El debate fe y razón en la prensa católica y liberal de la capital mexicana (1833-1857)
Auschwitz desde la Porciúncula. Diógenes de Sínope y Francisco de Asís, maestros de una Razón...
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AUSCHWITZ DESDE LA PORCIÚNCULA.
Diógenes de Sínope y Francisco de Asís, maestros de una razón
alternativa
G. G. Jolly
‘QUÍNICO, adj. U. t. c. s. Canalla cuya
visión defectuosa le hace ver las
cosas como son, no como deberían ser.
De ahí surgió la costumbre entre los
escitas de arrancar los ojos a los
quínicos para mejorarles la visión.’
Ambrose Bierce1
Vivimos, según Peter Sloterdijk, en la época de la razón
cínica. Conocemos, en efecto, el precio de todo y el valor de
nada.2 Hacemos como que no nos damos cuenta de que las cosas
no van como deberían ir o de que ni siquiera funcionan como
en otro tiempo sí lo hacían. Nuestra indignación dura lo que
un videíllo de YouTube o un reportaje de CNN y nuestro
esfuerzo acaba donde empieza nuestro confortable estilo de
vida permisivo-burgués. En una época en que las ciencias han
abandonado ya su pretensión de alcanzar conocimientos
1 Ambrose BIERCE, El diccionario del diablo, México, Premià, 1977, p. 58. El término que aparece originalmente en el diccionario es, obviamente, el de ‘cínico’, pero yo utilizaré, como se verá a lo largo del artículo, el de ‘quínico’, que expresa la acepción positiva del cinismo clásico. 2 Cfr. Oscar WILDE, El abanico de Lady Windermere, acto III.
universales, necesarios, eternos e inmutables, en que Dios y
la religión han sido letalmente desacreditados o resurgen de
una manera boba y light y en que toda manifestación cultural es
relativa, pretendemos que haya derechos humanos no relativos,
absolutos, universales, necesarios, eternos e inmutables… Es
más, ahora hasta queremos estirar esos derechos para incluir
toda clase de cosas e incluso compartirlos con los animales
no humanos…
Y nada de esto es mera coincidencia. Cualquiera que haya
leído un libro de historia o visto un documental, quienquiera
que posea una mirada aguda o una sensibilidad azuzada, o
alguno que haya tomado en serio a los críticos de nuestro
tiempo, de Foucault a Wojtyła, sabrá que la Ilustración está
exhausta, si no es que fracasada. Como bien señala
Sloterdijk: ‘Dado que todo se hizo problemático [en nuestra
época], también todo, de alguna manera, da lo mismo’.3 Y,
así, ‘Se temen catástrofes, [y] los nuevos valores, al igual
que los analgésicos, experimentan una fuerte demanda. Con
todo, la época es cínica y sabe que los nuevos valores tienen
las piernas cortas’.4 Ante las cenizas del siglo XX y las
ruinas de las utopías de la razón instrumental y la voluntad
de poder, la ideología ha perdido toda su credibilidad y los
sistemas de pensamiento, si acaso se atreven a intentarlo,
escollan al navegar frente a Auschwitz y el Gulag, naufragan
3 Peter SLOTERDIJK, Crítica de la razón cínica, Madrid, Ediciones Siruela, 2004, p. 21.4 Ibid., p. 15.
con Hiroshima y Wall Street. Como bien reta Giorgio Agamben a
los filósofos y moralistas de nuestro tiempo: Ethica more
Auschwitz demonstrata.5
Es famoso el dictum de Theodor Adorno donde declara que ya no
es posible la poesía —o la creatividad, la cultura, la
civilización— después de Auschwitz,6 así como la respuesta de
Paul Celan, en el sentido de que, tras la Shoah, única y
exclusivamente, es posible la poesía.7 Enfrentados a una
realidad tan extrema, el discurso tradicional de la filosofía
y el arte no funcionan ya: queda reinventarlo desde cero o
renunciar a él definitivamente. También, en la línea de
Agamben, cabe la tercera alternativa que ha propuesto el
escritor húngaro Imre Kertész, él mismo superviviente de los
campos: después de Auschwitz, sólo es posible escribir
poesía… sobre Auschwitz. Sin embargo, ‘No es fácil escribir
poesía sobre Auschwitz’, admite, y explica por qué:
Existe aquí una contradicción indeciblemente grave: sólo con la
ayuda de la imaginación estética somos capaces de crear una
imaginación real del Holocausto, de esa realidad inconcebible e
inextricable. Porque pensar el Holocausto es en sí una empresa tan
enorme, una tarea espiritual tan dura que supera con creces la
capacidad de aguante de quien tiene que vérselas con ella. Porque
sucedió, hasta resulta difícil imaginarlo. En lugar de que la
5 Giorgio AGAMBEN, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III, Valencia, Pre-Textos, 2009, p. 10.6 Cfr. Theodor W. ADORNO, Gesammelte Schriften VI, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1977, p. 30.7 Cfr. Ricardo IBARLUCÍA, ‘Simiente de lobo: Celan, Adorno y la poesía después de Auschwitz’, en: http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0101-31731999000100011&lng=es&nrm=iso&tlng=es
imaginación se convierta en juguete —como las leyendas imaginadas,
