Supremo Juez. Religión y justicia secular en Córdoba del Tucumán, siglos XVII y XVIII”, en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 46, 2009, pássim.

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calumnia. El menos versado en estas materias conoce señor muy Poderoso, qual es el objeto del Parroco cuando pide qe le informe sobre la inquietud y alarma que dice haver causado mi parte en el corto pueblo del Rosario” (f. 72, énfasis mío).

Aquí, el argumento de Rosa Alba es el siguiente: el rebaño sigue a su pastor, pero éste, investido como tal, debe ostentar una calidad moral de la cual Navarro carece. No obs-tante, los legos (“el menos versado en estas materias”) saben que ante una requisitoria del cura, deben responder lo que el cura quiere escuchar, porque los mueve el temor. En este orden, la declaración de Joseph Aguilar (a f. 44) diciendo que cuando el cura insistió para que “guardara” a la Tucumanesa en su casa “se quedó sin palabras” para negarse.

El procurador resume los fundamentos de una teoría de la autoridad y –podría-mos afirmar – del funcionamiento de las autoridades y de los fundamentos del poder pastoral: entiende que el cura, antes bien que promover la desconfianza, debió inspi-rar la obediencia y ese es su acierto porque el fundamento de la autoridad es la obe-diencia. En las teorías clásicas de la autoridad se considera que cuando esta debe ser “demostrada” o “impuesta”, sus fundamentos ya han sido socavados.119 El cura había hecho cosas muy claras para erosionar la autoridad del alcalde, vilipendiando su re-presentación: había quitado “el banco que estaba en la Iglesia en el que desde tiempo inmemorial habian acostumbrado a sentarse los Alcaldes del Partido sin mas motivo ni razon que el desfogar de algun modo el desafecto que le tiene segun asi se ve en el informe de fs. 30 buelta dado por don Pedro Tuella al Teniente de Gobernador de Santa Fe.” Pero así como para el cura lo peor había sido que el alcalde se floreara por el Rosario con la Tucumanesa, para el Procurador de Noguera, la más imperdonable de las irregularidades la constituía la organización de una conspiración: el hecho de que el cura se hubiera “acordado” con el capitán Moreno para arruinar al alcalde le parecía inadmisible.

“…vistiendose con la piel de obeja aseguran â su excelencia qe su corazon se halla penetrado de las desgracias de su pueblo y qe sus feligreses se halla vexados, oprimidos y escandalizados de las opera-ciones del Alcalde de la Hermandad, qe cada dia las multiplica. Pero V. A. qe constituido en el sabio Tribunal de la Justicia, sabe pesar las cosas en numero y medida, tiene los mejores conocimientos para dis-cernir el merito qe debe atribuirse a un informe qe es injusto, parcial, calumnioso, y qe acada paso esta demostrando (hablo con el debido respeto) las viles pasiones de las qe esta revestido su autor, a pesar seguramente del sagrado Ministerio qe exerce, y de la moderacion y

119 Véase KOJEVE, Alexandre La noción de Autoridad, Nueva Visión, Buenos Aires, 2005 [Gallimard, París, 2004], pássim.

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caridad conqe debia producirse por su caracter es injusto y calumnio-so porqe supone hechos qe no han pasado o los desfigurando de un modo qe siempre constituyen a mi protegido en la clase de criminal” (f. 73, énfasis mío).

La presentación judicial del procurador de Noguera, quien caracterizó el trabajo de su representado como “los sagrados deberes de su ministerio”, destila conocimiento del carácter de la tradición de la administración de justicia en la cultura occidental y católica,120 pero también sobre cómo espejar las situaciones y sobre la diferencia a resaltar entre la autoridad del pastor (por la positiva y por la negativa, porque al caracterizar su conducta lo deslegitima) y la del juez, que requiere muchas veces del uso de la fuerza: “acaso mereciera algun apercibimiento su demasiada moderacion en castigarse con tres dias solo de prision a un hombre que habia tenido el atrevimiento de decir qe no ovedecia a este superior govierno ni al Jues del Partido y esto en ma-terias interesantes al serbicio de la Patria”. El trazo de Rousseau se reconoce entre las letras del Procurador.121

Cultura política erudita, letrada, lega y popularLegos y letrados coinciden en que los fundamentos de la autoridad del cura reposan en el temor a Dios y en su rol rector a la hora de formar las conciencias. Todos los testigos, además, expresaron con claridad que el alcalde infundía miedo (en esto co-incidía con el cura, con lo cual podría decirse que su gestión a la hora de formar la opinión sobre el alcalde es exitosa) mientras que frente al cura sienten temor –pero no del cura, sino de Dios.

