ANTROPOLOGÍA POLÍTICA - Textos teóricos y etnográficos

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Serie General Universitaria - 115

BEATRIZ PÉREZ GALÁN y AURORA MARQUINA ESPINOSA (eds.)

ANTROPOLOGÍA POLÍTICA

Textos teóricos y etnográficos

edicions bellaterra

Diseño de la cubierla: Joaquín Monclús

Fotografía de la cubierta: <1 Yllr3S de mando de las autoridades Imdic ionales qnec huas». Beatriz Pérez de Galán, Pisac, Cuzco, 2007

© de la presellte ed icióu, Bea triz Pérez Galán y Amora Marquina Espino~a, 20 11

© Edicions Bellaterra, S.L., 20J I Navas de Tolosa , 289 bis. 08026 Barce loll~

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Impreso en España Prinled in Spain

l SBN, 978~84~ 7290-545~O Depósito Legal: B. 26.671-2011

Impreso por Romanya Valls. Capellades (Bareelona)

índice

Agradecimientos, 11 In troducción , Beatriz Pérez Galán, 13

r. S ITUANDO LA ANTROPOLOGÍA POLíTICA

l. Sistemas Políticos Africanos, Meyer Forres y E. E. Eval1s~Pril­

chord, 37 Objetivos de este libro, 37 • Una muestra representativa de las socieda­

des africanas, 38 • Filosofía política y c iencia política compara­

da, 40 • Los dos tipos de sis temas politicos es tudiados. 41 • El pa­

rentesco e n la organización política, 42 • La influenc ia de la

demografía, 43 • La intluencia del modo de subsistencia, 44 • Los sis­

temaS políticos compuestos y la [eoría de la conquista, 46 • El aspecto

territorial, 47 • El equilibrio de fuerzas en el sisrema político. 48 • EL

peso y la función de la fuerza organizada. 51 • Distintos tipos de res­

puesta al dominio europeo, 52 • Los va lores místicos asociados con el

cargo polítko, 54 • El problema de los limites del grupo político, 60

Antropología política. Una introducción, Morc 1. Swarrz, Victor W Turner y Arlhur Tuden, ·63 Fuerza y coe(ción. 74 • Apoyo y legiti midad, 75 • Estatus político,

fun cionarios y decisiones, 78 • Poder y legitimidad, 80 • El código

dc autoridad , 84 • lntroduccjón y mante nimiento de dife rentes tipos de

apoyo, 87 • Persuasión e intluencia, 89 • Tipos de apoyo, 91 • Re­

liTt,: nc i;ls hihlit)g rá fi cas , 94

8 ----- - ____ ___ ____ ____ A ntJopoJogfa políti ca

3. Antropología Política. El análisis del simboli smo en las relacio­nes de poder, Abner Cohen, 97

El problema teórico centra l en antropología polílica, 99 • Forma y fun­

c ión en e l simbolismo, 103 • Poder y simbolismo e n e l t'lnáli sis <1nlro.

poJógico, 109 • Los teó ri cos de la acc ión, 1 ti · Los es truclurali stas

del pensa miento, 114 • La contribució n principal de la i.\Olropología

socia l n la c iencia po lílica , 118 • La lección de la c ienc ia políli ­

ca, 121 • Conclusión, 124 • Referencias bibljográfi cas, 126

n. EJEMPLOS DE PODERES, T IPOS DE GOB IERNO y FORM AS

DE RESO LUCiÓN DE CONr-U CTOS

4. ¿Qué es la ley? Problema de terminología, Max G/uckman, 135 Juicio y mediac ión, 14J • E l problema de Cómo aplicar la ley, 154

• Ley y costum bre , 157 • Refe rencias bibliográficas 162

5. Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe. Tipos polfticos en Melanesia y Polines ia, Ma rshall Sahlins, 165 Referencias bibliográficas, 187

6. Resi stenc ia. decadencia y co loni zación en la jsla de Bioko. Aná­lis is de la estructura políti ca Bubi , Nuria Fernández More­l/O, 191

E l poblamie nto de la isla de Bioko y los primeros COntactos con lo::;

europeos, 192 • Jefaturas bu bis en e l siglo XIX , 193 • Centralizac ión

de las j efalUras, 200 • Siglo xx: decadencia de la mo narquía y expan­

sió n colonial, 209 • Di scusión en lomo al proceso político en Bi oko

duran te e l período coloniaJ , 2 14 • Cenrralización de jefaturas. 216 • Re­ferencias bibliogníficas. 2 19

7. La composición social del Tahuantinsuyu, María Rostworo ws­ki , 223

L a é lite, 225 • La diarqnía y e l pode r de l Inca, 238 • Reflexiones fi ­nales, 243 • Glosa rio , 250 • Refercncias bibliográficas , 251

8. Estructura social , normas y poder. El pluralismo jurídico en Amé­rica Latina, Wolfgan.g Gabberl, 253

hull ..:I:: _ __ _ 9

Antropología jurídica, g l ob.~li zac i Ón y autonomia , 253 • Fragmenta­

ción política, 256 • He terogene idad cuhural. 258 • Derecho y c::; tmc­

tura social , 259 • L a arti culac ión de los derechos nacional y consuetu­

dinario, 26 l • Los or ígenes rec ientes de l de recho consuetudinario,

264 • Derecho consue tudinario y poder, 266 • Resultado: la rclnción

entre 1l0rlll aS nacionales y derecho consucludinario, 267 • Rdere nc ias

bibl iográficas, 269

111. POLÍTICAS DE LA ANTlWPOLOGÍA

'J . La antropología y el encuenu'o colonial , Ta/a/ Asad, 279 ¿Qué le ha pasado a la anu'opología socia l briránica?, 280

lO. Antropología y Política : compromi so, responsa bilidad y lÍmbiro académi co , Jo/m Gled/¡i/l , 291 La po lítica de la producción de! conocünie nto antropo lóg ico: a lguno::;

d ilemas in iciales , 294 • Acluar bmdindo::;ecn e l conocimiento, 304 • El

cOl1lpromi ~o e n la base, 3 13 • ¿De l conoc imíenlo a la ::' <lbidu­

ría?, 325 • Refe rencias bibliográfi c~ls 330

Contrapunto

11. Cuarla carta () mi s am igos, Mario Lu is Rodríguez Cobo (Silo), 335 Arranq ue de nues tras ideas, 337 • Na turaleza, inlenc ión y apertura de l

ser humano, 337 • La ape rtura social e hi stó ri ca del ser humano, 338

• La acción transformadora del ser humano, 339 • La superación de l

dolor y el sufrimiento como proyectos vitales básicos, 340 • Imagen ,

creenc ia , mirada y paisaje, 34 1 • La::; gene rac io nes y los mo mentos

hjs tó ri cos , 343 • La violenci a, el Estado y la concentración de po­

der, 344 • El proceso humano, 346

Nota sobre los autores, 347

Agradecimientos

()ueremos expresar nuestro agradecimienlo sincero a los au tores y a I:I ~ editori ales, a quienes pertenece el copyright de los textos aquí reu­" ,dos, por fac il itamos el permiso para su publicación y reproduc­t iÚIl.

Mcyer Fortes y E. E. Evans-Prttchard. «Sistemas !Jo/ilicos africanos. Illtrodu.ccióm>, en Antropología Política, 1. R. Llobera (co mp.), Anagrama, Barcelona, 1979, pp. 85-105.

M ~ l rc J. Swarlz, V ictor W. Turner y A rthur Tuden, <<Antropología Po­lítica. Un.a ¡mroducGiór/», Revista Alteridades, n.' 8,1994, pp. 10 1-126.

Ah"cr Cohen, «Antropología Polí tica. El análi sis del simholismo en las re laciones de poder», en AntropoLogia. Política , J. R. Llobera (comp.), Anagrama, Barcelona, 1979, pp. 27-53.

Ma, Gluckman, «¿Qué es la ley? Problema de termi nología», en Po­lítica, derecho y ritual en la sociedad tribal, Aka l, Madrid , 1978, pp. 214-242.

Wolfgang Gabbert. «L'l interacción entre derecho nacional y derecho consuetudinario en América Latina» , en GlobalizaciólI, resistencia y negociación en América Latina, Pérez Galán, lleaLriz y DieLz, ( ' unthe .. (eds.), Catarata, Madrid, 2003, pp. 127- 142.

M,"shall Sah lins, «Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe. Ti­pos políticos en Melanesia y Poli nesia», en Antropologfa PoUtica . .1 I ~. Uobera (comp.), Anagrama, Barcelona, 1979, pp. 267-295.

N IU ia h:rnánucl., «Jefaturas, reinauo y poder colonial: Evolución de la l',"'lnrcturOl polílici.l de Ins Buh ís en la isla de Bioko», en El ayer

12 ___________________ ___ Antropología ¡x>lítíca

y el hoy: Lecturas de antropología Política, vol. l. Hacia elfururo, ~ . Marquma (comp.), UNED, Madrid, 2004, pp. 181-2 14.

Man a, ROS,lworowski, {(La composición social del Tahuantinsuyu». en HIstona del Tahuantinsuyu, Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1988, pp. 201 -213; 2 15-222; 309-3 17.

Talal Asad, «A nthropology & the Coloni al Encountef»,e n Anthropolo­gy & the Colonial Eneal/nler, T. Asad (ed.) [Ihaca Press Lo d 1973 9-19 ,. , n res, ,pp. .

John Gledhill ,. «Antropología y Política. Compromiso, responsabili­dad y ¡'l mblto académico», en El poder y SUS disfraces. Perspecti­vas al1.lropológicas de la política, Bellalerra, Barcelona 2000 pp. 337-370. ' ,

Mario Lu is Rodríguez Cobo (Silo), «Cuarta carta a mi s am igos», en Obras Completas, vol. 1, Oscar Elegido Gonzá lez-Quevedo (ed.) Madn d, 1988. '

Introducción

BeOlriz Pérez GaMn

Antropología Política. Textos teóricos y etnográfi.cos es el primer vo­lumen de un proyecto edilorial más amplio que aspira a ofrecer al es­tudiante de antropología un panorama introductorio a un conjunto de temas y perspectivas teóricas que han dominado la antropología polí­tica desde su fundación en 1940 hasta la actualidad.

Este li bro está compuesto por una selección de lecturas, de pro­cedencia diversa, representativas de la fase cen tral de desarrollo de la antropología polftica en la que se conso lida un corpus teórico y un discurso propio a través de las aportaciones de antropólogos políticos hoy considerados «clásicos» como E. Evans-Pritchard, Fortes , Leach, Gluckman, Swartz, Turner, Tuden, Cohen, Bailey, Sohlins y Asad, en­tre otros. Tomando como punto de partida la clasificación establecida por Joao Vincent (2002, p. 2), esta fase comienza en 1940 con las et­nografías de los sistemas políticos africanos elaboradas por E. Evans­Pritchard, Portes y Meyer, Leach, Gluckman, desde la tranquila atala­ya proporcionada por el gobierno colonial británico, y finaliza en 1972 con los cambios políticos derivados de los procesos de descoloniza­ción de dos quintas parles del mundo, la incorporación de las socieda­des tribales en organi zaciones políticas más amplias, e l fracaso de la guerra de Vietnam y la revolución cubana. Este «cataclismo político» se traduce en la aparición 'de una generación de antropólogos en los años sesenta y comienzos de los setenta - V Turner, A. Cohen, F. G. Bailey, M. J . Swartz- que consolida un conjunto de nuevas aproxi­maciones ,,1 estudio transcultu ral del poder y de la política que sustitu-ye n el eslTu cturali smo de la corrjente anterior por el enfoque proce- 11

~ua l. 1,1 tcoría ele sistemas. la teoría de la acción y el simbolismo

14 ---- ----___ _ ___ ____ _ Antropología política

político. Los nuevos jntere,es incluirán, entre otros, el estudio de las estrategias de Jos indi viduos en su búsqueda por el poder, la situación de conflicto en las naciones recientemen te descolonizadas y la rela­ción entre antropología y coloniali smo. Aproximadamente dos tercios de las lecturas compiladas eo este primer volumen ilustran temas, con­ceptos y perspectivas teóricas de esta larga y convul sa fa se de la an­tropología política, incluyendo autores «c lásicos», que realizan sus aportaciones entre 1940 y 1972, y otros que escriben en las últimas décadas sobre temas afine, bajo nuevas perspectivas teóricas.

La fase siguiente en el desarrollo de la antropología po lítica co­mienza a principios de los años setenta y se consolida durante las dos décadas posteriores. La teoría de la dependencia y de los sistema, ­mundo primero, y la influencia del postmodernismo y de los paradig­mas postestructuralistas después, afectan profundamente a todas las ciencias sociales y humanas. Los movimientos de li beración de las na­ciones descolonizadas, la crítica al imperialismo, al colonia lismo y al capitalismo, la influe ncia de la historia y las aportaciones centrales hechas por la teo(Ía feminista, plantean lluevas interroganles y preci­san de nuevos marcos de interpretaciÓu. Finalmente, en los años no­

venia, la reconceptual ización del poder y la crítica a la disciplina sub­sumen a la antropología en una profunda crisis de representación en la que la antropología política prilllero fue desce ntrada y después de­construi da (Gledhill , 1999, pp. 12 Y ss.; Vin cont, 2002, pp. 127 Y SS.;

Lewellen , 2009, pp. 3 1 Y ss. ).

Los temas de estudio ca racterísticos de las últimas tres décadas en antropología política tales como el estud io de las formas contem­poráneas de dominación política y de resistencia, las políticas de la identidad/alteridad, e l feminismo, y los cruces entre c iencia, tecnol o­gía y política, son materia del segundo volumen Al/tropología Políti­ca, Temas contemporáneos, editado por Montserrat Cañedo y Aurora Marquina. En es te primero, SOn anticipados a través de las contribu­ciones de T. Asad y de J. Gledhill en las que se aborda la relación en­tre la anlropología y el poder.

En conjunto, ambos libros de lecturas surgen para proporcionar a nuestros estudiantes de antropolog ía de la Uni versidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), una selección aseq uible de materiales que amplíe los conocimientos y la formación que obtienen a través de los libros de consulta y de los distintos materiales y recursos que utili-

tlllroducción _________ ________ _____ 15

l amos en la enseñanza semi-presencial para facilitar el aprendizaje de las distin tas materi as (c ursos virtuales, clases de apoyo presenciales, vid eoconferencias y programas de radio, entre otros). Teniendo en cuenta la vocación holística de la antropología y la acotación irreme­diablemente amplia que define el campo de lo «político» hoy en día (Gledhill , 1999; Vincent, 2002), el estudiante encontrará que varios de los temas recurrenteme nte tratados en estas lecturas tales como e lli­derazgo, Jos sistema, de dominación, las estructuras de poder y aulo­ridad y las formas de resistencia, son comunes a o tros campos de la antropología . Por esa razón, esta selección de textos co mpl ementa y

estimula el es tu dio de otras asignaturas del grado que, desde ámbitos específi cos de estudio, se interesan por la construcción cultural del poder y de la políti ca. Es e l caso de la antropología del parentesco, antropología y colonialismo en África Subsaltariana, antropología de género, movimientos indigenistas y pueblos indígenas y antropología del desarro llo.

Por otro lado, más allá del ámbito académico, este libro también puede resultar de utilidad a todas aquellas personas interesadas en la perspectiva antropológica, en esle caso aplicada al estudio de la polí­tica, Concretameme. nos referimos a una forma de «rnü'an> y de cons­truir nuestros objetos de estudio que se nutre del relati vismo cultural , derivado de un método ---el trabajo de campo- , de un obj etivo - la comparación intercu ltural-, que viene marcado por el énfasis en el estudio de las prácticas y los discursos de los actores y por una perma­nente imbricació n e ntre etnografía y teoría.

La procedencia de las lecturas compiladas en este libro es he te­rogénea. En primer lugar, contamos con tres textos (Fo rtes y Evans­Pri tchard , Abner Cohen , Marshall Sah lins) procedentes del libro del profesor, recientemente fallecido , J. R, L1obera, editado por Anagra­ma en 1979 y actualmente descatalogado, Un segundo grupo de lectu­ras seleccionadas (Gabbert , Rostworoski , Fernández y Gledhill), esta­ba disperso en otros libros editados más recientemente en Espruia o en América Latina , Estas contribuciones han sido rev isadas y evenruat­mente ampliadas por sus autores para este libro. Por últi mo, incluimos tres tex tos que, a pesar de su contribución a la antropología políti ca en panicular, nun ca habían sido traducidos al cas tellano (Asad, 1973) o co ntenían notables enores de edición y traducción que dificultaban su comprensión (Gluckman, 1965 ; Swartz, Turner & Tuden, 1966). Fi-

16 ---- --- - - --- --_ ____ Anlropología poJ(tica

oalmente, nueStra pretensión al seJeccionar es tos tex tos es poner en manos de l estudiante de antropología, y por extellsjón de cualquiera otra persona preocupada por e l estudio del poder y de la política, un libro que le permita articular informacione, y conceptos bá, icos, ex­traídos del corpus canónico de la anu'opología poJírica, y un conjunto de refl exiones c ríticas sobre algunos de lo, problemas epistemológi­cos desde las que repensar la contribución de la antropología política a la compre nsión y actuación frente a los proble mas socia les conrem­poráneos.

Organización de contenidos

Teniendo en cuenta la distribución general de contenidos entre ambos voJúmenes, en este primero hemos agrupado las lecturas en tres sec­ciones temáticas. Esta di visión ha sido guiada por un doble criterio. Por nn lado, e l di stinguir aquellos textos cuyas aportaciones son más re levan les para comprender el corpus teórko de la antropología polí­tj ca, de otros cuyo énfasis es de ca rácter más etnográfico y co mparati­vo. Y, por ou'o, ilustrar temas abordados desde y por antropólogos po­líticos que rea li zan sus aportac iones entre 1940 y J972 , referidas al conrexto co loni al y pos colonial anglosaj ón, al lado de otros autores más rec ientes. especiali stas en el mundo co lonial de int1uencia hispa­na, que utili zan marcos de interpretación actuales en el t.ratamiento de temas similares. No obstante, la distinción entre ;;< tex tos teóri cos» y

«textos etnográficos}), que lleva por subtítulo este libro, no supone una división tajan te de con tenidos. Se trata de un reCurso ordenador que empleamos de [a rma flexible, dado que prácticamente todos las lecturas seleccionadas para este libro utilizan la etnografía como mé­todo de aproximación al estudio de lo político al tiempo que realizan importantes con tribuciones teóricas. Así, por ejemplo, la inu'oducción de Meyer Fortes y Evans-Pritchard al libro Africal! Political Sysfems

(1940) contiene minuciosas descripciones etnográficas de tipos de sis­lemas polítkos, pero Su Con tri bución teórica resulta más relevan te. De mod o análogo, la lectura de Max Glukman sobre la ley (1965), otro clásico de la antropología política, si bien contribuye a consolidar las bases teóricas de la antropología jurídica, el interés principal radica en

11111\ lducc i6n t 1

1:1 comparación transcuJtural desde la que el aulor analiza el Junciona-1I1 ienlO y la natllra leza de los sistemas jurídicos y las formas resolu­~' i ón de conflictos en un conjllnto de sociedades nativas de África, el I'acífico y América del Norte.

Utilizando esos criterios de forma combinada, la primera secdón de este libro Situando La anfropologia Politica conliene tres lecturas que ilustran ~end as perspectivas teóricas central e~ en el desarro llo de la anrropología política: por un lado, el estructu]'(1I - l"unciona lislllo, pa­radigma dominante durante los años cuarenta y cincuellt'a, representa­do por el tex to de Fortes y E. Prilchard (1940), y por OIro, la corriente procesua l y la del silllboli , mo político que irrumpen a fines de la dé­cada de los sesenta , y cuyas aportaciones princjpales se resumen en las lecturas de Swartz, Turner y Tuden ( 1966) y de Cohen ( 1969), res­pecti vamente.

En la segunda sección Ejemplos de poderes, tipos de gobie rn.o y

formas de resolución de conflictos, hemos reunido a antropólogos que abundan en la ruptura con el estructural funcionalismo clásico -CaSO

de M . GluckmaLl y M . Sahlins- , junto a otros conlemporáneos - Fer­nández y Gabbert- y una etn oh istoriadora ded icada al eSlUdio de lo político - Rostworowski-. Todos ellos abordan temas recurrentes en la hi storia de la antropologúl política - el liderazgo y !tI suces ión po­lítica. el impacto de la colonización en las formas de gobierno au tóc­tonas, el pluralismo lega l y la resolución de confli clOs- bajo marcos analíticos que hacen hincapié en la importancia de la hi storia y las estrategias de los individuos en su lucha por el poder.

La tercera edic ión Políticas de la Antropofagia , nos introduce a través de dos autores, cruciales en antwpología políti ca - Asad y

Gledhi ll-, y sus respectivas lecturas , en e l aná lisis de las ideologías y las re laciones de poder en el contexto de las cuales los antropólogos produci mos nuestros objetos, interrogando al lector de l por qué, el para qué y e l para qu ién de la investigación ano·opológ ica.

El libro se cierra COIl una contribución. a modo de contrapunto , ajena a la antropologfa polí.tic~ estricto sen.~o. Est¡:¡ lectura está pensa­da como un allO en el caITÚno y pretende cumplir una doble función . De un lado desconcertar al lector al encontrase en un libro de antropo­logía política un texto de tintes filosóficos de un humanista - Silo­y, por otro, provocar la reflexlón sobre problemas contemporáneos desde una perspectiva alternativa .

18 ___________________ Anll"Opología política

En el resto de este capítulo introductorio nos proponemos situar las lecturas seleccionadas en su contexto respectivo y avanzar algunas

de sus aportaciones.

1. Situando el desanollo de la Antropología Política (1940-1972)

Si bien desde mediados del siglo XIX el estudio de los aspectos políti­cos de las llamadas «sociedades primitivas» había estado presente en los escritos de los primeros antropólogos evolucionistas uniljneales -·Margan, Maine, Lowie-, existe un consenso generalizado en esta­blecer en 1940 el inicio de la antropología política como un subcampo tardío de especialización dentro de la antropología social y cultural. Ese año se producen dos hechos fundamentales que dotarán de cohe­rencia propia estc campo: por un lado, la publicación del libro The Nu.er, de E. Evans-Pritchard, sobre la tribu del mismo nombre ubicada al sur de Sudán. Y, por otro, la publicación de African Political Sys­tems, un estudio comparado de ocho sistemas políticos africanos «pri­mitivos», editado por Meyer Fortes y E. Evans-Pritchard, alumnos de Malinowski y de Radcliffe-Brown. En conjunto, ambas obras consti­tuyen un parteaguas en el desarrollo de UD corpus teórico propio en

antropología política. Sus autores representan a una generación de antropólogos aboca­

dos al estudio y clasificación de los sistemas políticos de las socieda­des nativas coloniales: Evans-Pritchard (1902-1973), Meyer Fortes (1906-1983) Max Glnckman (19ll-1975) y Edmund Leach (1910-1989). Todos eran hombres, jóvenes y ciudadanos del imperio británi­co que desarrollaron su trabajo de campo en los años treinta del si­glo XX, en plena época colonial. Tanto por la permanencia de su legado en el tiempo, como por el valor formativo de sus aportaciones y por su contribución a consolidar las bases de la antropología política, estos autores son considerados los «clásicos» de la antropología política.

La introducción al libro African Political Systems escrita en 1940 por Meyer Fortes y E. Evans-Pritchard, primera lectura de esta compi­lación, es un claro ejemplo de las aportaciones mencionadas (Fortes y Evans-Prtichard, 1940). En primer lugar, los autores pretenden esta­blecer y delimitar las fronteras de la antropología política como un

1"I,·oducción ______________________ 19

"ampo propio y separado de otras ciencias como la filosofía política y t" ciencia política comparada, con las que comparte el mismo objeto. I'.ntre las contribuciones distintivas de la antropología al estudio de lo político, Fortes y E. Evans-Pritchard mencionan tres: el trabajo de ""mpo etnográfico, la perspectiva inductiva y el método comparativo. I '.n segundo lugar, este texto es uno de los ejemplos más claros del 1l1(erés por la clasificación y el estudio de las funciones de las institu­ciones políticas de las sociedades coloniales africanas. Este interés, lIlotivado por la política colonial británica de mantener el gobierno Illdirecto, se extenderá en una plétora de taxonomías y clasificaciones dc sistemas políticos coloniales y dominará la antropología política durante prácticamente las dos décadas posteriores. En tercer lugar, el ,'structural-funcionalismo se instala definitivamente como modelo de .tIlálisis sincrónico de las sociedades, concebidas orgánicamente como \'Iltes aislados y relacionadas funcionalmente para conseguir el mante­nimiento del equilibro y del orden social.

Siguiendo un esquema centrado en el estudio del papel desempe­oado por el parentesco (filiación unilateral) y el territorio en la organi­/ación política, la densidad y distribución de la población, el modo de subsistencia y el papel desempeñado por el uso de la fuerza y la reli­gióu en el mantenimiento del orden social y político, los autores esta­illecen una tipología de sistemas políticos africanos. Por un lado, aquellos con autoridad centralizada e instituciones jurídicas y admi­Ilistrativas (estados primitivos) cuya organización administrativa rige las relaciones sociales de los grupos y base de la estructura social -caso de los sulu, ngwato, bemba, banyankole y kede- y, por otro, los que carecen de autoridad e instituciones (sociedades sin estado o acéfalas). En estos últimos -los logoli, los nuer y los tallensi-, la loma de decisiones se organiza en grupos de familias y en grupos cor­porativos de descendencia unilineal. Dado que el equilibrio social se presupone como premisa, el principal objetivo para sus autores con­siste en demostrar como los diversos grupos mantienen un equilibrio de fuerzas que tiene como resultado una estructura social estable a través de la religión, los rituales y los intercambios económicos.

La antropología política, iniciada en los años cuarenta con Fortes y Evans-Pritchard y orientada al análisis de los sistemas, pronto abrió el camino a sncesivas generaciones de estudiantes. El final del colo­nialismo africano supuso un cataclismo político que mudó el interés

20 _ _____ _ _ ____ _______ Antropología política

po r el estudio de las característ icas fomales, las estructuras y la fun­ción de las institnciones, hacia su dinamismo. En ese tránsito, tres fi­guras resultan clave: Edmund Leach, Max Gluckman y Victor Turner. Los dos primeros se centran en e l estudio del proceso y del conflicto y denuncian los excesos de la corriente anterior. Defienden que el con­flicto no es la excepción sino más bien la norma por lo que, sólo desde un punto de vista idealizado, se puede explicar la unidad social. La llamada «Escuela de Manchesten), const.ituida por Max Gluckman y algunos de sus estudiantes - Y. Turner y F. G. Bailey-, recoge el interés por el estudio del conflicto y comenzó a desarrollar una nueva interpretación en el estudio de lo político basada en el dinamismo de las relaciones sociales y en el análisis situacional relativo a personas individuales (Gledhill. 1999, pp. 209-210). Victor Turner, presentó su estudio sobre brujería y el proceso ritual de la curaciÓn a través del análisis de distintos dramas socia les protagonizados por indi vid uos a los que acompañaba, lo que le llevó a crear un nuevo e influyente pa­radigma en antropología política. En 1966 Y. Turner edi ta junto a Marc Swartz y Arthur Tuden , dos colegas norteamericanos, e l libro Political Allthropology, cuya introducción constituye la segunda lec­tura recopilada en nuestw libro (Swartz, Turner y Tuden, 1966).

Este texto tiene un reconocido valor innovador y experimental al refleja r los cambios teóricos producidos en e l estudio de lo político desde fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, con el comienzo de los procesos de descolonización de las sociedades primi­ti vas de Asia, África y el Pacífico estudiadas por los antropólogos. Por su énfasis teórico, esta introducción marca el inicio del enfoque pro­cesual en antropología política. Entre los cambi os más notables res­peCIO al estructural funcionalismo, destaca la vocación interdisciplinar desde la que sus autores plantean el estudio antropológico del poder y de lo político, discutiendo sobre la base de teorías elaboradas por filó­sofos políticos, po litólogos y sociólogos. Frente al énfasis en la clasi­ficación de los sis temas políticas de la corriente anterior, desde este enfoque se define el ámbito de estudio de lo político como «el estudio de los procesos que intervienen en la determinación y realización de objetivos públicos y en la obtención por parte de los miembros del grupo implicados en dichos objetivos». A partir de es ta definición, los autores introducen nu evos conceptos y nuevas unidades de estudio clave en el estudio de lo político, cuya influencia persiste hasta la ac-

I,.t fl"-Iucción ______________________ 21

IlIalidad , tales como: el terreno y la arena política, entendidos como

"iveles de interacción social, el poder. cuya definición sobrepasa el '!;,uicional papel ejercido por la fuerza física y el monopolio de la vlIllencia, la legitimidad y el apoyo.

Desde el horizonte procesual , pero centrado en e l estudio de las "ctividades de los individuos en su lucha por el poder dentro de unos "'"rCOS políticos referenciales más amplios. se inscribe la contribu­,·ión de Abner Cohen An.tropología Política. El análisis del simbolis­mo en las relaciones de poder (Cohen, 1969).

En es te texto, su autor discute sobre la re lació n entre el campo :,¡ Illbólico y !() arena polílica, concretamente le interesa anaJjzar la in­Iluencia de los simbo los en las relaciones de poder. Para Cohen , el hombre es, a la vez, hombre-símbolo y hombre-político, funciones en 'nteracción constante e inseparables. Siguiendo a Leach y Glnckman, defiende que la contribución más valiosa de la antropología social al estudio de lo político es la interpre tación política de instituciones for­malmente no políticas (religión, parentesco, economía) . A partir de la distiucióu entre forma y función simbólica, el autor revisa las aporta­ciones de dos corrientes antropológicas que han puesto de manifiesto la importancia de los símbolos en el análisis del poder: por un lado, los teóricos de la acción -Bailey, Barth, Nicholas. Mayer. Boisse­vain-, entre los que el mismo Cohen ocupa un lugar especial, y por otro, los esu·ucturalistas del pensamiento - Needham, Rugby, Douglas, Beidelman- influidos principalmente por Levi-Strauss. De los pri­meros, critica el énfasis que ponen en el individuo (el hombre políti­co) cuando, desde una perspectiva simbólica, la estru ctura política y

su representación es antes que nada de naturaleza colectiva. De los segundos, su interpretación de las representaciones si mbólicas colec­tivas cuando se realiza al margen de las relaciones sociales y de poder, esto es, la tendencia al estudio de los sistemas simbólicos por sus pro­piedades formales más que por su función social.

Por último, el autor anima a extender el análisis de las repre­sentaciones colectivas y Sjl. función Social a las instituciones políti­cas a las sociedades industriales, sacando provecho de los hallazgos teóricos y metodológicos extraídos del estudio de sociedades de pe­queña esca la, a las que la antropología se había abocado en décadas anteriores.

22 ------ - ----_ _______ Antropologfa polftica

JI. Ej emplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resoluc ión de conflictos

Esta sección proporciona una selecc ión de cinco tex LOS que destacan por su énfasis etIlográfico y comparati vo. Todos ellos se ocupa n de temas tradi cionales abordados en antropología política como la clasi­ficación ele s istemas políticos, e l liderazgo, la sucesión polít ica, el ori­gen y la organiz8ción del estado en sociedades preindustriales, las formas de resolución de confli ctos y el impacto político de los proce­sos de colonización -descolonización.

Los dos primeros autores incluidos en esta sección son reconoci­dos antropólogos proceden res del mundo anglófono - Max Gluckman y Marshall Sahlins- , que escriben en los años sesenta sobre los siste­mas jurídico-lega les y sobre las formas de liderazgo eu las sociedades coloni zadas respecti vamente. Los tres restantes - Nnría Fernández, Wolfgang Gabbert y María Rostworowski- han desa rro ll ado Sll S in ­vestigaciones en los aílos ochenta y noventa sobre sociedades nativas situadas en la órbita del gobie rno colonial español (G uinea Ecuatorial , Perú y México), ámbito empIrico menos conocido entre nuestros es lu­di antes de anLropologíél. En sus contribnciones des taca un minucioso interés por (a historia lo que permite a sus autores inLerpretar las lraos­formaciones experimentadas por las formas de organización po lítica y de resolución de conflictos desde la época precolon ial hasta el surgi­miento de los nuevos estados .

La sección se abre con un capítulo del libro Polftica, Derecho y Ritual en la sociedad tribal, escrito en 1965 por Max Gluckman, uno de los clásicos en e l desarrollo de la antropología política y precur­sor de la antropología jurídica (G luckman , 1965). Concretamente el texto reproducido recoge varias secciones del capítulo «¿ Qu.é es la ley' Problema de terminología», en e l que se reflejan algu nas de las aportaciones centrales q ue desmarcan a Gluckman de l enfoque con­vencional estructura l-func ionalist,,: por ejemplo, su énfasis en e l con­flicto y en el cambio como dos aspectos fundame ntales de l orden po­lítico de las sociedades nativas africanas.

A partir de una minuciosa revisión de la literatura disponible en inglés hasta los años sesenta so bre luchas políticas, orden, ley, co ntrol social y estabilidad y cambio en los sistemas políticos de las socieda­des tribales (entre los que se incluyen sus propios trabajos sobre los

1"li"Oducción ___________ ______ _ _ ___ 23

harotse), el autor estudia el funcio namiento de las leyes, la costumbre y las instituciones jurídicas en las sociedades tribales colonizadas por l'i imperio bri tónico.

Entre las múltiples contribuciones que contiene este texto nos inte resa des tacar cuatro: primero, la ampliación de la noción <dey» para aplicarla a cualquie r sociedad que en la práctica tenga reglas , observadas por los miembros del grupo, para definir una conducra co­rrecta (aunque carezcan de instituciones legales al modo occideula l, como sucede en la práctica en muchas sociedades tribales) ; segund o, la «(incrustació n» social de los comportamientos políticos y de las es­trategi as utilizadas para resolver conflic tos e imponer la ley, lo que supone que lo político no se pueda comprender al margen del resto de las relaciones sociales; tercero, la relación intrínseca entre ley y cos­tumbre (derecho consuetudin ario) . Para Gluckman, a diferenc ia de otros autores que se habían ocupado previamente de este tema (Nadel, 1947; Bohannan, 1957), la ley entendida como un co nju nto de normas obligatorias incluye también a la costumbre; y, cuarto, su propuesta metodológica de «estudios de caso» que utiliza en el estudio de las leyes y de la costumbre, pl eitos , disputas y acuerdos . Según la cual, propone partir de esquemas de derecho que no dependan de un voca­bulario técnico especial o particular de una tribu para ser validados.

Abundando en el carácter e tnográfi co y comparativo del estudio antropológico de distintas formas de gobierno, situamos la contribu­ción de Marshall Sahlins «Hombre pobre, bombre rico, gran hombre, jefe. Tipos políticos en Melanesia y Polinesia».

Sahlins, uno de los antropólogos contemporáneos mas va lorados, es conocido por sus investigaciones sobre las sociedades nativas del Pacífico Sur en las que ha enfatizado el estudio de la relación entre estructura e histori a (1985), una interpretación de la historicidad nati­va de los hechos, o la dimensión simbólica e ideática de la cultura frente al utilitarismo materia lista (1976). Este texto, escrito en 1963, se inscribe en una etapa temprana del autor en la que destaca su inte­rés por la c lasificación y la c9mparación de sistemas políticos prein­dustriales, uno de los temas tradicionales dentro de la antropología política. Para e llo recurre a un análisis estructural de tipos de lideraz­go «ideales», que le permite clasificar e interpretar la variabilidad po­lítica que encuentra en las sociedades melanesias y polinesias de la etapa colonial.

24 __________________ __ Antropo logín política

El es tudio de las ca rac terísticas de cada tipo político le permitcn afirmar que, mientras que el jefe polinesio es un cmgo político ins titu­c iona li zado al clI Gl I se accede med iante (a pertene nc ia al linaje que

de tenta el pode r, el g ran bombre melanesio es, más que un cargo polí­tico, un stalus, una posición que se construye socialmente a panir de

las accjones sobresalie ntes de un a persona genewlmenle basadas en la redis tribución dc riquezas (pollatch) y e n sus cualidades pe rsonales (fuertes gue rreros, líderes carismáticos). Estos liderazgos se in serta n en es tructuras po líti cas fuerle mente diferenciadas . Las melanesias son segmentarias , las polinesias piramidales: e n aquell as, los bloques po­líticos son varÜHJos, co nce ntran pocos miembros, poseen el mismo stalus y se enc uentran significafivam ente separados los unos de los otros; e n las polinesias , los g rupos es tán inlegrados a una administra­

c ión central mediante una je rarquía política y su s tatus está determina­do por el lugar que ocu pan en dic ha jerarquía. En ese últ.imo caso, la

cantidad de pe rsonas que perte nccen al grupo es mucho IH lI yor y con eJla , su capacid ad de movilización social , parlic ipac ión políli ca y mo­

vilidad socia l. La sigui cnte lectura de este se lección abu nda en e l interés por los

tipos de lider"zgo triba les, pero tras ladando la reflex ión a los eSlados­nación surg idos en África trllS la independencia colonia l de la metró­

pol i española . A parti r ele una in vesti gación elnográfi ca realizada e n los años

nove nta en Guinea Ecuatorial, Nuria Fern <indez Moreno anali za las tran sformaciones ex perime nladas por Llna estructura polHi ci:l local de jefaturas dispersas y relllLÍvament.e acéfa las e n G uinea Ecuatorial, a la

formación de incipienles es tados, y finalmenl e, a l conlro l político del gobierno coJo ni al esp<:IñoL En e l tex to Resislencia, Decadellcia y co­lonización en. la isla de Biokv. Análisis de lo eSlruc(ura política bub; la aulora iluslm el impacto del pl'Oceso político de colonización-des­co loni zac ión en las estructuras polít icas trad ic ionales, consta nte desde

mediados del siglo x x en numerosos pueblos "fricanos y con impor­tantes repercus iones en la confi guración política con te mporánea de

Áfri c". Entre las contribuciones que contie ne esta lectura para el es tudio

Iranscu ltura l de las formas de gobierno destaca en prime r lugar la pro­

pia elección de l escenari o empírico de estudio, la sociedad bubi con­temporánea. Fren te a la abunda ncia de etnografía s realizadas e n las

1" lt 'lI hH.:ción ______________________________ 25

/ , \11 ; 1'-; de influencia colonial anglófona y fraocófonas de Áfri cLl , ape-11:' -': con tarnos con regis tros etnográfi cos de otras áreas que nOS per-

11111 , 111 ampli ar nuestro conocimien to sobre los mod elos co loni<:l les

"' IH.': I'imentados Y sus forma s de funcionam ie nt? ; fre nle a J<:I mera , ttll stalación de la evolu ción polí tica de esta socIedad , en es te re xto

1I .... :l lla e l minucioso trabajo hi stórico rea lizado por 1<:1 autora a l resca-

1:11 , filtrar y contrastar Ja información sobre la org<lniza:i~n nativa . d~s ­I't'I" .... a entre la bibJiografía. ta mayoría procedente de v l aJero~ y 1D 1S10 -

Ill'lnS que conocieron la is la e ntre fin es del siglo XIX Y COlTI lenZOS d~1 \ '\, caracleri zada por su orieulación colon iali sta, sesgi:tda y ~tnocéntn ­I ' a . Esta l<lbor sobre las fuentes permite deshacer errores de lnlerpreta­" i" n sobre las forma s de liderazgo bubi . Por últi mo , re lacionado cOn ,''''c énfasi ~ melodológico en el pasado, interesa des tacar el uso de un a

:\lllropología de fue rte contenido históri co que comb!~~a el análi sis de 1", fue ntes del pasado y e l trabajo de campo etnogrohco sobre la so­ciedad del presente, desde el que Fernández sustenta una de las lllpÓ­Inis principales de su investigac ión: aque ll a que vincll.la la .estructura

I",lítica y social de la sociedad bubi del pasado con la s¡tuac¡óu posc~­lon ial de l presente, uno de los debat.es tr<:losversales en an~ropo l ogJa polHica desde co mienzos de los años sereota has~a la actualidad. .

E l interés por el análi s is hi stórico de tos s l s le ~as de org(1 1~ I Z i:t · ('ión políti ca y del poder e n las sociedades precoloJ11ales y cololllales del pasado es aún más determinante si cabe en la SIgUiente con~nbu­c ióo. ~1aría Rostworowski, nOS transporta al continente suramencano en los siglos xv y XVI para analizar la organización so~ial y po lftic<:l de

uno de los estados prein duslriales más originales, los meas o Tahuau­línsuyu, voz quechua que significa el «impe rio de las c uatro regIO-

nes». . . Lo composición. social del Tahuantins uyu recoge varws seccIO-

nes extraídas del libro Historia del Tahuunrinsu )'u (1988), una de las obras de referencia para e l conocimiento del imperio inca, apenas co­nocida en España , razón por la cual consideramos tle especial interés

incluirlo en esta compilación de texloS. En este capítu lo la autora investiga la organización social y polí­

ti ca de este grupo étnico, antes del «cataclismo organizativo» impues­to por el gobierno colonial español. E l Tahuantinsuyutu vo un desarro­ll o tardío que se remon ta a comien zos del sigl o xv, apenas no:enla años antes de que Pizarra llegase en 1532 a las costas del temtorlo

26 ___________________ AnLropología política

peruano. En ese corto espacio de tiempo los incas se ex pandieron por un área de una extensión aproximada de 5.000 kilómetros - desde el sur de Colombia, todo Ecuador, Perú y Bolivia, el nOrte y centro de Chile y el noroeste argentino- habitada por una población estimada entre 3 y 15 millones de personas (Pérez, 2008, p. 248). La originali­dad de este imperio consistió en aprovechar y dotar de enverg adura estatal un conjunto de instituciones económicas y políticas de los pueblos suby ugados previamente. Entre ellas, la autora destaca el papel desem­peñado por el ayllu, los curacazgos o señoríos, la organi zación bina­ri a, la religión y la lengua, y la reciprocidad y la redistribución como sistemas de intercambio.

Otro aspecto de crucial importancia para la organ ización del im­perio inca, se refi ere a la existencia de una lógica binaria que rige la concepción prehispánica del poder «hanan-hurín » (,,·,i ba-abajo). Este principio impregnaba tanto lo organi zación del panteón de divinida­des, los ejércitos, los ay lIus, los curacazgos, la di visión jerárqui ca del territorio y nna forma de gobierno dual que se convertía en una cua­tripartición , cama se deriva de la voz quechua utilizada para denomi­nar la unidad territorial del imperio de las cuatro regiones o «Tah uan­tinsuyu».

Basándose en la información obtenida a través de una enorme cantidad y variedad de fuente s (crónicas, tradición oral, libros de visi­tas, juicios, tasas de tributos y censos), la autora interpreta este siste­ma dual en el orden político que presidió la expansión y el posterior gobierno inca, uno de los debates que más controversia han generado en la hi storiografía andinista moderna (Zuidema, 1964; Pease, 1991 ; Rostworowski, 1983 y 1988). Al menos dos elementos más resultan fundamentales para comprender la rápida expansión política de este grupo étnico: la imposición de un a lengua (el quechua o runa-si mi), y de una religión (basada en el culto al sol o inti) co mún a todos los pueblos sometidos. Los gobernantes incas, los «hijos del So!», fueron de este modo reconocidos como jefes legítimos de un vasto imperio.

Entre las múltiples contribuciones de este estudio destacamos el profundo conocimiento de las fuentes, así como el reto permanente que la autora nos propone para no partir de una perspectiva occidental en la interpretación social, económica y política del Tahuantin suy u. Sólo de ese modo, seña la Rostworowski, es posible comprender la diarquía del incanato, la existencia de señores esclavos (curacas yana),

l"II,,,lul.:óón __________________________ 27

l., I,ruriedad privada conviviendo con la reciprocidad y la redistribu­' 1\111 , una forma selectiva de registrar los sucesos históricos, y los mo­do:-, de conquista y las pugnas internas al elegir soberano_

La sección segunda se cierra con una contribución que nos de­\-ul'! ve a la época actuaJ retomando otro de los temas clásicos en an­,,, 'I'o logía política, el estudio de la ley y de su aplicación en socieda­d, -:-, Ilativas , con el que Gluckman iniciaba esta sección_

Si, como hemos visto, hasta los años sesenta del siglo xx un ele­\":Ido número de antropólogos inspirados por el fu ncionalismo y el ,·,ll uctural-funcionalismo (ver textos de Fortes y Pritchard, Sahlins y , ¡I"ckman en esta compilación) encontraron un fil ón de estudio en los ."pectos relacionados con el estudio de la ley y el mantenimiento del (J ' den entre los pueblos tribales de África, Nortea mérica y el Pacífico, ,." los comienzos del siglo XXI se produce un renovado interés por la .,nlropología jurídica en el estudio de situaciones de pluralismo legal ,." contextos poscoloniales. El aumento de la condición multicultural dc ladas las sociedades, la creciente normati vidad a nivel internacio­",Ji sobre el reconocimiento de los derechos políticos de los pueblos ",dígenas y un aumento de la descentralización que favorece el respe­'o a los mecanismos locales de administración y resolución de con flic­tos, son algu nas de las circunstancias recientes que ex plican ese reno­v"do interés por la antropología jurídica.

En Estructura. social, normas Y poder. El pluralismo jurídico en América La.tina. , Wolfgang Gabbert (2003) debate sobre la estrecha ,elación entre el derecho positivo nacional y el derecho consuetudina­,·io de las comunidades y pueblos indígenas de América Latina. Vlili­landa numerosos ejem plos procedentes de las comunidades indígenas mexicanas, este texto contribuye a desmitificar un a serie de alegatos culturalistas tanto sobre las comunidades indígenas: su supuesta ho­mogeneid ad cultural, el origen prehispánico de sus formas de organi­l.aci6n; como sobre el propio derecho consuetudinario, a menudo asu­mido co mo un corpus coherente de normas, aceptado por todos y fác il mente traducible y aplicable en cualquier ámbito como sustento

de la armonía social. A diferencia de la antropología jurídica de la primera mitad del

siglo xx, fijada sobremanera en el estudio de las leyes (ver Gluckman en es te libro) , Gabbelt se interesa por los individuos en tanto que su­jetos políticos y en sus estrategias de negociación en su lucha por el

28 ----- ---------- --_ _ Antropología política

poder. Para ello, resalta la fuerte imbricación del derecho consuetudi­nario encajado en las relaciones sociales, situación de Ja que deriva su heterogeneidad, su flexibilidad y su dinamismo. Como el autor ilustra en esta contribución, la penetración del derecho nacional y del estado en las comunidades indígenas, lejos de debi li tar las prácticas Consue­tudinarias sirve para fortalecerlas y adaptarlas a nuevos contenidos e intereses locales.

III. Políticas de la antropología

Para terminar eSle libro. la tercera sección Polllicas de la Antropología busca plantear la relaciÓn. siempre inCÓmoda y siempre presente, entre antropología y política. Sin duda, uno de los debates recurren tes en an­tropología política desde comienzos de los años setenta del siglo xx, en que la antigua form a de dominación polí~co-administrativa colonial ha ,sido reemplazada por unas nuevas relaciones neocoloniaIes.

Si, Como nos recuerda Vincent ( 1990. p. 2), no se puede afirmar que la antropología política ha sido simplemente una forma de ideolo­gía colonial. como demuestran los enfrentamientos a fines del XtX en­tre los primeros antropólogos evolucionistas con el gobierno federal de Estados Unidos denunciando el régimen colonial y las consecuen­cias de la dominación, o aquellos desarrollados en el Reino Unido sobre comunidades rurales inglesas e irlandesas tratando de medir las consecuencias sociales y políticas de la industrialización. No fue ron las corrientes críticas del enfoque antropológico de la política las que asu mirían la hegemonía en el periodo en el que se produce la institu­cionalización de la anu'opología politica . La política del gobierno in­direclo por la que optaron la mayoría de los gobiernos coloniales fue, como hemos visto, un estímulo para un buen número de antropólogos, espec ialistas en sistemas de leyes y gobiernos autóctonos que, al ser­vicio del gobierno colonial, se encargaron de buscar la mediación de líderes o gobernantes títere en sociedades previamente consideradas «acéfalas» por los antropólogos.

Esta lendencia se rompe en la década de los sesenta, en pleno proceso de descolonización del imperio británico en África, cuando comienzan a surgir voces disonantes sobre el funcionali smo en antro-

lulI l)(llICción ___ ___ _ _ ______________ 29

I",logía social y sobre la respelabilidad de la empresa anu·opológica. ( '" mo nos recuerda Talal Asad en Anthropology Qnd ,he Colonial EIl­•• ",.rt.ler (1973), la teoría de la dependencia, los procesos de descono­Ionización y la emergencia de las historiografías indígenas y naciona­les asociadas a esos procesos, apuntaron abiertamente a la complicidad de la antropología para garantizar la dominación indirecta de las co­!onüls.

Talal Asad, uno de los antropólogos contemporáneos más rele­vantes y reconocidos, irrumpe en 1973 con esta crítica mordaz sobre ,.¡ papel polftico desempeñado por el paradigma estructural-fu nciona­lISIa en el desarrollo de la antropología social. Era la primera vez que ... t..: discutía abiertamente en un ámbito académico del colonialismo en ;lIl1ropología.

La alllropología y el encuentro coLonial, traducida para esta compilación , es la introducción a un libro del mismo nombre que re­~oge doce con tribuciones, procedentes de un semi nario celebrado en la Universidad de Hull (Reino Unido) en 1972. que documentan y

analizan las formas en las que teoría y práctica antropológicas se vie­Ion afectadas por el colonialismo británi co.

En este lexto, pionero de los estudios coloniales en antropología, Asad nos invita a reflexionar sobre el por qué de la obsesión antropo­lógica en proclamar su neutralidad política, a pesar del consenso ge­nerali zado qu e existe en reconocer sus profundas relaciones con el coloni alismo, fundamentales para explicar su surgi miento como disci­plina científica, su consolidación profesional y su contribuc ión a la do­minación europea de sociedades no europeas. El autor describe la his­loria de dominación en la que surge la antropología y se producen sus objetos de estudio , destacando el encuentro de poder desigual entre Occidente y el Tercer Mundo que se remonla a la aparición de la Euro­pa burguesa, en la que el colonial ismo es solo un momento histórico (ibid. , p. 3 1).

Para caraclerizar las relaciones de poder entre Occiden te y el Tercer Mundo, Asad propone reflexionar sobre el esta tus epistemoló­gico de la antropología en tanto que ciencia social burguesa, en las políticas de la antropología, que da títu lo a esla sección: qué eSludia la antropolog(a (la elección del objeto), cómo se define su objeto (bajo que tratamiento teórico), quién define (quien paga la investigación), el para qu é de la investigación , en qué contexto (las condiciones prácti-

30 -------- --_ ______ Anlropologia política

cas políticas y económicas del sis tema colonial dentro del que se ubi­ca), en qué lengua se expresa ese conocimiento (lenguajes «científicos» occidenta les de difusión) y bajo qué tipo de racionalidad (tecnocráti­ca-occidental). El hincapié en e l contexto hi s tórico colonial y posco­lonia l de producción de los objetos de estudios se irán forta leciend o en años poste riores con auto res como Edward Said con su noción de «orientalismo» ( 1968) , y los más recientes «estudios poscolon iales» que constitu yen una de las más influyentes perspecti vas de reflexión e in vestigación transdi sciplinari a (B habha, 1984; Guha y Spivak, 1988; Mignolo, 2007).

Abundando en e l debate sobre la re lación entre teoría y práctica en an tfopologia y e l papel político que desempeña la antropología y Jos antropólogos, como parte de un conjunto más amplio de inte lec­tuales que produce n conocimiento, se sitúa la siguiente contribución

de John Gledhill Anlropologia y polílica: compromiso, responsabili­dad y ámbito académico ( 1999).

Desde una aprox imacióu hermeneútico- reflexiva Gledhill resca­ra en este capílU lo el viejo debate que anali za la relación entre ciencia y ética: ¿para quién se prod uce e l conocimiento antropológico? Para responder a esta pregUnla, el autor propone distingu ir enu"e varios ni ­veles de análisis: la políti ca de la producción del conocimiento antro­pológico, ana li zando las re laciones de poder entre la institución que paga y el in ves ti gador; ejemplos de antropología aplicada que pl antea problemas éticos; y por último, las relaciones de poder que se estable­cen entre el in vestigador y las personas estudiadas durante todo el pro­ceso de in ves ti gación, trayendo a colación e l in teresante debate man­tenido entre Nancy Sc hepe r-Hughes y Roger D 'Andrade en la revista CurTent Anthropology (1995).

Su propuesta sobre la intervención política de los ant ropólogos, no se cen tra tanto en un si o Un no tajante ya que, como bien señalJ el autor, en ciertos contex tos ésta es inev itable, sino más bien en anali­zar las premisas y los efectos -deseados o no- que p lantea cual­qui er ti po de intervención, ya sea a través de la escritura o de la re­presentación y la acción política directa en el contex to, o cualquier otro campo de actuación y militancia extra-académico y ex tra-territo­rial. Coincidimos plenamente can e l autor (ibid., p. 19) cuando afir­ma que e l verdadero problema que encara la antropología política hoyes la herencia histórico de la dominación occidenta l, la co ntinui-

Il lt roducción ____________ __________ 31

<I;¡d de la hegemonía mundial de las potencias del No rte y las mani­fes tacio nes del dom inio racial y colonial en la vida social y política ".I eroa de los países metropolitanos. Ojal a que este libro de lecturas ,·ol1tribuya, en alguna medida, a la tarea pendiente de descolon izar la ,,,'tropología .

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PRIMERA PARTE

SITUANDO LA ANTROPOLOGÍA POLÍTICA

l . Sistemas políticos africanos*

M eyer Forles y E. E. EvolIs-Pritchard

Objetivos de este libro

Uno de los objetivos que nos planteamos al miciar este eSlUdio era proporcionar un libro de consulta que fuera útil para antropólogos , pero esperamos que también sea una contribución a la política compa­rada. Estamos seguros de que hemos alcanzado el primer objetivo, por cuanto las sociedades que hemos incluido son represe ntativ as de los tipos más comunes de sistemas políticos africa nos; tomadas en su conjunto, deben permitir al estudioso de África apreciar la gran varie­dad de tipos. Los ocho sistemas descritos en el presen!"e trabajo perte­necen a áreas bien distintas del continente africano. La mayor parte de las formas descrit as son, de hecho, variantes de un a pauta de organiza­CIón política que es común en las sociedades contiguas o vecinas; de ahí se deduce, pues, que el libro comprende gran parte de África. So­moS conscientes de que no se hallan representados todos los sistemas políticos africanos, pero creemos que los ensayos que presentamos saca n a la luz todos los principios básicos de organ ización política africana.

Varios de los colaboradores han descrito los cambios que han tenido lugar en los sistemas políticos que han investigado como con­secuencia de la conquista y la dominación europeas. Si no hemos acentuado este aspeclo, es porque la mayoría de los colaboradores está

>!< En AlUropologlo Político. J. R. Llobera (comp.), Anagrama, Barcelona, 1979, pp. 85-L05 [e. o. inglés «Tn(foductiom>, Africo/l Polificol Sysfems , Oxford Univcrs ity Press. Londres, 1940].

38 ------------- - __ Situando la Antropología Polftica

más interesada en los problemas antropológicos que en los problemas adminis trafi vos. Con esto no queremos decir que la antropología no esté interesada en asuntos prácticos. En un momento hi stórico en que

la política de gobi erno indirecto es generalmente aceptada, nos atreve­ríamos a sugerir que. a largo plazo, esa política sólo puede ser venta­josa si Se compre nden los principios de los sistemas políticos africa­nos de qu e se ocupa este li bro.

Una muestra representativa de la s soc iedades africanas

Cada ensayo de este libro representa la condensación de un estudio detallado del sistema político de un pueblo concreto. Ese estudio ha sido realizado en fecha reciente por investigadores cualificados en teoría antropológi ca, que han utilizado los métodos más modernos de trabajo de campo. La brevedad de cada ensayo no hace justicia a algu­nos lemas impOltanLes ; no obs tante, cada uno de e llos proporciona un criterio útil para clasificar los sistemas políticos de otros pueblos que habitan en la misma área. Es te libro no ofrece un intento de cJasifka­ci6n de este tipo, si bien reconocemos que s in esa clasificación no pu ede e mprenderse sat is factoriamen te un estudio comparado de las instituciones políticas afri canas. Sería posible, pues, estudiar todo el campo de sociedades adyacentes a la luz del sistema ngwato, del sis­tema tale, del sistema ankole, del Sistema bemba, etc ., y, mediante análisis , formul ar los rasgos básicos de una serie de si stemas políticos que se encuentran en grandes áreas. Es muy probable que el análi sis de los resultados obten idos mediante esos estudios comparados, en campos donde hay un gran abanico de sociedades que se caracteriza­ran por poseer en común numerosos rasgos de sus sjste mas políticos, permitiera ll egar a generalizaciones científicas válidas; este procedi­miento es más adecuado que el de comparar sociedades concretas que pertenezcan a áreas y tipos políticos diferentes.

No queremos Can ello sugerir que los sistemas políticos de las sociedades gue manifiestan Un alto ni vel de semejanza cultural gene­ral son necesariamente del mismo tipo, si bien por regla general tien ­den a serlo. S'in embargo, es Importante no olvidar que a menudo nos encontramos con que en un área cul tural o lingüística co ncreta existen

' ,¡ '.kIil<\S políticos africanos _____________ ____ 39

\'; 11 l O S s istemas políticos que presentan diferencias importantes entre '1. In versamente, sociedades de cultura totalmente diferente tie ne n a \' tTCS e l mismo tipo de estructuras políticas. Esto puede ve rse inclu so , ni", ocho sociedades estudiadas en este libro. También sucede que j11'ocesos sociales con idénticas fun ciones pueden manifestar conteni­do, culturales totalmente diferentes. Esto puede ilustrarse claramente ,'n la función de la ideología ritual en la organización política africa­n.1. Entre los bemba, los banyankole, los kede y los tallen si los valores 1I11 \ li cos van unidos al cargo político, pero los símbolos e ins tituciones ~ ' rt que se expresan esos valores son muy distintos en cada una de las ( lIatro sociedades. U n estud io comparado de los siste mas polüicos tie­Il e que realizarse e u un plano abstracto donde los procesos sociales ,,,'cden despojados de su idioma cultural y reducidos a sus términos Itlncionales, Entonces se ponen de manifiesto las semejanzas eSIJUCtu­,,,les ocultadas por la disparid ad cultural, a la vez que detrás de la "antalla de la uniformidad cul tural aparecen las diferencias estructura­Il:S. No hay duda de que existe una conexión intrínseca entre la cultura de un pueblo y su organi zación social, pero la naturaleza de esa co­nexión es uno de los problemas fundamentales de la sociología, y no podemos por menos que insistir en que no deben confundirse esos componentes de la vida social.

Creemos que las ocho sociedades aguí descritas proporcionarán :d estudiante no só lo L1na perspectiva a vista de pájaro de los princi­pios básicos de organización política afri cana, sino gue le permitirán tambié n extraer un cierto número, elemental si se quiere, de conclu ­siones de tipo general y teórico. Sin embargo, cabe señalar que el ob­jetivo principal de todos los que han colaborado en este libro ha sido proporcionar un informe preciso y descriptivo, y gue hrul subordinado sus especulaciones teóricas a ese fin . En la medida en que se han per­mitido ex traer conc1u s'iones teóricas, éstas vie nen determinadas en gran parte por la posi ción que han tomado con respecto a lo que cons­titu ye la estructura política. No todos están de acuerdo sobre este pun­to. Al presentar nuestros puntos de vista hemos preferido evitar todo tipo de referencias a Jos escritos de los filósofos políticos; al actuar de esta forma estamos seguros de contar con el apoyo de todos los auto­res que han colaborado en este libro.

40 ---- - ---- --_ _ __ SiluancJo la Antropología Política

Filosofía política y ciencia política comparada

Nuestra opinión es que las teorías de los fi lósofos políticos 110 nos han ayudado a comprender las sociedades que hemos in vestigado, por eso las consideramos de escaso va lor científico. La razón principa l es que las conclusiones de esas teorías no acostumbran a es tar formula­das en base al comportamiento observado, o no Son snsceptibles de ser contras tadas mediante este criterio. La fil osofía política se ha ocupado funda mentalmente de l deber ser, es decir, de cómo deherían vivir los hombres y de qué tipo de gobierno deberían tener, y no de cIHíles son SllS costumbres e instituciones políticas.

Cuando los filósofos políticos han tratado de entender las institu­ciones ex istentes, en vez de tratar de justifkarlas o de socavadas, lo han hecho en funció n de la psicología popular o de la his toria. Por lo co­mún han utilizado hipótesis sobre e tapas primitivas de la sociedad hu­mana en las que se suponía que no ex istían instituc iones políticas, o han desplegado esas etapas de nn modo muy ru dimentario, tratando de reconstruir el proceso mediante el cual las instiwciones políticas típi­cas de sus propias sociedades han evolucionado a partir de las formas

e!ementaJes de organización. Para vali dar sus teorías, los filósofos 1'0-lltl cos de nuestros días recurren a menudo a los datos que aporta n las SOCIedades primitivas. Si en ocasiones esos datos les inducen a error no es culpa suya, ya que se han hecho pocas investigaciones antropo: lógIcas so bre los sistemas políticos primiti vos, si las comparamos con las Iflvestigaciones que se han realizado con respecto a otras insti tu­cjones, costum bres y creencias primitivas; en el campo comparativo, los estudios de los sistemas po!íücos primitivos Son casi inex istentes. I

Como no c reemos que puedan descubrirse los orígenes de las institu­ciones primiti vas, su blísqueda nos parece un ejercicio inútil. Creemos hablar por todos los antropólogos sociales cuando decimos qne un es­tudIO CIentífico de las instituciones políticas debe ser inducti vo y com­parattvo, a la vez que debe aspirar únicamente a establecer y explicar

L ~ i bie.n ~i~entim~s de sus métodos y conclusiones, los trabajos del profesor R. H . ~~wle PrmllflV(! SOCI~ty. (1920) y Origin ,01 ,he SI.are ( 1927) constituyen una excep­c ~ o n , ~r lo que s~ reflele n la .ant~·opol.og l a. Es eVldente que Jas obras de los grande:; histori adores legallstas'y co nstll ucJOnalls l~s como Maine, Vinogradoff y E. Meyer per­tenecen a otra cate~ona.; Lodos los estndlosos de las instituciones políticas están en deuda Con los trabaJO:; pIOneros de estos inves tigadores.

Sistema :; polÍl icos africano!> _____ ____ . _ _ _ ____ 41

las uni formidades que existen entre esas instituciones, así como la in­te rdependencia con otros rasgos de la organiz.ación social.

Los dos tipos de sisle mas polí ticos estudiados

Se observará que los sistemas políticos descritos ell este libro pueden englobarse en dos categorías fundamentales . Uno de Jos grupos, al que llamaremos (grupo A», está compnes to por sociedades en las que ex iste antori dad centralizada, maquinari a administrati va e institucio­nes jurídicas; en otras palabras, un gobierno. En esas soc iedades las divi sioncs de riqueza, privilegio y esl'a tus corresponden a la di s tribu­c ión de poder y dc autorid ad. Este grupo comprende a los zu lu, los ngwa to, los bemba, los banyan kole y los kede. El otro grupo, a l que denominaremos «grupo B), está compuesto por soc iedades que ca re­cen de autoridad centralizada, de maqltinaria adminislraLiva y de insti­tuciones jurídicas constituidas, en pocas palabras, que carecen de go­bierno; en esas sociedades no ex isten marcadas divis iones de rango, estatus o riqueza. Este grupo comprende a los logoli , los nner y los tallensi. Aquellos que consideran que el Es tado debiera definirse por la presencia de instltucione:=; gubernamentales considerarán al primer grupo como E.~tados primiti vos y al segundo gru po como sociedades sin Estado.

El tipo de información que man ejan y e l tipo de problemas dis­cntidos en la desc ripción de cada sociedad varían en gran med ida en función de la categoría a la que pertenezca la sociedad . Los autores que hau estu diado las sociedades de l «grupo A» se concentran fun ­damentalmente en descri bir la organización gubernamenta l. En con ­secuencia, dan cuenta del esta tus de los reyes y de las clases, de los roles de los fun cionarios administrativos de un tipo u otro, de los pri­vilegios asoc iados al rango, de las diferencias de riqueza y de poder, de la regu lación de los impuestos y de los tributos, de las divisiones territoriales de l Estado y su re lac ión con la au toridad cenu·a l, de los derec hos de los súbditos y de las obligaciones de los dirigentes, y de los frenos a la autorid ad. Los que han es tudi ado las soc iedades del «Grupo B» no podían discutir estos temas y, por co nsiguiente, se vie ron forzados a considerar qu é es lo que podría constituir la es-

42 ---- -------- ___ Situando la Antropología Política

tru ctora políti ca de un pueblo que carec iera de form as ex plícitas de go bierno. Entre los pueblos que poseen di visiones territori ales bien marcadas, como es el caso de los nuer, este problema es senci llo , pero no es así cuando, como sucede entre los logoli y los tallensi, no ex isten unidades políticas que puedan definirse espac ialmente de una forma clara.

El parentesco en la organ ización política

Una de las diferencias más destacadas entre los dos grupos es el papel que desempeña el sistema de linajes en la estructura política. Es im­portante distinguir aq uí entre el sistema de parentesco entendido como el conjunto de relaciones que unen al individuo con otras personas y can unidades sociales concretas, todo ello a través de los lazos efime­ros de la familia bi lateral, y el sistema segmentario de grupos perma­nentes basados en la fili ación unilateral, qu e den ominaremos sistema de linajes. Únicamente este último establece unidades corporati vas con funciones políti cas. En ambos grupos de sociedades el parentesco y los lazos domésticos desempeñan un papel importante en la vi da de los indi viduos, pero su relación con el sistema político es de orden secundario. En las sociedades del «grupo A» es la organización admi­nistrati va la que regul a principalmente las relaciones políticas entre los segmentos terri toriales, mientras que en las sociedades del «grupo B" es el sistema de linajes segmentarios.

El ejemplo más claro lo tenemos entre los ngwato, cuyo sistema político se parece a la pauta moderna, que nos es familiar, de la na­ción-Estado. La unidad política es esencialmente un grupo territorial en el que el plexo de los lazos de parentesco sirve meramente para cimeutar los ya establecidos por pertenencia al distrito, a la región y a la nación . En las sociedades de este tipo, el Est"do no es nunca la ex­tensión general del sistema de parentesco, sino que está organi zado en base a principios totalmente diferentes. En las sociedades del «grupo B» los lazos de parentesco parecen desempeñar un papel más destaca­do en la organi zación política, debido a la estrecha asociación existen­te entre el grupo territorial y el grupo de linaje, bien que ese papel sea todavía de segundo orden.

· .. ·.11 II la.\ polílicos afric anos _____ _ _________ __ 43

Nos parece probable que sea posible distinguir tres tipos de sis­"' 11 11 1:-: políticos, En primer lugar, ex isten aquell as sociedades muy pe­'1' ". ",,, (aunque en este libro no se hall an represe ntadas) el1 la s que 111\ hl so la unidad políti ca más amplia engloba a un grupo de perso uas , p ie \c hallan relacionadas entTe sí por lazos de parenLesco; por eso las lO Lu..:iones polCticas coinciden con las relaciones de parentesco, y la ,', llud ura polilica y la organización de parenl esco son uua y la misma , ",,1. En segundo lu gar. existen sociedades en las que la estructura del IIII :IJC constitu ye el marco del sistema po1ltico; en estas sociedades " \ I\t ~ una coordin ación prec isa entre ambos sistemas, de forma que , ;"1,, Ul10 está de acuerdo con el otro, si bien cada uno de e llos sigue ',H'ndo inconfundible y autónomo en su esfera propi a, En tercer Jugar, , , ¡\[en sociedades en las que la organización administrativa es el milI'· 1 ,1 dc la estructura políti ca,

La ex. tensión numéri ca y terriLOriaJ dc un sistema político varía .Ir acuerdo con el tipo a que pertenece, Un :-:; istema de parenl esco no 11 :ll'cce capaz de unir a un gran número de personas en una organiza· 1 1{'ln única para la defensa y para la resolución de connictos mediante ,' 1 ;u'bitraje como un sislema de linajes, lllientTHs que éste no parece ";qwz de unir un núrnero tan grande de personas como un sistema ad-111111 istrati vo,

1,,, influenc ia de la de mografía

t" digno de notarse que la unidad política eu las soc iedades con orga-111 l.3ción estatal es numédcamente mayor que la ex istente en las sacie· dades sin una organi zación es tatal. Los grupos políticos más grandes '1"e ex isten entre los ta llensi, los lagoli y los nuer no pueden competir numéricamen te con el cuarto de millón de personas del Estado zulú (datos de 1870), con las 101.000 del Estado ngwato ni con las 140.000 del Estado bemba. Es cierto que los kede, y la población que tienen subyugada , no son tan numerosos, pero hay q"e recordar que forman parte del vasto Estado nupe . Con esto no queremos sugerir que las lInidades políticas de las sociedades sin Estado tengan que ser necesa­riamente pequeñas, ya que las unidades políticas de los nller llega n a alca nzar hasta 45 .000 personas, tampoco que una unidad política con

44 _______________ Situando la Antropología Politica

organización estatal tenga por qué ser muy grande numéricamente; lo que sí es probablemente cierto, es que existe un límite de población que, una vez superado, requiere la existencia de algún tipo de gobier­no centralizado.

La magnitud de la población no debiera confundirse con la den­sidad de población. Es posible que haya alguna relaci6n entre el grado de desarrollo po lítico y la magnitud de la población, pero sería inco­rrecto suponer que las in stituciones gubernamentales aparecen en las sociedades con mayor den sidad. A juzgar por nu estra mu estra, lo opuesto es igualmente posible. La densidad de los zuhíes es del 3,5, la de los ngwatos del 2,5, la de los bemba del 3,75 (por milla cuadrada), mieutras que la de los nuer es más elevada, y la de los taUensi y logo­Ji todavía más. Podría suponerse que los densos y permanentes asenta­mientos de los ta llensi llevarían necesariamente a una forma centrali­zada de gobierno , mien tras que la gran dispersi6n de las aldeas itinerantes de los bcmba sería incompatible con un gobieruo centrali­zado. De hecho, sucede todo lo contrario. Aparte del material recogido en este libro, existe documentaci6n sobre oU'as sociedades africanas que podrían citarse como prueba de que una poblaci6n grande con una unidad política y un grado elevado de centralizaci6n política no van necesari amente juntos con una gran densidad de población.

La influenc ia de l modo de subsistencia

La densidad y la distribución de la población en una sociedad africa­na están relacionadas claramente con las condiciones ecol6gicas, que también afectan a todo el modo de subsistencia. Sin embargo, es evi­dente que diferencias en los modos de subsistencia no determinan , por sí mi smas, diferencias en las estructuras políticas. Los ta/lensi y los bemba son pueblos agricultores; los primeros tienen agricultura fija, los segundos agricultura itinerant e; sus sistemas políticos son muy diferentes. Los nuer y los logoli , del «grupo B", y los zulúes y los ngwato, del «grupo A», practican una mezcla de agricultu ra y ga­uadería. En un sentido general, puede decirse que los modos de sub­sistencia, junto con las condiciones del medi o ambiente, que siempre imponen límites efectivos sobre los modos de subsistencia, determi-

· " .. I ~· l l l a~ polít icos africanos _______ __________ 45

" :0 11 los valores dominantes de los pueblos e influyen fu ertemente en ' , 1\ "; organizaciones sociales, con inclusión de sus sistemas políticos. I :. :-.10 .~e pone de manifiesto en las di visiones políricas de los Duer, en

1:1 di slribución de los asentamientos kede , así como en la organiza­• ,, 'Jll administrativa que los engloba, y en el sistema de clases de los IJ.ttlyankole.

La mayor parte de las sociedades africanas pertenecen a un or-11\"\\ económico muy diferente del nuestro; se trata fundamenl aJmenle dr " una economía de subsistencia, con una diferenciac ión muy rudi-11Il:I1Laria del trabajo productivo y sin ningún meca ni smo para la acu­IlllJl ación de riqueza en forma de capital comercial O indu suiaL Si ('xiste acumulac ión de riqueza, es en forma de bien es de CQnSUlno o

II IGI'Cancías, o bien se usa pala mantener a un número creciente de fa­

Iltiliares o personas dependientes. Por eso la riqueza (jende a di siparse

11IIlnlo y no da lugar a divisiones de clases permanentes. Las diferen­, i.\s de estatus, de rango o de ocupación actúan independienteme nte .t .. las diferencias de riqueza.

En los sistemas políticos del «grupo A» los pri vilegios econ6mi · \ us, tales como los derechos a recaudar .iJnpuestos. obtener lrjbutos y

"'cabar trabajo, son a la vez la recompensa principal del poder políti­nI y un medi o esencial para mantenerlo. Pero exi ste también el con-11 :lpeso de obligaciones económicas que, como en el caso anterior, vienen fuertemente respaldadas por sanciones in stitu c ionalizadas. I'"mpoco debe olvidarse que aquellos que obtienen un máximo bene­ri cio económico de su cargo político tienen también la máxima res­puusabi lidad en los campos administrativo, jurídico y religioso.

Si las comparamos con las del «grupo A», las diferencias de ran­);tl y de estatus que existen en las asociaciones del «grupo B» son de poca importancia. El cargo político no coulleva privilegios econ6mi­cos, si bien puede suceder que el poseer más riquezas de lo normal sea IIn criterio de las cualidades o estatus requeridos para el liderazgo po­lítico, ya que en estas sociedades económicamente homogéneas, igua­li tarias y segmentarias, la obtención de riqueza depende ya sea de las cualidades excepcionales de la persona o de Sll S logros, ya sea de su estatus superior en el sistema de linajes.

46 ___________ ____ Si tuando la Antropología Política

Los s is temas políticos compuestos y la teoría de la conquista

Puede aducirse que sociedades sin gobierno central o sin maquinaria administrativa, como los logoli , los tallen si y los nuer, evolucionan hacia ESlados como los ngwato, los zulúes y los banyankole como resultado de la conquista; se sugiere ese tipo de evolución para los zu lú es y los banyankole. Sin embargo, la hi storia de la mayor parte de los pueblos tratados en este libro no es lo sufi cientemente conoci­da para permitimos afirmar con certeza cuál ha sido el curso de su desarroll o político. El problema debe, pues, plantearse de forma dis­tinta. Todas las sociedades del «grupo A» parecen ser una amalgama de diferentes pueblos, cada cual co nsciente de su origen e historia úni cos. Con excepción de los zu lúes y de los bemba, son hoy todavía cnlturalmente heterogéneos. Podemos pregnntarn os. por consiguien­te, hasla qu é punto puede establecerse una correlación entre la hete­roge neid ad cu ltural de una sociedad y su sistema administrativo y autoridad central. Los datos aportados por este libro sugieren que la heterogeneidad económica y enltural va asociada a una estructura po­

lítica de tipo estalal. La autoridad centralizada y la organización ad­ministrati va parecen ser necesarias pa ra acomodar a grupos cultural­mente di stintos en un sistema político úni co, e~pecialmente cuando estos grnpos poseen modos de subsistencia diferentes. Si ex isten grandes diferencias culturales, y espec ialmente si ex isten divergen­cias económicas muy marcadas, el resultado pu ede ser un sistema de clases o de castas. Pero también existen formas centralizadas de go­bierno en pueblos de cultura homogénea y con poca diferenciación económica , como es el caso de los zul úes. Es posible que sea más fácil soldar pueblos de cultura di versa en un sistema político unitario sin la aparición de clases cuando esas diferencias culturales no son muy marcadas. No se precisa una forma centralizada de gobierno para permitir que grupos diferentes de culturas estrechamente rela­c ion adas, y qn e tienen e l mismo modo de subsistencia, se amalga­men , ni tampoco es necesario qu e esa cen tJ:alización su rja como re­sultado de la unión. Los nuer han absorbido, mediante conquista, a gran número de dinka; ambos son pueblos pastores y tienen una cul­tnra muy similar. El sistema de incorporac ión a los linajes nuer ha sido mediante adopción y otros medi os; sin embargo, es to no ha pro­dn cido como resultado una estructura de clases o de castas, ni tampo-

\ 1\ h;. IO:'I S políticos africanos _ ________________ 47

1 " Ulla forma centralizada de gobierno. Diferencias culturales y eco­Ilnlll icas muy marcadas son probablemente incompatibles con un ·, ,, Iema político segmentario como el de los nuer o de los tallensi, Ill'ro carecemos de los datos para confirmar dicha hipótesis. Sin em­hargo, no cabe duda de que, si queremos explicar el Estado primitivo Ill '-.:d iante un a teoría de la conquista, y suponiendo que disponga mos dI.; suficientes datos históricos, debemos tener e n cuenta no só lo el 111 )0 de co nquista y las condiciones del encuentro, sino también las \l' lnejanzas O divergencias en cu ltura y en modo de subsistencia, tan­lo en los conqni stadores como en los conqui stados, así como las ins­(¡luciones políticas que aportan a la nueva combinación.

1;.1 aspecto te rritorial

1'.1 aspec to territorial de las formas primitivas de orga ni zación política fil e ya justamente señalado por Maine en su Aneient Law; oU'os estu­diosos le han concedido también gran alenc ión. En todas las socieda­de~ que se describen en este libro el sistema político tiene un marco le rritoria l, pero su función es dife rente en cada uno de los tipos de "rganización política. La diferencia se debe a que, en un sistema, lo que domina es el aparato administrativo y judicial, mientras que en el olro no. En las sociedades del «grupo A» la unidad admini strativa es la unidad territorial; los derechos y las obligaciones políticas están delimitadas territorialmen te. El jefe es la cabeza administrativa y judi­l.: ial de una determinada división territoria l ~ sucede a menudo que ese cargo lleva implícito, en última instancia, e l control económico y legal ,obre toda la tierra que ex iste dentro de las fronteras del territorio_ Todas las personas que viven dentro de esas fronleras son sus Súbdi­lOS, y el derecho a vivir en esta área sólo puede ser adquirido aceptan­do las obligaciones del súbdito. El cabeza o jefe de Estado es un diri­gente o gobernante territorial.

En el otro grupo de sociedades no existen unidades territoriales que puedan definirse por un sistema administrativo; las unidades terri­loriales so n comunidades locales cuya ex tensión corresponde al alcan­ce de un co njunto particular de unos lazos de linaje y de unos lazos de cooperació n directa. El cargo político no conlleva derechos jurídicos

48 --------- ---_ _ _ Siruando la Anlropología Polftica

que se refieran a un a franja definida y conCreta de te rritorio y sus ba­bitan tes. La ca lidad de miembro de una comunidad local y los dere­chos y deberes a ella asociados se adquieren normalmente a través de lazos genealógicos , bien sean reales o fic tic ios. El principio del li naje susti tu ye a la lealtad po lítica, y las interrelaciones entre los segmentos ['erritoriales SO n coordinadas direc tamente COn las inten"elaciones ex is­tentes entre los segmentos de linaje.

Las relaciones políticas no son un simple reflejo de las relacio­nes tenitoriales . El sistema político, por derec ho propio, incorpora las re laciones terriloriales y les confi ere e l tipo parlicular de signifi cación políti ca que tienen.

El equi li b ri o de fue rzas en el sist.ema po i ítico

Un sistema polHico africano que sea relati vamente estable presenta un equi l ibrio entre tendencias con fli cti vas y en tre intereses divergentes. En e l «grupo A» exisle un equilibrio entre las diferentes partes de la organización administrativa . Las fuerzas que mantienen la hegemonía del dirigente supremo se oponen a las fu erzas que actúan como freno a sus podEres. Instituciones tales como la organización militar de Jos zu lú es, las restriccion es genealógicas de sucesión a la realeza o a la jefatura, el nombramienlo por el rey de sus pari entes a las j efaturas regionales y las s8 ncio lles mís ticas del cargo refuerzan e l poder de la autoridad central. Pero ex isten otras instituciones que actúan de con­lrapeso, tales como el consejo real, la jerarquía sacerdota l en tanto en cuanl o tiene voz dec isiva en la in vestidura del rey, las cortes de las reinas madres y ot ras. Todas estas in stitu ciones ac túan con el fin de proteger la ley y la costumbre, y lambién cOlltrolar el poder centraliza­do. La delegación regional de poderes y privi legios, necesa ria debido a las dificultades de comunicación y transporte así como a oU'as defi­ciencias, impone severas restricciones a la autoridad del rey. El equi­librio entre autoridad central y autonomía regional es un elemento muy importante de la estructura política. Si e l rey abusa de su poder es muy probable que los jefes subordinados se rebelen contra él o traten de conseguir 18 secesión. Si un jefe subordin ado se hace demasiado poderoso e independiente, la autoridad cenu'8 1 recab8 rá la ayuda de

' ,¡ ."·l1Ia" politicos africanos _________ _____ ____ 49

" " .. s jefes subordin ados para aplasta rl o. Una forma de afianzar la .' lIlnridad real es explotar la rivalidad que pueda ex istir entre Jos jefes <, •• I)"rdinados,

Sería un error considerar el esquema constitucional de frenos y "'I"i librios y la de legación de poderes y de autoridad 8 jefes regiona­I, ',como poco más que un puro recurso ad mini strati vo. Es tos ordena-1IIIl'Iltos contienen, de hecho, un principio general de gran imporl'an­( Id , cuyo efecto es dar a cada seccÍón y a cada grupo de interés de < In ta magnitud dentro de la sociedad la representación directa o indi­, ... la en la dirección del gobierno. Dentro de las reg iones, los jefes loc;des representan a la autoridad centJal , pero a la vez también repre­(' lIl un al pueblo bajo su mando en relación con la autoridad central.

J o .... consejeros y los funcionarios a cargo de los rituales representan lu .... intereses de la comunidad en lo que se refiere a preservar la ley y 1.1 costumbre, así como en el cumpbmlento de las medidas riLua les que ' .1' estimen necesarias para el bienestar de esa comunidad. La voz de ,·,os funcion ari os y delegados es efectiva en la direcc ión de l gobierno ., "ausa del principio general de que e l poder y la autoridad están dis-1, ,huidos. El poder y la autoridad del rey con5tan de d iversos e1emen­los , Es tos co mponentes están vinculados a cargos diferenles. Sin la 'Iloperación de los que oc upan estos cargos es eX l'remadamenle dirí­, 01, por no decir imposib le, que e l rey pueda obtener las renlas públi­, :1'-;, hacer va ler su supremacía judicial y legis lati va, o conservar su prestigio secu lar y ri tual. Los funcionarios a los que se les hau con re­"do poderes y privilegios subsidimios pero esencia les, pueden, si los dL:saprueban , sabotear los ac tos del dirigente.

Desde otro ángulo, e l gobierno de un Estado africano se nos apa­,ece como un equilibri o entre poder y autoridad , por un lado, yobliga­ciones y responsabilidades, por el otra. Tod a persona que ocupa un ('<l rgo político tiene responsabilidades respecto al bien común, que co­,responden a sus derechos y pri vilegios. La distribución de la autori­dad política proporciona un mecanismo mediante el cual los di versos agentes del gobierno pueden verse obligados a asumir sus responsabi­lidades . Un jefe, o un rey, tiene e l derecho a recaudar impuestos, obte­ner tributos y recabar trabajo de sus súbditos, pero tiene la correspon­di ente obligación de 8d mini strar justicia, protegerlos de sus enemi gos y salvaguardar su bienestar general mediante aclOS y prác ticas ritua­le5. La estructura de un Eslado africano supone que los reyes y jefes

50 - - - ------ - --- - _ Situando la Antropología Polílica

gobiernan con el consentimiento de sus sú bditos. Estos son tan cons­cientes de los deberes que tienen con respecto al rey como de los de­beres que el rey tiene con respecto a ellos, y pueden además ejercer presión para que los cumpla.

Deberíamos hacer notar aquÍ que nos referimos al ordenamiento constitucional y no a su funcionam iento en la práctica. Los africanos reconocen de forma tan clara cOmO nowtros que el poder corrompe y que los hombres tienden a abusar de él. El tipo de constitución que hallamos en las sociedades del «grupo A» es, por diversos moti vos, difícil de manejar y Con demasiados cabos sueltos para evitar abu sos. La práctica gubernamental contradice a menudo la teoría nativa de gobierno. Tanto los dirigentes como los sú bditos , movidos por sus in­tereses particulares, infr ingen las normas de la constitución . Si bien la mayor parte de las constituciones están concebidas con cienos frenos para evitar la tendencia hacia e l despotismo absoluto, ninguna consti­tución africana puede prevenir que en ocasiones un dirigente se trans­forme en tirano . La histoda de Shaka es un caso eX lremo, pero tanto en éste cama en otros casos, donde la contradicción eOlre la teoría y la práctica es demasiado manifiesta, y la vioJación de las normas consti­tucionales es demasiado grave, es seguro que irá seguida de la desa­probación popul ar e, inc luso, puede desembocar en un movimiento de secesión o de revue/(a dirigido por miembros de la familia real O por jefes subordinados. Esto es lo que le pasó a Shaka.

Debiera recordarse que en estos Estados no existe más que una teoría de gobierno. En el caso de una rebelión, el objetivo y, en su caso, el resultado, es cambiar la persona o personas que ocupan ciertos car­gos , pero nunca suprimir los ca rgos o introducir una nueva forma de gobierno. Cuando los jefes subordinados, que son a menudo parientes del rey, se rebelan COntra él, lo hacen en defensa de los valores viola­dos por sus abusos de autoridad. Están más interesados que ningún otro grupo en mantener la monarquía. El modelo consti tucional ideal sigue siendo la norma válida, a pesar de la in fracción de sus nOrmas.

En las sociedades del «grupo B» nos hall amos con un tipo de equilibrio muy distinto. Es un equilibrio entre un ciel10 número de seg­mentos, espacialmente yuxtapuestos y esuuctura lmente eq uivalentes. que no se definen administrati vamente sino en función del linaje y de la localidad. Cada segmento tiene idénticos intereses a los segmentos del mismo orden. El conj unto de relaciones que existen entre los seg-

' d '. I< · III '" políticos africanos ________________ _ 51

I lIl ' IIIOS, es decir, la estructura pol ítica, es un equilibrio de lealtades ¡ .. e. lles opuestas y de lazos rituales y de linajes divergentes. En las .... ""Jades del «grupo A» el conflicto entre los intereses de las divi­. 1t)I1~S administrativas es moneda corriente. Los jefes subordinados y

"[IU.' t'uncionarios políticos, cuyas ri validades son a menudo persona­l. " () debidas a sus relaciones con el rey o con la aristocracia gober­U,l\lll.:. explotan con frecuencia estas leallades locales di vergentes para '.'" propios fines, Pero la organización administrati va canaliza y frena ,';, [(' tipo de disensiones interregionales. En las sociedades sin organi-1, Il'iún administrati va , la di vergencia de intereses entre los segmentos . Olllponentes es intrínseca a la estructura política. Los conflictos entre 11,,, ..,egmenlos locales sjgnifican necesariamente conflictos entre los · .• ·I' l11entos del li naje, ya que ambos están estrechamente entrelazados ; 1' 1 ¡'actor estabilizador no es una organ ización jurídica o militar que .,,, ,,,;, por encima de los segmentos. sino si mplemente la suma total de I.I ~ relaciones inlersegmenta les.

1-.1 peso y la función de la fuerza organizada

1\ nuestro juicio, la ca racterística más importante que distingue las ¡"rmas centralizadas, piramidales y estatales de gobierno de los ngwa­"'. bemba, etc., de los sistemas políticos segmentarios de los tal/ ensi y de los nuer son el peso y la función de la fuerza organi zada dentro del , dema . En el primer grupo de sociedades la sa nción principal de los derechos y prerrogativas de un gobernante, y de la autoridad ejercida por sus jefes subord inados, es el mando de la fuerza organizada. Esto puede permitir a un rey africano gobernar de forma opresiva por un período de tiempo si así lo desea, pero un buen gobernante usa las luerzas armadas bajo su control en el interés de todos, como un instru­mento aceptado de gobierno, es decir, para la defensa de la sociedad t:. 11 su conju nto o de una sección de ella, para atacar a un enemigo co­mún y como sanción coactiva para hacer cumplir la ley o respetar la constitución. El rey, con sus delegados y consejeros, usa la fuerza or­ganizada con el consentimiento de sus súbditos para mantener el fun­cionamiento de un sistema polftico que estos últimos dan por sentado como la base de su orden social.

52 - _ _ _ _ ______ _ ___ Situando la Anlropología Política

En las sociedades del «grupo B» no existen asociaciones, clases o segmentos que tengan un lugar dominante en la estructura política a través del control de una fuerza organizada mayor de la que está a dis­posición de sus iguales. Si en la disputa entre segmentos se hace uso de la fu erza, la respuesta será de la misma magnitud. Si un segmento de­rrota a otro, no tratará de establecer un control político, ya que al no existir una maquinaria administrativa no es posible hacerlo. Para utili­zar el lenguaje de la filosofía política, podríamos decir que la soberanía no reside en ningún individuo ni en ningún grupo. En este sistema la estabilidad se mantiene mediante un equilibrio eu cada línea divisoria yen cada punto donde existen intereses di vergentes en la estructura

social. Este equilibrio se mantieue mediante una distribución del man ­do de la fuerza que corresponde a una distribución de intereses iguales pero competiti vos entre los segmentos homólogos de la sociedad. Si en las sociedades del «grupo A» no sólo es posible, sino que existe siem­pre, una organización judicial constituida (ya que está respaldada por la fuerza organi zada), las instituciones jurídicas de los logoli, los ta­llensi y los nuer residen en el derecho de defensa propia.

Distintos tipos de respuesta al dominio europeo

Las diferencias que hemos señalado entre las dos categorías básicas en que pueden clasifi carse estas ocho sociedades, especialmen te en lo que se refiere al tipo de equilibrio característico de cada una de ellas, se manifies tan de forma notable en lo que respecta a su ajuste a la imposición del gobierno colonial. La mayor parte de esas sociedades fu erou conq uistadas por los europeos o se sometieron a su dominio por miedo a ser in vadidas. Sin la amenaza de la fuerza, esas socieda­des no se someterían; este hecho determina el papel que ahora desem­peñan en su vida política las adminis traciones europeas.

En las sociedades del «grupo A », y debido a la coacción ejercida por e l gobierno colonial, el dirigente supremo no puede ya utilizar, bajo su propia responsabilid ad, la fuerza organi zada que está a su mando . El resultado ha sido que en todas partes su autoridad se ha visto disminuida, al tiempo que, por lo común , aumentaba el poder y la independenci a de sus subordinados. El dirigente supremo no go-

. , ·. Ic ",a~ políticos africanos ________ _ ___ _____ 53

1' '' ' 111" ya por derecho propio; de hecho, se ha convertido en un agente .,,"1 gobierno colonial. La estructura pi ramidal del Es tado se mantiene, 1""0 la posición suprema la ocupa ahora el gob ierno colonial. Si ca­pllula completamente, el dirigente supremo se convierte en una ma­

,,,,,,eta del gobierno colonial y pie rde el apoyo de su pueblo, ya que 'I'H'dan destruidos los lazos recíprocos de derechos y deberes que los llllVll , También puede suceder que sea capaz de salvaguardar, por lo llIi"1l0S en cierta medida , su estatus original si, ya de una forma abierta ., ., disimulada, encabeza la oposición de su pueblo contra el dominio . ·,¡ ,anjero. Yqué duda cabe que esta oposición es inev itable. A menu ­di, .... e halla en la posición equívoca de tener que reconciliar roles cao-1I .• dictarios; por una parte, como representante de Su pueblo contra el pudGf colon ial y, por otra, como representante de este dI Limo contra su puc.blo; en este caso se cOllvierte en el pi vote en el que el nuevo siste-111 . 1 oscila precariamente. El gobierno indirecto es una poHtica conce­h .. l<I para estabilizar el nu evo orden po lítico y en la que el dirigen le ."premo desempeña este doble ro l, pero eliminando la fricción a que IIU t;de dar origen.

En las sociedades del «grupo B,>, e l dominio europeo ha produ­• "lo los efectos opuestos. El gobierno coloni al no puede administrar a 1, avés de los agregados de individuos que compouen los segmentos pulíLicos y. por consiguieOle. liene que utilizar agentes adminislrati­"<lS. A este fin usa cualquier persona que dentro del contexto africano I'" eda ser considerada como un jefe. Estos agentes, qu e por primera VtI, tienen el respaldo de la fuerza detrás de su autoridad, ven además ",tendidas sus atribuciones a esferas para las que no existen preceden­h's. En estas nuevas circ unslancias se prohíbe el recurso directo a Ja 1 OIerza en la forma de defensa propia de los intereses de los individuos <1 de los grupos. Esto sucede porque ahom existe, por primera vez, una :OI, toridad suprema que impone obediencia en virtud de una fuerza su­paior que le permite establecer tribunales de justicia que sustituyen a la defensa propia. El resultado es que todo el sistema de segmen tos que se equilibran mutu amente tiende a derrumbarse y, en su lu gar, ;Iparece un sistema burocrático europeo, con una organización pareci­da a la de un Estado centralizado.

54 _ ______________ Situando la AntropoJogía Polít ica

Los valores místicos asociados co n e l c argo político

La sanción de la fuerza no es Dna novedad en las formas africanas de gobierno. Ya hemos snbrayado el hecho de que es uno de los pilares fundamentales del tipo de Estado nativo. Pero la sanción de la fuerza, de la que depende la administración europea , está fuera del alcan ce del sistema poHtico naLi vo; no se LI sa para mantener los valores intrín­secos del sistema. Los gobiernos europeos pueden imponer su autori ­dad lanto en las sociedades del «grupo A») como en las del «grupo B») , pero no pueden establ ecer lazos morales con los Slíbdil OS en ninguna de ellas. Ya que, como hemos visto , en el sistema nativo original eJ uso de la fu erza por el dirigente se basa en e l consentimiento de sus súbditos y se recnrre a ella en in terés del orden social.

Para sus súbditos, un dirigente africano no es sólo una persona que puede imponer sus deseos a voluntad. Es el eje de sus relaciones políticas, el símbolo de su unidad y exclusividad, y la encarnación de sus valores esenciales. Es algo más que un dirigente secular; en todo caso, es precisamente en esta calidad de dir igente secular que el go­bierno europeo puede reemplazarle en gran medida. Sus credenciales son místicas y provienen del pasado. Donde no exis ten jefes, los seg­mentos equilibrados que componen la es tructura política están garan­tizados por la tradición y e l mito, y en SllS interrelac iones se guía n por los valores que se expresan en los símbolos místicos. Los diri­gentes europeos no están autorizados a entrar en estos recintos sagra­dos, ya que carecen de las credenciales mít icas o ritu ales para su autorid ad.

¿Cuál es el significado de este aspecto de la organi zación políti­ca afri cana? Las soci edades afri canas no son modeJos de armonía in­terna contin uada. En la historia de cada Estado africano hay actos de violencia, opresión, revnelta, guerras civiles, etc. En las sociedades como las de los logoli, los tallensi y los nuer la naturaleza segmentaria de la eslructura social se pone a menudo de manifiesto de forma bru ta l con e l confl icto armado enlIe los segmentos. Pero si el sistema ha al­canzado un grado sufi ciente de estabil idad, estas convul siones inter­nas no tienen por qué destruirlo necesariamente. De hecho, es posible que sean med ios para reforzarlo, como hemos visto, contra los abusos e infracciones de aq uellos dirigentes que se mueven por sus intereses pa rticul ares. En las sociedades segmentadas, la guerra no se hace con

' .. :,telll;l$ políticos africanos _ _ _ _ _ _ _______ _ ___ 55

,·t tin de que un segmento imponga su voluntad sobre el olIo, sino que r ", l'i medio que tienen los segmentos de proteger sus intereses particu-1.11 ": <'; dentro de un campo de intereses y valores comunes,

En todas las soc iedades africanas existen inn umerables lazos ,k "' li nados a contra rrestar las tendencias hacia la fisión poJítica como 1I'''ultado de las tensiones y di visiones en la estructura social. Una or-1' .lll izac ión admin istra ti va respald ada por sanciones coacti vas, los la­"" que deri van de la pertenencia al c lan, al linaje y a los gru pos de "d:ld , y una red de parentesco sntil mellle entrelazada son elementos qlle uuen a la gente que tiene in tereses seccionales o privados diferen­I~ ' ... o aun opuestos , Por oLra parte, a menudo existen intereses com u­lit" " como la necesidad de compartir los pastos o la de comerciar en un IIll'rcado común u ocupaciones económicas complementarias que atan 1III .lS secciones COll las otras. Siem pre exi sten va lores ritn ales comu-111" .... , es decir, la superestructura ideológica de la organización política.