como las ficciones literarias—, el Holocausto resulta ser una carga
pesada e inamovible como las tristemente célebres piedras de la
cantera de Mauthausen: los Hombres no quieren acabar aplastados por
ellas. En montones, las imágenes del asesinato agotan y desalientan:
no inspiran la imaginación. ¿Cómo puede el horror ser objeto de la
estética si no contiene nada original? A diferencia de la muerte
ejemplar, los meros hechos sólo pueden ofrecer montañas de
cadáveres.8
Y, en efecto, a los sobrevivientes de Auschwitz u otros
campos nazis, o del Gulag soviético, Guantánamo, Ruanda,
Kosovo, Camboya, Darfur, El Salvador y un largo y penosísimo
etcétera, no les resta más que callar o hablar sin cesar de
su experiencia. Como confiesa Primo Levi: ‘Los recuerdos de
mi reclusión [en Auschwitz] son mucho más vívidos y
detallados respecto de cualquier otra cosa acaecida antes o
después’.9 Surge, entonces, el problema del testigo, que es
el mismo del místico: cómo dar testimonio de un tercero y
cómo elaborar un discurso acerca de lo inefable. Por una
parte, está latente la contradicción señalada por Kertész y,
por otra, la que expone Agamben en su Homo sacer III, a
propósito de Levi, entre otros: los supervivientes del
Holocausto son excepcionales y, de éstos, los que han hablado
de cuantos vivieron, más aún. La experiencia última de
destrucción y degradación de los campos nazis era la de
saberse asesinado en vida y, por tanto, renunciar a
8 Imre KERTÉSZ, ‘Sombra larga y oscura’, en Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura, Barcelona, Herder, 2002, p. 66.9 Primo LEVI, Entrevistas y conversaciones, Barcelona, Península, 1998, p. 174.
sobrevivir; la máxima victoria del totalitarismo: despojar a
la persona de toda su dignidad, ya no sólo la externa, sino
de la autoconciencia misma. Sobra decir que ninguno de estos
Musulmanen, como eran llamados en el argot del Lager, jamás
sobrevivió. Como tampoco lo hizo casi ninguna de las víctimas
destinadas al asesinato inmediato, ya sea en las fosas de
Babi-Yar o en las cámaras de gas de Treblinka. Si Primo Levi
sobrevivió por ser químico y otros tantos por conocer algún
oficio u ostentar suficiente fuerza física, está también el
caso de los miembros del Sonderkommando, los judíos que, a
cambio de menor maltrato y más comida, se encargaban de
vaciar el gas en las cámaras, recoger, lavar e incinerar los
cadáveres. Y es precisamente una de estas víctimas tornadas
forzosamente en victimarios quien resume lo que he tratado de
decir hasta ahora. Salmen Lewental, del Sonderkommando que
operaba el crematorio III de Birkenau, enterró unas hojillas
de papel en las que escribía en un rudimentario yídish:
‘Ningún ser humano puede imaginarse los acontecimientos tan
exactamente como se produjeron, y de hecho es inimaginable
que nuestras experiencias puedan ser restituidas tan
exactamente como ocurrieron… nosotros, un pequeño grupo de
gente oscura que no dará demasiado quehacer a los
historiadores’.10
Así pues, en nuestros tiempos se sabe todo esto, pero se hace
como si no se supiera, se cree, pero no se toma en serio la
creencia —como el judío ateo que come kosher o el cristiano no10 Citado en Giorgio AGAMBEN, op. cit., p. 8.
practicante que celebra la Navidad, pues quien lo hace de
verdad es tachado inmediatamente de ‘fundamentalista’—, de la
misma forma en que se toma café… sin cafeína, chocolate sin
cacao, crema sin grasa o cerveza sin alcohol.11 O lo más
perverso de todo: se rechaza, ideológicamente, toda ideología
y se vive como si no hubiese tal cosa. Lo cual le viene como
guante a la definición de ideología dada por Marx: ‘Ellos no
lo saben, pero lo hacen’; sólo que con el giro cínico que
parafrasea Slavoj Žižek: ‘Ellos saben muy bien lo que hacen,
pero aun así, lo hacen’.12 En esto consiste el cinismo moderno
que denuncia Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica: ‘aquel
estado de la conciencia que sigue a las ideologías naïf y a su
ilustración’;13 la falsa conciencia ilustrada que produce casos
límites de melancolía. Los cínicos de la actualidad, bien
posicionados en juntas directivas, parlamentos, consejos de
administración y facultades universitarias, mantienen bajo
control sus síntomas depresivos y siguen siendo laboralmente
capaces. Sin embargo, ‘Una cierta amargura elegante matiza su
actuación. Pues los cínicos no son tontos y más de una vez se
dan cuenta, total y absolutamente, de la nada a lo que todo
conduce’.14 Baste si no encender el televisor y ver series
como Seinfield, The Sopranos o Dr. House, donde abundan antihéroes
rayanos en el nihilismo.
11 Cfr. Slavoj ŽIŽEK, ‘La Pasión en la era de la creencia descafeinada’, en: http://geocities.ws/zizekencastellano/artpasion.html12 Id., El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992, p. 57.13 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 37.14 Ibid., p. 40.