El alcalde, a su vez, reconoce que el cura persuade a sus feligreses, mientras que el párroco apeló a todo el arsenal católico del mal gobierno (decorado republicana-mente después de la Revolución) para refrendar la imagen de un alcalde que gobierna con la amenaza, el abuso de su fuerza y malas artes de todo tipo. En algo estaban de acuerdo los dos: caracterizaban al “pueblo” del cual obtenían fidelidad, miedo, recur-sos o favores como “incauto”, “ignorante” y “temeroso”.

El procurador del alcalde, por su parte, realizó una intensa caracterización del cura como alguien que no estaba en condiciones de ejercer el poder pastoral porque su moral era reprobable, porque no podía guiar al rebaño: si su moral era dudosa y no fomentaba el respeto a las autoridades, no alentaba a la obediencia. Ahora bien, la

120 GARRIGA, Carlos Las Audiencias y las Chancillerías castellanas (1371-1525), CEC, Madrid, 1994. CLAVERO, Bartolomé “La Monarquía, el Derecho y la Justicia”, en MARTÍNEZ RUIZ, Enrique y PAZZIS PI, Magdalena de –coordinadores– Instituciones de la España Moderna. 1.- Las Jurisdiccio-nes, Madrid, 1996, pp. 15-38.

121 “Fuera de esto quando un malhechor viola el derecho social, se hace por sus crímenes rebelde y traydor a la patria, dexa de ser miembro suyo traspasando sus leyes, y aun le declara la guerra…”, ROUS-SEAU, J. J. El contrato social, trad. de José Ferrer de Orga, Valencia, 1812 [1767], p. 61.

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percepción de las razones inmediatas en las que se funda la autoridad del cura y del alcalde, aparecen felizmente reunidas en un testimonio, el de Joseph de Aguilar.

Cuando Vidal hizo comparecer a Joseph de Aguilar para la sumaria, el hombre relató que cierto día el cura Navarro llegó a su casa diciéndole que era preciso que alo-jara a Manuela hasta que se curara de la paliza que le había dado el alcalde. Aguilar, que se excusó por una infinidad de razones, enfatizó una: tenía miedo de que Noguera “con la autoridad de Alcalde” fuera a faltarle el respeto a su casa (f. 44). La autoridad, se lee claramente, era la fuente de un temor que se desplaza hacia las ofensas de las cuales el alcalde era capaz, desde insultos hasta golpes, propinados contra su persona en su propia sede, “su casa”. El miedo de doña Justa (le abrió la puerta de noche por-que Noguera, borracho, invocó su autoridad de alcalde) iba en una dirección similar.

Pero al potencial (ab)uso de autoridad que Aguilar temía del alcalde se impuso otro más concreto e inmediato, que había sufrido a manos del cura: según sus propias palabras, Navarro lo instó y “lo forzó” hasta que no le quedaron “palabras ni razones pa poderse escudar más”, obligándolo a recibir a Manuela. El cura lo había persuadi-do en realidad acorralándolo con la reiteración de su pedido hasta dejarlo sin excusas. Allanados por la persuasión pastoral, el mismo día, el capitán Moreno y unos soldados –aquí interviene la otra pata de las autoridades, la militar– llevaron la mujer a la casa de Aguilar. Pero como bien había previsto el temeroso testigo, la misma tarde se le apareció Noguera, completándose el desfile por su casa de la cruz, la espada y la vara, en ese orden.

