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REGLAS Y PRINCIPIOS EN ATIENZA Y RUIZ MANERO. A PROPÓSITO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Marcos Figueroa Calvo SUMARIO: I. Introducción. II. Preliminaria. III. La teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero. IV. Reglas y principios en Atienza y Ruiz Manero. V. Críticas y réplicas. VI. A modo de conclusión. I. Introducción La teoría del Derecho contemporánea se ha ocupado durante las últimas décadas del debate acerca de la distinción entre reglas y principios, iniciado formalmente en 1977 con la publicación de Los derechos en serio de Ronald Dworkin. En opinión de este autor, los principios se distinguen de las reglas en atención a dos criterios: atendiendo a la aplicabilidad disyuntiva de las reglas y por el peso o importancia de los principios. 1 Para Robert Alexy, la distinción entre principios y reglas, constituye la clave para la solución de problemas torales de la dogmática de los derechos fundamentales. Sin ella, no puede existir una teoría satisfactoria de la colisión y tampoco una teoría suficiente acerca del papel que juegan los derechos fundamentales en el ordenamiento jurídico. Es un elemento esencial no sólo de la doctrina de los derechos de libertad e igualdad, sino también de los derechos a protección, organización y procedimiento, así como a prestaciones. Constituye, además, el marco de una teoría normativa material de los derechos fundamentales y, con ello, un punto de partida para dar respuesta a la pregunta sobre la 1 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, (trad. de María Guastavino), Barcelona, Ariel, 1984.

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REGLAS Y PRINCIPIOS EN ATIENZA Y RUIZ MANERO. A PROPÓSITO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA DE LOS

DERECHOS FUNDAMENTALES

Marcos Figueroa Calvo

SUMARIO: I. Introducción. II. Preliminaria. III. La teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero. IV. Reglas y principios en Atienza y Ruiz Manero. V. Críticas y réplicas. VI. A modo de conclusión.

I. Introducción

La teoría del Derecho contemporánea se ha ocupado durante las últimas décadas

del debate acerca de la distinción entre reglas y principios, iniciado formalmente

en 1977 con la publicación de Los derechos en serio de Ronald Dworkin. En

opinión de este autor, los principios se distinguen de las reglas en atención a dos

criterios: atendiendo a la aplicabilidad disyuntiva de las reglas y por el peso o

importancia de los principios.1

Para Robert Alexy, la distinción entre principios y reglas, constituye la clave

para la solución de problemas torales de la dogmática de los derechos

fundamentales. Sin ella, no puede existir una teoría satisfactoria de la colisión y

tampoco una teoría suficiente acerca del papel que juegan los derechos

fundamentales en el ordenamiento jurídico. Es un elemento esencial no sólo de la

doctrina de los derechos de libertad e igualdad, sino también de los derechos a

protección, organización y procedimiento, así como a prestaciones. Constituye,

además, el marco de una teoría normativa material de los derechos fundamentales

y, con ello, un punto de partida para dar respuesta a la pregunta sobre la

1 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, (trad. de María Guastavino), Barcelona, Ariel, 1984.

2

posibilidad y los límites de la racionalidad en el ámbito de los derechos

fundamentales.2

Alexy rechaza el criterio de la aplicabilidad disyuntiva de las reglas que

propone Dworkin para distinguir entre éstas y los principios. Su tesis central es

que sólo a partir de las colisiones entre principios se puede establecer una

distinción clara con respecto a las reglas. Desde esta perspectiva, los principios

son mandatos de optimización, pues son normas que ordenan que algo sea

realizado en la mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales

existentes.

Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, al igual que Dworkin y Alexy sostienen,

aunque con importantes matizaciones, una tesis fuerte sobre la distinción entre

reglas y principios, la cual constituye el objeto de la presente investigación. Por

ello, cabe ahora solo adelantar que los profesores españoles citados, afirman que

la distinción entre esos dos tipos de enunciados sea una parte esencial de una

teoría general del Derecho a desarrollar.

II. Preliminaria

La tesis de Atienza y Ruiz Manero aparece publicada por vez primera en el

artículo titulado “Sobre principios y reglas,3 en él se encuentran los argumentos a

partir de los cuales plantean la distinción entre reglas y principios, pero es en Las

piezas del derecho. Teoría de los enunciados jurídicos, en donde su teoría

aparece más completa, en ella, precisan que no se trata de una teoría general del

Derecho pero pretende ser su primera parte. 4

Atienza y Ruiz Manero precisan que lo que se proponen es construir, a partir

de la distinción entre reglas y principios, un primer paso hacia una teoría de los

enunciados jurídicos, y que dicha teoría debe esclarecer, en relación con cada tipo

2 Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentale (trad. de Ernesto Garzón Valdés), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997, p. 81. 3 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, “Sobre principios y reglas”, Alicante, Doxa, no. 10, 1991, pp. 101-119. 4 Atienza Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho. Teoría de los enunciados jurídicos, Barcelona, Ariel,1996, p. XI.

3

de enunciado: en primer lugar, cuáles son sus rasgos estructurales; en segundo

lugar, qué tipo de razón para la acción proporciona; en tercer lugar, cómo se

conecta con los intereses y las relaciones de poder existentes en la sociedad.5

En este contexto de ideas, sostienen que los enunciados jurídicos sólo

adquieren plenamente sentido cuando se comprende bien cuál es su contribución

a la conformación y al funcionamiento del Derecho. Pues en su opinión, una teoría

del Derecho no debe reducir su análisis a los elementos o “piezas” que integran el

Derecho, sino que también debe explicar la función de éste en las sociedades

contemporáneas. De ahí, que piensen que una comprensión completa de los

enunciados jurídicos sólo es posible a partir de una teoría del Derecho plenamente

desarrollada, por ello, reconocen que una teoría de los enunciados jurídicos como

la que proponen sería un resultado final, más bien que un momento de la

construcción de esa teoría.6

Por lo tanto, antes adentrarnos en el análisis de la tesis de distinción entre

reglas y principios que proponen los profesores de la Universidad de Alicante, se

considera oportuno exponer algunos de los aspectos más importantes de su teoría

del Derecho que nos permitirán comprender mejor tal distinción.