¿Cómo es posible, entonces, la creatividad, la poesía, la
filosofía, en los tiempos de la creencia descafeinada? ¿Cómo
no hablar al vacío relativista y multicultural, quedarse
atrapado en las formas estéticas y enredarse en las tretas de
un lenguaje gastado por la epidemia eufemística de la
corrección política y las neolenguas totalitarias, estas
últimas que redefinieron la semántica de ‘actividades
contrarrevolucionarias’, ‘disolución social’, ‘campo de
trabajo’, ‘solución final’, ‘evacuación’, ‘deportación’,
‘Arbeit macht frei’?
La respuesta, creo, es simple pero incómoda. Si Kertész tiene
razón y, mientras el ser humano sueñe, tenga grandes relatos,
mitos y problemas fundamentales, habrá siempre literatura. La
poesía tendrá siempre materia prima para reflexionar, crear,
dilucidar, pintar, actuar, aventurar… Y el ‘mito’ del siglo
XX es nada menos que Auschwitz, lo cual requiere ir más allá
del mero arte, de los juegos de palabras y las metáforas,
para hondar en la realidad y preocuparse, con toda
honestidad, por la verdad. Significa una renuncia a los
bienes y comodidades de la filosofía ilustrada y la crítica
del siglo XX; requiere una pobreza efectiva en el discurso
platónico y la metodología académica. Llevar los hechos hasta
sus últimas consecuencias, hasta la verdad desnuda, siempre
violenta e incómoda, como hace Dostoievski con sus
arquetipos15 o Shakespeare con los sentimientos humanos.16 Es
decir, una razón alternativa. En palabras de Sloterdijk:
Desde que la filosofía, sólo de forma hipócrita, es capaz de vivir
lo que dice, le corresponde a la insolencia decir lo que se vive. En
una cultura en la que los idealismos endurecidos convierten a las
mentiras en “formas de vida”, el proceso de la verdad depende de si
hay personas que sean suficientemente agresivas y libres
(‘desvergonzadas’) para decir la verdad.17
¿Y qué mejor que la razón quínica, la filosofía del tonel y la
mística de la hermana Pobreza, muy distinta de la sinrazón
cínica de nuestros días?
Todos los filósofos hemos oído de Diógenes de Sínope, Menipo
de Gadara y los suyos, de esa variante excéntrica del
socratismo llamada quinismo. Por desgracia, casi siempre, se
lo pasa por alto y se lo desdeña como un mero juego satírico,
episodios anecdóticos a mitad de camino entre la diversión y
la porquería.18 El quínico es
un extravagante solitario y […] un moralista provocador y testarudo.
Diógenes en el tonel pasa por ser el patriarca del tipo. En el libro
ilustrado de caracteres sociales figura desde entonces como un
espíritu burlón que produce distanciamiento, como un mordaz y
malicioso individualista que pretende no necesitar de nadie ni ser
querido por nadie, ya que, ante su mirada grosera y
desenmascaradora, nadie sale indemne.19
15 Cfr. W. J. LEATHERBARROW, ‘Introduction’, en Id. [ed.], The Cambridge Companion to Dostoevskii, Cambridge University Press, 2004.16 Cfr. Harold BLOOM, Shakespeare. La invención de lo humano, Bogotá, Norma, 2008.17 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 177.18 Cfr. Ibid., p. 175.19 Ibid., p. 38.
Conocemos muy bien la desfachatez de Diógenes ante el
poderosísimo Alejandro y su opinión sobre la definición
platónica de Hombre, al perruno que en una plaza atestada de
gente busca Hombres con una linterna, que halaga a los que
dan, ladra a los que no dan y muerde a los malos.20 Es, junto
con Aristófanes, el patriarca de todos los caricaturistas,
artistas y satiristas. Se ha dicho, y con razón, que Diógenes
era un Sócrates vuelto loco. Y así como los estoicos
exaltaban al Sócrates sobrio e incólume, los epicúreos al
Sócrates de la vida placentera y apacible, los platónicos al
Sócrates cuentamitos, los escépticos al Sócrates que
cuestiona y cuestiona sin concluir nada y los aristotélicos
al Sócrates máximo dialéctico, los quínicos reivindicaron al
Sócrates feo y gordo, molesto y ocioso, que, tras su ‘Yo sólo
sé que no sé nada’, esconde la sonrisa mordaz y la carcajada
burlona de los perrunos. ¿O no acaso se puede leer
entrelíneas su petición a Protágoras de que le hable claro y
despacio, aduciendo de pretexto su falta de luces
intelectuales, como un: ‘Déjate de estupideces y contesta la
maldita pregunta’?
La propuesta de Diógenes es la de arremeter frontalmente
contra la escisión entre teoría y praxis. Se trata de la
rebelión insolente contra una especulación demasiado
complicada, imposible de traducir a la vida cotidiana; un
método filosófico dignísimo de consideración, con el que los
20 Cfr. DIÓGENES LAERCIO, Vidas de los filósofos más ilustres, VI, II, 29
grandes sistemas filosóficos hasta hoy no han sabido qué
hacer, salvo descalificarlo. Como dice Sloterdijk:
Diógenes, último sofista arcaico y primero en la
tradición de la resistencia satírica, crea una
ilustración grosera. Inaugura el diálogo no-platónico. […]
Las flechas mortíferas de la verdad penetran allí donde
las mentiras se ponen a cubierto tras autoridades. Aquí
la ‘teoría inferior’ pacta por primera vez una alianza
con la pobreza y la sátira.21
El quínico realiza un desnudamiento o desvelamiento de algo
que estaba escondido tras la facha de las buenas costumbres o
de exquisitos revestimientos filosóficos. Podríamos decir que
se trata de una metáfora viva o una analogía existencial:
como el gallo desplumado que echa por tierra la antropología
platónica o las obscenidades públicas que le recuerdan al
filósofo que, antes de componer bellos himnos a Eros y
Afrodita, es un animal con necesidades fisiológicas
irrenunciables. La alta teoría platónica, sofisticada hasta
entretejer una densa argumentación y un entramado lógico, se
ve confrontada con una ‘teoría inferior’ que la exagera y la
lleva hasta sus últimas y absurdas consecuencias,
exhibiéndola en una grotesca paradoja; mientras Sócrates
discurre sobre la justicia, Eros y el alma, Diógenes se hurga
la nariz. Según Sloterdijk, se trata de un verdadero
‘materialismo dialéctico’, pantomímico, existencial y
21 Peter SLOTERDIJK, op. cit., p. 177.
antiidealista, que trata de derribar la elucubración
metafísica para regresarla a la reflexión callejera. Por eso,
la argumentación quínica no procede silogísticamente, sino ad
hominem, más cercana al refrán popular y, sobre todo, al
arte, que siempre ha sido un camino más directo y a veces más
eficaz para transmitir una idea y ahondar en la esencia de
las cosas, puesto que ‘Publicar algo significa la unidad
fáctica de mostrar y generalizar. (En ello radica el sistema
semántico del arte)’.22 Diógenes inauguró la crítica
encarnada, que no habla contra el idealismo, sino que vive
contra él, lo cual, de ahí en adelante, presenta un enorme
problema para la filosofía: el cómo decir la verdad.
Al apelar a una naturaleza primitiva común, el quínico golpea
al filósofo académico con la vara, siempre vulgar, de la
realidad. Quita el velo argumentativo de la ideología y
desnuda la cosa en sí, en un gesto para el que pocos están
preparados. No conoce de fronteras, porque es ‘ciudadano del
mundo’.23 Cuestiona ácidamente el status quo cuando le preguntan
a qué hora conviene comer y responde: ‘Si se es rico, cuando
se quiere; si pobre, cuando se puede’.24 Desconfía de las
argucias jurídicas y las teorías filosóficas que se ponen al
servicio de la injusticia, como en la ocasión en que,
‘habiendo visto a los diputados llamados hieromnémones que
llevaban preso a uno que había robado una taza del erario,
22 Ibid., p. 182.23 DIÓGENES LAERCIO, op. cit., VI, II, 31.24 Ibid., VI, II, 14.
sentenció: “Los ladrones grandes llevan al pequeño”’;25 con lo
cual dio pie a San Agustín para decir que los imperios de la
Antigüedad no eran sino bandas de ladrones a gran escala26 o a
Bertolt Brecht para preguntarse la diferencia entre robar un
banco y abrir uno nuevo.
Ya que dicho materialismo, existencial y ocurrente, no se
satisface del todo bien con palabras —aunque la gran
literatura lo logra—, ha de pasar al terreno de la
argumentación material y la rehabilitación del cuerpo. Y no
hace falta decir que esto requiere de un espíritu libre y
soberano, como pocos ha habido. Es por ello que quiero traer
a colación al máximo y más benévolo de los quínicos: San
Francisco de Asís, cuya vuelta radical al Evangelio significó
una incómoda y no menos violenta crítica de la instalación,
ensoberbecimiento y enriquecimiento cínicos de la Iglesia de
su tiempo.27 Así, tiene pleno sentido quínico la
reivindicación franciscana de lo material y la naturaleza
como dignísima creación divina, paralela al intento tomano de
rescatar a Aristóteles, y con él a la naturaleza, de un mundo
desdibujado y abrumado por un cierto espiritualismo
agustiniano.28
Si bien San Francisco de Asís es un fenómeno revolucionario
en sí mismo, forma parte de una tradición anterior, la del25 Id., VI, II, 18.26 Cfr. AGUSTÍN de Hipona, La ciudad de Dios, IV, IV.27 Cfr. Éloi LECLERC, OFM, Francisco de Asís o la vuelta al Evangelio, Salamanca, Sígueme, 2009.28 Cfr. Gilbert Keith CHESTERTON, St. Thomas Aquinas and St. Francis of Assisi, Nueva York, Ignatius Press, 2002.
monacato cristiano, que, en sus más prístinos orígenes, llega
a confundirse con la última oleada del quinismo de Diógenes.
Tal como deja en claro José María Castillo, la Vida Religiosa
primitiva surgió como movimiento de protesta contra lo que se
ha llamado el ‘giro constantiniano’: la romanización de la
Iglesia, que salta de las catacumbas al trono imperial, que
del testimonio humilde se encumbra al prestigio del derecho y
la filosofía, que pasa de ser perseguida a perseguidora, que
de minoría pobre se convierte en una poderosa y masiva
organización.29 Por este motivo, la rebelión de San Antonio y
los Padres del Desierto es radical, llena de toques quínicos
clásicos, como las penitencias extremas, la vida rústica al
estilo perruno, lo estrafalario de muchas de sus figuras,
confinadas a una columna, encerradas en una cueva o
encadenadas a una viga… Mas la crítica quínica les venía a
estos hombres y mujeres, como a Francisco, de otra fuente,
también rebosante de insolencias, ácidas ironías y acérrimas
críticas al poder y la riqueza: la revelación bíblica.
