Cuadernos de Filosofía Política I: El objeto de la Política

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CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA I EL OBJETO DE LA POLÍTICA Fco. Javier Benítez Rubio

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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

POLÍTICA

I

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

Fco. Javier Benítez Rubio

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Utopía

Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros. Groucho Marx

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ÍNDICE GENERAL

Índice General. 3

BUSCANDO UN PUNTO DE PARTIDA. 4

LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA POLÍTICA. 9

EL PAPEL DE LA CIUDADANÍA EN LA POLÍTICA. 17

HECHOS Y VALORES. 24

HISTORIA. 34

CIENCIA. 41

POLÍTICA. 46

CIENCIA POLÍTICA. 1. LAS CORRIENTES. 52

CIENCIA POLÍTICA. 2. BEHAVIORISMO. 66

CIENCIA POLÍTICA. 3. ANÁLISIS ELECTORAL: VOTO

E INFORMACIÓN . 78

TEORÍA. 92

TEORÍA POLÍTICA. 1. LAS CORRIENTES. 97

TEORÍA POLÍTICA. 2. LOS DEBATES. 103

Bibliografía. 115

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BUSCANDO UN PUNTO DE PARTIDA

La Política trata de ‘lo político’. Comenzar así, de esta forma tan grosera,

un manual que pretende ser instructivo y clarificador, es cuando menos,

desalentador. Pero esta perogrullada, entiendo, puede ser una manera sencilla

de comenzar a hilvanar algo que nos parece, y que más tarde se irá

comprobando, de gran complejidad. La búsqueda de un punto de partida de este

asunto es tan complicado como el propio asunto. Hay pocas cosas fáciles y

sencillas en ‘lo político’.

Ese ‘lo político’ al que se viene haciendo referencia es un cajón desastre

que tiene ya tal complejidad que para algunos expertos no dice nada, no tiene ni

valor ni significado; pero para otros encierra toneladas de sentido. Para algunos

esa etiqueta es una vanalidad, para otros es una forma rápida y sucinta de

caracterizar algo, que de otro modo necesitaría grandes cantidades de tiempo y

espacio. De tal modo que con esa pequeña anotación se concentra y reconcentra

mucho significado.

Todo, o casi, está fiscalizado por los muchos agentes, analistas, expertos, y

demás personal que toman la política como su ámbito de reflexión. Por tanto, me

parece oportuno comenzar por esta necedad. Entre otras cosas porque cuando

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un individuo trata de entrar en el estudio, análisis y comprensión de cualquier

rama del conocimiento humano, en este caso la política, generalmente, lo hace

con las alforjas casi vacías respecto a este campo, un puñado de ideas

preconcebidas, a lo sumo captadas de aquí y allá, recuerdos de su época

educativa o adquiridas a través de los medios de comunicación; y no necesita

comenzar su peripecia abrumado con gruesas disquisiciones conceptuales. Y la

política, bien sea entendida como ciencia, o como teoría, los tiene en abundancia.

Lo que pretendo sea un trabajo de investigación ha de partir de lo más aparente,

de lo más burdo, incluso, de lo que se maneja con soltura de forma acrítica y

espontánea en la cotidianidad. Asumo semejante punto de partida, al que poco a

poco se le irán incorporando elementos de mayor calado.

Efectivamente, la mayoría de los que entran en reflexiones sobre el ámbito

de lo político, lo hacen con una serie de prejuicios sobre el mismo. Y aquí por

prejuicios se entiende, para empezar, la acepción más conocida y genérica, la

que aparece en todos los Diccionarios de la Lengua, aquella opinión previa y

desfavorable, sin fundamento, que generalmente implica desconocimiento. Pero

en este punto me parece interesante aportar también la noción de prejuicio que

Gadamer desarrrolla en ‘Verdad y Método’. Esta interpretación logra darle la

vuelta a la concepción vulgar, añadiendo de paso un valor productivo a algo que,

al principio, era o superfluo o negativo.

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Los prejuicios son fundamentales para la comprensión en la hermenéutica,

a la sazón, el proyecto filosófico que defiende Gadamer. Nadie se enfrenta a nada

con la mente en blanco, ni a un texto, ni a una idea, ni a un programa o proyecto

político. Todos y cada uno de nosotros llevamos un bagaje vital, sociocultural,

etcétera, del cual no podemos desprendernos a antojo como si de cambiar de

ropa de tratase. No somos tabulas rasas andantes, tenemos los conocimientos

adquiridos a lo largo de nuestra formación, tenemos nuestras vivencias,

nuestras esperanzas, vivimos en una sociedad-cultura determinada, nos

encasillamos voluntariamente en determinadas ideologías, escuelas de

pensamiento, paradigmas científicos, etc. Tenemos un punto de partida

determinado y determinante. Es cierto, incluso, que no podemos dejar de tener

determinadas expectativas respecto a lo que hacemos o nos dejamos hacer en

nuestra vida, incluido el ámbito de lo político. Tampoco hay que entender eso

como algo malo o negativo, ya que esas expectativas son achacables a todos los

individuos. Los mismos científicos por ejemplo, con sus pretensiones de

objetividad y racionalidad plena, cuando comienzan a investigar - por poner un

caso fácil de entender- sobre una cura contra graves enfermedades como puede

ser el cancer, tienen la expectativa de que su investigación sea positiva y de los

frutos esperados y deseados para que el mayor númeo posible de personas

pueda ser sanada; no comienzan a investigar a ver qué sale de sus laboratorios, y

si algo de eso puede servir como cura. El ser humano siempre espera algo,

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siempre está a la expectativa de algo, y los filósofos, los científicos, los

politólogos no van a ser menos humanos que todos los demás.

Los prejuicios, para Gadamer, no son juicios falsos ni equivocados,

tampoco están faltos de fundamentación sino que es “un juicio que se forma antes

de la convalidación definitiva de todos los momentos que son objetivamente

determinantes”1. Los prejuicios verdaderos son, por tanto, todo un bagaje previo

que llevamos en nuestro pensamiento, y los prejuicios falsos son los que

producen malosentendidos2. Los primeros son los guías que nos ayudan a

comprender las cosas, los segundos son improductivos. Y esto es así, porque los

prejuicios verdaderos están inconclusos, abiertos siempre a ser reelaborados

con aportaciones significativas. En cierto sentido son orientaciones que dirigen

nuestra mirada reflexiva hacia algo que no sabemos, o que conocemos en parte.

Con lo que una cuestión importante, para empezar, sería la reflexión por

nuestros propios prejuicios. El punto de partida es un preguntarse, por lo que

sabes, por lo que entiendes, por tu propio bagaje de lo que te han inculcado o has

escuchado, de lo que te han explicado o has leído de otros.

1 Gadamer, Hans-Georg, Verdad y Método, Ediciones Sígueme Salamanca 2005 Decimoprimera Edición [Tradujeron Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito del original alemán Warheit und Methode] p. 337

2 Gadamer, 2005. Op. Cit. p. 369. Los calificativos de verdadero y falso son plenamente gadamerianos. Junto a los prejuicios como

forma de precomprensión hay otros elementos nucleares en la hermenéutica defendida por Gadamer, como son la tradición y el diálogo constante entre el intérprete y la comunidad de pertenencia. Entiendo que entrar en estas puntualizaciones rebasa el ámbito de lo que aquí se trata. Por el ánimo pedagógico de esta obra, sólo he traído a colación los elementos que se ajustan a la imagen del individuo que se plantea, por primera vez, una reflexión en profundidad del objeto de la política.

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Además de esta línea de argumentación que tiene que ver con los que

reciben el conocimiento, hay otra que tiene que ver con los que lo entregan. Y

entre los mismos expertos en política, los politólogos, tampoco existe una

uniformidad de criterio, ni un acuerdo de máximos sobre la Política y ‘lo

político’, como iremos viendo más adelante. La historia de la reflexión académica

sobre la política y ‘lo político’ está jalonada de desencuentros, reajustes,

correciones, modificaciones y cambios de rumbo. En todo caso, y a lo sumo,

podemos darnos por satisfechos si encontramos consenso en un puñado de

mínimos.

De modo muy general, podemos afirmar que ‘lo político’ trata de los

asuntos colectivos que nos reunen a todos. Así lo afirman tanto Molina (2009:95):

la política es una actividad desarrollada por el hombre con el fin de conseguir

unos determinados objetivos globalmente válidos para toda la colectividad; como

del Aguila (2009:21): la política es la actividad a través de la cual los grupos

humanos toman decisiones colectivas3. Esta colectividad a la que nos referimos,

este grupo humano, es poseedor de un conjunto de ideas e imágenes sobre la

política. El punto de partido del presenta trabajo, será, entonces, el imaginario

político que tiene la ciudadanía actual, las opiniones que la gente normal y

corriente tiene sobre ‘lo político’, lo que piensa la opinión pública de la Política.

3 Definición tomada de Hague et al. En ‘Comparative Goverment and Politics: an Introduction’ Mc Millan London 1993.

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LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA POLÍTICA

Esta percepción, básicamente, ronda alrededor de dos raíces: la extañeza y

el desconocimiento, por un lado, y el desencanto y la desafección por el otro. En

cuanto a lo primero, la política no deja de tener muchos elementos ‘técnicos’ que

la gente o bien desconoce, o bien si los conocen no entienden su funcionamiento

o su alcance. No se sabe con exactitud en qué consiste la política. A lo sumo, se

manejan aproximaciones más o menos amplias. Se dan muchas cosas por hecho,

presumimos que trata de cosas importantes que afectan a la generalidad de la

comunidad, pero nadie ha sido capaz a día de hoy hacer, con mayor menor

exactitud, o al menos aproximarse, una especie de listado con qué son esas

‘cosas’. Para unos, casi todo es político y para otros, sólo un reducido número de

‘cosas’ son verdaderamente políticas; la lista se expande y se reduce. Por eso, la

ciudadanía no sabe a qué atenerse respecto a lo político. Es cierto, que los

factores que se dan cita son incontables y múliples las reglas que lo regulan. Y la

cuestión no adquiere visos de mejorar cuando todos sabemos que el resultado

final en la política importa, y mucho: decisiones políticas buenas o malas

dependen de si el resultado es beneficioso o desastroso.

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Que el término ‘política’ no es sencillo de analizar no hay más que verlo en

la cantidad de significaciones que los expertos dicen de la misma, que es un

hecho, una ciencia, una norma, un método, una conducta, una filosofía, una

teoría, un arte, una forma de vida, etc. Tampoco encontramos sencillez alguna en

la delimitación de su acción, porque es difícil deslindar primero quién la ejerce y

quién la padece, y en qué grado; y segundo, por la determinación de si es una

cosa de todos, o sólo de los políticos profesionales y del amplio ramo de los

expertos en politología.

La cuestión de lo político, al ser un tema tan amplio, tan lleno de matices,

partes, subsistemas, etcétera, hace que sean muchos los que se acerquen a su

análisis. Y no sólo por parte de las distintas partes de la ciencia o el

conocimiento; el mismo ciudadano de a pié, a quien la política compele

directamente en su quehacer diario, entiende que como forma parte de la

misma, al participar de un modo u otro (bien por el derecho al voto, o por el

pago de tasas e impuestos, etc.) puede y debe opinar acerca de ella. Y es cierto,

que el ciudadano ha de responsabilizarse de su papel en la sociedad y en el

gobierno de ésta. Este asunto, el de las opiniones del ciudadano corriente sobre

las complejidades de la política, viene de muy antiguo; y seguramente el primero

que se hace eco del mismo es Platón en su diálogo ‘La República’. Este es un

tema de prolija exposición por los muchos flecos que aparecen. Pero ahora, en la

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cuestión por la que vamos lo que interesa es atender a la pretensión que todo

ciudadano corriente tiene respecto a la política.

A partir de la obra platónica se puede hacer una analogía matizada con la

actualidad del asunto. En la Atenas de aquellos tiempos, el sentido de la técnica

estaba muy pronunciado y se apreciaba mucho que cada profesional fuera hábil

y tuviera éxito en el oficio manual o especializado que desempeñaba. Sin

embargo junto a esta pretensión, era vox populi otra que consistía en pensar que

cualquiera de ellos estaba capacitado para desempeñar sin preparación alguna

las funciones de la res pública4. Platón, a través de Sócrates, argumentará que

para el desempeño de las funciones públicas y políticas, como para el ejercicio

militar, o cualquier otro oficio, es necesario un especial conocimiento del mismo.

¿Quién querría un carpintero que no sabe cómo tratar la madera, o un piloto que

supiera cómo manejarse entre fuertes vientos, un agricultor que no

comprendiera las estaciones o un curtidor que no supiera tratar las pieles?

Me parece importante traer directamente las palabras de Platón (Diálogo II,

374 b y sigs.):

“– Pues bien, recuerda que no dejábamos al zapatero que intentara ser al mismo tiempo

labrador, tejedor o albañil; tenía que ser únicamente zapatero para que nos realizara bien las

labores propias de su oficio; y cada uno de los demás artesanos les asignábamos del mismo modo

4 Manuel Fernández-Galiano en la Introducción de La República de Platón, Alianza Editorial 1ª Edición 5ª Reimpresión, 1994

Madrid, pp.14-17. [Traductor: José M. Pabón y Manuel Fernández-Galiano]

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una sola tarea, la que les dictasen sus aptitudes naturales y que aquella en que fuesen a trabajar

bien durante toda su vida, absteniéndose de toda otra ocupación y no dejando pasar la ocasión

oportuna para ejecutar cada obra ¿Y acaso no resulta de la máxima importancia el que también

las cosas de la guerra se hagan como es debido? ¿O son tan fáciles que un labrador, un zapatero

u otro cualquier artesano puede ser soldado al mismo tiempo,…? […] ¿Y bastará con empuñar un

escudo o cualquier otro de las armas e instrumentos de guerra para estar en disposición de

pelear el mismo día en las filas de los hoplitas o de otra unidad militar,…? […]

XV. – Por consiguiente –seguí diciendo – cuanto más importante sea la misión de los

guardianes, tanto más preciso será que se desliguen absolutamente de toda otra ocupación y

realicen su trabajo con la máxima competencia y celo”.

Buscando, en la misma línea, una opinión más actual de este asunto, pero

igualmente válida y de prestigio, traigo a colación un pensamiento de Ferrater

Mora5:

“No todo el mundo es capaz de hablar con conocimiento de causa de cálculo tensorial,

mecánica cuántica o biología molecular – o de tantas otras cosas: leyes macroeconómicas o

escalas dodecafónicas–, pero prácticamente todo el mundo puede –y suele– hablar de política”.

Los derroteros que toma Platón en esta discusión, es de sobra conocida: el

arte de tratar y conducir seres humanos al bien es cosa de la filosofía. También

son de sobra conocidos los argumentos contra la democracia y la demagogia del

ateniense y su elitismo aristocrático en el gobierno de la polis. Y como ese

asunto ya entra en consideraciones de mayor calado, dejamos aquí la cuestión

5 Ferrater Mora, José Ventanas al Mundo Anthropos Ámbitos Literarios/Ensayo 14 1986 Barcelona p. 255.

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platónica, con la idea básica, reafirmada por Ferrater, de que el ciudadano

corriente entra en el mundo de lo político, o forma parte del mismo, sin valorar,

en muchas ocasiones, las complejidades del mismo, la existencia de

conocimientos muy especializados que o bien no conoce o bien se le escapa.

De aquí no se puede colegir que la política sea un asunto propio y

exclusivo de élites académicas preparadas y que el individuo corriente no puede

tener voz sobre los asuntos que le atañen directamente. No, sobre lo que quiero

llamar la tención es que el ciudadano haría bien en sopesar con justeza todo lo

derivado de la política y de aquellos que se han especializado en su estudio y

puesta en práctica. Y que todo conocimiento, saber, o formación, que pueda ir

adquiriendo de sus entresijos, complejidades y funcionamientos, es algo positivo

y rentable para que sus opiniones al respecto estén fundamentadas, y no sean el

fruto de la ocurrencia emocional del momento. Y a la otra parte, a aquellos que

toman la política como su profesión o como su campo de estudio, habría que

hacerles ver, incluso pedirles, una labor pedagógica. Sobre esta labor seguiremos

reflexionando más tarde.

En cuanto a lo segundo, las opiniones sobre la política, y especialmente

sobre los políticos no suelen ser muy positivas actualmente. Bealey (2003:327)

expone que la acepción popularmente aceptada de la política viene a ser que es

una actividad escandalosa alejada por completo de la ciudadanía, practicada por

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un grupo de personas que no merecen confianza ya que se dedican a manipular

la realidad de las cosas según sus oscuros intereses, aunque aparentemente lo

que hacen es discutir asuntos por y para la ciudadanía, aunque ésta no termina

de entenderlos del todo.

Hay datos que confirman este argumento, como no tardaremos en

mostrar. En gran parte por que los políticos externalizan una serie de

comportamientos corruptos que dejan mucho que desear para ser personas que

tienen a su cargo la dirección del Estado, el Gobierno o la res pública6. Y no solo

hay acusaciones de suciedad, también se pueden contar las muchas opiniones

negativas y peyorativas vertidas por la opinión pública, que la relacionan con la

utilidad, la mentira, la manipulación de las emociones, el que los políticos no

predican con el ejemplo, el que cambian de parecer según conveniencia, etc7.

Lo cierto es que la Política es actualmente uno de los motivos de

crispación social más importante. Vivimos en un tiempo en el que la ciudadanía

percibe a los políticos como parte del problema en vez de ser la solución de sus

problemas colectivos. Se aleja cada vez más del papel cohesionador de lo

colectivo que parecería tener observando la cuestión con el simple sentido

6 Informa elaborado por Gallup International para Transparency International sobre el aumento de la corrupción política mundial.

http://www.transparencia.org.es/BAROMETRO%20GLOBAL%202010/COMUNICADO%20DE%20PRENSA%20SOBRE%20EL%2

0BAROMETRO%202010.pdf

7 La cita con la que comienza el trabajo está extraída de la entrevista de Playboy que en 1974 la periodista Charlotte Chandler

realizó a Gorucho Marx; explicita sarcásticamente esto que se expone.

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común. Y no sólo la voz de la calle se expresa así; Murillo Ferrol8 afirma que la

política es un mal necesario. Ortega y Gasset dice de ella que es algo de lo que no

podemos prescindir pero con condiciones9:

“Mientras tomemos lo útil como útil, nada hay que objetar. Pero si esta preocupación por

lo útil llega a constituir el hábito central de nuestra personalidad, cuando se trate de buscar lo

verdadero tendremos a confundirlo con lo útil. Y esto, hacer de la utilidad la verdad, es la

definición de la mentira. El imperio de la política es, pues, el imperio de la mentira”.

Pero no solamente contamos con opiniones prestigiosas. Hay materiales

demoscópicos muy recientes que avalan las tesis de la mala fama de la política, y

los políticos muy especialmente. Propondré un pequeño número de ejemplos

extraidos de un trabajo estadístico del CIS10. Se trata del Estudio nº 2826 de

diciembre de 2009, llamado ‘Ética pública y Corrupción’11, realizado por encargo

de la Fundación e Instituto Universitario Ortega y Gasset. El estudio investiga la

percepción de la opinión pública sobre la política, centrándose en el interés que

ésta le despierta, el grado de confianza en los políticos, el nivel de satisfacción de

su labor y otros temas afines. También investiga la percepción de la opinión

pública sobre los comportamientos socialmente legítimos de la sociedad en

8 En el Prólogo al MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA. Rafael del Águila (Editor) Trotta Madrid 2009 6ª Edición p.17.