Los miembros de una sociedad africana sienten su unidad y per­,'¡hen sus intereses comunes en los símbolos; es precisamente su vin­, " Iación a estos símbolos lo que cont ribu ye en mayor medida a dar a 1" sociedad su cohesión y persistencia. Estos símbolos, que loman la lonna de mitos, cuentos, dogmas, rituales y lugares y personas sagra­,1, 0\ , represen tan la unidad y la exclusividad de los grnpos que los res­!I,' \an, No obstante, no son meros símbolos, sino que son considerados \" .dores finales en sí mismos.

Para explicarlos sociológicamente, eslos símbolos tienen que ser ,r,, <l ucidos al lenguaje de la fu nción social y de la estructura social que ,Iyudan a mantener. Los africanos carecen de un conocimiento objeti­Vil ue las fuerzas que determinan su organización social y que motivan ' ,11 c.omportamiento soc ial. Y. sin embargo, no podrían continuar su vida colecti va si no pudieran pensar y sentir sobre los intereses qne los .. Ioli van, las instituciones mediante las cuales organizan la acción co­I, ·o:t iva y la estructura de los grupos en Jos que están organizados. Pre­I IS;lInente los mitos, los dogmas y las actividades y creencias ri tuales '1"": permiten al africano ver su sistema social de una fo rma in telec­,,,,,Imente tangible y coherente, a la vez que le permiten pensarlo y ",·"tirlo. Además, los símbolos sagrados, que refl ej an el sistema so­I lid , confieren a éste unos valores místicos que evocan la aceptación 01"1 orden social y que van muc ho más lejos de la obediencia que pue-01:0 imponer la sanción secular de la fuerza. De esta forma, el sistema

56 __________________ _ Situando la Antropología PO líli ca

social es, por así decirlo , tras ladado a un plano mís Li co e n el que viene a ser como un si stema de va lores sagrados que no puede cr iticarse o

modificarse. De ahí que el pueblo pueda de rrocar a un mal rey, pero la monarquía nunca se pone en tela de j uicio ; por eso las guerras o ven ~

deltas (/euds) enlre los segme ntos de lIn a soc iedad, como la de los

nu er o la el e los talle nsi, se mantienen dentro de ciertos límiles debido

a las S3ncioues místicas. Es tos valores son comunes a la soc iedad e n su co njunlo, a gobernantes y gobernados por igual, y él lodos los seg­menLOS y secciones de una sociedad.

El africa no no ve más allá de los símbolos. Sería posib le aducir

que, si comprendiera su significado objetivo, es tos símbolos perdería n su pod er sobre él. Este poder res ieJe en el contenido simbólico y e n la

asoc iac ión de éste con las insti tuciones clave de la es tructllra social,

corno la mona rquía. Los rituales y las ideas místicas qu e ex presan los valores que unen a unos miembros de la soc iedad con aIras y que con­

centran la leillLad y la devoción de sus miembros con respecto a Jos

di rigenLes no pueden ser de cualquier tipo. Por ej emplo, en las socie­dades del «gru po A» los valores mís ti cos asociados a la realeza se re­fieren él la Cerlil idad, la salud , la prospe ridad, la paz y la j us ti c ¡ a ~ e n

otras pa labras, a todo aquello que da vida y felicidad a un pue blo. El

afri cano considera es tas prác ti cas ritua les como !<:l sa lvaguardia de las

neces idades básicas de su existeucia y de las relaciones b,~s i c as que forman su orden social: tierra, ganado, IJu via, salud corpora l, familia,

clan y Estado. Los valores rnísticos reflejan la im portanci a genera l de

los elementos bás icos de la e xistencia: la tierra como la fuente del sustento de lod o e l pueblo, la salud física como algo deseado uni ver­

sa lmente , la fa mi lia como la uni dad de procreación fundaJ1len lal. Los nati vos ve n en e ll o Ln tereses comunes de toda la socied8d ; éstos son

los temas de tabtíes, de prácticas y ceremo nias qu e en las soc iedades

del «gru po A» lodo e l pueb lo comparte a través de sus representantes, mie ntras que en las sociedades del «grupo B» todos los segmentos

par ticipan, ya que se tratét de cuestiones que a LOdos afecla n.

Belnos subrayado el hecho de que el aspecto uni versal de cosas como 18 r¡ erra O Ja fertiljdad son lemas de interés común a todas las

sociedades africanas, pero estas cues ti ones ofrece n o tro aspecto que

tiene que ver con el hecho de que son tam bién intereses part iculares de individuos y de segmentos de una soci edad. La preoc upación coti­

diana y práctica de cada africano tiene que ver co n la producti vidad de

')i:.,tem3:;' políti co~ africanos __________ ___ ____ 57

su propia tierra y la seguridad de su propia familia y de su propio clan.

y en torno a estas cuestiones surgen los conflictos qu e e nfrentan a

secciones y facc iones de la sociedad. En sus aspectos pragmáticos y utili ta rios, como fuentes inmedi atas de satis facción y esfu erzo, las ne­

cesidades básicas de la ex iste ncia y las relac iones soc iales básicas so n

obje to de inte reses privados; pe ro en sus aspec tos comunes no so n utilitarias y pragmáticas. s ino que están dotadas de valor moral y sig­

nifi cado ideo lógico. Los intereses comunes e manan de aque ll os mis­

mos intereses pri vados a los que se oponen. No basta con explicar e l aspecto rimal de la organi zación política

africana en funci ón de la rnenlali dad mágica ; no nos lleva mu y lejos decir qu e el carácte,. sagrado de la tierra, de la llu via o de la fert ilidad

')e debe a que so n las necesidades más v ita les de la com uni dad . Estos

argumenlO,s no exp lican por qu é las grandes ceremonias en las que se ejecuta el ritual por el bie n común son por lo común a escala púb lica.

Tampoco exp li can por qué las funciooes rituales que hemos descri to

está o siempre unidas a cargos políticos clave y forman parte de la teo­

ría política de una soc iedad organizada. Más aún , no basta con rechazar es tas funci ones rituales asocia­

das a la jefa tura, a la realeza, etc., con el prelexto de ll amarlas sa ncio­nes de la auto ri dad política. ¿Por qué , e ntonces, son consideradas

como un a de las más ri gurosas responsabilidades del cargo? ¿Por qné ')on a menu do distribujdas e ntre un cierto número de func ionarios in ­

dependientes que, de es ta forma, pueden ejercer un contrapeso equ ili ­

hrante unos sobre ot ros? Es ev ide nte que ta mbjé n s irven como una ,ancióo contra el abuso de poder político y como un med io para obli­

gar a los funcionarios políticos a ejecutar tanto sus obli gaciones adm i­

nistrativa s como sus deberes re ligiosos de forma que el bien COlTIlll'l no

:-:.ufra me noscabo. C uando, finalmente, se afirma como un hecho empírico que nos

hallamos 8nte instituciones cuyo fjn es afirmar y promover la so lidari­

dad política, debemos preguntarnos por qué. ¿No es acaso suficiente para alcanzar este fin la ex istenc ia de una maquin aria administra tiva

de vas to alcance o de un s is tema de linaj es que engloba toda la so­

c iedad? No podemos tra lar es tas c uestiones con gran de tenimiento. Si

les hemos concedido espacio es porque las cons ide ra mos de la ma­

yor importancia, tanto desde el pun to de vista teórico como prác rico .

58 _ _ ___ _ _ ___ _ ___ _ Situando la Antropo logía Política

Los aspec tos «sobrenaturales» de los gobiernos africanos intrigan y, a menudo, exasperan al adm in istrador europeo. Para entenderlos plenamente se requiere mu cha más investigación. Pensamos que las hipótes is que hemos formulado puedan ser un punto de partida esti ­mul ante para la ulterior investigación sobre estos temas. La parte que hemos presentado tal vez sea la menos polémica, pero está in­completa.

Cualquier elemento del comportamiento social y, por consigu ien­te, cualqui er relación política tiene un contenido utilitario o pragmáti­co. Significa que los bienes materiales cambian de manos, son entre­gados o adquiridos y que, de esta forma , se cubren los objetjvos de los individuos. Los elementos del comportamiento social, y por tanto las relacioues políticas, tienen ta mbi én un aspecto moral ~ es decir, expre­san derechos y deberes, privilegios y obligaciones, sentimi entos polí­ticos, lazos sociales y divisiones sociales. Estns dos aspectos los pode­mos ver claramente e n actos como pagar un tributo a un dirigente o la entrega de ganado como compensación por un asesinato. Por consi­guiente, e n las relaciones políticas encontramos dos tipos de intereses que actúan conjuntamente, los intereses materiales y los intereses mo­rales, si bien en el pensamiento nati vo no están separados de esla for­ma. Los nativos acentú an los compone ntes materiales de una relación política y, por lo común, la presentan en base a sus funciones utilita­rias y pragm<1ticas.

Los derechos, deberes y sentimien tos políticos particulares ocu­rren como un e lemento del comportamiento de un individuo o de una pequeña porción de la sociedad africana y se pueden hacer cumplir mediante sanciones seculares que se pueden imponer sobre estos in di­viduos o pequeños grupos. Pero en una comunidad organizada políti­camente, un derecho. deber o sentimiento sólo existe como un e le­mento en un todo mutuamente equilibrado de derechos, deberes y sentimientos; es deci r, existe en e l cuerpo de normas morales y lega­les. La estabilidad y la continuidad estructurales de una sociedad afri­cana depeude de la regularidad y el orden con que se manlenga este cuerpo entretejido de normas. Lo normal es que, si no se respetan los derechos, se ejecutan las obligaciones y se sostienen los sentimientos que unen a los miembros de la sociedad, el orden social resultará tan inseguro que las necesidades maleriales de la existencia no pueden ser ya satisfechas. El trabajo productivo se detend ría y la sociedad se de-

"¡,, lemas po!ff icos africanos - _ _ _ _ _____ _ _______ 59

"integraría. Este es el interés común fundamental que ex iste en cual­quier sociedad africana; el sjstema político en su conjunto tiene como runción servir a este interés . Es te es el último, y podríamos también decir axiomático, conjunto de premisas del orden social. Si fueran viol adas continua y arbitrarjamente, e l sistema social dejaría de fun ­cionar.

Podemos resumir este análisis diciendo que los intereses ma le­riales que motivan a los individuos o a los grupos en las sociedades africanas actúan en el marco de Hormas morales y legales interconec­tadas cuyo orden y eSlabilidad es mantenido por la organización polí­tica. Como ya hemos dicho, los africanos no anali zan sus sistema s sociales; simplemente, vi ven en ellos Piensan y sienten sobre ellos de acuerdo co n los valores en las doctrinas y los sím bolos que re/lejan, pero que no expli can las fuerzas que controlan realmente su compor­tamiento social. Entre estos valores, los más des tacados son los valo­res místicos escenificados en las grandes ceremonias públicas y que están enlazados con sus instituciones políticas clave. Creemos que es­tos valores representan el interés comú n de la comunidad política más amplia a la que pertenece todo miembro de nna sociedad africana, es decir, representa el conjunto interconectado de derechos, deberes y sentimientos, ya que esto es lo que convierte a la sociedad en una co­munidad política única. Por eso estos valores místicos van siempre asociados con cargos políticos clave y se expresan tanto en los privile­gios como en las obligaciones de los cargos políticos.

Su forma m,stÍca se debe al carácter último y axiomático del cuerpo de nOrmas morales y legales que, como lal, no podría subsistir con sólo las sanciones seculares. Las ceremonias periódicas son nece­sarias para afirmar y consolidar estos valores, ya que, en el curso de los acontecimientos cotidianos, la gente sólo se preocupa de sus inte­reses grupales y privados, y se corre el riesgo de que pierdan de vista el interés común y su interdependencia política. Fi nalmente, su conte­nido simbólico refleja las necesidades básicas de la existencia y la s relacion es sociales básicas, ya que éstos son los elementos más con­cretos y tangibles de todas ¡as relaciones sociales y políticas. La prue­ba visible de lo bien que se mantiene y funciona un determinado cuer­po de derechos, obligaciones y sentimientos se e ncuentra en el nivel de la seguridad y el éxi to con que se satisfacen las necesidades bási­cas de la existencia y se mantienen las relaciones sociales básicas,

60 _ ___ _ _ _ _ _ ______ _ Siluaudo la Antropología Polftica

Es dign o de mención el hecho de que bajo el dominio europeo los reyes africanos mantengan sus «funciones rituales» hasta mucho después de que la mayor parte de la au toridad secular -que se supone que sancionan- se ha perdido ya. Estos valores místicos asociados al cargo político no se borra n del todo, ni siquiera en los casos en que existe un cambio de religión (conversión al cris tianismo o al islam). Mientras que la realeza persista como eje de uu cuerpo de normas le­gales y morales que unen a la gente en una comunidad política, es muy probable que continúe siendo el centro de los valores místicos.

En un Estado con una autoridad altamente centralizada es fácil ver una conexión entre la realeza y los intereses y la solidari dad de la comunidad en su conjun to . En las sociedades que carecen de gobierno centralizado, los valores sociales no pueden estar simbolizados por una sola persona, sino que se distribu yen en puntos cardinales de la estruc­tura social. En este caso nos encontramos cou mitos, dogmas, ceremo­nias rituales, poderes místicos, etc., asociados a los segmentos y cuya función es definir y mantener las relaciones que existen entre esos seg­mentos. Las ceremonias periódicas que subrayan la solidaridad de los segmentos (así como la solidaridad entre ellos) conU'a los intereses que existen en estos grupos, se desarrollan con regularidad entre los taHen­si y los logoli , no menos que entre los bemba y los kede. Entre los nuer, el jefe de piel de leopardo - un personaje sagrado que se asocia a la fertilidad de la tierra- es el medio a través del que se solucionan las vendettas U'euds) y, como consecuencia, se regulan también las relacio­nes entre los segmentos. La diferencia entre esas sociedades del «grupo B» y las del «grupo A» reside en el hecho de que no ex iste una persona qne represente la unidad política del pueblo, ya que esa unidad no exis­te, y puede suceder muy bien que tampoco exista persona alguna que represente la unidad de los segmentos del pueblo . Los poderes y la responsabilidad rituales se distribuyen de acuerdo con la estru ctura al­tamente segmentaria de la sociedad.

El problema de los límites del grupo político

Queremos concluir subrayando dos puntos de gran impon ancia, que a menudo no se tienen en cuenta. No importa cuál sea la defin ición que

'd :.h'll1tlS políticos nfricanos ____________ _____ 61

'¡"'"OS de unidad o gmpo político; esos conceptos no pueden conside­,.,,,c aisladamente, ya que siempre forman par te de un sistema social "" 1S amplio . Tomemos un ejemplo extremo: los linaj es localizados de 1\1" tiv se superponen como una serie de círculos que se cortan de tal 1, ,, ,na que es imposible establecer claramente la divisoria política. Es­l u~ campos de relaciones políticas que se superponen se extienden casi "ulcfinidamente, de tal forma que existe un cierto tipo de engarce, ",duso con los pueblos vecin os, y si bien es posible di stingui r un pue­ill " de otro, no es fácil decir cuándo está justifi cado, en términos clll­,,,r,,les o políticos, considerarlos unidades di stintas. Entre los nue,. la tll 'marcación políLica no es complicada, pero aún en este caso ex iste el 1IIIsmo tipo de relación estructural entre los segmentos de una unidad política que entre esta unidad y otra del mismo orden. De ahí que de­<. Ignar a un grupo como políLicamente autónomo es una cuestión hasta , 'crto punto arbitrari a. Esto es más visible entre las sociedades del

grupo B», pero entre las sociedades del «grupo A » existe también ,,"" interdependencia entre el grupo político que se describe y los gru­pos políticos vecin os, así como una cierta superposición entre ellos. 1.0s ngwato poseen una relación segmentaria con otras tribu s tswana que es del mismo orden, en muchos sentidos, como la existente enlre I"s propias di visiones de Jos ngwato. Lo mismo puede dec irse de las ot ras sociedades con gobiernos centralizados.

Esta superposición y engarce de sociedad es se debe, en gran me­dida, al hecho de que allí donde acaban las relaciones políticas (defi­l!i das éstas en un sentido restrictivo que incluye únicamente las accio­nes militares y las sanciones legales), las relaciones sociales continúan vigentes. La esu'uctura social de un pueblo va mucho más allá de su sis tema político tal y COmo lo hemos definido, ya que siempre ex isten ,'claciones sociales de un tipo u otro entre los pueblos de grupos polí­ti cos diferentes y autónomos. Pueblos pertenecientes a unidades po­líticas diferentes están unidos a través de clanes, grupos de edad, aso­ciaciones rituales, relaciones comerciales y de afinidad, y otros tipos de relaciones sociales. Otros elementos unificadores son el hecho de hablar la misma o parecida lengua, la ex istencia de costumbres y creencias similares, etc. De ahí que pueda existir un fuerte sen tido comunitario entre grupos que no reconocen al mi smo dirigente o que no se unan con fi nes políticos especificas. Como ya hemos señalado, la co munidad de lenguaje y de cultura no acarrea necesariamente la

62 ________________ Situando la Antropología PollUca

unidad política, de la misma manera que las diferencias lingüísticas y culturales no la impiden .

Aquí nos encontramos con un problema de alcance universal:

¿qué relación existe entre la estructura política y la estruc tu ra social lotal? En toda África los lazos sociales de un tjpo u otrO tienden a unir pueblos políticamente separados y los lazos políti cos parecen ser do­minantes a llí donde exis te un conflicto entre e llos y otros lazos socia­les. La solución a es te problema se halla posiblemente en una investi­gación más detallada de la naturaleza de los valores políticos y de los s ímbolos en que éstos se expresan. Los lazos de interés puramente uljlit8rio que ex.isten entre indi viduos y entre grupos no son tan fuertes como los lazos que provienen de una vinculación común a símbolos místicos. Es justamente la mayor solidaridad generada por esos lazos lo que permite generalmente a unOS grupos po líticos la dominación sobre otros.

·\tl lropología política: una introducción*

Mare J. Swartl~ Victor W nlmer y Arrh/lr Tuden

1

"'te libro es el resultado de un experimento. Sus editores, inquietos 1'''1' explorar las corrien tes actuales y los estilos de análi sis de la antro­pología política, decidieron soljcilar a un número determinado de dis­¡"lguidos in vestigadores en este campo que prese ntaran ponencias al I ' ,,"uentro An ual de la American Anthropological Association de 1%4.' También se decidió que los conferenciantes tu vieran un amplio ""Lrgen para la selección y tratamiento de los temas, y así contribu ye­f :ll1 a nuestra intención de jdentificar si «un viento de cambio» estaba ¡II vadiendo la teoría política, como había invadido a la política real de la mayoría de las sociedades que habían sido estudiadas por los antro­ptÍlogos.

En cuanto llegaron las ponencias se hi zo evidente que indudable­'"enle éste era el caso. Desde el último gran punto de inflexión en an­Iropología polftica, Sistemas políticos africanos (editado por Fortes y I': vans-Pritchard en 1940), que sirvió tanto de estímulo como de mo-

En revista Alreridades, 8, pp. 10 1·126. 1994 [e.o. Poli/iea Anth ropology, Chicago. /\ Idlne Publishing Company, pp. 1·41 , 1966]. El fragmenro aquí reproducido iucJuyc laS Ires primera secciones. l . Los edilores [Swarrz. Thmer y Thden} esramos en denda con Pelcr Worsley. Ralph Nicholas y Morenu MaxweU por su lectnra y comenwrios a esta jnlrodllcci6n. El pro· lesor Worsley hizo interesantes observaciones que ex trajimos de una meráfora econó· mica cuando eSI:1.bamos discutiendo la legitimidad y el apoyo aUlla meLáfora mililar al <..:l1nsiderar las elapas globales de los procesos políticos. A pesar de que recibimos gran· des beneficios de los comentarios de nuestros colegas. la responsabilidad de las posi· ..: iones aguf expresadas es exclusivamente nuestra.

I ,1

64 ___________ . ____ Si luando la Antropología Políticll

de l o para diver~as y bien conoc idas antologías, monografías yartícu­los, ha habido una tende ncia - al princ ipi o casi impe rceptible, pero que tomó impulso a fin es de los años cincue nta y principios de los sesent a- que parti ó de la preocupac ión sobre la taxonomía y la es­tru ctl1fa y función de los sistemas político~ pa rtl llegar al crec iente in­terés por los es tudios relalivos a los procesos político~. El profesor F irth ( 1957, p. 294), co n su in ~ti nlo para deteclar nuevas lendencias teóricas, caracteri zó oportunamente el nuevo ambi ente en el cual los antropólogos abandonarían «la trill ada ba,¡,;e de análisis estructural convencional por un tipo de in vesti gación qu e, desde el principio, es un examen de " rellómenos dinámicos"».

Indudablemente, muchas de las po ne nc ias recibidas centraban sus djscusiones en la dinámica y en Jos procesos del fenómeno políti­co. En ellas se tomaba e n cuenta tanlO e l cambio político radica l COmo el repetitivo , los procesos de loma de decis iones y de resolución de con fli ctos, la agitación y la solución de asun tos políticos, en una gran variedad de contex tos culturales, Las ponencias estaban impregnadas de un vocabulario que remitía más a ~<convertirse» que a «sen): esta­ban llenas de términos ta les como {<conflicto» , «facciones», «luchM>, «resolución de conflictos», «arena», «desarro llo», «proceso», etcéte­ra . Es cierto que este é nfas is e n la dime nsión de proceso de la política había sido presag iado y preparado por c ierto núme ro de libros impor­tantes, algunos de e ll os publicados poco des pués de la aparición de Sislem.as polílicos afiicol1.os. Tal vez el más notable de eS lOS estudios pioneros de l(J S dinámicas políti cas - (\ pesar de que se ce ntraha más en aspectos legal es qu e políticos- fu e Th e Cheyenne Way, de Llewe­llyn y Hoebel ( 1941) , quienes centraron su atención en los conflictos de inlereses y e n la idea de que <<los casos problemáticos conducen más directame nte a fen óme nos legales» (p. 37) . El mismo punto de visla, ap licado a la conducta política , ha guiado clarame nte a muchos de los colaboradores de l presente volume n. Al me nos cinco artíCulos están directa mente relacionados con la resolució n de conni ctos y el arreglo de dispulas.

Son pocos los procesos de acc ión política que siguen cursos ar­moniosos. Por lo tanto , no es sorprendente que los estudios centrados e n los procesos tiendan a abordar tanto e l confli cto como su resolu­ción. Varios filósofos sociales hall contribuido a in cremenlar nuestro vocahulario para el aná lisis de conflictos; entre ellos es tán Hegel y su

""I" 'llt ll uj.!. ia política: una inLroducción _____________ 65

"d, 1111) de «dialéctica»; Marx con las de «contradicción» y <ducha», y ,,,,,,, ,,'1 con el «conflicto». Más recientemente, Coser ( 1956) ha reali­.L, ltI ulla importante aportación para familiarizarnos con una exposi -

. H III IIl ,í s refinada y sistemática de la teoría de Simmel. Pero dentro de I L Il.ulición estricLamente antropológica, la aplicación de éstos y otros , ,, '" qlios relacionados con los datos de biS sociedades preindus triales , '· '<: Il lplifican tal vez más ple name nte en el trabajo de Max Gluck­

'11 .\1 1 y la llamada «Escuela de Manchesler». Los antTopólogos de la I ,1 li c ia de M anches ter, utili za ndo el «método del ca:::;o extendido}>, 1

1. 11 1 It..: ndido a enfati zar el aspecto de proceso de la política en soc ieda-1" .1 1 ibales, e inclu so en ciertos sectores de las soci.edades complejas. , " l'"labras de GILlckman (J 965, p, 235):

... [Ios antropólogos de la Escuela de Manchesl'er] est,ín ahora ana li zan­do el desarrollo de las relaciones sociales mism.1s bajo las cOllflicti vas pres j one~ de principios y va lores discrepan les, en la medida en que las generaciones cambian y J a ~ nuevas personas llegan a la madurez. Si analiL.amos e~ l <ls relaciones a lra vé~ de un largo periodo de tiempo, ob­"ervamos cómo diver'\os partidos y sus partidarios operan y manipulan creencias rnísLica~ de diFerentes clases para servir a sus intereses. Las creencias son concebidas en un proceso din ámico dentro de la vida so­cial diarin y la cre.1c íón y el desarrollo de nuevos gmpos y relaciones ( 1965, p. 235).

A [lesa r de que esta formulac ión de pe nde más de la doctrina de la pri­III,H.:ía de los «Ílll ereses» y subes(ima la capacidad de las «creencias 111Í~ t icas» para evocar respuestas (Jltruistas de los miembros de un gru­llO .'·; oc ial, constituye sin embargo un buen resumen de las principales ";Iracterísticas de este incipiente tipo de aná lisis. Los artícu los de Middlelon , Turne r, Colson y icho las que se in cluyen en este libro 1·\;(5n fuertemente marcados por la iofluencia del peusamienlo de la I 'scuela de Manc hester. Se trata de estudios que dirigen sn atención Ioacia conflictos de inte reses y valores, y hacia los mecanismos para I ~' .so l ver conflictos y reconciliar a las partes in volucradas.

El cambio de énfasis de los auálisis estáticos y s inc rónicos de "[los morfológicos [in stituclones políticas], hacia los eSludios diná­,,,icos y di acrónicos de las sociedades eu proceso de transformación, rue tamblén evid ente, entre otros, en la il1s i ~tencia de Evans-Pritchard durante los años cincuenta eu que los anlJopólogos soclales modernos

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66 _ _____ _ _ _____ __ Siluando la Ano-opología Política

debían considerar la hi storia de las sociedades que estudiaban (1962); en la noci6n de «cambio organizativo» de Finh (cambio gradual y acumulativo más que cambio estlUctural radical [1959]); yen el tra­bajo de la Uni versidad de Cambridge sobre «ciclos de desarrollo» (Goody, 1958). Por lo general , estos estudios destacaba n el cambio repetitivo que, al final de un ciclo de modificaciones institucion al ­mente «precipitadas» en el modelo y el contenido de relaciones socia-1es, co nducía a un regreso hacia el statu quo anterior. Otra vez fue Gluckman quien llamó la atención sobre el cambio rad ical, o cambio en la estrucwra social por ejemplo «en el tamaño de la sociedad , la composici6n y el balance de sus partes y el tipo de organi zación» (como Ginsberg ha definido tal cambio [1956, p. 10]). El trabajo de campo de Glu ckman en la sociedad plural de las tierras zu lúes lo con­dujo a negar el entonces modelo dominante de los sistemas sociales como un conjunlQ de componentes interconectados funcionalrnenle. Esos componentes se movían gradualmente por etapas, a través de un equilibrio culturalmellte definido 0, como máximo, cambiaban tan lentamente que no podía ocurrir ningú n efecto disruptivo del equili­

brio O integración . Desde el punto de vista de la sociología del conocimiento no es

accidental que esta alteración del foco analítico, de la estructura al proceso, se haya desarrollado durante un período en el que los territo­rios antes coloniales de Asia , África y el Pacífico impulsaban cambios políticos de largo alcance que culminaron en su independencia. Los antrop610gos que di rigieron o realizaron trabajos de campo durante los años cincue nta y principios de los sesenta, descubrieron que no podían ignorar o negar los procesos de cambio, o de resistencia al cambio, cuyas expresiones concretas estaban tan cercanas. Muchos de estoS antropólogos trabajaron en sociedades plurales, caracterizadas por la diversidad étnica, agudas inequidades econ6micas entre los gru­pos étnicos, diferencias religiosas, heterogeneidad poUtica y legal ; en suma, grandes asimetrías en la escala sociocu ltural y en la compleji­dad entre sus componentes étnicos.

Tales sociedades, estudiadas por Fumival (1948), Mitchel (1 954), Gluckman (l 954b, 1965), Wilson (J 945), Kuper (1947), Epstein (1959) y M. G. Smith ( 1960b), han sido conceptuauzadas no como estrechos sistema.' integrados, ni modelados en analogías mecán icas u orgánicas siuo (;o1flO campos sociales con muchas dimensiones, con partes que

Antropología po lítica: una introducción ______________ 67

pueden estar vagamente integradas o virtualmente independientes una de la otra y que deben ser estudiadas durante más tiempo - si se pre­tende que los fac tores sobre los que recaen los cambios en sus relacio­nes sociales sean iden tificados y analizados- o Probablemen te en vir­lud de la magnitud de las nllevas tareas a las que se enfrentaban estos "ntrop610gos, por lo general , han eludido los intentos por retratar y

analizar los campos sociales en su plena complejidad o profundidad temporal. Más bien, lo que han intentado hacer es aislar sectores sim­I)les o subsectores dentro de una dimensión única de tales campos y se han esforzado en aportar algo significativo acerca de los procesos ha­llados en esos lu gares. Por eso, casi sie mpre su trabajo está impregna­do de advertencia s sobre la necesidad de considerar el contexto políti­co más amplio y sus características más notables - tales como la plura lidad, la diversidad, lo difuso de sns componen tes, las variacio­nes en grados de consenso (considerando la total ansencia de éste) y otras similares.

II

Lo que nos interesa en este libro es la dimensión política y, dentro de e lla, consideraremos aquell as relaciones entre indi viduos y gnlpOS que integran un «campo pOlítico». Tales conceptos dependen, claramente, de lo que se quiera decir como "político». Sin embargo, este término es casi tan difíc il de definir como fácil de IIsar al describir sucesos dentro de las sociedades y sus componentes. Es fácil simpatizar con aquellos que, como Fones y Evans-Prilchard (1940), ev itan definir el térmi no porque el concepto tiene un amplio rango de apli caciones úti­tes y la gran variedad de datos a la que se aplica dificulta su especifi­caci6n en la práctica. Es más, difícilmente podemos llamar a este vo­lu men Antropología poll!ica y bombardear al lector con conceptos políticos y construcciones teóricas si no le ofrecemos una idea más concisa de aquello de lo que estamos hablando.

Varias cualidades que nos llevan a considerar a un proceso como político son fácilmente detectables y están ampliamente aceptadas como características. En primer lugar, un proceso político es público más que privado. Una actividad qu e afecta a un barrio, a toda una co-

68 . ____ ________ ___ Siruando la Antropología Política

munidad, a una sociedad completa, o a un grupo de sociedades es in­dudablemente una actividad pública, pero que además sea una ac(jvi­dad políti ca depende de otras características --<!ue se suman a su carácter público- . Una ceremonia religiosa puede afectar a comuni­dades y sociedades enteras e, incluso, a grupos de sociedades, pero no podríamos denominarla «actividad política» a pesar de que - y ahora empezamos a padecer las consec uencias de aquellos que definen idealmente este concepto- bajo algunas circunstancias y/o en ciertos aspectos podríamos llamar «politica» a una ceremonia religiosa.

La segunda cualidad de lo político generalmente aceptada es que tiene que ver con «melaS»). Combinando la primera característica con la segunda podemos ir un poco más allá y decir que lo político siem­pre implica metas públicas. A pesar de que siempre se involucren de un modo importanle las metas privadas o individuales (véase el ar­tículo de Swartz en este libro), el énfasis recaerá en las melas que se desean para el grupo como un todo. Estas metas incluirán el logro de nuevas relaciones con algún oU'O grupo, conquis tar la indepeudencia, luchar en una guerra o conseguir la paz, conseguir mayor prestigio del que se tenía previamente. transformar el esta tus relativo de castas y clases sociales dentro de un grupo, etcétera; conseguir un cambio en la relación con el medio ambiente para todos o, casi todos, los miem­bros de un grupo mediante proyectos tales como canales para la irriga­ción o la roza de tierras, etcétera, o asignar fu oclones, títulos y otros recursos escasos por los que bay una amplia competencia en la que participa todo el grupo .

En relación con lo que se ha señalado sobre metas políticas, debe quedar claro que la consciencia de un fin deseado siempre está presen­te, pero esta consciencia no tiene porque ser ni completa ni tampoco compartida por todos. Algunos de los miembros del grupo pueden te­ner poca o ninguna idea de lo que se está buscando; mientras que los líderes pueden ser los que tengan una idea clara del f in perseguido. El «objeti vo» puede ser sólo el deseo de escapar de la insatisfacción o de alcanzar un nuevo estatus que no está claramente fonnulad o. Los líde­res pueden presentarse públicamente con objetivos que son, en cierto sentido, sólo artificios para favorecer un fin más distante y oculto. Así, un líder sindical puede convocar a una huelga para conseguir ma­yores salarios y mejores cond iciones de trabajo y los sindicalistas creer que éstas son los objetivos últimos. Sin embargo, el líder puede

/\ Illropología polírica: una introducción _ ____________ 69

estar usando la huelga para mejorar su posición frente a otros líderes y/o funcionarios gubernamentales. Es verdad que la política siempre tiene que ver con el logro de metas. pero es útil reconocer que éste no {'," un concepto unívoco y que se requiere que exista una competencia para conseguir ese objetivo. Esta competencia, sin embargo, debe ser d" un tipo particular y para explicarlo es necesario ponerlo en relación l'on el «tamaño del grupo».

En nueslra sociedad se compile por el dinero en función del la­lIlaño del grupo, lo cual no implica que esta competencia tenga nece­, ,,riamente un carácter polftico, Lo que queremos decir aquÍ es que las di sposiciones políticas son aquellas que requieren del consentimiento de un grupo entero para hacerse efectivas. En este sentido, mientras 1111 indi viduo o parte de una sociedad puedan eslar compi tiendo con "Iros individuos por un bien económico, tal como el dinero, el resulta­do de esta pugna no requiere del consentimiento de lodo el grupo para hacerse efectivo. Sin embargo, la competencia por títulos en, digamos, 'I/'a sociedad del África occidental, no pnede decirse que se solu cione ., menos que todo el grupo esté de acuerdo en la asignación de esos Illulos. Así, para que una disposición sea realmente polltica debe refe­rirse a bienes escasos cuya posesión dependa del consentimiento de Iln grupo.

Otro fin importante característico de la política es lograr acuer­dos relativos a asuntos públicos más que a asuntos privados. Para que tos acuerdos sean públicos deben referirse al grupo como un todo de manera directa e inmediata , Resolver una disputa entre dos amigos -o entre marido y mujer- puede considerarse un arreglo público si

"1 resolución (o la ausencia de ella) desembocase, por así decirlo, en Ilna amenaza inmediata o en un cisma que dividiría a todo el grupo o It,;alinearía a las facdones existentes en su interior. Algunos acuerdos serán claramente públicos, otros privados y otros tendrán una difícil ,Jcntificaci6n inmediata. En esta última categoría (probablemente grande) podríamos caer en la vaguedad al apuntarnos a la doctrina de «por sus obras (os conoceréis», considerando todos los acuerdos como "probablemente políticos» hasta que las consecuencias de cada caso puedan establecerse mediante una investigación detallada. Si encon­tramos que un acuerdo, o la ausencia del mismo, tiene implicaciones para el grupo como un todo lo llamaremos «político», aun cuando en " .. igen no parezca afectar a todo el grupo.

70 _____ ___ _______ Siluando la Antropología Política

Es importante detenerse un momento en la «ausencia de acuer­

dos» y sus implicaciones sobre lo que queremos decir con político. La actividad polItica se dectica algunas veces a evitar acuerdos y a la sub­versión del marCO instiruciona l medi ante el cual se pueden alcanzar. En eS I'e tipo de situaciones no debemos equivocarnos al percatarnos de que un grupo, el de los «rebeldes», busca alca nzar una mera públi­ca - por ejemplo, la reasignación de los recursos y de los miembros de otro grupo con el cual se asociaron- y que aquél ll eva a cabo una actividad política. tal y como ha sido definida. El significado de esta actividad para el conceplo de <do político» que presentamos es doble. En primer lugar. debe quedar claro que lo político no consiste exclusi­vamente en acti vidades que necesa riamente promuevan el bienestar y la permanencia de un grupo organ izado. La actividad política incluye toda clase de búsq ueda de metas públicas, que pueden estar orientadas tanto al desarraigo de las estructuras existen tes co mo a su preserva­ción. En segundo lugar, la consideración de un tipo de actividad que implica opciones contrari as en política ofrece la oportunidad para aclarar nuestras ideas sobre las metas y los acuerdos que tienen conse­cuencias para un grupo. Un «grupo» no necet-i ariamente es una socie­dad entera, ni siquiera un segmento mayoritario de la misma; un nú­mero de individuos puede unirse para rechazar las metas y objetivos del grupo mayor del cual Formaban parte originalmente. Estos indi vi­duos pueden constituir una facción (véase en este volumen el artículo «Segmentary Factional Political Systems», de Ralph N. Nicholas) o representar un interés especial de un grupo que dedica su energía a inducir el conlllclo, más que a promover acuerdos, con el ánimo de desbaratar la organización del grupo mayor y/o cambiar sus intencio­nes. Tales actividades son claramente políticas; e l hecho de que la fac­ción O el grupo utilice medios no institucionales para conseguir sus fines (por ejemplo, la violencia) no altera la naturaleza política de su condUCla.

Una última gran caracterís tica de la política está implícita en lo que se acaba de decir: implica alguna clase de enfoque de poder dife­rencial en su sentido más amplio. Este enfoque no necesariamente re­

quiere la existencia de una jerarquía permanente de poder, pero siem­pre implica la existencia de conductas diferenciadas para el logro de objetivos públicos. Como se puede imaginar, estas conductas pueden consistir en que ciertos indi viduos proclamen objetivos del grupo pre-

i\ lllropología pol ítica: una introducción _ _ ___________ 71

viamente decididos por todos los miembros, es decir que todos paJ"ti­"¡pan a partes iguales ; pero también, pudiera ser que unos pocos "uembros del grupo definan las melas de todos, mientras que el resto '.olamente cu mple las decisiones. En cualqu ier caso, siempre existi rá "11 tipo de conducta diferenciada.

Por consiguiente, tenemos tres características que deberían ser­vir para iniciar nuestra división del universo de lo qne es político y de lo que no lo es. El adjetivo «político», ampliamente definido, se apl i­,"<Irá a algo que sea al mi smo tiempo público, orientado segú n objeti­vos definidos y que implique un poder diferenciado -en el sentido del control- entre los individuos de un grupo en cuestión.

Sin embargo, esta definición tentari va no nos resuelve la clase de pmblemas mencionados en el ejemplo de la ceremon ia religiosa . Una ceremonia religiosa puede tener todas ¡as caracteríslicas propuestas: 'cr pública (todos participan y están relacionados con ella), tener me-1;" definidas (transformar la re lación del grupo con su entorno natural .tI terminar una sequía) e implicar la posesión de poder diferenciado ilos expertos en ritu ales podrían decir a los OlfOS qué hacer); sin em­hargo, deberíamos mostrarnos renuentes a aceptar gue esta ceremonia es, en esencia, una actividad política.

Una salida obvia a esta dificultad sería pasar por alto nuestro re­chazo y aceptar la ceremonia como una actividad política sobre la hase, totalmente válida, de que podemos definir las cosas como quera­mos, sin reparar en la fa lsedad o veracidad de estas definiciones . Pero es posible una solución más satisfacto ria derivada de nuestra capaci­dad para observar una acti vidad desde diferentes puntos de vista. Si miramos la ceremonia religiosa desde el punto de vi sta de los proce­sos mediante los cuales se determi nan y llevan a cabo las metas del grupo (por ejemplo, có mo se decidió que se rea lizara una ceremonia, cómo se determinaron el momento y el lugar de realización, cómo se ubtuvieron los objetos empleados durante la ceremonia, etcétera), y mediante los cuales el poder se adquiere diferencial mente (por ejem­plo, qué expertos en ril"uales son exitosos al decir al resto qué hacer, cÓmo estos expertos respaldan su poder y cómo socavan el de sus ri­vales, etcétera), entonces, estamos estudiando es político. Sin embar­go, si miramos al ritual desde la perspectiva del modo en que se rela­ciona al grupo con lo so brenatural y la manera en que esta relación <lfecta a las relaciones entre las partes integrantes del grupo, entonces

72 ___ ___ _ _ _______ Siwando la An tropología Politica

10 que estamos eSludiando es la re li gión o , al menos, algo distinto de la po lítica.

El estudio de la política, entonces, es el estudio de los procesos que intervienen en la determinación y la realizaron de objetivos públi­cos y en la oblención y el uso del poder diferenciado por parte de los miembros del grupo impli cados en esos obje ti vos. Dicho esto, en lo que resta de introducción nos centraremos en la natura leZél de los pro­cesos políticos como los elementos cl ave de la políti ca. Desde una perspectiva po lítica, los pr inc ipales focos de interés son procesos tales como: conseg uir el apoyo regulador necesario, socavar el poder de los ri vales, alcanzar los objetivos públicos y lograr acuerdos. Los grupos dentro de los cuales ocurren estos procesos son imponantes porque consti tuyen el «campo» de la actividad política, pero esta acti vidad se mueve a través de las fronteras del grupo sin encontrar necesariamen­le obstácnlos, lo que es otra manera de deci r que el ( campo político» puede e xpandirse y contraerse. Lo importante aquí es que en la medi­da en que la política es e l estudio de cierlo tipo de proccsos, es esen­cial centrar nueSlra atención en esos procesos más que en los grupos o campos den ll'O de los cuales ocurren. Esto significa, por ejemplo, que un es tudio político persigue enlender e l desa rrollo de los confli ctos por el poder (o por la adq uisición de apoyos para conseguir determi ­nados objetivos) dentro de cualesquiera g rupos que conduzca n esos procesos - más que examinar a estos gru pos como linajes, poblados o países para determinar qué procesos pudieran conle ner-. Coucentrar­nos en los grupos sería dotarlos de una to talidad que no se justifica, porque la comprensión de 10 que sucede en la lu cha por e l li derazgo en un poblado puede requerir un examen de las raíces de la lucha en el contex to nacional. Para decirlo de otro modo, la antropología po lítica ya no estudi a exclusivamente -en térmi nos estru ctural-funcionalis­las- instituciones políticas de sociedades cíclicas y repetiti vas. Su unidad espacial no es por más tiempo la «sociedad» aislada, sino que tenderá a ser e l «campo polfti co». Su unidad temporal ya no será el «tiempo estructura!», sino Su «.tiempo hislórico». Esta unidad combi­nada constituye un cOJ1tinuum espaci.o-te mporal. Un campo político no opera como un mecanismo de re loj, con todas las piezas juntas engranadas con precisión mecánica. Es, más bien, un campo de ten­sión lleno de an tagonistas intel igentes y resueltos, solos o agrupados , moti vados por la ambición, el altru ismo, el interés personal o por el

\ 1111',~pl,l¡)gia poliliea: una illlroducción -----________ 73

dl ' \CO de obtener el bien público y quienes , en situaciones diversas, , ' 1"" vincul ados a través del inlerés personal o del idealismo - y se­I'.u ;¡dos u opuestos por Jos mismos moti vos-o En este proceso dehe-111\ )S considerar cada unidad en ténninos de sus objetivos independien-1," y también la si tuación global en la cual se presentan sus objetivos ,k lorma interdependiente. Ni la independencia ni la interdependien­,· Ijl de las acciones políticas que ocurren son partes de una máquina o dI" un animal. La institucionali zación de las relaciones políti cas puede ."guIJas veces engañar al observador aparentando ser un t'e nómeno 1I1L:cá ni co U orgánico, pero se I.rata de meras analogías que ocuhan las '·Ilédi dades más import.:lntes del com portamiento politico. Para enten­ele .. ese comportamiento tenemos que saber cómo piensan , sienten y I k ~ean las «unidades» políticas en relación COn es tos fenómenos. ( '"mo Parsons (1937) Y Ellllllel ( 1958) han seña lado, el fac lor de ill-1\' llcionalidad es analíticamente crucial para el concepto de accjón po-111 iea.

rn

Mencionar él Talco tt Parsons nos recuerda la impresionan te contri bu­, I{, 11 que han hecho al eSludio de los procesos políticos los filósofos :-.ncia(es, los soc iólogos -Parsons mismo y Durkheirn, Weber, Biers­Icdt y Bales-- y los politólogos - como LassweU, Kaplan, Easto n, M. I.cvy y Banfielcl - , por citar sólo a algunos de e llos. A pesar de que los antropólogos hall tendido a ser ex tremadamente recelosos de las teorías de los estudiosos de la filosofía política, como se ha mostrtldo r ll diferentes ocasiones - desde IlI S críticas en los Sistemas políticos tI /i·¡cQnos2 hasta los pronunciamientos IUenos draconianos en publica­ciones recientes-. consideramos que es el momento oportuno para el di álogo, si no pa ra e l maridaje, entre la antropo logía y otras discipli­nas relacionadas Con la poJíüca comparada.

En la introduec ión a Africon Poliricaf Sysfems ( 1940), tos edilOres señalaron enér. )'.1..:arnente: «La$ conclusiolles lde l o~ filósoFos POlílicos ] ti enen poco va lor cient fUco porqu~ rara vez e:;tán formuladas en (érm iuos de comportamiClHo observable y de la ,.\pacldad de probarse bajo este criteri o». Si n embargo, su deuda CO Il Weber y Durkhe. IIn es ahor<! ampl iamente reconocida.

74 ________ _ _ _____ Situando la Antropología Polilica

De los sociólogos y politólogos esperamos obtener un paquete de herramientas conceptua les que, con alguna modificación, prueben su utilidad para los antropólogos al examinar la conducta política en so­ciedades reales -lo que no debe restringir indebidamente presu pues­tos sobre la naturaleza de esta conducta-o Idealmente, los conceptos para analizar lo político serían igualmente aplicables e n sociedades que no tienen unidades centralizadas y/o permanentes para la toma de deci­siones como en las sociedades que tienen este tipo de unidades; e n so­ciedades donde el camb io es rápido y drástico, y en aquellas donde es lento y grad ual; en sociedades donde la mayoría de la población tiene muchos valores importantes. motivaciones y relaciones en común, y en sociedades donde la población tiene poco en común. En resumen, el objetivo es presentar aquí concepros de aplicación general que pe rmi­tan el reconocimiento de la diversidad de los sistemas políticos.

Fuerza y coerción

En la mayoría de los escritos sobre comportamiento político se ha di­rigido la atención al papel de la coerción en general y de la f uerza en particular. Eso es comprensible en la medida e n qne los más obvios tipos de conducta política implican el uso o la amenaza de la fuerza. Má s aún, la idea de que lo político tiene que ver con decisiones que afectan a la sociedad como un todo nos lleva de forma casi natural a enfati zar la oposición e ntre los inte reses de los individ uos frente a aquellos del grupo.

A pesar de su innegable importancia, son innumerables los esco­llos que plantea el punto de vista que considera el LI SO de la fuerza como la única base o, incluso, la más relevant.e del comportamiento político. Estas dificultades derivan del hecho de que se trata de una técnica cruel además de costosa para la ejecución de decisiones. Y lo que es más importa nte , la fuerza en s í misma depende de re laciones interpe rsonales que se basan e n algo más que ésta. La crudeza y la inflexibilidad inherentes al uso de la fuerza fueron discutidas por Tal­cott Parsons (l963b, p. 240) en el curso de su extenso análisis del pa­ralel ismo entre política y economía (1 963a y 1963b). Parsons compa­rÓ el papel del uso de la fuerza en política con el del oro en el sistema

,\ 1111 npolog..ía polílica: una introducción --____ _____ _ _ 75

ultllletario. Ambos son Illuy efectivos y pueden operar con un alto gra­do de independe ncia de sus contextos insti tucionales, pero la excesi va d.· pendencia de cualquiera de ellos lleva a los sis temas a la rigidez ya l., reducción en el número y tipo de opciones de que disponen. Así, un ·,I:-.,(ema monetario qu e descansa 1'undamentalmente en el oro y en su 1111 ~rcambi o diario sería primitivo y torpe, y lo mi smo podría decirse . 1<' un sistema político que depende principa lmente de la fuerza.

E l hecho de que la fuerza recaiga e n relaciones hasadas en a lgo ""ís que ésta ha sido tratado por Goldh amer y Shil s ( 1939, p. 178), qllienes se'ñalan que cuanto más fuerza se use en nn sis tema político, 111:lyor será el número de personas necesarias para aplicarla y mayor también la dependencia de quienes la emplean. A pesar de que las re­lac iones entre aquellos que aplican la fuerza por un lado, y aquellos ·.ohre los que es aplicada por otro, pueden estar basadas tota lmente en ..J uso de aquella, es indudable que debe haber relaciones dentro di! ,'\C grupo que se sustenten en algo más.

i\ poyo y legitimidad

Si por apoyo entendemos cualquier ele mento que contribu ya a la for­mulación y/o e jecución de objetivos políticos. podemos decir que a pesar de que la fuerza puede jugar un papel importante en los sistemas políticos nunca será el único medio. La fuerza es un tipo de apoyo que debe ser complementado con otros.

La legitimidad' es un tipo de apoyo que deriva no tanto de la rue rza o de su amenaza, sino de los valores -formu lados, influidos y modificados por fines políticos- que tiene n los indi viduos. Evidente­mente, en la medida en que las decisjones se tomen a una escala me­nor que la del grupo, la legitimidad no se limitará al área de la política. Sin embargo, aquí reservaremos nuestra atención para los usos de la legitimidad e n un contexto político.

Esa derivación procede del establecimiento de una relación posi­tiva entre la organización o e l proceso que posee legitimidad y tales

3. Véase Weber (1947, pp. 124- 132 Y 324-329) para lo que probablemente sea la discu­sión más influyente sobre Jegi tj1nidad; también véase Parsons (1960, pp. 170- J 98).

76 _______________ Situando la Antropología Política

valores. Esta relac ión puede establecerse de diferentes maneras (algu­nas de las cuales serán discutidas más adelante), pero en todos los ca­sos incluye el conjunto de expectativas de aquellos que aceptan la le­gi timidad. Estas ex pectati vas dependen de que la organización o el proceso, bajo determinadas circunstancias, satisfagan ciertas obliga­ciones que deben cumplir. Tales obligaciones puede ser específicas (un jefe legítimo hará que llueva cuando sea necesario) o generales (un tribunal legítimo ofrecerá una decisión jusla), pero es importante notar que éstas operan como predicciones de lo que ocurrirá en el fu­tllfO y no simplemente como registros de lo que ha sucedido en el pa­sado. La legitimidad es una forma de evalu ación que se aplica a una conducta futura, esperada y deseada (Parsons, 1963b, p. 238).

La legitimidad y todos los otros tipos de apoyo pueden entender­se mejor si los contemplamos en conexión con distintos aspectos del proceso político, más que en relación con el sistema como un todo. Esto es, en lugar de tratar de decid ir qué clases de apoyo puede tener un sistema político o si el sistema es legítimo, puede lograrse un ma­yor alcance analítico dividiendo al sistema político en diversos aspec­tos o niveles y examinando por separado la presencia o ausencia de legitimidad, fuerza y otros tipos de apoyo eo cada uno de ellos. Para eso, es necesari o establecer empíricament.e los tipos de apoyo que son decisivos en la acción política en cada ni vel.

David Easlon (1957 , pp. 391-393 ; 1959, pp. 228-229) ha sugeri­do tres aspectos de los sistemas políticos que son útiles en un análisis de este tipo . El primero de ellos es lo que él llama la comun.idad polí­tica. És te es el grupo más grande dentro del cual pueden arreglarse las diferencias y promoverse decisiones medj ante acciones pacíficas. Pa­rece evidente que la fu erza no puede ser un tipo importante de apoyo en esta forma de organización y la legi timidad, a menudo, aunque no necesariamente, será un e lemento importante (es to es, las expectativas de determinados acuerdos deseables y el logro de las decisiones). Lo que Easton llama la comunidad política y lo que nosotros llamamos el campo político son conceptos disti ntos. Un campo político puede ser un término paralelo al de comunidad política, puede contener dos o más comunidades políticas con relaciones de cooperación o cont1icto, puede involucrar a una comunidad política y a gru pos o individuos externos a la comunidad, y también puede no in volucrar a ninguna

comunidad política.

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,\lI lfOpología política: una introducción _ _ _ __________ 77

Un segundo aspecto explorado por Easton es el régimen., el cual I t> ns iste en «todos aquellos acuerdos que regulan la manera cómo se " ',"dven las demandas en el interior del sistema, y el modo en que las ,[,·,·"iones son ejecutadas» (1957, p. 392). Easton considera estos pra­I n limie ntos como «reglas del juegÜ), las cuales constituyen el cri terio 1' ·'I'a legitimar las acciones de aquellos individ uos involucrados en el I',oceso político. A pesar de la utilidad analítica de separar los proce­dllllientos para alcanzar e instrumentar las decis iones, es importante .lIltJlm que estos procedimientos pueden ser vi s tos como leg(timos o 110 Así, parece más fructífero percibir las «reg las del juego» o el régi­mm como un tipo de estándar para la legalidad y dejar sin contestar la preg unta de si el apoyo a est.as reglas o al régi men derivan de la ] eg i~

lunidad o de alguna otra fuente. La legalidad dependerá del estatus de I..s reglas. En este sentido, en la med ida en que las reglas descansen en la fu erza, la legalidad descansará en la fuerza, y en la medida en que 1" hagan en la legitimidad, la diferencia entre legalidad y legitim idad dosminui rá. M . G. Smilh ha concentrado su a tención en la distinción " Ia ve en tre legitimidad y lega lidad señalando que mientras que «la ley "" cunscribe la legali dad, la legitimidad es a menudo invocada para •. ancionar y justificar acciones contrarias a las leyes existentes» (1960, ". 20).

El último aspecto que apunta Easton eS el gobiemo, y éste, desde '>lI punto de vista, incluye tanto a funcionarios pollticos como a la or­

ganización administrativa de la cual forma parte. Para nuestros obje­II VOS es preferible separar a los funcionarios de la ,(organización» y, por lo tanto, al hablar de gobierno s610 nos referiremos a series inter­conectadas de estatus cuyos roles están relacionados básicamente con la toma y el logro de decisiones políticas. A diferencia de una comuni­Jad política y de un régimen, una sociedad no necesita tener un go­hiemo, pues lOmar e instrumentar decisiones puede ser - y a menudo cs- un rol difuso entre los estatus que incluyen otros deberes adicio­nales, algunas veces más importantes que éste.

Sin embargo, al igual que en los dos niveles analíticos previos, cuando lln gobierno está presente puede beneficiarse o no de la legiti­midad como uoa de sus principales fuentes de apoyo. El gobierno será co nsiderado legítimo cuando los miembros del grupo, es decir, sn «público», crean -a partir de su experiencia- que el gobierno toma­rá decisiones de acuerdo con sus expectativas.

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78 _________ _ _ ____ Si tuando la Antropología PoHtica

Estatus político, funcionarios y decisiones

Tres conceptos adicionales pueden ser útiles en re lación con los tipos de apoyo: el eSlCIlus político, losfuncionarios y las decisio /l es, ningu­no de los cuales prec isa para su existencia de un gobi erno. Un escalus político es una posición cuyo roL es principalmente tom", y/o ejecutar decisiones políticas. Ésta posición, puede o no formar parte de una red más amplia de estatus políticos, pero en cuaLqui er caso es susceptible de ser estudiada por su legitimidad o por otros apoyos que posea.

De manera similar, unfuncionario p olítico , a pesar de que debe detenta r algú n tipo de estatus político, puede o no ser parte de una estructLlra gubernamental Y puede ser objeto de di stintos ti pos de apo­yo independientemente de q ue éstos correspondan a su esta tus. Por ejemplo, un funcionario puede ser considerado legítimo o ilegítimo independ ientemente de la legitimidad o ilegitimidad del gobierno del

cual forma parte. E n tercer lugar, una decisión es un pronunciamiento que tiene

que ver cou el logro de metas o acuerdos que, en últ ima instancia, se originan a pa rtir de una fo rma de organización en el sistema políti co (a unque los miembros del grupo no identifiquen con precisión su ori­gen) . Sin embargo, el tipo de apoyo que avale la decisión - si lo hu­biera- puede ser igualo disti uto del que se acordó en origen. Entre otras cosas eso significa que la decis ión puede ser legítima aun cuan­do no lo sea e l procedimiento que la ori ginó y, a la in versa, la deci­sión puede ser ilegítima aunque su fuente sea ide nti ficada como legí­ti ma. No hay dud a de que el tipo de apoyo que es operativo en un ni vel de análisis puede no serl o en otro ni vel. Por ejemplo, a pesar de que una comunidad política y un rég imen puedan ser legíti mos, esto no aseguraría la legi timidad del gobierno, de un eSTa tus político, un funcio nario O una decisión en particu lar. Como diría Eastoo: «El gra­do en el cual el apoyo en un nivel de análisis obedece a los apoyos situados en otros ni veles es siempre asunto de investigación empíri­

ca» (1 957, p. 393). Por otro lado, como se verá más adelante en esta intIoducción, en

la medi da en que diferentes tipos de apoyo pueden existir simultánea­mente en diferentes niveles de análi sis, también diferentes tipos de apoyo pueden operar en el mismo ni vel en diferen tes mome ntos. Esta característica es válida para todos los tipos de apoyo incluyendo la

.\ "In,pnlogía polílica: una inlroducción _________ _ ___ 79

¡,. J~ ,l i lll idad , la cual puede ser considerada un atribulO de los fenóme­"".' . re laciones y procesos políticos estables. Por ejemplo, nn funcio-11.11 jo puede comenzar su caITera política mediante un ritual que sirva p:nil suscitar expectativas positivas en aquellos a quienes afectan sus d." isiones, por lo que obtendrá sus apoyos a través de la legitimidad ' ~ II ' embargo, en el curso de su actividad política, ese funcionario pue­di' fracasar recurren lemenle en el intento de satisfacer esas expectati­v." y así perder la legi timidad obtenida al principio de su carrera. De "'000 que, si se propone continuar cumpliendo con sus deberes, debe­<: , conseg ui r otro tipo de apoyos: mediante la fuerza, la ansencia de .oIl w lativas o algún otro tipo de apoyo que se discutirá mas adelante.

De la misma manera, la legitimidad puede no estar asociada en Ilrlgen a una organizac ión o a una unidad políti ca~ pero, gracias a la .. ,Iisfacción de las expectati vas, esa organización puede adquirir legi­'"l1idad y depender de ese apoyo más que - o incl uso en lugar de­·I< tlle llos con los cuales empezó. Así, el1 e l artículo de Marc J. Swartz, VC IllOS que los jefes bena y los funcio narios de la aldea obtu vieron su Iq;itimidad mediante su exitoso funcionamiento comojueces. Sin em­hargo, su carrera como funcionarios no empezó con esta clase de apo­vo. Más bien, los primeros días en funciones estu vieron respaldados )'0 1' apoyos personales de acuerdo con sus es tatus y gracias a apoyos derivados del hecho de haber sido designados por el gobierno nac io­lI ,d. Por su parte, en el texto de Victor W. Turner observamos como los demandantes de un importante cargo político-ritual dirigieron sus re­d amos en términos de diferentes criteri os de leg itimidad, poniendo a )'rueba la validez de los criterios rivales.

Un ejemplo particularmente interesante de la transitoriedad de 1111 apoyo dado lo ofrece Ronald Cohen en su contribución sobre los lanuri. Los kanu ri creen que el éxi to o fracaso de un individuo se debe a la cantidad de arziy ; que posea ; el arziyi es una cualidad del lI,divid uo que legitima a los poseedores de l cargo. Así, el hecho de que obtengan el cargo prueba que tienen más arziyi que los otros, pero si falla n demuestra que su a rziyi ha dism inuido. De es te modo, la neencia en el arziy; y su variación entre individuos puede ser vista como un medio institucionalizado para determinar la forma en el qlle

~I. Un ejemplo puede verse en la discusión de George K. Park sobre el rol del príncj~ pe Kin ga, en su art ícu lo «Kin ga Priests: The Polilics of PeMi lence),.

80 _ __________ _ _ __ Situ3Jldo la Ant ropología Políríw

aquel que de tenta el cargo logrará satisfacer las expectativas que los olros tienen de él. Cuando su arziyi es abund ante será capaz de hacer lo que se le pide, pero si no es sufi ciente no podrá hacerlo. Por lo tan­to, su habilidad para obtener y conservar e l cargo es la prueba de su capacidad para hacer lo que se espera de él. Por eso debe quedar claro que, a pesar de que la legitimidad es sólo uno de los e lememos de un tipo de apoyo más amplio, se trala de un elemento crucia l. Ahora exa­minaremos hasta qué punto es apropiado pos tul ar la ex istencia de la

legitimidad en todos los sislemas políticos.

poder y legitimidad

Parsons (l963b) argumenta de manera muy estim ulante que debería entenderse que e l poder descansa en la legitimidad. S im plificando un argumento complej o y con muchas ramificaciones , el au tor sostiene

que e l poder es la «capacidad generali zada para asegurar e l desempeño de obli gaciones ineludibles, do nde, en de te rminados casos, eXiste coacción med iante sanciones negaD vas» (p. 237). A pesar del lugar que ocupan las sanciones negati vas, en esenci(l la posición de Par~ons deriva de la consideración del eje rcicio del poder corno forma de IIlte­racción, en la cual el que detenta el poder logra obediencia para ejecu­tar una decisión que concierne a los objetivos del grupo. Es t.a obedien­cia se logra a cambio de contraer ciertas obli gac iones futuras con

respecto a aquellos que obedecen . En otras palabras, la obediencia a un Iider está condicionada a su actuación recíproca - tácita o explíci­

ta- posterior. En eSle contex to, el poder es un medio simbólico cuyo funciona­

miento no depende originalmente de su efectividad in trínseca, sino de las expectativas que su empleo genera en aquellos que lo acatan . Entre los bena, como lo describe Swartz, e l poder de los funcionarios del pueblo depende de las expectati vas de los pobladores respeclO de sn éxito en la conciliación de disputas. En virtud de su condición simbó­lica, el poder opera independiente ment e de c ircunstancias, sanciones, situaciones o individuos parti culnres. En consecuencia, proponemos ll amar al poder poder consellSLlal para distin guirlo del poder basado en la coerción. En el sentido que usaremos aquí el término, el poder

·\n I1opologr.\ política: l1 nil introducción _ ____________ 81

IH ,cde considerarse e l aspecto dinámico de la legitimidad; una legiti-11Iidad que la acción social pone a prueba.

La obediencia basada en el poder consensuado es motivada por la , " 'cncia (la cual sólo puede ser formulada vagamente) de que en algú n IlIomento el funcionario, la institución o el gobierno - nquellos a quie­I W .'" obedecen los individuos- sati sfanín sus ex pectativas de lnanera plI\i tiva. L a obediencia puede conseguirse medianle órdenes o regul a-1 Iones que sean aparentemente incompatibles (por eje1nplo, lrab¡¡jos

I"'cados) O cuando hay pocas o ningllna probabilidild de obtener a lgo dlr ~c1.8In e nte a cambio de obedecer dichas órdenes. Sin embargo, si el poder consensuado est<Í presente en el origen de las 6rdenes , la obedien-1 1.1 resu ltará de la creencia de que, tarde o temprano, en su forma de

11 ¡unr, el funcionari o, la institución o el gobierno cumplirá con los re­

·.ulludos deseados o, al menos, Il1nutendrá el s(alu quo. Por eso, el traba-1" forzado 110 debe ser visto por los trabajndores como una fOI'll18 para , oll 'ieguir un resultado deseado, sjn que el cargo que lo ordena sea COI1-.,dcrado probablemente como algui en que hace algo deseable. En la IIlcdidn en que la obediencia basada en el poder consensuado es inc1e-

1"'lldiente de una forma de grati ficación inmediata, este lipa de poder I". ronite mayor fl exibilidad que las demandas basadas en otros apoyo,.

El poder consensuado puede es tar presente en un determin ado ·. "tema po lÍlico poco, mucho o nada en abso luto, pero la cantidad de IH)der con sensuado que exis t.a determi nará la DexibiJidad del sislema ;'011 respecto a su capacidad para hacer cumplir decisiones en situacio­HD diferentes de aq uellas previamente dadas. Esta fl exibilidad, en I'",.te, es resul tado de la legitimidad en el poder conse nsuado que lo II llera de III dependencia de sanciones parli culnres Y. en parte. de estar lihre de recompensas particulares y concretas. ~

ESIO no significa que los sistemas políticos no puedan operar sin t , · :~ iti midad . Nada más lejos de la realidad. Pero implica que cuando la

.. Debería enfatiznrse que poder cOl/sen5lw do es un concepeo definido en términos .1.- \ lL dependencia de la legi timidad para lograr efecti vidad. El poder comO un término 11" :ldjeti vado se refiere aquí a un fenómeno má:. ampljo, que implica el conl ro l de la , IInducta a Lravés de ruerzas superiores y/o de órden es superiores. El ténni no ,mder es 111 :" comúnrnellle empleado en la literatura que el de pnder consensuado. Para ejem­Ido:, de definiciones de Ull uso más g~nertlt véase Daht (1957). Biersledt (1950) y ( ;' lldllamer y Shil s ( 1939) . Para una discusión ullerior del concepto nos referiremos a ¡,oda consensuado, véase Parsons (1963b, pp. 237-238).

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82 _ _ _ ___ ___ ___ _ __ Situando la Anlropologia PolíLica

legitimidad en la imposición de obligaciones di sminuye, la flexibili­dad del sist.ema también lo hace. Parsons 10 explica de la siguiente

manera:

.. , cues tionar la legitimidad en la posesión y uso del poder conduce a recurrir progresivamente a medi os más «seglll'os» para obtener obe­diencia. Éstos deben ser cada vez más «intrínsecamente) efectivos. de ahí que se adaplen más a silllaciones particulares y menos generales. En la medida en que esoS medios sean inlrínsecamente más efec ti vos, la legitimidad se vuelve un factor menos jmpOrl.anle ( ... ) al final , se recn­

ITe a diversos lipos de coerc ió n y evemualmeute al ll SO de la fuerza como el medio más efectivo de entre todos los medios de coerción

(l 963b, p. 238).

Debería hacerse patente que la legitimidad en un poder consensuado tiene implicaciones para las dos partes en interacc ión. En otras pala­bras, desde esta perspectiva, el poder tiene dos lados: lino implica la obedienc ia de aquellos sobre los que se ejerce, y el otro implica a quien lo ejerce a través de los vaJores que comparte con los que son dominados. Entre estos últimos, los valores lomarán la forma de ex­pectativas, Así, la relación con el sistema de valores que Olorga a los poderosos la ventaja de la flexibilidad también proporciona a los do­minados la de ser capaces de invocar sus legítimas expecta tivas. Por eso, en ocasiones, la legitimidad del poder consensuado es reducid a y la flexibilidad del sistema se socava. En esa situ ac ión , el sislema po­dría seguir operando pero la obediencia se obtend ría principalmente a través de una apelación a la coerción que si rve como «base» del sisle­Ola de poder, pero cuyo uso extensivo, en la ana logía de Parsons, equi­va ldría a sustituir el oro del sistema monetario por el s imbólico papel moneda que carece de valor intrrnseco . En otras palabras, en ausencia de legitimidad, un sistema político es un in slfumento demasiado rígi­do para alcanzar metas de grupo, acuerdos y asignaciones porque ca­rece de una «capacidad generalizada para asegurar su desempeño». Indudablemente, un sistema político que pierde toda la legitimidad no es igual a un sistema monetarío printitivo basado en el valor intrínseco de la mercancía (como el oro), el cual siempre tiene algu na utilidad general en el intercambio. Más bien se asemejaría a un sis tema de

trueque con todas las limitaciones que éste con lleva.

A llln\pología pO l íl ica : Uf1U inlroducci6n ____________ _ 83

La respuesta a la pregunta de si todos los sistemas políticos in­, t" yen la legitimid ad es claramente contingente. Si un sislema puede .• kanzar sus metas de grupo a partir del trueque, por ejemplo in ter­\':lInbiando fuerza por obediencia, no hay ninguna razón para asumi r 'I" e tal sistema deba co ntener legitimidad en la forma de un poder 1'"lítico -en e l sentido en que hemos definido aquí es te té rmino- o t·.ntre los kuikurn (descri tos por Gertrude E. Dale en este libro), el lI uico lugar obv io para el poder consensual es el estatus del slzamafl.

.'-' 111 embargo, en su papel de agente de control social, el slzaman sirve I'"ra ejercer coerción sobre los disidentes, dirigiendo la opinión del !'."'po y la consecuente movi lizaci ón de fuerza contra e ll os. Obvia­"'ente no estamos hablando aquí de poder consensuado , lal y como es 1I ~ ¡¡do aqn( eJ concepto, sino más bien de un «trueqne» en e l cuaL se

".I ercambia consentimiento por librarse del cas tigo fís ico. Es te tipo de procesos encaja dentro de nuestro punto de vista de la conduc la p" líti ca porque imp lica deci siones (en este caso acuerdos) que afec­",,' al grupo como un todo ; pero no hay evidencias que ind iquen que ,'so traiga consigo la imposición de obligaciones a través de la legiti­t/t/dad.

Podría argumentarse, sin embargo, que hay legilimidad en la p"lítica kuikuru a nivel de la comunidad política. Es to es, au n cuan­.1 .. los procesos por los cuales se a lcanzan los acuerdos no estén I.asados en la legitimid ad, la comnnidad política sí lo es tá - en el ·.cntido de que los miembros del grupo así lo creen- , ya que sus expectativas relativas al arreglo de disputas serán, al menos alguna s v<oces, resueltas dentro de los límites del grupo. Lo imponante aquí ,' s que el tipo de apoyo en un ni vel no necesariamente depende del l.pO de apoyo en otro. El hecho de que una comunidad política sea ,'[loyada por considerarse legíti ma no significa que los medios de tU !\ que hace uso para obtener tal obediencia sean necesariamente I l~gítimos. Una consecuencia interesante de asumir la independenc ia .,,,alítica de los tipos de apoyo encontrados en dis tintos niveles se .• precia en la relación entre el régimen (o «reglas del juego») y el I,oder.

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84 _ _ _ _ _ _ _ _____ _ _ _ Situando la Anlropolug,í;l Política

El código de autoridad

Reiteramos que el poder consensuado, e indudablemente el poder en todos los sentidos en que puede pensa rse, es la capacidad de asegurar la obediencia mediante decisioues ineludibles. Está claro por lo tanto que si hay más de un poder localizado en un sistema, la au sencia de una escala de prioridades entre distintas obl igaciones puede conducir al caos como consecuencia de un compromiso simultáneo de l grupo con dife rentes y, posiblemente, confl ictivas obli gaciones (Parsons, 1963b, p. 246) . Esta silUación puede producirse en un contexto en el que sólo exi sta un poder localizado en el que se origi nan las deci sio­nes pero que carezca de un sistema de asignación de prioridades. Este sistema de prioridades puede esLablecerse, cuando se requiera, me­diante una jerarquía de poder. Tal jerarquía puede pensarse en térmi­nos de una asignación diferencial de derechos -para usar y adquirir poder-, o estatus particul ares en el grupo. Este sistema será llamado código de Ollloridad y los derechos asignados por él serán conside ra­

dos autoridad. El código de autoridad es una parLe crucial de lo que se ha llama­

do régimen, y, en un régimen basado en la legiti midad, este código será apoyado normalmente por una conexi ón directa con el sistema de valores; por ejemplo, el derecho divino de los reyes que establece una conexión entre un códi go de au toridad y un conjunto de valores res­paldados sobrenaturalmente. Así pues, en e l artículo de John Middle­ton sobre la resolución del confli cto entre los lugbara, resul ta obvio que la base sobrenatural del poder consensuado es su fuente de legiti­midad . Más aún, la asignación de este poder a los individuos basa su legitimidad en la enfermedad -causada por espíritus ancestrales­que padecen aquellos que desafían a los poderosos. Los anc ianos que invocan la muerte como forma de castigo son aquellos que son capa­ces de mostrar su buena relación con el mundo sobrenatural , origen ancestral de la legitimidad, y de este modo ejercer como fu entes legí­timas de poder consensuado para la comunidad. La posibilidad de re­clamar que la enfermedad sea resultado de la brujería más que de la invocación a los espíritus muestra uno de los artificios de los lugbara para atacar o impugnar la legitimidad de los ancianos. En la sec­ci ón tercera, donde se refuerzan estos conceptos con el análisis de los procesos políticos, se indica cómo diferentes tipos de apoyo son mani-

r\ ult'npnlogín po l((ica: una inlrvducci6n ___ ______ _ ___ 85

1',00"dos por facciones interesadas en la lucha por obtener posiciones .1, . poder y antoridad , y corno una parte importante de esta manipula­, "", es el esfuerzo por establecer la legitim idad de los propios fines y IlIl'u ios y vencer a los de los oponentes.

Sin embargo, e l código de autoridad no precisa apoyarse en va­t\l res compartidos entre poderosos y domi nados, aun cuando las obli ­J'. ac iones impuestas por los primeros se respalden en este código. En (lIraS palabras, no hay ninguna razón analítica para concebir la autori-01 ,,<1 , o el procedimiento por e l cual ésta es adscrita a los estatus, como Il c~esariamente legílima aún cuando el poder que deriva de 1al autori­, I"d pueda ser legítimo.

Hemos argumentado que es fru c tífero observar la legitimidad , 'OlDO un e lemento bás ico del poder, lo qu e permite diferenc iar e l poder basado en este tipo de apoyo de otros menos fl exibles util iza­dos para oblener obedienc ia. Sin embargo, este argumento no se .'pli ca en la adscripc ión de poder a los estatus. Analíticamente, al ",enos, no hay ninguna razón por la cual la adscripción de poder a Ins estatus basados en la fue rza no fundonaría lan bien como aquella I, ,, sada en va lores. En la medida en que e l poder fuese diferencial­II,,,nte otorgado, el requerim iento de una jerarquía de obligaciones \(; encontraría presente en ambos casos y éSle es un asunto crucial en los códigos de autoridad . Desde una perspectiva empírica podría re­",Iverse que si el código de autoridad no se basa en la legi timidad , la "utoridad lo distribuiría entre los estatu s (en la misma medida en qu e 0'.< men os probable operar a tra vés del intercambio de obediencia por el derecho a imponer obligaciones en e l futuro [p oder consensual]), pero no existe ninguna razón analítica para asumir que éste sea el e"so. Si, por ejemp lo, un gobie rno colonial otorga derechos para im­poner obligaciones a díversos es tatu s en virtud de la fuerza superior de los colonizadores, no hay razón (l priori para creer que los fu n­óonari os que ocupan los estatus asignados no puedan obtener esa obedjencia a través del poder consensuado, como se usa el término en esta sección, en lugar de conseguirlo solo mediante el uso de la luerza.

La otra cara de es te argumento es que au n a pesar de que el códi­go de autoridad esté respaldado por su relación con el sistema de valo­res, eso no justifica asumir que su potestad para imponer obligaciones necesite ser ejercida a través del uso directo -o la simple arnenaza-

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86 _______ ________ Situando la A utropología Política

de la fu erza. Como veremos en la presentación de Cohen deJ caso de los knikuru, esto es preci samente Jo que sucede a menudo.

Para sintetizar esta parte de la discusión podemos definir el po­der como algo que contiene -de un a u otra forma- legitimidad; éste es uno de los medios para obtener obedienci a frente a las obl igacio­nes, y su principal diferencia con otros medios de apoyo es que permi­te una mayor flex ibilidad. El poder, empleado en este sentido, se re­fiere al poder consensuado. Mientras, la autoridad es el derecho a usar y adquirir poder fijado en un estatu s mediante el código de auto­ridad (el cnal fo rma parte del régimen). Un códi go de autoridad y la autoridad resul tan te de su aplicación, puede estar basado en la legiti­midad o no, pero será útil para situar e l poder disponible en un sislema jerárqui co. Hasta donde sea posible, un sistema [po lítico] se desarro­ll ará con los mínimos con n ietos entre obli gaciones e intereses. Sin embargo, debemos tener en cuenta que la mayoría de los sistemas contienen poder no asignado o adscrito, tanlo en su sentido limitado (definido aquí) como en uno más ampli o (definido como la capacidad de hacer lo que uno quiere, con o sin e l consent imiento de los domi­

nados). Nuestro én fasis en la independencia analítica de los tipos de apo­

yo en varios ni veles no implica que estemos postulando una indepen­dencia empírica. Con referencia a las re laciones que exi sten entre las di ferentes fu entes de apoyo, pueden descubrirse notables regularida­des empíricas. Por ejemplo, la di scusión será más cJara si el poder consensuado opera de manera efec ti va, ya que en ta l caso los domina­dos confiarán en que Jos poderosos cumpli rán con sus obligaciones. Este estado psicológico sería socavado si los derechos para usar y ad­quirir poder se asignasen sobre la base del desacuerdo con los valores y normas generales. En un sistema político complejo, éste podría ser e l caso, pero eso sólo puede establecerse mediante una in vestigación empírica. Analíticamente, no hay razón para adoptar un punto de vi s ta que sostenga una correspondencia necesaria entre estos dos ni veles de análi sis [adqu isición y uso de poder por un lado, y, consenso sobre valores, por el 0 11"0] o entre alguno de los ni veles de an áli sis y la rela­

ción con otras fuentes de apoyo.

Antropo logía política: una introdLlcción _ ______ _ ___ __ 87

Introducción y mantenim iento de d iferentes tipos de apoyo

tl asta aquí nuestra di scusión sobre el apoyo, la legi timidad, el poder y l:o autoridad se ha cenlrado pri ncipalmente en las obligaciones y en la 11Ianera en que se obtiene Ja obediencia. La di scusión está lo suficien­lemente avanzada para proyectarla ahora hacia dos preguntas relacio­lI adas: 1) ¿cómo se introduce y se mantiene el apoyo dentro de los "stemas políticos? y 2) ¿cómo clasificaremos y conce ptualizaremos t<lS di ferentes tipos de apoyos?

Las demandas, en el sentido en que aguí se emplea e l término, \Ir" los deseos de los miembros de una comnnid ad política que toma d~ci s i ones políticas que conciernen ----cn última in stancia- a toda la comun idad. Las demandas pueden ser hechas bien por indi viduos o por grupos, pero en todos los casos unos y otros serán considerados apropiados por quienes tom an Jas decisiones para emprender una ac­c· iÓn política. Este requi sito deri va del hecho de qu e las demandas pueden ser pl anteamientos o mensajes a rticulados que presentan quie­"es ostentan eSlatu s con autoridad (Easton, 1965, p. 120), pero tam­hi én pueden ser estados de ánimo di fusa y vagamente concebidos que .... ólo se relac ionan indirectame nte. En es te último caso, es necesario di stinguir entre las demandas y los deseos no políticos. Así, cuando el deseo de un grupo de pobladores para usar los recursos del pueblo en ta construcción de un puente se formul a en una Junta y se presenta a los funcionari os indicados a través de un representante electo se trata Je una demand a, como también lo es el deseo vagamente concebido y fo rmulado de que los robos se prevengan o castiguen. Este último será considerado una demanda en la medida en que quienes tengan el de­seo crea n que Ja acción política es nn medio apropiad o para hacer frente a los robos. Esto puede operar como una demanda a través de la insatisfacc ión respecto de los funcionarios, gentes con estatus y/o go­biernos que faJl an en el control de los robos y que podría convertirse en una fuente de insat isfacción (con el consecuente reti ro del apoyo), aun sin haberse formu lado claramente.

Ob viamente, una manera de a traer apoyo hacia un sistema políti­~o es sati sfacer las demandas de su público. Hemos visto que un fu n­cionario puede alcanzar la legitimidad gracias a la satisfacció n de las demandas de sus «elec tores», procediendo a través del uso de poder consensuado en lugar de utilizar otros medios menos fl ex ibles. Sin

1I ,

88 _ ______________ Situando la Anlropología Política

embargo -~in considerar, por el momento, e l tipo de apoyo obtenido de este modo- parece probable que un si 'terna que sa ti sface consis­tenlemenle todas las demandas será fuertemente apoyado: pero tam­bién es probable que ningún s islerna pueda resolver las demandas de «(loda la gente, todo el tiempo)), puesto que, corno las cosas deseadas en lodas las sociedades suelen ser eSCClsas, los deseos pueden generar co nflictos. Los sistemas políticos ditieren notab lemente tanlO en el tipo (y alcance) co mo en el número de demandas que cOl1tieneu en nn

momento parti cul ar, pero coin ciden en la medida en que - al menos ocasio lla lmente- so n incapaces de sa l"isfacer a lgunas de ellas.

Si Jos !\istemas políticos pretenden sobrev i vi r deben ser capaces

de ca mpear la insatisfacción resultante de las dem~lIld as insati sfechas. Una manera de hacerlo es recurrir al liSO de la fuerza, lo cual, a pesar de las limitac iones señaladas, puede ser un med io sati sfactorio para hacer frente a la desobediencia. Otras técnicas de supervivencia inclu­yen, por supuesto, la diplomacia, la in triga, la manipulación de grupos de interés, el divide y ven.cerás, y otros mecanismos que serán discuti­

dos a continuación. Ol.ro medio para garantizar la supe rvi vencia del s istema políLico

es tene r por lo menos alguno de sus rasgos firmemente fundamentado en e l s istema de valores; eslo es, dotarlo de bases legít imas, Si los fu nc ionar ios, las personas con estatus, etcétera, so n legít imos, están en posición de llevar a cabo sus deci siones a través del uso del poder consensuado. y, de este modo, au n cuando no sa tisfaga n un a demanda pa rti cu lar en un momento específi co, se asumi n:l que más adelante lo harlín. Cuánlo puedan tardar e n hacerlo antes de que la legiLimidad sea socavada es un asunto emp(rico que se reso lverá en cada sociedad; pero si la legitimidad de un sis tema político se puede mantener a pesar de que éste sea incapaz de cumplir con lOdas las demandas políticas, la ausencia de otros tipos de apoyo no representa rá problernas serios. Este hecho está re lacionado con otro terna : la construcción de una re­

serva de apoyo (EaslOn, 1960, p. 122) medi ante la cual previa mente se satisfacen las demandas, En ténninos más coloquiales, el rec uerdo de demandas sa ti sfechas e n el pasado puede amortiguar el impacto del resentim iento causado por demandas aClllales n O satisfechas.

\ " llllpolng(:,¡ política: una inlfodncc i61l _____________ 89

1',· , ""Is ión e influe ncia

\ pl':-.a r de que existan demandas insatisfec has hay otro medio para , .I,lcuer obediencia: la persuasi6n. La persuasi6n puede dar como re­-, .!I(ado la obediencia al provocar cambios en las creencias y en las

p liludes.

Un ejemplo obvio de CÓmo puede funciona ri a pe rsuas ión es me­oI l,lll le la conducción de un grupo hacia la creencia de que sus deman­d,,'-. 11 0 pueden se r, «por el momento», satisfechas, o de que «realmen-1, ' e ll os no qui eren lo que origjnalmente pen,"iaron que querían. La 1"' I\uasi6n puede funcionar mediante la inducci6n «(si conlÍnúan con "·, 1;1 decisión yo me encarga ré de que lodos obtenga n cuare nla acres y l lll a muJa»), mediante la amenaza y med iante el seria/amien.to de que l. . desobediencia es una viol ación de compromisos (<<cuando logra­IIIH~ la independencia todos estuvimos de acuerdo en trabajar por el 1111' 11 de nuestro país, pero ahora ustedes dicen que no quie ren coope­t:lP) ). Tambi én puede operar sobre la base de convencer a los indi vi­duos O a los grupos de que cornportarse de dete rminada manera es .1>I,eno» para e llos. Si, por e l contrario, el proceso está basado excJu­',Ivamen(e en un tipo de apelación independ iente de las inducciones, .I r la amenaza y de la activación de compromisos, entonces estamos ¡' "b lando de influencia (Parsons, 1963a, pp. 38, 48).

Es tota lmente posible que se tomen decisiones politicas exclu si­vamente mediante la persuasión; así, los funcionarios pueden, co n sus ,Il'c is iones, obtener obediencia sin usar el poder ni en su forma co n­~:('I l suado ni en su forma coercitiva , Cuando esto sucede como resulta­do único del empleo de la influencia, ninguna de las lécnicas para .. btener obediencia que hemos discutido están involucradas. Por lide­

"".go Parsons (ibid, p. 53) se refiere a la obtención de la obed iencia luediante la influenc ia. En e l liderazgo se ejecutan decisiones y se ganan apoyos difundiendo la convicción de que éstos están de acuerdo nlJl los intereses de los demandantes que son quienes las obedecen. Sin entrar en la elaborada discusión de Parsons sobre el conceplo de III{luellcia, vale la pena destacar que él la concibe como algo dist into del poder, aunque influid o por él. Esto es·part iculannente importante para nuestrOS propósilOS teóricos, ya que tal influencia puede emp lear­'" para aumentar la cantidad de poder consensuado en un sistema po­lili co ampliando con e llo su campo de acción. Por ejempl o, determi-

90 ______ ____ _____ Siluando la Antropología Política

nadas personas que detentan autoridad tratan de convencer a sus

electores de que sería «algo bueno» para ellos aumentar sus demandas al sistema político; entonces, mediante la resolución de esas deman­das en una medida suficientemente confiable se establecerán nuevas o adicionales bases de legitimidad y, en consecuencia, de poder consen­suado. Los intentos de muchos nuevos Estados-nación por erradicar el tribalismo y funciones tribales tales como la resolución de disputas pueden verse como intentos de incrementar e l poder consensuado del gobierno nacional y de sus funcionarios mediante este procedimiento. Un mecanismo empleado para conseguir tal fin es, por ejemplo, usar propaganda para convencer a los ciudadanos de que sería mejor para ellos que las funciones políticas que aprueban y desean sean ejecuta­das dentro de la com unidad política nacional y no dentro de la comu­

nidad política tribal. Evidentemente, la influencia no es la única manera en que puede

aumentarse el ámbito de competencia de un sistema político, pues cual­qnier cosa que genere nuevas funciones dentro del sistema político aumenta su campo de acción. Sin embargo, aumentar el ámbito de competencia de un sistema político y sumarlo a sus bases de poder consensuado es una tarea más difícil. Hacerlo por otros medios que no sea la influencia (por ejemplo, mediante coerción) es difícil, al menos inicialmente. Esta dificultad resulta del hecho de que el poder consen­suado se basa en la legitimidad y, apatte del uso de la infl uencia, no resu lta fácil aumentar el rango de expectativas positivas (que forman la base de la legitimid ad) si n convencer al públi co de que eso es algo bueno para ellos. Como se ha señalado repetidamente, es posible fun­cionar sobre la base de técnicas de obediencia-recompensa que están divorciadas de la legitimidad, pero hacerlo significa di sminuir la flexi­bilidad y la eficiencia de un sistema. Cuando se gana un campo de ac­ción mayor gracias a la influencia, las decisiones que se lomen en ese contexto estarán apoyadas en la legitimidad, ya que, por definición, se habrá mostrado a los implicados que eso es algo que les beneficia.

El mismo argumento básico prevalece con respecto al empleo de la influencia para prevenir la insatisfacción de demandas emergentes o incumplidas. Si , por ejemplo, se induce a los insatisfechos a creer que la decisión fue buena para ellos - aun cuando sientan que se tomó al margen de sus demandas- , no sólo se mantendrá el respaldo gene­ral al sis tema, sino que tampoco se pondrá en duda su legitimidad.

:\ Illrupología política: una imroducción _____________ 91

1", 1:1"': personas también podrían ser sobornadas o coaccionadas para 11l;lIlt.cner su apoyo, al menos de cara al exterior, pero el uso efectivo ,h, la influencia conservaría el balance positivo de todo o de algun as 1'.lrles del sistema. Antes de emprender un examen más sistemático ,1,-1 concepto de apoyo es oportuno revisar los puntos básicos inheren­"., :tI hecho de ganar obediencia.

Hemos presentado tres técnicas diferentes [para obtener la obe­d"'IIcia] que se pueden distinguir de acuerdo con los factores que ¡as . .. slentan. La primera es lajúerza)' la caelción , y el sustento de esta IC{"Ilíca reside en Stl efectividad intrÍnseca. En otras palabras, este sis­I('ma requiere menos complejidad en los valores y expectativas COffi-1,.IIlidos que los otros dos; en cambio, depende de una limitación de ppciones dado que quienes van a obedecer deben elegir entre sufrir

d:oilOS físicos O el consentimiento. A la segunda técnica para obtener la "hediencia la hemos llamado poder consensuado, y su efeclividad ,bcansa en la legi timidad. La obediencia se adopta en este Caso por la , rcencia de que, en algún momento futuro , quienes obedecen obten­""in los favores de aquellos que detentan e l poder. La tercera gran II'i:nica es la persuasión, que descansa en el convencimiento de que el "'ejor rumbo a seguir es aquel que se les ha propuesto. Una (arma de pl'fsuasión, la ¡TljlueTlcia, implica conducir a aquellos que obedecen I,;<cia la creencia de que que se les propuso un rumbo en su propio h l~neficio. La int1uencia está íntimamente relacionada con la legitimi­";}d, pero es otra forma de persuasión que se basa en amenazas y so­hornos y, como la primera técnica, depende de su efecLividad intrínse­,';) más que de valores compartidos.

'1'¡pOS de apoyo

1" apoyo, debe recordarse, se ha definido aquí como c ualquier cosa que contribuya a la formu lación y/o instrumentación de fines políti­,.",. Se trata de un concepto muy amplio que puede dividirse en dos lIraS. La división que presentamos surge de la comprensión de que IIlla acción particular o una secuencia de interacciones puede clas ifi­,'arse de acuerdo a más de un rubro. El principal objetivo de esta divi­, ión es precisar lo que se quiere decir por «cualquier cosa que contri-

92 _______ ________ Situando la Antropología Política

buya», lo que nos servirá para organizar la discusión sobre los diversos medios que pueden atraer el apoyo hacia el sistema político. Los pro­cesos discutidos en cada categoría na pretenden ser exhausti vos sino

meramente indicativos. Apoyo directo: Este apoyo está directamente relacionado con al­

gún aspecto del proceso político en cualquier ni vel; no está mediado

por ningún proceso o institución. El tipo de apoyo más "primitivo» es aquel que se da a una deci­

sión eu virtud de sí misma. La resolución de la demanda en este caso conduce a una evaluación positiva de la decisión, que implica la plena satisfacción del deseo contenido en la demanda. Este apoyo no co ndu­ce necesariamen.te a un tipo de apoyo más general y, cuando lo hace, el apoyo adicional pertenece a la siguiente categoría. Un funcionario puede adquirir apoyo directo en respuesta a la decisión que toma. Tal respaldo puede ser un muy limitado quid pro qua o una contribución a su evaluación positiva, es decir, a su legitimidad. Si una deci sión par­ticu lar genera apoyo directo a quien la tomó. a la posición que ocupa, al gobierno o al régimen que representa o incluso a la comunidad po­lítica de la que es parte, es un asunto que debe ser empíricamente re­visado en cada caso. El apoyo no necesita estar relacionado directa­mente a un único locus O estar vinculado con más de uno.

El apoyo directo no precisa surgir de una única forma de resolu­ción de las demandas. Puede resultar de la identifi cación, en un senti­do psicológico o simbólico, de intereses percibidos, y este proceso puede estar vinculado a uno. varios o a todos los niveles analíticos. Lo mismo sucede con la legi timidad, que puede aparecer asociada a cual­quier lugar, pero, para que eso sea así, debe haber una evaluación po­siti va dellocus en cuestión. Considerar que un estatus O un gobierno son legítimos porque los func ionarios cumplen con las expectativas, se considera apoyo directo s6lo para aquellos que son positi vamente evaluados. a pesar de que esto pudiera conducir a ver otros niveles

como legítimos. Fina lmente, la coerción puede ser la fuente de apoyo directo que

genere obediencia frente a una decisión determinada. instrumentando el miedo a las consecuencias o bien mediante la elimi nación de oU'as alternativas efec ti vas. La coerción, como las otras bases del apoyo directo, puede ser efecti va en todos los ni veles. Quizás, lo más fácil sea pensarla como un mecanismo que ofrece apoyo directo a las deci-

....

'\ II,mpología política: una introducción _______ ______ 93

' .l tl II GS O a los funcionarios, pero no hay ninguna razón por la que este "I'''yo no pueda resultar de un acto de impotencia a la luz del podcr de 1", ""roridades o del miedo a la ley (régimen), y así vincularse direc-1!llllente a ellos.

Apoyo indirecto. En esta categoría, el apoyo es tá mediado por 11 11.1 organización inteImediaria, por un proceso o por ambos. Este ' 1IIlIponente de intermediación está unido al sistema político en uno o \'.ui os niveles. La calegada de apoyo indirecto es mu y inclusiva e, II,dudablemente, abarca comportamientos que algunas veces obstacu­III,an revisiones ortodoxas de la política,

Las clases más evidentes de apoyo indirecto son aquellas que " '"litan de apoyos directos. Este apoyo se puede dar a una decisión. lo '1t1C generará al mismo tiempo apoyo al funcionado que tom6 1a deci­·. "in , al estatus que éste ostenta, etcétera. Como se ha señalado. cstos "I'''yos directos pueden ser otorgados al mismo tiempo o no. Las per­·."nas pueden hacer explícito su apoyo. esto es. apoyar a un líder por 1;" decisiones que éste toma, lo que es muy diferente a dar un apoyo dirccto a la decisión y al líder a la vez. Los apoyos indirectos pueden It · ... ultar de compromi sos que suceden en procesos y en entornos no I'" líticos. Por ejemplo, la pertenencia a un grupo no polftico puede I .. ducir a una persona. con la intención de mantener su posición en ese ,·.rupo, a apoyar decisiones políticas o a líderes políticos, y lo mismo ',lI eede con subgrupos (linajes, por ejemplo) en sus relaciones con "'I"OS grupos más in clusivos (por ejemplo, la tribu). Un a fuente de "poyo indirecto relacionad a, pero quizá menos frecuentemente consi­derada, es el «apoyo negativo». En este caso, la partic ipación en un proceso generado por un grupo no político, conduce a demandas que, bajo determinadas circu nstancias, prestan apoyos al sistema político. I'or ejemplo, pueden surgir acusaciones de blUjería dentro de un grupo 110 político, un barrio o dentro de un grupo de parentesco y, conse­

,·"cntemente. el deseo de llegar a un arreglo por parte de algunos ,,, iembros. Si ese arreglo se obtiene sólo mediante la acción política. 'anto el proceso que está implícito detrás de ¡as acusaciones de bmje­ria como la ausencia de un procedimiento para lograr el acuerdo en el grupo no político se traducen en apoyo indirecto al sistema político a di versos niveles. Este apoyo puede darse al fun cionario que cons igue c:I arreglo, pero simultáneamente estará muy relacionado con su es ta­'li S, el régimen y la comun idad política .

I!

,111

94 _______________ Situando La Antropo logía PolíliC<1

Olfa fuen te importante de apoyo ind irecto deriva de los signifi­cados y las emociones asociados con ritos y símbolos. Los sentimien­tos y creencias despertados puede n asociarse con di versos ni veles del s iste ma político y pueden influirle de forma positiva. Claramente los

va lo res y las normas pueden ser considerados fue ntes de apoyo indi­recto, porque medianle ellos se da legi timidad a la política. Lo mismo sucede en el caso de los procesos psicológicos a través de los c uales

se hacen va lo racio nes) se objeti van motiv aciones y ~e formulan de­

seos. A l jncluir prácticamente <,<tod o» como Ulla posible fuente de

apoyo ind irecto , Jlodría o bje tarse que esto implica ir demasiado le­jos. Aunque puede argumentarse que , s i todo es pote ncialment e una

fu enle de apoyo indirecto, el conce pto carecería de va lor analítico , es difíc il ver algún inconveni ente en adoptar una pos tura tan permi­siva . Cie rtamente, las desvent ajas de una perspectiva restri ngida son obvias, mienlras q ue el amplio espectro de la pos ic ión que propone­mos ob liga al es tudi oso de la polít ica a realizar un exam en de , prác­ticamente, todos los aspectos de la conducta por sus implicaciones políticas. Rea lmente no hay nada nuevo en eso. Nuestra esperanza es que hayamos ofrecido herramientas co nceptuales a qll ienes desean esludiar la política, de tal manera que los impulsen a emprender esa

tarea.

