Campo de flores. Cuentos sobre Xochimilco.

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Campo de flores Campo de flores Cuentos sobre Xochimilco Cuentos sobre Xochimilco Dulce Isabel Rodríguez Lugo ILUSTRACIONES Omar Elías García Ramírez

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Campo de flores Campo de flores Cuentos sobre XochimilcoCuentos sobre Xochimilco

Dulce Isabel Rodríguez Lugo

ILUSTRACIONESOmar Elías García Ramírez

Lic. Adelfo Regino MontesDirector General del Instituto Nacional

de los Pueblos Indígenas

Mtra. Bertha Dimas HuacuzCoordinadora General de Patrimonio

Cultural y Educación Indígena

José Luis Sarmiento GutiérrezDirector de Comunicación Social

Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas

Campo de flores. Cuentos sobre Xochimilco

Dulce Isabel Rodríguez Lugo

ILUSTRACIONESOmar Elías García Ramírez

CORRECCIÓN DE ESTILO Guillermo De Jesús Victoria Esparza

DISEÑO EDITORIALFernanda Isabel Martínez González

COORDINACIÓNNorberto Zamora Pérez

México, 2022

ÍNDICE

Preámbulo 1 La casa de la abuela 2

El viejo de agua 12

Las enseñanzas del profesor 21

Veinte flores 31

El gran perro de la noche 41

El conejo en la luna 52

La madre de nuestros ancestros 62

El mercado 72

Cuando éramos pequeños seguramente hubo alguien que nos con-tara historias, leyendas, mitos o cuentos sobre el lugar donde creci-mos. La tradición oral es la herramienta más grande para mantener latente aquellas narraciones que se heredan sin excepción alguna.

Esta compilación de cuentos retrata personas y leyendas que marcaron la vida de un par de hermanos, quienes durante toda su infancia tuvieron contacto con las raíces de su familia y de su madre. Representa historias transmitidas por voz de los abuelos, los más viejos del lugar, una herencia que trata de registrar y rescatar generación tras generación la importan-cia de esas narraciones que se cuentan en forma de un legado cultural.

Los cuentos se desarrollan en Xochimilco, lugar que es testimonio vivo de la conservación cultural prehispánica. Los cuentos son relatados desde la mirada infantil, como es que la imaginación de los niños percibe un pai-saje, un mito o una leyenda sobre el lugar que habitan o del que saben poco, pero tiene mucho que contar.

PREÁMBULO

La casa de la abuela

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Cuentan, los que lo vieron, que hace muchos años unos herma-nos, junto con su mamá, visitaron a su abuela y jamás quisieron irse de ahí. Desde hace tiempo Iztli y Yali deseaban ir a casa de la abuela, pues su mamá les habló de lo mágico que era Xochi-milco.

Para llegar a la casa de la abuela Iztli, Yali y su mamá, tenían que viajar en canoa, pues su abuelita vivía en una chinampa, ya que ella cultivaba plantas.

Mientras viajaban en la canoa, y mojaban sus manos con el agua, su mamá les contó que, cuando era pequeña, sus bisabuelos le dijeron que las chinampas se construían con troncos, cañas y varas, junto con una mezcla de tierra, hojas y pasto que se colo-caba por capas hasta crear esas pequeñas islas.

–Los grandes árboles que ven alrededor de las chinampas eran sembrados para que sus raíces crecieran desde el agua has-ta la tierra firme y así poder cultivar en ellas. –dijo la madre, mientras remaba.

Iztli estaba tan concentrado en las historias cuando de pronto un extraño insecto se paró en el borde de la canoa, lo observó detenidamente para apreciar sus alas transparentes y su cuer-po lleno de un brillo azul.

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–Es una libélula. Si es azul tu suerte es doble, son muy boni-tas y simbolizan la pureza del agua. ¬–dijo Yali muy alegre.

–¿Cómo sabes eso? ¬–preguntó Iztli.

¬¬–Mamá me lo contó.

Al continuar con su camino los niños lograban ver en-tre pequeños y grandes peces, así como hojas sobre el agua, algunas de ellas tenían pequeñas flores mora-das mientras otras tenían grandes flores rojas o blancas.Esas plantas flotantes parecían un obstáculo para seguir su camino, pero una vez acercándose, el movimiento de la ca-noa las hacía a un lado, era como caminar en una pasarela.