¿No está acaso la Biblia hebrea repleta de momentos irónicos
y gestos cínicos? Baste recordar las preguntas que hace un
Dios omnipotente y omnisciente a Adán tras el pecado
original: ‘¿Dónde estás, Adán?’; o a Caín, luego de matar a
Abel: ‘¿Dónde está tu hermano?’. Sara riéndose porque ha de
concebir ya anciana, David cortando la punta del manto de
Saúl mientras éste estaba en la letrina, Elías mofándose de
29 Cfr. José María CASTILLO, El futuro de la Vida Religiosa: de los orígenes a la crisis actual, Madrid, Trotta, 2003.
los profetas del dios Baal… También Moisés es un típico
ejemplo del quínico religioso, que no da al faraón razones,
sino que deja caer plagas sobre Egipto, y que, con rabia
santa, destruye los ídolos de los infieles israelitas. O los
profetas que, mugrosos y solitarios en el desierto, gritan
con potente voz y sin pelos en la lengua, las maldades, los
crímenes y las infidelidades de Israel, al que Ecequiel llega
incluso a comparar con una ramera. Vaya, y no olvidemos que
el corazón del Nuevo Testamento, los Evangelios —sobre todo,
los sinópticos—, se centran alrededor no de un sistema lógico
de enseñanzas y preceptos, sino de parábolas al más puro
estilo semítico, con un indudable sabor campesino, de una
cultura oral en torno a fogatas. Por supuesto, se trata de
dicharajos y cuentos populares y experiencias personales de
un campesino oriundo de un pueblo de mala fama, un factótum
general, un hacelotodo o chambitas, que lo mismo hablaba de
siembra y cosecha de trigo, que de albañilería, pastoreo,
carpintería o trabajo de jornalero en una viña, como la
sabiduría popular de Sancho Panza sobrepasa la locura erudita
de Don Quijote. A diferencia de la pulida retórica griega que
ya hallamos en el cuarto evangelio o las epístolas paulinas,
las parábolas jesuánicas tienen ese inconfundible tono
semítico del desierto, que considera a la poesía, con sus
inolvidables hipérboles, únicas dignas de recordarse en medio
de la infinita arena, la forma más alta de racionalidad. Como
cuenta la historia, famosísima, de Hatim, un beduino que, a
falta de su camello, para agasajar con carne a unos
forasteros, tal como requería la ‘etiqueta’ del Sahara,
sacrificó a sus hijos y los dio a comer a sus convidados.
Hasta nuestros días, los árabes, para elogiar la generosidad
de alguien, dicen: ‘¡Es más generoso que Hatim!’.30 De ahí, la
enorme piedra de molino atada al cuello, el setenta veces
siete o el quínico desenmascaramiento de los hipócritas:
‘Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra’…
Cualquiera que haya leído las Fioretti de San Francisco sabrá
que, tras esa fachada sentimental y de piedad medieval —que
ya de por sí, con sus reliquias y peregrinaciones, estaba
bastante avocada a promover una fe emotiva y vivencial—, hay
siempre un duro golpe de profeta. No puede uno leerlas y
permanecer indiferente, sin escandalizarse o sentirse
culpable, tal como deben de haberse sentido Inocencio III y
su Curia al ver al mendigo aquel parado en medio de la
imponente basílica de San Pedro. Sin embargo, a diferencia
del quínico clásico y del satirista moderno, el quinismo
franciscano no es moralista, no juzga ni condena, tampoco se
burla y se ríe socarronamente. Desarma con la ternura y la
inocencia, devela la Verdad desde la impotencia y la
debilidad, como queda claro en una vieja historia de la
tradición franciscana, en la que Francisco viajaba por el sur
de Francia, por entonces infectado por la herejía cátara,
cuando un par de cátaros reconocieron al célebre y piadoso
varón, y deciden darle una lección. Lo tomaron del brazo y lo
30 Cfr. Wael FAROUQ, ‘En las raíces de la tradición árabe’, en AA. VV., Dios salve a la razón, Madrid, Ediciones Encuentro, 2008, pp. 93-124.
llevaron a la taberna del pueblo, donde señalaron a un ebrio
y obeso hombre que jugueteaba con un par de sucias mujeres.
Los dos cátaros se volvieron hacia Francisco y le espetaron:
‘He allí al cura del pueblo, al representante de tu Iglesia’.