9 Ortega y Gasset, José ‘VERDAD Y PERSPECTIVA’ en EL ESPECTADOR. Biblioteca Básica SALVAT. Libro RTV 4. Madrid 1969 p. 18

[Escrito originalmente en 1919] 10 www.cis.es El Centro de Investigaciones Sociológicas es un Organismo autónomo de carácter administrativo, con personalidad jurídica y patrimonio propios, adscrito al Ministerio de la Presidencia, que tiene por finalidad el estudio científico de la sociedad española. El carácter de Organismo autónomo le fue conferido por la Ley 4/1990, de 29 de junio, y su organización y funcionamiento fueron regulados por el Real Decreto 1526/1990, de 8 de noviembre. 11 http://www.cis.es/cis/opencm/ES/1_encuestas/estudios/ver.jsp?estudio=10684

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general y de los políticos en particular. Por no alargar en demasía los

argumentos, y porque el estudio es de dominio público y cualquier persona

puede tener acceso al mismo y extraer sus propias conclusiones me limitaré a

ofrecer 4 de las 47 preguntas que más relación tiene con lo que trato de exponer

(Figura 1).

Figura 1.

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EL PAPEL DE LA CIUDADANÍA EN LA POLÍTICA.

Varias cuestiónes viene a encontrarse en ese asunto que comenzamos a

tratar: conocimientos, información, capacidad para comprender los fenómenos

políticos, interés, decisión, entre otros. Además, hay que tener en cuenta los

elementos irracionales, esos otros que tienen que ver con las ilusiones y

esperanzas, las pasiones, los prejuicios de la ciudadanía con respecto a dónde

llega la política y qué puede practicarse dentro de la misma. Tenemos aquí, por

tanto, un inmenso debate sobre si la gente y la opinión pública está o no

preparada para conocer y comprender los vericuetos y complejidades de las res

política: la educación que han recibido por parte de los sistemas educativos

públicos y estatales, el papel de la información que reciben, y manejan, de los

medios de comunicación. Y en vista de los datos demoscópicos anteriores

responder a ¿dónde está el origen de la apatía y la desconfianza?, pero sobre

todo, ¿cómo revertir ese proceso?.

En las democracias actuales, que descansa en el consentimiento de los

ciudadanos que son gobernados y no solo en el acto mecánico de depositar un

voto, cuando estos hacen dejación de su responsabilidad, o por desconocimiento

e ignorancia o por apatía y desidia, o por indignación, o por todas las cosas

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juntas, vuelve a surgir una pregunta que está planteda desde los albores de la

Humanidad: ¿hasta qué punto se está capacitado para el autogobierno si no se

pone empeño en tomar la mayoría de edad política?, ¿hasta dónde tienen,

entonces, unos ‘pocos’ que hacerse cargo del gobierno de los ‘muchos’?.

Tenemos dos elementos, el propio de la ciudadanía y su responsabilidad en el

autogobierno y el elemento propio de los encargados del gobierno, que han sido

elegidos por los anteriores. Mucha gente se aleja de lo político, aunque lo politico

nunca se aleja de la gente. No estaría de más revisar el representativismo

moderno, de elecciones cada cierto tiempo y cheque en blanco a los partidos

políticos para hacer y deshacer sin que la ciudadanía pueda, realmente, decidir

en las cuestiones que más le atañen. Todo es mejorable y la democracia es,

también, perfectible, con lo que puede y tiene que ser modificada para estar a la

altura de los tiempos. Pero mientras eso ocurre o no, seguimos teniendo el

problema de una ciudadanía que se aleja de su responsabilidad, ¿se puede

cambiar la apatía y la indiferencia con pedagogía, con la ilustración del público, y

también con el aumento de las condiciones socio-económico-educativas?

Ya hicimos mención al comienzo, las limitaciones cognitivas de los

individuos así como los aspectos irracionales y arracionales de la vida política y

las creencias de las masas no es un invento de los analistas políticos. Es una

realidad, las creencias de la gente, a la que cada vez más se le presta más

atención:

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“Lo que la gente cree verdadero e importante, lo que se cree bueno y valioso, no sólo guía

sino que limita sus acciones sociales. A su vez, estas creencias se configuran a partir de ciertas

enseñanzas y experiencias del pasado. La conformación de tales enseñanzas y experiencias

puede conformar las creencias y los valores de la gente y, por tanto, sus decisiones políticas. La

manipulación de tales limitaciones, como la manipulación de la gente que actúa bajo las mismas,

es una acto profundamente político que merece tanta atención analítica como cualquier otro”

(Goodin & Klingemann, 2001:44).

Los editores del ‘Nuevo Manual de Ciencia Política’ (2001) al exponer este

argumento, muestran una de las peores caras de la política. Haciendo mención a

la manipulación que la política puede, y de hecho hace, sobre la ciudadanía, a

través de las creencias y emociones, y no de los aspectos racionales, hace más

importante, si cabe, una labor de pedagogía y cultivo del espíritu crítico de los

ciudadanos.

Efectivamente, el papel de la pedagogía política y la educación cívica se

torna fundamental. La ciencia y la teoría política se encargan de formar

especialistas y académicos encargados del análisis, los políticos profesionales se

encargan de manejar la nave estatal; y los comentaristas, tertulianos y

opinólogos se encargan del combate cuerpo a cuerpo. Pero, ¿quién ese encarga

de la educación política de los ciudadanos? Es cierto, que no podemos ignorar la

educación autodidacta de muchos ciudadanos. Pero no es suficiente, entiendo.

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El papel del teórico no es ni el del político profesional, encargado de la

toma de decisiones, ni el del tertuliano político encargado de la apologética

ideológica. Su trabajo no se basa en elaborar un recetario de soluciones a los

problemas que surgen de la convivencia de los seres humanos. Su papel es el de

la reflexión teórica, el de aportar conocimiento con sus reglas y sus propios

objetivos. Elaborar explicaciones, hipótesis y marcos referenciales. Así lo

entiende Capo (2007:16):

“Aunque el político puede ser entendido como un ámbito que afecte a todo el mundo

porque nadie escapa a sus efectos, debe tenerse encuenta que, frente a este aspecto general, la

política es también una actividad especializada, reservada de una manera predominanate a un

grupo de ciudadanos, profesionalizados o semiprofesionalizados en la toma de decisiones

vinculantes para la colectividad”.

Es cierto que los analistas políticos, bien sean politólogos o sociólogos o

filósofos, o cualquier otro académico que centre su labor en el estudio de ‘lo

político’ tiene que tener una actitud recelosa y escéptica con las mal informadas

opiniones y los prejuicios de los ciudadanos comunes (Ball, 1999:61). Pero no es

menos cierto que también tendría que ser conscientes de que tienen una misión,

que no es otra que la educar e ilustrar a la opinión pública. La teoría y la ciencia

política no sólo tendría que ocuparse de la formación de especialistas, y de

fabricar herramientas para que estos discutan entre sí; también tendría que

jugar otro papel sustancial: el educativo. Así lo entiende Ball (1999:91):

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“La ciencia política debería ocuparse no sólo de la ‘formación’ de especialistas, sino

también de la más amplia educación política de los ciudadanos”.

Es posible que ni el político profesional ni determinados sectores del

academicismo actual acepte que la pedagogía sea una de sus labores centrales.

Pero el filósofo, como es mi caso, no puede ignorar la cuestión: educar e ilustrar

a la ciudadanía sobre la política es una cuestión importante que no puede

dejarse de lado. Me hago cargo que este intelectualismo de corte socrático no sea

compartido por muchos, pero entiendo que una mayor formación de la

ciudadanía sobre la cuestiones políticas, repercutirá en la mejora de la calidad

de la democracia.

Pero claro, esto nos lleva a un lugar inhóspito: la cuestión de la objetividad

o la neutralidad contra la cuestión del punto de vista desde el cuál, el filósofo (o

quien sea) trata de ilustrar a la gente. El sesgo o la ideología, es y será siempre

motivo de disputa, una batalla que siempre tendrá lugar en esto de la política y

su análisis. Me parece oportuno, en este punto, traer a colación uno de los

pensamientos centrales de Schleiermacher, unos de los padres fundadores de la

hermenéutica, que siempre me ha llamado la atención, porque que dibuja

perfectamente la práctica habitual del análisis político: Comprender a un autor

mejor de lo que él mismo se habría comprendido12. Un auténtico aviso a

12 Gadamer, 2005. Op. Cit. p. 246.

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navegantes que vayan o quieran entrar en la reflexión de la res política. Tomado

este pensamiento en su radicalidad, es como si cualquiera, antes que él mismo,

fuera capaz de saber el sentido y el significado de sus propias palabras. Que una

vez dicho lo dicho se le escapa la autoría y todos pueden, y deben, meter mano a

su producción, diseccionándola por completo, y mostrando todo aquello que ha

querido decir además de decir lo que ha dicho. Pero en esto de la política se va

más allá y siempre hay alguien dispuesto a decir las cosas que un determinado

autor no quiere decir con lo que ha dicho, o que trata de denunciar lo que está

detrás, u oculto, de lo que ha escrito, o que ha sido tan perspicaz de darse cuenta

del contrabando ideológico que ese autor ha introducido de tapadillo entre sus

argumentos. Por tanto, el conflicto es y será, asumido o no, una de las categorías

básicas no sólo de la política, sino también y especialmente de todos aquellos

que se acercan a su reflexión.

Cada cual tendría que asumir un horizonte, o un punto de vista, o punto de

partida -o como querramos llamarle- incluidos los que asumen el no-sesgo o la

neutralidad. Y hacerlo desde la libertad, y sobre todo - ahí estriba la cuestión

importante- la asunción del propio horizonte desde la honradez y la suficiente

preparación técnica, para poder desbrozar la política y lo político correctamente.

Se trata de tener un conocimiento ajustado de los principios que fundamentan e

intentan validar una posición política para poder construir opiniones bien

fundadas, argumentadas y no sustituirlas por ocurrencias del momento o la

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consigna de un grupo político concreto de manera acrítica. Junto a esa toma de

posición, tiene que habitar el espíritu crítico de lo inacabado, de lo incompleto,

de lo que puede seguir perfeccionándose o mejorando. Desde esa amplitud de

miras, evitamos que el sesgo esté sólo pendiente de sí mismo y de sus categorías.

Que el sesgo ha de convivir y entrar en dialéctica productiva con otros. Y que no

solo tengamos que ir contra las asunciones de nuestros contrarios, sino contra

los propios, evitando posturas acomodaticias, o que entiendan que el sesgo, o la

ideología, es un algo ya acabado que no puede ser perfeccionado con el

transcurrir de la vida. Es la trilogía básica del conocimiento, horizonte y crítica.

No es malo decidirse y optar en libertad por un horizonte, lo malo, entiendo, es

pensar que es inamovible. Como se verá a lo largo de estas páginas, el sesgo será

uno de los temas recurrente de la reflexión política.

La disciplina política se puede identificar en términos de sus programas de

investigación, las tradiciones políticas, las instituciones o los líderes carismáticos

y/o académicos. Pero también pueden identificarse en términos de los debates y

discusiones que se dan en su seno. De entre estas discusiones, hay una que es

especialmente enconada, y tiene que ver con las relaciones posibles de la política

con la ciencia, con la teoría, y entre ambas (Farr, 1999:257). Por ahí continuaremos.

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24

HECHOS Y VALORES

La política trata con hechos y con valores. Los segundos, a diferencia de los

primeros, difícilmente pueden ser medidos, pesados, calibrados y comparados,

en definitiva, cuantificados. Por el contrario, los valores son cualitativos. Si lo

cualitativo no puede ser cuantificado, ¿puede cualificarse, valorarse, lo

cuantificable, esto es, el hecho? ¿Es posible construir un discurso científico sobre

la política manejando hechos y valores? Si hacemos caso al positivismo, la

reflexión sobre la forma de gobernar a los hombres en sociedad y la posibilidad

de que libertad e igualdad sean lo suficientemente compatibles para que estén

bien avenidas, es mera especulación acientífica (De Vera, 2005:15). O sea, si se

entiende bien a estos positivistas, si hay valores es que no habrá ciencia; y si

queremos que haya ciencia entonces no habrá valores, porque ciencia es solo lo

cuantificable. La potencia de las corrientes positivistas en las ciencias en general,

y la behaviorista en el particular de la política –como veremos más adelante- es

indudable; como indudable han sido, también, sus excesos, sus fracasos y las

muchas críticas que se les ha realizado.

Retomamos nuevamente la pregunta, haciéndosela ahora a otros

interlocutores: ¿es posible construir un discurso científico sobre la política

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manejando hechos y valores? Es indudable que la política trata con hechos, pero

para Goodwin (1997:9), en la política se ponen en juego también una serie de

valores e ideales; y entre todos estos, que son un buen número, hay que ir

tomando decisiones y dar respuesta a un amplísimo conjunto de preguntas.

- ¿Quiénes somos, cómo podemos vivir en comunidad, qué opciones reales

tenemos para vivir, o qué posibilidades deseables se abren ante nosotros? ¿Cuál

ha de ser la relación entre el individuo, la sociedad y el Estado? ¿Y entre cultura

y política, entre identidad personal y colectiva? ¿Y entre política, civilización y

religión? ¿Y entre política, Estado y nación?

- ¿Hasta qué punto hay que aceptar la realidad política en la que vivimos?

¿Hasta qué punto puede cambiarse la realidad política en la que vivimos? ¿Qué

se necesita para ello? ¿Son el realismo, el voluntarismo y la apelación a grandes

ideales compatibles o incompatibles?

- ¿Hasta que punto son compatibles la igualdad y la libertad? ¿Son

evitables todas y cada una de las desigualdades? ¿Algunas sí y otras no, cuáles?

¿Hasta que punto son tolerables-intolerables o manejable-inmanejables? ¿Dónde

se encuentra el margen último de la libertad, y el mínimo?

- ¿Ha de ser la Justicia, o la Igualdad, o la Libertad, o cualquier otro

únicamente, el concepto central de la política? ¿No nos lleva esta univocidad a

ignorar o distorsionar aspectos y áreas importantes de la vida política? ¿Se

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pueden integrar o articular de algún modo estos grandes valores sin que tenga

que haber roces o conflictos entre ellos, más bien, discusiones entre los

defensores de esos valores? ¿Habrá que reconsideran la interpretación actual de

conceptos tales como igualdad, equidad, justicia, cohesión social, unidad política,

libertad, utopía, realidad, etc.?

- ¿Ha de permanecer el Estado neutral ante los diferentes proyectos

políticos y sociales? ¿Cómo valorar el sesgo hacia el liberalismo que ocurre en las

democracias de Occidente, que unos entienden como moralmente neutral y

otros todo lo contrario?

- ¿Es capaz, el liberalismo, de asumir la diversidad de creencias y de

formas de vida? ¿Es capaz el liberalismo de tratar a la gente por igual y permitir

que desplieguen sus derechos para conseguir sus propios fines?

- ¿Dónde termina el liberalismo teórico tolerante con la diversidad de

creencias y las formas de vida y empieza el liberalismo restrictivo real?

- ¿Cuál son las posibilidades reales, más allá de la prescripciones teóricas,

de otros proyectos alternativos al liberalismo, como podría ser el socialismo?

¿Cuáles son los proyectos teóricos prescriptivos y normativos alternativos al

liberalismo?

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27

- ¿Cuál es la auténtica naturaleza de la comunidad política? ¿Hay que

estimular la democracia participativa, la educación para la ciudadanía, las

virtudes del ciudadano? ¿Cuál ha de ser el papel político de la educación?

- ¿Han de reconocerse las demandas de grupos marginales en pro del

reconocimiento público y la pluralidad de la sociedad moderna?

-¿Cuál es el grado permisible de diversidad cultural?, ¿dónde se traza la

línea para que esa diversidad cultural no termine fragmentado la ciudadanía

provocando, a continuación, toda clase de inestabilidad y conflictos?

- ¿Hay que tener obligaciones para con las gentes de otros países, que

pueden estar desgarrados por conflictos armados o catástrofes naturales? ¿Cuál

ha de ser la significación de las fronteras nacionales?

- ¿Ha de abrirse la tradición occidental de la filosofía política al

multiculturalismo, para que puedan tenderse puentes y traducir categorías de

unas culturas a otras?

- ¿Ha de ser la crisis medioambiental un asunto político? ¿Habría que

replantearse las relaciones del hombre con la naturaleza y los otros animales, así

como los modelos de apropiación económica?

La mayoría de los individuos estamos imbuidos de convicciones y

compromisos, bien suscritos a conciencia y con conocimiento cierto y voluntario

de lo que se hace o bien han sido incorporados de modo inconsciente a través de

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uno de los muchos mecanismos adquiridos por la vida en nuestras sociedades. Y

todos y cada uno de nosotros hemos tratado alguna que otra vez en nuestra vida

de dar respuesta a esa batería de cuestiones partiendo desde esas, nuestras

convicciones.

Pero no está tan claro que hechos y valores puedan trabajar juntos. Porque

dependiendo de si la política opera o está basada en hechos o valores,

tendremos una cosa u otra. Actualmente existen dos tradiciones contrapuestas

que se decantan por cada una de las polaridades. Una primera tradición, crítica y

normativa, que “denunciaba las sociedades existentes y buscaba ofrecer modelos

para el futuro” (Capo, 2007:16). Una segunda más moderna, empírica, que pretende

describir los elementos políticos de las sociedades existentes. A la primera de las

corrientes se le otorga el nombre de Teoría política y a la segunda el de Ciencia

política. A la Teoría le corresponde la valoración de ideas y conceptos; y a la

Ciencia le corresponde el análisis de la realidad y la construcción de

explicaciones en base a hechos. Con tan poco dicho, y ya se nos acumulan los

debates. El primero de ellos, de modo muy grueso, tiene que ver con la discusión

sobre nombres y etiquetas. Lo que nos deja la dicotomía de:

- Lo normativo, valorativo – Lo que debería ser. Tiene que ver con el

valorar, el prescribir y el comprender.

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- Lo descriptivo, explicativo – Lo que hay y no puede cambiarse. Tiene que

ver con el explicar, el predecir y el analizar.

No está de más, antes de seguir adelante, hacer una breve parada en el

camino para explicar qué es lo que se entiende por valor y qué por normativo.

¿Qué es el valor? Las cosas del mundo no nos son indiferentes; esa no-

indiferencia consiste en que todos adoptamos una posición de preferencia

basándonos en una cualidad que tienen las cosas. Valor, será entonces, la

cualidad que tienen las cosas de no resultarnos indiferentes. ¿Qué significa

normativo? En lo referente a lo político, significa que promueve, o entiende

como preferible, una serie de normas y de valores determinados.

El segundo debate nos vuelve a llevar al comienzo: hechos versus valores.

