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REGLAS Y PRINCIPIOS EN ATIENZA Y RUIZ MANERO. A PROPÓSITO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES
Marcos Figueroa Calvo
SUMARIO: I. Introducción. II. Preliminaria. III. La teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero. IV. Reglas y principios en Atienza y Ruiz Manero. V. Críticas y réplicas. VI. A modo de conclusión.
I. Introducción
La teoría del Derecho contemporánea se ha ocupado durante las últimas décadas
del debate acerca de la distinción entre reglas y principios, iniciado formalmente
en 1977 con la publicación de Los derechos en serio de Ronald Dworkin. En
opinión de este autor, los principios se distinguen de las reglas en atención a dos
criterios: atendiendo a la aplicabilidad disyuntiva de las reglas y por el peso o
importancia de los principios.1
Para Robert Alexy, la distinción entre principios y reglas, constituye la clave
para la solución de problemas torales de la dogmática de los derechos
fundamentales. Sin ella, no puede existir una teoría satisfactoria de la colisión y
tampoco una teoría suficiente acerca del papel que juegan los derechos
fundamentales en el ordenamiento jurídico. Es un elemento esencial no sólo de la
doctrina de los derechos de libertad e igualdad, sino también de los derechos a
protección, organización y procedimiento, así como a prestaciones. Constituye,
además, el marco de una teoría normativa material de los derechos fundamentales
y, con ello, un punto de partida para dar respuesta a la pregunta sobre la
1 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, (trad. de María Guastavino), Barcelona, Ariel, 1984.
2
posibilidad y los límites de la racionalidad en el ámbito de los derechos
fundamentales.2
Alexy rechaza el criterio de la aplicabilidad disyuntiva de las reglas que
propone Dworkin para distinguir entre éstas y los principios. Su tesis central es
que sólo a partir de las colisiones entre principios se puede establecer una
distinción clara con respecto a las reglas. Desde esta perspectiva, los principios
son mandatos de optimización, pues son normas que ordenan que algo sea
realizado en la mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales
existentes.
Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, al igual que Dworkin y Alexy sostienen,
aunque con importantes matizaciones, una tesis fuerte sobre la distinción entre
reglas y principios, la cual constituye el objeto de la presente investigación. Por
ello, cabe ahora solo adelantar que los profesores españoles citados, afirman que
la distinción entre esos dos tipos de enunciados sea una parte esencial de una
teoría general del Derecho a desarrollar.
II. Preliminaria
La tesis de Atienza y Ruiz Manero aparece publicada por vez primera en el
artículo titulado “Sobre principios y reglas,3 en él se encuentran los argumentos a
partir de los cuales plantean la distinción entre reglas y principios, pero es en Las
piezas del derecho. Teoría de los enunciados jurídicos, en donde su teoría
aparece más completa, en ella, precisan que no se trata de una teoría general del
Derecho pero pretende ser su primera parte. 4
Atienza y Ruiz Manero precisan que lo que se proponen es construir, a partir
de la distinción entre reglas y principios, un primer paso hacia una teoría de los
enunciados jurídicos, y que dicha teoría debe esclarecer, en relación con cada tipo
2 Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentale (trad. de Ernesto Garzón Valdés), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997, p. 81. 3 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, “Sobre principios y reglas”, Alicante, Doxa, no. 10, 1991, pp. 101-119. 4 Atienza Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho. Teoría de los enunciados jurídicos, Barcelona, Ariel,1996, p. XI.
3
de enunciado: en primer lugar, cuáles son sus rasgos estructurales; en segundo
lugar, qué tipo de razón para la acción proporciona; en tercer lugar, cómo se
conecta con los intereses y las relaciones de poder existentes en la sociedad.5
En este contexto de ideas, sostienen que los enunciados jurídicos sólo
adquieren plenamente sentido cuando se comprende bien cuál es su contribución
a la conformación y al funcionamiento del Derecho. Pues en su opinión, una teoría
del Derecho no debe reducir su análisis a los elementos o “piezas” que integran el
Derecho, sino que también debe explicar la función de éste en las sociedades
contemporáneas. De ahí, que piensen que una comprensión completa de los
enunciados jurídicos sólo es posible a partir de una teoría del Derecho plenamente
desarrollada, por ello, reconocen que una teoría de los enunciados jurídicos como
la que proponen sería un resultado final, más bien que un momento de la
construcción de esa teoría.6
Por lo tanto, antes adentrarnos en el análisis de la tesis de distinción entre
reglas y principios que proponen los profesores de la Universidad de Alicante, se
considera oportuno exponer algunos de los aspectos más importantes de su teoría
del Derecho que nos permitirán comprender mejor tal distinción.
III. La teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero
A. Estructura
La teoría general del Derecho en que nuestros autores están pensando debe
comprender, además de la teoría de los enunciados jurídicos: a) una teoría de los
actos jurídicos; b) una teoría de la relación jurídica, que explique conceptos como
el de sujeto de derecho, derecho subjetivo, deber, responsabilidad o sanción; c)
una teoría del ordenamiento y de los procedimientos jurídicos, que explique la
producción, interpretación y aplicación del Derecho. 7
5 Ibídem, pp. 2-3. 6 Ibídem, p. 14. 7 Ibídem, pp. XIII-XIV.
4
B. Presupuestos filosóficos y metodológicos
En cuanto al punto de vista metodológico, debe estar sustentada en las
aportaciones provenientes de la filosofía analítica del Derecho. Por lo que hace a
su perspectiva filosófica, debe apoyarse en una concepción racional y objetivista
de la ética, y en una filosofía social que haya saldado sus cuentas con el
marxismo.8
Respecto al primer presupuesto, afirman que la filosofía analítica del Derecho
ha realizado probablemente las aportaciones más importantes de este siglo a la
teoría del Derecho. Que dicha filosofía constituye esencialmente un conjunto de
herramientas metodológicas:
(...) que deben ponerse al servicio de fines distintos a los de su propia elaboración o refinamiento; o, dicho de otra manera, no debe ser autorreferente. Cuando esto último ocurre –y ocurre con alguna frecuencia–, esto es, cuando las herramientas –los medios– se convierten en fines, el análisis corre el peligro de convertirse –al menos en parte– en un juego intelectual que bloquea la investigación de los problemas sustantivos. Pues de lo que se trata –esta es, nos parece una regla metodológica elemental, pero muchas veces se olvida– no es sólo de hablar con rigor, sino de hablar con el mayor rigor posible de lo que verdaderamente importa.9
En cuanto a su posición ética, los citados autores reconocen que no obstante
que la identificación de una norma como jurídica es básicamente un asunto de
hechos sociales o institucionales y no de calificación moral, no creen que pueda
elaborarse, ni que tenga sentido elaborar, una teoría del Derecho de espaldas a la
teoría ética. Por ello, asumen una concepción de la ética a la que califican como
cognoscitivista y objetivista, pero en un sentido mínimo.10
En esencia, los argumentos con los cuales pretenden justificar su posición
ética son los siguientes:
a) Si se parte de la idea de que los juicios morales no son más que
expresiones emotivas de aprobación o desaprobación, o tan sólo intentos de influir