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Cuando llegaron a la chinampa donde vivía la abuela, encontra-ron un gran lugar lleno de maíz, pues el vecino se dedicaba a cultivarlo. También a lo lejos lograron ver un espantapájaros, así como los diferentes cultivos de la gente que habitaba ahí.

Iztli y Yali corrieron lo más rápido que pudieron para ver a la abuela y abrazarla. La casa que tanto querían conocer era muy acogedora, tenía conejos, y un perro muy juguetón. Su patio era enorme y verde. A las orillas de la casa había plantas de diferen-tes colores y a través de ellas podían ver otras casas que eran igual de pequeñas.

A lo lejos escuchaba el eco de risas de niños. Iztli y Yali emocio-nados se asomaron por la puerta para ver los rostros de quienes reían, les resultó imposible mirar, pero a lo lejos se veían unos volcanes, de los cuales uno de ellos tenía una peculiar forma, pa-recía una persona acostada cubierta con una manta blanca.

La abuela se acercó y les dijo que lo que observaban eran los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En la mitología mexica ellos eran una princesa y un guerrero que se enamoraron, y tras su muerte los dioses les entregaron la eternidad convir-tiéndolos en volcanes.

Al caer la noche su abuelita les preparó un atole de pinole para merendar antes de dormir, disfrutaron su bebida a la luz de la luna, el cielo estrellado parecía un gran manto, esa noche las estrellas brillaban más de lo normal, los hermanos creían que era parte de la magia de estar con la abuela.

Iztli y Yali estaban muy sorprendidos por las maravillas que vieron y vivieron ese día, Xochimilco y la casa de la abuela eran realmente mágicos, justo como mamá les contaba des-de pequeños.

El viejo de agua

Una mañana, la abuela sacó una caja con polvo acumulado por los años, al abrirla unos bordados iluminaban la habita-ción, eran tan bellos y coloridos que brillaban más que el oro. Contaba que era un quechquémitl, herencia de su bisabue-la quien le gustaba hacer bordado y disfrutaba decorar los atuendos de las mujeres xochimilcas.

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Mientras la abuela continuaba contando sobre los bordados de su bisabuela, recordó cuando le decía que la historia de Xochi-milco también estaba marcada por un patrimonio cultural más allá de las chinampas y los canales, tal era el caso del gran viejo de agua, un enorme árbol ubicado no muy lejos de casa.

Yali e Iztli, insistieron para que les contara sobre la larga vida de ese ahuehuete, por lo que la abuela intentaba recordar lo más que podía sobre las tantas historias que le contaban sobre aquel gran árbol.

–Escuchen, niños. Para empezar, se dice que Cuauhtémoc, quien fue el último tlatoani, para agradecer el apoyo de los xochimilcas plantó un ahuehuete, un árbol que no era endémico del lugar.

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–Abuela, cuéntanos cómo era ese árbol, ¿qué había a su alrede-dor? –preguntó Yali.

–Los más viejos de la zona decían que en uno de sus lados ha-bía un manantial donde los vecinos iban a bañarse, aunque ac-tualmente se dice que tiene un ojo de agua en sus raíces lo que hace que siga con vida. –contestó la abuela ¬–Lo importante es esto, la historia que ha vivido ese gran árbol, si hablamos de co-nocimientos sobre Xochimilco, el ahuehuete sin duda alguna es quien mejor lo conoce. Ese gran árbol pasó por cambios junto con el lugar en el que hemos crecido. Muchas veces nos olvi-damos de la naturaleza que forma parte de nuestros orígenes. Recuerdo cuando mis abuelos decían que los canales eran tan limpios que incluso podían ver los peces a la distancia.

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–¿De verdad? –preguntó sorprendido Iztli.

–¡Claro! Los canales estaban repletos de ajolotes y podías ver cada parte de su cuerpo y sus colores destellaban en el agua cristalina.

La abuela continuó hablando sobre la importancia de saber la historia y lo valioso que es conocer aquellas contadas por los más viejos del lugar, la esencia de cada región prevalece debido a las historias que cuentan sus habitantes.

Mientras que la abuela les seguía describiendo los alrededores de su casa, los grandes árboles, los búhos sobre los pinos, las garzas que se paran en las cabeceras de las canoas, los grillos que musicalizan la noche y las libélulas que para muchos repre-senta buena suerte, forman parte de la historia y los orígenes de Iztli y Yali.