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i _

An tropología política: el análi sis del simbolismo '- 1\ las relaciones de poder*

Abner C,,{¡efl

II «ce una década, un dis tin guido científico de la po líti ca rea lizó un

, 'X amen de Jos eSLUdios políticos en antropología social para determi­

"" .. su contrihució n a l es tudio de la política en general (Easron , 1959)_ -, ,, conclus ión rue breve y segura: "La anlropología política no existe

.IUn», Argumentó que los anu'opólogos sociales sólo estaban interesa­

do ,,; indirectamente en la polílica, y en la medida en que afectaban a <lI ras vélria bles ins titucionales en la sociedad. «Las cons ideraciones

políticas SOn merame nte incidentales en el énfasis sobre la estructn ra de parentesco y sus e fectos sociales gene rales.))

Indepe ndientemente de algunas observac iones irónicas breves I,cchas por Bailey (1968, p_ 281) en su contra, e l verediclo de Easton

11 0 ha sido contestado. Si embargo, no recuerdo e n ningún OtlO come n­,« .. io sob re la antropología social que haya sido tan perjudicial y aca­démica mente tan irresponsable como éste. Es perjudicia l, e n primer

III gar, po rque Easton es hoy un a de las fig uras priucipa les e n ciencia pol ítica y sus puntos de vis ta piensan en gran med ida en las c ie ncias '\ociales . En segundo lugar, su articulo sobre antropología política ( t 959) Y su preocupación con respeclo a l concepto de «sistema políti­

c-m > le han hecho popnlar entre los a ntropólogos sociales (G luckman y I ': ggan, 1965), algunos de los cuales parecen conceder mucha impor­,,,ncia a esta opinión _ Inclu so un antropólogo de la capacidad de

,)outhall parece haber aceptado el pun to de vista de Easton y, con ob-

! En Amropologfa poUrica. J . R. Llobera (comp.), Anagrama, Barce lona, 1979, pp. 27·53 (e.o. Politícaf Anlhropnlogy: Tite analysís ollhe symbolism nI power re /a· I!OI1S, MAN, n.0 4, pp. 2 15·244, 1969].

98 _ _ _ ____________ Situando la Antropología PolÍlica

servaciones justi ficativas para prevenir posibles acusaciones de colec­cionar mariposas, ha insistido en que deberíamos vencer nuestra debi­lidad de aventurarnos a nuevas clasificaciones «unidimensionales», más sofi sticadas, de los sistemas políticos (Southall , 1965). El comen­tario de Easton es irresponsable porque está basado en lo que parece haber sido una lectura apresurada de unas pocas monografías que dio la casualidad que fueron publicadas poco antes de que él hi ciese la observación. Como indico después, desc uida corrientes enteras de pensamient o en antropología, cnya cOI1lribución al estudio de la polí­ti ca ha sido inmensa. Lo que todavía es peor, interpreta de forma total­mente equi vocada la naturaleza de los problemas teóricos centrales a los que se refiere la antropología.

Easton escribe como si hubi ese unanimidad respecto a lo que es la antropología política. Pero tal unanimidad no existe arin. La verdad es que los mismos científicos políticos no están de acuerdo sobre el dominio exacto de la ciencia política. Easton (J968) , en un exa men rec iente de su propia discip lina, declara: «La ciencia política está bus­cando aú n su identidad», y en su lib ro A Framework for Political Allalysis, reciente mente publicado (1 965) , se interesa por la cuestión de qué variables deben incluirse en un sistema político. Si ésta es hoy la situación de la ciencia política, de la que él está tan bien informado, indudablemeI1le hace diez años no podía es tar tan seguro acerca de las variables de que se ocupaba la antropología política.

No se trata de jugar con palabras y definiciones ni de hacer sofis­mas en tre disciplinas ri vales. Las consecuencias son mucho má s fun­damentales, pues plantean la cuestión de interés general sobre el rol de la antropología en el estudio no sólo de las sociedades en proceso de transformación de los Estados recientemente independien tes de África y Asia, sino también de las sociedades complejas de los países desarroll ados . Nuestra materia tradicional (la sociedad aislada de pe­queña escala) ha experi mentado nn cambio político funda mental y no puede estudi arse ya «como si» fuese todavía relativamente autónoma, sino que debe considerarse como parte de la estructura institucional

del nuevo Estado. Esto enfrenta la antropología social con la ciencia política, la cual se ha convertido rápidamente en una disciplina muy poderosa a partir de la segunda gnerra mundial, tanto en términos de recursos financieros y de mano de obra como en términ os de su in­flu encia respecto a gobiernos y otras disciplinas. Y lo que es más, re-

1\ lIll opulogra polít ica: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder __ 99

t"l cnlemente un gran número de científicos políticos competentes han In vadido «nuestro territorio») y se han encargado de investigar la polí-11 ~í.t de los nuevos Estados del «tercer mundo». '

Estos desarrollos ilustran el estado de transición por e l que atra­Viesa ahora la antropología social y pide una revisión de las metas, los ",,': todos y la orientación teórica. También plautea la cuestión de la "a¡uraleza de la relación entre la ciencia política y la antropo logía so­,·,al. ¿Qué pueden aprender una de otra? ¿Qué clase de división de 1, abajo y de cooperac ión puede desarrollarse entre ell as? Reforzando ,'sras cuestiones está la siguiente: ¿Qué es la antropo logía política?

1'1 problema teórico central en antropología política

t ina disciplina se define en términos de los problemas principales de que trata. Un «prohlema» en este contexto se refiere a la necesidad del ."lálisis de la interaccióll entre variables principales. El avance de una di sciplina cousiste tanto en la idenLificación y ais lamiento de estas va­fiables como en el anáILsis de su int.erdepeudencia. Como Homans se­"aló una vez, una de las lecciones que aprendemos de las ciencias más ;lllliguas es reducir, en la medida en que 1IOS atrevamos, el número de vari ables de qu e tralamos. El primer avance metodológico y teórico i Illportante en el desarrollo de la antropología social ocurri ó cuando Durkheim y más tarde Radcliffe -Brown defendieron la separación ana­I ítica de los hechos sociales de los históricos y de los psicológicos. Es "ierto que recientemente esto ha sido sometido a crítica por algunos antropólogos, por distin tas razones . Pero esta crítica ha sido hasta aho­ra dirigida conlra la rigidez que subyace en esta separación , uo contra Jos principios teóricos. Incluso aquellos antropólogos que consideran la antropología social como una clase de historiografía y piden que los antropólogos hagan el análisis de los datos históricos, están de acuer­do, sin embargo, en que las instituciones sociales no pueden explicarse sociológica mente en términos de los acontecimientos pasados (Evans-

l . Véau se, por ejemplo, Coleman, 1958; Post, J 963; Skiar, 1963; Mackinl osh, 1966, .... obre N igeria solamellle. Véanse lambién los ensayos inclnidas en Geenz, 1963; Ap­ter, 1965; Almond y Caleman, 1960.

' 1

100 _______________ Situando 1a Antropología Política

Pritchard, 1956, p. 60). Del mismo modo, incluso en el es tudio de sím­bolos y de la conducta simbólica, cuya actuación está íntimamente im­plicada en los procesos políticos, se ha mantenido sistemáticamente la

separación entre 10 social y lo psíquico (Leach, 1958; Gluckman, 1963;

1968; Turner, 1964). Siguiendo las direcciones teóricas de Durkheim y Radcliffe­

Brown, los aotropólogos sociales desarrollaron el llamado eofoque «totali zador» de lo que ha sido conocido como ~<estructura social».

Sin embargo, dejando de lado las formnlaciones metodológicas y teó­ricas exp lícitas, deberían preguntarse: ¿Qué han hecho realmente los

antropólogos sociales para estudiar la eSlructura social de forma tota­lizadora? La respuesta puede enco ntrarse en los estudios monográfi­

cos que han realizado. Hablando en general , los antropólogos sociales han interpretado

«la teoría totaUzadora» de la estructura social en términos de un nú­mero limitado de ins titu ciones específicas (Beattie, 1959). Un examen

de las monografías pondrá de manifiesto que se han concentrado ge­neralmente en el estudi o de cuatro ampllos campos institucionales: ritual, paren tesco, político y económico. En un nivel más alto de abs­

tracción, estos cuatro campos in stitucionales comprenden dos varia­bles principales: la política y la simbóli ca.

La separación entre lo político y lo económico en los estudios de

antropología social es frecuentemente muy arbitraria. Lo que se cono­ce como <~antropo logía económica» es, de hecho, una mezcla de las

descripciones del proceso económico y de las relaciones económicas. Estos dos aspectos de la acti vidad económica pertenecen a dos esque­mas conceptuales diferentes que han s ido desarrollados por dos disci­plinas distintas. El proceso económico hace referenc ia a la interacción

e ntre el hombre y los recursos re lativamente escasos. Por otra parte, las re laciones económicas hacen referencia a la interacción entre los

hombres implicados e n e l proceso económico. Los antropólogos so­ciales se han interesado princ ipalme llte por las re lac iones económicas, es decir, por las relaciones e ntre indi viduos y g rupos e n los procesos de producción, cambio y distribución, y la mayor parte de los antropó­

logos sociales que bao estudiado el proceso lo han hecho en la medida e n que el proceso afecta a las re laciones económicas.' No obstante,

2. Los anál isis del proceso económico rea lizados por los antropólogos es una contri-

'\ "lfI)pología política: el análisis del simbolismo en las re laciones de poder _. 101

' ''-,las relaciones económicas sao relaciones de poder y, por lo tanto,

', 1111 esencialmente políticas, al formar una parte princjpal del orden 1'01 íl ica en cualquier sociedad.

Estos dos tipos de poder, el político y el económico, son sin duda

dilérentes en muchos aspectos y se asocian co n tipos dife rentes de

·"lIlciones. No obstante, están íntimamente relacionados y son insepa­

(,¡hles en muchos contextos. En ambos casos estamos tratando de he­

( hll de relaciones de poder entre individuos y grupos, cuando estas I ('Iadones se consideran estl"ucturalmente en toda la extensión de una

I (mua de gobierno. 3 En ambas instituciones las relacio nes son mani­

pilladoras, técnicas e instrumentales, en cuanto los hombres en Jas di­

I(·rcntes situaciones se utilizan unos a otros como medios para co nse­

¡'llir unos fines y no como fines en sí mismos.

Del mismo modo, el parentesco y el ritual, aunque distintos en la

I()rma, tienen mucho en común, y la separación entre ellos es a menudo

.\1 bi traria y algunas veces engañosa. Ambos son norma ti vos, al depeu­

"n de imperativos categóricos que es tán enraizados en la es tructura

t,,¡quiea de los hombres a través de la socialización continua en la so­

,·jedad. Ambos se componen de símbolos y complejos simbólicos. Es­

los símbolos son cognoscitivos, en cuanto dirigen la atención de los

Ilombres selectivamente hacia ciertos fines. Son afectivos, en la medi­

d:l en que nunca son emocionalmente neutros ; siempre afectan emocio­

lIes y sentimientos. Son intencionales, pues to que impulsan a los hom­

bres a actuar. Estas características determinan el poder de los símbolos,

que pueden clasificarse en orden del menos eficaz, un simple «signo» ,

,ti más eficaz, un «símbolo dominante» (Turner, 1964 y 1968).

Los símbolos son sis tematizados conjuntamente en las visiones

del mundo, de modo que los símbolos del orden político se integran

con los que tratan de los problemas perpetuos de la existencia huma­

lIa: el s ignificado de la vida y la muerte, la enfermedad y la salu d, el

sufrimiento y la felicidad, la fortuna y la desgracia, el bien y el mal.

Estos dos complejos simbólicos se apoyan entre sí en un sistema sim­

hólico unificado.

huci6n principalmenrc a la economía (véasc Dalron, 1969). Sobrc esras cuestiones en general véase también Firth , 1967. :l . En la traducción al castell ano ( 1979), e l traductor de este texto conserva el térmi -110 en inglés «polity». (N. del E. )

102 _______________ SiLuando la Antropo logía Política

Ambas categorías de símbolos, los de parentesco y los de ritual, son utilizados casi alteroati vamente en la articulación de las agrupa­ciones políticas y de las relaciones de poder entre individuos y gru­pos. Los símbolos rituales forman parte de la mayoría de los sistemas de parentesco, y los símbolos de parentesco forman parte de la mayo­ría de los sistemas rituales. Se dice que los símbolos de parentesco son adecuados particularmente para articular relaciones de cambio in­terpersonales, mientras que los símbolos riluales lo son para expresar relaciones políticas de un nivel más aILO. Sin embargo, existen mu­chos casos en los que se crea una ideología de parentesco para articu­lar la organización política de grandes poblaciones, lanto en las socie­dades descentralizadas como en las centralizadas. Los beduinos de Cirenaica (Peters, 1960; 1967) Y los ta llen si (Fortes, 1945 y 1949), por ejemplo, expresan su organización política en el idioma del paren­tesco. Lo mismo puede decirse de la organizilción de algunos reinos. Toda la ideología política de los swaz;i se expresa en un modelo de li­naje que penetra todo e l reino desde los ni veles más altos hasla los más bajos (Kuper, 1947). E n otras sociedades centralizadas, los sím­bolos de parentesco articulan agrupaciones políticas y relac iones polí­licas sólo en algunos niveles. Entre los mambwe (Watson , 1958) y los lnnda del valle de Luapula (Cun nison, 1959) la estabilidad de la es­tructura política en lo alto se simboliza en términos de relaciones de «parentesco perpetuas». Por otro lado, entre los as han ti sólo la parte inferior de la estructura de autoridad se orga niza sobre una base de parentesco (Fortes, 1948). Sin embargo, incluso cuando consideramos el simbolismo de las relaciones inlerpersonales en gran escala, la so­ciedad industrial contemporánea, podemos ver que estos símbolos ar­ticulan una serie sin fin de agrupaciones políticas informales cuya actuación es una parte fundamental de la estructura política total de la

sociedad. Similarmente, los símbolos rituales no tienen necesidad de im­

plicarse exclusivamente en la articu lación de agrupaciones políticas de gran escala, relativamente de alto nivel, y puede considerarse que expresan tipos diferentes de relaciones interpersonales. Por consi­guiente, como señala Gluckman (1962), en la mayoría de las socieda­des tribales las relaciones interpersonales están altamente «ritualiza­das». También en muchos países mediterráneos y latinoamericanos se hace uso extensivo de las relaciones de parentesco rituales, creadas

'\ ntropolog.ía poJítica: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder __ 103

por la institución del «padrinazgo», e l compadrazgo, eu la orga niza­\ ¡(Sn de varios tipos de relaciones interpersonales y de agrupaciones, \"n algunos casos entre los socialmente igua les, en alros entre los 50-

""tlmente desiguales (Mi ntz y Wolf, 1950, 1956; Pitt-Rivers, 1958; Ileshon, 1963; Osborn, 1968).

Los símbolos de parentesco y los símbolos rituales son altamente "'Ierdependientes y ninguna categoría puede actuar sin la otra. La dis­I i nción entre ellas se basa a menudo no en análisis sociológicos obje­I ¡VOS, sino en costumbres e ideologías nati vas. Lo mismo puede decir­.'LO de la distinción más amplia entre «símbolos sagrados» y «símbolos I'I'O[anos», o generalmente entre ritual y ceremonial (Leach, 1954; Martin, 1965; Douglas, 1966).

Esto no quiere decir que no existan diferencias significativas en­I"e los súnbolos, o que los símbolos no debieran ordenarse por catego­"ías. Sin embargo, los símbolos son fenómenos sociocu lturales alta­mente complejos y pueden clasificarse conforme a una variedad de ""iterios, según el propósito de la clasificación. En otras palabras, tal (' Iasificación depende de la naturaleza del problema del aná li sis que, a ' 1I vez, depende de las variables que se consideran en el estudio. Estoy discutiendo aquí que en antropología social el interés teórico central en el estudio de los símbolos es el análisis de su implicación en las ,elaciones de poder, y que éste ex igirá un tipo de clasificación que a menudo puede estar en desacuerdo con la proporcionada por las tradi­c iones culturales de la que forman parte los símbolos.

Forma y función en el simbolismo

Hs fundamental que distingamos entre formos simbólicas y funciones simbólicas. La misma función simbólica, en un contexto político par­I icular, puede obtenerse de una variedad de formas simbólicas. Por ejemplo, cada grupo político debe tener símbolos de dis tinción , es de­cir, de identidad y exclusividad. Sin embargo, esto puede lograrse en l'ormas simbólicas diferentes: emblemas, marcas faciales , mitos de origen, costumbres de endogamia y exogamia, creencias y prácticas asociadas con los antepasados, genealogías, ceremoniales específicos, eslilos especiales de vida, altares, nociones de pureza y corrección,

104 ____ _____ ______ Situando In Antropología Polftic,l

entre otros (Cohen, 1969, pp. 20 1-2 14). Por co nsiguiente , los símbo­los rituales y los símbolos de parentesco difieren en la forma pe ro no

necesariamente en la función . También es importante recordar que eSLas dos form as de símbo­

los no agotan todo el universo simbólico en una sociedad. Existen mu­chas otras formas de símbolos que no están incluidas ni en la categoría de l parenLesco ni en la del ritual. Este es un punto de vista tan obvio que parece innecesario mencionarlo. Inclu so es sorp rende nte la fre­cuencia con que tendemos a olvidarlo y de esta forma desviarnos de nuestra observación y anáJjsis. Esle es especialmen te el caso cuando estudi amos las soc iedades preindustriales en proceso de t.ransforma­ción o las sociedades más desarrolladas. Frecuentemente, en tales ca­sos Jos símbolos tradicionales de parentesco y de ritual pierden su sig­nificado y entonces tendemos a hablar de " desintegración soc iab> 0,

cuando nos referimos al ritual en partjcular. de «secularización». En­tonces es rácil caer en la postura teórica de que la influenc ia de los simbolos en las re laciones sociales se debilita a medida que la socie­dad se diferenc ia socialmente y se orga ni za más formal y racional­menle . Sin embargo, como señala Duncan ( 1962), no puede haber or­den social sin la «mistificación» del s imbolismo. ESlO es c ierto no só lo en las sociedades capitalislas, como mantu vo Marx, s ino también en Ja s soc iedades soc ialistas donde Jos emblemas, es lóganes, insig­nias, desfiles de masas, títulos, himnos y mú sica patriótica, e, in evila­blemente, la cosmovisión del materiali smo dialéctico y una multitud de otIOS símbolos desempeñan su papel en el manten imi ento del orden político. «La sec ularización ---escribe Martin (J 965, p. 169)- , es me­nos un conce pto científico que un instrumento de las ideologías an­

tirre ligiosas . »

De este modo, au nque los símbolos de parentesco y los símbolos rituales puedan caer en desuso en la soc iedad moderna, otros símbolos ocupan su lugar articulando las func iones simbólicas viejas tanto como las nuevas. Un cambio de forma simbólica no ocasiona un ca m­bio de funció n simbólica, porque la mi sma función puede lograrse con nuevas formas. Igualmente, una continuidad de forma simbólica no necesita ocasionar automáticamente una continuidad de función sim­bóli ca, pues la mi sma forma puede cumplir nuevas funciones. En al­gunas ocasio nes se restablecen los símbol os antiguos para representar fun ciones nu evas (Gluckman, 1942; Cohen, 1965) . Como demuestro

\ ,I I I " I )(II\ll~fa políticiI: el iJl1¡íli"i:. del simbolismo en la:o. relacion es de puder __ 105

r Ol o lra parte (Cohen, 1969, pp. 2 11-2 14), hoy e l desafío a la antropo­l" I' la poJílica reside en e l análisis de esta impli cación dinámica de] ·. 1I11holismo o de la costumbre, en las re laciones de cambio de l pode r ,' lIlrc in dividuos y grupos.

Las sociedades a menudo adoptan formas s imbólicas diferentes 1',"" lograr los mismos tipos de funciones simbólicas. Esto es lo que 'llIl cro decir con diferencias culturales, Estas di ferencias surgen como I,·o.,u llado de co mbinaciones diferentes de circunstancias , algunas de l." cuales pueden ser históricas, culturales y ecológ icas. Algunas for­Ill,l :" ~imbólicas son lomadas de otras personas a través de la interac­, 1011 con ell as en diferentes períodos históricos; otras son condiciona­.l ." por factores ecológ icos especiales. Por ejemplo, una persona que \' 1 ve en áreas forestales utili zará árboJes en la talla de símbolos O en la lI 'presentac ión s imbó lica en general , mientra s que una pe rsona que \ Iva en el desie rto utili z.ará otros rneJjos y expe rienc ias al construir ' . 11 :-' formas simbólicas. De l mi smo modo, dado que e l is lam se opone , :Ih;góricamente al empleo de la pintura, e l e nta llado. e l ba ile y la IIIIí:-. ica en su simbo li smo, en los países islámicos Orlodoxos se hace 11 0., O ex tensivo de una serie de forlllas lingiiísticHS : re tórica, proverbios r \ i milares .

Las formas simbólicas son los productos deltmbajo creativo. Su (·:.,lructura interna es una estructura dramática y su estudjo es parcial­lll cnte un estudio de la sociología del arte. Mu chos símbolos son re­"dtado de la creación de artistas anónimos. Sólo en las soc iedades li­lerarias más avanzadas y sofisticadas artistas especiales, elegidos, son lu ... encargados de crear símbolos para fun ciones específicas: diseñar llll a bandera, escribir la letra de un himno, componer música para un Ilimno, pintar nn cuadro de UIl santo, poner en escena un ceremonial. No obstante, todos somos creadores potenciales de símbo los. Debido ; 1 nuestros sueños, ilusiones, act.i vidades espontáneas, momentos de refl ex ión, y en e l fluir general de nuestJO conocimiento, continuamen­l e reproduc imos símbolos y los manipuJamos. Muchos hombres ma n­lienen su creatividad simbólica para sí mismos. Otros la ex teriorizan y

I,.atan de compartirla con otros hombres. Esta fecundidad simbólica en l:ada uno de nosotros no es totalmente nuestra creación autónoma, ,ino que es el producto de una interacción dialéctica entre nosotrOS y nuestra realidad social. En épocas de cambio, algunas formas simbóli­cas de los hombres pueden proporcionar soluciones mej ores a los pro-

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106 _______________ Situando la Antropología Política

blemas generales de un grupo que otros símbolos, y aquellos hombres que las crean, movilizan y artic ulan, pueden llegar a ser líderes y con­seguir que sus símbolos sean adoptados por el grupo. Ex iste, pues, un cierto grado de creatividad artís tica en el líder político, quien, a tra vés de su retórica, eslóganes y tácticas, maneja los símbolos existentes o crea otros nllevOS. Cuando esta creatividad es particularmente origi­nal, cuando ayuda a articular u objetivar nuevas agrupaciones y nue­vas relaciones, describimos él este líder como «carismático>~.

Los antropólogos sociales analizan las formas simbó li cas para descubrir sus fu nciones simbólicas . Una de las más importantes de estas funciones es la objetivación de las relaciones entre indi viduos y grupos. Podemos observar a los individuos objetivamente en la reali­dad concreta, pero las relac iones entre ellos son abstracciones que pueden observa rse so lamente gracias a los símbolos. Las relaciones sociales se desarrollan y mantienen mediante símbolos. Nosotros «ob­servamos» los grupos sólo a través de su simbolismo. Valores, nor­mas, reglas y conceptos abstractos como el hOllar, el prestigio, el ran­go, la justicia, el bien y el mal son tangibles gracias al simbolismo, y de es ta forma ayudan a Jos hombres en sociedad a conocer su ex isten­cia, a comprenderlos y relacionarlos con su vida diaria.

Los símbolos también objetivan roles y les dan nna reali dad que separa las perso nalidades individuales de sus portadores. Los hombres so n in struidos en sus roles, instalados en ellos y ay udados a desempe­ñar sus deberes en el curso de una serie de acti vidades simbólicas es­tilizadas. Al objetivar relaciones y roles, los sfmbolos ay udan a dife­renciar, func ión particularmente importa nte en las relaciones múltiples (Gluckman , 1962).

Además, al objeti var roles y rel aciones, el simbolismo logra un tipo de eSlabilidad y conti nui dad sin el cual la vida social no puede existir. El poder es un proceso variable. Un grupo unido por la ven­ganza puede tener que esperar durante años antes de que se encuentre impli cado en un caso de homicidio, que requerirá la acción por parte de todos sus miembros. Sin embargo, debe estar dispuesto a actuar siempre. pues tal acontecimiento puede ocurrir en cualquier momento.

Entretanto, sus miembros no pueden dispersarse sino que deben man­tener ac tiva su agrupación. Esta continuid ad del grupo puede lograrse principalmente a través del simbolismo de grupo, no a través del ejer­cicio irregu lar del poder. Igualm ente, aunque un régimen puede con-

" "tropo log ía polftica: el análisis del simboli smo en las re lac iones de poder __ 107

'''guir el poder y mantenerse durante algún tiempo simplemente por la tuerza, la estabilidad y la continuidad se logran principalmente a tra­v~s del simbolismo de autoridad que el régimen maneje. Los súbdi tos 110 empiezan sus vidas cada mañana examinando las disposiciolles del poder en su sociedad para ver si el régimen se apoyél aún en la misma c'antidad de poder que antes, o si ese poder se ha debilit ado y por con­:-- iguiente puede derrocarse el régimen. La estabilidad y continuidad del régimen son posibles gracias a un sisLema co mplejo de simbo li s­nlO que le otorga legitimidad al represen tarjo linalmente como una parte naLural del orden celes tial.

Gracias a la «mistificación» que crea, el simboli smo pos ibilita lJue el orden social sobreviva a los procesos de destru cc ión causados "11 su seno por valores y principios conflictivos . Es to ocurre al crear comunicación entre enemigos potenciales. Un proverb io enlre ca m­pesinos árabes dice: «Yo con Ira mi hermano; mi hermano y yo COI1-

Ira mi primo; mi primo. mi hermano y yo contra el ex traño». Un hombre descubre su identidad en su interacc ión con otros . Al coope­rar con su hermano contra el primo debe conciliar Su hosti lidad ha­cia su herman o con la necesidad de idenlifjca rse con él en la lucha contra su primo. Su hermano, su primo y él deben llegar a uu acuer­do para contener sus enemistades si ti enen que cooperar contra el enemigo común.

Como señala Smith ( 1956), Loda política, toda lu cha por el po­der, es segmentaria. Esto significa que los enemigos situados en un cierto ni vel deben aliarse a un ni vel superior. D e estCl forma, un hom­bre debe ser un enem igo y un aliado respecto al mi smo conjunto de personas, y es principalmente mediante la mistificación causada por el simbolismo como se hace frente y se resuelven tempora lmente estas contradicciones. Ciertamente, al interpretar esta función del simbolis­mo, Gluckman llega a declarar que el ritual y el ceremon ial no sólo expresan cohesión e imprimen en la gente el valor de la sociedad y sus sentimientos sociales, como en las teorías de Durkheim y Radc1 iffe­Brown, sino que exacerban los conflictos reales de las nOrmas socia les y afi rman la unidad a pesar de estos conflictos (G luckman, 1963, p. 18).

El grado de «mi stificación» asciende a medida que aumentan las desigualdades entre la gen te que debiera identifi carse en comunica­ción. Esta cuestión la subraya y esclarece principalmente Marx en su

108 _______________ Situando la Antropología Polftica

exposición sobre los misterios de las ideologías y los símbolos capita­li sta s. Además, la amplía y discute Duncan (1962), quien señala que todo orden social implica jerarquía, qu e toda jerarquía implica rela­ciones en!Te superiores, subordinados e iguales, y que las re laciones entre éstos se desarrollan y mantienen gracias a 1a «mistificación» del simbolismo de la comunicación.

No es mi intención aquí intentar hacer UD examen de las diferen­tes fun ciones simbólicas que han sido descnbiertas por los antropólo­gos sociales. Muchas han sido ya identifi cadas y analizadas ; pero la investigación sistemática de aquéllas y el análi sis de cómo se compor­tan estas funciones eSlán aún en s us comienzos. Lo que quiero subra­yar eS que los antropólogos sociales han es tado inl eresados colectiva­mente en e l es tudio de la interd ependencia entre dos variables principales: las re lac iones de poder y el acto simbólico.'

4. Deseo señalar que éste no es un refl ejo de mi pro pio interés personal, sí no que es, en mi opinión, la exposición de las impl icac iones deta lladas de nuestros concep­tos y lécnicas. Los anlropólogos soc ia les arín manL ienen la opin ión de que Sil enfo­que es «totalizador» y que, aun cuando es tán in te resados e rl el eSludio de una insti­tu eión social, como la ley o el matrimolll o, li ~ ne n q ue ana li za rl a en re lac ió n con otras variables institucionales principales en la sociedad. Es to qu iere dec ir que, si optan por concenlrarse en fenómenos simbólicos es pecíficos o en re lac iones de po­der específieas, tienen qne llevar a cabo su anális is e n el co n(ex lO de a mbas vari a­bles . 'fambién creo que la mayor parte, si nQ rodas los anrropó logos soc iales , man­tienen alÍn la «regla» metodológica durkheimiana de q ue un hecho soc ial debería considerarse en sus manifestaciones en lada la ex tensión de Ulla soc iedad. Cuando, po r ejemplo, la relación padre-hijo se es tudia de es ta manera , es vi s ta como una relación ex istente entre dos categorías sociales q ue incluyell a la mayor parte de los varOnes de una sociedad. En algnnas sociedades, los padres ejercen un gran Control sobre sns hijos, mientras que en o tras es me nor. ESIO convien e a la relac ión padre­hijo en un rasgo s ignific ativo del orden político en cnalqnier sociedad. De esta for­ma, e n algunos po blados árabes que esrudié ( 1965), los gobernadores loca les supri­mían efecti vame nte el «poder de los jóvenes )} al conseg ui r la cooperac ió n de los más viejos, que ejercían mncha autoridad sobre sus hijas. Por otro lado, en la soe ie­dad britán ica, do nde [os padres eje rcen muc ho menos poder soh re sus hijos, las autoridades tie nen que tratar di reCiame nte con la ju ventnd movili za ndo nna mayor fuerza policial. Los anrropólogos soc iales dicen ta mbién que su enfoqne es compa­rati vo, y esto conduce inevitablemente a un grado alto de abstracc ión. Si se presu­ponen Lodos es tos pumas de vista , e ntonces se deri va de mi argumento q ue la antro­polog ía soc ial se ocupa colec Li vamellle de l anális is de l simholi smo de las re laciones de poder. Cada estudio monográfico es, de hecho. nn ex perimento en e l anális is de estas dos variables.

Anlropología política: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder __ 109

Poder y simbolismo en el aná li sis an tropo lógico

Debo apresurarme a decir que no hay nada teóricamente nuevo en esto. I.os principales antropólogos sociales han expresado desde hace más de quince años el mismo punto de yjsta, aunque utilizando a veces térmi­nos diferentes. Leach sostuvo que la ta rea principal de la antropología era interpretar accjones y manifestaciones sjmbóli cas en Lérminos de ,elaciones sociales (1 954). Igua lmente Gluckman (1942; 1965) ha sos­tenido durante mucho tiempo la opinión de que la antropología social difiere de las demás ciencias sociales en que Se ocupa de las costum­"res, que son principalmente lo que yo llamo símbolos. La antropología \ocial dice ocuparse del análisis de la costumbre en el contexto de las ,elaciones sociales (1 965). Por otra parte, Evans-Pritchard declara que la antropología social «estudi a ( . .. ) la conducta social generalmente en formas institucionalizadas, tales corno la familia, sistemas de parentes­co, organi zación política, procedimientos legales, cultos religiosos y similares, y las relaciones entre tales instituciones» (1956, p. 5).

Esto no significa que todos los antropólogos sociales estén de acuerdo en que se ocupan principalmente del estudio del simbolismo de las relaciones de poder, Co mo veremos, apenas unos pocos están interesados en el estudio de los símbolos y se centran en el estudio de las relaciones de poder y las luchas de poder entre individuos y gru­pos. Por otro lado, otros antropólogos sociales no están interesados en el estudio de las re lac iones de poder y se centran en el estudio de los símbolos como tales. Sin embargo, la abrumadora mayoría de los an­lropólogos soc iales caen de contínuo entre estos dos extremos en la medida en que sn tl·abajo consiste en el análisis de diferentes tipos de símbolos en contextos p rincipalmente políticos. Frecuentemente alter­nan sus análisis entre estas dos variabl es, aunque algnnos lo hacen más consciente, explícita y sistemáticamente que otros.

Las dos variables so n, de hecho, dos aspectos generales de casi toda conducta social. Como Nadel y Goffman han puesto de manifies­to, toda conducta social está expresada en formas simbólicas (Nadel, 1951 , pp. 28-29; Goffman, 1959), Por otro lado, como muchos antro­pólogos sociales señalan. las relaciones de poder son aspectos de casi todas las relaciones sociales. En palabras de Leach: "Lo técnico y lo ritual , lo profano y lo sagrado, no denotan tipos de acción sino aspec­tos de casi cualq uier tipo de acción» (1954, p. 13).

II o _____ ___ _______ Sicuando la Ancropología Política

No se supone aquí qne estos dos aspectos dan minuciosamente razón de toda conducta social concreta; pues éste es un proceso suma­mente complejo que no puede reducirse a la ac tuación de unas pocas variables . Las relaciones de poder y la conducta simbólica solamente se separan analíticamente de la conducta social concreta para estudiar las relaciones sociológicas entre ellas. También es importante señalar que las dos variables no son reductibles entre sí. Cada una es cualita­tivamente diferente de la otra. Cada una posee sus caract.erísticas es­peciales propias , su propio tipo de proceso, diri gido por sus propias leyes. Los símbolos no son reflejos mecánicos ni representaciones de las realidades políticas. Tienen una existencia en sí misma, por dere­cho propio, y pueden afectar a las relaciones de poder en una variedad de fo rmas. Igualmente, las relaciones de poder lÍenen una realidad en sí mismas y de ni ngún modo puede decirse que están determinadas por categorías simbólicas. S i una vari able fuese un J"eflejo exacto de la otnl, ent.onces e l eSLudio de SLl interdependencia sería de poco va lor sociológico. Sólo en la medida en que son diferemes, au nque interde­pendientes, puede ser provechosa y esclarecedora su separación y el estudio de las re lacio nes entre e llas.

No es apropiado preguntar si la separación de eSlas dos varia­bles es válida o no. Podemos separar para el análisis cualquier variable de la conducta concreta, pues es una suposición axiomátjca que to­das las variables implicadas en esta conducta son, en mayor o menor grado, directa o indirectamente interdependientes. La cuestión es tan sólo si las variables separadas para el aná lisis están interrelaciona­das s;gnifica ti vamen te, y si el estudio de su interconexión puede de­sa rrollar hipótesis sis temáticas y conducir a análi sis ulteriores. El trabajo y los logros de la antropología soc ia l han demoSlrado el va­lor y las posibilidades analíticas del estudi o de las dos variables dis­cutjd as.

El análisis en la an tropología social ha consistido más en el estu­dio de la inte rdependencia o interacción dialéctica entre las dos varia­bles que en el estudio de cada una por separado. Una concentración sólo en una, con descuido de la otra, acabaría principalmente en des­cripciones cuyo valor teórico sería limitado. Ésta es por supuesto una declaración atrevida, pues cada una de las dos variables contiene «subvariab les» cuya actuación e interdependencia debe analizarse para hacer más precisa y clara nuestra descripc ión de la variable prin-

An(ropo logía política: el análisis del simbolismo en las relacioues de poder __ 111

c ipal. La dife rencia enlre e l análisis y la desc ripción es una cuestión J c grado.

Los teóricos de la acción

Una tendencia actllal es lIna reacción contra el énfasis puesto por las primeros estudios an tropológicos en «las representaciones colectivas» en la tradición clásica de Durkheim. Esta esc uela de pensamiento tien­de a inclinar el péndulo teórico hacia lIna orientación derivada de la teoría de la acción de Weber. Este enfoque teórico (véanse Bailey, t968 ; Barth , 1966 y 1967; Boissevain, 1968; Mayer, 1966; Nicholas, 1965) desconfía del análi sis en términos de grupo y de símbolos de grupo, y se centra en las Hcti vidades del «hombre político», que siem­pre está impu lsado a la ocupación del poder. Mayer lo expone de una manera prudente: " Puede ocurrir que, a med ida que los antropólogos sociales se inte resen más por las sociedades co mplejas, y a medida que las sociedades más si mples se hagan más complejas, lI na cantidad creciente de trabajo se base en entidades egocéntricas tales como con­juntos de acciones y cuasigrupos, más que en grupos y subgrupos» (1966, p. 119). En un artículo reciente, Boissevian ll eva esta posición a su límite : «El acento debe trasladarse del grupo al individuo ( ... ) Los individuos, y las coaliciones libres que fOlman, son por es ta razón lógicamente anteriores a los grupos y a la sociedad . Una opinión que postulase lo co ntrario sería ilógica» (1968 , pp. 544-545).

Los antropólogos de esta escuela de pensamiento presentan un cuadro de la vida política en términos de un «juego» continuo, en el que cada hombre busca maximizar su poder haciendo planes continua­mente, luchando y tomando decisiones. Cada acción que contempla es el resultado de una transacc ión en la que los resullados son, si no su­periores a los gastos, por lo menos iguales.

Los antropólogos de la teoría de la acción han profundizado nuestra comprensión de los procesos dinámic os implicados en la lu­cha por el poder que tiene lugar, no sólo en las sociedades en proceso de transformación, sino también en las sociedades tradicionales. Han utilizado un «mic roscopio» para mostrarnos la política a un nivel pro­fundo y han introducido en nuestro vocabulario un número de térmi-

11 2 ____ _ __________ Situando la Antropología Política

nos vali osos para designar ¡as colectividades <<no agrupadas», tales como: «facc iones», «red egocéntrica», «grupo de accióm>. En un libro

recienle, Bailey ( 1969) presenra y di sc ute un cue rpo de conceptos y términos ideados para tratar, en una rorma mu y perceplible y profun­da, de las sutilezas de la conduc ta po lítica a este ni vel. Eslos lé rminos y conceptos dirigen nuestra atención a tipos de agrupaciones y a pro­cesos de interacción política que hasta aquÍ habían eludido nuestra atención, y de esta forma nos proporciona instrumentos import antes no sólo para e l anúlisis sino también para la obtenc ión de dalos en el

trabajo de ca mpo . Sin embargo, cuando se lleva esla orientación a su ex lrel110 y se

presenta ----como hace Boisseva in- como un sustituto de los «méto­dos an tignos», se convi erte en unilateral y presenta un cuadro fal so de la realidad social. Expresándolo en sentido melafórico, el microscopio que esra escuela posee es tan poderoso para descubri r los de lalles de la interacción polílica, que carece de poder o es ineficaz para renejar los

rasgos estructurales más amplios de h.l sociedad. Bossevti in estéÍ en lo c ierto al decimal' que el indi v iduo es ante­

rior al grupo, pero sólo si se eSlú refiriendo al individuo biológico. Sin embargo, en la sociedad no tratamos de individuos biol ógico ~, sino de personalidades sociales. La parte J1léÍs importante de nuestra «natura­

leza humana) se tidquiere eu la sociedad a través del período de socia­

lizac ión. Como Mead (1934) indi ca, la auloidenlidad, e l verdadero concepto de «yo», es adquirido por el hombre a través de la intenlc­

ció n con ot.ros hombres, con qu ienes se comnnica a través de símbo­los. Un hombre nace en una sociedad con una cultura y una estructura

qu e le dan forma. Esta realidad sociocultural es un hecho objetivo que le hace frente desde e l eXlerior. En ese grado, el grnpo es anterior al indi viduo. Esto no significa que el ho mbre sea empequeñecido por esa realidad y que su naLuraleza y su voluut ad sean determinadas por elJa. El hombre tambi én desarroll a una autonomía propia, su yo, medi ante el cual reaccion a frente a la sociedad. La relación entre el hombre y la soc iedad es, por consigui ente. una relación dialéctica (Radcliffe­Brown, 1952, pp. 193- 194; Berge r y Luckman, 1967). Sin embargo, no debemos exagerar e l grado en que un hombre es libre de los grupos a los que pertenece. Por ejemplo, en nuestra sociedad creemos que somos libres de elegir a nuestro compañero en el matrimonio, que nos casamos por amor. Sin duda esto es así en gran medida. Si n embargo,

:\11 11 0polo¡;í<l polílica: e l annlis ís del s imbolismo en las relaciones de poder __ 11 3

, IIlIlO han puesto de manifiesto muchos estndios en las sociedades in­

tllI ." tria les con temporáneas, la mayoría de nosou'OS nos casamos Con

IIIIC'\ tros ¡guajes socialmen te. Los antropólogos ll aman a esta clase de

1I1:llrimonio endogamia. La endogamia, como todos ~abemos . es un

IIlI'canismo pé.lnJ mantener los límites entre los grupos y para prot.eger

' . 11 particularidJd de comunidad exclusiva al impedir l a intrusión de

('\ lraños. En la sodedad preindustrial , la endogamia está formalmente

111 "liLucionali zada, como en la sociedad indi a trad icional. En nues tra

<.ociedad no eSI'<Í forma lmente instituci ona li zada, pero. es l ~ inculcada

dc una mauera sutil en su mayor parl'e inconscient.e a lravés de la ac­

III ;¡ción de un cuerpo de símbolos que adquirimos por medio de la 80 -

n ;lIizaci ón. Los gru pos de eslatus a los que pertenecemos inculcan en

nu estras personalidades agentes especiales, símbolo.'\ especia l e~. y ha­

n: n que respondamos a unos individuos del otro sexo más que a otros.

( 'uando adquirimos la conducla simhúlica ilnp lícita e n el e~ti lo de

" ida especia l de un grupo de estatus, de hecho esl.a mos adquiriendo .lutomáticamente las restricc iones y las representaciones colecti vas de

v:-:e grnpo. E::;o quiere decir que incluso cuando es tamos actuando

(omo individuos libres, al seguir nuestros propios mol'ivos podemos

L'star actuando de hecl10 como miembros de grupos. Los grupos aC­lúan a través de las acciones de sus miemhros. Duranle una campaña

d ectoral , los candidatos, agentes, med iadore." y electores se nl ili za n

cntre sí, siguiendo sus intereses pri vados propios. Constituyen f <lcc io­

nes, equipos de acción y alianzas libres. Sin embargo, sabiéndolo o sin

saberlo, aCltía n al mi smo Iiempo como mi embros de grupos políticos más amplios.$

Algun o$ teór icos de la acción aceptan las reglas del juego, es decir, los s íUlbolos que dirigen la conduela .social, como dadas yexler­

nas a la «arena») en que tiene lugar la lucha por el poder. cuando de

hecho estos s ímbolos se implican dramálicamente en todo e l proceso

en cada una de sus e tapas. En otras palabras, es te enfoque presupone estab ilidad cuando estudia el cambio . Un hombre ambicioso y liSio, capaz de manejar a otros hombres, debe ser capaz de manejar símbo-

5. «Todos S0I110S, en mayor o menor grado, ruine!), egoístas, deshoneslos, perezosos, inefic ientes y avuros; y, no obsuHlte, lenemos ideales de generosidad. desinterés, ho · nesridad , laborios idad . cncada y claridad. Aunque filfUS veces vivimos eu confo l'lTli · dad con eslos ideales. jnflnimos en nllcslra conduela al reafirn13rlo$)) (Devons, 1956).

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114 ___ _ _ __________ Situando la Antl'opologfa Polilica

los al interpretarlos y reinterpretarlos. Es tos simbolos son representa­ciones colecli vas de grupos y sólo cuando un hombre participa él mis­mo en tales grupos y acepta las coacciones de estos símbolos puede

que tenga éxito en su esfuerzo. Si nos centramos exclusivamente en el es tudio del «hombre po­

lítico» nos referiremos únicamente a su esfu erzo consciente y perso­nal. Sin embargo, las facciones, grupos de acción y ot.ros «no-grupos» no son «entidades» sino secciones parciales desgaj adas de un campo social más amplio y más inclusivo. Ningún estudio de importancia de las redes egocéntricas revelará a nuestro parecer la es tru ctura política de la sociedad. La red egocéntrica sólo es significativa cuando es con­

siderada en el contexto de la «red total» (Barnes, 1968).

Los estruc t.ura lis las de l pensamiento

La otra tendencia extrema en la antropología social se cent.ra actual­mente en e l es tudi o de los símbolos o de las representaciones colecti­vas, a menudo completamente fuera del conlexlO de las relaciones de poder. Su orientación es claramente descri ta por Douglas (1 968, p. 361): «La antropología ha pasado del simple análisis de las estruc­turas sociales comunes de la década de 1940 al análisis estructural de

los sislemas de pensamiento». Los antropólogos de esta escuela - entre ellos T. O. Beidelman,

R. Need ham y P. Rigby- están muy influidos por el estructuralismo de Lévi-S trauss. Como declaran Jacobson y Schoepf ( 1968, p. 361) , traductores de Structural Anthropology: «S u enfoque es totalizador e integral ( ... ) Entiende la antropología en su sentido más amplio, como estudio del hombre, pasado y presente , en lodos sus aspectos - físico, lingüístico, cultural , consciente e inconsciente ( ... ) Se ocupa de rela­cionar lo s incrónico con lo diacrónico, lo indi vidual con lo cultural , lo fisiológico con lo psicológico, el análisis o bje tivo de las instituciones con la experiencia subj etiva de los individuos». Lévi-Strauss aplica su análisis sin esfuerzo entre mnchas otras variables, tanto al simbolismo como a las relaciones de poder. De este modo, en su es tLldio del mito da por supuesto que en cualquier situación particul ar el mito es una «concesión para la acción socia1». Sin embargo, como Leach (1967)

A lltl"opoJogfa política: el análi sis del simbolismo en las relacione,s de poder __ 115

'cí"i ala, Lévi-Strauss está interesado en problemas más amplios. Aspi-0:0 al descubrimiento del <<lenguaje del mito» . Finalmente, está intere­sado en descubrir nada menos que el lenguaje, la estructura de pensa­miento, detrás de toda cultura.

Los estructuralistas del pensamiento opinan que vemos la «reali­dad objeti va». tanto natural co mo social, no CO Ol O realmente es, sino como «estruc tu rada» en términos de categorías de pensam iento lógi­camente relacionadas, que se forman en nues tra psique. Cualquiera que sea e l orden en la naturaleza y en la sociedad, en general es el re­,ultado de las ac tivid ades del hombre bajo la dirección de su mente "programada». La clave para comprender la estructura de la sociedad es, por lo tanto, no el análisis de los modelos de conducta din ámicos de in teracción entre hombres, sino principalmente el cód igo, o la lógi­ca, la gramática que está implícita en las categorías de pensamiento y

cn los s is temas de las re laciones entre e llas. Los estruc tura listas del pensamiento eSlán resueltos además a «romper e l código» en loda ¿ poca y en toda cultura. Para poder hacerlo, se centran en el es tudi o de las formas simbóli cas y de la conduc ta s imbólica. De este modo, mientras los teóri cos de la acción se centran en el estu dio de l hombre pol itico, los es tructuralislas del pensamienl o se centran en el es tudio del hombre ritual.

Los estructuralistas del pensamiento han clarificado considera­blemente nues tra comprensión de la naturaleza y e l funcionamiento del simboli smo. Han remarcado la opinión -debili.tada recientemente por la des vi ación de muchos antropólogos de algunos de los dogmas de la sociología clásica de DurkheÍm- de que el orden simbólico no es sólo el re fl ejo mecáni co o un epi fen ómeno del orden po lítico, sino que es un hecho que tiene una existencia en sí misma, por derecho propio. Han diri gido la atenc ión a las relac iones s istemáticas ex is ten­tes entre las diferentes partes de ese orden . Como los teóricos de la acción, en e l campo de las relaciones de pode r, ban proporc ionado a la antro pología una serie de conceptos y términos importantes que pueden utilizarse como instrumentos tanto para el análisis como para la descripción en el campo del simbolismo.

Cuando dejan de hacer referencia directa a la interacción social, se vuel ven unilatera les y se apartan de la corriente principal de la an­tropología social. Muchos de ellos conocen perfectamente este peligro y casi invariablemente comienzan sus diferentes disertaciones con una

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116 _____ _ _ _ _ _ ___ __ Situando la An tropología Política

declaración de fe en el «estructuralismo social» y una promesa de di ­rigir su análisis de la estructura de pensamiento a las dificultades diná­micas de la orga nización social (por ejemplo, Willi s, 1967). Sin em­bargo, a medida que prosigue la exposición, el análi sis prometido se aplaza hasta el final , cuando es en gran medida inconsecuente.

Esto no es de ninguna manera una indicación de debilidad analí­t.ica, sino más bien un asunto de orientación e iuterés. Los problemas que plantea este enfoque no son problemas sociológicos, sino que tra­tan principalmen t.e de las relaciones entre los símbolos. De este modo, el inteligen te artículo de Needham sobre las clasificaciones simbóli­cas de los nyoro (1967) trata de un enigma cultural; lo mismo ocurre ent.re los bunyoro: mientras todo lo que es bueno y propicio es asocia­do con la mano derecha,' el adivino ayudante utiliza su mano izquier­da al arrojar las cáscaras de cari , que le sjrven como meca ni smo de adivinación. De este modo el problema trata fund amentalmente de las relaciones ent re símbolos, sin mucha referencia a la jnteracción social. Problemas de una naturaleza similar son planteados por Beidelman ( 1968 a), Douglas (1968) y Rigby (1968). Estos, por supuesto, son problemas muy imporl an tes en antropología soc ial, pero solamente si son analizados sistemáticamente en el cont.exto de las relaciones de

poder. ' Esto se debe a que no puede haber ciencia general de la conducta

simbóli ca como tal. Los fenómenos simbóli cos son fenómenos su ma­mente complejos que pueden estudiarse desde distintos ángulos, según la naturaleza de las otras variables que se incluyen en el análisis. En antropología social nos interesamos por los símbolos principalmente en la medida en que influyen y son influidos por las relaciones de po­der. En otras palabras, estudiamos cómo se estructura y sistematiza lo simbólico, no por una lógica especial inherente a ello, sino por las di­námicas de interacción entre los hombres en la sociedad (véase Evans­Pritchard, 1937). En cada grado del eSludio tiene que hacerse referen­cia a ambas variables. Un esludio de los sistemas simbólicos en sí

6. Beauie, que es una autoridad en tos bunyoro, cuestiona la va lidez de esta genera­lización (Bealt,ie, 1968). 7. Creo que las panes más e!)timuJantes del excelente Ij bro de Mary Douglas, Purily and Danger (1966) son aquell as que tratan directamente del simbol i~mo de las relac io.­nes de poder. lEx.iste una traducción al castell ano de eSle li bro: Pureza .Y peligro, IIn análisis de los cOllcepto.\· de contaminación y tabú. Paidós, Barce lona. 2007.]

J\ IIlrupología polítit.:a: el aná lisis del simbolismo en las relaciones de poder __ 117

lu ismos será inevitablemente «indisciplinado», en el sentido de que no .,·,,<irá un propósito específico O estructur" de referencia, y además es t""ible que se desv íe en direcciones diferentes, mezclando la metafí­, jca con la lógica, el arte, la psicología, la teología o la lingüística. h la es, sin duda, la razón por la que estudi osos como Lan ger (1964, 1'. 55) Y Geertz ( 1964) se quejan de lo poco qu e se ha logrado en el d~s~rrono de una «ciencia de la conducta simbólica».

Todo esto es bien sabido por los estructurali stas del pensamien­lo ; sin embargo, su dilema es que demasiada observación de la imbri­,·"ción del simbolismo en las relaciones de poder conducirá ine vita­I demente a una desviación de la lógica bien hecha de las categorías de p~nsa miento. Creo que ésta es la causa de la queja de Beidehnan, ex­presada dos veces recientemente (1968b, 1969), de que V. W. Thrner .. carece de la apreci ación de aquellas cualidades lógicas y fo rmales que todos los sistemas simbólicos ( ... ) poseen». El mi smo Beidelman ( 1968b, p. 483) seiiala con precisión la cuestión real cuando declara "ne «Turner pone el énfasis en los símbolos como expresiones de luerzas; Lévi-S trauss pone el énfasis en sus cual idades nontinales . .. »,

Los estructu rali st"s de pensa miento sin duda aclaran las propieda­des formales de los símbolos, pero, en palabras de Forles (1967 , p. 9), «a costa de neutrali zar al actor».

Todos los profesionales de cualquiera de estos sectores opuestos, los teóricos de la acción y los estructura li stas del pensami en to, son antropólogos di stinguidos, COn mucho trabajo tras ellos sobre el es tu­dio «totali zador» de '" interdependencia entre las relaciones de poder y la acción simbólica. Totalmente conocedores de las implicaciones metodológicas y teóricas de lo que están haciendo, pueden sin duda evitar concentrarse en el estudio de una variable mientras la olra se mantiene constante. Sin embargo , son sus discípulos quienes pueden llegar a ser unilaterales y de este modo apartarse del problema central de la disciplina. Esto puede observarse en algún trabajo posgraduado de los años recientes que tiende a centrarse en una variable en detri­mento de la otra. Las razones principales por las que esta un ilaterali­dad alrae a los principiantes es que requiere poco esfuerzo ana lítico. Les resuelve el fastidioso problema de tener que encontrar un «proble­ma» para el análisis de los datos etnográficos. Ce ntrarse en el estudio de las re laciones de poder o de simbolismo implica mucho esfuerzo analítico; plantea principalmente problemas de descripción unidimen-

118 ________ ______ Situando 1a Antropología Polílica

sional. Un informe de cómo los individuos luchan por el poder, o de cómo la gente se comporta simbólicamente, es una descripción cate­górica de hechos que pueden ser verdaderos o falsos. Sólo puede em­prenderse el análisis significati vo planteando problemas que impli­quen la investigación de las relaciones sociológicas o de la interacción dialéctica entre conjuntos diferentes de hechos o variables.

La contribució n principal de la antropología social a la ciencia políti ca

En mi op iuión, la contribución lllá5 importante y valiosa de la antro­

pología social al estudio de la política no son tanto las tipologías sim­ples de los sistemas políticos que han sido desarrolladas como el aná­li sis del simbo lismo de las relac iones de poder en general. La parte más in tensa y perdurable de la «introducción» a African Poliricaf Sys­tems es aquella que tcata de los «valores místicos» que acompañan al poder polílico (Fortes y Evans-Pri tchard, 1940, pp. 16-22). Easton tie­ne razón al declarar que los an tropólogos sociales se interesan princi­palmen te por las insti tLlciones no polítkas como el parentesco, la reli­gión y las formas de ami stad. De lo que no se da cuenta, sin embargo, es que la especiali zación de la antropología social está en la interpre­tación po lítica de aq uellas institu ciones for malmente no políti cas. Nuestro interés principal no reside en el efecto unil ateral de la política sobre estas instit.uciones, como mantiene (Eastan, 1959). Por el con­trari o, noso tros gener(l !mente tratamos de ex pli car es tas instituclones no políticas en términos de relaciones políticas. De esta manera, e l análisis de grandes dramas simbólicos públicos, CO IllO los de los ta­lIensi por Fortes (1936 ; 1945), de los shilluck po r Evans-Pritchard (1948), de los suazi por Kuper (1947) y Gluclanan (1954) , de un po­blado shisite árabe por Peters (1963) - por mencionar sólo unos po­cos- es un amílisis en términos políticos. Así lo son los estudios de las genealogías ficticia s por Bohannam (1952) Y Peters (1959, 1967) O

de las relaciones triviales por Colson (1962). Incluso eSlUdios de rela­ciones aparentemente «domésticas», como los del matrimonio, reaJ i­zados por Leach (1961), Peters (1963) y Cohen (1965), y por muchos a iras, son esencialmente est.udios políticos. Por otra parte, la explica-

¡\ ul ropología política: e l análisis de l simbolismo en las relac iones de poder _ 119

("Iún de Gluckman de la estabilidad del matrimonio es formulada en "' I"I11inos puramen te políticos (1950).

Esta línea de análi sis es de importancia crucial para la ciencia po líti ca. En primer lugar porque, como Mannheim (1936) señaló hace " Cll1pO, al estudiar su propia sociedad u o tra similar el c ientífico polí­" CO está atrapado por el mi smo sistema de símbolos que está tratando de descifrar. Los símbolos están, en genera l, enraizados en la mente Illconsciente y son de esta suerte difíciles de identificar y disculir por la gente qu e vi ve bajo ellos. La preoc upación cen tral de la cienci a p"líti ca es el estudio del efecto de las agrupaciones políti cas informa­les en el funcionamiento de la estructura forma l del gobierno y de nlras organizaciones de escala más ampli a. Toda conducta, sea en gru­pos formales o informales, es expresada ampliamente en formas sim­hólicas. Los mismos conceptos y categorías de pensamiento que los científicos políticos cmplean en su análisis for man parte de la misma Ideología política que tratan de comprender. Es cierto que la paradoja t. le Mann heim puede vencerse hasta cierto punto mediante la investi ­gación lenta, ac umulati va. empírica y comparativa. Lo que es más, algunos grandes pensadores como Marx, Durkheim y otros han contri ­huido a desa rrollar e l estudio del simbolismo de las sociedades indus­triales avanzadas.

Sin embargo, todo esto no es sufi ciente. A pesar de muchas déca­das de investigación más intensiva sobre estos temas, hay aú n muy pocos análisis de lo que Mackenzie (1967 , p. 280) ha llamado «ritual político» en la política contemporánea. Todavía se sabe muy poco so­bre el func ionamie nto del Ministerio Británico (SS RC, 1968, p. 25), qué decisiones de suma importancia para la econorrúa británica son adoptadas (véase Lupton y Wilson, 1959) y apenas ex iste acuerdo en­tre los científicos de la política sobre la naturaleza de la ideología po­lítica en las sociedades industriales contemporáneas. El desafío de Mannheim sigue en pie.

En segundo lugar, el orden simbólico de una sociedad sólo pue­de comprenderse cuando es estudiado en la tradición cultural total de la que forma parte. Esta tradición inclu ye la cosmología, la teología, e l arte y la literatura . A causa de su relativo ais lamiento y de su tec­nología se ncilla, a pequeña escala, las sociedades indu striales que han sido estudiadas por los antropólogos tienen poca diferenciaciÓn ocupacional e institucionaL Por esta razón, sus cn1tura s no son muy

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l 11 ,

120 _ _ _ _ _________ S ilWlndo la Antropología Po lítica

sofi sticadas y tiende n a utilizar temas y experie ncias limitad os en la co nstrucción de sus sistemas simbó l icos (véase Douglas, 1968, p. 17).

Por otro lad o , la soc iedad industrial es suma mente co mpleja, con llna fuerte de di vis ión de trabajo, una mu ltipl ic idad de agrupaciones y un

a lto grado de he terogeneidad soc ial y cultural. Esto compl ej idad ,

j unto con la capacidad lite rari a a ltame nte desarro ll ada y ca nales para

la comuni c¿lción r ~ p id a de artículos cuhurales, vuelve complejo en alto grad o su s is te ma s irnb6 li c() y por es ta razó n muy difíc il de ana­

li zar. Es to, por supuesto, no quiere decir que no se hayan reali zado

con éxito es tudios sobre el simboJi !\ IllO de la soc iedad contemporá­nea. A lgún tHlbajo imporlaJ1l.e en este campo ha si do rea lizado por un

,,"plio número de pe nsadores, inc luye ndo a M arx , Carl yle , Weber, Durkhe im y K. Burke. S in e mbargo, esle trabaj o ha s ido fru strad o

siempre por los probl emas de ideología , escala , complejidad, concep­

tos y técnicas que acabo de mencionar. Uno de los anál isis mlÍs pro­fundos del simboli smo en 1(\ sociedad contemporánea eS COl'/'/unicQ­

tion and Social Order. de Duncil n ( 1962). S in cmbargo, después de

estudia rlo se puede ver que se basa FLllldcllneu lalmente en un trabajo

intuitivo sin nin gún estudio mel6dico o s is lemálico de situaciones

empíricas. Lo que deseo señalar aquí es q ue e l anlropó logo social , al anali­

zar los sírnbolos de las re laciones de poder él peque ña esca la, socieda­

des preindustriales, ha logrado un conocim iento bastante profun do del

simbolismo de las relaciones de poder en general. El análi sis an tropo­

lógico de los s ímbolos implicados e n el desarro llo, organi zació n y

man Len imien to de los ti pos diferentes de re laciones de parentesc o, de

mat.rimoni o, arnislad , re laciones patrón-clienle, agrupaciones po lít·icas

corporati vas , ri tuales y de sislemas diferentes de estratiricación , pue~

den proporcionar a los cienlíflcos de la polflicéI q ue t.rabajan en la ,0;;0 -

ciedad indus trial c once ptos significati vos e hipótes is para anali zar

tod a una serie de agrupaciones políti cas y re laciones informales . ESlas

agrupaciones y re lac io nes informales oCtlpan Lada la es tmctura ronnal de la sociedad industrial conte mporánea . Son, sin duda, el tejido real de

que es tá hecha la estruclura de todas las sociedades y su análisis es e l

proble ma ce ntra l de la c ienc ia política.

Aparte de es tos hallazgos analíticos, la a ntropología social ha

desarrollado técnicas y métodos q ue puede n ser de gran ayuda, por lo

me nos para alg unas de las ramas de la c ienc ia po líti ca. Rec ientemente

·\Il lropulogía política: el nllálisi:> del simbo li.smo en la:> relaciones de poder _ 121

1 ... , antropó logos han es tado adaptoudo es tos métodos y técni cas al

i· .... ludi o de las comu nidades y grupos e n soc iedades compl ejas, tanto

,." los países en vías de desarro llo co mo en los ya desarrollados . Un

' u·, mero rápidame ute c reciente de antropólogos es tá ap li cando ahora

\ 11.0.; técnicas mi crosoc iol óg icas a los es tudios de las ~reas urbanas

tln llde la luc ha por el poder e ntre grupos e individuos es inlensa. Como

"";ala Firth (1951 , p. 18), aunque las técnicas an tro pol ógicas son mi ­i·msocio l6gicas, las fo rmul aciones teóricas pueden se!' macrosocjoló­

g lcas y pueden, de es ta H1anera, Hdaptarse al es tudio de la política a ", ve! de Estado.

I.a lecc ión de la c ienc ia po lítica

1 ,as áreas peq ueñ as de la vida social , e n cuyo estudio se especializa la ¡"ltropo logía soc ial , es tán convini éndose en Lodos los lugares éJhora en

p'.lftes int.egrante.o;; de los sis temas socia les de escala más amplia . Las

lécnicas mi crosocio lógicas no pueden en s í mi smas lratar de ni ve l e~ lIl ás amplios de estos sistemas. Los antropólogos han s ido blle ll o.~ co­

nocedores de este problema y, para tratarlo, han desarro ll ado concep­

los tales como «campo social » y «sociedad plura l» . Esto::; son simp(e~ men te conceptos descript ivos y la cues ti ón no es s j son válidos O no,

sino s i So n ótiles e n e l análisis. Sin dtlda :-;o n útile:-; al dirigir nuestra

atención hada cien as características de las sociedades nuevas, pero en

mi opini ó n no centran bien e l problema. La revoluc ión políti ca más

grande de nues tro ti empo es la apari ción de los nue vos Estados del

«Tercer Mundo»). Tanto e n las soc iedades eu desarrollo como en las ya

desarroll odas, el Estad o es hoy e l poseedor y á rbitro del poder po líti co y económico .

Los antropólogos soc iales han trabajo mucho sobre Estados pri­mitivos de escala re lativamente pequeña. ~ Sin embargo, aparte de unas

pocas excepciones (véase por ejemplo Lloyd, 1955 ; Bailey, 1960 y

1963; Mayer, 1962; Coheu, 1965, pp . 146, 175), han ig norado la im­

portancia del Estado modern o e tT e l es tudi o de lo po lít ica de comuui-

8. Véanse, por ejemplo, N,ldel, 1942; Smith, 1960; Lloyd, 196.5, y los e!<i tudios con­tenido." en Forde y Kaberry, 1967.

122 _ _ _ ____________ Situando la Antropología Políti\;;I

dad es pequeñas por dos razones. La primera es que cuando ellos cono ciero n inicialmente el problema, muchas de las comunidades que estudiaron estaban en territorios todavía bajo dominación colonial. Esto era particularmente cierto en Áfri ca, donde los límites interna· cionales habían sido creados, en su mayor parte, por los poderes colo niales. En anteriores territorios británicos la dominación indirectn ay udó a perpetuar la exclusividad y autonomía de las comunidades tübales relati vamente pequeñas. Bajo aquellas circunstancias, no ha­bía Estado que examinar y lo único que un antropólogo podía hacer era intentar estudiar la administración co lonial. Sin embargo, aunque hace más de treinta años los antropólogos comenzaron a sostener que el administrador y el misionero europeos deberían estudiarse junto con el jefe y el médico-brujo nativos, como parte del mismo sistema político (véase Schapera, J938), no hubo intentos serios de investiga­ción en el dominio de la administrac ión colonial. Una razón fue que, en muchos casos, era el gobierno coloni al e l que iniciaba y fi nanciaba la in vestigación.

La segunda razón por la que los antropólogos no han tomado el Estado moderno como el contex to en el que debiera hacerse el análisis de las comunidades pequeñas son sus tempranas objeciones al estudio de la filosofía política que ha dominado el estudio del Estado hasta aproximadamente la época de la segunda guerra mundial. El tono fue establecido por los editores de African Political 51's/ems, cuando de­clararon que las teorías de los filósofos políticos les habían parecido de poco valor científico a causa dc que las conclusiones no estaban formuladas en términos de la conducta observada (Fortes y Evans­Pritchard , 1940, p 4).

Esta última objec ión ya no es releva nte, debido a que el Estado está siendo ahora estudiado empíri camente por la ciencia política, que ha progresado enormemente en las dos últimas décadas, Solamente en Estados Unidos y Gran Bretaña, enormes recursos financieros y hu­manos han sido asignados al estudio empírico de la política a nivel estatal, tanto en los países en vías de desarrollo como en los desarro­llados. Ha habido una proliferación espectacular de los departamentos de ciencia política en las universidades, con las correspondientes faci­lidades para investigación, viajes y publicaciones (véanse Wi seman, 1967; Mackenzie, 1967; SSRC, 1968). Algunas monografías y artícu­los excelentes sobre la política en los países del «Tercer mundo» han

J

' tI ,, \.pologfa política: eL análisis del simbolismo en las relaciones de poder _ 123

', ,,1,, publicadas y están siendo utilizadas en cursos de ciencia política 1 ' 11 I : l ~ universidades.

Si bien es verdad que la ciencia política está todavía buscando sn ,oI" lIlidad y explorando diversos enfoques que se han convertido en las '· '. )ll'c iali zaciones de distintas escuelas de pensamiento, existe, sin em-1>.lI g0, un interés fnndamental en el estudio de los fenómenos a nivel , '.I;,la l, y a este respecto los antropólogos sociales pueden aprender 11 " ll· ho .

Algunos antropólogos pueden desechar los hallazgos de la cien­, 1; 1 política por esta misma razón, es decir, por cuanto la ciencia polí­! ,, 'a es «macropolitica». Demostrarían que hacer un estudio del siste-11\ ;1 ..;ocial de una comunidad simple de onos pocos cientos de personas ,, '<¡uiere más de un año de trabajo de campo y muchos años de trata­,,, ,, 'nto y anál isis de datos por parte del antropólogo, por Jo que es lh ..... urdo conceder un valor científico a los descubrimientos de los , ,(' ntíficos políticos que hacen generali zaciones sobre sociedades en­'''' as de muchos mill ones de habitantes. Sin embargo, este argumento d" ja de lado dos cuestiones fundamental es. La primera es que por el I" 'cho mismo de que el Estado ex iste y desempeña un rol crucial al , ."nbiar la estructura y la cultura de nuestras pequeñas comunidades. "Iguien debe estudiarlo, Tal estudio es fundamental no sólo acadé", i­¡·;.mente, sino también por una vadedad de consideraciones prác ticas, I,, 'incipalmente adm inistrat ivas . Es absurdo decir que el estud io del I :stado como un todo debiera esperar el desarrollo de la microsociolo­I'ía; éste puede ser un desarrollo a largo plazo y, mientras tanto, el .. ' ''''tífico político se va entrenando para afrontar el desafío. La segun­da es que la ciencia polftica ha desarrollado nuevos conceptos y nue­vas técnicas para Iratar de los fenómenos politicos a nivel estatal de 1111a manera efectiva. Ha habido una revolución en los métodos de co­di ricación de grandes cantidades de in fomlación, que permiten siste-111atizarla y emplearla en futuros análisis (véanse Mackenzie. 1967, pp. 66-74; Deutsch, 1966).

Hoy la ciencia política se plantea el estudio de las comunidades pequeñas y los grupos con respecto al Estado. En la estructura concep-111al de los científicos políticos, las tribus, bandas y comunidades ais­ladas que han si do el objeto principal de nuestros estndios están ahora o en proceso de integraci6n en entidades socioculturales nuevas o, si por cualqui er razón política se adhieren todavía a su entidad tradicio-

l24 _ ___ _ ______ ____ Situando La Antropología PoJÍlica

nal, lo máximo que puede decirse sobre su diferenciación es que son «grupos de interés» que ejercen presión sobre el Estado o sobre gru­pos dentro del Estado. De esta forma, como ex plico en otra parte (Ca­ben, 1969), el feuómeno llamado «tribalismo» o «retribalización» en las soc iedades africanas contemporáneas es el resul tado no de grupos étnicos que se separan unoS de otros después de la independencia, sino de la creciente interacción entre ellos en el contexto de situaciones políticas nuevas. Es el resultado no del conservadurismo, si no de un dinámi co cambio sociocultural produ cido por nuevas divisiones y nuevos alinea mientos de poder en la estructura del nuevo Es tado.

Gran parte del progreso en el estudio de tales grupos de interés lo ban logrado los científi cos de la polí tica en época reciente. Sin duda, mu chos científi cos de la política ven la estructura política del Estado como plural-utilizando este término en un sentido diferente que los antropólogos sociales- , es deci r, como integrada por innume­rables agrupaciones de di versas clases que med ian en tre el in di viduo yel Estado (véanse Bentley, 1949; Finer, 1958; Eckstein, 1960). El desarrollo de los grupos de interés y la naturaleza de las re laciones enlre ellos y el Estado depende de la estru ctura del Estado. Alg unos Estados permiten en gran medida el plu ra lismo de grupo; sin embar­go, otros disuaden e incluso impiden el desarrolJ o de tales agrupacio­nes al diri gir una lu cha sin fin contra ellas. Estas diferencias entre Estados han sido estudiadas empíri ca y comparativamente por cienú­tic os de la política (véanse Ehrmann , 1964; Castles, 1967). El concep­to «cultura polltica» ha sido utili zado algunas veces para desc ribir estas diferencias estructurales entre Estados. Los antropólogos que es­tudi an grupos pequeños en el Estado contemporáneo no pueden per­mitirse dejar de lado tales estudios. Sin duda voy más lejos y di go que el antropólogo debe formular deliberadamente sus problemas de tal fo rma que baga de la referencia al Estado una parte necesaria de su análisis.

Conclusión

La antropología política difi ere de la ciencia política en dos aspectos: teoría y escala. La ciencia política es fund amentalmente unidimensio-

Aulropología polflica: el ;¡n,íli ::,i5 del simboUsmo en las relaciones de poder _ 125

,,;01 , pues se ocupa principalmente del estudio del poder: su distribu­, I(\n, organización, ejercicio y la lucha por él. En la medida en que ,,',lo trata de una vari able, la ciencia política es descrip ti va. En pala­hras de uno de sus teóricos, su esfuerzo consiste principalmente en "delinear los fe nómenos relevantes, crear clasificaciones útiles y aná­li sis, y mostrar las características importantes de las acti vidades polí­tIcas» (Young, 1968, p. 5). Su un iverso de referencia es el ES lado mo­dern o.

Por otra parte, la antropología política trata de áreas mucho más pequeñas de la vida política, pero compensa esta limitación de escala ,'un la mayor profundidad del análi sis. Como he sugerido, se oc upa del análi sis de la interacción dialécti ca en tre dos variables principales: las relaciones de poder y el simbol ismo. Ésta es fundamental mente IIlla preocupación colec tiva, aunque individualmente los antropólogos difieren en su énfasis en una vari able más que en la otra.

Mucho trabajo ha sido realizado por los antropólogos sociales en l'stOS temas. Un examen de este trabajo, junto con un análi sis dc los diferentes jntereses y escuelas de pensamiento, requedría una O1ono­~ rafía detall ada. No ha sido mi intención en es te artículo intentar o hosquejar tal examen. Lo gue es más, be len ido que simplifi car mu­l'hos resultados para aclarar algunos PLI11toS'

En mi opinión, ahora es posible para la antropología política, sobre la base del trabajo ya hecho, proceder a in vestigar cuestiones como las siguientes: ¿cómo articulan los símbolos las diferentes fun ­ciones organi zati vas de los grupos políticos? ¿Cuál es la clase de va­riación en lasformos simbólicas que representa la mi smafimción sim­hólica en los contex tos políticos bajo u-adiciones culturales diferentes? ¡,Qué es común y qué es diferente entre estas formas simbólicas? ¿Di­fi eren estas formas distintas en su eficacia y eficiencia en el desarrollo y mantenimiento de relaciones de poder específicas? ¿Cuáles son las potencialidades polílicas de los modelos de conducta simbólica aso­ciadas con diferentes clases de relaciones interpersonales? ¿Cómo in­teractú an las actividades políticas y simbóli cas unas con otras en la organi zación de la biografía individual? ¿Cuáles son los tipos di feren­les de técnicas simbólicas encontrados en tradi ciones cullllra les dife­rentes para mantener vivas las ideologías? ¿Cómo influ yen los proce-

') Está en preparación una detallada mouograffa sobre el lema .

¡

126 _ _ ____ _ _ ________ Situando la Antropología Política

sos simbólicos y po líticos entre sí en situaciones de cambio rápido?

¿Cómo influ ye el arre y cómo es influido por las relaciones políticas? J\1uchos antropó logos sociales han es lado tratando, en la prácti­

ca, de cuestiones como ést.as, aunque no siempre de forma directa y sistemática. Lo que se necesita ahora es una síntesis de nues tros des­

cubrimientos actuales y Llna orientación más sistemática hacia el aná­lisis de la impli cación de la acción sim bólica en contextos políticos. La antropología política , de hec ho, no es sino antropol ogía social

e fec tuada a un ni vel más alto de abs tracción, a tra vés de un análisis

más riguroso y sistemático,

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SEGUNDA PARTE

l · 1 EMPLOS DE PODERES, TIPOS DE GOBIERNO Y FORMAS DE RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS

4. ( Qué es la ley? Problema de terminología*

Max Glllckman

Se han escrito muchos libros sobre este tema y puede parecer una gran Impertinencia si digo un tanto categóricamente que gran parte de esta controversia ha surgido de discusiones sobre la palabra ,dey», basada "parentemente en la su posición de que debe tener un solo significado. [>ero, lo con trario es obviamente cierto. D e hecho, en cualquier len­

gua, la mayoría de las pa labras que se refieren a importantes fenóme­nos socjales como ocurre con la palabra «ley», pueden tener diversas

acepciones y referir una amplia gama de significados. Por tanto, era de esperar que la palabra inglesa law y otras palabras relacionadas no tengan un significado único y preciso. Si la controversia abunda en la jurisprudencia cua ndo se centra en la definición de «ley», las di scu­siones terminológicas aumentan cuando se trata de investigar las so­ciedades tribales con sus culturas tan diversas. Puesto que nuestras palabras para designar la <dey» y fenómen os parecidos están ya carga­das de signi ficado - y, por cierto, ambiguos- , los estudiosos de las sociedades tribal es tropiezan con difi cultades en cuanto tratan de apli­car estas palabras a las acti vidades de otras culturas. Por otra parte, sin embargo, ¿cómo pod ríamos pensar o escribir fuera de nuestra propia lengua?, ¿debemos desarrollar un lenguaje técnico especial, que algu­nos confunden con la j erga, aunque sea completamente distinto, y usar un estilo flojo y laxo al escribir? ¿O deberíamos conc luir, como han hecho y discutido algunos antropólogos, que es equívoco tratar de dis-

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1. •

136 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de connicros

cutir la ley u'ibal utiliza ndo los principales conceplos de la jurispru­de licia occidental y que habría que escribir páginas ade rezadas con té rmin os vernáculos? Este problema es, ade más, comú n a todas las ciencias sociales. Yo mi smo lo he mellcionad o al lralar de los jefes y reyes, y está claro que es aplicable lambién a las di scusiones sobre «clase». En este texto, trato de esclarecer el uso de palabras como «Jeyn para cen trar la atención en los distintos problemas que han que­dado ocultos por las discusiones sobre sus definiciones. Espero lam­biéll que al hacerlo logre establecer un modelo para ev ila r Olras discu­siones lermino lógicas esté riles.

COlTllenZO con un escritor que dio un <:l inusitada definic ió n de ley. En J930, MI'. Jnstice Jerome Frank, de Ja America n Bench, escri­bió un irritante e icolloclasta ataque a lo que élllmTlaba «el milO de la certeza de la ley». ' Argumentaba qu e en los juicios de los tribullales, muchas cuestiones, además de las norma tivas . influían en cómo los jueces y los jmados convertían la materia pri ma de las pruebas ell he­chos de ley : in lereses económicos , vaJores religiosos, prejuicios socia­les e individuales y has ta el estado digestivo del juez o de un jurado, y la ave rsión particnlar al modo de ser de un tes tigo o su snsceptibilidad a los argumemos del abogado, podían influir en el curso de un ple ito. De modo que no pueden prollosticarse CO II cerleza las decisiones de estos tribunales y la leyes en grau mane ra incierta , El autor co ncluía

que la certeza de la leyes un mito que enga ña a casi todos los jueces y al público en general, y que los primeros SO Il en parte un sustituto de la omnipotente y olllu isciente imagen del padre en la primera infancia, Dieciocho años después, en el prólogo a la sex.ta edición de su libro,

dijo:

... me equjvoqué rOlUndamente cuando expuse mi propia definic ión de la palabra «ley». Pueslo que el Iénnino es tá lleno de ambigüedades, había por lo menos una docena de definic iones defendibles. Peor aú n, de inmediato fu i increpado por Olros que, a su vez, habían definido la ley cada cual de una manera distinta. Una forma de perder el tiempo

1. Law and lhe Modern Man (1930). Soy consciente de 'lue desp\1 és de Frank se ha escrito Illucho sobre es tos Lemas; sin embargo, quiero inlrod ucir es te tell1a citando a Frank para todos aq uellos que no conocen esta literatura. Es t,¡ cuestión, precisamente porque ha afecLado a la Antropología Social, es tratada en mi '!udicial Process among rhe BarOfse (1955).

t.Qué es la ley? Problema de terminología ____________ 137

más inllti l es difícilmente imaginable. El resultado fue que me aparté de aque ll a necia batalla de palabras, y publiqué un artículo para defender la idea de que en cualquier escrito futuro (. .. ) evitaríd en lo posibJe el uso de 13 palabra ,dey» (p, VI).

La ori gi nal definición de Frank sirve para ex poner los orlgenes de la dispula: «para cualquie r persona no profesional, la ley con respecto " cualquier serie de hechos es ulla decisión de un tribunal con respeto a tales hechos, has ta que esa dec isión afecra él una persona parLicu lao> (p. 180), Este es el proceso ll amado comúnmente "acudir a la ley", y por eso Frank se justi ficó elimológicamellte al definir así la palabra. Debemos observar que lo que é l dij o concretamente fue que éste era el significado de ley «para cualquier persona no profes ional>, y que (p. 47) esa no era la defin ición usual del abogado. En su último prólogo denun­ció que distintos crít icos lamelltaban que «se hubiera re ído cínicame nle de las normas legales, considerándolas irreales e inútiles», por «haber destacado 10s efeclos de cuestiones no estrictamente normati vas presen­tes en e l proceso de loma de decisiones de un tribuna!>, . Frank se opuso a estas c ríticas dic iendo que era lan absurdo como a rgü ir que: «si al­guien dice que en e l agua ha y hidrógeno y oxígeno y ana li za los dos elementos, s in duda alguna no se le puede acusar de desva lorizar el oxí­geno o decir qu e es un componente irreal o inútil». Pa ra evita r en el fu­turo esta falsa in terpretación, pidió a los lectores que entendieran que al usar la palabra ,<l ey» eslaba escribiendo sobre: (1) decisiones específi ­cas de un tribu nal; (2) cómo éstas son poco previsibles y poco unifor­mes; (3) el proceso a tra vés del cual se realiza la toma de decisiones, y (4) hasta dónde puede y debe mejorarse ese proceso en e l inlerés de al­canzar la justicia para los ciudadanos (p. VI). Por todo ello, me parece

que Frank puede ser criticado con todo derecho si hu biera subestimado e l efeclo de las nOrmas legales y los procedimientos para decidir en los juic ios, pero no por el uso de la palabra <<ley», Sin embargo, aunque quizá se justificó etimológicamente al ap li car la palabra <<ley» como lo hizo, podía haber ev itado la «necia batalla de palabras» y "la discusión inútil con tan ta pérdida de tiempo» si hubiera usado con más libertad la gran rigueza de la lengua ing lesa, Por eso podra haber hablado de «acu­dir a la ley» en el sentido de «litigio», y de las decisiones del tribunal en el sen tido de «fallo judicial»: siempre que posterionnenle hubiese de­fendido que tal fallo estaba condicionado por otras mnchas cosas más

138 _ E.jemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución dc conflictos

que las normas legales y que, además, el litigio es problemático, de modo que la argumentación habría girado en torno a su anáhs!s y no

acerca del uso de la palabra <<ley». Para tratar en inglés sobre la sociología de la ley, «es tan impor­

tante - insistió Stone- 2 para el análi sis social como para e l anáUsis lógico disti ngu ir entre los diversos significados que encierra esta pala­bra. No hacerlo así puede llevarnos a una discusión estéril , y la litera­

tura sobre ley tribal está llena de ello». En algun as ocasiones, Radcliffe-Brown Y otros han definido el

uso de la palabra «ley» por las sanciones que implica basándose en una de las observaciones de Roscoe Pound, a saber, que la leyes «un a forma de control social por medio de la aplicación sistemática de la fuerza en una sociedad organizada po](ticamente».' Más aú n, si la ex­presión «políticamente organizada» implica la existencia de tribun a­les, entonces ex isten sociedades sin ley.' Por eso Evans-Pritchard afir­mó que «en el sentido es tricto de la palabra, los nuer no tienen ley». Sin embargo, en aIra obra publicada ese mismo año, Evans-Prilchard trató sobre la ley de los nuer y sobre sus relaciones legales, descn­biendo cómo el pueblo podía reconocer que la jus ticia está en el otro lado en una di sputa' Su discípulo Howell (un oficial administrativo) secundó sus ideas en su Manual of Nuer Law (1954), en el cual afir­maba que «en el sentido estric to de la definición, los nu er na tenían ley», para añadi r inmediatamente: « ... pero está claro que en un sentI­do menos preciso, no carecían de leyes»; por eso, tal y como señala,

prefiere utilizar el término «más bien en un sentido laxo» ... Muchos juristas han seguido la misma línea de anáhs!s. En un

exhausti vo estudio sobre el desarrollo hi stórico de la ley, Seagle con-

2. S!onc, The Province andfunction af Law ( 1947), p. 62. . .. . . 3. A. R. Radcl iffe-Brown, ,(Prirnilive Law)} , Structu.re alld FU1IctLOn JI! Pnf/'lI tl\'e So­cieey (1952), en la p. 2 12 ; Hoebel, Three Swdies ¡n Africen Law (!96l), pp. 42.3~424, dice que «el atribuir una definición tan elaborada ~omo la qne dIO P?~nd es lnJ~sto para Pound , y él señala cómo OlroS anlropólogos aln bnyen esa aflrm~clo~ ~ Radchffc­Brown. Pound dijo esto, pero da una idea bastante pobre de su arnph a VISión sobre la

ley». ,. . . 4. Pienso que ni Pound ni Radcliffe-Brown qUlSleron d,ecH· es t~; stO em~ílrgo, Rad­c1 ifre-Brown afirmó que Las sociedades sin tribunales podlan considerarse Sin ley. Véa­se el comentario dc Malinowski en su inlrodncci6n a Hogbill, Low an arder in Polyne-

s;a ( 1934). p. 23. . .. 5. E.vans-Pritchard, «The Nuer of the Southem Sudam>, Afncon Polltleal Systems ( 1940). pp. 293-296; en contraposición . TIte Nller ( t940), pp. 160- 165 Y 168.

t.Qué es la ley? Problema de terminología ___________ _ 139

d uye que «el análisis de la ley en sentido estricto es el mi smo para las comunidades primiúva y civilizada; es decir, gira en torno a la exis­lencia de tribun ales» - Nótese como todos estos autores acen túan la frase «en sentido estricto».

Otros autores han ampliado el campo de estudio a la considera­ción de sanciones eficaces para demarcar el ámbito de la ley. Así lo hizo Radcliffe-Brown al final de su carrera. ' Lievellyn y Hoebel, en su anális is sobre el control social en su libro Th e Cheyenne Way y en otros posteriores, hablan de la ley y del orden el1 sentido figurado. Hoebe! señala: <<la ley tiene dientes ( ... ) que pueden morder si fuera necesario, pero tien e que ser un mordisco legitimado». POl" eso dice que «( ... ) a efectos del aná lisis la ley puede definirse en los siguientes términos: una norma social es lega l [nótese la transición de <<ley» a ,degal» 1 si a la infracción u omisión de la misma le sigue regularmen­te, por amenaza o de hecho, la ap licac ión de la fuerza física por un individuo O grupo que poseen el privilegio socialmente reconocido para actuar asf»,8

Malinowski, en una primera y famosa definición de <dey civi l» en su libro Crime and Cus/om in Savage Society (1926), introdujo nuevas consideraciones sobre la aplicación de sanciones basadas en la reciprocidad y la fama, y también resa ltó el hecho de que la ley es «un cuerpo de obli gaciones que compromete a las partes, consideradas co mo un derecho po r unos y reconocidas como un deber por los otros».' Esta parte ais lada de su definición ha sido establec ida como ley, por ejemplo por VinogradofflO y recientemente por Goodhart." Elias les sigue en su documentado estndio The Na/ufe of African Cus­tomary law, donde, al final de un capítulo titulado «¿Qué es la ley?», se aventura con cierta perturbación a sugerir que «la ley de una deter­minada comunidad consiste en el conjunto de normas que son recono­cidas como obligalorias por sus miembros»." Y, como acabamos de

6. Seagle, Tlle Questfor ú,w ( 19 14), p. 34. 7. Véase lambién lo que Radcliffe-Brown dice sobre «(fhe rule of law» en su «Prefa­ce» 10 African Po/ilical Systems ( 1940). 8. Tlle Law 01 Primitive Man (1954), pp. 27-28. 9. Crime aud Cuslom in Savage Sociely ( 1926) , en la p. 58. 10. Comn/on-sense itl Law (19 13) , p. 59. 11. Goodhart, The impor/an.ce ola Defillilion. 01 Law (1951). 12. EJias. Tlle nalUre 01 Alricol/. Customar)"!.ow (1956).

140 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conflictos

mencionar, la forma tan distinta en la que Hoebel concluía un capítulo titulado del mismo modo.

Res ullaría tedioso recopilar más definiciones y mostrar cómo con frecuencia un autor que ha definido «ley» de una manera, conti­

núa usándola de otca o recurre a otras palabras como «legal» o «san­ciones penales» . El magistral estudio de Stone The Province ond Funclion nJ Lo IV trata de estos problemas en ochocientas páginas de incisiva di scusión. Yo mismo he podido observar que el OxJord En­glish Dictionary incluye trece definiciones. Ningun a puede ser criti­cada razouablemente si se usa la palabra en un sentido más que en airo. Como deCÍa Frank, puedeu darse uua doceua de definiciones defendibles etimológicamente y, probablemente, también en términos reales. Por lo tanto, no eriste «sentido estricto» alguno de la palabra <dey». Personalmente simpatizo con E1ias y su idea de que es difícil sostener que, una sociedad que en la práclica tiene IlLlmerosas reglas

para definir una conducla correcta y cuyos miembros en su mayoría

observan esas reglas y sufren castigos si no lo hacen, «no tengan ley alguna porque carecen de tribunales establecidos». Esto puede justi­ficarse lógica y etimológicamente. Yo preferiría decir que tienen «ley», pero carecen de «instituciones legales:» o incluso en el sentido aplicado por Radcliffe-Brown y Hoebel junto COIl otros del término «legal» para referirse a cualquier sanción eficaz que carezca de <<ins­tituciones jurídicas».

Parece obvio que al tratar de estos problemas deberíamos apro­vechar las riquezas del idioma iuglés y discrimiuar un abanico dc pa­labras para expresar diferentes tipos de hechos y problemas relati vos al campo de la ley. Es cierto que cada uno de esos términos, al igual que sucede con <<ley», puede ser ambiguo, pero deberíamos ser capa­ces de alcanzar esta especialización mediante acuerdo y convención.

Una vez logrado. seremos capaces de avanzar en nuestros análisis de los hechos sobre los que estamos de acuerdo en aplicar distintas pala­bras. He utilizado un esquema similar en otra parte para ex poner mis propuestas." Por tanto, en esta oportunidad sólo preteudo acentuar la imponancia crucial del primer paso, esto es, aceptar la multiplicidad de sig nificados de las palabras relativas a ley fijar una jerarquía entre ellas y, posteriormente, discutir distintos fenómenos de conlrol soc ial.

13. En Tlle Judicial Process omollg fhe Borotse ( 1955).

(.Qué es la ley? Problema de terminología ____ _ _____ _ 141

l,s te paso es crucial y sorprendentemente difícil. La antropología ha ".<tado llena de debates sobre la diferencia entre las teorías sobre la ley de Radcliffe- Brown y de Malinowski. En la práctica, la única diferen­cia era que Malinowski aplicaba la palabra a uua serie de hechos y Radcliffe-Brown a otros. Afortunadamente, Stoue y otros juristas han urgido para que asumamos la tarea de discriminar términos de forma w nvencionaL Sólo añadiría que la lectura de otros autores y mi pro­pio afán de uatar sobre estos problemas me mueven a sugerir que COI1-

linuemos usando la misma palabra <<ley» en uu sentido laxo , como Howell se vio obligado a hacer al tratar de la vida de los oueL Necesi­tarnos por tanto encoutrar otras p81abras -posiblemente el L"orpus iu­

ris latino- para abarcar e l conjunto de normas obligat.orias en las que Elías basaba su definic ión cuando usaba <degai» , <<judiciai» y "penal» para referirse a las di stintos tipos de sanciones.

Autores americanos e illgleses han esc rito sobre la ley tribal en illglés, completado COII uu poco de latín, como tributo al genio de los juristas romanos, lellgua de la que son herederos. Esta utilización ha sido cueslionada. Por lo menos dos importantes estudios sobre la ley tribal abordan la cuestión de si podemos traducir adecuadamente los conceptos. procedimientos y reglas de una cultura a los coucept·os de otra. Un autor, BoiJannan ," argumeuta que nuestro propio vocabula­rio jurídico es lo que él llama un «sistemafolk» y, por taulo, está ile­gitimado para elevar un sistemaJolk particular al estatus de un «siste­ma auaJítico». Si estuviera en lo cierto, tendríamos que ser «so lipsistas culturales» , incapaces de comparar y generalizar cou am­

plitud, a no ser que desan-olláseOlos un nuevo lenguaje independiente y al margen de toda nacionalidad. Al discutir varios problemas en el estudio de la ley tribal trataré de demostrar cuán necia es la sugeren­cia de Bohannan.

Juicio y mediación

Las afirmaciones de Frank nos muestran que es imprescindible dis­criminar problemas mediante el uso de las palabras precisas. Yo co-

t4. Justice olld JI/dgmenr among fhe 1iv ( 1957).

142 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y fonnas de resolución de conflictos

mi enzo mi investigación estudiando e l que constituye el problema más importante para Frank -que he sugerido llamar «el proceso del fallo judiciaI», en lu gar de ley. Este es el proceso por el cual, en las tribus africa nas con tribunales, los jueces asumen y evalúan la prueba, examin an lo que consideran hechos y llegan a una decisión que favorece más a una parte que a la otra. Epste in" y yo mismo, hemos tratado de analizar esta situación comparándo la co n los mo­delos deJ proceso judicial realizado por juristas en Europa y Améri­ca. Consideramos que esta comparación nos brinda la pos ibilidad de dar cuenta de la s semejanzas y diferencias que se eSlablecen du­rante el proceso judicial en estas sociedades lan diversas y así de­mostrar cómo las disposiciones judiciales y sus lógicas están rela­cionados con otros elementos de la vida social. Esto es lo que considero tarea de un antropólogo . Este procedi miento que insiste en la comparación es evidentemente peligroso. Detengá monos antes en ver qué sucede si, en su lugar, insistiéramos en las particul arida­des culturales de cada sociedad como hi zo, por ejemplo, Krige en Sudáfric a al estudi ar e l régimen jurídico entre los lovedu . En el li­bro Tfte realm 01 a Rain-Qlleen (1943), lO escri to con su esposa, co­mienza asf su discusión:

Lo más singular del sistema político de los Lovedu es su red de recipro­ddadcs; el alma del sistema legal es el procedimienlo seguido para lo­grar las reconci li aciones y los compromisos, y tanto los sistemas políti­cos como los legales reflejan las características principales de su cultura. Los procedimientos del khoro (tribunal), los juicios de etiqueta de los lovedu, sobresalen visiblemente entre las diversas disposiciones judiciales, algunas de las cuales podemos sentirnos inclinados a llamar cuasi-judiciales, pe ro en realidad no son apropiados uiuguno de nues­tros términos legales. Su khoro es parecido al tribunal, pero no se u'ata de un tribunal en e l sentido que damos a esta palabra. Su leyes parecida a la ley, pero no es el equi va lente de nuestra ley.

En un artículo anterior, Krige había hecho hincapié con más fuerza en esta consideración al señalar que:

15. Juridical Techlliques and fhe judicial Process (1954). 16. Véase también su SOfne Aspects 01 Lovedu Judicial Arrongements (1939) .

()IIÓ es la ley? Problema de terminología ___ _________ 143

En un ambiente social [la ley] es como un pez que se adapta a vivi r en el fondo del mar, en otro es como un pájaro acoSlumbrado a vivir al aire libre. Considerar la eficac ia de las aLetas de Jos peces como si fuesen órganos para volar es lan erróneo como considerar la ley de los nati vos en términos de nuestras concepciones legales ( ... ) Las leyes uati vas va­ciadas en uuestros moldes pierde su forma y plasticidad, endureciéndo­se como e l duro acero.

1'. 11 ambos textos, Krige resalta la atmósfera cotidiana de los tribunales de las aldeas Jovedu, en contraposición al formali smo de los nuestros.

Encuenu·o difícil evaluar este análisis porque el autor no descri­be en ninguna parte con detalles precisos todo el proceso por el que el ,l1oro lovedu, aunque sea sólo parecido a un tribunal , escucha a las partes en li tigio y consigue su objetivo, el cual es ll amado «reaj uste ;lIuistoso)}. El único caso que de hecho cita con cierto detalle tiene más que ver con un reajuste por medio de una separación que con una reconciliación am istosa. Resulta obvio que, como voy a demos trar, ex isten importantes diferencias entre los tribunaJes lovedu y los nues­Iros. Sin embargo, aun siguiendo la analogía de Krige, unas pueden ~er las alelas de un pez y otras las alas de un pájaro, au nque tanto unas como otras son órganos con algunas semejanzas de estructura que, por medio de un l1uido, propulsan un cuerpo actuando en virtud de princi­pios semejantes. El estilo poético de escrítura, unido con la creencia en la particularidad de la cu 1tura lovedu, ha ocultado algun as de sus conclusiones y no contamos con pruebas adecuadas para evaluar ni las semejanzas ni las diferencias en el procedimiento.