8 Ibídem, pp. XI-XII. 9 Ibídem, p. XII. 10 Idem.
5
en la conducta ajena, entonces no podríamos reconstruir aspectos fundamentales
de nuestras prácticas sociales, como por ejemplo, las prácticas jurídicas propias
de los Estados constitucionales contemporáneos.
b) Una concepción mínima o moderadamente objetivista de la ética estaría
equidistante tanto con respecto al relativismo como al absolutismo moral.
De esta forma, frente al relativismo, Atienza y Ruiz Manero sostienen que los
juicios morales incorporan una pretensión de corrección, por lo que dilucidar si son
correctos o no es asunto de controversia racional. De igual forma, frente al
absolutismo, sostienen que los juicios morales, como los de los tribunales de
última instancia, enuncian razones últimas pero no razones infalibles, pues
cualquier juicio moral, como cualquier otro juicio, está abierto al escrutinio y a la
crítica racionales.11
Respecto a la filosofía política y social en que basan su teoría, sostienen que
no es marxista pero si muy próxima a esta tradición de pensamiento.12 Consideran
que esa proximidad con el marxismo permite dar cuenta de los elementos
desigualitarios presentes también en el Derecho de las sociedades
contemporáneas avanzadas, así como del carácter ideológico de determinadas
instituciones y conceptos jurídicos; como también para asumir la historicidad
tanto del Derecho como de las categorías jurídicas. En otras palabras, esa filosofía
política es apropiada para desarrollar una teoría del Derecho más “materialista” o
social que no se base sólo en conceptos tradicionales, como los de norma,
relación jurídica, derecho subjetivo, sino que además tome en consideración otros
conceptos, como los de división del trabajo, necesidades humanas, intereses,
conflicto, poder, etcétera.13
C. Nivel de análisis
11 Idem. 12 Acerca del pensamiento de Marx sobre los derechos humanos puede consultarse Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Marxismo y filosofía del derecho, México, Fontamara, 1993. También puede verse Atienza Manuel, Marx y los derechos humanos, Madrid, Mezquita, 1983. 13 Atienza Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. XII-XIII.
6
El nivel de análisis de la teoría del Derecho de Atienza y Ruiz Manero se ubica
en el lenguaje del legislador. Así, en su propuesta prescinden del estudio de los
metalenguajes o formas distintas de empleo de ese lenguaje por parte de los
dogmáticos, los jueces, los abogados y el resto de los operadores jurídicos.14 La
justificación de nuestros autores sobre este punto es la siguiente:
(...) los enunciados no legislativos –y es obvio que estamos empleando aquí la expresión “legislativo” en su sentido más amplio– o bien no tienen rasgos peculiares que justifiquen un análisis específicamente jurídicos de los mismos (...) o bien pueden verse justamente como realizaciones concretas del lenguaje legislativo, de la lange (el fallo de una sentencia, por ejemplo, vendría a ser una regla de mandato, pero particular y concreta y, también, el resultado de usar una regla que confiere poder), o bien podrían analizarse como combinación de los dos tipos de enunciados aquí distinguidos.15
IV. Reglas y principios en Atienza y Ruiz Manero
A. Criterios de distinción
Como hemos visto, Atienza y Ruiz Manero se proponen elaborar una teoría de los
enunciados jurídicos como un primer paso de una teoría general del Derecho, que
parte de la distinción entre reglas y principios.
Dicha teoría debe esclarecer, en relación con cada tipo de enunciado: a) sus
rasgos estructurales; b) qué tipo de razón para la acción proporciona; c) cómo se
conecta con los intereses y las relaciones de poder existentes en la sociedad.
Ahora bien, lo primero que hay que decir es que como estrategia para
contestar a estas preguntas, los autores citados sostiene que se pueden utilizar
tres “enfoques” adoptados para analizar las normas: el enfoque estructural, el
enfoque funcional y el enfoque valorativo:16
14 Ibídem, p. XIII. 15 Ibídem, p.XIV. 16 Respecto a dichos enfoques puede consultarse: Norberto Bobbio, Teoría general del derecho, trad. de Eduardo Rozo Acuña, Debate, Madrid, 1996; Elías Díaz, Sociología y filosofía del derecho, Taurus, Madrid, 1989; Eduardo García Maynez, Introducción al estudio del derecho, Porrúa,
7
1) El enfoque estructural consiste en ver las normas como entidades
organizadas de una cierta forma.
2) El enfoque funcional, se centra en el papel o función que las normas
cumplen o pretenden cumplir en el razonamiento práctico de los destinatarios.
3) El enfoque valorativo, consiste en ver las normas en conexión con los
intereses y relaciones de poder existentes en la sociedad. En este sentido, las
normas jurídicas pueden verse como: a) el resultado o el efecto de determinadas
relaciones sociales; b) conformando relaciones entre sujetos atribuyendo poderes
y protegiendo intereses de unos frente a otros.
En suma, nuestros autores sostiene que, el problema de cómo distinguir los
principios de las reglas o, entre sí, los diversos tipos de principios podría adquirir
tonos diferentes, según cuál sea la perspectiva escogida para considerar las
normas.17
Por nuestra parte, conviene aclarar que en atención a los objetivos de esta
investigación, en adelante sólo nos ocuparemos de mostrar los dos primeros
enfoques.
B. El enfoque estructural
1. La configuración abierta del caso en los principios. La configuración cerrada del
caso de las reglas
El problema inicial que aquí se plantean Atienza y Ruiz Manero, es ver si los
principios en sentido estricto, al igual que las reglas, pueden formularse siempre
recurriendo a un esquema condicional, es decir, si correlacionan un caso con una
solución normativa. Su respuesta en este sentido es afirmativa, sin embargo,
afirman que la diferencia está en que los principios configuran el caso de forma
México, 1978; y, Miguel Reale, Teoría tridimensional del derecho: una visión integral del derecho, trad. de Ángeles Mateos, Madrid, Tecnos, 1997. 17 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 6 y 7.