Los hermanos muy contentos recibieron algunas cosas que eran herencia de su bisabuela, cosas que se dan generación tras generación: Yali se puso quechquémitl que provocaba un brillo en sus ojos, mientras que Iztli recibió una bolsita de se-millas para cultivar.

Ellos muy contentos y agradecidos, salieron de la habitación de la abuela y corrieron a gran velocidad para mostrarle a mamá lo que les había heredado, le dieron un gran abrazo y le dijeron que apreciaban mucho que los llevará a vivir en aquel lugar mágico en el que creció ella y su abuela.

Las enseñanzas del profesor

Luego de que mamá decidiera que se quedarían a vivir en casa de la abuela, Iztli y Yali tuvieron que asistir a una nueva escuela y como eran de diferente edad, tuvieron que estar en grupos distintos.

La primera clase tenía nerviosa a Yali, pues ella tenía miedo de que no pudiera hacer amigos o de que el profesor la cas-tigará en su primer día. De pronto entró un señor alto y muy alegre preguntando por la alumna nueva.

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–¿Dónde está la alumna nueva? –preguntó el profesor mientras Yali levantaba la mano.

–¡Ahí estás! Hoy es un buen día para que te integres al grupo. Preséntate y después disfruta de nuestro lunes de historias –Yali no sabía de qué hablaba el profesor.

Después de que Yali se presentará y tomará de nuevo su asiento, el profesor muy alegre le contó que los días lunes, para animar las clases y motivarlos a aprender, les contaba historias relacio-nadas a Xochimilco.

–Pongan atención, niños. Esto que les voy a contar tiene un poco de historia de los libros, pero también tiene un poco de lo que me contaban mis abuelos, por eso quiero compartirles esto. Probablemente ustedes le cuenten esto a sus nietos. – dijo el profesor.

Lo que les contó su profesor fue lo siguiente:

Miren, en la antigüedad el mundo era oscuro, por lo que los dioses se reunieron en Teotihuacán para crear el sol y la luna, ellos tenían que sacrificar en una hoguera sagrada a dos dio-ses. Uno de ellos era Tecuciztécatl, un dios muy guapo y arro-gante, el otro era Nanahuatzin, al contrario del otro dios, él era feo y humilde.

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Cuando Tecuciztécatl tenía que sacrificarse para convertirse en sol, debido a su miedo, lo intentó una, dos, tres, muchas veces, pero no logró arrojarse al fuego. Mientras que Nanahuatzin, con gran valor, cerró los ojos y se lanzó a las llamas, así renació como el sol resplandeciente. Tecuciztécatl se lanzó a las llamas luego de ver la valentía de Nanahuatzin, para renacer como la luna.

Así los dos fueron igual de brillantes, a los dioses no les parecía que brillarán de la misma forma así que uno de ellos lanzó un conejo. Y es por eso por lo que la luna tiene una marca del ani-malito.

Aún faltaba hacer otro sacrificio para lograr la rotación del sol y la luna. El dios perro llamado Xólotl, hermano gemelo de Quet-zalcóatl, sería sacrificado para que el sol y la luna tuvieran rota-ción, pero él huyó muy asustado para sacrificarse y morir.

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Ehécatl, dios del viento, fue el encargado del sacrificio. Al ver que Xólotl escapaba, corrió tras de él, pero él muy astuto se convirtió en maguey seguido de un maíz para no ser encontrado. Como Ehécatl no se daba por vencido y Xólotl sin encontrar donde es-conderse, decidió arrojarse al agua convirtiéndose en ajolote. Es por ello es que se dice que el ajolote es un antiguo dios azteca.

Al finalizar la historia Yali y sus compañeros quedaron asombra-dos y una lluvia de preguntas inundaron el silencio del salón. El profesor pidió guardar calma y uno por uno resolvería las dudas.Cuando llegó el turno de Yali le preguntó sobre la parte de la historia que le contaban de pequeño, el profesor se sorprendió porque solo ella recordó que había una historia contada por los viejos del lugar.

–La historia que me contaban de pequeño no es muy diferente a esta. –dijo el profesor mientras que todo el grupo pedía que contara la versión de los ancianos.