El todavía alcalde del Rosario dijo a Aguilar que le extrañaba mucho el proceder del cura porque la mujer había venido con él de Buenos Aires “...recomendada alta-mente por la Exma Junta Gubernativa y que faltaba a todos los respectos que le heran debidos el haber removido de su casa” (f. 44v, énfasis mío). Acto seguido, Noguera le pidió permiso para poder hablar con la Tucumanesa, so pretexto de que ella misma lo había mandado llamar. Siempre según Aguilar, su propia esposa acompañó al alcalde adentro de la casa y al rato, afirmó el testigo, salió “diciendo que tenia que volver porque la Tucumana le encargo que habia de escrivirle unas cartas” (f. 44v). Noguera cumplió y un poco después de oraciones estaba de regreso por la casa del matrimonio Aguilar.

No he podido confirmar la existencia de dos Joseph Aguilar en el Rosario. Por lo tanto, no sería imposible que este Joseph Aguilar y su esposa fueran los padrinos de tres de los hijos más pequeños del matrimonio Noguera-Morales. De ser así, el cura párroco no podía ignorar el compadrazgo, puesto que su firma está estampada en el acta del 25 de marzo de 1810, cuando Noguera y Morales bautizaron a María de la Encarnación. La presión de Navarro sobre este hombre para que recibiera a la amante de su compadre, en una comunidad tan pequeña, tiene el carácter de una operación orquestada que el cura bien pudo haber pergeñado para deteriorar los ya escasos vín-culos del alcalde en el pueblo.

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Cuando Noguera regresó a lo de los Aguilar para escribir las cartas, detrás suyo lo hizo el capitán de milicias Pedro Moreno, quien lo “reconvino” porque acababan de pasarle un oficio para que el alcalde no se arrimase a la Tucumana. Noguera se amparó en que la misma mujer lo había llamado pero el capitán entró por la fuerza a la casa de Aguilar con soldados y –así como la había traído– se llevó a la mujer, devenida botín de guerra en el conflicto entre las autoridades del Rosario. La casa de los Aguilar, teatro de operaciones.

Autoridad y coyuntura política: coaliciones y argumentosSi abordamos las acusaciones contra el alcalde a lo largo de todo el año de su actua-ción veremos que sufrieron cambios sustantivos: en febrero de 1810 el cura lo trató de “loco” y el abuso de autoridad consistía en que exigía multas injustas; el 24 de marzo de 1810122 los vecinos “honestos” (varios ex alcaldes y algunos tenientes, que se di-rigieron al Virrey) le imputaron haber puesto a rodar un rumor, lo acusaron de men-tiroso, revoltoso y coimero; en diciembre, después de la Revolución, el cura Navarro (antes guardián de la fidelidad al régimen, ahora revolucionario) y el teniente Moreno (del mismo partido del cura, pero también reconvertido y designado comisionado en el Rosario del superior gobierno de Buenos Aires) trataron de demostrar que el alcalde era un tirano y un escandaloso, cuya conducta en un conflicto que pudo quedar ampa-rado como asunto de su vida íntima –donde como pater familias de Antiguo Régimen podía reclamar la preeminencia de su autoridad–123 eran evidentemente centrales para la vida en comunidad.

La cantidad y la calidad de los personajes con cierta notoriedad local que se opusieron a Noguera por diferentes motivos y en las dos coyunturas (pre y pos re-volucionaria) hacen pensar que su presencia allí significó un problema o quizás un obstáculo para un grupo de gente que encontró en dicho enfrentamiento un único punto de contacto.124

122 Véase la representación de los “exalcaldes” confederados alrededor de Tuella citada más arriba, ÁL-VAREZ, Juan Historia…, cit., pp.138-139.

123 No se olvide que este “poder” no se ejercía solamente sobre los integrantes de la familia nuclear en el sentido moderno sino sobre la casa, sus dependientes y sobre el poder patriarcal en sociedades muy cer-canas a esta; véase ZAMORA, Romina “El Cabildo ‘Justicia y Regimiento’ de San Miguel de Tucumán ante las reformas jurisdiccionales del siglo XVIII”, en LÓPEZ, Cristina del Carmen –compiladora– Identidades, representación y poder entre el Antiguo Régimen y la Revolución. Tucumán, 1750-1850, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2009, pp. 45-62; CAULA, Elsa “Jurisdicciones en tensión…”, cit. Sobre la diferencia entre el modelo de la autoridad paterna y la autoridad del juez, véase KOJEVE, Alexandre La noción…, cit. Habría que constatar que el caso no haya sido presentado por Navarro a la justicia eclesiástica, lo cual hubiera sido procedente.

