Auschwitz desde la Porciúncula. Diógenes de Sínope y Francisco de Asís, maestros de una Razón...

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AUSCHWITZ DESDE LA PORCIÚNCULA. Diógenes de Sínope y Francisco de Asís, maestros de una razón alternativa G. G. Jolly QUÍNICO, adj. U. t. c. s. Canalla cuya visión defectuosa le hace ver las cosas como son, no como deberían ser. De ahí surgió la costumbre entre los escitas de arrancar los ojos a los quínicos para mejorarles la visión.Ambrose Bierce 1 Vivimos, según Peter Sloterdijk, en la época de la razón cínica. Conocemos, en efecto, el precio de todo y el valor de nada. 2 Hacemos como que no nos damos cuenta de que las cosas no van como deberían ir o de que ni siquiera funcionan como en otro tiempo sí lo hacían. Nuestra indignación dura lo que un videíllo de YouTube o un reportaje de CNN y nuestro esfuerzo acaba donde empieza nuestro confortable estilo de vida permisivo-burgués. En una época en que las ciencias han abandonado ya su pretensión de alcanzar conocimientos 1 Ambrose BIERCE, El diccionario del diablo, México, Premià, 1977, p. 58. El término que aparece originalmente en el diccionario es, obviamente, el de ‘cínico’, pero yo utilizaré, como se verá a lo largo del artículo, el de ‘quínico’, que expresa la acepción positiva del cinismo clásico. 2 Cfr. Oscar WILDE, El abanico de Lady Windermere, acto III.

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AUSCHWITZ DESDE LA PORCIÚNCULA.

Diógenes de Sínope y Francisco de Asís, maestros de una razón

alternativa

G. G. Jolly

‘QUÍNICO, adj. U. t. c. s. Canalla cuya

visión defectuosa le hace ver las

cosas como son, no como deberían ser.

De ahí surgió la costumbre entre los

escitas de arrancar los ojos a los

quínicos para mejorarles la visión.’

Ambrose Bierce1

Vivimos, según Peter Sloterdijk, en la época de la razón

cínica. Conocemos, en efecto, el precio de todo y el valor de

nada.2 Hacemos como que no nos damos cuenta de que las cosas

no van como deberían ir o de que ni siquiera funcionan como

en otro tiempo sí lo hacían. Nuestra indignación dura lo que

un videíllo de YouTube o un reportaje de CNN y nuestro

esfuerzo acaba donde empieza nuestro confortable estilo de

vida permisivo-burgués. En una época en que las ciencias han

abandonado ya su pretensión de alcanzar conocimientos

1 Ambrose BIERCE, El diccionario del diablo, México, Premià, 1977, p. 58. El término que aparece originalmente en el diccionario es, obviamente, el de ‘cínico’, pero yo utilizaré, como se verá a lo largo del artículo, el de ‘quínico’, que expresa la acepción positiva del cinismo clásico. 2 Cfr. Oscar WILDE, El abanico de Lady Windermere, acto III.

universales, necesarios, eternos e inmutables, en que Dios y

la religión han sido letalmente desacreditados o resurgen de

una manera boba y light y en que toda manifestación cultural es

relativa, pretendemos que haya derechos humanos no relativos,

absolutos, universales, necesarios, eternos e inmutables… Es

más, ahora hasta queremos estirar esos derechos para incluir

toda clase de cosas e incluso compartirlos con los animales

no humanos…

Y nada de esto es mera coincidencia. Cualquiera que haya

leído un libro de historia o visto un documental, quienquiera

que posea una mirada aguda o una sensibilidad azuzada, o

alguno que haya tomado en serio a los críticos de nuestro

tiempo, de Foucault a Wojtyła, sabrá que la Ilustración está

exhausta, si no es que fracasada. Como bien señala

Sloterdijk: ‘Dado que todo se hizo problemático [en nuestra

época], también todo, de alguna manera, da lo mismo’.3 Y,

así, ‘Se temen catástrofes, [y] los nuevos valores, al igual

que los analgésicos, experimentan una fuerte demanda. Con

todo, la época es cínica y sabe que los nuevos valores tienen

las piernas cortas’.4 Ante las cenizas del siglo XX y las

ruinas de las utopías de la razón instrumental y la voluntad

de poder, la ideología ha perdido toda su credibilidad y los

sistemas de pensamiento, si acaso se atreven a intentarlo,

escollan al navegar frente a Auschwitz y el Gulag, naufragan

3 Peter SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica, Madrid, Ediciones Siruela, 2004, p. 21.4 Ibid., p. 15.

con Hiroshima y Wall Street. Como bien reta Giorgio Agamben a

los filósofos y moralistas de nuestro tiempo: Ethica more

Auschwitz demonstrata.5

Es famoso el dictum de Theodor Adorno donde declara que ya no

es posible la poesía —o la creatividad, la cultura, la

civilización— después de Auschwitz,6 así como la respuesta de

Paul Celan, en el sentido de que, tras la Shoah, única y

exclusivamente, es posible la poesía.7 Enfrentados a una

realidad tan extrema, el discurso tradicional de la filosofía

y el arte no funcionan ya: queda reinventarlo desde cero o

renunciar a él definitivamente. También, en la línea de

Agamben, cabe la tercera alternativa que ha propuesto el

escritor húngaro Imre Kertész, él mismo superviviente de los

campos: después de Auschwitz, sólo es posible escribir

poesía… sobre Auschwitz. Sin embargo, ‘No es fácil escribir

poesía sobre Auschwitz’, admite, y explica por qué:

Existe aquí una contradicción indeciblemente grave: sólo con la

ayuda de la imaginación estética somos capaces de crear una

imaginación real del Holocausto, de esa realidad inconcebible e

inextricable. Porque pensar el Holocausto es en sí una empresa tan

enorme, una tarea espiritual tan dura que supera con creces la

capacidad de aguante de quien tiene que vérselas con ella. Porque

sucedió, hasta resulta difícil imaginarlo. En lugar de que la

5 Giorgio AGAMBEN, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III, Valencia, Pre-Textos, 2009, p. 10.6 Cfr. Theodor W. ADORNO, Gesammelte Schriften VI, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1977, p. 30.7 Cfr. Ricardo IBARLUCÍA, ‘Simiente de lobo: Celan, Adorno y la poesía después de Auschwitz’, en: http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0101-31731999000100011&lng=es&nrm=iso&tlng=es

imaginación se convierta en juguete —como las leyendas imaginadas,

como las ficciones literarias—, el Holocausto resulta ser una carga

pesada e inamovible como las tristemente célebres piedras de la

cantera de Mauthausen: los Hombres no quieren acabar aplastados por

ellas. En montones, las imágenes del asesinato agotan y desalientan:

no inspiran la imaginación. ¿Cómo puede el horror ser objeto de la

estética si no contiene nada original? A diferencia de la muerte

ejemplar, los meros hechos sólo pueden ofrecer montañas de

cadáveres.8

Y, en efecto, a los sobrevivientes de Auschwitz u otros

campos nazis, o del Gulag soviético, Guantánamo, Ruanda,

Kosovo, Camboya, Darfur, El Salvador y un largo y penosísimo

etcétera, no les resta más que callar o hablar sin cesar de

su experiencia. Como confiesa Primo Levi: ‘Los recuerdos de

mi reclusión [en Auschwitz] son mucho más vívidos y

detallados respecto de cualquier otra cosa acaecida antes o

después’.9 Surge, entonces, el problema del testigo, que es

el mismo del místico: cómo dar testimonio de un tercero y

cómo elaborar un discurso acerca de lo inefable. Por una

parte, está latente la contradicción señalada por Kertész y,

por otra, la que expone Agamben en su Homo sacer III, a

propósito de Levi, entre otros: los supervivientes del

Holocausto son excepcionales y, de éstos, los que han hablado

de cuantos vivieron, más aún. La experiencia última de

destrucción y degradación de los campos nazis era la de

saberse asesinado en vida y, por tanto, renunciar a

8 Imre KERTÉSZ, ‘Sombra larga y oscura’, en Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura, Barcelona, Herder, 2002, p. 66.9 Primo LEVI, Entrevistas y conversaciones, Barcelona, Península, 1998, p. 174.

sobrevivir; la máxima victoria del totalitarismo: despojar a

la persona de toda su dignidad, ya no sólo la externa, sino

de la autoconciencia misma. Sobra decir que ninguno de estos

Musulmanen, como eran llamados en el argot del Lager, jamás

sobrevivió. Como tampoco lo hizo casi ninguna de las víctimas

destinadas al asesinato inmediato, ya sea en las fosas de

Babi-Yar o en las cámaras de gas de Treblinka. Si Primo Levi

sobrevivió por ser químico y otros tantos por conocer algún

oficio u ostentar suficiente fuerza física, está también el

caso de los miembros del Sonderkommando, los judíos que, a

cambio de menor maltrato y más comida, se encargaban de

vaciar el gas en las cámaras, recoger, lavar e incinerar los

cadáveres. Y es precisamente una de estas víctimas tornadas

forzosamente en victimarios quien resume lo que he tratado de

decir hasta ahora. Salmen Lewental, del Sonderkommando que

operaba el crematorio III de Birkenau, enterró unas hojillas

de papel en las que escribía en un rudimentario yídish:

‘Ningún ser humano puede imaginarse los acontecimientos tan

exactamente como se produjeron, y de hecho es inimaginable

que nuestras experiencias puedan ser restituidas tan

exactamente como ocurrieron… nosotros, un pequeño grupo de

gente oscura que no dará demasiado quehacer a los

historiadores’.10

Así pues, en nuestros tiempos se sabe todo esto, pero se hace

como si no se supiera, se cree, pero no se toma en serio la

creencia —como el judío ateo que come kosher o el cristiano no10 Citado en Giorgio AGAMBEN, op. cit., p. 8.

practicante que celebra la Navidad, pues quien lo hace de

verdad es tachado inmediatamente de ‘fundamentalista’—, de la

misma forma en que se toma café… sin cafeína, chocolate sin

cacao, crema sin grasa o cerveza sin alcohol.11 O lo más

perverso de todo: se rechaza, ideológicamente, toda ideología

y se vive como si no hubiese tal cosa. Lo cual le viene como

guante a la definición de ideología dada por Marx: ‘Ellos no

lo saben, pero lo hacen’; sólo que con el giro cínico que

parafrasea Slavoj Žižek: ‘Ellos saben muy bien lo que hacen,

pero aun así, lo hacen’.12 En esto consiste el cinismo moderno

que denuncia Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica: ‘aquel

estado de la conciencia que sigue a las ideologías naïf y a su

ilustración’;13 la falsa conciencia ilustrada que produce casos

límites de melancolía. Los cínicos de la actualidad, bien

posicionados en juntas directivas, parlamentos, consejos de

administración y facultades universitarias, mantienen bajo

control sus síntomas depresivos y siguen siendo laboralmente

capaces. Sin embargo, ‘Una cierta amargura elegante matiza su

actuación. Pues los cínicos no son tontos y más de una vez se

dan cuenta, total y absolutamente, de la nada a lo que todo

conduce’.14 Baste si no encender el televisor y ver series

como Seinfield, The Sopranos o Dr. House, donde abundan antihéroes

rayanos en el nihilismo.