Bohannan en Justice and Judgement omong the Tiv (1957) no utiliza analogías de este tipo y presenta mejores pruebas; afirma más explícitamente el punto de vista de Krige al analizar el tipo más senci­llo de tribu nales establecidos por los británicos entre los ti v de Nige­ria. Su énfasis principal es demostrar que Jos mbaterev (ancianos) su­gieren un acuerdo y los liti gantes deben aceptarlo si se considera que, de este modo, el caso será totalmente exitoso (p. 6 1). Considérese el sentido en que usa el adverbio «totalmente exitoso». Mientras recalca varias veces que un buen juez no fuerza una decisión de Jas partes sino que les hace llegar a un acuerdo si puede, cita varios casos donde al final los jueces imponían decisiones contra un litigante recalcitrante. Sin embargo, concluye que:

1''---''

I

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144 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resotnci6n de conflicto>:

la importancia de lal coincidencia por parle de los litigantes no puede acentuarse demasiado (. .. ) Los Tiv ji (tribunales) encuenU·an solución a una disputa que está de acuerdo con la inja (costumbre) yen la que co­inciden todas las partes interesadas en el jir (caso). Esto es comparable, aunque de manera muy distinta, al hecho de que los tribunales de Occi­dente LOlnan sus decisiones de acuerdo con Jos hechos del cuso y COn la (dey», teniendo alll·oridad para obligar a cumpljr las sanciones. Es muy difícil disc nlir los hechos y valores de los dos sistemas con pa labras, conceptos y el lenguaje de otro (pp. 64 y 65).

En esle sen lido, Bohannsn ll ega a conclusiones tolalmen le ilegftimas. Digan lo que digan los tiv acerca del final ideal de un caso, cuando los li tigantes no llegan a un acuerdo sus jueces dan un veredicto y és te es claro: los jueces tiv tienen que lomar una decisióu, aun cuando (como sucede con los jueces lovedu) la decisión pueda consistir ell aplazar el vercdicto con la esperanza de que las partes lleguen por su cuenta a un ac uerdo. Mientras tanlO, los casos tratados muestran con deta lle que los jueces deducen las pruebas y Jas evalúan en l"érminos de una serie de reglas bien conocidas que son «llniversa les» y «permanenl·es» (p. 55). De hecho, podemos discutir el proceso lógico de los jueces tiv - y sospecho que el de los jueces lovedu- en los mismos términos que usan los juristas occidenta les para anali zar nuestro propio proceso judicial: el uso de testigos «preferiblemente independiemes» co mo prueba, aun c uando exista más garantía en los juramentos de la que tenemos nosotros;17 la formulación de diferentes lipos de pruebas; la comprobación del comportamiento razonablemente adaptado a las formas usuales de acción (p. 25), y la aplicación, en algunos casos, de las normas según las que deben ejercerse de un modo razonable los privilegios y poderes. En resumen, qui siera asumir la larea de analizar util izaudo términos del inglés el proceso de razonamiento de los jue­ces lovedu y ti v para arrojar luz sobre el problema general de cómo hombres de conocida imparcialidad deliberan sobre la evidencia y, por medio de un examen comparado, la evalúan en términos de normas sociales, e ilustrar de este modo tanto las semejanzas como las dife­rencias. Si conociera a los lovedu y a los ÚV, creo que podría explicau'

17. Puesto que los tiv creen que los ju ramentos fa lsos Plledeu ocasionar cas tigos míslicos, mienlras qne es necesaria nna prueba falsa después del juramento o la deda­ración solemne sobre todo para fundamentar el proceso por perjurio.

i Oué e~ la ley '! Prohlem:l de lenuillología ____________ 145

;¡ estos pueblos las líneas generales del lógica de los jueces occidenta­b, aun cuando no siempre pudieran estar de acuerdo con la lógica de las decisiones basadas en premisas diferentes de las suyas, lales como Lns prejuicios de los jueces ingleses e ll contra del intercambio de mu­~hachas en el matrimonio, que los tiv juzgan bastante moral. Si" duda, serfa más fácil describir en inglés los procesos judiciales de los loved u y de los ti v que el proceso inglés en categorfas de los lovedu y de los ti v, debido a la perfeccióll y refinamient o de nuCSlro vocabul ario en el campo de la jurisprudencia.

En este caso, insistir en las características sjngularcs de una cul­tura oscurece el análi sis de la lógica judicial. En realidad , se observa un proceso integral complejo que incluye elementos culturales especí­ficos en los que el pueblo piensa en términos ideales. Más aún, el análisis de la lógica judicial implica tener en cuenta los tipos de rela­ciones socia les de las que ha surgido la di sputa. Entre los lovedu y los tiv, donde la mayoría de los inlercambios lienen lugar enlre personas estrechamente relacionadas - normalmente los parientes o famUiares polflicos- , que, en el caso de entablar un pleito entre sf, preseman a los jueces un tipo de problema distin to de los de los Otros j ueces que se ocupan de casos entre personas uuidas sólo por un contrato o un delito, situación corriente tan to en Europa como en América. Cuando están imp li cadas personas estrechamen te unidas co mo sucede entre los tiv, los jueces pueden muy bien arreglar su di sputa de tal manera que puedan reanudar su relación amistosa siendo una ven laja sustan­cial e l hecho de que todos lleguen a un acuerdo sobre el fa llo judicial. ESla situación ha sido demostrada recurrentemente. Por tanto, lo que pau'ece claro na es que sea imposible discutir en inglés los procedi­mientos africanos y sus valores sino que, si qneremos entender los tribunales africa nos, hemos de tener en cnenta las relaciones sociales sobre las que actúan. De hecho, los casos de Bohannan muestran que los jueces tj v están más ansiosos por conseguir el acuerdo de los liti ­gantes en casos que implicau parentesco de sangre, que en aquellos entre extraños o incluso entre parientes políticos cuya relación está a pun to de romperse. Esta es la situación que parece darse tamb ién en Barotseland. Por consiguiente, lo que está defendiendo Krige es que un tribunal sudafricano podría equi vocarse al tener en cuenta esta si­tuación en el juicio de un caso lovedu. Sin embargo, eso es diferente de as umir que no podemos trad ucirlo de una cultura a otra.

14ó _ Ejemplos de poderes, lipos de gobierno y fo rmas de resolución de conflic tos

Más aun, los que acentúan estas diferencias lienen una visión IIIU y estrecha de las insli tuciones que existen en Occidente para poner 1111 ¡¡ las disputas. Puede ser verdad que en casos de delitos, de contra­los o crímenes, los jueces occidentales toman decisiones que prescin­den de lo que piensa n los liti gantes, aUllque me atrevo a decir que in­cluso e nl onces los jueces es peran que sus arg umentos co n sus Cotlsccuencias morales sean tan convincentes, que la parte que pierde es obli gada a reco nocer el veredic to y el malhechor a sentir su culpa. Puede ser verdad que cuando llegan al tribunal casos de di vorcio, por regla general los jueces occidenta les descubren que hayo no moti vos para el di vorcio, sin tratar de recouciliar a los esposos. Sin embargo, cualquiera que haya segui do la acció n de los jueces en los casos de di vorcio u otras di sputas familiares, sabe qne uujuez puede inte rvenir para sugerir que todo e l asunto se arregla ría mejor entre las partes con la ayuda de un abogado. Un j uez puede illcluso adoplar esta mi sma línea tratándose de un caso comercial. Más allá de los mismos tribuna­les, muchos arreglos en los que tienen que coincidir las dos partes se hacen por medio de abogados o árbitros que son parte de nuestros mecanismos sociales para arreglar disputas." Probablemente, nuestros "Gabinetes de orientación ma trimonial» actúa n en la d isputa de las partes como hacen los jueces loved u y tiv, sin autoridad para tomar decisiones o hacer cumplir veredictos. Éstas son las situ aciones más comunes en nueSlra sociedad en las que perso nas estrechamente uni­das están en desacuerdo. El estableci miento de gabinetes y tribunales de conciliación muestra un desalTollo para lelo en e l campo de la in­dustria. Aquí se incluyen también relaciones extensas que no pueden arreglarse mediante la decisión autoritaria de un tribunal. La compara­ción tiene que hacerse siempre a través de culturas con instituciones apropiadas y puede exigirse nna doble comparación. A fin de cuentas, aunque los métodos de los tribunales tribales se parecen un poco a los consejeros de nuestra sociedad, se aproximan más a sus métodos, ya

que ambos son autoritarios. Un u'atamiento de las semejanzas, al mismo tiempo que un énfa­

sis equili brado en las diferencias, sólo es posible si abordamos los pro­blemas por etapas. En primer lugar, podemos ver la manera de evalu ar

18. Pun tos resaltados por Llevetl yn y Hoebel, TITe Cheyenn.e Way (1941 ), p. 60. Y por Seagle, The Quesl Ivr Low ( 1941 ).

¡ Qué es la ley? Problema de tenninología _ _ __________ 147

las pruebas sobre las prácticas que van contra las nonnas de conducta, y" sean éstas llamadas nonnas legales o prácticas consuellldinarias. Existirán cie rtas semejanzas que surgen de lo que probablemente son ciernen tos uni versales en la tarea de cualquie r juez O árbitro. Sin em­hargo, tenemos al\ n que examinar las dife rencias . Está claro que mu­chas de éstas deri van del hecho de qne la mayoría de las disputas lI'iba­les suceden entre personas estrechamente emparentadas y envueltas en una compl.icada red de relaciones, con otras con las que tambi én están emparentadas. En cambio, la mayoría de los casos ingleses y america­nos implican a personas extrañas, fuera del vínculo del litigio que les une. Por tanto, si no nos dejamos arrastrar por las aparentes caracterís­ti cas singulares de cada una de las dos culturas, exisle un punto de comparación entre e llas, y nuestro análisis avanzará trat.ando de enten­der las interre laciones que hacen que estas cultu ras sean lo que son.

El tercer paso se da al introducir la vari able sobre cómo influye la presencia de mecanismos de coerción en el proceso judiciaJ de la (oma de decisiones. A priori, tendríamos que esperar que al\( donde un juez está apoyado por ciertos poderes para hacer cumplir una ley, qui zá pien­se que puede abreviar el proceso y tomar una dec isión sin escuchar las pruebas, mientras que el juez que no está respaldado de ese modo debe ser más paciente. No estoy seguro de que en la prác tica sea esto lo que sucede en las sociedades Iribales. Ciertamente los j ueces barotse, que están inves tidos de poderes impositivos, insisten en que a cada litigante se le debe penni tir explicarse con detalle. La esperanza de que las partes pueda n llegar a la reco nciliación marca la pauta y, por lo tanto, los liti­gantes deben hablar con franqueza. Desafortunadamente tenemos muy pocos textos detallados sobre juicios presididos por j ueces u·ibales.

Asimismo, ca recemos de buenos textos sobre e l modo de actuar de los mediadores y árbitros en África. Wilson dice que, entre los nyakyu sa de Tanganika, las dos partes pueden ponerse de acuerdo para nombrar a una persona independiente encargada de escuchar los argu­mentos de su dispnta. y de esta manera el caso es defendido ante esa persona. El fallo sólo se mantendrá firm e si es aceptado po r las dos partes" Esta clase de pronunciamiento general no es muy úlil para

19. lnrroducrion 10 Nyakyusa Law (1937). Los textos al final de Good Company (1950), un libro escrit o por su esposa sobre esta tribu. referidos a un problema di stinto, no están 10 sufic ientemente detallados para que sean de ayuda .

148 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y fonnas de resolución de conflictos

reali zar una comparación y un análísis detallados. Es necesario ade­más que se haga ex plícito el grado de autoridad de estos mediadores de disputas, que nO son jueces, así como el de sus procedimientos. Afortunadamente, las evidencias de estos comportamientos son mejo­res fuera de África. Como he citado más arriba, Hoebel describe cómo un agraviado y débil comanche puede buscar a un hombre valiente para presionar en su demanda contra un supuesto oponente : «La per­sona que int erviene, lo hacía de forma legal, pero no tenía pretensión alguna de juzgar el caso o de ser mediadof» . No se trataba de un árbi­tro. Sin embargo obligó al demandado a pagar como lo hubiera hecho el demandante si hubiera tenido poder y fuerza. lO En el único caso ci­tado, este defen sor legal ayudó a un pobre hombre al que le habían robado su esposa; ¿lo hubiera hecho de la misma forma si el caso no hubiera estado claro?, ya que, según las normas de los comanches, la parte ofendida pu ede reunir a su parentela y a sus amigos para apoyar sus derechos, mientras que el malhechor no puede juntar a quienes le apoyen en su defensa. Y, por otro lado, ¿está siempre claro el «esta­

tus» del malhechor? Olro tipo de intervención es ejemplificada entre los yurok de Ca­

lifornia. La fuerza era el método principal de un yurok para asegurar la reparación. Sin embargo, cada una de las panes en una di sputa nombraba a personas no emparentadas de diferentes com unidades, quienes reunfan pruebas de ellos mismos y de «otras fuentes disponi­bles», discutían entre sí y con las partes sobre cuál era la ley apropia­da, y dictaban un veredicto. Esa decisión podía ser elud ida por el que perdía ; sin embargo, había fuertes presiones para que se sometiese a ella." Por tanto, estos intermediarios yurok ac tú an como casi árbitros

judiciales parecidos a los de nuestro sistema. Por su prute, el papel del medi ador entre los ifugao es diferente.

Como señala Barlon:

Al final de un arreglo pacífico, el mediador agota todas las mañas de la diplomacia de los ¡fugao: sonsaca, persuade con halagos, adula, amena­za, fuerza, riñe, insinúa; desatiende las peticiones del demandante o de

20. Political Olganisation and Law-woys oftlte Comanche IlIdimU' ( 1940) , pp. 62

Y ss . 21. Hoebel, Law of Primilive Man (1954), pp. 24 Y ss., 5 1 y ss.

t.QlIé es la ley? Problema de lerminología __________ __ 149

su proceso, y apoya las propuestas de los demandados hasl.a que se lle­ga a un punto en el que las prutes pueden avenirse.

Si alguna de las partes no le escucha, éste puede amenazar simbólica­mente con apoyar COn armas a la otra; y como quiera que debe tratarse de noa persona no vincu lada a los otros, esta estrategia suele ser, al parecer, decisiva.22 Sin embargo, yo consideraría a es ta persona más como un conciliador que como un árbitro.

Enrre los nuer, una persona llamada "hombre de la tierra» puede poner fin a la lucha de dos partes en litigio cavando un hoyo en la tierra entre ellos. Más aún, un asesino puede buscar refugio junto a ese hombre, y éste puede obligar a los pari ent es de la víctima a aceptar ganado en lugar de venganza, amenazando con maldecir/os en la lÍerra donde habitan . No parece que este «hombre de la tierra» escuche y sopese las pruebas," de manera que la mejor descripción que se puede hacer de él es la de un mediador ritual.

Si distingu irnos enlre el defensor legal , el intennediario, el nego­ciador, el mediador, el conciliador y el árbitro24 en una escala de pro­gresivo autoritarismo, esclareceríamos nuesrros problemas centrando la atención en los grados de presión social que respaldan sus acciones. En segundo lugar, aclararíamos hasla qué punto precisan de las prue­bas y de un examen comparativo. Esto es siempre y con toda seguri­dad esencial en el análisis de la ley. En tercer lugar, y más importante, examinaríamos eo qué grados dislintos de re lación eotre las partes son eficaces o ineficaces los procedimientos, ya sea dentro de cada socie­dad por separado o comparati vamente.

Sugiero que incluso un proceso prolojudicial se da solamente cuando se examinan y evalúan las pruebas, como sucede entre los yu­rok. ¿Qué tenemos que decir, por laoto, de los procedimientos por los que una comunidad decide librarse de aquello que Radcliffe-Brown llamó un "garbanzo negro» y L1evellyn y Hoebel "el estalus del más

22. If"gao Ln .. ( t91 9), p. 94. 23. Evans-Pritchard , The N/ler (1940) , resumido en el capítulo r de mj Ubro Custom a/1d COIlj7jct in Africa ( 1955). Véase también Howell , Manuol o/ Nuer Law ( 195 4). p.28. 24. e f. la serie de palabras usadas por Llevellyn y Hoebel pa ra describir a los funcio­narios del arreglo (The Cheyenne Way, 194 1) y Seagle, que insiste en la diferencia eurre declaración judicial y arbitraje (The Q/lesEfol' Law, 194 1, p. 6 1).

150 _ Ejemplos de poderes. lipo~ de gobierno y form as de reso luc ión de connic lOs

in::.oportable», el reinciden te, aquel que roba, rapt.a o asesina sin ce­sar? En este caso existía al parecer un tipo de acci ón basada en el co­noci miento bien fundado de los más ancianos de la comullidad, sin un juicio propiamente dicho. Este procedimiento parece estar extendido en soc iedades sin tribun ales organizados ni jefes. Ord inariamen te. como sucede entre los eskimo, tiene que asegurmse el consentimiento de los parientes del vill ano para evitar la venganza de la sangre. Éste es en definitiva un proceso protojudicial que implica una discusión rac ional del caso a la lu z de pruebas palpables. Hoebel di ce en este tipo de (¿ peq ueña?) com uni dad: «La cuesti ón de la prueba en las disputas no causa un gran problema; nornUl lmente parece qne exis te la suficiente información disponi ble». Y añade que «cuaudo el hecho no es conocido ( .. . ) puede darse el recnrso a la adivinación, pero al pare­cer solamente en e l caso de enU'ar un e lemento de culpa ( ... ) o ( . .. ) de muerte por brujería»Y El autor clasifica claramente todas estas opera­ciones como «legales). Sin embargo, el proceso por el que ambas par­tes, o el acusado en denuncias criminales, se enfrenta a la prueba y [sus argumentos] san oídos y examinados comparativamellle in fluye de una manera decisiva Lanto en el desarrollo de la estructura política como en el patrón de relacioues sociales. Parece, por tanto, mO:Ís pru­dente ~epara r los proced imientos según la terminología y restringir los términos «legal» o «jurídico» a los procedimientos que suceden en tribun ales. Incluso, como demostraré más adelante, la adiv in ación en casos de culpa o brujería se usa en los ITibunales de manera muy dis­tinta de como se hace entre las personas implicadas.

Por tauto, no clasificaría instituciones como el COncurso de can­ciones de los eskimo bajo la categoría de «lega},), como intenta hacer­lo Hoebel. Como he señal ado, él observa que clIando una persona ofendida desafía a su oponente a un intercambio de canciones insul­tantes, «el derecho es algo inmateria!» (aunque el cantante, que puede acumular acu sac iones más o menos verdaderas contra su oponente, tiene veutaja de hecho, p. 190) . Después hay un intercambio conci lia­dor de regalos y lIua fies ta . Este tipo de procedimientos tiene que compararse con los procesos de control social en pequeños grupos de nuestra sociedad, tales como «el juego del insulto», que puede acabar en un brindis de reconciliación más que en los tri buuales. Si califica-

25 . Lb...., of Primir;ve Mal! ( 1954), pp. 51-52.

, () \U; e.~ 1" ley'! Problema de termillología ----------__ 15 1

IIIOS de l egal «el juego del insulto», ¿qué palabra podemos li sar para It ~s J~I~lOS? (quIzá, como be sugerido, podríamos utili zar la palabra 'qudlclal» para éstos.)

Nadie me supera en admiración por los estudios de L1evellyn y Il oebel sobre la ley en tribus específicas, pero me parece que en la claslflcaclóo de Jos procedimientos para alcanzar aCuerdos confunden h:m as. Principalmente uo hacen hincapié en el análisis de toda la su­..:csiÓn de relaciones entre personas en las que ac túan determinados procedim ientos de contro l. Los datos sobre los eskimo no son de Iloebel; pero tampoco aborda el problema de en lre qué lipo de perso­nas Son ll lJh zados los concursos de canciones.

Bohannan desc ribe tal concurso como «escándalo a toque de I<lmbop.) eutre los tiV.

26 Según Sll S normas, las alegaciones que son , usceptrbles de ser ejecut:adas por humanos deben ser verdaderas. Si 11 0 lo son, se interpone Ulla demanda por ca lumnia. De no ser así ---en este concurso una parl e cantó que la ol"ra (~se convirtió en cerdo por la 110che. yeso se lornó peligroso para todas las hembras del campo»-, no eXIsten fundamentos para tal demanda. El relato de Bobann an so­hre es ta di spu ta no es muy complelo. El defendido era tutor del matri ­Inonio de la esposa del hijo del demandante y «había sido culpable de algunas tácticas un tanto arbit rarias que causaron la ruina del matri­monio)). El demandado había rehusado, por tanto, actuar como inter­Inedi ario para conseguir la restilución del pago del matrimonio del demanda nte y habían intercambiado pal abras airadas. El demandante compuso en tonces una canción insultante que él y sus parientes canta­ron por la noche, de tal manera que e l demandado, cuya casa estaba a un cuarto de milla, pudiese oírla . Canlando y respondiendo después con otro ca nto, continuaron durante tres semanas hasta que el jefe nombrado por los ingleses llevó el concurso ante su tri bunal para evi­lar una lucha de la que fuera considerado responsable. Allí se juzgó (de acuerdo COn la tradición salomónica) y el deman dante ga nó el caso (por mOllvos que el autor no re lata), mientras que el demandado ganó el concurso de canto.

Bohan nan dice que el «jefe» y el «compositor del can to» le COn­laron que, en la antigüedad, e l «escándalo a toque de tambor» era un método favorito para poner fin a las di sputas y casi siempre conducía

26. l usrice and ludgeme"f amollg Ihe T;v (1957), pp. ]42 Y ss.

11

152 _ Ejemplos de poderes, [i puf; de gobierno y formas de resolución de conflictos

a luchas. «Cualquiera que ganara la lucha, ganaba la dispma .» Des­aforlun adamente él lo analiza solamente como un «mélodo para poner fin a las disputas», si n identificar qué tipos de disputas ni en qué tipos de relaciones era apropiado. Por su misma naturaleza sólo podía usar­se en cont.ra de un vecino ( .. . ).

La broma y la burla son, por tanto, sa ncion es apropiadas para determinados tipos de relaciones por conductas erróneas. Estas rela­ciones, como ya hemos expuesto, es probable que sea n aquellas que tienen un elemento de ambigüedad. La burla , cuando las relaciones son estrechas , puede llegar a ser demasiado peligrosa . Aque llos que son t.ota hnente foráneos - 3 no ser que hayan sido introducidos en una relación jocosa institucionali zada- sólo pueden insultar a uno. ¿Cuál era la relación entre los eskimo que se de~a[iaban en un concur­so de canto? Con toda seguridad tenían que estar emparenlados , pues­to que el concurso terminaba con una fiesta de reconciliación y un in­tercambio de regalos.

Los crow red indians (y los hidarsa) ilust.ran bien cómo se usan las «relaciones jocosas» para san cionar a los villanos. Los crow están organizados en clanes matrilinea les: un hombre pertenece al clan de su madre. Sin embargo, ti ene que u'atar con respeto a lodos los miem­bros de la parte de su padre. Puesto que los hombres de un clan se casa n en todos los clanes de la rribu , los hijos del c lan del padre se extienden por toda la tribu. Radcliffe-B rown asoció el respeto y la broma de pri vilegio como posibilidades alternati vas en este tipo de relación . Por tanlO, un hombre que tiene una relación jocosa con los hijos del clan del padre (y cierros clanes relacionados enrre sí) fu era de su propio clan puede hacer bromas ofensivas sobre e ll os y debe recibir por parte de aqu ellos las mi smas bromas ofensivas. ESlos pa­rienles jocosos, en este modelo, pueden llamar públicamente la aten­ción de unos sobre los defectos de otros. Cuando un crow ha cometi­do aJguna acción reprochable (por ejemplo, haberse casado con una compañera de cJan o manifestado celos), DO es función de sus compa­ñeros de clan sino de sus parientes jocosos reprenderle o reírse de él. Ellos correrían la noticia de su mala acción y lo arrojarían a los dien­tes de su ofensor, y el burlado estaría ob ligado a rec ibirlo lodo de buen grado. «Este lipo de burla se podía apl icar a la ignorancia de los procedimientos técnicos, a Ja deficiente deportividad, al matrimonio inapropiado, a la cobardía y, al parecer, a cualqui er cosa que fuera

(.Qué es la ley? Problema de lenninología ___ ______ ___ J 53

.... ocialmente reprensible.»)21 Observemos que estos parientes j ocosos estaban estrecha aunque indirectamente emparentados por el descen­Jienle común paterno del clan. Como miembros de clanes matriJinea­les diferentes , nO estaban comprometidos en el sistema de obligacio­lles lntraclan. El derecho a castigar mediante la burla es tá asociado a los grupos más estabJes de Jos crow, así como de los tonga.

El caso ti v susc ita pregunlas importantes: ¿e l uso ele la palabra ~( escándalo» en el «escándalo a loque de tambo!:"» es casual o signifi­cativo? , ¿indica que el comportamiento del Jemandado no dio lngar a un pl eito en el tribunal, sino que fue sólo moralm ente reprensible?, ¿hizo el demaudante «escáudalo a loque de tambor» para llamar la atención del público sobre Su comportamiento? Un lozi puede cometer una ofensa contra un pariente 0 , en particular, contra un pariente polí­tico, para conseguir qu e éSle lleve el pleito al tribunal contra é l. De este modo, el tribunal puede estar informado de la neg li gencia de l otro en el cumplimiento de sus deberes morales.

Por ejemplo, si un a esposa descuida la parentela de su marido, éSle no la puede denunciar, a diferencia de ella que sí puede pedirle e l divorcio en caso de que su marido desa tendierCl a sus parientes. Sin embargo, aunq ue el hombre puede divorcian;e libremente, quizá no desee hacerlo. En esta situación yo reg istré casos en los que el esposo ofendido arrebató la comida a su suegro que le hacía una visila, quien luego se marchó Con gran resentimiento. El esposo envió después re­galos para ap lacarlo, pero la esposa pidió el di vorcio. E ll a fue desaten­dida en su demanda y reprendida públicamen le por su falta . El tribu­nal dispuso también que eJ esposo quedaba autorizado a resarcirse de los regalos que había hecho, pero él se negó diciendo que quería dejar claro que no había tenido ningún altercado con su s llegro. 2~

Puede recordarse cómo un padre cheyenne dio un Liro a su pro­pio caballo en presencia de los valientes guerreros que había n sido preparados para violar a su hija, la cual, sin embargo, fue salvada por la esposa del «Cuidador del Sombrero Sagrado»." De la misma mane­ra, Radcliffe- Brown describe cómo cuando dos andamaneses del mi s­mo campamento se pelean, uno puede entrar en un arrebato de cólera

27. Glu ckrnan, The Judicial Pmcess among ,he Bnn)lse (1955), p. 79. 28. {bid., p. 79. 29. Véase má$ arriba.

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154 _ Ejemplos de poderes, [ipos de gobierno y formas de resolución de conflictos

que le lleve a destruir s u propiedad y las de los inocentes que le ro­dean, así como la de su enemigo. Esta destrucción en algunas tribus puede llega r hasta el suicidio." Este tipo de acción en una sociedad sin tribunales o rganizados sitú a al delincuente moral en cont ra de la

opinión pública o de ciertas personas de influencia. Para concluir, comprobamos cómo el concurso de ca ntos de los

tiv fue presentado ante el «jefe» nombrado por los ingleses, e l cual era un o de los ancianos dentro del linaje extenso que abarcaba los linajes de las dos partes; la prueba del concurso de cantoS llevaba consigo un j uicio por faltas . E l <0efe» dijo que actuaba para evHar un a lucha . El nüedo a la <{ruptura de la paz» ha sido con frecuencia un mecanIsmo procesal para establecer y reforzar la jurisdicció n, tanto all í donde la autoridad es débil como donde el delito en cues ti ón no está sujeto a una sanción eficaz. El análi sis socioantropológico de cómo operan es­tos mecan ismos exige que volvamos siempre al problema de relacio­nar los procedimientos legales con las relaciones sociales dentro de

las que aquellos aCllían.

E l problema de cómo aplicar la ley

Las variaciones en los mecanismos de sanción de una sociedad pueden influir en el proceso judicial o en el proceso de mediación, aun cuando éstos tengan su propia lógica argumental. Por tanto, debería hacerse por separado el análi sis de las sanciones y el de las formas de imponer una conducta con ecta. La acción de imponer una ley para nosotros es técni­camente un problema de c iencia política más que de juri sprudencia; exis te una razón poderosa para esta división del trabajo. Lo cierto es que muchos antropólogos que analizan el orden social en sociedades sin tribunales con el propósito de encontrar en ellos procesos semejantes a los de aquellas sociedades que sí los tienen encuentran serias dificulta­des. Éstas dependen del uso que hacen de la palabra «ley» en su signi fi­cado de «control social por medio de la aplicación sistemática de la fuerza de una sociedad políticamente organizada»." Estas sociedades

30. Véase más arri ba. 31. Véase más arriba.

¿Qué es la ley? Problemn de terminología ____________ 155

pueden muy bien tener normas sobre una conducú'\ correcta impuestas por procedimien tos regulares; en este sentido de la palabra, estas socie­dades tienen indudablemente ,<ley». Sin emba rgo, los procedimientos de imposición de nna ley donde no existen tribunales difieren radical­mente de la imposición por medio de tribunales, au n cuando ambos ti­pos de procesos es tén asociados con lo que puede llamarse la organiza­ción política. Los concursos de cantos de los tiv y de los eskimo son algo completamente distinto de un con texto jurídico. Algu nos estudi os sobre cómo fueron introducidos los tribnnales en tribus que carecen de estas instituciones hacen hincapié fuertemente en esta cuesti6n.

Nadel en The Nabo (1947), un libro sorprendente sobre las tribus nuba del sur del Sudán, analizó la gran variedad en sus o rganizaciones y cu lturas. El libro concluye Con una discusión sobre la posición pre­sente y futura de la ley nuba en la que acentúa la «interdependencia de la ley y las jnstilllciones políticas)}, si bi en no restringe estas últimas a un gobierno organizado con tribunales. Nadel defiende que, incluso en una sociedad sin tribunales, la fi nalidad de la ley y de la organización política es «dirigir y canali zar e l uso de la fuerza». La leyes lo que es impuesto. La costumbre es 10 que no es impuesto. La esencia de su problema llega cuando trata de definir la aparición de la «fuerza» en las tribus nuba, de tal manera que sólo puede discernir sobre la ley de los nuba en el marco conceptual restrin gido aceptado por él. Ello con­duce a una larga y compleja argumentación para demostrar que ciertas desvi aciones de las normas entre los nuba provocaban de hecho una reacelón violenta, aprobada públicamente. Por consiguiente, eso le lleva a afirmar que estas normas pueden leg ítimamente denominarse «ley». Los modos sobre cómo apli car la ley varían notablemente, así como el aban ico de personas implicadas en ellos. Además, e l intento de clasifica r algunos tipos de o fensas como ,dey» y algunas formas de imposición como «legales», como si fueran semejantes a los tribuna­les, se convierte en algo casuístico. Una parte de la razón para es te análisis pa rece ser el deseo, aconsejando al gobierno, para que rescate algunas de las normas [nuba] como adecuadas para ser aplicadas por los nuevos tribunales [británicos]. Sin embargo, sabemos que en la prác tica estos tribunales no siguen la lógica de Nadel, solo aplicable al pasado tradicional de los nuba, porque mientras «el número de " leyes" (radicionales era pequeño, la tendencia de las tribu s nuba era tratar lodas las costumhres ~ocial es (aquellE\s que at.añen (\ la relación social)

156 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conf1jctos

como legítimas y obligatorias» (p. 507). Howell describe la misma situación en los tribunales establecidos por el gobierno de Sudán en Nuerland . Nadel critica esta tendencia diciendo: «Lejos de nosotms está favorecer el totalitarismo legal» (p. 508). Esta reacción, por más que pueda justificarse moralmente, impide el análisis sobre por qué los nuevos tribunales actúan de esta manera.

Puede ser que dondequiera que llegan a establecerse los tribu­nal es, se lenderá a imponer costumbres e infracciones que en el pa­sado, por sí so las, no provocaban una reacción contundente. Esto puede ser, como se demostrará después, porque esas infracciones señalan una fa lta más radical desde demandas de un a cond ucta co­rrecta. Nade l podía haber continuado con el estudio de este proble­ma, si no hubiera estado preocupado por demostrar que los nuba habían te nido <deyes», en el sentido estricto que él mi smo se au­toimpuso.

Más aún, hubiera tenido que considerar atenta y detalladamente el problema de hasta que punto estos tribunales usan lo que él mencio­na como «prueba racional», a la cual se refiere sólo en dos ocasiones.

Una cuaudo dice que ningún sistema puede depender totalmente de ella, de lal manera que los juramentos y algunas pruebas de culpabili­dad deben ser reconocidas por el gobierno; y otra , como una loable esperanza de que esa prueba se desarrollará. No sabemos si los tribu­nales recientemente establecidos exigen al guna prueba. Escuchamos, otra vez sólo de paso, que el pueblo aprobó la supresión del «antiguo concurso de fuerza, cuyo resultado era siempre incierto y con frecuen­

cia injusto» (p. 506). Los nuba parecen tener una especie de intuición para el ensayo y error.

De la igual manera, Howell parte de la misma defi nición de ley para los nuer y nos dice que los jueces, en sus nuevos tribunales, tien­den a ponerse del lado de los litigantes, como sucedía con las lealtades tradicionales de grupo. No describc la posición de jueces independien­tes, si es que hay algunos, o el modo en el que cualquiera de esos jueces llega a los hechos para predisponerlos en favor de su propia parte. Puede ser que los tribunales no utilicen pruebas. Si fuera así, esto debería afirmarse explícitamente, porque entonces los tribunales nu er no son tribunales en manera alguna, sino negociadores entre las partes li tigantes bajo la Pax Britanica et Aegiptia. Parece que existe algún proceso para presentar pruebas, determinarlas y fijar la respon-

I.QlIé e,~ la ley? Problema de lerminología ---------___ 157

'"biJidad en estos tribunales nuer; Howell aporta abu ndantes argu­mentos sobre este punto. Por ejemplo, nos cuenta que el tribunal es tá «lomando como criterio, lo que puede esperarse que haga un ouer pru­dente, en ciertas circunstancias». y con toda segul'idad , esto req uiere

pruebas de lo que han hecho las partes. J> Estos puntos son centrales en el funcionamiento de los tribunales y no aparecen claramente explica­dos en estos análisis porque los autores se han enredado en una defini­ción de <<ley» que oscurece el problema.

Ley y cos tumbre

El hecho tradic ional de definir la <dey» como aquello que los tribuna­les quieren imponer, ha producido lógicamente un intento de aislar mecanismos de imposición en sociedades que Carecen de tribunales y de definir como «ley» cualquier norma u obligación a las que éstos se

aplican . Esta tendencia acompaña un intento de diferenciar la ley de la costu mbre, co mo si se tralase de calegorías completamente separa­das. La discusión de Nadel más arri ba citada, está dominada por este inlen lo.

Por su parte, Schapera nos proporciona un a lista completa de los términos tswa na que describen sus normas de conduc ta: popego o maitseo (maneras, etiqueta, reglas de educación); lets6 o m.oléelo (cos­tumbre, usos tradicionales); tlwelo (práctica habitual); moda (tabú), y [s}¡wanno o lshwanelo (deber, obligación). Sin embargo, los tswana se refieren a sus normas de conducta colectivamente, como mekgwa y melao (en singular: mokgwa, molao). Mokgwa, en general, se aplica a lo que llamaríamos «manera, modo, forma, hábito, uso, uso tradicio­nal. costumbre», y ~ iempre en la forma de plural , a «maneras, etique­

la, reglas de ed ucación». Molao puede usarse para referir a una única «ley II ordenanza» , a la «ley» como un todo o, más raramente, a una

«orden o mandato del jefe». Normalmente, los tswana no disti nguen entre estos dos términos cuando los aplican, pero si les insistiéramos dirían que «uno puede ser castigado por una infracción de molao y no por una infracción de m.okgwa».

32. Manual ofNuer WW (1954), pp. 231 Y 227.

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·158 _ Ejemplos de podcres, tipos de gobierno y fomlas de resolilción de conflictos

El uso de más de una palabra para abarcar las mi smas normas y de una sola pa labra para abarcar más de un tipo, no se debe a la inca­pacidad por parte de los tswana para di stinguir entre diferentes tipos de normas. También nuestras palabras se utili zan con muchos signifi­cados. La palabra «costumbre» tiene en el COl/c ise Oxford Dictionary el sentido de «prác tica usual>, y de «uso establecido que tiene fuerza de ley», apa rle de <<impuesto de importacióm,. Uno de los mu chos significados de «ley» es el de «conjunto de normas O coslumbres reco­noc idas como obligatorias por una comunidad».

Tanto entre los tswana como entre nosolros, las palabras abstracLas que se refieren a aspectos importantes de 1i1 vida social están sujctas a múltíple~ signi ricados.:n Cuanto m<.ls importante sea el elemento, es más probable que distintas palabras se referirán él o a varios de sus aspectos. Un profesor de derecho se ha quejado de que la mayoría de los términos legales fundamento les son mlly poco precisos en significado, y debería­mos tenerlo en cuenta. La gama de significados de estas palabras pue­den ofender a alguuos fil ósofos y abogados, y ofrccen un desaffo a la antropología y a la sociología. Si los individuos de una sociedad buscan consegu ir sus propios fines mani pulando su medio ambiente social y físico, ¿có mo manipulan el signilicado múltiple de las palabras?, dicho de otro modo, por lo que se refi ere a nuestro problema coucreto, ¿qué hacen los jueces tswana y angloamericanos con los múltiples significa­dos de palabras ap licables a las formas de buena y mala conducta?, o, como Sa lmond planlea en su libro Jurisprudencia, ¿es responsable «de lo inadecuado y fa lso que es la teoría jurídica de los autores ingleses» el hecho de que en inglés tengamos que trabajar con un a sola palabra law, mieatras que en latín tenemos las palabras ills y {ex, en francés droil y loi, en alemán rechl y gesen, en i ta liano dirillo y {egge' ¿Cuáles son los efectos sobre e l lógica judiciallozi el hecho de tener una palabra para definir un derecho y otra para deber?"

En mi estudio The judicial Process omong Ihe Barolse (1955 , p. 195) expongo que los jueces comienzan diciendo que un litigante está

33. Hondbook ofTw.rallo l..a.w and C/./Slom (1 938), pp. 35 Y ss. Los lérminos entre los lozi son parecidos. ya que su país natal fue conquistado una vez por un grnpo que ba­biaba IIlla lellgna affn (véase Judicial Process amollg the Barotse, [955). 34. Una de es tas palabras lozi para expresar IIn dereeho-oblígaci6n es swanefo; ef. la cita de Schapera de la palabra tswana Is!1W(lIIe{o, {(deben>, «obligación» y también «derecho».

*

(.Qué es la ley? Problema de terminología _ ___________ 159

ell «derecho», por tanto tiene derecho en ese caso, por ejemplo, a una parcela de tielTa. Algunas veces resultaba difícil a los foráneos observar el desplazamiento de un significado impreciso a otro; sin embargo, los jueces no parecían ser conscientes de ello. Por tanto, es posible que los jueces tswana cambien de la misma manera el grado de aplicación de mokgwa, qne es una norma de conducta menos aplicable en los tribuna­les que un molao, según su evaluación del fondo de la cuestión. Un juez puede defender de esle modo que una norma particular de conducla o inclu so de etiqueta es <<lIn uso establecido que tiene fuerza de ley», por citar el COllcise Dictionaly, eso es , mokgwa es un molao. En otro caso,

en el fondo de la cuestión, puede cambiar esta deci sión, este f/w {ao era sólo un mokgwa.. Escribo esto en pasado porque fue de este modo cómo los jueces barotse, desde la visión moderna, trataron llexiblemente los estándares cambiantes sobre el comportamiento correcto y expresaron su desaprobación de las viejas costumbres.

Cuando registré CÓmo actuaban los jueces lozi, descubrí que la decisión sobre qué reglas había que aplicar era solo una parte del pro­blema de los jueces. A menudo, también los j ueces, al decidir sobre el Fondo del asunto de un caso, examinaban todas las pruebas de las paI­tes y dondeqniera que encontraban desviaciones del uso es tab lecido -de la costumbre- sospechaban que la persona acusada había come­tido infracciones serias al buen hacer. El acuerdo sobre una costumbre relati vamente poco importonte era aplicado no porqne éste fu era en sí mismo erróneo, sino indirectamente porgue la falta de acuerdo era concebido como evidencia de una importante injusticia. Además, en una sociedad tribal existen más usos normati vos de este tipo que en las nuestras. Como dice Fortes, en otro contexto, «es mucho lo especí­fico en las costumbres de parentesco». En situaciones ceremoniales las diferentes categorías de parientes actúan con frecuencia de acuer­do con unas fonnas prescritas que las dis tingnen claramente de otras, y es cierto que tales prescripciones marcan sn comportamiento en las situaciones de cada día. El hecho de salirse de estas formas habituales de actuación puede ser indicio de faltas más serias."

35. Yo mismo he resumido la discusión entre los antropólogos sobre este problema en mi Ubro sobre el proceso judicial barolse, «The Reasonable Mau j .. Barolse Law) , Order alld Rebellion in Triba l Africa (1963). Bohannsll da los múltiples significados de [as palabras riv y las define ingeniosamente, pero no discute este problema.

160 _ Ejemplos de poderes. tipos de gObierno y formas de resolución de conOíctos

Quizá en este sentido la tendencia de los tribunaJes nuba recien­lemenLe establecjdos es «tratar las cosLU mbres (costumbres que se re­f ieren a las re laciones sociales) como leyes legftimas y forzosas, tal es el caso de un conjunto de normas foránea< que han encontrado un lu­

gar en la nueva ley matrimonial. Las disputas sobre la dote de la espo­sa O la herenc ia, incluso sobre la ley consueludinari a, med io obligato­ria, sobre los regalos entre amigos y sobre las relac iones, son ahora causa de pleitos legales. Esto también es aplicable a las riñas insigni­ficantes u oFensas contra las normas del parent.esco, tal es corno la fal­ta de respelo hacia un padre políti co».1tí A Jos poderes rec ientemente legj¡jmados les puede gustar prob::lf sus alas. Del mismo modo, un pueblo que no eSlü ::lcos tllmbmdo a la defensa aULOritari a de sus Pli vi­legios puede forzar esre pleito. Sin embargo, hemos visto que cada

rega lo y cada actO de respeto en estas sociedades es muestra de que el individuo que actúa liene buenos sentimienLos hacia el otro. Por de­fecto, lln pleito es, de hecho, una acción para defender la relación

como un todo. Siendo así, clasificar las nOrlll::lS como «costumbre» hasla que

tos ITibunales obligan a cumplirlas y se convierte en «ley» parece os­cu recer un problema fundamental en el proceso jud icial. Es ~ in duda

significativo que la ,(costumbre» no se distingue de la ley considerada corno «decisión de un tribunal» en la j urisprudencia más avanzada, aunq ue lambién e< verdad que nuestras relaciones no es tán tan im­pregnadas de costumbres específicas. Entre no<otms, una de los signi­ficados de <<l ey» es un conjunto de normas puestas en vigor O consue­tudinarias: en el proceso judicial , la costumbre es una de las fuentes

de decisión judicia l. Los estatutos, los precedente< jud iciales, la equi­dad (moral) y la legislación son comúnmente llamadas <das otras fuen­les»; y yo añad iría, por lo menos, las necesidades del derecho natural, puesto que los jueces toman nota de estas otras fuentes, incluso si tie­

nen que ser probadas." Sin embargo, considero que la «coshHnbre» como fuente de de­

ci sión judicial desempeña un papel mucho más importante en nuestros

36. Nade l, The NUDO ( 1947), pp. 507-508. 37. Hago un amp lio extracto del hbro de Malinowski Crimt! and Custom in Savage Socie/)' (1926) Y del de Homans, The hllman grol/p ( 195 1), capÍlulo XL Homans reco­noce su deuda con Malinowskí .

1 t

;.Qué es In tey? Problema de remtinotogía _______ __ ] 61

pleitos - y, por tanto, constitu ye una parte más relevante en cl cuerpo de la ley- de lo que comúnmente se afi rma.

Tanto en Áfr ica como entre nosotros, los usos cormmes eSlable­cidos entran constantemente en el juicio y en el fallo judicial cuando llega la parte más delicada en muchos de los casos. [Por ej emplo] ¿Qué tipo de crueldad mental se da en tre esposos que justif ique el di ­vo rcio?, ¿qué es una prueba circunstanc ial de adu lteri o'!, ¿qué es una preocupación razonable? Estas y otras muchas cues tiones son respon­didas a la luz de ciertos estándares rormulados en la siguienle forma : «¿esa acc ión era razonab le o no?», y dichos eSliíndares deben ser «consuetudinarios» en el sentido de pnícli c::l corrienle. El comporla­miento de un esposo para Can su esposa, puede ser juzgado como cruel en 1960, mientras que en 1860 hubiera sido tachado simplemente de severo. Sin embargo, ninguna ordenanza ha cambiado esa definición. La amistad entre un esposo y una persona del otro sexo les permite, en la actual idad, estar juntos a sola< sin dar lugar a pensar en aduHerio. Un cuidado razonable al conducir un coche se derine por normas en constante cambio.

La anlropología que define la <<ley» como «costumbre impue<ta por el tribuna l» tiene uua desventaj a más y es que provoca disputas inú tiles sobre si los nuba tienen o no (<ley») siendo evidente que no son aj enos a ella. H owell afirmó que los nuer en sentido estricto «no tenían ley» ... , pero queda claro que en un <entido menos ri guroso no eran un pueblo sin ley. Ésta no es más que una conclusión sin impor­tancia derivada de Un problema de definición.

Qu izá los antropólogos se han visto llevados a esle li pa de pro­blemas porque la legislación colonial ha reconocido la <<ley y costum­bre» Iribales, lo que parece implicar que cada una de l as dos palabras abarca diferentes categorías de normas. Espero que ahora quede claro que es más provechoso aceptar que l a <<ley», en su significado único, es un conjunto de normas obligatori as que incluye también la «cos­tumbre». La restricción de <dey» a deci<iones judiciales en los tribu­nal es - litigio y fallo judicial, antes citados- supone seleccionar solo uno de los significados de la palabra. Todas las sociedades tienen COn­juntos de normas aceptadas: en este <entido todas ellas tienen ley. A l­gunas tienen tribunaJes para apli car esla ley; tienen lo que podemos llamar instituciones «judiciales». Sin embargo) incluso en estas socie­dades, la mayoría de las obligaciones se cumplen sin coacción de los

162 _ EjelTlplos de poderes. lipos de gobierno y formas de resolución de confl icLos

tribunales: otras sanciones, positivas y negativas, son igualmente efi­caces. De igual modo, aIras socied ades carecen de instiluciones judi­

ciales, en e llas el acuerdo se consigue por medio de retribuciones di­

ve rsas y es sancionado por lo que adel ha llam ado «castigos intrínsecos» inscritos en las mismas relaciones sociales. Estas sancio­nes están apoyadas por defensores legales, negociadores, mediadores,

conciliadores y árbjtros, sin que ninguno de ellos tenga la categoría de

juez. Por lo tanto, si uti lizamos los términos adecuados esc larecere­mos mucho nuestros problemas ( .. )

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1: 11

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11

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5. Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: tipos políticos en Melanesia y Polinesia*'

Marsholl Sahlins

Siguiendo en su vida sus propias metas, los pueblos nati vos de las is­las del Pacífico ~ in saberl o ofrecen a los antropólogos un generoso regalo cielll'ífjco: una ex tensa serie de ex peri mentos en la adaptación culturé..1i y el desa rrollo evoluti vo. Han comprimido sus insti tuciones den tro de l o~ límites de los estériles atolones de coral , las han expan­dido en las islas volcánicas; con los medios que les ha dado la historia han creado culturas adaptadas a los desiertos de Australia, a las mon­tañas y cá lidas costas de Nueva Guinea , a las lluviosas selvas de las

'" En Allfmpología PoIÍlica , J, R. Llobera (coJnp.) , Anagrama, Barcelona, 1979. pp. 267·295 leo. inglés. 1963 «Rich Man, Poor Man, Big Man, Chief: Political typcs in Mclane.~ ia and Po lynes ia», Comparalive Sf"dies ,,, Sociely (lod Hislory, 5 (3), pp. 285 ~303 1 . La trad ucción al cas tellano ha sido revi s<l da pa ra esle libro por Beatriz Pérez GaJá n. l . Este es fll} ensayo pre liminar de ona comparación más amp li a y del ali ada sobre polfri ca y economía de Melanesia y Polinesia . Aqu r no he hecho más que resum ir algu~ nas de las más destacadas di ferencias políticas en tre las dos áreas. El estudio completo --que, eventualme nte, inc lui rá m(~s documentación- es/á compromelido con los edi­tores de rile Jnurnal ollhe Polyne.fiam Sociery y pienso entregárselo algún día. El método com parativo seguido hasta ahora en esta investigación ha incluido la lectura de monografías y la anotación. No creo haber inventado eL método, pero me gustar ía bau­tizarlo : e l método de la eomparaeión inconlrolada. La descri pción de dos formas de liderazgos ~s una destilación meulal del método de la comparac ión incontrolada. Las dos formas son tipo!> soc iológicos abSlr<lctos. Cualquiera versado en la literaUl r.i antro­pológica del Pacífico Sur sabe que ha y variantes importallles de los ¡ipos, lanto como formas políticas excepcionales uo tratadas aquí exhausti vamente. Todos estarán de acuerdo en que es necesario y deseable considerar las variaciones y ex.cepc iones. No obstante, también es placentero, y permíte alguna recompensa inleleclUa\ , trat ar de descubri r la regla general. Para justificar socia l y cien tíficamente mi placer, podría haberm e referido a los retratos de los grandes hombres de Melanesia y de los jefes po¡iuesios hablando de ((modelos») o de ((lipos ideales,). Si es to es lodo lo que se re~ quiere para conferi r n.:::.~pe tubilida.d al texto, el leetor puede hacerlo aMo

166 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de re solución de coufl iclos

islas Salomón. Desde los aborígenes australianos, cuya vida cazadora y recolec tora esboza, en paralelo, la vida cu ltural del paleolítico tar­dío, hasta las grandes jefaturas de Hawai , en las que la sociedad se aprox ima a los ni veles de formación de las an tigu as c ivilizac iones de l

«creciente fénil>" se ejemplifican casi todas las fases generales del pro­greso de la cultura primiti va. Donde la cultura ex perimenta así, la an­

tropología encuentra s u~ laboratorios, hace suS comparac iones.2

En e l Pacífico sur y esle, dos contrastadas áreas culturales han

despertado durante mucho tiempo e l interés antropológico: Melanesia, incluyendo Nueva Guinea, las islas Bismark, las Sa lomón, y los grupos de islas al este de Fidji ; y Polinesio, en su mayor parte formada por la

conste lac ión triangular de tierras situadas enlre Nu eva Zelanda, la isla de Pascua y las islas Hawai. En y alrededor de Fidji, Melanesia y Poli­

nesia se combinaron culturalmente, pero al este y al oeste las dos regio­nes presentan amplios contrastes en varios aspeclos: en la reli gión, en

el arle, en los grupos de parentesco, en la relación económica y políti­ca. Las diferencias son aún más notables dadas las semejanzas subya­

centes de las que surgen. Melanesia y Polinesia son regiones agrícolas en las qu e muchos de los productos como el ñame, e l taro, el mango,

los pláta nos y los cocos han sido culti vados durante mncho tiempo con

técnicas muy similares. Algunos estudios lingüísticos y arqu eo lógicos rec ientes llegan a sugerir que las culturas polinesias se originaron a partir de un núcleo en el eSte de Melanesia durante e l primer mileni o

antes de Cristo.' Sin embargo, en los ana les antropo lógicos los poline­sios ganarían fama por sus elaboradas formas de jerarquía y jefatura,

2. Desde los días de Rivers, e l Pacífico ha aponado eSlfmulos elnográficos práctica­mente a I,odas y cada uua de las principales escuelas y curiosidades etnológicas. A partir de hilos ta n grandes como Hislory 01 Melattesial1 Society. de P. Rivers; Social Organizalion 01 the Australial/ Tribes . de Radcliffe-Brown; los famosos esrudios sobre las Trobriand , de M:.linowski. especialmente Argonau/.r o/ (he We.rtern Pacjfic: la obra precursora de Ray lllond Finh. Primitive economies oI/he NelV 2ealand Moori, y su clásico func ionalista We. Tite Tikopia; y Coming 01 Age in Sa/1/ao. de Margare1 Mead, uno puede casi (razar la historia de la teoría eTnológica en los primeros tiempos del si­glo xx. Además de continuar alimentando todos estos inlereses, en el Pacífico se h¡m simado muchos de los recientes trabajos evo lucioni stas (véanse , por ejemplo, Wolf­man, 1955 y 1960; Goodenough , 1957; Sahlins, 195 8; Payda, 1959). También están las destacadas monografías so bre temas específicos que van desde la agricu ltora lropica l (Conkli n, 1957; Freeman, 1955) hasla el milenarismo (WorsJey. J 957). 3. Esta cuestión. sin embargo. eSlá acru almente sometida a di scusión. Véanse Grace, 1955 y 1959; Dyen, 1960; Suggs, 1960; Gol,on , 196 1.

Hombre pobre. homhrc ri co, gran hombre, jefe: ( ... ) _______ _ _ 167

mientras la mayoría de las soc iedades melanesias dejaron de avanzar en este frente quedando a ni veles más rudiment..-1rios.

Es evidentemente inexacto plantear el contraste políti<.:o en am­plios términos entre áreas culturales. Dentro de Polinesia. c iertas islas. como las Hawai, las de la Sociedad y las Tonga, desarrollaron un im­pulso político sin paralelo. Por otra pane, tampoco todas las formas de gobierno meJanesias vieron conslreñida y trun cada su evolución. En Nueva Guinea y áreas cercanas de Melanesia occ idental, son numero­sos los agrupami entos políticos pequellos y laxame nl.e ordenados, pero en Melanes ia oriental , en Nueva Caledonia y Fiji , por ejemplo, son comunes circunstancias parecidas a la situaciÓn política polinesia. En e l Pacífico sur, la gráfica del desarrollo político es más un a pen­diente creciente de oeste a este que una progresión en escalenl , gra­dua l.d Es muy revelador. s in embargo, comparar los extremos de esLe continllu.m : e l subdesarro llo de Melanes ia occidental con las grandes jefatura s polines ias. Si bj en eSla comparación no agola las variaciones evolucionislas. es úlil para eslablecer la extensión de los logros po líli­cos generales en esta pacífica rroutera entre cu lturas.

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4. Hay notables variantes seglí n e l espacio geográfi co. Recordemos las jefaturas de las islas Trobriand de Nueva Guinea oriental. Pero e l desarrollo poJít icu de Trobriand es c laramente excepcional en Melanesia occidental.

168 _ Ejemplos de poderes, (ipos de gobierno y form as de resolución de contliclos

Siendo medible a lo largo de varios parámetros el contraste entre las desarroll adas formas de gobierno polinesias y la subdesarrolladas de Melanesia, lo primero que llama la ateución son las diferencias de esca­la. H. lan Rogdie y Ca milla Wedgwood coincidieron, tras un examen de las soc iedades melanesias (en su mayor parte de Melanesia occidental), en que las entidades políticas ordenadas e independientes de la región están constituidas por 70 a 300 persona,; trabajos más recientes en las regiones altas de Nueva Guinea sugieren la existencia de agropamientos politicos de ha. ta 1.000, y muy raramente de unos pocos miles de per­sonas.5 Sin embargo) en Polinesia las soberanías de dos mil o tres mil personas son corrientes y las jefatLl ras más avanzadas, como en Tonga o Hawai, pueden estar formadas por una o incl uso varías decenas de miles de personas. ' Paralelamente a tales dife rencias graduales de tamaño en la esfera política, hay diferencias en la extensión territorial: desde unas cuantas millas cuadradas en Melanesia occidental hasta decenas o inclu­so centenas de millas cuadradas en Poli nesia.

El desarrollo polinesio en la esca la política contrasta con el avan­ce de Melanesia en la estructura política. Melanesia presenta un gran despliegue de formas ~oc iopolíticas: en ocasiones la organ ización po­lítica está basada en los grupos de descendencia patrilineal, en otros casos en grupos cog naticios, en el reclutamiento por las casas-clu b de los hombres integrados por miembros de la veciudad, en una sociedad secreta ceremoni al o quizás en alguua otra comh inaci6n de estos prin­cipios estructura les. Auu así, puede percibirse un plan general. La tri­bu caracteristica de Melanesia occidental, es decir, la entidad étn ico­cultura l, está formada por muchos grupos autónomos de parentesco residencial. Ascendiendo desde el nivel más bajo hasta un pequeño pueblo o un grupo de aldeas, cada uno de éstos es una copia de los otros en cuanto a su organización, cada uno tiende a ser económica­mente autoadmi nistrado y cada uno es igual a los demás en el status politico. El esquema tribal es de segmentos políticamente no integra­dos (segIJleutario).

Por su parle, la geometría política de Polinesia es piramidal. Grupos locales del orden de las comunidades melanesias autoadm inis-

S. Hodbin y Wedgwood. 1952-J 953, 1953- 1954. Sobre In escala polílica de las mon­tañas de Nueva Guinea, véase, enlre olros, Paula Brown, 1960. 6. Véase la re lación resumida en Sahlins , 1958, especialmente [as pp. 132- 133.

I lumbre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: ( ... ) _ _ _ _ _ ____ 169

tradas aparecen en Polinesia como subdivisiones de un cuerpo político más amplio. Las unidades más pequeñas se integran en otras mayores por medio de un sistema de jerarquia entre los grupos, y una red de jefes representantes de estas subdivisiones conforma una estructura l'olitica y coordinadora. Así, pues, en vez de l esquema melanesio de bloques políticos iguales, pequeños y separados, el sistema político polinesio ofrece un a extensa pi rámide de grupos, coronados por la fa­milia, siluada bajo la aut oridad de un jefe supremo . Este resultado fi ­nal viene faci li tado a menudo, aunque no siempre, por el desarrollo de linajes jerárq uicos' cuyo rasgo distinti vo es la jerarquia genealógica. La jerarq uía entre los miembros de la mi sma unidad de descendencia viene determi nada por su distancia genealóg ica con el antepasado co­mún; según eSte principio, las lrneas del mismo grupo se dividen en ramas de ancianos (señor) y de jóvenes (cadet). Por su parte, los lina­jes sociales relacionados son jerarquizados entre sí, de nuevo por prio­ridad genealógica.

Otro criterio del avance político polinesio es su experiencia his­tórica. Casi todos los pueblos indigenas del Pac ífico sur ofrecieron resistencia a la in tensa presión cul toral europea de finales del si­glo XV Il t y durante el siglo XtX. Pero só lo los hawaianos, los tahitia­nos, los tonga nos y, en un grado menor, los fijianos, se defendieron con éx ilO desarrollando Estados controlados por los nati vos. Estos Es­tados del siglo XIX, con gobiernos completos y leyes públi cas, con monarcas e ún pues tos, ministros y vali dos, son testimouio del genio político de los nativos polinesios y el nivel y el potencial de los logros

po liticos indígenas. Encajado dentro de las grandes diferencias de escala, estructura

y experiencia po![tica frente a la presión externa , ex iste un tipo de vari able comparativa de carácter más personal, que se refiere a la ca­lidad del li derazgo. Una fi gura de líder históricamente determin ada, el Big mon o «Gran hombre», como suele llamarse localmente, aparece en Melanesia. Por su parte, otro ti po de jefe, propiamente dicho, está

7. Llamado «clan cónico) por Kirchhoff ( 1955), ramage por Firrh (1957), y linaje de estalus (s tatus lineage) por Goldmau (1957). El linaje jerárquico polinesio es, en prin­cipio, el mismo que el llamado sislema obok, ampliamenle distribuido en Asia central, y que al menos es análogo al clan escocés , al clan chino, a ciertos sistemas de linaje de los banlúes del Africa central, a los grupos-casa de los indios de la cos ta noroeSle de Canadá e incluso a las «tribus) de los israelitas (Bacon, 1958; Fried, 1957).

170 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conflictos

asociado con el avance polinesio' Se trata de tipos sociológicos dis­tinLOs, es decir, las diferencias en los poderes, pri vilegios, derechos, deberes y obligaciones enrre de los Grandes hombres melanesios y de los jefes polinesios vienen dadas por los contextos sociales divergen­tes en los que operan. Sin embargo, los contexLOs institucionales pue­den ayudar a determinar ciertas diferencias, pero por sí solas no expli­can las di ferencias manifiestas en el porte y el carácter, en la apariencia y las maneras de estos líderes. En una palabra, en la personalidad . Sería oportuno empezar una más rigurosa comparación sociológica de liderazgos a partir de un esbozo más impresionista del contraste basa­do en la dimensión humana individual. Aquí me parece úti l aplicar caracte rizadones -¿o son caricalUras?- de nuestra propia historia a los Grandes hombres y a los jefes, por mucha injusticia que con esto se haga a los contextos históri camente incomparables de los melane­si os y polinesios. De tal modo, el Gran hombre melanesio parece un burgués, una reminiscencia del tosco individuo unido a la libre empre­sa de nuestra propia herencia occidental combinada con un ostensible interés por el bienestar general , y una profunda astucia y cálculo eco-

8. El modelo de Gran hombre está muy extendido en el oesfe de MeJanesia, aunque todavía no me resulta clara su distribución complera. Las descripciones antropológicas del liderazgo de estos Grandes hombres varfan desde meras indieaciones de su existen­cia, como enlre los orokaiba (Willi ams. 1930), los lesu (Power-maker. 1933) O los puebl os interiores del Nores te de Guadalcanal (l-fogbin , 1937-1 938), hasta excelent.es y muy delalJados análisis, tales coma la descripci6n qne hace Douglas Oli ver de los siva i de Bouganville (Oliver, 1935). El liderazgo de los grandes hombres ha sido más o menos extensamente descrito en relación con los manus de las islas del Almiraurazgo (Mead, 1934 y 1937); los fO ' ambaita de Malaila Septentrional (Hogbin, 1939 y 1943-1944); los langu del NE de Nueva Guinea (Burridge. 1960); los kapauku de la Nueva Guinea neerlandesa (pospisiJ , 1958 y 1959- 1960); los kaoka de Guadalcanal (Hogbin, 1933-1934 y 1937-1938); el distrito seniang de Malekula (Deacon, 1934); los gawa del área del golfo de Huon, Nueva Guinea (l-Iogbin, 1951); los abelam (Ka.berry, 1940-t94t Y 1941 -1942) Y los arapesh (Mead, t9373; t938 Y (947) det di sh'i,o de Sepik , Nueva Guinea; los elema de la bahía Orokolo, N neva Guinea (Williams. 1940); los ngarawapum del va lle Marham, Nueva Guinea (Read. 1946-1947. 1949· 1950); los kiwai de! esruario FJy, Nueva Guinea (Landtman, 1927), y una serie de otras socieda­des, ineluyendo, en Nueva Guinea, a los kuma (Reay, 1959), los gahuka-gama CRead, 1952- t 953, t 959), los kyoka (Bulme .. , 1960- 1961), los enga (Meggiu, 1957 y 1957-1958) Y olros. Para una visión general sobre la poSición estructural de los líderes de las montañas de Nueva Guinea, véase Barnes, 1962. Una bibliogrélfía parcial sobre el !ide­razgo polinesio puede encontrarse en Sahlins, 1958. La deseripción etnográfica más deslacada del liderazgo en Polinesia es, naturalmen!e, la que Firlh hace de Tikopia (1950, 1957). Tikopja, sin embargo, no es lípica de los liderazgos polinesios más avan­zados que estamos esrudiando aquí.

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!I,lmhre pobre, homhre rico, gran hombre, jefe: ( ... ) _ _________ 17 t

n<lmi cos dirigidos hacia sus propios intereses. Su mirada . como sugie · H' Veblen, se fija descuidadamente en sus propios fines. Todas y cada lllla de sus acciones públicas están destinadas a realizar una compara­l It l ll competitiva e individual con otros, a demostrar una posic ión de .Hlloridad sobre las masas que es producto de su propia actuación per­

'>llnal. La «caricatura» histórica del jefe polinesio, sin embargo, es más

leudal que capitalista. Su apariencia y su porte son casi regios; muy probablemente, como señala Griffrod (1929, p. 124), es, también a su ,",oda, un Gran hombre: «¿no ves que es un jefe? ¿no ves cuán grande es?». En todas y cada una de sus acciones públicas hay un despliegue de los refinamientos de la educación, en sus maneras siempre esa n.o­"'esse oblige propia del verdadero abolengo y de un incontestable de­lecho de mando. Por su rango, producto no tanto del esfuerzo personal como del don social, puede permitirse ser, y de hecho es, todo un jefe.

En las varias tribus melanesias en las que los Grandes hombres lo an entrado en el campo de estudio autropológico , las diferencias cut­tLlrales loca les modifican la expresión de sus poderes persona les.' Pero ta calidad indicativa de la autoridad de los Grandes hombres es en to­das partes la misma: su poder personal. Los Grandes hombres no ac­ceden al cargo; no lo consiguen; tampoco están instalados en posicio­nes preexi sten tes de liderazgo sobre los grupos políticos. La adquisición del estatus de un Gran hombre es más bien el resultado de una serie de actos que elevan a una persona sobre el común de los onortales y atraen a su alrededor un coro de hombres leales y de menor

9. Así, pues, el enclavamiento del modelo de Gran hombre denlro de una organiza· ción segmenmria de linaj es en las montañas de Nueva Guinea parece limit"ar el rol y la autoridad polftica del líder en comparaci6n con, digamo!'. 10 8 si vai . En las tierras all·as. las relaciones intergrupales están reguladas en parte por la estruclura segmentaria de linajes; entre los siva i las relaciones inlergrupales dependen más de los acuerdos con­tractuales entre los grandes hombres que hacen resaltar más a esas figums. A este res­recto, ha sido notable la mayor viHbi1idad del Gran hombre sivai que la del líder de los nati vos de las {jerras altas ante el control colonial. La compara ción de Warners (1 962) entre la eSlructura social de las tierras alias con los clásicos sistemas segmenrarios de linaje de África sugiere una rel ac ión inversa entre la formalización del sistema de lina­je y la significación políllca de la acci6n individual. Si se añaden a la comparac.ión casos como el de los sivai, la generalizaci6n gana apoyo y puede llevarse más leJOS: eulre las sociedades a nivel de organización tribal (Sahlins, 196 1) , cuan lo mayor sea la aUlorregulac ión del proceso político a través de un sistema de linaje , menos fuuciones les quedan a los Grandes hombres y su autoridad política es menos signiflcativa.

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1. l'

172 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conf1jctos

rango. En realidad no es exacto hablar de Gran hombre como un título político, pues no cs más que una posición reconocida en las re laciones interpersonales. Para decirlo de algún modo: es un «príncipe entre los hombres», muy diferente del «príncipe de Dinamarca) . En determina­das tribus melanesias las expresiones utilizadas para estos lideres son múltiples y reflejan esta distinción : «hombre de importancia» u «hom­bre de fama», «hombre rico-generoso», «hombre-ce ntro», lanlo como Gran hombre.

En eSu1 serie de expresiones est;] impli cada una especie dc doble verti ente en la autoridad , una división del campo de influencia del Gran hombre en dos sectores distintos. En particu lar, «hombre centro» connota un grupo de seguidores congregados alrededor de un centro de influencia . Socialmente impli ca la división de la tribu eu grupos políticos internos, dominados por personalidades destacadas. Para el endogrupo, e l Gran hombre proyectaría una imagen como la recogida por Hogbin :

El lugar del líder en el grupo wrrilorial (en Ma laita sepLentrional) eSlá

mu y bicn indicado por su líwlo que podría ser traducido COmo Hombre­

centro ( . . . ) era como nna higuera de Bengala, ex plican los l1<1tlvOS, que,

aunque siendo el árbol mayor y más alLo de la selva, signe siendo como

los demás. Pero, precisamente porque supera a lodos los demlis, la hi­

guera de Bengala proporciona apoyo a más li anas y trepadoras, da más

alimento a los pájaros, y mayor protección contra el sol y la llu via. 10

Por su parl e, «hombre de fama» connota un campo tdbal más amplio, en el que un hombre no es tanto un líder co mo una especie de héroe. Ésta es la verliente del Gran hombre dirigida hacia e l exterior de su propio grupo polílico, su esta tus se sitúa entre e l reslo de los demás grupos políticos de la tribu. La esfera política de infl uencia del Gran hombre está consti tu ida por un pequeño núcleo interno compuesto por sus propios sa télites personales -raras veces superior a los ochenta hombres- y un seclor externo mucho mayor, la galaxia tribal , consti­tuida por mu chas constelaciones similares.

A medida que transita del sector interno al externo, el poder del Gran hombre experimen ta un cambio cualitativo. Dentro de su grupo

la. Hogb;n, 1943-1 944, p. 258.

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pulíti co, un líder melanesio tiene lIna verdadera capacidad de mando; 1 uera de él, no tiene más que fama e influencia indirecta. No es que e l hombre-centro gobierne a so grupo por medio de su fuerza física, pe ro sus seguidores se sienten obligados a obedecerle y, habitua lmen­IG, él obtiene lo que desea arengándolos - la persuasión pública ver­hal es empleada tan a menudo por los hombres-centro que han sido llamados harangue-ulons- . Las esfera s de influencja de los extraños ,, 1 grupo son determinadas por SllS propios hombres-centro. «Hazlo tú nüsmo: no soy tu criado)) , sería la respuesta característica ~ una Or­

den dirigida por nn hombre-centro a un extraño entre los sjvai. 11 Esta profunda fragmentación de la antoridad presenta especiales dificulta­des po líticas, principa lmente a la hora de organizar grandes masas de gen te para la con secución de fines colecti vos tales como la guerra o las ceremonias. Los grandes hombres estimulan la acción de masas, pero sólo estableciendo una extensa reputación y lInas relaciones per­sonales especiales de compulsió n o reciprocidad con otros hombres ­centro.

En eslas sociedades melaoesias la política es, en su mayor pal1e, un politiqueo personal, y tanto el tamaño del grupo de nn líder como la extensión de su fama son normalmente determinadas por competi­ción frente a otros hombres ambiciosos. Se recibe muy poca o ninguna autoridad por alribución social: el li derazgo es una creación, una crea­ción de <<1os seguidores». Los seg uidores. como se ha escrito de los kapauku de Nueva Guinea, «mantienen di versas relacion es con el lí­der. Su obediencia a las decisiones del guía se produce por motivacio­nes que refl ejan sus relaciones particulares con el Iídec>>. 12 Así, un hombre debe estar di spuesto a demostrar que posee el tipo de hab ili­dades que ex igen respeto, lales como: poderes mágicos, destreza en e l cultivo, dominio de la oratoria, quizá brav ura en la guerra y las pe­leas. " Típicamente decisivo suele ser también e l despliegue de habili­dades y esfuerzos para e l acopio de bienes, con mayor frecuencia cer-

11. Oliver, J955, p. 408. Cfr. el ennnciado paralelo respecto a los kaoka de Guadal­canal en Hogbin. 1937- 1938, p. 305. 12 . posp;sn, 1958, p. 81. [3. Es difícil deflnir la importancia exacta de [as calificaciones mililf\reS dellideraz.­go en Melanes ia, pn es las invesligaciones etnográficas se han emprendido tra~ la paci ­fieación, mncho ti empo después. Por eso subestimaré es te faCTOr. Cír. con Bromley, 1960.

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174 _ Ejemplos de poderes, ripos de gobierno y formas de resolución de conflictos

dos, monedas de concha y alimentos vegetales, y en distribuirlos con la intención de adqu irir fam a de «generosidad caballeresca», si no de compas ión. Un grupo político o facción de apoyo a un Ifder surge a menu do a partir de la asistencia informal y privada a la geutc de una localidad. La fa ma y el ran go se desarroll an por medio de grandes donaciones públicas costeadas por el líder en auge. Generalmente am­bas contrapartidas van en pro tanto de su facción como de él mismo. En diferentes tribus melanesias la di stribución pública de bienes a efectos de conseguir renombre puede aparecer bajo la forma de un dilatado intercambio de cerdos entre grupos sociales de parentesco; una recompensa dada a la famiha de una novi a; una serie de festines relacionados con la construcción de la vivienda de un gran hombre o de una casa-clu b para él y su facc ióu, o con la obtención de grados más altos en la jerarquía de las sociedades secretas; con el patrocinio de una ceremonia reli giosa o con un pago de subsidios y compensa­ciones ali menticias para aliados mili tares. Quizá por ello, el don es un desafío ceremoni al en el que se trata de superar y de adelantar en ran­go a o tro líder (pollateh).

La formación de un grupo político O facción, sin embargo, es verdaderamente obra del Gran hombre melanesio. Es esencial eSlable­cer un as rel aciones de lealtad y obligación por parte de un cierto nú­mero de personas de modo que su producción pueda ser movilizada para la distribución externa que fomenta la fama. Cuanto mayor es la facción, mayor es la fa ma; una vez se ha generado un a cierta inercia en la distri bución externa, lo contrario puede ser también cierto. Todo hombre ambicioso que pueda reunir a su alrededor un séqui to, puede dar principio a su carrera política. Al principio, un Gran hombre inci­piente depende necesariamente de un pequeño grupo de seguidores, constituidos ante todo por su propia fa milia y los parientes más cerca­nos sobre los que puede prevalecer económicamente; en el primer caso capitaliza los dones del parentesco y aplica su as tucia a las rela­ciones de reciprocidad adecuadas entre parientes cercanos. A menudo, en una primera fase, se hace necesario ampliar la propia familia.

El líder incipien te incorpora a su familia a ciertos individuos «descarriados» de distinto tipo, generalmente personas sin apoyo fami­liar propio, ta les como viudas y hu érfanos. Las mujeres adicionales son especialmente útiles. Cuantas más mujeres tenga un hombre, más cer­dos tendrá. La relación en este caso es funcional , no idéntica: cuantas

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lIJás mujeres dedicadas al culti vo, más alimento para los cerdos y más porquerizas. Un papú kiwai expresó pintorescamente a un antropólogo las ventajas econónticas y políticas de la poligantia: «una mujer va al campo, Olj'a a coger leña, otra a pescar, otra mujer cocina para él.. . cuando el marido llama, mucha gente viene a kai kai (es decir, viene a comer)>> .14

De tal modo, cada nuevo matri..monio crea eventualmente al Gran hombre un co njunto adicional de leyes internas de las que puede obte­ner benefi cios económicos . Finalmente, la carrera de un líder alcanza su punto álgido cuando es capaz de unir a otros hombres y sus fami ­li as a su facción, uniendo su producción a su propia amb ición. Esto se consigue por medio de actitudes generosas bien calcul adas, que colo­can a los demás en una posición de grat itud y obligación hacia él a través de la ayuda que les presta. Una técnica COmún es la del pago de la dote a favor de los jóvenes que buscan esposa.

El gran Malinowski uti lizó una frase al analizar la economía polí­tica printi ti va que describe precisamente lo que hace un Gran hombre: amasar «un fo ndo de pOdeD). Un Gran hombre es aquel que puede uti­lizar re laciones sociales que le dan la posibilidad de acrecentar la pro­ducción de OIIOS y la capacidad de colocar el producto excedente o, a veces, puede reducir su consumo en interés de obtener dicho exceden­t.e. Así, pues, aunque su atención se enfoque pdmadamente hacia los intereses personales a corlo plazo, desde un punto de vista objetivo, el líder ac túa para promover sus intereses sociales a largo pl azo. El con­texto de poder permite actividades que hacen pru1icipar a otros grupos de la sociedad en conjunto. Desde una perspectiva más amplia de la sociedad en su conjunto, los Grandes hom bres son medios indispensa­bles para crear un a organi zación supralocal: en tribus normalmente frag mentadas en pequeños gwpos independientes, los Grandes hom­bres amplían, al menos temporalmente, la esfera de las ceremonias, de la di versión y el arte, de la colaboración económica y también de la guerra. Pero, aun así, esta organización social mayor siempre depende de la menor organización grupal, particul armente en los ni veles de mo­vilización económica defini dos por las relaciones de los hombres-cen­tro y sus seguidores. Los líntites y las fl aquezas del orden político en general son los límites y las fl aquezas de los subgrupos O facc iones. El

14. Landlrnan , 1927, p. 168.

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J 76 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y formas de reso lución de contlictos

tipo de subordinación personal a un hombre-centro es una seria debili­dad de la estructura facc ional, ya que la lealtad personal debe ser cons­uuida y continuamente reforzada; si existe descon tento ésta puede des­aparecer. La mera creación de una facción necesha tiempo y esfuerzo, y mantenerla, más esfuerzo aún. La ruptnra poteucial de los vínculos personales en la cadena faccional está en la base de dos amplios efec­tos evolutivos de las formas de gobieruo de Melanesia occidental. En primer lugar, tienen una relativa inestabilidad. Hábitos inestables y el magn etismo de c iertos hombres ambiciosos de una región pueden in­du cir fluc tuaciones en las facciones, algún tipo de superposición entre ellas y la propagación de diferentes formas de reputac ión. La muerte de un hombre-centro puede convertirse en un trauma político regional ya que socava la facción cimentada personalmente, el grupo se disuelve complelamente o en parte y los componentes se reagrupan fin almeute alrededor de incipientes Grandes hombres.

Au nque en algu nos lugares las estructuras tribales ponen un fre­nO a la desorganización, el sistema político basado en el Gran hombre es generalmente inestable más allá del corto plazo: su su perestructura es un flujo de líderes incipientes y en deca dencia y su infraestruc­tura otro de facciones que se amplían y se contraen. En segundo lugar, el víncu lo político personal conltibuye a la limi tación del avance evo­lutivo. La posibi lidad de que los miembros de las faccion es deserten suele inhibir la capacidad de un líder para forzar un a mayo r produc­ción por parte de sus seguidores, repri miendo así el desarrollo de una organizac ión política superior; y, aú n más, si quiere generar un gran impulso, es probable que la búsqueda de la fama por parte de un Gran hombre haga aparecer una contrad icción en sus relaciones con sus se­guidores de modo que se encuentre estimulando la deserción -o, peor, una rebelión igualitaria- al estimular la producción.

Un aspecto de la contradicción melanesia es la reciprocidad eco­nómica inicial enU'e un hombre-centro y sus seguidores . A cambio de su ayuda, éstos le intercambian la suya, y a cam bio de sus bienes, otros (a menudo de facciones exteriores) llegan a sus seguidores por el mismo camino. El otro aspecto es que la coustrucción paulatina de fama obliga al hombre-cent.ro a la extorsión económica del grupo. Aquí es importante hacer notar que no sólo su propio estatus, sino también su posición, y quizá la seguridad militar de su gente, depen­den de los logros que el Gran hombre alcance a través de la distribu-

Ilombre pobre. hombre rico, gran hombre, jefe: ( . .. ) _________ 177

ción pública de bienes. Puesto a la cabeza de una facción de buen ta­maño, un Hombre centro cae bajo una creciente pres ión para extraer hi enes de sus seguidores~ para retrasar los intercambios recíprocos que les debe, y para volver a poner en circulación externa los bienes que en tran en la facción. Los éxitos en las competiciones con otros Gran­des hombres socavan particularmente las reciprocidades in ternas de la facción: tales éxitos se miden precisamente por la capacidad de dar a los extraños más de lo que éstos posiblemente puedan devolver eu reciprocidad. En casos bien definidos, encontrarnos líderes que niegan las obli gac iones recíprocas sobre las que han basado su ascensión . Al :mstituir extracción de bienes por reciprocidad , estos Grandes hom ­hres de ben animar a sus seguidores a «co merse la fama del líder», como dicen en un grupo de las islas Salomón, a cambio de sus esfuer­/.os producti vos. Algunos Hombres centro parecen más capaces que o tros para conte ner la inev itable marea de descon tentos que crece den­tro de sus facciones , debido qui zás a sus personalidades más calismá­licas o a determ inadas organizaciones sociales en las que open.lOY Pero, paradójica mente, la defen sa úl tima de la posición de un Hombre cenu"o es cierta moderación en su exigencia de ampliar su poder. La alternati va es mucho peor. La hist.oria de la antropología no registra ,ólo casos de trapacer{as por parte de Grandes hombres y de privación ue la facción eu favor de su fama, sino también algunos de enrareci­mi ento de las relaciones sociales con sus seguidores: la generación de antagonismos, deserciones y, en casos extremos, la liquidación violen­la del Gran hombre. t6 Al desarrollar compulsiones internas, el orden po1íúco melanesio basado en el Gran hombre rompe el avance evolu-

15. Es precisamente el loismo pueblo, los sívai, tan explícitamente conscientes de acaparar la fama de su Hder. los que también parecen capaces de absorber muchas privaeiones sin reaccionar violentamente, al menoS hasta que la ola de fama de su líder se haya roto (véase Oliver, 1959, pp. 362. 368, 387. 394). 16. «En la región del lago Paniai (de la Nueva Guine., neerlandesa). el pueblo llegó a malar a un hOlnbre rico debido a su inmoralidad. El resto de la comunidad induce a i'US propios hijos y hermanos a disparar la primera flecha morlal. Aki IOIl()w; beJ inii ilikima enoca/lÍ koeo do n¡fOlI (no debes ser el único hombre rico, todos deber/amos ser iguales, por Jo tanto sólo te quedarás si eres igual a nosOlcos): ésta fu e la razón dada por el pueblo pamai por haber matado a MOle Juwoi ib de Mali , tonowi (en kapaukn. IJig men) que uo era lo bastan te generoso». (Pospisil , 1958, p. 80, cf. 108· 110.) Sobre otra conspiración igualitaria, véase Hogbin, 195 1. p. 145, Y para otros aspectos de la ~ontradicc i6 n melanesia, véanse, por ejemplo. Hogbin , 1939, p. 81; Burridge, 1960, pp. t8-1 9: y Reay. 1959, pp. 1 10, 129-130.

178 _ Ejemp lo~ de poderes, t ipos de gobie rno y fo rm as de reso lución de co nfli ctos

ti vo: pone techos a la intensificación de la acti vidad política y de la producción doméstica por medios políticos, y a la di versificación de pro­duc tos domésticos en apoyo de organizaciones polít icas más amplias. y aU l1que ell Polines ia tam bién se rompie ron estos equilibrios y los jefes polinesios enconfraron límile a su desarrollo, no ocurrió antes de que la evoluc ión política fue se llevada más allá de los topes melane­

sios. Los defeclos fundamentales del sistema melanes io fueron supe­

rados en Polines ia. La división entre pequeños tiec tores poJflicos inter­nos y otros exlernos mayores, en 11:1 qu e se batian ladas las polfticas de Gran hombre, fu e suprimlda en Polinesia gracias a la impl antación de ull a je fatu ra general que ac tuaba de centro. Una cadena de mando que subordina los jefes y grupos menores a los mayores sobre la base de un rango social inherente hizo de los bloques locales y séqu itos personales (semejantes a los que eu Mela nesia son inde pendie ntes) simples partes dependientes de la jefatura polinesia mayor. As í, el nexo de la je fatura polinesia provenía de un ex lenso conjun lo de car­gos, en una pirámide dejefes de mayor y menor rango, qne manlenían un do mini o sobre secciones mayores y menores del cuerpo político. Realmente, e l sislema de linajes je rárquicos y subdividid os (sistema de «clanes có ni cos)), en el qu e se basa la pirám ide, podía vjgorizarse graci as a va.rias reglas de inclu sión y llegar a abarcar toda uua isla o un conjullt o de islas . Mientras normalmente la isla o el archipiélago habrían estado di vididos en varias jefatura s independientes, las rela­ciones a altos ni veles de los linajes, tanto como los vínculos de paren­tesco qu e mantenían sus jefes supremos, proporcionaron espacios es­truc tlll"a les para una ex pansión, al men os tem poral, de la escala polít ica necesaria para la consolidación de grandes jefaturas en otras alÍn mayores. 11

17. Dejando a un lado los desa rrollos de transici6n en Me(¡mesia oriental, va rias so­ciedades de Melanesia occidental avanzaron hasla una posición estructura l intermedia enfre las subdesllrrolladas pol fL icas melanesias y las jefnrur.!ls po linesias. En estas pro­lojefalu ras de MeJanesia occidental emerge olla división adscrit.'l de los grupos de pa­re nt esco (o segmentos de éslOs) en rangos princ ipales y no principa les. como en Sa ' a (Ivens. 1927), aJrededor del paso de Buka (!3 lackwood , 1935), en la i ~ l a Manam (Wedgwood , 1933- 1934, 1958-1 959), Waropen (Held , 1957), q uizás en MaCulu (Wi­lIiamson, 19 12) y en va rios Olros lu gares. El sistema jenírq uico no va más all á de la amplia di vis ión dual de los grupos principales y 110 principal es: no se desarrolla uingu­na pirámide de divisiones soc iopolíticas j erarqui zadas segun la s líneas polinesias. La

Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: ( ... ) _________ 179

Tanto el jefe supremo central, como los je fes que controlaban parte de una jefatura, eran verdaderos poseedores de cargos y títul os. No eran, como los gran des hombres melanesios, pescadores de hom­bres: manten ían posiciones de a utoridad sobre grupos permanentes. La dignidad de los jcfes polinesios no se refiere a una posición en las relaciones interpersonales , sino a su liderazgo de di visio nes poJi'ricas: «el prín cipe de Dinamarca», no «el príncipe entre Jos hombres». En Melan esia occi dental la superiorid ad o infe rioridad personales que surgían en la relación entre hombres determinados de finían en gran parte las formas de gobierno. En Polines ia, sin embargo, emergieron estru cturas de li derazgo y séquito suprapersonales, organizaciones que continu aban in dependientemente de hombres determinados que ocu­

paban ca rgos en e llas du ranle su vida. ESlOS jefes polinesios no ten ían necesidad de conslrui ( sus car­

gos en la sociedad, ya que éstos es taban instalados en posiciones so­ciales. En varias islas los hombres luchaban por el cargo contra la voluntad y eStralagemas de aspirantes rivales. Pero luego ocupaban el

poder. El poder es inherente al cargo, no es resultado de la permanente demostración de superioridad personal. En otras islas - TahitÍ tiene rama a este respecto- la sucesión a la jefalura era es trechamente vi­

gilada por el rango inherente. El linaje principal gobernaba en virtud de sus relaciones genealógicas con la divinidad, y los jefes eran suce­didos por los prim ogénitos que llevaban «en la sangre» los atributos

del li derazgo. Lo importante a efectos de la comparación es que las cualidades de mando que tenían que cu mplir los hombres en Melane­s ia, aquel1as que tenían que ser demostradas personalmente para atraer u seguidores leales , eran socialmente asignadas en Po linesia por e l

cargo y e l rango. En Polinesia, las personas de alto rango y cargo eran ipso l oclo líderes, y de la mi sma forma las cualidades de l lide razgo estaban ausentes automáticamente - sin i mportar la causa- entre la

unidad política conünúa con e l tama ño promedio de la comu nidad au tónoma dc Mela­Ilcsia occidental. El domi ni o sobre el grupo de parientes de un cuerpo local recae así :Iulomátjcamente sobre una uni dad prin cipal , pe ro los jeres no goza n dc rítulos con llcrechos estipu lados sobre secciones de la sociedad y debe lograrse una poste rior ex­lensión de autoridad principal, si existe , Los narjvos de las islas Trobriand, que llevan esta línea de desarrollo basm su punlo álgido , permanecen bajo las mi smas limitacio­II (;.S, aunque ordinariamente e ra posible para los j eres poderosos in legrar poblados ex­ternos dentro de sus dominios (eL Powell , 1970).

180 _ Ejemplos de podere~, tipos de gobierno y formas de resolución de confliclos

población subordinada. Los poderes mágicos, como los que podía ad­quirir un Gran hombre melanesio para avalar su posición eran hereda­dos en virtud de su descendencia di vina, como el maná. que santifica­ba el gobierno y protegía su persona contra la comunidad . La capacidad producti va que tenía que demostrar laboriosamente el Gran hombre melanes io, venía dada s in esfuerzo p"nllos jefes polinesios. En lo que respecta a la ejecucjón ceremonial de esta capac id ad, mientras un líder melanesio tenía que dominar la 01"a106a, los jefes supremos poUnesios solían tener «j efes habl antes», personas que hablaban por ellos.

En la concepción poJinesia, un personaje principal era natural­mente poderoso. Pero esto no implica más que la observac ión objetiva de qu e su poder residía más en el g rupo que en sí mismo. Su autoridad provenía de la organización, de una organizada (lq ujescencia en sus privilegios y en Jos medios organizados de munlenerlos. En las ten­dencias de la evolución que separan el ejercicio de la auloridad de la necesidad de demostrar una superioridu(( persomrl reside una especie de paradoja: e l poder organizoti vo ex tiende en realidad el papel de la decisión personal y de la planificación co nsc iente, le da mayor ex ten­sión, impacto y efectiv id ad . E l crecimiento de un sistema po lítico como el polinesjo constituye un avance sobre los órd ene)) melanesios de domini o interpersonal en lo que respecta al control de los asuntos humanos. Especialmente s i gnifjcati vo~ para la sociedad general eran los privil egios co ncedidos a los jefes polinesios, que hacían de ell os mayores arquitectos de reservas de poder de lo que jamás hubiese sido cualqllier Gran hombre melanesio.

Seíior de su pueblo «y propierario» -en sentido formal- de los recursos del g rupo, los jefes polinesios tenían derec ho a so licitar el trabajo y el producto agrícola de los hogares comprendid os dentro de sus dominios. La movilización económica no depelldíil, como necesa­riamente era el caso de los Grandes hombres mela nesios, de la crea­ción de lea ltades personales y obligaciones económi cas por parte del líder. Un jefe no necesita rebajarse para obli gar a un hombre; no nece­sita inducir a aIras, por medio de una serie de aClOS individuales de generosidad, apoyarle, pnes el poder económico sobre un grupo es un don inherente al jefe. Consideremos las implicaciones de poder de un jefe relacionadas can ,da posesión» de la tierra, con la neces idad de colocar una prohibición o un tabú sobre la cosecha o so bre algóu fruto con el fin de deslin ar su uso a un proyecto colec tivo . Por medi o del

lIombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: (. .. ) _________ 181

labú, el jefe dirige e l desarrollo de la producción de una forma geue­mi: las familias bajo su dominio deben volverse hacia algún ou'o me­dio de subsistencia. De tal modo estimula la producción doméstica: en ausencia del tabú no serían necesarios otros cu ltivos. Y lo que es aún más significati vo, ha generado de este modo un e xcedente ag rícola utilizable políticamente. Un subsiguien te recursO a es te excedente provee a la jefatura de un nuevo lustre y capitaliza su poder. En ciertas islas los jefes polinesios contmlaban grandes almacenes donde man te­nían los bienes po r medio de presiones so bre la comunidad . David Malo, uno de los gra ndes custodios nativos del viejo saber hawaiano, sabe captar e l significado político del almacén del jefe en su bien co­nocida obra Hawa.iian Antiqu.ities:

Era costumbre de los reyes [es dec ir, de los jefes supremos de cada is lal conslruir almaceues en los que reunían alimenLos, pescado, Lapas [tejidos de usteza], malos [taparrabos para hombres], paius [taparrabos para mujeres] y todo tipo de bienes. Estos aJmacenes eran diseñados por el kalailoku [e l principal ejecutivo del jefe) como medio de mante­ner al pueblo contento, de modo qne no abandonasen al rey. Eran como las cestas que se utilizaban para atrapar al pez hinaJea. El hinalea creía que había algo bueno dentro de la ces ta y merodeaba alrededor de ella. De la misma manera , la gente pensaba que había alimentos en los al­maceues y seguían consideran do como suyo al rey. Así como el ratón no abandona la despensa mientras cree que hay comida, así la gente no abandonaba al rey mientras cre ían que había alimentos en su alma­cén.la

La redistrib ución del poder era el arte supremo de la política poline­sia. Por medio de una bien planificada noblesse oblige, el dominio del jefe supremo se manten ía compacto, a veces servía para Hevar a cabo proyectos masivos, otras para protegerse contra otras jefaturas. Los usos de ese poder incluían ona pródiga hospitalidad y entretenimien­tos para jefes foráneos así como para el propio pueblo, y ayuda a la población en general en tiempos de escasez ... pan y circo. Los jefes protegían con subsidios la producción artesana, promoviendo en Poli­nesia un a di visión del trabajo técnico sin parale lo, por su extensión y habilidad, en la mayor parte del Pacífico. También apoyaban las gran-

t8. Malo, t903, pp. 257-258.

I ~ J ,

11

182 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y formas de resolución de conflictos

des construcciones técnicas como los complejos de irrigación cuyos posteri ores frutos engrosarían el poder del jefe. También iniciaron la construcción religi osa a gran escala, costearon gra ndes ceremonias y organizaron apoyo logístico para extensas campañas militares. Mayo­res y más fáciles de engrosar que las riquezas melanesias, las poline­sias permitieron una mayor regulación polítka, mayor gama de activi­dades sociales y en mayor escala.

En la ~ jefaturas polinesias más aval1zadas, como en Hawai y Ta­hití, una significativa parte de las riquezas del jefe e ra separada de la red istribu ción general y se dedicaba al mantenimiento de la institu­ción de la jefatura. Ese fondo era aprovechado para apoyar e l esta. blishment. En ciena medida, los bienes y servicios aporrados por el pueblo se co nvenían en grandes casas, lugares de reunión y templos, o recintos del jefe. Otra parte era destinada a la subsistencia de los círcu los de partidarios, muchos de ellos parientes cercanos del jefe, que se agrupaban a su alrededor. No todos eran inútiles. Había cua. dros políticos: supervisores de los almacenes, jefes hablantes, asisten­tes del ceremonia l, altos sacerdotes que estaban íntimamente li gados al gobierno político, mensajeros para transmitir directivas a través de la jefatura. Había en estos séquitos hombres cuya fuerza podía ser di­rigida internamente -en Tahití, y qui zá Hawai, organizados en cuer­pos de guelTeros especializados- como un contrafue rte contra los elementos coutrarios o disidentes de la jefatura. Un alto jefe tahitiano o hawaiano tenía más formas de sancionar que la simple arenga. Con­trolaba una fuerza física organizada, un cuerpo armado que le propor­cionaba un dominio, en particular sobre las capas más bajas de la co­munidad. A pesar de que esto tenga un gran parecido con los grupos del Gran hombre, las diferencias en el funcionamiento del séquito de los grandes jefes polinesios son más significati vas de lo que estas se­mejanzas superficiales podrían hacer creer. El séquito del jefe , por un lado, depende económicamente de él más que éste del séquito . Y, al desplegar políticamente los cuadros en varias secciones de la jefatura o contra los grandes jefes polinesios, mantenían un mando cuando los grandes-hombres melanesios en su sector externo tenían, en el mejor de los casos, fama .

Esto no quiere decir que las jefaturas polinesias avanzadas estu­viesen libres de defectos internos, de un mal funcionamiento potencial o real. El gran aparato político-militar indica más bien lo contrario.

I lombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: ( ... ) _ ________ 183

Así, también el reciente estudio de Laving Goldman" sobre la intensi­dad de la <<rivalidad de status» en Polinesia, especialmente cuando se ~onsidera que gran parte de esta ri validad de eSta tus significaba en .icfaturas desarrolladas, como las hawaianas, una rebelión popul ar contra el despotismo del jefe más que una simple lucha por obtener tona posición dentro del estrato gobernante. Esto sugiere que las jefa­turas polinesias , al igual que los órdenes me lanesios basados en el Gran hombre, generan, junto con un desarrollo evoluti vo , una contra­partida de presiones antiautoritarias y que el peso de es tas últimas puede, al fin , permitir un posterior desarrollo.