8
abierta, mientras que las reglas lo hacen de forma cerrada.18 Su idea completa es
la siguiente:
(...) mientras en las reglas las propiedades que conforman el caso constituyen un conjunto finito y cerrado, en los principios no puede formularse una lista cerrada de las mismas: no se trata sólo de que las propiedades que constituyen las condiciones de aplicación tengan una periferia mayor o menor de vaguedad, sino que tales condiciones no se encuentran siquiera genéricamente determinadas. El tipo de indeterminación que aqueja a los principios es, pues, más radical que el de las reglas (aunque, desde luego, entre uno y otro tipo de indeterminación puede haber casos de penumbra).19
Para ilustrar su concepción –y en clara crítica a la idea de Alexy de que los
principios son mandatos de optimización que pueden ser cumplidos en diversos
grados20– Atienza y Ruiz Manero ponen como ejemplo de principio, el artículo 14
de la Constitución española.21 Y como ejemplo de regla el artículo 28 del Estatuto
de los trabajadores español.22 El primero, –porque según ellos–, visto como
principio, puede presentarse en la forma de un enunciado condicional. Así, en la
formulación que hacen de este artículo como principio aparece, por un lado, el
supuesto de hecho configurado de forma abierta: si un órgano jurídico usa
poderes normativos, etcétera; y, por otro lado, la consecuencia jurídica de manera
cerrada: no se discriminará por razón de nacimiento, raza, sexo, etc.23
Atienza y Ruiz Manero insisten en que la indeterminación característica de los
principios, se encuentra aquí en la configuración abierta de las condiciones de
aplicación, pero no en la descripción de la conducta prohibida, esto es, discriminar.
Con la intención de dejar claro lo anterior, hacen la siguiente observación:
18 Ibídem, pp. 8-9. 19 Ibídem, p. 9. 20 Atienza y Ruiz Manero sostienen que la idea de que los principios son mandatos de optimización es equivocada y sólo aplicable a las directrices o normas programáticas, pero no en el caso de los principios en sentido estricto. Véase, Las piezas del derecho, op. cit., p. 9 21 El texto de este artículo es el siguiente: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de su nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. 22 Este artículo dispone lo siguiente: “El empresario está obligado a pagar por la prestación de un trabajo igual el mismo salario, tanto por salario base como por los complementos salariales, sin discriminación alguna por razón de sexo”. 23 Atienza, Manuel y Ruiz Manero Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 9.
9
Puede, desde luego, entenderse que <<discriminación>> es un término vago en ciertos contextos, pero este tipo de vaguedad se da también en las pautas a las que llamamos <<reglas>>. La regla de que la mujer trabajadora debe recibir igual salario que el hombre se diferencia del principio anterior (...) únicamente en que sus condiciones de aplicación se configuran de forma cerrada, pero también aquí puede haber problemas de vaguedad a la hora de establecer tanto si sus condiciones de aplicación se dan en un determinado caso individual (pueden existir dudas sobre si una determinada actividad debe considerarse o no como <<trabajo>>), o sobre el alcance de la descripción de la conducta prohibida (un complemento salarial para vestuario diferente por razón del sexo ¿debe considerarse prohibido por dicho art. 28).24
De esta forma, en opinión de Atienza y Ruiz Manero, la única diferencia entre
el principio contenido en el artículo 14 y la regla formulada en el artículo 28 reside
en que las condiciones de aplicación de la regla constituyen un conjunto cerrado,
aunque su formulación pueda presentar problemas de indeterminación semántica.
Hecho que, según ellos, no afecta su carácter de regla, a no ser que alcance un
grado extremo que no permita que se hable ya de determinación de las
condiciones de aplicación.25
C. El enfoque funcional
1. Las reglas como razones perentorias. Los principios como razones no
perentorias
Nuestros autores consideran que las diferencias entre reglas y principios se
puede establecer a partir de concebir ambos tipos de normas como razones para
la acción.
Ahora bien, para entender esta afirmación cabe insistir, aquí también, que
para nuestros autores esa distinción opera únicamente en el contexto del sistema
24 Ibídem, pp. 9-10. 25 Ibídem, p. 10.
10
secundario, es decir, en el ámbito de lo que Raz llama órganos primarios.26 Por
tanto, esto supone el análisis de las relaciones entre la obediencia a las
autoridades normativas y la deliberación por parte de los destinatarios de las
normas.27 En consecuencia, empiezan su análisis aplicando estos presupuestos
metodológicos a su caracterización de los principios. Veámoslo con sus propias
palabras:
Para facilitar el análisis empezaremos por considerar únicamente los principios en el contexto del sistema secundario, esto es, los principios en cuanto pautas dirigidas a las autoridades normativas y, más en concreto, a los órganos jurisdiccionales entendidos en sentido amplio (lo que Raz llama <<órganos primarios>>), esto es, como aquellos órganos a los que el propio Derecho confiere el poder normativo para resolver autoritativamente las disputas y les impone el deber de hacerlo jurídicamente (fundamentando sus resoluciones en las pautas identificadas como jurídicas).28
A continuación se ocupan de distinguir por una parte, entre razones
perentorias y no perentorias y, por la otra, entre razones independientes y
dependientes del contenido.29
En este orden de ideas, Atienza y Ruiz Manero conciben las reglas jurídicas
como razones para la acción perentorias e independientes del contenido.30 Así,
sostienen que las reglas reglas jurídicas:
26 Joseph Raz, ha dicho que “los órganos primarios se ocupan de la determinación autoritativa de las situaciones normativas de acuerdo con las normas existentes (...). Una razón de la importancia de las instituciones primarias es que estás proporcionan un método autoritativo institucionalizado de resolver las disputas. El otro aspecto importante de las instituciones primarias es, por supuesto, que tienen el deber de aplicar normas existentes (...) los sistemas institucionalizados constan de normas que los órganos primarios están vinculados a aplicar y que no están en libertad de tomar en consideración siempre que encuentren indeseable su aplicación (...). No se, sigue de ello que los órganos primarios sean computadoras que siempre aplican reglas preexistentes sin tomar en cuenta sus propias opiniones acerca de qué regla o de qué decisión es correcta. Pero lo anteriormente dicho es una consecuencia de que hayan de seguir un cierto cuerpo de normas con independencia de sus opiniones sobre sus méritos y de que les esté permitido actuar sobre la base de sus propias opiniones sólo hasta el punto en que ello está permitido por aquellas normas”. Véase: Raz, Joseph, Razón práctica y normas (trad. de Juan Ruiz Manero), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 155-160. 27 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p.12. 28 Ibídem, pp. 11-12. 29 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 11-15. 30 Ibídem, p. 12.