11 Cfr. Slavoj ŽIŽEK, ‘La Pasión en la era de la creencia descafeinada’, en: http://geocities.ws/zizekencastellano/artpasion.html12 Id., El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992, p. 57.13 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 37.14 Ibid., p. 40.

¿Cómo es posible, entonces, la creatividad, la poesía, la

filosofía, en los tiempos de la creencia descafeinada? ¿Cómo

no hablar al vacío relativista y multicultural, quedarse

atrapado en las formas estéticas y enredarse en las tretas de

un lenguaje gastado por la epidemia eufemística de la

corrección política y las neolenguas totalitarias, estas

últimas que redefinieron la semántica de ‘actividades

contrarrevolucionarias’, ‘disolución social’, ‘campo de

trabajo’, ‘solución final’, ‘evacuación’, ‘deportación’,

‘Arbeit macht frei’?

La respuesta, creo, es simple pero incómoda. Si Kertész tiene

razón y, mientras el ser humano sueñe, tenga grandes relatos,

mitos y problemas fundamentales, habrá siempre literatura. La

poesía tendrá siempre materia prima para reflexionar, crear,

dilucidar, pintar, actuar, aventurar… Y el ‘mito’ del siglo

XX es nada menos que Auschwitz, lo cual requiere ir más allá

del mero arte, de los juegos de palabras y las metáforas,

para hondar en la realidad y preocuparse, con toda

honestidad, por la verdad. Significa una renuncia a los

bienes y comodidades de la filosofía ilustrada y la crítica

del siglo XX; requiere una pobreza efectiva en el discurso

platónico y la metodología académica. Llevar los hechos hasta

sus últimas consecuencias, hasta la verdad desnuda, siempre

violenta e incómoda, como hace Dostoievski con sus

arquetipos15 o Shakespeare con los sentimientos humanos.16 Es

decir, una razón alternativa. En palabras de Sloterdijk:

Desde que la filosofía, sólo de forma hipócrita, es capaz de vivir

lo que dice, le corresponde a la insolencia decir lo que se vive. En

una cultura en la que los idealismos endurecidos convierten a las

mentiras en “formas de vida”, el proceso de la verdad depende de si

hay personas que sean suficientemente agresivas y libres

(‘desvergonzadas’) para decir la verdad.17

¿Y qué mejor que la razón quínica, la filosofía del tonel y la

mística de la hermana Pobreza, muy distinta de la sinrazón

cínica de nuestros días?

Todos los filósofos hemos oído de Diógenes de Sínope, Menipo

de Gadara y los suyos, de esa variante excéntrica del

socratismo llamada quinismo. Por desgracia, casi siempre, se

lo pasa por alto y se lo desdeña como un mero juego satírico,

episodios anecdóticos a mitad de camino entre la diversión y

la porquería.18 El quínico es

un extravagante solitario y […] un moralista provocador y testarudo.

Diógenes en el tonel pasa por ser el patriarca del tipo. En el libro

ilustrado de caracteres sociales figura desde entonces como un

espíritu burlón que produce distanciamiento, como un mordaz y

malicioso individualista que pretende no necesitar de nadie ni ser

querido por nadie, ya que, ante su mirada grosera y

desenmascaradora, nadie sale indemne.19

15 Cfr. W. J. LEATHERBARROW, ‘Introduction’, en Id. [ed.], The Cambridge Companion to Dostoevskii, Cambridge University Press, 2004.16 Cfr. Harold BLOOM, Shakespeare. La invención de lo humano, Bogotá, Norma, 2008.17 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 177.18 Cfr. Ibid., p. 175.19 Ibid., p. 38.

Conocemos muy bien la desfachatez de Diógenes ante el

poderosísimo Alejandro y su opinión sobre la definición

platónica de Hombre, al perruno que en una plaza atestada de

gente busca Hombres con una linterna, que halaga a los que

dan, ladra a los que no dan y muerde a los malos.20 Es, junto

con Aristófanes, el patriarca de todos los caricaturistas,

artistas y satiristas. Se ha dicho, y con razón, que Diógenes

era un Sócrates vuelto loco. Y así como los estoicos

exaltaban al Sócrates sobrio e incólume, los epicúreos al

Sócrates de la vida placentera y apacible, los platónicos al

Sócrates cuentamitos, los escépticos al Sócrates que

cuestiona y cuestiona sin concluir nada y los aristotélicos

al Sócrates máximo dialéctico, los quínicos reivindicaron al

Sócrates feo y gordo, molesto y ocioso, que, tras su ‘Yo sólo

sé que no sé nada’, esconde la sonrisa mordaz y la carcajada

burlona de los perrunos. ¿O no acaso se puede leer

entrelíneas su petición a Protágoras de que le hable claro y

despacio, aduciendo de pretexto su falta de luces

intelectuales, como un: ‘Déjate de estupideces y contesta la

maldita pregunta’?