Los teóricos pueden achacar a los científicos que la objetividad absoluta no

existe, que todo está teñido de ideología; y es más, que no hay nada más

ideológico que un idea barnizada de supuesta ciencia aséptica y neutra. Son

muchos los teóricos que se han encomendado a la misión de desenmascarar a

los científicos políticos. Por el contrario, los científicos entienden que ante todo

debe estar el rigor del análisis, bien sea histórico, bien sea económico, bien sea

sociológico, o de cualquier otra índole. Los datos y las conclusiones extraídas no

se pueden desviar a voluntad, porque los hechos son los que son y están fuera de

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30

toda discusión, mientras que los valores son opiniones inverificables fruto de la

opinión.

Podemos presentar una dicotomía más, no distinta a la anteriormente

presentada, sino más bien una reelaboración de la misma: la vertiente crítica de

la filosofía política frente a la vertiente legitimadora de los gobiernos y

justificadora de poder. De una forma ciertamente peyorativa, ciertos sectores de

la politología quieren apartar de la reflexión política al pensamiento filosófico y

teórico. Éste, dicen, está más atento a ‘lo que debería ser’ que a ‘lo que hay’,

como si hubiera una especie de tara que los incapacitara para entender las cosas

tal y como son; y que por tanto, sus análisis no son fiables, por ser normativos,

incluso ideológicos, y no científicos, o que no atienden a las categorías raíces

establecidas como tales, especialmente el poder y el sistema político vigentes.

Pero desde dentro de este filosofar o teorizar la política se asume esto, y no

precisamente como una mácula o una equivocación sino como la auténtica seña

de identidad de la política. La crítica a lo establecido y lo vigente por injusto, la

denuncia de los elementos ideológicos que se ocultan tras la supuesta

cientificidad neutral, entre otras cuestiones. Para Murillo Ferrol13, el teórico

político debe recelar del poder político, de su fuerza y de su simbología, porque

todos sabemos de él y de sus efectos. Es conveniente, incluso prudente, cierta

dosis de acracia, de desconfianza de la autoridad.

13 En el Prólogo al MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA. Rafael del Águila (Editor) Trotta Madrid 2009 6ª Edición pp.17-18

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‘Lo político’ son las diversas formas que han revestido, a lo largo de la

historia, el ejercicio del poder y sus instituciones sobre un grupo humano.

Política es aquí, la reconstrucción del ámbito político. Es un proceso reflexivo,

crítico y filosófico ligada a la capacidad de la razón. Así, para Quesada (2001:10)

alineado con la argumentación de Castoriadis, la política traduce la constitución

de un imaginario político-social y su conjunto de significaciones. La primera vez

que aconteció la política en la historia del hombre fue en Grecia, haciendo

posible, primero, una nueva forma de organización; segundo, una nueva forma

de otorgar sentido a la realidad; y tercero, un nuevo criterio de inteligibilidad

referido tanto a lo físico como a lo humano-social (Quesada, 2006:350).

Este concebir la política tiene la perspectiva de no atender ni al poder, ni a

la ley ni al dominio. El centro de la política, entendida desde la filosofía es la

explicitación crítica de los elementos ideológicos que median los procesos sociales

de constitución de sentido, los cuales, a la postre, pretenden legitimar una forma

concreta de poder. La política, entendida desde la filosofía, es una construcción

reflexiva de los principios e ideas que han de articular los discursos pertinentes a

la re-institución de los referentes normativos sociales, pone en crisis el ‘poder’,

entra en contradicción con la ley y subvierte la ‘naturalidad’ del orden establecido

(Quesada, 2002:13-14).

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Para otros autores, sigue siendo posible una ciencia política. Una vez más

volvemos a plantear las preguntas: ¿es posible un conocimiento científico de la

realidad política? ¿Cómo se puede comprender científicamente la realidad

política? Toda ciencia política debe ceñirse a la comprensión de lo que ocurre en

la realidad y entender antes que nada, que ésta no permanece quieta, sino en

constante proceso de cambio. Según Caminal (2007:22), toda ciencia política

entiende que su labor está constreñida por dos circunstancias a tener muy en

cuenta. La primera es que depende de la información para realizar sus análisis y

descubrir las causas que gobierna el cambio social. Empezando por lo evidente,

todo científico, sea cual fuere su disciplina, trabaja con datos que puede

cuantificar y clasificar. Lo que la ciencia política tiene que asumir es la

peculiaridad de los datos con los que opera, porque suponen una heteróclita

mezcla de datos cuantitativos medibles y verificables, podríamos calificarlos de

‘neutros’ incluso; y una gran cantidad de información cualitativa que ha de ser

interpretada. Aquí encontramos la segunda de las circunstancias de las que

hablábamos: “el pluralismo inherente a la interpretación” (Caminal, 2007:22). La

ciencia política no será unívoca, sino plural.

Eso descarta que la política sea una ciencia exacta o una ciencia dura al

estilo de las ciencias naturales; pero no es menos cierto que ningún pensador,

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que actualmente centre sus esfuerzos en la política, tenga estas pretensiones14.

La ciencia política sí puede, y debe, analizar cada realidad política en su contexto

histórico y sociocultural. Extraer generalidades a partir de esas evidencias pero

no ponerse a sí misma las limitaciones de lo solamente medible y verificable.

Desde la prudencia se pueden buscar nuevas luces y enfoques que amplíen y

enriquezcan este campo de investigación y reflexión. Exagerar el positivismo y el

cientifismo empobrece la disciplina política y su radio de acción (Caminal, 2007:24).

Varios posicionamientos en debate y discusión se dan cita aquí, y largos

elencos de prestigiosos politólogos, y un importante número de obras de

referencia. ¿Sería posible, e incluso legítimo, dar forma a una disciplina ecléctica

que contenga elementos de ambas corrientes?, ¿pueden el rigor científico y las

legítimas convicciones ser compatibles? Al menos debe ser posible un diálogo

que ambas instancias, teoría y ciencia, han de entablar, para responder a todas

las preguntas que realizábamos anteriormente. Es necesaria una concepción de

la filosofía política que cargue por igual el acento en su dimensión crítico-

contemplativa y en su dimensión reflexivo-prescriptiva (Parekh, 2001:743).

14 A lo largo del presente trabajo veremos como la corriente behaviorista norteamericana de las décadas 40, 50 y 60 del pasado siglo XX, sí que tenían esta pretensión.

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HISTORIA

La reflexión sobre la política es casi tan antigua como el propio Occidente,

nació con la Grecia clásica. Pero, la convergencia entre la Política y la Ciencia

ocurrió siglos después. La ciencia política es una disciplina joven que ha tenido

también su historia y evolución. A medida que el pensar lo político se va

desprendiendo de lo filosófico y lo teológico va adquiriendo su autonomía. Al

primer gran período de esta historia le podemos conceder, con Harto de Vera

(2005:18), la etiqueta de 'etapa artesana' de la política15. Esta etapa tiene, a su vez,

dos momentos principales en relación a la autonomía o no de la política. Los

filósofos griegos (Platón y Aristóteles), romanos (Panecio y Polibio, Cicerón y

Séneca) y los medievales (Agustín de Hipona y Tomás de Aquino) ligaron la

política a principios éticos, morales y teológicos. En la Antigüedad clásica y

medieval la política era un ámbito omnicomprensivo que acogía en su interior

todo lo que generaba la sociedad (De Vera, 2005:59). Podemos añadir los matices: la

política para el griego era un privilegio circunscrito al ciudadano de pleno

derecho de la polis que no tenían ni los esclavos ni los extranjeros; la política

para el romano se convirtió en un entramado jurídico e institucional y para el

homo credens medieval la cuestión política está ceñida a la Cristiandad y su

15 Harto de Vera, a su vez, lo adopta de W. Mills (1959)

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temporalidad lineal gobernada por la Providencia. En la Antigüedad podemos

observar como tratan ya con dos temas teóricos que recorrerán toda la historia

de la ciencia política: las formas institucionales del gobierno y su evaluación

(Almond, 2001:92). De Platón destaca la clasificación séxtuple de las formas

organizativas y de Aristóteles la solución al problema de la degeneración cíclica

mediante la constitución mixta. La cuestión, apunta Almond (2001:92), de la

evaluación en términos de legitimidad radica en la doctrina del derecho natural

del estoicismo romano que pasó al Cristianismo: “hay un derecho natural

universal que proviene del orden divino del cosmos y de la naturaleza racional y

social de la humanidad”. Las teorías de la constitución mixta y del derecho

natural siguen estando vigentes en todo el Medievo pero relacionados con el

derecho divino.

Con el Renacimiento y Maquiavelo, nos situamos en el segundo momento,

encontramos el primer intento de pensar la política como actividad autónoma

frente a la ética y la religión: lo importante es la perspectiva técnica en la

reflexión del poder y la acción política. También, la apertura a la progresiva

acotación de su ámbito de reflexión y actuación. Con anterioridad a Maquiavelo

la cuestión estribaba en la dicotomía pureza-corrupción de los regímenes

políticos. Con el florentino se supera esta dicotomía y la política se convierte en

una “cuestión de supervivencia” (Almond, 2001:94).

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Todos los expertos apuntan a que Maquiavelo es la figura que inaugura la

política como área autónoma del conocimiento. A partir de aquí el pensamiento

político moderno tomará como su objeto central el Estado. La característica

general de esta epocalidad será la de “hacer de la política una interpretación

teleológica de la realidad social, cuyo centro de interés se encuentra en la

legitimidad del Estado” (Caminal, 2007:25). Durante cuatro largos siglos, del XVI al

XIX, se irán construyendo y afianzando todo una serie de estructuras políticas y

de relaciones entre el Estado y la sociedad. Una vez separada la política de todo

lo demás, llegados a la Ilustración, asistimos a la distinción entre Estado y

sociedad por parte de los teóricos contractuales, entre los que destaca Hobbes,

Locke, Rousseau y Montesquieu. Aparecen, también, la razón de Estado y el

poder político. El cenit llega, con Hegel, en la separación de Estado y Sociedad

Civil. La política se centra en la esfera del Estado. Pasamos de un extremo a otro:

de la omnicomprensión, 'la política lo es todo', a la especificidad, 'la política es

sólo el Estado' (De Vera, 2005:62).

Pero todavía no podemos hablar de ciencia política. Esto no ocurrirá hasta

que no consiga realmente “acotar su objeto y, en cierta medida, distanciarse del

Estado” (Caminal, 2007:25). Primero tuvo que independizarse de otros ámbitos del

conocimiento, y ahora ha de concentrarse en el que tiene que ser su foco de

atención; y esto no ocurrió de repente. La inmensa mayoría de la sociedad está

excluida de toda acción política, “el mundo de la política empezaba y se agotaba

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en el Estado” (Caminal, 2007:26). La sociedad vivía ocupada de sus asuntos privados y

los gobernantes ejercían la política en nombre de los gobernados: la época de la

representación. Pero comienzan a aparecer las libertades positivas y la política

se abre camino, poco a poco, en la sociedad civil. El Estado liberal se

democratiza, aparece el sufragio universal (masculino) y los partidos políticos:

la época de la participación y del pluralismo. Se culmina entonces el proceso, el

Estado ya no es lo único, ahora existe todo un entramado de condicionamientos,

relaciones y grupos humanos particulares que dan forma al Sistema Político, que

irá adquiriendo su propia organización y funcionamiento. Como la política no es

ya un asunto de unos pocos sino de una gran mayoría surge la necesidad de

analizarla técnicamente.

Ahora sí, estamos ante el segundo período, el de la política como actividad

científica, que comenzó con los esfuerzos de teóricos sociológicos como Comte,

Durkheim y Weber en el siglo XIX. El siglo XX es el de la consolidación de la

política como ciencia hasta el punto de convertirse en producto académico, con

especial éxito en los Estados Unidos de América. Efectivamente, desde finales del

siglo XIX hasta mediados del XX se irá delimitando el campo de investigación de

la ciencia política, especialmente en Estados Unidos de América. La ciencia

política americana se expandirá en el ámbito académico universitario e

investigador: APSA en 1904 y American Political Science Review en 1906 (Caminal,

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2007:28)16. Profundiza en el análisis del sistema político, el Gobierno y las

Relaciones Internacionales en las que, como todos sabemos, Estados Unidos

tendría un papel cada vez más hegemónico. El mundo tras la II Guerra Mundial

es otro mundo. Aumenta el número de Estados, se modifican las relaciones

internacionales y el sector público tiene un peso creciente en la administración

estatal, etc. El Estado social incidirá entonces en la definición de la política y en

el objeto de su pensamiento. El control y la dirección de grandes comunidades

pasan a un primer plano, lo mismo ocurre con las relaciones humanas. El análisis

político vira a barlovento hasta anclarse en la estructura y función del poder y la

autoridad en los sistemas políticos.

A medida que íbamos entrando en el siglo XX al Estado se va viendo

rebasado por una serie de fenómenos que parten de su propia democratización.

El poder se reparte en una larga serie de instituciones estatales y sociales.

Efectivamente, la masificación de la política satura y desborda por completo los

límites del Estado. Nuevas horizontes se irán abriendo: nuevos procedimientos,

los actores políticos, los resultados, y sobre todo, la conceptualización del poder.

¿Es que nunca antes, nadie en la larga historia de la política se había preocupado

por el 'poder'? Durante siglos, el poder había sido un elemento más, entre

muchos otros, dentro de la actividad política. A esto añadimos el carácter

normativo de su estudio y análisis, y la preocupación por sus manifestaciones 16 APSA es la American Political Science Association y la Review era su más importante y prestigiosa publicación. Actualmente puede visitarse en http://www.apsanet.org/

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fenomenológicas. A partir de ahora, el poder es lo que distingue a la política de

todo lo demás: la Política tiene como objeto de estudio al poder. Por tanto, hay

que investigarlo de manera empírica, analizarlo en sí mismo, como sustancia

política (De Vera, 2005:65). Se abandona la perspectiva clásica esencialista por otra

perspectiva relacional y operativa. Ahora bien ¿es posible una definición

operativa de 'poder'? Los problemas de cuantificación, tasación y medición del

poder no tardaron en llegar. La complejidad de la realidad humana, y política,

dejó en evidencia muchas construcciones a las que se les escapaba el poder que

se ejerce con disimulo o el que está oculto. Una primera alternativa surge en los

años 50 y propone 'el sistema político' como nuevo objeto central de lo político:

pautas de conducta e interacciones sociales y todo lo relacionado con la toma de

decisiones, esto es, procesos, mecanismos y legitimación. El enfoque sistémico

sufrió importantes críticas durante la década de los 70 y 80, lo que no impidió

que se convirtiera en el enfoque hegemónico. El final de siglo trae consigo un

revival de la dimensión estatal de la político: el enfoque estadocéntrico (state-

centered approach) que afirma estar atento a las complejidades del Estado y las

políticas públicas (De Vera, 2005:72).

En Europa, los acontecimientos históricos y políticos de la parte final del

siglo XX, han influido en el quehacer de sus teóricos, que aunque no se distingan

de sus colegas en el objeto de su disciplina, sí que lo hacen a la hora de concretar

los problemas que merecen sus análisis. Así lo explica Caminal (2007:31):

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“Los mismos temas tienen una urgencia distinta o un tratamiento dependiente de

circunstancias muy diversas. El Estado-nación, los federalismos, las crisis y transiciones de los

sistemas políticos, los efectos políticos del proceso de unión económica y monetaria, la

ciudadanía y la diversidad cultural, la constitución europea, sin menos cabo de la

interdependencia y puntos de interés comunes con la ciencia política norteamericana. Una

ciencia política europea cuya base geopolítica es un continente en plena ebullición y cambio

histórico”.

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CIENCIA

El binomio 'Ciencia Política' plantea serias dificultades a todos aquellos

que prodigan sus esfuerzos en tales planteamientos definitorios. Una posibilidad

de abordaje es descomponerlo en sus partes y profundizar en cada una de ellas

por separado. El primero de los conceptos a analizar de nuestra dicotomía, el de

Ciencia, tiene una larga historia desde su concepción clásica hasta la actualidad.

Su abordaje sobrepasa con mucho la economía de esta obra, con lo que centraré

mi reflexión en la última parte de esta evolución y su incidencia en la historia de

la reflexión política: el positivismo y la posterior reacción contra el mismo.

Para el positivismo de corte clásico, el de Stuart Mill, Comte o Durkheim, el

único conocimiento verdadero es el que tiene en la experiencia observable su

fundamento primero. Por tanto, la verificación es el criterio de validez de todo

conocimiento. Esta afirmación elimina cualquier saber que no esté basado en la

evidencia empírica: filosofía, religión, mitología, estética, ética, política, entre

otras. Junto a la verificación, el otro pilar básico del positivismo clásico es el

método inductivo para el descubrimiento de las regularidades en la naturaleza:

Observación de hechos – Formulación de hipótesis – Explicación mediante leyes

y teorías – Predicción. Hay dos cuestiones que este positivismo clásico dio por

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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sentado: primero, el sujeto humano es infalible como sujeto cognoscente y

segundo, el conocimiento científico es objetivo. Hay que plantearse varias

cuestiones: ¿Es posible la observación neutral de la realidad? ¿Es el ser humano

un sujeto pasivo que recibe la información procedente del exterior? ¿Y las

emociones? ¿Y las mediaciones culturales y lingüísticas? ¿Y la interacción entre

individuos y las mutuas influencias?

Karl Popper, que sometió a crítica los dos basamentos nucleares del

positivismo, no abandonó el mismo sino que realizó una operación de

reparación y perfeccionamiento: el Racionalismo Crítico. Llevado hasta sus

últimas consecuencias, el positivismo llega a anularse a sí mismo, ya que si sólo

lo verificable empíricamente es verdadero, ¿cómo comprobar empíricamente el

mismo criterio de verificación? Frente a la verificación se propondrá el principio

de falsación como criterio de validez. Y frente al método inductivo el método

hipotético deductivo. A partir de ahora, hay que encontrar comportamientos en

el mundo real que contradigan o falseen la evolución fenomenológica que

predice una teoría: una sola evidencia en contra ya descarta la teoría, esto es,

que las excepciones invalidan las reglas. La secuencia del método hipotético

deductivo será entonces: Formulación de un problema, conjetura, hipótesis o

predicción – Falsación de las mismas mediante la confrontación con la realidad

(ensayo-error) – Descartar las teorías falsadas. Si el positivismo clásico buscaba

la verdad el racionalismo crítico lo que busca es la ausencia del error. Este

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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contexto del positivismo, el clásico y el revisado, es el que influye en las Ciencias

Sociales en general y en la Ciencia Política en particular de finales de los 40 y 50,

cristalizando aquí en el behaviorismo. Pero esta historia no llega hasta aquí.