124 Sobre el recelo que los alcaldes de la Hermandad de Buenos Aires despertaban en otras autoridades locales por concentración de atribuciones y peso territorial ha llamado la atención BARRENECHE, Osvaldo Dentro de la Ley, Todo. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa formativa del sistema penal moderno de la Argentina, Al Margen, La Plata, 200, p. 72.

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Esta coalición –el tipo de alianza se ajusta bien a la clásica definición de Jeremy Boissevain–125 formada por ex alcaldes de la Hermandad, algunos capitanes de mili-cias (varios de ellos pulperos, es decir, víctimas de la aparentemente celosa vigilancia del alcalde) y el cura, lo enfrentaron durante el mismo año para denunciar que había hecho correr falsos rumores en su contra como promotores de un movimiento revo-lucionario y luego como a un tirano que no honraba la libertad ni los derechos de los pueblos promovidos por esa Revolución que finalmente había ocurrido en Buenos Aires. El cura llegó a escribir que el alcalde representaba el más “descarado despo-tismo”.

La coalición en contra de Noguera, de todos modos, sufrió una recomposición con los sucesos de mayo de 1810: no todos los exalcaldes alineados para denostar a Noguera supieron reciclarse como Manuel Vidal, como Pedro Moreno o, desde otro lugar, como el mismo cura. Mientras que Vidal y Moreno abrazaron inmediatamen-te la causa de la Revolución, Francisco Fernández126 y Pedro Tuella (pero también otros comerciantes como Fermín Zavala o José Rodríguez) fueron alineados por ellos mismos del lado de los “Europeos”, exigidos pecuniariamente y hasta desarmados. Según un informe del Comandante militar del Rosario Gregorio Ignacio Perdriel, di-chos hombres “...si no hacen mal es porque no pueden, pero no por que dexen de ser enemigos aserrimos de nuestra libertad, y como hasta ahora lexos de sufrir el mas leve perjuicio son los que disfrutan de todo el beneficio, me ha parecido conbeniente quitarles las armas con que nos hacen la Guerra i al menos que hagan aunque sea por la fuerza, este pequeño servicio ála Patria”.127

Pedro Tuella y Mompesar –autor de la nota del 24 de marzo de 1810 firmada por los vecinos honestos del Rosario contra Noguera– integraba la lista de españoles a quienes el comandante del Rosario Gregorio Ignacio Perdriel exigió una fuerte con-tribución y desarmó en abril de 1812. El Comandante los había alineado como uno de esos “Europeos” que eran inofensivos solo por impotentes.128 A pesar de que (o quizás porque) había reunido una sólida fortuna, Pedro Tuella no pasó buenos tiempos en

125 BOISSEVAIN, Jeremy Friends of friends. Networks, Manipulators and Coalitions, Basil Blackwell, Oxford, 1974, 285 pp.

126 Francisco Fernández era nativo de Castilla y vivía en la manzana justo al este de la plaza, donde se emplazaba la iglesia, AGN, X-8-10-4, Guerra, Padrones de Campaña – Padrón General del Partido del Rosario.

127 AGSF, Contaduría, XVI, f. 242, Rosario, 12 de abril de 1812.128 Las listas de patriotas y antipatriotas para clasificar a los habitantes formaba parte de las “medidas” de

gobierno impulsadas desde Buenos Aires por el grupo revolucionario y comenzaron a realizarse muy tempranamente en cada sitio donde el gobierno revolucionario consiguió adhesión. Esto servía para diferenciar a los propios y los extraños (desde lo político) sobre la base de una identidad hispanocriolla que culturalmente era católica. Véase GUERRA, François-Xavier “Las mutaciones de la identidad en la América Hispánica”, en ANNINO, Antonio y GUERRA, François-Xavier –coordinadores– Inven-tando la Nación. Iberoamérica, Siglo XIX, FCE, Buenos Aires, 2003; para el caso cordobés, AYROLO, Valentina “Entre la Patria y los ‘Patriotas ala rustica’. Identidades e imaginarios, armas y poder entre la independencia y la ‘anarquía’ Córdoba en las primeras décadas del siglo XIX”, en FRADKIN, Raúl