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–Bueno, les contaré, pero recuerden que esto es algo que nos han contado los adultos desde hace mucho tiempo. Después de que Xólotl se convirtiera en maíz estaba a punto de ser atrapa-do por Ehécatl así que decidió convertirse en una rana, pero el dios del viento usó su poder para lograr encontrarlo, al momen-to de que Xólotl se arrojara al agua para convertirse en un pez, Ehécatl logró agarrarlo con las manos dejándolo mitad rana y mitad pez, sus ojos saltones representaban la tristeza y el dolor que sentía mientras su cuerpo era presionando para su sacrifi-cio. Es por eso que se dice que el ajolote tiene semejanza a un pez y a una rana ya que no terminó de convertirse totalmente en un pez. –finalizó el profesor.

Al término de las clases Yali e Iztli regresaron a casa, durante la comida la niña les contó la leyenda sobre los antiguos dioses y lo agradable que es saber sobre el lugar donde creció su familia. A partir de ese día las historias del profesor y de sus abuelos se volvieron más valiosas para los hermanos.

Veinte flores

Cada año en octubre la abuela tiene mucho trabajo, dice que para los habitantes de Xochimilco estas fechas son muy im-portantes, reflejan una de sus tradiciones que ha prevalecido por tanto tiempo, a pesar de que es una festividad que se ce-lebra en muchos lugares, la peculiaridad de la región es lo que lo hace especial.

Un característico olor de aquellas flores amarillas y naranjas perfuman el aire como olas en el viento. Flores amarillas en el cultivo de la abuela, flores naranjas en los cultivos de los veci-nos, un manto de esos dos colores cubría esa y otras chinam-pas vecinas.

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Iztli y Yali decoraban una pequeña mesa con flores, comida, pan, fruta, chocolates y papel picado de varios colores. Mientras su madre ayudaba a la abuela a regar aquellas plantas, Yali le pre-guntó a su mamá por el nombre de aquella flor que veían por todas partes.

¬–Es cempasúchil, una flor que se pone en festividad a las per-sonas que murieron, representa un amor que perdura por siem-pre –contestó su madre.

Iztli muy curioso preguntó sobre el origen de su significado, él quería saber si mamá tendría alguna leyenda por contarles, a lo que mamá le contestó que sí, una historia de amor de dos jóve-nes que se conocieron desde niños. Iztli y Yali muy insistentes le pidieron por favor que les contara aquella historia de amor.

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Lo que les dijo fue que la leyenda cuenta que unos niños llama-dos Xóchilt y Huitzilin se conocieron desde su nacimiento, ellos crecieron juntos, pasaron muchos años inseparables hasta que fueron jóvenes y su amistad pasó a ser amor. Se querían tanto que un día decidieron ir a la cima de una colina donde el sol deslumbrara y moraba el dios sol.

Su gran camino hacia la cima de la colina se debía a que ellos querían pedirle a Tonatiuh que les diera su cuidado para seguir amándose. Él los vio tan enamorados que aprobó su unión. Pero pronto la tragedia llegó a sus vidas de forma inesperada, ya que, Huitzilin fue elegido para participar en una batalla en defensa de su pueblo y terminaron separándose para que él fuera a la guerra.

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Tiempo después Xóchitl se enteró que Huitzilin murió en la lu-cha. Ella sintió un gran dolor por su pérdida que rogó a Tonatiuh que la dejara unirse en la eternidad con su amado. El sios del sol al verla sufriendo, decidió convertirla en una bella flor lanzando un rayo dorado sobre ella, así creció de la tierra como una flor con un bonito botón que estaría cerrado por mucho tiempo.

El tiempo pasaba hasta que un día un colibrí se sintió atraído por el peculiar e inconfundible olor de aquella flor. Cuando el colibrí se paró sobre ella, de inmediato aquel botón abrió y mos-tro su hermoso color amarillo semejante al sol. Era un cempasú-chil, la flor de veinte pétalos, que inmediatamente reconoció a Huitzilin quien tomó la forma de un colibrí para visitarla.

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Es por eso la leyenda dice que mientras en los campos existan colibríes y cempasúchil, el amor de Xóchitl y Huitzilin perdurará por toda la eternidad.

–Es sorprendente la historia de aquel amor –dijo Yali.

–¿Pero eso también tiene relación con la mesa que estamos po-niendo? –preguntó Iztli.