Alemania nunca fue, desde luego, tierra fértil para el positivismo. En este

país europeo, desde comienzos del s. XX, han existido movimientos intelectuales

antipositivistas: la Escuela de Frankfurt propugna la Teoría Crítica, de Marcuse,

Horkheimer y Adorno. La realidad no consiste únicamente en recopilar datos y

verificar datos. La vida no sólo es clasificar y deducir. Ni la razón humana es

solamente razón instrumental y objetiva. Los medios, los fines, la emancipación

del hombre de todo aquello que lo subyuga, el trabajo, la acción, las metas

individuales y colectivas que el hombre se propone para mejorar sus

condiciones de vida, han de estar presentes en la ciencia. A lo largo de los años

50, este movimiento caló hondo en el mundo anglosajón inspirando a la Filosofía

Analítica y al ‘giro lingüístico’ de Wittgenstein, Austin, Ryle, Winch o Louch, por

nombrar a los más destacados autores. El salto a la otra orilla del Atlántico no

tardó en llegar y así, ya en los 60, nos encontramos en los Estados Unidos la

crítica más demoledora del positivismo: Kuhn, los paradigmas y ‘La estructura

de la revoluciones científicas’ (1962):

“La imagen de la ciencia que Kuhn construye está en las antípodas de la concepción

positivista. La ciencia no avanza como un proceso única y exclusivamente racional. La

comunidad científica no es un colectivo movido exclusivamente por el puro afán racional de

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conocimiento. Kuhn pone de manifiesto que elementos diferentes al método científico, como el

poder o el contexto social, son variables que explican cómo se construye y avanza el

conocimiento científico de manera más eficiente que la búsqueda de la verdad o la depuración de

errores” (De Vera, 2005:97).

En las tesis de Kuhn, aunque su propuesta iba dirigida a las Ciencias

Naturales, está el germen del post-behaviorismo y de la posibilidad de hacer

ciencia política alejada de los presupuestos positivistas. Algunos politólogos,

entusiasmados por los paradigmas kuhnianos, se lanzaron a aplicar esta

metodología en sus estudios. Ahora bien, no todos los expertos encuentran

apropiado el uso de los conceptos kuhnianos. Para Dogan (2001:160-161) no se

puede usar la concepción paradigmática de Kuhn en las ciencias sociales en

general ni en la ciencia política en particular. Aduce dos razones que expondré

brevemente. En primer lugar, se da un cambio de paradigma por otro cuando

una única teoría comprobable domina a otra y es aceptada por toda la

comunidad científica. En ciencias sociales, y en política, lo que tenemos es la

confrontación de innumerables teorías no comprobables, no la erradicación de

una teoría por la otra. Por último, para que exista un paradigma, las teorías

tienen que referirse a aspectos nucleares, esenciales y fundamentales de su

territorio. Pero la realidad social es tan cambiante que no existen esos aspectos

fundamentales. Por tanto, la palabra paradigma ha de ser excluida de las ciencias

sociales. La ciencia política funciona gracias al progreso acumulativo y al

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aprendizaje a partir de los errores (Dogan, 2001:162-163). Cuando una teoría queda

anticuada o es invalidada, no desaparece por completo sino que algo de ella

permanece incorporado en las nuevas teorías, al heredar las nuevas que surgen

algunos conceptos, métodos y praxis. En la misma línea se expresa Farr

(1999:260), que entiende que los conceptos de ‘paradigma’ y ‘derrocamiento

revolucionario’ no pueden ser aplicados a la estructura de las ciencias sociales

en general y a la politología en particular.

Sea como fuere, la obra y la terminología de Tomas Kuhn ejerció un

impacto profundo en científicos, filósofos, historiadores y politólogos, sin duda.

El concepto de revolución o el de paradigma, presentaban un atractivo por el

que muchos se dejaron seducir, y fueron muchísimos los que comenzaron a

utilizar este aparataje conceptual para explicar todo tipo de fenómenos

humanos. En los últimos años, las críticas al positivismo vienen tanto del

movimiento postmodernista, R. Rorty entre otros, y de una nueva revitalización

de la Escuela de Frankfurt, con Habermas a la cabeza, que critica la pretensión

de que el conocimiento científico positivo es el único válido y legítimo. Crítico

con la monopolización del entendimiento positivista, defiende la interacción

simbólica y sus propias categorías de análisis por las disciplinas histórico-

hermenéuticas.

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POLÍTICA

Podemos hacernos cargo que la vida social, a modo de matrioska rusa, es

de una complejidad grandiosa: cada práctica social está inserta en, se definen en

términos de, y funciona en relación a un gran número de reglas y

procedimientos sociales. El mundo social del hombre es cambiante, y la política

que es parte del mundo del hombre también cambia, a la vez conserva algo de lo

anterior. Por esto, Murillo Ferrol17 habla de la perenne fugacidad de la política y

la ineludible caducidad de las creaciones políticas. A pesar de esta llamada de

atención se ha de intentar dar cuenta de los elementos más importantes de la

cuestión.

¿Qué entendemos por `Política`? El primer escollo que encontramos es la

polisemia del concepto (De Vera, 2005:58), que lo mismo significa 'proceso', que

'decisión', que 'institución'. Donde mejor se comprende esta polisemia es en el

idioma inglés, porque tienes hasta tres vocablos para designar a política:

- Decisión política o el conjunto de opciones, determinaciones o

resoluciones elegidas para conseguir un determinado fin político.

POLICY.

17 En el Prólogo al MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA. Rafael del Águila (Editor) Trotta Madrid 2009 6ª Edición p.11-12.

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- Proceso político o el ejercicio del poder entre actores con intereses

divergentes. POLITICS.

- Institucionalismo político o conjunto de órganos, organismos,

organizaciones y sus respectivas reglamentaciones donde interactúa la

política. POLITY.

Expresado de otra manera, por política podemos entender el

planteamiento de tres cuestiones, claramente interrelacionadas, una por cada

uno de los significados: ¿cómo resolvemos los problemas y los conflictos en la

sociedad?, ¿cómo se ejerce el poder?, ¿cómo regulamos las acciones del universo

humano? La política, el conflicto y su resolución: Policy. Frank Bealey (2003:328),

en su Diccionario, afirma que “la política atañe a los conflictos colectivos y a su

resolución”. La política se asocia a la controversia, los conflictos y las luchas, pero

también a la toma de decisiones para resolverlos. La política es gestionar

recursos, también es actuar, hacer, tomar decisiones, elegir entre las muchas

posibilidades o cursos de acción que pueden establecerse.

La política y el poder: Politics. Afirma Ignacio Molina (1998:95) en su

Diccionario que la política es la “disposición a obrar en sociedad influyendo o

utilizando el poder público organizado para lograr el bien común”. La idea general

sobre la que se establece la política como relación de poderes (Caminal, 2007:33) es

que la política se manifiesta en todos los ámbitos de la sociedad. Lo impregna

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todo, podíamos decir de modo coloquial. Condiciona todos los aspectos de la

vida de los individuos. Por tanto, la política tiene que ver con conceptos como

influencia, poder o autoridad. Los procesos de decisión política dependen de la

correlación de fuerzas e influencias. Lo que existe son diferentes niveles de

poder e influencia, distintas capacidades de decisión. La mayoría de la sociedad

transfiere, mediante elecciones libres y pluralistas, su cuota de decisión a otros

para actúen y decidan en su nombre.

Antes de avanzar es importante matizar la cuestión del poder. Por política

entenderemos “el uso limitado del poder social” (Goodin & Klingemann, 2001:27). Y es

importante resaltar la cuestión de la limitación del poder. El poder ilimitado es

fuerza, no poder político. El poder político siempre es limitado. En términos

similares argumenta Molina (1998:93): el poder es político cuando se ejerce en un

marco donde la coerción es legítima o la recompensa por la obediencia tiene que

ver con beneficios provistos por la comunidad. Politics será ahora, una vez

perfilada la cuestión, “el estudio de la naturaleza y el origen de esas limitaciones y

de las técnicas para el uso del poder social” (Goodin & Klingemann, 2001:27). El trabajo

del politólogo será el analizar esos límites bajo las que se mueven los actores

políticos y las maniobras estratégicas que tiene lugar.

La política y las Instituciones de Gobierno: Polity. La idea general sobre la

que se establece la política como estructura de gobierno (Caminal, 2007:35) es que

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son el conjunto de instituciones políticas las que adoptan las decisiones políticas

que vinculan a toda la sociedad civil. Éstas son los poderes públicos del estado,

los partidos políticos, las instituciones internacionales, etc. Además, serían el

conjunto de individuos que forman parte de esas instituciones, los actores

políticos públicos, que tienen unas funciones determinadas y que toman, cada

uno también, una serie de decisiones establecidas por la legalidad.

Ahora bien, a esta idea general, de una y otra acepción de la política, poder

e institución, se pueden hacer determinadas enmiendas que nos hacen ver que la

cuestión no es tan simple como aparenta ser. Respecto a la política como

relación de poderes, Caminal (2007:34) argumenta que si bien es cierto que hay

política en todos los niveles del sistema social, se manifiesta de modo diferente

en cada uno de ellos. El poder no está repartido equitativamente entre todos los

componentes de la sociedad. No se puede obviar la existencia en nuestra

sociedad de una estructura de organización de los procesos y unas relaciones de

competencia-colaboración entre los niveles y entre distintos sistemas. El sistema

político no es un sistema plano por el que el poder y la influencia se reparte

homogéneamente. No se puede obviar que el sistema político se parece mucho a

una compleja estructura multidimensional con múltiples interrelaciones entre

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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50

sus partes. Encontramos lugares por donde fluye poco poder y encontramos

otros por donde la energía18 fluye con muchísima más fuerza.

Respecto a la política como estructura de gobierno, podemos argumentar

(Caminal, 2007:36) que si bien es cierto que la política es una cuestión de conjuntos

institucionales, también el individuo particular, en los sistemas políticos

democráticos, tiene la opción de convertirse en agente político, trascender su ser

social y pasar a ser un actor político con pleno derecho. O bien tratan de formar

parte de alguno de los niveles institucionales existentes, la práctica de la política

profesional; o bien, a través de las otras muchas formas de participación

indirecta adquiriendo gran cuota de relevancia o influencia. No se puede obviar

la existencia en nuestra sociedad de un conjunto de actores e instituciones

políticas que sin ser estructura de gobierno influyen de forma decisiva en el

proceso político: Mass media, grupos financieros e industriales, Multinacionales,

grupos criminales, instituciones religiosas, etc. El peso político de estos agentes

es indiscutible.

Como hemos visto, a cada una de las posibles explicaciones de la política,

en su forma individualizada, se le pueden sacar sus puntos débiles, sus

insuficiencias; pudiendo ser enmendadas, serían incompletas, por tanto. Una

correcta descripción de ‘lo político’ tendría que tener recogidos ambos

18 Poder: energía capaz de conseguir que la conducta de los demás se adapte a la propia voluntad (Molina, 1998:93)

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elementos. Con lo que sería factible describir la política como aquello que surge

del trasiego entre ambos polos. Hay elementos en los que una de las polaridades

se muestra en su máxima puridad, sea el poder o sea el gobierno; pero además,

existen una infinidad de otros elementos políticos en los que vemos como se

mezclan de modo heteróclito ambas características.

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CIENCIA POLÍTICA.

1. LAS CORRIENTES

La Ciencia Política es una disciplina muy plural en la que conviven

distintas perspectivas o corrientes o escuelas. ¿Cuáles son éstas? Harto de Vera

elige el concepto ‘enfoque’ para hablar de esta multiplicidad en los frentes de

abordaje de la política. Según este autor, son 6 los principales enfoques que

existen.

Formalismo Institucionalista. A comienzos del s. XX la perspectiva jurídico-

formal era la dominante en el análisis político. Su objetivo principal de estudio

son las instituciones políticas y las reglas y procedimientos de los gobiernos.

Como nace en el marco de la Facultad de Derecho, el interés se centra en las

Leyes Constitucionales, las Organizaciones gubernamentales formales y el

Derecho Público (De Vera, 2005:135). La Ciencia Política era, exclusivamente,

Derecho Político o como diríamos actualmente, Derecho Constitucional. Los

defensores de este enfoque asumen la democracia liberal (de Europa y los

EEUU) como el centro de sus estudios, dando de lado todo lo concerniente a la

sociedad civil y los movimientos sociales.

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Behaviorismo. El anterior enfoque era insuficiente, como quedó claro

cuando las democracias liberales entraron en crisis por la pujanza imparable de

los fascismos y los bolcheviques. Fijarse en la estructura política no fue

suficiente. Había que poner el énfasis en otros lugares: el proceso político, esto

es, el conjunto de interacciones (De Vera, 2005:138) que se produce entre las

instituciones políticas y la sociedad. Había que analizar el ‘political behavior’: el

comportamiento político.

“Buscaron, en general, una transformación a gran escala de la disciplina. En

lugar de ‘el Estado’ y de los métodos legales-formales, prefirieron y desarrollaron

estrategias de investigación para estudiar ‘comportamiento’ y ‘proceso’, ‘sistema’ y

‘grupos’. Estaba en juego, a su juicio el destino de una ciencia de la política

genuinamente predictiva contra la tradición de la investigación normativa e

histórica” (Farr, Dryzek & Leonard 1999:30).

Hay que destacar dentro de este enfoque la figura primordial de Ch. E.

Merriam de la Chicago University y algunos de sus más destacados discípulos

(Gosnell y Laswell) que llevaron este movimiento al resto de las prestigiosas

universidades americanas. Este behaviorista fue el que cambio el método de

trabajo: de la mera historia a los análisis psicológicos de los actores políticos, las

estadísticas y los estudios cuantitativos.

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54

“A través de estudios empíricos concretos era posible un aumento genuino

del conocimiento político mediante una estrategia de investigación

interdisciplinar, la introducción de metodologías cuantitativas y un apoyo de

investigación organizado” (Almond 2001:104).

Lo que busca este enfoque son regularidades uniformes que puedan ser

expresadas mediante teorías y que luego puedan ser verificables. Por tanto,

punto central en esta investigación será la rigurosidad en la búsqueda de la

mayor cuantía posible de datos. La pretensión behaviorista era realizar una

actividad plenamente científica de carácter neutro y libre de valores e

ideologías. Es posibles que las pretensiones e intenciones fueran loables, pero el

hecho cierto es que desde un primer momento cooperó activamente con la

Administración pública norteamericana, especialmente durante la Segunda

Guerra Mundial en los Departamentos de Justicia, Tesoro, Guerra, Comisión

Federal de Comunicaciones, incluso el Servicio de Inteligencia (Almond 2001:108-

109). Tras el conflicto siguió esta colaboración que a la postre ya fue un acto de

elección de unos determinados valores, y no de neutralidad. Así lo confirma Ball

(1999:80): El behaviorismo toma parte en la lasitud política de la era Eisenhower

y, subsiguientemente, en las cruzadas de la Guerra Fría de los años de Kennedy y de

Johnson.

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Análisis sistémico. La neutralidad valorativa no era tal, sino que ocultaba

algunos rasgos conservadores y de mantenimiento del status quo. Si a esto le

sumamos el excesivo empirismo, el behaviorismo terminó por desencantar a

muchos analistas que terminaron por criticar su hegemonía y buscaron otras

formas de hacer ciencia política buscando nuevos parámetros dentro,

igualmente, de la rigurosidad racional. A finales de los años 60 David Easton fue

el principal crítico behaviorista aunque sin romper completamente con el

mismo. El análisis sistémico es la aplicación en ámbito político de la Teoría

General de Sistemas. Gira en torno a cuatro conceptos centrales: Sistema,

Entorno, Respuesta y Retroalimentación. La política es, sigue siendo respecto al

behaviorismo, un sistema de comportamientos que se distingue del entorno en

el que existe. Pero ambos, sistema y entorno, aunque separados no son

compartimentos estancos sino que admiten interactuaciones e influencias

mutuas, los input-output. Las respuestas son los cambios que se producen

dentro del sistema para que éste pueda regularse y hacer frente a las tensiones

del mismo sistema o de la interacción con el entorno. La capacidad de este

sistema para mantener constante su capacidades frente a las tensiones e

influencias (de dentro del sistema y de la interacción entorno-sistema) se llama

retroalimentación. ¿Cómo funciona esta ‘maquinaria’, este ‘mecanismo’ político?

Desde la sociedad (el entorno o ambiente intra-extra societal), una serie de

actores y organismos políticos trasladan al sistema una relación de demandas y

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apoyos (input) por una serie de canales de transmisión establecidos (que

también actúan de filtro para que el sistema no se sobrecargue). En el interior

del sistema, en respuesta a estas entradas, se generan una serie de reacciones y

respuestas que cristalizan en forma de legislaciones, normativas, decisiones, etc.

(output) que salen hacia el entorno societal. Finalmente, la retroalimentación

informa al sistema político del modo y manera en que sus productos son

recibidos, con lo que puede evaluar su forma de actuar y dar forma a nuevos

productos.

Cultura Política. Un segundo movimiento que surge en la parte final de la

década de los 60 como respuesta al behaviorismo, aunque tampoco rompe con el

mismo, es el enfoque de la cultura política. Sus principales promotores, G.

Almond y S. Verba, trataron de entrelazar junto al sistemismo eastoniano, la

Acción Social de Parsons y el conductismo en el aprendizaje de Skinner, de tal

modo que en la política queden interconectados los niveles micro (‘lo

psicológico’) y lo macro (conceptualizaciones del sistema político). Para estos

autores, las personas no tiene una tabula rasa en lo que respecta a lo político.

Todo individuo tiene una serie de actitudes y orientaciones ante ‘lo político’ que

se van formando progresivamente a lo largo de su vida por sus vivencias

personales y por los procesos de socialización. Estas orientaciones son de tres

tipos: los conocimientos sobre el sistema político en el que vive, los sentimientos

que el sistema político le produce, y la evaluación racional que hace del sistema

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político al que pertenece. Todos estos elementos se mezclan en la mentalidad de

los sujetos llevándoles a determinados grados de participación en la política,

desde la despreocupación más absoluta (ni aporta ni recibe), a actitudes de

demanda constante sin que haya compromiso de colaboración con el sistema

(pide pero no aporta), hasta un alto interés y participación activa (aporta y

recibe). Según este interés y el nivel de participación en el sistema político se

pueden dar tres tipos ideales de cultura política: parroquial, de súbditos y

participativa. En realidad, no se dan ninguno de estos en la realidad, lo que

ocurre en la cotidianidad es la hibridación de estas tipologías ideales.

Institucionalismo histórico. Un tercer enfoque que surge como respuesta al

behaviorismo, es éste, que trata de volver a cargar las tintas sobre las

instituciones y los entramados en los que estas se configuran, que en el

comportamiento y las actuaciones de los actores políticos. No eliminan a estos

últimos, lo que hacen es poner el énfasis el proceso político dentro de

parámetros institucionales.