El santo, sin inmutarse, se acercó al sacerdote, lo miró
fijamente y, arrodillándose ante él, le dijo: ‘Hermano, yo no
sé si seas un pecador o no, pues eso toca sólo a Dios
decirlo. Yo sólo sé que eres sacerdote de la Iglesia y que
tus manos consagran el Cuerpo y la Sangre de Cristo’, y, acto
seguido, besó sus manos…
Contrariamente a Diógenes, Francisco no apuesta por una
naturaleza burda y primitiva, que una a todos los Hombres en
su animalidad, sino por una radical desnudez ontológica que
hermane a la Humanidad entera en la fragilidad absoluta de su
condición de orfandad. Sólo en la precariedad que se sabe
necesitada puede actuar la Gracia. Baste un solo ejemplo, que
tomo no del libro, sino de la versión fílmica de las Florecillas,
la hermosísima película de Roberto Rossellini, Francisco, juglar
de Dios (1950), en la que el guionista, Federico Fellini,
recoge una pequeña historia del corpus franciscano y la
transforma en una escena que reproduce a la perfección el
delicioso tono de las Florecillas a la vez que amplifica la
incisiva encarnación quínica de la verdad: Francisco y otro
fraile se arriman a una casa para pedir limosna y
resguardarse de la lluvia. El dueño del lugar les contesta
con un tajante no. Los frailecillos, sin arredrarse, invocan
bendiciones y paz para aquella morada, y reciben, a cambio,
gritos y amenazas. Por última vez, dicen: ‘La paz contigo y
los de esta casa’, hasta que sale el hombre aquel, les da de
palos y los arroja fuera, al descampado, hundiendo sus
rostros en el fango. Francisco, que había negado que la
felicidad fuese la multiplicación de los hermanos menores, la
conversión de la Iglesia toda o el bautismo de moros y judíos
alrededor del mundo, responde, con la boca aún embarrada:
‘Ésta es, realmente, la verdadera felicidad: sufrir oprobios
y humillaciones por Jesús’.
Dicha encarnación desproporcionada y loca del mandato de la
pobreza y del amor radical que exige el cristianismo la
representan los yuródivii o ‘locos por Cristo’ de la tradición
rusa, en la misma línea que San Antonio, Simón el Estilita,
Francisco de Asís o San Bruno; vagabundos, harapientos,
hombres extravagantes que no parecen sino repetir invectivas
incoherentes y pronunciar sinsentidos y que, sin embargo, son
los únicos realmente cuerdos y honestos en un mundo patas
arriba. En los arquetipos de Dostoievski podemos observar una
sofisticada construcción metafórica, quínica, que desnuda la
Verdad, escandalosa e incómoda del Crucificado, al retratar
la realidad última de lo inefable llevando a sus personajes
al extremo de encarnar la radicalidad cristiana, como el
príncipe Míshkin en El Idiota.31 Tampoco podemos olvidar la que
se yergue, probablemente, como la mejor crítica quínica del
31 Cfr. Hans-Urs VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica, vol. V, Madrid, Ediciones Encuentro, 1988. pp. 179-190.
cinismo mundano y religioso jamás escrita por un cristiano:
el Elogio de la locura.32 En dicha obra, Erasmo de Rótterdam,
erudito a la vez que sardónico, donde los haya, se atreve a
asociar la figurilla del sileno, fea por fuera y bella por
dentro, de la misma manera como se ha hecho con Sócrates y
con Diógenes, con el mismísimo Cristo.
El quínico, los yuródivii, y el santo idiota pueden llegar,
entonces, a descubrir la verdad tan contundentemente que
evidencien las peores injusticias y hagan obvia la miseria
humana. Por ello, el quínico vive en un barril lo mismo que
el profeta y el eremita en el desierto. Y se ganan, entonces,
el desprecio de los filósofos de Academia, el descrédito de
los fariseos y maestros, la excomunión de la casta sacerdotal
y la ejecución por parte de los Herodes y Pilatos de este
mundo. No en vano René Girard ve en el despojo último de la
Cruz la revelación definitiva —e, irónica o quínicamente, en
medio del misterio— y el develamiento irrevocable del
mecanismo satánico que está detrás de toda violencia e
iniquidad en el mundo.33 Y así, descubierta la mentira y
puesto en evidencia el mal, los potentados se lo piensan dos
veces antes de deshacerse de los profetas y convertirlos en
mártires, es decir, en el tipo extremo de quínico. Hoy ya no
es posible menospreciar la potencia de las manifestaciones
callejeras, los graffitti, los cartones satíricos, los
documentales neoquínicos à la Michael Moore, los plantones,
32 Cfr. Erasmo DE RÓTTERDAM, Elogio de la locura. Coloquios, México, Porrúa, 2007.33 Cfr. René GIRARD, Veo a Satán caer como el demonio, Barcelona, Anagrama, 2006.
las huelgas de hambre o las performances de denuncia. Valga, de
lo contrario, sopesar, en la Historia reciente, el testimonio
vivo de monseñor Romero en El Salvador, la revolución
pacífica de Solidarność en Polonia, la transición y
reconciliación sudafricana, el papel de Gandhi en la
independencia india o del reverendo King en la lucha por los
derechos civiles en EE. UU. Incluso en nuestros días cínicos
y descreídos, los poderosos han de tener mucho cuidado en
esconder y manipular la información, sin tener que suprimir
al crítico, al quínico o al profeta, pues entonces agravarían
el problema: no sólo confirman abiertamente que éste tenía
razón, sino que lo inmortalizan y lo convierten en un símbolo
que traspasa fronteras, culturas, filosofías, religiones y
valores culturales. En un verdadero ciudadano del mundo, como
diría Diógenes, y en uno ejemplar.