11
(...) constituyen una razón de primer orden para realizar la acción exigida (...) y una razón de segundo orden para “excluir” o suprimir cualquier deliberación independiente por parte de los destinatarios sobre los argumentos en pro y en contra de realizar la acción. (...) para excluir que el contenido de la resolución se fundamente en la apreciación por parte del órgano jurisdiccional de cuál fuera, atendiendo a los méritos del caso, la mejor resolución a dictar.31
Respecto al carácter independiente del contenido, afirman que esto está
relacionado con la cuestión del por qué los órganos jurisdiccionales deben
obedecer las reglas, es decir, las razones por las que deben considerarlas como
razones perentorias o protegidas. Así, sostienen que los órganos jurisdiccionales
deben considerarlas de tal forma por razón de su fuente.32 En cambio, sostienen
que los principios no serán razones perentorias o protegidas:
(…) porque no están destinadas a excluir la deliberación por parte del órgano jurisdiccional acerca del contenido de la resolución a dictar, sino que constituyen meramente razones de primer orden para resolver en un determinado sentido, cuya fuerza respecto de otras razones (otros principios) –que puedan constituir, a su vez, razones para resolver en otro sentido– ha de ser ponderada por el propio órgano jurisdiccional.33
V. Críticas y réplicas
La propuesta de nuestros autores sobre la distinción entre reglas y principios
ha sido debatida, en el ámbito de la cultura jurídica española, por Luis Prieto
Sanchís. Las críticas de este autor se agrupan en dos puntos:34
a) En un primer nivel general, se les critica su idea de que las reglas
constituyen razones perentorias y la consideración de que tales reglas se
diferencian de los principios en sentido estricto en que aquéllas configuran el caso
de forma cerrada mientras que éstos lo hacen de forma abierta.
31 Idem. 32 Ibídem, p.12. 33 Ibídem, p. 13. 34 Ibídem, pp. 26 y siguientes.
12
b) En un segundo nivel, menos general, se discute su concepción de los
principios en sentido estricto como normas que exigen un cumplimiento pleno, es
decir, que no admiten modalidades graduables de cumplimiento.
A. Críticas a las reglas como razones perentorias. La configuración abierta o
cerrada de las condiciones de aplicación:
Prieto Sanchís parte de objetar a la distinción entre reglas y principios de
Atienza y Ruiz Manero una presentación errónea de las reglas. Dos de los
primeros argumentos que utiliza para tratar de justificar esta afirmación son los
siguientes:
a) Muchas veces en el razonamiento jurídico las reglas aparecen como
criterios hermenéuticos y no sólo como reglas específicas y exhaustivamente
comprensivas del caso examinado.
b) La reglas exigen también conjugarse con otros estándares jurídicos, como
los principios, lo que matiza o altera su alcance y el propio ámbito de aplicación.
Estas críticas de Prieto Sanchís abren paso a otras más. Nos referimos, por
ejemplo, a la objeción de que la distinción entre reglas y principios no toma en
cuenta la vaguedad potencial del lenguaje, y que, por lo tanto, la formulación
lingüística de las reglas no se puede hacer de forma cerrada, como lo sostienen
Atienza y Ruiz Manero, pues dada la vaguedad o textura abierta que presentan,
resulta imposible establecer de forma absoluta todas las posibles excepciones a
su aplicación.35
Otra crítica del mismo autor, muy vinculada a la anterior, consiste en afirmar
que existen razones legislativas y jurisprudenciales que impiden establecer todas
las posible excepciones de aplicación de una regla. El argumento completo los
encontramos en el siguiente párrafo:
En este sentido, –escribe Prieto Sanchís– la postura comentada parece mostrar excesiva confianza en la finitud lógica, ya que no del sistema
35 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 37.
13
jurídico en su conjunto, sí al menos del sistema de reglas. Parece bastante improbable que alguien fuera capaz de catalogar por completo las posibles excepciones a la aplicación de una solución normativa: por un lado, porque, por vía legislativa o jurisprudencial, siempre pueden aparecer nuevas excepciones y, por otro, porque los cambios en la interpretación del Derecho pueden también dar entrada, bajo el tipo de antiguas excepciones, a nuevas circunstancias.36
Por otra parte, critica que la distinción de Atienza y Ruiz Manero no toma en
cuenta los casos no planteados por el ordenamiento jurídico y que se resuelven
mediante el recurso a la analogía.
Es más, el problema no es sólo de defecto o de no conocer todas las excepciones, sino también de exceso, esto es, de no saber a priori qué casos no contemplados en la norma habrían de recibir sin embargo un mismo tratamiento merced al método analógico. En definitiva, la cuestión de cuándo no debemos aplicar una norma, por existir alguna excepción, así como la de hasta dónde podemos aplicarla, por resultar factible el recurso a la analogía, parece bastante más compleja de lo que dan a entender las ideas del “todo o nada” o de las “razones perentorias.37
Finalmente, Prieto Sanchís afirma que, si por una parte, aceptamos que no es
posible enumerar las excepciones a los principios y, por tanto, tampoco los
supuestos de aplicación, pero por la otra, se sostiene que los principios sí pueden
exceptuar a las reglas, la consecuencia lógica es que tampoco podemos saber los
casos de excepción de las reglas.38
En otras palabras, –escribe Prieto Sanchís– si se acepta que los principios intervienen en la aplicación de las reglas y se reconoce que aquéllos no son aplicables a la manera de “todo o nada” o, lo que es lo mismo, si se reconoce que no podemos enumerar a priori los casos de aplicación de los principios, el corolario lógico es que tampoco podemos conocer exhaustivamente los casos de aplicación de las reglas.39
36 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, cit., pp. 37-38. 37 Ibídem, p. 38. 38 Idem. 39 Ibídem, pp. 38-39.