–¡Si! Se dice que el aroma guía a las almas hasta las ofrendas. También representa que queremos reencontrarnos con nues-tros seres queridos como lo hicieron Xóchitl y Huitzilin –contestó su madre.

Los hermanos conmovidos por aquella historia, entusiasma-dos continuaron con la decoración de aquella ofrenda. Esta ocasión querían acompañar a la abuela a repartir plantas a aquellos que también decoran sus casas y sus ofrendas con cempasúchil, la flor del amor que perdura para siempre.

El gran perro de la noche

Iztli y Yali fueron invitados por sus vecinos a pasar la noche bajo las estrellas. Acamparían en una chinampa cerca de la laguna del toro. Su viaje consistía en cruzar una chinampa ve-cina para subir a una canoa y poder llegar al lugar de la cita.

Esa noche los hermanos junto con tres niños llamados Mixtli, Tonalli y Dayami cruzaron la chinampa, era toda una aventu-ra para ellos pues el cielo esa noche brillaba más de lo usual, pero aun así era difícil ver el camino que seguían, mientras cruzaban el maizal Iztli percibía los sonidos provocados por el viento, era como una orquesta, el movimiento de los canales armonizaba con el ruido que hacían las hojas de los árboles.

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De pronto un sonido peculiar se escuchaba a lo lejos; luego cerca, Iztli curioso volteaba a todos lados y preguntaba si sa-bían que era ese sonido que se escuchaba por todas partes.

–Es un grillo, por las noches es normal escucharlos, es como la música de la naturaleza. –dijo Tonalli muy entusiasmado.

–¡Es fantástico! Nunca habíamos escuchado tantos grillos jun-tos. –comentó Yali.

¬–Parece que nos dan un concierto, es como músi-ca que solo se puede escuchar por la noche. –finalizó Iztli.

Al término de su caminata sobre el maizal, un señor con mu-chas arrugas y canas esperaba a la orilla sobre una canoa y con un remo en la mano. Don Yoltic, como le solían decir, los lle-varía a la chinampa junto a la laguna del toro para que pudie-ran encontrarse con los demás vecinos para poder acampar.

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–¡Niños! Por fin llegan, pensé que no vendrían. Dense prisa y su-ban a la canoa que todavía falta camino.

–Como no íbamos a venir don Yoltic, si esperábamos esta no-che. –replicó Dayami.

Durante el recorrido, mientras los cinco niños jugueteaban con el agua y se acostaban para ver como sentían que las estrellas y la luna los perseguía, don Yoltic rompió el silencio con una pre-gunta que puso curioso a los niños.

–¿Quieren escuchar una historia?

–¡Si! –muy entusiasmados contestaron los niños en coro.

–Esta historia probablemente la sepan sus papás y todas las per-sonas que viven en su casa. –Don Yoltic continuó con su historia.

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Hace muchos años mi papá vio a un nahual y se enfrentó a él, por si no lo saben los nahuales son hombres que se pueden con-vertir en perros, algunos son buenos, pero hay otros malos. Solo se pueden convertir en perros por las noches.

Ese día mi papá fue a cultivar cempasúchil, como hubo mucho trabajo regresó muy noche. Cuando estaba por llegar a casa, un perro con ojos brillantes se paró frente a él sin dejarlo continuar con su camino; pensaba que podría ser algún perrito callejero así que lo saludó y le pidió que lo dejara pasar, pero el perro lo miraba fijamente y mientras más se acercaba a mi papá, su ta-maño era mayor.

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Cuando de pronto el perro le comenzó a hablar y le dijo que tenía que irse muy lejos si no lo quería lamentar. Mi padre lo enfrentó con valentía y le respondió que él nunca se iría pues su familia y todo lo que amaba estaba en ese lugar y no podía dejarlo por miedo.

El nahual vio que no mostraba miedo y le volvió a advertir que lamentaría si no se iba del lugar. Sin darse por vencido con ma-yor firmeza mi padre le gritó que no le temía y nunca dejaría el lugar donde están sus raíces y su vida.

Al ver la firmeza de mi papá, el perro retrocedió poco a poco, hasta llegar a un punto donde ya no era visible, así pudo conti-nuar su camino a casa. En cuanto llegó fue a contarle a mi ma-dre.