Teoría de la Elección Racional. Se trata de aplicar en el ámbito político la

Teoría de los Juegos (Von Neumann & Morgenstern, 1944), esto es, la resolución

racional de situaciones de conflicto. Juegos, estrategia, utilidad y racionalidad

son los pilares en los que se asienta este enfoque. El punto de partida de este

modelo es doble. El primero es que el homo politicus se crea a partir de homo

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economicus: el ser humano es egoísta y materialista a la par que racional y

maximizador en cualquier esfera de su actividad humana, desde lo más

cotidiano y banal hasta las decisiones políticas de mayor calado e importancia

(Almond 2001:132). En segundo lugar, está en la idea de que la política trata

exclusivamente de cómo resolver los conflictos; en esta perspectiva, el juego es

toda aquella situación en la que hay un conflicto de intereses entre dos o más

actores políticos; la estrategia son el conjunto de elecciones que los actores

políticos pueden tomar en la jugada; la utilidad será la ganancia o pérdida de los

jugadores-actores políticos. Por último, la racionalidad en este contexto alude a

que como cada jugador-actor político quiere maximizar sus ganancias tratará de

que su decisión sea la acertada. El primer teórico político que introdujo estos

parámetros en su análisis fue A. Downs en 1957 pero añadiéndole el importante

concepto de incertidumbre, o la falta de conocimientos sobre los hechos que han

de acontecer. Ésta depende de la cantidad y calidad de información que se pueda

recabar de tal modo que el actor político que tengas más y mejor información, y

por tanto menor incertidumbre, tendrá más influencia (maximizará sus

ganancias). Otro importante analista, M. Olson, afirmó con su trabajo el concepto

de participación y acción a cambio de beneficios: lo racional es participar

activamente en aquellos grupos en los que se ofrezcan incentivos selectivos.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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59

La interpretación victoriosa que se hace del behaviorismo en la actualidad

es la de que tras la supuesta neutralidad late un impulso ideológico, hay un sesgo

determinado, la elección de un enfoque. Pues bien, hay defensores de este

movimiento y su cientificidad. Y creo conveniente integrar aquí sus argumentos

y confrontarlos con los que se han expuesto anteriormente. Para Gabriel

Almond, la ciencia política se divide en tres grandes opciones: los que aceptan la

visión ecléctico progresista y el método de la evidencia-inferencia, los que

rechazan la noción de progreso y los que rechazan ambas. El primer grupo se

corresponde con la rama dura del primer behaviorismo, y sus desarrollos

posteriores, el análisis sistémico y la cultura política. La segunda de las opciones

engloba a la postura Anticiencia y el Poscientifismo deconstructivo. En el análisis

de Harto de Vera, el primer grupo, encabezado por Leo Strauss, ya está

desgajado de la ciencia política y aparece en la apartado de los teóricos. El

segundo grupo está formado por los politólogos (cita a Ricci o Seidelman por

ejemplo) que entienden que la disciplina se encuentra en una fase de pluralismo

pospositivista debido al fallecimiento del behaviorismo (Almond, 2001:127). El

análisis que hacen estos autores es que no queda ya un movimiento hegemónico

y privilegiado sino un grupo plural de escuelas competidoras, en cierto modo es

lo que expone Harto de Vera en su libro. El politólogo norteamericano no

comparte este posicionamiento plural, para Gabriel Almond la primera opciones

es la versión ‘privilegiada’ (Almond, 2001:127) de la ciencia política:

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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60

“La ciencia política tiene componentes tanto científicos como humanistas, regidos ambos

por los mismos imperativos de la investigación académica (las reglas de la evidencia y la

inferencia)” (Almond, 2001:85).

La ciencia política cuyo criterio es la creación de conocimiento y la

búsqueda de la objetividad basada en las reglas de la evidencia y la inferencia

está caracterizada por una visión ‘ecléctica-progresiva’ (Almond, 2001:84). El núcleo

metodológico irrenunciable es la evidencia-inferencia (Almond, 2001:86): tenemos

evidencias de hechos concretos, que han de ser analizados, para posteriormente

extraer inferencias de los mismos. Las otras opciones que se alejan del

falsacionismo y la regla de oro de la evidencia-inferencia no están al mismo nivel

de privilegio, medido por el aumento del conocimiento, aunque se le reconocen

contribuciones sustantivas, especialmente al arsenal de nuevas metodologías

que trajo consigo la Teoría de la elección racional. No se niega que las otras

formas no tengan derecho a la existencia reflexiva y académica; lo que dice

Almond es que sí hay un parámetro objetivo para medir el éxito y el fracaso en la

aventura científica: la cantidad de conocimiento. Y que la escuela o la tradición o

el paradigma ecléctico progresista puede demostrar fehacientemente su

superioridad sobre las otras por la cantidad y calidad de sus hallazgos, por la

potencia de sus explicaciones.

La tercera de las opciones engloba también posiciones dispares como son

la teoría de la elección racional y la teoría crítica que son los teóricos herederos

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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del marxismo (Almond, 2001:85 y 122). Lo interesante tiene que ver con la segunda de

las opciones. Aquí la cuestión se engarza con un debate importante en todo lo

concerniente a ‘lo político’, que tiene que ver con la posibilidad o no de que

exista objetividad en el quehacer de la politología.

“Hay varias escuelas que desafiarían la aproximación a la historia de la ciencia política

como el progreso de la práctica académica ‘objetiva’, sobre la base de que la objetividad es

imposible de alcanzar y, si se la busca, conduce al ‘cientifismo’ y al mantenimiento del status quo.

Desde este punto de vista, hay que renunciar incluso a la búsqueda de la objetividad profesional.

Hay que tomar partido político y emplear conscientemente la práctica académica al servicio de

buenas metas políticas” (Almond, 2001:129).

Almond está haciendo referencia a que la tradición de la Escuela de

Frankfurt y la Teoría Crítica, la de Marcuse, Adorno, Horkheimer o Habermas,

acusa reiteradamente a la politología empírica de que bajo la patina de la

objetividad y la neutralidad lo que está haciendo realmente es aliarse con un

determinado punto de vista, la defensa del status quo poderoso liberal y

conservador. Almond rechaza de plano estas acusaciones y entiende que sí es

posible el rigor científico en la política y la búsqueda de la objetividad. Para

apuntalar su argumento cita incluso a un autor de clara y reconocible influencia

marxista, a Karl Manhein y la intelligentsia desligada (Almond, 2001:129). La ciencia

política puede ser objetiva; la garantía de la objetividad está, a decir de Almond,

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en el profesionalismo, en la acreditación profesional, en la práctica académica

honorable y rigurosa.

¿Es el estudio de la política una ciencia? Como vimos en uno de los

apartados anteriores, depende de cómo se entienda el término ‘ciencia’ así se

afirmará o no que se pueda hacer ciencia con la política. Con un positivista lógico

a nuestro lado nunca podría ser factible este maridaje ya que las leyes generales

que buscan estos científicos solo atienden a las fuerzas causales. Pero los seres

humanos son, en gran parte, “actores intencionales, capaces de conocimiento y de

actuación sobre la base del mismo” (Goodin & Klingemann, 2001:31). Hay una serie de

elementos cruciales en la acción humana que no están previstas en el modelo de

leyes generales positivistas: creencias, propósitos, intenciones y significados. El

que la política tenga en cuentas éstas y otras cuestiones no es motivo de

prohibición al acceso de la política a la ciencia (Goodin & Klingemann, 2001:31). Entonces

habrá que preguntarse, ¿en qué términos la política puede aspirar a ser una

ciencia? Hay que entender ‘ciencia’ como “una investigación sistemática que

tiende a construir un conjunto ordenado de proposiciones cada vez más

diferenciado sobre el mundo empírico” (Goodin & Klingemann, 2001:31).

Los primeros behavioristas despreciaron los formalismos de la política, el

estudio y reflexión de las instituciones, los órganos de gobierno y las

legislaciones. Una generación más tarde, los politólogos de la elección racional

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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despreciaron el trabajo de los anteriores y basaron todo su análisis al estrecho

margen del juego y el interés egoísta. Unos y otros excluyeron los valores, los

principios, las vinculaciones personales, la historia y a las instituciones. Pero, a

partir de los años 70, comenzó una etapa de acercamientos, de superación del

maniqueísmo, los buenos y los malos, los ideológicos y los neutros, los que tiene

razón y los que no. Se dejó de pensar en términos excluyentes y se comenzó una

mezcla prudente de elementos que recogen lo institucional y lo oportunista, lo

racional y lo habitual, lo realista y lo idealista, la ciencia y la narrativa, la

monocausalidad y la complejidad. Cada facción sigue apostando por sus

elementos propios pero siempre combinándolos con otros elementos de otros

académicos: préstamo, hibridación, fertilización cruzada, extensión conceptual

(Goodin & Klingemann, 2001:31). La pluralidad de la actual ciencia política puede ser

descrita como eclecticismo ordenado (Goodin & Klingemann, 2001:31). La disciplina es

ahora una empresa común que comparte un buen número de preocupaciones.

Seguiremos por esta senda. Los rasgos principales de las ciencias políticas

son: especialización, fragmentación e hibridación. Un mismo fenómeno-hecho-

suceso puede ser examinado desde distintos punto de vista. Cada punto de vista

supone una disciplina o especialidad. A su vez, cada una de las disciplinas se ha

fragmentado en una serie creciente y organizada de subcampos o subdisciplinas

o subespecialidades. Finalmente, la hibridación es el intercambio creativo entre

subcampos especializados de disciplinas distintas. Lo que nos importa

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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64

realmente en ciencia política son los dos últimos. Porque el avance de la ciencia

política se produce gracias a la interacción de esos dos procesos, la

fragmentación de las disciplinas en subcampos especiales y a la especialización

por hibridación (Dogan, 2001:154). No se trata de interdisciplinaridad sino de

recombinación de conocimientos, de construcción de puentes entres subcampos

especializados de varias ciencias sociales (Dogan, 2001:154). Estos híbridos no están

a medio camino de las dos grandes disciplinas sino que combinan dos dominios

delimitados, no las disciplinas al completo. Finalmente, hibridación es el

intercambio de datos e información, de conceptos, teorías y métodos entre las

disciplinas (Dogan, 2001:154).

“Los fenómenos políticos nunca se producen in vitro, de manera artificial en un

laboratorio. Siempre están relacionados con una variedad de factores por detrás de la política.

Se usan docenas de variables no políticas para explicar la política. Ésta es una de las principales

razones de por qué la ciencia política está entretejida con las demás ciencias sociales” (Dogan,

2001:154).

Dogan (2001:155) llega a citar hasta 21 de estos dominios híbridos

reconocidos por la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA)19 aunque

se centra en describir brevemente los más conocidos y estudiados. Los dominios

híbridos más importantes son:

19 http://www.ipsa.org/

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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65

- Psicología Política, que se encarga, entre otras cuestiones, de los

procesos de socialización política, la teoría de rol, actitudes y creencias

políticas, tipología de líderes políticos, las masas y su participación

política, etc…

- Geografía Política, que se encarga, entre otras cuestiones, de la

demografía, la geopolítica, la geografía electoral, organización espacial

de la sociedad, problemas medioambientales, políticas urbanas y

rurales, impacto de los factores ecológicos en los parámetros de

desarrollo social y político, etc…

- Sociología Política.

- Economía Política.

- Antropología Política.

- Filosofía Política.

Los grandes temas de la politología actual, como por ejemplo el

surgimiento o la quiebra de las democracias, la guerra y la paz, el debate entre la

libertad y la igualdad, la opinión pública, la clase política y gobernante, etc.,

cruzan las fronteras de las disciplinas.

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EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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CIENCIA POLÍTICA.

2. BEHAVIORISMO

El Behaviorismo ocupa un lugar fundamental en la Ciencia Política y en su

Historia. La historia pasada no puede ser cambiada, aunque si reescrita. Por eso

la impronta de esta forma de hacer política está fuera de toda duda, tanto para

los que están a favor como para los que están en contra y quieren reescribir la

historia haciéndole justicia a este movimiento. El Behavioralismo20 ha influido a

todos los que se han acercado a esta disciplina del conocimiento social. No sólo a

sus defensores, también a los enmendadores o reformistas como a los críticos y

enemigos declarados que estudiaron su modus operandi para poder

desmontarlo. Es más, este enfoque o escuela, ha marcado la política real y

cotidiana de los Estados Unidos de América, y por ende, la de la mayor parte del

mundo. Por tanto, es importante, describir lo que significó el behaviorismo para

la ciencia política y para los Estados Unidos y confrontar ambos frentes de

argumentación.

El behavioralismo se inició como una protesta contra la tradición vigente

en la politología norteamericana. El antiguo régimen de reflexión fue arrasado, y

20 Para Harto de Vera es Behaviorismo y en ‘La Ciencia política en la historia’, Farr, Dryzek & Leonard (Eds.) es Behavioralismo. La traducción al español de esta obra corre a cargo de Ramón Bouzas Lorenzo y Celestino García Arias.

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cambiado, por una nueva forma de hacer y analizar las cosas, convirtiéndose en

el nuevo orden establecido. Por tanto, bien que puede usar el término de

revolución behavioralista. Según defiende Farr (1999:258-259), el nuevo orden

behavioralista se armó alrededor de una serie de proclamas muy potentes, que

mientras tuvieron fuerza, lo mantuvieron como hegemónico.

El behavioralismo en ciencia política fue parte de un movimiento intelectual mucho más

amplio que había estado influyendo en las ciencias sociales desde comienzos del siglo XX (Farr,

1999:261).

Primera de las proclamas del behavioralismo: el comportamiento político

puede ser estudiado de acuerdo con los cánones de la metodología científica. La

ciencia política no tiene que ocuparse ni del Estado, ni las constituciones, ni la

ley, ni los ideales normativos de los teóricos del pasado. Hay que prestarle

atención al comportamiento político en sí (Farr, 1999:263). Este comportamiento,

individual y grupal, se da en una serie de escenarios y tiene una serie de

consecuencias; por tanto, lo que hay que analizar son procesos y sistemas. Lo

que sí es cierto, e incluso los críticos no rechazan es que el behavioralismo

renovó el lenguaje y la terminología de la investigación política.

Segunda de las proclamas: La ciencia política tiene que adoptar una nueva

metodología en la investigación de su objeto: encuestas, sondeos,

experimentación psicológica, escalas y estadísticas. El denominador común de

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todas estas nuevas técnicas es la necesidad de cuantificación (Farr, 1999:264). En

ningún momento, los behavioralistas negaron la inspiración de los

neopositivistas (Cohen, Hempel, Nagel entre otros), de ahí la afirmación de que

sólo lo que era observable era admisible como hecho en la investigación. La

auténtica meta de la ciencia, se sostenía, era descubrir leyes o generalizaciones

cuasilegales y desplegarlas después en explicaciones teóricas del comportamiento,

los grupos, procesos y los sistemas políticos (Farr, 1999:265).

Tercera de las proclamas: La revolución behavioralista trajo la estela de un

mensaje político nuevo o renovado sobre el pluralismo liberal en los Estados

Unidos (Farr, 1999:266). Los grupos de individuos actúan en pos de la consecución

de sus intereses colectivos, ordenándose en distintos escenarios, compitiendo

por la influencia, tratando de tener impacto sobre la distribución del poder. Este

sistema de grupos de interés opera dentro de la legalidad vigente sin los

dictados del Estado. Este mensaje fue aceptado por la inmensa mayoría de la

población norteamericana, además de la mayor parte de las élites académicas

(exceptuando los críticos, que también los había). Durante tres décadas (de los

cuarenta a los sesenta), construyeron un sistema político pluralista pero bajo los

auspicios del liberalismo. Dando por hecho que este liberalismo plural, tolerante

y abierto, generador de armonía y orden era de una neutralidad normativa fuera

de toda duda.

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Es posible, ahora, una búsqueda del porqué al auge de la ciencia política de

corte behaviorista en los EEUU. El behaviorismo se entiende a sí mismo como

científico, sin color político y contrario a la teoría política tradicional de corte

normativo, centrada en valores y no en hechos. Su hegemonía en la disciplina,

según todos los expertos en la materia, ha sido incontestable durante la parte

central el siglo XX. Es más, la historia moderna de la politología norteamericana

va ligada a su desarrollo.

Desde el comienzo del desarrollo de la politología norteamericana, a

finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, una de las preocupaciones

centrales fue el evitar que proyectos estrambóticos y populistas (Ball, 1999:65)

pudieran descontrolar la sociedad de masas en constante expansión y

crecimiento económico. Desde ese primer momento, a los norteamericanos les

preocupó mucho una pluralidad desbocada y exagerada, que lejos de enriquecer

a la sociedad, pudiera producir una fragmentación y división ad absurdum de la

vida sociopolítica y económica. En este contexto importa, y mucho, resaltar la

obra de Woodrow Wilson, abogado y Doctor en Ciencias Políticas por la John

Hopkins, y que más tarde se convirtió en el 28º Presidente de los Estados Unidos

(1913-1921)21. Para este politólogo, la verdadera representación de la voluntad

popular está en la Presidencia y no en el Congreso. Por eso, pensaba Wilson que

la voluntad presidencial precede y hace posible la voluntad popular67. La figura

21 http://www.whitehouse.gov/about/presidents/woodrowwilson/

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prestigiosa y poderosa del Presidente amalgama el pluralismo, evitando que se

radicalice.

Otro elemento a tener en cuenta es el desarrollo de la psicología en las

Universidades más prestigiosas de los Estados Unidos. Y aunque la psicología

poco o nada tenía que ver con la política, las implicaciones sobre lo político que

arrojaban los descubrimientos psicológicos, de la conducta y el pensamiento del

individuo, eran de primera magnitud política. En la Universidad de Harvard se

dieron cita tres expertos que hicieron dar un salto cualitativo al estudio

psicológico de la política: William James, Graham Wallas y Lawrence Lowell (Ball,

1999:73). Si la democracia depende de la aptitud del ciudadano ordinario, que ha

de tener un pensamiento claro para poder deliberar racionalmente sobre lo

conveniente y deseable en política ¿cómo encajaban los descubrimientos de la

mente humana: los impulsos, las necesidades, las fobias, los temores y las

angustias, la manipulación, y un largo etcétera de componentes irracionales

inconscientes en la política? Estos descubrimientos perturbadores minaban la

democracia (Farr, 1999:273) ya que sobre esos elementos podían actuar demagogos,

ideólogos y propagandistas que bien podían intentar dominar a la ciudadanía

manipulando sus emociones. El resultado final de todas estas investigaciones fue

más bien negativo y escéptico. Así explica Ball (1999:75) como era el pensamiento

mayoritario que fluía por las mentes de los académicos:

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‘Opinión pública’ se refiere, por tanto, no a las opiniones de un público informado, sino a

la acumulación caótica de ilusiones y fantasías que constituyen el equipamiento mental de la

mayoría de la gente.

Pero fue, entre otros, John Dewey, filósofo y pedagogo que estudió en la

John Hopkins y fue Profesor en Chicago y Columbia, el que en vez de culpar a la

ciudadanía, se centró en las deficiencias de la sociología, la psicología y la

política en su labor educativa y pedagógica de la opinión pública (The Public and

its problems, 1927). Pero el citado texto de Dewey nunca fue tomado en serio

por los incipientes científicos políticos que querían ante todo quitar del medio

de la reflexión política a los teóricos y a los filósofos. El divorcio de la teoría fue

también el divorcio con la pedagogía política (Ball, 1999:77). Entre las funciones de

los politólogos, o sea los científicos, para con la ciudadanía no era la educación

cívica sino el estudio de la maleabilidad y susceptibilidad de la opinión pública,

¿qué grado de manipulación puede encajar?, ¿cómo pueden las élites informadas

y racionales moldear al resto? Y entonces, llegó la Gran Depresión y la II Guerra

Mundial, y tras ellos la revolución behavioralista (Ball, 1999:80), porque esta etapa

dura de la historia fue un auténtico banco de pruebas de todo tipo de

comportamientos humanos bajo las peores condiciones de vida.