III. La teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero

A. Estructura

La teoría general del Derecho en que nuestros autores están pensando debe

comprender, además de la teoría de los enunciados jurídicos: a) una teoría de los

actos jurídicos; b) una teoría de la relación jurídica, que explique conceptos como

el de sujeto de derecho, derecho subjetivo, deber, responsabilidad o sanción; c)

una teoría del ordenamiento y de los procedimientos jurídicos, que explique la

producción, interpretación y aplicación del Derecho. 7

5 Ibídem, pp. 2-3. 6 Ibídem, p. 14. 7 Ibídem, pp. XIII-XIV.

4

B. Presupuestos filosóficos y metodológicos

En cuanto al punto de vista metodológico, debe estar sustentada en las

aportaciones provenientes de la filosofía analítica del Derecho. Por lo que hace a

su perspectiva filosófica, debe apoyarse en una concepción racional y objetivista

de la ética, y en una filosofía social que haya saldado sus cuentas con el

marxismo.8

Respecto al primer presupuesto, afirman que la filosofía analítica del Derecho

ha realizado probablemente las aportaciones más importantes de este siglo a la

teoría del Derecho. Que dicha filosofía constituye esencialmente un conjunto de

herramientas metodológicas:

(...) que deben ponerse al servicio de fines distintos a los de su propia elaboración o refinamiento; o, dicho de otra manera, no debe ser autorreferente. Cuando esto último ocurre –y ocurre con alguna frecuencia–, esto es, cuando las herramientas –los medios– se convierten en fines, el análisis corre el peligro de convertirse –al menos en parte– en un juego intelectual que bloquea la investigación de los problemas sustantivos. Pues de lo que se trata –esta es, nos parece una regla metodológica elemental, pero muchas veces se olvida– no es sólo de hablar con rigor, sino de hablar con el mayor rigor posible de lo que verdaderamente importa.9

En cuanto a su posición ética, los citados autores reconocen que no obstante

que la identificación de una norma como jurídica es básicamente un asunto de

hechos sociales o institucionales y no de calificación moral, no creen que pueda

elaborarse, ni que tenga sentido elaborar, una teoría del Derecho de espaldas a la

teoría ética. Por ello, asumen una concepción de la ética a la que califican como

cognoscitivista y objetivista, pero en un sentido mínimo.10

En esencia, los argumentos con los cuales pretenden justificar su posición

ética son los siguientes:

a) Si se parte de la idea de que los juicios morales no son más que

expresiones emotivas de aprobación o desaprobación, o tan sólo intentos de influir

8 Ibídem, pp. XI-XII. 9 Ibídem, p. XII. 10 Idem.

5

en la conducta ajena, entonces no podríamos reconstruir aspectos fundamentales

de nuestras prácticas sociales, como por ejemplo, las prácticas jurídicas propias

de los Estados constitucionales contemporáneos.

b) Una concepción mínima o moderadamente objetivista de la ética estaría

equidistante tanto con respecto al relativismo como al absolutismo moral.

De esta forma, frente al relativismo, Atienza y Ruiz Manero sostienen que los

juicios morales incorporan una pretensión de corrección, por lo que dilucidar si son

correctos o no es asunto de controversia racional. De igual forma, frente al

absolutismo, sostienen que los juicios morales, como los de los tribunales de

última instancia, enuncian razones últimas pero no razones infalibles, pues

cualquier juicio moral, como cualquier otro juicio, está abierto al escrutinio y a la

crítica racionales.11

Respecto a la filosofía política y social en que basan su teoría, sostienen que

no es marxista pero si muy próxima a esta tradición de pensamiento.12 Consideran

que esa proximidad con el marxismo permite dar cuenta de los elementos

desigualitarios presentes también en el Derecho de las sociedades

contemporáneas avanzadas, así como del carácter ideológico de determinadas

instituciones y conceptos jurídicos; como también para asumir la historicidad

tanto del Derecho como de las categorías jurídicas. En otras palabras, esa filosofía

política es apropiada para desarrollar una teoría del Derecho más “materialista” o

social que no se base sólo en conceptos tradicionales, como los de norma,

relación jurídica, derecho subjetivo, sino que además tome en consideración otros

conceptos, como los de división del trabajo, necesidades humanas, intereses,

conflicto, poder, etcétera.13

C. Nivel de análisis

11 Idem. 12 Acerca del pensamiento de Marx sobre los derechos humanos puede consultarse Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Marxismo y filosofía del derecho, México, Fontamara, 1993. También puede verse Atienza Manuel, Marx y los derechos humanos, Madrid, Mezquita, 1983. 13 Atienza Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. XII-XIII.

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El nivel de análisis de la teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero se ubica

en el lenguaje del legislador. Así, en su propuesta prescinden del estudio de los

metalenguajes o formas distintas de empleo de ese lenguaje por parte de los

dogmáticos, los jueces, los abogados y el resto de los operadores jurídicos.14 La

justificación de nuestros autores sobre este punto es la siguiente:

(...) los enunciados no legislativos –y es obvio que estamos empleando aquí la expresión “legislativo” en su sentido más amplio– o bien no tienen rasgos peculiares que justifiquen un análisis específicamente jurídicos de los mismos (...) o bien pueden verse justamente como realizaciones concretas del lenguaje legislativo, de la lange (el fallo de una sentencia, por ejemplo, vendría a ser una regla de mandato, pero particular y concreta y, también, el resultado de usar una regla que confiere poder), o bien podrían analizarse como combinación de los dos tipos de enunciados aquí distinguidos.15

IV. Reglas y principios en Atienza y Ruiz Manero

A. Criterios de distinción

Como hemos visto, Atienza y Ruiz Manero se proponen elaborar una teoría de los

enunciados jurídicos como un primer paso de una teoría general del Derecho, que

parte de la distinción entre reglas y principios.

Dicha teoría debe esclarecer, en relación con cada tipo de enunciado: a) sus

rasgos estructurales; b) qué tipo de razón para la acción proporciona; c) cómo se

conecta con los intereses y las relaciones de poder existentes en la sociedad.

Ahora bien, lo primero que hay que decir es que como estrategia para

contestar a estas preguntas, los autores citados sostiene que se pueden utilizar

tres “enfoques” adoptados para analizar las normas: el enfoque estructural, el

enfoque funcional y el enfoque valorativo:16

14 Ibídem, p. XIII. 15 Ibídem, p.XIV. 16 Respecto a dichos enfoques puede consultarse: Norberto Bobbio, Teoría general del derecho, trad. de Eduardo Rozo Acuña, Debate, Madrid, 1996; Elías Díaz, Sociología y filosofía del derecho, Taurus, Madrid, 1989; Eduardo García Maynez, Introducción al estudio del derecho, Porrúa,

7

1) El enfoque estructural consiste en ver las normas como entidades

organizadas de una cierta forma.