La contradicción polinesia parece bas tante clara. Por un lado, la iefa tura nunca está libre de los asideros de l parentesco y de su ética económica. In cluso los mayores jefes polinesios se consideraban pa­rientes superiores de las masas , padres de su pueblo, y moralm ente les correspondía ser generosos. Por otra parte, los principales jefes supre­mos polinesios parecían inclinados «a comer demasiado el poder del gobierno», como dicen los lahjtianos, al dirigir una proporción indebi­da del bienesta r general hacia el establishment del jefe. " La distrac­ción de estos recursos podía ser llevada a cabo reduciendo el nivel habitual de redi stribución general, haciendo menores las contraparti­das materiales de la jefatura hacia la comunidad en general. La tradi­ción atribuye a esta causa la gran rebelión del pueblo llano de Manga­revan." O esta distracción podía -y sospecho que, m~s comúnmente, así fue- consistir en mayores y más forzosas presiones tributarias sobre los jefes y e l pueblo menor, al aumentar las entJadas de bienes al aparato de jefes) sin afectar necesariamente el ni vel de redi stribucÍón general. En cualquier caso, una jefatura bien desarrollada crea en su interior la resbaladi za paradoja de almacenar la semilla de la rebelión al hacer acopio de autoridad.n

t9 . Gotdman, t955, t957, 1960. 20. Tradicionalmente se exhol1.'lba a «no comer» demasiado el poder del gobierno y también a ser pródigos con el pueblo (Lady, 1930, p. 4l). Los ahos jeFes hawaianos recibieron precisamente la misma recomendación de sns consejeros (Malo, 1903, p. 255). 21. B,ck, t938, pp. 70-77, t60, t65. 22. Las Iradicioncs hawaianas son muy claras en lo que respecla al estímulo que para la rebel ión consLituía las ex.igencias fi scales de los jeres , aunq ue una de nuestras mayo­res fuentes de la tra dición hawaiana, David Malo, advierte con la mayor prudencia sobre es te tipo de pruebas. Escribe en el prefacio de HalVaiiall Allliq /t ilies : «No creo

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184 - Ejem plos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conflictos

En Hawai y otras is las deben abSITaerse de las historias tradicionales ciclos de centralización y descentrali zación política. Es decir, las gran. des Jefa turas se fragmenlaban periódicamente en otras más pequeiias y luego e ran reconstituidas de nuevo. Esto podría ser una prueba más

de una tendencia a oprimir can tributos la eSLnrctura política. Pero ¿~ómo ex plicar la <:lparición de un obs táculo al desa rroJlo y la incapa­cIdad de mantener el avance político más allá de un cierto nivel? No es suficiente con señaJar una propensión de los jefes a consumir O una

propensión polinesia a la rebeli ón: tales propensiones son producidas por el mismo avance de las jefaturas. Parece razonable supon er que detrás de todo esto está aq ue lla notable ley de Parkinson: que la pro. greslva .expansión en la escala poJ[tica impli ca un aumento más que proporclOnal en el aparalo gobe rnanl e, desequilibrando la corriente de riqueza en favo r del apara to. El desco ntento subsiguienle modera las imposiciones de los jefes, a veces reduciendo la esca la de la jefatura has ta el cenit de l ciclo. La comparación de las exigenc ias de ia admi-

q.ne la <; iguiente historia esté libre de e rrores , pues cstc material proviene de las lradi­c lone~ ora les; en co~<:ecue Jl c ia , está a ltermlo por l o~ errores de l juic io humano y no se aproxima a la exaclltud del mundo divino» .. Malo ( 1903, p. 258) hizo notar que «e l pueb lo ha dad o Inuer!e a lllUeh05 reyes deb ido a su opresión sobre los makaa inana (pneb!o llano»). En umera varios reyes que «perdi eron sus vidas debido (l sus Crueles ~.)(acclones»: y luego afirma: «Por esta ra~ón , algun os de los antiguos reyes seuríao Un ~<Ilud~ble mIedo del pu.eblo». La propensión de los a ltos jefes hawa ianos a apropiarse Iflcl ebldamel:te de los bienes d~ l_pueb lo llano ~s un aspecto señalado una y otra vez por ~alo .(véans~ pp. 85, 87-88, 2)8,267-68). En la reconstrucción de Fo rnander de la lu slona hawalana (~asada . ell ~radiciones y genealogías), las rebeliones illternas se atri ­buyen con frecuencia, caS I aXlomáLicamente , a la tacañería y a la ex torsióu de los je fes ( ~onla nder, 1880, pp .. 40~4 1 , 76-78, 88, 149- 150.270-271). Adem¡ís, fiornaJlder rel a­cI? na a veces la a~ropJacl6J1 d.e ~·iqueza y la rebelión subs iguiente con c:l aprovisiona­miento de) e~/abftsh"U!ll.' ~el .Je te, ~o~.o .en las sigu ientes Hnea$;: {(Tras un tiempo, la ~easez de alimen tos ob!Jgo a KalallOpll Gefe supremo de la isla de Hawai y hermanas­tlO de KaJeamea) a trasladar su corte de l dis tri to de Kola al de Kohala, en donde fijó su cna~e l general ~n Kapaau. AHí eonlin uó la mi sma política ex travagan re, descui dada y festi va que habla com~n zado ~o KOJla, y empezaron a manifestarse muchas quejas y descon tento e: rllre lo~ Jefes reSidentes y los culti vadores de la t¡eml los makaai nana. Ir.na~aka [ oa , un gran Jefe de l distrito de Pu na y Ntltlampaahu, un jei~ de Naalehu en el dlstnto d~ ~au, se co.uvirtieron en cabeza y punLOS de cita de los desco ntentos, El pri­O1:ro resldla en Sll ~ tie rras de PUfl ~ (en e l sudes Le, al otro lado de la isla), y desafiaba ableJtamente .las óldenes de Kalamopu y sns extravagantes ex igencias de cO lllribuc io­ne~ en ~o~o tIpO .de bienes; el último f? rmaba, parte de la Corle de Kalunioii Kohala, pelo eXlstl 1\n fuel tes sospeehas de que favorecla el ereciente d e~conle nro» (Fornander 181)"80, p. 2.00). Además dellev~ n t~mienro mangarevan mencionado en sn fexto, ha ; alo nn3S plnebas de revue ltas slllHlares en Tonga (Mariner 1827 p 80' Tbo 1894 294) T

., ' ,. , llIpson, , p. y ah'tl (Heoly, 1928, pp. 195.196.297).

11 ümbre pobre, hombre rico. gran hombre, jete: ( ... ) _ ___ _ _ ___ 185

"i' lración en pequeñas y grandes jefaturas polinesias ayuda a cl arifi­car la cuestión .

Una jefatu ra menor, por ejemplo limitada, como en las islas Mar· quesas, a un estrecho valle, podría ser gobernada casi persona lmente por un líder que mantuviese un contaC lO frecuente con la relati vamen­le pequeñ a pobl ación . La en parte romantizada - tambi én en sus de­la lles etnográficos, alg unos plagi ados- descripci ón de Melville en Typee lo dej a bastante claro ." Pero los grandes jefes polinesios tenían que gobernar poblacione~ mucho mayores, terri tor ialment.e más dis­persas, y con mayor organi zación interna. En Hawai , una isla de alre­dedor de cuatro mil millas cuadradas, con una población aborigen cer­cana a las 100.000 personas, era a veces un a sola jefatura, otras veces estaba di vidida en dos o hasta seis jefal'uras independien les, y siempre cada je fatura estaba di vidida en grandes subdi visiones dirigidas por poderosos subjeres. A veces, una je fatura del grupo hawaia no se ex ­tend ía más al lá de los límiles de una isla, inco rporando parte de otra por med io de la conqui sta. Tajes jefaturas extensas tenían que ser co­ordinadas; tenían que estar cenlJalmente unidas por un fon do de po­der, afianzadas contra las Lensiones internas, a veces agrupad as para responder a enfrentamientos militares di stantes, quizá al otro lado del

mar. Pero es to tenía que conseguirse CO n medios de comuni cación

aún al ni vel de Irausmisión oral y con med ios de rransportes basados en cuerpos humanos y canoas. La extensión de ciertas grandes jefatu­ras, junto con las limitaciones de comuniCación y tran sporte, sugiere incidentalmente otra posible fuente de inquietud política: que la carga de aprovisionar al aparato gobernante tendería a caer desproporcional­men te en los grupos que estaban más al alcance de los jefes supre· mos.u

La tendencia de la jefatura a que en su seno prolife ren cuadros ejecutivos, esto es, a crecer por la cum bre, parece -bajo estas cir­cun stancias- en conjunto func ional, aun cuando el subsigui ente de-

23. Handy, 1923 ; Untan, 1939. 24. Sobre la dificLlltad de aprovi siouar el gran establishmellf de los jefes supremos hawaianos , véase la c ila anterior de fio rnand er; también fiornander, 1880, p. 10 t ; Malo, 1923, pp. 92-93 y siguienLes. Los gran des je fes hawa ianos (jdqui riero n la práctica del circllilo, como los sellores feudales, dejando a menudo un raSlro de penurias tras ellos a med ida qne se trasladaba n de di strito.

l'

186 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resoluci6n de con flictos

n oche de riquezas muestre las denciencias de este sistema de gobier­no. También ~erían fun cionales, y asimismo un derroche material sobre la jefatura en general, las crecientes diferencias enlTe el modo de vida de los jefes y el del pueblo, las viviendas palaciegas, la orna­mentación y el lujo, la elegancia y el ceremoni al y, en suma, el notable consumo que por mucho que parezca un simple interés propio de la clase gobernante liene un significado social más deci ~ivo. Crea estas aborrecibles disti nciones entre gobernantes y gobernados que tanto conduce a una pasiva - y, por tanto, muy econ6mica- aceptación de la autoridad. A lo largo de la historia, organizaciones políticas intrín­secamente más poderosas que las polinesias, con un aparato de go­bierno más seguro, han recurrido a ellas ... incluyendo algunos gobier­nos ostensiblemente revolucionarios y proletarios de nuestro tiempo, a pesar de todas las prerrevolucionarias protestas de sol idaridad de las masas y de igualdad entre las clases.

En Pol inesia, como en Melanes ia, la evolución política sufre eventualmente un cortocirc uito por unas ~obrecargadas relaciones en­tre los líderes y el pueblo. La tragedia polinesia sin embargo ha sido, hasta cieno punto, opuesta a la melanesia. En Polinesia el hecho evo­lutivo fue marcado por la presión impositiva sobre la población en general a favor de la facción del jefe; en Melanesia por la exacción sobre la facción del Gran hombre en favor de la distribución entre la población en general. Y, lo que es más importante, el techo polinesio era más all o. Los Grandes hombres melanesios y los jefes polinesios no sólo reflejan diferentes variedades y niveles en la evolución políti­ca, sino que también muestran en diferentes grados la capacidad de generar y mantener el progreso político .

De su yuxtaposición emerge el más decisivo impacto de los jefes polinesios en la econofiÚa, el mayor dominio de los jefes sobre la pro­ducción de varias familia s. El éxito de cualquier organización política primitiva se decide aquí, en el co ntrol que puede manteuer sobre las economías familiares. La familia no es simplemente la principal uni­dad productiva en las sociedades prim.itivas, a menudo es también muy capaz de dirigir autónomamente su propia producción, y está orientada hacia la producción para sr misma, no hacia el consumo so­cial. El mayor potencial de la jefaLUra polinesia reside precisamente en la mayor presión que puede ejercer sobre la producc ión familiar, en su capacidad tanto de generar un excedente como de apartarlo de la

Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe : ( ... ) _ ___ _____ 187

fami lia y basar sobre él nna más amplia división del trabajo, una ma­yor cooperación y acci ones militares y cere moniales más masivas. Los jefes polinesios constitu ían el medio más efec tivo de colabora­ción social en los frente~ económicos, polflicos y culturales.

Quizás hace demasiado tiempo que nos hemos acostumbrado a considerar el rango y el gobierno desde el punto de vista de los lO di vi­duos implicados más que desde la perspectiva de la sociedad en su conjunto, como si el secreto de la subordinación del hombre al hom­bre estuviese cn las satisfacciones personales del poder. Y también se han intentado atribuir los retrocesos, o los límites de la evolución , a «reyes débi les» o «dictadores magaJomanfacos», .. Siempre la pregun­ta, «¿de quién se lrata?». Un recorrido por las políticas primi tivas su­giere la más fr llc tífera co ncepción de que los logros de los desarrollos políticos provienen más de la sociedad que de los indi viduos, y que también los fallos son de estructura, no de los hombres.

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6. Resistencia, decadencia y colonización de la isla de Bioko: análisis de la estructura política bubi*

Nuria Fernández Moreno

Este texto analiza la Lransfowlación que experimentó una estructura política local al tomar conlaclo con el gobierno colonial. El estudio ~e ha elaborado a partir de dos fn enles : de un lado, la documentaclOn colonial de la actual Guinea Ecu atorial, sobre la que he tratado de ex­traer la escasa, sesgada y fragmentada información acerca de la orga­nización política y social bubi, y, por otra parte, los datos obtenidos de mi propia etnografía.'

El proceso político que analizo se desarrolló en un perlado de tiempo muy breve pero muy intenso: en pocos años y, t:as numerosos intentos fracas ados, se consolidó una jefatura que culmtIló con la for­mación de un reinado. ESle proceso discurrió paralelo al entonces in­cipiente avance coloníal español. Durante el reinado sucesor, las dos estructuras de poder se entrecruzan y se produce la pérdida de autono­mía política bubi al tiempo que culmina una acelerada expansión co­lonial. Este trasvase de poderes desencadenad o entre el siglo XI~ y el siglo xx, representa la experiencia de numerosos pueblos del Africa subsahariana. E l paso de una centralización de jefaturas, anteriormen­te dispersas y relativamente acéfalas, a la formación de incipientes estados y, fin almente, al control polític o del gobierno colomal ha SIdo un proceso recurrente que invita a reflexionar sobre la form ación de los es tadOS-ilación surgidos tras la independencia de las colonias.

* Un desarro llo histórico más amplio de algunos aspectos tratados en este texto pue-de encon trarse en Feruández., N., 2004 Y 2009. .. . J. Llevé a cabo el trabajo de campo en el marco de una investlgaclón reali zada de 1988 a 1992 y, posterjormente, durante breves períodos hasta el auo 2000 (Fernández, N., 1999).

192 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de contlictos

El poblamie nto de la is la de Bioko y los pri meros co ntactos con los europeos

La procedencia de la etnia bubi es incierta y su ll egada a la isla no se puede precisar. Únicamente se sabe que la poblaron diferentes migra­ciones que venían desde el continente de 'plazados por otros pueblos bantúes que ava nzaban hac ia la cosla. Todos ellos e ran pueblos Con una agricu ltura basada en el cu lti vo del iial11e y de la palmera de acei­le. Según las investigaciones arqueológicas de Martín del Moliuo (1989), los asentamientos más anliguos se hallaron en el norte de la isla y revelan una primera ocupación paleolítica en lomo a cuafro mil años a.e. Estos primeros pobladores banlúes de la isla no pueden con­siderarse antecesores de los actu ales bu bis . Estos ülCimos se estüna que debieron lJ egar a la isla hace unos dos mil años, en el período neolílico, que en la isla de Bioko 'e ex tiend e hasta el s ig lo XIX . Du­raHt e la primera elapa, los pobladores se est<lblecieron en la costa, constitu yendo poblados dedicados a la pesca y a l cu ltivo del ñame . El inicio de la agricultura intensiva se produjo más larde cuando se fue­rOn asenlando en e l interi or de la isla. Eso daría lugar a dos tipos de economía: la agrícola y la pesquera; los pescadores ha rían el trueque por produc tos agrícola s de los pobladores del interi or, a cuyos jefes debían rend ir vasallaje.

A lo largo del s iglo XIX, la econom ía bubi sufri ó ca mbios trascen­dentales co rno consecuencia de las primeras transacciones comerci aJes que entablan co n extIanjeras africanos y europeos, qu ienes les propor­cionaban las piezas de metal. En ese momento aparecen ya algu nas referencias escriras sobre la población bubi .' Aunque no tengamos

2. esta ~oCU~enl:lci6n [Un tardía se debe al largo período de abandono en el que permaneCió la Isla desde su descnbrimiemo en 1472 por el portugués Fernando do P60 hasla el comienzo de su colonizac ión. Annqne existen descripc iones anteriores al si­glo XIX (Silveira (1 772J, 1959; Vare/a Ulloa, 1780) los primeros da lOS de interés sobre la etnia bnbi prov.ienen de los relatos de Jos expedicionarios y misioneros que llegaron al .fund:lrse la cUidad de CJacence (hoy Malabo), en 1827: Johu CJarke (1841), Hul­~JlInso n (J 858), Va lero y Belenguer (1892), Co]] ( 1899). Gélribaldi (1891 ), Valdés In­tanre ( 1898) y Abate ( 1901 ). Asimismo, cabe destacar los escritos de los ml!)ioneros españoles corno Usera y Alarc6n ( 1848), el padre Juanola (1888) Y los fnnciollarios del gobiemo ~Ionja l Sorel ~ ~ 1 88~) Y Navarro (l888). ES[Qs lres últimos aUlores, y, en m~nor med~da, el expedl.clon;mo p.olaeo Janikowski ( / 887) son qlli enes proporciolwn la mfonnacl6u más precisa de las jefatnras políticas y de la organizaci6u mililar bubi de enlonces.

lü.:.., i ~ l enc ia, decadencia y colollizacíón de la isla de Bioko: (. .. ) _ ___ __ 193

l"()1lsrancia, es posible que, previamente, hubiera habido contactos es­porádi cos con airas poblaciones africrlnas que arribaban a sus costas, pero para algunos investigadores, esta ausencia de indusl1ia metalú rgi­eil en la isla es la anomalía más destacada del registro arqueológico de tlioko. Este hecho también ha sido e l argumento princip,,1 para carac­terizar la evolución cultural bubi como un desarrollo exclusivamente insular y un ejemplo excepcional de permanencia en una fase neolítica Ila,ta la llegada de los europeos a sus costas. ' Lo que resulta evidente, es que, la abrupta topografía de Bioko dificultó no sólo el cOlltacto con las pob1ac1ones foráneas. sino que también propició cierto aislamien to entre los asentamientos ele los di fereules grupos migratorios bubis, dando lugar, iucluso, a diferentes dialeclos bubis que todavía hoy per­viven." La dispersión política y social en la que se encon traban esl'oS pueblos y la escasa relación que manlenían lTIuluamellle parece eviden­te cuando los exploradores Allen y Thomson (1948, p. 195) visitan la isla en 1841. Ellos constataron la falta de entendimiento entre los pue­blos del uorte y de l sur al observar, por ejemplo, que el comercio de vasijas de barro se reali zaba por señas. Así pues, cuando establecían alguna comun icación era exclusivanlente por razones comercjales, Interca mbiaban productos tan preciados como el aceite de palma y lo revendían a las poblaciones del interior y sur de la is la.

.Jefaturas bubis en e l siglo XI X

Organización poll/¡eo-social

Para comprender cómo se desarroll aron las jefaturas resulta crucia l el aná lisis de la organización social, en especial, de los pa triclanes, pues

3. Sin embargo, conviene cueslionarse esta argumentación lax<lCiva del alslamjeulo de Bioko dcbido ~ la fall a de obje tos metálicos porque no es un caso aislado (véase Marcí, MercOlder y Fernández, 2000). 4. Los dialectos más discantes geográficamente presenulII tales difereucias que pue­den no entenderse mutuamellte. SegÍlll los eSI,udios liugiiísticos, el bubi es una lengua que se esc indió de la rallla principal del bantt¡ en IIU pedodo muy inicia l. En opinión de Vausina ( 1990), podría tralarse de un grupo de teng11as más que de una íl1lica lcngna, en pane, como resultado de los préstamos de las le1lguas del conlillenfe a los dialeclos meridionales.

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194 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resoluc ión de conflic los

como veremos más adelante, estos grupos de fili ación protagonizaron una serie de escisioues y fus iones Que configuraxon una estructura de poder clave para el proceso de centrali zación que tuvo lugar.

En la actualid ad, la organización social bubi se articula, corno sucedía antaño, en torno a dos grupos de fi liación: el matriclán (cari­chobo en el dialecLO del norte, rijoe o muoé en el sur) y el patricJán (loká en el norte o e6a en el sur), de mauera que, la descendencia he­reda ambos clanes. Cada matriclán y patricIa n posee tres tipos de espí­ritu s; uno de ellos , e l espíritu princjpal, es venerado como espíritu protector o como fundador. En el patr iclán hay otro elemento espiri­tu al más importante, que es el boj ulá: una fuerza o energía de origen sagrado que alcanza a todos los miembros del patriclán, mientras que los lazos de sangre se transmiten por la línea materna .' Los clanes bubis son exógamos y segment.ados eu linajes sin nombre. Tanto los patri clanes como los matridanes tienen un jefe denominado mochuku' (en el di alecto del meridioual) o bOluku (en el di alecto septentrional), que es la persona de mayor edad. Asimismo, la mujer de mayor edad del matricl áu, la mochukuari o bO Cf4 k.uari, comparte la jefatura del ma­tricl án co n el varón (Fern ández, 2002). La sucesión a las jefaturas es patrilineal y por orden de primogeni tura entre los varones, mientras que la herenci a, tradicionalmente , ha sido matrilineal, de forma que para mantener la propiedad dentro del matricJán, e l hombre deja la herencia a los sobrinos uterinos.

Todos los patriclanes, a su vez, se dividen en subpatriclanes con distinto raugo social, lo que evidencian la existenc ia en el pasado de una jerarquizac ión social interna muy estructurada. Por o tra parte, los nombres que reciben los patriclanes ponen de manifiesto la fu nción que cada uno de e llos tenía en el pasado. Por lo general, su significado hace referencia a ofi c ios (pescadores, cazadores) o bien, están asocia­dos a funciones ri tuales (inaugurar o clausurar las ceremonias, coronar a los jefes) . En otros casos, aluden explícitamente a la organizac ión soci al y jerárquica (propie tarios de la tierra, siervos o miembros de la monarquía) (Fernández, 1996). Esta vinculación entre fun ciones y

5. Una explieaci6n más amplia de l parent esco bubi y, en especi al, de los matriclanes , Jos vfneulos por línea matern a y cullo a los ancestros se encuentra en N. Ferná ndcz, 2005 . 6. Este apelativo se emplea no sólo para designar a los jefes de los clanes. sino tam­bién para referirse a todo aquel hombre re levante por sn estalu5 jerárquico.

Re sistenc ia, decadencia y coloni zación de la isla de Bioko: ( .. . ) _ _ ___ 195

clanes que, con mayor o menor vigencia, encontramos en la actn.ali­dad , resul ta especial mente reveladora para comprender la orgamza­ción socio-política y religiosa del pasado. Dicha especialización y Je­rarqui zación de los patricl anes aparece recog ida, asimismo , en los .-e latos miticas que Ilarran los procesos de fu siones y escisio nes de los

clanes.

Luchas illlernas: escisiones y migraciones de los clalles bubis

Como en muchas otras sociedades afri ca nas, los relatos bubis sobre la fundación de pueblos son, fundamentalmente, relatos de guerras Y huidas . Las narraciones que recogí de los informantes sobre el origen de su loka (patriclán) son leyendas expresadas como historias reales para sus descendientes. En ellas se mezclan explicaciones míticas con acontecimientos hi stóricos, como fu eron los continuos enfre nLamien­tos entre pueblos bubis (de los que tenemos constancia a través de las descripciones de exploradores y misione ros) . La lucha por la supre­maCla de unos pueblos sobre otros desencadenó numerosas guerras que se prolongaron hasta fines del sig lo XI X. El misionero Ay memí (1894) relata cómo los vencedores de las batallas imponían el tributo de un cie rlO número de mujeres cada año. La mayoría de estos confhc­tos tuvieron lugar entre comarcas vecinas, y, en ocasiones, varias co­marcas aceptaban la autoridad de un único jefe de gran prestigio; sin embargo, los enfrentamientos entre los habitantes de territorios distan­tes fueron menos frecuentes (Valero y Berenguer, 1892).

El mi sionero baptista J. Clarke, durante sus viajes alrededor de la isla para elaborar un mapa de los poblados, fue testi go, entre 1841 y 1846, de las guerras entre los pueblos del norte, este y oeste de la isla,' y dejar patente los conti nuos despl azam ientos que se producían. En medio de esta situación de lucha generalizada, Clarke tu vO notiCIas de una concentración de veintiocho jefes de tICS comarcas que se habían

7. Martín de l Molino (1 993. p. 196) lo re lara del sigu iente modo: «los habi tantes ~J distrito de Baney e:,:pul saron a los Basalcboko. éstos se enfrencaron a Jos Bakake, qUIe­nes a su vez lo hicieron contra los B ill e lipa. Estos últimos desplazaron sus enfrenl~­mientos ha¿ a el sur co ntra los Barriobata los cuajes habían sido e~pulsados d~l dlstn­lo de Bantabaré. En e l oes te de ta isla ta mbién hubo luchas entre los Bato 1copO y Batele».

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196 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resoluci6u de conflictos

reunido para lograr la paz entre sus pueblos. Un buen ejemplo que ilustra uno de estos episodios bélicos de desplazamiento de un pueblo meridional de la isla lo proporciona el mi smo Clarke (en Martín del Molino. 1993, p. 196) en el siguiente relato:

". Bokope jefe de <:lmbos Bolokos, que ocupan la región entre las dos bahías [Riaba (al este) y Luba (al oeste)], nos contó la historia de las 1~IÜmas guerras qne él y su pueblo habían sufrido. Fueron expulsados de un lugar a otro, hasla que al fin encontraron un lu gar férti l donde ningun o parecía qUErer injuriarles ni molestarles. El origen del enfren ~ tamjent.o era el siguiente: él y Su grupo formaban un pequeño «buala»8 en una de las montañas de Biappa alta [Valle de M oka]. Él no alcanzó el privi legio de <doet.ta» [jefe] porque el anlerior «buala», a quien había pagado en tal cantidad que tenía derecho para adquiri rlo, no quiso ad­mitirlo. No hubo otra salida que declarar la guerra y fueron derrotados. Huyeron al pequeño distri to de Biepepe [al este de la isla] y aHí residie­ron por algunos años. Vinieron despnés Jos krumanes fextranjeros a rrj~ canos] y todos tuvieron que huir. El poblado fue destmido. las cabras robadas y los ñames arrancados. Finalmente, Jos de Biappa Aira recono­cieron sus derechos y le otorgaron ellflUJo de «Ioella», permitiéndoles ocupar el territorio cerca de Boloko, junto al mar.

Todos estos entrentamientos dieron lugar a numerosas migraciones de los diferentes pueb los bubis por el interior de la isla. En muchos casos denominaron al nuevo asentamiento con el mismo nombre del patri­clán del que procedían y del que se escindieron. Debido a e llo, en la actualidad, encontramos por toda la isla muchos nombres de poblados repetidos, que hacen referencia a antiguos clanes. Tanto los poblados con idéntico nombre como los patriclanes que encontré repetidos en diferentes poblados Son de gran interés porque permi ten rastrear y co­nocer las divisiones internas que experimentaron. El desplazamiento de patriclanes (o, en algunos casos, segmentos de los mi smos) provo­có la división de los matriclanes al llevar consigo a las mujeres. El misionero Martínez y Sanz (1859, p. 16) manifestaba su sorpresa por la facilidad con la que los bubis trasladaban las aldeas de un lugar a

8. «Buala)) eran sociedades polítko-guerrcras cuyos miembros se reclulaban en base a la edad o generación a la que pertenecfan, y entre ellos se elegía al que deberla gobernar.

Rcsisleucia. decadencia y colonización de la isla de Bioko; ( . .. ) _ ___ _ _ 197

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Mok. 1) l • • .., Eoco

• Poblados

-- CSffGteras

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Rebola Poblados donde se realizo el estudio

l' Doocendíentes de la monarquia

Olro, que, en su opinión. ocurría «cuando la repeti ción de defunciones en poco tiempo les hace temer que el genio del mal se ha apoderado de aquel sitio».

A juzgar por estos escritos, existían algunos asentamientos que agrupaban varios patriclanes, ya que aparecen referencias de amplios grupos em plazados en un mismo lugar. Asimismo, existían asenta­mientos constitu idos únicamente por un patriclán. pues los textos tam­bién nos hablan de numerosas comunidades muy pequeñas y disper­sas. Cuando emigraban varios patriclanes se asentaban relativamente próximos en torno a uno de ellos, asumiendo este último, O cons i-

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] 98 - Ejemplos de poderes, tipos de gobieruo y formas de resolución de confljetos

guiendo por la fuerza, la dominación sobre los demás: <<. •• Al final de 19 18 reunidos los jefes de los dos barrios de Basakato: Borikó y Pato­ma y el Jefe de Basupú: Bobonaní, resolvieron concentrar los tres po­blados en uno, escogiendo el si tio del ac tual Basakato que ya destaca­ba entre los demás» (Pujadas, 1968, p. 295).

En las explicaciones mÍlicas acerca de cómo se desencadenaron los conflictos y se desarrollaron las mi gracio nes, las leyendas narran que cada uno de estos acontecimientos estaba dirigido por un héroe

legendario, hoy considerado fundador del nuevo asentamiento, e l cual fue gUIado por un espíritu hasta el lugar indicado. Este espíritu enco­mendó diferentes fun ciones a cada uno de los grupos que integraban la mlgracl6n, ongmando así la especiali zación de los patriclanes ante­n.orm~nte mencionada . Una mujer narraba de !a siguiente forma la hl stona de su pueblo, Basakato del Este, protagon izada por su abuelo (refinéndose a un antepasado lejano):

.: .. Cuentau que mi abuelo viv ía en una ranchería de toís del río , en un SltlO pequeño, pero teuÍa un barrio muy grande. Después de lerllliuar la g uerra de l bubi , entre e llos uo se querían ui ver. Uu día, rnjentras pesca­ba, ll amó a los de mi madre [maiIicJanes a los que pefle necían sus mu­jeresl para sa lir de allí y buscar un sirio donde poder vivir. Erau uu solo

~ueblo y J o~ separó un animal, así empezó mi pueblo. Fuero u a un espí­nlu,. a ,« pOaICO~Ó» fo «buchí».I , el espíritu de su ¡ribu , y les dijo que les e~vl ana un animal que vi ve bajo tierra , e l «chucuchuc u» Lpllerco es­pJ~) . ElJ os debían seguirle y dOtlde se parara para meterSe bajo uerra. alh se qued(lrían . Estos, los de mi abue lo, erall «balosobc» fpatriclánJ, Así todas esas tierras y bosque sou nuestras. de los ({balosobe»), reparti­das entre los hermanos.

La leyenda de otro poblado, Batoicopo (costa oeste), tiene su origen en Batete (costa sur)' Un hombre me relató la sigui ente historia:

El espíritu fundador de este lugar de Barete, «leé», salió acompañaudo a unas pocas tribu s y cuando llegó a Batoicopo hizo una cueva, trajo a ~na.s cuantas fami lias, unos parientes y otros no llinajes y patricJanes] in V Itó a todos los espíritus de la isla para comunicar que su pueblo se

9. Entre las guel~ras que enumera el misionero baptisla J. Clarke, cita la que sosfuvie­ron Balere y BarolCOpO.

IkiHSleucia, decadencia y colonización de la isla de Bioko: (. .. ) _____ 199

había multiplicado, las mujeres cocinarou y a la hora de reparlir deci­dieron que el linaje de éste sería el anfitrió n, se encargaría de vigilar en las ceremonias. Pero el anfitrió n era un grau espirilu de «bOlerribo» y dijo: de los «bola bari paalo~> [un patric lán] , los «ribo boo» lun subpa­triclán] serán inferio res, serviráu la comida en las fiestas, y los «bakeé» [subpatriclánJ de (I bola bari paalo» sou los jefes. As( fo rmó los otros

«loka» [patriclanes], que Lambiéu es tán eu los poblados de Basupú y en Baloeri . Y lodos vieuen de l espíritll «teé».

Luchas externas contra los asen/amientos criollos

A los enfrentamientos que se desataban entre los bubis, se vinieron a ,'.;umar los que mantuvieron con otros pueblos africanos que habían ido estableciéndose en la isla. Con la fundación de la ciudad de Clarence (hoy Malabo), en 1827, la armada inglesa la convirtió en base para el control y la represión del tráfico de esclavos. Una vez capturados los barcos negreros se requisaban las mercancías y muchos de los escla­vos eran liberados en la isla. De esta forma, fueron poblando el norte COn una población crioll a de krumanes , trabajadores procedentes de la Costa del kru (S ierra Leona y costa de Marfil) y con libertos traídos de la costa del Oro (Liberia), Ohana, Nigeria y Camerún , cuy os descen­di enles se rán los ll amados fernandinos (de Fernando Poo, actual Bioko). A lo largo de la primera mitad del sig lo XtX , la colonización del litoral de la isla estuvo protagonizada por esta población criolla, cuya ac ti vidad principal fue la de comerciar con los bu bis y con los barcos europeos que recalaban en la isla.

Estos asentamientos, al principio, fueron aceptados por los bubis con resignación y cierto escepticismo, ya que, hasta entonces no habían tenido necesidad de comerciar con ex tranjeros. Según relató un infor­mante de M"'tIn del Molino (1 956a, p. 12) «antiguamente, los habitan­tes de Moka (sur de la isla) no bajaban a «Ripotó» (ciudad de blancos, refiriéndose a la ciudad de Clareuce), por miedo al extranjero y por ene­mistad con las tribus del norte». Las relaciones con es tas poblaciones criollas eran, pues, bastante distantes y de cierta hostj lidad, nunca acep­taron su presencia pero tampoco les ex pulsaron. Poco después, comen­Z""on los conflictos por la tierra que era cada vez más demandada por aquellos nuevOS colonos. Por otra palle, la disputa entre las poblaciones

200 _ Ejemplus de poderes, tipos de gohierno y formas do:: fl'.'K)lución de Conl'· 1Cl'4

criolló.ls por la fundón de intermediarios entre los nati vos y los europeo provocó también numerosos enfrentamientos conocidos como «Iás gue: rras de Lubá». En 1841 , los krumalles se enfrentaron a los bubis del li. loral y lograron suplantarles en la actividad pcsquem y ex pandirM' por

el surocstc de la isla. El comercio estaba marcado por la vio lencill y lOs

abusos de los humanes, que cometían continuos atropellos COntra lOs

bubis. (Clarke, 184 1, p. 429, en Sundiata, 1994). La segunda guerra de

Lubá se prolongó desde 1845 hasta 1848. Durante la primera ctapa. los femandinos se aliaron con los bubis para deshancar a los krumancs. quienes, fi nalmente, perdieron el control del comercio. Más tarde. los

fernandinos lucharon contra los bubis y consiguieron extender $U 111('[­

cado por todo cl1itoral occidental .IO

Este momento coincide con la emergencia de un reinado en el

valle de Moka (Sundiala. 1994. p. 510); los españoles inici aban tími­

damente su expansión por el control de la co loni a y fue entonces cuan­

do se tuvo conocimiento de la autoridad que ejercía e l rey Moka sohr~

toda la región meridional de la isla. A panir de ese momenlo, se pro­

duje ron unos cambios trascendentales en la estrw.:tura políti ca y Soóal

bubi. La evolución de lo que se ha venido a llamar monarqu ía bubi

merece una especial a tención por el papel tan deslacado que desempe­

ñó en la resistencia política naliva frente a l gobierno colonial.

Centralización de las jefaturas

La mOllc/I"{¡uía Bubi

Según la tradición omI. la monarquía llegó con la última mi gra¡,;ión a la isla de Bioko, al mando de un jefe denominado Muamet6. y se as~~n-

10. Mitry Kingstcy escribía a propósitu de los fernandin()~: «el eornc rdo ue: h\ i,J;¡ depende de ellos. son los intermediarios entre los produclores nativos y los comprad\l­res europeos. su.~ factorías están diseminadas a lo largo de las bahfa, de roda 1,\ co,t¡l» (J<ingsley. IK97. p. 71). Los femandioos [u",ron alcanzando Ulm po,ición C(."()nómica elevada y consliluÍlm una ¿lite destacitda sobre el resto de la población nativa, Sút>~ l~s nigerianos, los fang y demás inmigrados a la is la. Con el tiempo lh:¡;aron II cjo;:n:cr Clenll innuencia en la vida social. política y culrural ¡Jt: la isla hasta lo indo;:pend'::l1dll. en 1%9.

,,"''","0,. dec!l(\t:l1cia y colon i1..aciÓn Jo;: la isla de Hioko: ( .. ~ ______ 201

la zona montañosa meritlional , concretamente en el valle de

~.ol'a , anleriormenle denominada Riabba. la región donde residía el L~)ba,el sumo sacerdote lManín lid Molino ( 1962; 1993. p. 165)]. En

región, donde se concentraron los dos S.-andcs núcleos de poder.

el religioso y el políúco, cs. precismnentc, donde se inició la centrali­zación de las jefa turas. Las dos primeras d ¡ na st ía~ que gobernaron, lo~

labuma y Bapolo, pe rdieron su esta tus debido a las numerosas alian­

zas contraídas con personas no pertenecienles a la monarquía. y se vieron obligados a lransferir su autoridad esp iritual a la actual dinas­

da: los bagilari (Martín del Molino , 1962). E slOS bagitari, tenían su

residencia en la aldea Ribiri loca li zada también en el valle de Moka.

Junto a esta dinastía de los hagitari, conocida co loquialmente corno la

dinastía de los Mókata. existía una segunda dinaslía, los barío-baké,

cohocida como la dinastía de los Bioko. ll En el siglo XIX los bagilari, se expandieron por toda csta regi6n de Riabba, se dispersaron por to­

dos los poblados meridionales y llegaron incluso a establecerse en al­

gún poblado más septentrional de la costa oeste de la isla. El resto de los poblados de la zona sur esta han gobernados cada

uno de ellos por un mochucu o jefe que pertenecía a la monarq uía y

era designado por el rey. De es ta forma, e l rey tenía bajo su control otras localidades y, a.l mismo tiempo, mantenía a lejados a estos posi­

bles candidatos al trono que en momentos connicti vos podían repre­

sentar una amena7..3. Por lo que se re fi e re a los pohlados lIe la zona

norte. también ex istían boIUCUS. 12 pero es interesante resallar que éstos

no pertenecían a la monarquía ni eran designados por el rey, goberna­

ba el jefe del palriclán que o~tcntaba la má.xima jera rquía. No podernos precisar e l período de los primeros reinados ni e l

vínculo que existía entre ellos. Probab lemente. se tratara de danes con un estatus jerárquico entre los que se iba SLlcediendo la jefatura. La primera referencia que aparece !<>obre un rey la proporciona el diario de J. Clarke (1841, p. 46): «con la notida de la existencia de un rey

qUe en 1845 gobernaba la regi6 n meridional». Durante este período. del que apenas existen referencias hi stórk as a propósito de la estruc-

11. Mob " Malabo son 1m nonlbrt:l~ de lo~ dns monarcas más )iignilíc<itivos dc la primcf""d d in';"~tía. de ahí el nombro;: del Valle y <.le la Capita l del paf>. Bioko, como se deoonlinit a la is ta. es el nombre del 1110n:tn:ll más TC llrI::scmali \"o de la scgul1 da di ­!lastra. t 2. Mor/me .. ujd"t:. r11 el diatcclO <.Id nonc.

202 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobiernu y furmll.s de rerolución de C\lnt1ie t~

tura socio-política bubi , no hay acuerdo enlre los autores en relación con los antecesores del rey Moka. Lo que parece cierlo es que Moka ya reinaba hacia 1875. pues los misione ros metodistas ya dan cuenta de su existencia y de los infructuosos inlemos por conocerle (Manín del Molino, 1993),u

El reinado de Moka

En la segunda mitad del siglo XIX , las dificultades a las que se en fren, tó Espafia para colonizar sus posesiones derivaban, en gran med ida, de la ignorancia acerca de aquellos territorios. Durante este período, el proceso de colonización se caracterizó por una precaria organización polfli ca y administrativa; la soberanía de España, tanto en el continen, te como en la isla, únicamente era reconocida por los pueblos coste' ros, mientras que «entre los jefes del interior existía la idea de ser por completo independientes» (Barrera. 1907). Segú!l Sarcia ( 1888) «cn e l interior debió ocurrir una evolución social cuya consecuencia fue

que los distintos estados se confederaron reconociendo la autoridad de Moka, como jefe indiscutible». Abate ( 190 1) también afi rmaba que en la isla cxistfao dos gobiernos. uno el español , con su juri sdicción en Santa Isabel (hoy Malabo) que ejercía soberanía sobre los colonos ex­tranjeros. y olro el gobierno indígena. con su juri sdicción en Biappa (valle de Moka). al que estaba sometida el resto de la población nati­va. El mochucu Moka tenía más poder e influencia sobre la población bubi que el gobernador español (Baumann, 1887). La política ;;cnlra­lizadora que practicaba Moka, en opinión de Baumann, era positiva para los bubis, pues, además, advertía del peligro que podfa entraDar para su pueblo el contacto con los blancos. Moka se considcraba taID' bién jefe de todos los extranjeros que llegaban a la isla, y su pen na,

13. La s uce ~ión ¡¡ 111. monarquía pre.'i.enta una gran complejidad y las contradicci()nes entre la documentación existente y la informll.ci6n recogida dificulta c normel11 elll ~ ~u anlilisis. Práct icamente se desconocen los vfncul{)~ entre lu , munarcas y las genealu' g!a ~ ora l c.~ tam]XlCO despejan los inte rrogantes sobre la línea de s uce~i ón . La principal d ifi cultad para expl icar la suec.~iÓn deriva del de sconocimiento de la liIiación ritual entre lus munarcas, esto e.~ . ll egar 11. o:onucer cuál era el p.1ter legal de cada rey (su pa' trielán) p ilfil. a partir de ah í. cunt¡-.¡s[.¡¡r la nurm ll. CQn la práctica de ~uccs¡ón habida 3 lo largo de los reinados.

Jcsisteneia, d~t:ade[)ci a y (ulu lI i7. ación de la is la de Bioko: ( . .. ) _____ 203

nencia en ella era una concesión que les hacía. pcro no reconocía la autoridad de los e:--pañoles. pues los consideraba «peces que no pue­deo poseer la tierra y que deben regresar a sus barcos» (Bau ma"" . 1888, p. 104 ). Moka llegó, induso, a prohibir a lodos los bubis ofrecer hospitalidad y víveres a cualquier ex tranjero que se aprox.imara a sus dominios (Baumann. 1887).

El rey nunca debía a lejarse de su trono, al igual que sucedí<l con el Abba, dado que para mantener su estatus debían permanecer en su residencia y matUenerse alejados e inaccesibles. El mismo valle de Moka, donde ambos vivían recluidos , era un lugar de difícil acceso. Según los relatos de Garibali ( IS91) y Yalero y Belenguer (1892), Moka nunca había visto e l mar ni podía probar la sal. Incluso para los nativos era difíci l verlo; se propagó la leyenda de que moriría si llega­ba a ver a algún europeo (Buumann, I R88. p. 103). Este aislamiento y misterio creado en lomo 1:1 Moka no le impidió tener conocimiento de todo lo que ocurría bajo sus dominios ni de recaudar los tributos que exigía. Para ello existía la segunda din a.stía, conocida como Bioko, éstos eran qui enes se desplaza han por toda la isla para mantener la paz entre los poblados, inforrnar al rey de cualquier acontecimiento y re­caudar tributos. Los súhditos pagaban rcgulanncnlc el roka, una con­tribución que podía hacerse en mcrcancía. cn moneda o en trabajo (Aymemí, 1943).14

Una de las claves que conttibuyó a reforzar el dominio de Moka sobre los jefes de otros poblados f uc su superioridad militar. Moka ins­tauró la tujúa para controlar a todos los pueblos meridionales y acabar con las comi nllas luchas que mantenían entre ellos. Autores contem­poráneos a Moka, como Navarro ( 18S8), definían esta institución como un cuerpo amlado quc rccorría los pueblo:-- para aplicar la ley, imponer justicia y cobrar los tribulOS cn determinad,as épocas del ailo. La lujúa estaba compuesta por los baribidi, el cuerpo más veterano de la fuerza armada bubi. Por debajo de ~stos , el segundo grado militar eran los hasalicopo, y en último lugar estaban los baricaná, la tropa de jóvenes (Abate, 1901 ; Sorela, 1888). Cada uno de cslos cuerpos formaba un boala o gntpO de edad . El rey poseía la autoridad 1cgftima

14. meluso en los ennfliClos y acui'adonc.~ de hrujeriacn los que no se llegaba a >.:1-

ber quién efil el culpable. M{)!;a ( ubrarn. pane de la indcmnt7.ación que dehía ~r abo­liada por toda la atdea (6aumanll , l!l!l!l, p. lOó).

204 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y fonna, de re.<oo lución de conflictOs

y Otorgaba el ¡xxlcr facultativo a la institución del boa/a (Janikowslti

1887). Estas sociedades político~gucrrera ... de los boa/a, ade más d~ juzgar y ejecutar sentencias e n los poblados, enm las encargadas del gobie rno y de la defensa de cada comarca (Martín del Molino, 1989a

p. 485). Según MaIlín García ( 1968), cada tribu (refirié ndose a c l a~ nes) estaba organ izada en cuatro sociedades públicas que COlTespon.

d ían a cualfO generaciones. las cuales compelían e ntre s í, mediante

juegos, canciones y danzas. para demostrar su poder y prestig io, pero sólo una de ellas gobemaba. l~ La dinastía bagirari perteneda a l boala barilaroole, los gobernantes de emonces. Estas soc iedades tenían u~ caráctcr s upraclánico, pues sus miembros pertenecran a cualquiera (de

lo que Martín del Molino llama rijara O linaje) de los patri c lanes.

Moka reforzó también las instituciones relacionadas con la justicia que, junto con la lujúa y sus boata, desempeftaron un papel clave cn la

expansión y el control del poder. y por tanto, en la centrali7.¡"H:ión.

Baumann (1887) habla de un lribunal de jefes que acaba ron aCeptando

a Moka como máxima autoridad para resolver los conflietos.16 Así

15. El jefe de é-,ta era el boal.>í y el ohjeto ritual principal del butl{a el !O/If'l/(/('. un cayuco de barro de 20 cm. Los poblados eran eonocid l.lS por el nombre del buu./¡¡ go-­bernante. por ejemplo, los actuales poblados de Batoicopo, Bokoricho. BaM, Üekbú o;on nombres de bllll1as. Cada hombre pcncnecfa desde: su nacimiento a un buala según su generación. Cuando tos miembros del buu/a gobc:rnante llegaban a 13 veje1-. ellt re~ gllOOIl su poder al buala de la siguieme generación. 6 1e lo imegraban lodos illd ividuo>­cuyos padres pertenecí!lll al buala amerior. Durante lo~ dlas que dumba el t r~ nsito reinaba el desorden, se cometían robos. ao¡csinalOS y violaciones a mujeres, ~e quema­ban las chozas donde rendía culto el bUlJla que cesaba. y su {vbn/(/e era arrojado por un barranco. Según Martin del Molino (1989a) cada buala se considemba hiju de su antecesor buala y tenían ulla duración aproximada de unos 40 ailos. Sobre esta base. el autor ha re.:onstruido una cronología !ottuencial de Jo~ bua/" del poblado ue Mo]¡a según cl orden de aparición de cada sociedad: l)(IbiúolIJó (anterior a 1600). 1)(10 ( 1 (,00.-

1640). /xllobnJde (1640-1 680), broté (1680·J 720). }x1I/JOledde (1720.1760). ball,bicho (I 760- 1 800). badya (1 800-1840), bari/wV(Jfe (1840· 1924) Y bidYIl ( 1924 M.ta 1o> años ~~nta). El últifIKl rey llamado Oriche debfa inaugurar el boa/a siguiente hiJwí peru no lo realizó. Alguno, de e,tos buala.1 en La actualidad .~() n venerados cume sucie· dndeN de espíri!.us. especialmente los babiámllú, porque entre ellos, los batórichi se~(m la tradición, fueron los primeros que llegaron a baahba, hoy vallc de Moka. De eJlul. afirma el ~utor. derivan los clane, lIJolavochá y bap% que son d{)~ matriclanes regh­trados en Moka. 16. Según de~¡;ribe Aymemí (1942), los jcfe~ contaban con un cuerpo consultivo sin vnlO de decisión. que estaba presidido por el propio jefe junto con el supremo sacerdote. El resto de los miembros del cuerpo eran: en segundo lugar. el takahaa/a o jefe del ejército: el tercero, el mochucli oboho como representante de la nobleza; el CU¡¡rto el karachó. jefe dd tribunal supremo: el quimo el h[UlC, encargado de la hacienda; el sc\ro el rdrQ/w. encargado de la seguridad, y el séptimo el '0(,Jx1, encargado de la jUliticia.

Jesistencia. decadencia y eoh:miz¡tcl6n de la isla de Bioko: ( ... ) ___ __ 205

pues. para abordar con más preci si6n los proc~imie~to~ ~e justicia, ~oka desarrolló ple nam ente un a forma de gobIerno, lDClptente ante~

riormente, basada en una fuerza mjli.tar de nobles guerreros y en una

asamblea compues ta, asi mismo. por nobles. Con el paso de los anos. e l oscura ntis mo que rodeaba al rey

Moka se fue desvanecie ndo. Él conocía la llegada de los misiuneros a

la bahía de Riaba (este de la isla) y se mantuvo a la expectativa hasla

que finalmente transigió pard ser visitado por los españoles. El primer

contacto que tuvO con los europeos fue en 1887 cuando el misionero Juanola. acompañado del onclal Sorela y de veintidós krumanes, con­

siguieron ser recibidos por M oka. Según escribe el propio Sorela

(1888, p. 24) «el gobernador Navarro me propuso el mando de la ex­

pedición, cuyo plan era intentar descubrir el misterio que rodeaba a

Moka, ya que muc hos misioneros que lo habían pretendido anterior­

mente no lo consiguieroD». Por su pane, Juano!a describió a Moka de

la siguiente manera:

Su sombrero hecho de rlumll~ estaba cubierto de una piel de mono: seis pieles de gallina con sus plumajes colgaban de su cinto y en la parte superior del mismo llevaba dos c uemecitos de antílope. Su talla era alta, su musculalUra gigantesca y atlética. de mintda ... erena y vigorosa y con una barba pobludísima pero blanca. Su cuello, pantorrillas y bra~

zos parecían estar ensortijados con todos los productos de la naturaleza. Su raparrdOOs era una gran piel de un animal salvaje parecido a l mono, el resto del cuerpo que quedaba libre vefase embadurnado de rojo v i o~

lela (Juanola, 1888. pp. 64-68: 82-85 en Valero y Belenguer. 1892).

Según el relato que recoge Pujadas (1968, p. 258) el encuentro fue

amistoso:

El rey en persona salió a recibirles rodeado de niños que echaron a co­rrer en desbandada. Moka, dirigiéndose a uno de los intérpretes le pre~

gunt6: ¿Cómo habéis tardado tanto tiempo en traerme a estos amigos?, yo soy Moka, ami go de Espaila. Les introdujo cn su choza real y allí, la comitiva español3 le entregó los ob~equios que portaban: cabras, esco­petas, pólvora, telas y tabaco.

A partir de emonces, se sucedió una ¡¡erje de encuentros entre el rey Moka y los mis joneros, y algún ex.plorador español como Valcro y

206 _ Ejemplos !.le poderes, tipos de gobierno y fonnlls de resolución <.IC' <.:on'l. leto!;

Belenguer (1892, p. 165) consiguió también acceder a él Como . . ' -. ñala en el slgmenlc relato:

Con\' iene advert ir que e l rasgo sali ente del gnm ": Illochucu» MOka es

bondad. tiene intención de hablar CSlXlñol, Y las cualidades co ntrari:: con Ial> que le ha adomado un explorador cXl ranjero [probablemente:se

refiere a 8 aumann] que no le vio pero que si ntió su ira. obedecen ¡¡ una confusión con «Mado». el «mochucu» del poblado de Boloko del F

. ~tc

o con Sas Eburra, el principal de Moka, quien no~ re.:ibi ó de mala~ maneras, pero Moka se di~culpó y aceptó de buen grado nuc~tros ohse_ quios.

La autoridad de Moka ha sido una y Olra vez exaltada por numero_ sos autores; « ... disponía de absoluto dominio sobre la vida de Sus

Súbditos de lada la isla y sobre los veinticinco grandes mochuctls de

las distintas comarcas. Creó la lujlÍa, una tropa compuesta de cenle­

nares de hombres dotados de fuerza hercúlea» (Puj adas , 196R). Tcssmann ( 1923, p. 184) también destacaba el gran respeto que lus

bubis mantenían hacia sus jefes, pero en especial al rey Moka. a quien, según le habían informado_ todos le debían fide lidad y sumi­

sión; al contrario que a su sucesor Ma la bo. en cuyo reinado, lOdos

se declararon pequenos jefes aUlónomos. Incl uso después de muerto

Moka, hay autores que con tinuaron alimenlando su leyenda: (cada poblado eslá gobernado por un cocorokn 17 O mOC/¡UCll que a su vez de penden del gran cocoroko de nombre Moka que reside e n l a~

montañas sin dejarse ver por el europeo ni siquiera por [os OtrOS

mochucus» (Lucas de Barres, 1918, p. 6). Sorprende que, por en­

tonces, todavía se ignorara que Moka ya había tenido contaclO con

lo s europeos haCÍa tres décadas y que había muerto hacía vei ntr

años. Incluso en la célebre obra La rama dorada de J. Frazcr (1890. p. 2 10) encontramos la sigui eme cita que contribuye a la leyenda del rey Moka:

En el cráler extinguido de un vokán, encerrado por todos Ia.dos por la· dera.;; (mndosas, se encuentran las desperdigada!' cho~lls y campos dc

17; Esta ~enominación que recibían 1()S jefcs nativo , por pano:: de los c.~pa~ol e-\ PO' dn a lrnducll1.e por «gran bchcdor-... Según anotan Janikoski (1 887) Y LlIca~ de Ha l1·~5 ( 19t 11. p. 7) co rr1(.·o e~ un líqui do confeccionado a hase do:: II lcoool casi puro.

..",,,,,0;", decadencia '1 coloni1.3ción de la is la de Bioko: (. .. ) _____ 207

ñame de Riabba, capital del rey nativo de Fernando Poo. Este misterio­so ser vive en lo más recóndito del cráter, acompañado por un harén de cuarenla mujeres y va cubierto. se dice, con monedas antiguas de plata_ Salvaje desnudo como es. aún ejerce más influencia en la isla que el gobernador español de Santa l~be1. En él está encamado, o algo así. el espíritu de los bubis o habitantes aborigenes de la isla. No ha visto nun­ca la cam de un blanco, 'l. segun la firme convicc ión dc todos los bubis, la vista de un «cara pálida» le causaria la muerte instantánea. No puede ir a ver el mar: en verdad se cuenta que jamás lo vio ni a una distancia y que por eso lleva toda su vida UIl OS grilletes en las piernas dentro dt:: la penumbra crepuscular de su choza. Ciertamente, nunca ha puesto sus pies en la plllya. y a excepción de su mosquete y cuchillo nu usa nada que venga de los blancos; telas eurupeas no tocan su persona y desdeila el tabaco, el ron y hasta la sul. I3

Al final del reinado de Moka. cuando había transcurrido tan sólo una

década desde su primer encuentro c on los europeos, los misioneros

introdujeron el cultivo de la patata en el valle. Esto facilitó rápida­

mente la misión evangelizadora . No obstante, Moka manlUvo la acti­

tud de no permitir establ ecer ninguna misión en e l valle ni enviar ni­

ños a la escuela. Tanto la mis ió n como el gobierno colonial tenían

gran interés en controlar aque lla a utoridad polílica paralela de los

oativOS:19

En 1896, con miras a encender la antorcha del evanselio en ese valle prohibido, el padre Puente pidiólc ti Moka autorizac ión para instalar una casa para los misioneros. Finalidad aparente: plantar palatas. Moka les dio pcnniso y terrenos. Al llegar el tiempo de la cosecha, los misio­neros regalaron patatas 111 rey, y éste las encontró riquísimas; pidió que

18. Esta información que recogió Frazcr ~ubre Moka. pese a ,cr coetánea al persona­je, ofrece una imagen mitificada y distorsionada. No hay ninguna referencia dc aque­llos quc lo vieron subre la indumentaria que se descrihc en la cila. los grillctcs que menciona, probablemenle, sean los braluletes de concha, ¡alIadas y tren7.adas que He· vaban en las extremidades, cintura y tobillos aquellos bubis que ostentahan un estatus jerárquico destacado. 19. No obstanle, cahc: recurdar que los intereses polfticos '1 religiosos no fueron siempre a la par. Durante la primera ctapa de la colonización ,e produjeron algunos enfrentamientos entre lu!> gObernadores generales. cargos ci viles y misión católica por el control y el poder efeclivo entre dos modelos dc colonización: la civi l, más prag· mática y la d e los misioncroli (Iue anteponfo su.~ objet inJS reljgioso~ ( ,·éa..e Negrill . 1993)

208 _ Ejemplos de poderes. lipo:. dc gobierno }' formas ele resolución de cunlliClOs

hiei eran unH gran plantación para él, cosa que mtluralmcnte lo.~ c1arctia_ nu~ realizaron encamados. La cosecha fue un ~ xito y el mismo monarca le.~ hada hajar a Sunta babe l para venderlas. A l guno~ decían que Mu)...a ya chocheaba porque prefelÍa las patata~ al ñame y a la malan~a. Aque_ llos patatares eran las sendas por donde la fe llegaría a Moka (Pujru.Ja,. 1968. p. 261).

No cabe duda que el imparable camino de la evangelización habría llegado al valle de alguna u otra forma, pero el hecho es que cumenl.ó en 1896 graci as a la implantación de esle tubérculo. Mola fue amo pliando su~ concesiones a los españoles desde el momento en el (jtte la misión se estableció en el valle. A partir de entonces. se fue :lhrien(10 paso el gobierno colonial y logró el control político de los nativos durante el siguieOle reinado. Aque l primer encuentro que tuvo el rey Mola con los espaiíolcs, relatado por Juanola, conlrasta con l:t ~i­

guiente crónica de Pujadas sobre la última v i ~ita que Moka recihió en 1897, la del Gobernador General. Adolfo España. En este últi mo rela­to se aprecian detalles en algunos símbolos muy significati,,·os. que denotan e l trasvase de podere~ que se había inidado en el tran scuf'iO de aquella década:

Et rey. avisado con an telación suficiente. prc par6 a los vis i lanlc~ un recibimiento sólo posible .. él. Desde las afueras del pobladu h3~lll el pal acio dd ",oc/mell . se ahrí:1Il calle dos 11Irg:js hileras de gucrrero) bubis pintarrajeados dI: rojo. con escopetas y lan¿as y embranlfldo grandes e~cudo~ dc pi el de búfalo. Daban viva s a Es paña. Al rnndo e~laba el anciano rey Moka. de pié junto a !'u trono de tronco.) " de madera. Toda~ía ~c prese ntaba arrogante y p¡tra el recibimiento ~t'

había puesto natu ralmente su~ mejores galas: un sombrero de do~ pi­cos de ofi cial de m,trina dc gra n gala y una viejtl levila pero lo;n P;1I1-

t310nc~. el delantal de piel de mOllo colgnba de su cintura y en )11

mano derecha ostentaba su bastón de mando. A su dcn:cha cSlaha el «Abba Mootc», sumo sacerdote de los bu bis. con el remo en la l11 al1,l.

emblcma de ~ 11 dignidad: a ~ u iL:quicrda su pri mer lugarteniente. S;Ll

Ebuera. Detrás se apiiiab:m los ancianos conseje ros y [as se~cl1ta mu­jeres dd rey. Sobre la puerta del palaeio de m:tdera ondeaha la han­uer¡t de España regalada a Moka . Dc~pués de dos días confercll~'ian­do y de haher inlercamb;'ldo los Hcostumhrados regalos y e~trech¡td¡¡~ 1a~ re tacinne~ entre España y Moka, los vi sitanle~ regresaron a S¡¡J1!J

J.~ahel, no sin haber anles ~'onl'edido el gohernador al rey perrrl i,o de

aeslstencia, decadencia y cnloni1xión de la isla dc Hioko: ( ... ) _ _ ___ 209

usO de pólvora l . .. ) Aquel año . los pa~ (orcs rnctodisla~ ingleses ~c presentaron al monarca pidiéndole terrcllos para ulla misión, a lo que Moka respondió que con los mi s ioneru~ e~ pañoles tenía bastan te (Pu­

jadas, 196R).

Dos años más tarde, en IR99. murió Moka. Pasado un año de su rallc ­cimiento, Sas Ebuera, que hahía sido el pri mer lugarteni cn lc de Moka, se proclamó rey usu rpando el trono a Malabo, el legitimo he­redero. Sas Ebuera, un personaje controvertido y una figura poco tra­tada en la hi storiograffa bubi, a pesar de ~er todo un símbolo de la resistencia bubi y un rebelde para [as autoridades coloniales. Era un hombre poderoso, miembro de la corte y de l ej ército rcal , pero no pertenecía a la monarqufa . La política conciliadora que había inic:ia­do Moku en sus últimos años contrastaba con la de Sas Ebuer:! . El mani fiesto recelo de este último hacia los españoles y mi::.i oneros, relatado por los cronistas de la época (Juanola, 1888, y Valcro y Be­renguer, IR92), le impul só a revelarse con tra el legítimo heredero, Malabo. debido a la exce~ i v a surnisión que aquél mostraba hacia el gobierno colonial (Buale , 19R8). Sas Ebuera prohihió a sus súbdit os que trataran con los españo les. Durante su breve reinado de cuatro años, las re lacio nes con la colon ia no sólo ~e distanciaron sino que incluso se negó a recaudar los tri hutos y ti reglamenlar la propiedad según dictaba el gobierno colonial. Esto ocurría en 1904 , cuando el gobierno ordenó a quienes 'no estuvieran baucizados a trahaj :lr dos años en las fincas de los europeos . Sas Ebuera se negó a entregar la cuota de mano de obra pedida para proveer trabajadores. y por eso fue arres tado y trasladado a Santa Isabe l (hoy Malabo). Se negó a COmer por temor a ser enve nenado y fue debilitándose progres iva­mente h[lsta que murió en 1904.

Siglo xx: decadencia de la monarquía y expansión colonial

Reinado de Malabo

El mi smo año de la muerte de Sas Ebuera, Malabo abandonó el cargo de mochuclI en el poblado de Borne y se trasladó al Valle de Mok:J

210 _ Ejemplos de poderes. tipos de gohicmo y formas de resoluci6n de cu~f1ktll~

para ser coronado como el legítimo heredero.N Su reinado se Cal'acte-­

rizó por la aperturd hacia los españoles y la buena relación CO n los

misio neros, aunque, como ya había a nlicipado Sas Ebuera. este perío­

do estu vo marcado por e l some timiento y e l reconocimie nto forzado

de la autoridad colonial. D 'almonte (19 10) apunta que. por aque llos

anos, los bubis hacían más caso a los mi sioneros q ue a sus m odlilCl4S.

Ma[aba fue perdiendo la escasa influenc ia que ten ía entre los buhb

del norte, que eran quienes manten ían más contac to con la coloni¡¡.

Tessmann (1923, p. [84) afirma que durante este perrodo no ex islía

una justicia para todos [os jefes de [a is la. Los je fes del poblado prin­

cipal de cada región eran [a máxima instancia de justicia, aunque to­davía Ma[abo seguía manteniendo cierta autoridad, pues ante una pe­tic ión de convocatoria, todos deberían acudir. Según describe Bo nelli

( 1934, p. 512),

En el sur de la isla aún era respetado y cjcrcí:! lI utorh.l:ld. pese a no di,­poner de un solo guerrero a sus órdenes ni vivir en una eh07.a alejada de las demás. A pesar de ser un personajc ;nsignifie:!lltc 4uc labrab:! su pro·

pia finca de ñames. todavía congregaba un día al ano a todos lo¡; jek~ de

los poblados para dar cuema de su aClUación duralllc tooo el añu. Con este moti vo cdebraba una gran fiesta ofreciendo abundante behida y co­mida.

DUrdnte su mandato concurrieron una serie de sucesos tan relevames

como para desencadenar un giro en aquella estructura de poder ccnlra­

!izada: la lujúu acabó disol vié ndose. e l sumo sacerdote Abba MOOle

moría en 1909 sin elegir sucesor y, entre los años 1906 y 1908, l:onti­

nuaran las revueltas, iniciadas anterionnente con Sas Ebuera, a[ ne­

garse los bu bis a realizar los trabajos forzosos, 10 que desenCadenó la ll amada «guerra del bubi».21 Un episodio pone de manifiesto [a falta

de decisión y el limitado ámbito de autoridad que poseía ya el rey Malabo: se produjo una sublevación, al mando de l j e fe Lubá, mochll-

20. El rey era elegido cntre los m()chucuJ: jefes de di,tintm. p()bl ado~ que pertcnccir· ran a la monarqufa. Este fue el caso u..: Malabo. 21 Este conflicto fu e pruvocado a raíz de un decreto promulgado en 1910 púr el qM se ubligaba a los nativos mayores de quince años a trabajar en las fin c ~s de llj' europeos. bajo amenaza de reti rarl~~ la licencia de cv.a y las arma~. ESla insurrCl;~ IJn cOnlra los colouos ponc de manifie.o.lU la oposición abiena que 1M población bubi lI1a~' lenfa frenle al reclutamiento y al trabajo (orudo al que eran sometidos.

Be5istencia. d~cadenci:l y coloni¿'1ci6n de la i ~la de Hioko: ( .. . ) ____ _ .. . 211

c.u del po blado de Belebú , como respuesta al incumplimiento de los

contratos, a las irregu laridades y a la v iolencia en las reclutas por par­

le de los finque ros colo nia lc!:.. 21 En el e nfrentamiento con las tropas

coloniales, Lllbó murió. El gobie rno pidió la inte rmediación de Ma la­

ba en la revuelta, pero éSle se ma ntu vo imparc ial alegando no te ner

influencia en aquel pobl¡¡do. ya que Lubá no reconoc ía su jefatura .

Si en e l pasado. e l discurso coloni¡d censuraba el distanciamien­

to que mantuvo e l rey Moka, posteriormente, lo hizo a propósi to del

sometimiento del rey de M alaba:

Apático, sumi so, humilde y cmbrmecido por lu bcbidu. Majaba se limi·

tabu a contemplar la lenta infiltración colonial en sus reducidos domi­nios. A!;mentandola curiosidad tur f~ tiea de sus visitantes, corno una caricatura de rey, transc urría su larga vida aproximándose achacoso al fin de su inútil ex i ~t enc i a. Algunos bu bis influyentes. llñoraudo pasado~ e~plendorcs. 4u isieron re~ucitar, sin cun~cguirl o. su autoridad mcd ;ant~

tito~ y costumbres ,macr<Ín;cas (Morenu. 1953, p. 26).

Misión el1ongeliw dom y cOl/lrol colonial: las «rallc!Jerías»

El denominado proceso d e «hispa ni7..ad ó n», iniciado e n tomo a 1909, parecía ser ya una re alidad e n 1917, una vez conseguida la «pacifica­

ción de los territorios». El gobierno y las mi sio nes come nzaron enton­

ces el proceso de reun ificación de las a ldeas y poblados en las llama­

das «rancherías». desde donde res ultaba más fáci l llevar a cabo la

evangeli zación y el control de la población.

Este proceso de re uni ficación de las aldeas trastocó la sociedad

bubi de forma rotunda. No sólo por las conser.:uencias de la intensa

evangeli zación y de l férreo co ntrol colonial que esta situación hacía

posible, también supu so una reestruc turación de los hábitos de los bu­

bis en todos sus ámbitos: e n la convivencia de [a vida coti diana. al

obligarles a un modo de vida más sedentario y gregario, en segundo

22. Las infracciones de los finqueros culoniale. eran una de las causas del défici t d..: trabajadores y. <;()hre todo. del ]:Iajo rendllllJ",n to de lus bnlccms hubis. I.a adOlinislnt­tión culonial establoci¡¡ un sislcma de control sobre la población indígcna, OI-ganiT.an_ do eXpediciofi<.'s de búsljueda y cap1Ura de los hraceros fugadu, de la¡; plantacione~ (Sauz Casas. 1983).

212 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobiemo y fomlas de resolución de C(lnlliclD\

lugar, en el ámbito político se produjo una nueva agmpación de c lanes

a l construir los ac tuales poblados. que dio lugar a una reorganiz.at~i6n

de las jefa turas políticas, a panir de e ntonces promovidas por intere_ ses ajenos a los de los propios bubis. Asimi smo, en el ámbito eCOnó­

mico, los nuevos asen tamie nLos provocaron una redistribución de la

propiedad de las tierras y la adjudicación de los pequenos terrenos

para Culti vo, desde entonces en manos del gobierno colonial. Cada

poblado lenía asignado lo que el gobierno co loniulllamó «resen'as».!)

Esta reestructuración de la propiedad supuso, también, un cambio ra­dical respecto a la distrib ución anterior, semejante a la de los pueblos

bantúes del continente, donde la cusa o el grupo domést ico es el que posee la ti erra, y no el poblado o el distrito.

La concentración de poblados, a pesar de ser impuesta por el

gobierno co lonial de manera forzosa, no fue tarea fác il. A finales del

siglo X1X, la antropóloga Mary Kingsley tuvo noticias de las COntinuas

dificu ltades que tenían los misioneros claretiunos en sus intent us de influir sobre los bubis. Según le relató su informante:

Un cura se había propueslo la empn.:sa de eSlahlecerse en un poblado buhi con la imención de permanecer el reslO de sus días allí para dedi· carse a la conversión. A la mañana siguicmc de ~u llegada, se desperló solo y si n sus pertenencias: los nal i vo~ hablan desaparecido para COIl~­¡fUÍ! su pueblo en OIro lugar. El cura esluvo bu~ando su «rehaño» du­ranle algún tiempo pero fue en vano (Kingsley, 1897, p. 57).

Hasta los años cuarema no se completó totalmente la reagrupación en rancherías. Prueba de la falta de voluntad que la población bubi mani·

festaba a pennanecer junta fue, por ejemplo, el caso de l poblado de Moka, relatado por distintos autores: .}!

23. us reservas eran unos terrenos concedidos a r.:ada pohlado paro el cultivo y ¡¡bas' tccimicmo de su poblar.:ión, su e:>:tensión variaba según el númcro de hahitanlcS del poblado y no podían ser vendidas, por lo que en su mayoría trataban dc arrcndarlal, Frecuentcmeme. se tralaba de terrenos poco aptos para el cultivo, ya (¡llC est~b¡l" próximos a barrancos \) eran bosques impenetrables o eSlObHn situados en IHdcras ¡DUY pronunciadas_ 24. En Moka ~c realizó un primer intento infructuoso dc concenlración en 1927. pc:(\I la población regre.'iÓ a sus antiguas aldeas y basla 1945 no se cons!i!llyó definitivamCn­le el poblado Hctual. No fue ca.~ual que los úllimos reducto ... que lograron reunific:U­fueran los poblados meridionales, pu~s taDlO la ev:mgeliución como la coloni'l3Cloo ~vanzaron de norte a sur de la is la.

JtSstencia, decadencia y cQh)ni;r.ación de la i~la dc Bioko: ( ... ) _____ 213

La corre del rey de 101> bubis, el lerritorio de Moka, es el terrilorio más poblado de la i!ola y en donde los indígenas ofrecen mayor resislencia, aunque pasiva, a la c ivilización. Es donde los misioneros encuenlmn, por talllo, mayores dificultade ... que vencer para el desarrollo de su sa­grado ministerio (Abate Mendo, 1901 , p. 199).

Varios gobiernos y misione ... han trabajado si n descanso para conseguir que los bubis. partidarios de vjvir i.ndepcndicntcs, se agruparan en po­blados. En Moka es donde ha costado mayor trabajo, el gobernador Núñez de Prado dio orden al rey Malaba que vivieran reunidos. final­mente consiguieron qUe funnaran dos poblados: Malabo y Bioto, no hubo manera a pesar de los términos violentos para que hicieran un único poblado. A sf han viv ido dos a~os, pero durante mi estancia entre ellos, he podido observar c6mo iba n deshaciendo sus casas llevándose­las a otros sitio, desparramándose Olra veL. paulatinamente (Bonelli Ru­bio, 1934,p.516).

Finalmente, dada a la tenacidad de los mi sioneros y del gobierno colo­

Dial, con siguieron reu nir a la población en tomo a las iglesias y misio­

nes que iban construyendo. Desde al lí impartían la enseñanza de la

escritura y la lectura . al tiempo que emprendían la evangelización. Los mis ioneros nombraron muchos d e estos poblados con no mbres

cristianos que se mantuv ie ron hasta la independencia: San Antonio de

Ureka, Baloeri de C risto Rey, Qasakato de la Sagrada Familia, Claret

de Batete, Samiago de Baney, etc. Con e l sometimiento de la pobla­

ción, el gohierno colonial c reyó haber conseguido su sumisión , pero

las pretensiones colonizadoras de obtene r el máximo rendimiento

IgTÍcola de la isla se desvanecieron. Los colonos no lograron conse­

guir la mano de obra suficienle para trabajar las fincas. El fracaso de

las medidas que tomó la adminisLIación para solucionar el problema

era justificado, en el discurso colonial, por el "poco apego de los bu­

bis al trabajo y por su desmedida afi ción al alcohol)}. Según Moreno

(1952) esta actitud de l gobierno colon ia l empeoraba la falta de inicia­

tivas de la administración para que el proyecto de la colonización Prosperara.

En 1937, después de treinta y tres años de reinado, murió Mala­

bo. Ese mismo año. Alobari fue elegido rey como sucesor de Malabo, pero Cuando accedió al trono e ra ya un anciano y su reinado fue muy

breve, murió en 1943. Aque l año fue coronado rey su hermano Onche,

2 14 _ Ejemplos !.le poderes, tipos de gohierno y f()rmas de re:¡olución!.le Io:onll i~toa

quien ocupó el lrono hasta su fallecimientO, en 1952. Este fue el úl " mo rey bubi dc la dinaslÍa Mókata, ya que no hubo nin guna coron~_ ción más.1S Durante estos dos óltimos reinados quedó palcme el dC(:~_ ve de la monarquía bubi, limitándose a ser una autorida<.l simból ica. \'a

que el gobierno colonial nombraba otrJ.s jefa tur'<ls oficiales para lel~ Estos nombramientos de «jefes coloniales» recaian en los más instrui ~ dos por la misión y en aquellos que mostraban mayor a<.lhesión al Ca­tolic ismo.

Discusión en torno al proceso político cn Bioko durante el período colonial

EsciJiones po[(ticas

A lo largo de la historia de los pueblos, los procesos de fusión yesci­sión son un problema recurrente de adaptación en los s istemas de lin¿J­jes, Concretamente, África es un bucn ejemplo de ello, y exiSlen nu­merosos C¿JSOS bien documenta<.los (Gluckm:m, 1978; Sauthal1, 1953: Watson , 1958). Las razones más comunes para explicar estos fenóme­nos, por lo gcoef'd L suelen atribuirse a factores excesivamente unjeau­

sales. Una revisión de estos argumelllOS nos puede ay udar a compro­bar o a desestimar si son vá lidos para ex plicar por qué tuvieron lugar es tos procesos de centralización política y también por qué suecdil!run en un momento determinado.

Según la teoría de la «circunscripci ón» de Roben Carniero (1970), estos problemas de adaptación se generan a partir de llUClUa­ciones debidas bien a la escasez de los recursos, bien al descenso o al aumento demográfico, es decir, cuando se produce un desequilibri o insostenible entre recursos y densidad de población. En este sentido. seg ún Harris (198~). las escisiones de los grupos, forman parte de una estrategia para dispersar las poblaciones, reducir el creci mi ento dentro

25. Por lo que se refiere a la segunda dinastía. el rey Wosara.Io:¡Jnocido como Sil\'e~ ' t~ Hioko, .hHhía e~tat.lo primero al 'ervicio!.le Sas Ebucra, con 4uien cornp¡jJt (a ,u ~n· npatla ha~la 1M cspañoh:s. Tras lH.muerte de aquél, se pu~o ollas órdenes del rey r.h­lalJ:o. Munó en 1944. No pude a .... enguar .::uánto duró et reinado de su ~u¡;e~r. IJ :Ulljolo. Il lumo rey coronado de esta dina., tía.

Odi,,,,,,d;; ,, decadencia y roloniZHciún de la is la de Bioku: ( ... ) _ _ _ _ _ 215

de una misma aldea y evitar explolar conjuntamente un mismo territo­

rio compartiendo beneticios. Así, cuando el ecosistema no es favora­ble para encontrar asentamientos fértiles, los enfrentamientos bélicos

por el dominio de un territorio lienen como resultado dos opciones:

uno de los grupos se une al grupo <.Iominamc. en tal caso, al cabo de pocas generaciones acabará fOrmando parte de sus genealogías. La

otra opción es la expulsión de uno de los grupos, el cual , a su vez ,

deberá dispersarse entre otros. Esto provoca que alguno de los grupos quede con una población femenina excesiva en relación con la mascu­

lina, o a la inversa. Esta desproporción numérica entre sexos, en opi­

nión de Harris, es la causa principal de luchas y disputas internas. Volviendo al caso bubi , resulta difícil afinnar que la dispersión

de clanes descrita durante el sjglo XIX en la isla de Bioko, respondiera

a problemas derivados de la proporción entre la población y sus recur­

sos- En primer lu gar, porque se trata de un terreno muy fértil y, en cuanto al aspeclo demográfico, tampoco podemos afirmar que la po­

blaciÓn bubi aumentara tanlO que los recursos de subsistencia fueran

insuficientcs. Más bien ocurrió 10 contrario: la población bubi padcció un descenso progresivo desde finales del siglo XIX, coincidiendo tam­

bién con el peóodo de centna)izaeión que se prolongó durante la colo­nización.Y> Por el contrario, los asentamientos de los ex tmnjeros afri­

canos fueron aumentando desde mediados del sig lo XIX relegando a la

población bubi a un segundo lugar. Por tanto, el escenario político a

mediados del sig lo XIX en Bioko, con sus jefaturas relativamente inde­pendientes, en mi opinión, puede ser alIibuido, por una parte, a las

condiciones geográficas de aislamiento, aunque esto sólo era un factor

más que favoreció durante la rgo tiempo el tipo de asentamientos y

26. Las siguientes estimaciones asr parecen indicarlo. aunque los datos deben tomar­se de modo orientativo. En tomo a 11141. AUen ( 1848). sobre la base de la proporción de habitantes del norte de la isla, es tima una población total de 15.000 a 20.00ü habi­tantes. En 19011 el gobernador ordenó un empadrnnam iento en sesenta aldeas y registró 5.200 habitantes (Ramos lzquier!.lo, 1912, p. 345). Sin embargo, Tcrán (1962) estima para 1910 una población de 10.000 bubis. Tessmunn (1923) habla de 6.800 bubis fren­te a un tO la l de 12.545 habitantes en la islH en 1913, La pohladón bubi descendió considerablemente debi!.lo a 1M epidemia~ que introdujeron los trabaj adores inmigran­tes y los europeos: li~bre alllariJIlI (en 111611), viruela (en 1889), disenteria (en 1896) )' tripanosorniH.Sis introducida por los trabajadorc.~ fang en el siglo xx (Sundiala. 1994). El pennanenle défici t de IlLIlno de obra en la agricul lUr.l colonial de la isla intens ificó aún más la eontr.lución de brnceros Jiberianos enlre 1914 y 1927 Y fang en 1924.

2 l 6 _ EjO::IUpIO,¡ de fX!deres. tipos de gobierno y forma~ de rcro lucióo de COllfliq\h

jefat uras, dispersos;!"' pero. fundamemalmeme, se debía a una e<:tratc.. l1ia política de la. .. relaciones de poder. es decir, a lucha.!> intern<ui que mantenían por el liderazgo de jefaturds. Ésta er ... la situación previa a la ccntralización política que lU VO lugar con el surgimiento de la tno. narquía.

Cen l.mlización de jefaturas

Los argumen tos más comunes para explicar la aparición de l o~ reina­do~ o la cenlraliLUción de jefaturas, se basan en la acuIllulad6n dI: sufici ente riqu eza y poder o en la defensa frente a las inlrusiones ex­tranj eras. En mi opinión, la acumulación de riqucLa y podcr no pare­cen haber sido cruciales en la aparición de un reinado bubi. Pues aun · que el rey Moka poseía una riqueza considerable, también hllbía otro, jefes (como el de Balete) que poseían tanto o miÍs poder, mujeres y riqueza que Moka (Aymemi, 1894).

Sin emhargo. la necesidad de defenderse frente a las intrusioneS ex tranjeras como una de la .. causas que impu lsa los procesos de uni fi­cación y centra li zación. a mi modo de ver, resulla baslante f:Kt ihle para ex plicar la monarquía cemralizada de Bioko. La pobltICi6n bubi se sometió bajo un mismo mando, no por un problema de subsi~ten ­

cia. sino porque la inseguridad y la amena7 .. a a la que estahan perma­nentemente sometidos hacía más necesaria la unión . Inseguridad. dc=­bida a los continuos cnfrcntamiencos internos. y amenaza en un doble frente: la que suponía el imparable avance colonial y la que sufrían con las continuas luchas contra los comerciante~ africanos. Todo CJl(l

sin olvidar su condición de población ll1inor1!aria en la isla. El modo en que se desarrollaron los acontecimientos durance el período de cen­tralización hace pensar que la estrategia de Moka no fue de ataque. sino Illas bien una estrategia encaminada a la reorganización interna de Sil pueb lo y a la resistencia ante la doble invasión de afri canos Y colon()s. Nada ind ica que tuviera intención de hacerles frente para eX-

27. E.n c.qC a.<'pccl(] d ifiero de la opiniúll de Vansina (1990, p. 137) Y 5undi:'11I (199~) pan qu¡cnc~ el a i ~lallliemo inusual de los bubi, pUllo cOQ!ribIJ ir II I ~IJ rgjmicnl<) dd remadu ue Mul,:¡¡.

ltesj~l cncia. decal.kncia y rolonil,ación de 13 isla de Bioko: ( ... ' _ _ ___ 21 7

pulsarlos de la isla y hacerse con el control del comercio. De hecho, la población bubi nunca manifesLÓ interés alguno por entablar eonlactos oi por comerciar, los pocos ase ntamientos bubis localizados en las zo­nas más accesibles. el litoral. eran de pescadores. Los intercambios que llevaban a cabo, eran los mínimos que podían establecer conside­rando las múltiples posibilidades eomerci:lles que ofrecía en aquellos tiempos aquel enclave en concre to. Como resultado el control extran­jero del comercio en la costa fue debi litando la estructura socio-políti­ca bubi y remodclando radicalmente la sociedad.

Si bien es cierto quc la protccción y la defensa desempeiíaron un papel en el surgimiento del reinado, también es verdad que la insegu­ridad y las luchas, como he descrito, ya eran frecuentes en tiempos anteriores. Parece, entonces , que estos argumentos nos ayudan a com­prender cómo se desarrolló el proceso pero no son suficientes para responder algunos interroganlcs como: ¿por qué surgió en un solo lu­gar, en esa regi6n yen ese momento en concreto? y, ¿por qué se mate­rializó en la figura de Moka?

El liderazgo de Mola, corroborando. lo que afirma Sundiata (1994), no estuvo basado ellla riqueza si no en la legi timación espiri­tual, un aspecto que resulla de gran importancia en la .. realezas africa­DaS. Como afirma Lucy Mair ( 1962) los requisitos que necesila un rey en África son tanlo un apoyo laico eJe un séquito leal como una legiti­midad sagrada. La climensión sagrada de la monarquía bubi. expresa­da en las complejas normas de sueesion ni trono, de rituales de coro­Ilación y en la intervención ritual y jerárquica de los ceremoniales agrícolas, estaba reforzada además por la presencia y la participación conjunta con cl Abba, máxima autoridad rel igiosa.

Por otra parte, para que un proceso así pueda llevarse a cabo en Uo momento concreto, debe haber también una disposición por parte de la población a aceptar la idea de una jefatura suprema como gobier­t)O deseable; al menos en Bioko pudo llevar:l.e a cabo cuando una jefa­luta tuvo suficiente poder para obli gar a la población a aceptarlo. Lo que diferenció a Moka de Olros posibles Hderes con las mismas tenta­tiVas de centralización del poder fuc quc logró implantar unas nuevas '1 eficaees inslj¡uciones militares y judiclales, precursoras de una bu­JOcraeia centralizada. Moka supo aprovechar y reforzar el elaborado ~stema de eSlfatifJcación socia! que ya tenfan los hubis.

Est<Js tres circunstancias confluyeron para la aparición de ese rei-

21 8 _ Ejenlplos de poderes. tipos de gobierno y formas ue resolución de conflic¡01

nado en esa región, en ese momento y en la figura de Moka, en COncre_

to. El hecho es que en Bioko culminó la formación de un reinado que había emergido paralelo al proceso colonizador y que acabó, política.

me nte , con la expansión definitiva del colonialismo, prec isamente. al

fina lizar la mi s ma jefatura que había logrado su máximo esplendor. pero la institución, continuó simbólica y representati vamente .

No obstante, aun especulando que la monarqura de Moka no se

hubiese topado con el avance colonial, podríamos aven turarno!> a dI,'. c ir que la centralización tampoco habría perdurado mucho tiempo.

porque [a amenaza de fragmentación cra ya una evidencia, corno se vio durante e l reinado posterior. Como dice Cohen ( 1973) a propó~ilo

de estas sociedades cuyas jefaturas centralizadas cSlán en perrnanentl,'

ri esgo, se trata de formaciones paraestatales más que de ESlados inci­

pientes. De hecho. durante e l reinado de Moka, la centrali zación nun­

Ca fue completa (Sundiata, 1994, y Vansina, 1990). La i sla nunca llegó

a estar totalmente gobernada bajo un solo jefe, pues según lo que ob­servó Clark ( 1841, pp. 463 -467 , en Manín del Molino, 1993). cada

poblado tenía s u jefe, y varios poblados formaban un dis trito con un j efe al frente. llegando a contabilizar hasta dieciocho di stritos en la

isla . T'lmbién existían jefaturas sobre varios diSlIilos que se :Igrupaban en comarcas o regiones. El hecho de que Moka consigu iera imponer

un a paz entre todos e llos, no s ignifica que gozara de un pode r ab!>olu­

lo sobre toda la isla. Así por ejemplo, Ayrnemí ( 1894, p. 66) habla de jefes en plural. que dominaban arbitrariamen te a sus súbditos y de ma nera despótica, especialmente sobre los baba/a. c lase uatada ca.~ i

como esclavos, a quienes se [es exigía obediencia absoluta. En este

sentido. podemos tomar corno ejemplo a l hntuku de l poblado de Re­bola, e l más poderoso de la región septentrional; aunque éste reconO­

cía la superioridad de Moka y le tenía gran respeto, mantenía la .. uta­ridad sobre sus poblados (Navarro, 1888)_

Por ello, aunque el desarrollo histórico del pode r local y el poder colonial discurrieron en paralelo y estrechamente relacionados, esO nO

debe conducir a atribuir una importancia excesiva a l poder lIansfor­

mador de la dominación colonial occidental, y .. que, como .. pun ta

Gledhill (2000, p. 113), en cierta medida, eso supondria negar un pa­pel en la historia a los «otros». En este texto he tratado de anali zar )'

poner de manifiesto que el pueblo bubi IUVO su propio desarrollo y pro­tagonismo en la hi storia de su particular «encuentro co loni al».

Jlt","md •• dccad~ncia y colonización de la is la de Bioku: ( ... ) _ ____ 2 19

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composición social del Tahuantinsuyu*

Mada Rus/worowski

Para investigar el sistema organi:t.ativo del Tahuantinsuyu I es indi s­pensable estudi ar primero la composición de la sociedad empezando por los niveles más altos de la jerarquía, distingui endo los vari os tipos de señores .

Antes de la expansión inca, el territorio andino se divi día en ma­croetni as cuyos jefes eran los Haflm Curaca o grandes señores. La jurisdicción de sus tierras va ri aba según su poderío y sus componentes étnicos. Estos señores encumbrados gobernaban , a su vez, varios cura­cazgos subahernos, de menor jerarquía, algunos bastante pequeños. El

modelo sociopolílico del ámbito andi no se presentaba como un mosai­co de diversos caciques agrupados' bajo la hege monía de jefes mayo­res. Tal parece haber sido la situación en el momento del desarrol lo mea .

• En Historia del TahuanrinSIj)"Io4. Lima, Instiww de Estudios Peruanos (l98B). En este texto se reproducen secciones procedentes de las pp. 201-213; 215-222; 309-317. 1. Sobre el uso de la palabra "fahuanrinsuyu , la autora sellala en el prólogo a este te:tto (pp. 19-20), «Ellector notará la omisión de la palabra "Imperio" eoo referencia al ineario; tal omisión no e~ casual, obedece a que dicba voz trae demasiadas conno ta­ciones del Viejo Mundo. La originalidad inca se debió. en primera instancia, a su ais­ltmienlo de otros continente ~. Sus naturales no gOl.aron de las ventajas de la difusión y de los préstamos culturales que ~rmitieron el desarrollo de los pueblos de la anti ­güedad clá~ica ( ... ). El deseo indígena hacia la unid~d se ellpresa a través de la voz !ahuantinsuyu. que significa las "cuatro regiones unidas entre sí' , y que manifiesta un Intento o un impulso hacia la integración, posiblemente inconsciente. que desgraciada­me nte nunca se logró y que se vio troocada por la aparición de las huestes de Pizarro ~ .. . ) POI" esos molillos nos inclinamos a emplear 1:10 palabra Tanumt/iruuyu en lugar de Imperio", pues el significado (.:ultural de esta última no interpreta, ni corresponde a la

reaJ.idad andin:lo, sino a situaciones rel:ll ivas a otros cont i nentcs ~. (N. del E. )

224 _ Ejemplo, de (Xld;:re" tipos de gobierno y rorrnJ~ de re,o lllci(\n d~ . C(¡OnIC1!lo$

Después de 1 .. conquista cULljueña el esquema varió I,:U<lnd H . . oJ~

aluo Curdca aceptaron la preem1l1cncJa del Sopan JI/ca 'd re ' . . '. . • ¡;OtlOcer

los requenmwnlos de la reciprocIdad. 1\ medida que se fue afianl.<llld

e l poder de l Estado surgieron nuevas c:uegorí:ls de señores, como lo~ cUnlcas eventuales, por lo general paniaguados O servidores de un so­berano. a qu ienes el Lnca deseaba premiar y les concedía la merCed de

un cUrá<:azgo. Se dio también el caso de curacas de la categoría -~otjar yalla, que tenían la ventaja de no depender de sus (/ylllls de ori"cII si no directamente de la voluntad del Inca. e

Con el crecim ienw territorial se creó una vasta clase de selio re~ de muy distintos rangos y atributos. A toda esa é liee «provinciana» SI.'

0. " ••

Tupoc~oqui

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..... c.,..

La expansión del E.<,lado Inca.

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",.mp,,¡,ió" soci al del Tahuan!in~uyu _________ _ ____ 225

los innumenbles admini strádores y dirigenles e. .. tatales, sobre responsabilidad desean~aba el engr.maje del gobierno. A los per­

¡;""Ue, que componían la éJitc d el Tahuantin suyu hay que añadir los ;.;,,,,,rd,,,e,, quienes formaban una calegoría compuesta por muy di ver­

sas dignidades que cumplían varjadas funciones. Por último, los seño-res 4<Illercaderes» de Chincha. y los de las regio nes norteñas constituían cambién influyentes figuras en e l ámbito soc ial yunga. En escalones toás bajos de la esca la social hallamos a los artesanos, a los hafllll runu,

.105 mimuu/. a los pescadores)' a los yww , fonnando las clases popu­)ares del Tahuantinsuyu. Los hall/n rima eran divididos por un sistema decimal de unidades domésticas en número de diez, cien. mil y diez

Dril, con sus propios jefes para cada dfm de {Xlb laci6n, Además, la población formaba subgn!pos por edades, según la

fuerza de trabajo que podían rendir. Por encinlll de este gentío social se elevaba la persona de l Sapan Inca, soberano del Tahuantinsuyu, rodeado por las panaca y Q .... llu!i reales formando la aristocracia cuz­queña, a la cual se añadía los Incas por privilegio. Sin embargo, en sus inicios los señores cuzqueños no se diferenei<tron de los demás cura­(aS de la región; a medida que fueron acrecentando sus dominios, cre­ció también su poderío, ( ... ) A continuación analizaremos la composi­ción de la sociedad andina del s iglo xv empezando por la clase más

elevada.

La élitc

En los inicios del grupo inca la composidón soc ial no dcbió ser muy SOfisticada. La más alta jerarquía la fonnaban las dieciséis palluca. de entre cuyos miembros se elegía a los gohernanlcs cuzqueños, conser­vando los ayllus de los úJ¡imos Incas e l mayor prestigio, mientras caían un tanto en el olvido las panaca de los jefes más antiguos. Le seguían los diez ayllus «custodios», llamarlos así por Sarmiento de Gamboa, que tenían a su cargo el cuidado de la ciudad y del Inca. Cuando Huascar les retiró e~te privilegio ilncestral para rodearse de gente advcnidiza como los cariad.l' y los chadwpoyas. ese acto adqui-rió proporciones d e escándalo y de afrenta, y atrajo sobre el Inc<l el odio y rencor de los miembros de la é litc.

226 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de ' fl . COn I~!()s

ws setlores

Con Ju expansión terr~lorial del grupo inca, cada curacazgo :mexado al círculo c~zqueno envmba a un señor para que viviera y se estableciera en la ca~llal como una manera de asegurar fidelidad. Dicho señor po­día servir de rehén en el caso de una sublevación en su lugar de ori. gen. Un ejemplo de esta índole lo tenemos en Caxapaxa, jefe de una de las dos mitades del señorío de Lima y que habitaba en el eh' .. . co mientras que Taulichusco, segundo CI/raca del sistema dual. residfu e~ el curacazgo. Los señores con mayor tiempo de anexión al Tahuantin_ suyu tenfan la particularidad de vivir más cerca del centro. Ellos re­

producían en sus personas las diversas zollas del espado inca al OCu­par el ~'u)'U o región que les correspondía geográficamente .

A través de las referencias documentales dejadas por la admini~ _

tradón española sabemos de la existencia, en el siglo xv y principios del XVI, de una diversidad de grandes señoríos a lo largo y ancho del Estado inca, cuyos jefes eran duales, con la precminenda de uno de ellos. Los españoles. con el fin de aumentar el número de encomienda~ alargadas, procedieron a dividir las macroelnias en varios repm,imien­lOS Inlstocando de esa manera el sistema organizativo andino. Es a~ í

como unos curacas subalternos se encontraro n en condiciones superio­res, mienlf'dS que otros se vieron disminuidos y despojados de su~ pre­

rrogativas. Esta s ituación dio lugar, duranle el virreinato, a innumera­bles juicios entre los naturales. Fray Domingo de Santo Tomás en una

carta dirigida al rey hace referencia al desmembramiento de pueblo~ y curacazgos para aumentar el número de repartimientos; es así que ~e dividfan en dos o en tres encomiendas los lugares que antes fomluban una sola unidad (L issón y Chávez, 1943, vol. 1, pp. 196- 198) ( ... ).

Para entender mejor la jerarquía de la sociedad andina es indi s­pensable consultar los primeros diccionarios del idioma quechua, que rellejan el habla y los términos usados por los naturales.