Otro de los rasgos por los que fue conocido popularmente el Presidente

Wilson fue su intento de doblegar el aislacionismo norteamericano; su política

exterior fue intensa con la entrada en la Gran Guerra, la construcción del Canal

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de Panamá o el impulso de la Sociedad de Naciones. Aunque la población en

general era reticente al aperturismo, a nivel académico los vínculos entre ambas

orillas del Atlántico eran cada vez más fuertes. Cada vez más académicos

norteamericanos cruzaban a la otra orilla para estudiar en Inglaterra y

Alemania. Volvieron con sus doctorados y con mucha información de lo que allí

habían vivido, también como la visión del mundo de los europeos se separaba

cada vez más de la norteamericana. Y la irrupción posterior de los fascismos y el

estalinismo en Europa fueron el motivo de que centenares de científicos y otros

estudiosos se dirigieran a Estados Unidos buscando la libertad de reflexión y

experimentación que habían perdido en la vieja Europa. Los emigrantes llevaron

consigo sus conocimientos, pero también sus terribles experiencias vitales

respecto a la política, que se iban a sumar a las ya experimentadas por los

norteamericanos tras el crack bursátil del 29 y la gran Depresión.

La suma total de todo ese cúmulo de experiencias y conocimientos era que

el ser humano, el individuo, con sus acciones irracionales, impulsivas,

neuróticas, manipulables, violentas, etc. tenía que ser, de algún modo,

controlado, so pena de que la vorágine que terminó por fagocitar Europa,

haciéndola arder por sus cuatro costados, no hiciera lo mismo en territorio

norteamericano.

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La ciencia política estadounidense, sugerían algunos, podría prestar un

servicio público ofreciendo una alternativa a una política democrática

participativa intensamente ideológica y divisiva (Ball, 1999:84).

Aquí están otra vez, los fantasmas del pluralismo divisor y apocalíptico

potenciados por un terrible pesimismo antropológico. Y ahora tenían, decían los

defensores del behaviorismo, la prueba definitiva de que sus argumentos eran

ciertos: la preocupación Weimar (Ball, 1999:83). La expresión conocida como

‘preocupación Weimar’ fue acuñada por Robert Dahl (Futher reflections on the

‘Elitist Theory of Democracy’, 1966) y hace referencia a lo acaecido en la

República de Weimar (1919-1933). Sin entrar en profundidades históricas y

socioculturales que rebasan con mucho la economía de esta obra, podemos decir

que lo que comenzó con un marchamo de ilusión y regeneración democrática

terminó con el incendio del Reichstag y el encumbramiento de Adolf Hitler y el

nacionalsocialismo en Alemania. Los politólogos americanos estaban conjurados

para no caer en los errores cometidos por los europeos:

Una población profundamente dividida pero sumamente movilizada era, como había

demostrado Weimar, peligrosa para la democracia. Demasiada democracia-en forma de división

ideológica intensa y elevados índices de participación- podrían destruir una democracia (Ball,

1999:83).

La democracia por defecto no lo es, es una tiranía. Los politólogos

norteamericanos, agigantados por lo que creían descubrimientos científicos y

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objetivos del comportamiento humano, creían haber descubierto la democracia

por exceso, que era igualmente antidemocrática, un auténtico corrosivo de la

misma. Al pluralismo no se le objetaba nada, a la participación masiva casi

tampoco, pero si a ambas dos se le unía la ideologización, entonces era un cóctel

explosivo de difícil control. La ideología era vista como una especie de artefacto

explosivo que, de alguna manera, había que desactivar. O se elimina el material

peligroso, el pluralismo, o se desmonta el artefacto. Y la pluralidad, no podían

eliminarla sin convertirse en antidemocráticos. Así que, la espoleta que

controlaba dicho artefacto, la participación, era lo que había que controlar de tal

modo que nunca hiciera contacto con el material explosivo.

En este contexto, según Terence Ball (Ball, 1999:82-90), surgirán tres raíces

que apuntalarán definitivamente el talante del behaviorismo en la política

americana. La primera es el análisis funcionalista de Bernard Berelson: algún

grado de indiferencia es necesario si la democracia no ha de destruirse a sí misma

(Voting: A Study of Opinion Formation ina Presidential Campaign, 1954). Surgirá

también el enfoque económico y de la elección racional de Anthony Downs: en

Norteamérica los políticos tratan de ganar elecciones y ocupar cargos políticos, y

no se dedicarán a los proyectos de ingeniería social e ideológica; no apelan a lo

emocional e irracional de la ciudadanía, solo a los intereses racionales de grupos

e individuos; tienen que apelar al calculador que todo hombre y todo grupo de

individuos lleva en su interior, al espíritu de comercio y competición (An

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Economic Theory of Democracy, 1957). La tercera y última es la expresión

llamada fin de las ideologías. A nivel exterior, esta idea, aunque siempre tuvo

defensores, terminó por perder fuerza. Pero, a nivel interior, tuvo un impacto

rotundo: el consenso estadounidense significaba que los experimentos

mesiánicos o milenaristas o utópicos o radicales (como por ejemplo los de corte

marxista) era imposible que ocurrieran. La conjura contra la ‘preocupación

Weimar’, la división sectaria infinita y el conflicto ideológico corrosivo, había

sido desactivada. En cierto sentido, aquellos politólogos veían el consenso y la

pluralidad manejable como el triunfo de la prudencia, la racionalidad y el

sentido común. Estaban convencidos, que era, nada más y nada menos, que la

derrota de las ideas y de las teorías frente a la ciencia (Ball, 1999:89). Para terminar,

con Seymour Martin Lipset (Political Man: The social Bases of Politics, 1960),

profesor en Harvard, Stanford y Berkeley: Estados Unidos era una sociedad

pluralista caracterizada no por ideologías en conflicto, sino por intereses en

competición (Ball, 1999:90). La cuestión terminó con un sí a su pluralismo, un

depende para la participación y una negativa rotunda para la ideología.

Para los críticos, como apunta Farr (1999:267), aunque los behavioralista

aducían ser neutrales en cuanto a valores, resultaban estar absolutamente

imbuido de ellos. Las pretensiones neutrales de los behavioralistas recibieron

muchas críticas: la capacidad de descubrir leyes generales de la política fueron

tildadas de pretenciosas, la proclama de la neutralidad era algo contradictorio,

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una suerte de política apolítica (Farr, 1999:282), un pluralismo incompleto y

sesgado, una ceguera ante las disparidades de poder entre individuos y grupos, y

la incapacidad de que la gran masa de ciudadanos para expresar sus opiniones e

intereses.

Pero no fueron las críticas políticas y académicas lo que menoscabaron la

hegemonía del behavioralismo y su caída del trono. Fue algo más prosaico: la

realidad misma. No deja der curioso, cazados por sus propias categorías, la de

los hechos de la realidad dada. El behavioralismo fue alcanzado en su línea de

flotación por dos frentes. Lo que destrozó, hasta hacer pedazos, la imagen de una

sociedad pluralista y liberal que vive en el consenso normativo-valorativo,

fueron los disturbios urbanos de fuerte carga racial que comenzaron a mitad de

la década de los sesenta que lejos de aminorar, se fueron radicalizando con las

protestas contra la Guerra de Vietnam de finales de los sesenta y comienzos de

los setenta.

Pero no sólo se ponía se evidenciaba la falacia del pluralismo liberal; es

que el jaque mate llegó con la incapacidad de los politólogos behavioralistas, sus

leyes y todo su arsenal de cuantificaciones, no fueron capaces de describir,

explicar y predecir el comportamiento político real (Farr, 1999:284). Y claro está, hay

que medirles con su propio rasero, medir la ciencia política behaviorista por su

propia vara de medición. Y si tanto habían criticado a la teoría porque valoraban

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y no describían, prescribían y no predecían, ahora quedaban a la misma altura

de fracaso, porque erraron en la descripción y no acertaron en la predicción. La

máquina perfecta que creían haber construido, ahora cuando de verdad hacía

falta, no funcionaba.

Los propios politólogos behavioralistas comenzaron a reconocer con

franqueza sus equivocaciones en la previsión de la crisis y la desatención de las

responsabilidades sociales (Farr, 1999:285)22. Comenzó la era postbehavioralista, la

etapa más moderna de la politología norteamericana y mundial, que sólo puede

entenderse por referencia a la etapa anterior. La fragmentación que surge de la

crisis behavioralista tiene que ver, en gran medida, o con enmiendas parciales,

más o menos grandes, que tratan de subsanar sus fallos, errores y

equivocaciones; o bien, con proyectos que tratarán de desmontar hasta

pulverizar las grandes proclamas.

22 Discurso presidencial de David Easton en la APSA de 1969.

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CIENCIA POLÍTICA.

3. ANÁLISIS ELECTORAL: VOTO E INFORMACIÓN

La investigación del comportamiento político de los individuos es un

paradigma intelectual de gran peso específico en la politología moderna.

Actualmente, el campo más importante de estudio es cómo la ciudadanía de las

sociedades democráticas se relaciona con el voto: el contexto de los votantes

individuales (Carmines & Huckfeldt, 2001:330). El votante individual para esta tradición

analítica, que engloba tanto al ciudadano típico con un conocimiento mínimo en

política, como al ciudadano sofisticado bien informado para tomar decisiones

políticas, es el llamado ciudadano intencionado instrumentalmente motivado

(Carmines & Huckfeldt, 2001:331).

A lo largo de los últimos 50 años, tanto la psicología política, como la

sociología, como la economía política han aunado esfuerzos para explicar el

comportamiento político de los ciudadanos. La primera articulación de la que

podemos hacer mención es el análisis de la abstención racional y los costes de la

información de A. Downs, en su obra Teoría económica de la democracia (1957)

(Carmines & Huckfeldt, 2001:332). El punto de partida es que los ciudadanos calculan,

piensan y actúan estratégicamente para que sus intereses individuales se hagan

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realidad. La relación que tiene esto con la política tiene que ver, primero con el

voto, y segundo con la búsqueda de información política. La conclusión a la que

llega este teórico adscrito a la Universidad de Stanford es que el coste de la

participación en las elecciones y de la adquisición de información política es a

menudo mayor que el beneficio que se extrae. Cuando esto ocurre, lo más

racional es abstenerse y no votar o estar informado acerca de la política. Un

elemento importante que aquí se analiza es, entonces, la percepción que

tenemos los ciudadanos de la escasa probabilidad de que cualquier acto

individual sea importante, y que un voto no va a jugar un papel importante en el

resultado electoral. Pero, aunque la evidencia empírica parece que va en el

sentido contrario de la lógica de la abstención racional, esta teorización condujo

a otros muchos expertos a seguir profundizando en el estudio de las relaciones

que se establecen entre los intereses y beneficios individuales y el ejercicio de

los deberes de los individuos como ciudadanos. No hay que menospreciar el

sentido del deber la ciudadanía, los gustos personales y la particular

idiosincrasia de cada individuo. Es un tema improductivo (Carmines & Huckfeldt,

2001:335) el análisis de las causas del voto o no de los ciudadanos basándonos

exclusivamente en parámetros de cálculo racional.

“Final y fundamentalmente, la amplia búsqueda de información y el voto en elecciones no

puede entenderse desde la ventaja del cálculo racional a corto plazo (…) el desarrollo de

deberes ciudadanos tiene valor como un fin en sí mismo” (Carmines & Huckfeldt, 2001:334).

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La pregunta sigue en el tapete: ¿Cuál es el papel de los ciudadanos

intencionados en el funcionamiento de la democracia? Desde la Universidad de

Columbia se propuso otra formulación del problema: la estructura social afecta a

la información política. El argumento básico de esta concepción lo enuncia P.

Lazarsfeld en su obra The People´s Chocie (1944): “Una persona piensa,

políticamente, como él es socialmente. Las características sociales determinan las

preferencias políticas” (Carmines & Huckfeldt, 2001:336). Este determinismo social, que

obvia las circunstancias espaciotemporales concretas que rodean a los

individuos, y la marea de refutaciones críticas posteriores son parte importante

del desarrollo de uno de los temas más importantes de la politología moderna: la

intersección del ciudadano individual y el ambiente o contexto social en el que

habita. Los ciudadanos individuales vivimos en el interior de conjuntos

sociopolíticos, pero los analistas se centran en dos de esas estructuras,

principalmente: los contextos y las redes de ciudadanos. El contexto social es la

composición social de un ambiente (Carmines & Huckfeldt, 2001:339), y las preguntas

que generalmente se plantean son: ¿elegimos el contexto o es el contexto el que

‘nos elige’ a nosotros?, y ¿cuánto influye el contexto social sobre el individuo? El

contexto social queda más allá del alcance del control individual. Y aunque la

gente sigue ubicándose voluntariamente en un contexto particular y evitando

estar encasillado en otro, en base a criterios económicos, políticos y sociales; no

es menos cierto que una vez que se ha ubicado dentro de un contexto se

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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requiere gran esfuerzo para salir del mismo (Carmines & Huckfeldt, 2001:339). Mientras

que los contextos son estructuras externas al individuo, y este tiene poco control

sobre la composición politicosocial del entorno; las redes sociales son

consecuencia de las elecciones directas de los individuos:

“Las redes sociales son creadas como el producto de una intersección entre el contexto

social externamente impuesto y la propia preferencia exógena del ciudadano” (Carmines &

Huckfeldt, 2001:343).

La relación contexto/red e individuo se enlaza con otro asunto de suma

importancia: la adquisición de información política y la influencia de ésta sobre

el individuo. El entorno social ofrece a los individuos toda suerte de información

política; a la que nadie escapa, además. O sea, el flujo de información procedente

del entorno queda más allá del control individual de los ciudadanos (Carmines &

Huckfeldt, 2001:344). ¿De qué manera manejan y aceptan la información los

individuos? Los ciudadanos, en general, nos dejamos influir por nuestras

preferencias políticas. La gente selecciona fuentes de información sobre la base

de sus propias preferencias, con lo que quiere, o le resulta más útil y provechoso,

obtener información sesgada proveniente de la vertiente política que profesa o

con la que se sienta más cómodo, o la que entiende que es mejor, etc. Ahora bien,

¿qué ocurre con el ciudadano independiente, el que no opta por vertiente alguna,

el que quiere información objetiva que le ofrezca conocimiento acerca de la

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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política?, y ¿qué ocurre con los ciudadanos que todavía carecen de preferencias

para alcanzar un criterio de selección? Cada individuo quiere elegir las fuentes

de información que coincidan con su preferencia política pero ¿cómo podrá

elegir lo que prefiere si no tiene una información adecuada sobre las posibles

preferencias que existen para poder, luego, elegirlas? Sobre esto, incidiremos un

poco más adelante.

La información política se transmite por medio de los contactos sociales. Y

lo hace, en primer lugar, por los contactos más cercanos, agradables e íntimos en

términos de relaciones de redes formadas por amigos, conocidos, familiares y

gentes con intereses coincidentes, compartidos y comunes según el modelo de

cohesión social (Carmines & Huckfeldt, 2001:348). En segundo lugar, por contactos

menos cercanos, no cohesivos, de vinculación débil y no asociados íntimamente.

El núcleo de análisis se amplía mucho, como puede entenderse. Al ampliarse el

número de contactos con los que compartir la información, ésta se disemina y se

esparce, creándose una opinión pública (Carmines & Huckfeldt, 2001:350).

Recordemos las tres preguntas que nos hacíamos antes: ¿De qué manera

aceptan la información política los individuos?, ¿qué ocurre con el ciudadano

independiente?, y ¿qué ocurre con los ciudadanos que todavía carecen de

preferencias para alcanzar un criterio de selección? La toma de decisiones

políticas se convierte en un tema trascendental en politología. Y hay varios

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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frentes de análisis, el más importante de ellos son los efectos de los medios de

comunicación sobre las preferencias políticas de la gente, aunque no el único:

“La influencia de los medios no es simplemente una cuestión de decir a la gente cómo

votar, sino más bien una cuestión de influir las percepciones de los ciudadanos relacionadas con

la importancia de varios temas y problemas. (…) los asuntos cubiertos por los medios llegan a

convertirse en los asuntos que los ciudadanos ven como importantes” (Carmines & Huckfeldt,

2001:354).

En la amplísima oferta de medios de comunicación existen, en relación con

lo que nos ocupa, dos grandes variantes: la prensa partidista y la prensa adversa

(Carmines & Huckfeldt, 2001:352), por supuesto sin entrar a valorar la capacidad y la

profesionalidad de los medios, que se da por supuesta. La primera ofrece un

sesgo o, dicho de otro modo, un compromiso particular hacia una determinada

vertiente política. La segunda adopta una posición adversa y crítica frente a

todas las posibles vertientes de la lucha política. Cuando un individuo se

enfrenta a una decisión política y busca información para poder decidirse

intenta que esa información le ayude pero no dificultándole, sino facilitándole de

su decisión -reduciendo los costes es el concepto teórico (Carmines & Huckfeldt,

2001:353). Por eso un medio de comunicación sesgado hacia la vertiente que

defiende sus preferencias personales siempre será más útil y relevante para el

individuo que decide, que otro que tenga una posición adversa. Además un

ciudadano típico tiene un límite en la cantidad de información que puede utilizar

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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en sus juicios políticos, con lo que un medio de comunicación excesivamente

crítico que multiplique el número de temas políticos tratados o bien los llene de

contenidos prolijos y técnicos, tampoco será visto por el individuo como útil, y

no lo usará para ayudarse en su decisión.

Habíamos dicho que hay varios elementos que influyen en la toma de

decisiones políticas. El ciudadano medio típico tiene un conocimiento limitado

de los asuntos políticos, carece de información para saber qué es relevante en

política, y aun así son participantes políticos efectivos. Esto no es óbice para que

no tengan una opinión política expresada en una larguísima lista de tópicos

políticos que se manejan socialmente. Esta mayoría sabe qué posición prefiere

aunque no sea capaz de expresarla mediante un juicio razonado derivado de

premisas filosóficas articuladas (Carmines & Huckfeldt, 2001:360). ¿Cómo es posible que

la gente que no presta atención a la política o la que tiene poca información sepa

cuál es su preferencia y decida políticamente? Mediante una serie de atajos

heurísticos o de tanteo (Carmines & Huckfeldt, 2001:360) que permiten a los ciudadanos

estar mínimamente informados y formarse sus preferencias. Estos son,

someramente:

- Fijarse sola y exclusivamente en los grandes titulares o rasgos

sobresalientes y siempre disponibles de una situación sin tener toda la

información relevante. Por ejemplo, un votante que se decida por votar

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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a un candidato que simplemente diga ser representante del partido o

ideología X.

- Fijarse únicamente en los rasgos representativos o tópicos. Por

ejemplo, un votante que se decida a votar a un candidato que

simplemente esgrima los eslóganes propios del partido o la ideología X.

- Esperar no a los datos iniciales sino a algún tipo de información

relevante con determinados asuntos que interesan y decanten la

preferencia. Serían datos que se ajustan a las pretensiones del votante.