La propuesta de Diógenes es la de arremeter frontalmente

contra la escisión entre teoría y praxis. Se trata de la

rebelión insolente contra una especulación demasiado

complicada, imposible de traducir a la vida cotidiana; un

método filosófico dignísimo de consideración, con el que los

20 Cfr. DIÓGENES LAERCIO, Vidas de los filósofos más ilustres, VI, II, 29

grandes sistemas filosóficos hasta hoy no han sabido qué

hacer, salvo descalificarlo. Como dice Sloterdijk:

Diógenes, último sofista arcaico y primero en la

tradición de la resistencia satírica, crea una

ilustración grosera. Inaugura el diálogo no-platónico. […]

Las flechas mortíferas de la verdad penetran allí donde

las mentiras se ponen a cubierto tras autoridades. Aquí

la ‘teoría inferior’ pacta por primera vez una alianza

con la pobreza y la sátira.21

El quínico realiza un desnudamiento o desvelamiento de algo

que estaba escondido tras la facha de las buenas costumbres o

de exquisitos revestimientos filosóficos. Podríamos decir que

se trata de una metáfora viva o una analogía existencial:

como el gallo desplumado que echa por tierra la antropología

platónica o las obscenidades públicas que le recuerdan al

filósofo que, antes de componer bellos himnos a Eros y

Afrodita, es un animal con necesidades fisiológicas

irrenunciables. La alta teoría platónica, sofisticada hasta

entretejer una densa argumentación y un entramado lógico, se

ve confrontada con una ‘teoría inferior’ que la exagera y la

lleva hasta sus últimas y absurdas consecuencias,

exhibiéndola en una grotesca paradoja; mientras Sócrates

discurre sobre la justicia, Eros y el alma, Diógenes se hurga

la nariz. Según Sloterdijk, se trata de un verdadero

‘materialismo dialéctico’, pantomímico, existencial y

21 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 177.

antiidealista, que trata de derribar la elucubración

metafísica para regresarla a la reflexión callejera. Por eso,

la argumentación quínica no procede silogísticamente, sino ad

hominem, más cercana al refrán popular y, sobre todo, al

arte, que siempre ha sido un camino más directo y a veces más

eficaz para transmitir una idea y ahondar en la esencia de

las cosas, puesto que ‘Publicar algo significa la unidad

fáctica de mostrar y generalizar. (En ello radica el sistema

semántico del arte)’.22 Diógenes inauguró la crítica

encarnada, que no habla contra el idealismo, sino que vive

contra él, lo cual, de ahí en adelante, presenta un enorme

problema para la filosofía: el cómo decir la verdad.

Al apelar a una naturaleza primitiva común, el quínico golpea

al filósofo académico con la vara, siempre vulgar, de la

realidad. Quita el velo argumentativo de la ideología y

desnuda la cosa en sí, en un gesto para el que pocos están

preparados. No conoce de fronteras, porque es ‘ciudadano del

mundo’.23 Cuestiona ácidamente el status quo cuando le preguntan

a qué hora conviene comer y responde: ‘Si se es rico, cuando

se quiere; si pobre, cuando se puede’.24 Desconfía de las

argucias jurídicas y las teorías filosóficas que se ponen al

servicio de la injusticia, como en la ocasión en que,

‘habiendo visto a los diputados llamados hieromnémones que

llevaban preso a uno que había robado una taza del erario,

22 Ibid., p. 182.23 DIÓGENES LAERCIO, op. cit., VI, II, 31.24 Ibid., VI, II, 14.

sentenció: “Los ladrones grandes llevan al pequeño”’;25 con lo

cual dio pie a San Agustín para decir que los imperios de la

Antigüedad no eran sino bandas de ladrones a gran escala26 o a

Bertolt Brecht para preguntarse la diferencia entre robar un

banco y abrir uno nuevo.

Ya que dicho materialismo, existencial y ocurrente, no se

satisface del todo bien con palabras —aunque la gran

literatura lo logra—, ha de pasar al terreno de la

argumentación material y la rehabilitación del cuerpo. Y no

hace falta decir que esto requiere de un espíritu libre y

soberano, como pocos ha habido. Es por ello que quiero traer

a colación al máximo y más benévolo de los quínicos: San

Francisco de Asís, cuya vuelta radical al Evangelio significó

una incómoda y no menos violenta crítica de la instalación,

ensoberbecimiento y enriquecimiento cínicos de la Iglesia de

su tiempo.27 Así, tiene pleno sentido quínico la

reivindicación franciscana de lo material y la naturaleza

como dignísima creación divina, paralela al intento tomano de

rescatar a Aristóteles, y con él a la naturaleza, de un mundo

desdibujado y abrumado por un cierto espiritualismo

agustiniano.28

Si bien San Francisco de Asís es un fenómeno revolucionario

en sí mismo, forma parte de una tradición anterior, la del25 Id., VI, II, 18.26 Cfr. AGUSTÍN de Hipona, La ciudad de Dios, IV, IV.27 Cfr. Éloi LECLERC, OFM, Francisco de Asís o la vuelta al Evangelio, Salamanca, Sígueme, 2009.28 Cfr. Gilbert Keith CHESTERTON, St. Thomas Aquinas and St. Francis of Assisi, Nueva York, Ignatius Press, 2002.

monacato cristiano, que, en sus más prístinos orígenes, llega

a confundirse con la última oleada del quinismo de Diógenes.