2) El enfoque funcional, se centra en el papel o función que las normas

cumplen o pretenden cumplir en el razonamiento práctico de los destinatarios.

3) El enfoque valorativo, consiste en ver las normas en conexión con los

intereses y relaciones de poder existentes en la sociedad. En este sentido, las

normas jurídicas pueden verse como: a) el resultado o el efecto de determinadas

relaciones sociales; b) conformando relaciones entre sujetos atribuyendo poderes

y protegiendo intereses de unos frente a otros.

En suma, nuestros autores sostiene que, el problema de cómo distinguir los

principios de las reglas o, entre sí, los diversos tipos de principios podría adquirir

tonos diferentes, según cuál sea la perspectiva escogida para considerar las

normas.17

Por nuestra parte, conviene aclarar que en atención a los objetivos de esta

investigación, en adelante sólo nos ocuparemos de mostrar los dos primeros

enfoques.

B. El enfoque estructural

1. La configuración abierta del caso en los principios. La configuración cerrada del

caso de las reglas

El problema inicial que aquí se plantean Atienza y Ruiz Manero, es ver si los

principios en sentido estricto, al igual que las reglas, pueden formularse siempre

recurriendo a un esquema condicional, es decir, si correlacionan un caso con una

solución normativa. Su respuesta en este sentido es afirmativa, sin embargo,

afirman que la diferencia está en que los principios configuran el caso de forma

México, 1978; y, Miguel Reale, Teoría tridimensional del derecho: una visión integral del derecho, trad. de Ángeles Mateos, Madrid, Tecnos, 1997. 17 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 6 y 7.

8

abierta, mientras que las reglas lo hacen de forma cerrada.18 Su idea completa es

la siguiente:

(...) mientras en las reglas las propiedades que conforman el caso constituyen un conjunto finito y cerrado, en los principios no puede formularse una lista cerrada de las mismas: no se trata sólo de que las propiedades que constituyen las condiciones de aplicación tengan una periferia mayor o menor de vaguedad, sino que tales condiciones no se encuentran siquiera genéricamente determinadas. El tipo de indeterminación que aqueja a los principios es, pues, más radical que el de las reglas (aunque, desde luego, entre uno y otro tipo de indeterminación puede haber casos de penumbra).19

Para ilustrar su concepción –y en clara crítica a la idea de Alexy de que los

principios son mandatos de optimización que pueden ser cumplidos en diversos

grados20– Atienza y Ruiz Manero ponen como ejemplo de principio, el artículo 14

de la Constitución española.21 Y como ejemplo de regla el artículo 28 del Estatuto

de los trabajadores español.22 El primero, –porque según ellos–, visto como

principio, puede presentarse en la forma de un enunciado condicional. Así, en la

formulación que hacen de este artículo como principio aparece, por un lado, el

supuesto de hecho configurado de forma abierta: si un órgano jurídico usa

poderes normativos, etcétera; y, por otro lado, la consecuencia jurídica de manera

cerrada: no se discriminará por razón de nacimiento, raza, sexo, etc.23

Atienza y Ruiz Manero insisten en que la indeterminación característica de los

principios, se encuentra aquí en la configuración abierta de las condiciones de

aplicación, pero no en la descripción de la conducta prohibida, esto es, discriminar.

Con la intención de dejar claro lo anterior, hacen la siguiente observación:

18 Ibídem, pp. 8-9. 19 Ibídem, p. 9. 20 Atienza y Ruiz Manero sostienen que la idea de que los principios son mandatos de optimización es equivocada y sólo aplicable a las directrices o normas programáticas, pero no en el caso de los principios en sentido estricto. Véase, Las piezas del derecho, op. cit., p. 9 21 El texto de este artículo es el siguiente: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de su nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. 22 Este artículo dispone lo siguiente: “El empresario está obligado a pagar por la prestación de un trabajo igual el mismo salario, tanto por salario base como por los complementos salariales, sin discriminación alguna por razón de sexo”. 23 Atienza, Manuel y Ruiz Manero Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 9.

9

Puede, desde luego, entenderse que <<discriminación>> es un término vago en ciertos contextos, pero este tipo de vaguedad se da también en las pautas a las que llamamos <<reglas>>. La regla de que la mujer trabajadora debe recibir igual salario que el hombre se diferencia del principio anterior (...) únicamente en que sus condiciones de aplicación se configuran de forma cerrada, pero también aquí puede haber problemas de vaguedad a la hora de establecer tanto si sus condiciones de aplicación se dan en un determinado caso individual (pueden existir dudas sobre si una determinada actividad debe considerarse o no como <<trabajo>>), o sobre el alcance de la descripción de la conducta prohibida (un complemento salarial para vestuario diferente por razón del sexo ¿debe considerarse prohibido por dicho art. 28).24

De esta forma, en opinión de Atienza y Ruiz Manero, la única diferencia entre

el principio contenido en el artículo 14 y la regla formulada en el artículo 28 reside

en que las condiciones de aplicación de la regla constituyen un conjunto cerrado,

aunque su formulación pueda presentar problemas de indeterminación semántica.

Hecho que, según ellos, no afecta su carácter de regla, a no ser que alcance un

grado extremo que no permita que se hable ya de determinación de las

condiciones de aplicación.25

C. El enfoque funcional

1. Las reglas como razones perentorias. Los principios como razones no

perentorias

Nuestros autores consideran que las diferencias entre reglas y principios se

puede establecer a partir de concebir ambos tipos de normas como razones para

la acción.