Por ejemplo, un votante no se decanta en el momento en el que el

candidato dice ser de X o defender eslóganes de X, sino que tenga

información de que defienda una medida que es defendida por el

votante.

- En las situaciones donde hay pocos datos o la información relevante es

mínima el votante intenta anticipar la situación simulando

mentalmente los distintos escenarios para poder decantar su voto.

Los dos últimos implican más procesos cognitivos y de reflexión que los

dos primeros, que se basan más en estereotipos y en la confianza en figuras

políticas importantes.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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86

Tenemos un individuo que quiere votar, y que quiere ir a votar con

información de lo que vota, pero quiere que la captación de esa información no

le resulte pesada y costosa y agote mucho de su tiempo.

Leer, escuchar e informarse sobre los puntos de vista de los candidatos lleva tiempo, y el

tiempo, como dice el viejo dicho, es oro. Un ciudadano racional no dedicará más tiempo/dinero

que el que sea necesario para adquirir tal información. Algunos concluirán que el coste es

demasiado elevado en relación a los beneficios esperados y no cargarán con el coste ni emitirán

un voto (Ball, 1999:85).

El ciudadano típico medio entiende la política como algo complejo, con lo

que el movimiento mental más lógico es de simplificación de esa complejidad

para poder decidirse. Pero ese mismo individuo que quiere votar e informarse

parte ya de una situación de preferencia y, la mayor parte de las veces, quiere

información que le refuerce esa preferencia, no que vuelva a llenarlo de dudas y

seguir gastando su tiempo en informarse, generar la preferencia y decidirse a

votar. La manera de obtener ese refuerzo y hacer más rápido y llevadero la

obtención de información y generar las preferencias es a través de los atajos

informativos (Pappi, 2001:382). Los más importantes son:

- Schemata o sinopsis. Se usa principalmente para la adquisición y el

procesado de información política. Framing mechanisms o mecanismos

de estructuración. Se usa principalmente para simplificar la evaluación

partidos políticos. El ciudadano típico medio acude a fuentes de

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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87

información en la que pueda distinguir claramente una serie de ideas,

creencias y código políticos. Busca como punto inicial de información

toda la serie de tópicos, trivialidades, eslóganes y prejuicios

reconocibles. El principal atajo es la etiqueta izquierda/derecha.

- Retrospective evaluations o evaluación retrospectiva. Se usa

principalmente para valorar la actuación competente del gobierno y los

gobernantes. En situaciones recurrentes, que ocurren con frecuencia, el

hábito ha creado una norma rápida de decisión. Así el votante

simplifica su decisión evaluando su propio bienestar en el pasado más

inmediato del cual hace responsables a los gobernantes, a los que no

vota (castigo) si le ha ido mal, o vota (premio) si le ha ido bien (Pappi,

2001:383).

El asunto de la preferencia de partido y el comportamiento en el voto es

una cuestión muy compleja, que los analistas empíricos estudian de modo

experimental mediante encuestas, entrevistas, etc. Ya hemos expuesto alguno de

los hallazgos de los sociólogos y psicólogos cognitivos. Pero este asunto no se

agota aquí. Dada la complejidad del mismo me limitaré a exponer brevemente

algunos otros elementos emparejados que entran a formar parte de este

complejo entramado mental de elección. Para empezar, no podemos igualar el

tiempo electoral con el tiempo interelectoral. Es ese primer momento, la

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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88

primera pregunta que se hace un individuo es ¿voy a participar?, y luego ¿por

cuál opción decantaré mi voto? Encontramos entonces, el voto por hábito en el

que el votante ya recapacitó hace tiempo y tiene clara su preferencia y mantiene

su actitud estable para con su partido favorito; y el votante que cada vez que hay

elecciones decide cuál será su preferencia en el voto. Encontramos también, el

voto retrospectivo frente al voto prospectivo: el primero evalúa su bienestar o

pérdidas en el pasado y el segundo plantea la hipótesis de la mejora o

empeoramiento en el futuro. Encontramos, otra opción más, el votante que se

deja influir por las noticias sobre el partido por el que tiene preferencia; y el

votante rutinario que no está receptivo a las noticias que surgen de su partido

aunque estas pudieran no ser positivas. Aun hay más elementos. Votantes que se

fijan en el factor utilitario, la satisfacción procede de la posibilidad de que el voto

tenga consecuencias beneficiosas sobre el votante; y votantes que se fijan en

factores expresivos, éticos, estéticos, religiosos, etc., donde la satisfacción

procede del acto de votar como tal. Siguiendo por la línea de argumentación

utilitaria nos encontramos con el votante-como-consumidor y el votante-como-

inversor. El primero busca la recompensa por su preferencia, y está pendiente de

los medios para implicarse en el voto según la oferta de los partidos. El segundo

calcula la utilidad que espera del posible gobierno. Y aquí no es lo mismo unas

elecciones en un sistema bipartidista (norteamericano) o multipartidista

(europeo). En el multipartidista, el inversor presta mucha atención a las

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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89

expectativas de voto del partido por el que tiene preferencia y es un ávido

buscador de información porque por un lado es posible que no vaya a votar

sabiendo que su partido no ganará; pero también es posible que el partido que

prefiere haga saber que apoyará en coalición a otro partido, entonces puede que

se decante por no votar ya que ese partido no es de su preferencia o puede que

se decante por el voto útil, y en vez de votar al partido que prefiere vote al

partido con el que su partido terminará haciendo coalición.

El análisis electoral es uno de los pilares fundamentales del estudio del

comportamiento político. Encuestas y métodos de muestreo, triangulación de

información, algoritmos de decisión, ecuaciones y conjuntos de variables,

modelo de votos por temas o identificación partidista son algunos de los

elementos que se dan cita en este tipo de investigaciones empíricas y

cuantitativas sobre el comportamiento político. Pero este modelo, lejos de ser

perfecto, tiene algunos defectos (Dunleavy, 2001:417):

- Énfasis totalizador de la investigación cuantitativa basada en encuestas.

- Marginalización y/o abandono analítico de las minorías sociales.

- Antinomias polarizadas.

- Riesgo de la ‘ingeniería’ del conocimiento.

Nos centraremos en las dos últimas que son las más importantes. Los

estudios electorales tienden a expresar las complejidades de las posiciones

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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90

políticas en formas dicotómicas y contradictorias. Un debate intelectual sobre la

política basado en el blanco-negro, el sí-no, izquierda-derecha, etc. está

distorsionado. Aunque no sólo es una cuestión de perfeccionamiento técnico,

como veremos a continuación, sí es necesario que si los análisis sean certeros y

válidos tengan en cuenta las ambigüedades del lenguaje, una buena formulación

de preguntas, un eficiente diseño de encuestas, etc.

Para algunos politólogos no behavioristas, el enfoque duro del

behaviorismo está bajo sospecha ya que entienden que sus presupuestos,

objetivos y finalidades son manifestaciones de una determinada ideología. Pero

los propios politólogos behavioristas son conscientes de que sus métodos de

trabajo y análisis, en los tiempos modernos, corren el riesgo de convertirse en

mecanismos de manipulación, de que sus herramientas puedan saltar el ámbito

propiamente académico y terminar formando parte de otras instancias que lo

convierte en ingeniería social. Dunleavy (2001:414-415) entiende que este problema

parte del propio éxito que los estudios empíricos han tenido en los últimos

tiempos a la hora de describir las realidades electorales, y esto es así por el

avance de la capacidad técnica para analizar y predecir el comportamiento

social. Al aumentar el prestigio profesional ha aumentado también la

aplicabilidad comercial y el aumento de agentes que usan ya este tipo de

técnicas y los resultados para sus intereses privados. Ya no están en posesión

exclusiva de los académicos sino que existen organizaciones empresariales

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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91

dedicadas a las encuestas, consultorías electorales que trabajan para los

distintos líderes o partidos políticos, think tanks o laboratorio de ideas, medios

de comunicación de masas, empresas de publicidad, marketing, consulting, etc.

Son muchos los peligros potenciales que encierra esta aplicación industrial del

conocimiento político, ya que se corre el riesgo de pasar de la descripción y la

predicción a la manipulación y el control de las fuerzas sociales en el traspaso o

retención del poder institucional. Para estas instancias antes mencionadas la

ciencia política no es la búsqueda abstracta de conocimiento sino la forma más

certera y efectiva de comprender cuáles son las fuerzas que estructuran la

competición por el poder político (Dunleavy, 2001:415); y una vez en posesión de dicho

conocimiento usarlo para obtener beneficios unilaterales.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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92

TEORÍA.

Se pueden plantear varias definiciones de lo que es la Teoría Política. La

primera definición que se aporta es una declaración de mínimos, genérica y

convencional, y seguramente insuficiente. Sirve más bien de faro que avisa a los

navegantes del lugar por donde pasan. También de etiqueta que presenta un

producto al que lo compra. En definitiva, una definición iniciadora de una

reflexión más profunda: Partiendo de los hechos y de los detalles, describe y

explica la política en términos generales y abstractos (Goodwin, 1997:10). La segunda

definición trata de profundizar más, tomando el concepto ‘poder’ como núcleo

de reflexión. “La teoría política,…, puede ser definida como aquella disciplina que

intenta explicar, justificar o criticar el ejercicio del poder en la sociedad” (Goodwin,

1997:10). Ahora bien, dependiendo del modo en que tratemos ese concepto, lo

analicemos o valoremos, dará lugar a distintos ideales y problemas político

(Goodwin, 1997:11). El mismo concepto no significa lo mismo a según qué analista

preguntemos. Esta definición que aspiraba a ser una declaración de máximos,

termina sin ser satisfactoria ya que no todos estarán de acuerdo ni con los

máximos ni cómo se han llegado a ellos.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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93

Surge aquí la problemática de los conceptos abstractos en política. Si

queremos soslayar esta problemática podemos decidir estudiar las instituciones

políticas reales en vez de los conceptos abstractos. De acuerdo entonces,

escojamos ‘la democracia’: ¿nos fijamos en los modos en las que se dieron, o

leemos a los autores que escribieron sobre cómo tendría que estar establecida?,

¿nos fijamos solamente en la de nuestros países o en la democracia de otros?,

¿en la que tenemos actualmente o en las que se dieron en el pasado?, ¿en sus

documentos fundacionales, las Constituciones, o en lo que realmente se plantea

cotidianamente? Aquí hay mucha tela que cortar, como diría el refranero

popular. ¿Existe realmente un hilo conductor, que alguien pueda probar con

argumentos, que sea capaz de unir todas y cada una de las democracias del

pasado y del presente, de nuestras sociedades y las de otras? Ímprobo trabajo,

desde luego, que tiene que ser ese.

De aquí, extraemos una de las preguntas nucleares de la política. Goodwin

(1997:11) la expresa como sigue: “¿Qué es lo que está primero, el concepto o el

hecho, la teoría o la realidad?”. ¿Sería mejor centrarse en las instituciones

políticas reales, en vez de estudiar los conceptos abstractos? ¿A qué se debe la

política, a las realidades o a las interpretaciones de las realidades? La postura de

Goodwin (1997:13) es que la tarea central de toda teoría política ha de ser la

‘crítica’, entendiendo ésta en su acepción ilustrada: la herramienta de la razón

para captar el orden social. En teoría política hay que partir de una posición

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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94

abstracta y conceptual, de ideales en definitiva, aunque estos no sean

imparciales. Porque para esta politóloga británica, ningún teórico está exento de

valores o compromisos ideológicos (Goodwin, 1997:24). Se ha hablado mucho en

política del llamado ‘enfoque neutro’: procurar hacer un análisis pulcro y

fehaciente de lo político. Entraríamos aquí en el esquivo y eterno debate

filosófico de la objetividad y la subjetividad ya tratado con anterioridad. Todos

los teóricos políticos asumen una serie de valores a la hora de realizar sus

análisis. Toda teoría y todo teorizar, por tanto, es susceptible en mayor o menor

medida, de desviarse ideológicamente.

Pero no me desvío del asunto tratando de las desviaciones ideológicas. El

autentico papel del teórico político no es el de resolver definitivamente ese

maremágnum de preguntas anunciadas al comienzo, respondiéndolas a todas

sin dejar ni sombra de duda. La tarea nuclear de la teoría política es la del

correcto razonamiento de las preguntas. Del cúmulo de argumentos que se

plantean en lo político, el teórico debe sacar a la luz los supuestos previos, las

opiniones y los componentes ideológicos que se encuentran en su interior. De

ese modo se puede determinar los conceptos que están bien fundados, además

de disipar los engaños y poner en evidencia las ideas incorrectas. Para Goodwin

(1997:19) la teoría política tiene más de técnica o de herramienta que de fin en sí

misma.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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95

Se hace necesario proponer una nueva definición, la tercera, de teoría

política (Goodwin, 1997:22). La teoría política es aquella disciplina que contiene en su

interior tanto “las doctrinas persuasivas y normativas denominadas ideologías”

como a “la actividad analítica que se conoce como filosofía política”, esto es,

examinar los conceptos políticos, por eso puede dársele el nombre de “análisis

conceptual”. Sus funciones son las de dar usos coherentes de los conceptos y,

también, suministrar definiciones aceptadas de modo general acerca de los

términos políticos centrales. Estaríamos ante una estructura construida sobre

dos pilares igualmente importantes que se relacionan entre sí por otras

estructuras de puente. Lo valorativo y lo descriptivo no tiene que ser

componentes excluyentes. Hay un antagonismo que puede y tiene que ser

reconducido por el teórico. Ambos existen, no podemos negarlo, los hechos y los

valores, son el material con el que trabaja el teórico. La teoría política aspira a

ser una construcción grande, que pueda acoger en su seno toda esta diversidad.

A modo de conclusión. La política es controversia, nada encontraremos en

este campo de conocimiento y reflexiones que no esté sujeto a disputas y

variaciones, ya que inevitablemente depende de contextos históricos,

socioculturales y económicos, además de valores e ideologías. No hay respuestas

decisivas a los interrogantes (Goodwin, 1997:23), no hay respuestas correctas que

zanjen perpetuamente los debates. La teoría política no es un solucionario de las

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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96

cuestiones políticas, sino una herramienta de análisis e interpretación guiados

por lo que debe ser una actitud escéptica y crítica.

Si cada teórico está en su derecho, y tiene el deber de analizar los

conceptos y describir los hechos según los valores y normas con los que está

personal y profesionalmente comprometido, ¿qué utilidad tiene, por tanto, la

teoría política como conocimiento universalmente válido? ¿Qué cantidad de

insatisfacción y frustración produce el estar constantemente discutiendo cada

palmo de terreno, cada concepto, cada hecho, cada valoración que haga del

concepto, cada descripción que se haga del hecho, cada idea que se tenga

preconcebida para valorar cada concepto?

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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97

TEORÍA POLÍTICA

1. LAS CORRIENTES

Hasta que no apareció el behaviorismo en el ámbito de la politología, no

había razón alguna para trazar una línea fronteriza en la teorización política.

Cuando este movimiento intelectual se convierte en el paradigma explicativo

hegemónico es cuando se traza esa línea de separación. Efectivamente, a partir

de que los politólogos behavioristas tomaron el mando de las reflexiones

políticas comenzó el rechazo por los modos de hacer de la teoría política. Así lo

explica Harto de Vera (2005:158):

“El rechazo a la Teoría Política clásica se fundamentaba en el nulo contenido científico de

la misma y en la paralela afirmación de que bajo el rótulo de ‘Teoría Política’, se contenía una

operación intelectual de tipo especulativo que semejaba más a la Filosofía que a la Ciencia”.

La pretensión de estos era construir una teoría política de carácter

científico y no filosófico. Eliminación de los valores, solo enunciación,

contrastación y legislación: el comportamiento político humano puede ser

explicado con validez universal como si fuera una ciencia natural, física o

química. La teoría política clásica se corresponde con la etapa que hemos

quedado en llamar ‘artesanía intelectual’, y que se caracterizaba, básicamente,

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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98

por ocuparse de la reflexión sobre el buen gobierno y las instituciones que se

establecen para tal fin. Esta forma de teorizar estudiaba a los autores clásicos, y

consistía en el estudio del pensamiento político desde el tiempo de los griegos

hasta nuestros días. Era la historia de las ideas políticas y su relación con las

instituciones políticas en infinidad de contextos históricos y sociales. Era una

narrativa que giraba en torno a la ‘Gran Tradición’ que comenzaba con Platón y

llegaba al presente. Esta actividad reflexiva se pregunta por los medios y fines de

la acción política. Es por esto, dicen los defensores de esta forma de hacer teoría,

por lo que encontramos los mismos problemas políticos en todas las épocas por

muy diferentes que sean las coyunturas históricas específicas. G. Sabine, el más

importante teórico político clásico norteamericano de la primera mitad de siglo,

distingue varios niveles de análisis en la reflexión de todo teorizar político. El

nivel de aprehensión de la realidad de los hechos es el primero de ellos, las

relaciones de coherencia lógica entre los mismos es el segundo; finalmente, las

valoraciones que puedan hacerse de esos hechos es el último de ellos. Cada nivel

tiene que ser analizado por separado y no traspasar con elementos de uno de los

niveles a los otros. ¿Qué significa esto? Que el primer nivel es el de la descripción

de los hechos, el segundo el de la verdad o falsedad de los mismos y el último el

de las preferencias de cada autor al juzgar los acontecimientos, esto es, de emitir

juicios de valor contingentes sobre lo acontecido. El problema aquí, por no

respetar las fronteras metodológicas, radica en otorgar valores morales (bueno,

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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99

malo, justo, injusto, etc.) a las descripciones o a la verdad o falsedad de lo

ocurrido, o en afirmar la verdad o falsedad de las valoraciones morales que se

extraen de los hechos. Los juicios morales han de quedar alejados de los juicios

lógicos y las descripciones fácticas en la teoría política. El resultado final de esta

tricotomía es el relativismo: de ninguna teoría se puede afirmar que sea

verdadera o falsa (no confundir con la verdad o falsedad de los hechos), ya que

cada teórico opta libremente por sus propios valores de reflexión que pueden

chocar y chocarán con otros valores que otros teóricos elijan libremente.

La revolución behaviorista que llegó en los 50 pretendía elaborar leyes

que explicasen los procesos políticos con una pretensión de validez universal al

modo de las ciencias naturales. Querían convertir la teoría en ciencia empírica y

la conclusión era que esa forma clásica de teorizar sobre los fenómenos políticos

era de corte humanista y no científica. El politólogo behaviorista entendió que

gracias a la ciencia positiva se liberaba a la política del oscurantismo metafísico

y filosófico, aquello no supondría más un obstáculo para el progreso. Había que

dejar de prescribir y comenzar a describir, y sobre todo, había que cambiar la

moral por el empirismo. Así se trazó una línea que añadió el clásico y el

normativo a la teoría política de entonces y que aún persiste hoy en día. La

teoría política normativa era tratada como mera ideología en la que era

imposible un tratamiento racional de los valores que se ponían en liza. Así, la

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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100

teoría política contemporánea y la teoría política empírica comenzaron su

andadura.