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Rosario: en marzo de 1811 la Junta lo destituyó de sus cargos fiscales, pero –según lo deslizó el propio cura– hemos visto que retuvo el manejo de la fábrica de la iglesia hasta el final del obispado de Lue, en febrero 1812, ganándose también el recelo de Navarro. Cuando en octubre de 1812 fueron descubiertos los planes de Álzaga, Tuella fue incluido en la lista de principales sospechosos. El capitán Francisco Aldao fue a reclamarle los caudales públicos de los que no había rendido cuenta, pero no lo encon-tró en el Rosario. Un muy joven alférez fue el encargado de buscarlo, entregarle un oficio de la Real Hacienda y de hacerse cargo de sus pertenencias.129 El único lector (y colaborador) rosarino del Telégrafo Mercantil fue hallado en la estancia de Francisco Villarroel, a pocas leguas del pueblo: se había retirado allí “por temor de los marinos” y no opuso resistencia. El joven alférez que lo persiguió, lo encontró, le entregó el oficio y le confiscó 804 pesos fuertes era hijo del jefe de los Blandengues y se llamaba Estanislao López.

Pedro Tuella escribió a la Real Hacienda reclamando esa plata, “...por haberla yo cobrado antes de estar abolido el dicho premio, en la misma conformidad, con cuyo premio del 3 por ciento, me parece que poco mas o menos alcanzara los 804 pesos fuertes a cubrir el importe de las bulas y boletos, cuya cuenta no puedo tener presente por el trastorno de papeles que padezco en la situacion presente...”.130 Giannone y De Marco coligen (correctamente) que nada tenía Tuella que temer de los marinos españoles, aunque sí de las nuevas autoridades que seguramente trataban de apresarlo por los sucesos de julio, amén de la memoria de los “...amargos momentos pasados en 1811”.131 Tuella murió –según Álvarez, afligido– el 28 de febrero de 1814.

Este pequeño poliedro compuesto por las autoridades del Pago de los Arroyos (con sede en el Rosario) funcionó según alguna de las alternativas en que podían combinarse. Silvia Ratto y Raúl Fradkin subrayaron “…el papel que los alcaldes y los curas jugaron para canalizar los reclamos vecinales contra las exigencias militares”.132 Aquí, antes y después de la Revolución, vemos a un cura aliado con pulperos, pero también a exalcaldes y tenientes de milicias coaligarse contra un alcalde en particular. Quien en este caso asume (sin que se lo pidan) la voz del “pueblo” es claramente el cura y lo hace como pastor de su feligresía. Los vecinos honestos (a quienes Álvarez llama “los conservadores”) escriben por sí mismos. La voz del común, afortunada-mente, aflora sin mediaciones en la sumaria levantada contra el alcalde y –una vez

y GELMAN, Jorge –compiladores– Desafíos al orden. Política y sociedades rurales durante la Revo-lución de Independencia, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2008, p. 33.

129 GIANNONE, Carlos D. y DE MARCO, Miguel Ángel Rosario y la conjuración..., cit., p. 21.130 AGSF, Contaduría, XVI, f. 157, Pedro Tuella y Mompesar a los Ministros de la Real Hacienda, Estan-

cia de Villarroel, 28 de octubre de 1812. 131 GIANNONE, Carlos y DE MARCO Miguel Ángel Rosario y la conjuración..., cit., p. 21.132 FRADKIN, Raúl y RATTO, Silvia “Territorios en disputa. Liderazgos locales en la frontera entre Bue-

nos Aires y Santa Fe (1815-1820)”, en FRADKIN, Raúl y GELMAN, Jorge –compiladores– Desafíos al orden..., cit..