14
1. La respuesta de Atienza y Ruiz Manero
En su respuesta Atienza y Ruiz Manero empiezan por objetarle a Prieto
Sanchís que en su crítica no tomó en cuenta que la distinción entre reglas y
principios que ellos proponen parte de la separación entre casos genéricos y
casos individuales. Así, e insistiendo en esta distinción, formulan los argumentos
siguientes:
a) Los casos genéricos no son más que un conjunto de propiedades. Por esta
razón, un sistema de reglas que contuviera una regla general excluyente que
permitiera todo aquello que no está comprendido por las prohibiciones que las
reglas particulares correlacionan con las descripciones de los casos genéricos que
ellas mismas contienen, acerca de lagunas normativas, sería un sistema completo
en relación con los casos genéricos. Pero esto es diferente a que en la descripción
de los casos genéricos encontremos situaciones de indeterminación semántica
que nos originen dudas acerca de si un caso individual pudiera pertenecer o no a
alguno de tales casos genéricos. Ahora bien, tal sistema, aunque carente de
lagunas normativas, sí presentaría problemas de lo que Alchourrón y Bulygin han
llamado lagunas de reconocimiento, esto es, dudas surgidas por los problemas de
indeterminación semántica. Pero en definitiva, las indeterminaciones semánticas
que pueda presentar una disposición no afectan su carácter de regla. 40
Porque lo que las reglas configuran a nuestro juicio de forma “cerrada” son los casos genéricos que constituyen sus condiciones (genéricas) de aplicación, mientras que el problema de la textura abierta o vaguedad potencial se da en otro ámbito, en el de la subsunción de casos individuales en tales descripciones genéricas. (...) La consideración de que las reglas configuran de forma “cerrada” sus condiciones de aplicación no niega pues, sino que es compatible con la admisión de que la descripción de tales condiciones puede presentar una zona de penumbra en relación con la cual sea dudosa la subsunción de un determinado caso individual.41
40 Atienza, Manuel y Juan Ruiz, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 29. 41 Ibídem, pp. 30-31.
15
b) Respecto a la crítica de Prieto Sanchís de que por vía legislativa o
jurisprudencial, puedan aparecer nuevas excepciones a la aplicabilidad de una
regla, nuestros autores creen que no representa problemas para su tesis. Al
respecto escriben:
Que las autoridades normativas del sistema pueden cambiar éste, restringiendo las condiciones de aplicación de una determinada solución normativa, es, naturalmente, algo obvio; la consideración de que las reglas configuran de forma <<cerrada>> sus condiciones de aplicación se limita, como es fácil suponer, a las reglas existentes en un momento dado y no implica, desde luego, ninguna tesis sobre los cambios en el sistema jurídico.42
c) En cuanto a la crítica de que el argumento por analogía43 representa la
posibilidad de solucionar normativamente un caso no regulado por el sistema,
Atienza y Ruiz Manero consideran que tampoco plantea dificultades a su
concepción.
A su juicio, lo que el recurso a la analogía viene a demostrar es en realidad
que, ante la imposibilidad de un juez de subsumir un caso individual dentro de las
condiciones de aplicación de una regla preexistente en la cual sus condiciones de
aplicación tienen un carácter cerrado, éste tiene que construir una regla general
que sirva de fundamento a su decisión, esto es, una regla general que
correlacione otras condiciones de aplicación con la misma solución normativa que
una regla preexistente correlaciona con condiciones de aplicación que el juez
entiende como sustancialmente semejantes. Por lo tanto, esta relación de
semejanza no puede afirmarse o negarse sino a partir del principio que explica y
justifica la regla preexistente. En suma, el argumento por analogía implica siempre
una utilización de principios. Sin embargo, esto no significa que el recurso a la
analogía y a los principios sea una misma cosa. La analogía es un argumento o
42 Ibídem, pp. 31-32. 43 Para un estudio completo de esta forma de argumentación puede verse: Atienza, Manuel, Sobre la analogía en el derecho. Ensayo de análisis de un razonamiento jurídico, Madrid, Civitas, 1986.
16
una estructura de argumentación, mientras que los principios son un material que
necesariamente debe usarse en este tipo de argumentación.44
d) A la crítica de que si se acepta la tesis de que los principios configuran de
forma abierta sus condiciones de aplicación entonces se sigue una consecuencia
que invalidaría la caracterización de las reglas, pues si se sostiene que no cabe
enumerar las excepciones a los principios pero se sostiene, que los principios sí
pueden exceptuar a las reglas, la consecuencia lógica será que tampoco se
pueden determinar los casos de excepción de las reglas. Atienza y Ruiz Manero
admiten que en este sentido Prieto Sanchís tiene razón.45 Sin embargo, señalan
que esta crítica no afecta sustancialmente a su argumento, aunque sí reconocen
que los obliga a precisar los límites dentro de los cuales opera su tesis.46 En este
sentido, afirman lo siguiente:
Es cierto, a nuestro juicio, que la aplicabilidad de toda regla está condicionada a que su aplicación no entre en conflicto con un principio que, en relación con las propiedades relevantes del caso, tenga un mayor peso. Tras reconocer esto uno no puede, desde luego, concluir, al modo de los realistas, que las reglas no son más que juguetes vistosos, que el razonamiento jurídico es siempre radicalmente abierto, y entregarse, a continuación, a los juegos verbales sobre la indeterminación tan habituales en los autores de los Critical Legal Studies. El problema de tal tipo de orientación es (...) que chocan con la evidencia de que, en relación con la inmensa mayoría de los casos individuales que se presentan ante los tribunales, su subsunción bajo el caso genérico contemplado en una regla general –y el dictado de una sentencia así fundamentada– no da lugar a ningún tipo de controversia entre la comunidad jurídica.47
En seguida, insisten en que para poder explicar adecuadamente cómo se da
la subordinación de la aplicabilidad de las reglas a los principios y el hecho de que
la inmensa mayoría de los casos se solucionan mediante la aplicación no
controvertida de reglas, se debe entender primero la manera en cómo el Derecho
44 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 32 45 Ibídem, p. 36. 46 Idem. 47 Ibídem, p. 33.