Tal como deja en claro José María Castillo, la Vida Religiosa

primitiva surgió como movimiento de protesta contra lo que se

ha llamado el ‘giro constantiniano’: la romanización de la

Iglesia, que salta de las catacumbas al trono imperial, que

del testimonio humilde se encumbra al prestigio del derecho y

la filosofía, que pasa de ser perseguida a perseguidora, que

de minoría pobre se convierte en una poderosa y masiva

organización.29 Por este motivo, la rebelión de San Antonio y

los Padres del Desierto es radical, llena de toques quínicos

clásicos, como las penitencias extremas, la vida rústica al

estilo perruno, lo estrafalario de muchas de sus figuras,

confinadas a una columna, encerradas en una cueva o

encadenadas a una viga… Mas la crítica quínica les venía a

estos hombres y mujeres, como a Francisco, de otra fuente,

también rebosante de insolencias, ácidas ironías y acérrimas

críticas al poder y la riqueza: la revelación bíblica.

¿No está acaso la Biblia hebrea repleta de momentos irónicos

y gestos cínicos? Baste recordar las preguntas que hace un

Dios omnipotente y omnisciente a Adán tras el pecado

original: ‘¿Dónde estás, Adán?’; o a Caín, luego de matar a

Abel: ‘¿Dónde está tu hermano?’. Sara riéndose porque ha de

concebir ya anciana, David cortando la punta del manto de

Saúl mientras éste estaba en la letrina, Elías mofándose de

29 Cfr. José María CASTILLO, El futuro de la Vida Religiosa: de los orígenes a la crisis actual, Madrid, Trotta, 2003.

los profetas del dios Baal… También Moisés es un típico

ejemplo del quínico religioso, que no da al faraón razones,

sino que deja caer plagas sobre Egipto, y que, con rabia

santa, destruye los ídolos de los infieles israelitas. O los

profetas que, mugrosos y solitarios en el desierto, gritan

con potente voz y sin pelos en la lengua, las maldades, los

crímenes y las infidelidades de Israel, al que Ecequiel llega

incluso a comparar con una ramera. Vaya, y no olvidemos que

el corazón del Nuevo Testamento, los Evangelios —sobre todo,

los sinópticos—, se centran alrededor no de un sistema lógico

de enseñanzas y preceptos, sino de parábolas al más puro

estilo semítico, con un indudable sabor campesino, de una

cultura oral en torno a fogatas. Por supuesto, se trata de

dicharajos y cuentos populares y experiencias personales de

un campesino oriundo de un pueblo de mala fama, un factótum

general, un hacelotodo o chambitas, que lo mismo hablaba de

siembra y cosecha de trigo, que de albañilería, pastoreo,

carpintería o trabajo de jornalero en una viña, como la

sabiduría popular de Sancho Panza sobrepasa la locura erudita

de Don Quijote. A diferencia de la pulida retórica griega que

ya hallamos en el cuarto evangelio o las epístolas paulinas,

las parábolas jesuánicas tienen ese inconfundible tono

semítico del desierto, que considera a la poesía, con sus

inolvidables hipérboles, únicas dignas de recordarse en medio

de la infinita arena, la forma más alta de racionalidad. Como

cuenta la historia, famosísima, de Hatim, un beduino que, a

falta de su camello, para agasajar con carne a unos

forasteros, tal como requería la ‘etiqueta’ del Sahara,

sacrificó a sus hijos y los dio a comer a sus convidados.

Hasta nuestros días, los árabes, para elogiar la generosidad

de alguien, dicen: ‘¡Es más generoso que Hatim!’.30 De ahí, la

enorme piedra de molino atada al cuello, el setenta veces

siete o el quínico desenmascaramiento de los hipócritas:

‘Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra’…

Cualquiera que haya leído las Fioretti de San Francisco sabrá

que, tras esa fachada sentimental y de piedad medieval —que

ya de por sí, con sus reliquias y peregrinaciones, estaba

bastante avocada a promover una fe emotiva y vivencial—, hay

siempre un duro golpe de profeta. No puede uno leerlas y

permanecer indiferente, sin escandalizarse o sentirse

culpable, tal como deben de haberse sentido Inocencio III y

su Curia al ver al mendigo aquel parado en medio de la

imponente basílica de San Pedro. Sin embargo, a diferencia

del quínico clásico y del satirista moderno, el quinismo

franciscano no es moralista, no juzga ni condena, tampoco se

burla y se ríe socarronamente. Desarma con la ternura y la

inocencia, devela la Verdad desde la impotencia y la

debilidad, como queda claro en una vieja historia de la

tradición franciscana, en la que Francisco viajaba por el sur

de Francia, por entonces infectado por la herejía cátara,

cuando un par de cátaros reconocieron al célebre y piadoso

varón, y deciden darle una lección. Lo tomaron del brazo y lo

30 Cfr. Wael FAROUQ, ‘En las raíces de la tradición árabe’, en AA. VV., Dios salve a la razón, Madrid, Ediciones Encuentro, 2008, pp. 93-124.

llevaron a la taberna del pueblo, donde señalaron a un ebrio

y obeso hombre que jugueteaba con un par de sucias mujeres.

Los dos cátaros se volvieron hacia Francisco y le espetaron:

‘He allí al cura del pueblo, al representante de tu Iglesia’.