No es coincidencia tampoco que los filósofos neoquínicos,
también llamados ‘de la sospecha’, hayan intentado develar
aquellas fuerzas y mecanismos ocultos o disimulados que hacen
tan disfuncionales y perversas a nuestras sociedades. Si bien
ya no tienen el prestigio de antes la voluntad de poder
nietzscheana o la lucha de clases marxiana, sobreviven la
Libido y el Deseo de Freud y Lacan, las relaciones de poder
foucaultianas y la mímesis girardiana, las estructuras de
pecado y la ‘cultura de la muerte’ de Juan Pablo II, el
ontologismo y el connatus essendi levinasiano. Igualmente, vemos
los intentos de Judith Butler34 y Giorgio Agamben,35 entre
otros, de deconstruir la falaz ilusión moderna de unos
derechos humanos en abstracto y fundar la dignidad humana en
la realísima precariedad a priori de todo Hombre —le podríamos
llamar, también, solidaridad en la miseria, y tendríamos una
relectura del pecado original agustiniano—. Y esto seguirá
siendo así mientras la razón cínica permanezca en su posición
descarnada y dominante, pues el quinismo, por el contrario:
se atreve a salir con las verdades desnudas, verdades que en la
manera como se exponen encierran algo de irreal. Allí donde los
encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida
en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión
real de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que
no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es,
a la larga, el más fuerte. Sólo una desnudez y una carencia de
ocultaciones de las cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha
desconfiada. El pretender llegar a la ‘verdad desnuda’ es uno de los
motivos de la sensibilidad que quiere rasgar el velo de los
convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las
discreciones para acceder a la cosa.36
A pesar de que Oscar Wilde, nuestro quínico mejor vestido,
concuerde conmigo al decir: ‘No soy en absoluto quínico; sólo
tengo experiencia… lo que, en último término, es lo mismo’;
cabe mencionar que el quinismo original, al rechazar in toto la
razón filosófica, al no aceptar siquiera las mismas34 Cfr. Judith BUTLER, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Barcelona, Paidós, 2010.35 Cfr. Giorgio AGAMBEN, Desnudez, Barcelona, Anagrama, 2011; o bien: Id., ‘Sobre lo que podemos no hacer’, en: http://nohacerlopreferiria.blogspot.com/2011/05/sobre-lo-que-podemos-no-hacer.html 36 Peter SLOTERDIJK, op. cit. p. 30.
condiciones del diálogo, acaba por desconocer a qué se opone
y olvidar por qué optó originalmente por la vida quínica. La
inestabilidad del hambre y la indigencia son contrarias al
estudio y la filosofía, tanto como la pobreza contradice la
posesión de libros y títulos universitarios. Ya el
franciscanismo bien pronto enfrentó esta contradicción entre
el irracionalismo al que tiende el quinismo y la razón cínica
y satánica a la que tiende la lógica del poder y del saber:
no es posible la predicación —ni siquiera la catequesis más
fundamental de la que brota la fe— sin Lógos, sin libros, sin
el Libro; y el saber arrastra, siempre e inexorablemente,
hacia la certeza, la soberbia y la Inquisición.37 San
37 En su libro, Sabiduría de un pobre, Éloi Leclerc, OFM, narra la siguiente historia, que ilustra bien este punto: ‘Después de haber estado rezando en el bosque, según su costumbre, Francisco encontró en la ermita un hermano joven que le esperaba. Era un hermano lego, venido expresamente para pedirle un permiso. A este hermano le gustaban mucho los libros, y quería que el padre le permitiera tener algunos. Especialmente deseaba poseer un salterio. Su piedad ganaría, explicaba él, si podía disponer libremente de estos libros. Tenía ya el permiso de su ministro, pero le gustaría tanto obtener el de Francisco… Francisco escuchaba al hermano exponer su demanda. Veía mucho más lejos de lo que él decía… Bajo pretexto de piedad estaba, pues, a punto de desviar a los hermanos de la humildad y simplicidad de su vocación. Pero no bastaba eso. Los innovadores querían que él, Francisco, diera su aprobación. La autorización que diese a este hermanito sería evidentemente explotada porlos ministros. Verdaderamente, era demasiado. Francisco sintió que le subía una cólera violenta. Pero se tensó y se contuvo. Hubiera querido estar a mil leguas de allí, lejos de la mirada de este hermano que esperaba y espiaba sus reacciones. De repente le asaltó una idea.—¿Quieres un salterio? —gritó—. Espera, voy a buscarte uno —saltó hacia la cocina de la ermita, metió la mano en el hogar apagado y cogió un puñado de ceniza y volvió corriendo al hermano—. Aquí tienes un salterio —dijo. Y, al decirlo, le frotó la cabeza con la ceniza. El hermano no esperaba eso y se quedó con la cabeza baja. Francisco mismo, una vez pasada su primera reacción, se encontró desarmado ante este silencio. Había sido demasiado rudo. Hubiera querido ahora explicarle por qué habíaobrado así, decirle que no tenía nada contra la ciencia ni contra la
Francisco, que se rehusó a escribir una regla que insertara
su movimiento dentro de la rígida lógica del derecho
canónico, permitió, no obstante, que su culto hermano,
Antonio de Padua, estudiara y predicara. Un delicadísimo y
peligroso equilibrio cuyo mejor ejemplo —y principal artífice
— es el humilde catedrático San Buenaventura. Mas si, en