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Días después los vecinos murmuraban sobre el hombre que se enfrentó a medianoche con un nahual- Algunos decían que la razón por la que el perro dejó de bloquear el camino de aquel hombre se debía a que él era un nahual, pero de los buenos, de aquellos que cuidaban a su comunidad de los malintencionados. Desde entonces muchos de los vecinos dicen que cuando estuvieron en peligro o sentían la necesidad de pedir ayuda un enorme perro los acompañaba en su camino o los salva-ba de alguna situación lamentable, decían que era mi padre.

–Así que si algún día se sienten el peligro o atacados proba-blemente mi papá pueda protegerlos –finalizó don Yoltic.

Los niños muy sorprendidos no dejaban de mirar con asom-bro, la idea de poder ver a un nahual que cuida de la comuni-dad les parecía increíble, un ser que a pesar de que algunos se inclinan por la maldad otros con valentía protegen y cuidan.

Cuando su recorrido estaba por finalizar pasaron por la famo-sa laguna del toro, Iztli muy curioso le preguntó a don Yoltic sobre la razón del nombre, a lo que contestó que su nombre se debe a que se dice que a las doce de la noche sale un toro soltando bramidos debido a querer salir del agua, provocando olas y un ojo de agua, el toro se vuelve a hundir después de las doce campanadas del reloj de la parroquia. Dicen que por mucho tiempo algunos habitantes que no creyeron la historia

y quisieron comprobar con sus propios ojos que fuera real, terminaron desapareciendo entre los canales que rodean la laguna.

Como si fuera una historia de terror los hermanos se abraza-ron hasta llegar al destino para acampar, mientras que Mixt-li, Tonalli y Dayami les alentaban a ser valientes y no temer a las historias que representan los orígenes de sus familias. Al llegar los vecinos junto con su mamá y su abuelita quienes se adelantaron, habían preparado una fogata y un atolito de pinole para acompañar la fría noche.

El conejo en la luna

La primera noche de luna llena, los hermanos decidieron salir al gran patio de la abuela, extendieron una gran manta y se recostaron sobre ella. Con la mirada puesta en el cielo empe-zaron a contar las estrellas, era muy común ver estrellado el cielo, pero esa ocasión la ausencia de aquellas esferas de gas era notoria.

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Después de contar repetidas veces, una tras otra y perderse en el número, contemplaron detenidamente la gran luna, anterior-mente Yali había escuchado por su profesor la razón de que la luna tuviera una silueta de un conejo.

–Iztli, hace tiempo mi profesor nos contó que la marca de cone-jo se debe a que en la antigüedad los dioses lanzaron uno para opacar el brillo de uno de los dioses sacrificados para que hu-biera luz.

–Hermana, ¿puede que aquel conejo viva en la luna? –preguntó Iztli.

–Te imaginas, ese conejo podría estar muy triste por vivir solo.

–O muy feliz de vivir en ella, a mí me gustaría poder ir a la luna y vivir ahí, sería fantástico –terminó Iztli.

De pronto su madre se acercó a ellos preguntando sobre qué hablaban, a lo que Iztli se levantó, la tomó de la mano y la in-vitó a acostarse con ellos para hablar sobre el conejo que dejó su silueta sobre la luna.

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Mamá muy entusiasmada se recostó y les contó que cuando ella era pequeña los abuelos de su amigo les decían que por voluntad propia aquel conejo fue el elegido para ser lanzado. Yali le contó sobre la historia que ella sabía, pero Iztli quería una versión donde el protagonista fuera aquel conejo.

–Tranquilos niños, les voy a contar aquella leyenda que me con-taron de pequeña, pongan mucha atención. –así su mamá ini-ció la historia.

Los ancianos nos decían que un día Quetzalcóatl bajó en forma humana para conocer México, recorrió cada uno de los rincones, vio lugares maravillosos y mágicos, se enamoró de la naturaleza, pero al estar en una forma humana, se terminó agotado por lo que optó por descansar en algún campo, su cansancio era tanto que cayó en la noche.

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Debido al gran viaje y su largo descanso, Quetzalcóatl sintió hambre así que busco algo para alimentarse, su búsqueda fue un fiasco pues pasaba el tiempo y no encontraba nada. Casi ren-dido y nuevamente cansado, vio a un conejo cenando, se acercó a él para preguntarle qué comía.

–Conejito, ¿qué es lo que comes? –preguntó Quetzalcóatl.

–Zacate, ¿gustas un poco?