Los Lexicón de fray Domingo de Samo Tomás y de Diego Gon­z~ l ez Holguín contienen diversas voces para describir la sociedad pre­hispánica. Muchas de las palabras indígenas cayeron muy pronto en desuso porque la administración española prefirió emplear otras vo­ces, como cadque, tmída de la región del Caribe y que le era fami liar desde el primer viaje de Colón (López de GÓmara. 1941 , p. 44) . Vea­mos. enseguida las palabras que figuran en e l diccionario de Fray Do,

1> ,,,,",,,'''¡''';" social de l TahUlmlinsuyu -------_____ _ 227

de Santo Tomás (1951. 1563) para los diversos. tipos y jerar­

quías de señores:

Capac o Captu; rapa

Ca/mc Apo

Appo Appocac

Ya)'a1K

Curaca Atipac

Appucra, soyoni. gu

Appo aylloll Appoycachani gui

MUJJOC CO!JOc o MOHO Cappu

rey o emperador ~ñor soberano gran señor gran señor señor. generalmente señor princip¡¡l d~ va.~allo;;

poderoso estar de pie delante del gran señor linaje de hidalgos ~eñorear

emperador nuevamente (joven) emperador

A (ravé~ de esta li sta de palabr:ls se consigue información sobre la composición: hay voces para indicar a los varios señores que fOT­

maban la sociedad de entonces. Los términos van desde la voz yayaflc que proviene de la palabra yaya, padre, y sugiere un ca mbio en el sis­lema de parentesco que evoJuciona hacia una estratificación social. Oteas voces como apo o curaca, señor de vasallos, a lude a categorías dentro de un esquema social diferenciado (para más información véa­

se Rostworowski 1990). En el segundo diccionario quechua consultado tenemos las si­

guientes voces para señores (González Ho lguín 1952, 1608):

{:apac Apu

(:apay Auqui Hatull Curuca

Hatun o Akapac Cllra<:a Auquicuna Rinriyuc Auqui Curaca

Curaca Cuna llacla)'uc Apu

único señor o jUCL. o rey el principul del o caballeros nohles el señor má~ principal que otro, más conocido y anci¡¡no rico gran señor lo~ nobles hidalgos. señores nobles orejones el señor del pueblo los principales o exeeulor de 10 que él manda el señor del puebto

228 _ Ejemplos de poderes, tipos de gubierno y formas de resoludón de CO"" ""lC tu!¡

UaCUlCtlmo)'oc curaca

Uacla)'QC

Mich¡n¡ Runacta Ccori/Jaco Cwririncr; Pacuyok

Huaranga CurOt'u Pachacu Curaca Chullca el/mea

teniente del principal o cxecutor de lo que él manda

señor o dueño de los carneros o el que ticne ganado

gobernador o regir u hombres O ser Superior los orejones capitanes

los indios orejones que 10 hazían por valor en la guerra seiíor de mil indios señor de cien indios mandón de una parcialidild

En esta larga lista de términos para los diversos estatus existen­tes entre los señores puede verse claramente una variada gamol de si ­tuaciones, ocupaciones y poderío. Vemos al Capac ApII, el único se­ñor, seguido en rango por el Hatun o Akapac el/raca: hallamos palabras para designar a la nobleza, a los capitanes orejones que ha­Man obtenido esa distinción por su valor en la .. guerras, diferentes a Jos Ccoripaco Ccoririnri que eran los orejones de sangre. algo pareci­do a los Incas de pri vilegio.

Mu y pronto desaparecieron de los documentos españoles las pa­labras Uacla)'oq APlf, el señor del pueblo; Uacracarru:lyoc o curaca teniente del anterior y de menor calegoría. Es un indicio interesante constatar que existía, aparte de la nobleza de sangre, una distinción en base a la riqueza: L/actaJok, el poseedor de cuantiosos ganados.

Gonzálcz Holgu ín es explícito para nombrar a los jefes de menor jerarquía y, según é l, el Pachaca no era sino un mayordomo del Inca. En las crónicas y relaciones hay numerosas referencias a la creación dcl sistema de guaranga y pachaca establecido por el Inca Tupac Yu­panqui a raíz de sus conquistas . Estas voces señalaban categorías de jefes: los pachaca ejercían el mando sobre un número supuesto de cien familias, mientras el curaca de guaranga mandaba a diez scriores de pachuc:a, O sea a un grupo hipotético de mil unidudes domést.i cas. La suposición de que Tupac Yupanqui estableció dicha organi:taciÓn en el Tahuantinsuyu está respaldada por las crónicas y merece ser [0-

mada en consideración. Probablemente los incas intentaron reordenar los modelos admi ­

nistrativos locales, aplicando un sistema decimal en las jerarquías para

"<om,,,,,.;cl;'" SIlcia.1 Jd Tahuantinsuyu _____________ 229

facilitar los cómputos de la población y ordenar la fuerza de trabajo. Sin embargo, la nueva disposición no afectaba la marcha tradicional e

interna de los señoríos loca1es. ( ... ) Con la dominación colonial desaparecieron las múltiples voces

para designar las diferentes jerarquías de se nores, se simplificaron las estructuras, se empobreció el idioma y se perdieron los múltiples vo­cablos que indicaban la organización soc ial indígena.

Si aceptamos la evidencia de las fuentes documentales sobre la existencia de grandes señorros en el ámbito andino, cabe preguntarse cómo funcionaban sus sislemas organizativos internos y qué lazos unían a sus miembros entre sí ( ... ).

Dualidad en el mando

Es necesario analizar la existencia de la dualidad en el gobierno de cada curacazgo y mostrar las múltiples evidencia .. sobre el particular. Esta información está presente en las crónicas de manera poco explí­cita, pero es conlinnada en numerosos documentos de archivos. Hasta la fecha se ha prestado poca atención a esta dualidad andina debido a que las noticias se hallan dispersas en visitas, tasas,juicios, probanzas y otros testimonios adrnini slnlti vos españole. ...

Insistimos en la dual idad en el. ejercic io del poder porque mu­chos estudiosos encasillados en una visión estereotipada del mundo indígena lemen romper los eMluemas establecidos y no desean aceptar nuevos enfoques basados en numerosa información documental que obliga a una revisión de los conceptos acostumbrados. Estamos lejos de haber llegado a descifrar los enigmas del mundo andino y debemos estar dispuestos a reexaminar (:onstantemente nuestras apreciaciones a la luz de nuevas investi gaciones.

En el Tahuantinsuyu cada curacázgo se dividía en dos mitades que correspondían a la visión indígena de hallan y hurin (Anan y Lu­rin), o de ichoq y alfauca (izquierda y derecha). Cada una de esas mi­tades era gobernada por un curaca, siendo numerosos los documentos que informan sobre el panicular. Uno de los. curacas de las dos mitades se hallaba siempre subordinado al otro, aunque esta dependencia podía variar, en unos casos podía ser má .. importante la mitad de arriba (como en el Cuzco), y en otros, la de abajo (Ial era el caso de lea).

230 _ EJc:mpl()~ de poderes. lipo~ de gobierno y formas de resolución lIe to,O· '0'"

Si bien en las crónicas, y especialmente en la de Sarmiento de Gamboa, no se especifica la dualidad, siempre se mencionan en pares a tos curacas de las diversas regiones del Tahu¡mtinsuyu. La insisten_ cia en nombrar a dos personajes juntos reuniendo el poder permite suponer que representaban las mitades opue~;¡as de su sistema organi. zativo. Para la época más antigua del Cuzco, 1iJeay Capac y Pinahua

Ctlpac, formaban una dualidad au nque cada una de las partes COm_

prendía numerosos u)'lIus (Rostworowski. 1%9-1970) ( ... ). En algunos documentos adminislnllivos. por ejemplo en la::. visi.

tas coloniales, la dualidad de los curacas está plenamente demostrada tal es el caso de los lupacas (Garei Díez de San Miguel 196411567) y

de la Visita a Acarí de 1593. Para otras regiones la información prOce­de dc Olfa fuente tcsLimonial, como el caso del señolÍo de Lima en lus noticias contenidas en las dos probanzas de su curaca don GOn7:ul o (Rostworowski , 1978a, 1981-1982).

En el sur, los col/aguas se dividían en Yanqui Collaguu de I-I u­nansaya y de Hurinsaya: los Laricollaguas !ambién poseían señore~ di stintos para cada bando, de la misma maner<.t los Cavanacondes se di vidían en dos mitades con sus respectivos señores (Relaciones Geo­gráficas de Indias J 885,1. 11, pp. 38-59).

Largo resulta enumerar todas las noticias sobre la duali dad entre los cur<.tcas, un ejemplo distimo es el dc las m ujeres que ejercieron el poder, nos referimos a las capullana de la región de Piura. En Colán, en el siglo XVI, gobernaba doña Luisa y «su segunda persona» perte­necía a su mismo sexo y se llamaba doña Lataeina (Rostworowski. 1961 , p. 32). Con el afianzamiento virrdnal las mujeres coracas per­dieron su poder efecti vo en favor de sus nlaridos. Sin embargo, el mooelo organizativo andino no quedaba al lí, sino que demostraba le­ner una mayor complejidad en su engranilje. En una Relación sobre la ciudad de La paz (Relaciones Ceográfic;cll' de Indias, 1885, t. IL p. 72) hay una interesante referencia a la clásica división dual, no solamente tenían a un curaca principal en cada mitad , si no a otro cacique de m(" nor categoría social. corno subalterno del principal. Este personaje era el yanapaq, «ayudadof» o ((campanero». Esta notic ia se podría juzgar un tanto peregrina si no estu viese conl1rmada por otro testimonio: la Tasa Toledana de Capachica ( 1575, AGI -Patronato 140, Ramo 4: Rostworowski, 1985- 1986), documento exce lente para comprender la organización del poder, de él analizaremos lo referente a Jos curacas.

Lo ,"",p,,,kiil"oc;, ' del Tahuanl insuyu _ ___________ 23 1

Ocho eran los curacas de Capachica, cuatro de ello s eran ayma­dos gobernaban a los urus, y otros dos curacas subalternos manda­

ban en la isla de Amantani. Lo interesante es la información sobre la existencia de dos sefiores en cada una de las mitades, es decir dos para el bando de Hanansaya y dos para la mitad de Hurinsaya. La «segunda persona», nombre que los españoles daban al compañero dual se refe­óa al «doble» del jefe de cada mitad. Esta Tasa revela la estructura inlerna del señorío y confirma no sólo la dualidad en el orden soci al ¡jno uoa cuatripartición, verdadero eje del sistema andino. ¿Seria es­pecial esta situación para Capachica o La Paz, o se trataba de un siste­ma generalizado para {oda la región en ti empos prehispánicos? Para salir de dudas conviene consultar la Tasa General de Toledo (Cook,

1975). El documento publicado por Cook se inicia en el folio 6 - faltan

los anteriores-, con el repartimiento de Aullaga y Uruquil1os. En el teStimonio son nombrados cuatro curacas, dos aymaras para Hanansa­ya y dos para Hurinsaya. En los demás repartimientos de la Tasa Tole­dana en La Plala contamos más de diez encomiendas, cada una con cuatro curacas para la población aymara, además de los jefes étnicos uros, Es probable que el motivo por el cual algunos repartimientos no tuvieran esos cuatro curacas haya sido el fraccionamiento del territo­rio para aumentar el número de encomiendas otorgadas. Las divisio~

nes realizadas por la administración ~spañola eran ejecutadas de ma­nera arbitraria, s in tomar en consideración la situación mciopolítica indígena. En esas circunstancias el sistema colonial no propiciaba el modo indígena de la cuaLripartición, y más bien procedía a nombnlI a los j efes que les parecía necesarios, eliminando a los demás señores

por juzgarlos prescindibles. En el análisi s de la Tasa Toledana también hallamos lo mismo

para la región de La Paz y para el Cuzco, admitiendo que la antigua capital del Tahuantinsuyu sufrió mayores divisiones territoriales, tra­ducidas en pequeños repartimientos para contentar a los hispanos. El mismo recuento de Cllarro curacas se halla en Arcquipa y en Guaman­

ga. Todo ello demuestra que a finales del siglo XVI aún permanecían las estructuras sociopolfticas andinas y que poco a poco se fueron transfonnando y simplificando a medida que se afianzó el régimen colonial. Paulatinamente la costumbre indígena cayó en desuso, moti­vada quizá también por la persistente baja demográfica y por la huida

232 _ Ej<:: mplo, de I)¡ ... tere~ . tipo .. de gobierno y forlll¡j~ de: rc,olud61l de c~lllIli el!l'!.

de los n:J(Un.lle~ de sus aylllls y ClI racazgos de urigen. /\1 dt!~apar,:cC t

la persona del rabaoaq)'e o «ayudador» y con él la cuat ripartic ión. el

término castel lano de «~egu llda persona» sufrió un cambio y se ;Iplicó al euracu de la segunda mitad. ex istiendo de alH en adelante un t\l\: i. que principal y gobe rnador de un señorío. ade más de un;. o,(segundil per~ona» . olvidándo~e. a veces, hasla la mención O la cxi'\tcnda de la~ dos mitades. ( ... )

Los Cllr(l/ '(I~ eventuales

Los curacas eve ntuales no se relacionan como los señore~ tradiciona. les, su existencia se originó con el auge inca y la apari ción del r. ~ lado.

Durante los viajes de los soberanos a través dclterritori o éstos Ill \i ~.

ron ocas ión de entrar en contaclO con la gente local. Cuando un ~obe.

rano cuzqueño sc desplazaba, ya fucra para visitar la tierra , dir ig i l' ~e u

retornar de ¡dguna expedición guerrera, a su paso por los di \'er~u~

pueblos elegía a algunas personas para intcgrar!lu séqui to O par •• t.:UJ1l­

pHr dete rminadas fu nciones o trabajos. A veces podía desi gnar a un grupo de indiv iduoi> para reali7ar cie-rtas obras e speciales. No ~e trala· ha de los desplazamientos masivos de poblaciones que veremos en otro capílulo, !\ino más bien de una elección, lJuizá cnprichosa. de .. l·

gunos personajes para ocupar un cargo. En todo caso, esto~ hedlo~

muei>tran una gran movi lidad en la sociedad andina a fin;ll es del ~i­glo xv.

Las informaciones de Toledo (Levillier, 1940.1. 11 ) cOluicn<!1\ noticias directas de personajes indígenas que testimoni aron haber prestudo servicios al Inca o recordaron funcio nes cumplidai> por "u~ padres o abuelos. Desde luego, tales testimonios tienen la venlaj a de ~er algo vivido y experimentado por los informantes, lo que les otorga mucho valor para la investigación.

A modo de ejemplo señalaremos lo narrado por don Juall Puyo quin , curaca de cuatro pueblos cercanos al CULeO. Según él, Sll padre

fue originario de «hacia Quito}> y cuando muchacho fue llevado e ll ~J séquito de Tupac Yupanqui de~pués de la conqui~ta de la I.ona y d0 haber fullecido todm sus parienles. Es así que entró al ~ervicio de'l Inclt y más adelante el soberano lo nombró curaca de ulla~ aldeas ell 1;1

vecindad de la capi tal (Levillier. 1940,1. 11. p. 55). Esta situación !le

..... composición ~ocial del Tahuantin~uyll _ _ _ _ 233

tia en muchas oportunidade~ como precio por diligentes servicios. repe r el afecto que podía unir a un jefe (;Un su buen servidor. Algunos o~ "6 " de cstoS escogidos pertenecían a la noblel", loca l de una regl n,lmen-uas que otros eran yana (Levillier, ¡bid., p. 107). (. .. ) .

Los jefes nombrados de ese modo formi.b.m una calego n a espe­cial de curacas que llamaremos se ñores por privi legio o eventuales. situación no necesariamente hereditaria que dio lugar a u.na nueva cla­se dirigente, creada por los soberanos cUlqueños. Es eVIdente la ven­taja de tales curacas para el gobierno central. pues só lo su lealtad al Inca o su capacidad los man1enía en el puesto. Eran forzosamente

adictos al régimen y podían ser fácilmente removidos del poder si se mostraban incapaces. Estas notic ias muestran el hábito del Inca de crear señores locales con personas allegadas a é l. La posibilidad de ser revocados les exigía una permanente fide lidad y eficacia: la eficacia requerida para ejercer el puesto de jefe fue una dc las características andinas. En las Informaciones de Toledo hay referencias 11 curaca~ que dijeron haber abandonado sus pueslO~ por límite de edad, al guno~ de­clararon haber dejado sus f~ltlc iones por ancianidad, yen tales ~ltua­dones heredaban sus he rmanos menores o ~us sobri nos (Levi\1ier. ¡bid.). Tal file el c.aso de don Pedro Cutinho, de Chucuilo de Hurinsa­ya, quien declaró haber sido gobernador de los Lupacas. Si n embargo en 1567 ya no ejercía el cargo, pero mantenía su rango y su prestigio.

Por las misma~ r.Jzones de habilidad y cfi~aci a cmn excl uidos los me­nores de edad. Durante la colonia se cambió est.e concepto, se estable­ció la herencia de niños para el desempcno del poder político y se aceptó la regencia de un pariente, Es1e sistema fo menló innumembles litigios entre los pretendientes al puesto de cat~ique : en los archivos

abundan tales juicios.

CllranUi yana

Una de las noticias más sorprenden1es sobre el cstatus de los curacas en el Tahuantinsuyu es la exis1encia de sl!Í1ore5 y(lIIa, obtenida gracias

a in vestigaciones en documentos de archivos. . . Los ~'allacona tenían la condición de ((criado~ dc serVICiO» , y

podían se;lo del Inca, del Sol , de la Cuya, de las panaca y de las más importa ntes huaw.~. También. y en ol101ero redud do. algunos altos

234 _ Ejtmplo:; de poderes. tipo:-; de gobierno y formas de resoluciól1 de . COcltliclo.

personajes del Cuzco y los Hatuo Curacas de los grandes Se' o nOrfo~

disfrutaban de tales servidores (Murra, 1966, t. 2). Dado el ili mitado poder del loca, podía sustituir a un seña • . natu·

ral de una reg ión por un serv idor suyo fi e l a su persona y de su e On­fianza. Era una fo rma de recompensar a un criado, y también Una amenaza para un,jefe díscolo y poco fiable que podía ser removido del cargo. Esta polfllca fomentaba el temor entre los curacas y para evitar la posibilidad de ser reemplazado por un yana debían mOSlrarse sumi_ sos a los deseos del soberano.

La ventaja de nombrar un curaca yana consistía en que por su misma condición se hallaba desligado de sus orígenes y no con~erva_ ba los lazos de parentesco y de reciprocidad con su pueblo de prOCe­dencia. Con ellos , el Inca no necesitabu recurrir al engramjc de la rl!­ciprocidad y podía ordenar directamente se cumpl iese tal o (ual indicación suya, sin aplicar la fórmu la de «ruego» y de solicitud inhe­rentes al sistema . (.,,)

fAj. obligaciones de los curaca

Muy poco es lo que se sabe sobre los deberes y obligaciones de los curacas en el Tahuantinsuyu. Es muy posib le que ciertas ceremonias religiosas y agrícolas estuviesen a cargo de los senores étnicos, aUll­que por ahora no podemos definir sus Ifnli tes.

En documen lOS sobre ex ti rpac ión de idolatrías se mencionan a cur3cas locales ataviados con sus antiguas prendas de cllmbi. con ~U.'i

chipana de oro y plata panicipando en los rilos como oficiantes. !:s posible que esos jefes cumpl ieran ulgunas obligaciones relacionadtb con el culto, pero al pasar la religión andina a la clandesLinidad se frustraron las informaciones. Luego nos ocuparemos de los sacerdo¡I.'~

y veremos las noticias que han llegado hasta nosotros. Martfnez Cereceda (1 982) ha hecho hincapié en la in vesti gaci6n

del cargo de un curaca y en los símbolos de autoridad. Todo seiior andjno (eofa su liallo o asiento y debfa ocuparlo en cualquier ceremo­nia de importancia. Además, poseía andas cargadas por hamaqucro~:

en documentos referentes al Ch imor. hay noticias que el nú mero de cargadores simbolizaba el estaros y la categoría de un señor. También en la costa norte las trompeta." formaban parte del aparato de un señ()(

_""" ¡,,,,",oc¡, ¡ "dl Tahual1linsuyu _ _ _____ _ ____ 235

con las llamadas «Iabemas», como los españoles designaban a ~p'"tlldc,re, .. dc tinajas con bebidas que acompañaban a unjefe cuan­",m "0 su morada. Cada vez que se detenía e l anda, el público iba

a expensas del cacique. Cuanto más importante un señor, ma­era el número de vasijas con bebidas a repartir elllre la gente

j¡.,stW()row" ki ,196 1). El atavío de un cunlca corre.~pondía a su categoda soci al, y sus

. jes y adornos variaban según las regiones. Entre los señores de la (IDIta norte el lujo de sus vestimentas debió ser impresionante; no so­a.mente usaron ricas prendas para las costumbres funeraria .. , sino ram­~ para las grande!> ceremoni as, cuando con lodo su esplendor se p entaban ante e l vu lgo. Los museos c?nlienen joyas y pren~as como llrigueras, tiaras , collares, patenas, orejeras de oro y pla ta, S1l1 contar b exquisitos textiles de los IIIICU , los mantos, las pelucas y las plume­

lÍaS de las momias. A consecuencia de la conquista del C himor proba.blemente los

ilcas aprendieron a rodearse del lujo de los se ñores norteños. Es posi­Itle que antes de la expansión la ceremonia de inveslidura de un Inca fuese similar a lu de los Hatun Curacas, y sólo con los últi mos sobera­~ cuzqueños se introdujera el boato que los cronistas reconocieron

~Atahualpu.

Los señores de las macroetnias fueron la base del e ngranaje an­'no, los españo les lo entendieron a~ í, y por eso en los inicios de la olonia permitieron que se mantuvieran en sus puestos.

Con e l virrey Toledo empezó la organizac ión del virreinato, lo dio lugar a una disminución del poder en manos de los curacas y

la élite cuzqueña, que fue menguando a través del siglo XVII hasta

desaparecer en el XI.X. De las referencias documentales se traduce que a pesar de la for­

mación del Estado inca, la mciedad Jaca l, es decir los curaca1.gos, mantuvo sus sistemas organizati vos internos. conservando sus cos­tumbres regionales sin que los cuzquenos intervinieran en ello, La t orta duración del Tahuantinsuyu no permitió que se consumara la integración de los jefes étnicos con la metrópolí.

La organización local de los senoTÍos conunuó funcionando se­gún sus ancestrales hábilos. Hallamos entonces a los jefes de las ma­croetnias aClUando en dos ni veles, en el pri mero como curacas de sus señoríos , gobernando a su~ súbditos y subalternos, ocupándose de

236 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y fonnas de resolución de "" n. ~"n u.;~

sus asuntos locales; en el segundo mantenían relaciones COn el E . ". Slado

haC iendo frente a las eXigencias de prestaciones de servicios ordena_ dos desde el Cuzco.

En este capítulo sólo tra taremos de sus obligaciones imerna\ de­jando para m¡í s adelante sus relaciones con el Estado.

Se ha caJilkado al Estado inca corno redistributivo, y. (Omo lal recibfa el excedente de la producción que redi stribuía según las ne­ces idades del gobierno, siguiendo una lógic.:a estatal (Murra, I 97!J. p. 198).

Como ya hemos visto, en sus inicio." los Incas fueron meros cu­racas, como otros tantos en el vasto territorio. Es por ese moti vo que al formarse el Estado su organización interna se apoyó sobre lo ya existente, es decir sobre el modelo de los curacazgos de la región sur del Tahuantinsuyu. Dicho en otras palabras, las macroetnias funciona_ ban como núcleos redistributivos a nivel local.

Los curacas disfrutaban de tierras adjuntas al título de cacique y eran trabajadas por una fuerza laboral local. Sus productos i>ervían para los fines de gobierno del cacicazgo porque los jefes étnicos te­nJan a su cargo el sostenimiento de los viejos, huérfanos y viudas. Un ejemplo de esta redistribución entre pequeños señores se halla ~n la visita a los guancayos, habitantes del río C hillón en la cos ta central

(Rostworowsk:i, 1977). L1 noticia se refiere a la tarea de recolección de las hojas de coca encargada a los ancianos del lugar, qu ien~s reci­bían como retribución del curaca: comida, bebida y vestido. Esto indi­ca una obligación del cacique para con los viejos, impedidos de pre!>­lar mayores esfuerzos.

Si comparamos a la élite serrana con la costeña en los inicios del siglo xv, es indudable que existió una gran diferenc ia entre ambas. Para ese entonces ya había desaparecido el antiguo esplendor de la hegemonía wari y no sabemos cuánto de dicha cultura quedarra enlre los señores étnicos a lo larg o de la sierra. Enlre los posibles motivos del decaimiento del Estado wari, pudo seI el arribo de grupos in dómi·

tos y momaraces como los chancas. que quizá fueron los que contribu­yeron a su ruina.

En sus inicios los incas debieron ser rudos guerreros, poco refi­nados y preocupados sólo en extender sus dominios. ¿Qué impresión les causaría la conq uista del rico y próspero señorlo de Ch incha? A no dudarlo su Hallln Curaca gozaba de mucha estima . pues fue el línieo

.~""po,i"ió,,,,.ii,·l del Tahuant insu)'u __________ __ 237

Uevado en andas en el séquito de Atahualpa en la fatídica jorna­Cajamarca. Profundo impacto debió causar a los cuzqueños ha­

;"e ap"deo~do del santuario del dios más importante de los llanos. el los temblores: Pachacamac. Esta especial consideración se de­

t ,pce de la información que los cronistas dan sobre la llegada del triun­finte Thpac Yupanqui como un simple peregrino. y de su humillaci ón

lite el ídolo yunga. Sin embargo, el mayor impacto provino del Chimor. El lujo y

tnajestad con que se rodeaba el gran Senor del Norte, su sobresalieOlc derroche de joyas, obj etos de oro y plata, debieron impresionar a los

nisticos conquistadores serranos. Es muy factible que más adelante quisieran emular a los costeños en la opulencia y en la fastuosidad de SU corte. Ese deseo debió ser una de las razones para el traslado de un ¡ran número de artesanos costenOS al Cuzco, y poder así satisfacer la aecesidad de magnifi cencia de los nuevos amos.

Pero, probablemente, no fue sólo la suntuosidad de la persona y del séquito del Chimu Capae la que influyó sobre los cuzqueños, sino también el despotismo y el absolutismo de Jos señores yungas. Con la conquista del norte, la autoridad del soberano del Tahuantinsuyu se vio reforzada, lo q ue políticamente significó un incremento del poder.

¿Cuántos préstamos cuhura les recibieron los cuzqueños de los

yungas? Difícil dar una respuesta, pero sabemos que uno de ellos fue, faI vez, la creación de curacas de ta categorla soci al yana, y la mayor facilidad para deponer a los señores é tnicos de sus cargos si se mostra­ban poco dúctiles a los deseos delInca.

En cuanto a la propiedad de la tierra y a la política agraria, sabe­mos quc en la costa toda la tie rra perteneda al señor étnico y éste, a su Vez, la cedía a sus súbditos con la condición de partir las cosechas.

Podría ser éste el origen del yanaconaje colonial. Las costumbres coste ñas influirran en el inicio de la propiedad

derivada entre los últimos Incas. E ntre costeños y serranos hubo un extendido intercambio de

prestaciones e influencias tanto en el aspecto lingüístico. como en el tecnológico e ideológico. por lo cual sus fronteras resultan difíciles de

precisar y desbordar.

238 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y form:L~ de resolución de, fl' On JctI:ls

La diarqufa y el poder del Inca

Hasta aquí hemos tralado las clases y la jerarquía imperantes en Tahuantinsuyu. Dentro de esa organización cabe eSlUdiar la diarqu;~ c?mo ,modelo andino y el desarrollo del poder del Inca. Al analizar la SItuacIón de los señores étnicos señalamos la dualidad en e l mando de los curacas y presentamos los casos específicos de La Paz, Capachica y Lima, sobre los cuales existen documentos.

En los dos primeros casos el poder estaba compartido entre los señores de hanan y hurin, acompañado cada uno de ellos por su yanu­pae o ayudante. Sin embargo uno de los dos señores principales deten_ taba el poder máximo y era considerado el jefe de la etnia. Con la creación del Estado inca, la estructura sociopolftica que ya exi stfa per­maneció y se conservó; la organización local se mantuvo, y con eHo el sistema dual. A los cronistas, fuente primaria para la histori a inca, les resultó diffcil dar una correcta interpretación de la información recibi­da o averiguada de los naturales. Más aún , como hombres ocddenta­les, con un modo de pensar propio de su siglo, no tuvieron mayor aperturd para situaciones diferentes de las de la pen(nsula, Es por eso que sus relatos contienen tamas contradicciones y, por Jo general, mencionan costumbres similares a las europeas, para posteriormente desdecirse describiendo situaciones dislintas. Gracias al grdn número de documentos publicados en los últimos tiempos se pueden disipar ciertas confusiones de esa «(historia», que son repetidas constantemen­te por quienes no cotejan la información anterior con las nuevas fuen­tes. Por ejemplo, existió entre los cronistas la equivocada afirmación de que los ha/un runa, u hombres del común, pagaban tributo al Inca ya sus curacas, error que ha sido aclarado por Murra al señalar que el llamado «tributo» consistía en prestaciones de servicio y no en una entrega de productos de sus parcelas de tierra. Con el valioso aporte de Murra (1975) se sentaron las bases para una mejor comprensión del sistema organizativo indígena. Otras inexactitudes de los cronistas son las referencias que dan sobre las costumbres de la herencia de los car­gos, las sucesiones al poder, la carencia de un cómputo anual para calcular los aflos vividos por los individuos, existiendo más bien ona di visión de la población por edades biológicas . Los españoles tampo­co comprendieron la presencia de la dualidad en el comando de los ej~rcitos, de los curacazgos, y por ende del gobierno del TahuantinSu-

"",,,,,"';0"'" social del Tahuantinsuyu ____________ 239

El constante elemento dual se converúa e n una cuatripanición , un modelo social indígena, y por ese motivo propusimos en un

trabajo la hipótesi!'> de que el gobierno inca era una diarquía .,,'ueSl' de la misma manera que los señoríos, es decir por dos per­

dobles. dos de Hanan y dos de Hunn . La infonnación sobre la cuatripartición no siempre es explícita,

halla expresada de manera directa en las crónicas sino cuando autor narra una situación indígena de forma desprevenida. Eso su­

con Malina, el Almagrista ( 1968, p. 68), al decir que en ciertas ;remc,"i,as el Inca acompañado por tres señores subía a una estructu­

que por su descripción parece un luhllll . lo que confirma la cuatri-

En páginas anteriores hemos presentado la manifiesta necesidad de dividir el espacio en cuatro partes. En Jos tiempos iniciales,

It:::~ Manco Capac arribó a Acamaroa. el futuro Cuzco, existían barrios que. al asentarse definitivamente la fratna de Manco y

en posesión de territorios mayores, se tran sformaron en cuatro ¡"'"ri<,s principales. Luego. con la expansión inca, la cuatripartición

que regirse ya no por curacazgos, espacios demasiado restringi­sino por SU)'Il , para poder abarcar vastas regiones. Así se crcó el

fah,uID"in",yu, que significa las cuatTO regiones reunidas (tallUo , cua­n/in, sufijo plural con una idea de unión enlre sf; suyu parcialidad,

sentido amplio de región), sin que podamos precisar si se trató de voz indígena usada an les de la aparición de los hi spanos o si fue composición posterior. Esa de limitación de l espacio fue una neee-­

l 'Ud"d para asentar el sistema sociopolítico; al crearse el Estado, canti­I ',ué, ccm la misma es.tructura que manifestaba desde sus inicios, es de-

sabre la base del número dos duplicado. Cuando tratamos el tema la diarqufa señalamos la dificultad que presenta la cronología de

los reinados por lo confuso de las fuentes. Si confeccionamos una lista doble con los soberanos de hWWI! funcionando simultáneamente con los de hllrin, como lo propone Duviol s ( 1979), obtenemos un lapso muy corto de existencia, es decir que ese esquema corresponde tan sólo al auge de los incas. Esto indica nuestra ignorancia sobre el nú­mero de señores étnicos locales que había untes de la expansión.

Aquella época sería la de los curacas incas que compartían el territorio con jefes de Olras etnias, como, por ejemplo, Tocay Cupac y Pinahua Capac. La propuesta de este siSlema dual en el orden político

240 _ Ejo::mplos de podcrC$. tipos d..: gobierno y formas de rCMJluClón de. , conn¡Ctus

dejaría en la duda todo 10 referente a los Incas anteriores :l la gu I h 1 h·· ,. erra

contra os c ancas y a « Istona» arrancana a parlir del Cllt uentr I.L o~.

lito ton esta etnia. Las excavaciones arqueológicas son muy eStas en el Cuzco y no dan una idea cabal del desarrollo de los gnlpos ¡IIC: en el valle. En el futuro, deberla ser ulla meta desenlrañar loí. enig l1la~ en torno a los inicios de la capital. No faltan investigadore~ qUe ded a_ nlO que roda la llamada «historia» lnca cs sólo un mito, pero elllonccs. ¡,quién o quiénes forjaron el Estado que los csprllioles vieron, Conqui s_ taron y destruyeron? ¿Todo aquello fue también un mito'! No se puede negar la pre~encia del Tahuaminsuyu, hay numerosos testirnoniu~ de indfgenas que conocieron y sirvieron a Huayna Capac. r.:u)'o~ padres ~ ~u vez lo hicieron con Tupac Yupanqui (Informaciones de Toledo, Le­villicr. 1940 t. [l). Recordar tres generaciones no es tarea difídl u im­posible. más aun cuando se cuenta con la ayuda ue qlli¡m. pinturas y cantares. UII factor adicional que hay que tomar cn consideraci6n ~s la carencia dc uml preocupación indígena por la cronología y la ~xac ti ­

luu frente a los sucesos del pasado: esa necesidad parece s~r un con­cepto del Viejo Mundo no compartida por los humbres de estl ,> 1;lti(U­des. Como ya hemos señalado. existió la costumbre inuígetl:l de horrar la ex istencia de un gobernante cuya memoria era considerad<l innccc­sari;. por sus suc~ore.s, sólo pennanecía entre los miembros de su /)(/­noca. Así se ex plica el ensañamiento de los generales de Awhu¡ll pa contra Huascar, la dcstrucción de la momia de Tupac Yup;mqui ) el asesinato de mujeres e hijos de Huascar.

Si hicn cn un principio se puede aceptar el funcionamiento si­multiÍneo de los Incas de ambos bandos, no se puede hacer de ello una ajustad •• cronología. Se podÚI presentar el caso de un soberano longe­VO, C0mo Pachacutec. y es naLUral que tuviese que gobel11ar con varias personas (sucesivamente) de la mitad opuesta. Por regla general la~ expectat i vas de vida eran cortas y se perciben situac iones semejanlt:s en tre los curaca ... (Referencia al señorío de Can la. Rostworowski, 1978), Corno los Incas fueron en sus inicios simples cucacas, p()denw~ aplicaJ al señor del Cuzco los datos dc otros lugares. En la i¡lforma-ción documental, cuando se presentaban situaciones de eSI~ (ipo ~t:

procedía a nombrar a un nuevo señor para suplir la vacante ocasio/la­da por la muerte de nn curaca. sin que el .~eñor de la utra mirad fuera removido del cargo (véase Rostworowski. 1978 y 1977 b sobre el cu· raca de Lurin ka, Hernando Anicama).

"."",~i"ió" social del Tahu<lntinsuyu __ •. _ __________ 2 41

El segu ndo lema de importancia para comprender la potestad del es explicar el mecanismo por e l cual se acrecenlÓ ~u influencia.

Jos inicios del gobierno de Pachaculcc. el ),oberano no ¡enía el do­..uno suficiente para ordenar a I()~ curaca.~ vec.inos a~~tar p~estacio-

de servicios pam la construcción de depósitos, 111 (hspollla de los ~uctoS agríco las y manufaclUrados para colmarlo~ de «bie~cs». rara cumplir con su deseo. Pachacu tec lu vO que recumr a la recipro­cidad, a los grandes dones entregados a los curacas. además de comer

'f beber con ellos lBetanzos_ 196~). . .., , Sin embargo, cuando aparecieron los hispanos la Sltuaclon se ha­

lía transfonnado y el Sapan ln(.;a ejercfa una autoridad absoluta. ¿Qué había ocurrido en el lapso entre la derrota de lo~ chancas y la llegada de Pizarro'! ¿Cómo habían logrado loS soberanus cuzqueños ese cam­

bio de actitud? El factor principal fue la inüIJlidación de los señores de las ma­

croetnias, para 10 cual el Sapan Inca usó diferentes mcdios. En primer togar, el advenimiento de cada nuevo curaea lo<.:a} debb tener la apro­bación del soberano: todo cacique J(sco lo. poco inclinado a la obe­diencia era removido del cargo y en su pueí.¡o nombraban a un perso­naje más su miso. Durante la expansió n. cuando el Inca se veía obligado a usar las armas en vez de la reciprocidad . el cmaca venc ido era llevado al Cuzco para la celebración del triunfo y luego era ejecu­tado, Algunas veces, en su lugar era desig1lado por señor un persona­je de categoría social yarw más obediente a la autoridad de l Sapan

Inca. Algunos cronistas mencionan que todo curacazgo dcbía envi ar

uno de sus curacas duales a que habitase el Cuzco , quc residía en la ZOna geográfica correspondiente a su región. de acuerdo a la eosmovi­sión que se tenía. Los caciques de mayor antigliedad integraban la ór­bita cuzqueña y habitaban más cerca del centro. Un ejemplo de esta afinnación, como ya men cionamOS, se halla en las Probanzas de don Gonzalo, euraca de Lima. En el ti empo de la fundación de la ciudad de Los Reyes el viejo Tauliclmsco era su c.:uraca_ micntras el segundo señor llamado Caxapaxa. residía el1 el Cuzco lRostworowski, 1978; 1981-1982 ). La permanencia de lus jefes «provincianos» en la metró­poli era una fonna de mantenerlos como rehenes en ca~o de una rebc­Iión, y respondían con su vida a cualquier intento de alzamiento.

Los métodos para amedren tar a las masas eran di stintos de lo"

242 _ Ejemplos de podere~. tipos de gobierno y formas de resolución 0.1 . • ~ C()nOlclOs

aplicadus a los señores. En una región sublevada, o poco seg'" , . . ' pro_

cedfan a deportaciones de una parte de sus habJlantes, el1viándol '.. ~~

caildad de 11/lfmaq a zonas distantes, en donde se veían rodeados gente extraña y adversa de la población originaria, que hahía sido =~ plazada para hacerles un sitio.

En otras ocasiones, quizá cuando se trataba de pri sioneros de guerra o de sediciosos, la gente removida pertenecía al eSlatu~ de )'anu

O sea que perdían todo contacto con sus ayllllS. Sin embargo, al tiem~ po de la gran expansión territorial, la condición de los mitmaq ~e Con. fundfa con la de los yuna debido a las enonnes di standas. que forzo. samente desligaban a los mitmaq de sus pueblos y de sus aylllls de origen. De ahf el frecuente enredo que se encuentra en los do¡;;umcntos entre estas dos categorías sociales.

Se dio también el caso de un pueblo acusado de haber conspira. do contra la salud del Inca por intermedio de los embrujos de una huaca. Las represalias no tardaron, malaron a toda la pobla¡;;ión masculina, dejaron con vida sólo a los niños y a las mujeres (AGl. Ju sticia 413).

El poder y el prestigio adquiridos por los Incas les permitió do· minar y ejercer un control sobre los señores subalternos unidos a ellos por vínculos de parentesco y reciprocidad. Sin embargo, esta potestad del soberano, por grande que fuera. no tenía en su origen fundamemos sólidos ni durables porque no se asentaba en una verdadenl íntegra· ción de las macroetnias con el gobierno cuzqueño.

Un último método para subyugar a los jefes y al puebl o era de tipo psicológico y consistía en enviar al Cuzco sus más importantes huacas. En la coyuntura de una rebelión, los pueblos alzados sabían que un castigo podía ser aplicado sobre sus ídolos y huacas.

El Estado inca no creó sentimientos de unión entre las mileroet· nías ni ll egó a integrar a la población del Tahuantinsuyu, debido a que persistió el arraigo local y prevaleció una conciencia regionalista. Lo~ aylfus se cohesionaban en torno a sus propias huacas, a sus señores. con ellos se identificaban los hombres del común y no con los gran­des, lejanos y temibles soberanos.

_ .. ,,:'oi". ,oc" ll del Tahunnlinsuyu ____________ 243

lIe:,iones finales

del Ta/llIamillsuyu narra la gesta de un pequeño curacazgo en la inmensidad de la ¡;;ordillera andina que se convirtió lue­

un gran Estado. Es la narración mitica de sus inicios y de la le­guerra contm peligrosos y numerosos enemigos. E.<; la epope­

de un pueblo ágrafo que supo beneficiarse de las experiencias de culturas que le precedieron en elliempo, co nocimientos 10-

por los habitantes de los Andes a través de milenios. Los incas asumieron aquel pasado y lo transfonnaron hasta al­

una hegemonía continental en la región occidental de América Sur. Los naturales estructuraron modelos organizativos que asom­

al mundo europeo y sirvieron para que se creara la utopía de un "".de. d,,",I, el hambre, la necesidad y la mi seria estaban proscritos.

La originalidad de las cu lturas andinas radica en su aislamiento y el ingenio de sus habitantes para superar las monstruosas diticulta­del medio ambiente. Sin embargo este Estado sucumbió ante un

de forasteros arribados a sus costas. Sucumbió por la debilidad su propia formación y por los mismos moti vos que intervinieron en origen de su expansión. A medida que creció el Tahuantinsuyu y se

!Iw<g'''''' extraordinariamente sus fromeras, sucedieron cambios en el y métodos de sus conquistas.

En los inicios, las luchas tenJan por objeto conseguir los despo-de los vencidos y obtener un botfn que enriqueciera al curaca ven­

Ias guerras se efectuaban en lugares más o menos cercanos al y los enemigos eran los mismos a través de varias generacio­

de gobernantes. El deseo de acciones de rapiña acompañó a los I "jé.·citos de todos los bandos.

Después de los enfrentamientos entre chancas e incas, de los l eu"les salieron victoriosos los cuzqueños. el objetivo de las guerras

incaicas cambió. y la meta principal fue adueñarse de fuerza de traba-ajena a través de la expansión territorial. El sistema de la reciproci­

dad evitó en la mayoría de casos los enfrentamientos militares. Sin embargo este método trajo consigo consecuencias no previstas. La ne­cesidad de tener acumuladas enormes cantidades de productos agríco­las de subsistencia y de objetos manufaelUrados para hacer frente a las constantc.<; demandas de la reciprocidad obligó a los sober.t.I10S no sólo a acelerar la producción agrícola con di~tinlas tecnologías y métodos,

244 _ Ejemplos de poder~s, tipos de gobierno y fonnas de resolución de con .... aletos

sino al empleo masivo de mitmaq y yana que prestaban servicios en las tierras estatales y cuyos frutos iban a colmar los depósitos guber_ namentales. El Estado se veía presionado a dar un mayor número de continuas dádivas a los señores de diversas categorías y a los innume_ rables jefes militares. En páginas anteriores vimos la deserci ón de Un

general cuzqueño y de varios Orejones porque no fueron gratificados según las reglas exigidas por la reciprocidad.

A medida que se expandía el Estado aumentaba también la nu­merosa clase administrativa perteneciente a la nobleza cuzqueña, que debía ser satisfecha constantememe y sin tregua. Igualmente los miembros de las panaca esperaban donaciones para mantener su fide­lidad al Inca reinante a pesar de que gozaban de haciendas en los luga­res privilegiados del agro cuzqueño. A estas exigencias se añadía el costo del sostenimiento de los ejércitos permanentemente en campa­ña; las pretensiones de los sacerdotes de los santuarios y huacas pode­rosas que debían ser aplacadas con dones para conservar su protección y neutralizar sus posibles descontentos, que serían funestos para el Inca.

Tantas y tan tremendas demandas de productos estatales exigían una inflexible e ininterrumpida compensación. Para la economía inca, la reciprocidad fue como una vorágine perpetua cuyo paliativo de nuevas conquistas y anexiones territoriales traían como resultado una crecieme necesidad de aumentar los «ruegos,> y «dones». El Sapan Inca se veía invariablemente apremiado a hallar mayores fuen tes de productos y de riquezas paTa cubrir las demandas incontrolables y foro zado a buscar la solución en nuevas conquistas.

Fueron las mismas instituciones que en los inicios permitieron el desarrollo del Estado inca las que le dieron una gran fragilidad y lo hicieron vulnerable en muchos aspectos. Además, la falta de una ley adecuada para las sucesiones dejaba el campo libre al «más hábil" de los pretendientes. Si bien esta costumbre había permitido la sucesión de tres personajes de gran capacidad, como lo fueron Pachacutec, Tu­pac Yupanqui y Huayna Capac, ese mismo hábito desató la guerra ci­vil, una guerra que por las proporciones del Escado adquirió un carác· ter continental y facilitó la conquista española.

Más aun, la permanencia de los soberanos difuntos como si estu· viesen en vida confería cn sus inicios un respaldo, una aureola y una continuidad al gobierno de Pachacutec. Pero, con el correr del tiempo,

composición social del Tahuantinsuyu _____ _ _ ______ 245

número de momias, de sus mujeres y servidores fue en aumento y •• , .. ,>116 una amenaza para el Inca reinante, pues sus alianzas, privile­

;os e intrigas daban lugar a bandos políticos cada vez más poderosos y amenazadorcs que debían ser mantenidos constantemente en raya

COn cuantiosos donativos, Así, las instituciones que habían permitido la creación del Esta­

do inca se volvieron contra sus gestores y empujaron a sus gobernan­tes a una expansión sin límite. La situación se agravó durante el corto ¡obierno de Huascar, que para solucionar sus problemas amenazó con despojar a los antepasados reales de todos sus bienes. Paradójicamen­te, ia genealogía vivieme fonnada por las momias de los soberanos fallecidos , cuyo fin fue dar testimonio del pasado a un pueblo ágrafo y comunicar un halo dc gloria al Estado inca, con el transcurso del tiem­po había acumulado tantas riquezas y tanto poder que dio lugar a que sus descendientes se dedicaran a conspirar en beneficio de su favorito Atahualpa. Esa fue la causa directa de la ruina de Huascar; su enfren­tamiento con las panaca resultó contraproducente para él y determinó SU caída,

El espectacular denumbe del Estado inca se produjo por una se­rie de motivos que se pueden dividir en dos tipos: las causas visibles y Ia's causas profundas. Los fundamentos visibles son bien conocidos y fueron: la guerra fratricida que mantuvo dividido el poder y el mando, el factor sorpresa aprovechado eh la emboscada de Cajamarca, la su­perioridad tecnológica europea referente a sus armas, es decir, los ar-cabuces, falconetes, espadas de acero, y finalmente la presencia del caballo. Todas estas razones pesaron en los acontecimientos pero no fueron los únicos que determinaron el triunfo de los hispanos. Existie­ron otros elementos que actuaron de manera decisiva en la derrota in­dígena, a saber: la falta de integración nacional, por no tener los natu­rales conciencia de unidad frente al peligro extranjero, la carencia de cohesión entre los grupos étnicos, el creciente descontento de los grandes señores «provincianos), frente a la política de los soberanos CUzqueños, secundado a su vez por la mita guerrera y el aumento con­siderable del número de mitmaq y de yana. Examinemos en detalle estas afinnaciones trascendentales para entender el porqué de los su­cesos.

El Estado inca no fue considerado por los naturales bajo el con­cepto de una nacionalidad, No sabemos si la palabra Tahuantinsuyu ,

246 _ Ejemplos de podcro!s. tipos de gobierno y fomlas de resol '. IJCI o de Conlli

"" las cuatro regiones reunidas entre sí, que contiene una 'd d -. . ¡ ea Cinte cIón, fue usada y conocida an tes de la conquista español- grao

o . ' a, porque ap rece a partir de finales del siglo XVI (Avil a 1966 c '~p 17- G a-

. . ""', uarná Poma, 1980, p. 160). QUIzá se traló de una definición aplicad d n de la invasión para comprender la división espacial exist a espu~s . ' ente desde

tlempo atrás, mas no manifestada como una voluntad de urtidad L<J. hegemonía inca no intentó anular la existencia de los g -

- - é . . randes senonos InlCos porque sus estructuras socioeconómicas se apa b en ~l~os, como no. s~primi6 sus particularidades. Al Inca le b:s~a: reCibir el reCOnOC!ffilcnto de s~ poder absoluto que le daba acceso a la fuerza de trabajo para cumphr sus obras de gobierno, además de la designación de tierras estatales y del culto. Aparte de estus ex.igencias cada macroetnia conservó sus caraclerísticas regionales sin q", ' . • ,en n.lngun mo~ento, el Estado cuzqueño procediera a anular sus singula­ndadcs (Salg~es, 1986) .. La única medida centralizadora ordenada por el Inca fue la Implantación de una misma lengua en todos sus territo­rios. Naturalmente la intención era facilitar citrato y la administración ante la pluralidad de idiomas y de dialectos locales, pero no podemos decir si en el intento existió una idea de cohesión . La mención de los españoles a una «lengua general del Inca» muestra que los idiomas en el ámbito andino no gozaban de nombres propios, pues a e llos se refe­

rían como «el habla de la gente». Si la identidad a nivel Estado parece bastante dudosa, veamos si este sentimiento se dio entre los señorfos locales. Ah( también la tarea es difícil. los cronistas nombran «pro­vincias» y «repartimientos» con bastante imprecisión; denominan por ejemplo a los conchucos, los cajamarcas, los lucanas y otros. sin en­trar en detalles; no nombraban sus componentes étnicos, ni sus territo­~i~s: Pizarra, con el afán de contentar a numerosos conquistadores. }nIeló la creación de los «depósitos» de encomiendas y procedió, sin ningún miramiento, a divisiones arbitrarias de los antiguos curacazgos indígenas.

Otra medida que desarticuló las estructuras andinas fue ordenada por Toledo al crear las reducciones. los naturales se vieron obligadoS a abandonar sus poblados, a veces dispersos, para habi lar nuevas al­deas organizadas bajo el patrón español . Las injusticias cometidas con la creación de las encomiendas y de las reducciones hicieron que las llamadas <\provincias» virreinales no siempre se correspondieran con los grandes curacazgos andinos existentes en tiempos prehispánicoS.

"",,,,,"60 social del Tahua$1tinsuyu ____________ 247

estOS sucesoS dificultan la reconstrucción de las demarcaciones anteriores. Las etnias andinas se vieron mutiladas y recOrla-

1 cual entorpece el esfuerzo por investigar el pasado. ¿Cuáles oh -

los elementos que pennitían a las poblaciones del Ta uantLllSu-

!';~ id"llificolrse con sus macroetnias respectivas? En el análisis de la :~IIU'lCit,o encontramos que los sei'iorcs de antigua raigambre cjercie­

una cohesión entre sus miembros y crearon entre ellos los elemen­necesarios pam formar una integración a nivel de los curacazgos. bases principales fueron: la unidad mítica de origen, la pacarilla;

~ll "li-,dadde lengua o dialecto local hablado por el grupo; la identidad el atuendo, y, por último, la unidad económica y política. Rclome-

IDOS cada punto mencionado. Los mitos y las leyendas señalaban a ea,da grupo su lugar de procedencia. Los incas decían haber salido de

.. a cueva, los chancas de las lagunas de Choclococha y de Urcoco-Ouos aylllls eran oriundos de un cerro determinado, o indicaban

haber emergido del mar u aIras. Las huacas regionales y sus mallqui O antepasados momificados. agrupaban a sus descendientes ~ .a !'tUS

fieles en torno a ellos, a ello s sacrificaban y daban ofrendas pIdiendo t- pr<,te<,ci',o y amparo. Cuando los mitmaq partían a tiew.Ls lejanas l1e ­

vaban consigo a sus ídolos. El humilde runa en caso de necesi dad lCudía a sus propias huacas y no al Sol de los incas o a Huanacauri,

l qul: plrotoablernellle le infundían miedo y pavor. A pesar de la obligació n de hablar la «lengua general». los pue­

blos conservaron el uso de sus idiomas o dialectos locales. En las Re­laciones Geográficas de Indias (1881) hay numerosas menciones a l.as lenguas existentes en cada lugar y les decían hahua simi o lenguas afuera de la general (Torero, 1984; Cerrón Palomino, 1985).

Otra identificación local entre los narurales era su aluendo regio­nal como una confirmación de que los grupos se sentían distintoS un¿s de otros y se reconocían como tales. Cieza de León es el cronista que proporciona mayores detalles sobre los modos de vestirse en el Tahuantinsuyu. En La crónica del PerlÍ (194111550) cuenta que en Tumbes y en Siln Miguel usaban en tomo a ta cabeza unos tejidos de

lana redondos, adornados con objctos de oro, plata O chaquira. En Ca­jamarca lucían en la cabeza unas bandas con cordones como cintas delgadas (cap. LXXVI), en cambio, los e hancas traían el cabello lar­go, trenzado menudamente. también con cordones de lana atados de­bajo de la barba. Los callas usaban bonetes de lana llamados c/mco. y

---

248 ___ _ Ejt:mplos de podcrc" tipos de gobierno y fonnas de resolución de' .., . ~onJJ]~10S

las mujeres, unos «capirotes» adornados con medias 1 unas de 1 . . p~

(véanse dibuJos de Guamán Poma). Largo sería detallar las no(,· . Clas

sobre las prendas étnicas, y es posible que entre los mochkas cad: oficio o especialización estuviera indicado en sus tocados , además d: señalar la condición social de cada individuo.

En el capítulo anterior tratamos los modelos econónticos serra_ nos y costeños, y vimos cómo los curacazgos crearon sus propias eco_ nomías locales que comprendían una reciprocidad (minka), redistribu_ ción, fuerza de trabajo para el señor étnico y demás, con diferencias locales como las de los chinchanos y sus viajes de larga distancia.

Estas reflex.iones sobrc la identidad andina muestran quc el Esta­do inca no llegó a plasmarse en una integración nacional. Su acción se limÍtó al reconocimiento y al aprovechamiento de los recursos hurna­nos y territoriales en poder de los señores étnicos. Con el examen de la sociedad andina de finales del siglo xv destaca una sociedad jerarqui­zada, que antes del dominio inca estaba compuesta por macroetnias gobernadas por sus curacas, quienes a su vez tenían bajo su autoridad a una serie de señores menores, y si bien en este sentido su estructura no varió, el advenimiento de los incas significó para los grandes señores una pérdida de poder y de buena parte de sus riquezas. Los elementos rentables en el ámbito andino fueron, en primer lugar, disponer de fuer­za de trabajo para ser empleada en beneficio propio de los curac¡¡~, Al fOffil¡USe el Estado, esa mano de obra disponible pasó a ser de usufruc­to dcl gobierno central. El segundo elemento rentable fue la posesión de tierras: ahora bien, las mejores tierras de un «señorío>~ fueron con· fiscadas y pasaron a pertenecer al Estado, y con ellas los productos que iban a llenar los depósitos estatales. Además de la notable disminución de los recursos, los curacas se vieron amenazados con la posibilidad de ser despojados del mando y reemplazados por personajes fieles a los incas. Se puede vislumbrar que estas medidas fomentaron el empobre­cimiento de los señores étnicos durante la hegemonía inca, y su riqueza pasaha a manos de la élite cuzqueña. A manera de compensación , el Inca, de acuerdo con la reciprocidad, gratificaba a los euracas con dá­

divas y dones, pero no dejaba de ser un espejismo para disimular sus menguadas posiciones. Si bien esta situación era la de las clases privi­legiadas, igual descontento existió emre las populares. Para los rUIIO

representó pasar de manos de la autoridad de los Hatun Curacas locales al poder absoluto del Inca. Para los hombres del puehlo ese cambio

composición social del Tahoantinsoyo ______ _ _ _____ 249

\/0 varios aspectos, para muchos de ellos significó ser desplazados en :Udad de mitmaq, enviados a ex.traiías tierras, y si bien marchaban al exilio acompañados de sus propios curacas subalternos, estaban con­uotados por los administradores cuzqueños. Otros perdieron su condi­ción de hatun runa para convertirse en yana, lo que representaba rom­per todos los nexos y vínculos con sus orígenes. Más aun, la necesidad de cuantiosos efectivos para llevar adelante las guerras norteñas obligó • un largo alejamiento de los hombres fuera de sus pueblos. Para los que permanecían en sus villorrios esa ausencia de fuerza de trabajo jocal tenía que ser suplida por ellos, lo que debió influir en una baja de

la producción de los lI)'llus. Las largas ausencias y los peligros de las guerras dieron por resultado que un gran número de soldados no retor­naran a sus pueblos y aumentara en los ayllus la pérdida del factor bombre. Una innnegable situación de descontento debió reinar entre los señores y entre la clase popular, insatisfacción que fomentó y dio lugar a un deseo de sacudirse la influencia inca. Estos sentimientos explican la buena acogida otorgada por los naturales a las huestes de Pizarra. Sólo después, con las miserias y los sufrimientos que se aba­tieron sobre el pueblo durante la colonia, surgió una añoranza por el

pasado inca. Por estas razones, los grandes señores, junto con sus runa se ple­

garon a los españoles y ayudaron con sus ejércitos y con sus bienes a la conquista hispana. Por esos motiyos no fue un puñado de advenedi­zos quienes doblegaron al Inca, sino los propios naturales desconten­tos con la situación imperante quienes creyeron encontrar una ocasión favorable para recobrar su libertad. Si sus cálculos fallaron fue debido a la natural ignorancia de los acontecimientos futuros, ellos no cono­cían los deseos imperialistas de la corona española ni sus extensas conquistas en México y en el Caribe. Los indígenas no podían prever los sucesos ni el arribo masivo de un mayor número de invasores. Apoyaron a los españoles porque vieron en ellos una oportunidad para sacudirse de los soberanos cuzqueños, momento favorecido por Jos cambios en el poder. De no haber llegado nuevos contingentes de europeos, los naturales hubieran desbaratado a los extranjeros y recu­peTado su autonomía. La fragilidad de las bases sobre las cuales repo­saba el Estado inca era excesiva pafa hacer frente a la rebelión de los grandes señores andinos y a la conquista europea con superior tecno­

logía.

250 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y formas (le resolución de cO.O · Jeto!¡

El destino del Tahuanlinsuyu cambió para siempre . ... handonó su hislórico aislam ien lo para ingresar en el concierto de las n acione.~ del Nuevo y Viejo Mundo.

Glosario

ayllu: Linaje, genealogía, parentela o casta.

ceque: Rayas, líneas, término. En el Cuzco irradiaban del templo del

Sol y en cada una de estas líneas imaginarias se situaba un número de huacas a cargo de determinados ayllus.

caya: Reina. mujer muy principaL hanan : Arriba. hatun: COsa grande o superior.

hOfllll nUla : HombTe grande, cuando el varón se c¡¡ saba y ilsum ra la plenitud de Su edad.

huaca o guaca: Templo del ídolo o el mismo ídolo. hl/aranga: El número mil, en e l s istema organizativo numero ideal de

hogares. hurin: Abajo .

mita: Vez, lumo, tiempo, periodicidad. mitmaq o mitimae: Perso nas e n viadas a un luga r ex traj'¡o a cumplir

una tarea estatal

panaca: Linaje real. pachaco: Número cien, en el sistema organizmivo.

quipu: Cuerdas de distintos colores y nudos que servían para contabi­

lizar objetos y también hechos históricos.

sapa inca de sapa: Grande. Inca princ ipal sobre los demás.

suyu : Parciali dad; hanan .myu, parcialidad de arriba; II/Irin SU)'II: par­

cialialidad de ab ajo.

ushnu: Pequeña estructura de piedra situada en medio de plazas prin· cipales que servía de trono para los Incas durante ciertas ceremO­

nias o ritos.

yana: Criados, servidores.

yanacollaje: Sistema de servidumbre.

~",,".,,", ; 6" social del Tahuantini'uyu ____ _____ ____ 251

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~:~~I~~[s~o~cial . normas y poder. ti jurídico e n América Latina*

W(Jlfgang Gabbnl

ntrop"logía jurídica. globalizaci6n y autonomía

los años ochenta del siglo xx se nota un creciente interés por la jurídica y, en particular, por los problemas del «pluralis· que puede ser definido como la coexistencia de diferen­

jurídicos en un mismo espacio geopolítico. l En las comu­indígenas de Améri ca Latina, por ejemplo, se s iguen

formas de regulación de conflictos y de control social que en menor o mayor medida del derecho oficial, y por ende en

.. .. ch,"'c"'ms son consideradas ilegales por los cstados.2

El creciente interés en 101 antro'pologia juríd ica se debe, entre cosas, a tres procesos redentes:

ha intensificación de las relaciones económicas, políticas y cultu­rales entre los países del mundo y el rápido crecimiento de los mo­vimientos migratori os internacionales (procesos que se podrían resumir con el término «globalización))) han multiplicado la inte-

• Una versión anterior más breve de este texto apareció en Pérez Galán. Beatri7., y Dietz, Gunther (eds.), G/Qbali!aci6n. res/.Hencill )' 11l!g/lciaci6n en Américl/. Latina, Catarata, Madrid, 2003, pp. 127-142. 1. Para esta definición véanse también Yrigo)'en Fajardo. 1999, p. 346; Mcrry. 1935, P. 869; Griffiths. 1986. p. 2. El pluralismo jurídico pue<le resultar de una situación tolooial, ser fruto de un~ revolución o consecuencia de In presencia de actores ¡mnsna,

un país ($oU'ill Santos, 1998). hablo del «derecho naciull;.I,. cuando me refiero a los .~istemas

. ';:~;:~~~,~~~ . de AmériclI Latina, parlI evitar confusiones posibles con los órde-~ los estados en los pa(scs ¡.:on con~t¡ludones fcderdles.

254 _ Ejemplos dc poderes, tipos de gobierno y formas de resolución d . e ConflICtO!,

racción entre individuos o grupos con trasfondos c ulturales e . . 'di d'" Ideas Jun cas I eren tes en los mismos espacios. Incluso las sociCd'

d·· I ad,,, que 1m IClona menle se considemban homogéneas tienen q d ue aro se cuenta de que en realidad son multicultunlles.

2) La propagación de los derechos de las minorías es ampliamelUe aceptada por la opinión pública intemacional. En el año 2007 . , por ejemplo, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprubó la «Declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas». Eso se debe en gran parte al intenso trabajo político de numeroso~ repre_ sentantes de poblaciones indígenas especialmente de América del Norte y América Latina_

3) Duranle las últimas décadas en la gran mayoría de los pafses del mundo se ha criticado fuertemente e l rol central del estado en la economía y en la sociedad. Las organizaciones internacionales más importantes como el Banco Mundial o el Fondo Monelario Inter­nacional se han declarado a favor de los principios de subsidiarie­dad, descentralización y del fomento de organizaciones no guber­namentales. Ello favorece el respelO hacia los mecanismos locales de administración y resolución de confliclos.

Ln di scusión sobre el pluralismo jurídico ha sido impulsada sobre lodo por organizaciones indígenas que han emergido a partir de los aiios selenla del pasado siglo en los niveles local, nacional e inlernacionul.\ Frecuentemente, estas organizaciones, además de reclamar mejoras económicas, sociales y culturales, exigen derechos políticos. Recla­man autonomía política y el estatus de «pueblos» para los grupo~ indí­genas. 10 que implica el reconocimiento del derecho indrgena consue­tudinario.' El derecho tiene mucha importancia porque se considera que la presencia de un sistema jurídico propio es un rasgo deci sivo para el olorgamienlo del estatus de «pueblo indígena~), lo que es una de las bases para la reivindicación de la autonom(a.~ De esa manera,

3. P~ra una di s¡;us ión de estos procesos de movili~aci6n, véas.: por ejemplo Gabberl ( 1999~ ).

4. Púr ejemplo. vé~n.\e: Encuentro Continental de Pueblos Indios. 1990, p. 2, 7 \1 .\~.: CN I, 2001: GÓmez. 1993, p. 12. • 5. CC. por ejcmp lo U.N. Suocommission un Prcvcnt ion of Oiscriminll, ion and Pru' ¡eclion ofMinoritil:s, U.N. Doc. ElCN.41Sub.211 98617/Add.4, ~ra. 379 [ 19116[. ¡;iladu en Anaya. 2004. p. 10. nota 2. Los .. pueblo~ indfgena.~,. son delinido:o¡ adclll:is como

social, normas y poder. ( ... ) ___________ _ __ 255

::~~:~;;~~~~~::::, indígenas adoptan discursos difundidos por organi­imernacionales como las Naciones Unidas o el Banco Mun­

durante las úlLimas décadas, que son sostenidos, además, por nu­f ,,,,,ro,;osjuristas y ciemíficos sociales.b

Pero la reclamación a favor del reconocimiento de las formas iDdfgenas de control social y resolución de conflictos (el derecho con­suetudinario) es también una respuesta a los graves defectos de los sistemas jurídicos nacionales. En muchas partes de América Latina, por ejemplo, desde la época colonial. una persona capaz de demostrar el uso permanente de tierras supuestamente baldías ha podido adquirir derechos de propiedad sobre estos terrenos. En las regiones de bosque tropical esta tradición jurídica ha perjudicado frecuentemente a los JfUpos indígenas locales. Muchas veces sus tierras han sido reclama­das por colonizadore~ o ganaderos. porque en la economía indígena, basada en la agricultura de roza, lumba y quema, así como en la caza y pesca, una parte imponanle del área necesaria para garantizar la su­pervivencia quedan sin usar durante períodos prolongados (MünzeI. 1977, pp. 300 Y S<. Y 1985,p.12).

Además, en muchos paíse~ latinoamericanos los sistemas jurídi­(OS y policiales se caracterizan por la ineficiencia, la corrupción y la intromisión de intereses polílicos. Los procesos y procedimientos son largos y OOS[Qsos, y los miembros de las capas sociales bajas, lanto indígenas como no indígenas, muchas veces sufren la di scriminación de los funcionarios. Frecuentemente no hay traductores en los proce­sos, lo que da lugar a que muchos indígenas sean encarcelados sin saber por qué (Gómez, 1993, p. 13; Gabbert, 1999b, pp. 373 Y ss.; Garra, 1999).

En términos políticos , es perfectamente entendible que las orga­nizaciones indígenas adoplen el discurso del derecho internacional porque están buscando apoyo para llevar a cabo sus reclamaciones. muchas veces legítimas. Sin embargo, en la discusión sobre la rela­ción entre el derecho consuetudi nario y el derecho nacional frecuente­mente se dejan de lado aspectos de suma importancia tanto para el

grupos no d01ninantes que tienen una continuidad histórkll con las sociedades anterio­res a la colonización, una idenlidad ~tnica. patronc~ culturales propios e instituciones sociales. 6. Por ejemplo: Cololllbres. 1982, p. 234; ChaM: Sardi, 1987; Góme7 .. 1990, p. 372: Anayll., 2004, pp. 58-72, 100-106.

256 _ Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y fo rm3S de resulución de w n' n Iq<J~

análisis cien tífico como para la realúación de reformas polílic' I

' 4~ o que sIgue voy a discutir algunos de eSIOS aspectos a saber I f . ,. ., , 3 rag_

menlaClón ~hllca de la población indígena, su heterogeneidad cuhu. ral , la relac ión entre derecho y estructura soc ia l la vinculación . . ' entre el de,fecho cons~eludmano y el derecho nacional. los orígenes fre_ cuentemente reClcnte!'. del derecho consuetudinario y las relaciones de

poder en las poblaciones indígenas. EmpIcaré sobre todo eJ'cm I .' d M ' . pos

emplncOS e eX1CO, que es uno de los países de América Latina con mayor número de indígenas (más de seis millones).

Fragmentación política

Tanto la discusión política como el debate científico sobre el mullicul­

turalismo, la autonomía y el reconocimient o del derecho consueludi­

n.ario indígena se basan frecuentemente en conceptos q ue pueden l·on.

slderatse obsoletos en la antropología actual. Por ejemplo, algunm de

los representantes más importantes en la discusión aClUal sobre. mu lti­

culturalismo, como Charles Taylor y WiII Kyml icka, consideran la

«cultura» s implemente como un sinónimo de la «nación » o e l «pue­

blo» y definen estos términos como grupos de personas que persiguen

~n fin colectivo (Tay lor. 1993, p. 20; Kymlicka. 1995 , p. 18). Estos mtelec tuales y las organizaciones indígenas rc tom¡m e l modelo tradi­

cional del e stado nacional, sólo que lo trans fieren a un nuevo sujeto de

derechos: los «pucblos indígenas» o minorías étn icas. En ambos caso~ se justifican derechos políticos con la supuesta presencia de una co·

munidad cu ltural orgánica. Tales ideas se re fl ejan también en la legis­

lación reciente. La constitución mexicana modificada en 200 I dice, por ejemplo:

Esta Constitución reconoce y garanliza el derecho de lo~ pueblos a la,

Comunidades indígenas a la libre determinllción y. en ¡,:onsecuencia, a la autonomía para: I. Decidir sus forma~ internas de convivencia y urcr¡¡ni­¿ación social, e{:onóll1ü:a. política y cullUral. 1I . Aplicar sus propiO: sis" tema.~ normativos en la regulación y solución de sus conflictos iolemOS. sujetándose a los principios gencral e.~ de esta Constitución. respetando 1m. garantías individuales, l o.~ derechos humanos y. de manera rdevan-

,,","""" M~ ;; ,< ll IIQnnas y poder. ( ... ) ____________ 257

te, la dignidad e intt:gridad de las mujeres,. (Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. 14 de agosto de 2001, en Lópe1. Barcenas,

2002. p. 194).

Tal noción romántica y hOnlogcnizante sigue presente a pesar de que

)oseph Rothschild ( 198 1), Paul Srass ( 1991) y otros han mo!>trado que

)os grupos é tn icos y las naciones no son colectividades homogéneas y políticamente unidas. Ya Max. Weber (192 1) y. más tarde, Frederic

Barth (1969) señalaron que no hay una relación directa entre lengua.

religión o costumbres compartidas (elementos relacionados con la ce­

¡nunidad culLural) y la cohesión soda!.

Por lo tanto. es generalmente incorrecto llamar «pueblos. indíge­

pas» a las colectividades de limitadas según criterios lingüísticos en

América Latina. Tan s610 en México hay 62 de estos grupos lingüísti­

cos, con tamafíos muy di stintos. Así, mientras hay más de 2.4 mi110nes

de hablantes del nahuatl , e l censo d e 2()(X) menciona solamente 363

hablantes del papago. Además, los grupos lingüísticos grandes abar­

ean varias lenguas que no son mutuamente entendibles (CD1. 2007; Diaz-Polanco, 1997, pp. 76 Y ss.; Diaz-Couder, 1991 , pp. 143 Y ss.

Smailus. 1990, p. 263). Muchos de estos grupos viven dispersos a lo

largo de te rritorios inmensos en áreas frecuentemente no colindantes.

Es frecuente, sobre todo en los grupos lingüísticos grandes y me­

dianos (con más de 10.000 h~blantes), que no haya habido una cohe­

sión social que integre a l conjunto de los hablantes de la lengua. Esto

es aplicable , por ejemplo, a los ha blantes de nahuatl y zapateco en

México o de aymara y quechua en Boli via y el Perú. La mayoría de

los hablantes se han definido fundamentalmente como miembros de una

comunidad locaJ.7 Entre comunidades colindantes no son raros los

conflictos sobre licrras. o derechos d e agua que terminan en violencia

(Dennis , 1987 ; Zárate. 1991, p. 119). El predomini o de la comunidad local como el nivel más impor­

tante de integraci ón social enlre la población indígena en muchas par­tes de América Latina se debe a la política colonial de España, basada

en un sistema de dominación indirecta. En contraste al lndirect Rule británico. la administración colonial española destruyó o ignoró las

7. Por ejemplo, vtan~: Wh;lcOOIlon, 1977. pp, 219, 246-253; Aloo. 1979. pp. 481-483; Spores. 1984, pp. 208-225; Dennis. 1987, p. 33; Diel:l., 1997. pp. 165 y !;S.

258 _ Ejemplos de poderes, lipos de ,gobierno y fonnas de resolución de COllo;

"'" fOImas de organización política supralocales y uató a cada comunidad indígena como un ente administrativamente autónomo (Caso el (jI

1954, pp. 144-149; G. Collier, 1976, pp. 195 Y SS .; Favre, 1984, p~: 138 y SS.; Farriss, 1984, pp. 148-151 , 188,357). De la situación de fragmentación esbo zada resulta que las instituciones políticas que pu. drían figurar como sujetos de derechos de autonomía serían una crea_ ción nueva cuya legi limidad no se derivarla de su tradicionalidad sino de su carácter representati vo.

A pesar de que las políticas de autonomía en América Latina pre­tenden preservar comunidades étnicas existentes y sus tradiciones, en realidad pueden estar fomentando procesos de emergencia de una Con­

ciencia étnica no muy diferente de los que vivió Europa en el siglo XIX .

En ambos casos, grupos relativamente pequeños tratan de diseminar la conciencia de pertenecer a una comunidad de destino entre poblaciu­nes bastante heterogéneas fundando sus reivindicaciones políticias en el supuesto de que estas comunidades ex.istían ya en un pasado remOlO (ef. eNI, 2üO 1).

Heterogeneidad cultural

En la discusión sobre el derecho consuetudinario se supone genera l­mente que se está ante un corpus coherente de normas tradicionales, aceptadas por los mi embros de los grupos indígenas, de manera que el estado DO necesita más que reconocerlo (Regino, 200 1; Díaz-Polanco_ 1997, p . 56; Irigoyen, 1999, pp. 356. 365). En reaJ idad, con frecuencia hay diferencias culturales importantes en aspectos jurídicameme rele­vantes, como son la sucesión hereditari a o la di visión sexual del traba­jo, incluso entre comunidades del mismo grupo lingüístico . En algu ­nas comunidades de los Altos de Chi apas (como Zinacantan, Oxchuc y Chenalhó), en México. solamente los hijos varones heredan (ierra para el cultivo, mientras que en otras (como Chamula y Amatenango) las hijas pueden heredar también (Laughli n. 1969, p. 166; Küh!er. 1975, p . 48; G. Collier, 1976, pp. 116 Y SS.; Rosenbaum, 1993, pp. 49 Y ss.). Incluso las aldeas en las que se divide una misma comunidad in­dígena no son siempre cultural mente homogéneas. Pueden diferir. por ejemplo, en los sistemas de parentesco que desempeñan un rol cen-

social. oormas y poder. (. .. ) _____________ 259

la adscripción de derechos y deberes (Laughlin , 1969, pp. 152,

Por lo tanto, el reconocimiento del derecho consuetudinario no

~I"",le fundarse en un corpus de normas jurídicas compartidas ya exis­' ._te., ni en el nivel de los grupos lingüísticos supralocales (los "pue-bIos~ indígenas) ni en el nivel comunal. En ambos casos, un compro­miso o consenso sobre las normas es concebible solamente como

rtsuJtado de un proceso democrático.

Derecho y estructura social

Reflejando los componentes del pensamiento nacionalista clásico los discursos proautonómicos sugieren que cada «pueblo indígena» tu­viera una lengua, cu ltura e instituciones sociales en común. Las cos­tumbres o tradiciones indígenas son consideradas como la fuente

principal de un sistema jurídico alternativo indígena.~ Según la «Ley de derechos, cultura , y organización de los pu eblos y comunidades indígenas del Estado de Campeche» en México, por ejemplo, es res­

ponsabilidad de la máxima autoridad indíge na en el estado, el Gran

Consejo Maya, ve lar «por la conservación de los usos, costumbres, Iradiciones y lengua propias de la etnia maya» (citado en López Bar­

cenas. 2002, pp. 264 Y ss.). Esto no solo es una expresión enteramen­te conservadora sino que implica además una pretendida homogenei­dad cultural de la población indígena. Fuera de ello, presupone que el derecho consuetudinario tiene un carácter y una estructura parecida al nacional, lo que permitiría el reconocimiento del sistema jurídico

indígena por el est¡¡do tan pronto como las condiciones políticas fue­sen favorables / ignorando que hay diferencias importantes entre el derecho existente en sociedades con estado y el de sociedades o gru­

pos sin aparato estatal. En sociedades complejas el derecho está controlado por el poder

8. VéHnse por ejemplo: eNI, 2001; La Jornada. 5~3·2001: Regioo, 2001 ; véansc lam­b~n Stavenhagcn, 1990. p. 33; ltulTalde. 1990, p. 51: SielTa, I99Sb. p. 228. 9. Véansc Cameiroda Cuohll. 1990, p. 300: CNl. 2001; Río~ Morales. 2001, pp. 73-75 Y e ( artículo 9 de la convención 169 de la OIT (1989).

260 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y formas de resolución d e Conflictos

político cenlral. Se trata de una esfera bien d istinta y .<>eparada del la de la sociedad. El derecho tiene sus nonnas propias, codificada res_ 1 d " d ' b I s en eyes, estatutos y eC1Slones e tn una es, un lenguaje pan ícula especialistas profesionales . Las decisiones deben seguir las reglas :: critas que se refieren a delitos de,fmidos y no tienen en consideración la mayor pane de las relaciones entre los involucrados en una disPUla ni su enlomo social. Las decisiones del tribunal se imponen (mediante el uso de la fuerza. si es necesario) por instituciones especializadas del estado. Tal sistema jurídico responde a las neces idades de sociedades grandes y anónimas donde muchos conflictos se dan entre perSOnas que no se conocen (Roben s, 1979, pp . 16-22; Wesel, 200 L, p. 62).

Las prácticas consuetudinarias de los grupos indígenas, por el contrario, no forman una esfera separada y autónOma de la soc iedad. sino que están inmersas en la estructura social. «encajadas en la vida cotidiana». como dice Simon Robens (Roberts, 1979. p. 27). 10 Mien­tras el derecho naci onal o estatal busca imputar culpa y sun ción. el derecho consuetudinario de las comunidades indígenas genera lmente busca lograr la reconciliación entre los litigantes e insiste en la repara­ción del daño. No se ceHlca en un delito abstracto sino que considera la situación personal y las relaciones entre los que están directa o indi­rectamente involucmdos en un pleito.!!

Sin embargo, en el debate sobre la autonomía indígena normal­mente no se tiene en cuenta que esta orientación de l derecho consue­tudinario no se deri va de un carácter especial de las poblaciones indí­genas, como sostienen muchas organizaciones indígenas (por ej emplo, Encuentro continental de pueblos indios , 1990; Regino, 2001 ), sino que es el resultado de decisiones de individuos que en determinadas circunstancias consideran ventajosas estas formas de resolución de conflictos (J. Collie r, 1 995a, p. 299 Y 1995b, pp. 55 Y ss .).

Así como el derecho nacional necesita las instituciones estalalcs para imponer sus normas, el derecho consuetudinario depende de fu r­mas específicas de organización social (Fel stiner, 1974-1975). La re-

10. Véan:-.e también: Hoebel, 1954, p. 18: Bohannon, 1967, p. 53; Greenhousc, 1979. p. 1 06; S 'a~enhagcn. 1990. pp. 30, 42: G6mez. 1990. p. 381; Chenaut. 1990. pp, 182 }' ~s.: HanleJ. 1990, pp. 210, 216. 11. VéanS<! por ejemplo: Bohannon. 1967. pp. 52 Y S~. ; Robens. 1979, p. 26; J. Co­llier_ 1995a. pp. 85 Y So"'. Y 1995b. pp. 52-54; Vrigoyen Fajardo, t999, p . 356; Wesd. 200 I . pp. 62 y s~ .

""",.. ,,,,,¡,¡,. normas y poder. ( .. . ) _ _ _ _____ ____ 261

"",ciUoaóión es posible solamente si los litigantes mi smos tienen ime­eO restablecer las relaciOnes sociales entre ellos. Eso presupone.

ha señalado Max Gluckman, que haya relaciones duraderas en­

ae los involucrados en el connicto~ que exista una ~ependencia mutua ue sus intereses coincidan parCIalmente (es declf, que se den rela-

14 -.. ' di ) " dones de dll erenle lO o e . Debido a su estrecha relac ión con la estructura social. el derecho

consuetudinario está cambiando continuamente de acuerdo con las va­'aciones en las condi ciones económica.o; y sociales. Por lo tanto, su

n 'ó limpie transmi sión a entidades mayores, como una regl n O un grupo

ingüístico, no parece faclible. La mediación y el arbitraje, que fun~io­DBJl en grupos pequeños cara a c ara. no representan un modelo aphca­ble, sin mayores problemas, en colectividades más grandes. Distx'si­clones legales como la «Ley de justicia indígena de l Estado de Quintana Roo» (México, 1997) que estipul a en su aflículo 10 que «los jueces tradicionales ( ... ) apli carán las nomms de derecho consuetudi­Dmo indígena» (c itado en López Barcenas, 2002, pp. 264 y ss.) ma­linterpretan el carácter de los modos de resolución de confli ¡,; tos en las comunidades indígenas. Como Jobo Havil and ha subrayado, la cos­blmbre «es proceso , y no estatuto o código» (200 1, p. l 8S). y un pro­

ceso muchas veces conflictivo añadiría yo .

La articulación de los derechos nacional y consuetudinario

La relación entre e l derecho nac ional y el derecho consue tudinario es pane de las relacio nes de podcr que existen e ntre \a sociedad dominan­te y la sociedad dominada. El derecho consuetudinari o se puede enten­der como un intento de grupos subordinados de adaptar las nonnas nacionales a sus estructuras, valores e intereses propios (Stavenhagcn , 1990, pp. 33 Y ss.; Iturralde. \990. p. 55). En consecuencia , el derecho consuetudinario genemlmcnte no es un sistema de nomlas claramente

12. V¿ansc Gluckma n. 1955: FelsÜner. 1974-1975. La c:<istem;ia de rchtciom:s vari~­da~ entre los involucrados ( .. multiplcxas" . en las palabras de Gluckman). es.~na condI­ción necesaria pem de ninguna manero,t suficiente para el éxito de la medlllClon (Starr e

Yng"esson. 1975).

262 _ Ejemplos de podeses, tipos de gobierno y forma s de resolución de confli<':lu8

separado del derecho oficial. La antropología jurídiC<l reciente ha 0l0s_

tr'ddo que el derecho nacional yel derecho consuetudinario má:,¡ bien est;'in articulados de una manera compleja (Merry, 1988, 199 1 Y 1992.

Cameiro, 1990, p. 302; Sierm, I 99Sb, pp. 228 Y SS., 247; Arclito. 1997: p. 29). Este tipo de relación se muestra muy clara en e l ejemplo del municipio de Zinacantán en el estado de Chiapas, México. u

Zinacantán está constituido por la cabecera municjpal (/ueklwn),

sede de la administración (cabildo). y por un número de aldea~. La mayorfa de las disputas se resuelve en las aldeas con la medi ación de

los ancianos locales. Solamente cuando resulta impos.ible encontrar

una solución satisfactoria a este nivel, los conflictos se presentan al cabildo. El cabildo está compuesto por miembros indígenas electos y

es el juzgado de más bajo nivel reconocido por el gobierno mexi cano. Según las leyes, las autoridades en la cabecera del municipio de San

Cristóbal de Las Casas son competentes para resolver los casos más graves, por ejemplo, lesiones corporales o pleitos por sumas clevadas de dinero. Sin embargo muchos confl ictos de esta índole son arregla­

dos en la cabecera o en las aldeas mismas confonne a las práctica!> consuetudinarias (J. Collier. 1976-1977, p . 136; 1982, pp. 103 Y ss.; 2004, pp. 69-75). Tanto en las aldeas como en la cabecera los juicios son conducidos en la lengua maya {zotziL Más que aplicar las leyes

nacionales. el juzgado del cabi ldo recurre a las prácticas consuelUdi­narias de mediación y arbitraje. l

• En contraste con los anciano~ de las

aldeas, el cabi ldo puede infligir sanciones negativas como encarcela· mientos breves o multas (1. Collier, 1976-1 977, p. 141; Greenhouse. 1979. p. 109). Sin embargo. muchas de sus deci~iones contradicen las leyes nacionales y podrían ser impugnadas por las autoridades en San

Cristóbal.

13. Los párrafos que siguen se refieren sobre todo a la situación antes de la creaci6n de un s i ~lema de justicia indígena en Chiapas en el año 1998. Sin embargo. en Zin~'" eanu'in se reportan solamente casos a las autoridades judiciales superiores 1:11 San Cri~' lóbal. en los cuales las partes no están presentes en. la comunidad o no parecen di "pu c~' las a llegar a un acuerdo. Los otros casos se manejan todavía en llls parajc:.~ O en la cabecera municipal buscando la rc.::onciliaci6n entre los involucradus (Collicr. 2()(}:1· pp. 58, 62. 83-89). Para las nuevas institm:iones de ju.licia indígena véase Colhef (200 1: 2004) y Gabbert (2006). 14. Véa~ por ejemplo. Cancian. 1976. pp. 34 Y SS.; J. Co11ier, 1976-1 977. pp. 132, 136,14 1· 143 Y 1979. pp. 3 10 Y SS.; Grccnhousc. 1919, pp. IOR-1I0; Freem3n. 1979. p.129.

Ii'lrtlctura social. nonnas y poder. ( ... ) _____________ 263

En distintas ocasiones en el pasado se ejerció ba.<¡tanle presión ,obre los liti gantes para aceptar las soluciones propuestas por las ins­tancias locales (ancianos o cabildo). A veces, un muchacho que se negaba a hacer los pagos del noviazgo fue encarcelado algunos días por el cabildo para presionarle a aceptar un arreglo con los padres de su novia y. aunque se trataba de una decisión contra la ley nacional, el muchacho tenía pocas posibilidades de quejarse frente a las autorida­des nacionales. Además de los gastos en tiempo y dinero del viaje a la cabecera municipal. en San Cristóbal se actuaba en un contexto cultu­raJ ajeno y los juicios eran conducidos en castellano (J. Collier, 1976-

1977, pp. 140-143; 1982, p. 105 Y 1 995a, pp. 250, 255 Y ss.). Sin em­bargo, en las últimas décadas, se ha vuelto mucho más fácil apelar a las autoridades nacionales. La construcción de carreteras ha disminui­do los gastos y gracias al establecimiento de escuelas en las comuni­dades y aldeas en la actualidad muchos indfgenas son bilingües y pue­den comunicarse con los funcionarios en español. lS

Consecuentemente, la presión sobre las instituciones locales para adaptar sus decisiones a las normas nacionales ha crecido si se trata de conductas que contradicen las prácticas establecidas en el municipio de Zinacantán pero no se consideran de litos en el derecho nacional -por ejemplo la negativa de pagar el «precio de la novia_ (1. Co­

llier, 1976- 1977. pp. 149 Y ss. Y 1995., pp. 280 Y ss.). Sin embargo. en con tra de lo que pudiera parecer. el acceso faci ­

Jitado a las autoridades nacionales en San Cristóbal no ha repercutido en un debilitamiento generalizado de las formas locales de resolución de disputas en Zinacantán. Si se trata de conductas consideradas deli­tos también por el derecho nacional , la capacidad negociadora del ca­bildo se ha fortalecido aún más. En muchos casos la amenaza de en­tregar un caso a las autoridades nacionales es suficiente por sí sola para convencer a un delincuente a alcanzar un arreglo con la parle daiíada (por ejemplo. el pago de una indemnización o la reconcilia­Ción) porque las sanciones de las autoridades nacionales generalmente SOn más graves (J. Collier, 199501, pp. 148 Y ss.; Rus, 1982, p. 8 1). De tal modo, el caso de ZinacantiÍn muestra cómo se han logrado preser­Var formas de rcsol ución de conflictos centradas en la reconciliación

15. Véanse tambien, J. Co11ier. 1995a. pp. 91 yss. y 1976-/977. pp. 145, 161; Creen· bÜllse, 1919. p. 109; Frceman. 1919. p. 13R~ Rus. 19R2. pp. 19 Y liS.

264 _ Ej~mplos de poderes, tipos Je gobierno y formas de resolución k l Connktos

gracias a cierta adapt<:tción en los contenidos de las mcdiaeio nes a las

leyes nacionaJes (J. Collier, 1976-1977, p. 132; Freemuo 1979 Y ss.).

, . Pp. 127

. Tanto ~n Zinacantán como en otras comunidades indígenas lOs medIadores Invocan las costumbres locales para producir un

. . . arreglo entre los litigantes. Las costumbres conslHuyen un marco nOrrnativ forma l que rige la etiqueta del proceso y es empleado para JUStifica: las decisiones. lb El derecho nacional. en cambio, emra en juego si se busca ejercer presión sobre las partcs del pleito para aceplar la so lu_ ción propuesta por los mediadores loca les (Rus, 1982, pp. 81 y SS.;

lrurraldc, 1990. p. 58; Dorotinsky, 1990, pp. R2 Y ss.). Frecuentemente los actores practican lo que Kebeet von Benda-Beckmann ( 1984, pp. 37-63) ha llamado instilution shopping: si un actor pretende pre­servar o restablecer las reladones sociales con su adversario Se dirige a las in stituciones locales de mediación , si el objetivo es vengane o conseguir deruts ventajas recurre al derecho n<lcionaJ Y

Los orígenes recientes del derecho consuetudinario

El derecho consuetudinario indígena actual no es la conljnuación Ji­recta de antiguas (¡adiciones sino el resullado de procesos complejos de adaptación al cambio económico. político y socia l (Nader. 19M9; Moore, 1989). Está hipótesis se puede ilustrar con el ejemplo del no­viazgo en Zinacantán.

En este municipio indígena de Chiapas, antes de la boda nonnal· mente hay un período de noviazgo que puede prolongarse hasta dos u tres años. Durante este tiempo el muchacho Liene que proporcionar re­gajos a la familia de su novia varias veces. El valor de este predo de la novia es considerable. 18 El pago deviene en un derecho sobre la novia. Por lo que, si la boda no se realiza, el muchacho puede ex igir la devo· luc ión de su inversión (J. Collier, 1982, p. 107 Y 1995a, pp. 242-246).

16. Véa.'lC también Gulliver. t%9. 17 . Véase p 3ffi Chiapas Dorotinsky. 1990, p. SO. 18. En los arios setenta Je! siglo xx a veces ~ubf¡¡ ha.~ta unos mi l pesos (J . Collier. t976· 1977, p. 139; véase también Ú1ughlin, 1969. p. 190).

_ _ _____ 265

Sin embargo, en la actualidad . un creciente número de mucha­prefiere reducir sus gastos raptando a su novia sin pagar. Nor-

OoIrnenle el joven busca la reconciliación con los padres de su novia tarde. Esto requiere también gastos considerables para comprar

';'~rdi"nley gaseosas. pero a cambio la in versión se reduce a más o )lenos )a mitad de l precio de la novia acostumbrado (Roscnbau m, 1993, p. 11 2; G . Collier, 1989, p. 11 9: CoJ[ier y Quaraticllo, 1994, pp. Il5 Y ss.: J. Collier, 1976-1977. p. 1.53 Y 1995a, pp. 59 Y ss. 93).

Este cambio en las prácticus del noviazgo no se dcbe interpretar IIimplemente como la deh ilitadón de la «tradición». Lo que los ancia­DOS consideran una corrupción de las costumbres es visto por los jóvc­&eS como un acto de li beración. Además, el período pro longado del

-bo"iazgo y el pago de elevados prec ios pur la novia no representan en modo alguno tradiciones de varios siglos. Se trata más bien de cam­~os más o menos recientes de prácticas establecidas como respuesta a transformaciones económicas y sociales,

Al principio del siglo xx los habitantes de Zinacantán tenían so­lamente acceso a tierras marg in<lles y fueron obligados a trabajar como muleros o como temporeros en las fincas de café, En aquella época, los muchachos regalaban solamente Ull<l cantidad reducida de alimen­

a los padres de su novia. Después de pocas semanas o meses enm milidos cn la casa de sus suegros. donde la parejil jovcn "i\ría y tra­

bajaba durante varios meses antes· de instalarse en la casa de los pa­es del muchacho. Se trataba entonces de un sistema de servicio a la

familia de la novia. En los años treinta del sig lo pas<ldo la situación económica em­

pezó a cambiar gracias a la reforma agrari a que dotaba a los zinacan­tecos con tierras expropiadas de las haciendas en los Altos de Chiapas. Además lograron arrendarti ernts fértiles en las valles cercanos. Más o menos a mediados del siglo xx el sistema del servicio a la familia de la novia fue reemplazado por e l pago de la novia. Generalmente los hijos tenían que endeudarse con s u~ padres para reunir el dinero y las parejas jóve.nes empezaban su matrimonio con una deuda importante que tenían que liquidar con su trabuju en los campo!> y en la casa de

Ni, J,,, padres del muchacho duralllc los fH10s siguieOles. l~ El sistema del

19. Vé.an~ J . Collit:r. 1~76· 1 977. pp. t47 Y ~~. Y 1979. pp. J I3 Y ss.; Grcenooust". 19 79. pp. 117 Y .,,~ .. Favrc, 1984. pp. 1 10 Y ~~.: G . Collier. 19R9. pp. 113 Y ss .. J19 :

266 _ Ejemplos de poderes. tipos de gobierno y fomla~ de res()lución d '. . . ~ confltqo¡¡

precio de la novia proporcionaba a los padres de la nov ia alim. . . COIos

espeCiales y dmero, y aseguraba la mano de obra de la pareja Par-d 1 padres del novio. Así, hombres con varios hijos fueron c:apaces ~s extender su producción de maíz que por varias déc adas fue la b e

, . aSe mas Importante de la prosperidad econ6mica de las generacione!> Illa-yores (1. Coll ier, 1979, pp. 318 Y ss., 323 y ss.; Roscnbaum. 1993 p. 90; G. Collier, 1994, p. 82; Collier y Quaratiello, 1994, p. ¡ 16). -.

Derecho consuetudinario y poder

En la discusión actual sobre la aulonomÍa se supone generalmentc que la aplicación del derecho consuetudinario en ¡as comunidades indíge. nas permitiría la recuperación de la «armonía soc iah. y que hay un consenso sobre sus normas y prácticas (por ejemplo, Stavenhage n e rturralde, 1990, pp. 29 Y ss.; Ardito, 1997, pp. 15 Y SS .; Yrigoyen F,I­jardo. 1999, p. 356; Regino, 2001; Shdeff, 2000, pp. 3, 13).

Sin embargo estos supuestos son problemáticos porque de<;cui­dan los confl ictos internos exi stentes en las 'Comunidades indígen:ls. Estos conflictos no se deben exclusivamente al debilitamiento de la cohesión social y de las nonnas y costumbres lfadicionales en una comu nidad originariamen te homogénea debido a1 avance del e!>tado. como lo ~ugieren varios autores (Hame!, 1990, p. 209; Gómel , 1995. p. 214). Las relaciones de poder en las comunidades resu ltan también de la aplicación de las «costumbres», porque no lodos son iguales ante el derecho consuetudinario.

El resultado de una mediación o la sanción por la infracción de una norma dependen de las relaciones entre los litigantes y de su e~ta­tus social (Lartigue. 1990. p. 198; J. Collier, 1995a. pp. 101 -115. 302 Y ss.). Los cabildos indígenas en México y Guatemala, por ejempl o, están dominados por hombres de edad avanzada. En los pleitos matri­moniales muchas veces favorecen a los maridos (J. Collier, 199:'ia. pp. 109 Y ss. Y 1995b, pp. 56 Y ss.). Generalmente un reclamante jo-

Roscnbaum. 1993. pp. 9R-I07; Col licr y Quaratkllo, 1994, p. 116. Normalmente la. parejas jóvem:s vivfan Uos o tres linos con los p:ldrc~ del horllhrc aAles de c~lab le"f una casa propia en la cercanía.

_,ct""cd.ll, nonna~}' pcxkr. ( . .. 1 _______ _____ 267

tiene pocas posibilidades de conseguir sanciones formales en con­de un anciano. Si logra el pago de una indemniz.ación por algún

la suma será menor que la que se podría obtener en disputas

f::~::~:~~a~ del mismo estalus social. En suma. la conciliación y el ~ no significan necesariamente que la cu lpa y las cargas

repartidas de manera igualitaria entre los litigantes (Greenhousc, 1979, pp. 107 Y ss .. 11 3 y ss.).

Si se quieren reconocer las prácticas e instituciones del derecho consuetudinario no se ¡rala entonces de sancionar tradiciones fIjas y compartidas entre la población indígena sino de apoyar puntos de vis­tJ y grupos sociales o locales cspccfficos. Las cuestiones centrales -tanto para el derecho consuetudinario como para el derecho nacio­nal- son: ¿qué interpretación del derel:ho consuetudinario favorece más la democrati zación de las estructuras lanlO locales como naciona­ks?, ¿cuánta representatividad y legitimidad tienen las autoridades y organizaciones indígenas?

Corno enfoques marxistas críticos han sugerido, en una sociedad capitalista el derecho es una areml pam y el resultado de la lucha de

:¡"*,,~s. Por consiguiente tiene un carácter ambivalente. Por un lado. legitimando las relaciones de dominación existentes, por el otro

I~:~:~~~ en cieno grado los intereses de las clases subalternas. P OT lo no se debe reificar el derecho como un poder situado por encima

al margen de la sociedad (véase" por ejemplo. Hun!. 1976). E.s cierto que la mayoría de los grupos que praclican formas del derecho consue-

ll;:::.~:~' ·~, no están estmlificados en clases sociales. Sin embargo. es notar que los conflictos de interés y las relaciones de domina­

ción tampoco están ausentes entre grupos sociales, locales, de edad o entre los sexos. Esa es la forma en la que evaluar tanto el derecho con­suetudinario como el derecho nacional, en el contexto de las relaciones de poder (véase también Starr y Co llier, 1989, pp. 12, 24 Y ss.).