Ahora bien, para entender esta afirmación cabe insistir, aquí también, que

para nuestros autores esa distinción opera únicamente en el contexto del sistema

24 Ibídem, pp. 9-10. 25 Ibídem, p. 10.

10

secundario, es decir, en el ámbito de lo que Raz llama órganos primarios.26 Por

tanto, esto supone el análisis de las relaciones entre la obediencia a las

autoridades normativas y la deliberación por parte de los destinatarios de las

normas.27 En consecuencia, empiezan su análisis aplicando estos presupuestos

metodológicos a su caracterización de los principios. Veámoslo con sus propias

palabras:

Para facilitar el análisis empezaremos por considerar únicamente los principios en el contexto del sistema secundario, esto es, los principios en cuanto pautas dirigidas a las autoridades normativas y, más en concreto, a los órganos jurisdiccionales entendidos en sentido amplio (lo que Raz llama <<órganos primarios>>), esto es, como aquellos órganos a los que el propio Derecho confiere el poder normativo para resolver autoritativamente las disputas y les impone el deber de hacerlo jurídicamente (fundamentando sus resoluciones en las pautas identificadas como jurídicas).28

A continuación se ocupan de distinguir por una parte, entre razones

perentorias y no perentorias y, por la otra, entre razones independientes y

dependientes del contenido.29

En este orden de ideas, Atienza y Ruiz Manero conciben las reglas jurídicas

como razones para la acción perentorias e independientes del contenido.30 Así,

sostienen que las reglas reglas jurídicas:

26 Joseph Raz, ha dicho que “los órganos primarios se ocupan de la determinación autoritativa de las situaciones normativas de acuerdo con las normas existentes (...). Una razón de la importancia de las instituciones primarias es que estás proporcionan un método autoritativo institucionalizado de resolver las disputas. El otro aspecto importante de las instituciones primarias es, por supuesto, que tienen el deber de aplicar normas existentes (...) los sistemas institucionalizados constan de normas que los órganos primarios están vinculados a aplicar y que no están en libertad de tomar en consideración siempre que encuentren indeseable su aplicación (...). No se, sigue de ello que los órganos primarios sean computadoras que siempre aplican reglas preexistentes sin tomar en cuenta sus propias opiniones acerca de qué regla o de qué decisión es correcta. Pero lo anteriormente dicho es una consecuencia de que hayan de seguir un cierto cuerpo de normas con independencia de sus opiniones sobre sus méritos y de que les esté permitido actuar sobre la base de sus propias opiniones sólo hasta el punto en que ello está permitido por aquellas normas”. Véase: Raz, Joseph, Razón práctica y normas (trad. de Juan Ruiz Manero), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 155-160. 27 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p.12. 28 Ibídem, pp. 11-12. 29 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 11-15. 30 Ibídem, p. 12.

11

(...) constituyen una razón de primer orden para realizar la acción exigida (...) y una razón de segundo orden para “excluir” o suprimir cualquier deliberación independiente por parte de los destinatarios sobre los argumentos en pro y en contra de realizar la acción. (...) para excluir que el contenido de la resolución se fundamente en la apreciación por parte del órgano jurisdiccional de cuál fuera, atendiendo a los méritos del caso, la mejor resolución a dictar.31

Respecto al carácter independiente del contenido, afirman que esto está

relacionado con la cuestión del por qué los órganos jurisdiccionales deben

obedecer las reglas, es decir, las razones por las que deben considerarlas como

razones perentorias o protegidas. Así, sostienen que los órganos jurisdiccionales

deben considerarlas de tal forma por razón de su fuente.32 En cambio, sostienen

que los principios no serán razones perentorias o protegidas:

(…) porque no están destinadas a excluir la deliberación por parte del órgano jurisdiccional acerca del contenido de la resolución a dictar, sino que constituyen meramente razones de primer orden para resolver en un determinado sentido, cuya fuerza respecto de otras razones (otros principios) –que puedan constituir, a su vez, razones para resolver en otro sentido– ha de ser ponderada por el propio órgano jurisdiccional.33

V. Críticas y réplicas

La propuesta de nuestros autores sobre la distinción entre reglas y principios

ha sido debatida, en el ámbito de la cultura jurídica española, por Luis Prieto

Sanchís. Las críticas de este autor se agrupan en dos puntos:34

a) En un primer nivel general, se les critica su idea de que las reglas

constituyen razones perentorias y la consideración de que tales reglas se

diferencian de los principios en sentido estricto en que aquéllas configuran el caso

de forma cerrada mientras que éstos lo hacen de forma abierta.

31 Idem. 32 Ibídem, p.12. 33 Ibídem, p. 13. 34 Ibídem, pp. 26 y siguientes.

12

b) En un segundo nivel, menos general, se discute su concepción de los

principios en sentido estricto como normas que exigen un cumplimiento pleno, es

decir, que no admiten modalidades graduables de cumplimiento.

A. Críticas a las reglas como razones perentorias. La configuración abierta o

cerrada de las condiciones de aplicación:

Prieto Sanchís parte de objetar a la distinción entre reglas y principios de

Atienza y Ruiz Manero una presentación errónea de las reglas. Dos de los

primeros argumentos que utiliza para tratar de justificar esta afirmación son los

siguientes:

a) Muchas veces en el razonamiento jurídico las reglas aparecen como

criterios hermenéuticos y no sólo como reglas específicas y exhaustivamente

comprensivas del caso examinado.

b) La reglas exigen también conjugarse con otros estándares jurídicos, como

los principios, lo que matiza o altera su alcance y el propio ámbito de aplicación.

Estas críticas de Prieto Sanchís abren paso a otras más. Nos referimos, por

ejemplo, a la objeción de que la distinción entre reglas y principios no toma en

cuenta la vaguedad potencial del lenguaje, y que, por lo tanto, la formulación

lingüística de las reglas no se puede hacer de forma cerrada, como lo sostienen

Atienza y Ruiz Manero, pues dada la vaguedad o textura abierta que presentan,

resulta imposible establecer de forma absoluta todas las posibles excepciones a

su aplicación.35

Otra crítica del mismo autor, muy vinculada a la anterior, consiste en afirmar

que existen razones legislativas y jurisprudenciales que impiden establecer todas

las posible excepciones de aplicación de una regla. El argumento completo los

encontramos en el siguiente párrafo:

En este sentido, –escribe Prieto Sanchís– la postura comentada parece mostrar excesiva confianza en la finitud lógica, ya que no del sistema

35 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 37.

13

jurídico en su conjunto, sí al menos del sistema de reglas. Parece bastante improbable que alguien fuera capaz de catalogar por completo las posibles excepciones a la aplicación de una solución normativa: por un lado, porque, por vía legislativa o jurisprudencial, siempre pueden aparecer nuevas excepciones y, por otro, porque los cambios en la interpretación del Derecho pueden también dar entrada, bajo el tipo de antiguas excepciones, a nuevas circunstancias.36

Por otra parte, critica que la distinción de Atienza y Ruiz Manero no toma en

cuenta los casos no planteados por el ordenamiento jurídico y que se resuelven

mediante el recurso a la analogía.