El santo, sin inmutarse, se acercó al sacerdote, lo miró

fijamente y, arrodillándose ante él, le dijo: ‘Hermano, yo no

sé si seas un pecador o no, pues eso toca sólo a Dios

decirlo. Yo sólo sé que eres sacerdote de la Iglesia y que

tus manos consagran el Cuerpo y la Sangre de Cristo’, y, acto

seguido, besó sus manos…

Contrariamente a Diógenes, Francisco no apuesta por una

naturaleza burda y primitiva, que una a todos los Hombres en

su animalidad, sino por una radical desnudez ontológica que

hermane a la Humanidad entera en la fragilidad absoluta de su

condición de orfandad. Sólo en la precariedad que se sabe

necesitada puede actuar la Gracia. Baste un solo ejemplo, que

tomo no del libro, sino de la versión fílmica de las Florecillas,

la hermosísima película de Roberto Rossellini, Francisco, juglar

de Dios (1950), en la que el guionista, Federico Fellini,

recoge una pequeña historia del corpus franciscano y la

transforma en una escena que reproduce a la perfección el

delicioso tono de las Florecillas a la vez que amplifica la

incisiva encarnación quínica de la verdad: Francisco y otro

fraile se arriman a una casa para pedir limosna y

resguardarse de la lluvia. El dueño del lugar les contesta

con un tajante no. Los frailecillos, sin arredrarse, invocan

bendiciones y paz para aquella morada, y reciben, a cambio,

gritos y amenazas. Por última vez, dicen: ‘La paz contigo y

los de esta casa’, hasta que sale el hombre aquel, les da de

palos y los arroja fuera, al descampado, hundiendo sus

rostros en el fango. Francisco, que había negado que la

felicidad fuese la multiplicación de los hermanos menores, la

conversión de la Iglesia toda o el bautismo de moros y judíos

alrededor del mundo, responde, con la boca aún embarrada:

‘Ésta es, realmente, la verdadera felicidad: sufrir oprobios

y humillaciones por Jesús’.

Dicha encarnación desproporcionada y loca del mandato de la

pobreza y del amor radical que exige el cristianismo la

representan los yuródivii o ‘locos por Cristo’ de la tradición

rusa, en la misma línea que San Antonio, Simón el Estilita,

Francisco de Asís o San Bruno; vagabundos, harapientos,

hombres extravagantes que no parecen sino repetir invectivas

incoherentes y pronunciar sinsentidos y que, sin embargo, son

los únicos realmente cuerdos y honestos en un mundo patas

arriba. En los arquetipos de Dostoievski podemos observar una

sofisticada construcción metafórica, quínica, que desnuda la

Verdad, escandalosa e incómoda del Crucificado, al retratar

la realidad última de lo inefable llevando a sus personajes

al extremo de encarnar la radicalidad cristiana, como el

príncipe Míshkin en El Idiota.31 Tampoco podemos olvidar la que

se yergue, probablemente, como la mejor crítica quínica del

31 Cfr. Hans-Urs VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica, vol. V, Madrid, Ediciones Encuentro, 1988. pp. 179-190.

cinismo mundano y religioso jamás escrita por un cristiano:

el Elogio de la locura.32 En dicha obra, Erasmo de Rótterdam,

erudito a la vez que sardónico, donde los haya, se atreve a

asociar la figurilla del sileno, fea por fuera y bella por

dentro, de la misma manera como se ha hecho con Sócrates y

con Diógenes, con el mismísimo Cristo.

El quínico, los yuródivii, y el santo idiota pueden llegar,

entonces, a descubrir la verdad tan contundentemente que

evidencien las peores injusticias y hagan obvia la miseria

humana. Por ello, el quínico vive en un barril lo mismo que

el profeta y el eremita en el desierto. Y se ganan, entonces,

el desprecio de los filósofos de Academia, el descrédito de

los fariseos y maestros, la excomunión de la casta sacerdotal

y la ejecución por parte de los Herodes y Pilatos de este

mundo. No en vano René Girard ve en el despojo último de la

Cruz la revelación definitiva —e, irónica o quínicamente, en

medio del misterio— y el develamiento irrevocable del

mecanismo satánico que está detrás de toda violencia e

iniquidad en el mundo.33 Y así, descubierta la mentira y

puesto en evidencia el mal, los potentados se lo piensan dos

veces antes de deshacerse de los profetas y convertirlos en

mártires, es decir, en el tipo extremo de quínico. Hoy ya no

es posible menospreciar la potencia de las manifestaciones

callejeras, los graffitti, los cartones satíricos, los

documentales neoquínicos à la Michael Moore, los plantones,

32 Cfr. Erasmo DE RÓTTERDAM, Elogio de la locura. Coloquios, México, Porrúa, 2007.33 Cfr. René GIRARD, Veo a Satán caer como el demonio, Barcelona, Anagrama, 2006.

las huelgas de hambre o las performances de denuncia. Valga, de

lo contrario, sopesar, en la Historia reciente, el testimonio

vivo de monseñor Romero en El Salvador, la revolución

pacífica de Solidarność en Polonia, la transición y

reconciliación sudafricana, el papel de Gandhi en la

independencia india o del reverendo King en la lucha por los

derechos civiles en EE. UU. Incluso en nuestros días cínicos

y descreídos, los poderosos han de tener mucho cuidado en

esconder y manipular la información, sin tener que suprimir

al crítico, al quínico o al profeta, pues entonces agravarían

el problema: no sólo confirman abiertamente que éste tenía

razón, sino que lo inmortalizan y lo convierten en un símbolo

que traspasa fronteras, culturas, filosofías, religiones y

valores culturales. En un verdadero ciudadano del mundo, como

diría Diógenes, y en uno ejemplar.