–Muchas gracias, conejito, pero yo no puedo comer eso, tengo mucha hambre si no como probablemente muera. –finalizó el dios.

Tras escuchar la respuesta de Quetzalcóatl, el conejo se preo-cupó demasiado, le exaltaba la idea que el dios muriera, le dijo que podía comérselo, aunque su tamaño era muy pequeño y probablemente no quede satisfecho, podría ayudarlo para tener energía y continuar su camino.

El dios quedó sorprendido por la humildad de aquel pequeño animalito, lo acarició y le dijo que él podría ser un pequeño co-nejo, pero sería conocido eternamente por la grandeza de su bondad y su corazón. Quetzalcóatl lo tomó con las manos y lo lanzó hacia la luna para que su imagen quedara impregnada por todos los tiempos.

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Los hermanos sorprendidos por la bondad del conejo contem-plaron la luna, y el brillo de sus ojos los hacía ver como diaman-tes. La idea de que ese conejo se sintiera solo se esfumó, pues la humanidad eternamente ha contemplado esa silueta tan pecu-liar que posee la luna haciendo que ese conejo se sintiera acom-pañado en la distancia.

A lo lejos el grito de la abuela para ir a merendar interrumpió la plática de Iztli y Yali con su madre, se levantaron, alzaron la manta y corrieron a la cocina para comer unos ricos tamalitos.

La madre de nuestros

ancestros

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Desde hace mucho tiempo por varias localidades de México se dice que una mujer vaga por las calles lamentando la muerte de sus hijos, esas historias se relacionan mucho a los fantasmas. Pero Iztli tenía la historia, aquella que don Yoltic le contó hace unos días.

–Yo sé la versión del porqué le dicen la llorona a Cihuacóatl. –dijo Iztli.

–¿La deidad mexica que tenía cabeza de mujer y cuerpo de ser-piente? –preguntó Yali.

–Sí, su historia se modificó por los españoles tras su conquista por eso a muchos les causa temor la historia.

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–Sabía un poco al respecto, pero nunca había escuchado com-pleta la leyenda.

–¿Quieres que te cuente la leyenda de Cihuacóatl?

–Mientras no sea alguna historia de terror cuéntame todo lo que quieras. –finalizó Yali mientras que Iztli se ponía cómodo en la silla de la abuela.

En la leyenda del quinto sol después de que Quetzalcóatl hi-ciera su viaje por el Mictlán se predecía que la creación de los hombres estaba muy cerca. Cihuacóatl fue la responsable de recolectar y moler los huesos de los antiguos habitantes de la tierra para crear a los mexicas, sus hijos, por eso se cuenta que ella era madre de nuestros ancestros.

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Una noche la diosa, quien tenía la habilidad de predicción, prin-cipalmente de guerras que ocurrirían muy pronto, predijo que los conquistadores estaban a punto de atacar así que fue a dar aviso mientras lloraba por sus guerreros quienes serían derrota-dos.

–Amados hijos míos, nuestra destrucción se aproxima. –dijo Cihuacóatl mientras que olas de lamentos rebotaban entre el agua y hacían eco.

La deidad estaba tan preocupada de perder a sus guerreros, se preguntaba a dónde llevarlos para que escaparan de tan trági-co destino; lamentaba tan atroz vaticinio.

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En cuanto los españoles llegaron e iniciaron la conquista Cihua-cóatl presenció la derrota de sus hijos. Vio cómo caían uno por uno, su lamento se debe a ese gran dolor que sentía al no po-derlo salvar. Los conquistadores la vieron vagar por los canales lamentándose, pero ellos lo relacionaron con un hecho paranor-mal.

–¡Es increíble! La mayoría de las personas lo ven como una his-toria de temer, pero todo lo que me cuentas es toda una historia de guerra y sufrimiento. –comentó Yali.

–Sí, de hecho, don Yoltic dice que esa leyenda pocos la conocen, se hizo popular la que contaban los españoles donde ella apa-rece como un fantasma llevándose a los niños. –continuó Iztli mientras se levantaba de la silla de la abuela.

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La abuela entró con cautela y escucho lo que platicaban los ni-ños, permaneció en silencio hasta que Iztli finalizara su historia, cuando se dio cuenta el pequeño la invitaba a sentarse en su cómoda silla, la abuela se acercó y tomó asiento.