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más– es polifónica: incluso si, en palabras del propio acusado, fueron reclutados “en-tre sus enemigos”, los testigos permiten restituir una imagen compleja, con registros matizados, intersticiales y llena de grises.133

La imputación que Noguera hace de la facción que lo ataca, mencionando que están confederados en contra suyo –y que todos son sus enemigos– alcanza incluso al juez que levanta la sumaria con la cual lo procesó la Audiencia, de cuya imparcia-lidad dudaba.134 Las sospechas sobre una “confederación” en su contra se confirma permanentemente en datos sutiles: por caso, cuando Vidal recibió las instrucciones de la Audiencia, lo hizo de manos de Navarro; cuando notificó las resoluciones de la Audiencia a Navarro y a Moreno, los testigos que lo acompañaron fueron Mariano Fernández y Marcos Loaces…

La Revolución atravesó la unidad de la coalición de “los alcaldes” redefiniéndola y obligó a construir un nuevo eje y un nuevo lenguaje alrededor del cual debían orga-nizarse las lealtades.135 En este sentido, también es central recuperar la caracterización del momento inicial de la Revolución como guerra de recursos: el Rosario se ubicaba en un corredor crucial entre Buenos Aires y “los nortes” (paso al Paraguay, vía Santa Fe, pero también paso no obligado pero posible hacia Córdoba, por ejemplo) hacia los cuales se dirigían las fuerzas revolucionarias. Recordemos, con Raúl Fradkin, que “…la imposición de auxilios, el reclutamiento compulsivo, la apropiación de caballa-das, ganados y cosechas, el saqueo de establecimientos productivos y de poblados, el desplazamiento forzado de poblaciones y la emigración de pobladores fueron parte inseparable de las guerras en el litoral y permiten comprender la centralidad que ad-quirieron el pillaje y el saqueo. Estas prácticas terminaron por convertirse en el modo

133 Algo que también vio el procurador Alba Rosa: “Pero lo mas gracioso es qe a pesar de qe los testigos qe deponen son enemigos de mi parte, a pesar de la incitativa que se les hizo por el cura al efecto ninguno de ellos le atribuye la inquietud y alarma qe se habia insinuado, lo qe seguramente qe el Dor. Navarro es un verdadero ca [v] lumniante quando se atreve a exponer baxo su firma en su informe de ff. 23 que el Alcalde ha alarmado aquel vecindario tranquilo por condicion y qe sus procedimientos le tienen arrebatada su quietud y reposo [subrayado en el original con la misma tinta, evidentemente por el procurador]: bien qe sus cabilosidades no surtieron el efecto que deseaba el superior gobierno ps mando llebar a efecto segun se ve a fs. 27 quaderno primero la orden de siete de febrero qe es la de fs una, previniendo que tuviese cumplimiento en quanto a los individuos qe comprehendia, entre los quales estaba incluido el Cura por su indebida mediacion [original] segun se expresa.”

134 “Por ultimo sirbase V. A. comisionar un yndividuo imparcial qe tome informes reserbados de mi con-ducta publica y pribada y qe al efecto llame a los vecinos honrados de aquel Partido y no a los que a los influxos [v] del cura se han presentado en las declaraciones posteriormente producidas. Sobre todo Sr pa qe V. A. se convenza de la conducta de aquel Cura mande traer á la vista el informe qe ha remitido el comisionado de V. A. en aquel destino y hallara en el todo lo necesario pa formar el concepto qe se merece quando se abanza á cometer excesos con una ynfeliz qe pr su clase era acreedora a compasión; pr tanto A. V. M. suplico se sirba proveer según dexo pedido en el exordio y al final de este escrito pr ver asi de justicia qe imploro con costas y con el juramento de no proceder de malicia ...”

135 Sobre el particular véase el interesante análisis que sobre Córdoba plantea AYROLO, Valentina “Entre la Patria…”, cit., pp. 17-36.

El alcalde, el cura, el capitán... 261

habitual de aprovisionamiento, un modo para delinear enemigos, construir adhesio-nes, neutralizar opositores y canalizar tensiones sociales”.136

Por último, en lo que concierne al modo en que se expresaron judicialmente las sensibilidades que despertó la actuación de Noguera como alcalde del Rosario, podría recordarse con José Pedro Barrán que, en lo que el autor uruguayo denominó la cul-tura bárbara “sentimiento y pasión eran inseparables de la política” y que “la política era una de las formas que asumían la amistad y el odio”. En este caso, es claro que el cura trató de ubicar al alcalde como un antiguo, irracional, dominado por las pasiones y que reservó para sí la contracara de guardián del “orden” preocupado por que sus feligreses, además del pasto espiritual, tuvieran un buen juez.137

Nuestro interés, sin embargo, fue el de ir más allá de estas constataciones y de-mostrar cómo fueron percibidas las legitimidades y construidas las ilegitimidades de las autoridades del pastor y del juez-gobernador en registros algo distantes de la doc-trina, utilizando todas las voces disponibles (las letradas y las legas) de algunos de aquellos habitantes del Rosario durante la agitada gestión del alcalde Noguera. Se espera que estas caracterizaciones así como el análisis de las acciones de estos agentes contribuyan al estudio de los liderazgos locales en el periodo abierto con el inicio de la disolución de la arquitectura monárquica en América.