17
guía el razonamiento de sus órganos de aplicación, como una estructura de dos
niveles. Así escriben:
(...) en un primer nivel, decíamos, el Derecho <<impone a los órganos jurisdiccionales el deber de componer un balance de razones integrado únicamente por las constituidas por las pautas jurídicas, siendo admisible la toma en consideración de otras razones únicamente en la medida en que las propias pautas jurídicas lo permitan>>; en un segundo nivel, <<tal balance de razones remite, no en todos los casos pero sí en la mayoría, a adoptar como base de la resolución una regla jurídica, esto es, una razón perentoria>>. De modo que la configuración <<cerrada>> por parte de las reglas de sus condiciones de aplicación ( y la operatividad de las propias reglas como razones perentorias) sólo opera, a nuestro juicio, en este segundo nivel. Al que se pasa, por cierto, cuando el principio de que <<debe hacerse lo prescrito por las reglas jurídicas>> no resulta desplazado, en el primer nivel, por un principio que, en relación con el caso, tenga un mayor peso. Pero cuando tal principio de que <<debe hacerse lo prescrito por las reglas jurídicas>> no resulta desplazado, la regla jurídica bajo la que se subsume el caso individual opera en el razonamiento del órgano jurisdiccional como una razón perentoria para dictar una resolución cuyo contenido corresponda al de la regla.48
B. Crítica a la concepción de los principios como normas que exigen un
cumplimiento pleno:
Aquí, Prieto Sanchís empieza por objetar a Atienza y Ruiz Manero una
equivocada caracterización de los principios. En su crítica contra este criterio
recurre a dos ejemplos: 1) a la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español;
y 2) a los ejemplos de Ronald Dworkin.
En 1), señala que el Tribunal Constitucional español ha declarado que cuando
la oposición entre las reglas y los principios constitucionales sea irreductible, éstos
participan de la fuerza derogatoria de la Constitución. De ahí que Prieto Sanchís
afirme que al menos en ciertos supuestos un principio representa el fundamento
48 Ibídem, pp. 33-34.
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único de la decisión, y ello, incluso cuando exista no sólo una laguna sino también
una antinomia.49
En 2) Prieto Sanchís recurre al famoso caso Riggs versus Palmer, citado por
Dworkin en Los derechos en serio.50 Al respecto, el profesor español señala que:
(...) si, de acuerdo con las leyes de Nueva York los descendientes suceden a los ascendientes y ninguna regla excepciona el caso del nieto que asesina a su abuelo, ello significa que si un Tribunal impide tal consecuencia en virtud del principio de que Nemine dolus suus prodesse debet, dicho principio representa el fundamento único de la decisión; en este caso, no cabe decir que tal principio ha sido tenido en cuenta para decidir en favor de una u otra solución normativa, pues aquí sólo existen dos soluciones: aquella que se debería adoptar de observarse las reglas, y aquella otra que impone los principios. En otras palabras (…) no es cierto que un principio haya orientado la aplicación de normas dudosas; sencillamente, ha excluido la única solución razonable de acuerdo con la regla.51
Otra crítica de Prieto Sanchís consiste en afirmar que tampoco la idea de
mandato de optimización sirve para diferenciar los principios en sentido estricto de
las directrices, como mantienen Atienza y Ruiz Manero, pues los principios cuando
existe conflicto, también pueden ser optimizados.52 A estos efectos, pone como
ejemplo una hipotética cláusula testamentaria en virtud de la cual un padre impone
a su hijo como condición para acceder a los bienes (legítima y libre disposición)
que no contraiga matrimonio con una mujer de religión judía. Para resolver el
caso, Prieto Sanchís afirma que el juez debe tener en cuenta dos principios: el de
la igualdad, que prohíbe la discriminación religiosa y racial, y el de autonomía de la
voluntad, que protege las intenciones del testador. Sin embargo, señala que no
sería del todo extraño que el juez resolviera el caso renunciando sin más a la idea
de optimización, dando total preferencia al principio de igualdad o, aún peor, que
lo hiciera tomando en cuenta el de autonomía de la voluntad; pero, en su opinión,
tampoco sería sorprendente que algún juez intente ponderar ambos principios,
49 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, op. cit., p. 34. 50 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, op. cit., p. 73. 51 Prieto Sanchís, Luis, Sobre principios y normas, op. cit., pp. 34-35. 52 Ibídem, p. 48.
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diciendo que el testamento es nulo por lo que se refiere a la legítima, pero válido
en relación con los bienes de libre disposición.53
Así, y luego de reconocer que es cierto que el cumplimiento gradual de
algunos estándares y el juicio de optimización son ideas presentes en el
razonamiento jurídico pero que de esto no se infiere decir que los principios
ordenan siempre al intérprete que se realice algo en la mayor medida posible,54 el
profesor español escribe:
Como ha declarado el Tribunal Constitucional, <<la Constitución es un marco de coincidencias suficientemente amplio como para que dentro de él quepan opciones políticas de muy diferente signo>>, y, sin duda, los programas de esas opciones pueden presentar ideas distintas sobre el grado de realización de los principios o directrices constitucionales. Por ello, desde la perspectiva del juez, más que de un juicio de optimización habría que hablar de un juicio de razonabilidad, que, aceptando la idea de cumplimiento gradual, indique por debajo de qué nivel de cumplimiento o satisfacción una determinada norma o política se hace intolerable. En otras palabras, <<el interpréte constitucional ha de asumir que se halla en presencia de un sujeto ‘libre’, el legislador, y, por tanto, que su tarea ha de ser más bien delimitar el camino dentro de la cual la ‘interpretación política’ resulta admisible o no arbitraria.55
1. La respuesta de Atienza y Ruiz Manero
En principio, Atienza y Ruiz Manero afirman estar de acuerdo con lo afirmado
en los ejemplos que pone Prieto Sanchís. Sin embargo, argumentan que lo que
muestran tales ejemplos, es que una vez que se ha determinado la prevalencia de
un determinado principio en un caso, el principio en cuestión exige un
cumplimiento pleno, lo que implica, en los ejemplos mencionados, la anulación de
la ley inconstitucional y el rechazo de la pretensión del nieto de entrar en posesión
de la herencia de su abuelo.56
53 Ibídem, pp. 48-49. 54 Ibídem, p. 49. 55 Ibídem, pp. 49-50. 56 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 38.