efecto, como clama lapidariamente Levinas, el Lógos, dejado a
sí mismo, acaba en Auschwitz, los quínicos que intentan
servirse de él corren el riesgo de terminar como el cínico
Gran Inquisidor de Dostoievski, crucificando en nombre del
Crucificado, y justificándose con esa eruditísima pieza de
argumentación escolástica, repleta de citas de Santo Tomás,
que es el Manual de Inquisidores.38
propiedad en general, pero que sabía él, el hijo del rico mercader de tejidos de Asís, lo difícil que es poseer algo y seguir siendo el amigo de todos los hombres y, sobre todo, el amigo de Jesucristo. “Si tenemos posesiones, nos harán falta armas para defenderlas”: al salterio seguirían el breviario, los libros de teología, la facultad universitaria, y mucha sabiduría, y las armas para protegerla: la Inquisición… Todas las relaciones humanas falseadas, corrompidas, reducidas a relaciones de dueño y de siervo a causa del haber. A causa debienes que creemos poseer. Eso era grave, demasiado grave, para que se pudiera sonreír. Pero Francisco no tenía ante él más que a un niño, pero a quien era preciso tratar de salvar. Se sintió lleno de inmensa piedad por él. Lo cogió maternalmente por el brazo y lo llevó junto a una roca, en la que se sentaron los dos.—Escucha, hermanito —le dijo—. Voy a confiarte una cosa. Cuando yo era más joven, también fui tentado por los libros. Me hubiera gustado tenerlos. Pensaba entonces que me darían sabiduría. Pero, mira, todos loslibros del mundo son incapaces de dar la Sabiduría. En la hora de la prueba, en la tentación o en la tristeza, no son los libros los que pueden venir a ayudarnos, sino simplemente la Pasión del Señor Jesucristo—Francisco se calló un instante. Después, dolorosamente, añadió—: Ahora yo sé a Jesús pobre y crucificado. Esto me basta’. Cfr. Éloi LECLERC, OFM, Sabiduría de un pobre, Madrid, Ediciones Encuentro, 2010. 38 Cfr. Nicolás AYMERICH, OP, Manual de Inquisidores, Madrid, La Esfera de los Libros, 2010.
Pero es precisamente Dostoievski quien nos da la respuesta
acertada, pues ante el Gran Inquisidor y su crudo e irónico
realismo, producto de la desilusión y la insatisfacción
profunda, presenta un Cristo cuya Verdad es demasiado
grandiosa como para reducirla a palabras que refuten las de
su oponente y que, en un gesto típicamente quínico, calla y
besa en los labios al Inquisidor. Es decir, el quinismo
auténtico, como el de los profetas y el de San Francisco, al
igual que toda filosofía, sólo obtiene su valía y se alza a
su verdadera altura, por efecto directo de la Gracia divina.
Ese beso en los Karamazov resume perfectamente bien el núcleo
duro del cristianismo, de la experiencia cristiana
fundamental: la redención/liberación por la Gracia/Verdad.
Liberación con respecto a un orden de las cosas falso,
liberación de mentiras arraigadas sobre Dios, el mundo y
nosotros mismos. Liberación un tanto insolente y
desfachatada, como la de Giovanni di Bernardone desnudándose
en la plaza de Asís, fulminante y contundente como la de
Saulo cayéndose del caballo en el camino a Damasco, violenta
y dolorosa como la de Íñigo y la bala de cañón que le rompió
la pierna y el orgullo… pero siempre con la luz
incuestionable de la Verdad desnuda de Dios, que impulsa el
dejar todo y seguirle incluso hasta donde no se quiere, con
la fuerza sobrenatural de la Gracia, que posibilita a lo
temporal y corruptible tornarse eterno e inmortal; a la
filosofía, en sabiduría; y al Hombre pecador, en santo.
Ahí está, si no, Maximiliano Kolbe, franciscano, nada más ni
nada menos que en Auschwitz, contradiciendo todo lo que dicta
la lógica humana: que el mal absoluto no tuvo la última
palabra, por más que su pequeño y absurdo gesto quínico no
tuvo el más mínimo efecto humano. De hecho, tras su muerte,
en 1941, Auschwitz se expandió a Birkenau y Monowitz para
convertirse en la mayor central de matanza industrializada de
la Historia, donde más de un millón de personas serían
asesinadas.
Quizás es por ello que, al final, Adorno se mordió la lengua
y se retractó. Sí, la creatividad existencial, vital,
graciosa, del espíritu humano, la poesía, ha de erguirse por
sobre sus categorías, formas y tradiciones, sin renunciar a
ellas, para purificarse, aunque sea desnudándose groseramente
de vez en cuando, de cara al rostro del prójimo y a las
realidades más simples y a las experiencias más extremas:
La filosofía tiene que pasar por el shock de que cuanto
más profunda y fuertemente se adentra en su tema, tanto
más sospechosa se hace de alejarse de él como es de
verdad. Si llegara a desvelarse la esencia, se vería que
las opiniones más superficiales y triviales tienen más
razón que las que buscan lo esencial. Es una cruda luz la
que así cae sobre la verdad. La especulación se siente
obligada en cierto modo a conceder a su adversario, el
common sense, el valor de un correctivo. La vida da pábulo
al horroroso presentimiento de que lo que debe ser
conocido se parece más a lo que se halla a ras de suelo
que a lo noble.39
Entonces, si tenemos suerte, tal vez podamos alcanzar a ver
la Belleza, el Bien y la Verdad que para Maximiliano Kolbe
brillaban intensamente en Auschwitz. No incluso en Auschwitz,
sino, sobre todo y especialmente, en Auschwitz, el producto
más acabado de la razón cínica.
39 Theodor ADORNO, ‘Después de Auschwitz’, en Dialéctica negativa, Madrid, Taurus, 1975, p. 364.