Es más, el problema no es sólo de defecto o de no conocer todas las excepciones, sino también de exceso, esto es, de no saber a priori qué casos no contemplados en la norma habrían de recibir sin embargo un mismo tratamiento merced al método analógico. En definitiva, la cuestión de cuándo no debemos aplicar una norma, por existir alguna excepción, así como la de hasta dónde podemos aplicarla, por resultar factible el recurso a la analogía, parece bastante más compleja de lo que dan a entender las ideas del “todo o nada” o de las “razones perentorias.37

Finalmente, Prieto Sanchís afirma que, si por una parte, aceptamos que no es

posible enumerar las excepciones a los principios y, por tanto, tampoco los

supuestos de aplicación, pero por la otra, se sostiene que los principios sí pueden

exceptuar a las reglas, la consecuencia lógica es que tampoco podemos saber los

casos de excepción de las reglas.38

En otras palabras, –escribe Prieto Sanchís– si se acepta que los principios intervienen en la aplicación de las reglas y se reconoce que aquéllos no son aplicables a la manera de “todo o nada” o, lo que es lo mismo, si se reconoce que no podemos enumerar a priori los casos de aplicación de los principios, el corolario lógico es que tampoco podemos conocer exhaustivamente los casos de aplicación de las reglas.39

36 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, cit., pp. 37-38. 37 Ibídem, p. 38. 38 Idem. 39 Ibídem, pp. 38-39.

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1. La respuesta de Atienza y Ruiz Manero

En su respuesta Atienza y Ruiz Manero empiezan por objetarle a Prieto

Sanchís que en su crítica no tomó en cuenta que la distinción entre reglas y

principios que ellos proponen parte de la separación entre casos genéricos y

casos individuales. Así, e insistiendo en esta distinción, formulan los argumentos

siguientes:

a) Los casos genéricos no son más que un conjunto de propiedades. Por esta

razón, un sistema de reglas que contuviera una regla general excluyente que

permitiera todo aquello que no está comprendido por las prohibiciones que las

reglas particulares correlacionan con las descripciones de los casos genéricos que

ellas mismas contienen, acerca de lagunas normativas, sería un sistema completo

en relación con los casos genéricos. Pero esto es diferente a que en la descripción

de los casos genéricos encontremos situaciones de indeterminación semántica

que nos originen dudas acerca de si un caso individual pudiera pertenecer o no a

alguno de tales casos genéricos. Ahora bien, tal sistema, aunque carente de

lagunas normativas, sí presentaría problemas de lo que Alchourrón y Bulygin han

llamado lagunas de reconocimiento, esto es, dudas surgidas por los problemas de

indeterminación semántica. Pero en definitiva, las indeterminaciones semánticas

que pueda presentar una disposición no afectan su carácter de regla. 40

Porque lo que las reglas configuran a nuestro juicio de forma “cerrada” son los casos genéricos que constituyen sus condiciones (genéricas) de aplicación, mientras que el problema de la textura abierta o vaguedad potencial se da en otro ámbito, en el de la subsunción de casos individuales en tales descripciones genéricas. (...) La consideración de que las reglas configuran de forma “cerrada” sus condiciones de aplicación no niega pues, sino que es compatible con la admisión de que la descripción de tales condiciones puede presentar una zona de penumbra en relación con la cual sea dudosa la subsunción de un determinado caso individual.41

40 Atienza, Manuel y Juan Ruiz, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 29. 41 Ibídem, pp. 30-31.

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b) Respecto a la crítica de Prieto Sanchís de que por vía legislativa o

jurisprudencial, puedan aparecer nuevas excepciones a la aplicabilidad de una

regla, nuestros autores creen que no representa problemas para su tesis. Al

respecto escriben:

Que las autoridades normativas del sistema pueden cambiar éste, restringiendo las condiciones de aplicación de una determinada solución normativa, es, naturalmente, algo obvio; la consideración de que las reglas configuran de forma <<cerrada>> sus condiciones de aplicación se limita, como es fácil suponer, a las reglas existentes en un momento dado y no implica, desde luego, ninguna tesis sobre los cambios en el sistema jurídico.42

c) En cuanto a la crítica de que el argumento por analogía43 representa la

posibilidad de solucionar normativamente un caso no regulado por el sistema,

Atienza y Ruiz Manero consideran que tampoco plantea dificultades a su

concepción.

A su juicio, lo que el recurso a la analogía viene a demostrar es en realidad

que, ante la imposibilidad de un juez de subsumir un caso individual dentro de las

condiciones de aplicación de una regla preexistente en la cual sus condiciones de

aplicación tienen un carácter cerrado, éste tiene que construir una regla general

que sirva de fundamento a su decisión, esto es, una regla general que

correlacione otras condiciones de aplicación con la misma solución normativa que

una regla preexistente correlaciona con condiciones de aplicación que el juez

entiende como sustancialmente semejantes. Por lo tanto, esta relación de

semejanza no puede afirmarse o negarse sino a partir del principio que explica y

justifica la regla preexistente. En suma, el argumento por analogía implica siempre

una utilización de principios. Sin embargo, esto no significa que el recurso a la

analogía y a los principios sea una misma cosa. La analogía es un argumento o

42 Ibídem, pp. 31-32. 43 Para un estudio completo de esta forma de argumentación puede verse: Atienza, Manuel, Sobre la analogía en el derecho. Ensayo de análisis de un razonamiento jurídico, Madrid, Civitas, 1986.

16

una estructura de argumentación, mientras que los principios son un material que

necesariamente debe usarse en este tipo de argumentación.44

d) A la crítica de que si se acepta la tesis de que los principios configuran de

forma abierta sus condiciones de aplicación entonces se sigue una consecuencia

que invalidaría la caracterización de las reglas, pues si se sostiene que no cabe

enumerar las excepciones a los principios pero se sostiene, que los principios sí

pueden exceptuar a las reglas, la consecuencia lógica será que tampoco se

pueden determinar los casos de excepción de las reglas. Atienza y Ruiz Manero

admiten que en este sentido Prieto Sanchís tiene razón.45 Sin embargo, señalan

que esta crítica no afecta sustancialmente a su argumento, aunque sí reconocen

que los obliga a precisar los límites dentro de los cuales opera su tesis.46 En este

sentido, afirman lo siguiente:

Es cierto, a nuestro juicio, que la aplicabilidad de toda regla está condicionada a que su aplicación no entre en conflicto con un principio que, en relación con las propiedades relevantes del caso, tenga un mayor peso. Tras reconocer esto uno no puede, desde luego, concluir, al modo de los realistas, que las reglas no son más que juguetes vistosos, que el razonamiento jurídico es siempre radicalmente abierto, y entregarse, a continuación, a los juegos verbales sobre la indeterminación tan habituales en los autores de los Critical Legal Studies. El problema de tal tipo de orientación es (...) que chocan con la evidencia de que, en relación con la inmensa mayoría de los casos individuales que se presentan ante los tribunales, su subsunción bajo el caso genérico contemplado en una regla general –y el dictado de una sentencia así fundamentada– no da lugar a ningún tipo de controversia entre la comunidad jurídica.47

En seguida, insisten en que para poder explicar adecuadamente cómo se da

la subordinación de la aplicabilidad de las reglas a los principios y el hecho de que

la inmensa mayoría de los casos se solucionan mediante la aplicación no

controvertida de reglas, se debe entender primero la manera en cómo el Derecho

44 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 32 45 Ibídem, p. 36. 46 Idem. 47 Ibídem, p. 33.

17

guía el razonamiento de sus órganos de aplicación, como una estructura de dos

niveles. Así escriben:

(...) en un primer nivel, decíamos, el Derecho <<impone a los órganos jurisdiccionales el deber de componer un balance de razones integrado únicamente por las constituidas por las pautas jurídicas, siendo admisible la toma en consideración de otras razones únicamente en la medida en que las propias pautas jurídicas lo permitan>>; en un segundo nivel, <<tal balance de razones remite, no en todos los casos pero sí en la mayoría, a adoptar como base de la resolución una regla jurídica, esto es, una razón perentoria>>. De modo que la configuración <<cerrada>> por parte de las reglas de sus condiciones de aplicación ( y la operatividad de las propias reglas como razones perentorias) sólo opera, a nuestro juicio, en este segundo nivel. Al que se pasa, por cierto, cuando el principio de que <<debe hacerse lo prescrito por las reglas jurídicas>> no resulta desplazado, en el primer nivel, por un principio que, en relación con el caso, tenga un mayor peso. Pero cuando tal principio de que <<debe hacerse lo prescrito por las reglas jurídicas>> no resulta desplazado, la regla jurídica bajo la que se subsume el caso individual opera en el razonamiento del órgano jurisdiccional como una razón perentoria para dictar una resolución cuyo contenido corresponda al de la regla.48

B. Crítica a la concepción de los principios como normas que exigen un

cumplimiento pleno:

Aquí, Prieto Sanchís empieza por objetar a Atienza y Ruiz Manero una

equivocada caracterización de los principios. En su crítica contra este criterio

recurre a dos ejemplos: 1) a la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español;

y 2) a los ejemplos de Ronald Dworkin.

En 1), señala que el Tribunal Constitucional español ha declarado que cuando

la oposición entre las reglas y los principios constitucionales sea irreductible, éstos

participan de la fuerza derogatoria de la Constitución. De ahí que Prieto Sanchís

afirme que al menos en ciertos supuestos un principio representa el fundamento

48 Ibídem, pp. 33-34.

18

único de la decisión, y ello, incluso cuando exista no sólo una laguna sino también

una antinomia.49

En 2) Prieto Sanchís recurre al famoso caso Riggs versus Palmer, citado por

Dworkin en Los derechos en serio.50 Al respecto, el profesor español señala que:

(...) si, de acuerdo con las leyes de Nueva York los descendientes suceden a los ascendientes y ninguna regla excepciona el caso del nieto que asesina a su abuelo, ello significa que si un Tribunal impide tal consecuencia en virtud del principio de que Nemine dolus suus prodesse debet, dicho principio representa el fundamento único de la decisión; en este caso, no cabe decir que tal principio ha sido tenido en cuenta para decidir en favor de una u otra solución normativa, pues aquí sólo existen dos soluciones: aquella que se debería adoptar de observarse las reglas, y aquella otra que impone los principios. En otras palabras (…) no es cierto que un principio haya orientado la aplicación de normas dudosas; sencillamente, ha excluido la única solución razonable de acuerdo con la regla.51

Otra crítica de Prieto Sanchís consiste en afirmar que tampoco la idea de

mandato de optimización sirve para diferenciar los principios en sentido estricto de

las directrices, como mantienen Atienza y Ruiz Manero, pues los principios cuando

existe conflicto, también pueden ser optimizados.52 A estos efectos, pone como

ejemplo una hipotética cláusula testamentaria en virtud de la cual un padre impone

a su hijo como condición para acceder a los bienes (legítima y libre disposición)

que no contraiga matrimonio con una mujer de religión judía. Para resolver el

caso, Prieto Sanchís afirma que el juez debe tener en cuenta dos principios: el de

la igualdad, que prohíbe la discriminación religiosa y racial, y el de autonomía de la

voluntad, que protege las intenciones del testador. Sin embargo, señala que no

sería del todo extraño que el juez resolviera el caso renunciando sin más a la idea

de optimización, dando total preferencia al principio de igualdad o, aún peor, que

lo hiciera tomando en cuenta el de autonomía de la voluntad; pero, en su opinión,

tampoco sería sorprendente que algún juez intente ponderar ambos principios,

49 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, op. cit., p. 34. 50 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, op. cit., p. 73. 51 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, op. cit., pp. 34-35. 52 Ibídem, p. 48.

19

diciendo que el testamento es nulo por lo que se refiere a la legítima, pero válido

en relación con los bienes de libre disposición.53

Así, y luego de reconocer que es cierto que el cumplimiento gradual de

algunos estándares y el juicio de optimización son ideas presentes en el

razonamiento jurídico pero que de esto no se infiere decir que los principios

ordenan siempre al intérprete que se realice algo en la mayor medida posible,54 el

profesor español escribe:

Como ha declarado el Tribunal Constitucional, <<la Constitución es un marco de coincidencias suficientemente amplio como para que dentro de él quepan opciones políticas de muy diferente signo>>, y, sin duda, los programas de esas opciones pueden presentar ideas distintas sobre el grado de realización de los principios o directrices constitucionales. Por ello, desde la perspectiva del juez, más que de un juicio de optimización habría que hablar de un juicio de razonabilidad, que, aceptando la idea de cumplimiento gradual, indique por debajo de qué nivel de cumplimiento o satisfacción una determinada norma o política se hace intolerable. En otras palabras, <<el interpréte constitucional ha de asumir que se halla en presencia de un sujeto ‘libre’, el legislador, y, por tanto, que su tarea ha de ser más bien delimitar el camino dentro de la cual la ‘interpretación política’ resulta admisible o no arbitraria.55