–Para los mexicas, Cihuacóatl, además de ser la madre de los dioses y creadora de la humanidad, también representaba ferti-lidad de las tierras y eso la hacía una de las diosas más importan-tes; gracias a ella nuestros ancestros podían disfrutar de mucha comida. Tras la conquista se temía que la furia por la pérdida de sus hijos, las tierras sufrieran sequía por eso a menudo celebra-ban en su honor. –finalizó la abuela.

Iztli quien parecía más sorprendida, corrió por lápiz y papel para anotar lo que aprendió, el próximo lunes de historias quería lle-gar con su profesor y contar a sus compañeros la leyenda de aquella mujer que lloraba por sus hijos.

La abuela les dijo a los hermanos que salieran a jugar un rato ya que el día estaba muy fresco y había que disfrutarlo, los hermanos salieron corriendo sin antes darle un abrazo a la abuela y agradeciendo por darles las mejores historias.

El mercado

Un sábado por la mañana la abuela se levantó muy temprano, preparó un atole de masa y alistó sus bolsas para ir al mer-cado. Los hermanos muy entusiasmados le pidieron que los llevará con ella. Durante su recorrido se encontraron con una viejecita mayor a su abuela. La señora empezó a hablar sobre la venta que tuvo un día anterior; ella se dedicaba a vender todo lo que cultivaba en su pequeño huerto.

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Con pasos pequeños y una carretilla por delante, doña Teotl tras-portaba flor de calabaza, manzanilla, nopales y champiñones, acompañada de sus dos nietos que tenían la edad de Iztli y Yali. Los cuatro niños caminaban junto con sus abuelas para llegar al gran mercado.

Al llegar acompañaron a doña Teotl a ubicarse en su lugar de venta. Estar ahí era como estar en un carnaval, era como ver un arcoíris causado por las distintas plantas, verduras y utensilios que se vendían. La abuela le compró flor de calabaza a doña Teotl para que comieran por la tarde unas quesadillas, se despi-dieron y continuaron su camino.

La abuela no les dijo que antes de comprar mandado pasarían por su puestecito donde ella vendía plantas, había que regar las petunias que tanto les gustaban a los clientes. Un mar de colo-res inundaba los pies de los hermanos, un color lila les llegaba a las rodillas, luego blanco, amarillo y rojo.

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–Nietecitos, tomen una jícara y ayúdenme a regar estas plantitas mientras yo las podo para que crezcan bonitas. –dijo la abuela.

–Abuela, es como un mar de flores, me gusta ver muchos colo-res. –dijo entusiasmada Yali mientras regaba cuidadosamente las petunias blancas.

–Estar entre las bellas plantas que cultiva mi abuela me hace sentir paz. –finalizó Iztli.

Cuando estaban por terminar el riego, la abuela les contó que su secreto para que las plantas crezcan fuertes y sanas es darles amor, las plantas son como la familia, deben sentir el afecto de quienes cuidan de ellas para florecer cuando sea su momento, cuidarlas y regarlas era una forma de darles cariño.

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Iztli y Yali quedaron conmovidos, recordaron aquel gran árbol de agua y su inmenso tamaño, tuvo que recibir mucho afecto por los habitantes para crecer grande y fuerte. Después de que la abuela les contara sus secretos para cuidar plantas, fueron a comprar mandado para la comida, a mamá se le había antojado unos sopes para comer.

De regreso a casa vieron un gran carnaval, los chínelos y otros danzantes daban fiesta por las calles, aquellas olas de color por su vestimenta daban brillo al mercado. Su danza daba alegría, los habitantes creaban un gran convivio, invitando a los demás habitantes y visitantes a unirse a la gran fiesta.

Yali e iztli motivados por la energía de la gente y la música re-gresaron felices a casa. Siempre que salían con la abuela los días eran aún más especiales. La abuela les contó que el pueblo se-guido se reunía con motivo de alguna celebración, Xochimilco era un lugar de mucha fiesta, de carnavales y tradiciones.

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Al llegar mamá, hicieron quesadillas de flor de calabaza, la siem-bra de doña Teotl era tan buena decían que el sabor de sus cul-tivos era inigualable. Terminando de comer Iztli recordó aquel regalo que su abuela le dio, pidió a Yali que lo acompañara para que juntos sembraran aquellas semillas y así poder cultivar con dedicación, amor y cariño un fruto que representaría el amor de su familia.

MÉXICO, 2022