No es coincidencia tampoco que los filósofos neoquínicos,

también llamados ‘de la sospecha’, hayan intentado develar

aquellas fuerzas y mecanismos ocultos o disimulados que hacen

tan disfuncionales y perversas a nuestras sociedades. Si bien

ya no tienen el prestigio de antes la voluntad de poder

nietzscheana o la lucha de clases marxiana, sobreviven la

Libido y el Deseo de Freud y Lacan, las relaciones de poder

foucaultianas y la mímesis girardiana, las estructuras de

pecado y la ‘cultura de la muerte’ de Juan Pablo II, el

ontologismo y el connatus essendi levinasiano. Igualmente, vemos

los intentos de Judith Butler34 y Giorgio Agamben,35 entre

otros, de deconstruir la falaz ilusión moderna de unos

derechos humanos en abstracto y fundar la dignidad humana en

la realísima precariedad a priori de todo Hombre —le podríamos

llamar, también, solidaridad en la miseria, y tendríamos una

relectura del pecado original agustiniano—. Y esto seguirá

siendo así mientras la razón cínica permanezca en su posición

descarnada y dominante, pues el quinismo, por el contrario:

se atreve a salir con las verdades desnudas, verdades que en la

manera como se exponen encierran algo de irreal. Allí donde los

encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida

en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión

real de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que

no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es,

a la larga, el más fuerte. Sólo una desnudez y una carencia de

ocultaciones de las cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha

desconfiada. El pretender llegar a la ‘verdad desnuda’ es uno de los

motivos de la sensibilidad que quiere rasgar el velo de los

convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las

discreciones para acceder a la cosa.36

A pesar de que Oscar Wilde, nuestro quínico mejor vestido,

concuerde conmigo al decir: ‘No soy en absoluto quínico; sólo

tengo experiencia… lo que, en último término, es lo mismo’;

cabe mencionar que el quinismo original, al rechazar in toto la

razón filosófica, al no aceptar siquiera las mismas34 Cfr. Judith BUTLER, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Barcelona, Paidós, 2010.35 Cfr. Giorgio AGAMBEN, Desnudez, Barcelona, Anagrama, 2011; o bien: Id., ‘Sobre lo que podemos no hacer’, en: http://nohacerlopreferiria.blogspot.com/2011/05/sobre-lo-que-podemos-no-hacer.html 36 Peter SLOTERDIJK, op. cit. p. 30.

condiciones del diálogo, acaba por desconocer a qué se opone

y olvidar por qué optó originalmente por la vida quínica. La

inestabilidad del hambre y la indigencia son contrarias al

estudio y la filosofía, tanto como la pobreza contradice la

posesión de libros y títulos universitarios. Ya el

franciscanismo bien pronto enfrentó esta contradicción entre

el irracionalismo al que tiende el quinismo y la razón cínica

y satánica a la que tiende la lógica del poder y del saber:

no es posible la predicación —ni siquiera la catequesis más

fundamental de la que brota la fe— sin Lógos, sin libros, sin

el Libro; y el saber arrastra, siempre e inexorablemente,

hacia la certeza, la soberbia y la Inquisición.37 San

37 En su libro, Sabiduría de un pobre, Éloi Leclerc, OFM, narra la siguiente historia, que ilustra bien este punto: ‘Después de haber estado rezando en el bosque, según su costumbre, Francisco encontró en la ermita un hermano joven que le esperaba. Era un hermano lego, venido expresamente para pedirle un permiso. A este hermano le gustaban mucho los libros, y quería que el padre le permitiera tener algunos. Especialmente deseaba poseer un salterio. Su piedad ganaría, explicaba él, si podía disponer libremente de estos libros. Tenía ya el permiso de su ministro, pero le gustaría tanto obtener el de Francisco… Francisco escuchaba al hermano exponer su demanda. Veía mucho más lejos de lo que él decía… Bajo pretexto de piedad estaba, pues, a punto de desviar a los hermanos de la humildad y simplicidad de su vocación. Pero no bastaba eso. Los innovadores querían que él, Francisco, diera su aprobación. La autorización que diese a este hermanito sería evidentemente explotada porlos ministros. Verdaderamente, era demasiado. Francisco sintió que le subía una cólera violenta. Pero se tensó y se contuvo. Hubiera querido estar a mil leguas de allí, lejos de la mirada de este hermano que esperaba y espiaba sus reacciones. De repente le asaltó una idea.—¿Quieres un salterio? —gritó—. Espera, voy a buscarte uno —saltó hacia la cocina de la ermita, metió la mano en el hogar apagado y cogió un puñado de ceniza y volvió corriendo al hermano—. Aquí tienes un salterio —dijo. Y, al decirlo, le frotó la cabeza con la ceniza. El hermano no esperaba eso y se quedó con la cabeza baja. Francisco mismo, una vez pasada su primera reacción, se encontró desarmado ante este silencio. Había sido demasiado rudo. Hubiera querido ahora explicarle por qué habíaobrado así, decirle que no tenía nada contra la ciencia ni contra la