1. La respuesta de Atienza y Ruiz Manero

En principio, Atienza y Ruiz Manero afirman estar de acuerdo con lo afirmado

en los ejemplos que pone Prieto Sanchís. Sin embargo, argumentan que lo que

muestran tales ejemplos, es que una vez que se ha determinado la prevalencia de

un determinado principio en un caso, el principio en cuestión exige un

cumplimiento pleno, lo que implica, en los ejemplos mencionados, la anulación de

la ley inconstitucional y el rechazo de la pretensión del nieto de entrar en posesión

de la herencia de su abuelo.56

53 Ibídem, pp. 48-49. 54 Ibídem, p. 49. 55 Ibídem, pp. 49-50. 56 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 38.

20

Respecto a la idea de que los principios, cuando existe conflicto, también

pueden ser optimizados, Atienza y Ruiz Manero le critican a Prieto Sanchís el

asumir una versión debilitada de la idea del mandato de optimización sostenida

por Alexy.57

Además, consideran que lo que falla en todas estas consideraciones respecto

a la forma en que funciona la jurisdicción constitucional es que, en su opinión,

Prieto Sanchís entiende de manera incorrecta el papel de los principios en el

razonamiento de los órganos jurisdiccionales. Al respecto, escriben:

El error consiste en presentar como características peculiares de la justicia constitucional lo que son rasgos propios de cualquier ejercicio de función jurisdiccional en la que lo enjuiciado sean actos que constituyan un ejercicio de poderes normativos en los que el titular del poder goza de un margen de discrecionalidad.58

Para completar esta parte de su réplica, Atienza y Ruiz Manero acuden a otro

texto en donde, en su opinión, se encuentra más desarrollada la idea que le

objetan a Prieto Sanchís. Veámosla:

(...) la diferencia entre la interpretación legal y la constitucional no reside sólo en las peculiaridades del objeto, sino también en la función que generalmente se atribuye a los órganos encargados de realizarla. En este aspecto, una de las características del juez ordinario es lo que pudiera llamarse <<unidad de solución justa>>, esto, es, la exigencia institucional de que, en presencia de un caso concreto, sólo cabe una interpretación correcta, mientras que, en cambio, la misión de la justicia constitucional no es tanto la de precisar la <<mejor>> o la <<única>> respuesta posible, sino más bien la de indicar qué interpretaciones resultan intolerables (...). Esta distinta función (...) contribuye también a entender de modo diferente la responsabilidad de la decisión. Así, y aunque se trate sin duda de una ficción, el juez ordinario puede <<endosar>> el sentido del fallo al propio legislador (...). En cambio, el intérprete constitucional no busca en realidad una solución al caso, sino la delimitación de un campo de licitud dentro del cual otros operadores jurídicos adoptarán la solución con arreglo a criterios políticos (legislador) o jurídicos (juez); por eso, su modo de argumentar no puede ajustarse a los cánones de la subsunción, sino a los de razonabilidad, que implican necesariamente un juicio valorativo y prudencial del que

57 Idem. 58 Ibídem, p. 40.

21

sólo puede ser responsable el propio intérprete. Dicho de otro modo, el tipo de razonamiento de un juez ordinario supone concebir la decisión <<como si>> derivase del legislador, mientras que el modelo de razonamiento del juez constitucional, al tener que definir el ámbito más o menos extenso de licitud, reclama del intérprete la asunción de una mayor responsabilidad en la decisión.59

En su réplica a esas críticas Atienza y Ruiz Manero afirman estar de acuerdo

en que la justicia constitucional no tiene como misión precisar cuál es, desde la

perspectiva constitucional, la mejor ley posible, pero subrayan que, entonces,

tampoco es misión de un juez de lo contencioso precisar cuál es el mejor

reglamento desde la perspectiva de la ley que ese reglamento desarrolla, ni

tampoco es misión de un juez de lo civil precisar cuál es el mejor contrato o el

mejor testamento posible desde la perspectiva del Código civil.60

Además, consideran que ni a partir de la Constitución es posible derivar la

mejor legislación o la única legislación admisible en una determinada materia, ni a

partir del Código civil es posible derivar el mejor contrato o testamento o el único

admisible. Así, sostienen que lo que hacen la Constitución y el Código civil es

conferir, respectivamente, el poder normativo público de legislar y los poderes

normativos privados de celebrar contratos u otorgar testamentos, imponiendo a la

vez determinadas restricciones al ejercicio de esos poderes normativos. En

consecuencia, lo que hace el Tribunal Constitucional cuando enjuicia la

constitucionalidad de una ley, o un juez de lo civil cuando enjuicia la validez de un

contrato o de un testamento, es enjuiciar si los titulares de los poderes normativos

correspondientes han usado éstos de forma que viole las referidas referencias o

no. Por lo que dado el caso de que el legislador haya usado su poder normativo

público violando las restricciones impuestas por la Constitución, el Tribunal

Constitucional debe declarar la inconstitucionalidad de la ley en todo lo que

abarque dicha violación.61

59 Prieto Sanchís, Luis, “Notas sobre la interpretación constitucional”, Madrid, Revista del Centro de Estudios Constitucionales, núm. 9, 1991, pp. 176-177. 60 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 40. 61 Idem.

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Asimismo, afirman que si el testador ha usado su poder normativo privado

violando las restricciones impuestas por el Código civil, el juez debe declarar la

invalidez del testamento en todo lo que abarque dicha violación. Pero si uno y otro

han ejercido sus respectivos poderes normativos de forma que no viole las

referidas restricciones, el Tribunal Constitucional y el juez de lo civil han de

declarar la constitucionalidad de la ley y la validez del testamento, por

extravagantes que puedan parecerles las disposiciones de una u otro. Por lo tanto,

–dicen nuestros autores– el Tribunal Constitucional como el juez de lo civil han de

fundamentar su resolución del mismo modo: mostrando que la ley o el testamento

han violado o no las restricciones impuestas por la Constitución o por el Código

civil. En suma, consideran que la vinculación del Tribunal a la Constitución y la del

juez ordinario a la ley no presentan ninguna diferencia relevante. Tanto uno como

otro pueden enfrentarse a un caso en el que hayan de tener en cuenta tanto reglas

como principios, como muestra el propio ejemplo de Prieto Sanchís respecto al

testamento sujeto a la condición de no contraer matrimonio con mujer judía.62

Ahora bien, como ya lo vimos,63 en este ejemplo Prieto Sanchís propone tres

posibles soluciones:

1) Considerar nulo todo el testamento, dando total preferencia al principio de

igualdad; 2) considerar válido todo el testamento, lo que significaría dar total

preferencia al principio de autonomía de la voluntad; 3) considerar nulo el

testamento por lo que se refiere a la legítima y válido por lo que hace a los bienes

de libre disposición, con lo cual el juez debe ponderar ambos principios.