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Respecto a la idea de que los principios, cuando existe conflicto, también
pueden ser optimizados, Atienza y Ruiz Manero le critican a Prieto Sanchís el
asumir una versión debilitada de la idea del mandato de optimización sostenida
por Alexy.57
Además, consideran que lo que falla en todas estas consideraciones respecto
a la forma en que funciona la jurisdicción constitucional es que, en su opinión,
Prieto Sanchís entiende de manera incorrecta el papel de los principios en el
razonamiento de los órganos jurisdiccionales. Al respecto, escriben:
El error consiste en presentar como características peculiares de la justicia constitucional lo que son rasgos propios de cualquier ejercicio de función jurisdiccional en la que lo enjuiciado sean actos que constituyan un ejercicio de poderes normativos en los que el titular del poder goza de un margen de discrecionalidad.58
Para completar esta parte de su réplica, Atienza y Ruiz Manero acuden a otro
texto en donde, en su opinión, se encuentra más desarrollada la idea que le
objetan a Prieto Sanchís. Veámosla:
(...) la diferencia entre la interpretación legal y la constitucional no reside sólo en las peculiaridades del objeto, sino también en la función que generalmente se atribuye a los órganos encargados de realizarla. En este aspecto, una de las características del juez ordinario es lo que pudiera llamarse <<unidad de solución justa>>, esto, es, la exigencia institucional de que, en presencia de un caso concreto, sólo cabe una interpretación correcta, mientras que, en cambio, la misión de la justicia constitucional no es tanto la de precisar la <<mejor>> o la <<única>> respuesta posible, sino más bien la de indicar qué interpretaciones resultan intolerables (...). Esta distinta función (...) contribuye también a entender de modo diferente la responsabilidad de la decisión. Así, y aunque se trate sin duda de una ficción, el juez ordinario puede <<endosar>> el sentido del fallo al propio legislador (...). En cambio, el intérprete constitucional no busca en realidad una solución al caso, sino la delimitación de un campo de licitud dentro del cual otros operadores jurídicos adoptarán la solución con arreglo a criterios políticos (legislador) o jurídicos (juez); por eso, su modo de argumentar no puede ajustarse a los cánones de la subsunción, sino a los de razonabilidad, que implican necesariamente un juicio valorativo y prudencial del que
57 Idem. 58 Ibídem, p. 40.
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sólo puede ser responsable el propio intérprete. Dicho de otro modo, el tipo de razonamiento de un juez ordinario supone concebir la decisión <<como si>> derivase del legislador, mientras que el modelo de razonamiento del juez constitucional, al tener que definir el ámbito más o menos extenso de licitud, reclama del intérprete la asunción de una mayor responsabilidad en la decisión.59
En su réplica a esas críticas Atienza y Ruiz Manero afirman estar de acuerdo
en que la justicia constitucional no tiene como misión precisar cuál es, desde la
perspectiva constitucional, la mejor ley posible, pero subrayan que, entonces,
tampoco es misión de un juez de lo contencioso precisar cuál es el mejor
reglamento desde la perspectiva de la ley que ese reglamento desarrolla, ni
tampoco es misión de un juez de lo civil precisar cuál es el mejor contrato o el
mejor testamento posible desde la perspectiva del Código civil.60
Además, consideran que ni a partir de la Constitución es posible derivar la
mejor legislación o la única legislación admisible en una determinada materia, ni a
partir del Código civil es posible derivar el mejor contrato o testamento o el único
admisible. Así, sostienen que lo que hacen la Constitución y el Código civil es
conferir, respectivamente, el poder normativo público de legislar y los poderes
normativos privados de celebrar contratos u otorgar testamentos, imponiendo a la
vez determinadas restricciones al ejercicio de esos poderes normativos. En
consecuencia, lo que hace el Tribunal Constitucional cuando enjuicia la
constitucionalidad de una ley, o un juez de lo civil cuando enjuicia la validez de un
contrato o de un testamento, es enjuiciar si los titulares de los poderes normativos
correspondientes han usado éstos de forma que viole las referidas referencias o
no. Por lo que dado el caso de que el legislador haya usado su poder normativo
público violando las restricciones impuestas por la Constitución, el Tribunal
Constitucional debe declarar la inconstitucionalidad de la ley en todo lo que
abarque dicha violación.61
59 Prieto Sanchís, Luis, “Notas sobre la interpretación constitucional”, Madrid, Revista del Centro de Estudios Constitucionales, núm. 9, 1991, pp. 176-177. 60 Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del derecho, op. cit., p. 40. 61 Idem.
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Asimismo, afirman que si el testador ha usado su poder normativo privado
violando las restricciones impuestas por el Código civil, el juez debe declarar la
invalidez del testamento en todo lo que abarque dicha violación. Pero si uno y otro
han ejercido sus respectivos poderes normativos de forma que no viole las
referidas restricciones, el Tribunal Constitucional y el juez de lo civil han de
declarar la constitucionalidad de la ley y la validez del testamento, por
extravagantes que puedan parecerles las disposiciones de una u otro. Por lo tanto,
–dicen nuestros autores– el Tribunal Constitucional como el juez de lo civil han de
fundamentar su resolución del mismo modo: mostrando que la ley o el testamento
han violado o no las restricciones impuestas por la Constitución o por el Código
civil. En suma, consideran que la vinculación del Tribunal a la Constitución y la del
juez ordinario a la ley no presentan ninguna diferencia relevante. Tanto uno como
otro pueden enfrentarse a un caso en el que hayan de tener en cuenta tanto reglas
como principios, como muestra el propio ejemplo de Prieto Sanchís respecto al
testamento sujeto a la condición de no contraer matrimonio con mujer judía.62
Ahora bien, como ya lo vimos,63 en este ejemplo Prieto Sanchís propone tres
posibles soluciones:
1) Considerar nulo todo el testamento, dando total preferencia al principio de
igualdad; 2) considerar válido todo el testamento, lo que significaría dar total
preferencia al principio de autonomía de la voluntad; 3) considerar nulo el
testamento por lo que se refiere a la legítima y válido por lo que hace a los bienes
de libre disposición, con lo cual el juez debe ponderar ambos principios.