136 FRADKIN, Raúl “La revolución en los pueblos del litoral rioplatense”, en Estudios Ibero-Americanos, Porto Alegre, V, 36, núm. 2, 2010, p. 244.

137 Véase el tratamiento que da a este tópico Valentina Ayrolo, donde el clérico Miguel del Corro utiliza el mismo símil (hablando de los lenguajes) para oponerse al gobierno de Córdoba, cuya tiranía aborrece.

Los autores y las autoras

María Elena Barral es Profesora y Licenciada en Historia (UNLu), Magister (UIA, La Rábida) y Doctora en Historia por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Es investigadora de CONICET y Profesora adjunta regular en la UNLu. Ha dictado se-minarios de postgrado (Doctorados de la UNICEN, UNR y UNT; Maestría en Historia de la UNLu y maestrías virtuales con sedes en Bolivia y España). Dirige y codirige proyectos de investigación de la UNLu, CONICET y ANPCYT. Ha publicado artí-culos en revistas especializadas nacionales y extranjeras y ha sido coautora de libros de Historia (Ed. Estrada), materiales didácticos y contenidos para el Nivel Medio del GCABA. Publicó el libro De sotanas por la pampa. Religión y sociedad en el Buenos Aires rural tardocolonial (Prometeo, 2007).

Darío Barriera es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Rosario (Argentina, 1996) y Doctor en Historia y Civilizaciones por la Escuela de Altos Estu-dios en Ciencias Sociales de París (Francia, 2002). Actualmente se desempeña como Profesor Titular Ordinario en la carrera de Historia de la UNR y como Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argenti-na) en el ISHIR-CESOR, de Rosario. Dirigió la Colección Nueva Historia de Santa Fe, la revista Prohistoria y la colección de fascículos Historias primarias. Entre sus últimos trabajos se destaca la coordinación de las obras Justicias y Fronteras, editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia en España; Archivo del Crimen, publicado por La Capital de Rosario, Santa Fe hace 200 años, por la misma editorial y La Justicia y las formas de la autoridad (ISHIR-CONICET).

Carlos María Birocco es Profesor y Licenciado en Historia. Es Doctorando en la Universidad Nacional de La Plata. Fue investigador rentado de la Universidad Na-cional de Luján. Actualmente es Profesor Titular de Historia de América I e Historia Argentina II en la Universidad de Morón. Autor de Cañada de la Cruz. Tierra, pro-ducción y vida cotidiana en un partido bonaerense durante la Colonia (2003) y Del Morón rural al Morón urbano. Vecindad, poder y surgimiento del Estado Municipal entre 1770 y 1895 (2009). Coautor de Arrendamientos, desalojos y subordinación campesina. Elementos para el análisis de la cam paña bonaerense en el siglo XVIII (1992) y Tierra, poder y sociedad en la campaña bonaerense colonial (1998). Tam-bién publicó artículos en libros y revistas nacionales e internacionales.

Elisa Caselli es Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Rosario, obtu-vo el título de Maestría en Historia comparada del Mundo Ibérico, por la Universidad Internacional de Andalucía y es Doctora en Historia y Civilizaciones por l’École Hau-tes Études en Sciences Sociales (Paris). Ha sido docente en la UNR y ha participado

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en proyectos de investigación de esa misma universidad. Dictó seminarios en uni-versidades de Argentina, España e Italia. Ha publicado diversos artículos en revistas con comité de lectura y, asimismo, ha colaborado en obras de edición colectiva. En la actualidad, como post-doctoranda, es miembro del Groupe d’Études Ibériques (CRH-EHESS) e investiga sobre la administración de justicia en Castilla.