Francisco, que se rehusó a escribir una regla que insertara

su movimiento dentro de la rígida lógica del derecho

canónico, permitió, no obstante, que su culto hermano,

Antonio de Padua, estudiara y predicara. Un delicadísimo y

peligroso equilibrio cuyo mejor ejemplo —y principal artífice

— es el humilde catedrático San Buenaventura. Mas si, en

efecto, como clama lapidariamente Levinas, el Lógos, dejado a

sí mismo, acaba en Auschwitz, los quínicos que intentan

servirse de él corren el riesgo de terminar como el cínico

Gran Inquisidor de Dostoievski, crucificando en nombre del

Crucificado, y justificándose con esa eruditísima pieza de

argumentación escolástica, repleta de citas de Santo Tomás,

que es el Manual de Inquisidores.38

propiedad en general, pero que sabía él, el hijo del rico mercader de tejidos de Asís, lo difícil que es poseer algo y seguir siendo el amigo de todos los hombres y, sobre todo, el amigo de Jesucristo. “Si tenemos posesiones, nos harán falta armas para defenderlas”: al salterio seguirían el breviario, los libros de teología, la facultad universitaria, y mucha sabiduría, y las armas para protegerla: la Inquisición… Todas las relaciones humanas falseadas, corrompidas, reducidas a relaciones de dueño y de siervo a causa del haber. A causa debienes que creemos poseer. Eso era grave, demasiado grave, para que se pudiera sonreír. Pero Francisco no tenía ante él más que a un niño, pero a quien era preciso tratar de salvar. Se sintió lleno de inmensa piedad por él. Lo cogió maternalmente por el brazo y lo llevó junto a una roca, en la que se sentaron los dos.—Escucha, hermanito —le dijo—. Voy a confiarte una cosa. Cuando yo era más joven, también fui tentado por los libros. Me hubiera gustado tenerlos. Pensaba entonces que me darían sabiduría. Pero, mira, todos loslibros del mundo son incapaces de dar la Sabiduría. En la hora de la prueba, en la tentación o en la tristeza, no son los libros los que pueden venir a ayudarnos, sino simplemente la Pasión del Señor Jesucristo—Francisco se calló un instante. Después, dolorosamente, añadió—: Ahora yo sé a Jesús pobre y crucificado. Esto me basta’. Cfr. Éloi LECLERC, OFM, Sabiduría de un pobre, Madrid, Ediciones Encuentro, 2010. 38 Cfr. Nicolás AYMERICH, OP, Manual de Inquisidores, Madrid, La Esfera de los Libros, 2010.

Pero es precisamente Dostoievski quien nos da la respuesta

acertada, pues ante el Gran Inquisidor y su crudo e irónico

realismo, producto de la desilusión y la insatisfacción

profunda, presenta un Cristo cuya Verdad es demasiado

grandiosa como para reducirla a palabras que refuten las de

su oponente y que, en un gesto típicamente quínico, calla y

besa en los labios al Inquisidor. Es decir, el quinismo

auténtico, como el de los profetas y el de San Francisco, al

igual que toda filosofía, sólo obtiene su valía y se alza a

su verdadera altura, por efecto directo de la Gracia divina.

Ese beso en los Karamazov resume perfectamente bien el núcleo

duro del cristianismo, de la experiencia cristiana

fundamental: la redención/liberación por la Gracia/Verdad.

Liberación con respecto a un orden de las cosas falso,

liberación de mentiras arraigadas sobre Dios, el mundo y

nosotros mismos. Liberación un tanto insolente y

desfachatada, como la de Giovanni di Bernardone desnudándose

en la plaza de Asís, fulminante y contundente como la de

Saulo cayéndose del caballo en el camino a Damasco, violenta

y dolorosa como la de Íñigo y la bala de cañón que le rompió

la pierna y el orgullo… pero siempre con la luz

incuestionable de la Verdad desnuda de Dios, que impulsa el

dejar todo y seguirle incluso hasta donde no se quiere, con

la fuerza sobrenatural de la Gracia, que posibilita a lo

temporal y corruptible tornarse eterno e inmortal; a la

filosofía, en sabiduría; y al Hombre pecador, en santo.

Ahí está, si no, Maximiliano Kolbe, franciscano, nada más ni

nada menos que en Auschwitz, contradiciendo todo lo que dicta

la lógica humana: que el mal absoluto no tuvo la última

palabra, por más que su pequeño y absurdo gesto quínico no

tuvo el más mínimo efecto humano. De hecho, tras su muerte,

en 1941, Auschwitz se expandió a Birkenau y Monowitz para

convertirse en la mayor central de matanza industrializada de

la Historia, donde más de un millón de personas serían

asesinadas.

Quizás es por ello que, al final, Adorno se mordió la lengua

y se retractó. Sí, la creatividad existencial, vital,

graciosa, del espíritu humano, la poesía, ha de erguirse por

sobre sus categorías, formas y tradiciones, sin renunciar a

ellas, para purificarse, aunque sea desnudándose groseramente

de vez en cuando, de cara al rostro del prójimo y a las

realidades más simples y a las experiencias más extremas:

La filosofía tiene que pasar por el shock de que cuanto

más profunda y fuertemente se adentra en su tema, tanto

más sospechosa se hace de alejarse de él como es de

verdad. Si llegara a desvelarse la esencia, se vería que

las opiniones más superficiales y triviales tienen más

razón que las que buscan lo esencial. Es una cruda luz la

que así cae sobre la verdad. La especulación se siente

obligada en cierto modo a conceder a su adversario, el

common sense, el valor de un correctivo. La vida da pábulo

al horroroso presentimiento de que lo que debe ser

conocido se parece más a lo que se halla a ras de suelo

que a lo noble.39

Entonces, si tenemos suerte, tal vez podamos alcanzar a ver

la Belleza, el Bien y la Verdad que para Maximiliano Kolbe

brillaban intensamente en Auschwitz. No incluso en Auschwitz,

sino, sobre todo y especialmente, en Auschwitz, el producto

más acabado de la razón cínica.

39 Theodor ADORNO, ‘Después de Auschwitz’, en Dialéctica negativa, Madrid, Taurus, 1975, p. 364.