Por su parte, Atienza y Ruiz Manero consideran que esta reconstrucción es
equivocada. En su opinión, el problema se puede plantear de la manera siguiente:
a) La concurrencia entre el principio de autonomía de la voluntad y el principio
de igualdad se produce únicamente en relación con los bienes de libre disposición.
b) En relación con la legítima, el asunto se encuentra cubierto por la regla de
que los descendientes sólo pueden ser privados de tales bienes por causas
tasadas, entre las que no se encuentra el estar casado con una persona de
62 Ibídem, pp. 40-41. 63 Véase supra, p. 18.
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religión judía. Esta regla puede interpretarse como expresión de la prevalencia,
establecida por el legislador en relación con una parte del caudal hereditario, del
principio de protección de los intereses de los descendientes sobre el principio de
respeto a la autonomía de la voluntad del testador. Por lo tanto, a menos que se
argumente que la jerarquización entre principios expresada en la regla sobre la
legítima choca, en el caso en cuestión, con algún otro principio, el caso es, por lo
que se refiere a la legítima, fácil, al no resultar controvertible la aplicación de una
regla cuyas condiciones genéricas de aplicación cubren por completo las
particularidades concretas del caso.
c) En cambio, es distinto por lo que se refiere a los bienes de libre disposición.
A diferencia de lo que ocurre con la legítima, aquí no se dispone de una regla que
establezca la prevalencia entre el principio de la autonomía de la voluntad y algún
otro principio eventualmente concurrente (en el caso en cuestión, el principio de
igualdad). De ahí que el juez debe ponderar ambos principios, esto es, construir
una regla que establezca dicha prevalencia. Por ello, aquí caben dos y sólo dos
posibilidades: 1) En la que prevalece el principio de autonomía de la voluntad y por
lo tanto las cláusulas testamentarias correspondientes son válidas; y 2) Otra en la
que prevalece el principio de igualdad y dichas cláusulas son nulas. Dicho en otras
palabras, una vez establecida la prevalencia de uno u otro principio, este demanda
un cumplimiento pleno: la declaración de validez o de nulidad de las cláusulas
testamentarias correspondientes.64
VI. A modo de conclusiones
Atienza y Ruiz Manero se proponen construir una teoría del Derecho sustentada
metodológicamente en las aportaciones de la filosofía analítica y en una
concepción racional y objetivista de la ética, así como en una filosofía que haya
saldado sus cuentas con el marxismo.
64 Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, Las piezas del derecho, op. cit., pp. 41-42.
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Esa teoría comprendería además de una teoría de los enunciados jurídicos: a)
una teoría de los actos jurídicos; b) una teoría de la relación jurídica; y c) una
teoría del ordenamiento y de los procedimientos jurídicos.
Ahora bien, queremos hacer mención brevemente que uno de los aspectos
más interesantes, pero no por ello libre de objeciones, que habría que destacar
está relacionado precisamente con el sustento metodológico y filosófico que los
autores españoles proponen para su teoría del Derecho, pues como sabemos
tanto la filosofía analítica como el marxismo son dos de las tradiciones filosóficas
más emblemáticas pero tradicionalmente muy distantes.
Asimismo, apuntamos que los profesores de la Universidad de Alicante
proponen una teoría de los enunciados jurídicos (como un paso previo a la
construcción de una teoría del Derecho), que parte precisamente de la distinción
entre las reglas y los principios en sentido estricto.
De igual forma apuntamos que en su propuesta establecen dos criterios para
distinguir las reglas de los principios. El primero, se basa en la configuración
abierta del caso de los principios así como en la configuración cerrada del caso de
las reglas. El segundo en la concepción de las reglas como razones perentorias y
de los principios como razones no perentorias.
En cuanto al primer criterio, sostienen que tanto los principios como las reglas,
pueden formularse siempre recurriendo a un esquema condicional, esto es, si
correlacionan un caso con una solución normativa, sin embargo, encuentran que
la diferencia está en que los principios configuran el caso de forma abierta,
mientras que las reglas lo hacen de forma cerrada.
Proponen que el problema de la distinción entre reglas y principios, puede ser
abordado esencialmente desde dos enfoques diferentes: el estructural y el
funcional.
Desde la perspectiva estructural la diferencia está en que mientras en las
reglas sus condiciones de aplicación aparecen formuladas de forma cerrada, en
los principios aparecen de forma abierta.
Desde el enfoque funcional las reglas se diferencian de los principios, en que
éstas serían razones perentorias y suficientes para realizar la acción exigida. En
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cambio, los principios serían razones no perentorias y no concluyentes para la
toma de decisiones. El principio, a diferencia de la regla, abre el paso a la
deliberación sobre otras razones de primer orden relevantes para el caso.
Por nuestra parte, consideramos que la tesis de Atienza y Ruiz Manero tiene
el mérito de contener sugerencias importantes para intentar determinar la
estructura de los enunciados jurídicos, sin embargo, no sólo se limita a un análisis
estructural, sino que además, procura dar cuenta de los mismos, desde una
perspectiva de las razones para la acción y de su vinculación con los intereses y
relaciones de poder generados entre los individuos y entre los grupos sociales.
Finalmente, no queremos pasar por alto que, en nuestra opinión, el abordaje
del tema de esta investigación ha queda plenamente justificado, si aceptamos que
la distinción entre reglas y principios, es uno de los pilares centrales del edificio de
la teoría de los derechos fundamentales.65
BIBLIOGRAFÍA
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Valdés), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997.
Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Marxismo y filosofía del derecho,
México, Fontamara,1993.
Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, Las piezas del Derecho. Teoría de los
enunciados jurídicos, Barcelona, Ariel,1996.
Dworkin, Ronald, Los derechos en serio (trad. de Marta Guastavino),
Barcelona, Ariel, 1984.
García Figueroa, Alfonso, Principios y positivismo jurídico, primera edición,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,1998.
Prieto Sanchís, Luis, “Notas sobre la interpretación constitucional”, Madrid,
Revista del Centro de Estudios Constitucionales, no. 9, 1991, pp. 175-
198.
65 Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentales , op. cit. p. 82.
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Prieto Sanchis, Luis, Sobre principios y normas, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales,1992.
Prieto Sanchís, Luis, “Dúplica a los profesores Manuel Atienza y Juan Ruiz
Manero”, Alicante, Doxa, no. 13, 1993, pp. 315-325.
Prieto Sanchís, Luis, La doctrina de los principios generales del derecho y la
distinción entre principios y reglas, Betegón Jerónimo y otros, Lecciones
de teoría del derecho, Madrid, McGraw Hill, 1997, pp. 335-360.
Prieto Sanchís Luis, Constitucionalismo y positivismo, México, Fontamara,
1997.
Prieto Sanchís, Luis, Ley, principios, derechos, Madrid, Cuadernos Bartolomé
de las Casas, no. 7, Dykinson, 1998.
Ruiz Manero, Juan, Jurisdicción y normas, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1990.