Carolina González Undurraga es Licenciada en Historia por la Universidad Cató-lica de Chile, Magister en Estudios de Género y Cultura por la Universidad de Chile y candidata a Doctora en Historia por El Colegio de México. Actualmente, prepara su tesis doctoral sobre el funcionamiento de la administración de justicia y sus usos por la población esclava en la ciudad de Santiago de Chile, entre 1770 y 1823. Desde 2003 es académica del Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina de la Universidad de Chile. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: “De la casta a la raza. El concepto de raza: un singular colectivo de la modernidad. México, 1750-1850” (Historia Mexicana, 2011) y Justicia, Poder y Sociedad: recorridos históricos, en co-edición con Tomás Cornejo (Universidad Diego Portales, Santiago, 2007).

Eugenia Molina es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, In-vestigadora asistente de CONICET en el IDEHESI-IMESC y docente en la UNCuyo. Sus investigaciones han abordado las transformaciones que generaron el proceso re-volucionario y la conformación de los estados provinciales en las relaciones sociales. En los últimos años, este objeto se ha orientado hacia el análisis de la experiencia de la justicia como vía para abordar esas modificaciones, y sus resultados han sido pu-blicados en revistas y ediciones nacionales y extranjeras (México, Francia, España).

Irina Polastrelli es Profesora de Historia (UNR) y Master en Historia del Mundo Hispánico: las independencias en el Mundo Iberoamericano (Universitat Jaume I, Castellón, España), que cursó como Becaria de la Fundación Carolina y de la Funda-ción MAPFRE. En la actualidad, es doctoranda en la UNR, becaria de CONICET y se desempeña como auxiliar de 1º categoría en la cátedra de Argentina I de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes. Ha publicado reseñas bibliográficas y artículos en revistas especializadas.

María Paula Polimene es Profesora de Historia por la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Actualmente, cursa el Doctorado en Humanidades y Artes, mención Historia, en la misma Casa de Estudios, en el marco de una beca otorgada por CONI-CET. Se desempeña como docente en la cátedra de Espacio y Sociedad de la carrera de Historia en la mencionada Facultad. Es co-autora de las dos series de Archivo del crimen (La Capital, Rosario, 2009 y 2010).

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María Elizabeth Rustán es Profesora de Historia y Magister en Demografía por la Universidad Nacional de Córdoba. Se desempeña como docente en la Escuela de His-toria de la Facultad de Filosofía y Humanidades y en el Centro de Estudios Avanzados de la misma Universidad. Integra equipos de investigación, centrando su área de es-tudio en historia social, particularmente en las relaciones de la frontera colonial de la Gobernación Intendencia de Córdoba, siglo XVIII y comienzos del XIX. Es autora del libro De perjudiciales a pobladores de la frontera. Poblamiento de la frontera sur de la Gobernación Intendencia de Córdoba a fines del siglo XVIII (2005). Actualmente es doctoranda en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba.

Inés Elena Sanjurjo de Driollet es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Cuyo y se desempeña como Profesora adjunta efectiva en la Cátedra Historia Ins-titucional Argentina de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de dicha Univer-sidad. Es investigadora adjunta del INCIHUSA-CONICET. Se ha dedicado al estudio de las instituciones de gobierno y justicia local, en el campo de la historia del derecho. Es autora del libro La organización político administrativa de la campaña mendocina en el tránsito del antiguo régimen al orden liberal, que le valió el Premio Ricardo Zorraquín Becú, otorgado por el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, y ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.

Romina Zamora es Doctora en Historia e Investigadora asistente de CONICET. Es auxiliar docente de Historia de América de la Universidad Nacional de Tucumán y miembro del Instituto de Historia del Derecho. Es miembro del proyecto “El Derecho local en la periferia de la Monarquía Española. El Río de la Plata, Tucumán y Cuyo en los siglos XVI-XVIII”, ANPCYT. PICT 01591-2007, bajo la dirección de Víctor Tau Anzoátegui y Thomas Duve. Ha sido galardonada con los premios Enrique Peña y Virrey del Pino de la Academia Nacional de la Historia y “Legislador José Hernán-dez” del Senado de la Nación. Publicó capítulos de libros y artículos en revistas de Argentina, Francia, España y Estados Unidos.