Resultado: la re lación entre normas nacionales y derecho consuelUdinario

Lo que está en juego en el debate acerc .. del reconocimiento de prácti­cas consuetudinarias en situaciones de pluralismo legal no es la con-

268 _ Ej~mpl[)s de podcre.~, tipos d~ gooi~m () y forma~ de n:~olución ú~c" <l'

"n'"Clos

scrvación de tradiciones indígenas prehispánicas. Lo que hoy loe to por trdd ición muchas veces no tiene más antigüedad que el deret~a

. 1 0 naclona.

Las nonnas jurídicas y las prácticas de resolució n de ConflictOs de las sociedades no son de ninguna manenl inswncias ncutra l c.~. Tan_ to el derecho consuetudinario como el derecho n;tcional se Ocopan del reparto de estatus, poder y recursos. Por ende, el supuesto, prcseme en los discursos étnicos y nacionales, de que se basan en un consenso de los miembros de la sociedad no es muy realista. Más bien es de espe_ rar que existan ideas diferentes y a veces contrad ictorias entre clases sociales, sexos y generaciones.2\)

Por lo tanto el derecho consuetudinario no es un corpus coheren_ te de normas compartidas en una sociedad sino una forma específica de organizar intereses contrarios y una arena en la que se despliegan diferentes estrategias. en un contexto de relaciones asimétricas de po_ der (Dorotinsky. 1990, p. 70). Como han mostrado Comaroff y Ro­berts para los tswana en África del sur, las reglas o normas no deter­minan directamente el resultado de los procesos de resolución de conflictos, si no que son más bien recursos manejados por los actores y por ende objeto de negociaciones (Comaroff y Robens. 1981, pp. 14. 216; Roberts, 1979, p. 200).

La expansión del derecho nacional en regiones aislad:l:' (por ej emplo, como resultado de la construcción de carretenls) no se deDe interpretar si mplemente como un acto del co lon ialismo intemo frente a una sociedad local homogénea. Se trata más bien de un cambio en las relaciones internas de poder en la medida en que proporciona 3

ciertos individuos o grupos acceso a nuevos recursos y modifica así las condiciones de los procesos internos de negoci ación. Con respecto a esto, la actividad del estado tiene consecuencias no muy diferente:. a las del trabajo de organizaciones no gubernamentales.

De vez en cuando las leyes nacionales favore cen que cicrto~ mi embros de las comunidades indígenas puedan de fenderse conlra

cienas reglas existentes en su grupo que consideren inj ustas (Sierra. 1995b, pp. 233. 247; Gabbert, 1999b, pp. 369 Y ss.). En varias comu-nid:ldes indígenas de México, por ejemplo, las mujeres se han apOya-

20. Para normas jurídicas espedficas de grupos sociales. véase, pur ejemplO. sou;¡l 5nnto~, 1987.

.... "ru,' ~<i"l, nonnas y poder. ( ... ) ________ _ ___ 269

en las leyes nacionales para realizar ceclamaciones por una he­a partes iguales en conua de sus hermanos y padres, o para

~ 4Ofend"n;e de un casamiento forzado (J . CoLlier, 1976- 1977, pp. 146, Y ss_, y 1995a, p. 256). Las discusiones sobre los derechos huma-

.os y las demandas de las organizaciones de mujeres ya han produci ­do cambios acerca de la percepdón y evaluac ión de la violencia do­dstica (Rovira, 1997; Sierra, 2004, pp. 3 1-35).

El supuesto de que todas las soc iedades tienen un corpus de re­JIas tradicionales que se podría transformar en derecho positivo sin .. yores problemas parece altamente dudoso desde la perspectiva de JI antropología jurídica. Las normas jurrdicas. como todas las normas .ociales, están continuamente renovándose. Por [o tanto, quien quiera _petar las formas consuetudinarias de resolución de conflictos exis ­taltes en grupos indígenas o minoritarios no debe reconocer reglas ~íficas sino la autoridad del grupo para desarrollar tales reglas ~eiro da Cunha, 1990, pp. 30 I y ss.). Pero se tiene que asegurar

estas deci siones puedan ser tomadas en un marco democrático. Teniendo en cuenta las deficiencias masivas y la distancia tre­

i;" • .,J, que hay en América Latina entre las leyes escritas y la realidad es urgente una reforma del derecho nacional y de la .. instilU­

. Tal reforma tiene que garantizar que los sec­no pri vilegiados de la sociedad sean realmente capaces de salva­

sus derechos y con tribuir as,í a la democratización profunda sociedades latinoamericanas.

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TERCERA PARTE

POLÍTICAS DE LA ANTROPOLOGíA

antropología y el encuentro colonial*

Ta/al As{ul

La antropología funcionaJista británica comenzó a adquirir emidad como disciplina poco después de 1,1 Primera Guerra Mundial

gracias a los esfuerzos de Malinowski y Radcliffe-Brown, pero no fue basta después de la Segunda Guerra Mundial cuando consolidó su prestigio académico en las universidades. En la .. dos décadas posterio­res a la contienda se publicó una cantidad ingente de estudios antropo­lógicos en comparación con las dos precedentes. Durante este breve período apenas se cuestionó e l afán de respetabilidad académica de esta disciplina. En 196 1 un destacDdo soció logo podía escri bir que la «amropo]ogía social es, entre Olras co;-¡as, una profesión pequeña pero creo que florec iente. Su temática, al igual que el trabajo social y a di­ferencia de la soc iología, liene prestigio».'

Unos años después un polit610go contrastÓ favorablemente la antropología social con [a soc iología afinnando que, a diferencia de la segunda, pero al igual que las demás ciencias sociales auténticas, la antropología social «había construido un corpus de conocimientos que no puede encasillarse fácilmente en ninguna otra disciplina».l

La antropología funcionalista apenas había afianzado su envidia­ble reputación intelectual cuando entre los profesionales consagrados empezaron a surgir algunas dudas serius, En 1962 Leach afirmó que la

• En Anrhropology &, ¡he ColQnial ErIl.x)Un/er. Talal AS:td (cd.). Itllncn Pre.~s. Lon­drt:.~. 1973,pp.9-19. l. Donald G. Macrae, ldeolo/{)' and Sociery. Londres. 19fi l . p. 36. 2. w. G. Runcirn9n_ .. Sociologe.o;e ... EnCQunter, diciembre de 1965, vul. xxv. II .~ 6. p. 47_

280 - --- - ---- __ _______ _ _ l'uHtiea~ de la anlr njlQ!ogía

«doc\rina funcio nalista ha dejado de ser convincente > C' . , ». lIlCO añ

después Wors ley escnbló una crítica mordaz con el significar Os

d El fi d I . IVO título

e «¿. In e a a lllropologfa?». En 1970 Ncedbam I)ostu! h I I

. . a .aquc Ja antropo og a s~lal «00 tiene un pasado unitario y continuo en lo respccta a las Ideas. ( ... ) Ni existe nada parecido a un corp' _ ~uc . us IConco nguroso y coherente propio de la antropología sochl» • Y u -. ,. n anode~_ pués Ardener observó que ((j¡lgo ha sucedido ya en la ant ro I ' b ' , ~­ntáOlca. y en la antropología internacional en el sentido d '. ' . e que a cJeclos prácticos. los libros de texto que antes parecfan út;k~ Y' '1 . ., ,Ino o son; las rnonogralfas que antes se consideraban exhawl l'v'l ~ ,s parecen ahora selectivas; la s interpretaciones que .Imes parecían muy P\!fspi_ caces ahora resultan mecánicas y anodinas»,~

La verosimilit ud de la empresa antropológ ica , que parecía tan obvi ~ a ojos de sus profesionales hace apenas una décflda, no lu es tanto en la actualidad. Una pequeña minoría, además de los nOlUbre~ mencionados, ha empezado a expresar SllS dudas en término). rad io cales.6

¿Qué le ha pasado a la antropología social británica'!

En e l aspecto organizativo no ha pasado nada inquie tant e. Al COlma­do, la Asociación de Antropólogos Socia les prospera como nunca: celebra conferenci as universitari as anuales cuyas actas se public:lI1 regu larmcnle en cuidadas ediciones de tapa dura y cartoné. Cada vez es mayor e l número de monografías , a rtículos y libros de tex to de autores que se autodenom inan antropólogos. Una serie de prestigimas charlas anuales sobre antropología social se celebran desde hace po,o

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;1 9~~/.¡/r ., Afr/I'{I/"es. 11." 43 , 197 1, Y Lt"elerc. Amhrop"togie el colvnil¡lisflJl'. PMI~.

.. """"" ,,i' Y el encuen trO colonial ________ _ __ _ _ _ 281

los auspicios de la Academia Británica. La materia se enseña en ".uc,i"m,id"d,esy ,olegios univers itarios que nunca~ hasta el cueT­• de2lntro¡l6Iogo, está negociando su inclusión en los planes de CSlU­

de los dos últimos años de la enseñanza secundaria. En cuanto a

actividad pública. la antropología socia l no sufre cri sis al gull<t . En conjunto, los profesionales más eminentes de la antropologí¡t

ritánieano se inmutan ante e l discurso a larmista que h abla de crisis .1

' los apuraran sostendrían que, como las viejas ideas de la antropolo-social no daban más de sí, resultaba natural abrirse a nuevas fuen­de conodmienlo.~ De modo que prefieren hablur de una especiali­

betC'" ,:o,'" vez mayor, que ven como un signo de vitalidad intel ectual la profes i ón .~ y lo que es más, afirman que las teor(as funciooaJi s ­

clásicas siguen siendo válidas. 'u

No obstante, deberíamos cuidarnos mucho de sucumbir con lanta

facilidad a esta clase de certidumbres vacuas. A fin de cuentas. los profesionales com.agrados tienden a a limentar el mi to. cuando no la realidad, de la continuidad unifornle. Es indudable que en el aspecto ideológico ¡lIgo ba «sucedido ya en la antropología británica», ,orno señalara Ardener. aunque esta circunstanci a se entienda más como una

desintegraci ón de la vieja antropología que como una cristalización de

la nueva. Hubo un t iempo en qu e la antropología social podía definirse

_ y se dcfinía- inequívocamente como el estudio de las soci edades

primitivas . «El propósito de cualquier ciencia --es<.:ribía Na,del poco después de la Segunda Guerra Mundial- . es obte ~er y ampl~ar cono­cimiento. En antropología social, tal como se enttende comunmente,

intentamos ampliar nuestro conocimiento del hombre y la sociedad a comunidades " primitivas", "pueblos más simples" o "sociedades ágra­

fas". Si un antropólogo pregunta ingenuamente por qué, si sólo esta-

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SOcl..r}'. Londres, 1972. • . . de 9. Véase. por ejempl\!, In imroducción de Max Gluekman y Fred Eggan al pnmero los Cllnlro volúmenes de la scrie de Monografías de la ASA. . ' 10. Véao;c, por ejemplo, ReJ/!ardl in Sodal Am/¡ropoivgy de la SOCIal SClcnce Re-sca rch. Londres. 1968.

282 _______ _______ ____ PoHlicas de la antro I po ()g(~

mos interesados en estudiar la sociedad a gran escala, deber(umos VOl. carnos ahora má.. .. en las culwrns primilivas que en nuestra civi¡ií',aci6n. la respuesla es s implemente que "uesua sociedad no es la única Y!>us fenómenos no son los mismos que los encontrados. o los que POdrían encontrarse, en la sociedad primitiva.»1I Esta clase de afirmaciones no indican un interés demasiado marcado por defi nir una problemática. pero reflejan un elemento de verdad pragmática, y eso es lo que le dio a la antropología una verosimilitud práctica . Cuando Evans-Prih:hard publicó su célebre llllroduction ro Sucial Anrhropology, en 195 [. pare­cfa bastante claro de qué trataba el asumo. «El antropólogo ~ocia l

- exp licaba- , estudia las s.ociedades primitivas de forma directa, pues vive entre e llas durante meses o años, mienlras que la in vestiga_ ci6n sociológica suele basarse en documentos y es muy estadística. El antropólogo soclal estudia las sociedades como conjuntos: estudia ~us ecologías, sus economías, sus instituciones po][ticas y legales, las or­ganizaciones de familia y parentesco. sus religiones, sus tecnologías;, sus artes. etcétera, como partes de sistemas sociales generales.»l l Por lo tanto, las doctrinas y aproximaciones englobadas bajo el nomhre de func io nal ismo conferían a la antropología social un e stHo seguro y

coheren te.

En la actualidad, por el contrario, faha incluso esta coherenóa

de estilo, El antropólogo de hoyes alguien que estudia tanlO las sude­dades «simples» como las «complejas»: recurre a la observación par­ticipativa, las técnicas estadísticas, los archivos históricos y demás fuen tes literarias: en el aspecto intelectual se identifica más con 1m economi stas, los politólogos, los psicoanali stas, los lingüistas eSlIuc­IUralistas o los etólogos que con otros antropólogos. Describ ir el esta­do de la cuestión desde la erudJción especializada es seguramente caer en la mistificación. Las «disciplinas afines», como la polCtica, la eco­nomía, etcétera, ya existían mucho antes de la fase funcionalista cJá~i­ca de la antropología social. La pregunta que cabe hacerse es: ¿por qué las han descubierto los antropólogos hace relativamente tan poco tiempo? ¿Cómo es posible, por ejemplo. que los antropólogos escri ­bieran en 1940: «No hemos visto que las teorías de los lilósofos polí­ticos nos hayan ayudado a comprender las sociedades que hemos estu-

JI , S. F. NadeJ, Thl' ¡"olUldalüms of S()(""jul An/lrrolHllogy, londres, 1953, p. 2. 12, E, E. E"an~-Pri!Ghard. Social Allllrropolog)". Londres, 1951 , p. 11 ,

."",,,,,10"'" Y el encuenlro colonial 283

"d . os d e poco valor científicÜ»),IJ Y en 1966: y las consl eram ' ., ' ara e l

que es el momento oportuno para el dJal~go: SI. no p ~::;~i~ 1- ntropología y el resto dc las dISCIplinas que se :. entre aa " delmo

de la lítica comparada»?I' ¿Qué había propicia o, ,-":~:~c,;:,~:,~po;:; ' Acaso unas disciplinas separadas (economla, poh-~ . '.L IC) que reOeJ'aban la comprensi6n fragmentada

. 'unsprudencla e ., d' ' es oca. J. '. t oí' de sí misma. con sus contra ICClon '

la SOCiedad burguesa e a ' '. '"1 q~e ' . estaban reparadas para inspirar a la antropologta, históncas, p h' bí' de buscarse en el hecho de

y sugeriría que la respuesta .1 a· . d' e~de la Segunda Guerra Mundial, han acaecid~ cambiO~ fu.n, ~­

que, d 1 do de la antropología social, camblOs que han ate~-m.~~t:~e;b~~t:, :u;ostén ideológico Y la base organizativa de la p~c:;: la í social Y el acusar estOS cambios nos recuerda q

an:r~pp~~~:í: no pe~cibe simplemente el mundo: sino qu~ el mundo an r l' tropologlU lo perCibe.

bién determina el modo en que a an . . J' tam La inde cndencia política de los países coloOlalcs, e~ p~r~c~ ar

P f . s a fmales de los años cincuenta y pnnclpiOs de de los países a ncano . ' 1 a al cambio los sesenta, aceleró la t e.n~encia, eV¡defn.te.~e:~~ d:sga~;l~ planifica-

. ó·' al participar estoS pa ses socloecon mI CO, . " ' es electrificación Y cadenas d d edes nacionales de comumcaclon . , . d

o e ~ . ,.. a ro moción de la educ.ación Y de proyectos e de nidiO y tele\l ISIÓn, I P . f tribales» a

, el aso de l poder polÍlico de unos Je es « ' mejora rural, y p . ' \. I s respondiendo sobre todo una burguesía nac ionalista, Los ~pecla I.S a ~ ~ rescatar una historia a las expectativas nacionalistas, se ~ed,car n . las conexiones . d' ena 15 Algunos autores nacionahstas denuncJaron , ' m tg . , odo el sistema pohlico-eco-coloniales de la an~ropol~gla: ~t~~::~te s~ molesta presencia en la nómico en generalllnpoma,.pa.u . ue se destacaba la importan­disciplina de la antropotog.la, al tiempO q 1 " 1 En otro nivel, las cre­cia del pasado, tanto colomal como preco ama.

E E ns.Pritchard (cd.), AfrkIJ/l poli/ieal S}';'[ems, Londres, 1940, 13.M. Fones, E .. va NdlEI . p.4 [lectura incluida en c~1C volumen 1~/ (. d) poli/kal Anthropulogy, Oucago. 14 M J Swart7.. V. W. Turner, A. en e ., )

1%8, p.' 9 'ltectura incluida en r;:stt: v()lU~~n N. d~T~~o funcionalism de que sólu lus 15. En parte cuest ionando el. dogma . c . IIn~~o ble par-.1 rIX."(lllstruir la hi<;¡oria. Vé.ase documentos es.critos pueden br,nda~ ~n~ bas~ la adulo' Londre" 1965, publlca-1 Vansina' Oral Tmdili01!, a Slmlv m Ifwor~c.Q.1 '~f"lh nera1g~~ la anlropología funóo­.. ' f -ése., 1961. La tenuc:oclage 'I dcsd a

do origmalme.,lc en rlI~(: . ' •• df na la ealcgoria de mito; es dCCl r, \'er a e un nalista.:ra OlOrgll.f a la hlst~,a 111 g~ el sentido clásico no pragmático. perspect iva in1\lrumenlal, m s quee

284 _____________________ _ Política$ de la am1'() po"".

cientes críticas a [a tradición funcionalista en la sociol '

1. . Ogla convenc'

na estadounidense contribuyeron indirectamente a m' 1 lO-o • mar a doct .

funcJOnahsta en la antropología social británica 16 COI I nna _ . . . no aanlro 1 gla funclOnaltsta nunca había distinguido cabalmente en' ~ po 0-. , uC un métOd tOlallzador (segun el cual la formación de las parte!. se e l' >. o

f. xP 1ca con

re erencw a una estructura de delerminadones en desarr 11 ) " . . ' ... Ooyel ho_ hsmo etnográfico (segun el cual las di stintas «mstitucion d

, -. ~ SOCiedad están todas deScritas y vinculadas entre sÍ' 17 y eo . ' '. _a~ oeral. habla confundido detenninación estructural con si muhaneidad los avances concrelos del mundo ex:leri or ta hicieron cae, e " . n una mI_ cro socIOlogfa. Hasta el punto de que en la actualidad la mayoría de los a~LIopólogos han preferido reorientar sus carreras con relación a multitud de prob lemas fragmenwrios - políticos, económicos do­

méstic~s, de culto, etc.- a «pequeña escala», y en este estado de frag­mentación han hallado la orientación intelectual que les ha facili tadu su ~< disciplina afín» en este campo. Estos cambios en el objeto de es­tudIO y con el respaldo ideológico de la antropologia soc ial hahrían desembocado en la desintegración de la disciplina, pero ese mismo período de posguerra fue testigo de una evolución sig ni ficativa en la base organi zat iva de la antropo logía social que la salvó. En 1946 se fundó la Asociación de Antropólogos Sociales (ASA) de Gwn Bretaria y la Cornmonwealt.h con veinte miembros; en 1962 ya había alcanza­do los ciento cincuenta, «aun cuando para serlo, por lo general, era requi sito tener tanto un puesto de profesor O investigador en la Como monwealth y un diploma de posgrado (normalmente un doctorado) o publicaciones importantes». 18 Una vez que esta base funcionase con

16. Los soci6.1ogos más dcsl~adus ~ ESlados Unidos -Parson ~. Menon y Homan~, ~ nI~~ ot~s-:- Siempre .han sentido un I~terfs activo y favorable hacia la antropología SOCial b~tá",ea y, a la mve:sa ' s~s e scrnos han sido una fuenle do inspiración y apoYo para ~os antrop6lo~os funclonahsla~_ A.~í . et ataque al funcionalislllo estructural t:~,a' doun~dense de escrItores como R. Dahrendorf y C. Wright Milis se limitaba a poner en cuest ión la autoconfian7a doctrinal de la antropología social británica, 17. ~e esta dist illción sigue sin estar ciar.!. para muchos antropólogos incluso e:n I~ ac.tual:dad .I\e dc~prcllde d.e los conliadrsi,:,?S come ni arios de Levi·Strauss en su polé· mica ~n San.re. ~Es poSible que el reqUIsito de "[ot~ljlaci6n" sea toda una novedad para cienos hislOnadores,. sociólogos ~ psicólogos. Entre los antropólogos es algo fill ' tural desde que lo aprendieron de Mahnowski,. (The Sawlg~ Mind. Londres, t966. p. 25U). 1» que: los antropólogos aprendieron de Ma!in-owski ¡'ue el holi.~mo ClIlográfíco. no el método IOlaH1.aOOr. 18. M. Gluckman y Frcd Eggan. dnlroduetinn,. a The RtI~V(mc~ uf MI)(/~lJ"for So'

' .. ",I~I".(" Y el encuentro colonial _____________ 285

~,~::;,:I:a~;a~nUOP010gí.a social como práctica institucionalizada po­I. de la especi11cidad doctrinal en la que había hecho hin-

hasta entonces. En adelante, la pecu llaridad profesional podría

,'aI"eneJrse g racias a una sólida red de derechos adquiridos --que tonta"ia "on la ASA como organismo coordinador- en lugar de eua-

métodos o doct rinas particu lares. La antropología era ya

',.a1'"CllIe una «profesión» . Paradójicamente, las mismas fuerzaS que contribuían a la disolu-ideológica de la antropología funcionalista clásica también ha­

bían contribuido al fortaleci miento de su base organizati va. Fortes ~ña1a al respecto que durante la Segunda Guerra Mundial las «nece·

sidades económicas, polfti cas y sobre todo milltares suscitaron un nuevo Y vivo interés público por los dominios asiáticos y africanos de Gran Bretaña y sus aliados . Los planes de posguerra para el desarrollo económico y social en estas regiones, generadOS bajo la presión de las

experiencias de la guerra, incluían grandes proyectos ~e invesligació.n en ciencias naturales y sociales. El auge de lus estudIOS antropulógl­cos así anunciadu comenzó después de que Radcliffe· Brown se retira­ra de la cátedra de Ox-ford (en 1946),. . I~ El mismo ailo en que Radcli­ffe-Brown se jubiló, especialistas que ya enm miembros del veterano pero mucho menuS selecto Royal AntbropologicallnsÜLUte fundaron

la ASA. Sin duda , una organización «profesional» selecta gozaba de una posición más propicia para eXplotar las nuevas posibilldades de fi­nanciar la investigación en la estructura de poder siempre cambi ante

del mundo de posguerra. Nadie discute que la anuopología social emergiera como una

disciplina propia al principio de la época colonial, que se con~irtiera en una floreciente profesión aC¡ldémic a hacia finales de la mIsma o que dumnte este período consagrara sus esfuerzos a la descripción Y el análisis _reali.zados por europeOS pan una audiencia europea- de sociedades no europeas dominadas ¡x>r el pOder europeo. Y, sin em­bargo, es curioso que la mayoría de los antropólogos profesionales

sean reacios a considerar seriamente la estructura de poder en cuyo

dul Anrhro¡w IClJO·. Londres, 1965, p. XII. E:n 196M la Asociación tenía en lom~ a 240 miembros (Social Scicnce Research CouncLI. Rt!seun.:h JO SOCial ;\n¡hfopolog.h Lon·

dres , 1~ . p. 79). 19. M. Pones (cd.) . Social Sl ruclUre. Oxford, 1949, p. Xlll.

286 ___________ _ _ _ ___ Políticas de la antropol _ °gla

seno ha cobrado forma Sil disciplina. Esta actitud típica aparece bien plasmada en el siguienle pasaje de la introducción al tercer volumen de Colonialism in Afriea 1870-1960, de Viclor Turner (Cambridg e, 1971), en el que el problema de la relación entre antropología y colo_ nialismo se trivializa y es desechado en el espacio de dos párrafos cortos:

Un argumento común entre los funcionarios del antiguo régimen era

que los antropólogos, inmersos como es.taban en las especificidades de la vida africanll. acabaron aceptando la perspectiva estructural de SU!; informantes, se convirtieron en sus portavoces y, mediante sus palabra,

y sus obras. obstuculizaron los esfuerzos de los administradures provin_

ciaks y regionales por gobernar con eficacia. Algunos incluso fucron tildados de «rojOS')' «socialistas» y «anarquistas» por los colonos blan­cos y los func ionarios europeos. Ahora bicn, en el ámbito rcgiolll1l, los dirigcntes y administradores africl1nos aseveran que los l1ntropólogos de antes de la independencia eran «apologistas de! colonialismo» y aSlIltas agentes de 111 supremacía colonial que cstndiaban las costumbres africa­nas sólo para suministrar 11 la minoría blanca dominante info rmación qne perjudicara los intereses nativos peru normalmente opaca para la investigación de los blancos. De estc modo, los «socialistas» de l1yer se han convertido en los «rcaeeionarios» de hoy. Por improbable que pa­rezca. e! señor Alan Bums (1957) y Frantz Fanon (1961) son aliadus.

Es cierto, claro está, que 11 título personal los antropólogos, al igual que cualquier otra persona, poseen un ampliu abanico de visiones políticas. Algunos son conocidos «comlervadores»; otros se inclinan mUl'ho más hacia la «izquierda». Pero corno profesionales, los antropó­logos se fonnan, durante casi tantos años como los médicos, para reca­bar cü::rlO tipo de información en calidad de «observadores participan­tes» quc les permitirán. sean cuales fuere n sus opiniones personale,. presentar, con tanta objetividad corno les pennita e! nivel dc desarrollo de su disciplina cn ese momento, una imagen coherente del sistema sociocultnral al que han decidido consagrar algunos años de estudio. y del tipo de procesos que se dcsprenden de él. Su deber último es puhli­car sus descubrimientos y exponerlos, junto con una descripción exacta de los medios con que lo~ han obtenido, al público internacional de SUS

colegas antropólogos y, más allá. <tI «mundo de la enseñanza». Cun e l tiempo, las noticias sobre sus tr<tbajos y análi sis, bien sea mediante Sil'

escritos de divulgación, bicn mediante citas, reseñas (no pocas vecCS

expurgadas) y compendios realizados por personas ajenas a la profe­sión, se filtran al gran público lector. El tiempo purga luego sus infor-

.ú ,",,,,010,[,' y el enCllentro colonial _____________ 287

mes y e1imina mucho de 10 qne es p<trcial e «intcncionado». No sirven de nada las argucias u los argumentos tendenciosos; existen unos pri n­cipios profesionales con los que se valoran todos los infonncs y, cn úl­

tima instanci<t, el sentido común del hombre común (pp. 1-2).

Pero hablar de «principios profesionales» y de la autoridad del «senti­do común» no es segnramente menos ingenuo que las observaciones disparatadas de que la antropología no es sino la sierva del colonialis­mo. En la actualidad no hay unos principios claros en antropología, sólo una organización profesional ilorecienle, y el sentido común del

hombre común occidental, él mismo un ser alienado y explotado, re­sulta difíci lmente fiable como prueba crítica del conocimiento antro­pológico. Sin embargo, el aplomo de las observaciones de Turner es en sí una indicación del tipo de mundo racional que el antropólogo clásico sigue compartiendo, y sabe que comparte, con aquellos a quie­nes se dirige principalmente.

Los antropólogos nos han recordado una y otra vez las ideas y los ideales de la Tlustración en los que se basa supuestameme la inspi ­ración intelectual de la antropología.20 Pero la antropología también está enraizada en un encuentro de poder desigual emre Occidente y el Tercer Mundo que se remonta a la aparición de la Europa burguesa;

encuentro en el que el colonialismo es meramente un momento histó­ricO."1 Este encuentro es lo que facilila a Occidente el acceso a la in­(onnación cultural e histórica sobre las sociedades que ha dominado

p'rogresivamente y, por lo tanto, no sólo genera cierta clase de concep­ción universal, sino que además refuerza las desigualdades relativas a la capacidad entre el mundo europeo y el no europeo (y, por ende, entre las élites europeizadas y las masas «tradicionales) del Tercer Mundo). En la actualidad, cada vez somos más conscientes de que la información y la interpretación que producen las disciplinas burgue­sas como la antropología son adquiridas y usadas más fácilmente por quienes tienen más capacidad para explotar. Esto se debe en parte a la

estructura de la investigación, pero sobre todo al IDQdo en que estas

20. Véanse. POI ejemplo, E. E. Evans·Pritehard. ap. cit., M. Harris, The Ri.~e af An­thropalugical Theury, Londres, 1969, y R. Firth, up. cil . 21. C. Levi-Strauss fue uno de los primeros antropólogos en percibir este hecho im­portante, aunque hizo poco más aparte de eso. Véase The Scope af Anrhropology, l-Ou­dres, 1967. pp. 51"52.

288 ___ _____ _ - P()H[ica~ de I~ ~ u !J'U,.., I

"') ogl;!l

disciplinas cosilican su conocimiento. Como los poderosos que f¡ _ l ' . . lnan_

clan a investigaCIón esperan el tipo de interpretación que a la 1_ <lrgil

los reafirme en su mundo. 1 .. antropología ha sido reada a P'od _ . lItlr

for~nas radlcaLme~le subversivas de interpretación. COIllO la interpre_ tación 31llropológu:a loma abrumadorameme cuerpo e n las Icngu;¡S europeas, se acomoda con más facil idad al modo de vid.t y. po r ende I - a a raCionalidad, del poder mundial que representa Occidcllle.

Debemos partir del hecho de la realidad básk:l que hi70 de la antropo logía socia l de prcguerra una empresa viable y efi, a;r: 1:1 rellJ­ciólI de poder cn lre la cultura dominante (europea) y la dom inada (no europea). Luego debemos preguntarnos cómo ha afectado e~la rela­c ión a las condiciones previas prácticas de la antropologfa ~o(,;ia1. a qué usos se apl icó su conocimienlO, cuál fue el tratami ento teóri co "de asuntos concretos, cómo se percibían y objetivaban las sociedad~'s aje­nas, y por qué proclamaba el antropólogo su neutralid,ld política.

La estrucrura de poder colonial hizo accesihle y seguro el objeto de estudio antropológico -gTacias a ella la proximidad I"í."i ca conti­nUll entre el europeo que obs.erva y el no europeo que vj ve fue una posihilidad práctica-o Propició el lipo de intimidad humana ~obre e l que se basaba el campo de esrudio antropológico, pero se a<:eguró de que la intimidad fuese unilaler.J l y provis ional. Merece la pena deS'

tacar que casi ningún antropólogo europeo ha abrazado personalmente 1<1 cultura Subord inada que ha estudiado: por el contrario. a infinidad de no europeos, después de viajar a Occidente para estudiar su cuhum. les han cautivado los valores y razonamientos occ identales, y lalllbién han comribuido a una interpretación de su cultura.

La razón de esta asimetría es la dialéctica del poder mund ial. Los anlropólogos pueden alirrnar que han contribuido a la conservación patrimonio cultural de las sociedades que han estudiado mediante un registro favorab le de las fonnas de vida indígenas quc, de OlIO modo. se perderían para la posteridad. Pero también han contribuido, ,] veces indirectamente, a mantener la estrucrura de poder que representa el siso tema colonial. Que a la hora de la verdad tale.s contribuciones no fue­sen cruciales para el vaslo imperio que recibía conocimiento y brinda­ba patrocinio no quiere decir que no fuesen críticas purll la pequeña disciplina que brindó conoci mi ento y recibió ese patrocinio. Porque ID estructura de poder sin duda afectó al tratamiento y la elección Icóric,1 tle lo quc la antropología social había convertido en obje to - más en

lJl anlNflO1ogía Y el encuentro ,ol(m i ~ t _________ _ _ __ 289

algunos asumos que en otros- o (En cualquier caso, deberíamos obviar la teodencia de algunos crúi cos y defen!tures de la antropología soc ial • hablar como s i las doctrinas y los análisis etiquetados como «funcio­nalismo» formasen parte de una estructura lógica altamente integrada.) Sus análisis --de política ho lística los más. de sistemas cosmológicos los menos- estaban influidos por una predisposición a adaptarse a la ideología colonial. En lodo caso, el sentido gcneral de la interpretación antropológica no plantcó un desaffo básico al mundo desigual que re­presenlaba el s istema colonial , ni el antropólogo social analizó el siste­ma colonial como tal - dentro del cual se ubicaban los objelOs sociales

de estudio-----. Afirmar que hl pericia del <lIItrop610go no lo cualificaba para analizar provechosamente tal sistema es admitir que esta perici a era deficicnte. Porque cualquier objeto s.ubordinado y manipulado es en parte producto de una relación de poder, e ignorar este hccho es

malintcrpretar la naturaleza de este objeto. Es obvio que la proclamada neutralidad política del antropólogo

DO puede disociarse de todo lo dicho hasta ahora. En consecuencia, cabe pregunlarse si la definición cientffit:<l de la antropología como el estudio desinteresado (objctivo, sin valoraciones personales) de «otrJS culturas», que ayudó a diferenciar entre el cometido del antropólogo y

el de los colonizadores europeos (el comerciante, el misionero, el ad­

ministrador y demás hombres de asuntos prácticos). no la incapac itó también para concebir y defender un futuro político radicalmente d is­tinto para los pueblos suby ugados que había estud iado y, en conse­cuencia, sirv ió de hecho para fusionar este cometido con el del stllt¡j

qua dominante de los europeos. Si el antropólogo a veces aprobó o condenó cambios socia les particulares que afectaban a «su pueblo», ¿acaso. en este compromiso ad hoc, hi~o algo más o algo menos 4ue muchos colonizadores europeos que aceptaron el colonialismo como un sistema? Si a veces los admini stradores o colonizadores lo acusa­ron de «rojO}}, «socialista» o «anarqui sta,), ¿no revela esto simp lemen­te una faceta del carácter histérk:umente intolerante del colonialismo como sistema. con el que eligió vivir, pese a todo, proje!)·ionalmente

en paz? Creo que es un error considerar la alllropología social de la época

colonial ante todo como un apoyo de la adminislración colonial, o como e l simple reflejo de la ideología colonial. Digo esto no porque suscriba el cómodo punto de vista que los antropólogos consagrados tienen de sí

29o __________ _ Políticas do:: t ~ antro 1 po ogfa

mismos, sino porque la conciencia burgues .. de la que la ', t , '''1 '61 fr ' ' • n ropolooí SOCHl es s o un agmcnto Siempre ha contenido 'n . ¡ ' • a

d . . ' " ., mtsma pror

as contradiCCiones y ambigüedades _y rv'Ir ende I" ~ nn .'b 'I'd UII_ ' r ~ , ....,r~SI 11 adesd transcendcrse a sí misma-o Para que estas contradice' , e d b' .. IOnes se enllen_ an ten es esenClal fijarse en las celadones de poder h' 16 ' Oc 'd . IS n cas entre

el ente y el Tercer Mundo, y examinar de qué fonnas se h ' 1 d d" lé . . a vmeu u o la Cllcamentc con las condiciones prácticas, los supuesto· bá "-

cos y el produclo intelectual de todas las di sciplinas que e s SI­. . ' . r presentan la InlCrprct¡¡CIÓn europea de la humanidad no europea ( ..• ).

Marzo de 1973

f ~~~~~~~:~~~ y política: I-t responsabilidad y ámbito académico*

}ohll Gll'dhill

A primera vista. parece evidente que hoy la antropolog(a no puede evitar el compromi so con los asuntos <'polfticoS) . Muchos antropólo­gos deciden trabajar con poblaciones ~'¡nd(genas» que demandan que los estados y las empresas capitalistas transnacionales reconozcan sus derechos y les indemnicen por las injusticias pasadas. Como «ex.per-

tos» en «culturas no occidentales», con frecuencia los antropólogos se ven involucrados en procesos judiciales relacionados con materias ta­les como los derechos de los indígenas a \a tierra. además de actuar como testigos ex.pertos en los casos que tienen que ver con personas

que piden asilo y con inmigrantes en los pa(ses del Norte . Sin embar­go, el grado de compromiso que l()s antropólogos individuales mani­rLestan en dichos contextos varía, al igual que las posturas que adoptan

con respecto a las cuestiones en ellos implicadas. ¿Cómo se pueden. por ejemplo, sopesar los intereses de un grupo

indígena de la Amazonia frente a los de los miembros pobres de otros sectores de la sociedad nacional que han emigrado a esa región en busca de sustento y que se pueden encontrar en una situación mucho peor si se reconocen los derechos específicos de la población indíge­na? Este tipo de problemas resullan magnificados por la naturaleza intensamente estructurada de los puntoS de vista que sustentan los

«forasteros» acerca de quiénes son los «;auténlicos) indígenas. Un ejemplo lo constituye el modo en que, en Guatemala. se ha di stribuido

.. En El poder )' 51ll' di.ifract5. P..,rspej>/¡ms allfrofJQfógira5 dI! ¡j¡ Pn/l¡iCll. Bellalc rra. Barcelona. 2()()(). pp. 337·370 [e.o. P()wer & lIS Dil'gHüheJ. Anlhropnlo¡.;i<:a! Prr.lfil'C ·

¡iI'es OI! Po!j¡i<'s, Lornlrcs, PIulo Press. 11)t>41.

292 ________ ________ Poülicas de la an tro""1 ' .... °g_a

a menudo la ayuda de las ONG: baslÍndosc en la apariel/cia In ' as o menos «i~dia» de la población según su indumentaria (Smi th, 1990), Los propIOS antropólogos no elaboran necesariamente el reflejo uel «panorama general», debido a tos compromisos personales que esta. blecen con la población entre la que realizan su traha;o de campo e

~ . un frecuencia , su visión del mundo pri vilegia Jos intereses de los grupos «indígenas» y sus intereses profesionales les impiden evaluar las pre­tensiones de las distintas partes. Como señala Nugent ( 1993), los «campesinos» de la Amazonia son «invisibles» en numerosas concep_ tua lizaciones antropológicas de la sociedad amazónica. Y aHí donde aparecen, siempre de manera marginal. son anatematizados.

¿Cómo puede un antropól ogo tratar cuestiones que plantean una serie de principios éticos enfrentados, como la continuidad de I¡¡ prác­tica de la cliloridectomía por parte de inmigrantes en las sociedades del Norte? Este tipo de cuestiones pueden resultar sumamente politi ­zadas. no sólo porque implican conflictos inmediatos de intereses !>(l­

ciaJes que no se pueden reducir fácilmente a una clara di visión entre buenos y malos. sino debido a que revelan otras cuestio nes de m;.yor envergadura, relacionadas con el impacto del colonialismo occidental y los problemas contemporáneos del poder del estado, el poder de l a .~ clases y el racismo.

En realidad, muchos antropólogos no querrían considerar su p;:¡ _ pel como un papel «político!-!-, argumentando que los antropólogos de­ben prescindir de las simpatías, las creencias y Jos compromisos per­sonales, participando únicamente en cal idad de «expertos» cuyo testimonio corresponde a aquello que se puede defender como conoci­mie nto académico. A los participantes en el debate del GDAT celebra­do en Manchester en 1995 no les convencieron los argumentos que se plantearon en contra de la moción de que «la abogacía constituye un compromiso personal de los antropólogos, no un imperativo institu­cional de la antropología" (GDAT, 1996). El mismo año, la re vista Current Amhropology publicó un debate centrado en un artícul o de Roy d'Andrade, quien aftrmaba que las «posturas morales)!- obstacu li­zan el «trabajo científico», y otro de Nancy Scheper-Hughes, q uien soste nía que las «responsabilidades éticas" de los antropólogos deben ocupar un papel fundamental en su labor práctica, de modo que le!'> obligue a «tomar panido». Los argumentos de est.a aUlor.:! provocaron algunos comentarios especialmente polémicos; aunque más adelante

AnlfOPOtogfa Y poI/l ita: compromiso, rcsponsabilid;uJ y (".) ___ ___ 293

volveremos sobre ellos con mayor detalle, quisiera empezar formulan­do algunas observaciones generales propias.

La primera es que no resulta lan evidente que c ualquier forma de conocimiento académico pueda pretender legítimamente ser «objeti­va" e «imparcia!>!- ni que los académicoS puedan evitar «adoptar una postura!-!-, ni s iquiera cuando pennanecen cn silencio . Lo que resultaba políticamente problemático en la antropología del período co lonial eran precisamente sus s ilencios, la reducción de las c uestiones del po­der al ámbito neutral de una «administración» con la que en los e scri ­tos antropológicos se mantenía una prudente distancia. En el mundo actual todavfa podemos decidir permanecer en silencio y no explayar­nos, en nuestras etnografías, en cuestiones tales como las violaciones de los derechos humanos y la corrupc ión , aun cuando éstas forman parte del entramado de la vida cotidiana. Sin embargo, y como ya he­mos visto, al menos una parte de la moderna investigación antropoló­gica ha tratado de abordar las dimensiones más desafiantes y terribles de las relaciones de pode r local y mundial comemporáneas de una manera di recta y sin recurrir a eufcmismos. Actualmente no debemos centrarnos tanto en el silencio como en la cuestión de cuáles son posi­blemente los mayores dilemas que plantea el hecho de hablar.

En este último capítulo nos centraremos, sobre todo, en la rela­ción entre el conocimicnto académico y e l conocimiento práctico y político. La principal forma en la que e l conocimiento académico se difunde en Gran Bretaña y Estados Unidos es a través de las publica­ciones académicas, que lec un público especiali zado, aunque esto no ocurre necesariamente en otros países, donde los antropólogos partici­pan más estrechamenle e n una cullUra pública intelectual , donde las ideas se difunden a través de revi sta .. populares y programas de te levi­sión que llegan a una audiencia mucho más amplia. Sin embargo, ni siquiera en Gran Bretaña y Estados Unidos las publicaciones acadé­micas constituyen la única forma en la que surge el conocimiento an­tropológico a partir del trabajo de campo. Incluso los antropólogos que ocupan algún puesto en la uni versidad pueden elaborar infonnes para organismos de l gobierno, ONG o empresas pri vadas, y un cre­ciente número de licenciados en antropologí .. pasan a trabajar direct:l­mente para institutos y organizaciones ajenas a la universidad. Tanto s i escribimos un libro o un artículo que teóricamente pertenecen al ámbito públi co como si elaboramos un infomle destinado únicamente

294 ~ POlíticas do: 1

a antr0Pok, ."'" a sus patrocinadores. debemos pccg"n' e '{ '. .. amos para q "é s e conOCimiento. Las respuestas a esta prcgum UJ n se prOduce

mente sencillas. a no son necesaria_

La política de la producción del cOllocimient algunos dilemas inicia les o antropológico:

Se puede decir que, en ocasiones, algunas obras aea ' . mente «científicas» o «imparciales>, ha ' "d' dCI~lcas aparente_ Por,", 11 scrVJ o a Jos Intere d

1, Jea cxtenor británica o est d 'd " ses e la . d . , a aUn! cnse, aSl como a lo d

mma os reglmenes autoritarios (tanto " 1 ' s e detcr_ , d f ' SI os antropólogos er' a os o manciados por los orga . d an Contra_

. ntsmos e seguridad ab' como Sl lo eran de modo eneuó,·e" ) v h ' . lcnamente

o. l a cmos VIsto U' é puede cuestionar el «conocimiento d 'd . t: qu modo se crítica de Poole y Rénique a la «sen~e e~ e ~esta base en el caso de la

lagos trabajan para organizaciones a~~ó:;~a~. Hoy: mucho.s antropó_ éstas quiencs les pagan. Esto od' . nas, y, en ocaSIOnes, son asegurar que el conoc" p na parecer una manera sencilla de

tnlIento antropológico d igualdades de pod 1 ayu e a corregir las des-, erene mundoys' , ' . pero al principio de este ca ítulo ' ,Irva unlCame~le a C<lUsas justas; he indicado alguna. d 1 P , aSI como en antenores ocasiones, ya

s e as razones por las I tan sencillas, que as cosas no resultan

Dejando aparte la cuestión d . 1 d algunos perJ·udic. 1 . e SI a efensa de los intcreses de

a os IOtereses de otros d -de un trato igualo' , que po nan scr merecedores tran con el hech dmeJor, Con trecuencia los antropólogos se encucn-

o e que a las persa I les plantea proble I . nas con as que cstán trabajando ra se politiza los ,m.ads, o ~uc escn,ben acerca de ellas, Cuando la cultu~

, aca emlcos no tIenen n . bra ya men"d ecesanamente la última pala-

, u o se encuentran con q . ción t 1 ue eXIste una potenciar contradic-

en re o que, en otras circunsf"n .. d . . 1 d ... cws, po nan deCIr acerca de la

«c u lura» e un detemlinado lu ar I . ' ' sanas ' l·. d g Y os mtereses prácticos dc las per-

, lrnp Ica as en cuanto a Jos r' . , ", chas contra el e 't dI' ecursos que relvllldlcan en sus lu­ob ~ a o y as empresas transnacionales. Es fácil pues.

servar por que muchos defienden 1 'd d . ' jetividad cientif e a 1 ea e refuglarse en Ulla «úh-

lca» y alerrarse a las pro . ' . les (do . , . ,,: plilS conVIccIones intclectua-

. s cosas quc, qUlza. no tIenen necesariamente por qué ser la mis-

"",10,,,, política: compromiso. responsabilidad y ( .. . ) ______ 295

Sin embargo, existen lugares donde los antropólogos no podrían '1;,.rI"lbajo de campo sin hacer algunas concesiones a la demanda '1"""- algún servicio a la población que descan estudiar. Ya no te­

potencias coloniales que hagan del mundo un lugar seguro para

La relación entre conoci miento académico y práctica política re­

~:~::~:~~::~~: problemática para los antropólogo s debido a que Ih de un contacto cara a cara con la gente sobre la que escri­

Necesitamos pensar de manera reflexiva sobre la relación entre antropólogos y las personas a las que éstos estudian, tal como han

diversos representantes de las tendencias hermenéutico-in-y «posmoderna" de la disciplina, reconociendo que esta i . varias dimensiones de poder. Los antropólogos tienen

poder de «representar» a través de sus escritos, y representar a la ""blaclóncomo víctimas miserables de la explotación y del terror po­

resullar una representación tan insatisfactoria -no sólo para la población en cuestión, sino también en cuanto a su impacto político-­como otros tipos de escritos más eufemísticos. Pero esta no es la única dimensión de las relaciones dc poder implicadas en la investigación etnográl1ca. y en varios sentidos los antropólogos pueden ser menos poderosos de 10 que creen, como veremos más adelante con mayor detalle. Sin embargo, está claro qu'e escribir sobre cuestiones políticas o sobre cuestiones que lienen una prominencia política no equivale necesariamente a una acción en el ámbito político donde participa la población sobre la que se escribe. Los argumemos de Nancy Scheper­Hughes en favor de una postura ética en el trabajo antropológico no s6lo se refieren a la escrilUra y a la representación, sino también a la intervención directa y a la acción política en el contexto (Scheper­Hughes. 1995).

La experiencia de Salman Rushdie sugiere que sería una impru­dencia desechar la escritura como un acto político que siempre y nece­sariamente va a resultar «seguro» por cuanto se puede ejercer a distan­cia. Aun cuando resulte comparativamente «segura», no se deb e

desechar necesariamente la escritura como una actividad políticamen­te insignificante . Puede muy bien ser políticamente valiosa para la po­blación que estudia el antropólogo si algo de lo que éste publica en e l extranjero sirve para movilizar a la opinión pública en favor de su causa y desencadena la presión internacional sobre su gobicrno. espe-

296 Pol(licas do:: la 31ll ropuloll;fa

cialmenlc al lí donde la cobertura de la prensa inlcrnacionaJ resulta escusa o inex istente. Es más probable que eslo OCurra cuando cr ¡mIro.

p61ogo escribe al{!o para una publicación no académic:1 o propor\;ionil

una infonnaciún que los medios de comunicación O determinadas Or­ganizaciones pueden difundir. Sin embargo. algunos antropólogo), ~n reac ios a dar tesLimonio público de determinados atonredmienlo~ por

lernor a que eso perjudique a sus intere,o,;es profesionales. Las implica_ ciones del profesionalismo constituyen otra cucslión fundwllcmal (juc

hay que abordar a la hora de revisar los factore.~ que COl1figUfllll la po[(tica de [a antropología.

Resulta tentador suponer que la política «naturab) de In um]"()po_ logía debería ser radica! en el sentido de enfrentarse a la Jominación occidenta l, al racismo. a la opresión de los débiles por los poderoso~. etc. Sin embargo, hoy como en el pasado muchos miembros de- la pro­fesión mantienen posturas personales relativamente eOl1 ser\'adora~ respecto a l<ls cuestiones políticas y sociales. No existe ninguna razún de peso por la Cual un antropólogo no debiera estar convencido. por ejemplo, de que el mayor bien pam la humanidad serfa que las gueml», amiinsurreccionales aniquilaran la subversión comunista (y, de hc<.:ho. algunos estaban convencidos de ello), Toda vía surgen defens;t~ de la

gUerra fría, y éstas no sólo proceden del derecho po/ftico. Una not:lhle comribución a esta línea proviene del filósofo «amifundamcnlist¡])}

Richllrd Rorty (1998), con un razonamiento que defiende un retorno a la antigua política estadounidense. dc orientación sindicalisl<l de iz­quierdas. de trabajo versus capital. frente a la nueva polftica de cuhura e identidad. Rorty condena de manera resuelta las barbaridades inlli­gidas al mundo en nombre de la política exterior norteamerkana, pero no le preocupa el hecho de que los izquierdistas acepten di nero de la CIA para librar sus bataJlas culturales contra el comunismo (Rorl)'. 1998, p, 63). Afirma que los críticos que hacían hincapié en el carácter imperi al del estado norteamericano socavaban la confianza de toda una generación de jóvenes en la posibilidad de reformar su país. al dejar de señalar unos logros de los que los noneamcricanos ( progre­sistas» todavía podían sentirse orgullosos (ihid., pp. 65-66). Sin em­bargo, reSulta cuestionable si liene algún semido hablar, como ha ~'e Rorty, de las batallas necesarias contra «los imperios del mal» como si éstas se hubieran librado ulilizando estrategia.~ e ncubiertas qlle no hu ­bienIO cuusado un cnonne daño más que a los «locos tiranos» (¡bid ..

r.,."o¡ok,gf" política: compromiso. rcsf1/lIlsHbililb" y ( ... ) _ _ ____ 297

Esto plamea un proble ma especi al para los antropóloJ;,os. a~~ i<u,ando el daño en cuestión 110 c:onsista en lle nar fosas con la~ VlCllmas

los escuadrones de la muerte entrenados por Estados Umdos o los

bijos de los campesinos carboni z¡¡d~s en los ata~l1~s con napalm. .. . Puede ser ética C'IIolq/lier accIón que perJud ,~ue a las person.~s

, ;.., que los antmpólogo~ disfrutahan de una relacIón de confianza!.

;~:II ~aso negativo, (,debería e l estamento ~rofcsional sancionar a lo:

antropól ogos que practicaran e~t¡1 conduct~? Como ver~mos, ~a, ex~_ rieocia de la guerra fría obligó a los organIsmos pr?feslOnales a esta blecer códigos éticos que proscrih(an determinadas formas de c.ompor­tami.emo. y dichos códigos siguen evolucionand? Así, p,or eJemp~o, recientemente la Asociación de Antropólogos SO<.:tales (AS~) de Grdn Bretaña y la Commnnwealih ha revisado sus directrices étIcas,. otor~ gando al principio del «consenti miento infor~nado )., un papel lunda.~

mental en las relaciones establecidas enlre los 111vestlgadores y las pel­sonas objeto de estudio. y en I,Is decisiones acerca de 10 ;ue se puede hacer con la información obten ida en el trabajo de campo. . .

Sin embargo, la existencia de ,ódigos éti~os no gawnlIza. que lo.s

antropólogos no se comporten de modo que v~ol.en las ~g~a~. ".n~ues­tas y se salgan con la suya. Ni tampoco los cudlgos ét~cos s.IlIslacell necesariamente los pumos de vista de tudos los an lropologos sobre lo

que debe ser una práetica étic,a, da(io que básicamenl~ s~ (rala. de do-

d y lo que resulta aún más sIg mficat lvo, las cumentos conscnsua os. , " . . ' cuestiones relativas a la moral personal y a las con VICCIOnes mle.l.ec.~

luales no son lo único que aquí está en juego. y las posturas. de ca,d'l uno no resu llan detcrmin¡td:IS meramente por un :ortés y racIOna! >I :~­terC'lmbio de argumentos. Siempre ha habido presIOnes sobre la dlSCI­

Plin~ procedentes del ex terior de los muros <le la acade,~ia~ del estad~~ así como presiones internas vincul adas ¡¡ la ~'arrera person<li y a la ~a pacidad de quienes tienen e l poder p~ra bloquear el progr~so de qUIe­nes traspasan la línea. Hoy. tales preSIOnes son .más fuer~es que nun~~, a pesar de la aparente proliferación de perspectIvas «rad,c~les» y «(Cf]­

tiC¡IS~~ en la disciplina a partir (le la década (le 1970, especllllmcntc las

. . ' a la~ nlle~a;¡ "directrin~s para una I Se pu.:de acceder tan/o a la .. anllguils t:OUlO ,. . k k/ASAI rác¡ ica correcta" de la ASA en Internet. en la. dir.::cdón. hU~:lI1u?"~u <':~~'i~'o é,i(.o. ~ él l i La A\O<.:iaci6n AntmjJOlvglca Amcrlcana publica tamblen . . D

~~ne:-;;~~c~i~l adio.:iorl31 ~ohrc ética '1 \'f ... culo~ a to~ .... -6digo~ de olra'< dISClphJla~, cn http://www.aaane1.org.lcthics.hlJll .

298 --------- - _ _ _ _ ____ POlítica~ de la ant rO "" 1 Y" 0llfa

asociadas al marxismo, el feminismo y los estudios cuhuralcs Joniales. . POseo..

No parece exager'ddo sugerir que incluso el ideal de la «un,'v' " . c rSI·

dad li beral» como una institución supueslamente autónom •• dedkada a la búsqueda imparcial del conocimiento por sí mismo se Ve amena_ wdo por la demanda, in~i~ len le por parte de los gobiernos contcmpo. ~áneos de que los prinCipiOS del mercado dese mpeñen un papel más Importante que nunca a la hora de determinar la naturaleza y alcance de las necesidades relativas a la enseñanza superior. Resulta cuestio_ nable hasta qué punto la «universidad liberal>} ha existido en la prácti_ ca alguna vez en alguna parte. Una financiación privada, en ¡ugur de estataL no significa necesariamente que los objeti vos académicos re­su lten más comprometidos (en algunos casos puede suceder perfecta_ mente lo conlrario). Pero los peligros de las tendenci as actuales resul ­tan ya ev identes. Empujados por las exigencias económicas, los antropólogos están, hoy más que nunca, interesados en vender sus ser­vicios a organismos públicos y privados cuyos proyectos prácticos son muy concretos, especialmente en el ámbito de la política social. 1:.n Gran Bretw'ia, la explosión de la intervención estatal, en nomhre de ];1 «evaluación de la calidad» y de la idea de garantizar a los estudian/e .. y a Jos contribuyentes «el buen uso de su dinero», ha tenido un nota­ble impacto en la configuración de las publicaciones acadérnk¡IS y somete a todos los miembros del ámbito académico a presiones que constituyen una nueva forma de gubemamentali dad de la vida in/elec­tual.

Gran parte de elJo es simplemente la ampl iación al sector públi ­co de una serie de formas de administración ya arraigadas en el mun­do de la empresa, pero las consecuencias ideológicas de la aUlorregu­lación pueden resultar profundas. Cuando menos, los individuos se ven obli gados a preguntarse si un proyecto dado favorecerá su carrera en un entorno cada vez más competitivo en el 4ue las cantidades de dinero que se logra atIaer para la investigación constituyen olro «indi­cador de rendimiento» para los individuos. Por otra parte. la presión de la finunciución del estado y el énfasis en el rendimiento según cri­terios centrados en «las necesidades nacionales y sociales» ---con la competitividad en la economía global en el primer lugar de la lista. en lo que se refiere a las ciencias sociale. .. _ no sólo restan prioridad a la invest igación antropológica en el extranjero. sino que también rcfuer-

1»,"",01""", 'j polftica: compromiso. responsabi lidad y ( ... ¡ __ _ 299

los incenti vos para que otras disc i plina~ tralen de marginar a la "tro,!,o,Jo:g'a", la competencia por los rc(.·u rsos.

Dado que quienes se ganan la vida trabajando en las univcrsida­como antropólogos aC¡ldémicos profesiona les no pueden ignorar completo las reglas de este nuevo juego, tenemos un !loderoso in­

centi vo para de mostrar nuestra «relevancia» según unos c ri terios que elegimos nO~OLrOs. Por supuesto. podemos seguir luchando p~r

nuest'", propias prioridades, pero parece improbable, dada la ampli­tud política de la situación, que estas prioridades lleguen a se.r las ~n:­

l.""'''''''''',., Los académicos profesionales si.emprc se han Visto hml­, por las estructuras institucionales. pero si ahora esto~ límites se

hacen más estrechos, resu ltará especialmente val iosa la vigorosa de­fensa de la au tonomía universitaria y de la c apacidad de las propias instituc iones académicas para determinar los proyectos de investiga­ción. Sin embargo, ni siquiera esto es tan sencillo como parece, ya que las instituciones universitarias son orguni<!.aciones sociales con sus propias culturas, relaciones de poder y contactos con otras eslructuTa~ de poder.

En el pasado, grandes instituciones como Harvard desempeñaron un importante papel a la hora de conformar la opin ión pública. En este sentido hay que destacar el esfue rzo por parte de Harvaru para propor­cionar unaj ustificac'¡ón al uso de armas atÓmic'ls contra Japón (Bird y

Ufschuhz. 1993). El Centro de Investigaciones Rusas de Harvard, di­rigido por el antropólogo Clyde Kluckhohn , fue un ~rma i.m~rtante en la guerra fría (Price, 1998). Una gnm parte de las «lllveshgaclOn~» de Harvard se centraron en la propaganda dirigida a socavar al gobier­no soviét ico. De hecho. ya se había rec lutado:1 diversos antropólogos para realizar este tipo de trabajo durante la segunda guer.ra ~u~~ial, dado que su conocimiento de la diferencia cultural se consldcro uttl e,n la guerra psicológica contra los japoneses. Muchos veían la ~u~rra fna simplemente como una extensión de esta anterior labor patn6~ca, y la cultura y el paradigma de la personalidad se prestaban cspee1almen­te a este punto de vista. Margaret Mead y Ruth Bcnedict permitieron que sus investi gaciones fueran financi:ldas por org¡m~zaciones ~omo RAND Corporation, de las que sabían que no eran SlIlO extensJOIl.es «privadas)) del aparato de seguridad estadounidense. Cora ~ubOls, entIe olras, llegó a estar en la nómina de la CIA durante un tlcmpo. Otros proyectos, especialmente el «Human Arca Fi les) de George Pc-

300 _______ __________ Políticas de la antropolugía

ter Murdock, recihieron financiación encubierta de la CIA debido a que el servicio de inteligencia pensaba que el estudio de otras culturas resultarla útil con vistas a la injerencia de Estados Unidos en otras áreas del mundo.

Fue Kluckhohn, sin embargo, quien ocupó un lugar especialmen_ te destacado en las redes que vinculaban la investigación antropoló_ gica con los personajes que, dentro y fuera del ámbito académico, desempeñaban algún papel a la hora de configurar las estrategias de seguridad de Estados Unidos a escala mundial; asimismo, fue asesor del FB!. Aun cuando la implicación de estos eruditos venía dada úni­camente por una cuestión de principios y de compromiso con los va­lores norteamericanos, sigue habiendo fuertes objeciones éticas a su s actividades: trabajar para la «seguridad nacional del estado» convenía a los etnógrafos en espías y producía un conocimiento que se podía utilizar para dañar físicamente a otros seres humanos. Por otra parte, tal como muestra Price, el poder de estos colaboradores antropólogos de la «seguridad nacional del estado» les hizo también cómplices de la anatematización de algunos de sus colegas profesionales durante la caza de brujas del «Comité de Actividades Antinorteamericanas» del senador Joseph McCarthy, procesos en los que algunos de ellos recu­rrieron a tácticas que la mayoría de las personas considerarían poco éticas en cualesquiera circunstancias.

Hubo, sin embargo, procesos aún más insidiosos. Stephen Rcyna (1998) ha afirmado que el trabajo de ClitTord Geertz sobre Indonesia defiende un «régimen de verdad) en el que la culpa de la masacre de los comunistas de 1965 se reparte por igual entre los propios comunis­tas y el ejército indonesio. La erítica de Reyna a Geertz no constituye una negación del «relativismo ético» que nos autoriza a tener nuestras pIOpias creencias, sino un ataque a una forma de relativismo que se niega a aceptar que los juicios morales tienen que basarse en eviden­cias. Sea lo que sea lo que creemos que es bueno y justo, debemos ser capaces de proporcionar evidencias de que la situación que juzgamos como buena de acuerdo con nuestIOs valores realmente satisface nues­tros criterios de bondad y justicia. Geertz no está a favor de tratar brutalmente a los débiles. Sin embargo, en su obra, parcialmente auto­biográl1ca, After Ihe Fact (1995) utiliza toda una serie de persuasivos recursos retóricos para llevarnos a creer que ambos bandos tenían el mismo poder y que el PKI era capaz de hacerse con el poder del esta-

AntrojXllogía y política: compromiso, resjXlnsabilidad y (. .. ) _______ 301

do por la fuerza. Además. evita explayarse en el papel de los servicios de seguridad estadounidenses a la hora de convertir el ejército indone­sio en el monstruo que demostró ser, una vez más, tras la caída de Suharto, cuando las tropas indonesias se cruzaron de brazos mientras las milicias asesinaban a un gran número de timoreses orientales y a varios observadores de la ONU tras celebrarse el referéndum para la independencia. a pesar del compromiso del gobierno de Yakarta de respetar el resultado. Lo que señala Reyna no es sólo que existen sus­tanciales evidencias de que los comunistas eran demasiado débiles para amenazar al estado, y que Geertz prefiere ignorarlo, sino que la hermenéutica de Geertz hace que toda la cuestión de las evidencias y del fundamento de los juicios parezca irrelevante, de un modo tal que, en última instancia, sirve a los intereses de los poderosos y vicia los valores humanistas liberales que declara poseer.

Ross (1998) lleva aún más lejos la critica de Geertz aJirmando que su primer trabajo sobre la Indonesia rural y urbana (Geertz. 1963a, 1963b) muestra una fuerte afinidad con el paradigma del «colapso de la modemizacióm~ y la «ingeniería social y política» de Huntinglon, en cuanto a la perspectiva que defiende. Una vez más, Geertz tenía perfecto derecho a no compartir los pumos de vista de la crítica mar­xista a la naturaleza del desarrollo capitalista en Indonesia, y, de he­cho, debatió vigorosamente estas cuestiones. Sin embargo, el autor ofrecía una explicación de la pobreza rural de Indonesia que alejaba la culpa de las estructuras de poder asOCiadas a los intereses de Estados Unidos y la situaba de lleno en los colonialistas holandeses, al tiempo que colocaba el desarrollo capitalista poscolonial bajo la luz positiva de la «modernización~). Esta obra resultó extremadamente gratificante para quienes ostenlaban el poder en el sistema universitario, estrecha­mente vinculados al aparato de seguridad nacional. y, como muestra Ross, plantea importantes cuestiones acerca de cómo participan los intelectuales en la vida social a través de las instituciones.

Algunos de los mentores de Geertz en el Departamento de Rela­ciones Sociales de Harvard fueron sociólogos profundamente conser­vadores, especialmente el anticomunista ruso emigrado Pitirim Sorokin y el norteamericano Talcott Parsons. Ambos participaron activamen te en la política de la guerra fría , incluso en el programa diseñado para dar refugio en Estados Unidos a antiguos nazis. Podemos plantear al­gunas cuestiones interesantes acerca de cómo el origen social de un

302 _______ _ _ ________ "olílica.~ dc la antl'<'''''l'' . . - ,·v vgta

erudito como Parsons podría haner configumdo su actitud respecto a cuestiones tales como la raLa, y acerca de cómo la estruCtura de los departamentos de éli lc de la universidad. basada en una polítjca de men_

tores y recompensas, podría haber generado una promoción de "prOte_

gidos» cuyos propios orígenes sociales son distimos. Esto no equivale a s.ugerir que exista una relación mecánica entre las ideas y el orige n social, o que las universidades no reflejen unos contextos social es y políticos que la s trascienden, en unos períodos hi stóricos y en unos

lugares concretos; pero s í equivale a señalar. no obstante, la importan_ cia de vincular las trayectorias profesionales de los individuos y lal;

ideas que éstos producen a los procesos sociales que las configuran en

el s.eno de las. universidades. Corno muestra William Roseb t= rry (1996) en un análisi s de la formación de «escuehls>~ en tomo a una serie de

cenlIOS del pensamiento anlropológ ico estadounidense. las redes no sólo promocionan a los individuos. sino que también los excluyen:

una parte de la política de la producción académica se lleva a cabo no

contratando a determinadas personas. Inc luso dete rminados acontecimienlos ideológicos aparentcmen­

te «progresistas» en el seno de la inslitución universitari a renejan la

dinámica del poder y de la política académicos. Paul Rabinow ~ef¡ala

que resulta obvio que el ámbito político en el que surgieron las «I.·on­temporáneas proclamas anlropológicas de anticolonialismo,~ no es el

de l mundo colonial real de finales de la década de 1950, sino el ámhi­

to académico de la de 1980, y afirma que tales proc lamas «se deben

considerar estrategias políticas dentro de la comunidad acad émica»

(Rabinow. 1996, p. 49). Asf, el autor concluye:

Mi apuesrn es que merecería la pena obscrvar las condiciones en las que se contrata a la gente. SI;! le da un cargo, se k publlca, se le conceden Ixcas y se la agasaja . .:.En qué se ha diferenciado la corriente de la "de­con~tru c(,; i6n» dI;! la otra importante tendencia académica de la úll ima década, el fcrnini.~mo '! ¿Cómo se hacen y se dcstruyen hoy las cUlTeras? ¿Cuáles son los límites del buen gusto? ¡,Quién ba establecido y quién bace cumplir esas nomas de urnanidad'! Sepamos o no o lms cosas, lo qne ~ i" sanemos con -.:erteza es que las condiciones materiales en las que ha Ilorccido el movimiento textual denen indnir la universidad, su mi ­cmpolílka y sus tendencia';.. Sabemos que este nivel de relaciones de po­der nos afeCla. inflnye cn nue.~lros temas, formas. eontl;!nidos y audien­eia~ (ibid .. pp. 50-51 ).

1',,,,,01,,,," y política: compromiso, responsabilidad Y ( ... ) _ _ ____ 303

respuesta de June Nash a las preguntas de Rabinow es que la «in-

0011uci6n de la antropología en la crítica cultural» era un producto de hombres blancos que defendían sus pri vilegios (Nash, 1997, p. 22).

sin embargo, OtldS virtudes políticas en t<La duda epistemológica

Is¡,;te,n á'ti"'oa» desde la perspectiva de personas muy poderosas ajenas al ' állnbitoacadémico. por otra parte, se podrían hacer otras críticas a la

",rropo'log;ia «del Norte» de sde el punto de vista de los antropólogos

viven y trabajan en el «Suu.2

En la época actual, la política de la antropología pre~enta,. pues,

un panorama complejo. Por una parte , ex iste u~a mayor d~ SCUS16n de

las cuestiones políticas y éticas que en los penodos anter~ores: y ~c­,tualrnente los antropólogos reflex ionan más acerca de las unpltcaclo­

nes sociales y políticas de su actividad académica. Por otra. parte . n~ s610 resulta difícil lograr un consenso sobre los principios, SIllO que DI

siquiera está claro que la práctica de la profesión en general esté cam­

biando de una manem profunda como resultado del hecho de hablar

de los problemas. Debemos preguntamos si realmente tiene sentido

hablar como si lo que hacen la mayoría de los antropólogos fuera el

producto de alguna comunidad internac ional de agentes intelectuales

libres e iguales quc buscara n un consenso. Creo que la respuesta. es

que no tiene absolutamente ningún sentido. El trabaj~ antropológiCO

está implicado en unas estructuras de poder académiCas que poseen distintas configuraciones en cada país, pero que, a su ~ez, están enre­

dadas en unas estructuras de poder nacional e internaCIOnal de mayor

envergadura. Sólo las consideraciones financieras aseguran que las

voces de algunos antropólogos se oigan mucho más f uertes a es~ala internacional que las de otros.) Podemos apreciar la per~~nente lm­pcmancia de estos problemas revisando un momento de cnsls ya pasa·

2. Véa.~e Krolz ( 1997) Y los eomentllTioS sobre SIJ articulo en el mi~mo número, Y

otros po~teriores. de la revista. . . . d ' 3 t.~1a nu es necesariamcnte una ~imple cuesI.J.6n de Norte trente ~ Sur. Los elitu 10-

~s decanos de algunoS paí~es del ",Tercer Mundo» tie!lC:n -:-has~a Clcrt~. punto- ~ue­na's IJ nunidades de panicipar c:n las reuniones antropol6glc.as ln1Cn;aClO~ales .. mlen ~ tras \:e al rsonal más jo\'en y eon empleos más pr~c~rlOs de 1.IS ~~I\'er~ ld.ade~ britá~icas lc~uede resultar igual de: difícil. si no más. partIClp¡¡T en este 1J~~c:\ . que a sus co1e as del «Tercer MundoJO, d:ldo que é,,,toS es más proh<lbJ.: que re~ lban un trata­rnic!o preferente en relación a los derechos de matricula y las subvcn'lone~.Algunos re ¡menes proporcionan también un apoyo financi ero preferentc a 1(D eS,t~ 1m; supe­ri~res en el e~lranjem de ilquellas persona~ dispuestas a respaldar sus polillcas.

_ Polílj¡.;¡IS de la ilmropo10/!fa

do en el desarrolJo de la disciplina, cuando un grupo de untIopólo<>os de Estados Unidos cuestionaron que su asociación profesion;lItom:ra poslura respeClo a la guerra de l Vietnam.

Actuar basándose en el conocimiento

En noviembre de 1966. la convención anua l dc la Asociación An tro­pológica Americana (AAA) aprobó una resolución condenando «I.~I uso de napalm, de foliantes químicos. gases nocivos. bombardeo.~, 1;1

tortura y ascsinalo de prisioncros políticos y prisioneros de guerra. \ las polílicas de genocid io intencional o deliberado o el trasl ado forzr;. so de poblaciones». Ped(a a «todos los gob iernos» que pusie ran fin inmediatamente a su ulilizació n y que «procedieran lo Illá~ rápida. mente posible a un acuerdo de paz en la guerra de Vielnam» (Gough. 1968, p. 136).

Como reve la Kalhlcen Gough en su informe sobre los orígenes de la resolución, lo ljue finalmente se aprobó fue una versión modifi · cada de la moción orig inalmente presentada; la propia idea de quc hubie ra que prese nlar alguna resolución sobre la cuestión había en­contrado el rechazo del presidcme electo y de la mayoría del consejo ejecu tivo de laAAA: .

El presidente se sintió obligado a considerar que la rcsolución era «po'

JítiCll». y que, en consecuencia, no tcníalugar, d¡¡do que el objetivo de· ,.:Iar:¡do de la Asoci¡,ción es ",el progrew de la ciendu de la antropología y lti promoción de lo~ interesc~ profesional es de los antropólogos nor· tea1Hericano~». A ello siguió un harullo en la reunión. en la que final · mente se salvó la rewl ución cuando un miembro proclamó súhitamen· te: «¡El genocidio no fonna pane de los intereses profesiom\le~ de los antmpólogos !». Esto permitió que el proponente ci!llra anterjore~ reso '

l uciune~ "políticas» aprohadas por los antropólogos ~obre tema~ lak~ como la igualdad ri¡cíal. 1m. armas nuclcures y I a.~ vidas y el biene. ... tar de l a~ pobladones aborígenes. Luego sc aprobó una moción pan! [UluJar la dcc isión de la presidencia por un estrecho margen. Después se introdu· jeron enmiendas que diminacon un ategalO que afirmaba que E~13do~

Unidos eSlaha infri ngiendo el derecho internacional utíliz¡¡ndo annas prohibida~ y tran~ferfan la respon~abilidad del gubierno de Estado'-

Anlropologia y pulíti(;ó': (;umprolllis.o. respons.abilidad y L.) _ _ ____ 305

Unidos a «H1do~ 1m gobiernos» ( .. . ) La~ aelas demostraban que. buju pre~ ión. la mllyuna de lu~ [mtrop6 log.o~ eran capaces de dejar const311-cía de que su profe~¡ón :;.e oponía" una matHnDI ma\óiva. Pero e~ ev i­dente que Jlluehos de ellos no están displle~t\h a condenar a su propio gobierno (Gough. ]l}68. pp. iJ6-lJ7).

La renueTlcia de los antropólogos norleumeriCaJl0S a criticar a su go­bierno consti tu.ía un reflejo de sus pOSIU l"as políticas personales y de un ant il'Om unismo que. como mueslra \Vmsley (1992), 110 se lim iwba a la rama nofleamericana de la profes ió n ni al período en el que la guerra fd¡¡ se hallaba ell su apogeo. Sin e mbargo. lo que ahí estaba en juego era algo m:h que una cuestión de aclilUtles. y tanto Worsley como Gough refl ejan la cara más siniestra de l eonserv::tourismo antro­pológico a través de la hi storia de sus afa nes pe rsonale s.

Worslcy muestra cómo la investigación sobre los ~¡stemas tic pa­rentesco aborígenes en Australia se vío inlluida por la caza de bruja~ ¡¡nticomunisla no só lo del e:·;¡ado, sino del propio e~l11hlisl/1n(,llt ¡lI1tro­pológico. En e] celltro de su relato se halla la persccución de la q ue fue objeto Fred Rose, un eomunist¡l convencido que fi li al mente se trasladó a Alemania Oriental. Wors ley seilal'l q ue la c stigmati zaci(1Il del lrabajo académico tle Rose por parte del establish",em antropoló­gico resultó especialmente inapropiada, dado que los métodos rigurosos e innovadores que utilizó para regís.lrar los dalOs relati vos al parentes­co hicieron que a OIros anlropólogos les resullara partic ulanllenle f:'icil rcinterpretar sus descubrimientos dcllllodo que deseanm, con la co n~ fianza de que e l material empírico era fiab le. Asimismo. a ningún ob~ servador desapa.<; ionado le resu ltaría fácil demostr.lr que la visión po­lítica de Rose di storsionaba ~ u vi sión alHropológica de una manera especialmellte perniciosa. El propio Worsley hubo de oír cómo los de­canos de su profesión le ad vertían de que no h¡¡bía ningún futuro en la antropología para una per~ona con sus antecedentes políticos: después de eso. Worsley prosiguió su eminente carre ra como sociólogo en Manchesler. Pe ro los públicamente declarados «rojos» no fueron las únicas vfclimas. Otros antropólogos a los que apenas se podía acusar de manifestar simpatías prosoviéticas, como David Turner, se encon­traron exduido~ de su ámbito de trabajo en Australi a, en la década de 1970 a través de otras formas más sutiles de obstrucción oficial. La~ , razones de su exclus ión nunea fueron re .... eladas oficialmente. en una

306 -------- - --_ ____ I'olíticlls de: la antmpo! tl¡:fa

muestra de lo que Worsley describe como el «tcrror de la incert idum_ bre», pero estos acontecimienlOS reflejan la reacción del eSI<ldo au~_ Iraliano ante la crec iente preocupación pública por los derechos de los aborígenes y ante la propia movilización de éSlos. El telón de fondo era e l impacto social y medioambie ntal cada vez más devasta_ dor del capitalismo minero en las reservas aborígenes (Worsley, 1992. p. 57).

En 1962 . Kathleen Gough pronunc ió un discurso condenando e l bloqueo norteamericano de Cuba en su uni versidad, que gUiaba de una reputac ión liberal. Inmedi atamente fue amone stada y se le

informó de que no se le renovaría su conlralO cualquiera que fuera la opinión de sus colegas sobre sus mérito s académicos . Dcspué~, al ser una inmigrante británica, fue sometida a invest igación por purte de Servicio de Inmigración y Nacionalización, que interrogó a sus colegas acerca de si se la debía considerar un peligro para la seguri ­dad nacional. U na beca solicitada en 1964 a la Fundación Cientílica Nacional fue rechazada tras la intervención del Mini steri o de Asun ­tos Exteriores. basándose en que la investigación propuesta. acerca de por qué los aldeanos del sur de India se habían convenido e n par­tidarios del comunismo, no se consideraba de in terés nacional. Esto resultaba paradój ico. ya que 1964 era e l año en que e l ejército esta ­dounidense habfa destinado enlfC cuatro y seis millones de dólare~ a una in vestigación sociológica relacionada con los factores que ha­bían dado origen a los movimientos sociales rcvoludonarios del Ter­cer Mundo, e[ infame Proyecto Camelo!. que fue fLnalme nte cance­lado en 1965 a raíz de las protestas internacionales . Evidentemen te. quienes podían s impatizar con los objetivos revolucionarios no enln considerados investigadores apropiados para realizar aquella (,profi­[axis de la insurreccióm>. Finalmente, Gough logró financiar su in­vestigación del sur de India, en parte con su propi o dinero; a su re­greso. tras finalizar su trabaj o de campo, e l Ministe rio de Asuntos Exteriores se mostró bastante interesado en sus res ultados (Gough_ 1968, p. 152).

La postura de Gough, como la de Worsley, era abienamente iz­quierdista. La autora insistía en que la antropología había de anali zar e l orden mundial en términos de neoimperialismo y llamaba la aten­ción a sus alumnos sobre el modo en que la modernización capi ta lista estaba produciendo una creciente polarización social en todo el mun-

"",-,,,,,o "e .g ,I," Y polílica: compromiso. rc~pon~a bi li d:l.d y ( .. . ) -~~~_,_ 307

subdesarrollado_ Veía la revol uci ón armada como la ahcrnali va una nueva y progresiva imposición de la dominación occidemal

los países subdesarroll ados y con fesaba abiertamente su simpat ía por 10 que eIJa consider.lba una nueva marea revolucionaria. :n deter­minados aspeclOs que resulwn ev identes, el mundo de la decada de 1990 es distin to del que Gough antic ipó en la de 1960, pero resulta más que discutible que sus obras hayllo quedado anlkuadas. especial­mente si prescindimos de su valoración. excesivame nte optimista, de las perspectivas de una ((revolución mundial» en tas dos década~ si­

guientes_ A finales de la década de 1990. hay pocos países en el mundo en

los que no resulte pertinente plantear el lema del progresivo desfase

entre ricos y pobres. Tampoco se puede acusar a Gough de exagerar el alcanee de las estrategias «contrarrevo[ucionarias» empleadas por las potcncias neoimperialistas. La polémi ca cucstión de la violación del derecho internacional por parte de EstadOS Unidos quedó minimizada a la luz de los acontecimientos posteriores. Por otra parte, da la impre­sión de que la mayor parte de las cuestiones que Gough planteaba acerca del papel de la an tropología en relación con los problemas mundiales no han perdido ni un ápice de su relevancia.

¿Deben los antropó logos realizar un trabajo aplicado al serv icio

de los gobiernos O de nlros organismos inte rnacionales como el Banco Mundial? ¿Deben trabajar en aquellas zonas del mundo que están ex­perimentando una convulsión socia l y pulítica. y pueden hace~lo sin tomar partido? i.Cómo pueden los ant ropólogos hacer un trabajO que no resulte trivial si no reco nocen e[ papel de la fuerza, el sufrimiento y la explotación en los procesos de cambio soc ial. y e l modo en q~e las situaciones locales res uhan influ idas por [a di stribución mundIal del poder económico y politico-militar '? ¿Cómo respondemos a las im­p licaciones del hecho de que los salarios de [ o~ antropólogo~ sean pa­gados por los gobiernos, sus organi smos o los ( segmenlos pnva~os de l a élite en el poden. (Gollgh. 1968, p. 150). con lo que la felónca de las libertades democráticas y ucadémicas se halla conslantemente en

peligro de verse comprometida'! . Mientras se enfrentaba a estas cu estiones, Gough pudo expen­

men tar cierto alivio derivado del hecho de que , en enero de 1967, el profesor Ralph Bcals y el Comité de Ética y Problemas de Investiga­ción de la AAA presentaran un nuevo documento sobre la política de

308 ___ _ _ _______ ____ I'olílicils de la llnl ropOlogín

la Asociación. En él se aconsejaba que se evi tara escrupulosamell te la posibilidad de relacionarse con actividades y organismos de investiga. ción clandestinos, se cxigía el levantamiento de las re stricciones del gobierno sobre la investigación en el extranjero aproblldas por las ins. tituciones académicas y los colegas profesionales de la in vestigadora . se abogaba por la difusión ilimitada de tooos los aspectos de los des. cubrimientos de los proyectos de investigación entre la población de los países anfitriones y se defendía el principio de libertad de publica. ción, sin ningún tipo de censura u interferencia. Sin embargo, Gough señalaba también el modo en que se reclutaba a diversos antropólogos para trabajar en proyectos antiinsurreccionales. como una deprimente evidencia de que dichos principios podIan no respetarse en la práctica, ya fuera por los organismos del estado. o ya fuera. como mfnirno. por una minoría de los propios antropólogos. Su principal esperanza radi ­caba en la siguiente generación de estudiantes.

Intelectual y políticamente, una gran parte de lo que significó Gough en la década de 1960 había de desarrollarse en la amropología de las de 1970 y 1980, pero, tal como ha señalado Joan Vincent, la extrema politización de la antropología de la década de 1970 no llevó a una simple renovación del paC'ddigma. La coex istencia dc paradig­mas enfreOlados entre sí produjo div isiones profumlas en el ámbito académico, pero al mismo tiempo des(Jjbujó algunas de las froOler.J ~ establecidas eOlTe «radicalismo» y «conserv¡ldurismo» en la medida en que los reflexivos planteamientos posmodemos socavaron el tipo de certezas implícitas en la perspectiva de Gough (Vincent, 1990, p. 388). En la práctica, la susceptibi lidad de la siguiente generación a los para­digmas intelectuales radicales se vio moderada por su vulnerabilidad al desempleo.

Es imponante no simplificar en exceso los dilemas que la situa­ción contemporánea está provocando en la antropología. Considere­mos. por ejemplo, la cuestión de la «antropologfa aplicada». La antro­pologfa aplicada se podría considerar un modo de realzar el compromi so de La disciplina, poniendo su conoci mjento al serv icio de los problemas sociales prácticos. En áreas como la asistencia social y la medicina pública. una inyección de .:.:conocimiento de la cultura) puede desempeñar un importante papel a la hora de mejorar algunas de las consecuencias del etnocentrismo y de l racismo. Pero 10 que re­sulta factible en este sentido se ve limitado por los ámbitos. de mayor

Antropología y polf¡ica: comprom i.<oO. responsabilidad y ( ... ) ___ ___ 309

envergadura, de las relaciones de poder. Se podría afirmar también que los resultados de este trabajo son sicmpre susceptibles de manipu­lación por parte de quienes tratan de mejordr sus estrategias para lle­var a la práctica sistemas de poder/conocimiento cn el semido foucaul ­tiano, sistemas que pueden tener un proyecto de «contenido» muy distinto al de resolver los problemas de las personas. Sin embargo, está claro que a quienes les resulta más fác il afirmar la pureza teórica e ideológica es a los académicos que disfrutan de los salarios necesa­rios para suslentar su imparcialidad , en distinguidas universidades pú­blicas o privadas. Puede que tales académicos estén dispuestos incluso a tolerar procesos como la precariedad del empleo académico para defender su propia posición privilegiada, escribiendo obras "progre­sistas» sobre los sufridos pobres del Sur al tiempo que se niegan a apoyar las luchas por la mej ora de la retribución y de las condiciones laborales de sus profesores ayudantes, sus colcgas subalternos y otros empleados universitarios (D i Giacomo, 1997).

Sin embargo. parece inevitable cl constante debate sobre la ética de algunos tipos de antropología aplicada. ¿Se debería participar, por ejemplo, en un trabajo relacionado con los programas de tmnsmigra­ción en Indones ia basándose en que, de lodos modos, ese tipo de cosas se van a llevm a cabo. aunque formen pane claramente de la estrategia del estado indonesio para consolidar su control sobre un (erritorio am­pliado por medio de la anexión? Filer ( 1999) ha abordado esta cues' tión en relaciÓn con el trabajo que realizan muchos antropólogos, quienes apoyan o asesoran a diversos grupos indígenas que luchan contra el des.arrollo de la minería en sus territorios. por parte de empre­sas transnacionales. Este autor señala que las empresas mineras cons­tituyen organismos muy poderosos. Jos cuales normalmente disfrutan de un considerable apoyo loc<l l del estado, que desea los ingresos de la minería. Los grupos ind fgenas rara vez se uncn en su oposición al de­sarrollo minero, y si una mayoría deseara alzar la bandera roja y hacer una revolución social y polftica, lo más probable es quefracasaru. Si nuestro análisis de 1<1 situación no favorece el punto de vista de 'lue una acción «radical» podría tener éxito, ¿qué clasc de postura política representaría el hecho de defenderla? Esta línea de argumentación tra­ta de justificar a los antropólogos que trabajan para las propias com­pañías mine.ras, basándose en la idea de que. si nos comprometemos auténticamente con los intereses del «pueblo» al que estudiamos, la

310 __________ _ PoHtkas dI: la 81lt TUpuJogla

mejor política sería desempeñar un t" d" hacer todo lo posible para ase lpo lsunlo de papel mediador y

gurar que tengan l<l~ me' nes y s~fran el menor daño posible. . lores condicio_

Sto embargo, hay evidentes objeciones a lo ' colaboran directamente con las empresas L' . s antropologos que del supuesto previo: que e l antropólo o 'co

a primera ~s la arrogancia

do. sabe qué es lo mejor a largo plazog

, mo profesIOnal cualifica_ él' . para otras pcrson'lS (y,' '

qu es o mejor para su propio empico b b'" . amhlén

d . lIcno y len p"gado) E

pue e convertir a los antropólogo . < • :510

é . s en «guardianes) que d f

«aut ntlea voz de la población I ' 1 E e . . e lOen la

I oca ». n olombJa la"

tro íferlls Shcll Oc ' d . . . ., empresas pe-y el enlal se mostraron espccialm háb '

encontrar un puñado de emigrantes urbanos ti. los q enl~. tles para tar como las voces de unas comunidades con las ue pu I eran presen­poco contacto y sobre I . ." que mantenían muy

as que no teman absolutam t . ridad _ Esto deOc constituir una advertencia de ~n e nmguna auto­los propios antropólogos baciénd le' que se puede engañar a . o s creer en los compro ti d empresas, que luego ellos mismos - n sos e las tes de la comunidad e m pueden «vender» a los representan-

sas hagan honor a sus ~o~ <~:g:.:es hon~stos~). Aun cuando las empre­dad puede permanecer divfd"tl . os al pie de la let~a , la propia comuni-

1 a en tomo a la cucstlón yel -1 se puede encontrar cn la situac ión de te . antropo ogo las minorías. . ner que apoyar la repres ión de

cer co~ ~;~~:~z~~ede dar.se el caso d~ que lo únh.:o que se puede ha­

pero parece reslll;a~~~~:a~r:Sb~:~~:;r los términos del intercambio.

los antropólogos participen en este roe os-aunque no del lodo-- que ayudantes de [os rer' . P ~ o más como colaboradores y

rescntantes de la comunidad dos a sueldo de la facción más . ' que como emple;¡­te claro que las fu r d poderosa. Por otra parte, resulta hastan-

e zas po erosas no siemp . debemos seguir preguntándonos .' ~e son Imparables y que causados por los emb l ' l" . SI los masIvos conflictos sociales

a ses o a .... m inas son deseables o A que la resistencia resulta fútil e . I no. rgumenta

r

. . . qU1\1a e no sólo a negar l' ·'d d d un JUICIO ético y I)olfti ,.' . _ . a necesl a e ca, SinO tamblen a Ignorar 1 h h d . ten importantes movimientos populares en tod el cc o e que eXls­vilizan contra lo!; . O e mundo que se mO-

I .. . proyectos de desarrollo de este tipo Ta b 'é . va.e a tra1l;; Ionar a los colegas intelectuales de los : . m 1 n ~~~I­qUIenes se enfrentan a la cólc d . paises en cuestlon. . ra e sus propios estados y , mIsmos en peligro por defe d . .. ..' . se ponen a SI n er a esos mOVImIentos.

.. t"~"O", y política: compromiso. responsabilidad y ( .. . ) ______ 311

El hecho de que se haya planteado una resistencia al «desarro­

llo» se relaciona con la cuestión de si los antropólogos deberían o no u-abajar para organismos internacionales como el Banco Mundial o para organismo .... de desarrollo gubernamentales como el Departamen­la de Desarrollo Internacional británico. Actualmente este organismo emplea directamente a más de veinte licenciados en antropología

como asesores en su sección de desarrollo social, dirigida por un doc­tor en antropolog(a, aunque muchos de quienes trabaja n para organis­mos de desarrollo son contratados al tiempo que ocupan un pueslo ac adémico permanente. Inspirándose en las poderosas críticas del

«discurso del desarrollo» promovidas por los gobiernos occidenl3les tras la segunda guerra mundial. muchos antropólogos han afirmado que nuestro trabajo consiste en apoyar los esfuerzos de las bases para elaborar estrategias de «desarrollo alternativo» (Escobar, 1995). Sin embargo. ha habido cambios evidentes en las posturas políticas oficia­les de la mayoría de los organismos implicados en el «desarrollo» , con la excepción del FMI, incluyendo el Banco Mundial. Y se podría argu­mentar que casi todo el proyecto del «desarrollo alternativO» se ha incorporado al pensamiento oficia l, especialmente en los organismos de la ONU como la UNOP y la UNICEF (Nederveen Pieterse, 199&).

Seria una ingenu idad imaginar Que los cambios en la retórica de la «representación» y la «participación» renejan tra nsformaciones

fundamentales en las relaciones de poder en el mundo, y sería aún más ingenuo imaginar que esoS cambios han sido producidos principal­mente por los académicos, Y no por los fracaSOS de los antiguos mode­los y por la resistencia y los problemas de gobcrnabilidad que provo­caron sobre el terreno. En ocasiones puede que no sean sino Olro modo de vender el neoliberalismo, pero resulta difícil afmnar que los cam­bios carecen totalmente de consecuencias para la población. Se podTÍa escribir un libro sobre las continuas limitaciones de lo!> cambios en las políticas oficiales con relación al desmantelamiento de las prácticas del poder «de arriba a abajo», sobre el modo en que la ayuda sigue sustentando la dominación económica y sobre el carácter intransigen-

te del paradigma subyacente de la reestructurac ión económica dirigida por el mercado. Sin embargo, no resulta tan evidente que la no partici­pación constituya un modo de actuar más eficaz respecto a estos pro­blemas ni que la participación no tenga otrO impacto en la realidad que el compromiso del presunto critico. Argumentos como los plan-

312 ___ --_. --- -- PoH!h;a~ de 1~ I\Utro 1 po Ogfa

[cados por Paul Richards acerca de qu é tipo ue ayuda resuJta~'· . . . ',]d más

'(l ntchgente» para abord:lr los problemas reales de Sierra Leona n~i-c~ard s. 1996) parecen dlgnos de haber salido, ya no de la imprenta S1110 de los propios pasillos de l poder. .

. ~xisU'" conSla~tes peligros en el hecho de perm ilir que las orga_ t1l 7.aCIOnes se apropIen de los resultados del lrabaJ"o de iovc<I,·oa " . o·C1Utl.

Pued~ ,que l~s antropólogos que entregan los datos en bruto de alguna cuestloll dehcada no sean capaces de controlar el uso que se hace de c! lo:-., especialmente por parte de los organismos del gohieroo. Los resullados de un trabajo citados fucfiI de contexto se pueden utili l.:lf para legiti mar polfticas a [as que, en rcalidad, el investigador se opo­ne. ,Ex iste también el problema básico de qu e la participación antro!)\)_ lógIca en el proyecto se utili ce simplemente para proporcionar una apariencia de estudio y de «consulta» que legit ime un proceso que. en la práctica. no preste ninguna atención real a los puntos de vista loca­les. Por último. aunque no me,nos importante. el organismo que efec­lúa e l contrato normalmente dicta Ins términos de referenci a del traha­jo rea li zado y con frecuenc ia ese trabajo se realiza tan rápidamcmc que acaba resu ltando poco convineellte como investigación antmpolú­gica seria. aun cuando sus objerivos no resulten controvertido~.

En úhima instancill. parece difícillJegar a alguna conclusión !,;c­neral sobre lo deseable o indeseable del trahajo antropológi co apli ca­

do. Aclararé que mi punto de vista personal sobre esta cucsLÍón es ljl le un a oposición sistemática al trabajo ap licado resulta inSOSlcnible. Es importante no perder de vista las consideraciones é ticas y políticas. que los antropólogos sigan haciendo un tipo de investig3ción (Juc ofrezca un cuestionamiento crítico a quienes elaboran las políticas y que L-ealmenle ese euestionami enlO se publiljue en su país. Pero una acti tud irreal de e rudita imparcialidad y pres untuosa complacenda

respecto a la sabiduría tnlscendental encarnada en un discurso restrin­gido ,al ámbito académi co apenas parece una postura mucho más salÍ~ ­

faetona políticamente para un Hntropólogo que la de vender la propia conciencia por un plato de lentejas.

ESTO nos ll eva de nuevo al desafío planteado por Gough al con­~ervadurisl1lo y al carácter autosuficieole de la antropología profes io­nal. Dado el apasionami en to 4ue generó su comprom iso COIl el socia­lismo. resu lta fácil olvidar que el pun to de partida y de llegada de ~u crítica no era Marx. Lenin o Fidel Castro, sin o la visión de <da ciencia

,AJllfOpología y polítíca: COl1lprumiS(), res]Xlnsahi lidad y ( ... ) - - - - - - 3 13

del hombre •• de la Ilustración: «Cómo -puede la ciencia del hom hre ayudar a la humanidad a vivir de manera más plena y creativa, y a aumentar su dignidad. su autonomía y su libertad» (Gough. 1968. p. 148). La visión dc Gough del «antropólogo como funcionarim) deja poco espacio a las pretensiones de «neutralidad ética» y p.id~ u~a nue­va consideración de los objetivos fundamentales de la di SCiplina. La creciente espcciali z.ad 6n hoJee que esta tarea resulte c ada vez más di­ficil. Una gran parte de 10 que pasa por controversia en];1 antropología

actual se resue lve adoptando la defensa del especiali sta: «Sí, por su­puesto, la dominación neohnperiali sla es importante, pero hay otros

que pueden escribir sobre ese aspecto gra<.:ias a que yo estoy investi­gando esta olra cuestión antropológica, hasta ahora descuidada; pero

nadie me puede acusar de no adoptar una postura crítica». Los antropólogos se han encontrado con que resulta miís fácil

mostrarse de acuerdo con lo que delinitivamentc no es é ti co que esta­blecer unos objetivos éticos comunes pOr sí mismos. Por su puesto, puede que no resulte posible lograr un consensO que valga la pena simplemente porque ex isten unas profundas divis iones ideológicas en el seno de la profesión, tanlO a escala nacional como internacional , que no se pueden reconcili ar. Pero el problema que la intervención de Gough sigue planteando a la aOlfopología de la década de 1990 es hasta qué punto los anLropólogos seguimos eludiendo incluso la posi ­

b ilidad de clarificar nuestraS difer~ncias. no por falta de compromiso, sino debido a la ausencia de un compromiso basado en las realidades

institucionales de la producción del conocimiento académico.

