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renegada El Big Muerto se encuentra con El Periodista Cultural y, al Autor ¡agua se le hace el culo! Pobreza de los géneros (Quilombo y Bulla) MILITA MOLINA

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El Big Muerto se encuentra con

El Periodista Cultural y, al Autor

¡agua se le hace el culo!

Pobreza de los géneros

(Quilombo y Bulla)

MILITA MOLINA

publicación editada por:

renegada ediciones

Editores: Néstor Colón / Laura R. Martínez

Diseño interior y tapa: renegada

contacto: [email protected]

http://www.revistarenegada.com/

Buenos Aires, enero de 2015

© Milita MolinaObra registrada bajo licencia

creativecommons.org

El Big Muerto se encuentra con

El Periodista Cultural y, al Autor

¡agua se le hace el culo!

Pobreza de los géneros

(Quilombo y bulla)

MILITA MOLINA

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El Big Muerto se encuentra con

El Periodista Cultural y, al Autor

¡agua se le hace el culo!

Pobreza de los géneros (Quilombo y bulla)

“Las distancias no hicieron nada: todo está aquí.” (Porchia)

Y yo que me quería ir, de Melodías -creía-, silban-do bajito: la luz del velador de mi padre tibia como el color de la celeste laguna, un conito de luz que ilumina un humilde pesebre (siempre deberían ser humildes los pesebres… pero…). Porque no me daba el alma creía para ¡tantos portazos!: creía. Y al final fue: portazo va portazo viene nomás: ¡y cla-ro que lo sabíamos de entrada!, pero cada tanto, (cada vez más tanto que cada, o al revés también: ésa es la idea), por aquello del hombre se alegra en el hombre ¿será?, nos da por la ilusión (lo ro-mancesco, ¡existe!: la novela) y no somos firmes en

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nuestro consabido “puerta, puerta” tan castizo y elocuente como let me alone ¡y tantos!!!! , sino que (velos de la ilusión: primera capa) queremos vo-lar con la banda de pájaros iguales, sólo por saber qué es eso de volar todos juntos, ¿será?; lo de ir así amuchados queremos, ir en línea a hacer cabriolas respetando la formación. Estábamos dispuestos: se los firmo.

“¡A disfrutar se ha dicho!”, nos dijimos (pero no creemos de entrada en el se ha dicho y no sé para qué nos metemos. Y respecto del “que disfrutes”, a mi amigo Arévalo le parecía casi un error del enten-dimiento, una equivocación y le gustaba subrayar-lo: lo irritaba). Pero… ¡A disfrutar se ha dicho!, me metí, la sigo: entré por el aro del disfrutar relamido: puta gente. Como sea, -demen un changüí, que yo no puedo-: pavear de contentos, gansos de la feli-cidad volando ala con ala con ala, rozando el cie-lo bajar felices todos juntos al mar, mostrando que hasta para la rapiña volamos como pájaros iguales y nos repartimos lo que hay: la carroña. (Capullo completo de la ilusión). ¡Pero nones!: No tenemos espíritu -de- cuerpo (la expresión ya nomás nos desconcierta por el poco uso que hacemos) y, flojos de espíritu – (de cuerpo), y flojos encima -aunque sea lógico- en el uso mismo de la expresión (íbamos de espíritu a cuerpo como abombados), todo salió

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mal de entrada y -pasa mucho- nos metimos en el baile con la cabeza hecha un bombo y fueron me-morables nuestros patéticos esfuerzos para no ca-garles la coreografía: ala que va, ala que viene y entre batir de alas y batir de alas hay un guión que separa, un guión azul: de Cielo. “¡Ahí va la banda de pájaros iguales!”, dice Dios mirando su performance de arte abstracto (le gustan esas rayitas negras que dibujan los pájaros iguales en el cielo, sí: parecen letras sepa-radas por el guión-cielo, ¡se admira Dios con las vo-lutas de su arte!). Pero el Sabio no ríe sino con temor y a Dios lo acomete una sensación tan indebida, tan impropia como el hecho mismo de tener una sensa-ción: “¿Soy el Autor?”, se pregunta el Impasible que no se pregunta nada. (Perdón mi Dios por el desca-ro, pero era un atardecer en la playa y te pregunta-bas eso sonriendo como un niño que total nos dio a nosotros la risa para morder). Es un tembladeral el tema y por ahora lo dejamos acá. Pero temblando de verdad lo dejamos y retenemos: ¿Soy el Autor? Y ponemos entre paréntesis: (rever: “Dios no puede hacerse preguntas”) ¡Ya empezamos!: y esta vuelta sí que debe ser el Final, porque es con Dios la cosa y con: ¿Soy el Autor?