Por su parte, Atienza y Ruiz Manero consideran que esta reconstrucción es

equivocada. En su opinión, el problema se puede plantear de la manera siguiente:

a) La concurrencia entre el principio de autonomía de la voluntad y el principio

de igualdad se produce únicamente en relación con los bienes de libre disposición.

b) En relación con la legítima, el asunto se encuentra cubierto por la regla de

que los descendientes sólo pueden ser privados de tales bienes por causas

tasadas, entre las que no se encuentra el estar casado con una persona de

62 Ibídem, pp. 40-41. 63 Véase supra, p. 18.

23

religión judía. Esta regla puede interpretarse como expresión de la prevalencia,

establecida por el legislador en relación con una parte del caudal hereditario, del

principio de protección de los intereses de los descendientes sobre el principio de

respeto a la autonomía de la voluntad del testador. Por lo tanto, a menos que se

argumente que la jerarquización entre principios expresada en la regla sobre la

legítima choca, en el caso en cuestión, con algún otro principio, el caso es, por lo

que se refiere a la legítima, fácil, al no resultar controvertible la aplicación de una

regla cuyas condiciones genéricas de aplicación cubren por completo las

particularidades concretas del caso.

c) En cambio, es distinto por lo que se refiere a los bienes de libre disposición.

A diferencia de lo que ocurre con la legítima, aquí no se dispone de una regla que

establezca la prevalencia entre el principio de la autonomía de la voluntad y algún

otro principio eventualmente concurrente (en el caso en cuestión, el principio de

igualdad). De ahí que el juez debe ponderar ambos principios, esto es, construir

una regla que establezca dicha prevalencia. Por ello, aquí caben dos y sólo dos

posibilidades: 1) En la que prevalece el principio de autonomía de la voluntad y por

lo tanto las cláusulas testamentarias correspondientes son válidas; y 2) Otra en la

que prevalece el principio de igualdad y dichas cláusulas son nulas. Dicho en otras

palabras, una vez establecida la prevalencia de uno u otro principio, este demanda

un cumplimiento pleno: la declaración de validez o de nulidad de las cláusulas

testamentarias correspondientes.64

VI. A modo de conclusiones

Atienza y Ruiz Manero se proponen construir una teoría del Derecho sustentada

metodológicamente en las aportaciones de la filosofía analítica y en una

concepción racional y objetivista de la ética, así como en una filosofía que haya

saldado sus cuentas con el marxismo.

64 Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 41-42.

24

Esa teoría comprendería además de una teoría de los enunciados jurídicos: a)

una teoría de los actos jurídicos; b) una teoría de la relación jurídica; y c) una

teoría del ordenamiento y de los procedimientos jurídicos.

Ahora bien, queremos hacer mención brevemente que uno de los aspectos

más interesantes, pero no por ello libre de objeciones, que habría que destacar

está relacionado precisamente con el sustento metodológico y filosófico que los

autores españoles proponen para su teoría del Derecho, pues como sabemos

tanto la filosofía analítica como el marxismo son dos de las tradiciones filosóficas

más emblemáticas pero tradicionalmente muy distantes.

Asimismo, apuntamos que los profesores de la Universidad de Alicante

proponen una teoría de los enunciados jurídicos (como un paso previo a la

construcción de una teoría del Derecho), que parte precisamente de la distinción

entre las reglas y los principios en sentido estricto.

De igual forma apuntamos que en su propuesta establecen dos criterios para

distinguir las reglas de los principios. El primero, se basa en la configuración

abierta del caso de los principios así como en la configuración cerrada del caso de

las reglas. El segundo en la concepción de las reglas como razones perentorias y

de los principios como razones no perentorias.

En cuanto al primer criterio, sostienen que tanto los principios como las reglas,

pueden formularse siempre recurriendo a un esquema condicional, esto es, si

correlacionan un caso con una solución normativa, sin embargo, encuentran que

la diferencia está en que los principios configuran el caso de forma abierta,

mientras que las reglas lo hacen de forma cerrada.

Proponen que el problema de la distinción entre reglas y principios, puede ser

abordado esencialmente desde dos enfoques diferentes: el estructural y el

funcional.

Desde la perspectiva estructural la diferencia está en que mientras en las

reglas sus condiciones de aplicación aparecen formuladas de forma cerrada, en

los principios aparecen de forma abierta.

Desde el enfoque funcional las reglas se diferencian de los principios, en que

éstas serían razones perentorias y suficientes para realizar la acción exigida. En

25

cambio, los principios serían razones no perentorias y no concluyentes para la

toma de decisiones. El principio, a diferencia de la regla, abre el paso a la

deliberación sobre otras razones de primer orden relevantes para el caso.

Por nuestra parte, consideramos que la tesis de Atienza y Ruiz Manero tiene

el mérito de contener sugerencias importantes para intentar determinar la

estructura de los enunciados jurídicos, sin embargo, no sólo se limita a un análisis

estructural, sino que además, procura dar cuenta de los mismos, desde una

perspectiva de las razones para la acción y de su vinculación con los intereses y

relaciones de poder generados entre los individuos y entre los grupos sociales.

Finalmente, no queremos pasar por alto que, en nuestra opinión, el abordaje

del tema de esta investigación ha queda plenamente justificado, si aceptamos que

la distinción entre reglas y principios, es uno de los pilares centrales del edificio de

la teoría de los derechos fundamentales.65

BIBLIOGRAFÍA

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Barcelona, Ariel, 1984.

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Prieto Sanchís, Luis, “Notas sobre la interpretación constitucional”, Madrid,

Revista del Centro de Estudios Constitucionales, no. 9, 1991, pp. 175-

198.

65 Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentales , op. cit. p. 82.

26

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Constitucionales,1992.

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