El compromiso en la base

En este punto debemos revisar el razonamiento de Nancy Scheper­Hughes en favor de una definición más acti va y más intervencionista de la «postura ética». La uulora elabora su razonamiento en unos tér­

minos caracte rísticamenlc personales, inspirándose en su propia expe­riencia de un municipio negro dc la nueva Suráfrica. Su argumento de que los antropólogos «deberían hacerse responsables de lo ljue ven y de lo que dejan de ver. de cómo actúan y dejan de actuar en situacio· ncs críticas» (Schcper-Hughes. 1995, p. 437) no con~titu ía ulla gene-

314 __ _

wlizac ión fi losófica: se dirigía, con más bien escasa amb iguedacl. a l<i mayoría de los antropó logo.~ blanco!'. surarricanús. La autor;t no I,e cunrenlaba I:.unpoco con la idea de que los antropólogos, en ,1,11 cal idad de « tes l igos~' ,tn leo; que de «espectadores», eran «responsables ame 1. historiu¡. y no <uue la «ciencia» (ibid., p. 4 19) de lo que escnlnúll. In

sistía en que adoptar una postura é tica d ebe abarcar lanto aCfIf(l/'\.'I.II11o

hablar l'ara algo en la s ituación de campo, lal como había hecho cita hadéndosc cargo di: un jO\t~n destinatario de la «j ust icia pnpul.u para que fuera tratado en un ho~p ital y. posteriOimentc, pmIlUnCi.llld"

un lIlitin en el municipiu sohrc el terna de J a~ formas al l crn;:l1jv¡~~ [' castigo. Aunque Schepcr-Hughcs fue invitau¡¡ ¡¡ hablar (para que rll­diera explic.: llr ,us ac.:tos). lo hizo como miembro del Cone:rl.'so Nacio nal Africano, m n la esperanLa de respaldar los intento!> de su~ IíderL', para reempla,wl" lo~ «collares>~ y los azotes por otras fonna~ de ca .. ti~~\~ menos brutal es.

Al respo nder a ~us críticos, Schepcr-Hughes aceptó qu e hllbl"Ía sido más educado por su parte haber expueslo su argumento uti liwndc a Olri\!oo personas como eje mplo de «antropolog.í¡¡ ética», y no a .!>¡ mj~ ma. Cienamc nte, resulta poco delicado asumir el papel del ,(antro!hl. 10go como héroe». Asimismo, se retractaba con relación a la nece~1 dad de la (( acc ión », honrando el nombre de los e rudi to!oo C U)';1

anl ropología. «moral y polítjcamente comprometida», se exprc!>aba a

l ra v~s de los texlOS académicos (ibid., p . 438). Sin embilrgo, es po~ i ­b le que a lgunos ¡eetoTe.!> se quedaran con la duda de si . a fin de cuen· liI .!>, e.cotas c.:oneesiones a la urbanidad académica no debilitaban Sil fH ­

zon tl mien lo. ¿No rad icaba ... u fuer.w en los rie~gos que había asumido personaJment~ en nombre de la «moralidad" y en su exigencia de que l o~ antrop61ogo!o, se hicieran responsables de sus ~ileneios y de su falta de compromiso? En su investigac ión en Brasil (Scheper-Hugh~' ~. 1992) se hobíu Vi SIO obligada u reanudar su carrera d,", partidismo mi· I itante, inc luyendo la campana en favor del candidatO del Punido tlL' Jos Trabajadores, Lula, en las elecciones de 1989, a cambio de ganm ti7,a¡ la cooperación de las mujeres a las que deseaba estudiar. Pt;:J'("I

nada la había obligado a itl~istir en quc la hambruna crónica había dt' figurar en pri mcr plano en cua lquier informe antropológico de Bom Jesús de Mata, o a señalar imistememente a Jos médh:o!> y fa rllluc¿u­lícos que. :-.egún afirmaha -y como ya hcmo~ sci'ialado en d capítuk' 7-, trataban de eliminar Sil'> síntomas con tranquilizantes v. en coll.'.~-

Antropología y políhca: CDmprtJml~U, resp"'Il~al')lll .. !¡ld y \ ,) __ ..

cuencia, dejaban de cumpl ir con ,ti delxr ét ico de cur,lrla. En su lrah¡l­jo en Suráfrica. tomó lo que podrí;m haller sido opciones aiÍ n más pe­Hgrosas desde el punto de vista de su coegu ridad per~onal y uti lizó el

resultado para hacer comentarios desconcses ",obre la cultura de Sll~ colegas académicos. Quizá sca e.~fe el precio que hay que pagar por

adoptar una «postura ética» ... La~ consecuencias COllcretil~ de las palab ras y las obra~ de Sche­

pcr-Hughe<, en Brasil fueron , según ell a mi ... Ol a reconoce, que le resul­tara imposible disfrutar de unas relaciones eorte~es (;on los miembros de la élite (y algunos que no lo er<lJl tanto) de la sociedad local. Sin

embargo, cualesquiera que fueren las co n sew¡;J1cia~ académicas que esto pudo haber tenido para su investigación, y por muy incómodo (y peligroso ) que pudiera haberle rcsul tado en aquel momento. en su tra­bajo de campo, parece ser un;') situación que se puede superar gracias al éxito en la carrera y la vida profesional. Pocus antropólogos vuel­ven a visitar los lugares que cO lltlguraron 1<1 base de sus monografías tras finalizar el per(odo de tmbajo de campu. Sin embargo, ~uponien­do que se haya ~obrc \'ivido al trabajo de campo sin ,hiño físico, adop­tar la política de demmci;tr a lo¡;, colegas acadé micos puede tener un coste re lativamente insignificante para quien ha consolida(lo su carre­ra. Los antropólogos-activistas que no gozan de In protección de una seguridad en .-,u trabajo se hallan en tlllll posición menus fáci l, ¡¡ menos que encuetllren mecenas que piensen l.'OJll O e ll os. Les resulta más difí­cil unirse a una comunidad de ", t rabajadore~ n~ga tivos» «que colabo­rcn con lo.!> indefensu.!> para identjlicar su~ llecesidade~ contra lo!oo inte­reses de la institución hurgue~a: la un iv!!rsidad. e l ho.!>pitaL la bíbrica» (ibid., p, 420). Como ~eñala la propia Scheper-Hughes, muchos aca­démicos preferirían nu ver perturbados ~u~ día, ,iquiera pür las refe­rencias verbales a personas cn rerma ~ y niñm moribundos (por no ha­blar de una experiencia 111¡Í:) vi,cerai). Sin embargo, y como ya hemos señal ado, aun los académicos «progre~i~ ta s,) que de::;ean oír hnblar del hambre v de los niño~ moribundo, sultll.'n tener el ~uficielltc interés en sí misITI~s )' elll11antener su estilo dc vida para realizar sus propias

comribuciones a la perpetuación de inj ll ~liciu~ menore~ en su entorno inmediato. Incluso enfrentado<; a la ~\ idenci a de nuestros propio" y reduci dos mundos sociales, debemos cue~ljonarno~ la faci li dad con la que podemos defm ir «una po.!>tura ét ica» qut' ~:on~filu)'a una guía paTa

la intervención o la ,tcl'ión Ix)sithas.

316 - - - ----_ ________ Polít icasde la anlropolog¡a

En Dealh Wir}wul Weeping, Sc.:heper-Hughes es bastante clara en ese sentido. El mundo está lleno de crue ldad y de violencia cotidia

na, yeso es el resultudo de que las personas y las instituciones dominan_ tes maltraten al tipo de personas que habitualmente estudian los antro_ pólogos. Debemos «decirle la verdad al poder», hacer lo que podamos par.a socavar el poder de los poderosos y apoyar la resistencia de los resIstentes. Scheper-Hughes afirma que las mujeres prac tican Con sus hijos una «moralidad de prioridades» en 10000s circunstancias sociales impuestas por las é litcs en el Alto de Cruzciro, que ella compara CO;I

la sala de urgencias de un hosp ital o el «espacio de la muerte». en un

campo de batalla o un campo de concentración. No debemos negar la, «voces y las sensibi lidades dispares» de esas mujeres uni versalizandu la teoría psicológica occidental, pero s( debemos, a fin de cuentas, tratar de crear un mundo en el que las mujeres no se vean ob ligadas a dejar morir a sus hijos. Cuando llevó a cabo esta in vestigación. Sche­per-Hughes tu vo problemas para mantener el tipo de poslUra relalivis­ta cultural a la que se supone se adscriben los antropólogos -en cuan­la ella misma actuó en contra de las prácticas locales-, y, a la vez, se encontró con que el relativismo cultural no era lo bas/ame buello ni siquiera desde el punto de vista de servirle para comprender por qué la gente hacía lo que hucía de una manera que le pennitient ponerse en su lugar.

Tiendo a estar de acuerdo con Scheper-Hughes en que el mundo de «la locura del hambre}~ tiene qu e ocupar un poco más el primer plano en nuestra apreciación de lo que significa ocupar e l lugar más bajo de la sociedad mundial. El probl ema, sin embargo, consiste en que definir una postura ética que guíe la acción sigue s iendo difícil en numerosos contexto s, debido a que tales contextos se hallan plagados de ambigüedades morales. En el razonamiento que sigue, no pretendo utili zar la escapatoria de separar el esfuerzo «científico» del «compro­miso persona!» , afirmando que el «activi smm} es una opción indivi­dual que va mucho más allá de lo que se podría exigir en nombre de la ética y de la responsabilidad «profesionales». Sin embargo, sí parece

importante ver cómo adopramos una postura é tica, y losfulldamentos en los que nos basamos para hacerlo. Mi argumento es que, si preten­de ser responsable, una «buena ética» siempre debe ser siluacional, y, con frecuencia, un poco más generosa.

En un ensayo sobre los derechos humanos (Gledhj ll , 1997), tra-

Antropología y potítica: comprQmiso. responsabitidad y ( . .. ) ______ 3 17

taba de algunas de las dificultades que presentaban las temativas del filósofo político liberal John Rawls para elaborar una explicación de cómo las ins tituciones políticas podían poner en práctica «una justicia y una ecuan imidad» que no se basaran en la adhesión a una detcnni ­nada «idea g lobal del mundo». Lo que Rawls (pese a sus innegables buenas intem:iones) nos proporciona es o bien una dependencia de la intuición moral, o bien (como ya he sugerido) un e lnocentrismo resi­dual basado en la teoría implícita de la inevitabl e trascendencia histó­rica de detcrminadas «formas de vida». Así, Raw ls sol venta el proble­ma de la é tica negándose a tratarla de manerd su ~tanli va (aparte de

apelar a la marcha hacia delante de la historia como un hecho socio­lógico). Scheper-Hughes, por su parte, se ve obligada a basar su pro" pio razonamiento sobre « la primada de la ética» según la idea de que la responsabilidad ante «e l otro» es precultural , en e l sentido de que la moralidad nos permite juzgar la cultura. Dado que los juicios sobre la «cultura» se realizan c1arameme en el marcu de llnos mundos c ultu ­rales concretos (por personas que cuestionan o dcfienden las prá~ticas dominames), resulta evidente que un relativismo ingenuo sobre la mo­ralidad -«este es el modo como piensa la gente de la cultura X; por tanto, su conducta no resulta problemática en relación a sus pautas)}­no lo hará. S in embargo, parece difícil soslayar la conclusión de que

Scheper-Hughes nos invita a compartir sus intuiciones momles ~orno una «ética femenina del cuidado.y de la responsabilidad» trascendente y esencial (Scheper-Hughes, 1995, p. 419), sin proporcionamos nin­gún fundam ento auténticamente sólido para hacerlo.

¿Por qué «nosotros» deberfamos preocupamos por (<otros» a los que nunca conoceremos y cuyos sufrimientos pueden, en última ins­tancia, redundar en nuestro beneficio material (pongamos por caso, actuando sobre el precio del azúcar en el mercado mund ial) o bien resultar totalmente irrelevantes para nuestra vida? ¿Se trata simpl e­mente de que los antropólogos conocen a (algunos de) esos «otros}} y se sienten culpables de que sus sufrimientos sean la materia con la que han construido sus carreras? ¿Cu{d es nuestro pretexto moral para su­brayar el sufrimiento del 0110;11 extremis, como una imagen del «Sur» que borra o tras posibles imágenes, as í como, seguramente, los s ile~ ­cías por los que Scheper-Hughes castiga a los antropólogos que escn­ben sobre otras cosas'! Para Scheper-Hughes. la respuesta es, c lara­mente, que se trata de una experiencia humana que para ella resulta

318 _ ___ _______ _ - - Poli'icas de la aotro 1 ' po Uf'a

in~opoflablc y que sus «otros» ' ;Impoco deberían soporta ' S' 1, m t' Inbar_ go, esto no resuelve el problema de qu é acciones son me"

b . . . Jore~ para

aca <:Ir con el sufnnuento. o la dificultad que entraña el h " h d .. ceo e qUe en un Illlsmo escenano pueda hllber exigencias contradiclori . d ' . . . as e IU~-tlCla entre los diferentes grupos de personas víctimas del 'uf"' " , . . . s nmlento o que, como ffilOuno, padecen alguna desventaja.

Expondré mi razonamiento sobre la ambigüedad moral d d' , .. ' e ~ler-r~lOadas SH u,acloncs relatando un incidente de mi propio trabajo de campo relacIOnado con la muerte de niños mu y pequen-o s ' . • qUIenes, de ese modo, se convertían en «ange litos» . Esta idea resulta funda­ment~1 en Ji! etnografía brasileña de Schcper-Hughes. dado que lo ~sencJa I del argum ento de esta <lutora es que h¡lbfa que creer a las mu­J~~es del Al.to de Cruzeiro cuando decían que no se aJli g fan por los 11Inos falleCidos. contrariamente a lo que afirma la psicología occiden­lal so~rc la «ncga~ión~ y el yo dividido cntre su estado público y su auténtiCO ((estado l~t.enor» ; eso se debía a que su «(cultura», configu­rada por sus condicIOnes de vida. les había enseñado «qué ~en t j¡,)

(Schepe.r-Hughes. 1992. p. 431). La idea de que los bebés que mueren se conVlel1en cn á ngeles es común a todas las culruras c¡ltólicas óe América Latina. pero exi sten algunos rasgos distintivos cn el modo de tratar la muerte en el Alto de Cruzeiro. Sólo se da una ritualizm.:i6n ~upcrfic i al del velatorio y del e nlicrro, y los niños dese mpcnan un Importante pape~ a la hora de enterrar a los bebés, de modo qu e la muerte de éstos ¡orma parle de la socialización de los ninos. Scheper­~u~he~ afinna que normalmente esto «funciona». aunque su etnogra­fla l~dlca que se producen tensio nes no sólo en el caso de un niño que ocaslonalme.nte se pone u llorar. sino también en el de mujeres madu~

ras que mamfieSlan emociones (<Í napropiadas) al recordar a los muer­tos, lo que les vale la reprimenda de las demás mujeres.

El argllment~ de SI::heper-Hughes es que los principios morules «abst:~cIOS» y Ull1versales son algo que estus mujeres no se pueden penmtlr. y que el modo en que se las retrata en las familias más aco­modadas .d~ la localidad. desde una postura de superiori dud moral que apel~ a dlSl1~toS valores. constituye esencialmente una hipocresía que no solo no tlene en cuenta las di stintas voces y sensibilidades de l o~

subalternos, sino que contribuye a mantener su sufrimiento_ Si leemos entre líneas. en esta explicación se nos presentan diversas sensibilida­des que son objeto de tensión. pcro que. cn gran medida, se ven condi-

, .,,.,,,polo,l, ,,,,,,H'k" compromiso. respon!>abi lidad y ( ... ) -----~ 319

donadas hacia la uniformidad por las circunstancias. mientras que se nos da una menor idea del universo moral de las élites. debido a que la

etnógrafa ya ha tomado su decisión respecto a ellas. Esto podría constituir un error, al menos como recomendación

generul. En 1983, se me pidió que tomara una foto· de un «(angelito») en una aldea del estado de Michoacán , en México; la petición me la hicieron su madre y su tía. El bebé habfa echado a andar. se había co­locado detrás de un camión que estaba dando marcha atrás y el camión 10 había arrollado. poniendo fin a su vida. En esta región la gente pa­saba menos hambre que en el Alto de Cruzeiro, pero la mayoría de las mujeres seguían perdiendo a algunos de sus hijos. El velatorio y sepe­lio del ángel son aquí más elaborados. normalmente tiene lugar una silenciosa manifestación de dolor. aunque temperada por la idea de que los niños limpios de pecado van directamente al cielo. Sin embar­go, este fue un caso excepcional. La madre era la hija más joven de un hombre que habfa sido el campesino más rico de la comunidad y un cacique local. Su esposa. Cruz.. había tenido 21 partos, de los que 14 hijos habían sobrevivido hasta la madurez. La hija que era la madre de este n.iBo se había casado por amor, cOOlra el consejo de su familia. con. un trabajador del campo que carecía de tierras y trabajaba paru uno de sus acaudalados hermanOS. Aquel había sido su primer y, hasta entonces. único hijo. en una época en la que la gente había llegado a la

conclusión de que dos o tres hijos eran más que suficiente. El camión pertenecía al henn'ano rico. pero quien lo conducía en

aquel momento era el hermano del marido de la madre del niño. Éste estaba fuera de sí debido al dolor y al sentimiento de culpa, pero. evi­dentemente, no era sino un elemento más de la situación, ya que el instrumento de la muerte del niño había sido el camión , que simboli-

4. Po~teriormell lc me di cuenta de que mi limitada habilidad fotográfica no babía sido la razón por la que habfan requerido mi pre~ncia (la propia familia posc:la varias cámaraS). El hecho de quc yo fuera un extranjero que, sin emhargo. gozaba de buenas relaciones con todos los miembr<Js de 111 famil ia y cOnl)Cla sus se<:retos íntimOS hizo que mi panicipación resultara útil para abordar tas lensiOnc.'i. casi insoportables, que habían surgido entre los diversos individuos. Si hubiern seguido el ejemplo de Sehe­pcr_Hughes es ~ible quc no hubiera podido hacerlo. aunque reconOZCO que I a.~ situa­ciones difieren unas de otraS de un modo tal. que pueden obligar a tos anlropólogos a elegir. En este Ci'l SO. el inleré~ de mi investigaciÓn por Ia.~ desigualdlldes en el sellO de la comunidad y mi ~impat¡1l personal por las familias pobres y sin ticrras cfIln de sobra conocidos. y. auoque no nece!>ariamenle ~ompat1idos , al mellOs respetadOS por unas personas que ach.lalmenle siguen ofreciéndome su hogar.

320 __ _ -~-- Polítk"s 01." la ' I n ,,"~ I ' ,",lo¡:la

:wba la riqueza de los demás miembros de la f¡lIllilia . Lo que lodo el ~n~mdo pensaba (pero que, en realidad , nadie decía) era que rcsuhah¡¡ Injusto que el hermano rico le hubiera arrebatado lo (¡nieo yue 11.

, I h" e a lema, e lJO de su amor. Asim ismo. en general se cOllsiderab,. que el h:cho de q.u~ fuera el hermano del padre quien eslaba al volante aña­dla culpabilidad moral a la parle acomodada de la familia : éq" era responsable de un <lcollledmicnto que ahora le atormentarfa a él du­

ntllle el resto dc su vida. En realidad, el propio hermano ri co <;c sentía culpable y poslcrionnenle se dio a la bcbid<l, lo que era algo lo1allllen _ te inu:,ual en é l.

En eSle trágico e imprevisto acontecimiento se planlc<J ban looa una serie de cuestiones morales. Algunas de ellas tenían que \'er con la desigualdad social: cómo algunos campesinos se hacían más ri co" que Olros. En este caso, la respuesta «objetivista» consistiría en explü.:ar la transformación de la política económica de la zona tras la reforma agraria, que creó una nueva burguesía agraria ajena a las c(lrnunid,l(k~ generadas por la reforma agraria que necesitaba encontrar «pc rsona~

de confianza» capaces de mediar en sus difíci les relaciones con los campesi nos descontentos (y ahora annados). Sin embargo, en térmi· nos de \'¡llores locales, el antiguo c acique era un personaje morahllcn· te ambiguo. La gente contaba historias, bastante típic'IS, que hahlahan de encontrar oro bajo el suelo de una casa alquiJada a una pohre viu­da, de engañar a un «patrón» analfabeto y toda una scrie de historia:-, que yo ya habfa oído contar en muchos otros lugares y sobre muchas otras pcrsonas que se las habían arreglado para salir de la pobrcza . Si .. embargo, otros relalOs sobre Cherna -que así se lI11maba- sugerúlO que lo que le había proporcionado tanto éxito había sido que era caral de gestionar de manera brillante las. relaciones clientelares. así como dc fomenta.r la idea de que. al fin y al caho, él era un buen patrón que cuid<lba de la gente y que, dentro de los límites impuestos por su pro­pio enriquec imiento, era una persona humanitari a y socinhnentc re~ ­

ponsablc. Re~ultaha casi inevitable que ninguno de los hijos que le sucedieron pudiera igualar ni el carisma ni la autoridad del padre ; el que luvo mayor éxilo en los negocios no lo tuvo tanto, dcsgwdada­mente, en cuanto a las relaciones humanas (y la posterior hi storia de S ll~ hijos, una generación alejada del capit¡ll social legado por su abue· lo, postcTiormente resultó trágica y violenta).

Oua cuestión planteada por la muerte del niño se refería a las

Antropología)' política: compmmiso. ro::.ponsabi lidad y ( . . . ) ____ _ 321

responsabilidades de la (amili.} y al hecho de si la gente había o no cumplido con ella s. El proceso cultural normal para abordar la muerte de un niño re,.·mltaba únicamente una ayuda limitada a la hom de abarcar todo el conjunto de las caractensticas que hacían de este un aconteci­miento anormal. Simplemente fall:lba ;¡ I no indicar a todas las partes implicadas 10 que habí¡m tle ~entir. Además. aunque el desencadenantc fue una tragedia concreta, sus dimensiones morales se podían obser­var a tmvés de loda una gama de tensiones y conflictos en la vida co­tidiana. Podemos ver aquf algunus de los límiles del planteamiento de Scheper-Hughes sobre la cueslión de la desigualdad y del papel de las relaciones de poder a la hora de configurar el ámbito de la moral.

En primer lugar, resu lta de inmensa importancia para compren­der la historia política y soc ial de esla región apreciar cómo las perso­nas se relacionaban entre sr por encima de las divisiones de clase en las comunidades rurales y en el conjunto del universo social. Atrapado entre un ferviente catoliciSmO conservador y una decepcionante expe­riencia de reforma agraria revolucionaria. empujado a la emigración a través de la frontera y. al mi smo tiempo, transformado social y cultu­Talmente, el campesinado local tenía considerables ditkultades para decidir a quién atribui r sus problemas. Con el tiempo viró hacia di­recciones polític<ls radicalmente di slÍntas; s in embargo, desde 1940 hasta la actualidad ha vivido con unas ideas monllmentc ambivalen­tes sobre la «explotación» y e l t< patronazgo». y la propia población se preocupa. de manera bastante espontdnea y retlexiva, por las aparen­tes contradicciones de sus sentimientos. Los tcóricos de la sociología económica nos han proporcionado algunas ideas útiles acerca de cómo la definición tanto de la conducta «morab~ como de la «inmoral», así corno su relación con la estabi lidad y el cont1icto, se relaciona a su vez con la estructura de las rel<lC:iones socia les en unos escenarios concretos, esforzándose por mediar entre los extremos de un enfo­que «hipersociaJizado», en el que los seres humanos son autómatas que aceptan las normas de su cultura, y el enfoque «subsocial izado» del individualismo metodológico, basado en e l actor racional (Granovct­ter, 1990). Sin embargo, el problema de la ambigUedad parece escapar a cualquier planteamiento en el que se privilegie la estructura sobre el desarrollo del !lujo de la vida social.

En segundo término, el presupuesto de que la moralidad de las élites es simple hipocresía resulta un talllO peligroso. Cuando uno as-

322 _________ _ _______ Políticas de I ~I ::mtrOPOlogía

dende en la pirámide del sistema de cSlIatificación social dc las .~ ·",,-¡e­dades latinoamericanas, especialmente en una época que se caracteri_ za por la «hipcrurbani zación», se acerca rápidamente a un pUnto en el que e l conocimiento que lienen las élites de la población siluada en e l estrato inferior de la escala social se convierte en un estereotipo (que resulta bastante falso con relación a su auténtica práctica social en el más anodino de Jos sentidos). En ocasiones, esto constituye un problema para los antropólogos «autóctonos», quienes, en gran medi­da, son reclutados en las clases superiores y puede que neces iten li­brarse de más prejuicios que sus colegas eXLranjeros. Evidcnlcmemc. serfa un error suponer que las élites son homogéneas y que en su seno

no existe la disensión moral. Así, por ejemplo, ya hemos señalado en el capítulo 7 de qué modo una serie de abogados procedentes de las clases superiores de la sociedad de Lima han cuestionado con .~tante­

mente el autoritarismo de Fujimori. Puede que México se convi niera en un país indepcndienle para sa lvar a la Ig lesia de los reformadorc~ seculares españoles, pero incluso el siglo XIX presenció el surgi miento de un «catolicismo social» paralelamente a las foonas conservadoras dominantes de la zona occidental de México: esto no fue simplemente una respuesta pragmática al auge del liberalismo y del social ismo. sino que se basaba en una aUléntica diferencia de orientación moral, quizás en cierto sentido contemporizadora, pen> sincera en otro. Sería una ingenuidad ignorar el fuerte sentimiento de convicción moral que puede acompañar a lu defcnsa de un orden de cosas religioso, tanto en el extremo superior como en el inferior de la sociedad. Para las élitcs, lo que está en juego no son simplemente unos privilegios matcriales, si no toda una forma de vida, y considerar esto como mero egoísmo interesado constituye, a l menos en aJgunos contextos, un imponante obstáculo par'd comprender por qué, en ocasiones, las é lites no han emprendido unas reformas aparentemente sensatas que, a largo plazo, podrían haberles proporcionado mayores garantías de supervivencia.

Sin embargo, existe un problema fundamemal: el heeho de que este tipo de ((sociedades» no se encuentran estratificadas simplemente

en capas homogéneas ordenadas de una manera jerárquica. En la co­munidad en la que murió el niño, en la década de 1980 di versas fami­li as que se hallaban en unas circunstancias socioecon6mica s equi va­lentes seguían divididas por sus distint¡¡s herencias históri cas: una de ellas era el papel que habían desempeñado sus antepasados, cuando la

Antropología y política: compromiso, rcspons.1bilidad y ( ... ) ___ _ _ _ 323

región era un latifund io, en el seno de una mano de obra que tcnía su s propios sistemas de distinción social. los cuales seguían reproducién­dose a través de pautas matrimoniales mucho tiempo después de la reforma. Y, lo que es aún má s importante, las actuales di visiones ha­bían sido configuradas por las posteriores historias de confrontación entre los partidarios de la seculari7.aciÓn y de la reforma agraria, por una parte, y los defensores del antiguo régimen movilizados por el movimiento católico sinarquista, por la otra. Como ya he sugerido en el capttulo 7, este último era una especie de imagen especular del pro­pio movimiento de la refonna agraria. y, de hecho, incorporaba a mu­chos antiguos combatientes agrarios desilusionados. La raíz de est;:¡ desilusión era precisamente que la rcforma agraria no había manteni ­do sus propias exigencias morales, ya que los líderes se habían apode­rado de la tierra a expensas de otros campesinos, y luego estos mismos líderes se habían convertido en caciques oprcsores, con un estilo muy distinto al de los nuevos ricos que predominaban en la comunidad

objeto de mi estudio. En una hi storia local donde las identidades se han complicado

aún más por las experiencias relativas a la migración internacional , individualmente variables, las «microdifercncias» en ténninos sociu­económicos podrían tener una enonne carga moral e impedir la socia­bilidad cotid iuna de toda una serie de fo rmas inesperadas. Por otra

pane, a un extranjero dotado de un e.lello conocimiento de la compleja historia de la reforma agraria le resultaría difícil emitir juicios acerca de qué actores ocupaban el más alto nivel moral y cuál cra el mejor modo de reconciliar las diferencias. Habría, pues, una importante bre­cha entre lo que se podría hacer en términos de «deci rle la verdad al poder» a oivel regionaL oacional e internacional. as í como en cuanto a trazar un rumbo de justicia y ecuanimidad como solución concreta a

unos problemas acumulados durante décadas. Así, por ejemplo, las normas oficiales dcstinadas a asegurar la

justicia y la ecuanimidad en la asignación de la "tierra para el labra­dar» han sido ampliamente pervertidas y maltratada.~ durantc un pe­ríodo de trei.nta años; no obstante, los resultados han sido complejos y se podía encontrar a personas re lativameme pobres, así como a otr<l~ relativamente ricas. con posesiones ilegales de tierras. La gentc que no poseía tierras en absoluto podía señalar lo injusto de esta situación, peTO, si elloS mi smos no habfan de tener ticrras, pn:fcrfan que quienes

324 ____ _________ ____ Políticas de la aotr0pología

las tuvieran fueran los agricultores con mayor éxito en términos Co­

merciales, que podían ofrecerles trahajo. Por otra parte, resultaba bas_ tante difícil considerar a las personas que realmente habían logrado convertirse en pequeños agricultores comerciales como una «anoma_ lía» en relación con tos objetivos explícitos de la reforma agraria, aun cuando hubieran comprado la tierra ilegalmente con sus ingresos como emigrantes o con un salario del sector público. Mientras, sus «compañeros» más pobres y «scmiproletarizados» no lograban vivir de la tierra ni producir los alimentos que el país necesitaba para redu­cir su importante deuda.

Este tipo de cuestiones son endémicas de las situaciones rurale s

en muchas regiones del mundo. Consideremos de nuevo brevemente el caso de Chiapas. Como ya he señalado en el capitulo 5, la situación agraria en Chiapas es mucho más compleja que el modelo popular consistente en una clase de acaudalados terratenientes enfrentados a un semi proletariado indio empobrecido y tratado brutalmente. Los pe­queños agricultores privados han sido víctimas de los modelos de de­sarrollo llevados a la práctica por las élites nacionales y provinciales desde la revolución mexicana, pero una serie de circunstancias irreso­lubles han convertido a muchos de ellos en antagonistas de los «in­dios" y en partidarios de las organizaciones paramilitares de derechas como «solución» al problema de las reivindicaciones indígenas. Los propios paramilitares logran reclutar a jóvenes indígenas sin tierras que se ven a sí mismos como perdedores en el actual estatus jerárqui­co de la comunidad. «Decirle la verdad al poden> resul taría extrema­damente aniesgado en muchas comunidades chiapanecas, y un antro­pólogo podría hacer muy poco para investigar en profundidad las complejidades de estas situaciones sin tratar primero de encontrar una base para el diálogo con los oligarcas de la aldea y otros agentes de la «reacción». Sin embargo, no me estoy refiriendo aquí a una cuestión meramente académica -si no entendemos correctamente una situa­ción, no podemos esperar exponer sugerencias útiles para cambiar­la- , sino también moral y política.

Algunos de los «malos,) son también víctimas del poder de otros, y resultaría mucho más fácil mejorar una situación desesperadamente negativa si hubiera espacio para la negociación entre las distintas fac­ciones. Un ranchero cuya tierra ha sido ocupada se siente moralmente tan ultrajado como un campesino sin tierra cuya familia está ham-

Antropología Y política: compromiso, responsabilidad y ( ... ) _______ 325

brienta: el ranchero no pertenece a la clase de los «muy ricos» , y es posible que también tenga dificultades económicas para resistir las embestidas de la economía mundial de libre mercado. Puede que ni la estrategia económica del campesino ni la del ranchero sean las idó­neas para promover un (~desarrollo sostenible,), y podría haber otros modelos de desarrollo económico que hicieran posible reconciliar sus reivindicaciones de justicia social de un modo que los propios actores aceptaran como mejor y más equitativo para lodos a largo plazo. El diálogo y las soluciones graduales no llevan necesariamente a las uto­pías, pero seguramente son preferibles a la violencia constante y cons­tilUyen la mejor garantía de que la victoria definitiva no será en abso­luto la de los poderes e intereses que acompañen a las exigencias morales más débiles. Al afirmar que una «etnografía lo bastante bue­na» sustentará una postura ética. Scheper-Hughes (1995, pp. 417-418) se arriesga a errar en el análisis de las sutilezas y complejidades de las relaciones de poder y la micropolítica de la diferencia. Comprender estas complejidades resulta fundamental para pensar en los diversos modos de practicar una política que pueda ayudar a los oprimidos a mejorar su situación y a ganar, si no todo, al menos algo.

¿Del conocimiento a la sabid.uría?

Este no es un argumento general contra la implicación activa en la política de una detenninada situación de campo, sino un argumento en favor de la prudencia y la humildad. En algunos contextos, ni si­quiera está claro si el antropólogo debe empezar por realizar trabajo de campo. Considérense, por ejemplo, las posibles implicaciones de tratar de entrevistar a una comunidad de activistas en un país en cl que las fuerzas de seguridad se entregan a la ejecución preventiva de los líderes de esa comunidad, tanto rcales como potenciales. Las en­trevistas del etnógrafo podrían significar fácilmente la sentencia de muerte para algunos de ellos, por muchas precauciones que aquél to­mara a la hora de realizarlas. También es posible que los antropólo­gos resulten ser víctimas inconscientes, especialmente cuando supo­nen que los ciudadanos con los que se encuentran constituyen fuentes dignas de confianza y son lo que parecen. Por otra parte, el argumen-

326 ________________ _ Pol ílicas de la 3n1mpolO!!ía

lo de que los anuopólogos deberían abstenerse de trabajar en lugares donde se experimenta la violencia polític¡¡ y la violación de los dere­chos humanos debido a los pToblemas éticos que eso p lamea parece duduso. ya que impediría que la antropología obtuviera cualquier tipo de datos directos en unas situaciones sociales que res u ltan bastante predominantes .

Supongamos. pues. que el antropólogo se encuenln.l en una situa­ción conflicti va, (l potencialmente conflictiva. Es improbable que nin­gún antropólogo inic ie su trabajo de campo tan ignorante de la situa­ción que constituye su objeto de estudio que no tenga ya simpatías previ as. Pero es probable que no comprenda la situac ión con demasia­da profundidad a ntes de reaJizar su investigación y, una vez iniciado el trabajo de campo, quizá le lleve un tiempo considerable descifrar las complejidades de la política de facciones locales y de las biogra­fías indi viduales., Necesitamos ti empo para descubrir quiénes son y qué representan realmente los distintos ¡Ictores con los que nos encon­tramos, a quiénes se hallan vinc ulados fuera de- la comunidad objeto de estudio, qué propósitos ocultos pueden manifestar se~ún evolucio­nen los acontecimientos, etc. Si la vida social y política Juera transpa­rente, no se necesitarfa etnografía en absoluto. La vi sión del antropó­logo respecto a la s ituación puede cambiar bastante radicalmente en la medida en que aumcnte su conocinticnto de ésta, y resulla improbable que cua lquiera que abandone la postura consistente en untar de mos­trarse neutral y expresar la prioridad por las preocupaciones académi ­cas durante el período en el que tiene lugar este proceso dc aprendiza­je cumpla con los obj elivos de un estudio profesional de tina manera óptima.

En la práctic,: ... s in embargo, con frecuencia los antropólogos se ven atraídos a idcntiJ1earse m,:Í!. con un bando que con o tro. indepen­dientemente de sus intenciones, debido a que ambas panes están cons­tantemente interpretando su conducta. El sencillo acto de arreglar el hospedaje en un a vivienda pertenecient e a un individuo particular se puede realizar co rno un mensaje políLi co que requiere tiempo y esfuer­w descodiJicar. Las obras antropol6gicas que tratan de las situaciones re lat ivas al trabajo de eampo señalan a menudo el modo en que el et­nógrafo, como persona procedente de una socicdad me tropolitana o corno ciudadano de una clase social más elevada, ocupa una posición sllpcrior de poder frente 11 las personas a la." que estudia. Es cierto que

AnlropoJogfa y política: compromi~o. responsabilidad y ( ... ) _ _ ___ _ 327

el antropólogo dispone de algunos ases: el poder de representación a través de los escritos etnográficos y, normalmente, la posibilidad de escapar. Por otra parte. e s probable que desconozca una gran parte de lo que los otros actores saben acerca de la sociedad local y, en conse­cuencia. resulta más susceptible de manipulación . Ciertamente, el an­tropólogo dependerá de la cooperación de los indlviduos de la comu­nidad objeto de estudio para lograr sus objetivos profesionales.

Una parte de la metateorfa de la etnograffa desarrollada en los últimos años exagera el domjnio de la siruación de campo por parte del antropó logo. Sin embargo. ciertamente exis te n contextos en los que los antropólogos pueden hacer cosas políticamente significativas, especialmente allí donde se les considera figuras revestidas de autori­dad en virtud de su educación, por el hecho de ser extranjeros o por ambas cosas. Sea por elección o por accidente, un antropólogo puede dar mayor peso a la postura de una facción determinada frente a otra y. en consecuencia, influir en e l equilibrio de el poder local. Los an ­tropólogos pueden también ~e nuevo: sea por accidente o por deci­sión- actuar como mediadores entre las panes en conflicto. Incluso se pueden encontrar interviniendo en las relaciones entre las personas a las que están estudiando y los organismos estatales. «Tomar partido» no constituye en absoluto la única fonna de acción.

Puede resultar tentador para el antropólogo mantener una doble conducta s i ve que resulla más fácil obtener la cooperación de las pac­tes cuando uno manifiesta cierta simpatía respecto a sus respectivas posruras. Sin embargo, meter la pata por ir con el corazón en la mano desde el primer momento puede ser peligroso, tanto para el antropólo­go como para aquellos a quienes estudia. No obstante, existen ciertos límites usuales al grado de duplicidad que pueden desplegar los antro-­pólogos con cierto éxito, puesto que la gente se inclina a pedirles res­puestas a las preguntas relativas a sus puntos de vi sta personales sobre las cuestiones sociales y polftieas; cuando haya que contestar, una res­puesta discreta - aunque no totalmente mendaz- puede resultar la mejor tácti ca a largo plazo. especialmente si viene acompañada de una protesta en el sentido de que los extranjeros no deberían entrometerse en los asuntos 10caJes y que el trabajo de un investigador cons iste en escuchar las diferentes opiniones y en tratar de comprender y no de juzgar.

Este t ipo de respuestas puede que no resulte totalmente satisfac-

32H ________ _ l'oIÍli cR<' uc la ~111 1'-'PO I \}gf a

toria para el individuo o para la antropología en general. No es difícil comprender por qué muchos antropólogos se encuentran con que les resulta moralmctHc difícil no hacer cosas que equi vaJgau a «tomar parrido». Incluso algo relati vamCn!C tri vial, como 'I)'udar a I1n amigo analfabeto en algún papeleo legal que le servi rá pam llevar add;mle una disputa con un parienfe o patrón más poderoso, Pl1ede eq uivaler a un acto político bastante importante a lus ojos de la comunidad loca l. Mi opinión es que debemos hacer todo lo posible pura pensar en la ~

consecuencias de lo que hacemos antes de hacerlo y ser capa~'e~ de basar cua lquier intervención en el mejor esquema que log remos ela­borar de la situación global en la que intervenimos. Aun despll é~ d...:

una profunda retlexión. podemos. evidentemente, seguir clj ui vOdn­demos de manera desastrosa. Sin embargo. muchos antropólogos qul.': tmbajan en determinados tipos de contextos ---como los re l ac i on ado~

con las cuestiooes relativas al derecho de los indígena s u la tierra. por ejemplo- han llegado a pensar que deberían abandonar el pape l li...: observadores y cambiarlo por otro de, al menos. selll iparticipantes. ofreciendo sus servicios como asesores o mediadores en l a.~ negoci a­ciones con la." autoridades superiores.

Esta «abogacía» puede adoptar tanto una fonna defensiva corno rcivindicati va. Parecería que el deber mínimo de los antropólogo" es denunciar los abusos que violan las leyes de los p:líses en los que tra­

bajan , especialmente allí donde sólo los :mtropólogos se Imllan en si­tuación de conocer los hechos y allí donde resulta improbable que la ,> personas implicadas logren llamar la atención general sobre SU" pro­blemas s in recurrir a los servicios de extranjeros . Puede hahcr tambié n numerosas circunstancias en las que los movimientos locll les ne(' ~si ­

tan un apoyo más amplio si pretenden plantear delt;:mÜn¡Ldas deman ­das con éxito, Una vez más, la responsabilidad de los antropó logos ante las personas a las que estudian no debería limitarse necesaria ­mente a la producción de obras académicas o induso u la comun ica­ción con la prensa. Podemos lambién ayudar a t'ort¡l lceer las lucha~

loc~lles obteniendo l'inanciación y organizando grupos de apoyo en el ex tnmjero que pueden contribuir a movilizar la presión internacional, algo que puede resulUir especialmente importante cuand o la s elllprc ­S¡IS tnlllsrlólcionales forman parte del problema en cuesti6n. Es posibk combinar los esfuerzos para detener la represión militar en Chiapas y para asegurar la ayuda a sus víctimas con unos análisis que política-

Antropología Y política: t:ull1pfomis.o. respo l1 sabitidad)' ( ... )_~ __ 329

mente se consideren ac adémicos. donde se haga hincapié en que el EZLN constitu ye sólo un¡1 parte de un escenario más complejo.

Sin embargo. esta «abogad:!)} demanda un tipo de compromiso distinlO al de las obras académkas y puede ent rar en cont radicción con las exigencias profesionales debido s implemente al tiempo que consume, apane de otras consecuencias que podría tener en ténninos del futuro acceso al cam po de trabajo. el interés de los servic ios dc seguridad. etc. Sin embargo. cuando pasamos de los actos que defien­den a la gente de los abusos a aquellos otros que apoyan sus aspirac io­nes al cambio. los términos del compromiso antropológico pasan a ser más indefinidos. Ciertamente. existen causas donde se reconoce que una determinada pericia antropológica resulLa prominente, pero una gran parte de esta prominencia se basa en una com:epción dc 1<1 antro­pologfa como la «ciencia del otro Cx.ótü;O') . lo que susc ita el tipo de preguntas respecto a los antropólogos corno «guardianes» que ya he mencionado. Es probable que los an tropólogos resulten atraídos por cuestiones concernientes a grupos minoritarios olvidados por otro~ abogados, pero no hay ninguna (alÓn lógica por la que el compromiso antropológico en el ámbito políri co se deba restringir de este modo. De hecho. podría parccer preferible que las intervenciones antropoló­gicas en po lític.1 estu vieran infonnadas por una amplia reflex ión sobre las cuestiones sociales del ra~ isrno y de la desigualdad de clases y de

sexos. la de mocrati zación y los derechos civiles. Volvemos de nuevo, pues, al proyecto ilustrado de Gough y al posible papel de la antropo­logía como disciplina social y polft iearnente crítica dispuesta no sólo a tratar de las principales cuestioncs de nuestra época, sino a produl'ir un conocimienro que pued;t informar las estrategias políticas de mane­ra más eficaz.

En gran medida, s i n duda, In acci6n en la que los antropólogos participan corno indi viduos se debería llevar a cabo fuera de la acade­mi a y en coordinación con otros ciudadanos (tanto de su mismo país como de otros). El compromiso antrupológico en la¡, luchas sociales puede adoptar una forma negativa y egoísta , que reduzca la cap<:lcidad de la «gente común» para mantener su potenci al de acción autónoma y ascgurar sus fines a tra vés de In movilización en las organizaciones representativas. Esto const ituye. esencialmente. sólo una variante de los temas más generales de la representación política y de los pIOble­mas de la organización d e mov im Íl'nlos sociales a los que ya me he

330 _____ _____ _______ Políticas de la antro I po Oá,'Ía

referido con detall e. Cuando los antropólogos dejan de limiLa ofrecer análisis, servicios técnicos y consejo profesional y a do. (rse . .1

• • ' <U eStl-momo, para convertIrse en actores en el seno de unos movimiento. organilllciones con los que no mantienen ningún víncu lo social o si nico, la legitimidad de su papel pasa a resultar más cueStionablC~Al me nos en algu nos casos, demasiado compromiso puede resultar tan problemático como demasiado poco.

En muchos. aspectos, pues, e l tema del papel político de la antro. pología forma parte de un conjunto más amplio de cuestiones re!<lcio_ nadas con el papel político de todos los intelectuales y de todos lo ~

productores académicos de conocimiento. No obstante, los antrop6lo­

gas sí tienen un especial interés en dialogar con aquellos a quienes e')­tudian. Hasta ahora, el antropólogo ha actuado en gran medida como el intérprete privilegiado, el productor de un conocimiento que se podria. o no, poner al servicio de los demás. Evidentemente, el proceso etno ­

gráfico implica aprender formulando preguntas; pero. en última instan ­cia, puede adq uirir su autoridad independi entemente de las condiciones de su producción en el trabajo de campo y sin dar a aquellos sobre quienes se escribe ninguna oportunidad de denunciar los resultados.

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CONTRAPUNTO

11. Carta carta a mis amigos*

Mario Luís Rodríglle:. Cobo

Estimados amigos: En cartas anteriores di mi opi nión de la sociedad, de lo s grupos

humanos y de los individuos. con referencia a este momento de cam­bio y pérdida de referencias que nos toca vivir; critiqué ciertas tenden­cias negativas en el desarroll o de los acontecimientos y destaqué las posturas más conocidas de quienes pretenden dar respuesta a las ur­gencias del momento. Está claro que todas las apreciaciones, bien o mal formuladas, responden a mi particu lar punto de vista y éste, a su vez, se emplaza en un conjunto de ideas que le sirven de base. Segura­mente por esto, he recibido sugerencias en las que se me an ima a ex­plicitar desde «dónde» hago mis crhicas o desarrol1o mi s propuestas. Después de IOdo se puede decir cualquier cosa con mucha o poca ori­ginalidad, como sucede con las ocurrencias que tenemos a diario y que no pretendemos j ustificar. EsaS ocurrencias hoy pueden ser de un tipo y mañana del tipo opuesto no pasando de la frivolidad de la apre­ciación cotidiana. Por esto, en general, cada día creemos menos en las opiniones de los demás y de nosotros mismos dando por sentado que se trata de apreciaciones de coyuntura que pueden cambiar en pocas horas . como sucede con las oportunidades bursátiles. Y si en las opi­niones hay algo con mayor permanencia en todo caso es 10 consagrado por la moda que luego es reemplazado por la moda siguiente. No es­toy haciendo una defensa del inmovilismo en el campo de las opinio­nes, sino destacando la fa lta de consistencia en las mismas, porque en

.. Mario Luís Rodríguez Cobo. ]998. en Obra.f CQmplela.~. voL 1. Oscar E\egído GOIuález-Qucvcdo (ed. ), M¡¡drld.

336 ________ ~ .. -- ---~- COnlraP\lntQ

\'cn.l .. d sería muy interesante que el cambio ocurriera en has" , . . ~ Una lógica mlerna y no de acuerdo al soplo de vicllIos errático< .p

• • L ero quién está para aguantar lógicas internas en una época de manotazos (]c ahog;ldo! Ahora mismo, mielllras escribo. advierto que lo dicho no puede Clllrar en la cabeza de ciertos lectores porque a eo, t:1S alturas uo Iwbrán encontrado tres posibles cód igos exigidos por ellos: 1) (Iue lo qlle se está explicando les sirva de cspmcimicnto o 2) que les mues. tre ya mismo cómo pueden utilizarlo en su negocio o 3) que ,-:oim:id¡¡ COI1 lo consagrado por la moda. Tengo la ccrtc:w de que esta parrafad¡¡ que comienza con «estimados amigos: )) y que ll ega haslH aquí loo, d¡,;:j¡¡ totalmente desorientados como si estuviéramos e~(,;ri hi cndo en ~á ns ­

erilo. Sin embargo, es de verse cómo esas mismas per~onas compren­den cosas difíc iles que van desde las operaciones ballcaria~ más sofis­ticadas a las delicias de la técnica administrativa complltada. ¡\ esos tales les resulta imposi ble comprender que est:Hnns hablando de las upiniunes, de los pu ntos de vista y de las ideas que les sirven dc base : que estamos hablando de la imposibilidad de ser entend idos en las cosas más simples si no se corresponden con el paisaje que tienen montado por su educación y sus compulsiones. ¡Así están las cosas~

Despejado 10 anterior tralaré de re~umir en esta carta las ideas que fundament an mis opiniones, erÍlicas y propuestas, teniendo espe­cial cuidado de no ir mucho más allá del eslogan publicitario por<lue, como explica el sabio periodismo cspccialitado.las ideas organ izadas son «ideologías» y éstas, como las doc lrinas. son herramienlaS <le lavado de cerebro de quienes se oponen a la libertad de comercio y la economía social de mercado de las opinione::.. Hoy. respondiendo a ¡liS exige ncias del posmodemismo, es decir, a la ~ ex ¡gend a.~ de la haur-courure (ropa de noche, corbala mariposa, hombreras, I.apatitlas y chaq ueta arremangada); de la arquitectura d~ ... onstructivista y de la decoración desestructurada. estamos exigidos a que no encaje n las piezas del disc urso_ i Ya no olvidar que la críti ca del lenguaje t3rnbién re pudia lo siste málico. estructural y procesal ... ! Desde luego que [Odo ello se corresponde con la ideología dominante de la comJ)(lIly que siente horror por la Historia y por l:.¡s ideas en cuya J'ornlitciún no par­tÍl:.:ipa y entre las que no ha podido colocar un substancioso pon:entaje de acciones.

Broma~ aparte, comencemos ya con el in venta rio de nuestraS ideas. por 10 menos de las que consideramos más importantes. Debo

- - _ .. __ . _~ ~~_ 337

resaltar que buena parte de ell us fue ron presentadas en 1<1 conferenci a que di en Santiago de Chile el 23-05-9 1 .

Arranque de nuestras ~deas

Nuestra concepción no se iuida admitiendo generalidades. sino c.\lu­diando lo particular de la vida humana ; lo particular de la exi ste ncia ; lo particular de l registro personal del pensar_ el senti r y el actuar. Esta postura ini.cia l la hacc incompatible co n lodo sistema que arranque desde la «i<leM. de~dc la «m<ltcrin», desde el «inconsciente», desde la .:voluntad», desde 1<1 «sociedad», e tc Si alguien admi te o recha7.a cualquier concepción_ por lógica o extravagante que ésta sea, siempre él nll smo estará enjucgo admitiendo o rechazando_ Él estará en juego. 00 la socie<lad. O el inconsciente_ o la materia.

Hablemos pues de la vida humana. Cuando me observo_ no dcs­de el pumo de vista fisiológico <;ino existen cial, me encuentro puesto en un mundo dado_ 110 construido ni elegido por mí. Me encuentro en situación respecto a fenómenos quc e mpezando por mi propio cuerpo son ineludibles. El cue rpo como constituyente fu n<lamemal de mi existencia es, además, un fenómeno homogéneo con el mundo natural en el que actúa y sobre el cual ¡Ictúa el Inundo. PeTO la naturalidad del cuerpo tiene para mí diferencias importantes con el resto de los fenó­menos. a saber: 1) e l registro inmedi::Lto que poseu de él; 2) el registro que mediante él tengo de los fe nómenos externos_ y 3) la disponibili­dad de al guna de sus operaciones merced a mi intención inmediata.

Naturaleza, intenció n y apertura del ser humano

Pero OCurre que el mundo se me prese nta no solamente como un con­glOmerado de objetos naturales sino como una articulación de otrm seres humanos y dc objetos y signos producidos o modificados por ellos. La intención que ad vierto en mf aparece como un elemento in­terpretati vo fundamcntal del comportamiento de los OlfOS y así como COnstituyo el mundo social por comprensión de intenciones. soy cons-

338 - - ------------- --_ ___ Contrapllnto

tituido por él. Desde luego, estamos hablando de intencione< . . . . q~. manIfiestan en la m,:cl6n corporal. Es graClas a las exprcsione< . .. ., corpo_ rales o a la percepción de la sIIuaclón en que se encuentra el otro u

d d ··fi d .. q e pll~ o compren er sus Slgm Ica os. su mlenclón. Por otra parle, los objetos naturales y humanos se me aparecen como placenteros o dolo_ rosos y trato de ubicarme frente a ellos modificando mi situución.

De este modo, no estoy cerrado al mundo de Jo nutural y de los otros seres humanos sino que, precisamente, mi caraclerístic¡¡ es la «apertum». Mi conciencia se ha configurado intersubjetivamente ya que usa códigos de rdzonamienlo. modelos emoti vos, esquemas de ac­ción que registro como «lllÍOS» pero que también recono'l.CO en otros.

Y, desde luego, está mi cuerpo abierto al mundo en cuanto a este lo percibo y sobre é l actúo. El mundo natural, a diferencia del humano, se me aparece sin intención. Desde luego, pucdo imaginar que las piedras, las plantas y las estrellas poseen intención pero no veo cómo llegar a un efectivo diálogo con ellas. Aun los animales en los que a veces cap­to la chispa de la inteligencia se me aparecen impenetnlbles y en lema modificación desde adentro de su naturaleza. Veo sociedades de insec­tos totalmente estructuradas, mamíferos superiores usando rudimentos técnicos, pero repitiendo sus códigos en lenta modificación genética, como si fueran siempre los primeros representantes de sus respectiva.~ especies. Y cuando compruebo las virtudes de los vegetales y los ani­ma les modificados y domesticados por el hombre, observo la intención de éste abriéndose paso y humanizando el mundo.

La apertura social e bistórica del ser humano

Me es insuficiente la definición del hombre por su soc iabilidad ya que esto no hace a la distinción con numerosas especies; tampoco su fuer­za de trabajo es lo característico. cotejada con la de animales más po­derosos; ni siquiera el lenguaje 10 define en su esencia. porque sabe­

mos de códigos y fonnas de comunicación entre diversos animales. En cambio, al encontrarse cada nuevo ser humano con un mundo mo­dilicado por otros y ser constituido por ese mundo intencionado. des­cubro su capacidad de acumulación e incorporación a lo temporal. descubro su dimensión histórico-social , no simplemente social. Vistas

Carta carta a mis amigos _ ______ _ ___ ___ 339

así las cosas, puedo intenlar una definición diciendo: el hombre es el ser histórico cuyo modo de acción socialtransfonna a su propia natu­raleza. Si admito lo anterior, habré de aceptar que ese ser puede lrans­foonar intencionalmente su constüución fís ica. Y asf está ocurriendo_ ComenzÓ con la utilización de instrumentos que puestos delante de su cuerpo como «prótesis >,>, externas le permitieron alargar su mano, per­feccionar sus sentidos y aumentar su fuerza y calidad de trabajo. Na­turalmente no estaba dotado para los medios I(quido y aéreo y sin em ­bargo creó condiciones para despla7.arse en ellos, hasta comenzar a emigrar de su medio natural. el planeta Tierr ... . Hoy, adcmás_ está in­ternándose en su propio cuerpo cambiando sus órganos; interviniendo

en su química cerebral: fecundando in viLIO y manipulando sus genes. Si con la idea de «natura leza» se ha querido señalar lo permanente. tal idea es hoy inadecuada aun si sc la quiere aplicar a lo más objeta l de l ser humano, es decir, a su cuerpo. Y en lo que hace a una «moral natu­ral», a un «derecho nmural», o a «instituciones naturales», encontra­mos, opuestamente, que en ese campo todo es histórico-social y nada allí existe -«por naturaleza».

La acción transformadora del ser bumano

Contigua a la concepción de la' naturaleza humana ha estado operando otra que nos habló de la pasividad de la conciencia. Esta ideología consideró al hombre como una entidad que obraba en respuesla a los estímulos dcl mundo mllurill. Lo que comenzó en burdo sensualismo_ poco a poco fue desplazado por corrientes historicistas que conserva­ron en su seno la misma idea en torno a la pasividad . Y aun cuando privi legiaron la actividad y la transfonnación de l mundo por sobre la interpretación de sus hechos. concibieron dicha actividad corno resul­tante de condiciones externas a la conciencia. Pero aquellos antiguos prejuicios en torno a la naturalew humana y a la pasividad de la con­

ciencia hoy se imponen. transformados en neoevolucionismo, <.:on cri­terios tales como la selección naturaJ que se establece en la luc ha por la supervivencia del más apto. Tal concepción ¿oológica, en su ver­sión más reciente, al ser trasplantada al mundo humano tratará de su­perar las anteriores dialécticas de razas o de c lases con una dialéctica

340 _________________________ __ ContrapUnto

establecida según leyes econÓm.icas «naturales» que autorregulan IOd. 1 " d d ' , a aell\'1 .. soclaJ. Así, una vez más, el ser humano COllcreto queda sumergido y objcti vado.

Hemos mencionado las concepciones que para cxpl icar ... 1 hom. bre comienzan desde generdlidades teóricas y sostienen la ex istencia de una natura leza humana y de una conciencia pasiva. En sentido ~puest?, nOsolros sostenemos la necesidad de arranque desde la par­lIeutandad humana. sostenemos el fenómeno histórico-social y no na­

tural del ser humano, y lambién afirmamos la actividad de su concien_ cia transformadora del mundo, de acuerdo a su intención . Vimos su vida e n situación y su cuerpo como objeto natural percibido inmedia_

tamente y sometido también inmediatamente a numerosos dictados de su intención. Por consigui ente se imponen las siguientes preguntas: ¿c6mo es que la conciencia es acti va?, es decir, ¿cómo es que puede intencionar sobre el cuerpo y a través de él transformar al mundo? En segundo lugar, ¿cómo es que la constitución humana es nist6ri co-so­cia!'! Estas preguntas deben ser respondidas desde la existencia par­ti cular para no recaer en generalidades teóricas desde las cuaJes se deriva luego un sis tema de interpretación. De esta manera, para res­ponder a la primer¡¡ pregunta tendrá que aprehenderse con evidencia inmediata cómo la intención aClÚa sobre el cuerpo y. para responder a la segunda. habrá que partir de la evidencia de la tempordlidad y de la

imersubjelividad en el ser humano. y no de leyes ge nerales de la his­toria y de la sociedad. En nuestro trabajo Contribuciones al pellsa­

miento se trata de dar respuesta precisamente a esas dos preguntas. En el primer ensayo se estudia la función que cumple la imagen en la conciencia, destacando su aptitud para mover al cuerpo en el espacio. En el segundo ensayo del mismo libro, se estudia el tema de la hi sto­ricidad y sociabi lidad. La especificidad de estos temas nos aleja de­masiado de la presente carta, por el lo remitimos al material citado.

La superación del dolor y el sufrimiemo como proyectos vitales básicos

Hemos dicho en Contribuciones que el desti no natural del cuerpo hu­mono es el mundo y hasta ver su conformación para verificar cste

cana carta a mis amigos ----------_____ ___ 341

aserto. Sus sentidos y sus aparatos de nutrición, locomoción, repro~ ducdón, etc .• están naturalmente conformados para estar en el mundo, pero además la imagen la nza a trdvés del cuerpo su carga transfonna_ dora; no lo hace para copiar el mundo, para ser rellejo de la situación dada sino. opuestamente. para modificar la situación previamente dada. En este acontecer, los objelOs son limilaciones o ampliac iones de las posibilidades corporales, y los cuerpos ajenos aparecen como multi­plicaciones de esas posibilidades, en tanto son gobernados ~r inten­ciones que se reconocen s imilares a las que manejan al propiO cuerpo. ¿Por qué necesitaría el ser humano transformar el mundo y transfor­marse a sí mismo? Por la situación de finitud y carencia temparo-es­

pacial en que se halla y que registra como dolor físico y sufrimiento mental. Así, la superación de l dolor no es simplemente una respuesta animal. sino una configuración tcmporal en la que prima el futuro y que se convierte en impu lso fundamental de la vida aunque esta no se encuentre urgida en un momento dado. Por ello, aparte de la respuesta inmediata, refleja y natural, la respuesta diferida para evitar el dolor está impulsada por el sufrimiento psicológico ante el peligro y está re-presentada como ¡x>sibiJidad futura O hecho actual en el que el do­lor está presente en otros seres humanos. La superación del dolor apa­rece, pues, como un proyecto básico que guía a la acción. Es ello lo

que ha ¡x>sibililado la comuni~ación entre cuerpos e intenc i~n~ di ver­sas. en lo que llamamos la «constitución social». La constitucIón so­cial es tan histórica como la vida humana. es configurante de la vida humana. Sl1 transformación es continua pero de un modo diferente a la de la naturaleza porque en esta no ocurren los cambios merced a in­

tenciones.

Imagen, creencia, mirada y paisaje

Un día cualquiera entro en mi habitación y percibo la ventana, la reco­nozco, me es conocida. Tengo una nueva percepción de ella pero. ade­más, actúan antiguas percepciones que convertidas en imágenes están retenidas en mí. Sin embargo, observo que en un ángulo del vidrio hay una quebradura ... «eso no estaba ahf», me digo, al cotejar la nueva percepción con lo que retengo de percepciones anteriores. Además.

342 ______________ ________ Col1!rapunt\.l

experimento una suerte de sorpresa. La ventana de actos an teriores ha quedado retenida en mí, pero no pasivamente como una fOlografía , sino act uante como son actuantes las imjgenes. Lo retenido actua freole a lo que percibo, aunque su fonnación pertenezca al pasado. Se (rala de un pasado siempre actualizado, siempre presente. Ames de entrar a mi habitación daba por scRlado, daba por supuesto, que la venwna debía estar allí en perfectas condiciones. No es que lo eSlUvie­rOl pensando, sino que simplemente contaba con ello. La ventana en particular no estaba presente en mis pensamientos de ese momento, pero estaba co-presente. estaba dentro del horizonte de objetos conte­nidos en mi habitaci6n. Es gracias a la co-presencia, :J la retención actualizada y superpuesta a la percepción, que la conciencia infiere más de lo que percibe. En ese fenómeno encontramos el funciona­miento más elemental de la creencia. En el ejemplo, es como si me dijera: «Yo creía que la ventana estaba en perfectas condiciones». Si al entrar a mi habitación aparecieran fenómenos propios de un ¡,:ampo diferente de objetos, por ejemplo una lancha o un camello, tal situa­ción surrealista me resultaría increíble no porque esos objetos no ex istan. sino porque su emplazamiento estaría fuera del campo de co-presencia, fuera del paisaje que me he formado y que actúa en mí superponiéndose a toda cosa que percibo.

Ahom bien. en cualquier instante presente de mi conciencia pue­do observar el e nlrecruz.amiento de retenciones y de fUlUrizaciones que actúan ca-presentemente y en estructura. El instante presente se constituye en mi conciencia como un campo temporal activo de tres tiempos diferentes. Las cosas aquí son muy diferentes a las que ocu­rren en el tiempo de calendario en el que el día de hoy no está tocadu por el de ayer. ni por el de mañana. En el ca.lendario y el reloj , el (,ahu­ra» se diferencia del «ya no~)o y del ,(todavía no». y, además, los succ­sos están ordenados uno aliado del otro en sucesión lineal y no puedu pretender que eso sea una estructura sino un agrupamiento dentro de una serie total a la que llamo «calendario». Pero ya volveremos sobre esto cuando consideremos el tema de la hi stori cidad y la temporal i­dad.

Por ahora continuemos con lo dicho anteriormente respecto a que la conciencia infiere más de lo que percibe , ya que cuenta con aquello que viniendo del pasado. como retención. se superpone a la percepción actual. En cada mirada que lanzo a un objeto veo en él

Carta carta a mis amigos __________________ 343

cosas deformadas. Esto no lo estamos afinnando en el sentido explica­do por la física moderna que claramente expone nuestm incapacidad para detectar al átomo y a la longitud de onda que está por encima y

por abajo de nuestros umbrales de percepc ión. Esto lo estamos dicien­do con referencia a la superposición que las imágenes de las re tencio­nes y furunzaciones hacen de la percepción. Así, cuando asisto en el campo a un hermoso atardecer el paisaje natural que observo no está determinado en sí sino que lo detennino. lo constituyo por un ideal estético al que adhiero. Y esa especial paz que experimento me entre­ga la ilusión de que contemplo pasivamente, cuando en realidad estoy poniendo activamente allí numerosos contenidos que se superponen al simple objeto natural. Y lo dicho no vale solamente para este ejemplo sino para toda mirada que lanzo hacia la realidad.

Las generaciones y los momentos históricos

La organización social se continúa y amplía, pero esto no puede ocu­rrir solamente por la presencia de objetos sociales que han sido produ­cidos en el pasado y que se utilizan para vivir el presente y proyectar­se hacia el fuluro. Tal mecál)ica es demasiado ele mental para explicar el proceso de la civi lizución. La continuidad está dada por las genera­ciones humanas que no están puestas una al iado de otra sino que co­existiendo interactúan y se transforman. ESlas generdciones, que per­miten continuidad y desarrollo son estructuras dinámicas, son el tiempo social en movimiento. sin el cual la civilización caería en esta­do natural y perdería su condición de sociedad. Ocurre, por otra parte, que en todo momento histórico coe;.cisten generaciones de distinto ni­veltemporal. de distinta retenci6n y futurización. que configuran pai­sajes de situación y creencias diferentes. El cuerpo y comportamiento de niños y ancianos delata, para las generaciones activas, una presen­cia de la que se viene y a la que se va. A su vez, para los extremos de esa triple relación, también se verifican ubicaciones de temporalidad extremas . Pero esto no permanece jamás detenido porque mientras las generaciones aCli vas envejecen y los ancianos mueren, los niños van transformándose y comienzan a ocupar posiciones activas. Entre tanto, nue vos nacimientos reconsti[Uyen continuamente la sociedad.

344 _ . _ _ ---- - ComrapUn10

Cuando. por abstracción. se «detiene» al i ncesante flui r, podemo:> ha­blar de «momento his lórico>~ en el que lodos los miembros emplaza_ dos en el mismo escenario social pueden ser considerados «contempo­ráneos». vivientes de un oúsmo tiempo; pero observaOlo!:> que no ~Ol\ coctáneos. que no tienen la misma edad. la mi sma temporalidad inter­na en Cuanto a paisajes de fuonación , en cuanto a situación actual y l'n cuunlO a proyecto. En realidad, una dialéctica generac ional se estable_ ce entre las «franjas» más contiguas que tratan de ucupar la aCli vid¡¡d cenlIal, el presente social. de acuerdo a sus intereses y crccndas. Es J¡¡

temporalidad social intema la que explica estructuralmen te el devenir históri co en el que interactúan distintas acumulaciones generadona lcs

y no la sucesión de fenómenos linealmente puestos uno al lado de l O('fO, co mo en el tiempo de calendario, segú n nos lo ha explicado algu­na que otra Fi losofía de la Historia.

Constituido soc ialmente en un mundo histórico e n el que voy configurando mi paisaje, interpreto aquello 11 donde lanzo mi mjrada. Está mi pai saje personal, pero también un pai saje colectivo que res­ponde en ese momento a gmndes conjuntos . Como dijimos antes co­ex is ten en un mismo tiempo presente. di st intas gcnenl cioncs. En un momento. para ejemplificar gruesamente. ex isten aquellos que naó e. ron antes dcltransislOr y los que lo hiciero n entre computadoras. Nu­merosas configuC:tciones difieren en ambas experiencias. no !>olwnen­

te e n el modo de actuar sino en el de pensar y sentir. .. y aquello que en la relac ión soci a] y en el mooo de prooucción funcionaba en una época, deja de hacerlo lentamente o, a veces, de modo :Ibnl pto. Se esperaba un resultado a fut uro y ese futuro ha llegado, pero las co~aS no resultaron del mmlo en que fueron proyectadas. Ni aquella acción, ni aquella sens ibilidad. ni aquella ideología coinciden con el nuevu paisaje que sc va imponiendo socialmente.

La violencia, e l Estado y la concentración de poder

El ser hUIll<lIlO por su apeflura y libertad para elegir entre situaciones, diferir respuestas c imaginar su [Uluro, puede tambi én negarse a s(

mi smo, negar aspectos del cuerpo, negarlo completamente como en el suicidio, o negar a otros. Esta li bertad ha permit ido que algunos se

Carta Cafla a mis amigo\ _____ _ _____ 345

apropien ilegítimamente del lodo social. es decir, que nieguen la liber­tad y la intcncionalidad de otros, reduciéndolos a prótesis, a instru­mentos de sus intenciones. Allí eslá la esencia de la di scrim inación , siendo su metodología la violencia física. económica. raci al y religio­sa. La vio lencia puede inslaurarse y perpetuarse gracias al manejo del aparato de regulac ión y control socia l, esto es: el Estado. En conse­cuencia. Ja organización soc ial requiere un tipo avanzado de coordina­ción a salvo de toda concentración de poder, sea esta privada o estatal. Cuando se prctende que la privatización de todas las áreas económicas ponc a la sociedad a s:.lI vo del poder estatal se oculta que el verdadero problema está en e l monopolio u o ligopolio que traslada el podcr de

manos cstatales a manos de un para-cst<ldo manejado no ya por una minoría burocrática sino por la minorla particu lar que aumenta el pro­

ceso de concentración. Las diversas estructuras socia les, desde las más primitivas a las

más sofisticadas, tienden a la concen tración progresiva hasta que se inmovi\iz<ln y comie nza su etapa de disolución de la que arrancan nuevos procesos de reorgani zación en un nivel más alto que el ante­rior. Desde el com ienzo de la his toria . la sociedad apunta hacia la mundialización y así se lleg¡lrá a una é(X)Ca de máxima concentración de poder arbitrario con camcterislicas de imperio mundial ya sin posi­bilidades de mayor ex pansión. El colapso del s istema globa l ocurrirá

por la lógica de la dinámicll estructural de todo s istema cerrado en el que necesariamente tiende a aumentar e l desorden. Pero así como el proceso de las eSlruClUms tiende a la mundialización, el proceso de humanización tiende a la apertura del ser humano, a la superación del Estado y del para-estado: tiende a la descentralización y la desconcen­tración a favor de una coord inación superior entre particularidades sociales autónomas. Que todo tennine en un caos y un reinicio de la civilización, o comience una etapa de humanización progresiva ya no dependerá de inexorables des ignios mecánicos sino de la imenc~ón de los individuos y los pueblos. de su compromiso con el cambIO del mundo y de una ética de la libertad que por definición no podrá ser

impuesta. Y se habrá de aspirar no ya a una dcmocra~ja for~aJ mane­jada como hasla abora por los in tereses de las faCCiOnes s,mo a ~na democracia rcal en la que la Pólflicipación directa pueda rcahzan;e Im~ tantáneamente gracias a la tecnologfa de la comunicación, hoy por

hoy cn condiciones de hacerlo.

346 ______________ _ COntrapunto

El proceso humano

Necesariamente, aquellos que han reducido la humanidad d

de otros han

provoca o con eso nuevo dolor y sufrimienlo reiniciándose 1 ,,' , . ,ene seno de la soc1edad la anugua lucha contra la adversidad natur"¡1 ~1. • , pero <.ll loru entre aque llos que quieren «naturalizar» a otros a la sociedad H" . . . ' ya la

lston a y. por otra parle, los opnnudos que necesitan humaniz h . d me u-manlzan o al m,undo" Por ~sto humanizar es salir de la objetivación

para afirmar la 1~lten~lonahdad de lOdo ser humano y el primado del ~uturo 50b.re la SituaCIón actual. Es la imagen y representación de un luturo ~~I~le y mejor lo q.ue permüe la modificación del presente y lo

que posibilita toda revolucIón y todo cambio. Por consiguienle. no bas­

ta con la presión de cond iciones opresoras para que se ponga en mar­cha el cambio, sino que es necesario advertir que tal cambio es posible y depende de la acción humana. Esta lucha no es entre fuerzas mecáni­cas, no es un reflejo natural, es una lucha entre intenciones hum anas. Y.eslO es ~rec iSaI~e~te lo que nos permite hablar de opresores y opri­midos, ~e Justos e mJ~stos, de héroes y cobardes. Es lo único que pcrmi­t~ prac~car con senudo la solidaridad social y el compromiso ¡,:un la hberaclón de los discriminados sean éstos mayorías o minorías.

En fi n, consideraciones más detall adas en torno a la violencia. el ~stado , las instituciones. la ley y la re ligió n, aparecen e n el trabajo mulada El paisaje humano incluido en el libro Humanizar la TIerra al cual remito para no exceder los límites de esta carta.

En cu.anto al sentido de los actos humanos, no creo que se tralC

de convulslOnes sin significado, ni de «pasiones inútiles» que conclu­yan en el absurdo de la disoludÓn. Creo que el destino de la humani­dad está orientado por la intención que haciéndose cada vez más cons­ciente en los pueblos, se abre paso en direcciÓn a una nación humana un~versa~ . De lo comentado anteriormente surge con evidencia que la eXIstenCJa humana no comien za y termina en un círculo vicioso de encerramiento y que una vida que aspire a la coherencia debe abrirse ampliando su influencia hacia personas y ámbitos promoviendo no solamente una concepción o unas ideas , sino acciones precisas que amplíen crecientemente la li bertad.

----------------------Nota sobre los autores

Talal Asad, Master en Antropología en la Universidad de Edi.mburgo y Doctor en la Uni versidad de Oxford (l968), donde fue alumno de E.E. Evans-Pri.tchard. Profesor en la Universidad de Janum (Sudán) y en la universidad de Hull (Reino Unido). Viajó a los Estados Unidos a comienzos de 1970 como profesor de antropología de la New SchooJ for Social Research. En la actualidad es Distinguished Professor de Antropol ogía en la Universidad de Nueva York. Sus intereses de in­vestigación se centran en el fenómeno de la religión como parte inte­

grante de la modernidad y, especialmente, en el renacimiento religioso en el Oriente Medio. Asad ha hecho impOrtantes aportes teóricos al estudio del post_coloniali smo y la visi.ón occidental de los países do­minados, el cristianismo, ell~lam y a una antropología de la laicidad. Entre sus obras más representaüvas destacan: Anthropology & the Co­lonial Ellcounter (ed.) ( 1973); Genealogies of Religion: Discipline and Reasons of Power in Christia/lity and Islam (1993); «Remarks 00

the Anthropology ofthe Body» ( 1997); Thinking (100m secularism and Law in Egypl (200 1); Formalions of the Secular: Christianity, Islam, Modemi'y (2003); On Suicide bombing (2()07) [Traducc ión al caste­

llano: Sobre el terrorismo suicida (2008)].

Abner C ohen (1921-2001) , Profesor en la Un iversidad de Londres, en la SchoOl of African and Oriental SlUdies (SOAS) entre 1961y 1985. Realizó trabajo de campo e n diferentes regiones como Medio Oriente, África occidental y Gran Bretana. En 1958 comenzó un estu­dio de las aldeas árabes en Israel que sirvió de base a su tesis doctoral y más tarde a su primer libro Arab Border- Villa ges in Israel: A S/udy

348 --------------- --- Antropología política

in Conrilluily and Change in Social Organization. En áreas urbanas del África Occidental realizó un eSludio entre los comerciantes de la etnia hansa en la ciudad yamba de Ibadan, en el suroeste de Nigetia. Resultado de este trabajo es el libro Custom and Politics in Urban Africa: A Study oi Hausa Migrants in Yoruba Towns. Posteriormente su atención se centró en la población criolla de Frcelown (Sierra Leo_ na). Al examinar los aspectos invisibles y en gran parte informales de la vida cotidiana, mostró cómo la cultura y el poder son intcrdepen_ dientes y se mantienen unidos a través de un cuerpo elaborado de creencias y prácticas simbólicas.

Nuria Fernández Moreno, Doctora en Antropología Social y Cultu­ral por la Universidad Nacional de Educación a Distancia y actual~ mente profesora en el Departamento de Antropología Social y Cultu­ral de la misma universidad. Su área de estudio es África central y ecuatorial. Sus intereses de investigación se centran en el parentesco, el culto a los ancestros, el colonialismo y la comparación cultural. Es autora de diversos artículos y libros entre los que destacan: «Social, demographlc and cultural aspecls of EcuatoriaJ Guinea~~ (1996); «El origen de la ocupación humana en la isla de Bioko: arqueología, histo­ria y etnografía» (2000); «Los últimos escarificados de la isla de Biokm> (2002); «En la frontera del ciclo vital. Rituales de presenta­ción del recién nacido en los bubis de Guinea Ecuatoriah (2005); «África en el siglo xx: una historia de la deconstrucción-reconstruc­ción en el trazado de fronteras e identidades» (2009).

Meyer Fortes (1906-1983), Fue alumno de Bronislaw Malinowski y Rayrnond Finh en la London School 01' Economics y coetáneo de Ra­dcliffe-Brown, Edmund Leach, Audrey Richards y Lucy Muir. Fortes empleó la noción de «sujeto» en sus análisis estrucmral-funcionalistas del parentesco, la familia y el culto a los ancestros, estableciendo un patrón en los estudios sobre la organización social africana. Sus traba­jos más relevantes incluyen: African Political Systems (1940) junto a

EvansPritchard: The Dynamics of Clanship among the Tallensi (1 945 ): The Web of Kinship among the Tallensi (1959); Oedipus and Job in West African Religion (1959); Kinship and the Social Order (1969); Time and Social Structure (1970); y edilOr de Social Structure (1970).

Nota sobre los autores _____ _ _ ______ _ _ ___ 349

Wolfgang Gabbert, Catedrático de sociología de desarrollo y antro­pología cultural en la Universidad Leibniz de Hannover. Ha trabajado sobre etnicidad y nacionalismo. antropología política. antropología jurídica, movimientos sociales, poblaciones indígenas en México y América Central, y la historia y la situación actual de la península de Yucatán. Es autor del primer estudio de fondo sobre la población afro caribeña de Nicaragua y del primer libro sobre etnicidad y desigual­dad social en la península de Yucatán. Entre sus publicaciones recien­tes se encuentran: «Of Fricnds and Fues. The Caste War and Ethnicity in Yucatáfl» (2004); «Concepts ofEthnicity» (2006).

Jobo Gledbill, Doctor en Antropología por la universidad de Oxford. Desde 1996 es profesor de Antropología en la Universidad de Man­chesfer. Sus jnvestigaciones se centran en los campos de la antropolo­gía política, económica y de la hislOria. Es especialista en América Latina y trabaja principalmente en México, América Central y BrasiL Entre sus obras destacan: Casi Nada: A Study of Agrarian Reform in the Homeland af Cardenismo (1991) rCasi Nada: Capitalismo, Esta­do y los Campesinos de Guaracha. (1993)J; Power and its Disguises: Anthropological Perspectives on Potitics. (1994) [El poder y sus dis ­fraces: perspectivas antropológicas de la política (2000)]; Neolibera­lism, Transnationalization and Rural Poverty: A Case Study of Mi­choacán (1995); Cultura y Desafío en Os/ula: Cuatro siglos de autonomía indígena en la costaslerra nahua de Michoacán (2004).

Max Gluckman (1911-1975), Estudió antropología en la universidad de Witwatersrand y mas tarde en Oxford, donde trabajo junto a E.E. Evans-Pritchard y Meyer Fortes. Fue profesor en la Universidad de Oxford (1947-1949) y después ocupó la cátedra de antropología social en la Universidad de Manchester (1949). Su experiencia de campo en África fue muy variada. Realizó trabajo de campo en Zululandia (1936-1938), Rhodesia del Norte (actual Zambia) y entre los rotsé, o barotsé (1940-1947). Sus estudios se centran sobre los sistemas políti­

cos de los pueblos sudafricanos, analizando el papel del conflicto en el mantenimiento de su cohesión social. Entre sus obras destacan: Ri­tuals of Rebellion in South-East Africa (1954); Custom and conflict in Africa (1955) [traducción al castellano: Costumbre y conflicto en Áfri­ca (1973)]; The judicial process among tlle Barotse of Northern Rho-

350 - ----------------- - Anlropolog(a politic:a

desitl (1955); Order and Rebellioll in Tribal Afdea (1963); POlilif.:s

WIV ond Ri/I/ul in Tribal Sociel)' ( 1965) LPolítica. derecho J rifl/al e,; la sociedad trihal ( 1978)1: Essays 011 lIle Rillllll 01 Social Relatiol/s (1962); Tlle /deos in Barolse Jltrisprudence (1965).

Mario Luís Rodrígue'L Cobos, Silo (1938·2010), Licenciado en Cien­cias Sociales. Es creador de la corriente de pcnsurniemo conocida como Humanismo Universalista e inspirador del Movimiento Huma­nista. un movimiento social no violento. Su preocupaci6n central e~tá orientada hacia la superación del dolor y el sufrimienlo. Esto le lleva a realizar un sistemático trabajo etnográfico sobre el funcionami ento

de la conciencia, a su teoría sobre el papel de la imagen , y a un l'uerte co mpromiso social. Nombrado Doctor Honori s Causa por la Acadc­mia de Ciencias de Rusia ( 1993). Su úllima intervención púhlka fue

en 2009 en la Cumbre de los Premios Nobel en Berlín (A lemania). EnLIe sus obras destacan Apuntes de P,I'ic:ología, El Diccionario del Nuevo Humanismo, Carta.:; a mis amigos, Humanizar lA Tierra, El mCI1-. faje de Si/o.

María Rostworowski, Etnohi storiadora. Fundadora e iTl\'cstigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos de Lima. Fue directora de l Musco Nacional de Historia del Perú ( 1975-1980). Recibió las Palmas MagisteriaJes en el grado de Amauta ( 1990), el Doctorado Ho­nori s C:msa de la Pontificia Universidad Católica del Perú (1996) Y el de la Uni vers idad Nacional Mayor de San Marcos (2008). Sus investi­gaciones se centran en la organización social, económica y la dimen­sión religiosa de los grupos étnicos de la costa central peruana durante el periodo prehi spánico. y sobre la organización política de los incas. Entre sus publicaciones destacan: El/sayos de historia andina /: elites. etnias, recursos (2005); Doña Francisca Pizarm: una ilustre mestiza 1534-1598 (2003); PachacamtJc y el Señor de los Milagro~': una t/'O­yectoria milenaria (1992): Historia del TuwuntinSllYo (1988); ESfruc­furas Andinas de Poder. Ideología religiosa y pa/[/ú:CI (1983).

Marshall Sahlins, Profesor Emérito de Antropología y Ciencias So­ciales de la Universidad de Chicago. Estudió con Leslic While en la Universidad de Michigan. Doctor por la Universidad de Columbia en 1954, donde ingresó como profesor. En 1973 regres6 a la Universidad

Nota sobre los aulores __________________ 351

de Chicago. Su trabajo se ha centrado en demostrar el poder de la cul­tura en la modelaci6n de las percepciones y prácticas de las personas. así como en investigar la intersecciÓn entre la cuhura y la hislOria, especialmente en relación a las sociedades modernas del Pacífico. En­tre sus obras destacan: Tribesmen ( 1968) [Las sociedades tribales (1972») ; The Use alld Abuse 0/ 8iolo¡:y (1976) [U.w y abuso de la biología: crítica amropoJógica de la Sociobiología (1990)); Culture and Practical Reaso/l ( 1976) [Cultura y Razón Práctica (l988)}; Sto­ne Age Economics (1974) [Ecol/omla de la Edad de Piedra (1987)1; Waiting F()r Foucauft (2000); /sfands of History (1985) [Islm de His­toria. La muerle del Capitán Cook. Metáfom, antropología e historia. (1988)]; Anahulu: Tite Anrhropology of History in the Kingdom of Huwaii (/992); How «Narives» Think: Abow Captain Cook,for Exam­pie (1995); Wairing lor FOUCQUÜ (1999); Culture in Practice: Selected E.ua)'s (2000): Apologies to Thucydides: Understanding History as Culture Clnd Vice Versa (2004); The Western Iflusian of Human Nature

(2008) .

Marc J. Swartz, Doctor en antropología Social por la Universidad de Harvard ( 1958). Profesor de antropología en la Uni versidad de Cali­fornia, Sa n Diego, desde 1969 hasta su jubilación en 2005. Entre sus intereses de investigación se incluyen varias ramas de la antropología

social, política y psicológica. Realizó trabajo de campo en Microne­s ia, Tanzania y Kenia. EnlI'e sus publicaciones se encuentran: Anlhro­pology: Perspective on Humanity ( 1976) y Culture: The AnthropoLo­gicaf Perspective ( 1980), ambos con David lardan; The Way the World Is: Cultural Proce,ues and Social Relations Among the Momba.m Swahili (991).

Arthur Thden (1927-2000), Profesor de antropología en la Universi­dad de Princeton (Nueva Jersey), y en la Universidad de Pittsburg (Pennsylvania), donde ejerció el resto de su carrera. Fue editor de la Revista Ethnology. Hizo trabajo de campo en Ucrania, en el Caribe (Islas Vírgenes), Rodesia, y en la comunidad Carpato-Rusa de Pennsyl­vania. Es autor y editor de numerosos artículos y libros entre los que destacan: Social Stmtification in Afric:a, con L. Plotnicov (1970); Comparative perspectives on slavery in New World plantation socie­

tles con V. Rubin ( 1977) .

352 _ . - f\ulrü polr>,I, Mil· O'V h(.:a

Victor W. Turncr (1920-1983). Doctor en i\ntropoJog ra 1'0' l· U . ·d .• d M ' ,1 IH-vcrSl <Iv e anchesler, ha sido profesor en las Un i ver.~ ida¡jes d

M:lOche s lc~ (Gran Brc.lañ:l). St~ndrord (California). Curncll (Nuev~ York) y Ch lcago. Real17.ó trabajo de campo entre lo", Ndemb l (Za . . ' ~

b,a) y Jos G1SU (Uganda). Es amor de numerosos lihros y anículo~ sohrc polít ica, religió n y simbolismo, traducidos ti ru vcr<:o.' ¡ d¡oma~ que Jo conv irtieron en una figura dominante dentro de la Escuela d~ Mam:hesler de Antropología. Destacan: Schi:}'/11 al/(I Comíllui/\' in mI

Af";am Sacie1.\': A slIIdy ofNdembu Village Lije (1957); Th¡: l);·//III.\ of Affli('fion: A sltldy uf Religiolls Processe:i wnollg tI/(' Ndl'm/)u ( J 9(8),

Las editoras

Aurora Marquina Espinosa, Doctora en Antropología Soc ial por la Uni versidad Complutense de Madrid. Actualmente e~ profC'sura ¡ilul;ll' de Antropología Social en la Universidad NaciOnal de I::dueadón a Distancia. Sus l(ncas de investigación son: minorías élnka~ en Espa­

ña, violencia y marginación desde la perspecti va del nllCVO human'''­mo y antropología de la educación. Compromctida con la No viokn­cja acti v<l ha organizado, junio con la asociación Mundo sin Guerra~ y

S in Violencia y el Foro Hu manista de Educ'lción . seis Foros Intcma­ciollilles sobre «Educación y No-Violencia» y el primer Foro liuern¡¡­c ional sobre «El Desarme Nuclear Mundial» (2007 ). Es :tutora de Aportes para ulla educación no viole1lta. Teoría y Práctica del HU II/a­I/ismo Ufliversalista (2003) y editora de F.l ayer )' el hoy: fectura~ de amropoloyíll política (2004). Junto a la Fundación PANGEA. ha ela­borado cuatro documentales ljue narran momentos hiSlóri cos de con ­Jluencia entre cultura s, por ejemplo: {(Toledo Alejand/'íafaros de la IlIIlfIrlllidad» y «Bizancio. la raíz cmmím>.

Beatriz Pérez Galán, Doctora en Antropología Social por 1<1 Univer­

sidad Complulense de Madrid. Fue profesora de Antropología en In Universidad de Granada (2000-2008) y desde entonces de~empcñ ¡¡ ~ll

labor docente e inve~tigadora en el Departamento de Anlropologí¡l So­cial y Cultu ral de la Universidad Nacional de Educación a Obtanó,l. Ent re sus intcre~e.<i de investigación se encuentran el estlldio de l o~

Nota ,;obre lus all\(lrc~ __ _ ___ _ _ 353

s istema~ de autoridade:., la terri torialidad y la cúslllovisión indígenas, y la antropología del des'lrroHo. Ha re<l lizado diversos trabajos de campo etnográfico entre población indígena de Pe rú y México. Entre sus libros recientes están: Ti!xtos de A lJlropolo~íll (.·oluemporánea (2010). coeditado con Franei~co C ruces (2010): América Precolombi­na. 01ro,~ tiempo:!>'. Olras {'u ¡,"ra:!>', con Ju an J. Ratalla y Álvaro Cruz (2008); SOl/lOS como Jllcas. Alltoridades tradicionales ell lo.~ Andes Peruanos (2004) ; Globalizacinn. Resistencia y Ne~ociacinn en Amé­

rica Latina, con Gunther Di etz (2003).

Títulos publicados

l. La caída del imperio llel mal. Alexandr Zinoviev 2. La tierra llel remordimiento. Ernesto de Martino 3. El poder y sus disfraces. John Gledhill 4. Identidade.~ lésbicas. OIga Viñuales 5. Ética y filosofía política, Francisco Femández Buey 6. John Rawl~' y la reorta de la justicia. Jaeques Bidet 7. Edward Su id. La paradoja de la identidad. Bill Ashcroff y

Pal Ahluwalia 8. Medicina y cultura. E. Perd iguero y J. M.O Comelles (eds.)

9. LAfortaleza docta. Magdalena Chocano 10. El análisü de redes sociale~' . José Luis Molina 11 . MII1,iculturali~lIIos y géllero. Mary Nash y Diana Marre (eds.) 12. ¿ Perdiendo el cOl/tm l? Sask.ia Sasscn 13. ?ola y Dreyfu,f. Concha San7. Migue l 14. Antropología audiovisual. Jorge Grau 15. La crisü de las identjdade.~. Claude Dubar 16. lA parte negada de la (:u/rum. Eduardo L. Menéndez 17. Mirada, escritura, poder. J. L. Rodríguez Garda 18. Gestiónfamiliar de la lwmosexualidad. Gilbert Herdt y

Broce KnolI 19. Corregir y castigar. Elisabet Almeda 20. En las prüione.f de lo posible. Marina Garcés

21. (Dis)CapacitadQJ. Marta A1Jué 22. Sexualidades. Osear Guasch y Oiga Viñuales (eds.) 23. La. .. ro!)'as JI los cuadernos. Giorgio Baratta 24. Pagando tiempo. Roger Matthcs 25. Extranjeros en el purgatorio. Mjguel Laparra (ed.)

26. lAs familias que elegimos. Kath Weslon 27. Entender el capitalismo. Douglas Dowd (ed.) 28. Medicina, rtu.:ionalidad y experiencia. Byron J. Good 29. El infinito )' la nada. Santiago López Pelil 30. Españolas eIl Parú. Laura Oso 31. Jlllerculturalidad: interpretar, gestionar y comunicar.

Víctor Sampedro y Mar Llems (eds.)

32. Invitación a la sociolugía de las migrac:iolles. Natali a R iba~ 33. Santiago: trayectoria de un mito. Francisco Márquez Villanueva 34. Trabajador@~' del sexo. Raquel Osbome (ed.) 35. El concepto cultural alfonsí. Francisco Márquez Villanueva 36. Gram~·c.:i, cultura y antropolof:ía. Kate Crehan 37. Herejías. Didier Eribon

38. América Latina en el nuevo sistema internacional. Joseph S. Tulchin y Ralph H. Spach

39. El hombre plural. Bernard Lahire 40. Tiranías, rebeliones y democracia. Salvador Martf i Puig 41 . Jean-Paul Sartre: la pasi6n por la libertad.

J. L. Rodríguez García 42. Antropología del Cuerpo. Mari Luz Esteban 43. La teología indecente. Marcella Ahhaus-Reid 44 . Inmigración, género y espacio.f urbanos. Mary Nash,

Rosa TeJlo, Núria Benach (eds.) 45. Colonia~' para después de un Imperio. Josep M.· Fradera 46. (Des)orientaci6n sexual. Tamsin Wilton 47 . Amar )' pensar. Santiago López Peüt 48. Los relatu~· de vida. Daniel Benaux 49. Por ese instante frágil ... Didier Eribon 50. La dudad imprevista. Paolo Cotino 51. El estadu de la teoría democrática. l an Shapiro 52. En tomo a la l/íada. LluÍs. Bordas 53. Procreación, género e identidad. Jorge Orau Rebollo 54. Rumho al norte. Parvati Nair

55 . Bolivia. Pilar Domingo (ed.) 56. Tran.<g,",,¡,mm. Nmma Mejí. 57. De la España judeoconversa. Francisco Márquez Villanueva 58. Chile. Manuel Alcántara Sáez y Letieia M. Rui z Rodríguez 59. Hüturia clIltural del deporte. Richard D. Mandcll

60. Héroes, ciemíficos, heterosexuales y gays. Osear Guasch 61. Descubrir a Po/any;. Jéróme Maucourant 62. Invitación a la antropologla económica. José Lui s Molina 63. Dinámicas imperiales (/650-1796). Josep M . Delgado Ribas 64. Memoria colonial e inmigradón: la negritud en la Espmia

posfra'lquüta. Rosalía Comejo Pacriego 65. Mujeres, illstiwc;ones)' Iwlítica. Isabel Diz Otero y

Marta Lois Oonzález (eds.) 66. En busca del b/Wl gobierno. AgustCn Ferraro 67. Los semido.f de la vida. Joan Prat 68. Los ohjetos distinguidos. Vicente Lull

.69. En compañía de ángeles. Alexandre CocHo de la Rosa 70. Antropología de la tartamudez. Cristóbal Loriente Zamora 71. Entre calles esrrec:ll(l~· . Susana Ramírez Hita 72. Sueñuelos sexuales. ZiIJah Eisenstcin 73. Intersticios. Rosa Tello, Núria Benach y Mary Nash (eds.) 74. La justicia deconstruida. Ana Messuti 75. El cuidado del Olto. Manuel Moreno Preciado 76. La mujer en el Mag reb ante el reto de la democratización.

Paloma González del Miño (ed.) 17. BDSM: E.fludios sobre la dominación )' la sumisión.

Thomas S. Weinberg (ed.) 78. Identidades ambivalentes en América Latina (siglos XVI-XXJ).

Verena Sto1cke y Alexandre CocHo (ed.) 79. La inmigración en la sociedad española. Joaquín García Roca y

l oan Lacomba (eds.) 80. Invitación a la filosofía japonesa. Bemard Stevens 81. Estética de lajuvelllud. Andrés Rodríguez Rubio 82. Ética pública. Antonio Izquierdo Escribano y

Santiago Lago Señas (eds.) 83. La próxima Edad Media. José David Sacristán de Lama 84. Transexualidad, imerse.l:lwlidad y dualidad de género.

José Antonio Nieto Piñeroba 85. La piel curtida. Marta AUué 86. Escapar del psicoanálisis. Didier Eribon 87. Los gitano~·. Jan Yoors 88. La convivencia plural: derechos y políticas de justicia.

Jorge Ál varez Yágilez y Santiago Lago Peñas

----------------------------------------89. Introducción a la antropología política. Ted C. Lcwellen 90. Repensar Filipinas. M¡¡ría Dolores Elizaldc Pérez-Grucso 9 1. Tralue:nwlidad }' la matriz heterosexual. Patricia Soley-Bellran 92. De Ja tribu a la aldea global. Alison Brysk

93. E1ltender la dilwsidadfamiliar. José Ignacio Pichardo Galán 94. Inmigración y polílic:as sociales. L. Cachón y M. L'Iparra (cds. ) 95 . No düptITen contra e/lurisla. Duccio Caneslrini 96. Apllnlcs svbre violellcia de género. RaquelOsborne

97. Cil/dad y diferencia. Rosa Tello y Héctor Quiroz (eds.) 98. N;ca'"Kua y el FSLN. S,lvadoc Marlí (ed.)

99. El .tujetu. ensayo de antropología política. Fran90is Lap lantinc 100. U¡ ciudadfrágil. Beppc Rosso y Fil ippo Taricco 101. U.Ni remanentes del ser. Santiago Zabala

102. t:11Ire elJrucaso y la utopía. José David Sacristán de Lama J 03 . AllIropología. género, salud y atención. Mari Luz Esteban ,

Josep M. Cornclles y Carmen Díez Mintegui 104. La eSC!lela siIlJuncione:;·. Enrique Martín Criado 105. Moros. moriscos y turcos de Cervames.

Francisco Mánjuez Villanueva 106. Idemidl/d, c lIerpo y pa renleM.:o. Canne Fitó 107. JÓ\lelle.~ y riesgos. Oriol Romaní (coord.)

108. Desarrollo y políticas culturales. Wendy Harcourl

109. EJcritura. imaginaci6n poli/jea Y !tI cOlllpañía de Jesú:¡ en América ll/tinll (siglos XVI-XVIII). Alexandre CocHo de la Rosa y Tcodoro Hampe Martíncz

110. La democmcia en México. Salvador Martí i Puig , Rcinaldo Y. Ortega y M_Q Fernanda Somuano Venlura

111. Racümu elegante. José Antonio Gonzálcz Alcantud 112 . El río Braba Mediterráneo. Natalia Ribas

II J. Políticas de control migratorio. Antonio Izquierdo (ed.) J 14. Personajes y temas del «Quijote». Franc.i sco MárquC7. ViIlanueva