A pesar de los ataques furibundos de los behavioristas, no se dejó de hacer

teoría política de corte clásico del todo. Y fueron intelectuales que llegaron de

Europa huyendo del nazismo en la década de los 30 y los 40 (Leo Strauss, Eric

Voegelin o Hanna Arendt entre otros) los que impulsaron nuevas formas de

teoría de filo tradicional pero evitando el relativismo sabiniano: era posible el

tratamiento racional y fundamentado de los valores morales. La década de los

50 y gran parte de los 60 vivió el antagonismo entre la hegemonía de la Teoría

Política Científica de corte conductista y la Teoría Política tradicionalista de los

‘Exiliados’. Pero como ya se ha explicado anteriormente el paradigma

behaviorista dejó de ser el hegemónico en los años 70 y entonces se rehabilitó la

teoría política normativa, clásica o tradicional en forma de Historia del

Pensamiento Político. En estos tiempos de cierto acercamiento en ambas orillas

del Atlántico, destacan autores como Rawls o Nozick en los EEUU y Habermas o

Horkheimer en Europa. Desde entonces hasta la actualidad, la teoría política ha

sufrido una fragmentación, debido a la pluralidad de perspectivas diferentes.

Pero del encontronazo con el behaviorismo, la teoría política sí que ha sabido

extraer una serie de enseñanzas que tienen que ver con la transformación de su

metodología y la investigación empírica.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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101

En la actualidad vemos desarrolladas varias líneas de trabajo de teoría

política. Según Harto de Vera serían:

Historia del Pensamiento Político. Inaugurada por el movimiento ‘New

History’ de la Escuela de Cambridge (Skinner, Pocock o Dunne entre otros) trata

de incorporar a los nuevos tiempos de la politología las grandes obras clásicas.

El método de trabajo consiste en analizar el significado de los textos clásicos

enmarcándolos en el ambiente intelectual en el que vio la luz. Es fundamental

saber cuáles fueron los contextos en el que las ideas de ese texto fueron

producidas por los autores.

Análisis de Conceptos Políticos. Es la reflexión sistemática de los conceptos

nucleares del discurso político: soberanía, Estado, poder, justicia, democracia,

autoridad, público y privado, etc. En este campo observamos una manifiesta

pluralidad de orientaciones dependiendo del modo en el que son analizados los

conceptos. Están los autores que reflexionan sobre el uso pre-teórico u ordinario

y cotidiano de los conceptos (De Vera, 2005:176); los autores que estudian los mapas

conceptuales en un momento histórico determinado (Ball, Farr y Hanson entre

otros asociados a la Escuela de Cambridge). Finalmente los que estudian la

evolución de los conceptos a lo largo del tiempo (Brunner, Conze y Koselleck en

el Geschichtliche Grundbegriffe).

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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102

Teoría Política Empírica. En el apartado de Ciencia Política ya se comentó,

brevemente, los rasgos más importantes del behaviorismo, el sistemismo, la

cultura política, el institucionalismo histórico y la teoría de la elección racional.

Teoría Política Normativa. Estudia los fundamentos morales de la práctica

política, confrontando el ‘debe ser’ con ‘lo que es’. Esto es, los valores vuelven al

centro del análisis político. Cada analista decide libremente los valores y

principios morales con los que confrontar esa dicotomía. Esta nueva teoría

normativa tiene un elevado nivel de abstracción, huyendo de los asuntos de tipo

práctico. Además, presta atención a las cuestiones metodológicas en la búsqueda

de las bases racionales y el fundamento de los principios normativos que

proponen.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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103

TEORÍA POLÍTICA

2. LOS DEBATES

La política parece estar sumida desde las propias raíces en una serie de

dicotomías, sino en conflicto, al menos en constante roce. Una de ellas comienza

con la calificación unidimensional del hombre, como sólo activo-participativo, o

sólo pasivo-consumidor. Que habita en ámbitos estancos: lo público y lo privado.

Y una Humanidad unidimensional que o bien logra distanciarse de sus

necesidades particulares, sin perder ni su nobleza ni su libertad y que tiene

como individuo tipo al altruista-compartidor; o bien está centrada en sus

intereses, en las competencias y los conflictos y que tiene como individuo tipo al

racionalista-acaparador. Pero podemos seguir añadiendo dicotomías, como que

la política se dirige al primero con argumentos y explicaciones; o la política se

encarga de analizar al segundo para entender por qué hace lo que hace, y vota lo

que vota. Tenemos, por lo tanto, una política como lugar de encuentro y una

política como análisis del poder. O como afirma Rafael del Águila (2009:21-22), en

la política, y su actividad, se pueden distinguir dos concepciones: una

cooperativa y consensualista (aristotélica) y otra conflictiva y transgresora

(maquiavélica). La primera se centra en la búsqueda de acuerdos y consensos y

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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104

la segunda de resolver conflictos y la contraposición de intereses. Ambas

ciencias políticas, Ciencia de la deliberación en común o Ciencia del Poder,

coexisten actualmente.

En realidad, ese hombre unidimensional, esa Humanidad, es como la

Política, más bien poliédrica, activo-pasivo según los temas y participativo-

consumidor según los contextos. Los ámbitos públicos y privados forman

gradientes y la política es tanto la comprensión de lo colectivo-público-

ciudadano como el análisis del poder y su influencia sobre los individuos. No

creo que sea tanto una cuestión de dialéctica como de enlace. No se trata de

buscar una tercera categoría sintética que solucione la dicotomía, como de

enlazar ambas posiciones y dejar constancia de cómo se articulan e

interrelacionan. Más que una disyunción, se trata de una conjunción. No es o

ciencia o teoría política, sino ciencia política y teoría política. No se trata de

simplificar eliminado instancias de reflexión metódica, sino de cuantos más

seamos para repensar lo que existe mejor para comprender la complejidad de lo

vivido y existente.

Durante la década de los 50 y los 60, el debate teórico no era consigo

mismo sino para contrarrestar la disolución de la politología behaviorista.

Destacaron en esta defensa autores como Berlin, Strauss, Voegelin, Marcuse,

Popper, Arendt y Oakeshott.

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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105

“En el mundo anglosajón estaba muy extendida la opinión de que cualquier investigación

o era empírica o era normativa, que la filosofía política tradicional pertenecía al segundo tipo, y

que como los valores no son objetivos, toda investigación normativa, incluida la de la filosofía

política, se situaba básicamente en el terreno de las preferencias personales para las que no es

legítimo reclamar validez universal. Incluso los autores que rechazaban esta visión positivista

argüían que, como en las sociedades occidentales contemporáneas reinaba un amplio acuerdo

sobre los valores morales, la filosofía política carecía de función pública importante y era, en

consecuencia, innecesaria. En suma, la filosofía política o era imposible o era inútil, o ambas

cosas “(Parekh, 2001:730).

Los autores aludidos sí creían que su disciplina tenía alcance universal,

una orientación crítica y el objetivo de ofrecer una explicación racional de la vida

política. La teoría política puede ser una disciplina teorética, reflexiva y

explicativa. Casi todos estaban en que la filosofía política se ocupa más de

comprender que de prescribir (Parekh, 2001:731). Compartieron algunos puntos

comunes, tanto biográficos como teóricos: haber sufrido los horrores de la

Europa totalitarista, la oposición al comunismo, la problemática de la

movilización-manipulación de las masas y una actitud crítica frente a la

democracia liberal, especialmente el individuo posesivo, la alianza con el

capitalismo y el enfoque instrumental de la política (Parekh, 2001:731). En definitiva,

la teoría política es una disciplina crítica por naturaleza y de alcance universal,

destinada a comprender la vida política y a dilucidar las características

fundamentales de la vida humana (capacidades y necesidades básicas).

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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106

Con la caída del behaviorismo, en la década de los 70 y 80 hasta la

actualidad, la teoría política se pluraliza tanto en la temática como en los

enfoques. Persiste la consideración de ser una disciplina crítica y de alcance

universal, pero en otros aspectos, este teorizar toca tierra firme y se convierte en

una disciplina normativa y práctica, que quiere ofrecer tanto una teoría del

hombre como delinear una estructuras de instituciones, políticas y prácticas

deseables, en enfoque multidisciplinar con otras ciencias sociales (Parekh, 2001:733).

Esta forma de hacer politología teórica tiene su punto de salida en John Rawls y

su A Theory of Justice de 1971, y la subsiguiente panoplia de seguidores, más o

menos fieles, y el no menos grande grupo de críticos que tuvo este autor. Los

principales debates en teoría política son los que siguen a continuación.

Liberalismo contra comunitarismo. Para Young (2001:696) la inauguración

del debate entre la Justicia, la Libertad y la Igualdad tiene dos hitos importantes

a comienzos de la década de los 70, con la publicación de dos textos que

marcarán el debate posterior. Estos son, A Theory of Justice de John Rawls en

1971 y Anarchy, State and Utopia de Robert Nozick en 1974. Ambas obras, de

autores norteamericanos vinculados a la Universidad de Harvard, muestra como

desde dentro de la misma tradición liberal las cuestiones pueden articularse

desde posiciones distintas. Rawls argumenta a favor de la compatibilidad entre

la libertad y la igualdad y Nozick da primacía a la libertad sobre cualquier

intento de socavarla (Young, 2001:697). Rawls defiende un Estado

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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107

intervencionista y redistribuidor de recursos que promueva, a la vez, la libertad

y la igualdad. El criterio de justicia en este estado descansa en dos principios: la

igualdad en cuanto a libertades como principio dominante y la permisión de

desigualdades en la distribución de bienes si benefician a los desfavorecidos (de

Vera, 2005:182). Nozick defiende que el Estado sólo desempeñe funciones que

tiene que ver con la ley y el orden, y no la intervenir ni siquiera en la

redistribución equitativa de los bienes (de Vera, 2005:182).

¿En torno a qué claves gira este debate? Si el estado liberal-democrático

tendría o no que resolver los problemas sociales y reducir las privaciones

económicas mediante implementación de políticas públicas. Rawls suministró

con su obra todo un entramado teórico a favor de los partidarios de las políticas

públicas y Nozick al bando contrario.

En las décadas posteriores, los seguidores, enmendadores y críticos de

ambos teóricos continuaron con el debate sobre cómo y en qué grado es posible

compatibilizar la libertad y la igualdad, la justicia social para reforzar el Estado

del Bienestar. De entre nutrido grupo de expertos, Young (2001:698) destaca el

trabajo de del Nobel de Economía, de origen hindú, Amartya Sen, y su ética del

desarrollo igualitarista en la que no existe contraposición entre igualdad y

libertad. Propone una redistribución de recursos a favor de quienes se ven

privados de oportunidades para desarrollar y ejercer capacidades (Young, 2001:698).

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA

EL OBJETO DE LA POLÍTICA

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108

Por parte de los comunitaristas destacan en este debate, según Harto de

Vera (2005:183), Michael Sandel y Liberalism and the Limits of Justice de 1982,

Michael Walzer y Spheres of Justice de 1983. La tesis central consiste en

proclamar que valores como la justicia, los derechos y la libertad sólo pueden ser

adecuadamente tratados y comprendidos si se tiene en cuenta su encuadre en

contextos sociales y culturales determinados (de Vera, 2005:183). Para Sandel hay un

error de partida en la consideración liberal del sujeto por abstracto y despojado

de la cultura. Para estos teóricos el sujeto ha de estar vinculado a la comunidad a

la que pertenece (de Vera, 2005:183). Walzer, defiende la existencia de distintas

esferas de justicia dentro de una comunidad y un concepto de igualdad, que

llama igualdad compleja, que posibilite la compatibilidad entre los distintos

criterios de justicia distributiva propios de cada esfera (de Vera, 2005:184). El debate

entre unos y otros continuó durante toda la década de los 80 y los 90, con Will

Kymlica y Liberalism, Community and Culture de 1989, Stephen Macedo y Liberal

Virtues de 1990, William Galston y Liberal Purposes de 1991 (de Vera, 2005:185).

Teoría de la Democracia. Este debate se inaugura con otro texto

importante (Young, 2001:700): Participation and Democratic Theory de Carole

Pateman en 1970. Pateman argumenta a favor de una democracia basada en la

discusión activa y la toma de decisiones por parte de los ciudadanos: es la

participación en la democracia lo que puede desarrollar y preservar la igualdad

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social. La ciudadanía democrática es la principal preocupación de la teoría

contemporánea sobre la democracia.

¿En torno a qué claves gira este debate? El debate anterior, nos muestra a

los ciudadanos como portadores de derechos y receptores de la acción del Estado,

que no participan en la elaboración pública de decisiones (Young, 2001:700). El

debate teórico gira aquí en torno a dos ideas entrelazadas: ¿cómo es el

individuo?, y ¿cómo entender la libertad? El papel de los ciudadanos ha de ser

activo o ha de ser pasivo, seres humanos como consumidores-poseedores o

como personas que desarrollan y ejercen capacidades. Libertad como

oportunidad de desarrollar y ejercitar las propias capacidades o libertad como la

no existencia de restricciones, especialmente en lo tocante a la propiedad.

¿Puede una ciudadanía con privaciones, amenazas o coerciones, o que vive en la

desigualdad económica, de oportunidades y de poder tener un papel activo en la

democracia? Para que una democracia fuera realmente democrática, ¿no debería

promover medidas para que se limitaran las desigualdades y se garantizara a

todos tener cubiertas las necesidades básicas?

De modo esquemático podemos decir que, a partir de todo este debate,

surgen dos enfoques complementarios en lo que se refiere al papel del

ciudadano en la democracia. El enfoque participativo de la Democracia entiende

que ésta no puede limitarse a permitir que los ciudadanos voten a sus

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representantes en las instituciones públicas (Young, 2001:702), éstos tiene que

participar en todas aquellas instituciones en la que se requiere su obediencia.

Por eso, entienden los defensores de este enfoque (Pateman) la igualdad social y

económica es condición necesaria para la participación democrática. El enfoque

deliberativo de la Democracia tiene que ver con la toma democrática de

decisiones mediante la discusión razonada (Young, 2001:703). Este debate sobre la

participación-deliberación de los ciudadanos en la democracia deja abierta otra

discusión importante, el del papel de la representación. Sigue habiendo

defensores de la misma, pero son cada vez más los críticos que o bien quieren

reformarla o directamente entienden que no son compatibles representación y

democracia.

C.B. Macpherson, en Democratic Theory de 1973 y The life and times of

Liberal Democracies de 1978, articula una crítica a la pasividad de la democracia

liberal (de Vera, 2005:186). Si de las dos posibles caracterizaciones de la

naturaleza humana, consumidor de bienes y promotor de aptitudes-habilidades,

se potencia la segunda en vez de la primera, cambiará la teoría política de la

democracia. Al cambiar la concepción de la naturaleza humana también lo hace

el de la libertad como la oportunidad de desarrollar y ejercitar las habilidades y

talentos personales. Si tomamos la noción de libertad como ausencia de

dominación y capacidad para autorrealizarse y autodeterminarse, la igualdad es

muy compatible con la libertad.

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Teoría política feminista. Varias son las líneas complementarias de

teorización que se propugnan aquí. Una de ellas sería la deconstrucción de la

dicotomía público-privado (Young, 2001:704), ya que el éxito de la primera tiene que

ver con la represión de la segunda. Otra sería, la crítica a la masculinidad de la

razón universal (Young, 2001:705) y la visión unilateral masculina de la vida política.

También, la crítica a la pretensión de universalidad de la teorización política que

no ha tenido en cuenta las diferencias de género (Young, 2001:706).

Teoría Crítica. Son una serie de aproximaciones teóricas diversas con un

pequeño número de rasgos comunes (de Vera, 2005:196): la ligazón al

marxismo, la idea de que la política tiene sentido como instrumento de cambio

de las relaciones de poder, la actitud crítica ante la premisa de neutralidad

valorativa de los paradigmas positivos-empíricos y la concepción de la Ciencia

Social como totalidad y no como disciplinas fragmentadas. Harto de Vera

(2005:198) cita algunos de estos teóricos: Antonio Gramsci, Nicos Poulantzas, Bob

Jessop, Fred Block y Theda Skocpol.

Posmodernidad. Este fenómeno, que trasciende las fronteras de la Ciencia

y la Teoría política, tiene también que ver con la filosofía, la epistemología, la

sociología y la ética (de Vera, 2005:202) y pone en cuestión los proyectos de la

Ilustración y la Modernidad, entre ellos la política. En relación a la política, las

características más reseñables son: la crítica a las grandes narrativas de Lyotard,

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el antifundamentalismo de Rorty, el antiesencialismo de Derrida, el ‘fin de la

historia’ en sentido fuerte de Baudrillard; y el movimiento y fluir del poder a

través de toda la sociedad y de cómo las instituciones y los conflictos políticos

condicionan el poder social y son condicionados por él de Foucault (Young,

2001:707).

Buscan, también, la reinterpretación del pluralismo democrático (Young,

2001:709). En torno a la reflexión plural huye del discurso científico caracterizado

por la voluntad de fundamento, la búsqueda de sistematicidad y de rigurosidad. En

su lugar propone como alternativa discursos más débiles, con pretensiones más

modestas. Narrativa en vez de Teoría y abandono de la Política en su sentido

fuerte, que se sustituye por la micropolítica (de Vera, 2005:204).

Nuevos movimientos sociales y la Sociedad Civil. Se encarga de reflexionar

sobre cuestiones que tiene que ver con la diferencia cultural, la

autodeterminación, el pluralismo en la vida cotidiana, la interacción social, la

participación en las decisiones dentro de las instituciones sociales y económicas

(Young, 2001:711). Estos movimientos sociales son ya conocidos por todos:

ecologismo, pacifismo, movimientos de resistencia nacional y reivindicación

cultural, feminismo, liberación homosexual, etc.

La revitalización de la sociedad civil tiene que ver con que el Estado se ha

convertido en un gigantesco entramado sectorial de administración técnica y

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burocrática que funciona a puerta cerrada. La racionalidad técnica se ha

apoderado del Estado, desacoplándolo de la vida cotidiana, pero éste sigue

manteniendo un imperativo sobre la vida de todos los ciudadanos. Nuevos

movimientos sociales reaccionan ante esto, tratando de limitar la influencia de

los imperativos sistémicos del poder y la ganancia (Young, 2001:713). La sociedad

civil trata de emerger como el nuevo lugar central para la política libre y la

deliberación.

“Por sociedad civil se entiende una actividad asociativa voluntaria que da lugar a un

conjunto de asociaciones cívicas, organizaciones sin ánimo de lucro, etc., en conexión muy laxa

con el Estado y las corporaciones económicas. Las actividades de la sociedad civil requieren un

estado liberal fuerte que proteja las libertades de expresión, asociación y reunión. Pero este tipo

de actividades implican una participación más directa que la relación entre el ciudadano y el

aparato decisorio del Estado” (Young, 2001:714).

La actividad tecnificada hace que el Estado no pueda funcionar como el

lugar de la política deliberativa en las sociedades del capitalismo avanzado. En su

lugar, la política, en el sentido de encuentro de los individuos para discutir

conjuntamente los problemas colectivos, ocurre más en esferas públicas críticas,

fuera del Estado (de Vera, 2005:207).

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En Algeciras, 16 de noviembre de 2011

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