Porque no siempre hay tiempo para sentarse a tan-tear bajo el parral: ¿culón?, ¿nalgudo? Y es el taco aguja de la madre el que al agujerear el orto del

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nalgudo y atravesarlo hasta su almita de culo de leche, le revela la pertinencia de las palabras y, en medio de un mar de lágrimas, escucho (son po-cos los días que dejo de escucharlo) el gimotear del Gordo Culo Pinchado, ahora Artista Maldito: ¡he-cho al dolor definitivo!

-“¡Eso era ser culón madre querida! Y que no valga olla popular, ni nalgudo, ni nada de lo que me dicen los muchachos cuando me ven las nalgas y me per-siguen los muy chanchos putos para que use bom-bacha. Para “degradarme y desagradarme”, Madre.”

(El Culón no tenía una idea cabal de que es áspera la rima, pero se hacía el bocho, porque (este porque -encima: por ejemplo- ya le molestaba, lo irritaba, lo sobresaltaba (era puto re puto remilgado con el vocabulario) y tenía la idea de que ese porque estaba de más, porque un porque podía ser una aspereza apenas pero capaz de raspar el universo (escuchaba el raspar porque: ¡Es áspera la rima!) y ese crack allá lejos le roía el alma: tenía oreja el desgraciado: ¡para colmo! O tal vez por eso, por-que le gustaba la poesía, siguió adelante encandi-lado: “Y todo porque Dios me dio estas nalgas de manteca nacarada: la perfección de una perla”. Pero toda esta retórica se le fue a la mierda con el taco de la madre en el orto (como el íntimo cuchillo en

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la garganta) y la cosa quedó así y las demás son versiones de letrados o fantasiosos.

“Que culón se entienda definitivamente (claro y dis-tinto) gracias a los santos oficios de una madre que sabe poner el taco en la línea correcta del dicciona-rio, allí donde los que entienden explican con preci-sión (propia de los diccionarios) la tan vapuleada voz: Culo”.

Diccionario de voces había escuchado Culo Pin-chado, y por mucho tiempo creyó que se trataba de una caja de música que escondía la melodía de la Voz más recóndita: Culo.

Las mayúsculas ordenan y hacen “régimen”. Los así llamados regímenes autoritarios, empiezan por ahí.

Y una vez más, nosotros, a empezar el final y: ¡Ziz-Zaz …Amor!, ahí me mando hasta que me baraje la suerte, o saco mi automática ensoñado, escu-chando a Jack que me dice que la vida es un sueño y, repentino, mato un buitre: mientras. La vida es un sueño me dijo. No: “la vida es sueño”, que es otra cosa. Repentino mato un buitre. (Esto de la playa, los buitres revoloteándonos y el gesto súbi-to de sacar la automática y dispararle a un buitre, es -de entrada- nostalgia de la literatura. Es decir:

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lo que apenas ocurre, la obra maestra del recuerdo, lo mejor que le puede pasar a un escritor: sembrar la duda (de una nostalgia). Hubiera debido poner shoot en vez del matar o disparar que son palabras menos aptas y poco en dirección infalible al blanco, ¿no? O yutar también, podría ser, si fuera posible desconectar la palabra, darle muerte total: retirar el cable que la mantiene atada a la vida anterior de la palabra: a la droga que va directo por las venas y el famoso “Tomá matate” que ése sí que es otro tema. Vamos durando de nostalgia en nostalgia hasta el día en que podamos sonreír, que morirse no es para tanto, es como sonreír, pero “¿Quién puede sonreír?” (Osvaldo Lamborghini). Ninguna de estas variacio-nes le suman ni le quitan nostalgia a la literatura: son la literatura. Por eso ocurre que: “El problema son las tardes enteras” Vamos durando.

Estaba en ésas cuando me topé con el Periodista Cultural que, desde Melodías para acá -y no es ninguna alegría decirlo- ha empeorado: cosas del “histérico sin tragedia” como le dijo El Big Muerto al escritor-periodista que se vino periodista. Histé-rico sin tragedia le susurró: mientras lo acariciaba con la mirada. (Esto no lo anoté en Melodías). “No escribo para ti”, le dijo encima, y ahí nomás le su-plicó (¡era una orden!) que no lo leyera, que un tipo como él no podía leerlo. Y como era un far-